Antología Protágoras y Gorgias Abreviada
Antología Protágoras y Gorgias Abreviada
Antología Protágoras y Gorgias Abreviada
PROTÁGORAS Y GORGIAS
Testimonios y fragmentos
PROTÁGORAS
1. 80A1
DIÓGENES LAERCIO, IX 50ss.
Protágoras, hijo de Artemón o, según Apolodoro y Dinón en el libro de sus Pérsicas, hijo
de Meandrio, oriundo de Abdera, según nos dice Heráclides del Ponto en su obra Sobre
las Leyes, quien nos informa también de que redactó la constitución de Turios ...
Protágoras fue discípulo de Demócrito ... Fue el primero en sostener que sobre
cualquier cuestión existen dos discursos mutuamente opuestos. Y fue el primero en
aplicarlos con aquellos con quienes departía. Por otro lado, dio inicio a una obra suya
de esta manera: "El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son, en tanto
que son, de las que no son en tanto que no son" [B 1]. Afirmaba también que el alma no
es nada más que las sensaciones, según dice también Platón en el Teeteto, y que todo
es verdadero. Otra obra suya comenzaba del siguiente tenor: "Sobre los dioses no
puedo saber si existen ni si no existen ni tampoco cómo son en su forma externa. Ya
que son muchos los factores que me lo impiden, la oscuridad del asunto así como la
brevedad de la vida humana" [B 4]. Por culpa del inicio de este escrito suyo fue
expulsado de la ciudad por los atenienses, que quemaron también sus libros en el
ágora, tras haberlos recogido de sus poseedores mediante un bando público.
1
Tal como decía Protágoras cuando declaraba “el hombre es la medida de todas las
cosas”, queriendo decir que del modo en que a mí me parecen ser los objetos, de ese
mismo modo son para mí. Y del modo en que a ti te parecen, de ese modo son para ti.
5. 80B13b
Aristóteles, Metafísica X 1, 1053a31ss.
Y nosotros decimos que el conocimiento es la medida de las cosas y, por la misma
razón, la percepción, ya que mediante ellas conocemos algo, dado que más que medir
son medidas. Pero nos sucede como si, midiéndonos otro, conociéramos nuestra
estatura, por aplicarnos la medida de un codo un determinado número de veces.
Protágoras, en cambio, dice que el hombre es medida de todas las cosas, como si
dijera “el que conoce” o “el que percibe”.
6. 80B 21a
Platón, Teeteto 166d ss.
166d (Apología de Protágoras) Yo afirmo que la verdad es como la tengo escrita: a saber,
cada uno de nosotros es la medida de las cosas que son y de las que no son; ahora
bien, infinitamente difiere uno de otro exactamente en el hecho de que para uno existen
y se le revelan unas cosas, y para otro, otras. Muy lejos estoy de negar que existan la
sabiduría y el sabio; sin embargo, sabio llamo yo a quien logre cambiar a cualquiera de
vosotros, de forma que lo que le parece y es para él malo, le parezca y se a para él
e bueno... Recordad los términos de la conversación anterior: que al enfermo le parecen
amargos los alimentos que come y lo son, mientras para el que está sano son y le
parecen todo lo contrario. No hay, por tanto, que considerar más sabio ni a uno ni a otro
167a –porque ni siquiera sería posible- ni debe hacerse una acusación en los términos de que
el enfermo es un ignorante por sostener una opinión de esa naturaleza, mientras que el
sano es sabio, por sostener una opinion de naturaleza distinta. Por el contrario, se debe
efectuar un cambio hacia la otra posición, ya que la disposición segunda es mejor. Así
también en la educación debe efectuarse un cambio de una disposición hacia otra
2
mejor. Ahora bien, el médico realiza ese cambio con medicinas, mientras el sofista lo
hace con discursos. Porque nadie ha conseguido que uno que sustenta opiniones
falsas mantenga, después, opiniones verdaderas. Ya que ni es posible mantener
opiniones sobre cosas que no existen, ni otras distintas a las experiencias, sino que
