Sociofobia - Cesar Rendueles

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Tras

el derrumbe de la utopa neoliberal, el gran consenso ideolgico de


nuestro tiempo es la capacidad de las tecnologas de la comunicacin para
inducir dinmicas sociales positivas. La economa del conocimiento se
considera unnimemente como la solucin al deterioro especulativo de los
mercados; las redes sociales son el remedio a la fragilizacin de nuestras
vidas nmadas y globalizadas; la ciberpoltica aspira a regenerar nuestras
democracias exhaustas Nos gusta imaginar Internet como una especie de
ortopedia tecnolgica que ha transformado hasta el punto de su virtual
superacin los dilemas prcticos heredados de la modernidad.
Sociofobia cuestiona, en primer lugar, este dogma ciberfetichista. La
ideologa de la red ha generado una realidad social disminuida, no
aumentada. Sencillamente ha rebajado nuestras expectativas respecto a lo
que cabe esperar de la intervencin poltica o las relaciones personales. Por
eso Sociofobia, en segundo lugar, realiza una ambiciosa reevaluacin crtica
de las tradiciones polticas antagonistas para pensar el postcapitalismo como
un proyecto factible, cercano y amigable.

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Csar Rendueles

Sociofobia
El cambio poltico en la era de la utopa digital

ePub r1.0
marianico_elcorto 17.12.13

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Ttulo original: Sociofobia
Csar Rendueles, 2013
Diseo de portada: Filo Estudio

Editor digital: marianico_elcorto


ePub base r1.0

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ZONA CERO

Sociofobia

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Capitalismo postnuclear
Un padre y un hijo caminan da tras da por desoladas autopistas norteamericanas.
Hace aos que ningn vehculo circula por ellas. Todo a su alrededor est cubierto
por una espesa capa de ceniza negra y las nubes que descargan un glido agua-nieve
apenas dejan intuir el sol. Sus principales preocupaciones son encontrar agua potable
y alimentos, sobrevivir al fro y no sucumbir a la enfermedad. Estn solos. En esta
tierra yerma slo perviven formas depravadas de fraternidad. Ocasionalmente se
topan con otros, apenas humanos, unidos en jauras dedicadas a esclavizar, robar,
violar, torturar y devorar a sus congneres. El canibalismo es una amenaza
permanente.
As transcurre The Road, la novela distpica de Cormac McCarthy acerca de un
futuro postnuclear. Puede resultar difcil de creer, pero buena parte de estos hechos se
produjeron literal y repetidamente en un inmenso mbito geogrfico en el ltimo
tercio del siglo XIX. La segunda mitad de la poca victoriana se caracteriz por lo que
el historiador Mike Davis, en un ensayo alucinante, denomin una crisis de
subsistencia global: un holocausto que caus entre treinta y cincuenta millones de
muertos y, sin embargo, apenas se menciona en los libros de historia convencionales.
Una inmensa cantidad de personas fundamentalmente en India, China y Brasil,
aunque el proceso afect a muchas otras zonas pereci vctima de la inanicin y las
pandemias en el transcurso de una serie de megasequas, hambrunas y otros desastres
naturales relacionados con el fenmeno de El Nio[1].
De Cachemira a Shanxi, del Mato Grosso a Etiopa el mundo se convirti en una
pesadilla. Los misioneros, una de las fuentes habituales para conocer lo que ocurra
en lugares remotos en esa poca, hablaban de escenas aterradoras. La gente utilizaba
cualquier cosa como alimento hojas de rboles, perros, ratas, los techos de sus
casas, bolas de tierra antes de comenzar a devorar cadveres humanos y,
finalmente, matar a sus propios vecinos para comrselos.
En realidad, la antropofagia fue un paso ms, y no necesariamente el ltimo, de
un proceso generalizado de demolicin de la arquitectura social. A lo largo de un
territorio inmenso, la autoridad legal se desvaneci como si se tratara de una fantasa
ya insostenible, los templos se utilizaron como lea, la gente venda como esclavos a
sus propios familiares, el bandidaje se generalizaba En el transcurso de unos pocos
aos, estructuras comunitarias milenarias se desvanecieron casi sin dejar rastro.
Incluso el paisaje fsico pareca sacado de un escenario apocalptico: sequas nunca
vistas causaron la desertizacin de extenssimas reas, plagas de langosta de
proporciones bblicas azotaron los pocos cultivos que sobrevivieron. En ocasiones, la
desertizacin extrema produjo una especie de lluvia de ceniza que cubra los terrenos
ridos.

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Buena parte del siglo XIX fue relativamente pacfico en Europa, al menos si se
compara con el pasado inmediatamente anterior. Las cosas no les fueron tan bien a
los pases que los occidentales colonizaron. Entre 1885 y 1908 el llamado Estado
Libre del Congo la futura Repblica Democrtica del Congo fue, literalmente,
propiedad privada de Leopoldo II, rey de Blgica, que instaur una despiadada
hibridacin de turboempresariado, esclavismo y ultraviolencia. Se calcula que el
nmero de vctimas mortales de esas dos dcadas asciende al menos a cinco millones
de personas, tal vez diez. El modelo belga de explotacin comercial se basaba en un
extractivismo furioso que depred los recursos naturales del pas. Leopoldo II
esclaviz por decreto a la poblacin local y la someti a un rgimen de terror basado
en el asesinato de masas y la tortura sistemtica. Un castigo muy habitual para los
trabajadores poco diligentes era amputar sus manos y exhibirlas para dar ejemplo.
En cambio, las hecatombes de origen ecolgico de las que habla Mike Davis no
fueron tanto la consecuencia directa de la colonizacin como, primero, el escenario
para su desarrollo y, despus, su subproducto. Las grandes potencias del siglo XIX
aprovecharon la situacin de desamparo material que crearon las megacatstrofes
para aumentar drsticamente la velocidad y la intensidad de su expansin imperial.
En la mayor parte del mundo, el capitalismo se impuso literalmente como una
invasin militar. La humanidad nunca haba conocido un proceso de colonizacin tan
rpido y de tales dimensiones. Entre 1875 y la Primera Guerra Mundial una cuarta
parte de la superficie de la Tierra fue repartida entre un puado de pases europeos,
Estados Unidos y Japn. El Reino Unido increment sus posesiones en unos diez
millones de kilmetros cuadrados (la superficie de toda Europa), Francia en nueve
millones, Alemania en dos millones[2].
Las metrpolis desarrollaron planes detallados para desarbolar las instituciones
locales de los territorios donde se asentaron. Entramados sociales con siglos de
antigedad saltaron por los aires en unos aos. Fue un proyecto poco sistemtico y a
menudo torpe, aunque a la postre eficaz, dirigido a implantar un tipo de dependencia
administrable mediante un aparato econmico, poltico y militar moderno. Las
grandes catstrofes ecolgicas dieron apoyo moral a esta iniciativa. Estos pases, se
decan los europeos cultos, eran vctimas de su propio atraso. La modernizacin
tutelada, por dolorosa que pudiera resultar, redundaba en su propio beneficio. En
1852 Karl Marx expuso con vehemencia este punto de vista en un artculo titulado
La dominacin britnica en la India:

Por muy lamentable que sea desde un punto de vista humano ver cmo se
desorganizan y descomponen en sus unidades integrantes esas decenas de
miles de organizaciones sociales laboriosas, patriarcales e inofensivas, () no
debemos olvidar al mismo tiempo que esas idlicas comunidades rurales

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constituyeron siempre una slida base para el despotismo oriental; que
restringieron el intelecto humano a los lmites ms estrechos, convirtindolo
en un instrumento sumiso de la supersticin, sometindolo a la esclavitud de
reglas tradicionales y privndolo de toda grandeza y de toda iniciativa
histrica. () Bien es verdad que al realizar una revolucin social en el
Indostn, Inglaterra actuaba bajo el impulso de los intereses ms mezquinos,
dando pruebas de verdadera estupidez en la forma de imponer esos intereses.
Pero no se trata de eso. De lo que se trata es de saber si la humanidad puede
cumplir su misin sin una revolucin a fondo en el estado social de Asia. Si
no puede, entonces, y a pesar de todos sus crmenes, Inglaterra fue el
instrumento inconsciente de la historia al realizar dicha revolucin. En tal
caso, por penoso que sea para nuestros sentimientos personales el espectculo
de un viejo mundo que se derrumba, desde el punto de vista de la historia
tenemos pleno derecho a exclamar con Goethe: Quin lamenta los estragos
/ Si los frutos son placeres? / No aplast miles de seres / Tamerln en su
reinado?.

La realidad era bastante ms compleja. En trminos histricos, lo viejo no suele


ser sinnimo de frgil sino ms bien de robusto. Las instituciones tradicionales
haban conseguido en el pasado limitar, en algunos casos con eficacia, los efectos de
las megacatstrofes asociadas a El Nio. Crearon sistemas de asistencia
rudimentarios que redujeron de forma importante la mortalidad. En el peor de los
casos, permitieron la reconstruccin de las comunidades tras la hecatombe. En
cambio, la destruccin de su exoesqueleto institucional dej a continentes enteros a la
intemperie social y material. En palabras de Davis: Millones de personas murieron
no porque estuvieran fuera del sistema mundial moderno, sino porque fueron
violentamente incorporadas en sus estructuras econmicas y polticas. Murieron en la
poca dorada del capitalismo liberal[3].
Los holocaustos de la era victoriana establecieron la estructura social del mundo
tal y como lo conocemos. Son el modelo de la desigualdad a escala global. Un
abanico relativamente estrecho de posibilidades de estratificacin en los pases del
centro de la economa mundial (ms en EE.UU., menos en Noruega, para
entendernos) y algo remotamente parecido a la vida para un tercio de la poblacin
mundial.
En Occidente, un conjunto de arreglos institucionales, que significativamente
denominamos seguridad social, erigieron una cubierta protectora frente a las
tempestades del mercado. La consecuencia paradjica fue que el centro del sistema
mundial moderno ha declinado incorporarse a l con la entrega que recomienda al
resto del mundo. Es una dinmica que se remonta a Otto von Bismarck, pero que

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lleg a su apogeo durante la Guerra Fra. El mito fundacional de los llamados estados
del bienestar afirma que fueron el resultado de la prudencia, el consenso, el
aprendizaje de los errores pasados y el altruismo. En realidad, formaron parte de una
estrategia inteligente y ambiciosa, capitaneada por Estados Unidos, para minimizar el
atractivo de la va sovitica en Europa. El resto de la humanidad es decir, la mayor
parte de la humanidad no tuvo tanta suerte. Los procesos histricos inaugurados
por los holocaustos Victorianos fundaron el tercer mundo y definieron su naturaleza.
La consolidacin del capitalismo a escala mundial mantiene una estrecha
solidaridad con procesos destructivos de gran envergadura. La devastacin de las
instituciones tradicionales configur las races del ecosistema en el que viven varios
miles de millones de personas. La relacin entre el espacio construido y los recursos
naturales en la mayor parte de nuestro planeta es bsicamente la que cabra esperar
tras una megacatstrofe. Tras el paso del huracn Katrina por Louisiana, en 2005, se
populariz entre los damnificados de Nueva Orleans el lema Bienvenidos al tercer
mundo. Ms que un eslogan irnico, era un diagnstico tcnicamente preciso.
Desde finales del siglo pasado, por primera vez en la historia, ms gente vive en
reas urbanas que en el campo. Para 2050 se espera que la proporcin sea de 70% a
30%. Es engaoso hablar de xodo rural hacia las ciudades. De hecho, no existe
consenso entre los especialistas acerca del nivel de urbanizacin contemporneo
porque la idea de ciudad se ha desdibujado por completo. El nuevo entorno habitado
que se est imponiendo se compone de asentamientos difusos hiperdegradados sin
ninguna de las caractersticas que tradicionalmente asociamos a las urbes. Se trata de
aglomeraciones sin un trazado definido, sin agua, electricidad, calles, asfaltado o,
sencillamente, casas en ningn sentido tradicional. Es difcil sobrestimar la magnitud
del problema:

Los residentes de reas urbanas hiperdegradadas constituyen un


asombroso 78,2% de la poblacin urbana de los pases menos desarrollados y
al menos un tercio de la poblacin urbana global. Los porcentajes ms altos
del mundo en cuanto a nmero de residentes de reas urbanas
hiperdegradadas se encuentran en Etiopa (donde representan un 99,4% de la
poblacin urbana), Chad (tambin 99,4%), Afganistn (98,5%) y Nepal
(92%). () Es posible que haya ms de doscientos cincuenta mil reas
urbanas hiperdegradadas en la Tierra. Slo las cinco grandes metrpolis del
sur de Asia (Karachi, Mumbai, Delhi, Calcuta y Dhaka) contienen cerca de
quince mil reas urbanas hiperdegradadas diferenciadas, con una poblacin
total de ms de veinte millones.[4]

Es una realidad global y creciente que trastoca completamente nuestra percepcin

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de los problemas sociales. Por ejemplo, en contra de la creencia popular de que el
aumento de la esperanza de vida en Occidente fue la consecuencia de sofisticados
avances mdicos y farmacolgicos, los expertos coinciden en que el factor ms
importante fue la generalizacin de los sistemas de saneamiento. El arma ms eficaz
contra la enfermedad que ha inventado el ser humano son las cisternas y las
alcantarillas. En contrapartida, la acumulacin de excrementos en los lugares que
carecen de estas instalaciones es uno de los principales problemas urbanos a escala
mundial. Dos mil quinientos millones de personas viven literalmente hundidas en su
propia mierda, sin acceso a ninguna clase de sistema de saneamiento, ni cloacas, ni
pozos negros, ni letrinas: sencillamente cagan y mean donde pueden. Esta situacin
se vuelve dantesca en lugares como Kinshasa, una ciudad de diez millones de
habitantes sin ningn tipo de gestin de residuos. Se calcula que las personas que
viven en lugares sin instalaciones sanitarias ingieren diez gramos de materia fecal al
da. No es una cuestin esttica o de comodidad. En la ltima dcada han muerto ms
nios por diarrea que personas en guerras desde la Segunda Guerra Mundial[5].
Las reas urbanas hiperdegradadas los megaslums son el problema colonial
del siglo XXI. Al igual que los holocaustos Victorianos, son el subproducto de las
polticas liberales. En los aos ochenta del siglo XX las instituciones econmicas
internacionales impusieron en el tercer mundo un programa de empobrecimiento y
desigualdad cuyas autnticas consecuencias globales slo ahora empezamos a
comprender. Las polticas de devaluacin, privatizacin de la educacin y la sanidad,
destruccin de la industria local, supresin de las subvenciones alimentarias y
reduccin del sector pblico deterioraron radicalmente tejidos urbanos que ya tenan-
gravsimas carencias. Se incentiv el xodo rural arruinando a los pequeos
campesinos y favoreciendo a las multinacionales agroganaderas.
Las conurbaciones de miseria son el envs del capitalismo de casino, el dique de
contencin de la poblacin excedente en una economa cada vez ms especulativa y
tecnologizada. Son una fuente potencial de conflictos de una magnitud que ni siquiera
alcanzamos a imaginar. Constituyen un problema ya no tico, econmico o poltico,
sino relacionado con lmites ecolgicos irrebasables. Es como si los amos del mundo
estuvieran empeados en hacer realidad las disparatadas pesadillas maltusianas.
La aparicin del tercer mundo ha influido profundamente en las expectativas
polticas de los ciudadanos occidentales. La realidad de una periferia inempeorable ha
incrementado muchsimo la sensibilidad a los costes del cambio social. La
contraimagen del liberalismo occidental es la de un magma antropolgico totalitario,
estpido e irracional. En lo ms profundo de nuestros corazones sentimos que la
alternativa existente al capitalismo avanzado no es ya la solidaridad conservadora de
las comunidades tradicionales sino un continuo infernal de pobreza, corrupcin,
crimen, integrismo y violencia.

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En realidad, es una especie de traduccin ideolgica de un sesgo cognitivo que
los psiclogos llaman aversin a la prdida. Un experimento muy conocido
consiste en regalar a algunas personas objetos de distinta clase y preguntarles cunto
estaran dispuestas a pagar para no desprenderse de ellas. A otro grupo de personas se
les ofrecen los mismos objetos y se les pregunta cunto estaran dispuestas a pagar
para hacerse con ellos. En trminos generales, la gente est dispuesta a pagar ms
para conservar aquello que considera suyo aunque se le acabe de regalar hace un
minuto y nunca lo hubiera deseado que para adquirir algo que no considera de su
propiedad, aunque se trate exactamente del mismo objeto. Desde el punto de vista de
la teora de la eleccin racional esto es absurdo: nos comportamos de forma diferente
ante lo que en trminos objetivos es la misma situacin.
Muchos ciudadanos de las democracias occidentales estaran dispuestos a pagar
muy poco para obtener un sistema poltico aquejado de una profunda crisis de
representatividad o un rgimen econmico irracional, inestable e ineficaz. Sin
embargo, creen que el precio a pagar por perder todo eso sera altsimo. En realidad,
podra haber buenas razones para conformarse con lo que hay, como los costes de una
transicin a un sistema alternativo o su irrealizabilidad. Pero son cuestiones que ni
siquiera nos llegamos a plantear. Identificamos el cambio con una prdida que nos
aterroriza antes de cualquier clculo racional. Despreciamos el consumismo, el
populismo democrtico y la economa financiera pero los precomprendemos como el
nico baluarte frente a la barbarie contempornea. Vivimos en un estado permanente
de pnico a la densidad antropolgica, porque la nica alternativa que conocemos al
individualismo liberal es la degradacin de los megaslums o el integrismo. Como si
no hubiera nada entre la sede de Goldman Sachs y la Villa 31.
Una vez que el ideal de libertad aparece en el mundo es completamente
imparable, ningn proyecto poltico puede excluirlo. Un militante antifranquista me
cont que durante una carga policial tras una manifestacin estudiantil de los aos
sesenta vio cmo un compaero trataba de aplacar al polica que le estaba golpeando
gritando que yo no quiero libertad, que no quiero libertad!. El polica,
seguramente con buen criterio, desconfi de su sinceridad y le sigui apaleando
brutalmente. Cuando la libertad irrumpe en la vida poltica, nadie puede decirse a s
mismo que prefiere ser siervo. A lo sumo, podemos autoengaarnos identificando el
sometimiento como una libertad ms genuina.
Del mismo modo, una vez que se empieza a sospechar de las relaciones
personales de dependencia, nada puede rehabilitarlas. Como le ocurra a Marx, somos
incapaces de dejar de apreciar un remanente positivo en la destruccin de los lazos
comunitarios, incluso si nos resulta dolorosa. La vertiente ms tosca y racista de esta
sociofobia es el miedo a las invasiones brbaras, a que un magma de holismo social
irrumpa como una avalancha en nuestras vidas exquisita y pulcramente

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individualistas.
La cultura popular que se desarroll en el apogeo del colonialismo moderno
reflej estas fobias con una sinceridad que hoy nos resulta ingenua, casi divertida. El
ensayista sueco Sven Lindqvist ha recogido algunos ejemplos fascinantes procedentes
de las primeras obras de ciencia ficcin. En 1910 Jack London, un escritor socialista,
public La invasin sin precedentes. Se trata de un relato futurista sobre el peligro
amarillo y las crisis demogrficas. En 1970 China est sobrepoblada. Es un horrible
ocano de vida que se ha convertido en una monstruosa amenaza de proporciones
geolgicas: Ahora sobrepasaba los lmites de su imperio y se desbordaba sobre los
territorios adyacentes con la lentitud y la certeza aterradora de un glaciar. La
elegante solucin que encuentra Occidente para este problema maltusiano es
exterminar con armas bacteriolgicas a unos quinientos millones de personas todos
los habitantes de China y colonizar la tierra despoblada para iniciar una
reconstruccin social impecablemente racional y moderada. El genocidio al servicio
de la utopa. En La sexta columna, la primera novela de Robert A. Heinlein, no ha
dado tiempo a adoptar esas medidas profilcticas y, segn el resumen de Lindqvist,
las hordas panasiticas han invadido Estados Unidos. El problema reside en matar a
cuatrocientos millones de simios amarillos sin herir a seres humanos. Los mejores
cerebros de Norteamrica se esconden en las Montaas Rocosas y crean un rayo que
destruye la sangre mongol sin daar a las dems sangres[6].
La versin actual no es mucho ms sutil pero s ms difusa. Por poner un ejemplo
inocuo aunque significativo, el crtico musical Vctor Lenore explica cmo la msica
popular que escucha y baila la gente pobre es sistemticamente vapuleada por los
especialistas como tosca, repetitiva e incluso inmoral. Las pginas de tendencias de
los grandes medios publicitan hasta la nusea las ltimas novedades anglosajonas,
aunque su recepcin en nuestro pas sea muy minoritaria. Sin embargo, es
prcticamente imposible encontrar noticias sobre un grupo de tecnorumba como
Camela, que ha vendido ms de siete millones de discos, mayoritariamente entre las
clases populares. Estilos musicales apreciados por los inmigrantes, como el
reggaetn, el kuduro o la cumbia, son considerados por los crticos como un pozo sin
fondo de degradacin esttica y sexismo. Es comprensible que a los aficionados a la
msica abstracta, digamos Stockhausen, les parezca que la msica popular
contempornea es chusca y poco elaborada. No es el caso de la mayor parte de los
crticos musicales, siempre receptivos a obras de aspiraciones irnicas poco
innovadoras y mal tocadas si vienen avaladas por el New Musical Express. La mayor
parte de la msica que el occidente rico odia se baila en pareja y extremadamente
pegado. Una pista de baile de reaggaetn es una especie de consumacin de la
pesadilla simblica occidental: una masa sudorosa, apretada y sin ilustrar, coreando
letras de alto voltaje sexual y proclive a la violencia.

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La sociofobia es un sesgo universal y no podemos escapar de ella. Muchos
movimientos ruralistas y comunitaristas, nostlgicos de las relaciones tradicionales
sosegadas y del slow life, se basan en una percepcin de la gran ciudad como un lugar
de exceso social, no de aislamiento individualista. Walter Benjamn lo expres a la
perfeccin en un texto de 1939, titulado Sobre algunos motivos en Baudelaire:
Angustia, repulsin y horror enorme despert la multitud de la gran ciudad en los
primeros que la miraron a los ojos. Para Poe, posee algo de brbaro. La disciplina
apenas la domea. Ms tarde, James Ensor no se ha cansado de confrontar en ella
justamente la disciplina con el desenfreno.
El nombre del avin que Ronald Reagan us durante su campaa electoral de
1980 era Libre Empresa II. Fue una boutade de un poltico que convirti la
autoparodia en una forma de mrketing. Porque una realidad fascinante del
capitalismo es que se ha impuesto a escala mundial a pesar de carecer de grandes
discursos de legitimacin. La sociedad de mercado no tiene ningn Pericles, Catn o
san Agustn. No hay declaraciones de derechos, actas fundacionales ni monumentos.
Es llamativo porque pocas sociedades han exigido una lealtad tan heroica y una
ritualizacin tan extrema de los comportamientos cotidianos. El mercado inunda la
totalidad de nuestras vidas con una intensidad que otros proyectos expansivos y
universalistas como el catolicismo o el Imperio Romano jams se atrevieron a
soar. Sin embargo, ningn arco del triunfo conmemora las batallas en las que ha
vencido la United Fruit Company. Ningn sacerdote hace abracadabra en una lengua
muerta para que aceptemos la transustanciacin de la riqueza especulativa en bienes y
servicios tangibles.
La mayor parte de los discursos dominantes acerca de nuestra realidad social
estn dirigidos a negarla. Los polticos slo hablan de la desigualdad, la explotacin o
la alienacin que son, objetivamente, los fenmenos sociales ms caractersticos
del mundo moderno para difuminarlos como efectos colaterales de un proceso de
mejora en marcha y, en todo caso, inevitable. En ese sentido, hay que reconocer el
mrito del liberalismo econmico radical, que se atrevi a describir con realismo
nuestra despiadada actualidad para defenderla. Los liberales aceptaron el vrtigo
del nihilismo social. Asumieron la sociofobia como una opcin deseable.

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El panptico global
En La Pianola, la primera novela de Kurt Vonnegut, Nueva York se ha convertido en
una especie de club privado para las lites tecnocrticas de Estados Unidos, que
dirigen una economa casi completamente automatizada. La mayor parte de la gente
vive sin pobreza material extrema pero profundamente alienada, dedicada a tareas
absurdas y sin capacidad de decisin poltica. Al principio de la novela aparece el
chah de Bratpuhr, un noble oriental de visita en Estados Unidos invitado por el
gobierno norteamericano. El chah demuestra una gran curiosidad por conocer la
forma de vida de la poblacin estadounidense. Su gua, Halyard, le explica la rutina
habitual de un ciudadano medio: trabajar a cambio de un salario, vivir en pequeas
casas, pagar deudas El visitante, ayudado por el intrprete Khachdrahr, pronto
entiende:

Ahh dijo el chah asintiendo: takaru.


Qu dijo? pregunt Halyard al intrprete.
Takaru respondi el intrprete, o sea, un esclavo.
No takaru dijo Halyard, hablando directamente al chah. Ciu-da-
da-no.
Ahhhhhhh dijo el chah. Ciu-da-da-no sonri alegremente.
Takaru-ciudadano. Ciudadano-takaru.
No takaru! replic Halyard.

Desde cierto punto de vista, nuestra sociedad es extremadamente similar a todas


las dems y una parte de la crtica poltica moderna est dedicada a sacar esto a la luz:
la escasa diferencia entre los siervos y los asalariados, la continuidad entre los
esclavos que erigieron las pirmides y los nios empleados en las hilanderas del
Manchester Victoriano (o, para el caso, los prisioneros de Stalin que construyeron las
grandes obras hidrulicas soviticas). Pero, desde otro punto de vista, nada es lo
mismo y las diferencias son cruciales. Nos hemos apartado radicalmente de la norma
antropolgica. Tenemos apenas una leve y nebulosa autoconciencia de esta diferencia
esencial, de su centralidad cultural y de nuestra incapacidad para resolverla en un
sistema estable.
Desde hace dos siglos estamos inmersos en un experimento de ingeniera social a
una escala jams soada. El historiador hngaro Karl Polanyi deca que el ideal
liberal de una sociedad cuya subsistencia material dependiera de las relaciones en el
mercado era, sencillamente, una utopa. A lo largo de la historia, la mayor parte de las
comunidades ha utilizado alguna forma de comercio para intercambiar bienes y
servicios. Pero esos mercados tradicionales siempre fueron instituciones marginales

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o, al menos, muy limitadas. El mercado era literalmente un lugar la plaza del
mercado que se estableca en ciertos momentos especiales los das de mercado
. Cuenta Herodoto que cuando una delegacin espartana acudi a la corte de Ciro a
advertirle de las represalias que sufrira si atacaba a los griegos, el rey persa les
respondi que no se senta intimidado por un pueblo que haba habilitado en sus
ciudades un espacio el mercado donde engaarse los unos a los otros.
Con la modernidad el mercado se convirti por primera vez en una institucin
general que impregna la totalidad de la realidad social. La compraventa ha colonizado
nuestros cuerpos y nuestras almas. Vendemos amplios pedazos de nuestra vida en el
mercado laboral, obtenemos un techo bajo el que cobijarnos mediante sofisticados
instrumentos financieros llamados hipotecas, el aire que respiramos cotiza en
mercados de dixido de carbono, los alimentos que comemos forman parte de
complejas cadenas especulativas
En cambio, casi todas las sociedades tradicionales pusieron mucho cuidado en
excluir del mercado algunos bienes y servicios esenciales, como la tierra, los
productos de primera necesidad o el dinero. El comercio es un tipo de interaccin
competitiva en la que intentamos sacar ventaja de un oponente. Vende caro, compra
barato es la nica norma de conducta incuestionable en el mercado. Las sociedades
precapitalistas consideraron que era una locura condicionar su supervivencia material
a la incertidumbre de la competencia. Por la misma razn que pensamos que una
persona que apuesta su nica casa al poker o juega a la ruleta rusa hace algo no slo
arriesgado sino equivocado: la desproporcin entre los riesgos y los beneficios es
demasiado alta. La gente siempre necesita comida, abrigo, cuidados y un lugar donde
caerse muerta. Es razonable someter esas necesidades estables al azar del mercado?
Es sensato sencillamente cerrar los ojos y desear con fuerza que el libre juego de la
oferta y la demanda genere un resultado que satisfaga adecuadamente el sustento de
la mayora? Durante milenios, la respuesta fue unnime y categrica: no! Pero, claro,
nosotros somos mucho ms listos.
El sistema mercantil, que es la expresin que usa Polanyi para designar la
forma en que el mercado ha irrumpido en nuestras vidas, se parece ms a los
falansterios y a las comunas que a las relaciones sociales convencionales. Es un
programa utpico y no, como a veces se dice, la serena consumacin de un impulso
comercial universal en la especie humana. El mercado libre ni ha existido nunca ni
puede llegar a existir. Es una quimera que ha causado una cantidad inslita de
sufrimientos. Y, como todas las utopas, es un proyecto fracasado y profundamente
contradictorio. Por eso, en el capitalismo realmente existente, el estado interviene
constantemente para evitar que el pas de nunca jams del libre mercado se
desmorone como un edificio de naipes arrastrando consigo a las lites que se
aprovechan de sus falsas promesas. En los ltimos aos se han empleado los mismos

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argumentos para justificar el uso masivo de fondos pblicos en el rescate del
entramado bancario y para defender el desmantelamiento de empresas pblicas o la
virtual exencin de impuestos de los muy ricos. El capitalismo histrico no ha
sucumbido nunca a la tentacin de la coherencia.
Los liberales recuerdan un poco a aquellos saint-simonianos que vestan
chaquetas con botones por la espalda a fin de obligarse a solicitar ayuda para
abrocharlas y, as, fomentar la fraternidad. La diferencia, claro, es que la ideologa del
mercado ha triunfado y parece de sentido comn. Pero basta escarbar un poco entre
las races ideolgicas de nuestro tiempo para detectar un poderoso aroma milenarista
incompatible con ninguna sociedad real.
The Yes Men es un colectivo de artistas que se dedica a suplantar y parodiar a
representantes de las instituciones financieras y de las grandes empresas en foros
empresariales internacionales. Su principal descubrimiento ha sido que es imposible
escandalizar al mundo corporativo. Hacindose pasar por miembros de la OMC han
presentado en pblico iniciativas como ilegalizar la siesta, recuperar la trata de
esclavos, establecer un mercado de votos o de derechos humanos de forma que un
Estado que necesite violar los derechos fundamentales pueda comprarle a otro su
cuota de infracciones, acabar con el hambre mediante un sistema para que los
pobres reciclen hamburguesas ya digeridas Todo ello fue acogido con inters y
murmullos de aprobacin por grandes audiencias compuestas por empresarios y
responsables pblicos.
El capitalismo es imparodiable. Nada puede sorprender a un mundo que organiza
el trabajo, el uso del dinero o la produccin de alimentos a travs de una especie de
competicin deportiva generalizada y obligatoria a la que llamamos mercado. El
utopismo es la esencia de la visin del mundo de esa gente de orden, sensata y
razonable, que se dedica a sus negocios y no quiere los. Su mensaje apocalptico
tiene slidas bases filosficas y se puede rastrear en el utilitarismo del siglo XVIII.
Muchos intrpretes leen con condescendencia a los utilitaristas como pragmatistas
ingenuos, pequeoburgueses intelectuales sin grandes aspiraciones. Es un error. Son
davidianos camuflados. Sus ideas resultan grises y poco emocionantes sencillamente
porque su explosivo programa nihilista ha muerto de xito.
De hecho, el fundador del utilitarismo, Jeremy Bentham, fue un personaje
excntrico y audaz, un Yes Men de la Ilustracin. En su testamento estableci que su
cadver deba ser diseccionado en una clase de anatoma, momificado, vestido con
sus propias ropas y sentado en una cabina de madera denominada auto-icono. El
cuerpo de Bentham se conserva en el University College de Londres, donde sigue
expuesto al pblico. Bentham dedic toda su vida a la transformacin social. Se
consideraba a s mismo un reformista y no quiso privarse de una ltima intervencin
radical post morten que cuestionaba uno de los grandes universales antropolgicos: la

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aparicin de ceremonias de enterramiento se ha considerado tradicionalmente un hito
clave del proceso de hominizacin.
Bentham no renunci sin ms a las convenciones establecidas. No pidi que su
cuerpo fuera arrojado a un vertedero. Primero el cadver deba ser tratado
objetivamente como carne muerta para, a continuacin, proceder a una reformulacin
perfeccionada de los usos funerarios. Se trata de una especie de parodia macabra del
elemento central del sistema benthamiano: la bsqueda de un grado cero de la
sociabilidad desde el que reconstruir las relaciones entre las personas sobre bases
racionales. Bentham reconoce la naturaleza gregaria del ser humano, pero desconfa
profundamente de la fraternidad natural y su viscosidad etnolgica. Aspira a
distinguir la sociabilidad de las relaciones de dependencia personal, las
supersticiones, las pasiones desenfrenadas y la falsa conciencia. Alent una ortopedia
pblica del vnculo social natural que corrigiera sus taras comunitarias.
El ncleo duro del utilitarismo es la idea, relativamente frecuente en el contexto
filosfico de Bentham, de que todo acto humano debe ser juzgado segn el placer o el
sufrimiento que reporta, con el objeto de lograr la mayor felicidad para el mayor
nmero. Bentham convirti este lugar comn en una fuente de transformaciones
polticas radicales. Bsicamente, la colectividad mximamente feliz es la que facilita
a los individuos que la componen la realizacin coherente de aquellas actividades que
cada uno considera ms placenteras. No slo por un individualismo tico u
ontolgico, sino por una cuestin de eficacia: nadie, y en particular ningn
gobernante, puede saber qu es lo que ms satisfaccin le reporta a cada individuo tan
bien como los propios implicados. La bsqueda individual de la felicidad transmite al
sistema social una informacin vital para que la felicidad total sea la mxima posible.
Las fuentes de la felicidad estn atomizadas, no hay deliberacin en comn acerca de
los objetivos ms deseables.
Esta estrategia es un correlato estricto de la concepcin del sistema de precios
como el medio idneo para alcanzar una asignacin ptima de los recursos. Por eso la
escuela neoclsica de economa se inspir directamente en Bentham. Idealmente, los
precios transmiten a un coste mnimo informacin fragmentaria que se agrega
automticamente. De esta manera, se supone que se genera un nivel de coordinacin
social mayor que el que ninguna institucin organizadora podra alcanzar. Desde esta
perspectiva, la intervencin centralizada no hace ms que distorsionar el flujo de
informacin impidiendo la coordinacin ptima.
Para Bentham, la maximizacin de la felicidad comn es la clave de un vnculo
social racional. Nos unimos slo por una cuestin de economa de escala: juntos
podemos conseguir ms felicidad total que por separado. Cualquier intervencin
colectiva dirigida a organizar la sociabilidad, incluido el altruismo cristiano,
distorsiona y dificulta la bsqueda individual de satisfaccin, que es el nico motivo

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racional para unirnos. La fraternidad natural la lealtad, el consenso, la reflexin en
comn, la dependencia personal destruye las bases racionales de la sociedad.
Desde entonces, esta sociofobia es una idea central en las corrientes liberales que slo
sus representantes ms honestos, lcidos y moralmente repugnantes, como el
economista Milton Friedman, se atreven a manifestar:

Para un liberal () el ideal es que entre los individuos responsables haya


unanimidad, conseguida a base de discusin libre y exhaustiva. Desde este
punto de vista, el mercado () permite la unanimidad sin conformidad; es,
entonces, un sistema de representacin proporcional efectivo. Por otra parte,
lo caracterstico de la accin mediante canales expresamente polticos es que
tiende a exigir o a imponer una conformidad sustancial. Ni siquiera el uso de
la representacin proporcional en su forma expresamente poltica altera esta
conclusin. El nmero de grupos separados que pueden estar realmente
representados es muy limitado, enormemente limitado si lo comparamos con
la representacin proporcional del mercado. () El uso de los canales
polticos, pese a ser inevitable, tiende a dificultar la cohesin social, que es
esencial para una sociedad estable. () Un uso amplio del mercado reduce la
sobrecarga que sufre el entramado social, ya que en todas las actividades que
abarca hace innecesaria la conformidad. Cuanto ms amplio sea el nmero de
actividades cubiertas por el mercado, menor ser el nmero de cuestiones en
las que se requieren decisiones expresamente polticas y, por tanto, en las que
es necesario alcanzar un acuerdo[7].

La utopa mercantil nos ofrece la posibilidad de satisfacer nuestros deseos sin


necesidad de atravesar una tupida red de conexiones familiares, religiosas, afectivas o
estamentales. Es la diferencia que existe entre, sencillamente, entrar en una tienda y
comprar unos zapatos y tratar de obtenerlos a travs de ese agotador intercambio
ritual de regalos que llamamos Navidad. Los liberales nos dicen que no somos como
los griegos de Homero. En el mercado podemos obtener un trpode, unas baratijas de
bronce y unos odres de vino sin necesidad de vernos envueltos en competiciones
sangrientas, disputas con deidades caprichosas y agotadoras liturgias.
Pero Bentham fue mucho ms ambicioso, pues intent llevar este proyecto
tambin a los aspectos coercitivos de la vida social. A veces se describe irnicamente
el proyecto poltico de la derecha neoconservadora estadounidense como un
keynesianismo de derechas, slo retricamente liberal y, en realidad, profundamente
intervencionista. Desde la presidencia de Reagan se habla obsesivamente de la
necesidad de limitar la influencia del Estado en beneficio del libre mercado. Y as ha
sido en reas como la sanidad o la educacin. Sin embargo, el gasto pblico militar,

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policial y penitenciario ha crecido exponencialmente, alcanzando cifras
estratosfricas. Bentham no incurri en esa incongruencia. Fue ms sinceramente
utpico y no se resign a que la represin se apartara de los ideales liberales.
El proyecto al que ms tiempo, dinero y energa dedic fue el panptico. Se trata
de un diseo arquitectnico y organizativo aplicable a cualquier institucin donde sea
necesaria la vigilancia: una escuela, un hospital, un cuartel militar, una fbrica y,
sobre todo, una crcel. El panptico es una construccin circular. Las personas
supervisadas habitan celdas individuales dispuestas a lo largo de la circunferencia del
edificio, mientras los vigilantes ocupan un torren de vigilancia ubicado en su centro.
Una serie de dispositivos constructivos juegos de distintas alturas, pasillos de
vigilancia, celosas, sistemas de contraluz, tubos de comunicacin permiten que
los guardianes observen a los prisioneros sin ser vistos.
En la segunda mitad del siglo XVIII, cuando escribe Bentham, el debate en torno a
las prisiones ocupaba un lugar relevante en la agenda poltica europea. Al fin y al
cabo, el ao cero de la sociedad moderna est marcado por el asalto a una famosa
crcel francesa: La Bastilla. Los ilustrados queran mejorar la situacin y la funcin
de las prisiones. Las crceles de la poca eran, bsicamente, una reproduccin a
pequea escala de la sociedad. Se trataba de lugares muy desordenados, donde
literalmente era difcil distinguir a los criminales de los guardias o los visitantes y
donde los reclusos tenan condiciones de vida radicalmente diferentes en funcin de
su nivel econmico o su estatus. La jornada de los prisioneros casi nunca estaba
regulada y a menudo se les permita que elaboraran sus propias reglas de
autogobierno.
Bentham us este microcosmos como una especie de laboratorio donde
reconstruir las relaciones sociales sobre cimientos racionales y no comunitarios. La
clave tecnolgica del panptico es la permanente visibilidad de los prisioneros que,
en cambio, nunca saben en qu momento estn siendo observados desde el edificio
central de vigilancia. La incertidumbre que provoca esta exposicin total genera los
mismos efectos que una supervisin perfecta con unos costes y una interaccin
personal mnimos. Es decir, lo que hace el panptico es llevar la sociofobia liberal al
mbito de la dominacin. Tambin en Utopa habr personas que obliguen a otras a
hacer lo que no desean. Pero las personas sometidas tratarn con sus vigilantes en un
entorno libre de friccin comunitaria.
El panptico es el modelo de las relaciones de poder internacionales en la
modernidad. Nadie puede ser tan ingenuo como para pensar que las relaciones entre
Occidente y los pases perifricos estn basadas en la cordialidad, que la
estratificacin mundial es el resultado justo de una competicin comercial dominada
por el juego limpio. Pero es una dominacin sutil y barata para los ganadores. Como
en el panptico, no se basa en una presencia intrusiva y permanente de los vigilantes,

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sino ms bien en la exposicin total al castigo de los mercados, las instituciones
financieras internacionales y los acuerdos polticos. Por supuesto, ninguna potencia
ha renunciado a la apertura de mercados literalmente a caonazos, desde la Guerra
del Opio a Irak, pero es una alternativa econmica y polticamente cara e incluso
considerada poco honorable. Seguramente Washington ha causado ms muertos
fomentando los intereses comerciales estadounidenses que Roma en su expansin
imperial, pero los prisioneros de guerra estadounidenses acaban en crceles y centros
de tortura secretos y no crucificados a lo largo de la Ruta 66. La represin extrema se
reserva para aquellos casos en los que un pas se atreve a romper las reglas del
panptico internacional, como fue el caso de Guatemala, Espaa, Chile, Argentina,
Brasil, Indonesia, Hait, Argelia, Nicaragua y un largo etctera que llega hasta el
Paraguay contemporneo.
La utopa del libre mercado ha fracasado. Este desastre ha dado lugar a sucesivas
crisis especulativas cada vez ms destructivas. Es un resultado tediosamente
previsible cuando la bsqueda del beneficio privado se antepone a cualquier lmite
poltico. Un sistema econmico basado en un arrogante desprecio por las condiciones
materiales y sociales de la subsistencia humana est condenado a caer en un proceso
autodestructivo cuya nica finalidad es tratar infructuosamente de reproducirse.
La fortuna de Carlos Slim, Amancio Ortega, Bill Gates o Warren Buffett es
puramente virtual, es una entelequia, nadie puede convertir en efectivo esa cantidad
de dinero. Su riqueza es en s misma un bien suntuario. El paleocapitalismo se
caracteriz por una ingenua cultura de la ostentacin que hoy nos resulta casi
entraable. En una cena celebrada en Nueva York a finales del siglo XIX, los
comensales se encontraron con una mesa llena de arena y, delante de cada asiento,
una pequea pala de las que se utilizaban para buscar oro; al recibir una determinada
seal, empezaron a cavar para encontrar diamantes y otras piedras preciosas
previamente enterradas. En otra fiesta, varias docenas de caballos con los cascos
debidamente protegidos entraron en el saln de baile de Sherrys, un inmenso y
lujoso restaurante, y se pasearon entre las mesas para que los invitados, vestidos de
vaqueros, pudieran disfrutar del novedoso y sublimemente intil placer de cenar en
un saln neoyorquino a lomos de un caballo[8]. Estas extravagancias palidecen
frente al asombroso afn por amasar una fortuna personal equivalente al PIB de un
pas de tamao mediano.
La utopa panptica tambin ha fracasado. Este desastre ha dado lugar al tercer
mundo tal y como lo conocemos. En los pases pobres las sociedades tradicionales no
han desaparecido sin ms dando paso a meros flujos de intercambio desigual y
colonialismo econmico. Ms bien se ha producido un retorno del comunitarismo
reprimido de una violencia aterradora. La destruccin de las sociedades neolticas no
ha eliminado la friccin social, ms bien la ha corrompido transformndola en

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miseria, violencia, desesperacin, fanatismo y enfermedad. En Uganda, el Ejrcito
de Resistencia del Seor, cuyo objetivo declarado es gobernar el pas segn los Diez
Mandamientos, recluta sus efectivos a base de rodear escuelas apartadas y prenderles
fuego. A los nios que consiguen escapar de las llamas se les da la opcin de alistarse
o morir de un tiro. El siguiente requisito para quienes se alistan es cometer una
atrocidad en su barrio o aldea natal, como por ejemplo violar a una anciana, para que
les resulte mucho ms difcil volver a su hogar[9].
Un amigo de Medelln me contaba que la disminucin del enfrentamiento poltico
en Colombia no ha reducido gran cosa la violencia urbana entre las clases populares,
pero la ha transformado. Ahora los asesinatos corren a cargo de combos, pandillas de
jvenes que pelean por territorios devastados en las comunas ms pobres de la
ciudad. La aficin de los miembros de los combos a los vdeos musicales de rap y a la
cultura televisiva estadounidense est teniendo consecuencias fatales. Parece ser que
se producen muchas vctimas colaterales por la costumbre de los pandilleros de imitar
a los gngsteres de la televisin y disparar sus armas de lado. El resultado es que las
pistolas se descontrolan haciendo un barrido horizontal e impactando en un rea muy
amplia. Pier Paolo Pasolini pensaba que el consumismo tiene efectos sociales
destructores. Hoy es algo ms que una metfora.

