La Selva de Los Venenos

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LA SELVA DE LOS VENENOS

Ni yo ni el capitn pudimos aceptar con entusiasmo que se interrumpiera la partida de pker cuando habamos ganado cinco libras y el stunt era tan sabroso en la monotona del mar, a dos das de todo puerto. El juego y la cerveza negra pueden consolar de muchas soledades; pero el oficial no retiraba la mano de la gorra, excusndose: I am sorry, sir. Abajo, cerca de la cala, en el recinto oliente a brea y bacalao, un marinero moribundo hablaba espaol y peda gimiendo que buscaran un interprete en el barco. Por eso el joven oficial se haba atrevido a subir hasta el camarote del capitn en que jugbamos. Le segu malhumorado, por escaleras de caracol, hediondas y pegajosas, atravesando corredores en que silbaban ingleses bajo los balde de la ducha o zapateaba lbricamente un negro tinto. Aqu es murmur el oficial cuando llegamos a la recamara en cuya puerta jugaban dos grumetes a los dados. Era un camarote obscuro, con ese olor peculiar de las cmaras bajas, que puede dar el vrtigo: olor de aceite, brea salada y tabaco ingls. En el camarote, apenas alumbrado por la portilla, reposaba un enfermo sobre el colgante lecho de lona. Cuando salud en espaol se irgui en vilo un perfil amarillento; dos manos titubearon para coger la ma. Estaban sudorosas y temblaban. Seor balbuce el enfermo en voz de lagrimas. Pero cuando supo que yo era tambin peruano, su alegra pareci delirante. Y como no haba podido hablar en quince das, como era necesario que contara antes de morir a un ser viviente la congoja de su vida marrada; me retuvo de la mano para que no escapara; y yo s apenas traducir la fiebre de su monologo: S, seor soy del Callao Que el seor no se vaya y me perdone. Me morir y no le molestar ms; pero antes promtame que llevar esta sortija a mi madre, y este retrato del chiquillo, y este paquete cerrado. Le voy a cansar, seor, dispensa Muchas gracias Por qu me fui a Iquitos? A hacer fortuna, como tantos. No vaya, seor, nunca, nunca. El seor no conoce la selva virgen? Ah, s, ya le han hablado de ese infierno! La primera vez, cuando las gentes llegan all de noche, se enloquecen y empiezan a echar espuma por la boca, gritando que los lleven ro abajo. Si se pudiera dormir siquiera en el campamento! Pero todo grita, todo canta, todo se queja, seor. Las fieras no son lo ms perjdico ni los silbidos de la serpiente de cascabel, que espanta hasta a los indios cuando viene de pie como una persona dando chicotazos al tronco de los cauchos. Peor son los monos y los loros, que se ponen a ver pasar a la gente para rascarse y burlarse. Parece que taladra los odos la carcajada de los papagayos y un tiro de fusil resulta intil. Agarr y me levant en la noche para gastarme algunos cartuchos, pero es malo mirar la selva bajo la luna. Nadie sabe todas las cosas que vuelan, todos los pasos que se pierden con el crujido de la muerte en los caminos. Eso s, qu olor delicioso, seor, un olor que no se olvida! Por respirarlo otra vez, volvera En la maana quise ya salir a trabajar en el caucho cuando quin te dice que don Cristbal el