b éstas son siempre verdaderas. Más bien creo que quien, por efecto de una disposición
perniciosa del alma, sostiene opiniones coherentes con ese estado, una disposición
adecuada le hace concebir otras opiniones de igual carácter, opiniones que algunos,
por inexperiencia, califican de verdaderas, y yo, en cambio, mejores que las otras, pero,
en modo alguno, más verdaderas. Y a los expertos en... cuerpos los llamo médicos, y, si
lo son en plantas, agricultores. Porque yo afirmo que también éstos, cuando alguna
planta está enferma, en lugar de sensaciones perjudiciales, les inducen otras
c sensaciones beneficiosas, saludables y verdaderas. Y, del mismo modo, digo que los
oradores buenos y sabios logran que las ciudades crean justo lo que es beneficioso, en
lugar de nocivo, para ellas. Porque lo que a cada ciudad le parezca justo y bello, lo es
efectivamente para ella, en tanto sea valorado como tal. Ahora bien, el sabio, en lugar
de las opiniones particulares que resultan nocivas para los ciudadanos, logra que
parezcan y sean buenas aquellas otras que son beneficiosas. Por la misma razón, el
sofista, que tiene la capacidad de educar, por ese procedimiento, a los que acuden a él,
d es, para sus discípulos, sabio merecedor de un elevado pago. Y en ese sentido unos
son más sabios que otros y ninguno tiene opiniones falsas; y tú, quiéraslo o no, debes
soportar el ser medida: porque en esos argumentos se sustenta la doctrina expuesta. [A
propósito de lo justo y de lo injusto, de la piedad y la impiedad, los seguidores de
Protágoras pretenden sostener que no existe por naturaleza, con existencia propia,
ninguna de esas entidades, sino que aquello que parece bien a la opinión pública se
vuelve verdadero, desde el momento mismo en que se profesa dicha opinión y mientras
se mantenga como tal.]
3
b Sócr. Es decir, debe admitir que su propia creencia es falsa, si admite que es verdadera
la creencia de quienes piensan que él está equivocado.
Teod. Necesariamente.
Sócr. Pero los otros, por su parte, no admiten estar equivocados.
Teod. No.
Sócr. Mientras que Protágoras, en cambio, de acuerdo con lo que escribió, admite que
la opinión de ellos es tan verdadera como cualquier otra.
Teod. Evidentemente.
Sócr. Desde todo punto de vista, entonces, incluído el del mismo Protágoras, su opinión
podría ser discutida, o, más bien, el propio Protágoras se ha de asociar al
c consenso general. Cuando admita la verdad de alguien que se opone a su propia
opinión, Protágoras deberá admitir que ni un perro ni un transeúnte cualquiera puede
ser medida de algo que no haya entendido, ¿no es así?
Teod. Así es.
Sócr. Y puesto que puede ser refutada por cualquiera, la Verdad de Protágoras no es
verdadera para nadie, ni para él mismo ni para ningún otro.
8. 80B19
Aristóteles, Metafísica IV 4, 1000b 18
Pero además, si las proposiciones contradictorias sobre una misma cuestión son todas,
al mismo tiempo, verdaderas, es evidente que todas las cosas serán una sola. Lo
mismo será, por ejemplo, una trirreme que un muro o una persona, si es posible hacer
cualquier afirmación o negación de cualquier cosa, como resulta lógicamente necesario
a quienes sostienen la tesis de Protágoras. Si a uno le parece que el hombre no es una
trirreme, es evidente que no será una trirreme. Y, consecuentemente, también lo es, si
la proposición contraria es verdadera.
9. 80B15
Sexto Empírico, Contra los matemáticos VII, 389
No se puede decir, por tanto, que toda representación sea verdadera, por la posibilidad
de retorcer el argumento, tal como enseñaban Demócrito y Platón, al refutar a
Protágoras. Puesto que si toda representación es verdadera, también será verdadera la
proposición de que no toda representación es verdadera, en cuanto subyace a ella una
representación, Y, en consecuencia, la proposición de que toda representación es
verdadera resultará ser falsa.
