El Principe-Nicolás Maquiavelo

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EL PRINCIPE

NICOLS MAQUIAVELO

El Prncipe

Nicols Maquiavelo 2

Los que desean congraciarse con un prncipe suelen presentrsele con aquello que
reputan por ms precioso entre lo que poseen, o con lo que juzgan ms ha de agradarle;
de ah que se vea que muchas veces le son regalados caballos, armas, telas de oro,
piedras preciosas y parecidos adornos dignos de su grandeza. Deseando, pues,
presentarme ante Vuestra Magnificencia con algn testimonio de mi sometimiento, no
he encontrado entre lo poco que poseo nada que me sea ms caro o que tanto estime
como el conocimiento de las acciones de los hombres, adquirido gracias a una larga
experiencia de las cosas modernas y a un incesante estudio de las antiguas. Acciones
que luego de examinar y meditar durante mucho tiempo y con gran seriedad, he
encerrado en un corto volumen, que os dirijo.
Y aunque juzgo esta obra indigna de Vuestra Magnificencia, no por eso confo
menos en que sabris aceptarla, considerando que no puedo haceros mejor regalo que
poneros en condicin de poder entender, en brevsimo tiempo, todo cuanto he aprendido
en muchos aos y a costa de tantos sinsabores y peligros. No he adornado ni hinchado
esta obra con clusulas interminables, ni con palabras ampulosas y magnficas, ni con
cualesquier atractivos o adornos extrnsecos, cual muchos suelen hacer con sus cosas;
porque he querido, o que nada la honre, o que slo la variedad de la materia y la gravedad del tema la hagan grata. No quiero que se mire como presuncin el que un
hombre de humilde cuna se atreva a examinar y criticar el gobierno de los prncipes.
Porque as como aquellos que dibujan un paisaje se colocan en el llano para apreciar
mejor los montes y los lugares altos, y para apreciar mejor el llano escalan los montes,
as para conocer bien la naturaleza de los pueblos hay que ser prncipe, y para conocer
la de los prncipes hay que pertenecer al pueblo.
Acoja, pues, Vuestra Magnificencia este modesto obsequio con el mismo nimo con
que yo lo hago; si lo lee y medita con atencin, descubrir en l un vivsimo deseo mo:
el de que Vuestra Magnificencia llegue a la grandeza que el destino y sus virtudes le
auguran. Y si Vuestra Magnificencia, desde la cspide de su altura, vuelve alguna vez la
vista hacia este llano, comprender cun inmerecidamente soporto una grande y
constante malignidad de la suerte.
1 Las dos escuelas de los grandes hombres. (Cristina de Suecia.)
2 Como Tcito y Gibbon (G).
3 Con esto empec y con ello conviene empezar. Se conoce mucho mejor el fondo de los valles cuando se
est en la cumbre de la montaa (RC).

EL PRNCIPE
Capitulo I
DE LAS DISTINTAS CLASES DE PRINCIPADOS Y DE LA FORMA
EN QUE SE ADQUIEREN
Todos los Estados, todas las dominaciones que han ejercido y ejercen soberana
sobre los hombres, han sido y son repblicas o principados. Los principados son, o
hereditarios, cuando una misma familia ha reinado en ellos largo tiempo, o nuevos. Los
nuevos, o lo son del todo, como lo fue Miln bajo Francisco Sforza, o son como
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miembros agregados al Estado hereditario del prncipe que los adquiere, como es el
reino de Npoles para el rey de Espaa. Los dominios as adquiridos estn
acostumbrados a vivir bajo un prncipe o a ser libres; y se adquieren por las armas
propias o por las ajenas, por la suerte o por la virtud.
Capitulo II
DE LOS PRINCIPADOS
HEREDETARIOS
Dejar a un lado el discutir sobre las repblicas porque ya en otra ocasin lo he hecho
extensamente. Me dedicar solo a los principados, para ir tejiendo la urdimbre de mis
opiniones y establecer cmo pueden gobernarse y conservarse tales principados.
En primer lugar, me parece que es ms fcil conservar un Estado hereditario,
acostumbrado a una dinasta, que uno nuevo, ya que basta con no alterar el orden
establecido por los prncipes anteriores, y contemporizar despus con los cambios que
puedan producirse. De tal modo que, si el prncipe es de mediana inteligencia, se
mantendr siempre en su Estado, a menos que una fuerza arrolladora lo arroje de l; y
aunque as sucediese, slo, tendra que esperar; para reconquistarlo, a que el usurpador
sufriera. el primer tropiezo.
Tenemos en Italia, por ejemplo, al duque de Ferrara, que no resisti los asaltos de los
venecianos en el 84 (1484) ni los del papa Julio en el 10 (1510), por motivos distintos de
la antigedad de su soberana en el dominio. Porque el prncipe natural tiene menos
razones y menor necesidad de ofender: de donde es lgico que sea ms amado; y a
menos que vicios excesivos le atraigan el odio, es razonable que le quieran con
naturalidad los suyos. Y en la antigedad y continuidad de la dinasta se borran los
recuerdos y los motivos que la trajeron, pues un cambio deja siempre la piedra angular
para la edificacin de otro.
Capitulo III
DE LOS PRINCIPADOS MIXTOS
Pero las dificultades existen en los principados nuevas. Y si no es nuevo del todo,
sino como miembro agregado a un conjunto anterior, que puede llamarse as mixto, sus
incertidumbres nacen en primer lugar de una natural dificultad que se encuentra en todos
los principados nuevos. Dificultad que estriba en que los hombres cambian con gusto de
Seor, creyendo mejorar; y esta creencia los impulsa a tornar las armas contra l; en lo
cual se engaan, pues luego la experiencia les ensea que han empeorado. Esto resulta
de otra necesidad natural y comn que hace que el prncipe se vea obligado a ofender a
sus nuevos sbditos, con tropas o con mil vejaciones que el acto de la conquista lleva
consigo. De modo que tienes por enemigos a todos los que has ofendido al ocupar el
principado, y no puedes conservar como amigos a los que te han ayudado a conquistarlo, porque no puedes satisfacerlos como ellos esperaban, y puesto que les ests
obligado, tampoco puedes emplear medicinas fuertes contra ellos; porque siempre,
aunque se descanse en ejrcitos poderossimos, se tiene necesidad de la colaboracin de
los provincianos para entrar en una provincia. Por estas razones, Luis XII, rey de
Francia, ocup rpidamente a Miln, y rpidamente lo perdi; y bastaron la primera vez
para arrebatrselo las mismas fuerzas de Ludovico Sforza; porque los pueblos que le
haban abierto las puertas, al verse defraudados en las esperanzas que sobre el bien
futuro haban abrigado, no podan soportar con resignacin las imposiciones del nuevo
prncipe.
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Bien es cierto que los territorios rebelados se pierden con ms dificultad cuando se
conquistan por segunda vez, porque el seor, aprovechndose de la rebelin, vacila menos en asegurar su poder castigando a los delincuentes, vigilando a los sospechosos y
reforzando las partes ms dbiles. De modo que, si para hacer perder Miln a Francia
bast la primera vez un duque Ludovico que hiciese un poco de ruido en las fronteras,
para hacrselo perder la segunda se necesit que todo el mundo se concertase en su
contra, y que sus ejrcitos fuesen aniquilados y arrojados de Italia, lo cual se explica por
las razones antedichas.
Desde luego, Francia perdi a Miln tanto la primera como la segunda vez. Las
razones generales de la primera ya han sido discurridas; quedan ahora las de la segunda,
y queda el ver los medios de que dispona o de que hubiese podido disponer alguien que
se encontrara en el lugar de Luis XII para conservar la conquista mejor que l.
Estos Estados, que al adquirirse se agregan a uno ms antiguo, o son de la misma
provincia y de la misma lengua, o no lo son. Cuando lo son, es muy fcil conservarlos,
sobre todo cuando no estn acostumbrados a vivir libres, y para afianzarse en el poder,
basta con haber borrado la lnea del prncipe que los gobernaba, porque, por lo dems, y
siempre que se respeten sus costumbres y las ventajas de que gozaban, los hombres
permanecen sosegados, como se ha visto en el caso de Borgoa, Bretaa, Gascua y
Normanda, que estn sujetas a Francia desde hace tanto tiempo; y aun cuando hay
alguna diferencia de idioma, sus costumbres son parecidas y pueden convivir en buena
armona. Y quien los adquiera, si desea conservarlos, debe tener dos cuidados: primero,
que la descendencia del anterior prncipe desaparezca; despus, que ni sus leyes ni sus
tributos sean alterados. Y se ver que en brevsimo tiempo el principal adquirido pasa a
constituir un solo y mismo cuerpo con el principado conquistador.
Pero cuando se adquieren Estados en una provincia con idioma, costumbres y
organizacin diferentes, surgen entonces las dificultades y se hace precisa mucha suerte
y mucha habilidad para conservarlos; y uno de los Seores y ms eficaces remedios sera
que la persona que los adquiera fuese a vivir en ellos.
Esto hara ms segura y ms duradera la posesin. Como ha hecho el Turco con
Grecia; ya que, a despecho de todas las disposiciones tomadas para conservar aquel
Estado, no habra conseguido retenerlo si no hubiese ido a establecerse all. Porque, de
esta manera, se ven nacer los desrdenes y se los puede reprimir con prontitud; pero,
residiendo en otra parte, se entera uno cuando ya son grandes y no tienen remedio.
Adems, los representantes del prncipe no pueden saquear la provincia, y los sbditos
estn mis satisfechos porque pueden recurrir a l fcilmente y tienen ms oportunidades
para amarlo, si quieren ser buenos, y para temerlo, si quieren proceder de otra manera.
Los extranjeros que desearan apoderarse del Estado tendran ms respeto; de modo que,
habitando en l, solo con muchsima dificultad podr perderlo.
Otro buen remedio es mandar colonias a uno o dos lugares que sean como llaves de
aquel Estado; porque es preciso hacer esto o mantener numerosas tropas. En las colonas no se gasta mucho, y con esos pocos gastos se las gobierna y conserva, y slo se
perjudica a aquellos a quienes se arrebatan los campos y las casas para darlos a los
nuevos habitantes, que forman una mnima parte de aquel Estado. Y como los
damnificados son pobres y andan dispersos, jams pueden significar peligro; y en cuanto
a los dems, como por una parte no tienen motivos para considerarse perjudicados, y por
la otra temen incurrir en falta y exponerse a que les suceda lo que a los despojados, se
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quedan tranquilos. Concluyo que las colonias no cuestan, que son ms fieles y entraan
menos peligro; y que los damnificados no pueden causar molestias, porque son pobres y
estn aislados, como ya he dicho.
Ha de notarse, pues, que a los hombres hay que conquistarlos o eliminarlos, porque
si se vengan de las ofensas leves, de las graves no pueden; as que la ofensa que se haga al hombre debe ser tal, que le resulte imposible vengarse.
Si en vez de las colonias se emplea la ocupacin militar, el gasto es mucho mayor,
porque el mantenimiento de la guardia absorbe las rentas del Estado y la adquisicin se
convierte en prdida, y, adems, se perjudica e incomoda a todos con el frecuente
cambio del alojamiento de las tropas. Incomodidad y perjuicio que todos sufren, y por
los cuales todos se vuelven enemigos; y son enemigos que deben temerse, aun cuando
permanezcan encerrados en sus casas. La ocupacin militar es, pues, desde cualquier
punto de vista, tan intil como tiles son las colonias.
El prncipe que anexe una provincia de costumbres, lengua y organizacin distintas a
las de la suya, debe tambin convertirse en paladn y defensor de los vecinos menos poderosos, ingeniarse para debilitar a los de mayor podero y cuidarse de que, bajo ningn
pretexto, entre en su Estado un extranjero tan poderoso como l. Porque siempre sucede que el recin llegado se pone de parte de aquellos que, por ambicin o por miedo,
estn descontentos de su gobierno, como ya se vio cuando los etolios llamaron a los
romanos a Grecia: los invasores entraron en las dems provincias llamados por sus
propios habitantes. Lo que ocurre comnmente es que, no bien un extranjero poderoso
entra en una provincia, se le adhieren todos los que sienten envidia del que es ms fuerte
entre ellos, de modo que el extranjero no necesita gran fatiga para ganarlos a su causa,
ya que en seguida y de buena gana forman un bloque con el Estado invasor. Slo tiene
que preocuparse de que despus sus aliados no adquieran demasiada fuerza y autoridad, cosa que puede hacer fcilmente con sus tropas, que abatirn a los poderosos y lo
dejarn rbitro nico de la provincia. El que, en lo que a esta parte se refiere, no
gobierne bien perder muy pronto lo que hubiere conquistado, y aun cuando lo conserve,
tropezar con infinitas dificultades y obstculos.
Los romanos, en las provincias de las cuales se hicieron dueos, observaron
perfectamente estas reglas. Establecieron colonias, respetaron a los menos poderosos sin
aumentar su poder, avasallaron a los poderosos y no permitieron adquirir influencia en el
pas a los extranjeros poderosos. Y quiero que me baste lo sucedido en la provincia de
Grecia como ejemplo. Fueron respetados acayos y etolios, fue sometido el reino de los
macedonios, fue expulsado Antoco, y nunea los mritos que hicieron acayos o etolios
les llevaron a permitirles expansin alguna, ni las palabras de Filipo los indujeron a
tenerlo como amigo sin someterlo, ni el poder de Antoco pudo hacer que consintiesen
en darle ningn Estado en la provincia. Los romanos hicieron en estos casos lo que todo
prncipe prudente debe hacer, lo cual no consiste simplemente en preocuparse de los
desrdenes presentes, sino tambin de los futuros, y de evitar los primeros a cualquier
precio. Porque previnindolos a tiempo se pueden remediar con facilidad; pero si se
espera que progresen, la medicina llega a deshora, pues la enfermedad se ha vuelto
incurable. Sucede lo que los mdicos dicen del tsico: que al principio su mal es difcil
de conocer, pero fcil de curar, mientras que, con el transcurso del tiempo, al no haber
sido conocido ni atajado, se vuelve fcil de conocer, pero difcil de curar. As pasa en las
cosas del Estado: los males que nacen en l, cuando se los descubre a tiempo, lo que slo
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es dado al hombre sagaz, se los cura pronto; pero ya no tienen remedio cuando, por no
haberlos advertido, se los deja crecer hasta el punto de que todo el mundo los ve.
Pero como los romanos vieron con tiempo los inconvenientes, los remediaron
siempre, y jams les dejaron seguir su curso por evitar una guerra, porque saban que una
guerra no se evita, sino que se difiere para provecho ajeno. La declaracin, pues, a Filipo
y a Antoco en Grecia, para no verse obligados a sostenerla en Italia; y aunque entonces
podan evitarla tanto en una como en otra parte, no lo quisieron. Nunca fueron
partidarios de ese consejo, que est en boca de todos los sabios de nuestra poca: hay
que esperarlo todo del tiempo; prefirieron confiar en su prudencia y en su valor, no
ignorando que el tiempo puede traer cualquier cosa consigo, y que puede engendrar tanto
el bien como el mal, y tanto el mal como el bien.
Pero volvamos a Francia y examinemos si se ha hecho algo de lo dicho. Hablar, no
de Carlos, sino de Luis, es decir, de aquel que, por haber dominado ms tiempo en Italia, nos ha permitido apreciar mejor su conducta. Y se ver cmo ha hecho lo contrario
de lo que debe hacerse para conservar un Estado de distinta nacionalidad.
El rey Luis fue llevado a Italia por la ambicin de los venecianos, que queran,
gracias a su intervencin, conquistar la mitad de Lombarda. Yo no pretendo censurar la
decisin tomada por el rey, porque si tena el propsito de empezar a introducirse en
Italia, y careca de amigos, y todas las puertas se le cerraban a causa de los desmanes del
rey Carlos, no poda menos que aceptar las amistades que se le ofrecan. Y habra
triunfado en su designio si no hubiese cometido error alguno en sus medidas posteriores.
Conquistada, pues, la Lombarda, el rey pronto recobr para Francia la reputacin que
Carlos le haba hecho perder. Gnova cedi; los florentinos le brindaron su amistad; el
marqus de Mantua, el duque de Ferrara, los Bentivoglio, la seora de Furli, los seores
de Faenza de Psaro, de Rmini, de Camerino y de Piombino, los luqueses, los paisanos
y los sieneses, todos trataron de convertirse en sus amigos. Y entonces pudieron
comprender los venecianos la temeridad de su ocurrencia: para apoderarse de dos
ciudades de Lombarda, hicieron al rey dueo de las dos terceras partes de Italia.
Considrese ahora con qu facilidad el rey poda conservar su influencia en Italia,
con tal de haber observado las reglas enunciadas y defendido a sus amigos, que, por ser
numerosos y dbiles, y temer unos a los venecianos y otros a la Iglesia, estaban siempre
necesitados de su apoyo; y por medio de ellos contener sin dificultad a los pocos
enemigos grandes que quedaban. Pero pronto obr al revs en Miln, al ayudar al papa
Alejandro para que ocupase la Romaa. No advirti de que con esta medida perda a sus
amigos y a los que se haban puesto bajo su proteccin, y al par que debilitaba sus
propias fuerzas, engrandeca a la Iglesia, aadiendo tanto poder temporal al espiritual,
que ya bastante autoridad le daba. Y cometido un primer error, hubo que seguir por el
mismo camino; y para poner fin a la ambicin de Alejandro e impedir que se convirtiese en seor de Toscana, se vio obligado a volver a Italia. No le bast haber
engrandecido a la Iglesia y perdido a sus amigos, sino que, para gozar tranquilo del reino
de Npoles, lo comparti con el rey de Espaa; y donde l era antes rbitro nico, puso
un compaero para que los ambiciosos y descontentos de la provincia tuviesen a quien
recurrir; y donde poda haber dejado a un rey tributario, llam a alguien que poda
echarlo a l.
El ansia de conquista es, sin duda, un sentimiento muy natural y comn, y siempre
que lo hagan los que pueden, antes sern alabados que censurados; pero cuando intentan
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hacerlo a toda costa los que no pueden, la censura es lcita. Si Francia poda, pues, con
sus fuerzas apoderarse de Npoles, deba hacerlo., y si no poda, no deba dividirlo. Si el
reparto que hizo de Lombarda con los venecianos era excusable porque le permiti
entrar en Italia, lo otro, que no estaba justificado por ninguna necesidad, es reprobable.
Luis cometi, pues, cinco faltas: aniquil a los dbiles, aument el poder de un
poderoso de Italia, introdujo en ella a un extranjero ms poderoso an, no se estableci
en el territorio conquistado y no fund colonias. Y, sin embargo, estas faltas, por lo
menos en vida de l podan no haber trado consecuencias desastrosas si no hubiese cometido la sexta, la de despojar de su Estado a los venecianos. Porque, en vez de hacer
fuerte a la iglesia y de poner a Espaa en Italia, era muy razonable y hasta necesario que
las sometiese; pero cometido el error, nunca debi consentir en la ruina de los
venecianos, pues poderosos como eran, habran mantenido a los otros siempre distantes
de toda accin contra Lombarda, ya porque no lo hubiesen permitido sino para ser ellos
mismos los dueos, ya porque los otros no hubiesen querido arrebatrsela a Francia para
drsela a los venecianos, y para atacar a ambos a la vez les hubiera faltado audacia. Y si
alguien dijese que el rey Luis cedi la Romaa a Alejandro Npoles a Espaa para evitar
la guerra, contestara con las razones arriba enunciadas: que para evitar una guerra nunca
se debe dejar que un desorden siga su curso, porque no se la evita, sino se la posterga en
perjuicio propio. Y si otros alegasen que el rey haba prometido al papa ejecutar la
empresa en su favor para obtener la disolucin de su matrimonio y el capelo de Run,
respondera con lo que ms adelante se dir acerca de la fe de los prncipes y del modo
de observarla.
El rey Luis ha perdido, pues, la Lombarda por no haber seguido ninguna de las
normas que siguieron los que conquistaron provincias y quisieron conservarlas. No se
trata de milagro alguno, sino de un hecho muy natural y lgico. As se lo dije en Nantes
al cardenal de Run mientras que el Valentino como era llamado por el pueblo Csar
Borgia, hijo del papa Alejandro, ocupaba la Romaa. Como me dijera el cardenal de
Run que los italianos no entendan nada de las cosas de la guerra, yo tuve que
contestarle que los franceses entendan menos de las que se refieren al Estado, porque de
lo contrario no hubiesen dejado que la iglesia adquiriese tanta influencia. Y ya se ha
visto cmo, despus de haber contribuido a crear la grandeza de la Iglesia y de Espaa
en Italia, Francia fue arruinada por ellas. De lo cual se infiere una regla general que rara
vez o nunca falla: que el que ayuda a otro a hacerse poderoso causa su propia ruina.
Porque es natural que el que se ha vuelto poderoso recele de la misma astucia o de la
misma fuerza gracias a las cuales se lo ha ayudado.
Capitulo IV
POR QU EL REINO DE DARO, OCUPADO POR ALEJANDRO, NO SE
SUBLEV CONTRA LOS SUCESORES DE STE
DESPUS DE SU MUERTE
Consideradas las dificultades que encierra el conservar un Estado recientemente
adquirido, alguien podra preguntarse con asombro a qu se debe que, hecho Alejandro
Magno dueo de Asia en pocos aos, y muerto apenas ocupada, sus sucesores, en
circunstancias en que hubiese sido muy natural que el Estado se rebelase, lo retuvieron
on sus manos, sin otros obstculos que los que por ambicin surgieron entre ellos.
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Contesto que todos los principados de que se guarda memoria han sido gobernados de
dos modos distintos: o por un prncipe que elige de entre sus siervos, que lo son todos,
los ministros que lo ayudarn a gobernar, o por un prncipe asistido por nobles que, no a
la gracia del seor, sino a la antigedad de su linaje, deben la posicin que ocupan. Estos
nobles tienen Estados y sbditos propios, que los reconocen por seores y les tienen
natural afeccin. Mientras que, en los Estados gobernados por un prncipe asistido por
siervos, el prncipe goza de mayor autoridad: porque en toda la provincia no se reconoce
soberano sino a l, y si se obedece a otro, a quien adems no se tienen particular amor,
slo se lo hace por tratarse de un ministro y magistrado del prncipe.
Los ejemplos de estas dos clases de gobierno se hallan hoy en el Gran Turco y en el
rey de Francia. Toda Turqua esta gobernada por un solo seor, del cual los dems
habitantes son siervos; un seor que divide su reino en sanjacados, nombra sus
administradores y los cambia y reemplaza a su antojo. En cambio, el rey de Francia est
rodeado por una multitud de antiguos nobles que tienen sus prerrogativas, que son reconocidos y amados por sus sbditos y que son dueos de un Estado que el rey no puede
arrebatarles sin exponerse. As, si se examina uno y otro gobierno, se ver que hay, en
efecto, dificultad para conquistar el Estado del Turco, pero que, una vez conquistado, es
muy fcil conservarlo. Las razones de la dificultad para apoderarse del reino del Turco
residen en que no se puede esperar ser llamado por los prncipes del Estado, ni confiar en
que su rebelin facilitar la empresa. Porque, siendo esclavos y deudores del prncipe, no
es nada fcil sobornarlos, y aunque se lo consiguiese, de poca utilidad sera, ya que, por
las razones enumeradas, los traidores no podran arrastrar consigo al pueblo. De donde
quien piense en atacar al Turco reflexione antes en que hallar el Estado unido, y confe
ms en sus propias fuerzas que en las intrigas ajenas. Pero una vez vencido y derrotado
en campo abierto de manera que no pueda rehacer sus ejrcitos, ya no hay que temer
sino a la familia del prncipe; y extinguida sta, no queda nadie que signifique peligro,
pues nadie goza de crdito en el pueblo; y como antes de la victoria el vencedor no poda
esperar nada de los ministros del prncipe, nada debe temer despus de ella.
Lo contrario sucede en los reinos organizados como el de Francia, donde, si te atraes
a algunos de los nobles, que siempre existen descontentos y amigos de las mudanzas,
fcil te ser entrar. Estos, por las razones ya dichas, pueden abrirte el camino y facilitarte
la conquista; pero si quieres mantenerla, tropezars despus con infinitas dificultades y
tendrs que luchar contra los que te han ayudado y contra los que has oprimido. No
bastar que extermines la raza del prncipe: quedarn los nobles, que se harn cabecillas de los nuevos movimientos, y como no podrs conformarlos ni matarlos a todos,
perders el Estado en la primera oportunidad que se les presente
Ahora, si se medita sobre la naturaleza del gobierno de Daro se advertir que se
pareca mucho al del Turco. Por eso fue preciso que Alejandro fuera a su encuentro y le
derribara en campaa. Despus de la victoria, y muerto Daro, Alejandro qued dueo
tranquilo del Estado, por las razones discurridas. Y si los sucesores hubiesen permanecido unidos, habran podido gozar en paz de la conquista, porque no hubo en el reino
otros tumultos que los que ellos mismos suscitaron. Pero es imposible gozar con tanta
seguridad de un Estado organizado como el de Francia. Por ejemplo, los numerosos
principados que haba en Espaa, Italia y Grecia explican las frecuentes revueltas contra
los romanos; y mientras perdur el recuerdo de su existencia, los romanos nunca
estuvieron seguros de su conquista; pero una vez el recuerdo borrado, se convirtieron,
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gracias a la duracin y al poder de su Imperio, en sus seguros dominadores. Y as


