El Evangelio de Nicodemo Desensus Cristi
El Evangelio de Nicodemo Desensus Cristi
El Evangelio de Nicodemo Desensus Cristi
I 1. Yo, Emeo, israelita de nación, doctor de la ley en Palestina, intérprete de las Divinas
Escrituras, lleno de fe en la grandeza de Nuestro Señor Jesucristo, revestido del carácter
sagrado del santo bautismo, e investigador de las cosas que acaecieron, y que hicieron
los judíos, bajo la gobernación de Cneo Poncio Pilatos, trayendo a la memoria el relato
de esos hechos, escrito por Nicodemo en lengua hebrea, lo traduje en lengua griega,
para darlo a conocer a todos los que adoran el nombre del Salvador del mundo.
2. Y lo he hecho bajo el imperio de Flavio Teodosio, en el año decimoctavo de su
reinado y bajo Valentiniano.
3. Y os suplico a cuantos leáis tales cosas, en libros griegos o latinos, que oréis por mí,
pobre pecador, a fin de que Dios me sea favorable y que me perdone todas las culpas
que haya cometido. Con lo cual, y deseando paz a los lectores, y salud a los que
entiendan, termino mi prefacio.
4. Lo que voy a contar ocurrió el año decimoctavo del reinado de Tiberio César,
emperador de los romanos, y de Herodes, hijo de Herodes, monarca de Galilea, el año
decimoctavo de su dominación, el ocho de las calendas de abril, que es el día 25 del mes
de marzo, bajo el consulado de Rufino y de Rubelión, el año IV de la olimpíada 202,
cuando Josefo y Caifás eran grandes sacerdotes de los judíos. Entonces escribió
Nicodemo, en lengua hebrea, todo lo sucedido en la pasión y en la crucifixión de Jesús.
5. Y fue que varios judíos de calidad, Anás, Caifás, Sommas, Dathan, Gamaliel, Judas,
Levi, Nephtalim, Alejandro, Siro y otros príncipes visitaron a Pilatos, y acusaron a Jesús
de muchas cosas malas, diciendo: Nosotros lo conocemos por hijo de José el carpintero
y por nacido de María. Sin embargo, él pretende que es hijo de Dios y rey de todos los
hombres, y no sólo con palabras, mas con hechos, profana el sábado y viola la ley de
nuestros padres.
6. Preguntó Pilatos: ¿Qué es lo que dice, y qué es lo que quiere disolver en vuestro
pueblo?
7. Y los judíos contestaron: La ley, confirmada por nuestras costumbres, manda
santificar el sábado y prohíbe curar en este día. Mas Jesús, en él, cura ciegos, sordos,
cojos, paralíticos, leprosos, poseídos, sin ver que ejecuta malas acciones.
8. Pilatos repuso: ¿Cómo pueden ser malas acciones ésas?
9. Y ellos replicaron: Mago es, puesto que por Beelzebuh, príncipe de los demonios,
expulsa los demonios, y por él también todas las cosas le están sometidas.
10. Dijo Pilatos: No es el espíritu inmundo quien puede expulsar los demonios, sino la
virtud de Dios.
11. Pero uno de los judíos respondió por todos: Te rogamos hagas venir a Jesús a tu
tribunal, para que lo veas y lo oigas.
12. Y Pilatos llamó a un mensajero y le ordenó: Trae a Jesús a mi presencia y trátalo con
dulzura.
13. Y el mensajero salió, y habiendo visto a Jesús, a quien muy bien conocía, tendió su
manto ante él y se arrojó a sus pies, diciéndole: Señor, camina sobre este manto de tu
siervo, porque el gobernador te llama.
14. Viendo lo cual, los judíos, llenos de enojo, se dirigieron en son de queja a Pilatos, y
le dijeron: Debieras haberlo mandado traer a tu presencia no por un mensajero, sino por
la voz de tu heraldo. Porque el mensajero, al verlo, lo adoró, y extendió ante Jesús su
manto, rogándole que caminase sobre él.
15. Y Pilatos llamó al mensajero y le preguntó: ¿Por qué obraste así?
16. El mensajero, respondiendo, dijo: Cuando me enviaste a Jerusalén cerca de
Alejandro, vi a Jesús caballero sobre un asno y a los niños de los hebreos que, con
ramas de árbol en sus manos, gritaban: Salve, hijo de David. Y otros, extendiendo sus
vestidos por el camino, decían: Salud al que está en los cielos. Bendito el que viene en
nombre del Señor.
17. Mas los, judíos respondieron al mensajero, exclamando: Aquellos niños de los
hebreos se expresaban en hebreo. ¿Cómo tú, que eres griego, comprendiste palabras
pronunciadas en una lengua que no es la tuya?
18. Y el mensajero contestó: Interrogué a uno de los judíos sobre lo que quería decir lo
que pronunciaban en hebreo y él me lo explicó.
19. Entonces Pilatos intervino, preguntando: ¿Cuál era la exclamación que pronunciaban
en hebreo? Y los judíos respondieron: Hosanna. Y Pilatos repuso: ¿Cuya es la
significación de ese término? Y los judíos replicaron: ¡Señor, salud! Y Pilatos dijo:
Vosotros mismos confirmáis que los niños se expresaban de ese modo. ¿En qué, pues, es
culpable el mensajero?
20. Y los judíos se callaron. Mas el gobernador dijo al mensajero: Sal, e introdúcelo.
21. Y el mensajero fue hacia Jesús, y le dijo: Señor, entra, porque el gobernador te llama.
22. Y, al entrar Jesús en el Pretorio, las imágenes que los abanderados llevaban por
encima de sus estandartes se inclinaron por sí mismas y adoraron a aquél. Y los judíos,
viendo que las imágenes se habían inclinado por sí mismas, para adorar a Jesús,
elevaron gran clamoreo contra los abanderados.
23. Entonces Pilatos dijo a los judíos: Noto que no rendís homenaje a Jesús, a pesar de
que ante él se han inclinado las imágenes para saludarlo, y, en cambio, despotricáis
contra los abanderados, como si ellos mismos hubiesen inclinado sus pendones y
adorado a Jesús. Y los judíos repusieron: Los hemos visto proceder tal como tú indicas.
24. Y el gobernador hizo que se aproximasen los abanderados y les preguntó por qué
habían hecho aquello. Mas los abanderados respondieron a Pilatos: Somos paganos y
esclavos de los templos. ¿Concibes siquiera que hubiéramos podido adorar a ese judío?
Las banderas que empuñábamos se han inclinado por sí mismas, para adorarlo.
25. En vista de esta contestación, Pilatos dijo a los jefes de la Sinagoga y a los ancianos
del pueblo: Elegid por vuestra cuenta hombres fuertes y robustos, que empuñen las
banderas, y veremos si ellas se inclinan por sí mismas.
