Me voy
Por Sergio Molina
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El desamor es como las enfermedades silenciosas, así como la hipertensión o el colesterol alto. Va avanzando, aunque todo se vea normal por fuera. No palideces de desamor ni tienes un desmayo. El desamor no presenta síntomas visibles más que el silencio y la retracción porque da vergüenza admitir que se sufre de «mal de amor», no altera la temperatura ni acelera el corazón como su antecesor, la ilusión y el anhelo de amar. Eso sí, se anuncia de repente, aunque ya viniera haciendo lo suyo. Y ¿ahora qué?, ¿terapia, reunión familiar, amigos o quizás respirar profundo, pasmarse, sacudirse, llorar, golpear almohadas, rasgar cosas y reparar antes de que sea más tarde para ti? Ya no es un tema de mantener la imagen o el estado social de suficiencia y éxito en el amor con tu pareja. Bienvenido, un estado de aceptación que permita atender este sentimiento como debe ser: oportunamente y de forma asertiva, lo malo no se puede repetir, por ello acudimos al concepto de la experiencia: un acontecimiento que te enseña. ¡Salta al aparente vacío si decides sobrevivir!
Sergio Molina
Sergio Molina es magíster y doctor en Filosofía de la Universidad Pontificia Bolivariana en Medellín. Sus investigaciones y tesis se han fundamentado en el humanismo, el lenguaje, la fenomenología y una consideración personalista en sus reflexiones. La elaboración de su tesis sobre el fenómeno erótico en Jean Luc Marion determinó su interés sobre el amor como concepto abandonado. Este postulado queda confirmado después en su investigación posdoctoral con la Universidad Autónoma de Madrid, con título «El amor como modo primordial», y su segunda preocupación investigativa posdoctoral sobre «Dignidad humana» con la Universidad Pontificia de Salamanca. En su primer libro, Razonamórate, aborda la necesidad de pensar el amor. Sus aportes temáticos en diferentes medios de comunicación giran en torno al relacionamiento humano y a la desnaturalización de los acontecimientos que la posmodernidad hace del humanismo, el amor, la dignidad y la esperanza. Esta vez en su libro Me voy, Molina establece las condiciones del desamor, tema que, según recalca, debe ser pensado y aprendido, tanto como el amor. Concluye el autor que el amor propio permite decir «me voy» antes que llegue el hastío y el maltrato en las relaciones.
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Me voy - Sergio Molina
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© Sergio Molina, 2024
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
Obra publicada por el sello Universo de Letras
www.universodeletras.com
Primera edición: 2024
ISBN: 9788419775207
ISBN eBook: 9788419774637
Porque siempre tuvimos a alguien cercano pasando por una situación de desamor, nosotros mismos quizás, el desamor debe ser pensado y no escondido en el baúl de los temas incómodos. Del desamor y la decepción aprendemos a encontrarnos con el amor y con relaciones más sanas. El desamor y el desánimo son, en sí mismos, una oportunidad. Todos encantamos y desencantamos, admiramos, dejamos de admirar y nos dejaron de admirar, desanimamos a alguien y nos desanimaron, podemos ser engañados y engañar, temporal, constante o definitivamente. Relacionarse es posibilidad y riesgo de algo bueno o no tan bueno. Al amor y al desamor nadie es ajeno. Si estás pasando por el desamor, permíteme ofrecerte una mano amiga y decirte, aunque ahora no lo veas así, que, de esta, también salimos.
Prólogo
Activar el amor propio
El duelo por despecho, dado por el desamor, es para la gran mayoría un callejón sin salida, que, como cualquier callejón de este tipo, solo se puede salir por donde se entró, y la entrada es el sentimiento mayor que tenemos en algún nivel hacia el otro ser, siendo, sin duda, en cualquiera de sus condiciones y expresiones, manifestaciones del amor que todo lo integra y renueva.
Nos duele el despecho, porque nuestro amor no encuentra eco ante la ausencia de la presencia, nos duele porque a ese otro ser le habíamos entregado el poder, sin darnos cuenta, de hacernos sentir felices, de activarnos el disfrutar el amor, de sentir que éramos especiales o importantes, y ahora no está para hacernos vivenciarlo. Nos duele, en el fondo, porque no podemos sentir en realidad amor, pues la llave que lo activa la hemos dejado afuera, nos duele entonces por falta de amor, por falta de amor esencial, así como de amor propio de manera particular.
Luego, cuando ya recordamos sin dolor y volvemos a sentir amor, hemos sanado la herida que abrimos por la ausencia del otro, que, en realidad, era por la ausencia de amor, de sentir amor, en gran medida de amor propio. Es que en realidad amar es ayudar a otro a ser libre, algo que cuesta mucho «darle permiso» de su condición actual, sin reproche, sin conflicto ni tantos ¿porqués?, algo que se descubre con el tiempo, que se puede activar el amor, sin obligar al otro a que nos «retribuya» de alguna manera, pues es el sentir el amor el que sana, no la respuesta del otro, que, por esperarse, es que se mantiene el dolor que se convierte en ocasiones en sufrimiento.
A lo largo de acompañar a muchas personas en su lecho de muerte, he visto cómo los moribundos logran hacer en ocasiones profundas reflexiones sobre lo que ha sido su vida, entre las cuales quiero resaltar tres, una que lo único que tiene sentido y cuenta en ese momento es la certeza de los amores vividos, otra que se dieron cuenta que hay que amar a las personas y no a las cosas en contra de lo que muchas veces hicieron, y que sus pesares afectivos se relacionaron con su incapacidad de amar sin depender, sin necesitar, sin obligar, sin la búsqueda de poseer, controlar y demás, que solo en esos momentos cerca de su muerte descubren que el amor no tiene dueño, no depende de otros, no es propiedad de nadie, siendo consciente de que todos sus dolores previamente sentidos fueron por no haberlo experimentado en su naturaleza libre, transparente y maravillosa. Cuando al final de sus días pueden sentir ese amor que no ata, ni obliga, ni busca controlar ni espera un futuro, además, que no está basado en la posesión, experimentan su libertad llenando sus instantes de plenitud y gozo.
