Cooper-Posey, Tracy - Corazón Vengador
Cooper-Posey, Tracy - Corazón Vengador
Cooper-Posey, Tracy - Corazón Vengador
Corazn
Vengador
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NDICE
Agradecimientos.............................................................................4
PARTE I - Oxford............................................................................5
Captulo 1...................................................................................6
Captulo 2.................................................................................16
Captulo 3.................................................................................24
Captulo 4.................................................................................34
Captulo 5.................................................................................42
Captulo 6.................................................................................54
Captulo 7.................................................................................65
Captulo 8.................................................................................78
Captulo 9.................................................................................87
Captulo 10...............................................................................97
PARTE II - York...........................................................................104
Captulo 11.............................................................................105
Captulo 12.............................................................................113
Captulo 13.............................................................................121
Captulo 14.............................................................................129
Captulo 15.............................................................................137
Captulo 16.............................................................................147
Captulo 17.............................................................................158
PARTE III - El gran bosque........................................................165
Captulo 18.............................................................................166
Captulo 19.............................................................................181
Captulo 20.............................................................................189
Captulo 21.............................................................................199
Captulo 22.............................................................................212
Captulo 23.............................................................................220
Captulo 24.............................................................................230
Captulo 25.............................................................................238
Captulo 26.............................................................................247
RESEA BIBLIOGRFICA.......................................................257
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TRACY COOPER-POSEY
CORAZN VENGADOR
Agradecimientos
Debo dar las gracias a mi familia: Matthew, Kate y Terry por tener que soportar
a una madre que no tiene nada que ver que ver con las dems mams, y tambin a
Mark, por estar siempre a mi lado y darme nimos cuando los mos flojeaban. No lo
hubiese conseguido sin vosotros! Gracias, adems, a mi agente, Cherry Weiner, por
tener fe en m. A Tracey McGrath, otra de mis devotas, por estar siempre al otro lado
del telfono.
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TRACY COOPER-POSEY
CORAZN VENGADOR
PARTE I
Oxford
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TRACY COOPER-POSEY
CORAZN VENGADOR
Captulo 1
Oxford, Inglaterra, 6 de diciembre de 1197
Helena saba que corra un riesgo enorme. Aquel ltimo ao lo haba vivido
tomando cada aliento con extrema cautela, pero aun as se mova por las calles con
sumo cuidado para evitar ser descubierta a una hora tan avanzada del da, cuando se
supona que deba estar en el lugar que le corresponda a una dama como ella, al lado
de Lady Catherine.
Cada voz, cada saludo gritado a distancia, el trote de un caballo
aproximndose, la alertaba y el pulso se le desbocaba. Cada paso que sonaba a sus
espaldas la asustaba. Tan slo se haba alejado tres calles de la finca, pero en la boca
tena el regusto amargo y fro del miedo. Su propio pulso le retumbaba dentro de la
cabeza.
La ciudad de Oxford estaba en pleno alboroto. Hubert Walter, jefe de justicia del
rey, acababa de regresar de Normanda y, de improviso, haba ordenado al Gran
Consejo reunirse. Como abejas que se apresuraban a regresar al enjambre, los
barones que el rey Ricardo haba dejado atrs, en Inglaterra, se dieron cita en la
ciudad.
La oscuridad haba cubierto el cielo y seguan llegando sin cesar ruidosos
squitos que avanzaban por las estrechas calles. Su estrepitoso traqueteo resonaba en
las paredes de casas y tiendas, advirtiendo a Helena de su proximidad mucho antes
de llegar a divisarlos.
Se estaba tomando grandes molestias para no ser vista. Si la descubrieran fuera
del recinto de la finca seorial, dara pie a un sinfn de preguntas y levantara
sospechas indeseadas.
No poda permitirse que indagaran en sus actividades.
La posible recompensa pagara con creces el riesgo que iba a correr. El atisbo de
aquella compensacin era la energa que mantena su caminar sin pausa por las
callejuelas, deteniendo su paso a un lado del camino a esperar que hubieran pasado
los caballos en tropel.
A lo lejos divis un edificio de dos plantas, pulcramente construido en piedra,
que encajaba con la descripcin que le haban dado. La casa de Aarn, el judo. El
resplandor de una luz parpadeaba a travs de las ventanas en el piso superior, pero
las de abajo estaban a oscuras.
Helena se ci la capa al cuerpo y cruz la calle. Rpida, con una ltima mirada
por encima del hombro, dio unos golpes en la puerta con los nudillos. Al instante se
abri. Apareci una mano, aferrada al canto de la puerta, que la alent a entrar con
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Helena tom la misiva, doblada sin demasiado cuidado, y la abri. Estaba sucia
y manoseada, el pergamino se resquebrajaba por los pliegues, pero se distingua con
claridad la letra de Robert.
Podis alzar un poco la luz? musit Helena.
Aarn levant la candela de manera que la luz se reflejara en la pgina escrita:.
Mi Lady Helena, empezaba la carta Helena hizo una leve mueca de
contrariedad. Aunque Ralf no supiera leer, la carta podra caer en manos de otra
persona ms culta Pgale a Ralf los dos marcos que le promet.. Los necesitar para llegar a
Normanda, donde le he encontrado un lugar en el que cobijarse. No te tomes la molestia de
sonsacarle a Ralf el nombre de su compaero, pues ya he iniciado su bsqueda. Te he mandado
a Ralf para incitarlo a ir tras de ti. Tienes que dirigirte a la ciudad de York. No conseguirs
avanzar ni un paso ms hasta que no llegues all La firma con la que haba concluido la
carta era una filigrana con un aire aristocrtico: Loxley.
Tienes que dirigirte a la ciudad de York. Llevar a cabo aquella tarea iba a ser ms
difcil de lo que le haba costado escribirlo en la carta. Primero, debera encontrar la
excusa perfecta, convencer a Lady Catherine de la importancia de llegar a York, sin
mencionar que adems debera encontrar la manera de ejercer su influencia sobre el
marido de Lady Catherine.
Ralf carraspe y Helena se dio cuenta que tanto l como Aarn aguardaban a
que terminara de leer la nota. Se haba quedado con la mirada perdida mientras su
mente discurra a toda velocidad.
Acerc la mano a la bolsa de las monedas y sac dos marcos.. Los mugrientos
dedos de Ralf se cieron sobre las monedas en el momento en que Helena las
deposit sobre la palma abierta.
ndate con cuidado, Ralf le aconsej. En tus manos tienes un tesoro
demasiado valioso para alguien que no podr defenderse como lo podra hacer un
conde o un barn.
Vigilar.
Ahora, vete arriba le orden Aarn. Primero saldr Lady Isobel. Tu turno
llegar cuando haya oscurecido por completo.
Las puertas de la muralla estarn cerradas por la noche le seal Helena.
Lo mismo que cuando Ralf lleg aqu le respondi Aarn con tacto.
Helena sonri tristemente.
Debis perdonar mi excesiva curiosidad.
Aarn hizo un gesto con la mano para restar importancia a la disculpa de ella.
Vuelve arriba, Ralf repiti. Deseo hablar con la seora antes de que se
vaya.
Ralf asinti, cruzo la habitacin hasta el pie de la escalera y se dirigi al
segundo piso, engullido por las densas sombras que ni la candela poda alejar.
Aarn se movi hacia la puerta.
Os creis capaz de localizar al compaero de Ralf? le pregunt a Helena.
Ella dedic unos segundos a la carta de Robert.
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encuentra en una sirvienta, y sois demasiado joven para ser la esposa que desea
llegar al fondo de la cuestin.
Vos conocisteis a mi padre?
S, lo conoc. Vena a verme a veces para resolver ciertos asuntos de dinero.
Un hombre amable. Un buen hombre. Espero que tengis suerte en vuestra
bsqueda, seora.
Gracias.
Aarn ech un vistazo a la calle.
Ahora podis salir.
Helena se sumergi en el aire fresco de la noche y se apresur a seguir en la
misma direccin que los hombres del conde de Dinan.
La oscuridad ms absoluta lo envolva todo. La nica iluminacin provena de
las estrechas ventanas a ambos lados de la calle. Helena, aprovechando cada recoveco
de entre las sombras, segua avanzando hacia la casa solariega donde se hospedaba.
Su anfitrin, Peter de Lancey, caballero, barn y un seguidor del conde Juan,
intentaba, durante aquella velada, entretener a un grupo de oponentes polticos del
rey Ricardo en el banquete que haba organizado en el da de San Nicolas. Entre los
invitados se hallaba Lady Catherine Fitzwarren, seora y mecenas de Lady Isobel.
Regresaba a la guarida del enemigo.
Stephen mantena la mirada fija al frente, pero saba de sobra que tras su paso,
la gente sentada a ambos lados de la mesa se inclinaban hacia su compaero ms
cercano y susurraban tras las manos alzadas.
Si hubiese llegado a la hora exacta, no se encontrara como ahora, atravesando la
estancia hasta el lugar que le haban asignado en el festn, sin que causara semejante
espectculo. Era solamente por la convocatoria del Gran Consejo, por parte de
Hubert Walter, que se haba molestado en presentarse ah. Mientras ergua la espalda
y se pona derecho, mentalmente se senta encoger. Qu le importaba a l si hacan
comentarios a sus espaldas? Ya casi se haba acostumbrado.
Stephen se desliz hasta el asiento que le haban dejado, claramente apartado de
los dems, y salud con la cabeza a sus compaeros de mesa. Todos, sin excepcin
alguna, se quedaron mirndolo, como si se tratara de un gato que se hubiese colado
en medio de una bandada de palomas para compartir con ellas unas migas de pan.
Sin prestar atencin, se sirvi varios trozos de carne que un sudoroso paje le ofreci y
a otro le indic, con un chasquido de dedos, que le llenara la copa. El muchacho se
apresur a verter un poco del lquido tinto en la copa que Stephen tena al lado de su
platel.
Entonces empez a comer.
A su alrededor, los dems retomaron sus comidas y conversaciones, mientras
lanzaban ojeadas fugaces en direccin a l.
Aquella irritacin lo molestaba Ya deberas estar ms que acostumbrado a esto, se
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dijo. Y era cierto. Desde su ltima conversacin con Ricardo, haca ya unos aos, no
haba sido bien recibido en ninguna reunin a excepcin de las casas de los fieles al
conde Juan, especialmente entre quienes deseaban reclutar al Barn Negro entre sus
filas Por qu motivo me enfado con cada minuto que pasa?
Quiz estaba simplemente cansado con toda la situacin. Cansado de los
interminables das, de las justas, de los torneos sin propsito, de las estpidas
intrigas polticas. De que nada tuviera sentido. No lo poda cambiar. Ese da haba
quedado demostrado otra vez. Haba osado pedirle alojamiento al barn de Guerre,
uno de los hombres de Ricardo que permaneci en Inglaterra. La negativa del barn
le haba sorprendido por su franqueza.
Incluso despus de todo este tiempo, an pareca que se le consideraba persona
non grata. Le dola reconocerlo.
Pero Stephen segua siendo uno de los hombres del rey. Aquello no se lo podan
arrebatar. A pesar de que el rey lo hubiera rechazado, su lealtad no estaba en venta.
Deba soportar la compaa de los fieles al conde Juan, con sus aires de
civilizada superioridad y sus conversaciones susurradas.
Con un movimiento apenas controlado, Stephen alej el platel que tena delante
Su apetito haba desaparecido junto a su paciencia Se reclin en la silla y tom un
sorbo de vino, dejando que su mirada recorriera la animada sala. Quera disfrutar
con la incomodidad que su presencia causaba a aquellos que lo miraban furtivamente
para topar con su penetrante mirada. Eso mismo como un gato entre palomas.
En el extremo diametralmente opuesto de donde lo haban sentado vio a dos
mujeres. A una de ellas la reconoci. Era Lady Catherine Fitzwarren, una ambiciosa
mujer con la que haba hablado en varias ocasiones. Su marido, Percival, Lord de
Worcester, cay bajo el dominio de Juan cuando, al principio de su reinado, Ricardo
le hizo entrega de unas tierras. Percival era un infeliz vasallo que obedeca a Juan.
La otra mujer estaba sentada al lado de Lady Catherine, Stephen se sorprendi
cuando se dio cuenta de que sta lo miraba fijamente. Clavaba los ojos en l con una
franqueza curiosa y abierta, sin rastro de miedo ni tampoco furtivamente, como a
escondidas.
Las miradas de ambos se cruzaron y se quedaron as. Unos instantes. Los ojos
de ella eran fascinantes, atraan su atencin de un modo que Stephen nunca haba
experimentado en el pasado. Incluso Ricardo, con su mirada autoritaria, no haba
conseguido absorberlo del mismo modo que los ojos de esa mujer lo hacan ahora.
Ese poder, formaba parte de su personalidad, como en el caso de Ricardo, o era
solamente la forma de sus ojos?
Stephen sinti la imperiosa necesidad de ver esos ojos a una distancia ms
cercana.
Al instante, como si recordara dnde se encontraba, la mujer apart su mirada y
dej que el delicado velo ocultara los finos rasgos; la lnea clara de la mandbula se
dibujaba cuando volvi a dirigir su atencin a la comida.
Stephen continu estudindola, sin que importaran las normas de cortesa.
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Captulo 2
Fue slo porque Stephen la estaba mirando con atencin que se dio cuenta de
que ella se marchaba. La mujer que se haca llamar Isobel haba permanecido sentada
en su silla durante toda la comida.. Los invitados haban comido copiosamente y se
haban dedicado a beber con ganas. Luego, ya ms relajados, centraron su atencin
en la farsa teatral que tena lugar en medio de la sala. Al final de la actuacin de los
cmicos, ella se levant y se escabull por la puerta que daba al largo y fro pasillo
que terminaba en la cocina.
Stephen se pregunt por qu habra escogido aquella direccin. Ech un vistazo
a su alrededor.. Los dems lo desdeaban a conciencia. Al fin y al cabo, no era el
mejor compaero de mesa, pero tal vez ahora haba llegado el momento de sacarle
provecho a esta condicin. Se levant y recorri la estancia, siguiendo el permetro
para no cruzarse en la lnea de visin de nadie y no atraer las miradas.
Se adentr en el pasillo. Al final, donde el corredor se desviaba hacia la cocina,
vislumbr el velo de la mujer y la cola de su vestido azul desapareci tras la esquina.
Camin ms despacio para darle tiempo a iniciar el misterioso asunto que se traa
entre manos. Al llegar a la esquina, se detuvo para ver si poda escuchar algo a
escondidas.
Hablaba en ingls con fluidez, y, a juzgar por la pronunciacin que Stephen
poda escuchar, sin ningn acento. Le dio la impresin que comprenda parte de las
palabras de ella. Durante los interminables das que Stephen haba pasado de sala en
sala, esperando, haba aprendido palabras sueltas y alguna expresin. Pero l no
hablaba ingls. Su lengua no era capaz de pronunciar aquellas extraas vocales.
Escuch con mayor atencin. Se hablaba de comida, de una aldea y de sigilo.
Tambin daba instrucciones acerca de unos paquetes que se deban repartir.
Stephen avanz un poco y la situ en su campo de visin. Estaba de pie al lado
de una inmensa mesa de trabajo, rodeada por dos o tres miembros del personal de la
cocina, una cocinera y, a juzgar por sus vestiduras, un par de campesinos que
acababan de llegar de la calle. Eran gente de la regin. En medio de la escena, ella
pareca una extica mariposa entre plantas silvestres. Ella era ms alta que los dems,
una figura delgada y esbelta vestida con aquellas telas azules que, segn el estilo de
la poca, se posaban suavemente sobre sus formas y acentuaban cada una de las
curvas de una mujer. Tena unos pechos generosos y, bajo la escueta cintura, las
caderas se ensanchaban primorosamente. Encajado sobre ellas, luca un cinturn de
eslabones plateados que se entrecruzaban hasta la parte frontal, donde los extremos
colgaban sueltos. Su grin y el velo, que cubran la cabeza y el cuello, eran de una
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tela blanca, finsima, que haca juego con la delicada perfeccin de su tez.
Con suma rapidez, Isobel envolvi la comida en trozos de tela tosca y at las
puntas como un pauelo de fardo. Haban ya preparado algunos paquetes de
comida, unos diez o ms, y al lado de stos haba una buena seleccin de variados
alimentos carne guisada, frutos secos, verduras frescas y en conserva, adems de pan.
La cocinera le hizo una pregunta en un tono atemorizado, Stephen pudo
comprender la respuesta de Isobel casi por completo.
No lo echarn en falta. Tienen ya la barriga ms que llena y aadi unas
palabras ms que slo los otros pudieron entender, pero a juzgar por las carcajadas,
no deban de ser precisamente un cumplido.
Ms tranquila, la cocinera les dio los paquetes de comida a los campesinos
Stephen comprendi de qu se trataba.
Isobel robaba para drselo a los aldeanos.
La sorpresa le hizo acabar de bajar los escalones y, antes de darse cuenta, sin
pensarlo, haba decidido encararse a ella.
Estaban tan absortos en la tarea que apenas repararon en su presencia.
sta s es una bonita estampa exclam al aproximarse por detrs.
Los aldeanos y el personal de la cocina se pusieron a chillar y huyeron
despavoridos como gallinas asustadas. Se Imaginaba que Isobel hara lo mismo al ser
sorprendida en un acto que tena serias consecuencias.
Pero en vez de eso, se dio la vuelta con sorprendente rapidez y, atnito, vio que
sostena un cuchillo en alto con la pose de un experto luchador de arma pequea.
El instinto de Stephen reconoci el peligro mucho antes de que su conciencia lo
notara. Reaccion y, antes de que la idea de un probable ataque se registrara en su
mente, adopt instintivamente una postura ms flexible, el cuerpo relajado, sin
tensin en las articulaciones, listo para moverse en cualquier direccin.
Ella volvi a sorprenderlo otra vez al soltar el cuchillo. De dnde lo haba
sacado? No lo tena en la mano, ni estaba encima de la mesa cuando entro en la
cocina y se acerc a ella.
Mi seor, me habis asustado.
Es evidente. Vuestras actividades anuncian que se trata de algo secreto, a
juzgar por la reaccin que habis tenido al asustaros.
Ella ech un vistazo a los campesinos por encima del hombro y les dirigi unas
palabras.
Qu les habis dicho? exigi. Maldita sea, lo haca sentir cmo un
ignorante.
Les he dicho que sigan con sus asuntos. Esto no les incumbe.
Salieron en fila por la puerta de la despensa hacia el exterior. Haba conseguido
sacarlos de una situacin arriesgada sin peligro. Los quit de en medio y con la
comida a cuestas.
Helena lo observaba calmadamente. El color de sus ojos realmente inusual. Eran
de color azul, del azul del cielo en un atardecer de verano s y ambos iris estaban
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dibujados con un crculo ms oscuro. Los ojos ms inslitos que jams hubiera visto.
Qu pensis hacer conmigo, seor? le pregunt.
Con slo levantar un poco la barbilla ella podra mirarlo directamente a los ojos.
Stephen sinti una tirantez en el estmago, una sensacin placentera y
conocida. Menuda mujer. Era como una fresca brisa marina que reavivaba su alma,
despertaba sus sentidos.
Hablis francs con el acento de un bretn.
Soy de la Bretaa.
Eso me han dicho.
Su tono debi de intrigarla, pues entrecerr los ojos.
Seor?
Era una mujer cautelosa, y valiente. Saba de sobra que la haba atrapado en una
situacin comprometida, pero no se echaba atrs ni un pice, ni le rogaba que tuviera
piedad de ella.
Quin sois vos? le pidi Stephen y de inmediato se arrepinti. Todava no
quera saber la verdad. As era ms interesante, deseaba adivinarlo y plantearse las
infinitas posibilidades que le sugera.
Soy Isobel, hija de William, barn de Buerres.
De la Bretaa termin Stephen.
Ella asinti.
Por qu no tenis miedo de mi?
Debera tenerlo?
Os he sorprendido robando comida.
Una sombra cruzo el rostro de ella, demasiado rpido para poder determinar de
qu se trataba, pero a l le dej una sensacin de irritacin.
Mi seor, esta comida ir a parar a otras bocas mucho ms hambrientas, con
un hambre mayor que el que haya podido sufrir cualquiera de los barones de la sala.
He cogido muy poco. En verdad, creo que no lo echarn en falta.
Por qu lo hacis?
Se mueren de hambre, seor.
Siempre hay hambre. Es una de las protestas que no cesan cuando se dialoga
con ellos.
Es una protesta que no cesa porque es una peticin a la que nunca se pone
remedio.
La emocin que se reflejaba en aquellos espectaculares ojos estaba clara: rabia.
Haca temblar todo su ser.
Por qu os preocupis tanto por esa gente? le cuestion sin comprender.
Sin avisar, la rabia de ella desapareci. No se haba desvanecido ni tampoco su
fuerza haba cedido. Simplemente, retrajo la emocin. En una bocanada de aire ella
consigui someterla a la fuerza.
En su mente, la pregunta segua dando vueltas Quin era aquella mujer que
hablaba ingls sin dificultad? La que se preocupaba por los aldeanos y robaba
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comida para drsela? Alguien que lo observaba como si fuera un hombre normal y
no un indeseable, dejado de la mano de Dios? Quin era esa mujer que lo retaba con
su ira cuando era ella la que debera sentirse culpable?
Ella inspir otra bocanada profunda.
Todava no me habis dicho qu pensis hacer conmigo.
Y vos aun debis decirme cmo puede ser que no me temis.
No alcanzo a comprender por qu debera temeros. Su indiferencia lo irrit.
Dio un paso adelante. Apenas haba una mnima distancia de separacin entre
ambos, Stephen quera ver algo en aquellos ojos que le confirmara que haba
conseguido intimidarla. Sin embargo, al estar tan cerca, sinti el aroma de su
fragancia. Era dulce y femenina, el recuerdo de una sensacin que traa a su mente la
suavidad de la piel de una mujer, el sabor de los besos, de unos labios contra los
suyos.
El corazn de Stephen retumbaba con latidos sordos y aquel ritmo rasgaba todo
su cuerpo como una cuerda tensa. Disperso se perdi en sus pensamientos. Deba
apartarse de su lado, pero tan slo sera una seal de su debilidad.
Todo el mundo me teme dijo pronunciando cada palabra con esfuerzo.
Brotaron de su boca duras y bruscas. Por qu no habrais de temerme vos?
Pensis acaso hacerme dao?
Ella no se acobard, pero tampoco poda dar un paso atrs, con la mesa
trabndola a sus espaldas. En vez de eso, levant la barbilla para poder mirarlo
directamente a los ojos.
Podra arrancaros el corazn.
La expresin de ella no cambi, pero se habra l imaginado el rpido aleteo de
su nariz, el fuelle de su respiracin? El aire que llenaba y vaciaba su pecho debajo de
la blusa?
Un alarde que cualquier caballero de las Cruzadas podra realizar admiti
Isobel con la voz calmada, controlada. Y vos llevis la marca de las Cruzadas. Pero
olvidis que yo voy armada Podis apoderaros de mi corazn estando yo lista para
defenderme?
Stephen sinti la punta del cuchillo apoyndose en su costado, en el lugar
exacto donde ella slo tendra que empujar la hoja y el arma se deslizara entre sus
costillas para alcanzar el punto mortal.
La furia emergi, mezclada con una conocida pero renovada excitacin. Unos
sentimientos que haban permanecido adormecidos largo tiempo se revolvan en el
fondo del pozo de su alma, se despertaban despus de un largo sueo. Era un
movimiento que le transmita una nueva oleada de energa.
Stephen aferr la mueca de ella y la retuvo atrapada entre sus dedos.
Harais bien en temerme, seora. Aunque decidiera no arrancaros el corazn,
podra hacer que vuestra vida ya no tuviera sentido. Todo cuanto hace falta es llamar
a la guardia. Os arrestarn. Luego, os juzgarn y llevarn a cabo su castigo.
Entonces, llamadlos. S, su respiracin era un poco entrecortada.
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Vos no sois Isobel. Todo cuanto me queda por saber es quin sois en realidad y por
qu os ocultis bajo el nombre de una mujer de la nobleza normanda.
Traicionada por una leve agitacin en la mandbula, el reborde del velo, que
temblaba, la delataba.
Vos no tenis pruebas Yo tengo cartas de recomendacin, otros que pueden
testimoniar que
No dudo que sean documentos genuinos. No s quin sois, pero seguro que
os habis ocupado de mostrar autenticidad en cualquiera de estos aspectos.
Soy Isobel de Bretaa.
Sois una mentirosa y una ladrona.
Una ladrona que hace tan slo unos instantes tena vuestra vida en el extremo
de su cuchillo y os ha dejado vivir.
Ah, s, es verdad.
Le sujet la mueca con ms fuerza. El cuchillo se desliz de entre sus dedos
inertes. Stephen, con la misma mano que la estuvo sujetando, cogi el arma al vuelo.
Con la otra mano, busc debajo del velo, que colgaba cubriendo la espalda de ella, y
se aferr con brusquedad a las dos gruesas trenzas para sujetarle la cabeza hacia atrs
y dejar la barbilla al descubierto. En un instante, apoy la punta del cuchillo contra la
blanca piel, apartando la fina tela del grin. Debajo senta la calidez de su cuello
esbelto.
Queris que os ahorre la soga del verdugo? le susurr. Un pequeo
empujn, es todo lo que se necesita.
El latido del corazn de ella retumbaba intensamente, Stephen senta la
reverberacin contra su propio cuerpo. Sin embargo, cuando ella le habl, lo hizo sin
alterar la voz.
Llamad a la guardia. Prefiero arriesgarme con el verdugo.
Quin diablos era aquella mujer? Volvi a preguntrselo. La imperiosa necesidad
de descubrir su verdadera identidad casi le dola.
Me pregunto si realmente os habis enfrentado a un destino tan terrible que
no os espantis ante una ejecucin tan cruel.
Ella baj la mirada y Stephen imagin que estaba pensando.
O quiz creis que tenis mayores oportunidades de escapar a vuestro
destino, en el espacio de tiempo que empieza ahora y terminar en la horca?
Los ojos de ella se cruzaron con los de l un breve instante y luego los apart.
Sois muy valiente, seora le dijo en voz baja.
Acto seguido, luchando contra su instinto masculino, Stephen se oblig a
soltarla y a dar un paso atrs.
La mujer que se haca llamar Isobel se enderez lentamente, frotndose la
mueca y mirndolo con expresin sombra. l solt el cuchillo sobre la mesa, donde
aterriz clavndose primero la punta, balancendose.
Os sugiero que borris cualquier rastro que delate vuestras actividades le
propuso y seal los restos de comida que estaban an sobre la mesa.
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Tal vez. Ser yo quien mejor lo juzgue, puesto que vos me habis salvado la
vida, yo har lo mismo por vos y no os dir quien soy. Hizo una inclinacin de
cabeza a modo de despedida a un igual. Buenas noches, Lord Dinan.
Y con un grcil giro de la cola de su vestido, se march.
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Captulo 3
Helena entr en la sala. El fulgor de la luz, la msica y las conversaciones
sacudieron sus pensamientos, que daban vueltas en crculo, frenticos y asustados
Cmo haba llegado hasta all? No recordaba haber andado el camino hasta la sala
principal.
Se fue acercando hasta colocarse al lado de Lady Catherine, se sent y se aferr
al cliz de vino. Aun estaba lleno de vino, caliente y con especias Tan poco rato
haba tardado? El cliz le quemaba las manos pero, a pesar del calor que transmita,
se dio cuenta que estaba temblando.
Te encuentras bien, Isobel se interes Catherine. Ests muy plida.
Tengo fro.
Bebe le respondi. Catherine. Es un vino excelente, que contrasta
admirablemente con la poca calidad del guiso.
Estas ltimas palabras las dijo en un tono ms bajo a fin de que ninguno de los
presentes las pudiera or. Era un rasgo tpico de Catherine, quien se esforzaba en
mostrar nicamente su cara ms amable en especial ante los barones.
Mientras. Catherine volva a la conversacin con su marido, Helena tom
obediente un sorbo de vino. Tena un sabor espeso y caliente, nada apetecible para su
paladar. Lo trag con dificultad.
Un movimiento en la parte final de la mesa atrajo la mirada de Helena. Enfoc
la vista hacia el conde de Dinan cuando ste regresaba para ocupar su sitio en la
mesa. Era realmente un Barn Negro, pues adems de llevar una indumentaria
completamente negra, su cabello y sus ojos tambin eran de color oscuro. Cuando
estuvo tan cerca de l en la cocina y se inclin hacia ella, se haba fijado en sus
espesas y negras pestaas, ms propias de una mujer, aunque de ningn modo le
daban un aire afeminado. Su mandbula firme y angulosa, su corpulencia y las
anchas espaldas, todo en su manera de moverse, tena el aire de un soldado inquieto,
eran rasgos que superaban con creces las caractersticas ms suaves de su fsico.
Helena volvi a sentir un temblor. Durante los minutos que la haba sujetado
contra su cuerpo, estaba segura de que para l fue solamente un movimiento de
seguridad para retenerla, cautiva, con un solo brazo mientras que el otro quedaba
libre para someter a la mano que empuaba el cuchillo. Era una maniobra tpica de la
lucha, pero con aquel cuerpo contra el suyo haba sentido bajo el terciopelo y la lana
de la ropa de l, la carne firme, cuya dureza y tamao la sobrecogieron. La oblig a
doblarse hacia atrs, a exponer su cuello. En aquel instante, en vez de preocuparse
por la punta del cuchillo, tan cerca de su pulso vital, Helena se pregunt si l iba a
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posar los labios en su cuello. Haba sentido cmo las rodillas empezaban a fallarle.
De modo que aqul era el conde de Dinan! Oficialmente era uno de los
hombres de confianza del rey, pero no era amigo de nadie. El Barn Negro La peor
persona que se poda es coger para sospechar de ella. Y l saba que ella no era Isobel.
Stephen se reclin en el banco y apoy la espalda contra el respaldo Sus
hombros chocaron con los de sus compaeros de mesa hasta que, al ver de quien se
trataba, los dems se apartaron de su lado de inmediato. Le pasaba al menos un
palmo a cualquiera de los hombres sentados cerca de l.
Helena solt un suspiro Por qu no haba ido directamente a Lancey y le haba
comunicado que entre ellos haba una impostora? Por qu no se haba acercado a
Lady Catherine y le haba informado, apartada de los presentes, que Isobel no era
quien deca ser?
Por qu esperaba?
Aflor una pequea esperanza. Quiz no tena ninguna intencin de contarles a
los dems que ella no era Isobel. No solamente la haba dejado escapar con el delito
de un robo, sino que adems le permita continuar con su mascarada. Cules haban
sido exactamente sus palabras?
Me tiene sin cuidado si los hombres del prncipe Juan se mueren de hambre.
Stephen de Dinan era un hombre leal al rey Ricardo. Tanto si era un paria como
si no, sus tierras era propiedad de Ricardo. Quiz su lealtad segua aun plenamente
puesta en el rey. Era posible? Caba la posibilidad de que siguiera fiel al rey a pesar
del trato que haba recibido por parte de este?
Helena observ cmo se acercaba la copa a los labios y tomaba un largo sorbo.
No hablaba con ninguno de los asistentes. Tena la mirada fija en la mesa, repleta de
exquisitos manjares. Entretanto, la gente a su alrededor se rea y bromeaba, y
algunos, de un salto, se levantaban para incorporarse al baile que se celebraba en la
parte central de la amplia estancia.
Quiz lo que a l le molestaba era la duplicidad de Helena? Estaba claro que se
senta rabioso.
Yo me mantendra lejos de l, querida le dijo Catherine interrumpiendo sus
cavilaciones.
De quin?
De ese, del conde. Tenas los ojos puestos en l.
Helena se encogi de hombros, con indiferencia.
Antes me acercara a un oso enfurecido. Desde luego, el pobre oso sera una
compaa mucho ms agradable que el conde.
Catherine se ech a rer.
Y mucho ms segura, te lo garantizo.
Ms segura? Qu queris decir?
Acaso no has odo los rumores? Ese hombre es un guerrero temible, feroz.
Es lo que dicen de cualquier cruzado.
El marido de Catherine, Percival, se inclin un poco hacia delante a fin de que
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Slo hay que mirar su indumentaria para darse cuenta de que quiere verse
relacionado con los barones en la menor medida posible.
Su indumentaria? Qu le pasa a su ropa?
Viste siempre de negro. Por eso le llaman el Barn Negro.
Pensaba que era por su mal humor confes Helena.
En el francs de Normanda, Le Baron Noir sonaba como a un caprichoso
nombre de fantasa literaria, mas apropiado para los poemas del amor corts a los
que tan aficionada era la reina Leonor. Pero para Helena, acostumbrada a hablar y
pensar en ingles, el Barn Negro le pareca un ttulo ms imponente, que adems
encajaba perfectamente con aquel brbaro insociable con cara de pocos amigos que
estaba sentado al otro extremo de la sala.
Por qu lleva siempre ropa negra?
Empez a usar este color despus de que el rey lo repudi. Dejaba claro, en
silencio, su parecer y acentuaba as la vanidad exteriorizada por el rey. Supongo que
habrs odo hablar de la exagerada cantidad que el rey gast en la preparacin de su
segunda coronacin, despus de ser liberado por el emperador.
Por qu querra el conde poner de relieve las malversaciones del rey?
Nadie sabe con certeza qu ocurri.
Catherine pareca molesta ante su propia ignorancia, con las comisuras de la
boca torcida hacia abajo, donde se marcaban unas finas lneas que enmarcaban sus
labios.
Nadie sabe por qu dej de recibir el favor del rey? Me cuesta creerlo. Si un
hombre osa contradecir a Ricardo, ste lo denuncia desde el estrado ms alto.
Tiempo atrs estaban muy unidos, ms que dos hermanos le explic
Percival.
Catherine asinti.
Quiz sta sea la razn por la que Ricardo haya guardado silencio durante
tanto tiempo respecto al asunto y tambin lo haya hecho Stephen.
Nunca nadie se ha atrevido a preguntarle aadi Percival.
Abrid paso! Abrid paso, que llega el prncipe!
La msica qued truncada en una nota alta. La estancia enmudeci con un
silencio inamovible.
Abrid paso, llega el prncipe Juan! exclam el paje.
Irrumpi un murmullo desde la puerta principal. La atravesaron varias
personas. Luego, apareci, bajito y con el pelo oscuro, Juan, seguido por su comitiva.
Helena ya haba sido presentada ante el prncipe Juan. Los torneos haban sido
la causa de sus dos anteriores encuentros. En cada ocasin, ella haba quedado
gratamente sorprendida por la juventud y la inteligencia de l. Ninguna de aquellas
cualidades encajaba con su mala reputacin. Incluso el propio rey Ricardo trataba a
su hermano pequeo con una condescendencia apenas disimulada, hasta con cierta
burla.
Sin embargo, fue Juan, y no Ricardo, quien acudi al rescate de su madre,
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Leonor, cuando la capturaron los franceses. Y fue Juan a quien los barones,
descontentos, recurrieron cuando no recibieron una respuesta satisfactoria por parte
de Ricardo. Dada la aparente incapacidad por parte de Ricardo para concebir o
nombrar a un heredero, el candidato ms propicio para la sucesin de su hermano en
el trono era Juan. Por todas aquellas razones, Helena evitaba menospreciar a Juan y a
la autoridad que ste podra llegar a tener.
Pero esta vez fue el hombre que entr tras de Juan quien capt su atencin. Era
tan rubio y claro de piel como Juan lo era moreno, y le pasaba al menos un palmo de
altura. Pero era delgado en extremo, tanto como Catherine. Caminaba
exageradamente cerca del prncipe y se inclinaba a susurrarle al odo a medida que
Juan avanzaba hasta la mesa principal, donde se hallaba el trono que haba
permanecido vaco durante la mayor parte de la noche. Aquel hombre tena una piel
sorprendente, blanca, blanqusima, y las comisuras de sus ojos estaban perfiladas de
un rosa ensangrentado. La comitiva pas al vuelo hacia la mesa principal al lado de
Helena. Al pasar por delante, el hombre alto puso su mano sobre el hombro de Juan,
con una actitud tranquilizadora. Las uas de aquellos dedos eran largas, curvadas
como garras blancas.
Una excrescencia, el fruto de un alma corrupta. Eran las palabras que su abuela
hubiera recitado al ver aquello, aunque siempre fue una sentencia expresada en
contra de las mujeres. No se poda hacer ningn tipo de trabajo honrado con unas
uas tan largas, unos dedos intiles como aqullos. Qu hubiese dicho su abuela al
ver semejantes uas en un hombre? En las manos de ese hombre tan extrao, sin
color?
Juan tom asiento y los dems invitados se sentaron a su vez. Hizo un gesto a
los msicos, quienes siguieron con las tonadas. Los pajes se apresuraban a servir la
comida en la mesa de Juan. Helena sinti una punzada de preocupacin. Nunca
hubiese imaginado que el invitado de honor aparecera tan tarde. Repararan ahora
en la falta de comida?
Se volvi hacia Stephen y, alarmada, vio cmo ste se levantaba para atravesar
la estancia y acercarse a la mesa, por el lado de Juan Por Dios todopoderoso! Iba a
delatarla ante el prncipe y desenmascarar su doble identidad?
