Green Andre - Ideas Directrices para Un Psicoanalisis Contemporaneo
Green Andre - Ideas Directrices para Un Psicoanalisis Contemporaneo
Green Andre - Ideas Directrices para Un Psicoanalisis Contemporaneo
para un psicoanlisis
contemporneo
Desconocimiento y reconocimiento del
inconsciente
Andr Green
Amorrortu editores
Buenos Aires - Madrid
Indice general
15 Deudas
19 Prolegmenos
21 Presentacin
25 Breve historia subjetiva del psicoanlisis a partir de
la Segunda Guerra Mundial
La cura clsica
Si bien no es la nica en reinar como duea y seora en
la actividad del psicoanalista, es cierto que la cura clsica si
gue siendo para todo psicoanalista la referencia innegable
para evaluar el tipo de trabajo al que se dedica. Y si su tcni
ca de referencia se ve relativizada, no es porque las necesi
dades de la prctica lo obliguen a considerar lmites en su
aplicacin. En realidad, la cura clsica sigue siendo la vara
con que se miden las dems formas teraputicas. Ahora
bien, cmo entender la evolucin que llev a los psicoana
listas a moderar sus pretensiones, renunciando a un puris
mo que terminaba convertido en obstinacin un tanto mor
tfera? Por supuesto, puede seguirse la literatura en forma
cronolgica hasta descubrir, paso a paso, hechos que ponan
de manifiesto una dolorosa revisin. Pero ms interesante
me parece echar una mirada retrospectiva y preguntarse a
qu responde esa transformacin.
Recordemos que desde el comienzo de su obra, Freud ex
cluy a las neurosis actuales y a las neurosis narcisistas del
campo de aplicacin del psicoanlisis. En su opinin, las pri
meras sufran de una insuficiente elaboracin de la libido,
que se descargaba en el soma sin que intervinieran los pro
cesos de simbolizacin. Las neurosis actuales ponan de ma
nifiesto la ausencia de una verdadera psicosexualidad. En
suma, se trataba de una libido que se descargaba en el so
ma, lo cual era muy distinto de una libido corporal en proce
so de conversin. Por su parte, a las neurosis narcisistas les
faltaba la capacidad de la libido para investir objetos que no
fueran los de la infancia, y cierta tendencia a retirarse al yo.
Pensamos, desde luego, en el apartamiento de la realidad
tantas veces observado en los psicticos. Hoy, estas formu
laciones pueden parecemos anticuadas y hasta demasiado
dependientes del modelo hidrulico que se le reproch a
Freud. En realidad, si lo miramos con detenimiento, corres
ponde sealar la preocupacin de Freud de brindarle al tra
tamiento psquico su mxima eficacia, casi como si estuvie
ra diciendo que es psquicamente tratable slo lo que ha si
do objeto de psiquizacin. Esta psiquizacin se manifiesta
en dos formas: por un lado, con la adopcin de una va ms
larga que Ja que lleva a la somatizacin, corta por excelen
cia, y por el otro, con una capacidad de movilizacin que per
mite al sujeto salir de s y de sus fijaciones pasadas median
te una nueva investidura de objetos externos a l, inves
tidura libidinal que pone enjuego a la sexualidad y es capaz
de desplazarse a otra persona (se trata de la transferencia,
donde objetos primitivos de la infancia son reemplazados en
forma proyectiva por objetos actuales de la cura). Es muy
probable que Freud se haya interesado en las neurosis debi
do a que, por su estructura, estas seguan siendo lo que ms
se asemejaba en el campo de la patologa a las condiciones
de la vida comn. En aquella poca haba mucho inters en
distinguir neurosis y normalidad, por ms que Freud ya hu
biera concebido todos los intermediarios existentes entre es
tado normal y estado neurtico. Determinadas estructuras
psquicas privilegiadas hacan de puente entre sujetos nor
males y neurticos. Por eso, olvidos, lapsus y actos fallidos,
es decir, toda esa psicopatologa de la vida cotidiana permi
ta abarcar tanto a normales como a neurticos sin que los
distinguiera una separacin tajante. Por su parte, Freud no
vacilaba en encontrar en l mismo abundantes rasgos neu
rticos. Determinadas formaciones del inconsciente eran
comunes, adems, a neurticos y normales: el sueo, el fan
tasma y hasta la transferencia, que no estaba nicamente
confinada en el psicoanlisis. Con la extensin de los intere
ses de este, ms el hecho de que los pacientes que consulta
ban a los psicoanalistas desbordaban hasta cierto punto los
lmites de laspsiconeurosis de transferencia, la disciplina se
vio confrontada con dificultades hasta ese momento desco
nocidas. Pasada la dcada de 1920, se manifest gran acti
vidad entre los psicoanalistas interesados en mejorar resul
tados que dejaban bastante que desear. El movimiento se
prolong largo tiempo, sin que nadie se percatara de que las
dificultades surgidas en la cura obedecan a que las catego
ras de pacientes que recurran al psicoanlisis se salan del
estrecho marco definido por Freud- El mismo haba corrido
con los gastos en el caso clnico sin duda ms apasionante de
todos los que relat, y a su vez el mayor fiasco del psicoan
lisis: el Hombre de los Lobos, que le interes nada ms que
desde el punto de vista de la neurosis infantil del paciente,
pero que hoy la mayora de los autores consideran un caso
lmite. En este punto debemos citar la inspirada obra de Fe
renczi, que mezcl en forma sorprendente aberraciones tc
nicas inaceptables con observaciones de gran profundidad
que demuestran su calidad de visionario y precursor de todo
el anlisis contemporneo. Como sea, y aunque Anfisis
terminable e interminable, escrito testamentario de Freud
sobre el estado del anlisis en vsperas de su muerte, seale
con exactitud los problemas que enfrentaba la disciplina en
los aos previos a la Segunda Guerra Mundial, me parece
que slo alrededor de la dcada de 1950 se produce un cam
bio contundente. Desde luego, ya se haban desarrollado las
teoras de Melanie Klein en Inglaterra y las de Hartmann
en los Estados Unidos. Pero alrededor de esa fecha se em
piezan a proponer variaciones de la tcnica.2 En trminos
generales, con ese cuestionamiento se intentaba mejorar,
mediante la adopcin de medidas apropiadas ms o menos
temporarias, el resultado de la cura psicoanaltica sin por
ello modificar en profundidad los principios que la regan:
transferencia, resistencia e interpretacin.
Puede decirse que los autores se dividan en dos fraccio
nes. En la primera, se conformaban con preconizar determi
2 Cf. A. Green, Mythes et ralits sur le processus psychanalytique. Le
modle de Linterprtation des reves, Revue Frangaise de Psychosoma-
tique, 19, 2001.
nadas variaciones que no modificaban en profundidad el
marco de referencia. En la segunda, se modificaba el marco
de referencia: por ejemplo, el anlisis kleiniano propona
una tcnica harto singular basada en una teora muy apar
tada de la de Freud. Ms adelante, otros grandes autores
del psicoanlisis propondran sus propias concepciones, que
muchas veces cuestionaban la teora freudiana. Digamos
tambin que, mientras tanto, el cambio en la poblacin de
analizantes haba seguido acentundose. En cierto perodo
se habl cada vez menos de psiconeurosis de transferencia y
cada vez ms de esa recin llegada al campo psicoanaltico
que era la neurosis de carcter, conocida no obstante desde
tiempos de Reich. Se distingui entre neurosis de carcter
y carcter neurtico y tambin se subray la importancia de
las fijaciones pregenitales (Bouvet). Se crey proceder en
forma correcta haciendo recaer el acento en el estudio del
yo. La proliferacin terica sigui manifestndose y cada
cual esper que su teora resolviera los problemas prcticos
que haban hecho naufragar a las dems. Dejo de lado cierto
nmero de etapas y avatares que, gracias a las modas psico-
:analticas, haban dado primaca a determinados conceptos
en desmedro de otros.
1. El encuadre
El encuadre fue introducido en psicoanlisis en for
ma independiente por dos autores que ofrecieron distintas
definiciones. En la Argentina, Bleger, por medio de un en
foque muy personal que no trascendi fuera del mbito lati
noamericano, y que lo articul con la simbiosis. En Inglate
rra, Winnicott, cuya concepcin fue ampliamente adoptada,
al menos en Europa. Observemos que el trmino que em
plea es setting, que tiene una significacin mucho ms ex
tensa y puede traducirse por dispositivo. Por mi parte,
propuse un trmino que no figura en la entrada correspon
diente del diccionario bilinge: montaje. Pero digamos que
encuadre es suficientemente bueno. Por encuadre se en
tiende el conjunto de condiciones de posibilidad requeridas
para el ejercicio del psicoanlisis, lo cual abarca las disposi
ciones materiales que rigen las relaciones entre analizante
y analista: pago de las sesiones a las que el paciente no con
curri, coordinacin conjunta de las vacaciones, duracin de
las sesiones, modo de pago, etc. Fijadas desde un primer
momento, estas condiciones pasan a ser objeto de un conve
nio entre las partes cuya finalidad es suprimir eventuales
discusiones en el futuro. Sin embargo, cabe distinguir entre
este encuadre material, que sirve de contrato analtico, y la
regla fundamental, con referencia a la cual las opiniones de
los analistas estn divididas. Algunos no la enuncian por
considerar que ya tendrn ocasin de hacerle notar al pa
ciente sus omisiones y silencios, mientras que otros entre
los que me cuento prefieren enunciarla como la nica exi
gencia del analista acerca del trabajo del analizante. Este
la aceptar, aun cuando el uso demuestre que es imposible
respetarla. Pero adems, la regla cumple otro cometido: el
de inscribirse como tercero, a manera de ley superior a am
ibas partes cuya observancia es necesaria para que haya
anlisis. Conviene destacar que se trata de un mandato
complejo, ya que se le pide al paciente no slo que diga todo
lo que se le ocurra incluido lo que le parezca ms absurdo
y contingente sino adems que no haga nada. El respeto
de la regla fundamental modifica ipso fado la tpica psqui
ca, dado que invita a un modo de ensueo despierto en se
sin. Es el ejercicio de un soliloquio en voz alta dirigido a al
guien invisible, que est y no est. En 1973 describ al deta
lle las modalidades del dilogo analtico en mi libro Le dis
cours vivant1 (el paciente habla acostado a un destinatario
no visible y con aflojamiento de los lazos discursivos).
En pocas ms recientes propuse distinguir, en el encua
dre, dos partes: una matriz activa compuesta por la asocia
cin libre del paciente y la atencin y la escucha flotantes
del analista, impregnadas de neutralidad benvola, que for
man el par dialgico donde se arraiga el anlisis. Y como se
gunda parte, el estuche, constituido por el nmero y la dura
cin de las sesiones, la periodicidad de los encuentros, las
modalidades de pago, etc. La matriz activa es la alhaja con
tenida en el estuche. Uno de los fenmenos ms notables de
la palabra analtica es el funcionamiento del paciente en
asociacin Ubre. Esta, relacionada con la escucha a su vez
en suspenso del analista, constituye el par dialgico que ca
racteriza al psicoanlisis. Ya en La position phobique cen
trale2 propuse un modelo de asociacin libre que abre ho
2. El proceso
Es notable que una expresin tan en boga en nuestros
das como proceso psicoanaltico no figure en la obra de
Freud. Como muchas otras veces, cuando en la literatura
posfreudiana se impone una idea, se le buscan genealogas
y;ancestros por lo general ms imaginarios que reales. De
ah que, para inducir la certeza de que el proceso psicoana
ltico obedecera a un curso natural, se busquen en Freud
citas que lo comparen con el desarrollo de un embarazo. Lo
que as pretende decirse es que el anlisis progresa a un rit
mo propio y que debe diferencirselo de la evolucin trans
ferencia!, tal como se distingue entre el fondo y la figura. En
realidad, donde s aparece la nocin de una historia natu
ral del proceso psicoanaltico es en la pluma de Meltzer. La
pregunta que nos creemos habilitados para formular es si el
proceso psicoanaltico ser igual segn se trate de un anli
sis freudiano, kleiniano, winnicottiano, kohutiano, lacania-
no y ahora renikiano. Lo que en todo caso puede afirmarse
s que la idea de una evolucin natural comparable a la
marcha de un ro que nace y sigue un curso inalterable has
ta su estuario, para terminar, como todo ro, en el mar, no
puede sostenerse con validez, salvo respecto de indicaciones
de anlisis perfectamente adecuadas y concomitantes con la
iclea de que el analista acompaa esta evolucin y siempre
5 A. Green, Le cadre psychanalytique, son intriorisation chez lanalys-
,te et son application dans la pratique, en A. Green et al., La venir dune
dsillusion, Pars: PUF, Petite Bibliothque de Psychanalyse, 2000.
con el principal afn de que su contratransferencia no im
portune la marcha del tratamiento. Intil es decir que el
anlisis de las formas vinculadas a estructuras no neur
ticas est lejos de mantener esa velocidad de crucero. La
cuestin del proceso no es simple porque no tiene igual con
tenido segn los autores, por ejemplo en Sauguet6 y Melt-
zer.7 En efecto, es concebible que el motor del tratamiento
sea una marcha subterrnea. Y se puede oponer el proceso
neurtico, que sin demasiada dificultad se encamina hacia
su conclusin rebus bene gestis, como dice Freud, a for
mas caticas estancadas y repetitivas o, cual el trabajo de
Penlope, a estructuras no neurticas. Ahora bien, esta
oposicin no refleja la propia historia del psicoanlisis freu-
diano, que condujo a su creador a modificar en 1920 la teo
ra de las pulsiones y a cambiar la primera tpica en 1923?
Ms adelante retomaremos en detalle estas cuestiones,
pero est claro que tanto la reaccin teraputica negativa
como la compulsin a la repeticin fueron factores decisi
vos en lo que se dio en llamar el giro de 1920. Sin embargo,
nada de ello le impidi recomendar a los psicoanalistas, en
el Esquema, que se interesaran por los enfermos psquicos
evidentemente muy prximos a los psicticos a fin de ha
llar las vas por medio de las cuales curarlos.8 En conclu
sin, distinguiremos el proceso psicoanaltico como modelo
ejemplar del psicoanlisis, paradigmtico en cada uno de
sus puntos y que debe ponerse en perspectiva con las varie
dades comprobadas en los procesos psicoterpicos, cuyas
caractersticas quedan an por definir y que son objeto de
inters para los psicoanalistas.
Si queremos buscarle alguna coherencia al concepto de
proceso, tenemos que recordar que, segn Freud, en su ori
gen el anlisis descansa sobre un trpode: psiconeurosis de
transferencia, neurosis de transferencia, neurosis infantil.
Todo esto es fcilmente perceptible cuando se examinan los
comienzos de la obra freudiana. En la actualidad, yo pro
pondra otro trpode, constituido por la coherencia de las re
6 H. Sauguet, Introduction une discussion sur le processus psychana-
lytique, Revue Frangaise de Psychanalyse, 33, Pars: PUF, 1969.
7 D, Meltzer (1967) Le processus psychanalytique, traduccin al fran
cs de J. Bgoin, Pars: Payot, 1971.
8 S. Freud, Abrg de psychanalyse, versin francesa de A. Berman, revi
sada y corregida por J. Laplanche, 9a edicin, pg. 41.
liciones que unen encuadre, sueo e interpretabilidad. En
efecto, tal como ya mostr en otro lugar, si bien Freud no
teoriz el modelo del encuadre, es posible encontrar su
justificacin en el captulo VII de La interpretacin de los
sueos . Vale decir que el encuadre reproducira un anlogo
dlos procesos psquicos que rigen el sueo. Y as como este
ltimo puede interpretarse a travs de las asociaciones que
revelan el trabajo del que es sede, lo mismo la relacin ho
mognea encuadre-sueo desemboca en una interpretabili
dad ptima. Quien finque su reflexin en ese trpode llegar
por eso mismo a considerar el proceso como efecto de dichas
relaciones. En los ltimos aos, la experiencia surgida de
anfisis difciles y de estructuras no neurticas puso al des
cubierto la necesidad de referirse al funcionamiento mental
teorizado por Marty. Son las diferencias, y a veces las caren
cias del funcionamiento mental en los pacientes psicosom-
ticos (irregularidades del preconsciente) las que al mismo
tiempo permiten entender los lazos entre las organizaciones
sintomticas y su sensibilidad a la intervencin analtica.
Como vemos, se introduce aqu la cuestin del tratamiento
psicoterpico, al tiempo que quedan expuestas las diferen
cias entre uno y otro. Quienes, en general de manera esque
mtica, pretenden oponer psicoanlisis y psicoterapia,
sostienen que en esta ltima no habra proceso psicoanal-
tico situable y teorizable. Me parece una opinin discutible,
no porque yo niegue las diferencias que separan al proceso
psicoanaltco clsico de los diversos procesos de psicotera
pia, sino porque si el primero es identificable con un modelo,
los otros representan variaciones ms o menos extensas que
pueden entenderse slo con relacin a ese modelo. En ver
dad, es difcil entender que una relacin teraputica, cual
quiera que sea, pueda no dar lugar a la consideracin proce-
sual. Por otra parte, si consideramos la evolucin que marc
los pasos de Freud a partir del giro de 1920, con el que intro
dujo en la cura la compulsin a la repeticin y la reaccin te
raputica negativa, vemos que la marcha tranquila del pro
ceso psicoanaltco qued ipso fado relativizada. Baste pen
sar una vez ms en el triste caso del Hombre de los Lobos
para comprobar los efectos intermitentes y alternados de la
resistencia, las regresiones reiteradas y la compulsin a la
repeticin. Sin embargo, cuando cuenta del caso, Freud pa
rece no haber tomado conciencia de los problemas del pa-
cente con relacin al proceso. Desde luego, la negligencia
freudiana no justifica nada, pero no deja de ser cierto que,
vindolo con ojos contemporneos, el proceso psicoanaltico
del Hombre de los Lobos est lejos de seguir un curso natu
ral, y que, aunque no queramos, hay proceso, es decir,
marcha o procesin. Enfocadas as las cosas, debemos con
cluir que lo que nos interesa en un ejercicio psicoanaltico
contemporneo para evaluar cualquier relacin teraputi
ca, es la idea que tiene el analista de la marcha procesual
del tratamiento. Si esta no obedece ai curso considerado na
tural, el analista deber preguntarse por la naturaleza de
las fijaciones, la posible afectacin del yo y la estmctura no
neurtica del paciente, todo lo cual le exige una atenta, vigi
lancia del funcionamiento mental.
Lo que llamamos proceso psicoanaltico es la creacin
de una realidad segunda nacida de una mirada sobre los
intercambios producidos en el correr de las sesiones, y que
se pregunte cmo evaluar el desarrollo de las relaciones en
tre la conjetura en perpetua modificacin sobre lo que
debera conocerse y sobre lo que, en cambio, pudiera hacer
de la interpretacin un elemento capaz de desencadenar
efectos perturbadores que es preciso conjurar.9 Dicho de
modo trivial: no es ese el significado de la expresin cami
nar pisando huevos? El proceso psicoanaltico descansa so
bre el modo en que el paciente respeta y se aplica a s mismo
el pacto analtico, cuyo eje principal es la regla fundamen
tal. Las divagaciones procesuales pueden ser acreditadas
al anlisis del trabajo de lo negativo y de la resistencia. Que
da claro que el verdadero peso del proceso jams podr
evaluarse si no se tiene en cuenta la red en que se inscribe.
La prctica de psicoterapias y las cuestiones que suscita
abordadas a menudo en forma polmicahan dado lugar
a una reflexin que por ahora est lejos de agotarse.
La escucha analtica
En qu estado mental me encuentro al comenzar una
sesin de anlisis como para responder a lo que la situacin
me exige? Creo estar en posicin de analista cuando, ha
bindome esforzado en mantener todo lo posible la atencin
libremente flotante ya veremos que no es fcil y choca a
veces con serias dificultades, escucho las palabras del
analizante desde una doble perspectiva. Por un lado, in
tento percibir la conflictividad interna que habita en ellas y,
por el otro, la examino atendiendo al hecho de que se dirige,
implcita o explcitamente, a m. La conflictividad a que me
refiero no involucra los conflictos dinmicos particulares
pasibles de ser despejados por la interpretacin, sino la for
ma alternada en que el discurso se acerca y se aleja de un
ncleo o de un conjunto de ncleos significativos que tratan
de abrirse paso a lo consciente. No hace falta tener una idea
acabada de aquello que activa, o, por el contrario, frena o
desva la comunicacin, para percibir el movimiento que
tan pronto la lleva a una expresin ms explcita o precisa,
como la aleja de la verbalizacin de aquello que est buscan
do transmitirse. E s t a s v a r ia c io n e s se pueden percibir por
intuicin, sin conocerse la naturaleza exacta del foco alre
dedor del cual gravitan y que se presentar en forma ms o
menos repentina a veces con total claridad y otras de ma
nera accidental durante el trayecto discursivo. En este l
timo caso, la atencin flotante cambia de estado para vol
verse agudeza investigativa hasta tanto se reorganice lo
que se desliz bajo la fluidez de la recepcin en suspenso
del discurso en asociacin ms o menos libre del analizante.
En esta descripcin no se trata slo de nombrar la resisten
cia tal como la encontramos ante la cercana de momentos
transferenciales activados. Me refiero al estado de fondo
contra el que aparecen los movimientos del discurso que
espera ser escuchado, o a la oscilacin bsica de todo uso de
la palabra que haga el analizante, palabra insegura de su
aceptabilidad tanto para la conciencia del emisor como para
la de aquel a quien se dirige. Un movimiento convergente
pero que an est lejos de ser sincrnico hace entonces
evolucionar el pensamiento del analista desde su identifica
cin de la posicin transferencial del analizante en ese pre
ciso instante, hacia una imagen ms global de su conflicti
vidad, tal como permite aprehenderla el flujo discursivo, o
bien hacia aquello que, en determinado momento, da tes
timonio, por un lado, de la activacin de un conflicto singu
lar y, por el otro, de la forma en que este cobra momentneo
relieve en una configuracin de conjunto. As se ponen en
perspectiva las condiciones generales de la verbaliz acin,
compartida entre lo que pretende satisfacerse a travs de la
expresin y lo que traduce un temor a hacerlo sin trabas. En
otras palabras: estamos ante una doble relacin. Por el lado
del analizante, un conflicto local singular remite a una con-
flictividad ms general, apreciable en las relaciones que
mantienen entre s las partes del discurso y en la manera
como la presencia del objeto excita o inhibe sus figuras. Par
el lado del analista, un examen del alcance significativo del
momento actual evaluado en funcin de la conflictividad ge
neral de la vida psquica, tal como esta se traduce en la rela
cin analtica. Relacin analtica tomada entre el ideal de
una comunicacin libre de toda censura y las vicisitudes de
un deseo de decir contrarrestado por el miedo imaginario y
sus consecuencias, que dejan pensar que el decir ha perdido,
en parte, distancia con el hacer.
Cuando, al cambiar de ngulo, oigo lo que es dicho en di
reccin a m, someto lo que acabo de or a una iluminacin
donde la conflictividad interna encuentre, en su tentativa
de externalizacin a travs de la palabra, un retomo reflexi
vo al sujeto que la pronuncia, transformacin producida por
esa publicacin del pensamiento que, dirigindose a otro,
engendra retroactivamente el eco de sus palabras en aquel
que habla segn un efecto favorecido por el encuadre. La
singular alteridad de la relacin analtica engendra tam
bin, simtricamente, la idea de que la causalidad que go
bierna la palabra de quien habla modifica el estatuto del
destinatario del mensaje. Este, imputado como testigo o cp-
mo objeto de demanda, es cambiado en e] mundo interno y,
sin que el analizante lo sepa, se vuelve causa, del movimien
to que anima su palabra. Eso es precisamente lo que yace en
el fondo de toda transferencia. Invisible en la situacin ana
ltica, el destinatario, replegado, por as decir, sobre el movi
miento de habla, se funde en ella para ser en adelante inter
pretado segn un doble registro. Si bien en su origen se lo
defini conscientemente como aquel a quien se le dirige el
discurso cuyo modo singular l mismo ha fijado para
que intente acercarse al universo ntimo del paciente, in
conscientemente esa condicin de receptor del mensaje
muta a la condicin de inductor de este. De esa manera se
transforma en el provocador de ese mensaje por la presen
cia de movimientos internos surgidos tanto de lo que Je es
dirigido como de lo que movi al analizante a emitir esas pa
labras. Cae entonces para el inconsciente la separacin en
tre los movimientos internos afectivos del sujeto y la ob
jetivacin de estos a travs del discurso dirigido a un terce
ro. Llegamos as a un punto en que los dos hacen uno: el ob
jeto al que se dirige ese discurso es decir, aquello que la
demanda, la bsqueda y la esperanza del paciente esperan
del otro y su fuente subjetiva inconsciente, pero tambin
pulsional, se vuelven ms o menos intercambiables a espal
das de aquel que habla. En ese nivel, el destinatario de la
puesta en palabras de los movimientos internos est sepa
rado apenas por un hilo de la tendencia a verlo como agente
causal de estas. De esa causa se esperan consecuencias, y el
discurso se esfuerza por despertar una respuesta en aquel
a quien el discurso se dirige. Se espera, en forma tcita, no
slo que su respuesta satisfaga la demanda a l enviada
demanda inherente a la actitud misma de emprender un
anlisis, sino singularmente que esta revele a aquel a
quien se la formula un deseo que se corresponda con la bs
queda de la que es objeto.1
Escrib estas lneas al comienzo del informe que presen
t en el Congreso de la IPA de 1999, y me parece que ofrecen
una descripcin bastante acertada de la atmsfera general
de la sesin y de los procesos de pensamiento que se desa-
1 A.Green, Sur la discrimina ti on et rindiserimination affect-reprsen-
tation, Revue Frangaise de Psychanalyse, 1, 1999; retomado en La pense
clinique, Odile Jacob, 2002.
rroH an en ella. Hasta aqu, me interes sobre todo describir
el espectro de las situaciones en que prosigue el trabajo psi
coanaltico. Tras haber considerado la gama de posibilida
des (o al menos de las principales posibilidades) de que el
analista puede disponer, vuelvo ahora al paradigma que re
presenta la cura en psicoanlisis, donde se puede acceder a
la mejor legibilidad posible de los procesos psquicos que ca
racterizan a este campo.
