Madridxix XX
Madridxix XX
Madridxix XX
(XIX-XX)
JOS M. DEZ BORQUE
Comunidad de Madrid
CONSEJERIA DE EDUCACION Y CULTURA
J O S M . D E Z B O R Q U E
Comunidad de Madrid
CONSEJERIA DE EDUCACION Y CULTURA
Direccin Editorial: Agustn Izquierdo Gestin Administrativa: Servicio de Publicaciones de la Consejera de Educacin y Cultura Diseo Grfico: Rafael Cansinos Preimpresin y control de la produccin: Ilustracin 10
Comunidad de Madrid Consejera de Educacin y Cultura Secretara General Tcnica, 1998 De la introduccin y seleccin de textos: Jos M. Dez Borque
Esta versin digital de una seleccin de la obra impresa forma parte de la Biblioteca Virtual de la Consejera de Educacin de la Comunidad de Madrid y las condiciones de su distribucin y difusin de encuentran amparadas por el marco legal de la misma. www.madrid.org/edupubli
Agradecemos la colaboracin a las personas y entidades que a continuacin se relacionan.
Herederos de Azorn, Herederos de Miguel de Unamuno, Herederos de Rafael Cansinos Assens, Herederos de Manuel y Antonio Machado, Herederos de Ricardo de la Vega, Herederos de Eduardo Zamacois, Herederos de Luis Morote, Herederos de Lpez Bago, Herederos de Antonio Casero, Herederos de Juan Ramn Jimnez, Da. Mara ngeles Ramn y Cajal, Da. Mara Manzanera, D. Po Caro Baroja, Da. Gloria Llorca BlascoIbez, Da. Aurora Dicenta Snchez-Ucar, D. Juan Manuel de Maeztu, Instituto Cajal, Museo Municipal de Madrid, Calcografa Nacional, Museo del Prado de Madrid, Archivo Espasa-Calpe, Archivo RuizVernacci, Biblioteca Nacional de Madrid, Congreso de los Diputados, Museo Nacional
de Arte de Catalua, Museo Nacional de Arte Reina Sofa, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Hemeroteca Municipal de Madrid, Editorial Castalia, Alianza Editorial.
Se han realizado todos los esfuerzos conducentes a la localizacin de autores y herederos para el abono de los Derechos de Autor. En algn caso no ha sido posible dicha localizacin. La Comunidad de Madrid reconoce en cualquier caso la existencia de los citados Derechos de Autor.
Impresin: B.O.C.M. Tirada: 1500 ejemplares Coste unitario: 2.006 pesetas Edicin: 11/98 ISBN:84-451-1529-4 Depsito Legal: M-43.117-1998
P R E S E N T A C I N
Vistas literarias de Madrid entre siglos (XIX-XX) se propone recuperar la memoria literaria de nuestra ciudad a travs de ms de cincuenta obras del momento, acompaadas de imgenes significativas que fotografas, cuadros, grabados, dibujos, han preservado para nuestra mirada de hoy. Los perfiles de la ciudad con la variedad de ngulos de enfoque que van desde Galds o Baroja a Zamacois o Trigo, desde Arniches a Dicente, desde Nez de Arce a Manuel Machado, desde Maeztu a Pardo Bazn, nos hacen vivos hoy los afanes de la vida de entonces, pasados por el tamiz literario, en un momento tan importante de la vida madrilea. Si siempre es ejercicio oportuno, y de justicia, el recuerdo de quienes nos precedieron y la memoria de vidas y lugares que ya no son, lo es ms cuando se trata de momentos especiales significativos de una ciudad. As ocurre con el Madrid de entre siglos (XIX-XX) con tan importante fecha como la de 1898, aunque no sea sta la que articule, por voluntad del autor, la orientacin y sentido de este libro. La crisis de fin de siglo, agravada por la prdida de las colonias, pero con apertura a tiempos de renovacin y cambio por ms que la dura vida diaria fuera la experiencia de la mayora dan a estos aos de entre siglos 1895 a 1905 un especial significado, con gran relieve e importancia en Madrid. A recuperar la memoria de tan apasionante momento va encaminado, como queda dicho, este libro. Los trabajos, los afanes, las miserias de nuestros ciudadanos de hace un siglo, pero tambin sus diversiones, culturas, preocupaciones por la causa pblica, segn lo contaron importantes escritores del perodo, saludable ejercicio de recuerdo y presencia, ofrecindole al madrileo sus races prximas y al forneo los variados perfiles de una ciudad.
Gustavo Villapalos Salas
CONSEJERO DE EDUCACIN Y CULTURA
N D I C E
INTRODUCCIN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
11 17 19 27 45 65 69 71 79 92 101 123 141 145 151 157 163 173 187 195 197 213 215 229 239 251 267
1. Visin general de Madrid . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 2. Las afueras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 3. Las calles y plazas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 4. El parque. El jardn . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
II. VIDA DE CADA DA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
5. La casa (lujosa) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 5-1. La casa (modesta) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6. El vestido . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7. El trabajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8. El comercio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9. Los transportes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10. La casa de huspedes. El hotel . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11. El asilo. El hospicio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12. El hospital . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13. El cementerio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14. La enseanza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15. La iglesia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
III. VIDA MARGINAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
283 285 301 305 309 311 321 337 347 349 368 385 407 409
26. Cultura e instituciones culturales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27. La literatura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28. Las bellas artes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
VI. POLTICA. GUERRA. OPININ PBLICA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
AUTORES CITADOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
10
I N T R O D U C C I N
La naturaleza no imita al arte, pero el arte, incluida la literatura, tampoco copia la naturaleza, sino que la recrea, de acuerdo con sus intenciones y las propias caractersticas del medio (pintura, escultura, literatura). Sin entrar aqu en las tan complejas como debatidas cuestiones de los distintos tipos de imitacin ya desde Aristteles, realismo, literatura testimonial, etc., s es oportuno, por el sentido de este libro, dejar claro que lo que se ofrece es una serie de vistas literarias de Madrid entre siglos 1895-1905 de la mano de una cincuentena de obras literarias aparecidas justamente en esos aos, con la presencia de escritores significativos y de distintos gneros literarios. No es, por tanto, una simplista y desviada consideracin de la literatura como testimonio documental la que gua estas pginas, sino que, desde las especficas caractersticas de lo literario, la intencin es ofrecer una muestra suficiente y representativa de la visin de Madrid de finales del siglo XIX y comienzos del XX por novelistas como Galds, Baroja, Azorn, Blasco Ibez, Zamacois, Trigo, Lpez Bago, dramaturgos como Arniches, Echegaray, Dicente, Lpez Silva, Vega, poetas como Nez de Arce, Balart, Reina, Machado, Daro, cronistas y tratadistas como Maeztu, Morote, Daro, Pardo Bazn, Valera Se limita estrictamente la obra de estos escritores al perodo de 1895-1905, con alguna islada y justificada excepcin, pero de corta diferencia temporal. Entenderemos el sentido de este libro si pensamos en Madrid como tema literarios, ms que en la literatura como documento histrico, lo que no supone negar su carcter de ser fuente documental, pero dentro de sus propias y especficas condiciones de recrear estticamente la realidad. Y en este sentido he de sealar, en particular, que he renunciado a los textos estrictamente periodsticos (aunque se hace alguna excepcin con los de grandes escritores como Rubn Daro, Emilia Pardo Bazn, etc.), y que
11
varias de las poesas incorporadas tienen el valor de que frente a una inconcrecin madrilea ofrecen una recreacin potica de gran alcance evocador. El hecho de que los textos literarios vayan acompaados de casi un centenar de imgenes de ese tiempo (fotografas, grabados, cuadros) podra llevar a las no menos debatidas y complejas cuestiones de la vinculacin literatura-imagen, texto-pintura, signos verbales-signos visuales, caligramas, emblemas, y al fondo todo el apasionante debate terico ut pictura poesis. Pero se comprender que, habida cuenta del sentido de la presencia de la imagen aqu, tampoco es lugar ste para enfrascarse en tan complejo debate terico. Baste decir que si la pintura recrea, tambin lo hace la fotografa, y el alcance de su presencia en estas pginas es ofrecer un correlato visual de algunos aspectos significativos descritos por los textos literarios, per sin una estricta vinculacin texto-imagen, por la extensin de los primeros y por los materiales existentes en ambos casos. El aislar los textos literarios de su contexto puede producir alteraciones de interpretacin, pero, de nuevo, estamos ante otro viejo problema terico general: fragmentos y antologas. Sin que deje de existir el problema comn, en este caso la intencin es ofrecer una serie de visiones distintas, segn la perspectiva de los distintos escritores, gneros y tendencias, de aspectos diversos de la vida madrilea entre siglos, de modo que complementariedad, contrastes, paralelismos, sean resultados rentables de la lectura. Por ello estimo ms pertinente explicar los criterios de ordenacin temtica y seleccin de los textos, que entrar en un debate inacabable sobre la parte y el todo, las antologas, las particularidades de los gneros literarios que, en todo caso, debera conducirnos al estudio de cada obra y autor, porque tampoco nos servira hacer grandes bloques de movimientos y tendencias sobre el modo de ver y contar el Madrid de entre siglos. Pasar, en consecuencia, a un breve comentario de la ordenacin temtica. La multitud de textos seleccionados se articula, significativamente, en seis grandes apartados, que van del aspecto fsico de la ciudad a poltica, guerra y prensa, tan pertinentes por el desastre del 98. La andadura se inicia en el apartado I (Paisajes de Madrid: del arrabal al centro) con una visin general de la ciudad, que se concreta despus, en el espacio pblico, en barrios bajos, calles y plazas del Madrid urbano y parques, aunque,
12
INTRODUCCIN
voluntariamente, no llevo a cabo una estricta ordenacin de topografa urbana, que habra exigido la presencia de muchos ms textos para articular complementariedad y contrastes. A llenar de vida este espacio fsico se encamina el apartado II (Vida de cada da). En el espacio privado de la casa, en el gran contraste entre la lujosa y la modesta, se inicia el camino que recorre trabajo, comercio, transportes, casa de huspedes, es decir, la vida activa de cada da, pero tambin el de la indigencia, enfermedad, muerte y el de los valores de enseanza y religin. Son los perfiles de la cuotidianeidad en el Madrid de entre siglos. En contraste, la vida marginal del delito, su control y represin (Apartado III). Frente a estos afanes de cada da, de la vida y de la muerte, estaba tambin la ciudad ldica de la diversin, juegos, espectculos, pasatiempos (Apartado IV). Junto a diversiones callejeras tan arraigadas en la vida madrilea de la poca como carnaval, verbenas, bailes (o las que comenzaban, como el ciclismo), haba espectculos de larga tradicin como los toros, sin que faltaran las polmicas, el teatro en su variedad de gneros (desde el sainete a la zarzuela, pasando por la comedia), el circo y el incipiente cimematgrafo. Pero no se podra entender la vida madrilea del momento sin conceder a cafs y tabernas la importancia que tuvieron: fuera como lugar de tertulias literarias, polticas, fuera como lugar de encuentro, esparcimiento y animada conversacin sobre lo divino y lo humano. La literatura y las bellas artes son los ncleos de atencin en el apartado V (Culturas), con referencia tambin a la actividad de algunas instituciones y valoracin de conjunto. Para la literatura no interesan aqu unos planteamientos de crtica literaria, gneros, autores que hubieran llevado a otras consideraciones y seleccin de textos, sino unas pinceladas pertinentes de la vida literaria del momento. En cuanto a las bellas artes se ofrecen textos sobre la actividad artstica. Es obvio que quedan fuera aqu de los numerosos cangilones de la noria cultural formas como la oralidad, el folclore, las tradiciones populares, etc., pero no slo era necesario seleccionar, sino que la existencia de textos marcaba unos derroteros. Por fin, poltica, guerra, prensa (Apartado VI). Aunque ste no sea libro que se explique y justifique por los acontecimientos de 1898, el ser Madrid el lugar de la poltica nacional, residencia de los reyes, y el propio
13
peso, inevitable, de la crisis de fin de siglo con la prdida de las colonias y el significativo valor de la prensa obligaban a una presencia de textos literarios en este sentido. Toda clasificacin supone siempre encorsetar la realidad, sometindola a las limitaciones de unos compartimentos cerrados, y, naturalmente, no puede ser ajena a esto la organizacin temtica que aqu se propone, como comprobar el lector en algunos textos que se desbordan hacia distintos temas, pero esto es inevitable. En cada uno de los 31 apartados se dan unos testimonios grficos en semejante proporcin, aunque con algunas variaciones segn los materiales e importancia para traer a la mirada actual edificios, calles, plazas, gentes, escenas, peridicos, desaparecidos, pero que pudieron ver los escritores; es decir, el Madrid que transitaron, que vivieron y recrearon en su obra literaria. Aunque hay un rico y variado fondo de documentacin grfica periodstica, que merecera la pena sistematizar, he de decir que los materiales fotogrficos exentos para ilustrar varios aspectos del Madrid de entre los siglos no son tan abundantes, lo que obliga a echar mano de comunes testimonios. Trabajos previos para recolectar imgenes de Madrid en torno a la significativa fecha de 1898 obligaron a remover fondos de diversas instituciones con la colaboracin de varias personas y, especialmente, de Eduardo Salas lo que ahora me es asimismo til en la presencia aqu pertinente. Quiero agradecer la expresa autorizacin de las distintas instituciones : Museo, Biblioteca, Hemeroteca y Archivos municipales de Madrid; Museos del Prado, Reina Sofa, Arte Moderno, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando; Biblioteca Nacional de Madrid; Ateneo; Calcografa Nacional; Congreso; Archivos Ruiz Vernacci, Cajal, Espasa, y la rica coleccin Guirao de Mara Manzanera. ltimo, pero no menos importante, es justificar y explicar lo que no est. Para seleccionar los textos que aparecen tome en consideracin otras muchas obras literarias aparecidas en el perodo de tiempo aqu delimitado de autores como Coloma, Pereda, Campoamor, Tamayo y Baus, Mir, Ciges, Lpez Pinillos, Benavente, Palacio Valds, Prez de Ayala, Sawa, Picn, Casero, y despus del exmen el resultado es el que ofrezco. Pero tengo que decir que no he podido ver de Enrique Gmez Carrillo: Sensaciones de
14
INTRODUCCIN
Pars y de Madrid, pertinente por la fecha, 1900, ni algunas obras dramticas de Luceo, Perrn y Palacio, etc. Queda por sealar que al pie de cada texto se da en abreviatura autor y obra, que remiten al apartado Autores citados, y las pginas. En dicho apartado se dan los datos completos de la obra en la edicin utilizada, pero no se indica la fecha de la primera edicin cuando no es sta la utilizada. En los textos se procura respetar las peculiaridades grficas y en ocasiones ortogrficas de la edicin empleada. En la Bibliografa (pg. 407), se recogen slo libros significativos sobre Madrid en la literatura de este perodo y Madrid e imgenes, pero se renuncia, porque no es del caso, a la bibliografa especfica sobre los autores incluidos, historias, diccionarios, bibliografas, revistas, sobre Madrid, con ttulos importantes, que me hubiera gustado incorporar de haber sido otro el planteamiento. En todo caso, ms all de estas explicaciones, lo fundamental es que el lector, a su aire y segn sus intereses, se enfrente a la memoria de Madrid en los apasionantes aos de finales del siglo XIX y comienzos del XX, segn quisieron ver y contar un nutrido puado de escritores importantes, con la ayuda de unos cuantos testimonios grficos de la ciudad que ya no puede ver, vivir y transitar.
Jos Mara Dez Borque
15
I
PAISAJES DE MADRID: DEL ARRABAL AL CENTRO
Madrid se ofreca a sus ojos hechicero y seductor como una promesa, con sus das frescachones y su cielo salpicado de esos coquetones cirrus otoales que humedecen las calles con leves grupadas y sirven de pretexto para que las mujeres se recojan las faldas. Aquel cielo con alocamientos de mariposa, la afluencia de coches, el olor a tierra mojada, los escaparates de las tiendas, especialmente las de bisutera, con sus figurinas, sus estatuillas de mrmol, sus relojes de bronce, sus jarrones tornasolados de Svres y sus mil artsticas baratijas que daban grata ocupacin a la vista; los edificios de cinco y seis pisos, tan diferentes de las modestas construcciones provincianas, y aquel ambiente de urbanidad y buen tono que pareca trascender a todo y revelarse en los detalles ms nimios, cautivaban la atencin de Elena dejando en su nimo impresin imborrable.
ZAMACOIS
(Tik, 62)
19
aqu he vivido, y en particular de los amigos que dejo, cuya amistad no se ha de perder ni entibiar porque los azares de la vida nos lleven, hoy a unos, maana a otros, en distintas direcciones. Convengamos, pues, en conservar esta amistad, y que Dios le d a cada uno lo que tenga sealado en sus inescrutables designios.
GANIVET
(Trabajos, 114)
20
Aureliano de Beruete: Pradera de San Isidro. H. 1909. Museo del Prado, Madrid.
Vista desde all, la poblacin era monumental, soberbia. Pocas capitales de Europa parecan tan hermosas. Al frente, la enorme masa del Palacio Real, con sus pilastras salientes cortando negras filas de ventanas. A un lado, la colina del Prncipe Po, coronada de cuarteles; el extremo opuesto, la cpula de San Francisco el Grande y el Seminario. Arriba el cielo sin una nube, lmpido, como si su azul lo hubieran lavado las ltimas lluvias, con una diafanidad que absorba y borraba instantneamente el humo de las chimeneas. Abajo, en los declives que conducen al Manzanares, grandes masas de vegetacin: las arboledas del Campo del Moro, de la Virgen del Puerto, de la cuesta de la Vega. La masa blanca del casero partase ms all del puente de Segovia, y una lnea metlica, una barra horizontal y negra, una los dos lados de esta corte, era el Viaducto. Madrid, visto desde all, pareca una capital portentosa, una imponente metrpoli. Entre el azul del cielo y el verde de los rboles alinebanse las ms solemnes manifestaciones de su vida, sus ms poderosas grandezas. La vivienda de los reyes en medio; a un lado, los cuarteles, sobre aquella colina que era el Monte de Marte de Madrid; al opuesto, el templo suntuoso, que pareca aplastar con su grandeza las casuchas inmediatas,
22
y otro cuartel sin armas, donde se albergaban los reclutas de la fe, vestidos de negro. Nada faltaba, era la imagen completa de la nacin; toda pareca haberse concentrado en esta cara monumental de la gran villa. () La capital, dominadora y triunfante, pareca abrumar el espacio con su pesada grandeza. Rea destacndose sobre el azul del cielo, con el temblor de las grandes vidrieras de sus palacios heridas por el sol, con la blancura de sus muros, con el verde rumoroso de sus jardines, con la esbeltez de las torres de sus iglesias. No vea la muchedumbre famlica esparcida a sus pies, la horda que se alimentaba con sus despojos y suciedades, el cinturn de estircol viviente, de podredumbre dolorida. Era hermosa y sin piedad. Arrojaba la miseria lejos de ellos, negando su existencia. Si alguna vez pensaba en los infieles era para levantar en sus afueras monasterios, donde las imgenes de palo estaban mejor cuidadas que los hijos de Dios, de carne y hueso; conventos de monstruosa grandeza, cuyas campanas tocaban y tocaban en el vaco, sin que nadie las oyese. Los pobres, los desesperados, no entendan su lenguaje; adivinaban lo falso de su sonido. Tocaban para otros, no eran llamamientos de amor; eran bufidos de vanidad.
BLASCO IBEZ
(Horda, 1514-1515)
23
Bajo el cielo blanquecino de octubre, los campos se dilatan presentando paisajes multiformes de churriguerescos matices. A un lado, muy cerca, estaba el Hipdromo, con su vasto permetro ondulante, por donde los caballos parecen correr en las dulces tardes primaverales, dejando tras
24
s el polvillo dorado de las apuestas; sobre un altozano el Palacio de Bellas Artes reverberaba al sol con su altiva cpula y sus paredes de cristal; ms all, el Canal de Lozoya serpeaba entre dos hileras de arbolillos que los fros otoales iban desnudando; una leve bruma velaba los confines del paisaje, poetizado por las aspas inmviles de algunos molinos; y luego, avanzando de derecha a izquierda, la vista columbraba los barrios de Chamber y Cuatro Caminos, por donde la vida de la coronada ciudad va propalndose rpidamente, con sus millares de pobres casucas y de modestos hotelitos que simulan huir hacia el horizonte, acurrucndose alrededor de Nuestra Seora de los ngeles, que luce bajo el sol su esbelta torre de templo moderno; y despus los campos de Amaniel, salpicados de ventorrillos, y La Moncloa perdindose en la obscura inmensidad verdosa de los bosques de El Pardo. Del otro lado, los paseos Castellana y Recoletos, con sus rboles amarilleados por el fro, aislaban el barrio de Salamanca del resto de la ciudad, pintando un brochazo de extraos y variados matices que culebreaba hacia la estacin del Medioda; y a la derecha Madrid, mudo y quieto bajo la inmensidad de la distancia, con sus tejados obscuros, cortados por paredes blancas, sus chimeneas baadas en sol, sus Ministerios renegridos por la intemperie y el humo, especie de pulpos enormes que sostienen la raqutica existencia burocrtica del pueblo cortesano; su antigua catedral de San Isidro, con sus viejas torres que los siglos desmocharon Y ms all, el Palacio Real y San Francisco el Grande, rivalizando en altivez arquitectnica, esplendor y magnificencia. Los invitados miraban, apreciando detalles que crean conocer.
ZAMACOIS
(Duelo, 341-342)
25
2. Las afueras
27
LAS AFUERAS
Campo y en primer trmino la taberna de la se Antonia. Despus de un dilogo y de un cantable alusivo a la mercanca en venta, prosigue la accin del sainete, ajena al lugar.
