Antologia Del Pensamiento Critico Chilen
Antologia Del Pensamiento Critico Chilen
Antologia Del Pensamiento Critico Chilen
Caribeo es un emprendimiento editorial de CLACSO destinado a promover el acceso a la obra de algunos de los ms destacados autores de las
ciencias sociales de Amrica Latina y el Caribe.
En su primera etapa, la coleccin constar de 50 ttulos, entre volmenes
individuales y compilaciones, reuniendo el aporte de ms de 350 autores y
autoras de diversos campos disciplinarios, pases y perspectivas tericas.
Se trata de una iniciativa editorial sin precedentes por su magnitud y alcance.
Todas las obras estarn en acceso abierto y podrn ser descargadas gratuitamente en la Librera Latinoamericana y Caribea de Ciencias Sociales y de
la Biblioteca Virtual de CLACSO, democratizando una produccin acadmica
fundamental que, con el paso del tiempo y debido a las limitadas formas de
distribucin editorial en nuestra regin, tiende a ser desconocida o inaccesible, especialmente para los ms jvenes.
Adems de su versin digital, la Coleccin Antologas del Pensamiento
Social Latinoamericano y Caribeo ser publicada tambin en versin
impresa. Como CLACSO siempre lo ha hecho, reconocemos la importancia del libro como uno de los medios fundamentales para la difusin del
conocimiento acadmico. Particularmente, enfatizamos la importancia de
que ciertos libros de referencia, como los que constituyen esta coleccin,
formen parte de nuestras bibliotecas universitarias y pblicas, ampliando
las oportunidades de acceso a la produccin acadmica rigurosa, crtica y
comprometida que se ha multiplicado a lo largo del ltimo siglo por todos los
pases de Amrica Latina y el Caribe.
Poniendo a disposicin de todos el principal acervo intelectual del continente,
CLACSO ampla su compromiso con la lucha por hacer del conocimiento un
bien comn, y con la promocin del pensamiento crtico como un aporte para
hacer de las nuestras, sociedades ms justas y democrticas.
Pablo Gentili
Director de la Coleccin
Antologa del
pensamiento crtico
chileno contemporneo
Coordinadores
Leopoldo Benavides Navarro, Milton Godoy Orellana
y Francisco Vergara Edwards
Eduardo Frei Montalva | Clotario Blest | Ral Ampuero | Anbal Pinto |
Jacques Chonchol | Salvador Allende Gossens | Julieta Kirkwood |
Manuel Antonio Garretn | Pedro Morand | Enzo Faletto |
Hugo Zemelman | Gabriel Salazar | Sonia Montecino | Jos Bengoa |
Toms Moulian | Elisabeth Lira | Jos Marimn
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Primera edicin
Antologa del pensamiento crtico chileno contemporneo (Buenos Aires: CLACSO, septiembre de 2015)
ISBN 978-987-722-121-3
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
Queda hecho el depsito que establece la Ley 11.723.
CLACSO
Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales - Conselho Latino-americano de Cincias Sociais
Estados Unidos 1168 | C1101AAX Ciudad de Buenos Aires, Argentina
Tel. [54 11] 4304 9145 | Fax [54 11] 4305 0875 | <[email protected]> | <www.clacso.org>
Este libro est disponible en texto completo en la Red de Bibliotecas Virtuales de CLACSO www.biblioteca.clacso.edu.ar
No se permite la reproduccin total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informtico, ni su
transmisin en cualquier forma o por cualquier medio electrnico, mecnico, fotocopia u otros mtodos, sin el
permiso previo del editor.
La responsabilidad por las opiniones expresadas en los libros, artculos, estudios y otras colaboraciones incumbe exclusivamente a
los autores firmantes, y su publicacin no necesariamente refleja los puntos de vista de la Secretara Ejecutiva de CLACSO.
NDICE
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Clotario Blest
La unidad de la clase trabajadora (1968)
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Ral Ampuero
Perfil de la nueva Izquierda
(La izquierda en punto muerto, 1969)
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Anbal Pinto
Desarrollo econmico y relaciones sociales (Chile, hoy, 1970)
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Jacques Chonchol
Poder y reforma agraria en la experiencia chilena
(Chile, hoy, 1969)
Salvador Allende Gossens
Discurso Inaugural de la Tercera Conferencia
Mundial de Comercio y Desarrollo (1972)
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Pedro Morand
La religiosidad popular como crtica
al neo-iluminismo latinoamericano
(Cultura y modernizacin en Amrica Latina, 1984)
199
Enzo Faletto
De la teora de la dependencia al
proyecto neoliberal: el caso chileno (1998)
217
Hugo Zemelman
En torno del pensar histrico y A manera de
recapitulacin (De la historia a la poltica:
la experiencia de Amrica Latina, 1989)
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Sonia Montecino
Mestizaje e identidad latinoamericana
(Madres y huachos. Alegora del mestizaje chileno, 1991)
265
Jos Bengoa
La comunidad perdida (1996)
283
Toms Moulian
La instalacin y El periodo de (des)gracia
(Chile actual: anatoma de un mito, 1997)
297
Elisabeth Lira
Trauma, duelo, reparacin y memoria (2010)
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Jos Marimn
Comparacin y contraste de las propuestas
y argumentos autonomistas mapuche
(Autodeterminacin. Ideas polticas mapuche
en el albor del siglo XXI, 2012)
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Introduccin
ANTOLOGA DEL PENSAMIENTO
SOCIAL EN CHILE: UNA PERSPECTIVA
(1964-2014)
Leopoldo Benavides Navarro, Milton Godoy Orellana
y Francisco Vergara Edwards
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Esta propuesta de seleccin se realiza sustentada en el entramado de un conjunto de preguntas que permitan avanzar en el denso
cmulo de los trabajos aludidos. As, en las creaciones intelectuales
generadas en el contexto de un pas altamente politizado, establecimos como prioritario reconocer las voces emergentes y orientadoras
en torno a las relaciones entre intelectuales, la poltica y el Estado. A
saber, cules fueron los o las intelectuales y polticos o polticas que
manifestaron escrituralmente y con claridad los grandes temas del
perodo?, y en esta misma direccin, qu textos resultan representativos y seeros en la discusin del Chile de las ltimas cinco dcadas?
En efecto, en este medio siglo de confrontaciones ideolgicas y
sociales en que se socav las bases del anquilosado sistema social chileno, que antecedi al segundo lustro de la dcada de los sesenta, puso
en cuestin la persistencia de instituciones ms que centenarias, que
como en el caso del inquilinaje y la hacienda dominaron el escenario socio-poltico chileno desde fines del siglo XVII, para convertirse en tema central de la discusin acerca de sus transformaciones. El
signo manifiesto de estas discusiones fue el consenso en torno al proceso de Reforma Agraria y la nacionalizacin de las riquezas bsicas,
que buscaban modificar profundamente la estructura de la sociedad
chilena y se comprendan, adems, como los principales obstculos a
la modernizacin.
En estas dcadas de transformaciones emergieron temas de alta
gravitacin social, econmica y poltica: el paulatino y constante
avance de nuevos actores sociales, la configuracin de un nuevo entramado social basado en la irrupcin y consolidacin de sindicatos,
agrupaciones de pobladores, centros de madres, el rol social de las
universidades, etctera.
En este perodo, tambin se redefini el carcter y las formas del
cambio (reformista o revolucionario?), la ampliacin de la ciudadana, y, la discusin econmica con alto componente ideolgico que
puso en la palestra la definicin de los mbitos y lmites del derecho
de propiedad privada y estatal, materializando cambios estructurales tales como la citada distribucin de la tierra que implic la
Reforma Agraria que, entre otros, condujeron a la chilenizacin
del cobre en el gobierno del presidente Eduardo Frei, hecho que implicaba la propiedad del 51% de las minas cuprferas; hasta la posterior nacionalizacin, que en el gobierno del presidente Salvador
Allende, dej en manos del Estado todas las empresas de la llamada
Gran Minera del cobre.
En estas escenas de la sociedad chilena de las dcadas analizadas, Estados Unidos aparece como el actor tras bambalinas, presente
en la poltica latinoamericana durante todo el siglo XX, aunque con
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Introduccin
II
En primer lugar, en el perodo de 1964 a 1973 que denominamos
El consenso en torno al cambio social: reformismo o revolucin?,
se inicia con la presidencia de Eduardo Frei Montalva (1964-1970),
quien tuvo una ingente produccin intelectual y poltica que se verti
en decenas de entrevistas, artculos y discursos. Su pensamiento fue
de hondo compromiso social plasmado en un conjunto de polticas
orientadas a mejorar la calidad de vida de los sectores populares, donde emerge con especial nfasis la Reforma Agraria (1968) realizada
bajo su mandato. Su accionar poltico e intelectual ha llevado a la
caracterizacin de un pensador profundo y original, [que] supo ser
un hombre de accin, un realizador, un eminente estadista (Pinochet
de La Barra, 1975: 9).
La creacin intelectual de Eduardo Frei tiene como eje la conciencia social, el desarrollo y la integracin de Amrica Latina con un
prisma social cristiano. Sus propuestas como catlico practicante y
participante en poltica no estuvieron disociadas de la realidad circundante, en especial de los vientos de revolucin y cambio que soplaban
en Latinoamrica, manifestados con mayor solidez despus de la Revolucin Cubana. En efecto, los sucesos de 1959 marcaron la poltica
continental y en ello se inscribieron muchas propuestas revolucionarias y reformistas, de las cuales Chile no estuvo exento.
El texto incluido en esta antologa, La universidad conciencia
social de la nacin, fue pronunciado como discurso en la inauguracin del Congreso Mundial de Pax Romana, realizado en Montevideo
en julio de 1962. En este discurso Frei anticipa los cuestionamientos
a la universidad y su funcin en las sociedades latinoamericanas, una
preocupacin que eclosion con la Reforma Universitaria de 1967 y
los hechos de Tlatelolco en Mxico (1968).
En Chile, existan ocho universidades, algunas con sedes regionales, siendo la mayor la Universidad de Chile, con presencia en gran
parte del pas. Este conjunto de casas de estudio funcionaba acorde
con la legislacin decimonnica, que las haca centros de docencia
y difusin, con profesores en su mayora de jornada parcial y que se
encontraba ajeno a los grandes problemas nacionales con una estruc-
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Introduccin
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Introduccin
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Introduccin
III
Un segundo grupo de intelectuales antologados se rene en torno al
perodo de 1973-1990, que denominamos Entre el golpe militar y la
lucha por la restauracin de la democracia que est en las antpodas
de los movimientos progresistas de sello socialista y cristiano de la
dcada anterior. La irrupcin de los aos setenta trajo consigo una
dura reaccin desde el seno del conservadurismo, que sumada a la
intervencin de Estados Unidos, articul un conjunto de demandas
vehiculizadas por la derecha chilena, contribuyendo a organizar e impulsar uno de los golpes militares ms cruentos en la historia de Chile
y Latinoamrica. Los resultados de este accionar concordado fueron
desastrosos para el sistema democrtico y los movimientos sociales,
desmantelando las bases econmicas anteriores para instalar un sistema econmico neoliberal, explicable solo por la presencia de los militares en el control poltico y la ausencia de participacin popular en
la toma de decisiones. Por esta razn, los aos posteriores al golpe de
Estado van a estar marcados por una readecuacin de la actividad po-
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Introduccin
futura como una sociedad de la diferencia, en tanto sociedad democrtica y rgimen de lo mltiple [y] sociedad de la igualdad, en tanto
fin del patriarcado y de la sociedad de clases (Castillo, 2007: 20). As,
la postura de Kirkwood no es contra la poltica sino que a favor de
esta en su fundamento de la reclamacin o protesta por el poder, en la
autonoma de la condicin de gnero y en la identificacin del feminismo como movimiento revolucionario.
La relevancia de Julieta Kirkwood no se limita a la crtica que
desarrolla sobre la poltica y los cnones sociales universales de exclusin del gnero. Como escribi Alejandra Castillo, el feminismo de la
autora propicia una interrogacin crtica a los supuestos en los que
se han constituido los saberes del hombre, y desde aquella interrogacin intentar su metamorfosis, instalndose a la vez como un feminismo que interrogar a la teora desde la teora, desde sus propios
supuestos (Castillo, 2007: 53-54). En el decir de Nelly Richard su propuesta pasa revista a las bases epistemolgicas del saber tradicional,
critica el modo en que la divisin del gnero organiza el discurso de
la ciencia, de la filosofa y de la teora social. Richard valora en ella
la elaboracin de instrumentos conceptuales en torno a la diferencia
de sexos, los que a su juicio, permiten intervenir estratgicamente en
sus relaciones dominantes de poder e identidad (2001: 235-236)
De esta manera la obra Ser poltica en Chile. Las feministas y los
partidos (1986) condensa la apelacin por la palabra, acto poltico, en
que el uso del lenguaje por la diferencia sexual deviene en el objetivo
por penetrar y deshilar los nudos de la sociedad patriarcal, al mismo
tiempo que el conocimiento y accin de las feminista y el feminismo
se consolida para entablar un revolucin ms real que lo real.
Entre los intelectuales del perodo destaca Manuel Antonio Garretn, socilogo con una vasta produccin en el campo de los anlisis de los problemas sociales y polticos del pas, difundida tambin
en una intensa labor acadmica en universidades chilenas y extranjeras, siendo uno de los pioneros en la bsqueda de una compresin
del proceso de la Unidad Popular y su crisis, ms all de la coyuntura de la derrota, poniendo el acento en la transformacin profunda
que significaba la dictadura militar, las caractersticas de su salida
y el proceso de transicin que se abre despus del plebiscito. Sus
trabajos, algunos junto a Toms Moulian, u otros personales sobre
el perodo, son obras de consulta obligatorias para quienes desean
conocer o estudiar el perodo.
Su propsito de repensar la poltica ms all de la imbricacin
entre organizacin de base social y la estructura poltica partidaria,
la columna vertebral del proceso pre-73, como lo denomina, lo coloc en el centro de la investigacin y discusin sobre la recuperacin
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Introduccin
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Introduccin
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IV
En el contexto de esta periodizacin, se incluye la etapa que denominamos La transicin pactada a la democracia: nuevos actores y
consensos, 1990-2014, en cuyo contexto descrdito de la poltica
tradicional, marcada por una participacin ciudadana ms laxa y la
irrupcin de nuevos temas, aparentemente no polticos, en cuyo seno
emergen otros movimientos sociales, fundacionales o con giros innovadores. Paralelamente, surge el debate sobre el carcter y el fin de
2 Accin de ocupacin realizada al margen de la ley, por los campesinos pobres en
contra de las tierras patronales no incluidas en la Reforma Agraria de 1967 o en las
que se intentaba agilizar el proceso. Esta prctica acab cuando se inici la represin
del golpe militar de 1973.
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Introduccin
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Introduccin
tudio de los mbitos antes sealados, la cual metafricamente consideramos una trenza disciplinar. Perspectiva multidisciplinaria donde
el anlisis histrico, antropolgico y literario establece dilogo con la
elocuente y enriquecida escritura de Montecino. En esta medida es
importante su aporte al pensamiento social chileno y latinoamericano
de perspectiva crtica y multidisciplinar que resulta nutrido y enaltecido. En suma, estos aportes hacen merecedor el reconocimiento
a su propuesta, donde los temas de gnero y mujer han penetrado
las Ciencias Humanas como herramienta ideolgica y sujeto de estudio con intencin de develar las interrogantes sobre nuestra cultura y
constitucin como sujetos latinoamericanos.
Jos Bengoa es uno de los intelectuales contemporneos que tambin despliega una rica mirada interdisciplinaria para enfrentar los
diversos temas que trata. En sus obras, sustentado en un entarimado
disciplinar que abarcan la Historia, la Antropologa y la Sociologa ha
podido analizar procesos que engloban los movimientos campesinos
en los setenta, el estudio de la Reforma Agraria, los movimientos o
conflictos poblacionales, la historia del pueblo mapuche que produjo
un profundo impacto y sus macrorrelatos sobre la hacienda en Chile.
Recientemente, sus reflexiones sobre el Chile actual han sido recogidas en una triloga sobre la comunidad, donde la identidad, la
cultura y la modernizacin compulsiva surgen como temas centrales.
Para el efecto de esta antologa, hemos seleccionado un captulo del libro La comunidad perdida (1996). El proyecto de Bengoa
se inscribe en una desesperada bsqueda de identidad dado que
la ruptura con la comunidad dej un hueco, un vaco de sentido
(Bengoa, 1996: 19). Pero detrs de esa prdida existe una continuidad, ya que la identidad de este pas ha estado basada en un modelo cultural global proveniente de la antigua experiencia rural de la
sociedad, en el decir de Bengoa la sociabilidad chilena urbana se
ha guiado por pautas rurales tradicionales. Esto es vlido hasta el
da de hoy, no ha sido modificado por los sucesivos intentos de los
modernizadores (Bengoa, 1996: 57).
Esta tesis, contradictoria entre una prdida de una identidad tradicional y una continuidad de una matriz oligrquica es la clave de la
interpretacin de Bengoa: podramos casi hablar de la existencia de
un ethos oligrquico-autoritario en el seno de la sociedad chilena que
casi no se ha movido o modificado.
Los intentos de modernidad y el combate para superar la pobreza
tienen que ver con un radical cambio en la cultura tradicional chilena, de matriz profundamente oligrquica; pero esta matriz no ha sido
modificada hasta la fecha, de manera que la sociedad chilena sigue
sostenindose sobre premisas no democrticas.
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Introduccin
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zados en la transicin chilena que buscan establecer polticas de olvido como condicin para restablecer la paz social. Frente a ello, Lira
plantea que, al contrario, la verdadera reconciliacin requiere asumir
el pasado y reparar a las vctimas, incorporando sus memorias.
Lira busca desarrollar una poltica de la memoria o del recordar
que permita aliviar algunos de los sntomas de las experiencias traumticas de la tortura y que se traduce en el trabajo de la memoria de
ese pasado en funcin de la vida.
En Chile despus del fin de la dictadura militar y en el perodo
de la transicin democrtico, a pesar que se formaron dos comisiones, una Comisin Nacional de Verdad y Reconciliacin (1990-1991) y
otra Comisin Nacional de Prisin Poltica y Tortura (2003-2005) que
develaron los efectos devastadores sobre las vctimas de las polticas
estatales represivas, sucedi escribe Lira que sin embargo, y paradjicamente, esos informes y las voces de las vctimas se suelen cerrar
en el mismo momento en que se dan a conocer, y en poco tiempo se
transforman en documentos simblicos que concentra el horror del pasado pero no logran despertar un inters memorial precisamente por su
penoso contendido, incluso entre las propias vctimas (Lira, 2010: 27).
Lira ha abierto un importante campo de investigaciones sobre los
efectos de las torturas, desapariciones y exilio, producto de las dictaduras
en Amrica Latina, y ha desarrollado una visin crtica de las polticas de
reparacin y memoria de los gobiernos democrticos de transicin, que
han impactado fuertemente en Chile y en Amrica Latina en general.
Finalmente, Jos Marimn es actualmente uno de los intelectuales mapuche ms destacados como un decidido defensor de la autonoma y autodeterminacin de su pueblo. Su propuesta central no se
reduce a una simple demanda por restitucin de tierras, sino de la
formacin de una sociedad poltica mapuche con derechos propios y
las exigencias de una nueva forma estatal basada en nuevas relaciones
sociales y polticas entre mapuche y chilenos.
Marimn ha escrito numerosos artculos sobre las organizaciones
y movimiento mapuche y sus diferentes propuestas de autonoma. En
Autodeterminacin. Ideas polticas mapuche en el albor del siglo XXI
(2012) recoge y profundiza los principales ejes y temticas de su pensamiento. Este libro ha tenido un fuerte impacto por su audacia y
solidez terica, al buscar legitimar la voz de un mapuche que desea explicitar lo que entiende por el pensamiento mapuche propiamente tal.
En sus escritos Marimn busca invertir el interrogante clsico de
los antroplogos, socilogos y/o historiadores que se preguntan qu
son o cmo son los mapuche por el interrogante de qu piensan los
mapuche. Por tanto, quiere exponer las ideas polticas de los mapuche
por los mapuche y no por intermedio de otros.
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Introduccin
V
En sntesis, una somera reflexin a propsito del pensamiento social
crtico en Chile supone comprender los grandes hitos que han marcado su historia reciente. En estos ltimos cincuenta aos las elecciones
de Eduardo Frei Montalva y Salvador Allende Gossens, con percepciones e ideologas diferentes sealaron rumbos de cambio hacia el
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Introduccin
BIBLIOGRAFA
Casali, Aldo 2011 Reforma Universitaria en Chile, 1967-1973. Prebalance histrico de una experiencia Frustrada en Intus-Legere
Historia, Vol. 5, N 1.
Castillo, Alejandra 2007 Julieta Kirkwood. Polticas del nombre propio
(Santiago: Palinodia).
Devs Valds, Eduardo 2009 El pensamiento latinoamericano en el
siglo XX. Desde la CEPAL al neoliberalismo (1950-1990) T. II
(Buenos Aires: Biblos).
Fernndez, Manuel 2011 Los intelectuales de izquierda y la
construccin de un imaginario revolucionario para Chile y
Amrica Latina. La revista Punto final entre 1965-1973 en
Tiempo Histrico, N 2, pp. 65-84.
Gadotti, Moacir 1994 Reading Paulo Freire. His life and work (Nueva
York: State University New York).
Garca Canclini, Nstor 2001 Prefacio a Zemelman, Hugo De la
historia a la poltica: la experiencia de Amrica Latina (Mxico:
Siglo XXI) 3 edicin.
Mayol, Alberto 2012 Dependencia y desarrollo en Amrica Latina de
Fernando Henrique Cardoso y Enzo Faletto en Revista Anales,
Vol. 7, N 3, pp. 281-282.
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El consenso en torno
al cambio social:
reformismo o revolucin?,
1964-1973
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LA UNIVERSIDAD: CONCIENCIA
SOCIAL DE LA NACIN*
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TOMA DE POSICIONES
Es por eso que cada uno en su esfera est tomando posiciones: las toman los sindicatos, las masas campesinas, la juventud y los intelectuales. Podra la Universidad quedar fuera de este cuadro que en muchos
produce temor y en nosotros debe ser una incitacin y una esperanza?
Yo creo que es imposible plantearse el problema de la Universidad sin verla integrada en este proceso. Hay pases y pocas en que
las diferentes instituciones pueden vivir con sosiego y desenvolverse
dentro de misiones especficas. En otros lugares, en otros momentos,
no es posible hacer lo especfico sin comprometerse en la tarea central
que determinar el curso de todo el porvenir.
Dentro de este cuadro, la Universidad representa un factor esencial. Puede, segn los casos, contribuir a crear las condiciones para el
cambio necesario e irremediable. Est entre las alternativas, si dicho
cambio no es bien orientado, que ella llegue a ser simplemente el instrumento de un Estado que la use para sus fines.
Como un avance se logr la frmula de la autonoma universitaria y la libertad acadmica, para escapar as de la influencia directa de
los Gobiernos y sus rganos ejecutivos.
En muchos pases constituy una especie de baluarte adonde no poda
llegar la intromisin del dictador de turno o del grupo poltico dominante.
Sin embargo, esa autonoma no signific una especie de asepsia
doctrinaria. Al revs, la Universidad en muchos de nuestros pases se
convirti en un centro activo de luchas ideolgicas y polticas, la mayor parte de las veces con un sentido revolucionario.
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LA UNIVERSIDAD: UN PRIVILEGIO
El ttulo de este ensayo es La Universidad, conciencia social de la nacin.
As se indica que la Universidad es parte de la nacin, pues para ser conciencia se requiere integrar un sujeto. Sin embargo, en Latinoamrica,
la Universidad ms que una conciencia es un privilegio. Es un privilegio
pertenecer a ella como maestro y ms an como alumno. En nuestro
pas, que no es el que est peor, el 19% de la poblacin es analfabeta. De
cien nios que se matriculan en la escuela primaria, un tercio la abandona en el paso del primero al segundo ao, y el tercio siguiente, hasta
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LA CONTRIBUCIN DE LA UNIVERSIDAD
Qu esperamos de ella quienes deseamos seguir viviendo en un rgimen democrtico, pluralista, y al mismo tiempo responder a la ansie-
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dad creciente y justa de nuestros pueblos, que buscan el aprovechamiento de sus recursos y mejores niveles de vida como una condicin
para el ejercicio de la libertad?
La Universidad tiene una misin decisiva en diversos planos.
Una ser crear un campo neutral para investigar los hechos. Estos
pases tienen problemas de desarrollo econmico, requieren descubrir su propia realidad, explotar sus propias riquezas, conocer de una
manera objetiva y real sus problemas. Hay un inmenso campo de
investigacin y estudio que debe sustraerse a la agitacin superficial,
al debate intencionado, y que puede abordarse en trminos que podramos llamar cientficos.
En nuestra Amrica, por la extrema tensin en que parece que
siempre nos jugamos todo al control del Poder, las instituciones intermedias con autoridad y vida propia llevan una existencia condicionada y casi siempre raqutica. Un ilustre uruguayo deca: En Latinoamrica la funcin poltica est hipertrofiada, es exagerada con
respecto a la exigidad de los crculos que deberan tener su propio
desarrollo y su propio equilibrio.
Tal vez la Universidad se escape o pueda escaparse de esta ley, y
ello puede ser trascendental.
Estos pueblos tienen anhelos, y la mayor parte de sus polticos,
aspiraciones; pero son pocos los que saben cules son los hechos y
menos los que podran proponer soluciones racionalmente elaboradas a travs de estudios en que se empleen los medios que proporcionan hoy los conocimientos cientfico-tcnicos.
El planteo de los problemas no es tarea de aficionados ni de simples intenciones. En tales disciplinas se requieren conocimientos y
especialistas que la Universidad debe preparar.
En este campo podramos sealar un aspecto que nos parece
esencial, y es el de la planificacin econmica, capaz de hacer un inventario de los recursos y de las posibilidades; indicar prioridades en
las metas y en las inversiones; fijar las tasas de crecimiento y orientar
y coordinar toda la actividad nacional para lograrlo. Sin el concurso
decisivo de la Universidad, esta labor ser imposible.
Naturalmente que otra funcin esencial de la Universidad en estos
pases consiste no solo en la investigacin cientfica, que por mltiples
razones es limitada, sino en mantener una corriente de informacin
que permita aprovechar y seguir el avance de los conocimientos que
se elaboran en los grandes centros cientficos a los cuerpos profesionales y tcnicos que prepara.
El gran riesgo de estas naciones es hoy la diferencia creciente que
las separa de las ms desarrolladas.
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LA MISIN CULTURAL
La Universidad tiene tambin una misin cultural. La ciencia y la tcnica son elementos insustituibles siempre que las dirijan e inspiren
hombres con una concepcin de la vida. De otro modo, caeramos en
una especie de tecnocracia que carece de porvenir. El ilustre Openheimer deca hace poco en Chile:
Quiero discutir algunos puntos, algunos problemas o tesis acerca de
la naturaleza de la ciencia y sus relaciones con la cultura. Debo hacer
una advertencia: es cierto, desde luego, y nos sentimos orgullosos de
que as sea, que la ciencia es internacional y una misma, con pequeas
diferencias de nfasis, en China, en Japn, en Francia, en los Estados
Unidos, en Rusia; pero la cultura no es internacional. En verdad, yo soy
de aquellos que tienen la esperanza de que, en cierto sentido, nunca lo
ser del todo, de que la influencia de nuestro pasado, de nuestra historia, que por distintas causas y por referirse a pueblos diferentes son
diferentes, se har sentir y no se perder en una homogeneidad total.
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Nosotros, en Latinoamrica, tenemos una tradicin, una expresin propia. Tenemos tambin espacio fsico y juventud. Esto tambin
nos diferencia. Aqu hay todava lugar para el hombre y, aun cuando
nos vemos a veces un tanto blandos y cansados, en el fondo seguimos
siendo un continente joven, donde an muchas cosas son posibles,
donde los caminos estn menos rgidamente demarcados.
La Universidad debe impulsar la bsqueda de un camino propio.
Hasta ahora tal vez nuestro mayor defecto ha sido la carencia de autenticidad. Somos un poco un continente humano de aluvin. Nos
ha resultado ms fcil copiar y vivimos como embobados en lo que
hacen otros para repetir con escasa originalidad y sin reflexin las
experiencias ajenas.
Alguien dijo que en el siglo XIX vivimos bajo la influencia de la
Revolucin Francesa, y, en este, de la Revolucin Rusa.
No me resisto a citar estas palabras que me escribiera hace aos
Gabriela Mistral:
Usted bien dice que somos pases de repercusin.
A causa, amigo mo, de una educacin que solo ha desarrollado en los
mozos una forma marginal de pensamiento.
Debe seguir siendo muy grande nuestra quiebra de imaginacin para
que no haya en nosotros una pizca de creacin ni realista ni utpica que
nos lleve a intentar alguna empresa criolla.
Estamos obligados a pensar que es la educacin quien mutila a nuestra
juventud, porque la razn no tiene amilanamientos y tampoco pereza
Debemos confesar que la Amrica inocente del poeta romntico es
una Ninfa Eco de cuerpo abolido, en carne de fantasma sin fuerza para
el grito inicial. Y aqu la funcin no deriva del organismo, pues el continente es una masa formidable; por eso mismo, la invalidez para crear
un mdulo propio de vida da un asombro que resbala a clera. Tantos
aos de vivir una vida americana, es decir, original; tanto nfasis como
el que corre por nuestros textos escolares de historia, y venir a parar
en que no hallamos para salvarnos sino la receta nazi o la fascista, o la
comunistoide o la cavernaria, cualquiera menos la propia
Nosotros no resistimos el xito en ningn campo. Nos embriaga como
alcohol de madera o de caa, arrebatndonos la lucidez, nos evapora
las flacas convicciones que tenemos y acaba por apabullarnos enteramente. El exitismo sudamericano es algo descomunal.
Me conozco muy bien su cara vulgar; la he visto en la condescendencia
ante el dinero, ante el poder estatal, ante la mediocridad personal afortunada. La victoria de tal o cual rgimen nos convence como la macana
con un golpe en la nuca y nos paraliza las facultades de reaccin, entregndonos a cualquier caporal extranjero.
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No es que piense yo en un provincialismo hemisfrico o negar la influencia universal de estos hechos; pero s pienso que est llegando la
hora de que nos paremos sobre nuestros propios pies y pensemos con
nuestras cabezas, para poder buscar solucin a lo nuestro y expresar
algo que sea un aporte que, por autntico, tendr valor.
Para lograrlo se requiere esfuerzo. No se puede crear con ligereza. Se necesita un ambiente de serenidad, de reflexin continuada,
de estudios desinteresados. En una palabra, es preciso corregir esta
superficialidad apresurada; superar la etapa del hombre orquesta que
de todo sabe y opina, que pudo ser en el pasado expresin de las condiciones que presentaba el medio, pero que hoy perturba.
El pueblo est cansado de estos habladores, detrs de los cuales
se halla el vaco.
Sobre todo es necesario crear una jerarqua de valores que no tenga
como meta el exitismo que apenas alcanza para alimentar vanidades.
LA FORMACIN DE DIRIGENTES
En una gran medida la frustracin de estos pueblos se debe a una
carencia de direccin. Es demasiado frecuente comprobar como se
expresan en grandes palabras los sufrimientos de las masas proletarias, pero tambin es dramtica la incapacidad para traducirlas en
frmulas concretas.
De ah tambin la quiebra moral de la fe pblica, pues en el perodo de alcanzar el Poder todo se promete con la irresponsabilidad
del que nada o poco sabe, y cuando se llega a obtenerlo bruscamente se descubre que era muy distinto hablar sobre los problemas que
afrontarlos. De ah nacen muchas de esas contradicciones que son
verdaderas traiciones que estn corroyendo el fundamento moral
de la convivencia.
Ya es hora de que la Universidad tome conciencia social y proporcione ideas y cuadros de hombres responsables, capaces de conocer y
decir la verdad de una manera objetiva, capaces de elaborar y utilizar
frmulas que no descansen en la intuicin o en una ambicin que se
disfraza de habilidad. Este tipo de habilidades son las que nos han consumido. Deben ser reemplazadas por equipos que vayan ms hondo y
no sean meros improvisadores.
Esto es imperativo, porque ya no es tiempo para seguir cometiendo errores.
En tales condiciones, la Universidad podra ser un factor determinante para orientar los cambios inevitables, para que no caigamos en
un oscuro perodo de violencia, que puede ser una alternativa, o prolonguemos en muchas naciones el dispendio de energas y reservas,
que prolongan el sufrimiento de los pobres.
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UN NUEVO ESPRITU
Esta gran concepcin no va a realizarse a travs de mecanismos internacionales donde acuden los representantes de determinados sectores
econmicos que vienen a defender sus intereses creados, que siempre
son los intereses del presente. En cambio, esta es tarea de porvenir
que necesariamente rompe con los intereses establecidos. No olvidemos que la Comunidad Europea se inici por decisiones polticas.
Y esto pueden entenderlo las Universidades y la juventud, que
forman un nuevo espritu.
Para cumplir esta alta misin, la Universidad debiera tener una
unidad interior. De hecho no la tiene. Vivimos en una sociedad plural
y la Universidad lo refleja.
Los diferentes grupos que comprende la vida universitaria tienen
una distinta filosofa y, en consecuencia, una diferente posicin. Me
parece que debiera sealar cul es la actitud de los cristianos en la
Universidad y cmo la proyectan.
Es evidente que no deseamos una sociedad monoltica ni una Universidad sometida. Reconocemos la existencia de una sociedad pluralista. Luchamos por que sean nuestras ideas las que penetren o informen
la nueva sociedad que est forjndose; pero rechazamos los mtodos y
la existencia de un Estado totalitario y su reflejo en la Universidad. No
podemos pensar, ni actuar, sobre la base de que nuestra fe nos da derecho a una cierta pereza intelectual o a una superioridad automtica. El
compromiso es alcanzar el ms alto grado de eficiencia y preparacin
en la disciplina escogida. Pero tambin dar la respuesta y la doctrina
que sustentamos. Esto no significa el cmodo expediente de leer algunos textos o de vivir de enunciados. Significa trabajar en el campo terico y prctico y mantener una vida que refleje las convicciones.
Nadie debiera superarnos en la audacia y en el valor para explorar en
el campo terico y para deducir la metodologa y las frmulas de la accin.
Los cristianos, muchas veces, descansando en la fe, no hemos elaborado suficientemente una filosofa de la accin, ni nuestros conceptos sobre la forma de las nuevas instituciones.
Est en el Evangelio de San Juan que en el Principio era el Verbo. Es curioso y paradojal que sean otros los que en cierta manera
lo recordaran. Es de Lenin la frase: Sin teora revolucionaria, no
hay accin revolucionaria.
La formacin terica no consiste en conocer documentos y repetirlos. Se trata de un trabajo de reflexin, de profundidad y de confrontacin con la coyuntura histrica y la realidad americana. Es necesario enriquecer con nuestra propia creacin el acervo doctrinario y
no correr tras los hechos.
