El Feudalismo y La Universidad
El Feudalismo y La Universidad
El Feudalismo y La Universidad
Derecho.
ASIGNATURA:
Historia Universal.
ESTUDIANTE:
DOCENTE:
CICLO:
II
Chiclayo, 2008.
1
EL FEUDALISMO Y LA UNIVERSIDAD
AGRADECIMIENTO
INTRODUCCION
CONTENIDO
CAPITULO I: El feudalismo
1.1.Orígenes y desarrollo
1.1.1. La caída del Imperio romano
1.1.2. Las instituciones carolingias
1.2.Antecedentes
1.2.1. Entorno, tareas y división de la nueva sociedad
1.2.2. Un nuevo poder
1.3.La crisis del feudalismo
1.3.1. Causas
1.3.2. Explicación de la confluencia de estos factores
1.3.3. Consecuencias de la crisis
1.4.El vasallaje y el feudo
1.4.1. El homenaje y la investidura
1.4.2. La encomienda. La organización del feudo
1.5.Causas del feudalismo
1.6.Consecuencias del feudalismo
1.7.Características del feudalismo
CONCLUSIONES
BIBLIOGRAFÍA
ANEXOS
2
AGRADECIMIENTO
INTRODUCCION
3
El presente trabajo tiene como objetivo dar a conocer un poco, a lo que se
refiere el feudalismo y las universidades, así mismo sus características,
consecuencias, causas y formación.
4
CAPITULO I
EL FEUDALISMO
Los pueblos germánicos venían acosando las fronteras del Imperio romano desde el
siglo I. Eran pueblos nómadas o seminómadas con una sociedad estratificada: nobles,
libres, libertos y esclavos. Muchos germanos se establecieron como colonos en el
territorio del Imperio.
7
Toda la organización social se fundamentaba en el juramento de fidelidad que se daba
al inmediatamente superior: el vasallaje. Esto determinó que la célula básica de la
economía feudal fuera el gran dominio, donde se producía todo lo necesario, y donde
se consumían todos los productos.
• Fruto de un proceso que abarca el periodo del III d.C al X-XI d.C. Dockés.
• Estas teorías han sido probadas con un riguroso estudio documental. (1)
8
A partir del siglo X no queda resto de imperio alguno sobre Europa. La realeza, sin
desaparecer, ha perdido todo el poder real y efectivo, y sólo conserva una autoridad
sobrenatural remarcada por las leyendas que le atribuyen carácter religioso o de
intermediación entre lo divino y lo humano. Así, el rey no gobierna, sino que su
autoridad viene, a los ojos del pueblo, de Dios, y es materializado e implementado a
través de los pactos de vasallaje con los grandes señores, aunque en realidad son
éstos quienes eligen y deponen dinastías y personas. En el plano micro, los pequeños
nobles mantienen tribunales feudales que en la práctica compartimentalizan el poder
estatal en pequeñas células.
En los países donde la dominación romana duró más tiempo (Italia, Hispania,
Provenza), las ciudades se conservan, si bien con menor importancia numérica, pero a
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salvo de señoríos. En los países, más al norte, donde los romanos se asentaron
menos tiempo o con menor intensidad, la reducción de la población en las ciudades
llegó a hacer desaparecer los pocos núcleos importantes que había y el feudalismo se
implanta con más fuerza.
La sociedad se encuentra entonces con tres órdenes que, según la propia Iglesia, son
mandatos de Dios y, por tanto, fronteras sociales que nadie puede cruzar. La primera
clase u orden es la de los que sirven a Dios, cuya función es la salvación de todas las
almas y que no pueden encomendar su tiempo a otra tarea. La segunda clase es la de
los combatientes, aquellos cuya única misión es proteger a la comunidad y conservar
la paz. La tercera clase es la de los que laboran, que con su esfuerzo y trabajo deben
mantener a las otras dos clases.
Esta crisis afectó las relaciones entre los señores feudales y los siervos. La población
campesina de los señoríos disminuyó y para los señores fue cada vez más difícil
obtener los tributos de sus siervos o retenerlos en sus tierras. La necesidad de
solucionar estos problemas originó muchos de los cambios que se produjeron en la
sociedad europea en los siglos XV y XVI.
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La búsqueda de lo nuevo y la reafirmación de lo viejo eran dos fuerzas que actuaban
en sentido contrario: la expansión del comercio y del poder económico de los
burgueses, junto con las revueltas de los campesinos disconformes con su nivel de
vida, eran dos fuerzas sociales que acentuaban la crisis del feudalismo. La aristocracia
de los señores, principales beneficiarios del orden feudal, reaccionó para conservar
sus privilegios. De este conflicto entre dos fuerzas opuestas fue surgiendo el mundo
moderno.
