La Filosofía Pesimista en La Obra de Emil M. Cioran
La Filosofía Pesimista en La Obra de Emil M. Cioran
La Filosofía Pesimista en La Obra de Emil M. Cioran
.
LA FILOSOFA PESIMiSTA ENLA OBRA DE
EMIL Al? dORAN.
FresenLada porJos LuisIbez Sierra.
Dirigida por el Doctor D. Fernando Savater.
(Catedrtico de la Universidad Complutense de Madrid).
Vilviestre del Pinar (Burgos), Septiembre de 1.996
- Pues si uno no es el centro del mundo, qu es?.
- Es.
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A MANERA DE PRESENTACIN O PREFACIO
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dORAN: Algo ms que una oscura noticia
.
Michele Molinos, Aragonese,
por haber intimado tanta gloria a la nada,
por haber dado al fin
de la verdadera y perfecta
aniquilacin
una oscura noticia..
(Una oscura noticia, Fragmento, en J.A. VALENTE. El inocente seguido de treinta y
sietefragmentos, Eds. Orbis, 1.985, p. 105.)
Entre las desventuras que suele acarrear determinada formacin acadmica se encuentran,
por un lado, esta de repetir siempre lo mismo, o lo que es igual, alimentar la rutina, y aquella que
tratade ocultar la disidencia.
No es privativa, esta manera de hacer, de esta poca nuestra, pero, en absoluto se salva
por consagrar estas prcticas.
Al escribir estas lineas anteriores, pienso en otros hombres ms que en Cioran, materia,
si se me permite, aunque con deseo nrecipitado de disolucin, de este trabajo que ahora presento.
El, Cioran, quisiera no estar en boca de nadie, carece de reversibilidad ffincional. incluso
dn~x~i1, y esperamos que l sepa bien disculpamos este atrevimiento por hurgarle en sus
escritos. (Al escribir estas notas, aun no habafallecido nuestro autor, y la peticin anterior o
como quiera entenderse nuestro deseo, es absolutamente inactual.).
Cuando, en ocasiones, ha salido su nombre en alguna conversacin con amigos, casi
siempre la pregunta era: Pero, quin es ese, quin es?. L que en principio poda parecer
decepcin por el desconocimiento -la desilusin del Panten - resultaba ser y daba paso a la idea
& que es bueno no-ser-conocido, o no padecer o tener patente de ser.
No escribe Cioran acerca de todo, sobre lo divino y lo humano, sino que escribe pasmado,
irritado, alrededor de la incontenible energa del hombre, de su insufrible versatilidad.
Vivir en el anonimato y poder decir:
- Me gustara hacer algo hermoso.
- Hacer, hacer algo?.
- Bien, pues si; hacer algo hermoso: desaparecer.
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PARFRASIS DEL PESIMISTA.
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lo
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lA: UNA APUESTA PORLA DECEPCIN.
Hizo tres ejercicios
de disolucin de si mismo
y al cuarto qued solo
con la mirada fija en la respuesta
que nadie pudo darle....
(Biografia sumaria, Fragmento; en 1 A. VALENTE, El inocente seguido de treinta y
sietefragmentos, Eds. Orbis, p. 19.
Y con sus palabras comenzamos:
Liberarse de la obsesin de ses el imperativo ms urgente. (dORAN, CT, p.
25, M. A. Eds.).
Algo que parece muy recomendable para la prdida de las nociones. Pocas prestaciones
pueden caber con esta afirmacin a lo que equivocadamente se ha dado en llamar sociedad
egosta. Un ataque al hombre inocente, al hombre inviable?.
Quiz apunte el hombre despreocupado y no precisamente en el sentido tradicional del
trmino. Ninguna concesin a la importancia del papel del hombre en el mundo. Nada a
considerar, pero s, nada que considerar.
Actuar para que se diga que aqu estamos, hacer para que nos recuerden, escribir
para que nos quieran (Garca MRQUEZ), esos son los argumentos que se adhieren (al bagaje)
a la ofensiva -como todo bagaje- de que realmente el mundo tiene un sentido:
Todo el secreto de la vida se reduce a esto: no tiene sentido; pero todos y cada uno
de nosotros le encontramos uno. (dORAN, OP, p . 11, Tusquets Editores).
Aparecen en toda poca y momento, se constituyen en legin influyente, estn aqu y
.......
En realidad, son una expresin defensiva, la argamasa del acicate. ..de siempre.
Cuntas ms veces nos muerde (el sobresalto) nuestra sinrazn, que no el aventurado
acomodo de nuestra condicin?.
Sobresaltados -o felices, diramos en ocasiones- por la pregnancia (o prestancia) de
nuestra identidad (por el brillo de nuestra identidad como logro en el mundo) desconfiamos de
este smil duradero de dicha y nos vertemos en la duda: carece de toda credibilidad de gozo
inalterable nuestra estancia.
Es una inundacin sentimental que se refrenadifcilmente, y de la que laexencin
en pocas o personas, parece ms bien confirmatoria de la regla:
Siempre que pienso en el hombre, la compasin anega mis pensamientos. Y as no
puedo, en modo alguno, seguir sus huellas. Una fractura en la naturaleza nos obliga a
meditaciones fracturadas. (dORAN, OF, p . 17, Tusquets Editores).
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Desde luego, sumergirse en el hombre, pareceracomo si produjeraasfixia, fenmeno de
laxitud indeseada.
Es un desbordamiento efectivo de renuncia lo que el hombre provoca -o produce- en sus
congneres. Parece imposible que nadie se entretenga en encontrar algn allegado que le
produzca neutralidad, cuando sabe que le proporcionan perturbacin.
Los pasos hacia el hombre, son abismos. Mi reflexin sobre l permanece en el orden de
la discontinuidad. Trabado cualquier contacto, nunca se nos escapar que se basa en una lgica
furtiva, aquella del astillamiento.
Qu decimos, qu pensamos que es la vida?:
...Y qu es la vida sino el lugar de las separaciones?. (dIORAN, OP, p. 40,
Tusquets Editores).
Podra convenirse que el mar de conjeturas que tratan de aprehenderla desembocaen una
sinttica expresin cercada (nimbada) de un cierto abatimiento conceptual y que recorre todos
los idiomas, y ya en estos, desde las ms alambicadas precisiones, hasta las expresiones ms
tendidas: as es la vida. La gran cada, lagran paradoja del tropiezo, es que queremos explicarla
y no nos la podemos explicar. Trata la palabra de concebirla y se edita nuestra racionalidad, y.
menos nuestro sentimiento en el tiempo; pero, la de cada uno, -la propia?- rebaadura de un
atnito (tono) devanar, es un pasaje habituado a la consternacin, es un no efectivo de lo
inexplicable, el hecho ms claro de lo que se conoce como no cuajar.
Ni siquierasomos un sucedido, o suceso, en el tiempo, pues ste no apadrina ni siente la
recepcin de nada ni de nadie, es un no-continente, aquejado, segn nosotros y para nuestra
conveniencia, de medida y de sucesividad. Para nuestra desgracia, nos hemos distendido en La
inuaspasable hospitalidad del tiempo, cama de la indiferencia y el soslayo universal.
Caemos en un lugar. Y all, en l, asistimos a la incontenible procesin de los
desligamientos (deslizamientos), al taraceado intermitente, o persistente, de la nada.
Es un contrapeso -a algo- la lucidez, aqu trata de contrarrestar, es aquel abismo
deslumbrante, al que, pese a su carcter y a todo lo dems, no queremos descender?:
Un hombre que practica toda su vida la lucidez, se convierte en un clsicode la
desesp eranza. (dORAN, OP, p . 42, Tusquets Editores).
La lucidez ama la cancelacin del emitir. Es la ejerciente prerrogativa de la
desumbilicacin, con ella amagamos, y a veces logramos, la desimplicacin.
El lcido, o la lcida, tiene que batirse en retirada de lo que recurrentemente gana cada
vez ms espacio, el entorno. Su ms ardua solicitud se centra en no significarse por ninguna
adscripcin, en aniquilar cualquier atisbo de simpata, por ninguna militancia, en, por fin, rehuir
la importancia. Para el lcido, siempre hay una cuenta pendiente que debe saldar, un asunto que
merece lapena resolver, sobre todos los dems, y es, asaber: cmo conseguir ladesgravitacin
universal, la defeccin del imantamiento en el mundo.
Y es entonces, cuando vacos de nimo, reanudamos el aplazamiento inconcebible de la
desintegracin.
Hay en estas palabras un deseo de que nuestras preguntas sean no slo ms
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certeras, sino ms acechantes en el contorneamiento del sentido escondido u oculto de las cosas:
Uno no puede preguntarse correctamente qu es la vida, sino qu no es.
(dIORAN, OP, p. 93 , Tusquets Editores).
Se consigue ms cambiando lapregunta, alterando su peticin, saliendo del menesteroso
y montono ritmo del preguntante (del inquisidor). Debemos a nuestros hbitos en el inquirir
muchos retrasos. La literatura, la filosofa y las ciencias han podido concentrar en sus respuestas
a esta forma de preguntar grandes frapmentos, hermosos, penetrantes y tiles dictmenes, pero
no han advertido, o bien han olvidado, que han rozado o han tocado, la intencin de (en) una
pregunta, pero no a ella misma. Han salvado el propsito, pero no se han disuelto, sumergido en
la pregunta. Afectados por ella, no de ella.
Inditos en la contracorriente, debiramos despertar del sueo de las explicaciones
presentes, satisfactorias, productivas, y acceder al entramado de las explicaciones in-tiles, que
tanto tienen que ver con la condenacin.
Y ahora, retomando lo que en principio y arriba se afirma, qu no sea la vida,
entenderemos que se refiere alhecho de sujetar y limitar todos los reduccionismos habidos y
vivos hasta el presente. No es alimentar, con algunas ms, el acervo de explicaciones,
posiblemente contrarias, sino que se trata de desmayar los halos de suficiencia de que somos
portadores, de desbaratar los alcances y proyectos de continuidad que con acendrado tesn
acarreamos.
Por lo general, la desgana no ha tenido entre nosotros una historia tan cumplida
y permanente como otras fachendas intelectuales de uso y de brillo, pero tiene su asiento de
cuando en cuando, aunque breve, al verse soterrada de continuo por cualquier ocurrencia de
actividad:
Mueres de lo esencial cuando te desligas de todo. (dIORAN, OP, p. 226,
Tusquets Editores).
La accin, el ms recurrente de los (vicios) dislates, la cinaga en la que chapoteamos los
barros, la pleamar de todos, all donde todas las mareas se consumen...
Cuando se desanuda la accin, se hace imposible tejer en la importancia.
Aparece entonces un hueco en el universo, un vano por el que transita <malvive) la
indiferencia.
Aquello que segn se dice merece la pena (vale por toda una escritura esta frase, y a la
que tendramos que volver constantemente, desde la lengua y desde la vida) y que es dado al
olvido, nos desestribadel curtido alelamiento que nos cine.
Ni siquierapordiosear en cualquiera de las telaraas de los sucedido. Sin ningn
deseo de permanecer por ms tiempo en el panorama, ni en sentirse en ningn discurrir:
Nada ms dulce que arrastrarse al margen de los acontecimientos; y nada ms
razonable. (dIORAN, TE, p. 3 6, Taurus).
Fuera del neto propio con que nos hallamos en el tiempo.
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Unadesemprendedora niebla nos arrebata, nos debiera arrebatar, de todos los instantes,
en que, exangties, no sabamos encontrar el enclavems propicio del definitivo desprendimiento.
Escurrirnos, sin memoria (nuestra), del compromiso. Eso es: Cmo vamos a explicar,
nuestra inexistente cadencia con aqul?. Si nos acompasamos al solo fluir del deslizamiento, qu
asideros nos mantienen en la tensin sin dejadez a que todo compromiso obliga?.
Declaramos sin opcin, es una de las primeras muestras que llevan a la irrelevancia, a lo
ineficaz, a la inoperancia. En qu consiste, cul es, el oscuro pacto que com-promete a unos y
a otros, a todas las llamadas personas?. Se dira, que a veces, es simplemente, levantar el teln,
mantener sin desmayos el escenario y sellar pasa siempre una representacin. Pero parece muy
dudoso que se resignen tan slo a actuar; necesitan otro verbo, quieren. ..crear. El pacto, a lo que
sabemos es (frontispicio grabado en todos): ms all, ms.
Salirse del pasar.
Unaparte muy significativa de nosotros mismos perpetra sin miramientos, y como
punto de partida, una demasa, un exceso sin lmites:
La vida se crea en el delirio y se deshace en el hasto (CIOR.AN, HP, p. 3 1,
Taurus).
Llegados a un cierto punto, nuestra intemperancia nos recuesta en el plano del tedio,
donde se anulan los intentos.
El lgamo en el que nos revolcamos ofrece un precipitado de masa cuyo molde es el
desvaro. Excepto nosotros, lapulsin personal, toda otra presencia parece advertir que un vagido
de despropsito conforma al mundo y a su naturaleza en un dislate.
Aquellas subidas pretensiones en que se nos ha arropado siempre, y bajo las que, con afn
desmedido, -y ciertamente, descomedido- nos cobijamos, nos despuntaron en un sublime
encarecimiento de nuestras actitudes plantares- de las destrezas del hombre, sta del
sobrepasamiento es la que ms puja- hacia los pinculos de lo cardinalmente desatado en la
insania, para una vez, entrevista nuestra impropiedad en tal situacin, precipitamos en el
despeadero sin remisin del hasto.
De una suerte que se crea regida y reglada por la compacidad (lo compacto,...), y de la
que siempre se crey que era indiscutida, se nos ha invitado por la va de apremio a que
propendamos a la aceptacin de la ms exigua (o infinitesimal) de las banalidades.
Y, bajo la gidade la esttica, estimado el gusto, amar del mismo nodo la aberracion.
Quin no ha proferido en su vida, mltiples veces, quejas por el lugar y tiempo
que le toca vivir?
Buscar cualquier mundo, salvo este, abismarse en un himno silencioso hasta el
vaco, lanzarse al aprendizaje de un otra parte... (CIORAN, CT, p. 29, M. A. Eds.).
Digamos en principio que la primera formulacin, ese primer deseo, es ms fuerte en el
hombre que cualquier peticin que ste hiciera, porejemplo, a un genio, tal como Aladino valga
el caso.
En este sentido, Cioran saca a la palestra una aspiracin universal; la nicadiferencia que
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separa al autor de estas lneas de los simplemente descontentos es la de la ruptura con este
mundo, y el no convivenciar en el otro posible de lamanera habitual, que, debe ser, en muchas
ocasiones, lo que nos debe corroer.
En lugar segundo, qu lejos de la confianza de aquellos que piensan en patrias, tierras
chicas, lugares... . Qu alejada esta breve frase del subido y sentimental echar races, buscar
races, etc.
Y, atencin. Para llegar a decir esto, nadie ha podido poner en candelero prcticas de
evasin. Esto no lo puede decir un diletante, ni siquiera un desengaado, dado que ambas
posturas reclaman una atencin pormenorizadapor parte de alguien, mientras que Cioran aspira
al vacio, al nulo de la contemplacin.
El inters de bsqueda que haya en este exilio, en este desterramiento no se resume en
el hecho de aventura en el mundo o en la vida, tal y como nosotros estamos, quieras que no,
acostumbrados a conocer.
Nada va a derivarse de esa deriva del mundo. Tampoco parece ser un viaje a lo
desconocido con nimos de alumbramiento, a una nueva civilizacin, pongamos por caso.
La bsqueda innominada, sin centro, por oposicin a una bsqueda de la aparicin. Es
la desaparicin frente al continuo.
Quines de los que conocemos se lanzan al aprendizaje de un otra parte?. Lo que yo
s, me ensea que todos, casi sin excepcin, aprenden de parte de, aparte de , y siempre,
siempre, parte de.
Se nos dice, tambin, que lo aprendido es un anclaje, nuestra costumbre. No aprender
aqu, de aqu, pues vemos donde nos conduce.