Se aferr a su cliz. Senta las ornamentaciones metlicas de la copa clavndose
en sus dedos. Stephen se inclin y le habl a Juan al odo. Se qued parado mientras
el prncipe consideraba sus palabras. Luego, salud con la cabeza y atraves, para
salir, la misma distancia que Juan acababa de recorrer al entrar.
Helena solt un suspiro forzado. Qu le habra dicho Stephen a Juan? Pas por
su lado sin darle ni una seal de reconocimiento. Ni tan slo la mir.
Helena se enderez y se sent frente a la mesa, dispuesta a olvidar todo lo
referente a Le Baron Noir. Se haba marchado, probablemente para siempre, ya que
a la maana siguiente se daba inicio al Gran Consejo. Era muy poco probable que la
reunin durara ms de un da. Si, tal como decan, Stephen no apareca nunca en los
torneos y slo haca acto de presencia cuando el Consejo se congregaba, pasaran
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muchos meses antes de que sus caminos volvieran a cruzarse. Adems, Percival era
un margrave del rey, a cargo de la frontera, y deba dedicarse por completo a la
represin de las revueltas galesas. l tampoco saldra de su castillo, quiz con an
menor frecuencia que Stephen.
Lo cual haca que las indicaciones que Robert le haba dado, de dirigirse a York,
fueran an ms difciles de llevar a cabo. Cmo convencera al hogareo Percival,
siempre al lado del calor del fuego, de que deban viajar a la fra y vieja ciudad de
York? Catherine no significaba ningn problema, le encantaba visitar lugares nuevos,
llenos de gente diversa para poder analizarla y hablar durante horas, aunque no
poda tampoco alejarse mucho del hogar, ni del castillo, a causa de Percival. Pero si
Catherine tuviera un motivo para viajar hasta York, seguro que ella se encargara de
que fueran all. Helena se dedic de pleno a concebir y descartar distintas excusas a
fin de que aquel pequeo milagro sucediera, ya que, en medio de los temores por los
planes que Dinan tendra para ella, casi haba olvidado continuar con su
investigacin.
Un rato despus, un paje se par delante de Helena para ofrecerle ms vino.
Dirigi la vista hacia Juan para ver si haba terminado de comer, pues nadie tena
permiso para abandonar el banquete hasta que l no se hubiese marchado. Repar en
el hombre plido que segua sentado al lado del prncipe. Peor an! l la estaba
mirando a ella, muy fijamente.
Stephen tambin haba clavado sus ojos en ella, pero la mirada de este hombre
no tena nada que ver. Sinti unos dedos fros que le agarrotaban la espalda. Luego,
le recorri un violento escalofro.
De verdad, espero que al final no habrs enfermado murmur. Catherine.
Helena tom un sorbo de vino a modo de respuesta ante la amable
preocupacin de su protectora, aunque apenas escuchaba su voz.
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harapos era todo cuanto posea. El hombre solt las prendas en las manos del
chiquillo y le habl mientras ste se vesta Acaso tena hambre? Bueno, pues claro
que tena hambre Estaba cansado? Uno dorma cuando le haca falta. Cuando no
dorma, trabajaba.
Le hizo ms preguntas Savaric se dio cuenta de que el hombre quera averiguar
si l era un siervo fugitivo que se debiera al dominio de otro seor. Savaric minti. No
para protegerse, sino porque, por primera vez en toda su existencia, sinti curiosidad
Qu quera aquel hombre de l? Algo quera, estaba claro como el agua. Pero no se
lo deca de la manera ms directa, sino que esperaba Por qu esperar? Aquella era la
cuestin que intrigaba a Savaric.
El hombre se ofreci a acercarlo a la posada ms cercana, para poder comer y
hospedarse aquella noche. Llegaron a un acuerdo el hombre se puso a caminar al
lado de su caballo y Savaric sigui, trotando, a su lado.
Cuando el sol lleg al punto ms alto, el hombre quiso descansar bajo una
sombra y convid a Savaric a degustar los alimentos que llevaba. Savaric comi con
una concentracin absoluta. Se comi todo cuanto le ofreci y bebi del vino de la
bota, a pesar de que aquel sabor le daba arcadas. Al terminar, el estmago le dola,
atiborrado como estaba. De repente, vomit todo lo ingerido. El hombre se ech a rer
dndole palmaditas en la espalda y dicindole que era un necio. Pero aquellas
palabras no le afectaban, le dola haber echado a perder aquel manjar.
Donde yo vivo, hay mucho ms le asegur el hombre a Savaric mientras lo
ayudaba a levantarse.
Y eso, dnde es? Savaric quera ir a ese lugar del que le hablaba.
Ah fuera hay todo un mundo, un lugar del que t nada conoces, del que lo
ignoras todo, mi querido y dulce muchacho le explic apartando el blanco y lacio
cabello del rostro de Savaric. Yo puedo mostrrtelo.
Savaric, con la tira de piel de la bota de vino, estrangul al hombre,
contemplando cmo su cara se tornaba azul y de la boca le colgaba la lengua morada.
Luego, le quit la vestimenta y se la puso. Estaba hecha con telas suaves, clidas y
limpias. Lo mejor de todo era la bolsa llena de monedas. Con aquello podra comprar
comida.
El hombre le haba mostrado, en efecto, la puerta a un nuevo mundo. Le haba
enseado a Savaric que muchas veces era preferible esperar para conseguir lo que
uno quera.
Las dems cosas que aquel hombre deseaba de Savaric no le causaron ninguna
impresin. Ni siquiera aquel primer crimen lo afect, slo la comida derrochada. Pero
s aprendi a esperar. Esper hasta alcanzar el prximo pueblo y ah busc la posada,
donde le dieron la comida que Savaric tanto ansiaba, mientras las monedas duraron.
Esa segunda vez, Savaric comi despacio, dej que su estmago se fuera
acostumbrando a la cantidad que ingera. Soslayaba a conciencia las burlas y los
abucheos de los presentes, no tena intencin de permitirles que lo distrajeran de su
comida y que se la quitaran de las manos. Al menos, aqulla era la razn que tenan
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Captulo 4
A pesar de las protestas de Ranulf, Stephen se qued cerca de la ventana
abierta.
Soplaba una brisa nocturna desde del ro, cargada de humedad. Se poda oler la
creciente vegetacin, verde y frondosa, en la fragancia que llegaba hasta all y
Stephen aspir complacido.
Seor, estis ya listo para retiraros? La voz del viejo Ranulf vacilaba.
No!gruo Stephen, pero al instante se arrepinti de su brusquedad, y mir
a Ranulf por encima del hombro. Tal vez un poco ms tarde. Pero t vete a dormir.
Maana promete ser un da largo.
Si, he odo decir que el arzobispo trae ciertas noticias que van a provocar ms
de una protesta.
Es lo que dicen siempre que mandan reunir al Consejo por sorpresa. Se trata,
sencillamente, de especulaciones de algunos hombres que no tienen con qu ocupar
el tiempo.
Stephen se volvi hacia la ventana y suspir de nuevo. La descripcin que
acababa de dar encajaba perfectamente con l, poco que hacer y demasiado tiempo
para hacerlo. Incluso los torneos, que en un momento dado sirvieron como un
sustituto insuficiente de las Cruzadas y las dems cosas que sucedieron despus,
haban perdido la emocin y dejaron de ser un reto para l.
Durante un breve espacio de tiempo, aquella noche le haba parecido que la
enigmtica y joven no Isobel le ofreca un misterio, pero su reaccin al descubrir la
identidad de l borr aquella tenue esperanza. Ella lo vea, indudablemente, con los
mismos ojos que los dems, como un descastado a quien se deba evitar a toda costa.
A pesar de su decepcin, aquellos ojos increbles y su firme barbilla seguan
flotando en su mente, distrayndolo de su mal humor y no le permitan olvidarla por
completo.
Las nuevas que yo traigo no son rumores, mi seor prosigui Ranulf.
Stephen se dio la vuelta. Aquella insistencia por parte de Ranulf era
verdaderamente inusual.
Cules son las nuevas que has odo?
El chambeln del arzobispo, seor, es un hombre de buena reputacin.
Seguro que s admiti Stephen. Reconoci la jugada de Ranulf y su inters
se aviv. En primer lugar, Ranulf haba emitido su valoracin acerca de la fuente de
informacin, de modo que no poda menospreciar las noticias que le traa como
simples habladuras. El chambeln y yo cenamos juntos ayer, seor.
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muy tarde.
Tan tarde que me atrevera a decir que somos las dos nicas personas que
todava no estn en la cama, soando admiti Catherine.
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el rey de Inglaterra. Cuando llegara ese da, quien se hubiera mantenido leal a su
lado, se vera bien recompensado.
Con la misma prontitud, la explosin furibunda del futuro rey se desvaneci.
En su lugar estaba sentado un hombre cansado y maltratado por todos, que haba
recorrido una larga distancia. Deposit la copa sobre la mesa.
Ya es tarde dijo como un eco de las palabras que Savaric haba dicho
minutos antes. Hora de dormir.
Savaric asinti. Sera mejor dejar a un lado el tema de Isobel por el momento. Al
menos, hasta que se hubiese desconvocado al Consejo y Juan estuviera
suficientemente relajado para poder sonsacarle informacin.
Si es que se puede dormir con un ambiente tan hmedo.
Te has malcriado con el clima del norte del pas, viviendo en aquella
fortificacin que posees tan alejada de la capital Ha resultado tan provechosa como
te pareci al principio?
Savaric record un retrato que, durante un tiempo, colg encima de la chimenea
en la sala principal. Era el retrato de una joven con unos impresionantes ojos azules.
Mucho ms de lo que esperaba le respondi francamente.
Bueno, muy bien! dijo Juan con efusin, y tom un trago de la copa.
Su irritacin pareca haber desaparecido por completo. Era precisamente esta
segunda cualidad de Juan que lo converta en un posible rey a tener en cuenta. Al ser
el hermano menor de la belicosa prole de Leonor y Enrique II, Juan haba aprendido
a dominar su temperamento cuando era necesario.
Satisfecho, Savaric le dese las buenas noches a Juan y se fue a su alcoba a
reorganizar sus estrategias en privado.
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que los sonidos de la ciudad, que entraban por la angosta ventana, la convencieron
que deba dormir.
Inspir el aire y renov la promesa de continuar con la bsqueda para poder
ayudar a la gente de ah fuera, a quien tanto bien hara. Al da siguiente pondra en
accin su promesa llevara vveres a las pequeas localidades que rodeaban Oxford.
Al otro da, hara lo mismo. Y al otro, tambin, hasta que se suspendiera el Consejo y
les permitieran abandonar Oxford. Y cada uno de los das que no cumpliera su
promesa, se concentrara en la mejor manera de convencer a Catherine y a Percival de
que deban visitar York.
S, maana tena mucho que hacer. No volvera a distraerse otra vez.
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Captulo 5
El castillo en el que se reunira el Gran Consejo albergaba una sala cavernosa en
la que caban todos los barones. Los rayos del primer sol de la maana se colaban por
los altos alfizares a lo largo de la pared. Las motas de polvo flotaban en la luz,
agitadas por los movimientos de docenas de nobles malhumorados.
Se haba concedido un receso porque la asamblea no poda mantenerse en
silencio durante el tiempo suficiente para que Hubert Walter prosiguiera con su
parlamento. Esta situacin ya era de por s extraordinaria, pero, adems, estaba
aquella otra noticia todava ms escandalosa: el rey haba pedido el apoyo de un
nmero mayor de hombres.
Los barones se movan de un lado a otro, formando corros, cambiando de un
grupo a otro para comprobar la opinin de los dems asistentes all reunidos.
En medio de ese mar embravecido, haba un par de islas en calma total. Sentado
en la nica silla de la sala, alzada en una tarima, Sir Hubert Walter. Su cara estaba
surcada por las lneas de la edad y las preocupaciones, pero sus ojos seguan vivaces.
Estaba sentado con la actitud de un hombre joven, alerta, listo para entrar en accin
despus de haber entregado el primer mensaje del rey.
El segundo remanso de tranquilidad de aquella estancia se centraba en un
banco prximo al pie de la tarima. A pesar de la calma aparente, ah tampoco haba
ninguna afabilidad.
Stephen senta la tensin, enroscada dentro de l como una serpiente a punto de
atacar, pero vea demasiadas vctimas potenciales a su alrededor, pues, aparte del
propio Hubert Walter, estaba reido con cada uno de los concurrentes. Estaba
ansioso por entrar en accin, a pesar de que lidi consigo mismo por aplacar aquella
necesidad. Haba demasiados nobles all que dormiran mucho ms tranquilos si se
derramaba la sangre de Stephen y, por otra parte, aprovecharan la brecha abierta que
l les brindaba, aprovechando as la oportunidad para oponerse a un acuerdo.
Dirigi la vista hacia Hubert Walter para comprobar qu pensaba aquel gran
hombre de la reaccin unnime de descontento ante las rdenes de Ricardo. Las
miradas de ambos se entrecruzaron. Walter hizo un gesto hacia la puerta que
indiscutiblemente quera decir que lo siguiera fuera de la sala.
Tenso por la rabia acumulada, Stephen sigui a Walter hacia la salida, situada al
lado de la tarima, y se adentr en el pasillo de fuera. El mayor de los dos hombres
apoy amablemente la mano sobre el hombro de Stephen.
Parece que te vendra bien un trago. Ven, quiero hablar contigo.
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Walter le acerc una copa llena de vino a Stephen y se sirvi otra para l.
No estn muy contentos, verdad? le pregunt. No pareca muy molesto.
No, la verdad es que no.
La furia de Stephen se calm un poco ante la franqueza de las palabras del
hombre.
Walter atraves la habitacin y se sent en una silla acolchada, cubierta de tela,
un asiento mucho ms cmodo que la grande y austera pieza de madera de la sala
del Consejo. Le seal a Stephen una banqueta al lado de la suya y se sent, con una
lentitud causada por la edad avanzada o por un extremo agotamiento. Seguramente
por ambas cosas, juzg Stephen. ste, a su vez, se sent, obediente.
Walter tom un trago de vino y luego dej la copa encima de la mesa. Junt las
puntas de los dedos de cada mano, un gesto que denotaba reflexin.
No te uniste al Consejo en medio de las protestas que han provocado las
demandas de Ricardo.
No.
Pero t no le debes nada al rey. Ni tan slo lealtad, es lo que dicen muchos.
Consideris mi lealtad al rey como un gesto fuera de lo comn?
Ciertamente. Pero tal vez sea interpretado como tus ganas de guerra.
Mostrando tu lealtad podras conseguir luchar.
Hablis con una franqueza excepcional, mi seor.
Soy el jefe de justicia del rey. Tengo el dominio del reino cuando l no est.
Puesto que el rey apenas ha estado en Inglaterra un par de aos de los diez que ha
reinado, es difcil creer que pondra a un necio en su lugar.
La ira de Stephen se haba dispersado gracias a la refrescante sinceridad de
Walter.
Jams he credo que fuerais un necio.
T tampoco lo eres. Walter se inclin hacia delante. Te voy a hablar ms
claro incluso, Dinan. Ricardo me confi la entrega de ciertos encargos personales.
Os ha mandado llamarme?
Stephen odiaba escuchar tanta avidez en su propia voz. Le pareca que actuaba
como el perro que han echado fuera, que vigila toda la noche, y que regresa a la
puerta al primer rayo de luz, meneando la cola.
Pero, incluso con aquella odiosa sensacin hacia s mismo, no se desvaneca la
esperanza.
Eso es lo que quieres? Ir a una guerra, luchar por una causa en la que no
crees? le pregunt Walter.
Yo nunca he dicho eso! Ricardo ha mostrado una imagen falsa de m si ste es
el cargo que me imputa. Es la historia que l cree?
Walter alz la mano.
Tranquilo, Dinan. Ha dicho muchas cosas sobre ti, pero nunca te acus de ser
un mercenario.
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comprar a otros hombres. Cualquiera de las dos opciones, le tiene sin cuidado.
Y con cunto tengo yo que contribuir en esta campaa?
No quiere tu dinero, Dinan.
Stephen se resign con otro suspiro extenuado, como el ltimo aliento de un
moribundo.
No me ha perdonado.
Walter dej caer la mano sobre la mueca de Stephen, se aferr a ella y luego
retir la mano.
Bebe le orden Walter. Te aseguro que no est envenenado.
Y luego, con un murmullo de voz, aadi:
Por Hugh, que en paz descanse.
Stephen levant la cabeza de repente.
Hugh le Puissant fue envenenado? Estis seguro?
Walter pareca desconcertado.
Ha sido un comentario fuera de lugar. No se sabe nada con seguridad. Pero
corren rumores y el momento de su muerte, tan conveniente para algunos, cuando
iba de camino a reunirse con Ricardo, le traa informacin vital acerca de ciertos
barones que quiz no fueran tan leales a la Corona como el rey supona. Walter se
encogi de hombros.
Y vos habis reemplazado a Hugh en su papel de jefe de justicia del rey. Sois
muy valiente.
Me ando con mucho cuidado y no hago como l, que se creaba enemigos sin
ningn tipo de cautela, imprudentemente.
Walter le dedic una sonrisa fugaz. Tras la sonrisa, Stephen intua el cansancio.
La tarea de tener que repartir mensajes como el que me acabis de dar debe
de alegraros la vida a ms no poder.
La sonrisa de Walter se ensanch.
T te lo has tomado con mucha ms ecuanimidad que otros admiti
mientras se levantaba. Vamos, bebe un poco ms. Te gusta el vino? ste es de
Burdeos. Ah s que son expertos en el arte del vino. Te puedes llevar el frasco entero.
Stephen se encontr fuera de la habitacin de pie con un frasco de vino casi
lleno bajo el brazo y la orden de Walter de bebrselo resonando an en sus odos.
Se qued mirando el recipiente Por qu no? Por qu no se beba todo el vino?
No tena otra cosa que hacer en ese maldito lugar. Con el Consejo en pleno caos,
tardaran das antes de que los dejaran marcharse de la villa.
Ricardo no lo quera. Lo haba separado de los dems, a l en concreto, y se
haba deshecho de l.
El vino le ayudara a mitigar el dolor que la punzada que aquella cruda verdad
le haba provocado.
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A medida que avanzaba por el largo pasillo que conduca a la pequea y oscura
alcoba que le haban indicado los sirvientes, iba pensando que, quien fuera que
dispona el orden de las tareas de cada da, escuch sus plegarias la noche anterior y
decidi ignorarlas por completo, a propsito, y que la suya fuera as una jornada de
lo ms frustrante.
Se haba levantado al salir el sol, con la intencin de cumplir su promesa antes
que el resto de los residentes de aquella casa empezaran sus quehaceres, la vieran
rondar y le hicieran preguntas.
Pero Catherine vino a buscarla a la alcoba donde dorma, con las manos en las
sienes y con los ojos como dos estrechas rendijas, doloridos.
Isobel me temo que tengo que molestarte.
Tenis dolor de cabeza? le pregunt Helena e inmediatamente se puso de
pie.
Ay, s! exhal. Catherine. Es la condena por haber mezclado aquel vino
con especias de la cena de ayer con las preocupaciones que me desvelan por la noche.
Helena la ayud a volver a la cama y se ocup de satisfacer sus necesidades ms
inmediatas: las ventanas completamente cerradas, la calma y el frescor de la
oscuridad, y vino bien aguado para suavizar la garganta seca. El marido de
Catherine, Percival, haba partido temprano, impaciente por intercambiar novedades
con los miembros de la nobleza que se haban reunido en el castillo para asistir al
Consejo.
El malestar de Catherine puso a Helena en un dilema. Catherine a menudo
padeca fuertes dolores de cabeza, cuya intensidad la dejaban muy debilitada, pero lo
ocultaba ante todos los dems, a excepcin de Percival y de Helena, a quienes no
poda esconder ninguno de sus achaques. Al principio, Catherine le haba pedido a
Helena que la encubriera, con la tpica excusa de las numerosas tareas femeninas a
las que deban atender, y se encerraban en la alcoba de Catherine durante el resto del
da para sobrellevar como poda el dolor.
Helena contempl a la mujer, que yaca oculta bajo las pieles de la cama y
suspir. Quiz podra adaptar la trada excusa a fin de que incluyera solamente a
Catherine y as ella podra continuar con sus tareas. Pero alguien tendra que atender
a las personas que llamaran a la puerta y Catherine, sola, no poda encargarse de ello.
Querida, las tnicas. Debemos terminarlas hoy mismo. Las esperan.
Helena observ el gran bal, que contena los instrumentos para coser y las
vestiduras a medio terminar. El mandato implcito de Catherine estaba claro: ella
tendra que retocar las tnicas de Percival.
Siento mucho ser una molestia El rostro de Catherine estaba tenso por el
dolor.
Tanto su expresin de sufrimiento como sus palabras aguijonearon la sensacin
de culpabilidad que se despert en ella.
Tonteras! le dijo y, acto seguido, tir del pesado bal para acercarlo a la
banqueta ms cmoda de la habitacin.
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en algn rincn.
Maud frunci el ceo.
Hilo? No sabra decirle! La verdad, mis manos estn ms acostumbradas al
puchero y las ollas que a la aguja.
Tampoco tena muchas esperanzas admiti Helena; dio un paso atrs para
regresar al interior de la alcoba.
S, esperad! S, seora, en la habitacin del huso! Lo haba olvidado.
La habitacin del huso?
En la parte de arriba, en el mismo pasillo, pero arriba. Est al final de todo.
Nadie entra all, seora. Seguramente no se ha abierto la puerta desde que le
entregaron la finca al seor.
Habr hilo all? pregunt Helena, confundida.
Si en esta casa hay una madeja de hilo, tendr que ser en esa habitacin. Si no
lo encuentra all, no hay.
Helena se encontr recorriendo el pasillo de la planta superior en busca del hilo
blanco, cavilando en cmo se haba perdido un da entero, todo su trabajo al servicio
del vestuario de su protector, precisamente ahora que se haba hecho la promesa
secreta de completar su bsqueda.
Los pasillos estaban silenciosos, vacos, sin gente. Los invitado que se haban
recogido en sus alcobas, le recordaron a Helena la reunin del Gran Consejo en el
castillo. Era un mudo recordatorio que el mundo segua girando sin cesar aunque ella
se quedara parada. Abri la puerta con un golpe brusco, que manifestaba su
contrariedad, y entr en la estancia.
Dos detalles la sorprendieron, tanto, que se qued paralizada.
El primero era un telar que colgaba de la pared ms alejada, sujeto con una
labor a medio terminar. Las partes que estaban completas vibraban con color y vida.
El telar invada casi todo el espacio de aquella pequea habitacin. Aquello explicaba
por qu, en una finca donde hacan falta unas estancias tan amplias, un espacio tan
pequeo no se utilizaba.
El segundo detalle fue el que menos le agrad. Sobre un endeble taburete se
encontraba sentado Stephen de Dinan, con el brazo apoyado sobre una mesa
diminuta y la mano aferrada a una copa de metal. A la altura del codo, un frasco de
vino.
En una estancia que transpiraba feminidad de un modo tan abrumador aquella
enorme presencia masculina era el doble de sorprendente.
Se qued mirndola fijamente, como si su aparicin no hubiese sido una visita
que le sorprendiera.
Vos dijo con la voz ronca.
Helena asi la aldaba de la puerta para infundirse fuerzas. Dinan saba ciertas
cosas acerca de ella! La certeza de que sus secretos estaban en las impredecibles
manos de aquel hombre no haca que se sintiera precisamente serena. Sera ms fcil,
mucho ms fcil, salir de la habitacin en silencio y alejarse para siempre. Si se
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Es un lugar majestuoso.
Pero es imposible!
Lo es suspir. Cada da que pasa, es el da ms caluroso de tu vida. Y las
noches son glidas, ms que en los Peninos. La muerte camina a tu lado. Pero all, la
muerte no es una criatura malvada. Simplemente est ah.
Lo encuentras majestuoso por que la muerte te segua los pasos?
No. Porque la muerte es impersonal. Antes de perderme all, yo era el
compaero favorito de Ricardo. Tena tierras y ttulos, y la bendicin de la Iglesia.
Haba recibido grandes recompensas por ganar batallas. Bajo mi mando, tena una
legin de caballeros que se lanzaban a morir en la batalla si yo lo ordenaba. He
luchado contra los sarracenos y he vivido para contarlo. Me crea un hombre de
mundo. Regres al frgil taburete y se sent, con las manos enlazadas. Aquellas
manos le hablaban de pasin, tal vez de la necesidad que ella lo comprendiera.
Cuando llegu a aquel lugar, yo no era nadie. De nada vala que hubiera mandado
una poderosa guarnicin de combatientes, capaces de defender a un pas. Mi
autoridad no podra alejar a la muerte, si ella decidiera tomarme. Ni mis posesiones
ni mis ttulos importaban No me provean de la comida y del agua que necesitaba
entonces. Ni el temor a la muerte, ni los lamentos, ni creer que era una injusticia me
serviran para vencerla. Nada de lo que yo era poda impedir el curso de las leyes
naturales en aquel lugar. Seguan sus ciclos eternos. Yo no despertaba ni tan slo un
inters pasajero. Era menos que una hormiga.
Helena arrug la frente. Stephen hablaba de la muerte y la desolacin con cierto
orgullo.
Sientes admiracin
Siento un profundo respeto. El tiempo pasa y aquel lugar permanece. Es
mucho ms poderoso que cualquier cosa que nosotros, insignificantes humanos,
consideremos importante. Porque, de verdad, las cosas que creemos que son
importantes son tan efmeras!
Le pareci que comprenda a Stephen.
sta es, pues, la razn por la que no has revelado mi secreto a nadie? Por
que es efmero, una nimiedad?
No he revelado tu secreto, no Isobel, porque tu misterioso motivo es muy
valioso para ti. Qu derecho tengo a quitrtelo? Disfrtalo.
Y t, regresaste de ese lugar y ahora tu vida te parece vaca?
Regres y la vida me pareca valiossima, preciosa. Pero los hombres lo
complican todo. Pierden de vista lo que es esencial. La verdad esencial. La verdad, no
Isobel, es todo cuanto tenemos para hacer nuestra vida distinta. Yo aprend a ver la
verdad fundamental ah fuera, en el mundo, y ahora estoy pagando el precio de mi
aprendizaje.
Dijiste aquello que tu corazn senta.
Una insensatez, luego lo descubr. Solt otro suspiro. La verdad tena un
precio que yo no esperaba.
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Captulo 6
De lo nico que se habl aquella noche durante la cena fue del mandato de
Ricardo acerca de la provisin de hombres o de dinero. A pesar de que Helena no
asisti a la comida, Maud la puso al corriente cuando les trajo un refrigerio, a ella y a
Catherine, a ltima hora de la vspera.
Ricardo necesitaba ms caballeros? Mientras coma, se preguntaba si Stephen
de Dinan estara entre los convocados. Entonces record el estado en el que haba
encontrado a Stephen.
Ni siquiera necesita mi oro, haba dicho.
En principio, Ricardo exclua a Stephen, y la irona era que, si la descripcin que
Maud le haba dado de la sala fuera precisa, Stephen era el nico que pareca
dispuesto a atender la llamada. No era de extraar que hubiera buscado consuelo en
la bebida. Para un hombre como l, un cruzado, un hombre de accin, el rechazo de
Ricardo deba de haber sido un duro golpe.
Helena se retir temprano. Ya no tena sentido mantener la ficcin de Catherine
ms tiempo y Percival pronto regresara al lado de su esposa.
El sueo no la acompa. Helena se consol reafirmando su promesa privada.
Se olvidara del da perdido y maana lo volvera a intentar.
Catherine se levant a la maana siguiente asegurando que ya no senta ningn
malestar. Como Catherine deseaba estar a solas y terminar las tnicas que Helena no
haba terminado, sta se encontr libre para realizar sus tareas.
Por eso, inmediatamente despus de que Maud se hubiese ocupado del
desayuno, ella y Helena partieron de Oxford con varios paquetes de comida Iban a
ser repartidos en la aldea de Maud, un paraje a media hora de Oxford ro arriba.
Helena se alej de Oxford con el corazn rebosante de alegra. La Posibilidad de
que la descubrieran estaba descartada por el momento. Ya no se preguntaba
temerosa, qu hara Dinan con su secreto. En vez de miedo, senta seguridad al saber
que l se haba convertido en su silencioso aliado.
Cuando llegaron a la aldea, Maud gui a Helena y la ayud a distribuir la
comida por las casas de los ms necesitados.
Cada vez que Helena se encontraba entre los aldeanos los campesinos y siervos
del pas, se debata por calmar la rabia y la frustracin que aquella situacin le
produca. Era la gente de su pas! El hambre y las dificultades que pasaban avivaban
su empeo le infundan nimos para llevar a cabo sus planes.
Estaban a punto de entrar en la quinta vivienda, cuando oyeron el trote de los
cascos de unos caballos que provena del camino de Oxford. Los caballos slo podan
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corte, al completo: el grin, el velo y la capa. El vestido era largo hasta los pies, con
un poco de cola, tal como se esperaba que vistiera incluso durante el da, pues
Inglaterra haba alcanzado una importancia sin lmites en los asuntos de la poltica de
Europa. Por lo general, luca aquel atuendo, pues le pareca ms adecuado que los
dems la vieran as, como a Isobel de Bretaa, una dama normanda.
Pero, ahora, probablemente la perjudicara si la vieran engalanada as y su
imagen quedara grabada en la memoria del alguacil si la descubrieran en un lugar
tan inusual. Si no lograba salir de la vivienda, era evidente que la encontraran.
Se movi con rapidez, despojndose del velo y del grin, y se los entreg a
Maud.
Tienes bolsillos?
Pero son vuestros, seora! Maud evit tocar la fina tela.
Helena abri su larga falda, desplegndola en toda su anchura. Siguiendo la
ltima moda, el vestido se ajustaba al pecho y a la cintura hasta las caderas y desde
all caa en pliegues hasta los pies. Debajo del vestido llevaba un gonete, sin bolsillos,
pues deformaran la lnea elegante del vestido.
No puedo moverme con esto encima. Explcales que es parte de la ropa que
utilizas para trabajar. Toma. Helena lo embuti en el espacioso bolsillo delantero
del delantal de Maud. Me lo devuelves cuando nos reencontremos en Oxford, de
acuerdo?
Est bien, mi seora.
Luego, Helena tir de una de las cintas que sujetaban sus gruesas trenzas.
Vamos, aydame!
Maud desat el otro lazo y separ los mechones del cabello de Helena.
Enseguida, con el cabello desatado, agit su melena. As, pareca una doncella sajona,
con el pelo suelto igual que ellas solan llevarlo, acaricindole los hombros y
colgando por la espalda, Nada poda hacer para ocultar el costoso aspecto de la
tnica, pero de entrada no sera tan fcil creer que no era una de entre las gentes de la
regin.
Helena se acerc a toda prisa hacia la diminuta ventana que se abra en el
rincn ms alejado de la estancia.
Vigila y avsame si se acercan le pidi a Maud.
No podr pasar por el hueco, es demasiado pequeo.
Ya me las apaar le dijo en un tono sombro.
Localiz el otro taburete que haba en la estancia y lo arrim bajo la ventana.
Luego, se subi de pie sobre el asiento. Era cierto, pareca imposible de salir por el
hueco de aquella ventana.
Seora, vienen hacia aqu! dijo Maud en un bufido.
El miedo la atenaz. En vez de pasar primero las piernas, con cuidado, tal como
haba pensado, Helena se lanz fuera sacando la cabeza por delante. Sus hombros
chocaron con el merco.
Ay, vamos, deprisa! la espole Maud. Helena desplaz los hombros, se
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encogi y volvi a intentar saltar por la ceida ventana. Un dolor agudo y punzante
le atraves el brazo derecho, pero al menos tena ya la cabeza y el cuerpo fuera. Slo
faltaban las caderas.
En aquel momento, sinti que unas manos se aferraban a sus piernas. De
entrada, Helena se resisti, al creer que eran los soldados que ya haban entrado en la
casita y tiraban de ella para arrastrarla otra vez hacia dentro. Entonces, las manos se
apoyaron con fuerza sobre su trasero y la empujaron enrgicamente.
Se golpe las caderas un breve instante de agona y termin deslizndose
para caer finalmente sobre la tierra, en el espacio vaco debajo de la ventana.
Se levant. El dolor le quemaba por todo el brazo hasta obligarla a aguantar la
respiracin. Se apart la pesada manga del vestido, que la entorpeca, y vio la
rasgadura abierta que atravesaba la tela del vestido y tambin la del gonete. La
sangre, que brotaba de un profundo corte, lo estaba empapando todo. A sus espaldas
pudo escuchar el tono brusco y grave de las voces de los hombres y los chillidos
asustados de Maud. Ante sus ojos, se expanda el bosque que circundaba la aldea por
ambos lados. Helena se agach y avanz arrastrndose por el suelo, con la cabeza
baja. Se escabull hasta las sombras que se dibujaban entre los rboles y se escondi
tras un enorme tronco para comprobar lo que iba sucediendo a su alrededor.
A travs del hueco de la ventana, por donde acababa de escapar, apareci una
cara cubierta con el puente del yelmo protegindole la nariz.
Por ah se escapa una! bram mientras sealaba a Helena.
No esper ni un segundo ms. Se remang las faldas y ech a correr.
El bosque ste o cualquier otro bosque era su hogar. En aquel terreno,
Helena abarcaba conocimientos acerca de todas las maneras posibles de
supervivencia. Haca ya casi un ao que haba dormido cada noche bajo las ramas, a
cubierto bajo el dosel de los rboles. Ahora, mientras la seguan al acecho como a una
presa, todo cuanto saba volva a su cabeza instintivamente. Se vio a s misma
esquivando rboles otra vez, saltando con relativa facilidad por encima de los
arbustos y los troncos cados. Cuando poda, escoga el camino cubierto de hojarasca
a fin de que no leyeran su rastro. Consciente de que la seguan de cerca, variaba de
direccin a cada pocos pasos, vigilando que los rboles que quedaban atrs
escondieran sus cambiantes movimientos.
A pesar de las faldas, Helena segua avanzando a travs del bosque casi en
silencio, al contrario que sus perseguidores. Pisaban las ramas cadas y las malezas
como jabales salvajes, sedientos de sangre, gritndose los unos a los otros y jadeando
entrecortadamente. Slo con aquel ruidoso respirar, Helena saba que poda tomarles
la delantera, pues su propia respiracin segua todava acompasada pero tena que
alejarse ms si quera que la perdieran de vista. Entonces tratara de encontrar un
escondrijo donde cobijarse mientras ellos seguan dando tumbos por el bosque.
Poco a poco, Helena se fue deshaciendo de todos sus perseguidores menos de
uno, un hbil cazador que se acercaba por la izquierda, cuyos pies eran mucho ms
giles que los del resto del grupo. Ech una ojeada atrs. Ninguno poda ya avistarla,
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leve movimiento de cabeza. Ella mir en la misma direccin. A unos doce pasos, el
soldado que encabezaba la desastrosa cuadrilla esquivaba las hileras de rboles que
tena delante, sin mirar a la izquierda ni a la derecha. Incapaz de escuchar el silencio
el indicativo de que su presa se haba detenido, segua irrumpiendo en lo ms
profundo del bosque.
Stephen lanz su mirada a la izquierda. Otros dos lanzaban palos contra las
ramas, decididos a seguir la direccin de su jefe. En escasos segundos, apareci otro
hombre.
Cuando dejaron de mirar a ambos lados, Helena aspir una profunda bocanada
de aire y lo solt lentamente. Stephen se encontraba sin duda dentro del campo de
visin de aquellos hombres, si tan slo se hubiesen parado a mirar.
Espera! le susurr Stephen por encima del hombro. De repente, Helena se
senta ms que satisfecha por tener que esperar. El ltimo resquicio de energa
acababa de abandonar su cuerpo, al mismo ritmo que la sangre segua manando de
su brazo. Si Stephen no la estuviera sujetando contra el tronco con su ancha espalda,
Helena se dejara caer en el suelo, exhausta.
Pero an les quedaba un quinto hombre, que no apareca. Entonces se
escucharon sus pasos, lentos y pesados. Estaba muy cerca. Pasara directamente por
su lado. Helena aguant la respiracin. Si los descubra, no podran evitar las
consecuencias que sucederan a continuacin. No tena ni fuerzas para levantar una
mano.
Helena poda escuchar perfectamente el aliento entrecortado del hombre. De
repente apareci ante sus ojos a unos escasos metros. Seguro que los haba visto!
Pero el hombre estaba demasiado ocupado con el ritmo descompasado de su propia
respiracin. Era un tipo fornido, con la cara roja como un tomate. Helena vio,
mientras se alejaba, de ellos, que incluso el pescuezo del hombre estaba encarnado,
de un tono de rojo violento.
Cuando desapareci de su vista, Stephen avanz un paso y se volvi hacia
Helena. Ella tante la corteza en busca de apoyo, pero antes de poder darle la orden a
sus rodillas y que la sostuvieran, l la sujet entre sus brazos sin esfuerzo.
Shhh! musit y la traslad hasta el otro lado del tronco, camuflados por su
anchura otra vez.
La reclin sobre la rugosa corteza e inspeccion la herida del brazo.
Este corte necesita ser atendido.
Cogi el cuchillo que Helena sujetaba en su ensangrentada mano y lo apart de
los dedos inertes que rodeaban la empuadura. Con cuidado, se lo at otra vez en el
cinto.