despus pudieron, pelendose entre s, sacar la parte que les fue posible en aquellas
provincias, de acuerdo con la autoridad que tenan en ellas; porque, habindose
extinguido la familia de sus antiguos seores, no se reconocan otros dueos que los romanos. Considerando, pues, estas cosas, no se asombrar nadie de la facilidad con que
Alejandro conserv el Imperio de Asia, y de la dificultad con que los otros conservaron
lo adquirido, como Pirro y muchos otros. Lo que no depende de la poca o mucha virtud
del conquistador, sino de la naturaleza de lo conquistado.
Capitulo V
DE QU MODO HAY QUE GOBERNAR LAS CIUDADES O
PRINCIPADOS QUE, ANTES DE SER OCUPADOS, SE REGAN
POR SUS PROPIAS LEYES
Hay tres modos de conservar un Estado que, antes de ser adquirido, estaba
acostumbrado a regirse por sus propias leyes y a vivir en libertad: primero, destruirlo.,
despus, radicarse en l; por ltimo, dejarlo regir por sus leyes, obligarlo a pagar un
tributo y establecer un gobierno compuesto por un corto nmero de personas, para que se
encargue de velar por la conquista. Como ese gobierno sabe que nada puede sin la
amistad y poder del prncipe, no ha de reparar en medios para conservarle el Estado.
Porque nada hay mejor para conservar -si se la quiere conservar- una ciudad acostumbrada a vivir libre que hacerla gobernar por sus mismos ciudadanos.
Ah estn los espartanos y romanos corno ejemplo de ello. Los espartanos ocuparon
a Atenas y Tebas, dejaron en ambas ciudades un gobierno oligrquico, y, sin embargo,
las perdieron. Los romanos, para conservar a Capua, Cartago y Numancia, las arrasaron,
y no las perdieron. Quisieron conservar a Grecia como lo haban hecho los espartanos,
dejndole sus leyes y su libertad, y no tuvieron xito: de modo que se vieron obligados a
destruir muchas ciudades de aquella provincia para no perderla. Porque, en verdad, el
nico medio seguro de dominar una ciudad acostumbrada a vivir libre es destruirla.
Quien se haga dueo de una ciudad as y no la aplaste, espere a ser aplastado por ella.
Sus rebeliones siempre tendrn por baluarte el nombre de libertad y sus antiguos
estatutos, cuyo hbito nunca podr hacerle perder el tiempo ni los beneficios. Por mucho que se haga y se prevea, si los habitantes no se separan ni se dispersan, nadie se
olvida de aquel nombre ni de aquellos estatutos, y a ellos inmediatamente recurren en
cualquier contingencia, como hizo Pisa luego de estar un siglo bajo el yugo florentino.
Pero cuando las ciudades o provincias estn acostumbradas a vivir bajo un prncipe, y
por la extincin de ste y su linaje queda vacante el gobierno, como por un lado los
habitantes estn habituados a obedecer y por otro no tienen a quin, y no se ponen de
acuerdo para elegir a uno de entre ellos, ni saben vivir en libertad, y por ltimo tampoco
se deciden a tomar las armas contra el invasor, un prncipe puede fcilmente
conquistarlas y retenerlas. En las repblicas, en cambio, hay ms vida, ms odio, ms
ansias de venganza. El recuerdo de su antigua libertad no les concede, no puede
concederles un solo momento de reposo. Hasta tal punto que el mejor camino es
destruirlas o radicarse en ellas.
Capitulo VI
DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS QUE SE ADQUIEREN CON
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LAS ARMAS PROPIAS Y EL TALENTO PERSONAL


Nadie se asombre de que, al hablar de los principados de nueva creacin y de
aquellos en los que slo es nuevo el prncipe, traiga yo a colacin ejemplos ilustres. Los
hombres siguen casi siempre el camino abierto por otros y se empean en imitar las
acciones de los dems. Y aunque no es posible seguir exactamente el mismo camino ni
alcanzar la perfeccin del modelo, todo hombre prudente debe entrar en el camino
seguido por los grandes e imitar a los que han sido excelsos, para que, si no los iguala en
virtud, por lo menos se les acerque; y hacer como los arqueros experimentados, que,
cuando tienen que dar en blanco muy lejano, y dado que conocen el alcance de su arma,
apuntan por sobre l, no para llegar a tanta altura, sino para acertar donde se lo
proponan con la ayuda de mira tan elevada.
Los principados de nueva creacin, donde hay un prncipe nuevo, son ms o
menos difciles de conservar segn que sea ms o menos hbil el prncipe que los
adquiere. Y dado que el hecho de que un hombre se convierta de la nada en prncipe
presupone necesariamente talento o suerte, es de creer que una u otra de estas dos cosas
allana, en parte, muchas dificultades. Sin embargo, el que menos ha confiado en el azar
es siempre el que ms tiempo se ha conservado en su conquista. Tambin facilita
enormemente las cosas el que un prncipe, al no poseer otros Estados, se vea obligado a
establecerse en el que ha adquirido. Pero quiero referirme a aquellos que no se convirtieron en prncipes por el azar, sino por sus virtudes. Y digo entonces que, entre ellos,
loa ms ilustres han sido Moiss, Ciro, Rmulo, Teseo y otros no menos grandes. Y
aunque Moiss slo fue un simple agente de la voluntad de Dios, merece, sin embargo,
nuestra admiracin, siquiera sea por la gracia que lo hacia digno de hablar con Dios.
Pero tambin son admirables Ciro y todos los dems que han adquirido o fundado
reinos; y si juzgamos sus hechos y su gobierno, hallaremos que no deslucen ante los de
Moiss, que tuvo tan gran preceptor. Y si nos detenemos a estudiar su vida y sus obras,
descubriremos que no deben a la fortuna sino el haberles proporcionado la ocasin
propicia, que fue el material al que ellos dieron la forma conveniente. Verdad es que, sin
esa ocasin, sus mritos de nada hubieran valido; pero tambin es cierto que, sin sus
mritos, era intil que la ocasin se presentara. Fue, pues, necesario que Moiss hallara
al pueblo de Israel esclavo y oprimido por los egipcios para que ese pueblo, ansioso de
salir de su sojuzgamiento, se dispusiera a seguirlo. Se hizo menester que Rmulo no
pudiese vivir en Alba y estuviera expuesto desde su nacimiento, para que llegase a ser
rey de Roma y fundador de su patria. Ciro tuvo que ver a los persas descontentos de la
dominacin de los medas, y a los medas flojos e indolentes como consecuencia de una
larga paz. No habra podido Teseo poner de manifiesto sus virtudes si no hubiese sido
testigo de la dispersin de los atenienses. Por lo tanto, estas ocasiones permitieron que
estos hombres realizaran felizmente sus designios, y, por otro lado, sus mritos
permitieron que las ocasiones rindieran provecho, con lo cual llenaron de gloria y de
dicha a sus patrias.
Los que, por caminos semejantes a los de aqullos, se convierten en prncipes
adquieren el principado con dificultades, pero lo conservan sin sobresaltos. Las
dificultades nacen en parte de las nuevas leyes y costumbres que se ven obligados a implantar para fundar el Estado y proveer a su seguridad. Pues debe considerarse que no
hay nada ms difcil de emprender, ni ms dudoso de hacer, triunfar, ni ms peligroso de
manejar, que el introducir nuevas leyes. Se explica: el innovador se transforma en
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enemigo de todos los que se beneficiaban con las leyes antiguas, y no se granjea sino la
amistad tibia de los que se beneficiarn con las nuevas. Tibieza en stos, cuyo origen es,
por un lado, el temor a los que tienen de su parte a la legislacin antigua, y por otro, la
incredulidad de los hombres, que nunca fan en las cosas nuevas hasta que ven sus
frutos. De donde resulta que, cada vez que los que son enemigos tienen oportunidad para
atacar, lo hacen enrgicamente, y aquellos otros asumen la defensa con tibieza, de modo
que se expone uno a caer con ellos. Por consiguiente, si se quiere analizar bien esta parte, es preciso ver si esos innovadores lo son por si mismos, o si dependen de otros; es
decir, si necesitan recurrir a la splica para realizar su obra, o si pueden imponerla por la
fuerza. En el primer caso, fracasan siempre, y nada queda de sus intenciones, pero
cuando slo dependen de s mismos y pueden actuar con la ayuda de la fuerza, entonces
rara vez dejan de conseguir sus propsitos. De donde se explica que todos los profetas
armados hayan triunfado, y fracasado todos los que no tenan armas. Hay que agregar,
adems, que los pueblos son tornadizos; y que, si es fcil convencerlos de algo, es difcil
mantenerlos fieles a esa conviccin, por lo cual conviene estar preparados de tal manera,
que, cuando ya no crean, se les pueda hacer creer por la fuerza. Moiss, Ciro, Teseo y
Rmulo no habran podido hacer respetar sus estatutos durante mucho tiempo si
hubiesen estado desarmados. Como sucedi en nuestros a Fray Jernimo Savonarola,
que fracas en sus innovaciones en cuanto la gente empez a no creer en ellas, pues se
encontr con que careca de medios tanto para mantener fieles en su creencia a los que
haban credo como para hacer creer a los incrdulos. Hay que reconocer que estos
revolucionarios tropiezan con serias dificultades, que todos los peligros surgen en su
camino y que slo con gran valor pueden superarlos; pero vencidos los obstculos, y una
vez que han hecho desaparecer a los que tenan envidia de sus virtudes, viven poderosos,
seguros, honrados y felices.
A tan excelsos ejemplos hay que agregar otro de menor jerarqua, pero que guarda
cierta proporcin con aqullos y que servir para todos los de igual clase. Es el de
Hiern de Siracusa, que de simple ciudadano lleg a ser prncipe sin tener otra deuda
con el azar que la ocasin; pues los siracusanos, oprimidos, lo nombraron su capitn, y
fue entonces cuando hizo mritos suficientes para que lo eligieran prncipe. Y a pesar de
no ser noble, dio pruebas de tantas virtudes, que quien ha escrito de l ha dicho: quod
nihil illi deerat ad regnandum praeter regnum. Licenci el antiguo ejrcito y cre uno
nuevo; dej las amistades viejas y se hizo de otras; y as, rodeado por soldados y amigos
adictos, pudo construir sobre tales cimientos cuanto edificio quiso; y lo que tanto le
haba costado adquirir, poco le cost conservar.
Capitulo VII
DE LOS PRINCIPADOS NUEVOS
QUE SE ADQUIEREN CON
ARMAS Y FORTUNA DE OTROS
Los que slo por la suerte se convierten en prncipes poco esfuerzo necesitan
para llegar a serlo, pero no se mantienen sino con muchsimo. Las dificultades no surgen
en su camino, porque tales hombres vuelan, pero se presentan una vez instalados. Me
refiero a los que compran un Estado o a los que lo obtienen como regalo, tal cual sucedi a muchos en Grecia, en las ciudades de Jonia y del Helesponto, donde fueron hechos
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prncipes por Daro a fin de que le conservasen dichas ciudades para su seguridad y
gloria; y como sucedi a muchos emperadores que llegaban al trono corrompiendo los
soldados. Estos prncipes no se sostienen sino por la voluntad y la fortuna --cosas ambas
mudables e inseguras-- de quienes los elevaron; y no saben ni pueden conservar aquella
dignidad. No saben porque, si no son hombres de talento y virtudes superiores, no es
presumible que conozcan el arte del mando, ya que han vivido siempre como simples
ciudadanos; no pueden porque carecen de fuerzas que puedan serles adictas y fieles. Por
otra parte, los Estados que nacen de pronto, como todas las cosas de la naturaleza que
brotan y crecen precozmente, no pueden tener races ni sostenes que los defiendan del
tiempo adverso; salvo que quienes se han convertido en forma tan sbita en prncipes se
pongan a la altura de lo que la fortuna ha depositado en sus manos, y sepan prepararse
inmediatamente para conservarlo, y echen los cimientos que cualquier otro echa antes de
llegar al principado.
Acerca de estos dos modos de llegar a ser prncipe --por mritos o por suerte--,
quiero citar dos ejemplos que perduran en nuestra memoria: el de Francisco Sforza y el
de Csar Borgia. Francisco, con los medios que correspondan y con un gran talento, de
la nada se convirti en duque de Miln, y conserv con poca fatiga lo que con mil afanes
haba conquistado. En el campo opuesto, Csar Borgia, llamado duque Valentino por el
vulgo, adquiri el Estado con la fortuna de su padre, y con la de ste lo perdi, a pesar de
haber empleado todos los medios imaginables y de haber hecho todo lo que un hombre
prudente y hbil debe hacer para arraigar en un Estado que se ha obtenido con armas y
apoyo ajenos. Porque, como ya he dicho, el que no coloca los cimientos con anticipacin
podra colocarlos luego si tiene talento, aun con riesgo de disgustar al arquitecto y de
hacer peligrar el edificio. Si se examinan los progresos del duque, se ver que ya haba
echado las bases para su futura grandeza; y creo que no es superfluo hablar de ello,
porque no sabra qu mejores consejos dar a un prncipe nuevo que el ejemplo de las
medidas tomadas por l. Que si no le dieron el resultado apetecido, no fue culpa suya,
sino producto de un extraordinario y extremado rigor de la suerte.
Para hacer poderoso al duque, su hijo, tena Alejandro VI que luchar contra grandes
dificultades presentes y futuras. En primer lugar, no vea manera de hacerlo seor de
algn Estado que no fuese de la Iglesia; y saba, por otra parte, que ni el duque de Miln
ni los venecianos le consentiran que desmembrase los territorios de la Iglesia, porque ya
Faenza y Rmini estaban bajo la proteccin de los venecianos. Y despus vea que los
ejrcitos de Italia, y especialmente aquellos de los que hubiera podido servirse, estaban
en manos de quienes deban temer el engrandecimiento del papa; y mal poda fiarse de
tropas mandadas por los Orsini, los Colonna y sus aliados. Era, pues, necesario remover
aquel estado de cosas y desorganizar aquellos territorios para apoderarse sin riesgos de
una parte de ellos. Lo que le fue fcil, porque los venecianos, movidos por otras razones,
haban invitado a los franceses a volver a Italia; lo cual no slo no impidi, sino facilit
con la disolucin del primer matrimonio del rey Luis. De suerte que el rey entr en Italia
con la ayuda de los venecianos y el consentimiento de Alejandro. Y no haba llegado an
a Miln cuando el papa obtuvo tropas de aqul para la empresa de la Romaa, a la que
nadie se opuso gracias a la autoridad del rey. Adquirida, pues, la Romaa por el duque, y
derrotados los Colonna, se presentaban dos obstculos que impedan conservarla y
seguir adelante, uno, sus tropas, que no le parecan adictas; el otro, la voluntad de
Francia. Tema que las tropas de los Orsini, de las cuales se haba valido, le faltasen en
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el momento preciso, y no slo le impidiesen conquistar ms, sino que le arrebatasen lo