26. Y los ancianos de los judíos escogieron doce varones muy fornidos de su raza, en
cuyas manos pusieron las banderas, y los formaron en presencia del gobernador. Y
Pilatos dijo al mensajero: Conduce a Jesús fuera del Pretorio, e introdúcelo en seguida.
Y Jesús salió del Pretorio con el mensajero.
27. Y Pilatos, dirigiéndose a los que empuñaban las banderas, los conminó, haciendo
juramento por la salud del César: Si las banderas se inclinan cuando él entre, os haré
cortar la cabeza.
28. Y el gobernador ordenó que entrase Jesús por segunda vez. Y el mensajero rogó de
nuevo a Jesús que entrase, pasando sobre el manto que había extendido en tierra. Y
Jesús lo hizo y, cuando entró, las banderas se inclinaron y lo adoraron.
IV 1. Dejando a Jesús en el interior del Pretorio, Pilatos salió, y se fue hacia los judíos,
a quienes dijo: No encuentro en él falta alguna.
2. Mas los judíos repusieron: Él ha dicho que podía destruir el templo, y reedificarlo en
tres días.
3. Pilatos les preguntó: ¿Qué es el templo? Y los judíos contestaron: El que Salomón
tardó cuarenta y seis años en construir, y él asegura que, en sólo tres días, puede
aniquilarlo y volver a levantarlo otra vez.
4. Y Pilatos afirmó de nuevo: Inocente soy de la sangre de este hombre. Ved lo que os
toca hacer con él.
5. Y los judíos gritaron: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
6. Entonces Pilatos, llamando a los ancianos, a los sacerdotes y a los levitas, les
comunicó en secreto: No obréis así, porque nada hallo digno de muerte en lo que le
reprocháis de haber violado el sábado. Mas ellos opusieron: El que ha blasfemado
contra el César es digno de muerte. Y él ha hecho más, pues ha blasfemado contra Dios.
7. Ante esta pertinacia en la acusación, Pilatos mandó a los judíos que saliesen del
Pretorio y, llamando a Jesús, le dijo: ¿Qué haré a tu respecto? Jesús dijo: Haz lo que
debes. Y Pilatos preguntó a los judíos: ¿Cómo debo obrar? Jesús respondió: Moisés y
los profetas han predicho esta pasión y mi resurrección.
8. Al oír esto, los judíos dijeron a Pilatos: ¿Quieres escuchar más tiempo sus blasfemias?
Nuestra ley estatuye que, si un hombre peca contra su prójimo, recibirá cuarenta azotes
menos uno, y que el blasfemo será castigado con la muerte.
9. Y Pilatos expuso: Si su discurso es blasfematorio, tomadlo, conducidlo a vuestra
Sinagoga, y juzgadlo según vuestra ley. Mas los judíos dijeron: Queremos que sea
crucificado. Pilatos les dijo: Eso no es justo. Y, mirando a la asamblea, vio a varios
judíos que lloraban, y exclamó: No es voluntad de toda la multitud que muera.
10. Empero, los ancianos dijeron a Pilatos: Para que muera hemos venido aquí todos. Y
Pilatos preguntó a los judíos: ¿Qué ha hecho, para merecer la muerte? Y ellos
respondieron: Ha dicho que era rey e hijo de Dios.
VI 1. Y otro de los judíos avanzó, pidiendo al gobernador permiso para hablar. Y Pilatos
repuso: Lo que quieras decir, dilo.
2. Y el judío habló así: Hacía treinta años que yacía en mi lecho, y era constantemente
presa de grandes sufrimientos, y me hallaba en peligro de perder la vida. Jesús vino, y
muchos demoníacos y gentes afligidas de diversas enfermedades fueron curadas por él.
Y unos jóvenes piadosos me llevaron a presencia suya en mi lecho. Y Jesús, al yerme, se
compadeció de mí y me dijo: Levántate, toma tu lecho, y marcha. Y, en el acto, quedé
completamente curado, tomé mi lecho y marché.
3. Mas los judíos dijeron a Pilatos: Pregúntale en qué día fue curado. Y él respondió: En
día de sábado. Y los judíos exclamaron: ¿No decíamos que en día de sábado curaba las
enfermedades y expulsaba los demonios?
4. Y otro judío avanzó y dijo: Yo era un ciego de nacimiento, que oía hablar, pero que a
nadie veía. Y Jesús pasó, y yo me dirigí a él, gritando en alta voz: ¡Jesús, hijo de David,
ten piedad de mí! Y él tuvo piedad de mí, y puso su mano sobre mis ojos, e
inmediatamente recobré la vista.
5. Y otro avanzó y dijo: Yo era leproso, y él me curó con una sola palabra.
Testimonio de la Verónica
VII 1. Y una mujer, llamada Verónica, dijo: Doce años venía afligiéndome un flujo de
sangre y, con sólo tocar el borde de su vestido, el flujo se detuvo en el mismo momento.
2. Y los
judíos exclamaron: Según nuestra ley, una mujer no puede venir a deponer
como testigo.
Las turbas prefieren la libertad de Barrabás a la de Jesús. Pilatos se lava las manos
IX 1. Y Pilatos, llamando a Nicodemo y a los doce hombres que decían que Jesús no
había nacido de la fornicación, les habló así: ¿Qué debo hacer ante la sedición que ha
estallado en el pueblo? Respondieron: Lo ignoramos. Véanlo ellos mismos.
2. Y Pilatos, convocando de nuevo a la muchedumbre, dijo a los judíos: Sabéis que,
según costumbre, el día de los Ázimos os concedo la gracia de soltar a un preso.
Encarcelado tengo a un famoso asesino, que se llama Barrabás, y no encuentro en Jesús
nada que merezca la muerte. ¿A cuál de los dos queréis que os suelte? Y todos
respondieron a voz en grito: ¡Suéltanos a Barrabás!
3. Pilatos repuso: ¿Qué haré, pues, de Jesús, llamado el Cristo? Y exclamaron todos:
¡Sea crucificado!
4. Y los judíos dijeron también: Demostrarás no ser amigo del César si pones en libertad
al que se llama a sí mismo rey e hijo de Dios. Y aun quizá deseas que él sea rey en lugar
del César.
5. Entonces Pilatos montó en cólera y les dijo: Siempre habéis sido una raza sediciosa, y
os habéis opuesto a los que estaban por vosotros.
6. Y los judíos preguntaron: ¿Quiénes son los que estaban por nosotros?
7. Y Pilatos respondió: Vuestro Dios, que os libró de la dura servidumbre de los egipcios
y que os condujo a pie por la mar seca, y que os dio, en el desierto, el maná y la carne
de las codornices para vuestra alimentación, y que hizo salir de una roca agua para
saciar vuestra sed, y contra el cual, a pesar de tantos favores, no habéis cesado de
rebelaros, hasta el punto de que Él quiso haceros perecer. Y Moisés rogó por vosotros, a
fin de que no perecieseis. Y ahora decís que yo odio al rey.
