69 Cuentos de cama, para la mesa de noche del adulto gay y de los curiosos tambi
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69 cuentos de cama relata cronológicamente la evolución en la sexualidad de Rodrigo, un chico gay obsesionado por vivir, experimentar y sacarle a la vida toda la pasión que le brota en cada respiro. Historias ardientes que te llevarán a sentir todas sus experiencias.
Rodrigo Alban Hubach
Rodrigo Alban Hubach, a Colombian born in Madrid on June 18, 1972, architect and expressionist painter in mixed techniques, moving from the figurative to the abstract. Lover of the good life, a tireless fighter for his right to happiness and to manifest his passions. Currently, he lives between Spain and the United States, where he develops all kinds of activities and has embarked on this, his first exercise in letters. https://rodrigoalbanhubach.com/ Rodrigo Alban Hubach, colombiano nacido en Madrid el 18 de junio de 1972, arquitecto y pintor expresionista en técnicas mixtas, transitando desde lo figurativo hasta lo abstracto. Amante de la buena vida, un luchador sin tregua por su derecho a la felicidad y manifestar sus pasiones. Actualmente, vive entre España y los Estados Unidos, donde desarrolla todo tipo de actividades y se ha embarcado en este su primer ejercicio de letras.https://rodrigoalbanhubach.com/
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69 Cuentos de cama, para la mesa de noche del adulto gay y de los curiosos tambi - Rodrigo Alban Hubach
Introducción
Empiezo este diario con el único objetivo de narrar en forma descriptiva, emotiva, vivencial y vulgar mis mejores experiencias sexuales. Esta recopilación une en su gran mayoría historias exactas de mi vida sexual complementadas con una que otra fantasía. Defiendo el anonimato de mis personajes, muchos al descubrirse se sentirán emocionados al saber cómo me los goce, pero respeto su identidad real, es de ellos y no mía. Así que nombres reales solo el mío, los demás me sonaron muy sexy. En ocasiones, mezclo personajes con características físicas de sus comportamientos e influencia en que juntos alzan alas al viento y crean uno solo elevándolos a todos.
Soy Rodrigo, un gay, marica, joto, loca, homosexual, de la orden del pétalo —manera elegante con la cual se referían las amigas de mi abuela a «los del otro equipo» —qué horror—, pero siempre me divirtió oírlas—; en fin, soy un gay feliz de serlo, además de muy promiscuo… o, para decirlo en los términos que me gustan, muy puta.
Hijo de padres separados; de un homosexual, viudo de su pareja gay y a sus ochenta iniciando una nueva historia de amor en su vida. Es incansable e insaciable. Y de una mujer maravillosa que en su infinita bondad y, por supuesto, inteligencia aceptó a su hijo como es, sabiendo que sería reina de su casa y de su hijo. Siendo un ser lleno de pasión y amor, desgraciadamente, nunca se volvió a enamorar. Los engaños destruyen emociones profundas en los seres. Será por eso por lo que me paso de franco.
¿Por qué no funcionó el matrimonio de mis padres? Aparte de lo obvio, fueron sus asuntos. Y mientras a mi me hayan querido como lo han hecho siempre y yo a ellos, es lo que me importa. No es un tema para ser tratado aquí.
Quiero contar eventos especiales de una vida sexual muy activa; no tanto por dar polla, sino más bien por haber sido insaciable, una especie de sátiro-ninfómano-hedonista-narciso-sibarita que es así, porque lo desea, tiene necesidad de serlo, además de muy muy feliz por ello. Y defiendo como un león mi derecho a la promiscuidad, es mío y lo ejerzo.
¡Ser muy puto y aceptarlo, viéndolo tan normal como existir es genial y liberador! Me llena de orgullo saber que leyes de moral tor cidas escondidas en libros «santos» interpretados por la literatura medieval… no son ley de mi vida. Que mientras nunca le haga daño a nadie, como jamás lo he hecho, tengo más ganado mi paraíso que el que juzga, discrimina y castiga.
Porque al final, ¿para qué nos dieron la vida? Para ser felices en ese momento cumbre que solo tú puedes identificar y que solo puede llamarse amor; siempre he oído: el amor es DIOS. Ser feliz es la mayor unión a la divinidad posible, al menos, durante el tiempo que se esté vivo.
Y no confundan PUTA, me divierte llamarme así, pero soy en términos de género un hombre CIS gay muy muy abierto del culo y la cabeza, pero no puedo negar que me encanta follarme y chuparme el coño de una mujer, sin llegar a sentirme bisexual.
Pues así van las cosas organizando mis ideas para poder empezar esta aventura, muchos años dándolo y dándome al tope a mis pasiones, memoria fotográfica y sensorial tengo. Recuerdo cada mirada, cada olor, sabor a sudor, polla, huevos y lametazos profundos de culos. Cada macho besa distinto, cada roce facial es diferente, el suave imberbe, el rudo de tres días, las cosquillas del barbudo…, sin dejar de adorar la piel suave, con pelo de grosor medio del chico trans.
Soy gay desde que tengo memoria…
Ya a los cuatro años me atraía John Travolta con Fiebre del sábado noche, fue mi primer crush, me fascinaba su movimiento de caderas, su camisa entreabierta, lo sexy que fumaba. En las vacaciones era para mí una fantasía ir a piscinas viendo chicos en tangas con sus paquetes y, si eran peludos, aún mejor.
