Hugo Vezzetti - Aventuras de Freud en El País de Los Argentinos PDF

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Hugo Vezzetti

Aventuras de Freud en
el pas de los argentinos
De Jos Ingenieros a Enrique Pichon-Rivire

PAIDS
Buenos Aires Barcelona Mxico

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Cubierta de Gustavo Macri

1a. edicin, 1996

Impreso en la Argentina - Printed in Argentina


Queda hecho el depsito que previene la ley 11.723

Copyright de todas las ediciones

Editorial Paids SAICF


Defensa 599, Buenos Aires
Ediciones Paids Ibrica SA
Mariano Cub 92, Barcelona
Editorial Paids Mexicana SA
Rubn Daro 118, Mxico D.F.

La reproduccin total o parcial de este libro, en cualquier forma que sea,


idntica o modificada, escrita a mquina, por el sistema multigraph,
mimegrafo, impreso por fotocopia, fotoduplicacin, etc., no autorizada por los
editores, viola derechos reservados. Cualquier utilizacin debe ser previamente
solicitada

ISBN 95042-7026-2

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NDICE

Introduccin ................................................................................... 77
1. Jos Ingenieros en la recepcin del freudismo .............. 15
Entre Janet y Freud ........................................................... 15
La nueva clnica: histeria e hipnosis .................................. 26
Los sueos...................................................................... 42
Psicopatologa sexual .......................................................... 45
Los ensayos sobre el amor ...................................................... 54

2. Las promesas de la sexologa .................................. 67


Amor y matrimonio en la tradicin nacional ................... 69
La cuestin sexual ............................................................... 83
El matrimonio perfecto ....................................................... 96
Psicologa sexual y freudismo ............................................. 107
Eugenesia, libertad amorosa y moral reproductiva ......... 112
El freudismo en las representaciones del amor sexual ........ 122

3. El freudismo en la cultura de izquierda............................ 127


Enrique Mouchet ................................................................. 131

5
El papel de Stefan Zweig.................................................. 136
La revista Psicoterapia: G. Bermann ........................... 141
Emilio Pizarro Crespo ...................................................... 149
Anbal Ponce y el psicoanlisis ....................................... 163
Thnon y Freud..................................................................... 170

4. Alberto Hidalgo, divulgador de Freud ..................... 183


Trayectoria intelectual y vanguardia ............................. 191
Violencia y literatura ........................................................ 204
Freud al alcance de todos..................................................... 215
El Dr. Gmez Nerea, entre el freudismo y la sexologa 221
La serie freudiana ............................................................. 225
La serie sexolgica ............................................................. 234

5. Enrique Pichon-Rivire: psiquiatra, psicoanlisis,


poesa..................................................................................... 245
La psicopatologa psicoanaltica: de la epilepsia a la
melancola ................................................................ 253
Psiquiatra y psicosomtica .............................................. 263
Poesa y psicoanlisis: el conde de Lautramont ............ 278
Bibliografa de Enrique Pichon-Rivire (1934-1952) ..... 290

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INTRODUCCIN

Una historia del freudismo es algo distinto de una historia del


psicoanlisis, no tanto por la eleccin de las fuentes como por las
perspectivas de interpretacin que se arrojan sobre ellas. En la
cultura argentina hay una historia original del freudismo que es
autnoma respecto de la institucionalizacin del psicoanlisis,
en la medida en que hubo iniciativas de lectura y de difusin que
construyeron un espacio diversificado de recepcin y apropiacin
de enunciados atribuidos a Freud. As se conform un territorio
discursivo de varias caras, inorgnico y hecho de retazos, para el
cual conviene eludir cualquier denominacin como formacin
discursiva o dispositivo que se refiera a un atributo de orga-
nizacin o sistema. Me ha interesado, bsicamente, explorar esa
dimensin en sus efectos, en la medida en que se ha mostrado
eficaz en la configuracin de nuevos problemas y en la constitu-
cin de un pblico ampliado. Con lo cual el problema mayor, co-
rrientemente sealado, de la impregnacin psicoanaltica de la
cultura contempornea de Buenos Aires aparece como un hori-
zonte lejano de la investigacin, aunque no se trate de proponer
una interpretacin gentica de la situacin actual.

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A partir de ese propsito inicial, la escritura debi atravesar
la tensin entre la tentacin de una narracin unificadora que
fuera capaz de eludir y simplificar la diversidad de los problemas
y la heterogeneidad de las fuentes, y la modalidad resignada-
mente insuficiente de una yuxtaposicin de estudios de casos. En
la primera opcin, cualquier relato de mano nica debe enfrentar
el riesgo de recaer para repetirlo o para contradecirlo en un
pequeo mito de nuestro tiempo: Buenos Aires, capital del psi-
coanlisis, metrpoli predestinada a albergar un freudismo
reconvertido en mensaje nacional. Frente a esa leyenda auto-
exaltante es sin duda preferible cualquier recurso descons-
tructivo, como el que, por ejemplo, pueden proporcionar algunos
estudios histricos bien delimitados. Pero la importancia induda-
ble de esos estudios se resiente si slo se dedican a destacar el
descubrimiento novedoso (ante todo para nuestros psicoanalis-
tas) de que en Buenos Aires, desde los aos 20, el nombre de
Freud era mencionado insistentemente en mbitos mdicos y li-
terarios.
En efecto, a favor de la deteccin de ese pasado ignorado, ex-
cluido de la memoria institucional del psicoanlisis, es relativa-
mente fcil jugar con la sorpresa y enfrentar la amnesia con la
proclamacin de que el freudismo tiene una historia que es ante-
rior a la presencia de psicoanalistas en este rincn del planeta.
Pero con esa constatacin comienzan los verdaderos problemas,
all donde justamente se trata de explorar la implantacin del
discurso freudiano en zonas de la cultura cuando, en cierto senti-
do, el freudismo se anticipa al psicoanlisis. Si se admite que el
psicoanlisis es inseparable de ciertas condiciones instituciona-
les establecidas por su creador, que slo se es psicoanalista en
esa perspectiva fundacional, como miembro de un movimiento,
hay que concluir que ha habido freudismo y en cierto sentido ha
habido freudianos cuando an no haba psicoanalistas. Mi pro-
blema ha sido, entonces, el estudio de un vaco: la ausencia-
presencia de Freud en Buenos Aires antes de la creacin de la
Asociacin Psicoanaltica Argentina. Y es claro que una primera
condicin ha sido el distanciamiento respecto de la historia de la

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APA escrita por ella misma, de la cual lo menos que puede decir-
se es que lo peor no es el texto mismo, su composicin escolar y su
ausencia de perspicacia para plantear alguna pregunta histri-
ca, sino el que se proponga como la historia definitiva.1
Esta investigacin no ha eludido un tratamiento diversificado
de los problemas y puede decirse que las diferencias de registro
en cada uno de los captulos de este libro se corresponden con
diferencias en el nivel de sus objetos. En ese sentido, el freu-
dismo no se conjuga en esta historia de una sola manera, y si he
procurado destacar algunas ilaciones y cierta filiacin posible
en contextos ms amplios, no se trata de la construccin de una
historia concebida como el despliegue de algunas esencias. Un
punto de articulacin es la insistencia en la dimensin de la
recepcin, una apropiacin (o mejor una reapropiacin, consi-
derando que generalmente se importa a Freud en versiones de
segunda mano) que no es meramente reproductiva sino que
reconstituye su objeto segn la problemtica que subtiende las
operaciones de lectura.
Las lecturas colocan al texto en el marco de una tradicin, lo
incluyen en un mbito de experiencia o se sirven de l para im-
pulsar un nuevo horizonte de problemas, para trastrocar alguna
regin del sentido comn o para establecer nuevas formas de re-
lacin con el pblico. Se ha insistido en sealar una doble va,
mdica y literaria, de implantacin del freudismo en el mundo
contemporneo. De algn modo, en el Estudio preliminar a
Freud en Buenos Aires orden, de acuerdo con esa distincin b-
sica, los andariveles de la importacin del freudismo.2 Pero esa
separacin, que es acertada cuando se atiende al marco institu-
cional y a ciertos efectos de campo en la circulacin e implanta-
cin del discurso en torno del psicoanlisis, puede convertirse en

1. Asociacin Psicoanaltica Argentina, Asociacin Psicoanaltica Argentina


1942-1982, APA, 1982.
2. H. Vezzetti, Estudio preliminar, Freud en Buenos Aires, 1910-1939, Bue-
nos Aires, Puntosur, 1989

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un obstculo y en una divisin insuficiente para un estudio que
acente la dimensin propiamente cultural de las condiciones y
los efectos de esa recepcin.
En efecto, esa implantacin supone un conjunto de procesos
que son a la vez propios y externos al campo psicoanaltico o,
ms en general, al dispositivo institucional de los usos en la
clnica o las prcticas de la psiquiatra y la psicologa, as como a
la incorporacin a los mbitos acadmicos. En el caso de la medi-
cina mental, no puede desconocerse que la recepcin psiquitri-
ca fue bastante notable en trminos de la frecuencia de las men-
ciones del nombre de Freud desde los 20 y, en particular, en los
30; a su muerte, en 1939, son varios los psiquiatras que se auto-
rizan como psicoanalistas para referirse al maestro viens. Pero,
cules fueron las consecuencias de esa recepcin? Por una parte,
contribuy a difundir y legitimar una apropiacin libre de Freud
en una zona del campo psiquitrico y de la enseanza de la psico-
loga; algo que se hace particularmente evidente en la incorpora-
cin acadmica del freudismo y en la consideracin que recibe en
las revistas psiquitricas. Para una historia de la exportacin de
nociones psicoanalticas al discurso y las prcticas de la psiquia-
tra, sealar esos puntos de comunicacin puede parecer un des-
cubrimiento suficiente. Pero si se procura mantener abierta la
pregunta histrica por las consecuencias, es decir por lo nuevo
emergente, se hace necesario ir ms all de una consideracin
descriptiva para abordar los cambios que de ello resultan. Y en
ese sentido, esa recepcin psiquitrica fue fallida ms all de la
extensin y la reiteracin de las referencias a Freud, porque las
lneas de transformacin del dispositivo psiquitrico, desde los
30, corrieron en Buenos Aires por otros carriles: desde la tradi-
cin de la higiene mental hasta las instituciones y discursos de la
salud mental en los 50. En esa tradicin, el psicoanlisis recin
va a hacer su impacto en la experiencia desplegada bajo la direc-
cin de Mauricio Goldenberg en el Hospital Aroz Alfaro de Lans
hacia los 60. Ese carcter fallido se hace notorio, por otra parte,
si se atiende a las trayectorias ulteriores de los representantes
mayores de esa recepcin psiquitrica: Gregorio Bermann, Emi-

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lio Pizarro Crespo, Jorge Thnon; todos ellos siguieron caminos
divergentes de los destinos del psicoanlisis, o francamente en-
frentados a ellos. En verdad, si hubo una recepcin mdica y
psiquitrica, se produjo, despus de la creacin de la Asociacin
Psicoanaltica Argentina, por la accin de alguno de los fundado-
res, notoriamente Arnaldo Rascovsky y Enrique Pichon-Rivire.
Frente a esa relativa ausencia de consecuencias de la primera
recepcin psiquitrica, se advierte la extensin de una penetra-
cin en la cultura que sigue otras vas: Nerio Rojas en La Nacin,
el consultorio del psicoanalista de Crtica, la biografa que Ste-
fan Zweig dedic al creador del psicoanlisis y la coleccin del
doctor Gmez Nerea publicada por la editorial Tor. Esta historia
del freudismo forma parte de las condiciones y los rasgos de la
peculiar modernidad de Buenos Aires; no slo porque en sus
captulos ms ilustrativos acontece la ruptura de tradiciones y la
emergencia de lo nuevo, sino, ms centralmente, porque no fal-
tan choques entre distintos registros de lectura y recepcin, por
ejemplo de la serie esttica y la serie ideolgica con la tradi-
cin cientfico-mdica en la acogida del freudismo. Esto justifica
mi propia serie, heterognea, en la medida en que procur man-
tener abierto un enfoque que reconociera las vas mltiples de
esa implantacin, privilegiando el potencial de renovacin en la
recepcin del freudismo y atendiendo a las consecuencias en el
nivel del pblico ms que de los especialistas.
Hubo algo de azaroso e imprevisto en los modos de esa recep-
cin: de all que resalte por momentos en este ensayo histrico un
cruce variado de discursos y trayectorias biogrficas y que, en
gran medida, esta construccin haya quedado organizada en tor-
no de la exploracin de algunas figuras que han participado di-
versamente en la apropiacin autctona de Freud: Jos Ingenie-
ros, Jorge Thnon, Emilio Pizarro Crespo, Alberto Hidalgo, Enri-
que Pichon-Rivire. Si hay all una serie, construida a posteriori
y en la que sus miembros difcilmente se reconoceran, no hay
nada semejante a un sistema, ni un campo o una trama, y en el
curso de la investigacin qued claro que una grilla interpretati-
va que acentuara alguna dimensin estructural de ese horizon-

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te de discursos dejara de lado un costado fundamental de estas
historias. Querra, entonces, acentuar en este relato el elemento
de aventura presente en las variadas capturas y lanzamientos de
los que fue objeto el discurso freudiano, una aventura de la inte-
ligencia y la sensibilidad sostenida por autores relativamente
excepcionales.
Finalmente, salta a la vista que la inclusin, en el ltimo cap-
tulo, de los primeros trabajos de Pichon-Rivire extiende el ciclo
investigado ms all de lo aconsejable desde el punto de vista de
una periodizacin estricta. Es fcil advertir lo que separa al pio-
nero del psicoanlisis institucionalizado del elenco de autores y
textos considerados en los captulos anteriores. En todo caso, en
el propio tratamiento del tema propongo la justificacin corres-
pondiente en trminos de una indagacin de la inicial extensin
del psicoanlisis a la sociedad por parte de una figura que resul-
tar esencial en la configuracin sesentista de la disciplina. Si
con ello llevo esta historia hasta el lmite en el que se entreabre
un nuevo ciclo, crecientemente expansivo, en los destinos del psi-
coanlisis en este territorio, a la vez, se deja ver lo que se pierde
respecto de las trayectorias ms tempranas de la circulacin na-
cional de Freud. En efecto, el perodo de la institucionalizacin
psicoanaltica desemboca a poco andar en el eclipse de la referen-
cia al padre del psicoanlisis, en la hegemona de un kleinismo
autctono y en las empresas de superacin del freudismo que
van a caracterizar la nueva etapa.

Agradecimientos. Este libro, como toda empresa humana, tie-


ne sus deudas. El proyecto inicial recibi un subsidio del CONICET
en el perodo 1989-1991. El captulo correspondiente a la sexo-
loga ha incorporado partes de una investigacin anterior sobre
matrimonio y familia en la Argentina, que recibi un subsidio del
Social Science Research Council en 1985.
Julio Ros me ayud en la deteccin y recoleccin de los textos
sexolgicos de Jos Ingenieros no incluidos en la edicin de sus
obras completas. Algunos captulos fueron ledos y discutidos en
el Programa de Estudios Histricos de la Psicologa en la Argen-

12
tina, en la Facultad de Psicologa de la UBA, en el Seminario de
Historia de las ideas que dirige Oscar Tern en la Facultad de
Filosofa y Letras y en una reunin del seminario del PEHESA,
de la misma facultad, coordinada por Hilda Sbato.
Mara Teresa Gramuglio ilumin con una lectura atenta y
perspicaz un borrador del captulo dedicado a Alberto Hidalgo.
Interlocutor a distancia, Jorge Belinsky ley y coment la prime-
ra versin del libro. Beatriz Sarlo ley los originales e hizo algu-
nas observaciones que me llevaron a introducir cambios en el
texto.
Por ltimo, esta obra culmina un desplazamiento que me ha
llevado desde el psicoanlisis a la historia intelectual y cultural
del psicoanlisis y las disciplinas psicolgicas. El impulso de esa
traslacin y el marco de la renovacin de mis herramientas con-
ceptuales han tenido en el crculo de la revista Punto de Vista un
espacio privilegiado de interlocucin y de iniciativas intelectua-
les durante ms de quince aos. A esa trayectoria colectiva quie-
ro dedicar este libro.

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14
Captulo 1

JOS INGENIEROS EN LA RECEPCIN DEL FREUDISMO

Entre Janet y Freud

Ingenieros se refiere muy pocas veces a Freud, y cuando lo


hace deja expuesto el repertorio de argumentos que constituirn,
durante muchos aos, el ncleo de la resistencia al freudismo. Su
posicin explcita muestra y transmite una matriz francesa de
recepcin de las ideas freudianas: Pierre Janet y su crtica al
psicoanlisis se anticipan a la lectura directa de la obra. En el
agregado a la quinta edicin de su conocida obra sobre la histe-
ria, en 1919, Ingenieros comienza por contraponer el anlisis
psicofisiolgico que Janet realiza de la histeria (a partir de los
fenmenos del automatismo psicolgico) al psicoanlisis de
Freud y Breuer. Pero esa separacin que acenta la distincin
entre fisiologa y psicologa queda desplazada y alterada en su
significacin cuando agrega que el psicoanlisis se concentra en
la vida emotivo-sexual de los enfermos, con lo cual indica un eje
diferente de oposicin: es la disposicin pansexualista (aunque
Ingenieros no use ese trmino) lo que distingue a la disciplina
freudiana. Esa prevencin respecto de la generalizacin de la etio-

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loga sexual vuelve a aparecer hacia el final del agregado me-
diante una comparacin que arroja al freudismo fuera del campo
de la medicina moderna ya que, dice, bajo esa concepcin no hay
otra cosa que el resurgimiento de la vieja teora uterina de la
histeria. Con ello dejaba establecido entre nosotros un ncleo
central del cuestionamiento al freudismo, que se continuaba con
la acusacin reiterada muchas veces desde entonces que sea-
laba en l una disposicin a proyectarse fuera de la medicina
resbalando a un terreno demasiado prctico y mundano.1
Pansexualismo y mundanizacin concentran, entonces, esos dos
ndulos interconectados de prevencin frente al psicoanlisis.
Sin embargo, la breve exposicin destinada a la concepcin de
la histeria en el primer Freud ofrece otro rasgo notable que ten-
dr consecuencias en la recepcin de lo que comenzar a llamar-
se el mtodo psicoanaltico; me refiero a la exposicin de la teo-
ra traumtica y la insistencia en el tratamiento segn el mo-
delo del desahogo verbal. No puede decirse que la exposicin
sea errnea, ya que corresponde a la primera teora freudiana y,
como se ver, sigue de cerca la exposicin de Janet, la que, en
todo caso, mantiene a Freud en el crculo de las tesis de Charcot
sobre la histeria traumtica.
Ese papel cumplido por Janet enla caracterizacin del psicoa-
nlisis, que marc la temprana recepcin de Ingenieros, se cum-
pli a travs de un texto polmico, de batalla casi, que fue pre-
sentado en 1913 en el 18 Congreso Internacional de Medicina,
en Londres, y que, de forma sorprendente, se public muy pronto
en la revista de Vctor Mercante en La Plata; la inclusin es no-

1. J. Ingegnieros, Los accidentes histricos y las sugestiones teraputicas,


Buenos Aires, Librera de J. Menndez, 1904. Reeditado en 1906 ya llevaba el
ttulo ms conocido, Histeria y sugestin. Estudios de psicologa clnica; su au-
tor haba eliminado la g de su apellido. La edicin que fij la versin definitiva
fue la quinta, de 1919, donde se incluy la referencia citada sobre Freud; de
cualquier manera las modificaciones no son sustanciales. J. Ingenieros, Histe-
ria y sugestin, quinta edicin, 1919; cito segn la edicin de Tor, Buenos Aires,
1956, pgs. 27-28.

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table si se tiene en cuenta que esa revista prcticamente no pu-
blic ningn otro artculo que se refiriera al psicoanlisis en toda
su trayectoria.2
El trabajo del autor de El automatismo psicolgico desarrolla,
a lo largo de ms de cincuenta pginas, una argumentacin do-
ble. Por un lado, trata de demostrar que lo que hay de cierto en
los descubrimientos y en los procedimientos del psicoanlisis ya
estaba presente en el anlisis psicolgico (dice referirse al que
cualquier psiquiatra bien entrenado sabe realizar, pero en ver-
dad parece hablar de su procedimiento) o en sus propios trabajos
clnicos. Por otro, denuncia en su conjunto la empresa freudiana,
en particular las proposiciones sobre la sexualidad, como una
construccin abusiva y arbitraria, ajena al campo de la medicina.
La indagacin de la obra que realiza Janet se concentra en la
teora de los recuerdos traumticos y su papel en las psi-
coneurosis; en ese sentido, toma como referencia central a las
primeras formulaciones de Freud, desde la Comunicacin preli-
minar de 1893. Es importante destacarlo porque ese relieve de
la versin traumtica (con sus consecuencias en cuanto a la
concepcin de la sexualidad y los usos del mtodo) es lo que va a
prevalecer durante mucho tiempo. Janet cuestiona, ante todo, la
amplitud y la generalidad de la etiologa traumtica, que podra
ser responsable de algunos pero no de todos los casos de histeria.
Su idea central es que la neurosis se sostiene en un conjunto de
sntomas suficientemente complejo y que para su desencadena-
miento se requiere, junto al recuerdo sealado por Freud un
estado mental particular definido como reduccin del campo
de conciencia o debilidad de sntesis psicolgica. Ese estado,
dice Janet, no siempre est asociado a los efectos del aconteci-
miento traumtico y debe ser separado del recuerdo o idea fija.3

2. P. Janet, El psico-anlisis, Archivo de Ciencias de la Educacin, I, 1914,


pgs. 175-229. Sobre el texto de Janet vase Elisabeth Roudinesco, La bataille
de cent ans. Histoire de la psychanalyse en France 1, Pars, Seuil, 1986, pgs.
242-257.
3. P. Janet, ob. cit., pgs. 179-180.

17
Lo que subyace es una concepcin que pretende dejar un espa-
cio al estado fisiolgico (algo que destaca Ingenieros contrapo-
nindolo a Freud) frente al enfoque apegado a la causalidad pro-
piamente psquica, que va a predominar en Freud a travs de la
nocin de defensa y el papel de la represin. Pero en este pri-
mer tramo de la crtica focalizado sobre el concepto y el papel
del trauma Janet polemiza con un Freud que permanece unido
a Charcot, con lo cual, puede decirse, ataca a ambos con un solo
golpe. Frente a la unilateralidad con la que el psicoanlisis bus-
cara slo los recuerdos traumticos, el anlisis psicolgico se-
ra una investigacin ms integral y sistemtica, apegada a la
observacin del paciente en distintas circunstancias y dispuesta
a remontarse a una pluralidad de factores: constitucin heredita-
ria, etapa evolutiva, enfermedades, intoxicaciones. Si Freud es
cuestionado por pretender explicarlo todo mediante el postulado
de un principio general (en este caso la tesis traumtica), lo que
Janet ofrece como garanta de un saber y de un procedimiento
mdico legtimos es una tcnica de observacin emprica y cier-
tas formas artesanales de tratamiento; con lo cual se prohbe toda
teorizacin y, por lo tanto, cualquier discusin con el psicoanli-
sis. En efecto, en la mayor parte de las objeciones slo puede o
bien alegar que las cosas son ms complejas y requieren una acti-
tud investigativa desprovista de principios generales previos, o
bien traer a luz algn material clnico que parece contradecir los
enunciados freudianos.
Sin embargo, hay un punto en el cual asoma una divergencia
que sin duda es terica y que se afirma en la teorizacin
janetiana del subconsciente, enfrentada en primer lugar con
Charcot. Su maestro en la Salptrire haba acentuado el papel
de la sugestin y la autosugestin en las neurosis traumti-
cas de un modo que pona de relieve el papel de las representa-
ciones mentales, lo que significaba proponer un mecanismo fun-
damentalmente psquico en la etiologa de ciertas neurosis.
Freud reconoce ms de una vez que parti de all en su primera
teora de las neurosis, y es en ese estado de transicin
charcotiano (que no dur ms all de 1896) que Janet lo fija

18
para desplegar su batera polmica. A la concepcin psquica
del trauma (desarrollada en Freud con la primera teora de la
represin) opone las proposiciones fisiopsicolgicas, por decirlo
as, del automatismo psicolgico. Nuevamente, lo determinan-
te es cierto estado de conciencia estrechada (eso que Breuer,
que segua una direccin anloga, llam estado hipnoide) en
el cual un sistema de fenmenos, que son a la vez psicolgicos
y fisiolgicos, sostiene la formacin del recuerdo patgeno; ste
ve favorecida su expansin por ese estado anormal de concien-
cia y por la ausencia de representaciones antagnicas, y se de-
sarrolla por asociacin anexando imgenes y movimientos, todo
lo cual, en la mayora de los casos, no sera causado por el acon-
tecimiento traumtico.
El sistema que subyace al complejo sintomtico se desarrolla
entonces automticamente, sin que sea necesario recurrir a la
intervencin de representaciones fuertes que obraran por suges-
tin y autosugestin. He aqu la explicacin sencilla que Janet
opone a la proposicin de Charcot desarrollada por Freud. De ello
derivar su apego a una concepcin igualmente fisiolgica de
los procesos separados de la conciencia: la subconciencia por des-
agregacin psicolgica. Se trata de una forma especfica de la
conciencia histrica y de otras formas de funcionamiento
extranormal, que se corresponde con un funcionamiento psquico
deficitario y disociado; la mejor ilustracin de esa nocin, se en-
cuentra en el polgono de Grasset, reproducido y expuesto por
Ingenieros.4
Janet, al mismo tiempo aunque no es el primero, deja esta-
blecida la caracterizacin del psicoanlisis como doctrina
pansexual. Y esto, desde la breve referencia de Ingenieros en
adelante, ser uno de los lugares comunes del cuestionamiento al
freudismo, recibido no voy a insistir sobre ello una y otra vez
como un eco de las lecturas aportadas por la psiquiatra y la
neuropatologa francesas. Por una parte, viene a decir el profesor

4. J. Ingenieros, Histeria y sugestin, ob. cit., pg. 236.

19
del Collge de France, el descubrimiento de las perturbaciones
de la sexualidad en el origen de las neurosis se remonta a Hip-
crates y ha sido unnimemente admitido por neuropatlogos mo-
dernos. El problema radica, en el caso de Freud, en la afirmacin
general que propone esa etiologa en todas las neurosis; nueva-
mente lo que se impugna es la generalizacin, que depende de
una teora, frente a la diversidad emprica de la clnica que no
admitira, en el abordaje apegado a los hechos y globalmente po-
sitivista de Janet, una reduccin semejante.
Pero la ndole misma de la sexualidad de que se trata es la que
est puesta en cuestin. En efecto, Janet acusa al freudismo de
no ocuparse de las modificaciones fsicas del sexo (las que se
asocian a los efectos de la pubertad, menopausia, amenorreas)
sino slo de su resonancia moral es decir, en trminos algo ofen-
sivos, de los recuerdos traumticos relativos a aventuras sexua-
les.5 De all deriva la referencia, que enfureci a Freud, al am-
biente viens de costumbres supuestamente relajadas del que
emergan las pacientes del psicoanlisis. Tambin aqu el proble-
ma central vena a ser el descuido de la causalidad orgnica, es
decir, la concepcin de una sexualidad que se autonomizaba del
funcionamiento corporal y donde las representaciones psquicas
impondran su dominacin sobre la mquina fisiolgica. Como es
evidente, se suman all dos argumentaciones de diversa ndole.
La primera afirma que la generalizacin de la etiologa sexual es
una exageracin, pero no se pronuncia acerca de si la teora cau-
sal es admisible, aunque limitada a algunos casos; la segunda, en
cambio, cuestiona la propia concepcin freudiana de la etiologa
sexual que aparece, en esta versin apegada al modelo del trau-
ma, como una prolongacin de la crtica bsica al paradigma de-
rivado de la neurosis traumtica de Charcot.
La primera objecin exige, de un positivista tenaz que es es-
clavo de los hechos, el recurso a la estadstica. Si no en todos, en
qu proporcin de cuadros neurticos intervienen perturbaciones

5. P. Janet, El psico-anlisis, ob. cit., pg. 204.

20
de la sexualidad? Janet admite que en su experiencia son ms o
menos las tres cuartas partes de los casos. Hasta aqu el psicoa-
nlisis quedara muy bien situado, si se admite que se mostr
capaz de explicar las razones etiolgicas de una mayora notable
de los casos. Pero la objecin mayor apunta, como se vio, a la
concepcin misma del factor patolgico sexual. Si destaco esa do-
ble argumentacin es porque en la recepcin psiquitrica sern
frecuentes los deslizamientos y las condensaciones; a menudo la
acusacin de los excesos en los que incurrira el freudismo escon-
de la otra impugnacin fundamental que apunta a la concepcin
misma de una lgica de la sexualidad despegada de la fisiologa.
Ms an, se encuentran all los principios de ciertos modos
tpicos no slo del rechazo del freudismo, lo que resulta evidente,
sino tambin de su aceptacin condicionada. En los casos en que
se elude la objecin de fondo basta atenuar esa radicalidad gene-
ralizadora presente en la proposicin pansexual para admitir
una integracin posible del psicoanlisis en la explicacin de al-
gunos casos o de algunos sntomas dentro del mbito polimorfo
y complejo de las neurosis. Por esa va el psicoanlisis vendra a
ocupar su lugar, junto a otras corrientes explicativas, en el cap-
tulo correspondiente de la psiquiatra, y se habra cumplido as
el temor anticipado por Freud.
El tenor de la crtica de Janet no deja lugar a dudas respecto
del juicio final sobre las consecuencias de la irrupcin del
freudismo: su expansin pone en cuestin el fundamento mismo
de la psiquiatra y la neuropatologa en su conformacin moder-
na. Al lado de ese cuestionamiento de fondo resulta menos im-
portante la objecin moral relativa a la sexualidad. Janet no quie-
re pasar por mojigato y deduce del freudismo (como el joven m-
dico al que se refiere Freud en El psicoanlisis silvestre pero
con una intencin de crtica irnica) una teraputica sencilla, a
saber, el coito normal y regular. Pero no se escandaliza por ello
sino que elige objetar, con la casustica correspondiente, que hay
casos de neurosis en parejas que llevan a cabo una vida genital
plena y sin conflictos aparentes, incluso sin las preocupaciones
de un embarazo no deseado porque existen impedimentos defini-

