Juan Emar, Diez, 1937
Juan Emar, Diez, 1937
Juan Emar, Diez, 1937
2 a l e s
e r e s
vicio
PRINTED IN CHILE
Prensas de la EdibrtaI ErcEll&. S. A.
Paptiso..
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Chirciierrrnia.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
PiDcsa.. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
115
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149
A NT-MALEE
A116 por el afio d e 184 7, un grupo de sabios franceses Ilegaba en la goieta La Gojse a la desembocadura del Amazonas. Iba con el prop6sito de estudiar la
flora y fauna de aquellas regiones para, a s u regreso,
presentar una larga y acabada memoria a1 Institut des
Hautes Sciences Tropicales de Montpellier.
A fines de dicho aiio, fondeaba La Gosse en Manaos, y 10s treinta y seis sabios - tal era su nGmero-,
en seis piraguas de seis sabios cada una, se internaban
rio adentro.
A mediados de 1848 se les sefiala en el pueblo de
Teffe, y a principios de 1849, entrando en excursi6n a1
Juru6. Ciiico rneses m6s tarde han regresado a ese pueb!o acarreando dos piraguas m6s, cargadas de curiosos
ejemqlares zcol6gicos y bot6nicos. Acto continuo siguen intern6ndose por e! Marafi6n, y el 1.0 de enero
de 1850 se detimen y hacen carpas en la aldea de Ta+
hatinga a orillas del rio mencionado.
De estos treinta y seis sabios, a mi, perscnalmente,
s6!o me interesa uno, lo que n o quiere decir, ni por
un instaiite, que desconozca !os mCritos y las sabidurias de !os t-ieinta y cir-co restantes. Este uno es Monsieur le Doc.tenr Cug de !a Crotale, d e 5 2 afios de edad
e n aquel entonces, renordpte, bajo, gran barba colouina, cjjos Sonachcnes y hablar cadencioso.
Del, doc:or d.e ,aCrota.!e ignoyo tctalrnente sus mCritcs (lo que, por cierko. no es negarlos) y de SLI sabi-
NaCio el 5 de mayo de
moinento precis0 en que rox
la \.ids, Iejos, muy lejos, a116
r Sa
t,
]<Ieli:j, fallecia el mAs g
-rac!ores, Napole6n I.
I>r 1:) ('rotale Io llev6 a Francia y desde 1857 a
1 R 7 2 .,.ivi6 rl1 R,lontpellier cuidadosaniente servido por
sll i l I I > o . 37as r n c s t e a60 el Lueii doctor muri6. Pas6
c : l i o : l c c % s(XI loi-o n scr propicd3.d de una sobrina suya,
J~lnrir-moisclic34arniicriie de 1- Crotale, quien. do- anos
inAs !i).rcl(-. ('11 1 t i > - / ; , contri:ji; matrimoniu c o n e! capi..A.A--
~ l i ! ~ : i r ~riuertas
I ~ ~ a s con nl:;;un?s n i ~ i n l a ~ e\ T isper % L i s pinccles el gat0 de C ~ S Rentre diversos
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CUlIlijJt.'Lfi
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1
-
'L
"Yo he
. ." Esta
f u i la fra-
se
ha-
para toda cosa y para toda cosa sentia que calzaba con
admirable justeza. Luego, por simpatia, 10s amigos la
acIaptaron para vaciar dentro de eIla cuanto les
alrededor sin franca nitidez. Y como adem6s dic
se encerraba una especie de santo y seiia en r
complicidades nocturnas, tendi6 sobre nosotros
..
J'
riierdc
c nrnpaLtcLlua.
Una tarcle d e octubre lui d e excursicin a Montparnassc.. Visitando s u s diferentes bares por la tarde y
--
boiics por la noche, J- despuCs de suculenta comicasa con la cabeza mareada, con el est&
) n a p 0 1rp1eto y con &ado y rifiones trabajando en&4 c a mr n t e.
AI dia sizuiente, cuando a las siete d e la karde telefo;icnron 10s ainiqos para juntarnos e ir d e farra, mi enfcrmern Ics r c qpondi6 que me seria totalmente imposihlc hacerlcs coinpafih aquella noche.
liccorricron ellos torlos nuestros sitios favoritos, y
clntrc champnlia, Lailes y cenas, les sorprendi6 el arnanccrr y jurgo una maqnifica maiiana otoiial.
Coyidos del brazo, entonando 10s aires oidos, sobre
Ios ojo. 11 orcjns 10s sombreros, bajaban por la rue Blanc h y~ torcian por la ruc Chaptal en demanda de la rue
Notrr Dnmc d e Lorctte donde dos de ellos Vivian. A1
pasar frente a1 n6mero 3 de la scqunda d e las calles cif a $ a ? , el ph-e Serpentaire abria su tiendecilla y aparecia
t i l el ewaparate, ante las miradas a t h i t a s de mis amiyes, tieqo sobre su largo pedestal de Cbano, el p5jaro
\ erde dc Tabatinga.
Uno grit6:
iEI pjjaro verde!
-iHonlbres!
Y 10s otros, m6s que extraiiados, temerosos de que
nnuello fuese una visi6n alcoh6lica o una materializacicin de sus continuos pensamientos, repitieron en voz
~LI?
cia, rcorcsk n
qucda :
-Oh.
. El p6jaro verde.. .
Un segundo d e s p u k recobrada la normalidad,
nrecipitaban cual un solo hombre
la inmediata entrega del ave. Pid
once francos por la pieza y 10s I
x
nac?o< hnsta las 16grimas con el h
1-
+:--A-
1-
--A:--
se
d~ 1931.
Infame bicho!
Exactamente con perderse el liltimo eco
find. el loro abri6 sus alas, las agit6 con v
uni3icJrz Y , tomando 10s aires con su pedestal
'icmprr adherid<>a
patas, cruz6 la habitaci
-j
22
mo un proyectil, cay6 sobre el criineo del pobre tio Jos i Pedro.
AI tocarlo
recuerdo perfectameente --- el pedestal
oscil6 como un pdndulo y vino a golpear con su base -que debe haber estado bastante sucia - la gran corba,ta
blanca de mi tio, dejando en ella una mancha terrosa.
Junto con ello, el lor0 clavaba en su calva un violento
picotazo. Cruji6 el frontal, cedi6, se ahri6 y d e IC% aberiura, tal c u d sale, crece, se infla y derrama la lava de
un volc%n, sali6, crecih, sc infl6 y derram6 gruess masa gris de su cerebro y varios hilillos de sangre reslbalaron por la freiite y por lii sien izquierda. Entonces el
d e n c i o que se ha& producido al empezar el ave et
vuelo, f u C Ilenado por el mzir; horrible grito de espanto,
dejjndome paralizaclo, helado, petrificado, pues nunca.
habria podido imaginar que un hombre lozrase gritar en
tal forma y rnenos cl h e n tio de hablar lento y cadencioso.
Mas un iiistarite despu6s recobraba de golpe, como uita Ilarnarada, mi calor y mi conciencia, cogia de tin
viejo inortero su mano de cobre y me lanzaba hacia
ellos dispuesto a deshacer de un mazazo a1 vi1 pajarraco.
Tres saltos y alzo el arma para dejarla caer sobre el
bicho en el momento en que so disponia a clavar un segundo picotazo. per0 al verme se detuvo, volvi6 IQS
ojos hacia mi y con un ligero movimiento de cabeza.
me pregunt6 presuroso :
-tEl seiior Juan Emaw, si me hace el favor?
Y yo, naturalmente, respondi:
-Servidor de nsted.
Entonces, ante esta repentina paralizacihn ' mia,
asest6 su segundo picotazo. Un nuevo agujero en el CY&neo, nueva materia gris, Jiuevos hilos d e sangre y nucvo
grito de horror, pero ya m6s ahogado, m5s dehjlitado.
Vuelvo a recobrar mi sanKre fria y. con ella, la
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A r v ~ ; > r r a d inovimipiitos
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del anciano, PC alar~ a h a or
, worInba, teml'lnbn, mas no se rompia ni tampoco I.r)ovin a1 ojo quedado como adherido al suelo.
ojo era, rr?ito - hcchas las salvedades que anoto
- pri Cectnmcqtr (.Sf&iCo. Era blanco, blanco cual una
bolita de iTiarfil. Y o siempre habia imaginado que 10s
ojo?, at& - y sobre todo de 10s ancianos-,
eran ligei,:mrnle tostados. Mas no: Llnnco, blanco cual una bolita d e marfil.
Sobre este blanco, con zracia, con sutileza, corrian
finisimas venas de Iaca que, entremezclhdose con otxas
m;is finas a h d e cobalto, iormabaii una
maravillosa
filizrana, tan maravillosa, que parecia moverse, resbaIar sobre el hGmedo blanco y, a veces, hasta desprendcrse para ir luego por 10s aires como una telaraiia iluminada que volase.
Pero no. Nada se movia. Era una ilusi6n
4cl cleseo - harto legitim0 por lo dem6s t i n t ; \ belleza y gracia aumentase, sipuiese, Ilspa
~ i d npropia y se elevase para recrear la vista (
formas multiplicadas, el a h a con su realizaci6n
10s
':,CIP
hrosa.
911
de mi
. ..
..
suelo, son6 cc
agudas, diripidas
cliez 1Rs;rimas de
Son6 un silhido bajo. U n estertor. 3xiencIo.
M i tio Jose' Pedro falleci6.
El reloj mural rnarcaba las 10 y 3 y 56. La escena
hahia durado 1 minuto y 8 segundos.
Ins
26
Sin duda, pues r6pido volvi6 la cabeza y me guiii6
un ojo junto con empezar a entreabair el pic0 para hablar. Y como yo sabia perfectamelite c u d seria la pregunta que me iba a hacer, para evitarla por inGtil, guiiiC tambiCn un ojo y, levemente, con una mueca del rostro, le di a entender una afirmaci6n que traducida a palabras seria algo como quien dice:
--Servidor de usted.
Regresi: a casa a la hora de almuerzo. Sentado sols
mi mesa, ech6 de menos las lentas pl6ticas rnorales
de mi tio tan queuido, y siempre, dia a dia, las recuerdo
y envio hacia su tumbx v n rccuerdo casiiioso.
R
Lo que m6s contribuia a1 esplendor de aquella r-iiana eran dos cosas: 1.a) La temperatura; 2.a)
perfumes campestres.
La primiera se hallaba mantenida por un sol ti
de rayos aterciopelados. No tuve la ocurrencia
c
que cualquiera se explicarQ
de proveenne de
term6metr0, por lo cual me hi imposible verif:
quk grado exacto marca esa atm6sfera deleitosa.
6nico que puedo decir es que a1 galope suave del
ballo daba just0 la temperatura que se traduce en
pie1 sin un miligrado de calor ni un milisyado de f
es decir, una temperatura tan iadecuada, tan exa(
tan precisa, que, mientras galopaba suavemente el
ballo, desaparecia la temperatura.
Ahora bien, forzando un poco el galope del i
mal, sentiase inmediatamente un frescor amadable.
si, aprovechando sus brios, se le espoleaba hast:
a0
gran galope largo, un frio franco penetraba por 10s hueAI final del camino p6blico hice q u e mi cabalgadura corriese a cuanta velocidad su3 patas pudiesen dar,
mas apenas pasados unos treinta metros la detuve: una
helada glacial de picacho aislado encima de Eas nube-,
me acuchill6 el cuerpo entero y a punto estuve de queday petrificado.
En cambia, si del galope suave uno pasaba a1 trote corto, sentiase un calorcfllo reconfortante que inundaha 10s pulmones. Y si de aquCl se venia a1 paso, se
recordaba acto continuo que nos hallfibamos en verano en un sitio a 32 grados de latitud. En la alnmeda
de algarrobos tuve la idea d e detenerme un instante.
Una bocanada de fuego me envolvi6 sGbitamente com o si caballo y yo nos hallisemos sobre un horno siqantesco. Adopti, pues, fuera de estos rat03 de ensayo, el suave galope acompasado, asi es que hice la mayar parte del trayecto sin temperatura alguna.
Mientras asi galopaba, me entretuve en gozar cuanto podia con aquel arnplio registro de hielos y calores
q u e esa esplendorosa maiiana habia puesto a mi disposici6n. Reguld perfectamente la velocidad del Tinterillo,
de modo que la temperatura qued6 del i o d o anulada.
Entonces me entreguC a1 siguiente juego: ecliaba mi ma1 3 0 derecha hacia a t r i s hasta tocar el anca del animal y
Yuego, con el brazo bien estirado, la proyectaba hacia
ndelante hasta tocarle las orejas. La velocidad adquirida por mi mano durante este gesto era, naturalmente, la del galope del caballo m6s la suya prapia, es
decir que, haciendo dicho gesto con mayor o menor
violencia, la mano alcanzaba un galope apresurado, o
un gran galope, o la carrera. Por lo tanto, sep;n como
la proyectase hacia las orejas, sentia en ella todas las
gamas del frio mientras el rest0 del cuerpo permanecia sin ningGn grado registrable, al menos como sensaci6n. Puedo asegurar que esto era agradabilisimo, cuanto hay de agradabilisimo en este mundo. Y no eg
60s.
31
todo. Una vez la mano en las orejas repetia el gesto
hacia la p u p a , de modo que restase su pxopia velocidad a la velocidad del Tinterillo. Sentia entonces, segfin su mayor o rnenox violencia, todas las gamas del
calor, y cuando la echaba hacia at& con iguai velocidhd que el caballo iba hacia adelante, era la detencibn, y poco me faltaba para quemarme las yemas de
10s dedos.
DespuCs de divertirme varias veces con este
iepito - arradabilisimo juego, quise ir m6s lejos: tnnto para adelante como para at&, acelerar mS movimiento a1 m6ximo. Para adelante, doblar si fuese posible Ia velocidad del caballo; para at&, llegar primeI O a1 punto de detenci6n y luego retroceder con respecto a ese punto.
El primer ensayo lo hice a1 entrar a1 sendero de
] O S arrayanes. El segundo, en rnedio del mismo. A1 hacer eI primero, no habia alcanzado a tocar mi mano
]as orejas, que ya habia lanzado un grito de dolor. Fu6
como si cien navajas me hubiesen herido; luego, una
total insensibilidad. La mano estaba verde y dura. Co!i
Pa izquiexda le di ~n papirote: son6 como una bola de
biIlar. Feiizmente, a1 entrar a1 sendero, vi que a un
costado se alzaba una pirca. Cogi de inmediato una
sus piedras y la restregut5 con fuerza sobre el miem1x0 congelado. Las piedras superiores de las pircas,
aabido es que de cada verano guardan un poco de alor, asi es que cuando la pirca tiene m6s de setenta afios
de existencia, basta frotar una de ellas hasta que cai,oa deshecha la primera capa para que el calor a h a cenado de esa capa para adentro, se derrame irradiando. Asi salvi mi mano.