brasilero nos llama para decirnos: Ya vienen las hormigas. Unas hormigas gordas como el dedo pulgar, millones de hormigas, un mar moreno que avanzaba por un claro de la selva. Los peones cogieron algunas para tostarlas y comrselas No crea, seor, son cosa rica pero antes de huir, una vbora aterrada mordi en la mano al patrn, al brasilero. Qu atrocidad! Tuvimos que vaciar las balas de escopeta para rociarle la mordedura de plvora. Prendimos fuego y estall el pedazo de carne. Lo habamos salvado! Aquella excursin llevndolo en unas andas de ramas cubiertas con nuestros ponchos No le digo nada! Al pasar bajo la cima de los cedros, los monos tiraban ramas podridas y los papagayos parecan estar anunciando a la selva entera nuestro paso. Cuando volaban juntos no se les poda mirar, como al sol, porque nos cegaba la color. No se vea nada en la selva obscura, pero caan flechas como lluvia. Parece que vienen del cielo y se queda un cristiano atravesado de arriba abajo. Paf! Sin confesin, lo mismo que si lo clavaran en el suelo para espantapjaros. El cauchero nos gritaba en portugus que disparramos; pero, a dnde, seor, si todo estaba lleno de ruidos?... Y de silencio peor que el ruido, mamita!, porque se espera temblando lo que va a pasar: un rugido, una flecha, qu s yo! Un pen enferm de beri-beri (es como terciana, seor, una fiebre que tiemblan las quijadas y se mueren los hombres como moscas); un pen, como le estaba diciendo, empez a dar grandes gritos y se meti de un salto en un charco de agua. No salio ms. Tuvimos que amenazar con el revlver a los otros que se queran meter tambin a la charca llena de caimanes. Se nos haba acabado la quinina; pero lo estoy cansando, seor; y si a mano viene me quedo en una tribu campa porque no le dije que me enred con una india de buena cara que me pari un indiecito. Mire, seor, en la fotografa, cmo se parece el pobre ao No estbamos juntos ese da, pero ella me ayudaba cada maana a zanjar, con el machete, los rboles de caucho. Despus, por la tarde, pasbamos a recoger los vasos en que ha goteado la resina todo el da El seor no oy hablar jams de la chicharra machacui? Una mariposa que es una vbora. S, qu le parece? Una cosa tan linda, una florecita que vuela, cuando a la hora de la hora viene volando, se tropieza con uno y le clava el aguijn, que tiene ponzoa. No sale por las tardes porque le dir que es medio cegatona. Cuando empieza a refrescar, sale de su covacha como los murcilagos. Donde ve luz, all se va. Y como era casi de noche, mi indiecita estaba con el nio recogiendo los vasos de caucho y haba encendido su linterna. Lleg, como le deca, la chicharra machacui, y el nio se puso a dar grandes alaridos; pero yo no comprenda nada. Slo ella, conociendo estos bichos, vio el bracito mojado de sangre. La madre agarr y mir a todos lados como si buscara amparo de la Virgen Santsima. Ah, seor, slo una india es capaz de hacer cosa semejante! En dos por tres se arrodill en tierra, afil el machete y, tras!, le cort el brazo hasta el codo. Como si me lo hubieran cortado a m, seor! Se oy tan lejos el grito y los llantos que hasta el bosque pareci callarse, y yo estaba loco de atar. Se figura? La madre amarraba el mun con un pedazo de la camisa y corra, sin gemir, en direccin al campamento, donde el patrn, que era algo mdico, poda quizs curar al nio; corra por la selva nocturna llena de lucirnagas y de rugidos y del sonido ms terrible de la serpiente de cascabel. Durante una hora estuvo corriendo. Yo iba detrs con el fusil listo para los tigres. Cay al fin muerta de mal de corazn; y el nio se me muri all, gimiendo, en la selva endemoniada Se qued lelito bajo un rbol de caucho, blanco como el papel. Entonces, de un salto, baj de la sombra el tigre que haba estado siguindonos y se llev, seor, al muertecito, para comrselo Yo no s cmo pude escapar a Manaos; y all me enganch de marinero para volver a la patria Era una mariposa bonita, seor, una mariposa que tena veneno. Dgame si es justo, por la santa caridad, que as se me llevaran a mi angelito. Era una mariposa de todos los colores, una mariposa linda

Estrujaron la ma sus manos sudorosas; y aquel hombre sencillo muri repitiendo el nombre de la chicharra machacui. Cuando pude separar de sus dedos el saco impermeable hall dentro, resecado y moreno, el brazo del hijo muerto.

VENTURA GARCIA CALDERON


(Pars, 1886 - 1959) Ensayista, cuentista y poeta peruano, una de las figuras ms relevantes de las letras peruanas modernas. Hijo del poltico Francisco Garca Caldern (1834-1905) y hermano del tambin escritor y diplomtico Francisco, estudi en la Universidad de San Marcos y pas, como ste, buena parte de su vida en Pars; represent a su pas en la Sociedad de las Naciones (1932), en Blgica (1935) y en Suiza (1940). Como su hermano, tambin escribe algunos trabajos en lengua francesa, aunque con insistencia menor. Es primero un cronista, no tarda en atreverse con el ensayo, cultiva incidentalmente la poesa y escribe cuentos con mano maestra. Modernista, espritu refinado, enamorado de lo francs, no deja de ser, como su hermano, un peruano europeizante; pero su obra literaria es ms trascendente. Su mejor coleccin de cuentos se titula La venganza del cndor, pero no se quedan a la zaga los del libro Color de sangre, con prlogo de Blasco Ibez; algunos otros estn agrupados con los ttulos Dolorosa y desnuda realidad (1914) y Peligro de muerte. No aaden gran cosa al valor literario del cuentista los poemas de Cantilenas y Semblanzas de Amrica (1920), ni las crnicas de Frvolamente (1907), En la verbena de Madrid y Bajo el clamor de las sirenas; pero s que tienen inters singular ensayos como Del romanticismo al modernismo (1910) y sus estudios sobre las literaturas peruana y uruguaya.

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