Valentino, Esteban - Todos Los Soles Mienten - Editorial Alfaguara
Valentino, Esteban - Todos Los Soles Mienten - Editorial Alfaguara
Valentino, Esteban - Todos Los Soles Mienten - Editorial Alfaguara
A mis padres
Martha y Alberto
PRIMERA PARTE
Estamos solos aqu, en este crculo que inventamos con nuestros cuerpos, mirndonos entre nosotros
y ya casi ni podemos abrir la boca. Pero estamos. Tal vez esto sea lo mejor que hicimos. Cuando nadie est,
cuando nadie quiere jugarle una ficha al porvenir, nosotros somos testarudos y estamos. Dirn que por poco
tiempo. Tienen razn. Dirn que intilmente. Tambin tienen razn. Pero estamos. Y es tan difcil estar en
estos das en que todo el mundo desaparece detrs de la muerte! O detrs de la vergenza, que es lo mismo.
El Sputnik, el Sputnik! gritaba Rogelio R como un loco, sealando un punto que segn l se
mova en el cielo de la noche llena de estrellas.
Dnde, dnde? preguntbamos ms por seguirle la corriente a Rogelio R que porque
estuviramos convencidos de que algo se moviera arriba.
All, vean, al lado de aquel qusar, entre el asteroide y la supernova! insista. Adems de
pesado era medio mentiroso porque qusares en esa poca del ao no se vean y asteroides jams se
distinguieron. La supernova s era clarita pero tambin como para no verla, grandota, luminosa, prepotente.
Lo que seguamos sin ver era el Sputnik. Se lo dijimos.
Ese no es el Sputnik.
Entonces es el Voyager reculaba Rogelio R con astucia. Claro, si ahora nosotros decamos que lo
veamos, l nos saldra con que desde all no se vean las letras y que si era el Voyager bien poda ser el
Sputnik y nos quedaramos sin respuesta. Pero no camos en la trampa.
Tampoco le dijimos con toda la frialdad de la que ramos capaces.
Es la Apolo. Seguro que es la Apolo! Rogelio R a veces es fatigoso.
Cul de todas? le preguntbamos. Eso lo haca dudar siempre.
Y... no s... la 10. O la 9. Esa, esa! Debe ser la 9.
A esta hora ? Vamos Rogelio R Bueno, chicos, yo me voy a casa, vienen? La Apolo 9... cmo no,
s claro. Y ahora resulta que somos tontos.
Y nos bamos cada uno por su lado, dejndolo solo a Rogelio R, mirando al cielo, sin poder
mostrarnos nunca las pruebas de los viejos satlites que deca ver. Al final pasaba siempre lo mismo. Me
llamaba a mi casa para justificarse.
Te juro que se mova, all, al lado de la supernova.
Era una estrella, Rogelio R. Una estrella comn y corriente. Y no se mova.
Bueno, tal vez vi mal.
Seguramente, Rogelio R.
En fin, ser hasta maana.
Hasta maana.
Y me iba a dormir, sabiendo que haca tiempo que viejos satlites haban sido capturados por las
fuerzas gravitatorias de los cuerpos celestes cada vez ms numerosos y que haca rato que haban sido
destruidos por las respectivas atmsferas. Pensando en estas cosas tranquilizadoras me quedaba dormido.
En realidad, el primero en descubrir esta especie de mana de Rogelio R por los satlites en desuso fue el
propio Rogelio R. Un da, en el fondo de casa, me agarr del brazo, me mir fijo y me dijo:
Sabs qu me est pasando?
No contest.
Estoy pensando a cada rato en la chatarra.
El problema con Rogelio R no tena que ver con los satlites sino con que nos cortaba un juego que
antes nos diverta. Adivinar si un punto que caa en el cielo era una estrella en descomposicin que emita
parte de su componente gaseoso al espacio, los restos de un cometa o alguna antigua chatarra mecnica no
es cosa fcil. Pero desde que Rogelio R empez a nombrar con los viejos nombres de satlites a cuanto punto
se mova all arriba, el juego se haba ido desvirtuando y ya no nos gustaba.
Por esa poca las galaxias ms lejanas haban virado decididamente al azul, lo que nos daba la pauta
de lo rpido que se estaba comprimiendo el Universo. A este paso no iba a pasar mucho tiempo antes que
toda la materia estuviera encerrada en un punto fantsticamente denso, igual que al Principio. Nosotros no
ramos ningunos idiotas. Sabamos que eso significaba que la Tierra haba desaparecido muchos millones de
aos antes.
Pero no tenamos miedo. Incluso, el viraje al azul de esas galaxias nos haba servido para muchos
juegos. La cosa era adivinar cul estaba ms intensamente azul ese da. El que ganaba se llevaba una
porcin extra de torta. Marcelo M era un genio en esto. Casi todos los das coma gratis. No haban pasado
treinta segundos desde que habamos empezado a jugar y ya se oa el grito de Marcelo M.
All, a la derecha, aquella en espiral. Est mucho ms azul que ayer!
Y era cierto. Tenamos que resignarnos y prepararle entre todos la porcin que se haba ganado.
As pasbamos los das. Jugando con las cosas del cielo, comiendo, estudiando. Bah, haciendo las
cosas que hacan todos los chicos de nuestra edad. Y sin embargo lodos tenamos como un aire de tristeza.
Haba algo que no nos dejaba ser del todo felices. Podamos no tener miedo de que la Tierra se estuviera
apagando pero eso no nos quitaba la nostalgia de las horas que no tendramos. All estaban las estrellas para
jugar, nuestros padres que nos queran, amigos para pasar el rato, buena comida, pero haca tiempo que
habamos dejado de hablar en futuro. Nunca decamos "cuando se grande". Y ahora que lo pienso, tal vez por
eso Rogelio R empez con ese asunto de los satlites. Puedo estar equivocado pero en una de esas Rogelio R
quera ver en los trastos del pasado una posibilidad de maana.
No s, yo digo.
Y digo que, por esos das, estos eran nuestros sueos.
El asunto ms grave que tenamos para resolver era el fro. No solo el Universo se estaba
comprimiendo, volviendo a su punto de origen. Tambin el Sol se estaba debilitando rpidamente y en pleno
verano, en cualquier parte del planeta, haca un fro espantoso. Los casquetes polares ocupaban cada vez ms
terreno y ya no era extrao ver pasar desde las playas una caravana de tmpanos rumbo al Ecuador.
El tema tena que ver fundamentalmente con nosotros, los que ramos chicos o jvenes, porque
estbamos a un paso de convertirnos en la ltima generacin de seres humanos. Bastantes los tenamos ya
con tener que controlar a las ratas, que nos llevaba buena parte del da.
Aprender, por ejemplo. A quin le puede importar perderse sus buenas horas con la composicin
interna de los agujeros negros si maana va a servir para maldita la cosa porque no va a haber ni composicin
interna, ni agujeros negros, ni Tierra, ni Universo, ni nada? Despreciables. As nos sentamos. Nadie nos daba
bolilla porque saban que en ese punto nuestras razones eran incontestables. No quieren estudiar? No
estudien. Al fin da lo mismo quedar convertido en un cubito siendo un sabio o un imbcil. Entonces nos
rebelbamos. Y agarrbamos los libros. Y las pantallas. Y leamos sin parar.
Y despus salamos a matar ratas.
FELIPE F
Esto s que jams podr entenderlo. Javier J, cada vez que miraba la Piedra pensaba en un altar
milagroso que les haba sido concedido en lugar del futuro. En realidad, la duda de Javier J era compartida por
todos, solo que muchos preferan pensar en trminos ms condicionales. Si estaba all la Piedra era por algo. Y
si ellos la haban descubierto tambin sera por alguna razn. Todo lo que haba que hacer era resolver esas
dos pequeas ecuaciones. Eduardo E, uno de los que participaba de esa lnea de pensamiento, abri la sesin.
Creo que conviene que sigamos con lo que estbamos discutiendo la reunin pasada. Ya sabemos
que una rebelin nuestra no tiene sentido. Aun en el caso de que triunframos, no ganaramos nada. El
principal enemigo es el Universo y enojarnos con l es una chiquilinada. Podramos hacer nuestros ltimos
momentos ms divertidos prohibiendo, por ejemplo, la obligacin de ocuparnos de las ratas pero un plan as
es indigno de nosotros. Ahora bien, tenemos la Piedra. Y somos los nicos que sabemos dnde est. Me parece
que hay que hacer valer esa carta de alguna manera.
Haba un grupo tom la palabra Sixto S que estaba encargado de averiguar por qu la Piedra da
tanto calor y si existen otros lugares as en el mundo. Se sabe algo de esas cosas?
Eduardo E volvi a hablar.
Yo habl con varios amigos en otras ciudades. Me aseguraron que ellos no tienen nada parecido y
que adems hace cada vez ms fro. Eso no pasa con la Piedra. Hace seis meses este lugar estaba veinte grados
ms caliente que mi casa. Hoy est veintitrs. Mi casa est ms fra pero la Piedra no.
El porqu de esto es difcil explicarlo interrumpi Marcelo M. No podemos ir a ver a un
cientfico y preguntarle as noms por qu hay en el mundo un lugar de doce metros cuadrados que no se est
enfriando. Podran sospechar y perderamos todo. Acurdense que lo que tiene que ver con calefaccin est
prohibido.
Pero entonces pregunt Silvia S, si no lo podemos informar y tampoco va a evitar que nos
congelemos con el resto, para qu nos sirve?
Para eso estamos hablando respondi Eduardo E de mal modo. Marcelo M no quera saber nada
de discusiones ese da y par todo antes que empezara.
Tampoco sabemos cmo se va a comportar la Piedra cuando la cosa all afuera empeore, Silvia S. Si
mantiene el calor de ahora, esta cueva podra servirnos. No s. Aunque sea para ver cmo se apaga el Sol.
Felipe F haba permanecido callado mientras los dems hablaban. Pero de pronto sinti que tena que
hacerse or.
Un legado dijo.
Cmo?, qu? preguntaron varios. Marcelo M lo miraba y sonrea.
Eso, un legado continu. Silvia S tiene razn. De qu nos sirve una cosa que no podemos
comunicar ni usar en nuestro provecho? Ustedes no entienden. Para qu puede ser necesario un pequeo
punto de calor en una Tierra que se congela? Solo para una cosa. Nadie sabe muy bien qu va a pasar despus
que el hielo invada todo. Tal vez llegue un momento en que r se retire, tal vez no. No lo sabemos. Pero s
sabemos que tenemos un lugar que puede decirle al futuro cmo ramos, si es que hay algn futuro. Nosotros
tenemos una certeza: vamos a ser los ltimos hijos. Y yo digo: quin sabe. Usemos este lugar para guardar lo
mejor de lo que fuimos y que el tiempo diga lo dems.
Pero Felipe F intervino Rogelio R, si queremos que algo perdure no hay nada mejor que el fro.
Enterramos algo en la nieve y all seguir estando si alguna vez hay alguien para descubrirlo.
No, Rogelio R contest Felipe F. Hay una cosa que el fro no conserva y que este calor s.
Cul? preguntaron todos, menos Marcelo M que ahora tena los ojos clavados en el piso. Felipe
F mir a cada uno de sus amigos, como preguntndose si estaban preparados para or su respuesta. Y pens
que s, que si ellos haban encontrado la Piedra era porque Ella, de alguna manera, los haba elegido. Y l no
era quin para ir contra las decisiones de la Piedra. Mir al techo de la caverna buscando ms seales que
confirmaran su intuicin y al fin habl.
La vida dijo.
Ya pasaron varios das de la reunin y todava estoy helado, como los das que estamos viviendo.
Cuando Felipe F dijo lo que dijo mir a la Piedra y sent furia por haberla encontrado. Pero en seguida supe
que sabamos. S. Supe que sabamos. Todos, en estas horas, sabemos que sabemos. La Piedra est all,
nosotros ac y nos necesitamos.
Recuerdo cuando sali la ley que obligaba a los chicos de catorce a dieciocho aos a dedicarle cuatro
horas por da a combatir a las ratas. Entonces me pareci mal porque me quitaba tiempo. Hoy s que adems
es injusto. El de las ratas es casi el nico riesgo que hay y tenemos que enfrentarlo nosotros, que no tenemos
tiempo que perder sencillamente porque no tenemos tiempo. A alguien le import? A nadie. Y desde ese da
andamos de aqu para all corriendo a las ratas con los productos que nos dan para que los dems puedan
vivir tranquilos. Pero pudimos vengarnos. De alguna manera pudimos vengarnos. Porque fue persiguiendo a
una rata que nos metimos sin querer en la caverna y encontramos la Piedra.
Ahora quiz no seremos los condenados. Quiz s, pero quiz no. Es la primera vez que digo quizs en
mi vida. Y me gusta.
ELLA
El mundo se nos est acabando y nos est robando el futuro porque el Sol se muere de a poco. Hace
rato que prohibieron usar la calefaccin porque ya no sirve para nada, con un Sol que se va yendo, y nos
dejaron solo cuatro minutos diarios por familia de agua caliente. Entonces nos quedaron los abrigos. Y no
estn mal. En general no estn mal. El nico problema es que son un poco incmodos cuando tenemos que
correr a las ratas. Pero no es eso lo que me da rabia. Si la calefaccin no sirve, no sirve y punto. Si los abrigos
son incmodos, son incmodos. A m me da rabia, o tristeza, o una mezcla de las dos haber sido elegida para
tantas cosas. El Sol decidi ubicarse en su punto crtico de enfriamiento cuando yo dejaba de ser nia, la ley
sobre las ratas apareci cuando yo tena quince aos y la Piedra me orden descubrirla una tarde, cuando
haca mi trabajo de perseguidora. Y yo? No puedo decirle al Sol que sus rayos me importan exactamente lo
mismo que las ratas que acorralo, a las ratas que bien podran ocupar la ciudad si de m dependiera y a la
Piedra que haga con su calor egosta de doce metros cuadrados lo que ms le guste? Qu tengo que ver yo con
el Universo? Nunca voy a poder decirle que se contraiga todo lo que quiera pero que a m me deje en paz? Y
entonces creo que s. Que podra decirles a las cosas que resolvieron mi presente y mi futuro todo eso. Pero me
hace falta tiempo.
Y tiempo es lo que menos tengo.
MARCELO M
Cuando se fueron todos, Eduardo E se sent en uno de los bordes de la caverna y empez a tirar
piedritas al piso. Marcelo M tambin se haba quedado pero prefiri seguir parado viendo cmo su amigo le
apuntaba cada vez ms cerca a la Piedra.
Quers romperla le dijo con suavidad.
Qu, eh? Eduardo E pareci darse cuenta recin entonces de que no estaba solo. Ah, eso.
Tampoco me parece bien agarrrsela con Ella. En realidad nadie tiene la culpa, como no sea con el tiempo.
Pero qu le pods echar en cara?, que transcurra? No. Adems, si despus de esta reunin tenemos algo
parecido a un proyecto es gracias a la Piedra.
Y a Felipe F agreg Marcelo M.
S. Y a Felipe F.
Eduardo E no dijo nada ms. Sigui tirando piedritas y dej que su mente volviera unas horas atrs,
cuando Felipe F los puso de frente a su destino. La idea era sencilla y nada novedosa. El mundo de afuera de la
caverna se congelaba rpidamente y pronto hara imposible toda forma de vida. Pero si sellaban la nica
entrada al Santuario de la Piedra, all sera posible vivir hasta que el futuro dijera basta o les diera una nueva
oportunidad. La comida y el agua, con los alimentos miniaturizados, no eran un problema. Con unas pocas
cajas, varias personas podan subsistir durante siglos. El aire tambin se las arreglara para llegar. Felipe F
propuso que se eligiera a dos parejas y que se las encerrara cuando se diera la alarma final. Eduardo E no
envidiaba el destino de los Cuatro -en realidad l podra ser uno de ellos- encerrados en un porvenir de cuatro
por tres por el resto del tiempo. Otra vez Marcelo M lo devolvi a su presente de piedritas.
Te fuiste a otro planeta.
No por primera vez Eduardo E se permiti algo parecido a una sonrisa. Ojal pudiera. Esa es
otra trampa del Universo. No nos dej siquiera la posibilidad de otra casa.
Ests un poco pesimista, Eduardo E.
Puede ser. No todos podemos ser como Felipe F. Qu hora es?
Las ocho.
Ya se hizo tarde. Tengo que ir a mi sector a cazar ratas.
Vamos. Yo tambin cazo hoy por ese lado.
Salieron otra vez al fro. Estaba anocheciendo cuando volvieron a encontrarse para iniciar la cacera.
En los ltimos aos, los roedores se haban multiplicado de un modo sorprendente, como si las bajas
temperaturas fueran un incentivo extra para su reproduccin. En cierto momento fue necesario enfrentarlos y
se dict la ordenanza que tanto haba molestado a los adolescentes. Algo as como un "joven, si tienes entre
catorce y dieciocho aos, las ratas te esperan". Se inventaron una serie de artculos para hacer ms sencilla la
tarea y se mand a la calle a un ejrcito de muchachos para batallar contra esa marea gris que inundaba las
ciudades. Al principio la guerra haba sido muy desigual y no fueron pocos los jvenes humanos que
terminaron sepultados bajo una montaa de pelos, uas y dientes agresores. Pero con el tiempo los chicos
haban ido ganando en pericia y el nmero de animales empez a descender lentamente. En los ltimos cuatro
meses no se haba producido ninguna muerte humana. Los nuevos productos simplificaban bastante el
trabajo. Los rocos para adormecerlas y atontarlas permitan moverse con algn grado de seguridad. El resto
quedaba para los recolectores, que iban cargando los cadveres y se los llevaban a lugares especialmente
diseados para su incineracin.