Más o menos a los diez años en un mercado local de un pueblo de España, recuerdo a los alemanes siempre tan liberados yendo en sus minibañadores, mientras yo con mi hombro rozaba a alguno en su paquete. Todavía tengo esa sensación de la licra con bulto de polla. Hoy nada especial, en ese instante de mi vida, era una experiencia casi divina, de pura felicidad.
Pero, desde que apareció la horrible palabra colegio, el mariquita se reprimió. Esas instituciones que castran la existencia de los seres, dedicadas a santos de la Edad Media y dirigidas por órdenes religiosas o laicas, en que la creatividad y la personalidad tiene que esconderse bajo un falso manto de conocimiento y leyes morales.
¡¡Sí!! Fui el blanco de todo el bullying posible, avalado con la mirada gacha de algunos profesores y directivas. ¿Sería que ante el insulto me iba a volver más macho? Pensé que mi vida no tenía sentido, porque el gran triunfo del bullying es hacerte creer que eres culpable de la burla, que el malo y la basura eres tú, no el agresor.
Y pensar que años después me encontré a dos o tres de los más agresivos en las esquinas más oscuras de clubs gays, metiendo mano y haciendo lo que seguramente deseaban conmigo en el cole, pero jamás se atrevieron por sus conflictos morales, familiares y religiosos. Bien que pudimos divertirnos y no haber vivido ese puto infierno. Este tema lo dejé enterrado en el pasado, pero nunca lo olvidaré.
Este conflicto de horror, unido a descubrirte como gay, a salir o no frente a tu familia del armario, aunque era un armario de cristal porque más claro no podía ser…, sumando aquí los antecedentes de un padre homosexual, que no fue el más receptivo de la noticia e intentaba hacerme repetir su historia presentándome a chicas hijas de sus amigos, probablemente por protegerme, y la familia de mi madre repitiendo que gracias a Dios yo no era gay porque mi mamá no lo resistiría. Y no solo lo resistió, sino que me apoyó, convirtiéndose en mi soporte y cómplice de vida; pidiéndome únicamente que no engañara a una mujer casándome por apariencias.
Las circunstancias adversas te aplastan, a veces te desesperan; pero en esos momentos de duras tribulaciones… la víctima de bullying por marica contaba con un batallón de once primas cada una más bella por dentro, además de buenísimas por fuera, cool e inteligentes, que han sido mi apoyo y defensa. Al final, el gay era envidiado por las chicas que tenía a su lado por parte de sus opresores heteros. Karma de vida, no sé.
Quien sea víctima de bullying y discriminación debe saber que hay un después, que ese periodo de mucha mierda pasará, que existen centros de ayuda, que la familia, sea la de sangre o la de la vida, te va a respaldar y que vas a ser el puto chico o chica o lo que te quieras llamar, sentir o seas más feliz cuando te encuentres a ti mismo y le grites al mundo con orgullo quién eres tú: un ser maravilloso. Yo soy un marica satisfecho de mi vida, puto y promiscuo como pocos, que amo y lucho por vivir mi propia felicidad.
Siempre me interesó la literatura erótica. Mi primer libro de este tipo fue Diario de una ninfómana, de Valérie Tasso, allá por el 2003 lo tuve entre mis manos y pensaba: «Quiero algo semejante en versión gay». Y así he ido descubriendo muchos, hasta llegar al último Los cuerpos de la habitación roja, de Iñigo Aguas; pasando por blogs como los de Zachary Zane, al que se une su libro Boy Slut; películas, publicaciones eróticas y pornográficas de todo tipo.
Pero quería mi versión descarada, desnuda, sin melindros y muy personal de mi vida íntima, desde la inocencia de mi primera masturbación hasta alcanzar los fetiches que con orgullo he transitado. Es un reto amateur, no soy un escritor como tal y jamás tendría la arrogancia de jactarme de un arte que no poseo. Lo que sí llevan estas historias es mi pasión, cariño y deseo de normalización de algo tan natural como las expresiones sexuales.
Mi paso de una sociedad influenciada por la tradición judeocristiana, en la cual nunca me sentí cómodo, hasta llegar a encontrar mi felicidad en la libertad y respeto a los valores individuales que todo ser humano tiene derecho, pero siendo responsable de mis acciones.
¿De dónde me viene este afecto al libertinaje y promiscuidad? Del mismo lugar del que todos lo tenemos: de nuestra mente, ese órgano sexual poderoso y maravilloso. Lo que sucede es que yo no lo freno, por el contrario, sin culpa lo disfruto. La culpa enferma y hace daño, es mejor vivir sin ella.
Tampoco hay que presionarse ni tomar riesgos. Se debe vivir lo que se sienta y permitirnos tomar las decisiones por lo que tengamos el deseo de descubrir. Mi tránsito por este cúmulo de experiencias se dio naturalmente, nada fue forzado ni ocurrió sin mi consentimiento. Eso es respeto y quererse a uno mismo.
Sin pretensiones ni soberbia, esta recopilación es el testimonio de un tema que volvemos tabú por los prejuicios que nos inculcan durante nuestra educación. Son las reacciones químicas y físicas de un cuerpo de un ser lleno de pasión que no la frena, simplemente, la expresa.