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La contrahistoria
A pesar de todo, el capitalismo histrico es una realidad mucho ms compleja y
contradictoria de lo que casi siempre nos imaginamos. Se calcula que ochocientos
millones de personas en todo el mundo participan en cooperativas que dan empleo a
ms de cien millones de trabajadores. Segn la ONU, algn miembro de la mitad de
los hogares finlandeses y de un tercio de los japoneses participa en cooperativas. El
45% del PIB de Kenia y el 22% de Nueva Zelanda se puede atribuir a cooperativas.
De las cooperativas depende el 80% de la leche noruega, el 71% de la pesca coreana,
el 55% del mercado minorista en Singapur, el 40% de la agricultura brasilea o el
24% del sector de la salud en Colombia, por citar slo algunos ejemplos. Por otro
lado, varios millones de personas permanecen al margen de la economa de mercado,
incluso hay mucha gente que an vive de la caza y la recoleccin.
Pensamos que las empresas transnacionales son todopoderosas, pero la verdad es
que, en comparacin con los grandes estados, son pequeas. La especulacin
financiera mueve cantidades de dinero siderales porque se trata de cifras imaginarias.
Pero por lo que toca a la economa real, ninguna empresa se acerca ni remotamente a
los ingresos fiscales de los pases ms ricos del mundo. Ms del diez por ciento del
empleo mundial se concentra en los servicios pblicos. Por ejemplo, el nmero de
contratados en todo el mundo del mayor empleador privado, Wal-Mart, apenas supera
a la mitad de los funcionarios pblicos alemanes. A nivel global, la economa familiar
de subsistencia sigue teniendo una enorme importancia. Slo la mitad de la poblacin
activa mundial se encuentra en una relacin empleador-empleado: Sin contar con el
capitalismo de Estado, un fenmeno importante en China, no ms del 40% de la
fuerza de trabajo global est implicado directamente en una relacin capital-
trabajo[10].
Existe una amplia contrahistoria de la sociedad moderna que circula entre las
distopas liberal y panptica. No son restos anticuados que estemos obligados a dejar
en la cuneta. Es ms, tal vez haya en esas experiencias depsitos de posibilidades que
nos sealen potencialidades inadvertidas de nuestro presente. De este envs de
nuestro tiempo forman parte los proyectos polticos que han buscado la emancipacin
social.
El socialismo, el anarquismo, el comunismo o los movimientos autnomos se
propusieron romper la heteronoma capitalista e instituir un espacio pblico donde
fuera posible, al menos en principio, gobernar nuestras vidas. Pese a lo que a menudo
se dice, su programa era implacablemente modesto. Hay un poema titulado El
comunismo es el trmino medio donde Bertolt Brecht rechaza las acusaciones de
radicalismo. Lo radical es el capitalismo, que ha subvertido cualquier lmite material,
moral o ecolgico. Walter Benjamn completaba esta idea con una reconsideracin

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del papel de la revolucin social: Marx dice que las revoluciones son la locomotora
de la historia mundial. Pero tal vez se trata de algo por completo diferente. Tal vez las
revoluciones son el manotazo hacia el freno de emergencia que da el gnero humano
que viaja en ese tren.
Los anticapitalistas entendieron que, en realidad, los grandes dramas de nuestra
era la desigualdad material y social, la inestabilidad econmica, el racismo o el
patriarcado son cuestiones sencillas de resolver con unos pequeos ajustes: apenas
un cambio en la propiedad de los medios de produccin y algo de ilustracin. El
magnificar estos problemillas hasta convertirlos en una distopa planetaria ha
condenado a la modernidad a no poder hacerse cargo de dilemas de mucho mayor
alcance, como las fuentes de la realizacin personal, el odio y la humillacin o la
posibilidad de una fraternidad no opresora. Los revolucionarios apenas aspiraron a
alimentar, educar y llevar la democracia radical a la totalidad de la poblacin
mundial. Algo aparentemente factible y deseable dado nuestro nivel de desarrollo
tecnolgico y poltico. Justamente eso es lo que hace que ese proyecto resulte tan
estremecedor. Porque se puede plantear al revs: alimentar a la poblacin mundial
nos obliga a destruir el mundo tal y como lo conocemos.
Aunque, para ser honestos, es cierto que las propuestas de emancipacin nunca
renunciaron a una tesis ms ambiciosa y netamente utpica. Todas ellas, sin
excepcin, celebraron la desaparicin de las viejas cadenas comunitarias de las
sociedades tradicionales que limitaban la libertad individual y ensalzaban la autoridad
y la supersticin. Pero, al mismo tiempo, denostaron el individualismo moderno, el
declive de la solidaridad y la aparicin de sociedades de masas unidas por vnculos
extremadamente dbiles. En ese sentido, propusieron una rehabilitacin de la
comunidad sobre bases no tradicionales. Intentaron conjugar la libertad individual
caracterstica de las sociedades ilustradas con un vnculo social slido y que
contribuyera a la realizacin personal conjunta. Por expresarlo en trminos
contemporneos, trataron de proponer una alternativa tanto a la atomizacin
individualista del consumismo postmoderno como al retorno reaccionario a las
sociedades tradicionales en forma de pobreza y fanatismo.
El resultado no fue muy apetecible, la verdad. El hombre nuevo socialista
pretenda ser una amalgama de virtudes burguesas y recias tradiciones populares. Las
relaciones personales de dependencia haban quedado sustituidas por una solidaridad
objetiva. A juzgar por la propaganda sovitica, el nuevo sujeto postcapitalista era un
vigoroso cctel de entusiasmo enfermizo por las grandes obras de ingeniera,
sumisin a la autoridad burocrtica y un carcter gregario a caballo entre un lemming
y el capitn de un equipo de ftbol.
Este nico aspecto utpico ha sido permanentemente ridiculizado por personas
que, en cambio, hablan de la capacidad de los parlamentos para encarnar la voluntad

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popular como si fuera una variable fsica que podemos medir con representmetros.
El viaje del profesor Caritat es una divertida novela utpica de Steven Lukes que, un
poco a la manera de Swift o Voltaire, explora las teoras polticas contemporneas. El
protagonista, Nicholas Caritat, realiza un accidentado periplo por distintos pases
donde se han establecido hasta sus ltimas consecuencias las doctrinas
comunitaristas, liberales, utilitaristas o autoritarias. Significativamente, Caritat slo
visita Proletariat, la utopa socialista, en el transcurso de un sueo. As es una fbrica
de ropa en Proletariat:

Observ que, de vez en cuando, los trabajadores se levantaban para ir de


un lugar de trabajo a otro: una costurera se una a la seccin de diseo, un
maquinista se converta en un artesano, un contable coga un par de tijeras, y
as sucesivamente. Chicas jvenes, altas, giles, elegantes y asombrosamente
atractivas, y hombres bronceados, musculosos y atlticos, caminaban de
manera sensual de una punta a otra de la plataforma ms alta, vestidos con la
ropa que se haba creado aquel da. Miles de ojos se alzaban continuamente
para observarles. De este modo se resolva la enajenacin hacia el producto
del trabajo. Con solo mirar hacia el cielo, los trabajadores podan contemplar,
en cualquier momento, el producto final de su trabajo colectivo[11].

Aunque las parodias hayan sido injustas, es cierto que la concepcin tpica del
vnculo social revolucionario es una de las principales y ms razonables fuentes de
rechazo de las polticas antagonistas por parte de los ciudadanos de las democracias
occidentales contemporneas. Las propuestas polticas que confan en la aparicin de
nuevas formas de sociabilidad despiertan desasosiego incluso entre sus partidarios. Es
como si estas iniciativas no se plantearan completamente en serio, como si slo
existieran porque quienes las defienden saben que no van a tener la oportunidad real
de poner en prctica sus ideas. No vemos claro por qu demonios vamos a dejar de
ser individualistas, egostas, desconfiados e insolidarios.
sta ha dejado de ser una cuestin arqueolgica relacionada con las aspiraciones
de los movimientos polticos antagonistas del siglo XX. En realidad, ocupa una
posicin central en el horizonte ideolgico contemporneo. La postmodernidad ha
acelerado el movimiento de destruccin de los vnculos sociales tradicionales
haciendo saltar por los aires la continuidad de las carreras laborales, las relaciones
afectivas y familiares o las lealtades polticas. A cambio, nos ofrece una alternativa
basada en lo que se supone que son nuevas formas de sociabilidad: una creciente red
de contactos entre sujetos frgiles, nodos tenues pero tupidos, conectados con la
ayuda de una aparatosa ortopedia tecnolgica.
Cada vez es ms habitual describir las relaciones personales y las dinmicas

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colectivas mediante analogas con el tipo de contacto que se establece en las redes de
comunicaciones. Acontecimientos polticos, econmicos o demogrficos, creaciones
culturales o vnculos familiares, experiencias afectivas o estticas Incluso all
donde Internet y las herramientas digitales no desempean un papel relevante,
hablamos de redes y conexiones.
No nos sentimos interpelados por el doble fracaso del hipercapitalismo y el tercer
mundo porque nuestras sociedades se piensan a s mismas como un entorno reticular
al mismo tiempo sutil y denso, con vnculos sociales cuya fragilidad queda
compensada por su abundancia. Internet habra hecho realidad as la utopa
sociolgica del comunismo: un delicado equilibrio de libertad individual y calidez
comunitaria, o al menos el sucedneo que nos puedan proporcionar Facebook y
Google+. Los filsofos del siglo XVII empleaban la analoga del reloj para describir el
entorno natural y la subjetividad humana. Hoy los cientficos sociales utilizan la
metfora de la red para explicar toda clase de relaciones, estn mediadas por la
tecnologa digital o no: las migraciones, el trabajo, el sexo, la cultura, la familia
Creo que son analogas bastante pobres, que limitan nuestra capacidad para
entender procesos histricos de largo recorrido. Pero lo realmente interesante es
pensar cmo afecta esa transformacin de la comprensin de las relaciones sociales a
nuestra aspiracin a vivir en un mundo ms justo y menos alienado y a lo que
creemos que debemos hacer para conseguirlo. En definitiva, pienso que el fetichismo
de las redes de comunicacin ha impactado profundamente en nuestras expectativas
polticas: bsicamente, las ha reducido.
El socialismo aplazaba la construccin del nuevo vnculo social al futuro. Sera el
resultado de nuestra imaginacin poltica e inmensas conmociones sociales. La
postmodernidad nos asegura que ese futuro ya est aqu, la nica decisin que hay
que tomar para disfrutarlo es elegir entre Android o iPhone. Lo que la tradicin
revolucionaria haba resuelto falsamente en trminos utpicos, los geeks lo dan
falsamente por resuelto en trminos ideolgicos. Ya no hace falta la utopa del
hombre nuevo, basta con descargar un gestor de torrents. Es como si los problemas
de un proyecto se reflejaran invertidos en el otro. Recuerda un poco a la definicin de
relacin heterosexual que alguien daba en Sammy y Rossie se lo montan, la pelcula
de Stephen Frears: cuando la mujer intenta correrse, y no puede, y el hombre intenta
no correrse, y no puede.
La fraternidad de las tradiciones emancipatorias sera el resultado de la
superacin lenta y tormentosa de algunos de los problemas materiales, sociales y
polticos de la modernidad. El futurismo contemporneo invierte la frmula. La
revolucin digital aspira a disolver los problemas econmicos del libre mercado
privilegiando nuevas relaciones comerciales basadas en el conocimiento, la
creatividad y la conectividad. Tambin borrar de un plumazo el desastre del

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panptico global. Los pases atrasados rompern con sus ciclos de miseria y
dependencia comercial. Muchos africanos utilizan hoy dispositivos avanzados de
telefona mvil sin haber pasado antes por el ordenador personal. Del mismo modo,
los pases ms desfavorecidos se saltarn etapas del desarrollo y accedern a la
economa libre de friccin sin tener que atravesar el purgatorio industrial. India
pasar directamente del campesinado expropiado, an marcado por el sistema de las
castas, a una sociedad igualitaria de programadores, ingenieros, hackers y comunity
managers. Egipto, de las dictaduras tercermundistas protegidas por Occidente a la
ciberdemocracia ms avanzada Y todo ello sin guillotinas ni palacios de invierno,
sin economa de guerra ni sustitucin de las importaciones, sin misiones de
alfabetizacin ni campaas de vacunacin Sencillamente dejando hacer ya no al
mercado sin ms, sino a su versin mejorada y evolucionada: las interacciones
digitales.
Creo que este ciberutopismo es, en esencia, una forma de autoengao. Nos impide
entender que las principales limitaciones a la solidaridad y la fraternidad son la
desigualdad y la mercantilizacin. No obstante, tampoco tengo grandes problemas en
aceptar que el programa emancipatorio clsico el del socialismo, el comunismo y
el anarquismo ha muerto, al menos en su literalidad.
No porque sus reivindicaciones carezcan hoy de sentido o hayan sido realizadas.
Ms bien al contrario. Lo que ocurre es que la igualdad y la libertad son asuntos
demasiado urgentes e importantes como para dejarlos en manos de proyectos en los
que muy poca gente se reconoce. Una sociedad que se piensa a s misma como una
red no es la misma que una que no lo hace. Por eso la crtica del ciberutopismo
debera conducir a una reformulacin de los programas de transformacin poltica
procedentes del pasado y a un replanteamiento de sus propuestas de refundacin de la
solidaridad social.
Toda esta efervescencia social digital es, en el fondo, suntuaria, decorativa. Es
intil para lo que debera servir la vida en comn: cuidar los unos de los otros. Y otro
tanto ocurre con el igualitarismo 2.0, esa sensacin de que en las redes las diferencias
sociales se difuminan. La democracia radical no es un servicio universal de atencin
al cliente. Tiene algo de locura, si uno se para a pensarlo. Significa que el majadero
ese del Porsche Cayenne, la ta que suelta a un par de pitbulls en un parque lleno de
nios o los poligoneros del centro comercial tienen el mismo derecho a intervenir en
la vida pblica que t. La izquierda histrica supo procesar esa idea escandalosa para
que resultara factible y deseable para la mayora. No creo que ese proyecto se pueda
recuperar sin ms pero, desde luego, tenemos que reemplazarlo por programas
antielitistas ambiciosos que, adems, afronten sin tapujos el callejn sin salida
sociolgico de la izquierda: la bsqueda de una estructura consistente y viable de
compromiso con los dems compatible con la autonoma individual y la realizacin

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personal.
En resumen, creo que las sociedades complejas e ilustradas disponen de las
materias primas necesarias para afrontar la democratizacin, la igualdad, la libertad y
la solidaridad sin caer en el colectivismo reaccionario o en la quimera del hombre
nuevo socialista. Pero la ideologa de la red es un obstculo insalvable para ello.

En los siguientes captulos explorar, en primer lugar, el ciberutopismo


contemporneo, con una especial atencin a aquellos de sus aspectos que se
consideran ms avanzados polticamente. A continuacin, dar un salto retrospectivo
para examinar algunas cuestiones que las propuestas anticapitalistas tradicionales se
dejaron en el tintero. El objetivo es producir una especie de choque donde se
desfetichice la ideologa futurista contempornea y aparezcan posibilidades pasadas
enterradas. Tal vez as surja alguna clase de utilidad pragmtica.
En el peor de los casos, creo que contraponer la utopa comunista y la ideologa
de la comunidad reticular ayuda a comprender algo de la naturaleza del vnculo social
en la postmodernidad. Bsicamente, pienso que Internet no es un sofisticado
laboratorio donde se est experimentando con delicadas cepas de comunidad futura.
Ms bien es un zoolgico en ruinas donde se conservan deslustrados los viejos
problemas que an nos acosan, aunque prefiramos no verlos.

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PRIMERA PARTE

La utopa digital

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Ciberfetichismo
El determinismo tecnolgico, en especial el marxista, tiene mala prensa. Al menos si
la tecnologa en cuestin es grasienta, humeante, pesada y, en general, analgica.
Durante mucho tiempo, las explicaciones del cambio social que tenan en cuenta
como un factor crucial la ciencia aplicada fueron consideradas poco sofisticadas y
unicausales (algo malo, al parecer). Hoy el determinismo tecnolgico ha renacido con
una fuerza brutal pero restringido a las tecnologas de la informacin y la
comunicacin. Nadie est dispuesto a admitir que los avances en los motores de turbo
inyeccin producen transformaciones sociales relevantes aunque, de hecho,
seguramente lo hagan. En cambio, a juzgar por su impacto en los medios de
comunicacin, una renovacin del timeline de Twitter parece la nueva revolucin
neoltica. La nica solucin que nuestros gobernantes nos ofrecen ante el abismo
econmico al que nos enfrentamos es animarnos a repetir el mantra de la economa
del conocimiento, un blsamo de Fierabrs capaz de remediar desde el paro
estructural hasta el hambre en el mundo pasando por la contaminacin.
En realidad, un cierto grado de determinismo tecnolgico es no slo plausible
sino inevitable, al menos para quienes consideran que las ciencias humanas deben
preocuparse tambin por el descubrimiento de las causas que explican los fenmenos
sociales observables y no exclusivamente por su interpretacin literaria. Lo que
ocurre es que en sociologa o en historia se utiliza el concepto de causa con mucha
ms laxitud que en ciencias naturales, donde es prcticamente sinnimo de
regularidades universales y matematizables.
Las ciencias fsicas han fijado en nuestro imaginario una concepcin de las causas
como dispositivos disparadores de efectos que se pueden rastrear con precisin:
tpicamente, un cuerpo que golpea a otro y altera su trayectoria. Pero la historia y las
ciencias sociales manejan modelos causales no tanto complejos como confusos,
exactamente igual que en nuestro da a da, donde sencillamente no somos capaces de
establecer lneas explicativas exhaustivas. En nuestras prcticas cognitivas cotidianas
a menudo llamamos causas ms bien a los sistemas de relaciones persistentes que
ofrecen una mayor resistencia relativa al cambio.
Las causas, en este sentido amplio, son aquello que limita el abanico de
posibilidades y no tanto lo que provoca un efecto bien definido. Solemos identificar
las causas con la capacidad de un sistema de acontecimientos o lo que tomamos
por tal para resistir a las transformaciones. Por ejemplo, cuando decimos que la
educacin recibida influye mucho en la forma de ser de una persona, no
identificamos una cadena causal precisa, ms bien sealamos un conjunto de hbitos
que los padres transmiten a sus hijos y que persevera a lo largo de los distintos
avatares de la vida. Del mismo modo, identificar las causas de la crisis econmica es

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sealar por qu se produjo a pesar de los enormes esfuerzos en sentido contrario de
una gran cantidad de personas e instituciones.
La ciencia til es, en principio, un lugar razonable para buscar esta clase de
causas. La tecnologa de la que disponemos condiciona nuestras relaciones
persistentes con nuestro medio y nuestra organizacin social. Adems, la tecnologa
es menos dctil al cambio social que otros fenmenos. Aunque se pueden hacer mil
matices y los constructivistas se han especializado en ello, en principio parece
razonable pensar que cambiar la legislacin que regula las fbricas de motores de
explosin es ms sencillo que transformar los propios motores de explosin.
No obstante, esta clase de atribuciones causales basadas en la persistencia no
proporcionan en s mismas ninguna informacin sobre la manera en que la tecnologa
influye, si es que lo hace, sobre otras relaciones sociales ms que de un modo
extremadamente general. Estamos bastante seguros de que el nivel de desarrollo
tecnolgico guarda una relacin estrecha con algunas estructuras sociales duraderas.
Por ejemplo, en las sociedades de cazadores-recolectores el esclavismo no desempea
un papel relevante. La razn no es la bondad de corazn de las sociedades
preneolticas, sino que en un contexto de bajo desarrollo tecnolgico no se producen
excedentes significativos. Es necesario el trabajo de todos los miembros de la
comunidad para garantizar su subsistencia. De modo que los esclavos no estaran en
condiciones de liberar a sus amos del trabajo y, en cambio, contribuiran a la
disminucin de los recursos naturales disponibles.
En general, hay razones para pensar que el desarrollo tecnolgico mantiene una
correlacin positiva con el aumento de la desigualdad material a lo largo de la
historia. Pero esta clase de tesis es de una enorme vaguedad, casi de sentido comn.
En los aos cincuenta, el economista Simon Kuznets intent convertirlas en una
teora sofisticada y empricamente fundada. Dcadas de intentos de verificacin cada
vez ms complejos han producido un resultado asombrosamente pobre: el desarrollo
tecnolgico es compatible con una mayor igualdad en aquellas sociedades
comprometidas con la redistribucin econmica y el igualitarismo.
Un asunto mucho ms concreto y completamente diferente es qu cabe esperar
polticamente de la tecnologa. El progreso tecnolgico ha sido un compaero de
viaje de las esperanzas utpicas modernas. Cuando Lenin dijo que el socialismo era
los soviets ms la electricidad estaba expresando una idea profundamente asentada, y
no slo entre la izquierda poltica. En los aos treinta del siglo pasado Le Corbusier
propuso demoler la totalidad del centro histrico de Pars, apenas unas dcadas
despus de que el Barn Haussman lo hiciera por primera vez. Sus argumentos eran
tanto tcnicos como poticos: Para crear las entidades arquitectnicas orgnicas de
los tiempos modernos es preciso volver a dividir el suelo, liberarlo y que quede
disponible. Disponible para la realizacin de las grandes obras de la civilizacin de la

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mquina[12].
A travs de numerosas escuelas y reformulaciones, este ideario ha penetrado en la
prctica totalidad de la muy influyente ideologa arquitectnica contempornea.
Muchos arquitectos se sienten capacitados para practicar una ingeniera social tan
ingenua como ineficaz, en ocasiones de forma amigable y bienintencionada
adaptndose a las comunidades locales tal y como ellos se las imaginan desde sus
sillas Cantilever, en otras agresiva, tratando de forzar procesos sociales a gran
escala. Lewis Mumford resumi muy bien los lmites de esta perspectiva: Las
adquisiciones de la tcnica jams se registran automticamente en la sociedad:
requieren igualmente valiosas invenciones y adaptaciones en la poltica, y el
irreflexivo hbito de atribuir a los perfeccionamientos mecnicos un papel directo
como instrumentos de la cultura y de la civilizacin pide a la mquina ms de lo que
sta puede dar[13].
La posicin de Marx, en este sentido, fue bastante compleja y no exenta de
contradicciones. Como es sabido, Marx otorg un peso importante a la tecnologa en
el cambio histrico. Sin embargo, por lo que toca a la emancipacin socialista, la
tecnologa desempeaba un papel puramente preparatorio.
La tesis marxista es, en realidad, bastante pesimista: sin avances materiales
sustanciales, no es posible ni siquiera plantearse la liberacin poltica. Mientras la
escasez siga dominando, la cooperacin y el altruismo no tienen ninguna posibilidad.
El socialismo necesita un contexto de abundancia material. sa es la oportunidad que
precisamente abre la revolucin industrial. El capitalismo es una especie de periodo
de ventana para la emancipacin que hay que aprovechar antes de que se
autodestruya. La idea es que, a partir de cierto nivel de desarrollo de las fuerzas
productivas, tomar la decisin poltica de hacer un uso eficaz e igualitario de la
tecnologa podra clausurar el enfrentamiento hobbesiano y abrir un nuevo espacio de
relaciones polticas cordiales. La revolucin social es ese proceso de decisin. En
cambio, Marx no previo que una vez inaugurado este nuevo escenario de autonoma,
la tecnologa jugara ningn papel especialmente positivo en el fomento de las
relaciones sociales emancipadoras o en la superacin de la alienacin.
El determinismo tecnolgico contemporneo plantea exactamente lo contrario
que Marx. En primer lugar, no considera que se necesiten cambios polticos
importantes para maximizar la utilidad social de la tecnologa. Al revs, la tecnologa
contempornea sera postpoltica, en el sentido de que rebasara los mecanismos
tradicionales de organizacin de la esfera pblica. En segundo lugar, considera que la
tecnologa es una fuente automtica de transformaciones sociales liberadoras. Por
eso, ms que de determinismo tecnolgico, habra que hablar de fetichismo
tecnolgico o, dado que la mayor parte de esta ideologa se desarrolla en el terreno de
las tecnologas de la comunicacin, de ciberfetichismo.

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La expresin fetichismo de la mercanca aparece en un breve pasaje al
principio de El capital. Marx lo usa para explicar cmo en el capitalismo la
naturaleza de algunos procesos sociales muy importantes slo se muestra a travs de
sus efectos en el mercado, de modo que tendemos a pensar como relaciones
mercantiles entre bienes y servicios lo que en realidad son relaciones entre personas.
En el mercado nos interpretamos mutuamente a travs de los bienes que vendemos y
compramos. Eso es precisamente lo que hace la ideologa californiana, ese amplio
frente internetcentrista cuyos cuarteles generales estn en Sillicon Valley. Desde su
punto de vista, las relaciones entre los artefactos no slo estaran sentando las bases
materiales para una reorganizacin social ms justa y prspera sino produciendo de
hecho esas transformaciones sociales.
Los ciberfetichistas otorgan una gran importancia a la tecnologa pero, a tenor de
sus argumentos, su influencia emana mgicamente de ella. Los ciberfetichistas no
proporcionan ninguna pista del modo concreto en que los cambios tecnolgicos
influyen en las estructuras sociales. Por eso la mayor parte de sus propuestas tienen
un carcter o muy ideolgico a veces explcitamente en forma de manifiesto o
muy formal, centrado en cuestiones ticas o legales antes que en el poder efectivo y
en las condiciones materiales que permiten ejercerlo. De hecho, hace treinta aos
nadie hubiera podido imaginar que unos cuantos abogados de Harvard se iban a
convertir en un referente para los movimientos antagonistas y los ciudadanos crticos
de todo el mundo.
Para ser justos, es cierto que en las ltimas dcadas el copyright se ha convertido
en un foco de conflictos que afectan crucialmente a la economa, las relaciones
internacionales, el acceso a los recursos pblicos o las libertades ciudadanas. Es una
realidad ms compleja de lo que los tericos del capitalismo cognitivo dan a entender.
Seguramente existe alguna clase de relacin conceptual entre la biopiratera de
Monsanto y los lobbys que presionan para impedir el paso a dominio pblico de las
pelculas de Hollywood. Pero una comunidad campesina de Kerala y un aficionado
norteamericano al cine clsico viven situaciones extremadamente distintas que
nociones como inteligencia colectiva o general intellect un concepto que Marx
emplea en los Grundrisse no recogen en absoluto.
Es cierto, en cualquier caso, que hasta hace muy poco el copyright y las patentes
formaban parte de un rea oscura y poco emocionante del derecho mercantil. En el
pasado, ocasionalmente llegaban a los medios de comunicacin sonoros escndalos
relacionados con la propiedad intelectual, como la incautacin masiva de partituras
musicales piratas por parte de la polica inglesa. Y, por supuesto, esta clase de
cuestiones preocup a las empresas y a los gobiernos. De hecho, la legislacin y las
estrategias comerciales relacionadas con la propiedad intelectual desempearon un
papel destacado en algunas de las batallas en las que se consolid el capital

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monopolista y las relaciones internacionales del pasado siglo.
Por ejemplo, a principios del siglo XX, cuando EE.UU. ya se haba convertido en
la principal potencia industrial, Alemania segua ocupando una posicin hegemnica
en el campo estratgico de la qumica aplicada. En 1912 el 98% de las patentes en el
campo de la qumica concedidas en EE.UU. correspondan a empresas alemanas. Las
cosas cambiaron durante la Primera Guerra Mundial. Segn el relato de David Noble:
La guerra, con su necesidad sin precedentes de explosivos orgnicos y, por tanto, de
una industria nacional independiente de Alemania, cambi esta situacin
espectacularmente. El gobierno de EE.UU. () se hizo con todas las patentes de
propiedad alemana. () Se cre una fundacin privada que custodiara en fideicomiso
las patentes y que concediera licencias a compaas americanas sin derechos
exclusivos[14]. Entre 1917 y 1926 se concedieron a empresas americanas ms de
setecientas patentes confiscadas, lo que increment el poder de las empresas con una
posicin predominante. Entre las compaas que ms se beneficiaron de las patentes
expropiadas estn Du Pont, Kodak, Union Carbide, General Chemical o Bakelite.
Pero, a pesar de su importancia, estos procesos nunca alcanzaron el impacto
econmico y, sobre todo, la visibilidad pblica y la centralidad poltica que
actualmente tienen. Hace slo unos pocos aos hubiera sonado absurda la idea de que
una operacin a gran escala del FBI contra la empresa neozelandesa de un excntrico
millonario alemn acusado de delitos contra la propiedad intelectual llegara a las
portadas de los peridicos de medio mundo y preocupara sinceramente a miles de
personas.
Algunos de los tecnlogos ms influyentes de nuestro tiempo se ocupan de
asuntos relacionados con la propiedad intelectual. Las cuestiones legales son el eje
del debate tecnocientfico contemporneo, desplazando el inters por los efectos de la
tecnologa en la estructura social, en las relaciones de poder o sobre nuestra identidad
personal. En este contexto, las voces ms populares y vehementes se han alineado
con el conocimiento libre y frente a la industria del copyright.
El mundo corporativo ha perdido la batalla de la opinin pblica. Julin Assange
ha sido portada de la revista Rolling Stone; Lawrence Lessig ha aparecido en la serie
El ala oeste de la Casa-Blanca, Justin Timberlake encarna a Sean Parker en La red
social, Linus Tordvals ha inspirado personajes de superproducciones de Hollywood y
ha dado nombre a un meteorito, y Richard Stallman se ha convertido en un icono
contracultural. El resultado que ha cosechado la industria en trminos de imagen es
notablemente ms pobre. En la pelcula South Park un general ejecuta a Bill Gates
cuando se cuelga un ordenador equipado con Windows 98, mientras que en un
captulo reciente de la serie homnima, Steve Jobs apareca retratado como un
Mengele de la era digital.
Las batallas del copyright estn infiltrando los debates de los movimientos

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sociales en el mundo analgico. Por ejemplo, uno de los factores desencadenantes del
15M en Espaa fue la campaa en contra de la llamada Ley Sinde, que pretenda
limitar las descargas de material con copyright en Internet. La reflexin sobre los
bienes comunes y su relacin con el mercado se remonta al menos a los escritos del
joven Marx en la Rheinische Zeitung sobre la legislacin contra el robo de lea. Pero
slo recientemente ha comenzado a desempear un papel crucial en las explicaciones
de las dinmicas centrales del capitalismo y en sus alternativas. Las iniciativas
copyleft han llamado la atencin sobre los procesos de expropiacin de los bienes
comunes como una caracterstica sistmica de las economas contemporneas y no
slo de la etapa heroica del industrialismo.
Creo que no es exagerado afirmar que los movimientos favorables al
conocimiento libre estn modulando en parte las estrategias de la izquierda dirigidas
a frenar la contrarrevolucin neoliberal. No deja de ser paradjico porque muchas de
esas iniciativas relacionadas con la propiedad intelectual tienen escasas afinidades
con los programas de emancipacin poltica. Algunos de sus protagonistas, de hecho,
se sienten cmodos en un entorno mercantilizado y clasista.
La razn de que muchos activistas se interesen por las copywars es que es un
terreno en el que parecen condensarse algunos de los problemas que los
anticapitalistas llevan diagnosticando dos siglos. Vivimos en un sistema econmico
profundamente paradjico, que desarrolla increbles posibilidades tecnolgicas y
sociales de las que a menudo es incapaz de sacar partido. La sociedad moderna se ha
especializado en convertir en problemas de proporciones ssmicas lo que, al menos
intuitivamente, deberan ser soluciones. El desarrollo tecnolgico genera paro o
sobreocupacin, en vez de tiempo libre; el aumento de la productividad produce crisis
de sobreacumulacin, en vez de abundancia; los medios de comunicacin de masas
alienacin, en vez de ilustracin
En el mbito del copyright resulta evidente tanto la tendencia de las sociedades
contemporneas a privatizar los beneficios y socializar las prdidas como sus
dificultades para lidiar con un contexto de abundancia material cuya distribucin no
est mercantilizada. A mucha gente le produce un razonable vrtigo la idea de acabar,
por ejemplo, con el mercado laboral. Consideran que hay algo en la naturaleza de las
cosas y de las personas que hace que las relaciones competitivas en el mercado sean
una forma inevitable, o incluso deseable, de divisin del trabajo en una sociedad
compleja.
Desde el punto de vista de la economa estndar, en una sociedad mercantilizada
hay una conexin causal y no slo moral entre la bsqueda del beneficio
individual y la organizacin del suministro de una parte importante de los bienes y
servicios. Si no ganara dinero con ello, el panadero no tendra ninguna motivacin
para atendernos cada maana ni tampoco el fabricante de harina que se la

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suministra o el agricultor que cosecha el trigo, pero adems tendra grandes
dificultades para saber cunto pan y de qu tipo tiene que fabricar y, por tanto, cunta
harina necesita, etc.
En el caso de la propiedad intelectual contempornea, las bondades organizativas
del mercado en un contexto de abundancia digital resultan mucho ms oscuras. Hay
alguna gente convencida de que si los msicos de rock no contaran con la remotsima
posibilidad de convertirse en multimillonarios, quemaran sus guitarras en una pira.
Es ms o menos lo mismo que pensar que si desapareciera la lotera primitiva nos
precipitaramos en los abismos de la desesperacin ante la perspectiva de una vida
condenada a la mediocridad material. Pero, con independencia de si el mercado es o
no un acicate de la creacin, es innegable que la nica barrera para que un archivo
digital ya concluido e imperecedero sea distribuido infinitamente a un coste cercano a
cero es social, no material. Es algo que no ocurre con la mayor parte de los bienes y
servicios producidos en el mercado.
Con los bienes digitales la relacin entre la oferta y la demanda es mucho ms
compleja que en un contexto mercantil estndar. Por un lado, es cierto que slo la
produccin pasada es abundante: la presente y futura sigue siendo escasa y costosa.
Hay creadores que esperan ser retribuidos o financiados y no quieren o no pueden
ofrecer sus productos en otras condiciones. Pero, por otro lado, en un contexto de
abundancia potencial, es decir, cuando el precio no es una barrera para distribuir un
bien ya creado, florecen los entramados simblicos que transforman la conexin entre
lo que la gente espera y lo que los creadores pueden y desean ofrecer. Los factores
estticos, afectivos o polticos atraviesan la relacin entre la oferta y la demanda con
una intensidad impensable en el mercado. Afectan a la motivacin de los creadores y
les lleva a acometer proyectos que no emprenderan, gratuitamente o incluso
cobrando, en un contexto mercantil habitual. Desde la perspectiva econmica
convencional dedicar ingentes cantidades de esfuerzo y tiempo a, digamos, subtitular
annima y gratuitamente una oscura serie de animacin japonesa es poco menos que
irracional.
Por eso, las cuestiones relacionadas con el copyright tambin tienen una
dimensin propositiva. En primer lugar, muchas personas perciben que en las guerras
del copyright est en juego el germen de una alternativa al callejn sin salida
keynesiano de los aos setenta. Es decir, una tercera va al dilema entre la burocracia
estatal y la privatizacin. Los proyectos crticos con la industria del copyright a
menudo desarrollan estrategias cooperativas novedosas. Abundan las iniciativas con
una fuerte dimensin altruista que requieren un bajo nivel de centralizacin y
fomentan procesos de coordinacin emergente. Muchas, adems, no tienen objetivos
comerciales ni cuentan con la participacin de instituciones formales.
En segundo lugar, da la impresin de que el debate en torno al copyright se

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desarrolla en un terreno ecumnico particularmente adecuado para que la izquierda
supere sus propias limitaciones organizativas. Los conflictos de la propiedad
intelectual parecen poner de acuerdo a personas procedentes de muy distintas
tradiciones ideolgicas. Pero, al mismo tiempo, los puntos de consenso
desmercantilizacin, altruismo, reciprocidad tienen un fuerte parecido de familia
con el programa izquierdista clsico.
Al menos desde el Manifiesto comunista, el anticapitalismo ha aspirado a la
universalidad. El programa socialista era el de la clase trabajadora, pero slo en
cuanto portavoz de aspiraciones humanas bsicas. Con los movimientos cooperativos
de Internet, la izquierda parece reencontrarse con una versin cool y
tecnolgicamente avanzada de su propia tradicin universalista. La autoconciencia de
la liberacin podran ser hoy los sans-iPhone que participan en proyectos
cooperativos digitales como vanguardia ilustrada y comprometida de intereses
generales. Por primera vez en mucho tiempo, los activistas comparten argumentos y
proyectos con personas ajenas a su tradicin organizativa e incluso con opiniones
antagnicas.
Jimbo Wales, el fundador de Wikipedia, es un anarcoliberal que cita a Friedrich
Hayek con frecuencia y soltura, al igual que el conocido hacker Erik S. Raymond. La
razn de fondo es que se ha generalizado una comprensin de Internet como la
realizacin ms acabada del ideal de accin comunicativa habermasiano: individuos
libres interactuando sin lastres analgicos, de modo que su racionalidad comn pueda
emerger sin cortapisas.
Creo que ambas ideas son bsicamente errneas. El copyright es un terreno de
lucha poltica, sin duda, pero de ningn modo proporciona una solucin automtica a
los dilemas prcticos heredados. Ms bien los reproduce en un terreno, las redes de
comunicaciones, donde una mezcla de utopismo y fetichismo tiende a invisibilizarlos.
Las experiencias de desarrollo social basadas en alguna innovacin tecnolgica se
han estrellado repetidamente con la necesidad de superar constricciones procedentes
tanto del mercado como de la accin del Estado. Un caso destacado es el proyecto de
fabricacin de un ordenador de cien dlares, impulsado por Nicholas Negroponte,
cuyos resultados se vieron muy limitados por una paradigmtica combinacin de
obstculos comerciales e institucionales. La iniciativa, conocida como One Laptop
Per Child (OLPC), aspiraba a producir masivamente ordenadores porttiles a bajo coste
especficamente diseados para ser utilizados por nios de pases pobres.
Los prolegmenos fueron exitosos. En trminos generales, el prototipado tuvo
buena acogida entre los especialistas. Los problemas comenzaron a la hora de
fabricar el ordenador. Negroponte encontr en Shangai un fabricante dispuesto a
producir el ordenador con un precio final de cien dlares. Esta empresa realiz
inversiones para anticipar los pedidos iniciales esperados: unos siete millones en el

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primer ao. Sin embargo, los encargos finales apenas llegaron al milln de aparatos.
El fabricante carg los gastos de amortizacin a los ordenadores producidos, lo que
elev mucho su precio. Por otro lado, OLPC no encontr canales institucionales fiables
gobiernos y organizaciones educativas que adquirieran y distribuyeran los
ordenadores a travs de los programas pblicos apropiados.
En resumen, era materialmente posible fabricar el ordenador de cien dlares pero
no con las estructuras comerciales habituales. De hecho, se acepta habitualmente que
el bum de los netbooks y las tabletas es una consecuencia directa del proyecto OLPC,
que destap un nicho de mercado inadvertido. Los fabricantes de netbooks
sencillamente eliminaron del proyecto cualquier consideracin social y educativa e
interpretaron en trminos estrictamente comerciales el proyecto de crear un
ordenador poco potente pero pequeo, barato y con mucha autonoma. Por otro lado,
pronto result evidente que el proyecto OLPC slo se podra implementar con facilidad
en pases ricos con sistemas educativos asentados, donde realmente no era necesario,
o bien en los escasos pases pobres que cuentan con una firme estructura
institucional. No es casual que uno de los pocos lugares donde OLPC ha tenido un
impacto notable haya sido Uruguay, un pas con un gobierno de izquierdas y una de
las tradiciones educativas ms slidas de la regin, con tasas de alfabetizacin
cercanas al 100%.
Del mismo modo, la concepcin dominante de Internet como una plataforma
privilegiada para la extensin de la democracia, la participacin y la cooperacin se
ha enfrentado reiteradamente con la realidad. Los medios de comunicacin y los
expertos en telecomunicaciones estn dispuestos a tergiversar los hechos tanto como
sea necesario a fin de reducir cualquier movimiento poltico antagonista al
subproducto de las tecnologas de la comunicacin. La verdad es que el libre acceso a
Internet no slo no conduce inmediatamente a la crtica poltica y a la intervencin
ciudadana sino que, en todo caso, las mitiga.
En un estudio exhaustivo, Evgeny Morozov analiza, entre otros muchos, el caso
de Psiphon, una herramienta informtica copyleft desarrollada por el Citizen Lab de
la Universidad de Toronto para facilitar el acceso annimo a Internet por parte de
ciudadanos de pases en los que existe censura[15]. Psiphon convierte el ordenador de
los usuarios colaboradores de los pases libres de censura en un servidor proxy al que
se conectan otros usuarios que viven en pases en los que el gobierno controla las
comunicaciones. Entre el servidor de Psiphon y el cliente se establece una conexin
segura y encriptada, que no puede ser interceptada. Es decir, no es una solucin
centralizada a la censura, sino una red distribuida, colaborativa y copyleft. Parece la
realizacin misma de la utopa ciberntica. Sin embargo, los colaboradores
occidentales de Psiphon se encontraron con que una gran cantidad de personas que
solicitaban desde China y otros pases con censura acceso a Psiphon se dedicaba a

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buscar pornografa y cotilleos sobre celebrities, en vez de descargar informes de
Amnista Internacional. Tal vez Internet sea la realizacin misma de la esfera pblica,
pero entonces tendremos que aceptar que el objetivo de la sociedad civil es el porno
casero y los vdeos de gatos. No es anecdtico. Las pruebas empricas sugieren
sistemticamente que Internet limita la cooperacin y la crtica poltica, no las
impulsa.

* * *

Hace algn tiempo la revista satrica The Onion public el siguiente titular: Las
drogas ganan la guerra contra la droga. Algo as pasa con los intentos de la industria
del copyright por mantener su poder de monopolio. La World Wide War en curso,
desde el cierre de Napster al de Megaupload, ha planteado con radicalidad un
problema econmico clsico, tanto para el materialismo histrico como para las
teoras de la destruccin creativa que se remontan a Joseph Schumpeter. La economa
capitalista mantiene una relacin paradjica con el desarrollo tecnolgico. La
innovacin es una fuente crucial de ganancia pero, al mismo tiempo, tiene efectos
destructivos sobre las fuentes de plusvalor consolidadas.
La revolucin digital es un ejemplo paradigmtico. Bsicamente ha tenido dos
consecuencias irreconciliables. Por una parte, la liberacin de los msteres ha
convertido los productos artsticos y culturales en bienes pblicos, en el sentido que
le dan los economistas a la expresin. Por otra parte, la digitalizacin ha
incrementado la posibilidad de extraer beneficios de la propiedad intelectual a un
coste muy bajo. A partir de cierto umbral, el copyright es una fuente de ganancias
especulativas, con una relacin remota con la produccin real.
Los bienes pblicos no son necesariamente aquellos que suministra el Estado. Se
caracterizan porque su uso por parte de las personas que ya los disfrutan no se ve
limitado por la aparicin de nuevos usuarios (en economists: son no rivales). Otra
caracterstica muy importante es que no es posible limitar su uso mediante
mecanismos de mercado (son no excluyentes). Cualquiera puede disfrutarlos, con
independencia de que haya contribuido o no a su produccin y, en consecuencia, sus
costes no se pueden sufragar ponindoles un precio.
Los bienes pblicos y la propiedad intelectual siempre se han mantenido en un
equilibrio inestable. Las emisiones de la radio y la televisin analgicas eran bienes
pblicos suministrados por entidades estatales o privadas. No haba forma de limitar
su acceso tcnicamente, cualquiera con un receptor poda sintonizarlos sin agotarlos.
Por otro lado, era imposible o muy difcil hacer pagar a los usuarios por su consumo.
Un concierto de un msico callejero tiene las mismas caractersticas, cualquier
transente puede disfrutarlo y el artista no puede limitar el acceso a sus creaciones

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cobrando una entrada.
En cambio, hay otros productos basados en el copyright con caractersticas muy
distintas. Los discos y libros analgicos son tpicamente rivales y excluyentes. Si yo
estoy leyendo un ejemplar de Los hermanos Karamazov, es difcil que t puedas usar
el mismo volumen simultneamente. Y para conseguir ese ejemplar debemos pasar
por una tienda que limita su accesibilidad mediante un precio (o una biblioteca, pero
se es otro asunto). Sin embargo, incluso en estos ltimos casos, la propiedad
intelectual planteaba importantes dilemas. Una grabacin en un soporte analgico o
una novela no son bienes pblicos pero y un poema o una meloda que algunas
personas con las habilidades adecuadas pueden memorizar y repetir?
No hay una respuesta sencilla a estas preguntas. La produccin inmaterial
siempre ha sido un terreno movedizo en el que es complicado establecer fronteras
precisas. Por eso en la legislacin sobre propiedad intelectual abundan las
convenciones con un poderoso aire de artificialidad. Lo que dotaba de sentido y haca
ms o menos aceptables esas normativas era su objetivo, ste s, mucho ms intuitivo.
Intentaban buscar un sistema de contrapesos legales que equilibrara los intereses de
los autores, los mediadores y el pblico. Esto implicaba, en esencia, la concesin de
una cierta capacidad de monopolio a autores y productores. Pero era un monopolio
limitado y condicionado al inters general.
La configuracin de los regmenes que regulan la propiedad intelectual en
Occidente estuvo marcada por la decisin de confiar al mercado una parte sustancial
de la tarea de producir y difundir los bienes inmateriales, as como de remunerar a los
autores. El resultado es ambiguo. En efecto, al menos cuantitativamente, la
produccin cultural del ltimo siglo es inmensa. El precio a pagar ha sido no slo su
mercantilizacin, sino tambin sesgos bien conocidos de clase, de gnero y de etnia.
Por ejemplo, el mundo vive desde hace dcadas una hegemona cultural anglosajona
abrumadora. Y eso por no hablar de los filtros ideolgicos en la difusin de la
informacin.
La opcin por el mercado tuvo mucho ms que ver con la proteccin de la
mediacin y la difusin privadas es decir, con un compromiso con la industria del
copyright que con la bsqueda de un incentivo a la creacin. Fue una eleccin
deliberada, existan otras opciones razonables. A fin de cuentas, histricamente el
mecenazgo no mercantil no ha dado tan malos resultados. El ciclo de tragedias
clsicas griegas o las obras de arte renacentistas, sin ir ms lejos.
Adems, en nuestro tiempo el mercado cultural no es hegemnico. La msica
culta, por ejemplo, casi siempre ha sido promovida por organizaciones con objetivos
no comerciales. En el campo editorial, muchas instituciones sin nimo de lucro han
fomentado la publicacin de gneros que se consideran valiosos pero que no tienen
buena acogida comercial, como el ensayo o la poesa. En algunos pases las

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televisiones pblicas se financian mediante impuestos directos a sus usuarios.
Algunos museos obtienen fondos mediante donativos voluntarios y, de modo muy
similar, los msicos callejeros pasan la gorra entre los viandantes Es verosmil
pensar que se poda haber desarrollado un sistema de produccin, difusin y
remuneracin cultural en el que el mercado desempeara un papel marginal o, al
menos, no central. Un ejemplo de esta lnea de desarrollo es el de la ciencia bsica,
amparada por una amplia gama de instituciones pblicas y privadas: universidades,
centros de investigacin, ejrcitos, fundaciones, empresas
En cualquier caso, el sistema de remuneracin tradicional de la creacin de
msica o cine basado en la explotacin del copiado se ha desmoronado con los
procesos de digitalizacin y la popularizacin de Internet. El incremento de
dispositivos electrnicos de lectura augura un porvenir similar para la industria
editorial y la prensa escrita. Perseveran las formas de remuneracin asociadas a
aquellos creadores capaces de evitar, al menos durante algn tiempo, que sus
producciones se conviertan en bienes pblicos mediante el control del hardware. Es
el caso de los videojuegos o de las actuaciones en directo. Otros modelos de
financiacin tericamente posibles, basados por ejemplo en la microdonacin
voluntaria, son por el momento muy minoritarios.
Paradjicamente, la crisis del sistema de difusin y remuneracin tradicional de la
propiedad intelectual ha discurrido en paralelo a un incremento exponencial de los
beneficios derivados de la industria del copyright y su impacto en los pases del
centro de la economa mundial. En las ltimas dcadas la propiedad intelectual se ha
convertido en una pieza clave de la economa capitalista[16]. Los tres sectores que
ms divisas generan para EE.UU. las industrias qumica, del entretenimiento y del
software se basan en algn tipo de proteccin o propiedad intelectual.
Generalmente se subraya la relacin de la propiedad intelectual con la innovacin
tecnolgica y sus consecuencias en el crecimiento econmico. Casi nunca, en
cambio, se incide en la relacin orgnica entre el copyright y la capacidad para
obtener ganancias no productivas. Las mismas tecnologas que convierten algunas
formas de propiedad intelectual en un bien pblico la transforman en una fuente de
beneficios especulativos.
En la versin cannica y respetable del capitalismo los productos financieros
estn pensados para anticipar futuras iniciativas productivas e inyectar liquidez en la
economa. El derecho al monopolio de la propiedad intelectual por parte de autores y
difusores tiene una legitimidad anloga. Garantiza que una inversin creativa en
trminos de esfuerzo, tiempo, talento y dinero no se ver menoscabada por
actividades parasitarias. En ambos casos, hace tiempo que la realidad de las
economas occidentales ha invertido los trminos iniciales del contrato social
econmico. Segn el Banco de Pagos Internacionales el importe total del conjunto de

