UN MONTONERO Entre La Paz Las Bestias Jesus Marrero
UN MONTONERO Entre La Paz Las Bestias Jesus Marrero
UN MONTONERO Entre La Paz Las Bestias Jesus Marrero
ISBN
DERECHOS DE AUTOR
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A los dos Pedros
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MI AGRADECIMIENTO
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PRLOGO
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No lo puedo asegurar, tampoco interesa. Lo que s afirmo es
que, quien lea esta obra, se estremecer sin tener en cuenta de dnde
proviene la trama: si vivida, si contada o soada.
Es difcil definir el gnero de esta novela; puedo decir que es
una novela poltica, psicolgica, de aventura, romntica. Me
contradigo? No. Son pocos los autores que pueden anudar tan distintos
gneros en una obra. Jos Luis Marrero lo logra a travs de un
argumento que es el reflejo de la vida. Indaga hasta lo ms profundo en
su conciencia y lo escribe. Dice: yo era defensor de los dbiles y
cagones desde muy chico y desde este cimiento, sostendr el accionar
posterior en una huida al norte argentino, alocada, y en apariencia sin
rumbo. En esa confesin inicial nacer su relacin con Paique, india toba
y el hecho sangriento que corona su viaje.
Viaje que le permitir suponer que amor y paz son inherentes al
ser humano, hasta alcanzar la reflexin que la misma caracterstica
tienen la violencia y el odio. Y en esta dualidad, alcanza el principio de
la sabidura: la duda. Es entonces que se cuestiona: ojal supiera hoy
como ayer, qu es lo bueno y qu es lo malo; planteo que reitera cuando
se pregunta hubo montoneros buenos y montoneros malos, hubo
milicos buenos y milicos malos, hay gente buena y gente mala?
Este libro supera cualquier narracin sobre la guerrilla que se
haya escrito hasta la fecha. No necesita mostrar batallas para que uno las
sienta. Se dan en la ciudad, en el monte virgen, en las relaciones
humanas. Marrero logra que el lector sienta la amenaza de la violencia.
De la violencia difundida y actuada, pero no deja de lado por ser mas
rigurosa, la agresin que produce la desnutricin, el chagas, la diarrea y
la pobreza que padecen miles de marginados, entre ellos, matacos o
tobas que, con suerte, alcanzan a vivir poco ms de treinta y cinco aos.
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El autor encadena en el relato su situacin personal. Lo hace
desde el principio cuando habla de sus padres: intento recordar gestos
afectuosos de mis viejos. Me apena todava ese vaco en mi memoria,
ese agujero negro. Buena definicin, porque los agujeros negros tienen
un poder gravitacional inmenso. Cualidad que se demostrar en el
desarrollo de la trama, en cada accionar del protagonista.
Un montonero entre la paz y las bestias es tambin una soberbia
novela de aventuras. Sus personajes, bien definidos, despiertan nuestras
pasiones. Mencin aparte merecen tres objetos que, por la maestra de
su tratamiento, se transforman en personajes insoslayables. Hablo de las
motos Gilera, Puma y Royal, vehculos que, con su alma de acero, sern
difciles de olvidar.
Esta obra, ya lo dije, es buena. Abrigo la esperanza de que
servir para entender y aceptar los errores cometidos, con el objetivo de
alcanzar un futuro mejor para los argentinos. Consejo: lala y reflexione.
Juan Gabriel Vzquez, escritor colombiano, dice que no existe
una historia sin dolor. Un montonero entre la paz y las bestias lo es.
Historia sobre el dolor individual y social que deja avizorar una posible
redencin, a la que llegaremos de a poco, con esfuerzo, con dudas, como
corresponde a un objetivo tan ambicioso.
JORGE O. SALLENAVE
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ACLARACIN INNECESARIA
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INTRODUCCIN
Qu difcil es relatar cosas de las que uno est ahora tan lejos
como la infancia, por ejemplo. Pero no es tan difcil recordar la esencia:
Fui feliz, y lo fui careciendo de cosas materiales porque que nac en una
familia de clase media baja en la que lo nico que no me falt fue la
comida y la educacin. Usaba ropa heredada de mis primos, juguetes y
bicicletas tambin heredados. Me eduqu en el colegio Don Bosco
durante la primaria, cuyo costo era bancado en parte por mis viejos y en
parte por mis tos. Social y culturalmente mi familia era de clase ms alta
que la econmica, lo que en ese entonces -aos 60- era bastante comn
en la sociedad sanluisea: gente culta en un entorno econmico de
pobreza. Paradjicamente hoy es justo al revs: en San Luis hay
muchsima gente con poder adquisitivo importante y nada de cultura -
verduleros con plata- dira mi abuela, sin nimo de ofender a los
verduleros.
Pero mi felicidad era casi autista pues me bastaban un par de
amigos del barrio y a veces ninguno. Recuerdo haber corrido aventuras
inverosmiles en soledad, y las disfrutaba tanto como si fuera en pandilla.
Disfrutaba de la escuela, de la abuela Luisa, de Estela -mi niera- de los
libros que descubra en la nutrida biblioteca que pap tena en cuanta
pared poda colocar un estante, de las correras con mis primos Osvaldo
y Berti, de las salidas de campamento con los curas del colegio, en fin,
para m, vivir era un gozo. Era tan intensa mi niez que se me dificultaba
dormir porque, para m, dormir era restarle tiempo a la vida y pasaba
las noches leyendo o haciendo experimentos con electricidad o qumica
hasta que el cansancio me venca.
Intento, vanamente, recordar gestos afectuosos de mis viejos.
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Me apena todava hoy ese vaco en mi corazn, ese agujero negro. No
s si ese espacio alguna vez estuvo ocupado pero prefiero creer que me
falla la memoria. Me amaron sin que yo me diera cuenta, eso creo, pero
sin demostraciones que seguramente consideraran superfluas. S
recuerdo de ellos, en cambio, la virtud de haberme orientado a la buena
msica, a la lectura, a las inquietudes sociales y a escribir, escribir mucho
sobre lo que saliera en el momento. Hoy agradezco que me inculcaran
ese hbito que, utilizado con mtodo, sustituye en gran medida al
psiclogo -a un costo mucho menor- y permite dejar en tinta y papel un
montn de historias lindas y algunas mediocridades y tonteras,
amalgamadas sin pretensiones literarias. Y como casi a diario dejaba en
papel el contenido de mi corazn, al da siguiente sala de mi casa
renovado y listo para encontrar nuevos contenidos, sensaciones y
aventuras, para volverlo a llenar de lo que me haca ms feliz: sentir la
vida. Tal vez desde entonces sufro lo que algunos consideran una
patologa, esto de vivir al lmite de todo, al lmite del peligro, de la vida,
del delito, del amor, de la furia, de la piedad, del placer, del deseo... . Lo
que en la posmodernidad se llamara un borderline -segn sentenci
una amiga inglesa- o en criollo, un cuasi-marginal adicto a la adrenalina.
Pero, patolgico o no, fui feliz de ese modo. Y an lo soy,
aunque ahora sin el condimento de la ingenuidad, sin la sensacin de
inmortalidad propia de la infancia. Ahora s que soy imputable, finito,
mortal, tangible y miserablemente animal.
Casi todos mis recuerdos de la infancia me remiten a momentos
felices y placenteros. Desde mis primeros intentos sexuales con mi
vecina, hasta las reprimendas -no muy frecuentes- que reciba por las
travesuras diarias con que sobresaltaba cotidianamente a mis viejos.
Desde las primeras peleas en la escuela primaria hasta mi insolencia
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contestataria en la secundaria, todo lo viv con desmesurada intensidad.
Claro, olvidaba un detalle no menor: no exista la televisin
como dopante electrnico ni la internet como red sustituta de las
neuronas. Todava no s si eso es bueno o malo, pero esa era mi realidad
en mi contexto. Realmente fui feliz y no estoy muy seguro de que las
nuevas generaciones lo sean tanto en su frenes consumista. Les han
hecho creer que la felicidad es un clis hippie y que lo que importa ahora,
es tener y, lo que es ms importante, mostrar lo que se tiene. Yo no saba
nada sobre consumismo y la vida para m era sinnimo de vrtigo y poco
ms que eso. Lo nico que me pacificaba era la lectura y el hbito de
escribir.
Ese casi desenfreno por sentir, me hizo como soy ahora: casi
igual que en mi infancia, desinteresado, un poco cnico, muy sarcstico
y, claro, ateo.
La diferencia entre ayer y hoy es que ahora soy un poco menos
feliz, y un maduro agnstico. Cuando pibe lo era slo por llevar la contra
al resto de la gente y especialmente a los sacerdotes del colegio. Era un
ateo militante activo, discutidor y tan irracional como los creyentes,
aunque eso ira cambiando, afortunadamente, a medida que creca.
Nunca tuve los ojos vendados respecto de lo que ocurre a mi
alrededor, disfruto de lo bueno y tomo minuciosa nota de lo malo. Por
esto, mi vida quedara definitivamente marcada en la adolescencia por
la necesidad de luchar en pro de lo bueno y en contra lo que yo entenda
por malo que, en general, era lo malo de verdad.
Ojal supiera hoy como ayer, qu es lo bueno y qu es lo malo.
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I
Yo era defensor de los dbiles y los cagones desde muy chico. Tena
buena contextura fsica, era un gil peleador y, debo admitirlo, tena
cierta tendencia a la violencia. Siempre cre que as como el amor y la
paz son cualidades inherentes slo al ser humano, tambin lo son la
violencia y la guerra -mal que nos pese- debo decir desde la reflexin y
la madurez.
Sostenidamente se fue gestando en m un rechazo casi
compulsivo por los uniformados, con la polica encabezando la lista. Y
este rechazo no era para nada caprichoso porque desde muy chico
presenci los arrestos y maltratos que sufriera mi viejo en su carrera
sindical y como militante peronista as como las batallas campales -de
las que pap siempre era parte- que se producan entre estudiantes,
docentes y trabajadores contra la polica o el ejrcito para ganar las
calles, y as fui formndome desde muy chico en un ambiente en el que
la violencia era la regla y no la excepcin. El enemigo, para m, siempre
fue uniformado.
El barrio donde me cri era de clase media empobrecida y todos
mis amigos y yo, moneda ms moneda menos, ramos bastante
humildes. Jugbamos juegos humildes como las bolitas, las figuritas y
las carreras de chapitas por el cordn de la vereda. Tenamos nuestro
equipo de ftbol para pelearle el campeonato a nuestros archi enemigos
del Pasaje Teniente Ibez, con quienes siempre terminbamos a las
trompadas y piedrazos. Del equipo del Pasaje recuerdo, entre otros, a
Mario Prez y al Sapo Lucero quienes fuera de la cancha siempre
fueron buenos amigos mos.De mi equipo de la calle Las Heras, recuerdo
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a Julito y Quique Capello, Carlos Garrido, Alfredo Barrera, Juan
Miguez, Gustavo y Rubn Chacn, Jorge Salama y otros cuyos nombres
se me han desdibujado con el tiempo. Todos ellos, hoy son hombres de
bien y, seguramente, refrendaran nostlgicamente mis recuerdos y
sensaciones si, tal como a m, se les diera por escribir. Entre todos
construimos un grupo feliz, lleno de vida y de experiencias comunes
como por ejemplo los frustrantes esfuerzos para debutar sexualmente -
cuando slo tenamos entre ocho y diez aos- con la misma vecinita con
quien jugbamos a la casita o al doctor. Por supuesto todos debimos
seguir masturbndonos y haciendo concursos de distancia eyaculatoria
durante varios aos ms. Uno es mdico, otro veterinario, varios somos
comerciantes, otro es abogado, y tenemos en comn una vida de trabajo
y esfuerzo.
Slo dos del grupo tuvimos militancia poltica: Gustavo Chacn
y yo. Aunque por vas separadas, ambos terminamos siendo zurditos, y
lamentablemente nuestras vidas nunca se volvieron a cruzar porque, por
razones operativas y tcticas de la orga, -lase Organizacin
Montoneros- era mejor y casi una exigencia aislarse de amistades y
desapegarse de parentescos, segn no s qu sacrosanto versculo de la
biblia del buen guerrillero.
Del barrio de la calle Las Heras, con mi familia nos mudamos
a una casa en Avenida Espaa esquina Irigoyen, en donde viv el bajn
de la separacin temporal de mis viejos. Era en la poca del Gobierno
de Illa, all por el 64 65, poca en que mi padre estudiaba psicologa
y se le chifl el moo, como a todo buen psiclogo, lo que deriv en
separacin matrimonial,con mi vieja a cargo de los hijos, mientras el
viejo cirujeaba en Buenos Aires. En esa casa yo cumplira los quince
aos, poca de mi tan ansiado debut sexual con una mujer cinco o seis
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aos mayor que yo que se llamaba Amalia, con quien estuve de novio
por seis o siete meses en los que me ense casi todo lo que por el
momento ansiaba saber del sexo, mujer de quien, por supuesto, me
enamor y desenamor rpidamente. Por ese tiempo, a partir de los 67
68, me un a la UES -Unin de Estudiantes Secundarios-, de
orientacin peronista y clandestina por tratarse de una organizacin
proscripta por el gobierno militar de Ongana y su Revolucin
Argentina a partir del 66. Yo oficiaba de enlace entre la UES y la JUP
con quienes tena contacto porque asista infaltablemente a charlas de
adoctrinamiento. Esto me llev a conocer gente muy preparada
ideolgicamente, con quienes participbamos de marchas y actos de la
resistencia peronista que terminaban siempre en represin policial, gases
y palos. Cursaba la secundaria en la ENET N 1, pero promediando
tercer ao, me echaron porque me negu a usar uniforme y tuve que
pasar al Colegio Nacional en donde, sin demoras, organic brigadas de
choque de la Juventud Peronista siempre encuadrados en la UES y
conducidos por gente de la Universidad.
Poco despus -mayo-junio del 70- se produce el secuestro y
ejecucin de Aramburu -operacin bautizada Pindapoy y ms tarde
aramburazo- como presentacin en sociedad de los montoneros que,
en realidad, ya existan inorgnicamente como un rejunte de gente de
las FAP, las FAR y algunos ex militantes de las juventudes catlicas
devenidos en la nueva izquierda popular. Para mi asombro y decepcin,
ese operativo, junto con otros factores de corte netamente ideolgico,
ocasion a nivel nacional y provincial que la JP se escindiera
oficialmente en dos corrientes: los fachos y los de la tendencia. Aunque
me doli en el alma e intent posponer mi obligacin de optar,
finalmente tuve que hacerlo y, obviamente fue en favor de la izquierda.
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En realidad, era donde me senta ms cmodo y acept como
primer encargo de la conduccin quedarme con los fachos para que mi
integridad no corriera peligro y de paso de vez en cuando aportaba
alguna informacin segn me sugirieron. Me consideraban todava un
pendejo atrevido, pero potencialmente til. En realidad, me usaban como
infiltrado de la izquierda en las filas de la derecha.
Naca por entonces oficial y pblicamente la organizacin
Montoneros. Yo tena diecisis aos.
Con la JP de los fachos organizbamos pequeos golpes de
efecto contra la dictadura con actos relmpago bastante violentos que
consistan en colocar bombas panfleteras, quemar cubiertas y realizar
atentados incendiarios contra reparticiones del gobierno militar de San
Luis. Tambin buscbamos enfrentamientos con la polica toda vez que
fuera posible. Todo esto sugerido y acompaado con precisas
instrucciones por el propio General Pern que, desde el exilio,
convocaba a la resistencia activa y armada contra la dictadura y nos
haca llegar, por medio de grabaciones y escritos, las tcticas especficas
para tales fines. Estas directivas eran introducidas al pas por
compaeros de la alta dirigencia peronista que visitaban al Viejo en
Espaa con regularidad. Lamentablemente, a su regreso, Pern tuvo una
laguna y borrn con el codo lo que escribi con la mano, Cuando las
juventudes se polarizaron claramente, la izquierda capitaliz sin titubeos
las acciones violentas contra el rgimen, que la derecha tuvo que ceder.
Corra el ao 73, Pern volva de Espaa y se fragu Ezeiza, en
donde qued junto a mis compaeros de San Luis en el medio del tiroteo
entre facciones de la derecha sindical y la izquierda peronista. Ese da yo
refrend definitivamente mi decisin de militar en la JP de izquierda
porque quera ser protagonista del cambio que se avecinaba con el
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famoso y manoseado tema del trasvasamiento generacional del que
tanto hablaba Pern desde el exilio y sobre el que constantemente hacan
hincapi los adoctrinadores del partido. Adems, el desastre de Ezeiza
haba sido abiertamente provocado por los fachos de la UOM,
manejados directamente por Lorenzo Miguel y, solapadamente, por
Lpez Rega. Arruinaron con muchos muertos, sangre y dolor, un da que
deba ser glorioso.
All, en el medio de la balacera, me ayud a escapar un
montonero que, a su vez, me contact con otros con quienes, luego de
calmada la locura homicida, intercambiamos direcciones y mtodos para
mantenernos en contacto. Tena diecisiete aos y los montos me
consideraban ya como un reclutado y posible cuadro de combate cuando
advirtieron que, a pesar de mi corta edad y la monstruosa confusin
reinante, actu en esa circunstancia, con aplomo y firme determinacin,
porque haba logrado rescatar a todos mis compaeros, sin un rasguo,
de la zona ms peligrosa.
Cmpora -hombre de la izquierda peronista- gana las elecciones
que convocara el general Lanusse y Pern vuelve de Espaa slo para
echarlo y asumir la presidencia junto a la nefasta Isabel Martnez y su
inseparable brujo. Ese da se me cay el dolo de mi vida al que
reemplac, sin titubeos, por la idealizada imagen de Eva Pern.
Si Evita viviera sera montonera, cantbamos ingenuamente
mientras buscbamos una explicacin a la echada de Plaza de Mayo que
nos hizo Pern en el setenta y cuatro.
Justamente promediaba el 74 cuando un grupo de montos de la
zona de Caballito, conmigo a la cabeza del operativo, nos metimos en el
Ministerio de Bienestar Social de Lpez Rega y, mientras el peronismo
oficial celebraba un acto poltico, nos robamos un verdadero arsenal
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clandestino de armas automticas y explosivos. Lopecito guardaba
estos chiches para la AAA que l haba fundado. El golpe lo organic en
forma casi sin consultarlo, con la audacia y la caradurez de un pendejo
inconsciente. Pero todo sali impecablemente bien, no tuvimos que
lastimar a nadie y las armas quedaron en Montoneros. Slo hubo que
entrar de traje y corbata -los que eran ms grandes que yo- y hacernos
pasar por matones de Lpez Rega encargados de trasladar el arsenal a
otro lado. Mi funcin autoasignada, junto con otros tres jvenes, fue la
de changarines para acarrear las cosas hasta una camioneta Ford F100
que habamos robado la noche anterior. Haba descubierto el arsenal por
casualidad cuando fui al ministerio y me met en la oficina equivocada
mientras gestionaba los pasajes gratis de tren para mis brigadas de JP -
como siempre hacamos cuando haba actos en Plaza de Mayo . Esa fue
mi carta de presentacin para que los cumpas importantes de Buenos
Aires, como Gaby y Mario, me consideraran un elemento a tener en
cuenta, aunque yo an no los conoca personalmente y no estaba seguro
de querer conocerlos.
Por entonces la AAA ya funcionaba tambin en San Luis
sostenida por importantes personajes de la Iglesia y los infaltables
colaboracionistas civiles de siempre. Mi familia siempre fue un objetivo
de esa organizacin terrorista y no dejaron pasar ocasin de atentar
contra nosotros. Mi madre haba comprado una casa en el barrio Pueblo
Nuevo, que haba conseguido a muy buen precio porque se deca que
estaba embrujada -crase o no- porque su anterior propietario era un
curandero, vidente, medium y estafador famoso que engaaba a la gente
vendiendo lo que, segn l, eran los planos del tesoro del virrey
Sobremonte. Como sea, nos mudamos all, ms o menos cuando pap
retornaba de sus andanzas por Buenos Aires. Una linda casa en el medio
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de uno de los barrios ms pobres de San Luis. Ah sufrimos dos
atentados con bombas y uno a balazos por parte de la AAA. Form
entonces, junto a varios cumpas universitarios, muchos cuadros
militantes de JP que incluan los barrios Cuias, Pueblo Nuevo y
Nacional. Trabaj entre otros con Pedro Ledesma -hoy desaparecido- y
las compaeras Alba y Choli que pertenecan a la faccin de los fachos.
Desde la izquierda nos supervisaba tmidamente un reducido
grupo de montoneros de una jerarqua un poco ms importante que la
ma. Tenamos en esa barriada ms de doscientos militantes jvenes -de
entre diecisiete y treinta aosde los cuales siete ramos montoneros
formados militarmente y entrenados en una finca de Azul, en la
provincia de Buenos Aires, entre otros por la mismsima Norma
Arrostito, Gaby, para los amigos. De cualquier modo las tareas que se
nos asignaban eran blanda y se trataba ms que todo de logstica e
inteligencia para operativos locales y algunos pocos operativos
nacionales como la distribucin de mercaderas de primera necesidad,
entre gente pobre de algunos barrios. Ese operativo fue posible gracias
al botn obtenido del secuestro de los hermanos Born, del poderoso
grupo empresario Bunge y Born. Esto sucedi entre diciembre del 74
y enero del 75.
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me puse a trabajar en la Direccin de Cultura de la UNSL en donde
conoc a quien luego sera mi esposa. Por entonces tena dieciocho aos.
Justamente en esa Direccin era donde se concentraba la intelectualidad
de la izquierda y yo me senta a mis anchas porque todo me empujaba
en la misma direccin: la lucha armada contra la Triple A, el liberalismo,
las Fuerzas Armadas, la corrupcin sindical y, obviament,e el resto de la
derecha peronista. Por entonces gobernaba la provincia don Elas Adre
-mentor de la famosa Acta de Reparacin Histrica y consecuente Ley
de Promocin Industrial- hombre que, de algn modo, se apoyaba en el
ala izquierda de la JP, lo que lo converta en un buen aliado de
Montoneros, aunque l no lo era en absoluto.
Comenzaba por entonces a ser frecuentemente invitado a
reuniones clandestinas de la orga en las que se bajaba lnea, se repartan
tareas y se delineaban tcticas. En un par de ocasiones vinieron a San
Luis notorios dirigentes de nivel nacional entre los quienes creo haber
reconocido a varios muy importantes. En realidad, ellos estaban con sus
rostros cubiertos y no puedo asegurar nada sobre sus identidades, pero
en una de esas ocasiones uno de ellos -creo que era Roberto P.- me pas
la mano sobre el hombro y me llev junto con Pedro y Teresita al patio
de una de las casas seguras que usbamos para reuniones especiales, y
me habl por primera vez de lo que l pensaba que iba a suceder con la
organizacin cuando los milicos finalmente dieran el golpe. Creo que
estaba algo pasado de tragos pero me dijo claramente que estbamos
infiltrados hasta los ejes y que se era el momento para que la gente
como yo, se fuera o se comprometiera a fondo con ellos. Hace falta
aliento joven, sin olor a podrido, nos dijo. Quedaba implcito en sus
palabras que saba de traidores concretos y que era obvio que
militarmente nos iban a liquidar pero que en realidad el objetivo de
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Montoneros no era tanto el triunfo militar -eso era realmente una utopa-
sino dejar expuestas las contradicciones del sistema y hacer que el
pueblo reaccionara en masa. Ni l ni yo nos creamos demasiado ese
versito de la retrica revolucionaria, pero me pidi que si decida
comprometerme a fondo, trabajara en contra-inteligencia respondiendo
directamente a un personaje de Buenos Aires que sera mi director a
partir de entonces. Ese personaje hoy es diputado nacional y debo decir
que de l recib algunas tmidas advertencias sobre lo que se vena con
los milicos. Nunca tuve ocasin de agradecrselo. sa fue mi funcin
concreta desde entonces hasta mediados del 76. Adems, entre otras
cosas, Roberto nos encomend, a Pedro Ledesma y a m, la distribucin
clandestina de la revista Evita montonera, como actividad oficial ante
el resto de los cumpas de San Luis que consideraban esa boludez como
de alto riesgo. As eran de cagones. Pedro no era montonero pero tena
ms huevos que muchos de ellos.
En realidad, infiltrados, era un trmino piadoso para definir lo
que estaba pasando. Roberto me habl de Firmenich y lo defini con
todas las letras como un psicpata peligroso con vocacin de
empresario y posible traidor. Se rumoreaba ya por entonces que haba
negocios entre Firmenich y la SIDE. Meses despus, en una reunin en
Lomas de Zamora, donde estaba el propio Mario, me atrev a interrumpir
su delirante charla y le retruqu insolentemente unas instrucciones
disparatadas que estaba impartiendo como declogo de la moral
revolucionaria, el tipo reaccion gatillndome en vaco su cuarenta y
cinco en la cabeza dos veces mientras yo presionaba mi propia Colt en
sus testculos. Esta situacin fue enfriada por Gaby que nos pidi
guardar la testosterona para darle a los milicos.
La verdad es que yo no saba ni cmo empezar en
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contrainteligencia ante un panorama tan poco alentador. Desconfiaba de
todos, tanto de la conduccin portea como de la de San Luis, excepto
de Cobos, Pedro y Teresita, que por mucho tiempo fueron los nicos que
supieron cul era mi verdadera funcin. Muy poco despus, ya en
ejercicio de mis tareas, deschav a un traidor -ac mismo en San Luis-
y la conduccin nacional minimiz, ignor o subestim mi informe.
sto, tiempo ms tarde, le cost la vida al compaero Cobos y creo que,
a la larga, tambin al propio Ledesma. El nombre de ese traidor es Juan,
y digo es, porque todava anda por estos pagos trabajando en el mbito
de la cultura y ligado a las ddivas del gobierno local. Ese Juan negoci,
como varios otros encarcelados, su propia supervivencia a cambio de
mandar a la muerte a un montn de gente leal y valiosa.
27
II
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de Pla en la cueva de la calle Lavalle era quemar pezones con cigarrillos.
La de Becerra era la picana y el submarino.
El de la moto era yo, capitn Pla, era yo. Y para vos coreano,
chino, japons Becerra va lo mismo: era yo el zurdito de la moto, era yo,
Becerra.
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preparaban desde haca mucho tiempo, ramos el pretexto justo, ramos
los malos. Cuando hubo oportunidad de comentarlo con la conduccin
tuve la sensacin de que los incomod bastante, no por la realidad, sino
-me pareci- porque lo haba descubierto siendo prcticamente un
mocoso. Todo me ola mal, tan mal que comenc a tomar precauciones
por fuera de la orga y tal vez eso salv mi vida y la de algunos cumpas.
Comenc por hacer secreta mi militancia, excepto para contados
compaeros, hasta la prctica del desapego familiar, siempre hice lo
imposible para permanecer en el anonimato, e intent, adems, no
involucrar a nadie en mis asuntos. Ni mi padre saba -aunque lo
sospechabade mi verdadera identidad ideolgica. Mientras estaba preso
en La Plata, mi padre tuvo que pararle la boca, entre otros a Juan, ms
de una vez. Tampoco mi esposa saba nada hasta poco antes del golpe,
cuando encontr a Pedro Ledesma, cuya militancia era pblica y
conocida, en nuestra casa, par de veces. Recin entonces ella supo por
m y la insistencia de Pedro, cmo eran realmente las cosas.
Hasta hoy sigo descubriendo conexiones retorcidas entre
Montoneros y los milicos tanto de la Armada como de la Federal y
contubernios entre cumpas colaboracionistas y la SIDE. Tambin con la
Polica de la Provincia se cocinaban traiciones. En retrospectiva, creo
que la mayor parte de la conduccin nacional fue comprada, no con
dinero; sino con ofertas de supervivencia que se concretaran poco antes
y despus del golpe. Esto, segn mis deducciones y las de muchos
analistas serios de la historia reciente, sucedi tanto a nivel local -el caso
de Juan es paradigmtico- como tambin a nivel nacional.
Las pocas cosas que trascendieron pblicamente n cuanto a los
negocios entre Massera y Firmenich fueron slo u a muestra nfima de
varios y retorcidos pactos entre miembros de la conduccin montonera
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y el golpe. Lamentablemente, Firmenich era muy inteligente, tan
inteligente como traidor y, por supuesto, los que pagaron el precio de
este aquelarre fuimos los de abajo, los crdulos, los leales y los boludos
tiles. Si algunos sobrevivimos fue porque, por fuera de la orga, hicimos
previsiones que parecan un poco paranoicas, pero que al fin resultaron
providenciales. En mi caso fue tan simple como seguir militando en el
sector facho de la JP casi hasta el final. Eso me exclua de las listas
negras que tenan los milicos desde mucho antes del golpe aunque -yo
estaba seguro- tarde o temprano alguien hablara, ya sea en la sala de
torturas o simplemente por buchonear. Esta ltima fue la causa de que,
finalmente, mi nombre apareciera en Coordinacin Federal.