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Pero este esfuerzo terico debe dar sentido a la accin. El cristiano no solo predica teoras. Las encarna.
He visto durante largos aos, en muchos centros universitarios, el
peligro de un activismo sin sentido por falta de doctrina. He visto a los
que disfrazan su incapacidad en una especie de bohemia revolucionaria. Pero tambin en otros he visto una especie de angelismo. Son esa
especie de gentes que no quieren comprometerse; preciosistas intelectuales de manos limpias que no quieren amasar la vida y que terminan
siempre en una especie de soberbia estril. En ellos se comprende la
frase de Pascal: Quien hace el ngel hace el demonio.
INTEGRACIN EN LA VIDA
Nosotros queremos una Universidad integrada en la vida y en el pueblo. Y eso significa aqu en Amrica que los universitarios y la Universidad deben ser parte fundamental en la tarea de promover el paso de
una sociedad burguesa y restringida a un nuevo tipo de democracia,
para nosotros un nuevo humanismo, en que el trabajo alcance la plenitud de su destino.
En esta empresa la elaboracin ideolgica y el aprovechamiento
de los nuevos conocimientos son una de las expresiones ms altas y
eficaces del Amor al Prjimo. Ese prjimo al que es necesario dar
condiciones de vida y de dignidad.
En Amrica nosotros tenemos una palabra que decir y debe ser de
resolucin y de optimismo. Hay espacio y juventud y otros elementos.
Aqu, con todas las amenazas y a pesar de las dictaduras, hay
una tradicin de libertad. La juventud universitaria y muchos
maestros la han definido.
Aqu ha existido una tradicin republicana. Y en estas tierras, no
es una casualidad, se organiz la vida social con un signo cristiano.
Tenemos, pues, esos valores espirituales y esos recursos materiales
que nos permiten trabajar con grandes ventajas. Por eso es que podemos pensar en que el paso de una sociedad a otra puede realizarse con
mtodos y condiciones que expresen este sentido humanista.
Para algunos la imagen de esta actitud no es tan atractiva como
aquella de la violencia desencadenada. Sin embargo, imponerla exigir un mayor coraje moral. Porque esta no es tarea de ablandamiento
ni de compromisos. No puede seria. Es tarea de definicin en el orden
terico y, lo que es ms importante, en las actitudes.
Es necesario desenmascarar la mentira que nos rodea y hacer un
proceso que clasifique las ideas y las palabras, que muchos distorsionan hasta convertirlas en caricaturas.
Qu inmenso destino tiene la Universidad, sus maestros y
su juventud!
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LA UNIDAD DE LA
CLASE TRABAJADORA*
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Esta tesis ya se ha hecho efectiva en la ley N 16.625 de rgimen sindical en la agricultura, que autoriza la creacin de organismos centrales
paralelos, como las confederaciones y federaciones de trabajadores
del campo. Los nefastos resultados de ella, evidentes en ms de una
ocasin, han enfrentado a hermanos contra hermanos con gran beneplcito y alegra del enemigo comn de clase, la oligarqua econmica
representada en este caso por el latifundista.
La historia nos ensea, por otra parte, que los perodos de mayor
angustia de la clase trabajadora han sido aquellos en que se encontraba dividida en facciones partidistas, como ocurri con la Confederacin de Trabajadores de Chile (CTCH). Las bases de la clase trabajadora exigieron a los dirigentes de aquella poca arriar sus banderas
para entregarlas en el congreso nacional constituyente de febrero de
1953, a la Central nica de Trabajadores de Chile (CUT), que concret
y simboliz la unidad del proletariado chileno, obreros, campesinos
y empleados. Esta triste experiencia antiunitaria en la historia de la
clase trabajadora de nuestro pas, no permitir que vuelvan a crearse
o prosperar instituciones divisionistas, cuya nica finalidad es la de
encender la guerra fratricida para alcanzar menguados beneficios polticos o personales. La conducta de estos traidores no tiene atenuantes y deben ser aventados del seno de la clase trabajadora, castigando
aun fsicamente, si fuere necesario, su maldad. Contra los traidores
no puede ni debe haber conmiseracin. Dura es la ley, pero es la ley.
Basados en este principio inconmovible de la unidad de la clase
trabajadora, es necesario aclarar algunos conceptos y actitudes que se
prestan a menudo a equvocos, y, por lo tanto, a la consumacin de muchos errores e injusticias dentro del seno mismo de la clase trabajadora.
Desde luego es necesario dejar perfectamente establecido, que no
es posible buscar la unidad por la unidad, sin contenido o finalidades
claras y precisas. La unidad del proletariado est regulada por la finalidad que con esta unidad se pretende alcanzar. Unidad para qu?
No para jugar con esta palabrita tan manoseada, ni para comerciar
polticamente con ella, ni menos para asegurarse prebendas que signifiquen para algunos vida fcil dentro de un sistema burocrtico o
que sirva de trampoln para llegar al parlamento, a algn municipio,
asesora o cargo pblico bien remunerado.
La unidad de la clase trabajadora es una herramienta, la ms
eficaz y positiva para alcanzar la transformacin de nuestro rgimen capitalista por el rgimen de justicia social al que hemos hecho
referencia tantas veces. Los trabajadores que concuerden con esta
finalidad deben unir sus voluntades para lograrla. Los trabajadores
que no concuerden con esta finalidad, estn al margen de este concepto unitario. No es posible que pueda existir unidad honrada, leal
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pas, sino que es absolutamente necesario superar la etapa exclusivamente partidista para entrar de lleno a la lucha masiva que, rompiendo los viejos esquemas de partido, abarque a todos los trabajadores
como clase explotada. Esta unidad solo se alcanza con la accin misma revolucionaria y la obstruyen y dificultan la discusin intrascendente y bizantina, y los malabarismos dialcticos o escolsticos que
hastan y frustran al trabajador chileno.
El sindicalismo es la filosofa de la accin y no de la discusin. El
pueblo siente verdadera repugnancia por el mangoneo y quiere actuar
responsablemente al margen de tutores dogmticos y de los profesionales en el arte del engao y la triquiuela.
La juventud contempornea se ha revelado abierta y decididamente
en contra de estos viejos mtodos y busca su propio camino. La juventud
obrera y estudiantil est rompiendo estos diques y su fervor y pujanza
no podr ser contenida por quienes pretendan mantener el statu quo.
Fidel Castro en uno de sus discursos, al inicio del triunfo de la
Revolucin Cubana, expresaba: Por encima de cualquiera tendencia
partidista o de cualquiera cuestin partidarista, estn los intereses de
los trabajadores como clase y el lder obrero que no sepa esto, est
incapacitado para ser lder obrero.
Para muchos, fundamentalmente para aquellos que tienen intereses creados que defender o que en una u otra forma usufructan del
actual rgimen, esta unidad es una utopa, pero luego se convencern
que la masa trabajadora est en esta posicin y la exigir en sus congresos y asambleas, porque intuitivamente y por experiencia sabe que
es la nica unidad que la llevar al triunfo, y no otra.
El movimiento sindical chileno deber adoptar resoluciones definidas sobre estas materias en el congreso de los trabajadores que se
realizar en octubre, si no quiere seguir vegetando y ms que eso, sufriendo toda la dureza de la prepotencia capitalista cuya estrategia de
lucha es dividir para reinar. Ellos s que han sido capaces de superar
todas sus diferencias unindose frreamente como clase explotadora;
es necesario tambin que los explotados entiendan que solo su unidad
de clase los har sacudir el yugo de la esclavitud capitalista.
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EL PROLETARIADO MARGINAL
En la tarea de incorporar nuevos ngulos de examen, nociones modernas y factores inexplorados a la elaboracin de una poltica de izquierda realmente dinmica, no se podr regatear un sitio destacado
a los rebeldes de la democracia cristiana. Con una experiencia personal diferente de quienes vieron germinar su inconformismo dentro
de los viejos partidos de la clase trabajadora, ellos aportan conceptos
y valores en muchos aspectos originales. Los marxistas, por ejemplo,
haban pasado junto al hecho social de la marginalidad con verdadera
indiferencia; su horizonte sociolgico se saturaba junto con verificar
la presencia de las clases ms representativas en el mbito chileno:
burguesa, proletariado, oligarqua agraria, campesinos. Las abigarradas multitudes que comenzaban a acumularse en la periferia de
las grandes ciudades, caracterizadas por rasgos muy especficos en su
comportamiento, se tendi siempre a asimilarlas a la categora genrica de los trabajadores.
Mejor informado, el populismo democristiano hall en esas zonas humanas una poderosa plataforma social y la clave de sus pri* Ampuero, Ral 1969 Perfil de la nueva Izquierda en La izquierda en punto
muerto (Santiago: Orbe) pp. 193-213.
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meros xitos electorales. La nueva burguesa desarrollista y tecncrata descubri que esa masa de hombres y mujeres hacinados en
precarias poblaciones suburbanas adoptaba conductas y obedeca a
motivaciones diametralmente distintas de las que tipifican a la clase
obrera. Provenientes en su mayora del campo, sin experiencia de
organizacin y desprovistos de jefes, desarticulados en medio de la
urbe enorme, desarrollan un instinto de supervivencia individualista
que los hace fcil clientela de los polticos profesionales, a cambio
de trabajos menudos, pequeas ddivas y favores administrativos. El
espritu gregario solo se manifiesta al nivel de las necesidades vecinales ms primarias: agua, luz, vigilancia, terrenos, techo. Los domina, adems, un estado de nimo muy singular: han dejado atrs una
forma de vida llena de privaciones, pero ms segura y organizada,
para comenzar una existencia incierta y a menudo miserable, y pese
a todos tienen la impresin de progresar. La residencia en la ciudad
los acerca a un conjunto de factores civilizados que fomentan esa sensacin de ascenso, aunque no les sea dado aprovecharlos plenamente,
como el cine, los deportes, la televisin, las escuelas, los diarios y revistas, etc., sin contar con la vaga e inescrutable atraccin que sobre
los jvenes ejerce siempre la metrpoli distante.
El descubrimiento sociolgico del proletariado marginal dio generosos dividendos a los nuevos administradores del poder. Fortaleci, para empezar, aquella falsa imagen de un Chile donde el fruto del
trabajo nacional se repartira entre dos aristocracias: la del dinero y
la de los sindicatos; ambas insensibles ante el drama de los pobres de
verdad. El fresmo aparent tomar en sus manos la reivindicacin de
los ms desamparados y les ofreci un ancho cauce de integracin
nacional; de paso, alist contingentes de apoyo para una poltica demaggica y trataba de ocultar la verdadera raz de clase de los conflictos econmicos y sociales.
Debemos reconocer que el sentido diversionista de tal enfoque
y de toda la ideologa y los mecanismos de la promocin popular fue
denunciado primero que nadie, en el interior de la democracia cristiana, por su oposicin de izquierda, agrupada despus en el MAPU.
Tambin es mrito de ella haber sacudido la indiferencia del pensamiento marxista con respecto a un sector social destinado a pesar de
los acontecimientos polticos, producto elocuente de los desajustes de
una sociedad capitalista que agoniza antes de madurar.
VA NO CAPITALISTA
El mismo sector rebelde de la democracia cristiana contribuy a
precisar el contenido y alcance de la llamada va no capitalista de
desarrollo como instrumento estratgico para operar la transicin
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SOCIALISMO COMUNITARIO
Llev mucho ms tiempo definir los contornos de la sociedad comunitaria, entendida como una integracin coherente del derecho de dominio, los mecanismos econmicos, la naturaleza social del Estado
y las modalidades de la gestin, tanto en el plano poltico como en el
mbito de las diversas ramas y unidades productivas. En un comienzo, el ala conservadora de la democracia cristiana trat de reducir el
comunitarismo a las estrechas fronteras de una forma particular de
la propiedad en el seno de la sociedad tradicional, cuya peculiaridad
residira en democratizar el control sobre los medios de produccin al
promover el acceso de los trabajadores al ejercicio de ese derecho. En
estos trminos, el concepto careca de novedad; mucho antes haban
formulado ideas semejantes los devotos del cooperativismo y hasta los
propagandistas yanquis del capitalismo popular. No era difcil demostrar que esos injertos comunitarios, esas islas de fraternidad obreropatronal, no perseguan otro objetivo que el de aburguesar a los trabajadores o el de distanciarlos de la lucha por el cambio de rgimen, o
ambas cosas a la vez. No eliminan ninguna de las caractersticas que
hacen del capitalismo un sistema de explotacin.
Otra vez el ala avanzada de la democracia cristiana logr un positivo avance ideolgico en la controversia. El comunitarismo pas
a entenderse como una concepcin global de la nueva sociedad, incompatible con todo lo que es esencial a la sociedad burguesa. En
el hecho, un modelo especfico de socialismo que enfatiza la participacin real y directa del pueblo en los rganos de gobierno y en las
instancias econmicas.
Desde otra direccin, se acercaban a las concepciones de la democracia directa y de la autogestin sostenida por los yugoslavos y
rompan bruscamente con el reformismo fresta: el socialismo comunitario nicamente poda edificarse sobre la propiedad social de
los medios de produccin y bajo la proteccin del poder revolucionario. Pero la experiencia histrica los ha hecho menos estatistas
que los marxistas de principios de siglo; el proceso segn el cual un
partido asume el gobierno en nombre de una clase para establecer
en seguida su propia dictadura sobre el pueblo ha sido demasiado
dramtico y reiterado para enfrentarlo como mera hiptesis. De ah
que, sin negar al Estado el papel ni los poderes para sustituir drs-
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ticamente la vieja ordenacin social y poltica, se cuidan de proponer los mecanismos apropiados para garantizar su efectivo manejo y
control por los trabajadores, mediante la autogestin de las unidades
econmicas en el marco de la planificacin y a travs de mtodos
pluralistas y democrticos de gobierno. Se busca, en realidad, inmunizar la sociedad nueva contra las deformaciones burocrticas y
totalitarias y se asigna a la vanguardia partidista ms bien el rol de
gua persuasivo de las masas que el de encarnacin carismtica de
un abstracto inters de clase.
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No habr unidad popular en contra de los partidos polticos de izquierda, aclara Chonchol:
La unidad de las masas, expresada polticamente en la unidad de sus
instrumentos polticos, es la nica va real para llevar al pueblo al poder e iniciar la revolucin chilena. Ningn partido, sin excepcin,
tiene derecho a proclamar cules son los ttulos y cules las dignidades
que permiten participar en esta tarea. Aqu no existen ttulos ni hay
dignidades; solo existe la tarea y frente a ella todos los partidos de izquierda son iguales. Solo el pueblo podr decir, en el transcurso de la
lucha, quines merecen su confianza y quines se hacen acreedores a
las ms difciles responsabilidades.
Debemos combatir el sectarismo porque conduce a la divisin. Y la
divisin solo favorece a los enemigos del pueblo2.
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Y agrega:
Desde el momento en que sabemos que ningn candidato puede llegar
al poder por la va electoral sin comprometerse con el sistema y que
en el caso de lograr el triunfo sera de inmediato derribado ante la sola
proclamacin de la intencin de herir los intereses de las clases dominantes, afirmamos que si los obreros y campesinos se dejan arrastrar
por las tentaciones electorales, esto no constituir sino un desvo histrico que no deberemos acompaar.
Participar en las elecciones de hoy, es impedir de hecho el poder
sentar las bases para el inicio de la lucha armada en Chile, es seguir
dndonos vuelta en el crculo vicioso que ha frustrado a generaciones de revolucionarios.
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Cuando analiza los efectos de la participacin electoral afirma que quienes la justifican con el pretexto de tomar contacto con las masas para
propagar las ideas revolucionarias, son vctimas del oportunismo. De
esa manera se inducira al pueblo a confiar en el orden y la legalidad de
la burguesa y a confundirse con el gastado trajn poltico tradicional.
Aun aquellas organizaciones que de buena fe optan por el aprovechamiento de la coyuntura electoral con fines didcticos, terminaran
por subordinar los fines a los medios. Copados sus recursos en la dura
competencia impuesta por la campaa, comprometidas sus fuerzas
en una contienda cuyos resultados tienden a sobreestimarse a medida
que se aproxima el momento de la decisin, contribuyen sin quererlo
a dramatizar el litigio, a proporcionarle relieve y significacin ante los
ojos de la multitud. Los que ingresaron para aprovechar la audiencia
y el clima, terminaran subordinados a los gestores del indigno juego.
Mucho de verdad y mucho de exageracin. El absolutismo de sus
tesis ha llevado al MIR a adoptar voluntarias normas de ilegalidad, a
confinarse virtualmente dentro del campo estudiantil y ha revestido
de gran aspereza la polmica con la izquierda oficial, pero el empleo
de acciones de choque para producir el impacto sicolgico y probar
la vulnerabilidad y la putrefaccin del sistema ha demostrado una mayor eficacia en la formacin de la conciencia poltica, que la precisin
de las consignas, el brillo de los anlisis y la racionalidad de los programas. El peligro reside en la utilizacin individualista o anrquica
de mtodos que solo valen en la medida que sirvan a una perspectiva
elaborada y responsable.
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poltica de izquierda. Ocupa un lugar destacado en las preocupaciones de la Unin Socialista Popular la tendencia a reducir el marxismo
a un mero catlogo de sentencias, aforismos y consignas, justamente
cuando la velocidad de las conquistas tecnolgicas, las nuevas condiciones de la poltica internacional y los fermentos de subversin que
brotan desde las capas ms profundas de la sociedad contempornea,
ofrecen un panorama sustancialmente original, inusitado y hasta extravagante para los modos de pensar acostumbrados.
Un somero recuento de hechos revela en toda su extensin la
crisis de esos esquemas mentales. La generacin formada al calor de
la Revolucin de Octubre no habra imaginado jams que dos grandes naciones socialistas pudiesen situarse al borde de la guerra, por
ejemplo, como ocurre hoy con la Unin Sovitica y la China Popular. Pareca un axioma inamovible que el socialismo eliminara para
siempre todas las causas de enfrentamientos blicos. Tampoco era
previsible esperar conflictos abiertos entre el inters internacional de
los trabajadores y la independencia nacional, o entre los derechos
de los pequeos y grandes Estados socialistas, como el caso reciente
de Checoslovaquia. El papel mismo del Estado socialista ha variado
sustancialmente en la prctica revolucionaria y en el concepto de sus
tericos ms eminentes, despojndosele del aura mtica que lo rode
en las primeras experiencias. La vigencia de la ley del valor en las etapas de trnsito a la sociedad nueva, como asimismo el lugar y el rol
de los incentivos materiales en la construccin de la economa colectivista, son ardientes temas de controversia en todos los confines del
mundo. Aun la religin, entendida como profesin de fe de las masas
ms que como estructura eclesistica, juega una poderosa funcin de
levadura y no de opio de los pueblos, cuando honestamente acerca la
chispa de la dignificacin del hombre a la paja seca de las multitudes
escarnecidas y hambrientas.
Pero todo esto est lejos de las preocupaciones y de las angustias cotidianas de los lderes del FRAP. La conducta oficial consiste en reiterar
que todo va bien, que no hay motivos de controversia, que las pequeas
desavenencias se arreglarn; una liturgia tranquilizadora pero vaca.
Los conceptos de autonoma y responsabilidad nacional de la vanguardia, sea esta un partido o una alianza de partidos, y de la integracin democrtica de las fuerzas revolucionarias y anti-imperialistas en
escala mundial, constituyen tambin aportes reiterados de la U. S. P.
Y los acontecimientos van justificando la necesidad de un vuelco acelerado en esa direccin. Si se persistiera en las anticuadas concepciones hegemnicas y monocntricas, las trizaduras actuales tendern a
ser irreparables y an a derivar hacia cismas abiertos; en cambio, la
apertura de la congregacin comunista hacia un frente amplio de agru-
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El juicio baja a las races y encuentra en la reivindicacin del poder popular directo al nivel de las comunas una instancia destinada
a proteger a los trabajadores de cualquier usurpacin de su calidad
de conductores. Concebida la comuna como agrupacin orgnica de
entidades vecinales y agente de promocin econmica en el mbito
local, deber tener una participacin principal en la elaboracin del
plan econmico, vale decir, en las decisiones claves de la vida colectiva y en el manejo efectivo de los medios de produccin, ms all de
los muros de la fbrica.
Hoy en da la municipalidad es una institucin vaca de toda
funcin de poder. Inclusive en aquellos casos en que se entregan a
la autoadministracin comunal recursos especiales para el desarrollo
urbano, econmico y social, se tiene el cuidado de crear rganos especiales, dominados por los grandes empresarios de la zona, para dirigir
su empleo. All se acaba el sufragio universal y el rgimen representativo; son las corporaciones industriales, mineras, agrcolas, comerciales, las que eligen a los administradores del bien comn. Nada de un
hombre, un voto; all la consigna es tanto tienes, tanto vales.
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DESARROLLO ECONMICO
Y RELACIONES SOCIALES*
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LA NUEVA COALICIN
Chile es uno de los pocos pases donde ese nuevo cuadro exterior se
tradujo formalmente en la creacin de un Frente Popular. Estaban
dadas o eran propicias las condiciones internas: exista la estructura
partidaria para tal alineacin de fuerzas y, por otra parte, la oportunidad coincidi con el divorcio creciente entre los grupos medios y la
derecha, a lo que aludimos ms arriba.
Antes de analizar ms a fondo la fase apasionante que se abre
con el triunfo del Frente Popular en 1938, valgan algunas acotaciones marginales.
En primer lugar est el hecho de que la alianza derechista perdi
por unos pocos miles de votos aunque, claro est, dispona de la
maquinaria del gobierno, que en ese entonces pesaba ms que en el
presente. Su derrota se explica tanto por cuestiones de personalidades su candidato era la imagen ostentosa de la soberbia oligrquica, como por la incomprensin derechista de las repercusiones del
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1 La derecha nunca fue infiltrada mayormente por los fascistas. A pesar de sus
simpatas por Franco, resultaron ms poderosos sus lazos econmicos y culturales
con la coalicin occidental. El partido nazi que surgi en Chile a mediados de los
aos treinta tuvo su base en la clase media profesional. Fue, seguramente, junto
a los integralistas del Brasil, la organizacin de este tipo ms fuerte e influyente
que actu en la regin. Otro signo sugerente de la aptitud chilena para calcar las
formas polticas europeas.
2 El partido radical, a pesar de haber llegado a ser la organizacin principal
de la clase media urbana y burocrtica, tuvo desde su origen fuertes soportes
en la minera nacional y en terratenientes al sur de la zona central. Estas dos
alas, de poca significacin cuantitativa en el presente, siguieron ejerciendo una
gran influencia en el partido.
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los contingentes del Frente Popular, fcil ser apreciar que mientras el
ala jacobina concentr sus miras en la poltica internacional y en las
medidas redistributivas, el ala radical-demcrata se dedic a reforzar
sus posiciones en el aparato estatal y a penetrar con esa llave en la
fortaleza econmica de la derecha, va instituciones de crditos, controles de cambios, empresas mixtas y otros arbitrios similares.
Claro est que tambin hubo decisiones en pro del desarrollo y
una Corporacin de Fomento, precursora en Amrica Latina. Pero la
historia fidedigna de estas iniciativas indica que su nacimiento, ms
que a las directivas polticas frentistas, estuvo vinculado a un grupo de funcionarios y tecncratas, en su mayora ingenieros, que les
dieron forma y las impulsaron, aprovechando el respaldo personal de
algunos monitores, como el propio presidente Aguirre Cerda. Sintomtico de esta realidad es que la mayor parte de los hombres claves
en las decisiones sobre fomento econmico y en el manejo de las
instituciones creadas fue de extraccin derechista. Esto no implica
ningn abono para los partidos conservadores, que se opusieron cerradamente a esa orientacin, aunque con posterioridad no tuvieron
empacho en participar y en beneficiarse con ella.
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Al tocar este tema resulta oportuno volver sobre una referencia que
se hizo de pasada a propsito de la flexibilidad de la derecha chilena,
condicin que tiene mucho que ver con el fenmeno arriba descrito.
Esa flexibilidad se ha manifestado en dos planos principales. Por
un lado, en el poltico, donde resalta su disposicin para acomodarse
a nuevas situaciones, cambiando la lucha frontal de un comienzo por
la retirada posterior a lneas ms fuertes, susceptibles de cuidar sus
intereses primordiales. Para el xito de esa conducta ha sido decisiva
la expresin social de su ductilidad, esto es, la aptitud para atraer y
recibir a los elementos que sobresalen en los cuadros ajenos y que, por
supuesto, son asequibles. En Chile ha hecho historia y ha pasado a ser
un personaje caracterstico de su constelacin poltica el joven rebelde de pequea o media burguesa, por lo general provinciano, que es
progresivamente asimilado por la derecha aunque ello no implique
mudanza en su afiliacin partidaria. El fenmeno, como es evidente, se aceler y extendi grandemente con los cambios en el balance
de poder. La llamada oligarqua abri ms sus puertas, consciente
de que por ese medio poda contrarrestar su debilitamiento y abrirse
paso ms expedito hacia las oportunidades creadas por la intervencin
estatal. Los otros, a su vez, siguiendo antigua tradicin, no vacilaron
en trocar influencias o poder por lustre social. Un aspecto digno de
subrayarse es que rara vez los escaladores provinieron de o se transformaron en empresarios. La abrumadora mayora de los polticos que
entr al mundo de los negocios lo hizo en calidad de consejero, abogado, asesor o cualquier funcin similar, teniendo como ttulo esencial
su acceso y contactos con los mecanismos del Estado.
A posteriori es fcil ver que solo una poltica resuelta sobre tenencia de la tierra, v. gr., una reforma agraria, podra haber distanciado
a radicales y a derechistas o, si se quiere, aproximado a los primeros
y a la izquierda. Pero en este punto, aparte de reiterar la afinidad del
ala dominante en el radicalismo con la derecha, que compona un
balance de poder contrario a tal reforma, hay que dejar en claro que
los partidos socialista y comunista, en lo principal urbanos y mineros,
tenan un lazo puramente ideolgico con campesinos y pequeos propietarios, con quienes no lograron forjar eslabones firmes.
Si examinamos ahora el asunto atendiendo a la masa radical,
hay que tener en cuenta que el sistema imperante, en ese tiempo y
con posterioridad, en general mejor su status y su nivel de vida. Este
es un hecho obvio que los izquierdistas no quisieron enfrentar, obnubilados por un esquema en que se divida tajantemente el radicalismo entre una minora reaccionaria y una mayora pauperizada y
progresista. Lo efectivo, sin embargo, es que una gran parte de los
grupos medios vinculados al sector pblico y al privado, a la vez que
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El otro elemento que llama al examen es el que tiene que ver con
la composicin social de la candidatura triunfante. Desde este ngulo
es importante recordar que, a despecho de su estratgico apoyo en
la hora de la eleccin, la derecha no lleg a asociarse con el rgimen
triunfante, como muchos izquierdistas vaticinaban. Por el contrario
y en especial a raz del desarrollo de la reforma agraria la derecha
fue encarnizando su oposicin al nuevo gobierno.
La victoria de Frei, en verdad se asent sobre dos pilares bien
conocidos: el Partido Demcrata Cristiano que, como se anot antes,
haba estado creciendo con rapidez en los aos anteriores, y la masa
independiente o, como se deca, marginada, que represent el aporte fundamental en la definicin electoral. Despus del primer ensayo
ibaista en 1952 de incorporacin masiva de las periferias urbanas
y el medio rural, viene la segunda y mucho ms grande ola de 1964,
con una diferencia cualitativa de gran importancia: esta vez la masa
independiente va de la mano con uno de los principales partidos y de
los ms ideolgicos, por aadidura. Por otro lado, y en parte por lo
anterior, su irrupcin no afecta al sistema de partidos sino que, en
cierta medida, lo fortalece.
Desde el punto de mira que se ha utilizado en este trabajo, fcil es
convenir en que los aspectos o cambios destacados implicaron en ltimo trmino una sustancial masificacin de las presiones sociales,
modificando casi cualitativamente la relacin entre ellas y los trminos del desarrollo productivo. Y decimos casi cualitativamente porque esa transformacin no fue mucho ms all de la presencia electoral y, por lo tanto, espordica, de la gran masa. Es cierto y sobre esto
se volver ms adelante que en lo que respecta a la organizacin del
campesinado y en menor medida de los llamados organismos comunitarios en las urbes (juntas de vecinos, centros de madres, etc.), los
cambios fueron ms profundos. No obstante, insistimos, no alcanzaron a derivar en otra estructura de participacin y representacin que
rivalizara y se complementara con las agencias tradicionales: partidos, asociaciones gremiales, sindicales, ncleos empresariales. En el
acontecer cotidiano, estas estructuras de poder continuaron pesando
mucho ms que la masa multitudinaria.
Como se comprende, esa disociacin tendr mayor o menor significacin segn sea la representatividad efectiva de las organizaciones
tradicionales. Aunque en el caso chileno (por ejemplo en relacin a
los partidos o la agrupacin sindical) ella parece alta por la medida latinoamericana, parece claro tambin que est distante de incorporar
o reflejar con fidelidad las aspiraciones e intereses de la gran masa, en
especial la no vinculada a las actividades del sector moderno.
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democracia cristiana al poder, o sea el partido y la masa independiente, con el contingente femenino a la cabeza.
Tomando un atajo para abordar el problema de fondo, se podra plantear la suposicin casi irrefutable de que el predominio democristiano no solo se habra mantenido sino robustecido de haber
conseguido transformar aquel matrimonio de ocasin electoral en
una asociacin orgnica y estable. Esta verdad meridiana fue comprendida por el rgimen en sus primeras andanzas y son pruebas de
ello las iniciativas en torno a la promocin popular y a las organizaciones comunitarias. Sin embargo, no es menos cierto que, con el
paso del tiempo, el objetivo perdi jerarqua y los progresos resultaron limitados por lo menos en relacin a la cuestin planteada.
En las alturas de 1970 es difcil apreciar con alguna certeza hasta
qu punto se mantiene la influencia democristiana en esas capas y
esferas o, desde otro ngulo, en qu medida ellas han vuelto a ser
una masa en disponibilidad para distintos proyectos poltico-electorales. Sin embargo, lo cierto e indiscutible es que no se materializ
aquella fusin ms o menos completa o progresiva de las dos partes
del movimiento fresta de 1964.
La anterior, repetimos, nos parece la causa primordial del fenmeno examinado. Sin embargo, queda por delante lo ms difcil, esto
es, intentar explicar por qu ocurri tal cosa.
Como se comprende, no hay respuesta nica para la interrogacin y otra vez solo cabe proponer alguna hiptesis central al respecto. Para nosotros ella podra sentarse en los trminos siguientes:
Dado el nivel y parquedad del desarrollo chileno no es posible al
mismo tiempo y en un perodo relativamente corto resolver los problemas bsicos de la masa preterida y permitir (o promover) la asignacin de los recursos disponibles conforme al patrn de gastos y aspiraciones de los grupos altos y medios.
En otras palabras, el intento de reproducir los mdulos de consumo caractersticos de las sociedades opulentas, aparte de sus limitaciones intrnsecas, parece incompatible con todo propsito de
modificar las condicionantes bsicas de la pobreza estructural de
las mayoras urbanas y rurales.
La experiencia ha demostrado que regmenes populistas o progresistas con alguna holgura financiera pueden extender ciertos beneficios sociales a la poblacin marginada o a parte de ella (vivienda,
educacin, asistencia mdica, etc.). Sin embargo, tambin ella demuestra (y esto vale para casi todos los pases latinoamericanos) que
esos esfuerzos no logran alterar sensiblemente las situaciones relativas
al empleo regular, a los flagrantes desniveles de productividad, al acceso efectivo a las oportunidades de movilidad y ascenso, etctera.
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ese tipo y que con diversa intensidad y cariz vienen barajndose desde
antiguo. La primera y ms regresiva implicara la contencin ms o
menos violenta de las presiones sociales con objeto de equilibrarlas con la base material. La segunda se identifica con las diferentes
modalidades de populismo, que implican en este contexto la manipulacin de problemas, en el sentido de no abordar o resolver la
contradiccin expuesta y, en cambio, recurrir a diversos expedientes
para aminorar las tensiones en el cuadro de una especie de rotativa
de concesiones, que en la prctica tienen patente traduccin inflacionaria. La tercera supondra esencialmente una seleccin de las aspiraciones y los grupos favorecidos (que pueden ser la mayora postergada u otros) y una redireccin definida de los recursos econmicos en
funcin de esas preferencias y de la necesidad general de dinamizar el
sistema y ampliar la base productiva.
Sera ocioso especular sobre las posibilidades de que se adopte alguna de esas alternativas (u otras o diferentes combinaciones de ellas).
Lo que s puede plantearse es que, al nivel poltico, el decenio de los
aos setenta se ha abierto con una reedicin del esquema triangular
de fuerzas que presenta limitaciones obvias para cualquier definicin
clara en cualquier direccin. Lo componen una izquierda fortalecida
pero evidentemente ambigua en cuanto a sus tcticas y estrategias de
corto y mediano plazo, fluctuando entre un reformismo avanzado
y una proclamacin revolucionaria que se inspira verbalmente en la
experiencia cubana: una democracia cristiana, mutilada de su flanco
ms jacobino, pero igualmente oscilante entre el radicalismo oral y
la sustancia reformista; y una derecha, disminuida partidariamente,
pero con reservas abiertas o potenciales en las capas que acceden a los
nuevos consumos y algunos ncleos de la masa despolitizada.
BIBLIOGRAFA
Instituto de Economa 1969 La economa de Chile en el perodo 195063 (Santiago: Universidad de Chile).
Pinto, Anbal 1969 Diagnstico, estructura y esquemas de desarrollo en
Amrica Latina (Santiago: FLACSO).
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INTRODUCCIN
Cuando me pidieron que preparara esta discusin sobre el tema Poder y reforma agraria en la experiencia chilena, top de inmediato
con una primera dificultad: precisar el significado de poder en relacin a la reforma agraria o en relacin a cualquier otro aspecto del
cambio social. Es materia relativamente fcil para quien es socilogo
o cientfico poltico de profesin. No soy ni lo uno ni lo otro. Me he
preguntado, pues, cmo enfocar el tema para que su presentacin resulte racional, inteligible y no derive en una serie de hechos inconexos.
Al respecto, creo que, por lo menos, puedo aportar una autntica
experiencia sobre algunos aspectos de la realizacin concreta de un
proceso especfico de reforma agraria, en una realidad determinada
como es nuestra sociedad chilena y en un perodo dado como ha sido
el de los ltimos aos.
* Chonchol, Jacques 1970 (1969) Poder y reforma agraria en la experiencia chilena en Pinto, Anbal; Aranda, Sergio; Martnez, Alberto y otros Chile hoy (Santiago: Siglo XXI) pp. 255-288.
1 Conferencia dictada en el Departamento de Investigaciones del Centro de Estudios Socio-Econmicos (CESO) de la Universidad de Chile, el 18 de junio de 1969.