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transacciones financieras representaba en 2007 setenta veces el valor del PIB mundial.
La actividad especulativa es la principal fuente de beneficios en el capitalismo
occidental contemporneo y, del mismo modo, el derecho de monopolio del copyright
se ha desvinculado de sus objetivos originales para convertirse en un fin en s mismo.
Obviamente no se han roto todos los vnculos entre las finanzas y la economa
real. Goldman Sachs, por ejemplo, obtiene beneficios estratosfricos especulando en
los mercados de derivados agrcolas. Esas inversiones son posibles porque existe una
industria agrcola a gran escala con su correspondiente demanda. De modo anlogo,
la creacin intelectual exitosa es un elemento necesario de la industria del copyright
en la era digital. Por el momento, no existen mercados culturales secundarios (aunque
en 1997 David Bowie sac a bolsa los derechos de sus canciones). Pero la fuente real
de beneficios basados en el copyright es la capacidad tecnolgica, comercial y
cultural para vender mercancas cuyo coste marginal, a partir de cierto umbral,
tiende a cero. Los grandes monopolistas de la propiedad intelectual pueden obtener
beneficios casi sin gastos productivos asociados. Al igual que los especuladores, la
industria del copyright tiene en sus cuarteles generales una fbrica de papel moneda.
El precio de ese privilegio lo pagamos entre todos.
Algunas de las razones de que toleremos esta extraa situacin son ideolgicas.
Tendemos a considerar el capitalismo financiero extremo y las prcticas ms
especulativas de la industria del copyright como aberraciones que se recortan sobre la
normalidad legtima de la sociedad del conocimiento. Muchsima gente incluidos
no pocos cientficos sociales heterodoxos est convencida de que en las economas
actuales la creacin de valor se basa en las prcticas cognitivas inmateriales y eso
supone una fractura significativa respecto a cualquier situacin pasada.
Las propias nociones de trabajo inmaterial o economa cognitiva son confusas.
Agrupan bajo una misma etiqueta procesos muy heterogneos. Es posible que el
desarrollo de software requiera importantes habilidades creativas, aunque no
necesariamente ms que, por ejemplo, la ingeniera de principios del siglo XX. En
cambio, el trabajo de teleoperador, igualmente inmaterial, se parece bastante ms al
tipo de actividades tpico de una cadena de montaje fordista. En realidad, la
tecnologa de la comunicacin, igual que la vieja maquinaria industrial, puede elevar
o reducir la cualificacin de los trabajadores. Algunas multinacionales de comida
rpida utilizan terminales con smbolos e iconos que hacen innecesario que sus
empleados sepan leer o escribir.
Histricamente, la dificultad para lidiar econmicamente con la esquiva
naturaleza del trabajo intelectual creativo ha llevado a buscar soluciones de
compromiso que permitieran remunerarlo y protegerlo sin enfangarse en
disquisiciones infructuosas acerca de la naturaleza precisa de la produccin cognitiva.
Por ejemplo, como es difcil evaluar a priori qu investigaciones cientficas van a

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resultar fructferas, una de las formas que se han adoptado para proteger la
investigacin ha sido vincularla a la docencia universitaria. Pagamos a los profesores
universitarios por un trabajo visible y controlable como es la enseanza y
permitimos que dediquen una parte de su tiempo a la investigacin de un modo
mucho ms libre. Algo parecido pasa en la economa general. Sin duda, el trabajo
cognitivo en sentido muy amplio tiene una gran importancia, y su centralidad puede
explicar en parte la distribucin de los beneficios en las economas contemporneas.
Pero es mucho menos evidente en qu sentido es la fuente de esas ganancias ms all
del hecho trivial de que, a veces, hace falta inventar e investigar para lanzar nuevos
productos competitivos.
La ubicacin geogrfica del trabajo inmaterial muy cualificado explica que el
dinero procedente de las ventas de iPads se concentre en algunas empresas
californianas y no se quede en las fbricas chinas donde se ensamblan. Sin embargo,
desde otro punto de vista, esa importancia del conocimiento en algunos de los
negocios ms jugosos ha tenido como condicin un proceso antagnico. En las
ltimas dcadas el trabajo manufacturero clsico no cualificado no ha disminuido
sino que ha aumentado mucho a escala global. Lo que explica, por ejemplo, que se
puedan producir iPads a bajo precio y, en consecuencia, vender masivamente. En
palabras de Erik S. Reinert: Los pases especializados en la produccin de nuevas
tecnologas experimentan en general efectos muy diferentes a los de los pases
consumidores o los que suministran las materias primas necesarias para esa misma
tecnologa () La tecnologa de la informacin da lugar a resultados muy diferentes
en el cuartel general de Microsoft, en Seattle, y en la industria hotelera. En el negocio
hotelero, como en el negocio editorial, el uso de la tecnologa de la informacin ha
provocado en toda Europa la cada de los mrgenes de beneficio y ha incrementado
las presiones a la baja sobre los salarios[17].
Por otro lado, no es posible establecer una distincin clara entre el trabajo
inmaterial creativo y el parasitario, cercano a las prcticas especulativas.
Seguramente en un extremo estar la invencin de una vacuna para una enfermedad
intratable y en el otro la biopiratera, pero entre medias se extiende un amplio
repertorio de prcticas ambiguas, como el desarrollo de tecnologas con restricciones
de acceso muy agresivas.
Dicho de otra forma, es imposible aislar la centralidad del conocimiento en las
cadenas de valor contemporneas de la divisin del trabajo en un entorno de
competencia internacional. La desigualdad global no es una consecuencia endgena
de la relacin entre tecnociencia y economa de mercado. Lo que determina quin
gana qu en la economa cognitiva global es la lucha de clases, no una evaluacin
ciega en la revista Nature. Los tericos de la sociedad del conocimiento nos
transmiten la impresin de que analizan una especie de tendencia natural de las

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sociedades capitalistas ms exitosas hacia la inmaterialidad angelical. En realidad, se
trata de una descripcin sesgada de la estrategia poltica, econmica e incluso militar
que los pases del centro de la economa mundial han desarrollado para someter a su
periferia.
Desde los aos setenta del siglo XX, los pases ricos han intentado
simultneamente acaparar los procesos productivos de mayor valor aadido y
aumentar sus ganancias especulativas. La proteccin de la propiedad intelectual
conecta legalmente ambas dinmicas. Las industrias que mayores beneficios generan
dependen de alguna clase de proteccin de la propiedad intelectual y los gobiernos se
sienten muy predispuestos a proporcionar esa cobertura legal. Al mismo tiempo, esas
empresas utilizan sistemticamente esa posicin de predominancia tecnolgica con
fines especulativos. Monsanto dispone de la tecnologa y los recursos para hacer
investigacin biolgica y, por eso, usa la proteccin de esa investigacin como
paraguas para la biopiratera. Hollywood tiene la capacidad para inundar con sus
productos al resto del mundo y, por eso, intenta evitar el paso a dominio pblico de
sus pelculas. Microsoft o Apple (o, a menor escala, Oracle o Adobe) se han hecho
con una posicin monopolista que les permite cobrar precios usurarios por sus
productos. En 2013 sali a la luz que a un australiano le sala ms barato volar a
Estados Unidos y comprar all la versin CS6 del programa Photoshop, que adquirirlo
directamente en Australia.
En los tratados internacionales que asociamos a la globalizacin neoliberal ha ido
ganando peso la propiedad intelectual. No es un mero reconocimiento del auge de la
economa cognitiva, sino una palanca legal para impulsar los beneficios
especulativos, es decir, aquellos que han permitido a los pases occidentales mantener
una posicin de centralidad econmica en un escenario geopoltico cada vez ms
desfavorable para ellos.
Hay un paralelismo inquietante entre la evolucin de la economa del copyright y
la del capitalismo financiero en las ltimas dcadas. Histricamente, el auge de las
prcticas especulativas a menudo ha estado asociado a ciclos terminales de descenso
de la tasa de beneficio. Dicho de otra manera, la economa financiera entra en juego
masivamente cuando pierde peso la produccin real como fuente de ganancia. La
desregulacin econmica contempornea tiene su origen en las polticas que desde
mediados de los aos setenta desarrollaron las lites econmicas occidentales con el
objetivo de paliar sus crecientes dificultades para mantener los niveles de beneficio
que haban tenido hasta entonces. La desaparicin de las oportunidades de hacer
dinero en la arena productiva de la forma ortodoxa hace que otras prcticas
empresariales peligrosas y potencialmente destructivas como los mercados
secundarios o la especulacin monetaria resulten mucho ms atractivas para
gobiernos e inversores.

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De modo anlogo, la revolucin digital ha convertido la especulacin con la
propiedad intelectual en un negocio muy rentable precisamente cuando los beneficios
empresariales han dejado de ser el resultado inmediato de la produccin de
contenidos culturales. Hoy todo el mundo coincide en que los soportes digitales eran
una bomba de relojera para la industria del copyright. Una vez que se proporciona a
los usuarios acceso al mster de un contenido, es slo cuestin de tiempo que
empiece a difundirse por canales no oficiales, mercantiles (como en la venta callejera
de DVD piratas) o no (como en el p2p). Sin embargo, los primeros soportes digitales
que se vendieron masivamente, los CD, parecan la gallina de los huevos de oro.
Permitieron a la industria del copyright vender mercancas mucho ms baratas de
producir a un precio hasta un 300% mayor que los antiguos vinilos y casetes. Muchos
de los productos ms rentables estaban basados en repertorios ya amortizados. De
repente, podas conseguir que personas que ya haban comprado en su momento los
vinilos de Elvis o Dylan volvieran a adquirir el mismo producto en CD a un precio
disparatadamente mayor.
Desde entonces, estas prcticas especulativas se han difuminado por todo el
sistema econmico empotrndose en otras actividades: desde la televisin de pago a
la venta de software pasando por los operadores de telefona. No es anecdtico que
entidades de gestin de derechos de autor como la SGAE espaola hayan
protagonizado sonoros escndalos relacionados con su incursin en la especulacin
inmobiliaria[18]. Otro tanto ocurri con la SIAE italiana, que se vio muy afectada por la
quiebra de Lehman Brothers.
Un segundo modelo de explotacin comercial exitosa de la propiedad intelectual
digitalizada mediante su financiarizacin es el de plataformas de distribucin como
Google, App Store, Amazon o eBay. El secreto de estas empresas es el tamao.
Mediante la concentracin extrema, estas compaas son capaces de extraer grandes
cantidades de dinero a partir de la acumulacin de beneficios infinitesimales. No hay,
en principio, nada ilegtimo en ello. Pero las dimensiones de estas compaas les
confieren una capacidad de influencia desproporcionada que altera la oferta y la
demanda culturales. No son meros mediadores neutros sino que transforman nuestras
expectativas y la de los productores. Por eso hay un intenso paralelismo entre estas
prcticas y la especulacin monetaria, en la que es crucial el enorme volumen de las
masas de dinero invertidas.
Esta evolucin ha afectado dramticamente a los contenidos preferentes que lanza
la industria del copyright contempornea. El modelo especulativo de explotacin del
entorno digital premia la concentracin y la comercializacin extrema basada en la
publicidad y penaliza las actividades productivas de ritmo ms lento. Apple ha
convertido el mrketing en un arte. La historia de la alienacin tiene un hito
destacado en las imgenes de gente haciendo cola delante de los Apple Stores para

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ser los primeros en adquirir un producto que podrn comprar sin ningn problema
apenas unos das despus y millones de personas tendrn en unos meses (en 2011 se
produjeron en EE.UU. graves disturbios a las puertas de varias tiendas que pusieron a
la venta una reedicin de las zapatillas Air Jordn 11 Retro Concord de la marca
Nike, pero al menos eran ediciones limitadas). Microsoft o Google han desarrollado
estrategias de concentracin y hegemona que dejan en nada a Coca Cola o
McDonalds y que diversos organismos oficiales poco sospechosos de
filocomunismo, como la Comisin Europea, han cuestionado reiteradamente.
Qu tiene de malo el mrketing? La publicidad afecta de forma diferente a los
distintos productos. Hay bienes y servicios que no pueden sobrevivir al
turboconsumo tpico de nuestras sociedades. Los publicistas han demostrado que se
puede promocionar exitosamente algunas mercancas que en principio no parecan
muy atractivas: coches hbridos o incluso bicicletas en vez de deportivos o
todoterrenos. Sin embargo, hay algunos lmites imposibles de salvar porque tienen
que ver con las condiciones que dan sentido a cierto tipo de creaciones. Un ejemplo
analgico meridiano aunque poco espectacular es la transformacin reciente del
negocio editorial. Aunque es difcil generalizar, el trabajo de las editoriales
tradicionales incluso de aquellas que producan enormes beneficios tena una
ndole bastante artesanal. Siempre han existido los bestsellers fugaces, pero las
editoriales tambin dedicaban un gran esfuerzo a la creacin de pblicos vinculados a
autores y gneros slidos. Tampoco se despreciaba la produccin de obras con ventas
moderadas pero muy sostenidas en el tiempo, como libros de ensayo o textos
acadmicos.
Hoy la industria del libro est plenamente integrada en la economa de casino.
Los jefes comerciales han ocupado el espacio que antes desempeaban los directores
editoriales. El objetivo de la mayor parte de las grandes editoriales, que han
experimentado un notable proceso de concentracin, es dar con un supervenas que
genere plusvalas significativas a muy corto plazo. Para ello apuestan por lanzar
grandes cantidades de autores y ttulos de los que se deshacen si no obtienen
resultados inmediatos. El mrketing desempea un papel fundamental en este
proceso. Y aquellos libros que es prcticamente imposible que tengan un alto impacto
en un plazo breve, como las obras de poesa, son desechados por la industria.
Esta dinmica no slo afecta a la oferta de libros disponibles. Tambin ha
transformado profundamente el sentido mismo de lo que significa leer. Hasta los aos
cincuenta o sesenta del siglo XX el canon literario nacional de cualquier pas estaba
formado esencialmente por poetas y ensayistas. Hoy son los novelistas, y no
precisamente los ms arriesgados, los que ocupan esa posicin de centralidad. No se
trata de elitismo. De hecho, soy un lector vido de ciencia ficcin y novela negra y no
creo que un mundo sin Artaud o Gadamer sea indigno de ser vivido. Pero las

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diferentes estrategias comerciales tienen un efecto de retroalimentacin crucial sobre
el conjunto de prcticas relacionadas con la lectura y la escritura en nuestra cultura.
Es cierto, no obstante, que en el caso de la msica popular contempornea ha
habido un notable contrapeso causado por el abaratamiento de las grabaciones y la
democratizacin de los cauces de distribucin, comunicacin y promocin. Pero ms
que un nuevo modelo productivo, se trata de una generalizacin y una actualizacin
de las redes de produccin no comerciales y no profesionalizadas. Aunque casi nunca
se habla de ello, hasta cierto punto eran dinmicas que ya existan. Por ejemplo, los
aficionados a la msica hardcore desarrollaron una red minoritaria pero muy slida
de distribuidoras, grupos, pblico y fanzines absolutamente al margen de la industria.
Incluso bandas de gran impacto internacional, como Fugazi, imponan lmites
contractuales a los precios que los promotores de conciertos podan cobrar por las
entradas.
Otro buen ejemplo de prcticas cooperativas analgicas fue la escena northern
soul. A finales de los aos sesenta, en el norte de Inglaterra, surgieron grupos de
aficionados a la msica soul que dedicaban los fines de semana a visitar los clubes en
los que sonaba esa msica. Eran jvenes de clase obrera que llegaban a recorrer
grandes distancias para asistir a fiestas temticas. Al cabo de un tiempo, los grandes
clsicos del soul empezaron a sonarles repetitivos pero, por otro lado, no estaban
interesados en las novedades que les ofreca la industria del disco. La solucin que se
les ocurri fue rebuscar en los catlogos de pequeas discogrficas estadounidenses
especializadas en msica soul en busca de discos que no haban tenido xito
comercial. En la poca heroica del northern soul se importaron masivamente singles
que haban pasado sin pena ni gloria por el mercado norteamericano pero que los
aficionados ingleses apreciaban mucho. El northern soul es una escena nica porque
prcticamente no produjo msica propia, sino que se nutri de los miles de vinilos
abandonados por la industria en su huida hacia delante consumista.
Tanto en el caso del hardcore como en el del northern soul, la distribucin no
comercial o sin nimo de lucro se basaba en comunidades muy compactas. Hoy es
tericamente posible esa difusin sin depender de una escena local. Uno puede llegar
a usuarios atomizados distribuidos por todo el mundo. La realidad es que la red no ha
creado ninguna comunidad virtual semejante, ms bien es parasitaria de escenas
convencionales ya existentes.
Es muy ingenuo pensar que estos modelos desprofesionalizados se pueden
extender ilimitadamente, incluso sin salir del mbito cultural. Hay contextos artsticos
aparentemente incompatibles con ellos como, por ejemplo, la msica culta o la
etnomusicologa. En ambos casos existen altsimos costes de produccin. Los
ensayos para que una orquesta pueda interpretar una obra compleja pueden llevar
mucho tiempo y requieren una plantilla de msicos estable. La etnomusicologa

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implica una labor de investigacin prolongada que a menudo financian las
instituciones pblicas. Eso no significa que la msica culta est condenada a esa
extraa mezcla de funcionariado y star-system que caracteriza su modelo de difusin
actual en Europa. El Sistema de Orquestas Juveniles de Venezuela as lo demuestra.
Del mismo modo, la etnomusicologa se ha nutrido de intervenciones no acadmicas
o no profesionales valiossimas, como las de Violeta Parra. Pero parece razonable
pensar que existen mbitos donde la euforia colaborativa y sin nimo de lucro se
enfrenta a lmites sistemticos.
Volviendo al mundo del libro, la mediacin especializada desempea un papel
crucial y difcilmente sustituible. Escuchar una cancin pop y decidir si merece la
pena es un proceso relativamente rpido. A menudo bastan unos segundos para
decidir si es un contenido interesante para nosotros o no. Por eso es factible que
mediadores no profesionales puedan sustituir a las discogrficas, al menos en algunas
de sus funciones. La evaluacin de novelas o de ensayos es un proceso mucho ms
lento y complejo. Si cada uno de nosotros como lectores tuviera que elegir qu libros
son valiosos de entre toda la oferta potencial de escritores que creen que sus textos
deben ser difundidos (algo tcnicamente posible), desaparecera la cultura escrita tal
y como la conocemos. Las editoriales reducen el ruido, algo para lo que Internet no es
precisamente una herramienta muy eficaz.
Los comentarios de los usuarios en Internet han empezado a sustituir a la crtica
especializada y a la publicidad como elementos bsicos en la construccin del gusto
literario. Inicialmente pareci un giro democrtico que iba a permitir acabar con la
dictadura del mercado y los expertos. Pero la realidad pronto ha arruinado esas
expectativas: Desde hace tiempo, la presencia de escritores (o aspirantes a escritor)
que emplean seudnimo para elogiar sus propias obras ha sido una costumbre cada
vez ms extendida en los foros, facilitada por el anonimato de Internet () En el lado
opuesto, tambin surgieron los usuarios que, de forma annima, realizaban crticas
despiadadas a libros escritos por gente hacia la que demostraban una obvia
animadversin () Tanto las reseas como los puestos en los rnkings de Amazon.es
o Casadellibro.com se han convertido en parmetros que condicionan el xito de
ventas de los e-books y, por ello, tanto las editoriales como, sobre todo, los escritores
autoeditados, han elaborado toda clase de estrategias para hacer que sus libros escalen
puestos en dichos rnkings[19]. Internet no ha hecho desaparecer ni el negocio del
libro ni la crtica especializada, ms bien ha convertido la crtica amateur en un
oscuro negocio. Hay empresas que ofrecen reseas en Amazon a cambio de dinero.
Por ejemplo, GettingBookReviews.com ofreca veinte reseas favorables por
quinientos dlares. John Locke, el primer escritor autoeditado que vendi un milln
de e-books, contrat los servicios de esta empresa para conseguir hasta trescientas
reseas en distintas plataformas.

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La financiarizacin ha afectado tambin al desarrollo cientfico. Aqu las cosas
son menos evidentes porque la tecnociencia sigue siendo una importante fuente de
beneficios productivos. Es cierto que las inversiones de alto riesgo estn
introduciendo sesgos crecientes en la investigacin, privilegiando las lneas ms
rentables a corto plazo. No obstante, aunque los resultados puedan no ser los ptimos,
seguramente es abusivo hablar del mismo fenmeno que en el caso de una hipoteca
subprime o la sobreutilizacion de un privilegio monopolista.
Eso no significa que el sector est al margen del signo de los tiempos. No es slo
la biopiratera. Por ejemplo, la burbuja de las puntocom supuso el pistoletazo de
salida del patent trolling. Los patent trolls son empresas que crean una cartera de
licencias comprando patentes de compaas en quiebra o patentes que nunca han sido
utilizadas. Su objetivo no es la innovacin. Se dedican a vigilar el mercado para dar
con empresas a las que demandar acusndolas de desarrollar productos cuyas patentes
poseen. As, obtienen ganancias astronmicas de un proceso legal sin haber invertido
ni un solo euro en investigacin. Es, por tanto, una actividad parasitaria formalmente
similar a la especulacin. Las empresas financieras obtienen beneficios directos
tergiversando la funcin de los mercados secundarios, que supuestamente se crearon
para dinamizar la actividad productiva. Los patent trolls obtienen beneficios
tergiversando leyes que se crearon para proteger el desarrollo cientfico. No es un
asunto menor: se ha calculado que entre 1990 y 2010 los patent trolls costaron a las
empresas innovadoras quinientos mil millones de dlares.
El patent trolling tiene una larga historia, pero se est extendiendo a gran
velocidad. Cada vez hay ms especuladores institucionales que se introducen en el
negocio del patent trolling como una extensin de su ecosistema natural. Importantes
hedgefunds estn comprando masivamente licencias de empresas para demandar
sistemticamente a otras compaas. Para protegerse, las grandes empresas compran a
su vez grandes carteras de patentes, lo que recalienta el mercado. Estamos asistiendo
a la aparicin de una burbuja especulativa de patentes. Por ejemplo, en verano de
2011 Google compr la divisin de mviles de Motorola a un precio
desorbitadamente alto, ms propio de la burbuja de las puntocom de los aos noventa.
La razn es que necesitaba urgentemente adquirir ms de diecisiete mil patentes tras
perder en una puja por Nortel, una empresa en quiebra que tena ms de seis mil
patentes, ante un grupo de inversores que inclua a Microsoft y Apple.
La relacin entre la financiarizacin de la economa, la conversin de la
propiedad intelectual en bienes pblicos y la transformacin de los contenidos que
comercializa la industria del copyright no ha sido comprendida adecuadamente por
parte de los partidarios de la cultura libre. A menudo se mantiene que la resistencia de
la industria a las nuevas tecnologas y a una regulacin del copyright ms amigable
con sus potencialidades se debe a la pereza empresarial. Desde este punto de vista, las

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tecnologas de la comunicacin ofrecen grandes oportunidades de negocio al alcance
de aquellas empresas de produccin de contenidos que sepan evolucionar y adaptarse
a las nuevas condiciones tecnolgicas. La industria del copyright es un viejo
dinosaurio analgico que se resiste a adaptarse a un nuevo contexto libre de friccin
donde el tamao ya no importa.
Frecuentemente se establece una analoga con la crisis del negocio de las
partituras. A principios del siglo XX, la industria musical se basaba en la venta de
partituras por parte de los autores. Las leyes que regulaban ese material eran las
mismas que las de los libros o las revistas. Cuando aparecieron los fonogramas, los
editores de partituras exigieron que no se variase la situacin legal. De ese modo,
cualquier artista hubiera tenido que solicitar autorizacin explcita al propietario del
copyright para grabar una cancin. En cambio, se opt por una ley que optimizaba los
beneficios sociales de la nueva tecnologa. Los editores estaban obligados a permitir
que cualquiera hiciera un fonograma de cualquier msica que hubieran publicado a
cambio de una cantidad que, en Estados Unidos, se cifr en dos centavos. () Haba
una nueva tecnologa el fonograma que ofreca al pblico una flexibilidad
inaudita para escuchar msica donde y como quisiera. Haba una antigua normativa
de derechos de autor que deca que los editores de partituras podan controlar todos
los usos de una cancin publicada por ellos, lo que haca imposible usar esa nueva
tecnologa. La respuesta? Una nueva normativa de derechos de autor que trataba la
nueva tecnologa como una solucin, como un motivo de celebracin, y no como un
problema que resolver[20].
Cory Doctorow tiene razn y se equivoca. El declive del negocio de las partituras
y la crisis actual de la venta de contenidos culturales son situaciones muy diferentes.
El problema no es hoy que unos artistas se estn lucrando en vez de otros, sino ms
bien que, al menos en algunos campos, cada vez menos creadores tienen la
oportunidad de ganarse la vida con su actividad. La razn es que en el capitalismo la
innovacin tecnolgica relativa a los productos inventar un nuevo router tiene
efectos econmicos muy distintos a la innovacin que afecta a los procesos
comprar billetes de avin sin la mediacin de una agencia de viajes: la primera
tiende a aumentar los beneficios, la segunda a disminuirlos. Por supuesto que siguen
existiendo empresas que obtienen ganancias a partir de actividades relacionadas con
el hecho de que la gente escuche msica. Por ejemplo, el suministro de ADSL o la
venta de auriculares. O bien prcticas especulativas como las que he descrito ms
arriba. Pero lo crucial es que ninguna de esas formas de ganar dinero, a diferencia de
la industria de la copia tradicional ya sea la venta de partituras o de fonogramas,
mantiene una relacin orgnica con la produccin de bienes culturales.
Muchos productores culturales de la historia reciente han intentado obtener
beneficios. Pero la forma en que a los fabricantes de auriculares les es indiferente el

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material que escuchen sus clientes no tiene nada que ver con el pragmatismo o
incluso mercantilismo de la industria del copyright clsica. Existe una diferencia
evidente entre manufacturar pelculas de John Ford, discos de The Beatles o libros de
Tolkien por citar algunos supervenas y suministrar banda ancha o alquilar
espacios publicitarios.
Incluso aunque la reconversin digital fuera viable para algunos autores y
empresas, no es evidente que lo sea para todas las actividades que consideramos
valiosas. Los contextos institucionales afectan de manera diversa a las distintas
producciones cognitivas. Por ejemplo, en Espaa hay una oferta editorial
desmesurada para la demanda existente, con ms de cien novedades al da. Por otro
lado, las libreras tienen la oportunidad de devolver los libros a los distribuidores con
un coste bajo si lo hacen en un plazo breve. El resultado de la combinacin de ambas
dinmicas es la penalizacin de las obras con un ritmo de difusin lento y el
recalentamiento del mercado del libro. Hay adictivas novelas de misterio que, aunque
son muy voluminosas, se despachan en pocas horas de lectura; en cambio, los
ensayos suelen tener un proceso de digestin mucho ms pausado y desaparecen de
las libreras antes de saber qu suerte hubieran corrido en el medio plazo.
Algo similar podra pasar en el entorno digital. Tal vez algunos creadores se
puedan adaptar sacrificando ciertos contenidos que podran ser valiosos para mucha
gente que, sin embargo, no est en condiciones de manifestar sus preferencias porque
no existe un cauce institucional adecuado. Eso es, y la similitud no es casual,
precisamente lo que ocurre con algunos tipos de fallos del mercado. Los apologetas
del comercio afirman que los precios permiten la coordinacin con mayor eficacia
que cualquier sistema centralizado. sa es slo una parte de la historia. Los precios
transmiten informacin relacionada con la escasez y la competencia pero oscurecen la
informacin que tiene que ver con la cooperacin, la abundancia o los procesos
deliberativos.
Puede que el contexto digital tal y como lo conocemos no sea el entorno
institucional apropiado para producir y difundir una gran cantidad de contenidos
valiosos. A lo mejor Internet puede difundir y remunerar las novelas de ciencia
ficcin pero no la prosa potica, los juegos para smartphones pero no la teora de la
computacin No hace falta ser un apocalptico para reconocer que algunas de las
mentes ms brillantes de nuestro tiempo estn dedicando sus capacidades a
actividades asombrosamente pueriles. Segn el tecnlogo Jaron Lanier, en la mayor
parte de las empresas startups relacionadas con las tecnologas de la comunicacin
uno se encuentra con salas llenas de ingenieros doctorados en el MIT que no se
dedican a buscar curas contra el cncer o fuentes de agua potable segura para el
mundo subdesarrollado, sino a desarrollar proyectos para enviar imgenes digitales
de ositos de peluche y dragones entre miembros adultos de redes sociales. Al final del

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camino de la bsqueda de la sofisticacin tecnolgica parece haber una casa de
juegos donde la humanidad retrocede hasta el jardn de infancia[21].
Los darwinistas tecnolgicos eluden pronunciarse sobre los contenidos confiando
al mercado la decisin de qu merece conservarse y qu no. Esta estrategia
procedimental es una de las claves para comprender las peculiaridades del
antagonismo digital contemporneo.

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La utopa del copyleft
Los crticos con la industria del copyright mantienen, razonablemente, que la
revolucin digital debera ser una buena noticia. Las tecnologas de la comunicacin
tienen inmensas potencialidades positivas relacionadas con la difusin del
conocimiento y las artes. Aunque a menudo se profieren estas tesis en tono
milenarista, en realidad, son poco controvertidas y seguramente Bill Gates las
comparta con la mayor sinceridad.
Los crticos parecen creer que los nicos dilemas que plantea la digitalizacin
surgen de las barreras artificiales que ha erigido la industria del copyright y de una
concepcin restrictiva de las libertades individuales. Tan pronto como se eliminen
esas fuentes de escasez espuria, la abundancia manar y la armona social reinar. En
realidad, el problema es otro y muy real. Las posibilidades tecnolgicas de
distribucin digital mantienen una relacin compleja con los distintos contextos
sociales de produccin y consumo defendidos por opciones polticas antagnicas.
Es un problema que remite al origen mismo de las tradiciones emancipadoras que,
desde el siglo XIX, han pretendido superar el utopismo. Los partidarios de las
alternativas socialistas al capitalismo defendieron que sus propuestas estaban
materialmente al alcance de las sociedades industriales y eran coherentes con su
realidad cultural. De hecho, las plantearon como una profundizacin en la doble
revolucin poltica y tecnolgica moderna. El socialismo dotara de contenido
real a la libertad, la igualdad y la fraternidad burguesas al tiempo que hara un uso
ms eficaz y racional de los avances tecnolgicos desarrollados por el capitalismo. Es
decir, el socialismo se planteaba como una alternativa coherente con la realidad
prerrevolucionaria. Pero la misma idea de congruencia implicaba que era preciso un
proceso de transformacin: una experiencia constructiva a travs de la accin poltica
que entraaba importantes costes prcticos y dilemas morales. El fin del capitalismo
no surgira del abracadabra del industrialismo, como creyeron los socialistas
utpicos.
En ese sentido, no es extrao que las posiciones de los adversarios
contemporneos de la industria del copyright diverjan de las tesis de la izquierda
tradicional en este terreno. Durante todo el siglo XX, la izquierda exigi una
modulacin de la relacin entre creadores, mediadores privados e inters pblico para
que ganara peso este ltimo vector. A menudo, esta estrategia se desarroll mediante
la propuesta de una alianza con los autores. Mejor dicho, no con todos ellos sino ms
bien con aquellos creadores que no se beneficiaban del sistema comercial de
remuneracin y cuyas prcticas culturales divergan de las hegemnicas.
Desde el punto de vista de la retribucin de los creadores, el mercado del
copyright es extremadamente piramidal. Adems, tiene una tendencia natural a la

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homogeneizacin de los contenidos centrndose en la diferenciacin de productos
mediante la gestin de las marcas. Por hacer una caricatura, la industria nos da a
elegir entre Cristina Aguilera y Britney Spears, entre Lady Gaga y Kesha o entre
Coldplay y The Killers, pero no entre Alban Berg y el highlife. Por eso, la crtica
tradicional a la industria del copyright se posicionaba simultneamente sobre la forma
de remunerar a los creadores, la democratizacin del acceso a los medios de
produccin y difusin cultural y los contenidos que mereca la pena contribuir a
difundir.
Sera absurdo mantener que estas posiciones han sido siempre, o incluso a
menudo, coherentes y mucho menos saludables. La izquierda tiene un largo y
contradictorio historial de conservadurismo artstico y vanguardismo, populismo y
elitismo cultural. Pero me parece significativo que tradicionalmente se haya incidido
en al menos tres cuestiones completamente ajenas a los crticos del copyright
contemporneos: los contenidos de la informacin liberada, las condiciones sociales
de acceso real a la informacin (no slo su posibilidad hipottica) y los medios de
subsistencia de los autores. La posicin de la izquierda incida en dotar de mayor
peso a las redes pblicas o comunitarias de comunicacin, en sistemas de
remuneracin no comerciales para los autores y en estructuras pedaggicas
alternativas al mrketing.
La estrategia de los crticos contemporneos es diametralmente diferente y en
algunos aspectos opuesta. Se centra en dos puntos relacionados: el primero es tico,
el segundo tiene que ver con la organizacin de la produccin social. Lo comn a
ambos es que se trata de propuestas individualistas y procedimentales. Eso no es
necesariamente algo negativo y, de hecho, muchos izquierdistas saludaron con
entusiasmo la novedad.
A primera vista, pareca que el copyleft satisfaca todos los objetivos del
antagonismo cultural y despejaba algunos lodazales ideolgicos irresolubles. Por
ejemplo, al no pronunciarse sobre los contenidos y ofrecer una alternativa no
mercantil sin coordinacin centralizada, pareca que se libraba de algunas de las
discusiones ms desesperantes de la tradicin izquierdista: en qu consiste una
prctica cultural emancipadora?, es realmente mejor la coordinacin burocrtica que
el mercado? A menudo, la bsqueda de una alternativa al mercado ha llevado a
modelos reaccionarios en sus contenidos e ineficaces en su gestin. El copyleft parece
conservar lo mejor del mercado y de las alternativas no comerciales: alienta la
creatividad individual, permite la cooperacin, restringe tanto las posibilidades de
control burocrtico como la mercantilizacin Qu poda fallar?
El origen del copyleft es el desarrollo de software, y no es un hecho trivial. Las
caractersticas de los movimientos de cultura libre quedaron encapsuladas en una
batalla muy concreta: la creacin de un sistema operativo enteramente libre, el

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proyecto GNU.
La historia es bien conocida. En 1983, el programador Richard Stallman anunci
su proyecto de desarrollar un entorno compatible con Unix un sistema operativo
robusto y muy utilizado que no slo se desarrollara mediante un espritu
cooperativo sino que garantizara que no podra ser privatizado en el futuro. Por eso el
proyecto deba contar con una licencia especial que asegurara que cualquier usuario
pudiera ejecutarlo, copiarlo, modificarlo y distribuirlo y adems bloqueara la
posibilidad de futuras restricciones de esos derechos. La idea se conoce como
copyleft.
El copyleft es un sistema de cuatro libertades de uso interrelacionadas: la libertad
de ejecutar el programa, la libertad de estudiar cmo trabaja el programa y cambiarlo,
la libertad de redistribuir copias con o sin nimo de lucro, la libertad de distribuir
copias de sus versiones modificadas a terceros. Las cuatro libertades tienen carcter
vrico. Cualquiera puede ejercer esas libertades sobre los productos as licenciados
pero est obligado a mantener la misma licencia en los productos derivados. El
copyleft no est limitado al software, se puede aplicar a cualquier tipo de propiedad
intelectual. Si, por ejemplo, alguien decide editar y vender una versin mejorada en
papel de Wikipedia, puede hacerlo sin pedir permiso a nadie, pero esa edicin deber
permitir la misma libertad de uso que la obra original.
El origen informtico del copyleft ha marcado crucialmente su naturaleza y hace
que su generalizacin resulte poco intuitiva. Parece deseable disponer de la
posibilidad de modificar un manual de matemticas para, por ejemplo, adaptarlo a las
necesidades de cierto tipo de alumnos o para ampliarlo en ciertos puntos. En cambio,
a mucha gente no le resulta evidente en qu contribuye a la libertad la capacidad de
realizar cambios en obras no funcionales, como un poema o un ensayo de filosofa.
No hay que sobrestimar estos problemas. Hay obras artsticas donde es habitual cierta
posibilidad de modificacin, por ejemplo los textos teatrales. Las obras dramticas a
menudo se adaptan por motivos creativos o logsticos. Una compaa de teatro de una
prisin masculina, por ejemplo, puede desear eliminar los papeles femeninos de una
obra para poder representarla.
Sin embargo, en el caso del software libre la capacidad de modificacin es una
caracterstica crucial e irrenunciable. Tiene repercusiones tcnicas y no slo legales,
ya que implica permitir el acceso al cdigo fuente de los programas. El propio
Richard Stallman resuma as el propsito del proyecto GNU: El principal objetivo de
GNU era ser software libre. Aun cuando GNU no entraara ninguna ventaja tcnica
frente a Unix, s tendra una ventaja social, al permitir que los usuarios cooperaran, y
otra tica, al respetar su libertad.
La primera caracterstica del copyleft es, en efecto, un compromiso con la
eliminacin de las barreras que limitan el flujo, en sentido amplio, de informacin. Se

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trata de un enunciado normativo fuerte y estrictamente procedimental. Las prcticas
procedimentales son aquellas que no presuponen la existencia de un criterio a priori
para la identificacin del resultado correcto. Desde este punto de vista, el resultado es
adecuado si se han respetado las normas que regulan el procedimiento. Un buen
ejemplo de criterios no procedimentales son las declaraciones del dictador chileno
Augusto Pinochet, cuando anunci que aceptara el resultado de unas elecciones
democrticas siempre que no saliera elegido ningn partido de izquierda. Para los
partidarios del copyleft, restringir el acceso a la informacin es nocivo, no importa la
finalidad con la que se realice. Por eso el copyleft en sentido estricto incluye la
libertad de difundir los materiales licenciados con cualquier objetivo, incluso
comercial.
El copyleft se enfrenta a la industria del copyright slo en la medida en que sta
se basa en el monopolio del conocimiento. De hecho, el copyleft se opone
explcitamente a algunas prcticas anticomerciales tpicas de la izquierda. Aquellas
licencias que permiten el copiado siempre que no incluya la explotacin comercial,
no son copyleft. Esto ha generado importantes conflictos en el mundo de la cultura
libre. La mayor parte de los msicos, escritores y cineastas crticos con la industria
del copyright emplea licencias que autorizan la libre reproduccin, pero slo con
fines no comerciales por ejemplo, mediante la utilizadsima licencia Creative
Commons Atribucin-NoComercial-Compartirlgual. Los desarrolladores de
software, en cambio, a menudo permiten el uso de sus programas con cualquier
finalidad.
Para ser justos, lo cierto es que desde el primer momento, los informticos que
crearon la nocin de copyleft han insistido en no confundir las libertades que permite
este sistema con la gratuidad. Free as in free speech, not as in free beer
(Libre como en libertad de expresin, no como en cerveza gratis) es un lema
habitual en el mundo del software para desambiguar el termino free que, en ingls,
significa tanto libre como gratis. En este contexto, la evaluacin del modo en
que la informacin es producida o va a ser explotada no se considera una cuestin
relevante a la hora de licenciarla. ste es el origen de la tensin con el mundo de la
msica y el libro, pues las condiciones sociales de remuneracin de los
programadores muchos de ellos asalariados de empresas o con posibilidades de
serlo no tienen nada que ver con la de los msicos, a menudo trabajadores
autnomos que cobran un porcentaje por obra vendida.
Los criterios procedimentales hacen que resulte muy difcil abordar este tema
abiertamente. Creo que eso ha limitado la extensin de las licencias libres. Hay casos,
como el de los msicos autnomos, en los que a los creadores les resulta poco
razonable la libertad de copiado con fines comerciales. Pero tambin ocurre lo
contrario. Hay contextos donde son las condiciones de remuneracin las que deberan

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hacer poco conflictivas las licencias libres. Por ejemplo, en la mayor parte de
orquestas pblicas los msicos son muy restrictivos con el uso de sus
interpretaciones, incluso una grabacin de unos pocos minutos debe contar con la
autorizacin del comit de empresa. Sin embargo, se trata de empleados pblicos
funcionarios, en algunos casos que cobran sueldos dignos, trabajan en condiciones
ms que aceptables y tienen su futuro laboral asegurado. Cabra pensar que lo
razonable es que sus interpretaciones sean, en el sentido ms estricto de la expresin,
de dominio pblico. Otro tanto ocurre con otras obras subvencionadas, como
pelculas, piezas artsticas o tesis doctorales becadas. Es sensato que tenga licencias
ultrarrestrictivas una pelcula cuya produccin ha sido subvencionada al 100% y que
posteriormente ha sido comprada para su emisin en una televisin pblica?
En general, hay una clara tensin entre el modo eficaz en el que el copyleft
bloquea las posibilidades de privatizacin de un bien comn y la negativa de sus
partidarios a considerar las condiciones sociales de la produccin y el uso de esa
libertad. En el capitalismo histrico los procesos de privatizacin de los recursos
comunes han desempeado un papel importante y multidimensional, como
mecanismo de apropiacin por desposesin y como un factor esencial en la aparicin
de la fuerza de trabajo moderna. El copyleft apunta directamente contra esos
procesos.
Pero la expropiacin de lo comn no es la nica va monopolista, ni siquiera la
principal. El mrketing, las economas de escala, la informacin privilegiada, la
miopa de los consumidores, la connivencia entre los polticos y la clase capitalista
Los partidarios del copyleft han decidido no ocuparse de estos temas, o bien tratarlos
como un subproducto poco interesante de una situacin legal restrictiva. Nos hablan
de un mundo en el que pequeos emprendedores o cooperativas de creadores pueden
desafiar a las grandes compaas; en el que la creatividad y el trabajo firme se ven
recompensados. Desde esa perspectiva, el nico obstculo son las alambradas legales
que los monopolistas han erigido.
En ese sentido, el copyleft tiene una inquietante cercana con las estrategias
desregulacionistas contemporneas del neoliberalismo. Desde la perspectiva del
copyleft, la fuente de problemas no es el mercado de la informacin ni mucho menos
el mercado de trabajo sino las barreras a la circulacin y el uso de la informacin. Las
relaciones comerciales son una de las vas posibles de transmisin de informacin y,
en s mismas, no introducen ningn sesgo negativo, son las licencias las que lo hacen.
Una vez asumido esto, slo hay un paso desde la crtica de los monopolios o los
aranceles al repudio de cualquier barrera a la comercializacin. No todos los
partidarios del copyleft son entusiastas del mercado, pero muchos lo ven como una
opcin personal que no guarda una relacin intrnseca, con la premisa normativa de la
libertad informativa. Al final, ms bien era libre como en mercado libre.

