Sociofobia - Cesar Rendueles
Sociofobia - Cesar Rendueles
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Csar Rendueles
Sociofobia
El cambio poltico en la era de la utopa digital
ePub r1.0
marianico_elcorto 17.12.13
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Ttulo original: Sociofobia
Csar Rendueles, 2013
Diseo de portada: Filo Estudio
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ZONA CERO
Sociofobia
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Capitalismo postnuclear
Un padre y un hijo caminan da tras da por desoladas autopistas norteamericanas.
Hace aos que ningn vehculo circula por ellas. Todo a su alrededor est cubierto
por una espesa capa de ceniza negra y las nubes que descargan un glido agua-nieve
apenas dejan intuir el sol. Sus principales preocupaciones son encontrar agua potable
y alimentos, sobrevivir al fro y no sucumbir a la enfermedad. Estn solos. En esta
tierra yerma slo perviven formas depravadas de fraternidad. Ocasionalmente se
topan con otros, apenas humanos, unidos en jauras dedicadas a esclavizar, robar,
violar, torturar y devorar a sus congneres. El canibalismo es una amenaza
permanente.
As transcurre The Road, la novela distpica de Cormac McCarthy acerca de un
futuro postnuclear. Puede resultar difcil de creer, pero buena parte de estos hechos se
produjeron literal y repetidamente en un inmenso mbito geogrfico en el ltimo
tercio del siglo XIX. La segunda mitad de la poca victoriana se caracteriz por lo que
el historiador Mike Davis, en un ensayo alucinante, denomin una crisis de
subsistencia global: un holocausto que caus entre treinta y cincuenta millones de
muertos y, sin embargo, apenas se menciona en los libros de historia convencionales.
Una inmensa cantidad de personas fundamentalmente en India, China y Brasil,
aunque el proceso afect a muchas otras zonas pereci vctima de la inanicin y las
pandemias en el transcurso de una serie de megasequas, hambrunas y otros desastres
naturales relacionados con el fenmeno de El Nio[1].
De Cachemira a Shanxi, del Mato Grosso a Etiopa el mundo se convirti en una
pesadilla. Los misioneros, una de las fuentes habituales para conocer lo que ocurra
en lugares remotos en esa poca, hablaban de escenas aterradoras. La gente utilizaba
cualquier cosa como alimento hojas de rboles, perros, ratas, los techos de sus
casas, bolas de tierra antes de comenzar a devorar cadveres humanos y,
finalmente, matar a sus propios vecinos para comrselos.
En realidad, la antropofagia fue un paso ms, y no necesariamente el ltimo, de
un proceso generalizado de demolicin de la arquitectura social. A lo largo de un
territorio inmenso, la autoridad legal se desvaneci como si se tratara de una fantasa
ya insostenible, los templos se utilizaron como lea, la gente venda como esclavos a
sus propios familiares, el bandidaje se generalizaba En el transcurso de unos pocos
aos, estructuras comunitarias milenarias se desvanecieron casi sin dejar rastro.
Incluso el paisaje fsico pareca sacado de un escenario apocalptico: sequas nunca
vistas causaron la desertizacin de extenssimas reas, plagas de langosta de
proporciones bblicas azotaron los pocos cultivos que sobrevivieron. En ocasiones, la
desertizacin extrema produjo una especie de lluvia de ceniza que cubra los terrenos
ridos.
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Buena parte del siglo XIX fue relativamente pacfico en Europa, al menos si se
compara con el pasado inmediatamente anterior. Las cosas no les fueron tan bien a
los pases que los occidentales colonizaron. Entre 1885 y 1908 el llamado Estado
Libre del Congo la futura Repblica Democrtica del Congo fue, literalmente,
propiedad privada de Leopoldo II, rey de Blgica, que instaur una despiadada
hibridacin de turboempresariado, esclavismo y ultraviolencia. Se calcula que el
nmero de vctimas mortales de esas dos dcadas asciende al menos a cinco millones
de personas, tal vez diez. El modelo belga de explotacin comercial se basaba en un
extractivismo furioso que depred los recursos naturales del pas. Leopoldo II
esclaviz por decreto a la poblacin local y la someti a un rgimen de terror basado
en el asesinato de masas y la tortura sistemtica. Un castigo muy habitual para los
trabajadores poco diligentes era amputar sus manos y exhibirlas para dar ejemplo.
En cambio, las hecatombes de origen ecolgico de las que habla Mike Davis no
fueron tanto la consecuencia directa de la colonizacin como, primero, el escenario
para su desarrollo y, despus, su subproducto. Las grandes potencias del siglo XIX
aprovecharon la situacin de desamparo material que crearon las megacatstrofes
para aumentar drsticamente la velocidad y la intensidad de su expansin imperial.
En la mayor parte del mundo, el capitalismo se impuso literalmente como una
invasin militar. La humanidad nunca haba conocido un proceso de colonizacin tan
rpido y de tales dimensiones. Entre 1875 y la Primera Guerra Mundial una cuarta
parte de la superficie de la Tierra fue repartida entre un puado de pases europeos,
Estados Unidos y Japn. El Reino Unido increment sus posesiones en unos diez
millones de kilmetros cuadrados (la superficie de toda Europa), Francia en nueve
millones, Alemania en dos millones[2].
Las metrpolis desarrollaron planes detallados para desarbolar las instituciones
locales de los territorios donde se asentaron. Entramados sociales con siglos de
antigedad saltaron por los aires en unos aos. Fue un proyecto poco sistemtico y a
menudo torpe, aunque a la postre eficaz, dirigido a implantar un tipo de dependencia
administrable mediante un aparato econmico, poltico y militar moderno. Las
grandes catstrofes ecolgicas dieron apoyo moral a esta iniciativa. Estos pases, se
decan los europeos cultos, eran vctimas de su propio atraso. La modernizacin
tutelada, por dolorosa que pudiera resultar, redundaba en su propio beneficio. En
1852 Karl Marx expuso con vehemencia este punto de vista en un artculo titulado
La dominacin britnica en la India:
Por muy lamentable que sea desde un punto de vista humano ver cmo se
desorganizan y descomponen en sus unidades integrantes esas decenas de
miles de organizaciones sociales laboriosas, patriarcales e inofensivas, () no
debemos olvidar al mismo tiempo que esas idlicas comunidades rurales
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constituyeron siempre una slida base para el despotismo oriental; que
restringieron el intelecto humano a los lmites ms estrechos, convirtindolo
en un instrumento sumiso de la supersticin, sometindolo a la esclavitud de
reglas tradicionales y privndolo de toda grandeza y de toda iniciativa
histrica. () Bien es verdad que al realizar una revolucin social en el
Indostn, Inglaterra actuaba bajo el impulso de los intereses ms mezquinos,
dando pruebas de verdadera estupidez en la forma de imponer esos intereses.
Pero no se trata de eso. De lo que se trata es de saber si la humanidad puede
cumplir su misin sin una revolucin a fondo en el estado social de Asia. Si
no puede, entonces, y a pesar de todos sus crmenes, Inglaterra fue el
instrumento inconsciente de la historia al realizar dicha revolucin. En tal
caso, por penoso que sea para nuestros sentimientos personales el espectculo
de un viejo mundo que se derrumba, desde el punto de vista de la historia
tenemos pleno derecho a exclamar con Goethe: Quin lamenta los estragos
/ Si los frutos son placeres? / No aplast miles de seres / Tamerln en su
reinado?.
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lleg a su apogeo durante la Guerra Fra. El mito fundacional de los llamados estados
del bienestar afirma que fueron el resultado de la prudencia, el consenso, el
aprendizaje de los errores pasados y el altruismo. En realidad, formaron parte de una
estrategia inteligente y ambiciosa, capitaneada por Estados Unidos, para minimizar el
atractivo de la va sovitica en Europa. El resto de la humanidad es decir, la mayor
parte de la humanidad no tuvo tanta suerte. Los procesos histricos inaugurados
por los holocaustos Victorianos fundaron el tercer mundo y definieron su naturaleza.
La consolidacin del capitalismo a escala mundial mantiene una estrecha
solidaridad con procesos destructivos de gran envergadura. La devastacin de las
instituciones tradicionales configur las races del ecosistema en el que viven varios
miles de millones de personas. La relacin entre el espacio construido y los recursos
naturales en la mayor parte de nuestro planeta es bsicamente la que cabra esperar
tras una megacatstrofe. Tras el paso del huracn Katrina por Louisiana, en 2005, se
populariz entre los damnificados de Nueva Orleans el lema Bienvenidos al tercer
mundo. Ms que un eslogan irnico, era un diagnstico tcnicamente preciso.
Desde finales del siglo pasado, por primera vez en la historia, ms gente vive en
reas urbanas que en el campo. Para 2050 se espera que la proporcin sea de 70% a
30%. Es engaoso hablar de xodo rural hacia las ciudades. De hecho, no existe
consenso entre los especialistas acerca del nivel de urbanizacin contemporneo
porque la idea de ciudad se ha desdibujado por completo. El nuevo entorno habitado
que se est imponiendo se compone de asentamientos difusos hiperdegradados sin
ninguna de las caractersticas que tradicionalmente asociamos a las urbes. Se trata de
aglomeraciones sin un trazado definido, sin agua, electricidad, calles, asfaltado o,
sencillamente, casas en ningn sentido tradicional. Es difcil sobrestimar la magnitud
del problema:
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de los problemas sociales. Por ejemplo, en contra de la creencia popular de que el
aumento de la esperanza de vida en Occidente fue la consecuencia de sofisticados
avances mdicos y farmacolgicos, los expertos coinciden en que el factor ms
importante fue la generalizacin de los sistemas de saneamiento. El arma ms eficaz
contra la enfermedad que ha inventado el ser humano son las cisternas y las
alcantarillas. En contrapartida, la acumulacin de excrementos en los lugares que
carecen de estas instalaciones es uno de los principales problemas urbanos a escala
mundial. Dos mil quinientos millones de personas viven literalmente hundidas en su
propia mierda, sin acceso a ninguna clase de sistema de saneamiento, ni cloacas, ni
pozos negros, ni letrinas: sencillamente cagan y mean donde pueden. Esta situacin
se vuelve dantesca en lugares como Kinshasa, una ciudad de diez millones de
habitantes sin ningn tipo de gestin de residuos. Se calcula que las personas que
viven en lugares sin instalaciones sanitarias ingieren diez gramos de materia fecal al
da. No es una cuestin esttica o de comodidad. En la ltima dcada han muerto ms
nios por diarrea que personas en guerras desde la Segunda Guerra Mundial[5].
Las reas urbanas hiperdegradadas los megaslums son el problema colonial
del siglo XXI. Al igual que los holocaustos Victorianos, son el subproducto de las
polticas liberales. En los aos ochenta del siglo XX las instituciones econmicas
internacionales impusieron en el tercer mundo un programa de empobrecimiento y
desigualdad cuyas autnticas consecuencias globales slo ahora empezamos a
comprender. Las polticas de devaluacin, privatizacin de la educacin y la sanidad,
destruccin de la industria local, supresin de las subvenciones alimentarias y
reduccin del sector pblico deterioraron radicalmente tejidos urbanos que ya tenan-
gravsimas carencias. Se incentiv el xodo rural arruinando a los pequeos
campesinos y favoreciendo a las multinacionales agroganaderas.
Las conurbaciones de miseria son el envs del capitalismo de casino, el dique de
contencin de la poblacin excedente en una economa cada vez ms especulativa y
tecnologizada. Son una fuente potencial de conflictos de una magnitud que ni siquiera
alcanzamos a imaginar. Constituyen un problema ya no tico, econmico o poltico,
sino relacionado con lmites ecolgicos irrebasables. Es como si los amos del mundo
estuvieran empeados en hacer realidad las disparatadas pesadillas maltusianas.
La aparicin del tercer mundo ha influido profundamente en las expectativas
polticas de los ciudadanos occidentales. La realidad de una periferia inempeorable ha
incrementado muchsimo la sensibilidad a los costes del cambio social. La
contraimagen del liberalismo occidental es la de un magma antropolgico totalitario,
estpido e irracional. En lo ms profundo de nuestros corazones sentimos que la
alternativa existente al capitalismo avanzado no es ya la solidaridad conservadora de
las comunidades tradicionales sino un continuo infernal de pobreza, corrupcin,
crimen, integrismo y violencia.
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En realidad, es una especie de traduccin ideolgica de un sesgo cognitivo que
los psiclogos llaman aversin a la prdida. Un experimento muy conocido
consiste en regalar a algunas personas objetos de distinta clase y preguntarles cunto
estaran dispuestas a pagar para no desprenderse de ellas. A otro grupo de personas se
les ofrecen los mismos objetos y se les pregunta cunto estaran dispuestas a pagar
para hacerse con ellos. En trminos generales, la gente est dispuesta a pagar ms
para conservar aquello que considera suyo aunque se le acabe de regalar hace un
minuto y nunca lo hubiera deseado que para adquirir algo que no considera de su
propiedad, aunque se trate exactamente del mismo objeto. Desde el punto de vista de
la teora de la eleccin racional esto es absurdo: nos comportamos de forma diferente
ante lo que en trminos objetivos es la misma situacin.
Muchos ciudadanos de las democracias occidentales estaran dispuestos a pagar
muy poco para obtener un sistema poltico aquejado de una profunda crisis de
representatividad o un rgimen econmico irracional, inestable e ineficaz. Sin
embargo, creen que el precio a pagar por perder todo eso sera altsimo. En realidad,
podra haber buenas razones para conformarse con lo que hay, como los costes de una
transicin a un sistema alternativo o su irrealizabilidad. Pero son cuestiones que ni
siquiera nos llegamos a plantear. Identificamos el cambio con una prdida que nos
aterroriza antes de cualquier clculo racional. Despreciamos el consumismo, el
populismo democrtico y la economa financiera pero los precomprendemos como el
nico baluarte frente a la barbarie contempornea. Vivimos en un estado permanente
de pnico a la densidad antropolgica, porque la nica alternativa que conocemos al
individualismo liberal es la degradacin de los megaslums o el integrismo. Como si
no hubiera nada entre la sede de Goldman Sachs y la Villa 31.
Una vez que el ideal de libertad aparece en el mundo es completamente
imparable, ningn proyecto poltico puede excluirlo. Un militante antifranquista me
cont que durante una carga policial tras una manifestacin estudiantil de los aos
sesenta vio cmo un compaero trataba de aplacar al polica que le estaba golpeando
gritando que yo no quiero libertad, que no quiero libertad!. El polica,
seguramente con buen criterio, desconfi de su sinceridad y le sigui apaleando
brutalmente. Cuando la libertad irrumpe en la vida poltica, nadie puede decirse a s
mismo que prefiere ser siervo. A lo sumo, podemos autoengaarnos identificando el
sometimiento como una libertad ms genuina.
Del mismo modo, una vez que se empieza a sospechar de las relaciones
personales de dependencia, nada puede rehabilitarlas. Como le ocurra a Marx, somos
incapaces de dejar de apreciar un remanente positivo en la destruccin de los lazos
comunitarios, incluso si nos resulta dolorosa. La vertiente ms tosca y racista de esta
sociofobia es el miedo a las invasiones brbaras, a que un magma de holismo social
irrumpa como una avalancha en nuestras vidas exquisita y pulcramente
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individualistas.
La cultura popular que se desarroll en el apogeo del colonialismo moderno
reflej estas fobias con una sinceridad que hoy nos resulta ingenua, casi divertida. El
ensayista sueco Sven Lindqvist ha recogido algunos ejemplos fascinantes procedentes
de las primeras obras de ciencia ficcin. En 1910 Jack London, un escritor socialista,
public La invasin sin precedentes. Se trata de un relato futurista sobre el peligro
amarillo y las crisis demogrficas. En 1970 China est sobrepoblada. Es un horrible
ocano de vida que se ha convertido en una monstruosa amenaza de proporciones
geolgicas: Ahora sobrepasaba los lmites de su imperio y se desbordaba sobre los
territorios adyacentes con la lentitud y la certeza aterradora de un glaciar. La
elegante solucin que encuentra Occidente para este problema maltusiano es
exterminar con armas bacteriolgicas a unos quinientos millones de personas todos
los habitantes de China y colonizar la tierra despoblada para iniciar una
reconstruccin social impecablemente racional y moderada. El genocidio al servicio
de la utopa. En La sexta columna, la primera novela de Robert A. Heinlein, no ha
dado tiempo a adoptar esas medidas profilcticas y, segn el resumen de Lindqvist,
las hordas panasiticas han invadido Estados Unidos. El problema reside en matar a
cuatrocientos millones de simios amarillos sin herir a seres humanos. Los mejores
cerebros de Norteamrica se esconden en las Montaas Rocosas y crean un rayo que
destruye la sangre mongol sin daar a las dems sangres[6].
La versin actual no es mucho ms sutil pero s ms difusa. Por poner un ejemplo
inocuo aunque significativo, el crtico musical Vctor Lenore explica cmo la msica
popular que escucha y baila la gente pobre es sistemticamente vapuleada por los
especialistas como tosca, repetitiva e incluso inmoral. Las pginas de tendencias de
los grandes medios publicitan hasta la nusea las ltimas novedades anglosajonas,
aunque su recepcin en nuestro pas sea muy minoritaria. Sin embargo, es
prcticamente imposible encontrar noticias sobre un grupo de tecnorumba como
Camela, que ha vendido ms de siete millones de discos, mayoritariamente entre las
clases populares. Estilos musicales apreciados por los inmigrantes, como el
reggaetn, el kuduro o la cumbia, son considerados por los crticos como un pozo sin
fondo de degradacin esttica y sexismo. Es comprensible que a los aficionados a la
msica abstracta, digamos Stockhausen, les parezca que la msica popular
contempornea es chusca y poco elaborada. No es el caso de la mayor parte de los
crticos musicales, siempre receptivos a obras de aspiraciones irnicas poco
innovadoras y mal tocadas si vienen avaladas por el New Musical Express. La mayor
parte de la msica que el occidente rico odia se baila en pareja y extremadamente
pegado. Una pista de baile de reaggaetn es una especie de consumacin de la
pesadilla simblica occidental: una masa sudorosa, apretada y sin ilustrar, coreando
letras de alto voltaje sexual y proclive a la violencia.
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La sociofobia es un sesgo universal y no podemos escapar de ella. Muchos
movimientos ruralistas y comunitaristas, nostlgicos de las relaciones tradicionales
sosegadas y del slow life, se basan en una percepcin de la gran ciudad como un lugar
de exceso social, no de aislamiento individualista. Walter Benjamn lo expres a la
perfeccin en un texto de 1939, titulado Sobre algunos motivos en Baudelaire:
Angustia, repulsin y horror enorme despert la multitud de la gran ciudad en los
primeros que la miraron a los ojos. Para Poe, posee algo de brbaro. La disciplina
apenas la domea. Ms tarde, James Ensor no se ha cansado de confrontar en ella
justamente la disciplina con el desenfreno.
El nombre del avin que Ronald Reagan us durante su campaa electoral de
1980 era Libre Empresa II. Fue una boutade de un poltico que convirti la
autoparodia en una forma de mrketing. Porque una realidad fascinante del
capitalismo es que se ha impuesto a escala mundial a pesar de carecer de grandes
discursos de legitimacin. La sociedad de mercado no tiene ningn Pericles, Catn o
san Agustn. No hay declaraciones de derechos, actas fundacionales ni monumentos.
Es llamativo porque pocas sociedades han exigido una lealtad tan heroica y una
ritualizacin tan extrema de los comportamientos cotidianos. El mercado inunda la
totalidad de nuestras vidas con una intensidad que otros proyectos expansivos y
universalistas como el catolicismo o el Imperio Romano jams se atrevieron a
soar. Sin embargo, ningn arco del triunfo conmemora las batallas en las que ha
vencido la United Fruit Company. Ningn sacerdote hace abracadabra en una lengua
muerta para que aceptemos la transustanciacin de la riqueza especulativa en bienes y
servicios tangibles.
La mayor parte de los discursos dominantes acerca de nuestra realidad social
estn dirigidos a negarla. Los polticos slo hablan de la desigualdad, la explotacin o
la alienacin que son, objetivamente, los fenmenos sociales ms caractersticos
del mundo moderno para difuminarlos como efectos colaterales de un proceso de
mejora en marcha y, en todo caso, inevitable. En ese sentido, hay que reconocer el
mrito del liberalismo econmico radical, que se atrevi a describir con realismo
nuestra despiadada actualidad para defenderla. Los liberales aceptaron el vrtigo
del nihilismo social. Asumieron la sociofobia como una opcin deseable.
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El panptico global
En La Pianola, la primera novela de Kurt Vonnegut, Nueva York se ha convertido en
una especie de club privado para las lites tecnocrticas de Estados Unidos, que
dirigen una economa casi completamente automatizada. La mayor parte de la gente
vive sin pobreza material extrema pero profundamente alienada, dedicada a tareas
absurdas y sin capacidad de decisin poltica. Al principio de la novela aparece el
chah de Bratpuhr, un noble oriental de visita en Estados Unidos invitado por el
gobierno norteamericano. El chah demuestra una gran curiosidad por conocer la
forma de vida de la poblacin estadounidense. Su gua, Halyard, le explica la rutina
habitual de un ciudadano medio: trabajar a cambio de un salario, vivir en pequeas
casas, pagar deudas El visitante, ayudado por el intrprete Khachdrahr, pronto
entiende:
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o, al menos, muy limitadas. El mercado era literalmente un lugar la plaza del
mercado que se estableca en ciertos momentos especiales los das de mercado
. Cuenta Herodoto que cuando una delegacin espartana acudi a la corte de Ciro a
advertirle de las represalias que sufrira si atacaba a los griegos, el rey persa les
respondi que no se senta intimidado por un pueblo que haba habilitado en sus
ciudades un espacio el mercado donde engaarse los unos a los otros.
Con la modernidad el mercado se convirti por primera vez en una institucin
general que impregna la totalidad de la realidad social. La compraventa ha colonizado
nuestros cuerpos y nuestras almas. Vendemos amplios pedazos de nuestra vida en el
mercado laboral, obtenemos un techo bajo el que cobijarnos mediante sofisticados
instrumentos financieros llamados hipotecas, el aire que respiramos cotiza en
mercados de dixido de carbono, los alimentos que comemos forman parte de
complejas cadenas especulativas
En cambio, casi todas las sociedades tradicionales pusieron mucho cuidado en
excluir del mercado algunos bienes y servicios esenciales, como la tierra, los
productos de primera necesidad o el dinero. El comercio es un tipo de interaccin
competitiva en la que intentamos sacar ventaja de un oponente. Vende caro, compra
barato es la nica norma de conducta incuestionable en el mercado. Las sociedades
precapitalistas consideraron que era una locura condicionar su supervivencia material
a la incertidumbre de la competencia. Por la misma razn que pensamos que una
persona que apuesta su nica casa al poker o juega a la ruleta rusa hace algo no slo
arriesgado sino equivocado: la desproporcin entre los riesgos y los beneficios es
demasiado alta. La gente siempre necesita comida, abrigo, cuidados y un lugar donde
caerse muerta. Es razonable someter esas necesidades estables al azar del mercado?
Es sensato sencillamente cerrar los ojos y desear con fuerza que el libre juego de la
oferta y la demanda genere un resultado que satisfaga adecuadamente el sustento de
la mayora? Durante milenios, la respuesta fue unnime y categrica: no! Pero, claro,
nosotros somos mucho ms listos.
El sistema mercantil, que es la expresin que usa Polanyi para designar la
forma en que el mercado ha irrumpido en nuestras vidas, se parece ms a los
falansterios y a las comunas que a las relaciones sociales convencionales. Es un
programa utpico y no, como a veces se dice, la serena consumacin de un impulso
comercial universal en la especie humana. El mercado libre ni ha existido nunca ni
puede llegar a existir. Es una quimera que ha causado una cantidad inslita de
sufrimientos. Y, como todas las utopas, es un proyecto fracasado y profundamente
contradictorio. Por eso, en el capitalismo realmente existente, el estado interviene
constantemente para evitar que el pas de nunca jams del libre mercado se
desmorone como un edificio de naipes arrastrando consigo a las lites que se
aprovechan de sus falsas promesas. En los ltimos aos se han empleado los mismos
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argumentos para justificar el uso masivo de fondos pblicos en el rescate del
entramado bancario y para defender el desmantelamiento de empresas pblicas o la
virtual exencin de impuestos de los muy ricos. El capitalismo histrico no ha
sucumbido nunca a la tentacin de la coherencia.
Los liberales recuerdan un poco a aquellos saint-simonianos que vestan
chaquetas con botones por la espalda a fin de obligarse a solicitar ayuda para
abrocharlas y, as, fomentar la fraternidad. La diferencia, claro, es que la ideologa del
mercado ha triunfado y parece de sentido comn. Pero basta escarbar un poco entre
las races ideolgicas de nuestro tiempo para detectar un poderoso aroma milenarista
incompatible con ninguna sociedad real.
The Yes Men es un colectivo de artistas que se dedica a suplantar y parodiar a
representantes de las instituciones financieras y de las grandes empresas en foros
empresariales internacionales. Su principal descubrimiento ha sido que es imposible
escandalizar al mundo corporativo. Hacindose pasar por miembros de la OMC han
presentado en pblico iniciativas como ilegalizar la siesta, recuperar la trata de
esclavos, establecer un mercado de votos o de derechos humanos de forma que un
Estado que necesite violar los derechos fundamentales pueda comprarle a otro su
cuota de infracciones, acabar con el hambre mediante un sistema para que los
pobres reciclen hamburguesas ya digeridas Todo ello fue acogido con inters y
murmullos de aprobacin por grandes audiencias compuestas por empresarios y
responsables pblicos.
El capitalismo es imparodiable. Nada puede sorprender a un mundo que organiza
el trabajo, el uso del dinero o la produccin de alimentos a travs de una especie de
competicin deportiva generalizada y obligatoria a la que llamamos mercado. El
utopismo es la esencia de la visin del mundo de esa gente de orden, sensata y
razonable, que se dedica a sus negocios y no quiere los. Su mensaje apocalptico
tiene slidas bases filosficas y se puede rastrear en el utilitarismo del siglo XVIII.
Muchos intrpretes leen con condescendencia a los utilitaristas como pragmatistas
ingenuos, pequeoburgueses intelectuales sin grandes aspiraciones. Es un error. Son
davidianos camuflados. Sus ideas resultan grises y poco emocionantes sencillamente
porque su explosivo programa nihilista ha muerto de xito.
De hecho, el fundador del utilitarismo, Jeremy Bentham, fue un personaje
excntrico y audaz, un Yes Men de la Ilustracin. En su testamento estableci que su
cadver deba ser diseccionado en una clase de anatoma, momificado, vestido con
sus propias ropas y sentado en una cabina de madera denominada auto-icono. El
cuerpo de Bentham se conserva en el University College de Londres, donde sigue
expuesto al pblico. Bentham dedic toda su vida a la transformacin social. Se
consideraba a s mismo un reformista y no quiso privarse de una ltima intervencin
radical post morten que cuestionaba uno de los grandes universales antropolgicos: la
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aparicin de ceremonias de enterramiento se ha considerado tradicionalmente un hito
clave del proceso de hominizacin.
Bentham no renunci sin ms a las convenciones establecidas. No pidi que su
cuerpo fuera arrojado a un vertedero. Primero el cadver deba ser tratado
objetivamente como carne muerta para, a continuacin, proceder a una reformulacin
perfeccionada de los usos funerarios. Se trata de una especie de parodia macabra del
elemento central del sistema benthamiano: la bsqueda de un grado cero de la
sociabilidad desde el que reconstruir las relaciones entre las personas sobre bases
racionales. Bentham reconoce la naturaleza gregaria del ser humano, pero desconfa
profundamente de la fraternidad natural y su viscosidad etnolgica. Aspira a
distinguir la sociabilidad de las relaciones de dependencia personal, las
supersticiones, las pasiones desenfrenadas y la falsa conciencia. Alent una ortopedia
pblica del vnculo social natural que corrigiera sus taras comunitarias.
El ncleo duro del utilitarismo es la idea, relativamente frecuente en el contexto
filosfico de Bentham, de que todo acto humano debe ser juzgado segn el placer o el
sufrimiento que reporta, con el objeto de lograr la mayor felicidad para el mayor
nmero. Bentham convirti este lugar comn en una fuente de transformaciones
polticas radicales. Bsicamente, la colectividad mximamente feliz es la que facilita
a los individuos que la componen la realizacin coherente de aquellas actividades que
cada uno considera ms placenteras. No slo por un individualismo tico u
ontolgico, sino por una cuestin de eficacia: nadie, y en particular ningn
gobernante, puede saber qu es lo que ms satisfaccin le reporta a cada individuo tan
bien como los propios implicados. La bsqueda individual de la felicidad transmite al
sistema social una informacin vital para que la felicidad total sea la mxima posible.
Las fuentes de la felicidad estn atomizadas, no hay deliberacin en comn acerca de
los objetivos ms deseables.
Esta estrategia es un correlato estricto de la concepcin del sistema de precios
como el medio idneo para alcanzar una asignacin ptima de los recursos. Por eso la
escuela neoclsica de economa se inspir directamente en Bentham. Idealmente, los
precios transmiten a un coste mnimo informacin fragmentaria que se agrega
automticamente. De esta manera, se supone que se genera un nivel de coordinacin
social mayor que el que ninguna institucin organizadora podra alcanzar. Desde esta
perspectiva, la intervencin centralizada no hace ms que distorsionar el flujo de
informacin impidiendo la coordinacin ptima.
