La Humanizacion Del Duelo La Experiencia de CA N Eva 1
La Humanizacion Del Duelo La Experiencia de CA N Eva 1
La Humanizacion Del Duelo La Experiencia de CA N Eva 1
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La humanizacin del duelo
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Carme Serret Vidal
Josep M. Asensio Aguilera
LA
HUMANIZACIN
DEL DUELO
LA EXPERIENCIA
DE CA NEVA
Coleccin Con vivencias
35. La humanizacin del duelo (La experiencia de Ca nEva)
ISBN: 978-84-9921-604-1
Diseo cubierta: Toms Capdevila
Fotografas interior y cubierta: los autores
Realizacin y produccin: Editorial Octaedro
N DIC E
Prlogo 9
Presentacin 13
1. Sentirse en duelo 19
El duelo y nuestras formas de vida 19
La noticia 25
Un ser en duelo 29
Crisis 32
El duelo y la pareja 36
Y los otros hermanos y hermanas? 44
Fidelidades 48
La familia y los amigos 54
2. Conocer(se) 59
Acerca de la mente y el duelo 59
Cambio y duelo 62
Pensar 66
Emociones 71
Sentimientos 75
Aprender del otro y de nosotros mismos 78
Sexualidad y duelo 83
Las trampas de la comunicacin 87
Dialogar 92
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Leer 95
Escribirse 97
Trascendencia y espiritualidad 101
(Re)construirse 104
Desarrollar la conciencia 108
Acompaar 111
Nadar hacia la playa 115
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PRL O G O
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prlogo
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PR E SE N TAC IN
En los ltimos aos han sido numerosos los libros que han
tratado el tema del duelo, ya sea desde un punto de vis-
ta terico y descriptivo (desarrollo, tipos, caractersticas,
etc.), o bien desde el relato referido a la experiencia vivida
por una determinada persona. Ese inters por conocer qu
puede suponer para los seres humanos en trminos ge-
nerales o autobiogrficos la prdida de alguien a quien
se ha amado profundamente se ha visto acompaado, en
nuestras sociedades, por la aparicin de los llamados gru-
pos de duelo. Unas asociaciones que tienen como finalidad
esencial la de contribuir con sus actividades de orientacin
y acompaamiento tanto a paliar el sufrimiento fsico y
psicolgico producido por esas prdidas, como a impulsar a
las personas que las han padecido a recomponer sus vidas.
Este libro trata, asimismo, sobre el duelo. Pero no lo hace
con la intencin de reflejar lo que pudiera parecerse a un
mero anlisis terico del mismo, como tampoco a la reco-
pilacin de unos relatos autobiogrficos acerca de la expe-
riencia del duelo. Puede haber ambas cosas, pero ms bien
lo que hemos pretendido al escribirlo es compartir con los
lectores las enseanzas que sobre el duelo y, en un sentido
ms amplio, sobre la vida, nos transmitieron algunos pa-
dres a los que el destino reuni, tras la muerte de uno de
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presentacin
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presentacin
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1. SE N T I R SE E N DU E L O
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La noticia
Podramos decir que la historia de cualquier duelo co-
mienza en algn fatdico momento cuando alguien pone
en nuestro conocimiento que ese hijo con el que hemos
ido esperanzados al mdico sufre una muy grave enfer-
medad. O bien, cuando ese ser amado que deba, como
cada jornada, volver a sonrernos al llegar a casa, no lo va
a poder hacer porque ha sufrido un mortal accidente, una
muerte sbita o porque, incomprensiblemente, ha puesto
fin a su vida. Recibir esa noticia supone sentir, por unos
interminables momentos, el corazn latiendo en el vaco,
el temblor de un cuerpo sbitamente estremecido por esas
palabras, el dolor que no puede ser expresado, el colapso
de una mente alucinada e incrdula. No puede ser real lo
que se acaba de conocer!