Helena senta los movimientos el suave tirn de su cinto, como si se tratara de
un sueo. La voz de Stephen se desvaneca poco a poco.
Me duele la cabeza! exclam y pudo escuchar cmo su voz pareca un
dbil susurro.
Te llevar a un lugar seguro, a casa. Hubo una pausa. Si al menos
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supiera exactamente lo lejos que est de aqu el bendito ro! Me he desorientado por
completo en esta fra y hmeda arboleda.
Helena intent levantar el brazo derecho, sin conseguirlo. Con el otro, seal en
una direccin.
Por ah. Est a media milla, no ms.
l la examin detalladamente. Los ojos oscuros de Stephen brillaban con la luz
que Helena haba visto en la habitacin del huso, cuando levant los ojos despus de
haberle confesado su nombre.
Ests segura? le pregunt, atento.
Helena no poda explicarle en aquel preciso momento cmo la experiencia y
una afinada intuicin la orientaban con tanta seguridad. Slo asinti con la cabeza.
La mano que sealaba se dej caer. Pugn por mantener los ojos abiertos, contra los
prpados que le pesaban, pero se cerraron sin querer.
Sinti unos brazos bajo sus piernas y detrs de los hombros; la estaba
levantando.
Venga, valiente. Al ro.
Helena se despert con el suave chapoteo del agua y las luces que danzaban
como duendecillos sobre sus prpados cerrados.
A su lado, not un movimiento, el crujir hmedo de la hojarasca y de la hierba
revuelta. Un extrao olor invadi su olfato. Era inslito y refrescante, pero tambin
un poco almizclado. Frunci la nariz.
Ests despertando. No era una pregunta, era una afirmacin.
Helena abri los ojos.
He dormido mucho?
No le pareca que hubiese pasado demasiado rato, que haca unos instantes que
estaban bajo el rbol.
Durante aquel lapso de tiempo muerto, Stephen haba encontrado el camino
que llevaba al ro y la dej reposando en la orilla. Estaba tumbada sobre un cmodo
montn de broza y juncos verdes. Con slo alargar la mano tocara el agua, que flua
ro abajo, lenta e insondable. Los rboles crecan casi hasta la orilla y se inclinaban
hacia el ro. Helena descansaba bajo un enorme roble, macizo a pesar de que apenas
le quedaban unas pocas hojas, secas y descoloridas tantos das despus del verano.
Las tenues manchas de escasa sombra que brindaban las hojas se balanceaban sobre
ella.
Has dormido el tiempo necesario para que yo te haya podido coser la herida,
de lo que me alegro le explic Stephen. He cosido muchos cortes, pero ninguno
en una piel tan delicada.
Helena se mir el brazo. Senta su latido regular, un plpito continuado.
Mientras estuvo durmiendo s es que de sueo se trataba, l le haba cortado la
manga del vestido y del gonete que llevaba debajo a fin de que el hombro quedara al
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que tantas maravillas haba contemplado y que tanta sabidura haba adquirido en
sus viajes, pensaba que su compaa era preferible a los consejos de guerra y los
asuntos de los hombres y del Estado?
Por primera vez en la vida, le hizo sentir un feroz e inmenso orgullo por ser
quien era y lo que era, a pesar de que Stephen solamente supiera un pice de la
verdad.
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Captulo 7
Cuando el sol lleg a lo ms alto y en la superficie del ro resbalaba su
resplandor sin una sombra, Helena se despert, despus de un descanso de puro
agotamiento acurrucada bajo las ramas protectoras. Al abrir los ojos, vio que Stephen
haba cumplido la ltima promesa que le hizo: le consigui un poco de comida.
Helena se enderez y contempl el desayuno.
Esto es lo que ha quedado esta maana despus de que Maud trajera la
comida. Stephen parti la barra de pan, se par un trozo y se lo ofreci a Helena.
Los hombres del alguacil no lo han saqueado todo.
Pero t s.
Helena no poda creer que hubiera dejado sin comida a los aldeanos.
Stephen not la desaprobacin en el comentario de Helena y frunci el ceo.
No les he quitado nada.
Helena juguete con el pan.
Entonces que
Tu querida cocinera estaba an all. Nos encontramos y le expuse la situacin.
Ella apremi a los campesinos a juntar algunas sobras, de entre todos aquellos que se
haban beneficiado de tu visita por la maana temprano.
Le han hecho dao a Maud?
No. Se olvidaron de la recaudacin de impuestos al verte a ti. Stephen le
puso la mano en la mueca Vas a comer un poco, ahora?
Helena se acerc el trozo de pan a la boca y le dio un bocado. Stephen cort una
rodaja de manzana y se recost, estudindola mientras coma bajo su estricto
escrutinio de halcn.
Te has convertido en mi guardin? le pregunt Helena despus de
masticar.
Quin? Yo?
Me ests inspeccionando como si quisieras contar cada miga que pasa por mi
boca.
Lo que quiero es ver cmo te recuperas de este pequeo percance.
Es solamente gracias a tu intervencin que ahora estoy aqu y que puedo
pensar en recuperarme. Me hubiesen atrapado no pudo resistirse a puntualizarle
. Tarde o temprano.
Y hubiese sido un desastre capital si te hubieran capturado, Helena?
La manera de pronunciar su nombre trajo a Helena fugaces recuerdos de la
Bretaa y de los das pasados all cuando era pequea. Delante de ella, Stephen
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maana?
Cundo?
Debera ser a esta misma hora, cuando el sol est en lo ms alto y la mayora
estn reunidos en el Gran Consejo. Ni t ni yo podemos escapar de su vigilancia a
otra hora del da.
Al medioda, pues acord ella.
Stephen puso la otra mano en el suelo, como si fuera a levantarse.
Por qu haces todo esto? le pregunt Helena, de improvisto. Por qu te
molestas en salvaguardar mi clandestinidad, sin pedirme explicaciones?
Stephen permaneci sentado.
Me las daras, si yo te pidiera explicaciones?
No puedo.
elena me pediste que confiara en ti, que t sabas mejor que yo lo que me
convena conocer. Y t has juzgado mejor no hablar, puesto que, al contrmelo, me
ponas en algn tipo de peligro, Muy bien, pues; confo en ti.
Pero por qu razn? Por qu confas en m si ni siquiera me conoces?
S te conozco le dijo francamente sin pestaear. No te pondras a jugar a
este tipo de juegos tan peligrosos si no tuvieras una buena razn.
Helena se qued sin aliento. Haca mucho tiempo de la ltima vez que alguien
le mostr tanto respeto y reconocimiento en su vida. Que ahora se lo concediera l,
era un regalo muy valioso para ella.
Gracias musit Helena.
l le sonri.
Cuando vengas hacia aqu maana intenta que nadie te vea.
Ella asinti.
No te lo pido slo para guardar tu secreto le aclar Stephen.
ltimamente, yo soy uno de los hombres ms desfavorecidos en la corte. Lady Isobel
tampoco quisiera ser vista junto a m. No puedes arriesgarte tanto.
Hoy no me parece que hables de tu situacin desfavorable con tanta
amargura como ayer.
He descubierto que tambin tiene sus compensaciones. Su sonrisa era cada
vez ms segura.
Compensaciones? Cmo exponerte a que te rajen el cuello con un cuchillo?
La sonrisa de Stephen se tom an ms amplia.
No me he expuesto a eso en ningn momento le asegur. Olvidas con
quin ests hablando.
S, se le haba olvidado.
La verdad es que, aqu sentado delante de m, no pareces tan terrible ni tan
formidable como cuentan los dems caballeros.
La verdad, tampoco me he expuesto a un peligro tan grande como para tener
que demostrarte lo terrible y formidable que puedo ser.
Helena, cuando vio que l se pona en pie, apret los labios, reprimiendo la
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Helena asinti.
Era prudente separarse, aunque la mera idea de abandonar su compaa echaba
por los suelos sus sentimientos recin descubiertos.
La entrada de la muralla est a tiro de piedra. Entrars en la ciudad sin
ningn problema. Hay tantos barones y caballeros que, una vez dentro, nadie osar
pararte.
Me las apaar le dijo Helena apticamente con la mirada clavada en la
carretera vaca.
No me cabe la menor duda. Inspiras confianza con slo una sonrisa. elen
Ella se volvi para escucharlo.
Hasta maana.
S, ahora haba un maana hacia el que mirar.
Hasta maana le respondi ella; las nuevas expectativas le provocaban un
nudo en la garganta.
Adelante, ve la despidi Stephen mientras le sealaba hacia la entrada con
la cabeza.
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Stephen vio que haba llegado a la orilla del ro con antelacin, pues estaba solo.
Se maldijo por su estupidez. Qu diablos le ocurra ahora para pasar la noche en
vela, dndole vueltas a la comedida sonrisa de una mujer? Qu especie de demonio
lo posea, que no paraba de recordar una y otra vez el tacto de la mano de ella entre
sus dedos?
Estaba, adems, la sorpresa al venirle a la memoria cmo ella se haba lanzado a
sus espaldas. Fue un movimiento que no haba previsto, pero que debi haberlo
anticipado. Por qu insista en repetir aquella secuencia de actos dentro de su
cabeza?
El gruido de Stephen surgi de lo ms profundo de su garganta y con el puo
golpe el nudoso tronco del roble. Saba de sobra cul era el problema. Lo supo el da
anterior, en aquel mismo lugar donde se encontraba ahora. Y en los ojos de ella
tambin haba ledo un pensamiento idntico.
Entonces, por qu se haba presentado all? Para vendarle el brazo, claro, pero
si fuera sincero consigo mismo Y no era precisamente su sinceridad de lo que se
haba enorgullecido ante ella haca slo un par de das? Si fuera sincero consigo
mismo, admitira que el vendaje del corte no era la nica razn que lo haba llevado a
orillas del ro, esperando a que ella llegara antes de la hora acordada.
Stephen dej caer a sus pies el pequeo paquete con los utensilios necesarios, se
sent en el suelo y con un junco se dedic a juguetear con el agua.
Por su mente cruz el recuerdo de la inesperada aparicin de Helena por el
hueco de la ventana el da anterior. l se haba cernido a los lmites del bosque,
preguntndose si interferira en el trabajo de los soldados, o si tendra que ayudarla a
huir del edificio donde haba quedado atrapada, cuando, sin previo aviso, ella misma
se ocup de salir del embrollo con una agilidad asombrosa. Helena se desliz por la
ventana como una nutria escurridiza.
Despojada del habitual velo y con el cabello suelto de un rico color castao
oscuro que brillaba iluminado por el sol, a primera vista Stephen crey que no era
Helena, sino alguna doncella dispuesta a eludir a los hombres del alguacil. Dios saba
que haba razones de sobra por las que una doncella virtuosa no quisiera toparse con
ellos.
Helena haba comprobado el corte de su brazo, se haba enderezado y,
recogindose la capa y las faldas, ech a correr hacia los rboles, mostrando una
parte bastante decente de sus tobillos y de sus delgadas pantorrillas. Se detuvo a la
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entrada del bosque y ech un vistazo por encima del hombro. Reson un grito y, de
repente, haba desaparecido de aquel lugar como una gacela espantada, con un ritmo
tan veloz y gil que Stephen se qued embobado, contemplndola durante unos
segundos, antes de que se le ocurriera que tal vez l tambin deba echarse a correr si
pensaba mantener una distancia prudencial para ayudarla cuando fuera necesario.
Fue la primera de las sorpresas que le reservaba Helena. Ninguna de sus
reacciones encajaba para nada con lo que se esperaba de una joven doncella. Sus actos
hablaban de unas costumbres y de una soltura que l haba credo ver slo en un
hombre experto. Y, sin embargo, aquellas costumbres y la soltura del hombre
experto, residan ahora en un cuerpo mucho ms joven y atractivo. Lo que ms le
desconcert fue su cabellera, libre al viento. Aparte del deseo de enredar sus dedos
entre aquella densa oscuridad, y de sentir en sus propias manos su aparente
suavidad, los largos y lacios mechones que le cubran el rostro le daban un aspecto
descuidado, salvaje, pareca ms abierta a nuevas experiencias, Haba visto
realmente el deseo en los ojos de ella o l habra imaginado aquello que prefera ver?
Stephen! El sonido lleg claro pero bajo.
Se puso de pie y la vio acercarse siguiendo la orilla, con los brazos en jarras al
sujetarse los bajos de la falda fuera del agua para no mojrselos.
Llegaba mucho antes de lo acordado, lo cual le complaci secretamente.
Ella mostraba otra vez la apariencia de una dama de la nobleza normanda,
ataviada con un vestido de terciopelo verde oscuro, con el pelo recogido y cubierto
con un velo tan fino que a travs se podan ver los rboles. Sin embargo, esta vez
haba prescindido del grin. Se lo habra quitado para l?
Se acerc hasta donde l estaba y le dedic una sonrisa. El impresionante color
de sus ojos lo dej boquiabierto de nuevo. Haca tan slo un da, se haba sumergido
en ellos, pero ahora le pareca que haban pasado muchos aos. Se refresc en sus
azules profundidades, Se dio cuenta que no haba imaginado el deseo que se lea en
ellos. Helena mostraba en todo su porte un aire de expectacin. Pero, por supuesto,
ella jams se lo mostrara abiertamente
Stephen se apart a duras penas del hechizo de aquellos ojos y busc el
pequeo fardo con los utensilios, para aferrarse a lo conocido. Aqulla era una
sensacin pasada, la de buscar lo conocido. Cuando anduvo a tientas, bajo el cielo
negro, sin luna, buscando su camino a travs del desierto, se aferr a las costumbres
mundanas, la cotidianidad de su hogar, para no perder la cabeza. Se afeitaba cada da
con el canto afilado del cuchillo. Marcaba el paso del tiempo contando las horas, la
medida que haba aprendido a usar desde pequeo. Por la maana repeta sus
ejercicios con la espada, usando un palo doblado a modo de arma. Por la tarde,
estudiaba, recitando los rememorados versculos en latn mientras segua su ruta
sobre la arena.
En el presente, Stephen volva a aferrarse a lo cotidiano. Deposit en el mortero
las hierbas que haba trado, machacndolas con el mazo y obligando a sus sentidos a
estabilizarse con lo conocido, como la quilla de una barca.
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l alarg sus manos temblorosas y fue tirando de las puntas de las cintas hasta
que las desat todas. Comprendi que tendra que tocar el vestido, fsicamente, para
aflojar las cintas. Con mucho cuidado, tir y afloj el talle del vestido, sin tocar nada
ms, y evit que sus dedos entraran en contacto con la delicada piel de debajo el
terciopelo. Pero, aun as, senta el vibrante calor de su cuerpo que la tela le transmita
hasta los dedos.
Ya est dijo al fin Stephen con la frente perlada de sudor.
Gracias.
Helena agarr el cuello del vestido y solt la ropa, ajustada. Luego, se sujet la
punta de la manga y sac el brazo del gonete que llevaba bajo el vestido.
Stephen observ cmo emergan el hombro y el brazo de Helena. El vestido le
quedaba holgado alrededor del cuerpo. Aguant la respiracin mientras apareca por
el cuello del vestido la blanca y pura piel de la parte alta del escote, cubriendo en
diagonal la redondez de sus pechos.
Helena se pas la otra mano por delante del cuerpo para sostener la tela sin
moverse de su lugar.
En medio del bulto de terciopelo, su hombro se mostraba desnudo a excepcin
del trozo de vendaje manchado que le haba colocado el da anterior. Tan poco
tiempo haca?
Se oblig a mirarla a la cara. No pareca ni molesta ni incmoda. Era casi como
una actitud de serena realeza. Por primera vez se pregunt acerca de los verdaderos
orgenes de Helena, los que le ocultaba a l. Desde el primer momento, gracias a la
familiaridad con los barones y los cortesanos dio por su puesto que su clase social era
parecida a la de ellos. Pero tal vez sus ancestros fueran ms antiguos de lo que l
sospechaba.
Estoy lista dijo Helena.
Sus ojos eran dos pozos del color azul de la medianoche, como los cielos del
atardecer en el desierto, cuyo recuerdo guardaba en su corazn.
Stephen busc la atadura del vendaje y Helena levant el brazo para facilitarle el
trabajo, creando una sugerente curva de msculo desde el brazo hasta el punto
donde sus dedos sostenan la barrera de terciopelo verde. La graciosa forma de
aquella curva le evocaba las sinuosas dunas que haba atravesado. Incluso el tono de
su piel, era del mismo color blanco y cremoso.
Stephen trag saliva. Enfoc la vista nicamente en la tarea que se traa entre
manos, concentrado en cada paso. Primero, retirar el vendaje antiguo, procurando
apartarlo de los puntos, que estaran todava tiernos y en carne viva. Luego, limpiar
la herida, quitar la suciedad, la sangre seca o cualquier cosa que pudiera irritar o
infectar el corte. Despus, revis la sutura.
Helena pareca tener el poder de recuperacin de un gato. La mayor parte de la
inflamacin haba desaparecido y se haba formado una costra.
El siguiente paso era preparar el nuevo vendaje. Renovara la mezcla. La
esparcira sobre la venda limpia y la cubrira con un forro con la finalidad que se
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Ven. Intentaba mantener el tono de voz tranquilo, pero son con una nota
montona.
Se dio la vuelta y empez a andar hacia los rboles, con la vista clavada
adelante. Su sentido del odo le confirmaba que ella vena siguindolo, aunque no le
dijo nada.
Luego cruzaron una zona cubierta de hojarasca y sus pasos sonaron
amortiguados. Aun as, ella no hablaba.
Mejor, que se enfade conmigo. Stephen quera evitar a toda costa especular
cmo terminara aquello si seguan encontrndose a menudo. Si se lo planteara, se
volvera loco. Cerrara su mente ante la posibilidad y as dejara que el rastrillo de la
muralla les impidiera el acceso. No permitira que la sombra de la desaprobacin del
rey la incluyera a ella. Ni tampoco quera que se viera envuelta en la malicia que
dominaba la corte real.
De camino a Oxford, iba repitindose aquellas palabras para sus adentros, como
una declaracin.
Alcanzaron la carretera que llevaba a Oxford mucho antes de lo que Stephen
esperaba, de modo que dio un giro y camin paralelo a sta, oculto entre los rboles
hasta que la vegetacin escase, a una distancia breve de la muralla. La acercara al
mximo a las puertas de la ciudad, antes de dejarla sola.
Helena segua sin hablar y Stephen no se atreva a mirarla a la cara. Ella estaba a
un paso de distancia, a su lado, sin comentar siquiera el repentino cambio de
direccin.
Lleg a odos de Stephen el crujir de las ruedas de una carreta, acercndose a
ellos por detrs, y el sonido de voces agudas y dulces. Mujeres. Al nico lugar donde
podan dirigirse era a la ciudad de Oxford. Se le ocurri una idea y se aproxim al
lmite arbolado. Justo dentro del lmite, se detuvo. Ahora la carreta era perfectamente
visible, avanzando por la abrupta carretera a un paso que no sera ms rpido que
andar, tirada por un viejo caballo de carga. Iban rebosantes con productos para el
mercado. Las campesinas andaban a los lados y tambin por detrs.
Stephen se dio la vuelta hacia Helena. Ella segua de pie, en silencio, con la
punta de su vestido en la mano, mirndolo.
Ve tras la carreta le dijo. T conoces su lengua. Pdeles que te dejen entrar
con ellos en la ciudad; estars segura. As, entre ellos, pasars desapercibida.
Muy bien. Helena se acerc a Stephen y clav los ojos en los de l. En esta
vida que ha empezado para ti hace tan slo dos das, tienes una amiga con quien
antes no contabas. Lo sabes?
elen
No te estoy concediendo ningn favor, Stephen, sino que te ofrezco lo que
ms deseas. Me comprendes?
l levant la mirada y ella vio que s la comprenda, y que, adems, a l no le
pareca ni absurdo ni extrao que una mujer, de entre todas las criaturas, tuviera el
poder de satisfacer aquel deseo. Lo que ella le brindaba era mucho ms que amistad.
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Era una alianza entre dos personas que se haban encontrado fuera de los lmites de
la sociedad.
Stephen inclin la cabeza a modo de reconocimiento y pos su mano sobre el
pecho. Era el gesto de la promesa de un caballero.
Si alguna vez me necesitas, vendr. No tienes ms que buscarme. Luego
seal la carreta. Vete. Vamos, vete ya, o pasarn de largo.
Helena emergi de entre la arboleda, levant una mano y les grit unas
palabras en ingls. Las campesinas volvieron la cabeza y Helena volvi a gritar. Se
echaron a rer y algunas le hicieron gestos para que se uniera al grupo.
Helena se volvi hacia Stephen. Los ojos de ella volvan a ser el desierto, el azul
de medianoche que l recordaba. Eran del color de la noche, bajo cuyo abrigo haba
andado y a la que aprendi a recibir como un refugio, lo opuesto al cielo sin nubes,
bajo el sol castigador.
Vete le repiti Stephen. La carreta los haba alcanzado. Pero en vez de eso,
Helena ech a correr hasta su lado, levant la mano y la apoy en la mejilla de l. Era
un gesto firme, cuya tierna mano transmita calidez.
El tacto conocido de una amante, le susurr traidoramente su pensamiento.
El pulgar de Helena acarici la piel del pmulo de Stephen, una caricia fugaz
que le dej un rastro candente sobre el rostro. Luego, de repente, ella ya no estaba,
tan de improvisto como haba aparecido el da anterior en el bosque. Se haba
remangado las faldas y echado a correr con la misma gracia y agilidad de una gacela.
Pero nada le restaba a su noble porte de dama. Corra con toda la fuerza de sus
piernas, como un hombre, o como alguien que haba sido instruido para sacar el
mximo provecho de su rapidez a fuerza de la necesidad.
Alcanz la carreta y la gente que la acompaaba la ayud a subirse sobre el
tosco tabln. Ella se puso a charlar y a rerse. Stephen dobl hasta el ltimo rbol
para verla marcharse sobre la carreta que se alejaba.
En el ltimo instante, Helena mir hacia atrs, pero haba demasiada distancia
para poder ver su expresin.
Mucho rato despus que la carreta se hubiera perdido en la lejana, Stephen
segua plantado en el mismo sitio.
Aquel ltimo contacto, no haba sido un acto de camaradera. La caricia sobre
su mejilla
De repente, Stephen sinti miedo, porque comprendi que no tendra la
voluntad necesaria para alejarla de l.
Que Dios nos ampare! les anunci a los rboles.
Ellos, a su vez, le respondieron con un rumor de hojas que la fresca brisa trajo a
sus odos, anunciando la llegada del atardecer.
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Captulo 8
Catherine apart de delante la bandeja grasienta con la carne mal guisada. La
comida no tena ningn atractivo para ella. En vez de eso, ech un vistazo hacia la
entrada de la sala.
Dnde estaba Isobel? Qu la mantena ocupada tanto rato? Solamente la haba
mandado a buscar la bolsita de hierbas que tomaba por la noche. La infusin
mantena a distancia los dolores de cabeza y ya empezaba a sentir la aguda pulsacin
detrs de los ojos, cuya seal era el anuncio de un nuevo achaque. Maana, se
levantara con el dolor en plena expansin, incapaz de mover la cabeza sin que la
invadiera por todo el cuerpo una sensacin de nusea. Con slo pensarlo, se le
pasaba el apetito.
Pero ah deba permanecer, sentada hasta que el prncipe Juan diera por
terminada la cena. No era nada prudente hacerlo enfadar. Haba heredado el mal
genio de su familia y la mala costumbre de castigar a sus ofensores. Adems, ahora.
Catherine estaba tan, tan cerca de conseguir su objetivo Una alianza ms,
estratgicamente maquinada, y su hijo estara a salvo. Guillermo tendra su posicin,
la herencia asegurada y los aliados ms poderosos para apoyarle.
Catherine saba de sobra que ella era una rareza entre las dems mujeres. No le
encontraba ningn gusto a los chismorreos ni a las largas conversaciones acerca de la
crianza de los hijos y el mantenimiento de la casa. Los asuntos de los hombres le
parecan ms interesantes y comprenda con mayor facilidad las fluctuaciones del
poder, mucho mejor que muchos nobles, incluido su amable y confuso marido.
Abarcaba por completo las aguas traicioneras por las que todos ellos navegaban.
Haba demasiados bancos de arena, demasiados escollos y mareas cambiantes para
no haber planeado el curso de la travesa con mucho cuidado. Catherine haba
empezado su proyecto cinco aos atrs.
Empez en el castillo de Worcester, una tarde de lluvia incesante, sentada en el
glido torren mientras velaba el cuerpo de su hijo mayor. Era el da antes de
enterrarlo en la cripta familiar y, en aquel momento, Catherine haca recuento de su
vida. La haban casado a los doce aos con un hombre veinte aos mayor, quien pidi
su mano solamente para obtener la jugosa dote que acompaaba a la novia: el castillo
que ahora ocupaba. Catherine como esposa y madre. Enseguida haba dado a luz a
sus hijos, cinco muchachos y una nia prematura. Dos de los chicos haban muerto
durante los meses posteriores al parto. De los tres que sobrevivieron a la edad de la
infancia, los dos mayores haban vivido el tiempo suficiente para unirse a su padre en
la guerra, luchando al lado del rey Ricardo incluso antes de que empezara su
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obsesin con las Cruzadas y partiera con su costosa expedicin hacia Tierra Santa.
Juan, el ms joven de los dos, muri a causa de una extraa enfermedad a bordo del
barco y nunca alcanz las playas de aquella extraa tierra. Enrique, el mayor, haba
vivido para luchar contra los sarracenos y regresar a Inglaterra junto a su padre, para
luego tener que enfrentarse al asalto de los hombres del rey Ricardo, amotinados,
pues Juan, el hermano del rey, haba intentado apoderarse del trono mientras Ricardo
languideca en su prisin austraca.
All su hijo. Enrique encontr la muerte, combatiendo contra los amigos de la
infancia y contra los compaeros de las Cruzadas, demasiado jvenes an para
comprender los cambios constantes del poder en los que se haban visto atrapados.
Mientras rezaba sobre el cuerpo inerte de Enrique, Catherine recordaba que
ahora le quedaba solamente un hijo, Guillermo. Qu le sucedera a l? Tambin
deba perderlo en una guerra? Cmo podra encontrar un lugar para l, donde
estuviera a salvo?
No se haca ilusiones que su marido le garantizara un lugar as. Percival era un
estoico, un sirviente sin imaginacin a las rdenes de Juan, convencido de que una
lealtad inquebrantable le aseguraba toda la proteccin y comodidad que
ambicionaba.
Catherine saba de sobra que ofrecer toda su lealtad a la diablica prole de los
Plantagenet era, como mnimo, un arma que poda volverse en su contra. Los barones
seguan recibiendo y perdiendo su favor a intervalos regulares, a menudo sin una
causa razonable ni aparente. De nada servira depender de los deseos de los
Plantagenet, a menos que dispusieran de unas buenas defensas. Necesitaba aliados
fuertes, que fueran hombres de confianza del rey y que pudieran actuar en concierto
para alejar al soberano de un camino errneo, si fuera necesario.
Velando el cuerpo de su hijo. Enrique, Catherine elabor su ambicioso plan.
Una serie de alianzas. Nada formal, sin pactos ni acuerdos por escrito, sino el slido
progreso de las amistades precisas, con hombres influyentes y cercanos a la Corona.
Y nada con este rey presente, enfrascado en la guerra tras un ejrcito incontrolable de
capitanes y aliados propios. No, Catherine apostaba por el hombre que ella crea iba
a ser el nuevo rey: Juan. No el pequeo Arturo, el hijo de Geoffrey, el recientemente
fallecido hermano del rey, que pareca ser el preferido de entre los legtimos
herederos al trono. Catherine tampoco crea posible que Ricardo tuviera su propia
descendencia con la infortunada Berenguela, a causa de su predileccin por otro tipo
de compaas en la cama que hacan improbable un hijo. Juan era el pretendiente ms
firme y ella puso todo su empeo en aquel candidato.
El hecho de que Percival fuera uno de los hombres de Juan ya era una ventaja, lo
que se consigui cuando Ricardo le concedi las tierras que su hermano tanto ansiaba
poseer. Worcestershire fue una de las comarcas que Ricardo ech desdeosamente a
los pies de Juan.
A lo largo de los aos que vinieron, Catherine haba ido poco a poco erigiendo
su crculo de aliados, todo para que Guillermo lo heredara cuando fuera mayor de
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edad. Haba empezado con los seores margraves, los vecinos de Worcester. Luego,
se acerc a los barones que mayor influencia tenan sobre Juan. Haba sido un
proceso largo y sutil, pues en realidad era una mujer sin una posicin en la corte.
Toda su influencia tuvo que canalizarla a travs de su marido, quien como mucho era
un cortesano reacio a los actos sociales.
Mediante alabanzas, sugerencias y mucha persuasin, haba situado a Percival,
y a ella misma en consecuencia, en posiciones donde poda actuar ms directamente.
Un da era el invitado a un banquete, la entrada a un torneo, un barn solitario
hospedado durante un mes en su castillo, una gran cacera y una celebracin a mitad
de verano. Todo revestido con los eventos y las celebraciones ms refinadas a fin de
que Catherine pudiera entablar contacto con los hombres adecuados. Una vez que
consegua hablar con ellos, calculaba rpidamente cul era su magnitud. De
inmediato llegaban a un acuerdo.
A pesar de sus xitos, Catherine an no haba terminado. No tena ninguna hija
que casar con un noble bien situado, pues las alianzas matrimoniales eran con creces
las ms slidas que se podan establecer, ms dignas de confianza que las basadas en
la amistad y la cordialidad.
No comes nada, querida ma. Por qu razn?
Catherine levant la mirada hacia Percival y le sonri.
Espero a Isobel, mi seor. Me traer la cajita de las hierbas.
l frunci el ceo.
Otra vez, Catherine?
No pasar nada si me tomo la infusin que me prescribi la curandera. Los
mantiene alejados, si puedo descansar tranquila por la noche.
Pues hazlo le dijo con firmeza, aliviado.
Los dolores de cabeza de Catherine siempre lo ponan un poco nervioso, pues
no conoca ningn remedio y no la poda ayudar a sobrellevar el dolor. Era un
hombre amable y siempre se diriga a ella con el mayor respeto. Por esa razn,
Catherine le estaba agradecida. El destino la haba tratado bien.
Percival seal hacia la puerta con la cabeza.
Ah llega tu salvadora errante.
Catherine se qued mirndola. Isobel se acercaba a la mesa con las manos
vacas. Dnde estaban las hierbas que le haba pedido?
Isobel se desliz hasta la banqueta situada al lado de Catherine.
Dnde has estado? le exigi Catherine. Has tardado una eternidad.
Calmaos le susurr. En vez de traer la caja en mano y poner de
manifiesto vuestra dolencia ante los ojos de los dems, he seleccionado las hierbas y
las he trado sin la caja. Aqu tenis. Sac un pauelo envuelto de dentro de la
manga. Las he preparado para vos. Debis mezclarlas con el vino.
En medio de la tela arrugada haba un pequeo montoncito de hierbas molidas.
Catherine cogi el pauelo con una mano temblorosa.
Te estoy muy agradecida le dijo en voz baja. Siempre me olvido que t
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En el preciso instante que Juan termin de comer y llam a los ministriles para
que tocaran un poco de msica, Stephen se levant y abandon la sala
repentinamente. Su copa qued desatendida unos minutos, hasta que el compaero
de mesa, un caballero receloso, sentado a la derecha de Stephen, se apoder del cliz.
An retena el calor de las manos de Dinan. El caballero pas el pulgar sobre la
superficie de metal pulido. Haba cuatro marcas que desfiguraban la copa y una
quinta al lado opuesto.
El otro compaero de mesa le seal la copa con la barbilla, preguntndole en
silencio qu era lo que haba captado su atencin. El primero le dio la vuelta al cliz
para mostrarle la hilera de marcas. El segundo hombre agit la cabeza.
No me extraa que paguen a ese cabrn por no luchar. Qu te parecera si
esas manos te cogieran el pescuezo?
***
Helena vio a Stephen marcharse y sinti un pnico desorbitado. La
abandonaba!
Pero l no fue el nico que se march. La comida haba terminado. Solamente
aquellos que queran un poco ms de diversin, de vino o de baile, se quedaron.
Tambin. Catherine y Percival se haban marchado.
Pero era la ausencia de Stephen la que ms le afectaba. Era como un doloroso
vaco en su corazn. De pronto sinti la repentina necesidad de hablar con l, de
revelarle sus temores, su desaliento, el horror que se haba avecinado en su vida. l
era el nico que saba algo acerca de su identidad secreta. l comprendera la
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Captulo 9
E1 murmullo del ro lleg a sus odos antes de ver el curso del agua. El suave
gorgoteo la alertaba y, poco a poco, sus ojos se acostumbraron a la oscuridad de entre
los rboles y percibieron el resplandor de las estrellas sobre la superficie del ro.
Haca ya rato que se haba desprendido del ltimo vestigio de su estatus de
dama normanda. Se haba despojado de las cintas y las trenzas y su pelo ondeaba
tras la brisa que ella misma provocaba al avanzar.
El primer susto ya haba pasado. La calma de la noche, la oscuridad, el aire
fresco y el silencio del bosque la sosegaron. Pero con cada minuto que pasaba, un
temor creca en su interior, pues ahora que se haba tranquilizado, comprenda las
terribles y complicadas consecuencias de las pericias casamenteras del prncipe Juan.
Helena segua dndole vueltas a aquella sospecha, sin detenerse, con la
esperanza de hallar a Stephen en el ro. Sabra qu deba hacer una vez hubiese
hablado con l, se le ocurrira una solucin.
Al final, una letana silenciosa marcaba el ritmo de sus pasos en el ro, en el ro,
en el ro.
Helena se acerc al borde del agua y recuper el aliento. Ech un vistazo arriba
y abajo a lo largo de la orilla, buscando la negra sombra con la forma de un hombre
recortada contra las escarpadas siluetas de los rboles. Repar en el nudoso roble
bajo cuyas ramas haba dormido haca tan slo un par de das. Aquel lugar tan
reconfortante al abrigo del tronco estaba vaco.
No haba luna en el cielo, ni se oan ms sonidos que los susurros del bosque. El
viento entonaba una solitaria y afinada cancin, colndose por las ramas desnudas de
la arboleda.
La recorri un escalofro. l no estaba all. Qu tonta haba sido al creer que lo
encontrara!
Not el ruido sordo de un paso, a lo lejos, y se le aceler el corazn Stephen!
Pero una repentina cautela la invadi. Quiz Stephen no fuera el nico hombre
que rondaba fuera aquella noche. Haba muchos que bendecan la discrecin de un
cielo oscuro. Era gente a la que no le gustaba que la observaran. Se qued cerca de la
orilla, a pesar de que su silueta apareca claramente visible contra el cielo estrellado.
Helena sujet su cuchillo y se escurri bajo la seguridad de su roble a esperar.
Los pasos se acercaban. Se trataba de un hombre, porque slo un hombre pisaba tan
pesadamente. Se diriga al ro. Entonces, de repente, el ruido de pasos ces.
Helena alz el cuchillo.
El silencio dur una eternidad.
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Aquella sensacin deliciosa y excitante que provocaba sus sonrisas y sus tmidas
risas, en medio de bromas y alegra.
Helena estaba segura de que aquello era lo que siempre haba estado esperando
que el destino le entregara a Stephen.
l se apart un poco, pero Helena sujet el cuello de su capa, asustada por si se
marchaba.
Las manos de Stephen cubrieron las de ella y les dio un suave apretn.
No tengas miedo. Slo quiero que nos alejemos un poco de aqu. El claro est
demasiado al descubierto. Mucha gente usa el curso del ro como camino porque es
fcil seguirlo de noche.
Stephen le devolvi a Helena su cuchillo y ella lo coloc en la vaina que colgaba
de su cinto Stephen la tom de la mano.
Vamos.
La llev de vuelta al bosque. Andaban sobre una gruesa capa de hojarasca que
amortiguaba sus pasos, avanzando casi en absoluto silencio cerca de los troncos se
perciba un calor y una quietud inexplicables.
Stephen encontr un crculo de rboles que rodeaban un claro boscoso, con
algunos rboles en pie y otros, cados y huecos. A otros tambin les haba parecido
un buen cobijo, pues al llegar a la parte ms honda, al fondo, vieron los restos de una
hoguera, con piedras ennegrecidas alrededor, calcinadas, pero fras. Era una
advertencia acerca de gente, de las dems personas que andaban por el bosque.
Stephen apart las piedras con el pie.
Creo que podramos arriesgarnos a encender un fuego, si encontrramos
madera.
Helena se agach y pas la mano por encima de una forma negra que haba a
sus pies Levant el objeto.
Aqu hay un poco de madera Quienquiera que estuvo aqu la ltima vez, nos
dej bien provistos.
A ver si se dejaron tambin un trozo de pedernal. Hace ya algunos das desde
la ltima vez que encend un fuego con medios ms escasos elen, coge mi mano. All
hay una piedra bastante grande.
Su mano encontr la de ella en la oscuridad y la dirigi hasta el asiento de
piedra. l recorri el claro, buscando madera, que luego coloc para encender el
fuego. Minutos despus se podan escuchar sus movimientos al encender la hoguera.