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vos, de tipo revolucionario, que tocaran a las relaciones econmicas y sociales. Ello determina una forma de operacin,
ciertas formas de resistencia como algunas formas de accin
que merecen nuestra atencin. Adelantemos, adems, que el
proceso se intenta dentro de lo que podemos llamar un sistema democrtico tradicional que aporta otras limitaciones
para cualquier gobierno que pretenda emprender una tarea
as. Pinsese en las aspiraciones especficas y en las posibilidades de expresin que detentan otros sectores sociales, los que,
en el caso chileno, son mucho ms importantes que el sector
campesino. Valga, pues, lo dicho como fundamentacin para
invitar a reflexionar sobre este punto.
las caractersticas de poder real del campesinado en la sociedad chilena, aceptando que ella ha variado de antes al presente
y tratando, por lo mismo, de visualizarla en la situacin del
ao 64. Es un nuevo punto que me parece debe preocuparnos.
No me cabe la menor duda que el campesinado chileno es uno
de los grupos sociales que, desde muchos puntos de vista, ha
gozado de menos poder real. Y ocurre que cuando se considera
a Chile como un pas subdesarrollado, comparable con otros
pases en similar situacin, uno tiende a olvidar que el peso
cuantitativo de nuestro campesinado en la sociedad chilena es
bajo. Incluso, en este momento, de cada 4 habitantes de Chile,
3 son urbanos y 1 es rural. Es, pues, necesario tener presente
esto si comparamos nuestro caso con experiencias histricas
de las reformas agrarias en otros pases subdesarrollados, en
los cuales la gravitacin cuantitativa de la masa campesina en
la sociedad global es mucho mayor. Nuevamente, la situacin
es especial y acarrea limitaciones que conforman un problema
por analizar. Ahora, el problema se subraya si esa cuarta parte
de la poblacin, que es el campesinado, tiene un poder real
desde los puntos de vista poltico, econmico y social bastante
inferior al grado de poder de otros sectores sociales. Surge de
esa realidad una serie de obstculos y de posibilidades para un
proceso de reforma agraria que tienen su propia significacin.
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Un segundo elemento, a mi parecer, lo constituye un hecho de carcter intelectual, de alguna manera reflejado tambin por las posturas
polticas ya sealadas y que se vena plasmando en la sociedad chilena
durante los ltimos aos. Me refiero al convencimiento ms o menos
generalizado de que la reforma agraria era un proceso necesario y
deseable. Y esto, no solo desde el punto de vista de hacer justicia a un
sector relativamente importante dentro de la sociedad, que permaneca profundamente postergado, sino como precondicin indispensable para dos logros: perfeccionar realmente la sociedad democrtica y
acelerar el proceso de desarrollo econmico.
Esta conviccin haba ganado terreno en los crculos ms ilustrados, en parte por la prdica de los polticos, pero decisivamente
ya que los polticos hablaron sobre esto largo tiempo antes sin xito debido a la insistencia de intelectuales nacionales socilogos,
economistas, escritores y, en general, gente preocupada del problema
social, y de muchos organismos internacionales, especialmente de
los dependientes de las Naciones Unidas. Aunque los crculos ganados
por la idea no fueran cuantitativamente los ms importantes, eran
aquellos que cualitativamente ms gravitaban en nuestro contexto
social. Aceptaban, en realidad, esos sectores, la conexin sealada
entre la posibilidad de acelerar el perfeccionamiento del sistema democrtico, el desarrollo econmico y el proceso de reforma agraria,
al percibir la magnitud de los grupos marginales, entre los cuales se
destacaba especficamente el campesinado.
No me parece que este fenmeno haya sido exclusivo de Chile. Se
ha venido dando en Amrica Latina y en otras regiones subdesarrolladas del mundo, especialmente en los ltimos 10 o 15 aos. Reflejo de
esto es la afirmacin de la necesidad de la reforma agraria en la mayor
parte de las conferencias internacionales y las aseveraciones, aun de
los gobiernos ms conservadores y de personas que evidentemente no
estn dispuestas a llevar adelante estos procesos, pero que reconocen
verbalmente lo ineludible de ellos. Todo ello deriva en la conformacin
de una cierta imagen de opinin pblica. Si fuera preciso dar ejemplos de lo que he anotado, pinsese en las resoluciones de la FAO que
agrupa a ciento y tantos pases del mundo; en aquellas de la CEPAL y
otras organizaciones o instituciones de tipo regional; incluso en las de
la propia OEA, con todo lo tradicionalista y reaccionaria que es. No
cabe duda que se ha producido explcitamente un consenso terico de
esta necesidad, impuesta tanto por la exigencia de acelerar el proceso
de desarrollo econmico como por los problemas de justicia para con
uno de los sectores ms postergados de la comunidad nacional.
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para apreciar que, aunque no estuvieron de acuerdo en el fondo, formalmente tenan que dar su venia a la nueva actitud.
Creo pues que fue este un nuevo e importante elemento en este
caso un hecho internacional que entr a jugar en la configuracin
de un cuadro poltico que permita abordar ahora con mayor profundidad el proceso de reforma agraria.
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Como cuarto elemento, quiero destacar un hecho estrictamente econmico, pero que se liga y refuerza por una derivacin en el plano de
las imgenes que la opinin pblica se forma.
El hecho econmico era la incapacidad creciente de la agricultura
chilena para responder a los requerimientos del pas, incapacidad que
se ha manifestado de manera cada vez ms significativa a partir de los
aos cuarenta. Haciendo un poco de memoria, Chile tuvo, a fines de
la dcada del treinta, un supervit de productos agropecuarios en su
comercio exterior; exportaba alrededor de 30 a 40 millones de dlares
anuales por ese rubro e importaba a alrededor de 20 a 25 millones de
dlares. Sin embargo, el lento crecimiento de la agricultura frente al
crecimiento de la poblacin, del ingreso y de las necesidades, trastoc
esta situacin, hasta que el estancamiento agrcola, desde el punto de
vista econmico, se convirti en un peso negativo muy importante en
la balanza de pagos. En los ltimos aos seguamos exportando 30 o
40 millones de dlares; pero, en cambio, importbamos alrededor de
200 millones de dlares, cifra que significaba, hasta hace pocos aos,
entre la tercera y cuarta parte de la tenencia total de divisas del pas.
As, las ventajas que Chile haba ganado con su proceso de de industrializacin, sustituyendo importaciones, indudablemente las estaba
perdiendo por el estancamiento del sector agrcola. Tenemos as este
hecho econmico, el progresivo deterioro de la agricultura frente a
las necesidades del pas, que tambin ayud a plasmar la posibilidad
poltica para la reforma agraria.
Pero el carcter de acondicionamiento poltico conferido a este
hecho econmico se hace ms patente por la simultaneidad de otro aspecto: la mala imagen que de los agricultores chilenos se ha formado el
hombre comn del pas. Creo que si se interroga al hombre de la calle,
a ese hombre de la calle que es el hombre urbano, qu imagen tena
y an tiene del agricultor, la respuesta mayoritaria ser del siguiente
orden: Mire, son unos seores que tienen mucha tierra y que toda la
plata que ganan se la van a pasear a Europa, que se compran grandes
autos, etc. Fuera verdico o no, me parece que en esta lnea estaba la
imagen que los grupos representativos de la agricultura tradicional, la
Sociedad Nacional de Agricultura, las organizaciones similares de pro-
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sivo en la escasa posibilidad de fuerza y de peso poltico del campesinado. Pero, por otra parte, es indudable que en Chile se ha venido
produciendo una acelerada ampliacin de la masa electoral y ello ha
cambiado la importancia del voto campesino. Recurdese que en los
ltimos aos, vale decir desde el ao 1940, el nmero de electores
ha pasado de 500 mil sobre 5 millones de habitantes, a tres millones,
sobre 9 millones. En otras palabras, de un 10% de la poblacin a un
tercio de ella. Muchos factores han concurrido para este fenmeno
de ampliacin: la incorporacin de la mujer al derecho a voto; el
mejoramiento de los ndices de alfabetizacin; la obligacin de estar
inscrito en los registros electorales para una serie de actos civiles,
etc. Aunque este ltimo tipo de exigencia legal no haya sido siempre
urgido ni se haya sancionado realmente la abstencin, los factores
sealados han provocado un rpido aumento de la participacin
electoral de la poblacin. Es en este contexto, en la lucha por conquistar la opinin pblica, que indudablemente ha habido una lucha
particular de los partidos polticos, especialmente en los ltimos 10
aos, por obtener el voto campesino.
En una situacin como la descrita, uno de los temas ms fundamentales que podra plantearse al campesino para lograr su voto era
el problema de la reforma agraria. Y, de hecho en estas ltimas campaas, las fuerzas polticas hablaban de que, cuando llegaran al poder,
dividiran los fundos y entregaran las tierras a sus trabajadores, lo
que concuerda con la aspiracin innata de los campesinos chilenos.
He all, pues, un nuevo elemento que ha contribuido a crear una
situacin poltica favorable a una accin de reforma agraria en los
ltimos aos.
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que buscaba, fundamentalmente, la incorporacin a la sociedad moderna de los sectores ms postergados, de los sectores
marginales. Dicha faceta social del programa se expresaba en un
amplio proceso de reforma agraria, en una organizacin popular significativa, especialmente de los grupos marginales; en una
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importante reforma educacional, destinada a dar armas de progreso y de defensa al pueblo y que tambin se iniciaba por el nivel primario para favorecer a los sectores ms postergados, y en
una cierta poltica de redistribucin del ingreso que permitiera
a esos mismos sectores mejorar su situacin econmica dentro
de la sociedad chilena. Debe pues tenerse presente que dentro de
ese programa social progresista se englobaba la reforma agraria.
no. Por ella se persegua acelerar el proceso de desarrollo econmico mediante los moldes tradicionales. Ms claro: se intentaba acelerar el proceso de desarrollo econmico basndose, en
cierta medida, en los mismos grupos sociales, en los mismos
grupos empresariales privados tradicionales, a los cuales se pretenda impulsar e incorporar al proceso de desarrollo general.
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Agrcolas del Sur, la Sociedad Agrcola del Norte, el Consorcio de Sociedades Agrcolas del Sur, etc. A poco que se examinen estas sociedades, se descubre, sin embargo, sin mayor problema a quines representan: exclusivamente al pequeo grupo de los grandes propietarios.
No ha habido en ellas inquilinos, medieros, pequeos propietarios,
etc. Han sido tpicas organizaciones de clase, de unidad de los sectores dominantes dentro de la agricultura y de representacin de sus intereses. Sin embargo, eran y son considerados por todos los gobiernos
como los genuinos representantes de la agricultura nacional. As, si se
trataba de discutir con el sector agrcola las condiciones de trabajo,
las polticas de precios, las polticas crediticias, las polticas de importacin y exportacin, con quines se discuta? Con estos grupos
que asuman, de hecho, la representacin de la agricultura. Eran los
nicos organizados puesto que la gran masa campesina careca de
cualquier tipo de organizacin: ni gremial ni profesional.
Exista una ley de organizacin sindical, pero no haba organizacin sindical. Qu haba ocurrido? Lo mismo que ha sucedido en
muchos pases de Amrica Latina: hacer leyes para impedir que exista
lo que la ley dice favorecer.
Veinte y tantos aos atrs, la presin por la sindicacin campesina se hizo ms fuerte. Ya no se pudo seguir diciendo que los campesinos no podan organizarse. Y no olvidemos que antes se daban
con toda tranquilidad y se aceptaban con igual facilidad una serie de
aseveraciones: que en la agricultura no poda haber sindicatos porque
la agricultura no era como la industria; porque el trabajador agrcola laboraba en una produccin mucho ms vital para la comunidad;
porque si se produca una huelga en una poca de cosecha, se perda
toda la produccin y ello no era solo perjudicial para el trabajador y
para el patrn, sino adems para toda la comunidad; que una huelga que afectara seis meses a una industria significaba la prdida de
seis meses de produccin pero no de toda la produccin; en cambio,
en la agricultura eso era la ruina. Tales argumentos se aducan con
toda tranquilidad. Y, como dijramos, veinte y tantos aos atrs, en
Chile, se consideraba normal que los trabajadores de la agricultura
no pudieran organizarse, pese a que el pas haba suscrito una serie
de convenios de la Organizacin Internacional del Trabajo al respecto
con todos los cuales estaba en mora.
Cuando la presin social se hizo tan fuerte que no se pudo seguir
impidiendo por ley la organizacin, qu se hizo? Se aprob una ley
en 1947, en el gobierno de Gabriel Gonzlez Videla, que se llam de
sindicacin campesina. Ahora bien, ella eman de un parlamento en
que dominaba o primaban los elementos latifundistas. As, la ley prcticamente impeda de un modo muy inteligente la sindicacin campe-
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meno de los analfabetos por desuso, o sea, personas que haban pasado
por la escuela primaria, pero que al regresar a un medio sin oportunidades de ejercer lo aprendido olvidaban lo recibido en la escuela.
Tenemos, pues, descrito este mundo campesino como sin tierra, sin crdito, comercialmente explotado, sin organizacin ni
oportunidades culturales.
Aadamos que el campesinado careca de representacin poltica. Si se observa qu representacin poltica o qu participacin real
tenan los autnticos campesinos en el Parlamento, en las municipalidades, en el poder ejecutivo local (intendentes, gobernadores, subdelegados, etc.) se concluir que dicha representacin y participacin
poltica era de hecho nula. Cuntos pequeos propietarios, medieros,
inquilinos, voluntarios, comuneros eran parlamentarios?, cuntos
eran alcaldes o regidores? Y si ampliamos el espectro a todo el sistema
poltico, cuntos eran intendentes, gobernadores, subdelegados, etc.?
Prcticamente la representacin poltica campesina era casi cero.
Por otra parte, cuntos campesinos participaban en las directivas nacionales o locales de los partidos polticos que es otro elemento trascendental de la estructura de poder? De hecho no estaban ni
en las directivas nacionales ni tampoco en las provinciales o locales
de la mayor parte de los partidos polticos. All se encontraban solo
latifundistas o personas ligadas a ellos.
Todo lo dicho apareca cimentado en una serie de rasgos que
constituyen un fenmeno importante y que inciden muy fuertemente en los tropiezos de la reforma agraria. Tales rasgos conforman lo
que llamaremos la psicologa de la dependencia. En un proceso de
cambio de la naturaleza de la reforma agraria, esos elementos son los
ms difciles de superar ya que configuran, de cierta manera, la propia
situacin de poder del campesinado tal como ella se plasm durante
largos aos, por un proceso histrico concreto.
Detengmonos, pues, en estos rasgos ms dominantes de lo que
hemos llamado la psicologa de la dependencia en el campesinado.
Primero: falta de confianza en s mismos, en sus propias posibilidades. Los campesinos han vivido por muchos aos y por muchas generaciones en un sistema que no presentaba otra salida que abandonar
el sistema. La nica alternativa para el campesino que quera progresar
era la emigracin. Y, de hecho, los ms dinmicos emigraban a las ciudades puesto que dentro del propio sistema carecan de la ms mnima
posibilidad de mejoramiento. Sumada a la falta de organizacin, se
comprende esa falta de confianza en s mismos y en sus posibilidades.
Segundo: vivan en medio de toda una serie de relaciones sociales de tipo personal, no institucional. Para resolver sus problemas de
trabajo o de vida, el campesino siempre dependa de alguna persona:
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de su patrn, del comerciante local, del poltico local fuera diputado o regidor, de algn hombre influyente que se converta en el
mediador entre l y el resto de la comunidad. Y ntese bien que esta
dependencia no exista solo para trabajar sino que para cualquier
cosa referente a su vida.
Si necesitaba hacer un gasto, hacer un trmite ante un organismo pblico, ante un organismo del trabajo o de la salud, ir al hospital, conseguir cualquier cosa del sistema institucional, etc., el campesino no poda llegar directamente a l, sea por su aislamiento, por su
falta de organizacin, por su falta de cultura, etc., sino que requera
de un mediador que era precisamente quien lo dominaba. En sntesis: exista todo un sistema de relaciones personales, de relaciones de
dominacin caractersticas de una sociedad subdesarrollada de tipo
tradicional y hasta podra decirse de tipo feudal, aunque la palabra no sea exacta. Tal sistema dificultaba el contacto entre el campesino y el resto de la sociedad.
En tercer lugar: desconfianza al cambio. Es explicable que para
quienes han vivido durante mucho tiempo en un sistema inmutable,
toda innovacin, todo cambio les parece un riesgo. El cambio obliga
a salir del mbito en el cual se sienten seguros. Ejemplificando se entiende mejor lo dicho. Tericamente es preferible trabajar en forma
independiente, como propietario de la tierra y no como asalariado.
Sin embargo, cuando hace algunos aos se hicieron ciertas experiencias de reforma agraria, como la emprendida por la Iglesia catlica
de Chile, en algunos casos ella ofreca a los campesinos arrendarles
algunos fundos de los obispados.
Cmo reaccionaban los campesinos? A menudo preferan seguir
de asalariados, porque al dejar de serlo perdan la seguridad de la asignacin familiar y de la libreta de seguro, muy importantes en su nivel
tradicional de vida de subsistencia.
Aceptar un sistema de mayor libertad conduca a una cierta
incertidumbre y los asalariados no queran correr ese riesgo: trabajar por cuenta propia significaba estar abocado a financiarse uno
mismo sus problemas.
Cuarto punto: cierto fatalismo con mucha sujecin a las condiciones de la naturaleza. Aunque no fuera as en todo Chile, que nuestra
agricultura se caracterizaba por tradicional y bastante primitiva era
algo valedero en el promedio de los fundos. Adems, la condicin misma de la agricultura, que se liga mucho ms directamente a los factores naturales que el fenmeno industrial, provocaba en el campesino
una actitud muy pasiva frente al cambio tecnolgico, a la innovacin.
Tal vez nosotros pudiramos llamar a eso una falta de visin global
del mundo campesino y de las relaciones del mundo campesino con
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TERCERA CONFERENCIA MUNDIAL
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fica como explicacin de nuestro atraso. Atribuye a supuestos factores naturales, como el clima, la raza, o la mezcla de razas, o el
arraigo a tradiciones culturales autctonas, la razn de un inevitable estancamiento de los continentes en desarrollo. Pero no se ocuparon de los verdaderos causantes del retardo, como la explotacin
colonial y neocolonial fornea.
Otra culpa nuestra que debemos mencionar es que el Tercer Mundo no ha logrado todava la unidad total, respaldada sin reservas por
cada uno de nuestros pases.
La superacin de estos errores debe tener prioridad. En el mismo
sentido se expresan la Carta de Argel y la Declaracin de Lima de los 77.
Los gobiernos de los pases del Tercer Mundo han formulado ahora una filosofa mucho ms consciente y acorde con la realidad de hoy.
As la Declaracin de Lima, junto con reiterar la enftica afirmacin
de la Carta de Argel de que la responsabilidad primordial de nuestro
desarrollo nos incumbe a nosotros mismos, certific el compromiso
de sus firmantes de efectuar las reformas necesarias en sus estructuras econmicas y sociales, para movilizar plenamente sus recursos
bsicos y asegurar la participacin de sus pueblos en el proceso y en
los beneficios del crecimiento. Conden, asimismo, toda forma de dependencia que pudiera agravar el subdesarrollo.
En Chile, no solo apoyamos sino que practicamos plenamente
esta filosofa. Lo hacemos con profunda conviccin, de acuerdo con
nuestra realidad socioeconmica y poltica.
El pueblo y el Gobierno estn comprometidos en un proceso histrico para cambiar de manera fundamental y revolucionaria la estructura de la sociedad chilena. Queremos echar las bases de una nueva, que
ofrezca a todos sus hijos igualdad social, bienestar, libertad y dignidad.
La experiencia, muchas veces dura, nos ha demostrado que para
satisfacer las necesidades de nuestro pueblo y para proporcionar a cada
uno los medios que le garanticen una vida plena, era indispensable superar el rgimen capitalista dependiente y avanzar por un nuevo camino. Ese nuevo camino es el socialismo que empezamos a construir.
Consecuentes con lo que han sido nuestra historia y tradicin, estamos realizando esta transformacin revolucionaria profundizando
el rgimen democrtico, respetando el pluralismo de nuestra organizacin poltica, dentro del orden legal y con los instrumentos jurdicos que el pas se ha dado; no solo manteniendo sino ampliando las
libertades cvicas y sociales, individuales y colectivas. En esta nacin
no hay un solo preso poltico, ni la menor limitacin a la expresin
oral o escrita. Todos los cultos y creencias son practicadas en la ms
irrestricta libertad y ante el mayor respeto.
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Contar solamente otros dos aspectos de la gestin econmicosocial de mi Gobierno: uno es la profunda y amplia redistribucin
del ingreso, y el otro, la aceleracin de la reforma agraria, cuya meta
es que a fines de este ao no quede un solo latifundio en nuestra tierra. Esta reforma incluye una lnea dinmica y realista del desarrollo
agropecuario. As esperamos resolver, en cortos aos, el dficit de alimentos que hoy nos obliga a importarlos por ms de 300 millones de
dlares, suma desproporcionada a nuestros recursos.
Hemos complementado todo el quehacer nacional con una decidida poltica de integracin econmica con los pases de Amrica Latina. El Pacto Andino (integrado por Bolivia, Colombia, Chile,
Ecuador y Per) es un vivo ejemplo de las enormes posibilidades de
colaboracin que existen entre pases subdesarrollados cuando hay
una slida voluntad poltica para actuar.
En menos de tres aos hemos triplicado el comercio mutuo y estamos aplicando mecanismos para coordinar la estrategia econmica
de cada pas. Hemos acordado un tratamiento comn a la inversin
extranjera, que elimina la competencia suicida para captar recursos
externos y corrige prcticas injustas que se vienen repitiendo desde
hace mucho tiempo. Tenemos plena certeza de que una integracin
entre pases como los nuestros no puede resultar nicamente del juego mecnico de las fuerzas del mercado; deben planificarse conjuntamente los sectores ms fundamentales de la economa definindose
as las producciones a cada pas.
El Pacto Andino, autnticamente latinoamericano, tiene trascendencia no solo por el pragmatismo tcnico con que estamos enfrentando los problemas como surgen, sino tambin porque estamos
realizando una experiencia autctona de integracin, basada en el
ms absoluto respeto al pluralismo ideolgico, al legtimo derecho
que cada pas tiene de adoptar las estructuras internas que estime
ms convenientes.
La tarea asignada a la III UNCTAD es disear nuevas estructuras
econmicas y comerciales precisamente porque aquellas establecidas
en la postguerra, que perjudican duramente a los pases en desarrollo,
se estn derrumbando y desaparecern.
Las concepciones de Bretton Woods y de La Habana, que dieron
vida al Banco Mundial, al Fondo Monetario y al GATT, se caracterizaron por sistemas monetarios, de intercambio comercial y de financiamiento para el desarrollo, fundados en la dominacin y en el inters
de unos pocos pases. Evolucionaron en la expectativa de una guerra
considerada inevitable entre los pases industriales de occidente y el
mundo socialista. Como siempre, el inters econmico y el inters poltico se combinaron para someter a los pases del Tercer Mundo.
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Dichos sistemas fijaron las reglas del juego del intercambio comercial. Cerraron mercados a los productos del Tercer Mundo, a travs de barreras tarifarias y no arancelarias, de sus propias estructuras
de produccin y distribucin, antieconmicas e injustas.
Crearon nocivos sistemas de financiamiento. Adems, en el transporte martimo fijaron prcticas y normas, decidieron el valor de los
fletes y as obtuvieron un virtual monopolio de la carga. Dejaron tambin al Tercer Mundo al margen del avance cientfico y nos exportaron
una tecnologa que muchas veces constituy un medio de alienacin
cultural y de incremento de la dependencia. Las naciones pobres no
podemos tolerar que contine esta situacin.
Por otra parte, las concepciones de Bretton Woods y de La Habana fueron incapaces de elevar el nivel de vida de ms de la mitad de
la humanidad, y ni siquiera capaces de mantener la estabilidad econmica y monetaria de sus propios acreedores, como lo evidenci la
crisis del dlar que precipit el derrumbe.
Desde la II UNCTAD en Nueva Delhi, que tanto decepcion a los
pases en desarrollo, los acontecimientos han cambiado todo el cuadro poltico y econmico del mundo y hay ahora mejores perspectivas.
Es evidente para todos que las concepciones financieras de la
postguerra se desmoronan; que los centros nuevos o robustecidos
de poder poltico y econmico provocan contradicciones notorias
entre los propios pases industrializados. Se impuso finalmente la
coexistencia entre las naciones capitalistas y socialistas. Y despus
de veinte aos de injusticia y atropello del derecho internacional,
ha terminado la exclusin de la Repblica Popular China de la
comunidad mundial.
Por otra parte, en nuestros pases se va creando una resistencia
cada vez ms fuerte a la dominacin imperialista y tambin a la dominacin clasista interna, un sano nacionalismo adquiere renovado
vigor. Se abren algunas posibilidades, todava larvadas, aunque promisorias, de que los esfuerzos de auto superacin de las naciones
atrasadas se realicen bajo menor presin externa y a un costo social
menos penoso. Entre estas se cuenta la toma de conciencia de los
pueblos pobres sobre los factores causales de su atraso. En ocasiones,
este convencimiento es tan profundo que ninguna potencia extranjera y ningn grupo privilegiado nativo pueden ya doblegarlo, como lo
demuestra el herosmo invencible de Vietnam. Pocos osan an pretender que todas las naciones del mundo sigan los mismos modelos
de formacin econmico-social. Se hace compulsivo, en cambio, el
respeto recproco que posibilita la convivencia y el intercambio entre
naciones de sistemas sociopolticos distintos. Hoy surgen posibilidades concretas de construir formas nuevas de intercambio econmico
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internacional, que por fin abran posibilidades de equitativa cooperacin entre pueblos ricos y pueblos pobres.
Estas perspectivas alentadoras reposan en dos hechos: por un lado,
las decisiones que afectan sustancialmente al destino de la humanidad
son cada da ms influidas por la opinin mundial, incluyendo la de los
pases partidarios del statu quo. Por otro lado, surgen condiciones que
tornan ventajoso para las propias naciones centrales (aunque no para
todas sus empresas) establecer, en el plano especficamente econmico, nuevas formas de relacin con las naciones perifricas.
Evidentemente, todava no hay una retirada general de las fuerzas restrictivas. Las nuevas esperanzas que prometen libertarnos pueden conducir a nuevas formas de colonialismo. Se concretarn en un
sentido u otro segn sea nuestra lucidez y capacidad de accin. De
ah la extraordinaria importancia y oportunidad de esta III UNCTAD.
En efecto, tal como en el siglo pasado las fuerzas desencadenadas por la revolucin industrial transformaron los modos de ser, de
vivir y de pensar de todos los pueblos, hoy da recorre el mundo una
ola de renovaciones tcnico-cientficas con el poder de operar cambios todava ms radicales, entrando en contradiccin con los sistemas sociales preexistentes.
Debemos evitar que el avance de la ciencia y de sus aplicaciones,
al operar bajo el condicionamiento de estructuras sociales y polticas
rgidas tanto internacionales como nacionales, conspire contra la
liberacin humana. Sabemos que la revolucin industrial, y la ola de
transformaciones que trajo consigo, representaron para muchos pueblos el mero trnsito de la condicin colonial a la neocolonial, y, para
otros, la colonizacin directa. Por ejemplo, el sistema internacional
de telecomunicaciones implica un peligro formidable. Est en su 75
% en manos de los pases desarrollados de Occidente; ms del 60% de
ese 75% es controlado por los grandes consorcios norteamericanos.
Quiero decirle a usted, seor secretario general, y a ustedes, seores delegados, que en menos de diez aos penetrarn a nuestras
instituciones comunitarias y a nuestros hogares, dirigidas desde el
extranjero por satlites de gran poder transmisor, una informacin
y una publicidad que, si no se contrarrestan con medidas oportunas,
solo aumentarn nuestra dependencia y destruirn nuestros valores
culturales. Este peligro debe ser conjurado por la comunidad internacional que debe exigir control por las Naciones Unidas.
Igualmente, cabe considerar como una perspectiva ms favorable
las contradicciones, cada vez ms evidentes, entre los intereses pblicos de las naciones ricas (aquellos que verdaderamente benefician
a sus pueblos) y los intereses privados de sus grandes corporaciones
internacionales. En efecto, el costo global militar, econmico, social
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largo tiempo se esperan de la comunidad internacional y especialmente de los pueblos y gobiernos de los pases desarrollados.
Corresponder a ustedes, seores delegados, atender todas las
justas demandas que el programa de accin contiene.
Todas ellas son de importancia vital. Singularizo los problemas
de los productos bsicos porque interesan fundamentalmente a la
gran mayora de los participantes.
Por mi parte, solo quiero exponer a esta asamblea, algunas de mis
preocupaciones como jefe de Estado de una nacin del Tercer Mundo
respecto a ciertos problemas del temario.
Las respuestas de todos los pases industrializados no pueden
ser iguales. Sus recursos y medios de accin son diferentes. Tampoco
han tenido la misma responsabilidad de crear y mantener el orden
internacional actual. Por ejemplo, ni los pases socialistas ni todos
los pases pequeos y medianos han contribuido a generar esta irracional divisin del trabajo.
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En lo que toca a la indispensable reforma comercial, hay hechos que nos alarman. Hace pocas semanas Estados Unidos y Japn,
por una parte, y Estados Unidos y la Comunidad Econmica Europea, por la otra, enviaron sendos memorandos al GATT, es decir, al
Acuerdo General de Tarifas y Comercio. Estos dos documentos, casi
idnticos, declaran que los patrocinantes se comprometen a iniciar y
apoyar activamente la realizacin de acuerdos integrales en el seno
del GATT a partir de 1973, con miras a liberar y expandir el comercio
internacional. Agregan que persiguen, adems, mejorar el nivel de
vida de todos los pueblos lo que puede ser logrado, entre otros
mtodos, a travs del desmantelamiento progresivo de los obstculos al comercio, y procurando mejorar el marco internacional dentro
del cual se realiza el intercambio.
Naturalmente, es satisfactorio que tres grandes centros de poder
decidan revisar a fondo las relaciones econmicas internacionales,
teniendo en cuenta el mejoramiento en los niveles de vida de todos
los pueblos. Tambin es plausible que mencionen la necesidad de reorientar la poltica comercial a travs de acuerdos internacionales o
regionales que tiendan a la organizacin de los mercados. Pero no se
nos escapa que liberar el comercio entre los pases industrializados de
Occidente borra de una plumada las ventajas del sistema general de
preferencias para los pases en desarrollo.
Y lo que ms nos inquieta es que las tres grandes potencias econmicas pretendan realizar esta poltica, no a travs de UNCTAD, sino
del GATT. Este se preocupa fundamentalmente de los intereses de los
pases poderosos; no tiene ligazn seria con las Naciones Unidas ni
est obligado a orientarse por sus principios, y su composicin choca
con el concepto de participacin universal.
Pienso que los pases desarrollados deben poner fin a estos
continuos embates contra UNCTAD. Esta constituye el foro ms representativo de la comunidad mundial y ofrece oportunidades excepcionales para negociar las grandes cuestiones econmicas y comerciales en un pie de igualdad jurdica. Por el contrario, los pases
en desarrollo hemos propuesto perfeccionar la actual institucin y
ampliar su mandato. Es urgente que UNCTAD complete su autonoma y se convierta en un organismo especializado del sistema de
Naciones Unidas para que acte con mayor libertad de accin, con
mayor influencia, con mayor capacidad en la solucin de los problemas cruciales que son de su competencia. Nosotros, pueblos del
Tercer Mundo, que no supimos hablar en Bretton Woods ni en las
reuniones posteriores que disearon el sistema financiero vigente,
nosotros, que hoy no participamos en las decisiones del Grupo de
los Diez sobre la estrategia financiera de los intereses de las grandes
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Por qu los pases en desarrollo quisieron ser tan explcitos? La historia de los ltimos 50 aos est llena de ejemplos de coercin directa
o indirecta, militar o econmica crueles para quienes la sufren, denigrantes para quienes la ejercen, destinada a impedir a los pueblos
subdesarrollados disponer libremente de las riquezas bsicas que representan el pan de sus habitantes. Mxico, Centroamrica y el Caribe
la conocieron. El caso del Per en 1968 dio origen a una tajante respuesta de los pases latinoamericanos reunidos en CECLA, recurdese
la Declaracin del Consenso de Via del Mar.
Chile ha nacionalizado el cobre, su riqueza bsica que significa
ms del 70 por 100 de sus exportaciones. De poco ha valido que el proceso de nacionalizacin, con todas sus implicaciones y consecuencias,
haya sido la ms clara y categrica expresin de la voluntad de su pueblo, y fuera realizado siguiendo los dictados precisos de disposiciones
constitucionales de la nacin. De poco ha valido que las compaas extranjeras que explotaban el mineral hayan extrado beneficios muchas
y muchas veces superiores al valor de sus inversiones. Estas empresas,
que se enriquecieron prodigiosamente a costa nuestra, y que se crean
con el derecho de imponernos indebidamente su presencia y su abuso,
han movido toda clase de fuerzas, incluso las de sus propias instituciones estatales dentro de su pas y dentro de otros, para atacar y perjudicara Chile y a su economa.
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No deseo abandonar esta cuestin tan poco grata sin destacar, entre las presiones de que hemos sido objeto, dos cuyo efecto trasciende
el atropello del principio de no intervencin.
Una tiende a impedir que Chile obtenga nuevas condiciones y
nuevos plazos para pagar su deuda externa.
Estimo que nuestros acreedores no han de aceptarlo. Los pases
amigos no han de prestarse a reducir an ms el bajo nivel de vida de
nuestro pueblo. Sera injusto, dramticamente injusto.
La otra presin pretende, a travs de una ley de ayuda exterior
adoptada por uno de los mayores contribuyentes del Banco Mundial
y del Banco Interamericano, condicionar la asistencia financiera a
Chile de dichos bancos a que apliquemos polticas que violaran las
normas constitucionales que rigen la nacionalizacin del cobre. Estos
dos bancos estn ligados uno a las Naciones Unidas y el otro al sistema interamericano, cuyos principales objetivos oficiales les impiden y
prohben aceptar condiciones como estas.
Si estas polticas se ponen en prctica, se dara un golpe mortal a
la colaboracin internacional para el desarrollo; se destruira la base
misma de los sistemas del financiamiento multilateral, donde muchos
pases, en un esfuerzo cooperativo, contribuyen en la medida de sus
posibilidades. Estas polticas significan demoler concepciones que tenan un sentido de solidaridad universal y dejan a plena luz la realidad
descarnada de un inters subalterno del ms puro tipo mercantilista.
Sera retroceder ms de 100 aos en la historia.
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Atender este problema, que nos permitira terminar con la subordinacin tecnolgica, es difcil, costoso y lento. Nos quedan dos posibilidades.
Por una parte, podemos seguir industrializndonos con inversiones y tecnologa extranjera, agudizando cada vez ms la dependencia que amenaza con recolonizarnos. Amrica Latina experiment
un largo perodo de euforia con la poltica de la industrializacin
por sustitucin de importaciones. Es decir, la instalacin de fbricas para producir localmente lo que antes se importaba, subsidiando
la operacin con costosas regalas: facilidades cambiarias, defensas
aduaneras, prstamos en moneda local y avales del Gobierno para
financiamiento proveniente del exterior. La experiencia demostr que
esta industrializacin promovida principalmente por corporaciones
internacionales result ser un nuevo mecanismo de recolonizacin.