Para Bentham, la maximizacin de la felicidad comn es la clave de un vnculo
social racional. Nos unimos slo por una cuestin de economa de escala: juntos
podemos conseguir ms felicidad total que por separado. Cualquier intervencin
colectiva dirigida a organizar la sociabilidad, incluido el altruismo cristiano,
distorsiona y dificulta la bsqueda individual de satisfaccin, que es el nico motivo
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racional para unirnos. La fraternidad natural la lealtad, el consenso, la reflexin en
comn, la dependencia personal destruye las bases racionales de la sociedad.
Desde entonces, esta sociofobia es una idea central en las corrientes liberales que slo
sus representantes ms honestos, lcidos y moralmente repugnantes, como el
economista Milton Friedman, se atreven a manifestar:
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policial y penitenciario ha crecido exponencialmente, alcanzando cifras
estratosfricas. Bentham no incurri en esa incongruencia. Fue ms sinceramente
utpico y no se resign a que la represin se apartara de los ideales liberales.
El proyecto al que ms tiempo, dinero y energa dedic fue el panptico. Se trata
de un diseo arquitectnico y organizativo aplicable a cualquier institucin donde sea
necesaria la vigilancia: una escuela, un hospital, un cuartel militar, una fbrica y,
sobre todo, una crcel. El panptico es una construccin circular. Las personas
supervisadas habitan celdas individuales dispuestas a lo largo de la circunferencia del
edificio, mientras los vigilantes ocupan un torren de vigilancia ubicado en su centro.
Una serie de dispositivos constructivos juegos de distintas alturas, pasillos de
vigilancia, celosas, sistemas de contraluz, tubos de comunicacin permiten que
los guardianes observen a los prisioneros sin ser vistos.
En la segunda mitad del siglo XVIII, cuando escribe Bentham, el debate en torno a
las prisiones ocupaba un lugar relevante en la agenda poltica europea. Al fin y al
cabo, el ao cero de la sociedad moderna est marcado por el asalto a una famosa
crcel francesa: La Bastilla. Los ilustrados queran mejorar la situacin y la funcin
de las prisiones. Las crceles de la poca eran, bsicamente, una reproduccin a
pequea escala de la sociedad. Se trataba de lugares muy desordenados, donde
literalmente era difcil distinguir a los criminales de los guardias o los visitantes y
donde los reclusos tenan condiciones de vida radicalmente diferentes en funcin de
su nivel econmico o su estatus. La jornada de los prisioneros casi nunca estaba
regulada y a menudo se les permita que elaboraran sus propias reglas de
autogobierno.
Bentham us este microcosmos como una especie de laboratorio donde
reconstruir las relaciones sociales sobre cimientos racionales y no comunitarios. La
clave tecnolgica del panptico es la permanente visibilidad de los prisioneros que,
en cambio, nunca saben en qu momento estn siendo observados desde el edificio
central de vigilancia. La incertidumbre que provoca esta exposicin total genera los
mismos efectos que una supervisin perfecta con unos costes y una interaccin
personal mnimos. Es decir, lo que hace el panptico es llevar la sociofobia liberal al
mbito de la dominacin. Tambin en Utopa habr personas que obliguen a otras a
hacer lo que no desean. Pero las personas sometidas tratarn con sus vigilantes en un
entorno libre de friccin comunitaria.
El panptico es el modelo de las relaciones de poder internacionales en la
modernidad. Nadie puede ser tan ingenuo como para pensar que las relaciones entre
Occidente y los pases perifricos estn basadas en la cordialidad, que la
estratificacin mundial es el resultado justo de una competicin comercial dominada
por el juego limpio. Pero es una dominacin sutil y barata para los ganadores. Como
en el panptico, no se basa en una presencia intrusiva y permanente de los vigilantes,
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sino ms bien en la exposicin total al castigo de los mercados, las instituciones
financieras internacionales y los acuerdos polticos. Por supuesto, ninguna potencia
ha renunciado a la apertura de mercados literalmente a caonazos, desde la Guerra
del Opio a Irak, pero es una alternativa econmica y polticamente cara e incluso
considerada poco honorable. Seguramente Washington ha causado ms muertos
fomentando los intereses comerciales estadounidenses que Roma en su expansin
imperial, pero los prisioneros de guerra estadounidenses acaban en crceles y centros
de tortura secretos y no crucificados a lo largo de la Ruta 66. La represin extrema se
reserva para aquellos casos en los que un pas se atreve a romper las reglas del
panptico internacional, como fue el caso de Guatemala, Espaa, Chile, Argentina,
Brasil, Indonesia, Hait, Argelia, Nicaragua y un largo etctera que llega hasta el
Paraguay contemporneo.
La utopa del libre mercado ha fracasado. Este desastre ha dado lugar a sucesivas
crisis especulativas cada vez ms destructivas. Es un resultado tediosamente
previsible cuando la bsqueda del beneficio privado se antepone a cualquier lmite
poltico. Un sistema econmico basado en un arrogante desprecio por las condiciones
materiales y sociales de la subsistencia humana est condenado a caer en un proceso
autodestructivo cuya nica finalidad es tratar infructuosamente de reproducirse.
La fortuna de Carlos Slim, Amancio Ortega, Bill Gates o Warren Buffett es
puramente virtual, es una entelequia, nadie puede convertir en efectivo esa cantidad
de dinero. Su riqueza es en s misma un bien suntuario. El paleocapitalismo se
caracteriz por una ingenua cultura de la ostentacin que hoy nos resulta casi
entraable. En una cena celebrada en Nueva York a finales del siglo XIX, los
comensales se encontraron con una mesa llena de arena y, delante de cada asiento,
una pequea pala de las que se utilizaban para buscar oro; al recibir una determinada
seal, empezaron a cavar para encontrar diamantes y otras piedras preciosas
previamente enterradas. En otra fiesta, varias docenas de caballos con los cascos
debidamente protegidos entraron en el saln de baile de Sherrys, un inmenso y
lujoso restaurante, y se pasearon entre las mesas para que los invitados, vestidos de
vaqueros, pudieran disfrutar del novedoso y sublimemente intil placer de cenar en
un saln neoyorquino a lomos de un caballo[8]. Estas extravagancias palidecen
frente al asombroso afn por amasar una fortuna personal equivalente al PIB de un
pas de tamao mediano.
La utopa panptica tambin ha fracasado. Este desastre ha dado lugar al tercer
mundo tal y como lo conocemos. En los pases pobres las sociedades tradicionales no
han desaparecido sin ms dando paso a meros flujos de intercambio desigual y
colonialismo econmico. Ms bien se ha producido un retorno del comunitarismo
reprimido de una violencia aterradora. La destruccin de las sociedades neolticas no
ha eliminado la friccin social, ms bien la ha corrompido transformndola en
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miseria, violencia, desesperacin, fanatismo y enfermedad. En Uganda, el Ejrcito
de Resistencia del Seor, cuyo objetivo declarado es gobernar el pas segn los Diez
Mandamientos, recluta sus efectivos a base de rodear escuelas apartadas y prenderles
fuego. A los nios que consiguen escapar de las llamas se les da la opcin de alistarse
o morir de un tiro. El siguiente requisito para quienes se alistan es cometer una
atrocidad en su barrio o aldea natal, como por ejemplo violar a una anciana, para que
les resulte mucho ms difcil volver a su hogar[9].
Un amigo de Medelln me contaba que la disminucin del enfrentamiento poltico
en Colombia no ha reducido gran cosa la violencia urbana entre las clases populares,
pero la ha transformado. Ahora los asesinatos corren a cargo de combos, pandillas de
jvenes que pelean por territorios devastados en las comunas ms pobres de la
ciudad. La aficin de los miembros de los combos a los vdeos musicales de rap y a la
cultura televisiva estadounidense est teniendo consecuencias fatales. Parece ser que
se producen muchas vctimas colaterales por la costumbre de los pandilleros de imitar
a los gngsteres de la televisin y disparar sus armas de lado. El resultado es que las
pistolas se descontrolan haciendo un barrido horizontal e impactando en un rea muy
amplia. Pier Paolo Pasolini pensaba que el consumismo tiene efectos sociales
destructores. Hoy es algo ms que una metfora.
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La contrahistoria
A pesar de todo, el capitalismo histrico es una realidad mucho ms compleja y
contradictoria de lo que casi siempre nos imaginamos. Se calcula que ochocientos
millones de personas en todo el mundo participan en cooperativas que dan empleo a
ms de cien millones de trabajadores. Segn la ONU, algn miembro de la mitad de
los hogares finlandeses y de un tercio de los japoneses participa en cooperativas. El
45% del PIB de Kenia y el 22% de Nueva Zelanda se puede atribuir a cooperativas.
De las cooperativas depende el 80% de la leche noruega, el 71% de la pesca coreana,
el 55% del mercado minorista en Singapur, el 40% de la agricultura brasilea o el
24% del sector de la salud en Colombia, por citar slo algunos ejemplos. Por otro
lado, varios millones de personas permanecen al margen de la economa de mercado,
incluso hay mucha gente que an vive de la caza y la recoleccin.
Pensamos que las empresas transnacionales son todopoderosas, pero la verdad es
que, en comparacin con los grandes estados, son pequeas. La especulacin
financiera mueve cantidades de dinero siderales porque se trata de cifras imaginarias.
Pero por lo que toca a la economa real, ninguna empresa se acerca ni remotamente a
los ingresos fiscales de los pases ms ricos del mundo. Ms del diez por ciento del
empleo mundial se concentra en los servicios pblicos. Por ejemplo, el nmero de
contratados en todo el mundo del mayor empleador privado, Wal-Mart, apenas supera
a la mitad de los funcionarios pblicos alemanes. A nivel global, la economa familiar
de subsistencia sigue teniendo una enorme importancia. Slo la mitad de la poblacin
activa mundial se encuentra en una relacin empleador-empleado: Sin contar con el
capitalismo de Estado, un fenmeno importante en China, no ms del 40% de la
fuerza de trabajo global est implicado directamente en una relacin capital-
trabajo[10].
Existe una amplia contrahistoria de la sociedad moderna que circula entre las
distopas liberal y panptica. No son restos anticuados que estemos obligados a dejar
en la cuneta. Es ms, tal vez haya en esas experiencias depsitos de posibilidades que
nos sealen potencialidades inadvertidas de nuestro presente. De este envs de
nuestro tiempo forman parte los proyectos polticos que han buscado la emancipacin
social.
El socialismo, el anarquismo, el comunismo o los movimientos autnomos se
propusieron romper la heteronoma capitalista e instituir un espacio pblico donde
fuera posible, al menos en principio, gobernar nuestras vidas. Pese a lo que a menudo
se dice, su programa era implacablemente modesto. Hay un poema titulado El
comunismo es el trmino medio donde Bertolt Brecht rechaza las acusaciones de
radicalismo. Lo radical es el capitalismo, que ha subvertido cualquier lmite material,
moral o ecolgico. Walter Benjamn completaba esta idea con una reconsideracin
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del papel de la revolucin social: Marx dice que las revoluciones son la locomotora
de la historia mundial. Pero tal vez se trata de algo por completo diferente. Tal vez las
revoluciones son el manotazo hacia el freno de emergencia que da el gnero humano
que viaja en ese tren.
Los anticapitalistas entendieron que, en realidad, los grandes dramas de nuestra
era la desigualdad material y social, la inestabilidad econmica, el racismo o el
patriarcado son cuestiones sencillas de resolver con unos pequeos ajustes: apenas
un cambio en la propiedad de los medios de produccin y algo de ilustracin. El
magnificar estos problemillas hasta convertirlos en una distopa planetaria ha
condenado a la modernidad a no poder hacerse cargo de dilemas de mucho mayor
alcance, como las fuentes de la realizacin personal, el odio y la humillacin o la
posibilidad de una fraternidad no opresora. Los revolucionarios apenas aspiraron a
alimentar, educar y llevar la democracia radical a la totalidad de la poblacin
mundial. Algo aparentemente factible y deseable dado nuestro nivel de desarrollo
tecnolgico y poltico. Justamente eso es lo que hace que ese proyecto resulte tan
estremecedor. Porque se puede plantear al revs: alimentar a la poblacin mundial
nos obliga a destruir el mundo tal y como lo conocemos.
Aunque, para ser honestos, es cierto que las propuestas de emancipacin nunca
renunciaron a una tesis ms ambiciosa y netamente utpica. Todas ellas, sin
excepcin, celebraron la desaparicin de las viejas cadenas comunitarias de las
sociedades tradicionales que limitaban la libertad individual y ensalzaban la autoridad
y la supersticin. Pero, al mismo tiempo, denostaron el individualismo moderno, el
declive de la solidaridad y la aparicin de sociedades de masas unidas por vnculos
extremadamente dbiles. En ese sentido, propusieron una rehabilitacin de la
comunidad sobre bases no tradicionales. Intentaron conjugar la libertad individual
caracterstica de las sociedades ilustradas con un vnculo social slido y que
contribuyera a la realizacin personal conjunta. Por expresarlo en trminos
contemporneos, trataron de proponer una alternativa tanto a la atomizacin
individualista del consumismo postmoderno como al retorno reaccionario a las
sociedades tradicionales en forma de pobreza y fanatismo.
El resultado no fue muy apetecible, la verdad. El hombre nuevo socialista
pretenda ser una amalgama de virtudes burguesas y recias tradiciones populares. Las
relaciones personales de dependencia haban quedado sustituidas por una solidaridad
objetiva. A juzgar por la propaganda sovitica, el nuevo sujeto postcapitalista era un
vigoroso cctel de entusiasmo enfermizo por las grandes obras de ingeniera,
sumisin a la autoridad burocrtica y un carcter gregario a caballo entre un lemming
y el capitn de un equipo de ftbol.
Este nico aspecto utpico ha sido permanentemente ridiculizado por personas
que, en cambio, hablan de la capacidad de los parlamentos para encarnar la voluntad
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popular como si fuera una variable fsica que podemos medir con representmetros.
El viaje del profesor Caritat es una divertida novela utpica de Steven Lukes que, un
poco a la manera de Swift o Voltaire, explora las teoras polticas contemporneas. El
protagonista, Nicholas Caritat, realiza un accidentado periplo por distintos pases
donde se han establecido hasta sus ltimas consecuencias las doctrinas
comunitaristas, liberales, utilitaristas o autoritarias. Significativamente, Caritat slo
visita Proletariat, la utopa socialista, en el transcurso de un sueo. As es una fbrica
de ropa en Proletariat:
Aunque las parodias hayan sido injustas, es cierto que la concepcin tpica del
vnculo social revolucionario es una de las principales y ms razonables fuentes de
rechazo de las polticas antagonistas por parte de los ciudadanos de las democracias
occidentales contemporneas. Las propuestas polticas que confan en la aparicin de
nuevas formas de sociabilidad despiertan desasosiego incluso entre sus partidarios. Es
como si estas iniciativas no se plantearan completamente en serio, como si slo
existieran porque quienes las defienden saben que no van a tener la oportunidad real
de poner en prctica sus ideas. No vemos claro por qu demonios vamos a dejar de
ser individualistas, egostas, desconfiados e insolidarios.
sta ha dejado de ser una cuestin arqueolgica relacionada con las aspiraciones
de los movimientos polticos antagonistas del siglo XX. En realidad, ocupa una
posicin central en el horizonte ideolgico contemporneo. La postmodernidad ha
acelerado el movimiento de destruccin de los vnculos sociales tradicionales
haciendo saltar por los aires la continuidad de las carreras laborales, las relaciones
afectivas y familiares o las lealtades polticas. A cambio, nos ofrece una alternativa
basada en lo que se supone que son nuevas formas de sociabilidad: una creciente red
de contactos entre sujetos frgiles, nodos tenues pero tupidos, conectados con la
ayuda de una aparatosa ortopedia tecnolgica.
Cada vez es ms habitual describir las relaciones personales y las dinmicas
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colectivas mediante analogas con el tipo de contacto que se establece en las redes de
comunicaciones. Acontecimientos polticos, econmicos o demogrficos, creaciones
culturales o vnculos familiares, experiencias afectivas o estticas Incluso all
donde Internet y las herramientas digitales no desempean un papel relevante,
hablamos de redes y conexiones.
No nos sentimos interpelados por el doble fracaso del hipercapitalismo y el tercer
mundo porque nuestras sociedades se piensan a s mismas como un entorno reticular
al mismo tiempo sutil y denso, con vnculos sociales cuya fragilidad queda
compensada por su abundancia. Internet habra hecho realidad as la utopa
sociolgica del comunismo: un delicado equilibrio de libertad individual y calidez
comunitaria, o al menos el sucedneo que nos puedan proporcionar Facebook y
Google+. Los filsofos del siglo XVII empleaban la analoga del reloj para describir el
entorno natural y la subjetividad humana. Hoy los cientficos sociales utilizan la
metfora de la red para explicar toda clase de relaciones, estn mediadas por la
tecnologa digital o no: las migraciones, el trabajo, el sexo, la cultura, la familia
Creo que son analogas bastante pobres, que limitan nuestra capacidad para
entender procesos histricos de largo recorrido. Pero lo realmente interesante es
pensar cmo afecta esa transformacin de la comprensin de las relaciones sociales a
nuestra aspiracin a vivir en un mundo ms justo y menos alienado y a lo que
creemos que debemos hacer para conseguirlo. En definitiva, pienso que el fetichismo
de las redes de comunicacin ha impactado profundamente en nuestras expectativas
polticas: bsicamente, las ha reducido.
El socialismo aplazaba la construccin del nuevo vnculo social al futuro. Sera el
resultado de nuestra imaginacin poltica e inmensas conmociones sociales. La
postmodernidad nos asegura que ese futuro ya est aqu, la nica decisin que hay
que tomar para disfrutarlo es elegir entre Android o iPhone. Lo que la tradicin
revolucionaria haba resuelto falsamente en trminos utpicos, los geeks lo dan
falsamente por resuelto en trminos ideolgicos. Ya no hace falta la utopa del
hombre nuevo, basta con descargar un gestor de torrents. Es como si los problemas
de un proyecto se reflejaran invertidos en el otro. Recuerda un poco a la definicin de
relacin heterosexual que alguien daba en Sammy y Rossie se lo montan, la pelcula
de Stephen Frears: cuando la mujer intenta correrse, y no puede, y el hombre intenta
no correrse, y no puede.
La fraternidad de las tradiciones emancipatorias sera el resultado de la
superacin lenta y tormentosa de algunos de los problemas materiales, sociales y
polticos de la modernidad. El futurismo contemporneo invierte la frmula. La
revolucin digital aspira a disolver los problemas econmicos del libre mercado
privilegiando nuevas relaciones comerciales basadas en el conocimiento, la
creatividad y la conectividad. Tambin borrar de un plumazo el desastre del
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panptico global. Los pases atrasados rompern con sus ciclos de miseria y
dependencia comercial. Muchos africanos utilizan hoy dispositivos avanzados de
telefona mvil sin haber pasado antes por el ordenador personal. Del mismo modo,
los pases ms desfavorecidos se saltarn etapas del desarrollo y accedern a la
economa libre de friccin sin tener que atravesar el purgatorio industrial. India
pasar directamente del campesinado expropiado, an marcado por el sistema de las
castas, a una sociedad igualitaria de programadores, ingenieros, hackers y comunity
managers. Egipto, de las dictaduras tercermundistas protegidas por Occidente a la
ciberdemocracia ms avanzada Y todo ello sin guillotinas ni palacios de invierno,
sin economa de guerra ni sustitucin de las importaciones, sin misiones de
alfabetizacin ni campaas de vacunacin Sencillamente dejando hacer ya no al
mercado sin ms, sino a su versin mejorada y evolucionada: las interacciones
digitales.
Creo que este ciberutopismo es, en esencia, una forma de autoengao. Nos impide
entender que las principales limitaciones a la solidaridad y la fraternidad son la
desigualdad y la mercantilizacin. No obstante, tampoco tengo grandes problemas en
aceptar que el programa emancipatorio clsico el del socialismo, el comunismo y
el anarquismo ha muerto, al menos en su literalidad.
No porque sus reivindicaciones carezcan hoy de sentido o hayan sido realizadas.
Ms bien al contrario. Lo que ocurre es que la igualdad y la libertad son asuntos
demasiado urgentes e importantes como para dejarlos en manos de proyectos en los
que muy poca gente se reconoce. Una sociedad que se piensa a s misma como una
red no es la misma que una que no lo hace. Por eso la crtica del ciberutopismo
debera conducir a una reformulacin de los programas de transformacin poltica
procedentes del pasado y a un replanteamiento de sus propuestas de refundacin de la
solidaridad social.
Toda esta efervescencia social digital es, en el fondo, suntuaria, decorativa. Es
intil para lo que debera servir la vida en comn: cuidar los unos de los otros. Y otro
tanto ocurre con el igualitarismo 2.0, esa sensacin de que en las redes las diferencias
sociales se difuminan. La democracia radical no es un servicio universal de atencin
al cliente. Tiene algo de locura, si uno se para a pensarlo. Significa que el majadero
ese del Porsche Cayenne, la ta que suelta a un par de pitbulls en un parque lleno de
nios o los poligoneros del centro comercial tienen el mismo derecho a intervenir en
la vida pblica que t. La izquierda histrica supo procesar esa idea escandalosa para
que resultara factible y deseable para la mayora. No creo que ese proyecto se pueda
recuperar sin ms pero, desde luego, tenemos que reemplazarlo por programas
antielitistas ambiciosos que, adems, afronten sin tapujos el callejn sin salida
sociolgico de la izquierda: la bsqueda de una estructura consistente y viable de
compromiso con los dems compatible con la autonoma individual y la realizacin
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personal.
En resumen, creo que las sociedades complejas e ilustradas disponen de las
materias primas necesarias para afrontar la democratizacin, la igualdad, la libertad y
la solidaridad sin caer en el colectivismo reaccionario o en la quimera del hombre
nuevo socialista. Pero la ideologa de la red es un obstculo insalvable para ello.
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PRIMERA PARTE
La utopa digital
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Ciberfetichismo
El determinismo tecnolgico, en especial el marxista, tiene mala prensa. Al menos si
la tecnologa en cuestin es grasienta, humeante, pesada y, en general, analgica.
Durante mucho tiempo, las explicaciones del cambio social que tenan en cuenta
como un factor crucial la ciencia aplicada fueron consideradas poco sofisticadas y
unicausales (algo malo, al parecer). Hoy el determinismo tecnolgico ha renacido con
una fuerza brutal pero restringido a las tecnologas de la informacin y la
comunicacin. Nadie est dispuesto a admitir que los avances en los motores de turbo
inyeccin producen transformaciones sociales relevantes aunque, de hecho,
seguramente lo hagan. En cambio, a juzgar por su impacto en los medios de
comunicacin, una renovacin del timeline de Twitter parece la nueva revolucin
neoltica. La nica solucin que nuestros gobernantes nos ofrecen ante el abismo
econmico al que nos enfrentamos es animarnos a repetir el mantra de la economa
del conocimiento, un blsamo de Fierabrs capaz de remediar desde el paro
estructural hasta el hambre en el mundo pasando por la contaminacin.
En realidad, un cierto grado de determinismo tecnolgico es no slo plausible
sino inevitable, al menos para quienes consideran que las ciencias humanas deben
preocuparse tambin por el descubrimiento de las causas que explican los fenmenos
sociales observables y no exclusivamente por su interpretacin literaria. Lo que
ocurre es que en sociologa o en historia se utiliza el concepto de causa con mucha
ms laxitud que en ciencias naturales, donde es prcticamente sinnimo de
regularidades universales y matematizables.
Las ciencias fsicas han fijado en nuestro imaginario una concepcin de las causas
como dispositivos disparadores de efectos que se pueden rastrear con precisin:
tpicamente, un cuerpo que golpea a otro y altera su trayectoria. Pero la historia y las
ciencias sociales manejan modelos causales no tanto complejos como confusos,
exactamente igual que en nuestro da a da, donde sencillamente no somos capaces de
establecer lneas explicativas exhaustivas. En nuestras prcticas cognitivas cotidianas
a menudo llamamos causas ms bien a los sistemas de relaciones persistentes que
ofrecen una mayor resistencia relativa al cambio.
Las causas, en este sentido amplio, son aquello que limita el abanico de
posibilidades y no tanto lo que provoca un efecto bien definido. Solemos identificar
las causas con la capacidad de un sistema de acontecimientos o lo que tomamos
por tal para resistir a las transformaciones. Por ejemplo, cuando decimos que la
educacin recibida influye mucho en la forma de ser de una persona, no
identificamos una cadena causal precisa, ms bien sealamos un conjunto de hbitos
que los padres transmiten a sus hijos y que persevera a lo largo de los distintos
avatares de la vida. Del mismo modo, identificar las causas de la crisis econmica es
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sealar por qu se produjo a pesar de los enormes esfuerzos en sentido contrario de
una gran cantidad de personas e instituciones.
La ciencia til es, en principio, un lugar razonable para buscar esta clase de
causas. La tecnologa de la que disponemos condiciona nuestras relaciones
persistentes con nuestro medio y nuestra organizacin social. Adems, la tecnologa
es menos dctil al cambio social que otros fenmenos. Aunque se pueden hacer mil
matices y los constructivistas se han especializado en ello, en principio parece
razonable pensar que cambiar la legislacin que regula las fbricas de motores de
explosin es ms sencillo que transformar los propios motores de explosin.
No obstante, esta clase de atribuciones causales basadas en la persistencia no
proporcionan en s mismas ninguna informacin sobre la manera en que la tecnologa
influye, si es que lo hace, sobre otras relaciones sociales ms que de un modo
extremadamente general. Estamos bastante seguros de que el nivel de desarrollo
tecnolgico guarda una relacin estrecha con algunas estructuras sociales duraderas.
Por ejemplo, en las sociedades de cazadores-recolectores el esclavismo no desempea
un papel relevante. La razn no es la bondad de corazn de las sociedades
preneolticas, sino que en un contexto de bajo desarrollo tecnolgico no se producen
excedentes significativos. Es necesario el trabajo de todos los miembros de la
comunidad para garantizar su subsistencia. De modo que los esclavos no estaran en
condiciones de liberar a sus amos del trabajo y, en cambio, contribuiran a la
disminucin de los recursos naturales disponibles.
En general, hay razones para pensar que el desarrollo tecnolgico mantiene una
correlacin positiva con el aumento de la desigualdad material a lo largo de la
historia. Pero esta clase de tesis es de una enorme vaguedad, casi de sentido comn.
En los aos cincuenta, el economista Simon Kuznets intent convertirlas en una
teora sofisticada y empricamente fundada. Dcadas de intentos de verificacin cada
vez ms complejos han producido un resultado asombrosamente pobre: el desarrollo
tecnolgico es compatible con una mayor igualdad en aquellas sociedades
comprometidas con la redistribucin econmica y el igualitarismo.
Un asunto mucho ms concreto y completamente diferente es qu cabe esperar
polticamente de la tecnologa. El progreso tecnolgico ha sido un compaero de
viaje de las esperanzas utpicas modernas. Cuando Lenin dijo que el socialismo era
los soviets ms la electricidad estaba expresando una idea profundamente asentada, y
no slo entre la izquierda poltica. En los aos treinta del siglo pasado Le Corbusier
propuso demoler la totalidad del centro histrico de Pars, apenas unas dcadas
despus de que el Barn Haussman lo hiciera por primera vez. Sus argumentos eran
tanto tcnicos como poticos: Para crear las entidades arquitectnicas orgnicas de
los tiempos modernos es preciso volver a dividir el suelo, liberarlo y que quede
disponible. Disponible para la realizacin de las grandes obras de la civilizacin de la
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mquina[12].
A travs de numerosas escuelas y reformulaciones, este ideario ha penetrado en la
prctica totalidad de la muy influyente ideologa arquitectnica contempornea.
Muchos arquitectos se sienten capacitados para practicar una ingeniera social tan
ingenua como ineficaz, en ocasiones de forma amigable y bienintencionada
adaptndose a las comunidades locales tal y como ellos se las imaginan desde sus
sillas Cantilever, en otras agresiva, tratando de forzar procesos sociales a gran
escala. Lewis Mumford resumi muy bien los lmites de esta perspectiva: Las
adquisiciones de la tcnica jams se registran automticamente en la sociedad:
requieren igualmente valiosas invenciones y adaptaciones en la poltica, y el
irreflexivo hbito de atribuir a los perfeccionamientos mecnicos un papel directo
como instrumentos de la cultura y de la civilizacin pide a la mquina ms de lo que
sta puede dar[13].
La posicin de Marx, en este sentido, fue bastante compleja y no exenta de
contradicciones. Como es sabido, Marx otorg un peso importante a la tecnologa en
el cambio histrico. Sin embargo, por lo que toca a la emancipacin socialista, la
tecnologa desempeaba un papel puramente preparatorio.
La tesis marxista es, en realidad, bastante pesimista: sin avances materiales
sustanciales, no es posible ni siquiera plantearse la liberacin poltica. Mientras la
escasez siga dominando, la cooperacin y el altruismo no tienen ninguna posibilidad.
