Holderlin - El Archipiélago
Holderlin - El Archipiélago
Holderlin - El Archipiélago
Selecta - 38
F HLDERLI N
EL
ARCHIPIELAGO
ESTUDIO Y TRADUCCION DEL POEMA
POR
L U I S D I E Z DEL C O R R A L
SEGUNDA EDICIN
Selecta
de
Revista de Occidente
Brbara de Braganza, 12
MADRID
, .
Editorial Revista de Occidente S. A
Madrid (Espaa), 1971
Depsito legal: M. 27.952-1970
Printed in Spain - Impreso en Espaa
por Ediciones Castilla, S. A.
Maestro Alonso, 23. Madrid
Indice
L. D. C.
13
Estudio preliminar
por
Luis Diez del Corral
I
20
II
22
consigo. Como si el momento, que tan
intensamente vivi Goethe, no tuviera
realidad para l. Holderlin no quiere re
tener el momento presente como Fausto:
Qudate; eres tan hermoso!; sino las
horas dichosas de la infancia: Oh, Dios,
era tan hermoso aquel tiempo!
Mas el peso de los recuerdos a veces
llega a resultar insoportable, y el poeta
dolorosamente prorrumpe:
24
La relacin personal entre Hegel y
Holderlin traspas los lmites de la vida
universitaria. Significativo es que el poe
ma Eleusis del filsofo est dedicado al
poeta. Ms tarde, cuando viva Hlder-
lin en Frankfurt como profesor privado,
encontr para Hegel un empleo similar
en la misma ciudad y ambos convivieron
ntimamente durante algn tiempo. Mas,
sean cualesquiera estas relaciones, es in
dudable que Holderlin consigui librarse
de la perniciosa influencia de la filosofa
sobre su produccin, tal como la ejercida
por la kantiana sobre Goethe y SchUler,
y que nada hay en l de esteta o poeta
filsofo.
A fines de 1793 termina sus estudios
Holderlin, mas se niega a aceptar el de
sempeo de un cargo parroquial. No le
quedaba otro recurso para ganarse el
sustento que dedicarse a la enseanza
privada, y as, por mediacin de Schiller,
su compatriota, consigue un puesto de
preceptor en casa de Charlotte von Kalb,
en Waltershausen de Turingia. Entrgase
all al estudio de la esttica y de los grie
gos, y se afana en redactar la novela Hy-
25
perion, comenzada ya en Tubinga y con
tinuada en otras etapas de su vida.
A principios de 1795 trasldase Holder
lin a Jena con el propsito de abrirse ca
mino en el mundo literario y conseguir
un puesto en la Universidad. Viviendo en
grande estrechez, trabaja intensamente
y frecuenta el trato de las personas que
formaban el crculo intelectual ms im
portante de Alemania. Mas este ambiente
influye sobre l perniciosamente. Poco
despus de llegar a Jena escribe: La
cercana de espritus verdaderamente
grandes y la proximidad de almas gran
des en verdad por su fervorosa esponta
neidad, me deprimen y elevan alternati
vamente; tengo que esforzarme por salir
de un penumbroso ensueo y despertar y
configurar suavemente y con energa las
fuerzas a medio desarrollar y medio
muertas, para no verme obligado a bus
car refugio en una triste resignacin \
Antes de terminar el ao hua Holderlin
y buscaba cobijo entre los suyos.
La produccin de esta poca muestra,
E. Kurt, Holderlin. Sein Leben in Selbstzeugnis-
sen. Briefen und Berichten. (Su vida en documentos
personales. Cartas y relatos); pg. 113, Berln, 1938.
26
efectivamente, un decisivo i n f l u j o de
Schiller con detrimento de la originalidad
del poeta. Instintivamente comprende
ste el peligro que le amenaza y trata
de cortar los lazos que le entorpecen para
proseguir su camino propio. Sin embar
go, la admiracin y el afecto de Hlder-
lin por Schiller perduran, aunque en
cuentre en l una acogida bastante fra.
Envale sus poemas, le pide consejo y ayu
da, y mustrale en sus cartas, muchas de
las cuales no merecen respuesta, la ms
amistosa deferencia. Pero el dramaturgo
exiga una sumisin cuyo peligro se acen
tuaba cada da ms a los ojos de Hlder-
lin, segn manifiesta en una carta a aquel
dirigida: Debo confesarle que a menu
do me encuentro en secreta lucha con su
genio, para defender frente a l mi liber
tad, y que el miedo a verme dominado me
impide acercarme a usted con serenidad.
Crtase definitivamente la relacin con
Schiller, y sigue Holderlin rumbos nuevos
en cuanto a tema, metro y diccin de
acuerdo con su temperamento. De esta_
capacidad para romper todo lazo que pu
diera coartar la autenticidad de su crea
cin proviene la profunda pureza que tie
27
ne, al mismo tiempo que la tragedia de
su destino personal.
A comienzos de 1796 marcha el poeta
a Frankfurt para ocupar, en casa del ban
quero Gontard, el puesto de preceptor de
sus hijos, y all encuentra en la madre
de sus discpulos, Susette-Diotima, la rea
lidad de su ideal femenino, desarrollada
en los primeros fragmentos de Hype-
rion. Sus relaciones con esta mujer, de
perfecta belleza fsica, gran delicadeza
espiritual y refinada cultura literaria, son
la ms alta dicha en la vida del poeta:
He navegado alrededor de un mundo de
alegra... Todava me siento dichoso como
en el primer momento, escriba bastan
tes meses despus de haberla conocido.