Los cambios que se produjeron a partir del siglo XV no siguieron una dirección única.
Modificar una sociedad tan rígida como la feudal no resultó fácil. Muchos europeos
actuaron en favor de ese cambio, pero otros tenían fuertes intereses para que el
antiguo orden se mantuviera. (2)
1.3.1. Causas:
• Descenso demográfico.
• Retroceso de la producción agraria.
• Conflictos sociales y guerras.
• Pestes.
(2) BIANCHI, Susana. Historia social del mundo occidental. Del feudalismo a la
sociedad contemporánea, 1era edición, universidad nacional de Quilmes
editorial, 2005.
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1.4. El vasallaje y el feudo
Dos instituciones eran claves para el feudalismo: por un lado el vasallaje como
relación jurídico-política entre señor y vasallo, un contrato sinalagmático (es decir,
entre iguales, con requisitos por ambas partes) entre señores y vasallos (ambos
hombres libres, ambos guerreros, ambos nobles), consistente en el intercambio de
apoyos y fidelidades mutuas (dotación de cargos, honores y tierras -el feudo- por el
señor al vasallo y compromiso de auxilio o apoyo militar y consejo o apoyo político),
que si no se cumplía o se rompía por cualquiera de las dos partes daba lugar a la
felonía, y cuya jerarquía se complicaba de forma piramidal (el vasallo era a su vez
señor de vasallos); y por otro lado el feudo como unidad económica y de relaciones
sociales de producción, entre el señor del feudo y sus siervos, no un contrato
igualitario, sino una imposición violenta justificada ideológicamente como un quid pro
quo de protección a cambio de trabajo y sumisión.
La figura del Homenaje adquiere mayor relevancia entre los siglos XI al XIII,
destinándose la parte más noble del castillo para ello, la torre, y en el ceremonial
participaban dos hombres: el vasallo que, arrodillado, destocado y desarmado frente al
señor con las manos unidas en prueba de humildad y sometimiento, espera que éste
le recoja y lo alce, dándose ambos un reconocimiento mutuo de apoyo y un juramento
de fidelidad. El señor le entregará el feudo en pago por sus servicios futuros, que
generalmente consistía en bienes inmuebles: Grandes extensiones de terreno, casi
siempre de labranza. El juramento y el vasallaje será de por vida.
Junto con el feudo, el vasallo recibe los siervos que hay en él, no como propiedad
esclavista, pero tampoco en régimen de libertad; puesto que su condición servil les
impide abandonarlo y les obliga a trabajar. Las obligaciones del señor del feudo
incluyen el mantenimiento del orden, o sea, la jurisdicción civil y criminal, lo que daba
aún mayores oportunidades para obtener el excedente productivo que los campesinos
pudieran obtener después de las obligaciones de trabajo -corveas o sernas en la
reserva señorial- o del pago de renta -en especie o en dinero, de circulación muy
escasa en la Alta Edad Media, pero más generalizada en los últimos siglos
medievales, según fue dinamizándose la economía-.
Como monopolio señorial solían quedar la explotación de los bosques y la caza, los
caminos y puentes, los molinos, las tabernas y tiendas. Todo ello eran más
oportunidades de obtener más renta feudal, incluidos derechos tradicionales, como el
ius prime noctis o derecho de pernada, que se convirtió en un impuesto por
matrimonios, buena muestra de que es en el excedente de donde se extrae la renta
feudal de forma extraeconómica (en este caso en la demostración de que una
comunidad campesina crece y prospera).
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• Causa política: Los últimos descendientes de Carlomagno no fueron capaces
de poner atajo a los desmanes de los normandos. Por esto la defensa de cada
región fue tomada a su cargo por algún hombre valeroso, por un conde o por
un personaje de importancia, el cual construía un castillo o atrincheramiento.
Como los obispados y abadías poseían tierras, los obispos y los abades fueron
señores feudales de esas tierras, con los mismos deberes y derechos de los
señores no eclesiásticos.
1.6. Consecuencias
• En el orden político: el señor feudal se comportaba en sus dominios como un
pequeño soberano local. Residía en su castillo, centro de una minúscula corte
formada por sus vasallos, quienes lo asistían en sus resoluciones más
importantes. De acuerdo con el sistema, la autoridad real no se extendía a todo
el reino, porque no existía administración común ni impuestos generales, ni
justicia ejercida por funcionarios reales. Los monarcas carecían de ejército
permanente; sus vasallos solo le debían el servicio de hueste durante un
número determinado de días en el año (treinta o cuarenta). El rey era,
solamente, el primero entre sus iguales. El poder se deslizó, poco a poco,
desde sus manos hasta las de la nobleza. En cada feudo, pues, la autoridad
local sustituyó a la autoridad del rey y la organización feudal de la sociedad
debilitó su poder. Los reyes perdieron el dominio directo sobre sus reinos y la
unidad territorial se atomizó en una serie de pequeñas soberanías locales.