El socialismo necesita un contexto de abundancia material. sa es la oportunidad que
precisamente abre la revolucin industrial. El capitalismo es una especie de periodo
de ventana para la emancipacin que hay que aprovechar antes de que se
autodestruya. La idea es que, a partir de cierto nivel de desarrollo de las fuerzas
productivas, tomar la decisin poltica de hacer un uso eficaz e igualitario de la
tecnologa podra clausurar el enfrentamiento hobbesiano y abrir un nuevo espacio de
relaciones polticas cordiales. La revolucin social es ese proceso de decisin. En
cambio, Marx no previo que una vez inaugurado este nuevo escenario de autonoma,
la tecnologa jugara ningn papel especialmente positivo en el fomento de las
relaciones sociales emancipadoras o en la superacin de la alienacin.
El determinismo tecnolgico contemporneo plantea exactamente lo contrario
que Marx. En primer lugar, no considera que se necesiten cambios polticos
importantes para maximizar la utilidad social de la tecnologa. Al revs, la tecnologa
contempornea sera postpoltica, en el sentido de que rebasara los mecanismos
tradicionales de organizacin de la esfera pblica. En segundo lugar, considera que la
tecnologa es una fuente automtica de transformaciones sociales liberadoras. Por
eso, ms que de determinismo tecnolgico, habra que hablar de fetichismo
tecnolgico o, dado que la mayor parte de esta ideologa se desarrolla en el terreno de
las tecnologas de la comunicacin, de ciberfetichismo.
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La expresin fetichismo de la mercanca aparece en un breve pasaje al
principio de El capital. Marx lo usa para explicar cmo en el capitalismo la
naturaleza de algunos procesos sociales muy importantes slo se muestra a travs de
sus efectos en el mercado, de modo que tendemos a pensar como relaciones
mercantiles entre bienes y servicios lo que en realidad son relaciones entre personas.
En el mercado nos interpretamos mutuamente a travs de los bienes que vendemos y
compramos. Eso es precisamente lo que hace la ideologa californiana, ese amplio
frente internetcentrista cuyos cuarteles generales estn en Sillicon Valley. Desde su
punto de vista, las relaciones entre los artefactos no slo estaran sentando las bases
materiales para una reorganizacin social ms justa y prspera sino produciendo de
hecho esas transformaciones sociales.
Los ciberfetichistas otorgan una gran importancia a la tecnologa pero, a tenor de
sus argumentos, su influencia emana mgicamente de ella. Los ciberfetichistas no
proporcionan ninguna pista del modo concreto en que los cambios tecnolgicos
influyen en las estructuras sociales. Por eso la mayor parte de sus propuestas tienen
un carcter o muy ideolgico a veces explcitamente en forma de manifiesto o
muy formal, centrado en cuestiones ticas o legales antes que en el poder efectivo y
en las condiciones materiales que permiten ejercerlo. De hecho, hace treinta aos
nadie hubiera podido imaginar que unos cuantos abogados de Harvard se iban a
convertir en un referente para los movimientos antagonistas y los ciudadanos crticos
de todo el mundo.
Para ser justos, es cierto que en las ltimas dcadas el copyright se ha convertido
en un foco de conflictos que afectan crucialmente a la economa, las relaciones
internacionales, el acceso a los recursos pblicos o las libertades ciudadanas. Es una
realidad ms compleja de lo que los tericos del capitalismo cognitivo dan a entender.
Seguramente existe alguna clase de relacin conceptual entre la biopiratera de
Monsanto y los lobbys que presionan para impedir el paso a dominio pblico de las
pelculas de Hollywood. Pero una comunidad campesina de Kerala y un aficionado
norteamericano al cine clsico viven situaciones extremadamente distintas que
nociones como inteligencia colectiva o general intellect un concepto que Marx
emplea en los Grundrisse no recogen en absoluto.
Es cierto, en cualquier caso, que hasta hace muy poco el copyright y las patentes
formaban parte de un rea oscura y poco emocionante del derecho mercantil. En el
pasado, ocasionalmente llegaban a los medios de comunicacin sonoros escndalos
relacionados con la propiedad intelectual, como la incautacin masiva de partituras
musicales piratas por parte de la polica inglesa. Y, por supuesto, esta clase de
cuestiones preocup a las empresas y a los gobiernos. De hecho, la legislacin y las
estrategias comerciales relacionadas con la propiedad intelectual desempearon un
papel destacado en algunas de las batallas en las que se consolid el capital
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monopolista y las relaciones internacionales del pasado siglo.
Por ejemplo, a principios del siglo XX, cuando EE.UU. ya se haba convertido en
la principal potencia industrial, Alemania segua ocupando una posicin hegemnica
en el campo estratgico de la qumica aplicada. En 1912 el 98% de las patentes en el
campo de la qumica concedidas en EE.UU. correspondan a empresas alemanas. Las
cosas cambiaron durante la Primera Guerra Mundial. Segn el relato de David Noble:
La guerra, con su necesidad sin precedentes de explosivos orgnicos y, por tanto, de
una industria nacional independiente de Alemania, cambi esta situacin
espectacularmente. El gobierno de EE.UU. () se hizo con todas las patentes de
propiedad alemana. () Se cre una fundacin privada que custodiara en fideicomiso
las patentes y que concediera licencias a compaas americanas sin derechos
exclusivos[14]. Entre 1917 y 1926 se concedieron a empresas americanas ms de
setecientas patentes confiscadas, lo que increment el poder de las empresas con una
posicin predominante. Entre las compaas que ms se beneficiaron de las patentes
expropiadas estn Du Pont, Kodak, Union Carbide, General Chemical o Bakelite.
Pero, a pesar de su importancia, estos procesos nunca alcanzaron el impacto
econmico y, sobre todo, la visibilidad pblica y la centralidad poltica que
actualmente tienen. Hace slo unos pocos aos hubiera sonado absurda la idea de que
una operacin a gran escala del FBI contra la empresa neozelandesa de un excntrico
millonario alemn acusado de delitos contra la propiedad intelectual llegara a las
portadas de los peridicos de medio mundo y preocupara sinceramente a miles de
personas.
Algunos de los tecnlogos ms influyentes de nuestro tiempo se ocupan de
asuntos relacionados con la propiedad intelectual. Las cuestiones legales son el eje
del debate tecnocientfico contemporneo, desplazando el inters por los efectos de la
tecnologa en la estructura social, en las relaciones de poder o sobre nuestra identidad
personal. En este contexto, las voces ms populares y vehementes se han alineado
con el conocimiento libre y frente a la industria del copyright.
El mundo corporativo ha perdido la batalla de la opinin pblica. Julin Assange
ha sido portada de la revista Rolling Stone; Lawrence Lessig ha aparecido en la serie
El ala oeste de la Casa-Blanca, Justin Timberlake encarna a Sean Parker en La red
social, Linus Tordvals ha inspirado personajes de superproducciones de Hollywood y
ha dado nombre a un meteorito, y Richard Stallman se ha convertido en un icono
contracultural. El resultado que ha cosechado la industria en trminos de imagen es
notablemente ms pobre. En la pelcula South Park un general ejecuta a Bill Gates
cuando se cuelga un ordenador equipado con Windows 98, mientras que en un
captulo reciente de la serie homnima, Steve Jobs apareca retratado como un
Mengele de la era digital.
Las batallas del copyright estn infiltrando los debates de los movimientos
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sociales en el mundo analgico. Por ejemplo, uno de los factores desencadenantes del
15M en Espaa fue la campaa en contra de la llamada Ley Sinde, que pretenda
limitar las descargas de material con copyright en Internet. La reflexin sobre los
bienes comunes y su relacin con el mercado se remonta al menos a los escritos del
joven Marx en la Rheinische Zeitung sobre la legislacin contra el robo de lea. Pero
slo recientemente ha comenzado a desempear un papel crucial en las explicaciones
de las dinmicas centrales del capitalismo y en sus alternativas. Las iniciativas
copyleft han llamado la atencin sobre los procesos de expropiacin de los bienes
comunes como una caracterstica sistmica de las economas contemporneas y no
slo de la etapa heroica del industrialismo.
Creo que no es exagerado afirmar que los movimientos favorables al
conocimiento libre estn modulando en parte las estrategias de la izquierda dirigidas
a frenar la contrarrevolucin neoliberal. No deja de ser paradjico porque muchas de
esas iniciativas relacionadas con la propiedad intelectual tienen escasas afinidades
con los programas de emancipacin poltica. Algunos de sus protagonistas, de hecho,
se sienten cmodos en un entorno mercantilizado y clasista.
La razn de que muchos activistas se interesen por las copywars es que es un
terreno en el que parecen condensarse algunos de los problemas que los
anticapitalistas llevan diagnosticando dos siglos. Vivimos en un sistema econmico
profundamente paradjico, que desarrolla increbles posibilidades tecnolgicas y
sociales de las que a menudo es incapaz de sacar partido. La sociedad moderna se ha
especializado en convertir en problemas de proporciones ssmicas lo que, al menos
intuitivamente, deberan ser soluciones. El desarrollo tecnolgico genera paro o
sobreocupacin, en vez de tiempo libre; el aumento de la productividad produce crisis
de sobreacumulacin, en vez de abundancia; los medios de comunicacin de masas
alienacin, en vez de ilustracin
En el mbito del copyright resulta evidente tanto la tendencia de las sociedades
contemporneas a privatizar los beneficios y socializar las prdidas como sus
dificultades para lidiar con un contexto de abundancia material cuya distribucin no
est mercantilizada. A mucha gente le produce un razonable vrtigo la idea de acabar,
por ejemplo, con el mercado laboral. Consideran que hay algo en la naturaleza de las
cosas y de las personas que hace que las relaciones competitivas en el mercado sean
una forma inevitable, o incluso deseable, de divisin del trabajo en una sociedad
compleja.
Desde el punto de vista de la economa estndar, en una sociedad mercantilizada
hay una conexin causal y no slo moral entre la bsqueda del beneficio
individual y la organizacin del suministro de una parte importante de los bienes y
servicios. Si no ganara dinero con ello, el panadero no tendra ninguna motivacin
para atendernos cada maana ni tampoco el fabricante de harina que se la
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suministra o el agricultor que cosecha el trigo, pero adems tendra grandes
dificultades para saber cunto pan y de qu tipo tiene que fabricar y, por tanto, cunta
harina necesita, etc.
En el caso de la propiedad intelectual contempornea, las bondades organizativas
del mercado en un contexto de abundancia digital resultan mucho ms oscuras. Hay
alguna gente convencida de que si los msicos de rock no contaran con la remotsima
posibilidad de convertirse en multimillonarios, quemaran sus guitarras en una pira.
Es ms o menos lo mismo que pensar que si desapareciera la lotera primitiva nos
precipitaramos en los abismos de la desesperacin ante la perspectiva de una vida
condenada a la mediocridad material. Pero, con independencia de si el mercado es o
no un acicate de la creacin, es innegable que la nica barrera para que un archivo
digital ya concluido e imperecedero sea distribuido infinitamente a un coste cercano a
cero es social, no material. Es algo que no ocurre con la mayor parte de los bienes y
servicios producidos en el mercado.
Con los bienes digitales la relacin entre la oferta y la demanda es mucho ms
compleja que en un contexto mercantil estndar. Por un lado, es cierto que slo la
produccin pasada es abundante: la presente y futura sigue siendo escasa y costosa.
Hay creadores que esperan ser retribuidos o financiados y no quieren o no pueden
ofrecer sus productos en otras condiciones. Pero, por otro lado, en un contexto de
abundancia potencial, es decir, cuando el precio no es una barrera para distribuir un
bien ya creado, florecen los entramados simblicos que transforman la conexin entre
lo que la gente espera y lo que los creadores pueden y desean ofrecer. Los factores
estticos, afectivos o polticos atraviesan la relacin entre la oferta y la demanda con
una intensidad impensable en el mercado. Afectan a la motivacin de los creadores y
les lleva a acometer proyectos que no emprenderan, gratuitamente o incluso
cobrando, en un contexto mercantil habitual. Desde la perspectiva econmica
convencional dedicar ingentes cantidades de esfuerzo y tiempo a, digamos, subtitular
annima y gratuitamente una oscura serie de animacin japonesa es poco menos que
irracional.
Por eso, las cuestiones relacionadas con el copyright tambin tienen una
dimensin propositiva. En primer lugar, muchas personas perciben que en las guerras
del copyright est en juego el germen de una alternativa al callejn sin salida
keynesiano de los aos setenta. Es decir, una tercera va al dilema entre la burocracia
estatal y la privatizacin. Los proyectos crticos con la industria del copyright a
menudo desarrollan estrategias cooperativas novedosas. Abundan las iniciativas con
una fuerte dimensin altruista que requieren un bajo nivel de centralizacin y
fomentan procesos de coordinacin emergente. Muchas, adems, no tienen objetivos
comerciales ni cuentan con la participacin de instituciones formales.
En segundo lugar, da la impresin de que el debate en torno al copyright se
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desarrolla en un terreno ecumnico particularmente adecuado para que la izquierda
supere sus propias limitaciones organizativas. Los conflictos de la propiedad
intelectual parecen poner de acuerdo a personas procedentes de muy distintas
tradiciones ideolgicas. Pero, al mismo tiempo, los puntos de consenso
desmercantilizacin, altruismo, reciprocidad tienen un fuerte parecido de familia
con el programa izquierdista clsico.
Al menos desde el Manifiesto comunista, el anticapitalismo ha aspirado a la
universalidad. El programa socialista era el de la clase trabajadora, pero slo en
cuanto portavoz de aspiraciones humanas bsicas. Con los movimientos cooperativos
de Internet, la izquierda parece reencontrarse con una versin cool y
tecnolgicamente avanzada de su propia tradicin universalista. La autoconciencia de
la liberacin podran ser hoy los sans-iPhone que participan en proyectos
cooperativos digitales como vanguardia ilustrada y comprometida de intereses
generales. Por primera vez en mucho tiempo, los activistas comparten argumentos y
proyectos con personas ajenas a su tradicin organizativa e incluso con opiniones
antagnicas.
Jimbo Wales, el fundador de Wikipedia, es un anarcoliberal que cita a Friedrich
Hayek con frecuencia y soltura, al igual que el conocido hacker Erik S. Raymond. La
razn de fondo es que se ha generalizado una comprensin de Internet como la
realizacin ms acabada del ideal de accin comunicativa habermasiano: individuos
libres interactuando sin lastres analgicos, de modo que su racionalidad comn pueda
emerger sin cortapisas.
Creo que ambas ideas son bsicamente errneas. El copyright es un terreno de
lucha poltica, sin duda, pero de ningn modo proporciona una solucin automtica a
los dilemas prcticos heredados. Ms bien los reproduce en un terreno, las redes de
comunicaciones, donde una mezcla de utopismo y fetichismo tiende a invisibilizarlos.
Las experiencias de desarrollo social basadas en alguna innovacin tecnolgica se
han estrellado repetidamente con la necesidad de superar constricciones procedentes
tanto del mercado como de la accin del Estado. Un caso destacado es el proyecto de
fabricacin de un ordenador de cien dlares, impulsado por Nicholas Negroponte,
cuyos resultados se vieron muy limitados por una paradigmtica combinacin de
obstculos comerciales e institucionales. La iniciativa, conocida como One Laptop
Per Child (OLPC), aspiraba a producir masivamente ordenadores porttiles a bajo coste
especficamente diseados para ser utilizados por nios de pases pobres.
Los prolegmenos fueron exitosos. En trminos generales, el prototipado tuvo
buena acogida entre los especialistas. Los problemas comenzaron a la hora de
fabricar el ordenador. Negroponte encontr en Shangai un fabricante dispuesto a
producir el ordenador con un precio final de cien dlares. Esta empresa realiz
inversiones para anticipar los pedidos iniciales esperados: unos siete millones en el
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primer ao. Sin embargo, los encargos finales apenas llegaron al milln de aparatos.
El fabricante carg los gastos de amortizacin a los ordenadores producidos, lo que
elev mucho su precio. Por otro lado, OLPC no encontr canales institucionales fiables
gobiernos y organizaciones educativas que adquirieran y distribuyeran los
ordenadores a travs de los programas pblicos apropiados.
En resumen, era materialmente posible fabricar el ordenador de cien dlares pero
no con las estructuras comerciales habituales. De hecho, se acepta habitualmente que
el bum de los netbooks y las tabletas es una consecuencia directa del proyecto OLPC,
que destap un nicho de mercado inadvertido. Los fabricantes de netbooks
sencillamente eliminaron del proyecto cualquier consideracin social y educativa e
interpretaron en trminos estrictamente comerciales el proyecto de crear un
ordenador poco potente pero pequeo, barato y con mucha autonoma. Por otro lado,
pronto result evidente que el proyecto OLPC slo se podra implementar con facilidad
en pases ricos con sistemas educativos asentados, donde realmente no era necesario,
o bien en los escasos pases pobres que cuentan con una firme estructura
institucional. No es casual que uno de los pocos lugares donde OLPC ha tenido un
impacto notable haya sido Uruguay, un pas con un gobierno de izquierdas y una de
las tradiciones educativas ms slidas de la regin, con tasas de alfabetizacin
cercanas al 100%.
Del mismo modo, la concepcin dominante de Internet como una plataforma
privilegiada para la extensin de la democracia, la participacin y la cooperacin se
ha enfrentado reiteradamente con la realidad. Los medios de comunicacin y los
expertos en telecomunicaciones estn dispuestos a tergiversar los hechos tanto como
sea necesario a fin de reducir cualquier movimiento poltico antagonista al
subproducto de las tecnologas de la comunicacin. La verdad es que el libre acceso a
Internet no slo no conduce inmediatamente a la crtica poltica y a la intervencin
ciudadana sino que, en todo caso, las mitiga.
En un estudio exhaustivo, Evgeny Morozov analiza, entre otros muchos, el caso
de Psiphon, una herramienta informtica copyleft desarrollada por el Citizen Lab de
la Universidad de Toronto para facilitar el acceso annimo a Internet por parte de
ciudadanos de pases en los que existe censura[15]. Psiphon convierte el ordenador de
los usuarios colaboradores de los pases libres de censura en un servidor proxy al que
se conectan otros usuarios que viven en pases en los que el gobierno controla las
comunicaciones. Entre el servidor de Psiphon y el cliente se establece una conexin
segura y encriptada, que no puede ser interceptada. Es decir, no es una solucin
centralizada a la censura, sino una red distribuida, colaborativa y copyleft. Parece la
realizacin misma de la utopa ciberntica. Sin embargo, los colaboradores
occidentales de Psiphon se encontraron con que una gran cantidad de personas que
solicitaban desde China y otros pases con censura acceso a Psiphon se dedicaba a
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buscar pornografa y cotilleos sobre celebrities, en vez de descargar informes de
Amnista Internacional. Tal vez Internet sea la realizacin misma de la esfera pblica,
pero entonces tendremos que aceptar que el objetivo de la sociedad civil es el porno
casero y los vdeos de gatos. No es anecdtico. Las pruebas empricas sugieren
sistemticamente que Internet limita la cooperacin y la crtica poltica, no las
impulsa.
* * *
Hace algn tiempo la revista satrica The Onion public el siguiente titular: Las
drogas ganan la guerra contra la droga. Algo as pasa con los intentos de la industria
del copyright por mantener su poder de monopolio. La World Wide War en curso,
desde el cierre de Napster al de Megaupload, ha planteado con radicalidad un
problema econmico clsico, tanto para el materialismo histrico como para las
teoras de la destruccin creativa que se remontan a Joseph Schumpeter. La economa
capitalista mantiene una relacin paradjica con el desarrollo tecnolgico. La
innovacin es una fuente crucial de ganancia pero, al mismo tiempo, tiene efectos
destructivos sobre las fuentes de plusvalor consolidadas.
La revolucin digital es un ejemplo paradigmtico. Bsicamente ha tenido dos
consecuencias irreconciliables. Por una parte, la liberacin de los msteres ha
convertido los productos artsticos y culturales en bienes pblicos, en el sentido que
le dan los economistas a la expresin. Por otra parte, la digitalizacin ha
incrementado la posibilidad de extraer beneficios de la propiedad intelectual a un
coste muy bajo. A partir de cierto umbral, el copyright es una fuente de ganancias
especulativas, con una relacin remota con la produccin real.
Los bienes pblicos no son necesariamente aquellos que suministra el Estado. Se
caracterizan porque su uso por parte de las personas que ya los disfrutan no se ve
limitado por la aparicin de nuevos usuarios (en economists: son no rivales). Otra
caracterstica muy importante es que no es posible limitar su uso mediante
mecanismos de mercado (son no excluyentes). Cualquiera puede disfrutarlos, con
independencia de que haya contribuido o no a su produccin y, en consecuencia, sus
costes no se pueden sufragar ponindoles un precio.
Los bienes pblicos y la propiedad intelectual siempre se han mantenido en un
equilibrio inestable. Las emisiones de la radio y la televisin analgicas eran bienes
pblicos suministrados por entidades estatales o privadas. No haba forma de limitar
su acceso tcnicamente, cualquiera con un receptor poda sintonizarlos sin agotarlos.
Por otro lado, era imposible o muy difcil hacer pagar a los usuarios por su consumo.
Un concierto de un msico callejero tiene las mismas caractersticas, cualquier
transente puede disfrutarlo y el artista no puede limitar el acceso a sus creaciones
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cobrando una entrada.
En cambio, hay otros productos basados en el copyright con caractersticas muy
distintas. Los discos y libros analgicos son tpicamente rivales y excluyentes. Si yo
estoy leyendo un ejemplar de Los hermanos Karamazov, es difcil que t puedas usar
el mismo volumen simultneamente. Y para conseguir ese ejemplar debemos pasar
por una tienda que limita su accesibilidad mediante un precio (o una biblioteca, pero
se es otro asunto). Sin embargo, incluso en estos ltimos casos, la propiedad
intelectual planteaba importantes dilemas. Una grabacin en un soporte analgico o
una novela no son bienes pblicos pero y un poema o una meloda que algunas
personas con las habilidades adecuadas pueden memorizar y repetir?
No hay una respuesta sencilla a estas preguntas. La produccin inmaterial
siempre ha sido un terreno movedizo en el que es complicado establecer fronteras
precisas. Por eso en la legislacin sobre propiedad intelectual abundan las
convenciones con un poderoso aire de artificialidad. Lo que dotaba de sentido y haca
ms o menos aceptables esas normativas era su objetivo, ste s, mucho ms intuitivo.
Intentaban buscar un sistema de contrapesos legales que equilibrara los intereses de
los autores, los mediadores y el pblico. Esto implicaba, en esencia, la concesin de
una cierta capacidad de monopolio a autores y productores. Pero era un monopolio
limitado y condicionado al inters general.
La configuracin de los regmenes que regulan la propiedad intelectual en
Occidente estuvo marcada por la decisin de confiar al mercado una parte sustancial
de la tarea de producir y difundir los bienes inmateriales, as como de remunerar a los
autores. El resultado es ambiguo. En efecto, al menos cuantitativamente, la
produccin cultural del ltimo siglo es inmensa. El precio a pagar ha sido no slo su
mercantilizacin, sino tambin sesgos bien conocidos de clase, de gnero y de etnia.
Por ejemplo, el mundo vive desde hace dcadas una hegemona cultural anglosajona
abrumadora. Y eso por no hablar de los filtros ideolgicos en la difusin de la
informacin.
La opcin por el mercado tuvo mucho ms que ver con la proteccin de la
mediacin y la difusin privadas es decir, con un compromiso con la industria del
copyright que con la bsqueda de un incentivo a la creacin. Fue una eleccin
deliberada, existan otras opciones razonables. A fin de cuentas, histricamente el
mecenazgo no mercantil no ha dado tan malos resultados. El ciclo de tragedias
clsicas griegas o las obras de arte renacentistas, sin ir ms lejos.
Adems, en nuestro tiempo el mercado cultural no es hegemnico. La msica
culta, por ejemplo, casi siempre ha sido promovida por organizaciones con objetivos
no comerciales. En el campo editorial, muchas instituciones sin nimo de lucro han
fomentado la publicacin de gneros que se consideran valiosos pero que no tienen
buena acogida comercial, como el ensayo o la poesa. En algunos pases las
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televisiones pblicas se financian mediante impuestos directos a sus usuarios.
Algunos museos obtienen fondos mediante donativos voluntarios y, de modo muy
similar, los msicos callejeros pasan la gorra entre los viandantes Es verosmil
pensar que se poda haber desarrollado un sistema de produccin, difusin y
remuneracin cultural en el que el mercado desempeara un papel marginal o, al
menos, no central. Un ejemplo de esta lnea de desarrollo es el de la ciencia bsica,
amparada por una amplia gama de instituciones pblicas y privadas: universidades,
centros de investigacin, ejrcitos, fundaciones, empresas
En cualquier caso, el sistema de remuneracin tradicional de la creacin de
msica o cine basado en la explotacin del copiado se ha desmoronado con los
procesos de digitalizacin y la popularizacin de Internet. El incremento de
dispositivos electrnicos de lectura augura un porvenir similar para la industria
editorial y la prensa escrita. Perseveran las formas de remuneracin asociadas a
aquellos creadores capaces de evitar, al menos durante algn tiempo, que sus
producciones se conviertan en bienes pblicos mediante el control del hardware. Es
el caso de los videojuegos o de las actuaciones en directo. Otros modelos de
financiacin tericamente posibles, basados por ejemplo en la microdonacin
voluntaria, son por el momento muy minoritarios.
Paradjicamente, la crisis del sistema de difusin y remuneracin tradicional de la
propiedad intelectual ha discurrido en paralelo a un incremento exponencial de los
beneficios derivados de la industria del copyright y su impacto en los pases del
centro de la economa mundial. En las ltimas dcadas la propiedad intelectual se ha
convertido en una pieza clave de la economa capitalista[16]. Los tres sectores que
ms divisas generan para EE.UU. las industrias qumica, del entretenimiento y del
software se basan en algn tipo de proteccin o propiedad intelectual.
Generalmente se subraya la relacin de la propiedad intelectual con la innovacin
tecnolgica y sus consecuencias en el crecimiento econmico. Casi nunca, en
cambio, se incide en la relacin orgnica entre el copyright y la capacidad para
obtener ganancias no productivas. Las mismas tecnologas que convierten algunas
formas de propiedad intelectual en un bien pblico la transforman en una fuente de
beneficios especulativos.
En la versin cannica y respetable del capitalismo los productos financieros
estn pensados para anticipar futuras iniciativas productivas e inyectar liquidez en la
economa. El derecho al monopolio de la propiedad intelectual por parte de autores y
difusores tiene una legitimidad anloga. Garantiza que una inversin creativa en
trminos de esfuerzo, tiempo, talento y dinero no se ver menoscabada por
actividades parasitarias. En ambos casos, hace tiempo que la realidad de las
economas occidentales ha invertido los trminos iniciales del contrato social
econmico. Segn el Banco de Pagos Internacionales el importe total del conjunto de
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transacciones financieras representaba en 2007 setenta veces el valor del PIB mundial.
La actividad especulativa es la principal fuente de beneficios en el capitalismo
occidental contemporneo y, del mismo modo, el derecho de monopolio del copyright
se ha desvinculado de sus objetivos originales para convertirse en un fin en s mismo.
Obviamente no se han roto todos los vnculos entre las finanzas y la economa
real. Goldman Sachs, por ejemplo, obtiene beneficios estratosfricos especulando en
los mercados de derivados agrcolas. Esas inversiones son posibles porque existe una
industria agrcola a gran escala con su correspondiente demanda. De modo anlogo,
la creacin intelectual exitosa es un elemento necesario de la industria del copyright
en la era digital. Por el momento, no existen mercados culturales secundarios (aunque
en 1997 David Bowie sac a bolsa los derechos de sus canciones). Pero la fuente real
de beneficios basados en el copyright es la capacidad tecnolgica, comercial y
cultural para vender mercancas cuyo coste marginal, a partir de cierto umbral,
tiende a cero. Los grandes monopolistas de la propiedad intelectual pueden obtener
beneficios casi sin gastos productivos asociados. Al igual que los especuladores, la
industria del copyright tiene en sus cuarteles generales una fbrica de papel moneda.
El precio de ese privilegio lo pagamos entre todos.
Algunas de las razones de que toleremos esta extraa situacin son ideolgicas.
Tendemos a considerar el capitalismo financiero extremo y las prcticas ms
especulativas de la industria del copyright como aberraciones que se recortan sobre la
normalidad legtima de la sociedad del conocimiento. Muchsima gente incluidos
no pocos cientficos sociales heterodoxos est convencida de que en las economas
actuales la creacin de valor se basa en las prcticas cognitivas inmateriales y eso
supone una fractura significativa respecto a cualquier situacin pasada.
Las propias nociones de trabajo inmaterial o economa cognitiva son confusas.
Agrupan bajo una misma etiqueta procesos muy heterogneos. Es posible que el
desarrollo de software requiera importantes habilidades creativas, aunque no
necesariamente ms que, por ejemplo, la ingeniera de principios del siglo XX. En
cambio, el trabajo de teleoperador, igualmente inmaterial, se parece bastante ms al
tipo de actividades tpico de una cadena de montaje fordista. En realidad, la
tecnologa de la comunicacin, igual que la vieja maquinaria industrial, puede elevar
o reducir la cualificacin de los trabajadores. Algunas multinacionales de comida
rpida utilizan terminales con smbolos e iconos que hacen innecesario que sus
empleados sepan leer o escribir.
