De qué te ríes: Beneficios y estragos de la broma
Por Daniel Gamper y Toni Cabré
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La risa es lenguaje y, como las palabras, puede ser cortés, falsa, amigable, mordaz, insultante y discriminadora. Aunque la educación intente disciplinarla e indicar los modos correctos de su emisión, lo hilarante es indomable porque habla el lenguaje del cuerpo y se desencadena más allá del bien y el mal. El «buen humorista» es más gracioso que el «humorista bueno».
Hoy, las pantallas siembran entretenimiento y cosechan carcajadas. Estas risas masivas, electrónicamente difundidas, son melodías para cualquier ideología: ríen los fascistas y ríen los buenistas. La libertad de expresión es colonizada por lo provocativo y lo abyecto. El pensamiento se hace caricatura y se mercantilizan las bromas.
Daniel Gamper sostiene que los tiempos están maduros para nuevos aguafiestas que pongan palos en las ruedas de la risa. Tras leer este libro no volverás a reír sin antes detenerte a pensar dónde, cómo, cuándo, con quién y por qué lo haces.
Daniel Gamper
Daniel Gamper es profesor de Filosofía moral y política en la Universidad Autónoma de Barcelona. Su investigación se centra en el universo conceptual de la democracia y el liberalismo. Es autor de Las mejores palabras (Premio Anagrama de Ensayo 2019), Laicidad europea y La fe en la ciudad secular. Escribe periódicamente en el diario Ara.
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De qué te ríes - Daniel Gamper
Daniel Gamper
De qué te ríes
Beneficios y estragos de la broma
Diseño de la cubierta: Toni Cabré
Edición digital: José Toribio Barba
© 2023, Daniel Gamper
© 2024, Herder Editorial, S.L., Barcelona
ISBN EPUB: 978-84-254-4925-3
1.ª edición digital, 2024
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro de Derechos Reprográficos) si necesita reproducir algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com)
ÍNDICE
TRIPLE INTROITO
Una gracia y un cuchillo
¿De qué te ríes?
Fenomenología de la libertad de expresión
UNO
Europa en el espejo
Reír en horizontal
Condenar la risa
Libres de entretenerse
La industria de la sonrisa
Libre y solo
DOS
La gestación del conocimiento
No perseguir
¿Ataques a la religión?
La vida en juego
Nada de qué reír
Escuchar abucheando
Las paredes del retrete globaL
TRES
Para qué reír
De bebés y cosquillas
Desobediencia infantil
Aprender a (no) reír
La dudosa autenticidad de la risa
Quien ríe el primero
Morir de risa
Violencia y pedagogía
Underground comix
Reír racionalmente
Reír con las máquinas
Parresia y pedagogía
Humor, inteligencia e interpretación
Cantar en el recreo
Chistes malos
CUATRO
Hablar a los ojos
La deformidad perfecta
Qué hacen las caricaturas
La cultura de la caricatura
TERMINUS
Demasiado y mal
AGRADECIMIENTOS
INFORMACIÓN ADICIONAL
A Laura
TRIPLE INTROITO
UNA GRACIA Y UN CUCHILLO
Vale gracia y buen parecer en lo que se dice o hace, porque aire lo mesmo es que gracia y espíritu, prontitud, viveza. Decir donaires, decir gracias: pero si son perjudiciales acarrean algunas veces desgracias, por do tuvo origen el dicho común: «Andaos a decir gracias», de uno que por mostrarse gracioso dijo en lugar de gracia una lástima, y lastimáronle con darle una cuchillada por la cara.
Sebastián de Covarrubias, voz «Donaire»,
Tesoro de la lengua castellana o española
Antes de partir hacia París para ponerse a las órdenes del señor de Treville, el joven D’Artagnan recibe un consejo de su padre:
Buscad las aventuras. Os he hecho aprender a manejar la espada, tenéis un jarrete de hierro, un puño de acero; batíos por cualquier motivo; batíos tanto más cuanto que están prohibidos los duelos, y por consiguiente hay dos veces valor al batirse.¹
El aprendiz de espadachín lía sus bártulos dispuesto a ofenderse y a desafiar en duelo a quien sea «por cualquier motivo».
Con semejante vademécum, D’Artagnan se encontró, moral y físicamente, copia exacta del héroe de Cervantes. […] Don Quijote tomaba los molinos de viento por gigantes y los carneros por ejércitos: D’Artagnan tomó cada sonrisa por un insulto y cada mirada por una provocación.
Pocas páginas después, D’Artagnan cumple su objetivo. Aprovecha que el conde de Rochefort se burla de su montura y se apresta a desenvainar. Pero el noble no se bate con paletos y manda a sus mozos para que muelan los huesos del inexperto caballero andante. A D’Artagnan la hilaridad ajena lo pone en guardia, es un agelasta violento cuyo amor propio declina ante las risas ajenas.