conquistado; y otro tanto tema del rey. Tuvo una prueba de lo que sospechaba de los
Orsini cuando, despus de la toma de Faenza, asalt a Bolonia, en cuyas circunstancias
los vio batirse con frialdad. En lo que respecta al rey, descubri sus intenciones cuando,
ya dueo del ducado de Urbino, se vio obligado a renunciar a la conquista de Toscana
por su intervencin. Y entonces decidi no depender ms de la fortuna y las armas
ajenas. Lo primero que hizo fue debilitar a los Orsini y a los Colonna en Roma,
ganndose a su causa a cuantos nobles les eran adictos, a los cuales seal crecidos
sueldos y honr de acuerdo con sus mritos con mandos y administraciones, de modo
que en pocos meses el afecto que tenan por aqullos se volvi por entero hacia el duque.
Despus de lo cual, y dispersado que, hubo a los Colonna, esper la ocasin de terminar
con los Orsini. Oportunidad que se present bien y que l aprovech mejor. Los Orsini,
que muy tarde haban comprendido que la grandeza del duque y de la Iglesia generaba su
ruina, celebraron una reunin en Magione, en el territorio de Perusa, de la que nacieron
la rebelin de Urbino, los tumultos de Romaa y los infinitos peligros por los cuales
atraves el duque; pero ste supo conjurar todo con la ayuda de los franceses. Y
restaurada su autoridad, el duque, que no poda fiarse de los franceses ni de los dems
fuerzas extranjeras, y que no se atreva a desafiarlas, recurri a la astucia; y supo
disimular tan bien sus propsitos, que los Orsini, por intermedio del seor Paulo -a quien
el duque colm de favores para conquistarlo, sin escatimarle dinero, trajes ni caballos-,
se reconciliaron inmediatamente, hasta tal punto, que su candidez los llev a caer en sus
manos en Sinigaglia. Exterminados, pues, estos jefes y convertidos los partidarios de
ellos en amigos suyos, el duque tena construidos slidos cimientos para su poder futuro,
mxime cuando posea toda la Romaa y el ducado de Urbino y cuando se haba ganado
la buena voluntad de esos pueblos, a los cuales empezaba a gustar el bienestar de su
gobierno.
Y porque esta parte es digna de mencin y de ser imitada por otros, conviene no
pasarla por alto. Cuando el duque se encontr con que la Romaa conquistada estaba
bajo el mando de seores ineptos que antes despojaban a sus sbditos que los
gobernaban, y que ms les daban motivos de desunin que de unin, por lo cual se
sucedan continuamente los robos, las rias y toda clase de desrdenes, juzg necesario,
si se quera pacificarla y volverla dcil a la voluntad del prncipe, dotarla de un gobierno
severo. Eligi para esta misin a Ramiro de Orco, hombre cruel y expeditivo, a quien dio
plenos poderes. En poco tiempo impuso ste su autoridad, restableciendo la paz y la
unin. Juzg entonces el duque innecesaria tan excesiva autoridad, que poda hacerse
odiosa, y cre en el centro de la provincia, bajo la presidencia de un hombre
virtuossimo, un tribunal civil en el cual cada ciudadano tena su abogado. Y como saba
que los rigores pasados haban engendrado algn odio contra su persona, quiso
demostrar, para aplacar la animosidad de sus sbditos y atrarselos, que, si algn acto de
crueldad se haba cometido, no se deba a l, sino a la salvaje naturaleza del ministro. Y
llegada la ocasin, una maana lo hizo exponer en la plaza de Cesena, dividido en dos
pedazos clavados en un palo y con un cuchillo cubierto de sangre al lado. La ferocidad
de semejante espectculo dej al pueblo a la vez satisfecho y estupefacto. Pero volvamos
al punto de partida. Encontrbase el duque bastante poderoso y a cubierto en parte de
todo peligro presente, luego de haberse armado en la necesaria medida y de haber
aniquilado los ejrcitos que encerraban peligro inmediato, pero le faltaba, si quera
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continuar sus conquistas, obtener el respeto del rey de Francia, pues saba que el rey,
aunque advertido tarde de su error, tratara de subsanarlo. Empez por ello a buscarse
amistades nuevas, y a mostrarse indeciso con los franceses cuando estos se dirigieron al
reino de Npoles para luchar contra los espaoles que sitiaban a Gaeta. Y si Alejandro
hubiese vivido an, su propsito de verse libre de ellos no habra tardado en cumplirse.
Este fue su comportamiento en lo que se refiere a los hechos presentes. En cuanto a los
futuros, tena sobre todo que evitar que el nuevo sucesor en el Papado fuese enemigo
suyo y le quitase lo que Alejandro le haba dado. Y pens hacerlo por cuatro medios
distintos: primero, exterminando a todos los descendientes de los seores a quienes haba
despojado, para que el papa no tuviera oportunidad de restablecerlos. Segundo,
atrayndose a todos los nobles de Roma, para oponerse, con su ayuda, a los designios del
papa. Tercero, reduciendo el Colegio a su voluntad, hasta donde pudiese. Cuarto,
adquiriendo tanto poder, antes que el papa muriese, que pudiera por s mismo resistir un
primer ataque. De estas cuatro cosas, ya haba realizado tres a la muerte de Alejandro, la
cuarta estaba concluida. Porque seores despojados mat a cuantos pudo alcanzar, y
muy pocos se salvaron; y contaba con nobles romanos ganados a su causa; y en el
Colegio gozaba de gran influencia. Y por lo que toca a las nuevas conquistas, tramaba
apoderarse de Toscana, de la cual ya posea a Perusa y Piombino, aparte de Pisa, que se
haba puesto bajo su proteccin. Y en cuanto no tuviese que guardar ms miramientos
con los franceses (que de hecho no tena por qu guardrselos, puesto que ya los
franceses haban sido despojados del Reino por los espaoles, y que unos y otros
necesitaban comprar su amistad), se echara sobre Pisa. Despus de lo cual Luca y Siena
no tardaran en ceder, primero por odio contra los florentinos, y despus por miedo al
duque; y los florentinos nada podran hacer. Si hubiese logrado esto (aunque fuera el
mismo ao de la muerte de Alejandro), habra adquirido tanto poder y tanta autoridad,
que se hubiera sostenido por s solo, y no habra dependido ms de la fortuna ni de las
fuerzas ajenas, sino de su poder y de sus mritos.
Pero Alejandro muri cinco aos despus de que el hijo empezara a desenvainar la
espada. Lo dejaban con tan slo un Estado afianzado: el de Romaa, y con todos los
dems en el aire, entre dos poderosos ejrcitos enemigos, y enfermo de muerte. Pero
haba en el duque tanto vigor de alma y de cuerpo, tan bien saba cmo se gana y se
pierde a los hombres, y los cimientos que echara en tan poco tiempo eran tan slidos,
que, a no haber tenido dos ejrcitos que lo rodeaban, o simplemente a haber estado sano,
se hubiese sostenido contra todas las dificultades. Y si los cimientos de su poder eran
seguros o no, se vio en seguida, pues la Romaa lo esper ms de un mes: y, aunque
estaba medio muerto, nada se intent contra l, a pesar de que los Baglioni, los Vitelli y
los Orsini haban ido all con ese propsito; y si no hizo papa a quien quera, obtuvo por
lo menos que no lo fuera quien l no quera que lo fuese. Pero todo le hubiese sido fcil
a no haber estado enfermo a la muerte de Alejandro. El mismo me dijo, el da en que
elegido Julio II, que haba previsto todo lo que poda suceder a la muerte de su padre, y
para todo preparado remedio; pero que nunca haba pensado que en semejante
circunstancia l mismo poda hallarse moribundo.
No puedo, pues, censurar ninguno de los actos del duque; por el contrario, me parece
que deben imitarlos todos aquellos que llegan al trono mediante la fortuna y las armas
ajenas. Porque no es posible conducirse de otro modo cuando se tienen tanto valor y
tanta ambicin. Y si sus propsitos no se realizaron, tan slo fue por su enfermedad y
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por la brevedad de la vida de Alejandro. El prncipe nuevo que crea necesario defenderse
de enemigos, conquistar amigos, vencer por la fuerza o por el fraude, hacerse amar o
temer de los habitantes, respetar y obedecer por los soldados, matar a los que puedan
perjudicarlo, reemplazar con nuevas las leyes antiguas, ser severo y amable, magnnimo
y liberal, disolver las milicias infieles, crear nuevas, conservar la amistad de reyes y
prncipes de modo que lo favorezcan de buen grado o lo ataquen con recelos; el que
juzgue indispensable hacer todo esto, digo, no puede hallar ejemplos ms recientes que
los actos del duque. Slo se lo puede criticar en lo que respecta a la eleccin del nuevo
pontfice, porque, si bien no poda hacer nombrar a un papa adicto, poda impedir que lo
fuese este o aquel de los cardenales, y nunca debi consentir en que fuera elevado al
Pontificado alguno de los cardenales a quienes haba ofendido o de aquellos que, una vez
papas, tuviesen que temerle. Pues los hombres ofenden por miedo o por odio. Aquellos a
quienes haba ofendido eran, entre otros, el cardenal de San Pedro, Advncula, Colonna,
San Jorge y Ascanio; todos los dems, si llegados al solio, deban temerle, salvo el
cardenal de Ambaise dado su poder, que naca del de Francia, y los espaoles ligados a
l por alianza y obligaciones recprocas. Por consiguiente, el duque deba tratar ante todo
de ungir papa a un espaol, y, a no serle posible, aceptar al cardenal de Arnboise antes
que el de San Pedro Advncula. Pues se engaa quien cree que entre personas eminentes
los beneficios nuevos hacen olvidar las ofensas antiguas. Se equivoc el duque en esta
eleccin, causa ltima de su definitiva ruina.
Capitulo VIII
DE LOS QUE LLEGARON AL
PRINCIPADO MEDIANTE
CRMENES
Pero puesto que hay otros dos modos de llegar a prncipe que no se pueden atribuir
enteramente a la fortuna o a la virtud, corresponde no pasarlos por alto, aunque sobre
ellos se discurra con ms detenimiento donde se trata de las repblicas. Me refiero,
primero, al caso en que se asciende al principado por un camino de perversidades y
delitos; y despus, al caso en que se llega a ser prncipe por el favor de los
conciudadanos. Con dos ejemplos, uno antiguo y otro contemporneo, ilustrar el
primero de estos modos, sin entrar a profundizar demasiado en la cuestin, porque creo
que bastan para los que se hallan en la necesidad de imitarlos.
El siciliano Agtocles, hombre no slo de condicin oscura, sino baja y abyecta, se
convirti en rey de Siracusa. Hijo de un alfarero, llev una conducta reprochable en
todos los perodos de su vida; sin embargo, acompa siempre sus maldades con tanto
nimo y tanto vigor fsico que entrado en la milicia lleg a ser, ascendiendo grado por
grado, pretor de Siracusa. Una vez elevado a esta dignidad, quiso ser prncipe y obtener
por la violencia, sin debrselo a nadie, lo que de buen grado le hubiera sido concedido.
Se puso de acuerdo con el cartagins Amlcar, que se hallaba con sus ejrcitos en Sicilia,
y una maana reuni al pueblo y al Senado, como si tuviese que deliberar sobre cosas
relacionadas con la repblica, y a una seal convenida sus soldados mataron a todos los
senadores y a los ciudadanos mis ricos de Siracusa. Ocup entonces y supo conservar
como prncipe aquella ciudad, sin que se encendiera ninguna guerra civil por su causa.
Y aunque los cartagineses lo sitiaron dos veces y lo derrotaron por ltimo, no slo pudo
defender la ciudad, sino que, dejando parte de sus tropas para que contuvieran a los
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sitiadores, con el resto invadi el frica; y en poco tiempo levant el sitio de Siracusa y
puso a los cartagineses en tales aprietos, que se vieron obligados a pactar con l, a
conformarse con sus posesiones del frica y a dejarle la Sicilia. Quien estudie, pues, las
acciones de Agtocles y juzgue sus mritos muy poco o nada encontrar que pueda
atribuir a la suerte; no adquiri la soberana por el favor de nadie, como he dicho ms
arriba, sino merced a sus grados militares, que se haba ganado a costa de mil sacrificios
y peligros; y se mantuvo en mrito a sus enrgicas y temerarias medidas. Verdad que no
se puede llamar virtud el matar a los conciudadanos, el traicionar a los amigos y el
carecer de fe, de piedad y de religin, con cuyos medios se puede adquirir poder, pero no
gloria. Pero si se examinan el valor de Agtocles al arrastrar y salir triunfante de los
peligros y su grandeza de alma para soportar y vencer los acontecimientos adversos, no
se explica uno por qu tiene que ser considerado inferior a los capitanes ms famosos.
Sin embargo, su falta de humanidad, sus crueldades y maldades sin nmero, no
consienten que se lo coloque entre los hombres ilustres. No se puede, pues, atribuir a la
fortuna o a la virtud lo que consigui sin la ayuda de una ni de la otra.
En nuestros tiempos, bajo el papa Alejandro VI, Oliverotto da Fermo, hurfano
desde corta edad, fue educado por uno de sus tos maternos, llamado Juan Fogliani, y
confiado despus, en su primera juventud, a Pablo Vitelli, a fin de que llegase, gracias a
sus enseanzas, a ocupar un grado elevado en las armas. Muerto Pablo, pas a militar
bajo Vitellozzo, su hermano, y en poco tiempo, como era inteligente y de espritu y
cuerpo gallardos, se convirti en el primer hombre de su ejrcito. Pero como le pareci
indigno servir a los dems, pens apoderarse de Fermo con el consentimiento de
Vitellozzo y la ayuda de algunos habitantes de la ciudad a quienes era ms cara la
esclavitud que la libertad de su patria. Escribi a Juan Fogliani dicindole que, luego de
tantos aos de ausencia, deseaba ver de nuevo a su patria y a l, y, en parte, tambin
conocer el estado de su patrimonio; y que, como no se haba fatigado sino por conquistar
gloria, quera, para demostrar a sus compatriotas que no haba perdido el tiempo, entrar
con todos los honores y acompaado por cien caballeros, amigos y servidores suyos.
Rogbale, pues, que tratase de que los ciudadanos de Fermo lo acogiesen de un modo
honroso, que con ello no slo lo honraba a l, sino que se honraba a s mismo, ya que
haba sido su maestro. No olvid Juan ninguno de los honores debidos a su sobrino, y lo
hizo recibir dignamente por los ciudadanos de Fermo, en cuyas casas se aloj con su
comitiva. Transcurridos algunos das, y preparado todo cuanto era necesario para su
premeditado crimen, Oliverotto dio un banquete solemne al que invit a Juan Fogliani y
a los principales hombres de Ferno. Despus de consumir los manjares y de concluir con
los entretenimientos que son de use en tales ocasiones, Oliverotto, deliberadamente, hizo
recaer la conversacin, dando ciertos peligrosos argumentos, sobre la grandeza y los
actos del papa Alejandro y de Csar, su hijo; y como a esos argumentos contestaron Juan
y los otros, se levant de pronto diciendo que convena hablar de semejantes temas en
lugar ms seguro, y se retir a una habitacin a la cual lo siguieron Juan y los dems
ciudadanos. Y an stos no haban tomado asiento cuando de algunos escondrijos
salieron soldados que dieron muerte a Juan y a todos los dems. Consumado el crimen,
mont Oliverotto a caballo, atraves la ciudad y siti en su palacio al magistrado
supremo. Los ciudadanos no tuvieron entonces ms remedio que someterse y constituir
un gobierno del cual Oliverotto se hizo nombrar jefe. Muertos todos los que hubieran
podido significar un peligro para l, se preocup por reforzar su poder con nuevas leyes
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civiles y militares, de manera que, durante el ao que gobern, no slo estuvo seguro en
Fermo, sino que se hizo temer por todos los vecinos. Y habra sido tan difcil de derrocar
como Agtocles si no se hubiese dejado engaar por Csar Borgia y prender, junto con
los Orsini y los Vitelli, en Sinigaglia, donde, un ao despus de su parricidio, fue
estrangulado en compaa de Vitellozzo, su maestro en hazaas y crmenes.
Podra alguien preguntarse a qu se debe que, mientras Agtocles y otros de su
calaa, a pesar de sus traiciones y rigores sin nmero, pudieron vivir durante mucho
tiempo y a cubierto de su patria, sin temer conspiraciones, y pudieron a la vez defenderse
de los enemigos de afuera, otros, en cambio, no slo mediante medidas tan extremas no
lograron conservar su Estado en pocas dudosas de guerra, sino tampoco en tiempos de
paz. Creo que depende del buen o mal uso que se hace de la crueldad. Llamara bien
empleadas a las crueldades (si a lo malo se lo puede llamar bueno) cuando se aplican de
una sola vez por absoluta necesidad de asegurarse, y cuando no se insiste en ellas, sino,
por el contrario, se trata de que las primeras se vuelvan todo lo beneficiosas posible para
los sbditos. Mal empleadas son las que, aunque poco graves al principio, con el tiempo
antes crecen que se extinguen. Los que observan el primero de estos procedimientos
pueden, como Agtocles, con la ayuda de Dios y de los hombres, poner, algn remedio a
su situacin, los otros es imposible que se conserven en sus Estados. De donde se
concluye que, al apoderarse de un Estado, todo usurpador debe reflexionar sobre los
crmenes que le es preciso cometer, y ejecutarlos todos a la vez, para que no tenga que
renovarlos da a da y, al no verse en esa necesidad, pueda conquistar a los hombres a
fuerza de beneficios. Quien procede de otra manera, por timidez o por haber sido mal
aconsejado, se ve siempre obligado a estar con el cuchillo en la mano, y mal puede
contar con sbditos a quienes sus ofensas continuas y todava recientes llenan de
desconfianza. Porque las ofensas deben inferirse de una sola vez para que, durando
menos, hieran menos; mientras que los beneficios deben proporcionarse poco a poco, a
fin de que se saboreen mejor. Y, sobre todas las cosas, un prncipe vivir con sus
sbditos de manera tal, que ningn acontecimiento, favorable o adverso, lo haga variar;
pues la necesidad que se presenta en los tiempos difciles y que no se ha previsto, t no
puedes remediarla; y el bien que t hagas ahora de nada sirve ni nadie te lo agradece,
porque se considera hecho a la fuerza.
Capitulo IX
DEL PRINCIPADO CIVIL
Trataremos ahora del segundo caso: aquel en que un ciudadano, no por crmenes ni
violencia, sino gracias al favor de sus compatriotas, se convierte en prncipe. El Estado
as constituido puede llamarse principado civil. El llegar a l no depende por completo
de los mritos o de la suerte; depende, ms bien, de una cierta habilidad propiciada por
la fortuna, y que necesita, o bien del apoyo del pueblo, o bien del de los nobles. Porque
en toda ciudad se encuentran estas dos fuerzas contrarias, una de las cuales lucha por
mandar y oprimir a la otra, que no quiere ser mandada ni oprimida. Y del choque de las
dos corrientes surge uno de estos tres efectos, o principado, o libertad, o licencia.
El principado pueden implantarlo tanto el pueblo como los nobles, segn que la
ocasin se presente a uno o a otros. Los nobles, cuando comprueban que no pueden
resistir al pueblo, concentran toda la autoridad en uno de ellos y lo hacen prncipe, para
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poder, a su sombra, dar rienda suelta a sus apetitos. El pueblo, cuando a su vez
comprueba que no puede hacer frente a los grandes, cede su autoridad a uno y lo hace
prncipe para que lo defienda. Pero el que llega al principado con la ayuda de los nobles
se mantiene con ms dificultad que el que ha llegado mediante el apoyo del pueblo,
porque los que lo rodean se consideran sus iguales, y en tal caso se le hace difcil
mandarlos y manejarlos como quisiera. Mientras que el que llega por el favor popular es
nica autoridad, y no tiene en derredor a nadie o casi nadie que no est dispuesto a
obedecer. Por otra parte, no puede honradamente satisfacer a los grandes sin lesionar a
los dems; pero, en cambio, puede satisfacer al pueblo, porque la finalidad del pueblo es
ms honesta que la de los grandes, queriendo stos oprimir, y aqul no ser oprimido.
Agrguese a esto que un prncipe jams podr dominar a un pueblo cuando lo tenga
por enemigo, porque son muchos los que lo forman; a los nobles, como se trata de pocos,
le ser fcil. Lo peor que un prncipe puede esperar de un pueblo que no lo ame es el ser
abandonado por l; de los nobles, si los tiene por enemigos, no slo debe temer que lo
abandonen, sino que se rebelen contra l; pues, ms astutos y clarividentes, siempre
estn a tiempo para ponerse en salvo, a la vez que no dejan nunca de congratularse con
el que esperan resultar vencedor. Por ltimo, es una necesidad para el prncipe vivir
siempre con el mismo pueblo, pero no con los mismos nobles, supuesto que puede crear
nuevos o deshacerse de los que tena, y quitarles o concederles autoridad a capricho.
Para aclarar mejor esta parte en lo que se refiere a los grandes, digo que se deben
considerar en dos aspectos principales: o proceden de tal manera que se unen por
completo a su suerte, o no. A aquellos que se unen y no son rapaces, se les debe honrar y
amar; a aquellos que no se unen, se les tiene que considerar de dos maneras: si hacen
esto por pusilanimidad y defecto natural del nimo, entonces t debes servirte en
especial de aquellos que son de buen criterio, porque en la prosperidad te honrarn y en
la adversidad no son de temer, pero cuando no se unen sino por clculo y por ambicin,
es seal de que piensan ms en s mismos que en ti, y de ellos se debe cuidar el prncipe y temerles como si se tratase de enemigos declarados, porque esperarn la
adversidad para contribuir a su ruina.
El que llegue a prncipe mediante el favor del pueblo debe esforzarse en conservar su
afecto, cosa fcil, pues el pueblo slo pide no ser oprimido. Pero el que se convierta en
prncipe por el favor de los nobles y contra el pueblo proceder bien si so empea ante
todo en conquistarlo, lo que slo le ser fcil si lo toma bajo su proteccin. Y dado que
los hombres se sienten ms agradecidos cuando reciben bien de quien slo esperaban
mal, se somete el pueblo ms a su bienhechor que si lo hubiese conducido al principado
por su voluntad. El prncipe puede ganarse a su pueblo de muchas maneras, que no
mencionar porque es imposible dar reglas fijas sobre algo que vara tanto segn las
circunstancias. Insistir tan slo en que un prncipe necesita contar con la amistad del
pueblo, pues de lo contrario no tiene remedio en la adversidad.
Nabis, prncipe de los espartanos, resisti el ataque de toda Grecia y de un ejrcito
romano invicto, y le bast, surgido el peligro, asegurarse de muy pocos para defender
contra aqullos su patria y su Estado, que si hubiese tenido por enemigo al pueblo, no le
bastara. Y que no se pretenda desmentir mi opinin con el gastado proverbio de que
quien confa en el pueblo edifica sobre arena; porque el proverbio slo es verdadero
cuando se trata de un simple ciudadano que confa en el pueblo como si el pueblo
tuviese el deber de liberarlo cuando los enemigos o las autoridades lo oprimen. Quien as
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lo interpretara se engaara a menudo, como los Gracos en Roma y Jorge Scali en