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• En el orden social: el vasallaje se convirtió en obligatorio después del siglo X,
y el poder de los señores feudales adquirió características incuestionables. La
aristocracia encabezaba la sociedad, sobre la base de la riqueza que
proporcionaba la posesión de tierras. Dependiente de aquélla estaba el
campesinado, formado por hombres libres pero subordinados a los nobles y los
siervos de la gleba, hombres sin libertad, que podían ser vendidos o
comprados junto con la tierra. La penosa situación de estos sectores,
sometidos a los atropellos y desmanes de los señores, sumada a la
permanente miseria, fue sacudida de vez en cuando por levantamientos y
revueltas del campesinado, reprimidas ferozmente. Aunque la Iglesia intentó
moderar los abusos de la nobleza, también se vio envuelta en el proceso.
Poseedora de enormes extensiones de tierra, consideró muchas veces a sus
pastores, los obispos, como señores laicos que acumularon riquezas y cargos.
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Características Culturales del Período Feudal
Sólo reciben educación los miembros del clero, los cuales tienen acceso tanto a lo
religioso como a los demás conocimientos culturales. Los miembros de la nobleza
reciben exclusivamente educación militar con el fin de participar en torneos y en
actividades guerreras. Por lo general la población es analfabeta.
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CAPITULO II
LA SOCIEDAD FEUDAL
• La nobleza
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tras la desaparición del Imperio germánico ejerció el poder de manera absoluta, en la
plena Edad Media.
Desde el siglo XIII, tras el fin de las cruzadas y la Reconquista, los reyes tienden a
recuperar su poder, la nobleza se transforma en aristocracia de sangre y las
desigualdades internas aumentan. Aparecen las diferencias entre señorío territorial y
jurisdiccional: que no tienen poder sobre los súbditos de las tierras y pueden volver a
la corona, una vez muerto el señor. Aparece una alta y una baja nobleza, en función de
sus ingresos y de su proximidad al rey. Con la tendencia al realengo el poder del rey
se hace autoritario, a finales de la Edad Media. La nobleza tendrá sus propias leyes y
jueces.
Con el tiempo, la nobleza tiende a emparentarse con la alta burguesía, tan rica o más
que ella.
• El clero
El clero también tenía su propia legislación, por la que regirse, y estaba exento de
pagar impuestos, además de ser perceptor del diezmo. Sin embargo, la Iglesia, como
institución, pagaba tributos al rey. No obstante, el nivel de rentas no era el mismo para
todo el clero. Las órdenes monacales eran muy ricas, así como los obispados, como el
de Toledo, mientras que los curas de parroquias campesinas eran muy pobres. Existe
una red de parroquias que sostienen tanto la Iglesia como el Estado. Las órdenes
monásticas eran rurales; las órdenes urbanas no aparecerán hasta la Edad Moderna.
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• El estado llano
El estado llano es el más complejo y variado. Está formado por el común de los
vecinos de que se compone un pueblo, a excepción de los nobles, los eclesiásticos y
los militares. En un principio es fundamentalmente campesino y pobre. Existen
hombres libres y esclavos, o siervos de la gleba, vinculados a la tierra y que se pueden
vender con ella. Eran los que trabajaban y pagaban los impuestos, y estaban
sometidos al derecho común, que no será el derecho romano hasta la recepción
después del año 1000. Algunos de los campesinos libres tenía derecho a elegir señor:
será la behetría.
La vinculación a la tierra generalizó los malos usos feudales, que el señor imponía a
los campesinos en virtud de sus derechos de posesión. Los malos usos son: la
intestia, por la que el señor cobrará la tercera parte, o más, de los muebles del
labriego si moría sin testamento; la exorquia, por la que el señor recibía parte de los
bienes del labriego si no dejaba descendencia en el manso, al morir; la cugucia, por la
que el señor tenía derecho a parte de los bienes, o su totalidad, del labriego si su
mujer era adúltera; la arsina, o indemnización al señor en caso de incendio del manso;
la firma de spoli, por la que el señor recibía una cantidad para autorizar una dote; y la
remensa, por la que el campesino no podía abandonar el manso si no pagaba una
redención.
Hacia el siglo XIII los campesinos se liberan de los «malos usos» y comienzan a tener
libertad de movimientos. Se empieza a hacer negocios y aparece la burguesía,
urbana, y las diferencias económicas entre ellos. La burguesía alcanza gran poder en
las ciudades y aspira a su gobierno.