Es notable que, en pleno 2001, a ms de cien aos del na
cimiento del psicoanlisis y a ms de sesenta de la muerte
de Freud, la IPA haya sentido la necesidad de poner como
tema general del Congreso de Niza (posterior al de Santia
go): El psicoanlisis, mtodo y aplicaciones. Es un hecho
revelador que demuestra cierta incomodidad ante la disper
sin de conceptos de referencia que permitan definir cul es
hoy la esencia del psicoanlisis, como si se nos invitara a mi
rar restrospectivamente aquello en que se ha convertido,
tratando de despejar su esencia. Ese fue el hilo que sigui
J,-L. Donnet2 en su informe previo, y a l remito al lector.
Con su habitual precisin, el autor deconstruye el mtodo
sealando los nudos y contradicciones que lo atraviesan. El
mtodo postula un yo sujeto capaz de algn desdoblamien
to para dejar venir a su conciencia eso que, originado en el
inconsciente, llega a la superficie de su discurso. Mientras
que, con todas las dificultades del caso, otra parte de ese
mismo yo puede observar lo que ocurre en l. Ya en el pasa
do Donnet haba consagrado penetrantes reflexiones a la
funcin de la regla fundamental3 obrante aqu. Y que el
autor prosigue apoyndose en la funcin tercerizante (A.
Green) que subyace en la dinmica de los procesos. Uno de
los puntos importantes de su contribucin consiste en poner
en claro que el mtodo se confunde con el objeto mismo del
anlisis. En cierta forma, puede decirse que la meta de este
se alcanza cuando el analizante logra aplicar este mtodo a
sus propias producciones psquicas y el analista puede es
cuchar el material producido con una receptividad y sensi
bilidad que le hagan eco. Esto permite que salgan a la luz
acontecimientos psquicos tan imprevistos como sorpren
2 J.-L. Donnet, De la rgle fondamentale la situation analysante. In
forme previo al Congreso de 2001, Revue Frangaise de Psychanalyse,, 1,
2001, pgs. 243-57.
3 J.-L. Donnet, ibid.
dentes y vinculados a la transferencia. Podemos tambin
agregar que la transferencia es el resultado de la aplicacin
del mtodo, o, en forma inversa, que una transferencia lo
suficientemente buena. es la condicin inmediata de la
aplicacin del mtodo.
La transferencia
Ms adelante veremos que un haz de argumentos, algu
nos de los cuales conciernen a la transferencia misma, con
vergen para explicar el famoso giro de 1920. En efecto, so
metida durante mucho tiempo a un cuestionamiento que
llev a puntos muertos y donde primero la transferencia fue
vista como resistencia, para luego convertirse en motor de
la cura, Freud le dio su calificacin definitiva como resulta
do de la compulsin a la repeticin. Cualquiera sea su forma
positiva o negativa, la transferencia proviene de un fac
tor compulsivo que tiende a repetir una constelacin origi
nada en la infancia y que, a menos que sea analizado, tende
r siempre a reproducirse en forma espontnea. Pero lo im
portante en esta mutacin es la idea de que la repeticin no
slo se hace en nombre del principio de placer sino tambin,
en lo relativo a ciertas formas matriciales, para repetir un
displacer. Freud est entonces ms all del principio de
placer. Y es interesante seguir ese recorrido que, partiendo
de las indicaciones electivas de la cura psicoanaltica, es de
cir, de las psiconeurosis de transferencia, las concibe como
psiconeurosis con transferencia, capaces de movilidad li-
bidinal (de lo somtico a lo psquico y de un objeto a otro), y
que desemboca finalmente en la compulsin a la repeticin.
Esto quiere decir que algo que en un principio fue un movi
miento que haca prevalecer un punto de vista dinmico
(acaso no se llama Dinmica de la transferencia uno de
los artculos de Freud?) se transforma poco menos que en un
automatismo. Durante mucho tiempo se dijo automatismo
de repeticin por compulsin a la repeticin. Aqu la di
nmica se vuelve coercin y el movimiento, en lugar de
abrir la posibilidad de extender el campo de las investidu
ras, muta a una restriccin esterilizante de naturaleza com
pulsiva (com-pulsiva).
En su oportunidad dije que habamos asistido al momen
to en que una transferencia de pensamiento daba lugar a un
pensamiento de transferencia. La gran modificacin, a la
que tendremos ocasin de volver muchas veces, es el pasaje
de un movimiento deseante (primera tpica) a la descarga
de una pulsin en acto (agieren). Este cambio de referente
hace pasar lo observado en la cura de un modelo en cuyo
centro hay una forma de pensamiento (deseo, anhelo), a
otro modelo sostenido en el acto (pulsin como accin inter
na, automatismo, actuacin). Se ve hasta dnde queda sub
vertido el perfil general de la cura analtica, en la medida en
que ahora el analista debe enfrentarse no slo con el deseo
inconsciente sino con la pulsin misma, cuya fuerza (empu
je constante) es sin duda la principal caracterstica capaz de
subvertir tanto el deseo como el pensamiento.
En la ltima parte de la obra freudiana, la concepcin de
la transferencia ya se encuentra afectada por lo que acaba
mos de decir. Es notable que los escritos tcnicos de Freud
se detengan en 1918, antes de la formulacin de la ltima
teora de las pulsiones y de la segunda tpica. Deber pasar
un largo intervalo, durante el cual desempearn un rol
nada desdeable los avatares del anlisis del Hombre de los
Lobos, hasta que, con sus dos artculos de 1937 Anlisis
terminable e interminable y Construcciones en el an
lisis Freud vuelva a problemas de tcnica analtica, esta
vez reinsertados en una puesta a punto generalizada. En
ese momento puede entenderse mejor el lugar que otorga a
la pulsin de muerte en la cura. Es sabido el desconcierto
provocado por la publicacin de ese artculo, que sembr el
desaliento en las filas analticas y dio lugar a reacciones ofi
ciosas con circulacin interna de escritos que respondan al
pesimismo del maestro (no es otro el sentido del artculo de
Fenichel sobre el tema).4 Hoy no puede decirse que los he
chos hayan desmentido a Freud, pese a que se discuta el va
lor de su explicacin de una pulsin de muerte que pone en
aprietos a ms de uno y merece una profunda reflexin, la
cual tal vez implique modificar el concepto propuesto por
l.5 Me parece que podramos interpretar la dispersin, si
4 O. Fenichel, A review of Freuds analysis Tbrminable and Intermi
nable, Int.. Rev. Psycho-Anal., 1974, pgs. 109-16.
5 A. Green, La mort dans la vie, en Lin vention de la pulsin de mort,
editado por J. Guillaumin, Dunod, 2000.
no la fragmentacin, del pensamiento psicoanaltco en tan
tas teoras opuestas (Ego-psychology, kleinismo, lacanismo,
pensamiento bioniano y winnicottiano, kohutiano, entre
otros) como ensayos encaminados a proponer una solucin a
las limitaciones de los resultados de la cura clsica. Algunas
escuelas de pensamiento (que adhieren a la teora de las re
laciones de objeto) han presentado una idea de considerable
importancia. Esta consistira en demostrar que el anlisis
slo es eficaz cuando el analista restringe sus intervencio
nes a la formulacin de interpretaciones de transferencia.
Pese al gran prestigio de que goza en Inglaterra, sobre todo
en los medios kleinianos, no me parece que esta concepcin
carezca de riesgos. Dos inconvenientes se desprenden de
ella:
1. una limitacin de la respiracin analtica, lo cual fa
vorece una atmsfera de confinamiento perjudicial
para la libertad y la espontaneidad discursivas;
2. un peligro de retorno subrepticio a la sugestin en for
mas disfrazadas.
A diferencia de la escuela inglesa, que slo cree en las
virtudes de las interpretaciones de transferencia, la escuela
francesa sigue otra direccin. Hace una distincin entre las
interpretaciones en la transferencia y las interpretaciones
de transferencia. Sea como fuere, todas ellas se sitan en el
marco de la transferencia, aun cuando no hagan alusin ex
presa a esta. Y slo tienen sentido al ser reubicadas en ese
contexto, debido a lo cual algunos analistas son muy critica
dos por ceder a la facilidad de interpretaciones fuera de en
cuadre, es decir, fuera de las condiciones que rigen su prc
tica. En cambio, las interpretaciones de transferencia se co
rresponden con aquello a que alude la escuela inglesa. Debo
decir que, para m, lo que est en debate es el reconocimien
to de la transferencia en su ligazn con el inconsciente. Esto
quiere decir que el discurso del analizante puede seguir un
recorrido quebrado o incurvarse en mltiples meandros an
tes de llegar a un momento fecundo en el que la transferen
cia se muestre en su plenitud. Cuando digo esto, no quiero
dar a entender necesariamente que deba ser ruidosa o pa
tente. Al contrario: puede ser muy discreta y sin embargo
hacerse identificable y reconocible como tal en su valor de
repeticin, con una connotacin especfica que permita reco
nocerla.
Puede decirse que, desde esta perspectiva, el acento re
cae de manera predominante en la transferencia del pa
ciente, mientras que el examen de la contratransferencia se
limita al mnimo o, en otros casos, se traduce en manifesta
ciones deslumbrantes que no pueden ignorarse. Muchas ve
ces se reproch a esta postura un defecto que todo el mundo
reconoce en el anlisis de Freud: el de presentar una con
cepcin en cierta forma solipsista que subestima los efectos
de una situacin en la que estn inmersos los dos trminos
de la pareja. Todo lo anterior condujo a que se hablara de
una two-bodies psychology, o bien, y esa es la expresin que
prefiero, de una situacin dialgica. Es cierto que esta si
tuacin dialgica que pone frente a frente a un analista y
un analizante y que est presente en todas las modalidades
que hemos ido examinando, es identificable de diversas ma
neras. Acaso no era esa la idea de Freud cuando negaba a
las neurosis narcisistas el beneficio de un tratamiento psi-
eoanaltico? Y aunque hoy sepamos que la transferencia no
est ausente en los pacientes psicticos, siempre ser nece
sario distinguir entre transferencia y transferencia. Porque
a nadie se le ocurrira confundir la transferencia de la cura
clsica de un neurtico que sirve de base descriptiva para
estudiarla con aquella otra, disimulada detrs de sus ma
nifestaciones ms ruidosas, de un paciente esquizofrnico,
ni con la ms' trabajosa de interpretar: la transferencia de
un paciente depresivo, perverso o psicosomtico. La idea
que intentar despejar a lo largo de esta obra corresponde a
conceptos enfocados en relacin con un gradiente en el seno
de un espectro cuya estructura bsica es preciso descompo
ner. Parafraseando el conocido aforismo segn el cual todos
los pacientes presentan transferencias, pero algunas son
ms transferenciales que otras, considero indispensable in
troducir estos matices. Lo esencial es, entonces, establecer
en cada caso el espectro relativo de los diversos componen
tes en el cuadro final. En esta oportunidad reaparecen algu
nas preguntas tradicionales.
En qu medida todo aquello que se desarrolla en la cura
proviene de la repeticin de lo antiguo, y en qu medida con
cierne, no a lo que fue repetido sino, al contrario, a algo que
nunca se vivi? (Viderman).
En qu medida la oferta del analista 110 constituye una
invitacin implcita a la transferencia, dado que las deman
das del analizante le son secundarias?
En qu medida el propio dispositivo analtico, o sea, el
encuadre, no participa en la produccin de la transferencia?
Esta ltima pregunta es muy importante y se resuelve a
condicin de saber a qu responden las exigencias del en
cuadre.
Y por ltimo, tal vez, la pregunta ms importante de to
das: puede considerarse a la transferencia como la expre
sin espontnea y unipolar de una situacin caracterizada
por un intercambio entre dos polos? En muchos aspectos,
esta pregunta puede ser una trampa. Por una parte, es ab
solutamente evidente que tanto la cura como el encuadre
ponen en relacin dos polos, como en toda situacin de co
municacin o, para ser ms precisos, como toda relacin de
lenguaje. El punto de vista epistemolgico moderno insiste
mucho en la dimensin de la relacin, que debe prevalecer
sobre la concepcin de la definicin de un objeto considerado
en s. Sin embargo, y ah es donde conviene sortear la tram
pa, debe insistirse en la dimensin asimtrica de la rela
cin. En efecto, el objetivo del encuadre es favorecer una re
gresin tpica, como bien lo recordaron Csar y Sra Bote
lla. Esa regresin tpica pone en conexin el discurso del
analizante que se esfuerza por obedecer la regla fundamen
tal, con la regresin que se instala espontneamente en el
sueo. Por nuestra parte, ya establecimos un paralelo deta
llado de las relaciones entre el funcionamiento mental en
sesin y las caractersticas del modelo del sueo tal como lo
construy Freud6 en el captulo VII de La interpretacin de
los sueos (1900).7 Si ahora nos remitimos a la polaridad co
rrespondiente del lado del analista, es decir, a la atencin
parejamente en suspenso, no es difcil advertir que la regre
sin es aqu mucho ms limitada. Resumiendo: en el canal
de la comunicacin analtica, el discurso est organizado en
una serie de nudos:
en un extremo, el sueo en el marco de la regresin del
dormir;
6 A. Green, Le silence du psychanalyste, en Topique, 1979, y La folie,
prive, GalEmard, 1990.
1 S. Freud (1900) Uinterprtation des reves, traduccin de I. Meyerson y
D. Berger, PUF, 1967.
la regresin tpica en el estado de vigilia en sesin;
la atencin parejamente en suspenso en la escucha del
analista;
el pensamiento reflexivo, movilizado por la escucha, en el
analista.
Es visible cmo esta cadena que podramos llamar cade
na de la relacin discursiva\ est constituida no slo por una
serie de rasgos organizados sino tambin por otros tantos
pares cuya distancia diferencial se observa a partir de lo
ms inconsciente hasta lo ms consciente (inconsciente del
sueo-regresin tpica en sesin por parte del analizante, y
escucha con atencin parejamente en suspenso de parte del
analista, pensamiento reflexivo). De todo esto resulta que la
transferencia no puede ser tenida por un bloque uniforme,
ni tampoco examinarse a travs de una definicin que sub
raye la repeticin del pasado en el presente, sino que debe
abordrsela por medio de un anlisis espectral.
En 1984, mientras reflexionaba sobre el lugar del len
guaje en el psicoanlisis,8 present la idea de una doble
transferencia. Segn esta concepcin, deben articularse:
una transferencia sobre la palabra: es el fruto de la con
versin de todos los acontecimientos psquicos en discur
so. Esto nos hace decir que, en el anfisis, las cosas ocu
rren como si el aparato psquico se hubiera transforma
do en aparato de lenguaje. Esta dimensin intrapsqui-
ca, dado que permite elaborar elementos psquicos no
pertenecientes ai lenguaje como elementos discursivos,
es tambin intersubjetiva, puesto que el lenguaje supone
un enunciador y un co-enunciador;
una transferencia sobre el objeto: desde luego, el objeto
est necesariamente incluido en el acto de habla, pues
casi no hay palabra que no se dirija a alguien que su
puestamente la escucha. Sin embargo, la idea de una
transferencia sobre el objeto implica que la transferen
cia comporte dimensiones que el discurso no puede con
tener.
La contratransferencia
Para completar el cuadro debemos volver a la situacin
analizante de Donnet.11 De manera muy general, puede de
cirse que hoy los analistas se muestran sensibles a la impor
tancia de la contratransferencia- Sin embargo, esa sensibili
dad no excluye una gran variedad de opiniones en cuanto a
la manera de teorizar el fenmeno. Como sabemos, la con
tratransferencia es una reaccin a la transferencia debida a
10 A. Green, Lintrapsychique et l'intersubjectif en psychanalyse. Pul-
sions ettou relations d objet, Lanctt Ed., 1998. Incluido en La pense cli
nique, Odile Jacob, 2002.
11 J.-L. Donnet, loe. cit.
los efectos de resonancia y rechazo que el discurso del anali
zante provoca en lo que fue poco o mal analizado en el ana
lista, y que lo lleva a entender en forma parcial y fragmen
taria por no decir sesgada lo que el analizante trata de
transmitir.
Con la contratransferencia se abre el captulo amplio y
persistente de la patologa del analista, con los efectos de
lo que qued en l sin analizar y que es capaz de perturbar
un trabajo de anlisis que exige sentido de la perspectiva y
sangre fra. Esta concepcin de la contratransferencia si
gue siendo vlida; es objeto de preferencia! atencin en las
supervisiones que son parte de la formacin del analista y
sigue afectndolo en su prctica hasta mucho despus de
haber sido aceptado en la comunidad analtica. En lneas
generales, se presentan dos posibilidades. En una, los efec
tos puntuales de la comunicacin del analizante terminan
por llamarle la atencin y, tras recurrir a un autoanlisis,
empieza a darse cuenta de lo que se juega en determina
do momento de determinado anlisis. Reconocer su propio
inconsciente puede ayudarlo a desanudar la situacin y a
reactivar el proceso. Hubo un tiempo en que era de buen to
no imputar todos los atascos del proceso analtico a una con
tratransferencia difcil. La otra posibilidad es que la situa
cin no se desanude o, lo que es peor, tienda a agravarse
multiplicndose en otros analizantes, ya que muchos de
ellos le dan al analista oportunidad de precipitarse a fre
cuentes puntos muertos en las curas. Si es un caso aislado,
le queda siempre el recurso el mejor al fin de cuentas de
hablar con algn colega (jotra vez el tercero!). Muchas ve
ces, unas pocas entrevistas bastan para levantar la barrera.
Pero si la situacin se repite con demasiada frecuencia, no
le quedar ms que emprender un nuevo tramo de anlisis,
isobre todo si la contratransferencia lo llev a pasar al acto!
Acaso Freud no recomendaba la prctica peridica de tra
mos de anlisis? Es cierto que les asignaba unas pocas se
manas de duracin, como el servicio militar vigente an hoy
en algunos pases.
Fue Ferenczi quien tuvo un papel preponderante en el
cuestionamiento de la contratransferencia. La lectura de su
Diario clnico12 resulta instructiva por partida doble. Por
12 S. Ferenczi, Journal clinique (enero-octubre de 1932), traduccin de
S. Achache-Winitzer et al., Pars: Payot, 1985.
un lado, muestra hasta qu punto un aspecto tan descuida
do cobra considerable importancia en la cura de pacientes
difciles, de estructura no neurtica o neurtica grave. En
ese aspecto, Ferenczies sin lugar a dudas el precursor del
anlisis moderno. Y por otro, tambin muestra que puede
producirse una verdadera alienacin del analista en el pa
ciente cuando el deseo de reparacin pasa a primer plano y
lo lleva a ponerse bajo el signo de una vocacin sacrificial
que considero inapropiada e ineficaz. La lectura de algunos
conocidos pasajes de la correspondencia Freud-Ferenczi, as
como la clebre controversia surgida entre ellos a propsito
de la tcnica ferencziana (todo el mundo conoce la famosa
carta del beso fechada el 13 de diciembre de 1931), resumen
muy mal la verdadera apuesta del debate. En cambio, el
Diario clnico da una imagen mucho ms completa cuando
muestra a Ferenczi dndole un tiempo equivalente a su pro
pio anlisis y al anlisis del paciente. De ms est decir que
este ejercicio escolar tericamente concebible para un pa
ciente, se vuelve agotador y artificial cuando se lo practica.
Pero a su vez nos ensea que, lejos de brindar siempre los
resultados esperados, es decir, una mayor lucidez del pa
ciente, ms bien excita su sadismo, permitindole desculpa-
bilizarse (Ya ve.. fue usted el que.. porque como usted
mismo confes. . .) agarrado del cable que el analista le
tiende con su invitacin a martirizarlo. Sin embargo, debe
reconocerse la .exactitud de algunas de las crticas de Fe
renczi, no tanto aquella que lo hizo clebre y que fue cuestio
nar la actitud fra y distante del analista, como algunos re
proches dirigidos a Freud y su teora por preocuparse ms
de la coherencia intelectual que de entender fielmente la
complejidad del cuadro que presentan los pacientes, donde
la racionalidad debe estar a la altura de esa complejidad.
En 1950 se produjo un giro notable gracias al clebre ar
tculo de Paula Heimann.13 Por primera vez se defenda la
idea de que la contratransferencia era consecuencia de un
deseo inconsciente del paciente de comunicarle al analista
afectos que sentira pero no poda reconocer ni verbalizar y,
por lo tanto, slo poda inducir en el otro. Al preguntarse por
sus propias reacciones, Paula Heimann tomaba conciencia
13 P. Heimann, On countertransference, International Journal of
Psycho-Analysis, 31, 1950.
de esa comunicacin por procuracin. En cierta forma, es
como si el paciente alquilara el aparato psquico del analista
para hacerle llegar mensajes que no puede autorizarse a
reconocer y descifrar por s mismo. Ms adelante, la esfera
contratransferencial se extendi al conjunto de los procesos
psquicos que experimenta el analista, incluidas sus lectu
ras e intercambios con otros colegas. Y hasta se lleg a sos
tener la precedencia de la contratransferencia respecto de
la transferencia (M. Neyraut), posicin lgica, ya que un
analizante empieza su anlisis con un analista en un mo
mento dado y en el punto en que el analista est en relacin
con su propio inconsciente, relacin nunca del todo ajustada
y que contina en l a travs de constantes modificaciones.
En este caso se enfrentan dos posiciones: la de Freud, preci
sa, circunscripta y limitada, y la actual, difusa, englobante y
de lmites bastante imprecisos.
En realidad, hay otra forma de concebir el problema si se
lo encara desde el punto de vista de una posicin de princi
pio. En ella, y conforme a lo que propugna la epistemologa
moderna, la relacin entre dos trminos es algo ms que la
suma de los atributos de cada uno de los objetos que entran
en la composicin de la relacin. Algo ms y algo distinto.
Esto es lo que caracteriza a la sesin en el transcurso del
proceso: estar impregnada de una cualidad indefinible que
escapa a cualquier descripcin, no slo porque nos referimos
a una cualidad afectiva indecible sobre la naturaleza ntima
del intercambio, sino tambin porque aqu, en cierta forma
y como ocurre en la relacin de incertidumbre de Hei-
senberg, nos resulta imposible definir al mismo tiempo el
corpsculo y la onda. Si focalizamos la atencin en el cor
psculo, perturbamos el movimiento de la onda y no pode
mos definirla, y si pensamos nada ms que en la onda, sacri
ficamos la definicin de los corpsculos. Esa es la paradoja
del analista que puede lamentar en sesin la presencia del
paciente, pues si este no estuviera l podra volcar en el pa
pel los importantes y fecundos pensamientos que la situa
cin le prohbe consignar. Y, cuando al fin est solo para dar
cuenta de lo sucedido inclusive en una sesin reciente, la
menta que el paciente no est para estimular sus recuerdos
y darles esa viva calidad que su presencia les otorgaba.
En los Estados Unidos se expande hoy, como una epide
mia, un movimiento que slo mencionaremos al pasar: el
intersubjetiv i s t a . Lo forman mltiples ramas
m o v im ie n to
distintas unas de las otras, que nacen unas de las otras y a
veces se oponen unas a las otras. Por eso es difcil dar al res
pecto una visin unvoca. Digamos, para clarificar las ideas,
que el movimiento intersubjetivista resulta de una reaccin
contra la corriente que predomin en ese pas: la Ego-psy-
chology, objeto de vivos reproches por sus actitudes autori
tarias y su falta de autocrtica, sumadas a cierta tendencia
al objetivismo demasiado ligada a la medicina y sus crite
rios. Ya Hartmann haba atentado contra la coherencia de
las ideas de Freud cuando quiso agregar el Self a ese yo
freudiano que consideraba insuficiente para cumplir sus
funciones. Ms adelante floreceran mltiples concepciones
del Self. Era ya un retomo subrepticio de la psicologa del yo
acadmica y prefreudiana. Deseoso de acentuar su diferen
cia, tiempo despus Kohut llevara la teora del Self hasta
los lmites hoy conocidos. Pero siempre habr alguien que
doblar nuestra apuesta! Y as fue como despus de Kohut
se desarroll el movimiento centrado en la intersubjetivi-
dad. Pueden reconocrsele a esta tendencia otros ascen
dientes, menos directamente perceptibles, del lado de los
partidarios de la relacin de objeto. Adems, y me parece
que es un hecho confirmado, cuando en psicoanlisis se
desarrolla de manera excesiva la dimensin del objeto, en
un plazo ms o menos largo nace algn otro movimiento que
se plantea como adversario del anterior esgrimiendo una
dimensin a la vez complementaria y antagnica. Me refie
ro a las concepciones centradas, entre otros, en el narcisis
mo, el S mismo, el sujeto, etc. Ese es el sentido de lo que lla
m impugnacin intersubjetiva. No es nuestra intencin
hurgar en los detalles de un movimiento cuyo representan
te ms renombrado es Owen Renik. Si quisiramos exten
demos ms largamente sobre las caractersticas tericas de
las tesis que postula, chocaramos de pleno con una mezcla
de ideas basadas en la fenomenologa, elaboradas en fun
cin de modelos cientficos en boga ajenos al psicoanlisis o
inspiradas en un pragmatismo indiferente a la coherencia
terica y con los evidentes rasgos de esquematizacin utili-
zables por el psicoanalista lambda. Ante todo, subrayemos
que en todas ellas la consideracin de la contratransferen
cia se ubica en primer plano. Sin embargo, se trata de un ti
po particular de contratransferencia que, centrada en la
enaccin, sostiene sin mayores problemas que, del lado del
analista, la toma de conciencia va siempre precedida de al
guna manifestacin de conducta. En esta concepcin se ex
trema la simetra entre analista y analizante, dado que, se
gn se dice, al fin de cuentas, ningn analista puede cono
cer el punto de vista del paciente; un analista slo puede co
nocer el propio.14 Prevalece la idea de que el analizante sa
be tanto sobre s mismo como el analista. Las actitudes tc
nicas resultantes desbordan la habitual e indispensable re
serva del anlisis: no retroceden ante el anlisis pragmtico
del comportamiento de los pacientes ni tampoco ante las re
comendaciones activas, la intervencin de otros terapeutas,
etc. Hay una marcada insistencia en la necesidad de que el
analista parezca real. De hecho, estamos frente a un neo-
psicoanlisis. Una mirada retrospectiva permite descubrir
cierta lgica en esta deriva. Se empieza por negar o recusar
el concepto de pulsin, por considerrselo demasiado biol
gico y adems mtico. No lo confes el propio Freud? Por lo
tanto, volvamos a la teora de las relaciones de objeto. Nue
vo movimiento. El objeto, s, est bien, pero se olvida el nar
cisismo, el Self, el sujeto, y as sucesivamente. Vayamos em
pujando el objeto hacia la salida. Un sujeto es mejor que un
objeto, pero sera todava mejor si le trajramos un compa
ero para que no se aburra. Entonces vamos a tener dos su
jetos unidos por una intersubjetividad. Ah est la solucin:
enterrar a la pulsin cada vez ms hondo para que de una
vez por todas deje de salir a la superficie. Y viva la psico
loga!