Florencia. Pero si es un prncipe quien confa en l, y un prncipe valiente que sabe
mandar, que no se acobarda en la adversidad y mantiene con su nimo y sus medidas el
nimo de todo su pueblo, no slo no se ver nunca defraudado, sino que se felicitar de
haber depositado en su confianza.
Estos principados peligran, por lo general, cuando quieren pasar de principado civil a
principado absoluto; pues estos prncipes gobiernan por s mismos o por intermedio de
magistrados. En el ltimo caso, su permanencia es ms insegura y peligrosa, porque
depende de la voluntad de los ciudadanos que ocupan el cargo de magistrados, los
cuales, y sobre todo en, pocas adversas, pueden arrebatarle muy fcilmente el poder, ya
dejando de obedecerle, ya sublevando al pueblo contra ellos. Y el prncipe, rodeado de
peligros, no tiene tiempo para asumir la autoridad absoluta, ya que los ciudadanos y los
sbditos, acostumbrados a recibir rdenes nada ms que de los magistrados, no estn en
semejantes trances dispuestos a obedecer las suyas. Y no encontrar nunca, en los
tiempos dudosos, gentes en quien poder confiar, puesto que tales prncipes no pueden
tomar como ejemplo lo que sucede en tiempos normales, cuando los ciudadanos tienen
necesidad del Estado, y corren y prometen y quieren morir por l, porque la muerte est
lejana; pero en los tiempos adversos, cuando el Estado tiene necesidad de los
ciudadanos, hay pocos que quieran acudir en su ayuda. Y esta experiencia es tanto ms
peligrosa cuanto que no puede intentarse sino una vez. Por ello, un prncipe hbil debe
hallar una manera por la cual sus ciudadanos siempre y en toda ocasin tengan necesidad
del Estado y de l. Y as le sern siempre fieles.
Capitulo X
COMO DEBEN MEDIRSE LAS
FUERZAS DE TODOS
LOS PRINCIPADOS
Conviene, al examinar la naturaleza de estos principados, hacer una consideracin
ms, a saber; si un prncipe posee un Estado tal que pueda, en caso necesario, sostenerse
por s mismo, o s tiene, en tal caso, que recurrir a la ayuda de otros. Y para aclarar
mejor este punto, digo que considero capaces de poder sostenerse por s mismos a los
que, o por abundancia de hombres o de dinero, pueden levantar un ejrcito respetable y
presentar batalla a quien quiera que se atreva a atacarlos; y considero que tienen siempre
necesidad de otros a los que no pueden presentar batalla al enemigo en campo abierto,
sino que se ven obligados a refugiarse dentro de sus muros para defenderlos. Del primer
caso ya se ha hablado, y se agregar ms adelante lo que sea oportuno. Del segundo caso
no se puede decir nada, salvo aconsejar a los prncipes que fortifiquen y abastezcan la
ciudad en que residen y que se despreocupen de la campaa. Quien tenga bien fortificada
su ciudad, y con respecto a sus sbditos se haya conducido de acuerdo con lo ya
expuesto y con lo que expondr ms adelante, difcilmente ser asaltado; porque los
hombres son enemigos de las empresas demasiado arriesgadas, y no puede reputarse por
fcil el asalto a alguien que tiene su ciudad bien fortificada y no es odiado por el pueblo.
Las ciudades de Alemania son librrimas; tienen poca campaa, y obedecen al emperador cuando les place, pues no le temen, as como no temen a ninguno de los poderosos
que las rodean. La razn es simple: estn tan bien fortificadas que no puede menos de
pensarse que el asedio sera arduo y prolongado. Tienen muros y fosos adecuados, tanta
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artillera como necesitan, y guardan en sus almacenes lo necesario para beber, comer y
encender fuego durante un ao; aparte de lo cual, y para poder mantener a los obreros sin
que ello sea una carga para el erario pblico, disponen siempre de trabajo para un ao en
esas obras que son el nervio y la vida de la ciudad. Por ltimo, tienen en alta estima los
ejercicios militares, que reglamentan con infinidad de ordenanzas.
Un prncipe, pues, que gobierne una plaza fuerte, y a quien el pueblo no odie, no
puede ser atacado; pero si lo fuese, el atacante se vera obligado a retirarse sin gloria,
porque son tan variables las cosas de este mundo que es imposible que alguien
permanezca con sus ejrcitos un ao sitiando ociosamente una ciudad. Y al que me
pregunte si el pueblo tendra paciencia, y el largo asedio y su propio inters no le harn
olvidar al prncipe, contesto que un prncipe poderoso y valiente superar siempre estas
dificultades, ya dando esperanzas a sus sbditos de que el mal no durar mucho, ya
infundindoles terror con la amenaza de las vejaciones del enemigo, o ya asegurndose
diestramente de los que le parezcan demasiado osados. Aadiremos a esto que es muy
probable que el enemigo devaste y saquee la comarca a su llegada, que es cuando los
nimos estn ms caldeados y ms dispuestos a la defensa; momento propicio para
imponerse, porque, pasados algunos das, cuando los nimos se hayan enfriado, los
daos estarn hechos, las desgracias se habrn sufrido y no quedar ya remedio alguno.
Los sbditos se unen por ello ms estrechamente a su prncipe, como si el haber sido
incendiadas sus casas y devastadas sus posesiones en defensa del seor obligar a ste a
protegerlos. Est en la naturaleza de los hombres el quedar reconocidos lo mismo por los
beneficios que hacen que por los que reciben. De donde, si se considera bien todo, no
ser difcil a un prncipe sabio mantener firme el nimo de sus ciudadanos durante el
asedio, siempre y cuando no carezcan de vveres ni de medios de la defensa.
Capitulo XI
DE LOS PRINCIPADOS
ECLESIASTICOS
Slo nos resta discurrir sobre los principados eclesisticos, respecto a los cuales
todas las dificultades existen antes de poseerlos, pues se adquieren o por valor o por
suerte, y se conservan sin el uno ni la otra, dado que se apoyan en antiguas instituciones
religiosas que son tan potentes y de tal calidad, que mantienen a sus prncipes en el
poder sea cual fuere el modo en que stos procedan y vivan.
Estos son los nicos que tienen Estados y no los defienden; sbditos, y no los
gobiernan. Y los Estados, a pesar de hallarse indefensos, no les son arrebatados, y los
sbditos, a pesar de carecer de gobierno, no se preocupan, ni piensan, ni podran
sustraerse a su soberana. Son, por consiguiente, los (nicos principados seguros y
felices. Pero como estn regidos por leyes superiores, inasequibles a la mente humana, y
como han sido inspirados por el Seor, sera oficio de hombre presuntuoso y temerario el
pretender hablar de ellos. Sin embargo, si alguien me preguntase a qu se debe que la
Iglesia haya llegado a adquirir tanto poder temporal, ya que antes de Alejandro, no slo
las potencias italianas, sino hasta los nobles y seores de menor importancia respetaban
muy poco su fuerza temporal, mientras que ahora ha hecho temblar a un rey de Francia y
aun pudo arrojarlo de Italia, y ha arruinado a los venecianos, no considerara intil
recordar las circunstancias, aunque sean bastante conocidas.
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Antes que Carlos, rey de Francia, entrase en Italia, esta provincia estaba bajo la
dominacin del papa, de los venecianos, del rey de Npoles, del duque de Miln y de los
florentinos. Estas potencias deban tener dos cuidados principales: evitar que un ejrcito
extranjero invadiese a Italia y procurar que ninguna de ellas preponderara. Los que
despertaban ms recelos eran los venecianos y el papa. Para contener a aqullos era
necesaria una coalicin de todas las dems potencias, como se hizo para la defensa de
Ferrara. Para contener al papa, bastaban los nobles romanos, que, divididos en dos
facciones, los Orsini y los Colonna, disputaban continuamente y acudan a las armas a la
vista misma del pontfice, con lo cual la Santa Sede estaba siempre dbil y vacilante. Y
aunque alguna vez surgiese un papa enrgico, como lo fue Sixto, ni la suerte ni la
experiencia pudieron servirle jams de manera decisiva, a causa de la brevedad de su
vida, pues los diez aos que, como trmino medio, vive un papa bastaban apenas para
debilitar una de las facciones. Y si, por ejemplo, un papa haba casi conseguido
exterminar a los Colonna, resurgian stos bajo otro enemigo de los Orsini, a quienes
tampoco haba tiempo para hacer desaparecer por completo; por todo lo cual las fuerzas
temporales del papa eran poco temidas en Italia. Vino por fin Alejandro VI y prob,
como nunca lo haba probado ningn pontfice, de cunto era capaz un papa con fuerzas
y dinero; pues tomando al duque Valentino por instrumento, y la llegada de los franceses
como motivo, hizo todas esas cosas que he contado al hablar sobre las actividades del
duque. Y aunque su propsito no fue engrandecer a la Iglesia, sino al duque, no es
menos cierto que lo que realiz redund en beneficio de la Iglesia, la cual, despus de su
muerte y de la del duque, fue heredera de sus fatigas. Lo sucedi el papa Julio, quien,
con una Iglesia engrandecida y duea de toda la Romaa, con los nobles romanos
dispersos por las persecuciones de Alejandro, y abierto el camino para procurarse dinero,
cosa que nunca haba ocurrido antes de Alejandro, no slo mantuvo las conquistas de su
predecesor, sino que las acrecent; y despus de proponerse la adquisicin de Bolonia, la
ruina de los venecianos y la expulsin de los franceses de Italia lo llev a cabo con tanta
ms gloria cuando que lo hizo para engrandecer la Iglesia y no a ningn hombre. Dej
las facciones Orsini y Colonna en el mismo estado en que las encontr, y aunque ambas
tuvieron jefes capaces de rebelarse, se quedaron quietas por dos razones: primero, por la
grandeza de la Iglesia, que los atemorizaba, y despus, por carecer de cardenales que
perteneciesen a sus partidos, origen siempre de discordia entre ellos. Que de nuevo se
repetirn toda vez que tengan cardenales que los representen, pues stos fomentan dentro
y fuera de Roma la creacin de partidos que los nobles de una y otra familia se ven
obligados a apoyar. Por lo cual cabe decir que las disensiones y disputas entre los nobles
son originadas por la ambicin de los prelados. Ha hallado, pues, Su Santidad el papa
Len una Iglesia potentsima; y se puede esperar que as como aqullos la hicieron
grande por las armas, ste la har an ms poderosa y venerable por su bondad y sus mil
otras virtudes.
Capitulo XII
DE LAS DISTINTAS CLASES DE
MILICIAS Y DE LOS SOLDADOS
MERCENARIOS
Despus de haber discurrido detalladamente sobre la naturaleza de los principados de
los cuales me haba propuesto tratar, y de haber sealado en parte las causas de su
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prosperidad o ruina y los medios con que muchos quisieron adquirirlos y conservarlos,
rstame ahora hablar de las formas de ataque y defensa que pueden ser necesarias en
cada uno de los Estados a que me he referido.
Ya he explicado antes cmo es preciso que un prncipe eche los cimientos de su
poder, porque, de lo contrario, fracasara inevitablemente. Y los cimientos
indispensables a todos los Estados, nuevos, antiguos o mixtos, son las buenas leyes y las
buenas tropas; y como aqullas nada pueden donde faltan stas, y como all donde hay
buenas tropas por fuerza ha de haber buenas leyes, pasar por alto las leyes y hablar de
las tropas.
Digo, pues, que las tropas con que un prncipe defiende sus Estados son propias,
mercenarias, auxiliares o mixtas. Las mercenarias y auxiliares son intiles y peligrosas;
y el prncipe cuyo gobierno descanse en soldados mercenarios no estar nunca seguro ni
tranquilo, porque estn desunidos, porque son ambiciosos, desleales, valientes entre los
amigos, pero cobardes cuando se encuentran frente a los enemigos; porque no tienen
disciplina, como tienen temor de Dios ni buena fe con los hombres; de modo que no se
difiere la ruina sino mientras se difiere la ruptura; y ya durante la paz despojan a su
prncipe tanto como los enemigos durante la guerra, pues no tienen otro amor ni otro
motivo que los lleve a la batalla que la paga del prncipe, la cual, por otra parte, no es
suficiente para que deseen morir por l. Quieren ser sus soldados mientras el prncipe no
hace la guerra; pero en cuanto la guerra sobreviene, o huyen o piden la baja. Poco me
costara probar esto, pues la ruina actual de Italia no ha sido causada sino por la
confianza depositada durante muchos aos en las tropas mercenarias, que hicieron al
principio, y gracias a ciertos jefes, algunos progresos que les dieron fama de bravas; pero
que demostraron lo que valan en cuanto aparecieron a la vista ejrcitos extranjeros. De
tal suerte que Carlos, rey de Francia, se apoder de Italia con un trozo de tiza. Y los que
afirman que la culpa la tenan nuestros pecados, decan la verdad, aunque no se trataba
de los pecados que imaginaban, sino de los que he expuesto. Y como estos pecados los
cometieron los prncipes, sobre ellos recay el castigo.
Quiero dejar mejor demostrada la ineficacia de estos ejrcitos. Los capitanes
mercenarios o son hombres de mrito o no lo son; no se puede confiar en ellos si lo son
porque aspirarn siempre a forjar su propia grandeza, ya tratando de someter al prncipe
su seor, ya tratando de oprimir a otros al margen de los designios del prncipe; y mucho
menos si no lo son, pues con toda seguridad llevarn al prncipe a la ruina Y a quien
objetara que esto podra hacerlo cualquiera, mercenario o no, replicara con lo siguiente:
que un principado o una repblica deben tener sus milicias propias; que, en un
principado el prncipe debe dirigir las milicias en persona y hacer el oficio de capitn; y
en las repblicas, un ciudadano; y si el ciudadano nombrado no es apto, se lo debe
cambiar; y si es capaz para el puesto, sujetarlo por medio de leyes. La experiencia
ensea que slo los prncipes y repblicas armadas pueden hacer grandes progresos, y
que las armas mercenarias slo acarrean daos. Y es ms difcil que un ciudadano
someta a una repblica que est armada con armas propias que una armada con armas
extranjeras.
Roma y Esparta se conservaron libres durante muchos siglos porque estaban
armadas. Los suizos son muy libres porque disponen de armas propias. De las armas
mercenarias de la antigedad son un ejemplo los cartagineses, los cuales estuvieron a
punto de ser sometidos por sus tropas mercenarias, despus de la primera guerra con los
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romanos, a pesar de que los cartagineses tenan por jefes a sus mismos conciudadanos.
Filipo de Macedonia, nombrado capitn de los tebanos a la muerte de Epaminondas, les
quit la libertad despus de la victoria. Los milaneses, muerto el duque Felipe, tomaron a
sueldo a Francisco Sforza para combatir a los venecianos; y Sforza venci al enemigo en
Caravaggio y se ali despus con l para sojuzgar a los milaneses, sus amos. El padre de
Francisco Sforza, estando al servicio de la reina Juana de Npoles, la abandon inesperadamente; y ella, al quedar sin tropas que la defendiesen, se vio obligada, para no perder
el reino, a entregarse en manos del rey de Aragn. Y si los florentinos y venecianos
extendieron sus dominios gracias a esas milicias, y si sus capitanes los defendieron en
vez de someterlos, se debe exclusivamente a la suerte; porque de aquellos capitales a los
que podan temer, unos no vencieron nunca, otros encontraron oposicin y los (ltimos
orientaron sus ambiciones hacia otra parte. En el nmero de los primeros se cont Juan
Aucut, cuya fidelidad mal poda conocerse cuando nunca obtuvo una victoria., pero
nadie dejar de reconocer que, si hubiese triunfado, quedaban los florentinos librados a
su discrecin. Francisco Sforza tuvo siempre por adversario a los Bracceschi, y se
vigilaron mutuamente; al fin, Francisco volvi sus miras hacia la Lombarda, y Braccio
hacia la Iglesia y el reino de Npoles.
Pero atendamos a lo que ha sucedido hace poco tiempo. Los florentinos nombraron
capitn de sus milicias a Pablo Vitelli, varn muy prudente que, de condicin modesta,
haba llegado a adquirir gran fama. A haber tomado a Pisa, los florentinos se hubiesen
visto obligados a sostenerlo, porque estaban perdidos si se pasaba a los enemigos, y si
hubieran querido que se quedara, habran debido obedecerle. Si se consideran los
procedimientos de los venecianos, se ver que obraron con seguridad y gloria mientras
hicieron la guerra con sus propios soldados, lo que sucedi antes que tentaran la suerte
en tierra firme, cuando contaban con nobles y plebeyos que defendan lo suyo; pero
bast que empezaran a combatir en tierra firme para que dejaran aquella virtud y
adoptaran las costumbres del resto de Italia. Al principio de sus empresas por tierra
firme, nada tenan que temer de sus capitanes, as por lo reducido del Estado como por la
gran reputacin de que gozaban; pero cuando bajo Carmagnola el territorio se fue
ensanchando, notaron el error en que haban cado. Porque viendo que aquel hombre,
cuya capacidad conocan despus de haber derrotado al duque de Miln, hacia la guerra
con tanta tibieza, comprendieron que ya nada poda esperarse de l, puesto que no lo
quera; y dado que no podan licenciarlo, pues perdan lo que haban conquistado, no les
quedaba otro recurso, para vivir seguros, que matarlo. Tuvieron luego por capitanes a
Bartolom de Brgamo, a Roberto de San Severino, al conde de Pitigliano y a otros de
quienes no tenan que temer las victorias, sino las derrotas, como les sucedi luego en
Vaili, donde en un da perdieron lo que con tanto esfuerzo haban conquistado en
ochocientos aos. Porque estas milicias, o traen lentas, tardas y mezquinas
adquisiciones, o sbitas y fabulosas prdidas.
Y ya que estos ejemplos me han conducido a referirme a Italia, estudiemos la historia
de las tropas mercenarias que durante tantos aos la gobernaron, y remontmonos a los
tiempos ms antiguos, para que, vistos su origen y sus progresos, puedan corregirse
mejor los errores.
Es de saber que, en pocas no recientes, cuando el emperador empez a ser arrojado
de Italia y el poder temporal del papa acrecentarse, Italia se dividi en gran nmero de
Estados; porque muchas de las grandes ciudades tomaron las armas contra sus seores,
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que, favorecidos antes por el emperador, las tenan avasalladas; y el papa, para
beneficiarse, ayud en cuanto pudo a esas rebeliones. De donde Italia pas casi por
entero a las manos de la Iglesia y de varias repblicas -pues algunas de las ciudades haban nombrado prncipes a sus ciudadanos-; y como estos sacerdotes y estos ciudadanos
no conocan el arte de la guerra, empezaron a tomar extranjeros a sueldo. El primero que
dio reputacin a estas milicias fue Alberico de Conio, de la Romaa, a cuya escuela
pertenecen, entre otros, Braccio y Sforza, que en sus tiempos fueron rbitros de Italia.
Tras ellos vinieron todos los que hasta nuestros tiempos han dirigido esas tropas. Y el
resultado de su virtud lo hallamos en esto: que Italia fue recorrida libremente por Carlos,
saqueada por Luis, violada por Fernando e insultada por los suizos. El mtodo que estos
capitanes siguieron para adquirir reputacin fue primero el de quitarle importancia a la
infantera. Y lo hicieron porque, no poseyendo tierras y teniendo que vivir de su
industria, con pocos infantes no podan imponerse y les era imposible alimentar a
muchos, mientras que, con un nmero reducido de jinetes, se vean honrados sin que
fuese un problema el proveer a su sustentacin. Las cosas haban llegado a tal extremo,
que en un ejrcito de veinte mil hombres no haba dos mil infantes. Por otra parte, se
haban ingeniado para ahorrarse y ahorrar a sus soldados la fatiga y el miedo con la
consigna de no matar en las refriegas, sino tomar prisioneros, sin degollarlos. No
asaltaban de noche las ciudades, ni los campesinos atacaban las tiendas; no levantaban
empalizadas ni abran fosos alrededor del campamento, ni vivan en l durante el
invierno. Todas estas cosas, permitidas por sus cdigos militares, las inventaron ellos,
como he dicho, para evitarse fatigas y peligros. Y con ellas condujeron a Italia a la
esclavitud y a la deshonra.
Capitulo XIII
DE LOS SOLDADOS AUXILIARES, MIXTOS Y PROPIOS
Las tropas auxiliares, otras de las tropas intiles de que he hablado, son aquellas que
se piden a un prncipe poderoso para que nos socorra y defienda, tal como hizo en estos
ltimos tiempos el papa Julio, cuando, a raz del pobre papel que le toc representar con
sus tropas mercenarias en la empresa de Ferrara, tuvo que acudir a las auxiliares y
convenir con Fernando, rey de Espaa, que ste ira en su ayuda con sus ejrcitos. Estas
tropas pueden ser tiles y buenas para sus amos, pero para quien las llama son casi siempre funestas; pues si pierden, queda derrotado, y si gana, se convierte en su prisionero. Y
aunque las historias antiguas estn llenas de estos ejemplos, quiero, sin embargo, detenerme en el caso reciente de Julio II, que no pudo haber cometido imprudencia mayor
para conquistar a Ferrara que el entregarse por completo en manos de un extranjero. Pero
su buena estrella hizo surgir una tercera causa, que, de lo contrario, hubiera pagado las
consecuencias de su mala eleccin. Porque derrotados sus auxiliares en Ravena,
aparecieron los suizos, que, contra la opinin de todo el mundo, incluso la suya, pusieron
en fuga a los vencedores, de modo que no qued prisionero de los enemigos, que haban
huido, ni de los auxiliares, ya que haba triunfado con otras tropas. Los florentinos, que
carecan de ejrcitos propios, trajeron diez mil franceses para conquistar a Pisa; y esta
resolucin les hizo correr ms peligros de los que corrieran nunca en ninguna poca. El
emperador de Constantinopla, para ayudar a sus vecinos, puso en Grecia diez mil turcos,
los cuales, una vez concluida la guerra, se negaron a volver a su patria; de donde empez
la servidumbre de Grecia bajo el yugo de los infieles.
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Se concluye de esto que todo el que no quiera vencer no tiene ms que servirse de
esas tropas, muchsimo ms peligrosas que las mercenarias, porque estn perfectamente
unidas y obedecen ciegamente a sus jefes, con lo cual la ruina es inmediata; mientras que
las mercenarias, para someter al prncipe, una vez que han triunfado, necesitan esperar
tiempo y ocasin, pues no constituyen un cuerpo unido y, por aadidura, estn a sueldo
del prncipe. En ellas, un tercero a quien el prncipe haya hecho jefe no puede cobrar en
seguida tanta autoridad como para perjudicarlo. En suma, en las tropas mercenarias hay
que temer sobre todo las derrotas; en las auxiliares, los triunfos.
Por ello, todo prncipe prudente ha desechado estas tropas y se ha refugiado en las
propias, y ha preferido perder con las suyas a vencer con las otras, considerando que no
es victoria verdadera la que se obtiene con armas ajenas. No me cansar nunca de elogiar
a Csar Borgia y su conducta. Empez el duque por invadir la Romaa con tropas
auxiliares, todos soldados franceses, y con ellas tom a Imola y Forli. Pero no
parecindoles seguras, se volvi a las mercenarias, segn l menos peligrosas; y tom a
sueldo a los Orsini y los Vitelli. Por ltimo, al notar que tambin stas eran inseguras,
infieles y peligrosas, las disolvi y recurri a las propias. Y de la diferencia que hay
entre esas distintas milicias se puede formar una idea considerando la autoridad que tena
el duque cuando slo contaba con los franceses y cuando se apoyaba en los Orsini y
Vitelli, y la que tuvo cuando se qued con sus soldados y descans en s mismo: que era,
sin duda alguna, mucho mayor, porque nunca fue tan respetado como cuando se vio que
era el nico amo de sus tropas.
Me haba propuesto no salir de los ejemplos italianos y recientes; pero no quiero
olvidarme de Hiern de Siracusa, ya que en otra parte lo he citado. Convertido, como
expliqu, en jefe de los ejrcitos de Siracusa, advirti en seguida de la inutilidad de las
milicias mercenarias, cuyos jefes tenan los mismos defectos que nuestros italianos; y
como no crea conveniente conservarlas ni licenciarlas, elimin a sus jefes. E hizo la
guerra con sus tropas y no con las ajenas. Quiero tambin recordar un episodio del Viejo
Testamento que viene muy al caso. Ofrecindose David a Sal para combatir a Goliat,
provocador filisteo, Sal, para darle valor, lo arm con sus armas; pero una vez que se
vio cargado con stas, David las rechaz, diciendo que con ellas no podra sacar partido
de s mismo y que prefera ir al encuentro del enemigo con su honda y su cuchillo.
En fin, sucede siempre que las armas ajenas o se caen de los hombros del prncipe, o
le pesan, o le oprimen. Carlos VII, padre del rey Luis XI, una vez que con su fortuna y
valor liber a Francia de los ingleses, conoci esta necesidad de armarse con sus propias
armas y orden en su reino la creacin de milicias de caballera e infantera. Despus, el
rey Luis, su hijo, disolvi las de infantera y empez a tomar a sueldo a suizos, error que,
renovado por otros, es, como ahora se ve, el motivo de los males de aquel reino. Porque
al acreditar a los suizos, desacredit todas sus armas, ya que hizo desaparecer la
infantera y depender la caballera de las tropas ajenas. Acostumbrada sta a ir a la
guerra en compaa de los suizos, no cree poder vencer sin ellos. Lo cual explica que los
franceses no puedan contra los suizos, y que sin los suizos no se atrevan a enfrentar a
otros. Los ejrcitos de Francia son, pues, mixtos, dado que se componen de tropas
mercenarias y propias; y, en su conjunto, son mucho mejores que las milicias
exclusivamente mercenarias o exclusivamente auxiliares, pero muy inferiores a las
propias. Bastar el ejemplo citado para hacer comprender que el reino de Francia sera
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hoy invencible si se hubiese respetado la disposicin de Carlos; pero la escasa