8. Mas los judíos gritaron: Nosotros sabemos que nuestro rey es el César, y no Jesús.
Porque los magos le ofrecieron presentes como a un rey. Y Herodes, sabedor por los
magos de que un rey había nacido, procuró matarlo. Enterado de ello José, su padre, lo
tomó junto con su madre, y huyeron los tres a Egipto. Y Herodes mandó dar muerte a
los hijos de los judíos, que por aquel entonces habían nacido en Bethlehem.
9. Al oír estas palabras, Pilatos se aterrorizó y, cuando se restableció la calma entre el
pueblo que gritaba, dijo: El que buscaba Herodes ¿es el que está aquí presente? Y le
respondieron: El mismo es.
10. Y Pilatos tomó agua y se lavó las manos ante el pueblo, diciendo: Inocente soy de la
sangre de este justo. Pensad bien lo que vais a hacer. Y los judíos repitieron: ¡Caiga su
sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!
11. Entonces Pilatos ordenó que se trajese a Jesús al tribunal en que estaba sentado, y
prosiguió en estos términos, al dictar sentencia contra él: Tu raza no te quiere por rey.
Ordeno, pues, que seas azotado, conforme a los estatutos de los antiguos príncipes.
12. Y mandó en seguida que se lo crucificase en el lugar en que había sido detenido, con
dos malhechores, cuyos nombres eran Dimas y Gestas.
Jesús en el Gólgota
X 1. Y Jesús salió del Pretorio y los dos ladrones con él. Y cuando llegó al lugar que se
llama Gólgota, los soldados lo desnudaron de sus vestiduras y le ciñeron un lienzo, y
pusieron sobre su cabeza una corona de espinas y colocaron una caña en sus manos. Y
crucificaron igualmente a los dos ladrones a sus lados, Dimas a su derecha y Gestas a su
izquierda.
2. Y Jesús dijo: Padre, perdónalos, y déjalos libres de castigo, porque no saben lo que
hacen. Y ellos repartieron entre sí sus vestiduras.
3. Y el pueblo estaba presente, y los príncipes, los ancianos y los jueces se burlaban de
Jesús, diciendo: Puesto que a otros salvó, que se salve a sí mismo. Y si es hijo de Dios,
que descienda de la cruz.
4. Y los soldados se mofaban de él, y le ofrecían vinagre mezclado con hiel,
exclamando: Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.
5. Y un soldado, llamado Longinos, tomando una lanza, le perforó el costado, del cual
salió sangre y agua.
6. Y el gobernador ordenó que, conforme a la acusación de los judíos, se inscribiese
sobre un rótulo, en letras hebraicas, griegas y latinas: Éste es el rey de los judíos.
7. Y uno de los ladrones que estaban crucificados, Gestas, dijo a Jesús: Si eres el Cristo,
líbrate y libértanos a nosotros. Mas Dimas lo reprendió, diciéndole: ¿No temes a Dios
tú, que eres de aquellos sobre los cuales ha recaído condena? Nosotros recibimos el
castigo justo de lo que hemos cometido, pero él no ha hecho ningún mal. Y, una vez
hubo censurado a su compañero, exclamó, dirigiéndose a Jesús: Acuérdate de mí, señor
en tu reino. Y Jesús le respondió: En verdad te digo que hoy serás conmigo en el
paraíso.
Muerte de Jesús
XI 1. Era entonces como la hora de sexta del día y grandes tinieblas se esparcieron por
toda la tierra hasta la hora de nona. El sol se oscureció, y he aquí que el velo del templo
se rasgó en dos partes de alto abajo.
2. Y hacia la hora de nona, Jesús clamó a gran voz: Hely, Hely, lama zabathani, lo que
significa: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
3. Y en seguida murmuró: Padre mío, encomiendo mi espíritu entre tus manos. Y, dicho
esto, entregó el espíritu.
4. Y el centurión, al ver lo que había pasado, glorificó a Dios, diciendo: Este hombre era
justo. Y todos los espectadores, turbados por lo que habían visto, volvieron a sus casas,
golpeando sus pechos.
5. Y el centurión refirió lo que había ocurrido al gobernador, el cual se llenó de aflicción
extrema y ni el uno, ni el otro comieron, ni bebieron, aquel día.
6. Y Pilatos, convocando a los judíos, les preguntó: ¿Habéis sido testigos de lo que ha
sucedido? Y ellos respondieron al gobernador: El sol se ha eclipsado de la manera
habitual.
7. Y todos los que amaban a Jesús se mantenían a lo lejos, así como las mujeres que lo
habían seguido desde Galilea.
8. Y he aquí que un hombre llamado José, varón bueno y justo, que no había tomado
parte en las acusaciones y en las maldades de los judíos, que era de Arimatea, ciudad de
Judea, y que esperaba el reino de Dios, pidió a Pilatos el cuerpo de Jesús.
9. Y, bajándolo de la cruz, lo envolvió en un lienzo muy blanco, y lo depositó en una
tumba completamente nueva, que había hecho construir para sí mismo, y en la cual
ninguna persona había sido sepultada.
XII 1. Sabedores los judíos de que José había pedido el cuerpo de Jesús, lo buscaron,
como también a los doce hombres que habían declarado que Jesús no naciera de la
fornicación, y a Nicodemo y a los demás que habían comparecido ante Pilatos, y dado
testimonio de las buenas obras del Salvador.
2. Todos se ocultaban y únicamente Nicodemo, por ser príncipe de los judíos, se mostró
a ellos, y les preguntó: ¿Cómo habéis entrado en la Sinagoga?
3. Y ellos le respondieron: Y tú, ¿cómo has entrado en la Sinagoga, cuando eras adepto
del Cristo? Ojalá tengas tu parte con él en los siglos futuros. Y Nicodemo contestó: Así
sea.
4. Y José se presentó igualmente a ellos y les dijo: ¿Por qué estáis irritados contra mí, a
causa de haber yo pedido a Pilatos el cuerpo de Jesús? He aquí que yo lo he depositado
en mi propia tumba, y lo he envuelto en un lienzo muy blanco, y he colocado una gran
piedra al lado de la gruta. Habéis obrado mal contra el justo, y lo habéis crucificado, y
lo habéis atravesado a lanzadas.
5. Al oír esto, los judíos se apoderaron de José y lo encerraron, hasta que pasase el día
del sábado. Y le dijeron: En este momento, por ser tal día, nada podemos hacer contra ti.
Pero sabemos que no eres digno de sepultura y abandonaremos tu carne a las aves del
cielo y a las bestias de la tierra.
6. Y José respondió: Esas vuestras palabras son semejantes a las de Goliath el soberbio,
que se levantó contra el Dios vivo, y a quien hirió David. Dios ha dicho por la voz del
profeta: Me reservaré la venganza. Y Pilatos, con el corazón endurecido, lavó sus manos
en pleno sol, exclamando: Inocente soy de la sangre de ese justo. Y vosotros habéis
contestado: ¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos! Y mucho temo que
la cólera de Dios caiga sobre vosotros y sobre vuestros hijos, como habéis proclamado.