Es un sarcasmo eso de un otra parte. Dnde?. No hay otra parte. Slo hay formamos
parte de , y eso en los momentos ms optimistas y solidarios, leyendas de Estado. Mentar la
advocacin anteriormente escrita, es sentir, o pedir, la disolucin.
Y acerca del cambio, algo por lo que no nos produce pudor derrocharnos e incluso
en ocasiones cometer tropelas, se dice que:
Todo cambia, de acuerdo, pero casi nunca para mejorar.. ( dORAN, CT, p.
3 4, MA. Eds.).
La primera mitad de la frase, bien puede llenar de gozo muchos pechos, e incluso el
asentimiento primerizo a sus palabras puede ser universal: en esto coincidirn partidarios y
detractores de Perogrullo. Pero hasta aqu la segunda parte, la adversativa, que se levanta como
un aldabonazo, de reflexin, sin duda.
Cioran no escatima evidencias, no las soslaya, dialoga brevemente con las incursiones
que muchos filsofos han hecho en la historia, coincide incluso con ellos. Pero tampoco va a
rectificar ni a corregir a nadie.
Simplemente, tira - o encuentra- del hilo. Y lo que sale, parece ser en principio una
decepcin. Decepcin, para muchos, que es preciso conjurar: con los hechos, cifras, resultados,
cambios, claro. Y es esto lo que a Cioran verdaderamente le molesta, le reconcome: las
transformaciones, y no por lo que ellas dicen o representan, sino por lo que significan de
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cimiento ceflico en el hombre, de estar por encima de todas las circunstancias. El hombre se
halla en una situacin de pasividad significativa que ha trocado, en su afn de cambio, por la
significativa ignorancia, cada vez en su vida ms insignificante esta ltima, en beneficio de la
primera.
Esta es una frase dirigida a todos los pragmatismos, ahtos de xito y decisin. Una frase,
que sin requisitorias, levanta silenciosapero firmemente acta de un fracaso, de muchos fracasos,
pero sobre todo de aquel que se ha dado en llamar el de la condicin humana.
Parecera que esta frase es de un escptico, y puede ser que as sea. En todo caso, es la
de un escptico a contracorriente de las opiniones al uso, pues, cuntos de los que preguntemos
van a dudar de que todos los cambios, por lo general, van a mejor?. Cioran se enfrenta a la
encuesta.
Pero todo escepticismo planea con la duda, mientras que nuestro autor lo que hace es
tajar, soltar campo a travs la evidencia tantas veces maniatada y enmascarada. Nada ms
opuesto a la prctica poltica al uso que estas breves palabras. Y no es que el pesimismo tome
carta de naturaleza, no. Lo que sucede es que viene a ser como un primer auxilio que venga a
desbaratar comunes o remunerados papeles en la realidad. Puede ser que la desconfianza o la
duda desmejoren el idilio con el mundo, pero nada ms difcil para muchos hombres que
sacrificar una conviccin terica. El pesimista, por el contrario, es impagable. El anlisis para
el escptico, es ultimador; para el pesimista, acostumbra a ser devastador.
Qu se ha impuesto a qu, y quin ha ganado o perdido?. Pues se impone el velo
a la claridad, la ilusin a la realidad:
No estn los simulacros por encima de la esencia, la trepidacin por encima del
reposo?. (CIORAN, dT, it 42, M.A. Ed~).
Pierde esa quietud que se hace inaguantable e incomprensible a los activos del mundo.
Ganan aquellos que han consentido en que el movimiento les va a deparar la cumbre-lugar donde
se encuentran todos los paroxismos.
Habra que preguntarse el porqu del hombre al situar de esa manera el simulacro y la
trepidacin. El ruido del hombre, puede no hacer inocultables ciertos aspectos, como puedan ser
la presencia sin inquietudes de ser del hombre, y como correlato, su probado silencio, su
lealtad fona.
El hombre es afectado y chirriante, fantasma y chirrido por no querer ser testigo de su
impresentabilidad en este mundo, de ser un imposible ubicuo. El hombre, o la. defeccin por ia
vecindad: ese era su estado de gracia. Su ser desgraciado se consuma desesperando - y
consiguientemente desertando - de la soledad.
Aun espantajo y mudo, quiere figura y voz: es el sndrome de la implantacin. El ruido
no suplanta al silencio, sino que lo encumbra. Quizs piense que, con mscara y alharaca, ha de
apreciarse mejor su ser incompatible.
Cmo se produce la escapatoria del cumplimiento?. Con una sentida renuenca
de los actos. Pues
Nuestro nico recurso: renunciar, no slo al fruto de nuestros actos sino a los actos
mismos, constreirse a la improduccin, dejar inexploradas una buena parte de nuestras
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energas y de nuestras oportunidades. (CIORAN, dT, P. 46. M.A. Eds.).
No ha sido necesario hacer tantas cosas, o simplemente, esas cosas con las que vivimos,
parecen decimos esas lneas de hace poco. Lneas que parecen ms un anatema del pasado que
una advertencia saludable para el futuro, en el que, y esto s es plausible y saludable, no se confa
ni se cree.
Terrible presuncin la de hombre. Las, cuntas veces? llamadas potencialidades y
disponibilidades del hombre se contemplan en plan adusto. Aunque s hay cosas, lo que se pone
en duda es que merezcan la pena; es ms, se viene a decir que no merece la pena en reincidir,
porque eso s, parece ser una grave e inconsecuente cada.
Y quin nos priva a nosotros, charlatanes incontrovertidos en la naturaleza, del
placer de enunciar?.Por ello:
Renunciemos, pues, a las profecas, hiptesis frenticas, impidamos que nos siga
embaucando la imagen de un porvenir lejano e improbable, contentmonos con nuestras
certidumbres, con nuestros abismos indudables. (CIORAN, DES, P. 71, Montesinos
Editor).
Formular nos encanta, y ello tanto, cuanto ms arriesgadamente rigurosa sea nuestra
propuesta. La urgencia que nos produce, ms que en determinar cualquier hecho, en
contemplar nuestro dictamen sobre ellos, es un gusto impagable, y ningn recato en este
sentido es ms insufrible para nosotros.
Satisfechos y orondos con nuestra comprensin de las cosas, comprendemos ante todo
nuestra esplndida visin de la explanada por as decirlo.
De la misma manera, nuestras proyecciones, provisiones ilusorias donde existan,
abultan un tiempo, adelgazando la vida en el periodo que le precede, provocando una
absurda elasticidad de aqul, insumiso radicalmente a cualquier concesin. Apremisar el
tiempo, y lo que es peor, privilegiar una estada futura, es un puro camelo, acudir a unas resultas,
imposibles de todo punto, de nuestra glorificacin sobre l.
Es como superponerse a la mencin, a la nica mencion.
Bstenos con entender la paradoja.
Y an despus, los perfiles de la renuncia haran imposible cualquier tipo de
encenagamiento
La renuncia es la nica variedad de accin no envilecedora( CIORAN, EMX,
p. 60, Tusquets Editores.).
Debemos repasar la inexhausta lista de acciones, para damos cuenta del hecho de que no
es que estemos en desacuerdo con el autor, sino con la situacin de inmovilidad, con la efigie de
notables. Ya que no vemos, que se nos vea: esa es la aspiracin.
Implicarse en cualquier accin, hacindola buena y buenos a nosotros, es un acto de
complaciente generosidad con nuestro planeta. Toda accin huye de lo inmaculado, y sus
aspectos srdidos por mnimos y despreciables que sean, bastan para soterrar las mejores
intenciones. Toda accin, como hecho de bondad que siempre suscribe desde perspectivas
diferentes, nos condena a la proteccin y al amparo en un mundo destartalado, o mejor, en un
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mundo que fue violentado como nombre y para habitacin. Hacer algo para estar donde no se nos
acoge -ni las piedras son de este entorno - es ser hombre.
Solcitos, dispuestos, nunca llegamos a saber por qu estamos en este o en aquel sentido,
por qu elegimos o por qu lo hicimos. Todo menos el abatimiento. Esa franja oscura la explicar
la ciencia, pero, qu ciencia no podra hacerse sobre lo que no se hace?.
Rechazar desde los compromisos ms serios a los pensamientos ms ciegos... O todava
es un error, o una fatuidad ignorante, decir :Yo no creo en nada, y todos son lo mismo?. La
renuncia no parece el nihil sino el certum o el incertum iter.
Ninguna atadura en la tierra oficial, en la tierra prometida:
Mi divisa ha sido siempre y contina sindolo, no arraigarse, no pertenecer a
ninguna comunidad. (dORAN, EPR, p. 13 8, Montesinos Editor.).
Debilidad del aptrida?. Es, cuando menos, no posible, dado que ste emplea la fuerza
en otro sentido, al revs, paraencontrar el desagregamiento. Su vitalidad, reside en la negacin
de las afirmaciones, lo que le coloca en el borde de todas las admisiones. No tiene posturas, y su
intolerabilidad es de doble filo: proviene de los dems y de l mismo para con l.
Es el ser que ms tiene que dar de s y que menos tiene que ofrecer. Abierto a todas las
apreturas y estrujamientos, no hay como l para carecer de cualquier cobertura y abrigo. Es de
los primeros en advertir la desnudez en que se resuelve su parada y fonda. Es el que mejor
consuma su desaparicin en vida. Su mayor ansia, estrangular el universo. Sumido por la asfixia,
estima que es un estado siempre ms complaciente que la respiracin obsesa de cada da y en
cada persona.
En qu grado hincamos nuestra fijacin o nos confabulamos con un grupo?. La
bsqueda del miedo seguro nos hace tantear regularidad de adscripcin en diversas instancias.
Con singular apego nos sentimos pertenecer a tierras, clanes y grupos, desconociendo la
gracia de la soledad.
Creyendo incluirnos, segregamos la nicavirtud de la que nunca nos vanagloriamos: la
del desconocimiento.
Cuando la interesante es irse, desaparecer del mapa, nos lo componemos de manera
diestramente admirable paraenlapamos, para soldamos con orgenes y con creaciones sociales
cuya complicidad con el desacierto es lo ms destacado en ellas. Y quin le dice al hombre, que,
pese a todo, su habitculo es inclemente?. Pero, como recordaba UNAMUNO en un clebre
articulo, habr que descararse, en decir lo que creemos que en un momento dado es verdad.
Y un poco ms tarde, los deseos de desuncin y de no hacer caso de nada, nos
refieren a marcos de desganacada vez ms amplios, a un acontecimiento perpetuo de desinters:
Pretenderse ms despegado, ms ajeno a todo que cualquiera, y no ser ms que un
loco de la indiferencia. (dORAN, DIHN, p. 42, Taurus).
En el lenguaje coloquial, una expresin como echarse para atrs, describira con
aproximacin este desentendimiento vital acelerado. Pero este retroceso, se prodiga escasamente.
Ser venal, muy pordebajo, de la insignificancia, acarrear todas las atonas, desprenderse de todos
los esfuerzos. Como una propuesta descoyuntada, o para no teneren cuenta, aspirar auna ascesis
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sin focalizacin.
Padecemos cadavez en mayor grado un cierto gnero de ebriedad de la identificacin.
Orates desentendidos, el nico deseo que nos habita es el de relajar definitivamente nuestras
ltimas adscripciones.
Y sobre el espritu, aliento de lejana:
Slo el espritu tiene la facultad de rechazar lo que es y de solazarse en lo que no
es ; slo l produce, slo l fabrica ausencia. No tomo conciencia de ini mismo, no soy, sino
cuando niego. (dORAN, CT, pp. 59-60, M.A. Eds.).
El espritu apuntala las contradicciones, las alimenta, para luego, como armazn, costeras
de mina, derribarlas. Ningn espritu es, si no promueve la absolucin de vivir. No, es derogar.
Ahora si tendramos que hablar de esas tan celebradas alegras y gozos que
proporcionan los aspectos conseguidos, bien hechos, es decir, los llamados placeres de la
creatividad, o lo que sin rubor inusual, en ciertos crculos y mbitos se califica como
aportaciones ldicas:
Todo lo que he concebido se reduce a malestares degradados en generalidades.
(dORAN, DES, p. 13 3 , Montesinos Editor.).
Nuevos repuntes de la importancia que disimulan la poquedad de nuestra ambulacin.
Porque eso s, nuestros propsitos acaban haciendo buena a cualquiera de las virtudes. El
obstinado argumento que de s mismo desplegamos convierte en imposible la siempre preterida
des-implicacin.
Alimentar la demarcacin personal promovida en la obra, es de continuo, soportar y
alentar el pathos ms incurablemente enfermizo. Admitir que una concepcin al menos - no
sabemos las de los dems - es as de reducible, es llamar la atencin acerca del valor desatendido
de lo intrascendente. Porque, aparte de la perpetua remodelacin que de la trascendencia se hace,
con lo que ello supone de hurto de su contrario, hemos de entender que por ejemplo, el malestar,
que es lo que en estos momentos nos ocupa, es, entre todos nosotros, al menos, coloquialmente,
una irrelevancia, que, paradjicamente est omnipresente en todas nuestras explanaciones
.
Lo que en todo caso nos puede decir algo sobre nuestras insensatas prioridades o
preferencias.
El malestar, aupado a la sublimacin.
A la hipocresa, sobre todo, le gustara destruir la seguridad social, esa que
consiste en sentirse en cualquier momento encantado y a gusto con lo que se tiene y se es:
Aparentemente todo el mundo est contento de s; en realidad, nadie. (dORAN,
CT, p. 89, M.A. Eds.).
En este sentido - y en otros - fingir, si es que tal cosa puede llegar a ser la hipocresa en
ocasiones, es un acierto. Nada ms atinado que el fingimiento, que en momentos, nos lleva a la
indiferencia y al desconocimiento.
Por qu son tan atrayentes las apariencias?. Por qu, a aveces, son tan envidiados los
que rompen con ellas?.
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Al contrario de lo que se cree, parahacer ms insoportable nuestra aventura en el mundo.
Enfrentarse, sin tachas ni veladuras, con la realidad, es acabar con ella, no consentira,
desvivirse en exceso, podramos decir. Uno, frecuentemente, lo que ms envidia del otro, no es
su seguridad vital, sino la pasmosa facilidad que tiene de poder morir en cualquier momento.
Atrafagados (en lanzar piedras que sabemos que apenas van a llegar lejos de
nosotros) nuestra postulacin se mueve siempre en aquel certero y preciso dicho popular: a
destiempo y a deshora:
Todo sucede demasiado tarde, todo es demasiado tarde. (dORAN, EMY, p.
120, Tusquets Eds.).
Llegar a un sitio absolutamente impuntual, donde nadie ni nada esperaba nuestra
presencia, he ah nuestra primera empresa. Nadie crea en nuestra existencia, mucho menos
despus de ver nuestros primeros escarceos. Dificilmente entonces, el tiempo en las cosas, se va
a acompasar al tiempo de esos autnticos advenedizos que somos nosotros: todo se conjura para
la indiferencia mutua.
En ese imposible -frente a frente - encuentro primigenio, que va a forzar encuentros de
transformacin del medio sin embargo, va aconsistir la imposible radicacin nuestra, y, pese
a todo, mientras nos movemos, la nica renuncia que somos capaces de plantear: la de
erradicamos de aqu.
Siempre a destiempo, nos resulta imposible conciliar por eso mismo nuestro equvoco
destino con la pausa implacable del tiempo, o, bien, nuestra contrariedad con la trabada
inmutabilidad del tiempo.
O la desazn o el establecimiento.
Ese todo, obra y destruccin del yo, acontece, pese a su ininterrumpido fulgor, facturado
de retraso, con un cierto dbito de incompetencia real, tarado en parte de incomparecencia por
virtud de la tardanza, sin squito.
Cmo resistir esto ltimo?.
Vueltos atrs, nos intrincamos en la retrospectiva de la madre de las nostalgias:
Esa necesidad de escondernos, de huir de la luz, de ser el ltimo en todo, esos
arrebatos de modestia en los que, rivalizando con los topos, los acusamos de ostentacin,
esa nostalgia de lo no nato y de lo innombrado, son otros tantos modos de liquidar lo
adquirido por la evolucin para reencontrar, mediante un salto haciu atrs, el instante que
precedi al sacudimiento del devenir. (dORAN, CT, p. 92, M.A. Eds.).