ARNICHES
(Sandas, 365)
28
LAS AFUERAS
taban oblicuas el cielo, con lneas secas y discordantes de desastre, de sacudimiento, de roturas de terremoto. Cerca haba un tejar abandonado, una choza entre los cortes de tierra y el suelo lleno de pedazos de ladrillo.
TRIGO
(Ingenuas, 425-426)
29
LAS AFUERAS
hizo propsito de preguntar; era un burro blanco, de orejas desmedidas, las cuales enfil hacia afuera cuando ella se puso al habla. Entr la anciana en el primer corral, empedrado, todo baches, con habitaciones de puertas desiguales y cobertizos o cajones vivideros, cubiertos de chapa de latn enmohecido; en la nica pared blanca, o menos sucia que las dems, vio un barco pintado con almazarrn, fragata de tres palos, de estilo infantil, con chimenea de la cual salan curvas de humo. En aquella parte, una mujer esmirriada lavaba pingajos en una artesa; no era gitana, sino paya. Por las explicaciones que sta le dio, en la parte de la izquierda vivan los gitanos con sus pollinos, en pacfica comunidad de habitaciones; por lecho de unos y otros el santo suelo, los dornajos sirviendo de almohadas a los racionales. A la derecha, y en cuadras tambin borriqueas, no menos inmundas que las otras, acudan a dormir de noche muchos pobres de los que andan por Madrid; por diez cntimos se les daba una parte del suelo, y a vivir. Detalladas las seas de Almudena por Benina, afirm la mujer que, en efecto, haba dormido all; pero con los dems pobres se haba largado tempranito, pues no brindaban aquellos dormitorios a la pereza. Si la seora quera algn recado para el ciego moro, ella se lo dara, siempre y cuando viniese la segunda noche a dormir.
GALDS
(Misericordia, 227-228)
Silvestre baj la calle de Segovia, pas el puente, atraves una plaza en donde se vean tenderetes con sus calderos de aceite hirviendo para frer gallinejas, sigui la carretera de Extremadura, y luego, apartndose de ella, ech a andar por la vereda de un descampado, dividido por varios caminos cubiertos de hierba. Pastaba all un rebao de cabras. Un pastor, envuelto en amarillenta capa, tendido en el suelo, dorma al sol tranquilamente. Se oan a lo lejos toque de cornetas y taido de campanas. Junto a una casa que se vea en medio del descampado se detuvo Silvestre. Era un casern grande y pintado de blanco, derrengado e irregular; sus aristas no guardaban el menor paralelismo: cada una tomaba la
30
LAS AFUERAS
direccin que quera. Un sinnmero de ventanas estrechas y simtricamente colocadas se abran en la pared. Sobre una de las puertas de la casa estaba escrito el letrero TAHONA con letras maysculas, sin H y con la N al revs. Silvestre empuj la puerta y entr por un corredor de techo de bveda y suelo empedrado con pedruscos como cabezas de chiquillo y un patio ancho y rectangular, con un cobertizo de cinc en medio, sostenido por dos pies derechos. Debajo del cubierto se vean dos carros con las varas al aire y un montn de maderas y ladrillos y puertas viejas, entre cuyos agujeros corran y jugueteaban unos cuantos gazapos alegremente. El patio o corral estaba cercado en sitios por una pared de cascote medio derruida; en otros, por una tapia baja de tierra apisonada y llena de pedazos de cristal en lo alto, y en otros, por latas de petrleo extendidas y clavadas sobre estacas. Silvestre entr en el patio, y por una puerta baja pas a la cocina. All, una vieja negruzca que pareca gitana estaba peinando a una mujer joven, sucia y desgreada, que tena el pelo negro como el azabache.
BAROJA
(Aventuras, 113-114)
Pues desde que vine andan buscndome unos y otros, no comprendiendo dnde me meto. Mis primeras salidas han sido a los sitios aquellos donde pas mis juventudes, y mis primeras visitas a los rincones que encierran mis grandes recuerdos. Otros vienen a Madrid a ver los museos y los palacios y las novedades de la ciudad. Todo eso lo hay en Pars, y en Berln y en Viena. Yo me salgo por el Campo del Moro al camino de El Pardo y me paro ante San Antonio de la Florida, y paso al puente de Segovia y de all a ver a las que lavan y cantan, y luego vengo dando la vuelta por el cerro de las Vistillas y contemplo mi Madrid de siempre, siempre igual, siempre tomando el sol y cada vez ms nuevo cuanto ms viejo.
E. BLASCO
(Recuerdos, 368)
31
LAS AFUERAS
33
CABECERA
34
LAS AFUERAS
un lado, cerca de la casucha donde tienen establecidas sus oficinas los dependientes del resguardo, dos guardias civiles montados, envueltos en sus largos capotes de montaa, descansaban; los caballos, molestados por la lluvia, piafaban colricos, sacudiendo las cabezas. El coche continu avanzando lentamente, bambolendose sobre el suelo, que las ruedas de los camiones araron profundamente. A la izquierda, pasados unos ventorrillos puestos all para mengua y gorja de los derechos de consumo, descenda en ligero declive hacia el ro un campanillo sembrado de aosos rboles. El cochero quiso seguir, pero el caballo resbalaba sobre el barro y el vehculo se detuvo. Carmona y sus padrinos echaron pie a tierra.
ZAMACOIS
(Duelo, 280-283)
35
LAS AFUERAS
Bajamos, bajamos. Por la ronda de Valencia, salimos a un desharrapado barrio de hrridas viviendas mohosas, lavaderos, almacenes de trapos, pasadizos empedrados, torcidos, que se pierden en la negrura; empinadas escaleras, desvencijadas, lbregas. En los balcones, rotos los cristales, hinchadas las maderas, sacan al sol blancas y remendadas ropas, pintorescos lienzos de mil desteidos colores, magros, sobados, ahoyados colchones goteados de rojo, manchados de amarillo Desgreada, chancleteante, aupndose con ambas manos la falda, cruza de una acera a otra una comadre; un grupo de viejas, negras, silenciosas, automticas, tricotea, sentado en una puerta, con las largas agujas; gorjea un canario; suenan los acompasados y recios golpes de un carpintero; tras un terrapln pasa rpidamente la chimenea humeante de una locomotora
AZORN
(Diario, 9)
Al anochecer entraron en un merendero de la hondonada de Amaniel. La muchacha habl dbilmente de la necesidad de volver a casa enseguida; pero Isidro protest. Su padre no iba a inquietarse por tan poca cosa; la creera, como otras veces, en casa de su compaera de Bellas Vistas. Tal vez a aquellas horas estara ya en el ventorro de las Latas, preparando su marcha a El Pardo.
36
LAS AFUERAS
Unos faroles de papel iluminaban el merendero con difuso resplandor. Los tranvas viejos haban servido para su construccin, igual que en el barrio de las Carolinas. Los bancos, de movibles respaldos, procedan de una jardinera; los tabiques eran de persianas de ventanilla. Junto al techo, a guisa de friso, alinebase un saldo de fotografas amarillentas, mezclndose las vistas de la Habana y de los bulevares de Pars y Viena con reproducciones de la Fuente de la Teja y el Viaducto. Cabezas de angelotes pintarrajeadas y doradas, restos de una anaquelera de tienda presuntuosa, aparentaban sostener las viguetas del techo.
BLASCO IBEZ
(Horda, 1434)
Abajo, en la Virgen del Puerto, sonaba el redoble de unos tambores; y Maltrana vea entre los rboles cmo marchaban al comps de las cajas los soldados nuevos, cual filas de hormigas, aprendiendo a marcar el paso. Ratapln, ratapln!, cantaban los parches; y el bohemio, en su contemplativa abstraccin, crea entenderlos. Los tamborcillos le hablaban; pareca que adivinando sus pensamientos, le decan burlonamente: Va a durar, va a durar. Y no mentan. Mientras ellos redoblasen en este tono uniforme, mecnico, sin fiebre y sin locura, todo seguira lo mismo. Despus, su mirada se fijaba en la parte de ac del ro. Grandes tejados rotos, con anchas brechas por las que se colaba el aire y la lluvia. Eran caserones abandonados que servan de albergue a los miserables. Junto a ellos brillaban al sol las cubiertas de cinc herrumbroso y las latas viejas de las cabaas de los mendigos. El hormiguero de la miseria tambin estaba all. Tambin acampaban frente a esta cara de Madrid, que era la ms hermosa, los vagabundos, los desesperados, los abortos de la sombra, toda la muchedumbre que l haba visto una noche, con los ojos de la imaginacin, rodando en torno de los felices, de la caravana dormida en el beatfico sopor del hartazgo. Maltrana pens en los traperos de Tetun, en los obreros de los Cuatro Caminos y de Vallecas, en los mendigos y vagos de las Peuelas y
37
LAS AFUERAS
las Injurias, en los gitanos de las Cambroneras, en los ladrilleros sin trabajo del barrio que tena delante, en todos los infelices que la orgullosa urbe expela de su seno y acampaban a sus puertas, haciendo una vida salvaje, subsistiendo con las artes y astucias del hombre primitivo, amontonndose en la promiscuidad de la miseria, procreando sobre el estircol a los herederos de sus odios y los ejecutores de sus venganzas.
(Ibdem, 1514-1515)
Recorrieron el bosquecillo prximo al cuartel de la Montaa; algunos soldados y algunas prostitutas charlaban y fumaban en corro; siguieron la calle de Ferraz, y luego la de Bailn; cruzaron el Viaducto, y por la calle de Toledo bajaron al paseo de los Pontones. El rincn donde haban pasado la noche anterior le ocupaba una banda de golfos. Siguieron adelante, metindose en el barro; comenzaba a llover de nuevo. Propuso Manuel entrar en la taberna de la Blasa, y por la escalera del paseo Imperial bajaron a la hondonada de las Injurias. La taberna estaba cerrada. Entraron en una callejuela. Los pies se hundan en el barro y en los charcos. Vieron una casucha con la puerta abierta y entraron. El Hombre-boa encendi una cerilla. La casa tena dos cuartos de un par de metros en cuadro. Las paredes de aquellos cuartuchos destilaban humedad y mugre; el suelo, de tierra apisonada, estaba agujereado por las goteras y lleno de charcos. La cocina era un foco de infeccin: haba en medio un montn de basura y de excrementos; en los rincones, cucarachas muertas y secas. Por la maana salieron de la casa. El da se presentaba hmedo y triste; a lo lejos, el campo envuelto en niebla. El barrio de las Injurias se despoblaba; iban saliendo sus habitantes hacia Madrid, a la busca, por las callejuelas llenas de cieno; suban unos al paseo Imperial, otros marchaban por el arroyo de Embajadores. Era gente astrosa: algunos, traperos; otros, mendigos; otros, muertos de hambre; casi todos de facha repulsiva. Peor aspecto que los hombres
39
LAS AFUERAS
tenan an las mujeres, sucias, desgreadas, haraposas. Era una basura humana, envuelta en guiapos, entumecida por el fro y la humedad, la que vomitaba aquel barrio infecto. Era la herpe, la lacra, el color amarillo de la terciana, el prpado retrado, todos los estigmas de la enfermedad y de la miseria.[...] Eran aquellos andurriales sitios tristes, yermos, desolados; lugares de ruina, como si en ellos se hubiese levantado una ciudad a la cual un cataclismo aniquilara. Por todas partes se vean escombros y cascotes, hondonadas llenas de escorias; aqu y all alguna chimenea de ladrillo rota, algn horno de cal derruido. Slo a largo trecho se destacaba una huerta con su noria; a lo lejos, en las colinas que cerraban el horizonte, se levantaban barriadas confusas y casas esparcidas. Era un paraje intranquilizador; por detrs de las lomas salan vagos de mal aspecto en grupos de tres y cuatro.
BAROJA
(Mala, 189-190; 192)
40
LAS AFUERAS
agarradas a las cuerdas, chillando como gallinas, las faldas apretadas entre los muslos; y sobre el fondo azul del cielo, la percalina roja y oro de las banderas aleteaba en un ambiente de aceite frito y sebo derretido.
BLASCO IBEZ
(Horda, 1392)
La campia ofreca un triste paisaje: a la izquierda, y en un extenso declive, aparecan varias casitas de arcilla y ladrillos; ms all estaba el barrio de Cuatro-Caminos, esbozndose sobre el fondo blanquecino del cielo; a la derecha se extenda un terreno inculto, yermo, y cerrando el horizonte el Canal de Lozoya, recortando una larga curva ondulante entre dos filas de rboles escuetos. Cuando llegaron al Canal torcieron a la izquierda, bordendolo. La tarde declinaba rpidamente; de los campos desiertos ascenda una oleada de tristeza que aumentaba los tintes melanclicos del cielo encapotado; aquella naturaleza muerta, sin ruidos ni luces, reposando bajo las flotantes gasas de una neblina naciente, pareca un parntesis de la vida, un inmenso templo abandonado. Voy fatigada dijo Matilde; vamos a descansar un momento? El sitio donde se hallaban era demasiado alto, y buscando algn abrigo descendieron a una hondonada, acomodndose en el borde de un arroyo seco, entre un grupo de rboles desnudos. A la izquierda, y en el lmite ms lejano del cauce, haba una casucha miserable, con cobertizo en la parte trasera; y junto a ellos, tres arcos muy bajitos de piedra, sobre los cuales corran las aguas de Lozoya; aquel sitio, que en verano sera delicioso, pareca, en invierno y a tales horas, el esqueleto de la dicha.
ZAMACOIS
(Punto, 46-47)
41
LAS AFUERAS
42
LAS AFUERAS
Las mujeres tambin se dedican a trabajos rudos; muchas merodean las cercanas, recogiendo lea para sus hogares y pordioseando, y otras lavan en una artesa, delante de sus casas, tomando el sol, con las faldas recogidas alrededor de la cintura y los robustos pies desnudos calzados con zuecos; las viejas se sientan, en los das bonancibles, junto a las paredes, a dormitar con el pauelo echado sobre el rostro para que la demasiada luz no deslumbre sus ojos cansinos; son las vencidas de la vida, despojos del combate titnico que la humanidad rie a la miseria, y que sucumbiran si no tuvieran hijas que las amparasen; y sobre aquella vejez abatida y harapienta que bosteza al sol, corretean millares de moscas testarudas que vuelven si se las espanta, cual si olfateasen la carne que la muerte reparte en sus festines. Hay varias escuelas pblicas a donde concurren multitud de rapaces culirrotos y carisucios, que slo saben rezar mal y meterse los dedos en las narices; entran muy temprano y salen a las cinco de la tarde, con la cartera de los libros terciada a la bandolera y las tentaciones de Can; los ms pequeos van en grupos, cogidos de las manos para resistir el empuje de los mayores, y los remendados pantaloncillos de pana sujetos al cuerpo con un tirante que les cruza por encima de un hombro, dividiendo sus bustos con una lnea obscura, que parece un zodaco de cuero; crculo mximo de aquellos cuerpos que el desaseo convirti en planetillas habitados por legiones de insectos sanguinarios. Despus el bullicioso enjambre de puntos negros se desparrama: unos juegan al toro en medio del camino, otros desaparecen por las callejuelas del barrio, caminando silenciosos a lo largo de las aceras, y algunos ms independientes o menos sensibles a las reprimendas y pescozones paternales, se organizan en guerrillas y van a buscar camorra con los granujillas de Chamber. Estos detalles, considerados en conjunto, dan una fisonoma especial al barrio de Cuatro-Caminos; y con sus pobres viviendas de un piso, pequeas y mal alineadas; sus calles annimas y sin empedrar, abiertas algunas de ellas entre los paredones de dos huertas; sus mujeres desarrapadas, cantando y bailando al aire libre; sus viejas tripudas tomando el sol sentadas en el suelo, a lo largo de las paredes, y su chiquillera pendenciera, parece un pueblo del interior de Castilla a donde an no ha llegado el ferrocarril, y que vive ignorado de los gegrafos, a la sombra de sus conventos.
43
LAS AFUERAS
En la parte oriental hay multitud de calles que apenas estn bosquejadas; sin duda se pens edificar por aquel lado, pero las obras se abandonaron y las edificaciones yacen inconcluidas; alrededor de ellas pareca circular ese aire fro que sopla en torno de las cosas muertas; se ven paredes aisladas, torcidas, que amenazan ruina, limitando solares que los vecinos han convertido en corrales; casas que quedaron sin cubrir y cuyas vigas podridas se desplomaron, formando un montn informe de escombros; de ellas, slo quedan las paredes y los huecos donde las ventanas debieron ser colocadas; algunas, a quienes la paralizacin de los trabajos sorprendi en un mayor estado de adelanto, conservan los balcones y las puertas, que se abren o cierran, gimiendo lgubremente, a impulsos del viento; otras son pobrsimas, y de ellas slo restan paredones resquebrajados hechos con arcilla y pedruscos de diversos colores y tamaos. Estas ruinas yacen diseminadas, cortando la aburrida monotona de los campos cultivados y dando a todo el barrio un tristsimo aspecto de pueblo abandonado. Sobre estas edificaciones se destacan las aspas de algunos molinos que mueve la brisa; es la nota alegre del paisaje, el acorde perfecto, sonoro, que recuerda la existencia febril de las fbricas, contrastando con aquel concierto de tristes melodas.
(Ibdem, 107-111)
44
45
Enrique Martnez Cubells: La Puerta del Sol. H. 1900. Museo Municipal, Madrid.
pasar a la gente, lo mismo el da de fiesta que el da de trabajo; por donde quiera que se pasa hay una iglesia, una taberna y un ciudadano arrimado a la pared sin hacer nada; chiquillos que juegan al toro y voceadores de la Lotera. Madrid puro! Las guas impresas en francs o en castellano indican a los viajeros lo que hay que ver en Madrid y dan el programa de un da o de una semana. Mi gua es otra, y a todo el que haya pasado aos sin ver la capital de Espaa, le dir yo lo que ha de hacer, que es lo que hago yo para descansar de otras capitales, refrescar la memoria, renovar los afectos y gozar de la vida. Por la maana temprano. Abrir el balcn, recibir una ducha de sol, or a los vendedores con sus msicas especiales. Tomar chocolate, con buuelos.
E. BLASCO
(Recuerdos, 368-369)
Madrid 4 de enero
Con el ao entr en Madrid; despus de algunos de ausencia vuelvo a ver el castillo famoso. Poco es el cambio, al primer vistazo; y lo nico que no ha dejado de sorprenderme al pasar por la tpica Puerta del Sol, es ver cortar el ro de capas, el oleaje de caractersticas figuras, en el ombligo de la villa y corte, un tranva elctrico. Al llegar advert el mismo ambiente ciudadano de siempre; Madrid es invariable en su espritu, hoy como ayer, y aquellas caricaturas verbales con que don Francisco de Quevedo significaba a las gentes madrileas seran, con corta diferencia, aplicables en esta sazn. Desde luego el buen humor tradicional de nuestros abuelos se denuncia inamovible por todas partes. El pas da la bienvenida. Estamos en lo pleno del invierno y el sol halaga benvolo en un azul de lujo. En la Corte anda esparcida una de los milagros; los mendigos, desde que salto del tren, me asaltan bajo cien aspectos; resuena de nuevo en mis odos la palabra seorito; don Csar de Bazn me mide de una ojeada desde la
47
esquina cercana; el cochero me dice: pues, hombre!, dos pesetas, y mi bal pasa sin registro; con el pauelo que le cubre la cabeza, atadas las puntas bajo la barba, ceido el mantn de lana, a garboso paso, va la mujer popular, la sucesora de Paca la Salada, de Geroma la Castaera, de Mara la Ribeteadora, de Pepa la Naranjera, de todas aquellas desaparecidas manolas que alcanzaron a ser dibujadas a travs de finos espejuelos del Curioso Parlante ; una carreta tirada por bueyes como en tiempo de Wamba, va entre los carruajes elegantes por una calle cntrica; los carteles anuncian con letras vistosas La Chavala y El Baile de Luis Alonso; los cafs llenos de humo rebosan de desocupados, entre hermosos tipos de hombres y mujeres, las getas de Cilla, los monigotes de Xaudar se presentan a cada instante; Sagasta Olmpico est enfermo, Castelar est enfermo; Espaa ya sabis en qu estado de salud se encuentra; y todo el mundo, con el mundo al hombro o en el bolsillo, se divierte: Viva mi Espaa!
DARO
(Espaa, 42)
Y ste es el mismsimo Madrid que yo dej, con sus calles llenas de gente, que va andando sin prisa, y sus plazuelas llenas de encapotados tomando el sol, y sus balcones llenos de jaulas y de ropa tendida y tiestos de albahaca, y los vendedores que gritan a la maana el De Miraflores, y a prueba, y la ristra de ajos y el conejo del monte. Siguen aquellos organillos despertndome con los valses de Chueca, y las billeteras ofrecindome el gordo, y los pobres pidindome limosna, teniendo todos siete hermanitos; y los novios hablando desde la calle con la novia, que est en el primer piso; y todo ello est baado por un sol, oh, el sol! Por l vine, y el da me lo paso bebiendo sus rayos, sin comprender ya por qu se vive aqu de noche, siendo tan hermosos los das. Contraste melanclico forma todo esto con las grandes ciudades modernas. Somos, sin duda, ms antiguos, pero tenemos nuestro sello especial y nuestro color, que no hay para qu perder, porque si furamos como
48
los dems, ya no seramos nosotros, y yo creo que los pueblos deben tener su personalidad.