2.1. Elementos
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El feudalismo es un fenómeno propio del reino franco, es decir, los territorios incluidos
entre los ríos Rin y Loira, que se vio acelerado por las guerras civiles y las invasiones
que experimentó durante los siglos posteriores al Imperio carolingio, y que se articula
alrededor de dos elementos clave, el vasallaje y el feudo. Ante la inseguridad reinante,
muchos propietarios de tierras buscaron el amparo y protección de otros señores más
poderosos, a cambio de cederles su vasallaje y fidelidad o un censo o gravamen. De
esa forma, la pequeña propiedad pasaba a ser de tipo feudal o censal,
respectivamente. Los señores intermedios entre éstos y la autoridad real fueron
adquiriendo cada vez más poder, tanto sobre la tierra como sobre los hombres
vinculados a ella, de tal manera que paulatinamente fue desapareciendo la propiedad
libre. Para asegurarse la lealtad del vasallo, el señor le entregaba a cambio un bien de
naturaleza real, el feudo; éste se materializaba en forma de tierras o derechos, pero
nunca con la propiedad plena sobre el mismo.
El acuerdo entre ambos se efectuaba mediante la ceremonia del homenaje, por la cual
el vasallo juraba fidelidad al señor, y éste lo acogía, ofreciéndole defensa y protección.
La fidelidad estaba generalmente centrada en el campo militar, de manera que el
vasallo se obligaba ante su señor a prestarle asistencia en caso de guerra, si bien el
tipo de ayuda variaba mucho entre lugares o épocas.
(4) BIANCHI, Susana. Historia social del mundo occidental. Del feudalismo a la
sociedad contemporánea, 1era edición, universidad nacional de Quilmes
editorial, 2005.
Con el tiempo, el título de propiedad del feudo pasó a ser hereditario, pero el
homenaje debía renovarse en cada transmisión. Este hecho contribuyó a que se
concentrasen o, según los casos, se fraccionasen los feudos, de manera que los
vasallos principales se convertían a su vez en señores de otros vasallos de nivel
inferior, quienes podían hacer lo mismo.
Así, aparecieron diversas figuras como los alcaides o castellanos, encargados de la
administración y defensa de un castillo y las tierras que le correspondían, para lo que
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disponían también de otros combatientes bajo su mando, o los ministeriales, jueces,
notarios y maiores, figuras todas ellas de tipo civil, encargadas de representar la
autoridad pública en sus distintos órdenes.
Toda esta variedad de personajes conllevó la aparición de jerarquías entre ellos, pero
en ocasiones se convirtió en fuente de conflictos, pues se daban casos en que un
mismo vasallo lo era a la vez de más de un señor, o que señores de un nivel similar en
la jerarquía se enfrentaban entre sí. Para evitar estas situaciones, en la Francia del
siglo XII apareció la posibilidad de que un siervo pudiera remontarse incluso hasta el
rey, como autoridad superior, al objeto de apelar decisiones de su señor.
Otra característica de esta jerarquía nobiliaria era el hecho de que sus miembros
estaban ligados verticalmente por lazos de fidelidad y dependencia. En efecto, la
fragmentación del poder era una situación de hecho que los reyes reconocieron y
formalizaron mediante relaciones vasallaje, es decir, por vínculos voluntarios directos
de persona a persona. A través de este sistema, el monarca entregaba un feudo,
normalmente en forma de dominio territorial, a una señor a cambio de un juramento de
fidelidad, juramento que transformaba al beneficiario en vasallo del rey. Pero el
procedimiento podía repetirse: los grandes vasallos del rey podían entregar feudos a
cambio de juramentos de fidelidad a otros señores, teniendo así a sus propios
vasallos, y así sucesivamente. De este modo, se conformaba una sociedad
jerarquizada, en cuya cúspide estaba el rey, pero cuyo poder efectivo quedaba
reducido al que podía ejercer sobre esos vasallos directos que le debían fidelidad.
Los vasallos tenían a su vez obligaciones con su señor. Las principales eran dos:
consejo y ayuda. Para prestar “consejo”, los vasallos debían cuando el señor los
convocaba para dar su opinión sobre temas que iban desde la administración del
señorío hasta cuestiones de paz y de guerra. Esas reuniones indudablemente
recreaban la asamblea de guerreros de la tradición germánica y resultaban la ocasión
propicia para que el señor homenajeara a sus vasallos con torneos y banquetes. De
este modo, la importancia efectiva de estas reuniones radicaba en constituir una
verdadera demostración de la influencia, de la riqueza y del poder señorial.