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Existe una enorme cantidad de crticas a la concepcin del mercado como
distribuidor eficaz. Una muy razonable es que el sistema de precios tiende a
homogeneizar productos y servicios que no tienen nada que ver entre s y cuya
optimizacin requiere distintas estrategias distributivas. El copyleft, como estrategia
procedimental, reproduce esta nivelacin de realidades muy diferentes: la patente de
una vacuna, la informacin poltica, un videojuego, un procesador de textos, una
cancin

* * *

En general, la izquierda tradicional ha sido menos categrica en su relacin con la


libre circulacin de la informacin. No creo que eso signifique que ha estado poco
comprometida con la libertad de expresin. Al contrario. Sencillamente no se ha
contentado con propuestas procedimentales. En realidad, ni siquiera es una
caracterstica de la izquierda poltica. Por ejemplo, a finales de los aos sesenta, en el
transcurso de un debate electoral en Alemania, el socialdemcrata Willy Brandt acus
a Kurt Georg Kiesinger, candidato democristiano, de planear la autorizacin de las
televisiones privadas en la RFA. Kiesinger neg muy soliviantado la acusacin,
argumentando que las televisiones privadas supondran el fin de la democracia
alemana[22].
En efecto, hasta no hace tanto tiempo, en Europa era una idea de consenso que las
televisiones privadas, incluso en coexistencia con las pblicas, constituan una
amenaza para una concepcin no meramente formal de la libertad de expresin. Se
entenda que la televisin tena un enorme impacto en la opinin pblica y fomentaba
dinmicas menos reflexivas que otros medios de comunicacin, como los peridicos.
Por eso se consideraba necesario proteger la esfera pblica del impacto de la
televisin privada, previsiblemente poco comprometida con la informacin veraz o
sometida a intereses comerciales.
Desde el punto de vista de la ideologa comunicativa contempornea, es un
razonamiento paternalista. Puede ser. Es ms, no es que las televisiones pblicas se
hayan comportado sistemticamente de forma mejor o incluso diferente. Pero
tambin es cierto que las reservas frente a un pluralismo comunicativo basado en la
comercializacin demuestran una cierta prudencia. Cuando nos enfrentamos a
sistemas de reglas potencialmente degenerativos, negarse a tomar en cuenta el
resultado de un proceso y concentrarse exclusivamente en las reglas del
procedimiento es ingenuo e irresponsable. se es el error de la especulacin
financiera: la cuestin no es si los mercados secundarios son hipotticamente tiles,
sino cules son sus riesgos y sus consecuencias materiales en un mundo habitado por
seres humanos. De modo anlogo, tal vez no sea muy inteligente valorar la

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privatizacin monopolista del espacio televisivo exclusivamente en trminos de su
legitimidad, sin tomar en consideracin el proceso social que con toda probabilidad
se desencadenar y que, una vez iniciado, ser prcticamente imposible de revertir.
En general, es sencillamente falso que la libre oferta mercantil de informacin
genere una mayor conciencia crtica. Morozov explica que un descubrimiento
fascinante de los dirigentes de la antigua RDA fue que aquellas ciudades que tenan
acceso a la televisin occidental estaban ms satisfechas con el rgimen comunista
que aquellas a las que no llegaba la seal televisiva de la RFA[23]. Dallas no contribua
a socavar la dictadura, sino que la apuntalaba. En muchos regmenes autoritarios
contemporneos hay una considerable tolerancia al acceso a bienes de
entretenimiento occidentales. El Partido Comunista Chino ha descubierto que Lady
Gaga es una aliada, no el enemigo.
Del mismo modo, se podra cuestionar el uso comercial de conocimientos
generados en el mbito pblico. Por ejemplo, licenciar una vacuna creada en una
institucin pblica con copyleft puede tener efectos muy diferentes dependiendo del
contexto econmico. Un crtel de laboratorios podra fabricar la vacuna
exclusivamente para venderla a alto precio en pases donde no exista un sistema
sanitario pblico con capacidad para producirla y distribuirla. Una editorial podra
utilizar sistemticamente traducciones publicadas con copyleft en Internet y editarlas
en papel en pases con una gran brecha tecnolgica donde tuviera una posicin de
predominio en el mercado del libro.
Para la izquierda una excesiva concentracin monopolstica de la informacin es
incompatible con la democracia. La mayor parte de los partidarios del conocimiento
libre est en contra de que la informacin est de facto en pocas manos, pero se
escuchan pocas propuestas consecuencialistas, por ejemplo, una legislacin antitrust
dirigida a revertir esa situacin. La razn es que eso entrara en contradiccin con el
enunciado normativo fuerte basado en una visin estrictamente procedimental de la
libertad comunicativa.
El segundo elemento caracterstico del copyleft es la cooperacin. Al eliminar
restricciones relacionadas con la propiedad intelectual, el copyleft incentiva la
creacin de espacios de produccin en los que la coordinacin emerge
espontneamente a travs de la concurrencia en redes colaborativas. Esta tesis tiene
una dimensin cognitiva y otra social. En ambos casos, existe una fuerte neutralidad
valorativa respecto al contenido de los materiales producidos, el uso de esos
materiales y sus condiciones de distribucin.
La dimensin cognitiva tiene que ver con la idea de que, segn la ideologa
californiana, Internet es un espacio donde concurren fragmentos de inteligencia que
se agrupan hasta componer una especie de mente colmena. Los dos ejemplos citados
unnimemente son Wikipedia y el desarrollo colaborativo no comercial de software

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libre. Lo que casi siempre se olvida es que ambos proyectos son idiosincrsicos y no
se pueden universalizar. Tienen algunas peculiaridades que no comparte la mayor
parte de prcticas tecnolgicas, culturales, productivas, polticas o cientficas.
El desarrollo de grandes proyectos de software es siempre colaborativo, no es una
caracterstica del software libre. El desarrollo de software se puede y se debe
fragmentar. Hay toda una mitologa sobre programadores independientes trabajando
en su garaje de madrugada. Lo cierto es que la descomposicin de un gran proyecto
en paquetes de problemas que se resuelven colectivamente en una especie de cadena
de montaje no es una opcin sino una necesidad tcnica. Es impensable que, por
ejemplo, Windows 95 se hubiera desarrollado de otra forma. Lo peculiar de la
programacin es que, a diferencia de muchos procesos productivos tradicionales, no
exige una estricta continuidad temporal o espacial. Por otro lado, frente a otras
formas de cooperacin informal, en la programacin hay criterios tcnicos de
decisin que, al menos hasta cierto punto, permiten dirimir las disputas o, al menos,
respaldan la autoridad de ciertas personas.
La produccin de una pelcula convencional, por ejemplo, no tiene prcticamente
ninguna de estas caractersticas. Exige, por ejemplo, que un gran nmero de personas
est en cierto lugar, en cierto momento y en determinadas condiciones (tcnicas,
climatolgicas). Muchas de esas personas al menos los actores no son
sustituibles, salvo en casos anecdticos. Ni siquiera el criterio tcnico tiene por qu
ser relevante. Hay metodologas muy sedimentadas, es cierto, pero si alguien decide
saltrselas no se va a producir ningn error de compilacin. Pasolini rod algunas de
sus obras maestras sin tener la menor idea de las convenciones cinematogrficas.
Otras prcticas culturales tienen slo algunas de estas caractersticas pero no otras.
Sin salir del mbito cinematogrfico, la redaccin de los guiones de las series de
televisin suele ser colaborativa, aunque tambin jerarquizada y muy condicionada
por exigencias temporales. En cambio, una pelcula de animacin es potencialmente
mucho ms fcil de fragmentar en paquetes de problemas.
El segundo ejemplo recurrente es Wikipedia, un proyecto editorial cooperativo en
el que participa en igualdad de condiciones una gran masa de redactores annimos
ayudados por una serie de herramientas tcnicas y unas reglas de edicin. La
mecnica de Wikipedia es muy simple: cualquier usuario puede enmendar un artculo
o crear uno nuevo si lo considera necesario. El resto de usuarios puede, a su vez,
rechazar, rectificar o continuar ese trabajo y as sucesivamente. Uno sencillamente
busca una entrada y, si no la encuentra o la informacin le parece deficiente
incompleta, poco rigurosa, mal redactada, puede crearla o modificarla.
Lo que ocurre es que tambin la redaccin de una enciclopedia tiene
caractersticas muy peculiares. De nuevo, cualquier enciclopedia de gran tamao es
un proyecto colaborativo, no slo Wikipedia. En trminos generales, las

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enciclopedias se caracterizan, a diferencia de los ensayos o los artculos de opinin,
por buscar la neutralidad y, a diferencia de las monografas, por no presentar
investigaciones originales sino elaboraciones secundarias a partir de aqullas. Las
enciclopedias renen el saber acumulado y comnmente aceptado por la comunidad
de cientficos y expertos. En ese sentido, da la impresin de que utilizar Wikipedia
como ejemplo de xito del trabajo colaborativo en red es una peticin de principio.
Excepto por la cantidad de colaboradores, lo mismo hubiese servido LEncyclopdie
de Diderot y DAlembert.
En realidad, lo distintivo de Wikipedia no es tanto la colaboracin como que es
una enciclopedia no elaborada por expertos: las discusiones sobre contenidos son
horizontales y un catedrtico tiene el mismo derecho a editar un artculo que un
estudiante. Adems, al menos en principio, Wikipedia tiene muchas menos barreras
de entrada cognoscitivas que el software libre. Para los internetcentristas Wikipedia
prueba que en la red cada uno de nosotros contribuye al conocimiento agregado con
los fragmentos de conocimiento experto que posee. Tal vez un adolescente no sepa
nada sobre el rgimen hidrolgico del Guadiana, pero puede corregir una errata en el
nombre de uno de los pueblos mencionados en la correspondiente entrada porque
pasa all los veranos con su familia. La supuesta moraleja es que la inteligencia es
colectiva y granular. Con las herramientas adecuadas, los microconocimientos se
acumulan dando lugar a niveles emergentes de saber.
La magia de las redes telemticas consiste en que permiten que esos fragmentos
cognitivos se agrupen ordenadamente sin una coordinacin centralizada. De hecho, se
suele decir que lo hacen ms eficazmente que si un nodo central los controlara. Es
una tesis muy discutible, al menos en el caso de Wikipedia. Algunas evaluaciones
muy optimistas de la calidad de los artculos de Wikipedia se basan en las voces
tcnicas. Es prcticamente seguro que la mayor parte de los redactores de entradas
como ondcula o sinusoide son expertos. En ese sentido, Wikipedia sera
parasitaria de instituciones acadmicas tradicionales con una organizacin
convencional. Tal vez el conocimiento sea un asunto colectivo. Pero es muy
discutible que Wikipedia aporte ningn dato concluyente en ese sentido.
Algo similar ocurre con otro ejemplo recurrente de actividad cognoscitiva
colaborativa. El crowdsourcing es una convocatoria abierta que rene a una gran
masa de personas para que se ocupen de tareas que tradicionalmente realizaban una
persona o un colectivo organizado formalmente. Las experiencias de crowdsourcing
son muy ambivalentes. Abundan los fracasos, pero tambin hay algunos casos muy
exitosos. Por ejemplo, Foldit es un juego de ordenador creado por la Universidad de
Washington. Es una simulacin bioinformtica pensada para predecir la estructura de
las protenas y su plegamiento a partir de su secuencia de aminocidos. El programa
se cre para que personas sin conocimientos de bioqumica pudieran ayudar a

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encontrar las formas naturales de las protenas. La gente que quiere colaborar
participa en un videojuego en el que hay que mover formas geomtricas. En el juego,
los participantes compiten por encontrar la configuracin ms eficiente de una
protena: cuanta menos energa requiera tu estructura, ms puntos obtienes. Con este
mtodo, en 2011 se logr resolver la estructura tridimensional de la enzima de un
retrovirus similar al VIH, despus de que unos doscientos mil jugadores generaran
dieciocho mil diseos distintos.
Sin embargo, Foldit no es un sistema de agregacin de conocimientos, como
Wikipedia, sino un experimento de manipulacin social consentida. La cooperacin
alcanza exclusivamente hasta la decisin de jugar con ese programa. Es un poco
como si Endesa conectara una dinamo a las bicicletas estticas de los gimnasios y
utilizara esa energa. Sera un poco tendencioso hablar de creacin energtica
cooperativa. Foldit es interesante, porque saca a la luz cmo muchas tareas son ms
multiformes de lo que parecen y requieren habilidades inesperadas (en la carrera de
qumica no hay una asignatura de plegado o de videojuegos). No tiene por qu
plantear ningn dilema tico, pero no debera confundirse con otra cosa. Es parecido
a averiguar una clave probando una gran cantidad de combinaciones mediante un
ordenador potente o un sistema distribuido. En ocasiones puede ser un mtodo eficaz,
pero no es lo mismo que un trabajo critpogrfico de ingeniera inversa. De hecho,
Foldit se cre con la idea acertada de que en el terreno del razonamiento espacial
tridimensional, las personas son instrumentos de clculo ms potentes que los
ordenadores.
Con independencia de que la nocin de la mente colmena sea razonable o no, es
una metfora cada vez ms influyente. Existe un paralelismo bastante evidente entre
la perspectiva cognitiva colaborativa y, de nuevo, el tipo de cooperacin sui generis
que genera el mercado. Las formas tradicionales de colaboracin se desarrollan o
bien a travs de interacciones cara a cara o bien mediante instituciones y
organizaciones reglamentadas. La idea de que la cooperacin puede ser un
subproducto deliberado o no de otros intereses es mucho ms extica. Guarda
relacin con la universalizacin del mercado en la modernidad, que difundi el
dogma de que la coordinacin social surge espontneamente de la interaccin
individual egosta sin necesidad de ninguna mediacin institucional. Hay una fuerte
simetra entre la comprensin granular del conocimiento y la concepcin del sistema
de precios como el medio idneo para alcanzar una asignacin ptima de los
recursos.
Para la ideologa californiana, una vez que se crean los cauces telemticos
adecuados se produce un fenmeno de agregacin cognoscitiva no centralizada. El
conocimiento es el resultado de una coordinacin espontnea de fragmentos de
informacin. La inteligencia colectiva se parece bastante a un sistema de mercado

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libre cognitivo. La gente puede creer o no que est contribuyendo al conocimiento
colectivo y desear o no hacerlo. Pero eso es irrelevante. La mente colmena es un
subproducto de la interaccin.
Hay al menos dos problemas graves con esta perspectiva. El primero es comn a
la idealizacin del mercado como organizador. Lo cierto es que nunca ha habido y,
verosmilmente, nunca habr nada remotamente parecido a un mercado libre
generalizado y prolongado en el tiempo. Los economistas neoclsicos insisten en que
eso es as porque no nos hemos esforzado lo suficiente. Para ellos los fracasos del
mercado libre se deben a que no se ha emprendido con el suficiente entusiasmo la
depuracin de cualquier intervencin pblica o monopolista.
La verdad es que es difcil pensar en ningn otro sistema econmico que se haya
mantenido con tanta tozudez a pesar de su asombrosa inestabilidad y sus demoledoras
externalidades negativas. De hecho, la desregulacin siempre ha sido epidrmica, en
el sentido de que ha necesitado de una permanente intervencin no mercantil, ya sea
del Estado o de otras instituciones. Tanto para eliminar la tendencia natural de los
seres humanos a coordinarse de forma no competitiva como para limitar los daos
sociales que produce la mercantilizacin. La principal contribucin de la ideologa de
los precios es hacer parecer irrelevantes esas intervenciones, redefinindolas como
momentos excepcionales y no como la normalidad histrica del capitalismo.
Algo similar pasa con la mente colmena. Cuando uno rasca en los supuestos
ejemplos de inteligencia colectiva enseguida encuentra que los procesos cognitivos
digitales son bastante similares a los tradicionales. De hecho, se podra argumentar
que si han resultado empresas exitosas es porque, a pesar de toda su retrica reticular,
son empresas colaborativas convencionales. Y ello ha ocurrido a pesar de las
herramientas digitales, no gracias a ellas.
Wikipedia, por ejemplo, no es slo una enciclopedia. Es tambin una comunidad
de usuarios mucho menor de lo que la metfora granular da a entender. Aunque
millones de personas usan Wikipedia y miles de personas hacen contribuciones
espordicas, la gente que dedica mucho tiempo a mejorar Wikipedia es un grupo
reducido. No pocos miembros de este colectivo son bibliotecarios, es decir, usuarios
con privilegios de edicin que toman las decisiones ms importantes y polmicas de
Wikipedia. En ese sentido, no es exagerado decir que los bibliotecarios son el ncleo
de la comunidad sociolgica de Wikipedia. Como consecuencia, los procedimientos
de trabajo de Wikipedia se acaban asemejando mucho ms a una enciclopedia
convencional no colaborativa, ya que los bibliotecarios se comportan a menudo como
editores, en el sentido que tiene el trmino en el mundo del libro tradicional. En
realidad, esto ha ayudado a mejorar la calidad de la enciclopedia. Pero tambin es una
fuente de conflictos, en la medida en que existe una contradiccin entre esta realidad
pragmtica y los principios ideolgicos de Wikipedia, que los propios bibliotecarios

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asumen y defienden, basados en la colaboracin masiva, infinitesimal y annima.
El segundo problema tiene que ver con la motivacin. Los defensores del sistema
de precios mantienen que la bsqueda de ganancias individuales tiene como
consecuencia no deliberada un bienestar colectivo mayor que el que hubiera
conseguido la coordinacin o el altruismo. El bienestar colectivo, por tanto, no
proviene siempre ni necesariamente de la bsqueda individual de la virtud. La tica
mundana es compatible con la sociabilidad. Abandonarse a las pasiones egostas
puede resultar moralmente nocivo pero no es necesariamente perjudicial para el
conjunto de la sociedad. Hay una categorizacin similar de las motivaciones en el
mundo de las redes cooperativas? Por qu colabora la gente en Internet?
El copyleft promueve la cooperacin no slo porque facilita la agregacin de
conocimientos sino tambin en un sentido ms convencionalmente social. Allana el
camino para que la gente emprenda proyectos en comn y la motiva a hacerlo.
Seguramente ste es el aspecto que ms ha influido en su popularidad entre la
izquierda poltica. La ausencia de barreras legales y materiales facilita que la gente
pueda colaborar. Si tengo acceso al cdigo fuente de un programa o al texto de una
enciclopedia puedo manipularlos y, eventualmente, mejorarlos. No necesito empezar
desde cero cada proyecto ni pensarlo como una alternativa a otros, sino que mi
contribucin forma parte de una cadena de intervenciones. En ocasiones, esa
aportacin puede estar formalmente coordinada en una organizacin (por ejemplo, un
colectivo de profesores de matemticas que redactan un manual), pero lo interesante
es que esto no es estrictamente necesario. Aunque mi contribucin sea estrictamente
espordica y no mantenga el menor contacto personal con otros colaboradores, puedo
formar parte de una comunidad cooperativa. Las tecnologas de la informacin y la
conectividad son bsicas para esta cooperacin. Se puede redactar analgicamente un
manual de matemticas colaborativo, pero es mucho ms difcil hacerlo con un
contacto personal tan escaso.
Es un asunto ms importante de lo que pueda parecer. Una de las crticas claves
que la tradicin socialista realiz al sistema mercantil fue que en l la libertad
econmica se limitaba al exterior de las empresas. Es decir, a diferencia de lo que
sucede en el feudalismo, un asalariado es libre de aceptar un trabajo o no, pero si lo
acepta debe someterse a las normas que rigen en el interior de las compaas, que, por
lo general, han sido extremadamente verticales y jerrquicas. Las empresas son
archipilagos de autoritarismo rodeados de un contexto legal pblico formalmente
igualitarista y en ellos pasamos la mitad de nuestra vida adulta consciente.
Llevar la democracia al interior de las empresas es, no obstante, muy costoso.
Crear una comunidad laboral eficaz, como una cooperativa, requiere una frgil
combinacin de compromiso personal y arquitectura institucional. No todas las
decisiones son susceptibles de decisin democrtica, por ejemplo las que tienen que

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ver con cuestiones tcnicas o estn sometidas a plazos acuciantes. Por otro lado, los
vnculos sociales intensos no son necesariamente un entorno laboral ideal. Tienen
ventajas, como la lealtad y el compromiso, pero tambin inconvenientes, como la
dificultad de negociacin.
Precisamente, una de las razones del xito del copyleft entre la izquierda es que
parece reducir enormemente los costes de la colaboracin horizontal. Los mismos
argumentos que se usan para mantener que las tecnologas de la informacin
automatizan la cooperacin cognoscitiva al convertir la agregacin de conocimientos
en un resultado no deliberado de otros propsitos, tambin se emplean para mantener
que reducen los costes de la cooperacin social. La ausencia de vnculos personales
permite la entrada y salida de distintas personas con distinto nivel de compromiso en
los proyectos colaborativos. La cooperacin puede tener carcter masivo porque no
est limitada por barreras geogrficas y porque el efecto multiplicador de las redes
sociales permite que cada participante tenga muchos vnculos. As que una parte
significativa de la izquierda poltica se ha unido a la celebracin de uno de los
dogmas de la ideologa ciberntica: la capacidad intrnseca de las tecnologas de la
comunicacin para facilitar la sociabilidad.
En realidad, la idea de que la tecnologa puede contribuir a fortalecer y ampliar
los vnculos entre las personas es bastante extica. La historia de los ltimos tres o
cuatro siglos que en parte es la historia de algunos cambios tecnolgicos de
dimensiones ssmicas est marcada por una progresiva fragilizacin de las
relaciones sociales tal y como la humanidad las haba conocido hasta entonces. Las
ciencias humanas se han mostrado casi unnimes al relacionar la modernizacin con
la destruccin de los lazos comunitarios tradicionales. Hasta el siglo XVIII la mayor
parte de hombres y mujeres saba con bastante precisin en qu iba a consistir su
vida, dnde residiran, a qu edad se casaran, a qu se dedicaran La
industrializacin, la mercantilizacin, el crecimiento de las ciudades como tambin
la democratizacin y la ilustracin, tienden a disolver el magma simblico que
antes orientaba las vidas individuales y las decisiones colectivas. Eso ha permitido
que mucha gente se libere de esa determinacin biogrfica y ha abierto mucho las
posibilidades vitales. Pero tambin ha generado inseguridad y desorientacin.
Generalmente se ha entendido que el avance tecnolgico acelera el proceso de
fragmentacin de la experiencia y de las relaciones sociales, si no es que
directamente lo provoca. Adam Smith admiraba fascinado el modo en que en una
fbrica de alfileres se divida el trabajo en tareas nfimas, pero en ningn momento se
le ocurri pensar que de ese modo se beneficiase la sociabilidad o la realizacin
personal. La divisin extrema del trabajo caracterstica de las economas
tecnolgicamente avanzadas hace que nos resulte muy difcil alcanzar una percepcin
cabal de las tareas que realizamos en nuestros empleos y de su relacin con otros

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aspectos de la vida.
Segn el socilogo Richard Sennett, esa dinmica se ha agudizado en las ltimas
dcadas. La mercantilizacin generalizada ha llegado a producir un proceso de
corrosin de la personalidad, de la subjetividad. Ya no slo los procesos de trabajo
sino incluso las propias carreras laborales se han fragmentado, la ocupacin ha dejado
de ser un elemento que da coherencia a nuestras vidas. En general, nada lo hace.
Segn muchos socilogos, se ha producido una transformacin radical de la identidad
personal, es decir, del modo en que nos entendemos a nosotros mismos. Se supone
que ya no nos pensamos como un continuo coherente vinculado a un entorno fsico y
social ms o menos permanente. Nos vemos como una concatenacin incoherente de
vivencias heterogneas, relaciones sentimentales espordicas, trabajos incongruentes,
lugares de residencia cambiantes, valores en conflicto
En este sentido, las tecnologas de la comunicacin resultan paradjicas. Segn la
ideologa contempornea, tienen exactamente el efecto contrario al de la tecnologa
tradicional. Por supuesto, no es que provoquen un retorno a las relaciones y a la
subjetividad tradicionales. Ms bien seran el germen de un repertorio de vnculos
sociales de nueva generacin que son capaces de suturar la fragilizacin de las
relaciones sociales caracterstica de la modernidad.
Es lgico que muchos activistas polticos se sientan tentados por esta tesis. Parece
responder al anhelo socialista de una forma de comunidad compatible con los altos
estndares de libertad personal y autonoma caractersticos de la modernidad. Los
socialistas queran un tipo de fraternidad que, sin embargo, preservara la libertad
individual. El copyleft parece ser la consumacin misma de esta aspiracin:
individuos embarcados en una amplia gama de actividades cooperativas sin que eso
entrae dependencias personales de ningn tipo. El copyleft nos aproximara por fin a
un crculo virtuoso de libertad y creatividad individual, solidez comunitaria y
desarrollo econmico.
Sin embargo, es posible que las aspiraciones del conocimiento libre, de nuevo, se
parezcan ms a la versin liberal de la sociabilidad. O, al menos, a una de sus
versiones. La fuente de legitimacin histrica del capitalismo no fue slo el
pesimismo antropolgico de Hobbes. No todos los defensores del comercio
conceban la sociedad como un juego de suma cero. Al contrario, el mercado tambin
fue entendido como una solucin a la opresin y el conflicto descarnados
caractersticos de algunas sociedades dominadas por el juego poltico. sa es
precisamente la idea del dulce comercio, una expresin que acu Montesquieu en
el siglo XVIII para designar el modo en que los negocios podan fomentar un tipo de
relacin social superficial, pero amable y serena. Crea que el mercado era una
alternativa a las grandes pasiones polticas y religiosas que haban convertido Europa
en un inmenso campo de batalla en los inicios de la modernidad.

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Muchos ilustrados eran escpticos respecto a los efectos de la sociabilidad.
Pensaban que el comercio atemperaba la tendencia a que las diferencias polticas y
culturales degeneraran en un conflicto abierto. No crean ni mucho menos que el
comercio fuera el escenario ptimo de realizacin de las virtudes humanas. Pero lo
consideraban una especie de mal menor, una segunda mejor opcin a la guerra por
causas polticas o religiosas. Literalmente dice Montesquieu en Del espritu de las
leyes: El comercio cura los prejuicios destructores. Es casi una regla general que all
donde hay costumbres apacibles existe el comercio, y que all donde hay comercio
hay costumbres apacibles () Es una suerte para los hombres encontrarse en una
situacin en la que, mientras sus pasiones los impulsan a ser malvados, sus intereses
los impulsan en sentido contrario[24].
Los ilustrados tenan fresco el recuerdo de esa gran carnicera en la que se
convirti Europa como resultado del enfrentamiento poltico y religioso. Algunos de
ellos crean que el comercio poda fomentar un vnculo afable. Menos virtuoso que
las relaciones polticas de Atenas o Roma, pero tambin menos agresivo. La apuesta
por el comercio era, en el fondo, el resultado de la degeneracin histrica. La
construccin poltica slo estaba al alcance de los conciudadanos de Pericles o Soln,
no de los europeos del siglo XVIII. En la era de Luis XV la bsqueda de la excelencia
poltica conduca al desastre. Era mejor optar por los vnculos sociales caractersticos
de los comerciantes, de baja estofa y poco profundos, pero al menos tranquilos y
cordiales. En el fondo, lo que propona Montesquieu era fomentar la estabilidad
poltica rebajando el listn de las expectativas sociales.
La Unin Europea tiene un origen parecido. Los fundadores de la Comunidad
Europea del Carbn y el Acero, la CECA, que fue el germen de la UE, pretendan
explcitamente crear intereses comerciales comunes en Centroeuropa como una forma
de prevenir nuevos conflictos blicos en la regin. Un inmenso despliegue de
esfuerzos polticos y culturales no haba logrado evitar que la histrica enemistad
entre Francia y Alemania arrastrara al mundo a dos guerras mundiales. El comercio
obrara ese milagro.
En la era del capitalismo de casino, es difcil seguir manteniendo esta confianza
en el poder social del mercado. Pero Internet se ofrece como un sustituto muy
oportuno. Nadie pretender que un amigo de Facebook o un seguidor de Twitter sea
lo mismo que la verdadera amistad. Pero en un entorno de fragilidad social
generalizada, tal vez sea lo ms parecido que podamos conseguir. Es ms, para los
apologistas del presente, podra ser un paso adelante, una posibilidad para
reinventarse y explotar nuestras capacidades creativas sin lastres antropolgicos.
Segn una opinin muy extendida, hoy el cemento de nuestras sociedades se fragua
en un espacio telemtico en el que se encuentran individuos autnomos sin otra
relacin que sus intereses comunes. La clave est en que los vnculos sociales de las

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tecnologas de la comunicacin pueden convivir con la fragmentacin de la
subjetividad postmoderna. Es ms, dependen de ella.
El anonimato y la inmediatez permiten colaborar, compartir y formar parte de una
comunidad cuando uno quiere, si es que quiere, y con la personalidad preferida. En
Internet concurren una serie de subjetividades discontinuas sin ms pasado o futuro
que el de sus preferencias actuales. Las tecnologas de la comunicacin descomponen
la personalidad emprica en una serie de identidades bien compartimentadas y, sobre
todo, plantean un mecanismo tcnico para recomponer la actividad social por medio
de artefactos participativos. Las relaciones sociales clsicas se veran sustituidas por
vnculos difusos y discontinuos pero aumentados, tecnolgicamente potenciados.
Aunque ya no tenemos familias extensas, amigos ntimos o carreras laborales, los
crculos a los que se transmite la informacin son ms amplios. La participacin en el
entorno tecnolgico es el vector que unifica la plasticidad extrema de nuestra propia
identidad personal. Miembros de Facebook, unos para ser miembros de Facebook.
El secreto de esta cibersociabilidad es, como en el caso de la cordialidad
comercial de Montesquieu, la deflacin de nuestras expectativas. En realidad, las
herramientas 2.0 no han resuelto el problema de la fragilizacin del vnculo social en
la modernidad o de la fragmentacin de la personalidad postmoderna, ms bien lo
han hecho ms opaco mediante la difusin de prtesis sociales informticas. Del
mismo modo, la administracin masiva de psicofrmacos no acab con la experiencia
de la alienacin industrial, slo la hizo menos conflictiva. Las tecnologas de la
comunicacin han generado una realidad social disminuida, no aumentada. Por
primera vez la cultura de masas es algo ms que una metfora. Internet no ha
mejorado nuestra sociabilidad en un entorno postcomunitario, sencillamente ha
rebajado nuestras expectativas respecto al vnculo social. Tampoco ha aumentado
nuestra inteligencia colectiva, sencillamente nos induce a rebajar el listn de lo que
consideramos un comentario inteligente (ciento cuarenta caracteres es, realmente, un
umbral modesto).
Por eso, como explica Jaron Lanier, el auge de la conectividad, la red social, el
cloud computingy la cultura compartida han dado lugar a una exaltacin de las
dinmicas de masas profundamente negativa, mucho ms cercana a las pesadillas
reaccionarias de Ortega y Gasset que al comunitarismo. En un contexto digital
completamente desinstitucionalizado, los simulacros de sociabilidad los amigos
de Facebook y de cooperacin los likes que regulan las portadas de los medios
digitales emergen como por arte de magia a partir de la concurrencia individual y
voluntaria en el espacio telemtico. Lanier seala la forma en la que el modelo
tecnolgico hegemnico est transformando de un modo reductivo nuestra
perspectiva de la personalidad humana: La atribucin de inteligencia a las mquinas,
a las multitudes de fragmentos o a otras deidades tecnolgicas ms que iluminar el

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tema lo oscurecen. Cuando a las personas se les dice que un ordenador es inteligente,
tienden a cambiarse a s mismas para que parezca que el ordenador funciona mejor,
en lugar de exigir que el ordenador cambie para resultar ms til[25].
Es en algn sentido una conversacin en un chat un vnculo social como una
relacin familiar o con un grupo de afinidad? No es como comparar la libertad de
comprar con la libertad poltica? Y, sobre todo, por qu iba a funcionar mejor la idea
de rebajar el listn de la sociabilidad en el caso de la tecnologa que en el caso del
comercio?

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Cooperacin 2.0
Hay una paradoja extraa en los movimientos favorables al conocimiento libre. Por
un lado, sobreestiman las posibilidades de la tecnologa. El avance tecnolgico no es
independiente del contexto social y una radio puede ser un medio de comunicacin
mucho ms eficaz que un ordenador en algunas situaciones. Por otro lado, resultan
extraamente atvicos en muchos de sus planteamientos. Es fascinante lo poco que se
habla en los ambientes ciberutpicos de procesos que afectan a millones de personas,
como el paro, la crisis de representatividad poltica, la desigualdad de gnero o la
crisis del capital financiero. Sobre todo, si se compara con la popularidad de otros
acontecimientos alejados en el tiempo, minoritarios y exticos.
Los expertos observan analogas entre los DRM las tecnologas de control de
acceso que limitan el uso de dispositivos digitales y los enclosures, los procesos
histricos de expropiacin de las tierras comunales en Inglaterra entre los siglos XVII
y XIX. Ven similitudes entre la generosidad en Internet y el potlach, un sistema de
festines tradicionales de los nativos de la costa noroeste norteamericana que
desapareci a principios del siglo XX. Nos sugieren que entendamos Internet como un
bazar, una institucin secular de intercambio mercantil de origen persa.
No creo que sea anecdtico. Da cuenta de cmo la mayora de los tecnlogos dan
la espalda radicalmente a los problemas de la sociedad contempornea. Como si
Internet nos permitiera reengancharnos con el entorno cordial y comprensible de las
sociedades tradicionales tras el incmodo parntesis de las contradicciones cruentas e
irresolubles de las sociedades industriales. Es una dinmica que ha contagiado al
ciberactivismo. Tal vez por eso la nica alternativa a la mercantilizacin que se
plantea desde sus filas es la recuperacin del concepto de bienes comunes (en
ingls, commons), una reliquia historiogrfica cuya principal virtud es que no obliga a
pronunciarse sobre el modelo institucional en el que se debe concretar.
Los commons son un entorno intelectual muy amigable porque pertenecen a
sociedades desaparecidas o en trance de desaparicin con un nivel tecnolgico muy
bajo. Es de lo ms conveniente para eludir preguntas complejas e incmodas como:
Es preferible un sistema cooperativo que se mueva en un entorno mercantil con una
estructura empresarial profesionalizada como, por ejemplo, la cooperativa
Mondragn? O ms bien una alternativa anarquista de ruptura radical con la
sociedad hegemnica, como las ecoaldeas? La alternativa al mercado es la
planificacin? Existen mecanismos competitivos no basados en el nimo de lucro?
Por qu alguien decide de forma altruista dedicar su tiempo a programar,
traducir, subtitular, escribir, compartir msica y cine? Hay casos fciles de explicar,
como los uploaders proveedores de contenidos remunerados de las pginas de
alojamiento de archivos o los autores que no encuentran otra forma de difundir su

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obra. Pero en otras muchas ocasiones, ese trabajo se realiza annimamente y sin
nimo de lucro. No es una relacin social tradicional, pero sera simplista reducirlo al
tipo de vnculos epidrmicos caractersticos del consumismo.
La mayor parte de nosotros coopera con los dems a menudo en nuestro crculo
cotidiano ms cercano: nuestros hijos, nuestros padres, nuestros amigos Esta clase
de interaccin se basa en las relaciones personales cara a cara. Tiene algunas
caractersticas muy idiosincrsicas, como la no sustituibilidad de quienes participan
en la relacin. Si muere un hermano o un amigo no podemos buscar otro en una base
de datos para reemplazarlo.
En las sociedades modernas tambin existen estructuras de cooperacin
impersonales a gran escala. Las dos ms importantes son el mercado de trabajo y la
estructura burocrtica estatal. Ambas requieren un contexto institucional muy
frondoso, con toda clase de normas, medios de coercin, conocimientos e
infraestructuras fsicas. El sistema salarial, por ejemplo, es un complejsimo
entramado para organizar una forma de coordinacin basada, primera aunque no
exclusivamente, en el inters propio y no en las redes de dependencia personal.
En la mayor parte de los casos, la cooperacin digital no est basada en ninguna
clase de relacin personal tradicional ni tampoco en organizaciones formales o en el
inters egosta. Cmo consiguen las tecnologas de la comunicacin generar
cooperacin con instituciones muy livianas o inexistentes y sin relaciones personales?
La respuesta ms habitual es que facilitan el altruismo. El mercado agiliza mucho la
cooperacin que se puede basar en el egosmo, en cambio es un mal medio de
transmisin de la generosidad y la preocupacin por el bienestar ajeno. Los grupos
primarios como la familia o las redes de afinidad a menudo incluyen alguna
dosis de altruismo, aunque no siempre ni necesariamente, pero no son generalizables,
no podemos tratar a todo el mundo como si fuera nuestro hermano. La cooperacin
en Internet parece quedarse con lo mejor de ambos mundos: universalidad y
altruismo.
Las tecnologas de la comunicacin generan una especie de mercado altruista, un
comercio del don. Por un lado, la interaccin en Internet no depende del egosmo,
como en el mercado. Segn una ancdota apcrifa, un contratista que quera
deshacerse de un gran montn de arena que le haba sobrado de una obra coloc un
cartel que deca Se regala arena. Nadie acudi a recogerla. As que, al da
siguiente, puso un nuevo cartel: Gran oferta: 50 kg de arena a 1 cntimo. La arena
no tard en desaparecer. En el mercado y, por extensin, en contextos
habitualmente mercantilizados no se puede ser altruista. No en el sentido de que
est mal hacerlo, sencillamente esa clase de motivaciones no encaja en el marco
normativo del mercado. Es un poco como cuando a Felipe, el amigo de Mafalda, le
regalan un juego de ajedrez. Felipe le dice a Mafalda que an no juega tan bien

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como Najdorf. Y aade: l debe de tener mucha mejor puntera.
Prcticamente no hay ningn espacio mercantil donde yo pueda regalar, por
ejemplo, un libro. En ninguna librera del mundo aceptarn, con toda la razn,
suministrar mis obras gratuitamente. A veces, basta romper con el lxico comercial
para que el altruismo emerja. En cierta ocasin, una asociacin de jubilados de
Estados Unidos pregunt al colegio de abogados si alguno de sus miembros hara una
rebaja a aquellos ancianos con dificultades econmicas. Nadie se ofreci. Como
respuesta, la asociacin de jubilados pregunt a los abogados si estaran dispuestos a
ofrecer sus servicios gratis a los necesitados. Muchos aceptaron la propuesta[26].
Las relaciones personales no mercantiles estn basadas en la permanencia y en
muchas de ellas se espera que, al menos en algunas ocasiones, demostremos cierto
grado de preocupacin por los dems. En Internet tenemos interacciones espordicas
con un grado muy bajo de implicacin personal. Sin embargo, a diferencia del
mercado, en Internet s hay espacio para el altruismo.
Esto es posible porque, desde cierto punto de vista acadmico, no hay una gran
diferencia entre el altruismo y el egosmo. Los tericos de la eleccin racional suelen
analizar conductas egostas porque el egosmo es ms sencillo que el altruismo. El
altruismo se puede reducir al egosmo pero no al revs. Tal vez de ese modo se
tergiverse el significado profundo de las conductas altruistas, pero la operacin es
formalmente correcta. Desde la perspectiva de la estructura de la decisin, el
altruismo es una preferencia individual como otra cualquiera. El altruismo consiste en
anteponer el inters ajeno al inters propio, el egosmo en lo contrario. Los
economistas creen que no hay ningn motivo tcnico para analizar esas distintas
preferencias como dos tipos de conducta sustancialmente distintos. Como tampoco
consideramos la preferencia por los coches deportivos o por los todoterrenos como
dos comportamientos antagnicos. Tanto el altruismo como el egosmo se pueden
explicar como el resultado de un clculo hednico, es decir, como el resultado de la
satisfaccin que obtenemos de obrar de cierta manera.
Esto es coherente con un deprimente descubrimiento de la psicologa cognitiva:
somos mucho ms compasivos con aquellas desgracias que nos afectan
subjetivamente que con aquellas situaciones que consideramos objetivamente ms
graves. Es falso que disponer de ms informacin aumente la solidaridad y el
altruismo, en realidad casi siempre hace que disminuyan. Lo que aumenta la
probabilidad de que nos preocupemos por otras personas son las situaciones en las
que desarrollamos empata: la imagen de un nio enfermo y no una estadstica sobre
el milln de nios que cada ao muere de malaria. Eso parece indicar que, en la
medida en que la sociabilidad no est restringida a las relaciones empticas cara a
cara, el altruismo (la preocupacin individual por los dems) no es su base.
Merece la pena pararse en este punto. En nuestra vida cotidiana seguimos dos

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tipos de comportamientos muy distintos: la conducta instrumental y la conducta
normativa. Desde el punto de vista de la racionalidad instrumental te comportas
racionalmente si escoges (los que consideras) los mejores medios a tu alcance para
obtener lo que (consideras que) deseas. Es el tipo de comportamiento que se espera
de nosotros en el mercado. Desde este punto de vista, el contenido de los deseos es
indiferente a la hora de catalogar como racional una conducta: puede ser el bienestar
ajeno o cazar y disecar el ltimo ejemplar vivo de una especie al borde de la
extincin. Por el contrario, la conducta normativa es aquella que se basa en reglas
compartidas irreductibles a racionalidad instrumental y que no sabemos muy bien
cmo se generan. Es el tipo de conducta que rige nuestra vida familiar o nuestros
crculos de afinidad.
Un ejemplo de Jon Elster puede resultar esclarecedor. Imaginemos que Juan est
dispuesto a pagar un mximo de diez euros a un chico para que le limpie el coche. No
est dispuesto a pagar ni un cntimo ms. Si el limpiador le exigiera once euros
preferira dedicar media hora a limpiar su coche l mismo. Imaginemos ahora que un
vecino le ofrece a Juan veinte euros a cambio de que limpie su coche. No es difcil
imaginar que Juan se negar indignado a hacer tal cosa. Ese impulso misterioso que
hace que Juan reniegue de su valoracin de media hora de su tiempo en once euros es
una norma social.
Como la distincin entre normas y racionalidad instrumental es bsica tendemos a
entenderla como una dicotoma exhaustiva. En realidad, es mucho ms sensato
pensarla como extremos de un continuo. Las normas que tienen dimensiones
utilitarias muy evidentes con frecuencia tienen un componente instrumental. Por
ejemplo, como las relaciones familiares son un elemento central en las economas
tradicionales, la dote suele tener mucha importancia a la hora de establecer un
vnculo matrimonial. Eso no ocurre porque los antiguos fueran fros, interesados e
incapaces de desarrollar relaciones afectivas con sus cnyuges, sino porque no hacan
una distincin tajante entre lo familiar y lo econmico. La paradjica consecuencia es
que la economa, en el sentido en que la entendemos hoy, tena mucho menos peso en
la vida de la gente y que las relaciones familiares estaban ms protegidas. En el otro
extremo, solemos pensar que las normas morales se devalan si incluyen algn
elemento instrumental. Nos fiamos menos de la veracidad de un testigo que habla a
cambio de alguna recompensa que de quien testifica aunque le suponga un perjuicio.
Los economistas ortodoxos intentan explicar todo lo posible en trminos de
conducta instrumental. La razn es que es ms sencilla. En ltima instancia responde
a una lgica muy elemental. Para comportarse segn los trminos estrictos de la
racionalidad instrumental escoger los medios considerados idneos para un fin
basta con un programa de ordenador muy sencillo. A partir de esta lgica bsica se
puede llegar a realizar clculos matemticamente muy elaborados y de dudosa

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utilidad (lo que llamamos economa acadmica). Las normas, en cambio, son muy
sensibles al contexto y a la interpretacin y, peor an, no tenemos la menor idea de
cmo surgen.
Por eso el dilema del prisionero es tan interesante. Se trata de una especie de
fbula que muestra el lmite al que se enfrentar un grupo de personas si sus
miembros guan su conducta exclusivamente por criterios instrumentales
individualistas. El dilema consiste en que si todos los miembros de un grupo se
comportan como egostas racionales estarn peor que si no lo hicieran pero, por otro
lado, desde la perspectiva instrumental, ninguno tiene motivos racionales para dejar
de comportarse como un egosta racional. Si los dems no cooperan, entonces no
tiene sentido que uno mismo coopere; y si los dems lo hacen, lo ms inteligente es
aprovecharse de ellos. Si nadie paga a Hacienda, es absurdo pagar, porque mi
sacrificio no servir para nada; y si todos lo hacen, entonces tambin es absurdo
pagar, porque puedo gorronear a los dems.
En el mundo real este crculo vicioso no es frecuente. La razn es que los grupos
suelen establecer normas sociales relacionadas con la cooperacin colectiva
Hacienda somos todos y cosas as e instituciones que fuerzan la colaboracin
y sancionan el gorroneo los inspectores fiscales. El problema es que se ha
demostrado que esa clase de normas e instituciones no puede surgir a partir del
clculo instrumental individual, implica un cambio de perspectiva radical. La
moraleja es que, sin ningn gnero de dudas, en algunas ocasiones la interaccin
social ms eficaz es irracional desde el punto de vista instrumental. Las llamadas
soluciones al dilema del prisionero intentan limitar al mximo el nmero de
normas no instrumentales necesarias para que, al menos en teora, surja la
cooperacin.
En general, el dilema del prisionero muestra con nitidez el contraste entre normas
y racionalidad instrumental y demuestra que cierto tipo de individualismo estrecho es
excesivamente restrictivo. Si las cosas fueran como presupone el dilema del
prisionero, no habra sociedad tal y como la conocemos. La sociabilidad est
relacionada con normas e instituciones que no podemos reducir a deseos y creencias
individuales.
Como deca antes, la conducta instrumental es individualista pero no
necesariamente egosta. No es muy importante si en mis razonamientos prcticos
antepongo mis propias preferencias o las de los dems. Formalmente la estructura de
la eleccin es la misma. Por eso la conducta altruista individualista est tan sujeta al
dilema del prisionero como la egosta. Por ejemplo, una pareja de enamorados atraca
un banco, son detenidos e incomunicados. La polica slo tiene pruebas
circunstanciales contra ellos y si no confiesa ninguno de los dos slo podra
condenarlos a un ao de crcel. Si uno confiesa y el otro no, el que confiesa ser

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condenado a diez aos y el otro saldr libre. Si los dos confiesan, el fiscal est
dispuesto a ser benvolo y pedir slo cinco aos de crcel para cada uno. La pareja se
ama apasionadamente y la prioridad de cada uno es que el otro salga libre sin parar
mientes en s mismo. En esta situacin, ambos sern condenados a cinco aos. Haga
lo que haga cada uno, la mejor opcin del otro es confesar. Pero de este modo
obtienen un resultado peor para el otro de lo que hubieran conseguido cooperando
para salvarse.
La conducta normativa, en cambio, puede ser perfectamente egosta, insincera o
malintencionada. Uno sigue las reglas por la razn que le d la gana, eso es trivial, lo
importante es seguirlas. Lo que realmente se opone al egosmo no es tanto el
altruismo como el compromiso. La idea de compromiso alude al modo peculiar en
que seguimos normas que no se pueden reducir a racionalidad instrumental. No
tienen que ver siempre, ni siquiera a menudo, con graves decisiones morales. En un
caso extremo, seguimos una regla sencillamente para seguir una regla. Por ejemplo,
aceptamos las normas de etiqueta en la mesa sin preguntarnos demasiado para qu
sirven. Hacemos eso porque eso es lo que se hace: las normas nos atan a
determinadas conductas. Se siguen las normas con gusto o sin l, lo crucial es la
obligacin a la que nos comprometen y no el placer que nos reportan o incluso
nuestras creencias asociadas a ellas. Como le dijo Tony Soprano a su hijo adolescente
cuando ste atravesaba una fase de nihilismo nietzscheano y se negaba a acudir con
su familia a un servicio religioso: Tal vez Dios haya muerto, pero t le besars el
culo de todas formas. Jon Elster pona un ejemplo histrico ms elaborado:

En la etapa madura del comunismo () todo el mundo saba que nadie


crea en los principios de la ideologa oficial, y sin embargo todo el mundo se
vea obligado a hablar y comportarse como si lo hiciera () El motivo de los
lderes para obligar a la gente a hacer absurdas declaraciones en pblico no
era hacerles creer en lo que estaban diciendo, sino inducir un estado de
complicidad y de culpa que socavara su moralidad y su capacidad de
resistencia. En efecto, se encontraban tan vaciados de individualidad que,
como dijo una mujer de la antigua Alemania Oriental, no poda de repente
hablar abiertamente o decir lo que pensaba. Ni siquiera saba demasiado
bien lo que pensaba[27].