Mi consejo para este libro: leed una o dos, máximo tres historias por noche, las gozarán más y se comunicarán con la esencia y morbo que cargan. Este libro está inspirado en el concepto de los libros de cuentos que leíamos siendo críos para conciliar el sueño; al tercero estábamos dormidos. Este es el mismo concepto, pero para darse una paja antes de dormir. Aunque, claro, vosotros decidís.
Eso sí, esa paja va por mí y os doy un besazo con esas leches que va todo mi cariño.
1
Mi primera corrida
Mi primera eyaculación fue algo tan maravilloso y especial, el primer paso de mi vida sexual de perra hambrienta por el sexo. Además, tengo que decir con agradecimientos a la vida y mi destino que mis primeras veces siempre han sido épicas y grandiosas, gracias a Dios —porque sí, creo que existe un ser supremo, llámese como tú quieras, «Dios, Alá, Jehová, energía, universo», mucho mejor que el que nos han enseñado—. Jamás he tenido una experiencia de trauma o abuso «más del que he querido ser sometido». 😂 Y eso es algo grande.
Me senté desnudo frente al espejo, lo cual dice mucho de cuánto me amo, puse una silla confortable con una toalla encima y una botella de aceite para bebé, después descubrí los buenos lubricantes. Estaba solo en la casa y sabía que nadie iba a llegar. Me observaba, un adolescente delgado, pero en buena línea de formación de mi cuerpo. Siempre me he gustado, tengo atracción por mí y por personas que se parecen a mí.
Me paré frente al espejo, me empecé a besar… ¡¡SÍ!!, a mí, a mi figura en el espejo, mis manos ya aceitadas comenzaron a tocar mi pecho, a bajar lentamente por mis nalgas, pasar mi dedo por mi ano, meterlo un poco y chupármelo. Mi polla parada y dura aguaba líquido preseminal; mis huevos estaban pegados a mi pubis en mi escroto arrugado. Tuve la buena costumbre de afeitarme los huevos desde el colegio, lo había visto en revistas y me gustaba sentirlos frescos.
Me tiré al sillón, me veía, me encantaba, abría mis piernas sobre los brazos de la silla y observaba todos mis genitales, ese culo rosado como un punto aún virgen. Esa polla parada, mi cuerpo aceitado brillante. Me chupaba y lamía mis dedos y la palma de mi mano untada de mí.
Miraba de qué modo me movía, como una perra en celo encima de la silla mientras me tocaba mi culo y mi ano con la mano izquierda y con la derecha mi polla, me la jalaba hacia arriba y hacia abajo, suave pero permanente, mi glande ya explotaba, apenas lo podía tocar. De allí venía gran parte del placer y quería extenderlo todo lo posible, la sensación era demasiado fuerte y maravillosa.
Seguí, seguí y seguí hasta que entre gemidos se me voltearon mis ojos viendo estrellas con una respiración superagitada; cayó un chorro de leche blanca hasta mi barbilla, mi primera corrida y tanto tanto gozo que acababa de sentir. Luego un silencio de absoluta paz y tranquilidad, tiempo de recuperarme de esa agitación.
Estaba empapado y como el más experto sin serlo me nació el recoger con mi mano mi leche, llevármela a mi boca y tragármela. ¿Quién me iba a decir que con el tiempo desarrollaría esa adicción por la leche proteica de los machos?
Aunque el bullying estaba en este tiempo, me refugiaba en mis aventuras húmedas en aceite, adorando y besando el placer, delante del espejo de mi casa.
2
Mi primera vez
Era enero de 1989, tenía dieciséis años con mi nivel de testosterona en las alturas del Everest; estábamos en Madrid con mi familia durante la Navidad. Pasado el día de Reyes me encargaron ir a cambiar algunos regalos al Corte Inglés de la Puerta del Sol. Hice mis tareas y luego fui a ver alguna ropa en la planta jóvenes.
Estaba viendo unos interiores, me encantaba en esa época de postpubertad esta parte de los almacenes, sus modelos en calzoncillos eran simplemente placer a la vista y allí me pude enterar para el resto de la vida de que es un punto maravilloso de cruising, puteo. Pasó un chico muy español —muy caballero castellano—, así llamo yo a esos chicos barba azul, ojo claro, pelo corto, guapo de cara, buen cuerpo, culazo, jean apretado y pelos por doquier. Me rozó con su mano cuando él intentaba tomar la misma caja de pantaloncillos diminutos que yo acababa de agarrar con la punta de mis dedos. Me miró sonriendo y mi corazón de virgen inexperto, pero con espíritu de zorra cazadora se me iba a salir, yo hiperventilaba. Finalmente, me dice:
—Hola, ¿quieres ir al servicio?
Sin más, estaba frente a una decisión enorme en ese momento para mí, a la que naturalmente acepté. Y yo, como oveja detrás de mi lobo devorador, lo seguí ansioso, hambriento, con la polla erecta entre mis pantalones.
Los servicios estaban vacíos, comprobamos cada cubículo. Él me hacía una señal de silencio con su dedo sobre sus labios carnosos hasta que se detuvo delante de la puerta del último cuartito. Observándome a los ojos en un gesto que no sabía si era invitación u orden, me señaló ese espacio que, una vez cerrado, todo cambiaría para mí. Consciente de ello y muy deseoso, entré.