perspicacia de los hombres hace que comiencen algo que parece bueno por el hecho de
que no manifiesta el veneno que esconde debajo, como he dicho que sucede con la tisis.
Por lo tanto, aquel que en un principado no descubre los males sino una vez nacidos,
no es verdaderamente sabio; pero sta es virtud que tienen pocos. Si se examinan las
causas de la decadencia del Imperio Romano, se advierte que la principal estrib en
empezar a tomar a sueldo a los godos, pues desde entonces las fuerzas del imperio
fueron debilitndose, y toda la virtud que ellas perdan la adquiran los otros.
Concluyo, pues, que sin milicias propias no hay principado seguro; ms an: est por
completo en manos del azar, al carecer de medios de defensa contra la adversidad. Que
fue siempre opinin y creencia de los hombres prudentes quod nihil sit tam infirmum
aut instabile, quam: fama potentiae non sua vi nixa Y milicias propias son las
compuestas, o por sbditos, o por ciudadanos, o por servidores del prncipe. Y no ser
difcil rodearse de ellas si se siguen los ejemplos de los cuatro a quienes he citado, y se
examina la forma en que Filipo, padre de Alejandro Magno, y muchas repblicas y
prncipes organizaron sus tropas. Conducta a la cual me remito por entero.
Capitulo XIV
DE LOS DEBERES DE UN PRNCIPE PARA CON LA MILICIA
Un prncipe no debe tener otro objeto ni pensamiento ni preocuparse de cosa alguna
fuera del arte de la guerra y lo que a su orden y disciplina corresponde, pues es lo nico
que compete a quien manda. Y su virtud es tanta, que no slo conserva en su puesto a los
que han nacido prncipes, sino que muchas veces eleva a esta dignidad a hombres de
condicin modesta; mientras que, por el contrario ha, hecho perder el Estado a prncipes
que han pensado ms en las diversiones que en las armas. Pues la razn principal de la
prdida de un Estado se halla siempre en el olvido de este arte, en tanto que la condicin primera para adquirirlo es la de ser experto en l.
Francisco Sforza, por medio de las armas, lleg a ser duque de Miln, de simple
ciudadano que era; y sus hijos, por escapar a las incomodidades de las armas, de duques
pasaron a ser simples ciudadanos. Aparte de otros males que trae, el estar desarmado
hace despreciable, vergenza que debe evitarse por lo que luego explicar. Porque entre
uno armado y otro desarmado no hay comparacin posible, y no es razonable que quien
est armado obedezca de buen grado a quien no lo est, y que el prncipe desarmado se
sienta seguro entre servidores armados, porque, desdeoso uno y desconfiado el otro, no
es posible que marchen de acuerdo. Por todo ello, un prncipe que, aparte de otras
desgracias, no entienda de cosas militares, no puede ser estimado por sus soldados ni
puede confiar en ellos.
En consecuencia, un prncipe jams debe dejar de ocuparse del arte militar, y durante
los tiempos de paz debe ejercitarse ms que en los de guerra; lo cual puede hacer de dos
modos: con la accin y con el estudio. En lo que atae a la accin, debe, adems de
ejercitar y tener bien organizadas sus tropas, dedicarse constantemente a la caza con el
doble objeto de acostumbrar el cuerpo a las fatigas y de conocer la naturaleza de los
terrenos, la altitud de las montaas, la entrada de les valles, la situacin de las llanuras,
el curso de los ros y la extensin de los pantanos. En esto ltimo pondr muchsima
seriedad, pues tal estudio presta dos utilidades: primero, se aprende a conocer la regin
donde se vive y a defenderla mejor; despus, en virtud del conocimiento prctico de una
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comarca, se hace ms fcil el conocimiento de otra donde sea necesario actuar, porque
las colinas, los valles, las llanuras, los ros y los pantanos que hay, por ejemplo, en
Toscana, tienen cierta similitud con los de las otras provincias, de manera que el
conocimiento de los terrenos de una provincia sirve para el de las otras. El prncipe que
carezca de esta pericia carece de la primera cualidad que distingue a un capitn, pues tal
condicin es la que ensea a dar con el enemigo, a tomar los alojamientos, a conducir los
ejrcitos, a preparar un plan de batalla y a atacar con ventaja.
Filopmenes, prncipe de los aqueos, tena, entre otros mritos que los historiadores
le concedieron, el de que en los tiempos de paz no pensaba sino en las cosas que
incumben a la guerra; y cuando iba de paseo por la campaa, a menudo se detena y
discurra as con los amigo Si el enemigo estuviese en aquella colina y nosotros nos
encontrsemos aqu con nuestro ejrcito, de quin sera la ventaja? Cmo podramos ir
a su encuentro, conservando el orden? Si quisiramos retirarnos, cmo deberamos
proceder? Y cmo los perseguiramos, si los que se retirasen fueran ellos? Y les
propona, mientras caminaba, todos los casos que pueden presentrsele a un ejrcito;
escuchaba sus opiniones, emita la suya y la justificaba. Y gracias a este continuo
razonar, nunca, mientras gui sus ejrcitos, pudo surgir accidente alguno para el que no
tuviese remedio previsto.
En cuanto al ejercicio de la mente, el prncipe debe estudiar la Historia, examinar las
acciones de los hombres ilustres, ver cmo se han conducido en la guerra, analizar el por
qu de sus victorias y derrotas para evitar stas y tratar de lograr aqullas; y sobre todo
hacer lo que han hecho en el pasado algunos hombres egregios que, tomando a los otros
por modelos, tenan siempre presentes sus hechos ms celebrados. Como se dice que
Alejandro Magno hacia con Aquiles, Csar con Alejandro, Escipin con Ciro. Quien lea
la vida de Ciro, escrita por Jenofonte, reconocer en la vida de Escipin la gloria que le
report el imitarlo, y cmo, en lo que se refiere a castidad, afabilidad, clemencia y
liberalidad, Escipin se ci por completo a lo que Jenofonte escribi de Ciro. Esta es la
conducta que debe observar un prncipe prudente: no permanecer inactivo nunca en los
tiempos de paz, sino, por el contrario, hacer acopio de enseanzas para valerse de ellas
en la adversidad, a fin de que, si la fortuna cambia, lo halle preparado para resistirle.
Capitulo XV
DE AQUELLAS COSAS POR LAS
CUALES LOS HOMBRES Y
ESPECIALMENTE LOS PRNCIPES,
SON ALABADOS O CENSURADOS
Queda ahora por analizar cmo debe comportarse un prncipe en el trato con sbditos
y amigos. Y porque s que muchos han escrito sobre el tema, me pregunto, al escribir
ahora yo, si no ser tachado de presuntuoso, sobre todo al comprobar que en esta materia
me aparto de sus opiniones. Pero siendo mi propsito escribir cosa til para quien la
entiende, me ha parecido ms conveniente ir tras la verdad efectiva de la cosa que tras su
apariencia. Porque muchos se han imaginado como existentes de veras a repblicas y
principados que nunca han sido vistos ni conocidos; porque hay tanta diferencia entre
cmo se vive y cmo se debera vivir, que aquel que deja lo que se hace por lo que
debera hacerse marcha a su ruina en vez de beneficiarse., pues un hombre que en todas
partes quiera hacer profesin de bueno es inevitable que se pierda entre tantos que no lo
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son. Por lo cual es necesario que todo prncipe que quiera mantenerse aprenda a no ser
bueno, y a practicarlo o no de acuerdo con la necesidad.
Dejando, pues, a un lado las fantasas, y preocupndonos slo de las cosas reales,
digo que todos los hombres, cuando se habla de ellos, y en particular los prncipes, por
ocupar posiciones ms elevadas, son juzgados por algunas de estas cualidades que les
valen o censura o elogio. Uno es llamado prdigo, otro tacao (y empleo un trmino
toscano, porque avaro, en nuestra lengua, es tambin el que tiende a enriquecerse por
medio de la rapia, mientras que llamamos tacao al que se abstiene demasiado de
gastar lo suyo); uno es considerado dadivoso, otro rapaz; uno cruel, otro clemente; uno
traidor, otro leal; uno afeminado y pusilnime, otro decidido y animoso; uno humano,
otro soberbio; uno lascivo, otro casto; uno sincero, otro astuto; uno duro, otro dbil; uno
grave, otro frvolo; uno religioso, otro incrdulo, y as sucesivamente. S que no habra
nadie que no opinase que sera cosa muy loable que, de entre todas las cualidades
nombradas, un prncipe poseyese las que son consideradas buenas; pero como no es
posible poseerlas todas, ni observarlas siempre, porque la naturaleza humana no lo
consiente, le es preciso ser tan cuerdo que sepa evitar la vergenza de aquellas que le
significaran la prdida del Estado, y, s puede, aun de las que no se lo haran perder;
pero si no puede no debe preocuparse gran cosa, y mucho menos de incurrir en la
infamia de vicios sin los cuales difcilmente podra salvar el Estado, porque si consideramos esto con frialdad, hallaremos que, a veces, lo que parece virtud es causa de ruina,
y lo que parece vicio slo acaba por traer el bienestar y la seguridad.
Capitulo XVI
DE LA PRODIGALIDAD Y
DE LA AVARICIA
Empezando por las primeras de las cualidades nombradas, digo que estara bien ser
tenido por prdigo. Sin embargo, la prodigalidad, practicada de manera que se sepa que
uno es prdigo, perjudica; y por otra parte, si se la practica virtuosamente y tal como se
la debe practicar, la prodigalidad no ser conocida y se creer que existe el vicio
contrario. Pero como el que quiere conseguir fama de prdigo entre los hombres no
puede pasar por alto ninguna clase de lujos, suceder siempre que un prncipe as
acostumbrado a proceder consumir en tales obras todas sus riquezas y se ver obligado,
a la postre, si desea conservar su reputacin, a imponer excesivos tributos, a ser riguroso
en el cobro y a hacer todas las cosas que hay que hacer para procurarse dinero. Lo cual
empezar a tornarle odioso a los ojos de sus sbditos, y nadie lo estimar, ya que se
habr vuelto pobre. Y como con su prodigalidad ha perjudicado a muchos y beneficiado
a pocos, se resentir al primer inconveniente y peligrar al menor riesgo. Y si entonces
advierte su falla y quiere cambiar de conducta, ser tachado de tacao.
Ya que un prncipe no puede practicar pblicamente esta virtud sin que se
perjudique, convendr, si es sensato, que no se preocupe si es tildado de tacao; porque,
con el tiempo, al ver que con su avaricia le bastan las entradas para defenderse de quien
le hace la guerra, y puede acometer nuevas empresas sin gravar al pueblo, ser tenido
siempre por ms prdigo, pues practica la generosidad con todos aquellos a quienes no
quita, que son innumerables, y la avaricia con todos aquellos a quienes no da, que son
pocos.
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En nuestros tiempos slo hemos visto hacer grandes cosas a los hombres
considerados tacaos; los dems siempre han fracasado. El papa Julio II, despus de
servirse del nombre de prdigo para llegar al Pontificado, no se cuid a fin de poder
hacer la guerra, de conservar semejante fama. El actual rey de Francia ha sostenido
tantas guerras sin imponer tributos extraordinarios a sus sbditos porque, con su
extremada economa, provey a los superfluos. El actual rey Espaa, si hubiera sido
esplndido, no habra realizado ni vencido en tantas empresas.
En consecuencia, un prncipe debe reparar poco --con tal de que ello le permita
defenderse, no robar a los sbditos, no volverse pobre y despreciable, no mostrarse
expoliador--en incurrir en el vicio de tacao; porque ste es uno de los vicios que hacen
posible reinar. Y si alguien dijese: Gracias a su prodigalidad, Csar lleg al imperio, y
muchos otros, por haber sido y haberse ganado fama de prdigos, escalaron altsimas
posiciones, contestara: O ya eres prncipe, o estas en camino de serlo; en el primer
caso, la liberalidad es perniciosa; en el segundo, necesaria. Y Csar era uno de los que
queran llegar al principado de Roma; pero si despus de lograrlo hubiese sobrevivido y
no so hubiera moderado en los gastos, habra llevado el imperio a la ruina. Y si alguien
replicase: Ha habido muchos prncipes, reputados por liberalsimos, que hicieron
grandes cosas con las armas dira yo: O el prncipe gasta lo suyo y lo de los sbditos, o
gasta lo ajeno; en el primer caso debe ser medido, en el otro, no debe cuidarse del
despilfarro. Porque el prncipe que va con sus ejrcitos y que vive del botn, de los
saqueos y de las contribuciones, necesita de esa esplendidez a costa de los enemigos, ya
que de otra manera los soldados no lo seguiran. Con aquello que no es del prncipe ni de
sus sbditos se puede ser extremadamente generoso, como lo fueron Ciro, Csar y
Alejandro; porque el derrochar lo ajeno, antes concede que quita reputacin; slo el
gastar lo de uno perjudica. No hay cosa que se consuma tanto a s misma como la
prodigalidad, pues cuanto ms se la practica ms se pierde la facultad de practicarla; y se
vuelve el prncipe pobre y despreciable, o, si quiere escapar de la pobreza, expoliador y
odioso. Y si hay algo que deba evitarse, es el ser despreciado y odioso, y a ambas cosa
conduce la prodigalidad. Por lo tanto, es ms prudente contentarse con el tilde de tacao
que implica una vergenza sin odio, que, por ganar fama de prdigo, incurrir en el de
expoliador, que implica una vergenza con odio.
Capitulo XVII
DE LA CRUELDAD Y LA CLEMENCIA; Y SI ES MEJOR SER
AMADO QUE TEMIDO, O SER TEMIDO QUE AMADO
Paso a las otras cualidades ya cimentadas y declaro que todos los prncipes deben
desear ser tenidos por clementes y no por crueles. Y, sin embargo, deben cuidarse de
emplear mal esta clemencia, Csar Borgia era considerado cruel, pese a lo cual fue su
crueldad la que impuso el orden en la Romaa, la que logr su unin y la que la volvi a
la paz y a la fe. Que, si se examina bien, se ver que Borgia fue mucho ms clemente
que el pueblo florentino, que para evitar ser tachado de cruel, dej destruir a Pistoya. Por
lo tanto, un prncipe no debe preocuparse porque lo acusen de cruel, siempre y cuando su
crueldad tenga por objeto el mantener unidos y fieles a los sbditos; porque con pocos
castigos ejemplares ser ms clemente que aquellos que, por excesiva clemencia, dejan
multiplicar los desrdenes, causas de matanzas y saqueos que perjudican a toda una
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poblacin, mientras que las medidas extremas adoptadas por el prncipe slo van en
contra de uno. Y es sobre todo un prncipe nuevo el que no debe evitar los actos de
crueldad, pues toda nueva dominacin trae consigo infinidad de peligros. As se explica
que Virgilio ponga en boca de Dido:
Res dura et regni novitas me talia (cogunt
Moliri, et late fines custode tueri.
Sin embargo, debe ser cauto en el creer y el obrar, no tener miedo de s mismo y
proceder con moderacin, prudencia y humanidad, de modo que una excesiva confianza
no lo vuelva imprudente, y una desconfianza exagerada, intolerable.
Surge de esto una cuestin: si vale ms ser amado que temido, o temido que amado.
Nada mejor que ser ambas cosas a la vez; pero puesto que es difcil reunirlas y que
siempre ha de faltar una, declaro que es ms seguro ser temido que amado. Porque de la
generalidad de los hombres se puede decir esto: que son ingratos, volubles, simuladores,
cobardes ante el peligro y vidos de lucro. Mientras les haces bien, son completamente
tuyos: te ofrecen su sangre, sus bienes, su vida y sus hijos, pues --- como antes expliqu
---ninguna necesidad tienes de ello; pero cuando la necesidad se presenta se rebelan. Y el
prncipe que ha descansado por entero en su palabra va a la ruina al no haber tomado
otras providencias; porque las amistades que se adquieren con el dinero y no con la
altura y nobleza de alma son amistades merecidas, pero de las cuales no se dispone, y
llegada la oportunidad no se las puede utilizar. Y los hombres tienen menos cuidado en
ofender a uno que se haga amar que a uno que se haga temer; porque el amor es un
vnculo de gratitud que los hombres, perversos por naturaleza, rompen cada vez que
pueden beneficiarse; pero el temor es miedo al castigo que no se pierde nunca. No
obstante lo cual, el prncipe debe hacerse temer de modo que, si no se granjea el amor,
evite el odio, pues no es imposible ser a la vez temido y no odiado; y para ello bastar
que se abstenga de apoderarse de los bienes y de las mujeres de sus ciudadanos y
sbditos, y que no proceda contra la vida de alguien sino cuando hay justificacin
conveniente y motivo manifiesto; pero sobre todo abstenerse de los bienes ajenos,
porque los hombres olvidan antes la muerte del padre que la prdida del patrimonio.
Luego, nunca faltan excusas para despojar a los dems de sus bienes, y el que empieza a
vivir de la rapia siempre encuentra pretextos para apoderarse de lo ajeno, y, por el
contrario, para quitar la vida, son ms raros y desaparecen con ms rapidez.
Pero cuando el prncipe est al frente de sus ejrcitos y tiene que gobernar a miles de
soldados, es absolutamente necesario que no se preocupe si merece fama de cruel,
porque sin esta fama jams podr tenerse ejrcito alguno unido y dispuesto a la lucha.
Entre las infinitas cosas admirables de Anbal se cita la de que, aunque contaba con un
ejrcito grandsimo, formado por hombres de todas las razas a los que llev a combatir
en tierras extranjeras, jams surgi discordia alguna entre ellos ni contra el prncipe, as
en la mala como en la buena fortuna. Y esto no poda deberse sino a su crueldad
inhumana, que, unida a sus muchas otras virtudes, lo haca venerable y terrible en el
concepto de los soldados; que, sin aqulla, todas las dems no le habran bastado para
ganarse este respeto. Los historiadores poco reflexivos admiran, por una parte, semejante
orden, y, por la otra, censuran su razn principal. Que si es verdad o no que las dems
virtudes no le habran bastado puede verse en Escipin ---hombre de condiciones poco
comunes, no slo dentro de su boca, sino dentro de toda la historia de la humanidad---,
cuyos ejrcitos se rebelaron en Espaa. Lo cual se produjo por culpa de su excesiva
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clemencia, que haba dado a sus soldados ms licencia de la que a la disciplina militar
convena. Falta que Fabio Mximo le reproch en el Senado, llamndolo corruptor de la
milicia romana. Los locrios, habiendo sido ultrajados por un enviado de Escipin, no
fueron desagraviados por ste ni la insolencia del primero fue castigada naciendo todo de
aquel su blando carcter. Y a tal extremo, que alguien que lo quiso justificar ante el
Senado dijo que perteneca a la clase de hombres que saben mejor no equivocarse que
enmendar las equivocaciones ajenas. Este carcter, con el tiempo habra acabado por
empaar su fama y su honor, a haber llegado Escipin al mando absoluto; pero como
estaba bajo las rdenes del Senado, no slo qued escondida esta mala cualidad suya,
sino que se convirti en su gloria.
Volviendo a la cuestin de ser amado o temido, concluyo que, como el amar depende
de la voluntad de los hombres y el temer de la voluntad del prncipe, un prncipe
prudente debe apoyarse en lo suyo y no en lo ajeno, pero, como he dicho, tratando
siempre de evitar el odio.
Capitulo XVIII
DE QUE MODO LOS PRNCIPES
DEBEN CUMPLIR SUS PROMESAS
Nadie deja de comprender cun digno de alabanza es el prncipe que cumple la
palabra dada, que obra con rectitud y no con doblez; pero la experiencia nos demuestra,
por lo que sucede en nuestros tiempos, que son precisamente los prncipes que han hecho
menos caso de la fe jurada, envuelto a los dems con su astucia y redo de los que han
confiado en su lealtad, los nicos que han realizado grandes empresas.
Digamos primero que hay dos maneras de combatir: una, con las leyes; otra, con la
fuerza. La primera es distintiva del hombre; la segunda, de la bestia. Pero como a
menudo la primera no basta, es forzoso recurrir a la segunda. Un prncipe debe saber
entonces comportarse como bestia y como hombre. Esto es lo que los antiguos escritores
ensearon a los prncipes de un modo velado cuando dijeron que Aquiles y muchos otros
de los prncipes antiguos fueron confiados al centauro Quirn para que los criara y
educase. Lo cual significa que, como el preceptor es mitad bestia y mitad hombre, un
prncipe debe saber emplear las cualidades de ambas naturalezas, y que una no puede
durar mucho tiempo sin la otra.
De manera que, ya que se ve obligado a comportarse como bestia, conviene que el
prncipe se transforma en zorro y en len, porque el len no sabe protegerse de las
trampas ni el zorro protegerse de los lobos. Hay, pues, que ser zorro para conocer las
trampas y len para espantar a los lobos. Los que slo se sirven de las cualidades del
len demuestran poca experiencia. Por lo tanto, un prncipe prudente no debe observar la
fe jurada cuando semejante observancia vaya en contra de sus intereses y cuando hayan
desaparecido las razones que le hicieron prometer. Si los hombres fuesen todos buenos,
este precepto no sera bueno; pero como son perversos, y no la observaran contigo,
tampoco t debes observarla con ellos. Nunca faltaron a un prncipe razones legitimas
para disfrazar la inobservancia. Se podran citar innumerables ejemplos modernos de
tratados de paz y promesas vueltos intiles por la infidelidad de los prncipes. Que el que
mejor ha sabido ser zorro, se ha triunfado. Pero hay que saber disfrazarse bien y ser
hbil en fingir y en disimular. Los hombres son tan simples y de tal manera obedecen a
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las necesidades del momento, que aquel que engaa encontrar siempre quien se deje
engaar.
No quiero callar uno de los ejemplos contemporneos. Alejandro VI nunca hizo ni
pens en otra cosa que en engaar a los hombres, y siempre hall oportunidad para
hacerlo. Jams hubo hombre que prometiese con ms desparpajo ni que hiciera tantos
juramentos sin cumplir ninguno; y, sin embargo, los engaos siempre le salieron a pedir
de boca, porque conoca bien esta parte del mundo.
No es preciso que un prncipe posea todas las virtudes citadas, pero es indispensable
que aparente poseerlas. Y hasta me atrever a decir esto: que el tenerlas y practicarlas
siempre es perjudicial, y el aparentar tenerlas, til. Est bien mostrarse piadoso, fiel,
humano, recto y religioso, y asimismo serlo efectivamente; pero se debe estar dispuesto
a irse al otro extremo si ello fuera necesario. Y ha de tenerse presente que un prncipe, y
sobre todo un prncipe nuevo, no puede observar todas las cosas gracias a las cuales los
hombres son considerados buenos, porque, a menudo, para conservarse en el poder, se
ve arrastrado a obrar contra la fe, la caridad, la humanidad y la religin. Es preciso, pues,
que tenga una inteligencia capaz de adaptarse a todas las circunstancias, y que, como he
dicho antes, no se aparte del bien mientras pueda, pero que, en caso de necesidad, no
titubee en entrar en el mal.
Por todo esto un prncipe debe tener muchsimo cuidado de que no le brote nunca de
los labios algo que no est empapado de las cinco virtudes citadas, y de que, al verlo y
orlo, parezca la clemencia, la fe, la rectitud y la religin mismas, sobre todo esta ltima.
Pues los hombres, en general, juzgan ms con los ojos que con las manos, porque todos
pueden ver, pero pocos tocar. Todos ven lo que pareces ser, mas pocos saben lo que eres;
y estos pocos no se atreven a oponerse a la opinin de la mayora, que se escuda detrs
de la majestad del Estado. Y en las acciones de los hombres, y particularmente de los
prncipes, donde no hay apelacin posible, se atiende a los resultados. Trate, pues, un
prncipe de vencer y conservar el Estado, que los medios siempre sern honorables y
loados por todos; porque el vulgo se deja engaar por las apariencias y por el xito; y en
el mundo slo hay vulgo, ya que las minoras no cuentan sino cuando las mayoras no
tienen donde apoyarse. Un prncipe de estos tiempos, a quien no es oportuno nombrar,
jams predica otra cosa que concordia y buena fe; y es enemigo acrrimo de ambas, ya
que, si las hubiese observado, habra perdido ms de una vez la fama y las tierras.
Capitulo XIX
DE QUE MODO DEBE EVITARSE
SER DESPRECIADO Y ODIADO
Como de entre las cualidades mencionadas ya habl de las mis importantes, quiero
ahora, bajo este ttulo general, referirme brevemente a las otras. Trate el prncipe de huir
de las cosas que lo hagan odioso o despreciable, y una vez logrado, habr cumplido con
su deber y no tendr nada que temer de los otros vicios. Hace odioso, sobre todo, como
ya he dicho antes, el ser expoliador y el apoderarse de los bienes y de las mujeres de los
sbditos, de todo lo cual convendr abstenerse. Porque la mayora de los hombres,
mientras no se ven privados de sus bienes y de su honor, viven contentos; y el prncipe
queda libre para combatir la ambicin de los menos que puede cortar fcilmente y de mil
maneras distintas. Hace despreciable el ser considerado voluble, frvolo, afeminado,
pusilnime e irresoluto, defectos de los cuales debe alejarse como una nave de un
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escollo, e ingeniarse para que en sus actos se reconozca grandeza, valenta, seriedad y
fuerza. Y con respecto a los asuntos privados de los sbditos, debe procurar que sus
fallos sean irrevocables y empearse en adquirir tal autoridad que nadie piense en
engaarlo ni envolverlo con intrigas.
El prncipe que conquista semejante autoridad es siempre respetado, pues
difcilmente se conspira contra quien, por ser respetado, tiene necesariamente ser bueno
y querido por los suyos. Y un prncipe debe temer dos cosas: en el interior, que se le
subleven los sbditos; en el exterior, que le ataquen. Las potencias extranjeras. De stas
se defender con buenas armas y buenas alianzas, y siempre tendr buenas alianzas el
que tenga buenas armas, as como siempre en el interior estarn seguras las cosas cuando
lo estn en el exterior, a menos que no hubiesen sido previamente perturbadas por una
conspiracin. Y aun cuando los enemigos de afuera amenazasen, si ha vivido como he
aconsejado y no pierda la presencia de espritu resistir todos los ataques, como he
aconsejado que hizo el espartano Nabis. En lo que se refiere a los sbditos, y a pesar de
que no exista amenaza extranjera alguna, ha de cuidar que no conspiren secretamente;
pero de este peligro puede asegurarse evitando que lo odien o lo desprecien y, como ya
antes he repetido, empendose por todos los medios en tener satisfecho al pueblo.
Porque el no ser odiado por el pueblo es uno de los remedios ms eficaces de que
dispone un prncipe contra las conjuraciones. El conspirador siempre cree que el pueblo
quedar contento con la muerte del prncipe, y jams, si sospecha que se producir el
efecto contrario, se decide a tomar semejante partido, pues son infinitos los peligros que
corre el que conspira. La experiencia nos demuestra que hubo muchsimas
conspiraciones y que muy pocas tuvieron xito. Porque el que conspira no puede obrar
solo ni buscar la complicidad de los que no cree descontentos; y no hay descontento que
no se regocije en cuanto le hayas confesado tus propsitos, porque de la revelacin de tu
secreto puede esperar toda clase de beneficios; es preciso que, sea muy amigo tuyo o
enconado enemigo del prncipe para que, al hallar en una parte ganancias seguras y en la
otra dudosas y llenas de peligro, te sea, leal. Y para reducir el problema a, sus ltimos
trminos, declaro que de parte del conspirador slo hay recelos, sospechas y temor al
castigo, mientras que el prncipe cuenta con la majestad del principado, con las leyes y
con la ayuda de los amigos, de tal manera que, si se ha granjeado la simpata popular, es
imposible que haya alguien que sea tan temerario como para conspirar. Pues si un
conspirador est por lo comn rodeado de peligros antes de consumar el hecho, lo estar
an ms despus de ejecutarlo, porque no encontrar amparo en ninguna parte.
Sobre este particular podran citarse innumerables ejemplos; pero me dar por
satisfecho con mencionar uno que pertenece a la poca de nuestros padres. Micer Anbal
Bentivoglio, abuelo del actual micer Anbal, que era prncipe de Bolonia, fue asesinado
por los Canneschi, que se haban conjurado contra l, no quedando de los suyos ms que
micer Juan, que era una criatura. Inmediatamente despus de semejante crimen se
sublev el pueblo y extermin a todos los Canneschi. Esto nace de la simpata, popular
que la casa de los Bentivoglio tena en aquellos tiempos, y que fue tan grande que, no
quedando de ella nadie en Bolonia que pudiese, muerto Anbal, regir el Estado, y
habiendo inicios de que en Florencia exista un descendiente de los Bentivoglio, que se
consideraba hasta entonces hijo de cerrajero, vinieron los boloeses en su busca a
Florencia y le entregaron el gobierno de aquella ciudad la que fue gobernada por l hasta
que micer Juan hubo llegado a una edad adecuada par asumir el mando.
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Llego, pues, a la conclusin de que un prncipe, cuando es apreciado por el pueblo,