Por esto es que no hay que esperar a estar en un lecho de muerte para darse cuenta de que los dolores por amor no son por amor, sino por falta de activar el amor que hay en todo, siendo el duelo por despecho una gran oportunidad de aprender a amar, aun en la ausencia del ser al que le habíamos encomendado parte de la misión de hacernos sentir amor, como gratificación por sus acciones y presencia.
Es por esto que muchas veces aprendemos a amar, ya cuando a quien profesamos el amor ya no está para retribuirlo, sin embargo, es cuando volvemos a sentir el amor sin condiciones ni expectativas y lo proyectamos hacia nosotros y hacia la vida misma en cada momento.
Qué bello poema y qué útil invitación la de mi admirado amigo Sergio, un gran ser humano manifestante del amor que hay en todos y todo, que espero que ahora esté en ti, para ti y para tus relaciones luego de leer esta obra.
Santiago Rojas Posada
Introducción
Y les fui preguntando a qué sabía el desamor; eso sí, les advertí que no hablaran con odio ni resentimiento. Todos fueron respondiendo de a poco. Les pedí que soltaran el sentimiento, así, sin más, con las palabras que les salieran del alma:
—Sabe amargo, señor, sabe amargo —dijo una dama.
—No me sabe a nada y eso es lo peor. El desamor no tiene sabor, pero pesa mucho (un hombre maduro).
—A soledad, sabe a soledad, aunque eso no es un sabor, a eso sabe (dama de cabellera blanca).
—A mí me sabe a decepción mezclada con estupidez, lo estúpida que fui (mujer de, aproximadamente, 28 años, de apariencia extrovertida).
—Aún no le olvido y me sabe a posibilidad, quizás vuelva (hombre al que le brillaban los ojos).
—Yo lo he probado varias veces ya y, cada vez, se hace más indeseable, no cambia de sabor (hombre de 45 a 50 años).
—Eso que usted llama desamor es tristeza, rabia y decepción. No le ponga otro nombre, doctor (hombre joven, quizás universitario, con apariencia de tener mundo).
A veces, el desamor es como las enfermedades silenciosas, como la hipertensión o el colesterol alto. Va avanzando, aunque todo se vea normal por fuera. No palideces de desamor ni tienes un desmayo. El desamor no presenta síntomas visibles diferentes al silencio y la retracción porque da vergüenza admitir que se sufre de ese mal. No altera la temperatura ni acelera el corazón como su antecesor, el amor. Eso sí, se anuncia de golpe, aunque ya viniera haciendo lo suyo. Exigirá reanimación, código azul y una atención urgente. El desamor es como que el médico te dijera «hay que operar ya».
Esa terrible manía de creer que todo está bien y de decir que todo está «normal» ha llevado a muchos al autoengaño. Caer en la cuenta, aunque quizás muy tarde, nos hace inventar, de la nada, un plan B que incluye lágrimas, lamentos y ganas de quedarse en la cama. No sé cuántos de tus amigos y familiares habían notado, antes que tú, el desinterés que rondaba tu relación; incluso, a veces, somos los últimos en enterarnos de que el desamor se asomaba.
Y, ¿ahora qué?, ¿terapia?, ¿reunión familiar?, ¿amigos?, o, posiblemente, respirar profundo, pasmarse, sacudirse, llorar, golpear almohadas, rasgar cosas y reparar antes de que sea más tarde para ti. Ya no es un tema de mantener la imagen o el estado social de suficiencia y éxito en el amor con tu pareja. Bienvenido a un estado de aceptación que permita atender este sentimiento como debe ser: oportunamente y de forma asertiva. Lo malo no se puede repetir, por ello acudimos al concepto de experiencia: un acontecimiento que te enseña.
Hay casos de desamor en los que, cuando caes en cuenta, este enemigo fatal le ha hecho lo suyo a los dos miembros de la pareja. Puede que ambos estén hartos. Ahora bien, con la vida yéndose y dos personas a punto de estallar, espero que, al menos, uno se salve y sea feliz. ¡Ah!, y dos cosas más para insistir: esto también pasará y se vale recordar, pero sin nostalgia ni pesimismo.
¡Salta al aparente vacío si decides ser tú el sobreviviente!
1
Cuando el castillo de naipes se cae frente a tus narices. Percepciones y decepciones del amor
Ahora que lo pienso, yo no quería eternidad, sino buenos momentos en los que sonriéramos, pensé que, si algo estábamos construyendo, era entre los dos y para siempre. Pesan esos buenos recuerdos de cuando sonreíamos y disfrutábamos.
De una vez, puedes llamar al desamor como tantos lo han llamado: duelo. Esta palabra y expresiones como adversidad en el amor suavizan un poco la experiencia y su transmisión. Con parquedad judicial, le puedes decir suceso o acontecimiento. En cualquier caso, hablamos de un estado de desaliento, contrariedad, incomodidad, incredulidad, paranoia, confusión y posible frustración, por decir lo menos. Es un coctel de sensaciones negativas al que no pareciera caberle una más. De hecho, ante la pregunta ¿qué sientes?, responderías: «Siento todo lo malo que se pueda sentir», más aún, sientes y no sientes nada. Quiero advertir que aceptar que estamos viviendo lo que muchos han vivido no te hace ordinario, te pone