Cuento Doña Tato

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Comprensin de Lectura Doa Tato De Marta Brunet

Lleg prestigiada por treinta aos de servicios en casa de unas viejecitas


solteronas que acababan de morir con pocos das de diferencia. Saba cocina y
repostera. Exiga una pieza dormitorio para su uso particular y que le
aceptaran un gato negro, gordifln y taciturno. Ella se llamaba Trnsito; l,
"Paquito". Porque siempre iban juntos, pareja estrafalaria: doa Tato, vieja,
magra, la cara llena de arrugas hondas convergentes a la boca, el trasero
saliente, los brazos muy largos y hbito del Carmen; "Paquito", desmadejado,
bostezante, silencioso en sus escarpines blancos.
Lo trastornaron todo en casa. La vieja empez por expulsar de la cocina a los
otros gatos y a las otras sirvientas. La cocina era suya. Slo a m --con aires de
condescendencia-- me dejaba entrar. Encerrada con llave se entenda con las
sirvientas por el torno, y si alguna quera deslizarse adentro o insinuaba el
propsito, la insultaba, mezclando a los dicterios tiradas de latines. Y como
vomitando ese mejunje al par que aspeaba los largos brazos tena algo de
bruja, la creyeron en pacto con el demonio y, horrorizadas, la dejaron vivir a su
placer.
Los gatos tardaron ms en darse por vencidos. Llegaban oteando por el torno o
la ventana, buscando piltrafas, ansiosos de rescoldo. Y hallaban un brazo y una
escoba mucho ms largos que lo previsto y que siempre, invariablemente, les
caan en medio del lomo. Hasta que uno qued descaderado no parecieron
tomar en serio el peligro que era la vieja. Desde entonces se refugiaron en el
repostero, junto al anafe y las otras sirvientas, en acercamiento de vctimas del
mismo poder.
Al principio hubo muchas protestas. A cada rato llegaba alguna mujer en son
de acuse, y hasta los gatos --en su idioma-- supongo que me daran quejas.
Prometa amonestarla y hasta ponerla en la calle si no cambiaba de conducta.
Pero cuando al anochecer vena doa Tato llena de majestad --seguida por
"Paquito"-- a tomar rdenes para el da siguiente, mis propsitos se iban
arrastrados por la marea de respeto rayano en terror que la vieja me produca.
Empezaba mi aprendizaje de ama de casa; la falta de conocimiento y de
prctica me haca indecisa, dbil, temerosa. Doa Tato se daba perfecta cuenta
de su superioridad. Fingindose humilde, empezaba siempre:
--Aqu estoy a las rdenes de su merc.
--Cmo est, doa Tato?
--Muy bien, para servirle. Qu haremos maana?
Yo me pona a pensar en minutas, buscando con verdadera ansia en mis
recuerdos los nombres de todos los guisos que conoca, y siempre, siempre,
encontraba slo aquellos que comiera en la maana o--alejndome un poco--en
la noche anterior.
Doa Tato deca al descuido:

--"Paquito" est bien.


Mala iba la cosa... Cuando no se le preguntaba por el gato, se pona de peor
humor que el psimo de costumbre.
--Haremos..., haremos... budn de coliflor y berenjenas rellenas con queso.
Y la miraba, feliz de mi hallazgo, porque tena la perfecta seguridad de no
haber comido coliflor haca largos meses.
--Es el tiempo ahora! --y en semicrculo, de pared a pared, su mirada pona al
saln por testigo de mi imbecilidad.
Pero yo, realmente imbcil, insista porfiada:
--Quiero budn de coliflor... Debe haber coliflor en conserva y berenjenas
tambin.
La vieja saltaba furiosa:
--Tamin..., tamin... Y qu ms? Un pajarito volando tamin? Estas ioritas
que no saben nde estn pars y se meten a disponer. Ora pro nobis...
Tamin... Yo sabr lo que hago maana. No faltaba otra cosa! Cuando una ha
servo treinta aos en una casa no tiene pa' qu andar mendigando
mandares. Per Christum Dominum nostrum. . . Qu te parece, "Paquito"? Si no
juera por m te mataban de hambre. Nicolasa..., pa' tu casa. Amn.
Y se marchaba de estampa, seguida perezosamente por el gato, dejndome
humillada, indignada y amedrentada. Hasta que opt por abandonar mis aires
de duea de casa y decirle que no viniera ms a tomar rdenes, que dispusiera
ella a su antojo. Comamos admirablemente. En el servicio haba orden. En las
cuentas, economas. Qu ms pedir?
La doncella me cont cmo rezaba la vieja el rosario, los rosarios, porque el da
entero se pasaba en eso. Trajinando, siempre en una actividad enfermiza por lo
continua, doa Tato murmuraba las avemaras a media voz, y al terminar, en el
amn, agregaba un nmero, de uno a diez, para contar las decenas sin
necesidad de tener en las manos un rosario que le impidiera seguir en sus
quehaceres. Y los misterios los sealaba en la repisa con cinco papas que iba
sacando de un cajn.
Lo encontr tan cmico que fui a mirarla y a orla por
disimuladamente. Y era cierto. Desgranaba porotos e iba diciendo:

el

torno

--Santa Mara, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la


hora de nuestra muerte. Amn. Ocho. Dios te salve, Mara... Amn. Nueve. Dios
te salve... Santa Mara... Diez.
Y puso una papa negra junto a las otras dos que estaban en la repisa.
Pero otro da me trajeron una historia que no me agrad ni pizca. Al llegar del
mercado, doa Tato colocaba en el mesn toda la carne, llamaba a "Paquito" y
deca:

--Elija, mi lindo.
Y el gato oliscaba trozo a trozo hasta hallar uno a su gusto para comrselo.
Hice llamar a doa Tato. Con mucho miedo, pero mucho valor, le dije:
--No es posible que cuando usted llega del mercado haga que "Paquito" meta el
hocico en toda la carne para elegir su pedazo. Eso es muy sucio, doa Tato.
--Sucio..., sucio... Y qu ms? Miserere nobis. "Paquito" sucio? Ya quisiera su
merc tener la boca tan limpia como "Paquito". Ora pro nobis, sancta Dei
Genitrix. "Paquito" no se pone porqueras de pinturas en la cara ni menos en el
hocico.Vade retro. ..
Era el colmo! Fui yo quien sali de estampa para llegarme al escritorio de
Pedro y decidirlo con muchos arrumacos a despedir l a la vieja insolente.
Fue. Lleg a la puerta de la cocina, toc con los nudillos. Se abri el torno,
apareciendo la cara mal agestada.
--Doa Tato...--pudo decir.
--Si quiere alguna cosa--interrumpi-- ; pdasela a la Petronila. Aqu no moleste.
Y cerr de golpe el postigo.
Pedro volvi mohno y me dijo que era yo la llamada a echar a la vieja; que l,
abogado de veintitrs aos, con mujer y casa --aunque sin clientela, esto lo
agrego yo--, no poda descender a esas pequeeces. Y que, adems, otra vez
posiblemente no lograra dominarse y pondra a la vieja en la calle a fuerza de
puntapis. Mentira. Le pas lo que a todos: le tuvo miedo a doa Tato. Y as
sigui sta inexpugnable en la cocina.
Por ese entonces, Pedro trajo varias veces invitados a comer. La segunda vez,
doa Tato lleg como un basilisco a decirme:
--Qu se han imaginado que voy a pasarme alimentando hambrientos
ociosos? Agnus Dei, qui tollis peccata mundi. Ni lesa que fuera...
--Pero, doa Tato...
--Si viene gente a comer, me mando a cambiar al tiro.
Y yo, iluminada, le contest suavemente:
--Mire, Tatito, le dir con franqueza que Pedro quiere traer todos los das un
amigo a comer. Si no est conforme con esto, lo mejor ser que se vaya..., que
busque ocupacin en otra casa.
Me miraba con los ojillos desconfiados agudos de malicia y al fin dijo, riendo
marrullera:

--Je! Era pa' eso... Vade retro... No se incomode su merc. No pienso irme,
porque estoy muy a gusto y "Paquito" tamin. Deo gratias. Pero a esos
ociosos .., ya los espantar!
Y los espant, claro, porque siempre que tenamos invitados salaba o ahumaba
la comida. Hubo a veces que improvisarlo todo con conservas.
Pensamos recurrir a la polica para echar a la vieja. Y tras mucha vacilacin
acab por escribirle una carta muy atenta, con tres faltas de ortografa que
corrigi Pedro, dicindole que si no se retiraba para el 1 del mes siguiente,
llamaramos al carabinero para obligarla a irse.
Y lleg el 1 y pas una semana y doa Tato no se iba. La hall en el patio una
tarde y le pregunt tmidamente:
--Cundo se va, doa Tato?
--Usted cree que yo soy de las que duran un mes en cada casa? In nomine
Patris et Filii et Spiritus Sanctis. Aqu estar otros treinta aos. Amn.
Entonces --acuciados por el miedo a soportar per omnia secula seculorum a la
vieja--, Pedro tuvo una idea genial: le escribi a mi madre, invitndola a pasar
unos das con nosotros. Y lleg mi madre con empaque de juez y ojos
escrutadores.
No dijimos nada; pero a la segunda comida, ante los guisos desastrosamente
quemados, peores que en la maana, mi madre estall en preguntas rpidas
que Pedro y yo contestbamos, atropellndonos para narrar nuestras desdichas
bajo la tirana de doa Tato.
Ante nuestros ojos mi madre adquira su gran aire de imperatrice. Se puso de
pie y sali, dicindonos:
--Van a ver ustedes...
Nos mirbamos aterrados. Mirbamos la puerta esperando ver surgir en su
vano a doa Tato, persiguiendo a mi madre con el largo brazo y la larga
escoba, al par que fulminaba denuestos y latines para nuestra total
exterminacin.
Se oan voces, gritos, portazos, chillidos, caer de loza, carreras: todo
simultneamente. Luego un gran silencio.
Angustiada, hecha un ovillo toda contra Pedro, dije temblando:
--Anda a ver... Con tal que no la haya matado...
Pero entraba mi madre con largo paso tranquilo y ojos duros de triunfadora.
--Ya se va. Maana mandar a buscar sus cosas.
Nos mirbamos atnitos. Doa Tato? Pero...

La vimos pasar por la puerta abierta al patio. Iba con el cuello extendido, como
temiendo un peligro, ladeado el moo, arrebozada en un chaln que le cea el
trasero grotescamente, con "Paquito" en brazos, somnoliento y friolero.
Pasaba..., se alejaba..., se iba...
Y sin saber por qu, me ech a llorar en la corbata de Pedro