Helena permaneca sentada, escuchndolo y disfrutando de aquellos breves
momentos de paz. Durante un rato, las preocupaciones desaparecieron de su cabeza.
En el leve resplandor se regocijaba pensando que Stephen haba acudido a su
llamada, sin tener que hablar, cuando ms lo necesitaba.
Al final se alz una llama diminuta Stephen la aviv enseguida y se encendi
un fuego, pequeo y alentador. Era un calor que se agradeca, pero an mejor era su
luz.
Helena abandon su fro asiento de piedra y se acerc al lado de Stephen. Se
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Luego pos la mano sobre su corazn. Ella sinti el latido, potente y profundo.
Si llega el da en que t y yo nos podamos casar, Elen, lo har con muchsimo
gusto. Intentar que llegue ese da y pasar el resto de mi vida tras este objetivo, si es
necesario.
Era un juramento, inquebrantable, el juramento de lealtad de un caballero.
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Helena se acerc a la poterna, que se abri antes de que ella la alcanzara, y trep
adentro.
Por qu no vienen a inspeccionar? Deben de haberte odo caer le susurr
mientras le devolva la capa.
Porque esta entrada es un punto de acceso muy concurrido Si hace falta, ya
les pagar para que finjan no haber visto ni odo nada. Forz la barra a su posicin
inicial y tom a Elena de la mano. No puedo ir contigo ahora.
Ella asinti. Si los vean juntos, la nica consecuencia sera que Juan apremiara
su boda con Savaric.
Stephen ech un vistazo a su alrededor. El estrecho pasaje estaba desierto. Tom
el rostro de ella entre sus manos y, bajo la luz creciente del amanecer, Helena vio el
resplandor de vida y entusiasmo que ella haba encendido en los ojos de l.
Esta tarde, cuando las damas se renan despus de la comida, vendrs a
verme? pregunt Stephen.
Una parte de la tristeza que le provocaba su inminente separacin desapareci,
l quera volver a verla!
Dnde?
En la habitacin del huso.
S.
Tambin ir yo.
La bes, lenta y prolongadamente.
Se oyeron unos pasos cerca de all. Stephen le dio otro beso, fugaz. Le puso un
dedo sobre los labios para indicarle que se mantuviera en silencio y luego se alej por
el pasaje, dio la vuelta en la esquina y desapareci.
Helena se apresur a recorrer la callejuela hasta la calle ancha por donde haba
venido al principio de aquella salida nocturna. La ciudad se despertaba a su
alrededor. Se oa el murmullo de la gente tras las puertas y ventanas. El humo iba
alzndose poco a poco de todas las chimeneas. Deba ir ms deprisa si no quera que
notaran su ausencia.
Se col por la puerta de la despensa en el mismo instante en que apareca la
primera sirvienta del da Maud, la cocinera, entr en la despensa cuando Helena
abra la puerta y se tap el rostro con su amplio delantal, angustiada.
Qu Dios tenga piedad de m, seora! Gracias al cielo que sois vos. Esta
maana, a primera hora, he visto que la barra no estaba puesta y no saba qu
pensar! No la he cerrado, por si acaso.
Gracias por haber pensado en m.
Maud se acerc un poco ms y baj la voz.
Me he enterado de lo que pas anoche, en la cena, seora. Y pens bueno,
imagin que habrais salido para hablar con l.
Claro, las noticias volaban. No fueron slo quienes estaban sentados en la mesa
los que comprendieron el significado de la peticin de Juan. Y Stephen haba
ayudado a Maud a repartir los paquetes de comida cuando ella estuvo herida.
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Entr en la habitacin sin ser vista, pues a aquella hora slo estaban en pie los
sirvientes. Se lav el cansancio con el agua fra, en la que se haba formado una fina
capa de hielo durante la noche. Era un fro realmente desconcertante, pero le serva
para despertarse, lo suficiente al menos para que pareciera una doncella que acababa
de levantarse de la cama despus de dormir profunda e inocentemente en su cama.
Helena dej a un lado el vestido arrugado y polvoriento que haba llevado toda
la noche y se puso ropa limpia antes de presentarse en la sala principal a coger su
racin de pan. Casi haba terminado su escaso desayuno, cuando Catherine se sent a
su lado en el banco. El rostro de su protectora estaba blanco como la leche.
Las hierbas no surtieron efecto adivin Helena.
El dolor an no ha llegado al mximo le asegur Catherine. Dorm muy
mal, estaba muy inquieta. Esta maana me he levantado cansada sin fuerzas, Isobel,
pero es mucho mejor que tener dolor de cabeza, de modo que no me quejo.
En principio, las preocupaciones de Catherine acerca de su dolor de cabeza
parecan alejar los dems temas iniciados la noche anterior. A pesar de ser invitados
en el castillo, haba numerosas obligaciones que se haban trado consigo de
Worcester. La ms importante era la infinita cantidad de piezas que deban ser
cosidas y repuntadas camisas, tnicas, gonetes, ropa de la casa y de cama, adems de
los bordados.
Era muy poco habitual que Catherine saliera de su seoro. Esta vez haban
viajado porque Isobel le manifest la necesidad de establecerse, de conseguir un
puesto en la corte, y Catherine haba hecho el gran esfuerzo de acompaar a su
marido a Oxford. La reunin del Gran Consejo proporcionaba a Isobel la
oportunidad ideal para ser presentada a gente de su mismo rango.
Se quedaron en la sala principal, sentadas ante una mesa cerca del fuego, pues
haba amanecido un da nublado y triste, con un cielo de un color gris sucio. Un
vientecillo helado agitaba los paos que colgaban de las paredes. Haba otras damas
invitadas, esposas de los barones, que tambin haban decidido quedarse en la sala.
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Captulo 10
A la hora de la comida, la mayora de los miembros del Consejo haban
regresado y se haba confirmado el rumor: haba llegado el momento de dejar
Oxford. Catherine no era la nica que estaba ansiosa por regresar a casa. La Navidad
estaba al caer y tambin la fiesta del solsticio, a mediados de invierno. Aquella poca
anunciaba la clausura de ciertas carreteras y de ros que dejaban de ser navegables.
Todos queran marcharse de inmediato para aposentarse en sus casas antes de que
aquel clima inclemente se lo impidiera.
Despus de la comida, Helena sali de la alcoba de Catherine en medio del
ajetreo mientras ponan los enseres en orden para partir. El castillo estaba en pleno
caos y los invitados se preparaban para emprender el viaje de regreso. Helena
dudaba de que nadie se fijara en ella, ni aunque les diera un buen codazo al pasar.
Los sirvientes iban de un lado a otro con paquetes, arcones, comida para el viaje
y otras necesidades bsicas. En medio del fro de aquella luz gris de la tarde, los
pasadizos estaban oscuros como boca de lobo, por eso haban encendido las
antorchas. La puerta de la habitacin del huso estaba cerrada. Helena ech una
ojeada por encima del hombro antes de empujar la puerta y se col adentro,
cerrndola enseguida.
Stephen ya haba llegado. La tom en sus brazos en el momento en que la
puerta se cerr, recibindola con un beso largo y apasionado. Ella se dej caer atrs y
apoy la espalda en la fra pared, mientras la boca de Stephen la devoraba.
No puedo quedarme mucho rato susurr en los labios de l, antes de volver
a sumirse en el mar de sensaciones deliciosas que la boca y las manos de Stephen le
provocaban.
Cualquier cosa dejaba de importar cuando estaba entre sus brazos. Hasta el
tiempo pareca detenerse, mientras Helena quedaba suspendida, como si se
convirtiera en un ser compuesto slo de intensas sensaciones, sin pensamientos ni
razn.
Hasta que, al final, tuvo que volver a la realidad, colgada an de su cuello, con
la cabeza apoyada sobre su pecho y con una desolacin que la invada hasta
desesperarla.
Han anulado el Consejo musit ella.
Ya lo s.
Su voz resonaba contra la mejilla de Helena.
Nos vamos de aqu hoy mismo. Dentro de una hora, si Catherine consigue
salirse con la suya.
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PARTE II
York
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Captulo 11
Las murallas de la ciudad de York se asentaban sobre los cimientos construidos
por los romanos. Se levantaban imponentes ante el grupo de gente que avanzaba,
montados a caballo, cada vez ms visibles desde la distancia a medida que se
acercaban a la unin de los dos ros. Era una antigua fortaleza y un punto neurlgico
del comercio en el norte de la isla. El corazn de Helena se llen de gozo al primer
vistazo de aquel conocido paisaje.
Dios mo, cuanto odio York! exclam Juan, hundido sobre la montura,
como un nio quejoso.
Y a qu se debe este odio alteza? pregunto Helena, a pesar de que saba la
respuesta a la perfeccin.
Los Plantagenet han sufrido varios reveses intentando mantener este lugar
bajo su dominio dijo Savaric con absoluta franqueza. Solamente podan contar
con el territorio mientras el seor del castillo les ofreciera su lealtad le explic
mientras iba trotando al ritmo de ambos, cabalgando sobre un caballo ruano al otro
lado de Juan.
Helena ech una ojeada a Juan. Se sorprendi que el monarca no se opusiera
ante esta osada divulgacin de la historia de su familia.
Os refers al hermano de su majestad, el arzobispo de York? lo incit
Helena.
Geoffrey fue un necio concluy Juan. Se mereca todo lo que le ha
sucedido dijo enderezndose sobre la silla de montar. Bueno, al menos espero
que la bodega tenga, como siempre, su magnfica reserva de vino, Savaric. Es la nica
cosa que nunca me ha fallado aqu.
La tiene, seor.
Helena se pregunt otra vez por qu Juan no reprenda a Savaric ni le obligaba a
pedir disculpas por los obvios insultos de la mayor parte de sus comentarios. Pero la
arrogancia y la condescendencia rebotaban como una flecha sobre el resistente
escudo de Juan. Helena haba descubierto que Savaric poda hablarle a Juan con una
franqueza impensable en otros, incluso con cierta impertinencia, en unos trminos
que no le hubiera tolerado a ningn otro hombre con modales mucho ms
diplomticos.
Aqul era el quinto da de viaje Helena haba aprendido muchas cosas aparte de
la familiaridad que exista entre Juan y Savaric. Haba podido comprobar, desde el
preciso instante en que partieron de Oxford, que Catherine y Percival haran
cualquier cosa por verla casada con Savaric. Lejos de cabalgar cerca de ellos, como
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Helena haba imaginado, se haba visto forzada a montar junto a Juan y a Savaric,
mientras Catherine y Percival los iban siguiendo a una distancia prudente, lo
suficiente cerca para cumplir con su deber de mentores, pero un poco lejos, para dejar
espacio a la relacin que ellos esperaban acabara por surgir.
Aquella manipulacin tan obvia la desesperaba. Era como una traicin. Desde
que haban dejado Oxford atrs, Helena se maldeca en silencio por haber confiado
en recibir un poco de lealtad por parte de unas personas que haban aceptado hacerse
cargo de su entrada en la corte a cambio de una generosa suma de dinero.
Ella haba aceptado sin muchas ganas aquella posicin al lado de Juan, pero
haba escogido cuidadosamente mantenerse al otro lado, del lado donde no estaba
Savaric, y as Juan quedaba en medio de ambos. Despus de cinco das, aquel orden
ya se haba convertido en una costumbre y a Juan no pareca importarle asumir el
papel de intermediario.
Juan era un compaero de viaje sorprendentemente placentero. Helena no haba
tenido la ocasin de conocer de cerca a los dems miembros de la familia real, pero
sospechaba que los agradables modales de Juan eran un reflejo de los encantos por
los que Ricardo y Leonor eran famosos. Pero esa llana sinceridad, le vena por parte
de su padre Enrique.
Juan posea aquellas cualidades en una medida ms mesurada que los dems.
Eran rasgos que se haban atenuado al ser Juan el menor de los hermanos y el hijo
menos favorecido de la legendaria familia.
Savaric continu siendo tan oscuro y misterioso como el primer da del viaje. La
mayor parte del tiempo permaneca en silencio, con algn comentario conciso
cuando a l le pareca o cuando era evidente que Juan esperaba que dijera algo. El
resto del viaje cabalgaba con los ojos fijos en el camino que tenan delante, Helena
sospechaba que, en realidad, no se fijaba en nada en concreto, con aquellos ojos sin
color. En vez de eso, pareca que su mirada se diriga hacia dentro de s mismo,
ocupado en unas cavilaciones que le ocupaban por completo. No aparentaba ningn
inters en hablar con ella, mucho menos en admirarla, ni tan slo con los pasos
lgicos y perentorios de un cortejo formal, que se consideraban los mnimos durante
aquellos das.
Y Stephen, dnde estaba? Le dijo que sabra de l. Estaba al corriente que se la
llevaban a York Incluso as, le mandara un mensaje? Las ltimas palabras haban
sido tan tan poco concluyentes. No tuvo ninguna oportunidad de hablar con l
despus de que aceptara marchar a York, porque l se escabull de la sala y no lo
haba vuelto a ver desde entonces.
Sin embargo, nunca estaba lejos de su pensamiento. Aunque ahora no supiera
que pensaba l de su juramento, presenta que ya no estaba sola en su bsqueda. No
importaba que Stephen no estuviera a su lado. La soledad no la invadi como otras
veces cuando l haba desaparecido, sino que era una fuente secreta de fortaleza para
Helena. Era lo que la haba ayudado a decidir entrar en la boca del lobo al aceptar la
visita en calidad de invitada de Savaric, un nuevo progreso que la situaba en una
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cabeza en direccin a ella. Era la primera vez que sus palabras provocaban una
reaccin en l.
Robusto! se burl Juan. Ya lo creo que es robusto? A Savaric tambin le
parece bonito, el cielo sabr el porqu! Se pasara la vida aqu, recorriendo su nueva
posesin de arriba abajo.
As que hace poco que sois el seor del castillo, Lord Savaric? le pregunt
Helena con mucha educacin.
Era la primera ocasin que se diriga a l directamente durante el viaje, pero no
pudo resistirse a indagar en el asunto.
Juan respondi, con unos golpecitos en la espalda de Savaric.
Lo consigui gracias a la falta de herederos. El anterior propietario tuvo la
poca delicadeza de hacer enfadar a mi hermano. Habra aprendido muy bien la
leccin de haber vivido para verlo. Se ech a rer. Es algo que se le da muy bien a
Ricardo, eso de guardar rencor.
Slo gracias a un inmenso esfuerzo por controlar su respiracin pudo Helena
contener su indignacin y su rabia. Se aferr a las riendas, retorciendo el cuero bajo
las manos cubiertas por guanteletes. Gir la cabeza ligeramente para que el velo
ocultara sus ojos de las miradas de los dems, pues estaba segura que cualquiera
poda ver cmo ardan furiosamente.
Con la cabeza baja, Helena cruz el puente levadizo, bajo la reja del rastrillo y,
luego, por el oscuro tnel de la barbacana defensiva. Los cascos de los animales
resonaban con fuerza. Se adentraron otra vez en el dbil sol que baaba el patio del
castillo. Lanzaron un grito de aviso a los pajes y a los sirvientes de los establos.
En un abrir y cerrar de ojos, antes de darse cuenta, haba gente a su alrededor,
sujetando la brida de su caballo y ofrecindole una mano para ayudarla a desmontar.
Las voces se alzaron y el patio pronto se llen de alboroto y de movimiento. Alguien
la ayud a sostenerse en pie sobre el suelo del patio de armas y Helena se encontr
con la mirada clavada en un rostro tan surcado de arrugas como los robles de
Barsdale, e igual de curtido. Unos ojos de azul descolorido recorrieron su rostro y se
abrieron de par en par.
Merriman.
No haba tiempo para una seal que se perdera en medio del ajetreo. Detrs de
ella, el caballo la ocultaba de los ojos de Juan o de Savaric. El velo le bastara para
cubrirla por los lados. Se llev de inmediato un dedo a los labios y le susurr un
suave shh.
Los ojos de Merriman se abrieron an ms, reconocindola, y asinti levemente.
Por aqu, seora le indic.
Helena estuvo a punto de darle un beso, pues se dirigi a ella en el francs de
los normandos en vez de hacerlo en ingls, tal como habra hecho en circunstancias
normales. Estaba agradecida que el primero en verla hubiese sido Merriman. l
sabra qu deba hacer sin necesidad que ella le diera instrucciones. Hara correr la
voz por el castillo incluso en la ciudad, y quiz ms all de las murallas, que la
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invitada de Lord Savaric era Lady Isobel de Bretaa, una dama cuyo aspecto era
asombrosamente parecido al de otra mujer, Helena, que antes viva all.
Helena se remang la pesada falda de su vestido de montar junto con la gruesa
tela de la capa y se dispuso a seguir a Merriman hacia dentro, pero se detuvo en seco.
Catherine estaba apenas a unos doce pasos, con una mueca de irritacin en su
cansado rostro.
La habra visto? No, Helena estaba segura de que ninguno de sus compaeros
de viaje estaba en su campo de mira.
Intent pasar por alto aquel repentino ataque de temor, se dio la vuelta y
prosigui, con la cabeza baja para evitar cualquier otro desafortunado escrutinio.
Pero al reunirse todo el tropel de gente a las puertas de la sala principal, con sus altas
y redondeadas bvedas, las preciosas ventanas y el suelo de piedra tallada, Helena
no pudo resistir la urgencia de levantar la mirada. Dirigi la vista hacia la galera al
final de la sala, donde los juglares solan tocar su msica y sobre cuya chimenea,
cerca de la mesa, hubo un retrato colgado. Una obra de arte que siempre consegua
ser tema de conversacin entre los invitados.
Ahora, la pared estaba desnuda y no haba ni rastro del cuadro que en su da se
expuso all.
Catherine entr en la habitacin, seguida por una anciana mujer con la espalda
encorvada que se la mostr, le hizo una reverencia y se march.
Juan miraba por la estrecha ventana. Ella lo salud con una genuflexin y se
acerc para admirar la vista por encima del hombro de l. Juan era apenas un poco
ms alto que ella.
La ventana daba a las estrechas calles y a las casas de la ciudad. La pared del
castillo caa en picado desde la ventana hasta la calle, mucho ms abajo.
Para alguien a quien le gusta tan poco esta ciudad, mostris un inters
inesperado, alteza se aventur a comentar. Catherine.
Juan se dio la vuelta de cara a ella.
Como vos sois quien solicit este encuentro, Lady Fitzwarren, por
consiguiente creo que deseis obtener algo de m. Os aconsejo que os mordis la
lengua.
Catherine parpade Se habra enfadado con ella?
Mi madre siempre dice que se atrapan ms moscas con miel que con vinagre.
Juan alcanz la copa de bronce que siempre tena cerca.
Catherine se lami los labios Por dnde empezar? Aquello no haba
comenzado nada bien.
Juan sonri.
Venid aqu, Lady Catherine, contadme qu es lo que queris. Que adelante
los preparativos de la boda entre Savaric e Isobel, no es cierto?
Catherine retrocedi, aturdida.
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el pasadizo. La piedra estaba pulida y suave por el paso de los aos. Aqul haba sido
el primer castillo que posea y era un smbolo muy significativo para l, un bien muy
estimado. Representaba el fin de las dificultades, del hambre y del ridculo. Aun as,
no lo posea de verdad. Su derecho sobre aquel sitio era algo, como mucho, temporal.
Una idea se abri camino en su mente con el brillo del sol que amaneca tras el
horizonte: qu sucedera si su derecho sobre el castillo fuera por herencia? Mejor
an, un derecho adquirido por la dote!
Savaric detuvo sus pasos mientras la cabeza segua dndole vueltas a esta nueva
perspectiva, primero vista as, despus al revs, buscando los pros y los contras, los
posibles fallos, barruntando los escollos. S, iba a dar buen resultado.
Primero se casara con ella y, luego, una vez el matrimonio fuera consumado sin
disputa, poda desenmascarar el secreto de aquella mujer ante el mundo.
Savaric sonri sin poder evitarlo.
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Captulo 12
La llamada para atender a la sala principal haba sido terminante y annima.
Les avis Anna, la vieja mujer que se haba pasado la vida a cargo de la limpieza de
la sala y que siempre lo dejaba todo inmaculado. Golpe con los nudillos en la puerta
de la alcoba de Helena y abri la puerta, lo justo para sacar la cabeza.
Os reclaman en la sala principal, seora.
Helena se apart de la ventana, que tena unas amplias vistas sobre la ciudad de
York hasta los confines del bosque, a una milla al sur de las murallas de la ciudad. No
podran haberle ofrecido un paisaje mejor que contemplar.
Ahora? le pregunt, extraada, porque era media tarde Quin querra
verla a esa hora del da?
Inmediatamente, me han dicho.
Diles que voy enseguida.
S, seora.
Anna se alej y lentamente cerr la pesada puerta de madera, ennegrecida por
los aos.
Helena comprob que su vestido no estuviera muy arrugado Quines eran
ellos? Slo haba un modo de descubrirlo. Se alis la tela de la falda y se dirigi a la
sala principal.
Juan, Catherine y Percival estaban de pie, formando un grupo delante de la
chimenea Savaric estaba sentado en una de las altas sillas, elevada del suelo gracias a
la tarima, en la cabecera de la mesa. ste estaba sentado con la espalda recta, inmvil,
con las manos colocadas con precisin sobre ambos brazos de la silla, y con sus
largos dedos encogidos bajo el extremo de los apoyos, escondiendo las uas.
Helena dedic una breve reverencia a Juan.
Me habis mandado llamar, excelencia? Incluso si no fuera as, era esencial
dar conocimiento de su presencia.
Mi querida Isobel!
Juan se apart un poco de la lnea de gente ordenada delante del fuego y la
tom de la mano para dirigirla frente a la chimenea Helena sinti el calor de las
llamas a travs de la tela, calentndole slo la parte de delante del cuerpo.
Juan le hizo una seal a Catherine, que se acerc con una copa en la mano. Era
uno de los preciosos recipientes tallados en cristal, que se haban usado en el pasado
slo para las ocasiones ms celebradas. Catherine se la ofreci a Juan, quien la tom y
se la ofreci a su vez a Helena.
Bebed la anim y mir a los dems. Bebamos todos.
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Helena vio cmo todos alzaban las copas y beban, incluso Savaric se la acerc a
los labios. Tena los ojos clavados en ella. Rpidamente, Helena desvi la mirada y
tom un sorbo, slo para mojarse los labios. No le apeteca nada el vino. Tena todo el
cuerpo tenso como la piel de un tambor y reconoci aquella reaccin en ella era un
temor an poco intenso, despertando su tensin, preparndola. Haba vivido con
aquella sensacin permanente durante un tiempo, pero haca ya bastante que no la
senta.
Por qu ahora sus instintos la alertaban?
Incomoda, volvi a posar la mirada sobre Savaric Le sonri. Era una media
sonrisa, de satisfaccin, una sonrisa que a Helena le produjo un miedo inexplicable
que le atenaz la garganta Quiz?
Se gir hacia Juan.
Hay algn motivo de celebracin, majestad? El vino es excelente y estos
vasos tan finos seguro que anuncian alguna ocasin especial.
Sois muy observadora, Isobel. He estado hablando con vuestro protector, Sir
Percival, en nombre de Lord Savaric. Acabamos de llegar a un acuerdo muy
satisfactorio.
Las llamas del fuego irradiaban un extrao calor contra la piel de Helena,
calentando una parte de su cuerpo con un ardor insoportable, y por el contrario, por
la otra parte, en la espalda y las piernas, estaba fra como un tmpano. Pero ella no
poda ni moverse. Su mente era un torbellino, demasiado ocupada asimilando las
terribles implicaciones de las palabras de Juan.
Mi se mi seor?
No debis preocuparos por los detalles, Isobel. Os aseguro que Percival se ha
tomado muchas molestias para defender vuestros intereses. Estaris muy bien
situada. Es un acuerdo muy provechoso visto desde cualquier ngulo Juan hizo un
gesto con la mano que abarcaba la sala, como sin duda habris podido comprobar.
Seris la seora de una magnfica propiedad, desde luego. La voz de
Percival sonaba indiferente, un mero silbido despus del teatral discurso de Juan.
Helena mir a Savaric, con el corazn encogido por la agona. No! No poda
ser! No podan hacerle aquello!
Juan se ech a rer.
Ya veo, os lo estis imaginando antes de que suceda. Cogi la mano de
Helena y la dirigi hacia Savaric, quien se puso en pie. Savaric os ha pedido en
matrimonio y Sir Percival ha aceptado en vuestro nombre. Pos la mano de ella
sobre la de Savaric. Felicidades, Isobel, os vais a convertir en la esposa de uno de
los mejores hombres del pas.
Los dedos calientes y secos de Savaric abrazaron los de Helena. Las largas uas
chocaban unas con otras y hacan un ruidito extrao, como un repicar. Le recordaban
el enloquecedor rasgar de los grillos en verano. Se estremeci y apart su mano con
violencia.
No!
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Helena dio un paso para desprenderse del vestido, lo pas bajo los pies y se lo
dio a. Anna, empujando suavemente a la vieja sirvienta para que saliera de la
habitacin.
Ve le susurr en ingls; luego mir a Catherine. Nunca acceder a
casarme con Savaric. Golpeadme cuanto deseis. No conseguiris nada.
Eso ya lo veremos. He educado a tres muchachos para convertirlos en
hombres hechos y derechos. Puedo ser muy persuasiva.
El cinturn sali disparado, silbando con un latigazo cortante.
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Cuando levant la cabeza, Helena vio las motas de polvo danzando frente a sus
ojos, justo por encima de las toscas tablas de madera del suelo, bajando en espiral en
la luz del ltimo sol de la tarde. Al estar tan cerca del suelo, vio que lo que mova las
motas eran las rfagas de aire que corran muy por debajo del suelo, y que se
filtraban por las rendijas y las aberturas en la madera.
Lentamente, Helena intent levantarse, apoyando el peso del cuerpo sobre las
manos, pero al doblar la espalda sinti que la recorran escalofros de dolor
agonizante. Se dej caer otra vez al suelo y con las manos se cubri la cabeza. Unas
lagrimas dbiles le inundaron los ojos y se deslizaron por las comisuras de sus
prpados hasta mojar la manga de su gonete Helena no les prest atencin. Las
peores lgrimas ya las haba derramado durante un da entero expuesta a los golpes.
Le suplic, gimote, le chill a Catherine que parase. Se encogi en un rincn de la
habitacin, dando alaridos en medio de su agona, dolorida. Slo en una ocasin
haba intentado responder al ataque de Catherine. Pens que si poda apoderarse del
cinturn
Pero al final, el cinturn acab atravesando el rostro de Helena en el mismo
instante en que se lanz contra Catherine. Una de las amatistas la alcanz en la
mejilla y le hizo un corte largo en el pmulo. El golpe la hizo trastabillar y no volvi a
intentarlo.
Pero tampoco se haba rendido.
No poda hacerlo, era as de simple. Deseaba hacerles entender que no podan
obligarla a cambiar su manera de pensar, menos an para que esto terminara.
Se oyeron unos pasos fuera, al otro lado de la puerta, y la manecilla de la puerta
se movi. Escuch los pasos entrar y la puerta cerrarse. Se acercaron hasta donde
estaba ella, a los pies de la pared ms alejada de la puerta. Hubo un largo silencio.
Lady Catherine sabe usar su cinto de una manera perversa. Os quedarn
cicatrices para recordar esta insensatez vuestra toda la vida.
Era Savaric. Helena no se molest en ocultar el espasmo de asco que la recorri.
Al agacharse al lado de ella, vio la sucia tnica que cubra las botas de Savaric.
Le habl en voz baja.
Creen que si os azotan conseguirn haceros cambiar de pensamiento, pero se
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equivocan tanto.
Helena se qued callada.
Yo s por qu razn vos no queris acceder a sus peticiones.
No! Cmo iba a saberlo el! Helena aguant la respiracin Savaric slo estaba
jactndose de s mismo.
Conozco el secreto que escondis, Lady Isobel.
Helena volvi la cabeza para mirarlo. Se mova muy despacio, pues Catherine
haba empleado el cinturn con prodigalidad tena verdugones y contusiones por
todas partes, hasta la altura del cuello.
Yo no tengo secretos.
Todos tenemos secretos. Algunos son ms importantes que otros, pero todo el
mundo tiene alguno. El vuestro, por ejemplo Cul ser su grado de importancia?,
me pregunto yo.
Sospechaba, nada ms Helena respir aliviada. Con la sospecha podra
aparselas, pero la verdad en las manos equivocadas era un asunto completamente
distinto.
Haba en esta casa, cuando me plant aqu por primera vez, un retrato en la
sala principal, lo sabais vos? pregunt Savaric con un tono indiferente y Helena
se tens, desconfiada de nuevo, volvi el rostro para que Savaric no viera su
incomodidad. S, un retrato precioso de una mujer preciosa. Lo descolgu el mismo
da en que llegu. No quera recuerdos del anterior propietario de este castillo. En
realidad, lo quem, un acto que con el tiempo ha demostrado ser bastante poco
prudente por mi parte. Aquella mujer tena unos ojos asombrosos, lo recuerdo
perfectamente. Unos ojos como los vuestros, Lady Isobel. Pero, claro, la mujer del
cuadro no podis ser vos, porque vos sois de la Bretaa.
Savaric lo saba. Lo nico que le faltaba eran pruebas, por que l mismo las
haba destruido. Pero y mientras ella se lo refutara, l no podra descubrir su
sospecha ante los dems.
Helena sinti las largas uas de Savaric apartndole el cabello de la cara.
Dejemos las cosas claras ahora y no hablemos nunca ms de ello. No me
importa quin seis o quin digis ser. Tampoco me importa particularmente tener
que casarme con vos, pero Juan lo quiere y as ser. Para m es muy importante
satisfacer sus deseos. Os podis quedar con vuestro secreto, querida. Os lo podrais
llevar a la tumba por lo que a m respecta.
Si me casara con vos le dijo ella con amargura.
S. Si os casis conmigo. De lo contrario, me ocupar de que vuestro secreto
deje de ser slo vuestro.
Helena cerr los ojos Podra arriesgarse a devolverle aquella provocacin? l
no tena pruebas, pero estaba segura de que encontrara la manera de forjar los
testimonios necesarios, llegado el caso.
Por qu es tan importante que me case con vos? le pregunt Helena.
se, mujer, es mi secreto Cerramos el trato?
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Captulo 13
Levntate! sise Catherine a la vez que sacuda a Helena clavndole la
punta del codo en el costado. Te estn llamando!
Helena se incorpor en la silla y reprimi un grito al enderezar la espalda.
A lo ancho del campo de torneo se vean campesinos, aldeanos, hombres libres
y siervos, reunidos en torno a la tela, alzada al lado del ro, para pasar un da
entretenidos con la diversin de aquel espectculo. Como doncella de honor del da
sealado, en cuyo nombre se celebraba el torneo, Helena deba oficiar el acto.
La aclamaban en un francs ms bien torpe y sin dejar de nombrar a Isobel.
Saluda le orden Catherine desde atrs.
Helena hizo un gesto fugaz. Necesitaba una gran dosis de concentracin para
tenerse en pie. Por unos instantes, el mundo pareci retroceder y un zumbido invadi
sus odos. Luego, todo volvi a enfocarse y trag saliva con la garganta seca. Una
oleada de nuseas agarrotaba su estomago.
Sintate la azuz Catherine.
Helena dej caer la mano con la que saludaba y se sent, agradecida. La suya
era una de las altas sillas de la sala principal, que haban transportado desde el
castillo hasta las afueras de la ciudad, en la explanada donde se celebrara el torneo.
Se alegraba de tener una silla en la que sentarse. Saba de sobra que no iba a ser capaz
de permanecer en una banqueta o un taburete demasiado rato y haba asistido a
suficientes torneos en su vida para contar las horas interminables que podan durar.
Al amanecer, la haban sacado a rastras del fro torren y la pusieron en un
bebedero grande, lleno de agua caliente. El contacto del agua en su espalda
ensangrentada la hizo chillar de dolor, pero Catherine se qued all al lado, vigilando
cada movimiento de las mujeres que se encargaron de lavarla. Por las expresiones de
sus rostros era evidente que tenan miedo de Catherine y no iban a incumplir sus
tareas, incluso la de frotar la espalda de Helena.
Para poder lavarla de la cabeza a los pies, le retiraron el mugriento gonete
cortndoselo con unas tijeras y lo echaron al fuego. Luego, la ayudaron a salir del
bao y la secaron Las mujeres le pusieron un brial limpio, del material ms fino y
bien holgado para que no rozara su piel. Cualquier otro material hubiera sido
demasiado basto para que su piel lo tolerara. Le dieron un vaso de agua y un pedazo
de pan para reponer un poco de fuerzas. Mordisque el pan, pues el esfuerzo
sobrehumano de salir del torren y caminar hasta la alcoba, meterse en el bao y salir
de l, la haban dejado literalmente sin fuerzas. Mientras coma algo ms, las mujeres
le cepillaron el pelo, secndoselo frente al fuego.
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Luchad bien, con honor, y que Dios os observe y os recompense por vuestro
valor!
Juan volvi a sentarse y dej a Helena en la valla de la tela.
Los competidores se dividieron en dos grupos aproximadamente de nmero
equivalente. Un grupo se desplaz hasta el otro extremo del campo y el otro, a la
galera ms cercana.
Se dieron la vuelta para quedar encarados entre ellos, con los caballos
relinchando y bufando, pateando el suelo, inquietos.
Le entregaron a Helena un pauelo blanco. Alz el brazo y sostuvo el pauelo
en alto. Bajo la suave brisa que vena del ro, el pauelo flot. Tras las mscaras
protectoras y los yelmos, los ojos de todos aquellos guerreros estaban fijos en ella.
Helena solt el pauelo.
Con rugidos y gritos de guerra extraordinariamente feroces, los combatientes
espolearon a sus caballos al ataque. La tierra tembl bajo el estruendo de cientos de
cascos y una rfaga de entusiasmo atraves la audiencia, vislumbrndose el primer
embate entre los oponentes, era uno de los momentos decisivos a lo largo del torneo,
siempre esperado entre el pblico.
Pero Helena no poda quedarse parada mirando el espectculo. Arrastr los
pies hasta la silla y se dej caer al or la primera embestida y el gritero de los
asistentes Juan la mir con la frente fruncida.
Levantaos y fingid que lo estis pasando muy bien! arremeti. No
permitir que os comportis de manera inapropiada como antes, os lo advierto!
Helena se levant, mareada, con un zumbido agudo en los odos que le impeda
concentrarse. Pero una vez en pie, vio que poda fingir un cierto inters con la cabeza
girada hacia el principal centro de inters en medio de la lucha.
Helena habra visto una docena de torneos en su vida. Casi todos estuvieron
organizados como se. Los competidores, despus de la embestida inicial, podan
luchar unos contra otros sin restricciones. El ltimo en quedar sobre su caballo era
declarado ganador del torneo y reciba un premio de manos de la doncella de honor.
Pero haba otras maneras de obtener ganancias que no exigan una combinacin
tan portentosa de suerte, destreza y resistencia. Se poda desensillar a un participante
y tomarlo como rehn, llevndolo a un rea en el campo designada para esta
finalidad, donde deban permanecer un cierto tiempo hasta poder reincorporarse a la
ofensiva. Los rehenes tenan que pagar un precio por su libertad. Los escribas en las
reas de rehenes mantenan un registro de cada entrada a lo largo el da para
posteriores reclamaciones.
Si a uno lo desensillaban demasiadas veces, el guerrero tena que retirarse del
torneo, tambin si lo heran y no poda seguan peleando. En otro caso, poda decidir
si se retiraba de la tela. Despus de varias horas de lucha continuada, muchos
optaban por la retirada antes que enfrentarse a los hombres que quedaban en el
campo, pues eran lgicamente los ms fuertes del combate.
La lucha avanzaba, en ocasiones se alejaban hasta una milla de la galera
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Lady Catherine?
No es nada Cosas de mujeres! Levant la mirada hacia Carlisle y sonri.
Ya sabis lo delicadas que podemos ser a veces.
Juan soli una risotada en direccin a Carlisle.
Ha sido la emocin, hombre Habis visto el poderoso efecto de vuestro
encanto sobre ella? No s si dejar que ninguno de tus chicos se le acerquen!
Necesita auxilio? pregunt Carlisle.
Catherine respondi, veloz.
Yo soy quien mejor la puede auxiliar, mi amable seor. Gracias por vuestro
caballeroso ofrecimiento.
Claro prosigui Juan con el mismo tono. Qu generoso sois por
preocuparos, pero no hay ninguna necesidad de posponer el regreso a vuestros
aposentos para descansar y reponeros de los heroicos esfuerzos del da de hoy. Por
favor, seguid con vuestros asuntos. Yo me ocupo de cumplir la peticin de repartir el
premio entre los participantes.
Catherine mantena la mirada fija en Isobel, pero sinti el titubeo del hombre
sin tener que mirar. Despus de unos segundos, l se despidi, bruscamente.
Muy bien, pues. Que tengis un buen da Alteza, Lady Catherine.
Al llamarla por su nombre, Catherine se extra y levant los ojos.
Cmo sabis quin soy yo? le exigi.
El caballero, con el rostro cubierto por el yelmo, hizo un gesto sealando con la
cabeza hacia Juan.
Su majestad os llam con ese nombre.