Marcelo M y Eduardo E se ubicaron en el centro de su sector y empezaron a rociar con sus
fumigadores porttiles. Ahora era cuestin de tiempo. En no ms de quince minutos la calle se llenara de
torpes sombras grises que eran una invitacin al apaleo. Cuando las primeras cabezas asomaron necesitaron
de una sola mirada para entenderse. El que cazara menos, el ms lento en el garrote, invitara al otro a comer.
"Sea", se dijo Eduardo E. Empezamos, pens Marcelo M. No hubo tiempo para ninguna otra reflexin.
Tontas y todo, las ratas exigan pensar solo en ellas si no se quera acabar con un tobillo desgarrado.
El primer golpe certero fue de Marcelo M, que aplast a un macho enorme y poderoso, sin mucha
prolijidad pero con eficacia. El animal debi haber sido un lder porque los que venan detrs olfateaban el
cadver y se quedaban quietos como preguntndose qu deban hacer ahora. Esto le permiti a Marcelo M
tomar rpidas ventajas sobre Eduardo E, que tena una cacera normal. Al cabo de tres horas de bajar y subir
el palo, Marcelo M haba batido el rcord del sector con cuatrocientos setenta y siete aciertos. Su rival del da
no haba superado la media habitual despus de acabar con doscientos diecinueve roedores.
Deberas pagarme la comida de un mes, Eduardo E. Esto no fue una apuesta ganada. Fue una falta
de respeto.
Tuviste suerte con ese primer golpe, cuando mataste a la grandota que sali primero. Las dems se
dejaron aplastar despus que se quedaron sin jefe.
En el bar volvieron a hablar de la idea de Felipe F.
Aun cuando podamos llevarla a cabo dijo Eduardo E no va a ser nada fcil elegir a los cuatro
que van a tener una chance ms de seguir respirando.
Y de seguir haciendo el amor. Pens que mucho ms para hacer no habr y adems va a ser una
especie de obligacin.
Y ni siquiera va a ser posible enamorarse.
Marcelo M se dio cuenta de que no estaban hablando en broma y que solo all, en la mesa de ese bar,
empezaban a venrsele encima todas las dificultades que iban a tener para poner a cuatro de ellos en la
cpsula al porvenir que estaban inventando. De golpe mir su comida y le falt otra respuesta.
Y con la mierda y el pis qu hacemos?
Eduardo E lo mir sin entender.
Con la caca y el pis, dnde los van a meter durante aos y aos, tal vez durante siglos?
Y yo qu s! Eduardo E no estaba en su mejor da para despejar incgnitas. Mira lo que me
preguntas! Por qu no lo consultas con tu amigo el optimista, que tuvo la idea?
Marcelo M no volvi a abrir la boca pero pens que a veces del casamiento del enojo con la
impotencia nacen buenas ideas.
ELLA
Faltan muchas cosas. Todava faltan muchas cosas, demasiados detalles. Yo no haba pensado en eso
de la caca hasta que Marcelo M me lo cont. Y bueno, s. Es feo pero del asunto hay que hablar. Y tambin de
lo otro. Porque somos pocas las mujeres del grupo y tal vez me toque a m ser una de las elegidas. As que me
parece que tenemos que discutirlo. Todava no habl nada con mis padres sobre el proyecto. En realidad
tampoco saben que existe la Piedra o el Santuario. Pero no es extrao. No le queda mucho tiempo al mundo y
tampoco a los que estamos en l, as que por lo general la gente se ocupa de sus propias cosas. Y los padres eso lo s desde hace bastante- son gente. No es que los mos sean especialmente descuidados conmigo. Para
nada. Me compran los ltimos accesorios para cazar ratas, mal me preguntan cmo me va, pero si yo no les
hago algn comentario rara vez van ms all. Hace unos meses, cuando cumpl quince aos, se me ocurri que
si el planeta se est acabando va a haber un de cosas que no voy a conocer. Ser madre, por ejemplo. O ganar mi
dinero trabajando. Tampoco s todava qu se siente al hacer el amor. He tenido novios, claro. Pero nunca tuve
la necesidad de acostarme con alguno de ellos hasta que descubrimos la Piedra y Felipe F dijo lo que dijo.
Ahora mi urgencia tiene que ver con mi vida. Pero, no tiene que ver con el amor tambin? No me haba
dicho mam, cuando cumpl diez aos, que mi vida tendra que ver con mis decisiones y que la ms
importante de todas era enamorarse? Por qu ser que ahora que mi vida ya no tiene casi nada que ver con
mis decisiones, amor me parece una palabra ms? Tengo miedo. Es fantstico pero tengo un miedo que no
esperaba sentir a esta altura. Est bien llamado el lugar que ocupa la Piedra. No s a quin se le ocurri eso de
Santuario pero es todo un acierto: hace milagros. Yo no temo congelarme. Hace rato que todos los de mi edad
superamos esa estupidez infantil. Y sin embargo tengo miedo. Pero no a la muerte, que llegar cuando quiera
llegar. No. Le tengo miedo a una pregunta. O mejor dicho, a una respuesta.
Qu va a pasar, cuando cierren la puerta, si yo estoy del lado de adentro?
EDUARDO E
El seor Abelardo A tena las ideas claras y esto era lo mejor que se poda decir de l. Conoci a
Eduardo E en una cafetera, cuando el termmetro roz los 40 grados bajo cero y la gente no hablaba para no
enfriarse el alma.
Eduardo E no saba quin era el seor Abelardo A y no supo descubrirlo detrs de su exterior de
bohemio arrepentido. Con poco ms de cincuenta aos, pelo todava razonablemente negro, musculatura poco
trabajada y eterna mirada de "vean lo que me ha hecho el mundo", el metro ochenta del seor Abelardo A solo
necesit de un breve anlisis para descubrir que detrs de Eduardo E haba algo. Eso era todo lo que
necesitaba para ponerse en accin. Ensayo y error. Ese era su credo de funcionario y hombre. No se
consegua nada? Paciencia. Ya habra otras oportunidades. Se sacaba algn beneficio? Estupendo. Para eso
estaba el fro espacio que compartan el seor Abelardo A y los dems mortales. As que se acerc hasta la
mesa en la que Eduardo E terminaba su desayuno y fue directo al objetivo.
Me puedo sentar? pregunt. No me gusta estar solo a la maana.
Eduardo E lo mir y se encogi de hombros. Estaba con la mente puesta en la charla que haba tenido
con Susana S antes de salir de su casa y no le import la presencia del intruso. "Pensar con alguien delante es
mejor que pensar solo" se dijo, "la mirada choca enseguida con algo y hay menos cosas para distraerse".
Ests muy pensativo oy una voz lejana.
"Alguien me dice que estoy muy pensativo y tiene razn. Pienso en Susana S y tambin tiene razn. Todos
tienen razn. Este tipo que se me sent adelante para que mi mirada no se pierda, Susana S y sus miedos, yo
que estoy muy pensativo. Este lugar est lleno de gente que tiene razn."
S se escuch contestar. Tengo algunos asuntos que resolver.
Te puedo ayudar en algo? Tal vez alguna de las cosas que viv te sirva. Ah. Antes que nada. Me
llamo Abelardo A. -Y extendi una mano amable que Eduardo E estrech con alivio. La posibilidad de una
desabrida charla de compromiso le atrajo infinitamente ms que la idea de seguir buscndoles aristas a las
dudas de Susana S.
No, no puede ayudarme contest. Pero qudese. A m tampoco me gusta desayunar solo.
As meti Eduardo E en su vida al seor Abelardo A. Sencillamente. Sacarlo de ella iba a ser bastante
ms complicado.
Eduardo E era, adems de la voz ms escuchada, el gran solitario del grupo. Nunca hablaba de su
familia, nunca sala a divertirse. Coma en lugares caros porque sus padres eran gente poderosa en el nuevo
orden que naci con el fro, pero jams hizo valer el peso de esta fuerza. Con diecisis aos cumplidos haca ya
bastante que era el ms veterano, el ms consultado, tal vez hasta el ms temido.
Esa maana, luego de dejar al seor Abelardo A terminando su desayuno, dirigi todas sus dudas -en
esos das su propio cuerpo era una de ellas- hacia el Santuario. Ya antes de llegar se dio cuenta de que no todo
marchaba bien en la cueva. Las ramas que cubran la entrada no estaban ordenadas como l las dejaba
siempre. Eso poda querer decir solo una cosa: alguien haba entrado al lugar. Pero casi de inmediato
descubri su error. Unidos adentro de la caverna le demostraron que ese alguien todava estaba adentro.
Apart cuidadosamente las ramas y entr arrastrndose. El pelo largo y suavemente claro, la espalda
vastamente conocida y muchas veces soada lo convencieron de que si haba algn peligro, no tena que ver
con su seguridad. Al menos no con su seguridad fsica. Susana S miraba la Piedra. Eduardo E se par y se
qued apoyado contra la pared, sin molestarla. Pero no hizo falta tratar de evitarle el susto. Ella saba que l la
miraba.
No me contestaste lo que te pregunt dijo al aire.
Eduardo E no esperaba or esa voz. No la reconoci. Cuando pudo hablar le pas lo mismo con la suya.
Es que no tengo respuesta. Yo qu s lo que vamos a sentir cuando sellemos la cueva, qu miedos
nos van a nacer, qu envidias tendrn los que se queden afuera o los que se queden adentro? No s, Susana S.
No soy el dueo del futuro.
Ella se dio vuelta y lo mir. Eduardo E empez a sentir en ese exacto instante todo lo que el tiempo le
iba a quitar. Por la repeticin infinita de esa mirada llena de lgrimas hubiera aceptado cometer desde ese
momento hasta el da de su muerte las peores vilezas.
No. Ya s que no sos el dueo del futuro. Apenas quera saber si mis amigos comparten mi miedo.
El miedo no se puede compartir, Susana S. Es como una gota de agua. Puede servir para saciar la sed
de una persona pero si se divide termina siendo intil para todos los que tomen de ella. Yo puedo sentir un
miedo parecido, pero no puedo ayudarte a cargar el tuyo.
Qu quers decir, Eduardo E?
Que estamos solos, Susana S. Que podemos ayudarnos para abrir las puertas si son muy pesadas
pero que una vez adentro hay una nica escoba para barrer y un nico trapo para limpiar.
O cuatro con la Piedra.
No. Esos van a ser los que ms solos estn.
Susana S iba a decir algo pero la cara agitada de Marcelo M, que apareci detrs, en el pasillo de la cueva,
la par en seco.
Supuse que estaban aqu alcanz a decir con un jadeo. Rogelio R...
Qu pas? pregunt Eduardo E.
Las ratas lo atacaron...
No hicieron falta ms palabras. Los tres salieron corriendo pensando en un universo de dientes, un
mundo de garras, un abismo de carne desgarrada.
Muy pocas veces Rogelio R cazaba por la maana. En su sector casi nunca haba emergencias por
alguna sbita invasin de ratas y el trabajo se reduca generalmente a su costumbre vespertina. Haba otros
lugares de la ciudad en los que estas situaciones eran ms comunes. Los chicos que cazaban all casi nunca
saban con certeza cundo iban a tener que ponerse la mochila y salir para su rutina de apaleo. Por alguna
causa desconocida, las ratas preferan ciertas partes de la ciudad para sus ataques inesperados. Pero la zona de
Rogelio R nunca haba recibido una alarma fuera de horario. Por eso, cuando una llamada urgente lo sac de
la cama, Rogelio R pens, antes que nada, en lo afortunado que haba sido hasta entonces. "Si esto se repitiera
a cada rato no podra hacer nada", se dijo. Tom su mochila azul con vivos rojos y el dibujo de un ave, devor el
desayuno y busc la calle.
Todava no haba amanecido del todo. Era ese momento del da que las sombras eligen para dominar
el mundo, cuando no se sabe bien si una rama es el preludio de un monstruo o simplemente una rama. Rogelio
R conoca bien esa hora. Los conjurados de la Piedra se juntaban a menudo antes de que saliera el Sol. As que
camin entre los pocos rboles que todava toleraban el fro, sabiendo que de ellos no vendra ninguna
violencia. Cuando lleg al lugar de caza ya haban llegado otros muchachos, bastante ms aletargados que l.
"Muy temprano", pens. Un rpido anlisis al sector le permiti hacerse de una segunda certeza. La
emergencia era grave. Nadie haba echado todava ningn producto y las ratas cruzaban ya la calle con la
calma de los que se saben poderosos. El coordinador traz el parte de guerra.
Bueno, as est la cosa. Normalmente tenemos que enfrentar unos trescientos bichos por cabeza.
Siendo optimista, yo dira que hoy hay que multiplicar esa cifra por diez. Los atontadores nos van a ayudar
mucho pero igual habr que estar con veinte ojos. En aquella zona del callejn, sobre todo, parecen ser
especialmente agresivas. Rogelio R, Bruno B y Leandro L van a ir para all. Los dems ubquense en sus
lugares habituales. Ahora vamos a esperar que salga bien el Sol para evaluar con luz lo que tenemos. Pero no
se sienten. No quiero ninguna cola mordida antes de empezar el trabajo.
El coordinador saba lo que haca y eso a Rogelio R siempre lo maravillaba. Tena una admiracin
especial por todos aquellos que, con su edad o apenas mayores, eran capaces de analizar un problema,
desarmarlo, ver de que estaba hecho y volver a armarlo sin equivocarse. No se sent. Se qued hablando con
sus dos compaeros de batalla sobre los inconvenientes que traa ser bueno con el garrote.
Es cierto acord Leandro L. Si furamos unos intiles no nos hubieran mandado al lugar ms
peligroso. Tendramos que sentirnos orgullosos. Alguna vez tuvieron que enfrentar a tres mil ratas? Cmo
ser? Parecen muchas, no?
Son muchas dijo Rogelio R. Me parece que convendra que no nos separramos. No me gustara
quedar rodeado y no tener quien me cubra las espaldas.
Finalmente el Sol alumbr lo suficiente como para ver. Y lo que se vio no fue muy alentador. Las ratas
que haban ganado la calle se haban amontonado y ya formaban grupos compactos que se revolvan sobre
ellos mismos. Pero la experiencia de los muchachos no los dejaba engaarse. Saban que por cada una que
andaba a la intemperie haba cincuenta dando vueltas bajo tierra. Rogelio R y sus compaeros fueron hacia el
callejn. Tena razn el coordinador. All el asunto era peor. Los tres chicos iban a tener que vrselas con una
alfombra gris. Cerca deba de estar el lder. Alguno de los machos adultos, enormes, que se apiaban contra la
pared del fondo. Cada uno tom su puesto. El aire empez a llenarse con los vapores del lquido atontador.
Casi al instante las ratas empezaron a andar sin sentido, golpendose entre ellas y buscando una salida donde
solo haba ms ratas.
Era el momento de los garrotes. Los tres palos empezaron a subir y bajar sin pausa. El primer impulso
sorprendi a los animales pero en seguida pudieron reagruparse e identificar de dnde vena el peligro.
Aunque el atontador haca su parte, la enormidad de su nmero volva a las ratas un riesgo para no despreciar.
El principal temor de Rogelio R empez de a poco a edificarse. Pronto se vieron rodeados y por cada palazo
que caa aparecan cinco nuevos hocicos agresores. Sobre un costado del callejn, Leandro L fue el que recibi
el primer mordisco.
Rogelio R, mi pierna! pudo gritar. Rogelio R empez a abrirse paso a puro atontador y garrote.
Bruno B, ayudame con Leandro L! Pero Bruno B no poda hacerle caso. Tambin l haba sido
alcanzado por los dientes enemigos y trataba de llegar a la salida del callejn como poda. Rogelio R se dio
cuenta entonces de que ante semejante cantidad la estrategia de siempre no haba dado resultado. Pero no era
momento de evaluar nada sino de salir de all. Cuando sinti el desgarro en la pantorrilla pens que no lo iba a
lograr. Vio al macho gigante buscar el tobillo de Leandro L y casi por instinto hizo funcionar el garrote. Un
nuevo dolor agudo, ahora en la otra pierna, le inform que estaba a punto de caer. Trat de volver a golpear
pero un tercer pinchazo se lo impidi. Lo ltimo que vio fueron los ojos de Leandro L que lo miraban con
incredulidad. Cuando cay de rodillas supo que estaba perdido, que l no sera uno de los Cuatro, que tal vez
eso no fuera tan malo v qu lstima que Silvia S nunca se iba a enterar, que esos bigotes que se le pegaban
ahora a la cara eran casi simpticos y ay qu dolor pero sobre todo qu lstima porque ahora s, ahora seguro
que Silvia S jams se enterara.
Cuando Rogelio R abri los ojos pens que si lo primero que se vea al despertar era la cara de un
amigo, la muerte no era un lugar tan malo. Porque Eduardo E le sonrea con todos los ojos y le apretaba la
pierna por sobre lo que pareca ser una sbana. Y porque, del otro lado de la cama, Marcelo M y Susana S se
rean dicindole que no, que no estaba muerto y que la Piedra y sobre todo Silvia S seguan siendo
posibilidades.
Pero qu pas entonces? pudo preguntar al fin. Lo ltimo que me acuerdo es que me ca al piso
cerca de Leandro L despus de haber golpeado a un gran macho que iba a morderlo.
Eduardo E se ocup de la respuesta a las dudas del resucitado que se senta Rogelio R.