Cerró la puerta, se paró contra ella y, en un gesto absolutamente sexy y hoy lo veo tierno, se acercó a mí abrazándome y besándome. Respiraba intenso diciéndome morbosidades al oído mientras me abría mi pantalón que, una vez suelto, a la altura de la mitad del muslo, lo bajó de un solo empuje con su bota. ¡Qué macho ibérico el que me había conseguido! Él ya me mostraba su polla erecta, la primera que tenía en mis manos, me encantó. Me empujó contra el muro helado de baldosín que quemaba mis nalgas, se agachó y me la chupó. Un muy buen mamador, eso sentía, aunque no tenía nada con qué compararlo más que el placer sin límites que experimentaba.
Llegó mi turno. Me puso de rodillas empujando mis hombros con sus manos al tiempo que él se paraba y empezó a metérmela en mi boca:
—Chúpamela, tío —me pidió.
Pronto la tenía en lo más profundo que nada había estado en mi garganta, pero la gratificación era ese olor maravilloso a sudor de pelo púbico que me llegaba cada vez que la tenía más hondo. Era una situación superexcitante.
En ese instante, alguien entró al servicio; él me tomó delicadamente con sus manos abrazándome, ese abrazo de ternura que decía: se acabó esta fantasía. Sin hacer ruido, con señales, me indicó que él salía primero. Yo esperé un tiempo prudente para que el destructor de este momento, mi primer momento, se fuera y salí sin encontrar, por supuesto, rastro del chico.
Me fui a casa con sentimientos encontrados, uno de alegría por lo que me había sucedido, al fin había tenido algo real con alguien, más que las pajas fantásticas que me hacía, pero a la vez sentía trauma del coitus interruptus. Necesitaba a ese chico, del que no sabía su nombre, nada me quedaba más que su olor a sudor púbico y el sabor ácido de su glande cubierto con su prepucio en mi mente. Sin falta, necesitaba esa sensación de nuevo.
En la inocencia que un adolescente en altos niveles de testosterona puede tener a los dieciséis años, estaba yo al día siguiente en la misma planta del Corte Inglés buscando un polvo con el mismo chico en la sección de ropa interior. Mis expectativas muy altas, sin embargo, más altas tu expectativa, mayor tu desilusión. El chico obviamente no estaba. Pero el destino te cierra ventanas para descubrir las puertas enormes, en este caso, de placer que puedes descubrir. La putería siempre confabula para tu bien Mi maravillosa primera vez.
Tristón y algo enfadado, fui a tomar el metro para volver a casa. Saliendo directamente en la Puerta del Sol, kilómetro cero de Madrid y kilómetro cero de mi vida sexual, donde había instalados paneles de protección de construcción, recostado lo vi al primer vistazo. Era como el George Michael en tiempo de glam de esa época ochentera. Pelo rubio miel casi al cuello, barba de tres días, piel muy canela, vestido con unos jeans apretados y desgastados, botas de motociclista, camiseta blanca y chaleco y americana de cuero con cremalleras.
Me miró, lo vi y empezó en mí de nuevo ese respirar rápido, corazón agitado; esa hambre de hombre que me hizo en segundos estar a su lado y entender ese match de sonrisa, botando él su cigarrillo en señal de macho alfa que cazó a su presa. Hablamos cruzando palabras y en minutos me invitó a su hotel, que estaba cerca. Allí cambió mi vida: de ser una perra con ganas a ser una yegua montada por su semental.
Estaba tan nervioso que, al abrirse la puerta del ascensor, que en Madrid por esas épocas siempre estaban desnivelados, me di un tropezón. Este macho con sus brazos enormes me agarró y salvó de que mi primera vez no terminara en un accidente de contusión, sino en el polvazo que realmente fue. Él, entendiendo mi nerviosismo, comentó:
—Tranquilo, nene, solo va a pasar lo que tú quieras, nada más.
Yo quería todo, todo de él. Entramos a su habitación y nos quitamos las chaquetas, él me dominaba con su mirada, con sus caricias; se desprendió de su camiseta dejando ver todo su torso perfecto y peludo y me sonreía el muy cabrón. Me tenía, yo era suyo y lo sabía.
—Vamos despacio —murmuró.
Me besó en el oído, me quitó la camisa, siguió sus besos que me raspaban con su barba que me pasaba por todo mi pecho. Se tiró en su cama con la bragueta abierta en que se veía su polla sin interiores; solo se descubría esa continuación peluda de su pecho perfecto hacia un interior aún por descubrir, se sirvió un whisky y se encendió un cigarrillo, ¡qué imagen! Me indicó que me desnudara. En la contraluz humeante lo hice y eso le puso muy caliente.
Esperaba yo allí, desnudo, temblando de ganas en ese claro oscuro ambiente nublado por el humo del tabaco, mientras este macho se quitó su pantalón y me manifestó sin palabras que quería ser mamado, solo con esa mirada y una señal sobre su polla enorme con su dedo. Me acerqué mirándolo con cara de inocente, de sorpresa, de miedo y de deseo.
Esas cosas que para un chico virgen y primerizo son tan excitantes, cuando su daddy maneja bien su papel en la escena, y este era un campeón. Tenía al mejor macho dominante dándome en mi boca el sabor y olor más agradable, cachondo y excitante que jamás en mi vida había sentido. Lo mamé como si no hubiera fin, como si fuera mi última comida. Y pensar que solo era la primera de miles. Él estaba muy empalmado y yo goteaba constante líquido preseminal.