7. Al oír a José expresarse de este modo, los judíos se llenaron de rabia, y, apoderándose
de él, lo encerraron en un calabozo sin reja que dejara penetrar el menor rayo de luz. Y
Anás y Caifás colocaron guardias a la puerta y pusieron su sello sobre la llave.
8. Y tuvieron consejo con los sacerdotes y con los levitas, para que se reuniesen todos
después del día del sábado, y deliberasen sobre qué genero de muerte infligirían a José.
9. Y cuando estuvieron reunidos, Anás y Caifás ordenaron que se les trajese a José. Y,
quitando el sello, abrieron la puerta y no encontraron a José en el calabozo en que lo
habían encerrado. Y toda la asamblea quedó sumida en el mayor estupor, porque habían
encontrado sellada la puerta. Y Anás y Caifás se retiraron.
XIII 1. Y, mientras ellos no salían de su asombro, uno de los soldados a quienes habían
encomendado la guardia del sepulcro entró en la Sinagoga y dijo: Cuando vigilábamos
la tumba de Jesús, la tierra tembló y hemos visto a un ángel de Dios, que quitó la piedra
del sepulcro y que se sentó sobre ella. Y su semblante brillaba como el relámpago y sus
vestidos eran blancos como la nieve. Y nosotros quedamos como muertos de espanto. Y
oímos al ángel que decía a las mujeres que habían ido al sepulcro de Jesús: No temáis.
Sé que buscáis a Jesús el crucificado, el cual resucitó, como lo había predicho. Venid, y
ved el lugar en que había sido colocado, y apresuraos a avisar a sus discípulos que ha
resurgido de entre los muertos, y que va delante de vosotros a Galilea, donde lo veréis.
2. Y los judíos, convocando a todos los soldados que habían puesto para guardar a Jesús,
les preguntaron: ¿Qué mujeres fueron aquellas a quienes el ángel habló? ¿Por qué no os
habéis apoderado de ellas?
3. Replicaron los soldados: No sabemos qué mujeres eran, y quedamos como difuntos,
por el mucho temor que nos inspiró el ángel. ¿Cómo, en estas condiciones, habríamos
podido apoderarnos de dichas mujeres?
4. Los judíos exclamaron: ¡Por la vida del Señor, que no os creemos! Y los soldados
respondieron a los judíos: Habéis visto a Jesús hacer milagros, y no habéis creído en él.
¿Cómo creeríais en nuestras palabras? Con razón juráis por la vida del Señor, pues vive
el Señor a quien encerrasteis en el sepulcro. Hemos sabido que habéis encarcelado en un
calabozo, cuya puerta habéis sellado, a ese José que embalsamó el cuerpo de Jesús, y
que, cuando fuisteis a buscarlo, no lo encontrasteis. Devolvednos a José, a quien
aprisionasteis, y os devolveremos a Jesús, cuyo sepulcro hemos guardado.
5. Los judíos dijeron: Devolvednos a Jesús y os devolveremos a José, porque éste se
halla en la ciudad de Arimatea. Mas los soldados contestaron: Si José está en Arimatea,
Jesús está en Galilea, puesto que así lo anunció a las mujeres el ángel.
6. Oído lo cual, los judíos se sintieron poseídos de temor y se dijeron entre sí: Cuando el
pueblo escuche estos discursos, todos en Jesús creerán.
7. Y reunieron una gruesa suma de dinero, que entregaron a los soldados, advirtiéndoles:
Decid que, mientras dormíais, llegaron los discípulos de Jesús al sepulcro y robaron su
cuerpo. Y, si el gobernador Pilatos se entera de ello, lo apaciguaremos en vuestro favor y
no seréis inquietados.
8. Y los soldados, tomando el dinero, dijeron lo que los judíos les habían recomendado.
XVI 1. Cuando los sacerdotes y los levitas oyeron tales cosas, quedaron estupefactos y
como muertos. Y, vueltos en sí, exclamaron: ¿Qué maravilla es la que se ha manifestado
en Jerusalén? Porque nosotros conocemos al padre y a la madre de Jesús.
2. Y cierto levita explicó: Sé que su padre y su madre eran personas temerosas del
Altísimo, y que estaban siempre en el templo, orando, y ofreciendo hostias y
holocaustos al Dios de Israel. Y, cuando Simeón, el Gran Sacerdote, lo recibió, dijo,
tomándolo en sus brazos: Ahora, Señor, envía a tu servidor en paz, según tu palabra,
porque mis ojos han visto al Salvador que has preparado para todos los pueblos, luz que
ha de servir para la gloria de tu raza de Israel. Y aquel mismo Simeón bendijo también a
María, madre de Jesús, y le dijo: Te anuncio, respecto a este niño, que ha nacido para la
ruina y para la resurrección de muchos, y como signo de contradicción.
3. Entonces los judíos propusieron: Mandemos a buscar a los tres hombres que aseguran
haberlo visto con sus discípulos en el monte de los Olivos.
4. Y, cuando así se hizo, y aquellos tres hombres llegaron, y fueron interrogados,
respondieron con unánime voz: Por la vida del Señor, Dios de Israel, hemos visto
manifiestamente a Jesús con sus discípulos en el monte de las Olivas, y asistido al
espectáculo de su subida al cielo.
5. En vista de esta declaración, Anás y Caifás tomaron a cada uno de los testigos aparte,
y se informaron de ellos separadamente. Y ellos insistieron sin contradicción en
confesar la verdad, y en aseverar que habían visto a Jesús.
6. Y Anás y Caifás pensaron: Nuestra ley preceptúa que, en la boca de dos o tres
testigos, toda palabra es válida. Pero sabemos que el bienaventurado Enoch, grato a
Dios, fue transportado al cielo por la palabra de Él, y que la tumba del bienaventurado
Moisés no se encontró nunca, y que la muerte del profeta Elías no es conocida. Jesús,
por lo contrario, ha sido entregado a Pilatos, azotado, abofeteado, coronado de espinas,
atravesado por una lanza, crucificado, muerto sobre el madero, y sepultado. Y el
honorable padre José, que depositó su cadáver en un sepulcro nuevo, atestigua haberlo
visto vivo. Y estos tres hombres certifican haberlo encontrado con sus discípulos en el
monte de los Olivos, y haber asistido al espectáculo de su subida al cielo.
XVII 1. Y José, levantándose, dijo a Anás y a Caifás: Razón tenéis para admiraros, al
saber que Jesús ha sido visto resucitado y ascendiendo al empíreo. Pero aún os
sorprenderéis más de que no sólo haya resucitado, sino de que haya sacado del sepulcro
a muchos otros muertos, a quienes gran número de personas han visto en Jerusalén.