Hemos abandonado nuestro argumento a ladesidia. Amamos ms a Penlope cuanto ms
sumidos estamos en la noche. Cuando se habla muchas veces de huir hacia adelante , tal vez
lo que no se quiere admitir -por aquello de que siempre se ha de vivir mejor ahora que
anteriormente se viva - es que el derecho a la recula, al retroceso, ha sido siempre, o casi, un
estigma, y nunca, o casi, un derecho.
Quin tiene algo que decir en nuestro mundo al hombre emprendedor?:
Ser libre, es emanciparse de la bsqueda de un destino, es renunciar a formar parte
20
1 ~
de los elegidos y de los rechazados ; ser libre, es ejercitarse en no ser nadie. (dORAN,
CT, p. 92, M. A. Eds.).
Hasta al ms acanallado de ellos, se le limarn ciertas asperezas. Yo no s si la empresa
por antonomasia -la de estar aqu- ha resultado. Creo que nuestro mundo est goteado y
cuarteado desde siempre, que hay demasiada intemperie. Y un solo hambriento, por ejemplo,
debiera servir para no encontrarle ya sentido.
Pamplinas y contemplaciones, al destino; casi todas nuestras solicitudes pasan por el
llegar a ser.
Y ms tarde:
La tirana destruye o fortalece al individuo; la libertad lo debilita y lo convierte
en un fantoche. El hombre tiene ms p osibilidades de salvarse a travs del infierno que del
p araso. (dORAN, EMY, p . 25, Tusquets Editores).
Un cierto tip o de determinismo bifronte p arece iluminarse en estas lneas. Con p ocas
expectativas para la conformidpd y el consuelo, estas palabras tratan asimismo de poner de
relieve la absurda idoneidad de cualquier definicin y el largo abrazo, que no el abismo, entre
las categoras de bueno-malo, que no presentan vislumbres de oposicin, sino de comn y
simultnea presencia. Por eso, la tirana abaja y levanta, hunde y sublima, y aun entendiendo que
es una situacin indeseablemente extremista, no se la execra de una maneratan pretenciosa como
hacen aquellos, o muchos de aquellos, que tienen la gerencia de la libertad. En resumen, es
congnere de la limitacin, de limitados, pero tan obra del hombre como la magnanimidad
cuando estpresente. La libertad fantasmea al hombre, trata de ubicarle en la espectralidad ms
ardida y ardiente. No es un punto, sino un cedazo, por donde resbala de la uniformidad y del
acomodo. La libertad trata de deshabitar este mundo, y de ahi siempre sus tenues convicciones
y asientos, y, efectivamente, su beneficiosa labilidad apenas nos detrae de nuestras ms frenticas
predisposiciones, que se pueden resumir en una frrea resistencia de existir. De vivir,
naturalmente, como un fantasma a vivir como un fantoche, puede dar cumplida idea el
significado de los dos trminos.
Y, por ltimo, cules son el infierno y el paraso en nuestro mbito?. Multiplicados
o inexistentes, qu ms da, si asistimos cadavez ms a su descreimiento.
En tanto en cuanto lasalidasea ms rpida, pormor de las dificultades, un cierto infierno,
es ms la evasin que la anmala complacenciade la felicidad que se espera todos los das.
No es oro lo que reluce, sino prisa.
Luego, se dirams tarde de esta manera:
No es cierto ms que nuestro triunfo sobre las cosas, no es cierta ms que esa
constatacin de irrealidad, que nuestra clarividencia establece cada da, cada hora.
Liberarse es alegrarse de esa irrealidad y buscarla en todo momento. (dORAN, EAD,
p . 48, Taurus.).
Cuntas cosas estn arrop adas de verdad, cmo p roliferan las certezas!. Entre nosotros,
la verdad ha ap arecido a veces con el p restigio incluso de imp ortacin retrasada; en ocasiones,
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se la ha blandido como un crucifijo, o con un expeditivo esto va a misa
En momentos, como estimacin imperativa, verdad no hay ms que una; y en otros
eventos, los menos forzados como una tenue muletilla interrogativa, que espera asentimientos
poco comprometedores, verbigracia, no es verdad?. Todos estos aspavientos ebrios de verdad,
coinciden en la onomstica del descubrimiento, en la celebracin anticipada del arrumbamiento,
en realidad.
El criterio de verdad es muy restrictivo, tanto, que nos sanciona la incompatibilidad de
lo real como conducta. Cuando ya ni siquieralas cosas son tenidas en cuenta en punto o relacin
de contacto y de trascendencia, un cierto desaire de continuidad se instala entre nosotros.
A medida que superponemos la decepcin nos sobreponemos a los atisbos inciertos de
la realidad. Aparece entonces una conciencia de la desestimacin que se dirige hacia las cosas
y hacia nosotros como observadores poco precavidos de ellas.
Lo que el tiempo nos descubre es la infructuosidad de nuestro pergeamiento y de
nuestros intentos de estabilizar un bosquejo institucionalizado entre hombre y objetos; que el
turno de irrealidad no es algo en absoluto confinado a lo literario, sino materia comn; que el
desvanecimiento o la muerte del hombre es la indisipable animadversin hacia las cosas -cuya
ms celebrada versin es el trabajo-, su antagnicainsistencia en ellas.
Al percibir, rodeados de cosas -el tiempo es por ellas y con ellas- nuestro enlechamiento
imposible con ellas, lo nico que permanece es una victoria insustancial, la que se ejerce sobre
el menoscabo de las cosas. A nada se llega, nada se consigue con esta prescindencia: lo irreal se
abre ilimitadamente a la desposesin.
Ser libre lleva aparejado el reconocimiento de ciertas imposibilidades, como
podran ser las opiniones ms acendradas o los comentarios ms meditados. Es, en resumen, la
cada del pronunciamiento, el derrumbamiento de todo parecer:
Es libre aqul que ha discernido la inanidad de todos los puntos de vista, y liberado
quien ha sacado las consecuencias. (dORAN, DIHN, p. 87, Taurus.).
Que se nos diga mil y una cosas, hasta bien poco puede importamos; que el orden nuestro
se halle en las coordenadas de la rebatibilidad, es algo dificilmente asumible, una variable que
los clculos humanos no aceptan. Adems, aceptamos algo como incontrovertible: el hecho de
que siempre hay un punto de vista hurfano de discusin.
Aceptar cualquier inanidad, no es ser precisamente humano Atados a cualquier defensa,
a su sucesin interminable, es agonizar los elementos discursivos con que se cuenta en cada
intento racional distinto. Abocados a todos los acervos, nunca pondremos en duda la verdadera
inutilidad: lo que nosotros llamamos el placer de intentarlo siempre
.
Quien no se oye y aqul que est en el silencio.
Palabras que casi ningn hombre acepta, palabras que, incluso no van dirigidas
al hombre. Palabras que acosan al hombre en su vanidad y en su destino. Palabras que no
entienden la condicin humana:
En todos los dominios slo nos intrigan aquellos que, p or desfallecimiento o
escrp ulo, han retardado indefinidamente el momento en que deban decidirse a
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sobresalir. (dORAN, CT, p . 93, M.A. Edsj.
Palabras, en suma, de las posibilidades enriquecedoras que se abren en la nula
p articip acin, en el escaso sentimiento que se p osee del destino, en la desobediencia debida a
toda cita de la corp oracin, en la inexistente p untualidad con el esfuerzo.
De cmo no todo el monte es organo, o cmo el ser deja de imp ortamos, o de
cmo las cosas dejan de ser:
A un cierto nivel del conocimiento, slo el no-serse sostiene. (dORAN, CT, p .
129, M.A. Eds.).
El optimismo ntico descubre la aridez, el sinsabor de la inconsistencia. Ha convertido
la distancia, ha realizado la considerable defensa del ser. Pero ha credo inconmensurablemente
en s mismo un tanto ms que en las posibilidades del ser alentado y abrumado por l.
En este umbral intraspasable, mejor, en ese espectro mural, comienza a ser advertido por
nosotros el no-ser. El no-ser no habita en esas circunstancias. El no-ser es cosa nuestra y con
frecuencia, lo hacemos por incomparecencia o por desidia. El no-ser es el equilibrio del
desterrado, la p lacentera mana de no p ensar.
En otros momentos la sola mencin que se hace de tan absoluta insignificancia,
nos habra dolido y aguijado; estamos hechos a las resp uestas:
Remontar hasta el cero soberano de donde p rocede ese cero subalterno que nos
constituye. (dORAN, EMY. p . 118, Tusquets Editores).
Hoy, sabemos que tan ingrata y p enosa atribucin convoca las reacciones ms
incendiariamente solidarias que p odamos imaginar. Sentirse nada, nadie, a solas. cualquiera lo
tolera y sop orta como avalanchas p eridicas a lo largo de la vida; p ero que lo digan aquellos de
quienes nacemos a la imp ortancia. no lo sufrimos. La adulacin inversa p roduce el resentimiento,
el cuarteamiento, no slo de nuestro leve asiento, sino tambin de su sop orte; abre, en suma, las
sondas y p recip icios.
De qu cero, ceros nosotros, estamos p endientes?. Cmo. menos que inanes, p odemos
desp legar un esfuerzo que motiva un hallazgo, an ms sofocante?.
No es raro ni desmesurado afirmar que nos atragantamos de vacio:
La cantidad de vaco que he acumulado, conservando al mismo tiemp o mi estatuto
de individuo!. El milagro de no haber reventado baj el p eso de tanta inexistencia!.
(dORAN, F~MY, PP. 194-195, Tusquets Editores.).
No creo que nadie p ueda desmentir, salvo en condicin y margen cuantitativos lo que en
p rimer lugar se afirma. De cualquier forma, la magnitud, con ser imp ortante, no es, ni con
mucho, lo ms notorio en la advertencia del vaco: esa cualidad de sorp resa abismada, de norma
conducente al uso, de inadvertida e inmanejable disolucin...Por qu nos recuerda ahora mismo
el vaco, p asajes enteros de la novela La lluvia amarilla de Julio LLAMAZARES?.
Tal vez p or el hecho de ser individuo no deja de ser innombrable el vaco; ap arece, muy
p robablemente en la mutua insurgencia entre materias diversas, mundo y hombre, ms que en
una asumida conciencia de oquedad p or p arte del hombre.
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El vaco es la vigencia sin aspavientos, del mismo modo que todos los entusiasmos
condecorados y concelebrados.
El vaco nos somete y refiere a la ingravidez y ese no aguantar cierta variante de pesantez
es lo que nos oprime hasta derribarnos en la amargura. Nadie como nosotros para llevar el peso
de algo. La gratificacin, el sufrimiento.
Existiendo no rebasamos lo inexistente.
Entre nosotros, las cosas mantienen un halo de reiteracin, una vecindad tan
insoslayable, que es fcil promulgar una pendiente hacia la cosificacin -tan escrita ya y tan
cosa en muchos respectos-, o imaginar en ellas una reserva operativa del hombre:
No se ha escrutado el fondo de una cosa si no se la ha afrontado a la luz del
anonadamiento. (dORAN, FAD, p. 75, Taurus).
Entre nosotros, se dice, no se puede prescindir de ellas, este ltimo juicio autorizado por
un casi absoluto acuerdo, no por ello exento de melifluidad, como muchos de nuestros
convencimientos.
Pero las cosas no se detienen en un anlisis, ni ante el mejor fundado. Siempre son ms
que nosotros, o por lo menos podemos decir ms cosas de ellas, por el prejuicio que hemos
enarbolado de hablar excesivamente de nosotros mismos.
Anomalas tales como prisa y urgencia, no las atenazan, como no sean aquellas de
desaparecer -carecen de espanto- del horizonte de las urdimbres del hombre, cosa improbable.
Difcil obtener una conclusin de ellas -y esto mismo nos debiera animar a hablar
incansablemente con las cosas- salvo esa de reconocerlas como ms propensas a una ms
hermosa forma de aniquilacin.
Es una impostura decir que estn para nuestro servicio, ellas, las ms insondables a
nuestras preocupaciones. Como seres estticos, connotan, despiden, efectos de invariabilidad,
y slo la mutacin crnica que el hombre desparrama las conforma en una alteridad silente,
aunque ms prxima.
Pero las cosas siguen nadando no en la corriente del hombre, hechura imposible, sino
en el anegamiento del sitio, del puesto, en la primordialidad nunca perdida del anonadamiento.
Las cosas, nada transferida por un exceso.
Bellas y admonitorias pginas las que ha escrito Cioran sobre el vaco:
El vaco -yo sin yo- es la liquidacin de la aventura del yo, es el ser sin ninguna
huella de ser, un hundimiento dichoso, un desastre incomp arable. (dORAN, EAD, p .
83, Taurus).
Este, establecido en la desposesin y en la abulia, aun sin veleidades adherentes, macera
cualquier posibilidad de integracin, descarta la fingida o la proyectada expansin del yo.
Por qu el vaco y no el yo?. Suprimidos de nuestra incondicionalidad, he ah donde
cualquier resto o seal de cario o apego debe desaparecer
Cuando dejamos de devanar como adictos, sobratodo y sobramos, pues hemos dejado
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de tolerar hasta lo inalcanzable.
El yo, lastrado en la contemplacin de sudesenvolvimiento, ignora la desercin y busca
siempre la carta de naturaleza de la perspectiva, es decir, nada le es renuente. Un yo solitario, tal
como se entiende en el sentido de d~pwxi~iQ en muchas ocasiones, es un yo pertrechado,
aprovisionado, hasta el empacho, pues slo con la atencin de sus personales solicitudes tiene
un destajo insaciable.
Es una broma encarnar en el solitario al despojado.
El yo, definido sumido, es un convocante a todos los apremios, y as mismo se requiere
con complacida condescendencia. El yo, siempre est haciendo resumen del naufragio.
Y el vaco lo llegamos a proferir -que no a preferir, pues dado que as fuera, la meta seria
igualmente tan insana como antes, como con el ser-, por vivir incurables en el abatimiento.
Corridos por tantos desplomamientos, an nos debemos avergonzar de nuestra capacidad de
resistencia, y, slo entonces, en la incomodidad de las ltimas fuerzas es cuando se atisban el
derrumbamiento, por lo dems no tan inesperado, pues siempre ha estado entre nosotros, pero
oculto. No es la inminencia del vaco lo que nos preocupa, sino su retardada e intrnseca
divagacin: es su constancia intrnseca.
Cmo recuerdan las dos ltimas expresiones a Teresa de Jess y otros autores. Son las
resonancias, siempre felices, del desistimiento.
Las ilusiones de ser, de contar algo, quedan desvanecidas con estas palabras que
siguen. Derrocados de cualquier titulacin, nicamente nos catalogamos en los censos vivos
de la nada:
Nunca me he tomado p or un ser. Un no-ciudadano, un marginado, un don nadie
que slo existe p or exceso, p or la sobreabundancia de su nada. <dORAN, DIHN, p . 158,
Taurus).
El hombre es un ser vivo, as se puede leer en los encabezamientos de todas las
enciclopedias habidas en el mundo. Esta afirmacin que suele encabezar los epgrafes de las
llamadas ciencias naturales, parece toda ella una prefiguracin amenazadora, en el sentido de
que se cobra la antelacin en el vivir.
Fija, si lo advenimos, una categorizacin en ese vivir aludido, y ello ms claro nos
aparece cuando a continuacin del enunciado sobredicho, se aade de inmediato: otros seres
vivos son..., para a continuacin cori toda una aceptada petulancia cientfica, afirmar, sin
remilgos, qu no son seres vivos.
Aquellas fueron las primeras lecciones; las de hoy, por aprendidas de otra forma, sern
muy distintas.
Ser vivo, es por partida doble, una gloria funesta; o un maravilloso obsequio retrico que
al hombre se asigna; o una redundancia estril que p recisamente es as por partir de la esterilidad.
Quin no quisieraabrazar al hombre!. Pero se encuentra con el espectro del que tanto han
hablado los barrocos espaoles.
Yo reconozco humildad en las palabras de la cita. En ellas se ha hecho un descarte. Se
ha roto la baraja. Deshabitando algo ms que las afueras. Amando el desalojo.