Por cierto que pens6 que si tal me habia sucedido
con la experiencia del hielo, peor me iria a ir con la
del fuego. Mas, ccu6ndo volver a hallar una mafiana
como ksa? eC6mo dejarla trunca? tC6mo, pudiendo
experimentarlo, no hacerlo? Me decidi.
que reconoci p r seT Ia del carnicero del ~ ; ; e h ; o -<:ec h o que a este hoidbre compraha toclo lo comestible
~ ' i i f
I+
C?c-R-i.< 0
ini:yr:
s
del
s.
m u v en b r w c , m u y
bre-,c,
ccr pursto sobre ei ~n>>:a:- -,3,
nue ~ m e n t e examinado y estudi,ldo, nt'es
aI respecto sufrix6n francos camhim. Na:crialn
e all;, a1 pasar frente a aquel rancho, lo re1
~ n L ~ c : p a c ~ab alo agradable, per0 elIo - pu
urarlo - se d e b k a la descornposici6r, del ja
y ndemAs a la inodoridad de 10s trapos. Estos, en tin
princiDin, oliny a fibrica, a palillos, a aqujar y a almid6n. Luego. rtl ser irsados, olieron a verano caluroso
con gente laboricsa dentro del verano. Lucg-0, las convenciones de 10s profesores univcrsitarios, hicieron que
e m s gen+,s, por laboriosas que iuesen, se pleqasen a las
creencias en curso en universidades, acadernias y dem6s y que juzgasen necesario l a v a dichos trapos. Y lo
I-icieron. AI hacerlo, hubo un momento en aue 10s trapos quedaron ya sin el olor a la mugre y a h sin el
olor a resto de jab6n seco, a alambre a1 sol y a plancha. IIub9, p e s , un momento ainbiguo, un J X or;len to
inodoro, y certi:ico y firmo que ruando un objeto, de
c v ~ l q u i c rr?atcrz-.ir-;' qiie ~ c a ,que deba poi- SLI constii i c '>ii
c!,r '
1 ,I. c'
Clcii. C!F_ t r z e r olo., p r d u c e e ' :"L?c;clue
r,
p,:,L,ptO
o!ver-',
r?
Asi es.
A tal punto es asi, que metros m6s lejos el Tinterillo me hacia pasar frente a otra puerta que lanzaba
una bocanada de olor autdntico sin mezcla alguna.
Olor tal cual de nuestra verdadera y santa mugre. Lo
aspiri a pulmones llenos, tan embebido en diferenciar
y gozar hasta sus illtimos matices, que no prestC la debida ateacirin a la calidad y estado del humano que
lo desprendia. 2 Hombre, mjujer, anciano, joven? No
lo supe. Mas ante el vigor y salud que tal bocanada imprimia en uno, se me antoj6 - eromanticismo, juventad. . . ? - que tenia que ser una muchacha castaiia
hecha trigueiia por la acci6n del sol, del oxigeno y de
las aves de rapiiia que surcan el aire del techo de su
rancho.
Todo este olor era una concentracirin de todos 10s
olores de nnestros campos inmensos. Oliase su infinita
desolaciGn asoleada, sus granos trillados, sus mantecas
vivientes, su dilatacirin lunar. Y lo que concentraba tanto olor diferente, lo que le imprimia una unidad, era
ese dejo hurnano, dejo sudoroso y consistente, almizcle y pezuiia aclimatados, fundidos, con las secreciones
de la tierra regada y con las bestias que las cornem.
Pero el Tinterillo ya estaba cerca de la filtima casa. Fud aqui donde ensayi su carrera. Pas& pues, frente a su puerta como un rel6rqpago y petrificado m6s
a116 de ambos P O ~ O S . Sin embargo alcancd a oler, casi
instantheamente, un perfume compacto, grueso, total.
Hub0 en mi una punzada de voluptuosidad junto con
un abandon0 lacio. Este perfume llevaba en su interior rayas agudas de hielo tibio y dura que hacian cerrarse las ventanillas mientras el otro, el total, Ias ensancliaba. Presenti el cuadro dentro de aquella casa que
despedia tal mezcla: sin duda un hombre quitaba alli
de su corvo gotas espesas de sangre hiimana, gotas vo-
37
luptuosas, gotas para frotarlas a lo largo de nuestro
cuerpo, gotas donde hundir la lengua, gotas con ensueiios dormidos de felicidad total. Y a1 quitarlas asi, el
acero del corvo chirriaba frialdad d e 6ter y rasgufiaba corn0 amoniaco la esponja grasa de la sangre.
Pero ya est6bamos en el sender0 de arrayanes.
C) Olores silvestres.
Por entre 10s arrayanes crecen eien clases de malezas y en estas malezas viven cien clases de arQcnidos
e insectos. Este total de doscientas clases d a un olor
uniformle, tranquil0 y torpe. S610 tres malezas detonan: el pimpano, el quilebue y el haba tencn. Sblo dos
bichos: el perro del diablo y la vinchuca de 10s pantanos.
El pimpano era alli escaso. Percibi su olor ilnicamente dos veces y s610 una de ellas divis6 sus hojas
agudas d e color tabaco. Tal olor es igual a1 que tendria una mezcla de boldo, cedrhn, tilo, manzanilla,
borraja, toronjil, verbena, zarzaparrilla, hinojo, brezo
y hierba del platero, debidamente macerada, filtrada y
calentada a 5 5 grados. Un olor, pues, cobijante que
causa una inmediata reconciliaci6n con la naturaleza
entera. Se le ama en todos sus nobles aspectos y se
considera con inquebrantable fe que son ellos mucho
m6s fuertes y duraderos que sus aspectos viles. Asi,
pues, a1 olerlo se desprecia el alcohol, el opio, la morfina, la cocaina, el haxix y la nicotina, y se bendicen
todos 10s frutos jugosos y maduros cuando caen d e l
Qrbol, en ese momento magnifico y santo en que abandonan a quien 10s sustentaba para convertirse a su vez
en sustento. i 8 h bendita y bondadosa armonia con
cuanto existe! Nada hay que remediar, nada que agreqar, nada que quitar. Pens6 en la Luna, y con espanto,
con estupefaccibn record6 que en mi vida fuera de 10s
aromas del pimpano, muchas veces la habia deseado
para que me mostrase diferente luz en un misrno pai-
40
cillo me inunJ6: sin d a m e cuenta habia apresurado el
galope del Tinterill0 LIegarnos. Nos detuvimos . Una
llamarada de infierno nos quernci. NHas yo, tolerando
cuanto podia, aspirk. Vino Ia primera cascada con
nlsestro primer mundo planetario. A pesar de conocerlo, volvi a sentir el mismo estupor. Hasta que, pasadas
y hundidas ya las &!timas distracciones ocasionadas por
10s aromas propios de Neptuno, me hall6 aspixando la
pura sal de mAs all& sin alcanzar a sentir a h las ernanaciones del Alfa del Centauro. [Sal! Apenas logri
yustarla un infirno instante. Su olor fud bruscamente
revuelto, mezclado. mancillado, deshecho
Abismado
znte tal fen6rneno que no pude atribuir a la presencia
de &fin sol malolienre, me acerquC a las hoias del haba
tenca. iNegra suerte mia! Un perro del diabIo acahaha
de saltar sobre ellas y hedia abominablemente.
Yo habia visto varios de estos bichos en colecciones de insectos. Ya m e r t o s , no tienen olor alguno.
Son extremadamente herrnosos, de una hermosura singular, pues al contemplarlos uno se est6 diciendo: iqui
a.
qm-avilla!, y: iqu6 horror! Mide de siete a ocho
centimetros de largo del extremo de la cabeza a1 extrerno del abdomen, es decir, sin contar sus patas delanteras. Estas le nacen del cuello y miden tanto como
el resto del bicho. Son grucsas, IilAceas, lienas dc agudas puntas, y tienen a1 final fortisimas pinzas granates. Son, pues, m6s propiamente rnanos que patas. El
bicho las lleva casi siempre levantadas moviindolas con
pasmosa
velocidad. En el cortisimo espacio que lo
contemp16
su hedor me ahogaba y el calor de la
detenci6n me quemaba-,
se rasc6 una vez con la derecha tras la nuca y tres veces bajo el t6rax; con la izquierda, una vez el ano y una vez cada una de sus verdaderas patas. Adem6s se alisci con ambas varias veces las antenas y dos veces las alas y, por dtimo, con
la izquiarda cogi6 un mosquito y lo revent6, y con la
derecha UFI ahejorro qve por ~ ! l i pa:abe, que levant6
41
&en por alto lnnz6ndoio Iilero a no menos de diez metros. Su cabecila es ovalada, con dos ojillos vivarachos cual ningunos. Farpadean, yuir?an, se adormecen,
fulquran. ~ 1 1cuello e.; altivo. SU tbrax, T>equefio. SU
cjntura, fins. Su abdornc-,
robusto y alarqado. Sus
alas transparentes cori nervios finkimcs son de un verde acuoso. Su cuerpo, de un verde terroso, salvo las
patas que son escarlatas. I'd0 h e podido lmpedirme esla drscripci6n pues, a pesar de r ~ i i es u hediondez y e!
ci.lor me hicieron escapar acto ixmediato, estuve durante el ipstante que lo mirk, svbyugado por SLI extraiieza. No dcjaba de pensar q u i buisped pocr3 qrato
setin p a r 1 nucstras s6banas, ni de irnaqinar q u E espanto. qud horror seria si fuese del tamziio de un ternero.
Perch, Y R &yo, aquello hedia abominablemente. Era un
hedor a putrefacci6n viva, a putrefacci6n llena de saIiid, :I putrefacci6n no acompafiando a la muerte sine
am:%-y eeiiora de la vida, reina y dominadora de todo
Io existente. Clavk espuelas despididndome para siempre de 10s infinitos 6rnbitos d e la sal y de aquella posibilidad de ensefiouamiento deJ olor a muerte en todo
lo que bulle, piensa y vive.
Las vinchucas de 10s pantanos son muy diferentes.
Son qrandes ( 5 a 6 centimetros de largo por unos 3
o 3yz de ancho), planas, chatas, pesadas, duras. Duermen permanentemente, embanadas en 10s pantanos y
lembladeras que yaccn por entre las rakes de 10s arrayanes. Su presencia, para la viste, se advierte, Gnicamente, por sus trompas que salen erectas por encima
de 10s Sarriales. Cuando 10s entom6logos las divisan,
excavan con sus cuchillos todo el rededor y pronto sacan algo encarnado que estira y remueve seis patas
cortas en forma d e espQtulas. C O ~ he
Q dicho, duermen
permanenternente salvo una vez, una nochp por mes.
a! estar la Lvna en su cuarto menguante. En ese momento sienten hamhre. Con szls e s p h l a s se desentier m n y. agitands sus alas c&neas, salen por 10s aires
~::mbando
pequeiios aviones. Buscan esprcialmte a1 hombre, ~ z s a. iaita d e &e, atacan <! (-;!>Icjiiier animal. Con velocidad inssspechada para Sestezuelas a1 pzrecer tan cechazudas, se Banzan sobue el
cuello de su victima, se cogen de 61 con sus seis esp6M a s y, enterrar2do la trornpa en la carhtida, chupan
cuonta sangre pueden. Entonces 1a base de1 r.Edxnen,
qtc venfa aplnnada contra la parte inferior de a espaIda, empieza a inflarse tal cual un globito sopIarfn
pw un nifio. Se hincha, se hace trasparente y ai fin
tal s u volumen y su peso que Ias seis patas, por wpaiu;adas que sean, no logran sujetarse y haem que
Si
cho caiga casi inerte con un sonido opaco y seco.
Sc pueguntarii c6mo es posible que un hombre ata*.ado en esta forma no tome cien precauciones a! oir
ell zurnbido del insect0 0, por lo menos, no se $6,
primer contact0 con 61, una palmada en la carcjtida y lo
deshaga. MAS . a h : c6mo es posible, si ya ha sido pi<*adosin haber podido evitado por kste o aquel m o rivo, abmo es posible que despu&s, cuando el bicho ha
caido - repito, casi inerte - no lo reviente de un
pisot6n. Aiunque increflsle, es asi, y no hay memoria
en esta tierra como en ninquna otra habitada por la
vinchuca de 10s pantanos, de que jam& hombre alguno hapa matado una de ellas en el mornento de sufrir su ataque. La raz6n de hecho tan exiraiio PS la
skuiente :
Desde que la vinchuca de 10s pantanos se encuentra a unos quince metros del hombre, produce sobre 61
cierto efecto de adormecimiento que se traduce no tanto por una mayor o menor pkrdida de la concieiicia.
sino m6s bien por un vag0 sentimiento de indiferencia. Es tambikn de quince metros !a distancia a la que
un buen oido empieza a percibir el zumbido del insecto. Aqui, una pequelia divergencia de opiniones
que no est& de m6s anotar: hay quienes creen que el
zumbido del bicho e s el que pioduc- este efecto; otros,
sas 8011 c a s 1 S I I I I U I L C L I I C C I ~ - - , c a
*Ila a Llnos quince metros, se dice para sus adentrosi m6s
o rileno? lo siquienie:
-tuna
vinchuca dc 10s pantanos? Est& lejos niin .
-*
I onterin ttir:tc:n dcsde ahma precauciones. Y s habr6 tiempo pnra 4 1 0 . Coin3 que se me pegue a la carcjtida,
,pobrecita! Bien. Jlxirnos pensando e n . . .
Y simir el b u m hc-mbre con el tema Que le ofiupaba :n cse irstante. El litho llega y se coge a1 c:uello
coli s u i seis patas. El hombre piensa:
-Una
vinchuca dc 10s pantanos. . . Deberia matAr:jela cuando pique en la car6tida. Cuando piqu, n12 car6tida. la matari. Per0 ahora.
Ahora levantar
Ia mano, golpearse, intcrrumpir todo pensamiento, aplazar sus conclusiones porque est6 alli sujeta --- ---patitas. . iY mis penwmientos son tan
srandes!
Y sig-ue el b u m hombre con el tema
ptrba. El bicho perfora la car6tida con i
chupa. El hombre piensa:
-Una
vinchucd de 10s pantanos . . .
poco de sangre. Y esta noche es hermosa,
tlcrinosa esta noche mientrds el mundo e
i ! ~c!~v;ldo de crjn?.-n,Ss e:patitosos, de c
ULU~ C
..
~ GU
OLV
C
IP
:
a
rev&. Y mientm.; por : o d x partes se alzan esperanzas ilimitadas. iPobre vinchuca de 10s pantanos! 1No
es culpa suya. nuestra mala suerte!