Muchas relaciones de compromiso incentivan fuertemente el altruismo. Por eso a


menudo se confunden ambas nociones. Pero si el compromiso normativo no depende
del altruismo, de qu depende entonces? Bsicamente de las relaciones personales y
de las instituciones. Tanto las relaciones personales como las instituciones limitan el
deseo, las posibilidades, las oportunidades y los beneficios de la desercin, ya sea el

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gorroneo egosta del esfuerzo de los dems o la resistencia moral a una situacin
injusta.
Porque la verdad es que cuando seguimos una regla no somos autmatas
irracionales y nos podemos plantear distintas alternativas, incluida la de no seguirlas
o seguirlas parcialmente. Adems, las normas no suelen ser unvocas o claras sino
profundamente contextuales. Podemos autoengaarnos para pensar que no estamos
incumpliendo la norma o que se trata de una infraccin menor o justificada. Por eso
muchos sistemas de normas incluyen procedimientos de aplicacin y mecanismos de
supervisin. En plan: mate usted a su primognito en el solsticio de verano con un
hacha de slex, en caso contrario la asamblea de hombres justos los lapidar a los
dos. El conjunto de normas, procedimientos y supervisin es aproximadamente lo
que llamamos una institucin, es decir, una manera codificada de hacer algo, que no
se debe confundir con una organizacin o una comunidad (o sea, un actor colectivo).
La relacin entre normas e instituciones es bastante clara, en cambio la relacin
entre normas y comunidades es mucho ms opaca. En general, hay normas
relacionadas con comunidades empricas, en las que las relaciones personales suelen
ser importantes, y normas relacionadas con comunidades abstractas. En este ltimo
caso, la comunidad puede llegar a no ser nada ms que el conjunto de normas. La
sociologa clsica hablaba de organizaciones primarias y secundarias. En realidad, es
una distincin problemtica y seguramente, de nuevo, lo ms razonable sea entender
la cosa como un continuo. En un extremo estaran las prcticas sin relacin con una
comunidad percibida, como las buenas maneras en la mesa o las normas que regulan
el comportamiento en las colas. En otro las prcticas incondicionales con un fuerte
componente afectivo, como las relaciones familiares. Nuestro compromiso con las
primeras es ms dbil que con las segundas, en el sentido de que a menudo las
seguimos sencillamente porque no hay oportunidades o incentivos para no hacerlo.
La mayor parte de la gente participamos en muchos conjuntos de reglas. Pero lo
caracterstico de las sociedades simples es que esos crculos se pueden ordenar en una
jerarqua comprensible, tal vez imaginaria o basada en el autoengao, pero al menos
coherente. Existe una conexin entre los distintos niveles de reglas y compromisos.
Lo tpico de la modernidad ha sido, por el contrario, la confusin. Cuando los
socilogos describen nuestras sociedades como individualizadas, en realidad no es
del todo cierto. La mayor parte estamos desesperadamente comprometidos con
organizaciones, sobre todo empresas. Pocas iglesias a lo largo de la historia han
contado con la entrega de fieles como nosotros, trabajadores asalariados. Pero esos
crculos de lealtades son extremadamente embrollados. Nos dejamos la piel por
organizaciones a las que slo debera unirnos el fro inters y descuidamos los
crculos ntimos que, sin embargo, ensalzamos con unos niveles de cursilera que a
cualquiera nacido antes del siglo XIX le hubieran parecido profundamente

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almibarados. En ese sentido, tampoco es muy acertada la definicin de nuestras
sociedades como complejas, ms bien deberamos denominarlas confusas.
La solucin que hemos encontrado para lidiar con esta realidad tan oscura es la
burocracia, en el sentido que le dio Max Weber. Delegamos en expertos la
elaboracin de cdigos explcitos e impersonales que regulen ciertos aspectos de la
cooperacin social. Para que esta regulacin sea posible algunas organizaciones
cuentan con capacidad coercitiva. La diferencia entre estas formas de cooperacin
burocrtica y las reglas tradicionales no es tanto el tipo de reglamentacin como el
nivel de implicacin personal, baja en las primeras y alta en las segundas. En eso se
distingue un ejrcito moderno basado en la remuneracin o el reclutamiento masivo
de, digamos, el sistema de reglas que converta a los atenienses libres en hoplitas,
ciudadanos-soldados que participaban en la provisin comn de seguridad militar. La
difuminacin del compromiso no es necesariamente mala. Queremos realmente
tener el mismo grado de implicacin en el Canal de Isabel II que un agricultor
valenciano en su sistema de irrigacin tradicional?
La economa ortodoxa presupone que la racionalidad instrumental es la estructura
bsica del comportamiento humano. Sin embargo, un descubrimiento curioso de la
psicologa experimental es que uno de los pocos grupos que responden de forma
sistemtica a ese patrn son los economistas, profesores de economa y estudiantes
de economa. La enorme influencia que tiene esta comprensin de la conducta
humana histricamente extica y moralmente txica tiene que ver con el desorbitado
poder que hemos otorgado a las pocas personas para las que es relevante. Algo en lo
que en Occidente tenemos cierta experiencia. A fin de cuentas, la moral sexual
dominante durante mucho tiempo la establecieron religiosos que haban optado por el
celibato.
La cooperacin en Internet demuestra, por si alguien tena alguna duda, que no es
cierto que seamos sistemticamente egostas. Mucha gente elige compartir y dedicar
su tiempo a los dems cuando los incentivos o la presin social para hacerlo son muy
escasos. En la red esta preocupacin por el prjimo puede ser infinitamente
ocasional, no est vinculada a ninguna estructura normativa estable. A primera vista
esto no tendra por qu ser necesariamente un problema. Es ms, parece resolver un
dilema caracterstico de las sociedades complejas.
Para mucha gente, el capitalismo no slo tiene graves fallos materiales o sociales.
Tambin plantea un problema general relacionado con el tipo de motivacin que
exige: el miedo, el egosmo, la competencia El mercado permite la coordinacin de
algunos esfuerzos humanos sin necesidad de que concurran relaciones de
dependencia. Los resultados son, siendo generosos, ambivalentes. Pero seguramente
es cierto que ha contribuido a romper con el lastre de algunas tradiciones opresoras y,
en general, a promover cierto tipo peculiar de independencia y libertad individual. El

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precio a pagar es la mutilacin de algunas caractersticas que solemos considerar
importantes en las personas, como la preocupacin por los dems. El entorno digital,
en cambio, se caracteriza por un individualismo y un anonimato muy similares a los
del mercado, pero eso no nos obliga a desentendemos del prjimo. En Internet
podemos ser mnadas individuales, pero no por eso estamos condenados a ser
egostas racionales.
Hay, sin embargo, una restriccin crucial. En el contexto digital la cooperacin
depende del altruismo, entendido como una eleccin individual, no del compromiso,
entendido como una norma social. El compromiso cooperativo no surge por el mero
hecho de participar en el entorno digital. Es algo que puedo preferir o no y para lo
cual tengo que encontrar razones. Una historia puede aclarar esta diferencia.
Un grupo de profesores solamos tomar el caf a media maana. Sin acordarlo
explcitamente habamos adoptado la costumbre de que cada da pagara la cuenta una
persona del grupo. No haba un turno estricto, cada da se ofreca a pagar una persona
y el resultado era aproximadamente rotatorio. Era una cantidad de dinero pequea y a
nadie le importaba demasiado si no haba una completa proporcionalidad en las
cuentas. Sin embargo, era imposible no darse cuenta de que haba una profesora que
nunca se ofreca a pagar. Avanzaba el curso y la situacin resultaba cada vez ms
incmoda. Nadie se decida a recriminarle su actitud. A fin de cuentas, no haba
ningn acuerdo formal para pagar rotatoriamente. De repente un da, cuando una
compaera se diriga a pagar, omos decir a la profesora tacaa: Espera, espera, que
siempre pagis vosotros. Ah, por fin, me dije, se ha dado cuenta de que tiene que
pagar la cuenta de vez en cuando. Pero, para mi sorpresa y, hasta cierto punto,
admiracin, aadi con tono resuelto: Hoy, que cada uno pague lo suyo.
La profesora tacaa se negaba a aceptar que estaba participando en un sistema de
normas cooperativo basado en la reciprocidad (un arreglo frecuente en muchas
sociedades tradicionales). Para ella se trataba de una cuestin de altruismo, de
preocupacin por los dems y, por tanto, una eleccin personal que poda administrar
segn su motivacin. No quera invitar a nadie, su preocupacin por el prjimo se
limitaba a impedir que los dems gastaran su dinero en ella.
Del mismo modo, normalmente, nadie evala la cantidad que decido donar para
una causa noble: desde el primer euro que dono empiezo a ser altruista. En cambio, la
conducta cooperativa reglada suele tener umbrales mnimos. Si quito unas briznas de
hierba a las puertas de mi casa, no estoy cooperando con los trabajos comunales de
limpieza de caminos de mi pueblo. De hecho, un gesto as sera visto como una
provocacin. Haba un indigente que peda dinero a la puerta de un supermercado
cerca de mi casa que cuando alguien le intentaba dar algunas monedas de cntimo
retiraba la mano y exclamaba ofendido: Yo no recojo cobre!.
La idea de que existan umbrales mnimos bastante exigentes para la cooperacin

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supone un conocido desafo para la teora de la racionalidad estndar. El ejemplo
experimental mejor conocido es el juego del ultimtum. Es una situacin que se da
entre dos personas que no se conocen y que no volvern a encontrarse ms. El primer
jugador propone cmo dividir una determinada suma de dinero con el segundo. Si
este ltimo rechaza la oferta, nadie obtiene nada. En cambio, si la acepta, el dinero se
reparte como propuso el primer jugador. Por ejemplo, se entregan cien euros a los dos
jugadores para que se los repartan. El jugador A tiene que decidir cmo se divide el
dinero. Si el jugador B acepta la propuesta, cada uno se lleva lo acordado; pero si la
rechaza los dos se quedan sin nada. La racionalidad econmica nos dice que A
ofrecer la menor cantidad posible, o sea un cntimo, y que B aceptar la oferta, ya
que un cntimo es preferible a nada (una especie de coge el dinero y corre). Sin
embargo, se ha comprobado que, en la mayora de los casos, A ofrece una cantidad
importante, cercana a la mitad, y que B rechaza las ofertas que estn muy por debajo
de la mitad. Se ha repetido el experimento en diferentes contextos culturales con
resultados muy similares[28]. Sin embargo, en Internet, al igual que en el mercado, la
ausencia de umbrales est perfectamente aceptada. El crowdfunding se basa
justamente en la lgica de coge el dinero y corre.
Del mismo modo, la necesidad de buscar razones para el comportamiento
cooperativo es socialmente excepcional. Muchos sistemas de reglas incluyen
conductas altruistas. Pero lo crucial de las reglas es que no exigen que nos demos
razones para seguirlas. De hecho, la bsqueda de razones ms all de cierto punto
suele dinamitar los sistemas de reglas, como bien saben los telogos. Si me pregunto
seria y sistemticamente por qu no puedo tomar el nombre de Dios en vano, tengo
bastantes papeletas para llegar a una respuesta escptica. Si me pregunto en serio si
debo pagar impuestos, es probable que acabe en la crcel por evasin fiscal.
Llegados a cierto punto, seguimos las reglas, sin ms. Como explicaba el filsofo
John Searle, no puedo entrar a un bar, tomarme una cerveza y decirle al camarero:
Ver, he estado analizndome cuidadosamente mientras beba y, he de serle sincero,
no he encontrado en m el menor deseo de pagarle. Entrar en un bar nos
compromete con un sistema de normas que incluye pagar las consumiciones, con
independencia de nuestro mucho o poco deseo de hacerlo. Del mismo modo, por
suerte para los recin nacidos, no necesitamos que nos apetezca cambiar los paales
de nuestros hijos. Comprometerse a cuidar de un nio implica olvidarse de los deseos
o las preferencias y seguir la conducta aproximadamente adecuada de forma
recurrente.
En Internet no hay ningn sistema de reglas que me interpele de esa manera. Las
iniciativas de colaboracin digital han sido muy imaginativas a la hora de desarrollar
normas de funcionamiento inteligentes y eficaces. El software libre, Wikipedia, el
P2P tienen mucho que ensear a las comunidades analgicas acerca de la innovacin

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institucional. Pero no hay comunidades empricas digitales que nos comprometan en
sentido estricto. Por eso cada poco hay mensajes de Jimbo Wales exhortndonos
razonadamente a donar dinero a Wikipedia. Suena muy civilizado pero la realidad es
que si el cuidado de los dems tuviera que depender de la motivacin, la sociabilidad
sera imposible.
La mayor parte de las cooperativas laborales exitosas en el mundo analgico tiene
un alto nivel de arraigo comunitario. La corporacin Mondragn es uno de los
mayores proyectos cooperativos del mundo y uno de los diez grupos empresariales
ms importantes de Espaa, agrupa a doscientas ochenta empresas y tiene una fuerte
proyeccin internacional. Aun as est muy implantada geogrficamente en el entorno
de la villa vasca de Mondragn, con una red integrada de centros de investigacin,
formacin profesional e incluso una universidad cooperativa.
Lo que sugiere el caso de Mondragn es que la cooperacin estable es ms un
ecosistema que un clculo de incentivos y costes. Para bien y para mal (y en muchas
ocasiones es para mal), tiene que ver con la identidad personal y social, con aquello
que define el tipo de personas que somos y que aspiramos a ser. En Internet esto
apenas existe. La razn es que no me resulta muy costoso romper la interaccin
social. Si saboteo sistemticamente las conversaciones en un foro, lo peor que me
puede pasar es que me expulsen. Hay plataformas como eBay, Digg o Mename que
disponen de herramientas sociales para que los usuarios se evalen mutuamente y
establezcan su reputacin. Una conducta destructiva podra arruinar mi identidad
digital en esos foros y tal vez tenga que renunciar a mi nick. Pero es difcil comparar
eso con la reprobacin de nuestros pares en el mundo analgico y el modo en que
afecta a la consideracin que tenemos de nosotros mismos. Las nicas ocasiones en
que el coste se incrementa es cuando una represalia masiva afecta a mi yo analgico.
El llamado efecto Streisand es algo ms que una ancdota. Significa que los
efectos sociales similares a los de una comunidad analgica que Internet puede
generar son bsicamente los de una masa linchadora.
Lo interesante no es tanto que de hecho no haya compromisos normativos fuertes
en Internet, como que parece que hay buenas razones para pensar que no puede
haberlos de forma sistemtica. Del mismo modo, no hay ni puede haber en Internet
nada parecido a la estructura burocrtica. No se trata de una imposibilidad fctica. Es
algo que algn gobierno podra intentar, seguramente a un coste altsimo. Pero el
resultado sera otra cosa distinta a la red tal y como la conocemos, en la que la
descentralizacin es esencial.
El coste a pagar por la combinacin de independencia y cooperacin
caractersticas de Internet es que no puede ser un polo de autogobierno en sentido
fuerte. Practicamos el altruismo annimo mientras implique compromisos
marginales. A menudo la produccin de contenidos libres en Internet es parasitaria,

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en el sentido de que depende de que existan otras fuentes de sustento y de tiempo
libre. Como dice el chiste, la mejor manera de ganar dinero con el software libre es
trabajar de camarero. Nadie est dispuesto a arriesgar su vida, en sentido amplio, con
una masa annima y potencialmente caprichosa que ni siquiera reconoce los
elementos bsicos de la reciprocidad antropolgica.
Con toda la razn, mucha gente que coopera en Internet no se sentir reconocida
en ese retrato. Se consideran honestamente comprometidos con la difusin del
conocimiento y el bienestar. Seguramente su actividad cooperativa es una parte
importante de sus vidas. Alguien me cont que en uno de los primeros viajes de
Richard Stallman a Espaa le intentaron regalar varios CD de grupos locales. l
explic amablemente que no poda aceptar el regalo porque no quera poseer ningn
material con licencias restrictivas.
El problema no es la integridad tica, el sentimiento de implicacin personal o la
coherencia sino la existencia de sistemas de normas que de hecho regulen
colectivamente la actividad cooperativa de una manera estable y eficaz sin condenarla
a los azares de la eleccin personal. Creo que mucha gente intuye en el fondo esta
limitacin, por eso la expresin bienes comunes o commons aparece tan a menudo
en la jerga del ciberactivismo.
Los commons son los recursos y servicios que en innumerables sociedades
tradicionales se producen, gestionan y utilizan en comn. Pueden ser pastos o
cultivos, recursos hdricos, bancos de pesca, la caza, tareas relacionadas con el
mantenimiento de los caminos, la siega, la alfarera o el cuidado de las personas
dependientes Ha recibido un sinfn de nombres a lo largo de la historia: comn,
commons, tequio, procomn, minga, andecha, auzolan En la teora social
contempornea se suelen denominar recursos de uso comn (RUC). Los ciberactivistas
insisten en que hay un parecido al menos formal entre estas formas seculares de
cooperacin y la redaccin de un artculo para Wikipedia, la programacin de
software libre o el subtitulado altruista de pelculas o series de televisin. Es esto
razonable? Por qu son conceptualmente importantes los bienes comunes en un
entorno tan distinto a su contexto original?
La discusin se remonta a un conocido artculo de Garrett Hardin La tragedia
de los comunes que explica cmo la gestin de los recursos de uso comn se
enfrenta a un dilema. Bsicamente, si varios individuos actuando racionalmente y
motivados por su inters personal utilizan de forma independiente un recurso comn
limitado, terminarn por agotarlo o destruirlo pese a que a ninguno de ellos les
conviene que se produzca esa situacin. Se trata de una versin del dilema del
prisionero. Las dos soluciones ortodoxas que generalmente se proponen a esta
tragedia de los comunes son, alternativamente, la privatizacin o la burocratizacin.
La idea es que la privatizacin del recurso comn har que cada propietario vele por

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la preservacin de la parte que le corresponde, ya que no tendr que temer que otros
copropietarios gorroneen sus esfuerzos. Con la gestin burocrtica, una agencia
externa se encarga de la gestin del recurso y supervisa las asignaciones castigando a
los infractores.
Una respuesta habitual, y no muy buena, es que Hardin hace una peticin de
principio. El dilema de los comunes slo surge si los actores implicados se comportan
como egostas racionales modernos y no como lo hacen habitualmente los miembros
de las comunidades tradicionales en las que existe ese tipo de propiedad colectiva. En
realidad, Hardin tena una visin mucho ms dinmica del problema de lo que
generalmente se reconoce. Es cierto que no abunda en sutilezas histricas (era un
zologo maltusiano), pero no es difcil reinterpretar su planteamiento en trminos
sociolgicamente ms precisos: pueden los comunes sobrevivir en una sociedad
compleja, es decir, en un entorno desregulado?
As que, a pesar de lo que se suele decir, la economista Elinor Ostrom no refut a
Hardin. Ms bien se hizo otra pregunta igualmente interesante. Cmo pudieron
sobrevivir los bienes comunes en las sociedades tradicionales? Los miembros de las
sociedades neolticas no eran hroes morales ni idiotas cegados por un colectivismo
aborregado. Saban distinguir al menos tan bien como nosotros su propio inters
individual, el de sus familias y el de la colectividad, y a menudo se veran tentados de
no cumplir las normas. En realidad, lo enigmtico es que no se haya dado la tragedia
de los comunes ms a menudo. Dicho de otra forma, lo sorprendente es que hayan
existido sistemas comunales increblemente estables de gestin de recursos colectivos
que durante siglos no han precisado de agencias coercitivas externas para sobrevivir.
A travs de una ambiciosa investigacin emprica, Ostrom estableci las
condiciones institucionales en las que es ms probable que surjan acuerdos
comunitarios sobre los recursos de uso comn eficaces y estables. Se trata de un
entramado organizativo muy sofisticado que las comunidades tradicionales
desarrollan a travs de un proceso evolutivo:

Las instituciones [que regulan los recursos de uso comn] pueden


definirse como los conjuntos de reglas en uso que se aplican para determinar
quin tiene derecho a tomar decisiones en cierto mbito, qu acciones estn
permitidas o prohibidas, qu reglas de afiliacin se usarn, qu
procedimientos deben seguirse, qu informacin debe o no facilitarse y qu
retribuciones se asignarn o no a los individuos segn sus acciones. () No
debera hablarse de una regla a menos que la mayora de la gente cuyas
estrategias se vean afectadas conozca de su existencia y suponga que los otros
supervisan el comportamiento y sancionan el incumplimiento. En otras
palabras, las reglas en uso son del conocimiento comn, se supervisan y se

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aplican[29].

Adicionalmente, Ostrom propone algunos principios de diseo caractersticos


de instituciones de larga duracin de los recursos de uso comn[30]. Bsicamente, los
individuos o familias a los que afecta el sistema de reglas deben estar claramente
definidos; las reglas de apropiacin y provisin tienen que ser coherentes con el
contexto local; los participante, deben estar en condiciones de modificar los arreglos
de eleccin colectiva; tienen que existir formas de vigilancia, sanciones graduadas y
mecanismos para la resolucin de conflictos; por ltimo, es necesario un
reconocimiento mnimo de derechos de organizacin y deben ser posibles las
entidades colectivas anidadas.
Muchos sistemas RUC que tenan estas caractersticas obtuvieron resultados tan
buenos o mejores que a los que se hubiera llegado mediante la competencia
individual o a travs de la gestin por parte de una agencia pblica. Son el producto
de una evolucin lenta, pero no son accidentales o el resultado del mero ensayo-error.
Es decir, no se trata de un sometimiento irreflexivo a la colectividad o de un
altruismo incondicional. De hecho, los ejemplos que Ostrom analiza suelen incluir
procesos deliberativos a largo plazo que abarcan un amplio abanico de motivaciones.
El lmite del planteamiento de Ostrom es que estudia principalmente
comunidades tradicionales. Muchas de ellas han encontrado normas elegantes y
eficaces para afrontar sus problemas de organizacin. Es aceptable establecer una
analoga con el contexto cooperativo digital actual? En pocas palabras: no. En la
Internet que conocemos no se da ni puede darse prcticamente ninguna de las
condiciones que plantea Ostrom.

1. Los sistemas de gestin de recursos comunes con lmites bien definidos escasean
en el medioambiente digital. Rara vez se sabe con precisin qu personas o
colectivos tienen derecho a extraer unidades de un recurso y quines se encargan
de su provisin. Wikipedia, por ejemplo, es un entorno abierto, donde el perfil
de los colaboradores es muy heterogneo: enciclopedistas estables,
contribuidores ocasionales, trolls, personas muy beligerantes que
exclusivamente participan en reas de su inters personal (en cuestiones
relacionadas con su ideologa poltica, por ejemplo) sa es una fuente de
problemas reales que se ha intentado limitar, por ejemplo impidiendo que los
usuarios annimos puedan crear voces nuevas. Hay unas pocas comunidades
extremadamente cerradas digamos, un foro de pedfilos o de crackers,
donde la confianza es un elemento importante. Pero es significativo que a
menudo estn asociadas a comportamientos delictivos. Desarrollan un
compromiso negativo por analoga con el concepto de libertad negativa, de

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Isaiah Berlin que no surge de la corresponsabilidad sino de la participacin en
un juego de suma negativa: si yo pierdo, t pierdes.
2. En los RUC existe una gran coherencia entre las reglas de apropiacin y provisin
y las condiciones locales. En una comunidad de recursos hdricos, los aos de
sequa se reparte el agua de manera distinta que en un ao lluvioso. Los medios
digitales son, por su propia naturaleza reproductiva, expansivos y poco sensibles
al contexto: tienden al encapsulamiento. Como he sealado, un motivo de debate
habitual entre programadores y escritores es que el copyleft estricto, tpico del
software libre, es una licencia tcnicamente poco problemtica para los trabajos
funcionales, como un diccionario o un manual, pero no tan buena para las obras
creativas. La libre difusin de obras en la red puede ser rentable para artistas que
tienen otros medios de obtener ingresos, como las actuaciones en directo, pero
catastrfica para los que no disponen de esa opcin, como los actores de cine. El
encapsulamiento impide adems que la mayora de los individuos afectados por
las reglas del sistema pueda participar en su modificacin, otra caracterstica de
los RUC estables. La ausencia de lazos comunitarios hace que los arreglos de
eleccin colectiva resulten muy costosos en un contexto distribuido. Por eso
muchos proyectos cooperativos comienzan como una iniciativa creada por un
pequeo grupo, a veces una sola persona, que establece las reglas y a las que
despus se adhiere ms gente. sa es la razn tambin de que en los entornos
cooperativos digitales haya tantas figuras prestigiosas como Lawrence Lessig
o Linus Torvalds cuya influencia trasciende los mritos intelectuales y entra
de lleno en el mbito de la autoridad carismtica.
3. En los RUC los apropiadores que violan las normas son sancionados por otros
usuarios o por funcionarios especializados. Tambin hay mecanismos rpidos
para resolver conflictos. En Internet el monitoreo y las sanciones graduadas son
extremadamente costosos e ineficaces porque las reglas son poco claras y las
dimensiones enormes. Existen sistemas de supervisin tanto social (la
puntuacin de los comentarios de las noticias en un medio digital) como
jerarquizada (los bibliotecarios de Wikipedia o el moderador de un foro). Son
tan fallidos como cabra esperar y las acusaciones recprocas de trolleo y censura
con el alio de los linchamientos en masa son un elemento consustancial a
la red social.
4. Los RUC ms complejos se caracterizan por estar organizados en mltiples
niveles de entidades anidadas. La idea misma de red distribuida contradice esta
idea. Hay algunos reconocimientos mnimos de derechos de organizacin pero
son muy frgiles y poco eficaces. Existe, por ejemplo, la Fundacin Wikimedia
o la Free Software Foundation, pero su relacin con los proyectos que subsumen
es en buena medida prescriptiva.

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Este conjunto de limitaciones excede el entorno digital. Mucha gente reivindica
en la actualidad una economa de los bienes comunes como alternativa al capitalismo
neoliberal. Parecen creer que se puede estar comprometido con lo comn en general,
sin plantearse los sistemas de normas concretos que regularn los bienes y servicios
sometidos a ese rgimen. Es un error. Lo que Ostrom ha demostrado es que participar
en un recurso comn es exactamente lo mismo que seguir las normas que regulan su
gestin, como jugar al ajedrez es seguir el sistema de reglas del ajedrez. Esos
sistemas pueden incluir especializaciones y distintas formas y niveles de
participacin, pero no una mera apelacin a una solidaridad genrica o un
compromiso con lo pblico en general. Los recursos de uso comn son distintos tanto
de la gestin privada como de la administracin estatal.
Quien considere que la economa de los recursos comunes es compatible con las
sociedades complejas tiene que sostener al mismo tiempo que existen normas
relativas a la provisin, distribucin y supervisin de bienes comunes compatibles
con un grado alto de anonimato y de fragilidad de las relaciones sociales empricas.
En las sociedades modernas se amplan mucho no slo las oportunidades y la
motivacin para convertirse en un gorrn, sino tambin la complejidad de los
problemas a resolver. Existen limitaciones cognitivas, y no slo institucionales, a la
participacin masiva en la gestin de numerosas organizaciones importantes, desde
una unidad de oncologa de un hospital hasta el suministro de agua potable de una
gran ciudad.
La imposibilidad tcnica de participar en el ncleo decisorio de un sistema de
gestin de recursos de uso comn podra ser un lmite importante. Tendemos a
considerar mucho ms llenos de sentido aquellos bienes y servicios en cuya
produccin hemos participado y cuya finalidad comprendemos. Cuanto ms marginal
sea nuestra participacin en ese proceso, ms difcil es que nos sintamos implicados
en l. Por eso los intentos bienintencionados de establecer ortopedias participativas
en procesos burocratizados y tcnicamente complejos suelen terminar en un fracaso.
Los presupuestos participativos o las consultas vecinales a propsito de una
remodelacin urbana consumen una gran cantidad de tiempo y de energas. Sin
embargo, mantienen a los usuarios en un lugar perifrico por lo que toca a la
actividad efectiva de uso, gestin y provisin de los bienes o servicios en cuestin.
La moraleja es que el gobierno de los comunes es indisociable de una apuesta
comunitarista en un sentido bastante tradicional. Las relaciones comunitarias densas y
continuas son esenciales para la supervivencia de sistemas de normas en los que la
tentacin de defraudar sera muy fuerte si la interaccin fuera annima y discontinua.
La propia Ostrom lo subraya cuando seala las debilidades de los modelos de la
eleccin racional para comprender los RUC:

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Estos modelos estn lejos de ser tiles para caracterizar el comportamiento de
los apropiadores en los RUC de pequea escala () En tales situaciones, los
individuos se comunican repetidamente entre s en un marco fsico localizado.
De este modo es posible que aprendan en quin confiar, qu efectos tendrn
sus acciones sobre los dems y sobre los RUC, y cmo organizarse para
obtener provecho y evitar daos. Cuando los individuos han vivido en este
tipo de situaciones durante un tiempo considerable y han desarrollado normas
compartidas, poseen un capital social con el que pueden construir acuerdos
institucionales para resolver los dilemas de los RUC[31].

Una de las claves de los RUC es lo que Ostrom llama creaciones


autoincrementales, que se dan en el proceso de elaboracin de las instituciones que
los regulan. La idea es que el proceso de creacin institucional inicia una dinmica de
aprendizaje que retroalimenta las propias instituciones. En cambio, aunque las
tecnologas de la informacin facilitan mucho la comunicacin y la difusin, sus
caractersticas institucionales (intermitencia, ausencia de un entorno de deliberacin
sosegado) hacen que las iniciativas cooperativas se enfrenten a contradicciones.
Los ciberfetichistas consideran que en la red cambian las reglas del juego. Creen
que las tecnologas de la comunicacin generan un tipo de sociabilidad peculiar a
partir del cruce de acciones individuales fragmentarias. La cooperacin sera la
concurrencia en un espacio comunicativo puro de individuos unidos tan slo por
intereses similares: la programacin de software, las cuestiones legales, las aficiones
personales, la bsqueda de relaciones sexuales, la creacin artstica, la redaccin
colectiva de artculos para una enciclopedia No es una comunidad basada en lazos
personales, o un proyecto de vida comn.
Es un poco como la realizacin de la fantasa burguesa de un contacto social
parcelado que deja inalterado el mbito privado, la vieja aspiracin a que la labor
pblica econmica, poltica o cultural se desarrolle en contenedores estancos que no
comprometan a sus participantes ms all de dicha actividad. Tambin hay una gran
congruencia con la percepcin de la sociabilidad de la teora de la accin racional.
Para los economistas la cooperacin que no surge del clculo egosta o de la
preferencia individual por el altruismo es un fenmeno problemtico incluso en sus
versiones ms triviales. Por ejemplo, la colaboracin con uno mismo algo que la
mayora damos por supuesto salvo en caso de grave enfermedad mental es una
fuente de dilemas. Un ejemplo bien conocido es la paradoja del fumador. Como cada
cigarrillo supone una contribucin infinitesimal a una posible enfermedad futura, el
fumador nunca tiene motivos racionales en un momento determinado para no fumar
un cigarrillo, ya que el dao que le causa cada cigarrillo es menor que el beneficio
que le proporciona. Sin embargo, la suma de todos estos actos causa un perjuicio total

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una enfermedad mortal que excede los beneficios totales, de ah la paradoja.
La razn de esta limitacin de la teora de la eleccin racional es que concibe la
identidad emprica cotidiana, nuestro yo real, como una colectividad. Como si el
yo del fumador actual fuera distinto del que se esfuerza en dejar su hbito o del
enfermo de enfisema que se arrepiente de sus aos de tabaquismo, con independencia
de que sea la misma persona la que experimente todos esos estados a lo largo de su
vida. As, la perspectiva correcta de la propia vida sera la del momento actual. El yo
tcnico de la teora de la eleccin racional es un punto vaco atemporal que se debe
reactualizar constantemente para no caer en la incoherencia formal. Obviamente, los
individuos reales no somos as. Estamos comprometidos con normas e instituciones
que regulan nuestra conducta al margen de nuestras preferencias puntuales. Y sa es
la base de nuestra actividad social. Por eso los economistas tienen tantas dificultades
para explicar la aparicin de instituciones como los recursos de uso comn, que
deberan ser irracionales pero que en realidad resultan muy eficaces.
En Internet, en cambio, la sociabilidad no parece violentar los principios de la
teora de la accin racional. Los ordenadores son una horma que obliga a la gente a
comportarse como individuos fragmentarios. Los proyectos cooperativos cibernticos
estn basados en procedimientos tcnicos aparentemente indiferentes a las
identidades personales empricas. El anonimato y la inmediatez permiten colaborar,
compartir y formar parte de una comunidad digital cuando uno quiere, si es que
quiere y con la personalidad preferida. La tecnocooperacin parece el producto de
una serie aleatoria de decisores racionales perfectos sin ms pasado o futuro que el de
sus preferencias actuales. Las tecnologas de la comunicacin crean un velo
ideolgico que lo hace posible. Descomponen la personalidad emprica en una serie
de identidades compartimentadas y, sobre todo, ofrecen un mecanismo tcnico para
recomponer la actividad social por medio de artefactos participativos.
En este sentido, Internet desempea una funcin anloga a la del mercado de
trabajo: es un dispositivo pragmtico para liberar la actividad cooperativa
cognoscitiva en un caso, laboral en otro de las condiciones institucionales en las
que tradicionalmente se haba desarrollado. Un procedimiento para convertir en una
transaccin formal un tipo de vnculo que en todas las sociedades precedentes ha
estado basado en relaciones de dependencia mutua colectiva. Las tecnologas de la
comunicacin permiten la ficcin de un nuevo tipo de comunidad, un modelo de
organizacin social novedoso compuesto de fragmentos de yo, de infinitsimas de
identidad personal, del mismo modo que Wikipedia se elabora a partir de las
infinitsimas de erudito que cada participante posee.
En realidad, la cooperacin en la red se parece tanto a una comunidad poltica
como una gran empresa se parece a una familia extensa. Internet es la utopa
postpoltica por antonomasia. Se basa en la fantasa de que hemos dejado atrs los

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grandes conflictos del siglo XX. Los postmodernos imaginan que los cambios
culturales y simblicos nos alejan del craso individualismo liberal, para el que el
inters egosta en su sentido ms grosero era el motor del cambio social. Y tambin
que hemos superado la apuesta por un Estado benefactor que soluciona algunos
problemas pero ahoga la creatividad en un ocano de burocracia gris. Imaginan un
mundo lleno de emprendedores celosos de su individualidad, pero creativos y
socialmente conscientes. Donde el conocimiento ser el principal valor de una
economa competitiva pero limpia e inmaterial. Donde los nuevos lderes econmicos
estarn ms interesados por el surf que por los yates, por las magdalenas caseras que
por el caviar, por los coches hbridos que por los deportivos, por el caf de cultivo
ecolgico que por el Dom Perignon.
As que los ciberfetichistas no estn sencillamente equivocados. Han dado una
solucin falsa a un problema real. El dilema de los bienes comunes en una sociedad
compleja es una versin estilizada del dilema tico fundamental de la izquierda.
Deseamos ser individuos libres y, al mismo tiempo, formar parte de una red de
solidaridad y compromisos profundos y no meramente burocrticos. Queremos una
economa eficaz que nos permita optar entre distintas ocupaciones e incentive el
talento para que todos nos beneficiemos de l. Pero no queremos un mercado de
trabajo que nos obligue a competir y produzca desigualdades.
Es un dilema porque a cada uno de nosotros nos gustara tener relaciones sociales
electivas y no obligadas pero que todos los dems formaran una slida red de
solidaridad que nos proteja y garantice que la cooperacin ser continua y no
ocasional. Es un poco lo que nos pasa como turistas. Viajamos a sitios que seran
maravillosos si no fuera por toda esa gente que los abarrota porque han decidido,
como nosotros, viajar a sitios maravillosos. Dicho de otra manera, la cooperacin en
Internet nos devuelve violentamente al punto de partida de las tradiciones
emancipatorias. La cuestin clave es si podemos recuperar algo de lo aprendido a lo
largo de ms de un siglo de intentos de transformacin social o si tenemos que
empezar desde cero.

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SEGUNDA PARTE

Despus del capitalismo

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Emancipacin y dependencia mutua
El ciberutopismo actualiza una idea muy presente en los movimientos
revolucionarios modernos: la superacin de la tutela comunitaria tradicional y la
aparicin de una forma de relacin social al mismo tiempo solidaria y respetuosa con
el libre desarrollo individual. La crtica de la fantasa de la red desde un punto de
vista comprometido con el cambio poltico exige someter a examen tambin el modo
en que la izquierda se plante este problema fundamental. El milenarismo digital es
una mala respuesta a una buena pregunta al igual que muchas concepciones
modernas de la sociedad postcapitalista.
El ciberfetichismo resulta tan atractivo porque concibe nuestro tiempo como el
resultado de una ruptura incruenta y fructfera con el pasado. Desde esta perspectiva,
somos los afortunados herederos de algunos cambios tecnolgicos con importantes
subproductos sociales y potencialmente polticos. Y la verdad es que el lastre del que
nos gustara habernos desprendido es pesado. Internet y el tecnoutopismo, ms que
una cortina de humo, son un blsamo de irrealidad para una herencia histrica
insoportable, en la que la consistencia de la realidad pareca violentamente excesiva.
La razn en marcha ya no atruena, como dice el verso de La Internacional: es una
suave y trivial msica ambiental que fluye a travs de los auriculares de nuestros
iPods.
Es difcil saber si nuestro pasado reciente fue una poca ms desgraciada que
otras. Imagino que viene a ser ms o menos lo mismo morirse de hambre o fro en
una aldea centroeuropea del siglo XIII que en un campo de concentracin alemn o
ruso, y que no debe de haber mucha diferencia entre que te tiren aceite hirviendo en
el asedio a una muralla medieval o que te bombardeen con napalm en la selva
vietnamita.
Aunque, por otro lado, el modo en que las grandes catstrofes y desafos de
nuestra era mueven a la movilizacin en vez de a la oracin es histricamente nico.
Son, o al menos eso pensamos, el resultado de ordenaciones sociales que escapan a
nuestro control pero que se podran modificar si se dieran las condiciones adecuadas.
Slavoj Zizek lo expres con su contundente jerga lacaniana: En contraste con el
siglo XIX, lleno de proyectos e ideales utpicos o cientficos, de planes para el
futuro, el siglo XX se atrevi a enfrentarse a la cosa en s, a realizar directamente el
Nuevo Orden. El momento verdadero y definitorio del siglo XX es la experiencia
directa de lo Real como algo opuesto a la realidad social cotidiana, lo Real en su
extrema violencia como precio que hay que pagar por pelar las decepcionantes capas
de la realidad[32].
La retrica de la inmaterialidad, la abundancia digital, la sociabilidad reticular y
el postfordismo trata de ocultar que todo sigue ms o menos igual que hace dos

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guerras mundiales, la gran depresin, la crisis del petrleo, la descolonizacin, el
enfrentamiento de bloques, la carrera nuclear o el neoliberalismo. No en el sentido de
que la gente siga teniendo ms o menos problemas de nuevo, un asunto difcil de
evaluar, sino de que los dilemas consolidados en el pasado nos siguen acosando
aunque finjamos no verlos. Menos como en Los fantasmas atacan al jefe que como
en El sexto sentido. El mensaje que no queremos or es que nuestras esperanzas
ciberutpicas han nacido muertas.

* * *

Hace algo ms de cien aos se manifestaron en Occidente los efectos combinados de


un conjunto de dinmicas sociales destructivas cuyo origen se remonta a los aos
heroicos del capitalismo y que los pases no europeos ya haban padecido. La
sobreproduccin sistmica, los procesos de expansin colonial, los sistemas polticos
en crisis La formacin histrica del capitalismo engendr tensiones sociales,
econmicas y polticas de una enorme envergadura que se expandieron por todo el
mundo y eclosionaron en el periodo que va de 1914 a 1989, lo que a veces se
denomina el corto siglo XX. Hoy seguimos lidiando con el mismo puzle, pero es
como si hubisemos cubierto las piezas con una capa de pintura de un color alegre y
motivos high-tech. El rompecabezas sigue siendo el mismo, pero resulta ms confuso
y difcil de resolver.
La verdad es que fue uno de los periodos histricos ms sangrientos que
conocemos, al menos en trminos cuantitativos. Se calcula que entre 1900 y 1993 se
produjeron ciento cincuenta y cuatro guerras que se cobraron ms de cien millones de
vidas, de las cuales el 80% eran civiles. El novelista Erri de Luca, que, por cierto,
dice enfadarse mucho cuando alguien habla mal del siglo XX, suele citar un poema de
Mandelstam que recoge muy bien el zeitgeist secular: Siglo mo, bestia ma, quin
sabr / hundir los ojos en tus pupilas / y pegar con su sangre / las vrtebras de las dos
pocas?.
Los testimonios de esa poca resultan reveladores por el extraordinario influjo
que esos acontecimientos tenan en la percepcin cotidiana del estado de las cosas.
Por ejemplo, durante algn tiempo, como recuerda el escritor John Berger, el temor a
un holocausto nuclear era constante y urgente, hasta el punto de que reverberaba en
decisiones tan personales como la vocacin artstica: No dej de pintar porque
creyera que no tena talento, sino porque entonces era al principio de los aos
cincuenta me pareci que pintar cuadros no era una manera lo suficientemente
directa de luchar contra las armas nucleares que amenazaban con acabar con el
mundo. Hoy cuesta trabajo convencer a la gente de hasta qu punto creamos que
apenas nos quedaba tiempo para impedir esa hecatombe[33]. Todava a finales de los

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aos ochenta Martin Amis un escritor postmoderno, generalmente irnico y poco
engag escribi Los monstruos de Einstein, un ensayo que hoy sorprende por el
tono impaciente y alarmado con el que aborda la amenaza nuclear, un problema del
que nos hemos desentendido frvolamente.
De igual modo, el antagonismo poltico es una experiencia colectiva
indisolublemente vinculada a estos procesos histricos. Lo caracterstico es que la
izquierda radical vivi la historia del siglo XX a travs de un dilema prctico
completamente previsible y, al mismo tiempo, inevitable. El filsofo Gerald Cohen
contaba una ancdota esclarecedora.

En agosto de 1964, pas dos semanas en Checoslovaquia, en concreto en


Praga, en casa de la hermana de mi padre, Jennie Freed, y su marido, Norman.
Estaban all porque Norman era en ese tiempo editor de World Marxist Review
()
Una tarde plante una pregunta sobre la relacin entre la justicia o, mejor
de forma ms general, entre los principios morales y la prctica poltica
comunista. La pregunta provoc una respuesta sardnica por parte del to
Norman. No me hables de moralidad dijo, con algo de desprecio. No
me interesa la moral. El tono y el contexto de sus palabras le dieron esta
fuerza: La moralidad es puro cuento ideolgico; no tiene nada que ver con la
lucha entre el capitalismo y el socialismo.
En contestacin a la frase de Norman dije: Pero to Norman, eres un
comunista de toda la vida. Seguro que tu actitud poltica refleja un fuerte
compromiso moral.
No tiene nada que ver con la moral replic, elevando ahora el volumen
de su voz. Estoy luchando por mi clase![34]

Eric Hobsbawm, en su Historia del siglo XX, nos habla de algunas personas con
vidas an ms comprometidas que la del to Norman. Por ejemplo Olga Benario, hija
de un prspero abogado muniqus que ingres en la Liga Juvenil Comunista de
Alemania en 1923, a los quince aos. Olga se destac en las luchas callejeras contra
las milicias nazis, hasta que ella y su compaero Otto Braun fueron detenidos.
Benario fue liberada y particip en el asalto a la prisin de Moabit para liberar a
Braun y luego ambos lograron fugarse a la Unin Sovitica. Posteriormente Benario
viaj a Brasil, donde se uni a Luis Carlos Prestes, lder de una marcha
revolucionaria que atraves las zonas ms remotas del Brasil. El levantamiento
fracas y el gobierno brasileo entreg a Benario a la Alemania nazi, donde muri en
un campo de concentracin. Otto Braun, por su parte, acab en China, donde fue el
nico occidental que particip en la larga marcha de Mao.

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El propio Erri de Luca fue responsable en los aos setenta del servicio de
seguridad de Lotta Continua, una organizacin italiana de extrema izquierda. Erri de
Luca describe la violencia de los aos de plomo italianos como una cuestin objetiva,
con un extrao distanciamiento: La revolucin es una necesidad, no una inspiracin
potica. No tiene que ver con una edad o con el temperamento, es una maldita
necesidad.
Hay algo trgico, en el sentido ms profundo de la expresin, en estas vidas de
gran altura moral que, sin embargo, fueron vividas como el resultado de fuerzas
extrapersonales, como el mero juego, a lo sumo, de algn tejemaneje entre el en s
y el para s. Parecen fenmenos naturales, antes que actos modulados por razones,
dudas y conflictos personales. Es como si las acciones de los revolucionarios
quedaran completamente subsumidas por grandes procesos estructurales. Tal vez por
eso estas alucinantes vidas revolucionarias apenas han dado lugar a una narrativa
propia. Los hroes leninistas tienden a carecer de ese cromatismo psicolgico que
necesit la novela moderna: se parecen ms a Antgona que a Madame Bovary. El
socialista que aparece en medio de la comunidad tradicional de los cosacos en El don
apacible, la novela de Mijal Shlojov, es un espectro distante y fro, no hay bondad
ni orgullo moral en alguien que, sin embargo, ha decidido dedicar su vida a los
dems.
Es algo que Bertolt Brecht comprendi a la perfeccin y en torno a lo cual erigi
no slo su obra sino tambin su compromiso poltico. De nuevo, Zizek lo explicaba
con mucho gracejo cuando lo recordaba en 1953 aplaudiendo por la calle a los
tanques soviticos que se dirigan a la Stalinalle a reprimir a los trabajadores en
huelga. Walter Benjamn lo expuso con toda claridad: Marx se plante el problema
de hacer surgir la revolucin de su contrario, desde el capitalismo, sin recurrir al
ethos. Brecht traslada el problema a la esfera humana: quiere hacer que surja por s
misma, sin ethos alguno, la figura del revolucionario desde el tipo malo y egosta, a
partir de la bajeza y la vileza[35].

* * *

Los movimientos polticos que surgieron de la crtica antiinstitucional de 1968


mantuvieron este tono objetivista. En 1971 tuvo lugar en la televisin holandesa un
famoso debate entre Noam Chomsky y Michel Foucault. Mientras Chomsky
mantena posiciones ilustradas convencionales matar y oprimir est mal, la
igualdad y la libertad estn bien, Foucault responda con un antimoralismo
radical, tericamente coherente pero muy excntrico: El proletariado no hace la
guerra contra la clase dominante porque crea que esa guerra es justa sino porque, por
primera vez en la historia, quiere hacerse con el poder () Cuando el proletariado

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toma el poder es perfectamente posible que ejerza sobre las clases que ha derrotado
un poder violento, dictatorial e incluso sanguinario. Y no veo qu objecin se puede
hacer a eso. Veinte aos despus Chomsky recordaba as a Foucault: Nunca he
conocido a nadie que fuera tan completamente amoral. Generalmente cuando se habla
con alguien, uno da por sentado que se comparte algn territorio moral. Con l me
sent, sin embargo, como si estuviera hablando con alguien que no habitara el mismo
universo moral. Personalmente me result simptico. Pero no pude entenderlo, como
si fuera de otra especie o algo as[36].
Por qu la izquierda revolucionaria fue tan renuente a interpretar sus prcticas
desde la subjetividad moral? Por qu se ha esforzado en ser de otra especie? Es
importante no dar una respuesta condescendiente. Hace aos, alguien escribi en el
diario ABC respecto a la cuestin social y los conflictos de clase: Si los pobres
tuvieran ms paciencia y los ricos ms generosidad, todo se arreglara. La frase
seala con precisin las debilidades de las teoras ticas personalistas que buscan el
consenso. Por supuesto, no todas son tan rancias e hipcritas como la del ABC. En El
corto verano de la anarqua, un texto de Hans Magnus Enzsenberger sobre Durruti y
el anarquismo espaol de los aos treinta, aparece este testimonio: En cada pueblo
haba al menos un obrero consciente, el cual se distingua porque no fumaba, no
jugaba, no beba, profesaba el atesmo y no estaba casado con su mujer (a la que era
fiel).
La resistencia del socialismo al subjetivismo tiene que ver con las gigantescas e
invisibles disimilitudes en el orden de magnitud de relaciones sociales que
aparentemente conviven en el mismo universo. En 1971 el economista holands Jan
Pen ide una forma de representacin para que la magnitud de la desigualdad social
resultara ms intuitiva. Lo llam el desfile de los salarios. Consiste en suponer que la
altura de cada habitante de un pas es proporcional a sus ingresos, de modo que la
gente pobre sea muy baja y la gente rica muy alta. A continuacin, imaginamos que
todos ellos desfilan en una larga hilera, ordenados de menor a mayor tamao. El
desfile durar exactamente una hora. Si suponemos una altura media de un metro y
setenta centmetros equivalente a mil setecientos euros mensuales (el salario bruto
medio en Espaa en 2010, lo que equivale a unos mil trescientos euros netos), la cosa
sera ms o menos as.
El desfile comenzara con gente muy bajita cuya altura va creciendo lentamente.
A los diez minutos las personas que pasan delante de nosotros apenas llegan al metro
de altura (un salario de unos mil euros brutos). Poco a poco la altura va aumentando y
al llegar a la media hora o sea, la mitad del desfile, la gente que pasa ya mide un
poco ms de metro y medio (mil quinientos euros brutos). Cinco minutos despus por
fin se alcanza la altura media de ciento setenta centmetros. La verdad es que el
desfile es un espectculo muy aburrido. La altura aumenta muy lentamente y son un

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montn de gente. A los cuarenta y ocho minutos empieza a pasar gente con aspecto
de jugadores de baloncesto de hasta dos metros y medio (dos mil quinientos euros) y
en los ltimos cinco minutos vemos llegar a personas de ms de tres metros.
En el ltimo minuto por fin las cosas se ponen interesantes. Aparece gente muy
alta, el 0,5% de la poblacin, de ms de diez metros. Entre ellos Mariano Rajoy, que
medira unos quince metros Entonces pasan unos pocos miles de asalariados que en
Espaa ganan ms de seiscientos mil euros al ao. Primero los ms bajitos, que
miden unos cincuenta metros (como una piscina olmpica), entre ellos Jos Mara
Aznar. Al final los superasalariados, como Alfredo Sez, consejero delegado del
Banco Santander, que gana nueve millones de euros al ao y medira setecientos
cincuenta metros o el futbolista Cristiano Ronaldo, que gana un milln de euros al
mes y medira todo un kilmetro. Aun as, estas estaturas son relativamente bajas si
las comparamos con las de los muy ricos, que pasaran como centellas en los ltimos
instantes del desfile. En este caso no hay salarios, claro. Pero si pensamos en una
gran fortuna de unos mil quinientos millones de euros (por ejemplo las de Florentino
Prez o Alicia Koplowitz) que rindiera al ao un modesto 4%, tendramos una altura
de cinco kilmetros, ms que el Mont Blanc. Incluso si aplicamos un criterio an ms
restrictivo (digamos, el 2% de rendimiento), en los ltimos instantes del desfile
pasara a gran velocidad una masa inverosmil. Es Amancio Ortega, dueo de Inditex
y uno de los hombres ms ricos del mundo, que con una fortuna estimada en treinta y
siete mil millones de euros medira ms de sesenta kilmetros y tendra dificultades
para respirar porque su cabeza estara en la mesosfera. Dicho al revs, si Florentino
Prez midiera un metro setenta, una persona normal sera como un caro, o sea,
invisible. Si tomramos en consideracin el patrimonio, las desigualdades seran
mucho mayores, al igual que si el desfile fuera mundial. Grosso modo, unas mil
doscientas personas tienen un patrimonio de ms de mil millones de dlares en todo
el mundo, sobre una poblacin global de siete mil millones de personas y con unos
ingresos medios mundiales de unos dieciocho mil dlares.
Qu papel juega la tica en esta gigantomaquia que es la lucha de clases? La
respuesta clsica del marxismo es que muy pequeo: que en este campo de batalla de
pulgas frente a colosos la tica queda de algn modo absorbida por las grandes
relaciones sociales. Es un poco como en ese chiste en el que el Papa va a un pas
africano que est padeciendo una hambruna y pregunta a un cardenal de su squito,
Pero cmo estn estos nios tan delgados?, y el cardenal le responde, Santidad,
es que no comen. Y entonces el Papa se agacha frente a uno de los nios y le dice en
tono carioso, Hay que comer. Ni los ms dogmticos negaran que la naturaleza
moral de las acciones padece al menos una cierta indeterminacin. La aparicin de
desproporciones estructurales que tienen la magnitud de cataclismos aumenta esta
indeterminacin hasta su completa indefinicin semntica.