Entre sus efectos dainos se encuentra la creacin de una capa tcnico-gerencial cada vez ms influyente, que pas a defender los intereses extranjeros que confundi con los suyos. Todava ms graves han
sido los efectos sociales. Las grandes plantas, que utilizan tcnicas
sofisticadas, generan graves problemas de desempleo y subempleo,
y llevan a la quiebra a la pequea y mediana industria nacional. Debemos mencionar tambin la tendencia a centrarse en industrias de
consumo, que sirven a una estrecha capa de privilegiados, e indirectamente crean valores y formas de consumo ostensivo en perjuicio de
los valores caractersticos de nuestra cultura.
La otra posibilidad consiste en crear o reforzar nuestra capacidad
cientfico-tecnolgica, recurriendo entre tanto a una transferencia de
conocimientos y medios apoyada decididamente por la comunidad
internacional e inspirada en una filosofa humanstica que tenga al
hombre como su principal objetivo.
En la actualidad esta transferencia se traduce en el comercio de
una mercanca que aparece bajo distintas formas: asistencia tcnica,
equipos, procesos de produccin y otras. Este comercio ocurre bajo
ciertas condiciones explcitas e implcitas extremadamente desfavorables para el pas comprador, sobre todo si este es subdesarrollado.
Recordemos que en 1968 Amrica Latina desembols ms de 500 millones de dlares solo por concepto de adquisicin de tecnologa.
Estas condiciones deben desaparecer. Debemos poder seleccionar
la tecnologa en funcin de nuestras necesidades y nuestros planes de
desarrollo. Cualesquiera que sean los esfuerzos de los pases en desarrollo, nada ser posible sin un cambio radical de actitud de quienes
detentan casi el monopolio de los conocimientos cientficos.
Qu hacer en estas circunstancias? Nos es imposible cambiar de
la noche a la maana el mundo tal cual es, con toda su injusticia contra los pases subdesarrollados. No nos queda ms remedio que seguir
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Entre el golpe
militar y la lucha
por la restauracin
de la democracia,
1973-1990
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Julieta Kirkwood
LA MUJER EN EL HACER
POLTICO CHILENO*1
NO SE PRETENDE EN ESTE TRABAJO una sistematizacin acabada ni definitiva sobre la condicin de la mujer chilena en su relacin
con el mundo de la poltica, sino ms bien se plantea un conjunto de
apreciaciones hechas sobre diversas expresiones y demandas femeninas directas o indirectas formuladas en diversos perodos histricos por el emergente movimiento feminista.
Hay que tener presente que el mbito donde se dan estas reflexiones fue y es, bsicamente, de defensa ante la pretensin hegemnica
del autoritarismo establecido desde 1973, donde la negacin tajante
del poder poltico de todo progresismo y de todo cambio social oblig
al pensamiento disidente a la bsqueda de los contenidos de la democracia y a su revalorizacin. De all que tambin surgiese, desde las
mujeres, la necesaria pregunta del sentido de la democracia para la
mujer, en circunstancias en que esta ha vivido atrapada en una larga
historia de discriminacin genrica.
* Kirkwood, Julieta 1986 La mujer en el hacer poltico chileno en Ser poltica en
Chile. Las feministas y los partidos (Santiago: FLACSO) pp. 46-71.
1 Los contenidos de este artculo, revisados y reducidos, fueron publicados con el
nombre Chile: La mujer en la formulacin poltica (Kirkwood, 1981).
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Se agrega a ello y pesa mucho en la reflexin el reconocimiento generalizado de la incidencia del movimiento de las cacerolas en la cada del rgimen constitucional anterior. Estos hechos obligaron a romper ciertas visiones idlicas sobre el contenido y potencial
revolucionario atribuido mecnicamente a las mujeres de los estratos
tericamente comprometidos con el cambio social, y a aceptar que
se formulasen, con respecto a las mujeres, algunas cuestiones antes
impensables: son reaccionarias las mujeres?, constituyen una categora diferenciada socialmente?, en qu medida el antes constituye
un elemento explicativo necesario para su presente y futuro, en cuanto grupo social y en tanto elemento determinante de futuras opciones
democrticas? Problemas todos que habrn de ser necesariamente
considerados desde la evolucin particular del proyecto democrtico
popular alternativo hasta la dominacin existente.
La sociedad chilena se ha caracterizado en los ltimos cincuenta aos por una incorporacin creciente y diversificada de los ms
amplios sectores sociales, lo que la convirti hasta 1973, en el plano
latinoamericano en un ejemplo de sociedad democrtica. Esta percepcin derivaba expresamente de la capacidad del proceso chileno para
que los distintos sectores sociales obreros, campesinos, sectores
medios se incorporasen paulatinamente a la sociedad poltica y expresaran all sus demandas, reivindicaciones, conflictos y proyectos.
Por cierto, hay quienes sostienen tesis ms negativas. Nosotros nos
adscribimos a la expresada en posibilidad.
Podra definirse el perodo como un continuo de participacin y
creacin de diversos canales de decisin popular, generados a partir de
variadas formas de resolucin de la pugna y del conflicto con los grupos dominantes cuya tnica, obviamente, no era la de la participacin
popular total. Se constituye, sin embargo, un estilo de sociedad donde
hay cada vez ms intereses contemplados, expresados y satisfechos.
La ampliacin del sistema poltico (voto femenino desde 1949),
del sistema educacional y de la organizacin de la salud; la ampliacin y activacin de los aparatos sindicales, etc., son clara expresin
de este espritu, donde paulatinamente la sociedad civil va siendo
cada vez ms representada y expresada polticamente. Incluso aparece en la sociedad democrtica chilena la posibilidad de que ciertas
categoras sociales adquieran significacin en cuanto formas nuevas
de expresin. As, hay demandas de transformacin, superacin y
cambio de la sociedad que son asumidas y expresadas por el movimiento juvenil y, ms tmidamente, por sectores de mujeres, ya como
categoras sociales especficas. La sociedad apareca dispuesta, aunque no sin pugnas, a la expresin de lo juvenil y de lo femenino, ms
all de proyectos ortodoxos.
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zacin exclusiva sobre dicho conflicto no resuelve ni expresa la totalidad de las formas de dominacin, ni todas las contradicciones que
en ella se originan. Por el contrario, en la medida en que dicho conflicto es instituido como el eje de la teorizacin y la prctica poltica contestataria, debera tambin asumir con la misma urgencia los
problemas que implican las otras contradicciones. De no hacerlo as,
no resultar idneo para conducir el proceso global de liberacin
social, y lo poltico se resolver, probablemente, en nuevas formas de
dominacin y en nuevas rigideces.
Al respecto, podra sostenerse que la tragedia y responsabilidad
del proyecto popular en Chile es que la no consideracin y la evasin
de las dimensiones que afectan a las mujeres ha precipitado, en diversas situaciones histrico-polticas, un fenmeno similar: la opresin
femenina deviene en reaccin. Como ejemplo extremo recordemos la
movilizacin poltica reaccionaria de las mujeres en 1972, cuya lder
ha sido hoy ascendida al rango de Ministra de la Familia2.
En la actual situacin de autoritarismo poltico-social, que niega
la existencia misma del conflicto social global, han emergido no obstante ciertas reivindicaciones feministas en pequeos grupos y en
espacios poltico- acadmicos sin encontrar, aparentemente, mayor
rechazo que la negacin de su validez especfica o el desinters, tanto del oficialismo (para quien las mujeres liberadas del marxismo
vuelven misin cumplida al santuario del hogar), como de importantes sectores que liderizan la opcin democrtica o revolucionaria.
Estos ltimos poseen todos departamentos femeninos, considerando la militancia y movilizacin de las mujeres como fuerza explosiva (en equivocado smil con la movilizacin de las derechas), o bien
como sectores posibles de manipular para la apertura de espacios polticos, los cuales, una vez logrados, vuelven a plantear, intocada, la
anterior formulacin y praxis poltica.
Sostienen las feministas que los estudios que actualmente se propongan abordar las relaciones entre la cuestin femenina y las formas de expresin poltica, debern enfrentar, al menos, los aspectos
siguientes: la situacin de la mujer en relacin con las fuerzas productivas; la naturaleza de su explotacin y los problemas de identidad
2 Se trata de Carmen Grez, quien fuera designada pblicamente por Pinochet
como cabeza del Ministerio de la Familia, precisamente en reconocimiento de la
labor cumplida en la movilizacin de las mujeres contra el gobierno constitucional
de Salvador Allende. El anuncio de su nombramiento ministerial no fue posteriormente confirmado, tal vez a causa de una infortunada entrevista que se le hiciera
en El Mercurio, tal vez por problemas de jerarqua o competencia con la Secretara
Nacional de la Mujer y CEMA-Chile, ambas instituciones dirigidas por la seora
Luca Hiriart de Pinochet.
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Y EN EL ANTES?
En las primeras dcadas de este siglo, en los inicios de la constitucin
del proletariado urbano y de su expresin poltica, la presencia de
obreras y trabajadoras es reducida. Sin embargo, raras veces se las
ver expresadas en los partidos polticos, aunque cumplen roles y acciones de gran combatividad.
Tenemos, por ejemplo, a la mujer de campamento, activsima
en las salitreras del Norte Grande y especialmente en momentos de
crisis, de huelgas. Su trabajo consiste en proporcionar comida a los
obreros del campamento, separados de sus familias. Y lo hacen permanentemente, soportando el peso de las huelgas. El discurso poltico
sobre ellas, en este perodo de gran agitacin y conciencia, no va ms
all del referido a la abnegada mujer-madre, sin que quede claro el
reconocimiento de su condicin de trabajadora.
En el mismo perodo encontramos a las mujeres fabricanas, llamadas peyorativamente rotas fabricanas, en una doble alusin a su
condicin de pobres y asalariadas. Eran en general mujeres jvenes,
y tenan una independencia relativa en comparacin a la mujer pobre
confinada al hogar. Sufren, sin embargo, adems de la carga de trabajo proletario, el rechazo social por su independencia econmica,
por su relativa autonoma de trabajador-hombre, que les permite una
cierta liberalidad en sus formas de vida. Son, en general, cigarreras,
trabajadoras de la traccin, incipientes obreras textiles. Pese a su relativa independencia econmica, a su desplazamiento fuera de la casa,
y a la constitucin de colectivos de mujeres, no tenemos an informacin reconocida y registrada sobre intentos de organizacin gremial
especficos ni de su expresin poltica.
Notable es, tambin, la participacin de mujeres en una gran revuelta campesina, Ranquil; sin embargo, sobre su condicin de trabajadora temporal o permanente poco ha sido dicho an. Significacin
especial en este perodo tienen las aparadoras de cuero y calzado por el
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tamao de este sector y por la influencia en l de concepciones anarquistas, que haran suyas algunos aspectos de la liberacin de la mujer.
Ya ms avanzado el siglo, las mujeres maestras primarias participan en movimientos generales de profesores, pero tambin constituyen organizaciones femeninas propias, las que si bien se originan en
las maestras mismas, recuperan e incluyen a otros estratos de mujeres de clases subalternas. Poniendo gran nfasis en las reivindicaciones culturales de la mujer (derecho a educacin primaria y acceso a
la educacin superior) dan origen posteriormente a todos los movimientos femeninos de lucha por derechos polticos-ciudadanos que
se sucedern en el perodo siguiente.
Este mismo sector femenino se hace presente en la organizacin
y en la temtica de la Federacin de Estudiantes de Chile. Surge por
primera vez en su interior la crtica del ser mujer, desde la mujer misma. Marc, adems, el comienzo literario de Gabriela con su soneto
Todas bamos a ser reinas, algunas de cuyas estrofas se popularizaron posteriormente, olvidndose otras que cuestionan la condicin
femenina impuesta por la cultura, y que son particularmente notables por su profundo sentido feminista4.
As, aparecen mujeres escritoras, mujeres bohemias, mujeres con
inquietud poltica; se constituye un movimiento de protesta literario femenino y surgen los primeros movimientos pacifistas femeninos de rechazo a la guerra y la violencia. Todo el perodo constituye un momento
poltico social de contestacin en ascenso, del cual no estn marginadas
las mujeres de los ltimos sectores mencionados. Incluso es un tiempo
de gran irrupcin de masas: en las huelgas de hambre y Asambleas
de la Alimentacin se observa una cierta presencia femenina.
Sigue a este proceso todo un ciclo de persecucin poltica a
sectores sindicales y gremiales con la dictadura militar de Carlos
Ibez, en 1927, cuyo efecto no esperado fue el de una politizacin
generalizada de la sociedad. Todas las organizaciones civiles disidentes se politizan y pasan a engrosar los partidos polticos de izquierda; tambin los movimientos gremiales y especficos de mujeres se
alinean en forma partidaria y se origina en fin un gran afianzamiento de partidos orgnicos en desmedro de movimientos gremiales especficos y libertarios.
Posteriormente, se producen las primeras movilizaciones femeninas, muchas veces organizadas desde los partidos en torno a las luchas por el voto y la lucha antifascista, con gran influencia de la Revo4 Su artculo La intuicin de la mujer, de Lucila Godoy Alcayaga, publicado en
La Voz del Elqui y que solamente he conocido hoy, en marzo de 1985, gracias a la
curiosidad feminista y gentileza de Vernica Matus, quien me hizo llegar su hallazgo.
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Luego de encendidas urgencias y en medio de una nueva polarizacin de la poltica entre gobierno y oposicin, es posible percibir
claramente tres orientaciones polticas diferenciadas para abordar
lo relativo a la mujer.
Una primera, que consiste en la persistencia del enfoque integracionista al interior de los partidos tradicionales, con idnticos planteamientos para mujer y hombre de los fines y de los mtodos de
accin poltica de apoyo global a la opcin democrtica y/o a la lucha
contra el Rgimen Autoritario vigente.
Una segunda, esta vez desde el rgimen centrada en la desarticulacin y desmovilizacin poltica activa conservadora de las mujeres.
Explcitamente se reconoce que la movilizacin anticomunista de las
mujeres no fue un movimiento destinado a incorporarlas permanentemente en el mbito de lo poltico, y que tampoco representaba un
feminismo de derecha. Por el contrario, la movilizacin de las mujeres obedece a requerimientos muy coyunturales de defensa de los
valores morales de la patria y la familia. Una vez que estos han sido
reinstituidos ticamente, se refuerzan los roles tradicionales femeninos, elemento tan fundamental, en lo ideolgico, para la permanencia de la sociedad neoconservadora.
Y una tercera orientacin consiste en una corriente de incipiente
feminismo surgida, precisamente, del intento de analizar crticamente la sociedad contempornea y de redimensionar sus contenidos democrticos. All, la cuestin femenina se plantea bajo formas que ya
dicen relacin con los nuevos movimientos sociales emergentes. Su
punto de partida es que el cuestionamiento de los roles femeninos en
la sociedad existente y la propuesta de opcin poltica futura necesitan
ir ms all del economicismo poltico anterior.
Estas son, a grandes rasgos, las tres formas de percibir la problemtica femenina aqu y ahora, formas de percepcin que, a su vez,
constituyen tres opciones poltico-sociales. Creemos que frente a ellas,
ineludiblemente, habrn de pronunciarse las mujeres, las organizaciones, los movimientos disidentes de diversos tintes, y los proyectos
polticos alternativos. La mujer, quirase o no, pasa a constituir, en
cuanto objeto o en cuanto sujeto, un problema poltico. Su responsabilidad habr de ser, en adelante, de esa misma naturaleza.
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Finalmente, como contrapartida necesaria, nos propusimos descubrir cul es la definicin que a partir del proceso poltico global se ha
hecho del movimiento feminista. Por supuesto, una tarea de gigantes.
Obviamente, el conocimiento de tal tipo de relaciones trasciende
la explicacin de una situacin histrica concreta, y nos sirve para
aportar elementos a la comprensin de una posible cultura femenina,
incluso en nuestros das. Ms propiamente y desde la perspectiva
del proyecto liberador de la mujer nos permitiremos observar qu
estadio psicosociolgico predomina en cada momento en las imgenes colectivas de las mujeres en accin, es decir, si la ideologa liberacionista o emancipatoria se haya en un perodo de ascenso, si ya ha
logrado el mximo de su expresividad, o si ha iniciado su descenso,
en lo que a gnero respecta.
Tal como ha sido sealado por Sheila Rowbotham8, las mujeres
hemos heredado una historia general y una historia de la poltica
en particular, narrada y constituida solo por hombres, por lo que es
lcito suponer en ambas una cierta desviacin masculina que nos ha
dejado en el silencio, e invisibles ante la historia. Ello ha significado
para nosotras alcanzar conciencia poltica a travs de ideas, acciones y organizaciones propias del poder y la cultura masculina y en
sus trminos, lo que va desde el lenguaje (determinacin de sentidos
a expresar), hasta formas de organizacin consideradas como posibles. Esto mismo se ha traducido, con frecuencia, en la aceptacin
de las modalidades de participacin atribuidas a las mujeres en las
organizaciones polticas masculinas: constituir bases de apoyo, fuerza explosiva o de punta para algunas reivindicaciones especficas,
complementariedad de labores principales y, en general, realizacin
de los dictats de las jerarquas, sin cuestionamiento.
Este hecho de mujeres realizando poltica masculina puesto que no parece cierta la neutralidad de lo hombre constituido en
lo humano, usando sus trminos, sus palabras no es algo inspido:
produce una distorsin en el campo del debate. As, por ejemplo, la
defensa de los derechos de la mujer en trminos masculinos es tan distorsionante, como sera la reivindicacin de los derechos del hombre,
hoy, en trminos decimonnicos. Lo reprimido, lo no dicho, no podr
aflorar si no hacemos nuestro, o no modificamos, el lenguaje.
Entonces, un primer paso para superar el peso de la historiografa masculina en la conciencia poltica femenina habr de ser
junto con mostrar esa caracterstica de masculinidad reconocer,
tornar visible todo lo registrado y experimentado por las mujeres
que tuvieron que luchar por alcanzar un espacio en el mundo de la
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poltica. Es decir, como dicen las feministas, ver y hacer ver lo que
otros estn haciendo invisible9.
Las ms de las veces, los orgenes de los logros actuales de la condicin femenina son desconocidos, descorporizados y no identificables.
La historia global a que nos hemos referido ha olvidado sistemticamente en nuestro pas, como en todos, o ha cercenado el origen
de las concepciones que cambiaron la vida de las mujeres. Presentando la historia como la memoria neutral de un proceso evolutivo civilizatorio, olvida y hace olvidar que cada uno de esos logros tambin
han supuesto luchas, resistencias titnicas, voluntad. Y mantiene en
la opacidad aquello que ha aclarado Foucault10: toda situacin de poder conlleva intentos de contrapoder; todo esfuerzo por imponer una
determinada legalidad, coexiste simultnea y automticamente con
una o varias ilegalidades. Lo que podra traducirse en que, desde que
existe la opresin femenina, coexiste tambin la posibilidad realizada o no, expresada o no, traducida en sucesivos ropajes histricoculturales de la rebelda de las mujeres.
Historizar, entonces, las demandas polticas feministas es mostrar la existencia de esa otra legalidad, de ese contrapoder o por qu
no de esa fuerza que constituye el propio intento de las mujeres para
conseguir su propia liberacin. Es mostrar no importa cun lejos o
cun cerca se haya estado de conseguirlo su presencia, su visibilidad.
Y es tambin mostrar la transformacin en sujeto de un grupo social
especfico que no ha sido an totalmente identificado como tal ni por
los otros ni por s mismo, y que hasta ahora es solo objeto receptor de
polticas, bien o mal formuladas, para su atribuida humanidad.
Ahora bien, un grupo oprimido se torna en sujeto de su contracultura cuando ha tomado conciencia de s mismo, cuando surge la
necesidad de su propia identidad. Y no es un hecho puramente arbitrario, dado que la humanidad solo se plantea los problemas que puede
resolver. El sentimiento de necesidad surge primero como conciencia
de una carencia, pero, tambin, como conciencia de la posibilidad de
su propia resolucin11.
Recuperar la historia poltica de las mujeres en Chile, hoy, es recuperar las distintas expresiones de esa carencia para un grupo social
ausente de la historia y, al mismo tiempo, es recuperar las formas y
modos en que en tanto grupo ha intentado resolver dicha carencia.
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EL FEMINISMO ES REVOLUCIONARIO
Creo que hoy existen muchos movimientos que estn relacionados
con la lucha de clases y que a la vez son independientes de ella. La lucha feminista, alindose con la lucha de clases, podra conmover a la
sociedad de una manera que la trastornara por completo, dijo Sartre
en 1977. Ya en 1976, Marcuse haba declarado que el movimiento de
liberacin de la mujer es actualmente el movimiento poltico quizs
ms importante y radical, aunque la conciencia de este hecho no haya
calado todava al movimiento en su totalidad.
Esta condicin revolucionaria imprimir un determinado sello
tanto a los objetivos, propsitos y teora del feminismo, como a sus
formas de accin y a las metodologas de conocimiento que desarrollar el movimiento, e incidir, obviamente, en el anlisis que realice
sobre su quehacer y su proceso de desarrollo y constitucin histrica.
En su postura terica, el feminismo es revolucionario en un doble
sentido; con la elaboracin del concepto de patriarcado trasciende el
planteo de la diferenciacin y pugna entre clases sociales como nica
raz y origen de las relaciones sociales de opresin entre los humanos,
apuntando a la existencia de la opresin sexual: al dominio y la opresin cultural y material concretos de un sexo sobre otro. De este modo,
el feminismo enriquece y contribuye a quitar el carcter restrictivo
al concepto de liberacin social y poltica, hacindolo extensivo a las
mujeres como grupo especfico, y respecto de las cuales bajo enfoques
ms globales de interpretacin histrica, se planteaban formas muy
difusas, sin mayor elaboracin, de emancipacin femenina.
En seguida, al considerar a la mujer como unidad, producto de
innumerables estructuras productivas, reproductivas y polticas12, se
revertir el anlisis de lo netamente femenino, plantendose como una
problemtica que engloba la totalidad de la vida cotidiana. A travs de
su negativa a dejar fuera de la preocupacin social los problemas individuales y personales, dejar puesta en la conciencia social y colectiva su reciente descubierta verdad: lo personal tambin es poltico13.
Desde all, entonces, en la nueva imagen problematizada del mundo,
se har presente en lo pblico todo aquello que histricamente se
desenvolva en el crculo de lo privado.
Desde la biologa, pasando por la afectividad, la sexualidad y las formas
de relacionarse socialmente, hasta penetrar los mbitos de la economa y la
poltica, la emergente rebelda femenina pondr en evidencia los vacos de
la teora y de la prctica poltica social protestataria o progresista vigente.
12 Ver Mitchell, 1974.
13 Quienes por primera vez plantearon que lo personal es poltico fueron las feministas norteamericanas a fines de la dcada de los sesenta.
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Pero esa vez no hubo lgrimas: se dijo NO; y desde dentro de esa
revolucin marginal estudiantil y femenina resurgi una contra-cultura de enormes proyecciones que continuara creciendo an despus
que el movimiento estudiantil no fue ya ms que un plido recuerdo.
Para las estudiantes norteamericanas de la nueva izquierda se haba
hecho evidente la universalidad del patriarcado y as lo expresaron.
Y desde ese momento se hizo tambin evidente la necesidad de
recuperar y descubrir la historia de la condicin femenina; se dio
su lugar y su importancia fundamental al movimiento sufragista; se
busc en l las razones de su posterior olvido, invisibilidad y derrota,
razones que siempre mostraron tener que ver con el hecho de que
las mujeres no habamos elaborado nuestra propia especificidad, o
esperbamos que desde fuera surgiese la creacin de una teora
lgica y estructurada para formar el movimiento y guiar su accin,
con lo cual se permiti, sin proponrselo, que la discriminacin especfica apareciera disfrazada y postergada como secundaria. En
sntesis, no se presion ni se exigi a la teorizacin y a la prctica
poltica contestataria por no provocar divisionismo que se pusiera de cara a su contenido sexista.
Casi universalmente se lleg a la misma evidencia: no importaba
cunto hubiese costado, ni cun larga hubiese sido la lucha sufragista, los movimientos feministas se disolvan justamente cuando se
obtena el voto poltico.
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Esta forma de juicio pudiera parecer excesivamente severa, puesto que no siempre fue ni es fcil mirar y plantear preguntas a la realidad sexista, en el sentido exacto en que lo hace hoy el feminismo. Sin
embargo, el juicio va ms bien en el sentido de mostrar qu tantas
veces se estuvo en ese umbral y en qu otras se retrocedi.
Sabemos hoy que no es fcil comprender que el movimiento
de mujeres para realizarse autnticamente deba enfrentarse a
la toma de decisiones polticas y considerar su estrecha ligazn con
los contenidos mismos de la poltica: poder, fuerza, lucha, confrontacin, conciliacin, alianza y negociacin. Que haba que considerar
estos contenidos no para esconderles o maquillarles el rostro, por
tratarse de aspectos contaminantes de la pureza y bondad que haba
de aportar lo femenino a la poltica, como sucedi en ocasiones, o
confesando una apresurada inmadurez e inexperiencia, como ocurri en otras, sino que haba que plantear y profundizar desde la
nueva perspectiva el sentido de esos contenidos.
El juicio feminista, sin embargo, es independiente de las motivaciones e intenciones de las actoras en los distintos momentos: se es
responsable con respecto a los fines del movimiento por cada una de
las elecciones realizadas dentro de las opciones abiertas a la decisin,
en cada momento histrico. Y, por lo mismo, en ocasiones habr opciones exitosas y opciones fracasadas, de acuerdo a la virtualidad o el
fin del feminismo. Sin embargo, conocer esas motivaciones e intencionalidades puede proporcionarnos una clave importante para detectar
los elementos que apoyan o desfavorecen el proyecto feminista.
En el caso de Chile, esto se traducir en que habremos de explicarnos una serie de momentos muy definidos en la trayectoria del
movimiento poltico femenino: ascenso, crisis, cada, silencio y posterior renacimiento de los movimientos feministas. Para cada uno de
los primeros perodos (ascenso, crisis, cada) intentaremos mostrar
cmo fueron enfrentados por las mujeres organizadas los contenidos problemticos de la poltica; en virtud de qu no lo fueron; de
qu manera trascendieron o fueron abandonados los fines del proyecto feminista, y cmo estos hechos plasmaron posteriormente un
perodo de casi 30 aos de silencio y no-presencia de movimiento
femenino autnomo alguno, tiempo durante el cual cantidades significativas de mujeres que haban participado en las organizaciones
autnomas se integraron dentro de partidos polticos, gradualmente
contestatarios, pero en los cuales, inevitablemente, nunca pudieron
plantear la reivindicacin femenina desde su perspectiva liberadora.
Eso hubiese significado a los partidos polticos cuestionar elementos
y prioridades que daban razn de ser a sus doctrinas: el eje de la
liberacin es el conflicto de clases; todos los dems son secundarios
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y se resolvern automticamente una vez resuelto el conflicto fundamental; considerar otros elementos, por lo mismo, sera visto como
retardatario, pequeo burgus y contra-revolucionario.
Nos ocuparemos de tres problemas, a nuestro juicio los ms inquietantes y que menos respuesta han tenido: el por qu de la pasividad y el silencio de las mujeres frente al feminismo considerado aqu
como el movimiento poltico de la mujer, pasividad que concierne a las ms directamente interesadas en que cambie su condicin;
el por qu de su rechazo a constituir partidos polticos y, cuando los
hubo, por qu se produce entre las mujeres, adems del rechazo, una
ausencia de sentimiento y de memoria por su historia, de bsqueda
de explicaciones por su desaparicin; y todo esto, con mayor razn
cuando se da por parte de las mujeres polticas.
Siguiendo con los efectos que se derivan de la concepcin del feminismo, tal como lo hemos esbozado, este, adems de revolucionar
la teora poltica, ha revolucionado la accin poltica misma. Ya las
formas de participacin dejan de ser una reproduccin de las existentes, percibindose intentos de creacin de relaciones no jerrquicas,
ni disciplinarias; inclusin de afecto y razn; discusin sobre forma y
validez de los liderazgos; constitucin de pequeos grupos. Veremos
este aspecto al referimos al surgimiento de diversas organizaciones y
grupos feministas en el mbito de la oposicin poltica chilena actual.
Pero, donde estimamos ms ha incidido este carcter revolucionario del feminismo, es a travs de sus planteos metodolgicos. Es
verdad que son ms bien lneas de accin que esbozos acabados; pero
an as han ejercido una influencia fundamental en las formas de obtener conocimiento en cuanto a la condicin de la mujer. Considerando que ningn acto de conocimiento es neutral, desinteresado, sino
que siempre, tarde o temprano, toda investigacin encuentra una aplicacin prctica, por una parte, y por la otra que es imposible concebir
un cuerpo de conocimientos que sea estrictamente no-prctico17, el
feminismo en la obtencin de su conocimiento se declara comprometido, lo que implica una inversin de la relacin sujeto-objeto: se es
sujeto y parte de la realidad por conocer.
Los estudios de la mujer se hacen y son vlidos si son hechos
desde el interior mismo de la realidad mujer y son comprometidos,
pues, en tanto se conoce, se debe luchar contra la opresin de que se
es objeto culturalmente.
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2 Citaremos por ahora solo aquellos textos a los que aludiremos recurrentemente:
Collier, 1979; Cardoso, 1975; ODonnell, 1976.
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sistema de mediaciones3. No hay, por lo tanto, un uso del trmino autoritarismo en su acepcin genrica del rasgo de toda sociedad de clases, es decir, de definicin general de la sociedad capitalista, sino que
una referencia a una determinada especificidad histrica. Tampoco
identificamos el conjunto de elementos que definen estos regmenes
con una forma histrica particular de autoritarismo como los fascismos, aun cuando haya rasgos comparables o similares o este concepto se extienda a travs del prefijo neo o del adjetivo dependiente.
Tanto la configuracin histrica de la fase del capitalismo mundial
y local, con lo que ello implica en la estructuracin de clases, como
el tipo de rgimen poltico sin organizacin y movilizacin de masas
hacen preferible dejar de lado dicha denominacin4.
Ya se hable de fascismos, neo fascismos, fascismos dependientes, Estados autoritarios, Estados burocrtico autoritarios, autoritarismos defensivos, regmenes militares tecnocrticos, capitalismos autoritarios, Estados de Seguridad Nacional, etc., hay ciertos
rasgos comunes que diferencian estos nuevos regmenes de otros sistemas poltico-militares que han existido en la regin. En efecto: i) Surgen en pases con un cierto nivel de desarrollo o industrializacin y, en
algunos casos; con un rgimen poltico de cierta estabilidad histrica.
ii) Suceden a un perodo de una amplia y relativamente intensa movilizacin y presencia poltica popular, que llega a asumir formas populistas o revolucionarias. iii) En el bloque que se apodera de la direccin
del Estado, pasan a desempear un papel preponderante las Fuerzas
Armadas, que realizan materialmente la ruptura y se comprometen orgnicamente en la conduccin de este proceso a travs de su institucionalidad jerrquica. iv) En torno a ellas se estructura una coalicin que
expresa las clases econmicamente predominantes, las que ejercen su
dominio sobre el aparato estatal a travs de equipos tecnocrticos. v)
Este bloque dominante plantea un proyecto de reestructuracin de la
sociedad en trminos de nuevos patrones y mecanismos de acumulacin y distribucin y de reordenamiento poltico. vi) Este ordenamiento
poltico, que se caracteriza por su pauta autoritaria y excluyente, exige
el uso de la fuerza represiva, de manera de eliminar, desarticular o controlar las organizaciones populares de clase y polticas, as como las
dems organizaciones polticas sobrevivientes del perodo anterior.
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En torno a estos rasgos, de carcter puramente descriptivo, surgen los diversos anlisis explicativos e interpretativos que, en su dimensin sociolgica, enfrentan algunos problemas inditos.
En procesos en los que se observa alta movilizacin social, presencia vigorosa de fuerzas y actores sociales en la escena poltica y
elevado desarrollo de los discursos ideolgicos, el anlisis corre el
riesgo de quedar preso en las representaciones de los actores que se
enfrentan, y transformarse en una mera sistematizacin de su discurso. Pero, en cambio, en situaciones en las que el poder poltico parece
imponerse en forma pura, sin mediaciones, y donde fuerzas y actores
sociales no se presentan en toda su transparencia en la escena, el anlisis corre el riesgo de quedar encerrado en una descripcin apocalptica de una dominacin que se impone irrestrictamente, obedeciendo
casi una lgica natural. En el primer caso, la tentacin es considerar
a los actores como dotados de una voluntad perfectamente autnoma,
desprenderlos de la situacin y preguntarse por el puro sentido
de la accin, identificando este con el propio discurso del actor. En el
segundo caso, la pregunta por el sentido parece perder significado,
y la tentacin es subsumirla en la descripcin de la situacin. En un
extremo, las fuerzas sociales interactan a la manera de un drama sin
libreto. En el otro, las fuerzas objetivas ejercen su poder a la manera
de una tragedia sin personajes creadores.
El anlisis de los regmenes autoritarios, al menos en sus fases
iniciales, parece enfrentar problemas propios de la segunda situacin.
La dominacin tiende a ser visualizada como un fenmeno de lgica
necesaria e irreversible, producto de fuerzas objetivas; y su evolucin,
a ser descrita en trminos de tensiones o resquebrajamientos del
gran manto que cubre la sociedad. La lgica del capitalismo mundial y de la divisin internacional del trabajo o del poder irrestricto
del Estado ocupa aqu el papel de los dioses que rigen la historia:
los hombres, en tanto actores colectivos o fuerzas sociales, son meros
portadores de esa lgica, que se impone por encima de ellos mismos.
El anlisis queda reducido a la descripcin del desarrollo de aquella y
de sus tensiones internas o, en los inicios, a su denuncia. Descripcin
y denuncia se confunden con explicacin e interpretacin. Los datos
de tipo estructural asumen un papel rector, mientras que el discurso
de los actores parece ser pura ideologa.
En parte como respuesta al nfasis anterior, hay enfoques de
los regmenes autoritarios que ponen ms de relieve los aspectos
polticos: los actores y fuerzas sociales no son pura expresin de
una situacin o encarnacin de una lgica. Ms cerca del anlisis
sociolgico, el riesgo aqu es el normativismo o el voluntarismo.
Pero hay otro problema en este enfoque, dificultad que es inherente
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LA CRISIS DE ORIGEN
La emergencia de los regmenes autoritarios parece constituir una
respuesta a la crisis poltica de la sociedad y, al mismo tiempo, representar el intento de materializacin de un proyecto histrico social,
dimensiones ambas sin duda distintas, pero relacionadas entre s.
La referencia a la crisis poltica no alude solamente a la conocida crisis de hegemona que, segn una buena cantidad de anlisis,
caracteriza a los pases latinoamericanos despus del derrumbe del
Estado oligrquico y habra dado origen al Estado de compromiso,
definido por una sucesin de arreglos inestables en dcadas siguientes que no excluyeron en diversos momentos las salidas de fuerza5.
