Ferrer I Guardia La Escuela Moderna
Ferrer I Guardia La Escuela Moderna
Ferrer I Guardia La Escuela Moderna
La educación, a los inicios del siglo XX, tomó otro camino. La influencia de la
escuela estadounidense con Dewey a la cabeza, la Escuela Nueva y los aportes en el
mismo sentido provenientes de la Unión Soviética luego de 1917, marcaron un
rumbo que merece revisarse.
Se seleccionó uno de los capítulos del libro, pero se mantienen los links a los efectos de acceder a
otros capítulos y materiales sobre este tema
Índice
Presentación, por Chantal López y
Omar Cortés.
I. Explicación preliminar.
II. La señorita Meunier.
III. Responsabilidad aceptada.
IV. Programa primitivo.
V. Coeducación de ambos sexos.
VI. Coeducación de las clases
sociales.
VII. Higiene escolar.
VIII. El profesorado.
IX. La renovación de la escuela.
X. Ni premio ni castigo.
XI. Laicismo y biblioteca.
XII. Conferencias dominicales.
XIII. Resultados positivos.
XIV. En legítima defensa.
XV. Ingenuidad infantil.
XVI. Boletín de la Escuela
Moderna.
XVII. Clausura de la Escuela
Moderna.
IX
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LA RENOVACIÓN DE LA ESCUELA
Dos medios de acción se ofrecen a los que quieren renovar la educación
de la infancia: trabajar para la transformación de la escuela por el estudio
del niño, a fin de probar científicamente que la organización actual de la
enseñanza es defectuosa y adoptar mejoras progresivas; o fundar
escuelas nuevas en que se apliquen directamente principios
encaminados al ideal que se forman de la sociedad y de los hombres los
que reprueban los convencionalismos, las crueldades, los artificios y las
mentiras que sirven de base a la sociedad moderna.
necesidades. Grave error sería creer que los directores no hayan previsto
los peligros que para ellos trae consigo el desarrollo intelectual de los
pueblos, y que, por tanto, necesitaban cambiar de medios de dominación;
y, en efecto, sus métodos se han adaptado a las nuevas condiciones de
vida, trabajando para recabar la dirección de las ideas en evolución.
Esforzándose por conservar las creencias sobre las que antes se basaba
la disciplina social, han tratado de dar a las concepciones resultantes del
esfuerzo científico una significación que no pudiera perjudicar a las
instituciones establecidas, y he ahí lo que les han inducido a apoderarse
de la escuela. Los gobernantes, que antes dejaban a los curas el cuidado
de la educación del pueblo, porque su enseñanza, al servicio de la
autoridad, les era entonces útil, han tomado en todos los países la
dirección de la organización escolar.
autoritaria que en ella reina, para que todas las innovaciones les
beneficien. Para que así sea, vigilarán constantemente; téngase la
seguridad de ello.
Deseo fijar la atención de los que me leen sobre esta idea: todo el valor de
la educación reside en el respeto de la voluntad física, intelectual y moral
del niño. Así como en ciencia no hay demostración posible más que por
los hechos, así también no es verdadera educación sino la que está
exenta de todo dogmatismo, que deja al propio niño la dirección de su
esfuerzo y que no se propone sino secundarle en su manifestación. Pero
no hay nada más fácil que alterar esta significación, y nada más difícil que
respetarla. El educador impone, obliga, violenta siempre; el verdadero
educador es el que, contra sus propias ideas y sus voluntades, puede
defender al niño, apelando en mayor grado a las energías propias del
mismo niño.
¿Cuál es, pues, nuestra misión? ¿Cuál es, pues, el medio que hemos de
escoger para contribuir a la renovación de la escuela?