Afortunadamente, mi llegada fue tarda, y tuve la ocasin de escapar de
la propia delegacin de la polica en la que estaba secuestrado-detenido
a mediados de mil novecientos setenta y seis.
31
III
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un espejo los bajos del auto familiaras como los desages pluviales de
la casa en busca de bombas, hasta tres veces por da. Lo mismo ocurra
con los automviles oficiales de la Universidad. Entonces no era
disparatado sentirse en peligro y por eso Mauricio Lpez requera, de
vez en cuando, mi servicio de choferguardaespaldas. En esos viajes
Mauricio me hablaba de la doctrina de la no-violencia de la que era un
incansable predicador. Justamente, esa postura militante por la paz lo
llev a ocupar la presidencia del Consejo Mundial de Iglesias, funcin
que lo obligaba a viajar constantemente por el mundo. Los servicios lo
consideraban peligroso porque, en sus viajes por el mundo, Lpez pona
en evidencia la realidad de los verdaderos dueos del poder en la
argentina, con la agudeza intelectual que lo distingua. Mi padre, por
entonces mano derecha del rector, se haba granjeado unos cuantos
enemigos en la administracin de la universidad y uno de ellos era un tal
Balladares quien sindic a mi padre como un corrupto y zurdo peligroso.
As, lo incluy en una extensa lista negra que confeccion junto con la
conocida docente Ana S. y otros como Carmelo S., y un largo etctera
de personajes que vendieron su alma al diablo. La lista en manos de la
SIDE -y por lo tanto de las FF.AA.- se convirti en instrumento de
detenciones y desapariciones de casi todos los universitarios que
figuraban en ella, incluido Mauricio Lpez. Cuando me enter de que
uno de los buchones era ese tal Balladares, lo esper en el hall de la
universidad, cerca de medioda, lo increp verbalmente y ante un gesto
burln de su parte, reaccion y lo golpe en el rostro. Pero claro,
desconoca el alcance de las conexiones que ste tena con la Polica y
esa misma tarde de un horrible da de invierno me fueron a buscar a mi
casa de recin casado -un garage con un bao en la calle 9 de Julio y
General Paz- y me llevaron.
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El operativo estuvo a cargo de un capo de la polica de apellido
Borsalino quien, casualmente, se juntaba a jugar al pker con Balladares
dos veces por semana y eran indudablemente muy amigos. Esa noche
fue de paliza y tortura y as seguira por varios das ms. Mi mayor
preocupacin, aparte de esa violenta situacin en s misma, era que, si
me investigaban a fondo, surgira inevitablemente mi conexin con
Montoneros.
Obviamente, con el correr de los das ese peligro creca
exponencialmente y, sabiendo que si me descubran morira en manos de
esos hijos de puta, comenc a buscar la manera de fugarme de all a
como diera lugar.
34
IV
35
corriendo como un loco. No haba un alma, eran cerca de las diez y pens
que en invierno no haba partidos de ftbol a la noche y por lo tanto
nunca supe qu estaran escuchando los putos milicos. No importa, me
da igual y sigo corriendo, me caigo dos o tres veces, me lastimo, duele
mucho con el fro -que lo pari. Poco a poco, despus de unas cuadras
me voy tranquilizando. No me cruzo a nadie, ni un auto, a nadie.
Encuentro una gran una bolsa de basura, la vaco en la calle y la uso
como poncho. Sigo al trote por los rincones ms oscuros y doy un gran
rodeo para no atravesar el centro. Me faltan unas pocas cuadras para
llegar a casa y aminoro el paso. Pienso en que si mi mujer no estuviera,
morira de fro all mismo, en mi propia vereda. Desde un zagun una
pareja me ve y me gritan boludeces. Yo ni los miro y sigo a paso firme
hasta la esquina de mi casa en donde me parapeto en una obra en
construccin y observo la entrada y los alrededores. Esquina de 9 de
Julio y General Paz. No hay nadie. No senta casi los pies y me di cuenta
de que los tena semi congelados as que hice un doloroso esfuerzo, me
cruc y golpe suavemente la ventana. Tuve que repetir varias veces los
golpes hasta que mi mujer se despert, se asom temerosa y me cost
convencerla de que era yo, el Jos, tapado de escarcha, desnudo y
sangrando bajo una bolsa de basura.
Ya en mi casa, mi mujer calent agua en un calefoncito elctrico
y me restreg el cuerpo con agua tibia, me sec y envolvi con una
manta. Tom un secador de pelo y me calent, mientras en medio de
temblores descontrolados yo intentaba decirle que tenamos que irnos
inmediatamente, que no haba tiempo para llorar ni pensar. No me dio
bola y se puso a calentar una sopa que result un blsamo, a pesar del
ardor que causaba el lquido caliente en mis labios y encas lastimados.
En unos minutos, casi repuesto, prepar una mochila para m y un bolso
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para ella con lo mnimo indispensable, cargu dos fierros que tena bien
escondidos, uno en la cintura, el otro en la mochila y balas como para la
tercera guerra mundial. Juntamos moneda sobre moneda para que ella
pudiera sacar un pasaje a Mendoza y yo, llenar el tanque de mi querida
Gilera Macho 200, que era un regalo de mi suegro. Todo en menos de
cuarenta minutos y ya estbamos camino a la terminal. A una cuadra la
dej para que llegara caminando y le expliqu cmo hacer para que no
levantara sospechas y actuara con naturalidad mientras esperaba el
colectivo. Le dije que no saba a dnde ira pero que no se preocupara,
que se pusiera a salvo en casa de sus padres y que, a travs de mi madre,
liquidara el contrato del garage y arreglara tambin la mudanza de
nuestras cosas. Cuando pudiera hacerlo sin peligro, yo me comunicara
de algn modo. Fue la ltima vez que nos vimos en ms de un ao.
37
V
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das, impartido por gente de Buenos Aires, que eran los encargados de
adiestramiento en sta y otras muchas zonas montaosas. Estos
instructores, de zonas de montaa, no saban nada. El camino era de
tierra y lo hice muy lentamente para no daar la moto y ahorrar nafta.
En un paraje llamado Las Verbenas logr reponer unos litros de
combustible que el propietario de una hostera guardaba en un galpn y
continu, luego de descansar cerca de Intihuasi, por una huella que
llevaba a La Toma. Seran ya como las siete de la tarde y me met en
una cantera de mrmol abandonada para pasar la noche. Me arriesgu a
hacer un fuego pequeo, com unas galletas con mate cocido y me dorm
como un nio. Despert con las primeras luces con el cuerpo adormecido
por el fro, reaviv el fuego, desayun otro mate cocido y part
nuevamente, esta vez apuntando a Crdoba y, obligado a circular por
asfalto, me top con el primer retn militar de los muchos que tuve que
evadir posteriormente. Pero ste me lo encontr desprevenido y no poda
volverme sin despertar sospechas, as que con toda la tranquilidad
posible, me arrim al control lentamente y me hicieron seas para que
me orillara y esperara porque estaban controlando a dos camiones. As
lo hice, estacion la moto cerca de un jeep militar en donde haba un
tambor de gran tamao con una fogata donde un par de sub oficiales se
calentaban las manos. Me arrim confianzudamente y les ped que me
dejaran calentarme un poquito porque no llevaba guantes. Me aceptaron
y convidaron una taza de caf caliente mientras me preguntaban cmo
poda ser tan gevn de andar en moto sin guantes. Les dije que no tena
plata para buen equipamiento porque trabajaba de oficial de cantera y me
pagaban como el culo y que toda la plata que ganaba era para pagar la
moto recin comprada. A todo esto se fueron los camiones y el colimba
que estaba en la ruta me vio charlando con los milicos y tambin se
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arrim al fuego. Era obvio que todava no llegaba mi orden de captura.
Estuvimos como media hora hablando tonteras y cuando me aprestaba
a irme uno de los zumbos me dijo que esperara y mand al soldado a
buscar algo en el Jeep. Yo tena la mano derecha sobre el fierro por las
dudas pero el soldado volvi con unos guantes militares, medio rotos
pero pasables, el sub oficial me los regal y me dijo que me fuera
despacio porque haba escarcha en la ruta. Yo les agradec el obsequio
impostando el acento de los lugareos -chuncano como decimos en San
Luis- y part con la adrenalina a mil. No tena ningn papel de la moto
ni documentacin personal, cosas que se haba llevado mi esposa.
La moto responda bien slo en el fro -Gilera al fin- y caminaba
a noventa y a veces a cien por hora. En una estacin de servicio me
detuve a comprar un mapa y me puse a estudiar cmo evitar las rutas
importantes y dirigirme al norte, a Santa Rosa y de all a Villa Dolores.
All, finalmente, me qued sin combustible justo a la entrada y entonces,
con la moto al lado, camin hacia otra estacin. Mi moto haba sido
tocada por el Jerry para que corriera un poco ms y eso implicaba un
consumo desmesurado. Ahora, sin un peso en el bolsillo, tena que
comprar un montn de litros de nafta. Buen mecnico el Jerry, pero en
ese momento me cagu en l y su rbol de levas cruzado.
Habl con el encargado y despus de bastante reticencia acept
que lavara autos hasta cubrir el importe. Empec de inmediato y termin
a las diez de la noche con un excedente de dinero que me alcanz para
algunos comestibles. Part hacia Cruz del Eje donde dorm en la fosa de
otra estacin de servicio abandonada y la hice mi hogar durante tres das,
compartiendo mi refugio con ratas y araas. En esos das recorr algunas
casas del lugar haciendo arreglos de jardines, barriendo veredas y
limpiando vidrios para juntar algunos pesos. De cualquier modo, haba
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decidido que la nafta para seguir viaje de all en adelante la tendra que
robar, porque era lo que ms afectaba mi presupuesto, y esa noche y las
siguientes sal de cosecha. Descubr que los Renault 12, los Fiat 128 y
los Dodge 1500 eran los ms vulnerables y pronto tena los bidones
llenos y tuve que comprar otros dos que tambin complet rpidamente.
El asunto consista en meterse debajo del auto elegido, perforar el tanque
con un punzn y esperar a que se llenara el bidn. Luego obstrua el
agujero con dulce de membrillo tipo casero -no fallaba nunca- y el dueo
del coche no lo adverta por la pequea cantidad sustrada. Evitaba as
que llamaran a la polica o se armara alboroto. Era riesgoso slo por la
posibilidad de que me encontraran con las manos en la masa, pero bien
vala la pena.
Part finalmente hacia el lmite con Santiago del Estero y llegu
a un pueblito que se llamaba Totoralejos o algo parecido. Todava tena
mucha nafta y slo me detuve a comprar pan casero y mortadela barata.
Pas el lmite interprovincial sin incidentes porque en la casilla policial
no haba nadie y continu hasta un pueblo llamado Sumampa en donde
haba una parada de camiones y me puse a charlar con los choferes para
sacarles informacin sobre retenes policiales que pudiera encontrar ms
adelante. El panorama era alentador en ese sentido porque me dijeron
que no haba nada de nada hasta Aatuya. Nada. Nunca imagin el
alcance de esa palabra hasta que emprend el viaje por un camino de
tierra que era el peor desierto que hubiese podido imaginar. Necesitara
ms nafta. Y agua.
Como no llegaba hasta Aatuya con el combustible, me mand
por una picada en el monte hacia un obraje maderero que era lo nico
que se vea en el horizonte. Me acerqu con cuidado por los perros que
haba pero stos ni siquiera se levantaron de su eterna siesta. Sali a
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recibirme una seora de edad indefinida y me envi un kilmetro monte
adentro donde, dijo, estaban trabajando su marido e hijo. Me advirti
que no me metiera con la moto por las espinas pero no hice caso. Error.
Slo alcanc a recorrer doscientos metros y pinch ambas ruedas. Dej
la Gilera apoyada en un algarrobo y part caminando, puteando de
antemano al hachero y su hacheral. Los encontr cuereando una yarar
de ms de un metro que haba mordido en vano las polainas de cuero del
ms joven -la usan los hacheros para entrar al monte justamente por ese
peligro- y se sorprendieron un poco al verme, pero rpidamente se me
arrim el ms viejo, machete en mano. Yo lo salud precavido con el
fierro en la mano izquierda dentro de la campera, y estrech su mano,
que me tendi floja y con mirada escrutadora. Le dije que disculpara el
atrevimiento de entrar a su propiedad pero que, en realidad, andaba
buscando reponer agua y combustible, que poda pagar sin problemas,
que era buena gente y slo quera llegar a Aatuya. El hombre me dijo
que esperara que terminaran sus labores e iramos juntos a las casas.
Dos horas despus la mujer nos cebaba unos mates bajo el alero
del rancho mientras comamos tortillas al rescoldo. El hombre me
relojeaba y miraba mi moto con envidia. Para la poca, la Gilera Macho
era la mejor moto de la Argentina aunque segn don Goyo -as se
llamaba el hombre- la Puma 125 no se quedaba atrs y consuma la
mitad, dicho lo cual me llev a un galponcito al costado de la casa y me
mostr orgulloso su moto. Estaba horrible de aspecto pero el motor se
vea muy brillante y cuidado y estaba bien de cubiertas. Le ped que la
arrancara y rpidamente se mont y la arranc en la primera patada -
cosa que mi Gilera no haca nunca- le dio dos o tres aceleradas y qued
ronroneando suavemente. Me interes en el acto porque yo vena
pensando en cambiar de montura haca rato porque seguramente mi
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moto era buscada por la polica y adems era demasiado llamativa con
su pintura y cromados relucientes. Volvimos a sentarnos bajo el alero
mientras caa la noche y le propuse el trueque: mi moto pinchada y sin
nafta por la de l, tanque y bidones llenos y un poco de comida. Me mir
extraado pero l saba que de algn modo me tena atrapado y me dijo
que hiciera noche all, que por la maana me contestara, que deba
pensarlo y consultarlo con su vieja. Le agradec el convite y muy
temprano, luego de cenar un guiso carrero muy bueno con carne de
quirquincho, me dijo que poda dormir en el galponcito de la Puma y
que poda usar la letrina que tenan atrs. Le agradec nuevamente y all
fui a dormir entre medio de aperos, hachas, machetes y un montn de
vinchucas, a la par de un brasero que me arrim la mujer de Goyo un rato
ms tarde.
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Al amanecer me despert el ms chico con un jarro de mate
cocido con leche de cabra y ms tortilla al rescoldo. Me pareci que
desbordaba amabilidad. Desayun y me sent mejor cuando sal del
galpn. Don Goyo estaba subido a mi Gilera admirndola y all supe
que el negocio estaba hecho. Lo dems fue coser y cantar. Me dio la
Puma con el tanque lleno, me complet dos bidones de cinco litros de
nafta y provisiones secas para unos cinco das. Hicimos unos ridculos
papeles firmados por ambos para darle visos de legalidad a todo el
asunto y me fui. Firm como Oscar Ordez.
La Puma andaba muy bien y part a buena velocidad hacia
Sumampa, en donde no haba nafta. Pas de largo y enfil para Aatuya,
que quedaba a una buena distancia. Me lo tom con filosofa porque el
camino era infernal e interminable. Acampaba debajo de montes grandes
fuera de la ruta. Me cruc con dos o tres vehculos en todo el trayecto:
uno era un Unimog del Ejrcito. Me hizo una sea de luces y me
cruzaron en medio de una polvareda. Zaf de nuevo. Llegu a Aatuya
dos das despus. Estaba lleno de milicos de todos los colores pero como
yo estaba casi mimetizado con la gente de la zona pas sin llamar la
atencin excepto por la desmesurada carga sobre la pobre Puma. Par en
una estacin de servicio -la nica- llen el tanque y pregunt por trabajo.
Me dijo el encargado que con suerte slo podra conseguir algo como
hachero. Inmediatamente compr un hacha, una lima y una piedra de
asentar, cargu todo en la moto y me mand por las picadas buscando
obrajes. Pronto encontr uno y all mismo me dijo el capataz las
condiciones de trabajo y la paga. Al mejor estilo de La Forestal ellos
provean el alimento, las herramientas, los caballos, el tabaco, polainas
y dems aperos a un precio muy mdico que, prcticamente, me dejara
sin salario. Yo le dije que herramientas tena, tambin botas e
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indumentaria adecuada. No necesitaba nada excepto caballo y comida.
El hombre, conocedor, se sonri burlesco al verme un poco menos
morocho que el resto, me mir las manos y supo que yo nunca haba
hachado nada. Tuve que firmar un papel y poner en depsito la moto
por el caballo que usara para trasladarme a la zona de tala. No tena
dinero para aperos, as que habra que montar en pelo. Tampoco tena
para pagar un lugarcito en las barracas para dormir ni para usar el bao.
Me dijo el capataz que debera armarme un torito en la zona de hacheral
y vivir como otros varios que luego ira conociendo. Algunos hacheros
vivan en toritos con familia y todo.
Ya era muy tarde y comenzara mis labores al otro da. Com un
poco de carne charqueada hervida y me tom media botella de tinto que
me regal otro obrero. Arm una chala -tabaco envuelto en hoja de
choclo- y fum lentamente pensando en qu carajo haca yo ah. Esa
noche dorm a la intemperie al lado de mi caballo. Haca mucho fro,
mis frazadas apenas lograban su cometido y tuve que encender una
fogata considerable para pasar la noche, a pesar de las protestas del
encargado. A las cinco de la maana nos levantamos, desayun mate
cocido con galletas marineras, pas todos los bultos de la moto al caballo
y partimos en una cabalgata de dos horas que me dej el culo a la
miseria. En el hacheral todo fue atar el caballo, encender una fogata,
afilar el hacha y empezar el laboreo. Es difcil explicar la dureza de ese
oficio. Es tan duro como los quebrachos y algarrobos que hachbamos.
El mayoral nos tena zumbando y dos por tres se armaban trifulcas a
causa de los malos tratos y excesos de los capataces. Esa primera jornada
me sirvi para saber lo que es trabajar a brazo partido literalmente y
tambin aprend que siempre deba llevar el cuchillo en la cintura para
imponer respeto en el nico idioma que conocen los hacheros: la pelea
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a poncho, de las cuales presenci varias. Cuando alguien resultaba
muerto, se lo enterraba en el monte sin ms trmite, y all no haba
pasado nada. No bien mis manos empezaron a sangrar a causa del hacha,
comenz el verdugueo y las cargadas por parte de los capataces y
hacheros viejos. Fantaseaba con reventar a uno por uno con el fierro que
cargaba entre mis ropas pero segu hachando a pesar del dolor y la
humillacin. A la hora del almuerzo mis manos eran una masa grotesca
de sangre y ampollas. Por suerte, un hachero viejo y silencioso me llam
aparte y me dijo que poda hacerme un emplaste para mejorar mis manos
mientras comamos y que as seguira hachando con menos dolor. Si me
renda sera despedido sin ms trmite, as que acept, y de inmediato me
unt las manos con una pasta cremosa hecha -me dijo- con vaina de
algarrobo y savia de otras plantas misteriosas. Me hizo un vendaje
precario pero efectivo y alcanc a comer algo de polenta con paloma y
tomar unos tragos de caa. No terminaba de fumar cuando los capataces
empezaron a apurarnos para volver al trabajo y, hasta que lleg el
atardecer, llegu a cortar y desbrozar unos quince rboles. Los dems
hacheros promediaban entre cuarenta o cincuenta piezas por hombre.
Mi produccin apenas alcanzaba para tabaco y papel y sobraban algunas
monedas -fichas de lata, en realidad- luego de que descontaran mis
raciones de comida. El mismo hombre que me ayud con las manos me
explic cmo armar un torito o enramada para vivir all mismo, tal como
hacan otros muchos que no queran dejar en manos del obrador las
pocas ganancias de cada da. Esa noche me explic que el domingo
siguiente podamos ir a rastrear algn caballo sin marcas o cimarrn en
campos cercanos y as podra hacerme de un medio de transporte gratis
y devolver el matungo que me alquilaba el mayoral. Nadie me pedira
explicaciones y l mismo lo amansara para m. Como yo no saba
46
cunto tiempo estara all acept agradecido porque, si no aprenda todos
los rebusques del oficio, no ganara ni un centavo para continuar mi
viaje. Al atardecer puse lo que quedaba de mis manos en salmuera tibia
y volv a colocarme el emplaste mientras don Chicho -as se llamaba mi
ngel de la guarda- sali a buscar peludos, palomas o tates para comer
al otro da sin tener que pagarle a la empresa. Me qued tan
profundamente dormido que no lo escuch volver.
Con el correr de los das mis manos eran ya las de un hachero y
fui mejorando la produccin hasta llegar a los treinta troncos medianos
por da. La faena diaria se pagaba, como dije, con fichas de lata que
despus cambibamos por dinero o mercaderas en la provedura. Por
fin, devolv el caballo gracias a don Chicho, que captur uno bastante
bueno para m y tambin empec a comer ms decentemente porque
haba adquirido tolerancia y hasta cierta preferencia por la carne de
peludo y pecar. Adems, la grasa cuajada de peludo, era realmente
repulsiva pero serva, igual que frotarse el cuerpo con agua de tabaco,
para evitar las picaduras de vinchucas, araas y garrapatas.
Los das se iban poniendo ms clidos y las noches un poco
menos fras.
47
VI
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era completamente legal por all. Rpidamente, encontr compaera de
baile, previa aprobacin del Chicho que ya estaba bailando, y me largu
con un pasodoble y luego un chamam. Cuando empezaron con una
cancin meldica de Ramona Galarza pude apoyar a mi compaera por
primera vez, y a pesar de que ella no era precisamente linda, su buena
disposicin al apoyo me produjo una excitacin difcil de disimular.
Tena veinte aos y hubiera fornicado con un buey. Para disimular un
poco, le dije que tena hambre, y la invit a comer unas empanadas fritas
que venda la cooperadora de una escuela, con un vasito de tinto para
cada uno.
Se llamaba Chela y tena diecisiete aos. Estaba acompaada
por una ta que a su vez bailaba con un ojo atento puesto en su sobrina.
Al ver que Chicho enfilaba con su ocasional compaera hacia la
oscuridad de un baldo, le pregunt a Chela si haba modo de estar un
poco ms solos y me dijo que fuera atrs de la carpa, a los baos, para
conversar ms tranquilos. Ella se fue a la pista de baile y enseguida se
le arrim alguien y se puso a bailar otro pasodoble. Yo apur el vino y
part a la oscuridad de las letrinas, orin tranquilamente, prend un
armado y camin hacia atrs segn sus instrucciones. Cuando arrancaba
otro pasodoble apareci furtiva la Chela y tomndome de la mano me
arrastr hacia una parecita baja donde la bes sin preguntarle nada. Ella
respondi de un modo inequvocamente sexual y all mismo, parados,
hicimos el amor de una manera increblemente breve e intensa. Ella no
era virgen y era tan inexperta como insaciable. Lo hicimos dos veces
completas hasta que, en la tercera, el Chicho me encontr y desde una
distancia prudente me dijo que era hora de volver al campamento. Lo
habamos hecho sin preservativo, y me fui un poco preocupado por las
consecuencias. Una enfermedad me obligara a ir al mdico, as como un
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embarazo de la Chela hubiera sido trgico en mi situacin de prfugo.
Anot mentalmente que deba comprar condones y una caja de
antibiticos para la prxima.
Pero no hubo prxima. Esa semana fue la ltima en el aserradero
porque haba poca venta de madera y despidieron a ms de treinta
hacheros. El Chicho me ofreci unos pesos por el caballo mal habido
que, sumados a los que cobr por mi trabajo - luego de casi acuchillarnos
en una discusin con el pagadoralcanzaban para partir una vez ms. Me
desped slo del Chicho, cargu la Puma y pas por Quimili, repost
combustible y de all part hacia Charata, ya en territorio chaqueo. Tuve
que pasar dos retenes militares y uno policial. En todos us la tctica de
detenerme a garronear algo: nafta o comida y agua, para evitar que me
pidieran documentacin. Slo me daban agua y, deseosos de sacarse de
encima al pedigeo, no me jodan para nada. Esa tonta canchereada
funcionaba estupendamente.
Charata era toda una ciudad, y no haba trabajo para un hachero,
aunque me emplearon provisoriamente en una estacin de servicio como
engrasador. Era un trabajo que pocos queran hacer por la mugre y la
paga miserable. El dueo me dio un cuartito de herramientas, para que
durmiera, al que tuve que limpiar y acondicionar durante la primera
noche, ya que en el da no me dejaron ni respirar de tanto trabajo. Pero
lo importante de la ocasin fue que, por primera vez en ms de un mes
y medio, pude ducharme con agua caliente y dormir bajo techo. Me
levantaba a las seis y terminaba mi tarea a las ocho de la tarde, limpiaba
la fosa con aserrn, las herramientas con estopa y nafta, me baaba, y
sala a recorrer el pueblo. Tena para gastar el dinero de las propinas que
algunos me dejaban despus de un buen trabajo y empec a frecuentar
una taberna de mala muerte que se llamaba El Talero en donde rara vez
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caa la polica. All jugaba a las cartas, a la taba, y los domingos al
domin con los jubilados. Cuando ganaba a la taba me iba al lado del
bar, donde haba una madama que haca trabajar a varias prostitutas
jvenes, la mayora indgenas, muy bellas y muy morenas. Eran
aborgenes Tobas sacadas de las reservas a los diez o doce aos de edad
y que, en general, comenzaban limpiando las habitaciones de las putas
ms viejas, la casa de la madama, o haciendo mandados. En cuanto sus
pechos comenzaban a notarse turgentes, la madama venda su virginidad
a estancieros que pagaban fortunas por el estreno y luego, cuando ya
nadie crea en su virginidad vaginal, la madama venda su virginidad
anal a mejor precio an. Tiempo despus comenzaban a trabajar como
las dems, slo por la comida, habitacin y unas pocas monedas. A
veces, algn generoso les dejaba un vuelto que generalmente enterraban
debajo de sus camas, a salvo de la avaricia de la Turca que las revisaba
despus de cada cliente.
Me hice habitu del lugar y de una prostituta en particular que
se llamaba Paique, de unos quince aos, que adems de bonita se vea
muy vulnerable. Era toda una experta en dar placer y ganaba algn
dinero, pero quera volver a su lugar de origen a toda costa, lo que era
motivo recurrente de sus conversaciones. Ahorraba las monedas de
propina pero la mayor parte del dinero se lo tena que gastar en
antibiticos y preservativos porque la Turca ni si quiera les daba esas
cosas. Creo que llegu a quererla de algn modo en una maraa de
sentimientos de culpa por transgredir la moral revolucionaria, por mi
mujer, que no saba nada de m y por la propia Paique, porque me mostr
lo difcil que puede ser una vida sin necesidad de meterse en poltica o
hacerse guerrillera.
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Qu pequeito que era mi mundo cuando la conoc! Cmo pude
ser tan idiota de creer que mi situacin era una desgracia?
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metidos en una slida pared de espinosa y tupidsima vegetacin. Si bien
tenamos comestibles, los mayores problemas eran la falta de agua y los
constantes pinchazos. Cuando se agotaba mi provisin de parches y
pegamento decid colocar una lonja de cuero duro sin curtir entre la
cmara y la cubierta y eso fue providencial. Se acabaron los pinchazos,
pero nos acosaba la falta de agua que, a veces, obtenamos filtrando
barro y ponindola a hervir. En partes debamos hacer kilmetros a pie,
arrastrando la moto cargada por barreales y guadales. En algunos lugares
haba que abrirse camino con el machete para no dejar la ropa, la piel y
la carne en los espinillos.
Luego de incontables das dursimos, encontramos agua en una
plantacin de algodn donde nos recibieron con un escopetazo del doce.
Result que el encargado del campo vena sufriendo cuantiosos
robos de lechones que criaba y el ladrn casualmente se movilizaba en
moto. Y nosotros andbamos en moto! Pero tan pronto descubri el
error, me hizo seas para que me acercara y sin bajar la escopeta, me
pregunt qu buscaba. Le cont que venamos cruzando el monte y
necesitbamos agua. Nos invit a acercarnos a la casa, me seal el
aljibe y, mirando nuestro miserable estado, hizo un gesto con la cabeza.