Y v u e h e el buen hombre al tema que le ocupaba.
El bicho se hincha. Ya es, -bajo su caparazbn, una cereza de sangre. El hombre piensa:
-iEh! jMaiiana s e r j otro dia! La prueba es que la
Luna ronca con dulzura. Y estos campos y las maldades. . . La culpa ha sido mia al ocGparme d e ellas, d e
esas rnaldades inexistentes, por haber olvidado la Luna con 5us campos. cMatarla? Si todo est6 mal, entigndascme, [todo!, csuprimir una vinchuca de 10s pantanos? jVaya un remedio! Y todo no puede estar mal.
Como qu e estuviese, yo hombre lo sabria y habria dado
el golpazo!
Y el buen hombre trata de volver al tema que le
ocupaba. El bicho ya no puede m6s. Sus seis patitas
son impotmtes para sostener una casi ciruela amoratada que le cuelga. Se desprende. Rebota sobre el hombro de su victima. Cae. Y da contra el suelo un sonido
opaco y seco. El buen hombre se vuelve, la mira y
piensa :
-Una vinchuca de 10s pantanos. . . Si fuera verdad tanto mal, ya el mundo enter0 habria estallado.
iY no! Prueba, q u e nada estalla a mi lado. Todo sixue en paz. La Luna. Reventarte d e un pisot6n seria
confirmar mi temor a1 mal que pudieras hacerme. iQu&
date alli! No serk yo el que vaya a corregir con tan
pequefia cosa cuanto existe. iEh! iMafiana a lo mejor
es otro dial
Y el buen hombre sigue su camino, dvidado, tot a l m n t e olvidado del tema que le ocupaba, conservando apenas una noci6n nebulosa de que hub0 un
momento en que un tema le ocup6. La vinchuca de 10s
pantanos se revuelca pesada y tiene pesadillas completamente estlipidas. Mas apenas cae la primera gota de
claridad en la atrnbsfera, puede agitar nuevamente SDS
ddd.
SLJ
alia
Eor, Iieverla
la Eaca y I~~:I.-CRYIR
--
..._.___._.-.
~
que una, cesa su diferenciacibn, crkase un sentido, mejor dicho, el sentido iinico que es ver, oir, oler, palpar y
gustar sirnult6neamente por un solo e g a n o , y entonces
se sabe, no iinicamente la realidad, no 6nicamente su re%aci6n con nosotros y con nuestra comprensi6n, sino
tambiGn, y sobre todo, la causa primera que la origin6.
Pero el cardomomo mayor se ha terminado a su
vez. La lengua se detiene y vuelve a ser lengua, una
lellgua que, juntiindose con el paladar, gust3 a h
unos instantes m5s una remembranza de candiyugo, de
s1.1 conjunto, y esp6rcese boca adentro, por todo e)
cuerpo, un algo imponderable que guarda un sutil parentesco con 10s jugos de la flor de la alfalfa.
Pasa est0 a su vez. Se abren 10s ojos, suenan 10s
oidos, huele la nariz, palpan 10s dedos. La realidad se
divide en cinco, y uno vuelve a no entender nada y a
forrnularse un rabioso, un desesperado, un aniquilante
(para que?
Mas queda en el fondo el recuerdo de haber sabido lo que es y para quk es. Entonces se naira c c i ~mayor tranquilidad a las gentes y sus afanes, a 10s astros
y sus Grbitas, a Dios y sus ocurrencias. V se bendice
la buena idea que una vez tuvo el chino Fa de internarse por el desierto de Gobi y la mejor a h que tuvieron varios personajes de aquella tribu n6rnacle al revelarle al pobre y generoso amigo 10s secvetos de la fahricaci6n del candiyugo.
Per0 todo eso es pasado, remoto pasado.
Aquella mafiana, como tantas otras veces en e1
curso de 10s dos afios que siguieron a la muerte del buen
chino, me limit6 a lo iinico que podia hacer: palpar el
jug0 de rnis flores. Con est0 revivia el momento final
del bastoncito. AI revivir, resonaba en mi un eco lejano del diluimiento de las doce substancias y del cardomom0 mayor. Un eco Icjano, asi, mcy lejano. . . Mas
de todos modos era una franca dicha poder acercarse
ique, repito, lejanamente a mornentos tan magnificos.
52
Luego, tras un picacho se perdia y volvia la sohedad
asentada sobre el silencio sordo de 10s cerros. Entonces, por breves instantes, cste silencio se quebraba:
oculta entre 10s matorraleo una p6jara pinta cantaba.
iQu6 hermoso es el canto de la p6jara pinta! Es un
fuego de artificio, es esa llama culebra que se estira
en el cielo oscuro, q u e detlene su extrenio, qve ratumba corn0 un caii6n y que luego se desparrama en mil
lengiictas de fuego y en mil chispas, silbando como silban !as amapolas Y 10s crisantemos. Asi canta la piijara pinta, Y asi, mientras canta, vuelve a pasar en el
vCrtigo de la altura, tranquilo, lento, en silencio negro,
otro buitre cordillerano. 1Q1.i; maiiana d e verdad esplendorosa!
Segui avanzando.
Con gran gusto, en la media luz tibia d e la quebrada, vi de pronto un grupo de &boles tupidos cuyas copas alumbraba el sol, seguramente por a l d n caj6n dc la montafia. Lle;.uB a ellos. Con mayor gusto
a G n pude constatar que me ocultaban nuevs sorpresa
pucs apenas me hallk bajo sus hojas divis6 a unos ciento cincrrenta metros una enormc voca.. Siempre me han
gustado locnmente las rocas, sobre todo 6stas que se
levantail solas en 10s cerros secos entre mil malas hierbas y arbustos retorcidos. A largos pasos me dirigi
hacia ella con la intenci6n de contornearla y sorprenderle entre sus grietas alglirl asiento c6modo que me
sirviera luego como sitio habitual para mis prbximaa
lecturas. iEs tan dulce leer asi! En toda la naturaleza
las rocas son las rinicas que pueden rivalizar con Ias
industrias de 10s hombres en materia de comodiriad,
para un asiento, se entiende. Y luego, entre linea y lipea, mirar 10s inmensos buitres kordilleranos, oir el
canto de crista1 aislado d e alguna oculta p6jara pinta.
Empeck, pues, a contornear mi roca girando sobre mi
uierda, es decir, en el sentido contrario a1 d e las
ijas de un reloj. No sk para quk doy este'detalle;
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Juan Ernar
56
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habian estado trotando desorientadas y a locas por el mundo, tres fuerzas inccherentes en el caos de ia vida que, por su misma incoherencia, por su mismo desequilibrio, a1 hallarse errantes,
contribuian de m&s en m6s a intensificar ese ~ 3 3 s .Tres
fuerzas desesperadas en su rodar inGtil, agriadas en su no
empleo, rabiosas en sv correr obligado, temerosas de reflejar su infortunio a las dem& fuerzas ya existentes, ya
-mal
que rnal--np.rradas en un equilihrio que podria
a1 fin romperse sobre todo si, libres y caprichosas, ellas,
el viento o el hastio las empujasm en contra de 61, g01peiindolo.
Tres fuerzas asi, asi, Iargas, Iarguisimas; en el espacio tan largas que, y 2 habiindolo surcado todo, habian
pcrdido sus formas iniciales de serpientes largas que se
estiran y ya, sin formas, tenian la forma de ser y nadz
m8s; y en cl tiempo tan remotas, tir.nto, que no podian
tener como origen m6s que tres miseros, infinitamente miseros, gestos descuidados del Todopoderoso, Omnipresente y Omnisapiente cuando vinole a SU voluntad
crear un mundo
creia El
de exactos equilibrios.
Tres fuerzas as;, asi - ihumanos, compaiieros mios
que viviais ignorantes del peligro que a cada instante
podia caeros y aniquilaros!--,
tres fuerzas asi, humanos, que de un momento a otro, por un desvio cua!quiera, por una combinaci6n instantjnea, irnperceptibJe
para nosotros en su punto de choquc infinitamente pequeiio, inevitable para nosotros en nuectra enorme impotencia, podian arrsstrar 31 desequilibrio lo ya d6bilmente eauilibrado desde el dia de la creaci6n y, a1 desequilibrarlo asi, volverlo todo a la primera nada.
Pero hasta aquella maiiana las tres, por aqui, por
alli, por ac6, no habian loprado m5s que resbalar sin
penetrar por el cosmos; resbalar la una kasta incorpomrse en su resbalar freiiitico a1 d u k e gat0 que roncaba una noche junto a un brasero; la otra, a la pu!ga que salt6 de 10s maderos carcomidos a la cp,beza
zii
caii
giara
p'aa.
iuiiiaiiuq
---,------ --,--
~VIIUII-AV,
Maldito Gato
vecino, sin que ni un grano de la arcilla del embudo,
sufriese ni un pequefiito movimiento. La descarga de
frlerzas a1 romper el equilibrio seria tan minGscula-por
inmensa que fuesen las tres primeras fuerzaa originadoras de este equilibrio-,
tan sumamente min6scula como minlisculo es en el mundo todo gato, ese gato, el
mio, que representa entre nosotros tres el justo promedio: es m6s que la pulga y, despuis d e todo, menos
que yo. Pues
se me seguir6 arguyendo (la verdad
es otra)-,
~ p o rformidable, por gigantesco e inconmensurable que fuese todo aquello que alli en el embud0 confina, tendria, por la ley d e las cosas, que expresarse, ya una vez el equilibrio roto y las fuerzas
desatadas, por intermedio de nosotros tres que sumados como poder d e acci6n y divididos por tres, damo?
la potencia activa d e tres gatos en medio del universo. Por lo tanto tquB temer? (Para q u i mantener tal
estatismo alli en una quebrada perdida en esos cerros
solitarios?
Pues bien, argumentar en tal forma es lisa y llanamente argumentar haciendo lujo de una inconcebible
superficialidad. Escuchadme bien.
Tres gatos. Se ven tres gatos y se piensa en la
fuerza fisica d e 10s tres en su calidad d e tales. Por cierto, insignificante. Tres elefantes, tres mastodontes, insignificantes tambign. Ahora, tres gatos.
iNi q u i
decirlo! Per0 se olvida una cosa, una cosa esencial: que
aqui, aqui en mi caso, no hay que considerarlos en su
calidad d e tales sin0 en su calidad de fuerzas constitutivas y sobre todo en su calidad de elementos, eso es,
jelementos! De ahi que haya hablado d e tres gatos,
pues tal representa el promedio de las fuerzas del embudo aunque de verdad haya uno solo y 10s otros doe
estin representados por la pulga y por mi. De ahi que
haya trazado Ia figura, el finisimo trignwlo, para pamr
a ser, de aislados que Cramos, un todo, y cada cual
un elemento d e ese todo. Que hayamos pasado a ser,
..
62
Juan Emar
de Iibres y vivientt3s como seres, de errantes e inocupados como fuerza s, tres elementos estables de una
nueva
Fnrmn ~.,-I I Pr
l
- - - - ---___,om0
tal habia inexistido hasta aquel
momento de las I 2 del dia del 21 de febrero de 1919.
Desde aquel momento habia algo m6s en el Universo, una format:i6n m6s, un reflejo, un espejo. Per0
--let.""-..--:-*'
J - in*
uicii, 1ia p a a u i a
capcju
pueue
ayui, entiCndasem-c: L:-ducir a error. La empleo porque aIli en el embudo se
reflejaba otro, el 'Todo. Pero no s610 se reflejaba; tamF b i b se reproducia. Digamos claramente: -se__repetia,
bEra un nilevo tot;ai, idknticamente equilibrado como el
ran total. Chiqiuito, infimo, raquitico, miserable. . ,
,-it-odo lo que se qjuiera! Per0 era un total. Era nuevamente, era dos v eces lo que hasta entonces no habia
sido m6s que una. Era el total caido sobre el total y viviendo desde entoInces, no de la vida del otro, sin0 con
vida igual el otro. Porque no se olvide que, lanzada la
nada ocurri6 alli ni
primera linea - de mi a1 gato-,
en ninguna otra p artc porque la linea ilnica fuC la unidad inexpresada tD inexpresable. hlas cuando se lanz6
la segun,da - del gato a la pulga - ya hubo dos, y la
vida se manifest6 . Pero no se olvide tampoco que, al
no existir m6s que estas dos, q u e d 6 en czda extremo be la pulga para all&, de mi para ac6 - una como
boca, como arter ia cortada que derramaba. Por lo
tanto. ,durante ese momento, es decir, antes q u e sc lan7 R Y . n la terrf=ra la vida, por mucho que se mani$estara.
lo que hizo f u i ci'rcular. 0 sea que, a1 circular, era a ~ n
la vida del total, vitalizada, si, per0 parte d e 61. Todavia no habia habitdo la individualizacibn, la separacibn,
el espejo reprodmctor, el puevo total junto a1 total, -eT
..'
nuevo cosmos jun to a1 cosmos.
La tercera linlea se traz6. Recukrdese: vino de la
pulga a mi. Nos desprendimos, aparte, fuera, espejo,
per0 solos, con ntiestro mundo, nuestro principio, nuestra espera de nuestro fin.
iLas doce! E ! Universo, entero, repito, se detuvo
__
__
Ma.ldito Gat0
63
por un minimo instante. Luego sipit5 rodando. Y nosotros, a la par, rodamos tambich.
AHA, las 6rbitas y las miserias.
Aqui, jsilencio! Yo, 61, ella.
Ella, YO, 61.
El,
ella, yo.
Acaso hasta el tiempo infinito.
..
..
..
iLas doce!
Tuve una noci6n nitida d e esa sribita e instant6nea
detenci6n. Luego, como lo dije, vino aquella gratisima
lo dirC
sensaci6n d e reposo. Per0 entre ambas
ahora-,
entre esa noci6n y esta sensacibn, fueron otros,
muy otros, 10s sentimientos que me llenaron. Entre ambas
tuve primer0 un sentimiento de estupor, acaso es mejor decir de solemnidad y d e adi6s. Luego me pinch6
un arrepentimiento repentino. Luego, un sentimiento d e
pavor tan intenso como r6pida fuk su duraci6n. S610
entonces, cuando la detenci6n del mundo hubo cesado
y volvi6 a marchar, y cuando a su vez el embudo con
mis dos compaiieros march6, s610 entonces fui inundad o por aquella sensaci6n d e reposo de que he hablado.
Vamos, pues, ordenadamente.
Un sentimiento d e estupor; algo solemne, el adi6s.