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Un ser en duelo
Un ser en duelo es alguien que siente su mente anclada en
el dolor de la prdida, en ese continuo activar imgenes y
pensamientos que le hacen revivir escenarios y situaciones
provistos de una intensa carga emocional. Alguien irre-
versiblemente privado de la sensorialidad de la persona
amada, pero no de su presencia. Alguien que sufre el vaco
de los espacios que aquella llenaba con su ir y venir, con
su voz y sus sonrisas, pero a quien siente plenamente viva
en su mente. Una persona instalada en el recuerdo, en la
aoranza, en la perplejidad, en el crujir de unos vnculos
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Crisis
Como decamos, las personas que inician su proceso de due-
lo se pueden sentir desorientadas, ausentes; extraas consi-
go mismas, con la vida, la familia, los amigos, el trabajo, la
pareja, el mundo. Experimentan una crisis que afecta a todo
cuanto ha sido y significado lo vivido hasta aquel momento.
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Ahora, los otros son otros como yo, que pueden compren-
derme mejor y con los que me va a resultar ms fcil com-
partir lo que he vivido.
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El duelo y la pareja
Cuando se produce un terremoto hay casas que se derrum-
ban; otras que, aun agrietadas, siguen en pie, y finalmente,
unas terceras que, despus, quizs, de un cierto balanceo,
no solo mantienen sus estructuras, sino que incluso se dis-
ponen mejor asentadas en sus fundamentos. Es cierto que la
calidad de la construccin y la firmeza del terreno influyen
en que se d uno u otro de estos posibles comportamien-
tos de los inmuebles. No lo es menos que la intensidad del
terremoto tambin desempea su papel. Pero en todos los
casos admitiremos que los inquilinos de esas casas no son
los culpables del temblor de tierra que han sufrido ellos y
sus viviendas.
Vayamos ahora con la analoga. Podemos decir, sin te-
mor a equivocarnos que, para cualquier pareja, la prdida
de un hijo representa un sismo emocional de descomunal
intensidad. Algo que ni siquiera podan imaginar en sus
vidas. Uno cuenta con el dolor que le producir la muerte
de un padre o una madre llegados a una cierta edad, pero
no con el del fallecimiento de un hijo o una hija. Tanto
es as que, incluso pensada o representada esa prdida en
alguna pesadilla, muchas personas sienten que pasar por
ella sera algo superior a sus fuerzas.
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tar en el que vive la pareja. Esas frases reflejan, sin duda, las
necesidades individuales que alguien siente en un momen-
to dado, pero, por lo comn, no ayudan, dado que suelen
vivirse como una suerte de constriccin psicolgica para
el otro. Y lo que conviene ahora es ofrecerse una mutua
escucha y acogimiento. Arriar las velas de las exigencias e
incomprensiones para que los vientos de la tormenta no za-
randeen an ms la barca que puede llevar a puerto. Cada
uno de los miembros de la pareja puede convertirse, por
consiguiente, en esencial punto de apoyo para el otro, pero
tambin, a veces, en un obstculo para su avance.
Uno pudiera pensar, en efecto, que, al amarse y convivir
en la misma casa, los malos momentos por los que atra-
viese alguno de los padres podrn superarse con mayor
facilidad al tener a su lado la presencia reconfortante del
otro. Y, ciertamente, esta es una posibilidad de ayuda mu-
tua de inestimable valor. Pero no se debe de olvidar que
ambos estn en duelo; tampoco, la magnitud de la con-
mocin vivida. Los silencios pueden, as, aduearse de la
casa, la cama vaciarse de abrazos, las estancias llenarse de
dolorosos recuerdos. La presencia inexpresiva, la mirada
ausente o triste, la falta de vitalidad en todo aquello que
se hace o se proyecta, cuanto se cree leer en la mente de
l o de ella pueden aadir al sufrimiento de la prdida el
temor a que se pueda producir tambin la del compaero
o la compaera. O a que las relaciones se mantengan de-
finitivamente apagadas, sin vida propia. Y eso significara
entonces perderlo todo.
No resulta nada fcil, por otra parte, responder de ma-
nera amorosa, comprensiva, confiada y dialogante a esas
seales de abatimiento que el otro enva muchas veces a
su pesar.