E. BLASCO
(Recuerdos, 368)
Un vago y caprichoso sentimiento de propiedad le invada. El Retiro, apacible bajo el sereno crepsculo, y brillante con su desfile de gente y de carruajes, parecale algo as como un gran parque de su casa, de su ciudad, del Madrid que adivinaba al otro lado de los rboles, donde tambin eran un poco suyos, y hechos para los que como l vivieran en la capital suntuosa, los teatros, los crculos con sus bibliotecas y comodidades, las msicas, las calles, los comercios, las redacciones en que se saba todo, los coches en que se poda pasear, las fiestas esplndidas, las celebridades artsticas que del mundo entero iban a exhibirse Los placeres, en fin, los placeres de todas clases ofrecindose al dinero, en perpetua y magnfica feria de la vida. Era el madrileo surgiendo de repente en el provinciano que no haba venido nunca a la corte ms que de paso y a envidiarla. Su regreso al hotel, por las mejores calles, en que una muchedumbre feliz retornaba de los paseos, inspeccionada desde las ventanas de los cafs y las cerveceras por grupos alegres, no fue sino la toma de posesin continundose. En cada detalle surga la promesa de una comodidad; los tranvas suban y bajaban de dos en dos minutos, y los cocheros junto a la tablilla alzada y al paso de las carretas vacas cruzaban mirndole como para decirle: Si ests cansado!; los peridicos se le ofrecan a la mano, en cada rincn y tras cada cristal; los anuncios de diversiones en los biombos al borde de la acera, las flores en los quioscos
TRIGO
(Ingenuas, 429)
49
A los primeros rayos del sol call el msico, satisfecho, sin duda,
de la perfeccin de su artstico trabajo, y una codorniz le sustituy en el solo, dando los tres golpes consabidos. El sereno llam con su chuzo en las tiendas, pasaron uno o dos panaderos con la cesta a la cabeza, se abri una tienda, luego otra, despus un portal, ech una criada la basura a la acera, se oy el vocear de un peridico. Poco despus la calle entraba en movimiento.
BAROJA
(Busca, 15)
Haba comenzado el verano. Isidro juraba de desesperacin viendo que todas las personas que podan ayudarle se ausentaban de Madrid. No encontraba trabajo: los editores paralizaban sus negocios; ningn traductor necesitaba ayuda; los semanarios ilustrados llenaban sus pginas con grabados representando el veraneo de los reyes y de la aristocracia en las playas del Norte, sin dejar espacio para un mal artculo. Todos los malos olores de Madrid, dormidos durante el invierno, despertaban y revivan al llegar el calor. Las cuadras y vaqueras hedan con la fermentacin del estircol; las bocas de las alcantarillas humeaban la podredumbre de sus entraas; hasta los caballos de los coches de punto, en sus largas esperas, levantaban la cola, impregnando el ambiente con el tufo de la cebada recogida y la paja putrefacta.
BLASCO IBEZ
(Horda, 1466-1467)
Pero ya el coche arranca y se interna por la red de callejas entretejidas a espaldas del edificio de las Cortes; ya nos encontramos en otro Madrid silencioso, o por lo menos normal en su trfago, con transentes de
50
capita o blusa en las aceras, que requiebran a las modistillas y se paran ante las administraciones de lotera, soando y eligiendo el bonito nmero; con carretas descomunales que obstruyen el arroyo y os detienen cinco minutos en contemplacin forzosa de un ensangrentado costillar de vaca o de un ternero sacrificado; con mendigos tercos, que os refieren una historia de lgrimas, y si no soltis los cinco cntimos, os hartan de maldiciones; con guindillas refugindose en el ms prximo establecimiento, a fin de disfrutar una miaja de descanso, que no es de hierro el hombre; con chulas de mantn y cursis de abrigo guarnecido de piel de gato; con nieras a quienes siguen los pasos desmedrados soldadillos; con algn to de manta llegado ayer de Tierra de Brutos de Arriba, y a quien acecha el avispado timador; con el aspecto, en una palabra, peculiarsimo de la capital El coche revuelve y se interna en la calle del Barquillo, a trozos ahogada y estrecha, a trozos de mejor respiracin; y donde se prolonga, convirtindose por rebautizo en calle de Fernando VI, al lado de un palacio en construccin que da, entre la edificacin sin carcter y sin tendencias de Madrid, la nota de un modernismo alegre y refinado, se para el vehculo y dentro de breves instantes nos encontramos en el gabinete de un conocido mdico.
PARDO BAZN
(Vida, 195)
Despus de leer tres o cuatro veces, como si las letras nerviosas le revelaran el disgusto infinito de la amante a que por respeto no aludan, sali a la calle, aturdido con la niebla que las grandes desgracias irremediables le ponan en los ojos, bajo la frente ardorosa que le estallaba, oprimida por una corona de dolor. Baj la Carrera de San Jernimo y sigui el Prado hacia Cibeles vacilante e incapaz de pensar, tan ciego, que al salvar la barrera del paseo de coches tuvo un tlburi que refrenar su jaca para no atropellarlo No vea delante, entre tanta gente que le codeaba, ms que a Flora vestida de luto huyendo de l, de la mano con el infortunio en que se trocaba el ngel invisible de sus amores
51
Necesitaba aire, soledad Frente al palacio de Murga tom el tranva de las Ventas. Iba lleno, pero encontr asiento en la plataforma de atrs. El aire de la marcha le refrescaba; y el sol poniente, rasando los tejados de la calle de Alcal y envolviendo a la multitud de ambas aceras en fino polvo de oro, le disparaba su luz, asomado como a una puerta all entre el Caf Universal y el Hotel de la Paz, tal que si estuviese cado y ardiendo en plena Puerta del Sol, nombre que, efectivamente, de dicha apariencia deba de venirle a la celebrada plaza Con estas huidas a lo trivial, de la imaginacin que teme y retarda sumergirse en un problema inevitable e insoluble, fue la del joven a remolque del tranva como un animal esquivo llevado con soga y a la fuerza, prendindose y resistindose en todas las salientes del camino As vio la cancela de El Retiro, con su arco de hierro y las doradas grandes letras: PARQUE DE MADRID; as vio la estatua de Espartero, aquel general de bronce plantado en mitad de la calle, tricornio en mano, corts eterno que saludaba a los paseantes; la avenida luego, estrechndose con sus hileras de rboles; la plaza de toros, la carretera, en fin, por donde volaba el tranva, dejando atrs, en lenta marcha al cementerio, fnebres carrozas que no quera ver Luciano: una con blanco atad de mujer, y seguida de un cordn de coches vacos. Por qu detrs de aquella muerte no iban ms que cascarones del sentimiento? El conductor, al paso de los caballos empenachados, silbaba un aire de zarzuelilla, cruzadas las piernas en el pescante; los dems cocheros fumaban y se volvan para bromear unos con otros
TRIGO
(Ingenuas, 424-425)
Este fielato lo he visto en lo que es hoy glorieta de Bilbao. Donde yo tuve mi primera barraca hay ahora un gran caf. Todo eran desmontes, cuevas para gente mala; a Dios le quitaban la capa as que cerraba la noche; y ahora anda uno por all, y todo son calles y ms calles, y luz elctrica, y adoquines, y asfaltos, donde estos ojos pecadores vieron correr conejos Los antiguos cementerios han quedado dentro; los pobres que vivimos
52
cerca de ellos vamos en retirada, y acabaremos por acampar ms all de Fuencarral. Dicen que esto es el Progreso, y yo respeto mucho al tal seor. Muy bien por el Progreso; pero que sea igual para todos. Porque yo, seor mo, veo que de los pobres slo se acuerda para echarnos lejos, como si apestsemos. El hambre y la miseria no progresan ni se cambian por algo mejor. La ciudad es otra; los de arriba gastan ms majencia; pero los medianos y los de abajo estn en lo mismo. Igual hambre hay ahora que en mis buenos tiempos.
BLASCO IBEZ
(Horda, 1376)
El cementerio de San Martn mostr sobre una altura su romntica aglomeracin de rectos cipreses. La escuela protestante asomaba sobre las mseras casuchas su mole de ladrillo rojo. Marcbase en la ancha calle de Bravo Murillo la interminable hilera de postes elctricos; unas filas de cruces blancas flameadas de arbolillos, y en el fondo, sumido en una hondonada, Madrid, envuelto en la bruma del despertar, con los tejados al ras del suelo, y sobre ellos, la roja torre de San Cruz con su blanca corona.
(Ibdem, 1366)
53
hablan de lo otro. Que si el gobierno caer; que si la Fulana est con Fulano; que estoy perdido por la tal; que al to aqul le voy a dar dos bofetadas. Cosas naturales!
E. BLASCO
(Recuerdos, 371)
Sali Silvestre de su nueva casa, tom la calle ancha de San Bernardo y por la cuesta de Santo Domingo baj a la plaza de Oriente. El da era de otoo, templado, tibio, convidaba al ocio. En los bancos de la plaza, apoyados en la verja, tomaban el sol, envueltos en la paosa parda, algunos vagos, dulce y apacible reminiscencia de los buenos tiempos de nuestra hermosa Espaa. Silvestre comenz a bajar por la Cuesta de la Vega. Desde all, bajo el sol plido y el cielo lleno de nubes algodonosas, se vea extender el severo paisaje madrileo de El Pardo y de la Casa de Campo, envuelto en una gasa de tenues neblinas. A la izquierda se destacaba por encima de algunas casas de la calle de Segovia la pesada mole de San Francisco el Grande, y de la humilde calle, hacia el lado izquierdo de la iglesia, se vea subir la escalera de la Cuesta de los Cojos: un rincn de aldea encantador.
BAROJA
(Aventuras, 113)
A medioda la madre de Maltrana le tomaba en uno de sus brazos y, pasando el otro por el asa de la cesta, iba en busca de su marido, el albail. Coman en las aceras de las calles estrechas y pendientes, junto al pavimento de agudos guijarros; otras veces, en plena Castellana, a la sombra de un rbol, viendo pasar lujosos carruajes, que, heridos por el sol, echaban rayos de su charolado exterior, y sombrillas rojas y azules, graciosas cpu-
54
las de seda, bajo las cuales marchaban seoritas elegantes, precedidas de nios enguantados y con huecos faldellines, que el hijo del albail contemplaba con asombro. Sentbanse ante el hondo plato, en el cual volcaba la madre el pucherete de los das de abundancia o un pobre guiso de patatas al final de la semana. Las rfagas del invierno cubran la comida de polvo y hojas secas. Cuando rompa a llover apenas volcado el puchero, la familia se refugiaba en un portal para engullir el resto de su pitanza.
BLASCO IBEZ
(Horda, 1378)
En Madrid, donde la calle profesional no existe, en donde todo anda mezclado y desnaturalizado, era una excepcin honrosa la calle de Magallanes, por estar francamente especializada, por ser exclusivamente fnebre, de una funebridad nica e indivisible. Solamente poda parangonarse en especializacin con ella alguna otra callejuela de barrios bajos y la calle de la Justa, hoy de Ceres. Esta ltima, sobre todo, dedicada galantemente a la diosa de las labores agrcolas, con sus casuchas bajas en donde hacen tertulia los soldados; esta calle, resto del antiguo burdel, poblada de mujeronas bravas, con la colilla en la boca, que se hablan de puerta a puerta, acarician a los nios, echan cntimos a los organilleros y se entusiasman y lloran oyendo cantar canciones tristes del presidio y de la madre muerta, poda sostener la comparacin con aqulla, poda llamarse, sin protesta alguna, calle del Amor, como la de Magallanes poda reclamar, con justicia, el nombre de calle de la Muerte. Otra cualidad un tanto paradjica una a estas dos calles, y era que, as como la de Ceres, a fuerza de ser francamente amorosa, recordaba el sublimado corrosivo y a la larga la muerte; as la de Magallanes, por ser extraordinariamente fnebre, pareca a veces una calle jovial, y no era raro
56
CABECERA
57
ver en ella a algn obrero cargado de vino, cantando, a alguna pareja de golfos sentados en el suelo, recordando sus primeros amores. La plazoleta innominada, cruzada por la calle de Magallanes, tena una parte baja por donde corra sta y otra a un nivel ms alto, que formaba como un raso delante de la parroquia. En este raso o meseta, con una gran cruz de piedra en medio, solan jugar los chicos novilleros de la vecindad. Todas las casas de la plazoleta y de la calle de Magallanes eran viviendas pobres, la mayora de piso bajo, con un patio grande y puertas numeradas; casi todas ellas eran nuevas, y en la lnea entera nicamente haba una casa aislada, una casita vieja de un piso, pequea y rojiza.
BAROJA
(Aurora, 30-31)
Al cruzar la Puerta del Sol mir el reloj del ministerio de la Gobernacin; eran las ocho. Cambi el paraguas a la mano izquierda y llevse la derecha a la boca para alentar sobre ella e infundirla calor; despus la guard en el bolsillo del pantaln apretando mucho los dedos unos contra otros. Al entrar en la calle Montera oy una voz estentrea que pregonaba: Caf
60
caliente! Y vio un grupo de vendedores de peridicos, colilleros, barrenderos y agentes de orden pblico, reunidos alrededor de un hombrecillo regordete que sacaba un brebaje obscuro y humeante de una no muy limpia cantimplora de hojalata colocada sobre un braserillo. Aquel cuadro de costumbres madrileas trajo a Sandoval recuerdos de otros tiempos. Iba caminando maquinalmente hacia la calle de Hortaleza y abarcando los detalles del cuadro. A su lado pasaban algunos obreros deprisa, con la gorra sobre las cejas, la nariz amoratada por el fro, la americanilla abrochada, los brazos cruzados sobre el pecho y las manos sobre los sobacos, para calentrselas con el calor del propio cuerpo; criadas madrugadoras que iban a la plaza envueltas
ZAMACOIS
(Enferma, 57)
En la Plaza Mayor
Zambombas y panderetas! Seorita, un Nacimiento! A ver quin quiere el pavito! Quin lo quiere que lo vendo! Cunto vale? Seis pesetas. Anda Dios, por ese precio dicen papa! Y dicen tate, y le arrullan a ust el sueo con el valche de las olas! Hacen cuatro? Ni una menos! Es precio fijo? Pues claro! Pues ni que fuera su nieto,
61
u algo asn de la familia, pa no rebajarle el precio! Hacen cinco? No hace nada! Canario, cmo est el tiempo! Hijo, por Dios, si este pavo cuasi cuasi est en los huesos! Pues dle ustez el aceite de bacalao! Y un torrezno! U llvele a Panticosa! U que tome agua de hierro! La zambomba! La pandereta! Al bonito Nacimiento! Qu divertidos! Qu alegres! Que se va a marchar el ciego! Quin pide ms villancicos, polticos, picarescos, pa pasar la Nochebuena con el estmago lleno de tajadas y buen trago y la gente a medios pelos! Qu pide ust por la noria padornar el Nacimiento? Dos pesetas! Ah van! Vengan! Sern buenas? Sern cuernos! Ti ust que llevar el burro p que se complete el juego y d vueltas a la noria. []
CASERO
(Gatos, 48-49)
63
CABECERA
64
4. El parque. El jardn
[] Noble jardn, pens, verde salterio que eternizas el alma de la tarde, y llevas en tu sombra de misterio estrecho ritmo al corazn cobarde y hmedo aroma al alma!, en tus veredas silenciosas, mil sueos resucitan de un ayer, y en tus anchas alamedas claras, los serios mrmoles meditan inmviles secretos verticales, ms graves que el silencio de tus plazas, donde sangran amores los rosales y el agua duerme en las marmreas tazas. []
A. MACHADO
(La tarde en el jardn (fragmento), Poesa, 746)
El jardn negro
Es noche. La inmensa palabra es silencio Hay entre los rboles un grave misterio El sonido duerme, el color se ha muerto. La fuente est loca, y mudo est el eco. []
M. MACHADO
(El jardn negro, Alma, 126)
65
E L PA R Q U E . E L JA R D N
Entre la bruma
El jardn solo! Un sol ltimo enciende los brotes nuevos que ayer mismo, entre la bruma, estallaron los almendros. Entre la bruma de hoy, por el blancor verde y fresco, negros, los mirlos se silban en el inmenso silencio. En torno, el agua sonre limpia, viva entre los fresnos, ondulando de delicia su cuerpo desnudo lento. (Jardines galantes)
J.R.J.
(Entre la bruma, Leyenda, 11)
El tndem lo llevaban entre los cuatro, a remolque Cuando llegaron al Retiro, era casi de noche, y las muchachas, que entraron en el caf a preguntar, segn dijeron, por sus bicicletas, salieron diciendo que la familia a quien encomendaron su custodia, se las haba llevado. Entonces los cuatro se acomodaron en un banco, bajo un grupo de rboles, entre la sombra discreta; y all fue el decirse ternezas al odo y pellizcarse y hocicarse amorosamente a hurtadillas de los transentes. El da comenz bien, y
66
E L PA R Q U E . E L JA R D N
prometa concluir ptimamente, pues ellas aseguraron que en su casa nadie las esperaba, y que ms tarde, despus del teatro De pronto, quisieron montar en tndem. Un poco ms, decan. Ellos, por apreciar mejor las exuberantes perfecciones fsicas de sus amigas, accedieron. Ea, pues; una vueltecita alrededor del Estanque, y nos vamos. Hale! Daos prisa! Ellas montaron y partieron, lentamente primero, luego a escape, ayudando el esfuerzo de sus piernas con anadeos perversos: sus carcajadas desfallecan en el espacio debilitadas por la distancia. Pasaron diez minutos, quince media hora y las francesitas no volvan. Ni volvieron? interrumpi Teresa impaciente. Qu haban de volver? Acaso pedaleen an derechamente camino de Pars.
ZAMACOIS
(Duelo, 255)
Las perspectivas del largo paseo de Recoletos, las callejas del Retiro festoneadas de hierba, aquellos paisajes retocados y embellecidos por la mano experta de los jardineros, los puentes rsticos tendidos sobre arroyos artificiales, las estatuas colocadas en los recodos de los caminos y blanqueando entre la espesura como aquellas deidades inmortales habitadoras de los bosques helnicos; toda esa obra, en fin, donde el hombre imita y aun sobrepuja a la naturaleza, esclavizaba el espritu de la gentil lugarea con la prestigiosa sugestin de lo nuevo. Y lo que ms contribua a este bienestar ntimo era el recuerdo de sus noches de amor, el dulce quebranto de su cuerpo, la laxitud de su carne, que acreca la exaltacin de sus nervios con una especie de lujuria imaginativa. Su temperamento perezoso de soadora se acomodaba fcilmente a la nueva existencia, tan prdiga en diversiones como ayuna de quehaceres; y el verse libre de esas engorrosas pequeeces que constituyen el aburrido programa de la vida domstica y la persuasin de que los das sucesivos seran la repeticin feliz de los anteriores, eran los dos ptimos encantos de su luna de amor.
ZAMACOIS
(Tik, 62-63)
68
II
VIDA DE CADA DA
5. La casa (lujosa)
Acto cuarto
A la hora fijada por el Sr. de Moreno Trujillo, ni un minuto ms ni minuto menos, llamaba Benina a la puerta del principal de la calle de Atocha, y una criada la introdujo en el despacho, que era muy elegante, todos los muebles igualitos en color y hechura. Mesa de ministro ocupaba el centro, y en ella haba muchos libros y fajos de papeles. Los libros no eran de leer, sino de cuentas, todo muy limpio y ordenadito. La pared del centro
71
LA CASA (LUJOSA)
ostentaba un retrato de Doa Pura, cubierto con una gasa negra, en marco que pareca de oro puro. Otros retratos de fotografa, que deban de ser de las hijas, yernos y nietecillos de D. Carlos, veanse en diversas partes de la estancia. Junto al cuadro grande, y pegadas a l, como las ofrendas o exvotos en el altar, pendan multitud de coronas de trapo con figuradas rosas, violetas y narcisos, y luengas cintas negras con letras de oro. Eran las coronas que haba llevado la seora en su entierro, y que D. Carlos quiso conservar en casa, porque no se estropeasen en la intemperie del camposanto. Sobre la chimenea, nunca encendida, haba un reloj de bronce con figuras, que no andaba, y no lejos de all un almanaque americano, en la fecha del da anterior. Al medio minuto de espera entr D. Carlos, arrastrando los pies, con gorro de terciopelo calado hasta las orejas, y la capa de andar por casa, bastante ms vieja que la que usaba para salir. El uso continuo de esta prenda, aun ms all del 40 de mayo, se explica por su aborrecimiento de estufas y braseros que, segn l, son la causa de tanta mortandad. Como no estaba embozado, pudo Benina observar que traa cuellos y puos limpios, y gruesa cadena de reloj, galas que sin duda respondan a la etiqueta del aniversario. Con un inconmensurable pauelo de cuadros se limpiaba la continua destilacin de ojos y narices; despus se son con estrpito dos o tres veces, y viendo a Benina en pie, la mand sentar con un gesto, y l ocup gravemente su sitio en el silln, compaero de la mesa, el cual era de respaldo alto y tallado, al modo de sitial de coro. Benina descans en el filo de una silla, como todo lo dems, de roble con blando asiento de terciopelo verde.
GALDS
(Misericordia, 129-130)
72
LA CASA (LUJOSA)
ses, en donde no se vean mas que mujeres delgadas, con el talle largo, un lirio en la mano y una expresin de estupidez desagradable. [] El despacho era grande, de techo alto; tena varios retratos al leo, y, cerca de los balcones, haba vitrinas llenas de miniaturas y sortijas. En el fondo haba una chimenea encendida.