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Buscar una forma de no soportar todo el peso de la gravitacin!.
Ni tan siquiera jactarme de no ser, evitar la presuncin del desplazado, acumular la
experiencia de...fin.
Y si se trata de ruido...:
Deberamos tener la cap acidad de aullar un cuarto de hora al da, cuando menos,
y habra que crear, con ese fin, aulladeros. (dORAN, CT, p . 140, M.A. Eds.).
No se nos pide mucho para hacer posible el emergimiento de nuestros sinsabores y rabias.
Tampoco es malo el mtodo para hacer ver que no estamos ni muy lejos ni en realidad somos
distintos de nuestros otros semejantes, a saber, los habitantes del reino animal, vegetal y
mineral.Quien menos da es el hombre, y aun contando con el riesgo de que sta sea una
afirmacin categrica.
Aullar, exhalar, irradiar, verbos que estn fuera de nuestro alcance, y an decimos que
es vivir lo nuestro?.
Cuando los lamentos sn acordados, pierden todo su sentido. Paro que el gemido, o el
berrido que tanto da, tenga contenido, es preciso huir de la lamentacin referencial, es necesario
escapar de la modlica simplicidad que todo Estado impone. Ladrar de consuno, no es bueno,
pues supone hallar la estereofona del universo.
Y entre nosotros, pensemos: cunta admirable envidia despierta lo que se ha dado en
llamar el lobo solitario.
Revelado como constantemente perseguidos por el desahucio de los dems y de
nosotros mismos, lo que se desmorona de continuo es el tratado de la identidad. Por eso....
Nuestra p oca quedar marcada p or el romanticismo de los exiliados. Se forma ya
la imagen de un universo donde nadie tendr derecho de ciudadana. En todo ciudadano
de hoy yace un ap trida futuro. (dORAN, SA, p . 48, Laia y M.A. Eds.).
Expresiones que pueden estar en consonancia con una resolucin vital.
Que tal vez, an, no estn corroboradas en todos los espacios y pueden no estarlo, pero
s es constatable que desde que un lejano-en el tiempo- griego las enunci, su importancia ha ido
aumentando.
Pero no parecen gustarle al autor los vaticinios histricos, tarea que sin discusin debe
quedar reservada a los historiadores.
Lo que Cioran parece querer decirnos es del abandono. De la laxitud de la presencia, de
nuestra presencia en una patria-Estado.
Porque, vamos a ver, qu p ueden esp erar los ciudadanos de los resp ectivos gobiernos?.
nicamente ser cada vez ms expulsados del reino poltico. Tambin pueden esperar lo que
denominaramos como participacin contemplada. Pero todo es intil. No es tan simple
explicar como se explica hoy da el derecho a la evasin que manifiestan cada vez con ms
intensidad millones de ciudadanos. Pero la huida, hoy, parece ser la mejor y ms presentable
carta de naturaleza.
Salir de aqu...
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Es, ms que nada, el estar, permanecer, el problema:
Cuando p ienso en mis noches, en tantas soledades y tantos sup licios en estas
soledades, sueo con p artir, abandonando los caminos trillados. Pero, adnde ir?. Hay
fuera de nosotros abismos comp arables a los del alma. (dORAN, DLS, p p . 44-45,
Tusquets Editores).
Es, en la preocupacin, superior al ir. Dentro y fuera parecen estar desestimados, son
prefiguraciones de vaco, siendo lo sugerente la desaparicin, no la intercambiabilidad.
Ocupar, llenar, toda una empresa sgnica la de ciertos hombres,... pero al lado, el bulto
de la irresolucin en signo, lo que, ni entonces ni ahora, se puede apostillar de insignificante.
Entonces, con lo primero que hay que acabar es con ese reconocimiento; si realmente, y sin
precedencias, algo hubieraque hacer, aquello seda lo de radicalizar la indiferencia. He ah cmo
los polticos pueden absolverse de sus desprestigios, de pasada.
Sumidos, esa es nuestra condicin.
1-lay p resencias avasalladoras entre nosotros, que nos sumen, que nos cercenan:
El desengao debe remnontarse a las eras geolgicas: quizs los dinosaurios
sucumbieron a l.... (dORAN, SA, p . 112, Laia y M.A. Eds.).
Tal vez el desengao sea geologa, cuando sta no se convierte en nada o se hace
simplemente irresistible, inhabitable para los dems. Puede ser que el desengao sea por la sola-
incotejable- opcin, por lo incontrastable del lugar.
El desengao no parece ser un residuo csmico. El desengao parecera una extrapolacin
incesante. El gran problema que tenemos con l, es la imposibilidad de afrontarlo. Sentimos el
desengao por la nostalgia que de l tenemos, pues l s que no es de este mundo.
El Desengao, es el extraamiento.
Nada abran tanto al ser humano como la decepcin, ninguna sombra parece tan
larga. Alimentando el ser expectante, alumbramos la ineluctable decepcin:
De todo lo que nos hace sufrir, nada tanto como la decep cin nos p roduce la
sensacin de que alcanzamos p or fin lo Verdadero. (dORAN, EMY, p . 98, Tusquets
Editores).
Como final de camino, si as lo queremos entender, la decepcin observa -o contiene- no
obstante unas remitencias precoces ante la inaguantable y ubicuabondad del ser. Como elemento
comninatorio, es difcil que la decepcin tenga par; su capacidad de convocatoria llega a ser
ensordecedora, y su aparicin viene convenida por la confianza y querencia con las personas y
cosas. Tambin la decepcin alumbra el inaprensible contagio con el mundo, la escasa
solidaridad con el decurso.
S es seguro que nos convenzamos del sufrimiento, pero sobre lo de alcanzar algo ms,
dejmoslo efectivamente en la sensacin de que algo se consigue. Tal vez, concedamos
demasiadas expectativas incluso a la frustracin.
Y cuando se trata de considerar otros aspectos, se habla as:
Slo el grado de nuestro desengao garantiza la objetividad de nuestros juicios;
27
p ero, siendo como es la vida p arcialidad, error, ilusin y voluntad de ilusin, hacer
juicios objetivos, no es justamente p asar del lado de la muerte?. (dORAN, EPR, p .
51, Montesinos Editor).
La decepcin amarga la complacencia -conviviente- con las cosas. Cualquier desencanto
nos aparta de una cierta servidumbre comprensiva y roto el vnculo del vaso comunicante entre
persona y hecho, queda la desconsideracin, siendo sta y el desinters mutuo lo que a partir de
ahora va a presidir la ignorancia del careo, de la abstraccin.
Slo cuando somos absolutos desconocedores de cualquier viabilidad, se aguanta con
paciencia cualquiera de nuestras afirmaciones, que, por lo dems, alcanzan la certeza a laque se
puede aspirar en este reino.
Si la vida rene esas que con frecuencia autosuficiente se conocen como negatividades,
es ms que difcil que pueda sostener la objetividad. La seguridad, alarde del objetivo, se
encuentra totalmente lejana del campo de nuestras premisas. La vida, error oscuro, limitacin
intrascendente, gnesis de ilusin, deviene paradigma de insignificancia, y por todo ello, es
garante de inobjetividad. Por qu entonces el afn de delimitacin, de precisin, de orden que
presupone?.
El pensamiento completa nuestra realidad, pensamos; cumple con ella, es, en muchos
sentidos, lo ms deferente con respecto a nuestras relaciones con la naturaleza. Pero, nuestro
mirar se queda en simples atenciones para con ella, nunca tenemos en verdad carta de
naturaleza en la ya citada, somos algo resbaladizo, demasiado fluyentes para el silencio natural.
Lo nico pleno, el solo plenario, es la intranquilidad y el desasosiego.
Nuestro peligro es atenemos siempre a algo. Y sobre todo, a las consecuencias, el colmo
de la objetividad: tenemos servida ya la muerte.
Lo verdaderamente acechante no est afuera, sino dentro de nosotros:
El abismo est en nosotros y fuera de nosotros, es el p resentimiento de ayer, la
interrogacin de hoy, la certidumbre de maana. (dORAN, DES, p p . 63-64,
Montesinos Editor).
Nosotros hemos profundizado con nuestro inters la sima. Y lo peor no es el pozo, sino
los alientos que imprimimos a nuestra salida, vista adems como superacin.
Ningn habitculo nos llega a p roducir tanta desazn como el p rop io p alp ar. Y este
autohoradamiento no nos conduce sino a un perfil de oquedad en el tiempo.
No puede haber inmunidad cuando cumplida y sobradamente se comprende.
Llevado a las relaciones interpersonales, viven ms en nosotros los antagonismos que las
amistades:
No hay p osicin ms falsa que la de haber comp rendido y p ermanecer vivo
(dORAN, DIHN, p . 177, Taurus).
A trancas y barrancas, continuar, es soportar el papel del forzado. Agotar, mentidamente,
los plazos de una complacencia ilusoria.
En ese procaz fingimiento, la vida se adorna de una contextura insufrible de espera. El
marCo saciante de la irrepetibilidad que cada instante guarda con respecto al anterior y al
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subsiguiente, parece congelarse en expresiones lmites, tales como aganarse a la vida como a
un clavo ardiendo, sobrevivencia y otras ms.
Comprender, es, entonces, dejar atrs, limar el tiempo, suplir cada vez ms
desganadaniente la historia...
Comprendo y hasta aqu. Basta.
Experimentar el pasmo llega a ser un elemento disuasor de cualquier presencia.
Con todo y ello, y ser la estupefaccin una marca que conmina a la segregacin, lo ms
importante son los detritos que acompaan inevitablemente al supuesto de admiracin y de
sorpresa ante el mundo:
Que nadie entre aqu si ha pasado un solo da al abrigo del estupor. (CIOR.AN,
EMY, p. 116, Tusquets Editores>.
Se nos pide un extraamiento que, curiosamente debe incidir en los medrosos del
acontecimiento. Cruzar las puertas del asombro y hurtarlas aun por un da, no es un visado de
trnsito recomendable paraeste mundo. Quien no se deleite con el pasmo no es de este mundo.
Avezarse, aun en mnimos a este plano previsto es ejercer una labor de obturacin del mal
deslumbramiento que estos parajes ofrecen.
Caer por estos lares es evitar la persuasin de la costumbre, es decir, evitar el
avituallamiento del mundo; por el contrario, reconocemos como inhabitables respecto a nosotros
mismos y respecto al medio, es una de las premisas de salvacin que debemos oponer. Si
entramos, si estamos, nada de interrogarse por el susto que es lo usual, lo culto, hasta lo
filosfico. Alelamiento, estafenno...
El reconocimiento lcido de que uno de los abismos que ms conmueven al
hombre, como puede ser el de la esterilidad, no aporte un grado de gozo inusual e indito en los
humanos, es uno de los planteamientos con ms autntica raigambre -o encarnadura- en Cioran.
Por este motivo:
Si supieran los hijos que no he querido tener la felicidad que me deben!.
(dORAN, EMY, p . 23, Tusquets Editores).
Pocos, o ninguno, agradecidos comentarios nos merece nuestra presencia en este lugar.
Aparecer e inmovilizarse en la infelicidad, esa parece ser la mayor de nuestras inquietudes, por
otro lado en cualquier instante defraudadas.
No consentiren el advenimiento de ladesdicha, estar en el descubierto de la cooperacin,
es, al menos, el primer deshilachado en el tejido de nuestra habitacin. Procrear, por fin, es un
feliz entredicho.
No son escasas las citas que nuestro autor dedica al desentraamiento de la
lucidez, y numerosas son las ocasiones en las que viene expresada y confirmada. Multiplicadora
de ajeneidad, como un turbin nos arroja fuera del mundo:
La lucidez absoluta resulta incompatible con la existencia, con el ejercicio del
aliento. Y, debemos reconocerlo, un espritu desengaado, cualquiera que sea el grado de
emancipacin respecto al mundo, vive ms o menos en lo irrespirable. (CIORAN, EPR,
Pp. 98-99, Montesinos Editor).
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En general, mejor, siempre, la clarividencia es un desafio a la estabilidad, el encanto del
desequilibrio controlado, y, muy raras veces, el desmoronamiento de la voluntad y el abrazo de
la impotencia.
La lucidez, con frecuencia, se conviene en cima, en guinda intelectual; rebosante en
mritos de inteligencia y en ltimas palabras, se prepara su personal connivencia y adelanta con
obstinada seguridad sus discrepancias con el marco crtico elegido; ms que de ser, se trata de
la valoracin que uno se hace de esa visin. Por eso, en muchas ocasiones, es un agnico
compromiso con la vanidad.
El yo lcido, contrariado, agudiza en l la sensacin de reinsercin ineluctable que
tienen todas sus miradas, y es ahora cuando justamente lcido comprende la inoperancia, y es
ahora cuando quisieraabandonar la existencia, cuando totalmente se desalienta. Pero esto lo hace
por la implacable sordera del universo, por la densidad de la indiferencia en que se aposta, por
la imposible porosidad entre l y el otro.
Cundo alcanzamos lalucidez absoluta?. Tal vez al desaparecer de nuestras pretensiones
con l.
No est nada claro que exista un mapa cualquiera de existencia, de respirabilidad, fuera
de este lance en que vivimos. Quizs, ni interese, ni que nadie ame cualquier extrapolacion.
Posiblemente el desengao es una bendicin, una recompensa, sin esperanza.
Si no todos los lcidos, algunos, qu nos han transmitido?. Bagajes de aceptacin, de
simplicidad por tanto; por ltimo, dilemas optimistas.
Nada parece acordar el explayamiento de la lucidez con el ronroneo de los
organos:
ya que la lucidez absoluta es incompatible con la realidad de los rganos.
(dORAN, TE, p. 173 , Taurus).
Sucede que la lucidez est ffiera del iue~o, al menos de ese juego para el que se engrasan
y conjugan todos los rganos. Salida de la extralimitacin, nada le va a recordar en su herida
amplitud pasados plegamientos o adherencias que apeteciera algn rgano. No. Carente ya, y
ausente por siempre de cualquier prurito, se alarga sin conciencia, sin fe, sin deseos.
Nada que ver tampoco como trasunto de llegada a los extremos ni de cuenta de
resultados. Nada que la ligue con una realidad incitante.
Afloradas -y puestas en escena- las funciones, revestidas de furor prctico, ni la ms
nimia de las concesiones le es permitidaa la derivante fuga de la lucidez, como salvaday salida
al caso del naufragio de las cosas.
La adiccin a los rganos, sugiere, sobre todo, cualquier otro imposible reconocimiento.
El cielo se cifra, como una de las fases ms atractivas, en el reposo orgnico.
Mientras, la lucidez, en la escombrera de lo propio y de lo ajeno, revuelve en nada.
No conocemos ninguna sociedad donde habite o se residencie la lucidez. En tanto
en cuanto sta nos puede asaltar u obligar, apenas nos podemos sentir en el caso de la
identificacin y defensa de cualquier modelo social. La mayor aridez se abre con la lucidez:
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La lucidez es el nico vicio que hace al hombre libre: libre en un desierto.
(dORAN, DIHN, p . 17, Taurus).
Como todo desmn, no poda por menos sino estar agregado a un vicio. Se automatiza
en cierto o en gran modo el saber, y se tantea a golpes o se pergea la lucidez. Un vicio que nos
lleva a ser libres!. Es plausible toda desviacin. Claro, que el tributo que se cobra toda accesin
es el de la impostura que comporta toda imposible gregarizacin. Perdidos en imposibles rutinas
-lo rutinario es el acompaamiento compacto, pleno- el hombre se despide en los ltimos
fulgores de la connotacin. Lo que aparezca a partir de ese momento, ahora no nos interesa, pues
desde luego, y caso de que sobreviviera, no es humano.
Y seremos lcidos, si huimos, si sangramos huida.
Aquella frase hecha -uno de los sntomas de la placidez con que nos asentamos
en el universo- de que mata la curiosidad...:
La curiosidad, nunca se recordar lo suficiente, es el signo de que se est vivo y
bien vivo, la curiosidad realza y enriquece constantemente este mundo, busca en l lo que
en el fondo ella misma no ceta de p royectar, la curiosidad es la modalidad intelectual del
deseo. De ah que su ausencia -a no ser que desemboque en el nirvana- sea un sntoma
alarmante.(CIORAN, EPR, p . 173, Montesinos Editor).