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jugar con los amigos o salir por la noche que poda haberse
evitado y que result fatal. Alguien tambin puede creer de
s mismo que tard en reaccionar ms de lo debido, o que
se descuid, o que no le dio importancia a cosas que la
tenan. Alguien puede sentir que, enfrascado en su trabajo,
el otro estuvo poco presente durante la enfermedad de
su hijo o hija, etc. Esos u otros pensamientos semejantes
pueden inundar la mente de las personas e intoxicar sus
relaciones.
Pensamientos de este tipo escuchados en boca del otro
o silenciosamente reproducidos en la mente de cada cual
no pueden por menos que generar unos sentimientos de
culpabilidad difciles de sobrellevar, a menos que la mano
liberadora del compaero o de la compaera coja con fuer-
za la de quien se siente atrapado en ellos y le haga sentir que
nadie fue responsable del terremoto que vivieron.
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Fidelidades
Es del todo esperable que las personas en duelo manifies-
ten un considerable apego a la memoria del hijo fallecido
y que, en ocasiones, este pueda llegar a dificultar tanto la
relacin con el otro miembro de la pareja y el resto de la
familia, como con los otros hijos si los hubiere.
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2 . C ONO C E R (SE)
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2. conocer (se)
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Cambio y duelo
El duelo no es el reflejo de ningn estado anmalo del orga-
nismo. No es tampoco ninguna enfermedad, cuanto menos
en el sentido habitual de la expresin. Sentirse apenado y
abatido ante una prdida no deja de ser la respuesta na-
tural del cuerpo/mente a la misma. Otra cosa es que esta
respuesta, por su desmesura o duracin, pueda acarrear
trastornos de diverso orden y llegue a enfermar a las per-
sonas. Pero aun siendo la expresin de algo inherente a la
naturaleza humana, no deja de ser un proceso en el que las
personas pueden verse sometidas a unas zozobras fsicas
y psquicas que pueden llegar a desorientarlas y, en casos
extremos, a provocarles ciertos desequilibrios mentales.
Porque esa natural respuesta a la prdida puede llegar a
resultar paralizante, a suspender la vida de las personas
(sus proyectos, ilusiones, expectativas, etc.), si no se abre
una nueva salida al proceso circular que representa avivar
con el pensamiento unos sentimientos dolorosos que, a su
vez, realimentan esos mismos pensamientos.
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Pensar
Para quien no tiene por menos que estarle agradecido a la
vida por lo mucho que le ha dado o an le ofrece, pensar en
ella puede resultarle la ms gratificante de las actividades.
Le permite recrearse en los buenos momentos del pasado,
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2. conocer (se)
Emociones
Saber cmo nos sentimos, cmo nos afecta algo supone ha-
cer referencia a nuestras emociones y sentimientos. A res-
puestas del cuerpo/mente que nos orientan acerca de cmo
repercute en nuestro organismo la realidad que vivimos
en el presente. No la que desearamos vivir o la que cree-
mos debiramos sentir, sino la que se manifiesta realmente
ahora, ms all de nuestra voluntad. Las emociones y los
sentimientos, efectivamente, no se escogen; aparecen, las
sufrimos o gozamos, pero no podemos decidir qu sentir
de igual manera que decidimos qu comer o qu libro leer.
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Sentimientos
Es frecuente utilizar prcticamente como sinnimos las pa-
labras emocin y sentimiento. No obstante, entendemos que
conviene matizar entre ellas a la hora de interpretar mejor
las respuestas que guardan relacin con nuestro universo
afectivo. Los sentimientos diferiran de la emociones en
varios aspectos. Para empezar, son menos aparentes que
estas, ms sutiles en sus manifestaciones, ms reservados,
al extremo de que pueden pasar desapercibidos a los dems
(cosa que difcilmente ocurre con las emociones) si quienes
nos observan no nos prestan la suficiente atencin o tienen
un conocimiento limitado de nuestra habitual manera de
comportarnos.
Los sentimientos son, asimismo, ms estables y dura-
deros que las emociones, ms impregnados de concien-
cia, ms referidos al escenario del espritu que del cuerpo.
