El novelista peruano Mario Vargas Llosa responde a una carta del novelista japonés Kenzaburo Oe. Vargas Llosa coincide con Oe en que el proceso creativo de escribir novelas es similar al proceso de rehabilitación de una persona discapacitada. También está de acuerdo en que la literatura puede ayudar a las personas a sobrellevar las dificultades de la vida. Sin embargo, Vargas Llosa no está de acuerdo con las tesis pacifistas de Oe y cree que en el mundo actual, las armas nucleares son una realidad que
0 calificaciones0% encontró este documento útil (0 votos)
91 vistas4 páginas
El novelista peruano Mario Vargas Llosa responde a una carta del novelista japonés Kenzaburo Oe. Vargas Llosa coincide con Oe en que el proceso creativo de escribir novelas es similar al proceso de rehabilitación de una persona discapacitada. También está de acuerdo en que la literatura puede ayudar a las personas a sobrellevar las dificultades de la vida. Sin embargo, Vargas Llosa no está de acuerdo con las tesis pacifistas de Oe y cree que en el mundo actual, las armas nucleares son una realidad que
El novelista peruano Mario Vargas Llosa responde a una carta del novelista japonés Kenzaburo Oe. Vargas Llosa coincide con Oe en que el proceso creativo de escribir novelas es similar al proceso de rehabilitación de una persona discapacitada. También está de acuerdo en que la literatura puede ayudar a las personas a sobrellevar las dificultades de la vida. Sin embargo, Vargas Llosa no está de acuerdo con las tesis pacifistas de Oe y cree que en el mundo actual, las armas nucleares son una realidad que
El novelista peruano Mario Vargas Llosa responde a una carta del novelista japonés Kenzaburo Oe. Vargas Llosa coincide con Oe en que el proceso creativo de escribir novelas es similar al proceso de rehabilitación de una persona discapacitada. También está de acuerdo en que la literatura puede ayudar a las personas a sobrellevar las dificultades de la vida. Sin embargo, Vargas Llosa no está de acuerdo con las tesis pacifistas de Oe y cree que en el mundo actual, las armas nucleares son una realidad que
Descargue como PDF, TXT o lea en línea desde Scribd
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 4
MARIO VARGAS LLOSA - CARTA A KENZABURO OE 2
El novelista peruano responde a la ltima misiva de O y coincide con su colega
en variados aspectos de la creacin artstica.
Querido Kenzaburo Oe:
ENCONTRE fascinante, en su segunda carta, la manera como usted asocia las
teoras del Dr. Satoshi Ueda sobre la rehabilitacin de los invlidos, con el proceso creativo del que nacen las novelas y con el singular y traumtico derrotero histrico que ha hecho de Japn el pas prspero y moderno que es hoy. En cuanto a lo primero, estoy totalmente de acuerdo con usted. En todas las novelas que he escrito, he experimentado algo parecido a ese contradictorio y cambiante estado de nimo -del aislamiento a la comunicacin, de la inseguridad a la desenvoltura, de la depresin al entusiasmo- por el que debi de pasar su hijo Hikari antes de conquistar su plena ciudadana y su dignidad de ser til, que usted ha descrito de manera tan conmovedora en A Healing Family. Es verdad que, a diferencia de lo que ocurre con un invlido de carne y hueso, un novelista no tiene mucho que perder si fracasa en su empresa literaria; pero, si acierta, y su obra ayuda de algn modo a sus lectores a vivir, a resistir el infortunio, a sobrellevar los reveses cotidianos, su vocacin resulta justificada y, en vez de aislarlo, lo integra a los dems, y lo redime de esa sensacin de inutilidad, vaco y perplejidad, que, creo, persigue como su sombra -ms en estos tiempos que nunca antes- a quienes dedican su vida a la literatura. Esta vocacin es lo mejor que tengo (la inmensa mayora de los escritores dira lo mismo, sin duda), ella me ha deparado grandes satisfacciones, y tambin, por supuesto, algunos dolores de cabeza, pero nunca he sabido explicar su utilidad. Esta me parece tan evidente como inexplicable. Borges deca que preguntarse si un bello poema o un hermoso cuento servan para algo era tan estpido como querer establecer, en trminos prcticos, si eran necesarios o prescindibles el trino de un canario o los arreboles de un crepsculo. Seguramente, tena razn. Pero, el canario no elige trinar, ni dedica su vida a perfeccionar su canto, y detrs de las suaves tonalidades que adopta el cielo cuando el Sol se pierde en el horizonte, no hay una voluntad ni una destreza artesanal en accin. Detrs de los poemas y las novelas, s. Decenas de millones de personas han excluido la literatura de sus vidas y no son por eso ms desdichadas (acaso lo sean menos) que aquellas que la frecuentan. Qu dan los libros a los lectores, en premio a su constancia? Mayor intensidad vital, emociones ms profundas, una aprehensin ms sensible del lenguaje, y, acaso, sobre todo, una conciencia ms cabal de las miserias e imperfecciones del mundo real, que siempre resulta pobre, confuso y mezquino, comparado con los hermosos, magnficos y coherentes mundos que crea la