No s cul sea el grado, o la cualidad, de la curiosidad en nuestro tiempo. Aquella est
ms que nunca ofrecida en la seriacin que ofrecen los medios, propagadores casi siempre de la
inclusin que se desea. Qu opinamos de todos los departamentos de informacin existentes,
sean ms o menos integrantes?. Son homologables o parangonables con la curiosidad?. Todo
el que informa tiene la disposicin de hablamos excesivamente de l mismo en los
acontecimientos. Hay, en toda informacin, una predisposicin a la exliaustividad de distinto
signo que nos llega a acongojar, a dejamos sin pulso. La sociedad informada, mejor que las
restantes, es un emporio de la laxitud. Esta no es comparable con la indiferencia que despierta
la prctica que consiste en la indigente farmacologa que ejerce todo poder respecto de la
informacin para con sus administrados como ahora se dice: se inyecta lenguaje, no verdad.
Hay bancos de palabras, las palabras estn cargadas de valor, olvidando que nada hay ms
ajeno a ellas que la pertenencia.
No queremos entrar en el trasiego infanwnte de muchas variantes de informacin, y cuya
lamentable dilucidacin acaba ventilndose en apropiados tribunales de tica de las profesiones
o instituciones. Son las coberturas ffiorales de todo exceso. Pero debemos hablar del fenmeno
de recogimiento y aceptacin subsiguiente que toda informacin comporta; y en efecto, aun
reconociendo que la amplitud y la profundidad sean aspectos que la informacin promueve, el
hecho es que, simultneamente, asistimos a la claudicacin de la repeticin, a los sinsabores del
apaciguamiento. Lo peor de ella, que nos pertrecha para discutir ltimas instancias.
Pero, la curiosidad...sta, no afronta orgullos cmplices como los de la informacin,
no es consabida. Ni mucho menos patrimonial como en ocasiones se distiende sta. El ser curioso
es un ser no expectante, es decir, no espera nada a cambio. Sabe que no est abierto a la
reciprocidad, pues l es nicamente el que se encanta, el que quiere, el que puja.
Adems, el curioso es el ser menos desprendido que podamos censar, en el sentido de que
todo le importa y a todo hace, pero al tiempo est descolgado de todo crdito por la pertenencia
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y es el ms generoso de los desadheridos.
Quin tiene curiosidad en este mundo?. Aquellas personas que tienen incapacidad
manifiesta de solapar nada, quienes mantienen siquiera fresca la nica ambicin disculpable: la
de sorprenderse. Mi sorpresa, -. o mejor, siempre me contornear la sorpresa- debe ser
inapropiada, en el sentido de que aprehendida, patentizada, deja de tener inters por ella
misma, volatilizndose por entero al sersuplida por el sorprendido hallador -hallazgo- hombre.
El asombro ha mermado su capacidad, ha declinado su creacin antropolgica valiosa, s, pero
ha omitido dejarse llevar por la corriente -donde todo es susto- en beneficio de la estancacin,
de lo estanco. El temblor y el sobrecogimiento ceden el paso y el terreno a la remuneracin del
sistema.
Padecer la normalidad, o lo que es lo mismo, sentirse inerme, cubierto de explicaciones,
revela el ya largo, inacabable y agotador principio del fin, que como una prediccin ms forma
ya parte del paisaje de nuestro desastre.
Un ideal que tienda a cumplir la desrealizacin se advierte en las palabras que
vienen a continuacin. En ellas~aborrecemos la demarcacin:
El ideal seria p erder sin sufrirpor ello el gusto p or los seres y las cosas. (dORAN,
EAD, p . 84, Taurus).
Recordando a la ansiedad, se han registrado estas palabras. De nuevo surge el malestar,
como resultado de la fluidez que mantenemos entre nosotros y las cosas.
Durante muchos aos hemos mantenido que la comunicacin era lo ms decisivo que
poda acontecer a las personas, e incluso es un leit-motiv -tema, recurrencia- probadamente
abundoso en muchas publicaciones. Hoy, esto como otras cosas. forma parte del espectro de una
ofertade las relaciones personales que nos ha dejado inditos. Hemos perseguido sin duda un
aliciente inverso, al revs, un contacto en el desmentido.
Los encuentros se han hecho, se hacen cada vezmenos posibles. Aspirar a cualquier cosa
nos emponzoa. El encaramiento cotidiano se disimiliza aescalas tan desacostumbradas que slo
un desconocimiento no vigente podra asemejrsele.
El sufrimiento nos retrae de la amargura de los desencuentros; el que sufre, adquiere un
valor entre los apestados de aislamiento, tal vez por la necesidad que l tiene de no aplaudir ni
a la soledad.
Qu castigo se nos inflige al no sernos bienquistos los otros y las cosas?. De momento,
hay un ideal que suplanta a cualquier otro: el ideal mostrenco de cualquier periodicidad social
que se acomoda. No s si las amputaciones por las que conspira cualquier ideal, valdra
contrastaras con lo salvifico de nuestro progreso. Corren todos por aquiescencias negativas,
cuando no feroces.
La sancin que contina es la del enrarecimiento, o sea, la de proscribirle todas las
atmsferas. Con esto no se nos perjudica, es la nicasegregacin a la que tenemos que agradecer
algo: nuestra exclusin.
Puestos a rechazar, sin ningn rubor, muchas veces nos convertimos en los ltimos -y
desafortunados- habitantes del universo; nos gustaraesfumamos mejor con aquella belleza de
resultamos todo indiferente.
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Al arrimo de la impalpabilidad ms cruda, corre la suerte del que se desliza sin rozar ni
topar con nada ni nadie.
El impulso que le proporcionamos a la existencia, es un acto que siembraculpa;
seguramente hace enrojecer, aun no siendo visible para nosotros, a todo el universo, y es en
estos momentos cuando la postracin ofrecera la nicaseal inequvoca de lo que somos y para
lo que estamos:
Primer deber al levantarse: avergonzarse de uno mismo. (dORAN, EAD, p .
101, Taurus).
La ereccin del hombre, su verticalidad, que le hace tan insoportable a s mismo y a los
dems, no es, seguramente un acontecimiento biolgico al que estn agradecidos todos los
restantes seres y cosas, aunque si es un impacto por el que se sienten agraviados, y, si pudieran,
de seguro que pondran sus medios para corregir y borrar esa incursin del humano, el ser que
ms ha privilegiado el sentido y el sentimiento, tanto de si como de lo dems como l dice.
La mancilla proviene por consiguiente de dos situaciones: por el irremisible acto de
erguirse y por el sonrojo que prduce verse dispuesto para cualquier confrontacin.
Nos avergonzamos de las bajezas, en nuestro fuero interno: sabemos que, entendidos o
disculpados, el elemento de confortacin que aaden los hace casi inofensivos, y de ah que
repitamos tan frecuentemente hazaas abyectas. Pero si se nos pide que abdiquemos de nuestra
posicin ms rozagante, esgrimiremos consecuentemente todo el conglomerado de avance y
progreso que no hubieran sido posibles sin el vicio de la actitud.
El deber, nuestro deber, est absolutamente trastocado, antpoda del que originariamente
pudimos disfrutar, o, con ms probabilidad, que nunca gozamos.
Con los aos, no solamente no experimentamos ningn pudor. sino que la desvergenza
ms lenguaraz preside nuestros actos: nunca se ha escrito ms que ahora tratando de ahorramos
nuestra desaparicin por el portillo de la historia.
Cmo pedir disculpas, cuando arracimados, burlamos cada vez ms la oquedad?.
Una inquietud destructiva y destructora que nunca se acalIa, la del hombre. He
ah una de sus complacencias, que, tan slo la historia, y de modo limitado, analiza como el reino
de los fragores y de los estrpitos:
Des-hacer, des-crear, es la nica tarea que el hombre p uede asignarse si asp ira,
como todo lo indica, a distinguirse del Creador. (dORAN, DIHN, p . 11, Taurus).
Estas palabras, podran, manejadas en condiciones, confirmar determinadas aberraciones.
Aunque yo no creo que se trate de una defensa de los brbaros, sino ms bien de lo
desafortunado que puede llegar a ser todo suceso primigenio.
Lo que se dice, creo, es que la sutileza, las luces, la inteligencia, deben dejar de tener
servidor. Hay un riesgo profundo en todo lo que se acua. Las aspiraciones ms hondas, vendran
a ser, las que, en sentido ms literal, entenderamos como innatas. El placer del creador es el que
se cie al reconocimiento, y, si por muchas razones no hemos sido capaces de pasar inadvertidos,
lo que podemos hacer por conseguir la nica notoriedad soportable, es des-aparecer.
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Llegados a la felicidad, cualquier estada en ella anuncia irremisiblemente la
irrestricta insustancialidad de toda incursin. Salir de Capua...:
No he conocido una sola sensacin de plenitud, de dicha verdadera sin pensar que
ese era el momento justo de retirarme para siempre. (dORAN, DIHN, p. 141, Taurus).
Abrir entonces las trampillas del tiempo para que nos dispersen, ganar en absorbencia al
mismo Engullimiento, entrar en ningn sitio sin dar fe...
En esos momentos de dicha quisiera uno buscar la concurrencia cmplice de todos los
que ocupan un mbito en el universo, y surgen, como nunca, las tentaciones de celebrar los
desposorios con el ser para siempre. Todas las epifanas brillan y posedos de las mejores
intenciones, besaramos hasta el estircol. Sera laeuforia desatada -y nacida- de un caso inslito
de enajenacin.
Suele imponerse, sobresale, en un principio, como un seuelo mgico, el techo de la
pertenencia, pero de manera seguida, inmediata, tambin, el truncamiento, la laxitud sin asomo
de aspaviento, es decir, el desasistimiento, el final de todas las exigencias.
Nos deben asustar mucho y son dignos de todos los recelos, todos aquellos que siempre
estn propugnando algo, todos aquellos que animan, que exclaman, que piden, que dicen y valga
para todos los ejemplos: Adelante!. Seguir es un verbo dudoso, a no ser que tienda a la
paralizacin, al destino final, y nico, de Niobe.
La concurrencia vino a significar, significa, el rgimen de todas las carencias:
La nica exp eriencia p rofunda, es la que se cimenta en la soledad. (dORAN,
EN, ayee Sylvie Jaudeau, p . 15, Jos Corti Editor).
Las limitaciones y debilidades personales se perciben con una mayor nitidez en los
agrupamientos, pese a que casi siempre se dice que el individuo se escuda en el anonimato, -no
deja de ser un lugar comn-, y esto es as porque la concentracin es espectralmente el
sufrimiento. Conocis una crcel?. En ella, la libertad tiene una espera, que se puede aguantar
con mayor o menor garanta; lo que no se soporta es la multiplicada y generosa muestra de
infraccin con que sin ninguna aleatoriedad tienes que convivir, es el recuerdo y el
reconocimiento doloroso de que debemos abonar la transgresin. El descenso, la bajada, es un
saldo vengativo. Todo lo que sea una pia, es rencor. El delincuente, -no el asesino- es un
blasfemo en sordina, un apstata, a ltima hora, de la regresin. Aprender de ellos en el
delinquimiento contra la cada.
Solos, desvivimos en gran manera la rutinadel emplazamiento. Y solos, descubrimos la
decepcin, nico y amargo elixir al que podemos acceder. Llegar a descubrir el amasijo en que
estamos inmersos, caos fundado, para, finalmente flindirse en las primicias del anonadamiento.
nicamente a la soledad le estn reservados los abismos. Como circunstancia cuya
caracterstica ms sutil acaso sea la del abandono, nos arrebata de la pastosa realidad, del espeso
contrasentido que supone afrontar la existencia. Calar cuanto antes a las personas para salir
velozmente del universo, un poblado que por mucho que nos esforcemos, no nos pertenece, y en
el que persistentemente deseamos desalojar a los dems de l.
La soledad ser en el desconocimiento, o no ser.
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Los deseos de compaa estn extinguidos, pertenecen al vaco ms reluctante:
Tanto me coima la soledad que la mnima cita me resulta una crucifixin.
(dORAN, EMY, p . 13, Tusquets Editores).
Cualquier encuentro incardina el sufrimiento, avanza laperegrinacin de la desdicha. La
sociedad arma la desventura, y, lo peor de todo, la desgracia no contribuye en nada a ningn
desligamiento, sino a estar atado a una cuota de pesar.
Ni siquiera requenrse a uno mismo, y parece como si se hubieran terminado todas las
interrogaciones. El vaco es el reino, y la soledad es un ejercicio de desenquistamiento.
Sencillamente, la soledad no se aviene. Creo que ya ni siquiera la cita socrtica conviene.
Si, sanos de participacin, exclamaremos ya, con serenidad debida: esto es el colmo...
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3 6
2B: SOBRE VAGOS ESTUDIOS, OEL CONOCIMIENTO EN
ENTREDICHO.
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Todos los que tienen puntos de referencia en el espritu, quiero decir de cierto lado de
la cabeza, en zonas bien delimitadas del cerebro, todos los que dominan su lenguaje, todos
aquellos para quienes tienen las palabras sentido, cuantos creen que existen alturas en el alma y
que hay corrientes en el pensamiento, los que son espritu de la poca y han dado nombre a esas
comentes de pensamiento, pienso en sus trabajos precisos y en ese chirrido de autmata que a
todos los vientos da su espritu, -son unos cerdos. (J.A. VALENTE, Crnica II, 1.968,
Homenaje a A. Artaud, en El inocente seguido de treinta ysietefragmentos, Eds., Orbis, p. 87).
Las reflexiones de nuestro autor, siguen desgranndose:
Desp us vino el saber p ara incap acitarnos definitivamente. El p rincip al rep aro
contra el saber es que no nos ha ayudado a vivir. (dORAN, CT, p . 26, M.A. Eds.)
Un cierto efecto inmovilizador posee el saber, o al menos puede tullecer en su aparicin.
Es una epifana marcada por la demolicin y el mal asiento. Bulle el desasosiego con l.
Cuntos prestigios se vienen abajo, cuntas ilusiones cimeras en lacarera de la vanidad!.
El saber nos ha maniatado, ha sido una brjula perniciosa, paralizante. La recusacin del saber
inserta en la ltima frase es ilustrativa del afn rmora de todo saber, de los anclajes que precisa,
del efecto sustraccional que supone.
Y si no nos ayuda a vivir, qu pinta el saber con nosotros?. Qu especie de peso, de
lastre, tenemos que soportar sin ningunacontrapartida positiva de mejora de vida?.
El porqu de esta carga?.
Aquellos que fueron empujados ano saber -y son muchos, y cada vez seremos ms- estn
condenados a un grado ms insoportable de infierno sobre la tierra, y esto es de asentimiento
universal. Pueden luchar, y sublevarse, y formar una marea incontenible de justicia, como as
ser, pero su suerte final aparece ms ligada a la secesin que de ese saber realicen los que
saben.
No aceptaramos fcilmente que de estas palabras se derivase una consideracin
del escindido, envuelto las ms de las veces en una complejidad aparente:
Un esp ritu slo nos cautiva p or sus incomp atibilidades, p or la tensin de sus
movimientos, p or el divorcio de sus op iniones y sus tendencias. (dORAN, BP, p . 188,
Taurus).
(Pero cunto debe la importancia que se atribuye el hombre como tal, y a su misin, el
uso generosisimo de esta palabra!. Hasta el punto de que, desde hace un tiempo, una de las
manifestaciones, expresas o no, que provocan ms desdn y que destilan mal gusto, es la de
simplicidad, el de figurar, quieras o no, como simple). El escindido, es el precipitado de
herencias poco compatibles, y por el que sobrevuelan un escepticismo pragmtico y ajustado a
los tiempos y una amargura, propia por lo dems, de no llegar a ms. Es el escindido, por otra
consideracin, quien, ms dado a conservar lo inamovible de sus preeminencias y
desdoblamientos, acua las ms rentables de las incertidumbres que despacha, sin sonrojo, desde
el bazar de las inquietudes al uso. Tratante de intereses, recuerda en mucho a la figura del
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empresario de ideas, dibujada por Cioran en este Breviario..., y en las pginas 185-187.