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El antipersonalismo de las tradiciones emancipatorias tiene que ver con la idea de
que la modernidad es, en realidad, un periodo histrico de transicin en el que hay
grandes procesos sociales muy activos que tienen una influencia crucial en nuestra
cotidianeidad. Como si estuviramos atravesando un periodo de enorme actividad
ssmica en el que el entorno geolgico cambiara cada dos por tres. Es algo que tiene
implicaciones ticas relevantes. Para las teoras morales clsicas el contexto
sociocultural, como el entorno ideolgico, es sencillamente un paisaje, no muy
distinto de la ley de la gravedad. Hay buenas razones argumentativas para ello: el
contextualismo es, en el fondo, una forma de relativismo. Adems, para la mayor
parte de las sociedades preexistentes, las condiciones econmicas y sociales fueron
notablemente estables. Lo caracterstico de la modernidad en cambio es lo que
Rousseau llam el torbellino social: lo advirtamos o no, los grandes procesos
sociales son fuerzas permanentemente presentes en nuestra vida moral.
En general, la influencia de macroprocesos demogrficos o econmicos produce
un notorio desconcierto tico. Padecemos un dficit cognitivo que nos impide
hacernos cargo de grandes magnitudes ms all de cierto lmite. Por eso los modelos
del sistema solar o de la estructura del tomo que todos conocemos son imgenes
muy estilizadas, no representaciones a escala. Las distancias entre los planetas son
demasiado grandes y el tamao de las partculas subatmicas demasiado pequeas
para que resulten intuitivos. Por ejemplo, si dibujamos la Tierra del tamao de una
pelota de tenis, la imagen del sol correspondiente tendra que tener once metros. Si
representramos el ncleo atmico del tamao de un grano de pimienta,
necesitaramos cien kilmetros para hacer una imagen a escala de la estructura del
tomo. Es como si tuviramos un sesgo cognitivo similar que afecta las
representaciones morales de aquellas acciones que forman parte de procesos muy
amplios, complejos y de largo recorrido. La izquierda ha intentado, tal vez
infructuosamente, estar a la altura de estos desafos.
Hay una cierta coherencia entre esta astenia tica y las ilusiones contemporneas
de superacin del marco poltico tradicional mediante nuevas formas de relacin
social. Tal vez por eso el ciberutopismo ha calado tan hondo entre los movimientos
antagonistas. El fetichismo de la red elimina de la ecuacin social los grandes
conflictos modernos y, de este modo, pretende convertir un inmenso problema en una
solucin. La ideologa californiana ha privado al dilema pragmtico revolucionario de
sus connotaciones trgicas, que estaban relacionadas con gigantescos enfrentamientos
materiales y polticos. Sencillamente ha aceptado el dilema con jolgorio digital. Un
poco como en ese episodio de The Simpsons en el que Bart se presenta candidato a
las elecciones de delegado de curso en su escuela de primaria. En el transcurso de la
campaa electoral, el adversario de Bart, el alumno ms aplicado de su clase, recurre
a una estrategia de descrdito difundiendo carteles en los que se lee: Con Bart

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llegar la anarqua. Bart Simpson reacciona con una contracampaa optimista:
Con Bart llegar la anarqua!. El ciberfetichismo es incapaz de generar
compromiso tico, s. Pero en una poca en la que las mquinas definen nuestras
relaciones sociales y nadie habla de la lucha de clases, sa parece una buena noticia,
un paso ms hacia la sociedad libre de friccin.

* * *

Los movimientos emancipatorios tienen una teora coherente sobre la naturaleza de


algunos de los procesos sociales modernos ms profundos. Bsicamente, sostienen
que hay una profunda copertenencia de dos dinmicas histricas: la revolucin
industrial y la emancipacin poltica. La idea es que la comprensin cabal de la una
es inconcebible sin la otra. No hay autntica liberacin poltica ni progreso cultural si
carecen de contenido material. Como se suele decir, freedom of the press is
guaranteed only to those who own one: la libertad de prensa slo est garantizada
para quien tiene una imprenta. Simtricamente, la mejora material se convierte en un
proceso entrpico si no existe una genuina posibilidad de intervenir en l
polticamente.
La tesis bsica de los revolucionarios es que en cierto momento de los inicios de
la modernidad se rompi el equilibrio y la retroalimentacin entre la liberacin
poltica y el progreso econmico. Las posibilidades de decisin poltica comenzaron
a estar condicionadas a la reproduccin ampliada de los intereses econmicos. Eso
habra limitado el desarrollo social incrementando las desigualdades materiales y
creando procesos de exclusin y deslegitimacin. Tambin habra cortocircuitado el
progreso material al generar sobreproduccin, paro, financiarizacin y, finalmente, un
desafo de los propios lmites ecolgicos del planeta. sta sera la fuente no slo de la
incorrecta realizacin de cada uno de los procesos, sino tambin del hiato entre la
moralidad de nuestra conducta individual y nuestras teoras ticas generales.
Los marxistas suelen fechar el sometimiento de la poltica a la economa en el
fracaso de las revoluciones de 1848. En esa fecha la economa se trag las esperanzas
de democratizacin y autonoma de la vida pblica. Marx lo expres diciendo que el
estado moderno no es ms que el consejo de administracin de los problemas
comunes de la clase burguesa. En parte es verdad y en parte es slo una manera de
hablar. Tratar como si fuera la misma cosa el estado de Paraguay, un pas donde no
hay impuesto de la renta, y el de Noruega parece, como poco, extrao.
En trminos aparentemente ms exactos, se suele decir que la economa
determina los lmites de las posibilidades polticas. Es decir, los procesos econmicos
no dictan exactamente lo que las organizaciones polticas pueden hacer, pero
establecen un marco restrictivo que coarta su capacidad de eleccin. Aunque,

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bsicamente, estoy de acuerdo con esta idea, tambin tengo algunas reservas. Como
sealaba en la primera seccin a propsito de la causalidad en ciencias sociales, es
una tesis muy poco precisa. Los lmites, o con ms exactitud, las oportunidades, no
nos dicen automticamente algo acerca de las elecciones. Levine, Sober y Wright
ponen un ejemplo esclarecedor:

Imagnese el siguiente caso: un individuo elige una pera de una cesta de


fruta. Hay dos causas en juego: la variedad de frutas que hay en la cesta y las
preferencias personales respecto a las distintas frutas que existen. Supngase
que hay treinta tipos de fruta en el mundo y que veinticinco de ellos estn en
la cesta, cul es la causa ms importante de la eleccin individual de una
pera, la composicin de la cesta de fruta o los gustos del individuo? La
respuesta est indeterminada dada la informacin especificada. Podra ser que,
aunque en la cesta estuvieran los treinta tipos de fruta, el individuo siguiera
escogiendo una pera. En este caso, el lmite estructural de la eleccin
individual es irrelevante. Por otra parte, si el individuo hubiera preferido una
de las frutas excluidas, el proceso de limitacin sera una parte importante de
la explicacin de la eleccin final. En general, no hay un medio sencillo de
establecer si la reduccin de posibilidades representadas por los lmites es
mayor o menor que la reduccin representada por la seleccin[37].

No es un matiz acadmico. Si el rango de elecciones que el capitalismo permite


fuera coextensivo con las opciones emancipadoras, resultara poco claro en qu
sentido el capitalismo es opresor. Es una tesis que a mucha gente le resulta
convincente. Al menos a mucha gente que vive en los estados de bienestar del primer
mundo en los periodos de ciclo alcista de sus economas.
Un contraargumento interesante es que sabemos que las oportunidades influyen
mucho en los deseos: tendemos a querer lo que podemos conseguir. As que tal vez
las limitaciones hagan que no sepamos lo que queremos realmente. Si no hay
abundancia de oportunidades, no podemos estar seguros de que estamos tomando
nosotros mismos nuestras propias decisiones, aunque creamos estar hacindolo.
Como en Matrix, queremos la pastilla roja.
Sin embargo, tambin es cierto que existe en el nivel colectivo una especie de
reflejo de la debilidad de voluntad. Si pensamos que tenemos una tendencia
sistemtica a tomar decisiones auto-destructivas, podramos considerar que cierto
nivel de encadenamiento es liberador o, al menos, una segunda mejor opcin. Alguna
gente con problemas de autocontrol mete su tarjeta de crdito en un vaso de agua que
a continuacin congela. De este modo tiene que darse algn tiempo antes de comprar
(al parecer, las tarjetas de crdito no se pueden introducir en el microondas porque se

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estropea la banda magntica).
A menudo se usa este razonamiento para criticar algunas opciones capitalistas,
como los procesos de privatizacin. Defendemos que se restrinjan algunas
posibilidades mercantiles, que incluso podran resultar beneficiosas a corto plazo
por ejemplo, permitiendo ms opciones deseables, porque instauran un proceso que
pensamos que puede ser incontrolable y catastrfico. Sin embargo, como crea
Montesquieu, este argumento tambin puede utilizarse convincentemente para
sostener posiciones de signo contrario. El capitalismo podra ser un dique aceptable
frente a opciones an peores, incluidas la catstrofe de intentar acometer proyectos
tan virtuosos que resultan irrealizables.
Creo que el argumento del dique es falaz. Los mecanismos de autolimitacin
cuentan con una clusula de revisin. Cuando Ulises pidi que le ataran al mstil de
su barco para poder escuchar sin riesgo el canto de las sirenas, no renunci a su
autonoma de por vida: era un acuerdo limitado. Las personas que congelan su tarjeta
de crdito no han sido legalmente incapacitadas, pueden comprar si lo desean,
sencillamente tienen que esperar algunas horas.
En nuestras sociedades ilustradas somos renuentes a la irreversibilidad. Por eso la
pena de muerte no tiene buena prensa. Y por eso aceptamos algunas condiciones
laborales peores que ciertos tipos de esclavismo, pero no el esclavismo. Lo tpico del
capitalismo es que parece una forma de autolimitacin colectiva, pero realmente
carece de clusula de revisin. Por eso no es una estrategia de autolimitacin sino de
heteronoma, se parece ms a venderse como esclavo que a poner un candado en la
nevera. En algo as pensaba Marx cuando explicaba el papel activo que desempea la
apariencia de libertad e igualdad en los sistemas de estratificacin de las sociedades
modernas. Hoy admitimos niveles de desigualdad material desconocidos en casi
cualquier sociedad pasada porque conviven con el respeto a los derechos individuales
y la igualdad ante la ley.
La renuncia socialista a la moral es un intento de ponerse a la altura de esta
asimetra entre la magnitud de los condicionantes materiales y sociales de nuestras
acciones y nuestra capacidad de intervencin tica. Hay procesos sociales de tal
repercusin que nos impiden vivir nuestra vida en los trminos morales que
podramos desear. Es lo que Gunther Anders llamaba el desnivel prometeico, la
idea de que en la actualidad tenemos la capacidad tcnica para producir efectos
desmesurados con acciones insignificantes. Actos inocentes nos comprometen con
estructuras de repercusiones inimaginables. El mero hecho de llamar por un telfono
mvil nos convierte en cmplices inconscientes de la muerte de miles de personas en
las guerras del coltn.
Una conducta tica cabal sera preferir morirse de fro a vestir ropa fabricada por
trabajadores que cobran sueldos de miseria. Muy razonablemente, los revolucionarios

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no confan en que esta virtud supererogatoria pueda generalizarse. Por eso renuncian
a interpretar sus propios actos en trminos de una tica general. En ese sentido, la
renuncia a la fundamentacin moral de las acciones puede entenderse como un
intento, quizs no muy realista, de fundar un marco tico eficaz. Los anticapitalistas
quieren construir una sociedad en la que se pueda ser bueno sin necesidad de ser un
hroe, donde los determinantes estructurales del capitalismo no interfieran
constantemente en nuestras decisiones ticas, polticas y estticas. Bertolt Brecht lo
expres con mucha sensibilidad:

A los por nacer


Verdaderamente: vivo en tiempos tenebrosos.
La cndida palabra es necia. Una frente tersa
revela insensibilidad. Y si alguien re
es que no le ha llegado todava
la noticia terrible.
Qu tiempos son stos, en que
es casi un crimen hablar de los rboles
porque eso es callar sobre tantas maldades?

()

Vosotros, los que surgiris del pantano


en que nosotros hemos sucumbido,
pensad,
cuando hablis de nuestras debilidades,
tambin en el tiempo de tiniebla
del que os habis librado.
Porque, a menudo, cambiando de patria ms que de sandalias,
fuimos desamparados a travs de la guerra de las clases,
cuando todo era injusticia y faltaba la clera.
Mas no por ello ignoramos
que tambin el odio contra la vileza
desencaja el rostro,
que tambin la clera contra la injusticia enronquece
la voz. S, nosotros,
que queramos preparar el terreno a la amistad,
no pudimos ser amistosos.
Vosotros, cuando se llegue a tanto
que el hombre sea un apoyo para el hombre,

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pensad en nosotros
con indulgencia.

El inmoralismo terico revolucionario se sita de un modo extrao entre dos


grandes tradiciones ticas. En principio, hay una congruencia al menos tendencial
entre las tesis socialistas y las corrientes filosficas que podramos denominar
contractualistas. La revolucin sera una especie de iniciativa precontractualista, un
momento constituyente. Busca establecer las condiciones materiales y polticas donde
el contrato social tenga sentido como realidad y no como mero ideal o, peor todava,
como ficcin legitimatoria de la injusticia.
Las teoras contractualistas tratan de imaginar cmo debera ser una organizacin
social para que pudiera ser considerada justa y equitativa por cualquier ser racional o,
al menos, por bastantes seres racionales de la modernidad occidental. Es una forma
de entender la justicia como un conjunto de derechos y deberes establecidos no desde
una perspectiva en particular ni siquiera la de las personas ms santas o ms nobles
sino desde un punto de vista intersubjetivo que cualquier persona que hable de
buena fe aceptara.
Por ejemplo, para el filsofo John Rawls la forma de concebir una organizacin
social justa consiste en imaginar qu principios suscribiran personas que van a
formar parte de esa organizacin pero no saben qu posicin social van a ocupar en
ella. Si no s cul de los trozos de la tarta que estoy cortando me voy a comer, lo ms
inteligente es cortar porciones equitativas. Por eso el contractualismo es una
alternativa a cierta miopa identitaria, como aclara un chiste sobre arquitectos. Un
transatlntico est a punto de hundirse y el capitn grita: Abandonen el barco! Las
mujeres y los nios, a los botes! Los hombres, pnganse los chalecos
salvavidas!. Entonces el capitn ve que hay un grupo de gente en medio de la
cubierta que no se ha movido. Ustedes! Qu hacen ah parados?. Y uno de ellos
le responde: Es que de los arquitectos no ha dicho nada.
En efecto, las concepciones contractualistas de la justicia no dicen nada sobre
cmo sera preferible que cada persona orientara su vida: como catlico, comofashion
victim, como feminista, como militar, como deportista, como artista, como egosta
racional o incluso como arquitecto. Tan slo establecen unos lmites abstractos que
permiten que algunos de esos proyectos personales cuantos ms, mejor puedan
desarrollarse sin incompatibilidad. En trminos groseramente generales, desde esta
perspectiva una sociedad justa sera aquella que produce el mximo consenso posible
entre sus miembros y, al mismo tiempo, permite el mayor nmero de formas
diferentes de expresin de la individualidad. Es decir, intentan conjugar alguna
versin de la universalidad del deber moral la idea de que hay obligaciones no
contextuales que afectan a cualquier persona y la libertad personal.

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El nexo de ambos vectores es la autonoma, el modo en que los seres humanos
nos reconocemos mutuamente como seres racionales dignos de respeto y no
necesitados de tutela. Los marxistas creyeron que no slo la ilustracin sino el propio
capitalismo haba sido un buen acicate histrico de la autonoma. Aunque el
capitalismo limita enormemente nuestra libertad poltica, al menos nos ha librado de
una fuente de heteronoma igualmente viscosa, como son las relaciones de
dependencia personal tradicionales. El desgraciado prembulo burgus ha permitido
pensar un tipo de emancipacin basada en la independencia personal, en un cuerpo
poltico formado a partir del acuerdo de individuos libres.
Muchos filsofos y socilogos postmodernos dieron un paso adicional y
pretendieron que el capitalismo cognitivo y digital era en s mismo un escenario
privilegiado para la realizacin personal. Desde su punto de vista, vivimos una poca
histrica intensa y apasionante, en la que cada uno de nosotros puede elegir
libremente el proyecto de vida que ms le convenga y, ms an, nada nos
compromete con l ms all de nuestras propias apetencias. No slo no existen
concepciones de la vida buena hegemnicas, de modo que el contrato social debe
limitarse a instituir un marco mnimo de convivencia que garantice la mayor libertad
individual posible. Es que las propias concepciones individuales de la vida buena
estn desestructuradas, son una sucesin inconexa de preferencias. La idea de fondo
es que nuestra identidad personal no tiene una estructura estable, como tampoco la
sociedad y eso es una buena noticia. Por eso, los postmodernos muy pronto vieron
en Internet un anticipo de un futuro promisorio e inminente.
El socialismo est muy alejado de ese atomismo moral. De hecho, desde otro
punto de vista, la sociedad postrevolucionaria parece responder a un modelo tico
muy distinto del contractualista. Los movimientos antagonistas han sido bastante
vagos a la hora de dar detalles sobre la sociedad postcapitalista, pero no
completamente imprecisos. Marx dice ocasionalmente que en la sociedad comunista
ser posible la autorrealizacin libre y en comn, el crecimiento personal y el
desarrollo de las virtudes creativas. Es decir, el socialismo no es simplemente un
marco general donde las personas estn en libertad de unirse para tratar de realizar su
ideal de vida buena, sino una propuesta tica sustantiva.
El postcapitalismo aspira a superar la alienacin burguesa y fomentar la
realizacin personal conjunta. La nocin marxista de realizacin, segn una elegante
caracterizacin de Jon Elster, tiene que ver con aquellas actividades que tienen
utilidad marginal creciente y se realizan en comn[38]. Muchas de nuestras
preferencias, como comer perritos calientes, tienen utilidad marginal decreciente:
cada perrito adicional que ingiero me reporta un poco menos de satisfaccin que el
anterior. Lo mismo pasa con la mayor parte de los bienes de consumo y de la cultura
de la ostentacin. En cambio, hay otro tipo de actividades que cuanto ms se realizan

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ms satisfactorias resultan. De algn modo, son un fin en s mismas y por eso
Aristteles las llamaba actos perfectos. Es el caso de la msica: empezar a tocar un
instrumento es una empresa ardua, pero cuando se supera esa primera fase cada vez
resulta ms gratificante. Cada libro que leo, o al menos alguno de ellos, me cambia de
un modo que una nueva camisa que pasar de moda en tres meses no puede hacer.
Otro tanto ocurre con ciertos deportes, con la actividad artstica o poltica o con el
cuidado de un nio. Adems, algunas de estas prcticas slo se pueden realizar en
comn, como tocar la Pastoral de Beethoven, intervenir en una asamblea municipal o
tomar decisiones democrticas en una cooperativa sobre una nueva lnea de
produccin.
Es decir, el socialismo dispone de al menos un esbozo de un proyecto de
organizacin social considerado preferible. Uno no hace la revolucin para asentir
plcidamente a un ideal de vida basado en los zapatos Manolo Blahnik, el paintball y
los cruceros Disney. As que muchas propuestas postcapitalistas mantienen una
relacin estrecha con las teoras ticas de la virtud. Desde esta perspectiva moral,
aproximadamente aristotlica, la tica tiene que ver con la construccin de una vida
buena en el contexto de las normas de una comunidad, y no slo con la bsqueda de
un contrato social amplio o incluso universal que establezca un marco de convivencia
razonable.
Para los herederos de Aristteles, el problema de las teoras liberales es que
permiten formalmente una gran cantidad de proyectos que nadie est en condiciones
ni materiales ni sociales de emprender. El caso de Internet es muy ilustrativo. Aunque
ningn obstculo relacionado con la propiedad de los medios de produccin impida la
cooperacin digital, sta sigue siendo marginal, porque no existe el entorno
institucional que precisa: El comunitarista considera que el liberal reduce la
sociedad a una cooperacin entre individuos, que se asocian de forma esencialmente
privada y cuyos intereses fundamentales se definen al margen de la comunidad a la
que pertenecen pues, en cierto sentido, son anteriores a ella. De ah que menosprecie
y degrade las concepciones del bien que tienen un contenido ms fuertemente
comunitario y que insisten por naturaleza en el valor en s de los vnculos sociales,
por encima de su valor como medio para el logro de otros fines meramente
individuales[39].
Es un poco como ese gag de los Monty Pithon sobre una pareja protestante que
observa desde su casa a un numeroso grupo de nios que sale de la casa de enfrente.
Son los hijos de un matrimonio catlico empobrecido que, incapaces de mantenerlos,
ha decidido venderlos como cobayas humanas para experimentos cientficos:

Marido: Pero mira a esos malditos catlicos. Llenan el maldito mundo de


maldita gente a la que no pueden alimentar!

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Esposa: Qu somos nosotros?
Marido: Protestantes! Y a mucha honra!
Esposa: Y por qu ellos tienen tantsimos hijos?
Marido: Pues porque cada vez que tienen relaciones sexuales tienen que
tener un hijo.
Esposa: Nosotros hacemos lo mismo, Harry.
Marido: Qu insinas?
Esposa: Que nosotros tenemos dos hijos y hemos tenido dos veces
relaciones sexuales.
Marido: Eso no tiene nada que ver! Nosotros podemos hacerlo cuando
queramos.

Desde un punto de vista aproximadamente comunitarista, el contractualismo siega


la hierba bajo sus propios pies. Su comprensin de las condiciones de posibilidad de
una organizacin social justa elimina la influencia de las concepciones particulares de
la vida buena. Pero, de este modo, impide que surjan proyectos de desarrollo personal
compartidos. Porque, una vez que nos hemos colocado en una posicin formalista,
estamos condenados a que los proyectos ticos nos parezcan arbitrarios, cuestin de
preferencia individual.
Uno no puede sencillamente reconstruir el vnculo social cuando convenga a sus
intereses privados y de la manera que lo prefiera. En primer lugar, los contextos
comunitarios son muy frgiles. Las normas son fciles de destruir y muy difciles de
restablecer. Las relaciones sociales se parecen ms al cristal que a la plastilina, como
muestra un caso recogido por el psiclogo Dan Ariely.
Una guardera israel decidi imponer multas a los padres que llegaran tarde a
recoger a sus hijos. Los resultados de la iniciativa no fueron los esperados:

Antes de que se introdujera la multa los maestros y los padres tenan un


contrato social, con normas sociales que regulaban el hecho de llegar tarde.
As, si los padres llegaban tarde como suceda ocasionalmente, se sentan
culpables por ello, y dicha culpabilidad les llevaba a ser ms puntuales. Pero
al empezar a imponer las multas, la guardera haba reemplazado
inadvertidamente las normas sociales por las mercantiles. Ahora que los
padres pagaban por su tardanza, interpretaban la situacin en trminos de
normas mercantiles. En otras palabras: puesto que ahora les multaban, podan
decidir por s mismos si llegaban tarde o no. () Lo ms interesante se
produjo una semana despus, cuando la guardera elimin la multa. Ahora el
centro volva a la norma social. Volveran tambin a la norma social los
padres? Y volvera asimismo su sentimiento de culpa? Pues no, en absoluto.

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Una vez eliminada la multa, el comportamiento de los padres ya no vari:
siguieron llegando tarde a recoger a sus hijos. De hecho, cuando desapareci
la multa incluso se produjo un incremento del nmero de padres que se
retrasaba[40].

La razn de esta extraa situacin es que, en segundo lugar, los vnculos sociales
son ms un flujo que una situacin esttica. Son el subproducto no deliberado de un
proceso complejo que es muy complicado de reproducir intencionadamente.

* * *

Hay un crculo del infierno reservado para aquellos que piensan que pueden mediar
entre Kant y Aristteles, entre el contractualismo y las ticas de la virtud. Son dos
arquitecturas ticas contrapuestas, en cierto sentido complementarias y en cierto
sentido contradictorias. Por eso, los socialistas intentaron suturar el hiato entre ambas
propuestas con la fantasa del hombre nuevo. Cuando al fin vivamos en una sociedad
en la que sea posible un contrato social racional sin interferencias econmicas
espurias, aparecer una versin mejorada del ser humano que desear desarrollar el
proyecto de vida socialista.
El hombre nuevo es una manera folclrica de denominar la plasticidad infinita de
la naturaleza humana, otro de los grandes mitos marxistas. Muchos socialistas
creyeron que estamos totalmente determinados por condicionantes histricos y no
hay ninguna estructura antropolgica permanente. La aparicin de una sociedad de
individuos justos, felices, bellos, cooperadores, altruistas y saciados dependera
exclusivamente de encontrar el cctel adecuado de estructuras sociales, polticas y
materiales. Era un proyecto heroico. El ciberfetichismo, en cambio, parece una forma
frvola de desentenderse del problema confiando en que Media Markt suministre la
ortopedia tecnolgica que suture las opciones ticas.
El hombre nuevo fue un proyecto moral y socialmente catastrfico. Pero seala
en una direccin interesante. Su fracaso obliga a plantearse justamente la idea
opuesta: nuestras caractersticas antropolgicas, la naturaleza humana, por usar un
trmino polmico, es tica y polticamente relevante para un proyecto de
emancipacin. Si renunciamos a la idea poco razonable de que somos pura arcilla
socialmente moldeable, nuestras caractersticas como especie adquieren relevancia
poltica.
La tica moderna ha sido poco sensible a los rasgos sustantivos del gnero
humano porque da la impresin de que al introducir esa clase de cuestiones en el
razonamiento moral incurrimos en una falacia naturalista (de las cuestiones de hecho
no se pueden derivar juicios ticos). Al tomar en cuenta exclusivamente la

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racionalidad de la estructura de un sistema de deberes y derechos parece como si no
nos comprometiramos con ninguna cuestin de hecho, sino exclusivamente con sus
propiedades formales, como la consistencia y la coherencia. Esto suena muy
reconfortante, pero lo cierto es que no somos conjuntos matemticos sino miembros
de una especie animal capaces de establecer relaciones familiares duraderas,
reivindicar nuestra individualidad, organizamos polticamente, realizar creaciones
estticas e intelectuales, seguir normas, mantener relaciones de afinidad, hacer
intercambios econmicos Tambin podemos hacer cosas terribles, como matarnos
entre nosotros, o triviales, como hacernos cosquillas.
La evaluacin de un sistema social no puede ser neutral respecto a su idoneidad
para potenciar las capacidades humanas que forman parte de lo que consideramos una
vida buena en su sentido ms pleno o, al menos, eso pensaban los herederos de Marx.
Del mismo modo, la mayora de nosotros bsicamente, todos menos los
economistas tenemos serias dificultades para vivir sumidos en un continuo
intercambio competitivo, sentirnos satisfechos en un entorno con profundas
desigualdades sociales, orientarnos socialmente sin lazos personales estables, o
superar profundos sesgos de irracionalidad que afectan a nuestras decisiones Un
proyecto poltico que ignore estas realidades duraderas slo puede ser caracterizado
como utpico en el sentido ms peyorativo del trmino.
Como especie, no slo tenemos potencialidades, sino tambin debilidades. La
base de los enfoques formalistas es que es posible encontrar procedimientos que
permitiran a un grupo de individuos racionales y autnomos llegar a un consenso
acerca del tipo de organizacin social en la que preferiran vivir. Es un ideal loable,
pero lo cierto es que la independencia individual es, en el mejor de los casos, un
episodio fugaz y no necesariamente afortunado de la vida de la mayor parte de las
personas. Nuestra racionalidad est afectada por nuestra vulnerabilidad. Somos
animales sometidos a problemas, malestares, enfermedades y discapacidades.
Sencillamente no podemos sobrevivir sin la ayuda de los dems. No en el sentido
de un grupo de adultos sanos, lcidos y fornidos que se asocian para prosperar en un
entorno hostil, como en las fbulas contractualistas clsicas o en las ciberutopas
contemporneas. Desde esa perspectiva la discapacidad es algo que nos pasa. Lo
cierto es que es ms bien algo que somos. Todos los nios dependen durante muchos
aos de las personas que los cuidan. Muchas personas volvern a ser dependientes en
algn momento de su vida, de forma espordica o permanente. Dicho de otro modo,
somos codependientes y cualquier concepcin de la libertad personal como base de la
tica tiene que ser coherente con esa realidad antropolgica.
El filsofo Alasdair MacIntyre considera que la codependencia humana afecta
profundamente al modo en que se desarrolla nuestra moral y nuestra racionalidad. El
tipo de personas que queremos llegar a ser est ntimamente vinculado a nuestra

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participacin en una comunidad de deberes y capacidades. Los padres y madres
ensean a sus hijos a aplazar o corregir sus deseos ms inmediatos y a asumir
compromisos y responsabilidades. Ms adelante, nuestros grupos de referencia y las
personas cercanas nos influyen profundamente a la hora de elaborar juicios
morales[41].
A veces los psiclogos sociales interpretan este tipo de relaciones en trminos de
sumisin a la autoridad o al grupo. El archicitado experimento de Milgram mostr
cmo casi cualquier persona puede llegar a realizar actos atroces cuando se lo ordena
alguien cuya autoridad reconoce. En el experimento, un cientfico ordenaba al sujeto
del experimento que diera descargas elctricas cada vez ms intensas a una persona
atada a una silla. Muchas personas obedecieron incluso cuando creyeron que estaban
causando heridas mortales a la vctima (en realidad, se trataba de un actor que no
sufra ningn dao). Sin embargo, estas situaciones experimentales no dicen nada
particularmente negativo sobre el papel de la codependencia en nuestra constitucin
como sujetos ticos. Al contrario, ms bien nos deberan llevar a plantearnos la
necesidad de evitar las relaciones de sometimiento muy tpicas de las instituciones
burocrticas y totales que pervierten la codependencia convirtindola en una fuente
de aberraciones morales. De hecho, no se suele comentar que algunos de los sujetos
del experimento encontraron til la experiencia como va para un crecimiento moral.
En palabras de uno de ellos: El experimento me oblig a reevaluar mi vida. Hizo
que me enfrentase a mi propia docilidad y que luchase contra ella de verdad () Me
constern mi propia debilidad moral, as que empec a hacer gimnasia tica[42].
El modo en que otras personas dependen de nosotros contribuye a nuestra
educacin tica. En muchas culturas tradicionales los hermanos mayores desempean
un papel crucial en las tareas de crianza. Los padres y madres cuidan de los nios
hasta los dos o tres aos y en ese momento empiezan a depender de las atenciones de
otros nios mayores, a menudo de no ms de diez aos[43]. La crianza no es un
servicio unidireccional que los independientes ofrecen a los dependientes, sino que es
parte del proceso formativo de los nios mayores. Para hacerse adulto hay que
aprender a asumir las responsabilidades asociadas al cuidado.
Tanto la capacidad como la discapacidad o la incapacidad estn siempre presentes
en nuestras vidas. Nuestra posibilidad de realizacin tanto individual como conjunta
es indisociable del modo en que nos ayudamos mutuamente. Si no consideramos
nuestra naturaleza dependiente como un asunto poltico, no tendremos motivos para
plantearnos polticamente el modo en que deberamos depender los unos de los otros
porque la respuesta estar dada de antemano: de ningn modo, al menos idealmente.
En nuestras sociedades la discapacidad y la dependencia se consideran fuentes de
heteronoma: o bien una fase en el proceso convencional de convertirse en personas
autnomas nios o de dejar de serlo ancianos o bien una catstrofe

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sobrevenida discapacitados. La autonoma es un mrito reservado para unos
pocos: bsicamente, varones blancos, ricos y con buena salud. De ah la larga y atroz
historia de grupos sociales a los que se ha considerado tutelables en la modernidad
ilustrada: mujeres, pobres, trabajadores no cualificados, no occidentales en general,
marginales, analfabetos, inmigrantes, locos, etc.
Tendemos a pensar en la dependencia de un modo similar a como los liberales
imaginan la igualdad. No creen que sea algo necesariamente malo, pero no la
consideran ni una fuente de obligaciones ni una situacin estable. En todo caso, es un
punto de partida de la libertad personal. Para ellos es razonable que los nios tengan
igualdad de oportunidades, pero las recompensas desiguales a los distintos talentos
son perfectamente aceptables. No consideran que las desigualdades sean en s mismas
degradantes. En cambio, el igualitarismo profundo cree que ciertos niveles de
desigualdad son aberrantes y nos impiden a todos llevar una vida buena, con
independencia de la situacin relativa de los que peor estn o de nuestra propia
situacin personal.
Desde la perspectiva contractualista, la cooperacin profunda siempre tiene algo
de paradjico, porque es una necesidad pero tambin una opcin. Mientras se respete
el marco general de deberes y derechos, es algo que se puede preferir o no. En
cambio, si nos pensamos como seres frgiles y codependientes, estamos obligados a
pensar la cooperacin como una caracterstica humana tan bsica como la
racionalidad, tal vez ms. Nuestra vida es inconcebible sin el compromiso con los
cuidados mutuos. Pensar un escenario de conducta instrumental generalizada es tan
contradictorio como pensar un escenario de irracionalidad y engao mutuo
generalizado. No todas las relaciones sociales importantes tienen que ver con el
cuidado, pero el cuidado es la base material sobre la que se fundamentan todas ellas.
La comunidad poltica, incluso la que se basa en ficciones contractuales, se erige
sobre una red de codependencia. El escenario en el que podemos o no superar la
alienacin es un impulso que forma parte de lo ms ntimo de nuestra naturaleza:
cuidar los unos de los otros.
La mayor parte de nosotros hemos conocido esa realidad en un entorno familiar,
ms que nada porque la mercantilizacin generalizada la ha desterrado de casi
cualquier otro mbito, en especial del laboral. Por eso alguna gente piensa que pensar
polticamente el cuidado es imaginar la sociedad como si fuera una gran familia,
como si tuviramos que tratarnos mutuamente como hermanos o primos en vez de
como ciudadanos autnomos unidos en un proyecto comn. Es exactamente al revs.
El cuidado mutuo es la base material de un vnculo poltico racional alejado del
capricho individual o del formalismo contractual. Y, en ese sentido, el
reconocimiento de su importancia es esencial para superar las relaciones de
dependencia alienantes y opresoras, incluidas algunas relaciones familiares.

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Una buena razn para desconfiar del comunitarismo es el modo en el que muchas
sociedades tradicionales han modulado el cuidado hasta convertirlo en tutela y
dominacin. Pero una razn an mejor para desconfiar del capitalismo es el modo en
que ha destruido las bases sociales de la codependencia instaurando un proyecto
socialmente carcingeno y nihilista. El ciberfetichismo maquilla este programa de
destruccin social para hacerlo apetecible y cordial, en lugar de apocalptico. Nos
habla de comunidades digitales y de conexiones ampliadas, pero es profundamente
incompatible con el cuidado mutuo, la base material de nuestros lazos sociales
empricos.
Hay tipos de comunidad muy distintos con diferentes objetivos y formas de
participacin. Para empezar, existe una distincin bsica entre los grupos exclusivos,
como un club de campo pijo o un gremio tradicional, y los expansivos, como una
congregacin religiosa o un sindicato moderno. Ambas formas de organizacin
pueden ser liberadores e igualitaristas u opresores y elitistas. Creo que la matriz tica
de todas esas formas de compromiso con los dems, de esa codependencia, es la
experiencia del cuidado.
A diferencia de lo que ocurra con lo que llam el dilema tico fundamental de la
izquierda, en el caso de los cuidados no nos enfrentamos a una paradoja. Es muy
complicado encontrar un justo punto medio entre el individualismo moderno y el
colectivismo tradicional porque el atomismo social tiene un fuerte componente auto
destructivo: diluye las redes sociales en las que se implanta, como mostraba el
ejemplo de la guardera israel. Por eso no es posible resolver el dilema mediante una
gradacin de individualismo y colectivismo. No hay ninguna posologa del egosmo
racional compatible con un tejido colectivo tupido.
En cambio, conocemos distintas vivencias de los cuidados que muestran una
amplia gradacin tica, desde la dominacin a la libertad individual. No tenemos que
optar entre dos extremos contradictorios, que se anulan mutuamente. Cuidar de
alguien o ser cuidado no es en s mismo una forma de sometimiento o de sumisin
sino un aspecto tan intrnseco a nuestra naturaleza como nuestra capacidad de
comunicarnos o expresar afectos. Puede dar lugar a relaciones de poder desiguales y
violentas, pero no tiene por qu ser as y, de hecho, en muchas ocasiones no lo es en
absoluto. La modernidad ha hecho un esfuerzo mprobo por ignorar esta realidad
antropolgica y sustituirla por vnculos no basados en la codependencia: burocrticos,
telemticos, mercantiles, ideolgicos El resultado ha sido muy pobre.
La sociabilidad que ofrece el capitalismo puede llegar a ser muy abundante pero
siempre es extremadamente epidrmica. Es el caso de los vnculos sociales reticulares
de las sociedades postmodernas. Hay una gran cantidad de sociabilidad en Internet,
pero resulta inservible para los cuidados. Nuestras familias y nuestros amigos, incluso
nuestros vecinos, son lentos y fastidiosos, pero persistentes y fiables. Exactamente lo

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contrario que el entorno digital. Internet sirve para intercambiar series de televisin,
pero no cuidados. La fantasa de que lo primero es tan importante como lo segundo es
muy propia de personas que han prolongado patolgicamente su adolescencia y creen
que los juegos en red son experiencias intelectuales y sociales satisfactorias. Si
alguna leccin deberamos haber aprendido del capitalismo es que la alienacin y la
insolidaridad son perfectamente congruentes con estndares altos de nivel de vida y
de educacin.
La codependencia no tiene nada que ver con la conectividad. En cierto sentido
son conceptos antnimos. El capitalismo es compatible con las relaciones sociales
reticulares y cierto nivel de cooperacin trivial, no as con el cuidado mutuo. Por eso,
sigue existiendo una enorme masa de trabajo de cuidados ajeno al mercado pero
imprescindible para que las relaciones mercantiles se desarrollen con normalidad.
Esto significa que el capitalismo parasita los cuidados mutuos. Segn algunas
estimaciones, el trabajo de cuidados no remunerado equivaldra al 50% del PIB de un
pas desarrollado. Cada maana se levanta de sus catres un descomunal ejrcito de
trabajadores y consumidores alimentado, sano y limpio dispuesto a seguir moviendo
la gran rueda de hmster capitalista. Sin el trabajo de cuidados no retribuido sera
sencillamente imposible. Cualquier idea sofisticada sobre nuestra ubicacin en una
red global de conexiones dinmicas y vaporosas se desmorona cuando uno se
enfrenta a la brutal fisicidad de un recin nacido o un amigo enfermo al que atender.
Hay pocas experiencias que nos hagan tan conscientes de los lmites del sistema
econmico moderno como tratar de compatibilizar un trabajo asalariado en
condiciones habituales con el cuidado de una persona necesitada de asistencia. Pero
la dependencia mutua no se limita a esos casos extremos, nos afecta a todos en mayor
o menor medida.
La perspectiva de la codependencia es congruente con la desconfianza de la
izquierda hacia la ideologa poltica que exige que cualquier propuesta de cambio
social respete el marco poltico establecido. Es igualmente coherente con una crtica
profunda del modo en que el afn de lucro como motor social lastra de forma
sistemtica los intentos de mejorar la situacin de la mayora. Un descubrimiento
estadstico impactante es que la confianza en los dems y el compromiso social estn
estrechamente correlacionados con la igualdad material, al menos en los pases
desarrollados. A partir de cierto umbral de crecimiento econmico el de los pases
de la OCDE, para entendernos, el aumento relativo de la desigualdad cercena los
lazos comunitarios, con independencia del grado de riqueza de esa sociedad[44]. Un
excelente motivo para defender el igualitarismo es que la desigualdad impide que nos
cuidemos los unos a los otros y, as, nos roba una fuente importante de realizacin
personal.
La tica del cuidado relaciona explcitamente el tipo de personas que deberamos

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aspirar a ser un ideal de vida buena con el tipo de relaciones sociales que
podemos aspirar a llevar como animales racionales y dependientes y su
incompatibilidad con caractersticas fundamentales del capitalismo, como la
desigualdad material o el individualismo. En ese sentido, no slo cuestiona el
ciberutopismo sino que, adems, permite a los proyectos postcapitalistas
reencontrarse con su propia tradicin moral, que ellos mismos se han esforzado
trgicamente en negar. Las organizaciones de izquierda no slo tienen un plan
alternativo al capitalismo, no siempre apetecible o razonable. Tambin atesoran una
historia de cooperacin muy interesante caracterizada por un fortsimo compromiso
prcticamente sin parangn en la modernidad.
En su crtica del internetcentrismo, Morozov recuerda la posicin de Kierkegaard
respecto a los incipientes medios de comunicacin de masas de la primera mitad del
siglo XIX[45]. Mientras la mayora de pensadores del momento celebraba la expansin
de la prensa y las revistas como una va de democratizacin, Kierkegaard pensaba
que iba en detrimento de la vida poltica. Los peridicos estaban al margen de las
estructuras de poder, pero facilitaban que sus lectores mantuvieran opiniones muy
vivas sobre casi cualquier tema de inters pblico. En cambio, no desarrollaban en
igual grado el impulso de actuar en consecuencia. Al contrario, la saturacin de
opiniones e informaciones contrapuestas llevaba a aplazar indefinidamente cualquier
decisin importante. La prensa, en definitiva, destrua la actividad poltica genuina,
que para Kierkegaard tena que ver con los compromisos intensos y las elecciones
arriesgadas.
Las organizaciones revolucionarias del siglo XX parecen haberse tomado muy en
serio a Kierkegaard. Las historias de aventuras y persecuciones de los revolucionarios
profesionales leninistas pueden resultar simpticas o no. Pero lo que es innegable es
que fueron apuestas arriesgadas, en un sentido muy literal, y comprometidas. En
cambio, seguramente los activistas no han destacado en el campo de los cuidados.
Ulrike Meinhof, por ejemplo, intent enviar a sus hijos a un orfanato en Palestina.
Hay algo de paradjico en ello, pues desarrollaron un tipo de compromiso profundo y
libremente elegido que en la modernidad slo conocemos masivamente en su
expresin familiar. Slo un puado de revolucionarios de una profunda sabidura
moral entendi este paralelismo. En 1936, un anarquista recordaba as a Durruti:
Una tarde fuimos a visitarle y lo encontramos en la cocina. Llevaba un delantal,
fregaba los platos y preparaba la cena para su hijita Colette y su mujer. El amigo con
el que haba ido trat de bromear: Pero oye, Durruti, sos son trabajos femeninos.
Durruti le contest rudamente: Toma este ejemplo: cuando mi mujer va a trabajar,
yo limpio la casa, hago las camas y preparo la comida. Adems, bao a mi hija y la
visto. Si crees que un anarquista tiene que estar metido en un bar o un caf mientras
su mujer trabaja, quiere decir que no has comprendido nada. La declaracin de

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Durruti no es la recproca de esta otra de Simone de Beauvoir: No se debera
permitir a ninguna mujer que se quedara en casa para criar a sus hijos. () Las
mujeres no deberan tener esa opcin. Durruti entendi que el trabajo de cuidados
debe ser entendido como una capacidad importante que forma parte del proceso de
realizacin de una persona plena y no slo como una carga histrica que se debera
sacudir de los hombros de las mujeres.
La mayor parte de organizaciones de izquierda es ciega a esta realidad. Hace un
par de aos, en una asamblea de barrio del 15M se discuta cul era el mejor horario
para las reuniones. Hasta entonces se haban celebrado los sbados a medioda, pero
el calor del verano empezaba a apretar. Haba unos cuantos padres y madres de nios
pequeos que sugirieron que una buena hora poda ser las diez de la maana. Los
jvenes sin hijos protestaron horrorizados: ellos salan los viernes por la noche y
semejante madrugn era inimaginable. En su opinin era muy preferible celebrar las
asambleas a las ocho de la tarde. Los padres y madres respondieron que a esa hora
ellos estaban ocupados con baos, cenas y cuentos. Lo que me llam la atencin fue
que los jvenes sin hijos parecan pensar que cuidar de un nio es una opcin ms
entre otras y que, por tanto, no mereca una especial consideracin. Hay gente a la
que le gusta emborracharse los viernes y hay otra a la que le gusta tener hijos. Uno
elige beber cerveza o cambiar paales como quien opta entre Visa o MasterCard. Fin
de la historia.
En cambio, muchas organizaciones revolucionarias surgieron como asociaciones
de apoyo mutuo que trataban de mitigar la destructividad social del capitalismo. Se
parecan mucho ms a comedores populares que a clulas clandestinas militariformes.
sa es una herencia institucional muy valiosa que conecta las aspiraciones modernas
de emancipacin con corrientes antropolgicas prcticamente universales que han
tenido distintas declinaciones organizativas a lo largo de la historia. Por ejemplo, un
recurso de uso comn es, en esencia, un sistema de cuidado mutuo institucionalizado
basado en el compromiso, aunque no necesariamente en la empata y la solidaridad.
Del mismo modo, los miembros de un gremio tradicional mantenan vnculos
laborales con connotaciones de dependencia y reciprocidad ininteligibles desde
nuestra percepcin de lo que significa una relacin profesional. A un maestro de un
taller gremial le hubiera resultado absurda la idea de que se puede despedir a un
aprendiz incompetente, ms o menos como si a nosotros nos propusieran desterrar a
un sobrino antiptico.
Las organizaciones antagonistas trataron de ir ms lejos, cuestionando los
sometimientos caractersticos de las estructuras comunitarias arcaicas y tratando de
filtrar aquellas sedimentaciones opresoras. Seguramente fue un paso en falso. No
porque fuera una mala idea, sino porque intentaron hacerlo rompiendo con la tica
del cuidado y la codependencia a travs del objetivismo. Tal vez por eso los

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revolucionarios han estado mucho ms interesados por las falsas promesas de las
ciencias sociales que por la tica. Y tal vez por eso la burocratizacin de los cuidados
mutuos a travs de un sistema racional e impersonal ha sido una de las grandes
amenazas a las que se han enfrentado los proyectos de emancipacin. No s si el
izquierdismo es la enfermedad infantil del comunismo, pero desde luego la
burocracia es su demencia senil.
Hace muchos aos, el filsofo Carlos Fernndez Liria me dijo que l crea que el
socialismo era una ideologa para gente cansada, para personas que necesitan unas
vacaciones del mercado laboral, el consumo, la publicidad e incluso el ocio. Yo creo
que en realidad es una ideologa para padres e hijos cansados. Deberamos desconfiar
de aquellos proyectos de liberacin que no slo no dicen nada sobre la dependencia
mutua, como la mayor parte de los programas polticos modernos, sino que
literalmente no pueden decir nada sobre ella, como es el caso de las propuestas
identitarias postmodernas o del ciberutopismo. La emancipacin y la igualdad, la
libre realizacin en comn de nuestras capacidades, no se puede desvincular del
mutuo cuidado de nuestras debilidades: de alguna forma, es conceder demasiado al
capitalismo. La codependencia no tutelada es la materia prima con la que podemos
disear un entorno institucional amigable e igualitarista.