BAROJA
(Aurora, 271-272)
73
LA CASA (LUJOSA)
75
LA CASA (LUJOSA)
monarcas en sus salones. De ella era tambin un anillo de solitaria belleza, una perla cuyo oriente se destaca singular entre finas chispas, todo de un gusto de exquisitez hoy no usada, y que seguramente adorn en no muy lejanos tiempos dedos principales que muestran su gracia nobiliaria en los retratos de Pantoja. De ella asimismo una peineta que ostenta en su semicrculo tantas amatistas como para las manos de diez arzobispos. De las joyas en mi rpida visita paso a los libros: primero los incunables alemanes e italianos; eucologios de Amsterdam; hermosas ediciones de Espaa, la esplndida de Montfort, de Sancha, de la Imprenta Real; varios infolios pertenecientes a la biblioteca del infante Don Sebastin; una crnica de Pero Nio, de severa elegancia tipogrfica; rollos hebreos; pergaminos gemados de maysculas que revelan la fina y paciente labor de la mano monacal; sellos de Don Alfonso el Sabio; prodigiosas caligrafas arbigas; autgrafos de un valor inestimable. Buena parte de todo lo que adorna esta mansin fue expuesta en la Exposicin Histrica europea y americana que se celebr en esta capital, con motivo del Centenario de Coln, y en el actual palacio de la Biblioteca y Museo de Arte Moderno.
DARO
(Espaa, 86-87)
76
LA CASA (LUJOSA)
dimensiones y luces de la sala; y sobre un centro de mrmol y entre pintarrajeadas porcelanas de Vegdwod haba una pecera donde jugueteaban diminutos pececillos multicolores. Pero la habitacin favorita de Elisa Conde era el gabinete contiguo al saln. Las rinconeras estaban adornadas con servicios japoneses de caf y porcelana chinescas, y en el forro de los muebles y sobre las finsimas esterillas de junco que tapizaban las paredes haba pajarracos zancudos que parecan revolotear sobre ros de ail, y macaquitos de rostro redondo y cermico, con ojos pequeines y oblicuos, y los enclenques cuerpecillos abrigados bajo largos mantos de color escarlata; sobre la chimenea haba un espejo que reflejaba las luces del saln y en el centro, y a modo de columna, la barra de una enorme sombrilla japonesa abierta que cubra el techo y llegaba a las paredes, dando al gabinete el pintoresco aspecto de una tienda de campaa. Cerca del balcn, bajo el pabelln formado por los cortinajes de la ventana, apareca una estatua de mrmol, imitacin perfecta de la Venus Loca de Luxemburgo, que perpetuaba la belleza sin tacha de la antigua modelo: blanca, garrida, sensual, vivificada por aquel hlito soberano de juventud que el habilsimo artista supo derramar sobre ella, suavizando los contornos duros de la piedra y caldeando as aquellas tesuras fras que recordaban a la Elisa Conde de antao, sin arrugas ni desmayos seniles. La estatua se hallaba de perfil ante un espejo y su parte posterior, iluminada por la luz de la ventana, brillaba alegremente sobre la superficie lmpida del cristal Y all segua, con su cabeza de loca cada hacia atrs, su seno levantado, su brazo derecho extendido presentando una copa vaca, su dorso quebrado, acentuando la concavidad de la cintura para realzar la pomposidad de sus nalgas de gozadora; todo ello brillando con el extremado pulimento de la carne joven y convidando al deleite, fecundo manantial de la vida, y a la borrachera, matriz del olvido o labrador santo que arranca del campo de la memoria la cizaa importuna de los recuerdos.
ZAMACOIS
(Tik, 93-94)
78
Acto segundo
Porque ven aqu: t vives en la calle del Bastero en una casa ms vieja que la Central de Correos. Es verdaz?
79
L A C A S A ( M O D E S TA )
Verdaz. Ni tis ms vista que un tendero de intestinos, que corrompe cuando hace un poco de cfiro; agrega que el mengitorio lo tens a medio metro del fogn, y que la alcoba sos sirve de comedero, y de saln de vesitas, y de lugar de festejos; pon que barrs en verano una vez, y otra en invierno, y ahora d t si el que vive propiamente como un cero (con perdn) pu molestarse por tan poco
LPEZ SILVA
(Gente, 418-9)
Dedicaron aquel da al cambio de muebles. Los que se iban embalaron unos pocos suyos y devolvieron los ms, que eran alquilados, dejando slo algunos chismes de cocina, que no valan la molestia de transportarlos, y las que se quedaban distribuyeron provisionalmente los muebles trados de la estacin, que eran, segn nota escrita de puo y letra de doa Candelaria: una cama grande y tres pequeas de hierro, cada una con un jergn, dos colchones de lana, un juego de almohadas y dos cobertores; un estrado completo en bastante buen uso, con dobles fundas blancas y de lona gruesa; doce cuadros, pintados por Colomba; una docena de sillas de paja, dos de cuero y un silln de vaqueta; una cmoda; dos armarios; dos clavijeros de hierro y dos de madera; una mesa de sala, con su espejo, y dos ms, una de comedor y otra pequea de pino; un tocador con espejo y dos espejos ms, sueltos; un cajn con varios santos de talla, dos de ellos, San Jos y la
81
Manuel Cusi: Al lado de la estufa. 1896. Museu Nacional dArt de Catalunya. Barcelona.
L A C A S A ( M O D E S TA )
Virgen del Socorro, con sus correspondientes fanales; una caja con una guitarra y una bandurria; un cajn grande con varios efectos de cocina. Todos los dems objetos venan en tres grandes bales llenos principalmente de ropa blanca de cama y vestir y de rollos de tela, antiguos vestidos que doa Candelaria haba deshecho para teirlos y arreglarlos para el luto, a fin de no comprar ms que lo preciso, que era lo que traan puesto. No es posible describir la colocacin que los muebles enumerados tenan en el piso de la calle de Villanueva, porque fueron tantos los cambios que sufrieron, que no pasaba da sin que aquellas seis mujeres, solas y sin ocupacin por el momento, no se entretuvieran ideando una nueva distribucin de la casa y del moblaje. Ni la cocina, cuyo uso forzoso estaba indicado para las hornillas, carboneras, vasares, fregadero y cao de agua sucia, se vio libre de la accin revolucionaria de aquellas amazonas, que la convirtieron en comedor para que la hornilla y vasares hicieran las veces de repostero. Para guisar lo poco caliente que guisaban serva un anafe que doa Cadelaria haba trado, y que economizaba mucho carbn y trabajo de limpieza.
GANIVET
(Trabajo, 144-145)
84
L A C A S A ( M O D E S TA )
aos se hubiese depositado sobre los objetos unido al sudor de unas cuantas generaciones de huspedes. De da, el comedor era obscuro; de noche, lo iluminaba un quinqu de petrleo de sube y baja que manchaba el techo de humo.
BAROJA
(Busca, 32)
S e pasaba dentro de la casa. Si era de da, encontrbase uno sumergido en las profundas tinieblas; lo nico que denotaba el cambio de lugar era el olor, no precisamente por ser ms agradable que el de la escalera, pero s distinto; en cambio, de noche, a la vaga claridad difundida por una mariposa de corcho, que nadaba sobre el agua y el aceite de un vaso, sujeto por una anilla de latn a la pared, se advertan, con cierta vaga nebulosidad, los muebles, cuadros y dems trastos que ocupaban el recibimiento de la casa. Frente a la entrada haba una mesa ancha y slida, y sobre ella una caja de msica de las antiguas, con cilindros de acero erizados de pinchos, y junto a ella una estatua de yeso: figura ennegrecida y sin nariz, que no se conoca fcilmente si era de algn dios, de algn semidis o de algn mortal. En la pared del recibimiento y en la del pasillo se destacaban cuadros pintados al leo, grandes y negruzcos. Un inteligente quiz los hubiese encontrado detestables; pero la patrona, que se figuraba que un cuadro muy obscuro deba de ser muy bueno, se recreaba, a veces, pensando que quiz aquellos cuadros, vendidos a un ingls, le sacaran algn da de apuros. Eran lienzos en donde el pintor haba desarrollado escenas bblicas tremebundas: matanzas, asolamientos, fieros males; pero de tal manera, que a pesar de la prodigalidad del artista en sangre, llagas y cabezas cortadas, aquellos lienzos, en vez de horrorizar, producan impresin alegre. Uno de ellos representaba la hija de Herodes contemplando la cabeza de San Juan Bautista. Las figuras todas eran de amable jovialidad; el rey, con indumentaria de rey de baraja y en la postura de un jugador de nai-
85
L A C A S A ( M O D E S TA )
pes, sonrea; su hija, seora coloradota, sonrea; los familiares, metidos en sus grandes cascos, sonrean, y hasta la misma cabeza de San Juan Bautista sonrea, colocada en un plato repujado. Indudablemente el autor de aquellos cuadros, si no el mrito del dibujo ni el del colorido, tena el de la jovialidad. A derecha e izquierda de la puerta de la casa corra el pasillo, de cuyas paredes colgaban otra porcin de lienzos negros, la mayora sin marco, en los cuales no se vea absolutamente nada, y slo en uno se adivinaba, despus de fijarse mucho, un gallo rojizo picoteando en las hojas de una verde col.
(Ibdem, 17-19)
86
L A C A S A ( M O D E S TA )
Daba el Corraln ste era el nombre ms familiar de la piltra del to Rilo al Paseo de las Acacias; pero no se hallaba en la lnea de este paseo, sino algo metida hacia atrs. La fachada de esta casa, baja, estrecha, enjalbegada de cal, no indicaba su profundidad y tamao; se abran en esta fachada unos cuantos ventanucos y agujeros asimtricamente combinados, y un arco sin puerta que daba acceso a un callejn empedrado con cantos, el cual, ensanchado despus, formaba un patio, circunscrito por altas paredes negruzcas. De los lados del callejn de entrada suban escaleras de ladrillo a galeras abiertas, que corran a lo largo de la casa en los tres pisos, dando
87
L A C A S A ( M O D E S TA )
la vuelta al patio. Abranse de trecho en trecho, en el fondo de estas galeras, filas de puertas pintadas de azul, con un nmero negro en el dintel de cada una. Entre la cal y los ladrillos de las paredes asomaban, como huesos puestos al descubierto, largueros y travesaos, rodeados de tomizas resecas. Las columnas de las galeras, as como las zapatas y pies derechos en que se apoyaban, deban haber estado en otro tiempo pintados de verde; pero, a consecuencia de la accin constante del sol y de la lluvia, ya no les quedaba ms que alguna que otra zona con su primitivo color. Hallbase el patio siempre sucio; en un ngulo se levantaba un montn de trastos inservibles, cubierto de chapas de cinc; se vean telas puercas y tablas carcomidas, escombros, ladrillos, tejas y cestos: un revoltijo de mil diablos. Todas las tardes, algunas vecinas lavaban en el patio, y cuando terminaban su faena vaciaban los lebrillos en el suelo, y los grandes charcos, al secarse, dejaban manchas blancas y regueros azules del agua de ail. Solan echar tambin los vecinos por cualquier parte la basura, y cuando llova, como se obturaba casi siempre la boca del sumidero, se produca una pestilencia insoportable de la corrupcin del agua negra que inundaba el patio, sobre la cual nadaban hojas de col y papeles pringosos. A cada vecino le quedaba para sus menesteres el trozo de galera que ocupaba su casa; por el aspecto de este espacio poda colegirse el grado de miseria o de relativo bienestar de cada familia, sus aficiones y sus gustos.
BAROJA
(Busca, 81-83)
88
L A C A S A ( M O D E S TA )
No lejos del punto en que Mesn de Paredes desemboca en la Ronda de Toledo, hallaron el parador de Santa Casilda, vasta colmena de viviendas baratas alineadas en corredores sobrepuestos. ntrase a ella por un patio o corraln largo y estrecho, lleno de montones de basura, residuos, despojos y desperdicios de todo lo humano. El cuarto que habitaba Almudena era el ltimo del piso bajo, al ras del suelo, y no haba que franquear un solo escaln para penetrar en l. Componase la vivienda de dos piezas separadas por una estera pendiente del techo: a un lado la cocina, a otro la sala, que tambin era alcoba o gabinete, con piso de tierra bien apisonado, paredes blancas, no tan sucias como otras del mismo casern o humana madriguera. Una silla era el nico mueble, pues la cama consista en un jergn y mantas pardas, arrimado todo a un ngulo. La cocinilla no estaba desprovista de pucheros, cacerolas, botellas, ni tampoco de vveres.
GALDS
(Misericordia, 91-92)
[]y lo que a m me falta tenlo t, y come y bebe, y emborrchate; y ten casa de balcn con mesas de de noche, y camas de hierro con sus colchas rameadas, tan limpias como las del Rey; y ten hijos que lleven boina nueva y alpargata de suela, y nia que gaste toquilla rosa y zapatito de charol los domingos, y ten un buen anafre, y buenos felpudos para delante de las camas, y cocina de co, con papeles nuevos, y una batera que da gloria con tantismas cazoletas; y buenas lminas del Cristo de la Caa y Santa Brbara bendita, y una cmoda llena de ropa blanca; y pantallas con flores, y hasta mquina de coser que no sirve, pero encima de ella pones la pila de Semanas; []
(Ibdem, 82)
89
L A C A S A ( M O D E S TA )
90
L A C A S A ( M O D E S TA )
El dormitorio no tena otro respiradero que la puerta. El techo era tan bajo, que entre l y la cama slo exista el espacio necesario para dormir tendido. Haba que subir a ella deslizndose como por la boca de una madriguera. Isidro not la falta de ventanas. Es lo mejor que tiene el dormitorio. Cuando hace fro o cuando hiela, duerme uno tan ricamente con el calor de la mula y del estircol, que da gloria. Mira si estar abrigado esto, que hasta en invierno tenemos moscas. Ni en la plaza de Oriente estn un da de nieve tan bien como aqu. El trapero levant la luz hasta el techo, tocando con cierto cuidado, como objetos frgiles y preciosos, las telas empolvadas que pendan de la paja. Mira: telaraas. Las ves? Aqu, all, por todos lados. No tenemos ventanas y cristales y otras cosas superfluas y malignas para la salud; pero telaraas puedo apostar con el ms rico a ver quin las tiene mejores. Maltrana pareca desconcertado por la gravedad con que hablaba Zaratustra. Donde veas telaraas slo veras salud continu. Esto no lo saben los mediquillos de Madrid, que, porque leen libros, se burlan de los sabios como yo, que leemos en la tierra y en el cielo. En las casas de las ciudades no hay telaraas, y todos andan esmirriados, amarilluchos y mueren jvenes. La telaraa es un regalo de Dios, que vela por nuestra salud. Tamiza el aire, le quita los malos bicharracos que dan las enfermedades, se come a los microbios y dems insectos
BLASCO IBEZ
(Horda, 1411-1412)
91
6. El vestido
92
EL VESTIDO
(ROSA e ISIDRA.)
ROSA.
ISIDRA.
(Volvindose hacia la ISIDRA.) Ya me pein. Vaya si ests guapa! Vales as como el doble que hace
ocho meses. Es que el trabajo y las necesidades matan mucho Si aun no s cmo yo! ISIDRA. Locuras que hacemos las mujeres! Gracias a que abriste a tiempo los ojos. ROSA. (Que mientras habla ha estado en el tocador, pasndose una borla de polvos por la cara.) Ya! Ya! (Contemplndose en el espejo del tocador.) ISIDRA. Qu vestidos vas a ponerte? ROSA. Esta misma falda y la blusa encarnaa. All la tengo, en aquel cuarto. (El de la derecha.) Voy a buscarla. (Entra en el cuarto de la derecha.) En seguida vuelvo. ISIDRA. Quieres que te ayude? ROSA. (Dentro.) No hace falta. Squeme ust de ese armario el mantn. ISIDRA. Cul de ellos? ROSA. (Dentro.) El negro de Manila, bordao. ISIDRA. (Abre el armario de la izquierda del fondo.) Tienes aqu una tienda! (Registrando entre la ropa.) Dnde tienes el mantn? ROSA. (Dentro.) A la derecha; junto al vestido azul. ISIDRA. Ya di con l. Cuidao si es rico! (Mirando el mantn.) Aqu te lo dejo; en esta silla. (Deja el mantn sobre una silla. Sale ROSA de la habitacin de la derecha, abrochndose la blusa.) ROSA. Malditas mangas! Cuesta un ao metrselas. ISIDRA. Quieres algo ms? ROSA. Nada; hasta maana. Deje ust entornaa la puerta de la calle pa cuando suba Paco. (Sale ISIDRA por el segundo fondo, y deja entornada la puerta.)
ROSA.
Escena IV
94
EL VESTIDO
DICENTA
95
EL VESTIDO
El seor tiene mucha razn; mire usted yo tampoco haba cado en ello Quisiste que fuese de color de sangre prosigui Joaqun, y ah tienes el resultado: slo al diablo y a ti se os ocurre alquilar lo que hay en casa. Discutieron largamente aquella fruslera de que pareca depender la felicidad de todos; Martina, aunque a regaadientes y tropezones, iba cediendo. Al fin, abri el armario. Bueno dijo, voy a complacerte; siempre, al postre, eres t quien haba de quedar vencedor. Y sonrea satisfecha de que la hubiesen rogado tanto. Joaqun Montero se volvi al mercader: Cunto le debo? Ya ve usted, aunque la seorita no lleve el mantn la molestia de traerlo. Adems he perdido la noche; ya no es hora de alquilrselo a nadie Y bien? Cuarenta pesetas. Pag sin regatear y agreg: Carmen; acompaa al seor Martina prob a colocarse el mantn de distintos modos; al fin se lo puso cogindole varios pliegues con un alfiler cerca del cuello, entre los dos omoplatos, lo que daba al paoln un desgarro plebeyo, picante y gracioso. La Olivares giraba ufana, mimbreando el gallardo cuerpo, reconocindose hermosa con su busto de estatua, largo y esbelto, y sus nudosos cabellos castaos adornados con claveles rojos; sobre el fondo encarnado del gabinete, bajo el suave resplandor lechoso de las lamparillas elctricas, el mantn azul y blanco tena el glacis brillante y alegre de la porcelana. Martina haba cogido su antifaz.
ZAMACOIS
(Duelo, 234-235)
Instituto Cajal. Madrid. Curiosa, como hembra, no pudo menos de guluzmear en los paque-
96
CABECERA
97
EL VESTIDO
tes que llev Ponte. A ver qu trae usted ah? Mire que no he de permitirle tirar el dinero. Veamos: un hongo claro Bien, me parece muy bien. A buen gusto nadie le gana. Botas altas Hombre, qu elegantes! Vaya un pie; ya querran muchas mujeres Corbatas: dos, tres Mira, Obdulia, qu bonita esta verde con motas amarillas. Un cinturn que parece un cors-faja. Bueno debe de ser esto para evitar que crezca el vientre Y esto qu es? Ah! espuelas. Pero Frasquito, por Dios, para qu quiere usted espuelas? Ya es que va a salir a caballo dijo Obdulia gozosa. Pasar por aqu? Ay, qu pena no verle! Pero a quin se le ocurre vivir en este cuartucho interior, sin un solo agujero a la calle?
GALDS
(Misericordia, 286)
99
EL VESTIDO
100
7. El trabajo
Al detenerse un instante en la cumbre del cerro, el joven volvi a
ver los rosarios luminosos del alumbrado de los pueblos, la nube roja que se cerna sobre Madrid. Descansaba la gran villa envuelta en discreta luz, mientras en sus lbregos alrededores se agitaban los aventureros de la vida, sin miedo al peligro. Maltrana, contemplando el lejano Madrid, crey ver un smbolo de la vida moderna, de la desigualdad social implacable y sin entraas. Los dichosos, los ahtos, descansaban tranquilos al calor de una civilizacin cuyas ventajas eran los nicos en monopolizar. La caravana de los felices no quera ir ms all, creyendo haber visto bastante. Dorman en torno de la hoguera, acariciados por su tibio aliento, con el voluptuoso sopor de una digestin copiosa. Y ms all del crculo rojo trazado por las llamas, en el muro de sombras temblonas, tras las cuales estaba lo desconocido, brillaban ojos colricos, sonaba el rechinar de las uas al afilarse, estallaba el gruido de las bestias hambrientas, cegadas por tanto resplandor. Los vagabundos del desierto social, los desertores de la caravana, los expulsados de ella, las fieras, los abortos de la noche, rondaban en torno del vivac, sin atreverse a salir del crculo de tinieblas, por miedo a afrontar la luz. Los cegaba el fuego; intimidbalos con glacial escalofro el brillar de las armas cadas junto a los durmientes. Amenazaban, rugan; pero los dichosos, sumidos en dulce sueo, no podan or sus amenazas y sus mugidos. Maltrana pens que alguna vez la hoguera, falta de nuevos combustibles, se extinguira poco a poco; y cuando slo quedasen rojos tizones y las tinieblas voraces invadieran el crculo de la luz, vendra la gran pelea, la lucha en la sombra, el empujn arrollador de la muchedumbre, el asalto de los engendros de la oscuridad, para apoderarse de todas las riquezas de los felices; de los bagajes que contienen el bienestar, monopolizado por ellos; de las armas, que son su mejor derecho.