Porque siibitamente mi significado como hombre terminaba; mi signo cambiaba, mi sigllo hombre se iba, mi
signo era otro a1 pasar a ser elemento. Pasaba a ser
apuntado, fijado con el signo elemento. El hombre, en
el sentido de esta palabra, en el sentido del ser que
cumple su vida aqui, el hombre en mi cesaba y a todos 10s hombres hoy poblando el mundo, a todos cuantos lo poblaron, acaso a todos 10s que se incuban para
poblarlo despuCs, a todos 10s vi alejarse, 10s vi haciCndome un quite en el espacio, para ellos seguir a
suelazos ccn la tierra, para YO sorprenderme amalgamado, caspirado por otra conformaci6n y otro destino.
Cuando antes paseaba por las calles en medio de la
muchedumbre, pensaba de pronto en a l p como una
Juan Emar
gigantesca gr;a cuyo eje se hallase a distancia inimaginable, cuyo brazo se inclinase hasta mi. Luego me
veia cogido por una de sus poleas y elevado vertiginosamente por 10s aires. Me venia la certeza de que mi
propio movimiento dejaria muy pronto de sentirlo para
ser transferido a1 planeta de que me arrancaban. Veria,
pues, a la Tierra desprenderse y caer a mis pies, dibujar
a su alrededor un inmenso circulo, luego redondearse y,
como una gran esfera orimero, como una bolita despubs,
disminuirse hasta un punto que ahora inmbvil se clavaria en un sitio del espacio mand6ndome en uria chispa parpadeante 10s sanos, 10s c6lidos soles de que en
ella gozaba a1 pasear por sus calles distraido. Y entonces, inevitablemente, a1 pensar asi, junto con la solempidad de sentimiento a1 haberme desprendido d e
mJs suelos y mi atmbsfera, se me filtraba una angustia
desesperada, un arrepentimiento agudo, una falta imperdonable: todos 10s asuntos, todas las cosas que dejaba pendientes! Todo lo que no termini, todo lo que
qued6 abierto, sin cicatrizar, como una herida chorreando sangre! Cada asunto, cada asuntillo, por infimo que fuese, que hubiese quedado sin redondearle
su objetivo propio, sabia - mientras iba por las calles a codazos
que me apareceria - a1 estar ya
arriba suspendido por la grGa - como un punto d e
descomposici6n, como una Glcera - tan pequeiiita como se quiera - que a m6s d e alguno molestaria, mortificaria, tal vez torci6ndole su destino, y ese alguno o
esos algunos me reprocharian el haber partido sin antes no haber finiquitado, cauterizado esos focos d e
miasmas dejados por mi. Y no sabrian cu6nto estaria yo
sufriendo a116 arriba, solo, perdido, frente a la Tierra
luminosa en un cielo de abajo. Entonces - siempre por
las calles a pasos largos
veia d e cu6ntos Ruecos ocioSOS, d e cuintas postergaciones abGlicas, postergaciones
d i d a s , formaba yo mismo mi vida, en vez d e repletar
tales huecos precipitadamente, en vez d e coger ]as pos-
pnr Gabrieia
Emar
67
fumar arrellanado en un sillbn, 10s ojos fijos - ya lo
he dicho - es decir, mhs o menos como ahora en e1
embudo, con tan 9610 la diferencia de que entonces
quedaba yo fuera y miraba 10s elernentos ya formados,
ya amarrados, ya paralelos alli enfrente; y ahora s b l o
miraba, s610 podia mirar parte de esta nueva amarrp, pues Ia otra parte de ella la formaba YO, senciliamente yo.
En el muro del hall, frente a1 sill6n, habia colocad o un cuadro de Gabriela Emar, hecho de dos madetos, dos trozos de metal y ?& de circulo de zuncho. Ei
todo sobre fondo d e madera, y cada elernento coloreaclo
diferentemente con tierras a la cola: el primer madero,
el de mayor relieve, es decir, el mhs cercano a mi y
que, recuerdo, tenia cierta forma triangular, era de un
claro qris azulado; sepuia uno de 10s metales, alargado
y quebrado en dngulo recto, de tono d e or0 viejo, liqeramente hrillanke; m6s at&, como sombra de iste.
el otro metal, opaco, oscuro, con reflejos sordos de
violeta y tiata: atrhs, a1 dtimo, el otro madero, recto,
qris azulado como el primero, pero ensombrecido y alg o chorreado por trasparencia d e vagos tonos roji20s; y abajo, mordi6ndolos a todos, el ?& de circulo,
de hierro negro. El fondo, tabla de ocre tostado. Po..
10s cuatro lados, un marc0 amarillento, fino y liso.
No s4 si esto dC idea de dicho cuadro. En fin, supon,rro que ha d e estar a h en casa. Quien quiera, que
vaya y lo mire.
P a s a h muchos minutos, tal vez algunos cuartos d e
hora, iijando esas formas y dejando que, como humos,
me envolviera, per0 sin penetrarme, algo semejante a
un sentimiento de equilibrio. Un natural impulso m e
inducia a querer trasmutarlo en idea, concreta si fuese
posible, una idea manual que poder llevar conmigo
PO^ todas partes y que poder .lanzar por todos lados.
Per0 a1 Tenor csfuerzo, las pequeiias raices de tal idea
se desvaneciar,, se ,esfumaban y , kin formular nada,
dido.
Si; todas
70
amodorrarse en las dulces sensaciones del sosiego y el
silencio y no exponerse a mortifiaci6n alguna a1 pretender perforar m6s hondo. Pequeiia, miniiscula lucha
d e casi todas ISS noches. Para acallarla venfa siempre
una transaccibn y venia en la forma de un propbsito,
d e un proyecto para el dia siguiente: jun poco de Iiteratura lo soiuciona todo! Si; maiiana - me decia escribird ese cuadro. Por ejenlpio: la historia de cada
uno de sus elementos: la semilla que di6 el Arbol, que
di6 la madera; su corte, su e q p l e o en bste o aquel objeto; la muei-le del objeto; su rodar por polvos y fanqos; SLI existencia en otra forma que la de hoy; etc.,
etc. Y otro tanto para 10s metales. ilindas historias!
Junto a ellas, planeando cual inmenso p6jaro neqro si; asi me lo irnaginaba ni m6s ni menos: pijaro inmens o y negro por aiiadidura - planeando y atisbando
por 10s rincones de desperdicios y hierros viejos, planeando la concepci6n del pintor. para cogerlos, torcerlos, mutilarlos, cortarlos y hendirlos alli, plasmados en
un color. iLindas historias!
A veces sentia pena por esos elementos aprisionados, deseos de devolveries la libertad, que sigan ellos
tambikn su destino. Era como un sentimiento espantoso
d e nuestra crueldad. iAtarlos, detenerios zsi! i Por gn
zar de una sensnci6n estdtica! Y alli seguian ihaciendo
una figura! El mundo fuera. . .
Per0 no eta eso, no, nada era eso. Prueba es que
el cuadro est& alli y que la historia no se escribici jam6s. Y ahora me digo, no sd bien por qud, per0 m e
digo: No. se escribi6, a Dios gracias.
fiiado miis.
Per0 esto tambiin pas6, pas6 con velocidad inaudita. Habia empezado junto con vciiir las doce del dia.
Aun las doce se estaban dando y ya otro sentimiento
ocupaba, inundaba mi ser entero: pavor que me held
?as venas.
Ya he dicho - y I.epito ahora hasta la majadeiria
. Iiatna
I ,
- que desde aquel momento
un todo mas, un
todo viviente, organizado alli en 10s cerrOS de] Melocotbn, caido a1 costado del otro y equilibrado instant6neanlente sin que ni una hoja, para ello, hubiPemblado en ningfin matorral. Alli a] costado est6bamos
Y quedhbamos y es por este hecho, por est0 de ''a1
costado" que habizi. algo m6s en el Universo. HacIta
que kramos, habiamc)S,
entonces, nosotros r' las fuerzas
1
1
como todo lo restante, rcaacio
y rodado, con mas o
menos golpes y sinsabores, con m6s o menos protestas
0 indiferencias, per0 rodado, rodado dentro, amalgamados y siendo lo otro. iTerminado todo eso! Ahora,
no. Desde ahora, no. RecordarG la fecha nuevamente:
febrero 2 1 de 191 9, a las 1 2 en ?unto del dia. Porque
1
.,
alin es la misrnp hora. Alin seguir6 siendo la misma haeta que toda la sucesi6n de sentimientos mios se h a y s
cumplido. Entonces s e r h Ias 12 m6s lo que inmediatamente viene despuis de ser cada hora.
..
..
il
L'n platillo
cFriA. iROto
..
..
..
..--
.
.
a
76
Juan Emar
atroz de verme d a v a d o alli. Unos deseos s6bitos, vecinos a la locura, de saltar, echar a correr, desmoronarme cerro abajo y lanzarme como a un lago, como a un
mar, aI vasto potrero de alfalfa.. Meterm-e nuevamente
al mundo vivo por entre esas flores violiceas, otra vez
!a vida, mascindolas, chupGndolas, tritur6ndolas. Saltar
y partir - jvenga Io que venqa!--, saltar y partir. Pero siempre que tales deseos me espoleaban, el gat0 posaba sohre mi sus ojos verdes, quitaba de ellos todo briI10 y me apesantaba con una mirada sorda, suave, p16cida, que desmenuzaba mis proyectos de fuga.
78
Nada d e rev6fver. Sigamos. Y o , 61, ella. . . Ella,
. . El, ella, yo. . .
Era mejor.
2.a) Que no ocurriese nada, absolutamente nada,
De un balazo o de cualquier otro modo, se rompe e1
tri6ngulo. Supongamos el modo m6s violento : dinarnita, y todo vuela; o el d s tranquilo: me levanto de la
piedra, me estiro, sacudo mi ropa y me marcho paso
a paso. El cas0 es que no ocurre nadP, ni alli ni en
ninguna parte. Por algo que ignoro - a! fin y la postre
no voy yo a saberlo todo-,
se rehace sfibitamente eI
antiguo equilibrio, nadie nota el Iigero vaivdn, ni y o
mismo que ya me hallo embelesado conternplar,do las
faldas de 10s cerros y 10s potreros lejanos. Rezreso, rehaciendo el camino, hasta las casas del fundo y vuelvo
a ser una fuerza larga, inocupada personalmente d e 10s
eqv.ilibrios, y ocupada finicamente de mi vida privada.
Esto no podria ser posible.
Me bastan cortos rnomentos de meditacibn para
constatar su absoluta ix~posibilidad.
Volvia a s e r > u n a fuerza inocupada. Todo puede
volver a ser m6s o menos como antes pero no exactamente corn0 antes. Durante el trecho de haber sido y
volver a ser algo ha tenido que ocurrir. Se vuelve a ser
lo anterior, m6s la huefla de lo ocurrido. En mi caso: esa
fuerza inocupada, que volveria a rodar, habria ya ccnocido lo que es ser, habria ya adquirido conciencia de
un estado diferente, de la posibilidac! de su ocupacibn,
de su subsistencia. Seria fundamentalmente de otr-a naturaleza, aunque rnucho aparentara ser iddntica.
Ahora, no cabe ducla que diferente naturaleza era
la de u n estado superior venido a uno inferior. No se
piense en mi como persona, caminando libre por calles
y carreteras o cfavado aqui en la boca del embudo. EsZvar a error porque para todos aparecerd queto I
ir a
s trancos es un estado superior a permane-
90, 61.
80
bre 10s hombros fiasta 10s crujidos imperceptibles de la
nnturalesa a1 desenvolverse sufriendo.
Entonces, < c u d seria mi salvaci6n, mi idea fija?
CQUC se me impondria para verme libre, para descargar tanta culpa?
iVolver! iVolver a1 embudo!
Nnldito G n t o
81
be haber muerto. Viene mi gat0 en un saco. &lopamos. Nuestras necesidades nos envian sus perfumes; Icw
bumanos, tambiin ; hierbas de !os arrayanes, bichos dc
10s arrsyanes; el potrero de alfalfa, y un nuevo saki0
a1 incomparable amigo que f u i el chino Fa: p6jaras
pintas y buitres. iEl ernbudo!
Tercer punto :
Me arrastro por el embudo con mi gat0 en ambrv
manos para colocarlo en el nicho del fondo. LO eo10~0.
Alli se queda. Retrocedo como un reptil. Me levanto,
m e vuelvo y marcho hacia la piedra.
Junto con dar el primer paso, el pato saltar6 nicho abajo y marchar6 sobre mis talones. Entonces. .
media vuelta, cogerlo, y a1 nicho otra vez.
Retrocedo, me vuelvo y . . . iel gat0 en mis talones! Y otra vez, otra &s,
otra y otra. En van0 lo acariciar6 a116 a1 fondo, dindole a entender que debe qusdar en el m6s cornpleto sosiego. Apenas ve d a talones, iaI suelo y-tras ellos!
Ya mis talones empiezan a tomar una especial sonsibilidad. Ya son el hnico punto de mi ciaerpo on que
vivo Ya son dos llagas. Y el gat0 ineiste.
Retrocedo sin volverme. El vacila un momento pero s d t a al fin. Y viene, viene, busca mis talones contorneindome 10s pies. Para evitado, avanzo hacia el
nicho. El, atris. Mas la estrechtz del embudo me obliga a detenerme. Si me echo poi. tierra, el gato 10s alcanzari. Vuelta hacia fuera e n t o n c p i Fuera! j Fuera!
El gato me echari fuera - ial mundo de las obsesiones
otra vez! 0 bien, hacer de todos 10s aiios que me quedan por vivir, este ir y venir hasta el nicho, hasta la
%oca, hasta el nicho, hasta la boca. Y ya talones y gat0
no serin m6s que uno, doloroso, sanguinolento, atroz!
82
Juan Emar
EL
---.
P E R R O
AMAI
~>es:derio Lonqotorna,
Bi..ldon
Am nestrado
8A
I-.tc.
FY Perro A niucstriido
87
de esta ciudad. Eran las 8 de la noche. Pasaban muchos transebntes, muchos coches, autobuses y tranvias.
Brillaban faroles y letreros
luminosos.
Aquello m a -
reaba.
'
'S
"
"
;iI
I O 1 clc la Nevada.
Once personas hacian cola frente 2I la puerta de 1Desiderio Lonnotonia. Cnda una tenia etlgo en las malnos
y ahrigaba ia certeza que ello era la piersonnlidad hurnana perdida ia vispera.
La Drimera tenia: un frasquito lie'no de arena :
la sequnda: un lagarto vivo;
I
la tercera: un viejo paraguas d e cacha de rxiar-
fil :
'
a uno.
ti6 :
-jCuernos
E
er1 un finisimo poivo homogbneo. Este poIvo Io guard6
er1 una retorta que cerr6 herm6ticarnente y que expuso
'4- 1, 1 ,rn=
Clnco minuwa a 1i,a I..,
IUL. -I.