Crea que estbamos completamente locos. Cuando termin de llenar
los bidones de agua nos invit a entrar y nos dio de comer y beber.
Estaba conmovido pensando en la travesa que habamos hecho. Crey
que ramos una parejita de novios en fuga -argumento que luego
utilizaramos con frecuencia- y ofreci su ayuda para lo que fuese. Le
ped nafta y me regal veinte litros que no eran de l, sino de su patrn,
y parece que el fulano era un polaco cabrn. Tambin me dio aceite,
carne seca, arroz, tabaco y un equipo para tomar mate. Me desped de l
pidindole discrecin con un guio de complicidad y partimos
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nuevamente. Castelli estaba cerca y tardamos slo dos das. Haba
milicos por todos lados. De los verdes, los azules y los grises. Lo que
se dice la boca del lobo, que lo pari!
Con mi mejor cara de boludo par en el primer retn con la
tctica de siempre para pedir una direccin en Castelli pero no funcion.
El oficial me dijo que l era de Formosa y no conoca bien el pueblo. Me
pidi documentacin mientras no le quitaba el ojo a Paique que, aun
debajo de la mugre que tena, se vea bonita, muy bonita. Yo me llev
aparte al oficial y le expliqu que nos estbamos escapando de sus
padres, que no aprobaban su relacin conmigo, y que en el apuro nos
dejamos todos los papeles en la casa de ella. Le dije que si el padre me
encontraba me iba a destripar porque ella estaba de dos meses. Me
pregunt de dnde ramos y le ment que venamos de Roque Saenz
Pea. Ahora, con un gesto de fastidio y compasin, mir mi moto, mir
a Paique, que tena la tierra del camino surcada por lgrimas de miedo
en su rostro y, finalmente, me dijo que me fuera rapidito, que no quera
comprometerse con esa clase de quilombos. Yo tena la Colt amartillada
en el bolsillo de mi campera, debajo de un gran poncho y el dedo, como
siempre, crispado en el gatillo, porque pensaba que en algn momento
debera usarla y que probablemente all terminara todo. Recordaba
entonces las palabras de Gaby: un guerrillero en un ataque bien
concebido es muy difcil de vencer, pero en fuga, es carne muerta. Me
relaj y sin perder un segundo arranqu la Puma y sal como alma que
lleva el diablo. Me intern en el pueblo y ah pude ver la magnitud del
operativo militar que estaban haciendo. Haba jeeps, unimogs y
blindados livianos. En los baldos haba carpas de campaa y soldados
por todos lados. Lentamente fui pasando calles, sin llegar al centro de la
ciudad, y busqu un barrio pobre. En realidad todo era pobreza extrema
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y busqu la ms extrema, una reserva Mataco. All Paique se sentira a
sus anchas -eso crea yo- y me dara tiempo para pensar en cmo salir
de ese pueblo, sin morir ni matar a nadie. A medida que entrbamos en
la reserva y luego de dos cercos de alambre yo me cuestionaba ms y
ms mi condicin de montonero. Nuestros pueblos estaban cercados con
alambrados. Igual que nuestra ideologa.
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apenas si poda ocultar ese fierrazo que ni siquiera entenda y le
provocaba escalofros. No importaba, no quera sorpresas, y le dije que
se lo bancara un rato hasta que pudiramos estar seguros. Antes del
atardecer nos sirvieron una comida que pareca un guiso, cuyos
ingredientes no quise conocer. Mientras comamos, la clientela de la
vieja mataco se fue haciendo ms numerosa de lo habitual, slo para
chusmear a las nuevas gentes. Ah Paique me dijo en secreto, que Tobas
y Matacos eran enemigos naturales, que ms vala que no se dieran
cuenta de su origen porque a veces la cosa era a muerte, literalmente.
Qu cagada! No sala de un quilombo y ya me estaba metiendo en otro.
Le rogu que hiciera lo imposible para no deschavarse, le ped el fierro,
y me fui a hacer un reconocimiento de todo el lugar para no caer en
trampas por desprevenido. Tard unas horas en memorizar el trazado de
las callecitas de la reserva, me garronearon los perros varias veces
porque era noche cerrada y, cuando volv para hacer un croquis del
pueblo en papel, encontr a Paique ayudando a la vieja a limpiar el
comedor. Estaban de amigas y hablaban un dialecto del guaran comn
a ambas culturas. Chusmeaban y se rean sabe Dios de qu. Pero a m me
vena bien esa amistad y, ms tranquilo, me puse a hacer el mapa,
iluminado por la tenue y amarillenta luz de un farolito anmico. Gaby
me haba enseado que, siempre que fuera posible, deba hacer mapas,
memorizarlos y destruirlos, tanto en el campo como en la ciudad. Eran
parte fundamental de las tcticas de inteligencia y a veces era la
diferencia entre la vida y la muerte.
Al da siguiente part al pueblo para ver si poda hacer una
llamada telefnica a Mendoza y, de paso, para tratar de contactar con
gente del palo. Fui caminando hasta el centro, me met en una oficinita
de Entel, solicit la llamada y me dijeron que la tendran lista en poco
56
ms de una hora. Di un nombre falso y me fui a palpar el ambiente. Se
vean menos milicos que el da anterior y camin por casi todas las
calles, mientras cuadriculaba el pueblo. En una plaza vi a algunos
jvenes con aspecto de universitarios tomando sol en el csped. Uno en
particular estaba leyendo sentado en un banco. Me arrim casualmente,
y me sent a su lado y lo obligu a correrse hacia la punta del asiento.
Lo salud amistosamente y le pregunt qu estaba leyendo. Me mostr
la tapa de un anuario de Mafalda -buena seal porque a Mafalda no la
lean los bestias- y sigui leyendo un poco nervioso. Le pregunt qu
pasaba que haba tantos milicos en el pueblo, y me dijo que estaban
haciendo batidas en el monte, buscando terroristas y el tono sarcstico
en que lo dijo, tambin fue auspicioso. Coment que ya no se poda estar
tranquilo en ningn lado, con tanto ajetreo militar, porque nadie estaba
a salvo de la bestialidad de los operativos. Me empez a mirar con ms
inters y curiosidad porque obviamente no le cuadraba mi forma de
hablar con mi aspecto campesino y me pregunt de dnde vena. Le dije
-mintiendo- que vena de Mendoza escapando justamente del quilombo
y las razias policiales que no dejaban vivir en paz. Le agrad
inmediatamente y me dijo que l era JP y que tena miedo de que lo
terminaran guardando como a tantos otros. Decid jugarme, levant
levemente el poncho, le mostr el fierro y le dije -mir flaco, yo estoy
un poquito ms arriba, en plena fuga, y necesito urgente asistencia
econmica y logstica para seguir mi camino. Cualquier cosa que me
consigas, me sirve. Ahora se puso plido y rgido. Le ped en tono de
exigencia que nos reuniramos al da siguiente en la misma plaza, pero
del lado opuesto. Le volv a mostrar el fierro y le suger que no me fallara
porque lo buscara en cielo y tierra. A veces comportarse como matn era
til.
57
En la oficina de Entel tardaron media hora ms de lo prometido
en conseguirme la llamada a Mendoza. Atendi mi suegra y, a duras
penas, consegu que no pronunciara nombres. Mi mujer no estaba porque
se haba ido a la facultad de Medicina en donde haba conseguido
trabajo. Le dije que yo estaba bien, que demorara en volver a llamar, que
se quedaran tranquilos y que no hiciera ninguna pregunta. Colgu en
menos de tres minutos. La SIDE tardaba entre cinco y siete minutos para
rastrear un llamado porque ya contaban con tecnologa provista por la
CIA.
Di un largo rodeo y me encamin a la reserva, donde encontr
a Paique y unos quince aborgenes ms, mientras participaban de una
ceremonia religiosa en honra a Paiyac o a- Cataya, una extraa deidad
mitad Dios, mitad demonio, que realizaban siempre medio escondidos
en una arboleda, porque los misioneros catlicos los perseguan por
paganismo y les quitaban beneficios si los descubran.
58
reserva. Intent sacarle informacin a la vieja sobre la ubicacin de los
puestos fijos militares, pero ella casi no hablaba espaol, y Paique me
tradujo a medias algunos datos de utilidad. Marqu en el mapa esos datos
que, sumados a los que yo mismo haba visto, me daban un panorama
bastante completo. Los milicos no estaban batiendo el pueblo, sino que
lo haban tomado como centro de operaciones para rastrillar el monte, de
modo que el lugar ms seguro para nosotros era el propio pueblo de
Castelli.
Ese da cocin Paique otro guiso de ingredientes misteriosos,
pero comible. En realidad estaba muy bueno, y la vieja trajo una botella
de chicha para acompaarlo. Terminamos con un pedo que slo se
arreglaba durmiendo la mona.
En la tarde del siguiente da me apost cerca de la plaza, sentado
detrs de un gran jacarand, de modo que vea sin ser visto. Esta vez
llegaron dos jvenes, uno era el Mafalda. Se sent a leer en un banco
mientras el otro caminaba y paseaba un perro horrible, tipo batata.
Esper unos minutos ms y me acerqu a Mafalda, lo pas de largo y
continu hacia el otro que vena de frente. Estaba visiblemente asustado
y lo tranquilic hacindole preguntas boludas sobre su perro. Le ped un
cigarrillo y me convid un Particulares 30 mientras le preguntaba si era
cumpa o JP, a lo que me respondi que era JP de la Conduccin de
Castelli, pero que poda contactarme con uno o dos tipos que, segn l
crea, eran montos. Yo le dije que no era necesario conocerlos pero que
deba conseguirme de ellos algo de dinero, armas, municiones,
explosivos e informacin de inteligencia sobre Chaco y Formosa, y las
rutas adecuadas para viajar sin peligro. El dinero no fue un problema, lo
tena consigo y me lo dio en una bolsita de plstico. Eran Cruceiros.
Muchos Cruceiros. Lo dems demorara un tiempo y quedamos en
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juntarnos a la misma hora, en el mismo lugar, tres das despus. Pas
frente al otro y le hice una sea para que tuviera ojo. Nunca estaba de
ms asustarlos un poco, porque saban que las traiciones, en la orga, se
pagaban con la vida. De cualquier modo, haber revelado mi condicin
ante dos desconocidos, me haca tan vulnerable que, llegado el caso,
poco o nada hubiese podido hacer.
En la reserva todo estaba bien. Paique y la vieja hicieron de
matronas en un parto. En realidad, las aborgenes paran de cuclillas, en
un pozo con paja, como si estuvieran defecando, y lo hacan totalmente
en privado, lejos del casero, bajo un rbol que las ocultaba de la vista y
que serva para agarrarse mientras pujaban. Las matronas esperaban
pacientes a una distancia prudente y cuando la parturienta avisaba, iban
a asistir al nio que entonces era frotado con paos hmedos y envuelto
en otros paos suaves. Lo colocaban luego en un estuche de piel de
carpincho o cordero, que se colgaba a modo de mochila en el pecho de
la madre. Enseguida, sta volva caminando a su casa con el nio a
cuestas y las piernas empapadas en sangre y lquido amnitico. La
placenta y el cordn umbilical, cortado con los dientes de la propia
madre, se enterraban en el mismo pozo o se las entregaban al curandero
para sus menjunjes. Abundaban entre los aborgenes las historias de
recin nacidos que eran devorados por inmensas lampalaguas no bien
eran paridos y por eso, ms que todo, la vigilancia de las matronas. Hasta
que no dejara de sangrar, la mujer deba estar fuera de la vista de su
marido, igual que cuando menstruaba. Para esto tenan una habitacin
aparte en donde la madre viva durante esos das. Esto no la exima de
las tareas diarias que deba realizar fielmente an el mismo da del parto.
Si, por desgracia, el beb era mujer el marido tena derecho a echar a su
esposa de la casa convirtindola en una paria, aunque esto rara vez
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suceda en verdad.
Cuando las matronas regresaron, les dije que haba ganado unos
pesos haciendo una changuita en Castelli, y que quera hacer un asado
esa noche. Le ped a Paique y a la vieja que fueran a comprar la carne y
dems elementos al pueblo mientras yo cuidaba el almacn. Tuve dos
horas de paz, tirado en una hamaca hecha con tientos, que invitaba a
reflexionar.
Saba que tarde o temprano tendra un enfrentamiento con los
milicos, y no quera que Paique estuviera en el medio, como tampoco
aquellos aborgenes que nada saban de retorcimientos ideolgicos. Mi
estancia all debera ser lo ms breve posible y deba llevar a Paique a su
casa a salvo. Ella no peda nada. Slo quera estar conmigo all donde
fuera y esto me inquietaba el corazn. Siempre pens que la sangre
inocente deba ser preservada de todo mal. Ser montonero estaba mal. Pero
ser militar era mucho peor, porque los milicos no reparaban en nada.
Torturaban, violaban, mataban y desaparecan gente como si se tratara de
moscas. Yo haba elegido el menor de los males pero siempre cre, al
contario que las facciones en lucha, que los inocentes s existen. La prueba
era Paique, eran los tobas, los matacos, los hacheros, los nios desnutridos.
Me haban advertido, en reuniones montoneras de adoctrinamiento, que
la inocencia no exista, que si uno es vctima del sistema debe luchar
contra l o de lo contrario merecera las consecuencias de pretender estar
en el medio: recibira balazos de ambos lados.
Yo comparta el planteo de la no inocencia hasta cierto punto
porque me pareca -con fundamento- que esto era cierto y aplicable slo a
las clases sociales urbanas informadas e instruidas. El resto slo seran
vctimas inocentes, inocentes de verdad. No deseaba que mis acciones u
omisiones causaran vctimas entre esos inocentes o, como decan los milicos
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cuando sus matanzas quedaban expuestas, yo no deseaba producir daos
colaterales.
La sangre de uno solo de esos nios desnutridos vala ms que la
ma y, sin dudas, mucho ms que la de cualquier milico iluminado por
Dios. Debera partir pronto, porque cada da con estos inocentes
multiplicaba el peligro de venganzas homicidas por parte de los mesinicos
sealados para la divina tarea de elegir quin vive y quin muere.
62
VII
63
Camin tranquilamente con los pesados bultos, par en un almacn,
compr para Paique un perfume barato y un chocolate, leche en polvo,
una botella de caa para la vieja. Cuando les entregu los presentes, a la
vieja le brillaron los ojos y Paique, oliendo una y otra vez el frasquito,
lloraba de felicidad. A mi compaera, nunca nadie le haba regalado
nada. Jams.
La vieja dorma su borrachera en la hamaca y Paique limpiaba
y ordenaba la tapera. Yo desenvolv el paquete que me dio Pascual,
haciendo un inventario del contenido: una Browning Hi-Power con dos
cargadores y doscientos cincuenta tiros, dos panes de explosivo plstico
que transpiraban glicerina -eso es mala seal en un explosivo- con
mechas lentas y detonadores de fulminato de mercurio, dos mapas
escolares con marcas y referencias, una brjula antigua, binoculares
baratos y otra bolsita con ms cruceiros. Una pequea fortuna. Me fij
en la bolsa de almacn: cuatro granadas MK-3, dos pequeas minas
antipersonal y un soado FAL-Para, fabricado en Blgica
completamente desarmado, de can corto, con dos cargadores llenos y
cuatro cajas de balas 7.62 de veinticinco tiros cada una que estaba
embadurnado con vaselina, as que proced a guardar todo como estaba.
Le di los cruceiros nuevos a Paique y le dije que los guardara ella por si
algo pasaba y debamos separarnos. Le alcanzaran para irse adonde
quisiera y para comer unos cuantos das. Se le entristeci la mirada
porque haba visto los fierros y saba que no auguraban nada bueno. Yo
no saba cmo explicarle mi situacin y no poda continuar con ella sin
decrselo. Decid que partira al da siguiente a la siesta.
Por la maana me dediqu a la Puma, le limpi los platinos, la
buja y el filtro de aire, cargu los bultos, infl al palo las pobres
cubiertas, comprob que arrancaba y luego me sent a estudiar los planos
64
que me haban dado mientras tomaba unos mates con las mujeres. Las
marcas en el mapa casi no me servan para nada excepto por un par de
referencias sobre un grupo de cumpas en un pueblito que se llamaba El
Pintado, a orillas del ro Bermejo. Habra que cruzar ms monte y selva
tupida en un trayecto de ms de cuatrocientos kilmetros. El nico
camino decente iba de Castelli a Formosa y, otro muy malo y de tierra,
a Nueva Poblacin, que era el destino de Paique. Entonces tom una
decisin.
Me llev a Paique al pueblo mientras trataba de explicarle que
no podra ir conmigo en la moto por esos montes. Le dije que me
buscaban los milicos y que corra mucho peligro. Que ella ira en
colectivo y que nos juntaramos nuevamente en Nueva Poblacin. Entre
lgrimas me pregunt si yo era un bandido y le dije que ms o menos era
algo as, parecido. Pero que no se preocupara.
En la terminal me vendieron un pasaje para el otro da a la
maana y de paso me cambiaron los cruceiros por moneda nacional, que
era un montn de dinero. Le expliqu cmo deba hacer para tomar el
colectivo y dnde deba bajarse. Llor todo el camino de vuelta a la
reserva y se mantuvo unos pasos detrs de mi, sin dirigirme la palabra.
La vieja nos esperaba con mazamorra caliente y chicha. Comimos en
silencio mientras la doa observaba a mi compaera llorar con hipos
infantiles. Esas lgrimas eran puales para m que, inexplicablemente,
me haba enamorado de ella.
Fum un cigarrillo con ella prendida de m como una garrapata.
Me acerqu a la vieja, le tom la mano y se la bes con respeto y
agradecimiento. Le dej unos pesos en la mesa, le promet nuevamente
que nos volveramos a ver pronto, tom mi moto y part sin decir nada
ms, atragantado de amor y pena.
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En Castelli llen el tanque de nafta y los bidones, cargu las
cantimploras con agua y comenc otra aventura ms. La huella que eleg
para meterme en la selva era casi imposible para la pobre Puma que al
segundo da empezaba a quemar el embrague. Decid avanzar a pie, en
tramos de uno o dos kilmetros, abriendo picadas con machete y hacha,
para luego volver y buscar la moto. Cada tanto deba trepar un rbol alto
y ver el horizonte con mi brjula y largavistas. Acamp a orillas de un
arroyo bastante caudaloso para buscar el modo de cruzarlo, ya que la
rivera era intransitable para la moto que se hunda en el barro y la arena,
de tan cargada que iba. Estuve cuatro das construyendo una balsa y
eligiendo cuidadosamente los palos, porque la madera de la zona es tan
pesada y dura que no flota bien. Al fin, despus de mucha caminata,
encontr un palmar y con la Puma arrastr hasta la orilla los troncos que
haba cortado. Decid armar el FAL y salir de caza al atardecer del cuarto
da, a pesar del tremendo ruido que produca el fusil de can corto, y
el riesgo que esto implicaba. Pero, adems del hambre que tena, deba
cerciorarme de la alineacin de la mira. Estaba perfecto. Mat un
carpincho al que finalmente se lo llev la corriente del ro. Luego le
dispar a otro que estaba en la orilla opuesta y tuve que nadar duramente
para llegar. As y todo, por la fuerza de la corriente, fui a dar como a mil
metros de mi presa. El bicho era ms pesado de lo que yo estim y casi
me ahogo volviendo al campamento. Lo as a las llamas y me result
una exquisitez extica. Esa noche dorm como un tronco, con la panza
llena y un cansancio total. Comer hasta reventar y dormir era un placer
casi morboso. Saba que podan hacerme boleta si me agarraban
desprevenido, pero aun as...
Al amanecer desayun carpincho -otra vez- y mate con pan
duro. La carne deba ser aprovechada al mximo porque ya apretaban los
66
calores y todo se descompona rpidamente. Acomod la Puma en la
balsa, que slo flotara unos minutos porque la madera de palmera
absorbe rpidamente el agua. Me at una soga larga en la cintura, me
lanc al ro con un bidn de nafta semi vaco como flotador, arrastr la
embarcacin al agua y empec a patalear como loco hacia la otra orilla,
mientras remolcaba mi carga. Llegu agotado pero con la moto y dems
cosas secas. El ro me haba arrastrado como dos kilmetros porque yo
aprend que no haba que resistirse a la corriente sino dejarse llevar y,
suavemente, dirigir la balsa a la orilla.
Este lado del ro era un poco ms despejado y pude conducir la
moto casi sin obstculos durante dos das. Predominaban los palmares
y pude ver algunas huellas de camiones en espacios abiertos. Eso fue
una luz roja de alarma.
Me escond en el monte, me colgu el FAL en la espalda y
esper en silencio. Esper varias horas hasta que apareci un Unimog de
Gendarmera que llevaba cinco soldados atrs, ms el chofer y el
acompaante, que pareca ser un oficial. Se detuvieron en el claro donde
haba visto sus huellas. Por suerte, me haba tomado el trabajo de borrar
las mas. Se bajaron, apostaron tres centinelas en tringulo respecto de
mi posicin y se pusieron a cocinar su almuerzo. El oficial se meti un
poco en el monte, hacia donde yo estaba , y se puso a defecar detrs de
un rbol mientras la mira de mi fusil de posaba en su pecho. No me vio.
El asqueroso se limpi el culo con la mano y la mano en el rbol. Slo
por eso deb haberlo matado. Se levant y volvi al camin en donde
termin de limpiarse las manos con un trapo. Eructaban y se tiraban
pedos entre risotadas y tragos de vino tinto mientras la mira de mi FAL
se alternaba entre unos y otros. Despertaban en m un instinto homicida
con slo verlos en su repulsivo comportamiento -no al pedo le decamos
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chanchos. Por fin, terminaron de comer y se fueron por donde vinieron.
Afortunadamente, deba irme en sentido opuesto, pero tuve que inventar
unos artilugios en el escape de la moto, para silenciarlo un poco ms,
aunque el motor trabajara un poco ahogado. Part nuevamente y encontr
una huella bien conservada que me permiti llevar la Puma al lmite en
la direccin correcta, bordeando el Bermejo hacia el noroeste. Me cruc
con un par de carros tirados por bueyes que iban cargados con pieles de
carpinchos recin faenados. Los salud con un movimiento de cabeza,
sin detenerme. Deba estar cerca de algn casero.
El casero lleg sin aviso, de pronto, al salir a fondo de una
amplia curva. Me encontr en el medio de un pueblito cuando atin a
frenar la Puma para no chocar con otro Unimog que estaba parado en el
medio de la calle principal -la nica, en realidad- con un milico al
volante, medio dormido. Se despert con el alboroto de la frenada y el
derrape que tuve que hacer para no chocarlo ni caerme. Se baj
rpidamente para ver qu haba pasado y, al notar que no me haba cado,
me pregunt si estaba bien. Su uniforme era extrao. De la cintura para
arriba era un gendarme; pero hacia abajo tena unos jeans como los mos,
zapatillas Topper y no tena, ni armas a la vista, ni los correajes para
portarlas. Cuando se dio cuenta de que lo observaba con curiosidad, mir
la carga de mi moto que se haba desacomodado en la maniobra de
frenada. Por un costado de los bultos, claramente visible, asomaba el
can de mi FAL. Cruzando movimientos con el extrao milico, solt la
moto y saqu la Colt de la cintura mientras l intentaba llegar a la puerta
del camin. Lo alcanc con dos pasos, lo apret contra la cabina y le
puse el fierro en la mejilla. Lo hice subir lentamente a la cabina donde
el pobre tipo tena una pattica carabina 22 que, supongo, haba
intentado alcanzar. Me sent a su lado, esta vez con la Colt apuntando a
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sus testculos. l estaba asustado y yo tambin. Le pregunt quin era y
no supo qu responder -si no sos milico, qu mierda sos? -le volv a
preguntar presionando el arma en su entrepierna -yo soy montonero
carajo, y vos ests muerto milico puto!- le grit resoplando en su cara.
-Soy cumpa, soy cumpa! -me dijo ya muy asustado. -El pueblo
es nuestro, no tirs.
Sin aflojar la presin del fierro le pregunt qu bamos a hacer
ahora. El tipo transpiraba fro porque yo realmente estaba a punto de
quemarlo, en lo que sera mi primer derramamiento de sangre. -Par,
par que llamo al comandante y ah se aclara todo - me pidi cuando
presinti que de verdad morira all mismo.
Asent con un gesto y toc bocina tres veces seguidas. Casi
inmediatamente sali, de una especie de pulpera, un tipo bastante mayor
que yo -de unos treinta y cinco aos- un poco confundido y con una
mano dentro de la campera. Lo esper y se acerc lentamente del lado
del chofer, se subi al estribo y mir dentro de la cabina. Comprendi la
situacin y me pregunt qu quera. Le dije que quitara la mano de su
campera y subiera al camin de ese mismo lado. As lo hizo y nos
quedamos todos un instante en silencio. Le pregunt, a modo de
improvisada contrasea, quin haba matado a Aramburu y respondi
correctamente. Tambin respondi dos o tres preguntas ms. Por
entonces no eran pblicos los detalles de esa ejecucin hecha por
Montoneros; as que afloj la presin del fierro y el cabo suspir de
alivio. Les dije que estaba buscando refugio y que perteneca a la
Conduccin, lo que era equivalente a tomar el mando de prepo. Me dijo
que estaba bien, que l no saba qu carajo hacer con todo lo que estaba
pasando. No saba siquiera si la orga todava exista. Le dije que,
mientras hubiera ms de uno, la orga exista -Y en este momento y aqu,
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la orga soy yo -agregu.
Al fin, ms distendidos, los hice bajar del camin y le ped al
cabo que llevara mi moto caminando lentamente y la metiera en un
pasillo al lado de la pulpera. Los hice subir otra vez al Unimog y les
indiqu que lo ocultaran, lo que no fue muy difcil, por la cantidad de
pequeos galpones que haba por todos lados. Volvimos a bajar los tres
y fuimos lentamente a la pulpera. Tom la recortada de la moto, dej
bien oculto el FAL, me puse la cuarenta y cinco en la cintura y nos
metimos en el negocio. Haba una mujer joven y linda en el mostrador,
que tena aspecto de universitaria, y que miraba al extrao grupo sin
entender nada. Pipo -as se llamaba el ahora ex comandante- le dijo que
todo estaba bien, que dejara el fierro abajo. Ella lo hizo y produjo un
ruido sordo cuando lo apoy en la madera. Le dijo que queramos tomar
algo, que nos atendiera bien porque por fin haba llegado un capo de la
orga. Busqu una silla y me ubiqu de espaldas contra la pared, con
vista a la puerta de adelante y la del fondo y tambin de la ventana, me
sent y coloqu la Ithaka sobre la mesa. Un capo de la orga, me dije a
m mismo casi sonriendo, si supieran, si supieran la verdad qu hubiese
sucedido?
Isabel trajo tres grandes tazas de caf instantneo y azcar. Eran
delicias que yo no probaba desde haca mucho tiempo y me relaj
rpidamente. Le ped que se mantuviera en la puerta, a la vista, y que
vigilara el camino. Les pregunt cmo podan ser tan pelotudos de estar
expuestos de esa manera en un pueblo que ni nombre tena. Me dijeron
que se llamaba El Pintado y que los pocos habitantes que haba estaban
en una fiesta religiosa o estaban comerciando pieles y que volveran al
caer la tarde, pero eran muy pocos y no causaran ningn problema.
El Pintado, carajo. Sin advertirlo, me haba pasado de largo
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Nueva Poblacin donde me esperaba Paique. Pero tal vez era mejor as.
Me dijo Pipo que haba cuatro cumpas ms en otras casas y que estaran
durmiendo porque hacan guardia de noche. Me dijo que tenan slo
armas cortas y algunas carabinas calibre veintids. Tambin algo de
dinamita que usaban los pescadores. Si se continuaba la lnea de la calle
principal, se desembocaba en un poblado toba, a unos dos kilmetros
de huella en mal estado. Ms all no haba nada y era terreno escarpado.
Le ped que dibujara un mapa del pueblo, bien detallado, mientras yo
pasaba al bao. Un bao con inodoro por fin! Me la llev a Isabel al
antebao y con la puerta entornada, hice mis necesidades sin dejar de
apuntarla. Era desagradable, pero necesario. Me lav la cara, me cepill
los dientes con pasta y todo! y me mir en el espejo. Me vea viejo para
tener slo veinte aos, estaba tostado por el sol, muy sucio y muy
cansado. Esa noche me dara una ducha de verdad, con jabn de tocador
y, tal vez, hasta podra lavar mi cabeza con champ.