ficcin. Sospecho que, de esta manera tal vez la literatura contribuya, no a hacer ms felices, pero s menos resignados y ms libres a los seres humanos. A esta bella y misteriosa vocacin de escribir que usted y yo compartimos rend un homenaje en ese personaje de La guerra del fin del mundo que menciona en su carta de manera generosa: el Len de Natuba. Supe de su existencia por una furtiva mencin, en uno de los innumerables testimonios sobre la guerra de Canudos que consult cuando escriba la novela. Aquel texto slo deca de l que, entre los seguidores del Conselheiro, haba un ser deforme, natural de la aldea de Natuba, a quien apodaban "el Len", y que se distingua de los otros rebeldes no slo por sus deformidades fsicas; tambin, porque saba escribir. A m me emocion saber que, en esa sociedad de miserables, los ms pobres entre los pobres del Brasil, alzados en los sertones bahianos en una lucha imposible contra una Repblica en la que ellos vean al Diablo, haba un colega nuestro, alguien que, armado con un lpiz y un pedazo de papel, libraba tambin una batalla, solitaria y difcil, para merecer vivir. Y as invent una historia y una personalidad para ese ser huidizo, que era apenas, para m, un nombre y un garabatear de signos. Siento el mayor aprecio por las alarmas y preocupaciones que le merece su pas y comprendo que, en su empeo de lograr una paz duradera, luche porque Japn rescinda todo tratado que implique aceptar bases militares y una colaboracin militar con cualquier otro pas. Despus de haber vivido el apocalipsis de Hiroshima y Nagasaki, es comprensible que el movimiento pacifista logre tanto arraigo en su pas, y que en Japn la campaa por la abolicin de las armas atmicas tenga ms dinamismo y popularidad que en cualquier otra sociedad, y cuente con el apoyo de intelectuales tan respetables como usted. Nadie dotado con un mnimo de sentido comn podra rechazar su juicio de considerar "abominable" la "decisin de tener armamento nuclear". En trminos parecidos califiqu yo, en un artculo reciente, la fabricacin de bombas nucleares por India y Paquistn, insensatez que, adems de provocar una feroz carnicera en caso de un conflicto armado entre ambos pases, constituye un peligrossimo aliciente para que otros pases del Tercer Mundo sigan ese siniestro ejemplo. Y fui tambin uno de los primeros en criticar las pruebas nucleares en el Pacfico con que inaugur su Presidencia el mandatario francs Jacques Chirac. Sin embargo, no puedo suscribir las tesis de los pacifistas, por ms respeto que me merezca el generoso idealismo que las inspira. Creo que todo intercambio de ideas sobre el pacifismo y las armas nucleares, debe partir de una circunstancia concreta, no de una postura abstracta. Estas armas, lamentablemente, estn ya all. Es una desgracia para la humanidad, sin duda, pero esta lamentacin no tiene eficacia alguna. Lo importante es actuar de manera realista, tratando de conseguir objetivos posibles. Es decir, en lo inmediato, frenar la carrera armamentista, impidiendo la proliferacin del arma nuclear en los pases que an no la tienen, a la vez que presionar en favor de la progresiva eliminacin de los arsenales nucleares de las naciones que los poseen. Pases como el suyo y el mo pueden renunciar de manera unilateral a tener armas nucleares, y, desde luego, deben hacerlo. Pero, reconozcamos que ste es un privilegio del que disfrutan Japn y el Per debido a que, en el mundo de hoy, el podero militar atmico est primordialmente concentrado en las potencias occidentales, es decir, en sociedades democrticas. Esto no resta peligrosidad al arma nuclear, por supuesto. Pero s asegura un mnimo de responsabilidad moral y poltica a la hora de utilizarla. La prueba es que en el ltimo medio siglo el arma nuclear no ha sido empleada, y ha servido ms bien para impedir que el imperio sovitico se extendiera, anadiendo ms colonias o satlites de los que obtuvo al finalizar la segunda guerra mundial. Qu habra ocurrido si Estados Unidos hubiera renunciado, en nombre del ideal pacifista, a dotarse, en los aos cuarenta, de las armas nucleares que Hitler buscaba afanosamente para conquistar el mundo? Y cul hubiera sido el desenlace de la guerra fra si, en los aos cincuenta, slo la Unin Sovitica hubiera tenido misiles nucleares, porque Gran Bretaa, Francia y Estados Unidos renunciaron a fabricarlos en nombre del pacifismo? Mucho me temo que no slo el Tibet sera, hoy, un pas invadido y colonizado por una potencia totalitaria cuyo gobierno, a diferencia de lo que sucede en una democracia, no tiene que dar cuenta a una opinin pblica de sus actos, ni subordina su conducta a una legalidad, y goza de impunidad para sus crmenes. El equilibrio del terror es, desde luego, peligrossimo, ya que no excluye ni los accidentes ni las iniciativas insensatas de algn dictador enloquecido y megalmano. Por ello, es indispensable obrar, por todos los medios a nuestro alcance, en favor de la gradual y sistemtica destruccin de todos los arsenales nucleares existentes, y por una vigilancia internacional destinada