Cuando quiere ensalzar sus cualidades
no halla mejor expresin que decir: / una
griega! Efectivamente, en ella encuentra
el poeta cuanto anhelaba en su ideal de
Grecia, demostrndose que no era una
vaga nostalgia sino algo realizable.
A su amparo produjo el poeta sus me
jores frutos. Entonces ultim Hyperion,
comenz el Empdocles y perfeccion
la nueva forma de su lrica. Pero las cir
cunstancias exteriores ensombrecan la
28
relacin con la amenaza de una inevitable
ruptura, que al fin tuvo lugar en el oto
o de 1798; y Holderlin busc abrigo en
Homburg, en casa de Isaak Sinclair, ami
go ntimo desde los tiempos de Tubinga,
que siempre supo mantener su fidelidad.
Cuantos intentos realiz l poeta, para
asegurarse su existencia material como
profesor en Jena o escritor, fracasaron,
y vise obligado a buscar un puesto de
preceptor en diversas ciudades alemanas
hasta que, descorazonado, abandon la
patria camino de Burdeos, para desem
pear el mismo cargo en casa de un ale
mn. A los pocos meses emprende, cami
nando a pie, el retorno a su patria,
durante l cual su espritu delicado, tan
castigado por la vida, como consecuencia
probablemente del esfuerzo fsico, acab
sucumbiendo a la locura, que ya desde
haca tiempo anticipaba sus sombras. Una
insolacin, al parecer, consum l destro
zo de aquella exquisita naturaleza. Como
un fantasma de s mismo se present
ante sus parientes y amigos. Y an con
sigui su solicitud contener algn tiem
po l total derrumbamiento. Mas en 1806
la enfermedad culmin en delirio, apaci
29
guado pronto, sin embargo, en resignada
lasitud. Largo tiempo respet an la
muerte aquella vida apagada. Durante
treinta y ocho aos, hasta 1843, sigui
viviendo Holderlin al cuidado de un sen
cillo sillero en Tubinga, habitando una
vieja torre junto a las aguas del Neckar,
que con tanto amor haba l cantado.
30
Y aunque el mismo poema afirma op
timistamente que el puro rayo del Padre
no quema-, toda la obra de Holderlin se
encuentra llena de ntimas confesiones,
a veces angustiosas, sobre lo difcil que
es cumplir esa misin potica. La fuerza
de la realidad contemplada religiosamen
te, el profundo sentido del acontecer, la
constante manifestacin de las honduras
misteriosas del mundo, desgastaron pro
gresivamente sus energas hasta la quie
bra final. Se dice en el Empdocles:
34
III
36
Toda la obra de Holderlin se encuen
tra animada de su amor a Grecia. De ella
se ocupan, como se ha dicho, Hyperion
y Empdocles, y mltiples poemas. Pero
puede decirse que ese amor culmina en
El Archipilago, maravillosa evocacin y
ensalzamiento de la vida helnica.
La Grecia de Holderlin no es una Gre
cia esttica o cultural, sino algo vivo y
entero; y, en primer lugar, tierra griega.
Como la Ifigenia de Goethe, Holderlin
busca con el alma la tierra de los grie
gos. No se trata tan solo de arte o pen
samiento helnicos; anhlase la total exis
tencia griega sobre la base fsica de los
promontorios y de las colinas sombrea
das de laureles.
Nunca aparecen en sus poemas falsos
paisajes buclicos, a la manera de su coe
tneo Chnier, o escenarios simblicos,
como en Goethe, sino tierra precisa y
viva. El paisaje griego de sus poesas no
es un paisaje histrico, ideal o imagina
tivo, sino algo al mismo tiempo real e
ntimo, proyeccin de su visin peculiar
de la naturaleza. Holderlin ve con ojos
helnicos el mar y las islas, los elementos
y las formas, los bosques, ros y astros.
37
Como dice Gurdolf \ para l Grecia era
un aprioru
Esta es la respuesta a la interrogacin
contenida en su poema Der einzige (El
nico):
Qu es lo que
me encadena a las sagradas
orillas antiguas, que yo las amo ms
todava que a mi patria?
Pues como vendido 1
en celestial cautividad estoy
all donde pasaba Apolo
en figura de rey ...2
1 Obra ciL, pg. 12.
2 Holderlin no vio el Mediterrneo. En un momen
to de su vida, como Durero, Goethe y todo buen ale
mn, emprende viaje hacia el sur; pero no lleg ms
all de l regin del Garona. Sin embargo, como l de
ca, es suficiente un signo para el que anhela. En la
heterognea poblacin del suroeste de Francia entre
v Holderlin las huellas de la vida antigua y la amplia
construccin y el brillo de aquel paisaje le propor
cionan una imagen viva del suelo griego. El vigor del
hombre meridional en las ruinas del espritu antiguo
escribe en una de sus cartas me hizo conocer me
.
jor la manera de ser propia de los griegos Aprend
a conocer su naturaleza y su sabidura, sus cuerpos,
cmo crecen en su clima y las normas con que pro
tegen su genio alegre contra el poder los elementos .