2. Y escuchadme ahora, porque todos sabemos que aquel bienaventurado Gran
Sacerdote, que se llamó Simeón, recibió en sus manos, en el templo, a Jesús niño. Y
Simeón tuvo dos hijos, hermanos de padre y de madre, y todos hemos presenciado su
fallecimiento y asistido a su entierro. Pues id a ver sus tumbas, y las hallaréis abiertas,
porque los hijos de Simeón se hallan en la villa de Arimatea, viviendo en oración. A
veces se oyen sus gritos, mas no hablan a nadie, y permanecen silenciosos como
muertos. Vayamos hacia ellos, y tratémoslos con la mayor amabilidad. Y, si con suave
insistencia los interrogamos, quizá nos hablen del misterio de la resurrección de Jesús.
3. A cuyas palabras todos se regocijaron, y Anás, Caifás, Nicodemo, José y Gamaliel,
yendo a los sepulcros, no encontraron a los muertos, pero, yendo a Arimatea, los
encontraron arrodillados allí.
4. Y los abrazaron con sumo respeto y en el temor de Dios, y los condujeron a la
Sinagoga de Jerusalén.
5. Y, no bien las puertas se cerraron, tomaron el libro santo, lo pusieron en sus manos, y
los conjuraron por el Dios Adonaí, Señor de Israel, que ha hablado por la Ley y por los
profetas, diciendo: Si sabéis quién es el que os ha resucitado de entre los muertos,
decidnos cómo habéis sido resucitados.
6. Al oír esta adjuración, Carino y Leucio sintieron estremecerse sus cuerpos, y,
temblorosos y emocionados, gimieron desde el fondo de su corazon.
7. Y, mirando al cielo, hicieron con su dedo la señal de la cruz sobre su lengua.
8. Y, en seguida, hablaron, diciendo: Dadnos resmas de papel, a fin de que escribamos lo
que hemos visto y oído.
9. Y, habiéndoselas dado, se sentaron, y cada uno de ellos escribió lo que sigue.
XIX 1. Y el profeta Isaías exclamó: Es la luz del Padre, el Hijo de Dios, como yo
predije, estando en tierras de vivos: en la tierra de Zabulón y en la tierra de Nephtalim.
Más allá del Jordán, el pueblo que estaba sentado en las tinieblas, vería una gran luz, y
esta luz brillaría sobre los que estaban en la región de la muerte. Y ahora ha llegado, y
ha brillado para nosotros, que en la muerte estábamos.
2. Y, como sintiésemos inmenso júbilo ante la luz que nos había esclarecido, Simeón,
nuestro padre, se aproximó a nosotros, y, lleno de alegría, dijo a todos: Glorificad al
Señor Jesucristo, que es el Hijo de Dios, porque yo lo tuve recién nacido en mis manos
en el templo e, inspirado por el Espíritu Santo, lo glorifiqué y dije: Mis ojos han visto
ahora la salud que has preparado en presencia de todos los pueblos, la luz para la
revelación de las naciones, y la gloria de tu pueblo de Israel.
3. Al oír tales cosas, toda la multitud de los santos se alborozó en gran manera.
4. Y, en seguida, sobrevino un hombre, que parecía un ermitaño. Y, como todos le
preguntasen quién era, respondió: Soy Juan, el oráculo y el profeta del Altísimo, el que
precedió a su advenimiento al mundo, a fin de preparar sus caminos, y de dar la ciencia
de la salvación a su pueblo para la remisión de los pecados. Y, viéndolo llegar hacia mí,
me sentí poseído por el Espíritu Santo, y le dije: He aquí el Cordero de Dios, que quita
los pecados del mundo. Y lo bauticé en el río del Jordán, y vi al Espíritu Santo
descender sobre él bajo la figura de una paloma. Y oí una voz de los cielos, que decía:
Éste es mi Hijo amado, en quien tengo todas mis complacencias, y a quien debéis
escuchar. Y ahora, después de haber precedido a su advenimiento, he descendido hasta
vosotros, para anunciaros que, dentro de poco, el mismo Hijo de Dios, levantándose de
lo alto, vendrá a visitarnos, a nosotros, que estamos sentados en las tinieblas y en las
sombras de la muerte.
XX 1. Y, cuando el padre Adán, el primer formado, oyó lo que Juan dijo de haber sido
Jesús bautizado en el Jordán, exclamó, hablando a su hijo Seth: Cuenta a tus hijos, los
patriarcas y los profetas, todo lo que oíste del arcángel Miguel, cuando, estando yo
enfermo, te envié a las puertas del Paraíso, para que el Señor permitiese que su ángel
diera aceite del árbol de la misericordia, que ungiese mi cuerpo.
2. Entonces Seth, aproximándose a los patriarcas y a los profetas, expuso: Me hallaba
yo, Seth, en oración delante del Señor, a las puertas del Paraíso, y he aquí que Miguel,
el numen de Dios, me apareció, y me dijo: He sido enviado a ti por el Señor, y presido
sobre el cuerpo humano. Y te declaro, Seth, que es inútil pidas y ruegues con lágrimas el
aceite del árbol de la misericordia, para ungir a tu padre Adán, y para que cesen los
sufrimientos de su cuerpo. Porque de ningún modo podrás recibir ese aceite hasta los
días postrimeros, cuando se hayan cumplido cinco mil años. Entonces, el Hijo de Dios,
lleno de amor, vendrá a la tierra, y resucitará el cuerpo de Adán, y al mismo tiempo
resucitará los cuerpos de los muertos. Y, a su venida, será bautizado en el Jordán, y, una
vez haya salido del agua, ungirá con el aceite de su misericordia a todos los que crean
en él, y el aceite de su misericordia será para los que deban nacer del agua y del Espíritu
Santo para la vida eterna. Entonces Jesucristo, el Hijo de Dios, lleno de amor, y
descendido a la tierra, introducirá a tu padre Adán en el Paraíso y lo pondrá junto al
árbol de la misericordia.
3. Y, al oír lo que decía Seth, todos los patriarcas y todos los profetas se henchieron de
dicha.
XXI 1. Y, mientras todos los padres antiguos se regocijaban, he aquí que Satanás,
príncipe y jefe de la muerte, dijo a la Furia: prepárate a recibir a Jesús, que se vanagloria
de ser el Cristo y el Hijo de Dios, y que es un hombre temerosísimo de la muerte, puesto
que yo mismo lo he oído decir: Mi alma está triste hasta la muerte. Y entonces
comprendí que tenía miedo de la cruz.