21
dos; insiste as en oponer la fuerza de los hechos a los excesos de
la teora. De cualquier modo, Janet no desconoce que el freudismo
no promueve simplemente la teraputica de la incitacin a la
actividad genital y debe referirse a la psicoterapia de las neuro-
sis segn el modelo, expuesto por Freud en La psicoterapia de la
histeria, a saber, la investigacin que saca a luz el recuerdo trau-
mtico, de acuerdo con la teora catrtica. Y aqu, en el nivel del
mtodo, la objecin apunta al objetivo mismo de la accin tera-
putica, ya que para el profesor Janet no basta con hacer cons-
ciente lo que llama las ideas fijas para hacerlas desaparecer:
se es slo el prembulo de un tratamiento moral que busca,
en la tradicin pineliana, dirigir y reeducar.
Finalmente, el freudismo es acusado de emplear un lenguaje
vago y metafrico y ocuparse de temas propios de la filosofa; si,
entonces, el psicoanlisis aparece, para Janet, como una filoso-
fa, el problema mayor es que pretenda ser parte de la ciencia
mdica, que se instale junto a la cama de los enfermos y en las
salas del hospital. De modo que el cuestionamiento janetiano al
freudismo insiste triplemente en esos rasgos que lo tornan ajeno
a las ciencias mdicas, con argumentos que, si bien no son fcil-
mente compatibles, no dejan de ilustrar que el ncleo fundamen-
tal de la resistencia anida en una cierta concepcin de la medici-
na. Y esto es lo que va a dominar en la recepcin psiquitrica,
incluso en quienes busquen integrar el freudismo al campo mdi-
co del que quedaba, en parte al menos, excluido. Las objeciones
podran escalonarse. Por una parte est el problema del cuerpo:
el psicoanlisis se sostiene en una concepcin de los sntomas
que elude la fisiologa. En segundo lugar se distancia de la medi-
cina moral por cuanto promueve una teraputica que no se ocupa
de todo el paciente y de su existencia moral; finalmente, inter-
viene la cuestin de la ciencia: en la medida en que no se circuns-
cribe a la observacin de los hechos, la voluntad de generalizar
tericamente conduce a la especulacin y la filosofa.
Sin embargo, aunque el carcter del artculo destaca esa
cosmovisin mdica, y eso es lo que domina en la recepcin
psiquitrica argentina, no puede desconocerse que el procedi-

22
miento analtico de Janet es psicolgico y establece cierta sin-
tona con las proposiciones de Bergson; pero no fue esa la ver-
sin de Janet que arrib a estas tierras. Janet se presentaba,
ante todo, como el representante de una psicologa mdica,
cuyo sentido quedaba a la luz con la expresin feliz medica-
mento psicolgico, para aludir a las psicoterapias. Y fue la
voluntad de desarrollar una psicologa clnica emprica, ana-
ltica y descriptiva, anexada al campo mdico, lo que lo llev a
recuperar la trayectoria de los viejos magnetizadores, en un
camino que continuaba la conquista iniciada por Charcot.6 Esa
es la matriz de una psicologa mdica que Janet inaugur gra-
dundose en las dos carreras Filosofa y Medicina algo que
George Dumas recomendaba a sus alumnos y que E. Mouchet
hizo entre nosotros. Ingenieros va a mostrar, en ese sentido,
una va de ingreso y un programa bien diferente en su obra
propiamente psicolgica.
Pero Janet ha dejado anclada la recepcin del freudismo no
slo por la va de esa batera de argumentos contrarios; tambin
impact en quienes se propusieron incorporarlo y usarlo: el
freudismo quedaba centralmente establecido en torno de la teo-
ra sexual traumtica y el modelo catrtico como un recurso
evacuativo, un procedimiento de descarga asociado al alivio re-
sultante de una confesin de la sexualidad.
El maestro francs contribuy tambin a instituir ciertas omi-
siones. Para esa va de lectura psiquitrica no slo los sueos y
la extensin a los actos fallidos de la vida cotidiana, sino tambin
la teora del desarrollo de la libido, el narcisismo o el anlisis de
la cultura quedaban casi fuera de lo comprendido en la circula-
cin del freudismo.

Esa temprana irrupcin de Janet, a travs de ese nico texto,


desempe, entonces, un papel fundamental en la recepcin psi-
quitrica de Freud y fue la fuente inspiradora de las objeciones

6. P. Janet, Les Mdications psychologiques I, Pars, Alcan, 1919.

23
del autor de Histeria y sugestin. Fuera de eso no hay evidencias
de que la propia obra de Janet haya tenido gran repercusin en-
tre nosotros, a pesar de que visit la Argentina en 1932.7
Con esta remisin de los argumentos de Ingenieros al ncleo
de ideas de ese trabajo de Janet podra parecer agotado el exa-
men de las relaciones del alienista argentino con la recepcin del
freudismo. Y sin embargo, ms all de esos enunciados y aun de
las convicciones de su antifreudismo, Ingenieros forma parte de
esta historia de un modo completamente diferente del de Janet.
En efecto, si se atiende a las condiciones que hicieron posibles
ciertas lecturas y cierta apropiacin de Freud en la Argentina,
Jos Ingenieros est colocado en una posicin central, en la medi-
da en que contribuy como nadie a establecer los lmites y el
sentido posible de su recepcin en dos reas fundamentales: la
psicoterapia y la sexualidad.
En el primer caso cumpli el papel de legitimar para la medi-
cina mental argentina el campo de problemas de la hipnosis y la
psicoterapia a travs de una obra, Histeria y sugestin, que es el
exponente mayor de la recepcin de las escuelas francesas de
Charcot y de Bernheim. En ese sentido, dej abierto el surco por
el cual una primera recepcin desde la medicina se hizo posible,
algo que se evidencia en las tesis mdicas sobre el tema que du-
rante aos remiten siempre a la obra de Ingenieros. En cuanto a
la sexualidad, la intervencin de nuestro autor sigue caminos
ms complejos, que sirven para poner en evidencia cmo se alte-
ra esa distincin inicialmente fcil entre la va psiquitrica y la
va literaria de circulacin del freudismo. Como se vio, en 1919 se
sita, frente a Freud, en una posicin cuestionadora del pan-
sexualismo. Y sin embargo, por sus trabajos sobre la psicopato-
loga sexual y, sobre todo, por sus ensayos sobre la pasin amoro-
sa contribuy a construir un espacio y un pblico para una

7. Vase P. Janet, Les progrs scientifiques, en Journal des Nations


Americaines: LArgentine, Nouvelle serie, I, n 7, 18 de junio de 1933; all des-
cribe sus impresiones del viaje a la Argentina.

24
lectura moderna del freudismo, en el marco de una sensibili-
dad, podra decirse, que sintonizaba con los aires de renovacin
democrtica y de reforma moral en el terreno de la sexualidad
que tendrn una expresin notable en la biografa de S. Zweig.8
Ahora bien, es importante resaltar que si nuestro psiquiatra
interviene as en dos reas fundamentales en la difusin del
freudismo, difieren el pblico y las repercusiones en cada una
de ellas. En efecto; si la obra psicopatolgica se dirige al lector
especializado (aunque las numerosas ediciones, incluida la muy
popular de Tor, dan idea de la expansin de su pblico), los ensa-
yos sobre el amor, reunidos pstumamente en el Tratado del
amor, encuentran sus destinatarios en un pblico ms vasto.
La historia de la hipnosis y del psicoanlisis, en cuanto nace
en ese terreno muestra cierta incompatibilidad con el espacio
manicomial. Tambin entre nosotros, como en Francia, la inves-
tigacin clnica y la aplicacin teraputica de la hipnosis, como
ncleo inicial de la psicoterapia moderna, no nacen en el espacio
cerrado del hospicio de alienados sino en los servicios de
neuropatologa, considerablemente ms abiertos a las restantes
especialidades mdicas. Y no puede dejar de destacarse la cen-
tralidad de la histeria en ese surgimiento. En efecto, dado que la
histeria es la gran simuladora de cuadros orgnicos, neuro-
lgicos en particular, los problemas del diagnstico diferencial
estn siempre presentes y en ese sentido es la clnica mdica en
su conjunto la que queda, por as decirlo, puesta en cuestin. La
histrica se hace presente en la escena mdica, ante todo, como
la que engaa y parece ser otra cosa que lo que es.
En ese sentido, estudiar las formas de la importacin de la
clnica y las teoras de la hipnosis, que se producen relativamen-
te por fuera del dispositivo psiquitrico, ayuda a pensar la rela-
cin difcil que se establecer posteriormente, en general, entre

8. S. Zweig, La curacin por el espritu, Buenos Aires, Anaconda, 1941; la


editorial Tor haba publicado la parte correspondiente al creador del psicoanli-
sis: Freud, Buenos Aires, 1933.

25
el psicoanlisis y la institucin psiquitrica. Brevemente, la pro-
mocin de la hipnosis realizada por Jos Ingenieros en los prime-
ros aos de este siglo vino a construir y legitimar un campo de
problemas, en el cruce entre la renovacin etiolgica de la teora
de las neurosis y los nuevos tratamientos centrados en la psicote-
rapia. Abandonada por el autor de El hombre mediocre, esa lnea
resurgir en los 30 por la obra de J. Thnon a partir de experien-
cias realizadas tambin fuera del hospicio y a travs de las cua-
les llegar a la incorporacin clnica del psicoanlisis. No hubo
penetracin del freudismo, en cambio, en el espacio de los esta-
blecimientos psiquitricos hasta la llegada de Pichon-Rivire al
Hospicio de las Mercedes.

La nueva clnica: histeria e hipnosis

La creacin de la primera ctedra de enfermedades nerviosas


en la Universidad de Buenos Aires, a cargo de Jos Mara Ramos
Meja, en 1887, implanta al mismo tiempo la influencia de la
nosologa de Charcot, en especial de la primera etapa de su labor
en la Salptrire. En ese sentido, es a travs de su maestro, en su
sala del viejo Hospital San Roque, que Jos Ingenieros se en-
cuentra clnicamente con la histeria; y aunque los roles no esta-
ban por entonces bien delimitados, es importante destacar que
no es en tanto que alienista que despliega su investigacin sobre
la histeria y la psicoterapia.9
La histeria aguarda, a quien quiera conjurarla, en los consul-
torios de enfermedades nerviosas y en conexin estrecha con el
mbito total de la clnica mdica. En cierto sentido, como ha sido
sealado, la condicin del relieve que adquiere hacia el fin de
siglo es justamente su colocacin en una tierra de nadie respec-

9. Vase Helvio Fernndez, Ingenieros psiquiatra, Nosotros, XIX, n 199,


diciembre de 1925. La ausencia de experiencia manicomial es justamente la
limitacin mayor que le seala

26
to del campo establecido de la medicina cientfica.10 La primera
condicin, que es muy anterior a Charcot, depende del reconoci-
miento de que hay enfermos de la imaginacin, a partir de lo cual
nace la medicina moral. Desde las postrimeras del iluminismo
francs, en el trnsito del siglo XVIII al XIX, puede hallarse un
reconocimiento del papel de los procesos psquicos en las enfer-
medades. Y en las condiciones de asincrona propias de la impor-
tacin de ideas en el campo cultural autctono, esas viejas tradi-
ciones que debern ser superadas para que emerja el paradig-
ma sugestivo se mezclan con las proposiciones provenientes de
la nueva escuela de la Salptrire. En la tesis de Luis Gemes,
inspirada centralmente en las ideas de Cabanis, es decir en la
influencia genrica de factores psquicos sobre el organismo y sus
enfermedades, se cuela una mencin del hipnotismo.11
Si el trabajo de Gemes ilustra sobre la enseanza que se im-
parta en la Facultad, el contexto de experiencia que permite ha-
blar de una medicina de las pasiones y la imaginacin no es el
manicomio sino la clnica general. En ese sentido, puede decirse
que inaugura cierto discurso que reaparecer intermitentemente,
durante dcadas, para justificar la incorporacin de la psicologa a
los estudios mdicos, a partir del reconocimiento del relieve de los
fenmenos psquicos y su importancia en el diagnstico y el trata-
miento. Que esto se haga en momentos en que la medicina busca-
ba intransigentemente fundarse en el postulado anatomopatolgi-
co, y que se haga, con setenta aos de retraso, en nombre de la
medicina filosfica de Cabanis, no hace sino ilustrar los modos
con que las novedades se procesan en ese perodo de conformacin
y recuperacin del tiempo perdido en la importacin cientfica.
En la exposicin de la accin recproca de lo psquico y lo fsico
Gemes destaca, siguiendo a su autor inspirador, la importancia
de las emociones, sentimientos y pasiones, de la imaginacin y de
la voluntad. Y en esa secuencia incluye una mencin de los fen-

10. Jean Starobinski, La enfermedad como infortunio de la imaginacin,


en La relacin crtica, Madrid, Taurus, 1974, pg. 174.
11. L. Gemes, Medicina moral, Tesis en la Facultad de Medicina, UBA, 1879

27
menos curiosos del hipnotismo, magnetismo animal o mesmeris-
mo, junto con las experiencias del espiritismo. Si la medicina
moral consista en el estudio de los fenmenos psquicos conside-
rados en la etiologa, sintomatologa y tratamiento de las enferme-
dades, a partir de all desarrolla ejemplos curiosos de la interven-
cin de factores morales, que incluyen el de los paralticos que
salan corriendo en ocasin de un incendio del Htel-Dieu, en 1737,
y el del mtodo de Boerhaave, en Harlem, quien para evitar los
ataques convulsivos epidmicos en su sala se paseaba con un hie-
rro caliente en un brasero y amenazaba con aplicarlo a la paciente
que empezara. En todo caso, a partir de ese relieve de los efectos
de la imaginacin se justificaban prcticas de intervencin tera-
putica que recurran a una eficacia puramente psquica, desde
los placebos al apoyo moral y las rdenes verbales; y la sugestin,
por esa va derivada, iba haciendo su camino entre nosotros.
Pero la medicina moral, construida por el ideologismo fran-
cs, de Cabanis a Pinel e Itard, descansaba excesivamente en la
figura, ms difcil de transplantar a estas tierras, del mdico
filsofo. El tratamiento moral nacido en el recinto del manico-
mio pineliano revelaba bien ese relieve de una operacin restau-
radora sobre la razn, ncleo excelso de la condicin humana,
que se mostraba, a los ojos de la medicina llamada cientfica,
demasiado despegada de la lgica anatmica: pocas autopsias,
escasez de tcnicas de laboratorio eran las impugnaciones reite-
radas al modelo alienista y a su pretensin de derivar una ideolo-
ga teraputica al campo de la clnica general. En ese sentido
resalta la colocacin atpica de la tesis de Gemes, por lo menos
de cara a las convicciones que dominaron el discurso mdico en
las dos ltimas dcadas del siglo XIX y de las cuales Jos M.
Ramos Meja era un fiel exponente. Paralelamente, Lucio Meln-
dez desplegaba una clnica de la locura inspirada tambin en el
tratamiento moral.12

12. H. Vezzetti, La locura en la Argentina, Buenos Aires, Folios, 1983. Se-


gunda edicin: Buenos Aires, Paids, 1985.

28
En pocos aos, en el mbito de la neuropatologa, el relieve
filosfico ha sido completamente erosionado; interesa destacarlo
porque sobre la cada definitiva de esa figura filosfica emerger,
en unas dcadas, una corriente y un actor alternativos: la me-
dicina psicolgica y el mdico psiclogo. Si Ingenieros viene a
constituirse, brevemente, en ese lugar, para ello debe recibir la
enseanza clnica de Charcot a travs de su maestro Ramos Me-
ja, que es quien abre el camino a ese cruce entre histeria e hip-
nosis, campo de accin del joven Ingenieros a comienzos de siglo.

Estudios clnicos sobre las enfermedades nerviosas y mentales,


de Jos Mara Ramos Meja, se publica en 1893, el ao de la
muerte de Charcot. Expone una clnica neuropatolgica que si-
gue de cerca las lecciones del maestro de la Salptrire; pero lo
hace de un modo que, a la vez que promueve la fundacin de una
especialidad neuropatolgica, busca mostrar su valor para el m-
dico general: el sistema nervioso interviene en la evolucin de
cualquier enfermedad.
Como sea, su campo no es el de la histeria y su preocupacin
por la semiologa se dirige sobre todo al deslinde con la psicopato-
loga. De all el inters destacado por la epilepsia y por ciertos
sndromes que pueden confundirse con los cuadros psiquitricos
destinados al manicomio. Por ejemplo, los delirios simuladores,
estados anlogos a los que estudia Charcot y que oscilan den-
tro de la locura y la razn, pero slo tienen la mscara de la
enajenacin mental, son a la locura lo que los sndromes simula-
dores de la histeria son a distintas enfermedades cerebrales o
medulares: esclerosis, meningitis, ataxia locomotriz. Es destaca-
ble la ampliacin de la nocin de simulacin ms all de la his-
teria, algo que pudo servir como indicacin para la tesis de J.
Ingenieros sobre el tema. Pero no todos los casos son diagnostica-
dos como histerias en la medida en que Ramos Meja sigue la pri-
mera nosografa de Charcot y busca infructuosamente el cortejo de
estigmas y fases establecidos por el patrn de la Salptrire.
El papel de la sugestin aparece en este trabajo inaugural no
tanto del lado de los procedimientos teraputicos sino como

29
autosugestin, es decir, como mecanismo que subyace a la insta-
lacin del cuadro correspondiente. Pero es claro que ese relieve
del mecanismo psquico debera llevar como lgica consecuencia
a introducirlo en el tratamiento. Sin embargo no hay evidencias
de que, hasta este trabajo, Ramos Meja haya empleado la hipno-
sis o la sugestin sistemtica; en todo caso, insiste en el papel
sugestivo que se logra como efecto de un medio estable. El viejo
tema alienista del hospital como un espacio directamente educa-
tivo y favorecedor de hbitos ordenados y metdicos reaparece,
entonces, bajo esa concepcin de la sugestin, un poco imprecisa
y mezclada con la tradicin del tratamiento moral.13
De Ramos Meja a Ingenieros se perfila, por lo tanto, el naci-
miento entre nosotros de una nueva tradicin de saber y nuevas
prcticas de tratamiento de las patologas nerviosas y mentales.
Podra decirse que la neurosis, en su acepcin moderna, ha sido
reconocida y, en parte, legitimada; y el descubrimiento de esos
nuevos cuadros, que sin embargo siempre estuvieron all, supone
una renovacin en las representaciones de diversos trastornos
subjetivos, la aparicin de otro tipo de demandas y, en fin, la
entrada en escena del neurtico, un actor que llega para quedar-
se definitivamente. Hay cambios en la constelacin de ideas y de
prcticas que slo son plenamente legibles cuando se los contex-
tualiza en ciclos de mediano alcance. Una mirada focalizada so-
bre los textos puede perder de vista esa significacin de efecto
ms prolongado que permite trazar ciertas genealogas, de Ra-
mos Meja a Ingenieros y luego a unos pocos psiquiatras que usa-
ron clnicamente a Freud sin desprenderse del modelo de la hip-
nosis, a la revista Psicoterapia, a los textos de Emilio Pizarro
Crespo, a Jorge Thnon y su teraputica freudiana. Despus vino
el nacimiento de la Asociacin Psicoanaltica Argentina y es cla-
ro que no se puede pensar esa historia segn una lgica de la
continuidad. Pero si se piensa que una historia del freudismo no
es enteramente separable de las peripecias del discurso sobre la

13. J. M. Ramos Meja, Estudios clnicos sobre las enfermedades nerviosas y


mentales, Buenos Aires, Flix Lajouane, 1893, pgs. 49, 58-63, 80-81 y 134-137.

30
neurosis y, ms an, de una historia de los neurticos como ani-
madores centrales de la implantacin de nuevas prcticas de tra-
tamiento, se encontrar la justificacin de ese examen ampliado
hacia el pasado.
As como la recepcin de Pinel y Esquirol oper fundamental-
mente en el nacimiento de la psiquiatra y la marc durante d-
cadas, la recepcin de Charcot, prolongada por la resonancia de
los debates con la escuela de Nancy, puede tomarse como punto
de partida de un verdadero giro en la concepcin de las perturba-
ciones psquicas, ms all de la conciencia que de ello tuvieran
sus protagonistas. En todo caso, ese paso decisivo hacia un pa-
radigma neuro y psicopatolgico renovados, que se funda en la
neurosis, se distancia de la filiacin pineliana, de la nosologa de
la enajenacin mental y de la institucin del manicomio para
reencontrar otros orgenes: Mesmer y los magnetizadores. Inge-
nieros inaugura as su obra sobre la histeria con una referencia
que se remonta a la magia como un territorio que la ciencia debe
conquistar para apropiarse de sus recursos. Janet, aos despus,
comienza su tratado sobre la medicacin psicolgica reconstru-
yendo la historia de los saberes acumulados por los magnetiza-
dores.
Entre otras cosas, un cambio fundamental (que se asocia
ntimamente al mencionado desplazamiento respecto de la fi-
gura del mdico filsofo) es la emergencia del automatismo
psquico, es decir eso que Grasset va a llamar psiquismo infe-
rior y que a la vez que una teora del inconsciente implicaba
la inclusin de una jerarquizacin de las funciones y un
rebajamiento de la operacin mdica: ya no lidiaba con la luz
de la razn sino con esa zona intermedia entre la fisiologa
nerviosa y las representaciones psquicas desagregadas del
centro consciente y volitivo. Contemporneamente a la obra
de Ingenieros sobre la histeria, Carlos Octavio Bunge expona
su doctrina sinttica de la subconsciencia-subvoluntad de un
modo que pona en relacin los fenmenos neuropatolgicos
explorados por la escuela de Charcot con la biologa evolucio-
nista, con las investigaciones fisiolgicas sobre la cerebracin

31
inconsciente, con la psicologa de las masas francesa y con la
filosofa romntica alemana.14
Durante el tiempo que Ingenieros dedic a la investigacin de
la hipnosis, inmediatamente despus de su tesis y de forma para-
lela a sus primeros trabajos en criminologa, pareci encontrar
un camino hacia la psicologa clnica que, al mismo tiempo, poda
coexistir con sus convicciones cientfico -mdicas. En efecto, la his-
teria y sus estigmas integraban el elenco de la neuropatologa
bajo la orientacin antomo-patolgica instaurada por Charcot,
pero al mismo tiempo sus accidentes, episdicos, estaban some-
tidos a una causalidad psicolgica indudable, y por esa va la
sugestin y la autosugestin remitan a la categora de las enfer-
medades sometidas a las causas morales. A la vez orgnica y
producto de la imaginacin, la histeria se prestaba, para una
mente curiosa y decidida como la de Ingenieros, a una experi-
mentacin ms libre. Y esa disociacin entre la causalidad or-
gnica y la psquica poda extenderse, en otro terreno, a la pre-
sencia simultnea de la ciencia y la magia.
El marco estaba dado por los parmetros establecidos por
Charcot; el cuadro esencial de la histeria, con sus estigmas per-
manentes, corresponda a una lesin neurolgica dinmica pero
irreversible; slo los accidentes variables eran susceptibles de
la teraputica sugestiva. A partir de ello, el mdico poda librarse
con mayor tranquilidad a sus prcticas taumatrgicas en el pla-
no de los accidentes, es decir de la dinmica psquica, en la
medida en que, dentro de esos parmetros, la disciplina anatmi-
ca y fisiolgica explicaba el sustrato del cuadro. Y el relato de la
fuerza de la sugestin, sometida ahora a la voluntad cientfico-
mdica, explicaba que detrs del sntoma exista una causalidad
mgica y una credulidad primitiva que exigan y obligaban a
oficiar de hechicero: Por qu no deberan los hombres de ciencia
repetir en sus clnicas los milagros practicados por taumaturgos

14. C. O. Bunge, Principios de psicologa individual y social, Madrid, Daniel


Jorro, 1903. El libro fue publicado en Pars, con un prlogo de Auguste Dietrich,
ese mismo ao, par la editorial Alcan.

32
incultos? Jess, en Galilea, y Pancho Sierra, en Buenos Aires,
tuvieron conocimientos que a Charcot le fuera vedado descubrir
en la Salptrire y a nosotros confirmar en San Roque?.15
La obra de Ingenieros no es ni un manual ni una exposicin
divulgadora. Fue hecha posible, por una parte, por esa experien-
cia clnica acumulada en la sala del Hospital San Roque, y por
otra, por la atencin prestada al estado de la cuestin y las pol-
micas en la neuropatologa francesa, en un momento en el que
las concepciones de Charcot haban perdido vigencia. Si Ramos
Meja quera ser el Charcot de estas tierras, es decir el organiza-
dor del campo diverso de lo que caa bajo el rtulo de patologa
nerviosa, Ingenieros se identificaba con el gesto del Charcot des-
cubridor de la histeria, en un momento en que ya no era posible
desconocer el ocaso de sus formulaciones. El resultado es un tex-
to que sigue a Charcot en la clnica y la discusin nosogrfica,
pero se inclina por Janet y Grasset en las proposiciones tericas,
procurando una sntesis con la teora fisiolgica de Sollier. Char-
cot y Janet son los autores ms citados, seguidos por Gilles de la
Tourette, autor de un tratado clnico sobre la histeria, y Sollier,
cuya teora fisiolgica es contraria a las tesis de Charcot.
El modo de presentacin y organizacin del material hace pen-
sar en las lecciones clnicas de Charcot, pero tambin en los Estu-
dios clnicos de Ramos Meja. El objetivo explcito es la clasifica-
cin y especificacin nosolgica, anunciado en el comienzo de la
obra que, por otra parte, se presentaba como el comienzo de una
serie de Estudios de patologa nerviosa y mental que no fue
continuada. En todo caso, la preocupacin por la nosografa de la
histeria, indagada en la variedad de sus sntomas, organiza cada
captulo segn una secuencia tpica: presentacin de un caso, se-
miologa, distincin entre los estigmas o signos permanentes y
los accidentes o transitorios, para concluir con la discusin del
diagnstico diferencial. Al lado del uso clnico de la hipnosis en la

15. J. Ingenieros, Los accidentes histricos y las sugestiones teraputicas, ob.


cit., pg. 15. En la quinta edicin, de 1906, se suprimi la mencin de Jesucristo
entre los taumaturgos incultos.

33
exploracin semiolgica y las extensas consideraciones de diag-
nstico, las aplicaciones teraputicas parecen bastante reduci-
das: unas pocas sesiones de sugestin en vigilia y bajo hipnosis.
En algunos casos que presentan crisis utiliza el recurso, inaugu-
rado por el maestro de la Salptrire, de instaurar bajo hipnosis
zonas histergenas y zonas frenadoras del ataque para segui-
damente instruir al paciente o sus familiares en la forma de inhi-
bir la crisis apenas comenzada. El uso ms frecuente incluye las
rdenes bajo hipnosis, pero en otros casos se limita al sueo hip-
ntico, sin rdenes verbales, para reforzar la sugestin en vigilia
y el uso igualmente sugestivo de remedios inocuos. De la docena
de tratamientos expuestos, la mayora excepto dos- no duran
ms que unos pocos das o un par de semanas, y varios se resuel-
ven en una sola sesin.
Es claro que Ingenieros no se interesa por el sentido de los
sntomas, algo que s estaba presente en el anlisis psicolgi-
co tal como lo llevaba a cabo Janet. Incluso se despreocupa all
donde el accidente tiene un origen cercano y preciso. Una mu-
jer joven recin casada es trada por su esposo con un edema en
el pecho izquierdo. El comienzo es claro y remite a una succin
prolongada de ese pecho en el curso de una relacin amorosa.
La misma descripcin aportada por el acompaante sealaba el
camino de un fantasma de embarazo ([es] como si mi mujer
estuviera criando...) y si nuestro psiquiatra no se orienta en
esa direccin es porque decididamente no le interesa. Resuelve
el cuadro sin recurrir a la hipnosis con una combinacin de me-
dicacin sugestiva y presiones verbales que se acompaa de una
prohibicin al esposo: abstenerse de palpaciones inoportunas y
succiones inconvenientes.16 En ese sentido, si hay referencias a
las ideas de Janet en el captulo terico, Jos Ingenieros no toma
en consideracin sus procedimientos de anlisis psicolgico en
los ejemplos clnicos de su obra mayor sobre la histeria y la
sugestin.