BLASCO IBEZ
(Horda, 1406-1407)
101
E L T R A BA J O
El seor Jos, al hablar de los rebeldes, senta la clera de un antiguo sostenedor del orden, moldeado por la disciplina. El guardia civil resucitaba bajo su blusa. Reconoca que todo estaba mal repartido, y que el pobre sufra mucho. l mismo pasaba temporadas de horrible miseria, y su fin, cuando se sintiese viejo, sera mendigar en la calle o morir en el hospital. Pero si metan sus manos aquellos arregladores que predicaban contra los ricos, quedara el mundo mejor? Cada uno para lo que ha nacido, y que se conforme con su suerte continu el albail. Yo tambin he visto algo, Isidro, aunque no sea letrado como t Cul es la cosa mejor organizada en todas las naciones y que marcha ms derecha? No me negars que es el Ejrcito. Yo he pertenecido a l y le debo mi buena crianza. Y qu pasa en el Ejrcito? Pues que los soldados son los ms, y comen rancho y se joroban, y los oficiales, que son menos, y mucho menos los coroneles y los generales, comen perdices o lo que se les antoja, y viven mejor. Nombra a todos los soldados generales, como quieren algunos, y se acab el Ejrcito; haz a todos los jefes soldados rasos, como piden otros, y no habr quien dirija; total: el mismo resultado. Pues esto aplcalo a los paisanos, y comprenders por qu pienso yo como pienso. Los que hemos nacido para soldados, a llevar a cuestas la mochila del trabajo, sin pensar en insurrecciones ni en hacer fuego por la espalda sobre los jefes. T, que has nacido para oficial, a coger pronto los galones, y a ver si algn da pescas la faja. El seor Jos era escuchado en silencio por Maltrana. Al albail gustbale hablar con hombres de estudios, que supieran distinguir. Aunque l fuese hijo de la Isidra, su educacin convertalo en hombre superior, casi en uno de aquellos seres que el antiguo guardia civil veneraba como pastores de la Humanidad, designados por un poder misterioso, que l no se tomaba el trabajo de conocer. Al lado del joven daba salida el albail a su lenta verbosidad, con voz bronca y montona. No poda hablar con los compaeros de trabajo; estaba en desacuerdo con ellos, le insultaban por reaccionario, por borrego, echndole en cara sus tiempos de guardia civil. T eres un sabio, Isidro deca; t raciocinas, y por eso puedes comprenderme y hacerme justicia ms que esos animales Y qu es lo que digo yo para que me llamen borrego? Que esto de que el pobre se ponga sobre el rico o a un igual suyo, y que el criado se monte sobre el amo, no pue ser. Que siempre ha habido unos con dinero y otros sin l, y siempre
103
E L T R A BA J O
ser as. Que eso de los metinges y de las Sociedades slo sirve para llenar de humo la cabeza del trabajador y echarlo a la calle a que le calienten las costillas. Lo que le importa al jornalero es encontrar donde le den jornal, y ser bueno, para que los seores le ayuden con la limosna Y tambin me da rabia que en todos esos metinges se metan con los curas, y eso que, como t sabes, hace un porcin de tiempo que yo no voy a misa. Pero qu mal hacen esos pobres seores de la sotana al trabajador? Ellos, al menos, dan algo: reparten limosnas, tienen asilos, se ocupan del pobre y predican a los ricos para que se corran con dinero. Y los otros, que hablan en las reuniones sobre esos papas del socialismo y la anarqua, no dan ni un botn. Qu han de dar, si son unos pelagatos!
(Ibdem, 1392)
104
E L T R A BA J O
del gabn levantado, se deslizaba siniestro como un bho ante la luz, y mientras tanto comenzaban a pasar obreros El Madrid trabajador y honrado se preparaba para su ruda faena diaria. Aquella transicin del bullicio febril de la noche a la actividad serena y tranquila de la maana hizo pensar a Manuel largamente. Comprenda que eran las de los noctmbulos y las de los trabajadores vidas paralelas que no llegaban ni un momento a encontrarse. Para los unos, el placer, el vicio, y la noche; para los otros, el trabajo, la fatiga, el sol. Y pensaba tambin que l deba de ser de stos, de los que trabajan al sol, no de los que buscan el placer en la sombra.
BAROJA
(Busca, 297)
106
E L T R A BA J O
como inservible, le pareca a Manuel un lugar a propsito para l, residuo tambin desechado de la vida urbana. Manuel no haba visto ms campos que los tristes y pedregosos del pueblo de Soria y los ms tristes an de los alrededores de Madrid. No sospechaba que en sitios no cultivados por el hombre hubiese praderas verdes, bosques frondosos, macizos de flores; crea que los rboles y las flores slo nacan en los jardines de los ricos Los primeros das en casa del seor Custodio parecieron a Manuel de demasiada sujecin; pero como en la vida del trapero hay mucho de vagabundo Se levantaba el seor Custodio todava de noche, despertaba a Manuel, enganchaban entre los dos los borricos al carro y comenzaban a subir a Madrid, a la caza cotidiana de la bota vieja y del pedazo de trapo. Unas veces iban por el paseo de los Melanclicos; otras, por las rondas o por la calle de Segovia. El invierno comenzaba; a las horas que salan, Madrid estaba completamente a obscuras. El trapero tena sus itinerarios fijos y sus puntos de parada determinados. Cuando iba por las rondas suba por la calle de Toledo, que era lo ms frecuente, se detena en la plaza de la Cebada y en Puerta de Moros, llenaba los serones de verdura y segua hacia el centro. Otros das se encaminaba por el Paseo de los Melanclicos a la Virgen del Puerto, de aqu a la Florida, luego a la calle de Rosales, en donde escoga lo que echaban algunos volquetes de la basura; segua a la plaza de San Marcial y llegaba a la plaza de los Mostenses. En el camino, el seor Custodio no vea nada sin examinar al pasar lo que fuera, y recogerlo si vala la pena; las hojas de verdura iban a los serones; el trapo, el papel y los huesos, a los sacos; el cok medio quemado y el carbn, a un cubo, y el estircol, al fondo del carro. Regresaban Manuel y el trapero por la maana temprano; descargaban en el raso que haba delante de la puerta, y marido y mujer y el chico hacan las separaciones y clasificaciones. El trapero y su mujer tenan habilidad y rapidez para esto, pasmosa. Los das de lluvia hacan la seleccin dentro del cobertizo. En estos das la hondonada era un pantano negro, repugnante, y para cruzarlo haba que meterse en el lodo, en algunos sitios hasta media pierna. Todo en estos das chorreaba agua; en el corral, el cerdo se revolcaba en el cieno;
107
E L T R A BA J O
las gallinas aparecan con las plumas negras, y los perros andaban llenos de barro hasta las orejas. Despus de la clasificacin de todo lo recogido, el seor Custodio y Manuel, con una espuerta cada uno, esperaban a que vinieran los carros de escombros, y cuando descargaban los carreros, iban apartando en el mismo vertedero: los cartones, los pedazos de trapo, de cristal y de hueso. Por las tardes, el seor Custodio iba a algunas cuadras del barrio de Argelles a sacar el estircol y lo llevaba a las huertas del Manzanares. Entre unas cosas y otras, el seor Custodio sacaba para vivir con cierta holgura; tena su negocio perfectamente estudiado, y como el vender su gnero no le apremiaba, sola esperar las ocasiones ms convenientes para hacerlo con alguna ventaja. El papel que almacenaba se lo compraban en las fbricas de cartn; le daban de treinta a cuarenta cntimos por arroba. Exigan los fabricantes que estuviese perfectamente seco, y el seor Custodio lo secaba al sol. Como a veces queran escatimarle en el peso, sola meter en cada saco tres o cuatro arrobas justas, pesadas con una romana; en la jerga del talego pintaba un nmero con tinta, indicador de las arrobas que contena; estos sacos los guardaba en una especie de bodega o sentina de barco que haba hecho el trapero ahondando en el suelo del cobertizo. Cuando haba una partida grande de papel se venda en una fbrica de cartn del Paseo de las Acacias. No sola perder el viaje el seor Custodio, porque adems de vender el gnero en buenas condiciones, a la vuelta llevaba su carro a las escombreras de una fbrica de alquitrn que haba por all, y recoga del suelo carbonilla muy menuda, que se quemaba bien y arda como cisco. Las botellas las venda el trapero en los almacenes de vino, en las fbricas de licores y de cervezas; los frascos de especficos, en las drogueras; los huesos iban a parar a las refineras, y el trapo, a las fbricas de papel. Los desperdicios de pan, hojas de verdura, restos de frutas, se reservaban para la comida de los cerdos y gallinas, y lo que no serva para nada se echaba al pudridero y, convertido en fiemo, se venda en las huertas prximas al ro.
(Ibdem, 262-265)
108
E L T R A BA J O
Era gente astrosa: algunos, traperos; otros, mendigos; otros, muertos de hambre; casi todos de facha repulsiva. Peor aspecto que los hombres tenan aun las mujeres, sucias, desgreadas, haraposas. Era una basura humana, envuelta en guiapos, entumecida por el fro y la humedad, la que vomitaba aquel barrio infecto. Era la herpe, la lacra, el color amarillo de la terciana, el prpado retrado, todos los estigmas de la enfermedad y de la miseria.
BAROJA
(Mala, 190)
109
E L T R A BA J O
La mujer de negro vestida, ms que vieja, envejecida prematuramente, era, adems de nueva, temporera, porque acuda a la mendicidad por lapsos de tiempo ms o menos largos, y a lo mejor desapareca, sin duda por encontrar un buen acomodo o almas caritativas que la socorrieran. Responda al nombre de la se Benina (de lo cual se infiere que Benigna se llamaba), y era la ms callada y humilde de la comunidad, si as puede decirse; bien criada, modosa y con todas las trazas de perfecta sumisin a la divina voluntad. Jams importunaba a los parroquianos que entraban o salan; en los repartos, aun siendo leoninos, nunca formul protesta, ni se la vio siguiendo de cerca ni de lejos la bandera turbulenta y demaggica de la Burlada. Con todas y con todos hablaba el mismo lenguaje afable y comedido; trataba con miramiento a la Casiana, con respecto al cojo, y nicamente se permita trato confianzudo, aunque sin salirse de los trminos de la decencia, con el ciego llamado Almudena, del cual, por el pronto, no dir ms sino que es rabe, del Sus, tres das de jornada ms all de Marrakesh. Fijarse bien. Tena la Benina voz dulce, modos hasta cierto punto finos y buena educacin, y su rostro moreno no careca de cierta gracia interesante que, manoseada ya por la vejez, era una gracia borrosa y apenas perceptible. Ms de la mitad de la dentadura conservaba. Sus ojos, grandes y oscuros, apenas tenan el ribete rojo que imponen la edad y los fros matinales. Su nariz destilaba menos que las de sus compaeras de oficio, y sus dedos, rugosos y de abultadas coyunturas, no terminaban en uas de cerncalo. Eran sus manos como de lavandera, y an conservaba hbitos de aseo. Usaba una venda negra bien ceida en la frente; sobre ella pauelo negro, y negros el manto y vestido, algo mejor apaaditos que los de las otras ancianas. Con este pergenio y la expresin sentimental y dulce de su rostro, todava bien compuesto de lneas, pareca una Santa Rita de Casia que andaba por el mundo en penitencia. Faltbanle slo el crucifijo y la llaga en la frente, si bien podra creerse que haca las veces de sta el lobanillo del tamao de un garbanzo, redondo, crdeno, situado como a media pulgada ms arriba del entrecejo. A eso de las diez, la Casiana sali al patio para ir a la sacrista (donde tena gran metimiento, como antigua), para tratar con D. Senn de alguna incumbencia desconocida para los compaeros y por lo mismo muy comentada. Lo mismo fue salir la caporala, que correrse la Burlada hacia el
110
E L T R A BA J O
otro grupo, como un envoltorio que se echara a rodar por el pasadizo, y sentndose entre la mujer que peda con dos nias, llamada Demetria, y el ciego marroqu, dio suelta a la lengua, ms cortante y afilada que las diez uas lagartijeras de sus dedos negros y rapantes. Pero qu, no creis lo que vos dije? La caporala es rica, mismamente rica, tal como lo estis oyendo, y todo lo que coge aqu nos lo quita a las que semos de verdadera solenid, porque no tenemos ms que el da y la noche. Vive por all arriba indic la Crescencia, orilla en c los Pales. Qui, no, seora! Eso era antes. Yo lo s todo prosigui la Burlada, haciendo presa en el aire con sus uas. A m no me la da esa, y he tomado lenguas. Vive en Cuatro Caminos, donde tiene corral, y en l cra, con perdn, un cerdo; sin agraviar a nadie, el mejor cerdo de Cuatro Caminos.
GALDS
(Misericordia, 76-78)
112
E L T R A BA J O
comer, pues tambin aquel ejrcito se raciona metdicamente, para volver con nuevos bros a la campaa de la tarde. Al caer de la noche, si no hay Novena con sermn, Santo Rosario con meditacin y pltica, o Adoracin Nocturna, se retira el ejrcito, marchndose cada combatiente a su olivo con tardo paso. Ya le seguiremos en su interesante regreso al escondrijo donde mal vive. Por de pronto, observmosle en su rudo luchar por la pcara existencia, y en el terrible campo de batalla, en el cual no hemos de encontrar charcos de sangre ni militares despojos, sino pulgas y otras feroces alimaas. Una maana de marzo, ventosa y glacial, en que se helaban las palabras en la boca, y azotaba el rostro de los transentes un polvo que por lo fro pareca nieve molida, se repleg el ejrcito al interior del pasadizo, quedando slo en la puerta de hierro de la calle de San Sebastin un ciego entrado en aos, de nombre Pulido, que deba de tener cuerpo de bronce, y por sangre alcohol o mercurio, segn resista las temperaturas extremas, siempre fuerte, sano, y con unos colores que daban envidia a las flores del cercano puesto. La florista se repleg tambin en el interior de su garita, y metiendo consigo los tiestos y manojos de siemprevivas, se puso a tejer coronas para nios muertos. En el patio, que fue Zementerio de S. Sebastin, como declara el azulejo empotrado en la pared sobre la puerta, no se vean ms seres vivientes que las poqusimas seoras que a la carrera lo atravesaban para entrar en la iglesia o salir de ella, tapndose la boca con la misma mano en que llevaban el libro de oraciones, o algn clrigo que se encaminaba a la sacrista, con el manteo arrebatado del viento, como pjaro negro que ahueca las plumas y estira las alas, asegurando con su mano crispada la teja, que tambin quera ser pjaro y darse una vuelta por encima de la torre. Ninguno de los entrantes o salientes haca caso del pobre Pulido, porque ya tenan costumbre de verle impvido en su guardia, tan insensible a la nieve como al calor sofocante, con su mano extendida, mal envuelto en rada capita de pao pardo, modulando sin cesar palabras tristes, que salan congeladas de sus labios. Aquel da, el viento jugaba con los pelos blancos de su barba, metindoselos por la nariz y pegndoselos al rostro, hmedo por el lagrimeo que el intenso fro produca en sus muertos ojos. Eran las nueve, y an no se haba estrenado el hombre. Da ms perro que aqul no se haba visto en todo el ao, que desde Reyes vena siendo un ao
113
E L T R A BA J O
fulastre, pues el da del santo patrono (20 de enero) slo se haban hecho doce chicas, la mitad aproximadamente que el ao anterior, y la Candelaria y la novena del bendito San Blas, que otros aos fueron tan de provecho, vinieron en aqul con diarios de siete chicas, de cinco chicas: valiente puado! Y me paice a m deca para sus andrajos el buen Pulido, bebindose las lgrimas y escupiendo los pelos de su barba, que el amigo San Jos tambin nos vendr con mala pata Quin se acuerda del San Jos del primer ao de Amadeo! Pero ya ni los santos del cielo son como es debido. Todo se acaba, Seor, hasta el fruto de la festivid, o, como quien dice, la pobreza honrada. Todo es por tanto pillo como hay en la poltica pulpitante, y el aqul de las suscriciones para las vtimas. Yo que Dios mandara a los ngeles que reventaran a todos esos que en los papeles andan siempre inventando vtimas, al cuento de jorobarnos a los pobres de tanda. Limosna hay, buenas almas hay; pero liberales por un lado, el Congrieso dichoso, y por otro las congriogaciones, los metingos y discursiones y tantas cosas de imprenta, quitan la voluntad a los ms cristianos
(Ibdem, 64-66)
114
E L T R A BA J O
nuevas contribuciones, inclusive, por rascarse y por darse de quin a quin los buenos das.
(Ibdem, 153)
El cuarto donde hablaban Perico y Manuel era el taller del electricista: un cuartito pequeo y bajo de techo como un camarote de barco. En la ventana, sobre el alfizar, haba un cajn lleno de tierra, donde naca una parra que sala al exterior por un agujero de la madera. En medio del cuarto estaba la mesa de trabajo, y, unido a sta, un banco de carpintero con su tornillo de presin. A un lado de la ventana, en la pared, haba un reloj de pesas, de madera pintarrajeada, y al otro lado, una librera alta con unos cuantos tomos, y, en el ltimo estante, un busto de yeso que, desde la altura que se encontraba, miraba con cierto olmpico desdn a todo el mundo. Haba, adems, en las paredes, un cuadro para probar lamparillas elctricas, dos o tres mapas, fajos de cordones flexibles, y, en el fondo, un viejsimo y voluminoso armario desvencijado. Encima de este armatoste, entre llaves de metal y de porcelana, se adverta un aparato extrao, cuya aplicacin prctica era difcil de comprender al primer golpe de vista, y, quiz, tambin al segundo. Era un artificio mecnico, movido por la electricidad, que Perico tuvo en el escaparate durante mucho tiempo como un anuncio de su profesin. Un motor elctrico mova una bomba; sta sacaba el agua de una cubeta de cinc y la echaba a un depsito de cristal, colocado en alto; de aqu el agua pasaba por un canalillo, y, despus de mover una rueda, caa a la cubeta de cinc, de donde haba partido. Esta maniobra continua del aparato atraa continuamente un pblico de chiquillos y de vagos. Perico se cans de exhibirlo, porque se colocaban los grupos delante de la ventana y le quitaban la luz.
BAROJA
(Aurora, 35-36)
116
E L T R A BA J O
En los tableros de ambos lados de la tienda haba pinturas alegricas: en el de la izquierda se representaba la sangra por un brazo, del cual manaba un surtidor rojo, que iba a parar con una exactitud matemtica al fondo de una copa; en el otro tablero se vea una vasija repleta de cintas obscuras. Despus de contemplar sas durante algn tiempo, el observador se aventuraba a suponer si el artista habra tratado de representar un vivero de esos anlidos vulgarmente llamados sanguijuelas. La sangra! Las sanguijuelas! A cuntas reflexiones mdico-quirrgicas no se prestaban estas elegantes alegoras! Del otro lado de la puerta de entrada, en el cristal de la ventana con rejas, escrito con letras negras, se lea:
REBOLLEDO MECNICO-ELECTRICISTA SE HACEN INSTALACIONES DE LUCES, TIMBRES, DINAMOS, MOTORES LA ENTRADA POR EL PORTAL
Y para que no hubiera lugar a dudas, una mano con ademn imperativo mostraba la puerta, oficiosidad un tanto intil porque no haba ms portal que aqul en la casa. Los tres balcones del nico piso, muy bajos, casi cuadrados, estaban atestados de flores. En el de en medio, la persiana verde, antes de llegar al barandado, se abombaba al pasar por encima de un listn saliente de madera; de este modo, la persiana no cubra completamente el balcn y dejaba al descubierto un letrero que deca:
BORDADORA SE DAN LECCIONES
El zagun de la casa era bastante ancho; en el fondo, una puerta daba a un corralillo; a un lado parta recia escalera de pino, muy vieja, en donde resonaban fuertemente los pasos.
117
E L T R A BA J O
Eran poco transitados aquellos parajes; por la maana pasaban carros con grandes piedras talladas en los solares de corte y volquetes cargados de escombros. Despus, la calle quedaba silenciosa, y en las horas del da no transitaban por ella ms que gente aviesa y maleante.
(Ibdem, 32-33)
119
E L T R A BA J O
ellos hemos pasao hasta hoy, y hoy, naa, un cacho de pan raciao con aguardiente, y a esperar el man, porque lo traiga Juan Jos, en la frente dejo que me lo claven.
DICENTA
(Juan Jos, 114)
Escena IV
(ROSA, ISIDRA, JUAN JOS.)
120
E L T R A BA J O
drs que abandonarme, y hars bien, porque no has nacido pa sufrir y pa martirizarte! Ah tienes lo que yo imagino, lo que pienso, mientras el fro me hiela las lgrimas en los ojos. Pero cuando t me lo dices entonces creo que yo no soy nadie pa ti, que ests deseando dejarme, que no me quieres, que quieres a otro, que ese otro va a robarme el cario tuyo, y se secan mis lgrimas, y me vuelvo loco, y me dan ganas de matarme! (Con desesperacin.) ROSA. Calla; no pongas ese gesto! Me asustas! (Con terror.) JUAN JOS . No te asustes, no; nada cavilo contra ti; esto es hablar! Pero debemos hablar de otra cosa; de buscar un recurso que remedie nuestra desgracia! Necesito que no padezcas ms, lo necesito! ROSA. Un medio! Cul? JUAN JOS . (Con decisin) Uno; el que sea! (Detenindose un momento como si meditara. Despus de una pausa, con desaliento.) No lo hallo! No lo hallo! No tengo dnde hallarlo! Hay pocas obras en tarea, las precisas, y sobra gente; las otras descansan; y si te acercas a los contratistas, a los dueos, te responden: Ms adelante, cuando entre el buen tiempo, cuando alarguen los das. Espera. (Con desesperacin.) Espera! Como si el estmago pudiese esperar! Como si se le pudiese decir al hambre: Aguarda, no nos muerdas hasta dentro de un par de meses; y al fro: No nos entumezcas las manos, no nos agarrotes el cuerpo, ten paciencia hasta que podamos comprar una manta. Espera! Espera a que alarguen los das! Espera! Espera! (Con desesperacin.) ROSA. A qu te acaloras? Qu consigues con acalorarte y con maldecir a la gente? JUAN JOS. Qu consigo? (Con acento amenazador.) Enterarme de que no es justo que un hombre trabajador se quede sin trabajo; enterarme de que no hacen bien en negrmelo los que me lo niegan; saber que cuando me quejo llevo razn! Te parece poco? Pues ya es algo!