Sentimos la inmensidad del mar, la calidez de un abrazo,
la intimidad que nos suscitan los recuerdos del pasado, la
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Sexualidad y duelo
Las relaciones sexuales pueden reflejar diferentes senti-
mientos y adquirir distintos sentidos que, con frecuencia,
no son bien interpretados durante el duelo de la pareja.
Alguien puede, por ejemplo, despus de la prdida, sentir
la necesidad de mantener relaciones sexuales con su com-
paero o compaera por necesidades afectivas, por temor a
perderle, para buscar proteccin o seguridad, para exorci-
zar a la muerte y que esta no invada sus vidas, para liberar
tensiones, para superar miedos, etc. Es decir, por motivos
muy variados que pueden ir ms all de los habituales has-
ta ese momento. A veces limitamos el alcance de nuestras
expresiones afectivas y sus mltiples significados, pero lo
cierto es que un abrazo siempre puede pretender trans-
mitir muchos y variados sentimientos, as como diversas
intenciones.
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Dialogar
A todos nos parece deseable el dilogo en las relaciones hu-
manas, sobre todo cuando se trata de negociar algo, aclarar
los motivos que dan origen a las desavenencias o comprender
el significado profundo de las creencias, valores o sentimien-
tos de las personas. Pero entendemos todos lo mismo por
dialogar? A juzgar por los comportamientos y las actitudes
que se observan en muchas personas que dicen estar dia-
logando, creemos ms bien que no. Que se confunde el di-
logo con no darse voces o acalorarse y se deja generalmente
de lado lo esencial del mismo (aunque, ciertamente, no se
puede dialogar a gritos y con la mente crispada).
Dicho de manera sencilla, dialogar supone entablar una
sosegada conversacin con el propsito de conocer, de acer-
carnos a las verdades de los otros, para as comprenderlos
mejor y comprendernos tambin mejor. Significa no dejarse
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Leer
Por lo general, quienes cuidan a otros de una grave enfer-
medad o estn viviendo su duelo agradecen saber de per-
sonas que han pasado o estn atravesando por su misma
situacin. Les reconforta conocer historias de vida en las
que sus protagonistas relatan en primera persona aconteci-
mientos y vivencias semejantes a las que ellos y ellas estn
afrontando. La escucha o la lectura de estas narraciones
tiene mucho de balsmico y liberador. Contribuye a que
quien, por ejemplo, ha sufrido una prdida semejante a
la descrita pueda percatarse de que sus sensaciones, sen-
timientos, incoherencias o dudas no obedecen a ninguna
excentricidad de sus espritus o a sbitos desajustes de sus
mentes, sino a algo de lo que participan otros seres hu-
manos que han pasado o se encuentran en parecidas cir-
cunstancias a las suyas. Descubren entonces que no estn
solas y que no son, desgraciadamente, las nicas que se
han visto en su dolorosa situacin. La lectura de aquello
que otras personas como el lector ahora viven o ya vi-
vieron aviva en este un sentimiento de identificacin, de
compaa, que alivia su tensin emocional y le despierta
otros sentimientos ms gratificantes.
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Escribirse
Muchas personas que ya han recorrido un cierto trecho de
sus vidas o que han pasado por experiencias dramticas y
singulares como puede ser la prdida de un hijo, experimen-
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Trascendencia y espiritualidad
All por donde ronda el sufrimiento se abren con ms faci-
lidad las puertas del espritu. Esta bien podra ser una frase
que encontrramos escrita en muchos libros de milenaria
sabidura. La espiritualidad del ser humano, o sea, aquello
que nos sita en las creencias y sensibilidad de las personas,
sus valores, filosofa de la vida, ideas religiosas o sentido de
la trascendencia se dira que aflora con mayor vigor cuan-
do nos vemos en la necesidad de afrontar realidades que
nos conmueven. La precariedad material, las carencias, las
enfermedades, cuanto nos hace sentir nuestra pequeez y
fragilidad est ntimamente ligado a ese crecimiento espiri-
tual. Un desarrollo no solo necesario para el individuo, sino
tambin para el progreso de la humanidad, si a este no se
le entiende como un mero avance cientfico y tecnolgico,
sino como la expresin colectiva de una convivencia en la
que prevalece, cada vez ms, la justicia y la fraternidad.