Cuando Holderlin vuelve a la patria sus gestos se
han cambiado, el lenguaje ya no es comprensible para
los suyos, y la explicacin que l da se refiere en for
ma mtica a las recientes impresiones: El elemento
38
El tema fundamental del poema tra
ducido no es la tierra sino el mar. Aque
lla aparece solamente como litoral, como
isla, incluso la pennsula helnica, que
forma tambin parte del Archipilago.
Invocando al mar comienza el poema y
asimismo acaba, y todo l se encuentra
penetrado de su presencia, como en rea
lidad lo estuvo la vida griega.
Empieza el poema destacando no el
mar directamente, sino lo que con l y
de l vive: las grullas, las naves, las ori
llas, el delfn, las brisas, la luz; solo las
olas tranquilas se refieren directamen-
( Andenken, Recuerdo.)
39
te al elemento marino. Su imagen va sur
giendo lentamente en toda su riqueza. El
mar se encuentra en una serie de rela
ciones que deben ser evocadas. La pregun
ta florece Jonia?, es ya tiempo?, en
laza el elemento con l-destino histrico
y lo hace aparecer como l mar del Ar
chipilago, escenario, de la vida griega.
Por la referencia al tiempo entra l mis
mo poeta en relacin con l mar. La
primavera, como tiempo de la renovacin,
del despertar y del recuerdo, le permite
dirigirse a l y preguntarle por su actual
suerte. As en pocos versos se destaca la
relacin entre l mar, Jonia y l poeta,
y se expresa cmo este se dirige al mar
porque sirve de enlace entre la vida de
la naturaleza y el destino de los hombres.
Justamente por ello l mar es l centro
de referencia que da unidad al poema.
Una vez establecido dicho esencial en
lace, prosigue l poema describiendo con
ms precisin l mar. Ya no son mencio
nados como al principio del poema rasgos
particulares, sino que se dibujan gran
des conexiones. El mar se presenta en sus
diversas apariencias: como l poderoso
que descansa a la sombra de sus monta
40
as, como el adolescente que abraza a
la tierra querida, como padre de las is
las. Las islas, las florecientes, las gra
ciosas, las madres de los hroes. En las
islas situaban los antiguos la vida bien
aventurada, y son ellas, en la visin ani
mada y viviente de Holderlin, vida feliz.
Cuando culmina su amor con Diotima,
Hyperion no encuentra mejor pondera
cin que esta: nuestra vida era como la
de una isla recin nacida.
En los primeros versos del poema van
apareciendo las islas una tras otra, evo
cadas con una encantada nitidez y enla
zadas en l ritmo agitado por el gozo del
reencuentro: y de tus hijas, oh, pa
dre!, I de tus islas de las florecientes, nin
guna I todava se ha perdido.
El mar es en el poema el centro del
cosmos. Est situado entre l ter, claro
e infinito, y las misteriosas honduras de
la tierra. En l se realiza la unidad de lo
superior con lo inferior. Los astros se en
cuentran en l espejo de sus aguas, que
van cambiando a medida que aquellos ca
minan, mientras resuena en l pecho del
mar la meloda de los Dioscuros en la
unidad sagrada de la noche. A su travs
41
tambin se manifiestan las fuerzas tre
mendas de lo hondo, la llama de la noche,
la tormenta submarina, que arrebata las
islas. Del mar sale y a l vuelve todo lo
fluyente. Es el centro activo que enva
las tormentas sobre los bosques clidos
del litoral, y hacia l corren gozosos los
ros, como al encuentro del padre.
As, de manera lenta y progresiva, ga
nando en amplitud y profundidad, se va
describiendo en el poema el cosmos grie
go alrededor del mar. Como culminacin,
en el verso ochenta y cinco le invoca el
poeta en tanto que dios.
43
unida a una potencia maravillosamente
pura de visin potica y de expresin.
Mas tanto la actitud religiosa como la
potica de Holderlin, distinguanse pro
fundamente de las caractersticas de los
tiempos modernos: le faltaba la subjeti
vidad. Su conciencia religiosa se endere
zaba no a estados o alteraciones persona
les, sino a fuerzas y entidades objetivas.
La interioridad a que llegaba no era una
esfera subjetiva, sino las profundidades
del ser real, del hombre singular, del
pueblo, del ro o de la montaa, de la
planta y del animal, de la tierra, del mar;
finalmente, del mundo. Y lo que exiga
su temperamento artstico era no comu
nicar propias experiencias, sino alabar
sublimes entidades, publicar potestades,
ser anunciador de grandes sucesos y emi
sario de los mandatos del mundo
Holderlin contempla los fenmenos de
la naturaleza en su originalidad. Como
el hombre primitivo, es capaz de tener
una experiencia numinosa del mundo. Ve
del ro l agua real, que corre de la fuen
te al mar formando un todo, que es ms
44
que un concepto geogrfico: un ser. No
se trata de antropomorfismo, ni de abs
tracta personificacin, sino de pura in
tuicin. Refirese a algo que se desliza, se
reduce en verano y puede salirse peligro
samente de madre en primavera, pero
que tambin permite el desplazamiento
y proporciona la pesca. Es un ser, una
realidad misteriosa, temible y al mismo
tiempo atrayente; alguien que tiene vo
luntad. Y es posible encontrar este al
guien de pronto en la figura de un toro,
quiz, de una mujer o de un hombre. Es
tas figuras no son alegoras del ro, ni
su alma, sino el ro mismo; realidad mis
teriosamente religiosa y al mismo tiempo
emprica. El ro tiene esta figura, y quiz
otra. De esta visin nacen el mito y el
culto.