La crisis poltica de la que nacen estos regmenes es una expresin
especfica e histricamente condicionada, un momento particular de
esa crisis de hegemona, pero no reductible a sus puros rasgos genricos. La especificidad de esta crisis se relaciona con una alternativa
histrica entre, por una parte, la continuacin o profundizacin de
un proceso parcial de democratizacin social y poltica (lo que exiga
una drstica alteracin del patrn de desarrollo capitalista dependiente) y, por otra, la recomposicin y profundizacin de este modelo, con una abrupta reversin del proceso de democratizacin (lo
que supona liquidar y sustituir el rgimen poltico imperante hasta
5 Sobre la crisis de hegemona y Estado de compromiso, ver, entre otros, Instituto de Investigaciones Sociales (UNAM), 1977; Graciarena y Franco, 1981; Zermeo,
1977; Lechner, 1977.
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entonces)6. La expresin propiamente poltica de esta crisis la constituye el proceso de movilizacin y presin populares, con grados variables de poder segn las situaciones particulares. Se precipita as
una creciente polarizacin poltica en la que significativas capas de
la poblacin ven amenazada la subsistencia de un orden social con
el que de uno u otro modo se identifican. Es un momento histrico
en que un amplio, aunque relativamente heterogneo movimiento
popular en auge y despliegue de su relacin con el Estado, sea a
travs de formas populistas o revolucionarias se enfrenta, sin haber logrado incorporar consistentemente a otros sectores sociales,
a aquellos que perciben o proyectan la situacin como una crisis de
disolucin del orden vigente.
El elemento crisis poltica deja en evidencia una de las dimensiones fundamentales de estos regmenes: son ellos de reaccin, de contencin, contrarrevolucionarios en algunos casos. Frente a la amenaza que se cierne sobre el orden como fruto de la movilizacin popular
acompaada de creciente radicalizacin ideolgica, polarizacin y, en
algunos casos, de crisis de funcionamiento de la sociedad, lo que se
busca es poner orden, desmovilizar, normalizar, apaciguar. Ello
exige la ruptura del rgimen poltico, lo que a su vez requiere la presencia del actor dotado de la fuerza y, para algunos, de la legitimidad
para eso: las FF.AA. Su intervencin en un determinado sentido, y no
en otro, debe, por su parte, ser explicada en trminos de la segunda
dimensin a la que se asocian estos regmenes, la dimensin fundacional sobre lo que volveremos.
La crisis de origen y la forma en que sea ella conceptualizada por
los actores predominantes tiene entonces un carcter determinante
en la dimensin defensiva o reactiva7, la cual, durante el proceso
de instalacin o reinstalacin de estos regmenes, aparece como la
lgica dominante. Si bien algunos autores han sealado la necesidad
de que el anlisis del rgimen se acometa con prescindencia relativa
del momento de la crisis, otros la incorporan en la descripcin de la
naturaleza del fenmeno. A nuestro juicio, es posible argir que la
naturaleza de la crisis de origen tendr importancia en la determinacin no solo del momento reaccin, sino tambin en lo que llamaremos la lgica fundacional.
La magnitud, modalidad, duracin y alcance de la dimensin reactiva parecen estar determinados; primero, por el grado de articula6 Usamos aqu el trmino profundizacin en un sentido general y no en el sentido de un tipo particular de industrializacin con integracin vertical a que alude
ODonnell, 1976.
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EL PROYECTO HISTRICO
El carcter de vehculos o portadores de un proyecto histrico define
lo que puede denominarse la lgica o dinmica fundacional o, en algunos casos, revolucionaria de estos regmenes autoritarios. No se trata
ahora solo del aspecto defensivo o reactivo, sino de un intento de transformacin, en una determinada direccin, del conjunto de la sociedad.
Los determinantes de este proyecto histrico parecen ser dos. Por un
lado, una crisis del capitalismo nacional o, en otros trminos, el paso a
una fase distinta de su proceso de acumulacin y desarrollo. Por otro
lado, un proceso de reestructuracin capitalista a nivel mundial, en el
que se redefine el papel de los pases de la periferia capitalista8.
Dos problemas distintos parecen plantearse aqu para el anlisis. El primero se refiere a la especificidad de este proyecto histrico cuando se consideran los diversos casos nacionales. Ya no puede
suscribirse la descripcin de tal proceso en el sentido especfico de
profundizacin capitalista, como la nica direccin posible9. Varios
autores, han sealado que ella no fue la orientacin principal asumida por estos regmenes, an en los casos que se utilizan como test
de la hiptesis de profundizacin. Algunos han sealado diversas
otras conexiones econmicas, pero advirtiendo, por un lado, que
ninguna de ellas es suficiente en forma aislada para explicar estos
regmenes y, por otro, que hay un exceso de determinismo econmico al caracterizarlos a partir de su proyecto de desarrollo material10.
Sobre este punto volveremos ms adelante.
Cabe preguntarse, entonces, si en la caracterizacin de estos regmenes debe, atendiendo a la diversidad de sus proyectos histricos y
no obstante la semejanza de sus polticas econmicas (Foxley, 1982),
renunciarse a la idea de un proyecto histrico social con una base
material de desarrollo, lo que implicara reducir sus elementos comunes exclusivamente a los rasgos de su organizacin poltica y al estilo
de sus procesos de decisin. Si as fuera, podramos encontrar rasgos formales semejantes, pero faltara establecer cmo y a travs de
qu sustrato histrico social se explican. Si bien es cierto que cuando
hablamos de estos regmenes estamos refirindonos a fenmenos de
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Cabe entonces hablar de exigencias y requerimientos o imperativos estructurales. Pero ellos seran los propios de un intento de refundacin social, y no los de un puro orden econmico. Pasan por la
mediacin de un bloque social que no se reduce a los puros agentes
econmicos, y actan a travs de la constitucin de clases y de sus relaciones. Expresan el conjunto de desafos y tareas que debe enfrentar
un bloque determinado para reordenar desde el Estado el conjunto de
la sociedad. Es este proceso, en virtud del cual un bloque de clase busca constituir y extender su dominacin y dirigir la sociedad, enfrentando contradicciones internas y externas, el que efectivamente determina el ritmo y la dinmica de las aperturas y restricciones polticas.
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LA IDEOLOGA DOMINANTE
La referencia a un proyecto fundacional y a actores y fuerzas sociales
que lo encarnan lleva a preguntarse por la cuestin de la naturaleza
de la ideologa dominante de estos regmenes. Aqu tambin se dira
que el anlisis oscila entre dos extremos. Por un lado, el predominio
de la fuerza, coercin o represin hara prescindible el recurso a la
ideologa, explicando su vaco terico cultural y su extrema debilidad ideolgica. Por otro lado, a partir del mismo sustrato se desarrolla una visin polar que asigna a estos regmenes una gran racionalidad y coherencia ideolgica. Ya sea a travs de una visin de tipo
conspirativo o idealista ligada a fenmenos polticos, o a travs
de una visin ms determinista, vinculada a fenmenos econmicos,
tal coherencia o racionalidad es proporcionada por aquella ideologa
que mejor puede dar cuenta y justificar el carcter represivo de estos
regmenes: la ideologa de seguridad nacional.
Su importancia inicial obedecera a la preminencia del poder militar y al imperativo de acometer diversas tareas que privilegian el
momento coercitivo y que encuentran en dicha ideologa amplia justificacin. Pero tambin a que ella suministra los elementos que mejor
engarzan con una creciente hegemona de determinadas fracciones
en el bloque dominante. Por otro lado, la superacin de las fases ms
represivas, una vez consolidados estos regmenes, y la iniciacin de
tareas fundacionales en diversos mbitos de la vida social, que difcilmente pueden encontrar referente en los conceptos de la seguridad nacional, explicaran su prdida de importancia y el comienzo del
predominio al interior del bloque dominante de otras concepciones,
como el neo-liberalismo y la visin tecnocrtica.
El nfasis en la coherencia de la ideologa de seguridad nacional
y en su afinidad con las nuevas formas de dominacin de ciertos sectores del capital nacional y extranjero no basta para explicar los problemas de penetracin de esta ideologa en el conjunto de la sociedad
y puede oscurecer otros aspectos a nivel ideolgico.
Algunos de tales aspectos dicen relacin con los problemas de
legitimidad que enfrentan estos regmenes. En la primera fase de instalacin, se trata de un tipo de legitimidad contrarrevolucionaria, en
la que la situacin de fuerza o enfrentamiento directo puede ser manipulada para un despliegue sistemtico de esta ideologa, dado el pre-
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DINMICA Y VIABILIDAD
La dinmica interna de estos regmenes est asociada a la particular
configuracin gentica y estructural de los elementos a los que se ha
hecho referencia aqu. Ello quiere decir que cada modelo autoritario
particular tiene su propia dinmica o forma de evolucin.
En un nivel de generalizacin, se ha identificado esa dinmica o
tendencias de cambio con la problemtica de constitucin del ncleo
dominante (ODonnell, 1976). Posteriormente, este anlisis ha sido
complementado con el tema de las tensiones que estos regmenes experimentan: por un lado, el desgranamiento de su base inicial de apoyo
y las contradicciones entre los componentes del ncleo dominante y,
por otro, la distancia con la masa excluida, con la cual es preciso reestablecer de algn modo las mediaciones. Ello introduce el tema de las
aperturas condicionadas y el recurso a la democracia transformada
o renovada como punto de referencia de tales aperturas. El temor de
que ellas conduzcan a desenlaces imprevistos que pudieran amenazar
la sobrevivencia del rgimen, explicara las tendencias a la reconstitucin, al retorno a la lnea dura de los primeros tiempos.
Al aludir al intento de revolucionar desde el Estado la sociedad
en trminos de un proyecto de recomposicin y reinsercin capitalista, sealbamos no su advenimiento exitoso, sino el sentido o la
inteligibilidad de una contrarrevolucin triunfante. Finalmente, el
xito de un proyecto de esta naturaleza radica en la creacin efectiva
de una organizacin sociopoltica coherente con el desarrollo o, en
otros trminos, en la capacidad de un bloque de incorporar en un
proyecto hegemnico al conjunto de la sociedad. La enormidad de las
dificultades no quita que, pese a no lograrse un advenimiento global
del proyecto, este consiga avances parciales, al menos en la desarticulacin de la sociedad precedente.
La evolucin o dinmica del rgimen poltico autoritario expresa la contradiccin de origen o bsica activada por las fuerzas de
oposicin entre, por una parte, el carcter excluyente y desequilibrante de un proyecto de reestructuracin capitalista y de reinsercin
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institucionalizacin, o las dos grandes tareas planteadas al bloque dominante: creacin de poder y creacin de sociedad18. En todo caso, no
se trata necesariamente de una sucesin cronolgica de estas diversas
dimensiones; dada la heterogeneidad societal, y, por lo tanto, la asincrona, ellas son dos caras de una misma accin histrica y pueden
coexistir en diversos mbitos de la sociedad.
Todo lo anterior debe ser considerado cuando se discuten temas
como la viabilidad y las crisis de estos regmenes.
El tema de la viabilidad lleva a veces a confundir dimensiones en
una perspectiva demasiado totalizadora. Sin intentar responder para
los diversos casos nacionales, vale la pena establecer una distincin.
Una primera dimensin es la viabilidad del capitalismo dependiente,
lo que remite a las polmicas de la dcada del sesenta, de algn modo
superadas por el curso posterior de la historia19. Una segunda dimensin es la capacidad de un proyecto de reestructuracin y reinsercin
capitalista para conjugar los trminos de la utopa desarrollista: modelo capitalista, desarrollo nacional y creciente democratizacin sustantiva y poltica. No es difcil sostener aqu la inviabilidad. Pero una
tercera dimensin se refiere a la viabilidad del rgimen poltico, es
decir a la capacidad de mantencin de la pauta autoritaria. Se puede
fracasar en el intento de revolucin capitalista o renunciar a la totalizacin de la empresa y, sin embargo, mantener la dominacin por
un largo tiempo merced al uso de la fuerza, a xitos parciales o a una
combinacin de ambos, supuesta la ausencia de crisis econmica aguda o catastrfica. As, la inviabilidad o el xito en una dimensin no
significan necesariamente inviabilidad o xito en otra20.
El problema puede ser planteado de otro modo como la capacidad
del bloque dominante para mantener su dominacin ms all de las
aperturas e incluso con erosin de la pauta autoritaria. La superacin
parcial de la crisis de origen o la creacin parcial de un nuevo orden
podra permitir variaciones o adaptaciones del bloque en el poder del
Estado. Estaramos ante una situacin no exenta de contradicciones
y conflictos, pero donde la crisis global y la poltica tendern a disociarse. Ello supondra, no obstante, un proceso de superacin de la
heterogeneidad, de homogeneizacin societal y de ordenamiento de la
multiplicidad de actores que presionan sobre el Estado o, al menos, el
ensanchamiento de las expectativas de incorporacin, lo que refiere al
potencial econmico. En este caso, la superacin de la dominacin
18 El tema de la institucionalizacin es tratado extensamente en la tercera parte de
Garretn, 1983b.
19 Ver Cardoso, 1975, y su trabajo en Instituto de Investigaciones Sociales (UNAM), 1977.
20 Ver Garretn, 1983b: Captulo 5, sobre los parmetros de avance de estos regmenes.
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CRISIS Y SALIDAS21
Hay una tendencia, no sin fundamentos slidos, a asociar un a crisis
de las formas polticas de dominacin con la crisis global del capitalismo que se intenta implantar22. Ambos aspectos parecen estar estrechamente ligados en el origen de estos regmenes, pero cundo
puede hablarse o es concebible una disociacin de estas dos crisis? La
apuesta del bloque dominante es a esa disociacin, a la creacin de un
orden que pueda admitir un nuevo rgimen poltico. De ah el llamado a las metas y no a los plazos, pero siempre el problema es, en
definitiva, el tiempo que permita la reestructuracin de las relaciones
de clases y el advenimiento de nuevas formas de expresin poltica.
El anlisis caso por caso puede revelar si se trata o no de una utopa.
Es posible entonces introducir una distincin analtica entre crisis
del rgimen militar, crisis del rgimen autoritario y crisis del proyecto
histrico que ambos vehiculizan. Que esta distincin analtica sea una
distincin histrica real depende de cada caso. Las potencialidades especficas del proyecto histrico, en parte ligadas a los recursos y estructuras
econmicas, juegan un papel crucial en la posibilidad de disociacin de
estas crisis23. Pero dichas potencialidades se expresan siempre a travs
de la estructura y relaciones de clases. Que haya o no asociacin entre
crisis global derrumbe de un proyecto histrico de dominacin y crisis poltica cambio de un rgimen o forma poltica de dominacin
depende tanto de la capacidad incorporativa del proyecto histrico de
reestructuracin como de la lucha de las masas y clases dominadas.
As como el concepto de avance, desde el punto de vista de la
dominacin, puede referirse a diversos aspectos o dimensiones
mantencin del tipo de dominacin, creacin parcial o extendida a
un nuevo orden, etc. , el xito de las fuerzas de oposicin se mide
no solo por el derrumbe de un rgimen o la sustitucin global de un
proyecto histrico, sino en trminos de tareas parciales de creacin de
condiciones, de avances incluso al interior de aquel, de preparacin
de nuevas acciones, etc. Aqu, si no se quiere caer en el inmovilismo,
21 Los temas de crisis y transicin sern tratados en Garretn, 1983b: Captulos 9 y 11.
22 El debate del Partido Comunista Espaol al respecto es ilustrativo. Ver el material presentado en Claudn, 1978.
23 Sobre las potencialidades del proyecto histrico en diversos casos, ver
Zermeo, 1977.
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Las aperturas que corresponden a una salida programada aluden siempre a un orden democrtico renovado, depurado de sus
anteriores vicios, de algn modo acotado o protegido. Qu lleva al
bloque dominante o a fracciones de l a plantear aperturas que pueden llevar a una salida? Pareciera que ello se liga a un intento de
recrear las bases de una legitimidad deteriorada por la incapacidad
de exhibir algn xito en la materializacin del proyecto histrico o
por una situacin de bloqueo o aislamiento poltico que puede o no
estar relacionado con lo primero. La contradiccin bsica derivada
del carcter excluyente del proyecto de reestructuracin y reinsercin
llevara a ampliar el juego poltico. Pero el fenmeno puede darse a
partir tambin de una situacin de xito relativo, en la que el proyecto histrico ha logrado afianzarse parcialmente. En este caso, se
trata tambin de cooptar polticamente a sectores a los que el modelo econmico no ha brindado los beneficios esperados. Y ello puede
producirse precisamente en momentos que an no existe crisis de
legitimidad, y como forma de evitar que la apertura ms adelante sea
forzosa y solo permita negociar la salvacin de algunas prerrogativas.
De modo que no puede identificarse siempre apertura con situacin
de debilidad. Cualquiera sea el caso, si las aperturas obedecen a las
necesidades de relegitimacin tanto al interior del bloque dominante
como en la sociedad en su conjunto, las salidas programadas tratan
en lo esencial de preservar los cambios sociales realizados. Por eso,
se trata generalmente de salidas hacia un orden poltico con un sistema regulado de exclusin de actores poltico sociales, aun cuando el
cambio de bases de legitimidad obligue a invocar la soberana popular, y donde pueda siempre recurrirse al poder militar25.
Si se examinan ahora las alternativas de salida que se plantean en
oposicin a las dinmicas de relegitimacin del bloque dominante, es
posible distinguir grosso modo entre aquellas que operan a partir de
un colapso violento por causas externas o internas, en las que el nuevo orden que se instaura no guarda necesariamente una relacin de
continuidad con la alternativa poltica que se vena constituyendo en
el seno de la sociedad, y aquellas que expresan la constitucin de un
bloque alternativo, a travs de la rearticulacin y recomposicin de las
fuerzas derrotadas por el rgimen militar y, en menor grado y segn
los casos, de las fuerzas desprendidas del bloque dominante.
La referencia alternativa es siempre la de un orden poltico democrtico. Pero ello sin duda es una cuestin problemtica. La racionalidad de esa referencia es doble: un principio de oposicin al
25 Aqu cabe la distincin entre rgimen militar propiamente tal y rgimen autoritario a la que nos referimos en la tercera parte de Garretn, 1983b.
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RECORDEMOS BREVEMENTE algunos conceptos sobre los nuevos regmenes autoritarios en Amrica Latina que aplicaremos al
anlisis del caso chileno26.
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dora de la sociedad. La primera se expresa a travs de procesos represivos y de la desarticulacin del sistema sociopoltico hasta entonces
vigente. La segunda a travs de la materializacin de un proyecto histrico, entendido este como la configuracin de un modelo econmico, un modelo poltico y un modelo cultural, cuyo sentido general es
la recomposicin del orden capitalista en el pas y su reinsercin en el
sistema internacional. La articulacin de ambas dimensiones, el peso
especfico de cada una de ellas y la direccin particular que adquiera
el proyecto histrico varan en cada situacin nacional.
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Pero no solo hay un problema de hegemona interna en el bloque dominante. Las relaciones de este con el conjunto de la sociedad no parece que puedan reducirse exclusivamente al uso de la fuerza, por brutal
y extensivo que sea este, especialmente, en la fase de instalacin del
rgimen. Es obvio que no estamos en presencia de una relacin de
hegemona y que estos regmenes no descansan de ningn modo en
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choca con su escasa capacidad inclusiva, con los lmites de un capitalismo dependiente y represivo que exacerba desigualdades, margina grandes sectores, posterga indefinidamente aspiraciones de otros. Incluso
los momentos de los xitos relativos y los milagros econmicos en que
se intenta legitimar el rgimen por sus resultados, ponen al descubierto
sus limitaciones, desequilibrios y contradiccin con las expectativas levantadas, y en ellos reemergen diversas formas de movimientos sociales
de oposicin. Los momentos de crisis son expresin de ello.
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No basta sealar que esta dimensin fundacional se caracteriza por el intento de recomposicin y reorganizacin capitalista si no se entiende que
ella postula tambin un proyecto poltico. Es cierto que la gran dificultad
que tienen los regmenes militares de establecer sistemas adecuados de
mediacin entre Estado y Sociedad, su intento explcito de eliminacin de
la poltica, lleva muchas veces a pensar que el proyecto histrico que estos
regmenes vehiculizan tiene como modelo poltico natural y deseable la
perpetuacin indefinida del rgimen militar. Sin embargo, los procesos de
institucionalizacin, aunque tienden a asegurar la mantencin del rgimen
militar como condicin histrica de las transformaciones que se busca implementar en el conjunto de la sociedad, apuntan tambin hacia una forma
particular de transicin. Pero no hacia regmenes democrticos, sino hacia regmenes propiamente autoritarios. En ellos lo militar dejara de ser el
elemento titular del poder formal y se combinaran mecanismos de participacin y ciertas arenas polticas con autoritarismo del Estado, mecanismos
de exclusin institucionalizados y poder tutelar de las Fuerzas Armadas30.
Esta pareciera ser la utopa poltica de este proyecto histrico. Asimismo
cabe indicar que este proyecto poltico no es unnimemente compartido en
el interior del bloque dominante. Hay sectores de l que afirman la vigencia
permanente del rgimen militar existente y es esta distincin entre rgimen
militar y rgimen autoritario futuro la que polariza la tensin entre los sectores que se denominan duros y blandos en estos regmenes.
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BIBLIOGRAFA
Arriagada, Genaro y Garretn, Manuel 1979 Doctrina de
Seguridad Nacional y rgimen militar en Estudios Sociales
Centroamericanos, N 20 y 21.
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Pedro Morand
LA RELIGIOSIDAD POPULAR
COMO CRTICA AL NEO-ILUMINISMO
LATINOAMERICANO*
LA PERSPECTIVA QUE SE ABRE a la sociologa de discutir la existencia de una sntesis cultural latinoamericana diferente e incluso
contrapuesta a la sntesis de la modernidad ilustrada ha sido posible,
en gran medida, por la revalorizacin que ha experimentado el tema
de la religiosidad popular en los ltimos aos. Ella se ha impuesto a
la reflexin por la magnitud de su presencia, pero tambin, porque en
ella no pudieron cumplirse las predicciones de los agentes desarrollistas. Desafiando los pronsticos y malos augurios no ha desaparecido,
como se esperaba, en los polos de desarrollo urbano-industriales.
Antes bien, ha acrecentado su intensidad como expresin religiosa colectiva en prcticamente todos los pases latinoamericanos. Este es
un hecho verificado. Es, sin embargo, a la vez, un dato anmalo para
los constructores de modelos y para los planificadores de la ciudad
secular. Quienes esperaban que las expectativas sociales derivadas
del clculo racional y de la optimizacin funcional de medios y fines,
acabaran con el carcter y estilo religioso de la sociedad tradicional
no han podido ver cumplida su profeca. Quienes pensaban que por
* Morand, Pedro 1984 La religiosidad popular como crtica al neo-iluminismo latinoamericano en Cultura y modernizacin en Amrica Latina (Santiago: Cuadernos
del Instituto de Sociologa Pontificia Universidad Catlica de Chile) pp. 128-143.
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ricana que atraviesa todas sus pocas y que cubre, a la vez, todas sus
dimensiones: el trabajo y la produccin, los asentamientos humanos
y los estilos de vida, el lenguaje y la expresin artstica, la organizacin poltica, la vida cotidiana. Y justamente en su papel de depsito
de la identidad cultural ha debido soportar, tal vez ms que ninguna
otra institucin, los intentos de la modernidad por subordinar las culturas particulares a los dictados de la razn instrumental. As como
Octavio Paz plantea que para acceder a la intrahistoria de Mxico es
imprescindible comenzar por el anlisis de las pirmides, no sera
exagerado generalizar su argumento sealando que para comprender
la sntesis cultural latinoamericana es fuerza empezar por la puerta
que nos abre la religiosidad popular, tanto a los sistemas simblicos
como a la intrahistoria.
Esta revalorizacin de la religiosidad popular no ha nacido ciertamente de las ciencias sociales, sino de la teologa. Fue un grupo de
intelectuales catlicos los que, por medio de ella, iniciaron un vasto
proceso de rehistorizacin del pensar latinoamericano que se haba
empantanado en la modelstica del desarrollismo1. Ellos no tenan razones puramente intelectuales o acadmicas, sino tambin razones
intraeclesiales. La Iglesia Catlica latinoamericana, especialmente
desde el Vaticano II, se encuentra en un complejsimo proceso de autoconciencia histrica y en esta vuelta a sus races no poda menos
que encontrarse con una religiosidad que creci a su amparo desde
el mismo siglo XVI. Para ella, revalorizar la religiosidad popular es
revalorizar su propio pasado como tambin su continuidad histrica entre los pueblos latinoamericanos. Si la misma Iglesia, en plena
crisis del neoiluminismo, no descubra la existencia del catolicismo
popular quin entonces podra haberlo hecho? Las ciencias sociales,
en cambio, hijas ellas mismas del iluminismo y de la secularizacin,
no tenan rganos para percibir ni conceptos para comprender una
cultura que de modo persistente se ha negado a abandonar el espacio
sacral para definir su identidad. Si la Iglesia para descubrir la cultura latinoamericana simplemente tena que aceptarse a s misma en
su historicidad, este mismo descubrimiento para las ciencias sociales
pasaba por la autocrtica de su propio secularismo y, por tanto, por
la comprensin de un otro, de un algo distinto a sus paradigmas de
modernizacin. Se entiende entonces por qu la existencia de un particularismo cultural latinoamericano sea hasta hoy da tan difcil de
aceptar para las ciencias sociales. Sin criticar sus propios supuestos
universalistas, sin poner en tela de juicio el primado de la racionalidad formal, sin discutir el supuesto de identidad entre valores y fun1
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3 Ver Poblete, 1977. Este artculo, escrito casi veinte aos antes de la edicin de
referencia y publicado por la revista Mensaje, fue uno de los primeros que reivindicaron el valor de la religiosidad popular, entendida como religiosidad de las masas. La
argumentacin, sin embargo, no conduce al descubrimiento del ethos cultural que
esa forma de religiosidad expresa. As, se sostiene que la religiosidad popular es propia de una institucin que, como la Iglesia, aspira a la catolicidad. Donde no hay tolerancia ms que para la religiosidad de las lites, no hay tampoco Iglesia, sino sectas.
Es decir, el argumento se orienta ms a demostrar las diferencias funcionales entre
la religiosidad de las masas y de las lites, como tambin a su complementariedad,
antes que a descubrir el sustrato cultural de la religiosidad popular latinoamericana
amenazado por las propuestas de modernizacin.
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con la problemtica del desarrollo, deba volverse consciente, militante, comprometida con el cambio social, instrumento pedaggico
al servicio del progreso. La pregunta sociolgica de fondo respecto a
la religin se reduca entonces a una sola: cmo deshacerse de ella
cuando no era posible utilizarla como instrumento para el esclarecimiento racional de la vida humana y cmo valerse de ella para movilizar a las personas que engaadas, pero de buena fe, vean todava
en la religin una fuente de inspiracin prctica para su conducta
cotidiana? Se descartaba cualquier relacin de lo religioso con las
discusiones acerca de la sntesis social, del nexo social o del lmite
social, estudindose en cambio la funcin social de la religin suponiendo que la totalidad estaba dada sin ella4.
Otra poderosa corriente intelectual que influy de modo decisivo
en la conceptualizacin sociolgica de la religin fue, naturalmente,
el marxismo en su versin latinoamericana. No hay ninguna duda de
que esta corriente difera en puntos importantsimos con aquellas de
las sociologas norteamericanas que hemos comentado recientemente. Estas diferencias, sin embargo, no logran ocultar una identidad de
principio en lo referente a la dimensin secularizadora. Ambas comparten su adversin a toda forma simblica de expresin cultural. Si
en un caso, el mundo sacral era signo de la sociedad tradicional que
llegaba a su ocaso, en el otro, es fetichismo y falsa conciencia al servicio del orden. Otra vez es la conciencia ilustrada la instancia suprema
de referencia histrica, an cuando no se la atribuya al individuo ilusorio, sino a la vanguardia de la clase social en ascenso.
Como se sabe, la religin es analizada en esta vertiente sociolgica
como un caso lmite de la ideologa5. Comparte con ella todos los rasgos
del fetichismo del mundo mercantil, pero aade adems como rasgo
propio el culto explcito y organizado al sujeto abstracto, que no es
otra cosa que la hipstasis del nexo social. As a diferencia de las ideologas racionales de la dominacin que se limitan a ocultar la estructura
de clases como instancia reguladora de la divisin social del trabajo
mediante la afirmacin de la vigencia de normas universalistas de reciprocidad, la religin intenta legitimar directamente esta dominacin al
menos en un doble sentido: por una parte, desplazando el momento de
la realizacin de los valores a un futuro indeterminado (escatologa) o
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DE LA TEORA DE LA DEPENDENCIA
AL PROYECTO NEOLIBERAL
EL CASO CHILENO*1
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Dado que, en Chile, la economa agrcola tiene una limitada capacidad de expansin, en trminos de fronteras agrcolas, y una poblacin que se mantiene numricamente estable, lo significativo son sus
cambios internos, como los procesos de reforma agraria anteriores a
1973 y las transformaciones posteriores a esa fecha. La poltica emprendida, a partir de 1973, tuvo como explcita finalidad modificar la
situacin del agro creada por el proceso de la reforma y, muy concretamente, la propiedad privada en el agro. Se procedi a la devolucin
de predios expropiados, a la parcelacin de aquellos que se explotaban
colectivamente; a constituir una mayor fluidez en el mercado de tierras, lo que incidi en que el sector al que se le haban asignado parcelas vendieran estas, en parte o totalmente, a propietarios mayores u
otro tipo de compradores. En 1979, la totalidad de tierras expropiadas
durante la reforma agraria haban sido reasignadas o restituidas y, en
algunos casos, transferidas o rematadas. El resultado fue un aumento
significativo del nmero de empresarios agrcolas, que casi duplicaron su nmero respecto al momento de la reforma agraria; pero, a la
vez, se dio una significativa disminucin casi un tercio del nmero de asalariados agrcolas.
La economa capitalista que se form en el campo se expresa en
la constitucin de complejos agroindustriales, en los que se observa: una intensificacin en el uso de los recursos; una tendencia a la
integracin de los procesos productivos y un proceso de concentracin, tanto de la tierra como de las propias agroindustrias. El sector
exportador y las empresas agroindustriales han cambiado el paisaje
rural tradicional; son comunes la existencia de aserraderos, fbricas
de cajas, frigorficos, plantas de embalajes, etc. La direccin de la
actividad agrcola adquiere dimensiones empresariales que antes no
eran comunes. La actividad agropecuaria se ha transformado en un
negocio al cual no son ajenos grupos econmicos que incorporaron
la agricultura como una ms de sus actividades. En el caso de las
empresas forestales, estas estn fuertemente concentradas en pocas
manos y las ms significativas aparecen ligadas a importantes grupos
econmicos, e incluso multinacionales.
Las empresas frutcolas fueron, a menudo, sealadas como
ejemplo de empresa exitosa en el agro chileno. Se expandieron a
travs de inversiones agroindustriales, bodegas de fro, plantas embaladoras, etc. Respecto a su capacidad de proporcionar empleo,
utilizan una gran cantidad de mano de obra por hectrea, pero el
empleo es fuertemente estacional; el mes de mximo empleo supera
veinte veces al de mnimo.
Como se ha dicho, gran parte de este sector capitalista de la economa agrcola se lig con la exportacin, para ello el Estado lo ha
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DE LA HISTORIA A LA POLTICA:
LA EXPERIENCIA DE AMRICA LATINA
EN TORNO DEL PENSAR HISTRICO*
NO ES FCIL ENCONTRAR UN ANLISIS con estructura acadmica cuya inspiracin sea un fuerte compromiso con la historia del
pueblo. Es el caso de Ren Zavaleta que se cuenta entre estos intelectuales que dignifican a la inteligencia latinoamericana1.
Tratar de pensar la historia tiene repercusiones en la forma de
organizar el anlisis y en el lenguaje que se utilice. Es as como las argumentaciones siempre estn redondeadas por construcciones metafricas, las cuales cumplen la funcin de aprehender la realidad como
sntesis y a la vez en toda su apertura. Por eso es que permiten vislumbrar horizontes sugerentes para estimular la reflexin y la bsqueda.
El trabajo de Zavaleta constituye un ejemplo de investigacin
acuciosa y profunda dentro de este entorno, lo que impulsa al autor
a forjar categoras de anlisis que nada tienen en comn con aquellas
sacadas a fuerza de cuerpos conceptuales adocenados.
* Zemelman, Hugo 2007 (1989) En torno del pensar histrico y A manera de
recapitulacin en De la historia a la poltica: la experiencia de Amrica Latina
(Mxico: Siglo XXI) pp. 177-190.
1 Hemos tomado como base de referencia para estas reflexiones dos trabajos de
Ren Zavaleta, 1983a y 1983b.
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Nunca se aprecia en l la sequedad sin gracia de esas proposiciones que para justificar su fundamentacin se empobrecen hasta
lo obvio. Mezcla de teora e intuicin, imaginacin y sistematicidad
de un pensar histrico que nunca puede reducirse al simple conocimiento de la historia, posee una profunda vivencia histrica que le
sirve de sustento a su pensamiento. Es el trasfondo vital de su compenetracin con la abigarrada realidad de Bolivia el que cristaliza
en la coherencia de sus planteamientos histricos. De ah que sus
anlisis respondan a una visin de Bolivia como historia, pues nunca
se aprecia en l como punto de partida una idea suelta, una hiptesis
fragmentaria a un a priori. Es siempre Bolivia como experiencia la
que imprime a sus anlisis una originalidad y frescura que merecen
atencin como un modo particular de construir el conocimiento.
Hay en el autor verdad y utopa, rigor y voluntad de lucha, objetividad y proyecto. De manera intuitiva armoniza esas dimensiones
del conocimiento social aparentemente contradictorias: en este sentido Zavaleta nos parece un estudioso que no est tan preocupado
de las teorizaciones como de la historicidad de sus aseveraciones.
Por eso es que, consecuentes con la afirmacin de que representa al
tipo de intelectual que trabaja en la perspectiva de un compromiso
poltico, pensamos que sus anlisis constituyen intentos por captar
una realidad en su compleja concrecin histrica para poder definir,
a partir de ella, las opciones de desarrollo que se contienen en un
momento de la historia. De ah tambin que se justifique hacer una
reflexin en torno de los problemas que se suscitan cuando se quiere
construir un conocimiento que cumpla esta funcin.
Para estos efectos definimos algunos criterios que nos permitan
caracterizar tentativamente a este tipo de conocimiento y poder confrontarlos con los esfuerzos de nuestro ensayista.
-- Primer criterio: el conocimiento que se construya en el marco
de un compromiso poltico est orientado a aceptar a la historia
como construccin de los distintos sujetos sociales, los cuales
pueden o no reconocer explcitamente proyectos de sociedad.
-- Segundo criterio: en un conocimiento de esta naturaleza la reflexin terica queda subordinada a la necesidad de hacer un
reconocimiento de horizontes histricos, lo que significa que
los temas de la realidad susceptibles de analizarse se muestran
como dominios de praxis posibles.