La segunda obligación era más pesada. Podía incluir distintos tipos de “ayuda”, pero
fundamentalmente implicaba el auxilio militar: el vasallo debía participar con su señor
en la guerra. Para ello, debían mantener un número, a veces muy elevado, de
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caballeros y escuderos que vivían en el castillo con el señor y que constituían su
hueste.
En castellano antiguo, esta hueste se denominaba “criazón”, porque los jóvenes
destinados ala caballería se criaban junto con el señor y junto a el aprendía el oficio de
las armas. Estos caballeros también estaban ligados al señor por un juramento de
fidelidad y debían acompañarlo en sus empresas de guerra: los enemigos de su señor
eran sus amigos.
De este modo, el ejército feudal estaba formado por los aportes de las huestes
señoriales, según vínculos de fidelidad establecidos por juramento. Si el rey quería
hacer la guerra, dependía básicamente de la fidelidad de sus vasallos. Es cierto que el
rey tenía la posibilidad de quitar las tierras y desterrar del reino a los que no cumplían
con su juramento. Así por ejemplo, a fines del siglo XI, el rey Alfonso VI de Castilla
proclamó contra el Cid la “ira regia”, y lo expulsó del reino después de retirarse el
señorío Vivar.
Pero esto sucedió en España, cuyas fronteras lindaban con tierras ocupadas por los
musulmanes. En este caso, los reyes conservaron más poder por ser los jefes directos
de los ejércitos y poseer más tierras para repartir entre sus vasallos.
La Iglesia también participaba del poder feudal. En efecto, durante mucho tiempo
reyes y señores le habían entregado tierras en calidad de donaciones con el objetivo
de salvar sus almas. De este modo, los altos dignatarios eclesiásticos, como los
obispos o los abades de los monasterios, poseían señoríos eclesiásticos que incluso,
en algunos casos, gozaban de inmunidades, es decir, estaban exentos de la
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administración de la justicia real. En síntesis, estos grandes dignatarios formaban
parte de la nobleza feudal. Esto no quiere decir que todo el clero formara parte de la
clase señorial. Dentro del señorío podía haber clérigos que prestaban sus servicios
profesionales análogos a los del molinero o del encargado del horno. Dentro de la
aldea podía haber algún sacerdote que a cambio de sus servicios recibiera una
parcela para cultivar con su familia. Este sector del clero estaba mucho más cerca de
los campesinos que de los señores, pero es indudable que la Iglesia como institución y
sus altos dignatarios integraban el poder feudal.
Los señores laicos y los señores eclesiásticos además de formar parte de la misma
clase social tambien estaban relacionados por estrechos vínculos de parentesco.
Según la tradición germana, a la muerte del padre la tierra se dividía entre todos sus
hijos. Pero en la sociedad feudal, para evitar una excesiva fragmentación se instauró
el mayorazgo, por el que heredaba únicamente el hijo mayor. De este modo, los hijos
segundones entraban al servicio de la Iglesia donde, dado su origen social, pronto
alcanzaban altas posiciones. También las hijas solteras menores de las familias
señoriales debían entrar en la Iglesia: ingresaban a algún convento en el que, por su
carácter de nobles y por la dote que aportaban, ocupaban cargos importantes. Sin
embargo, estas jóvenes profesaban —es decir, hacían sus votos perpetuos— a edad
consideradas avanzadas en la época, previendo que, ante la muerte de sus hermanas
mayores, tuvieran que casarse para perpetuar los linajes.
A partir de las últimas décadas del siglo XI se comenzó entonces llevar a cabo un
amplio movimiento de roturación, es decir, crear campos de cultivo a expensas de las
extensiones incultas. Esto fue posible por el empuje demográfico, pero también por los
perfeccionamientos técnicos que permitieron desecar pantanos, indicar ríos y, con la
aparición de la sierra hidráulica, atacar bosque de maderas duras.
Los primeros movimientos de roturación fueron de iniciativa campesina. Los
campesinos ampliaron el claro aldeano, ganando las tierras incultas que rodeaban a la
aldea. Estas nuevas tierras se dedicaban en los primeros tiempos a las pasturas —lo
que benefició la cría de animales de tiro y mejoró equipo de arar— y luego al cultivo de
cereales, lo que aumentó la producción de alimentos. Pero además de esta ampliación
del claro aldeano, los campesinos iniciaron movimientos más audaces como la crea-
ción de nuevos núcleos de poblamiento. El motor de este movimiento fueron los más
pobres, los hijos de familias campesinas demasiado numerosas que no podían hallar
alimento en las tierras familiares. Esto implicaba trasladarse al corazón de los
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espacios incultos, en los que nadie o muy pocos habían penetrado anteriormente, para
atacarlos desde su interior: allí los campesinos, roturando y desecando tierras,
creaban nuevos núcleos de poblamiento y nuevos espacios para el cultivo.