16. J. Ingenieros, Los accidentes histricos..., ob. cit., pgs. 300-303.

34
Los trabajos publicados por Janet en los primeros aos de su
trayectoria que son los que poda conocer Ingenieros cuando es-
cribi su obra contienen una buena proporcin de material cl-
nico y de ejemplos de su proceder teraputico.17 El anlisis psi-
colgico de los sntomas persigue, bajo hipnosis en la mayor par-
te de los casos, el comienzo de cada accidente, realiza una histo-
ria vital completa del paciente y registra meticulosamente sus
manifestaciones verbales, gestuales y toda conducta que pueda
asociarse al cuadro. Es decir que no se limita a un empleo suges-
tivo de la hipnosis mediante rdenes supresoras del sntoma sino
que investiga y busca una explicacin de ste. Partiendo de las
ideas fijas, retrotrae al paciente a la edad en que pudieron co-
menzar los trastornos y utiliza recursos inspirados en los viejos
magnetizadores y aun en los espiritistas, como la escritura au-
tomtica. Por otra parte, busca siempre completar los efectos de
ese anlisis mediante procedimientos de sntesis psicolgica,
en la lnea del viejo tratamiento moral, por ejemplo mediante
ejercicios escolares destinados a un propsito reeducativo. De la
inspeccin de los casos presentados por Ingenieros surge la dife-
rencia: no hay anlisis psicolgico en el sentido de investiga-
cin del nacimiento de los sntomas, sino que el mayor alcance
que otorga al empleo de la sugestin bajo hipnosis se orienta a la
investigacin clnica y el diagnstico diferencial; la teraputica,
como se vio, se reduce a la utilizacin de mandatos sugestivos
directos o indirectos.
La presentacin terica, en cambio, introduce el estado del
problema con el evidente propsito de arribar a una sntesis. En
la primera edicin, el captulo respectivo, Interpretacin cient-
fica y valor teraputico de la sugestin y el hipnotismo, se situa-
ba al comienzo de la obra; en ediciones posteriores pas a ubicar-
se al final, como una indicacin de un camino emprico inductivo
que propone al lector comenzar por el material clnico y la discu-
sin diagnstica. Si es evidente la distancia respecto de las tesis

17. Vase Henry Ellenberger, El descubrimiento del inconsciente, Madrid,


Gredos, 1976, cap. VI, en especial las pgs. 415-430.

35
de Charcot, Ingenieros no se inclinaba por las posiciones de la
escuela rival, encabezada por Bernheim, que tenda a hacer des-
aparecer a la histeria como entidad clnica bajo la forma general
de la sugestibilidad. En ese sentido, al tomar partido por la recti-
ficacin general encarada por P. Janet y sintetizada por Grasset,
vena a rescatar lo que era posible mantener de la enseanza de
Charcot. Ante todo la existencia y la autonoma nosolgica de la
histeria, aunque sus formas y sus lmites no coincidan ya con los
establecidos por el maestro. En ese marco, la defensa del valor
teraputico de la sugestin no era ms que la consecuencia lgica
de ese rescate, aunque en la exposicin de los procedimientos
teraputicos no mostraba reparos en recurrir a la inspiracin de
Bernheim.
De cualquier manera, el abordaje terico no deja de mostrar
que su clnica busca fundar en la fisiopatologa la validez cientfi-
ca de sus intervenciones. se es el valor atribuido al polgono
de Grasset, propuesto por su autor como un esquema que daba
cuenta de la fisiopatologa de los estados de disociacin o des-
agregacin (la histeria y el sonambulismo, pero tambin el sueo
y las distracciones) de un modo que rectificaba a Charcot al
mismo tiempo que desmenta las teoras puramente psicolgicas
de la escuela de Nancy. En ese sentido, el modo como introduce la
teora fisiolgica de Sollier es indicativo de una posicin que apun-
ta hacia una intermediacin eclctica. Dicho autor propona un
sustrato antomo-fisiolgico de los fenmenos histricos que pos-
tulaba la existencia de sueos patolgicos parciales que invadan
diversos centros funcionales y producan los sntomas orgnicos
correspondientes. Finalmente, viene a decir Ingenieros, las res-
pectivas teoras psico y fisiolgica de la histeria no son excluyen-
tes ni antitticas: mientras la primera muestra su utilidad en la
clnica, bajo la forma de una aproximacin descriptiva, la segun-
da aporta la interpretacin fisiopatolgica. Ninguna descripcin
clnico psicolgica, de cualquier manera, puede poner en duda la
conviccin bsica, derivada de Charcot, de que la histeria es una
enfermedad del sistema nervioso, o ms propiamente del cere-
bro; una enfermedad psquica en el sentido de Grasset, la cual,

36
a diferencia de la enfermedad mental, no tiene afectadas las fun-
ciones centrales, volitivas y conscientes.18
A partir de esa colocacin de Jos Ingenieros respecto de la
histeria, se entiende no slo por qu no estaba en situacin de
acoger al freudismo como una teora puramente psquica del cua-
dro, sino, ms an, por qu la propia recepcin de Janet se ate-
nuaba al quedar comprendida en una atencin dominante a la
dimensin nosolgica y a la sntesis fisiopatolgica. En ese senti-
do, Janet no poda cumplir, para Ingenieros, el mismo papel en la
recepcin del freudismo que termin cumpliendo ms all de su
voluntad en Francia.19 Ahora bien, es un hecho que nuestro au-
tor abandon rpidamente la investigacin en el campo de la hip-
nosis y de la psicologa clnica. De persistir en ese trabajo, ha-
bra llegado a evolucionar hacia un janetismo como matriz de
incorporacin de una lectura diferente de Freud? Por esa va po-
dra pensarse en un desencuentro circunstancial e imaginar lo
que podra haber sido el destino del freudismo en este rincn del
planeta si esa gran figura (intelectual, universitario, animador y
organizador de empresas culturales, faro de la juventud progre-
sista) lo hubiera tomado en sus manos. Nuestra metrpoli del
psicoanlisis pudo adelantarse varias dcadas? Tal proyeccin
retrospectiva es dudosa, y por una serie de razones que permiten
pensar que la separacin de Ingenieros respecto del campo de la
psicoterapia estaba fundada en objeciones de fondo.
Inmediatamente despus de la publicacin de su obra dedica-
da a la histeria, en 1904, se suman las circunstancias que lo lle-
varn en otras direcciones. Ese ao la Academia de Medicina de
Buenos Aires haba otorgado a la tesis sobre la simulacin la
medalla de oro a la mejor obra cientfica. En esa obra juvenil
estn planteadas las lneas que lo van a orientar durante ms de
una dcada: la criminologa y la enseanza de la psicologa. Era,
desde 1901, director del Servicio de Observacin de Alienados,

18. J. Ingenieros, Los accidentes histricos..., ob. cit., pgs. 37-38 y 40-41.
19. Elisabeth Roudinesco, La bataille de cent ans, ob. cit., tomo 1, tercera
parte.

37
dependencia policial integrada a la ctedra de Medicina Legal; poco
despus obtiene el cargo de profesor de Psicologa Experimental
en la Facultad de Filosofa y Letras. En 1905 participa en el V
Congreso Internacional de Psicologa, en Roma, donde obtiene xi-
to y reconocimiento por sus trabajos de psicopatologa criminal.
Despus de permanecer dos aos en Europa, a su regreso su inte-
rs y sus escritos se concentraron en esos dos campos, la crimino-
loga y la psicologa sistemtica. Parece claro que eran temas
ms aptos que la histeria y la hipnosis para satisfacer su ambi-
cin cientfica y sus deseos de ascenso y reconocimiento sociales.
La hipnosis y la sugestin no forman parte de su programa de
enseanza de la psicologa. La psicologa biolgica de Ingenieros,
que constituy su va de pasaje a la psicologa acadmica, es filo-
sfica, sin un anclaje emprico cientfico ni mucho menos clnico;
es ms que nada una introduccin a los fundamentos de la disci-
plina, sobre la base del mtodo gentico. Ms an, es conocida
su crtica al modelo estrecho de una psicologa fundada en la ex-
perimentacin de laboratorio, que desata una interesante pol-
mica con los discpulos de Wundt. Cuando el propio Thodule
Ribot interviene para defender a Ingenieros queda claro que el
centro de sus predilecciones francesas ya no se encuentra en la
inspiracin de Charcot y sus discpulos sino en las formulaciones
sistemticas del autor de La herencia psicolgica.20 En cuanto a
la psicologa criminolgica, el material clnico que constituye la
base emprica de su trabajo, entre contraventores y poblacin
carcelaria, no favoreci la continuidad de una lnea de investiga-
cin que requera necesariamente del aporte de las histricas e
histricos que acudan al servicio del hospital San Roque.

De los histricos a los criminales y los transgresores sociales,


el objeto mismo de esa empresa cientfica e institucional cam-
bia de forma radical. Ingenieros dej, entonces, rpido ese cam-

20. Vase J. Ingenieros, Los fundamentos de la psicologa biolgica, Rev.


Filosofa, Cultura, Ciencias y Educacin, I, n2 3, mayo de 1915, pgs. 442-471; y
Ribot, Rev. Filosofa..., III, n 1, enero de 1917, pgs. 1-7.

38
po de investigacin, aunque seguramente no dej de practicar
la hipnosis y, segn el testimonio poco confiable en sus deta-
lles de Manuel Glvez, haba montado su consultorio como un
aparato de sugestin.21 Esa retirada dej un vaco y las publica-
ciones sobre la hipnosis y la psicoterapia casi desaparecieron,
con excepcin de algunas tesis que son, en casi todos los casos,
resultados tardos de la obra de Ingenieros. Recin veinte aos
despus, como se ver, Jorge Thnon retomar esa va y por ella
llegar a Freud.
Hubo factores intrnsecos a su proyecto cientfico e intelec-
tual que lo alejaban de la hipnosis. Por una parte, si admita los
recursos de la magia como necesarios en la teraputica sugesti-
va (especialmente dirigida a pacientes intelectualmente pobres
como los que atenda en San Roque, pero no tanto en el trato
con Manuel Glvez), no eran fcilmente conciliables con el pro-
psito cientfico que predominaba sobre la vocacin teraputica.
Explicar, diagnosticar, desentraar los secretos de la enferme-
dad, y no tanto los del paciente: tal era el ideal de su voluntad
cientfica. La sugestin era simplemente un recurso instrumen-
tal y menor, ante todo porque slo se orientaba a la porcin
automtica y disgregada de la personalidad. Pero en el marco
de una psicologa biogentica y estrictamente determinista no
hay mucho espacio para confiar en la eficacia de las interven-
ciones psicoteraputicas. Es curioso ver que muchos mdicos,
que por definicin deben ser fisiologistas me refiero a los ilus-
trados , se dejan seducir por el dualismo filosfico y por el espi-
ritualismo, sin sospechar la contradiccin flagrante entre sus
conocimientos cientficos y las preocupaciones metafsicas de
muchos siglos de humanidad que pesan sobre ellos. Este p-
rrafo a propsito de los debates en torno de la histeria, conteni-
do en una carta a Sollier de 1904, testimonia el motivo de sus
preocupaciones; a la vez, expone una posicin prevenida frente
a teoras psicolgicas que eludan el fundamento fisiolgico que

21. Manuel Glvez, Amigos y maestros de mi juventud, Buenos Aires, Ha-


chette, 1961, pg. 143.

39
ser un argumento comn en la impugnacin mdica al freu-
dismo.22
Jos Ingenieros tampoco comparti el entusiasmo en la clni-
ca de su maestro Ramos Meja por el modelo de la hipnosis apli-
cado a las masas, equivalente social del psiquismo inferior; ms
an, lo rechaza explcitamente en una notable crtica a Las mul-
titudes argentinas.23 Es claro que no le atrae el paradigma que
hace del caudillo, hipnotizador de las masas, el actor principal
del curso de la historia, en la medida en que contrara su concep-
cin sociogentica, bioeconomicista y determinista. Si en el ideal
de Ingenieros se reserva un lugar privilegiado a una elite del
mrito, a la que aspiraba a pertenecer, no se lo hace segn el
modelo del hipnotizador sino del intelectual que ilumina la pol-
tica con las luces de la ciencia. No lo atrae, por lo tanto, bucear en
las profundidades de automatismos y atavismos sino slo, en todo
caso, diagnosticarlos en espera de que el progreso ineluctable per-
mita superarlos y reemplazarlos por formas ms evolucionadas.
La distancia conceptual salta a la vista con slo ver sus proposi-
ciones sobre la formacin de la nacionalidad argentina, en las
cuales la combinacin de determinismo y optimismo sociolgicos
no dejan lugar alguno a la accin del caudillo.24 Tampoco le atrae
la ficcin de la desagregacin que viene a afirmar, segn el mo-
delo de Grasset retomado por Le Bon, la emergencia de un alma

22. A. Ponce, Para una historia de Ingenieros, Rev. Filosofa..., XII, n 1,


enero de 1926; reeditado como Jos Ingenieros. Su vida y su obra, Buenos Aires,
Axioma, 1977, pg. 25.
23. J. Ingenieros, Las multitudes argentinas, Revista de Derecho, Historia
y Letras, 1899; comentario del libro de igual ttulo de Ramos Meja, reproducido
en J. Ingenieros, Sociologa Argentina, Obras Completas, vol. 8, Buenos Aires,
Elmer, 1957.
24. J. Ingenieros, La formacin de una raza argentina (1915), en Sociolo-
ga Argentina, ob. cit. Sobre la hipnosis y la psicologa de las masas en Francia,
vase A. Mtraux, French Crowd Psychology: Between Theory and Ideology,
en W. Woodward y M. G. Ash, The Problematic Science. Psychology in
Nineteenth-Century Thought, Nueva York Praeger, 1982; traduccin castella-
,

na: Departamento de Publicaciones, Facultad de Psicologa, UBA, 1992.

40
de la multitud, en la que convergen los rasgos del automatismo
psquico con la regresin atvica a formas sociales arcaicas en la
evolucin de las civilizaciones. Ingenieros rechaza esa separa-
cin entre conciencia individual e inconciencia de las masas (y
por lo tanto la correccin que Ramos Meja haca de Le Bon en el
sentido que slo los pocos educados pueden formar parte de una
masa psicolgica) por una concepcin psicosocial que no recurre a
la disociacin: la formacin colectiva simplemente intensifica ras-
gos psquicos presentes en el individuo.
Si el costado modernista y estetizante de su identidad intelec-
tual lo impulsaba a incursionar en temas alejados de sus convic-
ciones cientificistas como se ver en torno de la cuestin del amor
no parece haber operado empujndolo a relevar esa zona oscura,
nocturna, propiamente inconsciente de la naturaleza humana que
atrajo a simbolistas y decadentistas franceses. Es que el automa-
tismo inconsciente que buscaba explorar en conexin con la fisio-
patologa tena poco en comn con el inconsciente de los romnti-
cos. Es cierto que hay en Ingenieros un perfil nietzscheano que
acenta la dimensin moral del elitismo esteticista y que busca
no sin dificultades coexistir con la voluntad cientfica. Uno de sus
bigrafos menciona una aficin juvenil por los saberes esotricos
que parece ms una broma de la bohemia modernista que un inte-
rs profundo.25 Pero no hay en su produccin nada equivalente a la
atraccin por lo fantstico que escape a los lmites de la racionali-
dad ni hay mayores puntos de contacto con los relatos de Holmberg
o del Lugones de Las fuerzas extraas. En todo caso, si se toma en
cuenta el testimonio de M. Glvez sobre la disposicin de su con-
sultorio, el elemento taumatrgico sugestivo acompaa una pre-
sentacin inconformista y es asociable al esteticismo y al dandismo.
El campo de la hipnosis no constituy, pues, para nuestro autor

25. En La Montaa anunciaba la creacin de la Facultad de Ciencias Her-


mticas, que comprenda cinco ctedras: Ocultismo general, Cbala, Ocultismo
prctico, Teraputica oculta y Magnetismo trascendental. Vase Sergio Bag,
Vida de Jos Ingenieros, Buenos Aires, Eudeba, 1963.

41
un objeto de permanente inters, ni cientficamente, ni en su con-
cepcin nosolgica y clnica, ni en las repercusiones polticas de su
aplicacin a las masas. Sin embargo, en 1925, el ao de su muerte,
particip en Pars en la celebracin del centenario del nacimiento
de Charcot y comenz a escribir un apndice para agregar a su
obra sobre la histeria. Pero esos papeles se perdieron y nunca sa-
bremos qu contenan.26 El abordaje temprano de la histeria y la
hipnosis por parte de Jos Ingenieros dej una primera huella para
una recepcin del freudismo en relacin con el campo de la neuro-
sis, que haba cumplido para Freud un papel inaugural. No es fcil
determinar el impacto de esa obra de Ingenieros, pero ms all de
sus prevenciones contrarias al psicoanlisis, es probable que la
aureola instantneamente mgica del relato de esas intervencio-
nes teraputicas haya producido, sobre sus muchsimos lectores,
un impacto mayor que sus enunciados fisiopatolgicos.

Los sueos

Los sueos atrajeron la atencin de Ingenieros casi al mismo


tiempo que la de Freud: exactamente en el amanecer del nuevo
siglo.27 Pero a diferencia de Freud, no propugna ningn rescate
de las antiguas concepciones sobre el sueo, que eran contrarias
a su distanciamiento de las creencias populares y a su fe cienti-
ficista: hoy mismo las claves de los sueos ocupan lugar prefe-
rente en las bibliotecas de las clases mentalmente inferiores;
por consiguiente, intenta un examen que busca abordarlos cen-
tralmente desde la fisiopsicologa y la psicopatologa.28

26. A. Ponce, Jos Ingenieros, ob. cit., pg. 25.


27. Psicopatologa de los sueos, Criminologa moderna, I, setiembre de
1899, pg. 331. La psicopatologa de los sueos, La Semana Mdica, febrero
de 1900; presenta modificaciones respecto del anterior. Fue incluido en el volu-
men La psicopatologa en el arte, del cual hay diversas ediciones. En la tercera
edicin, de 1920, el texto fue ampliado y considerablemente modificado; cito
segn esa ltima versin, Losada, 1961.
28. J. Ingenieros, ob. cit., pg. 38.

42
El recurso a la etnologa y la mirada sobre los pueblos primiti-
vos lleva consigo un propsito, muy caracterstico de la cosmo-
visin evolucionista, de estudiar el problema en su gnesis y sus
efectos actuales. En efecto, da por sabido que los sueos han pro-
porcionado antiguamente fundamento a la creencia en espritus
sobrenaturales y en la supervivencia despus de la muerte; el
problema es que las quimeras animistas y espiritualistas rena-
cen sin cesar. De lo que se trata, en todo caso, es de rescatar el
fenmeno y a la vez despojarlo de todo misticismo; y aqu es don-
de aparece en la tercera edicin la mencin de Freud entre

[...] los psiclogos [que] han intentado determinar las condiciones en


que los sueos se producen y sus relaciones con la actividad imaginati-
va en el estado de vigilia,

es decir, entre las contribuciones recientes a la psicologa y la


psicofisiologa de los sueos. Parece evidente que no haba ledo
La interpretacin de los sueos y que lo citaba de segunda mano;
Ponce propone que lo conoca a travs del libro de Vaschide, tam-
bin citado.29
La versin inicial de 1900, que no menciona a Freud, est fun-
dada en el libro del italiano Sante de Sanctis.30 En la versin
definitiva Ingenieros ampla su perspectiva y acenta el inters
psicopatolgico, es decir, el papel de los sueos en los cuadros
psiquitricos y su significacin clnica; no presenta material cl-
nico y el trabajo se ocupa ms bien de una presentacin general
del tema. El punto de partida reside en la funcin biolgica del
sueo y el sustrato fisiolgico de las alucinaciones onricas, pero
en lo que se refiere al mtodo de estudio admite el material re-
trospectivo aportado por el relato del sueo, de acuerdo con el
modelo que haba proporcionado el libro de Maury.31 Citado ex-

29. Ibd., pgs. 42 y 51. N. Vaschide, Le sommeil et les rves, Pars, 1911.
30. S. de Sanctis, I sogni. Studi psicologici e clinici, 1899.
31. L. F. A. Maury, Le sommeil et le rve, 1861.

43
tensamente por Freud, los ejemplos de Maury haban proporcio-
nado al creador del psicoanlisis un material muy valioso para
probar sus tesis sobre los sueos. Pero la concepcin de los sue-
os de ese autor haba merecido de Freud el siguiente comenta-
rio:

No obstante, el valor de todas estas agudas observaciones para un


conocimiento de la vida anmica se empaa por el hecho de que Maury
no quiere ver en esos fenmenos que tan bien describe sino la prueba
del automatisme psychologique, que, a su entender, gobierna la vida
onrica. Concibe este automatismo como el opuesto total de la actividad
psquica.32

Esa es precisamente la posicin de Ingenieros: los sueos son


actividades automticas de los centros cerebrales cuya presen-
cia supone reconocer la existencia de grados en la intensidad de
los estados de conciencia. Una excitacin interna o externa opera
como causa inmediata en la medida en que sea capaz de provocar
subsensaciones subconscientes y desencadenar la intervencin
de centros cerebrales mediante asociaciones tan complejas como
las de la actividad consciente. Esa actividad cerebral automti-
ca no tiene la intensidad suficiente como para despertar al
soante, pero alcanza a producir fenmenos de memoria que pue-
den ser recuperados al despertar.33
La analoga con los fenmenos histricos salta a la vista en
cuanto se atiende a la comn remisin a los dominios del psi-
quismo inferior, en trminos de Grasset, pero mientras que en
la clnica de la neurosis Ingenieros mostraba su desprecio por
indagar en el sentido de los sntomas, en esta presentacin so-
bre los sueos (que, recordmoslo, es una exposicin monogrfica
sobre el estado de la cuestin en la bibliografa cientfica) admi-
te que stos expresan la personalidad individual y agrega:

32. S. Freud, La interpretacin de los sueos, O.C., Buenos Aires, Amorror-


tu, t. 4, pg. 96.
33. J. Ingenieros, ob. cit., pg. 48.

44
En ello se funda la psicologa contempornea para devolver su anti-
gua importancia al estudio de los sueos, considerndolos utilsimos
para comprender el carcter normal de los individuos y para descifrar
algunas de sus perturbaciones patolgicas.

La ciencia, admite nuestro autor, a menudo viene a confirmar


las ideas anticipadas por la supersticin; y por esa va reencuen-
tra una idea que est en el origen de la Traumdeutung freudia-
na, aunque desde luego no sabe muy bien qu hacer con ella.34 En
efecto, al igual que en el abordaje explicativo de los accidentes
histricos, insiste en la bsqueda de explicaciones fisiopatolgi-
cas que se extienden del sueo al delirio. Y cuando aborda el
valor clnico de los sueos en las neurosis, es para proporcionar
un relevamiento descriptivo, muy superficial, de las modalidades
del dormir y el soar en los distintos cuadros.
No hay evidencias de que el tema de los sueos mereciera ma-
yor atencin en las revistas mdicas, de modo que tambin aqu
Ingenieros aparece cumpliendo un papel inaugural en relacin con
una temtica que fue nuclear en la difusin del freudismo. Pero, a
diferencia de la histeria y la hipnosis no hubo ni habr des-
pus el sustento de alguna experiencia clnica o experimental.
El enfoque, finalmente, es anlogo en cuanto a las convicciones
biolgicas deterministas que constituyen su identidad cientfico-
mdica, pero careci del impacto que tuvo la obra sobre la histeria.

Psicopatologa sexual

Si seguimos recorriendo en la obra de Ingenieros los puntos en


los que pudo ser un mediador inadvertido del freudismo, no es
posible eludir sus trabajos sobre la psicopatologa sexual y el amor.
Patologa de las funciones psicosexuales. Nueva clasificacin ge-
ntica, de 1910, muestra a nuestro psiquiatra en una de sus ocu-

34. Ibd., pgs. 50-51.

45
paciones preferidas: la de nosgrafo y clasificador.35 La misma que
haba desempeado, con importante repercusin en los medios
nacionales e internacionales, con su trabajo sobre clasificacin de
delincuentes basada en la psicopatologa y, en alguna medida, en
la obra comentada sobre la histeria. Pero hay otra produccin fun-
damental sobre el amor sexual, a la que nuestro autor volvi una y
otra vez y que tuvo una repercusin incomparablemente mayor:
los ensayos sobre el amor. A diferencia de los trabajos de la serie
cientfica, publicados en los Archivos, estos textos que podran con-
siderarse como una produccin propiamente literaria tuvieron
una amplia difusin entre un pblico no especializado a travs de
su inclusin en las mismas publicaciones que difundan la narrati-
va sentimental popular.36 Por otra parte, despus de la muerte de
Ingenieros, su hermano Pablo inici la publicacin de una colec-
cin de cuadernos, de amplia difusin en quioscos, que ofrecan
una seleccin de diversos textos de nuestro autor.37 Entre una y
otra serie hay claros puntos de contacto.
La psicopatologa sexual expone su fundamento gentico
evolucionista y busca establecer principios estables en un campo
que, para nuestro alienista, hasta ese momento era una simple
enumeracin emprica de observaciones no guiadas por ningn
concepto general. Su ensayo de clasificacin sistemtica comien-
za por la exposicin de la formacin gentica de las funciones
psicosexuales, es decir de las funciones reproductivas en lnea
con los fines de la especie.38 El marco conceptual es enteramente

35. J. Ingenieros, Patologa de las funciones psicosexuales. Nueva clasifica-


cin gentica, Archivos de Psiquiatra, Criminologa y Ciencias afines, 1910,
tomo IX, pgs. 3-80.
36. Vase B. Sarlo, El imperio de los sentimientos, Buenos Aires, Catlogos,
1986, pgs. 77-86.
37. Vase La obra del Dr. Jos Ingenieros, serie de cuadernos de la Editorial
Pablo Ingegnieros; aunque casi ninguno consigna fecha de edicin, puede esti-
marse que salieron a partir de 1926 o 1927.
38. J. Ingenieros, Patologa de las funciones psicosexuales, ob. cit., pgs.
3 y 5.

46
anlogo al presentado en su psicologa biolgica. Por una parte,
debe partir del cruce entre determinismo filogentico y desarro-
llo ontogentico de las funciones biolgicas reproductivas; por
otra, los procesos psquicos vienen a ser la expresin, en la evolu-
cin de la especie, de procesos biolgicos: la psiquicidad es una
propiedad de la materia viva y deriva de la irritabilidad y el mo-
vimiento. Sin embargo, el evolucionismo de Ingenieros no sigue
la conocida ley biogentica fundamental de Haeckel, que tenda
a reducir el desarrollo individual a la reproduccin de la evolu-
cin de la especie, sino que introduce en el individuo una dimen-
sin volitiva que desorganiza la lgica determinista y abre un
espacio para el ejercicio de la libertad subjetiva. Es claro que
surgen tensiones inconciliables en su sistema de pensamiento,
que han sido, por otra parte, sealadas.39
Pero lo que interesa, en relacin con los problemas de la sexua-
lidad, es que en las grietas del determinismo aparece, en la expe-
riencia del amor sexual, el reconocimiento de la vivencia subjeti-
va individualizada bajo la forma de la pasin, un tema central de
la serie literaria de nuestro autor. La expresin psquica de
esas funciones reproductivas comprende, para Ingenieros, tres
procesos distintos. La emocin sexual de placer, forma evolutiva-
mente avanzada de cumplimiento del fin biolgico, tiende a cons-
tituir un hbito; ste, como un carcter adquirido, se transmite
hereditariamente para formar la tendencia que se corresponde
con la vieja nocin de instinto pero que, dice Ingenieros con crite-
rio moderno, no tiene la fijeza del instinto. En ese sentido, com-
parte con Freud un neolamarckismo residual que lo lleva a acen-
tuar la variacin en el tiempo: la tendencia sexual

[...] es adquirida en el curso de la evolucin de las especies y fijada con


caracteres especiales en la evolucin de la especie humana.40

39. Vase Jorge Dotti, Las hermanas-enemigas. Ciencia y tica en el positi-


vismo del Centenario, en Las vetas del texto, Buenos Aires, Puntosur, 1990.
40. J. Ingenieros, ob. cit., pg. 6.

47
Tal es el fundamento biolgico del tercer elemento de la serie: el
amor propiamente tal, el sentimiento que, en su fase activa, tran-
sitoria, asume las formas de la pasin. En el amor subjetivo se
conjugan, idealmente, la subordinacin al cumplimiento de las ten-
dencias de la especie con la expresin de una experiencia indivi-
dual que para Ingenieros se somete fuertemente a la accin de la
educacin en sentido amplio, es decir, a todo lo que no es heredi-
tario. La clasificacin psicopatolgica de la sexualidad que propo-
ne no hace sino desplegar el cuadro prolijo de los trastornos por
dficit, exaltacin o desviacin de la emocin, de la tendencia y
del sentimiento. Lo importante es que la clasificacin se sostiene,
como la obra sobre la histeria y la sugestin, en la exposicin de
una galera de casos que constituyen un verdadero repertorio de
las infelicidades de la vida sexual en Buenos Aires a principios de
siglo. El catlogo de perturbaciones exhibe un mundo heterogneo
y escondido de la sexualidad en el que se mezclan y se pierden las
diferencias de idioma y de educacin y se trastruecan las jerar-
quas sociales. Y el Servicio de Observacin, en muchos de los ca-
sos, es el recinto de esa exploracin impiadosa de la intimidad
ertica. Desde el punto de vista de las nacionalidades, en ese espa-
cio predominan los extranjeros: espaoles, italianos, franceses y
hasta un turco; en cuanto a las profesiones, las prostitutas se re-
nen con las maestras y las seoras de buena familia y los jornale-
ros alternan con los profesionales, incluyendo un mdico.
Contrariamente a lo esperable, la figura siniestra de la dege-
neracin que apareca ms uniformemente aplicada al campo
del delito no tiene un uso extenso. En principio se atribuyen a la
degeneracin las perturbaciones de la tendencia instintiva, pero
con un amplio campo para la accin de la educacin, en el senti-
do amplio que se da al trmino y que coincide con la de un apren-
dizaje que incluye los recursos de la sugestin. Ya que, efectiva-
mente, esa dimensin de la sexualidad como una experiencia de
aprendizaje es lo que resalta en esta presentacin de los trastor-
nos de la pasin amorosa, y su centralidad en la existencia hu-
mana queda paradjicamente exaltada con el muestrario de sus
extravos.