Me agarró con sus brazos desde las axilas. Luego de tomar un trago de whisky y mezclado con su sabor a tabaco, me besó, así, líquido y sabor pasaron a mi boca; el whisky tiene una característica que adormece la lengua. Todas eran sensaciones nuevas para mí y llenas de placer.
Me dijo que me iba a follar. Él, amoroso, pero muy directo y convencido, me aseguró que me lo haría tan suave y placentero que disfrutaría mi primera vez para recordarla siempre. Así en detalle como lo tengo en mi cabeza.
Tras ponerse un condón, me comió mi culo con su lengua, me tenía tan abierto como él quería, se puso algo de lubricante, que no sé de dónde apareció, y sin más me fue metiendo lento, hasta el fondo, su enorme polla erecta, sin dolor, solo hambre de tener todo de él. Estaba en mí, lo sentía totalmente conectado y yo solo quería sentir más y más.
Entré en un trance de éxtasis erótico cuando me empezó a cabalgar tan fuerte como su experiencia le decía que iba a resistir. Todo lo que él quisiera yo lo quería recibir y así lo hizo y así lo tuve.
Me fascinó, era absolutamente suyo, entregado en cuerpo y con una comunicación perfecta. Los que montamos a caballo sabemos lo que es el término binomio, esa paridad perfecta entre jinete y caballo, ese uno solo, de esa manera me sentí. Éramos como un gran premio el uno para el otro sin haber acabado.
Me la sacó y me explicó que le encantaba que le comieran el culo. Me tiró en la cama y sentó su enorme trasero en mi cara, fue supernatural. El olor perfecto a culo sudado me llevó a querer lamer su ano perfecto, a hundir mi lengua lo más profundo que pude, sabía que le gustaba como lo estaba haciendo, talentos innatos que desconocía hasta entonces.
Una serie de gemidos y cierres de ano contra mi lengua me indicaron que venía toda su corrida sobre mi pecho. Yo empecé a jalármela para alcanzarlo, nada difícil para las circunstancias en las que estábamos. La excitación de tener su culo en mi cara y ese olor divino a macho sudado que lamía y olía a cada segundo. Nos corrimos en chorros. Hoy, años después, pienso en cómo me lo habría tragado si hubiera sucedido en esta época.
Qué sudor, qué empape de semen, qué sentirme tan sexual… Y como era un tío genial tuvo la delicadeza de abrazarme, de hacerme sentir pleno, de saber que su cariño significaría y marcaría el recuerdo de gratitud enorme que por el todavía tengo. Este fue el comienzo de una vida sexual plena, me siento feliz y bendecido de que así sucediera.
El chico salía al día siguiente a Puerto Rico y yo a Alicante a continuar mis vacaciones. Allí todo terminó, siempre le recordaré como quien hizo posible el increíble momento que fue mi primera vez. Ese boricua maravilloso vivirá eternamente en mi recuerdo.
3
Me follaron en un bus
En mi último año de colegio, mi madre me regaló un coche, pero en las conservadoras normas de mi plantel no veían bien que los estudiantes tuvieran sus propios vehículos y que no usaran los buses del cole; para evitarlo, prohibían parquear dentro del recinto, así que me tocaba caminar como tres bloques para llegar al estacionamiento público donde aparcaba.
Durante el último año de bachillerato siempre te quedas tarde y más aún un viernes, estaba de ese cansado en que quieres hacer algo que te cambie, iba muy sudado de cuerpo, mis bolas y polla muy húmedas sin calzoncillos en mi chándal, me encanta sentir ese golpeteo entre ellas, ese dolorcito me pone mucho.
Ya iba al principio del segundo bloque hacia mi parking cuando vi a la distancia una figura que me atrajo en el juego de luz y sombra del atardecer. A medida que iba acercándome, se desvelaba una enorme nariz aguileña, un pelo lacio negro descuidado y graso, una piel muy curtida por el sol en un chico que no pasaría los veintiocho años; su cuerpo era fuerte, no más alto que yo, tenía jeans ajustados que reve laban paquete y culo muy prometedores. Al aproximarme, comprobé que tenía un chaleco fluorescente y un casco que sostenía entre su brazo y torso. Por Dios, era un obrero de construcción, no sé si por su uniforme, pero me puso supercaliente verlo.
Chocamos miradas, me alzó una ceja de un lado y me picó el ojo con el otro. Me sonrió, invitándome a seguirlo. Se subió a un bus público y yo fui tan lanzado que, en vez de irme a mi coche, me monté en el transporte detrás de él.
Él pago su bus, siguió al final, en las primeras filas había pasajeros; yo aboné muy tranquilo mi pasaje y me dirigí hacia mi obrero.
Era muy atrevido lo que estaba haciendo, era tan arriesgado como el baño del Corte Inglés; no obstante, todos sabemos que, cuando allá abajo pica, nadie te controla. Seguí hacia atrás a su lado sin desprenderme de sus ojos y su sonrisa pícara que no bajó en ningún instante.
Me senté a su lado sorprendiéndome con su pollaza erecta y su par de huevos afuera que se deberían estar pinchando contra la cremallera mientras se la jalaba. Nos tapaban el par de sillas con espaldar alto, pero en el medio veía la cara del chofer observando por el retrovisor, lo que no me importó en lo más mínimo.