Bueno, en realidad no pas una sola cosa. Ests aqu porque se sumaron varias. Primero, el macho
que mataste era el lder y eso, ms el atontador, las desorient. Por un momento no supieron si seguir
mordiendo o ir a ver a su jefe. Eso le dio un pequeo respiro a Leandro L y pudo acercarse para levantarte.
Pero adems Bruno B lleg a la salida del callejn y volvi con ayuda. Entre todos te sacaron y te trajeron al
hospital. Algunas mordidas, pero nada serio. Maana te vas.
La puerta de la habitacin empez a abrirse de a poco y a Rogelio R le pareci definitivamente bueno
haberse escapado de las ratas, tener apenas algunas mordidas y volver maana a su casa.
Hola, Rogelio R dijo Silvia S.
Hola, Silvia S. Qu lindo que viniste.
Eduardo E, Marcelo M y Susana S entendieron que su visita haba terminado, mascullaron algunas
palabras inentendibles y se fueron. Rogelio R supo entonces que hubiera o no encierro con la Piedra el tiempo
de ellos dos era corto y que haba cosas que convena no retrasar.
Cuando me atacaron las ratas tuve miedo de que no te enteraras jams de lo que me pasa cada vez
que te veo. Fue lo ltimo que pens antes de desmayarme.
Silvia S lo mir un segundo antes de hablar:
Desde el accidente de Rogelio R hay una escena que me viene a cada rato a la cabeza, como una
obsesin. Es as. Yo voy caminando y de golpe me agarra un fuerte dolor de estmago. Me aprieto con fuerza
para ver si me alivio y |pum!, escupo una rata. Me aprieto fuerte otra vez y pum!, otra rata. Entonces deja de
dolerme la panza pero los animales apenas tocan el suelo se dan vuelta y me muestran los dientes. Yo voy
corriendo a decirle a mi responsable de sector lo que me pasa y l me escucha tranquilamente, como si le
estuviera contando que me qued dormido. Me mira sin el menor estupor y al fin me dice:
Es que es as. Sabs por qu? Porque las ratas que escupimos nosotros son siempre las peores.
ELLA
SILVIA S
Cuando iba hacia el Santuario, Silvia S sinti por primera vez que le interesaba estar entre los Cuatro,
que ella quera ser una de las dos que prolongaran el tiempo. El accidente de Rogelio R y lo que le dijo en el
hospital le sirvi para darse cuenta de que adentro suyo haba un alud de ganas, de que si ahora tena pjaros
en los ojos iba a tratar de crearles un nido, no una sepultura. Eduardo E le haba dicho que esa reunin ante la
Piedra era fundamental. Perfecto. Ahora que empezaba a tener varias cosas claras, las palabras que tena para
decir saldran sin miedo. Descubri que el amor la haba cambiado y que la que ahora atravesaba la puerta del
Santuario no quera que sus gaviotas murieran antes de volar. Adentro ya estaban todos los dems. Marcelo M
fue el primero en hablar.
Parece que las cosas nos estn persiguiendo. Pensbamos que tenamos bastante tiempo para
prepararnos pero lo que le pas a Rogelio R y la cantidad de ratas que aparecieron en su sector demuestran
que todo se est moviendo ms rpido. El planeta se enfri mucho en los ltimos meses y esto nos obliga a
actuar ya. Tenemos que empezar a acumular aqu slidos degradantes, microalimentos, tenemos que cavar el
pozo. Hay mucho por hacer para que los Cuatro tengan alguna oportunidad.
Y la eleccin de los que se quedarn en la cueva, cundo la vamos a hacer? pregunt Silvia S.
Cuando todo est terminado. No tiene sentido crear problemas en el grupo ahora que tenemos que
trabajar tanto.
De todos modos interrumpi Eduardo E creo que hay otro asunto pendiente. A m me parece
que una multiplicacin tan increble de las ratas en tan poco tiempo no tiene explicacin lgica. Podramos
designar a algunos de nosotros para que traten de investigar qu hay detrs de este aumento.
Pero, cul es tu hiptesis? quiso saber Felipe F.
Por ahora ninguna. Simplemente digo que parece extrao que de golpe hayan aparecido tantas ratas
en un lugar donde casi no haba. Pienso igual hay que hacer lo que deca Marcelo M. Prepararnos para que la
alarma final nos encuentre listos. Pero investigar un poco no nos va a hacer mal. No s. Algo no me huele bien.
S, las montaas de mierda de rata que hay por todos ladosle retruc Mnica M.
Puede ser. Pero puede ser que no. Vayamos a mirar. No perdemos nada.
Silvia S empez a resoplar como para que se dieran cuenta de que ella no estaba de acuerdo.
Perdemos. No es tiempo lo que nos sobra. En lugar de jugar a los detectives podramos
concentrarnos en preparar el Santuario. Somos apenas doce.
Es una cuestin de enfoque, Silvia S. Yo dira que somos nada menos que doce. Podemos hacer las
dos cosas.
Doce. Silvia S recorri a sus amigos con la mirada y sinti que estaba bien. Que ella quera estar con
ellos. Que all la rodeaban Sixto S, Javier J, Marcelo M, Eduardo E, Felipe F, Aurelio A, Bernardo B, Mnica
M, Susana S, Graciela G y que en el hospital segua Rogelio R y que ella quera estar con ellos. Doce. Se senta
bien. Pero no podan hacer las dos cosas.
Entonces propongo que diez nos dediquemos a preparar el Santuario y uno solo trate de averiguar
algo sobre el aumento en el nmero de ratas.
Eduardo E se dio cuenta de que meter las narices en la comisin que diriga la lucha contra la plaga no
le entusiasmaba a nadie. Decidi aceptar la propuesta de Silvia S antes que abandonar una tarea que a l le
pareca importante.
Bueno. No me parece mala idea. Y hagamos otra cosa. Yo voy a ir a la comisin. Y si en una semana
no consigo algn resultado me reincorporo al grupo. De esta investigacin me ocupo yo solo.
Error dijo una voz a sus espaldas. Aqu nadie va solo a ningn lado. Yo te acompao.
Ninguno necesit darse vuelta para saber que Rogelio R haba abandonado el hospital. La alegra, los
abrazos, las lgrimas, suspendieron la reunin. Pero los muchachos entendan que las pausas de los
reencuentros tenan que acortarse. De todos modos, esa llegada simplific las cosas. Diez trabajaran en
acondicionar el Santuario y dos, Eduardo E y Rogelio R, se ocuparan del tema ratas. Eduardo E tena una
idea sobre por dnde empezar. En su bolsillo se arrugaba el nmero del seor Abelardo A.
Describir a Silvia S no es tarea compleja. Era una chica equivocada. No tendra que haber sido mujer.
De haber cometido ese primer error, no tendra que haber tenido quince aos. De tener quince aos, no
tendra que haber nacido en medio del fro. Y si an persista en los fallos, no tendra que haberse enamorado.
Silvia S pensaba los bebs eran el primer y principal error del gnero humano, que el despropsito de su edad
era comparable a su urgencia por dejarla atrs, que aunque su piel solo se haba puesto en contacto con la
nieve, los tenues acercamientos al calor que la era permita le bastaban para darse cuenta de que ella estaba
ms cerca del fuego que del hielo y que, para colmo, Rogelio R. Pero no. Definir a Rogelio R como la cima de
sus males era inexacto. Recordarlo le bastaba para suavizarle el gesto normalmente bastante duro. Esa tarde,
mientras se diriga con Sixto S y Mnica M a la tienda de microalimentos, iba pensando en l, iba sonriendo.
Todo ese interior estaba contenido en un cuerpo pequeo, lleno de sutilezas. Rogelio R, por ejemplo, no poda
verla sin sentir una especie de estupor. Ni siquiera el pelo, demasiado fino, alcanzaba para eliminar la
sensacin de armona que Silvia S le regalaba al mundo. Cuando llegaron al negocio, la sonrisa se le haba
instalado como para siempre en la cara.
Bueno, aqu estamos dijo Sixto S. Compremos varias cajas en distintos lugares. Eduardo E no
quiere que los comerciantes piensen que estamos acumulando microalimentos por algn motivo especial.
Mnica M era la encargada de los aspectos tcnicos del tema.
Con diez cajas grandes tenemos suficiente. Habr comida durante unos quinientos aos para veinte
personas. En el Santuario nunca podr haber ms de diez, as que si esto del fro es solo pasajero y con el
tiempo el Sol se recupera, los que sobrevivan van a tener alguna oportunidad. Llevemos dos cajas por negocio.
Dos cajas grandes de microalimentos para un solo comprador eran de todos modos una cantidad
ridcula para el tiempo que se supona le quedaba a la Tierra. Pero el espritu de sospecha se haba deteriorado
bastante con la falta de futuro y nadie hizo preguntas indiscretas. Solo el dependiente del lugar al que fue
Silvia S intent algn dilogo ntimo, pero eso ya no llamaba la atencin en el grupo. Las diez cajas quedaron
depositadas en un rincn de la cueva, esperando que llegara el da de sellar la entrada. Con los slidos
degradantes hubo menos precauciones porque una sola barra tena una duracin casi infinita, de modo que las
seis que almacenaron parecan una cantidad excesiva para las necesidades de eliminacin de residuos de los
Cuatro o de los que fueran con el tiempo. Con el ltimo tipo de acero repelente a la corrosin, Javier J y
Aurelio A estaban fabricando la puerta que cerrara la caverna. Ya haban hecho pruebas y el aire -el gran
temor de Felipe F - llegaba sin obstculos al Santuario por caminos que ignoraban pero que no se haban
bloqueado pese a la gran capa de hielo que cubra la ladera de la caverna. La puerta encaj perfectamente en la
abertura y luego de una semana de trabajo el lugar qued dispuesto para recibir a los elegidos para acompaar
a la Piedra en el intento final por derrotar al Olvido.
Silvia S haba llegado a su casa luego de la jornada dedicada a las ratas y la haba encontrado, como
casi siempre, vaca. No era extrao. Era hija nica y sus padres hacan de la visita a cualquier lado el eje de sus
ltimos das. La lluvia tibia del bao que recorra su cuerpo -nica actividad para la que se permita
calefaccin- le recordaba que su piel era una presencia. Agot hasta el ltimo segundo de agua que le
corresponda a su familia ese da. Muchas veces se haba despertado con la sensacin de ser una pura idea.
Algo as como un mal sueo del que tarde o temprano debera despertar. Pero ahora, haca rato que haba
descubierto que la realidad exista, que ella misma exista y que su pesadilla privada poda tener algunos
rincones de colores. Su cita de ese instante, por ejemplo. Estaba cambindose cuando llamaron a la puerta.
Era Rogelio R, el rincn ms colorido de su sueo. Cuando l cerr la puerta, ella imagin que, por un
segundo, no haba nada ms que ese pedazo de metal que los aislaba del terror de afuera. Que todo era una
gran nada con una puerta que ahora se cerraba, con ellos de este lado, el mejor.
Rogelio R mir el nacimiento del cuello de Silvia S y sinti que estaba al borde de un abismo y que lo
nico que le interesaba era tirarse en l. El cuello se continuaba en los suaves pechos que la campera no se
preocupaba en ocultar y Rogelio R pens que aunque all estuviera su final, l ira cantando. Saban que esa
primera vez poda ser tambin la ltima. As que se haban citado asegurando que, al menos, tendran mucho
tiempo para dedicarlo a la inmortal tarea de descubrirse. Con cuidado se metieron en la bolsa trmica. Cuando
cedi el primer botn de la blusa de Silvia S, ella mir a los ojos de l nada ms que para asegurarle que el
futuro poda tenderles todas las trampas que quisiera, pero que en ese momento era suya, genuinamente suya,
y que esa habitacin era tambin todo el continente que le interesaba y que la siguiente hora eran todos los
aos. Al fin, cuando los dos cuerpos solo tuvieron el deseo inmediato sobre ellos, Rogelio R empez a llorar
despacio, con todos sus msculos pero despacio, sin esfuerzo, como para que ella supiera que las lgrimas a
veces tambin pueden ser un homenaje. Silvia S lo tom con cuidado, le llevo la cabeza hacia su pecho y
empez a cantarle la misma tenue cancin que le cantaba su padre. El se dej arrastrar por esas manos sabias y
se abandon al llanto. Al terminar se sinti limpio, preparado para su mejor entrega. Cuando l estuvo dentro
de ella y empez a intentar con alguna ingenuidad sus primeros vaivenes, Silvia S los acompa con su voz.
Entonces, en la alta noche que era ya el mundo, solo se oy el susurro de una muchacha que le entregaba su
vida a su muchacho y que repeta como una campanada: "Somos eternos, a-mor, somos eter-nos, a-mor".
L
Ahora puedo quedarme afuera. Es decir, ahora puedo ser uno de los elegidos o no. Ahora puedo cerrar
la puerta para que otros vivan y no sentir envidia, puedo mirar la rendija que se va cerrando lentamente y
quedarme del lado del fro cantando. O puedo estar en el Santuario y saber que lo nico que tendr por delante
es la soledad. Ahora puedo acostarme sobre el piso helado y dejar que el tiempo se escape como si me sobrara.
Puedo vivir el resto de mi vida con el solo recuerdo de ella. Ahora soy inmortal y ya no me importa morir.
ELLA
EDUARDO E
Eduardo E y Rogelio R recorran las ltimas calles de la ciudad. Ninguno de los dos entenda por qu
el seor Abelardo A haba elegido un lugar tan alejado para reunirse. Eduardo E crea recordar que no haba
sugerido nada en su voz como para que el seor Abelardo A eligiera el misterio, pero iba pensando que si
quera mantener en secreto el motivo de su investigacin en el futuro -y otra vez esa maldita palabra- tendra
que tener ms cuidado al hacer sus preguntas. "Creo que soy ms transparente de lo que pienso", se dijo.
"Susana S ya debe conocer hasta la ltima parte de mi hgado. Si hasta cuando le dije antes de salir que a mi
regreso quera hablar con ella, me dijo que no haca falta, que ella tambin, tan evidente soy?". Se sentaron en
un bar que ni siquiera las ratas deban conocer y esperaron. La tarjeta del seor Abelardo A con su cargo
escrito de Asesor de la Direccin de Abastecimientos jugaba entre los dedos de Eduardo E. Rogelio R miraba el
papelito sin mucha conviccin.
As que lo conociste en un bar al tipo este?
S. Y ahora nos cit en otro. Parece que le gusta hablar tomando algo.
Y te parece que nos puede servir? Lo viste una sola vez en tu vida.
S, pero es el nico funcionario al que puedo recurrir sin tener que hablar con mi padre. Sabs que
no me gusta pedirle nada. Adems, es un punto de partida como cualquier otro.
Un punto de partida algo peligroso, me parece. No hay manera de hablarle del aumento de las ratas
sin sugerirle que algo estamos ocultando. Si es un tipo desconfiado, podramos tener problemas con el
Santuario.
Puede ser. Esperemos entonces que sea un crdulo.
No pudieron seguir hablando. El seor Abelardo A se acercaba sonriendo a la mesa con las manos en
los bolsillos de su campera. Sin sentarse, apoy los dos brazos sobre la mesa y pregunt a modo de saludo:
Ya tomaron algo?
No, lo estbamos esperando a usted.
Bueno, yo no quiero nada. Salgamos que voy a mostrarles algo. Por el dueo del bar no se
preocupen. No va a hacer problemas.
Salieron otra vez al aire casi congelado de la maana. El seor Abelardo A mir a Rogelio R y le
extendi una mano firme.
Soy el seor Abelardo A. Y por la cara que tienen me parece que voy a tener que convertirme en un
gran contestador de preguntas.
Yo soy Rogelio R y creo que nos vamos a llevar bien porque yo soy un fantstico preguntador. Por
ejemplo, a ver qu le parece esta: qu era lo que nos quera mostrar?
Un lugar donde no hace fro contest el seor Abelardo A como si prometiera un vaso de agua.
Los dos muchachos se miraron pensando en un Santuario que ya haba dejado de ser un secreto. O
habra otras Piedras y lo que ellos consideraban un tesoro era apenas una baratija? Eduardo E pens que si se
quedaban callados estaban dicindole demasiado al seor Abelardo A. "Que encima me parece que no es
ningn crdulo", pens antes de hablar.
Existe un lugar as? pregunt, tratando de poner en su voz toda la sorpresa de la que se senta
capaz.
No respondi el seor Abelardo A parndose de golpe y mirando a los muchachos con cierto aire
cmplice. Es decir. No exista. Yo lo cre.
Pero eso est prohibido balbuce apenas Rogelio R.
Correcto. Est prohibido. Ahora, quieren ir o no?
Vamos dijo Eduardo E. Cualquier lugar va a ser mejor que este.
Despus de caminar en silencio unos veinte minutos llegaron a un viejo edificio abandonado, bastante
alejado de las ltimas construcciones de la ciudad. Sucio y todo se vea que haca no mucho tiempo haba sido
algo especial. Pero el aumento del fro haba obligado a la gente a concentrarse en lugares cada vez ms
reducidos y muchas residencias lujosas quedaron como los monumentos olvidados de una era en la que
todava el Sol era ms que esa pantomima amarilla que se mora en el cielo. En general, era sabido que ni para
refugio serva porque el abandono haca que las cascaras vacas concentraran el fro y estar adentro era mucho
peor que la intemperie. Cuando entraron, Eduardo E y Rogelio R comprobaron que los especialistas no
mentan. Los recibi un aire que era como una pesadilla.
A esto le llama calor? logr articular Rogelio R cubrindose como poda con su campera. Eduardo
E ni siquiera intent abrir la boca. Lo nico que quera era volver al delicioso fro de afuera. El seor Abelardo
A pareca divertido.