debe cuidarse muy poco de las conspiraciones; pero que debe temer todo y a todos
cuando lo tienen por enemigo y es aborrecido por l. Los Estados bien organizados y los
prncipes sabios siempre han procurado no exasperar a los nobles y, a la vez, tener
satisfecho y contento al pueblo. Es ste uno de los puntos a que ms debe atender un
prncipe.
En la actualidad, entre los reinos bien organizados, cabe nombrar el de Francia, que
cuenta con muchas instituciones buenas que estn al servicio de la libertad y de la
seguridad del rey, de las cuales la primera es el Parlamento. Como el que organiz este
reino conoca, por una parte, la ambicin y la violencia de los poderosos y la necesidad
de tenerlos como de una brida para corregirlos y, por la otra, el odio a los nobles que el
temor haca nacer en el pueblo ---temor que haba que hacer desaparecer---, dispuso que
no fuese cuidado exclusivo del rey esa tarea, para evitarle los inconvenientes que tendra
con los nobles si favoreca al pueblo y los que tendra con el pueblo si favoreca a los
nobles. Cre entonces un tercer poder que, sin responsabilidades para el rey, castigase a
los nobles y beneficiase al pueblo. No poda tomarse medida mejor ni ms juiciosa, ni
que tanto proveyese a la seguridad del rey y del reino. De donde puede extraerse esta
consecuencia digna de mencin: que los prncipes deben encomendar a los dems las
tareas gravosas y reservarse las agradables. Y vuelvo a repetir que un prncipe debe
estimar a los nobles, pero sin hacerse odiar por el pueblo.
Acaso podr parecer a muchos que el ejemplo de la vida y muerte de ciertos
emperadores romanos contradice mis opiniones, porque hubo quienes, a pesar de haberse
conducido siempre virtuosamente y de poseer grandes cualidades, perdieron el imperio
o, peor an, fueron asesinados por sus mismos sbditos, conjurados en su contra. Para
contestar a estas objeciones examinar el comportamiento de algunos emperadores y
demostrar que las causas de su ruina no difieren de las que he expuesto, y mientras
tanto, recordar los hechos ms salientes de la Historia de aquellos tiempos. Me limitar
a tomar a los emperadores que se sucedieron desde Marco el Filsofo hasta Maximino:
Marco, su hijo Cmodo, Pertinax, Juliano, Severo, su hijo Antonio Caracalla, Macrino,
Heliogbalo, Alejandro y Maximino. Pero antes conviene hacer notar que, mientras los
prncipes de hoy slo tienen que luchar contra la ambicin de los nobles y la violencia de
los pueblos, los emperadores romanos tenan que hacer frente a una tercera dificultad: la
codicia y la crueldad de sus soldados, motivo de la ruina de muchos. Porque era difcil
dejar a la vez satisfechos a los soldados y al pueblo, pues en tanto que el pueblo amaba
la paz y a los prncipes sosegados, las tropas preferan a los prncipes belicosos,
violentos, crueles y rapaces, y mucho ms si lo eran contra el pueblo, ya que as
duplicaban la ganancia y tenan ocasin de deshogar su codicia y su perversidad. Esto
explica por qu los emperadores que carecan de autoridad suficiente para contener a
unos y a los otros siempre fracasaban; y explica tambin por qu la mayora, y sobre
todo los que suban al trono por herencia, una vez conocida la imposibilidad de dejar
satisfechas a ambas partes, se decidan por los soldados, sin importarles pisotear al
pueblo. Era el partido lgico: cuando el prncipe no puede evitar ser odiado por una de
las dos partes, debe inclinarse hacia el grupo ms numeroso, y cuando esto no es posible,
inclinarse hacia el ms fuerte. De ah que los emperadores -que al serlo por razones
ajenas al derecho tenan necesidad de apoyos extraordinarios- buscasen contentar a los
soldados antes que al pueblo; lo cual, sin embargo, poda resultarles ventajoso o no
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segn que supiesen o no ganarse y conserver su respeto. Por tales motivos, Marco,
Pertinax y Alejandro, a pesar de su vida moderada, a pesar de ser amantes de la justicia,
enemigos de, la crueldad, humanitarios y benvolos, tuvieron todos, salvo Marco, triste
fin. Y Marco vivi y muri amado gracias a que lleg al trono por derecho de herencia,
sin debrselo al pueblo ni a los soldados., y a que, como estaba adornado de muchas
virtudes que lo hacan venerable, tuvo siempre, mientras vivi, sometidos a unos y a
otros a su voluntad, y nunca fue odiado ni despreciado. Pero Pertinax fue hecho
emperador contra el parecer de los soldados, que, acostumbrados a vivir en la mayor
licencia bajo Cmodo, no podan tolerar la vida virtuosa que aqul pretenda imponerles;
y por esto fue odiado. Y como al odio se agreg al desprecio que inspiraba su vejez,
pereci en los comienzos mismos de su reinado.
Y aqu se debe sealar que el odio se gana tanto con las buenas acciones como con
las perversas, por cuyo motivo, como dije antes, un prncipe que quiere conservar el
poder es a menudo forzado a no ser bueno, porque cuando aquel grupo, ya sea pueblo,
soldados o nobles, del que t juzgas tener necesidad para mantenerte, est corrompido, te
conviene seguir su capricho para satisfacerlo, pues entonces las buenas acciones seran
tus enemigas.
Detengmonos ahora en Alejandro, hombre de tanta bondad que, entre los elogios
que se le tributaron, figura el de que en catorce aos que rein no hizo matar a nadie sin
juicio previo; pero su fama de persona dbil y que se dejaba gobernar por su madre le
acarre el desprecio de los soldados, que se sublevaron y lo mataron.
Por el contrario, Cmodo, Severo, Antonio Caracalla y Maximino fueron ejemplos
de crueldad y despotismo llevados al extremo. Para congraciarse con los soldados, no
ahorraron ultrajes al pueblo. Y todos, a excepcin de Severo, acabaron mal. Severo,
aunque oprimi al pueblo, pudo reinar felizmente en mrito al apoyo de los soldados y a
sus grandes cualidades, que lo hacan tan admirable a los ojos del pueblo y del ejrcito
que ste quedaba reverente y satisfecho, y aqul, atemorizado y estupefacto. Y como sus
acciones fueron notables para un prncipe nuevo, quiero explicar brevemente lo bien que
supo proceder como zorro y como len, cuyas cualidades, como ya he dicho, deben ser
imitadas por todos los prncipes.
Enterado de que el emperador Juliano era un cobarde, Severo convenca al ejrcito
que estaba bajo su mando en Esclavonia de que era necesario ir a Roma para vengar la
muerte de Pertinax, a quien los pretorianos haban asesinado. Y con este pretexto, sin dar
a conocer sus aspiraciones al imperio, condujo al ejrcito contra Roma y estuvo en Italia
antes que se hubiese tenido noticia de su partida. Una vez en Roma, dio muerte a
Juliano; y el Senado, lleno de espanto, lo eligi emperador. Pero para aduearse del
Estado quedaban an a Severo dos dificultades, la primera en Oriente, donde Nger, jefe
de los ejrcitos asiticos, se habla hecho proclamar emperador; la segunda en Occidente,
donde se hallaba Albino, quien tambin tena pretensiones al imperio. Y como juzgaba
peligroso declararse a la vez enemigo de los dos, resolvi atacar a Nger y engaar a
Albino, para lo cual escribi a ste que, elegido emperador por el Senado, quera
compartir el trono con l; le mand el ttulo de csar y, por acuerdo del Senado, lo
convirti en su colega, distincin que Albino acept sin vacilar. Pero una vez que hubo
vencido y muerto a Nger, y pacificadas las cosas en Oriente, volvi a Roma y se quej
al Senado de que Albino, olvidndose de los beneficios que le deba, haba tratado
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vilmente de matarlo, por lo cual era preciso que castigara su ingratitud. Fue entonces a
buscarlo a las Galias y le quit la vida y el Estado.
Quien examine, pues, detenidamente las acciones de Severo, ver que fue un feroz
len y un zorro muy astuto, y advertir que todos le temieron y respetaron y que el
ejrcito no lo odi; y no se asombrar de que l, prncipe nuevo, haya podido ser amo de
un imperio tan vasto, porque su ilimitada autoridad lo protegi siempre del odio que sus
depredaciones podan haber hecho nacer en el pueblo.
Pero Antonino, su hijo, tambin fue hombre, de cualidades que lo hacan admirable
en el concepto del pueblo y grato en el de los soldados. Varn de genio guerrero,
dursimo a la fatiga, enemigo de la molicie y de los placeres de la mesa, no poda menos
de ser querido por todos los soldados. Sin embargo, su ferocidad era tan grande e
inaudita que, despus de innumerables asesinatos aislados, extermin a gran parte del
pueblo de Roma y a todo el de Alejandra. Por este motivo se hizo odioso a todo el
mundo, empez a ser temido por los mismos que lo rodeaban y a la postre fue muerto
por un centurin en presencia de todo el ejrcito. Conviene notar al respecto no est en
manos de ningn prncipe evitar esta clase de atentados, producto de la firme decisin de
un hombre de carcter, porque al que no le importa morir no le asusta quitar la vida a
otro, pero no los tema el prncipe, pues son rarsimos, y preocpese, en cambio, por no
inferir ofensas graves a nadie que est junto a l para el servicio del Estado. Es lo que no
hizo Antonino, ya que, a pesar de haber asesinado en forma ignominiosa a un hermano
del centurin, y de amenazar a ste diariamente con lo mismo, lo conservaba en su
guardia particular: tranquilidad temeraria que tena que traerle la muerte, y se la trajo.
Pasemos a Cmodo, a quien, por ser hijo de Marco y haber recibido el imperio en
herencia, fcil le hubiera sido conservarlo, dado que con slo seguir las huellas de su
padre hubiese tenido satisfecho a pueblo y ejrcito. Pero fue un hombre cruel y brutal
que, para desahogar su ansia de rapia contra el pueblo, trat de captarse la benevolencia
de las tropas permitindoles toda clase de licencias; por otra parte, olvidado de la
dignidad que investa, bajo muchas veces a la arena para combatir con los gladiadores y
cometi vilezas incompatibles con la majestad imperial, con lo cual se acarre el
desprecio de los soldados. De modo que, odiado por un grupo y aborrecido por el otro,
fue asesinado a consecuencia de una conspiracin.
Nos quedan por examinar las cualidades de Maximino. Fastidiadas las tropas por la
inactividad de Alejandro, de quien ya he hablado, elevaron al imperio, una vez muerto
ste, a Maximino, hombre de espritu extraordinariamente belicoso, que no se conserv
en el poder mucho tiempo porque hubo dos cosas que lo hicieron odioso y despreciable:
la primera, su baja condicin, pues nadie ignoraba que haba sido pastor en Tracia, y esto
produca universal disgusto; la otra, su fama de sanguinario; haba diferido su marcha a
Roma para tomar posesin del mando, y en el intervalo, haba cometido, en Roma y en
todas partes del imperio, por intermedio de sus prefectos, un sinfn de depredaciones.
Menospreciado por la bajeza de su origen y odiado por el temor a su ferocidad, era
natural que todo el mundo se sintiese inquieto y, en consecuencia, que el frica se
rebelase y que el Senado y luego el pueblo de Roma y toda Italia conspirasen contra l.
Su propio ejrcito, mientras sitiaba a Aquilea sin poder tomarla, cansado de sus
crueldades y temindolo menos al verlo rodeado de tantos enemigos, se pleg al movimiento y lo mat.
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No quiero referirme a Heliogbalo, Macrino y Juliano, que, por ser harto