Result que el pueblo era realmente seguro, se poda vigilar
bien, y la gente no haca preguntas. Cada uno haca su vida, eran colonos
y mestizos siempre ignorados por todos los gobiernos, y no tenan
porqu ser leales con nadie -y tampoco con nosotros- pens, medio
paranoico. Conoc al resto de los cumpas, que en total sumaban siete, en
el transcurso de los dos das siguientes. Slo haba dos puntos dbiles:
el cabo del Unimog, e Isaas, un tipo asustadizo, con aspecto de laucha,
en quien seguramente no se poda confiar. Arm un nuevo plan de
vigilancia que exclua a esos dos de la guardia nocturna. Con la dinamita
que me consiguieron y los explosivos en mal estado que yo tena, arm
una trampa en el camino de entrada al pueblo, con detonador elctrico,
pensada para frenar a un vehculo militar que, al reventar, obstruira a su
vez cualquier cosa que viniera detrs. Se detonara manualmente por
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quien estuviera de guardia mediante una llavecita de luz en la pulpera.
El dispositivo lo prepar Pedro, que era especialmente habilidoso con los
cables y tambin con los explosivos. El tipo me cay bien
instantneamente porque era transparente, de mirada sincera y
penetrante y muy decidido cuando haca las cosas que se le encargaban.
Adems, tena la dosis justa de iniciativa personal. Cantaba como los
dioses, se notaba que era inteligente y a la vez tena huevos, una
combinacin difcil de hallar. A continuacin, en los das siguientes,
entre Pedro y yo preparamos una ruta de escape principal y una
alternativa por el sector noroeste del pueblo. Para ensayar el escape
debamos simular que estbamos jugando al ftbol o boludeando, y
coordinar el movimiento sincronizado de los ocho que finalmente
estbamos involucrados. El plan qued bastante afinado, y slo restaba
hacer algunos reconocimientos en el monte cercano, por si las cosas se
ponan feas de verdad. Hubo cierta resistencia de parte de los cumpas
para ponerse a caminar en el monte porque todo les pareca exagerado.
Excepto a Pedro e Isabel. Yo les expliqu pacientemente que, en todo el
pas, la cosa era a sangre y fuego, que la conduccin haba escapado al
exterior y nos haban dejado librados a nuestros propios medios, y que
no se trataba ya de combatir a los milicos por cuestiones ideolgicas o
de principios; sino, de pura y elemental supervivencia. Completamos
los planes por si debamos dispersarnos, y fuimos al monte a cazar para
ver la capacidad de tiro que tena cada uno. Eran todos un desastre,
excepto Isabel y Pedro, ambos muy callados y de mi misma edad, y que
hablaban lo justo y necesario. Pedro, con el correr de los das, se hizo
muy amigo mo y llegamos a considerarnos hermanos. A Isabel tambin
la considerbamos una hermana, aunque con cierta dificultad por lo
bonita que era. Al resto los hice ir todos los das al monte o al ro a tirar
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en distintas posiciones con sus carabinas del 22. Bajo lluvia, con fro, de
noche, en fin, en situaciones que lamentablemente luego podran ser
muy reales. Isabel tena mejor puntera que yo y pareca bastante calma
en situaciones difciles, as que a ella y a Pedro los design mis
lugartenientes. Les prohib a todos que hablaran entre s de su origen o
destino para que, en caso de ser capturados con vida, no pudieran revelar
nada importante bajo tortura. De cualquier modo los intim para que,
en el peor de los casos, se suicidaran sin dudarlo, no tanto por los
compaeros, sino para evitar lo que vendra despus de las torturas. Esto
era, inevitablemente, una muerte espantosa, mucho ms espantosa que
el suicidio. Aprovech la ocasin para relatarles la forma en que se
trataba a los cumpas cuando eran capturados. Adems, ninguno
conocera el verdadero destino de los otros en caso de fuga y dispersin,
porque los planes de retirada incluan vueltas en crculo dentro del
monte, y cada uno quedara librado a su suerte.
73
VIII
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cuatro de la tarde. Fijamos dos lugares ms, con quince minutos de
espera en cada uno, me dio un apretn de manos y se fue.
Compr las cubiertas, las hice colocar, llen el tanque y los
bidones, compr los medicamentos, algunos alimentos de lujo y part
a la reserva toba hacia el sur, a unos tres kilmetros. Iba pensando en
porqu Isaas me haba estrechado la mano. Pens en el beso de Judas,
aunque no quera estar tan paranoico.
No bien entr en la reserva habl con una india que se haca
entender bastante bien en espaol y le pregunt si haba visto a Paique.
En el rostro de la aborigen se dibuj un gesto de temor o tristeza y me
dio las indicaciones para llegar. Me dijo que me cuidara del padre.
No alcanc a parar la moto cuando un hombre sali a mi
encuentro y me empuj con tal fuerza que ca hacia atrs, de espaldas,
como una bolsa. De inmediato intent golpearme con una gruesa vara de
madera que dio a centmetros de mi cabeza. Rod un poco, me puse de
pie rpidamente y lo enfrent cuando vena el segundo golpe directo al
crneo que tambin pude evadir encimndolo para no dejarle distancia.
Le di dos golpes de puo en pleno rostro y, cuando cay, me le sent en
el abdomen y le sujet los brazos. Pude hablarle por fin y le pregunt qu
le pasaba conmigo mientras intentaba zafarse de mi peso sin lograrlo. En
eso, sali de la casa una seora que, supuse, era la madre de Paique, que
gritaba al hombre en guaran. Gradualmente, afloj un poco la tensin.
Lo solt y me incorpor para levantar la moto que se haba cado y estaba
derramando combustible. Ahora la mujer intentaba sujetar al marido que
blanda un cuchillo verijero en mi direccin sin dejar de proferir lo que,
supongo, eran insultos en guaraol. Ante mi actitud pasiva el hombre
se fue calmando y baj el cuchillo. El tumulto hizo que se
acercaranvarios aborgenes curiosos, todos armados con palos. Decid
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sacar el fierro por si la cosa se pona ms espesa. A la vista de la Colt
todos enmudecieron y algunos recularon murmurando en actitud
resignada. Aprovech para decirle a la seora que slo quera saber si
Paique haba llegado y si estaba bien. Me mir con asombro y me dijo
que crea que yo era el que se la haba llevado de prostituta. Le dije que
no, que yo era el que la haba sacado de eso. Habl con el marido y se
mostraron un poco avergonzados. El hombre se fue rpidamente y
desapareci de mi vista. Guard el fierro, acomod mis ropas mientras
la mujer me sacuda la tierra y me hablaba con una espantosa voz
chillona y en guaran. Slo le pegunt por Paique y me arrastr a lo que
pareca una capilla catlica a una cuadra de all. Entramos y la vi
fregando los bancos. Al reconocerme se ilumin, literalmente, y corri
hacia m y se colg de mi cuello, besndome y llorando de felicidad
como la nia que era. La madre la apart bruscamente, la reprendi con
dureza y tuvimos que sentarnos los tres en un banco para poder
entendernos. Me explic Paique que su padre haba negociado su
matrimonio con un chamn, brujo y curandero, que la haba cambiado
por cinco caballos y unas chapas para techar el rancho pero que ahora se
ira conmigo a cualquier lado que estuviera lejos de all. La madre me
explic que por haber sido prostituta ella no vala casi nada y que, si la
quera, debera negociar con el padre. Inmediatamente pens en mi Colt.
El aborigen dara cualquier cosa por tenerla porque el arma lo llevara a
la categora de jefe de facto en la tribu. Adems, era lo nico valioso
que tena.
Sal a buscarlo y lo encontr medio borracho, tirado en un
colchn rooso en los fondos de su casa. Le pate el colchn y le grit
que se levantara. Cuando abri los ojos lo primero que vio fue el can
de la Colt. Con la ayuda de su mujer le dije que me llevaba a Paique, que
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se la compraba con la pistola y un puado de cruceiros que agit ante sus
ojos. Se le pas el pedo instantneamente, se incorpor, tom la Colt y
la mir con adoracin mientras, ante su vista, yo le daba los cruceiros a
la mujer quien los hizo desaparecer mgicamente entre sus escasos
harapos. Paique sali por delante de la casa, silenciosa como un fantasma
y se par al lado de la Puma con su mochilita lista. El padre me pidi
balas adicionales, le entregu dos cajas que llevaba en la moto y, antes
de que se arrepintiera o pidiera algo ms, arranqu la Puma y part con
Paique a toda velocidad. Ya era hora del encuentro con Isaas.
Isaas nunca lleg. Esper un poco ms de lo acordado, pas por
el segundo y tercer lugar de encuentro y nada. Me fui lo ms rpido que
pude porque sin armas estaba perdido y deba asumir que el cumpa haba
sido capturado o que se haba entregado. En cualquier caso, yo estaba en
peligro, el grupo estaba en peligro, Paique estaba en peligro. Llegu a El
Pintado ya entrada la noche y me qued en el monte cercano vigilando
el poblado. No pasaba nada y me anim a acercarme caminando en
silencio mientras verificaba que no hubiese emboscadas o trampas, lo
que me sirvi, adems, para comprobar que los cumpas de guardia no
estaban demasiado atentos. Ni siquiera haban escuchado la moto. Pero
no haba peligro. Volv al monte, sub a la Puma y entr al pueblo
haciendo bastante ruido, no fuera que detonaran la trampa en el camino.
Los despert a todos, llam a los guardias, present a Paique y
comuniqu las novedades sobre Isaas. Los reprend por no estar atentos.
Yo haba entrado y salido del pueblo sin que lo advirtieran y eso
significaba solo una cosa: si venan los milicos nos hacan bosta y
seguramente vendran pronto. Calcul que no tenamos ms de
veinticuatro horas para preparar la resistencia o huir dejando trampas
para retrasar lo inevitable. Isaas hablara hasta por los codos porque era
77
un cagn y porque nadie resiste ms que unas pocas horas de tortura.
Inmediatamente cambiamos la ubicacin de la trampa de dinamita,
colocamos el Unimog robado en una orilla del camino de entrada con
ms dinamita bajo el tanque de combustible y con un dispositivo
detonador cazabobos bajo el asiento. El resto nos retiramos a los fondos
del pueblo con todos los pertrechos que nos quedaban, dems artculos
de supervivencia, alimentos y mi moto. Estaba amaneciendo y no pasaba
nada.
Lo busqu a Pedro y salimos de patrulla al monte para anticipar
alguna movida militar. No vimos nada y volvimos al medioda, comimos
y nos acostamos a descansar. Saba que vendran esa noche y la cuestin
era adivinar cmo y por dnde lo haran. Me despert Paique con un
mate. Pensaba en el modo de alejarla de lo que pasara all y decid
mandarla hacia la reserva toba ms al norte. Le di unos pesos ms y la
tuve que tratar bastante mal para que aceptara irse antes del anochecer
en un caballo sin aperos. Finalmente comenzamos los preparativos para
la defensa, basados en una tctica que me enseara Gaby y que ella
llamaba calesita. Consista en recular bajo fuego enemigo, disparando en
direccin a ellos, describiendo un espiral hacia atrs. Cuando el primer
combatiente completaba su crculo, el siguiente iniciaba otro ligeramente
ms atrs. As nos iramos acercando a las vas de escape previstas, que
eran invisibles senderos en el monte, para producir la mayor cantidad de
bajas posibles y sufrir las menores posibles. Di la orden de liquidar al
combatiente herido nosotros mismos para evitar capturas y lo dije en
serio. No nos gustaba pero era estrictamente necesario para la
supervivencia del resto. Esa orden me inclua y avis a todos que el
comandante, en caso que yo muriera, sera Pedro. Nos habamos hecho
muy amigos pero, adems, tena condiciones para el mando. Nos dimos
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a conocer como montoneros combatientes a la poca gente que haba en
el pueblo, confiscamos todas las armas que encontramos y les
ordenamos permanecer en sus casas advirtindoles que, al sonido del
primer disparo, deban meterse bajo sus camas y permanecer all hasta
que todo terminara. La traicin sera pagada con la muerte.
79
IX
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cualquier direccin. Haban llegado en otro Unimog y dos Jeeps que
estaban cien metros ms atrs en el camino. Le hice seas a Pedro para
que me siguiera y, por dentro del monte tupido, rodeamos a las tropas
para acercarnos a los tres vehculos. Haba un centinela en cada uno.
Les salimos por un costado y silenciosamente los redujimos, los hicimos
tirar al piso detrs de los vehculos, les quitamos sus armas y municiones
-FAL y Browning de 9 mm- con varios cargadores llenos. Revisamos
los mviles y encontramos ms municiones, un lanzacohetes con sus
cargas. Retiramos todo el botn bien adentro del monte y lo escondimos
entre la maleza porque no podamos con la carga nosotros solos. Nos
llevamos al campamento slo el lanzacohetes y un FAL con sus
cargadores, y dejamos a los centinelas bien atados con sus propios
correajes. Corrimos para colocarnos al frente de los gendarmes que se
reagrupaban cerca del camin incendiado y abrimos fuego automtico
con la idea de que se fueran hacia atrs. Pudimos ver que tenan cinco
bajas, seguramente quemados, ninguno muerto. No queramos hacer una
carnicera porque desatara otra peor cuando volvieran. Se retiraron hacia
los vehculos y en cinco minutos se replegaron y partieron. Ya casi todo
estaba en paz. Nos quedaba resolver el problema de los milicos del bote
y para eso estaba el lanzacohetes. Se lo pas a Pedro y les tiramos un
cuetazo sin saber muy bien qu trayectoria tendra el proyectil. Fue a
caer detrs de ellos en una llamarada impresionante que ilumin la
rivera. Decidieron irse rpidamente mientras disparaban hacia nosotros
para cubrir su retirada. No respondimos el fuego: queramos que se
fueran sin delatar nuestra posicin exacta porque el lanzacohetes dejaba
una trayectoria de humo y fuego muy fcil de seguir.
Amaneci y pudimos recoger las armas y municiones incautadas
y reagruparnos luego de comprobar que realmente los milicos se haban
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replegado. Tendramos que irnos inmediatamente del pueblo porque
ahora se vendran con todo, pero no durante el da. De nuestro lado slo
result herido Pipo por una astilla de madera desprendida a balazos de
un bote de pescadores donde se haba parapetado, pero no era grave. Lo
curamos y vendamos y comenzamos a planificar la dispersin. Nos
sobrevol un helicptero a gran altura que, seguramente, estaba
fotografiando el pueblo y esa fue la seal para partir. Repartimos armas
y municiones y, tras breve despedida, partieron los cumpas hacia el
monte. La poca gente del lugar ni se asom. Yo rogaba que los milicos
no hicieran demasiado dao al tomar el pueblo. Nos despedimos con
emociones encontradas. Apenas nos conocamos pero combatir del
mismo lado nos hizo casi hermanos. Nunca nos volveramos a ver. Me
qued con Pedro cargando la pobre Puma con todos los pertrechos,
desactiv las trampas explosivas que quedaban y part solo hacia el
poblado toba, hacia Paique. Pedro me esperaba de vuelta porque no
podamos llevar todo en un viaje. Eran dos kilmetros de senda tortuosa
pero al fin llegu a la reserva. Paique haba escuchado la moto de lejos
y me esperaba en la entrada. Hablamos un poco sobre las condiciones del
asentamiento, la buena disposicin de la gente a recibirnos y tuve que
decirle sobre el enfrentamiento de la noche anterior. De cualquier modo,
en la reserva, ellos haban escuchado las explosiones y no poda
mentirles. No quera poner en peligro a los aborgenes y slo estaramos
de paso. Descargu la moto y part de vuelta a buscar a Pedro y el resto
de las cosas. Isabel, que debi haber partido en otra direccin, no lo
haba hecho y en cambio decidi con firmeza inapelable que ira con
nosotros. En dos horas ya estbamos comiendo apresuradamente en la
casa de un to de Paique que la haba recibido gustoso y con quien
negociamos cuatro buenos caballos. Los que tenamos se los haban
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llevado los dems cumpas al monte. Isabel trajinaba ayudando a la mujer
de la casa, Logramos explicarles a los tobas que pronto llegaran los
militares; que nos rastrearan hasta all y que probablemente seran muy
violentos. Le ped al to de Paique que me sugiriera una va de escape por
el monte hacia Formosa. Me dijo que si nos bamos rpido podamos
cruzar el Bermejo por el puente hacia un lugar que se llamaba Laguna
Yema -territorio de matacos- porque en ese cruce, que era muy precario,
no sola haber controles. Rpidamente, ensillamos a medias los caballos,
los cargamos con todos los pertrechos y le regal la Puma al to de
Paique con la condicin que la escondiera cuidadosamente en el monte
hasta que todo pasara. Luego podra hacer con ella lo que quisiera.
Paique me dijo entre sollozos que quera irse conmigo. Tuve que
explicarle que bamos a una muerte segura y que ella no tena nada que
ver con nuestra guerra, que no vala la pena morir tan joven y que si
sobrevivamos volvera por ella a cualquier precio. Su to se ofreci a
cruzar antes para ver qu pasaba del otro lado. Nos acercamos al
tambaleante puente y el toba pas caminando tranquilo. Desde el otro
lado nos hizo seas y cruzamos todos: Isabel, Pedro y yo, ms un caballo
adicional de carga. Le agradec al aborigen y le record que seran
visitados por los milicos y que cuidara mucho a Paique, y nos metimos
en el monte a esperar la noche. Pudimos dormir por turnos y a las nueve
nos pusimos en marcha. Cabalgamos toda la noche y al amanecer
hicimos campamento en un ceibal bien adentro de la selva, colocamos
trampas perimetrales, hicimos enramadas bien separadas, una para cada
uno y decidimos dormir todos sin hacer guardia. Llevamos caballos
como a doscientos metros y los dejamos ramonear atados con largas
sogas. Estim que estbamos ya como a sesenta kilmetros de El
Pintado, en el medio de la nada y que difcilmente seramos
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sorprendidos.
El toba nos dijo que intentara dejar huellas del lado opuesto a
la reserva para desviar la bsqueda de los gendarmes que tenan buenos
rastreadores y seguramente lo hizo porque nunca nos alcanzaron, ni
siquiera se nos acercaron. Yo, en mi corazn, agradec a Paique y a su
gente, que eran ancestralmente guerreros, pero capaces de dar tanto
amor.
Era difcil soportar tanto odio, tanta mugre. Era difcil pensar
en mi mujer mientras lloraba de pena por Paique, mi compaera, mi
protegida. Trat de dormir pero pronto se escuch el motor del
helicptero que nos buscaba, volando muy bajo esta vez. Arm el
lanzagranadas para bajarlo de un cuetazo, si era necesario, pero no pas
sobre nosotros. Esta alarma se repiti durante varios das pero, al
movernos en zig zag y semicrculos, nunca nos vieron porque ellos se
movan siempre cuadriculando la zona. Siempre cuadrados. Cuadrados
contra crculos. Eso me lo haba enseado un guerrillero palestino que
fue a Buenos Aires a darnos algo de entrenamiento de campo. Gracias
84
Ahmed, o como quiera que fuese su verdadero nombre.
Cuando cesaron los vuelos apuramos la marcha y llegamos por
fin a Laguna Yema que era un pueblito interesante por donde pasaba un
ferrocarril. Nos quedamos entre el monte y una plantacin de caa
esperando para ver los movimientos militares. El pueblo era bastante
grande y haba trenes dedicados a la carga de productos agrcolas. No
haba gendarmes pero haba bichos verdes del Ejrcito en abundancia
as que debimos permanecer agazapados y dar un largo rodeo hasta la
laguna propiamente dicha. Era zona de matacos bastante beligerantes.
Los militares tenan problemas con ellos porque no obedecan rdenes
y varias veces se cruzaron balazos. Para nosotros no era un buen lugar
porque haba tensiones y eso mantena a los milicos en alerta. Decidimos
dirigirnos al noreste y meternos de nuevo en una selva tan cerrada que
los caballos apenas podan andar. Poco despus un lugareo me cont
que el nombre de Yema provena de un cacique mataco que a principios
del siglo XX organiz una revuelta para recuperar tierras usurpadas por
los blancos. El cacique tena el pelo de un extrao color amarillo -de all
el nombre- pero su resistencia fue aplastada por fuerzas militares de
Salta y Jujuy combinadas. Apenas conoc la historia me simpatiz por la
similitud de nuestra propia situacin y por la desprporcin de fuerzas
con las que tuvo que luchar.
Comenzaba la poca de lluvias y era un verdadero martirio cada
da de marcha. Nos quedaban pocas provisiones y no tenamos equipo
para lluvia. Tuvimos que comenzar a cazar y robar alimentos all donde
hubiera una chacra o un rancho. No tenamos conocimientos para cazar
con trampas y eso nos obligaba a disparar para obtener conejos, pecares
o carpinchos. Cada disparo resonaba en la selva como una bomba y mi
temor era que nos escucharan los milicos que patrullaban el monte con
85
pelotones muy bien entrenados. Llegamos a comer serpientes y lagartijas
y algunas races tiernas: todo serva en esas circunstancias. Comenzaban
los calores agobiantes de noviembre, y las primeras generaciones de
jejenes y mosquitos de la temporada nos acribillaban hasta producirnos
fiebre.
86
X
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de tres minutos pero me pareci una eternidad. No escuchaba nada y me
sangraban la nariz y un odo a causa de las explosiones pero alcanc a
ver a Isabel que se diriga a rematar a los heridos con el rostro
desencajado por la rabia, la adrenalina y las lgrimas. Haba, por fin,
perdido toda compostura. Le grit como loco, sin escucharme a m
mismo, que se detuviera, que nos ocupramos de Pedro que an se
mova y ella reaccion descargando una rfaga del su FAL hacia la nada,
cayendo de rodillas llorando y tocando incrdula la humedad de su
entrepierna. Se haba orinado encima.
88
para asistir a los heridos. Ella se enoj conmigo porque deca -con razn-
que despus esas cosas -los medicamentos- podran hacernos falta a
nosotros y que ningn milico vendra a curarnos las heridas -dijo
sealando mi cara ensangrentada. Yo tena una pequea esquirla debajo
del labio inferior y otra debajo del ojo derecho pero no senta dolor. An
as, Isabel fue puteando por las cosas y a su regreso me dijo que un
caballo estaba muerto, aparentemente, por un tiro perdido. No
importaba, ahora sobraban caballos. Fuimos al que pareca estar ms
malherido -uno de ellos muri sin que pudiramos asistirlo- y nos mir
pidiendo piedad sin decirlo -tena huevos el cabrn-. Crey que lo iba a
rematar pero, en lugar de eso, lo ayudamos a sentarse apoyado en un
tronco y lo examin. Evalu sus heridas mientras Isabel haca lo propio
con el otro. No eran tan graves y utilizamos elementos que ellos mismos
tenan. El ms comprometido era un joven de unos pocos aos ms que
yo: el tiro le entr por el pectoral derecho y al salir le astill el hueso del
omplato. Aparentemente no estaba lastimado el pulmn porque no tosa
con sangre. Pero estaba tan dolorido que le apliqu la dosis de morfina
que l mismo me dio de su morral. Lo vend e inmovilic su brazo. Lo
dej casi como una momia y comenz a dormirse por efecto de la droga.
Me dirig al otro que estaba boca abajo con Isabel montada sobre su
trasero para sacarle metralla y pedregullo de la espalda. La ayud con
eso, le suturamos dos heridas de cierta consideracin, le colocamos sulfa
en todos los orificios y lo hicimos poner en pie. Me pregunt si los
ibamos a matar y le contest que no, que no ramos brbaros.
-Somos montoneros, no asesinos, las torturas y las matanzas las
hacen ustedes, no nosotros
-Pero ustedes no son los zurdos del ERP, los mismos que
estaban en Tucumn?
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Como no poda ponerme a explicarle las diferencias, le ped que
me ayudara a llevar el cadver de Pedro hasta mi pozo de zorro, lo
introdujimos all junto con la guitarra que siempre llev, y lo cubrimos
con tierra. Le ped al soldado que cuando vinieran a rescatarlos dejaran
a Pedro descansar en paz, que me hiciera ese favor, porque l querra
quedarse para siempre all, donde estaba, en medio del monte, tal como
lo hubiese deseado yo mismo, enterrado de pie, como los rboles. El
pauelo que cubra mi rostro se estaba empapando de sangre pero
tambin de lgrimas. Enseguida buscamos municiones, comestibles y
explosivos entre las pertenencias de los soldados muertos. Le quitamos
los cerrojos a todas las armas y le metimos otra dosis de su propia
morfina al soldado para doparlo por un rato. Destruimos sus handies a
culatazos y partimos, Isabel y yo, hacia lo que nos deparase el destino.
Dejamos atrs cinco muertos de ellos y uno de los nuestros. Los soldados
seran rescatados muy pronto. Pedro no lo sera jams.
Anduvimos dos das casi sin dormir hasta llegar a un caaveral
tan tupido que no se vea ms all de unos metros, descargamos los
caballos y los llevamos a medio kilmetro de nosotros por donde pasaba
un arroyo y podan pastar a sus anchas. En medio de la plantacin nos
quedamos dormidos instantneamente. Ni si quiera nos acordamos de
armar las trampas. Slo nos dormimos como nios cansados, llorosos y
doloridos.
Me despert algo helado en mi cuello. Cuando me atrev a abrir
los ojos, inmvil, percib el olor: era un pequeo cerdo que me
olisqueaba curioso. Ese sera nuestro almuerzo y cena por cuatro das.
Isabel se despert cuando apual al chanchito justo en el corazn y ella
salt de su nido sobresaltada por los estridentes chillidos del animal.
-Est bien, tenemos algo para comer.
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Ese da transcurri como si furamos una familia feliz. Ella
prepar el desayuno, que devoramos en un minuto y fuimos al arroyo a
lavarnos la mugre de varios das, la mugre de la batalla, la mugre de la
muerte.
Nos baamos desnudos enjabonndonos el uno al otro,
restregando nuestra suciedad con fuerza como si eso pudiera limpiarnos
tambin los pecados y fue inevitable hacernos el amor con
desesperacin, all mismo, en la orilla fangosa del ro entre gusarapos y
mojarras que nos cosquilleaban en la piel. Ms tarde, mientras yo
preparaba el cerdo asado, Isabel se puso a lavar algo de ropa que luego
extendimos en el caaveral. Estbamos avergonzados por la
desesperacin, por habernos amado horas despus de haber matado,
horas despus de haber enterrado a Pedro y tambin por transgredir el
estpido declogo de Abal Medina y Firmenich. Que se pierdan el
declogo en el culo, yo mismo se lo metera en el culo al propio
Firmenich si tena la ocasin. Por la tarde, luego de desinfectar mis
pequeas heridas ella cur los hongos de mis pies y yo los de ella, lo
que nos llev a amarnos nuevamente una y otra vez. Hablamos de lo
deberamos hacer a partir del combate porque que nos buscaran por
cielo y tierra hasta matarnos como perros. Tenamos dos opciones:
buscar un lugar para quedarnos escondidos largo tiempo o movernos sin
pausa hacia algn poblado y mezclarnos entre la gente. Elegimos lo
segundo.
Cabalgamos paralelos al ferrocarril en direccin estesudeste
durante seis das sin incidentes y desembocamos en un pueblito que se
llama Misin Tacaagl, cerca de la frontera con Paraguay. acampamos
a orillas de un pequeo ro llamado Map Sap. La ubicacin era
estratgica porque haba ferrocarril muy cerca, estaramos en Paraguay
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con slo cruzar el Pilcomayo y hacia el sur era todo selva, monte y
palmares. La misin fue fundada originalmente para redimir a los
aborgenes tobas y, poco a poco, se fue agrandando hasta ser un pueblo
bastante importante. All convivan gendarmes, policas y Prefectura
Naval. Haba tantos efectivos que probablemente sera el ltimo lugar
donde nos buscaran. Eso me gust a tal punto que a los pocos das de
campamento Isabel y yo nos pusimos nuestras mejores ropas limpias y
nos arriesgamos a ir de compras. Al principio intent disfrazar a Isabel
de varn pero era tan bonita y voluptuosa que no hubo modo. Pareca un
homosexual. Finalmente se visti del modo menos llamativo posible,
yo me afeit la barba de casi medio ao y entramos al pueblo caminando
como la pareja que en verdad ramos. El hecho de que Isabel era rubia
no llam la atencin porque haba muchos pobladores de origen polaco
y alemn que explotaban a los tobas en madereras, yerbatales,
algodonales y caaverales. Todas las despensas y almacenes de ramos
generales eran de turcos -en realidad eran en su mayora sirios o
libaneses- y recibieron de buena gana los cruceiros que tenamos.