GORGIAS
10. 82B1a
FILÓSTRATO, Vida de los sofistas I 1
Gorgias de Leontinos fue el iniciador de la (sofística) más antigua en Tesalia ... [Parece]
que fue el primero en pronunciar un discurso improvisado. Para ello se presentó en el
teatro de Atenas y tuvo la osadía de decir 'Proponed'. De ese modo fue el primero en
hacer proclama de tan arriesgado ofrecimiento, mostrando, con ello, que lo sabía todo y
que podía hablar de cualquier asunto, confiándose a las sugerencias de la oportunidad.
(66) Concluye que nada es de esta manera: si es, es lo que es o lo que no es o lo que
es y lo que no es. Pero ni lo que es es, como demostrará, ni lo que no es, como
justificará; ni lo que es y no es, como también enseñará. En definitiva, no hay nada
que sea.
1
Traducción de Pilar Spangenberg y María Elena Díaz.
4
(67) Lo que no es no es. Pues si lo que no es es, será y no será a la vez. En efecto, en
tanto es pensado como algo que no es, no será; pero, inversamente, en tanto es algo
que no es, será. Sería completamente absurdo el que algo sea y no sea a la vez. En
definitiva, lo que no es no es. Y por otro lado, si lo que no es es, lo que es no será,
pues son mutuamente contrarios; y si a lo que no es le corresponde el ser, a lo que
es le corresponderá el no ser. Pero no es el caso que lo que es no sea; por tanto,
tampoco será lo que no es.
(68) Sin embargo, tampoco lo que es es. Pues si lo que es es, o es eterno o generado o
eterno y generado a la vez. Pero ni es eterno ni generado ni ambos, como
mostraremos. En definitiva, lo que es no es. En efecto, si lo que es eterno (se debe
comenzar por aquí), no tiene ningún principio.
(69) Pues todo lo generado tiene algún principio, pero lo que es eterno, considerado
como inengendrado, no tiene principio. Sin embargo, lo que no tiene principio es
infinito. Pero si es infinito no está en ninguna parte. Pues si está en alguna parte, es
diferente de aquello en lo que está y de este modo no será infinito lo que está
contenido en algo.
(70) Y tampoco está contenido en sí mismo. Pues serán lo mismo aquello en lo que
estaría y lo que está en él. Y lo que es llegará a ser dos, espacio y también cuerpo,
pues aquello en lo que estaría es espacio y aquello que estaría en el él es cuerpo.
Pero esto es absurdo. Por tanto, lo que es tampoco está en sí mismo. De modo que
si lo que es es eterno, es infinito, y si es infinito, no está en ninguna parte, y si no
está en ninguna parte, no es. Por tanto, si lo que es es eterno, no tiene principio.
(71) Y tampoco lo que es puede ser generado. Pues si es generado, ha sido generado a
partir de lo que es o de lo que no es. Pero no ha sido generado a partir de lo que es.
En efecto, si es algo que es, no ha sido generado sino que ya es. Ni a partir de lo que
no es. Pues lo que no es no puede generar algo puesto que lo que genera algo debe
por necesidad participar de la existencia. En definitiva, lo que es no es generado.
(72) Según esto mismo, tampoco puede ser ambos, eterno y generado a la vez. Pues
estos son opuestos el uno al otro, y si lo que es es eterno, no ha sido generado y si
ha sido generado, no es eterno. Por tanto si lo que es no es ni eterno, ni generado ni
ambos, lo que es no sería.
(73) Y por otro lado, si es, es uno o múltiple. Pero no es uno ni múltiple, como ha sido
establecido. En definitiva lo que es no es. Pues si es uno, o es cantidad, o continuo,
o magnitud o cuerpo. Pero cualquiera que sea de estos, no es uno: considerado
como cantidad será divisible, como continuo será fragmentable. De igual modo,
pensado como magnitud no será indivisible y como cuerpo será triple: pues también
poseerá largo, ancho y profundidad. Pero es absurdo decir que lo que es no es nada
de esto. En definitiva, lo que es no es uno.
(75) Resulta fácil concluir que tampoco es ambos a la vez: lo que es y lo que no es.
Pues si lo que no es es y lo que es es, será lo mismo, en cuanto al ser, lo que no es
que lo que es. Y por esto no es ninguno de los dos. En efecto, que lo que no es no
es, es algo convenido. Y ha quedado demostrado que se considera lo mismo a lo que
es. Por tanto, éste no será.