Histricamente, la dificultad para lidiar econmicamente con la esquiva
naturaleza del trabajo intelectual creativo ha llevado a buscar soluciones de
compromiso que permitieran remunerarlo y protegerlo sin enfangarse en
disquisiciones infructuosas acerca de la naturaleza precisa de la produccin cognitiva.
Por ejemplo, como es difcil evaluar a priori qu investigaciones cientficas van a
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resultar fructferas, una de las formas que se han adoptado para proteger la
investigacin ha sido vincularla a la docencia universitaria. Pagamos a los profesores
universitarios por un trabajo visible y controlable como es la enseanza y
permitimos que dediquen una parte de su tiempo a la investigacin de un modo
mucho ms libre. Algo parecido pasa en la economa general. Sin duda, el trabajo
cognitivo en sentido muy amplio tiene una gran importancia, y su centralidad puede
explicar en parte la distribucin de los beneficios en las economas contemporneas.
Pero es mucho menos evidente en qu sentido es la fuente de esas ganancias ms all
del hecho trivial de que, a veces, hace falta inventar e investigar para lanzar nuevos
productos competitivos.
La ubicacin geogrfica del trabajo inmaterial muy cualificado explica que el
dinero procedente de las ventas de iPads se concentre en algunas empresas
californianas y no se quede en las fbricas chinas donde se ensamblan. Sin embargo,
desde otro punto de vista, esa importancia del conocimiento en algunos de los
negocios ms jugosos ha tenido como condicin un proceso antagnico. En las
ltimas dcadas el trabajo manufacturero clsico no cualificado no ha disminuido
sino que ha aumentado mucho a escala global. Lo que explica, por ejemplo, que se
puedan producir iPads a bajo precio y, en consecuencia, vender masivamente. En
palabras de Erik S. Reinert: Los pases especializados en la produccin de nuevas
tecnologas experimentan en general efectos muy diferentes a los de los pases
consumidores o los que suministran las materias primas necesarias para esa misma
tecnologa () La tecnologa de la informacin da lugar a resultados muy diferentes
en el cuartel general de Microsoft, en Seattle, y en la industria hotelera. En el negocio
hotelero, como en el negocio editorial, el uso de la tecnologa de la informacin ha
provocado en toda Europa la cada de los mrgenes de beneficio y ha incrementado
las presiones a la baja sobre los salarios[17].
Por otro lado, no es posible establecer una distincin clara entre el trabajo
inmaterial creativo y el parasitario, cercano a las prcticas especulativas.
Seguramente en un extremo estar la invencin de una vacuna para una enfermedad
intratable y en el otro la biopiratera, pero entre medias se extiende un amplio
repertorio de prcticas ambiguas, como el desarrollo de tecnologas con restricciones
de acceso muy agresivas.
Dicho de otra forma, es imposible aislar la centralidad del conocimiento en las
cadenas de valor contemporneas de la divisin del trabajo en un entorno de
competencia internacional. La desigualdad global no es una consecuencia endgena
de la relacin entre tecnociencia y economa de mercado. Lo que determina quin
gana qu en la economa cognitiva global es la lucha de clases, no una evaluacin
ciega en la revista Nature. Los tericos de la sociedad del conocimiento nos
transmiten la impresin de que analizan una especie de tendencia natural de las
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sociedades capitalistas ms exitosas hacia la inmaterialidad angelical. En realidad, se
trata de una descripcin sesgada de la estrategia poltica, econmica e incluso militar
que los pases del centro de la economa mundial han desarrollado para someter a su
periferia.
Desde los aos setenta del siglo XX, los pases ricos han intentado
simultneamente acaparar los procesos productivos de mayor valor aadido y
aumentar sus ganancias especulativas. La proteccin de la propiedad intelectual
conecta legalmente ambas dinmicas. Las industrias que mayores beneficios generan
dependen de alguna clase de proteccin de la propiedad intelectual y los gobiernos se
sienten muy predispuestos a proporcionar esa cobertura legal. Al mismo tiempo, esas
empresas utilizan sistemticamente esa posicin de predominancia tecnolgica con
fines especulativos. Monsanto dispone de la tecnologa y los recursos para hacer
investigacin biolgica y, por eso, usa la proteccin de esa investigacin como
paraguas para la biopiratera. Hollywood tiene la capacidad para inundar con sus
productos al resto del mundo y, por eso, intenta evitar el paso a dominio pblico de
sus pelculas. Microsoft o Apple (o, a menor escala, Oracle o Adobe) se han hecho
con una posicin monopolista que les permite cobrar precios usurarios por sus
productos. En 2013 sali a la luz que a un australiano le sala ms barato volar a
Estados Unidos y comprar all la versin CS6 del programa Photoshop, que adquirirlo
directamente en Australia.
En los tratados internacionales que asociamos a la globalizacin neoliberal ha ido
ganando peso la propiedad intelectual. No es un mero reconocimiento del auge de la
economa cognitiva, sino una palanca legal para impulsar los beneficios
especulativos, es decir, aquellos que han permitido a los pases occidentales mantener
una posicin de centralidad econmica en un escenario geopoltico cada vez ms
desfavorable para ellos.
Hay un paralelismo inquietante entre la evolucin de la economa del copyright y
la del capitalismo financiero en las ltimas dcadas. Histricamente, el auge de las
prcticas especulativas a menudo ha estado asociado a ciclos terminales de descenso
de la tasa de beneficio. Dicho de otra manera, la economa financiera entra en juego
masivamente cuando pierde peso la produccin real como fuente de ganancia. La
desregulacin econmica contempornea tiene su origen en las polticas que desde
mediados de los aos setenta desarrollaron las lites econmicas occidentales con el
objetivo de paliar sus crecientes dificultades para mantener los niveles de beneficio
que haban tenido hasta entonces. La desaparicin de las oportunidades de hacer
dinero en la arena productiva de la forma ortodoxa hace que otras prcticas
empresariales peligrosas y potencialmente destructivas como los mercados
secundarios o la especulacin monetaria resulten mucho ms atractivas para
gobiernos e inversores.
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De modo anlogo, la revolucin digital ha convertido la especulacin con la
propiedad intelectual en un negocio muy rentable precisamente cuando los beneficios
empresariales han dejado de ser el resultado inmediato de la produccin de
contenidos culturales. Hoy todo el mundo coincide en que los soportes digitales eran
una bomba de relojera para la industria del copyright. Una vez que se proporciona a
los usuarios acceso al mster de un contenido, es slo cuestin de tiempo que
empiece a difundirse por canales no oficiales, mercantiles (como en la venta callejera
de DVD piratas) o no (como en el p2p). Sin embargo, los primeros soportes digitales
que se vendieron masivamente, los CD, parecan la gallina de los huevos de oro.
Permitieron a la industria del copyright vender mercancas mucho ms baratas de
producir a un precio hasta un 300% mayor que los antiguos vinilos y casetes. Muchos
de los productos ms rentables estaban basados en repertorios ya amortizados. De
repente, podas conseguir que personas que ya haban comprado en su momento los
vinilos de Elvis o Dylan volvieran a adquirir el mismo producto en CD a un precio
disparatadamente mayor.
Desde entonces, estas prcticas especulativas se han difuminado por todo el
sistema econmico empotrndose en otras actividades: desde la televisin de pago a
la venta de software pasando por los operadores de telefona. No es anecdtico que
entidades de gestin de derechos de autor como la SGAE espaola hayan
protagonizado sonoros escndalos relacionados con su incursin en la especulacin
inmobiliaria[18]. Otro tanto ocurri con la SIAE italiana, que se vio muy afectada por la
quiebra de Lehman Brothers.
Un segundo modelo de explotacin comercial exitosa de la propiedad intelectual
digitalizada mediante su financiarizacin es el de plataformas de distribucin como
Google, App Store, Amazon o eBay. El secreto de estas empresas es el tamao.
Mediante la concentracin extrema, estas compaas son capaces de extraer grandes
cantidades de dinero a partir de la acumulacin de beneficios infinitesimales. No hay,
en principio, nada ilegtimo en ello. Pero las dimensiones de estas compaas les
confieren una capacidad de influencia desproporcionada que altera la oferta y la
demanda culturales. No son meros mediadores neutros sino que transforman nuestras
expectativas y la de los productores. Por eso hay un intenso paralelismo entre estas
prcticas y la especulacin monetaria, en la que es crucial el enorme volumen de las
masas de dinero invertidas.
Esta evolucin ha afectado dramticamente a los contenidos preferentes que lanza
la industria del copyright contempornea. El modelo especulativo de explotacin del
entorno digital premia la concentracin y la comercializacin extrema basada en la
publicidad y penaliza las actividades productivas de ritmo ms lento. Apple ha
convertido el mrketing en un arte. La historia de la alienacin tiene un hito
destacado en las imgenes de gente haciendo cola delante de los Apple Stores para
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ser los primeros en adquirir un producto que podrn comprar sin ningn problema
apenas unos das despus y millones de personas tendrn en unos meses (en 2011 se
produjeron en EE.UU. graves disturbios a las puertas de varias tiendas que pusieron a
la venta una reedicin de las zapatillas Air Jordn 11 Retro Concord de la marca
Nike, pero al menos eran ediciones limitadas). Microsoft o Google han desarrollado
estrategias de concentracin y hegemona que dejan en nada a Coca Cola o
McDonalds y que diversos organismos oficiales poco sospechosos de
filocomunismo, como la Comisin Europea, han cuestionado reiteradamente.
Qu tiene de malo el mrketing? La publicidad afecta de forma diferente a los
distintos productos. Hay bienes y servicios que no pueden sobrevivir al
turboconsumo tpico de nuestras sociedades. Los publicistas han demostrado que se
puede promocionar exitosamente algunas mercancas que en principio no parecan
muy atractivas: coches hbridos o incluso bicicletas en vez de deportivos o
todoterrenos. Sin embargo, hay algunos lmites imposibles de salvar porque tienen
que ver con las condiciones que dan sentido a cierto tipo de creaciones. Un ejemplo
analgico meridiano aunque poco espectacular es la transformacin reciente del
negocio editorial. Aunque es difcil generalizar, el trabajo de las editoriales
tradicionales incluso de aquellas que producan enormes beneficios tena una
ndole bastante artesanal. Siempre han existido los bestsellers fugaces, pero las
editoriales tambin dedicaban un gran esfuerzo a la creacin de pblicos vinculados a
autores y gneros slidos. Tampoco se despreciaba la produccin de obras con ventas
moderadas pero muy sostenidas en el tiempo, como libros de ensayo o textos
acadmicos.
Hoy la industria del libro est plenamente integrada en la economa de casino.
Los jefes comerciales han ocupado el espacio que antes desempeaban los directores
editoriales. El objetivo de la mayor parte de las grandes editoriales, que han
experimentado un notable proceso de concentracin, es dar con un supervenas que
genere plusvalas significativas a muy corto plazo. Para ello apuestan por lanzar
grandes cantidades de autores y ttulos de los que se deshacen si no obtienen
resultados inmediatos. El mrketing desempea un papel fundamental en este
proceso. Y aquellos libros que es prcticamente imposible que tengan un alto impacto
en un plazo breve, como las obras de poesa, son desechados por la industria.
Esta dinmica no slo afecta a la oferta de libros disponibles. Tambin ha
transformado profundamente el sentido mismo de lo que significa leer. Hasta los aos
cincuenta o sesenta del siglo XX el canon literario nacional de cualquier pas estaba
formado esencialmente por poetas y ensayistas. Hoy son los novelistas, y no
precisamente los ms arriesgados, los que ocupan esa posicin de centralidad. No se
trata de elitismo. De hecho, soy un lector vido de ciencia ficcin y novela negra y no
creo que un mundo sin Artaud o Gadamer sea indigno de ser vivido. Pero las
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diferentes estrategias comerciales tienen un efecto de retroalimentacin crucial sobre
el conjunto de prcticas relacionadas con la lectura y la escritura en nuestra cultura.
Es cierto, no obstante, que en el caso de la msica popular contempornea ha
habido un notable contrapeso causado por el abaratamiento de las grabaciones y la
democratizacin de los cauces de distribucin, comunicacin y promocin. Pero ms
que un nuevo modelo productivo, se trata de una generalizacin y una actualizacin
de las redes de produccin no comerciales y no profesionalizadas. Aunque casi nunca
se habla de ello, hasta cierto punto eran dinmicas que ya existan. Por ejemplo, los
aficionados a la msica hardcore desarrollaron una red minoritaria pero muy slida
de distribuidoras, grupos, pblico y fanzines absolutamente al margen de la industria.
Incluso bandas de gran impacto internacional, como Fugazi, imponan lmites
contractuales a los precios que los promotores de conciertos podan cobrar por las
entradas.
Otro buen ejemplo de prcticas cooperativas analgicas fue la escena northern
soul. A finales de los aos sesenta, en el norte de Inglaterra, surgieron grupos de
aficionados a la msica soul que dedicaban los fines de semana a visitar los clubes en
los que sonaba esa msica. Eran jvenes de clase obrera que llegaban a recorrer
grandes distancias para asistir a fiestas temticas. Al cabo de un tiempo, los grandes
clsicos del soul empezaron a sonarles repetitivos pero, por otro lado, no estaban
interesados en las novedades que les ofreca la industria del disco. La solucin que se
les ocurri fue rebuscar en los catlogos de pequeas discogrficas estadounidenses
especializadas en msica soul en busca de discos que no haban tenido xito
comercial. En la poca heroica del northern soul se importaron masivamente singles
que haban pasado sin pena ni gloria por el mercado norteamericano pero que los
aficionados ingleses apreciaban mucho. El northern soul es una escena nica porque
prcticamente no produjo msica propia, sino que se nutri de los miles de vinilos
abandonados por la industria en su huida hacia delante consumista.
Tanto en el caso del hardcore como en el del northern soul, la distribucin no
comercial o sin nimo de lucro se basaba en comunidades muy compactas. Hoy es
tericamente posible esa difusin sin depender de una escena local. Uno puede llegar
a usuarios atomizados distribuidos por todo el mundo. La realidad es que la red no ha
creado ninguna comunidad virtual semejante, ms bien es parasitaria de escenas
convencionales ya existentes.
Es muy ingenuo pensar que estos modelos desprofesionalizados se pueden
extender ilimitadamente, incluso sin salir del mbito cultural. Hay contextos artsticos
aparentemente incompatibles con ellos como, por ejemplo, la msica culta o la
etnomusicologa. En ambos casos existen altsimos costes de produccin. Los
ensayos para que una orquesta pueda interpretar una obra compleja pueden llevar
mucho tiempo y requieren una plantilla de msicos estable. La etnomusicologa
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implica una labor de investigacin prolongada que a menudo financian las
instituciones pblicas. Eso no significa que la msica culta est condenada a esa
extraa mezcla de funcionariado y star-system que caracteriza su modelo de difusin
actual en Europa. El Sistema de Orquestas Juveniles de Venezuela as lo demuestra.
Del mismo modo, la etnomusicologa se ha nutrido de intervenciones no acadmicas
o no profesionales valiossimas, como las de Violeta Parra. Pero parece razonable
pensar que existen mbitos donde la euforia colaborativa y sin nimo de lucro se
enfrenta a lmites sistemticos.
Volviendo al mundo del libro, la mediacin especializada desempea un papel
crucial y difcilmente sustituible. Escuchar una cancin pop y decidir si merece la
pena es un proceso relativamente rpido. A menudo bastan unos segundos para
decidir si es un contenido interesante para nosotros o no. Por eso es factible que
mediadores no profesionales puedan sustituir a las discogrficas, al menos en algunas
de sus funciones. La evaluacin de novelas o de ensayos es un proceso mucho ms
lento y complejo. Si cada uno de nosotros como lectores tuviera que elegir qu libros
son valiosos de entre toda la oferta potencial de escritores que creen que sus textos
deben ser difundidos (algo tcnicamente posible), desaparecera la cultura escrita tal
y como la conocemos. Las editoriales reducen el ruido, algo para lo que Internet no es
precisamente una herramienta muy eficaz.
Los comentarios de los usuarios en Internet han empezado a sustituir a la crtica
especializada y a la publicidad como elementos bsicos en la construccin del gusto
literario. Inicialmente pareci un giro democrtico que iba a permitir acabar con la
dictadura del mercado y los expertos. Pero la realidad pronto ha arruinado esas
expectativas: Desde hace tiempo, la presencia de escritores (o aspirantes a escritor)
que emplean seudnimo para elogiar sus propias obras ha sido una costumbre cada
vez ms extendida en los foros, facilitada por el anonimato de Internet () En el lado
opuesto, tambin surgieron los usuarios que, de forma annima, realizaban crticas
despiadadas a libros escritos por gente hacia la que demostraban una obvia
animadversin () Tanto las reseas como los puestos en los rnkings de Amazon.es
o Casadellibro.com se han convertido en parmetros que condicionan el xito de
ventas de los e-books y, por ello, tanto las editoriales como, sobre todo, los escritores
autoeditados, han elaborado toda clase de estrategias para hacer que sus libros escalen
puestos en dichos rnkings[19]. Internet no ha hecho desaparecer ni el negocio del
libro ni la crtica especializada, ms bien ha convertido la crtica amateur en un
oscuro negocio. Hay empresas que ofrecen reseas en Amazon a cambio de dinero.
Por ejemplo, GettingBookReviews.com ofreca veinte reseas favorables por
quinientos dlares. John Locke, el primer escritor autoeditado que vendi un milln
de e-books, contrat los servicios de esta empresa para conseguir hasta trescientas
reseas en distintas plataformas.
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La financiarizacin ha afectado tambin al desarrollo cientfico. Aqu las cosas
son menos evidentes porque la tecnociencia sigue siendo una importante fuente de
beneficios productivos. Es cierto que las inversiones de alto riesgo estn
introduciendo sesgos crecientes en la investigacin, privilegiando las lneas ms
rentables a corto plazo. No obstante, aunque los resultados puedan no ser los ptimos,
seguramente es abusivo hablar del mismo fenmeno que en el caso de una hipoteca
subprime o la sobreutilizacion de un privilegio monopolista.
Eso no significa que el sector est al margen del signo de los tiempos. No es slo
la biopiratera. Por ejemplo, la burbuja de las puntocom supuso el pistoletazo de
salida del patent trolling. Los patent trolls son empresas que crean una cartera de
licencias comprando patentes de compaas en quiebra o patentes que nunca han sido
utilizadas. Su objetivo no es la innovacin. Se dedican a vigilar el mercado para dar
con empresas a las que demandar acusndolas de desarrollar productos cuyas patentes
poseen. As, obtienen ganancias astronmicas de un proceso legal sin haber invertido
ni un solo euro en investigacin. Es, por tanto, una actividad parasitaria formalmente
similar a la especulacin. Las empresas financieras obtienen beneficios directos
tergiversando la funcin de los mercados secundarios, que supuestamente se crearon
para dinamizar la actividad productiva. Los patent trolls obtienen beneficios
tergiversando leyes que se crearon para proteger el desarrollo cientfico. No es un
asunto menor: se ha calculado que entre 1990 y 2010 los patent trolls costaron a las
empresas innovadoras quinientos mil millones de dlares.
El patent trolling tiene una larga historia, pero se est extendiendo a gran
velocidad. Cada vez hay ms especuladores institucionales que se introducen en el
negocio del patent trolling como una extensin de su ecosistema natural. Importantes
hedgefunds estn comprando masivamente licencias de empresas para demandar
sistemticamente a otras compaas. Para protegerse, las grandes empresas compran a
su vez grandes carteras de patentes, lo que recalienta el mercado. Estamos asistiendo
a la aparicin de una burbuja especulativa de patentes. Por ejemplo, en verano de
2011 Google compr la divisin de mviles de Motorola a un precio
desorbitadamente alto, ms propio de la burbuja de las puntocom de los aos noventa.
La razn es que necesitaba urgentemente adquirir ms de diecisiete mil patentes tras
perder en una puja por Nortel, una empresa en quiebra que tena ms de seis mil
patentes, ante un grupo de inversores que inclua a Microsoft y Apple.
La relacin entre la financiarizacin de la economa, la conversin de la
propiedad intelectual en bienes pblicos y la transformacin de los contenidos que
comercializa la industria del copyright no ha sido comprendida adecuadamente por
parte de los partidarios de la cultura libre. A menudo se mantiene que la resistencia de
la industria a las nuevas tecnologas y a una regulacin del copyright ms amigable
con sus potencialidades se debe a la pereza empresarial. Desde este punto de vista, las
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tecnologas de la comunicacin ofrecen grandes oportunidades de negocio al alcance
de aquellas empresas de produccin de contenidos que sepan evolucionar y adaptarse
a las nuevas condiciones tecnolgicas. La industria del copyright es un viejo
dinosaurio analgico que se resiste a adaptarse a un nuevo contexto libre de friccin
donde el tamao ya no importa.
Frecuentemente se establece una analoga con la crisis del negocio de las
partituras. A principios del siglo XX, la industria musical se basaba en la venta de
partituras por parte de los autores. Las leyes que regulaban ese material eran las
mismas que las de los libros o las revistas. Cuando aparecieron los fonogramas, los
editores de partituras exigieron que no se variase la situacin legal. De ese modo,
cualquier artista hubiera tenido que solicitar autorizacin explcita al propietario del
copyright para grabar una cancin. En cambio, se opt por una ley que optimizaba los
beneficios sociales de la nueva tecnologa. Los editores estaban obligados a permitir
que cualquiera hiciera un fonograma de cualquier msica que hubieran publicado a
cambio de una cantidad que, en Estados Unidos, se cifr en dos centavos. () Haba
una nueva tecnologa el fonograma que ofreca al pblico una flexibilidad
inaudita para escuchar msica donde y como quisiera. Haba una antigua normativa
de derechos de autor que deca que los editores de partituras podan controlar todos
los usos de una cancin publicada por ellos, lo que haca imposible usar esa nueva
tecnologa. La respuesta? Una nueva normativa de derechos de autor que trataba la
nueva tecnologa como una solucin, como un motivo de celebracin, y no como un
problema que resolver[20].
Cory Doctorow tiene razn y se equivoca. El declive del negocio de las partituras
y la crisis actual de la venta de contenidos culturales son situaciones muy diferentes.
El problema no es hoy que unos artistas se estn lucrando en vez de otros, sino ms
bien que, al menos en algunos campos, cada vez menos creadores tienen la
oportunidad de ganarse la vida con su actividad. La razn es que en el capitalismo la
innovacin tecnolgica relativa a los productos inventar un nuevo router tiene
efectos econmicos muy distintos a la innovacin que afecta a los procesos
comprar billetes de avin sin la mediacin de una agencia de viajes: la primera
tiende a aumentar los beneficios, la segunda a disminuirlos. Por supuesto que siguen
existiendo empresas que obtienen ganancias a partir de actividades relacionadas con
el hecho de que la gente escuche msica. Por ejemplo, el suministro de ADSL o la
venta de auriculares. O bien prcticas especulativas como las que he descrito ms
arriba. Pero lo crucial es que ninguna de esas formas de ganar dinero, a diferencia de
la industria de la copia tradicional ya sea la venta de partituras o de fonogramas,
mantiene una relacin orgnica con la produccin de bienes culturales.
Muchos productores culturales de la historia reciente han intentado obtener
beneficios. Pero la forma en que a los fabricantes de auriculares les es indiferente el
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material que escuchen sus clientes no tiene nada que ver con el pragmatismo o
incluso mercantilismo de la industria del copyright clsica. Existe una diferencia
evidente entre manufacturar pelculas de John Ford, discos de The Beatles o libros de
Tolkien por citar algunos supervenas y suministrar banda ancha o alquilar
espacios publicitarios.
Incluso aunque la reconversin digital fuera viable para algunos autores y
empresas, no es evidente que lo sea para todas las actividades que consideramos
valiosas. Los contextos institucionales afectan de manera diversa a las distintas
producciones cognitivas. Por ejemplo, en Espaa hay una oferta editorial
desmesurada para la demanda existente, con ms de cien novedades al da. Por otro
lado, las libreras tienen la oportunidad de devolver los libros a los distribuidores con
un coste bajo si lo hacen en un plazo breve. El resultado de la combinacin de ambas
dinmicas es la penalizacin de las obras con un ritmo de difusin lento y el
recalentamiento del mercado del libro. Hay adictivas novelas de misterio que, aunque
son muy voluminosas, se despachan en pocas horas de lectura; en cambio, los
ensayos suelen tener un proceso de digestin mucho ms pausado y desaparecen de
las libreras antes de saber qu suerte hubieran corrido en el medio plazo.
Algo similar podra pasar en el entorno digital. Tal vez algunos creadores se
puedan adaptar sacrificando ciertos contenidos que podran ser valiosos para mucha
gente que, sin embargo, no est en condiciones de manifestar sus preferencias porque
no existe un cauce institucional adecuado. Eso es, y la similitud no es casual,
precisamente lo que ocurre con algunos tipos de fallos del mercado. Los apologetas
del comercio afirman que los precios permiten la coordinacin con mayor eficacia
que cualquier sistema centralizado. sa es slo una parte de la historia. Los precios
transmiten informacin relacionada con la escasez y la competencia pero oscurecen la
informacin que tiene que ver con la cooperacin, la abundancia o los procesos
deliberativos.
Puede que el contexto digital tal y como lo conocemos no sea el entorno
institucional apropiado para producir y difundir una gran cantidad de contenidos
valiosos. A lo mejor Internet puede difundir y remunerar las novelas de ciencia
ficcin pero no la prosa potica, los juegos para smartphones pero no la teora de la
computacin No hace falta ser un apocalptico para reconocer que algunas de las
mentes ms brillantes de nuestro tiempo estn dedicando sus capacidades a
actividades asombrosamente pueriles. Segn el tecnlogo Jaron Lanier, en la mayor
parte de las empresas startups relacionadas con las tecnologas de la comunicacin
uno se encuentra con salas llenas de ingenieros doctorados en el MIT que no se
dedican a buscar curas contra el cncer o fuentes de agua potable segura para el
mundo subdesarrollado, sino a desarrollar proyectos para enviar imgenes digitales
de ositos de peluche y dragones entre miembros adultos de redes sociales. Al final del
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camino de la bsqueda de la sofisticacin tecnolgica parece haber una casa de
juegos donde la humanidad retrocede hasta el jardn de infancia[21].
Los darwinistas tecnolgicos eluden pronunciarse sobre los contenidos confiando
al mercado la decisin de qu merece conservarse y qu no. Esta estrategia
procedimental es una de las claves para comprender las peculiaridades del
antagonismo digital contemporneo.
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La utopa del copyleft
Los crticos con la industria del copyright mantienen, razonablemente, que la
revolucin digital debera ser una buena noticia. Las tecnologas de la comunicacin
tienen inmensas potencialidades positivas relacionadas con la difusin del
conocimiento y las artes. Aunque a menudo se profieren estas tesis en tono
milenarista, en realidad, son poco controvertidas y seguramente Bill Gates las
comparta con la mayor sinceridad.
Los crticos parecen creer que los nicos dilemas que plantea la digitalizacin
surgen de las barreras artificiales que ha erigido la industria del copyright y de una
concepcin restrictiva de las libertades individuales. Tan pronto como se eliminen
esas fuentes de escasez espuria, la abundancia manar y la armona social reinar. En
realidad, el problema es otro y muy real. Las posibilidades tecnolgicas de
distribucin digital mantienen una relacin compleja con los distintos contextos
sociales de produccin y consumo defendidos por opciones polticas antagnicas.
Es un problema que remite al origen mismo de las tradiciones emancipadoras que,
desde el siglo XIX, han pretendido superar el utopismo. Los partidarios de las
alternativas socialistas al capitalismo defendieron que sus propuestas estaban
materialmente al alcance de las sociedades industriales y eran coherentes con su
realidad cultural. De hecho, las plantearon como una profundizacin en la doble
revolucin poltica y tecnolgica moderna. El socialismo dotara de contenido
real a la libertad, la igualdad y la fraternidad burguesas al tiempo que hara un uso
ms eficaz y racional de los avances tecnolgicos desarrollados por el capitalismo. Es
decir, el socialismo se planteaba como una alternativa coherente con la realidad
prerrevolucionaria. Pero la misma idea de congruencia implicaba que era preciso un
proceso de transformacin: una experiencia constructiva a travs de la accin poltica
que entraaba importantes costes prcticos y dilemas morales. El fin del capitalismo
no surgira del abracadabra del industrialismo, como creyeron los socialistas
utpicos.
En ese sentido, no es extrao que las posiciones de los adversarios
contemporneos de la industria del copyright diverjan de las tesis de la izquierda
tradicional en este terreno. Durante todo el siglo XX, la izquierda exigi una
modulacin de la relacin entre creadores, mediadores privados e inters pblico para
que ganara peso este ltimo vector. A menudo, esta estrategia se desarroll mediante
la propuesta de una alianza con los autores. Mejor dicho, no con todos ellos sino ms
bien con aquellos creadores que no se beneficiaban del sistema comercial de
remuneracin y cuyas prcticas culturales divergan de las hegemnicas.