La paciencia es una virtud que los jvenes de hoy, como los de siempre, ignoran para qu sirve.
Esperen un poco.
Siguieron caminando, abrindose paso entre escombros y escaleras a medio caer hasta una puerta que
quedaba escondida de la entrada por un pliegue del saln. Algunas aberturas, sin nada que las tapara, dejaban
ver departamentos con columnas y grandes ventanales que se abran hacia la ciudad. El seor Abelardo A se
par delante de la puerta escondida. Sac una vieja llave computarizada de su bolsillo, digit un cdigo, la
cerradura hizo un pequeo sonido, la puerta se abri y entonces los muchachos vieron.
Bueno, ahora tenemos que preparar el pozo, forrarlo de esmalte y ubicarle en el fondo de slidos
degradantes. Tendran que ser casi eternos pero por si acaso van a quedar cuatro ms. La caca y el pis van a
pasar desapercibidos. Trajeron los biombos para armar la estructura de reparo?
Felipe F diriga los ltimos detalles del Santuario. Le haba parecido que la nocin de bao haba
estado ligada siempre en la historia de los hombres a la idea de intimidad y que una nueva arca del diluvio
como la que estaban creando no era un buen momento para innovar nada. As que haba mandado a construir
unos separadores porttiles para aislar el pozo. La comida y el agua encapsulada ya estaban en unos armarios,
a la derecha de la Piedra, junto a las nuevas camperas y pantalones de fibra solar, llamada as como un
homenaje a la irona. A diferencia del Sol, las prendas hechas con esta tela no moran jams y el calor que
daban no disminua. Felipe F dispuso tambin varios trapos de esta fibra para la higiene personal porque en
combinacin con los slidos degradantes reemplazaban con bastante eficacia a una buena ducha. "En fin",
pens. "No es exactamente lo mismo pero en estos das nada es exactamente lo mismo. Habr que
acostumbrarse".
Silvia S y Susana S miraban hacia la puerta a cada rato, esperando ver entrar a dos figuras que no
entraban. Felipe F las miraba pensando en lo mucho que las quera. Las ret con ternura.
Dejen de hacerse las distradas y acomoden mejor ese armario. Pongan los juegos todos juntos y
preparen el sitio para las camas.
Mnica M lleg con un cuadro. Una chica de espaldas miraba el mar. No se le vea la cara pero se
adivinaba una especie de splica y tal vez un par de lgrimas. No se le haba ocurrido a Felipe F decorar el
Santuario pero, cuando vio el cuadro, pens que estaba bien y que Mnica M no se haba equivocado. Tambin
los Cuatro iban a mirar de alguna manera el mar sin poder alcanzarlo y, despus de todo, no haba en ese
tiempo mejor dios que esa promesa de olas para dirigirle un ruego. Eligieron cuidadosamente la pared para
colgar el cuadro. Finalmente qued de frente a las camas, para que fuera lo primero que se viera al
despertarse.
As no olvidan que detrs de la puerta los espera algo ms que hielo dijo Felipe F. Y se alej unos
pasos, tratando de ponerse en el lugar de los Elegidos.
ELLA
Se acerca el momento del que ninguno de nosotros quiere hablar. Pronto vamos a tener que elegir a
los Cuatro. A los Dos y a las Dos. Y entonces no tengo ms remedio que mirar a la puerta. Porque quiero ser
una de ellas y que l sea uno de ellos. La puerta que miro me comunica con mi esperanza, con mis deseos de
encerrarme para siempre en el Santuario y entregarme por fin a un maana. Nunca se me haba ocurrido
pensar que el amor necesita saber que al da siguiente va a tener para besar la misma boca que tuvo ayer.
Hasta ahora el tiempo era para m algo que simplemente pasaba y que se mora de a poco. Ahora es una
exigencia. Hoy, que el estmago me tiembla a cada rato y que tengo una especie de alegra que me recorre la
piel, necesito de los minutos como del calor. Si pudiera, me comera a m misma para hastiarme por fin de algo
que estuviera lleno de ganas.
Cuando la miro entiendo un poco ms a mis padres, a los adultos, a los hombres que veo todos los das
por la calle yendo sus trabajos y que no tienen que pensar en las ratas porque para eso estamos nosotros. Es
decir, a ver si me puedo explicar mejor. Entiendo que alguna vez miraron a alguien como yo a ella y que ahora
casi no se acuerdan de esa mirada, de que alguna vez miraron as y fueron mirados as. Es lgico que ahora
simplemente vayan a sus trabajos, caminen por la calle, sean mis padres y no se acuerden de las ratas porque
para eso estamos nosotros. Debe ser insoportable tener que vivir con aquella mirada en el recuerdo y buscar
unos ojos para volver a decir lo mismo y buscar, buscar como locos que esos ojos nos repitan lo que nos decan
y encontrar en cambio un trabajo al que se va, una calle por la que se camina, una rata en la que ni siquiera se
tiene que pensar. Por eso, si yo entro al Santuario, la voy a mirar todo el tiempo, y con todo el cuerpo, para
que no se me olvide nunca su mirada. Y si no entro, tambin, para irme poco a poco con sus ojos sobre los
mos. Creo que aprend una cosa en estos das de la Piedra. Solo puedo ser entero si no olvido que alguna vez
mis ojos hablaron.
ROGELIO R
Rogelio R y Eduardo E no entendan lo que vean. Y ya que estaban, tampoco podan creerlo. El seor
Abelardo A se haba sacado la campera trmica y los esperaba con la camisa desabrochada. Y mientras afuera,
a diez metros de ellos, el mundo se congelaba en un fro sin control, el seor Abelardo A se dej caer en un
silln y les pregunt, con una voz vaca:
Qu quieren tomar?
SEGUNDA PARTE
Soy un yalawohe. Los yalawohe somos hombres. Los hombres no cazan ratas. Yo soy un hombre. Yo
no cazo ratas.
Como un rezo, como el nico ruego de esos tiempos, las palabras se repetan todos los das en el
campamento. Los yalawohe se levantaban temprano. Se reunan sin perdonar ausencias y mirando lo que
quedaba del sol repetan esa letana que era tambin un desprecio a la ciudad. Varios dirigan los ojos hacia los
edificios lejanos y escupan al suelo una especie de asco.
Los yalawohe estaban orgullosos de su pequea historia. Haban aparecido en el mundo cuando se
dict la ley que obligaba a los jvenes a cazar ratas. Muchos de los que tenan que ponerse el garrote al hombro
y salir a las calles dijeron que no a la nueva norma. La ciudad entonces los expuls, esperando simplemente
que el fro hiciera su parte y se murieran de a poco en los descampados de las afueras.
Pero no murieron. Formaron una tribu de desesperados y crearon una hermandad desheredada.
Fueron precavidos. Antes de irse se alzaron con lo ltimo que haba en prendas trmicas. Levantaron carpas
sobre la nieve y empezaron a prepararse para el retorno. Decidieron no ser bellos. Decidieron no ser felices.
Decidieron olvidarse de sus nombres. Se llamaron a s mismos yalawohe precisamente porque no quera decir
nada y se pusieron a esperar una seal que les indicara que la ciudad se abra nuevamente para ellos.
En eso estaban cuando una muchacha apareci en el horizonte. Era el primer ser humano ajeno al
grupo que vean desde el comienzo de su exilio. As que se reunieron todos en el espacio central, que haban
dejado como punto de encuentro, a mirar cmo la figura se iba haciendo cada vez ms grande sobre el teln
gris de la maana. Cuando estuvo a tiro de grito se detuvo. Ahora podan ver los expulsados que era joven.
Muy joven. Abri la boca como para decir algo pero se detuvo. Pareca querer asegurarse de que todos estaban
pendientes de ella y de su mensaje. Finalmente habl.
Soy Susana S les dijo y saludo a los yalawohe.
Y agreg, luego de una pausa que ya tena preparada.
Vengo a ofrecerles la vida.
EL SEOR ABELARDO A
Rogelio R y Eduardo E vivan algo por primera vez: estaban en algn lugar del planeta Tierra y tenan
sobre sus cuerpos solo las camisas. Desde que haban aprendido a recordar se vean con los buzos y las
camperas trmicas. Para dormir se sacaban todo eso pero se metan corriendo en las bolsas diseadas
especialmente para hacer ms tolerables las noches. Hasta sus primeros encuentros con el amor -como los de
todos, por otro lado- haban sido dentro de estos simulacros de camas. Pero ahora entendan lo que quiere
decir la frase "libertad de movimiento". Es decir, la entendan en serio. Los nuevos abrigos hablaban de ella en
sus anuncios pero Rogelio R y Eduardo E se daban cuenta de que haban estado viviendo un engao. En ese
abandonado departamento de las afueras, descubrieron por fin lo que era moverse sin intermediarios. El seor
Abelardo A los miraba con una combinacin de curiosidad y urgencia. Rogelio R hizo un esfuerzo para dejar
de disfrutar de su recin estrenada sensacin.
Algo no est bien, seor Abelardo A dijo finalmente. Algo est pasando y nosotros no lo
entendemos.
Qu cosa? quiso saber el seor Abelardo A.
Las ratas. En mi sector casi no haba y hace unos das me llamaron para una emergencia. Cada uno
de nosotros tuvo que enfrentarse con varios miles de bichos y as no hay atontador que valga. A m me
rodearon y sal de milagro, porque unos compaeros me salvaron.
Y por qu piensan que est pasando algo distinto a lo que sabe todo el mundo? Por si no se
enteraron, el Sol se est terminando y ya descubrimos hace bastante que el fro es lo que necesita este tipo de
ratas para multiplicarse.
No, eso ya lo sabemos intervino Eduardo E. Nos llama la atencin el nmero increble que se dio
de golpe en un lugar donde cazar ratas era como estar de vacaciones. Y despus nadie explic nada. El nico
hombre del gobierno que conocemos es usted. Solamente queramos que nos dijera si esto va a seguir pasando.
Est bien que al planeta no le quede mucho, pero una cosa es morirse con los amigos y otra terminar aplastado
por las ratas. Si a partir de ahora las caceras van a ser as me parece que tenemos que saberlo.
El seor Abelardo A mir a Eduardo E. Estuvo de acuerdo consigo mismo el da que conoci a aquel
muchacho flaco en el desayuno. Tena algo. Pero en ese momento le pareci ms peligroso que aprovechable.
Quin sabe. Llen nuevamente los vasos de sus visitantes y fue cauto para responder.
En la Direccin de Abastecimiento tuvimos algunos datos que nos hicieron pensar que, pese a la
persecucin de ustedes, el nmero de ratas est aumentando en lugar de disminuir. Pensamos que el
incremento del fro puede tener algo que ver pero no estamos seguros. De todos modos son estudios muy
preliminares y todava no podemos confirmar nada. Pero si yo fuera joven y tuviera que usar el garrote, me
cuidara mucho en estos das.
Eduardo E y Rogelio R se miraron entendiendo que el seor Abelardo A elega con demasiado cuidado
las palabras. Rogelio R quiso hacer otra pregunta pero la lengua dej de obedecerle. Eduardo E alcanz a
pensar que su amigo tomaba actitudes muy curiosas y que no estaba bien eso de acostarse en el silln. Antes
de quedarse dormido se dijo que haba que ser ms respetuoso en casa ajena.
ELLA
La puerta no se abri nunca. Y yo, que lo nico que quera era verlo entrar. Sentir al fin la sensacin de
un regreso. Yo, la ltima, espero a alguien y ya no soy nicamente una condenada. Soy esta espera que se me
est haciendo infinita y dolorosa. Estoy haciendo cosas y entonces vengo para aqu y miro a la puerta, y voy
para all y miro la puerta, pero no sirve de nada mirarla, porque todava no se inventaron miradas que vean
puertas abiertas all donde hay una puerta que, maldita sea, sigue tan cerrada y tan indiferente y tan puerta
inmvil como siempre. Lo obvio es que algo debi de haber pasado. Algo seguramente no sali bien y entonces
pienso que si algo no sali bien soy yo la que no sali bien, la que no sale bien nunca. Me miro con mis amigos.
Ellos me entienden. O sea, mejor dicho, me miro con mis amigos para que me entiendan. Para que sepan que
yo s que todos miramos, pero que me hace bien que ellos comprendan que yo miro ms que ellos, que yo miro
distinto, que miro y me prolongo en esa ausencia que es la puerta cerrada, que mis ojos atraviesan el acero y
salen al aire helado para buscarlo, a decirle que no se preocupe, que nada sali mal, que nada puede salir del
todo mal mientras mis ojos puedan volar. Pero tambin s que sigo aqu y que ya no tengo nada que hacer
salvo sentarme en un rincn a llorar, a sentir esas manos que me apoyan, que no son sus manos pero que igual
sirven. La puerta sigue cerrada y a m me duele la piel.
No recuerdo el comienzo del fro. No recuerdo bien en qu momento la escarcha de la maana empez
a ser una mala noticia. No recuerdo bien en qu momento cambi mis juguetes por el palo para matar ratas.
No recuerdo cundo empec a tener miedo. No recuerdo cundo dej de tenerlo. No recuerdo por qu un da
las cosas ya no me importaron ms. No recuerdo por qu un da volvieron a importarme. No recuerdo cundo
descubr que saba llorar. S recuerdo que estaba seguro de no saber. No recuerdo cmo hice para resolver mi
primer problema serio. No recuerdo cul era. No recuerdo por qu empec a pensar que muchas veces tena
razn. No recuerdo cundo empec a ponerme nervioso al verla a ella. No recuerdo si eran exactamente
nervios lo que senta o era otra cosa. No recuerdo si esa otra cosa era ms linda o ms fea que los nervios. No
recuerdo en qu momento los gestos pasaron a tener importancia. No recuerdo si siempre la tuvieron. No
recuerdo mi cuerpo sin el fro. S recuerdo mi cuerpo lleno de soledad y de vergenza. No recuerdo mis manos.
No recuerdo mi altura. No me recuerdo yo.
SILVIA S
Algo sali mal, Marcelo M. Algo no funcion. Ya deberan haber llegado hace rato. Ya sabs que
desde el accidente de Rogelio R habamos acordado no salir de noche porque no sabamos qu poda pasar
con las ratas. Y justo Eduardo E va a dejar de cumplir una resolucin del grupo? Justo l, que es el tipo ms
legalista del mundo, el ms formal..., el...
Pero la voz se le qued dormida en alguna parte del llanto. Susana S caminaba de una punta a la otra
del Santuario sin saber qu hacer con las manos. Felipe F la tom por los hombros y la sent de a poco en un
banco bajo.
Ya s que tens derecho a estar especialmente nerviosa. Pero no podemos movilizarnos tan pronto
por algo que puede ser simplemente una tardanza. Tal vez tuvieron que hacer algo inesperado y no pudieron
venir a avisarnos. Est bien que Eduardo E es muy estricto, pero las cosas no estn tampoco como para ser tan
formales.
Es que es muy de noche, Felipe F... pudo decir Susana S... muy de noche...
Nadie quiso responderle. Ni siquiera Silvia S, que sali a la puerta del Santuario para ver si sus ojos
podan anticipar el regreso, pero que en el fondo estaba de acuerdo con Susana S y tambin pensaba que algo
no estaba funcionando. Marcelo M se le acerc por detrs.
Son los dos mejores de nosotros le dijo despacio para no asustarla. El ms loco y el ms lcido.
No les puede pasar nada.
S les puede pasar. Porque tengo la sensacin de que quisimos ponernos a explicar al Sol y que
cruzamos un lmite que no tendramos que haber cruzado. Recin ahora me doy cuenta de que estamos
tratando de vencer a... no s... a algo terriblemente grande y a la vez imposible de atrapar. Es como si
quisiramos tapar la sombra de una montaa. Ya la idea del Santuario era un disparate. No. Haba que saber
qu pasaba con las ratas. Por qu?
Marcelo M la mir por entre los espacios que le dejaban las lgrimas de ella y entendi a Rogelio R y
su determinacin de reservarle su ltimo pensamiento. No supo qu responder, as que resolvi ser amigo. La
abraz con todo el cuerpo, le dio un beso en el pelo y la fue metiendo con cuidado a los dominios de la Piedra.
Decidieron quedarse all esa noche. Tal vez algunos padres se preocuparan, tal vez otros no. Vagamente
entendan que el tiempo les estaba dando permisos superiores. Ya habra, en todo caso, oportunidad para
explicaciones. La noche se fue entre sueos y miedos. Pero cuando afuera empez a reinar la claridad, todos
supieron que s, que Susana S haba tenido razn, que las cosas haban salido mal, que Eduardo E y Rogelio R
haban desaparecido y que ellos tenan que hacer algo.
Lo primero que hicieron fue buscarlos en los lugares esperables. Rogelio R no estaba en su casa,
Eduardo E no estaba en la suya. Los Protectores eran una posibilidad. Originalmente haban sido creados para
organizar las cuadrillas exterminadoras de ratas pero cuando pas lo de los yalawohe no tuvieron problemas
en golpear y en empujar hacia los descampados a los rebeldes. Aunque ahora podan ser una solucin. Marcelo
M no estaba de acuerdo.
Creo que ya no podemos confiar en nadie. No sabemos qu est pasando y contarles todo esto a los
Protectores puede ser peligroso. No, lo que tengamos que hacer vamos a tener que hacerlo solos.