Dicha visin se encuentra tanto en la
base de la mitologa griega como en
la de Holderlin, segn puede examinarse
en el poema traducido. Una multitud de
actitudes y condiciones humanas son
trasplantadas a la naturaleza, sin que por
ello se caiga en abstracto antropomorfis
mo. Cada una de las imgenes es un mo
mento de la profunda realidad del mar,
45
y no pretende reducirla a concreta y de
finitiva figura humana, sino ganar las
mltiples facetas en que se nos presenta
aquella realidad misteriosa y continua
mente cambiante, proteica. Por eso se su
ceden imgenes aparentemente contra
dictorias y, sin embargo, ntimamente
unidas y complementarias, y el mar se
ofrece como adolescente, como varn vi
goroso o anciano, y siempre uno l.
Intuicin misteriosa y tremenda, y al
mismo tiempo sencilla, y, sobre todo, au
tntica en Holderlin. Solamente acepta
de la mitologa griega aquello que coin
cide con su experiencia viva. No se trata,
propiamente, de supervivencia de anti-
Partiendo de un punto de vista peculiar del pen
samiento de Stefan George, tergiversa Gundolf la na
turaleza de los dioses de Holderlin. Estos no corpo-
rlizan a Dios y divinizan al cuerpo a la manera de
Stefan George, ni pretenden configurar en forma hu
mana las fuerzas de la vida, como hace Goethe. En
,
Holderlin dice Bdckmann (obra cit., pg. 354), nada
hay de panantropismo; tampoco puede decirse que
considere al hombre perfecto como medida de todas
tas cosas. Los dioses en Holderlin son algo superior,
de que el hombre depende, y a lo que sirve, venera
y adora con su palabra y su accin. La forma de re
lacionarse el poeta con los dioses es el tiempo, su en
salzamiento y alabanza, que o los reduce a humana
condicin, sino que justamente supone y acenta su
esencial superioridad.
46
guas formas religiosas, sino de corres
pondencia en la estructura de los modos
de ver religiosamente l mundo. Por eso
tantas figuras antiguas, que gozaron del
favor de los humanistas y de los poetas,
no aparecen en la obra de Holderlin. Ni
Afrodita, ni Hera, ni Atenea. Solamente
en El Archipilago aparece esta, y rpi
damente, de pasada, porque no est an
clada en la experiencia autntica del poe
ta. Nada se encuentra de refinada invo
cacin esttica o sabia a la desse des
yeux glauques, precisamente en el poema
donde se celebran los esplendores de Ate
nas y se entona la elega ms sincera que
se haya cantado a su desaparicin.
Los dioses viven eternamente serenos
y felices. Mas el brillo de su perfeccin
es fro, alimentado de insensibilidad, de
una especie de sueo e infecundidad.
Sin destino, como las criaturas de pecho
durmientes, alientan los celestes, dice
l poema Schicksalslied (La cancin del
destino).
Los dioses gozan de la belleza de una
forma perfecta que no se siente a s mis
ma. Precisan salir de su perfecto estado
47
sin destino, y por eso solicitan a los hom
bres. No es que los necesiten para ser
ms de lo que ellos son, ms grandes, po
derosos o bellos. De nada podra servir
en esto l hombre, dbil y azaroso, ni han
menester de l los dioses, que tienen bas
tante con su propia inmortalidad. Pero
l hombre, aunque absolutamente imper
fecto, amenazado de mortal destino, est
dotado de intimidad. Cuando esta se abre
a los dioses, se sienten ellos a s mismos.
El corazn sensible del ser humano pres
ta calor y sensibilidad a los dioses. As
se dice en el poema Der Rhein (El Rin):
...pues como
los bienaventurados nada sienten por s,
debe sentir, si tal es permitido decir,
otro en nombre de los dioses,
del que ellos necesitan.
48
como los hroes la corona, el corazn
del hombre sensible.
49
IV
y si el tiempo impetuoso
conmueve demasiado violentamente mi cabeza,
y la miseria y el desvaro
de los hombres estremecen mi alma mortal,
djame recordar el silencio en tus
profundidades!
54
ta, que se manifiesta especialmente en
El Archipilago. Este poema seala
Hildebrant1 es la perfecta representa
cin de la unidad cerrada y acabada del
espritu de un pueblo... No raza, ni his
toria, arte o religin, sino su conjunto,
es representado como un todo que crece
y languidece. En Grecia, afirma dicho
autor, ha visto Holderlin l modelo de la
comunidad del pueblo que predica a la
Alemania dividida de su tiempo, antici
pando el que haba de venir. Y resulta as
que el poeta considerado en el siglo XIX
como prototipo de delicadeza y nostalgia
es reivindicado como antecesor por un
nuevo movimiento poltico vigoroso y de
cidido.
Toda la obra de Holderlin se encuentra
conmovida por un anhelo de comunidad:
nadie soporta la vida solo! Tema
constante es el vencimiento de la separa
cin, de la escisin d las vidas separa
das. Los fenmenos de la naturaleza son
tambin considerados desde este pnto
de vista. As en el poema Patmos las vi
das individuales se encuentran represen-
55
tadas como montaas separadas, cum
bres del tiempo, y el agua inocente de la
lluvia establece la comunicacin:
Y la tragedia de Empdocles es la de
la existencia humana, que, orgullosamen-
te, en pltora de desarrollo, se satisface
con su propia suficiencia.