En el futuro se presentan tres posibilidades: o despus
de algn tiempo el anfisis intersubjetivista dejar de es
tar en boga, como tantas otras modas psicoanalticas, o bien
ir conquistando terreno en el anlisis norteamericano (en
Europa parece ser de bajo impacto) hasta eliminar a sus ri
vales. No es imposible, ya que los analistas de ese origen lo
ven como una posibilidad de recuperar el espacio perdido
atrayendo a los pacientes que ahora desertan de sus diva
nes. O que, como tercera y ltima posibilidad y para m la
ms probable, tras una etapa de entusiasmo el anlisis
14 O. Renik, Analytic interaction - Conceptualizing techniqu in light
of the analysts irreducible subjectivity, Psychoanalytic Quarterly, 72-4,
1993.
intersubjetivista recobre su lugar en el damero psicoanalti-
cq , agregando un movimiento ms a los ya existentes. A la
larga, se ver!
En un trabajo anterior15 propuse una concepcin de la
contratransferencia derivada de un modelo general fun
dado en el par pulsin-objeto segn la visin de Winnicott.
Suponiendo una situacin que hiciera las veces de modelo,
como por ejemplo en el nio la investidura del objeto por el
ello, deberemos concebir esa investidura salida de la mocin
pulsional, como un movimiento en direccin al objeto, ani
mado por un empuje, es decir, por una fuerza. Sin embargo,
tenemos que evocar otras dos situaciones. En la primera, la
investidura desemboca en la satisfaccin; la experiencia de
satisfaccin crea una constelacin psquica que implicar el
deseo de reencontrar esa experiencia con el placer que le
est asociado cuando la investidura logra su fin. Pero este
modelo simplificado forma parte del espritu solipsista que
ya se denunci: que el objeto tenga un rol inerte y pasivo y se
deje investir sin que se tome en consideracin el aporte que
pueda hacerle o no al resultado, o sea, a la experiencia
de satisfaccin. En una perspectiva winnicottiana, se man
tiene la investidura del pecho por parte del nio y el mo
vimiento que lo lleva hacia el objeto de satisfaccin. Pero a
esa polaridad subjetiva el objeto va a responder anticipando
el deseo del nio, adelantndose en la bsqueda, a travs
de su tolerancia a la agresividad y su disponibilidad, entre
otras cosas. El sentido estara ligado a la anticipacin de su
reaccin ante la cercana del objeto y en el trayecto que lo
lleva a l, gracias al mantenimiento y la transformacin
de la fuerza actuante creadora de lo que espera. En suma,
quiere decir que el fantasma de la respuesta del objeto en
sus proximidades precede y adelanta el paso sobre lo que se
r su reaccin objetiva o, ms exactamente todava, que la
relacin entre la espera de la respuesta del objeto y esa mis
ma respuesta se transformar en modelo del par anticipa
cin-realizacin, creadora de acuerdo o desacuerdo.16 Co
rno es sabido, los casos en que la respuesta no coincide con la
espera son ms frecuentes que los otros; vale decir que
15A. Green, Dmembrement du contre-transfert, Post-face Inven-
er en psychanalyse. Pulsions et/ou relations d objet, Lanctt Ed. Incluido
en La pensee clinique, op. cit.
16 A. Green, ibid., pg. 152.
la realizacin es muchas ms veces inarmnica con la anti
cipacin que lo contrario. A esta segunda situacin aluda
mos antes. Pero todo depende entonces de saber si el suj eto
puede conjurar tal distancia (con el equilibrio) y suplirla
gracias al fantasma, o si al contrario, por razones que hacen
tanto al nio como a la madre, la distancia se transforma
en un abismo insalvable. Es por eso que Winnicott no habla
de madre buena sino de madre suficientemente buena.
Segn el caso, el nio (o el sujeto) puede echar mano a su
objeto psquico interno para construir un polo subjetivo que
responda a su espera y constituya el ncleo de un yo-placer
purificado.
Con el propsito de colmar las omisiones de la teora la
caniana en cuanto a los datos de base que presiden la orga
nizacin del significante, Julia Kristeva propone la idea de
una chora, receptculo materno necesario para recoger im
presiones, sensaciones, afectos, a la manera de tantas otras
preformas concurrentes a la elaboracin de la funcin sim
blica: espacio matricial, nutricio, innombrable, que, an
terior al Uno, a Dios, desafa por consiguiente a la meta
fsica.17
A travs del ejemplo que acabamos de dar se ve hasta
qu punto este modelo es generalizable a una teora funda
da en la bsqueda de satisfaccin y que puede extenderse a
los diferentes registros de satisfaccin libidinal, desde los
ms elementales hasta los ms evolucionados. Tambin se
observa que salimos del solipsismo, ya que desde el inicio
hacemos intervenir el par pulsin-objeto. Del mismo modo,
nos damos cuenta de que seguimos concibindolo asimtrico
y de que su valor funcional reside en la capacidad del nio
para recuperar distancia con el equilibrio, propulsando la
actividad psquica fantasmtica a fin de compensar las de
cepciones de la experiencia. De esto depende la creacin de
objetos transicionales. En cambio, en otros casos el modelo
permite aprehender reacciones de desborde, pnico e im
potencia, movilizando defensas cada vez ms desesperadas
para hacer frente a la situacin traumtica. Me refiero a
reacciones capaces de llegar a la desorganizacin y disgre
gacin de un yo desamparado (Hilflosigkeit) y sin recursos.
17 J. Kristeva, Les nouvelles maladies de Vme, Pars: Fayard, 1993,
pg. 302.
En esos casos, la contratransferencia del analista debe
despertarse y descubrir, a travs de una receptividad hiper-
sensible, las huellas que tales experiencias dejaron en la in
fancia. Estas experiencias fueron despus superadas y slo
siguen siendo perceptibles sus cicatrices, que pueden rea
brirse en cualquier momento. Con su invitacin a abando
nar los mecanismos de control, ms la ayuda de la regre
sin, la situacin analtica puede reavivar el trauma rea
briendo heridas que, si bien parecen cerradas, estn bien a
flor de piel. Esas situaciones lmite (R. Roussillon)18 que en
frentamos hacen que el analista deba tomar decisiones que
lo obliguen a renunciar al encuadre analtico para optar por
otro donde se mantenga la percepcin del objeto. No se trata
slo de que en el marco de la psicoterapia el analista encar
na en forma ms directa la realidad, sino sobre todo de que
la percepcin entraa una modificacin de la economa ps
quica, ya que muchas veces estos pacientes presentan per
turbaciones en sus funciones de representacin. En otros
trminos, est afectada en su totalidad la funcin fantas
mtica y, por supuesto, la proyeccin. Esta es con fre
cuencia masiva, no demuestra capacidad de perspectiva y
rectificacin, y se insensibiliza a la interpretacin. La pro
yeccin carece de ciertos rasgos para ser analizada; a veces
se percibe como una realidad indudable alternada con la
represin: se trata de la alucinacin negativa, que golpea
con fuerza hasta afectar los procesos de pensamiento del pa
ciente. Ms adelante volveremos a este punto con mayor de
talle.
Conclusin
El examen del par transferencia-contratransferencia
nos permiti disear nuevos modos de encarar la cura ana
ltica y de concebir la funcin del encuadre. No podramos
terminar este captulo sin hablar de una forma de transfe
rencia y contratransferencia a la que hoy se alude cada vez
ms: la transferencia y la contratransferencia sobre el en
cuadre. En otros trminos, se trata de analizar la forma en
18 R. Roussillon, Paradoxes et situations limites en psychanalyse, Pars:
1991.
P U F ,
que el analizante y el analista viven el encuadre y su fun
cin inconsciente. Desde luego, aqu vuelve a aparecer la
asimetra por el hecho de que el analista ya fue analizado.
Tenemos que preguntarnos si el anlisis le permiti abordar
las condiciones de esta experiencia en lo que hace a su signi
ficacin. Sabemos que Freud no se sinti motivado para teo
rizar ese encuadre que invent con tanta genialidad. Como
dije, establec un paralelo entre las condiciones del encua
dre y las del sueo, descriptas en el captulo VII de su obra
maestra de 1900. Pero despus tomaron la posta otras in
terpretaciones que no haban sido anticipadas en su mo
mento, en las que se comparaba la situacin analtica con la
prohibicin del incesto y del parricidio, e incluso con una
metfora de los cuidados maternos. Seguimos pensando
que nos parece ms pertinente el modelo del sueo. Pero
siempre y cuando recordemos que hoy se tiene al sueo por
un aspecto ms de la vida psquica del durmiente. Porque si
bien los sueos de angustia pueden ser vinculados a la fun
cin onrica general, ya no es ese el caso de la pesadilla. Hay
otras modalidades que merecen toda nuestra consideracin
por ser paradigmticas: la pesadilla, los terrores nocturnos,
los sueos de estadio IV, los sueos blancos, el sonambulis
mo, etc. En todos estos casos hay, a la vez, quiebre de la fun
cin onrica y, con gran frecuencia, imposibilidad del encua
dre para servir de experiencia facilitadora en beneficio mu
tuo del analizante y del analista.
5. Clnica: ejes organizadores de la
patologa
1. De la sexualidad al deseo
Cuando se decidi que el tema principal del Congreso de
Barcelona (1997) fuera La sexualidad en el psicoanlisis
contemporneo, un colega del otro lado del Atlntico co
ment la novedad expresando cierta sorpresa: Yo crea que
ya habamos superado todo eso!. Por extrao que pueda pa-
recerle a un psicoanalista francs, una observacin de esa
ndole es moneda corriente en determinados ambientes psi-
coanalticos internacionales. En los Estados Unidos, no son
pocos los que consideran que la sexualidad viene muy por
detrs de una serie de trastornos de diversa ndole. Se invo
ca el papel del yo (en la neurosis), del Self y muchos otros
datos que alejan el inters del psicoanalista de su objetivo
primero tal como Freud lo concibi. En Inglaterra, sobre
todo por influencia de Melanie Klein, el acento recae en la
destructividad, con lo cual el inters por la sexualidad que
da eclipsado. De ah que la sexualidad deba entonces afron
tar los ataques combinados de la psicologa del yo y del Self,
de la intersubjetividad y tambin la perspectiva de las re
laciones de objeto. El psicoanlisis francs puede enorgulle
cerse de que, ms all de sus divisiones (entre lacanianos y
no lacanianos), todas las corrientes concuerden en recono
cer un rol mayor a la sexualidad, aun cuando se lo interpre
te en diferentes formas. En lo que a m respecta, ya antes
del Congreso de Barcelona atraje la atencin acerca de la
desexualizacin en la teora psicoanaltica.1Son muchas las
razones que impulsan a los psicoanalistas franceses a con
siderar que la sexualidad es un terreno fundamental del
psiquismo, no slo patolgico sino tambin normal. Debe
remos evocar la tantas veces olvidada distincin freudiana
ntre genitalidad y sexualidad? El lazo que une sexuali
dad y placer es el fundamento de lo sexual en psicoanlisis.
La sexualidad es el placer de los placeres, tanto como la
prohibicin del incesto es la regla de las reglas. A partir de
Fairbairn, se quiso reemplazar el teorema freudiano de la
actividad psquica concebida como pleasure seeking (en bus
ca de placer), proponiendo en su lugar y en forma progresiva
2. El yo
El yo es un concepto que ha padecido incesantes avata
res en la teora psicoanaltica. No retomaremos su estudio
detallado y complicado. En cambio, slo insistiremos en al
gunos de sus aspectos particulares.4Los exgetas de la obra
freudiana reconocen en su autor la existencia de dos teoras
del yo. La primera es anterior a la formulacin de la segun
da tpica y lo presenta como instancia global, no muy distin
ta de la concepcin acadmica, salvo en lo que hace a la in
sistencia de Freud en sealar su papel antagnico respecto
de la sexualidad. Antes incluso de la teora del narcisismo,
el yo es presentado como concepto relativo a la afirmacin
de s. Freud deja sobrentendido que un segmento de los
afectos de odio podra estar vinculado con el yo. Citemos su
aguda observacin de que en la neurosis obsesiva el de
sarrollo del yo precedera a la sexualidad. Sin embargo, el
concepto de yo adquiere relieves novedosos en la segunda
tpica. El propio ttulo de su obra de 1923, El yo y el ello (que
curiosamente omite al supery), muestra claramente el lu
gar central que Freud le asigna. Pero antes de llegar ah, la
gran mutacin, decisiva y temporaria al mismo tiempo, es
la creacin del concepto de narcisismo en 1914. El cambio se
debe a que ya no basta con la anterior oposicin entre pul-
3 Las ideas presentadas en este captulo retienen nicamente lo esen
cial de un desarrollo ms completo que el lector interesado encontrar en
nuestra obra Les chames d Eros. Actualit du sexual, Odile Jacob, 1997.
4 Le vocabulaire de la psychanalyse, J. Laplanche y J.-B. Pontalis,
comps., propone un excelente resumen de la problemtica del yo. PUF,
1967.
gion.es de autoconservacin y pulsiones sexuales. Y si bien
o se estila calificar de segunda teora de las pulsiones al
perodo comprendido entre 1913 y 1920, antes de formular
la ltima, que opone pulsiones de vida y pulsiones de muer
te., creo que esa denominacin estara bien justificada. En
adelante, Freud opondr pulsiones del yo y pulsiones obj
tales. Es el nacimiento del narcisismo, en nuestro criterio
uno de los ms ricos conceptos freudiano?, presente en for
ma embrionaria ya desde el principio (sobre todo en la deno
minacin de una categora de neurosis: las neurosis narci-
sistas). Me parece de capital importancia esa etapa de 1914,
en la que Freud propone una oposicin categorial, el yo-
objeto, que hoy corre por el campo de la neurobiologa para
llegar con distintas acepciones a la filosofa, remitiendo a un
fondo axiomtico constante. El escrito de Freud sobre el
narcisismo pertenece a esa categora de trabajos que siem
pre resulta provechoso releer. El concepto de narcisismo
recubre los variados terrenos de la perversin, la psicosis
y la vida amorosa, para no salimos de los lmites del psico
anlisis. Pero lo ms notable son los eclipses y los cambios
que sufrir en el psicoanlisis posfreudiano. Como ya hici
mos notar, la propia formulacin freudiana de la ltima teo
ra de las pulsiones relega el narcisismo a un segundo pla
no, o sea, al de investidura libidinal de las pulsiones de au
toconservacin, slo por recordar la definicin de Freud. Por
n lado, esta concepcin restringida del narcisismo lo diluye
ein el seno de un Eros del que es apenas una parte y, por otro
lado, no dice nada del impacto que la teora de las pulsio
nes de muerte ejerce sobre l. Uno no puede menos que im
presionarse ante lo que aparece en Freud como una asom
brosa negligencia, quizs atribuible a que estaba demasia
do ocupado en revisar fenmenos psquicos que ya haba
descripto en el marco de la ltima teora de las pulsiones.
Despus de Freud, la teora de las relaciones de objeto,
promovida por Fairbairn y Melanie Klein, hizo prctica
mente desaparecer al narcisismo del mapa de la teora psi
coanaltica. Habr que esperar hasta 1971 para que un kJei-
liiano, Herbert Rosenfeld, le devuelva su importancia dan
do de l una versin centrada en la destructividad.5A su
5 H. Rosenfeld, A clinical approach to the psychoanalytic theory of the
Ufe and death instincts: An investigation to the agressive aspects of nar-
pissism, Int. J. Psycho-Anal., 52, 1971, pgs. 168-78.
vez, el psicoanlisis norteamericano puso enjuego en algu
na medida el narcisismo a travs de Hartmann, quien, por
encontrar demasiado sucinta la nocin freudiana del yo,
propuso adjuntarle el Self, que englobaba un campo terico
ms vasto donde se reconoca el lugar del narcisismo. Pero
ni siquiera as fue suficiente y se asisti a una nueva muta
cin psicoanaltica proveniente de Kohut. El Self kohutia-
no haca estallar las teoras hartmanniana y freudiana
relegando una vez ms a las pulsiones a un rol secundario.
Conocemos las intensas controversias que enfrentaron a
Kohut y Kernberg, quien, inspirndose en Edith Jacobson,
abogaba por una teora de las relaciones de objeto que reco
nociera la incidencia de las pulsiones erticas y agresivas
antagnicas al narcisismo- Semejante resurreccin de este
ltimo no dej de sorprender a los psicoanalistas franceses,
que desde siempre conservaban un vivo inters por este
concepto. La obra de Lacan sera incomprensible si falta
ra la referencia al narcisismo, segn lo demuestran y con
firman el estadio del espejo y la concepcin lacaniana del
amor. Despus de Lacan, Grunberger desarroll una visin
personal que converta al narcisismo en una instancia. Por
mi parte, propuse una concepcin dual donde opona un
narcisismo de vida vinculado al Eros, que aspiraba a la uni
dad del yo en detrimento del objetp, y un narcisismo de
muerte, que sigo llamando narcisismo negativo, como mani
festacin de la pulsin destructiva, tendiente al nivel cero
de excitacin y que apunta a la propia desaparicin del yo.
Esta concepcin fue bien recibida por dar cuenta de fenme
nos clnicos difcilmente explicables.6 De todas maneras, y
a pesar de los avatares del narcisismo en su teora, Freud
nunca abandon la categora de las neurosis narcisistas.
Sin embargo, y aun cuando en la fase inicial de su obra es
tas ltimas englobaban a las psicosis, en 1924 debi reser
varle esta denominacin a la melancola (y a su doble inver
tido: la mana). Por entonces, Freud consideraba a las psico
sis, excepto la manaco-depresiva, como expresin de un
predominio del accionar de las pulsiones destructivas. Con
sidero justificada esta ltima rectificacin porque, inclusive
saliendo de los lmites de la psicosis, el examen de la depre
sin en general invita a reconocer en ella el rol predominan-
6 A. Green, Narcissisme de vie, narcissisme de mort, Minuit, 1983.
del narcisismo. En forma ms general an, ya que esto
los lleva al terreno de la normalidad, el propio fenmeno
del duelo permite hacer la misma comprobacin. Por otra
parte, es sabido que muchas estructuras no neurticas de
jan transparentar un duelo interminable, en la clnica con
tempornea, cuyo papel es ms marcado que las angustias
que puedan observarse en ellas.
La clnica de los estados lmite condujo a prestar mayor
atencin al papel del yo y al concepto mismo de lmite en las
afecciones epnimas. Describ dos formas de angustia que
hallamos con particular frecuencia en el estudio de los casos
lmite: la angustia de separacin, abundantemente tratada
en la literatura analtica, y su simtrico opuesto y comple
mentario, la angustia de intrusin, de cuya importancia el
primero en hablar fue Winnicott. Se entiende as que, blan
co de ambos peligros, el yo del borderline viva bajo la perma
nente amenaza de ser abandonado por sus objetos y/o por la
intrusin que estos hagan en su individuacin subjetiva. En
esas condiciones, su dependencia del objeto y de la distancia
que mantiene con l reduce fuertemente su libertad de mo
vimientos. Propuse considerar ambas angustias como co
rrespondientes, en el nivel del yo, a lo que en el plano libi-
dinal son, respectivamente, la angustia de castracin en el
hombre y de penetracin en la mujer.
Por desgracia, la segunda tpica fue causa de grandes
malentendidos. Es sabido que, con la psicologa del yo, dio
lugar a simplificaciones y esquematizaciones nocivas para
el pensamiento psicoanaltico. En los Estados Unidos es fre
cuente or decir que Freud invent la psicologa del yo con
su segunda concepcin topogrfica del aparato psquico, la
mal, por influencia de Hartmann, Kris y Loewenstein, se
transform en la concepcin estructural de dicho aparato.
Afirmaciones como estas dejan atnito al lector francs,
quien en general considera a la psicologa del yo como una
alteracin tan profunda del corpus freudiano que merece el
calificativo de interpretacin abusiva del pensamiento de su
autor. Es cierto que una lectura superficial de Freud puede
prestarse, si no a dicha interpretacin, al menos a un cam
bio de rumbo de su pensamiento. Y en efecto, Freud no es
del todo inocente de aquello que se le imputa. Pero no debe
mos llevar el paralelo ms lejos. La idea de un yo de distinto
origen que el ello y de una energa libre de todo conflicto, de
nominada autnoma, est muy lejos de la inspiracin freu
diana. En El yo y el ello hay una sola alusin a la idea de una
energa neutra, a propsito de la transformacin del amor
en odio, en el captulo sobre los estados de dependencia del
yo. En todo caso, nada que justifique introducir un nuevo
concepto que sin embargo fue muy bien recibido en los Esta
dos Unidos. La cuestin era minimizar la influencia de las
pulsiones, para lo cual se hizo costumbre afirmar que, como
el ello es incognoscible y el yo es el paso obligado para abor
darlo, ms vale focalizar toda la atencin en l. Me parece
que la reflexin sobre esta concepcin topogrfica del apara
to psquico que ms adelante analizaremos desde el pun
to de vista terico desconoce la relevancia de aquella afir
macin freudiana segn la cual una porcin muy signifi
cativa del yo, cuyo alcance Freud est lejos de limitar, era
concebida como inconsciente. Esa nos parece ser la mayor
enseanza y la justificacin de la segunda tpica.
No cerraremos este captulo sin antes indicar cunto su
fri el estudio del yo despus de Freud. Eso porque, o bien
los psicoanalistas buscaron retomar a la acepcin anterior
al psicoanlisis, renunciando de ese modo a la originalidad
de sus propias concepciones con el fin de hacerse enten
der mejor por los defensores de concepciones acadmicas no
psicoanalticas, o bien, al contrario, el estudio del yo carga
con una suerte de interdicto de pensar promulgado por La
can con el pretexto de no caer en los yerros anteriores. En
efecto, tras la publicacin, en 1936, del trabajo de Anna
Freud muy probablemente supervisado por el padre so
bre el yo y los mecanismos de defensa, gran parte de los ana
listas se lanz por la misma senda. En Inhibicin, sntoma y
angustia (1926), el propio Freud se ocup de los mecanismos
de defensa, distinguiendo los correspondientes a la histeria
y los correspondientes a la neurosis obsesiva. De todas ma
neras, debe destacarse que lo que a veces se describe en la
Metapsicologa (1915) con el nombre de destino de las pul
siones, es reformulado ms tarde en el captulo titulado
Mecanismos de defensa. Los analistas, en particular los
norteamericanos, encontraron en esto material de gran
utilidad que no se privaron de desarrollar. El psicoanalista
norteamericano R. Greenson se transform en el heraldo
del anlisis de las resistencias.7A partir de ese momento,
7 R. Greenson, Technique et pratique de la psychanalyse, PUF, 1977.
pudo verse el riesgo que entraa desplazar el acento del
anlisis de la transferencia al anlisis de las resistencias,
con el inconveniente de hacer de la situacin analtica una
relacin de fuerzas que recuerda los problemas que acarre
la sugestin durante el perodo hipntico de los inicios del
anlisis. Esa fue una de las razones del xito de la moda in-
tersubjetivista, que defenda la opinin contraria. Pero te
ner a veces ms razn que otros no significa tenerla siem
pre. Parece que toda esta evolucin y los cambios a que dio
lugar desconocen la innovacin freudiana segn la cual el yo
es inconsciente de sus propias defensas. La verdadera pre
gunta es esta: es similar la tcnica para hacer al yo cons
ciente de sus propias defensas y resistencias que la tcnica
de interpretacin del contenido? Y si la tcnica del anlisis
de las resistencias puede ser criticada, cul es la alternati
va para promover este reconocimiento? Me parece que este
problema sigue estando a la orden del da. Tal vez lo hayan
aclarado mejor las ltimas contribuciones de Bion y Winni
cott, quienes se abocaron a analizar los procesos de pensa
miento y a definir la funcin de la transicionalidad. Sin em
bargo, el anatema de Lacan no tan desacertadamente pro
nunciado en contra de la Ego-psychology de ningn modo
nos autoriza a desentendemos de examinar el concepto de
yo, cuyas perturbaciones clnicas son evidentes. Y nunca
agradeceremos a Lacan el haber desalentado todo estudio al
respecto. Como es sabido, para Lacan el yo es cautivo de las
identificaciones imaginarias del sujeto, teora que casi no
admite crticas. Pero nos preguntamos si con eso basta para
dar cuenta de todas las manifestaciones comprobadas en el
campo clnico y que se vinculan con el yo. No olvidemos que
para el propio Freud la clnica de las psicosis pona al yo di
rectamente sobre el tapete. No debe asombrarnos entonces
que los casos lmite involucren lo que podemos llamar la pa
tologa del yo. Me parece imposible seguir ocultando ese la
do flaco de la teora lacaniana, a menos que neguemos la
pertinencia muy generalmente admitida, sin embargo
de la nocin de estado lmite. Pero la negacin de la clnica
dura poco tiempo, y hoy ese tiempo ya se agot.
3. El supery
En estos ejes organizadores de la patologa debemos es
tablecer la parte correspondiente al supery. Sus efectos
son bien conocidos y van desde el sentimiento de culpa en
sus formas ms generales, hasta la angustia de culpa o an
gustia del supery. A su vez, todos ellos desembocan en el
misterioso sentimiento de culpa inconsciente, que es uno de
los argumentos sealados por Freud a propsito de la exis
tencia del afecto inconsciente. Por lo dems, l mismo con
fes su preferencia por la frmula necesidad de autocasti-
go. El supery puede manifestarse slo en forma de tensin
interna o de un malestar ms o menos impreciso. Freud le
consagr muchas reflexiones al final de su obra, y fue al es
tudiar el masoquismo originario cuando reconsider su pa
pel. En esa oportunidad descubri la coexcitacin libidinal y
a partir de ese momento nunca dej de estudiar las relacio
nes del placer con el dolor. Hubo un hecho que se le presen
t con gran fuerza: el masoquismo no podra ser reducido a
una reversin del sadismo. Pero antes debemos dar cuenta
de otras distinciones. Sobre todo las concernientes a las re
laciones entre supery e ideal del yo, definidas segn la fr
mula: el supery heredero del complejo de Edipo, el ideal del
yo heredero del narcisismo primario. La culpa es el signo
patognomnico del primero y la vergenza el del segundo.