(76) Pero si lo que es es lo mismo que lo que no es, no es posible que sean ambos,
pues si son ambos, no son lo mismo y si son lo mismo, no son ambos. De lo que se
sigue que nada es. Pues si no es lo que es, ni lo que no es, ni ambos y fuera de esto
no hay nada pensable, nada es.
(77) Pero debe demostrarse a continuación que aun en el caso de que algo sea, es
incognoscible e impensable para el hombre. Pues si las cosas pensadas, dice
Gorgias, no son cosas que son, lo que es no es pensado. Y esto es conforme a
5
razón: pues del mismo modo que si correspondiera a las cosas pensadas el ser
blancas, también correspondería a las cosas blancas ser pensadas, si
correspondiera a las cosas pensadas el no ser, por necesidad correspondería a las
cosas que son no ser pensadas.
(78) Por esto es correcta y segura la consecuencia: “si las cosas pensadas no son
cosas que son, lo que es no es pensado”. Y, por cierto, las cosas pensadas (pues así
hay que comenzar) no son cosas que son, como demostraremos. En definitiva, lo
que es no es pensado. Y que las cosas que son pensadas no son cosas que son, es
evidente.
(79) Pues si las cosas pensadas son cosas que son, todas las cosas pensadas son, y
tal como alguien las piensa, lo cual no es evidente. Pues no es el caso que si alguien
piensa que el hombre vuela o los carros corren por el mar, al punto el hombre vuela o
los carros corren por el mar. De modo que las cosas pensadas no son cosas que
son.
(80) Además de esto, si las cosas pensadas son cosas que son, las cosas que no son
no serán pensadas. Pues a los contrarios les corresponden cosas contrarias, y
contrario a lo que es es lo que no es. Y por esto si a lo que es le corresponde el ser
pensado, a lo que no es le corresponderá totalmente el no ser pensado. Pero esto es
absurdo, pues también Escila y Quimera y muchas cosas que no son son pensadas.
En definitiva, lo que es no es pensado.
(81) Así como las cosas visibles se dicen visibles porque se ven, y las cosas audibles,
audibles porque se oyen, y no rechazamos las cosas visibles porque no se oyen ni
despreciamos las cosas audibles porque no se ven (pues conviene que cada una sea
por su sensación propia y no por la de otra), así también las cosas pensadas, aunque
no se las vea con la vista ni se las oiga con el oído, serán por el hecho de ser
aprehendidas con su criterio propio.
(82) Así, si alguien piensa que los carros corren por el mar, aunque no vea estas cosas,
conviene que crea que hay carros que corren por el mar. Pero esto es absurdo. En
consecuencia lo que es no es pensado ni representado.
(83) Y aunque fuera representado, sería incomunicable a otro. Pues si de las cosas que
son visibles y audibles y, en general, perceptibles, las cuales precisamente subsisten
afuera, las visibles son aprehendidas por la vista y las audibles por el oído pero no a
la inversa, ¿cómo pueden ser reveladas a otro?
(84) Pues aquello con lo cual las revelamos es el discurso, pero el discurso no es ni las
cosas que subsisten ni las cosas que son. En definitiva no revelamos a los demás las
cosas que son sino el discurso, que es diferente de las cosas que subsisten. Del
mismo modo que lo visible no se vuelve audible ni a la inversa, lo que es no podría
volverse discurso nuestro puesto que subsiste afuera.
(85) Y al no ser discurso, no podría ser mostrado a otros. El discurso, dice, se constituye
a partir de las cosas que vienen desde afuera, es decir, de las cosas perceptibles.
Pues a partir del encuentro con el sabor se genera en nosotros el discurso que
emitimos sobre esta cualidad, y a partir del encuentro con el color el que emitimos
sobre el color. Pero si esto es así, no es el discurso el que hace manifiesto el afuera,
sino que el afuera revela el discurso.