Compramos un poco para cada necesidad en distintos lugares para no
llamar la atencin. En el segundo almacn hice una pequea amistad
con el dueo y charlamos sobre intrascendencias pero logr algo de
informacin sobre el movimiento militar en el pueblo. Esa era mi
especialidad en la orga y todava poda desempearme con habilidad.
Haba muchos militares pero estaban ms dedicados al control de
contrabando y a hacer negocios propios que al control de pobladores.
Eso estaba bien para nosotros. Qu paradoja, pens, la corrupcin de
ellos era, a la vez, nuestro seguro de vida. Encontr una central telefnica
y ped una llamada a San Luis y otra a Mendoza. Me consiguieron
primero la de San Luis y habl con mi ta Rosa. Me di a conocer con todo
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el disimulo que pude y le ped que averiguara en la polica si todava
haba pedido de captura para m. Ella tena un importante contacto
dentro de la delegacin que poda darle esa informacin. Mi ta siempre
fue amiga del poder y caa bien parada, pero a m me tena especial
estima y hara lo que yo le pidiera. Le pregunt por el resto de mi familia
y me coment que mi viejo estaba en la Penitenciara Provincial y que
estaba bien, junto con el gobernador Elas Adre, el Negro Morel, el
Chino Cejas y otros, aunque se rumoreaba que lo trasladaran a La Plata
muy pronto. Mi madre bien, mis hermanos bien. Le encargu que le
hiciera llegar discretamente noticias mas a todos ellos, incluido mi
padre. Media hora despus me comunicaron con Mendoza. Atendi mi
mujer y me temblaron las piernas al escucharla; yo la amaba y a la vez
estaba enamorado de Paique y haca el amor con Isabel. Qu locura. Me
recompuse rpidamente antes de que comenzara a llorar y le dije que
tardara unos meses ms en volver y que se mantuviera en contacto con
ta Rosa, que ella le contara algo ms. No se poda hablar durante mucho
tiempo porque los telfonos de medio mundo estaban pinchados. Le dije
que la amaba, que la extraaba y que me estaba cuidando mucho (no
vala la pena contarle lo bien que me cuidaba) y que pronto estaramos
juntos nuevamente.
Volvimos a nuestro escondite, que era una tapera a dos
kilmetros del pueblo, en medio de un yerbatal seco y abandonado,
ordenamos las compras y nos hicimos un festn de comidas que
extrabamos, como huevos fritos, churrascos, leche y caf, latas de
sardinas y picadillo con Criollitas, y todas esas simplezas que, por las
privaciones anteriores, nos parecan comidas gourmet. Habamos
tendido un cerco de trampas explosivas alrededor del escondite y
dormamos abrazados a nuestros FAL, yo siempre con mi bandera bajo
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la almohada, rezando el Himno antes de dormirme. Todo trascurra con
tranquilidad hasta que Isabel me pidi hacer una llamada a su lugar de
origen, que era Tandil, en la provincia de Buenos Aires. Ella supona
que el telfono de sus padres no estara pinchado, as que unos das
despus volvimos a la centralita de Entel y pedimos la llamada. Esa
llamada marc el fin de nuestras aventuras juntos porque su padre le
dijo que no tena pedido de captura, que nadie saba que era montonera
y que poda volver. Tena que volver porque su madre haba muerto
recientemente arrollada por un auto y la familia estaba destrozada. Isabel
se conmocion mucho por lo de su madre y, entre sollozos, le dijo que
llamara pronto para comunicarle su decisin.
Habamos observado el ferrocarril de la zona y advertimos que
tena algunos vagones para pasajeros. Le dije a Isabel que no lo pensara
mucho y que volviera a su casa porque no tena sentido vivir en la
clandestinidad si no estaba siendo buscada por los milicos. Se neg
durante ms de una semana de discusiones: ella, porque no quera
dejarme solo y yo, porque no estaba seguro de que los heridos que
dejamos en la selva pudieran dar o no descripciones de su rostro que
ella no haba podido cubrir bien. Tuve que ser un poco cruel y le dije que
solo me arreglara mejor, que estbamos deteriorndonos fsicamente y
que la necesitaba viva y sana para cuando todo terminara. Aunque yo
supiera que los milicos heridos difcilmente pudieran dar ninguna
descripcin porque uno estaba dopado con morfina y el otro estaba tan
cagado que no recordara mucho. Despus de speras discusiones y
reconciliaciones acept irse pero me oblig a jurarle que al finalizar toda
la locura la ira a buscar. Le di, entonces, el nmero de telfono de mi
ta Rosa en San Luis pero a ltimo momento le cambi dos dgitos. Ella
me dio el suyo de Tandil. En realidad, no quera traicionar a mi esposa
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cuando volviera porque una cosa era el amor de trinchera, el amor y el
deseo que se sienten cuando la muerte acecha y otra, muy diferente,
cuando todo transcurre en paz. En todo caso ya vera qu quedaba del
amor por mi mujer cuando volviera a verla. Luego decidira. Saqu el
pasaje para ella sin consultarle. Nos quedaban tres das juntos e intent
hacerla sentir lo mejor posible. Hicimos el amor como locos. Me
desafinaba canciones de Spinetta y Charly, me lavaba la ropa y me haca
el desayuno. Era como una luna de miel entre el peligro, la pobreza y la
inmundicia.
Finalmente lleg el da y la llev a la pequea estacin pero,
como haba mucha vigilancia policial, la desped con un rpido beso, la
empuj amablemente hacia el tren y me fui sin volver la cabeza. Me
senta muy extrao por estar solo otra vez y este sentimiento me durara
varios das, as que para no pensar en eso me mantuve ocupado
reuniendo el equipo que ahora era excesivo. Tambin sobraban armas y
municiones. Conserv el FAL y la Browning y met todos los explosivos,
fusiles desarmados, handies y granadas en bolsas de plstico y los
enterr bien adentro del monte, en un lugar que slo yo encontrara con
facilidad si fuese necesario. Liber uno de los caballos a orillas de un
arroyo y me qued con dos, uno para montar y el otro para carga. Dej
el campamento listo para desaparecer sin dejar huellas pero sembrado
con las minas antipersonales que todava conservaba. Eran cinco y las
coloqu para detonarlas en forma manual con una tanza de pesca. Me
dedicara a buscar un campamento mejor, a orillas del Pilcomayo por
dos razones fundamentales: la cercana con Paraguay y la posibilidad
de vivir de la pesca como tantos rivereos. La seguridad era relativa
pues poda ser atacado desde el propio ro, aunque poco probable si
lograba hacerme pasar por un pescador ms. En el almacn del turco
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cambi los enseres de hachero por aparejos de pesca y con los pocos
cruceiros que me quedaban compr una canoa rotosa que tuve que
reparar completa para lograr que flotara. Finalmente eleg un barranco
bastante alto que se poda defender bien. Haba una tapera que utilic
como base para hacer un techado con plstico y chapas viejas y,
colocando una vez ms las trampas explosivas, con las vas de escape
bien estudiadas, con hambre de varios das, me dispuse a pescar. Haba
bogas, tarariras, chanchitas y bagres. Todo serva para comer pero, para
vender, lo mejor eran las bogas y tarariras. No bien me embarqu, me
sali al encuentro un grupo de pescadores mestizos muy agresivos. Me
dijeron que esa zona era de ellos y que me tendra que ir a otro lado. Les
respond mostrndoles la Browning y disparando al aire un solo tiro,
que si intentaban hacerme algn dao a m o a mi campamento, los
cagara a balazos. Les dije que pescara muy poco y no los iba a molestar
y que, por el contrario, prefera ser su amigo. Despus me enterara de
que el celo por ese baado en particular era porque se utilizaba para traer
marihuana y otros contrabandos desde el Paraguay y no justamente por
la pesca.
Los primeros das slo saqu tarariras y tuve que aprender a
charquearlas con sal para vender en el pueblo. All no haba otra forma
de conservarlas. Cuando junt suficientes se las cambi a un recolector
que pasaba en un carro todos los das. Nos daba monedas o hacamos
trueque por mercaderas como yerba, azcar y verduras. Se poda
sobrevivir. El problema era la salud. Los humedales y esteros que se
forman all, sumado al clima subtropical, eran caldo de cultivo para todo
tipo de enfermedades, especialmente parsitos y mosquitos. La diarrea,
las sanguijuelas, las garrapatas, las vinchucas, los jejenes y araas eran
inevitables.
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Cierto da, que estaba con vmitos y diarrea, me vio un
pescador, en tan mal estado, que me dijo que debera ir al doctor
Laureano en un pueblo que se llamaba Estanislao del Campo. l era el
nico que se ocupaba de los indgenas y gente pobre en general.
Quedaba bastante lejos y se llegaba por tren. El mismo tren en que se fue
Isabel.
La alternativa era una curandera que estaba cerca, a unos pocos
kilmetros, en un islote llamado Picu. All fui con mi canoa y las pocas
fuerzas que me quedaban. La chamn me hizo una infusin que, sin
dudas, entre sus ingredientes tena marihuana porque el olor era
inconfundible. Estaba tan mal que no puse objeciones ni a la infusin,
ni al collar de semillas de jacarand, o al cataplasma de hojas de palma.
La curandera era una aborigen toba que se qued charlando conmigo
gran parte de la noche. Por alguna razn le cont de mis amores con
Paique y que estaba ansioso por ir a verla y que tena una esposa y una
-no s cmo llamarle- Isabel. Me dijo que por una de ellas no debera
preocuparme ms, que haba muerto. Entonces el corazn me dio un
vuelco. Quise sacarle el nombre pero no dijo ms nada y se fue a dormir.
Hice lo mismo pero, aunque no crea en premoniciones ni videntes, algo
me deca que era cierto, algo haba pasado y seguramente sera Isabel,
que se haba llevado una pistola calibre veintids contra mi consejo. Ya
tendra oportunidad de averiguarlo.
Despert sobresaltado, cuando despuntaba el da, por un tumulto
de gente que desembarcaba en la isla con gallinas, patos y chanchos.
Eran los clientes de la curandera. La india me estaba preparando otra
infusin diferente, muy amarga y me dio una bolsita con yuyos para que
la siguiera tomando durante tres das por la maana. Me dijo que no le
pusiera azcar para no alimentar el bichero que tena en la panza. Le
97
pagu con tabaco y papel de armar y algunas tarariras secas y me desped
besando su mano derecha. Ya no tena nuseas ni diarrea.
Nuevamente en mi campamento, me encontr a un individuo
que estaba curioseando la tapera y mis cosas. Me le aparec por detrs,
le apoy el fierro en el rin derecho y, con la mano izquierda, le puse
el cuchillo de monte en la garganta. El tipo se cag pero se repuso
rpidamente y me dijo que me quedara tranquilo, que no era un ladrn.
Esa tranquilidad me intranquiliz a m porque una persona comn
reacciona diferente. Tena olor a polica.
Le dije que girara lentamente y nos miramos a la cara. Era un
polica, se le notaba en la mirada muerta y se lo pregunt directamente.
Sin titubeos me dijo que s y entonces yo simul un gesto de alivio y
tranquilidad. Le dije que ya me haban robado una vez y que por eso
andaba armado. Obviamente haba revisado mis pertenencias sin
encontrar nada sospechoso pero dudaba en decirme algo sobre el arma,
as que adelantndome, le dije que con los contrabandistas y ladrones no
se poda estar tranquilo y que todo hombre que se preciara en esas
latitudes tena que llevar un fierro, por el tema de la droga, le dije, esas
cosas conmigo no van. Se relaj visiblemente, me tendi la mano y me
advirti que los contrabandistas solan dejar la mercadera caliente en
chozas ajenas para ver qu pasaba con Prefectura y que, si al cabo de
unas horas no caa la cana, volvan y se la llevaban tranquilos. Le dije
que si hacan eso en mi tapera los cagara a tiros, que no se preocupara.
Sonri y me contest que a l, personalmente, le importaba un pedo el
tema del contrabando. Lo invit con un mate cocido y galletas secas,
fumamos unas chalas, le cont de la curandera y la diarrea y me aconsej
que me fuera a ver al doctor Laureano. Era el segundo que me lo deca
y sin dudas viajara si segua con problemas de salud. -Ac no se jode
98
con eso porque hay malaria, fiebre amarilla y dengue, me dijo. De
cualquier modo el polica segua siendo un polica y yo no saba si
dejarlo ir o meterle un tiro as que alargu la conversacin para evaluarlo
mejor. Decid dejarlo ir. Desde ese da cuando el tipo tena franco me iba
a visitar y se embarcaba conmigo a pescar y me cebaba mates y me
hablaba de Boca Juniors. Yo era hincha de Racing y, por supuesto, se
deleitaba cargndome con los fracasos de mi equipo, de los cuales yo no
saba nada. Otra loca paradoja: me estaba haciendo amigo de un polica.
Un da cay con una pequea radio tipo Spica con pilas y todo y me la
regal con el pretexto de que no se poda vivir sin saber los resultados
del ftbol de los domingos. La radio me vino bien para escuchar los
noticieros y algo de msica, aunque en general eran de emisoras
paraguayas o brasileas. Presenta que el poli, en realidad, trabajaba con
los contrabandistas aunque nunca pude confirmarlo.
99
XI
100
me animaba. La paga era buena. Muy buena. Cerca de quinientos
dlares ms gastos, en total ms de mil dlares. Deba decidir rpido.
Dije que s.
El contrabando de ojos azules lleg el cinco de diciembre, en
plena siesta en una lancha a motor. La siesta era la mejor hora porque en
esas latitudes todo el mundo dorma, hasta los milicos. Bajaron la carga
rpidamente y la lancha se esfum casi sin ruido. Vena el tipo que habl
conmigo y la mujer ms hermosa que yo hubiese visto nunca, rubia y de
ojos tan azules que intimidaba mirarla. Le faltaba un pie completo y se
ayudaba con un bastn que manejaba con poca experiencia: era una
herida reciente. Los hice entrar a mi carpa que reciba la sombra de un
grupo de palmas y que estaba relativamente agradable. Ella estaba
vestida con un jean clsico, roto y ensangrentado hasta la altura de la
ingle izquierda, una blusa que alguna vez fuera blanca y un pauelo
mugriento en la cabeza. Sus cabellos desgreados no podan disimular
la belleza de sus facciones y su belleza no poda disimular el horrible
dolor que le causaban sus heridas. Advert que tambin tena un vendaje
a la altura del muslo de la misma pierna. Los hice sentar de modo que
desde afuera no pudieran ser vistos, prepar unos mates y nos quedamos
en silencio. Ella se desmay a los pocos minutos, sin haber pronunciado
palabra y tuve que acostarla con la ayuda del contrabandista, con la
pierna herida en alto, mientras el tipo me haca una resea breve: era
uruguaya, guerrillera, haba sido herida en un enfrentamiento con los
milicos de all y su padre -hombre adinerado- haba financiado el escape
a travs de Paraguay. Hasta ah saban y no les interesaba saber ms. Me
dio un bolso con medicamentos, jeringas, gasas y algunos instrumentos
quirrgicos bsicos y un bolsito ms pequeo con papeles y
documentacin. Me dio el dinero pactado y me dijo que, si se llegaba a
101
morir, se sera mi problema. Yo debera ocuparme del cuerpo y todos
los detalles para no ser descubierto. Si sobreviva, cuando estuviera en
condiciones, debera decidir por s misma qu hara de all en adelante.
El contrabandista se fue como alma que lleva el diablo y desapareci
dicindome que por un mes no volveran a pisar mi campamento. Yo me
qued contemplando a la mujer que respiraba con regularidad pero que
cada tanto balbuceaba y se quejaba. Toqu su frente buscando algn
signo de fiebre pero estaba helada. Transpiraba fro. Le habl pero no
reaccion ni si quiera cuando le di algunas palmadas en las mejillas
blancas y fras. Entonces reaccion y revis sus heridas minuciosamente.
El mun en el tobillo haba sido suturado como un matambre. Con mi
navaja cort lo que quedaba de su jean hasta la ingle y dej expuesta
toda su pierna que estaba tumefacta, de color violceo y llena de
hematomas. Palp centmetro a centmetro sus huesos, que parecan estar
sanos, pero not que en torno a la herida del muslo tena una temperatura
muy alta y que supuraba pus sanguinolenta y hasta despeda un suave
olor a descomposicin. Rebusqu en el bolso y encontr tijeras, bistur,
yodo, alcohol, agua oxigenada, aguja e hilo de sutura, acomod todo en
un pao limpio, puse a hervir los instrumentos en una palangana pequea
de aluminio mientras humedeca con agua tibia los vendajes pegoteados
para poder retirarlos. Al cabo de quince o veinte minutos la herida no se
vea tan mal pero, al limpiarla, not que haba algo slido en su interior
que poda ser un abseso. Presion como si fuese un fornculo y, no sin
trabajo, pude extraerle una esquirla de granada y gran cantidad de pus.
La joven se movi y se quej sin abrir los ojos mientras yo terminaba de
limpiar la inmundicia de infeccin en el pequeo orificio con un isopo
de gasa. Cargu una jeringa con agua oxigenada y roci gran cantidad
dentro de la herida, lo dej drenar unos minutos, le puse mucho polvo
102
sulfamida, y le d tres puntos de sutura y cubr la herida con una gasa
pequea slo para que no se le asentaran moscas. Yo no saba si sera
realmente til pero le inyect una ampolla de antibitico distribuida en
varios pinchazos alrededor de la zona enrojecida y me dediqu al mun
del tobillo, limpiando, desinfectando y repitiendo lo del antibitico,
mucho polvo sulfamida, vendas bien apretadas y listo, slo restaba
esperar. Yo haba estudiado medicina un ao y medio en la facultad de
Mendoza pero nunca habamos hecho semejantes curaciones. Lo mo,
ahora, era puro instinto. Si haba septicemia no podra salvarla y
comenc a pensar en lo que hara si ella se mora en mi carpa. Cerca de
la noche not que dorma ms plcidamente y hasta roncaba. Ya no
estaba helada y la fiebre en el muslo pareca estar aflojando. La dej
dormir hasta las nueve y la despert suavemente. Deba colocarle una
dosis de antibitico e hidratarla de algn modo. Reaccion lentamente,
y abriendo sus ojos mir a su alrededor entre la amarillenta luz de mi
farol. Le acerqu una taza de caf caliente muy dulce a los labios y
levant su cabeza para que pudiera sorber unos tragos que le provocaron
algunas arcadas, pero que al fin bebi completamente. La ayud a
incorporarse un poco ms y qued semi sentada sobre mi catre de
campaa, observ su pierna y me mir y me habl.
103
que luego podra seguir durmiendo, que confiara en m
-Soy del mismo palo -le dije -quiero que vivas y que te sanes y
luego ya veremos.
Con mucha dificultad gir su cuerpo para que yo pudiera cortar
y quitar los restos del pantaln y tambin su bombacha. Retir todo y lo
met en una bolsa plstica. Haba quedado expuesta y cubra su pubis
con ambas manos mientras yo preparaba agua tibia con jabn para lavar
la suciedad de varios das. Lo hice suavemente, llegando a sus pliegues
ms ntimos pero tratando de no avergonzarla. Se haba cubierto los ojos
con las manos en un gesto de vergenza y resignado fastidio. La hice
girar lentamente, lav y desinfect sus nalgas para inyectarle una dosis
de antibitico. Cuando termin la cubr con una sbana limpia. Me sent
a su lado, nos miramos un rato en silencio y, ruborizada, me dijo que
tena hambre y mucha sed aunque estaba un poco mareada. Me puse de
inmediato a prepararle un guiso liviano que sali muy sabroso y se
comi todo lo que le serv. Se tom lentamente dos jarras de agua con
limn. Advirti que yo llevaba un arma en la cintura y me pregunt de
qu palo era yo, a lo que respond que era montonero. Luego de digerirlo
me dijo que ella era Tupamaro, se llamaba Lisa y la haban emboscado
saliendo de su casa en Tacuaremb. Haba matado a dos paras pero le
arrojaron una granada y ah termin todo. No saba quin la haba
auxiliado ni cmo, porque haba recobrado el conocimiento viajando en
el bal de un auto en medio del Paraguay. No saba tampoco quin le
haba hecho ese desastre de curaciones. En Uruguay le llamaban paras
a los parapoliciales que hacan el trabajo sucio.
Y ahora estaba conmigo. Y mientras estuviera conmigo yo era
su dueo. Intent que durmiera un poco pero estaba desvelada y tuve
que hacer vigilia charlando hasta la madrugada cuando, por fin, se
104
durmi como un ngel. Yo dorm apenas porque el calor era agobiante
y me haba obsesionado con su respiracin; pero el sueo me venci
finalmente. Me despert sobresaltado, empapado en sudor, como a las
diez de la maana. Lisa intentaba levantarse porque estaba desesperada
por ir al bao. Salt como un resorte y le orden que se quedara quieta.
Cuando vi que estaba bien, la levant en brazos envuelta en la sbana y
la saqu hacia la letrina-inodoro de fabricacin propia. La deposit all
y fui presuroso a buscar su bastn, que le entregu por el resquicio de la
puerta. Luego me alej prudentemente y esper que me llamara. No lo
hizo, sali por sus propios medios y me pidi un balde de agua para
arrojar en el pozo. Le dije que yo lo hara, que no se avergonzara de
nada, estaba para servirla. Luego de una breve discusin sobre las
indignidades y vergenzas le orden callarse la boca y quedarse quieta.
Hice lo que deba hacer en el bao y le expliqu cmo usar un tarro y una
manguerita que yo haba inventado a modo de bidet. Ella se sonrojaba
con cada ilustrativa explicacin que yo le daba sobre el uso de mis
artefactos improvisados y, al final, muy a su pesar, nos remos con ganas
de todas esas tonteras.
105
conocerla yo estaba a un costado de la carpa lavando su precioso cabello.
Yo, el supermacho montonero combatiente, estaba lavando el pelo de
Lisa con tal placer que hubiese deseado hacerlo por siempre.
Ya no quedaban antibiticos y le curaba las heridas con sulfa y
agua oxigenada. Le quit los puntos de sutura del muslo y en la tarea de
desinfectarla mi corazn se aceleraba desbocado por slo tocarla. Ella lo
notaba cada vez que suceda porque mis propios jeans se tensaban entre
mis piernas. No deca nada y slo se relajaba y me dejaba hacer la tarea
que yo siempre prolongaba ms de lo necesario. Cuando me toc quitar
los puntos del mun, todo fue distinto. Ella lloraba de dolor y de pena
y a m se me encogi el corazn, pero al fin terminada la tarea, la distraje
con bromas sarcsticas sobre su pobre pie ausente y nos distendimos
porque ambos sabamos que podra haber sido peor, mucho peor.
Poco a poco ella se vala por s misma. Yo le hice una muleta
muy prctica y liviana y mientras pescaba por la maana Lisa se ocupaba
de las cosas de la casa. Era obvio que ya no haba infeccin y el dolor
en la amputacin era imperceptible. Era muy gracioso verla caminar a
los saltos como un tero y putear como un camionero cuando el mun
tocaba el suelo accidentalmente. Comenc a fabricarle un pie de madera
sin que ella lo supiera, fui a la misin a comprarle algunas cosas para su
higiene y segua curando innecesariamente su pierna por el slo placer
de tocarla. Tambin le compr un jean nuevo, ropa interior y zapatillas.
Creo que estaba perdidamente enamorado de un ngel.
Hablbamos sobre nuestras experiencias en combate, yo quera
saber sobre Tupamaros y ella sobre Montoneros. Le mostr mi pequeo
arsenal, la instru slo sobre el uso de las minas antipersonal porque el
resto de las armas le resultaban familiares. Saba tirar razonablemente
bien con armas cortas y largas. Tambin hablamos sobre la necesidad
106
de no ser capturados vivos, cosa que ella tena muy clara y establecimos
varias normas de seguridad para el campamento.
-Cres que despus de lo que me pas me importa un carajo la
vida? -me dijo.
Mientras tanto, yo mantena las visitas del polica amigo fuera
de la carpa con el pretexto de que estaba viviendo con la hija de un
gringo que se haba fugado de su casa. Le dije que era una rubia hermosa
y que el padre me matara si la descubra all. El milico no hizo preguntas
pero me dijo que tuviera cuidado, que los ricachones de la zona no se
andaban con boludeces y que me mataran sin dudarlo y con toda
impunidad porque manejaban a la polica y a gendarmera a fuerza de
coimas y regalas. Las hijas, especialmente si eran lindas, estaban
destinadas, como en la edad media, a ser negociadas en matrimonios de
conveniencia con hijos de otros estancieros para formar as sociedades
inmensamente ricas. Se unan yerbateros con caeros o algodoneros en
grupos de poder que manejaban los precios de esos productos a nivel
nacional a su antojo, manteniendo a sus miles de empleados en un nivel
de pobreza y semi esclavitud difciles de creer en pleno siglo veinte.
Yo pensaba en lo bueno que hubiese sido, en otras
circunstancias, escarmentar a esos personajes con acciones de guerrilla
pero, estaba claro, Montoneros era una organizacin urbana, de brazos
muy cortos, sin apoyo popular y mucho menos campesino. Haba que
considerar, adems, que nos habamos desbandado y que la dirigencia
haba huido y dejado a las bases libradas a su propia suerte. Cualquier
accin era impensable, excepto la propia defensa. Estbamos en el
slvese quien pueda.
Pronto volvieron los contrabandistas pero al saber que Lisa
segua en el campamento exigieron implementar un sistema de cambio
107
de canoas. Ellos dejaban la embarcacin cargada en la orilla del ro y se
llevaban la que yo dejaba vaca.
Se vena la Navidad. Tiempo de reconciliarse con Dios para los
que conservan la fe. Tiempo de llorar para los que estbamos
condenados. Yo haba olvidado mi cumpleaos en octubre pero ahora
con Lisa preparamos un asado y brindamos con vino berreta hasta
emborracharnos, evocando cada uno a su familia y brindando por ellos
tambin, por nuestros cumpas muertos, presos y desaparecidos.
Justamente, evocando a los miles de jvenes sacrificados por el
descarado abandono de nuestros lderes, es que comenc, en ese
entonces, a repudiar ms a la conduccin de la orga que a los propios
milicos. De los milicos sabamos qu podamos esperar, pero de los
custodios y garantes de la moral revolucionaria...
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batidas militares en el monte para terminar con la ltima resaca
terrorista del ERP. Tiempo atrs haban anunciado la muerte de Norma
Arrostito que, en realidad, estaba secuestrada en la ESMA. La mataran
de verdad luego, en enero del setenta y ocho. No se poda creer nada
que viniera de la prensa argentina. Tena la radio al pedo.
En los alrededores de mi campamento todo se alborot por un
incendio forestal que amenazaba las precarias viviendas de los que
estbamos establecidos a orillas del Pilcomayo. Me comentaron unos
vecinos que estos incendios eran provocados por los gringos de la zona
para desterrar a los aborgenes que se haban establecido fuera de la
reserva. Tuvimos que salir todos los orilleros, como nos llamaban en el
pueblo, armados con palas, mantas y chicotes para apagar el fuego en los
pastizales. En esa tarea, luchando entre los matorrales, me mordi una
yarar -que en mis pagos se llama vbora de la cruz- en la pierna
izquierda, justo sobre el hueso de la tibia. Avis a los dems y enseguida
me hicieron un torniquete y me llevaron a la curandera que me haba
atendido en Picu. All me aplic un aparato que usan las mujeres para
sacarse leche y succion todo el veneno que pudo, me coloc un
emplaste de hojas maceradas sobre la herida y me despach de vuelta.
No haba ms nada que pudiera hacer la viejita. Me dijo que rezara por
m. Ya tena algunos sntomas como, por ejemplo, adormecimiento de la
lengua, sequedad de boca y algo de fiebre. Me dejaron al cuidado de
Lisa que no saba qu hacer conmigo. Le dije que no deba hacer nada
y que, si zafaba de morir, los sntomas se iran yendo con el correr de las
horas. Tena alucinaciones y los msculos se me contraan en espasmos
horribles. As pas la noche y a la maana siguiente tena inflamada la
pierna en forma monstruosa aunque el resto de los sntomas iban
cediendo. La inflamacin era signo de reaccin alrgica as que le ped
109
a Lisa que fuese al vecino ms cercano y le encargara ir al pueblo urgente
a comprar varias ampollas de Decadrn. La pobre Lisa con su pierna
lisiada sali corriendo a cumplir el encargue. Con el correr de las horas
se me haba comenzado a formar un edema de glotis, que es el paso
previo a la muerte por asfixia, y me costaba mucho respirar. Cre que ese
sera mi final y tom un cuchillo de buena punta y un canuto de birome
para hacerme, si era necesario, una traqueotoma a m mismo. Pero por
fin lleg el medicamento y Lisa se apresur a inyectarme una dosis
intramuscular. Con el ltimo aliento le quit la jeringa y me inyect
lentamente una buena cantidad en la vena del brazo izquierdo y me
derrumb a esperar el milagro o la muerte.