Una nueva distincin dice que el supery es la forma ligada
de la pulsin destructiva, que encuentra una salida en la
culpa y debe ser separada de la destructividad difusa en el
conjunto del aparato psquico (Anlisis terminable e in
terminable). La primera puede encontrarse en forma de
compulsin a la repeticin, siempre descifrable y que deja
adivinar su sentido, mientras que la segunda parece estar
desprovista de intencionalidad. Una de las transformacio
nes ms notables del pensamiento freudiano es el desliza
miento de la culpa, que en su origen se relaciona con el in
terdicto en relacin con la sexualidad, hacia el rol prevalen-
te de la agresividad y de Ja pulsin destructiva. Es ese un
punto que ha sido raramente resaltado. Pero lo que no po
dra minimizarse es el rol antropolgico de la culpa, funda
mento de todas las religiones y participante activa de la ms
comn constitucin del supery. Esto se debe a que la culpa
est fundada en la identificacin. En el camino que va de
Freud a Klein, la culpa se transform en reparacin, conse
cuencia del acceso a la fase depresiva en que el nio expa el
mal que hizo sufrir a sus objetos durante la fase esquizopa-
ranoide e intenta repararlos. De todo lo anterior se despren
de un importante desafo referido a la resolucin del com
plejo de Edipo. Para Freud, esta lleva la marca de la culpa y
el anlisis permitir al sujeto liberarse de su sexualizacin
excesiva en el masoquismo, dado que este resexualiza la
moral. Para los kleinianos, en cambio, el trabajo de repara
cin, jams acabado, condena al sujeto a una expiacin per
petua. Por mi parte, creo que el objetivo del anlisis est
ms del lado de la posicin freudiana que de la teora klei-
niana de la reparacin.
De hecho, la sucesividad de las fases esquizoparanoide
y depresiva ha suscitado grandes discusiones en los crculos
kleinianos. Si bien para Melanie Klein ambas se suceden,
ms tarde esta ptica fue criticada, como si se prefiriera ha
blar de una oscilacin permanente entre las dos. En parte,
; esta modificacin responde al hecho de que en algunos pa
cientes se observa una actividad psquica propiamente per
secutoria de las funciones ligadas al supery. Un supery
que, ms all de los aspectos caricaturescos y hasta irriso-
: ros que puede alcanzar en la neurosis obsesiva, est total
mente desprovisto de sentido e impide cualquier actividad
de pensamiento (Bion) y de desarrollo psquico capaz de ser
elaborado.
Pero hay un dato terico al que Freud dio gran impor-
=tanda y que, sin embargo, no encontramos tan claramente
expuesto en los dems autores. La gnesis del supery de
pende de un fenmeno de escisin (trmino que Freud no
; emplea) entre una parte del yo y otra, fuertemente ideali
zada, que desempear el papel de evaluador, de censor, de
crtico, de examinador, etc. Como es sabido, en un primer
momento Freud no distingue con nitidez entre ideal del yo y
supery. Sea como fuere, el supery embrionario se formar
a imagen y semejanza del supery (y no del yo) paren tal.
Este es un importante avance de la teora freudiana: la
identificacin no se hace con una parte concreta de los ob
jetos parentales relativos a la persona real del padre y de
la madre, sino con una entidad abstracta y metafrica que
existe in absenta. Por lo tanto, es a partir de esta escisin
interna, y segn la forma en que ambas partes logren co
existir, e inclusive vivir en buen entendimiento, como se
aprecia la funcin del supery, funcin que evolucionar
hacia un total anonimato. Ya abord las complicadas rela
ciones entre masoquismo y narcisismo en la relacin tera
putica negativa,8 Un ltimo punto que sealar para con
cluir: el supery es una absoluta novedad de la segunda t
pica pues no tiene equivalente alguno en la primera.9 En
nuestros das, la cuestin se va extendiendo al terreno del
supery cultural.
1. De los psicoanlisis
No pretendemos dar en este captulo una descripcin
detallada del procedimiento que, llamado en otro tiempo
cura tipo, recibe cada vez menos esta denominacin. En
parte debido a que, por muy precisa que sea, ninguna des
cripcin podra aspirar a resumir las caractersticas esen
ciales de una cura, tan variado es el polimorfismo de las ma
nifestaciones que se observan en ella, y en especial porque
lo que all se expresa es, ante todo, la singularidad de la ex
periencia propia de un sujeto nico. Por otra parte, y tal
como Freud lo hizo notar en su momento, con la cura psico-
analtica pasa como con el ajedrez: slo pueden describirse
las aperturas y los finales de partida. Lo que sucede entre
unas y otros, es decir, lo esencial de los intercambios, no es
susceptible de ninguna generalizacin y ello en razn de la
complejidad y multiplicidad de las configuraciones posibles*
En la dcada de 1970, S. Viderman procedi a una meticulo
sa crtica de los postulados y axiomas de la cura, en la que
cuestionaba los principios tericos bsicos de la tcnica
freudiana. Y si bien las ideas de este autor hicieron mucho
ruido al publicarse su principal trabajo, titulado La cons
truction de l espace analytique,1es de lamentar que nos ha
ya abierto el apetito para despus dejarnos con las ganas
cuando hubo que decidir con qu teora debamos reempla
zar aquella otra, tan pobre, de Freud. Me parece que Vider
man choc con dificultades insuperables cuando quiso pro
poner como alternativa un cuerpo terico lo ms coherente y
completo posible.
Hoy pienso que hasta es dudoso que las aperturas y fina
les de cura puedan ser objeto de una generalizacin, por lo
cual nos conformaremos con bosquejar algunas observacio
nes. La idea de una doble transferencia, de la que habl an
teriormente, puede ayudamos a avanzar. Al distinguir en
tre transferencia sobre la palabra y transferencia sobre el
objeto, intentbamos echar luz sobre una configuracin que
se dejaba conocer mal a travs de la idea de una transferen
cia indiferenciada o incluso diferenciada por sus particula
ridades nosogrficas (transferencia de las estructuras geni
tales y pregenitales: Bouvet). Al precisar la transferencia
sobre la palabra, intentbamos dar cabida, a nuestra mane
ra, a las propuestas de Lacan, quien no slo esgrimi la idea
de que el inconsciente estaba estructurado como un lengua
je, sino que tambin y sobre todo subray la importancia de
la relacin del sujeto con el significante. De todas maneras,
tras haber puesto de relieve lo que nosotros llamamos hete
rogeneidad del significante es decir, la idea de que el sig
nificante psicoanaltico, no idntico al significante lings
tico, comporta gneros y tipos que van de la representacin
de palabra a la pulsin (representante psquico de la pul
sin, representacin de cosa y de palabra, afectos, estados
del cuerpo propio, actuaciones, representaciones de la reali
dad, etc.), dedujimos que slo es posible una evaluacin
del anlisis cuando se toma en cuenta la manera en que el
discurso del sujeto circula por los diferentes niveles, del
Cuerpo al pensamiento, y segn la flexibilidad de comunica
cin entre los registros y el valor indexatorio del discurso.
Tal como otros autores lo han reconocido, es evidente que,
1S. Viderman, La construction de lespace analytique, Denol, La psy-
.chanalyse dans le monde contemporain, 1970.
con su mayor o menor carga de afectos, el discurso adquie
re un valor distinto de aquel otro animado apenas por una
seudocoherencia intelectual racionalizante que excluye
toda relacin con el cuerpo, como es el caso de algunas for
mas obsesivas y narcisistas caricaturescas. De modo opues
to, un discurso cargado de potenciales actuaciones por algu
na insuficiencia de los mecanismos de contencin, y en con
secuencia de elaboracin, tiende a hacer abortar los inten
tos de construir sentido y de esquematizar la complejidad
resultante del juego de los procesos psquicos.
La otra vertiente es la transferencia sobre el objeto. Aqu
es til retomar algo que la literatura psicoanaltica ha tra
tado y desarrollado en abundancia, la mayora de las veces
en el sentido de la relacin de objeto. La transferencia sobre
e] objeto consiste en la proyeccin sobre el analista durante
el transcurso de la sesin, dado que este parece presentar
una superficie relativamente neutra (se sabe que es una
meta irrealizable, pero esta no es una razn para recusarla)
de pulsiones, deseos, fantasmas, anhelos, angustias, temo
res y terrores que la experiencia transferencia! puede reac
tivar o inspirar. Se trata de una repeticin del pasado o de
una experiencia nueva? Es imposible dar una respuesta
unvoca. Si, al menos en parte, no estuviera ligada a una ex
periencia del pasado ms o menos coercitiva con tendencia
a repetirse en el presente tambin en forma ms o menos
masiva, la transferencia no tendra razn de ser. En cambio,
si el pasado tuviera la posibilidad de repetirse tal cual fue
sin que vinieran a mezclrsele elementos pertenecientes
a diversos perodos, e incluso creados en tiempos recientes,
la transferencia sera un automatismo y 110 una experien
cia original. Por lo tanto, ya es posible ir concluyendo que,
cuanto ms nos enrentemosi a formas de alta regresividad,
ms indiferenciado ser el rol de la compulsin a la repeti
cin, que a su vez impedir el surgimiento de algo nuevo y
har de pantalla al aporte de la interpretacin. E 11 cambio,
cuanto ms cerca estemos de una experiencia neurtica,
ms flexible ser la estructura y ms se enriquecer con da
tos del presente y del mundo externo, permitiendo de ese
modo interpretaciones matizadas y sutiles. Porque ese es el
malentendido. En sus discusiones analticas, los analistas
se lanzan argumentos cuyo objeto parece ser la destruccin
de los argumentos del adversario, sin ver que no hablan de
loS mismos pacientes. Por otra parte, nada de esto impide
q u e , incluso a propsito de los mismos pacientes, semejante
diversidad de concepciones psicoanalticas sesgue la escu
cha orientando la interpretacin hacia campos semnticos
distintos. La experiencia reciente ha permitido advertirlo
ante la comprobacin de mi estrechamiento cada vez mayor
del campo de la sexualidad. No slo porque el lugar que esta
ocupa se redujo por la intervencin de otros factores (narci
sismo, destructividad), sino porque, aun cuando el material
sexual estaba presente en forma perfectamente identifica
dle, el analista se negaba a atribuirle importancia con el
pretexto de que se trataba de una defensa. Escuch a uno de
mis propios pacientes calificar de artefacto a un sueo de
manifiesto contenido homosexual.
Ahora nos toca tratar de conjugar transferencia sobre la
palabra y transferencia sobre el objeto para ver si las rene
algn factor comn. Porque, en la prctica, no son nunca
otra cosa que el anverso y el reverso de una misma moneda.
Mi propia experiencia me ense que lo primero que el ana
lista tena que escuchar en el discurso del analizante era el
movimiento que lo animaba. Esto no es ms que una mane
ja de formular aquello a lo que estbamos aludiendo en la
descripcin del funcionamiento en asociacin libre. Porque
ah est el movimiento que pasa de una asociacin a otra y
progresa o retrocede es decir, avanza en forma progre-
aente o retrocede en forma regrediente, define la marcha
del anlisis y da, en sus avances y sus retrocesos, una idea
del proceso en funcin de los deseos que lo animan y de las
resistencias con que tropieza. Escuchar el movimiento es,
con frecuencia, lo ms difcil de hacerle entender a un joven
analista en supervisin. Pero es tambin, cuando la idea ha
sido integrada, lo que abre las ms bellas perspectivas y
permite esperar de estas las ms bellas promesas, por ha
ber vuelto inteligible algo que en un principio pareca no
serlo.
Propusimos la idea de procesos terciarios para definir
aquellos cuya principal funcin consiste en ligar entre s
procesos primarios y procesos secundarios, porque slo el
juego de vaivenes entre unos y otros permite la fecundidad
del discurso psicoanaltico. Se entiende que dichos procesos
no tienen existencia material propia, sino que se circunscri
ben a las ligazones que pueden establecerse entre los prime
ros y los segundos para hacer surgir una mejor legibilidad
del deseo inconsciente. Por eso es fructfero aadir, a la liga'
zn y desligazn freudianas, la religazn.
Como lo sealaron todos los autores, el perfil zig
zagueante de la evolucin de la cura posibilita encontrar
una clula trinitaria, ya sealada por Bouvet: resistencia -
transferencia - interpretacin. El simple enunciado de esta
trada pone en claro que su trmino medio la transferen
cia condiciona a los otros dos. Resumiendo: la resistencia
es sobre todo una resistencia a la transferencia, mientras
que la interpretacin apunta a la transferencia porque esta
ltima rene en forma actual los elementos del conflicto. De
todos modos, la exclusividad de las interpretaciones de la
transferencia no es tan simple. En este punto podramos re
cordar las primeras distinciones que hace Freud en su an
lisis del caso Dora, y que ms tarde abandonar, tal vez
errneamente. Es decir: oponer las transferencias y la
transferencia, sostener en suma que las transferencias sal
pican en forma permanente el discurso psicoanaltico y que
su figura principal, o sea, la transferencia, aparece en el tra
yecto de manera dominante, a la vez ms significativa y
ms condensada. Esta situacin no es propia de la transfe
rencia y me parece que tenemos el derecho de deducir una
regla comn, segn la cual dentro de un contexto general
puede haber un elemento particular que ocupe el lugar de
representante del conjunto.
Voy a dar un ejemplo que trasciende las fronteras del
psicoanlisis. Los mitlogos de la Grecia antigua se asom
bran de la gran importancia que los psicoanalistas atribu
yen al mito de Edipo, cuando en realidad es uno ms entre
muchos otros dentro de una abundante produccin mtica.
Entonces discuten en trminos de legitimidad esa relevan
cia que le asignan los psicoanalistas, acusndolos de usar la
mitologa con fines partidistas ajenos a su espritu. Al mar
gen de que el examen del mito de Edipo contenga singula
ridades que justifican el particular inters que le consagran
los psicoanalistas, es posible considerar tambin que viene
a ocupar un lugar de elemento representante de la dimen
sin antropolgica de todos los otros mitos. Como si hubiera
sido necesaria una produccin mtica abundante para que
un solo mito lograra decir lo esencial sobre la subjetividad
humana. Tal vez sea un razonamiento anlogo el que nos
empuja a defender la distincin entre las transferencias y la
transferencia. Pero tampoco aqu hay uniformidad en cuan
to a la transferencia. La transferencia ideal es esa rosa
ausente de todo ramo de que hablaba Angelus Silesius. En
efecto, no hay transferencia ideal, y si a alguien se le ocu
rriera describir alguna, habra que empezar a sospechar en
l alguna obcecacin. Toda transferencia es ms o menos
impura y tambin incluye en su seno elementos que des
naturalizan su funcin. Sin embargo, es muy cierto que las
modalidades de la transferencia dependen de su adecuacin
al marco de las estructuras psicopatolgicas. Aqu llegamos
a esos lmites de lo analizable que la clnica moderna no de
ja de intentar definir. Tal como sealaron los epistemlogos,
el lmite es un concepto que permite describir, a partir de l,
lo que est de un lado y de otro (o, si se quiere, en un territo
rio definido como su interior desde adentro o su exterior des
de afuera). Pero cuando nos instalamos en su seno, es tam
bin lo que permite ver al mismo tiempo de un lado y otro de
la frontera que ese lmite representa. Como indiqu en otro
lugar, observemos de paso hasta qu punto est presente en
Freud el concepto de lmite,2 en razn de que afecta a las de
limitaciones entre las instancias. Freud precisa que no de
bemos esperar encontrarnos con figuras similares a las que
delimitan a los pases en los mapas, sino, al contrario, con
zonas-tapn dotadas de un rol transicional. Incluso en los
fundamentos mismos de la teora psicoanaltica el lmite
est presente en la definicin de la pulsin (concepto lmite
entre lo psquico y lo somtico). Esto equivale a decir que la
decisin de optar a favor o en contra del inicio de una cura
psicoanaltica o de indicar una psicoterapia, es aleatoria
y queda sometida a la apreciacin del analista. Adems de
cualquier consideracin de las denominadas objetivas, aqu
interviene la evaluacin del analista acerca de las capacida
des del paciente para afrontar los riesgos previsibles de la
empresa. Sea como fuere, y para volver a la cura clsica, es
ta quedar marcada, sesin tras sesin, por la actualizacin
de los conflictos del paciente.
Es muy difcil dar indicaciones detalladas sobre el arte
de interpretar y sobre lo que justifica la interpretacin. En
2 A. Green (1976) Le concept de limite, en La folie prive, Gallimard,
1990.
pocas pasadas, era costumbre afirmar que la transferencia
deba interpretarse slo si se transformaba en resistencia.
Hoy, ese tipo de afirmacin puede ser cuestionada. Pienso
que la nica indicacin vlida acerca de la interpretacin es
sentir que llega en el momento ptimo, cuando la configu
racin d los elementos del material es lo suficientemente
inteligible y exige la intervencin del analista, como si esta
permitiera reapoderarse, en un momento significativo, de
elementos hasta ese momento dispersos que adems reco
brarn su curso ms o menos fragmentario despus de pro
ducida. Desde luego, no debe esperarse que la interpre
tacin genere efectos fulgurantes de tipo Eureka. Muchas
veces ocurre que incluso no reconocindosela acta en for
ma subterrnea sobre el material, procediendo a una inte
gracin silenciosa. Es frecuente que se elogien los mritos
de la interpretacin mutativa (Strachey). Debo confesar que
pocas veces tuve ocasin de observarla. Pero lo que no se
recomienda es bombardear al paciente con interpretaciones
cuyo nico resultado ser solidificar y endurecer sus resis
tencias. A partir de Winnicott, parece esencial que la inter
pretacin conserve su valor transicional, como si se la debie
ra formular en forma tal que sobrentienda lo que ella mis
ma no dice (indexacin) con expresiones tales como: Podra
ser que. . . o: Es posible que. .. o bien: Podra pensarse que.
S que algunos reprocharn a estas frmulas no dirigir
se directamente al inconsciente del analizante. Pero la
necesidad que tiene el analista de un compromiso subjetivo,
sobre todo en las curas difciles, nunca debe virar a afirma
ciones dogmticas. Aunque d la impresin de que el pa
ciente la acepta, una afirmacin de ese orden slo puede fa
vorecer la implementacin de defensas masoquistas y de un
estado de dependencia a la palabra del analista. En el caso
opuesto, un silencio excesivo somete al paciente a un estado
de desamparo que, pese a todo, no sera lo peor que le pue
de ocurrir. Ms grave sera que el paciente se organizara,
respondiendo a ese silencio con una indiferencia narciss-
tica que lo pusiera fuera del alcance del analista. Pero repi
to: es inaceptable que el analista espere, por parte del pa
ciente, la respuesta que el intrprete quiere or. Esa es la co
lusin transferencial que Winnicott denunci hace ya mu
cho tiempo. No obstante, el analista sabe que un anlisis se
desenvuelve por largo tiempo progresando, aunque sea pa
so a paso y volviendo repetidas veces al casillero de partida,
sin que se logren abordar los conflictos ms fundamentales.
Cuando las etapas del anlisis de la transferencia estn
bien avanzadas, se ve despuntar el momento en que el ana
lista encare la posibilidad del fin del anlisis. Si bien esta
ocurrencia no es ni la ms frecuente ni la ms fcil, se trata
de una eventualidad que el analista no pierde de vista. En
todos los dems casos, deber preguntarse:
si durante el desarrollo del anlisis no se le habr esca
pado algo que haya estado presente desde la indicacin
misma;
2. si no habra sido preferible introducir alguna variacin
y, en ese caso, de qu ndole y por cunto tiempo;
3. si no habra sido mejor plantear de entrada una psicote
rapia. En algunos casos, el analista propone la prosecu
cin y el fin del tratamiento frente a frente.
Si una vez terminado el anlisis el analizante vuelve
porque reaparecieron algunos de sus antiguos sntomas o
debido a la aparicin de otros nuevos, el analista deber de
cidir: a) si conviene aceptar su demanda y proseguir el tra
bajo o si es mejor derivar al paciente a otro analista; 6) si co
rresponde seguir segn el modo anterior (nuevo tramo de
anlisis) o si convendra pasar a otra modalidad teraputi
ca (frente a frente con l o con otro analista, u otra terapia
de tipo psicoanlisis de grupo o psicodrama).
El espacio analtico es ante todo un espacio de libertad.
jQu bueno!, pensarn algunos. S, cuando se considera el
hecho desde afuera y con relacin al eventual beneficio re
sultante. Pero, en realidad, una libertad de este tipo angus
tia al analizante, que empieza a tener ms miedo cuanto
menos seguro est de su estabilidad estructural. Cuanto
ms descifrable es la neurosis en trminos de configuracin
edpica, mayor es la libertad y ms enriquecedora la apues
ta del anlisis, lo cual abre campo a una creatividad psqui
ca de notables efectos. En cambio, cuanto ms se aleja el su
jeto de la configuracin edpica para acercarse a estructuras
pregenitales, a estructuras lmite u organizaciones narciss-
ticas a grandes rasgos, estructuras no neurticas ma
yor es el peligro de regresin y ms difcil vencer el control
defensivo. Esto, porque la amenaza no es ya slo la regre
sin dinmica de la sexualidad, sino ms bien una desorga
nizacin del yo por regresin. Cuando se abordan franca
mente los confines de la psicosis, la regresin puede cobrar
aspectos inquietantes, y a menudo ms para el paciente que
para el analista. Es frecuente que el anlisis choque contra
una roca debido a que el analizante no puede confiar en que
el analista mantenga un holding de la situacin analtica
que le permita afrontar una regresin que anteriormente
no pudo llegar hasta el final (Winnicott: temor al derrum
be).3En momentos tan difciles es cuando surge el problema
de adoptar o no alguna variacin ms o menos temporaria
(pasaje del divn al silln, aumento del nmero y la dura
cin de las sesiones). Con respecto a las variaciones, concor
damos con Bouvet, C. Parat y Winnicott: el objetivo es favo
recer la expansin, la interpretacin y la liquidacin (a tr
mino) de la neurosis ele transferencia. Al igual que Winni
cott, consideramos que la variacin debe estar en correspon
dencia con el nivel de regresin. Adelantndose a su tiempo,
ya en 1954 Winnicott se haba ocupado de este fenmeno.4
En lo que a m concierne, cuando considero necesario
proceder a una variacin en el intento de salir del atollade
ro, no es seguramente con la perspectiva de orientar la rela
cin hacia una indicacin psicoterpica. Por lo tanto, no se
trata ni de proponer la adopcin de medidas tendientes a
lograr un reaseguro positivo o un apoyo, ni tampoco de pro
pugnar salidas de la neutralidad que le den al paciente la
sensacin de ser querido o aceptado. Todas estas medidas se
justifican en la tentativa de implementar algo que contribu
ya a destrabar un proceso bloqueado. Y no porque tenga en
renos ese tipo de actitud, sino porque no creo que la bon
dad (achi) del analista baste para superar realmente la
prueba- En cambio, una atencin sostenida, el inters por el
paciente, el cuidado por sostenerse con firmeza ante las
pruebas, la actitud interpretativa matizada y, por sobre to
do, la disponibilidad sin fallas por parte del analista, me pa
recen los factores ms propicios para que el analizante se
1. Las representaciones
Es difcil evitar reiteraciones en una obra como esta. El
recorte exige abordar varias veces el mismo problema en
funcin de las mltiples formas en que se presenta. Si de
biramos caracterizar a toda costa el paradigma esencial
del psicoanlisis, lo ubicaramos sin vacilar del lado de la re
presentacin. En general, cuando se habla del mundo de la
representacin en psicoanlisis, nos limitamos al par can
nico formado por representacin de cosa y representacin
de palabra, indiscutible ncleo de la problemtica freudia
na de la representacin. Todo conocedor de la obra de Freud
recordar el apndice C de la Standard Edition al artculo
sobre Lo inconsciente (Metapsicologa), donde Strachey
hace remontar las ideas emitidas por Freud en 1915 al mo
mento, muy anterior, del libro sobre la afasia (1891).1 Esto
es frecuente cuando la obra freudiana deja aparecer una
idea fuerte; no es raro que se pueda describir su origen mu
cho tiempo atrs, en este caso veinticuatro aos. En 1891, la
intuicin, si bien nacida de una reflexin sobre la fisiologa
cerebral, se anticipa al abordaje, todava venidero, del psi
quismo. Ella conduce a la clara distincin entre el sistema
de las representaciones de palabra, formado por elementos
de lenguaje consistentes en unidades exclusivas y limitadas
(Proyecto) que conforman un conjunto cerrado, y el sistema
de las representaciones de cosa, descripto como un sistema
mltiple y abierto, formado por las huellas mnmicas perte
necientes a los diversos sentidos. Observemos que la repre
sentacin de palabra no est ligada a la representacin de
objeto en todos sus componentes, sino slo por la imagen del
sonido de esta (las asociaciones visuales son al objeto lo que
1 S. Freud (1891) Contribution la cotiception des aphasies, traduccin
de Cl. Van Reeth, Pars: PUF, 1983.
la imagen sonora es a la palabra). Sea como fuere, la inven-
tividad de Freud al abordar este problema desde el punto de
vista neurolgico seguir enriquecindose cuando se vea
llevado a distinguir entre el sistema preconsciente-cons-
ciente, en el cual las representaciones de palabra se aso
cian a las representaciones de cosa, y el sistema inconscien
te, que est formado solamente por representaciones de co
sa o de objeto, calificadas por Freud de nicas y verdaderas
investiduras de objeto.
En muchos de mis trabajos he insistido en la necesi
dad de pensar una teora de la representacin que cubra un
campo ms vasto. Segn mi criterio, debe distinguirse en
tre el representante-representacin de la pulsin y lo que
Freud llama representante psquico de la pulsin. Son mu
chas las diferencias que demuestran el inters de tal distin
cin. Cuando habla de representante-representacin (Vors-
tellungs Reprasentanz o, en ingls, ideational representati-
ve), Freud tiene en vista la parte concerniente a la represen
tacin en la represin, opuesta al afecto. Recordemos otra
distincin importante: las representaciones son huellas
mnmicas, y los afectos, procesos de descarga. Este elemen
t psquico est vinculado a un modelo en el cual la represe
ntacin es la imagen que remite a un objeto situado fuera de
la psique, en lo real conocido, por medio de la percepcin.