Vio la cinta que l llevaba atada al brazo. Qu color tan extrao! Verde. Pareca
muy delicado, ms bien concordaba con la indumentaria de una dama.
Catherine se qued sin aliento.
Era un velo!
Antes de que l la viera y de que su sorpresa fuera demasiado manifiesta,
Catherine pos la mirada sobre Isobel y escuch el galopar del jinete que se alejaba.
Juan toc su hombro.
Salgamos de aqu. Dadle auxilio, comida, o lo que sea para que vuelva a
tenerse en pie. Nos queda toda una velada de banquete y festejos para acabar el da.
Ranulf esperaba entre unos rboles, al lmite del bosque, que rodeaba el campo
del torneo, tal como haban acordado. Haba accedido a actuar como segundo de
Stephen en aquel da extraordinario. Cuando Stephen alcanz una mata de arbustos y
desmont, en un nico y gil movimiento, Ranulf tom las riendas y calm al
caballo.
Stephen se volvi hacia la galera y se quit el yelmo. Dej caer al suelo el
escudo que haba pedido prestado. Haba un montn de gente alrededor de Helena
en aquel momento, la levantaban del suelo.
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Captulo 14
Caliente. Oscuro. Un lugar sagrado.
Helena descansaba en aquellas redes que la sostenan, en una crislida donde
nada poda afectarle. Aquel reposo, al respiro de toda preocupacin, lejos del dolor y
del miedo, era un refugio que no estaba dispuesta a abandonar, a pesar de los
sonidos y las sensaciones que pugnaban por traerla de vuelta al mundo real. El calor
que senta se lo transmitan las ropas de cama. La oscuridad, los postigos cerrados de
las ventanas o de los cortinajes que envolvan la cama. La paz que haba conocido ya
no exista, pues se oan varios murmullos el crepitar de un fuego cerca de all, el
sonido del agua o de otro lquido vaciado dentro de un recipiente de metal.
A medida que sus sentidos la forzaban a regresar a la realidad, Helena record
otras sensaciones, otras emociones que volvan a su mente. Le molestaba no saber
cunto tiempo haba pasado. Haca slo un momento que se haba cado al suelo, a
plena luz del da. Ahora estaba tumbada en la cama, seguramente en la alcoba del
castillo de York.
Stephen!
El recuerdo emergi en su cabeza con la urgencia de un grito de guerra e
intent levantarse. Un dolor feroz le recorri la espalda. Grit con voz ahogada y
cay de nuevo sobre el lecho con una bocanada contenida.
Por todos los cielos, se ha despertado! Rpido, ve a llamar a Lord Savaric.
Las palabras eran en ingls y la voz le resultaba muy familiar Helena qued
tumbada boca abajo, con la cara hundida en el colchn, por eso no poda ver el rostro
que hablaba. No era Anna, pero era una voz reconfortante.
La mujer volvi a hablarle.
Vamos, vamos, nia, ni sois con volver a levantaros. Al menos, hasta que os
hayis curado.
Cicely? susurr Helena.
Callaos! Cmo vais a explicar que Lady Isobel conoce mi nombre? Sinti
la mano de aquella mujer acaricindole el cabello, apartndole los mechones de la
cara con la dulzura de una madre. Ay, mi nia, no deberais haber regresado
nunca.
Tena que hacerlo.
S, vos sois tan tozuda como lo fue vuestro padre, que en paz descanse
Cicely le dio unas palmaditas en el hombro. Mejor que acabe las tareas que me
traa entre manos, antes de que nos pillen.
Helena se sinti sonrer contra el colchn Cicely siempre se haba preocupado
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por ella, pero enfrentarse a Juan o a Savaric sera como si una pobre liebre corriera a
la desesperada ante la mirada experta de un halcn de caza. Sin embrago, Cicely ya
haba conseguido escapar a la vigilancia de oponentes ms hbiles antes que stos.
Eso la consolaba.
Aqu estoy, de vuelta al castillo y fjate en el caos que me recibe! Se ha
celebrado un torneo a toda prisa y me extraa hasta que hayan encontrado suficientes
caballeros para participar. Lord Savaric regres al castillo sin avisar, con nada ms ni
nada menos que el conde de Mortaine, con toda su camarilla en peso. Y con vos.
Se pudo escuchar un correteo de pasos fuera en la puerta de la habitacin y el
murmullo de unas voces. Se abri la puerta y las voces se tornaron ms claras. El
tono rasposo de Savaric se oa por encima de todo.
Se ha despertado, mujer?
S, seora respondi Cicely con una calma notoria.
Ya ha dicho algo?
Nada que tenga sentido, seora.
Helena se qued sin aliento Savaric hablaba ingls! Lo hablaba como si fuera su
lengua materna. No cambiaba el orden de las palabras, ni los sonidos del mismo
modo en que lo hacan los normandos.
Lo escuch acercarse a la cama.
Me os, Isobel? haba cambiado al francs.
Helena se qued quieta, inmvil, sin alterar la respiracin.
Os recuerdo que tenemos un trato. Maana os quiero en la sala principal,
delante de Juan. No pensis ni por un segundo que una debilidad como la vuestra
me har ceder.
Seor, estaris de suerte si la dama se sostiene en pie por la maana le
asegur Cicely en ingls, ni hablar de andar hasta la sala, os lo juro.
Me dijisteis que las heridas se haban curado.
S, los cortes de la espalda estn cicatrizando, pero no ha comido nada
durante dos das, segn me han dicho, y la han dejado helarse en el torren toda una
noche. Y nada quiero decir de los esfuerzos que se le han exigido en el da de hoy.
Todas estas cosas juntas han acabado afectndola y dejndola as, en este estado.
Se hizo un largo silencio.
Sois una curandera de renombre, Cicely Curadla! Se oa un silbido de pura
frustracin tras cada palabra.
Tratar de hacer lo mejor que se, como siempre dijo Cicely plcidamente.
Helena escuch el ruido de la puerta al cerrarse Savaric se haba marchado Su
alivio era inconmensurable y aquella sensacin la acompa otra vez en su sueo
reparador.
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La mujer que la ayudaba a lavar la espalda de Helena era, lo dedujo por la voz,
una extraa. Juntas retiraron las ropas de la cama, las pieles y, suavemente, Cicely
levant la camisola que cubra a Helena.
Dios todopoderoso! exclam la mujer desconocida.
Cllate, Maryanne! chame una mano. Acrcame aquel trozo de tela No, el
que est en remojo dentro del cuenco. Primero escrrelo.
Una ropa caliente y hmeda le toc la espalda. Era una sensacin calmante. Las
punzantes oleadas de dolor que haba sufrido despus de los latigazos que Catherine
le propin se haban aplacado un poco. Helena experimentaba ahora un malestar que
se tornaba una agona fulminante cuando intentaba doblar la espalda. Consigui no
parpadear cuando la ropa le volvi a tocar la espalda y la extendieron sobre las
heridas. Aunque no poda verlos, Helena saba que los cortes haban empezado a
cicatrizar, tal como Cicely le dijo a Savaric.
No grita musit Maryanne.
La pobre ha perdido el sentido con tanto dolor le explic Cicely mientras
segua hablando en francs. Seora, os duele?
Helena frunci la frente con la cara escondida tras la almohada que Cicely le
trajo. Pareca que la fiel mujer intentaba ocultar a los dems que las heridas de
Helena se estaban empezando a curar Acaso planeaba retrasar su aparicin en la
sala principal?
Lo ves? dijo Cicely en ingls. La chiquilla se ha desmayado.
Lo mismo da Qu tonta! Tener que aguantar todo esto por gusto, slo porque
no quiere aceptar el casamiento.
T no sabes nada de esto, Maryanne, slo las cosas que has visto. No ests en
posicin de juzgar.
Lo que he visto ya me ha bastado. Podra ser la seora de este castillo, y aun
as, ella lo rechaza!
Tal vez tenga una buena razn.
Tal vez porque Savaric no es de su gusto. He visto cmo lo mira, la cara que
puso cuando le dijeron que iban a casarse. Se qued blanca. Pero sera la seora de
un castillo como ste.
Psame aquel jarrn con ungento le pidi Cicely tranquilamente.
Helena sinti cmo le extenda el refrescante blsamo por la espalda, un dulce
consuelo.
Puede que sus ambiciones apunten ms arriba sugiri Maryanne.
Puede que s dijo Cicely con un hilo de voz.
Se las quitarn a golpe de cinturn declar Maryanne. Ya lo he visto
antes, s cmo lo hacen. Le darn, una vez y otra, hasta que diga que s. Si Juan
quiere que haya boda, no pararn hasta que acepte. O hasta matarla.
Si York caa en manos enemigas sera por culpa de una traicin desde dentro.
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Aquellas recias paredes podan soportarlo todo, excepto la traicin. O, para ser ms
exactos, tampoco resistira una intrusin por abajo. Segua con sus cavilaciones
mientras la base de las gruesas murallas se acercaba cada vez ms a sus hombros,
pues estaban avanzando, adentrndose bajo tierra. Tan abajo como para llegar a la
altura del ro, les asegur Merriman. El tnel que atravesaban en aquel momento
estaba esculpido directamente en la roca. Ola a humedad y a abandono.
Unos pasos ms all, el hombre que Ranulf le present simplemente con el
nombre de Merriman iba a la avanzadilla, con una antorcha en la mano Haba
hablado muy poco desde que emergi en medio de la oscura noche, aparte de
decirles que guardaran silencio o que vigilaran dnde ponan el pie Le mostr a
Stephen la entrada al tnel, un acceso abierto bajo el tronco de un roble que creca al
final del dique alargado, al otro lado de las murallas de la ciudad Merriman abri el
pequeo portal, oculto entre las races, y se volvi hacia Stephen.
Es por si la ciudad esta sitiada entendis?
Stephen asinti. Era una madriguera segura, cuando la nica opcin era echarse
a correr.
Durante un rato, el tnel ascendi suavemente. Ms adelante, la antorcha de
Ranulf revel unas formas regulares en las paredes. Las mismas paredes estaban
ahora pulidas.
Piedras trabajadas. Haban alcanzado los cimientos del castillo.
Otra puerta, mucho ms grande, ennegrecida por el paso de los aos y la
humedad, les impeda el camino Merriman busc otra llave, la meti en el cerrojo e
intent hacerla girar. Despus de dos intentos, se volvi hacia Stephen.
Seor?
Stephen se apoy con todo su peso. El mecanismo cruji con un ruido metlico
y agudo. Apoy un hombro sobre la puerta y empuj. La puerta se abri, reacia.
Desde arriba del quicio cayeron restos de madera y de polvo. Las bisagras resonaron
con un chirriar quejoso.
Stephen atraves el hueco y ech una ojeada. Aquello formaba parte del castillo,
pero la habitacin pareca estar en desuso.
Merriman se acerc a l y le seal la puerta.
Si fuerais tan amable, seor? Os lo ruego cuchiche.
Stephen cerr la puerta con el hombro y Merriman le dio las gracias mientras
Stephen introduca la llave y cerraba. Se la devolvi a Merriman y ste alz la
antorcha. La habitacin se extenda hasta donde alcanzaba la vista. El suelo era
irregular, de tierra natural, rocoso y peligrosamente resbaladizo, sobre todo en aquel
ambiente hmedo y oscuro. Se oa el correteo de diminutas criaturas.
Adnde? pregunt Stephen secamente.
Merriman dio un paso adelante, confiado, y dirigi a Stephen por aquella cueva
hecha por el hombre. Pronto la antorcha alcanz a iluminar un hueco en la tosca
pared un poco ms all, con unas formas regulares al pie del agujero. Escalones.
Subieron, con la llama de la antorcha titilando por una inesperada brisa, hasta
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llegar a una bodega, con paredes lisas y el suelo cubierto de losa. Aun as, la
humedad segua goteando sin parar. Unas garras ocultas corrieron a esconderse en la
oscuridad al aparecer ellos.
Ms escalones. Merriman apag la antorcha con cuidado y subieron los ltimos
escalones en la ms absoluta oscuridad Stephen vio una rendija de luz cuando
Merriman entreabri una puerta. Era un resplandor deslumbrante despus de andar
a oscuras mucho rato.
Merriman bloque la luz al sacar la cabeza por la abertura y echar un vistazo
para comprobar si haba curiosos, y, luego, abri la puerta y le indic a Stephen que
pasara.
Salieron a un pasillo ancho, iluminado con candelas a cada diez pasos.
Por aqu, seor musito Merriman. Se quit la capa e hizo un fardo con ella.
Stephen pronto perdi la nocin del lugar, atravesando pasillo tras pasillo
detrs de Merriman. De lo nico que estaba seguro era de que subieron dos tramos
de escalera dentro del edificio que albergaba la sala principal. No saba si Merriman
lo conduca en crculos concntricos para confundirlo o para evitar a los ocupantes
del castillo. Lo que s saba era que no podan arriesgarse a topar con Savaric o con
Juan, o con cualquiera de sus acompaantes, que lo reconoceran de inmediato.
Al final, Merriman se par delante de una puerta y se acerc bajo el arco. Dio
unos golpecitos muy suaves.
La puerta se entreabri y pudieron ver un solo ojo que los inspeccionaba. Los
estudi a ambos y desapareci. Luego, la puerta se abri el espacio justo para dejarlos
pasar.
Dentro, una mujer bajita y regordeta, con un rostro ancho y enormes ojos azules
felinos, se encontraba de pie, delante de ellos, con las manos apoyadas en sus anchas
caderas, claramente enfadada. Detrs de ella merodeaba otra sirvienta, con los ojos
muy abiertos y asustados. La primera mujer le lanz una retahla de injurias a
Merriman, en ingls, pero en un tono casi imperceptible. Levant un dedo y seal a
Stephen.
Merriman le respondi con los mismos modales. Ella se qued callada,
examinando a Stephen, pero l no esper a que ella se pronunciara. Se acerc a la
enorme cama. Bajo las pieles se acurrucaba una masa indefinida.
Con el corazn latiendo desbocado, Stephen retir los ropajes para comprobar
quin era el ocupante. La mujer regordeta apareci inmediatamente a su lado.
Susurr una palabra y luego aadi No, esperad, en francs. Volvi a poner los
ropajes por encima y se inclin.
Helena musit. Mirad quin ha venido.
El hecho que usara el nombre de ella, su nombre verdadero, lo dej
boquiabierto. Pos la mirada en la mujer, observndola, pero ella no lo miraba.
Apart las pieles para dejar el cabello de Helena al descubierto. Estaba tumbada boca
abajo, por eso se dio la vuelta para mirarlos. Sus fascinantes ojos azules enfocaron a
Stephen y se abrieron de par en par.
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Captulo 15
Quin eres, en realidad? susurr Stephen mientras apartaba un mechn
del rostro de Helena.
La tendi sobre la cama otra vez, pues era evidente que sus movimientos le
estaban haciendo dao.
Merriman lanzaba juramentos, Cicely se acerc aprisa a la mesilla cerca del
fuego y empez a preparar su ungento, Helena rod hasta quedar boca abajo, con
los ojos cerrados y la piel de la cara completamente plida.
Stephen se agach al lado de la cama hasta que sus ojos quedaron a la altura de
los de ella.
Quin eres, que hasta estos extraos te protegen? Cul es tu fin, qu buscas
que te lleva a soportar semejantes humillaciones y sufrimiento?
Helena abri los ojos con lentitud. Eran de un color azul de tormenta,
empaados de agona.
Esto significa que no lo he dicho, que no me he delatado?
Tampoco yo he intentado sonsacarte la verdad.
Ella sonri dbilmente.
Fue tu honor y tu sinceridad los que me admiraron de ti aquel da. No me has
decepcionado.
Stephen no pudo evitar posar un beso en la sien de Helena, a pesar del pblico
presente.
Helena se aferr a la mano de l y la acerc a ella. Helena tena las manos
heladas, pero el cuerpo le quemaba.
T me has demostrado tu honradez en tres ocasiones, pero yo no he
conseguido devolverte esa confianza a cambio de la tuya.
Tampoco te la he pedido.
Yo te la dara de todo corazn. Me has preguntado quien soy. Quieres que te
lo diga?
Estas dispuesta a enfrentarte a las consecuencias sobre las que me advertiste
cuando te lo pregunt entonces?
Las circunstancias han cambiado. La utilidad del nombre que he usado
Isobel, est llegando a su fin. Ya es hora de que sepas la verdad.
Stephen sinti que se le aceleraba el pulso. A pesar de que conocer la verdadera
identidad de Helena poda, como ella aseguraba, representar un peligro para l,
Stephen nunca crey que fuera cierto. Entonces, por que le invada aquella
ansiedad?
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Tena que buscar tiempo y espacio para pensar, del modo que fuera. No ah, donde el
peligro y los riesgos lo abrumaban, ni frente al coraje indestructible de Helena.
Stephen cogi su capa con violencia y rebusc bajo las ropas la bolsita que
siempre colgaba de su cinto. Se lo arroj a Cicely.
Toma. Le servirn para sanar las heridas. Elen sabe cmo mezclarlas. Se
dirigi entonces a Merriman. Necesito que me gues.
Enseguida, seor Merriman pareca aliviado.
Stephen se acerc a grandes zancadas hasta la puerta, pero no pudo evitar echar
una mirada hacia atrs, a Helena. Ella no dijo ni una palabra y sus ojos seguan fijos
en l. Otra vez se le present como una reina entre sus sbditos. Era su sangre sajona,
claro estaba. La realeza sajona, pura e improfanable, nacida y educada para dirigir a
aquella gente de quien ella afirmaba que Stephen no era capaz de entender.
Vamos le pidi a Merriman y se col por el pasaje.
Stephen resurgi de dentro del tnel, bajo el cielo nocturno, antes de que una
terrible posibilidad cruzara su mente. Helena haba gritado, una protesta clara,
cuando l intent llevrsela.
Significaba que no quera marchar.
No sera que, al revelarle su verdadera identidad, ella se aseguraba que
Stephen se alejara, sin poner objeciones?
Stephen estuvo a punto de dar la vuelta a su caballo para acercarse a la entrada
del viejo roble, al lado del ro, pero un residuo de rencor lo detuvo. Si aqulla haba
sido, en efecto, su intencin, Helena consigui su ansiado resultado con una
peligrosa arma la verdad. l no poda negarle el efecto de aquella verdad.
Sajona. Forajida. Sin ttulos, ni tierras, ni posesiones. Con el honor mancillado.
Acusada de traicin. Eso era todo cuanto Helena significaba para l.
Tambin era. Elen, rebosante de valor y de empeo Quin, sino alguien como
Elen, se aventurara a tanto? Incluso se arriesgaba a la horca por defender la verdad?
Pero por qu razn se haba expuesto as al peligro?
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Savaric le entreg a la mujer una copa del vino caliente y especiado que la
cocinera haba dejado encima de la mesa y se sent en la silla al lado del fuego.
Me habis interrumpido, Lady Catherine. Ahora que el servicio se ha
retirado, decidme qu es lo que queris y marchaos. Tengo otros asuntos de los que
ocuparme, aparte de los vuestros. Este da ya se est haciendo demasiado largo.
Catherine no se ofendi, ni siquiera se ruboriz ante las bruscas palabras de
Savaric. En vez de eso, lade la cabeza, dej la copa en un extremo de la mesa y se
inclin hacia l.
Quiz os interese saber, Savaric, que Lady Isobel tiene un amante secreto.
Alguien que fue invitado a visitarla en su alcoba anoche, ante vuestras propias
narices.
Savaric parpade Isobel?
Se atrevi a traer a otro hombre aqu, dentro de mi propia casa?
Su indignacin iba en aumento. Todos esos das, mientras Isobel haca caso
omiso a sus atenciones y rechazaba su proposicin de matrimonio, estaba perdiendo
el tiempo con otro?
Savaric se puso en pie sin pensarlo, con los puos a ambos lados de su cuerpo.
Pero esto es inaceptable! Bajo mi propio techo?
La boca de Catherine hizo una mueca de indiferencia.
Sentaos, Savaric, y escuchadme. No os he comunicado esta noticia solo para
contemplar cmo exhibs vuestro orgullo herido. Este tipo de demostraciones me
resultan muy poco interesantes.
Las palabras de Catherine su actitud, le impresionaron. Su orgullo herido? Su
orgullo era inmune, a todos y a todo! Y, aun as, aquella simple e insignificante mujer
osaba darle rdenes.
Catherine suspir y se frot las sienes.
Savaric, si lo deseis, tenis toda la libertad para encolerizaros, arrasar con
todo y malgastar esta valiosa informacin que os he trado. Son unas nuevas que tal
vez sabrais cmo aprovechar en vuestro beneficio si, por favor, os contuvierais y os
sentarais! estall finalmente Catherine.
Se le doblaron las rodillas y volvi a sentarse en la silla.
Savaric se qued mirando a Catherine fijamente Cmo lo haba conseguido? Le
haba dado rdenes, como si fuera un vulgar campesino y l la haba obedecido sin
ms, pues ella haba conseguido alcanzarlo en un punto preciso. Su orgullo, en
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efecto, se senta herido, por muy sorprendente que pudiera parecerle, por un aspecto
de las trivialidades humanas que nunca crey que fueran a afectarlo jams.
Estoy celoso!
Celoso del desconocido que Isobel haba escogido, ponindolo por delante de
l. Ella, una mujer que no significaba nada para l, a excepcin de los ttulos y las
tierras que aportara al lecho nupcial.
Era una revelacin ciertamente desconcertante, pero Savaric consigui
dominarse.
Hablad. Os escucho.
Gracias Catherine tom un sorbo de la copa de vino y se frot las sienes
otra vez. Tengo ms informacin que tal vez os interese, pero creo que, llegados a
este punto, lo ms razonable ser un intercambio.
Un intercambio? De qu, Lady Catherine? De informacin?
Yo tengo toda la informacin que necesito.
Quiz vos no la tengis toda. Dejadme, pues, concluir el asalto inaugural de
este intercambio con un poco de mi propia cosecha. La mujer de quien hablamos no
es en realidad Lady Isobel, slo es un nombre que ha tomado prestado.
Si, s Catherine le respondi con un gesto impaciente de su mano.
Savaric experiment otra sorpresa, por segunda vez Ella ya lo saba?
De dnde sacis la informacin, Lady Catherine?
Harais bien en cultivar la amistad de cuantos conocis en vez de concentrar
vuestros esfuerzos nicamente en aquellos de los que podis sacar mejor provecho
le replic Catherine framente. Pero la fuente de mi informacin es irrelevante.
Descartis este asunto con demasiada facilidad Significa eso que sabis
quin es ella en verdad?
Catherine se aferr otra vez a su copa de vino Savaric no pudo evitar reparar en
la carne y la piel de sus manos, que palideca fina y frgil en extremo, como las
manos de las brujas, ajadas y desdentadas que vivan en cualquier aldea del pas.
Beba con avidez, como si el vino fuera un elixir.
Estoy esperando le record Savaric en voz baja.
Pues esperad! Catherine bebi un poco ms y, luego, prosigui. Primero,
debemos llegar a un acuerdo.
Qu tenis vos que pudiera interesarme a m? insisti Savaric.
Tengo el favor de Juan.
Yo tambin lo tengo, ms incluso que vos.
S, pero si uniramos fuerzas Catherine levant la ceja.
Si ambos estamos luchando en el mismo campo, Lady Catherine, que
diablos podramos obtener juntos que no hayamos conseguido por separado?
Hay una cierta seguridad en procurar satisfacer nuestros deseos mutuos.
Levant una mano. Dejemos eso de lado por el momento. Hablemos del campo
donde los dos estamos luchando.
Adelante hablemos de eso accedi Savaric enseguida.
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Dejara que aquella mujer iniciara la conversacin con eso ella slo conseguira
revelarle su propsito ms temprano que tarde.
El prncipe Juan todava no ha sido nombrado legtimo heredero del trono.
Es slo una cuestin de tiempo.
Tal vez. Pero est Arturo, el sobrino del rey Ricardo, a quien asegura que
declarar su heredero.
Savaric sonri maliciosamente.
Vos creis de verdad que heredar el trono? Ese mozuelo? Mientras
Francia est a la espera, al otro lado de nuestras fronteras?
Inglaterra ya ha sabido defenderse sola, sin su rey, en el pasado. Pero
pasemos al tema de Francia, Ricardo est listo para derrotar a Felipe. Esto es,
tambin, slo una cuestin de tiempo.
La victoria est asegurada si antes no deja en el proceso a Inglaterra sin una
gota de sangre respondi Savaric amargamente.
Si Ricardo vence a Francia y l mismo regresa a Inglaterra para recoger la
corona en persona, se afianzar con mayor firmeza en el panorama poltico, mucho
ms que en el pasado. Se convertir en el rey ms poderoso de Europa.
Savaric sinti despertar su inters.
Vuestras palabras, seora, podran considerarse una traicin.
Catherine se removi en su silla, impaciente.
Decidme que vos no le habis dado vueltas a la misma idea. Tanto vos como
yo deseamos ver a Juan en el trono. Servir mejor a nuestros propsitos que esto
suceda cuanto antes. No podis negarme que sera muy conveniente que Ricardo
muriera en la guerra, luchando en Normanda contra Felipe.
No puedo negarlo admiti Savaric. Lo nico que se necesitara sera una
flecha perdida, sin rumbo, o un paso dado en falso.
Catherine asinti.
Entonces pensamos del mismo modo. Muy bien.
Savaric sigui con la cnica sonrisa pintada en su cara Ambos pensaban del
mismo modo? Aquella mujer no tena nada en comn con l, pero haba conseguido
despertar su curiosidad. Unas ideas tan despiadadas eran inusuales en una mujer y
su perspectiva posea una frescura inesperada que le intrigaba. Para animarla a
continuar, asinti con gravedad.
Ahora, el acuerdo prosigui ella. Os propongo que trabajemos con mayor
concierto para conseguir, en la medida de las posibilidades de cada uno, que Juan
acceda al trono.
Entonces no hay nada que hacer seal Savaric. l ser el prximo rey.
Este acontecimiento no est tan bien definido como vos lo pintis. La flecha
perdida o los pasos en falso no estn reservados nicamente a los reyes.
Le dio unos segundos a Savaric para pensar. Al final, ste respondi.
Cierto.
Y hay quienes preferiran que Juan nunca llegara a sentarse en el trono.
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prximo invierno.
Savaric asinti en silencio.
De modo que lo que buscis es asegurar el futuro de vuestro hijo antes de
vuestro traspaso.
S.
Nada, aquella mujer no tena nada que ver con l! Ella recorra distancias
inalcanzables para proteger a otra persona. Ella no iba ganar nada para s misma con
todas sus negociaciones! La decepcin inund el pecho de Savaric Catherine no era
ni de lejos tan formidable como l haba credo! Su altruismo era su debilidad,
Savaric podra manipularla como a un ttere.
Muy bien, entonces. Decidme seora, quin es Isobel en realidad? Y decidme
tambin quin es su amante.
Eso no formaba parte de nuestro acuerdo.
Yo acabo de decidir que s. Queris que coopere, verdad que s?
Savaric reconoci la rfaga de penosa intuicin que atraves los ojos de
Catherine aquel acuerdo no haba sido un buen trato como ella haba imaginado.
Bueno. Mejor. Si resultaba demasiado crdula, a l le resultara muy montono.
Decdmelo repiti Savaric.
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Captulo 16
La posada hacia la que Merriman los haba dirigido estaba situada al pie de la
cortina del castillo. A travs de la mugrienta ventana, Stephen vea la parte alta del
edificio, por encima de la muralla.
Helena se alojaba all, detrs de una de las estrechas ventanas.
La posada era un lugar sucio, miserable y de mala reputacin. Los clientes que
atraa tambin lo eran mal vestidos, con la boca cerrada y con una cierta tendencia a
la pelea.
Ranulf ech un rpido vistazo al comedor antes de dejar caer la harapienta
cortina que tena la funcin de puerta, al otro extremo de la alcoba en la que el
hospedero los haba colocado.
ste es un negocio de gente poco refinada, seor.
Merriman ha empleado otras veces esta posada como lugar de reunin, pues
fue la primera que nombr ayer por la noche le record Stephen. Me pregunto
con quin se reunir en un lugar como ste.
Ranulf se encogi de hombros.
Gente que quiere pasar desapercibida, sin destacar de los que habitualmente
hay por aqu.
Si, pero quin? Dara lo que fuera por saber la respuesta. Le sirvi a
Ranulf una copa del pobre vino que les haban ofrecido. Merriman llega tarde.
Merriman vendr, seor. No rompe sus promesas con facilidad.
No hizo ninguna promesa.
Me jur que os ayudara.
Te hizo una promesa bajo juramento? Tienes un lazo bastante fuerte con ese
hombre de quien no haba odo hablar hasta ayer, Ranulf.
Ranulf examin el fondo de su copa, con la mirada fija.
No debera indagar ms, verdad?
Seor. Era una manera sutil de decrselo.
Muchas veces tus amistades y viejos conocidos nos han servido bien.
Perdname.
Ranulf sonri.
No hay nada que perdonar, seor.
La verdad, estoy un poco inquieto confes Stephen.
De eso estoy seguro, seor.
Stephen Suspir y se pas la mano por el cabello, impaciente.
Dnde estar?
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Merriman no dio seales de vida hasta que el sol se hubo ocultado y su reflejo
era una tenue luz dorada que se filtraba por la diminuta y roosa ventana. Se desliz
por detrs de la cortina, sin apenas un movimiento de la tela, y salud a Stephen con
una inclinacin de cabeza.
Seor. Se frot las manos. Ya se puede oler la nieve en camino.
Cmo se encuentra Lady Helena? inquiri Stephen, incapaz de seguir con
las formalidades habituales.
Mejor de lo que creen los dems seores. Pero an sufre.
No habrn vuelto a pegarle?
Dame Cicely ha exagerado acerca de la gravedad de sus heridas para
asegurarse de que no la toquen.
Por qu insiste en permanecer en aquel maldito lugar?
Es su hogar, seor le record Merriman con firmeza.
Ya no. No desde que el rey la despoj de sus ttulos y confisc sus
propiedades. Ahora el castillo pertenece a Lord Savaric. Qu gana ella quedndose
en la guarida de semejante personaje?
Espera recibir un mensaje.
Stephen frunci el entrecejo.
Un mensaje? De quin?
Merriman desvi la mirada.
No puedo decroslo, seor respondi secamente.
Stephen lo estudi, con la mente discurrindole a toda prisa. Sus sospechas
estaban justificadas Helena le haba revelado su verdadera identidad para alejarlo de
su lado y que la dejara sola en el castillo.
La han golpeado, le han hecho pasar hambre y quieren obligarla a casarse con
un hombre cuyo contacto le provoca nuseas, pero ella se enfrenta a todo eso
esperando la seal de un hombre misterioso Debo suponer que ese hombre la est
ayudando a encontrar al asesino de su padre?
Merriman mantena la mirada clavada en la desgastada mesa.
Tanta devocin es casi una locura musit Stephen.
Merriman reaccion ante aquel comentario levantando la cabeza.
Mi seora Helena no es ninguna loca! Ella slo quiere proveer a quienes no
pueden hacerlo por s mismos. No tenis ningn derecho a juzgarla!
Stephen levant la palma de la mano.
Tranquilo, hombre. No quera ofenderte.
Merriman se sacudi la tnica y se enderez.
Si no deseis nada ms
Slo una cosa.
S?
Quiero que vuelvas a guiarme hasta dentro del castillo, otra vez, esta noche.
No puedo arriesgarme de nuevo dijo Merriman. Ya he puesto en peligro
a mi seora.
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S, es verdad.
Tengo que hacerlo, Merriman.
Merriman solt una bocanada profunda.
Que sea como vos queris.
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sin ms demoras. Saba de sobra que no aparentaba estar tan enferma como Cicely
afirmaba.
Helena miro las gruesas cortinas que rodeaban la cama. Qu poda hacer? En
cualquier momento las abrira.
Piensa, se oblig a si misma. Cmo convencer a Savaric de que se encontraba
tan mal que no poda presentarse junto a l en la gran sala? Deba evitar un
enfrentamiento a toda costa, al menos durante un da ms.
Se movi ms por intuicin que por el poder de una decisin considerada a
conciencia, se levant la camisola y con los dedos se palp la espalda, sintiendo las
costras y las tiernas cicatrices de los varios cortes y rasguos. Entonces, clav las uas
con fuerza.
Savaric arranc la vela nueva de las manos de Cicely, sin prestar atencin al
bufido de dolor de la mujer al caerle una gota de grasa ardiente sobre la piel de la
mueca. Dio un par de zancadas hasta la cama y descorri las cortinas.
Seora, vos y yo tenamos un acuerdo.
La fierecilla estaba tumbada en la cama, inmvil bajo las pieles.
Savaric levant la luz un poco ms arriba, para que iluminara el rostro de Isobel.
Tena los ojos cerrados. Su palidez sorprendi a Savaric. Si no le hubieran contado la
romntica escena que haba tenido lugar en aquella alcoba la noche anterior, debera
suponer que estaba tan grave como Cicely afirmaba. Pero haba un modo de
aclararlo.
Savaric empuj a Isobel por los hombros y le dio la vuelta para examinar su
espalda.
Unos rasguos sin importancia no anularn vuestra
La ropa de Isobel estaba manchada de sangre. Sangre fresca, de heridas que no
estaban cicatrizando como caba esperar. En la sbana de abajo haba pequeas
manchas de color escarlata all donde Isobel estaba tumbada.
Por los clavos de Cristo! sise Savaric.
La dej caer otra vez sobre la cama. La cabeza de Helena se inclin sin fuerzas a
un lado y de su boca se escap un gemido de dolor. Sus ojos se entreabrieron para
mostrar una estrecha rendija de color azul y luego quedaron en blanco. Aquello era
una mala seal, Savaric lo saba.
Se qued mirndola fijamente, la frustracin y la incredulidad pugnaban cada
una por vencer. Cmo se explicaba que esa mujer agonizante hubiese entretenido a
un amante la noche pasada? Era imposible, a menos que estuviera fingiendo. Pero
nadie poda negar el bao de sangre en el que estaba sumida.
Savaric sujet la candela con la mano izquierda y se sent en la cama.
Pensabais engaarme con esta farsa?
Baj la voz para que la sirvienta no pudiera orlo y tom a Isobel por la barbilla.
Su cabeza se movi sin ofrecer resistencia y la sombra de una duda cruz su mente,
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espalda.
Estn ejerciendo un peso considerable. Su tono era bajo. Aunque hayan
llamado a todos sus hombres, slo caben cuatro personas a la vez en el pasillo de
fuera. Sin contar que vayan armados. Se acerc a Helena y la tom de la mano, con
una expresin distante, como si sus pensamientos estuvieran a miles de kilmetros
de distancia. Tendremos que salir a luchar, Elen.
T puedes entregarte le dijo. No has hecho nada malo aparte de
coquetear con una doncella. Puedes pedir el perdn del rey, decirle que no sabas
quin era yo en realidad.
Silencio le dijo Stephen dulcemente descansando su mano sobre la mejilla
de ella. Crees que podra quedarme mirando cmo te arrestan, sin hacer nada?
Neg con la cabeza. No, Elen. Me temo que estamos juntos en esto.
Helena empu su cuchillo.
Entonces, estoy lista.
Stephen se detuvo para posar un nico beso sobre los labios de ella, clido,
profundo y con una promesa implcita. A pesar de que sus palabras eran serias y
an ms lo era su expresin, a Helena le pareci ver un fulgor de felicidad en los
ojos de l. Stephen dio un paso atrs, se desat la capa y se enfund el brazo
izquierdo con sta.
Un escudo eventual, pens.
Stephen clav los ojos en los de ella.
Lista?
Helena cogi la oscura capa que Cicely le entregaba y se la ech encima de la
espalda. Tambin le dio un abultado fardo de piel.
Tomad esto, seora. Os servir cuando ms falta os haga.
Helena le hizo un gesto de agradecimiento y se pas la tira por encima del
pecho. Mir a Stephen.
Estoy preparada minti, pues en realidad la haba invadido un miedo
sbito que amenazaba con robarle todas sus fuerzas.
Los golpes de la puerta se intensificaron. Era un sonido aterrador, sobre todo si
pensaba que unos hombres furiosos y armados intentaban arrestarla.
Stephen debi de leer el verdadero miedo en su rostro porque la cogi por en
brazo y le dijo:
El miedo es mucho mayor al principio, ahora, antes de empezar.
Ya lo s respondi Helena.
l levant una ceja.
S, ya imaginaba que lo sabas. Hizo un gesto hacia la puerta. Yo me
apoyar contra la puerta y la mantendr cerrada. T, levanta la barra y aprtate, para
que ests lejos del acceso cuando se abra Lo comprendes?
Helena asinti, se acerc a la barra, preparada para levantarla en el preciso
momento en que Stephen se lo indicara. l apuntal la espalda contra la madera.
Ahora le dijo secamente.
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Helena levant la pieza de metal y dio un salto hacia atrs, a sabiendas de que
la rapidez era crucial en un momento como aqul. Cuando ella se alej, Stephen dej
de presionar y levant la espada, en el preciso momento en que los hombres armados
irrumpan en la habitacin como un torbellino, con sonoros gritos y rugidos,
dispuestos a iniciar la lucha.
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Captulo 17
Como espectadora en la distancia, la nica perspectiva de Catherine era un
enjambre de espaldas cubiertas por capas. Entre unos caballeros y otros, tambin se
divisaban fugazmente las correas de piel y los marcos de madera que armaban los
escudos Haba una docena de hombres que bloqueaban el pasillo por completo.