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Imaginacin institucional
Durante muchos aos los cientficos sociales se han esforzado por describir los
vnculos comunitarios en trminos muy abstractos, explcitamente formales o no. Los
resultados han sido realmente pobres. La poca heroica de las ciencias sociales ha
concluido. Aunque no abundan las denuncias de sus falsas promesas, tampoco nadie
se toma muy en serio las elucubraciones de Talcoltt Parsons o Lvi-Strauss.
En cambio, los efectos cotidianos de estos saberes zombies perseveran
aumentados. Las ciencias sociales nacieron en el siglo XIX como un intento de
afrontar tericamente los dilemas prcticos de la modernidad. El ciberutopismo y la
sociofobia son la herencia prctica de esa aspiracin, ya desactivada
conceptualmente, y transformada en una cosmovisin poco definida pero muy
extendida. La ideologa digital se apoya en el extraordinario desarrollo tecnolgico de
nuestras sociedades, pero su fundamento es una representacin de nuestra vida en
comn como una mera categora conceptual definida por sus propiedades abstractas
que une a individuos frgiles y fluidos.
La postmodernidad se ha adaptado a las falsas promesas de las ciencias sociales,
un poco como esos raelianos que se suicidan para que se cumplan las profecas en las
que creen. Es como si la gente hubiera aceptado rebajar su percepcin de la realidad
social a la escala explicativa de los economistas, socilogos y psiclogos. La
sociabilidad digital es tan expansiva porque es una pura relacin formal cuya
correccin se establece antes de evaluar su contenido material. El secreto es que
apenas tiene contenido, como ilustra una parbola de MacIntyre:

Haba una vez un hombre que aspiraba a ser el autor de una teora general
de los hoyos. Cuando se le preguntaba, qu clase de hoyos: los cavados por
los nios en la arena por diversin; los que cavan los hortelanos para plantar
retoos de lechuga; pozos de aljibe; los hoyos que hacen los obreros que
construyen carreteras?, sola contestar con indignacin que aspiraba a una
teora general que los explicara todos. Rechazaba, ab initio, el criterio tal
como l lo vea patticamente propio del sentido comn de que acerca del
cavado de diferentes tipos de hoyos tienen que darse tipos de explicaciones
totalmente distintos; por qu entonces, sola preguntar, tenemos el concepto
de un hoyo? Al faltarle las explicaciones a las que originariamente aspiraba,
caa entonces en el descubrimiento de correlaciones estadsticamente
importantes; por ejemplo, hallaba que existe una correlacin entre la cantidad
de pozos que se cava en una sociedad, tal como se mide, o por lo menos se
medir algn da mediante tcnicas economtricas, y el grado de desarrollo
tecnolgico de esa sociedad. Los EE.UU. superan tanto a Paraguay como al

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Alto Volta en el cavado de hoyos. Tambin descubri que la guerra acelera el
cavado de hoyos: hoy hay ms hoyos en Vietnam que antes de la guerra. Estas
observaciones siempre acostumbraba a insistir eran neutrales y libres de
valor[46].

Con mucha frecuencia los cientficos sociales se limitan a recoger conceptos


cotidianos por tanto, vagos y unidos por un mero parecido de familia, como el de
hoyo para, a continuacin, elaborar teoras hueras pero dotadas de un alto grado
de sofisticacin formal y, a veces, erudicin. No slo la construccin de estas teoras
sui gneris consume una cantidad formidable de tiempo y esfuerzos, sino que
influyen en las polticas pblicas o incluso se incorporan a ellas a travs de procesos
costosos, moralmente ambiguos y de eficacia ms que dudosa.
Las teoras econmicas, sociolgicas, polticas, pedaggicas y psicolgicas han
jugado un papel importante en algunas de las principales transformaciones polticas
de la modernidad. A menudo se ha solicitado el concurso directo o indirecto de
cientficos sociales en la organizacin de la justicia, la regulacin de la economa y
las relaciones laborales, la educacin, la estrategia militar o la asistencia social. Sin
embargo, muy rara vez se ha pedido cuentas a las distintas teoras sociales por los
pauprrimos resultados obtenidos, que suelen ser claramente inferiores a los que se
hubieran logrado si sencillamente se hubiera aplicado el sentido comn o se hubiera
continuado con las prcticas acostumbradas, no informadas por criterios
supuestamente tcnicos. En un conocido experimento informal, el Wall Street Journal
hizo que un mono con los ojos vendados lanzara dardos a una diana en la que haban
colocado las cotizaciones burstiles. La cartera de acciones del mono consigui
mejores resultados que el 85% de las gestoras de fondos estadounidenses.
En efecto, los economistas han convertido su especialidad en una rama de la
matemtica aplicada cuya relacin con la subsistencia material, los procesos
productivos y los intercambios en las sociedades histricas es extremadamente
remota. Como afirmaba el politlogo Peter Gowan, el saber acumulado de los
expertos en finanzas a menudo es una rmora para entender la realidad econmica.
Los especialistas perpetran de forma recurrente propuestas prcticas que atenan
contra el ms elemental sentido de la prudencia. El fracaso sistemtico de estas ideas
no ha quebrantado la vehemencia con la que defienden su validez. Que Karl Popper,
un pensador obsesionado con la verificabilidad de las teoras cientficas, sea
prcticamente el nico filsofo de la ciencia cuyas obras se leen en las facultades de
economa no hace sino aadir irona a esta especie de ensueo idealista que a menudo
se confunde con el rigor de los matemticos.
En la autntica ciencia las operaciones deductivas son empricamente fructferas
porque se ha logrado acceder a ncleos estables de inteligibilidad de los fenmenos

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que se aspira a explicar. Por eso en fsica podemos operar matemticamente con
magnitudes bien definidas y obtener resultados con un sentido muy preciso. Nada de
eso ha sucedido en el entorno de las ciencias sociales, tampoco en economa. Nuestra
racionalidad e irracionalidad prcticas son particularmente resistentes a la
formalizacin. Por supuesto, con la suficiente paciencia se puede codificar
prcticamente lo que sea, incluso relaciones familiares o de afinidad. Pero en un
entorno pseudoformalizado las operaciones que se realicen con los cdigos no
tendrn ningn significado emprico, son slo elaboraciones especulativas, a veces
con un aspecto matematiforme sofisticado.
Las ciencias sociales son praxiologas, al igual que la traduccin, la cocina, la
poltica, la comprensin de textos, la educacin de nuestros hijos, las prcticas
deportivas, la agricultura, la interpretacin musical En todos estos mbitos hay
conocimiento e ignorancia, distancia entre el acierto y el error. Se trata de
conocimientos prcticos, donde la experiencia, la recepcin y ampliacin del bagaje
emprico pasado, la imaginacin o la elaboracin analtica resultan determinantes. El
pecado original de las ciencias sociales es extrapolar las nociones propias de estos
saberes cotidianos y utilizarlas como si fueran conceptos cientficos propiamente
dichos. La ciencia, sencillamente, no avanza a travs de la sistematizacin de los
conceptos prcticos del sentido comn. Ms bien al contrario, supone una ruptura con
nuestra experiencia cotidiana.
Aristteles denomin phrnesis, aproximadamente prudencia, al tipo de
sabidura prctica que ponemos en juego cuando queremos cambiar las cosas para
mejor, ya sea nuestra propia vida o los acuerdos pblicos. El phrnimos, la persona
con sabidura prctica, es aquella capaz de comportarse de la forma idnea en
situaciones que no pueden reducirse a principios generales. La prudencia no es un
conocimiento terico acerca de la experiencia, sino el tipo de saber que sale a la luz
en la propia prctica: no un crtico gastronmico sino un cocinero, no un pedagogo
sino un profesor La phrnesis tiene mala prensa porque parece una especie de
conocimiento de Perogrullo poco sofisticado, pues consiste en encontrar el trmino
medio entre los comportamientos extremos: evitar tanto la avaricia como el derroche,
la imprudencia lo mismo que la cobarda En realidad, es al revs. La phrnesis
resuelve dilemas prcticos muy intensos, a menudo trgicos, como el
comportamiento en el campo de batalla o la relacin adecuada con un amigo o un
hijo. Esa solucin slo nos parece de sentido comn una vez que ha sido hallada, al
concluir la deliberacin con xito. Precisamente la nica prueba que tenemos de que
hemos hallado una respuesta a un problema prctico es que nos resulte razonable.
Cuando los ms sabios o la mayora encuentran una salida a un dilema, entonces nos
parece evidente; pero eso no significa que antes de ese proceso de reflexin lo fuera.
La postmodernidad ciberutpica es tan receptiva a la abstraccin de las ciencias

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sociales porque es una manera eficaz de autoengaarse acerca de la superacin de los
dilemas modernos sin que concurra esta clase de inteligencia prctica tentativa. Si
uno se sita en un punto de vista estrictamente formal, la cuestin de cul debera ser
la arquitectura poltica que nos permita superar los problemas pblicos urgentes
puede darse por respondida de antemano: ninguna. Los ciberfetichistas no necesitan
libertad conjunta es decir, en comn, slo simultnea es decir, a la vez.
Internet suministra un sustituto epidrmico de la emancipacin mediante dosis
sucesivas de independencia y conectividad. Las metforas sociales de las redes
digitales distribuidas hacen que las intervenciones polticas consensuadas parezcan
toscas, lentas y aburridas frente al dinamismo espontneo y orgnico de la red. El
diseo formal digital permite esperar que las soluciones ptimas surjan
automticamente, sin correcciones fruto de procesos deliberativos.
En el fondo, es el reflejo inconsciente de una vieja aspiracin ultraliberal. Naomi
Klein deca con razn que el archienemigo de Milton Friedman no era tanto el
comunismo, que consideraba solamente equivocado, como el keynesianismo[47]. Le
pareca que Keynes haba propuesto una amalgama imprecisa y repugnante, que no
renunciaba al juego de la oferta y la demanda pero aceptaba que las instituciones
polticas lo distorsionaran. El neoliberalismo ha exigido que los procedimientos a
travs de los cuales organizamos nuestra subsistencia sean tan coherentes y
consistentes como un lenguaje bien formado, el tipo de codificacin que manejan los
lgicos. Desde ese punto de vista extremo, las propiedades abstractas son ms
importantes que los efectos materiales. El ciberfetichismo y el consumismo han
retroalimentado esa expectativa desde el mbito extraeconmico. En consecuencia,
las relaciones sociales que por su naturaleza no pueden responder a esta estrecha
definicin formal se han vuelto invisibles, como el cuidado mutuo, los vnculos
duraderos o la propia prctica poltica en su sentido ms pleno.
A pesar de su pobreza, la espontaneidad formalista de las redes sociales y la
conectividad digital nos parece una buena opcin porque la poltica analgica resulta
asombrosamente ineficaz frente al poder del mercado. En agosto de 2011, una
modesta carta del presidente del Banco Central Europeo hizo que saltara por los aires
uno de los grandes tabes de la democracia espaola. Durante dcadas la postura
unnime de todo el arco parlamentario espaol fue que no era posible la menor
modificacin constitucional. La Constitucin de 1978, se deca, era el colofn de un
proceso poltico esencial, la Transicin, que nos haba sacado de la dictadura
franquista. Cualquier alteracin de sus delicados engranajes la hara colapsar y nos
precipitara en el enfrentamiento fratricida y el atraso social. Sin embargo, en apenas
unos das Gobierno y oposicin consensuaron en secreto una modificacin
constitucional que estableca un techo de dficit pblico, introduciendo en la carta
magna una limitacin de la capacidad de decisin de un pas en beneficio del poder

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del mercado.
Las nicas versiones de la soberana colectiva que conocemos hoy son el
resultado no de la racionalidad colectiva sino ms bien de impulsos atvicos,
religiosos o identitarios. Imaginamos el mundo islmico como un magma colectivista
y, por eso mismo, fantico e irracional. El ciberfetichismo y la sociofobia son la fase
final de aceptacin de la heteronoma terminal moderna, cuando ya sin ira ni
negacin nos sometemos al mercado y tratamos de emular socialmente sus
dispositivos bsicos.
El mayor desafo al ciberfetichismo y la sociofobia no es el ludismo o el
comunitarismo sino la concrecin poltica. Uno puede fantasear con la idea de que la
interaccin social formalmente inspirada en las redes digitales puede contribuir a
superar la alienacin laboral, la pobreza, la soledad o los problemas
medioambientales. Pero esa clase de ensueo antipoltico es incompatible con el
diseo institucional detallado. Los acuerdos colectivos dirigidos a incentivar el
cuidado mutuo, la igualdad y el desarrollo de las capacidades humanas necesitan
reivindicar la soberana democrtica sobre la heteronoma mercantil. Tampoco basta
con definirlos en trminos abstractos y ponerlos a funcionar, como si fueran una red
neuronal. Exigen un compromiso pragmtico constante con su correccin y mejora,
como una traduccin literaria o un recurso de uso comn.
Por ejemplo, durante algn tiempo los microcrditos parecieron una gran
esperanza de transformacin social para los pases pobres. Una de las razones por las
que se hicieron tan populares es que son una especie de versin econmica de la
cooperacin digital. Los microcrditos se parecen a una estrategia reticular que no
necesita una coordinacin centralizada. Funcionan como un impulso inicial
financiero que genera un proceso espontneo y autnomo de empoderamiento.
Idealmente, los microcrditos suministran herramientas econmicas para que las
familias desarrollen sus propios proyectos, sin necesidad de idear instituciones
polticas alternativas que intervengan sustantivamente y de forma prolongada en ese
proceso. Sin embargo, en 2012 se produjo una oleada de suicidios en India vinculada
a los microcrditos que sac a la luz cmo la iniciativa haba dado pie a una burbuja
financiera en la que se haba visto atrapada mucha gente sin recursos. Personas muy
pobres que haban solicitado pequeos prstamos se quitaban la vida ante la
imposibilidad de satisfacer los pagos de sus deudas. La explicacin que dan los
partidarios de los microcrditos es que el proyecto inicial de Muhammad Yunus, que
tena una finalidad social, haba sido pervertido por empresas especulativas. Es cierto,
pero resulta revelador de lo poco realistas que resultan las propuestas de
transformacin social que no tienen en cuenta el entorno institucional en el que se
van a desarrollar como, por ejemplo, la ausencia de limitaciones para las prcticas
usurarias. Es una experiencia sorprendentemente similar al fracaso del proyecto del

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ordenador de cien dlares, de Nicholas Negroponte.
La tradicin antagonista moderna ocupa un lugar extrao en este paisaje. Los
revolucionarios desarrollaron herramientas conceptuales muy tiles para diagnosticar
las limitaciones polticas del capitalismo, pero no se atrevieron a desechar algunas de
las falsas promesas del formalismo. En general, lo que el socialismo ha dicho sobre el
contexto productivo postneoltico o sea, las sociedades industriales es que el
capitalismo es incapaz de gestionarlo. Es un sistema ineficaz, en el sentido de que
desaprovecha sistemticamente las posibilidades que l mismo genera. No consigue
sacar partido de su propia potencia histrica. Es decir, no es tanto que el capitalismo
no sea el sistema que ms desarrolla las fuerzas productivas (muy posiblemente lo
sea) como que su uso de esas fuerzas es socialmente subptimo.
Muy a grandes rasgos, el nivel tecnolgico actual debera permitir que muchsima
gente estuviera mucho mejor de lo que est sin que la situacin de los que viven
mejor empeorara significativamente. En un sistema alternativo seguramente algunos
megarricos deberan prescindir de sus yates con asientos tapizados en piel de pene de
ballena, tal vez la clase media japonesa se vera obligada a aceptar que una vida sin
inodoros domticos es digna de tal nombre y los estadounidenses podran tener que
asumir que los carriles bici no son un anticipo de la llegada del Anticristo. Pero, por
otro lado, en torno a mil millones de personas podra dejar de pasar hambre y un
nmero similar podran aprender a leer y escribir. Adems, dados los lmites
ecolgicos de nuestro planeta, el consumismo norteamericano tiene los das
materialmente contados: en el caso de la mayor parte de los pases occidentales, la
sostenibilidad ya equivale a decrecimiento. De hecho, es un hecho comprobado que
una mayor igualdad de renta produce beneficios en trminos de esperanza y
calidad de vida y baja incidencia de distintos problemas sociales en todos los
estratos sociales, no slo entre los ms desfavorecidos.
Aunque parece una argumentacin impecable, es ms problemtica de lo que
parece. Un da estaba impartiendo un curso sobre teora marxista y expliqu el
problema de la ineficacia capitalista poniendo como ejemplo una famosa bombilla
que lleva ms de cien aos funcionando en un parque de bomberos de California.
Parece ser que en las primeras dcadas del siglo XX se reunieron los principales
fabricantes de bombillas y acordaron limitar artificialmente a mil horas la vida de sus
productos, aunque podan durar mucho ms. Es un buen ejemplo de cmo el
capitalismo es incapaz de explotar todas sus potencialidades materiales y sociales
porque su nico motor es la bsqueda del beneficio privado. Ral Zelik, un profesor
alemn de ciencia poltica que estaba presente, levant la mano y me pregunt con
sorna: Me ha gustado mucho esa historia pero cmo se explica entonces que en
Alemania del Este las bombillas duraran no mil sino quinientas horas? Y, de hecho, ni
siquiera hizo falta un acuerdo entre los fabricantes para ello.

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Puede que el capitalismo sea una sistema socialmente subptimo. Pero de ah no
se sigue que haya otro sistema viable ms eficaz. Los anticapitalistas hemos decidido
de forma ms bien acrtica que hay una alternativa social que organiza mejor los
recursos que el capitalismo pone en juego. Y si no es as? Y si la mejor opcin
sencillamente no est disponible para las sociedades humanas?
El socialismo clsico, Marx incluido, supuso que una distribucin planificada de
los recursos debera ser ms eficaz que el caos del mercado. A primera vista, la
manera en que el capitalismo satisface las necesidades sociales es como tirar treinta
dardos a la vez a ver si alguno acierta en el centro de la diana. La provisin
competitiva de bienes y servicios es una fuente de despilfarro de proporciones
homricas. Se calcula que un tercio de la comida de la Unin Europea acaba en los
vertederos. Con los cuarenta millones de toneladas de comida que se tiran a la basura
cada ao en EE.UU., bastara para alimentar a todas las personas que pasan hambre
en el mundo.
Sin embargo, tambin disponemos de una gran cantidad de informacin sobre las
dificultades empricas a las que se enfrentara un sistema centralizado que tratara de
minimizar esas ineficacias. Extraamente, las reflexiones sobre el periodo sovitico y
los problemas de las economas planificadas han escaseado tras las transiciones al
capitalismo de los pases del Pacto de Varsovia. Los pases del llamado socialismo
real modernizaron su sector primario con gran rapidez y con un xito razonable.
Tambin fueron capaces de proporcionar servicios sociales complejos y difciles de
gestionar, como educacin o sanidad avanzadas, de un modo relativamente eficaz.
Sin embargo, fracasaron al intentar suministrar bienes y servicios de consumo. Por
supuesto, los costes polticos en trminos de represin, violencia, autoritarismo y
alienacin fueron enormes y sistemticos y de ningn modo deberan dejarse al
margen como una particularidad local del socialismo eslavo u oriental.
La respuesta habitual de la izquierda no sovitica a las limitaciones del socialismo
real es que la raz de sus problemas eran la burocracia y el autoritarismo. Es cierto
que la burocracia tiende a ritualizar los procedimientos administrativos
convirtindolos en un fin en s mismo, algo aparentemente incompatible con una
economa dinmica que exige respuestas adaptativas a las distintas situaciones.
Adems, al especializar y codificar las tareas de gestin se delega una parte crucial
del poder de decisin en los directores administrativos.
Desde este punto de vista, la solucin a los problemas histricos de la
planificacin sera la democracia. Bastara con expulsar de sus poltronas a los
burcratas y permitir que los trabajadores decidieran en asamblea los detalles de la
produccin para que la planificacin funcionara. Es una tesis simptica pero
equivocada. La burocracia es, de hecho, una respuesta racional al gigantesco
problema de programar la totalidad de la economa de una sociedad compleja. Los

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ejrcitos son sociedades planificadas bastante simples y estn llenos de burocracia,
pese a que no es un componente esencial de su sistema de estratificacin.
El autntico problema de la centralizacin tiene que ver con que no est muy
claro que tengamos la capacidad de planificar las decisiones econmicas idneas,
antes que con la motivacin de esas decisiones. La provisin de bienes y servicios en
una economa compleja es el resultado agregado de un volumen abrumador de
microdecisiones. Cualquier procedimiento deliberativo, autoritario o democrtico se
enfrentar a un alto nivel de incertidumbre dado que no puede tomar en consideracin
todas esas situaciones. Alec Nove, un economista socialista crtico con la
centralizacin sovitica, resumi estos problemas con agudeza.

Se puede dar una orden: produzca doscientos mil pares de zapatos, que
sea identificable y cumplible. Pero decir produzca buenos zapatos que se
adapten al pie del consumidor es una orden mucho ms vaga, imposible de
cumplir. (De modo semejante, se me puede ordenar de modo claro que d
cincuenta conferencias, pero no es tan fcil hacer cumplir la orden de dar
cincuenta buenas conferencias). Esto tambin muestra los rigurosos lmites de
la planificacin en cantidades fsicas. El mismo nmero de toneladas, metros
o pares puede tener valores de uso muy diferentes y satisfacer necesidades
muy diversas. En todo caso, la calidad es un concepto frecuentemente
inseparable del uso y, de este modo, un vestido o una mquina pueden estar
perfectamente de acuerdo con las normas tecnolgicas y, sin embargo, no ser
apropiados para un cliente o un proceso fabril en concreto. Cmo se puede
superar este problema si los planes son rdenes de una autoridad superior (los
planificadores centrales o los ministerios) y no de los usuarios?[48].

No es que el mercado sea una alternativa particularmente elegante a la


centralizacin. Incluso idealmente consiste en un descomunal proceso de ensayo y
error que desperdicia cantidades enormes de esfuerzo social. Pero no est claro que la
planificacin pueda, ni siquiera en teora, establecer cul es la oferta y la demanda de
bienes y servicios globales de una sociedad compleja y mucho menos determinar los
procesos productivos y organizativos necesarios para que se ajusten.
Una respuesta tcnica a los lmites de la centralizacin ha sido la automatizacin.
Existe una larga tradicin de intentos de informatizar la planificacin socialista. Es la
prehistoria misma del ciberfetichismo y la cooperacin digital. En resumen, la idea es
que si la burocracia falla porque es torpe, lenta y est sujeta a debilidades humanas,
como el gusto por el poder, entonces puede ser conveniente sustituir a los burcratas
por mquinas rpidas y ticamente neutras. La historia de la computacin en la URSS
est estrechamente vinculada al desarrollo de herramientas informticas que

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permitieran una asignacin ptima de los recursos disponibles minimizando las
interferencias burocrticas[49]. Los economistas soviticos buscaron una especie de
sustituto digital del mercado libre. En la planificacin ciberntica las herramientas
informticas reemplazaran a los precios en la tarea de suministrar la informacin que
necesita el sistema sobre las preferencias de cada agente individual o colectivo y
establecera los resultados maximizadores.
Por supuesto, no hay nada insensato en pensar que los ordenadores pueden ser de
ayuda en la organizacin econmica. Sin embargo, los lmites de la planificacin no
tienen que ver exactamente con la capacidad de clculo sino que son ms bien el
resultado de un dilema pragmtico. Las microsituaciones que componen una
economa compleja son dinmicas, no estn definidas hasta que de hecho se dan y esa
definicin es cualitativa. La definicin de un buen zapato, por seguir con el
ejemplo de Nove, es contextual y es muy difcil de definir a priori (zapatos para
zonas calurosas, de montaa, para tiempo fro y seco, para la lluvia). Del mismo
modo, la disponibilidad o la ausencia de ciertas mercancas o servicios altera las
preferencias de los consumidores y productores.
Curiosamente, las aporas de la planificacin computerizada tienen grandes
similitudes con algunos lmites importantes de la economa ortodoxa. Todos los
manuales de microeconoma toman como punto de partida un modelo denominado de
competencia perfecta. Suena a una situacin familiar, una especie de zoco donde
compradores y vendedores regatean proponiendo distintos precios. En realidad, es
exactamente al contrario, una escena irreal muy cercana al mercado digital
centralizado que algunos economistas soviticos intentaron desarrollar. La mxima
preocupacin de los economistas es proponer modelos formales sofisticados, y la
matematizacin de un escenario realmente competitivo se enfrenta a graves
limitaciones tericas. Pero, por supuesto, ninguno deja que la realidad social le
estropee una ecuacin elegante, aunque para ello tenga que describir el capitalismo
como si fuera un plan quinquenal:

El modelo de competencia perfecta empieza suponiendo que los agentes


no tienen autorizacin para proponer precios para los bienes que quieren
vender o comprar. Los precios estn dados desde el principio. No resultan
de un proceso de negociaciones e intercambios sucesivos entre los miembros
de la sociedad () Los autores de libros de texto saben que el modelo de
competencia perfecta describe un sistema centralizado. Pero les cuesta mucho
aceptarlo y por eso nunca lo dicen claramente. A veces, hacen alusin a un
subastador, que anuncia los precios que sirven de base para los
intercambios, pero nunca sealan su existencia en los ndices de sus libros, en
general muy detallados. Es como si tuvieran vergenza de l[50].

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Desde el punto de vista de los economistas somos como autmatas que se creen
libres: queremos la cantidad de bienes que deberamos querer al precio que
deberamos estar dispuestos a pagar si el mercado lo hubiera diseado un gran
planificador. En el fondo, no es una mala descripcin del absurdo del capitalismo
real. Lo que hace la economa neoclsica es trasladar el dilema de la planificacin
social al interior de las cabezas de las personas que intervienen en una economa de
mercado. Como si en nuestros cerebros el concepto de buen zapato fuera una
especie de idea platnica perfectamente establecida. Es una tesis particularmente
extraa por lo que toca a bienes y servicios complejos y con profundas
externalidades, como la vivienda, el transporte o la energa, cuya definicin es
dinmica y parece necesitar del concurso de procesos de reflexin colectiva y normas
sociales.
Por ejemplo, en 1950 en Espaa el 60% de los viajes se realizaban en ferrocarril y
slo el 40% por carretera. A finales de la dcada de los noventa, el transporte por
ferrocarril se haba reducido a menos del 6% y el de carretera haba pasado al 90%.
Este cambio no fue el resultado de un conjunto de preferencias individuales
acontextuales, sino de una colusin de polticas pblicas activas y costosas (Espaa
es hoy el primer pas Europeo en kilmetro de carretera por vehculo y habitante) e
intereses privados de las lites econmicas en el sector de la construccin y la
automocin. El fomento del transporte privado por carretera frente a otras alternativas
ha redefinido la estructura fsica de las ciudades y ha transformado nuestra idea de lo
que es un medio de transporte eficaz. Por eso optamos por un tipo de vehculo
asombrosamente lento (la velocidad media de los coches en las grandes urbes es de
15 km/h), caro y sucio. Nuestra necesidad de un automvil y el inters de mucha
gente en los coches como smbolo de prestigio son en parte el resultado de dinmicas
que tal vez si se hubieran sometido a un proceso de debate comn podran haberse
revertido. Cuando deseamos un coche reverberan en nuestros circuitos libidinales
sesenta aos de economa poltica.
Para los economistas ortodoxos el mercado acta como una especie de mente
colmena que, por un lado, hace que resulte innecesario llegar a un acuerdo sobre las
preferencias colectivas y, por otro, nos permite superar nuestras limitaciones relativas
a averiguar el mejor modo de satisfacerlas. La reflexin pblica es innecesaria. Las
decisiones colectivas son un subproducto no buscado de la interaccin social entre
individuos que no se coordinan entre s. Por medio de los precios cada individuo
conoce aquello que necesita saber para organizar sus preferencias econmicas, que
estn perfectamente claras.
Lo cierto es que la atomizacin de las decisiones y la ausencia de deliberacin
colectiva incrementa drsticamente el peligro de que las irracionalidades individuales
se retroalimenten generando una catastrfica bola de nieve colectiva. Solemos llamar

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capitalismo a esa avalancha histrica. La ficcin del subastador, intuitivamente
extraa, apunta al hecho de que, en realidad, no existe ninguna razn para pensar que
el cruce de decisiones maximizadoras individuales vaya a dar lugar a un estado de
cosas deseable para la mayora. Adam Smith y los fundadores del liberalismo del
siglo XVIII recurrieron a la providencia divina para confiar en que as sera. Hoy
tenemos la teora de juegos, una ciencia de fundamentos sensiblemente ms endebles
que la teologa.
Desde un punto de vista estrictamente individual no podemos saber bien lo que
queremos. Karl Polanyi afirmaba que en una sociedad de mercado nuestras
preferencias estn desestructuradas. Lo deca en el sentido de que no disponemos de
un marco de normas que oriente nuestras prioridades. Es una buena aproximacin a la
ruina del consumismo. Incluso cuando tratamos de ser razonables y anteponemos a
los bienes suntuarios la satisfaccin de nuestras necesidades bsicas, como la
vivienda, la comida o el abrigo, acabamos con una hipoteca a cuarenta aos por un
adosado en Marina Dor, al borde de la obesidad mrbida a base de comer grasas
hidrogenadas y vestidos con prendas ridculas de sobreprecio obsceno.
En realidad, la cosa es an ms complicada. Ni siquiera somos capaces de que
nuestras preferencias respeten unos mnimos estndares de coherencia formal.
Nuestras valoraciones son intrnsecamente ambiguas, no estn bien definidas en
nuestras cabezas, son conceptos difusos. Por eso la forma en que describimos una
misma situacin afecta mucho a nuestras decisiones. Cuando algunas gasolineras
estadounidenses empezaron a cobrar un recargo a los usuarios que pagaban con
tarjeta de crdito, se produjo un movimiento de boicot de los consumidores. La
respuesta de las gasolineras fue subir los precios a todos por igual y ofrecer un
descuento a quienes pagaban en efectivo. El boicot se cancel.
Como en el caso de la sociabilidad en Internet, el precio a pagar por una
concepcin formal de la lgica de la preferencia es una rebaja abismal de las
exigencias de racionalidad. En realidad, si uno est dispuesto a aceptar la pobreza, la
desigualdad, la contaminacin o la ignorancia como resultados aceptables de los
procesos econmicos, es difcil pensar en un sistema productivo que no sea capaz de
cumplir tan bajas expectativas. La nica ventaja del mercado es que sus fallos, que no
son necesariamente menores que los de un sistema centralizado, parecen menos
evidentes o urgentes. Que varios millones de personas se queden sin asistencia
sanitaria porque no tienen dinero para pagarla no parece el resultado inmediato del
libre mercado en el mismo sentido en que el desabastecimiento de calcetines parece
la responsabilidad directa del planificador que tena que haber previsto esa necesidad.
El mercado libre nos proporciona unas anteojeras para ignorar nuestras limitaciones
prcticas, la planificacin es una lupa que las magnifica. Pero ambos proyectos est
basados en falsas promesas formalistas, el tipo de ilusin que el ciberfetichismo ha

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convertido en un proyecto utpico alienante.
Para evaluar las distintas opciones institucionales sin las distorsiones formalistas
que introduce la aspiracin a una planificacin o a un librecambismo exhaustivos, es
til realizar un proceso de desintoxicacin de las ciencias sociales. La crtica de las
falsas promesas del conocimiento social y de su impacto en la vida poltica no
significa que haya que renunciar a explicar la realidad humana y que slo podamos
interpretarla literariamente. S, las ciencias humanas son limitadas, pero nuestra
percepcin inmediata del mundo social lo es an ms. No, no existen teoras en
sentido estricto de la realidad humana. Pero podemos aplicar mecanismos
explicativos a distintos fenmenos sociales.
El trmino mecanismo hace referencia a un tipo de explicacin contingente y
de bajo rango de generalidad. Se trata de dispositivos conceptuales que slo pueden
ser identificados a posteriori, una vez que ha tenido lugar un acontecimiento que los
involucra. Son explicaciones causales pero discontinuas, que carecen de la
coherencia, la homogeneidad y la capacidad de prediccin de una teora propiamente
dicha. Jon Elster pone un ejemplo ilustrativo:

Cuando la gente trata de decidir su participacin en una empresa


cooperativa, como recoger la basura despus de una fiesta o votar en una
eleccin nacional, a menudo intenta ver qu hacen los dems. Algunos
piensan de esta manera: Si la mayora de los otros coopera yo debera hacer
mi parte, pero si no lo hacen yo no tengo ninguna obligacin de hacerlo.
Otros razonan de la manera exactamente opuesta: Si la mayora de los otros
cooperan no hay ninguna necesidad de que yo lo haga. Si otros pocos
cooperan ser mayor mi obligacin de hacerlo. De hecho, la mayora de los
individuos est sujeta a estos dos mecanismos psquicos y es difcil saber por
anticipado cul se impondr[51]

Se puede aplicar ese mismo criterio al mbito poltico que las ciencias sociales
han contribuido a embalsamar. Si renunciamos a las falsas promesas de las ciencias
sociales, tal vez podamos revertir sus efectos sobre nuestra imaginacin poltica. Los
principios categricos inconmovibles, como la libertad individual, la deliberacin
democrtica o la igualdad material, no implican necesariamente propuestas
institucionales generales y mucho menos nociones universales del vnculo social. El
cambio poltico radical es compatible con apuestas de transformacin institucional
contingentes, de baja generalidad y formalidad.
Muchos socialistas, autoritarios o no, trataron de romper las barreras materiales
del capitalismo, pero no cuestionaron las limitaciones prcticas de una comprensin
abstracta de la economa poltica. Hay gente que cree que superar la sociedad de

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mercado consiste sencillamente en repartir los beneficios que hoy se concentran en
pocas manos. La verdad es que si distribuyramos las ganancias anuales del IBEX 35
en su mximo histrico entre todos los espaoles, tocaramos a unos setecientos euros
por cabeza. Seguro que a muchos nos vendran muy bien, pero no es exactamente la
emancipacin fraterna.
Un principio anticapitalista irrenunciable es que ningn asunto pblico est
excluido en principio de los procesos de deliberacin democrtica. Implica una
subversin del consenso dominante en las democracias liberales acerca de la
sustraccin del debate poltico de los procesos de acumulacin capitalista, que se dan
por garantizados. Pero el principio de no exclusin de la deliberacin no equivale a
un imperativo exhaustivo de intervencin. El problema de la exhaustividad es que
obliga a un alto nivel de abstraccin y a una baja dependencia del contexto. El
postcapitalismo no es ninguna garanta de que las cosas vayan a ir bien, slo de que
los problemas se pueden tratar de solucionar sin compromisos abstractos.
Esto puede parecer corto de miras cuando se compara con las falsas promesas
formalistas. En realidad, la arquitectura institucional de cualquier sociedad se basa de
hecho en preferencias sustantivas contingentes. En el capitalismo realmente existente,
la apuesta por el mercado siempre ha estado supeditada al enriquecimiento de las
clases dominantes. Cuando no ha cumplido satisfactoriamente ese objetivo, ha sido
violentamente suspendida. Por eso los gobiernos contemporneos consideran la
nacionalizacin una alternativa aceptable cuando de lo que se trata es de socializar las
inverosmiles prdidas de los bancos. El formalismo ha sido una herramienta
ideolgica que explota la sociofobia y el discreto encanto de la espontaneidad
apoltica. Su mxima expresin es la utopa digital contempornea. A menudo la
izquierda ha aceptado esos trminos del debate, creyendo que una alternativa
democrtica al caos del mercado deba cumplir sus mismas expectativas
conceptuales. Por eso el ciberfetichismo ha impactado con tanta fuerza en los
movimientos antagonistas.
Karl Polanyi crea que hay diferentes modos de institucionalizacin de las
relaciones econmicas que, en realidad, siempre conviven: la reciprocidad, la
redistribucin, el mercado y la hacienda. La reciprocidad es el tipo de relacin que
establecemos cuando hacemos regalos en los cumpleaos o en Navidad. No
participamos en esas redes de intercambio con la intencin de obtener nada, aunque
damos por hecho que algunas de las personas a las que hacemos regalos nos
correspondern. La redistribucin es el tipo de estructura que ejemplifica un sistema
fiscal: una institucin central recoge bienes o servicios de distintos usuarios y los
reparte segn alguna norma establecida. El mercado es una forma de intercambio
basado en el regateo y la competencia, participamos en l intentado sacar ventaja de
los dems. La hacienda, por ltimo, es un sistema autrquico de produccin para el

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uso propio.
Tal vez haya ms modos de institucionalizacin de la economa, aunque
seguramente no sean muchos. La economa real que permite nuestra subsistencia
material es un sistema de contrapesos entre esos distintos dispositivos econmicos.
La intervencin poltica lo puede alterar slo hasta cierto punto, incentivando un
modo de institucionalizacin u otro. Muchas sociedades tradicionales excluan del
comercio los bienes de primera necesidad, como la tierra o los alimentos. El
liberalismo histrico es un sistema que necesita constantes injerencias redistributivas
del Estado para evitar su colapso. Del mismo modo, en la Unin Sovitica haba
relaciones mercantiles informales y un persistente mercado negro. Y, por supuesto,
sistemas profundos de reciprocidad, como el trabajo de cuidados no remunerado,
perviven en cualquier comunidad.
Alec Nove deca que era absurdo tratar todos los bienes y servicios de una
sociedad compleja como si fueran idnticos y debieran estar sometidos al mismo
rgimen. Crea que, por un lado, era perfectamente razonable una economa
planificada y centralizada de bienes continuos como el agua, la energa o los medios
de transporte Por otro lado, pensaba que el mercado es una herramienta eficaz para
producir cierto tipo de bienes y servicios discontinuos o no de primera necesidad.
Con independencia de que Nove tenga o no razn, lo cierto es que la mercantilizacin
tiende desesperadamente a la homogeneizacin de realidades que no guardan ninguna
relacin entre s: las transacciones financieras y la comida, el trabajo y los coches de
lujo, la propiedad intelectual o la moneda. El centralismo sovitico cometi el error
recproco al pensar que la produccin de cualquier bien o servicio se poda planificar
con eficacia.
Una sociedad postcapitalista debera ser capaz de articular su entorno productivo
mediante institucionalizaciones diferenciales dependientes del contexto. En ese
sentido, es crucial discernir aquellas opciones econmicas que inician procesos
autodestructivos difciles de revertir como, por distinta razones, la privatizacin de
bienes esenciales o la planificacin autoritaria. Pero no hay ningn principio prctico
de organizacin acontextual. Los partidarios de las alternativas igualitarias y
liberadoras al capitalismo no tienen por qu idear un sistema completamente
postmercantil. Ms bien deberan pensar en un entorno social donde las distintas
instituciones econmicas estn sujetas a la posibilidad de la deliberacin democrtica.
Y, en consecuencia, en un sistema donde la extensin de los mecanismos econmicos
que con ms facilidad amenazan la soberana popular y su fundamento material en los
cuidados como la desigualdad de renta o la tecnocracia tendra que tener
importantes lmites, con independencia incluso de su eficacia organizativa.
Suena poco ambicioso pero sa es la triste bruma en la que se mueve nuestra
racionalidad prctica, donde estn fuera de lugar los principios no contingentes ms

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all de algunas nociones bsicas acerca de la naturaleza humana. Tal vez no sea una
perspectiva tan alejada del programa socialista original. La negativa de Marx a dar
detalles de la sociedad postcapitalista suele entenderse como una imposibilidad
conceptual: el comunismo es tan extico, tan radicalmente diferente de nuestro
mundo, que ni siquiera disponemos del lxico adecuado para describirlo. Pero puede
que sea justo lo contrario, una renuncia a plantear elaboraciones abstractas de lo que
es sencillamente el da a da de la inmanencia poltica. Es interesante, aunque rara vez
se comenta, que El capital no abunda en elogios de los revolucionarios. En cambio,
en el prlogo mismo de la obra, Marx define a los inspectores fabriles el
equivalente Victoriano de nuestros inspectores de trabajo como hombres
competentes, imparciales e inflexibles.
As que a lo mejor tambin hay que interpretar al revs la famosa frase de Marx y
Engels, eternamente ridiculizada, sobre el modo en que en el socialismo superaremos
la alienacin laboral y seremos pintores por la maana, maestros a medioda y
mdicos por la tarde. Puede que no sea una aspiracin absurda a formar trabajlicos
multitarea, sino una renuncia a aplicar categoras homogneas a realidades que
manifiestamente no lo son. El salario iguala formalmente actividades que no tienen
nada que ver entre s, algunas creativas e interesantes, otras aburridas y atroces. Abrir
la imaginacin institucional es cuestionar esa clase de homogeneizaciones y exigir
que la deliberacin poltica respete la contingencia de nuestra racionalidad prctica.
Pensar el postcapitalismo es, para empezar, negarnos a calificar como informacin
cualquier dato que concurra en Internet o trabajo a cualquier actividad remunerada o
preferencia revelada a cualquier eleccin efectiva en el mercado.
Las bases del socialismo no tienen tanto que ver con ciertos principios
institucionales formales como el estado de derecho, el parlamentarismo o las
asambleas como con el modelado de realidades humanas duraderas con cierto
grado de plasticidad. Una de esas realidades es la idea de que la economa no es un
dominio exento del resto de la vida social sino, en todo caso, un corte parcial de una
relacin prolongada y colectiva. Otra es que somos seres codependientes, frgiles y
slo parcialmente racionales, no ngeles asocales que pueden subsistir manteniendo
relaciones fragmentarias y espordicas. Tambin que nuestro mutuo reconocimiento
como personas soberanas es indisociable de la posibilidad real de desarrollar una
parte significativa de nuestras capacidades humanas. Y, por supuesto, que la igualdad
material y no slo la mejora de la situacin de los que peor estn o la igualdad de
oportunidades es una condicin esencial de las relaciones sociales libres y
solidarias.
Por eso los mecanismos institucionales siempre se parecen al contenido de una
caja de herramientas. Son instrumentos al servicio de la deliberacin poltica, que
podemos desear aplicar en ciertas situaciones, pero que no podemos prever de

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antemano que vayamos a decidir implementar. Las modelaciones institucionales
revolucionarias han tenido un dficit en este sentido. El consejismo, el centralismo
democrtico, el anarcosindicalismo, el cooperativismo han dejado muy poco
margen de maniobra para las distintas situaciones y problemas que seguramente
atravesar cualquier sociedad compleja, como la corrupcin, el autoritarismo o la
simple incompetencia. Se han pensado a s mismos como principios abstractos y no
como dispositivos contingentes.
A lo largo de la historia, las instituciones robustas y estables han sido receptivas a
la diversidad de motivaciones y a las posibles debilidades de sus miembros. La
iglesia catlica es ejemplar en ese aspecto (y seguramente slo en se). A lo largo de
muchos siglos ha convivido con la avaricia, la fraternidad, el autoritarismo, la
caridad, la sumisin, la crueldad, la modestia, el afn de poder, la venalidad y el
alejamiento del mundo. El capitalismo, en cambio, es mucho menos flexible. Tratar
de que la competencia, el egosmo y el miedo se conviertan en los motores de la
conducta social no slo es inmoral sino muy poco prctico. El capitalismo est en
crisis permanente y es increblemente frgil, sobre todo si se compara con sistemas
productivos que han sobrevivido miles de aos. Si parece tan resiliente es porque
produce una dependencia del camino extrema. Una vez iniciada la senda de la
privatizacin y el enfrentamiento individualista, es muy difcil desandarla.
En 1920, Richard H. Tawney subray cmo el conflicto entre empresarios y
trabajadores en la industria capitalista impeda que el cumplimiento del deber,
relacionado con algn propsito social, fuera un vector importante en la actividad
profesional moderna. La vida laboral del capitalismo, deca Tawney, est organizada
en torno a la defensa de derechos antagnicos de los trabajadores y de los
propietarios, aunque mayormente de estos ltimos y eso no slo afectaba a la
posibilidad de realizacin personal de la mayora, sino tambin a la eficacia
econmica. Muchas experiencias cooperativas estn dirigidas a potenciar los valores
relacionados con el compromiso, el deber y la realizacin profesional que
reivindicaba Tawney.
Conocemos algunas instituciones modernas exitosas sensibles a la diversidad de
motivaciones, estables y al mismo tiempo socialmente plsticas. Un buen ejemplo
son las universidades. Sus muchas miserias casi nunca nos dejan apreciar que son
organizaciones interesantes. Tienen una considerable autonoma y caractersticas
prcticamente nicas, pero no son instituciones experimentales o caritativas; de
hecho, desempean un papel crucial en la economa de las sociedades complejas. En
las organizaciones universitarias hay corrupcin, egosmo y una cantidad
sorprendente de rencillas menores. Tambin hay competitividad y cooperacin,
altruismo y compromiso, fraude y lealtad. Las universidades pueden ser
extremadamente elitistas o relativamente igualitarias. No son exactamente

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organizaciones burocrticas estatales, aunque muchas de las ms importantes del
mundo son pblicas. Algunas de ellas son empresas privadas e incluso pueden regirse
en parte por criterios monetaristas, pero es difcil imaginar que pudieran cumplir su
funcin si fueran negocios convencionales cuyo nico motor fuera el nimo de lucro.
En 1926 Keynes seal que este tipo de organizaciones corporativas estaban ms
presentes en las sociedades modernas de lo que los idelogos del mercado libre
estaban dispuestos a reconocer. Estaba tan convencido de su importancia, que pens
que las empresas capitalistas terminaran parecindose a las universidades:

Cuando las instituciones capitalistas han alcanzado una cierta edad y


tamao, tienden a aproximarse al status de las corporaciones pblicas ms que
al de la empresa privada individualista. Uno de los desarrollos ms
interesantes e inadvertidos de las recientes dcadas ha sido la tendencia de la
gran empresa a socializarse. En el crecimiento de una gran institucin
particularmente un gran ferrocarril o una gran empresa de utilidad pblica,
pero tambin un gran banco o una gran compaa de seguros se llega a un
punto en el que los propietarios del capital, es decir, los accionistas, estn casi
enteramente disociados de la direccin, con el resultado de que el inters
personal directo de la ltima en la persecucin del mayor beneficio viene a ser
completamente secundario. Cuando se alcanza este estadio, la estabilidad
general y el prestigio de la institucin son ms tenidos en cuenta por la
direccin que el beneficio mximo por los accionistas[52].