Aqu estamos en el marco del modelo ptico y en continui
dad con el aparato psquico de La interpretacin de los sue
os, fuente de la primera tpica y concebido segn el modelo
del telescopio. En cambio, cuando habla del representante
psquico de la pulsin (psychische Reprasentanz), Freud ha-
:ce alusin a la manera en que la excitacin pulsional, de ori
gen endosomtico, llega a lo psquico y se manifiesta en el
nivel del cuerpo. Por ejemplo, la sed que se traduce por una
picazn farngea (Metapsicologa). De paso, sealemos que
Freud casi no hace distincin entre necesidad y deseo, dis
tincin que fue hipostasiada por Lacan. Pero lo esencial es
entender que el representante psquico de la pulsin es una
manifestacin por delegacin de las demandas del cuerpo al
psiquismo. Inclusive hay otro material de reflexin, ya que,
siguiendo la definicin freudiana, la pulsin es el represen
tante psquico de los estmulos nacidos en el organismo, y
que, adems, Freud dice que la pulsin tiene representantes
psquicos. La pulsin, como tal, es incognoscible. Slo son
cognoscibles sus representantes, en cuya primera fila hay
que poner al representante psquico de la pulsin. Terica
mente, la pulsin es un fenmeno situado en el lmite de lo
psquico y lo somtico, que hunde sus races en el soma y, en
esa forma, es poco cognoscible, mientras que su represen
tante psquico s puede serlo, dado que se manifiesta a tra
vs de una alteracin del estado del cuerpo, como demanda
de satisfaccin, sentida por el sujeto. Como demanda corpo
ral, la pulsin est en espera de satisfaccin, pero esa satis
faccin no siempre favorece la adaptacin. El vaso de agua
calma la sed, pero la sed puede hacerse signo de una toxi
comana alcohlica. Del igual modo, si alguien pasa mucho
tiempo en el desierto y bebe sin antes ingerir sal, puede au
mentar su deterioro somtico y agravar su estado general.
Entendamos pues que el modelo ptico dej de ser el apro
piado. No hay relacin entre un ardor farngeo que la psique
atribuye a la sed y una deshidratacin orgnica que, entre
otras cosas, se traduce en trminos biolgicos por la hemo-
concentracin. En este ltimo caso, el modelo es la relacin
somatopsquica, donde lo psquico se entiende como delega
cin de lo corporal. En el nivel del inconsciente podra conce
birse el llamado de una necesidad que pide ser satisfecha y
se manifiesta por emanacin de un representante psquico.
Este representante psquico llamara en su auxilio a los ves
tigios de otra experiencia de satisfaccin anterior deposita
dos como huellas mnmicas de representante-representa
cin de la pulsin (sed + imaginacin de la bebida calman
te). As, ambos modelos se reclaman uno al otro para produ
cir la excitacin pulsional elaborada, o sea, acompaada por
la representacin del objeto de satisfaccin (sed + pecho).
Sabemos que esta explicacin presenta muchas dificul
tades. Freud dice que el fracaso de esta solucin determina
la persistencia de la insatisfaccin, e incluso su aumento,
por lo que el nio entra en un estado de agitacin motriz que
expresa su malestar pero tambin sus expectativas de una
respuesta ms eficaz, y que ser la madre quien la compren
da, la descifre y brinde la satisfaccin deseada. A esto se ob
jet la dificultad de entender por qu el nio no se agotaba
en la realizacin alucinatoria del deseo (Laplanche), argu
mento no demasiado convincente ajuicio nuestro. En cam
bio, admitimos que el nio recurra a la alucinacin esperan
do que un seuelo le aporte la misma tranquilidad que el
objeto, y que luego, viendo que todo sigue igual o peor, d
mayores muestras de desamparo que sern percibidas, en
tendidas (quiere decir que se les ha dado un sentido y que
ha habido violencia interpretativa [Piera Aulagnier]) y cal
madas por la madre. En realidad, esta posicin crtica sea
la el deseo de hacer intervenir muy tempranamente al ob
jeto en la relacin de desamparo, reduciendo el margen de
maniobra de las transformaciones intrapsquicas de origen
pulsional. Ahora bien, las concepciones del apuntalamiento
que Laplanche despej tan acertadamente en el texto freu
diano me parecen muy tiles para subrayar la autonoma
del deseo respecto de la necesidad. Adems, en mi criterio
la elaboracin psquica con punto de partida pulsional es de
capital importancia para el funcionamiento mental, pues
permite la realizacin alucinatoria del deseo, acentuando
fuertemente la omnipotencia del sujeto y el efecto engaoso
de la construccin psquica personal. Y, a la vez, nos hace
entender el papel del narcisismo primitivo que construye
su mundo disponiendo del objeto (interno) a voluntad. Por
supuesto, tal como Freud ya lo haba hecho notar, esto es po
sible siempre y cuando el sistema de cuidados matemos no
permita que el sujeto se degrade en la impotencia.
Ya definimos tres maneras de representante: el repre
sentante psquico de la pulsin, junto al cuerpo; el represen
tante-representacin, representacin en forma de huella
mnmica de un objeto ubicado fuera de la psique, y la repre
sentacin de palabra, sistema constituido de derivaciones
que, en forma concreta y abstracta, unen al mismo tiempo el
sujeto, el objeto y el referente. Este sistema naci de un tra
bajo sobre la representacin de cosa. Pero eso no es todo. En
1924, en el primero de los dos artculos sobre las relaciones
de la neurosis y la psicosis, La prdida de la realidad en la
neurosis y la psicosis, Freud es llevado a precisar la ndole
de la transformacin de la realidad que tiene lugar en la psi
cosis a partir de las representaciones extradas de relacio
nes anteriores con lo real. O sea, en sus propias palabras,
las huellas mnmicas, las representaciones y los juicios
que se haban obtenido de ella hasta ese momento y por los
cuales era subrogada en el interior de la vida anmica.2 Es
2 S. Freud (1924) La perte de ralit dans la nvrose et la psychose, en
Nvrose, psychose et perversin, traduccin de P. Gurineau, PUF, Ia
edicin, pg. 301, 1973.
to explica que la concepcin de la realidad, en Freud, no sea
simple y que, pese a las apariencias, tampoco responda a al
go naturalmente dado. Si bien en la definicin que hemos
tomado son recordadas las huellas mnmicas, la remisin a
ideas y juicios muestra que Freud tiene en mente las distin
ciones necesarias. Se trata aqu de la funcin del juicio, y
Freud escribe esa frase un ao antes de abordar el problema
de la negacin, que ser tratado con toda originalidad, ha
ciendo jugar en forma sucesiva los resortes del juicio de atri
bucin y del juicio de existencia. El golpe maestro al que
procede consistir en poner (cronolgicamente) en primer
lugar el juicio de atribucin y en segundo lugar el juicio de
existencia. Esa es la coherencia del pensamiento psicoanal
tico: ver en el trabajo del aparato psquico, en primersimo
plano, la distincin entre lo bueno (incorporable) y lo malo
(excorporable), segn criterios puramente internos.3 Slo
en un segundo tiempo ser posible decidir si los objetos as
clasificados son mero producto de su funcionamiento o si
tambin existen en la realidad.
Ahora estamos en posesin de un dispositivo completo
que parte del representante psquico de la pulsin estrecha
mente ligado al cuerpo, se expande en representaciones de
cosa o de objeto (inconscientes y conscientes), se asocia en lo
consciente a las representaciones de palabra y, por ltimo,
se une a los representantes de la realidad en el yo, todo lo
cual implica una relacin con el pensamiento. Nuestra teo
ra de gradientes se ve una vez ms confirmada para una
interpretacin fecunda de la teora freudiana.
Creo que la razn por la cual inici esta reflexin afir
mando que situara sin vacilar el paradigma de la teora
psicoanaltica del lado de las representaciones, se justifica
en que lo esencial de la experiencia surgida de la cura cl
sica, debido a la presencia-ausencia del analista (su invisi-
bilidad), es tributario de una actividad psquica que induce
a la representacin y excita las huellas mnmicas anterio
res del paciente, puestas aqu a prueba en la experiencia
transferencial. La gama de modalidades representativas
que hemos definido se corresponde con el abanico de mani
festaciones psquicas vinculadas al cuerpo, por una parte, y
a lo real y al pensamiento, por otra. Para ir todava ms le-
3 Cabe precisar la anterioridad de unyo-reolidad inicial cuya funcin se
limita a localizar el origen externo o interno de las excitaciones.
jos, todo el psiquismo podra ser concebido [vase el diagra
ma de pg. 183] como una formacin intermediaria entre el
soma y el pensamiento. La relacin definida por la interac
cin entre un soma organsmico y su entorno en lo real es la
misma en virtud de la cual aprehendemos la vida animal la
mayora de las veces. As, la riqueza del hombre est dada
por la fuerte consistencia, la extensin y la complejidad de
los procesos correspondientes a esta formacin intermedia
ria. Falta agregar que aqu, en una forma a la que, como sa
bemos, Freud no le dio la necesaria amplitud, interviene esa
parte de lo real donde est el otro, el otro semejante, en mi
criterio, y luego el Otro, categora ms general que se define
slo con relacin a un sujeto. Slo hay sujeto para otro. De
este modo, salimos de las representaciones individuales an
tes mencionadas para aadirles aquellas que nos ofrece la
experiencia cultural. Pues, podra haber [algn] Otro que
no sea una elaboracin de dicha experiencia cultural? En
este punto habra que poner en perspectiva las respectivas
concepciones de Winnicott y de Lacan. Por mi parte, si bien
las considero complementarias, confesar que mi recorrido
personal me llev de Lacan a Winnicott, cuya obra me pare
ci menos marcada ideolgicamente. Me siento ms prxi
mo a la teora de la simbolizacin resultante de esta ltima,
que de lo simblico lacaniano.
Sonm Somatopaiqoico "VLos Real
Excitacin QA'
endosomtica " m-Vfr 1 1
Mg0^ .
Teora da Freud
Taorn de Jaa
relflciohftfl de objeto
Teora da laa
w r t cozoplamactarAB
3. El carcter
El psicoanlisis tropez con un problema que muchas
veces tuvo a maltraer a los autores, quienes no siempre vie
ron dnde estaba el origen de las dificultades. Por empezar,
pienso en el propio Freud, y luego en algunos de sus suce
sores. Como vimos, tambin l debi elegir un modelo clni
co de referencia, el de las psiconeurosis de transferencia.
Asimismo, ue llevado a definir a la neurosis como el negati
vo de la perversin. Me parece legtimo decir que, a lo largo
del camino, y sobre todo a partir de 1924, lo que Freud tena
en mente para oponer a la neurosis ya no era tanto la per
versin como la psicosis, lo cual representa una deriva sig
nificativa. Despus, el psicoanlisis vio afirmarse cada vez
con mayor nfasis la comparacin entre neurosis y casos l
mite (una entidad tan vaga como imprecisa), hecho que en
traaba la necesidad de poner en perspectiva estructuras
neurticas y estructuras no neurticas. Mientras tanto, el
desarrollo de ciertas teorizaciones llev a que se propusiera
otra base de comparacin. Por ejemplo, los pacientes que
presentan desrdenes somticos. Puesto que hoy la neu
rosis ya no puede seguir aspirando al papel de punto de re
ferencia de la prctica psicoanaltica, se percibe un gran
malestar; somos testigos de un pensamiento clnico deso
rientado, forzado a conformarse con yuxtaposiciones y sin
que sepamos todava qu entidad clnica sirve de base des
criptiva. Podrn replicarme que no hace falta recurrir a una
entidad clnica central y que basta con referirse a mecanis
mos psquicos lo suficientemente generales como para guiar
el pensamiento (inconsciente, represin, Edipo, etc.). Sin
embargo, mucho me temo que los hechos se resistan ms de
lo pensado a una sugerencia de ese orden. Es suficiente con
tomar cada uno de los elementos retenidos en una configu
racin de ese tipo para ver que las transformaciones que su
fren en determinado tipo de pacientes casi no permiten con
siderarlos en calidad de referencias hasta cierto punto con
sensuadas. En el informe que present en 1975 al Congreso
de Londres con el ttulo de El analista, la simbolizacin y la
ausencia en el encuadre analtico,14 propuse un modelo pa
ra los casos lmite con el fin de distinguir la estructura res
pectiva de estos y de la neurosis. Pero, muy pronto, la esque-
matizacin cmoda de los dos modelos sera en cierta forma
cuestionada con la aparicin de nuevas ideas elaboradas a
partir de otras estructuras clnicas. Pienso muy particular
mente en las teorizaciones referidas a pacientes que pre
sentan sntomas somticos, terreno que en Francia fue do
minado por las ideas de Pierre Marty.15 Adems, no con
formes con la simple oposicin entre neurosis y psicosis, la
mayor parte de los tericos agregaron la perversin o la de
presin. La comprobacin de todas estas dificultades me lle
v a emprender una importante revisin del tema y a propo
ner otra perspectiva.
Me parece que la idea de una revisin fue consecuencia
de las discusiones que tuvieron lugar en el seno del psico
anlisis acerca de la necesidad de revisar el concepto de pul
sin, y que dieron lugar a distintas alternativas. Citemos en
primer trmino la importante corriente de las relaciones de
objeto, ilustrada en la forma ms descollante por la escuela
kleiniana. Y luego, bajo otros cielos, la defensa de la psicolo
ga del Self realizada por Kohut. En captulos anteriores
mostramos ese movimiento pendular que va y viene de un
polo al otro: en un extremo, el objeto; en el otro, el Self y
el narcisismo, que desembocan en la intersubjetividad. No
podemos sino asombramos de ese movimiento generalizado
a) Lo alucinatorio
Citamos en primer lugar lo alucinatorio porque, de estas
tres ocurrencias, es la que parece estar ms inmediatamen
te relacionada con alguna forma de organizacin psquica.
Como ya lo hicimos notar siguiendo a Csar y Sra Botella,
en 1937 Freud vuelve, en Construcciones en el anlisis,
que cabe considerar como un posfacio a Anlisis termina-
ble e interminable, al problema de la necesaria construc
cin cuando no es posible resolver la amnesia infantil y
retoman las huellas de hechos anteriores a la fijacin de re
cuerdos y a la adquisicin del lenguaje. Freud se apoya en
aquellos casos donde el material cobra un giro que es posi
ble asignar a lo alucinatorio. Dada nuestra propia insisten
cia en la alucinacin negativa,28 nos resulta fcil reconocer
el papel que Freud atribuye a la alucinacin, jalonada por
diversas etapas en su obra. En forma sucesiva, Freud se
ocupa de las alucinaciones en la paranoia, incluida en las
psiconeurosis de defensa. Luego viene La interpretacin de
los sueos y, quince aos ms tarde, El complemento meta-
psicolgico a la doctrina de los sueos, donde declara que,
salvo algunos detalles, sueo y alucinacin son idnticos.
Llega entonces al Hombre de los Lobos y a la alucinacin del
28 Vase A. Green, Le travail du ngatif, captulo sobre la alucinacin
negativa, Minuit, 1993.
dedo cortado, seguido de Una perturbacin del recuerdo en
la Acrpolis. Y, por ltimo, Construcciones. Se nota que,
si bien a partir del descubrimiento del anlisis y de la pro
mocin del concepto de representacin, Freud tendi a res
tringir la parte que le cabe a lo alucinatorio, la teora corres
pondiente nunca dej de preocuparlo porque, segn dice,
esta remite a una funcin esencial del aparato psquico. Es
to lo llev a concluir que los procesos primarios tienden a lo
alucinatorio. Csar y Sra Botella presentaron mltiples
ejemplos de alucinaciones durante la sesin, cuya existen
cia puedo confirmar. En cuanto se recostaba en el divn, un
paciente me deca: Aqu hay olor a mierda. De ms est
decir que presentaba una estructura obsesiva. Otro pacien
te oa que su madre (residente a mil kilmetros de distan
cia) lo llamaba cuando vena a sesin. Estas parecen ser co
rroboraciones de algo que ya indiqu acerca de la propiedad
del aparato psquico de hacer existir, crendola de punta a
punta, otra realidad que se da por tan real como la otra y
hasta pretende sustituirla, como es el caso del sueo. Quie
re decir que lo alucinatorio no est ni para ser corroborado
ni para ser negado por el analista sino, ante todo, para ser
aceptado, escuchado y, en lo posible, analizado. Antes era
usual considerar la alucinacin como un retoo del instin
to (o ms bien de la pulsin). La pulsin, el fantasma de de
seo, daban nacimiento a formas deseantes alucinatorias.
Hoy sabemos que se trata de un fenmeno mucho ms com
plejo, asentado probablemente en una alucinacin negativa
antes de que esta se vea recubierta por una alucinacin po
sitiva. Slo nos resta remitir al lector a nuestros trabajos (El
trabajo de lo negativo) para mostrar la importancia de un
concepto que estuvo presente desde los albores del psico
anlisis, durante el perodo de la hipnosis, y que desapa
reci progresivamente con la invencin del mtodo psico-
analtico.
b) La actuacin
En repetidas oportunidades mostr hasta qu punto el
problema de la actuacin, que viene en lugar de la rememo
racin, llev a Freud no slo a un callejn sin salida, sino a
una revisin desgarradora. En mi criterio, ese es el princi
pal motivo de la mutacin que condujo a la ltima teora de
las pulsiones y a la creacin de la ltima tpica. En efecto,
sostengo que la primera tpica est centrada por las repre
sentaciones (y el afecto) y se inspira en el modelo metapsi-
colgico del sueo (captulo VII). La desaparicin de la re
ferencia a la representacin (consciente-preconsciente-in-
consciente) en las definiciones del ello, y su reemplazo por
las mociones pulsionales que lo componen y que tienden a la
descarga, constituyen modificaciones en cuyo centro pode
mos situar, casi automticamente, a la actuacin. Y si ya en
1914 Freud nos propone la frmula emblemtica: El pa
ciente acta en lugar de recordar, es porque, desde esa mis
ma poca, entre seis y nueve aos antes de los ltimos cam
bios tericos decisivos, la actuacin se va imponiendo cada
vez ms como referencia para comprender el funcionamien
to del paciente, que parece preferir esa va de liquidacin en
lugar de elaborar a travs de la rememoracin. Segn ya
hice notar, la actuacin como destino pulsional desborda el
marco de la accin, y el modelo que la caracteriza puede es
tar presente incluso donde no se perciba ninguna forma de
accin, como lo demostr Bion de modo elocuente. Efectiva
mente, es imposible olvidar que el vnculo de la rememora
cin con la actuacin recubre al ya existente entre la elabo
racin de las frustraciones y su resolucin. Por eso, el pro
blema del acting (llamado hoy de la enaccin), tan impor
tante en el psicoanlisis contemporneo, y el de la compul
sin a la repeticin como forma coercitiva (en compulsin
hay pulsin, con su cortejo de empuje y obligacin imperio
sa), llevan una vez ms por si fuera necesario el balan
cn de la teora a su polo freudiano axiomtico. Para Freud,
la pulsin es el basamento del aparato psquico, y toda re
gresin importante, lo mismo que toda desdiferenciacin
del psiquismo, vuelve a ella. Sabemos que, desde distintos
lugares, hoy se insiste en la relacin de objeto, en la inter-
subjetividad o en la primaca del otro, y se critica acerba
mente la teora freudiana de la pulsin. Se le reprocha un
biologismo excesivo e inadaptado. Pero no es seguro que los
recientes descubrimientos de la biologa contempornea
no lleguen a brindarle un aval inesperado. En realidad, en
los procesos psquicos deben oponerse dos vas, si no tres. La
primera y fundamental es la ms corta (de hecho, es un cor
tocircuito). La ltima es la ms larga en razn del desvo irn-
puesto a la psique para que mida en plenitud las consecuen
cias de sus elecciones o de sus orientaciones coercitivas. n
tre ambas, una va mediana, menos corta que la ms corta y
menos larga que la ms larga, correspondera a lo que yo
llamo formaciones intermedias, derivadas de los procesos
primarios. No slo debe tomarse en consideracin la lon
gitud del trayecto: todava falta preguntarse por la natu
raleza de la actuacin. Hay actuaciones cuya meta es la sa
tisfaccin de las pulsiones erticas. Por riesgosas que sean,
no tienen comn medida con las actuaciones movilizadas
por conductas autopunitivas o autodestructivas. Aqu, cada
cual es dueo de interpretarlas a su leal saber y entender. Y
si bien algunos crculos siguen oponindose salvajemente
a la idea de un funcionamiento vinculado a la pulsin de
muerte, otros hallan en estas conductas casi suicidas con
qu alimentar la reflexin sobre un tema que no debera ce
rrarse en forma tan prematura.
c) Las somatizaciones
El psicoanlisis inaugur sus descubrimientos a partir
del estudio de la conversin histrica. Esto significaba plan
tear de entrada la importancia de las relaciones entre la psi
que y el cuerpo para llegar al conocimiento del inconsciente.
Una prolfica cosecha de las investigaciones de Freud sobre
la histeria acompa los primeros pasos del pensamiento
psicoanaltico, aunque no sin el sostn de un enfoque com
parativo que, en Freud, nunca dej de situar los mecanis
mos de las diversas neurosis de transferencia unos con res
pecto a otros.29 Ms tarde, cuando el inters por la histeria
de conversin comenz a declinar tal como se ve en Inhi
bicin, sntoma y angustia (1926), donde apenas se la men
ciona, naci, en una fecha que no es fcil precisar, cierta
curiosidad por las denominadas enfermedades psicosomti-
cas. Desde sus comienzos hasta nuestros das, la historia de
la medicina psicosomtica se ha mostrado muchas veces os
cura y marcada por sucesivas oleadas de autores que rele
gan a sus predecesores a un plano secundario. Mientras que
29 Vase A. Green Nvrose obsessionnelle et hystrie, leur relation chez
Freud et depuis: tude clinique, critique et structurale, Revue Frangaise
de Psychanalyse, 28 (5/6), 1964, pgs. 679-716.
el papel del psiquismo en el cuadro de ciertas afecciones m
dicas era conocido desde siempre, la nueva va de investi
gacin no tard en sistematizarse. Cobr vuelo sobre todo
en Norteamrica, al ampliarse el conocimiento de los
factores psicolgicos que interfieren en el curso de una
enfermedad. Con diversos motivos, descollaron nombres de
la talla de Flanders Dunbar y Alexander, que fue director de
la Escuela de Chicago y durante mucho tiempo un psicoana
lista clsico muy respetado. En forma esquemtica, diga
mos que el inters primordial de los primeros investigado
res fue poner en paralelo determinadas constelaciones psi
colgicas y caracteriales con cuadros clnicos donde, con
frecuencia, una imagen figurada (y, por otra parte, bastante
pobre) representaba supuestamente al correspondiente ps
quico de una patologa de la medicina interna. As, el ulcero
so se carcoma, el hipertenso estaba hper tenso, etc.
Tiempo despus, el examen de estos perfiles caracterolgi-
cos llev a criticar el ansiado paralelismo entre las configu
raciones psquicas y los sndromes fisiolgicos. Distintas
corrientes de la medicina psicosomtica se repartieron el
campo de la disciplina. Junto a una corriente psicopatolgi-
ca ms o menos bien definida (Brisset, Sapir, Held), naci la
Escuela Psicosomtica de Pars, cuyo director, Pierre Marty
(asistido por Michel Fain, Michel de MUzan y Christian
David), profundiz una concepcin original que, basndose
en el psicoanlisis, defenda ideas menos simplistas y can
dorosas que las anteriores. Pierre Marty consagr su vida a
la psicosomtica, y esta cobr tal lugar en su pensamiento
que en sus ltimos aos, y pese a que prevaleca la opinin
contraria, lleg a decir que el psicoanlisis era una rama de
la psicosomtica. No es nuestro propsito resumir en pocas
palabras la extensa obra de este autor. Nos limitaremos a
citar los encabezados de algunos captulos que el lector inte
resado podr consultar en los textos respectivos. Entre
otras, debemos a Pierre Marty las nociones de:
mentalizacin y desmentalizacin;
pensamiento operatorio, ms tarde llamado vida opera
toria;
irregularidad del funcionamiento mental;
alteracin del preconsciente (el preconsciente recibe pe
ro no emite);
depresin esencial;
desorganizacin progresiva.30
Es difcil ingresar en los sutiles engranajes de estos me
canismos. Pero, aun as, cabe sealar en la base de todos
ellos un trastorno de la funcin fantasmtica, que no existi
ra o, si existiera, sera de escaso valor funcional. Todo se
presenta como si el paciente psicosomtico no dejara desple
garse ni las investiduras que van hacia lo inconsciente ni
las que proceden de l. Es palpable la pobreza asociativa del
discurso, y cuando se pregunta a los consultantes qu pien
san de determinado tramo de su enunciacin, tras unas po
cas palabras los sujetos interrogados responden, clsica
mente: Eso es todo. Hay una manifiesta ausencia de liber
tad psquica. Las neurosis de carcter y las llamadas neuro
sis de comportamiento ocupan un campo notablemente ex
tenso. Con la denominacin de neurosis de comportamien
to, que Marty quiere distinguir de la anterior, este ltimo
se transforma en la instancia que conjuga la angustia y el
deseo. El mismo lo dice a travs de una frmula lapidaria:
cuando en estos pacientes buscamos el deseo, encontramos
dinero, autos y mujeres (lista que, por mi parte, hoy comple
tara con yates y tambin aviones). Sin olvidar las compu
tadoras. Da la impresin de que la actividad fantasmtica
fuera percibida por esos sujetos como tan peligrosa e irra
cional que pudiera arrastrarlos a la locura. Por eso, mejor
desconfiar, sacrsela de encima, y en todo caso controlarla y
refrenarla. Muchas veces, cuando no es inmediatamente
tangible, hasta el placer es objeto de limitacin. Los suceso
res de Marty describieron procedimientos autocalmantes
que desempearan el papel correspondiente al autoerotis-
mo en las neurosis mentalizadas. En casos como estos se
observan actitudes de extenuacin encaminadas a liquidar
tensiones, en lugar de darle al psiquismo una libertad que
pueda ser fuente de satisfaccin libidinal.
Tal vez estas descripciones den cierta impresin de es
quematismo si caen en manos de espritus simplificadores
que apliquen grillas de pensamiento reductoras. Pero, en
nuestra opinin, el mayor descubrimiento de Pierre Marty
es la desorganizacin esencial. En ocasiones, el analista
30 P. Marty, loe. cit.
asiste a desestructuraciones progresivas de la unidad psico
somtica del paciente, cuyas funciones biolgicas parecen
deteriorarse con una rapidez y gravedad que no parecen
explicarse del todo por la severidad de los sntomas y disfun
ciones biolgicas que presenta. Tanto la depresin esencial
como las desorganizaciones progresivas evocan nuestra
descripcin de la funcin desobjetalizante, concepto que por
otra parte fue retomado sin dificultad por autores psicoso-
matistas (C. Smadja,31 M. Aisenstein).