48
En ese escenario animado por el cruce de historias, verdade-
ros relatos de las variantes de la pasin, Ingenieros se muestra
como un mdico poco convencional, escasamente apegado a la
moralina y la hipocresa habituales en las costumbres de su tiem-
po. No es que no se publicaran en las revistas mdicas, en los
Archivos en particular, presentaciones de casos con patologas
sexuales, generalmente asociadas a transgresiones sociales di-
versas; pero nadie hasta entonces haba expuesto una clnica tan
diversificada que, adems de exponer algunos casos en los que el
lmite con la sexualidad normal era impreciso, mostraba en algu-
nas de sus intervenciones psicoteraputicas un notable despre-
juicio. Se puede encontrar all la continuidad de una posicin
inconformista que est presente, exaltadamente, en los escritos
juveniles sobre el amor a los que me referir ms adelante.
Frente a la visin demonizadora que la medicina positivista
haba adoptado hacia la masturbacin (y que se mantuvo duran-
te dcadas en el discurso psiquitrico) nuestro autor exhibe una
actitud muy poco condenatoria. Da cuenta de la existencia de la
masturbacin en ambos sexos, y la interpreta de un modo que
revela esa superposicin irresuelta entre la naturaleza y la cul-
tura que sostiene su pensamiento sobre el amor sexual. Ya que,
por un lado, es la expresin de la intensidad de la tendencia ins-
tintiva, pero, por otro, forma parte, viene a decir, de la educacin
necesaria de la emocin, es decir del aprendizaje de la voluptuo-
sidad sexual. Justamente es el dficit de esa necesaria educacin
ertica el factor causal, propiamente psicolgico, de los frecuen-
tes casos de dficit de voluptuosidad en la mujer:

La mujer va a los brazos del hombre sin saber de fijo lo que va a


sentir, a menos que est entrenada por la masturbacin.41

De all la necesidad, dice Ingenieros como un sexlogo que va


ms all de lo habitual, de que el marido asuma su responsabili-
dad en la formacin ertica de la mujer o, de lo contrario, se re-

41. Ibd., pg. 34.

49
signe a que ella busque en otros brazos lo que su incompetencia o
su egosmo le impiden proporcionarle. Y aqu aparece una refe-
rencia a Freud que no es la nica en el trabajo, pero es la ms
especfica; rescata el cuadro de la neurosis de angustia (que
traduce neurosis ansiosa) y la etiologa propuesta por el mdico
de Viena, que la adjudicaba a la incompleta satisfaccin sexual,
pero para insistir en una direccin que no estaba insinuada por
Freud, a saber, la responsabilidad del egosmo sexual del parte-
naire; se trata, dice Ingenieros, de un

[...] estado neuroptico frecuente en mujeres de sujetos cuya emocin


sexual es muy rpida y no se preocupan de devolver los placeres que
reciben.

La posicin frente a los sntomas no es pareja, y en algunos


casos Ingenieros se conduce como el naturalista que observa y
describe sin intervenir. Pero cuando adopta una posicin de tera-
peuta reaparece el perfil del taumaturgo, en esta oportunidad
exaltado por la materia misma sobre la que interviene: las peri-
pecias ingobernables de la pasin amorosa. Algunos casos pue-
den ilustrar la modalidad de operacin de este sexlogo no con-
vencional que, puede decirse, inaugura el tratamiento de pare-
jas. Una joven mujer diagnosticada como histrica que ha hecho
varios intentos de suicidio termina por confesar al psiquiatra que
despus de dos aos de matrimonio desconoce el goce sexual y
teme, a partir de algunos reproches recibidos, que el marido pue-
da dejar de amarla. Ingenieros explora la modalidad de sus rela-
ciones y se asegura mediante un rpido examen de la sensibili-
dad genital que la mujer no carece de emociones voluptuosas.
De paso contribuye decididamente a una educacin de esa sexua-
lidad dormida: la joven esposa aprende que sus sensaciones no se
localizan donde crea y descubre la sensibilidad ertica de la par-
te superior de la vulva.
Seguidamente se trataba de educar al verdadero educador, el
marido ignorante, al que fue ilustrando, con prudencia, para ha-
cerlo capaz de despertar a esa princesa dormida; a ello agrega

50
una recomendacin tcnica: el coito con las piernas cerradas de
modo que se intensifique la excitacin de la zona del cltoris. Esa
sencilla educacin sexual resolvi el problema, consigna Inge-
nieros, partcipe de un verdadero ritual de iniciacin ertica, he-
cho posible porque fue capaz, en alguna medida, de recibir la
demanda femenina; huelga decir que con otra posicin mdica el
desenlace pudo haber sido muy distinto.42
Otro caso parece condensar la complejidad de factores mdi-
cos, psicolgicos, morales, religiosos y jurdicos que reconoce en
los trastornos de la sexualidad. Se trata de una anestesia sexual
en un hombre, joven y de educacin superior, que pas varios
aos internado en un colegio de jesuitas. Sin ninguna experien-
cia ertica previa, ni siquiera el onanismo, se casa a los 24 aos.
Transcurridas varias semanas el matrimonio no se ha consuma-
do ni lo ha intentado, por lo que la esposa lo abandona y per-
suadida por su familia inicia un juicio de nulidad. En esta situa-
cin extrema Jos Ingenieros es llamado a intervenir y disea
una teraputica mltiple con un propsito declarado:

[...] destruir en el nimo del enfermo las absurdas sugestiones religio-


sas que lo hacan mirar aun despus de casado como un vicio o un
pecado el acto sexual.

Es fcil imaginar a nuestro psiquiatra poniendo teatralmente


en escena la batera de recursos de una accin sugestiva que de-
ba vencer las tinieblas del misticismo. Pero en este caso de anal-
fabetismo sexual, segn su expresin, no alcanza con su sola
actividad educativa. Recurre inicialmente al propio director espi-
ritual del desgraciado para reforzar la presin ejercida contra
esa obstinacin por la castidad. Desplazada esa influencia nefas-
ta sobre el cuerpo y sus fines, la educacin fue completada por
una inteligente meretriz que aport su auxilio profesional para
enderezar lo que el jesuita haba desviado. Finalmente, el xito

42. Ibd., pg. 35.

51
coron la empresa y el joven matrimonio fue salvado de ese pri-
mer fracaso.43
Una joven viuda muy aficionada al piano ha contrado un h-
bito peculiar: alcanza una intensa emocin sexual cada vez que
ejecuta la Ertica de Grieg. A pesar de sus propsitos de no
hacerlo ms que una vez por da, la tentacin la asalta cada vez
que se sienta al piano; es en el abuso, y no en la prctica en s,
donde reside para ella el problema, algo que Ingenieros acepta
claramente. Diagnostica una neurastenia sexual y se propone a
la vez reeducar su voluntad e instalar asociaciones inhibidoras
mediante la sugestin bajo hipnosis. Pero a todo ello agrega el
consejo- de satisfacer sus deseos sexuales por los medios ordina-
rios.44
En muchos de los casos, especialmente en el captulo de las
alteraciones del sentimiento, el tratamiento de la sexualidad se
superpone con una clnica de la sugestin, lo que muestra una
utilizacin de los procedimientos asociados a la hipnosis que va
mucho ms all del campo de la histeria. Ms an, a pesar de las
limitaciones nosolgicas que busc establecer a travs de una con-
cepcin fisiopatolgica de la histeria, es fcil advertir que la neu-
rosis por desagregacin y automatismo le proporciona un modelo
general explicativo de los sntomas en los que la intervencin de
factores psquicos est fuera de cuestin. Veamos un caso que
nuestro mdico diagnostica erotismo psquico senil. Se trata
de un argentino de 60 aos que alega que no puede salir a la
calle porque la sola visin de una mujer le produce una excita-
cin incontenible. Todo comenz una maana en la que desper-
t con una ereccin; la noche anterior haba abusado un poco
del alcohol en una reunin con amigos ante los cuales se haba
vanagloriado de sus aventuras sexuales de otros tiempos. Du-
rante toda esa maana se convenci autosugestin, indica
Ingenieros de que viva un resurgimiento de su actividad
sexual y desde su primera salida a la calle se le produjo el mo-

43. Ibd., pg. 36.


44. Ibd. , pgs. 48-49.

52
lesto sntoma. Nuestro psiquiatra comprueba con un sencillo
experimento que la excitacin vivida subjetivamente no se acom-
paa de la expresin somtica correspondiente y establece su
teraputica sugestiva. A la autosugestin debe oponerse una su-
gestin ms poderosa; en este caso mediante un frasquito de agua
coloreada al que atribuye un efecto tan poderoso que no debe
tomar ms que unas pocas gotas. A los tres das el paciente retor-
na a expresar su agradecimiento.45
Es claro que, como en el caso de la histeria, la intervencin
sugestiva no se interesa por avanzar en un anlisis que alcanza-
ra a revelar algo ms sobre el origen y el sentido de los sntomas.
Pero eso no impide que en esas pginas se despliegue el reconoci-
miento de una sexualidad compleja, sometida a una dinmica
subjetiva irrepetible y que no merece ni el tratamiento genrico,
reconstituyente, del cuerpo ni el lugar comn del consejo mo-
ral. En todo caso, Ingenieros es, ante todo, un observador atento
que explora la dimensin del mecanismo corporal con mentali-
dad mdica y, a la vez, la dramtica de los afectos y los deseos
mediante una psicologa descriptiva, de races literarias ms que
cientfico-naturales. Finalmente, el tratamiento incluye bsica-
mente las nociones y los recursos de esa psicologa clnica apren-
dida al lado de la histrica, pero junto con una dosis considerable
de sentido comn.
Aun limitado a la simple observacin y a la mnima experi-
mentacin que se le hace posible en ese contexto, los problemas
de un saber sobre la sexualidad, que sea capaz de sostener una
intervencin eficaz, enfrenta dificultades definidas. Frente a ellas
nuestro autor exhibe a la vez la novedad de sus clasificaciones y
la incertidumbre de la observacin de cuadros y casos pendientes
de una explicacin ms satisfactoria: en ese sentido, puede ser
considerado algo ms que un nosgrafo de la psicopatologa
sexual, en tanto aparece involucrado en un ejercicio de explora-
cin emprica abierta. Finalmente, en esa galera de sexpatas

45. Ibd., pgs. 73-74.

53
no deja de aparecer la incgnita y el misterio. Un sujeto de nacio-
nalidad rabe, recin llegado a estas tierras, es trado por la poli-
ca al Servicio porque persigue a los nios que ve por la calle y se
queda ante ellos en amorosa e interminable contemplacin. Ante
todo, Ingenieros explora que el turco como lo llama con quien
le es imposible comunicarse, es inofensivo ya que nunca pasa de
esa mirada fascinada; despus contina con una secuencia de
experimentacin, en la que incluye a un nio (elegido entre los
menores depositados en el Servicio) como auxiliar. Igual que un
director de escena arma en ese escenario una exploracin dram-
tica de ese extrao amor por los nios. El infantil colaborador
annimo sigue las indicaciones del psiquiatra y le impone al in-
ternado que lo contempla y lo sigue extasiado posiciones corpora-
les forzadas que el otro adopta inmediatamente. Con diversas
directivas pone a prueba su dominio que ningn adulto es capaz
de ejercer sobre el infeliz enamorado. Lo hace pincharse, comer
madera y papel, exhibir los genitales y el trasero y finalmente, lo
convierte en un perro. El pobre turco se desplaza en cuatro patas
y sigue a su pequeo amo dando ladridos intermitentes; y
escenifica, en ese reducto de la marginalidad y la locura para
Ingenieros, que solamente observa y se abstiene de cualquier en-
cuadre teraputico los rituales incrementados de la servidum-
bre amorosa.

Los ensayos sobre el amor

En el trabajo de 1910, en el captulo destinado a la psicologa y


la psicopatologa del sentimiento sexual, es decir del amor, est
presente un ncleo de las ideas desarrolladas en los diversos
trabajos sobre el tema a lo largo de casi treinta aos. En efecto,
las cuestiones del amor estuvieron en el principio y en el final
de la obra escrita de Jos Ingenieros, desde los artculos publi-
cados en El Mercurio de Amrica a fines del siglo hasta el Tra-
tado del amor, en el que trabajaba en el momento en que lo
sorprendi la muerte. Ingenieros produce con esos ensayos un

54
discurso decididamente moderno sobre el amor, enfrentado no
slo a las representaciones tradicionales sostenidas en la mo-
ral catlica sino al sentido comn eugensico que dominaba la
visin mdica de la cuestin.46
Es fcil advertir que ese campo de problemas, en el clima inte-
lectual propio del fin de siglo, se sita en un cruce de referencias,
entre la tradicin naturalista, tanto filosfica como cientfica, y
la apelacin moral, es decir entre el conocimiento objetivo y la
interpelacin normativa. Esa interseccin se produce en el marco
de una atmsfera cultural de transicin, enfrentada crticamente
con el pasado y alimentada por corrientes filosficas, estticas y
cientficas divergentes. Esa serie de textos revelan la compleji-
dad de un pensamiento que rompe los moldes del estrecho positi-
vismo que suele adjudicarse a Ingenieros, y emerge ms bien una
identidad compuesta inestablemente, en trminos de Ponce, [..]
una mezcla extraa de Charcot y DAnnunzio con Lombroso y
Nietzsche.47
En ese sentido, esa incursin en la temtica del amor revela
rasgos tan poco convencionales como los que se han sealado en
sus prcticas de sexlogo, ante todo por la forma como combina el
discurso cientfico naturalista con la elaboracin esttica moder-
nista. A ello contribuye, por otra parte, el relieve propiamente
moderno de las cuestiones del amor, desde la exaltacin romnti-
ca del Werther hasta la indagacin literaria de Stendhal, del uto-
pismo revolucionario del nuevo mundo amoroso en Fourier a la
metafsica pesimista y vitalista de Schopenhauer, de la biologa
evolucionista del instinto y la seleccin sexual al descubrimiento

46. En lo que sigue reproduzco con algunas modificaciones un trabajo ya


publicado, Los ensayos sobre el amor en los primeros escritos de Jos Ingenie-
ros, Anuario de Investigaciones, I, Fac. de Psicologa, UBA, 1991.
47. Anbal Ponce, Jos Ingenieros, ob. cit., pg. 26. J. Ingenieros, Bases del
feminismo cientfico, El Mercurio de Amrica, noviembre de 1898, pgs. 269-
284, y El amor mltiple en las futuras relaciones sexuales, id., junio de 1899,
pgs. 331-354.

55
de la psychopathia sexualis, en fin, de la prdica emancipadora
del feminismo al nacimiento de nuevas disciplinas cientfico-mo-
rales: eugenesia, higiene mental y familiar, sexologa.
Bases del feminismo cientfico, de 1898, es el punto de parti-
da de ese primer discurso sobre el amor y el matrimonio. La pri-
mera parte acenta un enfoque cientfico inspirado en una so-
ciologa bioeconomicista que lee a Engels a travs del italiano
Aquiles Loria. Afirma que la condicin jurdica y social de la mu-
jer y su posicin en la familia estn determinadas por la depen-
dencia econmica respecto del hombre, de modo que, segn un
paralelismo estricto respecto de las formas de propiedad, la mu-
jer ha sido esclava del hombre en la sociedad esclavista, vasalla
bajo el feudalismo y permanece en situacin de asalariada del
esposo en el capitalismo. El camino hacia la igualdad, insiste In-
genieros, debe ser primero econmico y social para despus ex-
presarse plenamente en el plano jurdico.
La segunda parte, mediante un giro hacia lo subjetivo, coloca
al amor en el centro del tratamiento de la condicin femenina al
ocuparse del derecho de amar y la pluralidad afectiva.48 Y co-
mienza por afirmar la igualdad entre los sexos en materia amo-
rosa; las diferencias, en todo caso, son debidas a rasgos adquiri-
dos por influjos ambientales y por la educacin. El relativismo
moral sostiene una concepcin de las costumbres y los valores
que los hace variables en el tiempo y, en el caso de la institucin
matrimonial y familiar, sera impuesta por la supremaca econ-
mica del hombre.
Por otra parte, ese planteo igualitarista se combina con una
concepcin del instinto como impulso vital y forma primaria de la
voluntad; all se dibuja el camino de una conciliacin imposible
entre la inspiracin en Nietzsche (cuando denuncia a la moral
dominante por estar dirigida en sentido opuesto a los instintos
de la vida)49 y los valores de esa tica social libertaria que consti-

48. J. Ingenieros, Bases del feminismo cientfico, ob. cit., pg. 277.
49. Ibd., pg. 280.

56
tuyeron un rasgo destacable de su ideologa juvenil. Por poco que
se acente esa impronta del creador del Zaratustra y se encuen-
tre con una concepcin de la personalidad individual como pro-
gresiva afirmacin de s enfrentada a los obstculos del medio
social, emerger ms ntidamente el sesgo aristocratizante de su
denuncia moral del hombre mediocre.
En todo caso, me interesa destacar en ese pensamiento un
ncleo psicolgico y moral que privilegia el amor por sobre la
institucin matrimonial, con una argumentacin naturalista que
est, a la vez, abierta a la expresin individual; es decir, una
concepcin del amor en la que coinciden y no terminan de arti-
cularse la fe determinista en la fuerza del instinto y la afirma-
cin del deseo en la eleccin amorosa. En todo caso, Ingenieros
proclamaba que esa concepcin nueva puede armonizarse per-
fectamente con las ms recientes nociones adquiridas en el te-
rreno experimental por la psicologa cientfica. Esas nociones
fundaran, segn nuestro autor, las tesis de la pluralidad afec-
tiva, es decir la aptitud de cada individuo para sentir emocio-
nes afectivas de carcter sexual hacia varios individuos del sexo
opuesto.50
No es fcil determinar cules son las nociones de la psicologa
cientfica a las que hace referencia; no tanto, por lo menos, como
detectar el sustrato de ideas, polticas y estticas, que confluyen
en ese cuestionamiento de la monogamia y la moral convencio-
nal. Al ideario socioanarquista se aade el propsito deliberado
de provocacin a la sensibilidad burguesa que era propio del mo-
vimiento modernista construido en torno de El Mercurio de Am-
rica y el grupo La Syringa.51 Ingenieros pronostica la emergencia

50. Ibd., pg. 281.


51. A. Ponce, Jos Ingenieros, ob. cit., pgs. 10-13. Oscar Tern, Jos Inge-
nieros o la voluntad de saber, en J. Ingenieros, Antiimperialismo y nacin,
Mxico, Siglo XXI, 1979, pgs. 32-36. Sobre el clima de ideas del fin de siglo,
vase el excelente trabajo de Carlos Real de Aza, Ambiente espiritual del
900, Escritos, Montevideo, Arca, 1987.

57
de esa afectividad mltiple a travs de la confluencia de dos
procesos. Uno, de naturaleza social y econmica, se refiere a la
dinmica de transformacin que impondr formas sociales de pro-
piedad; el otro, propiamente subjetivo, atae al crecimiento de
las posibilidades de libre eleccin afectiva en el marco de las unio-
nes amorosas. La evolucin anunciada del amor, de sus valores y
sus prcticas, sigue de cerca, entonces, a los cambios que el socia-
lismo radical propone en la sociedad. Pero el matiz anarquista
reside en que son los individuos los protagonistas esenciales de
esa revolucin amorosa y tendern insensiblemente a emanci-
parse del yugo de la monogamia extendiendo en toda su ampli-
tud su potencial afectivo sobre uno o ms individuos del sexo
opuesto y unindose sexualmente con ellos por mutuo consenti-
miento y por el tiempo que dure la afinidad electiva. Una condi-
cin esencial de esa evolucin, que se corresponde con la utopa
anarquista de abolicin de la familia, es la separacin de los de-
beres domsticos de la crianza a travs de la manutencin social
de los hijos.52
Al ao siguiente, nuestro psiclogo vuelve sobre el tema en
respuesta a un artculo crtico de sus posiciones.53 El amor, insis-
te, nace de las fuerzas instintivas que pugnan por la reproduc-
cin y en su gnesis, por lo tanto, se subordina a la tendencia
biolgica a la conservacin. Pero su morfologa depende de con-
diciones variables, absorbidas inicialmente bajo la categora co-
mn de la lucha, aunque en ella se superponen la concepcin
darwiniana que la afirma bsicamente como lucha del individuo,
con la entronizacin de un logos de la especie que responde ms
bien a la metafsica de Schopenhauer; segn esta segunda acep-
cin, la atraccin sexual entre individuos responde a un ideal de
la especie y su intensidad es proporcional a la capacidad gensica
de esos individuos para una reproduccin ptima de la prole.

52. J. Ingenieros, Bases del feminismo cientfico, ob. cit., pg. 282.
53. Guillermo Gambarotta, Pluralidad afectiva sexual?, El Mercurio de
Amrica, mayo 1899, pgs. 267-270. J. Ingenieros, El amor mltiple en las
futuras relaciones sexuales, ob. cit.

58
Pero las condiciones propiamente humanas del amor ya no
responden, para Ingenieros, a la lgica natural y recolocan de un
modo diferente esa dialctica de lo genrico y lo individual en la
realizacin del impulso amoroso. Frente al amor genrico que
es pura emergencia del instinto, indiferente a las cualidades in-
dividuales, se sita el amor especializado e individualizado; uno
y otro, es decir la pluriafectividad y la uniafectividad, depen-
den de condiciones histrico-sociales. Desde aqu, el anlisis se
separa ntidamente: por un lado, la evolucin social de las formas
familiares; por otro, la experiencia subjetiva del amor abordada
desde una psicologa descriptiva. Inspirado en la relacin esta-
blecida por Engels entre monogamia y propiedad privada, Inge-
nieros insiste en su previsin sociolgica: en la medida en que
la sociedad va hacia un sistema fundado en la propiedad social,
las instituciones familiares, junto con las dems instituciones
sociales, experimentarn una evolucin paralela tendiendo hacia
un orden de cosas que determine el amor sexual mltiple.54 Has-
ta aqu no hay sino la aplicacin estricta del dogma evolucionista
llevado hasta su extrema consecuencia (que lo lleva a criticar la
inconsecuencia de un evolucionista como Spencer por postular a
la monogamia como forma familiar estable) con el aadido de un
paralelismo estrecho entre formas econmico sociales y rasgos
amoroso sexuales.
En la consideracin del amor individualizado, por un giro que
quiebra la lgica de la evolucin, la construccin del amor pro-
puesta por Ingenieros encuentra su originalidad y su apertura
hacia una teora subjetiva. El amor singular, bajo la figura de la
pasin, est lejos de ser un factor de armona natural entre la
especie y el individuo; por el contrario, es una experiencia cerca-
na a la patologa que rompe todo equilibrio entre el orden de la
necesidad del instinto y la modalidad irruptiva de la pasin. El
que ama intensamente cae en una verdadera crisis anormal que
afecta su percepcin y su capacidad de juicio, y el amor fetichista

54. J. Ingenieros, El amor mltiple..., ob. cit., pg. 350.

59
no sera otra cosa que la exageracin de ese desequilibrio. En el
encuentro de ambas lgicas la objetiva y la subjetiva el amor
mltiple aparece doblemente destacado. Por un lado, como la
consecuencia determinada por un proceso evolutivo que disolve-
r la monogamia hacia formas colectivas de vnculo amoroso,
pero, por otro, como una forma de unin libre por eleccin afecti-
va, plena, despojada de ataduras y que, al menos en su desarro-
llo ptimo, coincide con la realizacin utpica de una sociedad
transparente en la cual el individuo pleno quedar mejor res-
guardado frente a los excesos de la alienacin pasional.
El tratamiento de la pasin amorosa como desequilibrio incor-
pora una faceta propiamente literaria, que abreva en la tradicin
romntica, al discurso de nuestro autor sobre el amor; correlati-
vamente, se produce un desplazamiento de pblico, tal como pue-
de apreciarse en las crnicas escritas para La Nacin en 1905 y
1906.55 En Npoles el prncipe Pignatelli se haba suicidado con
un tiro en el corazn, la vspera de su matrimonio, con un poema
de Leopardi en sus manos y rodeado de obras de Nietzsche y
Schopenhauer. Tal es el punto de partida de La enfermedad de
amar; y desde all Ingenieros, con el tono de un psiquiatra mora-
lista que busca sus temas en el mundo, afirma que el amor es
una enfermedad que se mueve en la rbita de la ilusin y se acom-
paa de una serie de sntomas: timidez, ansiedad, temor por el
objeto amado, alteraciones del pensamiento lgico, obsesiones e
ideas fijas. De la histeria al sueo y a la pasin amorosa es fcil
ver el hilo conductor de esa psicologa que busca sus objetos en
los lmites de la normalidad, pero que, al mismo tiempo, hace de
la psicopatologa un modelo del anlisis de los fenmenos de la
franja de la normalidad.
Desde esa perspectiva que abreva en la matriz de la clnica
psicopatolgica puede afirmar que existen amores agudos y cr-
nicos, con diversos cursos de evolucin y curacin. Pero, al mis-

55. J. Ingenieros, Los amantes sublimes (1905), La enfermedad de amar


(1906), en Al margen de la ciencia, Buenos Aires, J. Lajouane, 1908; reeditado
como Crnicas de viaje.

60
mo tiempo, en el acto de enajenacin de ese Werther napolitano,
Ingenieros encuentra la expresin de una afirmacin subjetiva
que revelara un fundamento mortfero de la pasin amorosa: el
aniquilamiento de s como lmite y como abismo del yo. La ver-
sin psicopatolgica de la pasin amorosa (que tiene sus antece-
dentes en Stendhal tanto como en la visin clsica de la pasin)
confluye en una representacin estrictamente opuesta a la fic-
cin higinica construida contemporneamente por el discurso
mdico eugensico. En efecto, si para nuestro alienista la vida
conyugal representa el antdoto ms eficaz contra el desequili-
brio amoroso, no es porque proponga al hogar como un paraso
terrestre de felicidad y cumplimiento del deseo, sino porque ani-
quila a la pasin por el tedio y el hartazgo. Y no se trata tanto
del rechazo a la institucin matrimonial (Medio siglo de amis-
tad completa no vale ms que una pasajera fulguracin de amor?,
se pregunta) como de la separacin tajante entre el mundo del
amor y el espacio de la vida domstica, distincin que va a man-
tenerse como central en sus ensayos posteriores.56
Finalmente, de lo que se trata es de las aventuras del deseo, y
en esa visin provocativa y enfrentada al conformismo moral que
dominaba el campo mdico e intelectual puede apreciarse el peso
de una rebelda esttica antiburguesa que constituye la expre-
sin, bastante perdurable, de su identidad modernista. En ese
sentido, resulta necesario incluir esos escritos y la secuencia pos-
terior en el clima particular del fin de siglo. El suicidio por amor,
exaltado por la conciencia romntica, viene a incluirse en el pri-
vilegio de eso que Real de Aza llam un herosmo protagnico,
que en la atmsfera finisecular se transmuta en un gesto aristo-
crtico que denuncia la fealdad y la sordidez del mundo.57 Y como
exponente de esa estetizacin radical Ingenieros acta el papel
sorprendente de un alienista que desemboca en un elogio de la
locura. El suicidio del prncipe no slo pierde su dimensin pato-

56. Ibd., pg. 77.


57. C. Real de Aza, ob. cit., pg. 158.

61
lgica sino que, en una vuelta de tuerca que se orienta a la inte-
rioridad subjetiva, es un ejemplo de amor verdadero, como de-
bera ser si los hombres supieran mirarse por dentro. Pero, en-
tonces, por qu no se suicidan miles de enamorados? Slo por-
que no saben comprender la gravedad de su propio mal, y agre-
ga: Los alienistas saben que en muchos casos la locura es un
infortunio que se ignora.58 Como Erasmo, Ingenieros parece pre-
guntar quines son ms locos, los que saben comprender y obran
en consecuencia o los que cargan su infortunio sin saberlo?
Por otra parte, la temtica del amor verdadero introduce una
jerarquizacin que es a la vez tica (frente al orden de las conve-
niencias que rigen el matrimonio burgus) y esttica, en cuanto
apela a la dimensin de la belleza: la tajante separacin del amor
sublime respecto de la fea vulgaridad de las uniones convencio-
nales. En esa direccin adquiere todo su relieve la evocacin que
hace, en Verona, del amor de Romeo y Julieta.59 Y en esa conme-
moracin encuentra la ocasin de exhibir algo del aristocratismo
que ha sido sealado como una marca de sus textos morales. La
vulgaridad coincide con la incapacidad del ideal y se correspon-
de con la sordidez y la grosera de lo inesttico. Si los amantes de
Verona merecen ser celebrados y convertirse en objeto de culto,
si sus figuras deberan desplazar en la plaza pblica a tantos
tiranos, jurisconsultos y militares en la direccin propiamente
educativa de ese ideal amoroso que enfrenta el conformismo
social y moral, se sita la utopa de una accin moral regenerado-
ra que est reservada a ese actor social e intelectual privilegiado
en el sistema tico poltico de Jos Ingenieros: la juventud.60
Es cierto que en los textos posteriores ajusta y reformula ese
ncleo inicial de su pensamiento, y sin embargo no implican el
abandono de esa tematizacin inconformista del amor que encuen-
tra su fundamento no tanto en la consistencia de un sistema cien-
tfico o filosfico sino en la colocacin intelectual crtica de nuestro

58. J. Ingenieros, La enfermedad de amar, ob. cit., pg. 78.


59. J. Ingenieros, Los amantes sublimes, ob. cit.
60. Ibd., pg. 66.

62
autor frente a la moral cultural de su tiempo. Esto no significa que
quede borrada la cosmovisin naturalista y evolucionista que sos-
tendr su teora gentica del amor. En la sntesis que prepar
para su obra inconclusa, los temas biolgicos de la reproduccin y
la cuestin del instinto sexual se organizan alrededor de nociones
darwinianas bien conocidas: lucha por la vida, seleccin natural,
seleccin sexual. En ese marco, el amor es un perfeccionamiento
de la seleccin sexual y el deseo, expresin individualizada del
instinto, puede tener un valor selectivo y eugensico.61
No se trata de borrar esa zona fundamental del discurso cien-
tfico de nuestro autor sino de reintegrar las dimensiones
discordantes que suelen suprimirse para alimentar la figura de
un positivista dogmtico y sin fisuras. En efecto, de un modo me-
nos provocativo se mantienen los ecos de esos escritos juveniles y
de las condiciones estticas e intelectuales que los sostuvieron: la
tensin entre el determinismo ciego de la especie y la aventura
del deseo individual se mantiene como un problema irresuelto. Y
frente a ello parece oscilar entre la postulacin de una continui-
dad gentica estricta entre instinto natural y experiencia amoro-
sa y la postulacin del amor como un campo de experiencias
irreductible a la regulacin natural.
Por otra parte, si bien ya no reivindica la doctrina del amor
mltiple algo de ella encuentra cabida en la promocin del de-
recho de amar, es decir, de perseguir el propio ideal enfrentando
las constricciones propias de la familia domstica.

