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Psicoanálisis y romanticismo: Freud ante el pensamiento romántico alemán
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Psicoanálisis y romanticismo: Freud ante el pensamiento romántico alemán
Libro electrónico173 páginas2 horas

Psicoanálisis y romanticismo: Freud ante el pensamiento romántico alemán

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Filosofía y psicoanálisis caminan y reflexionan qué es el hombre, qué es el mundo y qué pasa con ambos; una filosofía psicoanalítica o un psicoanálisis filosófico que destruya y reconstruya discursos, interpretaciones, cosmovisiones e ideologías.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 jul 2024
ISBN9786078988372
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    Psicoanálisis y romanticismo - Jenny Levine Goldner

    Imagen de portada

    Psicoanálisis y romanticismo

    Psicoanálisis y romanticismo

    Freud ante el pensamiento romántico alemán

    Jenny Levine Goldner

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO.

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

    D.R. © 2024 Universidad Iberoamericana, A.C.

    Prol. Paseo de la Reforma 880

    Col. Lomas de Santa Fe

    Ciudad de México

    01219

    [email protected]

    Versión electrónica: julio 2024

    ISBN: 978-607-8988-37-2

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Hecho en México.

    Digitalización: Proyecto451

    Índice de contenido

    Portadilla

    Legales

    Prefacio

    Introducción

    EL PSICOANÁLISIS, UNA AMALGAMA DE PENSAMIENTOS

    Freud ante el pensamiento romántico

    El problema de la época

    PSICOANÁLISIS, UNA CIENCIA ROMÁNTICA

    PSICOANÁLISIS Y ROMANTICISMO

    Descontento con la ilustración

    El retorno a la vida interior

    Expresivismo y cura

    A MODO DE CONCLUSIÓN

    Bibliografía

    Hora es ya de no temblar frente a ese antro tenebroso

    en donde la fantasía se condena sus propios tormentos;

    de lanzarse hacia aquel pasaje, alrededor de cuya estrecha boca vomita llamas todo el infierno; de revolverse a dar este paso con faz serena, aun a riesgo de hundirse en la nada.

    Fausto

    J. W. Goethe

    En el completo desconcierto de los comienzos, me sirvió como primer punto de apoyo el dicho de Schiller, el filósofo poeta: hambre y amor mantienen cohesionada la fábrica del mundo.

    El Malestar en la Cultura

    Sigmund Freud

    PREFACIO

    Pablo Lazo Briones

    Lo que consigue Jenny Levine Goldner en este libro puede describirse como el movimiento doble de un atentado y una transgresión. Un atentado de muerte a una tradición anquilosada sobre el sujeto y la confianza en el poder de su racionalidad, una transgresión de los márgenes entre filosofía y psicoanálisis sobre los que se sostiene dicha tradición. Una cosa lleva a la otra: la sospecha sobre la suficiencia del sujeto moderno y su capacidad de auto-transparencia absoluta llevan a transgredir las fronteras, débilmente defendidas hoy día, entre la crítica filosófica y el psicoanálisis como práctica.

    El atentado también se dirige a una idea de ciencia del comportamiento que se querría suficiente, objetiva y programática en su despliegue de métodos y técnicas de comprensión y de-limitación de la conducta, en cualquier forma que adapte en nuestro medio cultural de aceptación: neoconductismo, coaching de las emociones o psicología de lo social de talante utilitario. En contra de la tendencia cultural a dar por aprobada la cientificidad de estas posiciones, la autora mete sospecha al enfatizar la posición más rigurosamente armada del psicoanálisis, tanto por su aparato teórico como por el despliegue de técnicas de análisis de mucho mayor alcance que la mera programación de la conducta, según estándares de bienestar social o cultural, estándares que se prestan en más de una ocasión, como advirtieron Thomas Szasz o Michel Foucault, a su conveniente decantamiento en prácticas disciplinarias en los órdenes de la higiene, la salud o la moral social.

    El psicoanálisis, de este modo, tendría un rango de cientificidad al mismo tiempo más riguroso y de mayor alcance. ¿Cuál es esta cientificidad? Una de las líneas más interesantes del libro que tiene el lector en sus manos es la que responde a esta pregunta de modo penetrante: no se trata de una cientificidad heredera de la ciencia experimental que se orienta por un ideal objetivista, sino de otra cientificidad, más arriesgada y menos restringida, la que responde a la crítica de aquel ideal ilustrado de hombre suficiente en su autocomprensión y programático en su conducta, la cientificidad que Jenny Levine llama ciencia romántica.