Terminaremos este captulo con dos preguntas que tal
vez sea prematuro querer contestar. La primera remite a
la especificidad de las descripciones de los especialistas
en psicosomtica. Debe admitirse que la originalidad de
las descripciones que proponen es patrimonio exclusivo de
los pacientes psicosomticos? En otro texto32 demostr que
pacientes que no presentan sntomas somticos, pero que
indudablemente son casos lmite, podan mostrar muchos
rasgos pertenecientes a aquellas descripciones. Parecera
tratarse de una modalidad del trabajo de lo negativo, trans
versalmente situable en diversas afecciones que comparten
en mayor o menor grado la misma estructura. La segunda
pregunta, tan difcil como la primera, atae a las relaciones
entre la histeria (con conversin o sin ella) y la psicosom
tica. Si bien la teora de Marty intentaba diferenciar am
bos cuadros, rechazando las interpretaciones de contenido
cuando se trataba de pacientes somticos (lo cual marcaba
una ruptura con la va trazada por la Escuela de Chicago y
todava hoy con algunos kleinianos), creo que esta oposicin
debera ser revisada. No tanto porque histeria y psicosom
tica tendran similar organizacin estructural, sino porque
se comprobaron sntomas pertenecientes a las dos series,
histrica y psicosomtica, en un mismo paciente, sea en dis
tintos perodos evolutivos de su enfermedad o de su trans
ferencia, sea durante un mismo perodo. Nos hallamos aqu
ante el misterio de ciertas evoluciones de pacientes en an
fisis que vinieron a curarse una neurosis y que sin que nada
lo haga prever, para gran sorpresa del analista, desarrollan
31 C. Smadja, Lvolution de la pratique psychanalytique avec les pa-
tiens somatiques, en A. de Mijolla (dir.), Evolution de la clinique p syc h a n
alytique, Bordeaux, L'Esprit du Temps, 2001.
32A. Green, Du sens en psychosomatique, en Interrogations psych oso-
matiques, bajo la direccin de A. Fine y J. Shaefer, PUF, 1988.
en la cura una enfermedad con todas las letras (cncer o
afeccin sistmica). Aqu debera abrirse el tratamiento de
cuestiones muy poco estudiadas pero que son apasionantes
para futuras investigaciones: por ejemplo, el campo de las
enfermedades autoinmunes. No por casualidad citamos
afecciones que plantean, en psicoanlisis, el problema de los
efectos atribuibles a la hipottica pulsin de muerte.
De todas maneras, el inters suscitado en Francia por el
pensamiento y los desarrollos de Pierre Marty convierte a la
psicosomtica en una disciplina de pleno derecho; disciplina
ms valiosa an por colaborar con los psicoanalistas en la
tarea de definir un campo original de problemas caracteri
zado por mecanismos singulares, diferentes de los que pre
sentan las neurosis.
Este es el momento de sealar una confusin surgida del
propio Pierre Marty. Analista de formacin clsica, desde
sus tempranas pocas de clinicat* en Sainte-Anne se orien
t hacia terrenos donde los mdicos pedan informacin a
quienes conocan bien los mecanismos mentales. Pierre
Marty, que por entonces ignoraba las producciones de la
escuela inglesa, fue impactado por las diferencias entre lo
qae se conoca del funcionamiento de las neurosis y lo que se
ofreca a la comprensin de la investigacin psicosomtica.
Es legtimo oponer lo que se comprueba en pacientes som
ticos a lo que se sabe de las neurosis. Y tambin se justifica
poner en perspectiva las estructuras no neurticas con las
que se desprenden de la psicosomtica. Adems, considero
que las estructuras psicosomticas son una parte del terre
no agrupado bajo el ttulo de estructuras no neurticas.
Aqu nos esperan y merecen proseguirse las comparaciones
ms fructferas. Por ejemplo, cuando habla de estructuras
nial mentalizadas y hasta desmentalzadas, Marty no pare-
ce sospechar que estas ltimas se asemejan mucho a lo que
describen quienes se interesan en los casos lmite. Tal vez
sea oportuno recordar ciertos hechos sorprendentes hasta
para los propios psicosomatistas, como por ejemplo el pa
rentesco observable entre el mecanismo forclusivo de la psi
cosis y la mentalizacin ms o menos deficitaria de la psico-
Se le llama clinicat, en Francia, a un contrato de duracin determina
da por el que el mdico presta servicios en un hospital universitario, tanto
de atencin de pacientes como de enseanza e investigacin. (N. de la T.)
somatosis. No dudo de que un campo de investigaciones
fructfero nos llevar a comparar en forma cada vez ms es-
trecha y precisa el funcionamiento psictico y el funciona
miento psicosomtico.
1. Espacio(s)
En 1970, Serge Viderman publicaba La construction de
lespace analytique.1 El ttulo haca referencia a una fiocin
poco usual en esa poca, y por otra parte el contenido abor
daba slo en forma sucinta lo que el ttulo anunciaba. En
Venfant de Qa,2 libro que escrib en colaboracin con Jean-
Luc Donnet en 1973, propuse una teora de los espacios ps
quicos, queriendo significar que cada instancia era correla
tiva de un espacio propio. Si bien, en general, el concepto de
objeto tuvo un largo desarrollo en psicoanlisis, quiz no se
le prest la necesaria atencin al hecho de que las caracte
rsticas de un objeto deben ponerse en relacin con el espa
cio del que este forma parte. De todas maneras, Freud no re
curri a ese tipo de expresin, que slo ser usada a gran es
cala por el pensamiento psicoanaltico contemporneo. En
nuestros das, ya no es necesario explicarse demasiado para
decir a qu se est aludiendo. Tambin tuve oportunidad de
hacer notar que la teora psicoanaltica elabor mucho el
concepto de espacio, mientras que su reflexin no exhibe
tanta riqueza cuando aborda la cuestin del tiempo. Para
Kant, espacio y tiempo son formas a priori del conocimiento
sensible, cuya legitimidad fue criticada por Freud. Por otra
parte, su objeto no estaba referido a la conciencia sino al in
consciente, que no posee la nocin del tiempo. Ahora bien, si
tomamos en consideracin, no la conciencia ni tampoco el
inconsciente, sino el aparato psquico, nos damos cuenta de
que es necesario ocuparse del espacio y de la temporalidad,
que remiten a concepciones propias del psicoanlisis.
En un principio, el inters de Freud recay sobre todo en
el espacio del sueo. Esta fue una opcin deliberada. Preci-
1S. Viderman, La construction de lespace analytique, Denol, 1970.
2 J.-L. Donnet y A. Green, Lenfant de Qa. Pour intraduire la psychose
Manche, Minuit, 1973.
smente porque quera traspasar el misterio de la neurosis
analizando los sntomas que ofreca la clnica psicoana-
ltica, Freud, interesado en determinar lo que corresponda
respectivamente a la conciencia y al inconsciente, se encon
tr con que haba interferencias entre ambos. Por esa razn
decidi encerrarse en su propio adormecimiento, de manera
de eliminar todo aporte del mundo externo y de la concien
cia, y dejarle el campo lo ms libre posible al mundo interno
y al inconsciente. Todos los primeros pasos de Freud fueron
guiados por la oposicin entre el mundo de las representa
ciones y el de las percepciones. Las primeras pueden ser o
bien conscientes o bien inconscientes, mientras que las se
gundas pertenecen nicamente a la conciencia. Una repre
sentacin inconsciente puede ser puesta en relacin con una
representacin consciente, y hay un medio til para compa
rar la ndole de unas y otras. Es sabido que Freud opuso el
sistema de las representaciones de cosa en tanto asociadas
a las representaciones de palabra que les corresponden,
para definir la representacin consciente, mientras que la
representacin inconsciente estaba formada nicamente;
por representaciones de cosa. Unas y otras forman parte del
mundo interno. Este se divide en dos partes de desigual im
portancia: aquella, relativamente restringida, de la con
ciencia y aquella otra, mucho ms considerable, del incons
ciente. El mundo externo es el que nos resulta accesible por
medio de las percepciones suministradas por los rganos
de los sentidos. Esta descripcin elemental puede hacerse
todava ms inteligible a travs del modelo que propusimos
del doble lmite (1982).3 En dicho modelo, el adentro y el
afuera estn separados por una divisin vertical, mientras
que el adentro se divide en espacio consciente y espacio in
consciente. Tal es la frmula esquematizada que permite
ensamblar las partes constitutivas de una teora de los es
pacios psquicos en la primera tpica. Sin embargo, esta c
lula elemental debe ser completada.
En lo concerniente al mundo externo, Freud omiti dis
tinguir la parte que les cabe a los objetos primarios. Estos,
cuyo estatuto externo de no-yo es innegable aun cuando no
sea el nico, deben ser individualizados como tales entre la
3 A. Green, La double limite, reproducido en La folie prive, Galli-
mard, 1990. [El doble lmite, en De locuras privadas, Amorrortu 1990.3
multitud de objetos del mundo externo. Tendrn as su co
rrespondiente bajo la forma de representacin de los objetos
externos en la psique (en los niveles consciente e inconscien
te). En lo que concierne al mundo interno, aqu es necesario
completar el cuadro que hemos dado. El piso consciente y el
piso del inconsciente estn separados por un lmite horizon
tal. De hecho, se trata menos de un lmite que de una zona
tapn de considerable importancia, puesto que se trata del
preconsciente. La naturaleza de este ltimo es tan proble
mtica como interesante. Desde el punto de vista de su
estructura, el preconsciente est ligado a lo consciente (se
habla de sistema Cs-Pcs), pero tambin puede vinculrselo
al inconsciente: es la parte del inconsciente susceptible de
volverse consciente. Sea como fuere, es una zona de inter
cambios, activa, que hace circular las investiduras y las
huellas mnmicas de un lado y otro de esa zona fronteriza,
y que adems da cabida a procesos de transformacin don
de el lenguaje cumple un papel relevante. Observemos al
pasar que una importante fraccin del yo pertenece al pre
consciente. Como dijimos tantas veces, la primera tpica,
que implica espacios psquicos diferentemente estructu
rados, sigue estando organizada en torno de la referencia a
la conciencia (consciente-preco/iscie/ite-inconsciente). Esta
ya es una concepcin implcita de la negatividad, dado que,
de estas tres instancias, una es positiva, la segunda es nega
tiva pero capaz ,de ser positivizada, y la tercera es negativa
sin. posibilidad de ser positivizada. Es que, haciendo girar
esas instancias en torno del eje de la conciencia, aun cuando
el inconsciente difiera de esta en virtud de su rgimen de
funcionamiento, se observa cierta unidad que las vincula
entre s. Esto est claro en lo que concierne a las representa
ciones. Ya hemos visto que las modalidades representativas
no se limitan al par representacin de cosa-representacin
de palabra. La controversia sobre si es legtimo hablar de
afectos inconscientes sigue en pie. Lo nico seguro es que
cuando Freud siente necesidad de superar esa primera tpi
ca y proponer otra, modifica al mismo tiempo las relaciones
entre las instancias. Es ah cuando introduce las pulsiones
en el aparato psquico. En el momento de hablar del ello
abunda en metforas para dar una idea del mundo que ha
bita en este. Se sabe de las clebres y un poco ingenuas com
paraciones con el caldero hirviente (el caldo de las brujas de
Macbeth!), siempre agitado por pulsiones en busca de des
carga. En otros trminos: por pulsiones que no disponen de
un espacio de elaboracin. Ah es cuando Freud agrega que
todo cuanto sabemos del ello slo podemos imaginarlo por
va de una comparacin que negativizara todo lo que sabe
mos del yo, que es mucho ms accesible a la investigacin.
No es muy til hacer un catlogo de las funciones del yo. Lo
que queremos subrayar sobre todo es que, a diferencia del
ello, el yo s ofrece a las pulsiones un espacio de elaboracin.
Tengamos presente que, para Freud, el yo es la parte del ello
que se diferenci despus de haber tomado contacto con el
mundo externo. Y es tambin la posibilidad de diferir la des
carga, la actividad de ligazn, el trabajo sobre las represen
taciones lo que les da un acceso a la racionalidad por va de
la relacin causa-consecuencia, el control de la motricidad,
la posibilidad de postergar, etc. Aun as, nunca subrayare
mos como corresponde la insistencia de Freud, cuando for
mula la segunda tpica, en la importancia de la inconcien-
cia de gran parte del yo. Inconciencia que, como ya demos
tramos, es ms del continente que de los contenidos.
Sin duda, la estructura ms compleja en trminos espa
ciales es la del supery. Primero a causa de su doble natu
raleza, arraigada en el ello y producto de una divisin del
yo. Cualquier interesado en los efectos patolgicos del su
pery tiene claro que, en ocasiones, este revela tal crueldad
que se hace inevitable pensar sus fuentes muy vinculadas
al ello. Pero, adems, el rol de la identificacin nos remite a
una problemtica surgida de la divisin del yo: una parte es
t consagrada a la investidura de un objeto, mientras que la
otra sufre la alteracin que implica la identificacin. Tres
observaciones de Freud deben ser aqu recordadas. La pri
mera indica que el supery del nio se construye por identi
ficacin, no con el yo, sino con el supery de los padres. La
segunda presta una atencin particular a los procesos de
elaboracin interna que darn lugar al establecimiento de
una instancia impersonal (por lo tanto, separada de los obje
tos parentales primarios) que remite a un sistema de valo
res ticos. La tercera, pero no la menos importante, es que el
supery cumple el papel de una potencia protectora del des
tino. Cuando el individuo se siente abandonado por esa po
tencia protectora, cabe temer una amenaza de suicidio. Esto
va de la veleidad al intento y al pasaje al acto exitoso. Cuide-
monos de hablar demasiado pronto de chantaje. La estruc
tura compleja y ambigua del supery puede hacer ver en l
una instancia casi persecutoria que exige siempre nuevos
sacrificios respecto de la satisfaccin pulsional, pero, para
djicamente, tambin protectora, que vela por la salvaguar
da de la vida. Se entiende entonces cun difcil es imaginar
el rgimen de los intercambios que podran definir un espa
cio del supery. Parece bien evidente que el supery supera
los lmites del individuo (ya es el, caso cuando se trata de la
identificacin con el supery de los padres); se prolonga al
espacio cultural, guardin de los valores de un grupo social
dado y, ms all, de una civilizacin. De ese modo, supery
individual y valor cultural no estn en relaciones estancas
que los aslen a uno de otro; en realidad, se estimulan entre
s y potencian las fuerzas que los animan. Cornelius Casto-
riadis extendi en forma til las observaciones iniciales de
Freud sobre este punto.4Aqu, lo mismo que en lo referente
al yo, la cuestin de la ligazn entre las representaciones y
sus correlatos energticos est en primer plano. La traicin
de las normas culturales es un agobio, un duelo. Pero, mu
cho ms que en el caso del yo, en este punto cabe agregar
que los procesos de ligazn ligan tambin la agresividad,
para metabolizar sus rebrotes y convertirlos en comporta
mientos socialmente aceptables, o incluso valorados por la
sociedad, estableciendo al mismo tiempo, en su sistema ti
co, lazos metafricos mantenidos por la cultura. Desde lue
go, aqu se plantean las relaciones entre lo que es la reali
dad social y la forma en que esta desea aparecer a travs
dlas manifestaciones que ella valora, manifestaciones sos
tenidas por una ideologa constantemente preservada y
tenida por representativa de las creencias que comparte la
colectividad.
Una de las elaboraciones ms notables de las transfor
maciones del supery atae a la constitucin de la alteri-
dad. En efecto, el Otro parece estar en la raz de todo siste
ma tico. Es sabido que, en algunas teorizaciones psicoana-
lticas (Lacan, Laplanche), este concepto reviste una impor
tancia central, a punto tal de relegar a un rango secunda
rio los conceptos freudianos que no lo tienen demasiado en
cuenta.
4 C. Castoriadis, Figures du pensable, Pars: Le Seuil, 1999.
Se entiende que una teora de los espacios lleve a articu
lar aqu diversos tipos de espacialidad, desde aquella cuyo
margen de maniobra digamos, la respiracin de las
fuerzas que la habitan es el ms reducido, hasta el campo
prcticamente ilimitado de la cultura, fijada por una tradi
cin que le permite enriquecerse y, sobre todo, interiorizarse
para formar parte de los elementos ms fundamentales de
la vida psquica de un individuo y de su relacin con las ge
neraciones que lo preceden y con las que le seguirn.
2. Tiempo(s)
Es curiosa la historia del tratamiento que el psicoan
lisis dispens a la temporalidad. Se desenvuelve en dos pe
rodos. El primero transcurre a o largo de la obra de Freud
y, desde que empieza hasta que termina, se lo puede carac
terizar por un enriquecimiento y una complejizacin cre
cientes. El segundo comienza tras la muerte de Freud, aun
que en realidad ya haba arrancado en 1924, antes de su
muerte, y se prolonga hasta nuestros das. Contrariamente
al anterior, donde Freud iba siempre en busca de mayor
complejidad, en este se tiene la sensacin de que, cuanto
ms pasa el tiempo, ms se degrada la riqueza del pensa
miento freudiano y ms se crea un consenso simplificador
que pretende reducir la temporalidad a un mnimo comn
denominador marcado por la hegemona del punto de vista
gentico. Este ltimo, aunque siempre estuvo presente en
la obra de Freud, nunca fue otra cosa que uno de los compo
nentes de un problema mucho ms complicado, y que pone
en dificultades al analista a la hora de interpretar el mate
rial relativo al pasado y a la historia del paciente.5Antes de
entrar en detalles, podemos observar que el tratamiento de
la historia y del pasado fue objeto de decepciones y condujo a
los analistas a la prctica exclusiva de interpretaciones del
here and now (aqu y ahora), propias de la escuela inglesa, y
destinadas a darle importancia excluyente a la actualidad
de lo que sucede durante la sesin. Por mi parte, no creo que
5 Remitimos al lector a dos obras en las que hemos tratado este proble
ma: La diachronie en psychanalyse y Le temps clat, Minuit, 2001.
esa prdida de confianza en las interpretaciones relativas al
pasado sea un ejemplo a seguir. Son varias las razones que
me parecen apoyar esta posicin. Primero porque, al alter
nar las interpretaciones referidas a lo actual con las que re
miten al pasado, aunque sea hipottico y aleatorio, se le im
ponen al anlisis vaivenes entre lo que ocurre hic et nunc y
eso otro que, supuestamente, pas hace tiempo y alo lejos.
Adems, es frecuente que las interpretaciones hic et nunc se
relacionen con una concepcin de la cura en la cual un pa
sado muy lejano, que a menudo se remonta a los dos prime
ros aos de vida, es vivido como un presente. En opinin de
los kleinianos, esto debe entenderse como una resurgencia
del primer perodo de la vida (vanse las memories in feeling
de Melanie Klein). A mi juicio, esta visin es utpica. Todo
material, cualquiera sea, comporta, como ya Freud lo haba
mostrado a propsito de los recuerdos encubridores, ele-
mentos pertenecientes a diferentes capas del pasado que
se entremezclan y son remodelados por una elaboracin se
cundaria cuando salen a la superficie en el material. Del
mismo modo, no me parece legtimo interpretar un material
en relacin con perodos relativamente tardos del desarro-
; lio (perodo del complejo de Edipo, e incluso adolescencia)
como una defensa relacionada con lo que pueda imaginarse
de fijaciones anteriores, a veces originarias. Esto nos lleva a
recordar la gran decepcin que sufri Freud en 1937 cuando
debi admitir que era utpico el total levantamiento de la
amnesia infantil. De ah el inters que volc en las reminis
cencias alucinatorias, interpretadas por l como la traduc
cin de manifestaciones del retorno de un pasado pertene
ciente al perodo en que era imposible registrar recuerdos,
dados el carcter precoz de los traumas y la ausencia de un
lenguaje que posibilitara fijarlos en forma de tales, durante
la poca en que fueron vividos. Como vamos a ver, el punto
de vista de Freud sobre la temporalidad se form por una
acumulacin de mecanismos de distinto tipo. Sin embargo,
r con el inters de Melanie Klein por los mecanismos de la
primera infancia, se afirm el predominio de lo que la auto
ra consideraba comprensible desde un punto de vista ge
ntico. Pero sus observaciones no fueron aceptadas por
ls adversarios de su movimiento, y muy en particular por
la escuela norteamericana, que corri en ayuda de Anna
.^reud. Por eso propusieron construir lo que ellos entendan
como una verdadera concepcin gentica, fundada en la
observacin y encaminada a restringir la parte de especula
cin fantasmagrica de la que, segn ellos, abusaba Mela-
nie Klein sin aportar pruebas de sus afirmaciones.
Por mi parte, defender la opinin de que las hiptesis
freudianas siguen siendo tiles, pero que algunas de ellas
deben entenderse con relacin a distintas categoras de
pacientes y a diversos tipos de funcionamiento mental. Sin
duda, una vez ms, la presencia creciente de estructuras no
neurticas en el divn de los analistas fue lo que perturb la
homogeneidad de antao, reemplazndola por un polimor
fismo de expresiones abigarradas.
I
sta influencia que ejerca la ilusin en la vida psquica,
^rayando en particular sus aspectos negativos e invitn-
njos a analizarlos. Es decir, invitndonos a disolverla para
mentar en su lugar la soberana de la razn. Pero Winnicott
>smostr la importancia que reviste la ilusin para un sa-
>desarrollo del psiquismo. Aceptar la desilusin implica
ie en un principio nos hayamos ilusionado, y tener ilusio-
s es una etapa necesaria de nuestro desarrollo. Cuando
en l falta ilusin, puede que un despertar demasiado pre
coz a la realidad le cause serios daos.
La compulsin a la repeticin es de distinto gnero. Aqu
no slo persisten en nuestro espritu anhelos o fantasmas
infantiles que nunca desaparecieron, sino el poder de acta-
lizar configuraciones ms o menos completas que son libe
radas y repetidas sin fin, como para darles una realidad
tangible. La actualizacin cobra forma de acting out en el
psiquismo. Todo analista ha experimentado la desesperan
te esterilidad de esas interminables repeticiones en algunos
pacientes, pese a un trabajo analtico intenso.
Se trata de una forma de intemporalidad? En princi
pio, podra decirse que s. Salvo que, en realidad, es todo lo
contrario. La intemporalidad supone que la esperanza de
realizacin de un anhelo o fantasma est siempre lista para
servir si las circunstancias lo reclaman. Por ejemplo, cuan
do sobrevienen frustraciones demasiado importantes. Esto
puede observarse en el nivel de las formaciones del incons
ciente, cuya funcin es sostenerlas. Se debera recordar que
la intemporalidad del inconsciente concierne a hechos posi
tivos, deseables, esperados. En cambio, la compulsin a la
repeticin no es slo una ignorancia del tiempo, o incluso
una negativa a admitir las limitaciones que la razn y la ex
periencia nos fuerzan a aceptar. No se trata de una rebelin
contra los lmites de nuestra omnipotencia y contra las di- j
ficultades derivadas de la imposibilidad. Es, de hecho, una %
renegacin del tiempo. En la intemporalidad del inconscien
te, el mundo sigue andando. Somos nosotros los que perma
necemos eternamente jvenes y fijados a las ilusiones de
nuestra juventud. En la compulsin a la repeticin, no slo
nos negamos a crecer sino que tenemos el fantasma loco de
que podemos detener la marcha del tiempo. No se trata ni
camente de que nos aferremos a las ilusiones de nuestra in
fancia. Es como si, queriendo frenar su curso, procedira
mos a un asesinato del tiempo. La idea de asesinato bien po
dra adelantarse a nuestras intuiciones sobre la pulsin de
muerte. Aun cuando no creamos en el concepto de Freud,
primero y ante todo debemos admitir la presencia de fuer
zas destructivas que atentan contra el psiquismo del sujeto y
tambin contra la representacin que tenemos de los de
ms. Pero aqu hay una paradoja: la destruccin destruye la
representacin de los objetos que odiamos y tambin destru-
ye los procesos temporales vinculados a ellos. As, procedien
do a la destruccin de los procesos temporales y realizando
jos anhelos de muerte dirigidos a los objetos que odiamos, el
tiempo coagulado, inmovilizado y petrificado que resulta de
todo eso coarta en el psiquismo la idea de la muerte de esos
objetos. El objeto es odiado, pero su amor y su presencia si
guen siendo de importancia vital. Es por eso que la muerte
del objeto debe ser buscada y al mismo tiempo conjurada.
La nica manera de satisfacer exigencias tan contradicto
rias es congelar la experiencia del tiempo y negar los fantas
mas que le estn ligados.
La diferencia entre la intemporalidad y la renegacin del
tiempo parece coincidir con la prevalencia del Eros en el pri
mer caso y de las pulsiones destructivas en el segundo.
3. Ligazn y reconocimiento
Es posible que haya un concepto capaz de ayudamos a
superar las diferencias entre la experiencia del tiempo, la
intemporalidad y la compulsin a la repeticin. Siguiendo
a Freud, propongo la hiptesis de una ligazn. Con la expe
riencia del tiempo (pasado, presente, futuro), la secuencia
Orientada implica sumisin a la flecha del tiempo: del pasa
do al futuro^ del nacimiento a la muerte. En el medio, nues
tro presente, es decir, nuestra presencia en el mundo. En la
intemporalidad falta esta secuencia, aunque se la requiera
hasta para constituir un simple anhelo. Ahora bien, aun
cuando la secuencia est en el inconsciente, algunos ele-
mentos debern ser mnimamente reagrupados, reunidos y
organizados. Esto es verdad para las operaciones ms sim
ples del psiquismo, as como para las reacciones ms primi
tivas del sujeto. Al principio podemos suponer que no est
disponible ninguna secuencia completa. Pero, incluso no
habiendo una secuencia completa, para formar un sentido
se establece una forma mnima de sucesin, en cuya ausen
cia no se percibe sentido alguno. Ms tarde, el dilogo anu
dar dos o ms secuencias. En esta perspectiva, sostengo
que, en vez de oponer la teora de las pulsiones y la teora de
las relaciones de objeto, debera admitirse una estructura
organizadora que combine en los dos sentidos los efectos re
cprocos de las pulsiones y los objetos. Finalmente, en la
compulsin a la repeticin podemos ver que la secuencia
siempre est en peligro, como si hubiera nacido muerta. El
conflicto parece situarse entre la posibilidad de mantener y
desarrollar los vnculos en una secuencia de secuencias que
enriquezca el sentido presentndolo, con todos sus matices,
detalles, correlaciones y contradicciones, y por otro lado la
posibilidad de salirles al paso a concatenaciones de todo tipo
(pulsiones, representaciones de cosa, afectos, representa
ciones de palabra, representacin de la realidad, etc.), extin
guindose all mismo la secuencia. En una estructura nor
malmente evolutiva, la tarea del psiquismo parece consistir
en diversificar las proposiciones centrales (incluyendo en
ellas hasta sus oposiciones internas), con el fin de reflejar su
propia complejidad al dar cuenta de una experiencia re
lacionada con el mundo externo, y, sobre todo, en el caso de
la experiencia psquica misma. Entonces, cundo se hace
realmente efectiva la experiencia del tiempo? Propongo con
siderar el papel que cumplen los procesos de reconocimiento.