Mientras esto hacia, Matilde Atacama estaba en
hrazos de su a m n t e , y yo terminaba 10s preparativos
de viaje a 10s confines de la Etiopia.
YUAILI.
96
d o a un lado una jarra con agua, a1 otro unos paneci110s de la regi6n. sobre la cabeza un despertador autonidtico que sonaba apenas tenia sue50 y, a mis pies. el
retrato de una mujer desnuda que previamente atraves6
con un colmillo de lobo y q u e coloqu6 sobre una casu118
del siglo XVI. Y esperi, esperi, esperi.
24 horas,
48 horas, 96 horas, 192 horas, y. . . :
Criicil, igil, esbelto, silbante, luminoso, aparecii,
por entre 10s verdes de la selva un soberbio ejemplar
de unicornio.
Ahora era V n e s t e r lanzar un grito para llamarle
la atencibn, me viera y se volatilizara. Crith:
-i i Presenten arrr . . 1 !
El unicornio se volvi6 hacia mi, me mir6 y se volatiliz6. Y mientras su cuerno caia a tierra, se arrug6 el
retrato de la mujer desnuda y un guacamayo cant6.
Cay6 el cuerno y enterr6 su base. Minutos mAs tarde echaba hojas dentadas; horas m6s tarde echaba u n
hermoso fruto encarnado. Con unas largas tijeras lo
Corti, lo envolvi en la casulla y, terminada mi misibn,
A grandes pasos me dirigi hacia el Mar Rojo.
Alli un submarino me aguardaba. Kegresamos por
las profundidades de 10s ocianos, pasando bajo lor
continentes, lo que me perNiti6 hacer dos observaciones. Una : ningJn continente, ninguna tierra del planeta.
est6 adherida; todas flotan. Otra: la Tierra no gira SObre si misma; la Tierra misma est5 completamente hmbvil respecto a su eje; lo que gira es esta capa d e
agua que la envuelve y sus continentes flotantes; pero
BU nGcleo (es decir casi toda ella)
repito - no.
A1 participarle esta segunda observaci6n a1 Primer
ingeniero, me mir6 u a rato, sonrib, luego me golpe6 el
hombro y se march6 a su cabina. Un minuto despuis ~ 0 1 via con una pelota de tennis que hizo girar sobre si
misma entre sus dedos. Me pregunt6:
o no aobre si misma?
-(Cira
Respondi :
..
-Ciertamente.
es lo mismo con 1;3
--Pues
Lien -- prosigui6--,
1
.
Tierra: puesto que gira aqui en la peiora la goma y la
badana que 1s envuelve, ( q u i importa lo que haga e!I
vacio interior? La peloti1 gira y no hay m6s. Alegar I(3
contrario, amigo, es cae:r en demasiadas sutilezas.
lncrnninrn
Si n--a
w
.*
-.---____-.
-Permitame
usted. c e G n r PGrn~r
pelota fuePe en su interior, pongamos una bola de madera y ustecl. a1 mover 10s dedos, hiciese girar y resbalar
sobre tal hola la badana exterior, tgiraria el total? Yo
diyo: ~ q Y
. tal es, creo,.el cas0 de la Tierra.
-Se equivoca usted, amigo mio. La Tierra es como
esta pelota y n o corn0 la que imagina usted. Dentro de
ella n o hay nada, dentro de ella es el vacio.
-3
Es DosiLle?
-n..l~iy posible. Dise usted el trabajo de pensar un
poco: piense que si dentro hubiese algo, ese fuego d e
que qe Iiabla, o esas capas con demonios y sabandijas
gratas a su Rrnizo Desiderio Longotomla, o IO que fuese,
ecree Listed que seriamos, nosotros 10s hombres, 10s tristes y malocrzdos seres que somos? CCree usted que
iriamos, como vamos, penando entre 10s dolores, las miserias y el amor? No por ciert 0, amigo mio. Tenga us
ted la certeza que una luz brjllaria en nuestras frente!S
altivas. En el interior de la Titerra es el vacio.
M e diriai a1 Piloto Primer'0. Me dijo:
-Tiene
usted raz6n. El i.ntnrinr
----..,CIP
la T;c=vva
i.l...u ,
-e+:
A
inm6vil respebcto a su eje, no gira. Lo que gira es esta
capa de aguzt con sus s6lidos en flotaci6n.
-Sin
emibargo - me atrevi a insinuar - hay quienes dicen que: m6s a116 de estas aguas no hay absolutamente nada.
- respondi6-. Todo el interior est6 for-Error
mado por vn metal oscuro, compacto, imperforable, un
metal duro y mudo. Si asi no fuese, si existiese alli un
inmenso hueco capaz de ser recorrido y atravesado por
7
1
. ...-_
u1
I
_
._
:ol.lLio
dos.
\!i
1>qpernmos.
,1
c'e
1P.
crc, o
1)aios
1uces submarinas.
ciencia del Primer Ingeniero era, sin duda, profunda. sin embareo el Piloto Primero no di6 su brazo
a torcel . Ponreia con malicia solamente. DespuCs m e
llam6 a un lado y me dijo a1 oido:
--E .1 seiior Primier Ingeniero sabe rnucho, unz
en o rm i d ad, respecto a la relaci6n de tiempo y distancia
entre el Caleuche y sus embarcaciones, per0 en lo que
se refier e a1 sex0 d e 10s cad6veres que tripulan estas G1timas, crkame usted, es un nerfecto ignorante.
Y 5:in d s , nos rnetirr.3s submarino adentro para
sumergi rnos nuevamente.
D 05 : dias mLs tarde ap;ird;.mos rn VaIparaiso.
de
<tis
La
Via j6 a
A 1as 2
! p casu1la y
cl C O C h f3 se
100
No corria alin un minuto, cuando un deseo me cogib: abrir mi puerta con otra. liave, entrar en puntillas
en el m6s absoluto silencio. T.qiardar largo rat0 tras
cada paso, temblar con el rui2d de las ratas y rohar, 10bar cuanto pudiera en mi propia casa.
Asi lo hice.
De un armario saquO un gran trapo negro para ir
echando 10s objetos robados. Tengo en mi escritorio la
calavera d e Sarah Bernhardt; me la robi. En el hall
tengo un cuadro de Luis Vargas Rosas; me lo robk. En
el comedor tengo dos viejov saleros de oro; me 10s robk. Y en todos 10s-rincones de la casa tengo las obras
completas de don Diego Barros Arana; me las rob&
Asi lleguk a mi dormitorio.
A esa h0ra.y ese dia - si Desiderio Longotoma no
me hubiese halalado del unicornio - deberia yo estar en
cama durmiendo. A esa hora y ese dia, si un ratero hrrbiese entrado a mi habitacibn, despuks de desvalijar
media casa, deberia yo despertar y, alz6ndome brusca.
mente de entre 13s s6baaas, yritar: (Quikn vive?.
4si es q u e despertk y gritk.
Si saquearldo alguna vez el dormitorio de un ciuciadano honesto oyese yo en la noche su voz de alarma.
deberia agazaparme tras un ropero y esperar ansioso,
corrkndo la mano hacia un arma, en este caso, hacia las
largas tijeras que a116 en 10s confines de la Etiopia me
sirvieroq para cortar el frrzto del 6rbol de la quietud.
Asi es que me escondi y mi mano ~e a r m 6 Silencio.
Ante el silencio, volvi a gritar: t QuiCn vive?
A p r e t i las tijeras. Mi respiraci6n jadeante rebotb
contra !as tablas del roper0 que me ocultaba.
Desde mi cama, oi s u jadear. iNi L I ~momento que
perder! Saltk a1 sirelo, cogi del caj6n del velador mi resr5:ver y, iiuz!
-41 verme iluminado y sorprendido, no vacilZ
i6 como tin leopard?, altas las puntas de las tijeras.
AI yerme asi acometido, apuntk y dispark.
dolas en el vientre.
Herido, tajeado asi, el rev6lver se me escaip6 y cai
cuan largo SOY.
Fui lo que aprooech6 para ajustar un seg:undo tijeretazo y, esta vez, escogi el coraz6n.
Con el coraz6n perforado, falleci.
b a n las 2 y 37 de la rnadrugada.
Ante mi cuerpo muerto y sanguinolento, retrocedi
con paso cauteloso. Record6 entonces el cuerpo verto
de Scarpia mientras Tosca retrocede.
I o l ~ ia cruza:.,.de espaldas, el umbral d e c asa. Vol~ . in I-i.pirnr la hurnedad del asfalto. Un nombire reson6
e n rl Pilencio d e mi cabeza: iCamiia!
)le cuarcci aqueila noche en un hotel CI ialquiera.
R e p c t i : iCamila!
Por r n i.
.-I1d i n sizuirntc: In pren:a :inunciaba mi miuerte
v a n d e s letras, enczbezando 1 0 s articulos con estas
:n h r a s :
ESPANTOSO CRIMEN
14.1 dia subsizuiente la prensa daba cuenta d e mis solemnes funerales.
102
Junn ITmco.
tud,
Marcel
ern u n a m t i r h a c h a rrt
Snhrr In mi.ina mesa recostd el cadiver de m6rd r CamiIa y. niuy Ientaniente - por fin-,
lo desn t l d i . Tal r u a ! rlla habia hecho momentos antes con el
fruto. hice vn R h n y r ? desde sus cabellos hasta sus pies.
ILuPpn nurdi, rr:-:iiclta
en el %ran trapo negro que sanil6 CIPI ~ r m r r ; - ; q .l - r n n o vacio. Pues 10s obietos robadosr
fticrnn c:ii.rnc?o n Io laryo de las aceras mientras d e mi
r n s n m c dirirTia a1 hotel murmurando el nombre idol n ! r a d n ? P Camila.
Nriri.aniente
por Ias aceras, bajo el peso de su
m3rmol. All5 c-n su casa, en 10s diferent es sitios oaipar I a 7 n sr l In
~
___-__
__
d n s Dor ella cuando vivia. Elan quedado n ~
casulla dc 1 siylo XVI y, sobre su cama, las largas tijeras.
mol
__
Desid erio Longotoma hace gimnasia todas las maiinnas. LUeqo se baiia en agua a 39 grados. Luego, durante n o nienos de media hora, se fricciona el pecho y las
extremidades con el finisimo polvo homogCneo que le
proporcini16 su miquina X Y 6, ocho cilindros, presi6n
hidriiulica.
-Est o es magnifico para la salud - me dijo apen a s me aiIercibiij-.
Ldstima que usted' no vaya jam&
a gozar d,e estas fricciones porque su memoria es admirable. Y aI, gracias a la debilidad de la mia, ya ve usted, desafiio como si tal cosa 10s rigores del invierno, 10s
calores es1rivales, las grandes comidas, las bebidas fuertes, el t ~lac0
3 y el amor.
Terminadas sus fricciones, se visti6 y se acical6 con
hijo.
Recogimos despuCs a Camila, quedada rnoment6neamente en el cdsped; la alzamos; y enterramos sw
piececitos en el sitio en que, momentos antes, se enterraba el de la cruz.
Esta vez oramos 10s dos y un grillo.
demasiado osado; hub0 quienes, de una estilizaci6n exaperada. Hub0 quienes la emparentalron a Atenas; quieneR, a Rizancio; quienes, a Florenci a; quienes, a Paris.
Hubo quienes consideraron ultrajalite hacer brillar el
cuerpo piiher de una virgen sobre 10s que ya no son;
huho quienps aseyuraron que la desnudez de una muchnchn en fin. rrdimia, con SLI presencia, todas las falt a s de cunntos duermen baio tierra . Hub0 quien armji, a S U S pies un cnrdo; quien. una
escupjtajo; quien u n puiiado de coraies y ~ i a c i i c p c i i a o .
10 obeeriaba todo aquello tras un ciprbs; Desiclrrio Lonzotoma, azazapado en una fosa vacia.
Tres dias m6s tarde n i n q h artistR volvi6 a opinar
palabra sobre 10s m6rmoles de Camila. Vino entonces
~1 invierno y la lluvia corri6 helada sobre sus formas
pnrns fr ente a las nubes.
7.0~.
que el yerro era general y que era causado porquc todos ignoraban io que realmente representaba la estatua que se erquia ante sus ojos. Entonces - ignorantes y para substituir tal ignorancia
querinii aproGmarla a una verdad cualquiera: Atenas, Bizancio, Florencia, Paris.
Ignoraban que aquello era Camila, mi adorada y
desdichada Carnila; que aquello era su cuerpecito siempre resistentral amor y hoy a la intemperie de las miradas; que aquello era mi total irresponsabilidad proteqid a por una lipida mortuoria y hecha mirmol por el crimen.
eSOS
-i Bravo! j Bravo!
grita frenitico Desiderio
Lonzotoma--.
iEso es arte!
Y rie, pues Desiderio Longotoma demuestra su entusiasmo sobre todo riendo. Se oye su reir dulce, de
cascacla. Y o entonces envalentonado:
-iQLld! < Ni una palabra ahora para mofaros de
vuestra propia mueca?
Hayo l u c ~ oun amplio gesto circular con mi diestra,
mientras cae, deshaciCndose, el trozo de arcilla y vuela
por 10s aires la imazen del zapatito ahora de ambas. Mi
traoicismo Ileqa a SLI miixima intensidad. Profiero:
- A l a s . poor Yorick!!
Desiderio Longotoma casi ei
-; STaynifico, amigo, magni
Y rie ipterminablemente.
Esto. noche a noche, durani
1 empieza una tercera hist
.I
___
______-...-..
tar alguna vez la Iuz de un rekmpago diuri;o. Los re!bmpagos nocturnos le erizan 10s nervios y 10s detesta tanto como a1 Sol, como a Rembrandt, c s n ~ o a
Dante, como detesta las armas de fuego y 10s labios
de sangre de las rnujeres de mirar sostenido. En canibio,
solo en su taller bajo Ia ciaraboya lluviosa de un mediodia invernai, Cirilo Collico vibra como una nota de
la;d si, de siibito, sus muros se iluminan un instante
con el verde hueco y lax-ado de un rel6mpago perdido.
Cirilo Coilico es detective. Es un detective agudo,
sagaz, de ojos de iince y velocidad d e Iiebre. Durante
estos filtimos aiios casi E O hay esc6ndalo ni crimen en
cuya dilucidaci6n no haya intervenido Cirilo Collico,
Cuando 10s policias oficiales est6n ante un asunto sin
hi!o que seguir, siempre hay uno de el!os que llega a
su taller a pedirle una posible orientaci6n. Ciriio Collica
escucha, anota, estudia. husmea, sale, ccrre, interroga,
atisba, deduce, sorprende y encuentra.
Hace ya varios dias hablaba y o sobre el personnje
con Javier d.e Licantkn, el inmcnso vate.