Nos escurrimos quedando tapados, me saqué la mía y empezamos a jalárnosla y a besarnos, olía a trabajo, a sudor y a ese polvillo tan particular que tienen las obras. Me excitaba mucho esa nariz enorme y aguileña, lo rudo que era en ese pequeño espacio que era nuestra pequeña isla de placer. Cada parada era pánico, mirar y chequear que nadie pasara, la puerta de salida estaba en el centro del bus, así que teníamos el espacio suficiente.
—Huevón, te voy a meter la verga por el culo —me comentó en su lenguaje básico y supercachondo para mí.
Yo no sabía cómo, no sentía que había suficiente espacio, miré sorprendido y agregó:
—Déjese, papito, que yo le enseño.
Yo simplemente me hice flojo y cooperante, me volteó de medio lado. Le pasé un condón y él también se puso en perfecta posición para que quedáramos como dos «Z Z» en elongación. Este genio de la construcción supo cómo metérmela, no era fácil, aunque no duró casi, ese frenesí de silencio y gozo en que se corrió por sus movimientos y jadeo fue increíble. Se quitó el condón lleno en la punta y lo tiró al piso como su prueba de macho alfa que por aquí pasó.
Quedó jadeando, se metió su polla aún pegajosa de leche y cerró la bragueta. Allí me di cuenta de que puedes ser usado como cono receptor, sin más placer que el que te da tu culo y que también es muy caliente solo darlo.
Nos bajamos, dejando tirado en el piso la prueba de nuestra atrevida hazaña. Increíblemente, este obrero rudo y seguro entró en una especie de pánico:
—Nunca le digas a nadie, no me volverás a ver.
Resulta que estaba casado con una mujer y tenía hijos, me aseguró que eso nunca debió haber pasado, que se dejó llevar por mí.
Yo creo que era un experto en follar en el último asiento de un bus. Ese saber no se aprende en una follada. Bueno, me sentí adorablemente usado, pero a la vez como un pecado muy difícil de evitar, esto me encantó.
Tomé un taxi para volver a mi ahora muy lejano parqueadero donde tenía mi coche; me fui a casa muy feliz y, por supuesto, muy cachondo por todo lo que había pasado a darme una increíble paja, sintiendo por todo mi cuerpo y ropa los rastros del increíble olor de mi obrero hetero que me usó follándome en el último asiento de un bus.
4
MI profesor de Fotografía
Terminado mi cole y saliendo del infierno aquel, mi vida tomó otra dirección en que la felicidad, la expresividad y la producción de muchos talentos salieron a flote. Como carrera, escogí Arquitectura, ahí descubrí la magia del espacio bidimensional y tridimensional y sus respuestas a fenómenos naturales y de la misma física que los reúne. Estaba en mi salsa, me sentía pleno con cada proyecto, cada materia. Y entre ellas estaba Fotografía.
Iba un día por las instalaciones de mi universidad y había un servicio donde siempre veía cruces de mirada, grupetes que entraban, cosas que sucedían. Apenas estaba en el primer semestre y solo investigaba las zonas calientes de la facultad.
Solía ver a un guapo con look de artista vestido de negro, contrastaba su pelo caramelo oscuro, su cara y su actitud de dandy italiano de los que uno cree que todos son gays y resulta que no…
Un día estaba en una banca cerca a aquel servicio, leyendo la arquitectura de la ciudad de Aldo Rossi. Me parecía muy pesado y difícil de comprender, creo que mi cara lo decía todo. De pronto, vi venir con un café en su mano a este chico que tanto me gustaba. Yo levanté mi vista entre el libro, me quedé como paralizado, solo lo veía aproximarse.
Me sonrió antes de soltarme:
—Teoría de la arquitectura que debes digerir muy bien.
Yo, idiota, abrí la boca y solo pregunté:
—¿Eres arquitecto?
Se sonrió de nuevo ya en carcajada, debió de ser mi cara de tontarrón absorto por su belleza que pondría. Tuvo un gesto de amabilidad que me encantó:
—¿Puedo?
—Solo si me cuentas el resumen del libro. —Y le piqué el ojo.
Se sentó y me explicó que él había estudiado Arquitectura seis semestres, luego se cambió a Fotografía y a eso se dedicaba.
Así empezó nuestra charla, que siendo viernes la pasamos a un bar cerca de la universidad tomando unas cervezas; por el estómago vacío, se me subieron a la cabeza y me pusieron supercachondo. Ya las risas de ambos se detenían de vez en cuando con roces de mano que nos llevaban a mirarnos fijamente a los ojos.
El tiempo pasaba y él miró el reloj, me dijo que ya era hora. Hizo una pausa. Mi cara de desilusión debió ser tal que se carcajeó y completó:
—…De llevarte a conocer mi estudio de fotografía.
Me senté con sonrisita de niño bueno y algo tristón porque se había burlado de mí, él sabía que yo quería algo más que charlar. Me jaló del brazo, me abrazó sobre el hombro y nos fuimos por la calle, no era lejos de la universidad su estudio.