Con el reconocimiento, la experiencia del tiempo no slo co-:
noce lo que debe conocerse, sino tambin la existencia de un
objeto o de un sentido, y se vuelve capaz de conocerse a s
misma.
Redescubrir es re-encontrar. Freud dijo que, segn el
principio de realidad, nosotros no encontramos un objeto: lo
reencontramos. Entonces, seguramente, con la existencia
de esta segunda visin, se ve implicada una visin anterior
y tambin debe intervenir una separacin en el seno del
tiempo.
Para concluir, introducir aqu la idea de causalidad. Di
r as que construir una relacin causal supone una secuen
cia bien conocida: si. .. entonces. En este aspecto, el psico
anlisis se encuentra en una posicin particularmente fa
vorable, puesto que ninguna otra disciplina ha desarrollado
tanto el campo del si, cuyas posibilidades son infinitas.
Del mismo modo, el entonces del psicoanlisis abri nuevas
sendas a la causalidad psquica, sendas que la ciencia haba
dejado de lado pero que conocieron grandes desarrollos en el
dominio del arte. Tal vez la especificidad del psicoanlisis
est en situarse entre ambos, pero con un estatuto original
que debemos preservar a cualquier precio.
5. Configuraciones de la terceridad
1. El tercero analtico
La condicin necesaria y suficiente para que se esta
blezca una relacin es que haya dos trminos. Esta simple
comprobacin tiene muchas implicaciones. Instaura a la
pareja como ma referencia terica ms fecunda que todas
aquellas que toman por base la unidad. Si reflexionamos
ms en profundidad sobre las implicaciones de esta duali
dad fundamental como condicin de produccin de un ter
cero, encontraremos aqu el fundamento de la actividad
simblica.2 Al ir desarrollando este pensamiento, recorda
ba en ese mismo texto mi descripcin de los procesos tercia
rios. 3
En 1975, en otro trabajo referido al objeto en el psicoan
lisis, expres: El objeto analtico no es ni interno (al anali
zante o al analista) ni externo (a uno o a otro), sino que est
entre ellos.4 Frase de evidente inspiracin winnicottiana.
En realidad, hice la hiptesis de una triangulacin primiti
va que incluso existe en el propio ncleo de los denominados
intercambios duales entre madre e hijo. Con eso indicaba el
lugar del padre, aunque no como persona distinta, que to
dava no es en los primersimos momentos de la vida. Sin
embargo, el padre existe segn la forma que adquiera su
presencia en el espritu de la madre.5 Esta concepcin est
directamente relacionada con la simbolizacin. La defini
cin clsica de smbolo es la de objeto cortado en dos que
constituye un signo de reconocimiento cuando los porta
dores pueden unir ambas partes (diccionario Le Robert).
2A. Green, versin francesa de mi clase inaugural en la Freud Memorial
Chair (University College, Londres), 1979, retomado en La folie, prue,
Gallimard, 1990, pgs. 42-3.
3A. Green Note sur les processus tertiaires, en Propdeutique, La m-
tapsychologie revisite (Annexe D), Champ Vallon, 1995 (Ia edicin 1972).
4A. Green, La psychanalyse, son objet, son avenir, ibid. (cap. VII), pg.
201.
5 A. Green Lanalyste, la symbolisation et labsence dans le cadre
analytique, en La folie prive, Gallimard, 1990, cap. II (Ia edicin 1975).
Hay, cabalmente, tres objetos: los dos trozos separados y
el objeto correspondiente a su reunin. En la sesin, el obje
to analtico es como ese tercer objeto, producto de la reunin
de aquellos constituidos por el analizante y el analista.
Fundndose en estas ideas, T. Ogden cre el concepto de
analytic third6 (el tercero analtico), utilizado por el autor
para comprender los fenmenos que tienen lugar durante la
sesin.
3. El Edipo
Cualquier conocedor de la obra freudiana habr notado
que las primeras intuiciones de Freud acerca del Edipo da
tan de 1897. Podemos inclusive remontarnos al viaje que
realiz a Pars en 1885 y ver la impresin que le caus la
puesta de Edipo Rey por parte de la Comdie Frangaise, con
Mounet Sully en el rol protagnico. De ir aun ms atrs, el
bigrafo observara que, mientras cursaba el bachillerato,
Freud tuvo que traducir algunos versos de la obra para el
examen final. Estos apuntes anecdticos tienen el nico in
ters de reflejar que, en comparacin con la cultura de su
tiempo (la cultura y no las costumbres), Freud ya estaba
sensibilizado para recibir lo que ms tarde surgira del ma
terial de sus pacientes, as como para atribuir especial im
portancia al complejo de Edipo. Ya he tenido ocasin de ha-
cer notar la desusada distancia que separa las primeras in
tuiciones de 1897 de su teorizacin completa (pero breve) en
1923. Sin embargo, el lector reconocer igualmente que
entre 1897 y 1923, Freud tampoco hace silencio sobre el te
ma, desde La interpretacin de los sueos hasta las descrip
ciones de sus cinco grandes historiales clnicos. As lo prue
ban las observaciones que acompaan a cada uno de ellos.
Hay, pues, una larga latencia, interrumpida de tanto en
tanto por iluminaciones parciales que lo llevan a dar verda
dera forma a la teora del Edipo slo tras haber madurado
sus ideas. Siempre me pareci que, hasta sentirse listo para
formular una teora sobre la cuestin, Freud necesit argu
mentos que fueran ms all de lo que revelaban las observa
ciones, harto elocuentes, sin embargo, de las costumbres de
su poca y de la patologa. Quera disponer de una fuente de
reflexin, y la busc en las culturas antiguas y aun mucho
ms atrs. Y fue Grecia la encargada de brindarle la revela
cin decisiva. Tenemos poco espacio para sealar la impor
tancia de la cultura en Freud, y la marcada preeminencia
de la cultura griega, mayor an que la juda, y tal vez en un
nivel equivalente a la cultura germnica. Es posible que la
simpata que le despertaba Grecia se debiera a que no esta
ba marcada por el cristianismo (ni por el antisemitismo).:
Pero seguramente hay algo ms: la religin griega no era
dogmtica, haba libertad para creer o no creer, lo cual para
l fue sin duda muy importante en el desarrollo de su curio
sidad intelectual.9 Sea como fuere, ms all de la civiliza
cin griega, Freud se interes en el estudio de las denomi
nadas sociedades primitivas, porque, segn pensaba, po
dan darnos, aun aproximadamente, una idea de etapas
muy remotas de la humanidad. Se sabe, porque l mismo lo
dice, que no es as. Es en Ttem y tab donde el Edipo est
muy presente. Mucho ms tarde, llegado ya al estudio de la
psicologa de las masas y el anlisis del yo, trata indirecta
mente la relacin con el padre de la horda primitiva a travs
de la figura del lder. Luego, el Urvater y el Vaterkomplex se
reuniran en Moiss y la religin monotesta.
Ser en 1923, con El yo y el ello, cuando Freud dar la
primera versin un poco detallada y prcticamente la
9 A. Green, Ofedipe, Freud et nous, en La dliaison, Pars: Les Bellas
Lettres, 1992.
nica de su concepcin del Edipo. Vale la pena citar el pa
saje, que cabe en pocas lneas: Uno tiene la impresin de
que el complejo de Edipo simple no es, en modo alguno, el
ms frecuente, sino que corresponde a una simplificacin o
esquematizacin que, por lo dems, a menudo se justifica
suficientemente en la prctica. Una indagacin ms a fondo
pone en descubierto, las ms de las veces, el complejo de
, Edipo ms completo, que es uno duplicado, positivo y nega
tivo, dependiente de la bisexualidad originaria del nio. Es
decir que el varoncito no posee slo una actitud ambivalente
hacia el padre, y una eleccin tierna de objeto en favor de la
"madre, sino que se comporta tambin, simultneamente,
como una nia: muestra la actitud femenina tierna hacia el
padre, y la correspondiente actitud celosa y hostil hacia la
madre.10 No cabe ms que sorprenderse de una formula
cin que parece nacida, antes de tiempo, de una pluma es-
tructuralista.
Ms adelante, Freud habra de ampliar esta concepcin
eon su hiptesis de que el Edipo podra englobar todo lo con
cerniente a la relacin del nio con los padres. Esta am-
; pliacin muestra a un Freud consciente de que el comple-
1jo de Edipo no poda quedar encerrado entre los lmites de
una fase de la sexualidad infantil, por importante que esta
fuera. Adems, tambin se debe pensar en el Edipo despus
del Edipo, es decir, en todo lo referido a la gnesis del su
pery por identificacin y sus efectos en las relaciones intra
e intersistmicas. En un antiguo trabajo11 mostr que hoy
debemos mirar al Edipo desde otro ngulo. Si bien Lacan
pele para hacer reconocer que el Edipo no se limitaba al
complejo de Edipo de la sexualidad infantil y, basndose
venios trabajos antropolgicos de C. Lvi-Strauss, que deba
considerrselo una estructura, creo que no podemos que
darnos ah. En efecto, pienso que el Edipo, histrico y estruc
tural, debe considerarse adems un modelo del que slo co
nocemos aproximaciones. De paso sealemos que ni la pa-
tologa ms aguda nos enfrenta nunca a situaciones tan
extremas como las que narra la tragedia. Me refiero a la
combinacin de parricidio, incesto y procreacin de hijos
i.- 10 S. Freud Le moi et le ?a, en Essais de psychanalyse, Petite Biblio-
thque Payot, 1985, pg. 245.
11 Vase A. Green, Cfedipe, Freud et nous, en La dliaison, Les Belles
Lettres, 1992.
incestuosos. En el mejor de los casos o en el peor pode
mos presenciar algunos aspectos de este conjunto, pero no
conozco ejemplos donde la tragedia edpica se vea ilustrada
en lo real. Para mayores detalles, remitimos al lector a
nuestro trabajo12 sobre el tema.
Haremos notar solamente que este modelo est menos
representado por un tringulo cerrado que por un tringulo
abierto. En efecto, si bien hay una relacin completa entre
los padres y una relacin pulsional de meta inhibida entre
madre e hijo, esta relacin no tiene equivalente entre el pa
dre y este. Y as llegamos a una observacin capital: de los
tres polos de esta triangulacin, la madre es la nica en te
ner una relacin carnal con los otros dos, padre e hijo, aun
cuando dicha relacin difiera en su expresin. Pienso que
parte de las complicaciones de la sexualidad femenina tiene
su origen aqu. Freud puso las cosas perfectamente en su lu
gar en el captulo VII de Psicologa de las masas y anlisis
del yo, donde escribe: [El varoncito] muestra entonces dos
lazos psicolgicamente diversos: con la madre, una directa
investidura sexual de objeto; con el padre, una identifica
cin que lo toma por modelo. Ambos coexisten un tiempo,
sin influirse ni perturbarse entre s. Pero la unificacin de
la vida anmica avanza sin cesar, y a consecuencia de ella
ambos lazos confluyen a la postre, y por esa confluencia na
ce el complejo de Edipo normad.
s
IY
4. Las instancias
No nos extenderemos sobre un tema ya ampliamente
analizado en captulos anteriores. Sin embargo, ya se trate
del modelo de la primera como de la segunda tpica, la si
tuacin se presenta en tres trminos. Hicimos notar las di
ferencias entre la primera tpica, centrada en torno de la
conciencia, que es ms homognea y adems no les da an
cabida a las pulsiones, y la segunda, que en ese plano pone
las cosas en su sitio. De todas maneras, observemos que las
tres instancias de la primera tpica pueden reducirse a dos
grandes subsistemas, dado que Freud concluye reagrupan-
do el sistema consciente-preconsciente y oponindolo al in
consciente. Pero antes de seguir haremos algunas observa
ciones.
Son pocos los autores que, como Freud, consienten en re-
lativizar la importancia de la primera tpica luego de la
creacin de la segunda. La gran mayora usa ambas tpicas
en funcin de las circunstancias, debido a que cada una
demuestra su pertinencia ante un problema determinado.
Algunos de los que se atienen a la primera expresan mu
chas reservas ante la segunda, de la que quisieran prescin
dir. No hay razones particulares para una actitud as. Por
ejemplo, Lacan sigui siendo muy fiel a la lgica de la pri
mera tpica pero, cuando en los seminarios posteriores a
1965 se decidi a aplicar sus ideas a la segunda, el resultado
no fue muy convincente. En efecto, invocar la gramaticali-
dad para dar cuenta de lo que Freud deca del ello tena mu
cho de desafo. Y por otra parte, pocos de sus alumnos lo
siguieron en ese terreno. La actitud de Lacan se emparenta
ba con su postura, siempre muy crtica, respecto de cual
quier visin biologizante de la teora psicoanaltica. En ese
punto, la posicin de Laplanche no est muy alejada de la
suya.
Ya di los motivos de mi adhesin al giro de 1920 y expli
qu las razones por las cuales debemos seguir a Freud cuan
do propone la segunda tpica. Ahora me gustara volver al
lugar que asign en 1923 a lo que haba dicho en la primera.
Un captulo del Esquema del psicoanlis, Cualidades ps
quicas, me parece hacer la luz sobre esta cuestin. En efec
to, si, como l mismo afirma, la teora de las pulsiones obliga
a admitir la prevalencia de un punto de vista energtico y a
reconocer las fuerzas que actan en el seno del aparato ps
quico, se acenta entonces el anhelo de construir ma teora
que ane fisiologa y psicologa. Porque, si el inconsciente
est esencialmente formado por representaciones deje
mos de lado por el momento la cuestin de los afectos, la
relacin con la psicologa me parece ser ms extensa que el
fundamento fisiolgico de las pulsiones. En suma, se trata
de reconocer que la actividad de representacin, primero
muy marcada por su vnculo con lo somtico por mediacin
de las pulsiones, se vuelve en cierta forma ms psicolgica
con el par representacin de cosa-representacin de pala
bra. En la autocrtica a la que procede en el Esquema, Freud
toca el corazn del problema al centrar la discusin sobre la
conciencia. Por supuesto, lo hace para mostrar su importan
cia relativa y para abogar en favor de la extensin y el papel
determinante del inconsciente. A lo largo de toda su vida,
nunca dej de repetir que la ecuacin psquico = conscien
te era falsa. A propsito del paralelismo psicofsico, Freud
atrae nuestra atencin sobre el hecho de que muchos pro
cesos fsicos o somticos no tienen equivalentes psquicos
conscientes. Y agrega: Esto sugiere de una manera natu
ral poner el acento, en psicologa, sobre estos procesos
somticos, reconocer con ellos lo psquico genuino y buscar
una apreciacin diversa para los procesos conscientes.14
Freud recuerda que el psicoanlisis declara que esos proce
sos concomitantes presuntamente somticos son lo psquico
genuino, y para hacerlo prescinde al comienzo de la cua
lidad de la conciencia.15 Sealo la expresin presunta
mente somticos. Esta reserva me parece indicar que no
siempre lo que lleva la etiqueta de somtico es lo que se en
tiende por tal. Una vez ms, encontramos la idea de un psi
quismo elemental o primitivo anclado en lo somtico, pero
ya de orden psquico en una forma que no llegamos a con
cebir. Se entiende entonces, efectivamente, que, desde esa
ptica, la referencia a la conciencia slo haga alusin a una
cualidad psquica. Eso mismo pasar con el inconsciente.
Por mi parte, admitira gustoso, en efecto, la existencia de
procesos somticos, inconscientes en sentido biolgico,
en un extremo de la cadena. Se podra postular la existen
cia, en las vecindades de esta, de procesos que volveramos a
encontrar en algunas afecciones del orden de la psicoso
mtica donde se ponen en juego formas de psiquismo mal
mentalizadas y donde las interacciones entre lo somtico
y lo psquico se hacen en los dos sentidos: sea porque una
agravacin somtica se traduce en un empobrecimiento ps
quico, o bien porque un acrecentamiento del conflicto ps
quico se traduce en la aparicin de la enfermedad. Puede
ocurrir que esta sea la que tenga la ltima palabra, como
sucede en el sndrome de desorganizacin esencial, estudia-
: do por Pierre Marty. Hay otra categora, que es la de los in
tercambios econmicos dinmicos y tpicos perturbados con
la realidad. Es la psicosis, definida por Freud en trminos
de represin de la realidad y de despliegue de las pulsiones
destructivas. Ya hemos subrayado en varias oportunidades
el rol que le hacemos desempear a la alucinacin negativa,
est o no acompaada de alucinacin positiva.
Tiene una especial riqueza el captulo que se abre aqu.
Freud necesita tomar en consideracin lo alucinatorio de la
psicosis y lo alucinatorio en general, en forma muy particu
lar en los estados neurtico-normales, en la regresin tpica
5. El lenguaje
La cuestin del lenguaje en psicoanlisis despierta pro
blemas particulares que justifican dedicarle un captulo
aparte. Aunque, a primera vista, el tema no parece inte
grar los captulos concernientes a las configuraciones de la
terceridad, esta posicin me parece del todo legtima. Al
canza con dar una sola prueba, y esa prueba son las tres
personas de la lengua. La existencia de una tercera persona
(masculina o femenina, singular o plural) se vincula con el
tercero ausente. Pero los problemas de las relaciones del
lenguaje, la palabra y el discurso merecen un captulo en
particular. Y es a ese captulo que remitimos al lector.
6. La terceridad
Llegamos ahora al estudio de la terceridad propiamente
dicha. En nuestro recorrido psicoanaltico hemos tomado
conciencia un poco tarde de la importancia que reviste este
concepto (1989).17 Peirce permiti pensar la relacin de la
lingstica con la semiologa, ayudndonos as a salir del
encierro en el que nos haba secuestrado Lacan y permitin
donos extender la reflexin, ms all del lenguaje como sis
tema de representaciones de palabra, a la semiologa, dado
que esta ltima tambin incluye la representacin de cosas.
La obra de Peirce es considerable y de una complejidad tal
que me obliga a reconocer que no domino la totalidad de sus
aspectos. Me reducir entonces a consideraciones esenciales
para m, y que expondr slo para introducir al lector en su
filosofa y en la utilidad que puede extraer de ella un psico
analista. Primero es necesario precisar que Peirce propone
sus ideas con anterioridad a las principales tesis que fun
dan la teora freudiana. Limitmonos por lo tanto a algunas
observaciones preliminares de importancia. Debe recono
crsele al autor su lucidez en la adopcin de ciertos axiomas.
Escribe: Los instintos y los sentimientos constituyen la
sustancia del alma. La cognicin es slo su superficie, su
punto de contacto con lo que est fuera de ella.18 Peirce dis
tingue los modos de relacin con la primeridad que testimo
nian la posicin del sujeto, y se refiere a la cita que acaba
mos de hacer. Luego considera la relacin didica, relacin
de pareja condenada a la circularidad. Encontramos aqu
las crticas que impugnan el inters de la denominada rela
cin dual. Llega despus a relacin tridica, que es aquella
que nos atae. Peirce examina tambin la situacin del su
jeto concreto, reuniendo, en la misma acepcin, la materiali
dad del signo y su funcin de representacin. Denomina re-
presentamen todo aquello a lo cual se aplica el anlisis de la
inteligencia del signo, incluyendo en el citado anlisis la re
presentacin de aquel que analiza la representacin. La re
25 Un ejemplo entre mil: Esa pareja del hic et nunc, cuyo croar gemelo
no es irnico solamente por sacarle la lengua a nuestro latn perdido, sino
tambin por rozar un humanismo de ia mejor ley resucitando las musara
as ante las que aqu estamos otra vez boquiabiertos, sin tener ya para sa
car nuestros auspicios de la mueca del oblicuo revoloteo de las cornejas y
de sus burlones guios de ojo otra cosa que la comezn de nuestra contra
transferencia (Escritos 1, pg. 445).
7. El trabajo de lo negativo1
10 Quiero decir como institucin. Cae de su peso que siempre habr per
sonas que vayan a ver un analista para aclarar cosas que no entienden por
s mismas. Durante el estalinismo hubo psicoanalistas que sobrevivieron
en las democracias populares de los pases del Este.
que Freud, quien, luego de haber sealado los estragos de
la pulsin destructiva clamaba por la respuesta de Eros,
slo puedo formular el anhelo de que, en el futuro, los ana
listas encuentren las vas por las cuales pueda pasar la re
conciliacin con el espritu. No tengo ninguna buena nueva
que anunciar ni tampoco ninguna solucin que proponer;
nicamente un simple anhelo.
Llego ahora al trmino de mi recorrido. En los momentos
previos a esta obra, aun antes de haber escrito la primera
lnea, manifest mi intencin de aceptar la sugerencia de
aquel amigo que esperaba de m un Esquema. Ahora que
voy cerrando el trabajo, compruebo que esto no se parece en
nada a un esquema. Pongo entonces a cuenta de la longitud
del libro el hecho de que no merezca ese calificativo. Sin em
bargo, si se considera que, despus de reagruparlas, trans
cribo lo esencial de las ideas que habitaron mis escritos
desde 1954 hasta 2002, es decir, alrededor de casi cincuenta
aos, la extensin de este volumen representa el esquema
de esa masa de escritura que, segn dicen algunos de mis
amigos que no se privaron de hacrmelo notar, podra ha
berse reducido a la mitad. Pero podra haber hecho otra
cosa? Fui escribiendo con el correr de los aos, segn la ins
piracin del momento y el problema a resolver, aquello que
a mi entender deba decir. Mi trabajo se dividi entre artcu
los ms o menos largos, ms o menos importantes, y libros
que todos ellos contaron para m en el momento en que
los escrib y an hoy siguen contando. Del conjunto de este
volumen, no puedo decir que se reduzca a lo esencial de las
ideas que he expuesto, pero tambin es cierto que en mu
chas oportunidades economic los desarrollos que justifi
caban las nociones y los conceptos que presentaba. Quienes
se interesen en esos desarrollos, debern remontarse a la
fuente.
Si echo una mirada retrospectiva sobre lo que me aport
la redaccin de esta obra, encuentro ocasin de reformula r,
articulndolos, algunos temas que creo importantes. En pri
mer lugar, y siguiendo fiel a mis ideas, vuelvo a encontrar el
valor axiomtico de las relaciones estructura-historia, que
marcaron mi incipiente reflexin en pocas de un estructu-
ralismo que fue para m una fuente de gran inspiracin. Re
tuve de la estructura la fecundidad heurstica de trminos
heterogneos unidos por relaciones, y de la historia, la idea
de una policroma tambin ella no homognea. Podemos
concluir que el pensamiento plural (pluralidad de materia
les y pluralidad de los tiempos que lo organizan) se despren
de en forma convincente de todo esto y que debe preferrselo
a la idea de homogeneidad y unificacin. Al ir haciendo ca
mino e interrogando las disciplinas anexas y conexas al psi
coanlisis, me pareci fundamental el concepto de valor. En
su obra, decisiva parala teora psicoanaltica, Bion defenda
una idea cercana: los vrtex. Pienso que los vrtex son valo
res. No por casualidad el valor est presente en Saussure
tanto como en Edelman, en dos terrenos del saber aparente
mente alejados entre s. Descubro despus, tambin, mi fre
cuente recurso a una teora de gradientes. Hablar en trmi
nos de gradientes en una serie nos demuestra que la serie es
ms importante que cualquiera de los trminos que la con
forman. No obstante, puede ocurrir que uno de ellos sea lle
vado a representarla, pero en definitiva la serie, frecuente
mente organizada en forma de retcula, es lo que debe inte
resarnos.
Mi trabajo puede entenderse de dos maneras. Como un
conjunto conclusivo que cierra una reflexin (por supuesto,
as lo entiendo yo), o como un conjunto de conceptos que sir
ven de introduccin a un pensamiento futuro que dejo a car
go de otros criticar, evaluar, modificar o desarrollar. Es a
ellos a quienes les toca pronunciarse.
Adeuda
Para situar al psicoanlisis en los albores
del tercer milenio
Esta adenda es un intento de circunscribir el entorno cul
tural del psicoanlisis. Exhibe las relaciones de vecindad, a
menudo ms inamistosas que amistosas, que mantienen
las disciplinas conexas con el pensamiento psicoanaltico. A
mi entender, muestran que, al contrario de lo que se preten
de, pasados ms de cien aos, el psicoanlisis no ha perdido
nada de su poder subversivo.
1. Referencias filosficas
1. Antes de Freud
Aristteles
El tratado Del alma, de Aristteles,3 no deja de asombrar
al psicoanalista. Vamos a hacer una lectura selectiva en
funcin de nuestros intereses. Desde las primeras pginas,
se ve al Estagirita afirmar, ms all de la problemtica tra
dicional retomada a lo largo de la historia de la filosofa: Es
un hecho de observacin: en la mayora de los casos el alma
no sufre pasin alguna ni cumple accin alguna que no in
terese al cuerpo (1,1). Y si bien el psicoanalista puede feli
citarse de una afirmacin en la que ya ve asomar el germen
de la idea de pulsin, la continuacin no podr menos que
Kant6
A priori, y a pesar del uso que hizo de ella Bion, no hay
obra filosfica ms alejada del psicoanlisis que la de Kant,
hecho que oblig a reinterpretarla en profundidad. Ms
an: hoy en da, es del kantismo de donde los adversarios
del psicoanlisis extraen sus argumentos en defensa de un
formalismo teido con los colores del cognitivismo actual.
Sin embargo, en el corpus kantiano existe una obra con la
cual el psicoanalista puede hacer la experiencia de un feliz
6 El lector encontrar, al final del captulo Lenguaje, palabra y discurso
en psicoanlisis, un comentario de H. Meschonnic que se apoya en Spi-
noza.
encuentro, y es la Antropologa en sentido pragmtico.7 De
ninguna manera se trata de una obra secundaria, puesto
que su traductor, M. Foucault, nos informa que fue ense
ada por espacio de unos treinta aos, hasta que Kant se re
tir de la ctedra de Koenisberg, razn por la cual recin fue
publicada en 1797. Vale la pena recordar las observaciones
de Kant acerca de las dificultades en llegar al fundamento
de una ciencia antropolgica. Porque si el hombre se siente
observado y examinado, se muestra molesto y se disimu
la. No quiere ser conocido tal cual es. Kant no dice por qu.