Tcitamente, los dems haban aceptado que, con Eduardo E metido vaya a saber dnde, Marcelo M
era el nuevo jefe. El siguiente paso tambin fue lgico. Saban dnde se haban citado con ese hombre del
gobierno y se fueron para all. Lamentaban no tener ms datos, algn nombre por lo menos, pero Eduardo E
haba sido muy misterioso y lo nico que haba aceptado revelar era el lugar del encuentro. El bar ocupaba una
de las ltimas casas de la ciudad. Pocos metros ms all empezaban los edificios abandonados y en seguida el
enorme desierto de hielo. El dueo del bar era como su negocio, sucio y desinteresado.
Un seor con dos muchachos. S, haban estado ayer. Llegaron los chicos primero y despus apareci
el otro. No, no saba de qu haban hablado, l no se meta en asuntos ajenos. S, se fueron enseguida. Para
dnde? No tena la menor idea y adems tampoco le importaba. Cada cual se abriga como puede.
La ltima frase era en realidad un dicho que se haba empezado a repetir mucho en los ltimos
tiempos. Desde que se confirm la decadencia del Sol, los refranes que ponan al fro como protagonista se
convirtieron en los principales transmisores de la filosofa de la nueva era. Cada cual se abriga como puede.
Los muchachos comprendieron que la conversacin haba terminado.
Cuando volvieron al Santuario se dejaron caer en el suelo. Tenan todava unas horas antes de su
horario de cacera, pero ya no saban por dnde seguir la bsqueda. Eduardo E era el ms organizado y
Rogelio R el ms imaginativo -ttulo compartido quiz con Felipe F- y no tenerlos era una prdida importante.
Marcelo M se dio cuenta de que tena que obligarlos a pensar.
Alguna idea? pregunt, pero no hubo respuesta. Silvia S y Susana S se apiaban en un rincn de
la cueva. Fue Javier J el que habl.
A nosotros ya no se nos ocurre nada. En los Protectores no tenemos confianza, pero a m me parece
que solos no vamos a llegar a ninguna parte. Hay que buscar ayuda. Yo estaba pensando en los yalawohe.
Cuando la vi, yo todava no volaba. Es cierto que ya haba intentado algunos viajes pero nada serio.
Un salto algo ms largo que lo comn. Algn aterrizaje afortunado. Pero volar, lo que se dice volar, yo no
volaba. Ahora, cuando la vi me di cuenta de que mi nica oportunidad tena un nombre: vuelo. Si yo
pretenda que ella se fijara un poco en m tena que andar por el aire como por el suelo. Entonces empec a
largarme. Y ya se sabe, cuando uno tiene autnticas ganas de hacer algo nada puede impedirlo. As que a los
pocos das no haba nube que tuviera secretos para m. Lo nico que me quedaba por hacer, entonces, era
acercarme como casualmente, como si ese encuentro fuera resultado nicamente de la fortuna, y decirle con
la voz ms natural que me saliera.
Hola, qu hacs por aqu? No saba que vos tambin volabas por estos lugares tan solitarios. Yo
hace aos que vengo. Me gusta porque es tranquilo y puedo pensar sin que nadie me interrumpa.
Fue lo que hice. Ella me sonri sabiendo que menta pero fue lo suficientemente astuta como para
aceptar mi historia. Paseamos un rato y aunque ella era mucho ms hbil que yo en ese asunto de navegar el
aire, debo decir en mi favor que no desenton demasiado. El paso de los das fue fortaleciendo nuestra
amistad. Todo iba maravillosamente bien. Pero est visto que nada puede ser perfecto para siempre. Un da
la encontr parada sobre una colina baja de las afueras. Me acerqu, extraado, porque era la primera vez
que la vea apoyada en algo.
Ya no quiero volar ms me dijo. Ahora quiero sentir todo lo que peso.
La mir sin entender nada. Y ahora qu iba a hacer con mi habilidad? Me par junto a ella. Una
vez, por estar a su lado haba aprendido a acompaar al viento.
Quiero vivir lo que hacas antes de conocerme sigui hablando. Pero yo ya no la oa.
Como por obra de un mago poderoso entend en ese momento lo que tena que hacer. La tom de una
mano y la llev para que viera la fachada de mi casa. Supe que ya nunca ms bamos a volar y que el cielo
haba sido apenas una excusa para estar juntos. Ahora que haba cumplido su parte volva a ser lo de
siempre: un lugar para mirar de a dos.
EL SEOR ABELARDO A
Una cosa era evidente. Estaban solos. Se miraron extraados porque eso de estar en camisa segua
siendo novedoso para ellos. Instintivamente buscaron las camperas trmicas. No estaban. Sus otros abrigos
tampoco. En esas condiciones podran llegar a caminar afuera, si tenan suerte, unos veinte pasos. Despus su
sistema circulatorio dejara de funcionar y se derrumbaran como estatuas olvidadas. As que estaban
obligados a permanecer en ese pequeo departamento hasta que alguien viniera con ayuda.
Pero no s cmo nos van a encontrar, viejo dijo Eduardo E. Nadie sabe el nombre del seor
Abelardo A y menos que exista este lugar. Me parece que estamos en un lo.
Rogelio R no quera entregarse sin pelear.
Bueno, lo primero que tenemos que hacer es buscar en todas las habitaciones a ver si encontramos
algo que nos permita fabricar algunos abrigos. No creo que si el seor Abelardo A prepar todo esto para
encerrarnos haya cometido la tontera de olvidar cosas para que nos escapemos, pero a veces los mejores
planes dejan puertas abiertas. Vamos.
Pronto descubrieron que el seor Abelardo A no era ningn improvisado. Ni las cortinas estaban en su
lugar. No haba nada para comer ni para tomar. Rogelio R se dej caer en el silln con una confesin que no le
gustaba nada.
Tens razn. Estamos en un lo.
Eduardo E no le prestaba atencin. Haba descubierto un papel sobre la mesa y lo estaba examinando.
Es una carta de nuestro anfitrin. Nos dej un mensaje grabado. Hay que prender la pantalla.
El aparato era de los clsicos, sin secretos para ellos. Los comandos fueron respetuosos de los dedos
que los hicieron funcionar y a los pocos segundos apareci la tranquila figura del seor Abelardo A, hablando
con voz calma. Detrs del hombre se vean los cuerpos de Eduardo E y Rogelio R tirados uno sobre otro en el
amplio silln. Rogelio R pens que era extrao eso de verse dormido en una pantalla que le explicaba,
despierto, qu estaba pasando. Haba ido a averiguar el porqu de la imprevista explosin de ratas que casi lo
haba matado y ahora empezaba a preguntarse si el seor Abelardo A no haba usado con ellos la misma
estrategia que ellos con los bichos. Primero un buen atontador y despus un slido palazo. Se le ocurri que
ahora estaba viendo la forma del garrote. Pero era el momento de concentrarse en el seor Abelardo A.
"Muchachos, cuando vean esto van a verse durmiendo detrs de m, estarn sin camperas para salir de
all (al menos yo no les recomiendo que lo intenten) y tendrn un montn de dudas adentro. Como con toda
seguridad esta es la ltima vez que nos veremos, quiero ser absolutamente sincero con ustedes y contestarles
todas las preguntas que, infelizmente, no pude responderles personalmente. No creo que quieran perdonarme;
adems, les confieso, eso me importa un pito pero, cuando termine de hablar, tal vez puedan entenderme. Lo
que tengo que contarles no es sencillo ni breve, as que pnganse cmodos y preprense para varios
asombros.
SUSANA S
La idea de Javier J los haba tomado por sorpresa. Los yalawohe formaban una parte tan permanente
del olvido que ni siquiera eran un nombre para la mayora de los habitantes de la ciudad. Que se los
mencionara como posibilidad de ayuda era equivalente a meterse en los sueos que de tanto en tanto se
contaban. Pero Marcelo M entendi que la idea no era disparatada.
Tal vez Javier J no est muy errado. En el fondo no somos demasiado diferentes. Ellos tienen
tiempo de hacer cosas que no conoce nadie en la ciudad y nosotros nos metimos en otro misterio con el asunto
de la Piedra y el Santuario. As que tenemos en comn el secreto. Pueden sernos muy tiles.
Felipe F lo interrumpi.
Pero no podemos acercarnos a su campamento as como as a decirles que se nos perdieron dos
amigos y que necesitamos su ayuda para buscarlos. Tenemos que ponernos de acuerdo sobre lo que les vamos
a decir y tenemos que ofrecerles algo. Si en general nadie hace algo por nada, los yalawohe especialmente no
deben estar muy dispuestos a trabajar para los jvenes de la ciudad, que mucho no hicieron cuando los
echaron.
Hablaron, discutieron, propusieron. Y cuando la tarde empezaba a caer, Susana S sali del Santuario
con la misin de convencer a un grupo de desesperados de que no todo estaba perdido.
Yo soy 17 dijo el yalawohe que sali recibirla. Aqu no tenemos jefes permanentes pero
descubrimos que para algunas cosas es importante que exista una voz que sea ms poderosa que las otras.
Cambiamos esa voz todos los meses, as nadie puede acostumbrarse mucho al poder. Ahora me toca a m tener
esta especie de mando.
Estaban en la carpa que 17 ocupaba con su chica, 82, sentados sobre el colchn trmico que aislaba, en
la noche, a los cuerpos del fro. 17 era un poco ms grande que 82, que era un poco ms chica que Susana S.
Haba tenido una familia en la ciudad pero ya no la recordaba. Todos all eran autnticos proscriptos,
despreciados por padres, hermanos, novias. Las propias leyes los haban condenado a la soledad. Ayudar a un
yalawohe era un delito grave. Esconderlo se pagaba con el destierro. Que alguien de la ciudad viniera a hablar
con ellos era lo ltimo que esperaban. Susana S recibi una taza de algo bebible de manos de 82.
Cmo se las arreglan con los alimentos? Que yo sepa nadie puede venderles nada.
No respondi 17, pero hicimos las cosas bien antes de venir a este campamento. Nos trajimos
alimentos miniaturizados de todo tipo. Podramos vivir sin pasar hambre hasta que nacieran los nietos de
nuestros nietos. Para ese momento el Sol va a calentar menos que un fsforo y la vida en este planeta va a ser
una ancdota de la historia.
Y los nmeros? quiso saber Susana S.
82 se le adelant a su hombre en la respuesta.
No tenemos nombres. Los dejamos entre los edificios, cuando la ciudad nos tuvo ms miedo que
piedad. De alguna manera tuvimos que empezar a llamarnos entre nosotros. Los nmeros estn bien. Son ms
impersonales. Nosotros somos ms impersonales.
Susana S mir a los dos muchachos y pens dos cosas: que Javier J haba tenido una buena idea y que
poda confiar en ellos. Entonces habl.
Nosotros s tenemos nombres. Nosotros no nos rebelamos contra la ordenanza de las ratas pero,
como ustedes, tenemos un secreto que no queremos compartir. Escuchen.
Y entonces los yalawohe se convirtieron en el segundo grupo de jvenes que oa hablar de la Piedra,
del Santuario. Y tambin se enteraron de la desaparicin de Rogelio R y de Eduardo E, del amor de Susana S y
del Plan para vencer al fro. Dej para el final lo que tena para ofrecerles.
El Santuario es un espacio de unos 12 metros cuadrados. O sea, es una habitacin no mucho ms
grande que esta carpa. Nosotros pensbamos encerrar all a cuatro de nosotros. Eso sigue en pie. Pero
creemos que dos personas ms no van a complicar mucho las cosas. Les ofrecemos esos dos lugares a cambio
de que nos ayuden a encontrar a Rogelio R y Eduardo E.
17 busc los ojos de 82 antes de responder. Saba lo que tena que decir pero quera encontrar la
conviccin de que haca lo correcto en los ojos de ella.
Esta no es una decisin que pueda tomar yo solo. Entre los yalawohe hacemos las cosas distinto que
en la ciudad. Voy a llamar a todos mis hermanos a una reunin. Les voy a contar exactamente lo mismo que
fue dicho en esta carpa y entre todos resolveremos. Esper aqu, Susana S.
La pareja de desterrados sali, dejndola sola. Mientras los vea por la puerta de la carpa Susana S
pens que a veces el destino tiene la forma de una espalda que se aleja.
"Hay algunas cosas realmente curiosas en el ser humano. A casi nadie se le ocurri que era bien
extrao que una sociedad que haba terminado con las enfermedades, que haba logrado avances tecnolgicos
de fantasa, no pudiera crear, para combatir a las ratas que invadieron las ciudades, ms que algunos liquiditos
atontadores y un garrote digno de la Edad de Piedra. Nadie pens que detrs de semejante estupidez poda
estar la decisin de que el combate contra la plaga no se terminara nunca. Y all fueron ustedes, palo en mano,
a vrselas con aquel ejrcito gris, sin ninguna probabilidad de xito. Pero eso no es lo ms maravilloso de todo
esto. No. Lo que me parece autnticamente increble es la fuerza del Secreto. Miles y miles de personas
comprometidas en todo el mundo con un proyecto inconmensurable y fuera de los que lo conocamos nunca
nadie se enter de un centmetro de nuestro plan. Ahora que ya est a punto de dar sus ltimos pasos parece
fcil, pero tuvieron que pasar aos y muchas acciones complicadas para que llegramos a este punto. Ningn
hombre le confes jams nada a su amante, ninguna mujer lo habl con su novio si l no estaba
comprometido. Una locura digna de mentes superiores".
La palabra del seor Abelardo A sonaba en la pantalla mientras Rogelio R y Eduardo E se preguntaban
de qu Secreto hablaba su -ahora ya no tenan dudas- enemigo. Cul era el proyecto que tanto alababa la
odiada imagen. Pero el seor Abelardo A pareca tener luces para iluminar las almas ajenas.
"Querrn saber, supongo, de qu estoy hablando. Es lgico. A m en su lugar me pasara lo mismo.
Bueno, los voy a sacar de la duda. En realidad todo es muy simple. Tanto, que lo nico raro de toda esta
historia es que a nadie se le hubiera ocurrido antes. Vern, chicos. Una maana, alguien extraordinariamente
lcido se levant como todos los das. Tom el desayuno en compaa de su familia y mientras iba para el
trabajo mirando por la ventanilla de su vehculo se dijo: 'Somos muchos'. Entonces empez a gestar el Plan".
Los muchachos no entendieron demasiado esta ltima revelacin. Y claro, metidos de lleno como
estaban en tratar de comprender todos los detalles del largo discurso del seor Abelardo A, no se dieron
cuenta de que la temperatura del cuarto haba descendido un grado.
"S. No es raro que nadie hubiera pensado antes en algo tan claro? S. ramos muchos. Y nuestro
pequeo planeta, la nica casa habitable que tenemos a mano, no poda con todos. O para decirlo ms
exactamente, en pocos aos ms ya no podra con todos. Por qu esperar ese momento para actuar con la
desesperacin de lo urgente si era posible planificar todo y actuar con la razn por delante? Entonces ese ser
excepcional convoc a las mentes ms brillantes que conoca y fue armando su Plan. El proyecto que
permitira a la raza humana perpetuarse ms all de sus propios errores y debilidades. No fue difcil
relacionarse con otros que haban llegado a conclusiones similares en otras ciudades pero que por miedo, o
por falsa misericordia, no se haban animado a plantearse las posibles soluciones. En pocos meses los
gobiernos de todo el mundo se convirtieron en nuestros principales aliados. Ya tenamos el poder de hacer lo
que habamos planeado. Nos faltaba nicamente empezar a seleccionar. Los posibles rechazos al Plan fueron
resueltos con la contundencia que la gravedad de la situacin exiga. No son estos tiempos para dbiles. Si
alguien era invitado a participar del proyecto y pona reparos de algn tipo a la idea se lo eliminaba
directamente. Tuvimos que inventar varios accidentes pero en estos das nadie llora mucho por nadie.
Finalmente, reunimos a los elegidos y los recursos. Solo faltaba que alguien diera la orden final. Pero tuvimos
paciencia. Nos mantuvimos inactivos esperando que las condiciones fueran las ideales para poner en marcha
la ms gigantesca locura que hayan imaginado nunca los humanos. Hasta que un da, cuando las nubes
cubran casi la totalidad de las tierras pobladas, cuando la gente iba a sus trabajos como siempre, o haca el
amor como siempre, o coma como siempre, o dorma como siempre, nosotros, los dueos del Plan,
empezamos a apagar el Sol".
ELLA
Espero. Hace rato que espero. Es decir, yo s que desde siempre espero un milagro. Y ahora -qu
irona que sea justamente ahora- me doy cuenta de la tremendez de la palabra, de la enormidad de la idea. Un
milagro. O sea, algo que no debera ocurrir pero que sin embargo ocurre. Un triunfo que debera ser derrota
pero que es triunfo. Un dolor que debera doler pero que no duele. Una sonrisa que no debera suceder pero
que sucede. Un miedo que debera instalarse como la marca de un hierro al rojo y que sin embargo pasa de
largo. O no. Pero que es tan ligero que una termina por no considerarlo un miedo. Qu imbcil, qu
espantosamente tarada que soy! Esper durante tanto tiempo algo tan grande como un milagro que ahora que
espero algo tan chiquito como una respuesta, no s qu hacer con mis manos.
L
Sabr que la extrao, que me he construido una forma de pensar que aun cuando estoy, digamos,
mirando viejas fotos con mis amigos la extrao? Ahora, por ejemplo, no estoy hablando de ella. Y sin embargo,
por alguna magia que vaya a saber cmo se me peg, mi forma de no hablar de ella es otra de las maneras que
eleg para extraarla.