(Ibdem, 132-133)
121
8. El comercio
Hay que moverse con elegancia, y hay que portarse con pulcritud, para que vean los presumidos de la Gran Pea y el Nuevo Club que tambin saben tratar con damas los dependientes de los comercios de los portales de Santa Cruz.
LPEZ SILVA-FERNNDEZ SHAW
(Gatito, 219-220)
123
EL COMERCIO
nero. Largamente hablaron ambas de su negocio, y se alababan recprocamente, porque si Cuarto e kilo era de lo que no hay para la adquisicin de gnero por gruesas, a la otra nadie aventajaba en salero y malicia para la venta al menudeo. Otra seal de que haba venido al mundo para ser o comercianta o nada era que los cuartos ganados en la compra-venta se le pegaban al bolsillo, despertando en ella vagos anhelos de ahorro, mientras que los que por otros medios iban a sus flacas manos se le escapaban por entre los dedos antes de que cerrar pudiera el puo para guardarlos.
GALDS
(Misericordia, 151)
As como avanzaba el da era ms grande la afluencia de carros y cabalgaduras en la glorieta de los Cuatro Caminos. Llegaban de Fuencarral, de Alcobendas o de Colmenar con vveres frescos para los mercados de la villa. Junto con los cntaros de leche descargbanse en el fielato cestones de huevos, cubiertos de paja, piezas de requesn, racimos de pollos y conejos caseros. Sobre la platina de la bscula sucedanse las especies alimenticias en sucia promiscuidad. Caan en ella corderillos degollados, con las lanas manchadas de sangre seca, y momentos despus apilbanse en el mismo sitio los quesos y los cestos de verduras. Las paletas, envueltas en un mantn, con el pauelo fuertemente anudado a las sienes, volvan a cargar sus mercancas en los serones y, apoyando el barroso zapato en la bscula, saltaban giles sobre su asno, azuzndolo al trote hacia Madrid para vender sus huevos y verduras en las calles inmediatas a los mercados.
BLASCO IBEZ
(Horda, 1366)
124
EL COMERCIO
duras mustias impregnaba el ambiente. El grupo de chiquillos que acosaba al trapero se dispers al verle bien acompaado, ocultndose tras los primeros tranvas.
(Ibdem, 1373)
126
EL COMERCIO
127
EL COMERCIO
guase una pincelada roja que era una pierna, una mancha amarilla que era una calva. Los palos que sostenan los sombrajos estaban unidos por cuerdas, y pendientes de ellas se balanceaban uniformes de soldados, viejas levitas, pantalones rodos por el roce, sobrefaldas de gasa que haban sido de moda treinta aos antes, sayas que olan a humedad y a polvo, delatando el olvido en los cofres de algn desvn. Otros puestos eran de gnero nuevo, y los vendedores, en vez de permanecer inmviles, con moruna pasividad, esperando la pregunta del comprador, agitbanse pregonando la baratura de las mercancas, anunciando su procedencia de famosas quiebras. Eran los sobrantes de la elegancia, los desperdicios del capricho femenil: abalorios que ya no se usaban en los vestidos, guirnaldas de flores para los sombreros, blondas y puntillas amarillentas, envejecido todo ello por la moda antes de ser aprovechado. En otros puestos se exhiban viejos telescopios, cornetines, cartucheras de agrietado cuero, sillas de montar, y entre las ropas mugrientas asomaban, como una primavera moribunda, las plidas rosas de alguna casulla. Por el centro de la calle pasaban los vendedores ambulantes con grandes cestos de quincalla, pregonando las piezas a real, desde la palmatoria al cepillo y el juego de peines. Eran golfos de poderosos pulmones, que para atraer al pblico se agitaban como epilpticos, corriendo en torno a su puesto, manoteando, exhibiendo sus artculos, entregndolos a ciertos compinches que se fingan compradores para impulsar a gente reacia.
(Ibdem, 1438-1439)
130
EL COMERCIO
dones en una perra chica, cinco cordones en una perra chica! Una diligencia pasa cascabeleando, con estruendo de herrumbre y muelles rotos. Resaltan las telas, rojas, azules, verdes, amarillas, de los tenderetes; brillan los vasos, tazas, jarrones, copas, floreros; llena la calle rumor de gritos, toses, rastreo de pies. Y los pregones saltan repentinos, largos, plaideros: Papel de Armenia para perfumar las habitaciones a perro grande! Son de terciopelo y peluche! La de cuatro y seis reales, a real! Un vendedor de dtiles pasea silencioso, envuelto en una amplia capa parda, encasquetada una montera de pieles; sentada en el resalto de una ventana baja, una ciega extiende la mano. La cordonera lee: el nio vencido por el terror Y luego: Cinco cordones en una perra chica, cinco cordones en una perra chica! Se acerca una mujer con un gran saco a la ciega. Hablan: decirte que vaya tu marido a hacer colchones el lunes Pasan carromatos, coches, tranvas. En la calle de los Estudios, lucen colgados en las fachadas los blancos muebles de pino; junto a la acera continan los puestos de cintas, tapetes, jabones, libros. Van y vienen traperos, criadas, seoritos, chulos, mozos de cuerda Y recorrida la calle del Cuervo, con sus paeras y zapateras, se llega a la Cabecera del Rastro. Confusin formidable; revoltijo multiforme de caras barbadas y caras femeninas, de capas negras, toquillas rojas, pauelos verdes; flujo y reflujo de gentes que tropiezan, de vendedores que gritan, de carros que pasan. En la esquina un crculo de mujeres se inclina sobre un puesto; suena dinero; se pregona: A quince y a real peines! Y un mozo cruza entre la multitud con un enorme espejo que lanza vivsimos destellos. La gente sube y baja; una vendedora de pitos, con una larga prtiga en que van clavados, silba agudamente; un vendedor de vasos los hace tintinear. Colocndolos; chocan, en las tiendas, con ruido metlico, los pesos contra el mrmol. Y a intervalos rasga los aires la voz de un carretero, el grito de un mozo cargado con un mueble: Ah va, eh! aheeh! Se pasa luego frente a la calle de la Ruda, entre los puestos de las verduleras, y aparece la Ribera de Curtidores. Entre las dos lneas blancas de los toldos, resalta una oleada negra de cabezas. Al final, en lo hondo, un conjunto de tejados rojizos, una chimenea que lanza denso humo, la llanura gris, a trechos verde, que se extiende en la lejana, limitada por una larga y
131
EL COMERCIO
tenue pincelada azul Gritan los vendedores de jabones, de tinta, de papel, de agujas, de ratoneras, de cucharas, de corbatas, de fajas, de barajas, de cocos, de toquillas, de naranjas que van y vienen por el centro. Y ante dos papeles de tabaco extendidos en el suelo, vocea un hombre jovialmente: Aire, seores, aire a la jamaica! Las telas colgadas flamean blandamente; reflejan al sol los grandes crculos dorados de los braseros; resaltan las manchas blancas y azules de platos y cazuelas; un baratillero toca una campana; un nio con dos gruesos volmenes grita: La novela La esposa mrtir, la vendo!; trinan los canarios de multitud de jaulas apiadas; se oyen los lejanos gruidos angustiosos de los cerdos del matadero. Y en el fondo, destacando sobre el llano manchego, la chimenea va silenciosamente difuminando de negro el cielo azul. A la izquierda de las Grandiosas Amricas, baja un callejn lleno de puestos de hrridas baratijas: cafeteras, bragueros, libros, bisagras, pistolas, cinturones, bolsas de viaje, gafas, leznas, tinteros, todo viejo, todo roto, todo revuelto. Junto a la puerta de la Escuela de Artes y Oficios, un grupo rodea una ruleta. El ruletero es un clsico rufin de cavernosa voz; sus mostachos son gruesos; las mangas cortas de la chaqueta descubren recias muecas. De cuando en cuando hace girar la pintada rueda de madera y exclama: Hagan juego, seores! Donde quieran y como quieran Pueden jugar de 5, de 10, de 15, de 20 y de real! Se oye cmo se va apagando el tic-tac de la ballena. Y luego: Nmero 13, blanco! Y tintinean las monedas. Se cruza luego la ronda de Toledo, y se entra en el ms miserable bazar del Rastro. Es a modo de una feria hecha con tablas rotas y lienzos desgarrados, formada en calles estrechas y fangosas, repleta de mil trastos desbaratados. Aqu en esta trastienda del Rastro hay una barraca de libros viejos, y a ella viene los domingos Azorn, a sentarse un rato, mientras curiosea en los sobados volmenes. Entran y salen clrigos pobres, ancianos, con capas, labriegos. Revuelven, preguntan, regatean. El librero defiende su mercanca: se venden sueltas a dos pesetas y la Desesperacin de Espronceda est agotada Una nia viene a vender una novela; una vieja pregunta por otro vendedor que se ha suicidado; pasa un mozo con unas vidrieras a la espalda; suena la musiquilla asmtica de un acorden.
132
EL COMERCIO
Y Azorn, cansado, siente cierta vaga tristeza en este inmenso y rumoroso cementerio de cosas que representan pasados deseos, pasadas angustias, pasadas voluptuosidades.
AZORN
(Voluntad, 230-233)
El rastro
Miseria al sol; vertedero de los fastos de la villa; reino del ropavejero y el soguilla, que luce en la coronilla promontorio de chapeos y, colgando en confusin, zapatos viejos y feos, un romntico morrin, una jaula, un espadn, y un brillante casaqun, cortesano, que adorn en tiempo lejano a un ministro no s quin; slo lo sabe el gusano que se lo ha engullido. Amn. Este bazar ambulante, que da traspis cuando anda, igual que un monstruo hilarante, sobre el recio corpachn luce orgulloso una banda, que es la tela de un colchn. Rinconadas-tabernones de encarnadas cortinillas,
134
EL COMERCIO
donde yantan los soguillas y siempre por los rincones hay traperos y ladrones que les muestran a hurtadillas el fruto del choriceo. Con garboso contoneo las rastreras vocean en las aceras sus pregones llenos de timos chulones; que estas mozas reidoras son las nietas descaradas, pizpiretas, de las majas curtidoras. Taladrante hacinamiento; residuos de tantas vidas destruidas; cada cosa es un lamento; cada ajuar amontonado, en montn indescriptible, tiene un dolor indecible de despedida al pasado. Naufragio, desolacin, mala estrella, triste suerte, hogar lleno de ilusin! Lo que sobra, lo que queda, todo impregnado de llanto; la vida antigua que rueda, la alegra y el encanto, lo ms ntimo y ms tierno, la emocin ms escondida, llegan rodando a este infierno del naufragio de la vida.
135
EL COMERCIO
Aguafuerte desolado de la vida triste y pobre. Mucho horror amontonado por un poquito de cobre!
ARNICHES
(Fiesta, 394-395)
Con el objeto de librarse de la explotacin de los camiseros, la Salvadora y la Fea haban puesto, entre las dos, una tienda de confecciones de ropas para nios en la calle del Pez. La Salvadora iba todas las maanas a la tiendecilla, y por la tarde trabajaba en casa. Luego se le ocurri que podra aprovechar estas horas dando lecciones de bordado, y no se descuid; puso su muestra en el balcn, y, al cabo de cuatro o cinco meses, iban, por la tarde, cerca de veinte chiquillas con sus bastidores a aprender a bordar.
BAROJA
(Aurora, 44)
136
EL COMERCIO
BONIFACIO. Valindose de mil arbitrios, todos de la mejor ley. Descubri porcin de gnero que tenamos olvidado y realiz una excelente operacin con el saldista. Luego, se dio sus maas para negociar dos pagars, uno a fecha prxima, otro a fecha lejana. El demonio de la nia! A fuerza de constancia, prontitud y astucia, ha conseguido cobrar multitud de cuentas atrasadas, saldando de este modo muchos dbitos de la casa. Pues y las ventas? Conoce y halaga el gusto de las seoras, sabe explotar la moda y el capricho del da Baja los precios de las maulas, refuerza los artculos de gran salida, y con su gracia y su mnita atrae la parroquia de un modo increble. Entra el dinero en casa que da gusto.
GALDS
(Voluntad, 378)
Escena IX
ISIDORA;
138
EL COMERCIO
pillo de Luengo No, imposible que Alejandro se atreviera a venir aqu. (Escribe.) Seis piezas de a metro sesenta de ancho No s por qu, hoy no puedo apartarle de mi memoria. (Entra ALEJANDRO cautelosamente, y se desliza por el fondo de la escena.) Hacen un total de metros 90, que arrojan pesetas 1.350. Bien (Pensando.) S, le tengo aqu, aqu Imposible olvidarle. Y lo que yo digo, se acordar de m? (Venciendo su distraccin, se obliga al trabajo.) ALEJANDRO. (Contemplndola desde el fondo, junto a una de las mesas grandes.) All est la pobre, navegando en un ocano de nmeros. Qu bella, qu encantadora en su afn de hormiga diligente! Es la loca del trabajo. Padece la ms intil y vana demencia de las muchas que afectan a la desdichada Humanidad. ISIDORA. (Escribiendo.) Pesetas 1.037 (Pensando.) No s qu siento hoy. Hay en mi cabeza como un deseo de descanso, de No s qu es esto. Si tendr razn Alejandro, que sostiene que estos afanes embrutecen el alma, amargan la vida y secan la fuente del ideal y de los goces puros, y tal y qu s yo! Ello ser as; pero como no vuelva la edad de oro, en que se mantiene la gente con bellotas, habr que trabajar. Eso le contestaba yo; y l se rea, y deca unas cosas tan saladas (Dominando su pensamiento.) Anda, hija, no te duermas. (Escribe.) Aado los 50 pauelos crespn clase P. 14, P. 15. Veamos los precios. (Coge una nota entre los varios papeles que tiene delante.)
(Ibdem, 384-385)
El da grande, como ella lo llamaba, estuvo atareadsima. Aquella maana fue a la joyera de Ansorena a recoger una preciosa sortija de oro con esmalte verde, que haba encargado; luego, a una tienda de bisutera de la calle del Prncipe; despus a casa de Tourni en busca de dulces y fiambres.
ZAMACOIS
(Enferma, 113)
139
140
9. Los transportes
2 marzo.
Bajo la ventana del estudio se extenda un vasto paisaje entristecido por el invierno; el fro deshoj los rboles del paseo de Santa Engracia, por donde los tranvas de Chamber y Cuatro Caminos rodaban arrastrados por dos mulas que, vistas desde arriba, parecan muy pequeas.
ZAMACOIS
(Duelo, 243)
A lo largo del paseo de Santa Engracia, con su suelo mal empedrado y su doble hilera de raquticos arbolillos, pasaban algunos transen-
141
L O S T R A N S P O RT E S
tes y los tranvas de Chamber y Cuatro Caminos, que avanzaban poco a poco, venciendo la cuesta del paseo, arrastrados por dos mulas negras que, vistas desde arriba, parecan dos correderas amaestradas uncidas a un carrito de cartn.
(Ibdem, 71)
Al llegar aqu haba obscurecido; pasaban los tranvas, atestados, haciendo sonar sus timbres; se acercaban unos, otros huan rpidamente hasta que en el aire polvoriento se perdan las miradas rojas o verdes de sus farolillos redondos.
BAROJA
(Aurora, 82)
142
L O S T R A N S P O RT E S
Temblaban las luces mortecinas de los distanciados faroles de ambos lados de la carretera. Se entrevean en el campo, en el aire turbio y amarillento como un cristal esmerilado, sobre la tierra sin color, casucas bajas, estacadas negras, altos palos torcidos de telgrafos, lejanos y oscuros terraplenes por donde corra la lnea del tren. Algunas tabernuchas, iluminadas por un quinqu de luz lnguida, estaban abiertas Luego ya, a la claridad opaca del amanecer, fue apareciendo a la derecha el ancho tejado plomizo de la estacin del Medioda, hmedo de roco; enfrente, la mole del Hospital General, de un color ictrico; a la izquierda, el campo yermo, las eras inciertas, pardas, que se alargaban hasta fundirse en las colinas onduladas del horizonte bajo el cielo hmedo y gris, en la enorme desolacin de los alrededores madrileos
BAROJA
(Mala, 198)
144
Entraron y subieron una escalera de tablas, con los peldaos vacilantes, iluminada por un farol empotrado en la pared. En el primer piso haba habitaciones para citas; en el segundo estaba el dormitorio pblico. Tir Ortiz de la cadena de la campanilla y apareci una mujer astrosa, con una vela en la mano, un pauelo blanco en la cabeza y en chanclas; era la encargada. [] Recorrieron un corto pasillo, que terminaba en una sala larga y estrecha, con pies derechos de madera a ambos lados y dos filas de camas. En la cruja central penda un quinqu de petrleo, que apenas iluminaba la cuadra anchurosa. El suelo, de ladrillos, se torca hacia un lado. Ortiz pidi la vela y fue alumbrando los rostros de los que ocupaban las camas. Unos dorman con desaforados ronquidos; otros, despiertos, se dejaban contemplar con desdn. Por entre las cubiertas de las camas se vean espaldas desnudas, torsos hercleos, trax comprimidos de gente enferma
BAROJA
(Mala, 320-321)
El nuevo cargo emancip a Manuel de la obligacin de barrer la imprenta y sali de su cuchitril. Jess le llev al parador de Santa Casilda, en donde l viva: un enorme casern de un solo piso, con tres patios muy grandes, que estaba en la ronda de Toledo. Habra deseado Manuel no ir por aquellos barrios, de los que conservaba malos recuerdos; pero su amistad con Jess le hizo quedarse all. Le alquilaron en el parador, por ocho reales a la quincena, un cuartucho con una cama, una silla rota de paja y
145
L A C A S A D E H U S P E D E S. E L H OT E L
una estera, colgada del techo, que haca de puerta. Cuando el viento vena del campo de San Isidro, se llenaban de humo los cuartos y los corredores del parador de Santa Casilda. Los patios del parador eran, poco ms o menos, como los de la casa del to Rilo, con galeras idnticas, y puertas numeradas.
(Ibdem, 139-140)
Puesto que usted se dedica al corretaje de anuncios, podra indicarme una buena casa de huspedes? Precisamente hoy he hecho dos Aqu las tengo en mi cartera para Imparcial y Liberal. Entrese usted Son de lo bueno: habitaciones hermosas, comida a la francesa, cinco platos treinta reales. Me convendra ms barata de catorce o diecisis reales. Tambin las hago Maana podr darle una lista de seis por lo menos, todas de confianza.
GALDS
(Misericordia, 278)
148
L A C A S A D E H U S P E D E S. E L H OT E L
Los muebles, las sillas de paja, los cuadros, la estera, llena de agujeros, todo estaba en aquel cuarto mugriento, como si el polvo de muchos aos se hubiese depositado sobre los objetos unido al sudor de unas cuantas generaciones de huspedes. De da, el comedor era obscuro; de noche, lo iluminaba un quinqu de petrleo de sube y baja que manchaba el techo de humo.
BAROJA
(Busca, 32)
149
151
E L A S I L O. E L H O S P I C I O
toda la dems pobretera de ambos sexos que en la tal calle y callejones adyacentes encontraran. An trat Benina de ganar la voluntad de los guardias, mostrndose sumisa en su viva afliccin. Suplic, llor amargamente; mas lgrimas y ruegos fueron intiles. Adelante, siempre adelante, llevando a retaguardia al ciego africano, que en cuanto se enter de que la recogan, se fue hacia los del Orden, pidindoles que a l tambin le echasen la red, y al mismo infierno le llevaran, con tal que no le separasen de ella. Presin grande hubo de hacer sobre su espritu la desgraciada mujer para resignarse a tan atroz desventura Ser llevada a un recogimiento de mendigos callejeros como son conducidos a la crcel los rateros y malhechores!
(Ibdem, 254-255)
152
E L A S I L O. E L H O S P I C I O
Entonces fue cuando Maltrana entr en el Hospicio. Una seora en cuya casa trabajaba la madre se apiad del huerfanito del albail. La tal seora tena la mana de la limpieza, y cada dos das, al frente de sus criadas y con el esfuerzo de la asistenta, apreciando con honda simpata a la Isidra pona en revolucin sus habitaciones, por el bro con que apaleaba las alfombras, frotaba las maderas y sacuda un polvo imaginario que pareca haber huido para siempre, asustado de esta rabiosa pulcritud. Ella gestion la admisin del pequeo en el Hospicio, pensando que con esto su madre podra dedicarse con ms desembarazo a las faenas. El muchacho, aunque feo, por su charla precoz gustaba mucho a aquella seora sin hijos. Ms adelante ya vera la manera de hacer algo por l. Y comenz para Maltrana la vida de asilado; una existencia de sumisin, de disciplina, endulzada por el estudio y por los goces que le proporcionaba su superioridad sobre los compaeros. Los maestros mostraron por l gran predileccin. El director, con toda su grandeza, que le haca ser considerado en la casa como un ser casi divino, le conoca y se dignaba recordar su nombre. Las monjas lo apreciaban por modosito y discreto, obsequindole con golosinas. Cuando algn personaje visitaba el establecimiento, Maltrana sala de filas para ser presentado como el mejor producto de la institucin. As transcurrieron los aos, amoldndose Isidro de tal modo a su nueva existencia, que slo en los das de paseo se acordaba que tena una familia fuera del Hospicio. Los jueves y los domingos, a la cada de la tarde, se estacionaban en la acera del Tribunal de Cuentas, frente a la portada churrigueresca del Hospicio, grupos de mujeres pobres con nios de pecho, viejos obreros y una
153
E L A S I L O. E L H O S P I C I O
nube de muchachos, que entretenan la espera plantndose en medio del arroyo para torear a los tranvas, esperndolos hasta el ltimo momento; el preciso para huir y no ser aplastados. Eran las familias de los chicos del Hospicio. Las madres venan de los barrios ms extremos de Madrid: lavanderas, traperas, viudas de trabajadores, mendigas, todo el mujero abandonado y msero, que procrea por distraerse del hambre. Se trataban como amigas al verse all todas las semanas. Este encuentro regular una con estrecha solidaridad a las que vivan en los puntos ms apartados de la poblacin. Esperaban la vuelta de los asilados, que al principio de la tarde haban salido a pasear por las afueras. Por all vienen!gritaba una mujer, sealando a lo alto de la calle de Fuencarral. Los grupos corran hacia arriba, atropellando a los transentes, barriendo las aceras con su impulso, deseando envolver cuanto antes las filas de nios vestidos de gris que avanzaban lentamente, cansados de la expedicin. Muchas mujeres detenanse, titubeando. Aquel grupo no era el de su hijo. Vienen por abajo! gritaba otra. Y toda la avalancha retroceda, empujando de nuevo a los transentes, ganosa de salir al encuentro de los que llegaban por la parte opuesta. Era un deseo vehemente de encontrarlos lo ms lejos posible del Hospicio, de ganar algunos segundos, de prolongar la rpida entrevista, en la que haban pensado das enteros. La maternidad apasionada y ruidosa de la hembra popular estallaba con fieros arrebatos a la vista de los pequeos. Los besos parecan mordiscos; las caras de los asilados se enrojecan con los violentos restregones; muchos se echaban atrs, como temerosos de la primera efusin. Era el anhelo de resarcirse en un momento de la dolorosa abstinencia maternal, de aquella amputacin del ms noble de los instintos impuesta por la miseria. La formacin de los asilados desbaratbase instantneamente. Los grises uniformes desaparecan ahogados en el remolino de los grupos. Las mujeres agarrbanse del cuello de los pequeos y lloraban, sin cesar de hablarles con la incoherencia de la emocin.