-- Tercer criterio: la realidad se piensa en funcin de una exigencia de viabilidad de proyectos antes que desde la perspectiva
definida por la exigencia de correspondencia.
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que no siempre ocurre si tomamos en cuenta las veces en que se incurre en el dogmatismo asociado con la pretensin de una gramtica
universal aplicable a formaciones diversas.
La especificidad de los conceptos requiere que se haga en trminos de contextos, esto es, incorporando al anlisis del objeto elementos que no aparecen en una relacin directa con el mismo. El anlisis
poltico requiere efectivamente la inclusin de factores situados en
diferentes niveles, tanto de aquellos que consideramos estructurales
o tendenciales como de los de tiempo corto o coyunturales. Desde los
hbitos y mitos sin los cuales es poco lo que se puede avanzar en el
anlisis poltico (dem: 15), hasta los factores de equilibrio o desequilibrio entre fuerzas que sean de naturaleza coyuntural, como podra
ser la presencia o desaparicin de un lder.
La contextualizacin del objeto de anlisis obliga a examinar su
dinmica interna. Lo hace Zavaleta con la democracia representativa.
La confrontacin carismtica, la enunciacin patrimonial del poder
y su discurso regional (dem: 15) son sus modos de concrecin ms
posibles, es decir, que al especificar el contenido de la democracia
puede reconocer mejor su viabilidad para llegar a afianzarla, toda vez
que la forma abigarrada y desigual de la sociedad impide en gran
medida la eficacia de la democracia representativa como cuantificacin de la voluntad poltica.
Contrastando a los procesos con su fondo histrico, este es un
tipo de anlisis donde lo central es la posibilidad de actuar, por lo que
no puede dejar de estar asociado con un concepto de realidad que
incorpore la presencia de los sujetos sociales. Cualquier fenmeno, digamos el rgimen poltico, no puede ser analizado prescindiendo del
hecho de que la realidad es el producto de las prcticas de los sujetos.
Por ejemplo, pudiendo no haber condiciones para que se imponga la
democracia representativa como sistema poltico real y estable, se la
rescata como un ideal de las masas (dem: 42) que tiende a imponerse. Entre la democracia social y la democracia representativa media
la democracia considerada como autodeterminacin de la masa, es
decir, como la capacidad actual de dar contenido poltico a lo que
haya de democracia social y de poner en movimiento el espacio que
concede la democracia representativa (dem: 42).
La importancia de la dimensin del proyecto en la aprehensin de
los fenmenos sociales reside en la posibilidad de transformar a estos
en objetos de prcticas sociales, pero, a la vez, en convertir a la prctica en un dominio nuevo que permita profundizar en la complejidad
de la dinmica social rescatando una perspectiva constructora de la
realidad. Es por ello por lo que un pas puede tener un grado relativo
de democracia social y tener instituciones demorrepresentativas y sin
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Por ejemplo, cuando el tamao demogrfico del sujeto es reducido (que es lo que ocurre en contextos de aislamiento como los
enclaves mineros), en virtud de una suerte de dialctica frente a la
debilidad demogrfica se desatan contrapesos ideolgicos de manera
que la densidad de masa del sujeto es compensada por la presencia
de un proyecto ideolgico-poltico, como en el caso de los mineros
bolivianos. En este contexto interesa la preocupacin por no reducir
al sujeto a una categora analtica predefinida, plantendose el desafo
de buscar la categora que sea capaz de dar cuenta de la especificidad del actor social; esto es, de compatibilizar escaso nmero y aislamiento con la capacidad de determinacin en extensa medida de los
acontecimientos nacionales. Es interesante constatar que en esta bsqueda Zavaleta recurra a un razonamiento que parte por caracterizar
un horizonte histrico en que tienen lugar tanto las clases como los
estratos no clasistas. Este contexto histrico se puede caracterizar ya
sea por las estructuras productivas que coexistan, como por el tipo de
familias que subsisten, etc., pero donde, adems, la clase es concebida
como una situacin problemtica y no como un objeto lgico formal
(Zavaleta, 1983b: 225); es decir como un ngulo para el anlisis de las
fuerzas existentes antes que partir reduciendo las fuerzas a la clase.
Algunas fuerzas pueden ser encuadradas como clases mientras
que otras no. En todo caso en el anlisis se incluyen elementos provenientes de niveles diferentes de la realidad como son las relaciones de
produccin, la estructura de la familia o la articulacin entre ideologa precapitalista y las condiciones de trabajo productivo capitalista.
En este sentido cabe recordar la discusin sobre la radicalidad del
minero boliviano: si se expresa en ella un grado de conciencia poltica
o un cierto fatalismo religioso, o bien ambas cosas.
La subordinacin de la categora de clase a un contexto histrico, conformado por mltiples dimensiones, enriquece el anlisis toda
vez que permite descubrir concretamente la dinmica real mediante
nuevos conceptos, en vez de reducirse a una simple aplicacin de la
categora y llegar a descubrir lo que ya ha sido postulado. El concepto
de irradiacin, acuado por Zavaleta para dar cuenta de la capacidad de una fuerza social para constituir una unidad homognica,
que sea capaz de influir mucho ms all de su contorno inmediato,
es un ejemplo de esta creacin terica en que pensamos (dem: 225),
concepto que no puede entenderse sin aquel otro de la insistencia
estructural (dem: 224) que sirve para explicar cierto tipo de constitucin del sujeto social.
Efectivamente, es cualitativamente distinta la constitucin de
sujetos por acoplamiento de grupos de diferente procedencia (v. gr.,
por migraciones o desplazamientos entre sectores econmicos), que
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to de los que son portadores de la perdicin de lo mismo que representan, vemos que el Estado de 1952 ha necesitado menos de treinta aos
para llegar al borde de la deslegitimizacin prerrevolucionaria que el
Estado oligrquico alcanz en ms de cincuenta aos de predominio.
Es indudable que esta secuencia est exteriorizando la formacin de
una crisis estatal. La manera de los acontecimientos de 1979 y un gran
nmero de hechos coetneos propone que ser tambin una crisis social de vasto alcance. (Zavaleta, 1983a: 58-59)
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DE LA HISTORIA A LA POLTICA:
LA EXPERIENCIA DE AMRICA LATINA
A MANERA DE RECAPITULACIN
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Hugo Zemelman
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La transicin pactada
a la democracia: nuevos
actores y consensos,
1990-2014
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* Salazar, Gabriel 1990 La revuelta de los pobladores en Violencia poltica popular en las Grandes Alamedas: Santiago, 1947-1987 (una perspectiva histricopopular) (Santiago: Sur) pp. 374-391.
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patricias1. Despus de 1932, en cambio, las asonadas y revueltas populares experimentaron un notorio eclipse, diluidas en la institucionalizacin de los conflictos y en la constitucin de canales clientelsticos entre la cpula poltica y la base social, al punto de borrar de la
memoria colectiva (y por falta de historiografa social) la tradicin
revoltosa del bajo pueblo. Bast la consolidacin estatal de una
generacin democrtico-institucionalista para eclipsar del escenario
pblico ese tipo de tradicin.
El reafloramiento, en los aos cincuenta, de resabios de esa tradicin (con la revuelta electoral que signific el ibaazo de 1952, y
el terror desatado en la mentalidad institucionalista por el fatdico
2-3 de abril de 1957) reprodujo el miedo poltico al bajo pueblo
(o miedo al historicismo social) casi en los mismos trminos en que
se haba dado antes de 1932. Es significativo que la ciencia poltica
chilena no haya estudiado de modo sistemtico, ni conceptualizado de manera historiogrfica, el hecho o la tradicin de la revuelta
popular. En el lxico poltico tanto como en el analtico corrientes,
eso sigue siendo, en esencia, un incidente (excepcional) condenable
que pone en peligro el orden social bsico, una irrupcin de vesania
extremista que debe ser drstica y rpidamente combatida. De aqu
la tendencia a designarla por un sobrenombre (2-3 de abril, el
volcn gremial, el frenes de Chile, etc.), y no a acuarla como
un concepto que se refiere a fenmenos sociales notoriamente recurrentes dentro del sistema institucional chileno, sobre todo con
relacin al bloqueo de los canales de comunicacin entre la base
social y la cpula poltica (por razn de ineficiencia gubernamental,
o por ausencia de tales canales).
No es por tanto sorprendente que, cuando en 1983 estallaron las
primeras jornadas (populares) de protesta, el grueso de la intelectualidad y la clase poltica conjunta fueran cogidas por sorpresa. Y
que ya a partir de la cuarta protesta, los intelectuales y polticos se
lanzaran a toda prisa a iniciar un ciclaje terico de semejante fenmeno, para concluir proclamando, entre 1984 y 1985, que la revuelta
de los pobladores constitua una amenaza de desintegracin social.
Por donde, acto seguido, pasando de la tica poltica a la poltica
pragmtica, iniciaron una campaa de marginacin y olvido de lo
que representaba y poda hacer el movimiento VPP. Con ello se retom la actitud terica que se mantuvo a lo largo del perodo 19321973, cuando las revueltas populares fueron silenciadas por juicios
de condenacin moral, tramitadas por la anteposicin de instancias
legales, u olvidadas tras la inexistencia de conceptos formales que
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El problema de fondo pareca ser, hacia 1983, que la desclientelizacin de la clase popular autoinducida tanto como forzada
con respecto al Estado, las normas constitucionales, los partidos
polticos y aun con respecto a las cpulas sindicales, era tal, que la
funcin cupular estaba orgnicamente reducida a una tarea transmisora de recepcin-emisin, orgnicamente acoplada al movimiento
social, y a poco o nada ms. La percepcin popular de la dictadura
era de por s clara y estaba demasiado encarnada: no se necesitaban
ni explicaciones tericas adicionales ni vanguardismos superfluos.
La predisposicin a la protesta y a la accin directa constituan por
entonces, tal vez, el ms comn de los sentidos histricos de todos los chilenos, especialmente de los ms jvenes. La intuicin de
que el poder de la poltica (o la politicidad) haba pasado de manos
del autoritarismo militar a manos de lo social (ltimo reducto y
primera crislida de todo Estado genuinamente democrtico) era
patente. Cada sujeto se senta legtimamente instalado sobre la primera piedra en el proceso de construccin de un nuevo Estado. La
distribucin simultnea de esas percepciones y predisposiciones a
todo lo largo y ancho de la sociedad popular era un hecho fcilmente intercomunicable de un grupo a otro o de una regin a otra. Es
decir: estaban a punto (sincronizados) todas las percepciones y sentimientos que normalmente han animado o motivado, en la historia
de Chile, al movimiento social popular cuando ha estado en trance
de entrar en accin. De modo que, para qu las cpulas, sino para
dar el arranque nacional a toda esa carga histrica?
Fue sintomtico, en este sentido, la movilizacin factual realizada
por las cpulas convocantes. En la mayor parte de las protestas, la
accin realizada por ellas asumi la forma de una manifestacin de
denuncia y reivindicacin, realizada en puntos axiales del centro de
Santiago, fcilmente asequibles a las cmaras fotogrficas de los medios de comunicacin de masas. Rara vez la movilizacin del grupo
convocante const de ms de doscientas personas (cuando super ese
nmero, fue porque un segmento funcional o gremial decidi llevar su
protesta al centro de la ciudad, o porque el pblico se sum espontneamente a la protesta). No hay duda de que, por su mayor visibilidad
nacional, la movilizacin de las lites de oposicin tuvo un importante efecto simblico y psicolgico (el apresamiento de cualquier lder
opositor reconocible siempre tuvo mayor publicidad que, por ejemplo
el encierro de miles de pobladores, desde el alba y por largas horas, en
una cancha de ftbol). De ah que esta movilizacin selectiva no necesit ni ser muy prolongada (a finish) ni ser fsicamente excesivamente
combativa, por lo que rara vez excedi el tramo de tiempo comprendido entre las 11.30 y las 13.00 horas. El impacto poltico producido
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5 Hay una relativa abundancia de literatura terica y semiterica acerca de la revuelta de los pobladores y del fracaso del ao decisivo (1986) o de la va insurreccional, pero no ha habido mayor preocupacin por examinar, en bloque, la conducta
histrica de la clase media durante el perodo 1979-1989. La revuelta de la clase media ha sido asumida, ms bien, como una operacin racional, democrtica y exitosa,
y como una depositaria responsable del miedo cvico frente a la desintegradora
revuelta de los pobres. Son de inters, en este sentido, el artculo de Tironi, 1990; y el
de Martnez, 1986. Vase tambin Garretn, 1986.
6 Durante la segunda y tercera protesta, vehculos militares y de desconocidos dispararon contra edificios de departamentos en los barrios residenciales de la capital.
Esto amain el caceroleo en esos sectores.
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necesidad urgente de gobernabilidad, Estado y Democracia formales. Ante ese miedo, esa necesidad y esa urgencia, el camino a la
Democracia no poda ser sino el ms corto, y esto pasaba por asumir
la administracin civil del Estado Liberal constitucionalizado por la
dictadura militar en 1980, menos algunos ajustes necesarios para la
acomodacin del nuevo personal civil9.
Tal teora inconfesadamente tributaria del sistema neoliberal
impuesto por la dictadura poda presentarse, y de hecho fue presentada, como un apresto pragmtico para el futuro gobierno civil que,
dadas las circunstancias, no poda ser sino de tipo liberal-populista
(una variante indita en Chile). Con la ventaja adicional de que un
gobierno de ese tipo permitira operacionalizar en Chile los principios
econmicos y polticos de la modernidad, lo que dejara al pas en la
misma lnea avanzada de las triunfantes democracias occidentales10.
De cualquier modo, la teora sociopoltica que justificaba la transicin
pactada, enmarcaba bien la transformacin de la dictadura liberal en
una democracia liberal, al paso que despejaba, entre los dos frentes de
la oposicin antidictatorial, una elipse de tierra de nadie suficientemente ancha como para permitir una retirada formal impecable al
escaln militar. Tan impecable como histrica retirada tena otra significativa funcionalidad: inutilizaba esa elipse como campo probable
de enfrentamiento terico y poltico entre los demcratas de los dos
frentes antidictatoriales. Es decir, entre los rutinizados grupos VPP y
los zumbantes enjambres democrticos de la clase media.
El balance general de las protestas fue, para el movimiento VPP,
paradjico: de un lado, con ellas abri una decisiva brecha psicolgica
y poltica en el flanco popular de la dictadura; pero, de otro, perdi
la batalla de la transicin en el segundo frente (el de la negociacin), enceguecido por la inercia VPP, empantanado por las tcticas
distractoras del estamento militar, desarmado por la compulsin parlamentarista de su aliado mesocrtico, y formalmente superado en los
mismos umbrales de la eventual democracia. A su costa, pues, haba
aprendido que, a veces, la retirada de un abominado dictador liberal
se paga con la mantencin del sistema liberal legado por aquel.
Es cierto que, por s mismo, y en el anhelado modo catastrofista
que hubiese correspondido, el movimiento VPP no derrib la Dictadura. Se ha dicho que, por ello, el movimiento VPP constituy una
tctica fracasada. Y que, a la inversa, el dilogo y la negociacin (ms
el marketing televisivo del NO) s constituyeron un xito, ya que el
dictador perdi el plebiscito y se fue.
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que en la teora, y en hechos de tipo VPP ms que en hechos de construccin popular de Estado. Y que, tambin desafortunadamente, ni
los tericos ni los polticos liberal-populistas han sabido o/y querido
recoger, interpretar, ni desarrollar.
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MESTIZAJE E IDENTIDAD
LATINOAMERICANA*
Doa Isabel lo quera
suyo y lo mismo la Parda,
y el Bernardo entre las dos
como un junquillo temblaba.
Gabriela Mistral, Poema de Chile
* Montecino, Sonia 1996 (1991) Mestizaje e identidad latinoamericana en Madres y huachos. Alegora del mestizaje chileno (Santiago: Sudamericana) pp. 39-61.
1 Curiosamente, dentro de la cosmovisin indgena, encontramos, en el caso andino, la idea de que la Conquista fue un pachacuti, es decir una catstrofe csmica,
cuyo significado ltimo es que el mundo se hace de nuevo.
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Si bien el barroco define una poca cultural europea, ser en Latinoamrica donde se desplegar, otorgando especificidad a todo el territorio. El barroco anunciar su modernidad por su carcter urbano,
masivo e integrador. Para el socilogo Carlos Cousio, a diferencia
de la Ilustracin, que intentara resolver el problema de la integracin social a travs del mercado, el barroco lo hara apelando a la
capacidad de sntesis contenida en la sensibilidad y en los espacios
representativos. Mas que el mercado, lo que predomina en la sociedad
barroca es el templo, el teatro y la corte. (1990: 113). As, los aspectos
ceremoniales y rituales cobrarn un gran valor3; las manifestaciones
2 Por otro lado, como sostiene ngel Rama corresponder a Arguedas descubrir
la positividad del estrato social mestizo, ser quien cuente con delicadeza su oscura
y zigzagueante gesta histrica (vase el prlogo al libro Formacin de una cultura
nacional Indoamericana, de Jos Mara Arguedas).
3 Octavio Paz en su libro Sor Juana Ins de la Cruz o las Trampas de la Fe, expresa:
Una y otra vez se ha subrayado la extrema religiosidad de la poca y su sensuali-
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artsticas sern fundamentalmente visuales, ornamentales el barroco aspira a penetrar por los ojos no para promover la conviccin
racional sino para mover la representacin sensible (Op. cit.: 114).
Esta cultura barroca no se caracteriza por ser culta, textual o ilustrada, sino ms bien popular, oral4.
De este modo, investir a Amrica Latina como cultura mestiza, barroca y ritual, es pensarla como particularidad, en donde
se amalgamaron sangres y smbolos, en una historia de complejas
combinaciones que torna, muchas veces, difcil definir su rostro.
Las mismas denominaciones del territorio patentizan su incerteza:
Amrica, Nuevo Mundo, Hispanoamrica, Latinoamrica, Indoamrica, siendo las tres ltimas las que muestran el intento por singularizar el juego de la etnicidad mltiple, dndole dominancia a
unos componentes por sobre otros: el latino, el espaol, el indio.
Tal vez, la acuacin del trmino Mestizoamrica, propuesto por
Aguirre Beltrn, sea el que con mayor precisin enuncie el rasgo
cultural ms sobresaliente de nuestro continente.
A la luz de lo expuesto podemos decir, entonces, que es posible postular la existencia de una identidad latinoamericana peculiar
emanada de una sntesis cultural mestiza. Para nuestro intento, interesa detenernos en el proceso mismo de mestizaje y escudriar en
la construccin social de las diferencias sexuales que produjo esta
cultura y sus consecuencias en el plano de la identidad genrica. Para
comenzar esa aventura, intersectaremos historia y antropologa, literatura e imaginacin como herramientas vlidas para restaurar la
imagen olvidada de nuestros orgenes.
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flor joven de carne y hueso. Un da lleg al lugar un joven minero que buscaba derroteros. Qued hechizado por la belleza de la nia morena y se qued en el poblado.
Una noche so con un duende que le indic el sitio preciso en donde se encontraba
la veta perdida. El joven minero se fue. La nia qued esperando el regreso de su
amor, pero este no volvi ms. La muchacha muri de pena y fue enterrada un da
de aguacero. Al otro da alumbr el sol y el valle se cubri de flores rojas. As naci la
Aauca (Cfr. Plath, 1983: 55).
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acerca a la cosmovisin latinoamericana, pues la literatura es voz particular que se arma en el lenguaje colectivo.
Guzmn descubre en la escritura de la Mistral el drama simblico entre el hombre y la mujer y especficamente la tragedia textual de
una feminidad chilena. El argumento de este infortunio se inicia con la
imagen de una mujer locamente enamorada que es abandonada: su amado muere. La muerte situar a este hombre, como sujeto, en el mbito de
lo puro. Desde ah, el amado se transfigura en nio, vstago engendrado
solo por la madre, en una operacin de fecundidad virginal. El deseo de
procrear en la yo mistraliana est disociado de la eroticidad: el cuerpo
de la mujer no est preparado para recibir a un hombre, sino a un nio.
Para Guzmn, en los textos de la Mistral la maternidad anega el
mundo y las cosas creadas, la madre asume tambin las caractersticas
del padre, porque ella es todo. La madre est asociada a la imagen de la
tierra, la mujer es una mutacin de la tierra. Como contraparte, tambin
el imaginario de la poetiza muestra la otra faz de la maternidad: el de la
Virgen demonaca: Bendito mi vientre en que mi raza muere. Una raza
que muere toda vez que la mujer se niega a parir, gesto de inversin de la
imagen salvfica de Mara (y de la mater latinoamericana), pero a la vez
estrategia que coloca a la mujer en un sitial sacro. Su sacrificio, es decir la
negacin de su ser femenino (ser madre), la lleva a transformar su cuerpo
en la tierra. La propuesta de la maternidad como origen del cosmos y la
rebelda ante ella, retornan a la mujer a una trascendencia inevitable.
Todo pues, tal como en el resto de la cultura occidental, sale de un
elemento masculino, pero lo que aqu consterna es que la masculinidad bsica de estos poemas est muerta desde el principio, por accin
de una mujer y porque la afectaba el mal, y que ha sido esa misma
mujerla que ha restituido el sentido a la realidad y tambin a sus objetos, en un acto de creacin propiamente divino. (Guzmn, 1984: 45)
Desde el ncleo primario del amado infiel (del que abandona, del
muerto, del ausente) la Mistral bordar una imagen del mundo compuesta de la dada madre/hijo. Una madre divinizada, que es la eternidad, que es el paraso, con la cual la hija (espejo de su madre) establece una relacin mstica. Incluso el espacio de la identidad colectiva, la
Patria, es ms precisamente una Matria, no el lugar donde reina el
Padre, sino el territorio de la Madre (Op. cit.: 56).
El drama para el hijo hombre, entonces, es que en este modelo
materno-filial el centro de la realidad es una figura femenina por relacin a la cual cabe solo ser nio (Op. cit.: 57). As, el autor sostendr
que esta hiperbolizacin de lo materno es un elemento propio hispanoamericano cuya vertiente cursi ha originado la imagen tanguera de la
viejita, y en la otra una madre enorme, misteriosa, amante y terrible.
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A MODO DE COROLARIO
El recorrido histrico, antropolgico y literario que hemos hecho nos
aproxima a la manera peculiar en que los mestizos han elaborado una
posicin en el mundo. Bsicamente hemos intentado conocer los contenidos genricos que produjo el proceso de mestizaje. Las circunstancias experimentadas por nuestros pueblos condujeron a una gama
de situaciones que se sintetizan en la formacin de una identidad en
donde el abandono, la ilegitimidad y la presencia de lo maternal femenino componen una trama de hondas huellas en el imaginario social.
Los perfiles de la mujer sola; del hijo procreado en la fugacidad de las
relaciones entre indgenas o mestizas con hombres europeos; del nio
huacho arrojado a una estructura que privilegia la filiacin legtima
de la descendencia; de la madre como fuente del origen social, surgen
como ademanes reiterados en el devenir del territorio.
La experiencia del abandono ha sido el tpico insistente de la
constitucin genrica mestiza: la mujer solitaria (por fuga o muerte de su pareja), los hijos desvalidos por la ausencia del padre o por
ambos progenitores. En suma, la repeticin de una renuncia que se
ancla en el afecto. La gestacin de una dominancia de la mujer en la
estabilidad de la vida cotidiana, la asuncin de lo femenino como Madre, ha otorgado a esta imagen una fuerza asombrosa que se debate
tanto en lo positivo como en lo negativo, y que muchas veces adquiere
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Sugerencias y aproximaciones (Santiago: Editorial Universitaria).
17 La Cegua en Centroamrica es otra variante del tema de las viudas chilenas
(Cfr. Palma, 1984).
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LA COMUNIDAD PERDIDA*1
LA NOSTALGIA RURAL
Es una paradoja. A pesar de ello, es un elemento central en la cultura
chilena. En este pas, en su cultura e identidad, en el inconsciente
colectivo, la ruralidad tiene una importancia central. La historia social, la historia cultural de Chile, no es comprensible sin la ruralidad.
Siendo, como es bien sabido, la urbanizacin de Chile un fenmeno
bastante temprano y general, la ruralidad tiene un peso cultural desmedido. Esa es la paradoja.
Esta primera afirmacin puede parecer obscena para quienes quisieran creer que ya nadamos en la modernidad. La identidad de este
pas ha estado principal y casi exclusivamente basada en un modelo
cultural global proveniente de la antigua experiencia rural de la sociedad. La ruralidad, verdadera o aparente, ha sido el modelo de identidad nacional, el modelo de convivencia nacional, el modelo valrico,
* Bengoa, Jos 1996 La comunidad perdida en La comunidad perdida (Santiago: Sur) pp. 57-69.
1 Una primera versin de este artculo apareci en el diario La poca, en septiembre de 1995.
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El gran perodo de formacin de la clase media, de las clases medias, fue el de las ltimas dos dcadas del siglo pasado y los primeros
cuarenta aos de este, en que jugaron un papel central en la vida cultural, social, econmica y poltica de Chile. Anbal Pinto ha sealado
con razn a esa etapa como el tiempo mesocrtico. No significa que
hoy las clases medias hayan perdido peso, sino que no estn en su
perodo emergente; ya se han consolidado como tales, se han diferenciado, segmentado en diversos estratos, subestratos, grupos: agrupaciones de diferentes carretas de acuerdo a su modo de pensar,
actuar, ponerse la corbata, provenir de determinados colegios, aspirar
a determinadas conquistas; o simplemente etnias mesocrticas diferenciadas por la pronunciacin de las eses.
Cada estrato o subestrato tiene su propia historia. Se debera estudiar su origen para explicar con un poco ms de detalle por qu las
clases medias y sus diversos segmentos se comportan de una manera
especfica. Esta etnografa permitira entender con mayor precisin
por qu en el siglo veinte estos sectores han jugado un papel tan determinante en la poltica y en la cultura, llegando a ser el modelo de
comportamiento deseado de casi la totalidad de la sociedad chilena.
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Parral de Neruda, el Elqui de Gabriela, el Chilln de la Violeta, de Nicanor y de don Roberto, el Licantn de De Rokha y, por qu no decirlo,
tambin el Chanco de los Pinochet.
En estas caravanas que viajan de las provincias germina con fertilidad el estatismo. Son agrupaciones, como se ve, surgidas de diversas
crisis. Buscarn en el Estado, el protector contra los males y el desamparo. Se apoyarn en el pueblo para defenderse a s mismas, para
subir, trepar como Martn Rivas, prototipo de provinciano visto
con la lupa oligarquizante, afrancesada y despreciativa de Blest Gana.
Aqu est la explicacin, posiblemente, de por qu estas clases medias, tambin, fueron principalmente laicas: son producto de la dominacin catlica hacendal. La clase media que viene del campo es la que
inaugura en nuestro pas el verdadero laicismo, un laicismo militante.
Atrs dejaron al latifundio catlico, al cual, a fin de cuentas, perciben
como el culpable de su situacin de venidos a menos, y se juntan en
las ciudades en logias, como lo han hecho todos los migrantes.
Es evidente que, en tercer lugar, adems de estatistas y laicas, las
clases medias fueron proeducacionistas. All resida su pasaporte para
la entrada a la ciudad. Sin educacin no eran no son nada. Muy
tempranamente unieron su raigambre antigua, su prosapia venida a
menos, con la cultura. Se aduearon de la cultura ante la mirada de
la oligarqua, que crea que saba todos los nombres de los pintores
de Pars. Ya en las primeras dcadas del siglo, eran la clase culta. La
generacin del 27, los estudiantes fundadores de la FECh, casi todos
ellos migrantes o de provincia o del exterior De Mara, Neruda,
Gmez Rojas y tantos otros, inauguraron el modelo intelectual del
pas, la propiedad mesocrtica de la cultura y la educacin como nica va cierta de ascenso social.
LA COMUNIDAD RECUPERADA
La clase media recuper la comunidad perdida a travs de la poltica.
Form centros de reuniones, donde se rememoraban los grandes asados de la ruralidad. Estos se llamaron, entre otros, Clubes Radicales.
All se fue recuperando la comunidad rural, a travs de un circuito de
amistades reproducidas en el mbito urbano. Las costumbres no cambiaron, ms bien se acrecentaron. El plebeyismo del comer y beber,
de agruparse tras nuevos caciquismos, las clientelas polticas reconstruidas en la ciudad, rememoran el tipo de convivencia dejada atrs; o
quiz, incluso, reinventan un tipo de sociabilidad rural que tampoco
nunca existi o a la que los migrantes quiz nunca tuvieron acceso.
La clase media reprodujo en la ciudad la casa grande, las empleadas y nanas, el jardinero, la visita a las tas y abuelas si es que
vivan aparte, el respeto por el dueo de casa, patrn, hombre,
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que sale a trabajar y vuelve esperando que todas las cosas estn en
orden. Los viajeros llevaron en las carretas de sus largas caravanas la
cultura heredada, los imaginarios rurales reales y frustrados, y, principalmente, los siervos, las siervas, los inquilinos, el afn de mandar,
de ser obedecidos. All se traslad el bal ms pesado, el de la dominacin hacendal. Se reprodujo en la ciudad esa forma aldeana de
sentir y ver al otro. La segmentacin infinita de las clases sociales de
la comunidad rural, que solo es y ha sido igualitaria en la mentalidad
enajenada de quienes la han abandonado.
Por qu se trasladaron estos bales tan pesados y no se dejaron
olvidados en el campo? All reside una de las claves para el entendimiento de nuestra historia cultural, de lo que es la sociedad chilena de
este siglo. Lo concreto es que este traslado implic que no se construyera durante dcadas una cultura urbana, de ciudadanos, de iguales,
en que la meritocracia fuese el sostn de la vida social, por lo menos
en un cierto y mnimo grado.
La modernizacin industrialista desde los treinta a los setenta
combin, por una parte, el intento de transformacin de las fuerzas de
la produccin; y, por otra, el mantenimiento de la comunidad, de sus
valores tradicionales, en el mbito de la convivencia, del saber vivir, de
los asuntos bsicos de la vida.
Pablo de Rokha, entre otros, pero de manera muy excelente, trat
de construir esta sntesis entre lo rural y lo urbano, lo tradicional de
su Licantn de infancia y la apertura hacia el mundo externo, el necesario universalismo de la modernidad.
Afirmo y reitero que las cosas estimulan, condicionan, determinan el
ser interno, las ideas, los sentimientos, me estoy diciendo al recordar
la casa antigua y solar de mis abuelos en el Licantn de 1901. Porque,
acaso ese afn poderoso de orden y arquitectura, de orden como cuadrado, soberbio, tranquilo, pastoral o aldeano, licantenino, provinciano, que me trabaja la materia del espritu, no emprende la total carrera
desde el vrtice de la gran propiedad de Clase Media de los antepasados
de aquel villorrio, por el cual se pase lo locura melanclica y pasional
de don Juan de Dios Alvarado? [] El corredor miraba a la ribera, rosado y enladrillado, todo ro. Los diez pilares eran diez jardines y diez racimos [] adentro estaba encuadrada de corredores interiores, crecan
los tejados sobre los naranjos del patio, en el cual lloraban las violetas
y desde el cual se vean las tumbas de las generaciones en el faldeo y el
peral florido de Ordez, el panteonero.
[] Pues bien, todo lo anterior, ntegro y dramtico, y todo lo mo como
un proceso roto que se desarrolla en la historia, empujado por el mpetu cclico, recaa en la figura crucificada de don Juan de Dios Alvarado
[] era la configuracin pattica de la locura, crisis licantenina, el agua
fuerte de los venidos a menos y los oportunistas de la clase media.
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Es la historia de toda una gran familia, de todos los licantenes, de todos los venidos a menos, de los que tratan de recuperar la nostalgia en
la ciudad, reconstruir lo irreconstruible, la comunidad perdida.
EL PRESENTE INCIERTO
Cul es el orden y la arquitectura, podramos preguntarnos con el
Amigo Piedra? Dnde est ese orden cuadrado, soberbio, tranquilo, pastoral y aldeano? Qu otra cosa es la cultura, sino el saber de
manera inmanente lo que es bello y lo que no lo es? Qu cosa es la
identidad, sino esa capacidad de conocer de una mirada lo que es de
uno, nuestro, y lo que no lo es, que es ajeno, extrao, extranjero, de
fuera de la comunidad?
Podramos agregar, acaso no nos reconocemos en esos paisajes,
en esos pasillos, en esos espacios, en esos olores, en ese sueo perdido
de ver desde la ventana las tumbas de nuestros padres y abuelos?
La ruptura comenz hace aos. La generacin del treinta trat
de construir esa sntesis en la poesa, en la pintura, en la poltica,
en todas las manifestaciones del arte, de la cultura y de la vida,
Sera largo irlas detallando una a una; el lector cuidadoso le encontrar nombre a cada una de las cosas. La Mistral trat de unir
Vicua y Paihuano con el mundo, Neruda sus paisajes sureos con
la esperanza revolucionaria y universalista de la humanidad, Venturelli pint a los pobres de esta tierra como si fueran caminantes
de la Gran Marcha China, Donoso ha hecho de un pueblito de camioneros y prostbulos cerca de Talca un lugar sin lmites. En
poltica hubo muchos que trataron de unir las ideas del mundo con
las empanadas y el vino tinto.
La gran cultura democrtica de este siglo es de clase media, es mesocrtica. Es un intento, parcialmente exitoso y tambin frustrado, de dar
contenido a la nostalgia rural. De universalizar la comunidad perdida.
De una u otra forma, el autoritarismo de los ltimos veinte aos
fue una extensin, impropia quiz, de esta fusin, en la que se ha
debatido nuestra identidad nacional. Fue la variante autoritaria de
la fusin rural-urbana. Porque la base rural de nuestra cultura es
tambin autoritaria. Se levant sobre la estructura de dominacin
ms brutal, primero sobre el indio, despus sobre el campesino, sobre la mujer, sobre la naturaleza tambin, sobre la peonada, sobre
los obreros, los rotos. Es una identidad en que la fuerza no est ausente. Ese oscuro lado de la cultura se reprodujo en las ciudades, en
el sistema poltico, en el poder urbano. No fue reemplazado por una
democracia ciudadana de personas educadas, de gente civil, de
una intelectualidad afinada. Los lmites estaban en la sobrevivencia
de la comunidad y sus carretas, en el peligro de desatar la guerra de
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todos contra todos. El caos hobbesiano. Eso fue lo que ocurri. Las
hordas no se soportaron ms y la comunidad, con sus cdigos de
conducta bsicos, se fractur.
Cul es la base de reconstruccin de esta comunidad? La hegemona actual de los principios democrticos impide la reiteracin del ethos
comunitario en el contexto de la autoridad, del caciquismo, de la poltica
entendida como juego de poderes ocultos, logias de migrantes venidos
recientemente del extranjero o del campo. La gente joven ha nacido en la
ciudad de sus padres y no tiene recuerdos ni resonancias rurales.
La cultura de la comunidad recuperada tampoco es hoy ni paradigma ni modelo. De Rokha invitando a sus amigos en la azotea de su edificio santiaguino a comer prietas de Chilln, no es una imagen siquiera
decente para las generaciones que buscan una cultura ciudadana. La comunidad no se va a reencontrar en las imgenes rurales trasplantadas.