ROGELIO R
Susana S estaba pensando ya que pasara el resto de su vida en esa carpa alejada de la ciudad cuando
se abri la puerta y entraron 17 y 82, que traan la respuesta de los yalawohe. Y? pregunt Susana S. 82
fue la que respondi. Los yalawohe nos pondremos en marcha. Vamos a ayudar a buscar a tus compaeros
perdidos y nosotros dos hemos sido designados para ocupar nuestro lugar en el Santuario cuando llegue la
hora.
Susana S se levant, mir a sus nuevos compaeros y quiso hablar pero no pudo. 17 la tom por los
hombros y la llev afuera con delicadeza.
No digas nada. Empecemos a buscar, que no sabemos cunto tiempo tenemos. Las palabras pueden
esperar a que estemos ms tranquilos.
"No me pregunten sobre cuestiones tecnolgicas porque de eso ni s, ni quise saber nunca nada.
Nuestros cientficos hicieron algo que tiene que ver con pantallas, con barreras de gas que lograron dar la
impresin de que el Sol estaba agonizando en serio. El resto lo hicimos con publicidad. En poco tiempo todo el
mundo que no estaba comprometido en el Plan qued convencido de que la vida en la Tierra estaba llegando a
su fin. Y agregamos eso de la contraccin del Universo para darle ms seriedad cientfica y para que todos
aceptaran que la fuga a otro mundo tambin era imposible. Pero el fro, siempre en aumento, provoc un
incremento fantstico en el nmero de una especie de ratas que no esperbamos. Al principio pensamos en
exterminarlas en forma rpida para no agregar dificultades a la marcha del proyecto, pero despus se nos
ocurri que poner a los jvenes de todo el mundo a perseguir a la plaga nos iba a quitar del medio muchos
posibles obstculos molestos. Tengo que decir con cierto orgullo que yo tuve bastante que ver con esa decisin.
Mientras la temperatura iba bajando y ustedes corran de aqu para all con un palo en las manos, nosotros
fuimos terminando de a poco los refugios en los que viviramos unos pocos aos, hasta que el planeta
recuperara su temperatura normal y la nueva humanidad pudiera salir de nuevo a la superficie".
Hay dos cosas de este discurso del seor Abelardo A que no me gustan nada, Eduardo E.
Qu cosas, Rogelio R?
La primera, que nos lo est contando. Parece muy seguro de que jams saldremos de este
departamento con vida. Porque si nosotros volvemos a la ciudad podemos convertirnos en un buen dolor de
cabeza para el Plan. Est bien que no nos va a resultar sencillo que alguien nos crea semejante disparate. Si
hasta a m me parece una locura del seor Abelardo A.
Aj, y cul es la segunda cosa que no te gusta?
Esper, ya te digo. Djame or qu ms dice este tipo.
El seor Abelardo A segua desde la pantalla con su rara costumbre de adivinar siempre lo que
pensaban los otros.
"Supongo que ahora se estn preguntando si todo esto no ser un enorme invento de mi parte, un
buen cuento para explicar mi prxima muerte y que me duela menos. Ninguna prueba tengo para
convencerlos. Lgicamente, estas cosas no se hacen con documentos ni firmas. Pero el tiempo que queda para
el final es breve y all se convencern de que todo lo que les cont aqu es cierto. La alarma que informar que
las temperaturas harn imposible cualquier forma de vida empezar a orse en pocos das. Tengan paciencia.
Lo que no creo que tengan son posibilidades".
En la grabacin el seor Abelardo A hizo la primera pausa de su largo monlogo. Pareca cerca del
final. Eduardo E aprovech para preguntar por lo bajo.
Qu quiso decir con eso de las posibilidades?
Me parece que tiene que ver con la segunda cosa que no me gustaba.
No te entiendo.
Ome, vos no tens un poquito de fro?
MARCELO M
Los yalawohe organizaron los grupos de bsqueda. Saban ms de los lugares prohibidos y usaron ese
conocimiento para instruir a sus nuevos compaeros sobre sitios que el grupo del Santuario ni siquiera haba
soado. Y hurgaron en cavernas, en grietas infinitas, en viejas ruinas abandonadas. Pero no pudieron dar con
un solo rastro de los dos compaeros.
El espacio que rodeaba la ciudad se haba ido ampliando con el fro. Ya no haba casas habitadas en las
afueras, de esas que haca unos cuantos aos se haban ido desgranando sobre el terreno como pequeas
manchas sobre un papel liso. Ahora la ciudad terminaba abruptamente y comenzaba de inmediato el desierto
de hielo, propiedad de los yalawohe y de algunos lobos sueltos que todava se resistan a desaparecer. Los
caminos conducan a ninguna parte y a todas. Ms exactamente, habra que decir que no existan caminos sino
un gran territorio plano y congelado que permita cualquier direccin. La vista no tena prcticamente
obstculos, salvo los restos de los departamentos que haca tiempo haban sido abandonados, cuando los
primeros fros intensos y la eliminacin de la calefaccin hicieron imposible toda vida en su interior. Todava
se podan leer, despojados de colores y magia, algunos carteles que publicitaban las ventajas de habitar all.
"Usted busca un lugar diferente, en donde disfrutar sea lo habitual'? Deje de buscar. Este es ese
lugar".
Pero el placer fue breve. Ahora los yalawohe miraban las siluetas de los edificios vacos y se decan que
all no haban buscado. 17 mir a 82 y a Susana S y seal las moles lejanas.
Qu les parece?
No respondi Susana S. All se concentra especialmente el fro y solo es posible vivir unos
minutos. No habran aceptado entrar.
Bueno continu 17, sigamos buscando por aqu.
Y les dieron la espalda a unos departamentos destruidos, olvidados, que haca tantos aos que no
significaban nada.
La temperatura que Eduardo E y Rogelio R sentan en el aire que los rodeaba segua bajando grado a
grado.
El hijo de puta dej sin combustible de reserva el sistema de calefaccin y nos va a matar de fro
les grit Rogelio R a las paredes.
La imagen del seor Abelardo A se haba fijado en la pantalla y los muchachos aprovechaban para
insultarla de tanto en tanto, ahora que se haban dado cuenta de que les quedaban pocas horas de vida.
Susana S y Silvia S volvan a cada rato en la conversacin que mantenan para olvidarse de que los
nmeros del termmetro de la sala se acercaban irremediablemente a cero. Eduardo E hablaba de la espalda
ms amada del planeta y Rogelio R recordaba la maana en que fue atacado por las ratas, cuando para
defenderse en los ltimos segundos solo se le ocurri pensar en ella.
Era como un escudo dijo. Si su imagen estaba en mi mente, las ratas no estaban conmigo.
No podemos quedarnos quietos esperando dejar de respirar respondi Eduardo E, volviendo
bruscamente el dilogo a un espacio que empezaba a parecerse al exterior. Bailemos sigui, bailemos
para entrar en calor.
Y empezaron a saltar y a moverse por todo el lugar, tratando de que la sangre siguiera siendo lquida,
que los huesos se alejaran del destino de hielo que las horas inmediatas parecan reservarles.
Un da descubr que poda detener el tiempo. En realidad no fue difcil. Creo que cualquier idiota con
algo de iniciativa puede hacerlo. Es decir, yo no soy precisamente un genio, as que si yo puedo, esto de
lograr que el tiempo se quede donde est... no s... es fcil. Ninguna mquina rara, ningn lquido mgico,
nada de complicadas frmulas matemticas. Me dijeron que la Tierra estaba terminndose y que entonces ya
no bamos a vivir ms y no s cuntas otras cosas y all se me ocurri. Cuando yo era chico miraba fijamente
la aguja del minutero en los relojes y no se mova nunca. En los relojes con nmeros no serva el truco pero
en los que tenan agujas s. As que me puse a mirar la aguja grande con toda la fuerza de mis ojos, sin
sacarle un instante la vista de sus lneas alargadas, puntiagudas. Eran las nueve y veinticinco en un reloj
lindo, grande, que dominaba el saln vaco de mi casa. Yo tendra unos trece aos y lo recuerdo siempre
presente, definitivo, poderoso, con su pie firme, su esfera clara, blanca, ms blanca todava contra el fondo
oscuro del resto de su cuerpo. Mentalmente empec a contar despacio, muy despacio, para tener la seguridad
de que cada cifra se llevara al menos un segundo. Cuando llegu a tres mil seiscientos tena que haber
pasado una hora. Saqu los ojos del minutero y me alej para tener una visin ms amplia. All estaba la
misma nueve y veinticinco que yo haba dejado haca sesenta minutos. Sal a hacer unas cosas a la calle.
Cuando volv el reloj marcaba las doce y diecisiete. Quise hacer otra vez la misma prueba. Puse de nuevo mis
ojos sobre la aguja minutera y cont, ahora dos veces tres mil seiscientos. Termin mi prueba y mir mi reloj
de mueca: las doce y diecisiete. Mi madre lleg de la calle y resolv jugarme. Le pregunt la hora. "Las doce
y diecisiete, por?", me dijo. "No, por nada", le respond sin ganas de seguir hablando. Entonces tom la
decisin ms importante de mi vida. Empec a mirar permanentemente la aguja grande en el reloj de la sala.
Esper a que la casa estuviera tranquila y solitaria, para m solo, un medioda. Y mir, mir, mir sin que
nada ms me importara, sin que la comida me distrajera o que las necesidades de agua me hicieran alejar del
objetivo. La nica parte ma que importaba eran mis ojos, mis pupilas que impedan que la aguja se moviera
hacia adelante, hacia la Tierra congelada definitivamente, hacia mi madre muerta, hacia mi hermano y mi
padre abrazndose en el final. Solo mis ojos, solo dos enormes ojos abiertos que miran una aguja inmvil y
que ya ni siquiera saludan cuando llega mi familia a almorzar, eternamente a almorzar y no les extraa que
haya solo almuerzos, ningn desayuno, ninguna cena, ninguna noche y tampoco les parece raro que el menor
de la casa se la pase mirando un reloj que parece parado porque da siempre las doce y cincuenta y tres y no
come nunca y ellos comen siempre lo mismo y dicen siempre las mismas cosas pero al menos estn vivos.
MARCELO M
Marcelo M pens que si los yalawohe no haban encontrado nada era porque haban cometido algn
error en el mecanismo de bsqueda. Entonces se sent a reflexionar mientras sus amigos y los Olvidados
seguan explorando cavernas y pozos vacos.
"Veamos", se dijo. "Si el tipo con el que se encontraron los cit por aqu es porque quera estar ms
bien solo con ellos. Si hubiera podido, habran hablado en el bar. Eso quiere decir que los llev a otro lugar
para estar ms tranquilos. Lo que Eduardo E y Rogelio R queran preguntarle no era nada del otro mundo, as
que una caverna para hablar de esa tontera les habra provocado sospechas. No, no estn en un lugar tan
salvaje. Tampoco estn en la casa de ese tipo porque es un funcionario y ellos viven todos en el centro y
entonces la cita hubiera sido por all. Tienen que estar en alguna casa cercana. Pero el problema es que
adems del dueo del bar rooso ese y de algunos locos ms, nadie vive por estos lados. Y a esa zona ya la
revisamos a fondo y nada. No. Estn cerca pero no en la ciudad y tampoco en las cavernas. Vamos a ver. Qu
hay intermedio entre el desierto de hielo y las casas llenas de gente?. Mir hacia el horizonte y vio, contra la
dbil luz del Sol, los perfiles de los edificios abandonados y encontr la respuesta. "Una casa vaca", se
contest. Llam a los yalawohe y a su gente.
All no buscamos les dijo.
No contest Susana S. 17 quera ir a ver pero yo le dije que era perder el tiempo. Adentro se
concentra especialmente el fro y ni siquiera con camperas es posible vivir ms de unos minutos.
Pero yo estuve pensando y mi pensamiento me lleva hacia all. Te dira que es una corazonada pero
creo que es ms que eso.
82 pareci entenderlo y apoy su idea de viajar hasta las moles lejanas.
Vayamos. Somos muchos. Podemos dejar un grupo aqu mientras algunos de nosotros revisamos los
edificios.
Susana S segua pensando que era intil pero no se opuso. Silvia S tom dos camperas trmicas y se
puso al lado de Marcelo M. En veinte minutos estuvo listo el grupo que se dividira y partieron Marcelo M,
Silvia S y varios yalawohe, 82 entre ellos. El piso congelado lleno de grietas no ayudaba y la caminata era larga.
A buen paso no llegaran antes de tres horas a la entrada del complejo.
Rogelio R ya casi no poda moverse. Con solo las camisas sobre la piel, la temperatura de dos grados
bajo cero que haca en ese momento era demasiado baja. En circunstancias normales habra sido una especie
de verano de fuego pero sus abrigos eran ya un lejano recuerdo en las manos del seor Abelardo A. Eduardo E
tom a su amigo de los hombros y lo oblig a sacudirse ms. Ya no seguan el ritmo de la msica. Lo nico
que podan hacer era una especie de movimiento espasmdico, ms parecido a los vaivenes de un lobo
agonizante que a un baile. Pero Eduardo E se resista a dejarse caer. Intua que el silln del seor Abelardo A
sera ms un atad que un descanso.
Vamos Rogelio R, no le demos el gusto a ese desgraciado. Si vamos a morir que no sea en la trampa
que nos prepar.
Qu quers decir? alcanz a preguntar con un hilo de voz congelada Rogelio R.
Eso. Que no encuentren aqu nuestros cadveres cuando la Tierra vuelva a ser habitable. Que sepa
que burlamos su asesinato. Quiero que descubra que su plan fall y que nos mat la nieve de afuera, no el fro
que nos dej de regalo.
Quers salir?
S, quiero salir.
La nueva idea era el fin inmediato y los dos lo saban. El exterior, sin la proteccin adecuada, permita
una sobrevida que nunca superaba los dos minutos. Pero esa nueva lnea de accin les dio fuerzas. Rogelio R
sinti que as como la Piedra les haba dado un proyecto, la idea de Eduardo E les prestaba unos momentos
ms de buena vida, algo diferente a sentarse a verse morir. Mir a su futuro compaero de eternidad.
Escribamos las palabras que ms queremos. Que sean algo as como nuestro testamento. Nada
demasiado largo. Algo sencillo, pero que sirvan de mensaje para los que nos encuentren.
Bueno. Y llevemos tambin la grabacin del seor Abelardo A.
Eduardo E no olvidaba nunca su posicin de lder. Cada uno tom un papel y escribi lo que quiso en
unos segundos, como si ya hubieran sabido de antemano lo que queran que el futuro supiera de ellos.
Eduardo E meti el microdisco con la grabacin en el bolsillo y clav los ojos en su amigo.
Chau, Rogelio R le dijo.
Chau, Eduardo E.
No quisieron alargar ms la espera, ahora que haban tomado la decisin. Eduardo E agarr el
picaporte de la puerta y escupi al piso.
Listo? pregunt.
Listo.
Bien, vayamos.
Y abri la pesada placa de acero y material aislante. Lo que los esperaba era la sala de espera de la
muerte. Una llamarada de fro que los hizo trastabillar a los primeros pasos. Pero todava estaban bastante
enteros y eran jvenes y queran vivir. Lograron ponerse de pie y enfilar corriendo hacia la salida del edificio.
Milagrosamente consiguieron llegar al exterior. El cielo plomizo de siempre, el suelo congelado, el paisaje
blanco, los recibieron. Ahora s entendieron que quedaba poco. Ya casi no podan caminar. Eduardo E cay
antes, en silencio, primero de rodillas, luego con todo su cuerpo.
Rogelio R se arrodill a su lado y le tom la mano. Antes de derrumbarse pudo mirar los ojos
cubiertos de tristeza del amigo. Se fue quedando dormido sin esfuerzo y sin dolor. De pronto se dio cuenta de
que ya no senta fro. Meti la mano en el bolsillo y arrug el papel en el que haba escrito la palabra. As lo
encontraron Marcelo M, Silvia S y los yalawohe.
Eduardo E sinti que alguien le tocaba su mano y se llen de calma. "Bueno, no estoy solo", se dijo. Cerr los
prpados porque la luz del da le molestaba y pens en l mismo cuando era chico, antes del fro tramposo que
les haba cado de golpe. "Por qu digo fro tramposo? El fro es fro y punto. Tengo que pensar mejor las
cosas que pienso". As lo encontraron Marcelo M, Silvia S y los yalawohe.
Cuando vieron los dos cuerpos tirados en la nieve comprendieron que la bsqueda haba terminado.
Fueron entonces una gran sorpresa al descubrir que Eduardo E todava respiraba y fueron sobre todo un dolor
sin cumbre cuando vieron al loco amado, al irresponsable de siempre con el cuerpo congelado, las manos
duras como rocas, imposibles de abrir, apretando un papel, un pequeo papel arrugado con una sola palabra
escrita. Un nombre.
Silvia S.
ELLA
Nadie puede decirme nada ahora. Ya conozco mi destino y entonces nadie tiene ya ningn derecho
sobre m. La Piedra se volvi de pronto un estpido monolito inservible, una hoguera intil que me prest la
Tierra por un rato para sacrmela de golpe y demostrarme la grandeza de la muerte. Pero la idiota fui yo, que
me cre ese cuento del futuro, esa esperanza de Santuario y das compartidos. Y ahora qu soy, en qu me
convert? En nada, en esta rabia, en este odio contra el fro, en este vaco de sus manos, de su voz. Yo estaba
aprendiendo. De a poco pero estaba aprendiendo. Nunca me ensearon a vivir y, claro, nunca supe pero desde
la Piedra, desde el proyecto y sobre todo desde l haba empezado a sentir que uno de los secretos pasaba por
darles algn sentido a los das, a las horas. Si hasta los minutos tenan valor. Es decir, el tiempo haba dejado
de ser solamente algo que se est extinguiendo. De golpe se volvi una cosa que yo poda usar. Pero tambin el
tiempo me traicion, tambin los minutos fueron mis enemigos. Y volv a lo de antes, a mi camino de siempre.