154
E L A S I L O. E L H O S P I C I O
Hijo de tu madre, chiquito mo! Rico! Los hermanos rozaban sus harapos de golfos libres con el uniforme, que les admiraba, y no sabiendo qu decir al asilado, ensebanle en silencio sus juguetes groseros, sus tesoros, los relucientes botones de soldado, los naipes rotos, los trompos, las estampas de un peridico ilustrado, guardadas en sudorosos pliegues, entre la camisa y la carne. Algn obrero viejo marchaba solo al lado de un hospiciano. Pobrecito! No tena madre; estaba, en su desgracia, peor que los otros. Su mano callosa, cubierta de escamas, del trabajo, acariciaba las mejillas infantiles, mientras la cara barbuda miraba a lo alto, pensando en que los hombres no deben llorar. Toma un perro gordo; lo guardaba para un quinqu Que te apliques, que seas bueno. Prtate bien con esos seores. Los asilados avanzaban lentamente entre los besos, las lgrimas y las recomendaciones, llorando tambin muchos de ellos, pero sin dejar de andar, con una pasividad automtica de soldado, como si los atrajese la oscura boca de la portada monumental. All eran los ltimos arrebatos de cario; y las pobres mujeres, despus de desaparecer sus hijos, an permanecan inmviles, mirando con estpida fijeza, al travs de sus lgrimas, al rey que, espada en mano, corona la obra arquitectnica de Churriguera. Isidro tambin encontraba a su madre al volver al Hospicio en los das de paseo. Abalanzbase con las otras mujeres, rompiendo las filas de asilados, y lo abrazaba llorando. La Isidra conoca los progresos de su hijo. La seora est muy contenta Los maestros le hablan mucho de ti. Aplcate, hijo mo; quin sabe a lo que podrs llegar? A ver si resultas la honra de la familia. Y mientras la pobre mujer hablaba a su hijo, entre sollozos de emocin, Capitn daba saltos en torno de l, esforzndose por lamerle la cara. Maltrana tombalo en brazos, y as iba hasta la puerta del Hospicio, oyendo a su madre y llorando conmovido por las caricias y los gruidos del antiguo compaero de miseria.
BLASCO IBEZ
(Horda,1379-1381)
156
12. El hospital
El estudio del mdico era un vasto saln con dos balcones a la calle
Hortaleza, decorado con magnficos muebles de felpa, color verde musgo. Todos los detalles indicaban que la noche anterior el trabajo se prolong hasta muy tarde: sobre la mesa haba un manojo de cuartillas escritas y varios libros abiertos y con las mrgenes plagadas de anotaciones; el tintero estaba destapado, las plumas diseminadas aqu y all, el depsito del quinqu casi vaco; en todo el cuarto se perciba un fuerte olor a petrleo y al carbn quemado en la chimenea. Sandoval empez a revolver cuartillas y vio que Gabriel se ocupaba en componer una Memoria acerca del medio mejor y ms seguro de provocar el sueo hipntico, y los peligros a que la ineptitud del operador expone a las personas sugestionadas. Los otros manuscritos tambin trataban asuntos puramente cientficos. Entonces cogi un nmero de la revista de Ambos Mundos y fue a sentarse junto a la chimenea; sobre sta vio una gran cabeza de cartn que explicaba el sistema frenolgico de Gall y el crneo de un mono metido en una urna. Aparte de un magnfico cuadro al leo que representaba a Cleopatra probando el poder de sus venenos en sus esclavas, las paredes estaban adornadas por cuadros anatmicos: uno de ellos figuraba un esqueleto en actitud de correr; otro, los lbulos del cerebro; los dems un hombre de espaldas y sin epidermis, enseando el complicado mecanismo de los msculos dorsales; y otro de frente, con el pecho y el abdomen abiertos por tremenda cuchillada y mostrando los rganos interiores: bronquios, pulmones, diafragma, estmago, intestinos; aquella figura, que presentaba la cabeza vuelta hacia un lado para ensear mejor las venas y tendones del cuello, pareca exhalar un olor nauseabundo y tena una expresin tan grande de dolor, que inspiraba asco y miedo; en un ngulo haba un esqueleto verdadero y un armario lleno de rganos de cartn: brazos, piernas y caderas
157
E L H O S P I TA L
que parecan manar sangre, y multitud de caras contradas por muecas horribles.
ZAMACOIS
(Enferma, 60-61)
159
E L H O S P I TA L
criatura rodeada de ms cuidados que aqu, sanaras, y luego, luego continuaramos nuestra vida ms feliz que ahora, pues la mala suerte no va a atormentarnos siempre.
BLASCO IBEZ
(Horda, 1504)
Lo primero que vio Maltrana fue las tocas blancas de una monja,
ocupada en arreglar con sus manos de cera las flores de trapo y las velillas de un altar. Estaban en una sala de paredes enjalbegadas de un blanco de hueso, con zcalo de ladrillos blancos tambin. La pieza pareca dividida por un muro hasta el lmite del zcalo, con grandes espacios abiertos entre las pilastras que sostenan el techo. Isidro vio muchas camas de hierro con cubiertas de percal floreado, y junto a ellas, mesillas con redomas y escupideras. Sobre las almohadas destacbanse cabezas de mujeres de verdosa demacracin, con las cabelleras enmaraadas y sucias. Maltrana record las salas de los hombres. stos eran menos repugnantes en sus dolencias. La hembra se agostaba con la mayor rapidez as que la enfermedad disolva los almohadillados carnosos de sus encantos.
(Ibdem, 1507-1508)
160
N. Mndez Bringa: Por el alma sola. Blanco y Negro. 29-10-98. Hemeroteca Municipal, Madrid.
13. El cementerio
Los sauces me llamaron, y no quise decir que no a las voces de los muertos: abr la verja y penetr tranquilo en el abandonado cementerio. Luca por oriente la maana su celeste dulcsimo y sereno, y los rayos de un sol de primavera doraban la campia con sus besos. Dentro del camposanto, entre las zarzas y los agrios rosales, unos huesos carcomidos y oscuros, se escondan en la tierra mojada, y por el seco y crujiente ramaje, los lagartos se entraban en los ojos siempre abiertos con que las calaveras, bajo lirios, miraban melanclicas al cielo. A lo lejos cantaban las alondras; mi corazn alz su sentimiento. Un sepulcro cado, desde el fondo del patio, me llam con su misterio; su losa de alabastro estaba rota sobre la yerba exuberante, y dentro, con espantosa mueca sonrea, cuajado de roco, un esqueleto.
J.R.J.
(Rimas, 145)
163
EL CEMENTERIO
1 noviembre
Es el 1 de noviembre; el otoo avanza; las hojas caen. He ido al cementerio de San Nicols, vetusto, ruinoso, ttrico, solitario. En el prtico, agrietado y mohoso, las campanas taen lgubremente, taen. En los patios crece brava y desbordada la hierba; invade el musgo las funerales losas; rajan anchas grietas las paredes. Las arcadas, repletas, se hunden y desmoronan; de los nichos, empolvados, rotos los cristales, penden mustios ramos, viejas coronas, cintas descoloridas. Silencio, tristeza Por una lejana galera cruza con fuerte taconeo un grupo de labriegos; un obrero deletrea un epitafio; dos ancianos mujer y marido comen plcidamente ante una losa orlada de rojas y blancas flores. Me detengo en uno de los patios. Subido a una escalera, un criado fregotea una negra lpida. Madre e hija miran ansiosas. La joven, rubia, plida, esbelta en su sencillo traje negro, alarga una corona. Y, un momento, su figura tenue, extendidos los brazos hacia el cielo, parece arrancada de una tabla gtica: virgen en exttica posicin, suplicante, angustiada, retorcida por espasmos dolorosos. Cae la tarde. Las campanas taen. A lo lejos resuenan los agudos silbos de las mquinas; ms cerca, en la capilla, los clrigos, cansados, entonan sus melanclicas salmodias. Quedan desiertos los patios. Las sombras de los visitantes pasan como fantasmas a lo largo de las galeras. En el fondo lbrego de los corredores, destacan, titilantes, trmulas, las luces de hachones y lamparillas, y en el hueco de un nicho destapado, las ltimas claridades del crepsculo hacen brillar los dorados galones de una carcomida caja. Entre las sombras, la virgen enlutada se esfuma a lo lejos; yo la sigo anonadado y silencioso. Las campanas taen lgubremente.
AZORN
(Diario, 19-20)
164
EL CEMENTERIO
La tumba de Larra
El da trece por la tarde, aniversario de la muerte de Larra, fuimos algunos amigos a visitar su tumba al cementerio de San Nicols. El cementerio ste se encuentra colocado a la derecha de un camino prximo a la estacin del Medioda. A su alrededor hay eras amarillentas, colinas ridas, yermas, en donde no brota ni una mata, ni una hierbecilla. A los lados del camino del Camposanto se levantan casuchas roosas, de piso bajo slo, la mayora sin ventanas, sin ms luz ni ms aire que el que entra por la puerta. El da en que fuimos era esplndido, el cielo estaba azul, tranquilo, puro. Desde lejos a mitad de la carretera, por encima de los tejadillos del cementerio, se vean las copas de los negros cipreses que se destacaban en el horizonte de un azul luminoso. Llegamos al Camposanto; tiene ste delante un jardn poblado de rboles secos y de verdes arrayanes y una verja de hierro que le circunda. Llamamos, son una campana de triste taido, y una mujer y una nia salieron a abrirnos la puerta. Enfrente de sta hay un prtico con una ventana semicircular en medio, con los cristales rotos; a los lados se ven las campanas. Por encima del tejado del prtico, de una enorme chimenea de ladrillo sala una bocanada de lento humo negrsimo. Vienen ustedes a ver a alguno de la familia? nos dijo la mujer. S contest uno de nosotros. Entramos, cruzamos el jardn, despus el prtico, en donde un enorme perrazo quiso abalanzarse sobre nuestras piernas, y pasamos al primer patio. Un silencio de muerte lo envuelve. Slo de cuando en cuando se oye el cacareo lejano de algn gallo, o la trepidacin de un tren que pasa. Las paredes del patio, bajo los arcos, estn atestadas de nichos, abandonados, polvorientos; cuelgan aqu corona de siemprevivas, de las que no queda ms que su armazn; all se ven cintajos podridos, en otra parte una fotografa iluminada, ms lejos un ramo arrugado, seco, smbolo de vejez o de irona. En los suelos crece la hierba, hermosa y fresca, sin preocuparse de que vive con los detritus de los muertos.
165
EL CEMENTERIO
La mujer, acompaada de la nia, nos lleva frente al nicho que guarda las cenizas de Larra. Est en el cuarto tramo, su lpida es de mrmol negro, junto a l en el suelo, se ve el nicho de Espronceda. Los dos amigos se descansan juntos, bien solos, bien olvidados. En el nicho de Larra cuelga una vieja corona; en el de Espronceda, nada. Nosotros dejamos algunas flores en el marco de sus nichos. Martnez Ruiz lee unas cuartillas hablando de Larra. Un gran escritor y un gran rebelde, dice; y habla de la vida atormentada de aquel hombre, de su espritu inquieto, lleno de anhelos, de dudas, de ironas; de sus ideas amplias, no sujetas a un dogma fro e implacable, sino libres, movidas a los impulsos de las impresiones del momento. Nos dice como desalentado y amargado por la frivolidad ambiente, sin esperanza en lo futuro, sin amor por la tradicin, los desdenes de la mujer querida, colmaron su alma de amargura y le hicieron renunciar a la existencia. Y concluye de leer y permanecemos todos en silencio. Se oye el silbido de un tren que parece un llamamiento de angustia y de desesperacin. Pueden ustedes ver lo dems nos dice la mujer; y siguindola a ella y a la nia, bajamos escaleras y recorremos pasillos oscuros como catacumbas llenas de nichos, adornados con flores y coronas y cintas marchitas. La muerte pesa sobre nosotros e instintivamente vamos buscando la salida de aquel lugar. Ya de vuelta en el jardn, miramos hacia el prtico y nos ponemos a leer un letrero confuso que hay en l. La mujer sonriendo, cogida de la mano de la nia nos dice, sealando el letrero: Templo de la verdad es el que miras, No desoigas la voz con que te advierte Que todo es ilusin menos la muerte. Eso es lo que pone ah, adis, seorito. Y la mujer salud alegremente, despus de recitar estos versos lgubres. Y salimos, y nos fuimos encaminando hacia Madrid. Iba apareciendo a la derecha el ancho tejado de la estacin del Medioda, enfrente la mole del Hospital General, amarillento, del color de la piel de un ictrico, a
166
Ricardo Baroja: Camino del Este. Camino del Cementerio. H. 1904. Museo Municipal de Madrid.
EL CEMENTERIO
la izquierda el campo yermo, las eras amarillas, las colinas desnudas, con la enorme desolacin de los alrededores madrileos
BAROJA
(La tumba, Larra, 241-243n)
Algunas tardes iba a la Sacramental de San Martn, un cementerio hermoso y apacible como un vergel, que estaba cerrado haca algunos aos, pero en el cual se haba reservado su protectora un nicho al lado del de su esposo. l era el nico que visitaba la tumba. Los parientes, ocupados en el reparto de la herencia y amenazndose con litigios, no se acordaban de sustituir con una lpida de mrmol el trozo de hule con letras de cartn doradas que cubra la boca de la sepultura. Aquel cementerio de novela, con sus parterres de rosa, despertaba en el joven una dulce melancola, haciendo revivir en su memoria la imagen de la buena dama.
BLASCO IBEZ
(Horda, 1385)
168
EL CEMENTERIO
169
EL CEMENTERIO
La enamorada pareja sentase atrada por el potico silencio de este rincn olvidado. En la columnata vieron a una vieja haciendo calceta, y junto a ella, un hombrn, que fij en los jvenes su mirada escrutadora. Vienen ustedes por algn pariente? dijo. Maltrana contest con la firmeza del que dice verdad: Tengo aqu lo mejor de mi familia. El guardin no pareca satisfecho. No vienen ustedes a pintar? pregunt de nuevo. Porque para pintar se necesita permiso. Isidro sonri, echando atrs las aletas de su macferln. Pintar! Vaya una pregunta! En dnde iba a ocultar los colores y la paleta? Los dos jvenes, tras un gruido de asentimiento del portero, entraron en la Patriarcal, comentando las extraas preguntas de ste con risas que parecan alegrar el fnebre silencio. Maltrana quiso que Feli viese la sepultura de su protectora, y los dos salieron de la avenida central para descender por una escalerilla en forma de tnel a un patio inmediato. En este rectngulo, mucho ms bajo que el centro del cementerio, no vieron rboles ni platabandas. El suelo estaba totalmente ocupado por la muerte; las tumbas se apretaban entre las galeras del claustro. Embelleca el abandono este rincn con desolada poesa. Las grandes losas sepulcrales estaban curvadas por el tiempo y la lluvia, con las inscripciones borrosas; las plantas parsitas, creciendo entre las piezas de mrmol, las hacan saltar, desunindolas con el impulso vital de sus races. Las coronas, pendientes de cruces de hierro mohoso, haban perdido sus flores, sus doradas siemprevivas; eran aros de paja negra y putrefacta, guardando en sus briznas un hervidero de insectos. Los pasos de los dos jvenes hacan resonar las oquedades repletas de huesos; por todos lados, en el suelo y en las paredes, la sensacin de lo hueco, la repeticin interminable del ms leve ruido, la nada sonora de la muerte. Maltrana se detuvo ante un nicho. All estaba su ngel bueno, la que l llamaba por antonomasia la seora. Acordbase conmovido de las palabras de la buena anciana cuando le prometa buscarle una esposa que le hiciese feliz. Seora, la compaera estaba all; vena a saludarla, agra-
170
EL CEMENTERIO
decida por lo que haba hecho con l. No era rica, tal vez no era buena cristiana, como la deseaba ella; pero embellecera su existencia, dndole nimos para seguir aquel camino spero en el que le haba abandonado su mano protectora, paralizada por la muerte. Al salir del fnebre patio les pareci an ms hermosa la avenida central del cementerio. El jardn, con su belleza melanclica, ahuyentaba toda idea de muerte. Era distinto de los patios cercanos, henchidos de cadveres. Sus diseminadas tumbas parecan monumentos de adorno, colocados all sin otro objeto que alterar la verde monotona de la vegetacin. Eran sepulturas de ricos, de privilegiados, que aun despus de muertos parecan guardar la tranquila compostura de los felices. Los nombres de antiguos ministros, de generales, de duquesas famosas por sus gracias brillaban en las caras de estos enormes juguetes de mrmol.
(Ibdem, 14281429)
171
14. La enseanza
Y t, juventud estudiosa, esperanza de nuestra renovacin, que te
consagras al trabajo en estos luctuosos das de nuestra decadencia, no te desalientes. Contempla en nuestra cada la obra de la ignorancia o de la media ciencia, el fruto de una educacin acadmica y social funestsima, que ha consistido siempre en volver la espalda a la realidad, sumergiendo el espritu nacional, a la manera del morfinmano, en un mundo imaginario lleno de fingidos deleites y de peligrosas ilusiones. So color de excitar la adhesin a la patria, o acaso por vanidad mal entendida, hemos ocultado siempre a la juventud, en el orden histrico, los defectos de nuestra raza y virtud y valor del extranjero; en el orden geogrfico y fsico, la pobreza de nuestro suelo (inmensa meseta central, estril, salpicada de algunos oasis y bordeada de una faja de tierra frtil), y la inclemencia de un cielo casi africano; en la esfera social y poltica, la indisciplina, el particularismo y el atavismo del caudillaje, es decir, el culto fetichista al sable que resurge de continuo como planta parsita en el terreno, al parecer, firme, de nuestro rgimen constitucional y democrtico; en lo cientfico, filosfico, industrial y literario, nuestra falta de originalidad y nuestro vicio de la hiprbole, que nos lleva a honrar como genios a meros traductores o arregladores de ideas viejas o exticas S como Temstocles a quien no dejaba dormir la gloria de Milcades. Considera todo descubrimiento importante trado de fuera, como una recriminacin a tu negligencia y a tu poquedad de nimo La patria angustiada confa en ti. Qu sera de ella si t no respondieses a su tierna solicitud, si te mostrases indiferente a sus anhelos y esperanzas!