Este anhelo de comunicarse, de tras
cenderse, manifistase no solo en una su
prema actitud respecto de la patria y de
la naturaleza, sino tambin en la amo
rosa apreciacin de instituciones y activi
dades, aparentemente bastas, destinadas
a vencer separaciones. Nunca el comer
ciante ha merecido tan alta consideracin
potica como la que Holderlin le otorga:
es el fernhinsinnende, el que suea en
lejanas; y los dioses tambin le ama
ban, como al poeta, / pues conciliaba los
buenos dones de la tierra y una lo lejano
56
con lo prximo. Manifistase en esta
consideracin del comercio tanto la am
plitud de su visin potica, que abarcaba
la totalidad de los modos de existencia,
como la capacidad de transfigurar poti
camente cualquier realidad de la misma \
El fenmeno de comunidad no es algo
meramente social o poltico, sino que
est transido de sentido religioso. El li
naje humano que ahora vaga en la no
che, vive, como en el Orco, / sin lo divi
no, es incapaz de sentirlo. Los hombres
se encuentran ocupados en sus propios
afanes, / cada cual solo se oye a s mismo
en el agitado taller. Mas cuando reapa
rezca lo divino en la vida, cuando Grecia
retorne, los hombres sern de nuevo fun
didos en l alma del pueblo. El poeta al
anticipar, visionario de anhelo, la fiesta
del retorno, contempla cmo resurge el
espritu de comunidad:
. . . y a oigo a lo lejos el canto coral
del da de fiesta sobre la verde colina y el eco
del bosquecillo,
57
donde se levanta el pecho de los adolescentes,
donde se funde
sosegadamente el alma del pueblo en la ms
libre cancin...
58
desprecia a los dioses es capaz de des
truir la vida, y Atenas, la esplndida, cae;
pero la accin es un crimen, que ser
vengado por los dioses \
59
La existencia humana y los dioses es
tn en ntima relacin. La historia huma
na es obra inmediata de los hombres, re
sultado de su poder creador. As aparecen
en el poema la lucha del pueblo atenien
se, su victoria y la reconstruccin de la
ciudad. Pero, al mismo tiempo, es obra
de las potestades divinas: de la madre
Tierra, del Eter, de Poseidn. No se tra
ta, ciertamente, de que los dioses ende
recen a fines suyos un acontecer humano
independiente en s mismo, sino que la
accin de los dioses es el carcter divino
de ese acontecer. Los dioses consisten en
que lo que sucede en el mbito humano
sucede divinamente; por otro lado, la his
toria es justamente historia porque se
realiza desde los dioses y a ellos conduce.
Los dioses son el principio que sostiene
a lo que es en su propio ser. Hacen que
viva lo viviente, otorgan a las formas su
autenticidad y su sentido, determinan l
curso del destino, permiten que prospere
el hacer de los hombres, que se logre su
obra, su empresa.
La batalla de Slamina, tal como apa
rece descrita en los versos del poema, es
un acontecimiento histrico totalmente
60
penetrado de accin divina. El suceso al
canza las profundidades del cosmos: de
lo hondo del mar llega la voz prometiendo
salvacin; en lo alto los dioses celestes
pesan y juzgan contemplando la batalla.
Los ltimos versos, sin caer en lo fan
tstico o simblico, llevan la descripcin
a las alturas de lo metafisico. Las pasio
nes humanas se apaciguan, el odio des
aparece, y el rey de los persas es consi
derado como el desdichado, cuya vana
joya destroza el dios del mar, que lucha
a favor de los griegos, y cuya figura cie
rra soberanamente la descripcin.
Los versos siguientes, dedicados al re
torno del pueblo fugitivo y a la recons
truccin de la ciudad, rebosan de gozo
luminoso. Pocas veces se ha cantado la
obra del hombre con alegra tan pura y
esplndida y, al mismo tiempo, religiosa.
Todos los seres, las fuerzas, las potesta
des divinas del mundo coadyuvan y par
ticipan en la tarea: los montes del Atica
ofrecen al alcance de los constructores
mrmol y metal: la madre Tierra, la fiel,
abraza de nuevo a su noble pueblo, y el
Ilisos les susurra dulcemente en la noche
entre los pltanos.
61
Mas la obra de los atenienses no es
solo ayudada y protegida por los dioses,
sino que a ellos mismos se endereza. El
hacer de los hombres es piedad, devocin:
en honor de la madre Tierra y del dios
de las olas, / florece ya la ciudad. La
piedad no es algo que se agregue al hacer,
sino que lo penetra y llena totalmente;
consiste en comprender lo que es en su
profundidad; no tomndolo tan solo co
mo algo tericamente comprensible o
prcticamente til, sino venerndolo co
mo divino. El hombre debe sentir que
todo cuanto es viene del misterio y paten
tiza lo divino. Esta manifestacin no se
aade a lo que perciben o piensan los
hombres, sino que forma la plenitud mis
teriosa del mundo. La actividad de los
dioses no es una operacin milagrosa,
sino la trama viva de todo lo que sucede
y de cuanto es.