Pero el espritu que nos subyuga, en nada se relaciona con ese detentador de
ambivalencias rentables. Aqul, es imposible habitante de las voluntades propias y ajenas. Nada
menos apegado a la clarividencia que se desea que se reconozca, o a la influencia que se espera
que empape a los dems.
Si hay alguien sobre el que descansaradicho espritu, lo que hace planear una duda casi
insoluble sobre nuestra receptividad para el caso, uno de los aspectos que con ms premura
tratara de resolver, sera aquel de la suspensin de la decantacin por estos pagos, o lo que es
lo mismo, por vivirse y desvivirse en la disidencia.
Tal espritu, que goza de todos los desrdenes, parece no tener un aposentamiento
frecuente entre nosotros, ms dados a las impagables certeza y seguridad, en que nos movemos.
Es dificil que demos nuestra anuenciaa que se nos rebaje en el concepto de importancia debida
que creemos merecer (de hecho, la tragedia que vivimos, consiste en sentir que nos deslizamos
hacia un ocano de la indiferencia, que recuerda -en cuanto a proceso- a aquella misma que
abandonamos desde el principio, y, dentro de la naturaleza) y mucho ms arduo es que,
determinada aqulla en trminos de insignificancia, viene a ser algo que se nos hace
irreprimiblemente insufrible.
Un espritu descoyuntador, slo eso.
Sobre el saber hay esculpidas mximas de todo gnero, desde las que celebran y
halagan la bondad de l. hasta las que lo condenan y rechazan con extrema y suma fuerza:
Lo que s arruina lo que d e s e o ~ (dORAN, EMV, p . 187, Tusquets Editores).
El popular y ambiguo: el saber no ocupa lugar, no deja de ser sino una peligrosa
incitacin a cualquier empresa, la arrebatada y asumida rapacidad que tenemos para con el
espacio; ese espacio que debemos manosear y ocupar porque no nos tentamos ni sabemos tocar
en nosotros mismos.
Ese saber que arrumba y que construye, hecho a veces de paradjicos esfuerzos , que
fatigan y que consuelan, ese saber, repetimos, tapa, ciega, obtura, la salida, la nica salida
(escapatoria) placentera que nos debiera centrar.
Esa acumulacin incesante y persistente de la llamada sabidura, tan bien vista, tan poco
conocida, tan celosamente custodiada por sus intrpretes, a quin sirve, a quin pertenece?.
No sabemos si los estragos debidos a su prdida o destruccin seran mayores que los ya
permitidos y realizados en su nombre. Esta manipulacin del saber a pocas bandas, es lo que hace
desconfiar profundamente de los avances del hombre. Avances, que, se dice, si aminoran la
animalidad, consagran el dogma de la humanidad. Cambios tan arbitrarios no han desterrado ni
mucho menos nuestras inquinas y nuestros exacerbamientos.
Por qu el saber ha proscrito al deseo, es algo, no que mereciera ningn retroceso ni que
se rescribiera la historia, sino ms bien que se echara tierra sobre la tierra para siempre.
Fuera de consideraciones, pues ya sobran la mayora, por no decir todas, desdorar deseos
por intervenciones, dice bien quines somos.
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Parece ser que lo nuestro es estar abocados al conocimiento, vencidos al saber:
No vivimos sino p or carencia de saber. Desde el momento en que sabemos, ya no
nos abastecemos de nada ms. (dORAN, CT, p . 129, M.A. Eds).
Con dcil admiracin resignada se dice por estas tierras: no te acostars sin saber una
cosa ms. (El sello auspicioso que confiere toda sentencia). Es el respeto exclusivo e intrnseco
de toda escolarizacin social.
Saber se convierte en desvivirse. Y se desvive uno por la inversin de vida con todo
aprendizaje. Qu es saber, qu es el saber?. Son cuestiones de momento carentes de perplejidad
de griego. El asombro hoy es una posicin enfadosa, y en todo caso se reserva para los acosos
externos que pueda sufrir una intimidad bien pertrechada. O para la novedad. De los otros. Y
cuanto ms la amemos -a la novedad- ms nos extraaremos.
Entre nosotros, son mayora los que podran responder a qu es saber, qu es el saber.
Y esto es as por la prcticademolicin del inters reflexivo de nuestro tiempo.
Hay, hoy, sobre todo, prisa por responder. Nuestra respuesta al saber est ms autorizada
que nunca, en el sentido en que nuestra adscripcin es redundante.
Corremos tras el saber con el sentimiento de que lo que realmente se da es una
reciprocidad de aquiescencias. Y cuando esto no es as, es decir, cuando el saber no es plagiario
de s mismo, lo que hace es desmentirse y descuidarse.
Creo que la proyeccin de cualquier pensamiento no adquiere mayor grandeza que el
reverdecimiento estacional de cualquier flor. Frente a los que creen que el saber es recogida, los
que pensamos en una sustraccin.
Lo que ms nos sacude y nos expande es la inherencia meldicadel dolor:
Sufrir significa meditar una sensacin de dolor: filosofar, meditar sobre esa
meditacion.
El sufrimiento es la ruina de un concepto; una avalancha de sensaciones que intimida
todas las formas.
Todo en filosoflaes de segundo orden, de tercero...Nada directo. Un sistema se construye
de derivaciones, pues l mismo es lo derivado por excelencia. Mientras tanto, el filsofo no es
ms que un genio indirecto. (CIORA.N, OP, p. 29, Tusquets Editores).
Nada como l que abre el portillo de todas las aflicciones. El esfuerzo por entender esta
multifactica irrupcin, consuma, y abre en expectativa permanente, el inters redoblado y
multiplicativo del sufrir. Este, tratado de explicar, provoca una preocupacin ulterior, la de la
filosofia. Incapaz de mitigar nada, s es capaz, no obstante, de enlazar como pocas la dispersin
de la pesadumbre, de recoger los sueltos de desgracia y arracimarlos para su comprensin. Sabe
entender, no se sabe si a veces mejor o peor, el hato de las desventuras, y, como nadie, no vuelve
la caraa lo que se le aparece.
El que sufre, experimenta un anegamiento que no hace lugar a cualquier otra
consideracin; es lo incuestionable por antonomasia, dedica su tiempo a macerar en su propio
y particular infortunio, y carece de tiempo y ganas que no sean para ahondar en su circularidad.
Nada hay fuera de l, incluso el tiempo padece de l, al no orbitarIo en su rodera...
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Decir, o creer, lo que se dice de la filosofa o de los filsofos, no es sino reparar en el
reverso que es necesario aplicar a la inmunidad de la importancia. La filosofa llega tarde, es
incluso renuente y no deja de ser visible en ella un evidente grado de desafectacin por nuestra
parte y con la referencia que se debe establecer con otras vivencias.
Como producto de nuestra maceracin en el tiempo, igual que tachonada costra
que festonea o jalona nuestro paisaje, as es lo que se dio y vino en llamar, parafraseando a
alguien figura, ritmo, gesto o palabra en el tiempo: las creaciones del espritu, hitos de la
demolicin que por otra va emprendemos:
Las creaciones del esp ritu son un indicador de lo insop ortable de la vida.
Exactamente igual es el herosmo~. (dORAN, OP, p . 52, Tusquets Editores).
Los grandes artfices del desconsuelo, en contra de lo que dicen, como casi comn
respuesta de que aman la belleza, lo que en verdad estn promoviendo es que se quieray se adore
sudetritos personal permutado en valor de uso universal; lo que en verdad ardorosamente desean
es un descargo de su territorialidad, un desembarazamiento que alivie todos sus temores, y que
preferiblemente se descargue sobre los hombros de los dems. El creador es el mximo
exponente y aireador de la escatologa.
Creamos por des-alentar.
De aquella misma manera el hroe se atribua permanente e incansablemente de su
perdurabilidad. Y nunca dirimir sino un embate que le corona de indistincin, si en la
congelacin o en el reino del abatimiento (destronamiento).
As que abrimos los ojos cuando se nos va cenando nuestra relacin
:
Toda lucidez es la consecuencia de una p rdida. (dORAN, OP, p . 104,
Tusquets Editores).
Sentir que la limitacin estrecha la condescendencia con el irrenunciable hbito de
permanecer y que, ms que eso, probablemente apunta a alumbramientos esclarecedores. Por
primera vez, perder comienza a ser advertir, y a un mayor arrebato en la desencarnadura que
tanto nos atraviesa, le correspondera (como contrapeso de luminoso equilibrio) la ms
avasalladora de las desnaturalizaciones, el ms oscuro de los desequilibrios de la redundancia
universal: el filo de la lucidez.
La lucidez, corno un bajarse de los trayectos de la esperanza, con-jo un don
(regalo) enfebrecido que viene acarreado por el internamiento de la debilidad y el grito de lo
exangde en la extraa confortabilidad de lo saludable:
La lucidez es el resultado de una mengua de vitalidad, como cualquier falta de
ilusin. Dars e cuenta de algo va en contra de la vida; tenerlo claro, todava ms. Se es
mientras no se sabe que se es. Ser significa engaarse. (dORAN, GP, p . 161, Tusquets
Editores).
De la misma manera que disminuyen o decrecen los arrestos, as se acrecen y amplan los
umbrales que dan pie y lugar a una mayor y mejorpenetracin en el meollo de las cosas. Dados
al concurso vital, a la competencia gentica, cualquier merma en ese trfago (trfico) supone un
arrebatado deslinde de la acuidad.
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Columbrar la impostura es la adivinacin del abandono.
No sabemos muchas veces el porqu de ciertos enconos. Cmo explicar el
rencor?
La historia de las ideas es la historia del rencor de los solitarios. (dORAN, SA,
p . 10, Laia y M.A. Eds.).
Si al caso nos referimos, parece como si aqul fuera una nimia, ms bien que para todos,
para quedarse solo, cual hermeneutaproductivo, como propositor autocomplaciente. Lejos del
hombre el planteamiento de enigmas, conocida -como lo sabe- su limitacin. El rencor de
muchos hombres que piensan, que tienen a gala idear, se manifiesta en la morosidad
tremendamente complaciente de la ortodoxia y de la heterodoxia.
Es un rencor egosta, que va a disparar sus invectivas para la propia autoafirmacin ms
que para demoler vigentes o pretritas convicciones. Quisiera ser un anulador de futuro, de otros
futuros, y en muchos respectos es un fanatismo elegante y dorado. Lo que ms conmueve de este
solitario es su papel de adorador de ntimas especulaciones. No hay, al final, otra destruccin que
la de la propia individualidad.
Son mal recibidas las ideas, eso ya lo sabamos; tambin conocemos que es uno
de los aspectos que despierta menos condescendencia, a pesar de lo que se afirme en contrario:
Slo os espritus superficiales abordan las ideas con delicadeza. (CIORAN,
S.A., p. 12, Laia y M.A. Eds).
En la distincin aparecida entre espritus superficiales y profundos, ambos no dejan de
ser objeto de un gran varapalo: el primero por su maravillosa disposicin reverente a toda
consideracin; el segundo, por su probada proclividad a la creacin discursiva.
Desdn por la especulacin, desprecio de la simpleza?.
O de como la deferencia hacia las pirmides conceptuales (pinculos intelectuales) aleja
cualquier suspicacia crtica, y al tiempo, promociona un elemento irracional cual es cualquier
variante de devocin. Resulta ser unaconsideracin negativa. La pura memez ha colocado en los
altillos de la fama y del favorecimiento a multitud de insufribles.
De todo esto nace un respeto inmerecido, que, sin distincin, llegan a poseer la mayora
de las formulaciones tericas. Y digo inmerecido, porque si algo necesitan las ideas, es una des-
ideacin permanente, un revuelco insidioso.
Habra que analizar con ms crudeza y ms esfuerzo el sentido que, casi siempre,
concedemos al trmino condescendencia. Con frecuencia, se nos aparece como una de las
pamplinas ms reveladoras, pero la inferencia a veces se detiene interesadamente, aduce parlisis.
La aventura del juicio comienza con el asentamiento, una vez que la nica
evidencia incontestable se manifiestacon toda su crudeza: o quedarse o marcharse:
Emitir, sobre cualquier cosa, incluso sobre la muerte, juicios irreconciliables, es la
nica manera de no jugar sucio . (dORAN, EMY, p. 164, Tusquets Editores).
El juicio puede querer hacer ms o menos sutil, placentero, soportable el establecimiento,
pero no deja de ser sino una construccin apaada a una indeseabilidad, con lo que de posible
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matiz complaciente -o poco juicioso, o mucho, cualquiera sabe- tenga esto
Otro interesante matiz de los juicios, es la fcil comprobabilidad de la satisfaccin que
produce en nosotros, lo que hace que sean considerados como tales tanto las autnticas
barrabasadas y dislates, como la ms afinadade las consideraciones. Tanto como presupone de
encadenamiento lgico, lo tiene -dicho encadenamiento- a la obligada dinmica de exilio en el
mundo. El juicio sirve, por tanto, muchas veces, como entretenimiento de un desterrado.
Ante laavalancha que siempre son los hechos, cualesquiera de nuestros pronunciamientos
tiene que huir de validez unilateral, tratar de moverse en la irresolucin, hurgar en la
irreconciabilidad de los asertos...
Que no suceda aqu, dir alguien, como a aquel herrero que de tanto machacar se
le olvid el oficio:
No hay meditacin sin una inclinacin haciala machaconera (dORAN, DIHN,
p . 56, Taurus).
Aunque la prdidade la ambicin gnoseolgica no nos deparara posiblemente una mayor
desventura que la que nos seala; y, en todo caso, nuestra falta de voluntad, de empresa y de
energa para atesorar el conocimiento, no probara sino una inclinacin que siempre hemos
soterrado: la de la inaccin. Si nuestras pruebas, tanto tiempo impecables, largamente bien
acogidas, nos conducen con bastante periodicidad hacia todo tipo de catstrofes, no parece muy
licito admitir que se vaya a ser ms infeliz sin su presencia que con su destierro.
Pero vivimos con lo que tenemos, y en esta absurda conformidad, si vemos que toda
reflexin trata en un cierto punto y momento de martillear. Parecera como si la razn
obtuviese un asentimiento, o su aceptacin en base a un dilatado proceso de requerimientos,
como s hubiera algo en ella que, partiendo como parte de nosotros, la motivara con un matiz de
repugnancia hacia todo posible destinatario. Toda meditacin va a descubrir nuestra inoperanca,
lo incmodo de nuestro asiento, el imposible larvamiento en el mundo.
Lo sorprendente, es que aparezcan objeciones u objetores de la ciencia:
Objecin contra la ciencia: este mundo no merece la pena ser conocido. (dORAN,
SA, p . 28, Laia y M.A. Eds.).
Esta, ha venido a ocupar un lugar de alzada relevancia en todos los planos, acumulando
prestigios desplazados de mbitos por prdida de inters. Uno de los aspectos que mejor ha
explicitado la ciencia es el del rechazo de interesadas adhesiones. Nacida para la rplica, es
portadora de una paradoja asumida: apenas nadie le replica en sus planteamientos, y por ello
puede permitirse los lujos de las extremosidades.
Probablemente no haya nadie que quiera tanto al mundo como la ciencia. Y aqul, en
otras ocasiones, circunstancias, puede ser totalmente deformado o desconsiderado por sta.
Su impulso es devastador y devastadoras son sus imposiciones, por lo que en cierto modo
hay que agradecerle su papel. De todas las formas, pasin neutral no le falta para formular en
cualquier caso y momento las desatenciones que le convengan.
En verdad la objecin que se plantea es doble: contrael nimo cientfico en primer envite,
y enfrentada, en segunda instancia, a la amargura de un conocimiento estril. La ilacin de lo
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ta~. Se refiere a como lo que no nos compete, somos capaces de buscarle una relacin. La
ms extraa de las operaciones que hacemos, es razonar.