    Pero esta ciencia romántica, y la cientificidad que la caracteriza, sólo se explica si se extiende la mirada al horizonte más amplio de la historia de las ideas en la cultura, y si se averiguan sus antecedentes filosóficos no vistos, sus raíces profundas no percibidas que se hunden en el pensamiento más ampliamente considerado, el que tiene que ver con la crítica de la concepción del hombre como objeto de estudio, como objeto analizable y a final de cuentas bajo control de la metodología científica. La pregunta por estos antecedentes no evidentes abre la posibilidad de concebir al hombre de otra manera, más rica y al mismo tiempo más compleja.

    Es por lo anterior que sólo desde la perspectiva de trabajo en el margen de los discursos de la filosofía y el psicoanálisis, el libro aporta las verdaderas ganancias críticas en donde se juega su originalidad. La apuesta de la autora es trabajar en el filo de una interpretación del psicoanálisis como ciencia y su edificación como práctica, y en este filo, en este borde de acantilado teórico, remite a la influencia del Romanticismo filosófico alemán sobre el discurso de Sigmund Freud.

    Así pues, Jenny Levine borda en su argumentación un nexo heurístico de trenzado triple, que va entretejiendo: uno, la búsqueda de los antecedentes filosóficos del psicoanálisis en la primera cultura romántica del siglo XIX; dos, la novedad que el psicoanálisis aporta como práctica desde su peculiaridad científica; y, tres, la crítica sin miramientos de las tendencias culturales en el entendimiento, tratamiento y programación de las conductas sociales, y de la imagen que el hombre se hace de sí mismo a contrapelo de estas tendencias culturales predominantes.

    Este nexo heurístico se compone de una trama que resulta interesante por las proximidades que logra. En las páginas por venir, la constante es el intento de trazar rutas de conexión y enfatizar las influencias entre el Romanticismo filosófico y el psicoanálisis freudiano. Ya Hans-Georg Gadamer había sostenido que la gran crítica de la cultura romántica del siglo XIX a la Ilustración considerada como época, cae en el riesgo de invertir simplemente los términos de aquello que critica si sólo se pone un conjunto de notas culturales en el lugar del otro. (1) Así, si la Ilustración como conjunto de notas culturales había propuesto el ideal de la luz y la transparencia de la explicación racional, y del método e instrumentalización de la acción para lograr los mejores fines, el Romanticismo propondrá reivindicar todos los acontecimientos, personales y sociales, que tienen que ver con aquello soterrado por la razón así entendida, es decir, la obscuridad, las pasiones al límite, la imaginación como verdadera productora de verdades, y la acción carente de finalidad, en su gratuidad e incluso en su derroche (recuérdese también la categoría, bastante romántica, de gasto improductivo de George Bataille), la acción rebosante en su pura manifestación, en su expresividad epifánica.

    Pero la verdadera herencia de este choque de conjuntos de notas culturales en nuestros días, que recoge su radicalización en los poetas y filósofos románticos, será la de una fusión compleja de sus horizontes de sentido, incluso una fusión que se manifiesta de forma dialéctica: Ilustración y Romanticismo, como dirá también Charles Taylor, configuran la identidad del yo moderno hasta nuestros días como una compleja e imbricada relación dialéctica en la que una no es simplemente la negación de la otra, o su mera sustitución, sino su devenir paralelo y, en muchas prácticas culturales, su abierta amalgama. (2)

    Esto importa recalcarlo porque la autora no quiere ver en Freud un simple epígono de la herencia romántica que negaría contundentemente todas y cada una de las aspiraciones culturales y científicas, incluso ideológicas, de la Ilustración. De forma más conspicua, ve en su obra tanto una recuperación como una negación de la Ilustración, las dos operaciones en un movimiento dialéctico complejo. Dicho a la manera de Hegel, un pensador ilustrado y romántico a la vez, aquí se intenta una verdadera Aufhebung —conservar superando— en la que se pretende recuperar lo mejor de lo que se niega justamente al darlo por superado en la negación. Dicho con otras palabras, según la tesis de la autora, Freud recupera la tendencia científica experimental en la que se educó como médico, y quiere hacer del psicoanálisis un tratamiento que alcance verdades universales con un gran margen de método y prueba racionales, científicas, pero queriendo superar al mismo tiempo las consecuencias reduccionistas del método objetivista de la ciencia experimental, consecuencias como la negación de la subjetividad y su biografía, y por encima de todo la ignorancia o menosprecio de ese elemento obscuro del sujeto que es su inconsciente.