Pero los señores más sensibles al espíritu de lucro también advirtieron las ventajas del
procedimiento. De este modo, las roturaciones se transformaron en una empresa
señorial, en un movimiento que cubrió el siglo XII. Esto consistió muchas veces en la
apertura de nuevas tierras, muchas veces muy distantes del núcleo originario,
generalmente, en las zonas fronterizas. Uno de los casos más notables lo constituyó el
de los señores alemanes que conquistaron las tierras de los esclavos.
También en el norte se estableció una fuerte corriente comercial, sobre todo en las
ciudades alemanas que, a través de los pasos alpinos, se conectaban con Venecia y
otras ciudades italianas. Aparecieron así importantes núcleos como Colonia, Brujas,
Hamburgo, Lübeck que controlaban el comercio de telas, pieles, sal y maderas duras
que se extendía por el Báltico, el Mar del Norte y el Atlántico. Incluso estas ciudades
formalizaron sus relaciones para proteger la navegación, unificar los esfuerzos y llegar
a acuerdos comerciales. Así surgió esa liga de ciudades conocida como la Liga
Hanseática o Hansa Germánica.
De este modo, la expansión a la periferia permitió el surgimiento de dos grandes
áreas comerciales marítimas, el Mediterráneo y el área del Báltico-Mar del Norte, que
a su vez se comunicaron entre sí por vías fluviales y terrestres dando origen a una
vasta red mercantil. Esta red tenía como uno de sus principales centros la zona de
Champagne, en Francia, en donde se desarrollaban ferias anuales que pronto se
transformaron en el principal centro del comercio internacional.
Al calor de las actividades mercantiles crecieron las ciudades: se repoblaron los
antiguos centros urbanos, pero también surgieron nuevos. Esto fue posible además
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por otros factores: por el crecimiento demográfico que caracterizó al largo período que
se extiende entre los siglos XI y XIII y por el aumento de la producción agrícola que
permitía alimentar a un creciente número de personas dedicadas a tareas no agrarias.
En síntesis, a partir del siglo XI también se registró un movimiento de expansión de la
vida urbana.
En Italia, el comercio internacional permitió el crecimiento de ciudades-puertos como
Venecia, Génova, Pisa, Amalfi. Además, crecieron otras en la medida que el desarrollo
del comercio favorecía la producción de manufacturas: fue el caso de Florencia, donde
se desarrollaron las artesanías de paños finos, de seda, de perfumes y pieles, o de las
ciudades flamencas como Gantes, Ypres y Bruselas especializadas en tejidos finos,
encajes y tapices. Pero también la misma animación que comenzaba a suceder en los
caminos fue un factor de crecimiento urbano: fue el caso de París, situada en el punto
estratégico de cruce de varias rutas, y fue el caso de aquellas que jalonaban los
caminos hacia Roma o hacia Santiago de Compostela convertidas en centros de
peregrinación. Y las ciudades se transformaron en centros de actividades
estrechamente vinculadas al surgimiento de nuevos grupos sociales.
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se abría a nuevos problemas vivificando la enseñanza en las escuelas conventuales y
en las universidades.
Los cambios de mentalidades afectaron a toda la sociedad feudal. En el seno de la
nobleza, se promovió un cambio de actitud económica. Algunos eligieron un estilo de
vida distinto al tradicional, abandonaron sus castillos v se instalaron en esas
renovadas ciudades que comenzaban a dominar el entorno rural. Otros, como vimos,
pretirieron quedarse en sus castillos pero modificando sus costumbres según el modo
de vida cortés. Incluso, el cambio también pareció reflejarse en las clases rurales que
comenzaron a retirar paulatinamente el consenso que antes habían otorgado al orden
feudal.
Sin embargo, los cambios más notables de mentalidad se registraron en los nuevos
grupos sociales, las-burguesías, que surgían al calor de las nuevas actividades
económicas. Estos grupos se habían caracterizado por un rápido ascenso social y por
estar fuera del orden tradicional. Habían afrontado situaciones nuevas, situaciones de
nesgo y, como respuesta, habían generado nuevas actitudes y nuevos valores, de un
modo espontáneo y casi tumultuoso, sin ningún tipo de sistematización. En este
sentido, importa marcar el carácter inestable y heterogéneo de estas nuevas
mentalidades que estaban lejos de ser algo acabado y más bien se encontraban en un
proceso de gestación: estaban naciendo de la misma experiencia.
El principal rasgo de la experiencia de los nuevos grupos sociales fue ei haber
escapado de los vínculos de dependencia, el haberse colocado fuera del orden
tradicional en una situación insegura pero que se abría a múltiples posibilidades.