A pesar de la limitada visin, Catherine adivin cundo se abri la puerta de la
alcoba, pues los caballeros se abalanzaron en pelotn como un nico cuerpo en
movimiento. De la parte frontal procedan los gritos, que rebosaban intensidad en
medio de la pelea, y el ruido de las espadas chocando entre ellas y contra los
escudos.
Detrs de Catherine, las mujeres se arrinconaron en un extremo de la sala del
dormitorio, sollozantes.
Catherine intent vislumbrar algo por encima de las cabezas de los caballeros.
Vio las puntas de lanzas balancendose como rboles desnudos, pero era todo cuanto
distingua. Aquello la sacaba de quicio, que los planes que tan cuidadosamente haba
ido desarrollando los hubieran conducido a esa situacin. Adems, no podra tomar
parte en la escena final.
Frustrada, Catherine dejo de fijar la mirada y se dedic a aguzar el odo. Se
pudo escuchar un grito alarmante que proceda de dentro de la alcoba, tan
horripilante que le provoc un sobresalto, y, luego, el eco de las dems mujeres en el
dormitorio.
La sirvienta mayor, Cicely, sin duda.
Contra al menos veinte hombres armados, su marido, e incluso Lord Savaric
con su escudo y su espada, la pareja fugitiva no tena una sola oportunidad de
escapar. No la sorprenda, sin embargo, que hubiesen decidido luchar hasta el ltimo
momento, en vez de rendirse sin ms.
Tan segura como estaba, la recorri un glido escalofro al comprobar que los
caballeros volvan atrs los pasos avanzados a lo largo del pasillo. Estaban
retrocediendo!
No, no poda ser! Aquello era increble! Stephen no posea ms energa que
doce hombres juntos, imposible.
Catherine se acord de la fra habitacin en la cima del torren, mientras Isobel,
tendida en el suelo con la espalda despellejada, se senta demasiado dbil para
alzarse. Hubo un momento en que Catherine le dio un breve descanso a su brazo
para recuperar el aliento. Durante unos segundos sinti la mirada de Isobel. Ya no
brillaba desafiante, si es que alguna vez hubo desafo. Quiz por primera vez,
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Al final del pasaje, Ranulf lo esperaba pacientemente, como una silueta negra en
medio de las dems sombras que rodeaban aquel rbol seco. Stephen se permiti un
suspiro de alivio al verlo all. A lo largo del pasaje, mientras lo atravesaban, se
preguntaba si Savaric se anticipara y si ira en aquella direccin a esperar que
salieran.
Pero slo Ranulf les dio la bienvenida. Stephen observ que su capucha estaba
cubierta por una finsima capa de nieve.
Seor musit Ranulf adelantndose para tomar la mano de Helena y
ayudarla a subir al terrapln de piedra, donde haba atado los caballos.
Ella se recogi las faldas con la otra mano y se levant, ligera, pero enseguida se
detuvo con una mueca de dolor en la cara, deslizando la mano al lado de la cadera.
Despus, continu movindose sin emitir ningn otro sonido.
Elen. Un guerrero con el aspecto de una mujer. Stephen record el absoluto
estupor que sinti al darse cuenta de que Elen estaba realmente luchando, abatiendo
a los caballeros que iban detrs de ellos. Era como un segundo escudo. Habran
logrado alcanzar su codiciado resguardo si ella no hubiera resultado ser una guerrera
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tan diestra?
Seor.
Merriman le llam la atencin y Stephen se oblig a considerar los temas ms
urgentes que tenan entre manos Ms tarde, a solas, se permitira el lujo de darle
vueltas a las enigmticas acciones de Elen, pues eran un misterio que lo mantena en
vela.
Ranulf los esperaba mientras sujetaba los caballos ensillados.
Cuatro? inquiri Stephen.
Seor Merriman se dirigi a l, os ruego que me permitis acompaaros.
Ranulf se inclinaba para ayudar a Elen a montar en la silla.
Debe venir con nosotros, seor. Ya no es seguro que se quede.
Elen tom las riendas, con una punzada de dolor, y las solt de inmediato
Stephen se acerc y la cogi por la cintura para que quedara cmodamente sentada
sobre la montura. A pesar del extremo cuidado, ella reprimi otra bocanada y se
dibuj el sufrimiento en su cara. Asinti a modo de agradecimiento y sujet las
riendas.
Stephen se dio la vuelta y examin las dos formas oscuras que tena delante de
l. La nieve sobre la capucha de Ranulf irradiaba una extraa luz, a pesar de que era
negra noche y ni tan slo la luna brillaba. Ranulf mir a Merriman. Aquel aparente
acuerdo entre ambos no dejaba de extraarle.
Qu significa este hombre para ti? le pregunt a Ranulf.
Mi seor? respondi Ranulf sin expresin.
Quin es? Este hombre me ha prestado un servicio impagable sin una razn
aparente.
Merriman neg con la cabeza.
Es algo que no os incumbe, seor.
Detrs de m, vienen los hombres de Savaric y delante, tengo el inmenso
bosque. Quisiera saber con quin voy a cabalgar hacia un futuro tan incierto.
Ranulf se aclar la garganta.
Seor, Merriman es mi hermano.
La ira de Stephen sucumbi.
Tu hermano? repiti, atnito.
Merriman mont sobre uno de los dos caballos que quedaban.
Pero no dejis que esta relacin os afecte, seor aadi. Lo que he hecho,
lo que har, es por lealtad a Lady Helena.
Con un saludo silencioso, Merriman espole al caballo y se puso en marcha.
Elen se cogi con fuerza a las riendas y volvi la vista hacia el cielo nocturno, a
los copos de nieve, suaves y grandes, que caan pesadamente.
Vamos, debemos continuar, o nuestro rastro no habr quedado cubierto
cuando los hombres de Juan lleguen aqu.
Instig a su caballo a ir tras Merriman y dej a Stephen y a Ranulf atrs, para
que los siguieran.
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PARTE III
El gran bosque
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Captulo 18
Savaric estaba en la aspillera contemplando cmo la sombra procesin
encabezada por Lady Catherine Fitzwarren abandonaba York. En medio del squito
iba la carreta que transportaba el cuerpo de Percival en un fretro construido a toda
prisa.
Savaric reprimi una sonrisa de satisfaccin, pues de nada servira revelar que
la muerte de Fitzwarren era una tragedia de lo ms conveniente en todo aquel
srdido asunto. Al menos quedaba libre de la influencia impredecible de Catherine.
No conseguira involucrarlo en ningn otro de sus malvolos planes mientras
estuviera enclaustrada tras las recias paredes del castillo de Worcester, llorando a su
marido.
Juan apareci a su lado y mir detenidamente por encima del hombro de
Savaric.
Buen viaje musit antes de darse la vuelta y acercarse a la mesa donde
Savaric haba desplegado un mapa de la zona.
Savaric se plant al otro lado de la mesa, y Juan, con la frente marcada por las
arrugas, se dirigi a l.
Explcamelo otra vez le pidi.
Savaric seal el bosque.
Estarn por aqu, en alguna parte. Los cuatro. No hemos hallado ningn
rastro, pero es el sitio donde su padre la escondi cuando Ricardo los expuls de
aqu.
Juan lanz a Savaric una mirada cargada de irritacin.
S, y dime, cunto tiempo pensabas esperar para decirme que era la
descastada hija de Wessex, eh?
Savaric gir el mapa con destreza para que Juan tuviera mejor perspectiva y se
centrara otra vez en el dibujo.
He hablado con los campesinos de la regin. Hay una banda de hombres en el
bosque, bsicamente formada por ladrones, asesinos y bandidos de distinta calaa,
encabezados por
S, s, ya he odo hablar de esos fugitivos. Los alguaciles no paran de exigirme
que haga una redada. Bien, si Isobel si Helena se ha dirigido al bosque, ya debe de
haberlos encontrado. Si ha topado con esa gente, habr tenido una muerte rpida.
Las arrugas se hicieron ms profundas. O una muerte lenta que no le deseo.
Una irritacin impaciente invadi a Savaric, pero respir profundamente para
reprimirla.
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Los planes ms inmediatos de Helena requeran todo el valor que ella era capaz
de reunir. No se trataba de eludir al enemigo ni de obtener alguna informacin
reveladora. Su vida no corra ningn riesgo ni haba ningn seor feudal que fuera
tras su pellejo.
Simplemente intentaba ayudar a un hombre.
Helena levant la mirada y se fij en Stephen, al otro lado de la hoguera. Estaba
sentado bajo un rbol, apartado del resto del grupo de los hombres de Robert, que
pasaban la velada entretenidos. Alguien haba sacado un tambor y una flauta, y los
mejores msicos del grupo, tocando las animadas tonadas, consiguieron que todos
marcaran el ritmo con los pies. Todos menos Stephen.
Helena revolvi las brasas cercanas con un palo, con la mente ocupada en sus
cavilaciones. Haca tres das que Robert los haba encontrado, y cuatro desde que
haban huido de York. Desde aquel momento, Stephen se convirti en un ser
silencioso y remoto, como un fantasma, abstrado en los mrgenes del campamento,
sin sentir deseos de charlar con nadie, ni tan slo con ella.
Coma lo suficiente para no pasar hambre y cada bocado que pasaba por su
boca pareca una cucharada de caldo repugnante y pestilente.
Ella haba intentado hablar con l. Solo una vez. Le bast para comprender que
no poda ayudarlo de esa manera, pues las respuestas de Stephen fueron
educadamente fras y superficiales.
Helena suspir y se mir las manos, preguntndose cmo podra ayudarlo
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ahora que lo senta tan lejos de ella, ms que nunca. Pas las palmas abiertas de sus
manos sobre la tosca lana, mal teida, del vestido que le haban prestado. La textura
del material le rascaba las palmas y las puntas de los dedos. Enfoc la vista en el
entramado el tejido y, con la boca entreabierta, se le ocurri una idea Funcionara?
Su corazn lata aprisa, con un latido sonoro provocado por la emocin y tal vez
con una parte importante de temor. Una vez pusiera su plan en accin, ya no habra
vuelta atrs.
Helena volvi a contemplar la negra figura, inmvil bajo las sombras que la
luna pintaba a los pies del rbol. El silencio y la quietud de Stephen la pusieron en
accin. Se levant, con una agilidad renovada, y se encamin, ligera, a la cueva donde
viva la banda de Robert durante lo ms crudo del invierno.
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que tena un buen motivo para insistir en que caminaran, pues se pasaba muchos
ratos con la cabeza baja, escuchando atentamente.
Era casi el medioda cuando levant la cabeza de golpe y oje a su alrededor
con la mirada sorprendida y una expresin de alegra. Levant una mano para que el
grupo se detuviera en seco y grit:
Soy yo, Helena! No traigo enemigos!
El bosque le respondi con silencio. Stephen se qued mirndola, atnito De
verdad esperaba que los rboles contestaran a aquel anuncio gritado a viva voz?
De repente, por todos lados aparecieron docenas de hombres cubiertos con
ropas harapientas y armados hasta los dientes, casi todos apuntaban con sus largos y
curvados arcos largos. Un tipo alto y delgado, con el pelo rizado y negro de un gitano
le sonrea, mostrando sus blancos dientes tras la espesa barba, baj su arco y se echo
a rer.
Bienhallada seis, Helena!
Ella sonri.
Robert!
El cruz rpidamente el espacio que los separaba mientras los hombres a su
alrededor bajaban los arcos y envainaban las espadas.
Sois ciertamente bienvenida, Helena murmur al tomarle la mano e
inclinarse con la grcil reverencia de un perfecto cortesano.
El saludo y el beso que plant en las manos de Helena fueron otra de las
sorpresas de Stephen. Era obvio que se conocan, pero quien era ese Robert?
A lo largo de los tres das siguientes, Stephen descubri con excesivo detalle
quin era Robert. Result ser el cabecilla de aquella banda de ladrones, cuya misin
en la vida era muy sencilla ayudar a los pobres y desamparados.
Lo ms increble era que todos admiraban a Helena con un pasmoso respeto.
Stephen tard un tiempo en comprender aquel tipo de aprecio, pues era un cierto
grado de admiracin informal y sin demostrar inters. Pero enseguida vio las seales
indiscutibles de la fascinacin que ejerca.
El clan de Robert los acogi en su campamento de invierno, en una cueva
enorme y espaciosa enclavada en un valle cubierto de densa vegetacin. Al poco de
su llegada, Elen desapareci y regres al cabo de un rato vestida con un sencillo
atavo de tejido tosco, una tnica corta de color negro y el cabello recogido en un par
de trenzas La rpida transformacin le brind una ronda de aplausos de quienes
estaban cerca, que ella acept con una ligera reverencia.
Por si aquellas revelaciones prodigiosas no fueran suficientes, ms tarde, aquel
mismo da, Robert organiz un pequeo grupo de hombres para ir de cacera e
incluy a Helena La invit de la manera ms natural, entregndole uno de los
grandes arcos y un carcaj para las flechas, como si siempre le hubiesen pertenecido.
Helena se volvi en redondo hacia l.
Vendrs con nosotros, Stephen? le pregunt apaciblemente.
l buscaba una respuesta mientras intentaba dejar a un lado la confusin que le
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hizo el menor gesto para preparar el arma, a excepcin de Elen, que puso la flecha en
la muesca del arco.
Stephen saba poco acerca del arco largo ingls. Los haba probado en un par de
ocasiones, nicamente por curiosidad, pues era un arma que los hombres a caballo
no podan emplear con comodidad La fuerza que haca falta para tensarlo le haba
sorprendido, pero el poder de su disparo era innegable. Vio cmo Elen se colocaba,
mirando de lado, levantando el arco y tirando de la cuerda al mismo tiempo. Era
obvio que haba practicado aquel movimiento muchas veces. Cuando la punta de la
flecha estuvo apuntando en la direccin precisa, la cuerda estaba tensa, al lmite, lista
para disparar. Ella localiz al conejo, a una distancia considerable, mientras iba
apareciendo y desapareciendo por entre los rboles. Su abrigo blanco de invierno era
como un emblema que atraa cualquier mirada.
A su alrededor, la banda no se mantuvo en silencio, sino que la animaban. Por
un momento, Elen se quedo inmvil, una mujer alta, vestida con su tnica negra y
andrajosa, con las trenzas a medio deshacer y el cuerpo tenso por la fuerza del arco.
De repente, solt la flecha y atraves el aire, veloz y precisa hasta alcanzar su
objetivo. Dando tumbos, el conejo desfalleci.
Se pudo escuchar un murmullo de satisfaccin entre los hombres. El ms joven
de ellos se apresur a recuperar la presa.
Robert se ech a rer.
Olvidaba que volvemos a tener a Helena entre nosotros! declar ante las
risas burlonas de los dems, antes de proseguir la caza, con los batidores
avanzndoles unos pasos por delante.
Aquella misma noche, reunidos alrededor del fuego donde asaban la captura
del da, Helena y Robert estaban sentados con las cabezas muy juntas, hablando muy
concentrados y con una expresin adusta. No se trataba de ningn juego, ni haba
bromas ni coqueteo. Tampoco estuvieron mucho rato, pues los dems interrumpan
constantemente a Robert y al final abandonaron la conversacin. Elen se qued cerca
del fuego.
Levant la mirada buscando a Stephen, pero l se haba retrado entre las
sombras, no estaba preparado para hablar con aquella mujer a quien no conoca.
Necesitaba ms tiempo para pensar en las cosas que haba visto y aprendido en los
ltimos das.
Pero an pasaron un par de das ms mientras l sigui intentando asimilar los
cambios de las circunstancias y el comportamiento de esta nueva Helena. Cada da
traa nuevas revelaciones. Ninguna era tan importante ni tan decisiva, ni
desconcertante como en el primer da, pero, aun as, eran hechos que marcaban la
diferencia.
Hasta que, al final, se sent bajo un rbol, fingiendo no sentir el fro, mientras
los hombres y las mujeres danzaban al rededor de la hoguera con el ritmo de una
msica animada. El estatus de forajidos de aquella gente no pareca afectarlos del
mismo modo que lo afectaba a el. A diferencia de Stephen, no se aferraban a las cosas
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a las que haban renunciado. Tal vez porque poseyeron poco, pero Loxley acaso
no se arrepenta de nada? Y Helena?
Los danzantes en torno al fuego se quedaron parados y las cabezas se volvieron
hacia la entrada del claro, por el camino que llevaba a las cuevas. En medio del
sendero haba una silueta de pie, y cuando la msica se detuvo, la figura se acerc.
Los detalles se hicieron ms ntidos a medida que se aproximaba a la luz del claro.
Era Helena, pero era la Helena que Stephen recordaba. Se qued sin aliento y
con el corazn desbocado. Se haba puesto el mismo vestido que aquella vez en el ro.
Qu le haba dicho entonces? Antes, siempre iba de verde. Pero aquel verde nada tena
que ver con el camuflaje. La tela era de un verde fastuoso que brillaba bajo la luz del
fuego, con bordados brillantes en las mangas y en el cuello. Su melena estaba
recogida con las dos tpicas trenzas de las damas normandas y tambin llevaba el
velo, el delicado velo de color verde que l haba guardado en secreto para lucirlo
como prenda en el torneo.
Ella volva a ser la dama de la corte normanda que conoci por primera vez.
Stephen se aclar la garganta al mismo tiempo que enderezaba la espalda. Le
pareca como si alguien lo agarrara por el cuello, con el corazn retumbando dentro
del pecho.
Helena se detuvo cerca de la luz del fuego y se volvi hacia Robert para
dedicarle una reverencia. l inclin la cabeza a modo de saludo oficial, la misma
salutacin aristocrtica que le haba ofrecido a Stephen cuando fueron presentados,
pero esta vez pareca un gesto ms apropiado al hacerlo ante una dama de aquella
categora.
La gente de su alrededor solt algunas risillas y permanecieron en silencio otra
vez, a la expectativa.
Helena se gir hacia Stephen con el suave vuelo de la falda al apartarla de
delante de sus pies. Ella lo mir a los ojos y el corazn de Stephen dio un vuelco
incontrolado.
Helena se recogi la falda y dio unos pasos, firmes y sin dilacin, hacia el rbol
donde Stephen se hallaba sentado. La gente se alborot, lanzando gritos de sorpresa
mezclada con satisfaccin cuando comprendi hacia donde se diriga ella.
Al llegar a su lado, Helena hizo otra reverencia.
Seor musit incorporndose, seris tan amable de caminar conmigo?
Stephen solt una bocanada entrecortada.
Helena.
Por favor, Stephen le dijo en voz baja, ofrecindole la mano.
l le habra dicho que no de no ser por un pequeo detalle que advirti vio
cmo ella tragaba saliva convulsivamente, y se sorprendi al adivinar que estaba
nerviosa, pasaba miedo con aquella demostracin. Desde el momento en que
escaparon de York, ella nunca haba parecido temer nada.
El miedo era algo que Stephen entenda muy bien. Haba vuelto a descubrir su
sabor durante los ltimos das.
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pareca inacabable Stephen se acord de la ltima vez que Helena se puso aquel
vestido cerca del ro, en Oxford, aquel da que l le cur el brazo. Recordaba cmo le
haba desatado los lazos.
La tensin se ci con ms fuerza en la base de su espalda Ella se daba cuenta
de lo que le provocaba hoy, al ponerse aquel vestido? S, decidi que Helena s lo
saba. Entonces, se acord de otra cosa de aquel da, que pareca haber ocurrido haca
siglos. Reconoci haber llegado a la conclusin de que Helena esperaba a que l
decidiera el destino de ambos, que fuera l quien acabara tomando la iniciativa No
era acaso lo que estaba esperando ahora?
Ella lo miraba, con el pecho hinchndose, respirando a toda prisa, su blanca piel
iluminada bajo la luz de la luna.
Est esperando. La idea pas por la mente de Stephen, pero por mucho que
deseara cruzar la breve distancia que haba entre ellos, pasar las manos por la
estrecha cintura y posar sus labios sobre la delicada piel, no poda.
Cuntame cosas de cuando estuviste en aquel lugar lejano le pidi Helena
. De la arena.
Del desierto musit l.
S, del desierto Cmo fue que acabaste all?
Poda contrselo? S, decidi que ya haba llegado el momento. Stephen tom
aire lentamente.
Me capturaron los sarracenos y me tomaron como esclavo empez.
l pudo or claramente cmo Helena aguantaba la respiracin aunque en su
cara no se alterara la expresin.
Cmo? Por qu? le pregunt ella.
Durante los das de lucha, poco a poco me volv ms confiado, menos
cuidadoso. Nos derrotaron. Ricardo negoci una tregua, pero apenas alcanzamos las
puertas de la Ciudad Santa. Nos bamos replegando, intentbamos alcanzar los
barcos mientras nos asaltaban constantemente Stephen titube un instante.
Hacia tiempo que haba perdido la costumbre de hablar de aquellos tiempos
procurando no ofender a odos delicados.
Se trata de Elen, se record para sus adentros. Elen, su feroz luchadora. Ella
saba de qu le hablaba.
Los das en que la lucha era ms dura, Ricardo se vea amenazado a todas
horas por unos hombres a quienes los sarracenos llamaban nazares, asesinos Has
odo hablar de ellos?
Helena neg con la cabeza.
Esos asesinos eran hombres que trabajaban solos. Se acercaban a sus presas,
ocultos tras un disfraz de gente de la calle, o quiz de vagabundos. Cuando estaban
lo ms cerca posible, se abalanzaban sobre las vctimas inesperadamente y las
mataban.
Sin dar el alto, ni avisar?
Era lo ms frecuente. Vio la frente fruncida de ella y dese poder borrar
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aquellas marcas con sus manos. En parte, sa debi de ser la razn por la que la
falsa carta de tu padre tanto enfureci a Ricardo. Haca aos que viva bajo la
amenaza constante de los nazares, temiendo una muerte sbita. No es precisamente
una carga que se haga ms llevadera con los aos.
El hombre que escribi la carta deba de conocer el temor de Ricardo a los
asesinos musulmanes concluy Melena.
Seguro que s. Lo ha hecho danzar al son de su flauta.
Esos nazares te capturaron a ti?
Ricardo me pidi que los estudiara, analizara sus movimientos para intentar
protegerlo, pues l se haba convertido en el blanco principal. Yo pas das
aprendiendo ms y ms sobre ellos porque crea que la misin ms valiosa era
proteger la vida del rey.
S, era valiosa le reafirm Helena.
Fue una tarea que me condujo por caminos inesperados y extraos, dentro
mismo de las casas y las poblaciones del enemigo. l cambi incmodamente.
Nunca le haba hablado a nadie de aquel episodio y le costaba revelarlo. Al lder de
los nazares debi de molestarle mi presencia porque orden mi captura cuando yo
bajara la guardia, igual que con todas sus victimas, pero en vez de matarme, se
propusieron ensearme ms de lo que yo quera saber acerca de sus gentes.
Te hicieron su esclavo?
Se aclar la garganta, incapaz de contestar.
S. Me llevaron lejos de la Ciudad Santa, hacia el este, hacia una tierra
desojada, lo ms desolada que jams cre posible.
Los desiertos que me describiste.
As aprend a sobrevivir en aquel lugar, porque me obligaron a vivir como
ellos, a seguir sus costumbres Stephen se detuvo Podra contarle el resto?
Helena detect sus dudas y lo anim a continuar.
Te dejaron marchar?
Al cabo de tres aos, al menos eso es lo que logr calcular, escap.
Cmo?
Mat a un hombre. Cerr los ojos con el recuerdo claro de aquel da, ntido
en su mente, el olor de miedo y de sangre, tan real como aquel mismo instante. No
fue una lucha limpia, honorable, como en el campo de batalla, Elen. Lo ataqu por la
espalda, al estilo de los nazares, con las tcticas usadas contra ellos.
Helena se qued callada unos segundos y luego le habl.
Hiciste lo que tuviste que hacer. Yo tambin he estado en esa situacin.
En contra de todas sus expectativas, Helena lo comprenda! Stephen inspir
profundamente.
Anduve todo el camino de vuelta hasta la Ciudad Santa y atraves el desierto
del que te he hablado. Tard muchos das, y la mayora del tiempo estaba seguro de
que no sobrevivira.
Pero sobreviviste.
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Captulo 19
La caverna donde vivan los seguidores de Robin durante el invierno tena una
forma un tanto extraa, con protuberancias y hendiduras que se adentraban al fondo,
ms all de lo que nadie se atreva a explorar. Las reas ms oscuras y fras quedaban
ocultas tras los gruesos tejidos y las pieles que colgaban de las aberturas. La parte
ocupada de la caverna se mantena siempre caliente gracias a los fuegos que ardan a
todas horas.
Helena ya haca tiempo que se haba adueado de un hueco irregular en la
pared, que haba convertido en una alcoba privada con los ricos colores de la tela que
cubra el techo. Era un tejido que Robert le haba trado como regalo, despus de una
incursin fortuita en una de las carretas que pasaron cerca de aquel lugar.
La misma ropa envolva las rugosas paredes dentro de aquel espacio con la
forma de un tendal. Estaba guarnecida con un camastro, un pequeo arcn, que
contena sus posesiones, una candela y un trozo de pedernal.
Uno de los fuegos que caldeaban aquel espacio arda con grandes llamas,
brillaba con intensidad fuera del pequeo espacio y el agradable aire caliente se
colaba por la tela. Aquella misma hoguera separaba a Helena de sus vecinos ms
cercanos.
Helena condujo a Stephen hasta el interior de su cubculo, guindolo con
indicaciones precisas, pues se haba negado a dejarla andar. Los habitantes de la
cueva, aquellos quienes no se hallaban sentados fuera junto a Robert, los vieron pasar
hacia el acceso de la caverna, pero no dijeron nada, y apartaron la vista enseguida.
Eran gente que saba que era mejor ocuparse de los propios asuntos.
Helena sujet a un lado la tela que tena la funcin de cortina y Stephen se
agach para pasar por la baja abertura y entrar en su espacio privado Se qued
parado en medio de la estancia y dej a Helena en el suelo, mirando a su alrededor.
Qu lujo tan inesperado! exclam en voz baja.
Ella se alis el terciopelo del vestido, extraa e insegura de repente
Comprendera Stephen que aquello era totalmente nuevo para ella? Su vestido an
quedaba holgado por la parte de los hombros y las mangas amenazaban escurrirse
por sus brazos. Con la mano apoyada sobre el escote, Helena se sujetaba el vestido
modestamente.
Elen.
Las manos de Stephen descansaron sobre los hombros desnudos de ella y
Helena levant la vista para poder mirarlo de frente. Su capa y su negra vestimenta lo
haban convertido en una sombra oscura, pero en el rostro de l ley las mismas
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No has sido la nica, mi dulce nia. Me alegro que hayas sentido placer. No
siempre ocurre, no para las mujeres.
Ah, no? Podr volver a Helena hizo una mueca. Podr volver a
sentirlo o ha sido slo esta vez?
Stephen se acerc a ella y Helena sinti el movimiento en lo ms hondo de su
ser all donde l volva a acariciarla. Abri los ojos ante la respuesta de su cuerpo,
pues su tierna esencia retornaba a la vida.
Ohhh!
S, creo que tendrs oportunidad de volver a sentirlo, Elen. Te aseguro que
intentar que se repita. Su voz, alterada, se enronqueci an ms. Me encantara
sentir otra vez tu cuerpo abrazado a m, temblando de placer como lo he visto.
Mientras le hablaba, la miraba a los ojos y fundi su mirada en ellos, durante un
largo tiempo. Tus ojos son como las noches del desierto, amor mo.
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Captulo 20
Helena se despert con el familiar olor de las pieles que la cubran inundndole
la nariz. Al otro lado de la cortina se poda escuchar el clido crepitar del fuego y los
sonidos de la gente que se iba levantando desperezndose preparada para empezar
un nuevo da. Eran los murmullos y las rutinas a las que estaba acostumbrada. Lo
raro de la situacin era la presencia de otro cuerpo extrao al lado del suyo y aquel
pesado brazo que reposaba en su cintura.
Helena se dio la vuelta para mirar a Stephen. Pareca dormido, con los prpados
cerrados sobre los que resaltaban sus espesas pestaas contra la piel morena. Pero, al
moverse ella, el brazo que descansaba suavemente sobre su cintura cobr vida, y se
desliz hasta atrapar uno de sus pechos. Con su clida palma.
Helena se qued inmvil mientras aquella mano la acariciaba y las puntas
rosadas de sus senos se endurecan. La invadi una inesperada oleada de alegra. Los
labios de Stephen se posaron sobre la sensible piel bajo la oreja y not su aliento, cuya
calidez le provoc un espasmo de placer a lo largo de la espalda.
Buenos das mascull l.
Acurrucado contra su trasero, Helena senta cmo Stephen se despertaba, lo
mismo que su clido sexo, y sonri para sus adentros. Se estir como una gata,
frotndose contra l, y pudo escuchar su murmullo de aprobacin.
Helena alarg el brazo por encima de su cabeza para alcanzar y coger el vestido
negro y se qued sentada como si fuera a vestirse.
Elen? Stephen pareca sorprendido.
Ella lo mir por encima del hombro Stephen tambin se incorpor, con cara de
ofendido y apenado.
Qu pasa? le pregunt inocentemente. Adnde vas?
Hay algo que quiero hablar con Robert.
Robert! exclam pronunciando el nombre con un tono indignado.
Helena reprimi una sonrisa y alis la ropa negra, dispuesta a ponrsela por la
cabeza.
El vestido sali volando. l la tom y le dio la vuelta y la tumb nuevamente
sobre el camastro. Stephen se apoy a medias sobre el cuerpo de ella, con una arruga
sombra atravesndole la frente. Las manos de Helena quedaron atrapadas bajo las de
l y la dej inmovilizada casi por completo.
Mira, mujer, no puedes irte as de mi cama, marcharte al lado de otro hombre,
sin tan siquiera despedirte gru molesto, pero Helena vio una chispa en sus ojos,
el brillo travieso que lo delat.
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La alegra que Catherine experiment al llegar a casa era distante, casi remota,
como si no fuera de ella. La insensibilidad que la dominaba desde que haban partido
de York no se evapor ni tan slo cuando avist las conocidas murallas del castillo de
Worcester a travs de la niebla.
La lluvia que no haba cesado de caer convirti el camino en un lodazal y
provoc que la carreta que transportaba el cuerpo de Percival se atascara hasta tres
veces en el barro durante aquel da. Pero mientras los dems se quejaban y lanzaban
improperios, ella apenas prestaba atencin a las dificultades y los retrasos. La nica
cosa que le produca alegra y que la haba mantenido despierta durante el da fue la
idea de que pronto estara en casa y vera a William.
Ahora William era todo cuanto le quedaba en el mundo. En el patio de armas,
mientras los soldados bajaban el fretro al suelo, preparados para llevar a su seor al
interior de la capilla familiar, Catherine desmont y camin lentamente en direccin
a la sala. Mand que avisaran a William y que se presentara de inmediato y se qued
delante de la hoguera, a la espera de que l apareciera.
William se retrasaba mucho. Catherine empez a preocuparse cuando repar en
que l no vena a toda prisa a darle la bienvenida en la sala. A medida que pasaban
los minutos, se preguntaba dnde deba de estar su hijo cuando le comunicaron la
noticia de su llegada.
Los sirvientes no se atreveran a comunicarle la trgica muerte de su padre! No,
seguro que no.
Finalmente, cuando acababa de decidir que ella misma ira a buscarlo, William,
aquel muchacho de solo catorce aos con los ojos de su padre, apareci bajo el arco
que conduca hacia la escalera. Por un momento, el placer de verlo otra vez fue todo
cuanto su madre sinti. Luego, se fij en la tnica que vesta. La insensibilidad que
haba experimentado durante el da desapareci de pronto, William vesta la misma
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indumentaria que llevaba John, su hermano mayor cuando march junto a Percival a
las Cruzadas, con la distintiva cruz negra al frente.
William! Lo llam y abri los brazos, esperando que viniera corriendo a
refugiarse entre ellos.
Pero en vez de eso, William se qued contemplando el fuego de la chimenea,
con una mirada fija y fra.
Una docena de preguntas se agolparon en la cabeza de Catherine, pero con
mayor intensidad, por encima de sus dudas, haba una furia que creca por segundos,
pues estaba claro que, gracias a alguien, William haba recibido la noticia de la
muerte de su padre.
William, mi querido hijo. Te juro que has crecido un palmo desde que me fui,
justo lo que te dije antes de irme.
Eso ya no es problema vuestro, seora sise William y le dio la espalda.
Cmo?! exclam Catherine, confundida entre la sorpresa y la clera,
cuando le pareci comprender qu le suceda a su hijo. William, lamento tanto que
hayas tenido que descubrirlo de este modo. Quien te lo dijo? Lo voy a mandar azotar
hasta que chille y clame por su perdn.
En las mejillas del muchacho haba unas manchas de rubor febril, pero sus ojos
se mostraban firmes.
Nadie de esta casa me ha informado acerca de la muerte de mi padre. Savaric
de York se encarg de hacerme ese favor, as podr ahorrarme el trabajo de tener que
escucharlo de vuestros pervertidos labios.
Catherine se qued sin palabras, con la boca abierta, desconcertada. Qu le
estaba diciendo? Acababa de pronunciar unas palabras tan extraas Eran tan
increbles como le parecan, o solamente se lo haba imaginado?
William busc en el bolsillo de su tnica y le mostr una carta abierta, que
arroj sobre la silla que tena a sus espaldas.
Vuestra conspiracin contra Isobel. Intrigasteis a favor de Juan, aquel mocoso
desleal de los Plantagenet, y es por vuestra culpa que ahora mi padre yace muerto.
No! T no comprendes lo que sucedi all en realidad, Savaric Aspir
profundamente y apart a un lado la rabia que aquel nombre provocaba dentro de
ella. Savaric te ha mostrado una parte incompleta de las circunstancias. La mujer
que conocas con el nombre de Isobel
Le disteis una paliza! Es verdad que vos la mandasteis azotar hasta que
chillara y clamara por su perdn madre?
Catherine contuvo la respiracin, con los dedos fros del desconcierto
oprimindole la garganta. En la parte posterior de la cabeza sinti las pulsaciones que
la alarmaban, la seal de un dolor conocido que avanzaba a toda prisa No le prest
atencin y respir lentamente para recuperar la compostura. Era la madre de
William, s. El papel de una madre consista en educar a sus hijos cuando fuera
necesario.
Se enderez y habl con tono severo.
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mazmorras de aquel maldito castillo. No supe lo sucedido hasta que llegamos aqu, al
campamento del norte.
Helena inclin la cabeza.
Me imagin que algo haba ido mal Tienes algn plan para rescatarlo?
S Robert sonri ampliamente, como siempre.
Necesitas mi ayuda?
Gracias, seora, pero esta vez no. Tengo ayuda desde dentro del castillo. Ser
un asunto fcil de resolver.
Stephen se aclar la garganta.
Hablis de liberar a los prisioneros con relativa facilidad.
La sonrisa de Robert no desapareci.
El nico crimen de ese hombre fue robar pan. Slo un seor feudal normando
lo considerara un acto digno de merecer la prisin.
Los ojos de Stephen se empequeecieron.
Vos sois sajn dedujo, pensativo.
La sonrisa de Robert termin por desaparecer.
No, soy normando, pero no dejis que mi legado os confunda No soy tan
ciego como ciertos barones normandos.
Stephen mir a Helena.
Robert es el hombre de quien esperabas la llamada en York?
S.
De modo que, de haber recibido su aviso a tiempo, tal como te prometi,
habras podido salir de York sin recibir la paliza y todas las dems penurias que te
han infligido?
Robert se alz de inmediato, incluso antes de que Helena tomara aire para
protestar, pero Stephen tambin se levant, de cara a Robert. Stephen era el ms alto
de los dos, por muy poco, pero Robert se mostraba furioso con una rabia contenida.
Podis negarme que vuestra ineficacia ha puesto a Elen en peligro? le
pregunto Stephen calmadamente.
Robert dej caer la mirada.
No, eso no puedo negarlo admiti. Aunque no fue un error intencionado.
No os estoy acusando. Slo quiero dejaros claro hasta qu punto me preocupa
su seguridad.
Lo he comprendido dijo con un leve asentimiento y, luego, mir a Helena
. Yo no hara menos aadi y volvi a sentarse. Esta vez la distancia entre los dos
hombres era mucho ms perceptible.
Helena frunci el ceo. Pareca que acababa de concluir una conversacin
privada, no pronunciada en voz alta, delante mismo de ella, y se lo haba perdido.
Seora? le dijo Robert animndola a hablar.
Ella olvid lo sucedido y se centro en lo que le preocupaba por encima de todo
lo dems.
Cul hubiese sido tu mensaje de haber llegado a m?
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Juan penetr en la glida alcoba sin avisar Savaric levant la vista del mapa
abierto que tena desplegado delante de l con una mirada de culpa, a pesar de que
poda parecer que estaba haciendo algo completamente inocente.
Pero Juan slo le dedic un segundo de atencin al mapa.
El bosque de Sherwood? Otra vez, Savaric? T s que ests obsesionado con
esto. Pensaba que haba dejado mi opinin al respecto bastante clara.