(86) Por otra parte, no es posible decir que el discurso es del mismo modo que las
cosas visibles y audibles subsisten, de suerte que las cosas que subsisten y son
puedan ser reveladas a partir de algo que subsiste y es. Pues si también el discurso
subsiste, dice, difiere, sin embargo, del resto de las cosas que subsisten, y los
cuerpos visibles son sumamente diferentes de los discursos. En efecto, lo visible es
captado por un órgano y el discurso por otro diferente. En definitiva, la mayoría de las
cosa que susbsisten no las muestra el discurso, como tampoco aquellas muestran su
recíproca naturaleza.
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(87) Siendo tales las dificultades planteadas por Gorgias, a partir de ellas el criterio de
verdad en cuanto tal desaparece. Pues no puede haber criterio alguno de lo que por
naturaleza no es, ni puede ser conocido, ni puede ser comunicado a otro.
(1) Armonía para una ciudad es el valor de sus hombres, para un cuerpo, la belleza;
para un espíritu, la sabiduría; para una acción, la excelencia; para un discurso, la
verdad. Lo contrario de todo ello es ausencia de armonía. Un hombre y una mujer y un
discurso y una empresa y una ciudad, cuando sus acciones merecen alabanza, deben
ser con alabanzas honrados, mas, si indignos de ellas, con censuras atacados. Pues
igual error e ignorancia hay en censurar lo que es digno de alabanza que en alabar lo
que es digno de censura.
(2) Tarea de la misma persona es decir persuasivamente lo que debe y refutar a
quienes censuran a Helena, mujer sobre la cual han venido a coincidir, unánimes y
acordes, la sabiduría, tradicional de los poetas y el presagio de su nombre que se ha
convertido en recuerdo de desgracias. Yo, en cambio, quiero, poniendo algo de razón
en la tradición, librarla de la mala fama de que se le acusa, tras haber demostrado que
mienten quienes la censuran y, mostrando la verdad, poner fin a la ignorancia.
(3) Pues bien, que por nacimiento y por estirpe, entre los más ilustres hombres y
mujeres, tuvo la primacía la mujer sobre la que este discurso versa, no es desconocido
ni tan siquiera a unos pocos. Pues conocido es que tuvo por madre a Leda, y padre un
dios lo fue de hecho y un mortal lo fue de nombre, Tindáreo y Zeus, de los cuales el
uno, por el hecho de serlo, fue tenido como tal; el otro, en cambio, por proclamarlo, lo
fue nominalmente. Y el uno fue poderosísimo entre los hombres, el otro, señor del
universo.
(4) Nacida de padres tan ilustres tuvo la belleza de una diosa, belleza que obtuvo y, sin
ocultarla, ostentó. Muchísimas pasiones de amor en muchísimos suscitó. Con un solo
cuerpo muchos cuerpos congregó de hombres orgullosos de sus grandes
merecimientos, hombres que poseyeron, unos, riquezas sin cuento, otros, la gloria de
una rancia nobleza, otros, el vigor de su fuerza personal, otros, el poder de una
sabiduría adquirida. Y llegaron todos movidos por un amor que deseaba la emulación y
por un deseo invencible de gloria.
(5) Pues bien, quién y por qué causa y de qué modo satisfizo su amor tomando a
Helena, no voy a decirlo. Porque decir a aquellos que saben, lo que saben, procura
crédito, mas no proporciona placer. Saltando ahora sobre el tiempo aquel con mis
palabras, procederé al fundamento del discurso que aguarda y presentaré las causas
por las cuales era natural que aconteciera la partida de Helena para Troya.
(6) O bien por una decisión del azar y orden de los dioses y decreto de la necesidad
actuó como actuó, o bien raptada por la fuerza o persuadida por las palabras <o presa
del amor>. Pues bien, si por la primera causa, merece ser acusado el que es
habitualmente acusado. Porque imposible es impedir el deseo de un dios con la
previsión humana. Ya que por naturaleza no puede lo más fuerte verse impedido por lo
más débil, sino lo más débil ser dominado y regido por lo más fuerte y que lo más fuerte
vaya delante y lo más débil le siga. Y los dioses son algo más fuerte que el hombre por
su violencia, su sabiduría y sus demás facultades. Si hay, pues, que atribuir la culpa al
azar y a la diosa, hay que liberar a Helena de la infamia.