Librado a sus propias fuerzas, el hombre, como dice José Luis Romero, tomaba
conciencia de ser "ni criatura de Dios ni hombre de su señor, sino, simplemente
individuo lanzado a una aventura desconocida". Y la idea de ser un individuo modificó
profundamente la concepción que el hombre tenía de sí mismo. (5)
29
(5) BIANCHI, Susana. Historia social del mundo occidental. Del feudalismo a la
sociedad contemporánea, 1era edición, universidad nacional de Quilmes
editorial, 2005, 280 pp.
CAPITULO III:
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LAS UNIVERSIDADES
La Universidad es una de las instituciones con más antigüedad y sin duda es la única
que durante siglos ha perdurado a lo largo de la historia. Es en los principios de la
Edad Media cuando el saber y la educación se encontraban relegados a las escuelas
existentes en los monasterios y catedrales (Bolonia, París, Salerno, San Millán,
Córdoba, etc.). Algunas de estas escuelas alcanzan el grado de Studium Generale,
porque recibían alumnos de fuera de sus diócesis y concedían títulos que tenían
validez fuera de ellas; contaban con estatutos y privilegios otorgados, primero por el
poder civil y posteriormente ampliados por el papado. De aquí surgieron las
universidades.
El término universitas aludía a cualquier comunidad organizada con cualquier fin. Pero
es a partir del siglo XII cuando los profesores empiezan a agruparse en defensa de la
disciplina escolar, preocupados por la calidad de la enseñanza; del mismo modo, los
alumnos comienzan a crear comunidades para protegerse del profesorado. Al ir
evolucionando acaban naciendo las Universidades.
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El contexto académico se debatía en la influencia platónica, agustiniana y aristotélica. La
escolástica tenía su espacio privilegiado, y la innovación, el cuestionamiento y el
desarrollo del pensamiento libre no tenían cabida.
Este contexto de reducción inflexible y dogmática del saber fue sacudido "por la influencia de
otras culturas, la desacralización de la naturaleza, la mayor capacidad adquisitiva de la
población que permitiría mayor acceso al conocimiento vivencial y enciclopédico, que
favoreció el primer impulso al movimiento intelectual del Medioevo, Estas condiciones
históricas y socioeconómicas explican la creación de las universidades
En realidad, la querella de los universales puede tener una cierta relación con la
aparente contradicción de que tantas veces hemos hablado entre el sentido de
continuidad -Grecia, Roma, época carolingia y época otónida- y la conciencia de que
se está viviendo una época de cambio, de transformación. Chaunu llega a afirmar que
en la Plena Edad Media, la Cristiandad adquiere conciencia del devenir histórico.
Hay que tener en cuenta que aún no ha aparecido la gran mentalidad de síntesis entre
orden y movimiento, que significa la filosofía de Tomás de Aquino. En aquel tiempo,
todavía predominaba la fuerza intelectual de los escritores gregorianos que estaban
imbuidos en un seudo agustinismo teológico que les impedía ver los valores del cambio.(7)
El histórico atavío que vestimos nos liga a una antigua tradición y subraya nuestra
ciudadanía dentro de una comunicad que se constituye con fuero y disciplina
propios en la segunda mitad de la Edad Media.
Describe así un pensador actual los comienzos de la vida universitaria:
«Ello es que desde el siglo XII se oye sin interrupción, oriundo de los senos de
Europa, un son que no se parece a nada, pero que de parecerse a algo sería a
un como bordoneo de abejas solícitas e inquietas, vagabundas y punzantes. Es el
rumor que hacen las Universidades, un rumor que, como el del motor de
explosión en nuestro tiempo, era un ruido nuevo en el mundo. Y en esos siglos,
cualquiera que sea el trivio o encrucijada donde os coloquéis, veréis que chocan
cuatro tropeles de hombres dispares: un tropel de soldados que moviliza el
poder público, un tropel de mercaderes que empuja el interés, un tropel de
peregrinos que va a Compostela o a Tierra Santa y un tropel de los que
entonces se llamaban escolares y hoy llamamos estudiantes. Y no se puede
negar que en el concurso de tan vario origen son estos los que ponen la alegría,
la insolencia, el ingenio, la gracia y -¿por qué no decirlo?—la pedantería». (8)
35
(7) RODRIGUEZ CASADO, Vicente. Introducción ala Historia Universal. II. El
legado de la cristiandad, volumen 2, publicaciones universidad de Piura, 1991.
(8) BENITEZ, Jaime. Ética y estilo de la universidad, Aguilar S.A. ediciones, 1964.