a impedir que, en el futuro, renazcan. Esta poltica, con todos sus riesgos, me parece menos peligrosa que la de pedir a las potencias democrticas que destruyan sus arsenales motu proprio, como un ejemplo que el resto del mundo debera seguir en aras de la paz mundial. Recuerdo, a este respecto, un ensayo de George Orwell sobre el pacifismo, que me impresion mucho. Deca en l que la no-violencia de Ghandi triunf en la India porque se ejerca contra una potencia colonizadora como Gran Bretaa, a cuyo gobierno las costumbres polticas, las leyes y la opinin pblica slo permitan ejercer la brutalidad contra los colonizados hasta cierto lmite. Estos lmites no existen para los regmenes autoritarios o totalitarios, que pueden cometer verdaderos genocidios sin ser cuestionados. No es necesario regresar hasta Hitler, Stalin o Mao en busca de ejemplos. En nuestros das, los doscientos mil muertos resultantes de las limpiezas tnicas de Bosnia no han debilitado un pice la dictadura de Milocevic, y todo parece indicar que los crmenes que en la actualidad comete en Kosovo ms bien la apuntalan. El pacifismo presupone que aquel gobierno o adversario contra el que se lucha comparte ciertos valores de decencia humana y responsabilidad moral con los pacifistas. La historia contempornea nos muestra, por desgracia -en Africa, en Asia, en Amrica Latina y en el mismo corazn de Europa-, que aquella suposicin es ilusoria. En su carta anterior, me preguntaba usted por la opinin que en el Per se tiene de Japn y de las empresas japonesas, y yo no alcanc a responderle. Lo hago ahora. Pero, no en nombre de todos mis compatriotas -jams me he sentido portavoz de alguna colectividad y siempre he desconfiado de los que creen serlo-, slo en el mo propio. Tengo una gran admiracin por la manera como el pueblo japons, luego de la devastacin en que qued el pas al finalizar la guerra, pudo levantarse de sus ruinas, sacudirse de la tradicin autoritaria que gravitaba sobre l con tanta fuerza, y convertirse en uno de los ms prsperos y modernos pases del mundo. Que esta modernizacin tuvo un alto precio, y que ha causado traumas en la sociedad, lo s de sobra, gracias a quienes, como usted, lo han descrito con lucidez y sutileza. Y tampoco me cabe duda que el sistema democrtico adolece tambin, en Japn, de taras e imperfecciones que lo minan, empezando por la corrupcin. No hay duda de que la sociedad japonesa es menos abierta de lo que parece y que su desarrollo industrial sufre, al menos en parte, por ello, la crisis que atraviesa. Pero, aun as, con todas las crticas que merezca, la historia japonesa de los ltimos cincuenta aos es una verdadera gesta pacfica ejemplar para los pases pobres y atrasados de este mundo, una prueba palpable de que, con voluntad, disciplina y trabajo, un pas puede romper las cadenas del subdesarrollo, progresar y garantizar unas cuotas mnimas de trabajo, legalidad, seguridad y libertad al conjunto de sus ciudadanos. Aunque nos separen muchos miles de millas marinas, Japn y el Per son pases vecinos. Porque se miran allende el Pacfico, y porque, desde fines del siglo pasado, muchas familias japonesas emigraron a tierra peruana. Gracias a su empeo, surgi una agricultura de alto nivel en la regin costea, al norte de Lima. Esos peruanos de origen nipn, fueron objeto de vejmenes y abusos innobles durante la segunda guerra mundial; sus propiedades, expropiadas, y algunos, enviados a campos de concentracin en los Estados Unidos. Pese a ello, la mayora regres a una tierra que era ya tan suya como del resto de las familias y razas que pueblan el Per, un pas al que, tanto en el campo cultural como econmico y profesional, la comunidad de origen japons ha enriquecido notablemente. Le ha dado, incluso, un Presidente, el ingeniero Fujimori, a quien, como sin duda usted sabe, yo critico con severidad. No por su origen japons, desde luego, ni por haber ganado las elecciones de 1990 en que ambos competimos, como quieren hacer creer sus validos. Sino, por haber destruido, en abril de 1992, la democracia que tenamos, amparado en la fuerza militar. Nuestra democracia era imperfecta, sin duda, pero, ahora, en vez de ello, tenemos un rgimen autoritario, que ha abolido la legalidad, manipula la informacin, comete los peores abusos contra los derechos humanos y fomenta la corrupcin en la ms absoluta impunidad. Los peruanos, que, en algn momento, apoyaron este liberticidio creyendo que una dictadura poda ser ms eficiente que una imperfecta democracia, estn pagando hoy amargamente su error en unos niveles de desempleo, pobreza y violencia callejera sin precedentes en la historia peruana. Esta carta se ha alargado demasiado y debo ponerle fin. Pero, no sin antes agradecerle una vez ms este intercambio de ideas y reiterarle mi admiracin por su obra literaria, en la que el talento creativo y la limpieza moral van de la mano, y por su compromiso cvico, que nos ha dado tantas buenas lecciones de responsabilidad y sensatez a sus lectores.
Un cordial abrazo y la amistad de Mario Vargas Llosa.