Su paso por Arquitectura, haber estudiado muy bien a Rossi y a todos los maestros, además de su gusto maravilloso, estaba claro en la distribución de su loft. Un muro de hierro rodeado de escaleras que envolvía todos los espacios en cuatro pisos. Entramos y no más cerrar la puerta y tirar las llaves en una mesa me tomó y comenzó a besarme. El tío sabía cómo manipularme. Paró para mostrarme su estudio. Ese detenerse en seco me encantaba, por supuesto, era su comando el que imperaba. Debía esperar a que yo tomara el mío…, que pasaría muy pronto.
Me enseñó su estudio con fotos colgando de una obra que no daré cuenta, porque ya he dado muchos detalles y lo delataría, simplemente, era impecable. En ese cuarto oscuro que se convertiría en el primero donde tendría sexo me rasgó mi camiseta y me subió sobre su mesa de trabajo helada que, como todo en él, era perfecta; un bloque de granito verde. Me besaba con fuerza, con deseo de tenerme. Yo le subí su jersey negro y quedó desnudo su torso marcado sin un pelo, solo la sensación de lija de los pelitos afeitados que le hacían ver lleno de subes y bajas por la perfecta definición de sus pectorales, hombros, brazos y abdomen.
Me tomó de su mano y me llevó a su habitación en el cuarto nivel, no sin antes pasar por una maravilla del diseño que aspiraba a ver luego de saciar mi hambre de él. Su cama era de madera natural, baja y enorme. Llegando, se quitó los pantalones y yo los míos en un frenesí de besos y chupadas a nuestros torsos.
Se tiró sobre la cama con su polla larga normal, pero impresionantemente gruesa, jamás había visto algo así. Solo pensaba: «Me la meto o me la meto». Amo los retos sexuales. Empecé a mamarle la punta, mas no entraba, aunque lo intentaba. De pronto, él se agarró los huevos y, de uno en uno, me los metió en la boca, ambos no entraban a la vez. Yo ya andaba en pelotas con mi polla chorreando gotas de lo caliente que estaba, el tío me encantaba.
Se fue volteando y mojándose su ano con saliva y los dedos, entendí que quería ser follado. Con poca experiencia, pero con toda la gana de nombrarlo como «mi primer pasivo que valió la pena», se la fui metiendo lento, le entraba muy bien, no de esos culos superapretados ni los sueltos que no se siente, presión perfecta. Abrió su par de nalgas con las manos y me decía:
—Dame, rómpeme el culo. —Era cada palabra como una batería de energía nueva en mi polla y comencé a cabalgar a este fotógrafo guapo con look de italiano en su loft impecable.
Tenerlo en cuatro me fascinaba y darle nalgadas tan duro como podía dejándoselas rojas a este guarrete era sublime. Sin previo aviso, se tiró de medio lado abriendo su culo y lo seguí cabalgando. Se me ocurrió escupirle y empezó a hablar:
—Trattami come un porco…
Woof, no estaba lejos en todas mis ideas, trátame como un puerco en italiano. Este guapo sabía que esto me ponía. Yo solo le escupí en la cara mientras seguía follándolo.
—Voglio più. —Quiero más. Por favor, los idiomas son elementos superexcitantes a la hora de follar…
Le metía los dedos a la boca como agarrando su quijada de forma que esta perra italiana se sintiera absolutamente dominada por mí. En ese momento, le insulté:
—Perra, puta, me lo vas a dar todo. —Y lo seguía torturando con la mano y mi polla dándole placer. Dio un grito al venirse que me subió mucho y me hizo acabar en su culo.
Nos tiramos uno al lado del otro sobre sus sábanas grises empapadas, nos abrazamos y besamos. Me dijo que le había fascinado. Y resulta que al igual que yo, ya me había visto por la universidad y que la ocasión era perfecta hoy para conocernos. Le encantaba que no solo folláramos, sino que había algún tema detrás de nosotros. Le conté un poco de mí y llegamos al claro punto de que él era mi profesor de Fotografía y que a la primera clase yo no había llegado. ¡Qué bueno!, si no, jamás me habría pasado esto.
Decidimos que no me retirara del curso y que podíamos seguirnos viendo, pero que me exigiría el doble o más que a los demás. Creía que era por molestar y sí que me apretó; pero a él le debo, gracias a ese enfoque y exigencia que tuvo sobre mí, una visión estética que me ha ayudado mucho en mi vida.
Y sí, una o dos citas luego le pedí que me follara con su gruesísima polla. Gruesa es lo mejor, esa que crees que no te entra, pero, una vez te relajas, la empiezas a cabalgar y no quieres más que tenerla adentro, es como una parte de ti que debe estar para sentirte completo. Le seguí su juego de guarrerías verbales, era una pasada, me hablaba en italiano yo en francés, teníamos un ritual curioso, una folladera con mucha cultura e idiomas.
Nuestra actitud en las clases nunca despertó sospecha a nadie. Como me encanta caer en lo prohibido, en mi universidad follarte a un profe era terrible y muy muy prohibido; pero hicimos una excepción entre mi profe de Fotografía y yo 😂, hasta nos permitimos una que otra sesión en el laboratorio de fotografía; cerrábamos y decíamos que íbamos a revelar. Yo a todos les decía que estaba demasiado cogido con el tema de las fotos. Y nos revelábamos, era la fotografía de nuestras más profundas pasiones.