No pretende el poema desarrollar un
cuadro completo de la vida y la historia
griegas. Si el pasado helnico se expone
en el poema, no es por ser ms o menos
hermoso y amado, sino porque precisa
mente en l adquiere un valor ejemplar
la justa relacin entre la vida humana y
62
la divina. No se pierde el poema en rela
tos picos, sino que se concentra en aque
llos momentos esenciales que esclarecen
la ntima relacin entre la vida griega y
los dioses. Lo que en la descripcin pi
ca destaca, resulta fundido en admirada
veneracin, y as justamente la historia
sirve al himno.
,
Bdckmann ob. cit., pg. 350.
65
5
El futuro ser un retorno \* el retorno
de Grecia. Cuando volvis, maduros,
vosotros todos los espritus del pasa
do/ Vida con sentido divino y Grecia
son sinnimos.
Con conmovedora autenticidad se ma
nifiesta en el poema la conciencia de la
desvalorizacin de su tiempo y la espe
ranza en la restauracin de una vida feliz,
transida de sentido divino. Esperanza
que repetidamente oscila en los versos
desde el lamento y la casi desilusin:
ay!, no vienes todava?, y l anhelo
exigente: pero no por ms tiempo!;
hasta la contemplacin anticipada del vi
dente: ya oigo a lo lejos l canto coral /
del da de fiesta sobre la verde colina y
el eco del bosquecillo; para remansarse
en resignada actitud: p e r o floreced
mientras tanto, hasta que maduren nues
tros frutos; / floreced, entretanto, sola
mente vosotros, jardines de Jonia!
66
En el poema traducido, aunque se alu
de expresamente al retorno de Grecia, no
se encuentra desarrollado el tema como
en otras producciones. Y es de sumo in
ters, porque est impregnado de ideas
cristianas. El retorno de Grecia es un
acontecimiento religioso, escatolgico,
que transformar todas las cosas de ma
nera semejante al advenimiento del Rei
no de Dios para el Cristianismo. La co
rrespondencia entre los diferentes len
guajes fcilmente se descubre: el que
vuelve ya no es Cristo, sino Grecia; quien
enva no es el Padre que est en los Cie
los, sino el padre Eter; lo actuante no
es el Pneuma Christi, sino el espritu dio-
nisaco; las ataduras de que liberar no
provienen del pecado sino de la interior
falta de direccin de la historia; el ngel
enviado es el guila, etc.
Preocupacin fundamental de Romano
Guardini, uno de los ms profundos pen
sadores catlicos de la actualidad, es jus
tamente descubrir lo que del Cristianismo
ha penetrado en una concepcin religio
sa aparentemente tan opuesta como la de
Holderlin, y estudiar con especial aten
cin el sentido de las figuras de Cristo,
67
Mara, San Juan, que aparecen con cre
ciente insistencia en las ltimas produc
ciones.
Trtase de una mundanizacin del
contenido de la Revelacin, contradicien
do la esencia del Cristianismo, que con
siste en trascender religiosamente el mun
do? O, por el contrario, apntase en la
ltima etapa del poeta ese trascenderse?
Lo cierto es que todo juicio sobre la re
lacin de Holderlin con el Cristianismo
debe tener en cuenta que l proceso fue
interrumpido antes de que recayera de
cisin. Sin faltar al respeto debido a la
secreta intimidad del alma h u m a n a
afirma Guardini1 no puede decirse si
el poeta, de haber continuado pensando,
hubiera aceptado definitivamente sus dio
ses como expresin religiosa de un mun
do autnomo, o los hubiera situado de
nueva manera en el adviento.
Existe el peligro de que en la represen
tacin que el hombre tiene de Dios se
pierda la concreta relacin en que se en
cuentra con las cosas, la diversidad de
las apariencias religiosas del mundo, y
68
que la unidad se convierta en abstraccin
y la unicidad en vaco. Pero la misma
Revelacin nos impone la tarea escribe
Guardini1 de descubrir la multiplici
dad de lo numinoso frente a la monoto
na, indiferencia y debilidad del monofor-
mismo religioso. No para erigir las for
mas de lo numinoso como 'dioses' frente
al Dios vivo, sino con el fin de crear los
supuestos para que se cumpla el primer
mandamiento, segn el cual 'ya no hay
dioses junto a V, sino que l es todo lo
divino. La fe en l Dios vivo de la Reve
lacin solo se da en la forma de la 'vic
toria que vence l mundo (San Juan, 5,
4).- El descubrimiento de las formas
numinosas del mundo es el presupuesto
para que se logre la victoria que lleve a
cabo l sentido de la Revelacin, se reco
nozca nuevamente de corazn a Dios
como respuesta a todas las cuestiones, y
aparezca como inmediato, interno crea
dor y regidor de las apariencias del mun
do. Entonces se har de nuevo tan real
la representacin de Dios, que incluir
en s las realidades de la naturaleza y de
69
la historia, y ser capaz de convertirlas
en obras de su poder y testimonios de su
magnificencia.
Desde un punto de vista cristiano esta
es la cuestin esencial sobre el sentido
de la poesa y de la existencia de Holder-
lin. Fue su misin publicar la abundan
cia de las apariencias religiosas del mun
do para que nuevamente se pusiese de
relieve qu es l Dios vivo? No cabe dar
respuesta a esta pregunta, porque Hl-
derlin enmudeci antes de que llegara a
decidirse su lucha religiosa. Justamente
porque en ella se quebr su creacin,
quedando, por tanto, como en suspenso,
su obra y su figura s nos aparecen como
un profundo enigma religioso.