Es difcil exagerar hasta qu punto se equivoc Keynes en su pronstico histrico.


En cambio, su tesis es una descripcin til de un entorno institucional en el que los
mecanismos y disposiciones postcapitalistas podran fructificar. No es un programa
particularmente atractivo para quienes esperamos que la ilustracin, la democracia y
el avance tecnolgico nos ofrezcan algo ms que una versin prt--porter de
Oxbridge. En realidad, lo interesante es lo provocativo que resulta a pesar de su
comedimiento. Es decir, por qu hoy nos parece tan inverosmil este escenario tan
moderado de creatividad institucional? A pesar de la devastadora crisis de
representatividad de los sistemas polticos occidentales segn las encuestas, los
espaoles consideran que la clase poltica es uno de los cinco problemas sociales ms
importantes, cualquier alternativa, incluso algunas tan limitadas como la de
Keynes, es interpretada como milenarismo poltico.
A mediados del siglo XIX el fantasma del comunismo recorra Europa. Se suele
tomar como una soflama propagandstica de Marx y Engels, pero es ms bien una
licencia literaria que describe fidedignamente una realidad poltica. Todos los
gobiernos europeos se preparaban para un alzamiento general, las masas obreras eran

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consideradas literalmente clases peligrosas. Es un escenario que, con matices, alcanza
hasta la Segunda Guerra Mundial. En cambio, el fantasma que hoy teme la mayor
parte de los gobiernos es el de las repercusiones carcingenas de sus propias polticas
econmicas y sociales, no una transicin organizada hacia una sociedad libre e
igualitaria. La astenia poltica de las sociedades ms ricas, mejor educadas y con ms
informacin de la historia es realmente asombrosa. Algo semejante sera
inimaginable en el campo cientfico, social, cultural, artstico o incluso deportivo. Los
atletas no dejan de correr porque sea muy difcil superar los rcords, los cientficos no
han cerrado sus laboratorios despus de Plank.
El ciberfetichismo y la sociofobia son las fases terminales de una profunda
degeneracin en la forma de entender la sociabilidad que afecta decisivamente a
nuestra comprensin de la poltica. Creemos que podemos satisfacer nuestra
necesidad natural de contar con otras personas, no slo para sobrevivir sino en la
configuracin de nuestra identidad, mediante relaciones granulares y limitadas.
Somos mucho ms dependientes de los dems que, por ejemplo, los miembros de una
banda de cazadores-recolectores, pero nos encanta imaginarnos como seres
autnomos que picotean caprichosamente en la oferta de sociabilidad. El origen de
esta mutacin es, por supuesto, anterior a las redes digitales. De hecho, si la ideologa
internetcentrista ha tenido tan rpido desarrollo es porque engrana con una dinmica
social precedente. El fundamento de la postpoltica es el consumismo, la imbricacin
profunda de nuestra comprensin de la realidad y la mercantilizacin generalizada.
El consumismo no es un deseo de adquirir cosas o de hacer ostentacin de ellas,
sino una forma de estar en el mundo. Somos consumistas porque slo somos capaces
de autointerpretarnos a travs de alguno de los aspectos de la compra y la venta.
Nuestra comprensin granular de la vida social es un subproducto de la infiltracin
del mercado en nuestros msculos y nuestras mentes. El consumismo es una forma de
interiorizacin de la desigualdad, en el doble sentido de que la asumimos como parte
de nuestra subjetividad y, al mismo tiempo, la ocultamos. Con nuestra sumisin
fantica a los escaparates exacerbamos la importancia de nuestras elecciones
personales y difuminamos su relacin con la desigualdad de clase.
Nuestra interpretacin de lo que es un hogar, por ejemplo, ha cambiado por
completo. Somos de hecho sociedades nmadas y nuestras familias son ridculamente
pequeas, pero dedicamos a conseguir un lugar donde vivir muchos ms recursos que
cualquier sociedad tradicional sedentaria y con relaciones familiares extensas.
Buscamos hogares pero encontramos hipotecas usurarias, explotacin y movilidad
laboral impuesta y decoracin de interiores grotesca. Aun as somos capaces de
imaginar que realizamos inversiones a largo plazo, desarrollamos carreras
profesionales y transformamos estticamente nuestras viviendas. Nuestras vidas son
copias desvadas de las de las lites, y despreciamos a quienes no llegan a nuestro

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nivel.
Incluso cuando no empleamos el tiempo en vender nuestra fuerza de trabajo o
comprar bienes y servicios, nos dedicamos a actividades que han quedado definidas a
travs del consumo. Cuando, gracias a Internet, los espectadores se han librado de la
tirana de la televisin comercial y han elegido exactamente lo que han querido, se
han dedicado a consumir televisin comercial en cantidades industriales. Incluso se
han puesto a trabajar gratis, por ejemplo traduciendo y subtitulando series de forma
altruista, para poder hacerlo. La posibilidad de eleccin no nos ha servido para
desarrollar y apreciar nuevas formas estticas sino para consumir masivamente
aquello que ya nos ofreca el mercado, pero ahora identificndolo como un proyecto
propio.
El espacio poltico convencional est definido mercantilmente, tanto en trminos
descriptivos la Ley de Hotelling, de inspiracin comercial, resume elegantemente
la monotona de la oferta poltica como regulativos el Sistema DHondt es una
aplicacin de la ley de la oferta y la demanda a las decisiones de los votantes.
Tambin los procesos emancipadores se han visto afectados por el consumismo. Por
ejemplo, no hay prcticamente ni un solo objeto o juego con el que entre en contacto
una nia occidental que no tenga marcadores de gnero muy acusados. Las princesas
y hadas se han convertido en una plaga vrica que ha infectado biberones, cucharas,
cunas, puzles, libros, mantas, chupetes, orinales, triciclos Todo, absolutamente
todo, desde el primer da de vida es para nios o para nias. Por extrao que resulte,
esto no siempre ha sido as: el mundo material de la infancia se ha transformado en
las ltimas dcadas. Algunas feministas lo interpretan como un retroceso en las
dinmicas igualitarias, como una especie de contraataque neosexista. Es una tesis
paradjica pues, por otro lado, resulta difcil negar que la equidad entre hombres y
mujeres, aunque muy incompleta, es ya mayor que en ningn otro momento de la
modernidad y, sobre todo, que hay un creciente reconocimiento por parte de los
hombres de que ese proceso igualitario es legtimo, positivo e irreversible.
El neosexismo es, sobre todo, un subproducto del consumismo. Es el resultado de
aplicar intensivamente las estrategias de diferenciacin del producto a una realidad
antropolgica bsica, como es la diferencia de gnero. La avalancha de baratijas
infantiles con marcadores de gnero tiene que ver con la conversin de los nios en
consumidores compulsivos desde el momento mismo de su nacimiento (desde antes
de nacer, en realidad).
La potencia del consumismo es fascinante. Es una forma de ver las cosas
increblemente ecumnica. Las subjetividades lquidas y las comunidades identitarias
se declaran diariamente una tregua para comprar smartphones y pantalones Adidas en
el mismo centro comercial. Las saudes que adquieren carsimos vestidos de Dior que
llevan ocultos bajo sus abayas, los narcos que circulan en 4x4 por su favela vestidos

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como raperos de la MTV, los geeks enriquecidos que compran coches hbridos y
muebles rsticos, los jvenes cairotas que, sobresaturados de pornografa, acosan en
masa a las jvenes durante la fiesta de fin de Ramadn, los turistas de alta montaa
que arriesgan sus vidas para ser pastoreados hasta la cima del Everest, los ciclistas
urbanos que se gastan una fortuna en bicicletas de diseo minimalista sin frenos ni
marchas, los nios uniformados con merchandising de equipos de ftbol, los clientes
de cruceros acochinados en transatlnticos del tamao de un rascacielos Lo nico
que nos une es nuestra lealtad ritual a las ventas y las compras. Ninguna religin a lo
largo de la historia ha logrado una universalidad semejante.
De algn modo, la destructividad del consumismo resulta sorprendente. El
socialismo pretenda mejorar la situacin material de una gran cantidad de personas
que vivan en una situacin de indigencia. Mucha gente pens que el fordismo y el
Estado del bienestar eran, sencillamente, versiones capitalistas de esa aspiracin. Un
intento indirecto de extender la prosperidad material a travs del consumo masivo,
cuya principal y crucial limitacin seran los propios dispositivos de acumulacin
capitalista.
Era una perspectiva excesivamente generosa con el mercado. El consumismo
convierte la pregunta a la que el socialismo pretenda responder en un galimatas sin
sentido. Hay que tomarse en serio la idea de que no disponemos de dispositivos
institucionales formales, como la planificacin centralizada, que puedan sustituir sin
ms al mercado. Estamos rendidos a la inmanencia poltica, a la deliberacin
permanente sobre las normas que regulan la esfera pblica, incluida nuestra
subsistencia. Pero el consumismo siega la hierba bajo nuestros pies. Nos impide
estructurar nuestros deseos de bienes y servicios de una forma coherente con las
normas que creemos que deberan regular nuestro entorno comunitario.
Uno de los grandes mritos del filsofo Walter Benjamn fue entender que el
consumo de masas transforma no slo la oferta de mercancas sino la propia forma de
entender el mundo. Pero Benjamn crea que ese cambio tambin poda ser
gestionado positivamente. El socialismo aprovechara las mquinas de vapor de un
modo ms razonable y consciente que el capitalismo, las convertira en una fuente de
prosperidad e igualdad. Y otro tanto hara con los habitantes de los escaparates y los
grandes almacenes. Benjamn crea que en ellos lata la semilla de la liberacin. El
consumismo era el complemento cultural de los procesos materiales y polticos de
masas que el socialismo deba transformar para incorporar a su proyecto.
No es tan descabellado. A fin de cuentas, algunas de las empresas ms
innovadoras y que mejor acogida han tenido por parte de los consumidores en la
ltima dcada han desarrollado modelos bsicamente monopolistas y centralizados.
IKEA, Decathlon, Zara o H&M se han especializado en ofrecer productos propios y a
muy bajo precio de la misma calidad que los de las marcas especializadas y con una

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esttica similar. No es muy difcil imaginar estas cadenas como una especie de
avance, an explotador y alienante, de una versin socialista del consumo de masas.
A Benjamn le interesaba la subjetividad consumista porque pensaba que era una
va para acceder a una sensibilidad esttica y poltica ms rica que la de la burguesa
del siglo XIX. Crea que la fe en el progreso histrico era una de las principales causas
del sometimiento poltico. La idea de progreso implica bsicamente que la historia en
general tiene un sentido coherente, es decir, que hay acontecimientos de suyo
importantes o insignificantes. Esa ilusin de que las cosas discurren como deberan
haber discurrido, que el presente es el resultado ineludible del pasado, nos impide
apreciar las posibilidades no realizadas que oculta nuestra realidad. Al romper con la
fantasa del progreso accedemos a un depsito de alternativas coherentes con nuestro
tiempo, como la transformacin poltica radical.
Benjamn crea que los habitantes de las grandes ciudades en las que estaba
eclosionando el consumo de masas vivan experiencias histricamente innovadoras,
aunque no fueran plenamente conscientes de ello. Era evidente que haban roto con el
tiempo cclico de las sociedades tradicionales, el ritmo de las cosechas y las
estaciones. Pero tambin haba algo incontrolable y salvaje en la metrpolis que era
imposible de reducir a una narracin ordenada sobre el avance de la civilizacin. Los
consumidores estaban en una posicin histrica privilegiada: la ideologa dominante
les hablaba de progreso, pero su experiencia cotidiana les haca sentir la naturaleza
discontinua de la realidad, el universo de posibilidades sepultadas por la facticidad
presente. En una gran ciudad en permanente transformacin social, cultural y
material, resultaba casi absurda la idea de vivir una realidad completa y definitiva:
El carcter destructivo no percibe nada duradero. Justamente por esto va
encontrando caminos por doquier. All donde otros chocan con enormes murallas o
montaas, l descubre un camino. () l convierte en ruinas lo existente, pero no lo
hace a causa de las propias ruinas, sino slo a causa del camino que se extiende por
ellas[53].
Esta visin de la sociedad de consumo tan optimista se enfrenta a un extrao
lmite cuando la fragmentacin de la experiencia se convierte en el discurso
dominante, que es precisamente lo caracterstico de la postmodernidad capitalista.
Vivimos en una jungla semitica que premia la fragmentacin y castiga las
narraciones continuas y coherentes. La idealizacin de Internet y las comunidades
digitales es su expresin ideolgica ms evidente. La publicidad se ha convertido en
una estrategia polimorfa que desarrolla juegos complejos, a menudo irnicos. Las
estrategias de mrketing ms eficaces son aquellas que diluyen la distancia entre
emisor y receptor no mediante la empata tradicional sino a travs de alguna forma de
simulacro de construccin cooperativa.
La modernidad lquida es un entorno extremadamente hostil para quienes aspiran

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a desarrollar una identidad slida, una subjetividad continua basada en una narrativa
teleolgica. El triunfador del turbocapitalismo es profundamente adaptativo: tiene
distintos yoes, diversas personalidades familiares, ideolgicas o laborales. Los
perdedores tambin. Los trabajadores migrantes ya no se van a otro pas con la idea
de iniciar una nueva vida ms prspera, sino que diseminan su fuerza de trabajo
saltando de pas en pas siguiendo los caprichosos flujos financieros. Los terapeutas
tambin nos exhortan a aceptar esta fluidez extrema. Quien se aferra a una identidad
poltica, sentimental o moral ya no es ni siquiera un perdedor o un resentido, sino
directamente un sujeto patolgicamente poco adaptativo. Las metforas polticas y
sociales dominantes de nuestro tiempo tienen que ver con la reticularidad y el
fragmento: sociedad red, sistemas distribuidos, mentes modulares.
Walter Benjamin infravalor la carga nihilista del consumismo que hoy el
ciberfetichismo saca a la luz inequvocamente. Los restos del consumo no son ruinas,
son basura. El carcter destructivo de nuestro tiempo tiene que buscar sus caminos en
un estercolero. Se equivoc porque no lleg a conocer las formas milenaristas de
consumismo postmoderno, el modo en que arrasa con cualquier posibilidad de
reconciliacin con las fuerzas antropolgicas profundas. El consumismo es a la
sensibilidad de la sociedad moderna como el capitalismo de casino a su economa.
Pero ese fracaso es interesante porque nos ensea un lmite importante de la
transformacin poltica. La emancipacin podra ser compatible con algunas formas
de mercado o de burocracia, pero no con la desigualdad consumista ni con ninguno
de sus derivados, como el ciberfetichismo o la sociofobia.
Curiosamente, los primeros pensadores que denunciaron la capacidad destructiva
del consumismo fueron tachados de elitistas, tambin por la izquierda. Christopher
Lasch o Pier Paolo Pasolini vieron con claridad que el consumismo implicaba una
aceleracin de la clausura de posibilidades histricas que Benjamin quera remediar:

El derecho de los pobres a una existencia mejor tiene una contrapartida


que ha acabado por degradar esa existencia. El futuro es inminente y
apocalptico. Los hijos se han desgajado del parecido con sus padres y se
proyectan hacia un maana que, pese a conservar los problemas y la miseria
de hoy, slo puede ser del todo distinto cualitativamente. () El
distanciamiento respecto del pasado y la falta de relacin (siquiera ideal y
potica) con el futuro son radicales[54].

Sencillamente no hay vida en comn junto al escaparate. Tampoco digital. De


hecho, en la medida en que el ciberfetichismo se basa en una apariencia de
abundancia ha radicalizado el problema, al desvincular el consumismo de la
compraventa. En Internet el consumismo finalmente se ha mostrado como una fuerza

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histrica devastadora. Hoy podemos acceder a la alienacin consumista incluso sin la
mediacin del dinero.

* * *

Hay una sutil conexin ideolgica entre las falsas promesas de las ciencias sociales,
el formalismo institucional que paraliza el cambio poltico y la disolucin de las
relaciones comunitarias. Su fundamento es la ilusin de que la realidad social y
nuestras ideas acerca de ellas estn bien definidas, son hechos analizables en partes
delimitadas y con una arquitectura conceptual precisa. Como si los procesos sociales
tuvieran una estructura molecular susceptible de ser recombinada de diversas
maneras, preferentemente mediante un nico impulso que inicie la autoorganizacin
espontnea y, en su defecto, a travs de la planificacin centralizada.
Esta quimera sociolgica ha tenido profundos efectos en nuestra percepcin de la
esfera pblica. En particular, nuestra comprensin de la desigualdad social est
completamente contaminada por el fracaso de las ciencias sociales. Durante dcadas
se intent definir con la mxima precisin el concepto de clase social a travs de un
frondoso aparataje terico. Es la historia de un fracaso pertinaz, porque siempre hay
algn grupo que se resiste a acomodarse a las formalizaciones. Pueden ser asalariados
de alto poder adquisitivo o bien empresarios con un bajo nivel cultural, o amas de
casa sin sueldo o trabajadores que controlan su entorno de trabajo As que, en una
especie de versin acadmica de la cama de Procusto, los socilogos, politlogos y
economistas han concluido que la desigualdad de clase ha perdido peso en un mundo
global de redes sociales en constante flujo. Y nos lo hemos credo. Nos gusta
imaginarnos como sofisticados actores en un sistema distribuido de informacin y
comunicaciones, no como trabajadores precarios y sumisos obsesionados por las
baratijas de marca. En realidad, una nocin de clase social basada en criterios amplios
y poco precisos los ingresos, el control sobre el propio trabajo y el prestigio social
resulta ms intuitiva que nunca e imprescindible para entender quin gana y quin
pierde, y hasta qu punto lo hace, en el mundo contemporneo. Pero es un tipo de
argumentacin que tiene un difcil acomodo en las teoras sociales sofisticadas,
desesperadamente necesitadas de exactitud conceptual aun si es a costa de su
contenido emprico.
En general, el universo social y moral adolece de una profunda relatividad
ontolgica, por tomar prestada la expresin que populariz el filsofo W.V.O. Quine.
Est habitado por realidades brumosas e indeterminadas, sin lmites estrictos, de las
que tenemos ideas confusas, poco precisas. Estamos condenados a intervenir en ellas
mediante dispositivos prudenciales continuos y a comprenderlas mediante
mecanismos explicativos contingentes. Por qu, entonces, seguimos sometindonos

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a economistas y psiclogos que nos hablan de entidades imaginarias? A polticos
cuyas palabras ya ni siquiera escuchamos y muchsimo menos creemos? Por qu nos
negamos a reconocer nuestras propias vidas daadas e idealizamos la ortopedia de los
psicofrmacos o las tecnologas? Al menos en parte, la respuesta es el consumismo.
Es una ideologa sumamente simple, basada en la mecnica del deseo, pero eficaz y
muy expansiva.
Todos entendemos que la igualdad, la libertad o la realizacin personal son
objetivos radicalmente afectados por la indeterminacin. Son realidades
disposicionales, antes que hechos. Es como cuando decimos que alguien sabe
italiano: no estamos afirmando que le pase algo en un determinado momento, sino
que es capaz de hacer ciertas cosas cuando es necesario. Las virtudes polticas
requieren que elaboremos permanentemente su sentido, pues lo transformamos y nos
transforma al perseguirlas. Y a menudo ese proceso slo se puede dar en comn. La
igualdad real, por ejemplo, no es un punto de partida sino un resultado. Las
declaraciones igualitaristas sentimentales todos las personas somos iguales
son cosmticas e incluso contraproducentes. No somos iguales. En realidad, somos
bastante diferentes. La igualdad es el fruto de la intervencin poltica, un producto
contingente de la construccin de la ciudadana y la democracia que es preciso
cultivar sistemticamente.
El consumismo, en cambio, proporciona una reconfortante sensacin de
concrecin. Es un tipo de actividad en la que los fines estn dados y no cabe
discusin sobre ellos. Consiste sencillamente en escoger los medios que considero
ms adecuados para satisfacer mis deseos. Adidas o Nike? Windows o Mac? En s
mismo no tiene nada de malo. Nuestra vida cotidiana sera imposible si sometiramos
a crtica permanentemente todas nuestras preferencias. El problema es cuando esta
clase de actividad adquiere una fuerte carga simblica y se convierte en una fuente
privilegiada de sentido, cuando se transforma en la fragua de nuestra identidad
personal.
El consumismo es una forma de satisfaccin pobre pero inmediata que, como se
resuelve en un intercambio cuantitativo, parece perfectamente definida. As que
aspiramos a que nuestra comprensin de toda la realidad social est a la altura
analtica de esta ultradeterminacin. En el mercado nuestras interacciones son
simples, delimitadas y fcilmente conceptualizables. Por qu no explicar el resto de
nuestra vida con la misma precisin y sencillez? Votamos lo que queremos, nos gusta
conducir, nos socializamos a golpe de bit Al incorporar a nuestros cuerpos la
mecnica del mercado legitimamos las falsas promesas explicativas de las ciencias
sociales.
Con el ciberfetichismo el consumismo ha adquirido autoconciencia, ya no es slo
el ruido de fondo simblico del capitalismo sino un proyecto social y cultural. El

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ciberfetichismo es la mayora de edad poltica del consumismo. Para los
ciberutopistas, al fin hemos dejado de estar solos en la ciudad, condenados a
encontrarnos espordicamente en la cola de los supermercados. Creemos haber
superado el malestar de la prosperidad material, los dilemas del individualismo
fordista y sus formas de alienacin. Nos pensamos como racimos de preferencias,
ocasionales pero intensas, a la deriva por los circuitos reticulares de la globalizacin
postmoderna. Somos fragmentos de identidad personal que colisionan con otros en
las redes sociales digitales y analgicas.
El precio a pagar es la destruccin de cualquier proyecto que requiera una nocin
fuerte de compromiso. Para el ciberfetichismo no hay nada en nosotros ms all de
nuestras apetencias actuales: sociales, gastronmicas, musicales, sexuales,
cinematogrficas o incluso polticas. La modernidad haba vivido esa disolucin de
las subjetividades en sus contenidos volitivos como una forma de nihilismo que, al
menos a largo plazo, generaba malestar y sufrimiento, como les ocurre a esas amas de
casa de clase media anestesiadas con tranquilizantes de Mad Men. El medio digital
nos proporciona una especie de muletas tecnolgicas que dan un sucedneo de
estabilidad a nuestras preferencias espordicas. Internet genera una ilusin de
intersubjetividad que, sin embargo, no llega a comprometernos con normas, personas
y valores.
Por eso nuestra poca es al mismo tiempo la del fracaso cientfico de las ciencias
sociales y la de su triunfo cultural. Nadie conoce ya a los socilogos, economistas o
pedagogos de moda. Skinner, Galbraith, Dahrendorf? No nos suenan. Pero nos
comportamos como si dirigiera nuestras vidas el decano de una facultad de ciencias
sociales. Si un comit de tericos de la eleccin racional, psicoanalistas y pedagogos
se hubiera visto obligado a llegar a un consenso de mnimos para fundar un conjunto
de relaciones sociales, habra inventado Facebook. Lo mismo ocurre con las polticas
pblicas. Nadie en su sano juicio piensa que los gobiernos convencionales tengan
capacidad para desarrollar una estrategia poltica coherente ms all del
desmantelamiento obsesivo de las ruinas keynesianas. Y, sin embargo, pocas veces en
la historia reciente ha habido tal pnico al vrtigo de la innovacin poltica, una
violencia tan desmedida contra cualquier violacin del desastre constituido,
semejante sociofobia.
Los proyectos polticos emancipadores son exactamente lo contrario: la
concrecin institucional de proyectos ticos sustantivos. Esas propuestas no estn
vacas, no son metaproyectos. Como explicaba Tawney, estn mucho ms centradas
en los deberes y las obligaciones que en los derechos. Para los socialistas se trata de
construir aquellos deberes y obligaciones que nos comprometen con la superacin de
la desigualdad material, la tutela poltica y la alienacin.
La complejidad de la realidad poltica exige una ruptura con la herencia de falsas

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promesas de las ciencias sociales, esa forma sofisticada y soporfera de consumismo
intelectual. La sabidura prctica en los asuntos pblicos se construye a travs de
procesos deliberativos de largo recorrido y no es patrimonio de los tribunos, los
expertos o los nobles. El gran desafo de la democracia radical en la postmodernidad
es no confundirse a s misma con las elecciones que hacen los consumidores en el
mercado o los usuarios en Internet. La reflexin poltica no tiene nada que ver con
una agregacin coherente de preferencias a travs de algn dispositivo tcnico, ya sea
la compraventa o una red social. La deliberacin en comn es un proceso de
construccin de objetivos compartidos, no un mecanismo de compatibilizacin de
opciones dadas, total o parcialmente antagnicas.
Por eso la tica del cuidado es fecundamente poltica. No porque la poltica se
parezca a las relaciones familiares: en un sentido importante es justo lo opuesto a las
relaciones familiares. Sino porque en el terreno de los cuidados resulta evidente hasta
qu punto las normas que asumimos nos convierten en personas que pueden aspirar a
ser de otra manera y en ocasiones slo pueden hacerlo conjuntamente. La democracia
no se puede fragmentar en paquetes de decisiones individuales porque tiene que ver
con los compromisos que nos constituyen como individuos con alguna clase de
coherencia, con un pasado y alguna remota expectativa de futuro. Y sa es una
realidad antropolgica incompatible con el ciberfectichismo y la sociofobia.

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CODA

1989

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Una vez vi un documental en televisin sobre la reinsercin de paramilitares
latinoamericanos que haban dejado las armas. La pelcula mostraba una especie de
actos de reconciliacin donde los criminales daban explicaciones y pedan perdn a
los familiares de sus vctimas. Apareca un hombre que deca, a modo de excusa, que
l haba asesinado a mucha gente, pero que nunca haba degollado a nadie con una
motosierra, como algunos de sus compaeros. Yo pens que cuando lo mejor que
puedes decir de ti mismo es que no le has cortado la cabeza a ninguna persona, tu
vida moral se debe simplificar muchsimo.
Algo as me ocurre con muchas propuestas postcapitalistas. Lo mejor que parecen
capaces de decir de s mismas es que no son imposibles e incluso eso sin demasiado
entusiasmo. El ciberfetichismo, la sociofobia y otros derivados de la cultura
consumista han calado hondo en nuestra percepcin de la realidad poltica. La
transformacin social entendida como un proyecto realista y no como una actividad
esttica adecuada para el solaz de las almas bellas resulta abrumadoramente
complicada. Pero ningn proyecto postcapitalista se puede considerar tal si no est
dispuesto a afrontar honestamente esa complejidad.
Tengo una experiencia poltica muy limitada, la verdad. Cuando tena quince
aos, apenas unos meses despus de que cayera el muro de Berln, me afili a la
organizacin juvenil de un partido comunista no sovietizante. Dur poco tiempo, pero
considero que fue un periodo importante en mi educacin poltica. Hay comunistas
que a da de hoy an anuncian el inminente sorpasso del proletariado mundial.
Cometen una falacia de la composicin: unen un montn de pequeas huelgas y
micro-revueltas en todo el mundo y les sale una revolucin a escala mundial. Yo no
vi nada de eso en mi organizacin. Ms bien al contrario. Las discusiones de fondo
sobre el futuro poltico inminente oscilaban entre el pesimismo sin concesiones y la
irona. Se respiraba la sensacin de formar parte de un proyecto agotado.
A diferencia del movimiento antimilitarista, en el que tambin particip
activamente, tengo un recuerdo vago de mi corto activismo comunista. Es extrao
porque fueron un montn de preocupaciones y reuniones interminables. Si no me
equivoco, se dedicaba una gran cantidad de tiempo a idear estrategias para evitar la
disolucin del partido. Como a cualquier adolescente enardecido, aquello me sacaba
de quicio. Crea que la propia accin poltica reverta automticamente en los
vnculos organizativos. Si hacamos lo que tenamos que hacer fuera lo que fuera
eso, aunque seguro que nada particularmente razonable sin duda la cosa mejorara.
Retrospectivamente puedo imaginar que asist a un proceso bastante interesante
que, por supuesto, fui incapaz de apreciar. Los esfuerzos, a la postre infructuosos, por
sobrevivir como organizacin tenan mucho sentido para los viejos militantes. Estaba
en juego tanto su propia identidad, en la que el activismo desempeaba un papel
importante, como unas relaciones personales forjadas durante dcadas de militancia

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muy intensa. Esos vnculos no iban a sobrevivir, o lo haran muy debilitados, si no
estaban amparados por un actor colectivo que los dotara de sentido. Lo curioso es que
esa conciencia de la importancia de los vnculos personales apenas haba
desempeado ningn papel en la militancia organizada. Slo cuando la crisis
institucional result irreversible sali a la luz que en el activismo haba un
componente importante relacionado con la fraternidad que no era posible reproducir
en otras circunstancias.
Algn tiempo despus, particip en varios proyectos relacionados con la cultura
libre. En aquel entorno, comunidad y cooperacin eran palabras fetiche y, sin
embargo, tenan una eficacia extremadamente limitada. Apenas exista el tipo de
compromiso personal que se daba por supuesto entre los militantes tradicionales,
quienes, sin ir ms lejos, entregaban mensualmente un porcentaje fijo de su sueldo a
la organizacin. Se consideraba con una mezcla de incomprensin y recelo la idea de
que uno tiene que rendir cuentas ante alguien de los resultados de su actividad. Uno
haca lo que poda, con la mejor voluntad de la que dispusiera y ms o menos cuando
le apeteca. El resultado prctico era casi siempre calamitoso pero, sobre todo, me
sorprendi que hubiera bastante ms hostilidad de la que caba esperar en aquel
imperio de la pura voluntariedad. Y eso que yo estaba ms que acostumbrado a las
discusiones desesperadas por un qutame all esas relaciones de produccin. Pareca
haber una relacin inversa entre el compromiso poltico tradicional y la agresividad
personal. Es algo muy evidente en el caso de los movimientos de cooperacin digital,
en los que las cuestiones muy tcnicas y generalmente nimias acerca de licencias,
protocolos o formatos a menudo dan lugar a grandes batallas dialcticas. Me pareci
que esta irritabilidad ciberntica era el sntoma de la fragilidad poltica de las
tecnologas sociales, que a su vez quintaesenciaban los vnculos sociales
postmodernos.
El 15M me impact. Era como si la postpoltica se desmoronara ante mis ojos, no
para volver a la modernidad sino para reformular su herencia. Una convocatoria que
inicialmente pareca ms un flash mob que otra cosa evolucion en apenas una
semana para hacerse cargo de una parte significativa del programa anticapitalista. Y
era increblemente expansivo. El sbado posterior al 15 de mayo de 2011 fui a Sol a
ltima hora de la tarde en un metro lleno de adolescentes que, como todos los fines de
semana, se dirigan hacia los bares del centro. Fue una experiencia alucinante: todos
parecan estar hablando de poltica Es como si en unas semanas se hubiera
derrumbado esa muralla de cinismo que nos condena a llevar vidas daadas. Por
primera vez los argumentos polticos a veces ingenuos, tergiversados o populistas
ocupaban el espacio simblico explosivo que en las ltimas dcadas haban
acaparado los politonos, la ropa ridcula y extremadamente cara, el ftbol, la
pornografa casera y los vdeos sobre gatos.

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Tal vez por eso, mucha gente malinterpret la relacin del 15M con la red. Muchos
han pensado que la tecnologa de la comunicacin ha sido un factor desencadenante
de estos procesos polticos. Creo que ocurri exactamente al revs. El 15M fue un
proceso tan tortuoso porque tuvo que superar el brutal bloqueo que genera el
ciberfetichismo consumista. Internet se ha convertido en un arma formidable no para
sacar a la gente a la calle sino cuando la gente ha salido a la calle. Hemos tenido que
dejar de pensar que intervenir en un espacio pblico es escribir mensajes
reaccionarios en foro-coches. Ceder el paso en la puerta del supermercado cuando
estamos de buen humor ha dejado de ser nuestra forma ms intensa de relacin social
personal. Si la red est jugando un papel tan importante en este movimiento es porque
hemos redescubierto la fuerza de los encuentros cara a cara y de los compromisos, y
hemos entendido que vivimos en un contexto donde son extremadamente difciles e
improbables.
Creo que los reaccionarios de izquierdas, como Christopher Lasch, acertaron al
sealar que era una frivolidad aceptar la destruccin capitalista de los vnculos
sociales tradicionales como una buena noticia. Un poco como quien tiene que
demoler un edificio y encuentra que alguien ya se ha encargado de ese trabajo por l.
El socialismo es ms bien como el barco de Otto Neurath, que deca que somos
marineros que tienen que reconstruir su embarcacin en alta mar. Pero, a diferencia
de los comunitaristas, no creo que la cuestin de la comunidad tenga la menor
importancia propositiva. Las relaciones sociales profundas fructifican
espontneamente cuando se eliminan las condiciones que las castran. Puede ser un
proceso confuso, difcil o doloroso, pero no es exactamente un problema poltico. Por
ejemplo, las familias extensas estn reapareciendo a travs de la fragmentacin
postmoderna. No a causa de un retorno conservador al tradicionalismo familiar, ms
bien al contrario. Los segundos matrimonios, la diversidad sexual, la movilidad
laboral o la necesidad de apoyo mutuo a causa de la crisis estn ampliando el nmero
de familias polinucleares no convencionales.
En cambio, el diseo institucional es lo contrario de la espontaneidad, requiere
una profunda y continua deliberacin pragmtica que no se puede resolver mediante
artefactos tericos formales. En el ciberfetichismo las cosas aparecen invertidas: la
sociabilidad recta parece requerir una enorme cantidad de ortopedia tecnolgica,
mientras que la institucionalidad parece abandonada a la espontaneidad.
A veces, cuando tengo noticia de alguna nueva iniciativa antagonista, me
pregunto si me gustara que esas personas ocuparan un cargo de responsabilidad en
una sociedad no capitalista. La mayor parte de las veces la respuesta es que no
confiara en ellos ni como administradores de mi comunidad de vecinos. Pero en
otras ocasiones pocas para ser sincero, la respuesta es s, sin duda. Puede resultar
extrao, pero el izquierdismo no ha sido un entorno muy propicio para enunciar esta

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clase de preguntas sencillas de plantear pero extremadamente complicadas de
responder y que, para m, son la esencia misma de una prctica poltica no retrica.
En el entorno digital, en el hiperconsumismo, estas preguntas directamente carecen
de sentido.
Desde el mismo 16 de mayo de 2011 un montn de amigos me escribieron y
llamaron para indicarme que el 15M haba refutado o confirmado diversas teoras
sociolgicas y polticas, en su mayor parte contradictorias entre s. Los negrinianos
me preguntaron soliviantados si ahora me haca tanta gracia la nocin de multitud
como nuevo sujeto revolucionario. Los anarquistas me reprocharon mis recelos
institucionalistas frente a los procesos de democracia directa. Los leninistas
subrayaron la vigencia soterrada del concepto de lucha de clases que yo haba
cuestionado. En fin, los postmodernos hicieron hincapi en el modo en que el 15M
deconstrua la experiencia poltica moderna y prescinda de los grandes metarrelatos
emancipatorios.
Ninguno me convenci, claro. En cambio, me di cuenta de que estaba bastante
generalizada mi propia sensacin de que, por decirlo de un modo cursi, estbamos
participando en el proceso de llegar a ser lo que ya ramos. Precisamente este libro se
pregunta cmo siguen vivos algunos problemas de la modernidad relacionados con la
emancipacin y el vnculo social en nuestra poca de pantallas digitales y megaslums,
de redes sociales y pisos patera. Creo que las respuestas a esos dilemas que dio el
antagonismo poltico clsico han dejado de servir y al mismo tiempo son
indispensables.
Las tradiciones revolucionarias han dilapidado una parte de su experiencia porque
se han malentendido a s mismas como el sueo convulso de un socilogo borracho.
Tal vez ahora que todo el mundo las da por finiquitadas sea un buen momento para
remediar ese error y pensar el postcapitalismo como un proyecto factible, cercano y
amigable. Creo que asumir la inmensa complejidad de una aspiracin semejante es
esencial. El medioambiente del consumismo ciberfetichista nos somete a una presin
brutal en sentido contrario: teclear ciento cuarenta caracteres vestidos como payasos
con ropa de marca es la nueva frontera de la banalidad. Que el mundo cambie de base
puede ser difcil pero no necesariamente complicado. En cambio, un postcapitalismo
factible es infinitamente complejo. Tanto como la cotidianeidad de relaciones
comunes que ni hoy ni nunca alcanzaremos a entender plenamente.

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Poner patentes a licencias sobre el
Software es como poner patentes
sobre las recetas culinarias. Nadie
podra comer a menos que pagara
por la licencia de la receta

RICHARD STALLMAN

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CSAR RENDUELES. Naci en Girona en 1975, creci en Gijn y vive desde hace
casi veinte aos en Madrid. Es doctor en filosofa y trabaja como profesor en el
departamento de teora sociolgica de la Facultad de Ciencias Polticas y Sociologa
de la Universidad Complutense de Madrid. Tambin ha sido profesor en la
Universidad Carlos III de Madrid y conferenciante invitado en varias universidades
espaolas y latinoamericanas.
Fue miembro fundador del colectivo de intervencin cultural Ladinamo, que
editaba la revista del mismo nombre, y durante ocho aos se encarg de la
coordinacin cultural y la direccin de proyectos del Crculo de Bellas Artes de
Madrid. Ha escrito sobre cuestiones relacionadas con la epistemologa, la filosofa
poltica y la crtica cultural en diversas revistas especializadas. Ha publicado dos
recopilaciones de obras de Karl Marx: una antologa de El capital y una seleccin de
textos sobre la teora del materialismo histrico. Tambin se ha encargado de la
edicin de ensayos clsicos de autores como Walter Benjamin, Karl Polanyi o Jeremy
Bentham. Ha desarrollado una extensa labor como traductor y en 2011 comisari la
exposicin Walter Benjamin. Constelaciones. Escribe habitualmente en su blog
Espejismos Digitales, y en eldiario.es.

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Notas

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[1] Mike Davis, Los holocaustos de la era victoriana tarda, U. Valencia, 2006. <<

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[2] Eric Hobsbawm, La era del imperio, Barcelona, Crtica, 2001, p. 66. <<

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[3] Mike Davis, op. cit., p. 21. <<

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[4] Robert Neuwirth y Mike Davis, Planeta de ciudades miseria, Madrid, Foca, 2008,

p. 41. <<

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[5] Rose George, La mayor necesidad, Madrid, Turner, 2010. <<

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[6] Sven Lindqvist, Historia de los bombardeos, Madrid, Turner, 2002, n. 186.<<

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[7] Milton Friedman, Capitalismo y libertad, Madrid, Rialp, 1966, cap. 2.<<

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[8] Bill Bryson, Una breve historia de la vida privada, Barcelona, RBA, 2012, p. 296.

<<

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[9] Paul Collier, El club de la miseria, Madrid, Turner, 2007, p. 59. <<

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[10] Goran Therborn, El mundo. Una gua para principiantes, Madrid, Alianza, 2012,

p. 242. <<

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[11] Steven Lukes, El viaje del profesor Caritat, Barcelona, Tusquets, 2001, p. 208.<<

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[12] Le Corbusier, Aircraft, Madrid, Abada, 1997, p. 109. <<

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[13] Lewis Mumford, Tcnica y civilizacin, Madrid, Alianza, 2002, p. 236. <<

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[14] David Noble, El diseo de Amrica, Madrid, Ministerio de Trabajo, 1987, p. 47.

<<

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[15] Evgeny Morozov, The Net Delussion, Nueva York, Public Affairs, 2011, p. 71.<<

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[16] Igor Sdaba, Propiedad intelectual. Bienes pblicos o mercancas privadas?,

Madrid, Catarata, 2008, pp. 57 y ss. <<

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[17] Erik S. Reinert, La globalizacin de la pobreza, Barcelona, Crtica, 2007, p. 188.

<<

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[18] David Aristegui, Un ministerio de cultura en la sombra, en VV. AA., CT o la

Cutura de la Transicin, Madrid, Debolsillo, 2012, pp. 57 y ss.; Capitalismo de


casino y derechos de autor, http://info.n0d050.0rg/Capitalism0-de-casin0-y-
derech0s.html <<

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[19] Yeyo Balbs, Negocio de reseas 2.0, en Cultura Libre, http://www.cultura-

libre.org/negocio-de-resenas-2-o <<

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[20] Cory Doctorow, De cmo los derechos de autor deberan cambiar para ajustarse

a la tecnologa, en Minerva, n 9, 2008, p. 55. <<

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[21] Jaron Lanier, Contra el rebao digital, Barcelona, Debate, 2012, p. 231. <<

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[22] La ancdota la cuenta Toni Domnech en Despus de la utopa. Coloquio entre

Antoni Domnech y Daniel Ravents, en Minerva, n 15, p. 59. <<

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[23] Evgeny Morozov, The Net Delussion, op. cit., pp. 63 y ss. <<

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[24] Montesquieu, Del espritu de las leyes, Madrid, Alianza, 2003, pp. 396 y 397. <<

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[25] Jaron Lanier, Contra el rebao digital, op. cit., p. 55. <<

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[26] Dan Ariely, Las trampas del deseo, Barcelona, Debate, 2008, p. 89. <<

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[27] Jon Elster, Rendicin de cuentas, Buenos Aires, Katz, 2006, p. 133. <<

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[28] Kwame Anthony Appiah, Experimentos de tica, Buenos Aires, Katz, 2011, p.

167 y ss. <<

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[29] Elinor Ostrom, El gobierno de los bienes comunes, Mxico, FCE, 2011, p. 109.

<<

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[30] Elinor Ostrom, op. cit., pp. 165 y ss. <<

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[31] Elinor Ostrom, El gobierno de los bienes comunes, op. cit., p. 311. <<

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[32] S. Zizek, Bienvenidos al desierto de lo real, Madrid, Akal, 2005, p. 11.<<

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[33] John Berger, Un pintor de hoy, Madrid, Alfaguara, 2002, p. 308.<<

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[34] G. Cohen, Si eres igualitarista, cmo es que eres tan rico?, Barcelona, Paids,

2001, p. 137.<<

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[35] Walter Benjamn, Bert Brecht, en Obras II, Madrid, Abada, 2009, p. 298.<<

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[36] James E. Miller, La Pasin de Michel Foucault, Barcelona, Andrs Bello, 1996,

p. 273.<<

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[37] A. Levine, E. Sober y E. O. Wright, Reconstructing Marxism, Londres, Verso,

1992, p. 149.<<

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[38] Jon Elster, Una introduccin a Karl Marx, Madrid, Siglo XXI, 1991, p. 47 y ss.

138<<

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[39] S. Mulhall y A. Swift, El individuo frente a la comunidad, Madrid, Temas de

Hoy, 1996, p. 45.<<

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[40] Dan Ariely, Las trampas del deseo, op. cit., p. 95.<<

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[41] Alasdair C. Maclntyre, Animales racionales y dependientes, Barcelona, Paids,

2001.<<

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[42] Lauren Slater, Cuerdos entre locos. Grandes experimentos psicolgicos del siglo

XX, Madrid, Alba, 2006, p. 86.<<

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[43] Judith Rich Harris, El mito de la educacin, Grijalbo, Barcelona, 1999.<<

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[44] Richard Wilkinson y Kate Pickett, Desigualdad. Un anlisis de la (infelicidad

colectiva, Madrid, Turner, 2009, pp. 72 y ss.<<

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[45] Evgeny Morozov, The Net Delusion, op. cit., p. 184 y ss.<<

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[46] Alasdair Maclntyre, Es posible una ciencia poltica comparada?, en A. Ryan,

La filosofa de la explicacin social, Madrid, FCE, 1976, p. 267.<<

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[47] Naomi Klein, La doctrina del shock, Barcelona, Paids, 2007, p. 84.<<

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[48] Alec Nove, La economa del socialismo factible, Madrid, Siglo XXI, 1987, p. 111.

<<

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[49] Francis Spufford, Abundancia roja, Madrid, Turner, 2011.<<

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[50] B. Gerrien y S. Jallais, Microeconoma. Una presentacin crtica, Madrid, Maia,

2008, pp. 32 y 34.<<

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[51] Jon Elster, Tuercas y tornillos, Barcelona, Gedisa, 1993, p. 18.<<

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[52] J. M. Keynes, El final del Laissez Faire, en Ensayos sobre intervencin y

liberalismo, Barcelona, Orbis, 1986.<<

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[53] Walter Benjamn, Imgenes que piensan, en Obras IV, I, Madrid, Abada, 2010, P-

347.<<

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[54] Pier Paolo Pasolini, Cartas luteranas, Madrid, Trotta, 1997, p. 42.<<

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