    De este modo, una demanda nuclear cruza el libro entero: cuando hablamos del psicoanálisis de Freud, rescatemos al sujeto completo, con todo y sus partes negadas o prohibidas, con toda la incomprensión y la obscuridad que puedan suponer sus acciones determinadas por el inconsciente. Dice Jenny Levine en la parte final de la introducción a este libro:

    Freud, al sospechar de la conciencia y de la tiranía de la razón —al igual que los románticos—, emprende el viaje a exponer a un hombre que ya no esté determinado por lo que piensa, ni por el conocimiento del contenido de su conciencia, sino que será un ser humano que estará determinado por la raíz más profunda de su alma: el inconsciente. Un sujeto, pues, ya no de la conciencia, sino del inconsciente, movido por infiernos interiores a los que habrá que descender.

    Esta caracterización del psicoanálisis puede compararse con la mirada de Orfeo en el viaje subterráneo que emprende para rescatar a Eurídice. Como se sabe, Orfeo quiere rescatar a su amada Eurídice del mundo subterráneo, y para vencer los obstáculos puestos por dioses y semidioses sólo cuenta con el arte de su lira. Su destreza al interpretarla encanta y conmueve a las deidades y consigue que le permitan descender al Hades, sólo con una condición: no ha de voltear a ver a su amada hasta que la luz del sol la haya iluminado por completo, hasta que hayan salido por completo del reino de la oscuridad del inframundo. La historia contada por Ovidio relata que, en el último instante, a punto de salir de las profundidades, Orfeo se deja llevar por su deseo y voltea a ver a Eurídice cuando ésta todavía tiene un pie en la oscuridad, y como consecuencia se desvanece en el aire en un instante. (3) Como ha dicho Maurice Blanchot sobre el arte y la literatura, la mirada de Orfeo lleva en su intención su propia traición, su propia imposibilidad. Los medios de expresión del lenguaje artístico, su forma y su figura, no son suficientes para expresar aquello que pretende plasmar. (4)

    Extendiendo la analogía, puede decirse que la intención de la mirada de este libro es órfica en cuanto al tratamiento del deseo inconsciente en el psicoanálisis de Freud, una mirada que quiere ver aquello que está en las profundidades del método analítico y del arte de interpretación que se van generando en el camino mismo del psicoanálisis como práctica, y que puede implicar sacar a la luz lo más recóndito, el objeto de deseo ingente y desconocido, inatrapable e inabarcable, no importando los recursos de su arte de interpretación.

    ¿Quiere decir esto que el psicoanálisis lleva en la intención de su mirada la consecuencia de su propio impedimento? ¿El lenguaje del psicoanálisis sufre la misma limitación que el lenguaje del arte en su intento por expresar lo inexpresable? Y, por lo tanto, la intención de este libro, revelar las raíces románticas del discurso racional de Freud, ¿se ve anulada por la propia condición de posibilidad que la anima?

    Para salir de este aparente cul-de-sac teórico, la autora esgrime una herramienta hermenéutica que nace justo con el Romanticismo temprano: sólo es posible el rescate de la región más oscura del hombre terrenal que somos, y darle cauce por la cura por la palabra que constituye al psicoanálisis en su esencia, si se piensa simbólicamente y se asume la paradoja de la doble constitución del símbolo, que por una parte es revelación y por otra parte es ocultamiento. Pensando con Herder, Humboldt, Hamman y Schiller, aunque también anunciando los epígonos posteriores con Schleiermacher, Nietzsche y Heidegger, hacia el final del libro se propone interpretar el lenguaje en su dimensión expresiva simbólica –mítica, imaginativa, onírica— más que explicarlo en su dimensión de pretendida exactitud lógica. Sólo así puede darse cuenta del absoluto del inconsciente y su dimensión de experiencia sublime, arrebatadora e ingente a la vez, inexpresable como totalidad, aunque expresable en cuanto a símbolo que se revela y se oculta a la vez. Sólo así, asumiendo el rostro bifronte del lenguaje simbólico que aparece en los sueños y en la libre asociación lingüística, el psicoanálisis puede restituir la dimensión humana completa, siempre contradictoria y compleja, que siempre se reserva algo por decir y por re-simbolizar.

    Es un mérito de este libro orientarse por la lógica de la complementariedad entre filosofía y psicoanálisis, no por la lógica de la exclusión o la

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