Desde el punto de vista de la retribucin de los creadores, el mercado del
copyright es extremadamente piramidal. Adems, tiene una tendencia natural a la
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homogeneizacin de los contenidos centrndose en la diferenciacin de productos
mediante la gestin de las marcas. Por hacer una caricatura, la industria nos da a
elegir entre Cristina Aguilera y Britney Spears, entre Lady Gaga y Kesha o entre
Coldplay y The Killers, pero no entre Alban Berg y el highlife. Por eso, la crtica
tradicional a la industria del copyright se posicionaba simultneamente sobre la forma
de remunerar a los creadores, la democratizacin del acceso a los medios de
produccin y difusin cultural y los contenidos que mereca la pena contribuir a
difundir.
Sera absurdo mantener que estas posiciones han sido siempre, o incluso a
menudo, coherentes y mucho menos saludables. La izquierda tiene un largo y
contradictorio historial de conservadurismo artstico y vanguardismo, populismo y
elitismo cultural. Pero me parece significativo que tradicionalmente se haya incidido
en al menos tres cuestiones completamente ajenas a los crticos del copyright
contemporneos: los contenidos de la informacin liberada, las condiciones sociales
de acceso real a la informacin (no slo su posibilidad hipottica) y los medios de
subsistencia de los autores. La posicin de la izquierda incida en dotar de mayor
peso a las redes pblicas o comunitarias de comunicacin, en sistemas de
remuneracin no comerciales para los autores y en estructuras pedaggicas
alternativas al mrketing.
La estrategia de los crticos contemporneos es diametralmente diferente y en
algunos aspectos opuesta. Se centra en dos puntos relacionados: el primero es tico,
el segundo tiene que ver con la organizacin de la produccin social. Lo comn a
ambos es que se trata de propuestas individualistas y procedimentales. Eso no es
necesariamente algo negativo y, de hecho, muchos izquierdistas saludaron con
entusiasmo la novedad.
A primera vista, pareca que el copyleft satisfaca todos los objetivos del
antagonismo cultural y despejaba algunos lodazales ideolgicos irresolubles. Por
ejemplo, al no pronunciarse sobre los contenidos y ofrecer una alternativa no
mercantil sin coordinacin centralizada, pareca que se libraba de algunas de las
discusiones ms desesperantes de la tradicin izquierdista: en qu consiste una
prctica cultural emancipadora?, es realmente mejor la coordinacin burocrtica que
el mercado? A menudo, la bsqueda de una alternativa al mercado ha llevado a
modelos reaccionarios en sus contenidos e ineficaces en su gestin. El copyleft parece
conservar lo mejor del mercado y de las alternativas no comerciales: alienta la
creatividad individual, permite la cooperacin, restringe tanto las posibilidades de
control burocrtico como la mercantilizacin Qu poda fallar?
El origen del copyleft es el desarrollo de software, y no es un hecho trivial. Las
caractersticas de los movimientos de cultura libre quedaron encapsuladas en una
batalla muy concreta: la creacin de un sistema operativo enteramente libre, el
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proyecto GNU.
La historia es bien conocida. En 1983, el programador Richard Stallman anunci
su proyecto de desarrollar un entorno compatible con Unix un sistema operativo
robusto y muy utilizado que no slo se desarrollara mediante un espritu
cooperativo sino que garantizara que no podra ser privatizado en el futuro. Por eso el
proyecto deba contar con una licencia especial que asegurara que cualquier usuario
pudiera ejecutarlo, copiarlo, modificarlo y distribuirlo y adems bloqueara la
posibilidad de futuras restricciones de esos derechos. La idea se conoce como
copyleft.
El copyleft es un sistema de cuatro libertades de uso interrelacionadas: la libertad
de ejecutar el programa, la libertad de estudiar cmo trabaja el programa y cambiarlo,
la libertad de redistribuir copias con o sin nimo de lucro, la libertad de distribuir
copias de sus versiones modificadas a terceros. Las cuatro libertades tienen carcter
vrico. Cualquiera puede ejercer esas libertades sobre los productos as licenciados
pero est obligado a mantener la misma licencia en los productos derivados. El
copyleft no est limitado al software, se puede aplicar a cualquier tipo de propiedad
intelectual. Si, por ejemplo, alguien decide editar y vender una versin mejorada en
papel de Wikipedia, puede hacerlo sin pedir permiso a nadie, pero esa edicin deber
permitir la misma libertad de uso que la obra original.
El origen informtico del copyleft ha marcado crucialmente su naturaleza y hace
que su generalizacin resulte poco intuitiva. Parece deseable disponer de la
posibilidad de modificar un manual de matemticas para, por ejemplo, adaptarlo a las
necesidades de cierto tipo de alumnos o para ampliarlo en ciertos puntos. En cambio,
a mucha gente no le resulta evidente en qu contribuye a la libertad la capacidad de
realizar cambios en obras no funcionales, como un poema o un ensayo de filosofa.
No hay que sobrestimar estos problemas. Hay obras artsticas donde es habitual cierta
posibilidad de modificacin, por ejemplo los textos teatrales. Las obras dramticas a
menudo se adaptan por motivos creativos o logsticos. Una compaa de teatro de una
prisin masculina, por ejemplo, puede desear eliminar los papeles femeninos de una
obra para poder representarla.
Sin embargo, en el caso del software libre la capacidad de modificacin es una
caracterstica crucial e irrenunciable. Tiene repercusiones tcnicas y no slo legales,
ya que implica permitir el acceso al cdigo fuente de los programas. El propio
Richard Stallman resuma as el propsito del proyecto GNU: El principal objetivo de
GNU era ser software libre. Aun cuando GNU no entraara ninguna ventaja tcnica
frente a Unix, s tendra una ventaja social, al permitir que los usuarios cooperaran, y
otra tica, al respetar su libertad.
La primera caracterstica del copyleft es, en efecto, un compromiso con la
eliminacin de las barreras que limitan el flujo, en sentido amplio, de informacin. Se
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trata de un enunciado normativo fuerte y estrictamente procedimental. Las prcticas
procedimentales son aquellas que no presuponen la existencia de un criterio a priori
para la identificacin del resultado correcto. Desde este punto de vista, el resultado es
adecuado si se han respetado las normas que regulan el procedimiento. Un buen
ejemplo de criterios no procedimentales son las declaraciones del dictador chileno
Augusto Pinochet, cuando anunci que aceptara el resultado de unas elecciones
democrticas siempre que no saliera elegido ningn partido de izquierda. Para los
partidarios del copyleft, restringir el acceso a la informacin es nocivo, no importa la
finalidad con la que se realice. Por eso el copyleft en sentido estricto incluye la
libertad de difundir los materiales licenciados con cualquier objetivo, incluso
comercial.
El copyleft se enfrenta a la industria del copyright slo en la medida en que sta
se basa en el monopolio del conocimiento. De hecho, el copyleft se opone
explcitamente a algunas prcticas anticomerciales tpicas de la izquierda. Aquellas
licencias que permiten el copiado siempre que no incluya la explotacin comercial,
no son copyleft. Esto ha generado importantes conflictos en el mundo de la cultura
libre. La mayor parte de los msicos, escritores y cineastas crticos con la industria
del copyright emplea licencias que autorizan la libre reproduccin, pero slo con
fines no comerciales por ejemplo, mediante la utilizadsima licencia Creative
Commons Atribucin-NoComercial-Compartirlgual. Los desarrolladores de
software, en cambio, a menudo permiten el uso de sus programas con cualquier
finalidad.
Para ser justos, lo cierto es que desde el primer momento, los informticos que
crearon la nocin de copyleft han insistido en no confundir las libertades que permite
este sistema con la gratuidad. Free as in free speech, not as in free beer
(Libre como en libertad de expresin, no como en cerveza gratis) es un lema
habitual en el mundo del software para desambiguar el termino free que, en ingls,
significa tanto libre como gratis. En este contexto, la evaluacin del modo en
que la informacin es producida o va a ser explotada no se considera una cuestin
relevante a la hora de licenciarla. ste es el origen de la tensin con el mundo de la
msica y el libro, pues las condiciones sociales de remuneracin de los
programadores muchos de ellos asalariados de empresas o con posibilidades de
serlo no tienen nada que ver con la de los msicos, a menudo trabajadores
autnomos que cobran un porcentaje por obra vendida.
Los criterios procedimentales hacen que resulte muy difcil abordar este tema
abiertamente. Creo que eso ha limitado la extensin de las licencias libres. Hay casos,
como el de los msicos autnomos, en los que a los creadores les resulta poco
razonable la libertad de copiado con fines comerciales. Pero tambin ocurre lo
contrario. Hay contextos donde son las condiciones de remuneracin las que deberan
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hacer poco conflictivas las licencias libres. Por ejemplo, en la mayor parte de
orquestas pblicas los msicos son muy restrictivos con el uso de sus
interpretaciones, incluso una grabacin de unos pocos minutos debe contar con la
autorizacin del comit de empresa. Sin embargo, se trata de empleados pblicos
funcionarios, en algunos casos que cobran sueldos dignos, trabajan en condiciones
ms que aceptables y tienen su futuro laboral asegurado. Cabra pensar que lo
razonable es que sus interpretaciones sean, en el sentido ms estricto de la expresin,
de dominio pblico. Otro tanto ocurre con otras obras subvencionadas, como
pelculas, piezas artsticas o tesis doctorales becadas. Es sensato que tenga licencias
ultrarrestrictivas una pelcula cuya produccin ha sido subvencionada al 100% y que
posteriormente ha sido comprada para su emisin en una televisin pblica?
En general, hay una clara tensin entre el modo eficaz en el que el copyleft
bloquea las posibilidades de privatizacin de un bien comn y la negativa de sus
partidarios a considerar las condiciones sociales de la produccin y el uso de esa
libertad. En el capitalismo histrico los procesos de privatizacin de los recursos
comunes han desempeado un papel importante y multidimensional, como
mecanismo de apropiacin por desposesin y como un factor esencial en la aparicin
de la fuerza de trabajo moderna. El copyleft apunta directamente contra esos
procesos.
Pero la expropiacin de lo comn no es la nica va monopolista, ni siquiera la
principal. El mrketing, las economas de escala, la informacin privilegiada, la
miopa de los consumidores, la connivencia entre los polticos y la clase capitalista
Los partidarios del copyleft han decidido no ocuparse de estos temas, o bien tratarlos
como un subproducto poco interesante de una situacin legal restrictiva. Nos hablan
de un mundo en el que pequeos emprendedores o cooperativas de creadores pueden
desafiar a las grandes compaas; en el que la creatividad y el trabajo firme se ven
recompensados. Desde esa perspectiva, el nico obstculo son las alambradas legales
que los monopolistas han erigido.
En ese sentido, el copyleft tiene una inquietante cercana con las estrategias
desregulacionistas contemporneas del neoliberalismo. Desde la perspectiva del
copyleft, la fuente de problemas no es el mercado de la informacin ni mucho menos
el mercado de trabajo sino las barreras a la circulacin y el uso de la informacin. Las
relaciones comerciales son una de las vas posibles de transmisin de informacin y,
en s mismas, no introducen ningn sesgo negativo, son las licencias las que lo hacen.
Una vez asumido esto, slo hay un paso desde la crtica de los monopolios o los
aranceles al repudio de cualquier barrera a la comercializacin. No todos los
partidarios del copyleft son entusiastas del mercado, pero muchos lo ven como una
opcin personal que no guarda una relacin intrnseca, con la premisa normativa de la
libertad informativa. Al final, ms bien era libre como en mercado libre.
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Existe una enorme cantidad de crticas a la concepcin del mercado como
distribuidor eficaz. Una muy razonable es que el sistema de precios tiende a
homogeneizar productos y servicios que no tienen nada que ver entre s y cuya
optimizacin requiere distintas estrategias distributivas. El copyleft, como estrategia
procedimental, reproduce esta nivelacin de realidades muy diferentes: la patente de
una vacuna, la informacin poltica, un videojuego, un procesador de textos, una
cancin
* * *
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privatizacin monopolista del espacio televisivo exclusivamente en trminos de su
legitimidad, sin tomar en consideracin el proceso social que con toda probabilidad
se desencadenar y que, una vez iniciado, ser prcticamente imposible de revertir.
En general, es sencillamente falso que la libre oferta mercantil de informacin
genere una mayor conciencia crtica. Morozov explica que un descubrimiento
fascinante de los dirigentes de la antigua RDA fue que aquellas ciudades que tenan
acceso a la televisin occidental estaban ms satisfechas con el rgimen comunista
que aquellas a las que no llegaba la seal televisiva de la RFA[23]. Dallas no contribua
a socavar la dictadura, sino que la apuntalaba. En muchos regmenes autoritarios
contemporneos hay una considerable tolerancia al acceso a bienes de
entretenimiento occidentales. El Partido Comunista Chino ha descubierto que Lady
Gaga es una aliada, no el enemigo.
Del mismo modo, se podra cuestionar el uso comercial de conocimientos
generados en el mbito pblico. Por ejemplo, licenciar una vacuna creada en una
institucin pblica con copyleft puede tener efectos muy diferentes dependiendo del
contexto econmico. Un crtel de laboratorios podra fabricar la vacuna
exclusivamente para venderla a alto precio en pases donde no exista un sistema
sanitario pblico con capacidad para producirla y distribuirla. Una editorial podra
utilizar sistemticamente traducciones publicadas con copyleft en Internet y editarlas
en papel en pases con una gran brecha tecnolgica donde tuviera una posicin de
predominio en el mercado del libro.
Para la izquierda una excesiva concentracin monopolstica de la informacin es
incompatible con la democracia. La mayor parte de los partidarios del conocimiento
libre est en contra de que la informacin est de facto en pocas manos, pero se
escuchan pocas propuestas consecuencialistas, por ejemplo, una legislacin antitrust
dirigida a revertir esa situacin. La razn es que eso entrara en contradiccin con el
enunciado normativo fuerte basado en una visin estrictamente procedimental de la
libertad comunicativa.
El segundo elemento caracterstico del copyleft es la cooperacin. Al eliminar
restricciones relacionadas con la propiedad intelectual, el copyleft incentiva la
creacin de espacios de produccin en los que la coordinacin emerge
espontneamente a travs de la concurrencia en redes colaborativas. Esta tesis tiene
una dimensin cognitiva y otra social. En ambos casos, existe una fuerte neutralidad
valorativa respecto al contenido de los materiales producidos, el uso de esos
materiales y sus condiciones de distribucin.
La dimensin cognitiva tiene que ver con la idea de que, segn la ideologa
californiana, Internet es un espacio donde concurren fragmentos de inteligencia que
se agrupan hasta componer una especie de mente colmena. Los dos ejemplos citados
unnimemente son Wikipedia y el desarrollo colaborativo no comercial de software
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libre. Lo que casi siempre se olvida es que ambos proyectos son idiosincrsicos y no
se pueden universalizar. Tienen algunas peculiaridades que no comparte la mayor
parte de prcticas tecnolgicas, culturales, productivas, polticas o cientficas.
El desarrollo de grandes proyectos de software es siempre colaborativo, no es una
caracterstica del software libre. El desarrollo de software se puede y se debe
fragmentar. Hay toda una mitologa sobre programadores independientes trabajando
en su garaje de madrugada. Lo cierto es que la descomposicin de un gran proyecto
en paquetes de problemas que se resuelven colectivamente en una especie de cadena
de montaje no es una opcin sino una necesidad tcnica. Es impensable que, por
ejemplo, Windows 95 se hubiera desarrollado de otra forma. Lo peculiar de la
programacin es que, a diferencia de muchos procesos productivos tradicionales, no
exige una estricta continuidad temporal o espacial. Por otro lado, frente a otras
formas de cooperacin informal, en la programacin hay criterios tcnicos de
decisin que, al menos hasta cierto punto, permiten dirimir las disputas o, al menos,
respaldan la autoridad de ciertas personas.
La produccin de una pelcula convencional, por ejemplo, no tiene prcticamente
ninguna de estas caractersticas. Exige, por ejemplo, que un gran nmero de personas
est en cierto lugar, en cierto momento y en determinadas condiciones (tcnicas,
climatolgicas). Muchas de esas personas al menos los actores no son
sustituibles, salvo en casos anecdticos. Ni siquiera el criterio tcnico tiene por qu
ser relevante. Hay metodologas muy sedimentadas, es cierto, pero si alguien decide
saltrselas no se va a producir ningn error de compilacin. Pasolini rod algunas de
sus obras maestras sin tener la menor idea de las convenciones cinematogrficas.
Otras prcticas culturales tienen slo algunas de estas caractersticas pero no otras.
Sin salir del mbito cinematogrfico, la redaccin de los guiones de las series de
televisin suele ser colaborativa, aunque tambin jerarquizada y muy condicionada
por exigencias temporales. En cambio, una pelcula de animacin es potencialmente
mucho ms fcil de fragmentar en paquetes de problemas.
El segundo ejemplo recurrente es Wikipedia, un proyecto editorial cooperativo en
el que participa en igualdad de condiciones una gran masa de redactores annimos
ayudados por una serie de herramientas tcnicas y unas reglas de edicin. La
mecnica de Wikipedia es muy simple: cualquier usuario puede enmendar un artculo
o crear uno nuevo si lo considera necesario. El resto de usuarios puede, a su vez,
rechazar, rectificar o continuar ese trabajo y as sucesivamente. Uno sencillamente
busca una entrada y, si no la encuentra o la informacin le parece deficiente
incompleta, poco rigurosa, mal redactada, puede crearla o modificarla.
Lo que ocurre es que tambin la redaccin de una enciclopedia tiene
caractersticas muy peculiares. De nuevo, cualquier enciclopedia de gran tamao es
un proyecto colaborativo, no slo Wikipedia. En trminos generales, las
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enciclopedias se caracterizan, a diferencia de los ensayos o los artculos de opinin,
por buscar la neutralidad y, a diferencia de las monografas, por no presentar
investigaciones originales sino elaboraciones secundarias a partir de aqullas. Las
enciclopedias renen el saber acumulado y comnmente aceptado por la comunidad
de cientficos y expertos. En ese sentido, da la impresin de que utilizar Wikipedia
como ejemplo de xito del trabajo colaborativo en red es una peticin de principio.
Excepto por la cantidad de colaboradores, lo mismo hubiese servido LEncyclopdie
de Diderot y DAlembert.
En realidad, lo distintivo de Wikipedia no es tanto la colaboracin como que es
una enciclopedia no elaborada por expertos: las discusiones sobre contenidos son
horizontales y un catedrtico tiene el mismo derecho a editar un artculo que un
estudiante. Adems, al menos en principio, Wikipedia tiene muchas menos barreras
de entrada cognoscitivas que el software libre. Para los internetcentristas Wikipedia
prueba que en la red cada uno de nosotros contribuye al conocimiento agregado con
los fragmentos de conocimiento experto que posee. Tal vez un adolescente no sepa
nada sobre el rgimen hidrolgico del Guadiana, pero puede corregir una errata en el
nombre de uno de los pueblos mencionados en la correspondiente entrada porque
pasa all los veranos con su familia. La supuesta moraleja es que la inteligencia es
colectiva y granular. Con las herramientas adecuadas, los microconocimientos se
acumulan dando lugar a niveles emergentes de saber.
La magia de las redes telemticas consiste en que permiten que esos fragmentos
cognitivos se agrupen ordenadamente sin una coordinacin centralizada. De hecho, se
suele decir que lo hacen ms eficazmente que si un nodo central los controlara. Es
una tesis muy discutible, al menos en el caso de Wikipedia. Algunas evaluaciones
muy optimistas de la calidad de los artculos de Wikipedia se basan en las voces
tcnicas. Es prcticamente seguro que la mayor parte de los redactores de entradas
como ondcula o sinusoide son expertos. En ese sentido, Wikipedia sera
parasitaria de instituciones acadmicas tradicionales con una organizacin
convencional. Tal vez el conocimiento sea un asunto colectivo. Pero es muy
discutible que Wikipedia aporte ningn dato concluyente en ese sentido.
Algo similar ocurre con otro ejemplo recurrente de actividad cognoscitiva
colaborativa. El crowdsourcing es una convocatoria abierta que rene a una gran
masa de personas para que se ocupen de tareas que tradicionalmente realizaban una
persona o un colectivo organizado formalmente. Las experiencias de crowdsourcing
son muy ambivalentes. Abundan los fracasos, pero tambin hay algunos casos muy
exitosos. Por ejemplo, Foldit es un juego de ordenador creado por la Universidad de
Washington. Es una simulacin bioinformtica pensada para predecir la estructura de
las protenas y su plegamiento a partir de su secuencia de aminocidos. El programa
se cre para que personas sin conocimientos de bioqumica pudieran ayudar a
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encontrar las formas naturales de las protenas. La gente que quiere colaborar
participa en un videojuego en el que hay que mover formas geomtricas. En el juego,
los participantes compiten por encontrar la configuracin ms eficiente de una
protena: cuanta menos energa requiera tu estructura, ms puntos obtienes. Con este
mtodo, en 2011 se logr resolver la estructura tridimensional de la enzima de un
retrovirus similar al VIH, despus de que unos doscientos mil jugadores generaran
dieciocho mil diseos distintos.
Sin embargo, Foldit no es un sistema de agregacin de conocimientos, como
Wikipedia, sino un experimento de manipulacin social consentida. La cooperacin
alcanza exclusivamente hasta la decisin de jugar con ese programa. Es un poco
como si Endesa conectara una dinamo a las bicicletas estticas de los gimnasios y
utilizara esa energa. Sera un poco tendencioso hablar de creacin energtica
cooperativa. Foldit es interesante, porque saca a la luz cmo muchas tareas son ms
multiformes de lo que parecen y requieren habilidades inesperadas (en la carrera de
qumica no hay una asignatura de plegado o de videojuegos). No tiene por qu
plantear ningn dilema tico, pero no debera confundirse con otra cosa. Es parecido
a averiguar una clave probando una gran cantidad de combinaciones mediante un
ordenador potente o un sistema distribuido. En ocasiones puede ser un mtodo eficaz,
pero no es lo mismo que un trabajo critpogrfico de ingeniera inversa. De hecho,
Foldit se cre con la idea acertada de que en el terreno del razonamiento espacial
tridimensional, las personas son instrumentos de clculo ms potentes que los
ordenadores.
Con independencia de que la nocin de la mente colmena sea razonable o no, es
una metfora cada vez ms influyente. Existe un paralelismo bastante evidente entre
la perspectiva cognitiva colaborativa y, de nuevo, el tipo de cooperacin sui generis
que genera el mercado. Las formas tradicionales de colaboracin se desarrollan o
bien a travs de interacciones cara a cara o bien mediante instituciones y
organizaciones reglamentadas. La idea de que la cooperacin puede ser un
subproducto deliberado o no de otros intereses es mucho ms extica. Guarda
relacin con la universalizacin del mercado en la modernidad, que difundi el
dogma de que la coordinacin social surge espontneamente de la interaccin
individual egosta sin necesidad de ninguna mediacin institucional. Hay una fuerte
simetra entre la comprensin granular del conocimiento y la concepcin del sistema
de precios como el medio idneo para alcanzar una asignacin ptima de los
recursos.
Para la ideologa californiana, una vez que se crean los cauces telemticos
adecuados se produce un fenmeno de agregacin cognoscitiva no centralizada. El
conocimiento es el resultado de una coordinacin espontnea de fragmentos de
informacin. La inteligencia colectiva se parece bastante a un sistema de mercado
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libre cognitivo. La gente puede creer o no que est contribuyendo al conocimiento
colectivo y desear o no hacerlo. Pero eso es irrelevante. La mente colmena es un
subproducto de la interaccin.
Hay al menos dos problemas graves con esta perspectiva. El primero es comn a
la idealizacin del mercado como organizador. Lo cierto es que nunca ha habido y,
verosmilmente, nunca habr nada remotamente parecido a un mercado libre
generalizado y prolongado en el tiempo. Los economistas neoclsicos insisten en que
eso es as porque no nos hemos esforzado lo suficiente. Para ellos los fracasos del
mercado libre se deben a que no se ha emprendido con el suficiente entusiasmo la
depuracin de cualquier intervencin pblica o monopolista.
La verdad es que es difcil pensar en ningn otro sistema econmico que se haya
mantenido con tanta tozudez a pesar de su asombrosa inestabilidad y sus demoledoras
externalidades negativas. De hecho, la desregulacin siempre ha sido epidrmica, en
el sentido de que ha necesitado de una permanente intervencin no mercantil, ya sea
del Estado o de otras instituciones. Tanto para eliminar la tendencia natural de los
seres humanos a coordinarse de forma no competitiva como para limitar los daos
sociales que produce la mercantilizacin. La principal contribucin de la ideologa de
los precios es hacer parecer irrelevantes esas intervenciones, redefinindolas como
momentos excepcionales y no como la normalidad histrica del capitalismo.
Algo similar pasa con la mente colmena. Cuando uno rasca en los supuestos
ejemplos de inteligencia colectiva enseguida encuentra que los procesos cognitivos
digitales son bastante similares a los tradicionales. De hecho, se podra argumentar
que si han resultado empresas exitosas es porque, a pesar de toda su retrica reticular,
son empresas colaborativas convencionales. Y ello ha ocurrido a pesar de las
herramientas digitales, no gracias a ellas.
Wikipedia, por ejemplo, no es slo una enciclopedia. Es tambin una comunidad
de usuarios mucho menor de lo que la metfora granular da a entender. Aunque
millones de personas usan Wikipedia y miles de personas hacen contribuciones
espordicas, la gente que dedica mucho tiempo a mejorar Wikipedia es un grupo
reducido. No pocos miembros de este colectivo son bibliotecarios, es decir, usuarios
con privilegios de edicin que toman las decisiones ms importantes y polmicas de
Wikipedia. En ese sentido, no es exagerado decir que los bibliotecarios son el ncleo
de la comunidad sociolgica de Wikipedia. Como consecuencia, los procedimientos
de trabajo de Wikipedia se acaban asemejando mucho ms a una enciclopedia
convencional no colaborativa, ya que los bibliotecarios se comportan a menudo como
editores, en el sentido que tiene el trmino en el mundo del libro tradicional. En
realidad, esto ha ayudado a mejorar la calidad de la enciclopedia. Pero tambin es una
fuente de conflictos, en la medida en que existe una contradiccin entre esta realidad
pragmtica y los principios ideolgicos de Wikipedia, que los propios bibliotecarios
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asumen y defienden, basados en la colaboracin masiva, infinitesimal y annima.
El segundo problema tiene que ver con la motivacin. Los defensores del sistema
de precios mantienen que la bsqueda de ganancias individuales tiene como
consecuencia no deliberada un bienestar colectivo mayor que el que hubiera
conseguido la coordinacin o el altruismo. El bienestar colectivo, por tanto, no
proviene siempre ni necesariamente de la bsqueda individual de la virtud. La tica
mundana es compatible con la sociabilidad. Abandonarse a las pasiones egostas
puede resultar moralmente nocivo pero no es necesariamente perjudicial para el
conjunto de la sociedad. Hay una categorizacin similar de las motivaciones en el
mundo de las redes cooperativas? Por qu colabora la gente en Internet?
El copyleft promueve la cooperacin no slo porque facilita la agregacin de
conocimientos sino tambin en un sentido ms convencionalmente social. Allana el
camino para que la gente emprenda proyectos en comn y la motiva a hacerlo.
Seguramente ste es el aspecto que ms ha influido en su popularidad entre la
izquierda poltica. La ausencia de barreras legales y materiales facilita que la gente
pueda colaborar. Si tengo acceso al cdigo fuente de un programa o al texto de una
enciclopedia puedo manipularlos y, eventualmente, mejorarlos. No necesito empezar
desde cero cada proyecto ni pensarlo como una alternativa a otros, sino que mi
contribucin forma parte de una cadena de intervenciones. En ocasiones, esa
aportacin puede estar formalmente coordinada en una organizacin (por ejemplo, un
colectivo de profesores de matemticas que redactan un manual), pero lo interesante
es que esto no es estrictamente necesario. Aunque mi contribucin sea estrictamente
espordica y no mantenga el menor contacto personal con otros colaboradores, puedo
formar parte de una comunidad cooperativa. Las tecnologas de la informacin y la
conectividad son bsicas para esta cooperacin. Se puede redactar analgicamente un
manual de matemticas colaborativo, pero es mucho ms difcil hacerlo con un
contacto personal tan escaso.
Es un asunto ms importante de lo que pueda parecer. Una de las crticas claves
que la tradicin socialista realiz al sistema mercantil fue que en l la libertad
econmica se limitaba al exterior de las empresas. Es decir, a diferencia de lo que
sucede en el feudalismo, un asalariado es libre de aceptar un trabajo o no, pero si lo
acepta debe someterse a las normas que rigen en el interior de las compaas, que, por
lo general, han sido extremadamente verticales y jerrquicas. Las empresas son
archipilagos de autoritarismo rodeados de un contexto legal pblico formalmente
igualitarista y en ellos pasamos la mitad de nuestra vida adulta consciente.
Llevar la democracia al interior de las empresas es, no obstante, muy costoso.
Crear una comunidad laboral eficaz, como una cooperativa, requiere una frgil
combinacin de compromiso personal y arquitectura institucional. No todas las
decisiones son susceptibles de decisin democrtica, por ejemplo las que tienen que
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ver con cuestiones tcnicas o estn sometidas a plazos acuciantes. Por otro lado, los
vnculos sociales intensos no son necesariamente un entorno laboral ideal. Tienen
ventajas, como la lealtad y el compromiso, pero tambin inconvenientes, como la
dificultad de negociacin.