El hombre tiene otra posibilidad, que es examinarse a si
mismo: Si hay mviles enjuego, el hombre no se observa; si
observa es porque los mviles ya estn fuera de accin.
Porque tal es el objetivo pragmtico, que se pretende conoci
miento del hombre como ciudadano del mundo.
Desde el libro I, requiere nuestra atencin el captulo ti
tulado De las representaciones que tenemos sin ser cons
cientes de ellas. Pero Kant, aunque sola dar como ejemplo
el amor sexual,8 vincula el tema con la antropologa fisiol
gica. El autor seala que slo me conozco tal como aparezco
ante m mismo. Esto equivale a decir que me conozco en for
ma errnea. Y sin embargo, despus de examinar todas las
crticas que sufre la apariencia, Kant sale en su defensa.
Por fuerte que sea la tendencia de los hombres a engaar,
las virtudes, aun fingidas, terminan por despertarse. No
se entiende muy bien que esto pueda adquirir valor de ver
dad. Alo largo del escrito, y al contrario de lo que ocurre con
Aristteles, un voluntarismo que privilegia la actividad y
la voluntad, y al que el autor no puede renunciar, sirve de
garante al esplritualismo kantiano (ese deleite espiritual en
comunicar los propios pensamientos).9 Ya va percibindose
que la psicologa se ha puesto en marcha. Todo aquello que
a la manera del sueo y del fantasma escapa a la volun
tad es sospechoso de enfermedad, y ser despus de haber
los desterrado cuando se seale la posibilidad de que tam
bin sobrevengan en el hombre sano. No nos detendremos
ni en su discutible descripcin de los atributos del psiquis
mo ni en las reflexiones de Kant sobre las enfermedades del
7 E. Kant, Anthropologie dupoint de vuepragmatique, traducido por M.
Foucault, Librairie Philosophique, Vrin, 1970.
8Loe. cit., pg. 24.
9Loe. cit, pg. 40.
espritu. Si bien estas ltimas son el reflejo del saber de la
poca y, por lo tanto, no pasibles de crtica, sus explicaciones
por parte de Kant carecen de profundidad. Aun as, debe
mos rendirle homenaje por haber aceptado pensar la pato
loga mental cuando despus pocos se aventuraron a ingre
sar en regiones tan misteriosas y oscuras.
Comparada con la de Aristteles, esta lectura parecera
tediosa si en el libro II no nos esperaran siempre en la
perspectiva de sealar convergencias con el pensamiento de
Freud evocaciones que tienen su inters. Me refiero a las
relacionadas con el goce y con el dolor. El primero es una
promocin de la vida; el segundo, una traba a la vida.10
En el pargrafo 62 encontramos el principio de placer,11 cu
yo origen es atribuido a Epicuro. En forma implcita se evo
ca el principio de constancia en el estado de humor parejo.
Despus de algunas reflexiones un poco oscuras, todo pre
nuncia el libro III, que, entre otras cuestiones, trata acerca
de la facultad de desear. Y Kant dice: El deseo es la otra
determinacin del poder de un sujeto mediante la repre
sentacin de un hecho futuro que sea el efecto de dicho po
der. El hecho de desear un objeto sin aplicar nuestras fuer
zas a producirlo es el anhelo. Muchas de las descripciones
posteriores a propsito de la vida afectiva son banales y des
tilan cierta moralina. Por fortuna., el captulo sobre las pa
siones hace renacer nuestro inters. En el pargrafo 81 dice
el autor: La posibilidad subjetiva de formar cierto deseo
que preceda a la representacin de su objeto es la tendencia
(propensin), el impulso interior de la facultad de desear a
tomar posesin de ese objeto aun antes de que se lo reconoz
ca es el instinto(como el instinto sexual o el instinto paren-
tai de los animales de proteger a sus cras, etc.). Pero la mo
ral recobra rpidamente el terreno. La pasin es una enfer
medad; las pasiones son una gangrena para la razn: son
malas sin excepcin. Slo que Kant no dice si es posible evi
tarlas. Decisin reveladora: la forma de bienestar que pare
ce concordar mejor con la humanidad es una buena comida
en compaa de amigos. Llama la atencin que no incluya
en su resea al amor; las lneas que siguen no tienen gran
cosa en comn con El banquete de Platn.
10Loe. cit., pg. 94.
11 Loe. cit., pg. 97.
La obra se cierra con consideraciones, a decir verdad no
muy interesantes, sobre el carcter, los temperamentos y
la fisonoma, casi sin ninguna originalidad y muchas veces
acompaadas de recomendaciones biempensantes. Algunos
destellos de lucidez vienen en rescate de largas parrafadas
de elocuencia convencional: La locura, ms que la maldad,
es el rasgo saliente de nuestra especie.12 Si Kant abunda
en recomendaciones morales, se debe a su profundo pesi
mismo acerca de nuestra condicin humana, punto en el
cual coincide con Freud. Le dejamos la palabra al filsofo ci
tando una de las variantes del texto: El espritu (animus)
del hombre como concepto de todas las representacio
nes que tienen lugar en l posee un mbito (sphaera) que
abarca tres sectores: la facultad de conocer, la sensacin de
placer y de displacer y la facultad de desear, cada uno de los
cuales se subdivide segn el campo de la sensibilidad y el
campo de la intelectualidad (el del conocimiento sensible o
intelectual, el de placer o de displacer, el de deseo o de
aversin).
La sensibilidad puede ser considerada una debilidad, pe
ro tambin una fuerza. Cmo negar que Freud no est le
jos? Conociendo sus preocupaciones morales, estara ms
del lado de Kant que de Aristteles? Sin duda, l hubiera
preferido razonar con la libertad del primero y por eso le to
m ms de un concepto terico, pero, al igual que Kant,
Freud estaba en busca de un ideal de equilibrio y desconfia
ba un poco de las pasiones, ya que podan poner en riesgo su
necesaria lucidez.
Schopenhauer
Freud aludi muchas veces, a lo largo de su obra, al
vnculo entre la concepcin filosfica de Schopenhauer y su
propia teora. Por lo tanto, no se trata de una fuente oculta.
Sin embargo, los puntos de encuentro estn tan asombrosa
mente prximos que merecen ser sealados con precisin.
Tomemos la Metafsica del amor y veamos lo que dice: Toda
inclinacin amorosa, en efecto, por etreas que sean sus mo
dalidades, tiene raz nicamente en el instinto sexual y no
12 Loe. cit., pg. 169.
es otra cosa que un instinto sexual ms ntidamente deter
minado, ms especializado y, rigurosamente hablando, ms
individualizado.13 Al igual que Freud, Schopenhauer ex
tiende en forma considerable el mbito de lo sexual (fin lti
mo de toda aspiracin humana), lo cual nos acerca a la pri
mera teora de las pulsiones, donde Freud opone la especie
al individuo dentro de las diversas formas que adquiere el
querer vivir. Desde luego, esta conciencia, tan adelantada a
su tiempo, va con frecuencia acompaada de ingenuidades
desconcertantes cuando el autor se abandona a generali
zaciones donde se demuestra que la intuicin fundamental
cede a las tentaciones visionarias. De todas maneras, Scho
penhauer tiene la libertad de reconocer la ambivalencia, es
decir, la coexistencia del amor y del odio. Al unir una meta
fsica de la muerte con una metafsica del amor, nos lleva a
la ltima teora de las pulsiones de Freud, si bien la idea de
una pulsin de muerte le es ajena. Aun as, los dos autores
estn unidos por un mismo estoicismo ante la muerte, aun
que, en el caso de Schopenhauer, est el consuelo que brin
da la idea de inmortalidad, sostenida en el querer vivir. Mi
rndolo bien, es posible que el pivote alrededor del cual gi
ran ambas teoras sea la idea de la representacin.
En suma, cuanto ms se acerca el saber a la idea de una
base pisional del psiquismo, ms se impone en contrapun
to la moral estoica.14
R cceut
Derrida
En el estudio de las relaciones entre filosofa y psicoan
lisis, no hay caso ms problemtico que el de Jacques Derri
da. Le atribuiremos un lugar ms importante que a los de
ms autores, dadas sus estrechas relaciones con el medio
psicoanaltico. Antes de su obra fundadora, De la gramma-
tologie, Derrida haba estado muy cerca de Nicols Abra-
ham (psicoanalista y filsofo husserliano) y de Maria To-
rok.31 La lectura del libro tuvo gran resonancia en algunos
psicoanalistas de la poca, sobre todo los que se interesaban
en el estructuralismo. En La voix et le phnomne, el autor
haba manifestado reticencias respecto de la ousa de la pa
labra. En lo que hace a las ideas y los conceptos de Derrida,
se plantean dos cuestiones. La primera concierne a su va
lidez filosfica, tema del cual nada diremos por no conside
ramos competentes. La segunda es el impacto que tuvieron
en el psicoanlisis. Las posiciones tomadas por el autor de
la Grammatologie estaban llamadas a cautivar la atencin
de los psicoanalistas. Proponer como concepto rector la
idea de una archi-escritura no era acaso tocar de cerca el
concepto de huella mnmica, tan sustancial en el pensa
miento de un Freud que nunca dej de empalmarla con el
sistema memoria ni de relacionar las huellas mnmicas
verbales con otros tipos, como las huellas mnmicas de co
sa? En sus comienzos, Derrida realiz un examen minucio
so de la teora freudiana,32 reconociendo la excepcin que
representaba Freud por el hecho de no inscribirse en la me
tafsica occidental.
Habermas
En su obra Le discours philosophique de la modernit,
Jrgen Habermas expone su propia filosofa de la razn co-
municacional. El quiere estilizar el proceder narrativo en
una autocrtica conducida en forma dialgica, cuyo mejor
modelo es la entrevista analtica entre mdico y paciente.46
Como se ve, existe una clara referencia al modelo psicoana-
ltico, al que invocar en muchas otras oportunidades. Aho
ra bien, tiene alguna relacin con la verdad ese psicoan
lisis revisado y corregido por la teora de la comunicacin?
Una funcin discursiva como esa puede muy bien prescindir
del inconsciente, dado que conserva la envoltura del psico
anlisis con el solo objeto de librarse del contenido. Desde
luego, Habermas quiere salir del logocentrismo, pero no es
capa a una visin ideolgica ingenua de la racionalidad
(pg. 372).
Habermas cita a Freud unas diez veces en esta obra que
parte de Hegel hasta llegar al propio autor, que si algo no
hace es regalar citas. El eje de su pensamiento es el discurso
freudiano. As es como edifica su teora de la razn comuni-
cacional basndose en el modelo del dilogo psicoanaltico.
Y qu se observa? Que en una frase de la obra el autor cita
juntos a Bataille, Lacan y Foucault. Foucault tiene derecho
a dos captulos, Bataille a uno y Lacan cae en el olvido pese
a haber recibido cinco menciones! Igual que Freud, que es
largamente citado pero slo se hace merecedor de un captu
lo. No se trata de reticencias respecto de Freud ni de Lacan.
Simplemente quiere decir que en ese contexto Jrgen Ha-
bermas es incapaz de escribir un captulo sobre Freud o so
bre Lacan, si bien reconoce la importancia de cada uno. Esta
simple comprobacin fue lo que me llev a mi idea actual,
que tal vez sea pretenciosa. Para cualquiera es fcil discu
rrir sobre el psicoanlisis, pero cuando se trata de saber de
qu se trata, las cosas cambian. Amenos, por supuesto, que
46Loe. cit., pg. 154. La pregunta es si Platn no lo haba hecho a su ma
nera en filosofa.
uno forme parte del mundo psi (psi de psiquiatra, psic
logo, psicoterapeuta, psiclogo social y todo otro oficio rela
cionado con el mundo psi). Pero aun cuando todos estos
oficios no estn forzosamente de acuerdo con el psicoanli
sis, al menos labran un campo comn. Sin duda, en todos
estos ambientes hay discusiones, polmicas, debates, diver
gencias, pero el problema no est ah. Lo que quiero decir es
que la experiencia del campo psi introduce en determina
da manera de ver las cosas de la cual el psicoanlisis es ape
nas una interpretacin pasible de ser aprobada o desa
probada, pero que no por eso da la impresin de discurrir
interminablemente a fondo perdido. Es decir que no son dis
cursos que se sumen a otros discursos sin verdaderos de
bates sobre las cuestiones de fondo que ataen a la expe
riencia.47
Hoy, en momentos en que algunos lo consideran obsole
to, el psicoanlisis debe hacerle frente a un nuevo protago
nista del discurso cultural: las neurociencias y las ciencias
cognitivas. Lo psi fue barrido por lo neuro, tanto como el
inconsciente nacido de las pulsiones lo fue por lo cognitivo.
La casi totalidad del as llamado discurso cientfico igno
ra, de hecho, todo lo referente al psicoanlisis.
Legendre48
Pierre Legendre es jurista e historiador del derecho, na
da de lo cual le ha impedido descubrir el inters de la expe
riencia psicoanaltica. Penetrante analista de los fenme
nos sociales, reconoce la soberana del fantasma, que apela
al nihilismo y contribuye al desarrollo del oscurantismo. No
tiene inconvenientes en darle la razn a Freud, tanto en
materia de religin como sobre la obsesin del hombre por
matar. Tbdo esto exige interpretaciones coherentes que la
mayor parte de las veces quedan ocultas por posiciones
ideolgicas y anhelos piadosos que son aqu objeto de justa
crtica. Admiramos la forma en que el jurista se da la forma
cin que le faltaba para entender mejor su objeto, incluida
47 Los prrafos anteriores, ampliamente inspirados en un artculo apa
recido en Passages, n" 102, relatan una conferencia que realic el 24 de no
viembre de 1999.
48 P. Legendre, Jouirdu pouvoir, Minuit, 1981.
la formacin en psicoanlisis. Le atrajo ms la marginali-
dad de este que la disciplina oficialmente reconocida. Es
verdaderamente reconfortante escucharlo decir que l, Pie-
rre Legendre, no habita el presente sino el pasado y el por
venir remoto. El psicoanalista es sensible a la manera en
que el autor toma en consideracin el cuerpo. Legendre de
plora la forma en que el Estado desiste de sus funciones de
garante de la razn, cediendo a las presiones de grupscu-
los. Es fcil tildar de reaccionarias sus opiniones. De hecho,
Legendre se niega a legislar slo porque algunos sectores de
la opinin pblica reaccionen en nombre de alguna banali-
zacin de sus creencias. Denuncia la lgica hedonista que
hace que triunfe el fantasma. No vacila en ver en esto una
consecuencia tarda del nazismo. Sin forzar demasiado los
hechos, podemos acercar a Freud y a Legendre en su co
mn pasin por el triunfo de la razn. Porque, para Freud,
el anlisis del inconsciente se confunde con el anlisis de
una sinrazn que pretendera imponer su ley. Decir lo con
trario es exponerse al contrasentido.
Castoriadis
No terminaremos este captulo sin antes evocar a Come-
lius Castoriadis,49 militante revolucionario, filsofo y psico
analista que tuvo no slo el coraje de hacer la experiencia
del psicoanlisis, sino tambin de descubrir su verdad y sus
lmites y de practicarlo a su vez, es decir, hablar del anlisis
no de odas sino escuchando en la cura el lenguaje de lo ima
ginario (que es el lenguaje de las representaciones produci
das por las pulsiones). Pero Castoriadis fue ms lejos: pos
tul un imaginario radical gracias al cual el autor redobla la
hiptesis pulsional de Freud. Para l, la cuestin no es tanto
tratar los efectos de la imaginacin como establecer la fuen
te del sentido y de la significacin. Las preocupaciones de
Castoriadis por lo histrico-social tienen repercusiones en
la concepcin de lo psquico. Gracias al otro, la mnada nar-
cisista sale de su encierro a travs del proceso de socializa
cin. Castoriadis constituye un ejemplo por cuanto, tras ha
49 C. Castoriadis, Figures du pensable. Les carrefours du labyrinthe, Le
Seuil, 1999.
berse inspirado fuertemente en Marx, su pensamiento supo
liberarse de esa influencia. Adems, articul sus teorizacio
nes sobre el inconsciente con las de la conciencia, mostrando
el lugar del otro. Indic la manera en que el desdoblamiento
cogitativo puede entenderse como anlogo al desdoblamien
to del Je y del otro o como una divisin del sujeto (conscien-
te-inconsciente) presupuesta por la conciencia. Por otra par
te, tom posicin contra una formalizacin ilimitada, ha
ciendo intervenir la imaginacin y la pasin humanas. Por
ltimo, permiti el reencuentro entre el valor psicoanaltico
y el valor social a travs del concepto de autonoma, que pro
puso como criterio de anlisis social. Es vlido proceder a un
acercamiento con el mismo concepto, en el nivel individual,
propuesto por Winnicott, y que el autor contrapone a la de
pendencia en psicopatologa. As, el yo deja de ser concebido
como poseedor de la verdad y pasa a ser entendido como
fuente y capacidad, incesantemente renovada, de una crea
cin donde el pensamiento se une a Eros.
2. El saber cientfico
4. El inconsciente y la ciencia
En el transcurso de un coloquio sobre el inconsciente y la
ciencia,66 trat de analizar el contencioso entre ciencia y
63 E. Morin, La mthode, vol. 5: Lhumanit de Vhumanit, Le Seuil,
2001, pg. 107.
64 Loe. cit., pg. 177.
65 Loe. cit., pg. 187.
66 Linconscient et la Science , bajo la direccin de P. Dorey. Este coloquio
reuni a C. Castoriadis, H. Atlan, R. Thom y A. Green. En dicha oportu-
psicoanlisis. El sujeto de la ciencia y el sujeto de la psique
no son idnticos. El primero es un sujeto purificado, lo
cual no ocurre con el segundo. Objetivacin y subjetividad
siempren fueron opuestas. El psicoanlisis procede a una
objetivacin de lo subjetivo a travs de la produccin del
discurso analtico. Por su parte, el saber objetivo da lugar a
controversias entre los cientficos (Popper, Kuhn, Lakathos,
Feyerabend). El saber cientfico no es el saber sobre la reali
dad objetiva sino slo el saber de aquello que se presta a ser
procesado por el mtodo cientfico, a diferencia del saber so
bre la psique, que debe dar cuenta tanto de lo que es procesa-
ble a travs del mtodo cientfico como de aquello que no lo
es. De todas maneras, el intento de prescindir de la subjeti
vidad en el saber cientfico ya fue denunciado por G. Edel
man. A propsito de este punto, hay un verdadero ataque en
regla que se hace explcito en Lvi-Strauss, quien querra
terminar de una vez por todas con el sujeto. Una actitud
de estas caractersticas encalla cuando intenta explicar la
coexistencia, en el mismo hombre, de lo cientfico y lo no
cientfico (creencias, religin, diversas expresiones de la
espiritualidad). En cambio, un mecanicismo reivindicado
(Changeux) pretende defenderse de la acusacin de reduc-
cionismo. El reduccionismo reduce lo psquico a lo biolgico,
luego lo biolgico a lo fisicoqumico y, por ltimo, a lo mate
mtico, ciencia dura si las hay y, adems, la nica verdade
ramente rigurosa. No se podra pasar por alto la seduccin
que ejerci en muchos psicoanalistas (Lacan y su escuela) la
idea de matematizar el psicoanlisis con el fantasma de un
significante sin resto. De los espejos, Lacan pas al signi
ficante (dejando en el olvido el signo y el significado), para al
final recalar en el materna. Y el afecto? Brilla por su ausen
cia. Esta deriva tuvo por resultado que el pastor perdiera al
gunas ovejas de su rebao, justamente las ms promisorias
(Granoff, Perrier, Valabrega, Laplanche, Pontalis, Aulag-
nier, Rosolato y el propio Leclaire). En lo concerniente a la
teora matemtica, R. Thom dara una imagen del psico
anlisis ms que curiosa y abierta a algunas de sus ideas.
5. La posmodemidad
J.-F. Lyotard estudi la condicin del saber en las socie
dades modernas.74 La posmodernidad se caracteriza por
cierta incredulidad respecto de los metarrelatos, es decir, de
las grandes sntesis tericas. En la base de esta mutacin
est la adhesin a los progresos de las tecnologas aplicadas
a las disciplinas relacionadas con el lenguaje. Dichos pro
gresos llevan la marca de los prejuicios que confunden la
explicacin con la comunicacin clara a los fines de purifi
carla de cualquier ambigedad. En esta posmodernidad, el
anlisis del saber profundiza la distancia con el saber del
psicoanlisis. El mtodo se apoya en los juegos de lenguaje
(Wittgenstein). No obstante, si bien en el origen de las refle
xiones de algunos tericos del psicoanlisis figuraban los
modelos saussurianos o chomskianos, ahora la fuente de
inspiracin parece volcarse ms del lado de Wittgenstein.
La referencia lingstica se apoya en el modelo pragmtico
(Austin, Searl). Por mi parte, present la suerte que estaba
llamada a correr en el centro de la obra de Freud ese mode
lo75 arribado en ayuda de una agonstica general que no cita
73 A. Bourguignon, Lhomme imprvu, PUF, 1989; y Lhomme fou, PUF,
1994.
74 J.-F. Lyotard, La condition postmoderne, Minuit, 1979.
75 PouTquoi dit-on que les processus psyehiques ont un sens?. Confe
rencia realizada en la Socit Psychanalytique de. Pars, Lyon, enero de
ni por asomo las teoras del conflicto. As fue como las luchas
por los juegos de lenguaje pasaron a ser los reguladores del
sistema. Todo esto conduce a una pragmtica del saber na
rrativo. La ciencia es considerada un subconjunto del cono
cimiento, pero nuestra investigacin nos hace ver que esa
falsa modestia no consigue disimular ambiciones hegem-
nicas con respecto al saber. Cierto consenso reconoce la pre
eminencia del saber narrativo bajo la forma del saber tra
dicional. En psicoanlisis se ha llegado a defender un punto
de vista similar. Ahora bien, un saber de ese tipo puede so
brevenir slo una vez terminado el anlisis, nunca antes.76
O entonces slo podr tratarse de trozos de relatos minados
desde adentro por la asociacin libre. Sin embargo, algunos
psicoanalistas, como Donald Spence, fueron seducidos por
la referencia a la narratividad, aunque no tuvieron muchos
seguidores. Es que la asociacin libre rompe el relato. Desde
nuestro punto de vista, cuando se trata de entender la rela
cin analtica, la teora de los juegos no es ms que otra de
las formas que adquiere una abstraccin intelectualista
siempre obsesionada con el postulado cognitivista, pero, a
mi entender, impropia para dar cuenta de los procesos que
se desarrollan en el conflicto y a los que slo se accede a tra
vs de la transferencia. No han de ser precisamente los tra
bajos de la escuela d Palo Alto (P. Watzlawck) los que pue
dan hacernos pensar lo contrario. Pasado cierto efecto de
curiosidad, estos trabajos, aunque son frecuentemente cita
dos, ocupan hoy un lugar muy restringido tanto en psiquia
tra como en psicopatologa. Desde luego, se reconocer que
el procedimiento de los juegos de intercambio no es denota
tivo ni tampoco proviene de enunciados prescriptivos, ya
que el principio de prescripcin de la regla fundamental es,
en realidad, un principio de no-prescripcin a travs de la
regla de decirlo todo sin omitir ni elegir nada de lo que se
presenta en el espritu. Esa es la paradoja de la asociacin
libre: el analista sabe que es una prescripcin imposible de
cumplir pero que aun as sigue siendo fundamental.
Luego de haber intentado relacionar al psicoanlisis con
los respectivos modelos biolgico y antropolgico, es sor-
1998. (Texto indito de mi contribucin a un simposio que tuvo lugar en
esa ciudad.)
76 A. Green, Mconnaissance de Tinconscient, en Linconscient et la
science, bajo la direccin de R. Dorey, Dunod, 1993.
prendente comprobar una vez ms su desterritorializacin.
De todos modos, creemos menos en una fatalidad esencial
que en una obstinada negativa a entrar de lleno en este pen
samiento (salvo honrossimas excepciones, como los ya
mencionados Edelman, Vincent, Juillerat, Morin, etc.). Es
cierto que, en s, el psicoanlisis permanece ajeno a la preo
cupacin posmodema por el crecimiento del podero. Roger-
Pol Droit77 incluso ve en lo humano el reparto de una debi
lidad superior que me parece seguir el hilo de las metas
que se propone la cura psicoanaltica.
Tado esto para decir que nos hemos alejado mucho de
una pregunta que se volvi predominante: Y para qu sir
ve?. Desde luego, que no cuenten con nosotros si se trata
de responder: Para nada. Siguiendo la buena tradicin
psicoanaltica, nos inclinaramos a devolverle la pregunta a
nuestro interlocutor, preguntndole: Y a usted para qu le
sirve hacer esa pregunta?, nada ms que porque en esa for
ma podramos contestar mejor. Pero para eso habra que
empezar por admitir que, si as fuera, de nada sirven los
instrumentos del pensamiento tradicional. Los que pudie
ran ser de alguna utilidad, despus de ser analizados con
todo rigor, desembocan en ese pensamiento hipercomplejo
donde el psicoanlisis no tiene dificultad en reconocerse. Se
ra bueno convocar a todos aquellos que nos parecen aptos
para ayudarnos a formular el sentido de nuestra bsque
da: esos que no se obsesionaron con la idea de neutralizar o
de soslayar el psicoanlisis, ni esperan que languidezca pa
ra as pasar a otra cosa. Me refiero a los que aceptaron el
dilogo. Aparte de los ya nombrados, no olvidaremos a Ren
Thom y, muy en particular, los conceptos que defendi acer
ca de la salienciayla pregnancia. Por su parte, P. Medawar
piensa que el xito de un saber reside en tener ideas. To
dava nos falta darles cabida a aquellas que parecen estar
alejadas de ese saber del que partimos y que a veces llevan a
impugnarlo. Porque, en definitiva, qu es una idea fuerte
sino esa que nos desestabiliza y nos confronta con lo impen
sado? Tener ideas no siempre sirve para acrecentar el poder.
Al contrario, la experiencia demuestra que muchas veces el
acrecentamiento del poder se logra a travs de despreciar
77 R.-P. Droit, Faiblesse et barbarie. Lhistoire des fondements, en
Lhumanit de Vhumain, Cercle dArt, 2001.
las ideas o de desinteresarse de ellas.78 El nazismo fue tan
poderoso que lleg a dominar Europa, pero no puede decir
se que haya favorecido demasiado la discusin cientfica.
Desde luego, no faltar quien nos pregunte: Pero, qu pa
sa al final?. Bueno, al final no sabemos si todava quedar
alguien para explicar lo que ocurri.