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X
NI PREMIO NI CASTIGO
La enseñanza racional es ante todo un método de defensa contra el error
y la ignorancia. Ignorar verdades y creer absurdos es lo predominante en
nuestra sociedad, y a ello se debe la diferencia de clases y el
antagonismo de los intereses con su persistencia y su continuidad.
exterior. Allí venían padres que profesaban este rancio aforismo: la letra
con sangre entra, y me pedían para su hijo un régimen de crueldad; otros,
entusiasmados con la precocidad de su prole, hubiera querido, a costa de
ruegos y dádivas, que su hijo hubiera podido brillar en un examen y
ostentar pomposamente títulos y medallas; pero en aquella escuela no se
premió ni castigó a los alumnos, ni se satisfizo la preocupación de los
padres. Al que sobresalía por bondad, por aplicación, por indolencia o por
desorden se le hacía observar la concordancia o discordancia que
pudiera haber con el bien o con el mal propio o el de la generalidad, y
servían de asunto para una disertación a propósito del profesor
correspondiente, sin más consecuencias; y los padres fueron
conformándose, poco a poco, con el sistema, habiendo de sufrir no pocas
veces que sus mismos hijos les despojaran de sus errores y
preocupaciones. No obstante, la rutina surgía a cada punto con pesada
impertinencia, viéndome obligado a repetir mis razonamientos, sobre
todo con los padres de los nuevos alumnos que se presentaban, por lo
que publiqué en el Boletín el siguiente escrito:
Los exámenes clásicos, aquellos que estamos habituados a ver a la terminación del
año escolar y a los que nuestros padres tenían en gran predicamento, no dan
resultado alguno, y si lo producen es en el orden del mal.
Cada padre desea que su hijo se presente en público como uno de los tantos
sobresalientes del colegio, haciendo gala de ser un sabio en miniatura. No le importa
que para ello su hijo, por espacio de quince días o un mes, sea víctima de exquisitos
tormentos. Como se juzga por el exterior, se viene a la consideración que los dichos
tormentos no son tales, porque no dejan como señal el más pequeño rasguño ni la
más insignificante cicatriz en la piel...
Además de esa miserable vanidad, satisfecha a costa de la vida moral y física del
alumno, se esfuerzan, esos determinados maestros, en arrancar plácemes del vulgo,
de los padres y demás concurrentes ignaros de lo que pasa en la realidad de las
cosas, como un reclamo eficacísimo que les garantiza el crédito y el prestigio de la
Tienda Escolar.
EXAMENES Y CONCURSOS
Al finalizar el año escolar hemos oído, como los años anteriores, hablar de
concursos, de exámenes, de premios. Hemos vuelto a ver el desfile de niños
cargados de diplomas y de volúmenes rojos adornados con follajes verdes y
dorados; hemos pasado revista a la multitud de mamás angustiadas por la
incertidumbre, y de niños aterrorizados por las temibles pruebas del examen,
donde han de comparecer ante un tribunal inflexible a sufrir tremendo
interrogatorio, circunstancias que dan al acto cierta desdichada analogía con los
que se celebran diariamente en la Audiencia territorial.
Comienza la cosa desde que cumplimos cinco o seis años, cuando se nos enseña
a leer, y en tan tierna edad, se nos obliga a preocuparnos, no tanto de las
historias que ese nuevo ejercicio nos permite conocer, ni el dibujo más o menos
interesante de las letras, como el premio de la lectura que hemos de disputar; y
lo peor es que se nos hace enrojecer de vergüenza si quedamos rezagados, o se
nos infla de vanidad si hemos vencido a los otros, si nos hemos atraído la envidia
y la enemistad de nuestros compañeros.
Séanos permitido idear sin ser tachados de utopistas, una sociedad en que todos
los que quieran trabajar puedan hacerlo, en que la jerarquía no exista, y en que
se trabaje por el trabajo y por sus frutos legítimos.
Emilia Boivin.
NO MÁS CASTIGOS
Creemos que este aviso bastará para desterrar en lo sucesivo tales prácticas,
impropias de personas que han de tener por único ideal la formación de una
generación apta para establecer una sociedad verdaderamente fraternal, solidaria y
justa.
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