El alivio lleg a la media hora de haberme inyectado y supe que
vivira para contarlo, cuando ya tena un principio de cianosis, con los
labios y la uas azules. Me inyect un total de cinco ampollas ms y
tard tres das en poder levantarme sin mareos. Era el veintiocho de
diciembre de mil novecientos setenta y seis. El incidente del fuego haba
trado a la zona un montn de gendarmes que decan que el incendio
haba sido intencional y, afortunadamente, cuando llegaron a mi
campamento estaba de charla con mi amigo polica que, chapa mediante,
evit que revisaran mis cosas. En cambio, les relat a los milicos que
haba sobrevivido a la mordedura de una yarar, me hizo mostrarles la
pierna todava grotesca y se pas a ser el tema de mayor importancia
del da. A esa gente le encantaba tener algo nuevo de qu hablar y
seguramente divulgaran la noticia por todos lados. No era comn en
esa poca sobrevivir a una yarar cuando se estaba a ms de una hora de
un hospital. Saba que, en realidad, la poda contar porque la mordedura
fue sobre el hueso, lo que impidi la inyeccin de demasiado veneno,
pero era bueno sentirse el hroe durante un tiempo y los dej elucubrar
110
las ms alocadas teoras, hasta que al fin se fueron.
Entonces le toc el turno a Lisa, que me ba, me lav la cabeza
y me atendi como devolviendo lo que yo haba hecho por ella. Por
supuesto me hizo el amor de todas las formas que pudo improvisar dada
mi poca movilidad y yo lo disfrut como un nio disfruta de una golosina
inesperada. De esa manera recibimos el Ao Nuevo, borrachos con vino
barato, saciados con asado de carpincho y yo, envenenado por una
serpiente. El primero de enero recibimos la visita de varios vecinos que
me recriminaron no haberles presentado a mi seora. Traan ms y ms
comidas y bebidas y tambin el cuero de la yarar que me entregaron
como recuerdo. Nos amanecimos jugando a la taba mientras las mujeres
cotorreaban y se rean de todo del puro pedo que se haban agarrado.
Por fin, con el alba, nos quedamos solos y nos fuimos a dormir
vomitando por todo el campamento, despreocupados, enamorados. Nos
despertamos a la siesta por el zumbido de las moscas, las cigarras y por
el calor que era infernal.
Nos quedamos en silencio: Lisa, contemplando su mun; yo,
pensando en estos seis meses, en los que haba perdido a un cumpa -tal
vez ms-, haba matado, haba sobrevivido y haba amado.
Paique, Isabel y Lisa. Las tres hermosas, las tres en peligro.
Qu estaba haciendo? A quin le era fiel o infiel? Con quin me
quedara? Y mi esposa? Y la honestidad?
Si bien esas cosas de la infidelidad yo sola racionalizarlas y
acomodarlas a una forma peculiar de moralidad, esa vez se me haca
difcil de digerir. No se poda amar a cuatro mujeres a la vez, aunque
Pedro, en algunas de nuestras interminables charlas de fogn y guitarra,
opinaba que en ciertos momentos de trinchera, cosas muy extraas
suelen pasar en el corazn de los hombres.
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Slo el tiempo me dara las respuestas.
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rivera. Los pases limtrofes no eran una opcin aunque, en ninguno de
ellos, la represin era tan feroz como en la Argentina. Un par de
extranjeros errantes y en fuga llamaran la atencin de las autoridades.
Mejor estar mal ac que muertos en Bolivia o Paraguay.
Transcurrieron varios das en completa tranquilidad pero mi
salud se estaba deteriorando por los parsitos o, probablemente, malaria.
Tena fiebres recurrentes y cclicas. Sospechaba que poda ser brucelosis,
originada en la ingesta de carnes silvestres. Mi esposa padeca ese mal
desde muy joven y yo conoca los sntomas. No era grave pero haba
que tratarla. Luego de conversarlo con Lisa decidimos que ella se
quedara en el campamento y yo partira a Estanislao del Campo para ver
al mdico.
Me fui en tren. El mismo en que se fuera Isabel. Luego de un da
completo de viaje llegu al pueblo del nico Maradona que yo admiro
y respetar hasta el fin de mis das: don Esteban Laureano Maradona.
Mdico del pueblo que dijo, entre otras cosas, que el dolor y la
enfermedad no tienen fronteras ni ideologas cuando se fue a asistir a
los heridos en la guerra entre Bolivia y Paraguay en la dcada de mil
novecientos treinta. A su regreso de esa contienda, cuando pasaba en
tren por Estanislao del Campo, se lo requiri para atender a una
parturienta moribunda. Corra el ao mil novecientos treinta y cinco.
Perdi el tren y se qued all durante cincuenta y un aos atendiendo a
los aborgenes y criollos pobres. Cuando yo ped su atencin, lo hizo sin
hacer preguntas y me aloj en su propia casa durante tres das. Me
medic y atendi con total dedicacin. Durante esos das vi en l la
abnegacin y la bondad personificadas en toda su pequea estatura.
Por esas latitudes l era la solidaridad y el trabajo conjugados.
No cobraba un peso y viva en una casa-ranchohospital que se
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dignificaba por su sola presencia. Era venerado por los aborgenes y
admirado por sus pares de Buenos Aires, aunque nunca imitado. Uno de
los pocos que lo conoci y sigui sus pasos, fue el doctor Favaloro, ni
ms ni menos.
Don Laureano me cur. Me contuvo. Me escuch. Me aconsej.
Me dio el mejor ejemplo de lo que debe ser un hombre de verdad: la
virilidad no reside en los genitales; sino en el corazn. Su aspecto
pacfico y bonachn me record a Mauricio Lpez. Ambos irradiaban
paz y tranquilidad espiritual.
114
vecindad. Se estaba haciendo querer por todos. Adems de hermosa era
dulce, dedicada, solidaria y muy culta. En sus pagos era maestra y
estudiante de derecho hasta que sobrevino su incidente con los
parapoliciales. Tena un novio muerto en combate y una familia
adinerada, propietarios de una conocida cadena de zapateras en
Uruguay. Por qu estaba ahora lisiada y viviendo en medio de la selva?
Igual que yo y otros tantos, no poda contestar la pregunta de manera
simple. Nos creamos realmente ser modernos mesas? y si as era qu
mierda nos diferenciaba entonces de los milicos? Estbamos tan
seguros de que nuestra verdad era la nica verdad y mereca ser
defendida a sangre y fuego? Era normal llevar una metralleta bajo el
brazo en lugar de un libro? La espada en lugar de la pluma? Todas
preguntas retricas que no podan responderse con ms retrica. Lo
discutimos muchas veces y siempre postergamos las respuestas que,
ambos sabamos, seran muy crudas. La nica verdad es la realidad,
repeta Pern una y otra vez, y nuestra realidad era la pierna mutilada de
Lisa, nuestra clandestinidad, nuestra pobreza, la selva, el ro, la pesca y
la siempre cercana muerte.
Yo termin de tallar un pie ortopdico en madera de palma,
pulido, lustrado, impecable. Lo cubr con la zapatilla que Lisa no poda
usar y comenz un verdadero calvario para que ella aceptara probrselo.
Estuvimos disgustados varios das hasta que al fin lo logr. Camin
algunos pasos pero le haca doler el mun en algunos puntos, as que
nuevamente cincel la cavidad hasta que logr un calce perfecto. Por
fin, Lisa se acostumbr, aliviada por no tener que usar las muletas y
despus no haba forma de quitrselo. Quera hasta dormir con la
prtesis. Su andar no era perfecto pero lo disimulaba muy bien. Ella era
tan atractiva que nadie notaba su dificultad para caminar. A veces hasta
115
trotaba por trechos cortos. Yo estaba feliz.
116
desagradecido.
Lisa se iba a su casa en Uruguay. Bsicamente era eso. Se la
llevaba de vuelta porque, con mucho dinero, haba pactado, con los
milicos de all, total inmunidad para ella.
Enmudec, me atragant y la ira me venci por un momento en
que hubiera querido matarlo. Pero una vez ms la realidad era la nica
verdad. Era lo mejor para Lisa, volver al mundo, volver a los suyos, a su
patria y a su vida. Ella estaba en un dilema que no podra resolver
fcilmente. Me amaba, pero tambin amaba a sus padres. La eleccin era
muy difcil pero obvia: se ira ese mismo da, cuando retornara la lancha
de los contrabandistas. Nos quedaban un par de horas juntos, junto a su
padre. Me la llev a caminar por la rivera para poder hablar solos, pero
estbamos mudos, aplastados.
117
corazn a recuperar la dureza necesaria. El campamento sin Lisa era
pattico. Lo que era mi hogar ahora volva a ser una tapera harapienta y
vaca. Cargu un par de botellas de vino y me fui a mi vecino ms
cercano. No quera permanecer solo demasiado tiempo y quera
emborracharme por completo. Lo logr y con creces, porque qued
postrado dos das por la descompostura y la depresin. Pero muy pronto
deba recuperarme porque la plata escaseaba y haba que volver al
trabajo, a la pesca, al contrabando. El padre de Lisa, pragmtico hombre
de negocios, me haba ofrecido dinero y yo lo rechac no s por qu.
Qu boludo!
Retorn lentamente a la rutina, comerciando pescado y plumas
de and, contrabandeando y enseando a leer a los nios que Lisa dej.
Poco a poco se me iba haciendo natural vivir de ese modo. Me estaba
embruteciendo rpidamente y me resultaba cmodo preocuparme slo
por comer. A eso se haba reducido mi vida y, desde la racionalidad,
saba que debera salir pronto de ese crculo y volver a estar alerta,
porque no hay nada ms peligroso para un fugitivo que sentirse cmodo
en algn lugar.
Decid hacer un nuevo llamado a mi ta Rosa para ver si haba
novedades sobre mi situacin legal.
La Misin Tacaagl quedaba a dos horas a caballo y part al
paso, lentamente y sin apuro, cuando amaneca en Formosa, la hora ms
bella en el paisaje ms hermoso. Llegu a las ocho de la maana y fui
de los primeros en pedir llamadas en la oficinita de Entel. La obtuve
media hora ms tarde y habl con mi ta. Me dijo que haba estado
averiguando mi asunto en la Federal y que no haba all ms que un
pequeo legajo con mi nombre, en donde figuraba la misma fecha para
mi detencin y liberacin. Hasta haba una supuesta firma ma al pie de
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pgina y un sello colorado que deca archvese. Ella no saba qu
significaba eso pero all no figuraba oficialmente mi situacin de
prfugo, ni ninguna otra cosa.
En la Polica de la Provincia no haba nada, y no pudo acceder
a la oficina de Inteligencia del Ejrcito. Tampoco lo volvera a intentar
porque sera muy sospechoso.
-Gracias ta, pronto te vuelvo a llamar, avisale a todo el resto de
la familia que estoy bien. Pronto nos veremos.
Mir a la empleada de Entel que limaba prolijamente sus uas
y con mi mejor tono seductor le ped una llamada a Mendoza.
-Si puede ser, por favor, ya s que hay demoras pero si pudiera...
tengo que viajar y no puedo esperar mucho. Gracias buena moza, desde
ya.
Lo logr. Habl con mi esposa y luego de calmar sus llantos y
tranquilizarla le dije que deba ser muy breve y que prestara atencin. Le
ped que hablara a San Luis con mi amigo Orlando -vos ya sabs cul-
y le dijera de mi parte, que necesitaba informacin de la oficina de
inteligencia del teniente Rupi, respecto de mi situacin en la SIDE.
-Por lo dems no te preocupes, sigo vivo y deseo volver, pero
vos sabs que no ser fcil. Un beso, te amo y te extrao. Llamo de
vuelta en quince das ms o menos.
Orlando era subteniente del Ejrcito y fornicaba con la esposa
del teniente Rupi cuando ste se iba a jugar al polo. Yo explotaba esa
situacin desde haca mucho tiempo y obtena de l y de su amante,
buena parte de toda la informacin que pasaba a los jefes de la orga.
Entre otras muchas cosas, por l me enter de la traicin de Juan C.S.
Adems, Orlando era bastante allegado a m, casi amigo, porque
nos conocamos de mucho tiempo y compartamos aficiones como las
119
mujeres, las armas y la cacera de jabales, entre otras. Su hermano Ral
fue uno de mis mejores amigos de la secundaria y estudiamos medicina
juntos en Mendoza. Rupi, a su vez, manejaba los expedientes de la SIDE
en San Luis y Orlando era su asistente de confianza en la oficina. La
ubicacin justa, la situacin justa. Era hora de sacarle provecho, aunque
yo dudaba de la habilidad de mi mujer para convencerlo porque las dotes
diplomticas nunca fueron su fuerte. En fin, haba que cruzar los dedos
y esperar.
Tena quince das hasta la prxima llamada y comenc a pensar
en mudar mi campamento nuevamente, ms cerca de la Misin o
instalarme de algn modo en la Misin misma. Luego vera qu hacer,
segn la respuesta de Orlando. Recorr el pequeo poblado, de no ms
de cuatrocientos habitantes, viendo si era posible encontrar trabajo. Un
trabajo donde no hicieran preguntas. Llegu, por fin, al almacn del turco
que me haba provisto la canoa unos meses atrs y me ape del caballo
para charlar con l. Lo encontr paleando carbn al fondo del galpn
que usaba como depsito, muy enojado porque ese trabajo le disgustaba
y hasta lo enfermaba. Los aborgenes que sola emplear trabajaban unos
das y se iban sin avisar.
-Encima me roban mercadera. Por eso estn como estn esos
indios de mierda -agreg escupiendo una bola de tabaco y saliva.
Llegu justo. Le dije que, si l quera, poda trabajarle por poca
plata si me daba habitacin y comida.
-Adems soy mendocino -le ment -y usted sabe que todos los
menducos somos laburadores. Ya estoy harto de la pesca y las
inundaciones y los bichos y toda esa mierda -le dije -as que si usted
quiere... lo nico que necesito es ahorrar un poco, a ver si un da puedo
comprar de vuelta una moto.
120
El turco me evalu detenidamente mientras sacaba cuentas
mentales.
-No me conviene -me dijo finalmente -adnde lo acomodo para
que duerma?
-Con un catre ac, en el fondo del galpn, yo me arreglo.
Mientras tenga un bao cualquier cosa es mejor que como estoy ahora
-le dije -pero si tiene dudas, pinselo un rato mientras yo hago unos
trmites. Vuelvo a la tarde.
Se la dej picando al turco y me fui a recorrer lo que me quedaba
por ver del pueblo, especialmente la ubicacin del milicaje, las entradas
y salidas y las posibles vas de escape. No haba mucho que ver, salvo
la misin propiamente dicha, que era manejada por monjes franciscanos
que vinieron a reemplazar a los jesuitas cuando stos cayeron en
desgracia con el Papa. Alrededor de la misin haba puestos de venta de
artesanas y de aves canoras de la zona. Algunos monos y tates para
vender a los pocos turistas que venan completaban el cuadro. Compr
unas tortas de harina de mandioca y un vaso de algo parecido al vino de
palma. Tambin compr un poco de patay, que es una pasta seca hecha
de vainas de algarrobo machacadas y un frasquito de arrope de chaar.
Este ltimo es como la miel pero mucho ms sabroso y muy energtico.
Ese sera mi almuerzo y cena del da. Desarm los aperos de mi caballo
y los coloqu a modo de almohada bajo un rbol y dorm una soberana
siesta. Promediando la tarde me levant, arm mi montura y part
nuevamente a lo del turco.
121
XII
122
cierto que me haba reducido a la mera supervivencia, a la defensa
propia, a luchar slo para evitar la muerte. Ya era tarde para cuestionar
los mtodos. Por ahora era una cuestin de matar o morir pero tambin
una cuestin de astucia: la mejor batalla es la que no se lucha y, mientras
existiera un resquicio para escapar, lo hara.
No quera matar, no quera morir, pero el futuro me obligara de
mala manera a contradecir mis deseos. Mi intencin de evitar el combate
y la violencia no haca que la represin las hordas de psicpatas que
comandaban la lucha anti subversiva fueran menos brutales.
Segn escuchaba por radios extranjeras y por comentarios, esa
guerra estaba llegando en todo el pas, a la calificacin de genocidio. Era
obvio que el golpe de estado no fue dado para luchar contra la guerrilla
sino que responda a intereses econmicos y, descaradamente, a la
financiacin de la CIA. Puntualmente el golpe fue dado cuando Isabelita
anunciaba la renacionalizacin de las bocas de expendio de
combustibles. La guerrilla slo fue funcional y la excusa perfecta para
algo que se vena gestando desde haca mucho tiempo entre Kissinger y
el Estado Mayor Conjunto de nuestras FF.AA., y entonces soltaron los
perros.
La Argentina, desde entonces, retrocedera sociopolticamente
cincuenta aos y eso era irreversible. Lo de la lucha contra la subversin
siempre fue una gran mentira. Yo estaba consciente de ello por conocer
con bastante certeza el verdadero nmero de montoneros combatientes
que haba disponibles en marzo del setenta y seis: no llegbamos a
trescientos en todo el pas. Era simplemente ridculo basar un golpe de
estado en la necesidad de neutralizar trescientos tipos mal armados y
mal entrenados. Me olvidaba: la palabra era aniquilar. Los milicos
estaban aniquilando una generacin de jvenes pensantes, no
123
combatientes, que realmente representaban un peligro para el modelo
social y econmico que nos impona EE.UU. y su Departamento de
Estado. Eso estaba claro para cualquiera que quisiera verlo. Encima, el
milicaje no poda creer que los montos tuviramos los huevos que
siempre tuvimos cuando entramos en combate y eso los pona como
locos y sacaban a la calle efectivos que nos superaban generalmente
cincuenta a uno, o ms. Por eso, an hoy se cuestiona que hubiera nunca
una verdadera guerra aunque, personalmente, yo s lo crea.
Para las FF.AA., la lucha no era una guerra en realidad, era un
mero trmite, aunque todava hoy se ufanan de haber triunfado a sangre
y fuego.
124
rubio que entreg las Georgias a los ingleses sin disparar un slo tiro.
Astiz, el que mat a las monjas francesas. Ese mismo. Todo era un
verdadero asco de corrupcin y cobarda. Tambin, en honor a la justicia,
hay que sealar la corrupcin y cobarda de algunos elementos -pocos, por
cierto- de la conduccin de Montoneros, que huyeron como ratas y los que,
ya sabemos, se convirtieron en prsperos empresarios negociando con la
sangre de nosotros, los boludos tiles que andbamos sin saber qu hacer,
deambulando escondidos, con la metralleta bajo el brazo. Pero para esos
traidores habr justicia y, ellos lo saben, probablemente no ser la justicia
de Dios, ni la de los Tribunales.
125
le hice en el boliche y, a veces, hasta molesto porque estaba demasiado
acostumbrado a la mugre y al desorden. Renegaba de sus dos hijos que
nunca haban colaborado con l y se haban ido a estudiar afuera. La
mujer era una gordita muy afable y una cocinera incansable que me
consenta con manjares tpicos del Lbano a escondidas de su marido.
Ella presenta que yo tena una vida oculta pero nunca insisti demasiado
en conocerla.
Cierto da el turco me pidi que acompaara a su mujer a
Estanislao del Campo para ver a don Laureano Maradona, con todos los
gastos pagos, porque haba que ir en tren y nos llevara ms de una
semana, entre ida y vuelta. Para m sera un verdadero placer y un
privilegio volver a ver a ese hroe de la medicina rural y compartir con
l su famoso t de menta. Tambin sera un placer conocer mejor a esa
seora que, con un cncer de tero y llena de metstasis, viva cada da
como un regalo de Al y se brindaba siempre alegre a los dems como
si no pasara nada, como si slo tuviera un resfro.
Ya en la casa del doctor Maradona, luego del examen mdico,
don Laureano, con cierto disimulo, me llev aparte creyendo que yo era
hijo de la seora Pocha y me dijo que el cncer estaba en las fases finales
y que con suerte tena para unos meses ms, a lo sumo. Le expliqu que
no era su hijo, que slo era un empleado y que le transmitira al turco las
malas nuevas. Le record a don Laureano quin era yo y cunto le
agradeca el trato que me haba brindado en aquel entonces y el de ahora.
l, que haba advertido que yo fumaba mucho, me dijo que le aflojara
al pucho porque el tabaco mata y, agreg:
-Lo que llevs en la cintura tambin te mata, pibe. -percibiendo,
sin dudas, el bulto de la Browning debajo de mi camisa suelta. Yo no
supe qu decirle y, por primera vez en meses, me sent avergonzado.
126
Me dio unas cajas de medicamentos para la Pocha entre los
cuales predominaba la morfina ms pura. Me pregunt si yo saba
inyectar y me explic que slo deba hacerlo cuando los otros calmantes
no sirvieran.
-Va intravenosa y no se la mezquins -me dijo-, la va a
necesitar toda en muy poco tiempo.
Fui a pasear con la Pocha por el pueblo y aprovech para pedir
una llamada a Mendoza. Excepcionalmente, la consegu de inmediato y
me atendi mi esposa. Se haba contactado con Orlando y ste le haba
dicho que en las planillas donde estaban los nombres de las personas
ms buscadas por la SIDE yo figuraba con un resaltador amarillo, y un
asterisco con una notita al pie que deca terminado. Nada ms. Lo haba
hecho el mismo Orlando, de contrabando, para tirarse el lance de que
realmente me olvidaran. Los perros de los servicios saban el significado
de esas marcas y probablemente diera resultado; al fin y al cabo eran
milicos, eran brutos. Luego de tranquilizar a mi mujer, le dije que eso era
auspicioso a corto plazo. Luego le explicara bien pero ahora deba
cortar. Besos. Pronto nos vemos.
Paseamos por Estanislao del Campo con la Pocha, hicimos
algunas compras y buscamos una pensin para pasar la noche. La Pocha
lloraba en silencio. La Pocha saba todo. Dios -Al para ella- se la
llevara demasiado pronto, tena cuarenta y seis aos y mucho por hacer
en esta vida. Pero as es la realidad. Dejara solo al turco y a sus dos
hijos muy pronto. La Pocha saba. La Pocha lloraba.
Aprovech para conocer mejor el pueblo, charl con gente que
no conoca y hasta me invitaron a jugar al ftbol en un baldo. Volv a
pensar en lo poco natural que era para m vivir escapando de la muerte
en vez de hacer lo que todos los jvenes hacan. Cuando regres a la
127
pensin, al atardecer, pasaba por un pequeo taller mecnico que era a
la vez gomera y herrera. El corazn me dio un vuelco.
Desde el techo de chapa del taller colgaba, atada con alambres,
una Royal Enfield 350. Una inglesa veterana pero seductora que me
miraba y, me pareci, me hizo un guio. Me detuve a contemplarla con
un piropo a flor de labios. Debo haber tenido una cara de ensueo
pattica porque el dueo del taller sonri comprensivo y me pregunt si
me gustaban las motos antiguas. Le dije que para m era un sueo volver
a ver una Royal. Haba tenido una de esas, un poquito antes de tener la
Gilera Macho, y casi no la haba disfrutado porque la vend apenas la
termin de reacondicionar.
Me dijo que a sta se la haban dejado en pago por un arreglo de
cubiertas de cosechadoras y que no saba si andaba o no. Haca casi diez
aos que estaba colgada all. Le ofrec ir algn domingo para tratar de
ponerla en marcha y me dijo que, siempre y cuando al final se la
comprara, l no tena problemas. Le dije que estaba juntando algn
dinero y adems tena dos buenos caballos para ofrecerle. Di justo en la
tecla porque los burros eran su debilidad. Me dijo que los vera y que,
si estaban bien, no hara falta dinero. Cuando le dije que viva en
Tacaagl, en la casa del turco, l me coment que lo conoca y tambin
a la Pocha. Estaba hecho: l ira con el camioncito 1114, me llevaba la
moto y se traa los caballos, probablemente en unos quince o veinte das
y de paso saludaba a los turcos porque los quera mucho. Yo tuve que
decirle lo de la Pocha y se qued helado.
-Si se muere la Pocha el turco la sigue de cerca al poco tiempo
-me dijo- qu cagada!
Unos das despus, yo estaba contndole al turco lo que se vena
con la enfermedad de su esposa. La Pocha no se lo contara jams y tuve
128
que ser yo el vocero de las malas nuevas. Le ped que no se diera por
enterado, porque su mujer me matara, pero le dije la verdad. El turco
nunca termin de agradecer mi gesto de confidencia. No saba qu hacer,
le daba vergenza llorar, no saba si deba contarle a los hijos o esperar
un tiempo. Eligi un camino diferente, decidi que eso no estaba
pasando, que no poda ser y me agarr a m de hijo y se larg a trabajar
como loco. Evitaba mirar a los ojos a su mujer y cuando la vea
trajinando como si nada pasara, el turco lloraba escondido. Yo haca
como que no lo vea y trabajaba a su lado codo a codo. El turco comenz
a viajar por la zona con su Multicarga llena de mercaderas de todo tipo
y me dejaba a m el negocio. La Pocha, mientras tanto, me malcriaba
cada vez ms con comidas y postres rabes y me obligaba a comer hasta
reventar, como si yo fuera uno de sus hijos. Poco a poco me sent como
tal y empec a quererla como tal. Eso iba en contra de las ideas sobre el
desapego y la creacin de vnculos afectivos.
Aunque devaluado, segua siendo un guerrillero prfugo y no
debera estar en situaciones as. Pero me pas por el culo las reglas y la
adopt como mi madre y jams me arrepent de eso. La Pocha era todo
lo demostrativa que mi vieja no era y me malcriaba como mam nunca
lo hizo. Que el desapego se fuera a la mierda, mam Pocha.
129
XIII
130
y comenc a buscar herramientas que el turco tena desparramadas por
todos lados, las clasifiqu y orden como si fuera un quirfano y esper
pacientemente a que llegara el domingo.
Yo desconoca la naturaleza de la relacin afectiva entre el turco
y la Pocha, pero estaba claro que se queran y necesitaban tanto como era
esperable en una pareja de inmigrantes que vinieron en condiciones de
mucha pobreza y sin ningn capital, excepto sus naturales condiciones
para comerciar y su obsesiva dedicacin al trabajo. Se apoyaron
mutuamente, en las buenas y en las malas, a lo largo de treinta aos en
la Argentina, haciendo una vida de sacrificios y privaciones para tener
lo poco que tenan. Su gran logro era tener a sus hijos estudiando afuera
y un par de hectreas de nada en medio de la nada. Resultaba chocante,
para un extrao, la aparente frialdad de la pareja, pero a poco de
conocerlos uno se percataba de que, por cuestiones culturales y tal vez
religiosas, se reservaban los gestos de afecto para su estricta intimidad.
Eran musulmanes devotos y hacan infaltablemente sus cinco oraciones
diarias, por separado, arrodillados de cara a la Meca, estrictamente
aislados de la vista de los extraos e inclusive de la ma. Yo lo saba
porque, en el trajn diario, era inevitable verlos de vez en cuando por el
resquicio de una puerta. Cierto da, conversando con el turco le pregunt
en qu consistan las oraciones y me dijo que, al contrario que otras
religiones, slo se inclinan ante Dios para agradecer, nunca para pedir.
Le pregunt si no era hora de pedir por la salud de la Pocha. No deb
haberlo mencionado; el turco se enoj y me dijo que si Al deseara que
su mujer viviera, le concedera la vida, sin que se lo pidiera nadie. Al
era tan justo como bondadoso y slo caba agradecerle en don de vivir
cada da. Y como Al tambin es sabio, sabra cundo dar y cundo
quitar.
131
Yo aprend la leccin y creo que en mi interior, hasta el da de
hoy, tambin agradezco cada da de gracia, slo que no s a quin.