Nuestras ocupaciones perpetran la inclusin de imposibles, la sumisin a
referentes impensables, sin destino posible entre nosotros:
Estamos entregados a una falsificacin de infinito, a un absoluto sin dimensin
metafisica, sumergidos en la velocidad a falta de estarlo en el xtasis. (CIORAN, dT,
p. 48, M.A- Eds.).
Propugnan, aqullas, insondables, buceos en la miseria del lleno, ya que conformarse
parece el excluyente del hombre. Pareciera como si la adherencia del ser a este mundo se
cumpliera a base de aadidos cumplidos con lo imposible.
Por qu esa entrega denodada a un infinito y a un absoluto inventados desde nuestra
precariedad?. Quiz habra que apuntarlo al hecho, ya de por s demoledor por l mismo, de
nuestra presencia en estas tierras. No vemos pasar, nos gusta pasar.
Bellas, hermosas y dignas palabras las que cierran la frase que ahora comentamos.
Casi, casi, forjaCioran un nuevo medio, tan importante como los clsicos y ya conocidos,
y que desde luego, aspira a suplantar por el nuevo el medio velocidad.
Y abandonar el abandono, y sorber los tutanos de la rapidez, ha sido todo un cambio
admirable y glorioso, qu queris que os diga, al fin y al cabo de nuestra civilizacin. Mas yo lo
veo como la gota cada de pesimismo.
No existe la ms mnima posibilidad de que haya afecto posible entre la duda y
la humanidad. Campo vedado para sta, en su conjunto, espigarn sus frutos mrbidos los
marginados como resultado de todas las desaprobaciones, los que vienen inoculados de todas las
desconfianzas:
...Seria tenerla (a la humanidad) en demasiada estima creer que p udiera jams
elevarse en su totalidad a la duda reservada, en general, a algunos rp robos de eleccin.
(dIORAN, CT, p . 57, MA. Eds).
Marcados por su peso insoportable, arrostrarntodo el cmulo de conformidades que sus
coetneos no han decidido explorar. A veces se convierten en una avanzadilla (o vanguardia)
hinchada de responsabilidad, y es este cariz de sobrellevar la duda, lo que la convierte en una
resolucin compartida pero mediocre. Slo cuando se la enfrenta con su incompartida y
aplastante gravitacin, ofrece unos resultados de exasperacin muy dificiles, o imposibles, de
compartir por las mesnadas de la complacencia.
Las palabras que vienen citadas acontinuacin, han sido repetidas hastael agobio
en discusiones que trataban de conseguir el sentido ms noble del compromiso:
Y cmo cultivar parbolas ingeniosas cuando se debate uno en las ltimas
p erp lejidades del intelecto?. (CIORAN, dT, p . 57, M.A. Eds.).
Conducidos a un notorio grado paroxstico, pierden su impostacin todas las
ingeniosidades, sean livianas o graves; de maneraque lo que se denomina obra deviene en lo que
podramos llamar posibilidad ilustrativa de exasperacin, que en la mayora de los casos queda
cegada.
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Habra que decir que esa pasin por escribir -en la que muchos admiten que mucho se
divierten, y otros confiesan reconocer como una laceracin- obtura casi siempre esas sorpresas
terminales que se apuntan ms arriba, y que no obstante, abriran los caminos del estallido.
El hombre acaba elaborando planteamientos que acaben con su asentamiento. En
gran parte cuando concurran aspectos inabarcables para el hombre, y al mismo tiempo se crea
en la consistenciadada por una futura expansin infinita, el hombre se atemperaba con los mitos:
Una civilizacin emp ieza p or el mito y se termina con la duda. (dIORAN, dT,
p . 58, M.A. Eds).
Para surcar el universo, nada mejor que ellos; eran el viaje que renda cuentas, despus
de muchas singladuras, a la razn.
A la descubierta, la realidad fue entrevista. El tacto y el manoseo de ella hicieron posible
el resto, es decir, la fuga indefectible que producen las cosas que son objeto de conocimiento. La
duda entonces, tiene su reino. Es la ltima atribulacin que esperbamos.
Podemos hablar de pensamiento sin que asistamos en ese justo instante a un
cuarteamiento de todo el mbito circundante?. Qu clase de armazn es esta que posibilita todos
los derrumbamientos?. Cmo es que el pensamiento declina actividad decantadora?. Debiera
poseer siempre un carcter de informalidad, de nulo cumplimiento.
La historia del pensamiento, es, ms que nunca, la historia de la gran
preservacin:
Quien quiera mantener su p ensamiento en equilibrio, intentar no tocar ciertas
sup ersticiones esenciales. (dIOR4N, dT, p . 63, M.A. Eds).
Un 1db podrido, que como tal al arder, produce poco calor, y da humo, sobre todo humo.
Esta es la historia de muchos pensamientos con un signo nada perturbador. Donde no anidala
superchera, ese es el lugar -aunque no tenga ninguno- del escptico.
Quin discute las supremacas, valores sublimes, elevaciones y otras
zarandajas, que, segn algunos, distinguen al espritu de la Came?. De ninguna manera lo voy
a hacer yo:
El Esp ritu es el gran beneficiario de las derrotas de la carne. Se enriquece a costa
suya, la saquea, se regocija de sus miserias: vive del bandidaje. La civilizacin debe su xito
a las nroezas de un bandido. (dIORAN, SA, p. 16, Laia M.A. Eds).
El parasitismo y el expolio ejercidos cerca de la came hacen vivir al Espritu. Anegarse
de vida no soporta la palidez de aqulla en otras existencias.
Es necesario empatizar el desequilibrio entre ambos, llevar a cabo la smosis vengativa
que prime uno sobre la otra, habilitar la diferencia, congregar dualismos dudosos.
El Espritu es una explanacin parasitaria en muchas ocasiones. Nunca abdicar de su
propsito fundamental: su permanente mimo del anclaje. Es concebible un espritu en la
desolacin?. Nacido del expolio, nadie piense que va a abandonar jams una compostura, tan
admirable como posee, de rapia. Se distingue perennemente por sufragar la absorcin. No es
algo que no nos gusta or, que, mientras la carne concierne a la dispersin. el espritu, no
obstante, concita la adhesin?.
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Hay de qu alegrarse?. Lo dudo. Nuestros acervos se levantan sobre rimeros de
represiones y sufrimientos, y los jugos amargos debieran presidir toda degustacin.
La delectacin ante las obras se basa en las posibilidades de circunstancias, debiera
tener siempre en cuenta el catlogo inacabable e inabarcable de todas las fierezas annimas que
podamos imaginar. Si todos los miedos son posibles, seguro que lo son gracias a que fueron
posibles todas las crueldades.
De acuerdo con el rendimiento que uno, cualquiera, pueda sentir ante una acabada
perfeccin determinada. Pero tambin debe uno rendirse ante la plyade rotunda de miseria que
acarrea.
Exgesis frente a alumbramiento...:
Todo comentario a una obra es ramp ln o intil, p ues todo lo que no es directo es
nulo. (dORAN, SA, p . 18, Laja y M.A. Eds).
No debemos exprimir el sentido ni aluvionar la intuicin Nada peor que un patrimonio
de la opinin.
Siempre es uno de los jercicios ms saludables, vaya que s, la desautorizacin del
adepto. Buena parte del gremio de los comentaristas, puede ser motejada de inmovilista en su
peor acepcin: aquella para la que no es objetable la devocin.
Lo que yo estoy haciendo ahora mismo, cuando trato de desvelar un sentido en el sentido
del autor, no es la ms burda y torpe de las veleidades?. Transitar por los pasos de otro, es
perder esa precaria compostura que an nos restaba en este lugar. Dar de lado, esquivar la
ausencia.
Para aquellas personas que se adscriben con singular denuedo a incorporaciones
novedosas -y son muchas, aqullas y stas- no debe de constituir ningn desdoro la afirmacin
anterior; antes bien, es un precinto de lujo y de distincin consumistas:
Una moda filosfica se imp one como una moda gastronmica: se refuta igual una
idea que una salsa. (dIORAN, SA, p . 25, Laja y M.A. Eds).
Es un placer de los tiempos, la aberracin de la duracin. La contemplacin es una
prdida de la identidad trizada de muchos de nuestros contemporneos. El sosiego, una de las
palabras ms activas y gloriosas de nuestra edad de oro, tan denostadapor otros conceptos, es
un interregno soliviantador que mina la sed de accin repercutida en que nos sentimos, muy
a veces a nuestro pesar, inmersos.
El proceso de nuestras reprobaciones no conoce lmites, habindose ampliado
esplendorosamente en la modernidad a todo lo que ofrezca capacidad de resistencia o renuencia
al fenmeno ms extendido entre los ms que nunca, mortales de hoy: el fenmeno in-
corporacin o ismo de la concatenacion.
Qu trata de abanderar el hombre?:
Nadie p uede p rescindir de ap oyos disfrazados de eslganes o de dioses. (dIORAN,
DES, p . 19, Montesinos Editor).
En ese intento, lo que parece interesar es la denegacin de la propia asistencia, lo que
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parece apuntarse es la recurrencia al abandono, a otro abandono. Es el problema de aguantar
mejor los ajenos alegatos que nuestros fallidos soportes. En estos, se halla mejor la dispersin
y la difuminacin. Lo terrible son las acusadoras propias preguntas, y ms an las de los sueos.
Enarbolar a los otros, lo otro, siempre es una superchera bastatite menor -lase sino esto,
en todo tipo de aportadas citas- que introducir las propias cosechas, y a este respecto mucho
tendramos que hablar de la hipcrita pulcritud del nos literario.
Quin no tiene de cuando en cuando que hacer una proclama?. Nos perdemos por los
fundos del patrimonialismo, y ms que convertimos en poseedores de algo, nos asentamos como
deudores de reconocidos fundamentos o prestigios.
Seguir la propia cuenta parece ser tan imposible que se viene a caer en el tumbo o
derribo social que, parajustificar su existencia se fortifica de acervos verbales o divinos.
El motivo de esta relampagueante reflexin viene dado al comentar parte de la
correspondencia de Rilke, que Cioran tanto admirara antao, y que en el momento de escribir
este artculo en recuerdo de Sco,tt FITZGERALD, tanto detesta:
Jugar al esp ritu p uro raya en la indecencia. (dORAN, EPR, p . 151,
Montesinos Editor).
Pero esa propensin a dicho juego, no parece ser privativa de poetas. Dentro de nuestras
inclinaciones, siempre reservaremos un hueco, una pizca, a la delectacin que produce la
expansin hacia s o hacia los otros, del espritu puro.
No inficionado, no maleado, su gran incapacidad consiste en no notar que toda elevacin
es secuela de una cada, esta s cada vez ms irrefutable, por lo que queriendo huir de lo ftil se
encandila en los fangos de la laboriosidad sutil y evanescente. Esto es lo que hay, nos dicen las
cosas. Pero nosotros, de entereza obstinada, nos las arreglamos para limpiamos de todo polvo
y paja. Adheridos a todos los polvos, creemos al pensar, sublimemente, espantar algunas motas...
Tanto si preguntamos aunos o a otros acerca de lo que es para ellos lo esencial
-prescindiendo de la claridad con que lo utiliza Cioran (?)-, nos encontraramos con posturas que
van desde la sobriedad -en el empleo oral- a la malversacin de las palabras:
No debera institucionalizarse lo esencial: la Universidad es el espritu de luto.
(dORAN, EPR, p . 161, Montesinos Editor).
Y as para algunos lo esencial sera la vida, el trabajo, la oracin, la familia, el sexo, el
robo, el crimen.., y para muy pocos, el estado, la ciencia, la religin, el arte, la filosofia... Visto
lo cual, no es un placer esplendoroso vincularse a tamaas elecciones, sobre todo en cuanto se
0pta, se elige, se escoge, se secciona.
Pero observada nuestra desventura de empleo, habr que reducirse al menos en el
desacuerdo con lo existente por ahora.
Hemos hecho una institucin, o al menos hemos desarrollado el marco, donde la
ambigledad cubre, exoma la esencia, concedindole un cierto matiz hagiogrfico siempre
interesante para cautivar las devociones que sobrevengan. Cmo, sobre lo impreciso extenso
,
sobre el equvoco, se puede edificar cualquier panten?. Y existen muchos, y proliferan cada vez
ms, como si el pleonasmo mereciera en cada decurso histrico el aplauso de nuestra intil
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repeticin. Celebramos el misterio de decir casi siempre lo mismo -el casi queda limitado a
variantes fontico-sintcticas.
Y ya quedndonos en la filosofiacomo mayor y ms persistente acogedora, dispensadora,
o tesorera de planteamientos esenciales, Cioran rememorando la persona de Gabriel Marce!, nos
recuerda lo luctuoso que es llegar a conocer e interpretar a cualquier autor, sembrarescuelas y
levantar sistemas. Que hay quien se las pinta muy bien para esto, que hay quien aparece como
profeso atareado de esos menesteres, es lo que l lamenta, disintiendo del lunar, a~uiero de
transmisin, parece apostillar.
Lamentar nuestra prdidade conocimiento, no hay nada ms oscuro?.
De estas palabras s se desprende aquello -por otro lado tan falso- de que el
sufrimiento est repartido:
Una constatacin que p uedo, muy a mi p esar, hacer a cada instante:
Solamente son felices quienes no p iensan nunca, es decir, quienes no p iensan ms
que lo estrictamente necesario p ara vivir. El p ensamiento verdadero se p arece a un
demonio que p erturba los orgenes de la vida, o a una enfermedad que ataca sus races
mismas. (dORAN, ECD, p . 75, Tusquets Editores).
No es sostenible. La felicidad no plantea nada, ni problemas, ni furias, ni dudas. Es, la
sin discusin, la ausencia del altercado. Conspira siempre, y en profundidad, a favor del
anonimato y de la innombrabilidad. Imposible ser feliz si pregunta, y mucho menos, si se
pregunta. La felicidad, por mucho que se esfuercen socilogos, polticos, filsofos y poetas, no
se reconoce en momento alguno. Y no est lo recndito en ella, no, est en esa inmensa solicitud
de pronunciamiento, en esa incurable zozobra que nos produce nuestro deslavazamiento en el
cosmos.
Esperbamos del mundo una vorgine de atenciones en nuestro surgimiento, y lo que
apreciamos es, por el contrario, un eclipse del visitante, siendo este desquite de aqul al viajero,
la seal ms inequvoca de la muerte. Las loas, los parabienes y las prendas con que el mundo
nos recibe, no pueden ser ms excluyentes y definitivas.
La insaciabilidad del que llega palidece totalmente ante la plenitud de la insuficiencia.
As debe ser, o es, el mundo.
Puestos en ello, incluso ahora podramos ser felices, caso de reponemos de la sorpresa
de la bienvenida, dc desecharla, de evitar su envoivencia alucinatoria.
Y si es cierto que algunos aceptan el apelmazamiento, el abotagarse como un sntoma
claro de hacer lo ms impenetrable, o presente posible, la irremisibilidad, otros ponen pie en el
camino de discutira, por medio de la porosidad del viviente.
Nadie se libra en, o de, nada por el pensamiento, o al menos no es liberador un
pensamiento que no entiende, ni explica, ni aplaca, la obcecacin de la muerte.
No conozco el grado o nivel de bienaventuranza en el mundo, pero si s y siento el
martilleo incesante de la infelicidad en aqul. La prueba del sufrimiento se encuentra,
equivocadamente, para nosotros, en la desaparicin. Fue mucho antes. Por qu nunca se habla
de complot, de insania, o simplemente, de indiferencia celular, alzando nuestra constitucin?.
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Y, tomando al pensamiento, ste comete un error de bulto, la pretensin de dilucidar la
relacin intempestiva entre hombre y mundo, algo as como buscar la temperacin entre
irreconciliables. Un pensamiento captor, prensil, que acaba resbalando en la muralla del tiempo.
Una cosa parece ser problematizar la existencia -lo que en ltimo trmino nos
llevara ahablar de la tan cacareada y apetecida complejidad, orgullo cultural y tecnolgico de
la poca- y otra muy distinta apreciar los problemas, fundirse con ellos:
El p ensaba (se refiere a dhestov), justamente, que los verdaderos p roblemas
escap an a los filsofos. Qu hacen ellos, en efecto, si no es escamotear los verdaderos
tormentos. (dIORAN, EN, avec Sylvie Jaudean, p . 11, Jos Corti, Editor).