Finalmente, él tenía su chico, con quien llevaba una relación larga, quien llegó a la ciudad luego de una temporada de ausencia. Yo no notaba ese sentimiento fuerte que llaman amor por mi profe, sin embargo, más tarde llegaría. Pero fue un maestro en muchos ámbitos, por tanto, siempre lo recordaré con mucha admiración. Y por su polla gruesísima que aún hoy, cuando la recuerdo, me estrecha el ano.
5
Mirada, voz, seguridad
Hay características en ciertos seres humanos que los hacen especialmente atractivos, les da una visibilidad por encima de todos con una luz única que solo ellos pueden proyectar.
No solo es de hombres, mujeres o cualquiera de las muchas variantes que hoy empezamos a entender. En este caso, me referiré al primer hombre con quien me ilusioné. No soy del tipo de persona que prefiere estar con alguien por no estar solo. Me tiene que encantar en lo físico, intelectual y energético, si no, prefiero quedarme muy feliz gozando lo que es mi vida de caza. Me llena más que estar en compañía sintiéndome solo.
Él en todo era espectacular, de sus poros salía seguridad en fuentes inagotables, que era acompañada por una mirada amable, alegre, con unos ojos verdes felinos llenos de expresión, casi cerrándolos por su permanente sonrisa. A este mar de cualidades hay que sumarle la increíble voz humeante, profunda, que hacía correrte cuando pronunciaba tu nombre.
Lo conocí caminando por la calle, atraídos por nuestras miradas, él abrió su boca y salieron esas notas musicales que eran cosquillas para mi deseo de tener a este hombre, alto, muy alto, al menos, para mí. Su inteligencia extraordinaria se sentía en cada charla. Con gusto impecable, era decorador. Simplemente, un diez en todo. Eso sí, un genio de mierda —no conmigo, con sus trabajadores—, pero lo hacía ver tan sexy.
Además, él me enseñó que se puede ser perra y está bien. Y no hay nada de qué avergonzarnos, me hizo ver lo importante que es expresar nuestras pasiones para ser felices en nuestro diario vivir. Pasiones que unían lo intelectual, lo estético, las creencias y, por supuesto, lo sexual.
Él me habló de los fetiches, me contó de los bares leather de Nueva York y Londres, me hizo entender que el camino apenas comenzaba y que seguramente mis límites siempre se verían vencidos en la sed de querer explorar más, como efectivamente a lo largo de mi vida ha sucedido. Con él entendí que el sexo es mucho más que dos orificios y un falo, que está la mente infinita conectada a la pasión y la sexualidad.
El día que lo conocí me llevó a su ático. Desde la puerta nos desnudamos tirando la ropa al aire. No de un cuerpo marcado de gimnasio, un cuerpo de hombre grande, formado y fuerte. Nos devoramos a besos, él me acorraló entre su cuerpo ya sudado por el ajetreo y la escalera de caracol donde luego de vestir un condón que estaba en su jean, me empezó a besar y follar mientras me tallaban los peldaños de la escalera en mi espalda, sin importarme. Me volteó y en cuatro, gateando en la escalera, siguió dándome por el culo. Qué placer. Y aquí no acabó.
Subiendo a su habitación, nos echamos a la cama y sacó una botellita ámbar, no tenía idea de qué era, allí probé los poppers por primera vez. Woooff, qué aumento de la sexualidad y sus sensaciones. El mamarlo no tenía fin, lo inhalábamos juntos y así descubrí que el poppers crea una comunicación extra entre las dos personas que los están consumiendo, es como si cada uno respondiera a los deseos del otro, pero sintiendo un gozo propio y dando un placer que unifica. Bueno, así lo siento yo.
Con esos poppers nos dábamos unos besos con lambidos de lengua que nos hacían sentir como perras en celo, todo lo queríamos del otro, sus jugos, sus olores. Acabamos agotados uno junto al otro oyendo nuestros corazones agitados hasta que calmaban el ritmo. Nos corríamos y nos untábamos en semen como luchadores en barro. Luego duchas juntos sentados y abrazados bajo los chorros de agua caliente.
Allí conocí que el sexo, con algún tipo de sentimiento de ilusión, es la mejor versión, no está pautado, no es un cliché, no tiene programa ni agenda, es tan libre que todo está bien.
Fue corto, un affair intenso. Él tenía pareja, una persona maravillosa, inteligente y con el mismo conocimiento del mundo…, que lo entendía y aceptaba. En su concepción de pareja, tenían permitido este tipo de libertades, pues ambos eran personas seguras del amor que se tenían y no querían llevar una relación castrante por los celos. Amar no significa cortar alas ni mucho menos prohibir; si esto sucede, no es amor, sino encarcelamiento.
Así de moderno y progresista para la vida quedé al terminar nuestra aventura amorosa, con aceptación de las circunstancias y mi deseo por explorar todo lo que me contaba que en el mundo existía y estaba allí listo esperándome para que yo lo explorara. Puedo decir me dejó preparado para ser el promiscuo maravilloso que siempre he sido, pero con conocimiento.
Aunque ya no nos veíamos tan permanentemente y desde ningún punto en lo sexual, siempre fue mi adoración como amigo, estuve presente en su última etapa cuando cayó víctima del maldito sida. Jamás olvidaré ese último abrazo del hombre enorme convertido en restos, de la voz del gigante que se apagó junto a su mirada viva ya solo buscando el descanso. Soy bastante sensitivo con ciertos hechos y el día de su muerte