S, seor, fuisteis muy claro. Slo lo estudiaba para estar ms preparado
cuando recibiera la informacin que mencionasteis entonces.
Juan pareca sorprendido.
Ah, eso! S, me haba olvidado. Se encogi de hombros. Ayer recib
noticias, pero no hace falta que te preocupes. Vine a decirte que nos vamos de
Nottingham.
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Que nos vamos? repiti sin expresin. Pero, por qu? Nottingham es el
lugar perfecto.
Estoy harto de este lugar le respondi Juan secamente. Me he cansado de
Inglaterra. Echo de menos Aquitania.
Quiere volver al lado de Leonor, resolvi Savaric mentalmente.
Majestad empez con la voz ms amable que tena.
Ya basta! lo interrumpi Juan. Regresamos a Aquitania inmediatamente
Crees que tengo intencin de quedarme aqu hasta que Ricardo regrese?
Aj Savaric admiti otra vez para sus adentros. Las razones de la inquietud de
Juan quedaban ahora bien visibles. Tema el regreso de Ricardo, claro Savaric
comprenda de sobra la preocupacin de Juan, pues sus actividades durante los
ltimos aos no resistiran un escrutinio demasiado estricto. En el mismo caso,
tampoco lo resistiran las maniobras de Savaric.
Aquello le recordaba, adems, que el retorno de Ricardo lo privara del poder
enmascarado que el tena sobre Juan. Estudi nuevamente el mapa. Razn de ms
para seguir con su plan hasta llegar al trgico final, y, a ser posible, cuanto ms
rpido mejor.
Cules fueron las noticias que recibisteis, majestad? pregunt Savaric con
un tono indiferente. Juan frunci el ceo.
Qu noticias?
Sobre Helena y aquel bretn que se ha unido a ella.
Dinan? Estn con la banda de la que me hablaste. Me lo han confirmado
Juan dio por zanjado el tema con un gesto de la mano. Empieza a empaquetar,
Savaric. Quiero irme antes del domingo.
Sabis de sobra que no puedo soportar las travesas en invierno, majestad.
Pues tendrs que soportarlas! salt Juan antes de darse la vuelta para salir
de la estancia.
Descubristeis algo ms, seor? Acerca de Helena?
Juan suspir.
Por qu? Piensas ir a buscarlos a Ferndale cuando aparezcan por all?
Savaric ocult la punzada de excitacin que lo atraves y se encogi de
hombros.
No es que tenga mucha importancia, seor. Slo me lo preguntaba.
Juan solt un bufido impaciente y se march. Savaric volc otra vez toda su
atencin en el mapa, satisfecho. Tena tres das y estaba en el lugar ideal para atacar y
librarse para siempre de uno de sus dos problemas. Encontr un punto preciso en el
mapa y lo marc con la ua afilada.
Ferndale.
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Captulo 21
Al da siguiente, Stephen y Helena se levantaron antes de que amaneciera.
Recibieron la visita de un nio que insisti en que lo siguieran de inmediato. A toda
prisa, se vistieron con las tnicas y capas respectivas para protegerse del fro del alba.
Pasaron de puntillas, atravesando la caverna. Una vez fuera, pasaron esquivando las
hogueras de rescoldos casi apagados y los cuerpos de quienes yacan dormidos.
Fuera, el fro les atenaz la garganta con sus speros dedos y se acercaron
corriendo a la hoguera que crepitaba, alta en medio de los rboles.
Sobre uno de los gruesos troncos en torno a la fogata haba dos hombres
sentados, encogidos por el fro y con las manos abiertas ante las llamas Robert se
encontraba de pie junto a ellos, con un pie descansando en el tronco y mirando
fijamente el crepitar del fuego. Cuando Helena y Stephen se acercaron, Robert se
enderez.
Estis aqu. Bien. Les habl en francs despus de sealar a los dos
hombres presentes. Acaban de llegar, son los exploradores. Me pareci que por las
novedades que traan, va ha la pena despertaros.
Te escucho le confirm Helena.
El hombre a quien buscabais ha sido localizado.
Helena aguant la respiracin.
Dnde? exhal.
Robert le sonri ampliamente.
Parece ser que echaba de menos su hogar. Ha regresado con su familia para la
Navidad.
Uno de los hombres agachados farfull.
No es Navidad dijo en un francs con mucho acento. Hoy es el da de la
Epifana. Ha regresado para el Lunes de Labranza.
Stephen pregunt:
Por qu se arriesgara a volver si al tipo lo buscan por todas partes?
Los exploradores lanzaron unas risotadas.
Su padre muri el ao pasado dijo uno sin ms explicacin.
Para Helena, era una justificacin suficiente, pero saba que Stephen no
comprendera el significado real, se gir hacia l.
Si el padre ha muerto, no les queda ningn miembro de la familia que pueda
labrar los campos Debe regresar a su casa y arar la tierra porque, si no, su familia se
morir de hambre.
Stephen se qued callado unos instantes.
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Era Elen. Stephen levant las pieles y la acogi debajo. Experiment una
satisfaccin inexplicable al sentir el cuerpo de ella acunndose contra el suyo. Cerr
los ojos otra vez y se qued dormido, ms seguro ahora que ella estaba junto a l.
Cuando Stephen se levant por la maana, Elen ya se haba marchado. Los
hombres se despertaban y se desperezaban a su alrededor, solos como l. La
encontr, comiendo un trozo de pastel salado, sentada al lado de la hoguera, pero no
le dijo nada de la noche pasada. Stephen comprendi de repente que tendra que ser
de aquella manera.
Partieron de inmediato despus de desayunar, pero avanzaron lentamente.
Robert mandaba a grupo de dos o tres hombres a la avanzadilla. Stephen asumi que
eran exploradores, pero cuando regresaron con conejos recin cazados y un ciervo
colgando de una rama que transportaban entre dos, comprendi su error. Haban
salido a cazar mientras Robert mantena el ritmo de la tropa sin perturbar la cacera.
La cantidad de carne fresca pareca desorbitada para el nmero de personas que
compona el grupo, pero Stephen no dijo nada. Gracias al silencio distante de Elen y a
las costumbres rutinarias entre los hombres de Robert, Stephen advirti que su
experiencia previa como guerrero, caballero y lder de un ejrcito, no le serva para
nada all. Los hbitos de aquel grupo estaban definidos por unas condiciones a las
que l no estaba acostumbrado.
Despus de cortar la carne de ciervo, Robert alcanz el ritmo del grupo y se
apresuraron a seguir la marcha al mismo paso que el da anterior.
Al final de la tarde, cuando el sol estaba ya por debajo de las copas de los
rboles, Robert les indic que se detuvieran con un solo movimiento alzando la
mano. Haba una densa espesura de rboles y Robert dio las rdenes susurradas en
ingls. Seal a Stephen y a Elen y les indic que se adelantaran, mientras los dems
se tumbaron boca abajo en el suelo con suspiros cansados.
Avanzaron una docena de pasos ms, hasta una hendidura en la tierra que tena
una forma alargada, como si un antiguo dios gigantesco hubiese clavado un hacha
inmensa. Al otro lado de la franja, haba un montn de detrito vegetal y se apoyaron
sobre la inclinada pared interna para mirar por encima del borde.
No haba ms rboles despus de aquel montn de tierra, sino que empezaban
ya los campos cultivados Detrs de stos apareca una pequea aldea, con una
docena de casas amontonadas en torno a una diminuta plaza cuadrada No haba
ninguna casa seorial. Pareca un lugar desierto.
Ferndale, pens Stephen.
A pesar de lo avanzado del da, an haba campesinos arando las tierras. Era
tiempo de labrar, pero esos hombres lo hacan sin caballo ni buey. Removan la tierra
reseca con su propia fuerza, empujando a mano las pobres herramientas que posean.
Stephen apenas poda creerlo Que tipo de seor feudal dejara trabajar a sus
campesinos sin aprovechar la fuerza de un animal? Incluso los ms tiranos
comprendan que la rapidez era un factor vital en la primera labranza del ao, o no
llegaran a sembrar la cosecha para el verano!
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ms profundo de su cabeza.
Nadie va a atender a esa criatura? musit mientras pasaban al otro lado
del pueblo despus de atravesar la plaza.
El beb no cesaba de llorar y Stephen empez a incomodarse.
Es que a nadie le importa? pregunt en voz ms alta.
Elen movi la cabeza.
No hables tan alto murmur. No podemos permitirnos atraer demasiada
atencin Apresur el paso.
Stephen sinti una rabia repentina y obstinada dentro del pecho. Aquel lamento
le estaba perforando el cerebro, no le dejaba espacio para pensar con claridad.
Qu clase de gente dejara a un nio llorar as? le exigi saber con un
spero susurro.
Gente que tiene que trabajar le dijo Elen en un hilo de voz mientras se
escurra entre dos callejuelas, por un pasaje estrecho y fangoso entre dos casas.
Stephen sigui tras ella unos pasos ms y luego dej caer su mano sobre el
hombro de Elen bajo los dedos sinti la correa de cuero de la bolsa que cargaba,
pesada, clavndose en la suave carne de su espalda.
Ya basta le dijo con firmeza, no podemos dejar a ese nio llorar tan
desconsoladamente.
Se dio la vuelta para regresar, pero la mano de Elen lo de tuvo, aferrada a su
codo. Tena una fuerza extraordinaria para tratarse de una mujer.
No! buf furiosa. Date la vuelta y sgueme. No debemos apartarnos de
nuestro propsito, nada nos distraer. Le sacudi el brazo. Nos vamos. Ahora
Me entiendes? sise Elen.
Stephen se qued mirndola fijamente, el asombro haba dejado a un lado la
rabia. Pareca que haba mucho ms de lo que se vea en aquella aldea de Ferndale, y
Elen lo comprenda a la perfeccin, absorbiendo cada seal, mientras que l apenas
entenda los smbolos y los susurros.
La sorpresa lo haba vuelto dcil. Se dio la vuelta detrs de Elen y la sigui a lo
largo de la callejuela. El beb continuaba desconsolado y Stephen senta una
quemazn en la frente, el impulso por actuar, la necesidad imperiosa de ayudar. Al
salir del trillado pasaje, los sollozos cesaron y el silencio lo invadi todo otra vez,
denso y perturbador. El final de aquellas lgrimas no le produjo la tranquilidad que
Stephen esperaba.
Elen borde la pared de una pequea vivienda y se encamin hacia la puerta.
Las paredes estaban ennegrecidas y quemadas, los quicios de la puerta y de las
ventanas, retorcidos Por el calor de dentro?
Elen llam suavemente con los nudillos, pero no aguard a que le respondieran.
Abri la puerta y esper a que Stephen pasara, mientras echaba un vistazo a su
alrededor y por la zona delante de la casa.
l encogi la cabeza para no golpearse con el marco y entr.
Dentro estaba muy oscuro, y fro, a pesar de que una hoguera crepitaba en la
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chimenea al fondo de la estancia. Elen cerr la puerta tras ella. Incluso despus de
bloquear la entrada, Stephen notaba un airecillo glido que se colaba, silbando, por
entre sus piernas.
Elen dej el fardo en el sucio suelo con un suspiro de alivio y se acerc al fuego.
En la penumbra del rincn haba un hombre sentado. La silla sobre la que
descansaba estaba hecha con madera, caa y bramante. Tena un respaldo bajo y los
brazos, altos. El hombre sentado pareca haber sido tan toscamente compuesto como
la silla. Tena un pelo muy claro, largo hasta los hombros. En medio de los escasos y
canosos mechones se vela el cuero cabelludo Se haba afeitado apenas un par de das
antes y la barba que creca estaba moteada de gris. Su rostro era un campo de batalla,
surcado de cicatrices y de arrugas. Estaba delgado hasta la extenuacin, con los
huesos apenas en vueltos en fina piel, con aristas visibles por todas partes.
Estaba dormido.
Elen se agach delante de l y apoy la mano delicadamente sobre el antebrazo
del hombre, que descansaba en uno de los altos brazos de la silla. Se despert de
repente con un ronquido sonoro y sus ojos azules les apuntaron, con una mirada
aguda, sin perder un pice de la vivacidad que les dieron al nacer.
Helena, has regresado.
La voz del hombre era ronca, rugosa, sin el temblor de la edad avanzada.
Hablaba en francs con un leve acento ingls.
S, por fin vuelvo a estar aqu admiti con una sonrisa. Warren, te he
trado comida. Hay suficiente para que la repartas entre los dems.
l le dio unos golpecitos en la mano.
Eres una buena muchacha al acordarte de nosotros. Una buena chica.
Levant la mirada hacia Stephen, juzgndolo con una mirada examinadora. Os
conozco le dijo lentamente. S, sois igual a vuestro padre. Dinan, verdad?
Stephen asinti.
S! Conocais a mi padre?
Luchamos juntos, muchacho. S, contra los franceses.
Estabais en su guarnicin?
Maldita sea vuestra imprudencia! escupi Warren. Yo luch a su lado
con mis propios hombres.
Warren fue uno de los caballeros favoritos del rey Enrique le susurr Elen
en un aparte.
Stephen contempl el decrpito hogar, el escaso mobiliario, el desagradable olor
que desprendan hasta las paredes Aquel hombre haba sido un caballero? Era
imposible Qu haba podido suceder para que Warren viviera en aquel estado
infame?
Warren revolvi torpemente la ajada manta que le cubra las piernas. La apart
a un lado para revelar el espacio vaco donde deberan estar sus piernas. La parte
final del asiento era un hueco llano.
Warren volvi a echarse la manta encima.
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ahora.
Pero, espera un momento Wessex era sajn. Ingls. La multa se aplica cuando
el muerto es un normando.
Elen asinti.
Creo que Ricardo lo olvid, o no le import. Y nadie se atrevi a sealarle
aquel error. Nottingham no ser quien se lo diga, pues entre tanto, sus bolsillos se
van llenando. Ningn seor feudal interferir en los procedimientos de otro. Se
encogi de hombros. Por eso yo ando tras el asesino de mi padre.
Warren sacudi la cabeza.
Ella se pasa la vida intentando compensarnos por el error de su padre al
morir en Ferndale. Siempre nos trae comida y dinero.
Stephen clav la mirada en el rostro de Elen y se complaci cuando vio que lo
tena cubierto por un rubor febril. Ella se levant y tom el pesado paquete que haba
dejado en la puerta.
Te he trado comida y lea. Y en el fardo de Stephen. Se interrumpi,
escuchando atentamente con la cabeza baja. Stephen se puso a escuchar. Se perciba
un sonido en la distancia, el tremor de los cascos de unos caballos. Eran muchos.
No estn muy lejos dijo Warren secamente.
Elen se apresur a volver a su lado.
Un aldeano llamado Peter, que acaba de regresar. Dnde puedo encontrarlo?
A aquel muchacho le dieron una paliza por haberse largado Warren puso
cara de preocupacin. Debe de estar en los campos.
Cules son los de l?
Vinisteis de Tippany?
De esa misma direccin.
El camino de entrada pasa al lado de sus tierras. Es un tipo grandulln, con el
pelo rojizo y el mal humor caracterstico de los pelirrojos.
Gracias.
Elen le dio unos golpecitos en la mueca y se volvi hacia la puerta. La
estampida de los caballos era cada vez ms fuerte, tardaran slo unos minutos.
Coge los fardos! le advirti Warren. Si Nottingham los encuentra, se los
quedar para l. Ya os buscaremos ms tarde.
Stephen agarr el fardo de Elen, impaciente por salir de all. Lo sujet mientras
ella pasaba los brazos por las tiras y, luego, cogi el suyo.
Deprisa mascull con una sensacin imperiosa de echar a correr hacia el
bosque a la vez que el corazn le martilleaba el pecho.
Salieron afuera y Elen cerr la puerta con cuidado. Stephen la tom del brazo
para dirigirse al campo que haba delante mismo de la casa de Warren. Haba pocos
labradores, pero el bosque estaba a escasos pasos de donde se encontraban. El bosque
le pareca un santuario.
No, por aqu le orden Elen y tir del brazo para intentar regresar por el
mismo camino que haban llegado.
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Captulo 22
La bolsa pesaba mucho y la haca ir ms despacio. Helena cruz la plaza
despejada en direccin al camino del norte, hacia el pueblo de Tippany. No poda
verlos, pero se oyeron sus voces y el tintineo metlico de sus armas.
Y muy cerca, detrs de ella, Stephen intentaba atraparla.
A pesar de que trat de correr ms rpido, la mano de l la agarr y la oblig a
detenerse. Pero, sin contentarse con haberla detenido, la lanz por encima de su
hombro, cargndola como un saco de patatas. Su fardo se resbal y golpe el suelo
con un ruido amortiguado Stephen se agach, con la mano a modo de gancho lo
cogi sin dejar de correr.
Helena no vea hacia dnde se diriga. Escuch el empujn que las manos de
Stephen dieron sobre una puerta, el crujir de la madera, y, de repente, una clida
oscuridad los envolvi. La puerta que acababan de cruzar se cerr con un crujido
lento.
Percibi un mugido espantado y un balido delator de las ovejas, cuyo sonido les
permiti reconocer enseguida que se haban metido en un establo, dentro de la aldea,
en la parte de la vivienda familiar donde guardaban a los animales en invierno.
Stephen la dej en el suelo y Helena sinti el mullido piso de la paja debajo de
los pies, que confirmaba su suposicin. Era un establo. Luego, a su lado, el sonido de
los fardos cargados y el silbido metlico al desenvainarse una espada.
Quieta le exigi Stephen. No nos pueden ver, Elen. Nos estn buscando.
Es imposible. T no sabes quines son.
Son los hombres de Nottingham le dijo escuetamente. Me apuesto todo lo
que tengo a que lo son. Su oscura silueta se aproxim a una abertura en el tosco
empalado que sostena las paredes y ech un vistazo afuera. Nos estaban
esperando.
Helena vio otra ranura y se col entre las dos ovejas para mirar por all, justo a
tiempo para ver a los jinetes irrumpir en la plaza, cabalgando a toda prisa, sin
preocuparse por si haba alguien en su camino.
Haba varios aldeanos en la plaza, atrados all por los posibles problemas. Se
acercaron desde los campos y traan las herramientas con ellos, una variopinta
coleccin de arados y palas oxidadas, incluso una vieja pica de guerra.
Helena vio una cabeza que resaltaba entre las dems y contuvo el aliento.
Stephen, ah est! Ese es Peter!
Ya lo veo, Elen. Silencio.
Los jinetes se detuvieron casi derrapando a pocos pasos de la gente apiada en
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la plaza. Encabezando a los hombres haba uno con el pelo negro y una barba
puntiaguda. No llevaba casco ni escudo. Se alz en el caballo y seal a uno de los
lugareos.
ste.
Dos de sus hombres desmontaron y se acercaron al campesino que les haba
sealado su jefe. Con una brusquedad que la sorprendi, uno de ellos lo dej
tumbado en el suelo despus de darle un sonoro bofetn con el revs de la mano.
Un escalofro colectivo recorri al grupo de labradores que estaban tras l, pero
ninguno se acerc a los soldados.
Hay una mujer entre vosotros, llamada Helena. Tambin se la conoce con el
nombre de Isobel. La estoy buscando. Tradmela!
Una glida tenaza oprimi el corazn de Helena. La buscaban a ella.
No conocemos a ninguna mujer con ese nombre, seor alguacil.
La mano de Stephen se apoy firme sobre el hombro de Helena, calmndola.
Ella volvi a mirar hacia fuera.
De modo que aqul era el alguacil! No pareca muy complacido con la
respuesta y seal a otro hombre. Los hombres del alguacil se acercaron a l. Uno de
ellos llevaba un mazo.
Se alzaron gritos de protesta entre los aldeanos. Sinti la mano de Stephen
agarrarla con fuerza por el hombro, intentando tirar de ella y apartarla de la mirilla.
Entonces, Helena se dio cuenta de que en realidad, era ella quien estaba empujando
para intentar abalanzarse hacia la puerta, mientras Stephen la sujetaba firmemente.
Apret los dientes con fuerza y se oblig a mirar la escena.
Los centinelas apuntaron al blanco para golpearle con el mazo, pero antes de
poder administrarle su castigo, la cabeza pelirroja de Peter apareci entre ellos. Peter
dio un paso adelante, con el largo asidero de una azada en la mano, la sostena al
lado, como si hubiese olvidado que la sujetaba. Bloque el paso de los soldados y se
qued mirndolos, con la boca cerrada. Era como si los estuviera retando para que lo
sacaran de en medio.
No, Peter!
Se pudo escuchar el ruego de una mujer entre la gente, implorante, con las
manos abiertas.
Helena apret los puos. Su corazn lata a una velocidad frentica y cada
pulsacin enviaba por separado su propia ola expansiva de vrtigo. El hombre a
quien haba buscado durante semanas estaba a escasos pasos de ella! Corra un
peligro mortal y ella no poda hacer nada al respecto!
Que no le hagan dao, por favor!
Los hombres se volvieron hacia el alguacil que asinti le vehemente. Ellos
hicieron una mueca de satisfaccin y se giraron hacia Peter. El que sostena el mazo,
lo propuls y lo dirigi hacia la cabeza de Peter.
Demasiado tarde, Peter intent esquivar el golpe. Demasiado tarde. Se pudo
escuchar un crujido nauseabundo y los gritos aterrorizados de los dems.
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Helena salt la valla y se hizo camino entre la paja. Stephen levant un par de
pacas y las puso encima.
Vete al fondo le dijo sealando la pared.
Luego, l empez a escarbar delante de la pila y enterr las dos pacas de paja.
Helena se arrastr hasta la pared, con el cuerpo oculto hasta la altura de la cabeza.
Hizo un hueco bajo la cara y echo una ltima ojeada a Stephen.
Por el lado norte del edificio los abordaban los hombres dando garrotazos para
acallar los ensordecidos alaridos de desazn. Haba una casa de campo al lado
mismo de aquella cuadra improvisada. Si los hombres estaban buscando tan cerca, el
establo sera el prximo lugar.
Las dos pacas de paja ya no se vean Stephen haba excavado una trinchera para
l. Se detuvo un instante para mirar a Helena y sonrerle, y enseguida se escondi en
el hueco y cubri el agujero con paja desde dentro.
Ella comprob que l estuviera bien escondido y tambin se cubri la cabeza. La
envolvi una clida y densa oscuridad, un poco sofocante. Con el brazo doblado
delante de la cara, la paja no le molestaba ni le haca cosquillas en la nariz y poda
seguir respirando calmadamente y sin parar.
La puerta traquete.
Qu hay aqu? La voz pareca un gruido.
Un poco de cobijo para los animales, seor.
La puerta se abri de golpe y la endeble estructura se tambale, oscilante
Helena contuvo la respiracin con el pecho con trado por el miedo.
Tiene razn No hay ms que una vaca y un par de ovejas.
Espera! El cercado de paja.
Desde fuera se pudo escuchar un bramido distante, pero esta vez no era de
temor, sino de clera.
Virgen Mara Nos estn disparando flechas! Vamos, daos prisa.
Otra vez, desde la plaza, llegaron las exquisitas rdenes del alguacil, ahora con
un timbre de clera feroz.
Estn en el bosque. Ah, en el extremo, al borde de la arboleda! Es que estis
ciegos?
Se pudo escuchar la entonacin de una pregunta, pero las palabras no se
distinguieron.
Id hacia los rboles y buscadlos, imbcil!
Era Robert! Robert y sus compaeros estaban distrayndolos para que se
alejaran de la aldea.
Justo al lado de la pila de paja, se oy otra exclamacin, como un ladrido por
parte de uno de aquellos dos hombres.
Por el amor de Dios! Quieres darte prisa?
Ya casi estoy. Solo quera mirar al fondo.
Oyeron un bufido quejoso y Helena sinti que empujaban algo y que le pasaba
cerca, rozndole la cadera por debajo, muy cerca. El soldado estaba inspeccionando
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Desde siempre, haba sido una norma no escrita entre los hombres de Robert,
que si algo les pasara tenan que regresar al ltimo lugar donde se haban separado.
Helena y Stephen regresaron sin complicaciones a la grieta en la tierra, en
medio de la lnea fronteriza de rboles. All no haba nadie, ni los hombres de
Nottingham ni los de Robert.
Se apoyaron para recuperar el aliento en la ligera inclinacin interior y
esperaron a que los hombres de la banda de Robert regresaran. A lo largo de ese rato
de silencio forzoso, Stephen tena la mano de Helena entre las suyas, quien segua
con la atencin centrada en el escenario y la mente ocupada, tal como le haba
pedido. El peligro estaba demasiado para permitir que su concentracin se
dispersara.
A Helena le result menos difcil de lo que esperaba apartar la tristeza de sus
pensamientos y cada vez recurra con menor frecuencia a la cancioncilla infantil.
Pero saba que, una vez en el campamento, tendra que enfrentarse sin retraso a
su parte de culpa por aquel desastre que acababa de ocurrir en Ferndale.
Con una arramblada, Savaric despej la mesa, vaca de copas y otros enseres
con un vendaval fulminante, y luego golpe con los puos, alterado por la rabia y la
frustracin.
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Nottingham le haba fallado! Le haba dado una orden, clara y sencilla, y haba
fracasado. Le vino con ajadas excusas de campesinos poco cooperadores, de un fuego
y dems, pero no cambiaba el hecho de que consigo no traa a Isobel. No, Helena!
, para enfrentarla a la justicia del rey. Una justicia que deba impedirle volver a
interferir en los planes de Savaric.
Los puos dejaron de moverse. Los desliz por encima de la mesa hasta apoyar
toda la parte superior del cuerpo en la superficie lisa. La madera apenas limada
rascaba contra la piel de su mejilla.
Juan se renda y se refugiaba otra vez en el regazo de su madre. Ricardo estaba
organizando un estado de paz que le dejaba el paso libre para regresar a Inglaterra y
ocupar el trono. Su regreso sealaba el fin de la influencia que Savaric hubiera
podido tener en la corte.
El tiempo se le estaba acabando.
Savaric record a otra estratega a quien el tiempo se le terminaba. Catherine
Qu le haba dicho acerca de Ricardo? Savaric frunci la cara, arandose la mejilla
con la madera. Ah, s! No podis negarme que sera muy conveniente que Ricardo muriera
en la guerra, luchando en Normanda contra Felipe.
Lo nico que se necesitara sera una flecha perdida, sin rumbo, o un paso dado
en falso.
Savaric se alz, con la mente funcionando a toda prisa, rebuscando entre los
recuerdos desparejados, la informacin clasificada como no til, durante las pocas
veces que se haba visto obligado a escuchar las largas historias de guerra entre los
cruzados. Le haban descrito aquella tctica inventada por los sarracenos. Le pusieron
un nombre de resonancias musulmanas uno que invocaba la efectividad y el sigilo de
su tcnica asesinos.
Savaric sonri, volva a sentirse feliz. Se acerc a la puerta, la abri de par en par
y seal a uno de los guardias.
T.
Seor?
El hombre salt cuando se vio apuntado.
En las entraas de este castillo hay un par de franceses, a quienes se arrest
por robar grano en el mercado.
S seor. S a quines os refers.
Ve a buscarlos Quiero hablar con ellos.
S, seor.
El guardia se cuadr con un saludo y se march a toda prisa por el pasillo.
Y lavadlos antes de que se presenten ante m! vocifer Savaric detrs de l.
Cerr la puerta con la reafirmante sensacin de satisfaccin de nuevo en su
interior.
No iba a permitir que tuviera lugar una reunin entre Helena y el rey. Si no
consiguiera apresar a Helena, entonces, debera detener al rey.
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Captulo 23
Tardaron dos das y medio en llegar al campamento de invierno con los
hombres de Robert. Durante ese tiempo, Stephen se vio separado de los dems por
culpa de su escaso dominio del ingls, lo cual l agradeci en aquella situacin. Elen
no iba a acercarse a l de una manera abierta, a pesar de que l siguiera pendiente de
ella para asegurarse de que su atencin no se apartaba de las tareas ms cotidianas y
primordiales. Aquel estado solitario le permiti cierta calma para poder pensar; una
pausa que necesitaba desesperadamente.
Pues era evidente que Robert y Elen tenan razn: la visita a Ferndale le haba
abierto los ojos de un modo que nunca crey posible.
De repente, entenda las constantes luchas de Elen para ayudar a la gente.
Comprenda por qu segua buscando al hombre que haba matado a su padre, a
pesar de las enormes dificultades que conllevaba, a pesar de Savaric y de Catherine o
de quienquiera que se opusiera a su objetivo; y eso lo inclua a l, Stephen de Dinan.
La primera vez, ella lo haba mirado a los ojos y haba desafiado la horca en aquella
cocina.
Nadie poda haber realizado aquella visita a Ferndale sin luego verlo todo ms
claro. Todos los hombres deberan aprender aquella leccin. Todos los barones. Y los
reyes. Entonces, tal vez las cosas cambiaran. Pues l era slo un hombre, y ahora
viva fuera de la ley. Poda hacer muy poco.
Stephen observ a su alrededor, a la banda de campesinos, los hombres de
Robert, y a Robert mismo. A Elen. Descansaban en aquel claro del bosque, baados
en el resplandor del sol, calentndose como podan. S, aquella gente s haca algo por
ayudar.
Stephen sonri para sus adentros. Haba perdido todas sus posesiones y haba
vagado sin rumbo hasta aquel momento. Pero haba llegado al final del crculo,
donde ste se cerraba. Se daba cuenta, mientras andaba y reflexionaba, que en aquel
da que estaba por acabarse se haba comprometido a seguir aquel extrao camino
que Elen le mostraba. Ahora tena un propsito, su vida tena un sentido.
Se haba convertido en uno de ellos.
El hombre que estaba sentado ms cerca de Stephen le ofreci el frasco de vino
y Stephen lo cogi con ganas. Busc entre sus parcas palabras para comunicar lo que
deseaba decir en ingls.
Gracias, amigo.
Los ojos de aquel hombre se abrieron de par en par. Luego solt una carcajada y
habl, demasiado deprisa para que Stephen le pudiera entender, y sacudi la cabeza.
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Muy rpido le dijo en francs, sin las palabras necesarias en aquel otro
idioma.
Los dems se volvieron hacia l cuando percibieron la impresin de su
compaero.
Robert levant la barbilla y sonri.
Ha dicho De nada, hombre callado.
Hombre callado. S, la verdad era que haba hablado muy poco con ellos. Su falta
de vocabulario y la incomodidad de las nuevas circunstancias de su vida eran los
responsables, pero aquello se iba a terminar.
Ellos lo llaman el Oso dijo Elen, hablando por primera vez en aquel da
. Me gusta ms que hombre callado.
Ellos, los que le haban puesto el nombre segn Elen, deban de ser los
barones, pero nunca le haban dedicado semejante epteto. El nico nombre que le
haban impuesto era el Barn Negro, pero no crea que aqul fuera a ser bien
aceptado en el bosque, pues les recordara constantemente su posicin social.
El hombre del vino le sonri y asinti.
El Oso dijo en ingls y le dio una palmada en el brazo a Stephen. Le
queda bien.
Recuper el frasco de vino, le ech un largo trago y lo pas.
A su alrededor los hombres murmuraron El Oso, decan, y levantaron sus
bebidas para brindar por el nuevo nombre.
Stephen mir a Elen. Sentada, envuelta con su capa de pieles y una sonrisa
pintada en la cara. Haba conseguido imponerles un nombre escogido por ella a los
miembros del grupo y a partir de ahora, el placer privado que sentira al orlo sera
algo slo compartido entre ellos dos.
Haca ya rato que caminaban, durante el tercer da, cuando varios de los
hombres de Robert, incluido l, se alertaron y pararon la marcha. Siguieron
avanzando con la cabeza baja, escuchando. Helena se prepar tambin para andar
con mucho cuidado. Desvi la mirada hacia Stephen. l estaba escuchando como los
dems, con una arruga atravesndole la frente.
Cuando Robert levant la mano, todos se detuvieron, obedientes aunque
estaban a escasa distancia del campamento de invierno y los hombres estaban
impacientes por llegar a casa. Se quedaron callados y muy quietos, observando a
Robert. Helena sinti la tensin crujindole en la espalda.
Robert chasqueo los dedos sin hacer ruido, una seal que significaba que deban
dispersarse y buscar un escondite. Elen quiso asegurarse de que Stephen
comprendiera la seal, pero l ya haba desaparecido. Sorprendida, se escondi
detrs de un roble, cuyo tronco ancho y retorcido estaba oculto por sus hermanos
ms altos. Se abraz al tronco y sac la cabeza para ojear el espacio que acababan de
abandonar.
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ms. l le estaba abriendo su alma con unas palabras que le costaban un gran
esfuerzo pronunciar.
T has despertado lo mejor de aquel tiempo, la maravilla de aquel lugar. Lo
encuentro en ti. En tus ojos, en el color de tu piel, en cada curva. Tu ferocidad en la
lucha y tu fortaleza. La belleza y la dureza de la realidad, todo en uno.
Se quedaron en silencio y, luego, con una voz apenas controlada y ronca, le dijo.
Nunca esper encontrar todo esto aqu.
Helena cerr los ojos ante la satisfaccin y la alegra que las palabras de Stephen
le producan. No poda decirle nada ni aunque su vida dependiera de su voz, pues
las nicas palabras que se le ocurran le parecan poco adecuadas, pobres reflejos de
las verdades murmuradas por Stephen.
Elen, te hice una promesa. La mano de Stephen se acerc al corazn de ella
. Te promet hacer cuanto estuviera en mi poder para encontrar la manera de
casarme contigo. Deseara no haberte hecho esa promesa, pues pensars que es slo
el juramento de caballero que me obliga, y no lo es en realidad. Su propio corazn
retumbaba, alterado, contra la espalda de Helena, traicionando aquel tono casi
calmado. No hay nada ahora que nos impida casarnos, Elen, a pesar de que nunca
creyera en la salida que t presagiaste aquella noche, cuando te lo promet. Aquellas
personas, cuyas reprimendas entonces tem, ya no tienen ningn poder sobre m. Ya
han hecho lo peor que podan hacerme y estoy fuera de su alcance. Y t susurr
. Cre que tu destino era funesto, pero ya no me lo parece. Sus labios rozaron la
mejilla de ella y la punta de un oscuro mechn le acarici la sien. Csate conmigo
murmur acercando la cabeza a la de ella.
Helena se volvi para mirar a Stephen a los ojos. La mirada de l se mantena
fija, inalterable sobre ella, y su rostro no mostraba el enorme esfuerzo de hablarle con
tanta franqueza.
Excepto por la mandbula apretada y un temblor bajo la piel.
De verdad tienes miedo de que te rechace? le pregunt ella.
No tengo nada que ofrecerte, slo seguir con esta vida que tanto has luchado
por enmendar.
Contempl las paredes que los envolvan.
Y yo no tengo dote que ofrecerte con mi mano aadi ella.
Stephen reflexion.
Parece, pues, que somos libres, mucho ms que aquellos que poseen tierras y
ttulos, Elen Por qu no aprovechas la libertad que disfrutan los ciudadanos por
nacimiento? Son libres de casarse con quien ellos elijan.
Helena apenas dud. Haba algo inexplicable en aquella libertad de decisin y
se sinti mareada por el vrtigo de la situacin.
Entonces, te elijo a ti pronunci ella, y que el mundo se vaya al diablo si
no les parece bien!
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Robert saba donde viva un anciano ermitao, que velaba por la proteccin de
un antiguo santuario a una distancia de medio da cabalgando. Mand a un jinete
para traerlo a caballo.
Al anuncio de la boda al da siguiente, las mujeres se amontonaron entorno a
Helena. Empezaron las frenticas preparaciones para los interminables rituales. Eran
costumbres que se consideraban completamente indispensables a menos que
quisieran que el casamiento se iniciara bajo una nube de malos augurios.
Quiz aquellas mujeres no estaban familiarizadas con las interminables
formalidades de la boda de un barn, pero la misma fe y supersticin les aseguraban
un tipo de complicaciones parecidas.
A pesar de que era un secreto a voces que Helena haba compartido su cama
con Stephen, las mujeres insistieron que durmieran separados la noche anterior a la
celebracin para conservar una lejana ilusin de castidad. Los preparativos los
mantuvieron separados durante toda la maana. Despus del medioda, una banda
improvisada de cazadores se llev a Stephen a buscar la comida del banquete.
Helena consigui escapar de las mujeres ms insistentes al atardecer y se
escurri por el atareado campamento hasta que encontr a Stephen despellejando a
las presas y supervisando la preparacin de las carcasas.
l la vio, fugazmente, y se acerc con sigilo para tomarla de la mano y dirigirse
a los rboles mientras los hombres silbaban y les lanzaban improperios.
***
Stephen arrastr a Elen detrs de un rbol muy grande y la bes, tomando
egostamente aquello que tanto haba ansiado a lo largo del da. Elen le correspondi
complacida, fundindose en sus brazos y despertando la fiebre que nunca se apagaba
en Stephen. Ella estaba tan hambrienta como l, mova las manos sin cesar
recorriendo su cuerpo, avivando las llamas.
Con voluntad reacia, Stephen se apart de ella, y compens la ausencia
absorbiendo la imagen de Elen, cuyo rostro sostena entre las manos.
Qu te sucede, mi nia? Pareces triste Te arrepientes de tu decisin? No
quieres casarte conmigo?