-{CCImo
t e exp!icas
le preguntk
tal dualidad en u i l hombre? Pintor fino, delicado, alm&ndr+o,
a la par que detective apasionado ante las infamias y
la sangre.
-No hay tal - me respondi6-.
Cirilo Co!IIco cs,
ha sido y serR siernpre uii detective, nada m6s que un
detective y s610 una cierta pecaminosa vergYienza interior - a1 constatar que fuera d e infamia y sangre nada
le interesa - s61o ella, le hace parodiar en su taller de
invierno a un ser sutil y exquisito como ]as almendras.
Poco despuks habli del mismo asunto con e1 doctor Linderos, eminente psiquiatra.
mi pregunta respondi6:
-No hay tal. Cirilo Collico es, ha sido y ser6 siempre un finisimo pintor y nada m6s. Y lo es a tal extremo, a tal extremo es finisimo y a tal extremo se afina
mbs y mas, que 61 misrno ha Ilegado a sentir que, de
seguir asi, vi! a conxrertirse en un ser totalmente ajeno
la realidad,
130
Jztnii
Emar
Lo abri y lei:
CIRILO COLLICO saluda atentamente a su amigo Juan
Emar y le suplica ir, sin tardanza, a casa de su seiior padre, to mar su sombrero de copa y ver lo que hay en su interior.
Obedeci.
Minutos rnjs tarde le decia a pap6:
-cD6nde
est5 tu sombrero de copa?
-Alii,
sobre la c6moda.
-<Permites que mire dentro de Cl?
-Mis
hijos, enrni casa, pueden mirar cuanto quieran.
Avancd.
Mire.
Dentro del sombrero de copa de papti no haL3;n
nada, absolutamente nada. < Q u e broma o necedad era
entonces la tarjeta de Cirilo Collico? Cuando de procto senti un vuelco en el coraz6n y note que pa!icecia.
A! fondo, grabado sobre el fcrro de &a, e? soul-hrero
inscribia su marca: arriba, su nombre; abajo, s u direcci6n en Londres; a1 ceilt.0, e! escudo de Gran Bretaiia. Eso era lo que de&; \-e:.
El escudo de Gran Bretaiia tiene a tin Iado un le63
coronado; a1 o t r o . . ., un magnifico y altivo ejemplsr
de unicornio!
Anoche no dorm;.
Hoy, a la hora del aperitivo, ha venido CiriIo C3Ilico. Nos sentamos junto ai fuego. Llarni a1 criado.
Ectuve a punto de pedirle whisky. Sin embargo, juzgu6 que era acaso preferible algo de otra tierra, si, d e
otra tierra.
-Viterbo,
dos oportos.
Bebimos en silencio.
De pronto Cirilo CoIlico me dijo:
-La
Edad Media fu6 una 6poca extraordinaria.
-Por
cierto - respond;.
111
El Cnic0112iU
&e\
mi:
1,361.
Y m e ala.rg6 un pequeiio libro de tapas de cvercr
\.iejo abierto en la p6gina 4,O. Lei:
I
Y es el cas0 que Drngoberto 11, ebrio de sangre, cjuiso seguir dev astando cuantas coinarcas hol!aran las pezufias de su
potro in(1omito. F.??as a1 cruzar las cumhres de ICs montes Tru\-n;andos y eiitrzr a1 vcrde valle de Parpidano, aparecic de slibrto. altnI cn In tlicstra la cruz del Redentor, el mbs anciano de
! o s !r:onj e s dz I;\ Santa Hermandad del Unicornio, y . . .
La
x . O Z se me a t a j 6
p;es.
-1
ELI I (
cho.
Deac!e el umbral me dijo:
-YlF.fiana
seguiremos la kctura. Mafiana a primern hora.
Y ae rnarch6.
Apenas sus pasos se perdieron, escapi
rno uii dernenTe. Corri,
Lieguk a1 cementer
por ultima vez en mi c
y una paloma llevaron
Alci la 16pida. Y (
entraiias en putrefacci6
10s
Las putrefacciones
cielos.
Suben las mias co
de ci
112
J U I ~EL
Su voz retumba:
-iA
til
~ v a n z a1:n cortesano, joven, r u b , 4 0 s de mar
r 3 m o !a atm&:cra, vestido todo de afiil.
PapLisa .;-,Lie la alfombra se tiende
se abr-. SObre la alfombra, y bajo m i cabeza caida Y yesac?
],a
qcma y de mi mesa de trabajo.
epcima
E,] obi=po bepdice nlzanclo s u esciavjna.
Tcdcs 10s ojos est6n fijos en la escena. Todos tranr;uilos; salvo el Zar PalemSn.
El Zar Pa!emdrl sc inqaieta, sc aqita. haciendo entre-chocar las perlzs y las flores que cuelqan de su *rono. Lueyo interroqa con la \vista a su3 espectros. Est o s mueven lentame-nte la cpbeza en sig~lode n e w e-;&.
I NO!
horror
Le:,tamenLe quits 10s ojos de la escena. iliira hacia e! trono. Desde alli, disimulado tras una de !as columnas de atabastro, un espectro echa sobre mi el vacio de SUB 6rbitas.
Entonces pregunto, pregunto con tanta intensidad
como hace un instante miraba intensamente.
Y voy sabiendo que el espectro dice:
-Los
humanos vinieron sin sexo. Luego 10s sexos
cayeron en e!los, se incrustaron, e incrustados -7ivieron
su propia vida nutriindose de la sanKre y las ideas de
10s humanos. Asi hasta hoy; asi, ya, siempre. Simbiosie
casi cterna que el hombre se niega a reconocer. Simhiosis que ya ni siquiera siente. Identificaci6n abyectamw-rte a c e p d a . H a y algunos, sin embargo, que miren
y a vcces piensan. Y a vcces, entonces, presienien y m
el s e x vive por si, por cavernas y revelaciones, desliz5ndose y arrastrkdoles, a eilos, hombre, mujerer, soheranre. Dicen por soberhiri: Es nuestra voluntad
iErrw! V a n arrastrados. Y hay otros -- rarisimas excepciones - que saben c6mo las cosas son en verdad, lo saben, lo sienten. lo viven. Han desconectado.
Son dos vidas aparte en un ser s610 en apariencias uno.
rl
4 ero !a i i n i h , el paeto
de sex humano y sexo, lo han
ioto. . ., !,asta donde e: posible romperln hoy en paestra Tierra. Entonces Jm sexos puederl -rzv;r visici-40
QII propia vide., nutrihndose tal vez con un poco de
fangre, sicmpre; mas sin alcanzar a hacer de ninguna
idea su presa. Recuerda, ahora, en ti mismo un hecho
kjano, acaso olvidado, per0 cuya esencia ha quedado
e n ti causindote pavor cada vez que la vida te ha
rafrrcido alqo anslogo. Oye bien: ipuedes neqarme
q u e un pavor inexplicable - por la distantin entre
~
y efecto - te coge cads vez qne sorpresivarnente descubres vida eil lo que creias inanimado?
6 )
324
1
' ' e! cspectro cal16.
Ahorn el bufbn se hnbia alzado 5' perdido en;re
la rdtiti?d. El Zar PaJem6n de pie, blandiendo su cetro temhlaba. P p p v s a so3reia con vaguedad.
Y o , indinedo, doblndn, partido, casi incrustado en
la lupa, teniblaba tambikn m6.s que el rnismo f a r Pa)em6n, pero de indignacSn, de ansias desesperadas POT
jr e= ayuda de Papusa y salvarla.
Grita el Zar PaIem6n:
-i
Tfi !
I):- d a s pasos un lacayo. Ordena el ZRr:
-i
Los p e r m s ! i
UK silencio de expectaci6n.
O i p Iejos, rernotarcmte lejos, g a l o p n r . Oigo acercarw. Ladran. Son el?os. iAlE e s t h !
Grander mastines blc?qcm mnnchadca de negro.
LF m i s m ~csrena.
L a Corte c-ntera re estrei-xxe. Mi lupa tiembla a
tal pun?#>que todo aquefio se me nubla y dejo de ver.
C a c I 2 lrrya. Caigo y me dueamo.
Quccia SO?^, sobre In mesa de trabajn el 6palo que.
ioGando. hi' v ~ - r : d oS-sde ReXceS6 h s t x rrri
px c a h s g plazas, en
P a p IUa
rt7;5
-Si,
me acuerdo.
-Entonces,
i vienes?
-No.
Soy todn iidelidad y sobre todo obeciiencia. Si quieres que vaya, que Et me lo diga, mi SeGor,
el santo Zar Palem6n.
. ..
Si n o .
. .. no.
NO.
U n a tarde iriTrernnl del alio 1932 recibi un ieiefonazo de Luis Vargas Rosas invit6ndome a sil t a b r 1 or
la noche. Queria mostrarme su ~ I t i m atela, en aque!
momento n o bautizada a h , per0 que ahora llamo yo
Chuchezuma sin saber si tal noinbre concuerda con
la opinidn 2e su autor. Por lo demAs, hoy la tela es mia
lo que me c ? ~ciertos derechos para bautizar a mi antojo. Esto no es todo: creo que !a tela era ya en parte
mia antes d e ser ejecutada, s610 que y o no s6 pifitar Y
Varpas Rosas sabe y s61o que, al per ejecutada no habia
ai?n Gnchezuma actuado en mi vida aunque ya todas
las lineas de su destino, corn0 las mias tambiin. se dirigian hacia un punto inevitable de encuentro.
Comi aquel!a noche en el pequefio restauranfe A,
petit chez soi, bulevar Pasteur. D~spuCsdel cafd m e
diriqi a la rue Bel!oni donde habita mi amiqo. Vi sobre los tcchos bajos del edificio el recthngulo iluminad o de In cjaraboya d e su taller. Muchas tarde? y noches
de hastio - del hastio parisiense diferente a1 de todas
las derncis ciudades del mundo - he colocado sokre la
luz o la soinbra de ese rect6ngulo parte de mi d e d n o ,
a1 menos del destino de varias horas que con el hastio
- parisiense - pesa como el destino de varios meses.
Su luz me indica la presencia del amigo, es decir salvar la noche; su sombra, su ausencia, es decir arrastrarse por las calles con la vaga esperpnza que algo suceda. Ahora brilla. Un amiqo, una tt,,a, una copa d e
coiiac y tabaco.
L a ljgica de mis reacciones debbi6 h z b e ~ ~ nhecho
e
-Si.
-e
CuAndo?
--Ahora
mismo.
nunca.
-<Par
-Una
qui?
llamarlo.
--Cuenta.
-Sali
de casa pensando que algo me sucederia.
P - - . -. ..
1
1
- -
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130
Juan Emar
Chuchemi nz a
131
132
Juan Entar
a &e
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rat6n el otro, y uno de cuero de potro teiiido de azulino. Sobre este Gltimo, otro ,m6s de brocato morado.
Del techo colgaban dos de cada lado de la 16mpara:
el primer0 de arpillera cereza y amarilla, el segundo
de cretona japonesa multico1or. Era todo el amueblado de nuestra sala.
Mi hermano Pedro sueiia con una ,vasta casa con
vastos salones y, a lo largo de sus muros sombrios,
vastos divanes. Su silefio dista atin mucho de hallar
materia conforme para existir y perdurar en la vida.
SLIsueiio no es aiin m8s que materia pensante y su torbellino s610 ha logrado acumular y hacer materia palpable a algunos d e 10s tantos divanes que nacer6n.
Estos divanes son las primeras formas de un feto. Esta
sala, como una niatriz, alberga las primeras palpitaciones de1 feto que ser6 y huele a algo, a algo enrnohecido a ratos y a ratos fertilizante como tierra recidn tregada. En medio de todo, respirando, yo.
Mi hermano Pedro, en espera del parto, pasa sus
dias en la cocina tratando de trasmutar el arte culinario en ciencia de alquimista. Luego, como reposo, sale
por las calks y atisba 10s divanes de toda la ciudad.
Cuando se cruza conmigo se mofa y me demuestra UR
cierto desdin harto altanero. Fuera de esto, no creo
que tenga ninguna otra ocupaci6n.
Me ecbd sobre el divhn de felpa amarillenta y
pensd.
E l lobo-gar8 no tiene lo que correctamente podriamos llamar
una mentalidad y una voluntad propias, pues para poseer ambas,
es menester haber nacido como nacemos nosotros 10s hombres y
10s demgs animales, es decir, ser fecundados por un macho de
nuestra especie en el vientre de una hembra idem, ser concebidos
y paridos por ella. E n cambio, el lobo-gar8 nace de un pensamiento y de una volici6n de un hombre ya existente que h a caido en
estado de trance. Este hombre tiene que estar saturado hasta en
eus liltimas celulas de todo el odio en contra de sus semejantes
que pueda resistirse y, una vez asi, debe saber que su odio no es
el mismo sino algo aparte que se apoya, se guarece en 61 mismo
como en un templo libremente cfrecido. Entonces, cuando cae en
134
Juan Ernnr
vampiro negro ni sobre el lobo-gard. Escribo sobre ellos dnicamente porque la malicia de Chuchezuma me 10s evocd y de ellos
solo me interesa un hecho: que en el mundo, que en este mundo,
semejantes
que en la noche, que en estas noches, haya seres
o diferentes a nosotros in0 me importa!
que actden plenamente sin inteligencia ni volici6n propias, que acttien impulsados por
atros seres que se apoderan de su estado de desorientacion, de sus
pasiones salidas m6s a116 de la piel. Es todo lo que me interesa. Y
sigamos.
Pens6 mucho rato en el divin d e felpa amarillenta. Pens6 hasta que en el umbral de nuestra sala apareci6 mi hermano Pedro sonriente y desdeiioso.
Me basta una rnirada para saber sus intenciones:
mi hermano Pedro queria que yo le dijese que es altamente absurdo acumular divanes para una futura y
problem6tica casa con vastos salones. A1 decide ad,
encuentra medio de rebatirme y demostrarme que cuanto yo haga es m6s absurdo aGn. Y m e lo demuestra
con tanta ciaridad y tanto desdin que, desde ya largo
tiempo, no Je digo ni la menor palabra sobre sus incalificables divanes.
Esta vez el hombre vi6 que no me arrancaria d e
mi silencio. Nada dijo del amueblado d e nuestra sala.
Sdo despuks d e varios minutos habl6 de su cocina.
Me dijo:
-3Te
gustaria cenar esta noche?
-Depende
de lo que ofrezcas
contesti.
Su respuesta fu6:
-\en
conmigo a la cocina.
Mi hermano Pedro habia cazado con sus propias
manos
s e g b contaba - una magnifica langosta
digna de entusiasmar por sus promesas al mejor gastr6nomo y por su volumen a1 mayor glot6n. Ahora se
preparaba a hacerla morir.