Los segundos son otra vez insectos que se alejan y yo un largo silencio que espera. Ay amor! Por qu tu
palabra tuvo que ser mi nombre? Qu hago yo ahora con siete letras que cada vez que alguien las repita me
van a hablar de lo ltimo que dijiste y de un papel arrugado?
L
No recuerdo mucho. S que de pronto sent una mano y que era buena y me haca bien. Pero despus
no s qu ms pas. Creo que me qued dormido porque empec a soar. Y ya no hizo ms fro. Supe que me
cubrieron y que me salvaron y entiendo que estoy vivo pero no soy el mismo. Ninguno de nosotros podr ser el
mismo. Mi papel deca Libertad porque mi mensaje quera ser para todos. El de l deca un nombre y sin
quererlo escribi algo que era mucho ms para todos.
EDUARDO E
Estos son los yalawohe, Eduardo E present Marcelo M a sus nuevos aliados. El es 17 y ella 82.
Eduardo E, apoyado sobre Susana S, los salud con un movimiento de cabeza. Todava no poda
caminar y tena que pasar largas horas acostado. De la ciudad solo haban llegado noticias inquietantes, que
sirvieron para disimular en algo el asco y el terror que sintieron todos cuando Eduardo E les cont sobre el
Plan y les mostr la grabacin del seor Abelardo A. La alarma final era esperada de un momento a otro.
Haba que actuar rpido. El Santuario necesitaba los ltimos toques y haba que elegir a los cuatro que
acompaaran a 82 y 17.
Pero antes tenemos que volver dijo Eduardo E. Hay algunos asuntos que quiero arreglar.
Los que lo vean saban que hablaba del seor Abelardo A y estaban de acuerdo. Haba que volver. La
historia del mundo, la de ellos mismos, se acercaba a su ltimo captulo y la ciudad los esperaba.
TERCERA PARTE
Fabricius iba de los espacios prohibidos a la ciudad y de ella a los territorios condenados como quien
se traslada de la cocina al dormitorio de su casa. Conoca cada movimiento de los yalawohe por haberlos
observado casi desde su nacimiento. Ahora haba visto a los chicos que haban llegado a pedir la ayuda de los
desposedos y haba sido testigo de la bsqueda, del encuentro de Rogelio R y Eduardo E, supo del dolor y
entendi que sus caminos podan llegar a cruzarse con los muchachos que pensaban regresar para cobrarse la
muerte del amigo. No necesitaba acercarse demasiado. Fabricius poda analizar el comportamiento de una
rata instalado a ms de un kilmetro del bicho sin que el animal se enterara nunca. Haba ocupado sus ltimos
aos en desarrollar un mecanismo de espa infalible y lo haba concentrado en los yalawohe. No entenda por
qu pero esa ltima estirpe de desesperados le provocaba cierta admiracin y hasta envidia. Cuando se enter
del Plan a travs de la imagen del seor Abelardo A resolvi seguir de cerca lo que pasara. Eduardo E tendra
todava que descansar algn tiempo antes de poder moverse sin ayuda pero Fabricius saba esperar. "Bueno,
aqu estamos. Vamos a ver en qu termina todo esto. Tal vez podamos darnos una mano mutuamente. Qu
ser eso del Santuario?".
EDUARDO E
Los das pasaron con Eduardo E avanzando en sus posibilidades de moverse sin ayuda. Finalmente
logr ponerse de pie solo y al cabo de un tiempo de ejercicio y cuidados pudo caminar con razonable
seguridad. Susana S estaba siempre con l y los dems conjurados de la Piedra no dejaban pasar un da sin
verlo para planear el regreso. Felipe F propuso una lnea de accin rpida.
No tenemos tiempo, Eduardo E, y hagamos lo que hagamos tiene que ser ya. La alarma final es
esperada de un momento a otro. Se ve que ya tienen todo dispuesto en los refugios para ellos porque bajaron
la temperatura unos seis grados en los ltimos das. A este paso no s si nos queda una semana.
Vos qu opins, Marcelo M? pregunt Eduardo E desde la cama.
Lo mismo que Felipe F. Y ms si queremos que el seor Abelardo A pague de alguna manera lo que
hizo. En cualquier momento desaparece para siempre. Por ahora sabemos que est en su casa y en su trabajo
porque lo vigilamos pero no sabemos cundo va a abandonar todo. Seguramente muchos de los elegidos
estarn ya en los refugios. Tal vez el seor Abelardo A sea de los ltimos en encerrarse pero tal vez no. Hay que
actuar.
El enfermo estuvo de acuerdo.
Creo que lo primero que hay que hacer es informarle al seor Abelardo A que Eduardo E y Rogelio R
no estaban solos y que si nos mat a nosotros hay otros que pueden significar un cierto peligro sino para el
Plan, al menos para l.
Eso puede ser til dijo Sixto S. Presionado, tal vez cometa algn error que nos sirva a nosotros.
S volvi a hablar Eduardo E, y creo, que yo ya s en qu se puede equivocar. No s, me parece
que empiezo a entender cmo funciona su mente. Por ms que est seguro de que al Plan a esta altura no lo
vamos a detener, querr que sus jefes no sepan que habl de ms. Est bien, nosotros no podemos salir a decir
que hay un proyecto de homicidio masivo porque nadie le creera a un grupo de muchachos que lo nico que
han hecho hasta ahora es cazar unas cuantas ratas pero al seor Abelardo A todava podemos arruinarle
algunas cosas. Ah, y hablando de eso, cmo anda el asunto de la cacera?
Contest Marcelo M.
Mal. Los coordinadores casi no existen y nadie controla mucho si las brigadas se forman o no.
Algunos cazamos a veces y a veces no, otros no aparecen nunca y ya los controladores ni van a averiguar como
al principio. Las ratas son cada vez ms. Es como si supieran que van a heredar la Tierra, aunque sea por unas
horas, hasta que el fro las elimine tambin a ellas.
Bueno dijo Felipe F, creo que tengo la forma de empezar a preocupar al seor Abelardo A. Me
parece que pintarle algo en el frente de su casa lo va a poner a pensar. Va a ser como si le tiraran una piedra en
la cabeza y no va a saber de dnde vino.
Y qu te parece que podemos escribirle? quiso saber Marcelo M.
Algo simple y claro. Un mensaje que entienda. Pero que a la vez sea solamente para l. Pensaba en
ponerle "Rogelio R".
Est bien aprob Eduardo E. Me gusta. Va a ser por un lado un homenaje a Rogelio R y a la vez
lo va a llenar de dudas al seor Abelardo A. Se va a preguntar por qu la pintada y por qu un solo nombre y
no dos.
Mnica M agreg otra idea.
Y despus le mandamos lo mismo a travs de la pantalla. Va a sentir que alguien lo est rodeando.
Eduardo E no quiso seguir esperando.
Listo. Si todos estamos de acuerdo, aydenme a levantarme que voy a hacer mis ejercicios. Maana
volvemos a la ciudad.
No muy lejos de all, Fabricius tambin haba tomado una decisin. "Parece que el seor Abelardo A va
a tener una sorpresa desagradable. Tal vez los chicos tambin. Pero qu ser eso del Santuario?".
lado lindo. Hago que gano siempre yo y listo. Ya s. Voy a mirar al techo del cubo y a imaginar que all estn
las galaxias y las estrellas y el Sol chiquito chiquito. Aquella galaxia est azul. Azul como algunas partes del
hielo est y entonces gan y perdiste. El Sol es apenas un puntito amarillo en este hermoso techo lleno de
estrellas. Pero yo gan y gan muy bien porque soy el mejor de todos los que estn aqu. Yo soy el mejor y
este cubo est brbaro y el techocielo es hermoso y si lloro es de alegra, entendiste, yo?
ROGELIO R
A la maana siguiente, todava oscuro, Eduardo E se levant ms temprano que el ya mnimo Sol que
adornaba el cielo cada vez ms gris. A esa altura del fro, las camperas trmicas empezaban a ser insuficientes
y esto era novedoso para Eduardo E y para todos. En la ciudad las cosas se ponan fuera de control y Eduardo
E pens que los sectarios del Santuario tenan derecho a juntarse con los que ellos quisieran para vivir sus
despedidas.
Junt a todos los suyos y les habl.
Es hora de ir hacia la ciudad. Tal vez sea la ltima vez que nos traslademos de un lugar a otro.
Tenemos que arreglar algunas cuentas con el seor Abelardo A y tenemos que terminar de armar los detalles
finales del Santuario. Pero antes de todo eso tenemos que elegir a los cuatro que van a acompaar a 82 y 17.
Ahora que sabemos que esta mentira del fro se va a acabar en pocos aos, seguir vivos es ms que un proyecto
desesperado. Los seis que se encierren con la Piedra van a volver a ver el Sol a pleno. Pero tambin van a estar
all para pedirles explicaciones a los que provocaron la muerte de todo lo que amamos. Muchos nacern en los
refugios. Cuando salgan sern jvenes y no les va a gustar enterarse de que sus padres planearon la
desaparicin de toda la raza humana. A ellos, los sobrevivientes del Santuario tienen que contarles toda la
verdad. Vamos a poner los nombres de los varones en una bolsa.
Uno a uno fueron entregando su papelito. Eduardo E, Marcelo M, Sixto S, Javier J, Felipe F, Aurelio A
y Bernardo B ocuparon su sitio en el azar. Eduardo E meti la mano y dijo con voz fra su propio nombre. El
siguiente fue el de Marcelo M. Eduardo E propuso elegir un tercero por si el ajuste de cuentas con el seor
Abelardo A no sala como lo haban planeado. Le toc a Javier J. Era el turno de las mujeres.
Yo no quiero entrardijo Silvia S. Prefiero quedarme con el fro, cerca de l.
Nadie discuti su decisin. Haca rato que se saban hacedores de sus das, por cortos o largos que
fueran. Tres nombres solamente entraron a la bolsa: Susana S, Mnica M y Graciela G. Susana S y Mnica M
se quedaran dentro del Santuario cuando se cerrara la puerta.
Bueno volvi a hablar Eduardo E. Ya sabemos quines vamos a volver al aire libre dentro de
unos aos para amargarles la felicidad a los sobrevivientes que planearon este crimen. Ahora vayamos a la
ciudad que tenemos varias cosas que hacer todava.
Fueron. Las calles que ocupaban las primeras casas eran la exacta pintura del Apocalipsis que se
acercaba. Ratas por todos lados y gente que sala para caminar sin rumbo fijo, gente llena de soledad que tal
vez por primera vez se daba cuenta de que estaba sola, gente llena de alegra que se lamentaba por la muerte
de la propia risa, parejas que empezaban desde esas horas finales a sufrir la ausencia del otro, a vivir una
muerte tan llena de separacin. Y las ratas, claro. Que se haban dado cuenta de la debilidad de los hombres y
que dominaban todo como una gigantesca reina gris de un milln de cabezas. Pero por el momento no eran
violentas. Se limitaban a recorrer sus recin conquistados territorios como si supieran que era intil atacar a
esa raza de condenados de dos piernas que corran entre ellas sin sentido. Por all pasaron los muchachos en
busca de la casa del seor Abelardo A. Por all corrieron los conjurados de la Piedra con su plan de venganza.
Pero lo que encontraron no fue una pared blanca e intacta. Encontraron una pared blanca que enfrentaba la
puerta del seor Abelardo A y que en su exacto medio deca con letra clara "Rogelio R". Y encontraron una
firma, que deca "Fabricius". Y encontraron a un hombre grande, vestido de blanco y un ridculo aparato sobre
los hombros que pareca una vieja cmara de video y que los salud con una sonrisa amistosa.
Hola. Soy Fabricius les dijo.
ELLA
All estaba tu nombre, amor, escrito por manos que nunca te conocieron, por manos que ignoraban las
tuyas, por manos que eran de un cuerpo al que nunca abrazaste, al que nunca tocaste. Y pens en algo parecido
a un insulto. No me gust que tu nombre hubiera estado en manos tan ajenas a vos, tan ajenas a m, tan ajenas
a nosotros. Pero a la vez hubo algo que s me pareci lindo. Tuve la sensacin de que tu nombre empezaba a
volar solo, que ya no nos necesitaba. Por primera vez tu nombre sala de nosotros y all estaba para golpear a
tu asesino. Est bien, es una forma de seguir perdindote, pero esta nieve cruel me ha quitado tantas cosas que
quedarme sin tu nombre es apenas quedarme sin tu nombre.
All estaba tu nombre, querido loco, y un hombre que lo haba escrito para demostrarnos que saba.
Supe enseguida que tendramos que hablar con l y no me import. A esa altura yo ya estaba seguro de que el
desuno de ese nombre escrito en la pared y el destino de mi nombre escrito en el aire eran uno solo. Es ms, si
quers que sea del todo sincero tengo que decirte que sent algo como una envidia cuando vi solamente tu
nombre escrito arriba del hombre que saba.
EL SEOR ABELARDO A
Y eso es todo termin Fabricius. Yo soy una especie de inventor solitario que descubri esta
forma de meterse en la vida de los dems sin correr ningn riesgo de ser descubierto y que espa a los
yalawohe desde hace varios meses. Espindolos a ellos los encontr a ustedes, al Plan, al seor Abelardo A y al
Santuario, que ahora s que es una especie de lugar donde se puede sobrevivir a este fro que nos va a matar en
unas horas. Creo que podemos sernos mutuamente tiles.
De qu manera? quiso saber Felipe F.
Mi mecanismo de control puede ayudarlos en su plan de venganza. Con l pueden conocer
exactamente cada movimiento del seor Abelardo A sin que l tenga la menor idea de que est siendo vigilado.
As, l no tendra prcticamente forma de escapar de ustedes.
Y a cambio, qu deberamos darle? pregunt Eduardo E.
Un lugar en el Santuario, claro. La idea de terminar mis das hecho un pedazo de hielo me parece
francamente horrible. Yo los ayudo, ustedes me ayudan.
Qu nos impedira matarlo entre todos y quedarnos con el equipo de control?
Nada, salvo que eso los pondra en el mismo / lugar que su odiado seor Abelardo A. Quin sabe si
Rogelio R estara de acuerdo con ese plan.
Si ya sabe todo lo interrumpi Marcelo M, sabr que el Santuario es un lugar muy pequeo, que
ya tiene a seis habitantes. No es infinito.
No lo saba aunque lo supuse por la eleccin que tuvieron que hacer. Pero ustedes ya resolvieron que
sern cuatro los que se encierren. Yo les estoy imponiendo mi presencia. A mi equipo lo van a tener solamente
con mi colaboracin o con mi muerte. Les toca decidir. Para m, morir hoy o maana es lo mismo. Esta es mi
propuesta. Ahora la palabra la tienen ustedes.
A una sea de Eduardo E varios yalawohe rodearon a Fabricius. El seor Abelardo A poda llegar a su
casa en cualquier momento y haba que actuar rpido. Se alej con los otros miembros del grupo del Santuario
y con 17 y 82. Hablaron poco y volvieron junto a Fabricius. Eduardo E le comunic lo que haban resuelto.
Est bien. Entrar con nosotros a la cueva. Pero si por algn motivo hay que desprenderse de
alguien, usted va a ser el primero, est claro?
Clarsimo. No voy a armar un escndalo all adentro si tienen que tirarme antes de tiempo a los
slidos degradantes. Antes que nada soy un tipo fino. Ahora les voy a mostrar cmo funciona esta cosa para
que la puedan operar sin m.
Y les explic uno a uno todos los secretos del mecanismo de vigilancia. A Eduardo E no le caa del todo
mal ese supermirn que les haba cado de regalo en el ltimo instante, cuando ya se haban quedado sin
capacidad de asombro. La clase termin a tiempo. Los yalawohe que custodiaban los accesos a la casa
informaban que el seor Abelardo A se acercaba cantando y pateando ratas por una de las calles laterales.
El seor Abelardo A no lleg a la puerta. Apenas desemboc en la calle enfrent la pared y enfrent el
nombre y se dio cuenta del peligro. Eduardo E controlaba el mecanismo de vigilancia y de golpe sinti la
extraa sensacin de estar adentro mismo del pensamiento del seor Abelardo A. El sistema permita
acercamientos visuales y auditivos que limitaban con el milagro. El seor Abelardo A, con su ceja derecha
levemente cada en relacin con la izquierda, mir para todos lados antes de poner su mano derecha con la
ua del dedo meique algo sucia sobre la cerradura digital. La puerta se abri con un ruido seco y entonces el
seor Abelardo A entr a una especie de museo de plantas. "All adentro hay calefaccin", pens Eduardo E
mientras se preguntaba de paso cmo demonios haca el aparato de Fabricius para seguir al seor Abelardo A
por adentro de la casa. Si todo lo que haban planeado con Mnica M funcionaba como corresponda, en ese
momento la pantalla principal de la casa deba encenderse. S, se encendi. Lo siguiente era que apareciera
una R grande y clara sobre el costado izquierdo. All. Correcto. Todo estaba saliendo bien. Ahora la O. Exacto.
El seor Abelardo A estaba petrificado en el saln central en camisa, "s, hay calefaccin", cuando apareci la
G empez a transpirar, con la E se fue corriendo a su guardarropa. Ya vestido, cuando vio la L y la I lanz el
peor insulto que conoca y "no, no, no, esas cosas no se dicen en pblico", cuando ley la O haba tomado una
decisin pero cometi el error de susurrarla. Para la segunda R, Eduardo E ya conoca los prximos pasos del
seor Abelardo A y ahora tambin conoca su propio destino, que era como un dolor y una angustia en el
estmago. Pens entonces que por sentir dolores as lo haban elegido jefe y por sentir penas como esa lo haba
elegido Susana S.