La modernidad proscribe el duelo como medio para resolver conflictos. Los códigos de honor siguen existiendo en forma atenuada y si alguien se lía a bofetadas para defender su honor, se pone fuera de la ley. La frustración de no reaccionar por propia mano y espada ante una afrenta es compensada por la estabilidad social que prometen las leyes. Solo el Estado puede ejercer violencia y la gente debe aprender a convivir con risas burlonas y ofensivas.
El mundo perdido de caballeros dispuestos a jugarse la vida para defender su dignidad es terreno fértil para la imaginación. Desaparecida la esperanza de llevar una vida heroica, queda el consuelo de disfrutar recordándola en su destilación novelesca. La distancia temporal que la narración trata de salvar se convierte en distancia cómica: el aguerrido D’Artagnan inicia sus andaduras haciendo el ridículo. Los que nacen después son más listos y se ríen de unos personajes a los que también admiran, héroes cómicos solo posibles en la fantasía. La alevosía de D’Artagnan y de los fabulosos caballeros de antaño es divertida y ofrece tramas estupendas, usadas por la cultura pop en las historietas ilustradas para niños y adultos.²
Un siglo más tarde triunfará otra novela histórica, la de Asterix, el galo. En la portada del primer volumen de la serie, se ve a un agilísimo Asterix propinando un tremendo puñetazo a dos romanos aparejados con escudos y lanzas ante la mirada indiferente de Obelix, que pasea en segundo plano con un menhir a cuestas. Goscinny y Uderzo, creadores de la exitosa serie, logran que los lectores, niños y adultos, tomen esa imagen a broma. Los personajes son caricaturas divertidas que no hacen nada en serio, ni siquiera zurrarse con los romanos o entre sí. A pesar de que la acción representada es indudablemente incivil, ese no es motivo para prohibirla o impedir que la vean los menores. En primer lugar, porque los galos se resisten al imperio, como querían los estándares europeos de decencia y justicia en la segunda mitad del siglo XX. Luego, porque es una brusquedad que ni hiere ni duele; no es violencia, es literatura.
Los códigos de honor son ahora objeto de broma. Quien se siente insultado u ofendido, debe acostumbrarse al daño, transformarlo en mera incomodidad. Está más tutelado quien hace la broma ofensiva, quien insulta subrepticiamente con chistes y caricaturas, que quien es el objeto de estos usos agresivos de la risa. Esta disparidad obedece a que las heridas de las palabras injuriosas son inapreciables comparadas con las que ejercen las armas. Además, no se puede excluir que una bromita insultante inicie un debate socialmente útil, mientras que quien acuchilla o ametralla no quiere debatir; más aún, destruye la posibilidad de la palabra.
Europa tutela la risa y a los cómicos y viñetistas; casi no hay límites a lo que se puede decir. Así se pueden interpretar —a juzgar por su lema: Je suis Charlie— las congregaciones masivas en Francia tras los atentados en la redacción de la revista satírica. Coco, una de las pocas supervivientes, narra este terrible episodio en una novela ilustrada que titula Seguir dibujando.³ Tras los brutales actos terroristas, la opinión pública se arremolinó en torno a este derecho a seguir dibujando cualquier cosa y también viñetas de mal gusto, escarnecedoras y tirando a obscenas. Los caricaturistas transgresores juegan al gato y al ratón con los tan gastados «límites del humor» y deben poder seguir haciéndolo, pues reconocer la libertad de expresión como derecho fundamental significa reconocer que los límites de lo que se puede decir están ellos mismos sujetos a discusión: se puede conversar sobre la pertinencia de decir o no decir algo, pero nadie puede intimidar, amenazar o asesinar para impedir que se ventilen asuntos controvertidos, se ría indecorosamente de cosas desagradables o se cuestione la oportunidad de hacerlo. Las risas ofensivas pueden seguir circulando y resonando. Incluso más: deben hacerlo con una intensidad directamente proporcional a la amenaza que pesa sobre sus autores.
