Cuento Doña Tato
Cuento Doña Tato
Cuento Doña Tato
el
torno
--Elija, mi lindo.
Y el gato oliscaba trozo a trozo hasta hallar uno a su gusto para comrselo.
Hice llamar a doa Tato. Con mucho miedo, pero mucho valor, le dije:
--No es posible que cuando usted llega del mercado haga que "Paquito" meta el
hocico en toda la carne para elegir su pedazo. Eso es muy sucio, doa Tato.
--Sucio..., sucio... Y qu ms? Miserere nobis. "Paquito" sucio? Ya quisiera su
merc tener la boca tan limpia como "Paquito". Ora pro nobis, sancta Dei
Genitrix. "Paquito" no se pone porqueras de pinturas en la cara ni menos en el
hocico.Vade retro. ..
Era el colmo! Fui yo quien sali de estampa para llegarme al escritorio de
Pedro y decidirlo con muchos arrumacos a despedir l a la vieja insolente.
Fue. Lleg a la puerta de la cocina, toc con los nudillos. Se abri el torno,
apareciendo la cara mal agestada.
--Doa Tato...--pudo decir.
--Si quiere alguna cosa--interrumpi-- ; pdasela a la Petronila. Aqu no moleste.
Y cerr de golpe el postigo.
Pedro volvi mohno y me dijo que era yo la llamada a echar a la vieja; que l,
abogado de veintitrs aos, con mujer y casa --aunque sin clientela, esto lo
agrego yo--, no poda descender a esas pequeeces. Y que, adems, otra vez
posiblemente no lograra dominarse y pondra a la vieja en la calle a fuerza de
puntapis. Mentira. Le pas lo que a todos: le tuvo miedo a doa Tato. Y as
sigui sta inexpugnable en la cocina.
Por ese entonces, Pedro trajo varias veces invitados a comer. La segunda vez,
doa Tato lleg como un basilisco a decirme:
--Qu se han imaginado que voy a pasarme alimentando hambrientos
ociosos? Agnus Dei, qui tollis peccata mundi. Ni lesa que fuera...
--Pero, doa Tato...
--Si viene gente a comer, me mando a cambiar al tiro.
Y yo, iluminada, le contest suavemente:
--Mire, Tatito, le dir con franqueza que Pedro quiere traer todos los das un
amigo a comer. Si no est conforme con esto, lo mejor ser que se vaya..., que
busque ocupacin en otra casa.
Me miraba con los ojillos desconfiados agudos de malicia y al fin dijo, riendo
marrullera:
--Je! Era pa' eso... Vade retro... No se incomode su merc. No pienso irme,
porque estoy muy a gusto y "Paquito" tamin. Deo gratias. Pero a esos
ociosos .., ya los espantar!
Y los espant, claro, porque siempre que tenamos invitados salaba o ahumaba
la comida. Hubo a veces que improvisarlo todo con conservas.
Pensamos recurrir a la polica para echar a la vieja. Y tras mucha vacilacin
acab por escribirle una carta muy atenta, con tres faltas de ortografa que
corrigi Pedro, dicindole que si no se retiraba para el 1 del mes siguiente,
llamaramos al carabinero para obligarla a irse.
Y lleg el 1 y pas una semana y doa Tato no se iba. La hall en el patio una
tarde y le pregunt tmidamente:
--Cundo se va, doa Tato?
--Usted cree que yo soy de las que duran un mes en cada casa? In nomine
Patris et Filii et Spiritus Sanctis. Aqu estar otros treinta aos. Amn.
Entonces --acuciados por el miedo a soportar per omnia secula seculorum a la
vieja--, Pedro tuvo una idea genial: le escribi a mi madre, invitndola a pasar
unos das con nosotros. Y lleg mi madre con empaque de juez y ojos
escrutadores.
No dijimos nada; pero a la segunda comida, ante los guisos desastrosamente
quemados, peores que en la maana, mi madre estall en preguntas rpidas
que Pedro y yo contestbamos, atropellndonos para narrar nuestras desdichas
bajo la tirana de doa Tato.
Ante nuestros ojos mi madre adquira su gran aire de imperatrice. Se puso de
pie y sali, dicindonos:
--Van a ver ustedes...
Nos mirbamos aterrados. Mirbamos la puerta esperando ver surgir en su
vano a doa Tato, persiguiendo a mi madre con el largo brazo y la larga
escoba, al par que fulminaba denuestos y latines para nuestra total
exterminacin.
Se oan voces, gritos, portazos, chillidos, caer de loza, carreras: todo
simultneamente. Luego un gran silencio.
Angustiada, hecha un ovillo toda contra Pedro, dije temblando:
--Anda a ver... Con tal que no la haya matado...
Pero entraba mi madre con largo paso tranquilo y ojos duros de triunfadora.
--Ya se va. Maana mandar a buscar sus cosas.
Nos mirbamos atnitos. Doa Tato? Pero...
La vimos pasar por la puerta abierta al patio. Iba con el cuello extendido, como
temiendo un peligro, ladeado el moo, arrebozada en un chaln que le cea el
trasero grotescamente, con "Paquito" en brazos, somnoliento y friolero.
Pasaba..., se alejaba..., se iba...
Y sin saber por qu, me ech a llorar en la corbata de Pedro