2. Y añadió: Hermano, aprestémonos, tanto tú como yo, para el mal día. Fortifiquemos
este lugar, para poder retener aquí prisionero al llamado Jesús que, al decir de Juan y de
los profetas, debe venir a expulsarnos de aquí. Porque ese hombre me ha causado
muchos males en la tierra, oponiéndose a mí en muchas cosas, y despojándome de
multitud de recursos. A los que yo había matado, él les devolvió la vida. Aquellos a
quienes yo había desarticulado los miembros, él los enderezó por su sola palabra, y les
ordenó que llevasen su lecho sobre los hombros. Hubo otros que yo había visto ciegos y
privados de la luz, y por cuya cuenta me regocijaba, al verlos quebrarse la cabeza contra
los muros, y arrojarse al agua, y caer, al tropezar en los atascaderos, y he aquí que este
hombre, venido de no sé dónde, y, haciendo todo lo contrario de lo que yo hacía, les
devolvía la vista por sus palabras. Ordenó a un ciego de nacimiento que lavase sus ojos
con agua y con barro en la fuente de Siloé, y aquel ciego recobró la vista. Y, no sabiendo
a qué otro lugar retirarme, tomé conmigo a mis servidores, y me alejé de Jesús. Y,
habiendo encontrado a un joven, entré en él, y moré en su cuerpo. Ignoro cómo Jesús lo
supo, pero es lo cierto que llegó adonde yo estaba, y me intimó la orden de salir. Y,
habiendo salido, y no sabiendo dónde entrar, le pedí permiso para meterme en unos
puercos, lo que hice, y los estrangulé.
3. Y la Furia, respondiendo a Satanás, dijo: ¿Quién es ese príncipe tan poderoso y que,
sin embargo, teme la muerte? Porque todos los poderosos de la tierra quedan sujetos a
mi poder desde el momento en que tú me los traes sometidos por el tuyo. Si, pues, tú
eres tan poderoso, ¿quién es ese Jesús que, temiendo la muerte, se opone a ti? Si hasta
tal punto es poderoso en su humanidad, en verdad te digo que es todopoderoso en su
divinidad, y que nadie podrá resistir a su poder. Y, cuando dijo que temía la muerte,
quiso engañarte, y constituirá tu desgracia en los siglos eternos.
4. Pero Satanás, el príncipe de la muerte, respondió y dijo: ¿Por qué vacilas en
aprisionar a ese Jesús, adversario de ti tanto como de mí? Porque yo lo he tentado, y he
excitado contra él a mi antiguo pueblo judío, excitando el odio y la cólera de éste. Y he
aguzado la lanza de la persecución. Y he hecho preparar madera para crucificarlo, y
clavos para atravesar sus manos y sus pies. Y le he dado a beber hiel mezclada con
vinagre. Y su muerte está próxima, y te lo traeré sujeto a ti y a mi.
5. Y la Furia respondió, y dijo: Me has informado de que él es quien me ha arrancado los
muertos. Muchos están aquí, que retengo, y, sin embargo, mientras vivían sobre la tierra,
muchos me han arrebatado muertos, no por su propio poder, sino por las plegarias que
dirigieron a su Dios todopoderoso, que fue quien verdaderamente me los llevó. ¿Quién
es, pues, ese Jesús, que por su palabra, me ha arrancado muertos? ¿Es quizá el que ha
vuelto a la vida, por su palabra imperiosa, a Lázaro, fallecido hacía cuatro días, lleno de
podredumbre y en disolución, y a quien yo retenía como difunto?
6. Y Satanás, el príncipe de la muerte, respondió y dijo: Ese mismo Jesús es.
7. Y,al oírlo, la Furia repuso: Yo te conjuro, por tu poder y por el mío, que no lo traigas
hacia mí. Porque, cuando me enteré de la fuerza de su palabra, temblé, me espanté y, al
mismo tiempo, todos mis ministros impíos quedaron tan turbados como yo. No pudimos
retener a Lázaro, el cual, con toda la agilidad y con toda la velocidad del águila, salió de
entre nosotros, y esta misma tierra que retenía su cuerpo privado de vida se la devolvió.
Por donde ahora sé que ese hombre, que ha podido cumplir cosas tales, es el Dios fuerte
en su imperio, y poderoso en la humanidad, y Salvador de ésta, y, si le traes hacia mí,
libertará a todos los que aquí retengo en el rigor de la prisión, y encadenados por los
lazos no rotos de sus pecados y, por virtud de su divinidad, los conducirá a la vida que
debe durar tanto como la eternidad.
XXII 1. Y, mientras Satanás y la Furia así hablaban, se oyó una voz como un trueno,
que decía: Abrid vuestras puertas, vosotros, príncipes. Abríos, puertas eternas, que el
Rey de la Gloria quiere entrar.
2. Y la Furia, oyendo la voz, dijo a Satanás: Anda, sal, y pelea contra él. Y Satanás salió.
3. Entonces la Furia dijo a sus demonios: Cerrad las grandes puertas de bronce, cerrad
los grandes cerrojos de hierro, cerrad con llave las grandes cerraduras, y poneos todos
de centinela, porque, si este hombre entra, estamos todos perdidos.
4. Y, oyendo estas grandes voces, los santos antiguos exclamaron: Devoradora e
insaciable Furia, abre al Rey de la Gloria, al hijo de David, al profetizado por Moisés y
por Isaías.
5. Y otra vez se oyó la voz de trueno que decía: Abrid vuestras puertas eternas, que el
Rey de la Gloria quiere entrar.
6. Y la Furia gritó, rabiosa: ¿Quién es el Rey de la Gloria? Y los ángeles de Dios
contestaron: El Señor poderoso y vencedor.
7. Y, en el acto, las grandes puertas de bronce volaron en mil pedazos, y los que la
muerte había tenido encadenados se levantaron.
8. Y el Rey de la Gloria entró en figura de hombre, y todas las cuevas de la Furia
quedaron iluminadas.
9. Y rompió los lazos, que hasta entonces no habían sido quebrantados, y el socorro de
una virtud invencible nos visitó, a nosotros, que estábamos sentados en las
profundidades de las tinieblas de nuestras faltas y en la sombra de la muerte de nuestros
pecados.
XXIII 1. Al ver aquello, los dos príncipes de la muerte y del infierno, sus impíos
oficiales y sus crueles ministros quedaron sobrecogidos de espanto en sus propios
reinos, cual si no pudiesen resistir la deslumbradora claridad de tan viva luz, y la
presencia del Cristo, establecido de súbito en sus moradas.
2. Y exclamaron con rabia impotente: Nos has vencido. ¿Quién eres tú, a quien el Señor
envía para nuestra confusión? ¿Quién eres tú, tan pequeño y tan grande, tan humilde y
tan elevado, soldado y general, combatiente admirable bajo la forma de un esclavo, Rey
de la Gloria muerto en una cruz y vivo, puesto que desde tu sepulcro has descendido
hasta nosotros? ¿Quién eres tú, en cuya muerte ha temblado toda criatura, y han sido
conmovidos todos los astros, y que ahora permaneces libre entre los muertos, y turbas a
nuestras legiones? ¿Quién eres tú, que redimes a los cautivos, y que inundas de luz
brillante a los que están ciegos por las tinieblas de sus pecados?