Mi trabajo sobre la moto avanzaba rpidamente porque el turco,
disimuladamente, me dejaba ms tiempo libre que antes y adems, yo le
robaba horas al sueo para dedicarlas a la mecnica. La desmantel
completa, lij prolijamente el chasis, quit todo rastro de xido y lo pint
usando un pulverizador de insecticida -la vieja y querida maquinita de
Flit-. El motor no necesitaba demasiado trabajo; slo fue tarea de
desarmarlo y limpiarlo todo, reemplazar algunos tornillos y regular las
vlvulas usando hojitas de afeitar como zondas. Estaba bien de pistn y
aros, con un poco de juego en la biela, aunque eso no afectara su buen
andar. Despus de todo, era una dama inglesa. Logr desarmar y armar
el motor sin romper ninguna junta, igual que el carburador. Mont el
conjunto en su lugar, lo puse a punto a ojo, arm la parte elctrica y
esper hasta el otro da para intentar arrancarla. Entonces, el turco
comenz a sobrecargarme de trabajo. No me dejaba ni respirar y me
escondi las herramientas y la nafta. A la hora del almuerzo le coment
a la Pocha lo que me estaba haciendo su marido y ella por primera vez
en muchos das se ri con ganas y, cuando observ mi cara de
interrogacin, me explic que el turco quera, de algn modo, evitar que
yo partiera. Sin moto no hay viaje. Comprend, entonces, que el turco no
quera enfrentar solo lo que se le vena con su mujer enferma. Lo habl
esa misma tarde mientras me haca bajar y subir, intilmente,
mercaderas de un estante; le expliqu que todava no pensaba partir y
que tena por lo menos dos meses ms trabajando para l, como mnimo.
-No se preocupe que no tengo a dnde ir. Slo quiero hacer
andar la moto para ver si as consigo una novia -agregu. -Usted sabe
cmo son las chicas, hay que tener ruedas para que lo miren a uno. De
132
a pie no pasa nada con las gringas cogotudas. Hay que tener ruedas -
insist.
Poco a poco, el turco fue aflojando y aparecieron las cosas al
cabo de un par de das. Creo que la Pocha lo convenci del todo y as fue
como, en una siesta templada de mayo, arranqu por primera vez la
Royal, luego de patearla por lo menos durante una hora, mientras haca
pequeos ajustes a los platinos y al magneto. Fue un estruendo tremendo
y una densa humareda negra lo que sali por el escape, que careca de
silenciador. Pero finalmente ronroneaba y hasta logr que se quedara
regulando. Su andar era brutal; las suspensiones, dursimas y apenas
frenaba, pero, como la dama inglesa que era, cumplira su cometido o
morira en el intento. Di unas vueltas por la misin alborotando
gallineros y vecinos hasta que el turco me hizo seas para que me dejara
de joder y me pusiera a trabajar. La Pocha me miraba sonriendo,
cmplice. Me mand a lavarme la grasa y la tierra pegadas en la cara. Yo
estaba tan feliz que se me notaba a la legua.
133
misterios de la parrilla. Adems tena que pedirles permiso y plata para
salir el domingo a buscar chinitas dispuestas a pasear en moto. Sin
darme cuenta me estaba comportando como un hijo y, extraamente, eso
no me disgustaba para nada. El domingo temprano, part hacia El
Espinillo, a unos setenta kilmetros al sureste de Tacaagl, por un
camino de tierra colorada, flanqueado por densos montes. Puse a la
Royal a fondo para probarla haciendo espantar loros, papagayos y
tucanes, que nunca deban haber escuchado tan tremendo alboroto.
Tambin saltaban de rama en rama, un montn de pequeos monos
asustados, al paso de mis doscientos kilos de fierros ardientes. Me senta
indecentemente feliz cuando, al cabo de poco ms de una hora, llegaba
al pueblo, un casero rural dedicado a los bananeros y a la caa. Par en
la nica plaza para hacerme ver un poco y me dirig a pie a una pulpera
y almacn. All me miraron bastante recelosos porque como en casi
todos lados, los motociclistas no eran bien recibidos. Adems, mi
indumentaria no les gust. Iba de botas de montar, jeans con
guardamontes de cuero crudo -rezago de cuando tena los caballos- y
campera tambin de cuero, tipo aviador. Definitivamente les ca mal y
me buscaron la boca no bien entr. Eran todos gringos grandotes, de
ojos claros y burlones y uno de ellos, ignorndome, le pregunt al dueo
que cundo haba llegado el circo al pueblo -por el payaso, digo.
El dueo, que aparentemente tambin era un turco, sonri sin
responder. El resto de los parroquianos festejaron el chiste con
exageradas risotadas. Yo, seguramente influenciado por algn western,
saqu mi facn con vaina y todo y lo puse con un golpe seco sobre el
estao, me acod y ped una ginebra doble.
-A la mierda che! Qu carcter podrido! -se burl nuevamente
el grandote.
134
El cuchillo no lo haba impresionado para nada. Todos all tenan
uno parecido y saban cmo usarlo, as que decid que accidentalmente
se notara tambin el fierro que llevaba en la cintura, atrs. Eso sirvi
por un momento, aunque gener un cuchicheo entre los cinco o seis tipos
del lugar. Dos de ellos se levantaron y salieron rpidamente mientras el
picudo se me arrim por un costado de la barra. Yo supona que haban
ido a llamar a la polica y deba actuar rpido si quera salir de all sin
problemas. Apur la ginebra y, cuando ya estaba a mi lado el grandote,
le pregunt si eran tan gallinas que necesitaban a los milicos para hacer
cagar a un solo payaso motociclista.
-Ac no hay milicos ni comisara -respondi. -Nos arreglamos
solos y bastante bien.
Ms tranquilo, ahora que saba que no haba milicos, le pregunt
si lo que quera era pelea, pero el tipo me abraz con cuidado y me dijo
que slo quera ver de qu madera estaba hecho.
-No te calents, che. Ac nunca pasa nada y as queremos que
siga la cosa me entends? As que quedate piola, no pasa nada.
Yo respir hondo, medio mareado por la ginebra pura y le puse
la mano en el hombro correspondiendo a su gesto. Le cont que vena
de Tacaagl probando la moto y, de paso, para ver si ligaba alguna
chirucita.
-Las armas las llevo porque hay muchos contrabandistas y gente
de mal vivir por todos lados -le dije. -Pero nunca busco yo la pelea. Lo
nico que te puedo pelear a vos es un truco mano a mano -agregu.
Jugamos hasta entrado el medioda y ya ramos todos amigos.
Comimos unas albndigas muy picantes que sirvi la mujer del
propietario, con pur de mandioca y mucho vino. Finalmente salimos
del boliche para que admiraran mi mquina. A ninguno le gust. Ellos
135
se movan en camionetas nuevas y no entendan qu le vea yo de bueno
a las motos. No perd tiempo explicndoles mi punto de vista.
-Gustos son gustos -concluy el grandote- pero con eso ac no
levants ni tierra; adems, las pocas mujeres del pueblo son nuestras
novias o hermanas o primas as que si quers baile, tens que llegarte a
Clorinda. Ah est lleno de putas paraguayas.
Pero Clorinda estaba un poco lejos y deba volver a Tacaagl
antes del anochecer, porque no saba si podra transitar el camino de
vuelta con la escasa luz de mi dama. Qued en volver un da a buscarlos
para ir en camioneta a buscar chicas a Clorinda, nos despedimos con un
firme apretn de manos y part.
La Royal no rodaba, volaba bajo, tena una fuerza impresionante
y una luz de mierda. En el camino se cruzaban todo tipo de bichos, casi
me mato con un aguar y luego con un mono al que impact con una
bota, para no pisarlo. Me detuve a verlo: el pobre tena quebrada una
pata. Era muy pequeo y se me dio por llevrmelo para curarlo. Mala
idea. Me mordi y ara con una ferocidad inimaginable; lo haba puesto
dentro de mi campera, sobre el pecho. El monito asustado y dolorido se
desquit a sus anchas durante todo el viaje. Llegu hecho un desastre y
la Pocha se asust al ver mi remera ensangrentada; aunque se enoj de
verdad cuando descubri el mono, que yo trat intilmente de esconder.
A duras penas la convenc de que haba que curarlo y que me ocupara
yo mismo y que no molestara. Ella sonri y me trajo elementos para
desinfectarme las mordidas y rasguos. Mientras, el turco intentaba
sintonizar por onda corta alguna radio de medio oriente, ajeno a las
peripecias que hacamos con la Pocha para entablillarle la pata al mono.
Por fin lo logramos y lo metimos en un cuartito, con algunos vegetales
y agua, sin que el turco se percatara de nada.
136
Qu madraza la Pocha. Yo empezaba a quererla justo cuando
Al decida llevarla no s a qu cielo, no s a dnde, no s porqu, porqu
a ella, justo a ella. Sos un garca Al o como quiera que te llames, sos un
garca.
137
XIV
138
un pretexto y, sin hacer preguntas, me convenci de quedarme un tiempo
ms.
Mientras, el mono fue bautizado entre la Pocha y yo con el
nombre de Jorge Rafael -aunque ese nombre hubiese sido ms apropiado
para una alimaa. Estaba bastante domesticado y dorma conmigo
convirtiendo mis amaneceres en un infierno de chillidos, saltos y
piruetas cuando reclamaba su desayuno. Se acostumbr a andar en moto,
prendido de mi espalda, sin miedo en lo absoluto. Eso me convirti en
el personaje del pueblo y, adems, era un buen anzuelo para las chicas
que se enternecan con el animalito. El mono me abra puertas -por
decirlo con delicadeza- que de otro modo eran intocables. Lo llev a El
Espinillo y a Clorinda, siempre en moto, y me hizo hasta conseguir
descuentos con las prostitutas, que me consideraban muy tierno o muy
boludo. Cualquiera fuese el caso, el mono se convirti en mi compaero
inseparable. En Clorinda hasta hice unos pesos sacndome fotos con la
moto, el mono y los turistas. Estaba viviendo en un limbo del que no
hubiese querido salir nunca pero la realidad golpeaba siempre en lo
mejor del sueo. La realidad de la Pocha, pobre Pocha.
Comenc a inyectarle morfina muy pronto y muy pronto se
acabaron las dosis que tena. Lo mand al turco a ver al doctor Laureano
para conseguir ms y tuve ocasin de estar solo con la Pocha casi tres
das en los que hablamos tantas cosas, tantas y tan fundamentales, que
una vez ms sent que realmente ella debi haber sido mi madre. En tal
caso, probablemente, yo no hubiese sido montonero. No hubiese matado
nunca, ni estara ahora en un peligro tras otro. Hubiese aprendido a
honrar la vida y a luchar de un modo diferente, edificante. Pero la Pocha
se mora rpidamente y asum con placer y con pena el papel de hijo, de
los hijos que no vinieron a verla.
139
Me habl de su tierra natal, del turco y de las interminables
guerras de las que por fin pudieron escapar. Amaba la Argentina y
entonces yo me preguntaba qu clase de infierno sera Oriente Medio,
para que alguien quisiera vivir en mi pas y lo considerara un paraso. Por
supuesto, no coment con ella mis dudas existenciales. Slo intentaba
hacerla sentir bien y, hasta cierto punto lo consegu, an en contra del
dolor que por momentos la paralizaba y le provocaba desvanecimientos.
Yo, que no crea en Dios ni en Al, me encontr sin saber a quin rezarle,
a quin carajo pedirle piedad para ella y su alma.
Por fin, volvi el turco con morfina como para matar caballos y
yo me fui a buscar al monje para que la inyectara porque a m, ya me
temblaba el pulso.
Cuando volv con el cura, la Pocha haba muerto en un espasmo
de dolor, tomada de la mano de su marido. Ante la noticia, le ped al
curita que rezara un responso y que cambiara la palabra Dios por Al, al
fin y al cabo eran lo mismo, unos garcas. El monje lo hizo dignamente
y nos dej conformes al turco y a m.
Tuve que hacerme cargo del velorio para que el turco pudiera
irse hasta Clorinda a comprar un atad y todo el pequeo pueblo desfil
por la casa y traan tantas flores perfumadas y tan bonitas que por
momentos olvidaba que la Pocha estaba muerta.
Formosa, junto a Misiones, era la tierra de las mejores orqudeas
del pas y all estaban todas, las ms bonitas. La gente rindi sincero
tributo a una mujer que muri con tanta integridad como era posible.
Muri en silencio como vivi. Dignidad era la palabra. Dignidad.
La sepultamos en el pequeo cementerio de la Misin y nos
fuimos cada uno tragando sus angustias. El turco estaba desolado y
desde ese da se sumergi en un silencio casi enfermizo. Se dedic a
140
trabajar de un modo obsesivo, supongo, para no pensar. Yo preparaba
mi moto, tambin de una manera insana, retardando mi partida para ver
que el turco se recompusiera un poco, pero finalmente l mismo me dijo
que era hora de irme.
-Ost vaya en paz -me dijo un da-. -Ost es un buen hombre y
un buen hijo, pero es hora que se vaya -y me dio un montn de plata que
yo no me haba ganado; lo hizo con un gesto que no admita rplica ni
discusiones.
Nuevamente en la ruta con el corazn partido. El tanque lleno,
el alma vaca y un mono en la espalda. Qu locura mi vida. Qu
quilombo mi vida. Enfil a Nueva Poblacin, esta vez por caminos ms
civilizados y con menos temores, en busca de Paique, con la moto al
palo y sin problemas mecnicos. Los nicos inconvenientes eran el
consumo de combustible y la comida del mono. Poco a poco, lo
acostumbr a comer las mismas porqueras que coma yo y el pobre se
agarraba unas diarreas espantosas. Tuve que colocarle paales de tela y
chirips como a los bebs, para que no me estropeara el silln trasero, ni
la ropa. Continu con la precavida costumbre de acampar por las noches
en medio del monte, durmiendo en la carpa con el mono que se echaba
unos gases espantosos y que ahora, en vez de madrugar, se haba puesto
dormiln y se despertaba de psimo humor. En Nueva Poblacin -
Chaco- ya no haba militares y nadie me pidi papeles. Slo me
intercept un polica que me dijo que estaba prohibido tener monos
como mascotas: respond con una modesta coima para seguir mi camino.
Finalmente, un da despus, llegu a El Pintado, en donde
ingres despus de comprobar desde el monte que no haba milicaje.
Todava estaba en el camino el mun del Unimog que incendiamos.
Me detuve en la pulpera y me sorprendi encontrar all a Marcelo, uno
141
de los cumpas que se debera haber dispersado con los dems. Lo salud
con el placer irracional de comprobar que, por lo menos uno, estaba con
vida y me relat algunos horrores que vivieron los primeros das luego
del escape, en que combatieron a sangre y fuego con comandos que
bajaban del helicptero que habamos visto siguindonos, comandos del
grupo Albatros de Prefectura, armados hasta los dientes y muy bien
entrenados.
De los enfrentamientos, segn l, resultaron muertos dos
cumpas -Pipo y Luciano- y un albatros; adems haban abatido el
helicptero con tiros de FAL al rotor de cola -el punto dbil de todos los
helicpteros- que apenas logr descender sin estrellarse. El incidente
puso fin a los combates. Dos cumpas lograron huir hacia Tucumn y
Marcelo, a la reserva toba nuevamente, donde se ocult durante un mes,
justamente en casa de Paique. En el transcurso de ese mes, los militares,
esta vez del Ejrcito, hicieron tres incursiones en el poblado aborigen:
ametrallaron chozas y taperas, asesinando en total a ms de quince
hombres, mujeres y nios.
Paique y su to estaban muertos, literalmente cortados al medio
por rfagas de FAP. Marcelo haba logrado zafar, porque de noche, se
enterraba en un pozo camuflado a varios metros de las viviendas. Desde
all pudo ver claramente al teniente que comandaba el grupo de tareas y
lo reconocera en cualquier circunstancia.
Entonces supe que me quedaba un trabajo por hacer, antes de
volver a mi vida y a mi esposa. Deba matar al milico asesino, estuviera
donde estuviera, aunque eso me costara la vida a m.
Al lado de la vida de Paique, la ma era insignificante. Marcelo
me dijo que el teniente perteneca al Tercer Cuerpo de Ejrcito, cuerpo
que, segn la radio, se haba trasladado a Tucumn para hacer un
142
operativo limpieza buscando algunos insurgentes del ERP que todava
se escondan en la selva de esa zona. Le ped a Marcelo que me
describiera minuciosamente al teniente asesino y lo hizo con lujo de
detalles. Le pregunt si era seguro quedarme en El Pintado unos das y
me dijo que s, si tombamos las precauciones del caso.
143
mi mono y mis armas.
EL ERP nunca tuvo ms de doscientos combatientes, de los
cuales, menos de setenta fueron a los montes tucumanos, dirigidos por
el tristemente clebre Santucho. Los milicos decan que haba cinco mil.
Yo haba recabado bastante informacin sobre el tema, porque los del
ERP eran comunistas y hubiesen sido nuestros adversarios naturales, de
no haber sido barridos por los militares. Setenta. Cinco mil. Qu
disparate. Ni contando los cuadros pasivos llegaban a dos mil. Era,
obviamente, una cifra manipulada para justificar tantos cadveres de
gente que nada tena que ver con la guerrilla. Gente como Paique.
Marcelo era un montonero de ley, pero de pensamiento muy
lineal, que ahora tena orientado su odio hacia los propios cumpas de la
conduccin que haban huido como ratas. En su lista negra estaban
Firmenich -resida en Francia, creo-, Miguel Bonasso -residente en Per-
, y otros que andaban por Mxico, Cuba y Brasil. Juraba que los ira a
buscar adonde fuera que estuviesen para hacer lo que l llamaba justicia
revolucionaria.
Su primer objetivo sera el propio Isaas -nuestro pequeo y
propio traidor- que, segn l, saba dnde encontrarlo y lo matara como
a un perro. Lo aconsej en el sentido de no vivir para la venganza, y
justo yo lo deca, que iba a tomar la vida del teniente asesino por puro
odio y sed de justicia. Quera matarlo a corta distancia y, si era posible,
mirndolo a los ojos. Mi consejo para Marcelo no son demasiado
convincente.
Part un domingo hacia un pueblo que se llama Taco Pozo, en
donde hice empalme con la Ruta 16, despus de dos largos das de viaje.
All haba una pequea estacin ferroviaria y un casero agradable, en
donde conoc a un contacto recomendado por mi cumpa. Me recibieron
144
muy bien, luego de invocar el nombre de Marcelo, porque el contacto era
nada menos que su hermano mayor. Quera noticias desesperadamente
porque no se vean ni saban nada de l desde haca ms de siete meses.
Me brindaron una hospitalidad difcil de olvidar ya que termin
quedndome casi diez das all. Ese tiempo me sirvi para resolver el
tema del registro de conductor, que me fue concedido sin preguntas por
el pequeo municipio, con un nombre falso que ya haba utilizado antes,
Oscar Ordoez, todo logrado a instancias de Beto, mi benefactor, que
tena a su novia trabajando en la municipalidad.
Esta afortunada circunstancia me dejaba por resolver slo el
tema del documento de identidad, ya que tambin logr que la comisara
del lugar me expidiera un certificado de extravo de la documentacin
de la Royal en el que constaban los correspondientes nmeros de motor
y chasis, as como la chapa patente, todo verificado y sellado por el juez
de paz del pueblo.
Esa documentacin me permitira cruzar de una provincia a otra
sin riesgo y sin necesidad de atravesar el monte, como vena haciendo
hasta ahora. Para mi sorpresa, Beto me consigui un viaje gratis en tren
hasta Salta con moto y todo, pero tuve que declinar el ofrecimiento por
el mono, que no se separaba de m, ni yo de l.
En esos das habl mucho con Beto sobre su hermano y le
recomend que se hiciera un viaje a El Pintado para tratar de disuadirlo
de su plan justiciero. Era demasiado joven para morir y tal vez a l lo
escuchara ms que a m. Yo lo haba liberado formalmente de toda
obligacin con Montoneros pero l consideraba la venganza como una
cuestin de honor.
-Si los traidores sobreviven, se multiplicarn y, algn da, el pas
entero ser de ellos -deca Marcelo, inconsciente de cunta razn tena.
145
Nuevamente en la ruta, cruc a Salta y llegu a Joaqun V.
Gonzlez en donde repost combustible y le pegu duro y parejo por
unas rutas secundarias, pero ms directas, hasta llegar a Salta Capital, al
atardecer de un da de junio de mil novecientos setenta y siete. Los das
se haban puesto bastante fros y busqu un cmping del ACA para
establecerme por unos das, ya que tenan duchas y agua caliente. Estuve
dos das recorriendo la ciudad ms bonita que hubiese visto, pero no
como turista sino reconociendo los puestos militares y policiales y
tanteando el grado de peligro que pudiera existir.
Deba buscar a mis contactos en un pueblito camino a Jujuy que
se llamaba La Caldera, a veinte kilmetros por caminos de cornisa.
Cargado con slo la Browning y el mono, all part, y llegu tras casi dos
horas de marcha muy lenta, por la escarcha y por lo increblemente
retorcido del camino. Me dirig directamente a la casa que estaba pegada
a la iglesia y pregunt por Francisco Cceres, dando el santo y sea que
era: vengo porque el rengo est muerto de hambre. Esper un breve
instante y me hicieron guardar la moto en un galponcito al costado de la
casa. Me llevaron a la cocina, donde el tal Francisco estaba secando
marihuana en un horno antiguo de hierro fundido. Era un personaje
increble, de aspecto mezcla de Charly Garca y Bob Marley a quien yo
no le hubiera confiado ni mi mono, pero result un fierrazo.
Viva all con su pareja, otra hippie consumada, y trabajaban de
fotgrafos para los turistas que deseaban retratarse posando al lado, o
sobre, una hermosa vicua domesticada que tenan en el patio. Luego de
evaluarlos como confiables y sin dar nombres, les coment lo que
andaba buscando y me respondieron que s, que no haba problemas
porque trabajaban con DNI extraviados o robados, a los que
simplemente cambiaban las fotos y les adulteraban el domicilio y los
146
nombres.
Me pasaron a un cuartito en donde tenan un equipo fotogrfico
y algunas prensas de imprenta. All, obviamente, falsificaban de todo.
Me tomaron la foto y me invitaron a almorzar puros vegetales, porque
eran naturistas. Luego de la inspida comida me llevaron a pie a conocer
el pueblo y, en la cima de un mirador, se pusieron a fumar marihuana,
lejos de la vista de los curiosos que, en invierno, no eran muchos. Esa
fue la primera vez que probaba un porro. No me gust porque a la
segunda pitada me produjo un mareo horrible y luego vmitos. Se los
devolv y les dije que eso no era para m. Gracias, de todos modos.
Ya de vuelta en la casa, les pregunt por el costo del documento
y me dijeron que era a mi voluntad, poda ser dinero, o el mono, o algo
que se pudiera vender fcilmente. Como el mono no sobrevivira en ese
clima, les dije que slo tena el FAL para ofrecerles. Se horrorizaron
porque eran enemigos de las armas, pero no les quedaba opcin. Lo
aceptaron. Me desped hasta la semana entrante y baj a Salta. Me di un
par de revolcones con la moto por la escarcha y los frenos de la Royal,
que no eran precisamente su fuerte. El mono salt increblemente y se
puso a salvo, pero yo no poda ser tan gil y me machuqu y torc
algunas coyunturas, sin consecuencias ms que el dolor de golpearme
con tanto fro.
Ya en el cmping, me puse a desarmar completamente el FAL,
y le quit la aguja percutora para que, finalmente, nadie pudiera
utilizarlo. Lo acondicion prolijamente en un trapo, lo envolv luego en
diario y finalmente con bolsas de residuos. No pareca un fusil y eso era
lo que pretenda. Ahora me quedara slo la Browning y la bayoneta del
FAL para cualquier eventualidad. Tambin me deshice de las municiones
y cargadores adicionales, brjula y binoculares. No me qued con nada
147
que estorbara o fuese pesado e incmodo. Dorm como un nio toda la
noche, salvo por los gases del mono que me obligaban a abrir la carpa
para ventilar la pestilencia cada dos o tres horas. Jorge Rafael se
acostumbr a hacer sus necesidades en horarios diurnos, pero sus pedos
eran terribles y siempre nocturnos.
El cmping del ACA estaba ubicado detrs de la estacin de
servicio. Les ped trabajo para hacer algn dinero extra y ver, de paso,
si poda robar unos litros de combustible y aceite para cuando partiera
hacia Tucumn. Me pusieron a lavar autos porque nadie quera hacer
ese trabajo en invierno y as transcurrieron plcidamente los das sin
sobresaltos. Hasta tuve la suerte de escuchar, en una pea folclrica, ni
ms ni menos que a Eduardo Fal -a quien invit y acept- a comer unas
empanadas con vino tinto en mi mesa. Era increble tenerlo de cuerpo
presente y yo, atragantado, no saba de qu hablarle. Slo pude decirle
cunto lo admiraba, pero l, muy tranquilo, me cont ancdotas de sus
giras, chistes y leyendas del campo. La verdad es que me sorprendi su
simpleza y humildad. Slo dej mi mesa para subir de vuelta a tocar
unas zambas que me hicieron lagrimear.
El domingo era el nico da que yo no trabajaba, as que lo
aprovech para ir a buscar el DNI a La Caldera. Esta vez dej el mono
en el cmping atado a un rbol con una larga cuerda y part. Una vez
ms me invitaron a almorzar y a compartir un porro del que slo di una
pitada como para no despreciar. Finalmente, me mostraron el trabajito
que haban hecho con mi nuevo documento: era francamente perfecto y
me dieron un adicional inesperado, una cdula de la Polica Federal
plastificada y todo. Ahora, oficialmente, era Oscar Ordez. Hasta el
detalle del desgaste por el uso era perfecto, as que con gran satisfaccin
les entregu mi FAL, que ni siquiera desenvolvieron. Me obsequiaron
148
frutas secas de su propia cosecha, una botellitas de licores caseros, una
gran bolsa de hojas de coca y un paquete de picadura de marihuana de
por lo menos medio kilo.
-La cultivamos en un invernadero ac en el patio -me explic
Francisco- es gratis.
Agradec la generosidad de la pareja de hippies y regres a Salta
bajo una llovizna helada que calaba hasta los huesos.
Me qued una semana ms trabajando para juntar ms dinero y
para robar ms nafta, que coloqu en dos bidones plsticos de veinte
litros cada uno hasta llenarlos al tope, al igual que el tanque de la Royal
que cargaba nada menos que diecisiete litros. Cambi aceite al motor y
la caja, compr unos platinos y bujas de repuesto, parches y pegamento.
Adquir, tambin, algunas provisiones bsicas y, luego de vender la coca
y la marihuana en una plaza a un grupo de universitarios, nuevamente
me largu a la ruta, esta vez la nmero nueve, hasta San Miguel de
Tucumn. Al cruzar la frontera, en un pueblito llamado Las Trancas, me
top con el primer control militar, de varios que tuve que sortear. All
puse a prueba mis documentos falsos con total xito: logr pasar cuatro
controles ms sin problemas, salvo la prepotencia de los milicos y las
pequeas coimas que me obligaban a pagar por el mono. Nunca vi
milicos tan coimeros como los tucumanos, pero esa misma condicin
los haca fcilmente engaables.
Llegu a San Miguel ya de noche, luego de quince horas de viaje
y demoras en los controles. Entrando en la ciudad, me advirtieron que
haba toque de queda a las diez de la noche y para eso slo restaban unos
minutos, as que fui a dar a una pensin mugrienta, donde vivan
prostitutas y algunos bolivianos. Era muy barato el alojamiento, as que
decid que no buscara lugar para acampar. Mi misin en Tucumn sera
149
breve, cosa de dos o tres das calcul, aunque, en realidad, me tom un
mes y medio.
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XV
151
tiempo atrs, pero hacan batidas en el monte, los cerros y a veces en las
ciudades, como para estar seguros de que no pasaba nada y, de paso,
seguir exprimiendo el presupuesto nacional.
Cierto da mencion a un gendarme que yo estaba bajo el mando
de un teniente muy cabrn.
-Nunca me sale el apellido por lo hijo de puta que es, rubio, alto,
de bigotes y ojos claros.
-S, ya s, debe ser Ricardi, pero ese puto es teniente primero -
me dijo, -es un malparido el culiao, est haciendo una fortuna con los
autos robados ac. Se los lleva a Crdoba en los camiones del Ejrcito
y all los vende, es un culiao intocable.
Monteros. All debera irme pronto, pero no sin averiguar algo
ms del tipo. Pronto tendra la oportunidad de verlo personalmente y
confirmar su identidad por las certeras descripciones que me haba dado
Marcelo.