Luego me dijo con cierto tonilllo entre acaramelado y burl6n que las personas que lean est0 no han d e
conocer, por cierto, ni siquiera han de poder imaginar.
Juan Ernnr
per0 que para mi es ya, de tantos afios atrhs, como una
calamidad peri6dica:
-Esta
es, hermano (siempre hermano, nunca mi
nombre), la gran ventaja de alimentarse con mariscos:
que uno mismo 10s mata sin necesidad de c6mplices.
Asi la absorci6n y nutrici6n llegan a su punto perfecto.
iOh, creer que e s s6lo aliment0 lo que se mastica y
traga! iError, hermano, error! En la agonia y muerte
del ser comestible hay por lo rnenos, segiin rnis c6lculos, un tercio de la nutricibn total. Esto, por lo que se
refiere. a1 lado, digamos, fisico d e la cuesti6n. Cuanto
a1 lado moral, volvamos a 10s c6mplices. {Encuentras
tii que es justo hacer asesinar a otro hombre para aprovecharse uno despuks d e 10s dos tercios de beneficio
de su asesinato? i Injusto, hermano, injusto, hermanito!
Y sobre todo. cobarde. En cambio con estos bichos,
toda la responsabi,lidad queda con uno mismo y nada
mhs, lo cual es digno d e un hombre. Estos bichos son
una gran cosa y 10s respeto como bien se 10 merecen.
Hay algunos tal vez rnhs respetables, aunque. . T a l
vez lo Sean por la 16gica pura, per0 en la realidad. .
En fin, ya hablzremos d e todo ello. En todo cas0 un
buey ses intolerable e inalcanzable. CTe imaginas uno
aqui en casa, en este departamento?
.
No pude impedirme una intervenci6n :
138
Juan Enicir
esa mayonesa les toca la lengua y apenas sus dientes ha@en crujir el primer pedazo d e carne. Per0 jnada! Tii
eres c6micamente. inefablemente profano, asi es que
no hay ni habrd remedio!
Y Pedro rie de buena gana, me desprecia, me
aplasta, me hunde con su gran langosta pataleante en
ambas manos.
Que hacer?
Sabia yo que el muy canalla seguiria por horas
hablando de la suerte, y su voz y sus gestos me tenian
como petrificado impidiindome hallar fuerzas suficientes para abandonar la cocina. Hasta que vino la salvaci6n. Mi mano derecha se pos6 sobre el boIsillo de
mi chaqueta y palp6 un objeto que siibitamente recordi y reconoci.
Hall6 mis fuerzas perdidas. A Pedro le dije:
-Ahi
te dejo con tus langostas y tus teorias alimenticias. Creo que por esta noche no voy a cenar.
Te lo agradezco pero, por el momento, ihasta pronto!
Y volvi a nuestra sala y nuevamente me echi sobre un divdn, esta vez sobre el de arpillera coIor cor5
del. Me propuse, entonces, meditar, mejor dicho, saborear 10s dulces proyectos que aquel objeto me iba,
sin duda, a hacer nacer.
Era un pequeiio llibro con el plano de Paris por
distritos, como venden en todos 10s kioskos y estaciones del metr6. Hacia algunos momentos, cuando ibamos entrando a las callejuelas mds all6 de la rue Falgui&e, Chuchezuma me lo habia entregado diciCndome a media voz:
4 u d r d a m e l o , ~ q u i e r e s ?Mi sac0 est6 tan lleno.
Pero, por favor, no te olvides devolv6rmelo cuando
nos separemos.
Promesa por parte mia, y .
olvido. iChuchezuma!
i All5 Pedro con las hondas voluptuosidades de
sus langostas! Una langosta. . . En cambio yo, iChu-
..
141
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Ese hombre bien podia ser el amante de Chuchezuma, en todo cas0 el ciusante d e su cambio de ropas.
A116 por Belloni-FalguiZre, olvidk decirlo, ella vestia
de gris obscuro. Tomi, pues, mis precauciones para no
ser vista. Me apeguk bien a1 muro como queriendo
incrustarme en 81. De este modo s610 veia del bar una
larga y angosta faja d e alto a bajo por la puerta ;en
chaflin. El hombre no se veia. Pero una luz tras 61
proyectaba su sombra sobre la pared que yo, en parte,
apercibia por esa faja. Asi es que, desde mi puesto,
veia yo en verde sombrio la punta de su sombrero, la
punta de s u nariz y su corbata, todo ello de proporciones gigantes y arriba, muy arriba, casi junto a1
techo.
Me acordk entonces que entre Chuchezuma y yo
habia sido cuesti6n de una pr6xima cita. SegGn mi
parecer. . . veamos: creo, si, que para el mikrcoles a
las 5 d e la tarde. Le alarguk el plano que tom6 r6pidarnente con disimulo. En voz muy baja entonces, para que el tip0 del interior no se enterase:
-tEl
miircoles a las 5 , dijo usted?
Ella, en voz alta, resonante:
-Si,
el mikrcoles a las 5 , dijeron.
Y sali6 del marco d e la puerta y se alej6 por la
calk, por todas las calles d e Paris.
fuC la sensaci6n
q u e me dej6 a1 alejarse asi.
Otra vez solo, de este lado de la puerta. Entre
mis deseos y la desaparici6n de ella; quedan 10s ojos
de ese hombre que, si avanzo, me apercibir6n a1 pisar
la 'luz anaranjada que cae sobre la acera. Sabr6 que
SOY su rival, saldri, 3e echar6 sobre mi, me golpear6,
me descuartizari, me matar& Quedo, pues, alli, incrustado contra el muro, quedo alli, medito, amo y
tiemblo. Respiro ritmicamente las calles d e Paris que
se la tragan, degustindola, llenas de fruicibn. Medito,
i Chuchezuma!
..
Juan Entar
atravesarA. Doy un golpe con las manos, con 10s pies,
silbo, canto.
He cogido mi reloj de oro, grande y viejo, lo he
Ianzado a1 aire, ha caido, se ha despedazado: cada
ruedita, cada resorte, cada tornillo, cada pedazo def
crista1 quebrado, cada numerito del cuadramte, ha sonado con su modo peculiar, ha ido por cada encrucijada de la casa, ha atravesado, ha perforado a Chuchezuma, conmigo en cada sonido.
Esperemos, esperemos, puesto que basta avanzar con decisi6n para encontrarla. Retardemos el momento. Pensemos en su tez blanca y en su sangre joven.
Nosotros no conducimos nuestros pensamientos. Toda mi voluntad estd actuando sobre poder manipular esa tez y esa sangre. Per0 la sangre se aisla, deja a Chuchezuma para presentdrseme sola y hacerse pensar.
La siento como un chorro, alto, inmovil, aqui a1 frente. Y o
me siento como en el umbral de un templo.
Entrar a el. Con unci6n, entrar, empaparse.
Estoy a1 frente, en el umbral apenas. Quedo fuera. %lo me
llena lo que susurra a su alrededor, como 10s phjaros alrededor de
las torres de una catedral. Lo que agoniza, lo que niuere, 10 que
vierte sangre, 10 que devora y chupa.
Pedro en este momento descuartiza, seguramente. Por 10s campos han de galopar 10s lobos y volar 10s vampiros. iCusntos hombres indefensos caerdn! Pues son muy pocos 10s que, encontrsndose en su ruta, se libran de ser acometidos. Sin embargo 10s hay.
Son 10s que han hecho us0 de un antidoto contra tales bestias. Entre estos, 10s mas recomendados son:
Contra el lobo-garzi: Si su progenitor es de sex0 masculino,
digamos un brujo, se le echard disimuladamente en su alimento algunas semillas finamente molidas de yerba mora, las que previamente habrgn sido baiiadas en una infusion de ramas de mirto. Este alimento provocard en las manos del sujeto una serie de pequeiias dlceras que sangrardn abundantemente. El sujeto se secar5
la sangre con su paiiuelo. R6bese &e y khesele a remojar en
agua pura. Esta agua se tefiird con la sangre. Mezclesela entonces con vino y bebase el total. Ningfin lobo-ganl nacido de brujo
macho atacard a1 que haya bebido de este vino.
Si su progenitor es de sex0 femenino, digamos una bruja, no
habra necesidad de recurrir a la yerba mora, pues bastard apode1 rarse de uno de sus pafios habituales y proceder con 61 tal como
150
-Vamos
- susurr6.
Entonces la mirC con despacio. con mucho despacio, de alto a bajo. Y ella no tembl6 entera, no. Temb16 poco a poco, tembl6 trozo por trozo d e su cuerpo,
fud temblando asi, mientras todo el resto de su ser quedaba inm6vi1, asi en cada parte, en cada fragmento,
justo a1 final de 10s rayos d e mi vista.
Fuimos a la cordillera. March6bamos por entre galerias de nieve vagamente verdosa a causa del atardecer constante. Llegamos luego a una inmensa explanada. Nos detuvimos. Tras d e nosotros se detuvo la noche. Alli quedamos en el atardecer de nieve verde. Diez
pasos m6s atr6s aguardaba en silencio la noche azul
de mar, de pie y tranquila junto a 10s picachos que
se dormian. Frente a nosotros, abajo, se extendian infinitas s6banas de cordilleras en la tarde, infinitas hasta
la desesperaci6n y creo que hasta el suicidio si fuerza
fuese caminarlas enteras, una a una. Mas a1 fondo, a1
final, alargAbase, sobrepasando esas s6banas muertas,
otra cordillera Gnica, ondulada, quebradiza, parpadeando en rojo y anaranjado sobre nubes estagnadas.
-Me
parece
le dije
que hay algo de artificial en todo esto, Pibesa. cNo lo Crees? La noche alli
no avanza. (Cierto que nosotros tampoco). La tarde
sigue. (Cierto que nosotros tambiin). El sol no se va
para aquel final de cordillera. (Cierto que nosotros aqui
estamos y no nos vamos). ~ P e r ohasta q u i punto esto
puede ser una explicacih? iPresiento algo de artificial en todo esto, Pibesa mia!
Ella me dijo:
Vamos.
No s i si lo dijo por prudencia o por conjugarme el
verb0 ir. Di6 media vuelta y empez6 a andar. Entonces fui g o b e a d o por una excitaci6n desenfrenada. Corri hacia ella. Con el brazo izquierdo la cogi por a t r b
rodeAndole la cintura; con la mano derecha le levanti
US faldas de seda gris perla. Y como ella se hallaba
152
Jwrt Emar
mando mi sex0 en las llamas d e sus carnes, llamas robadas a la liltima de todas las cordilleras.
Pues Pibesa se detuvo.
Acto continuo devori en un minimo de instante la
disttancia que nos separaba. Comprendi entonces que
era la velocidad d e Pibesa la que detenia a la mia y n o
un sin sentido de mis esfuerzos ni menos uno d e l universo. Quedi pues en paz con cuanto existe en la creaci6n, me dobleguC en silencio y con fervor ante el Dios
Todopoderoso, y a Pibesa le dije: Pibesa, te amo.
Entonces Pibesa empez6 lentamente a descender la
escalera d e caracol.
Nuevamente el miedo me asalt6. Podria repetirse,
a1 ir bajando, ese error de velocidades. Mas Pibesa todo Io habia previsto. Pibesa, bifurcindose, se desdobl6
en dos. Dos muchachas con juventud de agua, ceiiidas
en seda de perlas. Una de ellas gir6 en el caracol, no
muy veloz, no, per0 si con tal regularidad, con tal constoncia, con tal absoluto, que jam&, jamis habria podido yo ponerme junto a ella. La otra f u i lentitud. En
cada peldaiio detenia la vidh un segundo, alargaba un
piececito de raso y luego lo rozaba en el peldafio siguiente. Asi bajaba. Y a1 bajar tarareaba una canci6n
ligeramente sentimental.
Hice un segundo intento con esta segunda Pibesa
retardada. Volvi a cogerla por atrAs, a alzarle sus faldas gris perla y a ver sus carnes que, sombreadas ahora
por 10s primeros tramos d e la escaIera de caracol, eran
tambidn de perlas azuladas. Entonces la posei. A1 sentirlo, volte6 hacia atr6s la cabeza y nos besamos, mientras la otra, lenta, muy lenta, bajaba siempre, tarareando ella ahora la canci6n que 6sta habia dejado en SUSpenso a causa del primer dolor. y del goce que empezaba a inundarla. La posei con 10s ojos cerrados, per0
pronto fui abridndolos para tenerla con la vista tambikn a mi Pibesa mia. Mas junto con verla me apercibi
con estupor que cambiaba, se transformaba Y ql
run instante, tanto m5s cuanto que habia sido con una
mujer que no era mia. Per0 no. Esa posesi6n no estaba ni para bien ni para mal. ( Q u i podria ella importarle a ese hombre? A mi no me importaba nada. A
aquella mujer tampoco puesto que la habia dejado despuis a lo largo de la escalera. Entonces a 61, ( q u i ?
Era el total lo que no estaba bien, lo que estaba a]g o descentrado o que echaba un hiilito - aumique muy
tenue, es cierto - de pr6xima descomposici6n, en todo
cas0 de pronta decrepitud. Sobre todo el hecho de la
existencia d e esa cordilIera que dei6bamos arriba, at&.
T o d o ello n o estaba en el punto justo en que todo pued e perdonarse y a todo permitirsele seguir rodando.
Mas, ( q u i culpa tenia yo en tales cosas? Una 16gica
rigurlosa m e responderia : ninguna.
Per0 a n a 16gi;ica
menos rigurosa no podria pasar por alto el hecho d e la
simultaneidad de existencia - aunque 9610 fuese en
este momento actual en que yo vivo
entre la cordillera, el cielo, la escalera, Pibesa, la otra y yo. Nadie
querria entonces ponerse a distribuir faltas y responsabilidades y absolverm~ea1 final. Me dirian simplemente :
-Si
usted para nada est& en todo esto, ec6mo es
que est6 justamente en todo esto?
Y la verdad era que 10s pasos del hombre subiendo se acercaban.
Vi la punta de la copa de su gran sombrero mejicano girar a mis pies y desaparecer aproxim6ndose.
Tuve apenas tiempo para coger a Pibesa de un brazo
y echarla hacia atriis. Quedamos entre dos pilares. Si
a1 hombre no se le ocurriese mirar a su derecha, estariamos libres. Si no, nos veria y, a1 vernos, su sorpresa
estaria a la altura de su furor. La otra qued6 frente a
nosotros, en medio d e la escalera, inm6vil.
Y apareci6 el hombre. Con el mismo gesto que Y o
un momento antes habia cogido a Pibesa, b t e cogi6 del
brazo a la otra y bruscamente la encaj6 pc
Pzhtsa
155
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Pibrsn
157
Le van a descuartizar
pensd.
Critd:
-iHelo ahi a1 miserable!