Precisamente, una de las razones del xito del copyleft entre la izquierda es que
parece reducir enormemente los costes de la colaboracin horizontal. Los mismos
argumentos que se usan para mantener que las tecnologas de la informacin
automatizan la cooperacin cognoscitiva al convertir la agregacin de conocimientos
en un resultado no deliberado de otros propsitos, tambin se emplean para mantener
que reducen los costes de la cooperacin social. La ausencia de vnculos personales
permite la entrada y salida de distintas personas con distinto nivel de compromiso en
los proyectos colaborativos. La cooperacin puede tener carcter masivo porque no
est limitada por barreras geogrficas y porque el efecto multiplicador de las redes
sociales permite que cada participante tenga muchos vnculos. As que una parte
significativa de la izquierda poltica se ha unido a la celebracin de uno de los
dogmas de la ideologa ciberntica: la capacidad intrnseca de las tecnologas de la
comunicacin para facilitar la sociabilidad.
En realidad, la idea de que la tecnologa puede contribuir a fortalecer y ampliar
los vnculos entre las personas es bastante extica. La historia de los ltimos tres o
cuatro siglos que en parte es la historia de algunos cambios tecnolgicos de
dimensiones ssmicas est marcada por una progresiva fragilizacin de las
relaciones sociales tal y como la humanidad las haba conocido hasta entonces. Las
ciencias humanas se han mostrado casi unnimes al relacionar la modernizacin con
la destruccin de los lazos comunitarios tradicionales. Hasta el siglo XVIII la mayor
parte de hombres y mujeres saba con bastante precisin en qu iba a consistir su
vida, dnde residiran, a qu edad se casaran, a qu se dedicaran La
industrializacin, la mercantilizacin, el crecimiento de las ciudades como tambin
la democratizacin y la ilustracin, tienden a disolver el magma simblico que
antes orientaba las vidas individuales y las decisiones colectivas. Eso ha permitido
que mucha gente se libere de esa determinacin biogrfica y ha abierto mucho las
posibilidades vitales. Pero tambin ha generado inseguridad y desorientacin.
Generalmente se ha entendido que el avance tecnolgico acelera el proceso de
fragmentacin de la experiencia y de las relaciones sociales, si no es que
directamente lo provoca. Adam Smith admiraba fascinado el modo en que en una
fbrica de alfileres se divida el trabajo en tareas nfimas, pero en ningn momento se
le ocurri pensar que de ese modo se beneficiase la sociabilidad o la realizacin
personal. La divisin extrema del trabajo caracterstica de las economas
tecnolgicamente avanzadas hace que nos resulte muy difcil alcanzar una percepcin
cabal de las tareas que realizamos en nuestros empleos y de su relacin con otros
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aspectos de la vida.
Segn el socilogo Richard Sennett, esa dinmica se ha agudizado en las ltimas
dcadas. La mercantilizacin generalizada ha llegado a producir un proceso de
corrosin de la personalidad, de la subjetividad. Ya no slo los procesos de trabajo
sino incluso las propias carreras laborales se han fragmentado, la ocupacin ha dejado
de ser un elemento que da coherencia a nuestras vidas. En general, nada lo hace.
Segn muchos socilogos, se ha producido una transformacin radical de la identidad
personal, es decir, del modo en que nos entendemos a nosotros mismos. Se supone
que ya no nos pensamos como un continuo coherente vinculado a un entorno fsico y
social ms o menos permanente. Nos vemos como una concatenacin incoherente de
vivencias heterogneas, relaciones sentimentales espordicas, trabajos incongruentes,
lugares de residencia cambiantes, valores en conflicto
En este sentido, las tecnologas de la comunicacin resultan paradjicas. Segn la
ideologa contempornea, tienen exactamente el efecto contrario al de la tecnologa
tradicional. Por supuesto, no es que provoquen un retorno a las relaciones y a la
subjetividad tradicionales. Ms bien seran el germen de un repertorio de vnculos
sociales de nueva generacin que son capaces de suturar la fragilizacin de las
relaciones sociales caracterstica de la modernidad.
Es lgico que muchos activistas polticos se sientan tentados por esta tesis. Parece
responder al anhelo socialista de una forma de comunidad compatible con los altos
estndares de libertad personal y autonoma caractersticos de la modernidad. Los
socialistas queran un tipo de fraternidad que, sin embargo, preservara la libertad
individual. El copyleft parece ser la consumacin misma de esta aspiracin:
individuos embarcados en una amplia gama de actividades cooperativas sin que eso
entrae dependencias personales de ningn tipo. El copyleft nos aproximara por fin a
un crculo virtuoso de libertad y creatividad individual, solidez comunitaria y
desarrollo econmico.
Sin embargo, es posible que las aspiraciones del conocimiento libre, de nuevo, se
parezcan ms a la versin liberal de la sociabilidad. O, al menos, a una de sus
versiones. La fuente de legitimacin histrica del capitalismo no fue slo el
pesimismo antropolgico de Hobbes. No todos los defensores del comercio
conceban la sociedad como un juego de suma cero. Al contrario, el mercado tambin
fue entendido como una solucin a la opresin y el conflicto descarnados
caractersticos de algunas sociedades dominadas por el juego poltico. sa es
precisamente la idea del dulce comercio, una expresin que acu Montesquieu en
el siglo XVIII para designar el modo en que los negocios podan fomentar un tipo de
relacin social superficial, pero amable y serena. Crea que el mercado era una
alternativa a las grandes pasiones polticas y religiosas que haban convertido Europa
en un inmenso campo de batalla en los inicios de la modernidad.
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Muchos ilustrados eran escpticos respecto a los efectos de la sociabilidad.
Pensaban que el comercio atemperaba la tendencia a que las diferencias polticas y
culturales degeneraran en un conflicto abierto. No crean ni mucho menos que el
comercio fuera el escenario ptimo de realizacin de las virtudes humanas. Pero lo
consideraban una especie de mal menor, una segunda mejor opcin a la guerra por
causas polticas o religiosas. Literalmente dice Montesquieu en Del espritu de las
leyes: El comercio cura los prejuicios destructores. Es casi una regla general que all
donde hay costumbres apacibles existe el comercio, y que all donde hay comercio
hay costumbres apacibles () Es una suerte para los hombres encontrarse en una
situacin en la que, mientras sus pasiones los impulsan a ser malvados, sus intereses
los impulsan en sentido contrario[24].
Los ilustrados tenan fresco el recuerdo de esa gran carnicera en la que se
convirti Europa como resultado del enfrentamiento poltico y religioso. Algunos de
ellos crean que el comercio poda fomentar un vnculo afable. Menos virtuoso que
las relaciones polticas de Atenas o Roma, pero tambin menos agresivo. La apuesta
por el comercio era, en el fondo, el resultado de la degeneracin histrica. La
construccin poltica slo estaba al alcance de los conciudadanos de Pericles o Soln,
no de los europeos del siglo XVIII. En la era de Luis XV la bsqueda de la excelencia
poltica conduca al desastre. Era mejor optar por los vnculos sociales caractersticos
de los comerciantes, de baja estofa y poco profundos, pero al menos tranquilos y
cordiales. En el fondo, lo que propona Montesquieu era fomentar la estabilidad
poltica rebajando el listn de las expectativas sociales.
La Unin Europea tiene un origen parecido. Los fundadores de la Comunidad
Europea del Carbn y el Acero, la CECA, que fue el germen de la UE, pretendan
explcitamente crear intereses comerciales comunes en Centroeuropa como una forma
de prevenir nuevos conflictos blicos en la regin. Un inmenso despliegue de
esfuerzos polticos y culturales no haba logrado evitar que la histrica enemistad
entre Francia y Alemania arrastrara al mundo a dos guerras mundiales. El comercio
obrara ese milagro.
En la era del capitalismo de casino, es difcil seguir manteniendo esta confianza
en el poder social del mercado. Pero Internet se ofrece como un sustituto muy
oportuno. Nadie pretender que un amigo de Facebook o un seguidor de Twitter sea
lo mismo que la verdadera amistad. Pero en un entorno de fragilidad social
generalizada, tal vez sea lo ms parecido que podamos conseguir. Es ms, para los
apologistas del presente, podra ser un paso adelante, una posibilidad para
reinventarse y explotar nuestras capacidades creativas sin lastres antropolgicos.
Segn una opinin muy extendida, hoy el cemento de nuestras sociedades se fragua
en un espacio telemtico en el que se encuentran individuos autnomos sin otra
relacin que sus intereses comunes. La clave est en que los vnculos sociales de las
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tecnologas de la comunicacin pueden convivir con la fragmentacin de la
subjetividad postmoderna. Es ms, dependen de ella.
El anonimato y la inmediatez permiten colaborar, compartir y formar parte de una
comunidad cuando uno quiere, si es que quiere, y con la personalidad preferida. En
Internet concurren una serie de subjetividades discontinuas sin ms pasado o futuro
que el de sus preferencias actuales. Las tecnologas de la comunicacin descomponen
la personalidad emprica en una serie de identidades bien compartimentadas y, sobre
todo, plantean un mecanismo tcnico para recomponer la actividad social por medio
de artefactos participativos. Las relaciones sociales clsicas se veran sustituidas por
vnculos difusos y discontinuos pero aumentados, tecnolgicamente potenciados.
Aunque ya no tenemos familias extensas, amigos ntimos o carreras laborales, los
crculos a los que se transmite la informacin son ms amplios. La participacin en el
entorno tecnolgico es el vector que unifica la plasticidad extrema de nuestra propia
identidad personal. Miembros de Facebook, unos para ser miembros de Facebook.
El secreto de esta cibersociabilidad es, como en el caso de la cordialidad
comercial de Montesquieu, la deflacin de nuestras expectativas. En realidad, las
herramientas 2.0 no han resuelto el problema de la fragilizacin del vnculo social en
la modernidad o de la fragmentacin de la personalidad postmoderna, ms bien lo
han hecho ms opaco mediante la difusin de prtesis sociales informticas. Del
mismo modo, la administracin masiva de psicofrmacos no acab con la experiencia
de la alienacin industrial, slo la hizo menos conflictiva. Las tecnologas de la
comunicacin han generado una realidad social disminuida, no aumentada. Por
primera vez la cultura de masas es algo ms que una metfora. Internet no ha
mejorado nuestra sociabilidad en un entorno postcomunitario, sencillamente ha
rebajado nuestras expectativas respecto al vnculo social. Tampoco ha aumentado
nuestra inteligencia colectiva, sencillamente nos induce a rebajar el listn de lo que
consideramos un comentario inteligente (ciento cuarenta caracteres es, realmente, un
umbral modesto).
Por eso, como explica Jaron Lanier, el auge de la conectividad, la red social, el
cloud computingy la cultura compartida han dado lugar a una exaltacin de las
dinmicas de masas profundamente negativa, mucho ms cercana a las pesadillas
reaccionarias de Ortega y Gasset que al comunitarismo. En un contexto digital
completamente desinstitucionalizado, los simulacros de sociabilidad los amigos
de Facebook y de cooperacin los likes que regulan las portadas de los medios
digitales emergen como por arte de magia a partir de la concurrencia individual y
voluntaria en el espacio telemtico. Lanier seala la forma en la que el modelo
tecnolgico hegemnico est transformando de un modo reductivo nuestra
perspectiva de la personalidad humana: La atribucin de inteligencia a las mquinas,
a las multitudes de fragmentos o a otras deidades tecnolgicas ms que iluminar el
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tema lo oscurecen. Cuando a las personas se les dice que un ordenador es inteligente,
tienden a cambiarse a s mismas para que parezca que el ordenador funciona mejor,
en lugar de exigir que el ordenador cambie para resultar ms til[25].
Es en algn sentido una conversacin en un chat un vnculo social como una
relacin familiar o con un grupo de afinidad? No es como comparar la libertad de
comprar con la libertad poltica? Y, sobre todo, por qu iba a funcionar mejor la idea
de rebajar el listn de la sociabilidad en el caso de la tecnologa que en el caso del
comercio?
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Cooperacin 2.0
Hay una paradoja extraa en los movimientos favorables al conocimiento libre. Por
un lado, sobreestiman las posibilidades de la tecnologa. El avance tecnolgico no es
independiente del contexto social y una radio puede ser un medio de comunicacin
mucho ms eficaz que un ordenador en algunas situaciones. Por otro lado, resultan
extraamente atvicos en muchos de sus planteamientos. Es fascinante lo poco que se
habla en los ambientes ciberutpicos de procesos que afectan a millones de personas,
como el paro, la crisis de representatividad poltica, la desigualdad de gnero o la
crisis del capital financiero. Sobre todo, si se compara con la popularidad de otros
acontecimientos alejados en el tiempo, minoritarios y exticos.
Los expertos observan analogas entre los DRM las tecnologas de control de
acceso que limitan el uso de dispositivos digitales y los enclosures, los procesos
histricos de expropiacin de las tierras comunales en Inglaterra entre los siglos XVII
y XIX. Ven similitudes entre la generosidad en Internet y el potlach, un sistema de
festines tradicionales de los nativos de la costa noroeste norteamericana que
desapareci a principios del siglo XX. Nos sugieren que entendamos Internet como un
bazar, una institucin secular de intercambio mercantil de origen persa.
No creo que sea anecdtico. Da cuenta de cmo la mayora de los tecnlogos dan
la espalda radicalmente a los problemas de la sociedad contempornea. Como si
Internet nos permitiera reengancharnos con el entorno cordial y comprensible de las
sociedades tradicionales tras el incmodo parntesis de las contradicciones cruentas e
irresolubles de las sociedades industriales. Es una dinmica que ha contagiado al
ciberactivismo. Tal vez por eso la nica alternativa a la mercantilizacin que se
plantea desde sus filas es la recuperacin del concepto de bienes comunes (en
ingls, commons), una reliquia historiogrfica cuya principal virtud es que no obliga a
pronunciarse sobre el modelo institucional en el que se debe concretar.
Los commons son un entorno intelectual muy amigable porque pertenecen a
sociedades desaparecidas o en trance de desaparicin con un nivel tecnolgico muy
bajo. Es de lo ms conveniente para eludir preguntas complejas e incmodas como:
Es preferible un sistema cooperativo que se mueva en un entorno mercantil con una
estructura empresarial profesionalizada como, por ejemplo, la cooperativa
Mondragn? O ms bien una alternativa anarquista de ruptura radical con la
sociedad hegemnica, como las ecoaldeas? La alternativa al mercado es la
planificacin? Existen mecanismos competitivos no basados en el nimo de lucro?
Por qu alguien decide de forma altruista dedicar su tiempo a programar,
traducir, subtitular, escribir, compartir msica y cine? Hay casos fciles de explicar,
como los uploaders proveedores de contenidos remunerados de las pginas de
alojamiento de archivos o los autores que no encuentran otra forma de difundir su
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obra. Pero en otras muchas ocasiones, ese trabajo se realiza annimamente y sin
nimo de lucro. No es una relacin social tradicional, pero sera simplista reducirlo al
tipo de vnculos epidrmicos caractersticos del consumismo.
La mayor parte de nosotros coopera con los dems a menudo en nuestro crculo
cotidiano ms cercano: nuestros hijos, nuestros padres, nuestros amigos Esta clase
de interaccin se basa en las relaciones personales cara a cara. Tiene algunas
caractersticas muy idiosincrsicas, como la no sustituibilidad de quienes participan
en la relacin. Si muere un hermano o un amigo no podemos buscar otro en una base
de datos para reemplazarlo.
En las sociedades modernas tambin existen estructuras de cooperacin
impersonales a gran escala. Las dos ms importantes son el mercado de trabajo y la
estructura burocrtica estatal. Ambas requieren un contexto institucional muy
frondoso, con toda clase de normas, medios de coercin, conocimientos e
infraestructuras fsicas. El sistema salarial, por ejemplo, es un complejsimo
entramado para organizar una forma de coordinacin basada, primera aunque no
exclusivamente, en el inters propio y no en las redes de dependencia personal.
En la mayor parte de los casos, la cooperacin digital no est basada en ninguna
clase de relacin personal tradicional ni tampoco en organizaciones formales o en el
inters egosta. Cmo consiguen las tecnologas de la comunicacin generar
cooperacin con instituciones muy livianas o inexistentes y sin relaciones personales?
La respuesta ms habitual es que facilitan el altruismo. El mercado agiliza mucho la
cooperacin que se puede basar en el egosmo, en cambio es un mal medio de
transmisin de la generosidad y la preocupacin por el bienestar ajeno. Los grupos
primarios como la familia o las redes de afinidad a menudo incluyen alguna
dosis de altruismo, aunque no siempre ni necesariamente, pero no son generalizables,
no podemos tratar a todo el mundo como si fuera nuestro hermano. La cooperacin
en Internet parece quedarse con lo mejor de ambos mundos: universalidad y
altruismo.
Las tecnologas de la comunicacin generan una especie de mercado altruista, un
comercio del don. Por un lado, la interaccin en Internet no depende del egosmo,
como en el mercado. Segn una ancdota apcrifa, un contratista que quera
deshacerse de un gran montn de arena que le haba sobrado de una obra coloc un
cartel que deca Se regala arena. Nadie acudi a recogerla. As que, al da
siguiente, puso un nuevo cartel: Gran oferta: 50 kg de arena a 1 cntimo. La arena
no tard en desaparecer. En el mercado y, por extensin, en contextos
habitualmente mercantilizados no se puede ser altruista. No en el sentido de que
est mal hacerlo, sencillamente esa clase de motivaciones no encaja en el marco
normativo del mercado. Es un poco como cuando a Felipe, el amigo de Mafalda, le
regalan un juego de ajedrez. Felipe le dice a Mafalda que an no juega tan bien
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como Najdorf. Y aade: l debe de tener mucha mejor puntera.
Prcticamente no hay ningn espacio mercantil donde yo pueda regalar, por
ejemplo, un libro. En ninguna librera del mundo aceptarn, con toda la razn,
suministrar mis obras gratuitamente. A veces, basta romper con el lxico comercial
para que el altruismo emerja. En cierta ocasin, una asociacin de jubilados de
Estados Unidos pregunt al colegio de abogados si alguno de sus miembros hara una
rebaja a aquellos ancianos con dificultades econmicas. Nadie se ofreci. Como
respuesta, la asociacin de jubilados pregunt a los abogados si estaran dispuestos a
ofrecer sus servicios gratis a los necesitados. Muchos aceptaron la propuesta[26].
Las relaciones personales no mercantiles estn basadas en la permanencia y en
muchas de ellas se espera que, al menos en algunas ocasiones, demostremos cierto
grado de preocupacin por los dems. En Internet tenemos interacciones espordicas
con un grado muy bajo de implicacin personal. Sin embargo, a diferencia del
mercado, en Internet s hay espacio para el altruismo.
Esto es posible porque, desde cierto punto de vista acadmico, no hay una gran
diferencia entre el altruismo y el egosmo. Los tericos de la eleccin racional suelen
analizar conductas egostas porque el egosmo es ms sencillo que el altruismo. El
altruismo se puede reducir al egosmo pero no al revs. Tal vez de ese modo se
tergiverse el significado profundo de las conductas altruistas, pero la operacin es
formalmente correcta. Desde la perspectiva de la estructura de la decisin, el
altruismo es una preferencia individual como otra cualquiera. El altruismo consiste en
anteponer el inters ajeno al inters propio, el egosmo en lo contrario. Los
economistas creen que no hay ningn motivo tcnico para analizar esas distintas
preferencias como dos tipos de conducta sustancialmente distintos. Como tampoco
consideramos la preferencia por los coches deportivos o por los todoterrenos como
dos comportamientos antagnicos. Tanto el altruismo como el egosmo se pueden
explicar como el resultado de un clculo hednico, es decir, como el resultado de la
satisfaccin que obtenemos de obrar de cierta manera.
Esto es coherente con un deprimente descubrimiento de la psicologa cognitiva:
somos mucho ms compasivos con aquellas desgracias que nos afectan
subjetivamente que con aquellas situaciones que consideramos objetivamente ms
graves. Es falso que disponer de ms informacin aumente la solidaridad y el
altruismo, en realidad casi siempre hace que disminuyan. Lo que aumenta la
probabilidad de que nos preocupemos por otras personas son las situaciones en las
que desarrollamos empata: la imagen de un nio enfermo y no una estadstica sobre
el milln de nios que cada ao muere de malaria. Eso parece indicar que, en la
medida en que la sociabilidad no est restringida a las relaciones empticas cara a
cara, el altruismo (la preocupacin individual por los dems) no es su base.
Merece la pena pararse en este punto. En nuestra vida cotidiana seguimos dos
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tipos de comportamientos muy distintos: la conducta instrumental y la conducta
normativa. Desde el punto de vista de la racionalidad instrumental te comportas
racionalmente si escoges (los que consideras) los mejores medios a tu alcance para
obtener lo que (consideras que) deseas. Es el tipo de comportamiento que se espera
de nosotros en el mercado. Desde este punto de vista, el contenido de los deseos es
indiferente a la hora de catalogar como racional una conducta: puede ser el bienestar
ajeno o cazar y disecar el ltimo ejemplar vivo de una especie al borde de la
extincin. Por el contrario, la conducta normativa es aquella que se basa en reglas
compartidas irreductibles a racionalidad instrumental y que no sabemos muy bien
cmo se generan. Es el tipo de conducta que rige nuestra vida familiar o nuestros
crculos de afinidad.
Un ejemplo de Jon Elster puede resultar esclarecedor. Imaginemos que Juan est
dispuesto a pagar un mximo de diez euros a un chico para que le limpie el coche. No
est dispuesto a pagar ni un cntimo ms. Si el limpiador le exigiera once euros
preferira dedicar media hora a limpiar su coche l mismo. Imaginemos ahora que un
vecino le ofrece a Juan veinte euros a cambio de que limpie su coche. No es difcil
imaginar que Juan se negar indignado a hacer tal cosa. Ese impulso misterioso que
hace que Juan reniegue de su valoracin de media hora de su tiempo en once euros es
una norma social.
Como la distincin entre normas y racionalidad instrumental es bsica tendemos a
entenderla como una dicotoma exhaustiva. En realidad, es mucho ms sensato
pensarla como extremos de un continuo. Las normas que tienen dimensiones
utilitarias muy evidentes con frecuencia tienen un componente instrumental. Por
ejemplo, como las relaciones familiares son un elemento central en las economas
tradicionales, la dote suele tener mucha importancia a la hora de establecer un
vnculo matrimonial. Eso no ocurre porque los antiguos fueran fros, interesados e
incapaces de desarrollar relaciones afectivas con sus cnyuges, sino porque no hacan
una distincin tajante entre lo familiar y lo econmico. La paradjica consecuencia es
que la economa, en el sentido en que la entendemos hoy, tena mucho menos peso en
la vida de la gente y que las relaciones familiares estaban ms protegidas. En el otro
extremo, solemos pensar que las normas morales se devalan si incluyen algn
elemento instrumental. Nos fiamos menos de la veracidad de un testigo que habla a
cambio de alguna recompensa que de quien testifica aunque le suponga un perjuicio.
Los economistas ortodoxos intentan explicar todo lo posible en trminos de
conducta instrumental. La razn es que es ms sencilla. En ltima instancia responde
a una lgica muy elemental. Para comportarse segn los trminos estrictos de la
racionalidad instrumental escoger los medios considerados idneos para un fin
basta con un programa de ordenador muy sencillo. A partir de esta lgica bsica se
puede llegar a realizar clculos matemticamente muy elaborados y de dudosa
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utilidad (lo que llamamos economa acadmica). Las normas, en cambio, son muy
sensibles al contexto y a la interpretacin y, peor an, no tenemos la menor idea de
cmo surgen.
Por eso el dilema del prisionero es tan interesante. Se trata de una especie de
fbula que muestra el lmite al que se enfrentar un grupo de personas si sus
miembros guan su conducta exclusivamente por criterios instrumentales
individualistas. El dilema consiste en que si todos los miembros de un grupo se
comportan como egostas racionales estarn peor que si no lo hicieran pero, por otro
lado, desde la perspectiva instrumental, ninguno tiene motivos racionales para dejar
de comportarse como un egosta racional. Si los dems no cooperan, entonces no
tiene sentido que uno mismo coopere; y si los dems lo hacen, lo ms inteligente es
aprovecharse de ellos. Si nadie paga a Hacienda, es absurdo pagar, porque mi
sacrificio no servir para nada; y si todos lo hacen, entonces tambin es absurdo
pagar, porque puedo gorronear a los dems.
En el mundo real este crculo vicioso no es frecuente. La razn es que los grupos
suelen establecer normas sociales relacionadas con la cooperacin colectiva
Hacienda somos todos y cosas as e instituciones que fuerzan la colaboracin
y sancionan el gorroneo los inspectores fiscales. El problema es que se ha
demostrado que esa clase de normas e instituciones no puede surgir a partir del
clculo instrumental individual, implica un cambio de perspectiva radical. La
moraleja es que, sin ningn gnero de dudas, en algunas ocasiones la interaccin
social ms eficaz es irracional desde el punto de vista instrumental. Las llamadas
soluciones al dilema del prisionero intentan limitar al mximo el nmero de
normas no instrumentales necesarias para que, al menos en teora, surja la
cooperacin.
En general, el dilema del prisionero muestra con nitidez el contraste entre normas
y racionalidad instrumental y demuestra que cierto tipo de individualismo estrecho es
excesivamente restrictivo. Si las cosas fueran como presupone el dilema del
prisionero, no habra sociedad tal y como la conocemos. La sociabilidad est
relacionada con normas e instituciones que no podemos reducir a deseos y creencias
individuales.
Como deca antes, la conducta instrumental es individualista pero no
necesariamente egosta. No es muy importante si en mis razonamientos prcticos
antepongo mis propias preferencias o las de los dems. Formalmente la estructura de
la eleccin es la misma. Por eso la conducta altruista individualista est tan sujeta al
dilema del prisionero como la egosta. Por ejemplo, una pareja de enamorados atraca
un banco, son detenidos e incomunicados. La polica slo tiene pruebas
circunstanciales contra ellos y si no confiesa ninguno de los dos slo podra
condenarlos a un ao de crcel. Si uno confiesa y el otro no, el que confiesa ser
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condenado a diez aos y el otro saldr libre. Si los dos confiesan, el fiscal est
dispuesto a ser benvolo y pedir slo cinco aos de crcel para cada uno. La pareja se
ama apasionadamente y la prioridad de cada uno es que el otro salga libre sin parar
mientes en s mismo. En esta situacin, ambos sern condenados a cinco aos. Haga
lo que haga cada uno, la mejor opcin del otro es confesar. Pero de este modo
obtienen un resultado peor para el otro de lo que hubieran conseguido cooperando
para salvarse.
La conducta normativa, en cambio, puede ser perfectamente egosta, insincera o
malintencionada. Uno sigue las reglas por la razn que le d la gana, eso es trivial, lo
importante es seguirlas. Lo que realmente se opone al egosmo no es tanto el
altruismo como el compromiso. La idea de compromiso alude al modo peculiar en
que seguimos normas que no se pueden reducir a racionalidad instrumental. No
tienen que ver siempre, ni siquiera a menudo, con graves decisiones morales. En un
caso extremo, seguimos una regla sencillamente para seguir una regla. Por ejemplo,
aceptamos las normas de etiqueta en la mesa sin preguntarnos demasiado para qu
sirven. Hacemos eso porque eso es lo que se hace: las normas nos atan a
determinadas conductas. Se siguen las normas con gusto o sin l, lo crucial es la
obligacin a la que nos comprometen y no el placer que nos reportan o incluso
nuestras creencias asociadas a ellas. Como le dijo Tony Soprano a su hijo adolescente
cuando ste atravesaba una fase de nihilismo nietzscheano y se negaba a acudir con
su familia a un servicio religioso: Tal vez Dios haya muerto, pero t le besars el
culo de todas formas. Jon Elster pona un ejemplo histrico ms elaborado:
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gorroneo egosta del esfuerzo de los dems o la resistencia moral a una situacin
injusta.
Porque la verdad es que cuando seguimos una regla no somos autmatas
irracionales y nos podemos plantear distintas alternativas, incluida la de no seguirlas
o seguirlas parcialmente. Adems, las normas no suelen ser unvocas o claras sino
profundamente contextuales. Podemos autoengaarnos para pensar que no estamos
incumpliendo la norma o que se trata de una infraccin menor o justificada. Por eso
muchos sistemas de normas incluyen procedimientos de aplicacin y mecanismos de
supervisin. En plan: mate usted a su primognito en el solsticio de verano con un
hacha de slex, en caso contrario la asamblea de hombres justos los lapidar a los
dos. El conjunto de normas, procedimientos y supervisin es aproximadamente lo
que llamamos una institucin, es decir, una manera codificada de hacer algo, que no
se debe confundir con una organizacin o una comunidad (o sea, un actor colectivo).