Llvatelos, hermano. Gualos bien hasta el Santuario. Yo tengo que hacer algo antes de ir con
ustedes.
Marcelo M escuch la frase de Eduardo E y se dio cuenta de que esconda ms que la suma de los
significados de cada una de las palabras. Sinti un abismo de fro y soledad, pero no lo dijo.
Qu le digo a Susana S? Va a preguntar. Acordate que bamos a ir los dos.
A Eduardo E le pareci una tontera seguir engaando a su amigo. El tiempo no jugaba a favor de las
mentiras piadosas.
Decile hasta ltimo momento que yo voy a llegar. Despus, que entre Javier J y cierren la puerta.
Y vos?
Yo voy a estar bien. Me voy a ir al campamento de los yalawohe. No quiero quedarme a ver la cada
de la ciudad.
Vas a estar solo. Ellos quieren quedarse aqu. Dicen que es una forma de recuperar lo que les
pertenece.
Mejor. Sabs que nunca me gust mucho el ruido.
Se miraron por unos largos segundos. Marcelo M pens que en esa mirada se le iba buena parte de la
vida que le quedaba y que esos ojos pasaban, a partir de ese momento, a formar parte de su memoria. Tuvo la
seguridad de que si lo abrazaba no iba a poder despegarse, as que resolvi dar media vuelta y alejarse.
Cuando lleg hasta donde lo esperaban sus amigos y los yalawohe, lo recibieron con un gesto de duda.
Susana S le puso palabras al gesto.
Y Eduardo E?
Dice que se va a encargar l. Que nosotros vayamos y que despus se nos une en el Santuario. Trat
de convencerlo pero no quiso. Vos sabs cmo es cuando se le mete algo en la cabeza.
Pero no podemos dejarlo as. Yo voy con l.
Marcelo M la ataj en seco.
No, Susana S. No tengo la menor idea de cules sean sus planes y no es momento de andar
desperdigndonos por all. Eso puede terminar con todos nuestros proyectos y ese sera el mayor triunfo del
seor Abelardo A.
Susana S dej de forcejear y se acerc a Silvia S, que la abraz como queriendo limpiarla de
desconfianza. Marcelo M volvi a hablar.
Nuestra idea era que ahora cada uno de nosotros ocupara un tiempo en despedirse de los que ama
pero parece que el tiempo nos corre. El gobierno anunci un mensaje para dentro de una hora y all se dar
seguramente la alarma final. Eso nos deja los minutos justos para llegar al Santuario y preparar todo para
cerrarlo. Nos quedaremos sin despedida.
Y empezaron a caminar, cada uno pensando en alguien que se quedaba con un adis de menos.
ELLA
Pap, no vas a recibir esto porque el fro nos est ganando la partida y nos va a separar para siempre
pero quera decirte que si algo lamento es no haber tenido tiempo para decirte esta tarde que si algo lamento
es no haber tenido tiempo. Y no es un juego de palabras. Cuando yo era chiquita y el hielo todava no haba
llegado me gustaba mirarte desde abajo y pensar que era brbaro que fuera mi pap alguien tan terriblemente
enorme. Brbaro y casi imprescindible. Lo que pasa es que crec y seguiste siendo terriblemente enorme y
entonces no s si fue tan brbaro. Y para colmo se nos vino el fro y ya no pudimos sentarnos a explicarnos, a
que me contaras cmo era eso de ser siempre as de grandote, a que me escucharas para que al menos supieras
qu sentamos nosotras las chiquitas. Y ahora se acab el reloj. En menos de una hora el gobierno va a
anunciar que chiquitos y grandotes ya no vamos a ver cmo amanece maana. Y no me gusta. Sobre todo no
me gusta que no ests aqu conmigo para que yo pueda acurrucarme adentro tuyo y que me digas que es todo
una gran mentira, que el Sol sigue tan tibio como siempre y que yo te amo pap, te amo y este puto fro que no
me dej decrtelo.
L
Mam, voy a ser cortito porque sabs que nunca se me dio bien eso de hablar y de decir las cosas y
todo el lo de las palabras. Pero parece que aqu se termina el hilo y ni siquiera puedo correr hasta casa para
contarte esto. As que me lo cuento yo y listo, hace como si lo supieras. Una vez me mand una flor de macana,
de esas que hacen que ustedes los adultos se pregunten si estuvieron bien en traernos al mundo (a propsito,
estuvieron bien?) y entonces yo pens que se me vena encima un infierno con el castigo tuyo que yo imagin
como para hacerme temblar. Pero no hubo castigo. Y me diste un beso cuando me descubriste aterrorizado en
mi escondite. Vas a irte sin saber cunto me gust esa historia y yo no tengo tiempo de ir hasta casa pero si lo
tuviera entrara corriendo, te arrancara de lo que estuvieras haciendo y me escondera en el mismo lugar para
que volvieras a encontrarme.
EDUARDO E
El seor Abelardo A empuj con cuidado la puerta del departamento y entr con ms cuidado todava.
Adentro, el hielo ya haba empezado a ganar las cosas. Sin calefaccin, la escarcha se haba ido acumulando
sobre el equipo de video, el sof.
Se agach para examinar el piso buscando algo, algn indicio que le explicara lo que haba pasado all
desde su salida. En el equipo no estaba el disco con su mensaje. No le gust la novedad.
Buscaba esto, seor Abelardo A? pregunt una voz a su espalda con un microdisco en la mano.
Pero no se dio vuelta.
No especialmente. Buscaba cualquier cosa que me sirviera para entender. Supongo que el nombre en
mi pared y en mi pantalla quiere decir que el otro muchacho no aguant el fro, que vos, vaya a saber cmo, s
y que ahora ests lleno de odio y probablemente armado.
Como siempre, sabe leer en el alma de los dems con la misma claridad que el nombre de mi amigo
en la pared. Lo estaba esperando.
No te voy a preguntar cmo hiciste para saber que yo vendra. Voy a considerarlo un xito de tu
inteligencia. Pero tambin eso es un elogio para m. Demuestra que no me equivoqu cuando te conoc. Lo que
s voy a preguntarte es qu penss hacer con esa arma.
Qu le parece matarlo?
Una simpleza. Indigna de vos. Te sugiero un plan mejor. Te propongo que me acompaes
apuntndome hasta el refugio y que yo all te haga entrar como un invitado de ltimo momento. Tengo poder
para hacerlo y uno ms no va a significar nada. El refugio es inmenso. Es ms, podes venir con cuatro o cinco
amigos tuyos para que no te sientas tanto un traidor
Un plan delicioso. Y qu hacemos con Rogelio R?
Podemos intentar olvidarlo.
A usted no le va a costar mucho. A m s. Y conozco a una muchacha a la que le va a costar todava
ms. Suponiendo que yo prometa no matarlo en el gran refugio ese que me propone, no puedo poner las
manos en el fuego por ella.
Y me imagino que ella no puede ser una de las que se quede, no?
Se imagina bien. As que eso nos pone otra vez en el punto de partida. Aqu estamos los dos y yo
tengo un arma y usted est perdiendo la oportunidad de llegar al refugio antes de que lo cierren.
Eso me recuerda que tengo una cita. Bueno, esto es lo que voy a hacer. Me voy a ir caminando lentamente hasta la puerta y voy a salir de aqu. As que si quers detenerme vas a tener que matarme. Pero no
creo que hagas eso. Yo lo hara, claro. Pero vos no sos yo. Adis. Que tengas un rpido final en el fro.
Y empez a caminar con calma hacia la puerta. Estaba tan preocupado en mostrar serenidad que no
pudo or la frase de Eduardo E, dicha casi como en un secreto para s mismo.
No, yo no soy como usted. Pero hay tantas sorpresas en estos tiempos extraos.
Y dispar.
Susana S mir a Marcelo M y vio la verdad en los ojos del amigo que la evitaban. Examin su
alrededor y se sinti satisfecha. El Santuario estaba listo para recibir a sus viajeros del Tiempo. Ella se deba
una charla con Marcelo M y no quiso postergarla. Los dems vieron cmo se alejaban varios metros de la
entrada de la cueva. Vieron los gestos de Marcelo M, la postura tranquila de Susana S. Vieron un dilogo corto
y vieron el regreso de los dos con algo como alegra en la cara.
Muchachos, 17, 82, Fabricius. Tenemos que hablarles.
El campamento de los yalawohe era un gran desierto blanco, no muy distinto del paisaje que lo
rodeaba. Apenas las carpas y varias piedras que servan de asiento indicaban que all se poda hacer algo ms
que caminar entre la nada. Eduardo E lleg con el cuerpo sobre sus hombros y lo acomod en el piso, con la
espalda apoyada en una gran roca ovalada. Despus se sent a un costado y mir la cosa floja que era el seor
Abelardo A. "Y para esto hizo todo lo que hizo, para terminar de la misma forma estpida que los que resolvi
matar?", se pregunt. Sin dejar de mirar el cuerpo del gran enemigo que tena enfrente, meti la mano en el
bolsillo y sac un chocolate. Lo mordi con cuidado, teniendo la precaucin de que cada pedazo le llenara la
boca y el cuerpo de sabor. La luz del da era cada vez ms una suave penumbra, pero los ojos de Eduardo E ya
conocan de sobra esa rutina de adivinar los cuerpos en los contornos. Era la hora que haba anunciado el
gobierno para su mensaje final. Eduardo E prendi el receptor. Las primeras voces roncas del aparato se
confundieron con la voz avejentada del seor Abelardo A que regresaba al mundo de los vivos.
Dnde estoy? Me duele todo el cuerpo. S. Esas pistolas atontadoras son muy efectivas. No
podra caminar ni tres pasos en ese estado. Pero por si acaso no lo intente. Tiene los pies y las manos atados.
Muy precavido dijo el seor Abelardo A. Y buena esa idea de usar una pistola atontadora. Te
salv de la culpa. Va a ser el fro que yo ayud a crear y no tu disparo el que me mate.
Adelante, seor Abelardo A. No se calle nada. Estamos los dos solos. Vamos a terminar aqu y me
agrada que lo nico que le quede sea el cinismo. Pero igual limite sus frases imbciles al mnimo indispensable
y djeme comer el chocolate tranquilo. Ah, y ahora cllese que van a declarar la alarma final.
Est grabado. Ya deben estar todos en los refugios.
No s por qu no me sorprende. Bueno, al menos nos van a decir cunto nos queda para nuestra
amable charla.
Alguien en el receptor informaba que les hablara a todos los habitantes el jefe del gobierno. Hubo una
especie de titubeo en el aparato y despus hubo solo la voz que anunciaba el eplogo de una estirpe.
"Hermanos, desde hace meses nos hemos venido preparando para este momento, de modo que no
debe sorprendernos. Pero no por eso deja de dolerme infinitamente anunciar que nuestros cientficos me han
asegurado que se acerca rpidamente lo que tanto temamos. En las prximas seis horas la temperatura
descender en forma exponencial y terminar con toda forma de vida en el planeta. Hemos sido felices en esta
gran casa, hemos sido los hacedores de una gran historia. Seamos dignos de esa historia en el final. No quiero
hacer un discurso en este momento porque yo tambin quiero compartir este instante con los que amo. Los
abrazo y me despido con todo el amor del que soy capaz".
El receptor volvi a titubear pero ya no se escuch ninguna voz que dijera nada. Solo qued msica
cortando el aire, que las mquinas se encargaran de transmitir hasta varios das despus que no hubiera odos
que la escucharan. A Eduardo E le gust esa idea de esperar oyendo msica. Baj el volumen y se acomod,
disfrutando de la meloda, sobre su piedra cada vez ms helada.
As que seis horas. No son lo que se dice generosos sus hombres, seor Abelardo A.
No tiene sentido serlo. Las grandes soluciones suelen ser ms bien egostas.
Como este fro que inventaron. Qu injusto, no? Yo, que lo nico que quera en los ltimos tiempos
era estar con Susana S y mirarle la espalda todo el tiempo, tengo que terminar estando con usted y mirando la
cara que ms odio. Pero me alegra por Rogelio R.
Por qu? Qu tiene que ver l en esto?
No s, seor Abelardo A. Yo soy apenas un muchacho lleno de miedo que no est con la chica que
ama en el momento ms importante de su vida, que lamenta que ella no est para que viera que no lloro o que
lloro pensando en ella, que para m es bastante parecido. Yo no s leer en el alma de los dems como usted y
tampoco s leer en la ma. Pero por algn motivo, estar con usted, los dos solos, en este lugar tan fro y tan
blanco me recuerda a Rogelio R. Si l estuviera aqu y si Susana S estuviera aqu sera casi feliz.
Por un instante se callaron. El seor Abelardo A haba estado haciendo esfuerzos para desatarse hasta que se
haba convencido de que Eduardo E saba hacer nudos. Ahora miraba el piso y pensaba en el error que haba
cometido aquella maana en el bar, cuando se acerc a conversar con un chico que le pareci til para sumar
al proyecto. Cuando descubri que podra ser potencialmente peligroso cometi el segundo error: creerse a
salvo y contarle del Plan. "Demasiadas fallas. Merezco estar aqu atado esperando convertirme en estatua", se
dijo. "Me pregunto qu dirn dentro de unos aos cuando encuentren mi cuerpo atado junto a un muchachito
armado".
Eduardo E tambin us el silencio. Miraba las carpas de los yalawohe y pensaba que haca no mucho
ella haba caminado por all. Lo sac de esa imagen la voz del seor Abelardo A.
Esto s que es inesperado. Tenemos visitas.
Eduardo E gir la cabeza y comprob que el seor Abelardo A no menta. Por el sendero de la ciudad
se acercaba un grupo de gente. Venan tan tapados que era imposible reconocerlos. Pero venan. Eduardo E
destrab el arma atontadora y apunt.
ELLA
Me dio risa que me apuntaras, que nos pidieras nuestros nombres. A m, que lo nico que quera era
dejar de ser yo para perderme en tu memoria. Pero ya est. Estamos juntos y el tiempo puede hacer su
voluntad a gusto. No ser esta esperanza que soy de golpe la que lo contradiga. Pero, cmo puede una, con
este viento que taladra todo, estar tan inundada de calor?
L
No supe verte. Eso me demuestra que todava me falta mucho para merecer tu compaa. Pero no
importa. Ahora que podemos rozarnos sobre nuestras ropas intiles no importa nada. Y digo yo, cmo puede
uno, con este viento que taladra todo, estar tan inundado de calor?
Hoy no so. Es decir, hoy no pude dormir. Y claro, no pude soar. O mejor dicho, s, estuve
despierto. Pero por un ratito, por un ratito apenas, por algo ms que un segundo, so que dorma. No s si
alguna vez se los dije, pero cuando duermo no tengo miedo.
SUSANA S
Cuando tuve la certeza de que no ibas a venir le cont Susana S a Eduardo E habl con Marcelo
M y le propuse esto. En realidad lo primero que le ped fue que me dijera dnde estabas para encontrarte. Pero
l resolvi seguirme y ninguno de los otros quiso entrar si no llegabas. Dijeron que quedarse tambin era una
forma de acusar a sus asesinos, que no todas las palabras tienen que ser dichas con la boca. Entonces
decidieron dejarles sus lugares a cuatro yalawohe que se eligieron all mismo y que entraron con 17, 82 y
Fabricius. Van a usar el dispositivo de espa para saber cundo salir y para vigilar lo que pase en los refugios
grandes. Ellos van a contar la historia de Rogelio R Ellos van a ser nuestra memoria. Cerramos la puerta desde
afuera y empezamos a caminar hacia aqu para hacerte compaa. No es bueno estar solo con este clima.
Eduardo E sinti cuando la atrajo a su cuerpo que le nacan brazos para rodearla, que ahora s era inmortal y
que esa espalda tan deseada que ahora acariciaba era el mejor destino que el tiempo le pudo haber regalado.
Silvia S no separaba un segundo la vista del seor Abelardo A, pero el fro era tan absoluto que hasta el rencor
dola. Adems, ese cuerpo tan lleno de temor ya no era un enemigo. El disparo atontador y el aire cada vez ms
intolerable lo haban debilitado y lo haban sumergido en una especie de sueo idiota. Los minutos siguieron
pasando con la msica suave del receptor como fondo. Felipe F toc el hombro del seor Abelardo A para
darle un trozo de pan.
Qu pudo decir despertando de golpe, ya es hora?
Nadie le respondi. Silvia S empez a silbar despacito, con los ojos clavados en el horizonte blanco y
Susana S se peg todava ms a Eduardo E. Bernardo B se levant para apagar el aparato y volvi a sentarse
restregndose las manos enguantadas. Sin darse cuenta haban formado un pequeo crculo de once figuras y
un recuerdo, que unan sus hombros para darse algo de tibieza.
Digamos nuestros nombres propuso Mnica M. Que no sea la pregunta de este cruel lo ltimo
que escuchemos.
Silvia S dijo Silvia S.
Felipe F dijo Felipe F.
Susana S dijo Susana S.
Javier J dijo Javier J.
Las voces siguieron, convirtindose de a poco en una letana sin final que parta el ocaso de hielo. En
el mundo empezaba a anochecer y el viento era ya un alarido en la cara. Pero ellos estaban juntos y haban
aprendido a necesitarse y en ese instante supieron para siempre que esa exigencia del corazn es la mejor
arma contra los soles mentirosos.