Que unos padres asistan a los funerales de su hijo huel-
ga decirlo contraviene cualquier sentimiento imaginable
de amor o sentido del bien. Percibimos que hay algo en ese
escenario que no encaja con nuestra concepcin de cmo
debiera ser la vida, que incluso puede parecernos, adems
de inmisericorde, antinatural. Todas esas valoraciones pue-
den darse al considerar que a un nio o a un joven se le haya
privado de poder desarrollar toda su potencial existencia.
Los padres, y no solo ellos, pueden interrogarse, entonces
con razn, si alguien poda haber evitado esa injusta pr-
dida: por qu no lo hizo?
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(Re)construirse
Las cosas no nos vienen dadas. La realidad del mundo no
se presenta como algo ajeno a nuestra forma de vivirla, de
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Desarrollar la conciencia
Todo proceso de autotransformacin personal viene pro-
piciado por circunstancias que pueden ser muy diversas,
pero que suelen tener como comn denominador situar a
las personas en la tesitura de tener que superar situacio-
nes especialmente adversas o dolorosas. En este sentido,
cualquier gran prueba u obstculo que nos depare la vida
se puede convertir, asimismo, en una singular oportuni-
dad para desarrollar nuestra conciencia, las dimensiones
psquicas y espirituales que nos caracterizan como seres
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Acompaar
Las personas en duelo agradecen sobremanera el tiempo
y la palabra que otras les ofrecen para interesarse por sus
vidas si perciben el tacto y la autenticidad que precisa ese
voluntario acercamiento. Saben que su situacin anmica
invita a la tristeza y que sus relatos son, a veces, muy do-
lorosos. De ah su sincera gratitud a quienes les abren la
posibilidad de expresarse sin temores, narrar sus historias
y hacerles partcipes de sus esperanzas y de sus desconsue-
los. Se podra decir entonces que, en esencia, acompaar al
duelo de alguien viene a ser lo mismo que escuchar amo-
rosamente al ser humano que nos habla de las fracturas
de su espritu. Dar pie a que su intimidad pueda aflorar y
transformarse en palabras que siente sern siempre
bien acogidas. Liberarlo de los corss que supone estar
pendiente de la opinin ajena, de las protecciones debidas
a otras personas o del mantenimiento de unas determi-
nadas formas de expresin. Acompaar es ofrecer nuestra
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3. U N FIN DE SEM A NA EN C A NE VA
Llegar a Ca nEva
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3. un fin de semana en ca neva
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Espai Tau
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Patchwork
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Reiki
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La alegra de un adis
Por Ca nEva han pasado ya ms de un centenar de padres.
Padres que fueron acompaados en su dolor y que se con-
virtieron tambin en acompaantes de otros, cuando no en
sus entraables amigos. Padres a los que vimos evolucionar
en su proceso de duelo tanto como en su humanidad y que
un buen da tuvimos, asimismo, la alegra de dejarlos de
ver fsicamente en Ca nEva. Porque, efectivamente, esos
padres no vinieron a quedarse ms que en nuestras mentes
y en nuestros corazones. Verlos partir con ese bagaje inte-
rior es, por ello, nuestra mayor satisfaccin, de la misma
manera que reencontrarlos en algn lugar o celebracin
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3. un fin de semana en ca neva
Si pudiera impedir
que un corazn se rompa,
no habr vivido en vano.
Si pudiera calmar el dolor de una vida,
o hacer ms llevadera una tristeza,
o ayudar a algn dbil petirrojo
a que vuelva a su nido,
no habr vivido en vano.
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Matadepera
Terrassa-Barcelona
Tel. 937 871 250 - 646 126 665
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Merc Castro Puig es autora de los libros Volver a
vivir y Palabras que consuelan y tambin del blog:
<http://comoafrontarlamuertedeunhijo.com/>.
SI NOP SIS
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S OBR E L O S AU T OR E S
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