3. Y todas las legiones de los demonios, sobrecogidos por igual terror, gritaban en el
mismo tono, con sumisión temerosa y con voz unánime, diciendo: ¿De dónde eres,
Jesús, hombre tan potente, tan luminoso, de majestad tan alta, libre de tacha y puro de
crimen? Porque este mundo terrestre que hasta el día nos ha estado siempre sometido, y
que nos pagaba tributos por nuestros usos abominables, jamás nos ha enviado un muerto
tal como tú, ni destinado semejantes presentes a los infiernos. ¿Quién, pues, eres tú, que
has franqueado sin temor las fronteras de nuestros dominios, y que no solamente no
temes nuestros suplicios infernales, sino que pretendes librar a los que retenemos en
nuestras cadenas? Quizá eres ese Jesús, de quien Satanás, nuestro príncipe, decía que,
por su suplicio en la cruz, recibiría un poder sin límites sobre el mundo entero.
4. Entonces el Rey de la Gloria, aplastando en su majestad a la muerte bajo sus pies, y
tomando a nuestro primer padre, privó a la Furia de todo su poder y atrajo a Adán a la
claridad de su luz.
Jesús toma a Adán baj.o su protección y los antiguos profetas cantan su triunfo
XXV 1. Y el Señor extendió su mano, y dijo: Venid a mí, todos mis santos, hechos a mi
imagen y a mi semejanza. Vosotros, que habéis sido condenados por el madero, por el
diablo y por la muerte, veréis a la muerte y al diablo condenados por el madero.
2. Y, en seguida, todos los santos se reunieron bajo la mano del Señor. Y el Señor,
tomando la de Adán, le dijo: Paz a ti y a todos tus hijos, mis justos.
3. Y Adán, vertiendo lágrimas, se prosternó a los pies del Señor, y dijo en voz alta:
Señor, te glorificaré, porque me has acogido, y no has permitido que mis enemigos
triunfasen sobre mí para siempre. Hacia ti clamé, y me has curado, Señor. Has sacado
mi alma de los infiernos, y me has salvado, no dejándome con los que descienden al
abismo. Cantad las alabanzas del Señor, todos los que sois santos, y confesad su
santidad. Porque la cólera está en su indignación, y en su voluntad está la vida.
4. Y asimismo todos los santos de Dios se prosternaron a los pies del Señor, y dijeron
con voz unánime: Has llegado, al fin, Redentor del mundo, y has cumplido lo que
habías predicho por la ley y por tus profetas. Has rescatado a los vivos por tu cruz, y,
por la muerte en la cruz, has descendido hasta nosotros, para arrancarnos del infierno y
de la muerte, por tu majestad. Y, así como has colocado el título de tu gloria en el cielo,
y has elevado el signo de la redención, tu cruz, sobre la tierra, de igual modo, Señor,
coloca en el infierno el signo de la victoria de tu cruz, a fin de que la muerte no domine
más.
5. Y el Señor, extendiendo su mano, hizo la señal de la cruz sobre Adán y sobre todos
sus santos. Y, tomando la mano derecha de Adán, se levantó de los infiernos, y todos los
santos lo siguieron.
6. Entonces el profeta David exclamó con enérgico tono: Cantad al Señor un cántico
nuevo, porque ha hecho cosas admirables. Su mano derecha y su brazo nos han salvado.
El Señor ha hecho conocer su salud, y ha revelado su justicia en presencia de todas las
naciones.
7. Y toda la multitud de los santos respondió, diciendo: Esta gloria es para todos los
santos. Así sea. Alabad a Dios.
8. Y entonces el profeta Habacuc exclamó, diciendo: Has venido para la salvación de tu
pueblo, y para la liberación de tus elegidos.
9. Y todos los santos respondieron, diciendo: Bendito el que viene en nombre del Señor,
y nos ilumina.
10. Igualmente el profeta Miqueas exclamé, diciendo: ¿Qué Dios hay como tú, Señor,
que desvaneces las iniquidades, y que borras los pecados? Y ahora contienes el
testimonio de tu cólera. Y te inclinas más a la misericordia. Has tenido piedad de
nosotros, y nos has absuelto de nuestros pecados, y has sumido todas nuestras
iniquidades en el abismo de la muerte, según que habías jurado a nuestros padres en los
días antiguos.
11. Y todos los santos respondieron, diciendo: Es nuestro Dios para siempre, por los
siglos de los siglos, y durante todos ellos nos regirá. Así sea. Alabad a Dios.
12. Y los demás profetas recitaron también pasajes de sus viejos cánticos, consagrados a
alabar a Dios. Y todos los santos hicieron lo mismo.
Llegada de los santos antiguos al Paraíso y su encuentro con Enoch y con Elías
XXVI 1. Y el Señor, tomando a Adán por la mano, lo puso en las del arcángel Miguel,
al cual siguieron asimismo todos los santos.
2. Y los introdujo a todos en la gracia gloriosa del Paraíso, y dos hombres, en gran
manera ancianos, se presentaron ante ellos.
3. Y los santos los interrogaron, diciendo: ¿Quiénes sois vosotros, que no habéis estado
en los infiernos con nosotros, y que habéis sido traídos corporalmente al Paraíso?
4. Y uno de ellos repuso: Yo soy Enoch, que he sido transportado aquí por orden del
Señor. Y el que está conmigo es Elías, el Tesbita, que fue arrebatado por un carro de
fuego. Hasta hoy no hemos gustado la muerte, pero estamos reservados para el
advenimiento del Anticristo, armados con enseñas divinas, y pródigamente preparados
para combatir contra él, para darle muerte en Jerusalén, y para, al cabo de tres días y
medio, ser de nuevo elevados vivos en las nubes.
XXVII 1. Y mientras Enoch y Elías así hablaban, he aquí que sobrevino un hombre
muy miserable, que llevaba sobre sus espaldas el signo de la cruz.
2. Y, al verlo, todos los santos le preguntaron: ¿Quién eres? Tu aspecto es el de un
ladrón. ¿De dónde vienes, que llevas el signo de la cruz sobre tus espaldas?
3. Y él, respondiéndoles, dijo: Con verdad habláis, porque yo he sido un ladrón, y he
cometido crímenes en la tierra. Y los judíos me crucificaron con Jesús, y vi las
maravillas que se realizaron por la cruz de mi compañero, y creí que es el Creador de
todas las criaturas, y el rey todopoderoso, y le rogué, exclamando: Señor, acuérdate de
mí, cuando estés en tu reino. Y, acto seguido, accediendo a mi súplica, contestó: En
verdad te digo que hoy serás conmigo en el Paraíso. Y me dio este signo de la cruz,
advirtiéndome: Entra en el Paraíso llevando esto, y, si su ángel guardián no quiere
dejarte entrar, muéstrale el signo de la cruz, y dile: Es Jesucristo, el hijo de Dios, que
está crucificado ahora, quien me ha enviado a ti. Y repetí estas cosas al ángel guardián,
que, al oírmelas, me abrió presto, me hizo entrar, y me colocó a la derecha del Paraíso,
diciendo: Espera un poco, que pronto Adán, el padre de todo el género humano, entrará
con todos sus hijos, los santos y los justos del Cristo, el Señor crucificado.