(7) Y si fue raptada con violencia y forzada contra toda ley e injustamente ultrajada, es
claro que su raptor, al cometer el ultraje, obró con injusticia. Su rapto, en cambio, al
hacerla víctima del ultraje, provocó su desventura. Por tanto, el bárbaro que llevó a
cabo la bárbara empresa merece ser condenado con la ley, la palabra y la acción; con
la ley, a fin de que pierda sus derechos ciudadanos; con la palabra, para que caiga
sobre él la acusación; con la acción, para que reciba su castigo. Ella, en cambio, que
fue forzada y despojada de su patria y privada de sus seres queridos, ¿cómo no sería
con razón más merecedora de compasión que de infamia? Pues aquél cometió terribles
crímenes; ella, en cambio, los sufrió. Justo es, pues, compadecer a una y odiar al otro.
(8) Si fue la palabra la que la persuadió y engañó su mente, poco difícil es hacer una
defensa ante tal posibilidad y dejarla libre de la acusación, del modo siguiente. La
palabra es un poderoso soberano que, con un cuerpo pequeñísimo y completamente
invisible, lleva a cabo obras sumamente divinas. Puede, por ejemplo, acabar con el
miedo, desterrar la aflicción, producir la alegría o intensificar la compasión. Que ello es
así paso a demostrarlo.
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(9) Preciso es también demostrarlo a la opinión de los que escuchan. La poesía toda yo
la considero y defino como palabra en metro. A quienes la escuchan suele invadirles un
escalofrío de terror, una compasión desbordante de lágrimas, una aflicción por amor a
los dolientes; con ocasión de venturas y desventuras de acciones y personas extrañas,
el alma experimenta, por medio de las palabras, una experiencia propia.
(10) Y ya es hora de que deje este argumento para pasar a otro: los encantamientos
inspirados, gracias a las palabras, aportan placer y apartan el dolor. Efectivamente, al
confundirse el poder del encantamiento con la opinión del alma, la seduce, persuade y
transforma mediante la fascinación. De la fascinación y de la magia se han inventado
dos artes, que inducen errores del alma y engaños de la opinión.
(11) ¡Cuántos persuadieron --y aún siguen persuadiendo-- a tantos y sobre tantas
cuestiones, con sólo modelar un discurso falso! Si todos tuvieran recuerdo de todos los
acontecimientos pasados, conocimiento de los presentes y previsión de los futuros, la
palabra, aun siendo igual, no podría engañar de igual modo. Lo cierto es, por el
contrario, que no resulta fácil recordar el pasado ni analizar el presente ni adivinar el
futuro. De forma que, en la mayoría de las cuestiones, los más tienen a la opinión como
consejera del alma. Pero la opinión, que es insegura y está falta de fundamento,
envuelve a quienes de ella se sirven en una red de fracasos inseguros y faltos de
fundamento.
(12) ¿Qué razón, por tanto, impide que llegaran a Helena, cuando ya no era joven,
encantamientos que actuaron de modo semejante a como si hubiese sido raptada por la
fuerza?
Por tanto la fuerza de la persuasión, en la que se originó su forma de pensar --y se
originó, desde luego, por necesidad-- no admite reproche alguno, sino que tiene el
poder mismo de la necesidad. Pues la palabra que persuade al alma obliga,
precisamente a este alma a la que persuade, a dejarse convencer por lo que se dice y a
aprobar lo que se hace. En consecuencia, quien la persuadió, en cuanto la sometió a la
necesidad, es el culpable. Ella, en cambio, en cuanto obligada por la necesidad de la
palabra, goza erróneamente de mala fama.
(13) Y que la persuasión, cuando se une a la palabra, suele también dejar la impronta
que quiere en el alma, es algo que hay que aprender, ante todo, de los razonamientos
de los fisiólogos, los cuales, al sustituir una opinión por otra, descartando una y
defendiendo otra, logran que lo increíble y oscuro parezca claro a los ojos de la opinión.