La constitucin de una familia...es un acto de disciplina social, rigu-


rosamente condicionado por las conveniencias domsticas y sociales.62

El amor es otra cosa; y aunque la influencia de Schopenhauer


es notoria, las diferencias de nuestro autor con el pesimismo del
filsofo alemn residen, precisamente, en la voluntad de distin-

61. J. Ingenieros, Tratado del amor (1925), Buenos Aires, Elmer, 1956, pgs.
39-60.
62. Ibd., pgs. 56-57 y 109.

63
guir el amor individual de su caricatura social, es decir la
domesticidad. A partir de ese relieve de la pasin individual,
Ingenieros ve con optimismo la fuerza del amor y su progresiva
posibilidad de superar las coerciones de la institucin familiar.
Si Ingenieros prepara sin proponrselo, como se ver, una re-
cepcin progresista del freudismo, que supondr que el creador
del psicoanlisis puede integrarse a un saber moderno sobre el
amor sexual, algo se va a perder en el camino: ese relieve del
drama que expuso en sus textos literarios y que sigue vivo en las
expresiones populares del folletn amoroso. El autor del Tratado
del amor comparte con Freud, en todo caso, esa ntida separacin
de la sexualidad respecto de las regulaciones familiares y matri-
moniales. El sentimiento domstico, base de la familia, tiene,
para Ingenieros, su origen en la funcin de proteccin de la des-
cendencia, que se contina con la crianza y la primera educacin.
El sentimiento amoroso, en cambio, es algo radicalmente distinto
que deriva del impulso sexual y su cortejo ilusorio pasional; en
ese sentido, la mezcla que realiza la medicina higienista, con in-
tencin moralizadora, entre amor y familia tiene, para nuestro
autor, el valor de un mito. No se priva de ironizar sobre esa lite-
ratura destinada a exaltar las delicias de la vida familiar y re-
chaza por equvoca la expresin amor conyugal.63
La distincin, de raz romntica, que jerarquizaba el amor su-
blime queda reformulada en trminos de una teora dualista de
los modos como puede nacer el amor. El flechazo es una afirma-
cin que supone la existencia previa del ideal de amor, mientras
que la intoxicacin es propia de quienes carecen del ideal por
incapacidades relativas que pueden estar localizadas en los senti-
dos, la imaginacin, la inteligencia o la voluntad, o deberse a fallas
de temperamento o educacin. En cuanto a la enfermedad de
amar, ha sido trasladada, sin mayores variantes, al anlisis del
amor-pasin, en un bello texto dedicado a la pasin de Isolda.64

63. Ibd., pgs. 63, 81 y 109.


64. J. Ingenieros, Cmo nace el amor, Rev. Filosofa..., julio de 1919, pgs.
141-160, incluido con modificaciones en el Tratado del Amor. La pasin de

64
Por ltimo, su crtica a la monogamia encuentra un curso me-
nos iconoclasta en sus ltimos trabajos. En una primera presen-
tacin, afn a la oposicin tajante entre amor y domesticidad, la
monogamia resulta, a la vez, ventajosa para la proteccin social
de los hijos y un obstculo a la seleccin sexual que implica una
nueva y formidable restriccin del derecho de amar.65 Pero en
una perspectiva social reformista, que domina en esos aos fina-
les, afirma que esas limitaciones no se resolveran con la unin
libre (nuevo privilegio de los hombres en las circunstancias
presentes) sino con la simplificacin progresiva del divorcio y...
la capacitacin civil de la mujer.66 El ideal libertario ha sido ajus-
tado en sus miras a un camino posible de cambios que no desde-
a el peso de las instituciones, algo que se acenta notablemente
en el artculo final de la serie, publicado poco antes de su muerte,
que puede ser tomado como un indicador de la direccin ltima
de su pensamiento y que, a la vez, se presta a ser ledo como
parte de un programa avanzado de reformas sociales, educativas
y jurdicas de la institucin familiar.67 Cierta confianza bsica en
la perfectibilidad humana, individual y social parece estar en
la base de este texto que retoma temas clsicos de la cultura
socialista (como lo muestran los subttulos: emancipacin de la
mujer, socializacin de los deberes domsticos, dignificacin
de la moral familiar) y reencuentra esa dimensin propiamente
subjetiva del amor para proyectarla al futuro mediante la antici-
pacin de una reconquista del derecho de amar que coincidir
con la progresiva extincin de la domesticidad en beneficio del
amor en el matrimonio.

Isolda, Rev. Filosofa..., enero de 1923, pgs. 1-20, incluido con modificaciones
en Tratado del amor, con el ttulo La pasin del amor.
65. J. Ingenieros, La inmoralidad social del amor, Rev. Filosofa..., marzo
de 1925, pgs. 163-182, incluido en Tratado del amor, ob. cit., pg. 99.
66. Ibd., pg. 94.
67. J. Ingenieros, El renacimiento del amor, Rev. Filosofa..., marzo de
1925, en Tratado del amor, ob. cit.

65
66
Captulo 2

LAS PROMESAS DE LA SEXOLOGA

Si se atiende a la variedad y el volumen de obras en circula-


cin, puede decirse que la literatura sexolgica fue un gnero
popular hacia los aos 20 en Buenos Aires. Como tal proporcion
un corpus discursivo heterogneo y cruzado de referencias: higie-
ne y medicina social, poltica de poblacin, eugenesia y moral
reproductiva; en fin, esttica y ertica del matrimonio, psicologa
amorosa. En ese territorio hubo un lugar para cierta recepcin
del freudismo como un saber cientfico que impactaba en las re-
presentaciones de la pasin tanto como en los lineamientos de la
moral sexual. El continente sexolgico proporcion, entonces, cier-
tas condiciones para una apropiacin de Freud, ajena a las tradi-
ciones del discurso mdico y a las reticencias de la cultura uni-
versitaria y los crculos intelectuales porteos frente al crea-
dor del psicoanlisis.
Lo primero que salta a la vista en la inspeccin de la literatu-
ra sexolgica es que, cuando no se habla de perversiones y de
psicopatologa sexual, se trata, casi siempre, del matrimonio. Si
por un lado la cuestin sexual se abre a las conductas repro-
ductivas visualizadas en la perspectiva de la salud de la especie y

67
el futuro de la raza, por otro, construye propiamente a la pareja
ertica como objeto de un saber y de una disciplina propedutica.
Y lo hace tomndola como pareja institucionalizada en el marco
de las regulaciones familiares; es decir, en la interseccin de las
aventuras de la libido con los requerimientos del orden en la ins-
titucin matrimonial.
Ahora bien, es sabido que en la historia del amor occidental
esa asociacin de la pasin ntima con la normativa de la organi-
zacin conyugal no slo es un encuentro reciente sino que le
aporta a la vida de la pareja esa tensin conflictiva que es la
marca de su condicin moderna. El amor y el matrimonio confi-
guran, en ese sentido, espacios ntidamente separados en el ima-
ginario colectivo, escindidos entre la magia y el tedio, entre la
sorpresa y la estabilidad, entre el desorden gozoso de la pasin y
las obligaciones del dbito conyugal. Jos Ingenieros fue el pri-
mero en sealar el abismo entre el amor y la domesticidad y en
explorar los desvos del instinto y el deseo en el repertorio que
busc clasificar de las perturbaciones del sexo. Roberto Arlt lle-
v al paroxismo la exploracin de los fantasmas de una sexuali-
dad escindida entre la exhibicin que la confina al mundo de los
locos y las prostitutas, y el escenario del engao y la simulacin
desplegado en las tretas matrimoniales.
Si hubo en este rincn del planeta un pblico para el desplie-
gue de los tpicos del erotismo y para las recetas de una felicidad
conyugal que, en general, buscaba articularse con el registro de
los deberes para con la especie y la sociedad, el sentido comn
sexolgico, como se ver, se orient en una direccin que no era la
de Ingenieros o la de Arlt. Y slo en una perspectiva de ms largo
alcance puede abrirse la significacin de ese nudo de representa-
ciones que enlazan las cuestiones de alcoba con el futuro de la
especie y la nacin, entre las promesas de las ciencias biolgicas
y psicolgicas, las proyecciones de la poltica social y los debates
de la reforma moral.

68
Amor y matrimonio en la tradicin nacional

Slo puedo esbozar los lineamientos de un nudo sociocultural


perdurable que ha alimentado tanto el ensayo de interpretacin
de los males argentinos como el tpico recurrente de la dramti-
ca amorosa en la ficcin literaria.1 Abordar histricamente el cru-
ce de las representaciones del amor con las pautas matrimonia-
les y las peripecias del apellido, en la Argentina, exige una explo-
racin de un imaginario amoroso que aparece bien separado de
las regulaciones instituidas y pblicas del matrimonio. Por un
lado, la literatura aliment, desde el siglo pasado, el despliegue
de una sensibilidad romntica del amor, que ha dejado sus hue-
llas en la narrativa autobiogrfica. Al mismo tiempo, las repre-
sentaciones tradicionales de la familia y las alianzas matrimo-
niales imponan regulaciones excluyentes de la mezcla de sangre
y de apellido. La preeminencia social y simblica del blanco res-
pecto del indio y el mulato, las actitudes y prejuicios sostenidos
en el prurito genealgico, los mecanismos sociales de distancia
y exclusin, colocaban a la familia y el linaje como una fuente
fundamental de la identidad y el status sociales.2 Y si el matri-
monio era concebido como una institucin central del sistema de
lugares y de prestigios, se entiende que emerja all, como un ava-
tar temido, la figura del advenedizo, extensamente tratada en la
literatura del ochenta.
La prospectiva de nuestros padres liberales que vean en la
inmigracin el motor de un gigantesco trasvasamiento que ven-
dra a operar sobre un espacio vaco (o, lo que es lo mismo, de una
pura naturaleza) enfrentaba con ambivalencia a la institucin y
las costumbres familiares tradicionales. La utopa de la nueva

1. En lo que sigue retrabajo partes de un texto ya publicado, Contribucio-


nes preliminares a la historia intelectual de la familia argentina, Anuario de
Investigaciones, Facultad de Psicologa, UBA, n2 2, 1990/91.
2. Vase Adolfo Prieto, La literatura autobiogrfica argentina (1966), Bue-
nos Aires, CEAL, 1982. Sobre la simblica de la sangre, M. Foucault, Historia
de la sexualidad I, la voluntad de saber, Mxico, Siglo XXI, 1977, pg. 179.

69
familia en la nueva sociedad fue expresada puntualmente por
Alberdi bajo la forma del matrimonio mixto entre mujer argen-
tina e inmigrante civilizador, y pareca desconocer el arraigo de
las formas familiares preexistentes. Pero, al mismo tiempo, bas-
ta ojear la narrativa autobiogrfica de esa misma elite autopro-
clamada para advertir el peso del linaje familiar en la construc-
cin de una identidad y una posicin ante sus contemporneos.
Si Rousseau se presenta, en sus Confesiones, simplemente como
el hijo de su padre y edifica narrativamente su ego social a partir
de las peripecias de su formacin intelectual, social y aun ertica,
Sarmiento se considera obligado, en Recuerdos de provincia, a
convocar a todos sus ancestros para fundar en la simblica del
apellido una legitimidad pblica que no parece depender sola-
mente de las obras.
La intervencin polmica de Alberdi contra el Cdigo de Vlez
Sarsfield, a propsito de las disposiciones matrimoniales y fami-
liares, saca a la luz esa conflictiva latente entre vieja y nueva fa-
milia. Y hacia el fin de siglo, si bien casi nadie defiende en su
totalidad a la familia tradicional, los rasgos de orden y estabilidad
que se le reconocen tienden a ser proyectados a la construccin de
un nuevo modelo familiar, desde los saberes de la medicina social,
bajo un humor bsicamente conservador; de modo que la insisten-
cia en los poderes de la herencia biolgica retoma y a la vez
trastrueca ese anclaje en el pasado y en los valores del linaje.
Algo de ese arcaico cortejo de actitudes y prejuicios reaparece
en el modo elitista y francamente racista con que una elite econ-
mica y social en la que no faltaban extranjeros reacciona fren-
te a la inmigracin popular, de un modo que tiende a representar
el conflicto social en trminos de los atributos biolgicos de la
raza. Y aunque los mecanismos de la exclusin no varan (en una
sociedad atravesada por la confusin y la mezcla), la sangre se
desliza de las representaciones simblicas del linaje a la figura-
cin naturalista de una sustancia biopsquica y moral. En ese
escenario la mujer argentina, que Alberdi haba soado como el
objeto seductor que atraera y arraigara a la mejor inmigracin
extranjera, pasa a ser la presa deseada del inmigrante crapuloso;

70
en ella se corporiza la mxima amenaza al orden de los lugares y
las jerarquas sociales. Una novela como En la sangre, de Euge-
nio Cambaceres, ilustra la lgica de ese fantasma familiar que
pone en clave positivista una matriz de relaciones familiares que
remite al pasado.
Ahora bien, en el camino de conformacin del prototipo de pa-
reja higinica se trastrueca el ideal romntico que exaltaba la
autonoma de la pasin, disociada de las pautas slidas y la lgi-
ca social del matrimonio. Cuando Mansilla joven (cuenta en su
vejez, con una mezcla de humor y cinismo) intenta una fuga de
amor con una modistilla francesa, su madre y el jefe de polica lo
ponen en su lugar. Finalmente se casa con su prima, para bene-
plcito de su familia y proteccin de la propiedad. Pero querra
destacar que, aun de modo cnico y escindido, Mansilla puede
reconocerse en esa aventura romntica de una forma que todava
no ha recibido la sancin descalificadora de la cosmovisin
eugensica. Algo similar puede decirse del libro de Calzadilla,
que evoca con nostalgia ese mundo de costumbres familiares don-
de, en medio de sus rituales cerrados, haba un mbito cuya
inocencia destaca para el juego de la seduccin amorosa.3

Para que la sexualidad pueda quedar incorporada en una nue-


va representacin del matrimonio moderno, como un ingredien-
te necesario para su plena realizacin y, sobre todo, para su esta-
bilidad, la simblica de la sangre y el apellido debern ser susti-
tuidas por una representacin naturalista de los fundamentos de
la alianza conyugal. Y en el camino hacia la sensibilidad contem-
pornea del matrimonio por amor, la representacin eugensica
de la pareja, desde el fin de siglo, aport un ingrediente impor-
tante en la transformacin la modernizacin, podra decirse
del discurso tradicional.
Antonio Argerich expone ejemplarmente el corte que viene a
establecer la conciencia eugensica y que apunta a suprimir las

3. S. Calzadilla, Las beldades de mi tiempo (1891), Buenos Aires, CEAL,


1982.

71
razones del corazn.4 En Dorotea, inmigrante italiana, el desplie-
gue del amor-pasin es, a la vez, una desviacin hereditaria del
instinto y una falla moral afincada en la disposicin a la ensoa-
cin novelesca, la vanidad, el egosmo y la transgresin de las
costumbres tradicionales. En esa ficcin slo los jvenes y las
mujeres ocupan el polo transgresor, y Jos, el protagonista cen-
tral del drama, los encarna. En ellos se cruzan las experiencias
disociadas del ideal romntico y la frecuentacin de los prostbu-
los: Werther en una novela de Emile Zola; aunque se puede espe-
rar que en ellos ambos males sobre todo el romanticismo sean
pasajeros. Contrapuesta a Dorotea est Carlota, ideal de mujer
en la visin de Argerich que si no desconoce el amor lo asume,
en todo caso, por el sesgo de una disposicin altruista, protectora
del amado, en lo que se anuncia su vocacin maternal.
Si la novela de Argerich se atrevi como ninguna hasta enton-
ces a explorar esa zona del prostbulo, no slo como escenario de
la mala vida sino como espacio habitual de ejercicio de la sexua-
lidad (en el cual los estudiantes universitarios pueden encontrar-
se con polticos, funcionarios y hasta con un sacerdote), vale la
pena destacar el doble juego de disociaciones que sostienen esa
representacin del erotismo. Por un lado, escindido entre los des-
bordes de la pasin y las responsabilidades socioeugnicas; por
otro, en la misma trama del amor subjetivo masculino entre el
ideal romntico y la cada prostibularia.
En la literatura naturalista, la inmigracin fue insistentemen-
te representada en el escenario social desde la percepcin de las
elites, pero con efectos ms extendidos a partir del fantasma de
la invasin y las figuras de la mezcla, la confusin y el deterioro
psicofsico y moral; las tesis de la degeneracin y la asociacin de
locura e inmigracin articulan esa serie de significaciones. 5 Pue-

4. Antonio Argerich, Inocentes o culpables? (1884), Buenos Aires, Hys-


pamrica, 1985.
5. H. Vezzetti, La locura en la Argentina, Buenos Aires, Folios, 1983. Gladys
Onega, La inmigracin en la literatura argentina, Buenos Aires, Galerna, 1969.

72
de sealarse ms de una consecuencia para el cuerpo de repre-
sentaciones relativas a la familia y el matrimonio. La ms impor-
tante es que la emergencia de temas tales como la funcin mater-
na y la crianza, el nio como objeto nuevo de una disciplina espe-
cfica, o aun los temas del amor sexual y la pareja, quedan captu-
rados por las figuras de lo colectivo especie, raza, salud e higie-
ne pblicas en desmedro de un reconocimiento ms explcito de
la zona privada, ntima y propiamente asocial, del amor.
En esa tradicin nacional, si la sexualidad ingresa como tpico
de un discurso de pretensin cientfica, es porque va siendo deli-
mitada como objeto de intervenciones correctoras. Cierta vertien-
te criolla de la ciencia de la sexualidad nace antes como higiene
del sexo, no slo subordinada a las funciones de la reproduccin
algo por dems evidente, no slo sostenida en un discurso na-
turalista que acenta la continuidad de la vida desde el vegetal
al hombre, sino encarada y controlada en el marco de las re-
presentaciones de la patologa degenerativa: sfilis y alcohol. Y
en ese complejo de significaciones dominantes las nociones cien-
tficas reciben la sobredeterminacin de una apelacin moral;
algo que, por otra parte, la inspiracin zoleana va a popularizar
durante dcadas, juntamente con la difusin del evolucionismo y
las utopas eugensicas y neomalthusianas.
La sexualidad aplastada bajo los temas de la herencia y la
raza en el discurso mdico social aparece, a la vez, representada
de un modo escindido entre la moral familiar y las aventuras
del instinto en el burdel. Y si la eugenesia es, por definicin, una
disciplina mdica que slo se ocupa de la sexualidad reproductiva,
puede decirse que en el revs de esa preocupacin extendida por
la educacin sexual del matrimonio permanece en las sombras la
otra escena de la pasin ertica, de la que casi no se habla: la
escena del prostbulo.
La eugenesia es ms que una disciplina terico-prctica de
base cientfica, ya que busca promover la construccin de una
conciencia pblica, como una religin laica y natural; y en ese
terreno se generan las condiciones y los lmites de la emergen-
cia modernizadora de un discurso psicolgico sobre el amor, la

73
familia y el matrimonio. La eugenesia toma a la familia como
objeto, y lo hace en cuanto instrumento del mecanismo natu-
ralmente trascendente de la herencia, en la medida en que la
propia disciplina fundada por F. Galton puede ser definida como
el intento de gestionar propiamente administrar el capital
gentico con miras al mejoramiento de la especie.6 Se distingue
entre eugenesia positiva, que tiende a favorecer, con recomenda-
ciones y educacin, a los matrimonios con mejores perspectivas
desde el punto de vista gentico, y la negativa, orientada a preve-
nir e impedir, por medios segregativos, la progenie amenazada
por la degeneracin. Desde all es posible distinguir tambin en-
tre una orientacin higienista progresista, que tiende a acen-
tuar el papel del medio y la educacin (y en la que el discurso de
orientacin socialista cumpli un papel destacado), y los proyec-
tos de intervencin drsticos y aun cruentos, como la internacin
compulsiva o la esterilizacin de alienados.
En todo caso, la constitucin de un discurso que desde la
higiene pblica acentuaba la problematizacin de la cuestin
familiar, se corresponde con un cambio patente respecto de los
ejes que haban dominado el planteamiento del problema en el
primer proyecto civilizador. Ya no se trataba de una moderniza-
cin concebida como incorporacin de pautas culturales y crea-
cin de instituciones sociales y jurdicas; habra una sustancia-
lidad biopsquica que deba ser modificada. Y si la ideologa del
progreso se rearticula en torno de los valores del orden, ste ad-
quiere una esencia natural, en trminos de un imaginario biol-
gico. Sea en su relacin con la locura, sea enfrentada a la amena-
za de las enfermedades venreas, desde ese fantasma de la dege-
neracin colectiva la familia adquiere una nueva consistencia y

6. Sobre el darwinismo social: Denis Buican, Darwin et le darwinisme,


Pars, PUF, 1987. Sobre la eugenesia en Estados Unidos: Allan R. Buss, Galton
and the Birth of Differential Psychology and Eugenics: Social, Political and
Economical Forces, Journal of the History of the Behavioral Sciences, 1976, 12,
47-58. Sobre Francia: Elisabeth Roudinesco, La bataille de cent ans. Histoire de
la psychanalyse en France, I, ob. cit.

74
una centralidad antes desconocida respecto del futuro de la na-
cin.
A travs de esa vinculacin con los males presentes y futuros,
la visin de la familia como rgano de reproduccin biosocial que-
da resaltada, a la vez que subordinada a una funcin higinica
preventiva y reparadora. Por una parte, el nacimiento del discur-
so eugensico puede ser analizado en relacin con la percepcin
de los problemas de la gran ciudad (salud, vivienda, seguridad),
pero en una dimensin simblica se enlaza con un fantasma de
engendramiento y salvacin que desde el pasado insiste con el
mandato de construir el hombre (o la raza) argentino. A partir de
la preeminencia de la serie sexo-herencia, por la lgica de las
responsabilidades reproductivas se llega directamente a la cues-
tin del nio, que nace tardamente a la condicin de objeto del
saber mdico y psicolgico; pero emerge en el marco de esa mis-
ma aspiracin socioeugnica: en el nio se deposita el futuro de
la salud colectiva y por esa va la puericultura alcanza su plena
legitimidad.
El relieve de la cuestin materna deriva en gran medida de
esa centralidad del nio, proclamada, con el cambio del siglo, por
una obra clebre de Ellen Key.7 Y la relacin materno-infantil,
como unidad biolgica, social y moral, conforma, en los albores
del siglo XX, el ncleo ms consistente de esa constitucin de la
familia como objeto de un saber especfico. Gregorio Aroz Alfaro
encarna ejemplarmente el nacimiento de la nueva disciplina, si-
tuada entre la tecnologa higienista y la promocin divulgadora y
misional del nuevo credo naturalista.8 Pero lo ms importante es
que Aroz Alfaro parece ser el primero en constituir un pblico
lego, bastante extenso a juzgar por las muchas reediciones de su
Libro de las madres y, aos despus, por la continuidad de sus
conferencias por radio. En ese sentido, puede decirse que cons-

7. Ellen Key, The Century of the Child, Londres, 1899.


8. G. Aroz Alfaro, El libro de las madres (1899), Buenos Aires, Cabaut y
Ca., 1922. Por nuestros nios y por las madres, Buenos Aires, Librera del
Colegio, 1936.

75
truy un lugar para la divulgacin del saber mdico que encon-
traba su legitimidad, por una parte en su colocacin destacada
en el campo mdico, pero que, al mismo tiempo, fundaba con su
vocacin por la educacin higinica del pblico, particularmente
femenino, una tradicin perdurable de divulgacin mdico-social.
Hacia los 30 la inspiracin eugensica extiende su campo de
objetos, al mismo tiempo que reacomoda algunos de sus enfo-
ques. La tradicin mdico-social mantiene una estricta separa-
cin entre el orden de los deberes conyugales orientados por los
preceptos higinicos de la reproduccin y el territorio escindido
de la pasin amorosa. Y, como se ver, la sexologa nace en la
interseccin del sentido comn eugensico con el movimiento ten-
diente a legitimar la dimensin del erotismo en el matrimonio.
Pero la recepcin del discurso sexolgico dependi mayormente
de la traduccin de autores extranjeros y sus temas estn ausen-
tes en los trabajos de Aroz Alfaro o en la divulgacin de los
saberes mdicos encarada por la revista Viva cien aos.
En todo caso, las notas sobre el amor y el matrimonio publica-
das en Viva cien aos parecen haber contribuido, a su modo, a
destacar a la pareja matrimonial como algo ms que una unidad
biolgica sometida a un sistema de obligaciones morales y socia-
les. En ese sentido, producen un giro modernizador que resalta
la significacin individual de la felicidad. Aun en la madre, per-
sonaje central de la construccin socioeugnica, por siempre des-
tinada a relegar toda aspiracin individual tras los fines trascen-
dentes de la procreacin y la crianza, se admite el derecho a una
vida social y laboral, aunque sea limitada. Uno de sus efectos, en
cuanto a la identidad femenina, es que viene a legitimar, junto a
los valores biolgicos de la salud, ideales estticos belleza, ar-
mona y aun, moderadamente, el papel de la seduccin en la
pareja. Pero esa incipiente psicologa amorosa (que se ocupa de
los celos, la infidelidad, la coquetera) se reabsorbe en un ideal de
integracin y estabilizacin que no contradice la defensa de la
familia inaugurada por el dispositivo mdico-social y ms bien
se propone perfeccionarlo.
Pocos aos separan la novela de Argerich de los primeros es-

76
critos de Jos Ingenieros sobre el amor, que son, por otra parte,
contemporneos de El libro de las madres. Como se vio, Ingenie-
ros es el primero que est dispuesto a plantarse frente al proble-
ma desde una posicin crtica radical, construida al modo de un
bricolaje de postulados cientficos evolucionistas, posiciones ideo-
lgicas socioanarquistas y desplantes estticos modernistas. Es
notorio que los trabajos del Tratado del amor no merecieron casi
ninguna consideracin ni en el campo mdico (con cuya ideologa
higienista se enfrentaban explcitamente) ni en el intelectual. Si
se atiende al hecho de que se publicaban en colecciones semana-
les, junto con las novelas sentimentales, puede concluirse que
encontraron sus lectores y, sobre todo, lectoras, entre el nuevo
pblico.
Resulta pertinente, entonces, colocar los ensayos de Ingenie-
ros sobre el amor en ese horizonte.9 En el imaginario sentimental
de esas novelas reaparece, elaborado dramticamente, ese con-
flicto estructural entre el impulso ertico el polo del deseo y el
universo de las normas morales y sociales. En ese mundo nove-
lesco, que recupera la tradicin romntica, se procesa una visin
alternativa del amor. Y si sigue siendo bsicamente un mundo
femenino tal como lo era para Antonio Argerich, a la vez la
exclusin de la determinacin biolgica coloca ms fuertemente
el tema en trminos del resultado de una aventura individual
ms o menos azarosa. Al mismo tiempo, aun cuando la razn
social y la moral terminan por prevalecer, la pasin, con su carga
transgresiva, recibe un pleno reconocimiento, ostenta una posi-
tividad propia como fuerza motivacional.
En el encuentro con las tesis de Ingenieros y sus efectos sobre
el gnero sexolgico entra en crisis la cosmovisin positivista de
la eugenesia decimonnica. Por una parte, en los 20 y los 30, el
discurso eugensico tiende a perder la consistencia hereditarista
de sus orgenes para recibir el impacto de la sexologa y la psico-
loga amorosa. Pero, adems, en el ltimo Ingenieros, la promo-

9. Beatriz Sarlo, El imperio de los sentimientos, ob. cit.

77
cin del derecho de amar y la crtica al matrimonio burgus no se
separan del cuestionamiento a un orden social que debe ser re-
formado. A su modo, tambin se anuda una relacin entre amor y
matrimonio, pero en el sentido de dos dimensiones de la existencia
humana que requieren ser mutuamente liberadas. En todo
caso, el Tratado del amor no renuncia a proyectar un nuevo or-
den sostenido en la luz de las ciencias y en la voluntad poltica de
cambiar las instituciones; todava promete un orden armnico
hecho posible desde la confianza proyectada en las leyes evoluti-
vas de la naturaleza y el progreso de la sociedad. En el futuro, en
todo caso, aguardara la realizacin de una reconciliacin de las
regulaciones de la naturaleza y las aspiraciones de los hombres
con las instituciones de una nueva sociedad; y en ese horizonte el
amor encontrara un pleno reconocimiento en el interior de un
matrimonio transformado por el ejercicio cotidiano de la libertad
y la igualdad en las relaciones de la pareja.