En ocasin de pasar por una compraventa de autos, mientras iba
de compras con Chabela, lo vi regateando precios con un gitano que
obviamente no le aflojaba. Discutan y se rean nerviosamente y
aprovech para acercarme a admirar un Torino 380 W, impecable, que
estaba muy cerca del do parlanchn. Chabela, mi mejor amiga de la
pensin, me seal acertadamente que el tipo era cordobs, seguro. Lo
estudi bien para memorizar sus facciones, voz y gestos y me demor
mirando varios autos hasta que Ricardi se fue a bordo de un Renault
Doce casi nuevo. Me arrim al gitano preguntando el precio de una
Renoleta y de un Fat, como para entablar conversacin. De paso le dije
que conoca de vista al que se haba ido recin.
-Ricardi? -me confirm el vendedor. -Nunca le compro nada a
ese hijo de puta porque trae todo robado de Crdoba, sin ningn papel
152
ni nada y yo vendo todo por derecha, me entiende? -dijo el gitano sin
que se le moviera un pelo.
Mi objetivo era sin dudas un delincuente impune. Lo que robaba
en Tucumn lo venda en Crdoba y viceversa. Y de uniforme y todo, el
caradura. Pero que fuera ladrn de autos, no era suficiente para matarlo.
Me quedaba la no fcil tarea de confirmar su participacin en la matanza
de El Pintado, y saber si era o no, el asesino de Paique. Tena que pensar
cmo lograrlo.
-Decid confiar un poco en Chabela y unos das despus, le
cont la historia de Paique y cmo muri. Le cont que tambin era
prostituta y que yo la haba sacado de eso y que me enamor y que me
la mataron. Que aparentemente ese tipo era el asesino y no s cmo puta
lo poda confirmar.
-Vos qu me aconsejs?
-Lo vas a matar? -pregunt- porque si es as, prefiero no saber
nada -concluy.
-Lo voy a denunciar -ment-, y para eso debo estar seguro de
que es el tipo correcto, de que no voy a mandar en cana a un ladrn de
autos sino a un asesino de mujeres y nios.
Ella pareci ablandarse y me dijo que la dejara pensar un poco
-total no hay apuro, no?
Y as transcurri esa semana en paz, las putas, el mono y yo,
como si fusemos una familia. Me pedan de vez en cuando que las
cuidara mientras trabajaban porque tenan algunos clientes algo
violentos. Entonces, las segua en moto hasta el motel o al
estacionamiento y esperaba lo necesario, para luego seguirlas de vuelta
a la esquina donde paraban y as hasta las diez de la noche. Como pago
por el servicio, prcticamente me mantenan por completo.
153
Me pagaban la nafta y la comida y me daban un montn de plata
que yo me empeaba en rechazar, porque odiaba que me consideraran
un caralisa, pero la dejaban igual bajo mi almohada o en mi mochila o
en la mesita de luz. Creo que estaban conmovidas por la historia de
Paique, que Chabela se haba encargado de diseminar en todo el
conventillo. De pronto, tena ms plata de la que necesitaba. Hasta me
compraron ropa y perfumes y zapatos. El sexo lo haba monopolizado
Chabela que todos los das, excepto cuando menstruaba, me daba
verdaderas palizas en la cama, lo quisiera yo o no, y tanto fue el cntaro
a la fuente que al final... .
Estbamos esperando turno en el bioqumico porque el mdico
nos dijo que tenamos chinche o blenorragia y quera ver con los
anlisis si era slo eso, por el tema de las enfermedades concomitantes.
Pero era slo eso, una chinche de puta madre. Nos dieron antibiticos en
dosis superlativas, nos prohibieron el sexo y el alcohol por treinta das
y de pronto, cuando se me pas el enojo con Chabela, nos encontramos
con un mes libre, casi de vacaciones. Decidimos viajar a Monteros para
tantear el terreno y ver dnde se desempeaba el teniente primero
Ricardi. Nos fuimos en la Royal y tardamos una hora y media.
Paramos para almorzar en una parrilla frecuentada por
camioneros y militares y all Chabela consigui los primeros datos sobre
el campamento, que ahora estaba muy reducido, porque las operaciones
ya casi estaban terminadas. El comandante era un mayor de apellido
Viale y a Ricardi s, lo conocan pero sin comentarios, mejor tenerlo
lejos, le dijeron.
Es un borracho matn y pendenciero, dijo el dueo de la parrilla,
mejor tenerlo lejos. Y as recorrimos el pueblo hasta que ubicamos
finalmente el campamento que consista en unas casillas rodantes
154
grandes, cinco en total y algunas carpas de campaa y unos pocos
vehculos militares. Haba tres centinelas amodorrados y poco atentos
por la siesta y nada ms. Eran un regalo. Si yo hubiese querido hacerlo,
los volaba a todos sin que hubieran sabido nunca lo que les pas. Era un
trabajo para un solo hombre silencioso y decidido, justo mi especialidad.
Pero no estaba ah para eso y borr de mi mente la tentadora idea de
continuar la guerra.
155
estorbo para m y un sufrimiento para l. As se lo dije a las chicas y
estaban felices por el regalo, tan felices que desfilaban por mi pieza para
hacerme feliz a m tambin, de la nica manera que ellas saban. Chabela
estaba celosa pero las dej hacer porque, despus de todo yo me ira
pronto y me ira para vengar a alguien que fue, como ellas mismas, una
prostituta.
Eleg para irme un da en que ya todas haban salido a trabajar,
arregl las cuentas con el dueo de la pensin, dej mi Browning debajo
de la almohada de Chabela, con una nota que deca: si alguien te jode
la vida, volale los huevos con esto. Besos. Y me fui a Monteros en plena
noche, esperando llegar antes del toque de queda.
Llegu sobrado de tiempo, pero, como era de noche, nadie quiso
darme habitacin y tuve que dormir en una estacin de servicio, casi a
la intemperie. Al otro da encontr una pensin econmica, esta vez de
tipo familiar, en donde me prestaban un garage para guardar la moto.
Evitara usarla para no llamar la atencin porque ahora la cosa se iba a
poner difcil. Luego de unos das paseando a pie por el pueblo, decid
hacer un espionaje directo sobre el campamento militar. Consegu que
el dueo de la pensin me prestara una pala, una azada y una bicicleta
y part a la esquina donde estaban los milicos. Justo al lado y al frente
haba baldos llenos de matorrales, sin paredes ni alambres y all par,
baj mis herramientas y me puse a cortar yuyos con verdadero empeo.
Muy pronto se cruz un suboficial para ver lo que haca y luego de
saludarme, me dijo que era hora que alguien limpiara.
-Esto es una mugre y aparte cualquiera se puede esconder en
semejante matorral -me dijo-. Metal noms. Y a propsito che, quin
lo mand? Porque yo me cans de pedirle a la Municipalidad y ni bola.
-Una vieja de la Intendencia -le dije-, me paga por da y como
156
no tengo otro trabajo, peor es nada.
El terreno no era muy grande as que empec a demorarme
como para que me llevara unos das para poder observar el milicaje que
iba y vena. Al segundo da me puse ms audaz y me cruc a pedir que
me llenaran el termo con agua caliente para tomar mate. Ningn
problema. Se estaban acostumbrando a verme y casi no reparaban en
m. Al cuarto da, cuando ya casi no me quedaban yuyos, pude reconocer
a Ricardi, que entraba al campamento en su Renault blanco. Era bastante
tarde y comenc, como lo haca siempre, a quemar la basura cuando lo
vi salir muy arreglado, de civil esta vez, con rumbo al sur, a la zona de
los cabarets y parrillas. Era viernes. Era lgico.
El siguiente viernes pas lo mismo, a la misma hora. Haba
comenzado a limpiar el terreno al lado del campamento y a la siesta me
arrimaba al alambre divisorio, silbaba un par de veces y vena un
centinela a fumar y jugar al truco conmigo. No lo interrogu ni me
mostr interesado en nada, pero me serva para pasar el tiempo. Otra vez
viernes y otra vez Ricardi. Era suficiente para m. Apur el trabajo y en
dos das lo dej listo. Salud a mi compaero de truco, le dije que ya
haba terminado y que me iba a la cosecha a trabajar.
El siguiente viernes yo esperaba en la bici en las cercanas de la
avenida de los cabarets y vi llegar puntualmente a Ricardi que entr en
el ms notorio de ellos -se llamaba El Farolito- y luego de unos
minutos sali con una rubia teida y exuberante tomada del brazo, se
metieron en el auto y dos cuadras ms al sur se detuvieron en una
parrilla. Eran las nueve de la noche y yo no saba si arriesgarme a esperar
el toque de queda. Decid que no. Lo hara la prxima vez y vendra a
pie y con suficiente abrigo para pasar la noche en una acequia frente al
cabaret, bajo un puentecito que me ocultara perfectamente.
157
Estaba claro que el teniente se aferraba a esa rutina y que tena
a esa prostituta como amante. Me faltaba observar su horario y
condiciones de salida para planificar, en consecuencia, el momento ideal
para el ataque.
El siguiente viernes me instal en la acequia que no traa agua,
por suerte, con un termo con caf caliente, galletas y cigarrillos, adems
de mucho abrigo y una frazada. Tambin llevaba una botella de vino a
medio tomar por si la polica me encontraba: pasara por un vagabundo
borracho. Luego de paciente espera, Ricardi volvi de la parrilla con su
amante, pero a pie. Obviamente no deseaba que su auto fuese visto y lo
dejaba estacionado frente a la parrilla. Durante toda la noche se
escuchaba la msica de los boliches y se vea el ir y venir de autos y
camiones que desfilaban por los ms de seis locales que haba slo en esa
cuadra, en ambas veredas. A las cinco de la madrugada todo ces,
desaparecieron los clientes y rein el silencio. Algunos salan muy
borrachos y, a otros, directamente los tiraban a la calle sin
contemplaciones, entre insultos y hasta algn piedrazo contra las puertas
ya cerradas. De la polica, ni noticias. El toque de queda, bien gracias.
Como a las seis y media, apareci por una puerta lateral mi
objetivo, esta vez solo y bastante borracho, dirigindose tambaleante a
buscar su auto. No lo segu. No haca falta exponerme y esper el
amanecer. Como a las ocho y media sal de mi escondite, calado hasta
los huesos por el fro y la humedad, sin que nadie lo advirtiera. Me estir
dolorido y emprend el regreso a mi pensin. Tena ahora siete das para
planificar mi venganza.
El plan era tan sencillo que no deba analizarse demasiado pero,
dado el tamao del sujeto, deba asegurarme de poder reducirlo sin
demasiado alboroto y rpidamente, sin usar armas de fuego y que luego,
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todo pasara por un crimen pasional o por un asesinato cometido en una
pelea entre borrachos. Me preocupaba la corpulencia del tipo, que me
llevaba por lo menos una cabeza de altura y pesaba ms o menos entre
noventa y cien kilos, adems de ser joven, de unos treinta aos,
aproximadamente. Pareca estar en buen estado fsico. Todo eso me
oblig a recuperar mi propio estado fsico que era bastante lamentable.
Comenc a salir todos los das a la maana y a la tarde a trotar un par de
horas cada vez y, en la soledad de mi habitacin, haca ejercicios
calistnicos, lagartijas y abdominales, adems de endurecer mis nudillos
golpeando la pared como si fuera un loco perdido. No lograra revertir
mi mal estado, fruto de un ao de estar huyendo y viviendo como el peor
de los miserables, pero al menos recuperara el tono muscular y la
resistencia, todo por si el sujeto resultaba difcil de manejar.
Me faltaba confirmar nada menos que su autora del crimen y,
para eso, tena dos caminos: sonsacar la informacin a otra persona, o a
l mismo. La primera alternativa probablemente me delatara cuando el
crimen saliera a la luz, aunque la amante del milico podra llegar a ser
su taln de Aquiles. Por otra parte, si el tipo se resista a hablar, debera
matarlo sin ms y quedarme para siempre con la duda. Pero yo no era un
asesino, no a sangre fra y mucho menos sera capaz de matar a un
presunto inocente. Eso lo hacan ellos, los milicos, pero no estaba
dispuesto a vivir con esa culpa. Esta lnea de pensamiento me llevaba a
una nica alternativa: hablar con la amante.
El jueves, vestido con lo mejor que tena, me fui al cabaret.
Msica de Roberto Carlos y Julio Iglesias toda la noche, dos mesas de
villa y una de pool, un pequeo escenario, algunas mesas, una barra, una
fonola, diez putas y dos patovicas. Me fui directo a la barra y ped una
cerveza, mientras observaba en la semi penumbra a las chicas entre
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quienes no estaba la rubia del teniente. Mi mirada hacia el saln bast
para que se me arrimaran tres chicas bastante lindas a ofrecer sus
servicios y a pedir tragos. Les dije que no, que en realidad estaba
buscando a la rubia esbelta que haba conocido el ao pasado y que si no
estaba ella terminara mi cerveza y me ira
-Esa es la duea tarado -me dijo una- y ahora no putaea porque
tiene novio.
-No importa -le dije -slo quiero saludarla y me voy, la podras
llamar? porque maana a la maana viajo y no puedo volver hasta dentro
de unos meses, dale, si la tras te pago un trago, dale che, no seas celosa.
-Pedime un whisky, bombn, que ya vuelvo.
Y pas detrs de la barra en un revuelo de su cortsima falda
dejando un vaho de perfume barato y olor a transpiracin. Volvi al cabo
de unos minutos, reclam su trago que, por supuesto, era t con hielo,
aunque me lo cobraron como escocs importado. Me dijo que ya vena
la duea y que mientras tanto podamos hacer una pasada cortita.
-Una mamada bien hechita y sals como nuevo -me ofreci
riendo.
-Ya dije que no, gracias, con suerte me lo har la duea, que est
buensima y ya la conozco, jugamos al pool?
Estuvimos como media hora jugando hasta que apareci Estela,
muy producida y tan elegante que casi no pareca una prostituta, y vino
directo a m.
-Te conozco? -pregunt tomando un taco y echando con un
gesto a mi compaera. Se inclin y meti la bola ocho en la tronera de
un golpe seco y preciso. -A qu quers jugar? -me pregunt sarcstica.
-No s quin sos y no me gustan los misterios, pibe. Dale, que te hago
sacar de una patada en el culo, dale, dale, decime en qu te puedo ayudar.
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Yo haba advertido bajo su pesado maquillaje, unos moretones
impresionantes, tambin en sus brazos y en su generoso escote.
-En realidad busco a tu novio, el teniente Ricard, por una
cuestin privada, a ver si me puede pegar a m como te pega a vos,
bonita. Me vendi un auto trucho y lo quiero sin uniforme, me
entends?
Ella se puso rgida y por un momento no supo qu hacer pero al
fin me dijo que tendra que ponerme en la fila, que todo Tucumn lo
quera hacer cagar; pero era mejor que me fuera. Alguien se ocupara de
l tarde o temprano.
-No te mets en quilombos, pibe.
-Sos de Buenos Aires?
-No, de Rosario, por qu?
-Por el acento digo, me encanta como habls, rubia, aparte de
que ests para matarte a besos, no quers que lo caguemos al milico?
un polvo con vos y me voy feliz rubia, dale.
Tras dudar un instante, me dijo al odo que saliera, que diera
una vuelta a la manzana y entrara por la puerta lateral hasta el fondo.
-Que nadie se avive porque son unos buchones, todos -me dijo.
-Ten cuidado porque me cags la vida si alguien te ve.
-No hubo caso, -le dije a la otra chica cuando iba saliendo - no
quiere saber nada, qu va hacer. Me voy a la mierda. Chau.
Y me fui a dar la vuelta a la manzana. Me tom mi tiempo y
cuando llegu a la puerta lateral, entr por un largo pasillo sin techo,
hasta la ltima puerta. Entr directo a una amplia habitacin bastante
bien arreglada, a media luz, con una cama con dosel y tules a los
costados.
Estela estaba preparando sendos tragos con pia colada y
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whisky, se haba sacado casi todo el maquillaje y ahora se vea
claramente la crudeza de los golpes que le haba dado Ricardi.
-Por qu mierda te pega el tarado? le pregunt.
-Porque es un borracho impotente y no lo puedo echar porque
le debo plata -contest-, por eso.
-En serio lo quers hacer cagar? mir que es milico y de los
ms pesados -me advirti- pesado de verdad.
Yo recorra el departamento mirando cuidadosamente todos los
rincones y las posibles entradas, con el trago en la mano, haciendo bailar
el hielo con un gesto de suficiencia. Entr a otra pequea habitacin
contigua y all haba un nio dormido, casi tan rubio como ella.
-Es del milico? -le pregunt.
-No, no -me dijo- si se no puede ni culiar de borracho que es.
El pibe es de vaya a saber quin. Un descuido que tiene seis aos y lo
adoro ms que a nada en este mundo. Pero quers ponerla conmigo o
no? o sos de esos que charlan nada ms?
-No, lo que quiero es matar a Ricardi, me entends? y no es
por un auto, es por una mujer como vos, una puta hermosa como vos
que l asesin en Formosa me entends?, una puta que yo amaba y,
claro, no puedo hacerlo si no estoy seguro de que fue l.
Estela me miraba incrdula pero vio en mis ojos la verdad. Se
dej caer en el borde de la cama y se tom el trago de un saque. Guard
silencio, se sirvi otro trago y se volvi a sentar.
-No s, l estuvo en Formosa hace unos meses pero no s, no s
qu decirte. Sera muy capaz, es un asqueroso hijo de puta, pero no s.
-Te necesito justamente por eso, porque yo tampoco estoy
seguro y vos pods sacarle informacin me entends? Y de paso, si es
culpable yo me ocupo de que nunca ms joda a nadie. Por eso te
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necesito, bonita. Dame una mano y recibir lo que merece sin que nadie
lo relacione con vos.
Ella me hizo seas de que me acercara, dej su trago en la mesa
de luz, baj el cierre de mi pantaln y durante un largo rato hizo
maravillas con su boca. La excitaba pensar en sacarse de encima a ese
cabrn y me estaba recompensando de antemano. Quedamos en que ella
confirmara la cuestin el viernes y, de ser afirmativo, escribira con tiza
en la pared negra del frente del cabaret, alguna frase con la palabra
Jote, segn mis instrucciones. Tambin le dije que en ese caso
provocara alguna trifulca entre la clientela del boliche el siguiente
viernes. Entonces yo me ocupara del resto.
Tendra que esperar una semana ms, pero vala la pena. Le
advert que no volveramos a vernos y que pasara lo que pasara cerrara
la boca.
-Si me uss o me traicions, tu hijo va a pagar las consecuencias,
aunque no me guste. Entends bien lo que digo? -la amenac -, yo no
tengo nada que perder, pero vos... .
Me quedaba esperar una semana completa. Tena que confiar en
Estela o abortar la misin es este mismo momento porque si ella me
buchoneaba, lo hara de inmediato. Claro que no conoca nada de m, ni
si quiera mi nombre. Decid vigilarla y as lo hice desde ese mismo da.
Pasaba con la bici a cada rato por El Farolito, otras veces caminando, con
ropas diferentes, con gorras, sombreros y boinas y, por supuesto, el
viernes a la noche otra vez me met en la acequia a vigilar a Ricardi.
Lleg puntual, con un gran ramo de flores y un paquetito. Debe
haber sido una forma de pedirle perdn a Estela por la pateadura.
Salieron un rato despus hacia el restaurante, como siempre del brazo y
volvieron caminando dos horas despus. Entraron por la misma puerta
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que yo haba usado y me qued dormido por un largo rato. Me despert
un perro inoportuno, que olisqueaba mi mochila y mi cara, justo a tiempo
para ver salir a Ricardi en un estado lamentable. Camin unos metros y
se apoy en una pared a vomitar y me sorprendi ver que llevaba en su
mano derecha el ramo de flores que haba trado, esta vez hecho pedazos.
Cuando el tipo se inclinaba a vomitar, pude advertir que atrs, en la
cintura, tena un gran bulto delator que se vea claramente a pesar del
abrigo. Era un arma grande, posiblemente una cuarenta y cinco, y deba
tenerla en cuenta si me tocaba actuar el prximo viernes. Ricardi
escupi, se limpi la boca con un pauelo y continu su camino,
tambaleante, hacia el Renault 12 una cuadra ms all. Esper una hora
ms y sal de mi escondite y me fui a casa. Dorm hasta la tarde y trat
de no pensar en todo el asunto hasta que llegara el momento. Dos das
despus, el Lunes, pas por el cabaret en la bici como a las seis de la
tarde y pude ver a Estela que llegaba con su hijo de guardapolvos. Ella
no advirti mi presencia y pas de largo. Repet la pasada al da siguiente
y otra vez la vi con su hijo a la misma hora pero esta vez tambin vi en
la pared del boliche un gran corazn dibujado con tiza blanca en cuyo
interior deca vamos Jote campen y ms abajo nunca te olvidar.
La seal. Decid darle algunas instrucciones para que la cosa
saliera bien y el jueves, cuando ella volva con su hijo, la intercept
brevemente y le entregu un papelito con las siguientes intrucciones:
tiene que haber trifulca a la hora que sale. En la calle y a la vista. Quem
ya mismo el papel. Besos. Ella an no lo haba ledo, cuando yo haba
desaparecido en la esquina. Estaba hecho y ya no habra vuelta atrs,
salvo algn imprevisto en el momento del hecho mismo.
En mi casa volv a cortarme el pelo, bien corto, planch el
uniforme de colimba que todava conservaba, afil y aguz el filo de la
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bayoneta del FAL, escond todo muy bien, y me fui al garage a poner en
marcha la Royal, que haca tiempo estaba inactiva, pero respondi
perfecto. No tena nada ms que hacer, salvo relajarme y esperar. Tena
los nervios a la miseria pero aparentaba estar tranquilo y actuaba ms o
menos como siempre. Esa noche casi no pude dormir pero el sueo me
venci como a las diez de la maana, despus del desayuno. Me levant
a las tres de la tarde con una calma extraa, anormal. Estaba por matar
hoy mismo a un hombre a sangre fra y yo estaba en calma. Mejor as,
me dije. Mejor as.
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XVI
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se dirigi directo a m, no tan tambaleante como lo viera la ltima vez.
Lo dej avanzar unos veinte metros y, cuando estaba justo bajo
la tenue luz de otro boliche ya cerrado, lo intercept y le di un empujn
violento contra la pared. Al rebotar lo recib con un tremendo puetazo
en medio de la cara que casi rompe mi mano. El tipo grit algo pero en
el alboroto de la otra pelea, nadie le dio bola. Se acord de manotear el
arma en su cintura aunque, con el abrigo cerrado, no pudo sacarla. Ya lo
tena aferrado de las solapas con la mano izquierda y, acercando la punta
de la bayoneta a su cuello con la derecha, le orden que se quedara quieto
con un grito potente que no admita rplica.
Esta vez, desde la otra pelea, algunos miraron brevemente
adonde yo estaba, pero siguieron en lo suyo. Mir los ojos obnubilados
del teniente que ya no forcejeaba porque la bayoneta pinchaba su cuello.
Cualquier movimiento brusco provocara su muerte. Recuper el aliento
y la calma. Sent que me mandaba el mismsimo Dios y que adems esto
se lo deba a Paique y su familia.
-Los tobas que vos asesinaste en Chaco,te acords puto de
mierda, te acords?
Baj la bayoneta a la altura inferior del esternn y la clav de
abajo hacia arriba slo un poco, suavemente, hasta que sent en el mango
el vaivn de su corazn desbocado y as la dej un instante que me
pareci una hora. Necesitaba que hablara. No poda terminar mi trabajo
si no hablaba. Que dijera algo.
-Me mats por unos indios mugrientos? -intent articular en
un susurro mientras se escurra por su pierna un mar de orina.
-Est fro -me dijo. -El cuchillo est fro -repiti con los ojos
desorbitados.
Yo empuj ms arriba la hoja y atraves su corazn lentamente,
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y sent cmo se aflojaban la piernas del tipo, al que tuve que sostener
para que no cayera, mientras me empapaba la mano enguantada con la
sangre espesa que manaba por el desangrador de la bayoneta. Solt el
mango y sostuve a Ricardi con ambas manos mientras lo miraba a los
ojos, que se le iban cerrando. Aguant slo un minuto porque era muy
pesado y lo dej deslizarse hasta el suelo donde qued sentado contra la
pared, como un mueco roto.
Me limpi la sangre en su propio abrigo y me fui a paso vivo,
dando un rodeo para llegar hasta el baldo. Me cambi de ropa, puse el
uniforme en una bolsa de plstico, met todo en la mochila y me fui
pedaleando lentamente hacia mi casa.
Me estaba descomponiendo, el estmago se me contraa en
espasmos y tuve que detenerme a vomitar dos veces. Eran las siete de la
maana cuando llegu a la pensin y sin hacer ningn ruido, me met a
mi pieza y volv a vomitar. Cuando ya no quedaba nada en mi estmago,
me sent en el borde de mi cama temblando y empec a llorar como un
nio, con el corazn galopando y una angustia que yo nunca haba
sentido. No era adrenalina, era angustia y dolor por lo que haba hecho
sin pestaar. En qu me haba convertido? Pero el cerebro humano tiene
formas extraas para defenderse. De pronto me dio hambre, un hambre
feroz. Com todo lo comestible que haba en mi habitacin y me tom
lo que quedaba de una botella de Reserva San Juan. Pens en Paique, me
recost y me dorm viendo su rostro lleno de tierra, surcado por lgrimas,
el rostro de ella en aquel control militar, el nico rostro de Paique que
recuerdo por mucho que me esfuerce.
Despert asustado por los golpes en mi puerta. Era el dueo de
la pensin que me invitaba a compartir un asado por su cumpleaos.
-Vamos, vamos que ya est casi listo -me grit-.
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Volv a la realidad de pronto. No haba milicos buscndome;
haba un asado. Me levant, me lav la cara y las manos y sal al sol del
invierno en Tucumn. Estaban sacando la carne de la parrilla y
colocndola en un largo tabln donde estaban casi todos los inquilinos
y familiares. Los salud y me sent a comer y charlar, simulando que
estaba tan relajado como ellos.
-Mierda que fue brava la noche no? -se rea un pariente de Rafa
cuando advirti mis ojeras y semblante grisceo, demacrado.
-Si supieras cunto... -respond sarcstico.
Pero slo quera ser como el resto de la gente. Quera divertirme
como se diverta la gente. Quera tener una vida como la tena la gente
y amar como amaba la gente. Siempre hice mi mejor esfuerzo para
lograrlo pero nunca pude, despus de esa noche.
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ambiente sociable. Poco despus del postre me ofrec para juntar las
hojas que tapizaban el patio y quemarlas aprovechando el fuego que
haba hecho don Rafa para el asado. Me dejaron hacer, mientras ellos
seguan festejando y jugando al truco. Busqu la bolsa con el uniforme
y la quem cuidadosamente en la misma hoguera, hasta que qued slo
ceniza. Mi cabeza iba cerrando el crculo de los hechos.
La bayoneta qued en el pecho de Ricardi, la ropa ya no exista
y lo nico que me vinculaba al hecho, era Estela. Pero ella se haba
sacado de encima a un matn golpeador, se qued sin deudas, se qued
tambin con su hijo y con su negocio. Todo redondito, Estela no hablara
jams. Y la gente que vio algo, relatara que vieron a un soldado raso que
forcejeaba a media cuadra del boliche con alguien que no vean bien
desde esa distancia, descontando adems que estaban ocupados en su
propia pelea.
Por otro lado, el arma usada tambin sealaba un crimen entre
milicos. Yo esperaba que todo sucediera de esa forma y as fue. Nunca
se sospech de nadie, ms que de algn soldado resentido con Ricardi
que, borracho, le haba metido una pualada en el corazn. No hubo
detenidos luego de una brevsima investigacin y una semana despus,
se dej de hablar del asunto en el pueblo. Nadie extraara ni llorara a
un maldito cabrn como Ricardi. Ni su madre, nadie.
Estuve ms de un mes dejndome crecer el pelo y la barba
mientras el Ejrcito, sin nada que hacer all, levantaba el campamento y
volva a Crdoba. Slo me restaba comunicarme con mi ta Rosa,
confirmar mi situacin legal y emprender el viaje a Mendoza, a la tibieza
de mi esposa, a sus caderas, a su vientre y a su perdn.
Eran ms de mil quinientos kilmetros para mi vieja dama
inglesa y muchos miles ms para mi pobre alma que, desde entonces,
170
nunca dej de viajar entre la paz y las bestias... .
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ESTE LIBRO SE TERMINO DE IMPRIMIR........
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