La relacin entre normas e instituciones es bastante clara, en cambio la relacin
entre normas y comunidades es mucho ms opaca. En general, hay normas
relacionadas con comunidades empricas, en las que las relaciones personales suelen
ser importantes, y normas relacionadas con comunidades abstractas. En este ltimo
caso, la comunidad puede llegar a no ser nada ms que el conjunto de normas. La
sociologa clsica hablaba de organizaciones primarias y secundarias. En realidad, es
una distincin problemtica y seguramente, de nuevo, lo ms razonable sea entender
la cosa como un continuo. En un extremo estaran las prcticas sin relacin con una
comunidad percibida, como las buenas maneras en la mesa o las normas que regulan
el comportamiento en las colas. En otro las prcticas incondicionales con un fuerte
componente afectivo, como las relaciones familiares. Nuestro compromiso con las
primeras es ms dbil que con las segundas, en el sentido de que a menudo las
seguimos sencillamente porque no hay oportunidades o incentivos para no hacerlo.
La mayor parte de la gente participamos en muchos conjuntos de reglas. Pero lo
caracterstico de las sociedades simples es que esos crculos se pueden ordenar en una
jerarqua comprensible, tal vez imaginaria o basada en el autoengao, pero al menos
coherente. Existe una conexin entre los distintos niveles de reglas y compromisos.
Lo tpico de la modernidad ha sido, por el contrario, la confusin. Cuando los
socilogos describen nuestras sociedades como individualizadas, en realidad no es
del todo cierto. La mayor parte estamos desesperadamente comprometidos con
organizaciones, sobre todo empresas. Pocas iglesias a lo largo de la historia han
contado con la entrega de fieles como nosotros, trabajadores asalariados. Pero esos
crculos de lealtades son extremadamente embrollados. Nos dejamos la piel por
organizaciones a las que slo debera unirnos el fro inters y descuidamos los
crculos ntimos que, sin embargo, ensalzamos con unos niveles de cursilera que a
cualquiera nacido antes del siglo XIX le hubieran parecido profundamente
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almibarados. En ese sentido, tampoco es muy acertada la definicin de nuestras
sociedades como complejas, ms bien deberamos denominarlas confusas.
La solucin que hemos encontrado para lidiar con esta realidad tan oscura es la
burocracia, en el sentido que le dio Max Weber. Delegamos en expertos la
elaboracin de cdigos explcitos e impersonales que regulen ciertos aspectos de la
cooperacin social. Para que esta regulacin sea posible algunas organizaciones
cuentan con capacidad coercitiva. La diferencia entre estas formas de cooperacin
burocrtica y las reglas tradicionales no es tanto el tipo de reglamentacin como el
nivel de implicacin personal, baja en las primeras y alta en las segundas. En eso se
distingue un ejrcito moderno basado en la remuneracin o el reclutamiento masivo
de, digamos, el sistema de reglas que converta a los atenienses libres en hoplitas,
ciudadanos-soldados que participaban en la provisin comn de seguridad militar. La
difuminacin del compromiso no es necesariamente mala. Queremos realmente
tener el mismo grado de implicacin en el Canal de Isabel II que un agricultor
valenciano en su sistema de irrigacin tradicional?
La economa ortodoxa presupone que la racionalidad instrumental es la estructura
bsica del comportamiento humano. Sin embargo, un descubrimiento curioso de la
psicologa experimental es que uno de los pocos grupos que responden de forma
sistemtica a ese patrn son los economistas, profesores de economa y estudiantes
de economa. La enorme influencia que tiene esta comprensin de la conducta
humana histricamente extica y moralmente txica tiene que ver con el desorbitado
poder que hemos otorgado a las pocas personas para las que es relevante. Algo en lo
que en Occidente tenemos cierta experiencia. A fin de cuentas, la moral sexual
dominante durante mucho tiempo la establecieron religiosos que haban optado por el
celibato.
La cooperacin en Internet demuestra, por si alguien tena alguna duda, que no es
cierto que seamos sistemticamente egostas. Mucha gente elige compartir y dedicar
su tiempo a los dems cuando los incentivos o la presin social para hacerlo son muy
escasos. En la red esta preocupacin por el prjimo puede ser infinitamente
ocasional, no est vinculada a ninguna estructura normativa estable. A primera vista
esto no tendra por qu ser necesariamente un problema. Es ms, parece resolver un
dilema caracterstico de las sociedades complejas.
Para mucha gente, el capitalismo no slo tiene graves fallos materiales o sociales.
Tambin plantea un problema general relacionado con el tipo de motivacin que
exige: el miedo, el egosmo, la competencia El mercado permite la coordinacin de
algunos esfuerzos humanos sin necesidad de que concurran relaciones de
dependencia. Los resultados son, siendo generosos, ambivalentes. Pero seguramente
es cierto que ha contribuido a romper con el lastre de algunas tradiciones opresoras y,
en general, a promover cierto tipo peculiar de independencia y libertad individual. El
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precio a pagar es la mutilacin de algunas caractersticas que solemos considerar
importantes en las personas, como la preocupacin por los dems. El entorno digital,
en cambio, se caracteriza por un individualismo y un anonimato muy similares a los
del mercado, pero eso no nos obliga a desentendemos del prjimo. En Internet
podemos ser mnadas individuales, pero no por eso estamos condenados a ser
egostas racionales.
Hay, sin embargo, una restriccin crucial. En el contexto digital la cooperacin
depende del altruismo, entendido como una eleccin individual, no del compromiso,
entendido como una norma social. El compromiso cooperativo no surge por el mero
hecho de participar en el entorno digital. Es algo que puedo preferir o no y para lo
cual tengo que encontrar razones. Una historia puede aclarar esta diferencia.
Un grupo de profesores solamos tomar el caf a media maana. Sin acordarlo
explcitamente habamos adoptado la costumbre de que cada da pagara la cuenta una
persona del grupo. No haba un turno estricto, cada da se ofreca a pagar una persona
y el resultado era aproximadamente rotatorio. Era una cantidad de dinero pequea y a
nadie le importaba demasiado si no haba una completa proporcionalidad en las
cuentas. Sin embargo, era imposible no darse cuenta de que haba una profesora que
nunca se ofreca a pagar. Avanzaba el curso y la situacin resultaba cada vez ms
incmoda. Nadie se decida a recriminarle su actitud. A fin de cuentas, no haba
ningn acuerdo formal para pagar rotatoriamente. De repente un da, cuando una
compaera se diriga a pagar, omos decir a la profesora tacaa: Espera, espera, que
siempre pagis vosotros. Ah, por fin, me dije, se ha dado cuenta de que tiene que
pagar la cuenta de vez en cuando. Pero, para mi sorpresa y, hasta cierto punto,
admiracin, aadi con tono resuelto: Hoy, que cada uno pague lo suyo.
La profesora tacaa se negaba a aceptar que estaba participando en un sistema de
normas cooperativo basado en la reciprocidad (un arreglo frecuente en muchas
sociedades tradicionales). Para ella se trataba de una cuestin de altruismo, de
preocupacin por los dems y, por tanto, una eleccin personal que poda administrar
segn su motivacin. No quera invitar a nadie, su preocupacin por el prjimo se
limitaba a impedir que los dems gastaran su dinero en ella.
Del mismo modo, normalmente, nadie evala la cantidad que decido donar para
una causa noble: desde el primer euro que dono empiezo a ser altruista. En cambio, la
conducta cooperativa reglada suele tener umbrales mnimos. Si quito unas briznas de
hierba a las puertas de mi casa, no estoy cooperando con los trabajos comunales de
limpieza de caminos de mi pueblo. De hecho, un gesto as sera visto como una
provocacin. Haba un indigente que peda dinero a la puerta de un supermercado
cerca de mi casa que cuando alguien le intentaba dar algunas monedas de cntimo
retiraba la mano y exclamaba ofendido: Yo no recojo cobre!.
La idea de que existan umbrales mnimos bastante exigentes para la cooperacin
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supone un conocido desafo para la teora de la racionalidad estndar. El ejemplo
experimental mejor conocido es el juego del ultimtum. Es una situacin que se da
entre dos personas que no se conocen y que no volvern a encontrarse ms. El primer
jugador propone cmo dividir una determinada suma de dinero con el segundo. Si
este ltimo rechaza la oferta, nadie obtiene nada. En cambio, si la acepta, el dinero se
reparte como propuso el primer jugador. Por ejemplo, se entregan cien euros a los dos
jugadores para que se los repartan. El jugador A tiene que decidir cmo se divide el
dinero. Si el jugador B acepta la propuesta, cada uno se lleva lo acordado; pero si la
rechaza los dos se quedan sin nada. La racionalidad econmica nos dice que A
ofrecer la menor cantidad posible, o sea un cntimo, y que B aceptar la oferta, ya
que un cntimo es preferible a nada (una especie de coge el dinero y corre). Sin
embargo, se ha comprobado que, en la mayora de los casos, A ofrece una cantidad
importante, cercana a la mitad, y que B rechaza las ofertas que estn muy por debajo
de la mitad. Se ha repetido el experimento en diferentes contextos culturales con
resultados muy similares[28]. Sin embargo, en Internet, al igual que en el mercado, la
ausencia de umbrales est perfectamente aceptada. El crowdfunding se basa
justamente en la lgica de coge el dinero y corre.
Del mismo modo, la necesidad de buscar razones para el comportamiento
cooperativo es socialmente excepcional. Muchos sistemas de reglas incluyen
conductas altruistas. Pero lo crucial de las reglas es que no exigen que nos demos
razones para seguirlas. De hecho, la bsqueda de razones ms all de cierto punto
suele dinamitar los sistemas de reglas, como bien saben los telogos. Si me pregunto
seria y sistemticamente por qu no puedo tomar el nombre de Dios en vano, tengo
bastantes papeletas para llegar a una respuesta escptica. Si me pregunto en serio si
debo pagar impuestos, es probable que acabe en la crcel por evasin fiscal.
Llegados a cierto punto, seguimos las reglas, sin ms. Como explicaba el filsofo
John Searle, no puedo entrar a un bar, tomarme una cerveza y decirle al camarero:
Ver, he estado analizndome cuidadosamente mientras beba y, he de serle sincero,
no he encontrado en m el menor deseo de pagarle. Entrar en un bar nos
compromete con un sistema de normas que incluye pagar las consumiciones, con
independencia de nuestro mucho o poco deseo de hacerlo. Del mismo modo, por
suerte para los recin nacidos, no necesitamos que nos apetezca cambiar los paales
de nuestros hijos. Comprometerse a cuidar de un nio implica olvidarse de los deseos
o las preferencias y seguir la conducta aproximadamente adecuada de forma
recurrente.
En Internet no hay ningn sistema de reglas que me interpele de esa manera. Las
iniciativas de colaboracin digital han sido muy imaginativas a la hora de desarrollar
normas de funcionamiento inteligentes y eficaces. El software libre, Wikipedia, el
P2P tienen mucho que ensear a las comunidades analgicas acerca de la innovacin
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institucional. Pero no hay comunidades empricas digitales que nos comprometan en
sentido estricto. Por eso cada poco hay mensajes de Jimbo Wales exhortndonos
razonadamente a donar dinero a Wikipedia. Suena muy civilizado pero la realidad es
que si el cuidado de los dems tuviera que depender de la motivacin, la sociabilidad
sera imposible.
La mayor parte de las cooperativas laborales exitosas en el mundo analgico tiene
un alto nivel de arraigo comunitario. La corporacin Mondragn es uno de los
mayores proyectos cooperativos del mundo y uno de los diez grupos empresariales
ms importantes de Espaa, agrupa a doscientas ochenta empresas y tiene una fuerte
proyeccin internacional. Aun as est muy implantada geogrficamente en el entorno
de la villa vasca de Mondragn, con una red integrada de centros de investigacin,
formacin profesional e incluso una universidad cooperativa.
Lo que sugiere el caso de Mondragn es que la cooperacin estable es ms un
ecosistema que un clculo de incentivos y costes. Para bien y para mal (y en muchas
ocasiones es para mal), tiene que ver con la identidad personal y social, con aquello
que define el tipo de personas que somos y que aspiramos a ser. En Internet esto
apenas existe. La razn es que no me resulta muy costoso romper la interaccin
social. Si saboteo sistemticamente las conversaciones en un foro, lo peor que me
puede pasar es que me expulsen. Hay plataformas como eBay, Digg o Mename que
disponen de herramientas sociales para que los usuarios se evalen mutuamente y
establezcan su reputacin. Una conducta destructiva podra arruinar mi identidad
digital en esos foros y tal vez tenga que renunciar a mi nick. Pero es difcil comparar
eso con la reprobacin de nuestros pares en el mundo analgico y el modo en que
afecta a la consideracin que tenemos de nosotros mismos. Las nicas ocasiones en
que el coste se incrementa es cuando una represalia masiva afecta a mi yo analgico.
El llamado efecto Streisand es algo ms que una ancdota. Significa que los
efectos sociales similares a los de una comunidad analgica que Internet puede
generar son bsicamente los de una masa linchadora.
Lo interesante no es tanto que de hecho no haya compromisos normativos fuertes
en Internet, como que parece que hay buenas razones para pensar que no puede
haberlos de forma sistemtica. Del mismo modo, no hay ni puede haber en Internet
nada parecido a la estructura burocrtica. No se trata de una imposibilidad fctica. Es
algo que algn gobierno podra intentar, seguramente a un coste altsimo. Pero el
resultado sera otra cosa distinta a la red tal y como la conocemos, en la que la
descentralizacin es esencial.
El coste a pagar por la combinacin de independencia y cooperacin
caractersticas de Internet es que no puede ser un polo de autogobierno en sentido
fuerte. Practicamos el altruismo annimo mientras implique compromisos
marginales. A menudo la produccin de contenidos libres en Internet es parasitaria,
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en el sentido de que depende de que existan otras fuentes de sustento y de tiempo
libre. Como dice el chiste, la mejor manera de ganar dinero con el software libre es
trabajar de camarero. Nadie est dispuesto a arriesgar su vida, en sentido amplio, con
una masa annima y potencialmente caprichosa que ni siquiera reconoce los
elementos bsicos de la reciprocidad antropolgica.
Con toda la razn, mucha gente que coopera en Internet no se sentir reconocida
en ese retrato. Se consideran honestamente comprometidos con la difusin del
conocimiento y el bienestar. Seguramente su actividad cooperativa es una parte
importante de sus vidas. Alguien me cont que en uno de los primeros viajes de
Richard Stallman a Espaa le intentaron regalar varios CD de grupos locales. l
explic amablemente que no poda aceptar el regalo porque no quera poseer ningn
material con licencias restrictivas.
El problema no es la integridad tica, el sentimiento de implicacin personal o la
coherencia sino la existencia de sistemas de normas que de hecho regulen
colectivamente la actividad cooperativa de una manera estable y eficaz sin condenarla
a los azares de la eleccin personal. Creo que mucha gente intuye en el fondo esta
limitacin, por eso la expresin bienes comunes o commons aparece tan a menudo
en la jerga del ciberactivismo.
Los commons son los recursos y servicios que en innumerables sociedades
tradicionales se producen, gestionan y utilizan en comn. Pueden ser pastos o
cultivos, recursos hdricos, bancos de pesca, la caza, tareas relacionadas con el
mantenimiento de los caminos, la siega, la alfarera o el cuidado de las personas
dependientes Ha recibido un sinfn de nombres a lo largo de la historia: comn,
commons, tequio, procomn, minga, andecha, auzolan En la teora social
contempornea se suelen denominar recursos de uso comn (RUC). Los ciberactivistas
insisten en que hay un parecido al menos formal entre estas formas seculares de
cooperacin y la redaccin de un artculo para Wikipedia, la programacin de
software libre o el subtitulado altruista de pelculas o series de televisin. Es esto
razonable? Por qu son conceptualmente importantes los bienes comunes en un
entorno tan distinto a su contexto original?
La discusin se remonta a un conocido artculo de Garrett Hardin La tragedia
de los comunes que explica cmo la gestin de los recursos de uso comn se
enfrenta a un dilema. Bsicamente, si varios individuos actuando racionalmente y
motivados por su inters personal utilizan de forma independiente un recurso comn
limitado, terminarn por agotarlo o destruirlo pese a que a ninguno de ellos les
conviene que se produzca esa situacin. Se trata de una versin del dilema del
prisionero. Las dos soluciones ortodoxas que generalmente se proponen a esta
tragedia de los comunes son, alternativamente, la privatizacin o la burocratizacin.
La idea es que la privatizacin del recurso comn har que cada propietario vele por
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la preservacin de la parte que le corresponde, ya que no tendr que temer que otros
copropietarios gorroneen sus esfuerzos. Con la gestin burocrtica, una agencia
externa se encarga de la gestin del recurso y supervisa las asignaciones castigando a
los infractores.
Una respuesta habitual, y no muy buena, es que Hardin hace una peticin de
principio. El dilema de los comunes slo surge si los actores implicados se comportan
como egostas racionales modernos y no como lo hacen habitualmente los miembros
de las comunidades tradicionales en las que existe ese tipo de propiedad colectiva. En
realidad, Hardin tena una visin mucho ms dinmica del problema de lo que
generalmente se reconoce. Es cierto que no abunda en sutilezas histricas (era un
zologo maltusiano), pero no es difcil reinterpretar su planteamiento en trminos
sociolgicamente ms precisos: pueden los comunes sobrevivir en una sociedad
compleja, es decir, en un entorno desregulado?
As que, a pesar de lo que se suele decir, la economista Elinor Ostrom no refut a
Hardin. Ms bien se hizo otra pregunta igualmente interesante. Cmo pudieron
sobrevivir los bienes comunes en las sociedades tradicionales? Los miembros de las
sociedades neolticas no eran hroes morales ni idiotas cegados por un colectivismo
aborregado. Saban distinguir al menos tan bien como nosotros su propio inters
individual, el de sus familias y el de la colectividad, y a menudo se veran tentados de
no cumplir las normas. En realidad, lo enigmtico es que no se haya dado la tragedia
de los comunes ms a menudo. Dicho de otra forma, lo sorprendente es que hayan
existido sistemas comunales increblemente estables de gestin de recursos colectivos
que durante siglos no han precisado de agencias coercitivas externas para sobrevivir.
A travs de una ambiciosa investigacin emprica, Ostrom estableci las
condiciones institucionales en las que es ms probable que surjan acuerdos
comunitarios sobre los recursos de uso comn eficaces y estables. Se trata de un
entramado organizativo muy sofisticado que las comunidades tradicionales
desarrollan a travs de un proceso evolutivo:
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aplican[29].
1. Los sistemas de gestin de recursos comunes con lmites bien definidos escasean
en el medioambiente digital. Rara vez se sabe con precisin qu personas o
colectivos tienen derecho a extraer unidades de un recurso y quines se encargan
de su provisin. Wikipedia, por ejemplo, es un entorno abierto, donde el perfil
de los colaboradores es muy heterogneo: enciclopedistas estables,
contribuidores ocasionales, trolls, personas muy beligerantes que
exclusivamente participan en reas de su inters personal (en cuestiones
relacionadas con su ideologa poltica, por ejemplo) sa es una fuente de
problemas reales que se ha intentado limitar, por ejemplo impidiendo que los
usuarios annimos puedan crear voces nuevas. Hay unas pocas comunidades
extremadamente cerradas digamos, un foro de pedfilos o de crackers,
donde la confianza es un elemento importante. Pero es significativo que a
menudo estn asociadas a comportamientos delictivos. Desarrollan un
compromiso negativo por analoga con el concepto de libertad negativa, de
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Isaiah Berlin que no surge de la corresponsabilidad sino de la participacin en
un juego de suma negativa: si yo pierdo, t pierdes.
2. En los RUC existe una gran coherencia entre las reglas de apropiacin y provisin
y las condiciones locales. En una comunidad de recursos hdricos, los aos de
sequa se reparte el agua de manera distinta que en un ao lluvioso. Los medios
digitales son, por su propia naturaleza reproductiva, expansivos y poco sensibles
al contexto: tienden al encapsulamiento. Como he sealado, un motivo de debate
habitual entre programadores y escritores es que el copyleft estricto, tpico del
software libre, es una licencia tcnicamente poco problemtica para los trabajos
funcionales, como un diccionario o un manual, pero no tan buena para las obras
creativas. La libre difusin de obras en la red puede ser rentable para artistas que
tienen otros medios de obtener ingresos, como las actuaciones en directo, pero
catastrfica para los que no disponen de esa opcin, como los actores de cine. El
encapsulamiento impide adems que la mayora de los individuos afectados por
las reglas del sistema pueda participar en su modificacin, otra caracterstica de
los RUC estables. La ausencia de lazos comunitarios hace que los arreglos de
eleccin colectiva resulten muy costosos en un contexto distribuido. Por eso
muchos proyectos cooperativos comienzan como una iniciativa creada por un
pequeo grupo, a veces una sola persona, que establece las reglas y a las que
despus se adhiere ms gente. sa es la razn tambin de que en los entornos
cooperativos digitales haya tantas figuras prestigiosas como Lawrence Lessig
o Linus Torvalds cuya influencia trasciende los mritos intelectuales y entra
de lleno en el mbito de la autoridad carismtica.
3. En los RUC los apropiadores que violan las normas son sancionados por otros
usuarios o por funcionarios especializados. Tambin hay mecanismos rpidos
para resolver conflictos. En Internet el monitoreo y las sanciones graduadas son
extremadamente costosos e ineficaces porque las reglas son poco claras y las
dimensiones enormes. Existen sistemas de supervisin tanto social (la
puntuacin de los comentarios de las noticias en un medio digital) como
jerarquizada (los bibliotecarios de Wikipedia o el moderador de un foro). Son
tan fallidos como cabra esperar y las acusaciones recprocas de trolleo y censura
con el alio de los linchamientos en masa son un elemento consustancial a
la red social.
4. Los RUC ms complejos se caracterizan por estar organizados en mltiples
niveles de entidades anidadas. La idea misma de red distribuida contradice esta
idea. Hay algunos reconocimientos mnimos de derechos de organizacin pero
son muy frgiles y poco eficaces. Existe, por ejemplo, la Fundacin Wikimedia
o la Free Software Foundation, pero su relacin con los proyectos que subsumen
es en buena medida prescriptiva.
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Este conjunto de limitaciones excede el entorno digital. Mucha gente reivindica
en la actualidad una economa de los bienes comunes como alternativa al capitalismo
neoliberal. Parecen creer que se puede estar comprometido con lo comn en general,
sin plantearse los sistemas de normas concretos que regularn los bienes y servicios
sometidos a ese rgimen. Es un error. Lo que Ostrom ha demostrado es que participar
en un recurso comn es exactamente lo mismo que seguir las normas que regulan su
gestin, como jugar al ajedrez es seguir el sistema de reglas del ajedrez. Esos
sistemas pueden incluir especializaciones y distintas formas y niveles de
participacin, pero no una mera apelacin a una solidaridad genrica o un
compromiso con lo pblico en general. Los recursos de uso comn son distintos tanto
de la gestin privada como de la administracin estatal.
Quien considere que la economa de los recursos comunes es compatible con las
sociedades complejas tiene que sostener al mismo tiempo que existen normas
relativas a la provisin, distribucin y supervisin de bienes comunes compatibles
con un grado alto de anonimato y de fragilidad de las relaciones sociales empricas.
En las sociedades modernas se amplan mucho no slo las oportunidades y la
motivacin para convertirse en un gorrn, sino tambin la complejidad de los
problemas a resolver. Existen limitaciones cognitivas, y no slo institucionales, a la
participacin masiva en la gestin de numerosas organizaciones importantes, desde
una unidad de oncologa de un hospital hasta el suministro de agua potable de una
gran ciudad.
La imposibilidad tcnica de participar en el ncleo decisorio de un sistema de
gestin de recursos de uso comn podra ser un lmite importante. Tendemos a
considerar mucho ms llenos de sentido aquellos bienes y servicios en cuya
produccin hemos participado y cuya finalidad comprendemos. Cuanto ms marginal
sea nuestra participacin en ese proceso, ms difcil es que nos sintamos implicados
en l. Por eso los intentos bienintencionados de establecer ortopedias participativas
en procesos burocratizados y tcnicamente complejos suelen terminar en un fracaso.
Los presupuestos participativos o las consultas vecinales a propsito de una
remodelacin urbana consumen una gran cantidad de tiempo y de energas. Sin
embargo, mantienen a los usuarios en un lugar perifrico por lo que toca a la
actividad efectiva de uso, gestin y provisin de los bienes o servicios en cuestin.
La moraleja es que el gobierno de los comunes es indisociable de una apuesta
comunitarista en un sentido bastante tradicional. Las relaciones comunitarias densas y
continuas son esenciales para la supervivencia de sistemas de normas en los que la
tentacin de defraudar sera muy fuerte si la interaccin fuera annima y discontinua.
La propia Ostrom lo subraya cuando seala las debilidades de los modelos de la
eleccin racional para comprender los RUC:
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Estos modelos estn lejos de ser tiles para caracterizar el comportamiento de
los apropiadores en los RUC de pequea escala () En tales situaciones, los
individuos se comunican repetidamente entre s en un marco fsico localizado.
De este modo es posible que aprendan en quin confiar, qu efectos tendrn
sus acciones sobre los dems y sobre los RUC, y cmo organizarse para
obtener provecho y evitar daos. Cuando los individuos han vivido en este
tipo de situaciones durante un tiempo considerable y han desarrollado normas
compartidas, poseen un capital social con el que pueden construir acuerdos
institucionales para resolver los dilemas de los RUC[31].
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una enfermedad mortal que excede los beneficios totales, de ah la paradoja.
La razn de esta limitacin de la teora de la eleccin racional es que concibe la
identidad emprica cotidiana, nuestro yo real, como una colectividad. Como si el
yo del fumador actual fuera distinto del que se esfuerza en dejar su hbito o del
enfermo de enfisema que se arrepiente de sus aos de tabaquismo, con independencia
de que sea la misma persona la que experimente todos esos estados a lo largo de su
vida. As, la perspectiva correcta de la propia vida sera la del momento actual. El yo
tcnico de la teora de la eleccin racional es un punto vaco atemporal que se debe
reactualizar constantemente para no caer en la incoherencia formal. Obviamente, los
individuos reales no somos as. Estamos comprometidos con normas e instituciones
que regulan nuestra conducta al margen de nuestras preferencias puntuales. Y sa es
la base de nuestra actividad social. Por eso los economistas tienen tantas dificultades
para explicar la aparicin de instituciones como los recursos de uso comn, que
deberan ser irracionales pero que en realidad resultan muy eficaces.
En Internet, en cambio, la sociabilidad no parece violentar los principios de la
teora de la accin racional. Los ordenadores son una horma que obliga a la gente a
comportarse como individuos fragmentarios. Los proyectos cooperativos cibernticos
estn basados en procedimientos tcnicos aparentemente indiferentes a las
identidades personales empricas. El anonimato y la inmediatez permiten colaborar,
compartir y formar parte de una comunidad digital cuando uno quiere, si es que
quiere y con la personalidad preferida. La tecnocooperacin parece el producto de
una serie aleatoria de decisores racionales perfectos sin ms pasado o futuro que el de
sus preferencias actuales. Las tecnologas de la comunicacin crean un velo
ideolgico que lo hace posible. Descomponen la personalidad emprica en una serie
de identidades compartimentadas y, sobre todo, ofrecen un mecanismo tcnico para
recomponer la actividad social por medio de artefactos participativos.
En este sentido, Internet desempea una funcin anloga a la del mercado de
trabajo: es un dispositivo pragmtico para liberar la actividad cooperativa
cognoscitiva en un caso, laboral en otro de las condiciones institucionales en las
que tradicionalmente se haba desarrollado. Un procedimiento para convertir en una
transaccin formal un tipo de vnculo que en todas las sociedades precedentes ha
estado basado en relaciones de dependencia mutua colectiva. Las tecnologas de la
comunicacin permiten la ficcin de un nuevo tipo de comunidad, un modelo de
organizacin social novedoso compuesto de fragmentos de yo, de infinitsimas de
identidad personal, del mismo modo que Wikipedia se elabora a partir de las
infinitsimas de erudito que cada participante posee.
En realidad, la cooperacin en la red se parece tanto a una comunidad poltica
como una gran empresa se parece a una familia extensa. Internet es la utopa
postpoltica por antonomasia. Se basa en la fantasa de que hemos dejado atrs los
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grandes conflictos del siglo XX. Los postmodernos imaginan que los cambios
culturales y simblicos nos alejan del craso individualismo liberal, para el que el
inters egosta en su sentido ms grosero era el motor del cambio social. Y tambin
que hemos superado la apuesta por un Estado benefactor que soluciona algunos
problemas pero ahoga la creatividad en un ocano de burocracia gris. Imaginan un
mundo lleno de emprendedores celosos de su individualidad, pero creativos y
socialmente conscientes. Donde el conocimiento ser el principal valor de una
economa competitiva pero limpia e inmaterial. Donde los nuevos lderes econmicos
estarn ms interesados por el surf que por los yates, por las magdalenas caseras que
por el caviar, por los coches hbridos que por los deportivos, por el caf de cultivo
ecolgico que por el Dom Perignon.
As que los ciberfetichistas no estn sencillamente equivocados. Han dado una
solucin falsa a un problema real. El dilema de los bienes comunes en una sociedad
compleja es una versin estilizada del dilema tico fundamental de la izquierda.
Deseamos ser individuos libres y, al mismo tiempo, formar parte de una red de
solidaridad y compromisos profundos y no meramente burocrticos. Queremos una
economa eficaz que nos permita optar entre distintas ocupaciones e incentive el
talento para que todos nos beneficiemos de l. Pero no queremos un mercado de
trabajo que nos obligue a competir y produzca desigualdades.