Roberto Arlt reescribe, propiamente, la Psychopathia sexualis


y slo deja el desorden como horizonte presente y futuro: la sexua-
lidad est siempre desviada de cualquier fin natural, y el matri-
monio es slo un aparato de engao e hipocresa, en una sociedad
de violencia. Y las figuras del invertido y de la prostituta, del loco
y el masturbador revelan la verdadera naturaleza de eso que en
el amor no tiene posibilidades de ser ordenado. Comparativamen-
te a Argerich o Aroz Alfaro, Arlt vive ya en nuestro tiempo y, a
la vez, desnuda sus facetas menos asimilables. En un estricto
ejercicio de inversin, el discurso de la idealizacin conyugal, con-
dicin que anticipa el matrimonio perfecto, es expresado por el
homosexual que en su anhelo exhibe el alma de una mujer ajus-
tada a las pautas vulgarizadas del amor domstico:

[] hubiera sido una muchacha de mi casa, me hubiera casado con al-


gn hombre bueno y lo hubiera cuidado... y lo hubiera querido [...].10

10. Roberto Arlt, El juguete rabioso, Obras Completas, Buenos Aires, Pla-
neta-Carlos Lohl, 1991, t. I, pg. 81.

78
Un ncleo dramtico de Los siete locos exaspera un tpico pro-
pio del imaginario sentimental: es la separacin y no la conviven-
cia lo que alimenta el deseo en la pareja. Slo en el reencuentro
imaginario de Elsa y Erdosain, en la despedida de una separa-
cin srdida que se despliega con la cursilera de una mediocre
pelcula de amor (traje de baile, zapatos blancos y collar de per-
las) aflora la confluencia posible de ternura y erotismo. Pero es
slo un instante, a contrapelo del melodrama extravagante en el
que irrumpen la violencia, la traicin y la sospecha como condi-
mentos habituales de la relacin conyugal. Fuera de esa instan-
tnea exaltacin que proclama un amor imposible y que no se
cambia por dinero (Aunque tenga todos los millones del mundo,
yo vuelvo), el erotismo se sita permanentemente en el terreno
de una sexualidad que se compra y se vende.11 La prostitucin,
que es el tema propiamente elidido del discurso sexolgico, pro-
porciona a Arlt el espacio privilegiado de exploracin del territo-
rio del sexo y, de algn modo, de la naturaleza de la mujer como
objeto ertico atravesado por la representacin de la cada y la
culpa.
En una lnea de la novela (dentro de una saga narrativa que
multiplica sus puntos de vista) la historia criminal de Erdosain
parece nacer de sus infortunios conyugales:

[...] tan numerosas fueron las desdichas de su vida que los desastres
que ms tarde provoc en compaa del Astrlogo pueden explicarse
por los procesos psquicos sufridos durante su matrimonio.12

Inaugura su vida ertica matrimonial, en su noche de bodas,


con un acto de torpeza que expone la barrera de los sexos: se
acuesta con los pantalones puestos. A partir de all, el ejercicio de
su sexualidad oscila entre la masturbacin y el prostbulo, para
concluir en el crimen, en todo caso sostenido siempre por la rela-

11. R. Arlt, Los siete locos, Obras completas, ob. cit., t. I, pg. 158
12. Ibd., pg. 188.

79
cin ambivalente con mujeres cadas, representada por la figura
central y reiterada de la prostituta. En Erdosain, en Ergueta, en
el Rufin Melanclico, el encuentro imposible de los sexos parece
referirse a una matriz idntica: el fantasma de salvacin de un
objeto ertico degradado.
En cuanto a la pareja que permanece, la del Astrlogo castra-
do e Hiplita, la prostituta frgida, la supresin de la sexualidad
no slo no los menoscaba como pareja, sino que, por el contrario,
proyecta en ellos el contraideal arltiano del matrimonio perfec-
to, a saber, la renuncia al deseo carnal. El superhombre tiene
como condicin el rechazo del cuerpo y el hermafroditismo, per-
fecto en su perfecta soledad sin deseos.13 La ramera bblica,
que ha conocido todos los artificios de una pasin amorosa que no
la conmueve, ha encontrado que all no hay nada que desear. Y el
Astrlogo es no slo la figura del revolucionario sino del supremo
sacerdote que se sostiene en la castidad, en la medida en que la
ausencia de la pasin amorosa parece sobrecompensada por la
exacerbacin de la pulsin poltica: el poder y no el amor pueblan
sus ensueos.
Fuera de ellos, el cuerpo impone en esos tristes personajes las
urgencias de la carne, alimentada por la mitologa catlica de
la cada que hace de la mujer a la vez la fuente del mal y el objeto
que debe ser conquistado y redimido. Si hay una verdad en el
cuerpo que se expresa en el deseo, es engaosa, incomunicable;
la felicidad sexual es imposible, y nada lo enuncia mejor que el
encuentro ertico fallido entre el Astrlogo y la Coja. Por otra
parte, el imaginario catlico en torno de los temas de la carne y la
pureza proporciona una de las dimensiones del drama sexual. La
pulsin es, a la vez, naturalmente incoercible y moralmente de-
gradante, de modo que no hay salida de ese universo de la culpa,
salvo por la va de suprimir la pulsin. Y por esa va, los locos
de Arlt terminan, de un modo u otro, exaltando el ideal catlico
de la abstinencia. La otra va, slo fantaseada, de felicidad en la

13. R. Arlt, Los lanzallamas, Obras completas, ob. cit., t. I, pgs. 359-360.

80
relacin amorosa proyecta su perfeccin como un puro encuentro
de almas que han renunciado a las pasiones de la carne.14 En
cuanto a la dimensin reproductiva, en la saga arltiana slo hay
abortos o bien nios y nias disponibles para distintas manio-
bras de corrupcin, que son como la conversin en lo contrario de
las proyecciones de la educacin sexual: la revelacin del miste-
rio sexual a los menores es un acto de degradacin, en el que por
contraste resalta una visin idealizada de la infancia, la edad
perdida de la pureza y la inocencia.15
En el infierno matrimonial inventado por nuestro autor, las
esposas ejercen una suerte de prostitucin institucionalizada, los
rufianes proporcionan el prototipo al que se ajustan los maridos
y detrs de toda suegra emerge, apenas disimulada, una mada-
ma codiciosa. La sordidez de la transaccin econmica llevada
al grotesco en la secuencia del compromiso de Erdosain con la
Bizca denuncia en el matrimonio una operacin de compra en la
que la virginidad de la mujer concentra el valor de cambio. Pero
en ese espacio de engao la mujer arltiana, proclive a la simula-
cin y la mentira, negociadora nata de su cuerpo, pelafustana o
meretriz de alta escuela, rompe con la tradicin nacional de las
imagos femeninas, ya sea la dulce seductora soada por Alberdi,
ya la madre reproductora confiable y equilibrada promovida por
Antonio Argerich y Gregorio Aroz Alfaro.
A su modo, Arlt explora los fantasmas temidos de la pareja y la
sexualidad en la agitacin de la vida moderna. Y en ese senti-
do, El amor brujo puede ser ledo como un ensayo crtico sobre el
amor en un espacio urbano y familiar que sufre, en diversa medi-
da, los cambios de la modernizacin. Si el amor aparece tambin
aqu atravesado por escisiones, se opera una exacta inversin de
los valores que dominaban el enfoque tradicional. El contraste
central enfrenta la experiencia del enamoramiento (que es ma-
gia, aventura y libre deambular por la ciudad) con la srdida

14. Ibd., pg. 340.


15. R. Arlt, Los siete locos, ob. cit., t. I, pg. 277.

81
hipocresa de las convenciones, el inters mezquino que se atrin-
chera entre las paredes del hogar burgus. Florencio Snchez
haba iniciado y difundido una mirada crtica, desde una moral
de la autenticidad, sobre las convenciones burguesas del matri-
monio y la familia. En l, como en Arlt, la denuncia del matrimo-
nio de inters (que en Cambaceres retrataba solamente la prcti-
ca crapulosa del advenedizo) se vuelca sobre las costumbres de
la familia media. Y Arlt expone a la luz las tretas sentimenta-
les que sostienen al matrimonio como una institucin de enga-
o, curiosamente siempre a cargo de figuras femeninas; las mis-
mas tesis son expuestas en una serie de Aguafuertes de 1931.16

Si la sexologa, entonces, irrumpe como un discurso extendido


desde los 20 e implanta una formacin discursiva extensa en la
serie que va de Krafft-Ebing a H. Ellis, a A. Forel y Van de Velde,
ese trasplante se precipita sobre una tradicin nacional que ha
representado conflictivamente los problemas del amor y el matri-
monio. La nueva disciplina del sexo encuentra algunas de sus
condiciones en ese cuerpo de ideas y de indicaciones sobre la pa-
sin ertica y la institucin conyugal. Y en esa tradicin argenti-
na, el problema de la instauracin de un orden en el espacio nti-
mo, capaz de fundar la estabilidad familiar proyectada a lo colec-
tivo, pone en juego los registros mezclados de la determinacin
biolgica y de los desrdenes de la pasin. Pero en el trasfondo de

16. R. Arlt, El amor brujo (1933), Buenos Aires, Fabril, 1972. Vase Anbal
Jarkowski, El amor brujo: la novela mala de Roberto Arlt, en Graciela
Montaldo (comp.), Yrigoyen entre Borges y Arlt, Buenos Aires, Contrapunto,
1989. Vase la serie de Aguafuertes porteas, El Mundo, 1 al 28 de agosto de
1931: Si me dejs... me mato!, Me escriben simpatizantes , Quiero casar-
me!, Si la gente no fuera tan falsa..., Se casa... o lo mato!, Dos comedias:
flirt y noviazgo, Pase noms, joven..., La mentira del amor eterno, El
calientasillas , Interesantes cartas de mujeres, Sacme de este infierno,
Quieren que me case con otro, Reflexiones tranquilas, Un novio ideal, Lo
que deben creer l y ella, Dos ancianas y el autor. Recopiladas por Sylvia
Satta, en R. Arlt, Aguafuertes porteas; Buenos Aires, vida cotidiana, Buenos
Aires, Alianza, 1993.

82
las ilusiones eugensicas y de las proyecciones de la psicologa
amorosa, reprimido y a la vez cercano, listo para emerger sobre
los rituales sacralizados en el lecho conyugal, el imaginario del
prostbulo permanece como la otra escena de la vida sexual.

La cuestin sexual

La frmula con la cual Auguste Forel buscaba resaltar la cen-


tralidad de la vida ertica como nudo problemtico moderno
que la haca equivalente a la cuestin social indica una con-
viccin instalada en los medios cientficos y literarios desde las
ltimas dcadas del siglo pasado. En ese sentido, cuando Freud
examina crticamente la moral sexual cultural muestra, por sus
referencias, que un ncleo de mdicos y moralistas haban en-
contrado en la relacin entre sexualidad y vida moderna un
tpico que interpelaba a un pblico amplio, sensible al clima de
cambio en las costumbres.17 De modo que si en la visin de Freud
la medicina poda ser un pilar central de la resistencia a su doc-
trina sexual no se trataba simplemente del silencio o la hipocre-
sa; la sexologa mdica construy los cimientos de un discurso y
un tratamiento del problema que tuvo amplia difusin y que bus-
c integrar, desde la primera posguerra, elementos del freudismo.
La sexologa tiene, entonces, un nacimiento anterior y autno-
mo respecto de la obra de Freud;18 se configura como un espacio
bien establecido de representaciones y valores que construyen
propiamente un objeto y un pblico y, como tal, va a ser un marco
destacado de la recepcin de ideas del psicoanlisis. El discurso

17. Auguste Forel, La cuestin sexual; la primera edicin es de 1905. Cito


por la edicin de Partenn, Buenos Aires, 1952.
S. Freud, La moral sexual cultural y la nerviosidad moderna (1908), O.C.,
Buenos Aires, Amorrortu, 1979, t. 9.
18. Sobre la relacin de Freud con la sexologa de su tiempo vase Frank
Sulloway, Freud, Biologist of the Mind, Cambridge, Massachusetts, Harvard
University Press, 1992, cap. 8.

83
sexolgico nace en el mbito de la medicina (aunque luego se
extienda como una disciplina hbrida) ante todo como el lugar de
un cruce entre la psicopatologa y la medicina legal. R. Krafft-
Ebing, profesor de psiquiatra y neurologa de la Universidad de
Viena, es la figura central de esa primera fundacin. De entrada,
la complejidad y la extensin de la problemtica exceden los lmi-
tes de un abordaje puramente mdico:

La vida sexual es el factor ms poderoso de la existencia individual y


social, es el impulso ms fuerte para el desenvolvimiento de las fuerzas,
la adquisicin de la propiedad, la fundacin de un hogar, la inspiracin
de sentimientos altruistas que se manifiestan al comienzo por una per-
sona del otro sexo, siguen con los nios y por fin se extienden a toda la
sociedad humana. De modo que toda la tica y en gran parte la esttica
y la religin son resultado del sentido sexual.19

Tambin en este terreno, como en varios de los problemas cen-


trales que ocuparon a las ciencias naturales del siglo XIX, la filoso-
fa se anticip a sealarlo y a proporcionarle su alcance. En
efecto, la cita indicada remite a la difusin tarda de la obra de
Arthur Schopenhauer, el nico filsofo que Freud excepta del
pelotn de los que se resistan a reconocer la importancia de la
sexualidad, pero, adems, una de las figuras intelectuales ms
difundidas en las ltimas dcadas del siglo pasado. En La meta-
fsica del amor se ocupa de algo que ningn filsofo antes haba
tratado y lo hace para destacar la preeminencia de los fines de la
Naturaleza por sobre la experiencia individual del amor.20 El
amor sexual responde, para el filsofo de la voluntad, a la ley de
la reproduccin como un impulso irracional, inconsciente, que slo
busca perpetuar la especie. El tumulto del amor lo muestra
capaz de enfrentar todos los obstculos, de nacer y ejercerse en

19. R. Krafft-Ebing, Psychopathia Sexualis (1 edic.: 1886), 8 edicin alema-


na: 1893. Cito por la traduccin francesa: Pars, Masson, 1895, pg. 2.
20. A. Schopenhauer, El mundo como voluntad y representacin, Buenos
Aires, Aguilar, 1960, t. III.

84
las peores situaciones en medio de la guerra y el hambre dis-
puesto a despreciar fama y fortuna y a dejar de lado el honor, la
verdad y la justicia. Una fuerza tal, dice Schopenhauer no se
puede entender desde el punto de vista del individuo, sino desde
la voluntad de la especie.21
En su dimensin subjetiva el amor es una ilusin, pero la ms
poderosa; y cuando el enamorado cree perseguir su propio ideal,
en la expansin ms ntima de su deleite o de su sufrimiento, la
pasin amorosa responde a un ideal inconsciente (en el sentido de
Schopenhauer, es decir la voluntad como en-s de la naturaleza)
que sacrifica al individuo en el altar de ese sujeto colectivo natu-
ral. De all que el amor sea necesariamente desdichado, en la me-
dida en que su fin no responde al goce que fantasea el individuo:
consumado el acto cae la ilusin. La fuerza del instinto se impone
a las conveniencias y las normas, no hay moral ni restricciones
capaces de educarlo o controlarlo; el adulterio, por ejemplo, no es
otra cosa que la fuerza de la especie que impulsa la bsqueda de la
mejor unin ms all de cualquier convencin y segn una sabidu-
ra inmanente a los fines reproductivos. La institucin matrimonial
recibe la carga de este destino trgico del amor sexual: toda unin
amorosa, mxime si se la pretende perdurable, es conflictiva, en
una dimensin que remite, finalmente, a la separacin del indivi-
duo y la especie. Si el impulso del amor no encuentra su consu-
macin la secuela es conocida: crmenes pasionales, suicidio y
locura o bien adulterio e infierno hogareo. Si es logrado un ma-
trimonio fundado en la pasin amorosa, suele ser desgraciado
porque choca con la racionalidad y el inters individual: orienta-
do a los fines de la naturaleza, sacrifica la generacin presente a
la futura.
No voy a detenerme a examinar con ms detalle los elementos
constitutivos de este sistema de pensamiento, que busca integrar
retazos cientficos de la biologa del siglo XIX. En todo caso intere-
sa destacar que las circunstancias de su recepcin, hacia el fin del
siglo, combinaban el relieve que la ideologa darwinista haba confe-

21. A. Schopenhauer, ob. cit., t. III, pg. 187.

85
rido a los temas del instinto, la herencia y la especie con la sensibili-
dad pesimista y aun decadentista que vena a impugnar la con-
fianza fcil en las promesas de progreso material y moral, las que
ya no se vean aseguradas por el desarrollo de las ciencias, en parti-
cular las naturales. La divulgacin de Schopenhauer, por otro lado,
vino a formar parte de una aguda problematizacin de la cuestin
matrimonial que se aliment de diversas fuentes: crisis moral, que
denuncia en el hogar el reducto de la peor de las esclavitudes en el
preciso momento en que ciertas expresiones del feminismo mos-
traban los primeros movimientos de rebelda; crisis poblacional e
intervencin mdico-social (eso que Foucault bautiz como biopol-
tica), que inaugur un inters pblico y estatal por las cuestio-
nes de la natalidad y el ordenamiento eugensico de la prole; crisis
ertica, finalmente, de una sexualidad que debe reforzarse como
un componente amatorio esencial del nuevo matrimonio.
Ante todo, si los tpicos del amor y la sexualidad quedan esta-
blecidos como reas problemticas de la existencia individual y
social, es porque se produce una ruptura con la visin naturalista
biolgica que proclamaba la armona entre el amor y el instinto;
por el contrario, en el nuevo horizonte de pensamiento, el instinto
sexual, expresin a la vez de las coacciones de la naturaleza y de
las aspiraciones del goce, es necesariamente conflictivo. Pero a esta
evidencia se agrega la visin de la decadencia y la amenaza pro-
yectadas sobre el eje de la sexualidad-reproduccin: la degenera-
cin circula como el fantasma colectivo de un progreso invertido.
El amor aparece, entonces, atravesado por tensiones irresolubles,
entre la exaltacin del deseo subjetivo y esa mitologa trgica de
Schopenhauer que lo vuelve una fuente de desdicha e infelicidad.
Pero por su relacin al instinto y al oscuro sustrato de la especie, la
sexualidad aparece como un rea privilegiada de los bajos fondos
del alma. Y tambin la experiencia esttica, literaria en particu-
lar, se caracteriza en el fin de siglo por un tratamiento de los te-
mas del amor y la sexualidad que se orienta a la expansin del
erotismo y la exhibicin de sus formas anormales.22

22. Vase Jean Pierrot, Limaginaire dcadent, Pars, PUF, 1977.

86
Ahora bien, la sexologa como disciplina mdica y social no
comienza por el matrimonio, sino que llega a l desde la puesta
de relieve pblica de los desrdenes de la sexualidad; y significa-
tivamente nace en el mbito de la medicina legal. Krafft-Ebing
es el ejemplo de ese inters del mdico convocado por el aparato
judicial y policial, que enfrenta con su saber los atentados al
pudor y las conductas sexualmente escandalosas. Y de acuerdo
con un criterio bsico de la medicina positivista, lo primero que
hace es acumular observaciones, describir y clasificar, de acuer-
do con un paradigma (que va entrando en crisis) del cual
Lombroso haba dado el modelo en sus estudios sobre el delin-
cuente. Justamente porque la vida sexual es de importancia fun-
damental para los fines de la especie y sus efectos son omnipre-
sentes en la sociedad, no puede quedar librada a la inspiracin
de los poetas y las especulaciones de los filsofos. Como Freud,
Krafft-Ebing se apega a la inspiracin de Schiller, para quien el
hambre y el amor son las fuerzas ms poderosas. Pero recha-
za el pesimismo de los filsofos, a los que denuncia escandalizado
por una cita de Hartmann que llevaba hasta un lmite imposible
la dimensin trgica del amor:

El amor nos causa ms dolores que placeres. El goce es ilusorio. Si


no estuviramos impulsados por nuestro fatal instinto sexual, la razn
nos ordenara evitar el amor. La mejor solucin, entonces, sera hacerse
castrar.23

Para el sexopatlogo alemn es necesario, entonces, recurrir a


las ciencias naturales, en particular la medicina, que es la nica
capaz de superar la concepcin desesperada de los filsofos y la
ingenua de los poetas. Y desde ese relieve inicial de la cuestin,
se entiende que el estudio inicialmente mdico no puede limitar-
se a la descripcin y clasificacin de la psicopatologa sexual; ne-
cesita exponer su punto de vista sobre la sexualidad normal.

23. E. von Hartmann, La filosofa del Inconsciente (1869), citado por Krafft-
Ebing, ob. cit., pg. VI.

87
Debe, entonces, incluir un captulo sobre la psicologa de la vida
sexual; y si se admite que la patologa puede iluminar la norma-
lidad, es porque comienza a advertirse que lo que las separa es
slo una diferencia de grado. Finalmente, es el objeto novedoso
de esa disciplina el que le otorga una significacin casi universal,
tal como se desprende de la cita ya mencionada. Para el sexlogo
alemn, que sigue en esto a Maudsley, el instinto sexual est en
la base del desarrollo de los sentimientos sociales, con lo cual se
opone a la proposicin de Darwin que sostena, sobre la base de
una extensa consideracin comparativa de las especies animales,
que el instinto social es primario.24
De modo que con Krafft-Ebing nace una ciencia del sexo que
aparece, de entrada, instalada en un espacio de tensiones y aper-
turas. Por un lado, la demanda propiamente tecnolgica de la
aplicacin mdico-legal; por otro, esa necesaria extensin al hori-
zonte tico y filosfico en el que la cuestin haba sido situada
como problema central del pensamiento en las ltimas dcadas
del siglo XIX.25 La sexologa nace, entonces, como un discurso
hbrido (medicina social, biologa de la reproduccin, eugenesia y
psicologa, filosofa de la naturaleza y tica aplicada) fundado en
una afirmacin bsica: la centralidad, casi la omnipotencia de los
impulsos sexuales, que son a la vez el fundamento de la perpe-
tuacin de la especie y una fuente permanente de desviaciones y
excesos. Por esa va se construye un discurso que, ms all de sus
variantes, coincide en resaltar la excepcionalidad, el carcter nico
de la sexualidad en el conjunto de las funciones humanas; no
slo porque anuda problemas que son a la vez biolgicos, psicol-
gicos, morales y sociales, sino porque la misma fuerza fundamen-
tal que es motor de la continuidad y el progreso de la especie se

24. Charles Darwin, The Descent of Man and Selection in Relation to Sex,
segunda edicin, Londres, J. Murray, 1875; especialmente captulo 3.
25. Dejo de lado la dimensin propia de la disciplina biolgica que produce
un corpus extenso de investigaciones y teorizaciones acerca de la sexualidad.
Vase F. Sulloway, Freud, Biologist of the Mind, ob. cit.

88
convierte inmediatamente en la fuente principal de las amena-
zas a esos mismos fines.
Unos pocos tpicos se destacan en la psicologa de la vida
amorosa sintetizada por Krafft-Ebing y van a constituir un n-
cleo central del sentido comn sexolgico.26 En primer lugar, la
diferencia sexual: la biologa y la psicologa sexuales del hombre
y la mujer no son comparables. En realidad, lo que viene a desta-
carse es la condicin diferencial de la sexualidad femenina, o ms
bien, la constitucin de la sexualidad femenina como problema;
ante todo, como problema para el hombre, tanto para el hombre
de ciencia como para el marido poco instruido en las tcnicas
amatorias. La constatacin bsica del alienista alemn afirma
que el instinto sexual en la mujer es menos intenso que en el
hombre, y de all deriva una serie de rasgos de la psicologa fe-
menina que se reenvan y explican unos a otros: actitud bsica
pasiva, disposicin al amor espiritual ms que al genital, centra-
lidad del amor maternal que eclipsa la sexualidad, disposicin
natural mongama. Desde esa psicologa diferencial del sexo se
plantea un problema (que es casi metafsico y evoca las perpleji-
dades cartesianas acerca de cmo el cuerpo extenso se una al
alma espiritual): cmo dos psicologas tan diferentes, arraiga-
das en componentes biolgicos del instinto que son igualmente
contrastantes, pueden alcanzar una unin mutuamente satis-
factoria? Una va de reflexin (de Weininger a Freud) promove-
r la figura biolgica y metafsica de la bisexualidad como ma-
triz de aproximacin de la polaridad de los sexos: desde la embrio-
loga interpretada como una clave de la existencia sexual se
reescribe el mito del Andrgino.
Pero la sexologa como empresa pedaggica y divulgadora
coloca diferentemente sus acentos en la medida en que debe en-
carar la sexualidad, ante todo, como un rea de ejercicio, es decir
como performance. En la dimensin propiamente tcnica que est
siempre presente en el gnero sexolgico ese hiato entre la sexua-

26. Krafft-Ebing, ob. cit., cap. 1, Fragmentos de una psicologa de la vida


sexual.

89
lidad del hombre y la de la mujer procurar cerrarse por una
apelacin cuando no por una instruccin directa a la destreza
del hombre, gua y maestro que debe despertar la sexualidad
de la mujer. Dominacin del hombre, puede decirse, pero en el
marco de una nueva contractualidad, propiamente moderna que
presiona en el sentido de la igualdad; muchos sexlogos admiten
(y alguno, como A. Forel, lo recomienda directamente) que una
mujer insatisfecha por responsabilidad de un marido egosta o
inexperto tiene pleno derecho a procurarse un amante. Jos In-
genieros, como se vio, no deca otra cosa en sus intervenciones de
sexlogo.
La pubertad constituye otro nudo conflictivo en el que tam-
bin se trata de reunir lo que est separado. Punto de acceso a la
vida sexual (aun cuando muchos sexlogos admiten la sexuali-
dad infantil), en ese complejo de cambios corporales, mentales y
de valores se definen, en la visin sexolgica, los prototipos de la
sexualidad adulta. Pero en la crisis puberal se incluyen, para
Krafft-Ebing, fenmenos contrastantes: por una parte, el desper-
tar sexual puberal; por otra, el nacimiento del amor idealizado y
novelesco; se trata de un lugar comn que ser retomado por
muchos, Freud entre ellos. La integracin de la corriente sensual
y del amor sentimental constituir la otra de las empresas for-
mativas de la literatura sexolgica y el arte de amar se desple-
gar incesantemente en los consejos de los manuales.
Havelock Ellis aporta un relieve distinto de la cuestin: no
tanto porque se separe de ese anclaje inicial en una medicina del
sexo que se mantiene atenta a los desrdenes en el escenario
colectivo y a las consecuencias para los fines de la especie, sino
porque encarna la figura de un misionero de la reforma sexual. Y
ante todo es el pblico el que cambia, ya que impulsa una convo-
catoria que insiste en que la sexualidad debe ser formada, pro-
piamente educada, pero no en el sentido de una simple adecua-
cin a las pautas de la moral vigente, ya que es esa misma moral
la que debe ser reformada con miras a un ejercicio de las funcio-
nes sexuales que sea, a la vez, cientficamente fundado, moral-
mente capaz de favorecer una expresin libre de impulsos y fuen-

90
te esencial de felicidad y armona. Lo que destaca, como nadie
hasta entonces, es que el terreno de la sexualidad debe ser objeto
de una cruzada liberadora, y all donde las funciones
reproductivas eran centralmente motivo de obligaciones (hacia
la familia, los hijos, la especie o la nacin) se impulsa un discurso
y un movimiento nuevo que asocia la sexualidad al ejercicio de
un derecho y a la causa de la libertad, la que debe, sin embargo,
ser guiada de acuerdo con las leyes de la naturaleza.
Ellis llega a ocuparse de los temas del sexo a travs de una
verdadera experiencia de conversin que lo lleva, muy joven,
a asumirlos coma la causa de su vida. En esa misin busca inte-
grar sus intereses cientficos naturalistas, sus aspiraciones es-
pirituales (despus de una crisis religiosa) y ciertas inclinacio-
nes metafsicas y estticas que proclaman la unidad, la armo-
na y la bondad de la naturaleza.27 Pero es en el clima finisecu-
lar y en la asociacin con reformistas radicales y socialistas in-
gleses donde emerge la cuestin sexual en el marco de un pro-
grama general de reforma intelectual y moral. Lo que nace, en-
tonces, es una transformacin de los valores que se asocian a la
sexualidad, y los efectos de esa revolucin han llegado hasta
nosotros. Ante todo, la promocin de la franqueza y la disposi-
cin a sacar a luz lo ms escondido y repudiado; la ciencia natu-
ral (descriptiva y clasificatoria) tiene all un papel fundamental
en la medida en que sirve a la voluntad iluminista de combatir
la oscuridad y el engao. Pero es el valor moderno de la eman-
cipacin, frente a la discriminacin y la opresin, el que presio-
na en el sentido de un movimiento de liberacin hacia las si-
tuaciones de desigualdad, sobre todo de las mujeres y los homo-
sexuales.