No! Helena tir de la tela de la tnica de Stephen como si l fuera a
marcharse sin ella. Es que cre que el matrimonio nos servira para estar juntos,
pero slo te ha mantenido alejado de m.
Hay ciertos rituales que debemos seguir, Elen, si queremos que el mundo nos
acepte y crea que estamos casados como es de esperar. Ten paciencia. Pronto habr
terminado.
Las palabras sonaban vacas, pues l se haba redo de aquellas ridculas
imposiciones.
Nunca pens que estas formalidades mantendran a la pareja separada.
Stephen se ech a rer.
En primer lugar, las parejas que se casan no tienen normalmente muchas
ganas de estar juntos. Nosotros desafiamos todas las tradiciones que nos han
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enseado. As son las cosas y las tradiciones nos seguirn importunando durante un
tiempo.
Elen suspir y desvi la mirada al suelo.
Yo quiero estar contigo le confes; aquellas palabras deleitaron a Stephen
. Y esta noche estar sola! Su desconsuelo era absoluto.
Stephen quera abrazarla, pero se contuvo al intuir que ella an no haba
terminado, Helena segua con la mirada clavada en el suelo, con la frente fruncida,
como si se debatiera con sus pensamientos. Haba algo ms en aquella protesta casi
infantil.
He pasado tanto tiempo ayudando a Ferndale, tras el asesino de mi padre
para poder acusarlo ante el rey, y ahora he perdido todas mis esperanzas. Se toc
el pecho. Tengo un espacio vaco aqu.
Stephen frunci el ceo.
Y yo no te ayudo a aliviar ese vaco?
Era una pregunta que, de repente, entreabra un negro abismo entre los dos. En
su mente, en aquel abismo se escondan los motivos de Elen.
Te elijo a ti. Ella se lo haba asegurado, pero no le haba dicho por qu razn.
Elen neg con la cabeza.
No, t no eres quien me alivia la soledad, pero la presencia de ese vaco deja
de importar si t ests conmigo.
Entonces s, Stephen la abraz con fuerza y le repiti que, dentro de un da, ya
nada se interpondra entre ellos. Sin embargo, mientras hablaba, tambin senta un
vaco dentro de l.
Ms tranquila, Helena regres a las tareas impuestas. Stephen la vio escabullirse
entre los rboles.
l no saba a ciencia cierta por qu ella haba escogido casarse con l. Sus
razones estaban ocultas tras un velo de reserva que l le haba concedido el primer
da que se conocieron, cuando decidi conscientemente no indagar en sus secretos. l
no poda, no quera traicionar la confianza que aquel acto de contencin le haba
supuesto, No poda pedirle que le declarara su amor. No le pedira a Elen que le
explicara sus razones para casarse con l.
Al fin y al cabo, tampoco importaba, porque saba que, pasara lo que pasara, l
s se casara con ella. La mente y el corazn de Stephen no lo aceptaran de otra
manera.
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Captulo 24
Aquel hombre santo de la colina, el que iba a casarlos, tena un aspecto
descuidado, y su delgadez, como si estuviera mal alimentado, era tpica de quienes
haban sido tocados por la divina locura. La larga cabellera y la interminable barba lo
escondan todo, a excepcin del gancho de su nariz y de unos ojos de azul intenso
que parecan arder con el fuego y la pasin de sus creencias.
Insisti en inspeccionar al novio y a la novia antes de hacerles el honor de
casarlos y plant sus esculidas posaderas sobre los troncos huecos que tenan la
funcin de sillas alrededor de la hoguera central, a esperar. All sentado lo encontr
Helena.
Ella se present, nerviosa, ante el hombre alto y enjuto a quien llamaban Padre
Peter. Los miembros de la banda de Robert le rendan una profunda veneracin y, si
sus poderes resultaban ser tan especiales como ellos afirmaban, lo ms probable era
que cuando mirara en el alma de Helena, vera que no llegaba pura al altar.
El Padre Peter le ech una ojeada a la novia, pero apenas se fijo en su vestido
verde que haba sido limpiado para la ocasin, ni en los brotes de acebo que
decoraban su pelo. Ni en el dobladillo del vestido, sujeto en unos frunces con lazos
verdes y con un broche de oro. Daba la sensacin de que no la vea, desestimaba
todos aquellos adornos, y que la relegara, pero volvi a echar una mirada fugaz a
sus ojos. Esta vez se qued mirndola fijamente, mientras l le devolva la mirada con
sus pupilas azules.
Mmm S musit.
Stephen se acerc a su lado, rozndola con su elegante traje. Llevaba la
indumentaria de color negro, la misma que cuando escaparon de York, la espada y la
daga, acabadas de pulir. Alrededor del cuello, una gruesa cadena, de donde colgaba
Helena lo vea por primera vez el emblema de la familia con una filigrana
detallada. El Padre Peter se qued de cara a Stephen y lo examin, del mismo modo
que haba hecho con Helena.
Asinti levemente.
S stos son los escogidos declar con la mirada clavada en Stephen.
Tmale la mano, hombre Acaso no esperas casarte con esta muchacha? Yo no rindo
honores a nadie, excepto a quienes estn verdaderamente marcados por los lazos del
destino. Al menos podras mostrar alguna seal externa que lo confirme. Bueno, por
donde empezamos?
Helena mir fugazmente a Stephen, sorprendida. Iba a dar inicio a la boda all,
en aquel momento? Vio la sonrisa de Stephen, apenas contenida, cuando la tom de
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la mano.
Por qu no? escuch la voz susurrada de Stephen, hablando casi para sus
adentros.
Detrs de ellos, se alz un alboroto de histeria descontrolada, como si la gente
comprendiera que aquel hombre sagrado habra decidido comenzar la boda de
inmediato. Corrieron a situarse en su sitio y, debido a la proximidad del fuego, se
vieron forzados a quedarse casi detrs del sacerdote en vez de envolver a la pareja
nupcial.
Robert, que actuaba a la vez como ayudante del novio y escolta de la novia,
escogi un lugar cercano al Padre Peter, resplandeciente con sus antiguos ropajes de
la corte.
Peter cerr los ojos unos instantes y Helena volvi a mirar a Stephen para
sosegarse. El sacerdote se mostraba ms ligado a su cielo particular que a la tierra,
pero Stephen le mand una sonrisa tranquilizadora.
El Padre Peter inspir profundamente y empez a recitar la plegaria de la
ceremonia nupcial en un latn formal y sonoro. Las entonaciones se expandan por el
claro con una alentadora familiaridad para los odos de todos. Helena se relaj es
cuchando las antiguas oraciones que se haban pronunciado durante siglos para unir
a un hombre con una mujer.
Se atrevi a mirar a Stephen otra vez a medida que el ardor de sus mejillas
desapareca y su nerviosismo se disipaba. Escuchaba al Padre Peter como si cada
palabra que pronunciaba fuera dicha por primera vez.
Con una oleada de alegra, Helena comprendi que, en efecto, las escuchaba por
primera vez, a pesar de que las haba odo docenas de veces. Pues, en aquella
ocasin, estaban dedicadas a Stephen y a ella. Iba a prometer que cumplira los
mandatos que el sacerdote entonaba.
Absoluta obediencia y lealtad ser guiada por su sabidura y buen juicio dejar a
un lado el orgullo y esforzarse por la mejora de su marido.
El corazn de Helena lata con fuerza. Al principio, una mano de hierro le
apretaba la garganta. Mir al venerable hombre con un terror creciente. l clav la
mirada en los ojos de Helena y la orden repic en sus odos con un ingls directo.
Decid, Helena de York.
Sinti una pequea presin en la mano, la que Stephen sujetaba dentro de la
suya, y se oblig a mirarlo a los ojos. l asinti con un movimiento casi imperceptible
de cabeza, tan pequeo que nadie poda detectarlo a excepcin de Robert. l levant
su mano y la apoy sobre el corazn un breve instante.
Era el recuerdo de otro juramento, mucho ms simple, que le haba hecho con
total sinceridad. Si me necesitas, vendr.
Helena sinti la mano de Stephen que empujaba hacia el pecho de ella y
entendi lo que intentaba comunicarle aquella promesa poda ser tambin la suya.
A su mente vinieron las palabras del da anterior que las antiguas tradiciones
los perseguiran un poco ms de tiempo, pues se haban atrevido a actuar a su antojo
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con pisadas de caballo. Caballos grandes, con herraduras, como los de batalla.
Lo que significaba implcitamente que hablaban de barones y caballeros.
Robert levant la mano cuando la gente que los rodeaba empez a murmurar.
Esto no nos aporta nada a lo que ya sospechbamos acerca de la muerte de
Wessex Pero hay alguna conexin entra la muerte de Wessex y la de Hugh le
Puissant?
Mi padre crea que s. Deca que haba un individuo que andaba a sus anchas,
movindose silenciosamente entre los barones. Con su sigilo y sus engaos, los iba
apartando a todos, uno tras otro, y dejaba el paso libre para l o para algn otro noble
por encima de l.
Pero nadie sacaba provecho con la muerte de Hugh, excepto Lord Ranulf, y
no puede tratarse de l afirm Robert.
Esperad. Irrumpi Stephen. Si Hugh fue envenenado, entonces la
persona que lo envenen estuvo cerca de l para cometer su crimen. Dicen que Hugh
se sinti indispuesto muy de repente aquel da. Quin viajaba con l? Alguien lo
sabe?
Robert se qued pensativo.
Era un squito muy pequeo. Slo tres barones, y dos de ellos ya han muerto.
Frunci el ceo al escuchar sus propias palabras Stephen sinti crecer la rabia
dentro de l.
Quin era el tercero?
Robert hizo una mueca de extraeza.
Era yo. Se cruz de brazos. Y yo no mat a Wessex. Ni a Hugh.
Pero, de un modo inexplicable, os encontris fuera de la ley, o no fue as?
Yo tom este camino por decisin propia.
A qu camino? A la horca o al bosque? le pregunt secamente. Parece
ser que vos tambin estis en medio de todo esto, Loxley.
Robert se frot la barbilla.
Quin podra ser entonces?
Qu otras personas estaban all en aquel momento? No slo los barones.
Ayudantes, escuderos, cualquiera.
Helena se estremeci y levant la cabeza.
Todava no lo veis? dijo con la voz alterada. No veis la pauta que ha
seguido? Todos os habis visto obligados a apartaros de su camino, uno a uno, lo
mismo que mi padre. Cuando mi padre simplemente refut su expulsin de la corte,
cuando andaba insistentemente tras la prueba que proclamara su inocencia, fue
asesinado. Y los hombres de Nottingham buscaban a Helena en Ferndale. A m, a
Helena de York, no a Isobel.
Nottingham? pregunt Robert, nada convencido.
Alguien que est detrs de l. Alguien que est detrs de los barones,
movindose entre ellos y manipulndolos sin que lo sepan declar Helena.
Cuando encaj cada pieza en su lugar, la mandbula de Stephen qued
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cruzar el canal.
El hombre sacudi la cabeza.
Creo que van ms al norte. Vi y o cosas a las que no prest mucha atencin
entonces. Haba dos franceses. Estaban encarcelados, pero los llevaron ante Savaric.
Luego, los soltaron y los mandaron de vuelta a casa. Se supone que iran hacia
Francia, a sus casas.
Y qu te hace pensar que no fue as? pregunt Robert.
Escuch los rumores. Los criados lo oyen todo, saben lo que pasa all. Pero me
pareci ridculo un cuento de trovadores cuyo final se haba torcido, y ya no pens
ms en ello.
Cules eran los rumores? le pidi Stephen tan amablemente como pudo,
pero a pesar de su esfuerzo, el hombre dio un salto atrs, asustado.
Decan que Savaric haba mandado a los franceses a matar al rey de
Inglaterra.
Stephen sinti que le caa el estmago a los pies, como si lo arrojaran de su
caballo y estuviera cayendo al suelo. Sinti una punzada feroz en el brazo y se mir
all. Helena se aferraba con todas sus fuerzas al brazo de Stephen, clavndole las uas
hasta casi hacerle sangrar.
Entonces lo comprendi: su funesta bsqueda an no haba terminado.
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Captulo 25
No puedes marchar a Normanda! Te darn caza a la primera de cambio,
cuando te vean.
Helena se gir hacia Stephen para ver su reaccin, pero se haba quedado en
silencio y as continuaba, empaquetando las alforjas con una concentracin absoluta.
Stephen, por el amor de Dios! Pensad un poco, hombre! le implor Robert.
Stephen dej lo que estaba haciendo por un instante y levant la vista de las
alforjas. Clav en Robert una mirada de ojos febriles en su negra serenidad.
Ya lo he pensado. Su voz era ronca, tensa. El rey est en peligro. Debo ir.
Por culpa de un par de franceses? Robert casi se echa a rer. Ricardo esta
protegido por una escolta de hombres preparados Cmo podra un par de hombres
ponerlo en peligro?
Son asesinos. Yo los he visto trabajar. Y vos tambin, Robert. Ricardo no
esperar un ataque de ese tipo con engao y sigilo. Ni tampoco aqu, ni en
Normanda, tan lejos de Tierra Santa. Debo encontrarlo y advertirle.
La tirantez que Helena senta en el corazn desde que haba hablado con
William, se acrecent.
Voy contigo.
Stephen se volvi hacia ella.
No, no lo permitir, Elen. A m hace pocos das que me expulsaron de la
sociedad y me he convertido en un forajido. Las nuevas de mi situacin todava no
habrn alcanzado la corte real, por eso an puedo pasearme con libertad. Pero t te
pondrn los grilletes antes de que puedas saludar al nuevo da.
Me pase a mis anchas por toda Inglaterra durante ms de un ao le
respondi, furiosa. Incluso bail en la corte real en Winchester. Nadie se fij en m.
Stephen mir a Robert.
Podras dejarnos solos un momento?
Claro, claro musit.
Se alej entre las densas sombras que rodeaban los rboles.
La fogata del campamento crepitaba y las sombras se alborotaban con la luz de
las llamas. No quedaba nadie en el claro. El festn de boda haba terminado de un
modo prematuro e incierto, y la oscuridad los haba envuelto.
Stephen se gir hacia Helena.
Te has paseado por Inglaterra bajo la identidad de Isobel, pero esto es
distinto.
Por qu? La gente de York son los nicos que saben que no soy la verdadera
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Lady Isobel.
Savaric y el prncipe Juan saben quin eres.
Juan corre a refugiarse en brazos de Leonor. Yo no le intereso.
Pero a Savaric s, Elen, crees que no veo lo que ests planeando? Quieres
acompaarme porque supones que te cruzars con Savaric en el camino.
El corazn de ella dio un vuelco.
Tan transparentes son mis motivos?
Stephen sonri, pero era una mueca seria.
Para mi, s lo son Algn da estaras satisfecha si no consiguieras mancharte
las manos derramando su sangre? No hay ninguna otra forma de acabar con todo
esto?
Helena tena el corazn en la garganta y la respiracin entrecortada.
Otra forma? Qu otra alternativa hay que impida a Savaric seguir con sus
planes, sin ser descubierto, sin que nadie lo detenga ni lo castigue?
Podras llevar el testimonio de William ante la corte. Deja que sean ellos
quienes se encarguen de Savaric igual que hacen con los dems criminales.
La informacin de William no es ninguna prueba que la corte vaya a aceptar.
No me arriesgar.
El rostro de Stephen no tena expresin.
Entonces, yo no me arriesgar a llevarte conmigo.
Una chispa de clera ilumin los ojos de Helena.
No te he pedido permiso le dijo mientras intentaba mantener un tono tan
calmado como le fue posible.
Pero Stephen vea ms all de aquella calma forzada y arrug la frente.
Elen empez con un resoplido ronco.
Es que las promesas que acabamos de hacernos no significan nada para ti?
le cuestion ella para evitar as tener que escuchar otra excusa.
En la cara de Stephen se reflej una mueca de sorpresa.
He comprendido lo que queras decirme, Stephen, aunque no lo hayas dicho
en voz alta, Si me necesitas, vendr, No es eso lo que me has prometido?
l se sent muy despacio en el tronco que haba al lado de la fogata.
Si, lo promet confeso l. De repente, pareca agotado.
Ella le toc el hombro.
Eres un hombre de gran honor. Has cumplido tu juramento desde el mismo
da en que lo pronunciaste. Yo saba que no romperas tu palabra. Ahora no.
No pens que mis palabras se distorsionaran de esta manera le dijo
secamente. Elen, piensa en lo que ests haciendo. No puedo negarme a que vengas,
pero te ruego que vuelvas a reconsiderarlo. Su boca qued enmarcada por unas
lneas profundas. No entiendes que la venganza planta las negras semillas de la
destruccin, que se enraizarn en tu alma. Crecern hasta resultar una cosecha
amarga y putrefacta.
Helena apart la mirada del rostro tenso de su marido.
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No hay otra forma. T mismo lo has admitido respondi, pero las palabras
tenan un sabor agrio y la invadi la tristeza.
Intent reconfortarse, convencindose de que no haba otra salida posible. La
haba buscado sin parar durante un ao y no la haba encontrado.
Despus de una larga pausa, mientras se oan slo los crujidos de la lea al
crepitar y el silbido del fro viento entre las ramas desnudas de los rboles, Stephen
habl.
Muy bien Su voz era spera. Me marcho dentro de una hora, Helena.
Preprate.
Se apresur a entrar en la cueva para coger sus enseres y no fue hasta que entr
en el interior que se dio cuenta de que Stephen la haba llamado Helena y no Elen.
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Mientras cabalgaban por la larga y pendiente rampa que daba acceso al castillo,
Helena contempl las altas e imponentes murallas que guardaban el Chteau Gaillard.
Sinti de nuevo el asombro por haber llegado ah, al corazn de Normanda, apenas
cinco das despus de dejar el campamento de Robert.
Stephen se haba mostrado incansable en su empeo por presentarse ante el rey
lo ms pronto posible. Insisti en que ella vistiera la ropa adecuada para montar
durante largas horas y su prediccin no haba resultado errnea. Cruzaron Inglaterra
hasta la costa este, apenas con alguna parada para comer, dormir y resolver otras
comodidades y necesidades ms bsicas. No los haban detenido ni interrogado, pues
eran un par de viajeros a los que era mejor dejar tranquilos. Stephen llevaba su
espada y su escudo, adems de la cota de malla. Todo el mundo saba que era
peligroso interponerse en el camino de un caballero con prisas.
Encontraron un capitn dispuesto a ofrecerles pasaje hasta Normanda, una vez
se lo hubo convencido con un pesado saquito de monedas que Robert les haba
reservado para aquello. Una dura tormenta de invierno los amenaz cuando
zarpaban del puerto, pero el capitn olisque el aire y pareci complacido. Su
optimismo estaba ms que justificado, pues la tormenta amain y qued atrs, pero
el intenso viento que los empujaba envi al barco cortando las olas con premura, para
plantarse en Dieppes en un tiempo inimaginable en otras condiciones.
Descargaron los caballos y Stephen pregunt a los habitantes de la ciudad
dnde se encontraba el rey en aquel momento.
Las respuestas variaban, pero la mayora segua una lnea el rey estaba en
Gaillard.
Montaron en sus caballos otra vez y emprendieron la marcha, avanzando a la
carrera hacia el este al tiempo que seguan la ruta del ro que los conducira
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Os espera, mi seor?
Desde cundo eso importa? pregunt Stephen avistndolo desde arriba.
Acaso no sabis quin soy?
Conozco vuestro emblema, seor. Y estoy al corriente que el rey, por lo
comn, no os mandara llamar en vuestra actual situacin le respondi el caballero,
un poco compungido por declarar en voz alta su desafortunada situacin.
Os parece que las circunstancias en las que nos encontramos estos das son
comunes? le rebati Stephen. Dejadme pasar, os digo. El rey estar agradecido
por ello, os lo prometo.
El otro caballero se enderez y baj la espada hasta que la punta toc el suelo.
brele el rastrillo, Piers. S que Dinan es leal al rey. No le har dao. Para m,
eso es suficiente.
Le dedic un saludo a Stephen.
Tal vez sea as, pero si me permits preguntaros, mi seor dijo Piers con una
deferencia que pareca autntica. La dama que os acompaa?
Helena sinti un escalofro que le recorra la espalda cuando todos los ojos se
giraron para examinarla. El caballero sin nombre repar en el broche que sujetaba la
capa.
Mi esposa dijo Stephen en un tono neutral, intransigente. Yo respondo de
ella.
A regaadientes, Piers se apart, y el otro caballero hizo una seal a los
guardias que vigilaban las torres a ambos lados de la entrada. El rastrillo empez a
abrirse con un chirrido lento para acabar escondido dentro de la muralla detrs de la
barbacana.
Atravesaron bajo el arco y el caballero sin nombre les dijo al pasar.
Estarn en la sala principal!
Pero en el gran vestbulo no haba ms que mozos de cocina recogiendo los
restos de la cena y limpiando las mesas, Stephen acerc una de las sillas de la mesa
principal y se la cedi a Helena. Stephen se comportaba segn los parmetros de
formalidad de la corte y Helena, consciente del pblico, le dio las gracias y se sent
con la mayor elegancia que era capaz en aquella situacin tan tensa.
Dnde est? le pregunt ella en voz baja.
Stephen sacudi la cabeza.
No es propio de Ricardo acabar la velada tan pronto, sin los entretenimientos
nocturnos. Debe de haber pasado algo que ha despejado la sala principal tan
temprano.
Recorri la estancia con la mirada, analizando con curiosidad.
Pero qu habr sido?
Stephen torci la cabeza y resigui con la mirada a un hombre bajito, acicalado
con la tnica y las calzas de los eventos formales en la corte, que avanzaba a toda
prisa, desde la entrada de la sala hasta uno de los pasillos al otro extremo.
El cortesano les ech un vistazo al pasar y los salud con la cabeza, y, de
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Captulo 26
La noticia de que Ricardo quera pactar un acuerdo de paz con Francia era, para
Stephen, una majestuosa broma cuya irona no se le escapaba. Sin embargo, el humor
de la situacin se desvaneci bajo el agonizante temor que se agitaba dentro de su
pecho.
Avanzaban a lo largo de un pasadizo interminable.
Dnde estn? Dnde? Stephen instig a Alphonse.
All abajo. En la sala privada Alphonse se quedaba sin aliento, en el ala
nueva del castillo.
Este bendito castillo es demasiado grande1 protesto Elen.
Stephen se fij en ella un instante, con las faldas arremangadas, recogidas sobre
el antebrazo, corra tan ligera como ellos Por supuesto, la voz mental de Stephen le
record que era una buena corredora.
Alphonse fue desfalleciendo y Stephen le agarr el brazo para darle impulso.
Aquel hombre no llevaba una cota de malla de cuerpo entero como l, y al fin y al
cabo, tampoco cargaba con un escudo ni con una espada.
Es aqu! chill Alphonse antes de intentar detenerse y soltarse de la tenaza
de Stephen.
Les seal un pasaje corto y estrecho que emerga del pasadizo. Al final, haba
una puerta con un centinela que vigilaba, el cual se enderez cuando vio que Stephen
se acercaba con su enorme espada en la mano.
El rey esta en peligro! grit Elen. Abrid la puerta!
Para Stephen, la presencia de nimo de Elen era lo ms valioso en aquel
momento. La prioridad del centinela era mantener a salvo al rey y el aviso de aquella
mujer se centraba en el interior de la estancia que l vigilaba. De repente, el joven
sinti un deseo tan imperioso como l de ellos por abrir la puerta.
Stephen calcul con rapidez y, al or que se entreabra el portn, golpe la
madera con el hombro y arroj la barra protectora a un lado sin apenas tener que
alterar su paso. Despus irrumpi en la larga habitacin y se adentr dando vueltas
entre los presentes. Haba barones, caballeros, cortesanos, clrigos, incluso un
arzobispo, con sus ostentosas prendas y la mitra sobre la cabeza, todos ellos a un
extremo de la sala observando los preparativos que tenan lugar en el centro.
Stephen intent analizar todas las caras con rapidez, en un intento de focalizar
el peligro. Divis dnde Ricardo se hallaba de pie, dnde estaban los guardias y
dnde los caballeros destinados a defender a Ricardo, para as poder evitar que
interfirieran en su camino.
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estrecho espacio que se dibujaba como un ngulo abierto, entre el extremo del velo y
el brazo levantado de Elen. El arma se clav en el cuello del hombre, justo por de bajo
de la hoja inmvil y balda de Elen.
El hombre dio unos pasos hacia atrs, intentando arrancarse el cuchillo. La larga
daga se le cay de las manos y repic contra las piedras del suelo.
Elen ya no estaba en peligro! De pronto, le pareci que la sala daba vueltas
sobre s misma. Stephen se apoy sobre su propia espada ensangrentada y las fuerzas
lo abandonaron, incluso haba dejado de or, mientras se perciban los alaridos de
horror y asombro de los dems hombres al otro extremo de la estancia.
Entonces, not la presencia de Elen a su lado, cuyas manos fuertes y clidas le
ofrecan un consuelo silencioso. Aquel silencio lo reanimaba, aunque estuvieran
rodeados por los gritos plaideros de la asamblea. Ella apoy la mano sobre el
hombro de l y vio el brillo alterado de los ojos de Elen, a pesar de que ella intentaba
sonrer.
El rey est a salvo le dijo en un hilo de voz.
No, aquello era un malentendido! El error de Elen le sacuda contra el pecho,
pues aquel temor que haba experimentado despus de la accin no era por el rey
era por ella! Stephen no estaba preparado para aquella sensacin, pero era innegable
le importaba mas el bienestar de Elen que el de Ricardo.
l se qued callado, sin poder apartar la mirada fija en ella. Las palabras se
negaban a brotar de su boca. Aunque quera decrselo, an estaba intentando resolver
aquella enigmtica verdad que acababa de revelrsele.
Antes de poder preverlo, Ricardo estaba delante de l y su clera arreci contra
ellos dos.
Stephen, por el amor de Dios, sabes lo que has hecho?
Ahora lo se respondi Stephen y se sorprendi cuando escuch su voz
ronca.
Senta unas enormes ganas de rer. Solt una carcajada y not las miradas
atnitas de Elen y de Ricardo sobre l.
Elen se volvi hacia el rey y le ofreci una reverencia.
Excelencia, estos hombres no eran enviados del rey Felipe de Francia, sino
que eran asesinos a sueldo con el funesto encargo de mataros.
S, de eso ya me he dado cuenta dijo Ricardo secamente. Le tom la mano a
Elen. A Stephen lo conozco de antao. Y vos, milady, sois.
Stephen vio cmo Elen tragaba saliva con dificultad y se humedeca los labios.
Ella desvi la vista hacia Stephen y l reconoci la inseguridad de su posicin. Deba
confesarle a Ricardo quin era ella y arriesgarse al castigo que l le impusiera?
Antes de matar al segundo asesino, Stephen hubiera dejado a Helena tomar la
decisin y vivir con las consecuencias, pues haba resuelto que ella viviera con los
negros frutos de su deseo de venganza.
Pero ahora Stephen iba a dejar aquel asunto zanjado de una vez por todas.
Ella es Helena de York, hija del fallecido conde de Wessex, alteza y tambin
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es mi esposa.
Ricardo arqueo las cejas y la mano que sostena la de Helena se apart.
Tu esposa? repiti lentamente antes de echar un vistazo a Helena. Luego,
se dirigi a los hombres congregados detrs de ellos. Dejadnos solos orden.
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Ricardo se aproxim con grandes zancadas a los pies de unos de los ricos
tapices que colgaban al fondo de la habitacin.
Mostraos ante m! exclam antes de atravesar el entramado de hilos con la
punta de su filo.
Se pudo escuchar un chillido de miedo.
No me hagis dao, seor! El terror distorsionaba aquella voz. Dejad
que salga.
Ricardo se prepar para el ataque.
Ahora mismo!
El tapiz onde y vieron cmo emerga una cara.
Helena exhal el fatdico nombre.
Savaric!
El pelo lacio y la piel blanca eran inconfundibles a pesar de que vistiera de
negro.
Stephen se apart tan repentinamente del lado de Helena que la falda de ella se
agit debido al mpetu de aquel movimiento. Pas al lado de Ricardo, agarr el largo
pelo de Savaric en un puo y tir de su cabeza hacia atrs, a fin de dejar expuesta su
plida garganta. Luego, apoy la punta del cuchillo contra la piel del cuello.
ste es el hombre cuyas acciones podis juzgar, libremente y sin piedad, tanto
como os permita la ley, alteza. Helena nunca le haba odo hablar con tanta furia y
tanto odio. ste es el caballero que ha convenido el trabajo y ha pagado a los dos
hombres, a quienes acabamos de apartar tan violentamente de vuestra persona.
Stephen sacudi la cabeza de Savaric lo mismo que un perro tirara de un sabroso
hueso para roerlo. No ha podido resistirse y ha venido, a contemplar con sus
propios ojos los frutos de su labor.
Ricardo examin a Savaric, pensativo.
Lo conozco.
Majestad soy un sirviente de vuestro hermano Juan! exclam. Soy
Savaric de York. Slo vine para ser testigo de vuestra grandeza y tambin para
contemplar este maravilloso castillo que todos en Inglaterra alaban tanto No s nada
de esos hombres que os han atacado!
Ricardo sonri, pero su expresin era ptrea.
Si fuera cierto que sois un sirviente de mi hermano, deberais saber que no se
debe andar merodeando detrs de las cortinas. Juan sabe de sobra mi manera de
pensar acerca de los espas, especialmente dentro de mi casa, y me gustara poderos
instruir al respecto.
Majestad, no comprendo chill Savaric.
Helena no pudo evitar acercarse al aborrecible albino, atrada por un extrao
poder de fascinacin, como un hechizo Aquel hombrecillo penoso, que chillaba
como un lechn, era el mismo que haba ocasionado tamaas desgracias en la vida de
tanta gente? Le pareca imposible.
Entended, entonces, mis palabras le aclar Ricardo. No podis ser, en
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realidad, un espa de Juan, pues habis admitido vuestra relacin y aceptis el papel
con demasiada premura y, adems, yo no tengo ni una razn para dudar de las
palabras de Stephen.
Helena vio la mirada de soslayo que Savaric diriga a Stephen. Los ojos sin color
de Savaric se entrecerraron levemente.
Cuidado! le advirti antes incluso de comprender el peligro que se
avecinaba.
En la mano izquierda, Savaric sostena un pequeo pual con la hoja plana,
como los que usaban las tribus de las colinas, al norte del muro de Adriano. El filo se
afan hacia Ricardo, quien estaba lo suficientemente cerca para que Savaric lo
alcanzara.
Pero, ms veloz que la vista, la espada de Stephen se alz para proteger al rey.
Lo alcanz a Savaric en la mueca, pero no lo cort, pues Stephen gir la hoja a fin de
que la carne golpeara en la parte plana. La mano de Savaric se despoj del cuchillo
sin derramar sangre.
Ricardo, que se haba apartado enseguida, se enderez desde la postura
defensiva que haba adoptado.
Cristo bendito, Stephen! Mtalo y acabemos con esto! Nunca te gust jugar
al gato y al ratn con tus presas.
Os pido disculpas, Ricardo, pero la muerte de este hombre est reservada
para otra persona.
Stephen oblig a Savaric a andar hasta la mesa de madera que haba en el centro
de la estancia.
No te explicas demasiado bien le dijo Ricardo detrs de l.
Dadme un minuto y lo comprenderis.
Haberme salvado la vida vale al menos esto que me pides accedi Ricardo.
Stephen levant a Savaric por el cuello y lo apoy con un fuerte golpe sobre la
mesa. La madera tembl por el impacto. Las botas de Savaric, que colgaban a un
extremo, lanzaron su propio pual de una patada y aterriz sobre el empedrado con
un sonoro choque.
Stephen arrastr a Savaric por encima de la mesa hasta que la cabeza qued
colgando del borde. Le tir del pelo, sin ceder un pice, hasta que el cuello qued
expuesto otra vez. Stephen mir a Ricardo.
Os importara sujetarlo un momento?
Para nada musit Ricardo.
Se puso al lado de Stephen y tir del pelo de Savaric, como si fuera una cosa que
haca a diario, en su vida cotidiana.
Un torbellino de emociones se arremolinaba en el interior de Helena: miedo,
confusin y el deseo insaciable de la venganza tras la que haba ido durante un ao.
Por fin haba llegado el momento.
Stephen la tom firmemente por el brazo y la arrastr hasta la mesa.
Saca el cuchillo le orden y la coloc frente a la cabeza suspendida de
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Savaric.
Savaric se resista, pero Ricardo lo sujet por los brazos, y luego, Stephen subi
a la mesa y se sent encima atenazndole las manos con las rodillas. A pesar de las
constricciones, Savaric segua oponiendo resistencia, pero Stephen continuaba all
sentado, inamovible como una roca, con la mirada furibunda fija en Helena.
Es todo tuyo, Helena No tienes ms que cortar y logrars aquello que tanto
has ansiado.
Savaric se revolva histrico mientras lanzaba una retahla de maldiciones.
Helena haba sacado el cuchillo de su cinto, pero su mano se negaba a obedecer.
Volvi a mirar a Savaric, al blanco cuello, listo para que ella lo abriera.
As no dijo Helena lentamente.
S, as s insisti Stephen. Qu importa cmo se vierta esta sangre? No
te vale con poderla derramar?
Helena senta el latido de su corazn en la garganta y en las sienes. Con cada
pulsacin le invada una oleada de agonizante calor Aqul era su ansiado objetivo!
Por qu no poda hacerlo ahora?
Mtalo! le espet Stephen. ste es el hombre que asesin a tu padre, sin
concederle el beneficio de un juicio, sin permitirle defender su verdad! Ha
desahuciado a un pueblo entero, condenndolo a la miseria para ocultar sus
crmenes. Te rob tu hogar, tu libertad Acaso lo vas a negar?
Helena sacudi la cabeza.
No musit.
Dej que te dieran una paliza, que te golpearan hasta que tu espalda qued
como una masa de carne ensangrentada, regocijndose con tu dolor. Una vez
desapareciste, se encarg de emponzoar la mente de los tuyos, con acusaciones
contra ti. Es un hombre retorcido, ms all de la redencin. El mundo estara mejor
lamentando su ausencia.
Stephen tomo la mueca de Helena y la acerc a la garganta de Savaric. La
sostena, firme, ejerciendo presin sobre la hoja. Una delgada luna de sangre apareci
bajo el filo.
Savaric enloqueci, pugnando por desasirse de los brazos de dos guerreros
experimentados. Pero ellos slo tuvieron que coger sus extremidades con ms fuerza
y apretar un poco. Los movimientos de Savaric cesaron y, de repente, se qued
inmvil.
Se ha desmayado! exclam Ricardo, divertido.
Mtalo, Helena.
Lo nico que deba hacer era retirar el cuchillo. Haba visto centenares de veces
cmo lo hacan los dems. La presin que Stephen estaba ejerciendo sera suficiente
para abrirle el cuello.
Se humedeci los labios. El intenso latido de su corazn era como la
ensordecedora cancin de las sirenas, arremolinndose en su cabeza e incitndola sin
cesar.
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RESEA BIBLIOGRFICA
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Cuando le digo a la gente que he estado escribiendo desde que tena
14 aos, tienden a mirarme de una manera extraa, pero es cierto. Me
enamor de Harrison Ford y Star Wars en el mismo instante, y escrib la
secuela no oficial al ao siguiente. Por supuesto, tuve a Han Solo y a Leia
deshacindose de amor (muriendo de amor?) mucho antes que la secuela
continuara, y de una forma mucho ms satisfactoria que la manera que
George Lucas alguna vez imagin. De lo que no me di cuenta en ese
momento, y no hasta otros veinte aos ms o menos, era que haba estado
escribiendo fanfic, y era posiblemente la primera de ese tipo. Sin embargo,
aunque las cosas claramente han cambiado a lo largo de los aos desde mi primer intento
fallido de reunir a un hroe y una herona sobre el papel, hay dos cosas que no lo han hecho:
Todava estoy escribiendo novelas, y todava lanzo a mi hroe y herona a travs de una buena
imitacin del infierno mientras ellos ordenan sus sentimientos, la esencia de la novela de
suspense.
Soy australiana, aunque vivo en Canad. An tengo acento, a pesar de que llevo aqu
ms de una dcada. Y todava tengo problemas para recordar que es una capucha, no una
gorra, y cosas por el estilo es asombroso lo fuerte que es la cultura. Sin embargo, las
montaas aqu son estupendas, as que creo que voy a quedarme por aqu. Adems, mi marido
es un encanto. No me digan que olvid mencionarlo? Lo conoc por Internet cuando apenas
haba unas pocas pginas HTML y entonces, los nios y yo hicimos las maletas y nos
mudamos aqu (nosotros tres). Los nios ya no son realmente nios. Ambos son ahora ms
altos que yo, pero no digan eso en voz alta, vale? Todava me gusta que sigan creyendo que
yo soy el jefe, por algn tiempo ms, por lo menos.
CORAZN VENGADOR
Para poder encontrar al asesino de su padre, Helena de York iniciar el juego ms
peligroso de toda su vida. La aristcrata sajona, para escapar de la ley, se ocultar bajo una
falsa identidad siguiendo las costumbres de una joven normanda en las antesalas de la corte
real de la Inglaterra de Ricardo I. Si descubrieran su engao, perdera el derecho a vivir. Pero
ella est dispuesta a pagar el precio que sea para llevar a cabo su venganza.
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