Todos le miraban con ojos enfurecidos, las manos
crispadas, listos a saltarle a la garganta.
-iEl esl - volvi a gritar.
El me miraba siempre. Mas 10s otros no avanzaban. Esperaban acaso un gesto SUYO que les provocase
m6s directamente. La herida de Pibesa no era directa
para ellos; lo era tan ~ 6 1 0para mi. La herida de Pibesa
Ies era una herida abstracta, una noci6n de herida. que
encolerizaba, por cierto; pero que permanecia flotando en torno sin clavirseles en 10s m6sculos. A s i pensaba yo. El otro seguia inm6vil y me miraba. Yo gritaba
sjempre, azuzaba, el indice alargado recto hacia 61. L a
gente vacilaba y, poco a poco. la crispaci6n de las ma;
POS se les f u i soltando. Entonces, ante la persistencia
de su mirada, lentamente volvieron sus rostros hacia
mi y todos esos ojos me interrogaron. Hice un esfuerzo
y grit&:
-j
Asesino!
Con igual lentitud todas las cabezas giraron siguiendo la trayectoria de mi grito, y las miradas, otra
vez, se posaron sobre 61. Per0 vi que la furia no persistia en ellas. Era reemplazada por una interrogacibn
at6nita. Y comio el otro no se movi6, no parpadeb, no
respir6, por segunda vez 10s mil ojos lo desertaron y
vinieron a unirse a 10s suyos para caer y atajar en mis
labios mismos un segundo insult0 hacia el miserable.
En aquella gente debe haber empezado a abrirse
paso la siniestra idea
para mi - d e que si toda la
culpa estuviese radicada Gnicamente en aquel hombre,
aquel hombre algo m i s haria que quedar alli inmbvil,
mudo, mirindome con un reproche creciente. Entonces quise, agitando desesperadamente 10s brazos, formular una tercera imprecacibn, ya que la segunda habia rodado hasta mis pies sin ser oida por nadie, salvo
.-
Juan Emai-
138
Juan Emar
164
166
vidrieras se apagaron. Entonces el Gnico trapo verde
esmeralda coloc6 sus reflejos sobre cada uno de 10s
cristales vacios.
Nuestro balanFe aument6 en amplitud y suavidad.
Apareci6 - siempre a nuestra derecha - una
puerta atravesada por una flecha d e metal. D6ciles a
su indicacibn, dejamos la galeria tras botones y valijas. Y
entramos a una vasta plaza de goma. Algunos &boles a
medio morir oscurecian el enorme silencio hueco de
aquel sitio. Ante de seguir dire: el tono de 10s Brboles era aceituna, por si solo; a! estar a K , se rayaba
de visos de kbano amargo.
Mbs o menos por el centro de la plaza nos detuvimos. El botones pus0 por tierra nuestras valijas q u e
formaron una especie de rnonolito alto como mi rnujer.
Cueros de caniello, de ciervo, reno, cobra, lagarto, sap o de la India, leopard0 y lince, se acurrucaron envolviCndose en si mismos y cos esperaron a mi mujer y a
mi mientias el botones desaparecia. Mir6 entonces la
fachada- del edificio que acab6bamos de abandonar, del
gran hotel Mac Quice.
us paredes eYan de nubes sucias. Donde las nubes
son agua y va a Hover, habia algo rojizo, cobre enmohecido. H e visto las flores d e la pavlona con un poco
d e sol contra un cielo azu'i. Hay que mirarlas largo rato y !uego aburrirse sin furnar. Ese era el color de las
paredes del hotel Mac Quice.
El suelo de la calle era como un tronco de jacarandh tendido, no redondo, sin0 plano. Los pasos S O bre 61 resonaban corn0 la tos mia de noche a oscuras,
cuando, para ahogarla, me cubro la boca con mi gran
paiiuelo d e seda fresa ribeteado de gris acero y con tin
losange amarilIo a1 centro, &e lo cubro para que
rnujer no se despierte. Pues yo siempre vel0 POT el sueiio de mi mujer y siempre he velado por 61. Sin ello, no
habria logrado mi mujer ni una noche de perfecta paz,
ya que ni una sola, desde que tengo mernork he deja-
168
izquierdo y miraba a travCs de 61. Toda la vida, hacia
el pasado como hacia el futuro, era d e jalea con tendencia a derretirse y por la boca sabia, entonces, a susurro de naranjas acres. Todas las maiianas me confirmaba, me prometia comprar por la tarde un cepillo con
mango de carey verdoso para que la vida fuese un aroma de manzanas crujiendo. En fin, no se trata d e esto.
Se trata de que habiamos olvidado mi cepillo de dientes. Habiamos olvidado tambiCn un par de zapatos d e
gamuza blanca que mi mujer llevaba maiiana por medio; nuestra m6quina fotogrifica Voigtlander, 6x9 ; mi
sombrero de paja; el jab6n para el baiio; tres sostensenos de mi mujer, dos de ellos rosados, el otro huevo
d e pato. Este Gltimo llevaba un agujero en el sitio del
pez6n derecho. No era raz6n para olvidarlo. Adem6s
habiamos olvidado su bata, de seda negra por fuera,
d e franela blanquecina por el interior, con dos manchitas de tinta cerca del cuello y una muy dudosa, mucho,
tanto, que varias veces nos l a b i a ocasionado acaloradas
discusiones, manchitas en forma casi perfectamente redonda, de tono gris pardo y que se hallaba, estando la
bata bien cerrada y mi mujer de pie, inm6vil a1 centro
de la habitacibn, sus ojos contemplindome - ioh, mujer!-,
se hallaba, digo, justo a dos centimetros sobre
la cicatriz de su apendicitis. Habiamos olvidado todas
mis corbatas sin excepci6n alguna (excepto, se entiende, la que llevaba y que - olvidi decirlo a1 describir
mi indumentaria. - era d e color de pergamino limpiado en partes, por lo tanto admirablemente armonizador
con mi txaje y m6s a h con mi sombrero). Per0 todas
las dem6s, jolvidadas! Y hay que ver que eran tres docenas y media. Habiamos olvidado mi reloj pulsera,
Longines; un tub? de -aspirins; mi smoking de paiio inglis, hecho donde Simos, $ 1.750; una cajita de rob!e
americano con tapa d e laca china, conteniendo cuatro
condones sin uso, marca Safety Brothers Ltd., hechos
d e timpanos de palomas y yendo, la docena entera.
169
de papei sedoso. Dormia Maria con una inocencia iniinita y, de seguro, cruzaba por hermosos suefios, porque junto a ella, alrededor de todo el lecho y mientras
7as cornisuras de sus,labios temblaban, se esparcia un
r a g e perfume de 6gata- recalentada.
Todo eso habiamos olvidado.
No me senti con fuerzas para recoger tanta cosa,
sobre todo porque me asalt6 la idea que, a medida que
fuese recogiendo, nuevos olvidos se irian presentando
a mi vista. Y bien podria ser que fuese asunto de nunca
terminar. As; es que, sin m6s, saludC con la mano,
pensd: iAl!b todo ello!, y, por la misma puertecita
lateral, volvi a la plaza.
Mi mujer se habia marchado.
Mi mujer se habia marchado con todas las valijas.
No habia dejado ni una sola, ni siquiera una, c-omo indicadora de! sitio en que, un segundo antes, habiamos
estado juntos, unidos y mudos.
Se habia marchado.
Me sentd en un banco de madera suave, siempre
frente a 10s muros del hotel. El color de las maderas
d e l banco era entre hueso de palta y greda cocida.
Mirando fijamente las letras del hotel, este color se rayaba, por rapidisirnos instantes, de un azul calavera.
N o habia nadie en la plaza ni en ninguna de las
calles que abocaban a ella.
Esper5 media hora. Nadie. Esperd una hora. Nadie. A la hora y 1 7 minutos de estar sentado en el banco, pas6 un hombre. Vestia de negro, las manos en !OS
bolsillos de su gab&, el sombrero hundido en la cabeza. Se envolvia el cuel!o con una bufanda negra tambib, per0 con algunos hilos de plata gris. !as6 r6pidamente, a pasos menudos. Ese hombre, indudable-
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Hotel Mac
No era posi1D
urbana.
Lo que tre S
a1 menos para m
veinte veces, re!S\
Bien. Por eso
nada, m6s a116 d
m6s &lido que tt
do. N o lo hacer1,
tampoco lo han I
Me era nec:e:
aqui:
Lo que ociur
hotel y hotel, IdE
menos.
No hay sot
drboles murienc
bre la Tierra m
Es )a soluc
El hombre
m a quinta vez.
CY sobradament
murre. Pues pt
Est6 ello dentrc
7.rez dc segui; eii dcvaneos - de ir recto al conocimiento de tal soluci6n, si existe. Es deck, preguntiirselo al
hombre.
Dos metros entre nosotros. Suavernente resbalo hacia 61. Entre nosotros, no m6s de medio metro. Entablemos conversacibn.
.
Pens6 ante todo en el color que ella tendria. ReC o g i en mi cerebro cuantos datos alcanci: sitio, hora,
circunstancias, etc. El color que tendria nuestra conversaci6n seria el del agua pura en un vas0 de crista1
azulado, cayendo cerca de d! un Gltimo ray0 de sol d e
naranjas y siendo todo alrededor aire encerrado de piedras.
Este u otro, no podria, sin embargo, romper el silencio diciCndole a1 amigo:
-Caballero,
hablemos y, si hablamos, cuanto digamos. . . - y lo dem6s ya anotado.
Preferible dejar de lado lo que se refiriese a1 color
e ir, directamente, a1 asinto por conversar.
Pero aqui la elecci6n se me present6 erizada de dificultades. Era menester algo no muy ajeno en la historia; para ese hombre, sin duda, a medida que 10s hechos se alejaban por la historia, se cubrian de indiferencia. Algo de palpitante actualidad. . ; siempre la palpitante actualidad puede presentar un lado dudoso, sospechoso; puede ser para enredarle a uno, para acarrearle un compromiso. Y luego.
El hombre se levant6 y se march6 por la misma
callejuela. Marchamos. Llegamos a una plaza de goma; nuestros pasos resonaron como palos de jacarand6;
sobre muros d e nubes sucias y flores d e pavlona se leia:
"Hotel Mac Quice".
Asiento.
Algo de' mi vida privada, de mis luchas y sinsabores: la desaparici6n de mi mujer o las mil cosas olvidadas en la habitaci6n del hotel. cAlli? Seguramente.
Porque no hay m6s que un Hotel Mac Quice en todo el
..
Juan Emar
176
181
Bajamos simuItBneamente y de nuevo 10s
125
metros en sentido inverso, acercfmdonos en Bngulo de
30 grados hasta quedar cod0 a codo, de espaldas a1 sitio en que se habia ocultado el Sol.
OscureciB. Pero quedaron algunos polvillos de sol:
verdes en las hojas, ocres por el suelo, rojos en las 10res. Un hombre viejo, encorvado, con una pala y una
escoba 10s fui: recogiendo. Los ech6 en su carretilla y se
alej6 con el sol quedado. A1 doblar tras unos bodegones, entonces anocheciB.
Anocheci6 con .una noche de metal.
En la mente de.cada uno de nosotros ardia la fe ante la vuelta del orden bdsico y, por ende, ante la fuga
de toda molestia.
I1
Noche de metal.
Hay tras las casas un parr& delimitado, de dia,
por una tapia d e adobes.
Y o ahora visto de pantalones blancos, vest& azul
oscuro y sin sombrero.
En medio del parr6n me detengo. Certeza que frente a mi, a no m5s de veinte pasos, est&
Doy media vuelta y regreso. El, entonces, da media
vuelta y se d e j a .
Me detengo. Se detiene.
Media vuelta yo, media vuelta 61. Avanzo, avanza. Nos acercamos. Hasta dejar entre ambos 10s veinte
pasos. Paro, para.
Desiderio Longotoma se ha ido a su cuarto y lee:
Plutarco
Vidas Paralelas.
Juan Enzar
182
. ..
I .
Juan Emur
184
V
All; estaban Desiderio Longotoma y el cinico de:
Valdepinos.
Juliin Ocoa habia fallecido.
R. I. P.
Aquellos dos hombres se hallaban en un vasto
galp6n. Toda la luz alli era ocre. del color del aserrin
de una pista de circo. La mesa central d e ibano, las
sillas blancas, la bolita azul, 10s dos hombres, eran ocre,
ocre destefiido de chonch6n de parafina. Por eso f u i
que, a1 sacar de mi bolsillo una fresa, se hizo una hermosisima armonia d e colores entre la fresa y todo lo
demis.
..
El Fundo de la Cantera
189
Juan Emar
1s sino 10s anotados. m o r a bien, que yo,
ta hoy desde 42 aiios, no pueda desmonxplicar con claridad de cerebro bien orFiliacicin, no es prueba alguna d e su no
be pensarse que tampoco puedo dilucidar
10s elementos que la forman. Sin embara d e su realidad. Desafio a quien sea a
onte y explique una muchacha aunque 81
a atado. Desafio una explicaci6n convins estrellas a h- si. se
de todnn
- - dimone
- ._
r - - - - ------ 10s
le1 mundo, pues 10s telescopios mismos nea explicaci6n ya que s610 existen por la
abstracta
que antes el cerebro fabri'C6.
lquier numano a que tome a un obispo,
-stimentas habituales y las reemplace pdr
o exacto a1 verde d e 10s pantanos soseque se siente frente a frente del obispo1 fume, absorba o no rap&, me es igual--,
rda me explique lo que realmente acaba
)esafio! Y, por otro lado, que se presente
: la existencia de muchachas. estrellas
y
-- ---'or mi parte, espero alguna vez explicar todo
damente. Sigamos, pues, con las cuesti ones
..
an
muy ceiiida d e color corteza de almendra y que tocariarnos con un qran sombrero, un sombrero planetario,
el sombrero en si mismo y en su total grandeza. iOh
gud magnifica, oh quC soberbia cosa es un sombrero!
Yo, aqui en cam, tengo diez y siete. Juro solemnemente q u e hace ya nueve aiios que jamis me he
acostado sin antes haber orinado varias gotas sobre
cada uno. Luego cojo un pequeiio fusil d e sal6n y hago fuego sobre los diez y siete, uno tras otro. Volvamos a1 muchacho.
i El sombrero inimaginable I
El muchacho debe esperar algunos rninutos.
He tomado un caj6n_parafinero, d e madera bruta.
Tiene cinco costados. Es decir, tiene un hueco que CUbro con un vidrio para que no se pueda tocar lo que
hay dentro, pero, si, se pueda ver. Listo.
Hay a un costado cinco botellas que crecen de tamaiio a medida que se alejan del vidrio. A1 otro lado
hay otras cinco iguales. Se juntan a1 fondo. hi:
201