Y, en segundo lugar, de las perentorias argumentaciones de los discursos judiciales, en
los que un solo discurso deleita y convence a una gran multitud, si está escrito con arte,
aunque no sea dicho con verdad. Y, en tercer lugar, de los debates sobre temas
filosóficos en los que se muestra también la rapidez del pensamiento que hace que las
creencias de la opinión cambien con facilidad.
(14) La misma relación guarda el poder de la palabra con respecto a la disposición del
alma que la prescripción de fármacos respecto a la naturaleza del cuerpo. Pues, al igual
que unos fármacos extraen unos humores del cuerpo y otros, otros; y así como algunos
de ellos ponen fin a la enfermedad y otros, en cambio, a la vida, así también las
palabras producen unas, aflicción; otras, placer; otras, miedo; otras predisponen a la
audacia a aquellos que las oyen, en tanto otras envenenan y embrujan sus almas por
medio de una persuasión maligna.
(15) Que ella, pues, si fue persuadida por medio de la palabra, no cometió ninguna
falta, sino que fue víctima de circunstancias adversas, ha quedado ya demostrado.
Salgo al paso ahora de la cuarta acusación con la cuarta argumentación. Y ésta es que
si todo fue obra del amor, no le resultará difícil escapar de la imputación de la culpa en
la que, según se dice, incurrió. Puesto que las cosas que vemos no tienen la naturaleza
que nosotros queremos, sino que cada una de ellas posee la naturaleza que le
correspondió. Y por medio de la vista el alma recibe una impronta incluso en su
carácter.
(16) Por ejemplo, si la vista advierte presencias enemigas, una formación enemiga con
hostil armadura de bronce y hierro --para defenderse, uno, para atacar, el otro-- al punto
se turba y turba también al alma y de tal manera que frecuentemente se huye
aterrorizado por un peligro futuro como si estuviera ya presente. Así de poderosa se
adentra en nosotros la verdad de este razonamiento, a causa del miedo procedente de
la visión que, cuando llega, induce a despreocuparse tanto de lo que se juzga correcto
por medio de la ley como del bien que se deriva de la victoria.
(17) E incluso algunas personas, tras haber tenido una visión terrorífica, se ven
privadas hasta del entendimiento que en aquel momento poseían. A tal punto extingue y
elimina el miedo la inteligencia. Muchos también cayeron en vanas aflicciones,
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enfermedades pavorosas y locuras de difícil curación. Tan profundamente grabó la vista
en sus conciencias las imágenes de las acciones contempladas. Ciertamente que
muchas situaciones que provocan miedo son ahora dejadas de lado, pero esas
situaciones preteridas son semejantes a las referidas.
(18) Por otro lado, los pintores, cuando a partir de muchos colores y cuerpos crean un
solo cuerpo y figura, procuran deleite a la vista. La capacidad de crear estatuas de
hombres y de modelar imágenes divinas procura a los ojos una dulce enfermedad. Así
algunos espectáculos tienen la capacidad natural de afligir a la vista; otros, en cambio,
de encender en ella el deseo. Muchas visiones provocan en muchos hombres el amor y
el deseo de muchas acciones y cuerpos.
(19) Por tanto, si el ojo de Helena, complacido con el cuerpo de Alejandro, provocó a su
alma afán y deseo de amor, ¿qué puede haber de extraño en ello? Si amor es un dios,
¿cómo podría ser capaz de apartar y repeler la potencia divina de los dioses quien es
inferior a ellos? Y si se trata de una enfermedad humana y de un desvarío de la mente,
no debe, en tal caso, ser censurado como una falta, sino considerado un infortunio. Se
marchó, como lo hizo, por las asechanzas de su alma y no por los proyectos de su
mente; por la fuerza del amor, no por los recursos del arte.
(20)¿Cómo puede, en consecuencia, considerarse justo el reproche hecho a Helena,
quien, enamorada o persuadida por la palabra o raptada por la fuerza u obligada por la
necesidad divina, obró como obró? En cualquier caso queda libre de la acusación.
(21) Quité con mi discurso la infamia sobre una mujer; permanecí dentro de los límites
de la norma que me propuse al comienzo del discurso; intenté remediar la injusticia de
un reproche y la ignorancia de una opinión. Quise escribir este discurso como un
encomio de Helena y un juego de mi arte.