despreciables, tuvieron pronto fin, y atender a las conclusiones de este discurso. Los
prncipes actuales no se encuentran ante la dificultad de tener que satisfacer en forma
desmedida a los soldados; pues aunque haya que tratarlos con consideracin, el caso es
menos grave dado que estos prncipes no tienen ejrcitos propios, vinculados
estrechamente con los gobiernos y las administraciones provinciales, como estaban los
ejrcitos del Imperio Romano. Y si entonces haba que inclinarse a satisfacer a los
soldados antes que al pueblo, se explica, porque los soldados eran ms poderosos que el
pueblo; mientras que ahora todos los prncipes, salvo el Turco y el Sultn tienen que
satisfacer antes al pueblo que a los soldados, porque aqul puede ms que stos. Excepto
al Turco, que, por estar siempre rodeado por doce mil infantes y quince mil jinetes, de
los cuales dependen la seguridad y la fuerza del reino, necesita posponer toda otra
preocupacin a la de conservar la amistad de las tropas. Del mismo modo, conviene que
el Sultn, cuyo reino est por completo en manos del ejrcito, conserve las simpatas de
ste sin tener consideraciones para con el pueblo. Y advirtase que este Estado del
Sultn es muy distinto de todos los principados y slo parecido al pontificado cristiano,
al que no puede llamrsele principado hereditario ni principado nuevo, porque no son los
hijos del prncipe viejo los herederos y futuros prncipes, sino el elegido para ese puesto
por los que tienen autoridad.. Y como se trata de una institucin antigua, no le
corresponde el nombre de principado nuevo, aparte de que no se encuentran en l los
obstculos que existen en los nuevos, pues si bien el prncipe es nuevo, la constitucin
del Estado es antigua y el gobernante recibido como quien lo es por derecho hereditario.
Pero volvamos a nuestro asunto. Cualquiera que meditase este discurso hallara que
la causa de la ruina de los emperadores citados ha sido el odio o el desprecio, y
descubrira a qu se debe que, mientras parte de ellos procedieron de un modo y parte de
otro, en ambos modos hubo dichosos y desgraciados. Pertinax y Alejandro fracasaron
porque, siendo prncipes nuevos, quisieron imitar a Marco, que haba llegado al imperio
por derecho de sucesin; y lo mismo le sucedi a Caracalla, Cmodo y Maximino al
intentar seguir las huellas de Severo cuando carecan de sus cualidades. Se concluye de
esto que un prncipe nuevo en un principado nuevo no puede imitar la conducta de
Marco ni tampoco seguir los pasos de Severo, sino que debe tomar de ste las cualidades
necesarias para fundar un Estado, y, una vez establecido y firme, las cualidades de aqul
que mejor tiendan a conservarlo.
Capitulo XX
SI LAS FORTALEZAS, Y MUCHAS OTRAS COSAS QUE LOS
PRNCIPES HACEN CON FRECUENCIA SON TILES O NO
Hubo prncipes que, para conservar sin inquietudes el Estado, desarmaron a sus
sbditos; prncipes que dividieron los territorios conquistados; prncipes que
favorecieron a sus mismos enemigos; prncipes que se esforzaron por atraerse a aquellos
que les inspiraban recelos al comienzo de su gobierno; prncipes, en fin, que
construyeron fortalezas, y prncipes que las arrasaron. Y aunque sobre todas estas cosas
no se pueda dictar sentencia sin conocer las caractersticas del Estado donde habra de
tomarse semejante resolucin, hablar, sin embargo, del modo ms amplio que la
materia permita.
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Nunca sucedi que un prncipe nuevo desarmase a sus sbditos; por el contrario, los
arm cada vez que los encontr desarmados. De este modo, las armas del pueblo se
convirtieron en las del prncipe, los que recelaban se hicieron fieles, los fieles
continuaron sindolo y los sbditos se hicieron partidarios. Pero como no es posible
armar a todos los sbditos, resultan favorecidos aquellos a quienes el prncipe arma, y se
puede vivir ms tranquilo con respecto a los dems; por esta distincin, de que se
reconocen deudores al prncipe, los primeros se consideran ms obligados a l, y los
otros lo disculpan comprendiendo que es preciso que gocen de ms beneficios los que
tienen ms deberes y se exponen a ms peligros. Pero cuando se los desarma, se empieza
por ofenderlos, puesto que se les demuestra que, por cobarda o desconfianza, se tiene
poca fe en su lealtad; y cualquiera de estas dos opiniones engendra odio contra el
prncipe. Y como el prncipe no puede quedar desarmado, es forzoso que recurra a las
milicias mercenarias, de cuyos defectos ya he hablado; pero aun cuando slo tuviesen
virtudes, no pueden ser tantas como para defenderlo de los enemigos poderosos y de los
sbditos descontentos. Por eso, como he dicho, un prncipe nuevo en un principado
nuevo no ha dejado nunca de organizar su ejrcito segn lo prueban los ejemplos de que
est llena la Historia. Ahora bien: cuando un prncipe adquiera un Estado nuevo que
aade al que ya posea, entonces s que conviene que desarme a sus nuevos sbditos,
excepcin hecha de aquellos que se declararon partidarios suyos durante la conquista; y
aun a stos, con el transcurso del tiempo y aprovechando las ocasiones que se le brinden,
es preciso debilitarlos y reducirlos a la inactividad y arreglarse de modo que el ejrcito
del Estado se componga de los soldados que rodeaban al prncipe en el Estado antiguo.
Nuestros antepasados, y particularmente los que tenan fama de sabios, solan decir
que para conservar a Pistoya bastaban las disensiones, y para conservar a Pisa, las
fortalezas; por tal motivo, y para gobernarlas ms fcilmente, fomentaban la discordia en
las tierras sometidas, medida muy lgica en una poca en que las fuerzas de Italia
estaban equilibradas., pero no me parece que pueda darse hoy por precepto, porque no
creo que las divisiones traigan beneficio alguno; al contrario, juzgo inevitable que las
ciudades enemigas se pierdan en cuanto el enemigo se aproxime, pues siempre el partido
ms dbil se unir a las fuerzas externas, y el otro no podr resistir.
Movidos por estas razones, segn creo, los venecianos fomentaban en las ciudades
conquistadas la creacin de guelfos y gibelinos, y aunque no los dejaban llegar al
derramamiento de sangre, alimentaban, sin embargo, estas discordias entre ellos, a fin de
que, ocupados en sus diferencias, no se uniesen contra el enemigo comn. Pero, como
hemos visto, este proceder se volvi en su contra, pues, derrotados en Vail, uno de los
partidos cobr valor y les arrebat todo el Estado. Semejantes recursos inducen a
sospechar la existencia de alguna debilidad en el prncipe, porque un prncipe fuerte
jams tolerar tales divisiones, que podrn serle tiles en tiempos de paz, cuando,
gracias a ellas, manejar ms fcilmente a sus sbditos, pero que mostrarn su ineficacia
en cuando sobrevenga la guerra.
Indudablemente, los prncipes son grandes cuando superan las dificultades y la
oposicin que se les hace. Por esta razn, y sobre todo cuando quiere hacer grande a un
prncipe nuevo, a quien le es ms necesario adquirir fama que a uno hereditario, la
fortuna le suscita enemigos y guerras en su contra para darle oportunidad de que las
supere y pueda, sirvindose de la escala que los enemigos le han trado, elevarse a mayor
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altura. Y hasta hay quienes afirman que un prncipe hbil debe fomentar con astucia
ciertas resistencias para que, al aplastarlas, se acreciente su gloria.
Los prncipes, sobre todo los nuevos, han hallado ms consecuencia y ms utilidad
en aquellos que al principio de su gobierno les eran sospechosos que en aquellos en
quienes confiaban. Pandolfo Petrucci, prncipe de Siena, gobernaba su Estado ms con
los que le haban sido sospechosos que con los otros. Pero de este punto no se pueden
extraer conclusiones generales porque varan segn el caso. Slo dir esto: que los
hombres que al principio de un reinado han sido enemigos, si su carcter es tal que para
continuar la lucha necesitan apoyo ajeno, el prncipe podr siempre y muy fcilmente
conquistarlos a su causa; y lo servirn con tanta ms fidelidad cuanto que saben que les
es preciso borrar con buenas obras la mala opinin en que se los tena; y as el prncipe
saca de ellos ms provecho que de los que, por serle demasiado fieles, descuidan sus
obligaciones.
Y puesto que el tema lo exige, no dejar de recordar al prncipe que adquiera un
Estado nuevo mediante la ayuda de los ciudadanos que examine bien el motivo que
impuls a stos a favorecerlo, porque si no se trata de afecto natural, sino de descontento
con la situacin anterior del Estado, difcil y fatigosamente podr conservar su amistad,
pues tampoco l podr contentarlos. Con los ejemplos que los hechos antiguos y
modernos proporcionan, medtese serenamente en la razn de todo esto, y se ver que es
ms fcil conquistar la amistad de los enemigos, que lo son porque estaban satisfechos
con el gobierno anterior, que la de los que, por estar descontentos, se hicieron amigos del
nuevo prncipe y lo ayudaron a conquistar el Estado.
Los prncipes, para conservarse ms seguramente en el poder, acostumbraron
construir fortalezas que fuesen rienda y freno para quienes se atreviesen a obrar en su
contra, y refugio seguro para ellos en caso de un ataque imprevisto. Alabo esta
costumbre de los antiguos. Pero represe en que en estos tiempos se ha visto a Nicols
Vitelli arrasar dos fortalezas en Citt di Castello para conservar la plaza. Guido Ubaldo,
duque de Urbino, al volver a sus Estados de donde lo arroj Csar Borgia, destruy hasta
los cimientos todas las fortalezas de aquella provincia, convencido de que sin ellas sera
ms difcil arrebatarle el Estado. Lo mismo hicieron los Bentivoglio al volver a Bolonia.
Por consiguiente, las fortalezas pueden ser tiles o no segn los casos, pues si en unas
ocasiones favorecen, en otras perjudican. Podra resolverse la cuestin de esta manera: el
prncipe que teme ms al pueblo que a los extranjeros debe construir fortalezas; pero el
que teme ms a los extranjeros que al pueblo debe pasarse sin ellas. El castillo levantado
por Francisco Sforza en Miln ha trado y traer ms sinsabores a la casa Sforza que
todas las revueltas que se produzcan en el Estado. Pero, en definitiva, no hay mejor
fortaleza que el no ser odiado por el pueblo, porque si el pueblo aborrece al prncipe, no
lo salvarn todas las fortalezas que posea, pues nunca faltan al pueblo, una vez que ha
empuado las armas, extranjeros que lo socorran.
En nuestros tiempos no se ha visto que hayan favorecido a ningn prncipe, salvo a
la condesa de Forli, despus de la muerte del conde Jernimo, su marido; porque gracias
a ellas pudo escapar al furor popular, esperar el socorro de Miln y recuperar el Estado.
Pero entonces las circunstancias eran tales que los extranjeros no podan auxiliar al
pueblo. Y despus su fortaleza de nada le sirvi, cuando Csar Borgia la asalt y el
pueblo se pleg a l por odio a la condesa. Por lo tanto, mucho ms seguro le hubiera
sido, entonces y siempre, no ser odiada por el pueblo que tener fortalezas.
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Consideradas, pues, estas cosas, elogiar tanto a quien construya fortalezas como a
quien no las construya, pero censurar a todo el que, confiando en las fortalezas, tenga
en poco el ser odiado por el pueblo.
Capitulo XXI
COMO DEBE COMPORTARSE UN PRNCIPE
PARA SER ESTIMADO
Nada hace tan estimable a un prncipe como las grandes empresas y el ejemplo de
raras virtudes. Prueba de ello es Fernando de Aragn, actual rey de Espaa, a quien casi
puede llamarse prncipe nuevo, pues de rey sin importancia se ha convertido en el primer
monarca de la cristiandad. Sus obras, como puede comprobarlo quien las examine, han
sido todas grandes, y algunas extraordinarias. En los comienzos de su reinado tom por
asalto a Granada, punto de partida de sus conquistas. Hizo la guerra cuando estaba en
paz con los vecinos, y, sabiendo que nadie se opondra, distrajo con ella la atencin de
los nobles de Castilla, que, pensando en esa guerra, no pensaban en cambios polticos, y
por este medio adquiri autoridad y reputacin sobre ellos y sin que ellos se diesen
cuenta. Con dinero del pueblo y de la Iglesia pudo mantener sus ejrcitos, a los que
templ en aquella larga guerra y que tanto lo honraron despus. Ms tarde, para poder
iniciar empresas de mayor envergadura, se entreg, sirvindose siempre de la iglesia, a
una piadosa persecucin y despoj y expuls de su reino a los marranos. No puede
haber ejemplo ms admirable y maravilloso. Con el mismo pretexto invadi el frica,
llev a cabo la campaa de Italia y ltimamente atac a Francia, porque siempre medit
y realiz hazaas extraordinarias que provocaron el constante estupor de los sbditos y
mantuvieron su pensamiento ocupado por entero en el xito de sus aventuras. Y estas
acciones suyas nacieron de tal modo una tras otra que no dio tiempo a los hombres para
poder preparar con tranquilidad algo en su perjuicio.
Tambin concurre en beneficio del prncipe el hallar medidas sorprendentes en lo
que se refiere a la administracin, como se cuenta que las hallaba Bernab de Miln. Y
cuando cualquier sbdito hace algo notable, bueno o malo, en la vida civil, hay que
descubrir un modo de recompensarlo o castigarlo que d amplio tema de conversacin a
la gente. Y, por encima de todo, el prncipe debe ingeniarse por parecer grande e ilustre
en cada uno de sus actos.
Asimismo se estima al prncipe capaz de ser amigo o enemigo franco, es decir, al
que, sin temores de ninguna ndole, sabe declararse abiertamente en favor de uno y en
contra de otro. El abrazar un partido es siempre ms conveniente que el permanecer
neutral. Porque si dos vecinos poderosos se declaran la guerra, el prncipe puede
encontrarse en uno de esos casos: que, por ser adversarios fuertes, tenga que temer a
cualquier cosa de los dos que gane la guerra, o que no; en uno o en otro caso siempre le
ser ms til decidirse por una de las partes y hacer la guerra. Pues, en el primer caso, si
no se define, ser presa del vencedor, con placer y satisfaccin del vencido; y no hallar
compasin en aqul ni asilo en ste, porque el que vence no quiere amigos sospechosos
y que no le ayuden en la adversidad, y el que pierde no puede ofrecer ayuda a quien no
quiso empuar las armas y arriesgarse en su favor.
Antoco, llamado a Grecia por los etoilos para arrojar de all a los romanos, mand
embajadores a los acayos, que eran amigos de los romanos, para convencerlos de que
permaneciesen neutrales. Los romanos por el contrario, les pedan que tomaran armas a
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su favor. Se debati el asunto en el consejo de los acayos, y cuando el enviado de