4. Y, cuando hubieron escuchado estas palabras del ladrón, todos los patriarcas, con voz
unánime, clamaron: Bendito sea el Señor todopoderoso, padre de las misericordias y de
los bienes eternos, que ha concedido tal gracia a los pecadores, y que los ha introducido
en la gloria del Paraíso, y en los campos fértiles en que reside la verdadera vida
espiritual. Así sea.
XXVIII 1. Tales son los misterios divinos y sagrados que oímos y vivimos, nosotros,
Carino y Leucio.
2. Mas no nos está permitido proseguir, y contar los demás misterios de Dios, como el
arcángel Miguel los declaró altamente, diciéndonos: Id con vuestros hermanos a
Jerusalén, y permaneced en oración, bendiciendo y glorificando la resurrección del
Señor Jesucristo, vosotros a quienes él ha resucitado de entre los muertos. No habléis
con ningún nacido, y permaneced como mudos, hasta que llegue la hora en que el Señor
os permita referir los misterios de su divinidad.
3. Y el arcángel Miguel nos ordenó ir más allá del Jordán, donde están varios, que han
resucitado con nosotros en testimonio de la resurrección del Cristo. Porque hace tres
días solamente que se nos permite, a los que hemos resucitado de entre los muertos,
celebrar en Jerusalén la Pascua del Señor con nuestros parientes, en testimonio de la
resurrección del Cristo, y hemos sido bautizados en el santo río del Jordán, recibiendo
todos ropas blancas.
4. Y, después de los tres días de la celebración de la Pascua, todos los que habían
resucitado con nosotros fueron arrebatados por nubes. Y, conducidos más allá del
Jordán, no han sido vistos por nadie.
5. Estas son las cosas que el Señor nos ha ordenado referiros. Alabadlo, confesadlo y
haced penitencia, a fin de que os trate con piedad. Paz a vosotros en el Señor Dios
Jesucristo, Salvador de todos los hombres. Amén.
6. Y, no bien hubieron terminado de escribir todas estas cosas sobre resmas separadas de
papel, se levantaron. Y Carino puso lo que había escrito en manos de Anás, de Caifás y
de Gamaliel. E igualmente Leucio dio su manuscrito a José y a Nicodemo.
7. Y, de súbito, quedaron transfigurados, y aparecieron cubiertos de vestidos de una
blancura deslumbradora, y no se los vio más.
8. Y se encontró ser sus escritos exactamente iguales en extensión y en dicción, sin que
hubiese entre ellos una letra de diferencia.
9. Y toda la Sinagoga quedó en extremo sorprendida, al ter aquellos discursos
admirables de Carino y de Leucio. Y los judíos se decían los unos a los otros:
Verdaderamente es Dios quien ha hecho todas estas cosas, y bendito sea el Señor Jesús
por los siglos de los siglos. Amén.
10. Y salieron todos de la Sinagoga con gran inquietud, temor y temblor, dándose golpes
de pecho, y cada cual se retiró a su casa.
11. Y José y Nicodemo contaron todo lo ocurrido al gobernador, y Pilato escribió cuanto
los judíos habían dicho tocante a Jesús, y puso todas aquellas palabras en los registros
públicos de su Pretorio.
Pilatos en el templo
2. Y penetró con ellos en el santuario, y ordenó que se cerrasen todas las puertas, y les
dijo: He sabido que poseéis en este templo una gran colección de libros, y os mando que
me los mostréis.
3. Y, cuando cuatro de los ministros del templo hubieron aportado aquellos libros
adornados con oro y con piedras preciosas, Pilatos dijo a todos: Por el Dios vuestro
Padre, que ha hecho y ordenado que este templo fuera construido, os conjuro a que no
me ocultéis la verdad. Sabéis todos vosotros lo que en estos libros está escrito. Pues
ahora manifestadme si encontráis en las Escrituras que ese Jesús, a quien habéis
crucificado, es el Hijo de Dios, que debía venir para la salvación del género humano, y
explicadme cuántos años debían transcurrir hasta su venida.
4. Así apretados por el gobernador, Anás y Caifás hicieron salir de allí a los demás, que
estaban con ellos, y ellos mismos cerraron todas las puertas del templo y del santuario, y
dijeron a Pilatos: Nos pides, invocando la edificación del templo, que te manifestemos
la verdad, y que te demos razón de los misterios. Ahora bien: luego que hubimos
crucificado a Jesús, ignorando que era el Hijo de Dios, y pensando que hacía milagros
por arte de encantamiento, celebramos una gran asamblea en este mismo lugar. Y,
consultando entre nosotros sobre las maravillas que había realizado Jesús, hemos
encontrado muchos testigos de nuestra raza, que nos han asegurado haberlo visto vivo
después de la pasión de su muerte. Hasta hemos hallado dos testigos de que Jesús había
resucitado cuerpos de muertos. Y hemos tenido en nuestras manos el relato por escrito
de los grandes prodigios cumplidos por Jesús entre esos difuntos. Y es nuestra
costumbre que cada año, al abrir los libros sagrados ante nuestra Sinagoga, busquemos
el testimonio de Dios. Y, en el primer libro de los Setenta, donde el arcángel Miguel
habla al tercer hijo de Adán, encontramos mención de los cinco mil años que debían
transcurrir hasta que descendiese del cielo el Cristo, el Hijo bien amado de Dios, y
consideramos que el Señor de Israel dijo a Moisés: Haz un arca de alianza de dos codos
y medio de largo, de codo y medio de alto, y de codo y medio de ancho. En estos cinco
codos y medio hemos comprendido y adivinado el simbolismo de la fábrica del arca del
Antiguo Testamento, simbolismo significativo de que, al cabo de cinco millares y medio
de años, Jesucristo debía venir al mundo en el arca de su cuerpo, y de que, conforme al
testimonio de nuestras Escrituras, es el Hijo de Dios y el Señor de Israel. Porque,
después de su pasión, nosotros, príncipes de los sacerdotes, presa de asombro ante los
milagros que se operaron a causa de él, hemos abierto estos libros, y examinado todas
las generaciones hasta la generación de José y de María, madre de Jesús. Y, pensando
que era de la raza de David, hemos encontrado lo que ha cumplido el Señor. Y, desde
que creó el cielo, la tierra y el hombre, hasta el diluvio, transcurrieron dos mil
doscientos doce años. Y, desde el diluvio hasta Abraham, novecientos doce años. Y,
desde Abraham hasta Moisés, cuatrocientos treinta años. Y, desde Moisés hasta David,
quinientos diez años. Y, desde David hasta la cautividad de Babilonia, quinientos años.
Y, desde la cautividad de Babilonia hasta la encarnación de Jesucristo, cuatrocientos
años. Los cuales forman en conjunto cinco millares y medio de años. Y así resulta que
Jesús, a quien hemos crucificado, es el verdadero Cristo, hijo del Dios omnipotente.