27. Havelock Ellis, Mi vida, Madrid, Abraxas, 1976. Phyllis Grosskurth,


Havelock Ellis. A Biography, Nueva York University Press, 1985. Vase tam-
bin Jeffrey Weeks, Havelock Ellis y la poltica de la reforma sexual, en S.
Rowbotham y J. Weeks, Dos pioneros de la liberacin sexual: Edward Carpenter
y Havelock Ellis. Homosexualidad, feminismo y socialismo, Barcelona, Anagra-
ma, 1978.

91
Combina, entonces, con la fluidez propia de ese clima de crisis
de paradigmas el positivista en particular la fe naturalista en
la determinacin biolgica (Darwin, Galton, Lombroso), la afir-
macin de la autonoma y la libertad individuales (Ibsen, Whit-
man), la promocin de la sinceridad y la transparencia y, en fin,
la sacralizacin del instinto que identifica plenitud corporal y
espiritualidad (D. H. Lawrence). A ello se agrega una actitud de
crtica a la sociedad, a su hipocresa y sus tabes. Lombroso
haba enseado que se puede estudiar un grupo humano positi-
vamente si se acumulan suficientes observaciones, y de all El-
lis extrajo un sesgo fundamental de sus estudios sobre la vida
sexual: una orientacin ms antropolgica que mdica o psico-
lgica que lo lleva a estudiar las conductas erticas mediante
encuestas, observaciones, exposiciones de casos, mediciones. Re-
curre a las observaciones directas, la acumulacin de datos y las
historias de casos tomadas al pie de la letra, junto con la apela-
cin a la historia y a dudosas reconstrucciones antropolgicas de
civilizaciones del pasado. Toda esa profusa acumulacin de evi-
dencias, opiniones, descripciones y relatos curiosos empuja en
direccin al relativismo de las costumbres sexuales y sintoniza
bien con una sensibilidad de cambio, instalada sobre todo en las
capas intelectuales.
El primero de los volmenes de los Estudios de psicologa
sexual, que finalmente fueron agrupados en seis tomos, est de-
dicado a la inversin sexual (1897), tratada como una anoma-
la, una desviacin hereditaria que siempre ha existido en una
proporcin ms o menos fija en distintas sociedades.28 No es pro-
piamente una patologa, ni responde al fantasma de la degenera-
cin ni mucho menos puede ser tratada como un crimen. Y el
llamado a la tolerancia y la integracin de los homosexuales se
funda en su caso en el respeto a la naturaleza: su resignacin

28. La serie de trabajos de H. Ellis fue publicada ntegramente en Buenos


Aires por la editorial Partenn en la dcada del 40; sin embargo sus ideas se
difundieron a travs de reseas y versiones de segunda mano, en la literatura
sexolgica, desde mucho antes.

92
ante las leyes inexorables de la herencia que determinan las va-
riantes de la constitucin sexual. La misma actitud lo lleva a
renunciar a tener hijos porque su mujer es bisexual y l se consi-
dera un neurtico.
No hay unidad ni marco conceptual en esa obra, que se carac-
teriza ms bien por una yuxtaposicin de temas, casos y opinio-
nes. Despus de la homosexualidad trat la evolucin del pudor,
la periodicidad del fenmeno sexual, el autoerotismo, el impulso
sexual y el instinto; luego, el amor y el dolor: sadismo y maso-
quismo; el impulso sexual en la mujer, la seleccin sexual y el
simbolismo ertico. Concluy con una coleccin extensa de traba-
jos bajo el ttulo El sexo en relacin con la sociedad. En todo
caso, fue un ejemplo de la combinacin entre un abordaje positi-
vista y naturalista de la sexualidad, la militancia en favor de la
tolerancia moral y una disposicin reformista en el terreno de las
costumbres amorosas. Si se inspiraba en Lombroso para estudiar
las variantes de la vida sexual no era para segregar a los diferen-
tes sino para favorecer su integracin en una sociedad ms abier-
ta. En el clima de debates y alineamientos despertado por el pro-
ceso a Oscar Wilde, aunque no se lo propone, contribuye con su
obra (mal recibida por los medios cientficos y censurada durante
muchos aos en Inglaterra) a crear una conciencia y un movi-
miento de intelectuales y artistas que impulsaron pblicamente
cambios en la legislacin represiva de la homosexualidad.
Luego Freud y el psicoanlisis, por una parte, y la expansin
de la sexologa como disciplina mdica y como gnero de divulga-
cin, por otra, le hicieron perder vigencia en la medida en que los
temas que haba sacado a la luz se convirtieron en objetos discur-
sivos relativamente asimilados por la opinin. Pero su valor inau-
gural consisti, en todo caso, en la capacidad de producir y hacer
circular un discurso de la sexualidad, legitimado en dos direccio-
nes: hacia los especialistas que van a terminar de fundar esa
disciplina peculiar y hacia un pblico amplio, interpelado por las
promesas de conocimiento y de orientacin en su vida ertica; ese
pblico va a constituir la base de la implantacin de la literatura
sexolgica como un gnero popular.

93
La obra clebre de A. Forel sintetiz, en 1905, ese humor
disconforme que promova la necesidad de cambios: despus de
las reformas sociales y polticas quedaba pendiente la reforma
sexual como problema de orden pblico.29 Pero, al mismo tiempo,
en la extensa obra de Forel se superponan dos series de repre-
sentaciones de la sexualidad: la vida sexual como expresin de la
libertad amorosa individual, prototipo de la felicidad terrenal, y
la funcin reproductiva subordinada a los fines de la especie y de
la raza. A la vez ciencia de la procreacin (eugenesia) y arte de
amar, es decir, esttica de la vida amorosa. Es claro que un obje-
tivo central del gnero sexolgico se propone introducir la ertica
sexual en el matrimonio. Pero no deja de estar presente ese hori-
zonte de los desrdenes que siempre amenazan por el lado de
los efectos colectivos de la sexualidad. En ese sentido, la sexologa
nace como una disciplina ambigua: por una parte liberadora,
en cuanto promueve un saber y un ejercicio ms autnomo de la
sexualidad; por otra, ordenadora y moralizante, casi siempre a
la bsqueda de poner la dicha sexual al servicio de la estabili-
dad de la institucin matrimonial.
La cuestin sexual pretende ser, en ese sentido, un tratado
integral sobre los problemas de la vida sexual en relacin con la
vida social y la civilizacin modernas e incluye agregados en
sucesivas ediciones, especialmente despus de la guerra. Forel
contribuy a establecer el prototipo de los manuales de divulga-
cin sexolgica. Comienza por una presentacin de la biologa
de la reproduccin, de la fisiologa pasa al tratamiento psicol-
gico y sociolgico del apetito sexual y el amor, a las diferencias
en el hombre y la mujer, a la historia y la reconstruccin
etnolgica del matrimonio que sigue la obra clsica de Wester-
mark. El modelo evolucionista se aplica a la exposicin de la
filogenia y la ontogenia de la vida sexual y conduce a una pre-
sentacin de la psicopatologa sexual, que sigue a Krafft-Ebing.
Lo ms caracterstico, sin embargo, es el tratamiento de la cues-

29. A. Forel, La cuestin sexual , ob. cit.

94
tin sexual en relacin con temas sociales y morales dinero,
prostitucin y matrimonios de inters y la influencia del me-
dio ambiente: las ciudades, las posiciones sociales, los estragos
del alcohol y el tabaco. Finalmente se ocupa de la religin, el
derecho (incluyendo los temas del matrimonio, amor libre, de-
rechos de los hijos), la medicina y la vida sexual (higiene, me-
dios anticonceptivos), moral sexual y eugenesia, educacin y
arte.
Forel, que es una figura del socialismo europeo, contribuy
decididamente a instaurar un sentido comn a la vez positivis-
ta y progresista en zonas muy importantes de la cultura de
izquierda. Culmina su gran obra con una utopa acerca del ma-
trimonio del porvenir en la que expone bien esa bsqueda de
integracin entre la disciplina eugensica y los valores subjeti-
vos del amor y la felicidad sexual.30 La mejor eugenesia,
afirma, es el matrimonio sexualmente feliz, sano (y aqu se
incluye la lucha contra la prostitucin, el alcohol y las
enfermedades venreas, pero tambin contra el lujo y los
matrimonios de inters), que tenga la posibilidad de recurrir a
los anticonceptivos y est libre de decidir sobre su separacin y
divorcio vincular si fuera preciso. Pero la utopa incluye
tambin recursos de ficcin y compensacin en la bsqueda de
la armona amorosa en la pareja matrimonial. Se trata de
encontrar un remedio contra la infidelidad en una verdadera
esttica del matrimonio. Ilustra su argumentacin con una
caricatura tomada de un peridico alemn. Hay un dibujo de
una mujer sucia, desgreada y mal vestida con una escoba en la
mano y un chico peor vestido y ms sucio que ella, dndole un
beso al esposo que llega y que pone cara de asco; abajo dice:
As se viste para su esposo. Al lado hay una segunda
caricatura de la misma mujer vestida y adornada como
una actriz de cine, con el mismo nio, esta vez vestido de
punta en blanco y recibiendo a una persona que llega;
abajo dice: Y as cuando vienen visitas. La recomendacin es

30. A. Forel, ob. cit., pg. 215

95
obvia; ese vnculo ntimo debe ser cuidado ms all del cumpli-
miento de las obligaciones recprocas porque el amor es un jue-
go que exige imaginacin. Con ello se produce un deslizamiento
en la idea severa de la obligacin biolgica y moral con los fines
de la especie hacia la promocin del juego y la fantasa como
recursos de moralizacin. As se llega a una recomendacin fi-
nal (para el marido y, ocasionalmente, la mujer) de dudosa efi-
cacia:

Cuando su pasin sexual se halle excitada por una mujer extraa y


est en peligro de sucumbir, se esforzar, recurriendo a la imaginacin,
en revestir a su propia mujer de los encantos de la que amenaza sedu-
cirle.31

El matrimonio perfecto

La produccin discursiva en torno de la sexologa alcanza en


Buenos Aires un pico fundamental hacia los aos 30, a travs de
la circulacin de manuales de divulgacin, especialmente El ma-
trimonio perfecto de Van de Velde.32 En ese sentido, si se
atiende al registro del corpus escrito, el discurso sexolgico alcanza
una presencia extendida con algn retardo respecto de la difusin
europea que se produce bsicamente en la primera posguerra. La
Argentina (Buenos Aires en primer lugar) acompaa el proceso
de denatalizacin caracterstico de las sociedades occidentales
modernas mediante la introduccin creciente de procedimientos
anticonceptivos en el matrimonio; la curva descendente comienza
ya en los aos previos al fin de siglo.33 La extendida literatura

31. Ibd., pgs. 219-220 y 223.


32. T. H. Van de Velde, El matrimonio perfecto, 1939; se haban editado, en
1965, 33 ediciones. La triloga se completaba con Aversin y atraccin en el
matrimonio, 1939 (6 edic., 1960) y Fertilidad y esterilidad en el matrimonio,
1940 (6 edic., 1959).
33. Vase Dora Barrancos, Contracepcionalidad y aborto en la dcada de

96
sexolgica de los 30, entonces, vendra a responder a cambios en
la sensibilidad que ya estaban instalados y eso explica su xito
inmediato.
Una condicin bsica es la crisis de la sociedad modernizadora
de la sociedad desde los aos 20. Pero, al mismo tiempo, es claro
que el discurso de la sexologa se funda, ante todo, en los espacios
de la cultura local que se comunicaban con las corrientes de ideas
circulantes en las metrpolis del hemisferio norte. Perifrico y a la
vez libre de las ataduras de tradiciones autctonas fuertes, el
discurso cultural, sobre todo en las expresiones populares, recepta
los tpicos y los autores de Occidente segn un criterio que combina
demandas de mercado (es decir, traducir y hacer circular lo que
ms se vende, que no es diferente de lo que se vende en Pars,
Berln o Londres) con propsitos de instruccin y educacin de las
masas. Lo importante, en todo caso, es que hay actores in-
telectuales e institucionales como Zamora y la editorial Claridad,
que cumplieron un papel decisivo como mediadores de esa difusin.
Las obras de Jos Ingenieros publicadas en fascculos populares
por su hermano haban demostrado la existencia de un pblico
dispuesto a sostener empresas de divulgacin cientfica mdico-
psicolgicas. Pero despus de la muerte del autor de El hombre
mediocre no quedaba en el elenco local ningn autor que pudiera
cumplir esa funcin mediadora y expansiva hacia el gran pblico y
casi todo lo que se publica salvo la serie del Dr. Gmez Nerea
corresponda a traducciones.
La editorial Claridad fue fundada en 1921 por el espaol An-
tonio Zamora, militante socialista. En ese ao se inici la publi-
cacin de la serie Los Pensadores y en 1926 apareci el primer
nmero de la revista Claridad (tribuna del pensamiento izquier-
dista); la editorial del mismo nombre comienza a editar libros en

1920: problema privado y cuestin pblica, Estudios Sociales, 1, segundo se-


mestre 1991.

97
esos aos. Tanto la revista como la editorial estuvieron abiertas
a la difusin de todos las expresiones y matices del pensamiento
de izquierda, anarquista, socialista y comunista; y junto con la
difusin del marxismo y los clsicos del socialismo cientfico y
con la publicacin de una serie de textos antiblicos, la biblioteca
cientfica, desde la dcada del 20, se dedic, casi exclusivamente,
a obras de sexologa.34 Auguste Forel, como se vio, haba estable-
cido el sentido comn de una visin progresista de la cuestin
sexual como un mbito de la existencia humana que exiga ser
reformado. Entre nosotros, por otra parte, algunos autores y pu-
blicaciones anarquistas, desde principios de siglo, haban enca-
rado la cuestin amorosa en el marco de una expansin de la
proyeccin libertaria a la vida ntima; y en el tratamiento de la
cuestin, promovan a la vez el amor libre y la disciplina
eugensica.35
En el caso de la empresa de Zamora, el camino para lo que se
consideraba una necesaria reforma de las costumbres, de acuer-
do con los propsitos generales de la editorial, era la ilustracin
del pblico a travs de un acceso directo a obras de distinto ca-
rcter. La relativa continuidad que se establece con la iniciativa
anterior de edicin popular de la obra de Ingenieros queda evi-
denciada por el hecho de que el autor del Tratado de amor es uno
de los autores incluidos en la coleccin a travs del trabajo Cmo
nace el amor. La Biblioteca Cientfica publica (sin fecha, pero
desde la segunda mitad de los 20) una coleccin que alcanza
aproximadamente treinta y seis pequeos volmenes de no ms

34. Jos Barcia, Claridad, una editorial del pensamiento, Todo es Histo-
ria, 172, setiembre de 1981. Sobre Claridad: Graciela Montaldo, Claridad: un
nudo cultural y Los Pensadores: la literatura como pedagoga, el escritor como
modelo, Buenos Aires, mimeo, 1986; tambin Literatura de izquierda: huma-
nitarismo y pedagoga, en G. Montaldo (comp.): Yrigoyen, entre Borges y Arlt,
ob. cit. y Luis A. Romero, Libros baratos y cultura de los sectores populares,
Buenos Aires, CISEA, 1986.
35. Vase Dora Barrancos, Anarquismo, educacin y costumbres en la Ar-
gentina de principios de siglo, Buenos Aires, Contrapunto, 1990, cap. 5.

98
de sesenta pginas que se vendan en quioscos a veinte o treinta
centavos, que era el precio de un caf con leche con pan y mante-
ca.36 Vistas en un perodo de dos dcadas desde mediados de los
20 cuando comienza la Biblioteca cientfica, las obras sexo-
lgicas son muy variables en su formato y estilo, desde los folle-
tos iniciales hasta las ms de mil pginas que totalizaba la trilo-
ga de Van de Velde. El matrimonio perfecto, de 360 pginas, no
era una obra al alcance de quien no tuviera cierto entrenamiento
de lectura: inclua fragmentos en latn, notas y bibliografa en
varios idiomas, ilustraciones tomadas de libros de medicina. Por
otra parte, la obra de Van de Velde era incluida en pie de igual-
dad con obras del catlogo como el libro de F. Engels sobre la
familia o los ensayos y biografas debidas a la pluma de Stefan
Zweig o Romain Rolland.
La denominacin divulgacin cientfica suele aplicarse a este
gnero de literatura destinado a un pblico amplio, que se ven-

36. J. Barcia, ob. cit., pg. 10.


La nmina siguiente de la coleccin, que no es completa, es ilustrativa: Dr.
O. Schwartz, Fisiologa de la vida sexual en el hombre y la mujer; Dr. T. R. de
Calmette, Fisiologa sexual del soltero y la soltera; H. Clare, La virginidad
estancada; A. Forel, tica sexual; El apetito sexual; Dr. Rosch, Higiene del
matrimonio; Dr. E. Pozner, Higiene sexual del hombre; Dr. J. L. Curtis, Gua
sexual; Dr. Starkenburg, Miseria sexual de nuestro tiempo; Dr. G. Mac Hardy,
Secretos del matrimonio; Dr. L. M. de Aguirre, La lujuria humana; Dr. F. de
R. Climent, La prostitucin clandestina; Varios, La sfilis; J. Ingenieros, Cmo
nace el amor; Dr. E. Tairens Drangs, La mujer en el amor y la voluptuosidad;
Dr. Max von Gruber, La higiene de la vida sexual; Dr. L. Sociac, El arte de
tener hijos; Dr. S. A. Radetzky, El amor; Dr. G. Maran, Amor, conveniencia
y eugenesia; Dr. Jaff, El arte de conservar el amor en el matrimonio; A. W.
Nemilow, La tragedia biolgica y social de la mujer; Dr. P. Vachet, La inquie-
tud sexual; Dr. C. Bayo, Higiene sexual del soltero; Dr. H. Leitd, La perfeccin
sexual en el matrimonio; Dr. W. Wasroche, Amor sin peligros; Dr. S. M.
Bassde, La iniciacin sexual.
A ello se agregan otros ttulos, adems de los ya citados de Van de Velde,
incluidos en otras colecciones: Guido Paci, La locura amorosa en la religin y los
pueblos; A. Kollontay, La mujer nueva y la moral sexual.

99
da en quioscos y a precios muy reducidos; pero tiene el
inconveniente de hacer pensar en una produccin de formato
breve y tratamiento superficial. En realidad, la coleccin se
integraba al propsito de Zamora de construir con su editorial
una universidad popular y desde esa posicin no caba la
distincin entre un conocimiento alto y una funcin
simplificadora descendente hacia los no ilustrados.37 La idea
misma de una jerarquizacin de los saberes y de los pblicos
estaba cuestionada, junto con las instituciones oficiales, la
universidad ante todo, que vendran a legitimarla. Y
efectivamente, no era en la Facultad de Medicina de la
Universidad de Buenos Aires donde podan encontrarse los
profesionales dispuestos a escribir para el gran pblico en mate-
ria de vida sexual.
Uno de los rasgos de esa empresa de socializacin y difusin
del saber, que pona en el discurso de la ciencia un acento parti-
cular, es la consiguiente nivelacin de autores y discursos; y era
desde los nuevos lectores, alejados del bagaje formativo ms tra-
dicional, desde donde la oferta amplia de autores poda ser
homogeneizada con referencia a un saber que era una pura pro-
mesa a construir, sin ningn apego a tradiciones establecidas o
jerarquas de prestigio. Zamora se propona difundir a los pen-
sadores, los grandes autores, mediante ediciones ntegras (en
eso se distingua de editores menos escrupulosos como el respon-
sable de Tor), a partir de una concepcin que confiaba en que la
difusin del libro y la lectura eran capaces, por s solos, de provo-
car una transformacin radical de las conciencias y desde all,
desde la revolucin de los espritus de la que hablaba Barbusse,
proyectarse hacia el cambio social y poltico.
En todo caso, lo fundamental era el cambio de destinatario
de una produccin que se presentaba con los equvocos corres-
pondientes como inmediatamente accesible a todo pblico y
que, por lo tanto, acentuaba la disposicin autodidacta. La de-
mocratizacin social y el ideal de igualdad en la distribucin de

37. Vase Todo es Historia, ob. cit., pg. 38.

100
los bienes arrastraban la concepcin de un acceso igualitario a
los saberes que seran transparentes para sus destinatarios po-
pulares. En el tema que nos ocupa, y ms all de que se insista
casi ceremonialmente con anteponer la calificacin de Doctor
delante de cada uno de los autores de la serie sexolgica, se
operaba cierta desacralizacin en el pasaje a un discurso escrito
que se pretenda al alcance de cualquiera. En el gnero
sexolgico en particular, por una parte, se produca cierto des-
plazamiento desde el discurso propiamente mdico a modalida-
des mezcladas, con algo de ensayo literario y periodismo de di-
vulgacin; pero la sexualidad era promovida como un espacio de
prcticas (a la vez sociales, mdicas y afectivo-amorosas) y por
su necesaria referencia a indicaciones y consejos daba lugar a
una incipiente literatura de autoayuda. De all naca una au-
sencia de control sobre las operaciones de lectura de esas obras,
y la insatisfaccin de la corporacin mdica tanto como la de la
eclesistica, guardianes celosos de las verdades del cuerpo y del
alma, de la salud fsica y la salvacin espiritual. Para el mdi-
co, las cuestiones de la sexualidad exigen la reserva de la con-
sulta cercana y personal en el consultorio; en cuanto a la Igle-
sia, su oposicin a toda divulgacin sexolgica es constante:
toda lectura amenaza ser pecaminosa ms all de las intencio-
nes del autor.
El matrimonio perfecto fue el libro ms vendido de los cente-
nares de ttulos que produjo la editorial Claridad; se reeditaba
dos veces por ao y alcanz a completar cuarenta ediciones.38 Si
se hicieron unas treinta ediciones entre 1939 y los aos 50, hay
que pensar en un total de decenas de miles de ejemplares de una
obra que, adems, estaba en las bibliotecas populares. El xito
impresionante del libro no es ajeno a la modalidad de exposicin:
un evangelio cientfico naturalista que promete la felicidad sin
fin del supermatrimonio, es decir una eterna luna de miel. Es
claro que semejante apelacin sobrecompensatoria, que apela al

38. Jos Barcia, ob. cit., pg. 22.

101
lugar comn nietzscheano trasladado del individuo a la pareja,
se asienta sobre una sensibilidad de crisis propia de ese perodo
de entreguerras (la obra original es de 1925) y se propone, expl-
citamente, salvar al matrimonio de su fracaso.39
El saber sobre la sexualidad se ofrece como el modelo mismo
de un conocimiento aplicado, una tecnologa humana que ven-
dra a realizar en lo ms ntimo las promesas de la libertad en
el goce y del orden en el fortalecimiento de la institucin matri-
monial. Es clara la dimensin utpica de ese proyecto imposi-
ble; los matrimonios no fueron ms dichosos por la lectura del
manual de Van de Velde y las crisis, separaciones y adulterios
lejos de disminuir parecen haber aumentado. En todo caso, las
intenciones del sexlogo suizo son claras y moralmente
inobjetables: preservar la monogamia, favorecer la indi-
solubilidad del vnculo entre los esposos y prevenir las ruptu-
ras. Evita inicialmente referirse a las cuestiones que contradi-
cen la concepcin cristiana: no hay referencias a la sexualidad
fuera del matrimonio, ni a la masturbacin (fuera del captulo
de las caricias que acompaan la unin genital) ni a los
anticonceptivos ni al divorcio vincular eventual, en el caso de
una incompatibilidad insuperable. Van de Velde insiste, en este
primer libro, en su voluntad de hacer compatible su utopa con-
yugal con las creencias de todas las confesiones. Pero, finalmente,
en el tercer tomo, Aversin y atraccin en el matrimonio, se
decide a tratar favorablemente los mtodos anticonceptivos y
los expone extensamente. Quizs, entre otros motivos, porque
esa voluntad inicial conciliadora no le haba ahorrado el recha-
zo de los medios eclesisticos, dado que el primer elemento cho-
cante para la visin catlica era esa promocin pblica de la
intimidad sexual que se proclamaba como un espacio de deci-
sin de los esposos y, en todo caso, de intervencin mdica. En
definitiva, la Iglesia, que a lo largo de los siglos ha acumulado

39. T. H. Van de Velde, El matrimonio perfecto, ob. cit., pg. 25.

102
un saber acerca del deseo sexual que supera al de los mdicos,
no acept ese refuerzo sexolgico ofrecido a los santos fines del
matrimonio y rechaz el libro.
En efecto, si la vida sexual es una fuente tan plena e inagota-
ble de deleite terrenal, por qu va a quedar confinada en los
lmites de la institucin matrimonial? Cuando se estimulan fan-
tasmas erticos a travs de descripciones realistas de las conduc-
tas sexuales (probablemente las ms osadas dentro de las obras
del gnero) nadie poda asegurar que la lectura se limitaba a la
instruccin de los cnyuges; los sacerdotes se inclinaban a pen-
sar seguramente con razn en el uso posible como complemen-
to de prcticas autoerticas.
Tambin Van de Velde era consciente de ese riesgo y adverta
a los lascivos que no iban a encontrar en sus libros el material
que buscaban.40 Con referencia a un tema conflictivo para el pen-
samiento tradicional, la contracepcin, el planteo inicial de Van
de Velde no promova pblicamente el control pero tampoco se
pronunciaba en contra; pretenda permanecer neutral, con un
discurso apto para laicos y creyentes y slo consignaba que el
problema de la procreacin deba resolverse de acuerdo con el
deseo de ambos cnyuges.41 Slo posteriormente va a justificar
un uso moderado, bsicamente eugensico, de los mtodos
anticonceptivos. Ms all de la intencin proclamada de no en-
frentar a la autoridad religiosa, est claro que su pblico no esta-
ba entre los creyentes; cierto hedonismo naturalista y la insis-
tencia en la sexualidad como un mbito de decisin personal de
los cnyuges congeniaban plenamente con la sensibilidad laica
reformista y debe suponerse que sus lectores estaban en ese p-
blico popular que consuma otros ttulos de la misma editorial.
El libro tiene un destinatario preciso, el esposo, que debe ser
el maestro y el gua de su mujer en materia sexual y a quien se

40. Fertilidad y esterilidad en el matrimonio, ob. cit., pg. 13.


41. T. H. Van de Velde, El matrimonio perfecto, ob. cit., pg. 26.

103
hace responsable de la plenitud y la perduracin de la dicha er-
tica en la pareja. Si el hombre es naturalmente seductor y est
siempre dispuesto a la aventura amorosa, de lo que se trata es de
que vuelque todo su potencial en convertir la vida conyugal en un
permanente affaire, una relacin de amantes. En el camino, el
espacio posible de la transgresin ertica busca ser transmutado
en un factor esencial de la integracin y la estabilidad de la pare-
ja; pero sobre la base de un contrato que hace recaer sobre el
hombre la obligacin de velar por el cumplimiento de los fines
erticos del matrimonio. El fantasma temido es el aburrimiento,
que recae mayormente en la mujer que permanece en el hogar
mientras el hombre dispone del inters de su trabajo y de otras
actividades extrafamiliares. Un objetivo explcito, entonces, es
hacer ms satisfactoria la posicin de la mujer en el matrimonio
mediante el logro de una vida amorosa plena. Pero ese propsito
no se promueve a travs de una apelacin directa a las esposas
(como es el caso en la sexologa actual) sino por intermedio del
hombre, trasladado a la posicin imposible de amo del saber y del
deseo frente a la figura de una mujer naturalmente destinada a
un papel subordinado y necesitado de proteccin. Finalmente, el
contrato completo es expuesto en el segundo tomo de la triloga
en estos trminos: el hombre es el responsable ertico de la pare-
ja, pero el xito o el fracaso global del matrimonio depende de la
mujer.42
El contenido temtico de El matrimonio perfecto sigue el pro-
totipo del gnero establecido por Forel aunque elude las deriva-
ciones sociolgicas. Comienza con la consabida exposicin anat-
mica y fisiolgica (con las correspondientes ilustraciones) y sigue
con la presentacin del instinto sexual, como una fuerza podero-
sa y omnipresente que acta desde el nacimiento; de all que sea
admitida la sexualidad infantil e incluido el nombre de Freud.
Pero no lo es bajo la forma de las etapas de desarrollo libidinal,
que ni siquiera son mencionadas, sino como una ilustracin (que