Antoco solicit neutralidad, el representante romano replic Quod autem isti dicunt
non interponendi vos bello, nihil magis alienum rebus vestris est, sine gratia, sine
dignitate, praemium victoris eritis.
Y siempre vers que aquel que no es tu amigo te exigir la neutralidad, y aquel que
es amigo tuyo te exigir que demuestres tus sentimientos con las armas. Los prncipes
irresolutos, para evitar los peligros presentes, siguen las ms de las veces el camino de la
neutralidad, y las ms de las veces fracasan. Pero cuando el prncipe se declara
valientemente por una de las partes, si triunfa aquella a la que se une, aunque sea
poderosa y l quede a su discrecin, estarn unidos por un vnculo de reconocimiento y
de afecto; y los hombres nunca son tan malvados que dando prueba de tamaa ingratitud,
lo sojuzguen. Al margen de esto, las victorias nunca son tan decisivas como para que el
vencedor no tenga que guardar algn miramiento, sobre todo con respecto a la justicia. Y
si el aliado pierde, el prncipe ser amparado, ayudado por l en la medida de lo posible
y se har compaero de una fortuna que puede resurgir. En el segundo caso, cuando los
que combaten entre s no pueden inspirar ningn temor, mayor es, la necesidad de
definirse, pues no hacerlo significa la ruina de uno de ellos, al que el prncipe, si fuese
prudente, debera salvar, porque si vence queda a su discrecin, y es imposible que con
su ayuda no venza.
Conviene advertir que un prncipe nunca debe aliarse con otro ms poderoso para
atacar a terceros, sino, de acuerdo con lo dicho, cuando las circunstancias lo obligan,
porque si venciera queda en su poder, y los prncipes deben hacer lo posible por no
quedar a disposicin de otros. Los venecianos, que, pudiendo abstenerse de intervenir, se
aliaron con los franceses contra el duque de Miln, labraron su propia ruina. Pero cuando
no se puede evitar, como sucedi a los florentinos en oportunidad del ataque de los
ejrcitos del papa y de Espaa contra la Lombarda, entonces, y por las mismas razones
expuestas, el prncipe debe someterse a los acontecimientos. Y que no se crea que los
Estados pueden inclinarse siempre por partidos seguros; por el contrario, pinsese que
todos son dudosos; porque acontece en el orden de las cosas que, cuando se quiere evitar
un inconveniente, se incurre en otro. Pero la prudencia estriba en saber conocer la
naturaleza de los inconvenientes y aceptar el menos malo por bueno.
El prncipe tambin se mostrar amante de la virtud y honrar a los que se distingan
en las artes. Asimismo, dar seguridades a los ciudadanos para que puedan dedicarse
tranquilamente a sus profesiones, al comercio, a la agricultura y a cualquier otra
actividad; y que unos no se abstengan de embellecer sus posesiones por temor a que se
las quiten, y otros de abrir una tienda por miedo a los impuestos. Lejos de esto, instituir
premios para recompensar a quienes lo hagan y a quienes traten, por cualquier medio, de
engrandecer la ciudad o el Estado. Todas las ciudades estn divididas en gremios o
corporaciones a las cuales conviene que el prncipe conceda su atencin. Renase de vez
en vez con ellos y d pruebas de sencillez y generosidad, sin olvidarse, no obstante, de la
dignidad que inviste, que no debe faltarle en, ninguna ocasin.
Capitulo XXII
DE LOS SECRETARIOS DEL PRNCIPE
No es punto carente de importancia la eleccin de los ministros, que ser buena o
mala segn la cordura del prncipe. La primera opinin que se tiene del juicio de un
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prncipe se funda en los hombres que lo rodean: si son capaces y fieles, podr reputrselo
por sabio, pues supo hallarlos capaces y mantenerlos fieles; pero cuando no lo son, no
podr considerarse prudente a un prncipe que el primer error que comete lo comete en
esta eleccin.
No haba nadie que, al saber que Antonio da Venafro era ministro de Pandolfo
Petrucci, prncipe de Siena, no juzgase hombre muy inteligente a Pandolfo por tener por
ministro a quien tena. Pues hay tres clases de cerebros: el primero discierne por s; el
segundo entiende lo que los otros disciernen, y el tercero no discierne ni entiende lo que
los otros disciernen. El primero es excelente, el segundo bueno y el tercero intil. Era,
pues, absolutamente indispensable que, si Pandolfo no se hallaba en el primer caso, se
hallase en el segundo. Porque con tal que un prncipe tenga el suficiente discernimiento
para darse cuenta de lo bueno o malo que hace y dice, reconocer, aunque de por s no las
descubra, cules son las obras buenas y cules las malas de un ministro, y podr corregir
stas y elogiar las otras; y el ministro, que no podr confiar en engaarlo, se conservar
honesto y fiel.
Para conocer a un ministro hay un modo que no falla nunca. Cuando se ve que un
ministro piensa ms en l que en uno y que en todo no busca sino su provecho, estamos
en presencia de un ministro que nunca ser bueno y en quien el prncipe nunca podr
confiar. Porque el que tiene en sus manos el Estado de otro jams debe pensar en s
mismo, sino en el prncipe, y no recordarle sino las cosas que pertenezcan a l. Por su
parte, el prncipe, para mantenerlo constante en su fidelidad, debe pensar en el ministro.
Debe honrarlo, enriquecerlo y colmarlo de cargos, de manera que comprenda que no
puede estar sin l, y que los muchos honores no le hagan desear ms honores, las muchas
riquezas no le hagan ansiar ms riquezas y los muchos cargos le hagan temer los cambios
polticos. Cuando los ministros, y los prncipes con respecto a los ministros, proceden as,
pueden confiar unos en otros; pero cuando proceden de otro modo, las consecuencias son
perjudiciales tanto para unos como para otros.
Capitulo XXIII
COMO HUIR DE LOS ADULADORES
No quiero pasar por alto un asunto importante, y es la falta en que con facilidad caen
los prncipes si no son muy prudentes o no saben elegir bien. Me refiero a los aduladores,
que abundan en todas las cortes. Porque los hombres se complacen tanto en sus propias
obras, de tal modo se engaan, que no atinan a defenderse de aquella calamidad; y
cuando quieren defenderse, se exponen al peligro de hacerse despreciables. Pues no hay
otra manera de evitar la adulacin que el hacer comprender a los hombres que no ofenden
al decir la verdad; y resulta que, cuando todos pueden decir la verdad, faltan al respeto.
Por lo tanto, un prncipe prudente debe preferir un tercer modo: rodearse de los hombres
de buen juicio de su Estado, nicos a los que dar libertad para decirle la verdad, aunque
en las cosas sobre las cuales sean interrogados y slo en ellas. Pero debe interrogarlos
sobre todos los tpicos, escuchar sus opiniones con paciencia y despus resolver por s y
a su albedro. Y con estos consejeros comportarse de tal manera que nadie ignore que
ser tanto ms estimado cuanto ms libremente hable. Fuera de ellos, no escuchar a
ningn otro, poner en seguida en prctica lo resuelto y ser obstinado en su cumplimiento.
Quien no procede as se pierde por culpa de los aduladores o, si cambia a menudo de
parecer, es tenido en menos.
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Quiero a este propsito citar un ejemplo moderno, Fray Lucas [Rinaldi], embajador
ante el actual emperador Maximiliano, deca, hablando de Su Majestad, que no peda
consejos a nadie y que, sin embargo, nunca haca lo que quera. Y esto precisamente por
proceder en forma contraria a la aconsejada. Porque el emperador es un hombre
reservado que no comunica a nadie sus pensamientos ni pide pareceres; pero como, al
querer ponerlos en prctica, empiezan a conocerse y descubrirse, y los que los rodean
opinan en contra, fcilmente desiste de ellos. De donde resulta que lo que hace hoy lo
deshace maana, que no se entiende nunca lo que desea o intenta hacer y que no se
puede confiar en sus determinaciones.
Por este motivo, un prncipe debe pedir consejo siempre, pero cuando l lo considere
conveniente y no cuando lo consideren conveniente los dems, por lo cual debe evitar
que nadie emita pareceres mientras no sea interrogado. Debe preguntar a menudo,
escuchar con paciencia la verdad acerca de las cosas sobre las cuales ha interrogado y
ofenderse cuando se entera de que alguien no se la ha dicho por temor. Se engaan los
que creen que un prncipe es juzgado sensato gracias a los buenos consejeros que tiene
en derredor y no gracias a sus propias cualidades. Porque sta es una regla general que
no falla nunca un prncipe que no es sabio no puede ser bien aconsejado y, por ende, no
puede gobernar, a menos que se ponga bajo la tutela de un hombre muy prudente que lo
gue en todo. Y aun en este caso, durara poco en el poder, pues el ministro no tardara
en despojarlo del Estado. Y si pide consejo a ms de uno, los consejos sern siempre
distintos, y un prncipe que no sea sabio no podr conciliarlos. Cada uno de los consejeros pensar en lo suyo, y l no podr saberlo ni corregirlo. Y es imposible hallar otra
clase de consejeros, porque los hombres se comportarn siempre mal mientras la
necesidad no los obligue a lo contrario. De esto se concluye que es conveniente que los
buenos consejos, vengan de quien vinieren, nazcan de la prudencia del prncipe y no la
prudencia del prncipe de los buenos consejos.
Capitulo XXIV
POR QUE LOS PRNCIPES DE
ITALIA PERDIERON SUS ESTADOS
Las reglas que acabo de exponer, llevadas a la prctica con prudencia, hacen parecer
antiguo a un prncipe nuevo y lo consolidan y afianzan en seguida en el Estado como si
fuese un prncipe hereditario. Por la razn de que se observa mucho ms celosamente la
conducta de un prncipe nuevo que la de uno hereditario, si los hombres la encuentran
virtuosa, se sienten ms agradecidos y se apegan ms a l que a uno de linaje antiguo.
Porque los hombres se ganan mucho mejor con las cosas presentes que con las pasadas,
y cuando en las presentes hallan provecho, las gozan sin inquirir nada; y mientras el
prncipe no se desmerezca en las otras cosas, estarn siempre dispuestos a defenderlo.
As, el prncipe tendr la doble gloria de haber creado un principado nuevo y de haberlo
mejorado y fortificado con buenas leyes, buenas armas, buenos amigos y buenos
ejemplos. Del mismo modo que ser doble la deshonra del que, habiendo nacido
prncipe, pierde el trono por su falta de prudencia.
Si se examina el comportamiento de los prncipes de Italia que en nuestros tiempos
perdieron sus Estados, como el rey de Npoles, el duque de Miln y algunos otros, se
advertir, en primer lugar, en lo que se refiere a las armas, una falta comn a todos: la de
haberse apartado de las reglas antes expuestas. Despus se ver que unos tuvieron al
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pueblo por enemigo, y que el que lo tuvo por amigo no supo asegurarse de los nobles.
Porque sin estas faltas no se pierden los Estados que tienen recursos suficientes para
permitir levantar un ejrcito de campaa.
Filipo de Macedonia, no el padre de Alejandro, sino el que fue vencido por Tito
Quincio, dispona de un ejrcito reducido en comparacin con el de los griegos y los
romanos, que lo atacaron juntos; sin embargo, como era guerrero y haba sabido
congraciarse con el pueblo y contener a los nobles, pudo resistir una lucha de muchos
aos; y si al fin perdi algunas ciudades, conserv, en cambio el reino.
Por consiguiente, estos prncipes nuestros que ocupaban el poder desde haca
muchos aos no acusen a la fortuna por haberlo perdido, sino a su ineptitud. Como en
pocas de paz nunca pensaron que podran cambiar las cosas (es defecto comn de los
hombres no preocuparse por la tempestad durante la bonanza), cuando se presentaron
tiempos adversos, atinaron a huir y no a defenderse, y esperaron que el pueblo, cansado
de los ultrajes de los vencedores, volviese a llamarlos. Partido que es bueno cuando no
hay otros; pero est muy mal dejar los otros por se, pues no debernos dejarnos caer por
el simple hecho de creer que habr alguien que nos recoja. Porque no lo hay; y si lo hay
y acude, no es para salvacin nuestra, dado que la defensa ha sido indigna y no ha
dependido de nosotros. Y las nicas defensas buenas, seguras y durables son las que dependen de uno mismo y de sus virtudes.
Capitulo XXV
DEL PODER DE LA FORTUNA
DE LAS COSAS HUMANAS Y
DE LOS MEDIOS PARA OPONRSELE
No ignoro que muchos creen y han credo que las cosas del mundo estn regidas por
la fortuna y por Dios, de tal modo que los hombres ms prudentes no pueden modificarlas; y, ms an, que no tienen remedio alguno contra ellas. De lo cual podran deducir
que no vale la pena fatigarse mucho en las cosas, y que es mejor dejarse gobernar por la
suerte. Esta opinin ha gozado de mayor crdito en nuestros tiempos por los cambios
extraordinarios, fuera de toda conjetura humana, que se han visto y se ven todos los das.
Y yo, pensando alguna vez en ello, me he sentido algo inclinado a compartir el mismo
parecer. Sin embargo, y a fin de que no se desvanezca nuestro libre albedro, acepto por
cierto que la fortuna sea juez de la mitad de nuestras acciones, pero que nos deja
gobernar la otra mitad, o poco menos. Y la comparo con uno de esos ros antiguos que
cuando se embravecen, inundan las llanuras, derriban los rboles y las casas y arrastran
la tierra de un sitio para llevarla a otro; todo el mundo huye delante de ellos, todo el
mundo cede a su furor. Y aunque esto sea inevitable, no obsta para que los hombres, en
las pocas en que no hay nada que temer, tomen sus precauciones con diques y reparos,
de manera que si el ro crece otra vez, o tenga que deslizarse por un canal o su fuerza no
sea tan desenfrenada ni tan perjudicial. As sucede con la fortuna, que se manifiesta con
todo su poder all donde no hay virtud preparada para resistirle y dirige sus mpetus all
donde sabe que no se han hecho diques ni reparos para contenerla. Y si ahora
contemplamos a Italia, teatro de estos cambios y punto que los ha engendrado, veremos
que es una llanura sin diques ni reparos de ninguna clase; y que si hubiese estado
defendida por la virtud necesaria, como lo estn Alemania, Espaa y Francia, o esta
inundacin no habra provocado las grandes transformaciones que ha provocado, o no se
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habra producido. Y que lo dicho sea suficiente sobre la necesidad general de oponerse a
la fortuna.
Pero cindome ms a los detalles me pregunto por qu un prncipe que hoy vive en
la prosperidad, maana se encuentra en la desgracia, sin que se haya operado ningn
cambio en su carcter ni en su conducta. A mi juicio, esto se debe, en primer lugar, a las
razones que expuse con detenimiento en otra parte, es decir, a que el prncipe que confa
ciegamente en la fortuna perece en cuanto en cuanto ella cambia. Creo tambin que es
feliz el que concilia su manera de obrar con la ndole de las circunstancias, y que del
mismo modo es desdichado el que no logra armonizar una cosa con la otra. Pues se ve
que los hombres, para llegar al fin que se proponen, esto es, a la gloria y las riquezas,
proceden en forma distinta: uno con cautela, el otro con mpetu; uno por la violencia, el
otro por la astucia; uno con paciencia, el otro con su contrario; y todos pueden triunfar
por medios tan dispares. Se observa tambin que, de dos hombres cautos, el uno
consigue su propsito y el otro no, y que tienen igual fortuna dos que han seguido
caminos encontrados, procediendo el uno con cautela y el otro con mpetu: lo cual no se
debe sino a la ndole de las circunstancias, que concilia o no con la forma de
comportarse. De aqu resulta lo que he dicho: que dos que actan de distinta manera
obtienen el mismo resultado; y que de dos que actan de igual manera, uno alcanza su
objeto y el otro no. De esto depende asimismo el xito, pues si las circunstancias y los
acontecimientos se presentan de tal modo que el prncipe que es cauto y paciente se ve
favorecido, su gobierno ser bueno y l ser feliz; mas si cambian, est perdido, porque
no cambia al mismo tiempo su proceder. Pero no existe hombre lo suficientemente dctil
como para adaptarse a todas las circunstancias, ya porque no puede desviarse de aquello
a lo que la naturaleza lo inclina, ya porque no puede resignarse a abandonar un camino
que siempre le ha sido prspero. El hombre cauto fracasa cada vez que es preciso ser
impetuoso. Que si cambiase de conducta junto con las circunstancias, no cambiara su
fortuna.
El papa Julio II se condujo impetuosamente en todas sus acciones, y las
circunstancias se presentaron tan de acuerdo con su modo de obrar que siempre tuvo
xito. Considrese su primera empresa contra Bolonia, cuando aun viva Juan
Bentivoglio. Los venecianos lo vean con desagrado, y el rey de Espaa deliberaba con
el de Francia sobre las medidas por tomar; pero Julio II, llevado por su ardor y su
mpetu, inici la expedicin ponindose l mismo al frente de las tropas. Semejante paso
dej suspensos a Espaa y a los venecianos; y stos por miedo, y aqulla con la
esperanza de recobrar todo el reino de Npoles, no se movieron; por otra parte, el rey de
Francia se puso de su lado, pues al ver que Julio II haba iniciado la campaa, y como
quera ganarse su amistad para humillar a los venecianos, juzg no poder negarle sus
tropas sin ofenderlo en forma manifiesta. As, pues, Julio II, con su impetuoso ataque,
hizo lo que ningn pontfice hubiera logrado con toda la prudencia humana; porque si l
hubiera esperado para partir de Roma a tener todas las precauciones tomadas y ultimados
todos los detalles, como cualquier otro pontfice hubiese hecho, jams habra triunfado,
porque el rey de Francia hubiera tenido mil pretextos y los otros amenazado con mil
represalias. Prefiero pasar por alto sus dems acciones, todas iguales a aqulla y todas
premiadas por el xito, pues la brevedad de su vida no le permiti conocer lo contrario.
Que, a sobrevenir circunstancias en las que fuera preciso conducirse con prudencia,
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corriera a su ruina, pues nunca se hubiese apartado de aquel modo de obrar al cual lo
inclinaba su naturaleza.
Se concluye entonces que, como la fortuna vara y los hombres se obstinan en
proceder de un mismo modo, sern felices mientras vayan de acuerdo con la suerte e
infelices cuando estn en desacuerdo con ella. Sin embargo, considero que es preferible
ser impetuoso y no cauto, porque la fortuna es mujer y se hace preciso, si se la quiere
tener sumisa, golpearla y zaherirla. Y se ve que se deja dominar por stos antes que por
los que actan con tibieza. Y, como mujer, es amiga de los jvenes, porque son menos
prudentes y ms fogosos y se imponen con ms audacia.
Capitulo XXVI EXHORTACIN
A LIBERAR A ITALIA DE LOS
BRBAROS
Despus de meditar en todo lo expuesto, me preguntaba si en Italia, en la actualidad,
las circunstancias son propicias para que un nuevo prncipe pueda adquirir glora, esto es
necesario a un hombre prudente y virtuoso para instaurar una nueva forma de gobierno,
por la cual, hombre honrndose a s mismo, hiciera la felicidad de los italianos. Y no
puede menos que responderme que eran tantas las circunstancias que concurran en favor
de un prncipe nuevo, que difcilmente podra hallarse momento ms adecuado. Y si,
como he dicho, fue preciso para que Moiss pusiera de manifiesto sus virtudes que el
pueblo de Israel estuviese esclavizado en Egipto, y para conocer la grandeza de Ciro que
los persas fuesen oprimidos por los medas, y la excelencia de Teseo que los atenienses
se dispersaran, del mismo modo, para conocer la virtud de un espritu italiano, era
necesario que Italia se viese llevada al extremo en que yace hoy, y que estuviese ms
esclavizada que los hebreos, ms oprimida que los persas y ms desorganizada que los
atenienses; que careciera de jefe y de leyes, que se viera castigada, despojada, escarnecida e invadida, y que soportara toda clase de vejaciones. Y aunque hasta ahora se haya
notado en este o en aquel hombre algn destello de genio como para creer que haba sido
enviado por Dios para redimir estas tierras, no tard en advertirse que la fortuna lo
abandonaba en lo ms alto de su carrera. De modo que, casi sin un soplo de vida, espera
Italia al que debe curarla de sus heridas, poner fin a los saqueos de Lombardia y a las
contribuciones del Reame y de Toscana y cauterizar sus llagas desde tanto tiempo
gangrenadas.
Vedla cmo ruega a Dios que le enve a alguien que la redima de esa crueldad e
insolencia de los brbaros. Vedla pronta y dispuesta a seguir una bandera mientras
haya quien la empua. Y no se ve en la actualidad en quien uno pueda confiar ms que
en vuestra ilustre casa, para que con su fortuna y virtud, preferida de Dios y de la Iglesia,
de la cual es ahora prncipe, pueda hacerse jefe de esta redencin. Y esto no os parecer
difcil si tenis presentes la vida y acciones de los prncipes mencionados. Y aunque
aqullos fueron hombres raros y maravillosos, no dejaron de ser hombres; y no tuvo
ninguno ocasin tan favorable como la presente; porque sus empresas no fueron ms
justas ni ms fciles que sta, ni Dios les fue ms benigno de lo que lo es con vos. Que
es justicia grande: iustum enim est bellum quibus necessarium, et pia arma ubi nulla nisi
in armis spes est. Aqu hay disposicin favorable; y donde hay disposicin favorable no
puede haber grandes dificultades, y slo falta que vuestra casa se inspire en los ejemplos
de los hombres que he propuesto por modelos. Adems, se ven aqu acontecimientos
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extraordinarios, sin precedentes, ejecutados por voluntad divina: las aguas del mar se
han separado, una nube os ha mostrado el camino, ha brotado agua de la piedra y ha
llovido man; todo concurre a vuestro engrandecimiento. A vos os toca lo dems. Dios
no quiere hacerlo todo para no quitarnos el libre albedro ni la parte de gloria que nos
corresponde.
No es asombroso que ninguno de los italianos a quien he citado haya podido hacer lo
que es de esperar que haga vuestra ilustre casa, ni es extrao que despus de tantas revoluciones y revueltas guerreras parezca extinguido el valor militar de nuestros
compatriotas. Pero se debe a que la antigua organizacin militar no era buena y a que
nadie ha sabido modificarla. Nada honra tanto a un hombre que se acaba de elevar al
poder como las nuevas leyes y las nuevas instituciones ideadas por l, que si estn bien
cimentadas y llevan algo grande en s mismas, lo hacen digno de respeto y admiracin. E
Italia no carece de arcilla modelable. Que si falta valor en los jefes, sbrales a los
soldados. Fijaos en los duelos y en las rias, y advertid cun superiores son los italianos
en fuerza, destreza y astucia. Pero en las batallas, y por culpa exclusive de la debilidad
de los jefes, su papel no es nada brillante; porque los capaces no son obedecidos; y todos
se creen capaces, pero hasta ahora no hubo nadie que supiese imponerse por su valor y
su fortuna, y que hiciese ceder a les dems. A esto hay que atribuir el que, en tantas
guerras habidas durante los ltimos veinte aos, los ejrcitos italianos siempre hayan
fracasado, como lo demuestran Taro, Alejandria, Capua, Gnova, Vail, Bolonia y Mestri.
Si vuestra ilustre casa quiere emular a aquellos eminentes varones que libertaron a
sus pases, es preciso, ante todo, y como preparativo indispensable a toda empresa, que
se rodee de armas propias; porque no puede haber soldados ms fieles, sinceros y
mejores que los de uno. Y si cada uno de ellos es bueno, todos juntos, cuando vean que
quien los dirige, los honra y los trata paternalmente es un prncipe en persona, sern
mejores. Es, pues, necesario organizar estas tropas para defenderse, con el valor italiano,
de los extranjeros. Y aunque las infanteras suiza y espaola tienen fama de temibles,
ambas adolecen de defectos, de manera que un tercer orden podra no slo contenerlas,
sino vencerlas. Porque los espaoles no resisten a la caballera, y los suizos tienen miedo
de la infantera que se muestra tan porfiada como ellos en la batalla. De aqu que se haya
visto y volver a verse que los espaoles no pueden hacer frente a la caballera francesa,
y que los suizos se desmoronan ante la infantera espaola. Y por ms que de esto ltimo
no tengamos una prueba definitiva, podemos darnos una idea por lo sucedido en la
batalla de Ravena, donde la infantera espaola dio la cara a los batallones alemanes, que
siguen la misma tctica que los suizos; pues los espaoles, giles de cuerpo, con la ayuda
de sus broqueles haban penetrado por entre las picas de los alemanes y los acuchillaban
sin riesgo y sin que stos tuviesen defensa, y a no haber embestido la caballera, no
hubiese quedado alemn con vida. Por lo tanto, conociendo los defectos de una y otra
infantera, es posible crear una tercera que resista a la caballera y a la que no asusten los
soldados de a pie, lo cual puede conseguirse con nuevas armas y nueva disposicin de
los combatientes. Y no ha de olvidarse que son estas cosas las que dan autoridad y gloria
a un prncipe nuevo.
No se debe, pues, dejar pasar esta ocasin para que Italia, despus de tanto tiempo,
vea por fin a su redentor. No puedo expresar con cunto amor, con cunta sed de
venganza, con cuanta obstinada fe, con cuanta ternura, con cuntas lgrimas, sera
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recibido en todas las provincias que han sufrido el aluvin de los extranjeros. Qu
puertas se le cerraran? Qu pueblos negaranle obediencia? Qu envidias se le
opondran? Qu italiano le rehusara su homenaje? A todos repugna esta dominacin de
los brbaros. Abrace, pues, vuestra ilustre familia esta causa con el ardor y la esperanza
con que se abrazan las causas justas, a, fin de que bajo su ensea la patria se ennoblezca
y bajo sus auspicios se realice la aspiracin de Petrarca:
Virt contro a furore
Prender 1'arme; e fia l conbatter
(corto,
Ch lantico valore
Neglitailici cuor non ancor morto.*
* La virtud tomar las armas contra el atropello; el combate ser breve, pues el antiguo
valor en los corazones italianos an no ha muerto.
Fin
Prncipe, de Nicols Maquiavelo

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