3.4.1. Razón de ser de la universidad
Lo nuevo, lo significativo, lo que hace historia, es que allá por el siglo XII
un apasionado deseo de entender, de discernir, de explicar y de aprender
congrega grupos de alborozadas juventudes en torno á grupos de
maestros. El mundo cristiano cobra conciencia de la importancia del saber
como tal. Lo considera valioso en sí y lo ennoblece en razón de su propio
mérito.
La Universidad, surge como el instrumento que el hombre de Occidente
crea para buscar, difundir y ampliar el conocimiento. Esta búsqueda adquiere
estructura institucional separada, con un fuero, una jerarquía y una ética. La
adecuación entre este instrumento y su función social supone un común de-
nominador de- entendimiento y solidaridad acerca de la razón y el sentido
de la Universidad; acerca de lo que debemos hacer y acerca de lo que
debemos no hacer en el recinto universitario. Profesores y estudiantes
hemos de concebir la Universidad como el lugar del libro abierto, del
laboratorio, la ecuación, la historia, de la hazaña del hombre, la pro-
blemática de su existencia, su capacidad creadora y su fuerza de
destrucción. Tales afanes han de estar regidos por una espontánea
disciplina de emprender la búsqueda de la verdad en actitud de respeto
a la duda y de respeto al pensamiento discrepante. Hemos de tener los
universitarios apta la mente para la asimilación de ideas, de conceptos y de
actitudes, en libertad de ánimo y de pensamiento.
Insisto en la actitud objetiva, desapasionada, al analizar problemas controversiales
por lealtad de instructor a su oficio de ayudar a pensar, a discernir, a sopesar
diversas consideraciones y ejercitar el juicio con honradez para el pensamiento
amigo y para el que nos resulta hostil, para la fórmula tradicional y para la que se
aparta de esta. En su Historia de España señala don Ramón Menéndez Pidal la
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tendencia al personalismo como una de las fallas mayores de la sociedad
española. En forma extrema se expresa en la regla dé «al amigo hasta lo injusto
y al enemigo ni lo justo». El buen universitario ha de estar en guardia contra la fas-
cinación de sus propias preferencias y prejuicios. La sabiduría medieval
atribuía a Aristóteles una norma superior para gobernar casos de afectos y
razones en conflicto: “Amigo soy de Platón, pero más amigo soy de la verdad” (9)
(9) BENITEZ, Jaime. Ética y estilo de la universidad, Aguilar S.A. ediciones, 1964.
3.4.2. Universidad y vida buena
La primacía otorgada por Maclntyre a la phronésis como objetivo de una educación práxica
apunta hacia la finalidad ulterior de la Universidad macintyreana que desmiente cualquier
intento de equiparar su propuesta a la iniciativa cultural de A. Bloom y W. Bennett pese a
sus muchas similitudes. Si bien es cierto que Maclntyre aboga al igual que ellos por la
recuperación de los textos filosóficos y literarios que son los depositarios de la tradición,
la recuperación de la memoria cultural propuesta por Maclntyre dista mucho de
permanecer a un nivel de mera erudición. La palabra clave del proyecto educativo
tnacintyreano es la phronésis y esta es la virtud de la acción.
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preciso estimular la imaginación filosófica de los educandos para configurar su proyecto
de vida que siempre tiene una ineludible dimensión social. La práctica de la autoría
racional, es el tema de esta sección. (10)
Este oscuro sayo medieval con sus largas mangas y pliegues envolventes
guarda, sin embargo, escaso parecido con el manto romano en color, corte o
diseño. Era el traje habitual del hombre de letras medieval, y al alumno le servía,
a la vez que para distinguirle en el camino, para confortar su cuerpo en las aulas
normalmente húmedas y frías. La esclavina o beca, nombre este último de
inmediata reminiscencia actual, fue alforja de estudiante peregrino y bolsa de
recursos para el viaje. Sirvió también de capucha. La usaban aquellos a
quienes, por no haber obtenido aún el grado académico, les estaba
vedado ostentar birrete.
El birrete era señal de rango superior, el diploma, suscrito en latín, recuerda
el tiempo pasado de un idioma universal. Apunta además hacia la
esperanza de un futuro de unidad humana. Esta esperanza ye sostiene
no ya por el accidente de un idioma muerto, sino por la esencia de unos
valores vivos. Quienes hemos hecho profesión de vida universitaria
estarnos comprometidos en eí servicio de esos valores, y a ellos debemos
resuelta lealtad. (11)
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(11)BENITEZ, Jaime. Ética y estilo de la universidad, Aguilar S.A. ediciones, 1964.
CONCLUSIONES
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BIBLIOGRAFÍA
40
ANEXOS
41
Jerarquía feudal
42
Europa feudal
43
44
45
Origen de la universidad
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47