CAJAL, EN MOROTE
(Moral, 83)
173
LA ENSEANZA
La vocacin pedaggica no existe. Los maestros, o mejor dicho, los que profesan la primera enseanza, son desgraciados que suelen carecer de medios intelectuales o materiales para seguir otra carrera mejor. El maestro de escuela espaol es tipo de caricatura o de sainete. Es el eterno mamarracho hambriento y esculido, vctima del Gobierno; pero persona de vala y al tanto de las cosas de su tierra me demuestra que realmente no son por lo general dignos de mejor suerte esos maniques de cartilla y palmeta. Los nios, me dice, no aprenden siquiera a leer en la enseanza primaria. De gramtica no hablemos, raro es el que sabe lo ms elemental y escribe con ortografa. Y no habiendo aprendido a leer, no es posible aprender a estudiar. El maestro de primaria, por lo general ignorante, carece de todos los conocimientos y de la mansedumbre necesaria para cumplir su misin, pero tiene la bastante soberbia para suponerse dueo y seor de sus prvulos en la escuela. Como todo buen espaol con su poco de autoridad, quiere que sta resplandezca constantemente a los ojos de todos y ay del que no la acate! Lo primero que exige es la humildad, l que no es humilde, y la obediencia, l que con su proceder descubre la alegra del mando. Los nios, hartos de ser trados y llevados sin ms ni ms, suean en que llegue su hora de mandar. Un hombre por conveniencia se aviene bien a todo; pero el nio entiende antes la justicia que la conveniencia, y el maestro no cuida generalmente de razonar sus actos: es un rey absoluto. En la mala enseanza primaria est el origen de todos los males. El maestro, cuando pica muy alto pican hasta los ms ruines, no quiere que le llamen maestro, sino profesor. Este ttulo incoloro lo prefieren al de maestro, porque generalmente se llaman profesores los que dan cursos en institutos y universidades; bien es verdad que tambin se llaman profesores los barberos y sacamuelas. El profesor de primeras letras da sus explicaciones (aqu son oradores todos los que hablan), que los nios no entienden, porque en vez de facilitar la comprensin, hace discursos, esperando que sus infelices discpulos le crean un hombre superior. Tambin hace sus libros, y el ms imbcil tiene una gramtica, una geografa, una historia o unas matemticas; generalmente les da por los estudios gramaticales. Todos velan por la integridad del purismo. Gramtica hay por esas escuelas en que al nio le es absolutamente imposible aprender; el afn de definir de un modo nuevo condceles a los mayores disparates; y los pobres muchachos aprenden de memoria lo que debiera ser base de su estudio y es origen
174
LA ENSEANZA
de su abotargamiento intelectual. Tampoco se cultiva mucho la escritura; unos adoptan la espaola, otros la inglesa, casi nadie ensea a escribir; total, que a los diez aos de edad y cinco de materias, pasan los prvulos de la enseanza elemental a la segunda enseanza, sin haber aprendido siquiera a leer y escribir. De cada 100 nios aprobados de ingreso en el instituto, 90 saben apenas firmar y no hay uno que escriba al dictado correctamente; la lectura tambin pertenece para ellos a las ciencias ocultas; y sin saber escribir ni leer, les meten en latines. El catedrtico de instituto, y ms an el de colegios particulares, no est preparado para la enseanza; cuando ms, conoce vagamente la asignatura que explica, pero no penetra en la mente de los nios. El profesor, como el maestro, tiene la monomana del discurso. Todos los das hace su explicacin en forma oratoria altisonante; si no tiene un libro de texto propio, no se ajusta en todo a ningn autor y obliga a los alumnos a tomar apuntes; as acaban los cursos, y la mayora de los estudiantes no se ha enterado an de lo que sean las asignaturas que cursaron; algunas definiciones, alguna clasificacin, algn razonamiento aislado: cuatro lecciones prendidas con alfileres, que se olvidan luego, y el que tiene la suerte de salir aprobado no vuelve a pensar en aquellas cosas. As el nio que sali de la primera enseanza, virgen de conocimientos elementales, sale de la segunda sin comprender las ciencias y las letras que debieron determinar su vocacin, y no emprende la carrera que le aconseja su instinto, sino la que sus padres le imponen por considerarla ms lucrativa. Las universidades aparecen con mejor organizacin; hay en ellas algunos profesores sabios y cultos un Posada o Unamuno figuraran en su especialidad en cualquier universidad del mundo; aunque por lo general, vicios de constitucin y lo que viene desde el origen, la falta de conocimientos elementales, no permitan a los alumnos aprovecharse de la enseanza superior; con todo y no ser sta deplorable como las otras, deja mucho que desear. Unamuno, precisamente, ha dicho en una serie de luminosos artculos mucho y muy interesante acerca de la enseanza superior en Espaa. Pero ms que las universidades dejan que desear las escuelas de ingenieros y las academias militares. Nombrndose de real orden los profesores, y siendo aptos para el cargo de profesor todos los individuos del escalafn despus de un cierto nmero de aos de servicio, resulta que en ciertas pocas y en ciertos cuerpos que tienen su centro de enseanza en
175
LA ENSEANZA
buena poblacin, todo el mundo quiere ir a desempear ctedras, no por sus aficiones a la asignatura, sino por la residencia. Y, en cambio, a otros hay que enviar a la fuerza a quien explique, y claro es que no van los ms aptos, sino los ms desvalidos. Conceder aptitud para desempear una asignatura por el mero hecho de haberla cursado es una estupidez colosal; y cuando la asignatura es clculo diferencial, mecnica, geologa, construccin, botnica, qumica, sube de punto el disparate. As en las escuelas y academias especiales se repiten todos los errores de que viene siendo vctima el joven desde que tuvo la mala idea de ponerse a estudiar, y esta vez aumentados prodigiosamente. Me dicen cosas monstruosas de tales centros de enseanza, y si no las refiriese persona muy culta y muy conocedora, seran increbles. En una clase de topografa, despus de trabajar todo el ao entre los alumnos y el profesor, al hacer las prcticas de fin de curso no consiguieron cerrar un permetro. Las clasificaciones botnicas y mineralgicas, los experimentos qumicos, no van ms all. Muchos libros, muchas horas de clase, muchas horas de estudio; mucho atiborrarse de teoras, leyes y teoremas; pero la ciencia, la verdadera ciencia no aparece.
DARO
(Espaa, 230233)
176
LA ENSEANZA
fiado el corazn y secado el cerebro para dolernos e indignarnos ante tamao crimen de esa patria. Pero si algn da cerebro, corazn y conciencia nacionales despiertan, vern que eso mana sangre, y que si no se corrigen, sern intiles todas las dems reformas generadoras, porque lo primero que hay que redimir es al pueblo de la esclavitud, de la ignorancia, y lo primero que hay que tener es materia, sustancia, esencia de regeneracin. Lo dems, y mientras eso no se logre, son, como dira Hamlet: Palabras, palabras, palabras. Hay que repetir lo que dijimos al ocuparnos de los nueve millones de pesetas que se deben a los maestros. En tanto no desaparezca esa llaga nacional, nada podremos remediar de la enferma organizacin de nuestra patria. Tiene razn quien diga que, antes de proceder a ninguna otra reforma, hay que saldar nuestros seculares y tradicionales descubiertos con la enseanza (instruccin) y educacin (formacin del carcter nacional) de Espaa. Y aun puede aadirse que todo lo dems que se haga no ser slido, firme; tendr un carcter miserablemente efmero. Por primera providencia, por artculo de previo y especial pronunciamiento de nuestra regeneracin, cual medida de suprema salud pblica, hay que ensear a leer y escribir a esos 11.945.871 espaoles analfabetos. Si no acertamos a comprender la expresin y la gravedad de ese mal, si no sentimos una santa indignacin al contemplarlo, es que no hay en nosotros fuerza redentora, redentora del tristsimo atraso que tal estado de ignorancia nacional supone. Ya s que algo se ha hecho en este siglo de liberalismo, de rgimen constitucional y de progreso por la enseanza de nuestro pueblo; pero ni todo lo que deba, ni todo lo que hubiera podido hacerse. El notable profesor seor Cosso, director del Museo Pedaggico nacional, uno de los pocos que en Espaa se dedican a la rida e ingrata tarea ingrata y rida por lo mal correspondida de estudiar estas materias y consagrarse con alma y vida a la educacin, public en los aos 1897 y 98 una serie de artculos en el Boletn de la Institucin Libre de Enseanza, artculos que constituyen un interesante y completsimo tratado de lo que ha sido, es y debe ser la enseanza primaria en nuestra nacin. Esa historia demuestra cun corto, cun pobre es nuestro haber, en la que es de todo tiempo la primera funcin de una sociedad.
MOROTE
(Moral, 238239)
177
LA ENSEANZA
178
LA ENSEANZA
Record los aos en que su padre le obligaba a ir todas las maanas a un colegio de primera enseanza situado en la calle del Pez, esquina a la de Pozas, y donde tenan que habrselas l y sus condiscpulos con un cura que les abofeteaba y vejaba sin motivo. A las siete en punto la criada iba a despertarle, qu iniquidad! l procuraba eludir la orden todo lo posible, seducido por el calor del lecho, la semiobscuridad encantadora de la habitacin y el ruido de la lluvia; pero a las siete y cuarto volvan a llamarle y luego a las siete y media A las ocho no haba salvacin; su padre en persona iba a visitarle armado con un jarro lleno de agua recin sacada de la fuente y amenazndole con echrsela por la espalda si no se levantaba en seguida. Despus, tras un buen chapuzn, le vestan su trajecito marinero, le daban un pocillo de chocolate con su ensaimada, le ponan su boina, le terciaban a la espalda la cartera de los libros y le echaban a la calle. Y record tambin las noches que ganaba estudiando las lecciones de gramtica, de historia o de aritmtica del siguiente da; el repaso que les daba camino del colegio, los cinco cntimos de castaas asadas que siempre compraba al salir de su casa, no slo por el gusto de comerlas, sino para calentarse con ellas las manos; el invariable mal humor del presbtero pedagogo, los insultos y los pescozones recibidos, muchas veces injustamente; y luego las correras hechas con otros chicos por las orillas del Manzanares, las rias con las lavanderas, las peleas con los granujillas del barrio de Pozas y de la Moncloa y la ovacin que le tributaron sus compaeros de hazaas una tarde en que luch y venci a dos pilletes en la Fuente de la Teja.
ZAMACOIS
(Enferma, 5859)
A la derecha, y pasada la clase de dibujo, estaba el gimnasio: de sus altas vigas colgaban escaleras y cuerdas de anillas y trapecios, que daban al saln el aspecto de la cubierta de un buque; las pesas amontonadas parecan balas de can; en el ambiente flotaba el olor caracterstico del serrn hmedo, que cubra el suelo. Don Carmelo y su Ilustrsima penetraron, recogindose los manteos, y todos les siguieron, escuchando aten-
179
LA ENSEANZA
tamente las explicaciones que Almonacid y sus amigas daban de sus objetos. Vieron el guardarropa, donde cada alumno tendra un pequeo armario, numerado, donde dejar su ropa mientras trabajaba; las paralelas, recomendadas por los higienistas para el desarrollo de los brazos y del pecho; el potro, que vigoriza y corrige los defectos de la columna vertebral; las escalas de puales, tan tiles a los obreros que viven en las minas expuestos a desprendimientos subterrneos; los trapecios, que dan al cuerpo flexibilidad y gallarda; las poleas, el mejor descubrimiento de la moderna gimnasia higinica; y en una pequea habitacin contigua, las duchas, que tonifican los nervios Don Carmelo Daz hablaba entusiasmado, golpeando los objetos que iba examinando con sus puos de hierro. [] Salieron del gimnasio, dirigindose a las aulas de primera enseanza, situadas a derecha del corredor. Eran salones grandes, con los suelos de madera en declive; de las paredes colgaban atlas geogrficos; la mesa del profesor estaba sobre un pequeo catafalco, desde donde poda verse fcilmente a los alumnos sentados en los ltimos bancos; bancos y pupitres alegres, pintados de verde y salpicados de numeritos blancos. Dejaron a la izquierda la escalera, que ascenda caracoleando como una gallarda espiral de mrmol, y sobre la cual varias ventanas vertan torrentes de alegre luz; cerca de ella, de modo que sus agudas vibraciones repercutiesen bajo la altiva cpula que la cubra, estaba la campana que recordaba a los estudiantes sus horas de trabajo y de recreo. Don Carmelo, para quien no haba detalle que pasase inadvertido, tir del cordn que haba de voltear la campana, y los lamentos del metal, golpeado por el badajo, resonaron potentes, agrandndose por los mbitos de los salones desiertos, como llamando ya a los alumnos annimos que aun no haban llegado.
ZAMACOIS
(Duelo, 330331)
180
CABECERA
181
LA ENSEANZA
El pesimismo se haba apoderado de Maltrana. Para qu doctorarse? El estudio no significaba sabidura, sino rutina. l haba visto mucho y saba a qu atenerse. La Universidad era una mentira, como todas las instituciones sociales. Hara oposiciones a una ctedra; le admitiran los compaeros, algn profesor de carcter hurao le dara su voto; pero el resultado seguro era no conseguir nada. Los solitarios como l, sin protectores, sin atractivo social, estaban desarmados para la lucha diaria; su destino era morir. l amaba la ciencia por ella misma, por sus goces, por la voluptuosidad egosta de saber. Viva la ciencia libre! Qu le importaba aquel papelote, certificado de sabidura, cuya conquista haba de costarle dos aos de miseria? Para ser filsofo no era necesaria la Universidad. Los grandes hombres admirados por l no haban sido profesores, no posean ttulos acadmicos. Schopenhauer, su dolo de momento, se burlaba de la filosofa que sube a la ctedra para darse a entender.
BLASCO IBEZ
(Horda, 1386)
Nos encontramos hace pocos das tras una ausencia de diez aos.
Y qu te haces? Me voy a Prusia, all me envan mis jefes para aprender el alemn. Y qu te has hecho hasta ahora? Pues, chico, el ganso. Al terminar el bachillerato me gradu en Filosofa y Letras. He vivido siete aos dando lecciones en colegios particulares y ganando veinte duros mensuales. Har cosa de un ao me acord de que hablaba francs, no porque me lo hubieran enseado en el Instituto, sino por aprenderlo de nio. Me ocup en escribir cartas de comercio, complac a mis principales y el resto ya lo sabes pasado maana tomo el tren para Berln. No es verdad, Archidona? Hemos hablado de l algunas veces, al evocar recuerdos de mis compaeros del Instituto. Era uno de los discpulos ms aplicados y de los ms listos. Obtena sobresaliente en todas las asig-
183
LA ENSEANZA
naturas. Siendo casi un nio versificaba con facilidad, lea con primor, hablaba con elocuencia. Profesores y condiscpulos nos decamos, no sin cierta envidia: har carrera! Y, efectivamente, se hizo licenciado, ya lo sabes, y le ha servido su hoja de estudios para tener que desandar lo andado tras diez aos perdidos da por da, en una vida de aburrimiento y de miseria. Te explicas mi odio contra los ateneos y las universidades, contra los ttulos acadmicos y contra esas poblaciones del interior de Espaa que no ofrecen a la juventud otra salida que la de embrutecerla con el latn y el griego y el hebreo y la historia de los godos y el derecho cannico y la retrica de Hermosilla y los silogismos lgica corriente entre los perros de la metafsica?
MAEZTU
(Hacia, 5556)
Lo mismo cuando estaba solo Orellana que cuando eran siete los huspedes, o cuando fueron ocho con la llegada del joven canario Carlos Cook, amigo de los vizcanos, Po Cid viva como de costumbre, retrado y sin tratarse con nadie. Slo alguna vez cruzaba la palabra don Benito y los estudiantes de Medicina, que eran sus vecinos ms prximos. Sin embargo, aunque segua comiendo en su cuarto, bajaba algunos das a almorzar al comedor, que estaba en el principal, y con el tiempo conoci a toda la patulea estudiantil, con la que simpatiz grandemente, pues era amigo de la juventud, y bien que su exterior fuese el de un hombre ya entrado en aos y su carcter misantrpico, sus ideas eran tan frescas y vibrantes que cuando hablaba todos le escuchaban con la boca abierta, como cuando se oye algo nuevo e inesperado. Aquellos estudiantes eran, segn Po Cid, pellejos acabados de salir de manos del curtidor y llenos de vino viejo y echado a perder, de ciencia vana y pedantesca aprendida en los bancos de las aulas de boca de varios doctores asalariados.
GANIVET
(Trabajos, 8384)
184
CABECERA
186
15. La iglesia
187
LA IGLESIA
faltaran otros que siguieran rezando a Dios, pero dando con el mazo, no importa a qu, para ganarse el pan. Los ms se dedicaran sencillamente a trabajar. Entonces comenzaramos a vivir una vida til, laboriosa y vulgar. Pero es necesario que antes triunfe la esttica. Convengamos en que esos clrigos son magnficos y en que trabajan para el porvenir, siempre tranquilos y confiados. Contemplad el Seminario del Cisne. Y en esta tierra de vividores aborrecemos ya seriamente a los curas, porque ellos son los nicos que han logrado vivir. No es extrao. Ellos poseen las dos grandes virtudes de la vida, los dos grandes valores de que el maestro Galds lo espera todo: la paciencia y la voluntad. Yo creo que en vez de aborrecerlos debiramos imitarlos. Y si para esto nos falta voluntad, tengamos paciencia, que ellos acabarn por regenerarnos. 2031904
A. MACHADO
(Trabajando para el porvenir, Prosa, 14721473)
188
LA IGLESIA
gustaron a Claudio, que levant la cabeza buscando en las alturas de la nave algo que le distrajese de esa repugnante devocin que se arrastraba de hinojos por el suelo; y lo hall: eran unos frescos de Taberner, iluminados por la lechosa claridad que inundaba la bveda. El primero representaba una matrona hermossima, adornada con una corona de oro y un velo blanco que el viento agitaba; a sus pies y voluptuosamente reclinado sobre una nube, haba un ngel con las alas negras extendidas y un rostro seductor de mujer rubia. Aquellas dos figuras que conservaban, a pesar de los esfuerzos que hizo el artista para divinizarlas, la fuerza sugestiva de la carne joven, cautivaron la atencin de Claudio; el pintor venca al hombre, y hubo momentos en que, fascinado por su devocin al arte, olvid el templo y el poco piadoso fin que all le condujo. Las dos creaciones de Taberner tenan una belleza triunfante, sobre todo aquel angelote de alas negras y cabeza de mujer rubia, en cuyos rasgos, Antnez crey sorprender un vago parecido con los de su idolatrado ideal de ojos verdes. Despus haba un segundo grupo, formado por un viejo mendigo y una mujer de lujuriantes caderas; ms all otro ngel alargaba el brazo mostrndole el camino del cielo a una monja; luego apareca un serfico personaje de alas blancas, y en ltimo trmino y ya sobre el altar mayor, el Espritu Santo en forma de paloma. Pero lo que continuaba atrayendo la atencin de Claudio era el primer grupo: la matrona, morena, resplandeciente de oro, y el serafn con alas negras y rostro de mujer pecadora, que ms pareca una de aquellas bacantes que danzaban cogidas del talle y con las frentes coronadas de pmpanos en torno del regocijado Sileno, que un espritu del paraso cristiano: indudablemente en aquella sugestin artstica que el modesto mrito de las figuras no explicaba, intervena como factor principal el estado psicolgico de Antnez, pues los ojos verdes eran para su ideal lo que las alas negras para el angelote de Taberner: el hlito del infierno, el sello del pecado, que sin caer en las profundidades del abismo, no acaba, sin embargo, de redimirse. Al fin, cansado de su actitud, se puso de pie y por entretenerse penetr en la capilla de la derecha, dirigindose luego hacia el altar mayor. A ambos lados de ste aparecan dos gigantescos santos de cartn, y al fondo los retratos de los cuatro evangelistas: Marcos, Lucas, Juan y Mateo; estas figuras, obras tambin de Taberner, tenan una expresin grotesca
190
LA IGLESIA
que abogaba bien poco en favor del artista. En la capilla de la izquierda haba tres altares, y en uno de ellos un Crucifijo, a cuyos pies una Virgen pequeita, fesima, juntaba las manos con exagerada afectacin teatral. Antnez contempl asombrado el crimen esttico que aquel Cristo representaba: era una imagen ridcula, con las piernas excesivamente delgadas y salientes, y una cadera deforme, como dislocada, bofetn sacrlego dado al Redentor por un escultor chapucero. El primer movimiento de Claudio fue de indignacin; luego, aquel semblante enflaquecido y aquellos ojos que parecan cerrarse de debilidad o de sueo, que no de sufrimiento, como procur expresar, sin conseguirlo, la inexperta mano del artfice, excitaron su hilaridad, y segn le miraba, sus deseos de rer aumentaban: aquel Cristo, hurfano de divinidad, mora de fatiga, de hambre Y a su memoria acudi un saladsimo cuento andaluz
ZAMACOIS
(Punto, 3335)
Sevilla rebosa de forasteros; Toledo lo propio; a Murcia van los trenes llenos de viajantes. No faltan en las estaciones los indispensables ingleses provistos de sus minsculas detective. Es en las provincias en donde la santa semana atrae a los turistas. Madrid es religiosamente incoloro, y lo que hace notar que se pasa por estos das de fiestas cristianas es que desde ayer, por decreto del alcalde un descendiente del ilustre Jacques de Liniers, no circulan durante el da vehculos por la capital. Las campanas no suenan, reemplazadas litrgicamente por las matracas, y jueves y viernes estas mujeres amorosas en la devocin recorren las calles cubiertas con sus famosas mantillas. En medio de la multitud, algo he advertido de una vaga y dolorosa tristeza. Se escucha que viene a lo lejos una suave msica llena de melancola; despacio, despacio. Luego se va acercando y se oye una cancin, seis voces, dos femeninas, dos de hombre, dos infantiles. El coro pasa, se dira que se desliza ante vuestros ojos y a vuestros odos. Son cie-
191
LA IGLESIA
gos que van cantando canciones, pidiendo limosna. Se acompaan con violines, guitarras y bandolinas. Con sus ojos sin da miran hacia el cielo, en busca de lo que preguntaba Baudelaire. Lo que cantan es uno de esos motivos brotados del corazn popular, que dicen, en su corta y sencilla notacin, cosas que nos pasan sobre el alma como misteriosas brisas que hemos sentido no sabemos en qu momento de una vida anterior. Se dira que esos ciegos han aprendido su msica en monasterios, pues traen sus voces algo como piadosa resonancia claustral. La concurrencia que va al paseo no para mientes. Por los balcones asoman unas cuantas caras curiosas. De lo ms alto de una casa, de una pobre buhardilla, cae para los ciegos una moneda de cobre. En las iglesias se ostentan las pompas sagradas. Los caballeros de las diversas rdenes asisten a las ceremonias. La indumentaria resucita por instantes pocas enterradas. Mas ayer se cumpli con una antigua usanza en la mansin real que, con toda verdad, ms que ninguna otra manifestacin, ha podido llevar los espritus hacia atrs, en lo dilatado del tiempo. Me refiero al acto de lavar los pies a los pobres y reunirles a la mesa, la reina de Espaa. Esta costumbre arranca de siglos; instituyla Fernando III de Castilla en 1242.
DARO
(Espaa, 106107)
192
Procesin del Cristo de los Alabarderos. 1905. Archivo Espasa Calpe. Madrid.
Comunidad de Madrid
ISBN 84-451-1529-4
9 788445 1 1 5 299