70
V
71
gos antiguos a los empleados por el
helenismo y los latinos. El exmetro, las
formas elegiacas, la estrofa lcaica y la
llamada tercera estrofa asclepiadea gozan
de sus preferencias, introduciendo en
ellas sabias modificaciones, para acomo
darlas al idioma alemn. Maravillosa
mente aprovechadas estn las inflexiones
rtmicas para expresar el proceso senti
mental y poner de relieve l valor de las
palabras. Generalmente, coloca en las
elevaciones las races de los verbos y de
los nombres, o las slabas cuya acentua
cin se justifica por l sentido que encie
rran, mientras que las depresiones tni
cas estn reservadas para las preposicio
nes, prefijos, etc. Prodcese de esta suer
te una libre coincidencia entre l sentido
de la frase y la forma mtrica.
Lo caracterstico de casi todos los idio
mas modernos es que las palabras y las
frases han llegado a ser algo indeciso y
oscilante. No es tan solo que la signifi
cacin vare en cada caso, sino que por
lo general el sentido parece encontrarse
fuera de la palabra, revoloteando a su al
rededor como algo imaginario. Por eso l
poeta moderno, en mayor o menor grado,
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maneja a su arbitrio los elementos del
lenguaje, tan solo preocupado de expre
sar su intimidad en la combinacin de
las palabras. Para el poeta antiguo, por
el contrario, el lenguaje era algo riguroso
y sagrado. Las palabras dice Pige-
n ot1 gozaban de la dignidad de objetos
de culto, que no podan ser empleados
en el caprichoso uso personal. Cada vo
cablo tena sus dimensiones y su lugar
propio en el templo del lenguaje. La unin
de las palabras encontrbase condicio
nada por l mito ms que por la simple
apreciacin sensorial. As los calificativos
estereotipados de Homero Eos la de
los dedos rosados, el sueo que desata
los miembros, la dulce esperanza se
refieren a conexiones ms profundas y
amplias que las que se dejan percibir en
el momento. El lenguaje de Holderlin,
en correspondencia con su manera de
ver y sentir el mundo, es un lenguaje po
tico antiguo. Los vocablos tienen un sen
tido propio, preciso y sagrado. En Frank-
furt renuncia Holderlin a toda exagera
cin en la expresin verbal; l adjetivo
73
no califica ocasionalmente, tan solo en
noblece y manifiesta las conexiones esen
ciales: los hijos devotos, el hermoso
da, las islas graciosas, o sencillamente
divino, celeste, puro, feliz.
Mas la moderacin en los trminos no
les priva de un fuerte valor expresivo.
A pesar de la sobriedad, el lenguaje se
encuentra lleno de riqusimo y vivo con
tenido potico. La intimidad y vitalidad
del alma moderna rebosan de los voca
blos parcos y nobles. Continuamente apa
recen trminos que significan brote, cre
cimiento, vida, tan abundantes en el idio
ma alemn: las islas, la ciudad florecen;
el alma del pueblo germina; la Acrpolis
reconstruida crece para la madre Atenea.
Resulta as un conjunto sencillo, solem
ne, sereno y, al mismo tiempo, dulce
y vivo.
Es imposible encontrar una palabra
aadida, prescindible, y, aunque se repi
tan insistentemente, cada vez parece que
acaban de ser moldeadas por el poeta.
Difcilmnte se hallar una expresin po
tica ms precisa y urgente. Lo que poda
haber sido academicismo se ha converti
do en bello y sereno ropaje de la ms
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pura y ferviente sensibilidad. Clasicis
mo, romanticismo, romanticismo clsico,
clasicismo romntico? En Holderlin, co
mo en todo gran poeta, muestra su in
suficiencia tal terminologa.
Los poemas de Holderlin encuntran-
se saturados de musicalidad. No solo
como consecuencia del armonioso trata
miento del lenguaje y del verso, sino por
una especial ndole del proceso potico,
que aparece tambin en otros poetas con
temporneos, como Tieck y Novalis, re
flejo, segn Dilthey advierte, de la msica
instrumental alemana en el momento
culminante de Haydn y Beethoven. Las
poesas de Holderlin estn escritas para
lectores que saben leer con algo ms
que con los ojos.
Adems d estos armnicos contrastes
mtricos, lingsticos y musicales, otros
diversos, sabiamente manejados, coinci
den en producir el especial encanto de
la obra de Holderlin. A algunos ya se ha
hecho referencia: as, por ejemplo, la
contraposicin de los elementos: mar y
tierra, mar y cielo; l contraste de grie
gos y persas, y la tensin entre la accin
humana y la divina. El conjunto del poe
75
ma est ordenado en una lnea ondulante
de nacimientos y extinciones: lentamen
te de las ruinas, que interroga la nostal
gia del poeta, va surgiendo la estampa
viva de Atenas, pronto destruida por el
empuje persa; reconstryela ms espln
dida el pueblo victorioso y vuelve a des
aparecer; mas l anhelo de poeta consigue
anticipar la imagen de aquella vida feliz
retomada, que se hunde de nuevo en los
ltimos versos. Este juego de apariciones
y desapariciones est acompaado del co
rrespondiente ambiente sentimental, pro
digiosamente utilizados todos los medios
de expresin: formales, musicales, colo
ristas, luminosos. Esplndida luminosi
dad de los versos que describen la re
construccin de Atenas, solo comparable
en calidad con las tinieblas del descon
suelo que deja su desaparicin, o la re
signada penumbra final:
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EL ARCHIPIELAGO
POEMA DE
FEDERICO HOLDERLIN
u e lv e n las grullas hacia ti?; y
dirigen de nuevo
hacia tus orillas su rumbo las naves?;
acarician
brisas propicias tus olas tranquilas?, y
solea el delfn
sus lomos a la nueva luz, atrado desde
lo profundo?