Ha habido un intento serio en estos aos de reparacin de las
fracturas por la va de la reconciliacin. Ha sido el intento de rearticular la comunidad en los principios, que supuestamente le otorgaron
sentido y razn. Pero esta solidaridad bsica no es suficiente por s
sola, no es capaz de dar sentido a las acciones.
Frente a la reconstruccin de la cultura de la comunidad, que
busca una parte de la poblacin, se impone la razn instrumental, la
lgica pragmtica, el valor del mercado, la competencia, la racionalidad de las cosas, principalmente de las cosas llamadas modernas.
La ausencia de identidad, la ausencia de comunidad, la ausencia
de pertenencia, puede ser el peor mal de esta tierra. La modernidad,
una vez ms, puede llegar a ser un fantasma inasible, un futuro de
frustracin. Los aprendices de brujos de hoy pueden ver destruidas
sus propias fantasas.
La reconstruccin de la comunidad pareciera ser la tarea de los
intelectuales en los prximos aos.
LA CULTURA AUSENTE
No logro observar demasiados resultados o respuestas por el lado
de la multitud posmodernista, llena de claves hermticas, de bsquedas marcadas por el elitismo, de decepcin terica y aceptacin
entusiasta de las reglas que le impone el mercado. Pareciera que all
se da el uno a uno de la modernizacin econmica y la construccin
cultural. El ejemplo de los De Rokha, y de muchos otros que se jugaron por modernidades, es diferente. All predominaba la crtica. No
eran el uno a uno de la Corfo, de la industrializacin sustitutiva, de
la maquinaria y la tecnologa, que conduciran al Chile de los aos
treinta al paraso. Los que lo fueron, pasaron a la historia o se perdieron en ella como corifeos del momento, productos deslavados
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BIBLIOGRAFA
Contreras, Gonzalo 1990 La ciudad anterior (Santiago: Planeta).
Maffesoli, Michel 1993 (1985) El conocimiento ordinario (Mxico:
Fondo de Cultura Econmica).
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LA PREPARACIN DE LA CEREMONIA
Como se ha mostrado a travs del relato histrico, los estrategas del
transformismo apostaron a ganar tiempo. Como jugadores de pker
esperaron hasta el final para mostrar las cartas. Por lo tanto las principales leyes polticas se aprobaron o empezaron a tener efectos desde
enero de 1987.
Con una nica excepcin, que a la postre result decisiva. En 1985
fue aprobada por la Junta la ley sobre el Tribunal Calificador de Elecciones. No exista una disposicin constitucional que obligara a acelerar el trmite de aprobacin de esa ley, tampoco ninguna necesidad
* Moulian, Toms 2002 (1997) La instalacin y El periodo de (des)gracia en
Chile actual: anatoma de un mito (Santiago: Lom / Arcis) pp. 337-349 y 355-358.
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miento y del candidato. Sin embargo, para la oposicin moderada la decisin estaba prcticamente tomada, ya formaba parte de la avalancha.
Su problema era cmo arrastrar hacia la inscripcin electoral y el voto
negativo a la multitud opositora, incluyendo los sectores radicalizados.
Esa posibilidad fue abierta por el viraje del PS-Almeyda, una fraccin socialista con discurso ortodoxo que desde 1983 haba estado
vinculada al MDP. Se trat acaso de una compleja y recargada negociacin, digna de la magnitud de la definicin? O ms bien fue el
producto de la fuerza de las cosas?
El PS-Almeyda descubri, con anticipacin respecto a los otros grupos que formaban el MDP, los principios de realidad que operaban en la
coyuntura. A esa altura exista la imposibilidad de luchar contra el efecto esperanza que haba producido el futuro plebiscito. Desde la apertura de los registros electorales esta consecuencia ya estaba en el aire.
Ese partido descubri, adems, que se estaba perfilando un giro
total de la poltica. Como haba vencido la operacin transformista,
decidieron o pensaron que era necesario (para la democracia y el socialismo) subirse a su lomo. El modo de hacerlo era romper la cofrada de los puros y con ello eliminar el estigma que desde la izquierda
radicalizada se haca caer sobre los asimilados.
El 6 de enero de 1988 el PDC llam a votar No en el plebiscito,
veinte das despus el PS-Almeyda hizo lo mismo. El 2 de febrero se
creaba una nueva coalicin, ms amplia que la AD, la Concertacin.
El PS-Almeyda abandonaba la pica de la rebelin para entrar a tallar
en las nuevas negociaciones de poder.
En esas decisiones el olfato pragmtico de algunos de sus principales dirigentes jug un papel central. Pero en el irresistible viraje del socialismo ortodoxo, desde los stanos de la clandestinidad,
desde la dureza casi gutural del discurso izquierdista radicalizado
hasta las sutilezas tecnologizadas e hipermodernas de la campaa
plebiscitaria con su discurso envolvente de la alegra ya viene, se
manifestaba el fracaso de una poltica y los lmites de cierta analtica
crtica de la dictadura militar.
En ese sentido la decisin del PS-Almeyda represent algo distinto que una mera desercin. Fue el reconocimiento de que la poltica de la ilegitimacin estaba agotada y que ella se bata en retirada
y le ceda el paso a una poltica sistmica. Ese acto cerr simblicamente el perodo anterior.
Juzgar estos hechos no es tan simple como encontrar los culpables de la violacin de unas conciencias virtuosas5. Empujados por la
5 Incluyendo la ma entre esas conciencias violadas. Form parte de la Intransigencia Democrtica y del Comit de lucha contra el fraude. Este ltimo fue pasando
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al olvido en la medida que se impona la tesis de que el pre requisito para ganar era
crear la ilusin de que se ganaba.
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Entre otros Eugenio Tironi, Jos Manuel Salcedo, Juan Gabriel Valds.
7 Las imgenes de los spot de la campaa del No a que nos referimos estaban inspiradas en la pelcula Testigo en peligro, en la que Harrison Ford desempeaba un
rol protagnico.
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Los perspicaces constructores de imaginario poltico que planearon las estrategias comunicativas de la campaa del No, se dieron
cuenta de que era necesario erosionar la imagen de omnipotencia de
la dictadura, no porque no creyeran que esta poda intentar fraudes,
sino porque se necesitaba cambiar la subjetividad fatalista por otra
distinta, una subjetividad optimista que permitiera hacer emerger la
esperanza. Era necesario crear condiciones para minimizar el abstencionismo derivado de la sensacin del voto intil, debilitar la idea de
que una dictadura no podra jams ser derrotada en las urnas.
Sabemos que esa derrota ocurri. Pero tambin sabemos que aqu
estamos, empantanados entre las dichas y desdichas del Chile Actual.
Me parece intil, especialmente porque miro esta victoria como triunfo prrico, tratar de investigar los motivos contingentes que impidieron a
ciertos grupos preparar una simulacin que ocultara el triunfo del No.
Creo que ello ocurri bsicamente porque se impuso la racionalidad de algunos polticos y jefes militares con visin de largo plazo que
captaron, desde el principio, que esa derrota electoral poda ser mejor
que una discutida victoria, esto ltimo a condicin de saber utilizar
con sagacidad el perodo de gracia.
Por supuesto, fue una derrota para el lder, casi una afrenta despus de su prolongado sacrificio por la Patria. Pero esos polticos
prudentes y futuristas tambin avizoraron que la derrota poda revertirse y que el patriarca (figura polarizadora/odiada ms que amada)
poda llegar a convertirse en un verdadero padre de la patria, conductor de la dictadura revolucionaria y sombra protectora de la redemocratizacin. Acaso no tenan razn, acaso no se est cerca de que se
produzca esa santificacin civil?
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ANTES DE EMPEZAR EL CAPTULO final de este relato en reversa debo disculparme. Ir rpido en la narracin de esta fase final
del transformismo, quizs impulsado por el deseo de completar el
crculo que he construido.
En todo caso, una cuestin previa. Pudo cundir; pero no cundi
el pnico. Pinochet y el gabinete, voceros principales del rgimen,
no se dejaron llevar por una subjetividad de derrota. No pensaron
en dimisiones adelantadas, ni en negociaciones impulsivas. Se consagraron a perfeccionar los ltimos detalles de la estrategia transformista, la elaboracin de las leyes de amarre, sin dejarse intimidar
por las acusaciones de ilegitimidad que esgrima la oposicin. Decidieron gobernar hasta el ltimo minuto usando todos sus poderes
omnmodos. Solo aceptaron ir a una negociacin cuyos hilos controlaban y que se mantuvo dentro de los lmites del diseo transformista; hicieron concesiones solamente en funcin de un claro
clculo de beneficio legitimador.
la aceptacin de la normativa de la constitucin del ochenta, prometiendo coronar el triunfo plebiscitario con una presin movilizadora
que produjera el derrumbe del pinochetismo.
En sus arremetidas optimistas, decan querer ver a los militares
nombrando a su Bignone, un general que negociara los trminos de
una vuelta a los cuarteles antes de la finalizacin del mandato constitucional. Pensaban que los militares chilenos tendran la misma sensacin de derrota y fracaso que los argentinos despus de Malvinas.
Como se ha dicho, quienes esto pensaron no haban captado todava
la versatibilidad del diseo transformista.
No haban tomado en cuenta que la subjetividad de derrota
se atenuara rpidamente, en la medida que los militares captaran que todava tenan ante s muchos meses de gobierno sin poderes sometidos a contrabalances. Tampoco haban tomado en
cuenta los efectos que esta realidad tendra sobre una oposicin
todava temerosa de que el traspaso efectivo del poder poltico a
los civiles no se realizara.
Las promesas de movilizacin chocaron contra dos grandes obstculos: a) la impermeabilidad del pinochetismo, su absoluta claridad
respecto a la necesidad de mantener en plenitud la capacidad decisoria y b) el temprano alineamiento de la lite opositora, en especial de
los dirigentes de la Concertacin, en la conviccin de la necesidad de
un rgido realismo, la cual termin siendo una suerte de tica. Una
tica de la conviccin cuyo contenido bsico, cuyo fanatismo, consisti en aplicar una fra pragmtica. La maquinaria disciplinante de
la razn de Estado ya empezaba a hacerse sentir.
Para asegurar el retorno a la democracia, para evitar que los militares tuvieran argumentos para quedarse, era indispensable mantener
la moderacin, la centralizacin de las decisiones. Cualquier intento
de movilizar fue motejado de peligroso en funcin de la ansiada materializacin de la posibilidad democrtica.
Se trataba de la posibilidad de que el poder gobernar fuese conseguido en diciembre de 1989 por una alianza que se presentaba como la
nica capaz de ofrecer cambios en el futuro. No cualquier coalicin, una
de centroizquierda, como en la coyuntura crtica de 1938 que inaugur
un fecundo perodo de modernizacin. Para garantizar ese futuro haba que actuar con pie de plomo. Ms all de la Concertacin tampoco
hubo capacidad movilizadora. El PC enfrentaba las consecuencias del
fracaso de una estrategia, la de la rebelin popular de masas aplicada
con tardanza y que fue abortada antes siquiera de tener la posibilidad
de probar su viabilidad. Fracas en operaciones cruciales y fue atrapada por el vrtigo de la secuencia institucionalizadora. Despus del viraje
del PS-Almeyda y de la formacin de la Concertacin, despus que se
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vino encima la dinmica avasalladora del No, cmo poda seguir negndose a participar en la esperanza colectiva?
Como consecuencia del fracaso de la apuesta postrera en la rebelin popular de masas, el PC se sumi en una ola de divisiones, unas
desde la derecha y otras desde la izquierda. Estas ltimas, que afectaron al FPMR, tuvieron una visibilidad dramtica pocos das despus
de la derrota de la candidatura de Pinochet. El 25 de octubre de 1988,
el FPMR-Autnomo realiz su primera accin de importancia despus del espectacular secuestro del coronel Carreo8. Fue el asalto al
cuartel policial Los Quees, ubicado en la alta cordillera. Esta accin
en un lugar absolutamente aislado pretenda ser el lanzamiento simblico de la estrategia de la guerra patritica nacional, un intento de
reiniciar la resistencia armada contra la dictadura militar, derrotada
en las elecciones, y de anunciar la continuacin del combate desde
fuera de la institucionalidad.
Comienzo y fin. Ese acto de extremo voluntarismo militarista,
realizado en una sociedad impactada por la esperanza en una salida
pacfica, termin dramticamente. En la escaramuza murieron dos de
los principales comandantes del FPMR9. El nico valor efectivo de ese
acto fue mostrar que existan grupos para los cuales la lucha continuaba, an despus del triunfo electoral contra Pinochet y la probable
victoria de la Concertacin en las elecciones presidenciales de 1989.
Las promesas de movilizacin chocaron contra el realismo de la
dirigencia poltica que se senta al borde de alcanzar el gobierno, chocaron contra la obstinacin de un gobierno que continu usando las
armas de la represin y la amenaza de la involucin. Pero, adems, chocaron contra un deseo profundo de la multitud, que no alcanz estatura
discursiva pero que no por ello era menos vivo: el deseo de normalizacin. Ese deseo de no tener que continuar desempeando papeles heroicos, de que la poltica perdiera su insoportable gravedad, fue una
de las claves secretas de la coyuntura post-plebiscitaria.
LA NEGOCIACIN
No tiene sentido narrar las mltiples vicisitudes de esta negociacin10.
Pero s tiene sentido descifrar la lgica del juego.
8 Este secuestro tuvo lugar el 1 de septiembre de 1987. Dos meses despus fue
entregado vivo en San Pablo.
9 Como se sabe el 15-16 de junio de 1987 se haba realizado la Operacin Albania.
En ella fue diezmada una parte importante del FPMR.
10 Esto ya fue hecho en un libro de uno de los negociadores de la Concertacin. Ver
Andrade Geywitz, 1991.
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Las disposiciones originales de la Constitucin del ochenta hacan ms fcil introducir cambios durante el perodo llamado de transicin que durante el perodo de plena vigencia del cuerpo legal. Antes
del trmino del mandato de Pinochet, la Constitucin poda ser reformada cumpliendo dos procedimientos: el acuerdo de la Junta a una
proposicin de reforma proveniente del Ejecutivo y la ratificacin plebiscitaria. Despus se requeran qurums especiales en el Parlamento
y en algunos casos la aprobacin de dos legislaturas.
Esto significaba que la Concertacin, colocada ya ante la esperanza de gobernar, enfrentaba una negociacin inevitable. Dadas las
condiciones, el costo de no negociar era ms alto que el costo de la
negociacin ms mala. Con el nmero de senadores designados que
prevea la Constitucin original, a la Concertacin le resultara muy
difcil, an con un sistema electoral muy favorable11, alcanzar la doble
mayora12. Entonces, gobernar se convertira, pasado el placer orgsmico de la victoria, en un dificultoso caminar entre dunas, una situacin muy parecida a la metfora con que Weber defina a la poltica,
un lento serruchar de tablas.
En realidad, la negociacin efectiva fue la desarrollada entre el
gobierno militar y Renovacin Nacional. Este partido se jug por una
estrategia que, tras una discursividad democrtica, lo que hizo fue llevar hasta sus ltimas consecuencias la operacin transformista. Esto
significa que no estamos en presencia de la derecha espaola encabezada por Surez, dispuesta a encabezar el desarme del dispositivo
franquista. Estamos ante una derecha que, aprovechando una coyuntura en la cual la Concertacin necesitaba negociar, estuvo dispuesta a
realizar una mediacin activa. Pero lo hizo, como los hechos posteriores se han encargado de demostrarlo, para impedir que los resguardos
y protecciones excesivas deslegitimaran al Estado. Su objetivo real era
eliminar las sobreprotecciones, para evitar (como lo advierte el refrn
popular) que el exceso de cuidados terminara por matar al paciente.
Las reformas blanquearon a la Constitucin, sin hacerle perder eficacia a los mecanismos de resguardo. La Concertacin, segura de encabezar el prximo gobierno, necesitaba modificar la composicin del Senado,
cambiar las atribuciones del Consejo de Seguridad Nacional, flexibilizar
la autonoma de las Fuerzas Armadas. Por ello estuvo dispuesta a negociar en peores condiciones que las contenidas en el Acuerdo Nacional.
11 No se poda suponer un sistema electoral favorable. La ley que defina las circunscripciones fue elaborada despus del plebiscito, tomando en cuenta sus resultados, y por un rgano legislador absolutamente controlado por los militares.
12 Como se sabe, el carcter absolutamente bicameral del sistema poltico chileno
exiga obtener mayora en la Cmara de Diputados y en la de Senadores.
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13 Hay que agregar a los ya sealados, la eliminacin del Artculo 8, el cual castigaba incluso la propagacin de ideas favorables a la lucha de clases, que atenten
contra la familia, que propicien el totalitarismo, que propugnen la violencia. Ver
Maira, 1988: 71-75.
14 En la Constitucin original los electos eran 26 y los designados 10, mientras que
en la actual los electos son 38 y los designados 9. En el primer caso los designados
representaban el 27,8%, en el segundo representan el 19,1%.
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Pero, cmo colocarse en una postura de intransigencia radical15, cuando los interesados en el disciplinamiento realista de las
lites de la Concertacin les refregaban a estas a cada instante el peligro de un triunfo de los duros, la posibilidad de una rabieta de Pinochet? Administrando el cuento del enojo del Ogro ayudaron a poner
la guinda que coronaba la torta transformista. Por otra parte, no era
difcil creerlo, no era difcil querer creerlo.
Creyndolo se podan presentar como metamorfosis los cambios
ideolgicos que se estaban produciendo en los partidos de la Concertacin, con el objeto de adaptarse a la tarea de gobernar la sociedad
construida por la dictadura. Gregorio Samsa apareci un da transformado en un animal monstruoso, pero nada pudo hacer por evitarlo.
Tampoco se poda evitar el olvido de las crticas al modelo ni las promesas de cambios profundos.
Despus de la negociacin constitucional, coronado por un plebiscito donde vot ms del 85% de los inscritos, ocurri lo previsto. Han
sido electos dos gobiernos de la Concertacin. Cambiaron los titulares
del poder, pero no la sociedad. Se ha realizado el principio central del
gatopardismo: que todo parezca cambiar para que todo siga igual.
BIBLIOGRAFA
Andrade Geywitz, Carlos 1991 Reforma de la Constitucin Poltica de la
Repblica de Chile de 1980 (Santiago: Editorial Jurdica de Chile).
Cavallo, Ascanio 1998 La historia oculta de la transicin. Memoria de
una poca, 1990-1998 (Santiago: Grijalbo).
Lima Junior, Olavo Brasil de 1989 Orden poltico, partidos y elecciones
en el Brasil contemporneo en Cavarozzi, Marcelo y Garretn,
Manuel A. (comps.) Muerte y resurreccin. Los partidos polticos en
el autoritarismo y las transiciones del Cono Sur (Santiago: Flacso).
Maira, Luis 1988 La Constitucin de 1980 y la ruptura democrtica
(Santiago: Emisin).
15 A fines de noviembre de 1988 Manuel Sanhueza, destacado miembro de la Intransigencia Democrtica, exigi la sustitucin completa de la Constitucin.
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TRAUMA, DUELO,
REPARACIN Y MEMORIA*1
LAS TRANSICIONES POLTICAS desde dictaduras o guerras civiles a regmenes democrticos suelen empezar con pases divididos
y cargados de un pasado que sigue siendo presente para un gran
nmero de personas, por cuanto sus vidas han estado cruzadas por
el conflicto y sus consecuencias. Con frecuencia se hacen llamados
a la reconciliacin en nombre de la patria comn, invitando a superar el pasado conflictivo. Pero los desplazados, los que perdieron
a sus familiares que fueron secuestrados, desaparecieron o fueron
asesinados, los nios que no tuvieron infancia y que vivieron bajo la
amenaza y el miedo no siempre pueden dar vuelta a la pgina para
empezar de nuevo como si no hubiera pasado nada. Los procesos de
reconciliacin poltica suelen recurrir a leyes de amnista que buscan instalar el olvido jurdico y poltico sobre las responsabilidades
criminales ocurridas en un pasado que se resiste a pasar al olvido y
* Lira, Elizabeth 2010 Trauma, duelo, reparacin y memoria en Estudios Sociales, N 36, agosto, pp. 14-28.
1 La investigacin para este artculo ha sido realizada en el marco del proyecto Memoria y Justicia patrocinado por la Fundacin Ford en la Universidad
Alberto Hurtado.
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que suele convertirse en un presente asfixiado de exigencias y contradicciones para muchos. Por otra parte, la proclamacin del olvido
como fundamento de la paz social no tiene en cuenta el efecto del
conflicto sobre las vctimas e impone, de diversas maneras, una resignacin forzosa ante los hechos consumados y a la impunidad subsecuente. Diversas voces han sealado que tanta violencia no puede
pasar por la historia como si no hubiera sucedido nada y que la reconciliacin requiere hacerse cargo del pasado y reconocer y reparar
a las vctimas, incorporando sus memorias y la memoria de la lucha,
mediante condiciones de justicia y equidad como ejes de la construccin democrtica actual y futura. Emerge as una lucha de visiones
y de interpretaciones del pasado y de los procedimientos necesarios
para superar sus consecuencias, que coexisten conflictivamente en
los espacios polticos de transicin. Cmo entender la reconciliacin poltica? Puede ser posible basar la reconciliacin poltica en
el reconocimiento de los derechos de todos o es imperativo fundar la
paz en la impunidad sobre el pasado?
La prolongacin de la violencia por aos o dcadas genera acostumbramiento. Paradjicamente, la denuncia que se repite una y otra
vez contribuye a que, para la mayora de esa sociedad, esos horrores
se vuelvan invisibles y que el trauma y el sufrimiento se transformen
en un asunto privado de las vctimas. Cuando las violaciones de Derechos Humanos se tratan polticamente como si no hubiesen existido
o, de haber existido, como el costo necesario de la paz, es como si
estas sociedades se convirtieran metafricamente en sociedades ciegas, sordas y mudas al dolor y al horror, donde las voces no resuenan porque no hay nadie que escuche. La mudez y la sordera parecen
provenir del miedo. El miedo a la muerte asociado a la violencia que
se transforma en un miedo generalizado e inespecfico de muchos, a
veces de casi todos, dependiendo de su lugar dentro de la sociedad. El
miedo los (nos) hace o nos hara cmplices de esta mudez y sordera
y de los hechos que las provocan. En una sociedad con torturados,
muertos y desaparecidos, de alguna manera casi todos han (hemos)
sido afectados por el terror causado por las amenazas de muerte que
circulan en la sociedad. Un sector, casi siempre minoritario, reacciona
moralmente con una fuerte indignacin ante la denuncia de las violaciones a los derechos de las personas, buscando incidir en la voluntad
de terminar con dichas violaciones y producir cambios polticos. Pero
en casi todas las sociedades existe un sector importante que ha respaldado la poltica represiva y se ha identificado con el proceder de
las autoridades, valorando sus actuaciones como actos necesarios en
defensa del bien comn.
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El final del conflicto implica hacerse cargo de las tensiones surgidas de estas distintas visiones, establecer el imperio de la ley y el
reconocimiento de los derechos de todos, garantizando mediante condiciones legales, culturales y polticas que estos hechos no se repetirn. No obstante, las razones profundas por las cuales la violencia
lleg a ocurrir entre nosotros suscitan ms polmica que la situacin
misma. Hay muchos elementos que provienen de races histricas y
polticas sobre las cuales no hay todava (y tal vez nunca habr) un
consenso nacional. Por eso la tarea de establecer la paz toma tantos o
ms aos que los que fueron necesarios para generar las condiciones
del conflicto, y, quizs, los aos necesarios para producir este proceso
de comprensin tomarn ms tiempo que el resto de nuestras vidas.
Cada sociedad ha debido enfrentar el conflicto y sus consecuencias desde su historia y condiciones polticas, con los valores y principios y visiones polticas de su gente, con su capacidad de forjar dimensiones de responsabilidad compartida sobre el futuro, con el fin de
detener la multiplicacin de las vctimas y hacerse cargo de estas. En
algunos pases se desarrollaron esfuerzos de solidaridad, apoyo y reparacin de las vctimas, a pesar de que el conflicto no haba terminado,
sirviendo de base a polticas oficiales posteriores. En otros, aunque el
conflicto se dio por terminado, las medidas de reconocimiento y reparacin respondieron a iniciativas oficiales dbiles y ambiguas. En todos los casos, las personas afectadas por la violencia de las dictaduras
y los conflictos armados han visto profundamente alteradas sus vidas,
con graves consecuencias. En varios pases los profesionales de salud
mental se preocuparon por las vctimas desde instituciones solidarias
o a ttulo personal. Esos profesionales funcionaron como delegados
(informales) de la sociedad, asumiendo la responsabilidad de trabajar con las vctimas desde sus saberes y competencias, pero tambin
desde las limitaciones de su rol y ubicacin social, que, casi siempre,
era, a pesar de todo, marginal. En algunos pases la reparacin ha sido
una poltica pblica que incorpor servicios de salud mental. En ese
contexto, los agentes de salud mental se constituyeron en delegados
formales de la sociedad, como en el caso del Programa de Reparacin
Integral de Salud (PRAIS) para las vctimas de las violaciones de Derechos Humanos ocurridas en Chile entre 1973 y 1990 (ILAS, 1994,
1997). Este programa fue creado acogiendo las recomendaciones de la
Comisin de Verdad y Reconciliacin (Lira y Loveman, 2005).
En este artculo se reflexiona acerca de la experiencia de trabajo
psicosocial y teraputico efectuado en Chile durante el rgimen militar (1973-1990) y lo que hemos aprendido en ese trabajo como profesionales de salud mental y como ciudadanos y ciudadanas comprometidos con la paz social y el respeto de los Derechos Humanos.
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imaginar un proyecto (CELS, 1989; ILAS, 1989). Esa situacin parece forzar a las vctimas a asumir el dao experimentado, la exclusin
y el abuso como si no hubiese responsables y como si el Estado no
tuviera la responsabilidad de restablecer el orden y el imperio de la
ley, es decir, de garantizar el reconocimiento de los derechos de todos.
Si estas situaciones se mantienen, las vctimas pueden sumirse en el
desamparo, la desolacin y el aislamiento o seguir reclamando sus
derechos sin tregua y hasta su muerte, intentando resistir la privatizacin de las consecuencias de la violencia, devolvindolas una y otra
vez al espacio pblico y poltico en el que ocurrieron, denunciando
que fueron actos abusivos de agentes del Estado.
Cuando las autoridades se hacen cargo efectivamente de la verdad y la reparacin como poltica de Estado, y de garantizar el ejercicio independiente de la justicia, las vctimas pueden recuperar
su libertad como ciudadanos, para dejar estas tareas en manos del
Estado, de la sociedad civil, o continuar activamente en ellas, si as
lo deciden, pero sin la presin moral de tener que desempear el
rol de voceros incansables de la injusticia y el abuso de sus seres
queridos y de ellas mismas.
La reparacin es un proceso. La indemnizacin por el dao causado o una placa en memoria de una o ms personas pueden formar
parte de medidas de reparacin. Pero la reparacin social se funda,
en primer lugar, en el reconocimiento de que los hechos ocurrieron
efectivamente y que constituyeron una injusticia y un abuso, al violarse derechos fundamentales de las personas y las comunidades. La
reparacin opera mediante un cambio en la actitud social y cvica
de las autoridades al asumir la responsabilidad por lo sucedido y
sus consecuencias, mediante gestos simblicos y acciones directas,
y cuyo propsito es desagraviar y resarcir esos agravios y daos identificados. Qu medidas y acciones forman parte de las polticas de
reparacin por parte del Estado en cada circunstancia? Qu es lo
que hace o puede hacer la sociedad civil? Qu es lo que las vctimas
identifican, requieren y demandan como reparacin? Parece obvio
que la reparacin no se agota en la verdad ni en la sancin judicial
de los responsables, pero ambos elementos forman parte del proceso
que conduce a la percepcin de las vctimas de sentirse reparadas, no
obstante considerar que las experiencias y las prdidas vividas son
por definicin irreparables.
La reparacin se funda en el reconocimiento de las vctimas y de
sus derechos; en la afirmacin de que a causa de los atropellos han experimentado daos y sufrido diversas consecuencias en sus cuerpos y
mentes que han llegado a afectar gravemente a sus familias, sus vnculos cercanos, y la vida de la comunidad a la que pertenecen. El trabajo
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que iniciaron la defensa de las personas ante los tribunales de justicia identificaron la necesidad de apoyo y acompaamiento psicosocial de las vctimas y sus familias, y recomendaron que se buscaran
formas de atencin psicolgica porque su estado mental pareca
gravemente alterado. Algunos profesionales se acercaron a los organismos solidarios y ofrecieron sus servicios en los organismos de
Derechos Humanos. Otros ofrecieron horas de atencin en sus consultas privadas. Algunos aos despus, se organiz formalmente la
atencin psicolgica en los organismos de Derechos Humanos, en
la Vicara de la Solidaridad (desde 1976), en la Fundacin de Ayuda
Social de las Iglesias Cristianas (desde 1977) y en la Corporacin de
Derechos del Pueblo (desde 1980).
Estos equipos de atencin fueron la primera instancia en la que
se constataron las graves consecuencias de la represin poltica sobre las personas y sus familias. Los consultantes eran personas que
haban sido secuestradas y torturadas; familiares de ejecutados polticos, personas que haban sufrido condenas y encarcelamiento por
varios aos y salan al exilio, conmutando la pena de crcel por el extraamiento (Garcs y Nicholls, 2005). Consultaban tambin familiares de detenidos desaparecidos, y, desde 1981, consultaron tambin
personas y familias que retornaban al pas desde el exilio, mientras
que muchos continuaban saliendo del pas para proteger sus vidas.
La mayora de quienes consultaban tenan condiciones econmicas
precarias, no tenan trabajo y, con frecuencia, presentaban enfermedades de diverso tipo que, muchas veces, eran secuelas de la tortura y del confinamiento en condiciones extremadamente insalubres.
Los encuadres del trabajo de atencin psicosocial eran flexibles. Se
ofrecan diversas formas de trabajo grupal y terapia ocupacional,
atencin familiar y consultas individuales, y, segn las necesidades,
se proporcionaba atencin mdica y psiquitrica en los casos que
la requeran. Frente a situaciones de crisis aguda o de emergencia
la respuesta era una atencin mdico-psiquitrica, indicndose algunos medicamentos o una intervencin psicoteraputica de tipo breve,
dentro de los enfoques tericos y clnicos predominantes en el pas en
ese momento, sin mayores diferencias tericas o prcticas entre los
equipos de salud mental existentes3.
El enfoque de trabajo de los equipos teraputicos de los organismos de Derechos Humanos fue evolucionando a lo largo de los aos.
Hubo intercambios con grupos de otros pases, y en Santiago, una
3 Una investigacin realizada entre 1989 y 1992 descubri que todos los grupos de
salud mental que atendan vctimas tenan un enfoque semejante (Agger y Jensen,
1996).
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coordinacin eficaz entre los equipos de diversas instituciones. El trabajo en las regiones se empez a desarrollar, con muchas limitaciones,
a mediados de la dcada del ochenta, debido principalmente al riesgo
de sufrir represin por parte de las autoridades. Sin embargo, hacia finales de la dictadura se haban creado equipos de salud mental en cinco regiones, sostenidos por algunos profesionales apoyados por organismos de la Iglesia catlica o la Iglesia metodista, segn las regiones.
La orientacin psicoteraputica de los equipos de salud mental surgi desde una posicin de indagacin y bsqueda, una actitud crtica
frente a los instrumentos clsicos de diagnstico, con una clara perspectiva dinmica, en la cual la comunicacin y el vnculo, la simbolizacin y la sintomatologa se ubicaban en un contexto social y poltico
real. El equipo del Programa Mdico Psiquitrico de la Fundacin de
Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC) fue el ms completo
y numeroso de profesionales de salud mental durante casi 10 aos
(1977-1987), y estuvo formado en sus primeros cinco aos solamente
por mujeres. Tuvo integrantes que tenan formacin psicoanaltica,
y otras tenan formacin mdico-psiquitrica; algunas se haban formado en terapia familiar sistmica, y otras, en psicologa social. Esta
combinacin permiti una gama muy amplia de posibilidades para
los tratamientos que ofrecan, pero tambin una discusin permanente entre visiones diferentes que enriquecieron la manera de analizar
las situaciones y conceptualizar el padecimiento de los pacientes. El
equipo dedic tiempo a lecturas inspiradoras de diversos autores que
haban reflexionado sobre su prctica profesional desde experiencias
que podran considerarse anlogas. Entre ellos cabe destacar a Carlos
Castilla del Pino (1972 y 1974), quien desarroll la mayor parte de
su prctica clnica durante el franquismo en Espaa, aunque nunca
se refiri expresamente a la relacin poltica especfica. Tambin se
tuvieron muy en cuenta algunos autores argentinos, como Jos Blger
(1977), Armando Bauleo (1969 y 1971) y, especialmente, Marie Langer
(1981 y 1987) y un grupo de psiclogos latinoamericanos en el exilio,
en Mxico, quienes fueron consejeros a distancia del equipo de FASIC.
La lectura de diversos autores hizo parte de la formacin de
enfoques y criterios comunes en el equipo, buscando comprender
mejor los conceptos asociados a trauma, experiencias traumticas y
procesos teraputicos. Entre ellos, Franz Fanon, autor de Los condenados de la Tierra, prologado por Jean-Paul Sartre, contribuy a una
visin que integraba el anlisis de experiencias polticas diversas al
esfuerzo de teorizar las consecuencias de la violencia y la tortura4.
4 Ver <http://autonomiayemancipacion.org/Biblioteca/D-4/Los%20condenados%20
de%20la%20 Tierra%20-%20Fanon.pdf>.
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Un lugar relevante tuvo la revisin de los escritos de Bruno Bettelheim (1973 y 1982). La descripcin de su experiencia como prisionero
en un campo de concentracin y su conceptualizacin de las situaciones lmites como experiencias vitales asociadas a la percepcin
de un peligro de muerte dentro de un contexto amenazador e ineludible fueron un marco de referencia importante. En la poca estaba
disponible una literatura variada sobre las experiencias vinculadas
al Holocausto, que tenan alguna relacin, a pesar de sus diferencias,
con los problemas de los consultantes. Esos documentos y los otros
escritos mencionados tuvieron como funcin incitar la reflexin y
la construccin de un enfoque propio que respondiera al contexto
poltico y a los padecimientos de las vctimas.
El trabajo se realizaba en un marco institucional limitado por las
riesgosas condiciones de la poca. Por esta razn, las modalidades
de trabajo fueron inicialmente intervenciones en crisis, que se fueron
transformando progresivamente en modalidades flexibles y abiertas
a las necesidades de los y las consultantes, sin las restricciones de un
trabajo acotado en el tiempo por las condiciones institucionales5.