¿Son violentas las viñetas? ¿Son provocaciones gratuitas? ¿Habría que prohibirlas? ¿Y qué decir de las risas que las acompañan? «¡Usted ríe mal!». Algo así debió pasar por la cabeza de Jorge Bergoglio en el avión que lo llevaba a Manila, en enero de 2015, antes de responder a la pregunta de un periodista francés sobre los límites de la libertad de expresión:
Tenemos la obligación de hablar abiertamente: tener esta libertad, pero sin ofender. Porque es verdad que no se puede reaccionar violentamente, pero, si el Dr. Gasbarri, gran amigo, ofende a mi madre, se lleva un puñetazo. Es normal. Es normal.⁴
El papa Francisco dice que hay que hablar abiertamente, sin esconder la realidad, sin que nadie lo impida, pero sin ofender. Lo segundo niega lo primero, o acaso pone límites a cuán abierta debe ser la obligación de hablar en general y de hablar específicamente sobre la libertad de expresión. A continuación, precisa dónde están esos límites: en la violencia que ejerce el ofendido. En este caso, el Santo Padre por madre interpuesta, que no dudará en atizar al Dr. Gasbarri por muy buen amigo suyo que sea. El imperativo de poner la otra mejilla no obliga a tolerar abusos ni insultos. Cuatro días más tarde, mientras sobrevolaban China, Bergoglio quiso matizar lo dicho, dejando de nuevo claro que las palabras —y las risas— pueden dañar y que ese daño, a su vez, puede provocar reacciones violentas porque los humanos somos así. Para evitar esta escalada, conviene usar prudentemente la libertad de expresarse.⁵
Pero, suele preguntarse, ¿dónde ponemos el límite de la expresión pública legítima? Más peliaguda es la cuestión cuando hay risas de por medio. ¿Es posible reírse de todo? ¿Cómo serían una broma y una risa prudentes? El tan traído debate sobre los límites del humor es revelador de dos rasgos esenciales de la risa. El primero es que hay asuntos de los que no se puede reír y que precisamente por eso hacen reír. El humorista vive en fricción con el límite. Sin él, el humor pierde tracción, debe ponerlo a prueba, superarlo, conversar con él. El segundo es que la risa —en especial la que se emite en público— casi nunca es inocua: si se habla tanto de los límites es porque, en ocasiones, riendo se puede dañar. En palabras de Elias Canetti, la risa es el símbolo de un mordisco, y la carcajada una expresión de alegría ante la presa que se está a punto de atrapar.⁶ Andrés Barba lo dice de modo aún más contundente: «Cada vez que una persona abre la boca para reír está devorando a otra persona».⁷
El daño que puede causar una risotada no es identificable de antemano. Su potencial pernicioso se debe a que es lenguaje y, como el lenguaje, puede insultar, alejar, excluir, discriminar, y todo lo contrario. Pero quien se gana una bofetada por un chiste mal encajado no es el causante de la bofetada: por muy violenta que sea una broma, hay siempre desproporción entre el cachete o el machete y la burla. La gracia y el cuchillo son correlativos; no son causa y efecto.
Chistes, caricaturas y risas sirven ejemplarmente para acentuar antagonismos, son armas óptimas en las guerras culturales. La normalización de las caricaturas y las viñetas en la comunicación permite servir menús de risas de forma masiva. Este es el ecosistema en el que se manifiesta el fenómeno de la libertad de expresión, que a continuación se descompone en escenas dispares para incrementar así la complejidad de su percepción pública.
1 Las citas son del magistral primer capítulo de Los tres mosqueteros, de Alexandre Dumas, en la traducción de Mauro Armiño (Madrid, Alianza, 2022).
2 En la actualidad, el ritual del duelo con el que se solventaban las afrentas al honor en Europa hasta bien entrado el siglo XIX «es más probable que haga pensar en Bugs Bunny que en hombres de honor
». S. Pinker, Los ángeles que llevamos dentro, Barcelona, Paidós, 2012, p. 56.
3 Coco, Seguir dibujando, Barcelona, Bang Ediciones, 2022.
4 Encuentro del Santo Padre con los periodistas durante el vuelo hacia Manila, 15 de enero de 2015.
5 Conferencia de prensa del Santo Padre durante el vuelo de Manila a Roma, 19 de enero de 2015.
6 Véase el capítulo sobre la psicología del comer en E. Canetti, Masa y poder, Barcelona, Muchnik, 1981.
7 A. Barba, La risa caníbal. Humor, pensamiento cínico y poder, Barcelona, Alpha Decay, 2021, p. 11.
¿DE QUÉ TE RÍES?
Quien pregunta «¿de qué te ríes?» no suele esperar respuesta. Quiere que alguien deje de reír. Oímos esta frase en las películas; los fines de semana alguien con ganas de gresca la dice en cualquier discoteca; padres impotentes la gritan a sus hijos. Es una pregunta que funciona como amenaza, advertencia o llamada de atención. Por tanto, no es una pregunta, es más bien el preludio de un sopapo, o de la retirada del receptor de la broma, amedrentado por la coreografía corporal que subraya lo retórico de la pregunta: hinchazón de los músculos, respiración más profunda, ligero temblor del cuerpo, barbilla levantada. Hay alguien que no quiere que se rían de él delante de sus narices. O puede que uno con la autoestima baja tome la risa de otro como excusa para hacerse valer con el cuerpo, repitiendo un ancestral alarde de agresividad entre machos. Se presupone, pues, que la risa tiene una función comunicativa o que se puede interpretar como si la tuviera, como si con ella se menospreciara, excluyera e insultara a quien no ríe porque es el involuntario objeto ridiculizado. Entre la gracia y el cuchillo hay una desmesura que, sin embargo, no cuesta salvar.
Para que se dé esta frase en un contexto que la convierta en falsa pregunta, advertencia o admonición se necesitan por lo menos dos agentes y una risa o sonrisa. Uno de los agentes ve en la risa del otro un insulto, una provocación, un gesto de superioridad, algo inapropiado, una impertinencia, un reto; o quizá