Florece Jonia?; es ya tiempo?, pues
siempre en primavera,
cuando a los vivientes se les renueva
el corazn y despierta
en el hombre el primer amor y el
recuerdo de los tiempos dorados,
vengo yo a ti, anciano, y te saludo
en tu silencio!
Poderoso!, vives todava y descansas
a la sombra
de tus montaas, como entonces; con
brazos de muchacho cies
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todava a tu tierra querida, y de tus hijas,
oh, padre!,
de tus islas, de las florecientes, ninguna
se ha perdido todava.
Creta se yergue y Salamina verdea;
alboreada de laureles,
florecida de rayos, levanta Dlos a la hora
del amanecer,
entusiasmada, su cabeza; Teos y Chos
abundan en frutos purpreos;
de las embriagadas colinas
mana el vino de Chipre, y en Calauria
se precipitan
arroyos de plata, como entonces, en las
viejas aguas del padre.
Todas ellas viven todava, las madres
de los hroes, las islas,
floreciendo de ao en ao, y cuando,
a veces, desatada
del abismo, la llama de la noche,
la tormenta inferior,
conmova alguna de las islas graciosas,
que, moribunda, se sumerga
en tu seno,
t, divino, t, perdurabas, pues es tanto
lo que ha nacido
y se ha hundido en tus oscuras
profundidades!
80
Tambin ellas, las celestes, las potestades
de la altura, las silenciosas,
que traen desde lejos, de la plenitud
de la fuerza, el da sereno
y el dulce sueo sobre la cabeza
de los hombres sensibles;
tambin ellos, los antiguos compaeros
de juego,
viven, como entonces, contigo; y muchas
veces al atardecer,
cuando viene de los montes de Asia
la sagrada luz de la luna,
y las estrellas se encuentran en tus olas,
luces t con fulgor celeste, cambindose
tus aguas a su paso,
y la alta meloda de los Hermanos,
su canto nocturno, resuena de nuevo
en tu pcho amante.
Cuando luego aparece el que todo lo
transfigura, el sol del da,
la criatura del Oriente, el milagroso,
comienza para los vivientes el sueo
dorado,
que el sol creador cada maana
les prepara,
81
6
y a ti, dios afligido, te enva un encanto
ms alegre,
y su misma luz amiga no es tan hermosa
como el smbolo del amor, la guirnalda,
que acordndose siempre de ti,
como entonces, cie a tus grises bucles,
No te envuelve el ter? Y las nubes,
tus mensajeras,
no vuelven de l hacia ti con el regalo
de los dioses,
el rayo? Luego, t las envas sobre
la tierra,
para que en el clido litoral los bosques
ebrios de tormenta
murmuren y se agiten contigo, y,
en seguida, el Meandro,
con sus mil arroyos apresure su curso
tortuoso, como el hijo caminante,
cuando el padre le llama, y corra hacia
ti alborozado
por la llanura el Caystor, y el
primognito, el viejo,
tanto tiempo escondido, tu majestuoso
Nilo,
avanzando magnfico desde las lejanas
montaas, como con ruido de armas,
llegue ya victorioso y extienda anhelante
sus brazos abiertos.
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Y, sin embargo, t te imaginas solitario;
en la noche callada
la roca oye tu lamento, y muchas veces,
con enojo
de los mortales, huyen hacia el cielo
tus olas aladas.
Pues ya no viven contigo tus muy nobles
predilectos,
que te honraban y orlaban en otro tiempo
tus orillas
con templos y ciudades, y siempre buscan
y requieren,
siempre necesitan para su gloria los
sagrados elementos,
como los hroes la corona, el corazn
del hombre sensible.
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Pero en las orillas de Salamina, oh da!,
en las orillas de Salamina,
esperando el fin estn las atenienses,
las vrgenes,
y las madres, meciendo en sus brazos
al hijito salvado;
mas para los que escuchan resuena desde
lo profundo la voz del dios del mar
predicindoles su salvacin; y los dioses
del cielo contemplan desde lo alto
la tierra pesando y juzgando, pues all
en las agitadas orillas
vacila desde el amanecer, cual tormenta
que camina lentamente,
la batalla sobre las aguas espumeantes,
y ya arde el medioda,
inadvertido por el furor, sobre las cabezas
de los combatientes.
Pero los hombres del pueblo, los nietos
de los hroes, acometen
ahora con ms clara visin; los amados
de los dioses piensan
en la gloria que les est destinada,
y ya los hijos de Atenas
no refrenan su genio, que desprecia
la muerte.
Pues, como la fiera del desierto se levanta
una vez ms de la sangro
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humeante en un ltimo esfuerzo,
con noble energa,
y atemoriza al cazador, as se rehace
una vez ms con el brillo
de las armas el nimo cansado, ya casi
rendido, de los feroces
combatientes espantosamente reunidos
por las voces de los jefes.
Y recomienza la lucha ms encarnizada;
como parejas de luchadores
se abordan los navios; el timn es juguete
de las olas;
bajo los combatientes brese el puente,
y nave y navegantes se hunden.
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