Aprendimos que la asistencia psicolgica deba sustentarse en un
reconocimiento del doble carcter de las consecuencias de las violaciones a los Derechos Humanos en la vida de las personas. Por una
parte, se trataba de efectos emocionales y materiales, expresados en
dolores, enfermedades, sufrimientos y conflictos interpersonales. Por
otra, se trataba de fenmenos de origen y significacin poltica vinculados con sus proyectos vitales, sociales, y su participacin poltica.
Considerbamos que era fundamental la construccin de un vnculo
de trabajo, que denominamos comprometido, para diferenciarlo de
cualquier otro vnculo teraputico o social. Implicaba una actitud ticamente no neutral frente al padecimiento del paciente, entendiendo
que el trastorno o la alteracin que presentaba era el resultado de
una agresin infligida deliberadamente por sus ideas o actuaciones
polticas por parte de agentes del Estado (Lira y Weinstein, 1984). El
vnculo teraputico comprometido implicaba facilitar y restablecer
la capacidad de confiar, a travs de la construccin de una relacin
real. La comunicacin estaba centrada en los hechos sufridos por las
personas, que a pesar de su carcter abrumador, atemorizador o
doloroso, y de ser parte de una realidad socialmente negada podan
ser reconstituidos y contenidos en el espacio privado de la relacin
5 Parte del equipo que inicialmente formaba parte de FASIC constituy el Instituto
Latinoamericano de Salud Mental, una ONG que estaba compuesta nicamente por
profesionales de salud mental. El equipo public artculos y libros acerca de su trabajo, que se incluyen en la bibliografa.
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6 Las denuncias eran enviadas a los relatores especiales del caso de Chile de la
Comisin de Derechos Humanos de Naciones Unidas. La votacin anual en la Asamblea General, que condenaba las violaciones de Derechos Humanos en Chile, era
percibida como un logro personal y como el resultado de los testimonios enviados.
Ver tambin <www.umatic.cl/histch7.html> acceso 21 de junio de 2010.
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sistemas que dependen de distintas estructuras cerebrales. La flexibilidad o inflexibilidad, as como su accesibilidad, dependen de la integridad de los circuitos, pero tambin de la existencia de daos en las
estructuras cerebrales que posibilitan su funcionamiento o de las experiencias traumticas que los han alterado (Schacter y Scarry, 2001).
Se ha llegado a saber que la memoria humana es el resultado de
numerosos procesos simultneos, desde los complicados circuitos
neurobiolgicos que la hacen posible hasta las interpretaciones y significados posteriores sobre las experiencias que la constituyen. Varios
estudios han mostrado cmo testigos diversos, presentes en el mismo
acontecimiento, no lo recuerdan de modo semejante ni tampoco lo distorsionan de forma idntica. Hay un sello individual en recordar y olvidar selectivamente. Es ms, diversos estudios de psicofisiologa han
demostrado que ningn estmulo es recibido pasivamente por las clulas nerviosas y que la respuesta a la luz, al sonido o la oscuridad es fruto
de la interpretacin individual de los estmulos, sobre la base de una
estructura comn a la especie humana. Esa estructura funciona a partir
de la experiencia pasada, codificada en las conexiones nerviosas, y pone
en marcha la red de dichas conexiones modificando la nueva informacin. La clave de estas miles de operaciones es la vida, la supervivencia.
Desde hace siglos la memoria se vincula a la vida social y poltica sealando la necesidad social de olvidar o recordar, en beneficio
de la convivencia y la reconciliacin poltica. Correr el velo del olvido
o dictar leyes de olvido han sido expresiones que vienen desde el siglo XIX en la historia chilena y que han formado parte del discurso
poltico en el pasado en otras sociedades, generando la expectativa
de que los grandes conflictos se resolvan decretando la obliteracin
de la memoria de ellos7. Es decir, decretando el olvido o dejando que
el tiempo extinguiera la memoria, asumiendo que el olvido pacificara los nimos y las pasiones polticas. Sin embargo, este supuesto
ha demostrado sus limitaciones tanto psicolgicas como polticas.
Por otra parte, la memoria de las vctimas es, en muchos casos, una
memoria traumtica, es decir, el sufrimiento y el miedo permanecen
vvidamente presentes sin que el transcurso del tiempo altere ese
recuerdo, pero simultneamente sin que ese recuerdo pueda ser integrado en el conjunto de la vida y de las relaciones sociales. La emocionalidad que tie esos recuerdos tiene la intensidad producida por
una o muchas experiencias percibidas como amenazadoras y con
7 El Edicto de Nantes, que estableci la tolerancia religiosa en Francia en 1598,
empezaba sealando que la memoria de todo lo acontecido entre las partes desde el
inicio del mes de marzo de 1585, permanecer borrada y extinguida, como cosa no
sucedida. Ver <http://huguenotsweb.free.fr/histoire/edit_nantes.htm>.
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8 Todorov (2000) advirti sobre la supresin de la memoria como una accin poltica realizada en diversas culturas ante los conflictos como una forma de instalar una
visin del pasado a favor de los vencedores. Entre ellos, los conquistadores espaoles
que destruyeron los vestigios de la antigua grandeza de los vencidos.
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A MODO DE CONCLUSIONES
Es importante recordar que las vctimas y sus familiares han luchado
en decenas de pases, durante dcadas, buscando verdad y justicia,
como dijimos al comienzo. El esfuerzo inicial era lograr que se reconociera la detencin y luego la desaparicin de sus familiares como
hechos sucedidos efectivamente, enfrentando la negacin oficial, incluso a riesgo de sus vidas. Ha sido habitual que las autoridades declararan, a pesar de las evidencias en contrario, que los hechos no tuvieron
lugar. El primer objetivo de las vctimas ha sido, entonces, que las
autoridades y los tribunales de justicia reconocieran la existencia de
los hechos que las haban afectado.
Al instalarse los gobiernos de transicin de regmenes autoritarios a regmenes democrticos, las expectativas de los grupos y asociaciones de vctimas son, precisamente, que se reconozca lo que les ocurri a ellos mismos o a sus familiares, que se reconozcan sus derechos
10 Ver <www.gencat.cat/generalitat/cas/govern/infocatalunya/08_infocat/04.htm>
acceso 10 de diciembre de 2009.
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BIBLIOGRAFA
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Chile bajo la dictadura militar (Santiago: Chile Amrica / CESOC).
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Kargieman).
Bauleo, Armando 1969 Grupo Operativo en Cuadernos de
Psicologa Concreta I, N 1.
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Ediciones Lombardi de Kargieman).
Bettelheim, Bruno 1973 El corazn bien informado (Mxico DF:
Fondo de Cultura Econmica).
Bettelheim, Bruno 1982 Sobrevivir, el Holocausto una generacin
despus (Barcelona: Crtica).
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COMPARACIN Y CONTRASTE
DE LAS PROPUESTAS Y ARGUMENTOS
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Afinidad. Un punto en comn a todas las propuestas y a todos los argumentos a favor de la autonoma mapuche (quiz con la excepcin de la
confusa argumentacin de Carlos Naweltaro, que no tuvo ni ha tenido
ningn impacto en las discusiones de crculos autonomistas en Chile)
es la reafirmacin de que la autodeterminacin que promueven los
autonomistas mapuche no es secesionista. Cualquiera sea el nombre
que se use para calificar la demanda mapuche autonoma o autodeterminacin, la connotacin es siempre la de reivindicar formas estatales modernas de vida poltica o formas tradicionalistas sui generis
de vida poltica, dentro de los marcos del Estado chileno y no fuera de
l (aunque Elicura Chihuailaf, subvirtiendo las palabras, como buen
poeta, habla de dentro o alrededor, y los autores de Escucha, winca! nos dejen en la duda). En otras palabras, la autodeterminacin
es interna, a pesar de lo que argumentaban Eduardo Curn y Marcos
Valds, en el sentido de que no habra autodeterminacin interna en el
derecho internacional, por lo cual la autodeterminacin o es total o no
lo es (dicho concepto ola a oportunismo para estos autores).
Aunque el alcance de Curn y Valds fue pertinente y muy ajustado a derecho, hay que decir que l no dio cuenta cabal de una reali1 Ver discusin del subttulo Estado, pueblo, nacin, lealtad nacional y manejo
conceptual en Chile (Marimn, 2012: 70-76).
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Afinidad. Otra materia en comn a las demandas y argumentos autonomistas es la presuncin, en los generadores de opinin autonomista,
de que las categoras de anlisis empleadas para referirse a lo mapuche
2 Tener presente en las Amricas el caso de los kuna en Panam, los miskitos en la
Costa Atlntica de Nicaragua o el de los Inuit del Canad y Groenlandia. Para Europa,
las recientes cesiones de autonoma en favor de escoceses y galeses por parte de Inglaterra. Los logros de Groenlandia respecto de Dinamarca. Y las autonomas en Espaa.
3 Tener presente el caso de la desintegracin yugoslava y la solucin para Kosovo. Al mismo tiempo, no perder de vista la reconstruccin del Irak post Sadamm
Hussein, en la que los intereses y expectativas de las poblaciones shiita y kurda han
conseguido no volver a estar en condiciones subordinadas a la poblacin suni a que
perteneca el dictador de Irak.
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Disensin. Este autor, despus seguido en sus ideas por otros, plante
en su momento que la solucin a la cuestin mapuche pasaba por la
autonoma de la IX Regin y comunas adyacentes y el reconocimiento de derechos polticos a los mapuche en ese marco territorial
pluritnico (mencion Gobierno Autnomo, Asamblea Regional Autnoma y Estatuto de Autonoma Regional). La Autonoma Regional
era entonces un proyecto pensado para toda la poblacin de una regin de Chile, y en beneficio de toda su poblacin regional que es
pluritnica (exacerbando el carcter mapuche de la autonoma para
ver garantizados derechos que hoy por hoy los mapuche no tendran).
A esa proposicin con sus propios alcances se fueron sumando en
el transcurso de los noventa y comienzos del dos mil, todos aquellos
intelectuales que figuraran ms tarde como autoadscritos (etno)-nacionalistas (Marimn, 2012: Cap. 8) (aunque no sin contradicciones).
Y aparecen cercanos a la idea el CMAS y Elicura Chihuailaf con su
demanda de regiones autnomas.
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En tanto AWNg variando desde una posicin original que promova un cogobierno de autoridades duales (1991), en un territorio
que contena al menos cuatro regiones chilenas: VIII, IX, XIV y X
(propuesta posible de ser catalogada como pluritnica dado que el cogobierno no planteaba una institucionalidad centrada exclusivamente
en los mapuche) fue variando a partir del 1992 a otra postura ms
etnocentrista. La idea de Gobierno Paralelo expresa esa voluntad, por
ejemplo, al reivindicar que los mapuche deben estar gobernados por
autoridades mapuche, as como los chilenos por autoridades chilenas.
Desde ese punto AWNg ha continuado el derrotero de aspirar a transitar a una autonoma centrada en los mapuche o en una institucionalidad exclusivamente mapuche, como lo es su idea de Parlamento Mapuche (excepcin a ello es su demanda de cupos especiales a indgenas
en el Parlamento Nacional chileno).
Otros autonomistas no-nacionalistas o nicamente etnicistas se
sitan ms cercanos a esta ltima posicin, en cuanto privilegian proyectos exclusivos para la poblacin mapuche, o en donde hasta ahora
no ha habido elaboracin que incorpore opiniones respecto de la poblacin mayoritaria en el otrora territorio mapuche: los chilenos. Eso
ocurre con las identidades, por ejemplo, y la CAM. Y an hay otro
sector de autonomistas no-etno-nacionalistas que no manifiesta opinin (no parecen tenerla, puesto que no hay evidencia de que hayan
reflexionado sobre el tema).
He ah entonces un primer y sustancial cisma entre los autonomistas mapuche, y en torno al cual se irn articulando las propuestas y
argumentos a posteriori. A saber: la propuesta autonomista mapuche
debe ser dirigida a una poblacin territorial pluritnica y con nfasis
en dejar garantizados los derechos colectivos de los mapuche o bien
etnocntrica mapuche? Esta es una discusin que arranca en 1990 y
an no tiene solucin. En algo la solucin vendr a darse no el plano
de los debates intelectuales (ya no lo ha hecho), sino en el de la praxis
poltica. El grupo, y sus ideas, que se vuelva dominante las terminar
imponiendo. Por ahora, y como una observacin muy subjetiva sin
apoyo estadstico, el concepto autonoma mapuche suena ms, o tiene
mayor audiencia que lo ocupa, que el otro de autonoma regional.
AUTONOMISMO ETNO-NACIONALISTA VERSUS NO-ETNO-NACIONALISTA
O EXCLUSIVAMENTE ETNICISTA
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Disensin. Hay razonamientos autonomistas mapuche que promueven el que debe ser el pueblo quien elabore la propuesta o utopa
autodeterminista. En otras palabras, los autonomistas no-etno-nacionalistas sino revolucionario-nacionalistas como la CAM, difunden
la idea de que deben ser los campesinos mapuche a quienes se presume el pueblo mapuche los que deben formular ese proyecto y
no intelectuales mapuche por cuenta propia. El dilema que deviene
de ese planteamiento es quin tiene el derecho de elaborar el proyecto autonomista mapuche: los campesinos o cualquier mapuche que
desee aportar a l, aunque no sea campesino? Ms claro an, puede
alguien ante s mismo caso de los dirigentes de la CAM y de Pedro Cayuqueo en sus primeras incursiones en el tema de la demanda
autonomista arrogarle a uno u otro componente de la poblacin
mapuche un derecho privativo de realizar algo que afectar a todos,
mapuche rurales y urbanos? Quin ha dado a esas personas el derecho a otorgar derechos? No es ms juicioso pensar que todos y
ningn miembro en particular de una etnonacin tienen el derecho
a proponer cosas sobre su futuro? No es mas juicioso pensar que el
que quiera y pueda debera ser bienvenido a aportar a un proyecto de
liberacin nacional como lo definen algunos?
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Disensin. Con respecto a crear un instrumento capaz de hacer transitar a los mapuche hacia una autonoma, cualquiera sea su forma,
los autonomistas mapuche tambin manifiestan desavenencias. Los
(etno)-nacionalistas claramente se han definido y plasmado en la
praxis por un partido moderno de carcter nacionalitario y etno-
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Disensin. Por ltimo, y aceptando que pueden proponerse ms disensiones, interesa poner en evidencia aqu la que tiene relacin con demandar autonoma territorial versus autonoma cultural. Pese a que
esta disensin es menos notoria ahora y en los escritos que se han
considerado para el anlisis de este libro que durante los noventa,
an quedan expresiones culturalistas en la demanda y argumentaciones de algunas autonomas. Por ejemplo, el razonamiento de Valds
y Curn, si bien novedoso, interesante e intenso, podra situarse del
lado de las demandas de autonoma cultural. Cuando estos autores
mencionan que la autonoma es un proyecto de recuperacin y autoafirmacin identitaria y cultural, y ms all an una categora epistemolgica, estn pasando el mensaje de que se refiere a un proyecto
cultural alternativo: una lgica anterior a los Estados que solo busca
coexistir con ellos, no suplantarlos. Esa lgica se expresa en lucha
de cosmovisiones que no requieren de un territorio en particular,
sino que es posible de realizar en las tierras actualmente bajo control
mapuche, identificadas como territorios (o bien en el territorio que
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claro de sus escritos posteriores) al Estado y los chilenos en su conjunto como los enemigos de los mapuche, sino al Estado y una(s) clase(es)
social(es) que lo controla(n) como ese enemigo.
De esta suerte, el debate sobre la pluralidad o la etnocentralidad
en la formulacin de la propuesta autonomista mapuche ha estado planteada. Debate que tiene que ver con decantar con mayor precisin a
quien confronta una propuesta autonomista mapuche, si al Estado y a
todos los chilenos como se desprende del razonamiento de Curn y Valds al plantear la contradiccin racionalidad occidental versus cosmovisin mapuche (tambin podra interpretarse as, aunque con mayores
dificultades, el Recado Confidencial a los chilenos de Elicura Chihuailaf,
que est dirigido a todos los chilenos), o al Estado y algunos chilenos.
Lo anterior parece de importancia fundamental no solo en perspectivas de articular una correcta poltica de acumulacin de fuerza
y alianzas polticas, sino tambin en perspectiva de disear la propuesta pertinente al momento poltico-histrico que transitan los
mapuche, y que habla de que no solo son una minora nacional, sino
tambin una minora en su propio territorio histrico (as no sea la
IX Regin en exclusiva o las regiones VIII, IX, XIV y X en extenso).
Por lo pronto, la emergencia de Wallmapuwen ha venido a reinclinar
la balanza en favor de un proyecto pluritnico, aunque es demasiado
temprano para una evaluacin de impacto, sobre todo en consideracin a la etapa crtica en que viven. Habr que esperar unos aos para
ver si estos autonomistas declarados (etno)-nacionalistas han podido
imponer, en la sociedad mapuche y en la sociedad regional del territorio que vindican, la idea de una bienvenida al pluralismo tnico y a
la interculturalidad que les permita mover fuerza para sacar adelante
su proyecto de Autonoma para la Regin mapuche. Por ahora, y en
una evaluacin muy superficial, sus cinco aos de existencia no hablan muy bien de xitos en ese plano.
RESPECTO DE TRADICIONALISMO VERSUS NO TRADICIONALISMO
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El tradicionalismo, al igual que o de la mano con el etnocentrismo expuesto antes, tambin se manifiesta como una tendencia
dominante en el discurso autonomista mapuche de hoy. Nuevamente,
su elevada capacidad de influir el razonamiento mapuche se puede
medir en las vacilaciones que han mostrado ante l algunos otrora
opositores a ese discurso. Por ejemplo, los intelectuales de CEDMLiwen que en sus inicios daban cuenta de un compromiso mayor con
el futuro de los mapuche que con su pasado. Vctor Naguil, por ejemplo, en 1997 hace alcances a la nocin de autodeterminacin, que se
muestran enredados en trminos de favorecer mltiples interpretaciones, que podran fluctuar entre tradicionalismo y no tradicionalismo. l menciona en su documento unos cuantos principios abstractos a tener presentes en la formulacin de la demanda autonomista,
en que destaca la autodisposicin interna, y por la cual un pueblo
se dota a s mismo de autoridades y formas estatales de vida poltica.
Este principio, al no ser clarificado en su uso en el contexto mapuche,
podra estar animando lo que ya comenz a hacer AWNg a principios de los noventa (recrear o inventar tradiciones), o podra estar
alentando la construccin de una fuerza nacionalitaria mapuche no
necesariamente tradicional (un partido o un movimiento poltico),
para luchar por una autonoma cuya institucionalidad no tiene nada
que ver con tradicin mapuche sino con instituciones wingkas u occidentales (autonoma para la regin mapuche). Cul interpretacin
corresponde asumir? La solucin institucional al dilema parece venir
un corto tiempo ms adelante, cuando CEDM-Liwen bajo la direccin de Naguil o bien del licenciado en artes y mster en ciencias de
la comunicacin Jos Ancn publica un a tener presente en su
pgina web (texto que el autor de este libro conjetura fue escrito por
Pablo Marimn, asunto no confirmado dado un acuerdo de silencio
que guardan los susodichos respecto del tema).
El ao 2000 CEDM-Liwen difundi a la audiencia autonomista
mapuche la idea de que un proyecto autonomista deba quitarse la
dominacin de encima, expresada en la institucionalidad wingka impuesta a los mapuche (escuelas, juzgados, hospitales, policas, iglesias,
regimientos, municipalidades, partidos polticos, ideologas, corporaciones, ONG, fundaciones e institutos). De esa forma, CEDM-Liwen
pas a aconsejar a la corriente autonomista mapuche no pasar por
y colonizados (nfasis propio). En otras palabras, Marcos Valds no clarifica en trminos actuales la demanda y diseo de una propuesta de autodeterminacin interna
para el presente, y continu la senda trazada en el documento que sirvi de base a
esta comparacin y comentarios. Esto es, continu sosteniendo su antioccidentalismo apoyado en aoranzas a un pasado que, tal vez s o tal vez no (asunto por demostrar), fue de abundancia, libertad y autorregulado.
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A partir del cuadro graficado en el prrafo anterior nuevas preguntas se imponen a los autonomistas tradicionalistas son o no son
mapuche los mapuche escolarizados por los wingka, en instituciones
wingka, y por lo tanto altamente sospechosos de un empoderamiento de la cosmovisin chileno occidental? Y, es el ghetto reduccional
suponindolo un espacio inmaculado en donde ha sobrevivido una
cosmovisin sui generis e impoluta (cuestin altamente dudosa) el
estndar para medir quin es mapuche de quien no lo es? Puesto de
otra forma, ser mapuche significa ser campesino o provenir indiscutiblemente de una reduccin donde presumiblemente se desarrolla la
cosmovisin impoluta diferente? Los autonomistas no-tradicionalistas
parecen creer que en atencin al presente, lo mapuche hoy sin dejar
de ser mapuche es algo ms diversificado de lo que fue en el pasado,
y de lo cual poco se sabe y cuando se lo conoce es a travs del filtro de
las ciencias sociales occidentales13. Ms an, en la larga historia de
intentos chilenos y argentinos de asimilar a los mapuche, la vida social
mapuche ha sido trastrocada de tal forma por la cultura dominante y
colonizadora, que si hay una esfera de la vida social de los mapuche
donde la dominacin ha dejado ms huellas, es probablemente en la
cultura14. Especialmente en la cultura en su sentido ms restringido: la
lengua. Actualmente el mapudugun tiene muy pocos usuarios.
Pero, claro, esa visin de la cultura implica aceptar por cultura
algo esttico, o en otros trminos folclorizar la cultura (congelar la
forma en que la cultura se manifiesta en un perodo histrico determinado). Si se entiende la cultura como algo dialctico, habr que aceptar que ella est en permanente cambio y que se manifiesta de diversas
formas segn las circunstancias histricas (en el caso mapuche, circunstancias caracterizadas por la dominacin estatonacional)15. Para
el caso resulta aclaratorio el que casi medio milln de mapuche citadinos de la capital de Chile (Santiago) se reconocieran mapuche en el
censo de 1992, aunque no conservaran elocuentes rasgos de la cultura
campesina mapuche reduccional (especialmente la lengua mapuche,
perdida por la segunda y tercera generacin de emigrantes), excepto
una memoria de comunidad imaginada, como dira Benedict An-
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Lejos de esa posicin, los autonomistas pluralistas y no-tradicionalistas no expresan el mismo predicamento. Ellos manifiestan creer
que la nica garanta de preservacin de la lengua mapuche, por ejemplo, pasa por declararla oficial, al igual que el castellano, en una regin
dada. De esa manera se podra asegurar un uso mandatorio de ella en
la educacin, los servicios pblicos y los medios de comunicacin.
De los ejemplos comentados y contraargumentados se desprende
que el acento entre autonoma con y para los campesinos mapuche
y autonoma regional pluritnica con nfasis en el carcter mapuche
de la regin, estara mostrando, a su vez, un diseo de resolucin de la
problemtica mapuche donde lo estratgico o la meta de largo aliento
pasa a ser lo inmediato. En otras palabras, si bien todos los autonomistas parecen soar con una sociedad mapuche independiente y soberana, algunos no parecen prever que esa meta est determinada por factores ajenos a demandar, a su voluntad o a su deseo. De nuevo, algunos
autonomistas mapuche no parecen prever que quiz hay que avanzar a
objetivos como ese, no tan directamente como quisieran, en atencin
a factores condicionantes (fuerte tendencia centralista dominante en
Chile, la condicin de mayora nacional y regional de los chilenos, la
limitada democracia chilena, lo poco desarrollado de su sociedad civil,
lo fuerte y poco disimulado de sus prejuicios contra los mapuche, el
monopolio de la fuerza en manos de los chilenos, y la propia precariedad de fuerza organizada detrs de los autonomistas).
Por lo anterior, los autonomistas no-tradicionalistas y pluralistas
ven la presente coyuntura histrico-poltica no como la de la realizacin plena de una utopa autonomista mapuche, sino como una coyuntura que sugiere avanzar en obtener prerrogativas en un marco
regional, donde la poblacin global en ese marco regional tambin
puede beneficiarse (ver los ltimos escritos de Marilaf, por ejemplo,
en la pgina Internet de Wallmapuwen). Y al mismo tiempo que se
beneficia de una autonoma regional, se impide su alineacin automtica con el Estado y el nacionalismo chileno, a manera de reaccin a
un discurso mapuche que no los incluye y les trata hostilmente como
poblacin invasora y ladrona del patrimonio mapuche.
Ahora, es cierto que Curn y Valds a diferencia de otros prevn
un proceso autonomista con metas de largo plazo, y por ello llaman a
avanzar de a poco en la lucha contra la racionalidad occidental. Pero su
discurso de aislarse en pequeas propiedades campesinas mapuche donde
ir construyendo esa autonoma (a las que llaman territorios propios), y
que se iran juntando para formar el territorio mapuche autnomo, mientras se coexiste con la cultura y la sociedad estatonacional chilena, parodia
en cierta medida la contracultura hippie estadounidense. Los hippies mostraron capacidad de crear comunidades aisladas y de vivir bajo sus propias
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normas, pero por otra parte se mostraron incapaces de transmitir sus modelos de vida al resto de sociedad nacional estadounidense.
Con todo, este debate al interior de los autonomistas mapuche
est en estado germinal, y hace falta que todos los interesados en desarrollar el autonomismo mapuche agreguen ms elementos y mayor
precisin a sus postulados. Pero tambin hace falta que muchos de ellos
se saquen los prejuicios de encima, como veremos a continuacin.
RESPECTO DE LA ELABORACIN DEL PROYECTO AUTONOMISTA:
FACULTAD PRIVATIVA CAMPESINA O AUTOCOMPROMISO DE CUALQUIER MAPUCHE (O CUALQUIER PERSONA) QUE DESEE APORTAR?
A juicio de los autonomistas no-tradicionalistas, categora que incluye hoy al (etno)-nacionalista Pedro Cayuqueo, el planteamiento de
Cayuqueo rememoraba un viejo discurso de los lderes mapuche de
las organizaciones etno-gremiales campesinistas, en el sentido de presentarse como los dueos de la representacin mapuche (condicin
ganada en la lucha, por supuesto), y reclamar para s la elaboracin
de propuestas. Mientras que, por otra parte, en la prctica se mostraban incapaces de formular propuestas de solucin a sus problemas.
A manera de ejemplo, se puede comentar el caso del reclamo de mediados de los ochenta de la directiva de Admapu, en cuanto a elaborar
el Proyecto Histrico del pueblo mapuche en un plazo de seis meses, sin que hasta ahora tal proyecto sea una realidad. Asimismo, los
llamados de la supraorganizacin Futa Trawun Pu Mapuche con el
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COROLARIO
Al hacer evidentes al lector de este libro de manera rpida algunos consensos y desacuerdos entre propuestas y argumentos autonomistas mapuche, se ha querido mostrar que el desarrollo del pensamiento autonomista mapuche expresa diversidad. Y con ello se adjunta la advertencia
de que constituye una falacia pensar que atender el discurso escrito o
verbal de un autonomista mapuche significa haberlos escuchado a todos. La actitud de englobar a todos los autonomistas mapuche en atencin de un solo caso, no se compadece con la realidad del desarrollo del
pensamiento autonomista mapuche, como se ha expuesto.
El pensamiento mapuche autonomista, como en ningn otro tiempo en la historia de los mapuche pos incorporacin por los Estado(naciones) de Chile y de Argentina, ha comenzado a desarrollarse y ya
presenta una historia de casi dos dcadas. Durante ese tiempo ha habido a veces confrontacin dura entre pensadores autonomistas y sus
organizaciones, aunque los antagonismos excepcionalmente se han
expresado en trminos absolutos (ms bien se expresan en trminos
de disputa de una audiencia en la sociedad mapuche para su propia
singularidad). Esto es, siempre ha habido espacio para la solidaridad
entre miembros de la misma etnonacin cuando la situacin lo requiere, como ha ocurrido frente a la represin que ha practicado el Estado
con algunos de ellos (particularmente la CAM, que hoy por hoy tiene a
muchos de sus lderes en la crcel bajo cargos de ser terroristas).
La segunda mitad de los 2000, y luego de la emergencia de Wallmapuwen, que dio una expresin concreta al autonomismo etno-nacionalista, esas tendencias al acercamiento se profundizaron relativamente.
Esto es, gracias a ello fue posible la constitucin de coordinaciones coyunturales que agruparon a distintas expresiones autonomistas (otras se
excluyeron como la CAM y AWNg) y que enfrentaron al gobierno de Michelle Bachelet en conversaciones-negociaciones. Nada augura que esas
iniciativas se consoliden o la dispersin contine (de hecho los [etno]nacionalistas mapuche aparecen tan disminuidos y aislados de otras organizaciones mapuche en la escena poltica regional como cualquiera)19.
En parte, que ocurra lo primero depende de la madurez que vayan desarrollando estas distintas expresiones del autonomismo mapuche.
19 Aunque esa opinin no es vlida respecto de organizaciones polticas chilenas.
El partido Wallmapuwen logr un acuerdo de alianza con PRO, del ex candidato a
presidente Marcos Enrquez Ominami, que lo llevar a participar de las elecciones de
alcaldes y concejales 2012 en la IX Regin.
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libros y artculo sobre estos temas en el contexto de la realidad latinoamericana: Amrica Latina: Identidad y Futuro (2007); Familia y sociedad (1999); Persona, matrimonio y familia (1994); Iglesia y Cultura
en Amrica Latina (1989); Cultura y modernizacin en Amrica Latina
(1984); Synkretismus und offizielles Christentum in Lateinamerika. Ein
Beitrag zur Analyse der Beziehung zwischen Wort und Ritus in der nachkolonialen Zeit(1982); Ritual y palabra. Aproximacin a la religiosidad popular latinoamericana (1980).
Enzo Faletto Vern (1935-2003) es licenciado en Historia por la Universidad de Chile, y realiz la Maestra en Sociologa en la Facultad
Latinoamericana de Ciencias Sociales en la Escuela Latinoamericana
de Sociologa (1958). Entre 1967 y 1972 ejerci la docencia en esa casa
de estudios, en las escuelas de Sociologa y Periodismo, y fue investigador en el Instituto Latinoamericano de Planificacin Econmica
y Social (ILPES). Despus del golpe de Estado de 1973 trabaj en la
Comisin Econmica para Amrica Latina y el Caribe (CEPAL), desempeando funciones de consultora internacional. En 1990, retorn
a la docencia en la Universidad de Chile.
Fue docente en muchas universidades extranjeras, destacando
la Universidad de Rosario en Argentina, institucin que le confiri el
grado acadmico de Doctor Honoris Causa.
La obra ms importante de Enzo Faletto, Dependencia y desarrollo
de Amrica Latina (1969), fue publicada en co-autora con Fernando
H. Cardoso. Este trabajo marc la productividad acadmica de ambos
y les llevara a ser reconocidos como los padres de la Teora de la
dependencia latinoamericana. No obstante, Faletto public decenas
de artculos en revistas de investigacin acadmica y otros libros en
co-autora. As, public con Rodrigo Bao Transformaciones sociales
y econmicas en Amrica Latina (1999); Institucionalidad poltica y
proceso social; el debate sobre el presidencialismo y parlamentarismo
(1994); Estructura social y estilo de desarrollo (1992). Mientras con
Julieta Kirkwood publicaron El liberalismo. Sociedad burguesa y liberalismo romntico (1977); y con Eduardo Ruiz y Hugo Zemelman,
Gnesis histrica del proceso poltico chileno (1971).
Hugo Zemelman Medina (1931-2013) estudi Licenciatura en Derecho en la Universidad de Concepcin (1949-1953) y realiz su Magster
en Sociologa en FLACSO (1958-1961). Ms tarde se especializ en Sociologa Rural en la Universidad de Wageninge, Holanda (1966-1967).
Su larga trayectoria acadmica e investigativa profesional se inici en la Universidad de Chile, como coordinador de Investigaciones
del Centro de Planificacin (1961). Dos aos despus ingres como
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docente a la Escuela de Sociologa de la Universidad de Chile e imparti clases en la Facultad de Medicina Veterinaria (1965-1969).
Fue Director del Departamento de Sociologa de la Universidad
de Chile entre junio de 1967 y septiembre de 1970. Despus del golpe
de Estado de 1973 se traslad a Mxico donde se desempe en el Colegio de Mxico y la Universidad Autnoma de Mxico, al ao siguiente viaj becado a Alemania e inici un largo periplo como profesor
invitado en universidades de Europa y Latinoamrica.
El ao 2004 fund el Instituto Pensamiento y Cultura en Amrica
Latina (IPPECAL) dedicado a la enseanza de posgrados e investigacin en torno al pensamiento latinoamericano. Su slida propuesta
investigativa y epistemolgica, adems de la formacin de decenas de
discpulos, le llev a ser considerado como uno de los socilogos ms
importante de Latinoamrica.
Entre su amplia productividad intelectual plasmada en libros,
artculos y ensayos se consideran las ms relevantes Historia y poltica del conocimiento; discusiones acerca de las posibilidades heursticas
de la dialctica (1983); Conocimiento y sujetos sociales: Contribucin
al estudio del presente (1987) y Uso crtico de la teora: en torno a las
funciones analticas de la totalidad (1987); De la historia a la poltica
(1989), y Horizontes de la razn. Uso crtico de la teora (tomo I y II,
1992 y tomo III, 2011); y su artculo inicial Mtodo y teora del conocimiento: un debate (1987).
Gabriel Salazar Vergara (1936) es Profesor de Estado en Historia
y Geografa por la Universidad de Chile (1963). Adems estudi Filosofa (1963) y Sociologa (1969) en la misma universidad. Despus
del golpe de Estado fue detenido y encarcelado en Villa Grimaldi y
Tres lamos (centros de detencin y tortura de la dictadura militar).
Lograda su liberacin, continu sus estudios obteniendo el grado acadmico de Doctor en Historia Social y Econmica, en la Universidad
de Hull (1977-1984). Es profesor del Departamento de Ciencias Histricas de la Universidad de Chile y su trabajo historiogrfico ha influido
sobre importantes generaciones de historiadores chilenos contemporneos. En reconocimiento a su trabajo y trayectoria, recibi el Premio Nacional de Historia (2006).
En su extensa obra se destacan Villa Grimaldi. Cuartel Terranova (2013); Movimientos sociales en Chile, trayectoria histrica y proyeccin poltica (2012); Dolencias histricas de la memoria ciudadana.
Chile, 1810-2010 (2012); En el nombre del Poder Popular Constituyente.
Chile, siglo XXI (2011); Del Poder Constituyente de asalariados e intelectuales, Chile, siglos XX y XXI (2009); Mercaderes, empresarios y capitalistas, Chile, siglo XIX (2009); Ser nio huacho en la historia de
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Francisco Vergara Edwards es Doctor en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile; obtuvo su Maestra en Filosofa en la
Universidad de Aix-en-Provence y es Profesor de Estado en Filosofa
de la Pontificia Universidad Catlica de Chile. Actualmente se desempea como docente titular en la Universidad Academia de Humanismo Cristiano. Sus lneas de inters son los estudios antropolgicos y
el pensamiento latinoamericano, orientndose a la situacin de los
indgenas urbanos, resultado de lo cual ha publicado artculos en revistas nacionales.
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