Sanciona, el filsofo, pero no todos, eso es claro, ciertos ejercicios, y no participa del
movimiento perturbador del tiempo. Es un ausente que ejerce, es un diletante con buena acogida,
al que incluso sus despistes le dan buenaparte de su fama, aspecto este ltimo que en cualquier
otra dedicacin no se motejara sino de prctica chapucera.
Cuntos filsofos amati la decepcin, el extravo, el vaco, el hundimiento...?. Porque
sonjustamente esas situaciones, componentes muy presentes en nuestros estados.
Por qu se les escapan los problemas, a ellos, y a sus crticos, que se jactan de que todo
est bien aprehendido?.
Por la compartimentacin en que los consideran, por la ambigua soledad con que los
retienen, en resumen, por su inusitado ataque a la finalidad, muy visible en todas sus
especulaciones.
Ese espritu de revancha que parecen poseer los filsofos cuando hablan del mundo y de
sus pertenecientes!.
Parece toda una filosofianacidade la consternacin y no del placer. Que ellos sean tristes,
vaya; que quieran inculcamos una gravedad innecesaria e intil, ya es otro cantar.
Entre los filsofos abundan los irredentistas, todos aqullos que echan de menos el escaso
papel que desempea la filosofia; debieran estar orgullosos de ello, y se encuentran
apesadumbrados, lo que muestrauna vez ms su nulo sentido del presentimiento de la fuga y la
banal inobservancia de la duda.
Es, de los pocos seres que esperan una retribucin universal.
Y si su agudeza es remisapara auparse a los problemas, qu suerte de prestidigitacin
nace de esa peregrina habilidad para embozar el castigo!. La ilusin se ha tomado en el espejo
de las transparencias, y la palabra, comprometida en el tiempo - no es lo mismo que con el
tiempo- viene a ser la ms atroz de las dilaciones.
Ocultar el sufrimiento es el aditamento ms paralizador en el tiempo, lo que
lamentablemente sirve para catalizar nuestra infortunada atadura con aqul.
Primer escarceo: liberar a la filosofladel estigma de la gravedad:
La filosofa sirve de antdoto contra la tristeza. Y hay quienes creen an en la
profundidad de la filosofa. (CIORAN, SA, p . 27, Laia y M.A. Eds).
Segundo tiento: en muchas ocasiones adolece de una presentacin formularia, recetara
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incluso en ciertos sistemas, y acaba convirtindose en cripticavulgaridad
.
Tercer acercamiento: produce, hondo pesar, vaya que s, la atribucin de ltimo escaln
del conocimiento, el concedido a la especulacin filosfica. Como apuntaba muy bien Cioran y
a propsito del mismo motivo, se quiere con ello asumir la jerarqua de las perplejidades.
(CIORAN, SA, p. 27, supra), o tambin la suma de la dedicacin al templo de la angostura.
Pero, sin posos: la filosofia se desenvuelve entre el alegre concierto del pensamiento y
las pautadas presencias que aqul puede abonar.
Llegado a un punto de imposible interseccin con nada ni nadie, el escptico
socava cualquier ndice de perplejidad. Es una nimia eficiente de la estanqueidad:
...Lo que este fantico p ersigue con intolerancia, es la ruina de lo imposible.
(dIORAN, CI, p . 63, MA. Eds).
La adjetivacin es contundente, incluso nada amistosa, lo que nos dice que Cioran no se
engolfani tan siquieracon un escptico. Pero, apane desdenes, irnicos o no, el papel de aqul
queda expuesto de una manera plsticamente hermosa. No hay consideracin, esta es la tarea del
escptico, entendiendo aqulla en una acepcin muy generosa.
Un descenso al irremediable descontento que tenemos de nosotros mismos:
La suspensin del juicio representa la pendiente filosfica de la irresolucin.
(CIORAN, dT, p. 64, M.A. Eds).
Toda una cada de la que podra llamarse solucin de continuidad en la que tan
confortablemente, al parecer, estamos instalados.
Es el nuestro un tiempo marcado por el escepticismo?. La apariencia puede
deslumbramos a este propsito, pero como siempre no es constitutiva de ninguna seguridad. Si
preguntamos aqu y all, hallaramos un inabarcable ejrcito de escpticos, autntico
mercenariado inducido por la inversin meditica, real poder desde hace tiempo, y de hoy
mismo.
Nada ms opuesto al escptico que el tan bien tenido y considerado placer de los
descubridores. El escptico es una exencin del viaje, un guio mortal, una zancadilla, a la
aventura.
No conozco a nadie que quieracallarse entre aquellos escpticos. Tomar la palabraes
el objetivo de la aldea, pero renunciar a ella o despedazara es harina de otro costal.
Nada se saca adelante, este es el paradigma escptico:
El escp tico intratable, atrincherado en su sistema, nos p arece un desequilibrado
p or exceso de rigor, un luntico p or incap acidad de divagar. (dORAN, CT, p . 66, M.A.
Eds).
La expectativa de cualquier amalgama subvierte todo fundamento de credibilidad. El
arrimo, la pasin por encontrar la dulce comprensin de nuestro ego discursivo, el placentero
estar al socaire de siempre un oyente, nos reduce a las ataduras de una defensa de la situacin.
De la mismaforma, el escptico atesoray abanderalas balizas de ladecepcin, de la entomologa
conceptual.
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Si lo nuestro al menos hubiera sido deslizarse... pero no, perseguidos por un
fatalismo del adrede, pusimos los pies en la tierra (casi nunca es una expresin justificable,
salvo en el amor) y levantamos hermosos tabernculos de la intervencin. Empezamos a levantar
la gran mentira: la tierra era nuestra:
Vivir equivale a la imposibilidad de abstenerse; vencer esa imposibilidad es la tarea
desmesurada que se impone... (dORAN, CT, p. 66, M.A. Eds).
Por qu no pasar por la abstencin?. Por qu necesitamos decir, hacer?. Tal vez lagran
miseria nuestra, son nuestros pronunciamientos. Nos gustan los calvarios, nos halagan. Uno de
nuestros males: no soportamos la privacin. Participar en esos imposibles adrede, es lo que nos
mantiene. Vivir es afrontar una equivocacin, la de la topografa en primer lugar.
Por qu el hombre necesita izar las alabanzas, para sus congneres?:
Hacer la apologa del espritu es una prueba de inconsciencia, de la misma manera
que hacer la apologa de la vida es una prueba de desequilibrio. (dORAN, ECD, p. 29,
Tusquets Editores).
Con frecuencia, lo que explicaraesta extraa conducta, pudieraser lo que calificaramos
como preservacin del entramado, como garante visual del tejido de la sociedad, es decir,
tambin, como un condonador de torpezas, y as los denominados artistas son queridos por su
factor de disculpa humana, la exculpacin del gnero.
Ellos arrostran, a veces muy a gusto, (con) todo el cargamento de incongruencias de que
es portadora la vida del hombre.
No hay mecenas -inversos y tan logrados ellos- que se les pueda comparar, pues
permanentemente, le devuelven la esperanza y la fe en el hombre, a este mismo. Nadie puede
presumir como aqul de los servicios prestados, y para un Alejandro, un Corts, un Napolen,
observemos la plyade de felices y complacidos constructores del espritu que nos ornan.
La ponderacin es una apuesta que acaba enajenando y los artificios de exquisita
valoracin remedan rudamente o en precario, originales mundos de ineficacia y quietud.
En cuanto al panegrico que se hace a la vida por la parte de algunos, viene desmentido
de forma apabullante por los hechos que la constrien.
Y si esto no bastara para alertamos, qu no diramos del pavor que recprocamente se
infligen, persona y mundo?.
Porque ese miedo tenaz, agarrado a nuestra piel desde la aparicin de sta y que tan
borrosamente aparece en los sueos, cmo explicarlo?.
Hasta en la defensade la vida, te puedes hoy quedar solo. Cunto ms, si escogemos el
camino apologtico de aqulla. Por qu, la vida, con tantos valedores como la sustentan,
retrocede tanto, vale tan poco?. Si terrible es laconstatacin de este hecho, no menos debe serlo
qu es lo que lo hace omnipresentemente cotidiano.
Hablar de la condicin humana es hablar de un incumplimiento; pero es la historia
tambin de laindefensin de los hombres con respecto aotros hombres, notoriamente tratadapor
determinados analistas, y en consecuencia es una falla ( quiebra) antropolgica. Es una secuencia
truncada de los deseos (del deseo).
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Sobre la condicin humanaprimay prevalece una conciencia muy fuerte y oscura de la
ms oportuna de la desaparicin. Dicha condicin siempre aparece lastrada por la amenazada
carencia de la continuidad. La condicin humana amaga, pero no sacia, nuestra subjetividad.
Celebrar la vida ms bien como un don de la recusacin.
Unadestruccin del escptico sin paliativos:
La duda se revela incomp atible con la vida, as, el escp tico consecuente, obstinado,
ese muerto vivo, termina su carrera en una derrota sin analoga con ninguna otra aventura
intelectual. (dORAN, dT, p. 67, M.A. Eds).
La vida es una secuencia de afirmacin, y la mayora de sus manifestaciones arrinconan
ferozmente los intermitentes y heterodoxos supuestos de duda. La duda favorable, la que se
admite, es aquella que no vulnera la indiscutibilidad del sistema, la que se resuelve en
plausibilidad.
La duda manifiesta una vigencia incontenible de la inocultable escisin que siempre
alentamos incluso en el mejor dt los instantes en este mundo. Lo ms pernicioso de ella, lo que
nicamente la puede deslegitimar, es tal o cual pretensin de asiento, siendo como es trmino de
impautacin.
Qu vale su irresolucin, en el marasmo (ascendente fenmeno de una nueva
cultura)?:
...la ltima soledad a la que ha llegado, erguirse como amigo y como cmp lice de
las hordas. (CIORAN, dT, p . 74, M.A. Eds).
Buscar -encontrar, mejor- lo nico que nunca ha tenido: la amistad.
Pero tanto sta como la complicidad no se gregarizan. No puede con lo presente. Su
debilidad es percibir la equvoca (alegre) interlocucin en el mundo, con el mundo. Si, tal vez
(uno) su trabajo sea arrastrar el polvo del mundo.
La duda es el en vilo persistente; la negacin, es un pulso con las cosas:
El drama del que duda es mayor que el del negador, por la razn de que vivir sin
finalidad es ms incmodo que el vivir por una mala causa. (CIORAN, <7V, p . 76, M.A. Eds).
Con la negacin an podemos asestar de alguna manera, un golpe a la realidad; en la
duda, la parlisis es el arredramiento.
Plantea siempre la gran demanda. Quiz su autntica situacin sea la del que, ms
que explicar -aunque lo haga, claro que s- quisiera que alguien explicara las ingerencias -
tambin la suya- en este mundo. No aspira a la sorpresa, cuanto al estado del desvalido, que aun
estando as, puede ser sobrevenido (cogido) de nuevo, una y otra vez en este mundo:
Lo que busca no es la verdad, es la inseguridad, la interrogacin sin fin.
(dORAN, dT, p . 78, M.A. Eds).
O la pasin ms operante -tal vez menos conocida- en el escptico. Quin fuera a
sospechar que es un diletante de la suspensin, un sarcstico coronado de aversin a la seguridad
(certidumbre), un ensimo burlador de la afirmacin?.
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En lo mejor del escptico, hallaremos la incitante plenitud de lo malogrado. En su
preguntaincesante sobrenada (late) el imposible locativo de la verdad en nuestro mundo. No es
la mejor adecuacin para el mundo la del hombre, y por ello laverdad es inencontrable para este
ser. Nuestra pregunta se orienta hacia la angustia, que de otras cosas puede ser paradigma,
aunque no de verdad.
Nada ms odioso para el hombre al que le ha tocado vivir este mundo, que la
exageracin y la desmesura:
Atrincherarse, contenerse, es la gran tarea de todos. Yjustamente a eso se niega
el escptico. (CIORAN, dT, p. 79, M.A. Eds).
Cuando est inmerso en ellas -trabajo, historia, aventura- est fuera de este mundo.
Permanecer es la orga que el sinsentido nos tiende. Atrapados, nos dedicamos con furia
idoltrica a cebar la inmutabilidad. Y todas nuestras obras adquieren el relieve del
sobrepasamiento, lo que al mismo tiempo les confiere un perfil inidentificable con el reino de
las cosas, que, curiosamente no~otros, muchas veces denotamos como mbito hostil.
El hombre comprometido con la trascendencia, es un enemigo para el mundo y para el
hombre.
No libra combates el escptico, ni tampoco defiende ardorosamente nada.
Soliviantarse con nadie ni con nada, puede ser una de sus conductas. Rie muy poco:
El escptico desdea la rebelin, y no est dispuesto a rebajarse a ella. (dORAN,
CT, p. 80, M.A. Eds).
Dnde se echa ms empeo por parte de los hombres, en laelaboracin terica
o en la recurrenciaa la duda?. Sirven demasiado, esa es su mayor desgracia:
El gran valor p rctico de las certezas no debe ocultarnos su fragilidad terica
(dORAN, dT, p. 81, M.A. Eds).
Acostumbrados a no sufrir mermas en la contrariedad, lo que es hecho posible por la
solidez telricade la certeza, no ponemos en marcha ni tan siquiera un proceso sumario de duda.
Agarrados al positivismo que da toda certeza, la nica desazn que nos invade, es, si en algn
momento del desenvolvimiento del tiempo, este desmintieramnimamente un asentimiento en
el que nos habamos volcado, y que no concebimos en absoluto que no sea un acontecimiento
vivido por nosotros. Es decir, lo que ms nos duele es no poder con el tiempo.
Los placeres dircursivos lo son en la medida que acaban con la polisemia del
discurso:
El escep ticismo que no contribuye a la ruina de la salud no es ms que un ejercicio
intelectual. (dORAN, SA, p . 55, Laia y M.A. Eds).
Cul es la ruina de todo, de cualquier ejercicio?. El de ser unapropuesta de seguimiento,
el de una sentimentalidad del acompaamiento.
La precariedad del ejercicio consiste en su proclama de la notoriedad del afecto, bien se
refiera este trmino a la persona interferida, bien a una tendencia emotiva
Un escepticismo que ostenta la porosidad, la smosis de la desintegracin. Quin, si
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no el escptico, se desunce de cualquier pesebre?.
Unaactitud de soberano desinters, un desfondamiento, tal la del escptico, nos constrie
a todos los quebrantamientos.
Como una buena tcnica -la de aquellos pintores de la Italia del XVI y XVII- del
esfumamiento...
El desprecio es una notoriedad:
El escptico debera prohibirse el desprecio, que supone una complicidad con la
certeza, una toma de posicin en todo caso (...) La clarividencia de que presume es su
propio enemigo. (dORAN, CT, p. 83 , M.A. Eds.).
Debera no caber en nuestra condicin, pero es el ltimo resquicio de la importancia que
para nosotros, pese a todo, tiene el otro. No tanto importa el destinatario del desprecio cuanto la
irreductibilidad del an queda alguien a quien dirigirme, a quien avistar. En el fondo, se
aprecia mucho de s mismo, es el ser con menos soledad del mundo. No sigue en esto el viejo
adagio, que dice con cruda duteza: El mejor desprecio, es no hacer aprecio.
La clarividenciano le separa, le une.
Lo nico que hace la duda es presidir una accin contra s misma:
Debemos reconsiderarlo todo, hasta los sollozos.... (dORAN, SA, p. 102, Laia
y M.A. Eds).
Nada tan desamorado de la dudacomo las buenas costumbres. No parecen serlas de mala
fe las acciones dudosas, sino ms bien al contrario. Dudo en -y de- la plenitud. Pero tampoco me
atrevo a sistematizarla.
Slo admitimos laesquiva si se presume identidad. El extraamiento nos conviene.
No son, las cosas, importantes. Es importante quien habla de ellas y nunca calla. Re-ER