Es un dilema porque a cada uno de nosotros nos gustara tener relaciones sociales
electivas y no obligadas pero que todos los dems formaran una slida red de
solidaridad que nos proteja y garantice que la cooperacin ser continua y no
ocasional. Es un poco lo que nos pasa como turistas. Viajamos a sitios que seran
maravillosos si no fuera por toda esa gente que los abarrota porque han decidido,
como nosotros, viajar a sitios maravillosos. Dicho de otra manera, la cooperacin en
Internet nos devuelve violentamente al punto de partida de las tradiciones
emancipatorias. La cuestin clave es si podemos recuperar algo de lo aprendido a lo
largo de ms de un siglo de intentos de transformacin social o si tenemos que
empezar desde cero.
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SEGUNDA PARTE
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Emancipacin y dependencia mutua
El ciberutopismo actualiza una idea muy presente en los movimientos
revolucionarios modernos: la superacin de la tutela comunitaria tradicional y la
aparicin de una forma de relacin social al mismo tiempo solidaria y respetuosa con
el libre desarrollo individual. La crtica de la fantasa de la red desde un punto de
vista comprometido con el cambio poltico exige someter a examen tambin el modo
en que la izquierda se plante este problema fundamental. El milenarismo digital es
una mala respuesta a una buena pregunta al igual que muchas concepciones
modernas de la sociedad postcapitalista.
El ciberfetichismo resulta tan atractivo porque concibe nuestro tiempo como el
resultado de una ruptura incruenta y fructfera con el pasado. Desde esta perspectiva,
somos los afortunados herederos de algunos cambios tecnolgicos con importantes
subproductos sociales y potencialmente polticos. Y la verdad es que el lastre del que
nos gustara habernos desprendido es pesado. Internet y el tecnoutopismo, ms que
una cortina de humo, son un blsamo de irrealidad para una herencia histrica
insoportable, en la que la consistencia de la realidad pareca violentamente excesiva.
La razn en marcha ya no atruena, como dice el verso de La Internacional: es una
suave y trivial msica ambiental que fluye a travs de los auriculares de nuestros
iPods.
Es difcil saber si nuestro pasado reciente fue una poca ms desgraciada que
otras. Imagino que viene a ser ms o menos lo mismo morirse de hambre o fro en
una aldea centroeuropea del siglo XIII que en un campo de concentracin alemn o
ruso, y que no debe de haber mucha diferencia entre que te tiren aceite hirviendo en
el asedio a una muralla medieval o que te bombardeen con napalm en la selva
vietnamita.
Aunque, por otro lado, el modo en que las grandes catstrofes y desafos de
nuestra era mueven a la movilizacin en vez de a la oracin es histricamente nico.
Son, o al menos eso pensamos, el resultado de ordenaciones sociales que escapan a
nuestro control pero que se podran modificar si se dieran las condiciones adecuadas.
Slavoj Zizek lo expres con su contundente jerga lacaniana: En contraste con el
siglo XIX, lleno de proyectos e ideales utpicos o cientficos, de planes para el
futuro, el siglo XX se atrevi a enfrentarse a la cosa en s, a realizar directamente el
Nuevo Orden. El momento verdadero y definitorio del siglo XX es la experiencia
directa de lo Real como algo opuesto a la realidad social cotidiana, lo Real en su
extrema violencia como precio que hay que pagar por pelar las decepcionantes capas
de la realidad[32].
La retrica de la inmaterialidad, la abundancia digital, la sociabilidad reticular y
el postfordismo trata de ocultar que todo sigue ms o menos igual que hace dos
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guerras mundiales, la gran depresin, la crisis del petrleo, la descolonizacin, el
enfrentamiento de bloques, la carrera nuclear o el neoliberalismo. No en el sentido de
que la gente siga teniendo ms o menos problemas de nuevo, un asunto difcil de
evaluar, sino de que los dilemas consolidados en el pasado nos siguen acosando
aunque finjamos no verlos. Menos como en Los fantasmas atacan al jefe que como
en El sexto sentido. El mensaje que no queremos or es que nuestras esperanzas
ciberutpicas han nacido muertas.
* * *
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aos ochenta Martin Amis un escritor postmoderno, generalmente irnico y poco
engag escribi Los monstruos de Einstein, un ensayo que hoy sorprende por el
tono impaciente y alarmado con el que aborda la amenaza nuclear, un problema del
que nos hemos desentendido frvolamente.
De igual modo, el antagonismo poltico es una experiencia colectiva
indisolublemente vinculada a estos procesos histricos. Lo caracterstico es que la
izquierda radical vivi la historia del siglo XX a travs de un dilema prctico
completamente previsible y, al mismo tiempo, inevitable. El filsofo Gerald Cohen
contaba una ancdota esclarecedora.
Eric Hobsbawm, en su Historia del siglo XX, nos habla de algunas personas con
vidas an ms comprometidas que la del to Norman. Por ejemplo Olga Benario, hija
de un prspero abogado muniqus que ingres en la Liga Juvenil Comunista de
Alemania en 1923, a los quince aos. Olga se destac en las luchas callejeras contra
las milicias nazis, hasta que ella y su compaero Otto Braun fueron detenidos.
Benario fue liberada y particip en el asalto a la prisin de Moabit para liberar a
Braun y luego ambos lograron fugarse a la Unin Sovitica. Posteriormente Benario
viaj a Brasil, donde se uni a Luis Carlos Prestes, lder de una marcha
revolucionaria que atraves las zonas ms remotas del Brasil. El levantamiento
fracas y el gobierno brasileo entreg a Benario a la Alemania nazi, donde muri en
un campo de concentracin. Otto Braun, por su parte, acab en China, donde fue el
nico occidental que particip en la larga marcha de Mao.
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El propio Erri de Luca fue responsable en los aos setenta del servicio de
seguridad de Lotta Continua, una organizacin italiana de extrema izquierda. Erri de
Luca describe la violencia de los aos de plomo italianos como una cuestin objetiva,
con un extrao distanciamiento: La revolucin es una necesidad, no una inspiracin
potica. No tiene que ver con una edad o con el temperamento, es una maldita
necesidad.
Hay algo trgico, en el sentido ms profundo de la expresin, en estas vidas de
gran altura moral que, sin embargo, fueron vividas como el resultado de fuerzas
extrapersonales, como el mero juego, a lo sumo, de algn tejemaneje entre el en s
y el para s. Parecen fenmenos naturales, antes que actos modulados por razones,
dudas y conflictos personales. Es como si las acciones de los revolucionarios
quedaran completamente subsumidas por grandes procesos estructurales. Tal vez por
eso estas alucinantes vidas revolucionarias apenas han dado lugar a una narrativa
propia. Los hroes leninistas tienden a carecer de ese cromatismo psicolgico que
necesit la novela moderna: se parecen ms a Antgona que a Madame Bovary. El
socialista que aparece en medio de la comunidad tradicional de los cosacos en El don
apacible, la novela de Mijal Shlojov, es un espectro distante y fro, no hay bondad
ni orgullo moral en alguien que, sin embargo, ha decidido dedicar su vida a los
dems.
Es algo que Bertolt Brecht comprendi a la perfeccin y en torno a lo cual erigi
no slo su obra sino tambin su compromiso poltico. De nuevo, Zizek lo explicaba
con mucho gracejo cuando lo recordaba en 1953 aplaudiendo por la calle a los
tanques soviticos que se dirigan a la Stalinalle a reprimir a los trabajadores en
huelga. Walter Benjamn lo expuso con toda claridad: Marx se plante el problema
de hacer surgir la revolucin de su contrario, desde el capitalismo, sin recurrir al
ethos. Brecht traslada el problema a la esfera humana: quiere hacer que surja por s
misma, sin ethos alguno, la figura del revolucionario desde el tipo malo y egosta, a
partir de la bajeza y la vileza[35].
* * *
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toma el poder es perfectamente posible que ejerza sobre las clases que ha derrotado
un poder violento, dictatorial e incluso sanguinario. Y no veo qu objecin se puede
hacer a eso. Veinte aos despus Chomsky recordaba as a Foucault: Nunca he
conocido a nadie que fuera tan completamente amoral. Generalmente cuando se habla
con alguien, uno da por sentado que se comparte algn territorio moral. Con l me
sent, sin embargo, como si estuviera hablando con alguien que no habitara el mismo
universo moral. Personalmente me result simptico. Pero no pude entenderlo, como
si fuera de otra especie o algo as[36].
Por qu la izquierda revolucionaria fue tan renuente a interpretar sus prcticas
desde la subjetividad moral? Por qu se ha esforzado en ser de otra especie? Es
importante no dar una respuesta condescendiente. Hace aos, alguien escribi en el
diario ABC respecto a la cuestin social y los conflictos de clase: Si los pobres
tuvieran ms paciencia y los ricos ms generosidad, todo se arreglara. La frase
seala con precisin las debilidades de las teoras ticas personalistas que buscan el
consenso. Por supuesto, no todas son tan rancias e hipcritas como la del ABC. En El
corto verano de la anarqua, un texto de Hans Magnus Enzsenberger sobre Durruti y
el anarquismo espaol de los aos treinta, aparece este testimonio: En cada pueblo
haba al menos un obrero consciente, el cual se distingua porque no fumaba, no
jugaba, no beba, profesaba el atesmo y no estaba casado con su mujer (a la que era
fiel).
La resistencia del socialismo al subjetivismo tiene que ver con las gigantescas e
invisibles disimilitudes en el orden de magnitud de relaciones sociales que
aparentemente conviven en el mismo universo. En 1971 el economista holands Jan
Pen ide una forma de representacin para que la magnitud de la desigualdad social
resultara ms intuitiva. Lo llam el desfile de los salarios. Consiste en suponer que la
altura de cada habitante de un pas es proporcional a sus ingresos, de modo que la
gente pobre sea muy baja y la gente rica muy alta. A continuacin, imaginamos que
todos ellos desfilan en una larga hilera, ordenados de menor a mayor tamao. El
desfile durar exactamente una hora. Si suponemos una altura media de un metro y
setenta centmetros equivalente a mil setecientos euros mensuales (el salario bruto
medio en Espaa en 2010, lo que equivale a unos mil trescientos euros netos), la cosa
sera ms o menos as.
El desfile comenzara con gente muy bajita cuya altura va creciendo lentamente.
A los diez minutos las personas que pasan delante de nosotros apenas llegan al metro
de altura (un salario de unos mil euros brutos). Poco a poco la altura va aumentando y
al llegar a la media hora o sea, la mitad del desfile, la gente que pasa ya mide un
poco ms de metro y medio (mil quinientos euros brutos). Cinco minutos despus por
fin se alcanza la altura media de ciento setenta centmetros. La verdad es que el
desfile es un espectculo muy aburrido. La altura aumenta muy lentamente y son un
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montn de gente. A los cuarenta y ocho minutos empieza a pasar gente con aspecto
de jugadores de baloncesto de hasta dos metros y medio (dos mil quinientos euros) y
en los ltimos cinco minutos vemos llegar a personas de ms de tres metros.
En el ltimo minuto por fin las cosas se ponen interesantes. Aparece gente muy
alta, el 0,5% de la poblacin, de ms de diez metros. Entre ellos Mariano Rajoy, que
medira unos quince metros Entonces pasan unos pocos miles de asalariados que en
Espaa ganan ms de seiscientos mil euros al ao. Primero los ms bajitos, que
miden unos cincuenta metros (como una piscina olmpica), entre ellos Jos Mara
Aznar. Al final los superasalariados, como Alfredo Sez, consejero delegado del
Banco Santander, que gana nueve millones de euros al ao y medira setecientos
cincuenta metros o el futbolista Cristiano Ronaldo, que gana un milln de euros al
mes y medira todo un kilmetro. Aun as, estas estaturas son relativamente bajas si
las comparamos con las de los muy ricos, que pasaran como centellas en los ltimos
instantes del desfile. En este caso no hay salarios, claro. Pero si pensamos en una
gran fortuna de unos mil quinientos millones de euros (por ejemplo las de Florentino
Prez o Alicia Koplowitz) que rindiera al ao un modesto 4%, tendramos una altura
de cinco kilmetros, ms que el Mont Blanc. Incluso si aplicamos un criterio an ms
restrictivo (digamos, el 2% de rendimiento), en los ltimos instantes del desfile
pasara a gran velocidad una masa inverosmil. Es Amancio Ortega, dueo de Inditex
y uno de los hombres ms ricos del mundo, que con una fortuna estimada en treinta y
siete mil millones de euros medira ms de sesenta kilmetros y tendra dificultades
para respirar porque su cabeza estara en la mesosfera. Dicho al revs, si Florentino
Prez midiera un metro setenta, una persona normal sera como un caro, o sea,
invisible. Si tomramos en consideracin el patrimonio, las desigualdades seran
mucho mayores, al igual que si el desfile fuera mundial. Grosso modo, unas mil
doscientas personas tienen un patrimonio de ms de mil millones de dlares en todo
el mundo, sobre una poblacin global de siete mil millones de personas y con unos
ingresos medios mundiales de unos dieciocho mil dlares.
Qu papel juega la tica en esta gigantomaquia que es la lucha de clases? La
respuesta clsica del marxismo es que muy pequeo: que en este campo de batalla de
pulgas frente a colosos la tica queda de algn modo absorbida por las grandes
relaciones sociales. Es un poco como en ese chiste en el que el Papa va a un pas
africano que est padeciendo una hambruna y pregunta a un cardenal de su squito,
Pero cmo estn estos nios tan delgados?, y el cardenal le responde, Santidad,
es que no comen. Y entonces el Papa se agacha frente a uno de los nios y le dice en
tono carioso, Hay que comer. Ni los ms dogmticos negaran que la naturaleza
moral de las acciones padece al menos una cierta indeterminacin. La aparicin de
desproporciones estructurales que tienen la magnitud de cataclismos aumenta esta
indeterminacin hasta su completa indefinicin semntica.
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El antipersonalismo de las tradiciones emancipatorias tiene que ver con la idea de
que la modernidad es, en realidad, un periodo histrico de transicin en el que hay
grandes procesos sociales muy activos que tienen una influencia crucial en nuestra
cotidianeidad. Como si estuviramos atravesando un periodo de enorme actividad
ssmica en el que el entorno geolgico cambiara cada dos por tres. Es algo que tiene
implicaciones ticas relevantes. Para las teoras morales clsicas el contexto
sociocultural, como el entorno ideolgico, es sencillamente un paisaje, no muy
distinto de la ley de la gravedad. Hay buenas razones argumentativas para ello: el
contextualismo es, en el fondo, una forma de relativismo. Adems, para la mayor
parte de las sociedades preexistentes, las condiciones econmicas y sociales fueron
notablemente estables. Lo caracterstico de la modernidad en cambio es lo que
Rousseau llam el torbellino social: lo advirtamos o no, los grandes procesos
sociales son fuerzas permanentemente presentes en nuestra vida moral.
En general, la influencia de macroprocesos demogrficos o econmicos produce
un notorio desconcierto tico. Padecemos un dficit cognitivo que nos impide
hacernos cargo de grandes magnitudes ms all de cierto lmite. Por eso los modelos
del sistema solar o de la estructura del tomo que todos conocemos son imgenes
muy estilizadas, no representaciones a escala. Las distancias entre los planetas son
demasiado grandes y el tamao de las partculas subatmicas demasiado pequeas
para que resulten intuitivos. Por ejemplo, si dibujamos la Tierra del tamao de una
pelota de tenis, la imagen del sol correspondiente tendra que tener once metros. Si
representramos el ncleo atmico del tamao de un grano de pimienta,
necesitaramos cien kilmetros para hacer una imagen a escala de la estructura del
tomo. Es como si tuviramos un sesgo cognitivo similar que afecta las
representaciones morales de aquellas acciones que forman parte de procesos muy
amplios, complejos y de largo recorrido. La izquierda ha intentado, tal vez
infructuosamente, estar a la altura de estos desafos.
Hay una cierta coherencia entre esta astenia tica y las ilusiones contemporneas
de superacin del marco poltico tradicional mediante nuevas formas de relacin
social. Tal vez por eso el ciberutopismo ha calado tan hondo entre los movimientos
antagonistas. El fetichismo de la red elimina de la ecuacin social los grandes
conflictos modernos y, de este modo, pretende convertir un inmenso problema en una
solucin. La ideologa californiana ha privado al dilema pragmtico revolucionario de
sus connotaciones trgicas, que estaban relacionadas con gigantescos enfrentamientos
materiales y polticos. Sencillamente ha aceptado el dilema con jolgorio digital. Un
poco como en ese episodio de The Simpsons en el que Bart se presenta candidato a
las elecciones de delegado de curso en su escuela de primaria. En el transcurso de la
campaa electoral, el adversario de Bart, el alumno ms aplicado de su clase, recurre
a una estrategia de descrdito difundiendo carteles en los que se lee: Con Bart
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llegar la anarqua. Bart Simpson reacciona con una contracampaa optimista:
Con Bart llegar la anarqua!. El ciberfetichismo es incapaz de generar
compromiso tico, s. Pero en una poca en la que las mquinas definen nuestras
relaciones sociales y nadie habla de la lucha de clases, sa parece una buena noticia,
un paso ms hacia la sociedad libre de friccin.
* * *
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bsicamente, estoy de acuerdo con esta idea, tambin tengo algunas reservas. Como
sealaba en la primera seccin a propsito de la causalidad en ciencias sociales, es
una tesis muy poco precisa. Los lmites, o con ms exactitud, las oportunidades, no
nos dicen automticamente algo acerca de las elecciones. Levine, Sober y Wright
ponen un ejemplo esclarecedor:
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estropea la banda magntica).
A menudo se usa este razonamiento para criticar algunas opciones capitalistas,
como los procesos de privatizacin. Defendemos que se restrinjan algunas
posibilidades mercantiles, que incluso podran resultar beneficiosas a corto plazo
por ejemplo, permitiendo ms opciones deseables, porque instauran un proceso que
pensamos que puede ser incontrolable y catastrfico. Sin embargo, como crea
Montesquieu, este argumento tambin puede utilizarse convincentemente para
sostener posiciones de signo contrario. El capitalismo podra ser un dique aceptable
frente a opciones an peores, incluidas la catstrofe de intentar acometer proyectos
tan virtuosos que resultan irrealizables.
Creo que el argumento del dique es falaz. Los mecanismos de autolimitacin
cuentan con una clusula de revisin. Cuando Ulises pidi que le ataran al mstil de
su barco para poder escuchar sin riesgo el canto de las sirenas, no renunci a su
autonoma de por vida: era un acuerdo limitado. Las personas que congelan su tarjeta
de crdito no han sido legalmente incapacitadas, pueden comprar si lo desean,
sencillamente tienen que esperar algunas horas.
En nuestras sociedades ilustradas somos renuentes a la irreversibilidad. Por eso la
pena de muerte no tiene buena prensa. Y por eso aceptamos algunas condiciones
laborales peores que ciertos tipos de esclavismo, pero no el esclavismo. Lo tpico del
capitalismo es que parece una forma de autolimitacin colectiva, pero realmente
carece de clusula de revisin. Por eso no es una estrategia de autolimitacin sino de
heteronoma, se parece ms a venderse como esclavo que a poner un candado en la
nevera. En algo as pensaba Marx cuando explicaba el papel activo que desempea la
apariencia de libertad e igualdad en los sistemas de estratificacin de las sociedades
modernas. Hoy admitimos niveles de desigualdad material desconocidos en casi
cualquier sociedad pasada porque conviven con el respeto a los derechos individuales
y la igualdad ante la ley.
La renuncia socialista a la moral es un intento de ponerse a la altura de esta
asimetra entre la magnitud de los condicionantes materiales y sociales de nuestras
acciones y nuestra capacidad de intervencin tica. Hay procesos sociales de tal
repercusin que nos impiden vivir nuestra vida en los trminos morales que
podramos desear. Es lo que Gunther Anders llamaba el desnivel prometeico, la
idea de que en la actualidad tenemos la capacidad tcnica para producir efectos
desmesurados con acciones insignificantes. Actos inocentes nos comprometen con
estructuras de repercusiones inimaginables. El mero hecho de llamar por un telfono
mvil nos convierte en cmplices inconscientes de la muerte de miles de personas en
las guerras del coltn.
Una conducta tica cabal sera preferir morirse de fro a vestir ropa fabricada por
trabajadores que cobran sueldos de miseria. Muy razonablemente, los revolucionarios
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no confan en que esta virtud supererogatoria pueda generalizarse. Por eso renuncian
a interpretar sus propios actos en trminos de una tica general. En ese sentido, la
renuncia a la fundamentacin moral de las acciones puede entenderse como un
intento, quizs no muy realista, de fundar un marco tico eficaz. Los anticapitalistas
quieren construir una sociedad en la que se pueda ser bueno sin necesidad de ser un
hroe, donde los determinantes estructurales del capitalismo no interfieran
constantemente en nuestras decisiones ticas, polticas y estticas. Bertolt Brecht lo
expres con mucha sensibilidad:
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pensad en nosotros
con indulgencia.
La razn de esta extraa situacin es que, en segundo lugar, los vnculos sociales
son ms un flujo que una situacin esttica. Son el subproducto no deliberado de un
proceso complejo que es muy complicado de reproducir intencionadamente.
* * *
Hay un crculo del infierno reservado para aquellos que piensan que pueden mediar
entre Kant y Aristteles, entre el contractualismo y las ticas de la virtud. Son dos
arquitecturas ticas contrapuestas, en cierto sentido complementarias y en cierto
sentido contradictorias. Por eso, los socialistas intentaron suturar el hiato entre ambas
propuestas con la fantasa del hombre nuevo. Cuando al fin vivamos en una sociedad
en la que sea posible un contrato social racional sin interferencias econmicas
espurias, aparecer una versin mejorada del ser humano que desear desarrollar el
proyecto de vida socialista.
El hombre nuevo es una manera folclrica de denominar la plasticidad infinita de
la naturaleza humana, otro de los grandes mitos marxistas. Muchos socialistas
creyeron que estamos totalmente determinados por condicionantes histricos y no
hay ninguna estructura antropolgica permanente. La aparicin de una sociedad de
individuos justos, felices, bellos, cooperadores, altruistas y saciados dependera
exclusivamente de encontrar el cctel adecuado de estructuras sociales, polticas y
materiales. Era un proyecto heroico. El ciberfetichismo, en cambio, parece una forma
frvola de desentenderse del problema confiando en que Media Markt suministre la
ortopedia tecnolgica que suture las opciones ticas.
El hombre nuevo fue un proyecto moral y socialmente catastrfico. Pero seala
en una direccin interesante. Su fracaso obliga a plantearse justamente la idea
opuesta: nuestras caractersticas antropolgicas, la naturaleza humana, por usar un
trmino polmico, es tica y polticamente relevante para un proyecto de
emancipacin. Si renunciamos a la idea poco razonable de que somos pura arcilla
socialmente moldeable, nuestras caractersticas como especie adquieren relevancia
poltica.
La tica moderna ha sido poco sensible a los rasgos sustantivos del gnero
humano porque da la impresin de que al introducir esa clase de cuestiones en el
razonamiento moral incurrimos en una falacia naturalista (de las cuestiones de hecho
no se pueden derivar juicios ticos). Al tomar en cuenta exclusivamente la
Haba una vez un hombre que aspiraba a ser el autor de una teora general
de los hoyos. Cuando se le preguntaba, qu clase de hoyos: los cavados por
los nios en la arena por diversin; los que cavan los hortelanos para plantar
retoos de lechuga; pozos de aljibe; los hoyos que hacen los obreros que
construyen carreteras?, sola contestar con indignacin que aspiraba a una
teora general que los explicara todos. Rechazaba, ab initio, el criterio tal
como l lo vea patticamente propio del sentido comn de que acerca del
cavado de diferentes tipos de hoyos tienen que darse tipos de explicaciones
totalmente distintos; por qu entonces, sola preguntar, tenemos el concepto
de un hoyo? Al faltarle las explicaciones a las que originariamente aspiraba,
caa entonces en el descubrimiento de correlaciones estadsticamente
importantes; por ejemplo, hallaba que existe una correlacin entre la cantidad
de pozos que se cava en una sociedad, tal como se mide, o por lo menos se
medir algn da mediante tcnicas economtricas, y el grado de desarrollo
tecnolgico de esa sociedad. Los EE.UU. superan tanto a Paraguay como al
Se puede dar una orden: produzca doscientos mil pares de zapatos, que
sea identificable y cumplible. Pero decir produzca buenos zapatos que se
adapten al pie del consumidor es una orden mucho ms vaga, imposible de
cumplir. (De modo semejante, se me puede ordenar de modo claro que d
cincuenta conferencias, pero no es tan fcil hacer cumplir la orden de dar
cincuenta buenas conferencias). Esto tambin muestra los rigurosos lmites de
la planificacin en cantidades fsicas. El mismo nmero de toneladas, metros
o pares puede tener valores de uso muy diferentes y satisfacer necesidades
muy diversas. En todo caso, la calidad es un concepto frecuentemente
inseparable del uso y, de este modo, un vestido o una mquina pueden estar
perfectamente de acuerdo con las normas tecnolgicas y, sin embargo, no ser
apropiados para un cliente o un proceso fabril en concreto. Cmo se puede
superar este problema si los planes son rdenes de una autoridad superior (los
planificadores centrales o los ministerios) y no de los usuarios?[48].
Se puede aplicar ese mismo criterio al mbito poltico que las ciencias sociales
han contribuido a embalsamar. Si renunciamos a las falsas promesas de las ciencias
sociales, tal vez podamos revertir sus efectos sobre nuestra imaginacin poltica. Los
principios categricos inconmovibles, como la libertad individual, la deliberacin
democrtica o la igualdad material, no implican necesariamente propuestas
institucionales generales y mucho menos nociones universales del vnculo social. El
cambio poltico radical es compatible con apuestas de transformacin institucional
contingentes, de baja generalidad y formalidad.
Muchos socialistas, autoritarios o no, trataron de romper las barreras materiales
del capitalismo, pero no cuestionaron las limitaciones prcticas de una comprensin
abstracta de la economa poltica. Hay gente que cree que superar la sociedad de
* * *
Hay una sutil conexin ideolgica entre las falsas promesas de las ciencias sociales,
el formalismo institucional que paraliza el cambio poltico y la disolucin de las
relaciones comunitarias. Su fundamento es la ilusin de que la realidad social y
nuestras ideas acerca de ellas estn bien definidas, son hechos analizables en partes
delimitadas y con una arquitectura conceptual precisa. Como si los procesos sociales
tuvieran una estructura molecular susceptible de ser recombinada de diversas
maneras, preferentemente mediante un nico impulso que inicie la autoorganizacin
espontnea y, en su defecto, a travs de la planificacin centralizada.
Esta quimera sociolgica ha tenido profundos efectos en nuestra percepcin de la
esfera pblica. En particular, nuestra comprensin de la desigualdad social est
completamente contaminada por el fracaso de las ciencias sociales. Durante dcadas
se intent definir con la mxima precisin el concepto de clase social a travs de un
frondoso aparataje terico. Es la historia de un fracaso pertinaz, porque siempre hay
algn grupo que se resiste a acomodarse a las formalizaciones. Pueden ser asalariados
de alto poder adquisitivo o bien empresarios con un bajo nivel cultural, o amas de
casa sin sueldo o trabajadores que controlan su entorno de trabajo As que, en una
especie de versin acadmica de la cama de Procusto, los socilogos, politlogos y
economistas han concluido que la desigualdad de clase ha perdido peso en un mundo
global de redes sociales en constante flujo. Y nos lo hemos credo. Nos gusta
imaginarnos como sofisticados actores en un sistema distribuido de informacin y
comunicaciones, no como trabajadores precarios y sumisos obsesionados por las
baratijas de marca. En realidad, una nocin de clase social basada en criterios amplios
y poco precisos los ingresos, el control sobre el propio trabajo y el prestigio social
resulta ms intuitiva que nunca e imprescindible para entender quin gana y quin
pierde, y hasta qu punto lo hace, en el mundo contemporneo. Pero es un tipo de
argumentacin que tiene un difcil acomodo en las teoras sociales sofisticadas,
desesperadamente necesitadas de exactitud conceptual aun si es a costa de su
contenido emprico.
En general, el universo social y moral adolece de una profunda relatividad
ontolgica, por tomar prestada la expresin que populariz el filsofo W.V.O. Quine.
Est habitado por realidades brumosas e indeterminadas, sin lmites estrictos, de las
que tenemos ideas confusas, poco precisas. Estamos condenados a intervenir en ellas
mediante dispositivos prudenciales continuos y a comprenderlas mediante
mecanismos explicativos contingentes. Por qu, entonces, seguimos sometindonos
1989
RICHARD STALLMAN
Entendiendo que:
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como por ejemplo derechos de imagen o de privacidad.
Aviso: Al reutilizar o distribuir la obra, tiene que dejar bien claro los trminos de la
licencia de esta obra.
p. 41. <<
<<
p. 242. <<
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libre.org/negocio-de-resenas-2-o <<
<<
2001, p. 137.<<
p. 273.<<
1992, p. 149.<<
138<<
2001.<<
<<
347.<<