42. Aversin y atraccin en el matrimonio, ob. cit., pg. 165.

104
hace pensar en Schopenhauer) de la extensin de esa voluntad
vital que no queda reducida a la bsqueda del acoplamiento sino
que carga todo el funcionamiento corporal. Freud, ledo en clave
de sexlogo naturalista, es colocado en lnea con una visin
instrumentalista del cuerpo ergeno, que tiene su correlato apli-
cado en el captulo de las tcnicas amatorias, el verdadero plato
fuerte de la obra.
En efecto, el extenso tratamiento de las relaciones sexuales
(ms de ciento veinte pginas, algo as como la tercera parte del
libro) combina la instruccin fisiolgica con la psicologa sexual
para desembocar en consideraciones y consejos tcnicos domi-
nados por el imperativo de la mutua satisfaccin. Las descrip-
ciones son indudablemente lo bastante realistas como para que
los lascivos se sintieran atrados, aunque la justificacin apun-
ta a rasgos propios del gnero: si se quiere vencer la ignorancia
y la hipocresa las cuestiones de alcoba deben ser ventiladas sin
velos ni falsos pudores. El propsito global enfrenta, indudable-
mente, la condicin paradjica de un mandato que establece la
obligacin de gozar, de un modo, por otra parte, precisamente
normalizado: adultos heterosexuales, sin medios ni instrumen-
tos auxiliares y culminando con la eyaculacin en el interior de
la cavidad vaginal. Pero en el camino, no puede ignorarse el
efecto de desorden de cualquier secuencia natural dada que se
desprende del tratamiento de los rasgos del juego amoroso y
los preludios como un captulo, sostenido ya no en las leyes de
la anatoma y la fisiologa sino en el registro de las fantasas.
Lo ms destacable de la obra es probablemente esa promocin y
legitimacin del papel del juego y la imaginacin en un terreno
que, simultnea y a menudo contradictoriamente, era interpe-
lado, por sus consecuencias reproductivas, como severamente
dominado por las determinaciones ineluctables de la herencia y
los fines de la especie. No cabe duda de que esa doble serie
eugensica y ertica de las cosas del sexo contribuy a ampliar
su pblico, al mismo tiempo que agregaba alguna complejidad
al registro de escritura, porque si bien la objetividad distancia-
da propia del gnero de divulgacin cientfica cuadraba perfec-

105
tamente para la presentacin propiamente mdica, las incur-
siones en el arte de amar y las modalidades psicolgicas de la
vida sexual se vinculaban mejor a las tradiciones de la narra-
cin sentimental, cuando no recurran directamente a los testi-
monios en primera persona.
Finalmente, la paradoja mayor resida en que el instinto sexual
era postulado a la vez como naturalmente dado y como suscepti-
ble de educacin y formacin. La explicacin remita a los efectos
de la evolucin hacia formas civilizadas que habran alejado a la
especie humana de la restriccin de las conductas reproductivas
a los perodos de celo. La disponibilidad y la presin sexual per-
manentes, que caracterizan al ser humano, son a la vez respon-
sables de la omnipresencia del impulso (y su extensin hacia las
esferas de la cultura, las relaciones afectivas, el culto religioso, el
arte) y de las incertidumbres de una ejecucin adecuada no
slo en cuanto a los fines reproductivos, sino respecto de la satis-
faccin orgsmica, que debe ser formada y no viene dada por la
naturaleza.
Aqu es donde interviene un eje central de las consideraciones
psicolgicas y las recomendaciones tcnicas: las diferencias en-
tre el hombre y la mujer son tales que parecen indicar un desig-
nio de la naturaleza incrementado por la accin deletrea de la
civilizacin para que la relacin sexual plena sea un objetivo de
cumplimiento casi imposible. El hombre y la mujer son extra-
os en lo profundo de su ser, y justamente la sexologa es el
saber y la tecnologa que vendra a hacer posible que ese abismo
que separa a los sexos pueda ser cubierto;43 y la ndole de esa
diferencia alude, finalmente, al misterio de la sexualidad femeni-
na. El hombre aparece en el ejercicio de su sexualidad ms cerca
de la expresin directa del impulso; si tiene que ser educado es
para saber refrenarse, ajustar su tiempo corto al ritmo ms lento
de la mujer. Una profusin de grficos ilustra los ritmos diferen-
tes de la excitacin de uno y otra y acompaa la exposicin de las

43. Ibd., pg. 119.

106
maniobras necesarias para que lleguen juntos al orgasmo. Es cla-
ro que todo el dispositivo pedaggico-sexual se orienta a un fin:
que la mujer acabe bien; del lado del hombre no se suponen, en el
desempeo normal, mayores inhibiciones (en todo caso se tra-
tan en el tercer volumen que se ocupa de la patologa); en cambio
en la mujer el fracaso orgsmico es, se sabe, un desenlace fre-
cuente. De all el imperativo estricto que recae sobre el hombre,
responsable, como se vio, de los fines erticos de la pareja: la
mujer debe alcanzar su orgasmo como sea.
Por una parte, entonces, es la mujer la que aparece alejada
de la satisfaccin natural ms o menos directa; podra decirse
que es por esa cualidad de una sexualidad demorada, que debe
ser despertada por la destreza del partenaire, que el juego y la
variacin deben ser incorporados a las tcnicas del acoplamien-
to. No hay nada ms alejado de la naturaleza que el aburri-
miento que revolotea como el espectro temido, siempre ms
cerca de la posicin femenina. Y sin embargo es el hombre quien,
en el desempeo asignado de papeles, representa al educador.
Nuevamente la sexualidad se ve enfrentada a un atolladero: el
polo masculino, ms simple y asociado a una sexualidad de des-
carga que casi no necesita estimulacin psquica, pura natura-
leza, podra decirse, queda revestido de las funciones culturales
del formador y el civilizador frente a una condicin sexual feme-
nina que debe ser despertada, pero que justamente en el hiato
entre la funcin natural y la satisfaccin ms compleja y poster-
gada muestra un relieve contranatura que no parece fcil de
cubrir por ms que se promueva, del lado del hombre, un
activismo sin medida.

Psicologa sexual y freudismo

El recurso al psicoanlisis tiene un papel mucho ms impor-


tante en el segundo volumen de la triloga, que es en su totali-
dad un tratado de psicologa diferencial de los sexos. En efecto,
el ttulo ilustra el problema central: el organismo matrimonial

107
es una formacin inestable, atravesada normalmente por im-
pulsos afectivos contradictorios. Una versin simplificada de la
concepcin freudiana de la ambivalencia de los sentimientos
sostiene, en un primer abordaje, la cuestin del odio y las dife-
rentes modalidades de su aparicin y desarrollo en los polos
masculino y femenino de la pareja. El contraste masculino-fe-
menino encuentra su clave en una oposicin biolgica elemen-
tal: en la actividad del espermatozoide y en la peculiar activi-
dad del vulo se expresan las modalidades sexuales contrastan-
tes. Mientras que el vulo permanece inmvil y depende de la
actividad que sobre l realice la clula masculina, el espermato-
zoide goza de libre movimiento. De all podra derivarse la opo-
sicin actividad-pasividad como caracterstica de la diferencia
de los sexos; pero Van de Velde no sigue en esto la polaridad
simple establecida por Krafft-Ebing y que recibi Freud: ni el
vulo en la fecundacin ni la mujer en el coito se mantienen
simplemente pasivos sino que se trata de diferentes tipos de
actividad. El vulo pierde su pasividad gracias a la accin de la
clula espermtica masculina y la mujer debe ser despertada
sexualmente por su partenaire; pero la mujer no es menos acti-
va que el hombre, es slo que su actividad asimilable a una
energa potencial o de tensin es derivada de la actividad del
hombre que es el poseedor de la energa cintica o fuerza
motriz.44
No sigo recorriendo las extensiones de esta ficcin biolgica
poblada de analogas. En todo caso, interesa destacar que esa
disparidad esencial consagrada por la biologa se convierte en un
problema central cuando se expresan en ella las modalidades ps-
quicas que vehiculizan el rechazo y la aversin. La biologa exhi-
be, en el reino animal, un mecanismo por el que el instinto sexual,
una vez cumplido el fin reproductivo, cedera su lugar a los ins-
tintos maternos y de proteccin de la prole con la correspondiente
aversin a nuevos acoplamientos. Pero la fuerza del instinto es

44. Ibd., pg. 52.

108
permanente en el hombre y la mujer; lo que significa, por una
parte, que atraccin y aversin coexisten y, lo que es ms impor-
tante, que la aversin que es funcional en esas especies que se
reproducen durante perodos de celo se torna en un factor funda-
mental de conflicto all donde el matrimonio pretende constituir
una relacin continua, estable y armnica. Finalmente, qu es
lo que permite superar esa distancia entre los sexos que se pone
a prueba en la convivencia domstica? En este caso tambin el
psicoanlisis aportara lo suyo a la disciplina sexolgica, a travs
de la difusin que ha logrado para la nocin de bisexualidad:
dado que el trasfondo de cada sexo tiene algo del otro, los con-
trastes pueden ser suavizados y es posible encontrar un camino
esperanzado de superacin de la antinomia.
Es claro que ni esa naturalizacin de la ambivalencia afectiva
por la va de limitarla al vnculo entre los sexos ni, mucho menos,
esa neutralizacin de la disyuncin bisexual por la va de una
lectura, de resabios romnticos, que la convierta en fundamento
de la armona amorosa, deben nada al pensamiento freudiano.
Pero no es el sealamiento de las impasses que parecen ser inhe-
rentes a ese discurso y a esa disciplina problemtica, la sexologa,
lo que me interesa destacar, sino el modo como el freudismo apa-
rece receptado en ese complejo de representaciones biolgicas,
psicolgicas y morales. Freud viene a ser, por una parte, una de
las figuras mayores junto a A. Forel y H. Ellis en la legitima-
cin del campo y en la promocin de la sexualidad a un lugar
fundamental en la problemtica del hombre y la mujer moder-
nos; se es el sentido de la aceptacin relativamente fcil de la
doctrina de la sexualidad infantil, como una evidencia ms de la
centralidad y la expansin del instinto.
Ms precisamente, Freud es la figura mayor en la caracteri-
zacin de las consecuencias de una vida sexual insatisfactoria; el
psicopatlogo del sexo, si se quiere, pero de esos trastornos que
estn siempre muy cerca del ejercicio comn y cotidiano. Porque,
finalmente, qu es lo que sostiene el edificio de esa sexologa
orgasmocntrica que pone en el goce dudoso de la mujer su prueba
mayor? Por un lado est, sin duda, esa promocin moral de la

109
sexualidad como factor de armona y estabilidad de la pareja; es
claro que no puede citarse casi nada de Freud en esa direccin.
Pero hay, adems, una dimensin propiamente mdica que re-
fuerza la anterior que viene a decir que la vida sexual incum-
plida, en trminos del placer, es fuente de neurosis. Y si bien
esta enunciacin etiolgica de los trastornos subjetivos moder-
nos no nace con Freud, desde sus primeros trabajos sobre la
etiologa sexual queda colocado en el lugar de un profeta de la
miseria sexual que amenaza a sus contemporneos.
Es claro que no se reconoca casi la diferencia que el creador
del psicoanlisis haba establecido entre las neurosis actuales y
las psiconeurosis. Si la recepcin del procedimiento teraputico
de Freud encontraba tambin en los primeros trabajos la matriz
catrtica para asimilarlo al ritual de la confesin, el sentido co-
mn sexolgico contribuye a implantar en el freudismo un cuer-
po de representaciones homlogas: promocin naturalista del de-
seo y la satisfaccin. Pero, al mismo tiempo, el discurso sexolgico
prometa mucho ms que lo que realmente poda proporcionar en
materia de un saber eficaz sobre la sexualidad. De all que, ms
all de la voluntad de exhaustividad manifestada por un autor
como Van de Velde con su extensa triloga, la serie de los textos
es interminable. La demanda de un saber sobre un objeto que no
se entrega crece junto con la lista de las obras que se ofrecen para
responder a ella. En el debate y la alternancia entre la ptica
pblica de las conductas reproductivas y la higiene mdico social
y la legitimacin de un saber abierto sobre lo ms ntimo de la
condicin ertica de una pareja, lo que funda este gnero extendi-
do es la irrupcin de la curiosidad sexual. Pero, al mismo tiempo,
si la sexologa brinda la ocasin de un trnsito de la medicina
pblica a la psicologa amorosa las condiciones por las que Van
de Velde se constituy en best-seller absoluto (y quizs en el libro
ms vendido de toda la poca) tienen que ver tambin con el sa-
ber tcnico que prometa.
La sexologa se constituye en un gnero popular, probable-
mente, porque construye exitosamente a la sexualidad como un
objeto susceptible de un cierto aprendizaje: Es verdad que el li-

110
bro de Van de Velde es muy extenso y tiene la estructura del
manual de medicina en los apartados dedicados al abordaje ana-
tmico y fisiolgico o que incluye fragmentos tan poco populares
como las discusiones teolgicas acerca del matrimonio. Pero la
parte ms atractiva para el lector promedio era,probablemente,
la dedicada a los procedimientos amatorios, las posiciones y las
destrezas, saberes prcticos que prometan contribuir a formar
un amante perfecto. En ese sentido, la literatura sexolgica po-
dra ser recibida en un registro que mantiene puntos de contacto
con esa imaginacin tcnica explorada por Beatriz Sarlo.45 Y
esto no slo en el dominio de la ertica matrimonial, ya que el
libro contiene otros saberes prcticos en materia de fertilidad y
fecundacin, conocimiento de la fisiologa o recomendaciones de
higiene y cuidados del cuerpo, algo que se ampla notablemente
si se toman los tres tomos de la serie. Pero, al mismo tiempo, la
extensa consideracin de los trastornos psquicos de la sexuali-
dad y el lugar que se reconoce a los tratamientos psicoteraputi-
cos, asociados al nombre de Freud, convierten a esa literatura en
un vehculo de la implantacin y legitimacin de las psicotera-
pias y realimentan el crecimiento de la va propiamente mdica
de recepcin del psicoanlisis. De cualquier manera, teniendo en
cuenta la simultnea difusin de Gmez Nerea, que carece casi
de indicaciones prcticas, puede pensarse que la curiosidad por
los misterios del sexo es una motivacin suficiente para una con-
siderable masa de lectores.
Ahora bien, el gnero sexolgico ofrece una variedad temtica y
un contraste de posiciones que no quedan representadas por la
obra del sexlogo suizo; en una zona importante de esa produccin
el nfasis se coloca por completo en la dimensin socio-moral y
eugensica, es decir en lo que podra llamarse la faz pblica de la
sexualidad. En ese espacio imposible en el que se entrecruzan los
fines de la especie que para algunos deban ser motivo de inter-

45. B. Sarlo, La imaginacin tcnica, Buenos Aires, Nueva Visin, 1992; en


especial el ltimo captulo, donde las promesas de la tcnica se vuelcan sobre la
salud y el cuerpo.

111
vencin continua por parte del estado con el desorden de los de-
seos, Van de Velde busca una posicin mediadora que, sin embar-
go, se orienta en el sentido de resaltar la dimensin privada e nti-
ma de la sexualidad. La cuestin reproductiva, por ejemplo, queda
planteada, en la culminacin de la triloga, como un tema de deci-
sin de los esposos y la contracepcin es presentada como fecun-
dacin no deseada; y por ms que el autor exhorte a que esa deci-
sin tome en consideracin razones sociales, trascendentes a la
mera conveniencia de la pareja, la referencia al deseo recoloca el
problema respecto de las pautas tradicionales centradas en la pree-
minencia del mandato familiar, la prescripcin religiosa o el deber
ciudadano. Slo ser necesario, hacia el presente, que los proble-
mas de la reproduccin se desprendan de esas incrustaciones de la
cruzada de salvacin eugensica para que el relieve de la pareja
como vnculo ntimo imponga su autonoma respecto de las formas
de la institucin matrimonial. Es claro que el crecimiento de la
presencia social del psicoanlisis estuvo en relacin inversa a la
del sentido comn eugensico y que finalmente lo que qued cen-
tralmente de la cuestin sexual es ese tpico conflictivo intermina-
ble en los que tienen pareja y en los que no la tienen que sigue
poblando de quejas los consultorios de los especialistas.

Eugenesia, libertad amorosa y moral reproductiva

La serie de obras publicadas por Claridad ofrece no slo un


espectro temtico variado, sino, lo que es ms llamativo, posicio-
nes abiertamente discrepantes. Esa construccin internamente
eclctica del catlogo de obras sobre el problema responde, en
todo caso, a una conviccin del editor, distanciado de cualquier
posicin doctrinaria y confiado en la capacidad del lector para
formar sus opiniones, confrontarlas o rectificarlas en el curso de
una experiencia de lectura que es consagrada como un acceso
inmediato a la transparencia de las ideas. Esa prctica ilumina-
dora debe ser alimentada y tambin puesta a prueba por medio
de un conjunto variado de obras, ya que el debate de posiciones
es exaltado como un valor en s mismo.

112
De un lado, la Gua sexual de J. L. Curtis convierte el tema en
motivo de un sermn a favor del santo sacramento del matrimo-
nio y en una cruzada demonizadora contra la masturbacin que
convierte a los adolescentes y a los jvenes en una poblacin en
riesgo moral que debe ser vigilada y dirigida en un camino de
moderacin. En un sentido idntico se pronunciaba L. del Carril,
colaborador habitual de Viva cien aos.46 Del otro, G. Mac Hardy
proclama el amor libre (ms vale el abuso del amor que las an-
gustias del celibato obligatorio, que los indecibles sufrimientos
de la madre soltera, que los riesgos mortales del parto, las fati-
gas de la gestacin y las desazones de la maternidad no desea-
da), el derecho de la mujer a su cuerpo; en fin, la libertad ms
amplia para la difusin y el uso de los anticonceptivos, e incluso
una defensa del aborto como mtodo de limitacin de nacimien-
tos.47
La orientacin central de Mac Hardy adhiere al neomalthusia-
nismo como doctrina de regeneracin social y reforma, particu-
larmente beneficiosa para la clase obrera que, por razones biol-
gicas y sociolgicas, resulta ser, en la visin del autor, la princi-
pal perjudicada por el exceso de poblacin en relacin con los
recursos disponibles. Las polticas de reduccin de la natalidad
(que llegan hasta la propuesta de una huelga de vientres como
forma de lucha social) vendran a solucionar varios problemas.
Por un lado, la reduccin de la degeneracin engendrada por la
miseria, por otro la valorizacin de la fuerza de trabajo obrera
por disminucin de la oferta, finalmente, un mundo feliz donde a
la adecuacin global entre recursos y poblacin correspondera el
ideal de unidades domsticas autoconscientes y racionales en el
uso de su libertad y en el cumplimiento de sus obligaciones para
con la especie y la sociedad.
En el registro de la ilustracin pedaggica de la sexualidad y
la ertica se destaca otro libro de Claridad que alcanz ms de

46. J. L. Curtis, ob. cit.; Luciano del Carril, El problema sexual de los nios,
Buenos Aires, Orientacin Integral Humana, 1938.
47. G. Mac Hardy, Los secretos del matrimonio , ob. cit.

113
veinte reediciones, la Enciclopedia del conocimiento sexual, en
un registro mucho ms permisivo que el de Van de Velde y com-
pletamente despreocupado por las consideraciones a la religin.48
De todas las obras de la coleccin de Claridad es la que otorga a
Freud un lugar ms destacado. Eso se vincula, ante todo, a la
ausencia de la preocupacin eugensica y se expresa en un trata-
miento de la sexualidad infantil que sigue de cerca el desarrollo
de los Tres ensayos. En lo que respecta a la cuestin de la mastur-
bacin casi ausente de la triloga de Van de Velde y del resto de
la serie los autores son ms abiertos y permisivos que el propio
Freud, que nunca la justific ms all de su etapa infantil. Aqu
por el contrario se despliega una campaa contra los promotores
de una visin catastrfica de las prcticas autoerticas a los que
se compara con la Inquisicin.
El contraste con Van de Velde es notable en la medida en que
los autores proclaman el nacimiento de una nueva sexualidad y,
en ese sentido, de una nueva moral. Y no porque la obra del sexlo-
go suizo no forme parte de un movimiento de modernizacin del
discurso sobre la sexualidad, sino, en todo caso, porque optaba por
no proclamarse innovador, probablemente con el propsito de no
enfrentar las creencias religiosas de su pblico. La Enciclopedia,
en cambio, se anuncia como expresin de los nuevos tiempos y
procura servir al ideal amoroso moderno que es el que rene la
atraccin fsica con la espiritual: despus del amor antiguo que era
slo fsico y del eros casto y espiritual del medioevo, se abre la
posibilidad para una nueva experiencia de plenitud y armona.
Pero aqu emerge un actor fundamental de ese cambio que requie-
re de la orientacin del experto: el psiclogo moderno que es di-
rectamente equiparado al psicoanalista.49 Con ello queda estable-
cido un pasaje que de cualquier modo estaba ya insinuado en Van
de Velde, gineclogo que nunca se llama a s mismo sexlogo sino

48. Dres. Costler y Willy, Enciclopedia del conocimiento sexual, Claridad,


1939 (22 edic., 1966).
49. Ibd., pg. 274.

114
que prefiere presentarse como psiclogo: si las cuestiones del amor
sexual aparecen inevitablemente divididas entre las determina-
ciones del cuerpo biolgico y los modos ms imprecisos del afecto y
el deseo, en cuanto se pone el acento en la sexualidad como un
territorio abierto a la reforma es la dimensin psquica la que do-
mina, al punto que ese terreno constituye uno de los lugares en los
que se tramita el pasaje desde la psicologa de laboratorio a las
formas modernas de las disciplinas psicolgicas aplicadas.
Ese relieve moderno se incrementa por la ndole de los pro-
blemas y la disposicin franca y abierta con que se tratan temas
considerados prohibidos: la sexualidad y la masturbacin infan-
tiles, la ilustracin sexual y la curiosidad de los nios, los anti-
conceptivos y el aborto. La posicin frente al aborto es abolicio-
nista y sostiene bsicamente que el estado no debe intervenir en
la vida privada de las mujeres.50 Se ocupa tambin de los temas
de la bisexualidad, las prcticas autoerticas adultas y los cam-
bios en la conformacin del matrimonio, en especial los que pro-
vienen de una juventud moderna que sera un actor fundamen-
tal en el cambio de las costumbres amorosas. Destaca especial-
mente los cambios producidos en la mujer, despus de la guerra,
y pinta un retrato de la mujer moderna que vehiculiza una nueva
constelacin del ideal femenino. Es independiente, educada, sale
de su hogar, practica deportes; en fin, avanza sobre papeles tra-
dicionalmente masculinos y en ese sentido es capaz de
recolocarse en el interior del matrimonio para reclamar sus pri-
vilegios. La sexualidad es un derecho natural se dice con refe-
rencia a la mujer erticamente insatisfecha; y si Freud es la refe-
rencia principal, no deja de ser ilustrativo del punto de vista de
los autores el que lo asocien con D. H. Lawrence.51
Finalmente, concluyen denunciando la decadencia sexual de
los tiempos que corren: mujeres insatisfechas (el fantasma ma-
yor de la imaginacin sexolgica), hombres impotentes o inexper-

50. Ibd., pg. 214.


51. Ibd., pgs. 152, 271.

115
tos en el cumplimiento de su obligacin orgsmica hacia la mu-
jer, creciente angustia neurtica (insomnios, trastornos digesti-
vos, histerismo), extensa infelicidad matrimonial. El cuadro pa-
voroso de la declinacin psicofsica que la medicina mental
decimonnica proyectaba sobre los mitos de la herencia y la dege-
neracin ha sido trasladado al territorio de una sexualidad que
es la llave de todos los deleites o el motor de todos los males y,
finalmente, el reaseguro del orden familiar y la salud colectivas.
Ahora bien, la Enciclopedia del conocimiento sexual encierra
una historia oculta que vale la pena develar. El Dr. A. Costler es
en verdad un pseudnimo del escritor centroeuropeo Arthur
Koestler. La obra fue publicada primero en francs, hacia 1935,
pero fue la edicin inglesa, convertida rpidamente en un best-
seller, la que se tradujo para la editorial Claridad en 1939. Koestler
estaba lejos an de la consagracin literaria que iba a alcanzar
ms tarde, en Londres y escribiendo en ingls. Desterrado en Pa-
rs en los 30, tena considerable experiencia e inters en el perio-
dismo cientfico y escribi esa y otras obras sexolgicas con el pro-
psito de eludir la miseria, en lo cual, como se ver, mostraba al-
gn punto de contacto con lo que Alberto Hidalgo hizo entre noso-
tros, casi en la misma poca, con el disfraz del Dr. Gmez Nerea.
Koestler testimonia que fue en Berln, en contacto con la obra y
con el Instituto de Magnus Hirschfeld, donde se despert su inte-
rs por la sexologa; haba ledo a Freud, Adler, Jung y Stekel y,
para escribir la Enciclopedia..., de la que fue el autor principal,
consult una docena de obras del gnero, entre ellas las de
Mantegazza y, por supuesto, Van de Velde. De cualquier modo,
ms all de los rasgos comunes con los prototipos del gnero, el
trabajo de Koestler incorpora una dimensin ensaystica y crtica
y un conocimiento del psicoanlisis que lo destaca del conjunto,
entre otras cosas porque, dice, se interesaba por la sexologa como
una de las tantas facetas de la crisis de nuestra civilizacin.52

52. Vase Arthur Koestler, La escritura invisible, Buenos Aires, Emec, 1955,
pgs. 82-96. Llegu a esta fuente gracias a una amable indicacin de Jorge
Piatigorsky.

116
Si la sexologa, entonces, se constituy en un gnero popular
que nutra ensoaciones erticas y se asociaba a un registro de
saberes que se ofrecan a una posibilidad de apropiacin indivi-
dual o de pareja, en la medida en que incluy a Freud en la saga
de los autores capaces de alimentar esas expectativas contribuy
decididamente a convertir al creador del psicoanlisis en un au-
tor popular. Freud, a contramano de sus aspiraciones, encontr
una condicin fundamental de su implantacin (en estas tierras
lejanas al igual que en otras, por ejemplo Estados Unidos) en su
traduccin silvestre en el registro del naturalismo orgasmocn-
trico, referido, a menudo, a las expectativas de un saber aplicado
segn la forma de una incipiente autoayuda.
Pero entre los autores que insistan en destacar el registro de
la sexualidad y la herencia, no todos encontraban a Freud fcil-
mente asimilable al sentido comn eugensico. El doctor Rubin
expone una versin algo atenuada de la concepcin de la Enciclo-
pedia... y, como su ttulo lo indica, ms concentrado sobre la eu-
genesia que sobre las prcticas amatorias; incluye una crtica
bastante desarrollada a Freud y sus exageraciones.53 El peligro
mayor del psicoanlisis, segn el autor, reside en que descuida
los aspectos fsicos, propiamente higinicos de la sexualidad y
exagera la importancia del erotismo en la gnesis de las pertur-
baciones nerviosas. Finalmente, desde esa ptica que parte de la
cuestin matrimonial, realiza una sntesis muy personal de la
doctrina psicoanaltica y marca con ella acuerdos por ejemplo el
estudio de los sueos y rechazos: la teora de los actos fallidos.
La mayor novedad est constituida por la inclusin de testimo-
nios y relatos de experiencias, algo que va a dominar el gnero en
las dcadas siguientes, despus del Informe Kinsey. Esto por un
lado agrega algn grado de audacia pero, fundamentalmente, ins-
tala un abordaje ms cercano a la visin popular del psicoanli-
sis: una experiencia en la que la sexualidad se confiesa y un sa-
ber que, en todo caso, slo se adquiere en primera persona.

53. Dr. Herman H. Rubin, Eugenesia y armona sexual, Enciclopedia para el


matrimonio, Claridad, 1941 (6 edic., 1960).

117
La cuestin del control de la natalidad y la promocin pruden-
te de la contraconcepcin domina los textos de la militante ingle-
sa Mary Carmichael Stopes, que se publicaron entre nosotros a
comienzos de los 30.54 Lo nuevo es que se trata de una mujer y,
en ese sentido, de una obra dirigida a las mujeres. Es una cruza-
da contra la ignorancia: de la mujer respecto de su propio cuerpo,
su fisiologa y sus reacciones, pero sobre todo de la ignorancia del
hombre respecto de la naturaleza femenina. La inspiracin ex-
plcita es la obra de A. Forel y la de Ellen Key y el propsito
combina la voluntad pedaggica (sobre las bases biolgicas del
sexo, las posiciones en el coito y cuestiones semejantes) con el
objetivo de una militancia a favor de los mtodos anticonceptivos.
La cuestin de la diferencia de los sexos es tratada con argumen-
tos igualmente naturalistas pero que van en direccin distinta de
los de Van de Velde: no es que la sexualidad femenina deba ser
despertada, como el vulo, sino que la naturaleza determina una
diferencia en la modalidad del deseo; mientras que el deseo sexual
del hombre es continuo, el de la mujer es intermitente, como las
mareas.
De cualquier modo, no incursiona directamente en el ars erti-
ca y mantiene el estilo de un ensayo que argumenta, desde la
preocupacin eugensica y social, en torno a la emancipacin fe-
menina de la opresin de embarazos no deseados y de la defensa
de ideales de mejoramiento de la raza. En ese sentido, Freud no
merece ninguna mencin, pero algo de esa va ya sealada de
recepcin naturalista del freudismo viene dada por la promocin
de relaciones menos apegadas a la hipocresa, la idea de que hay
una sabidura en el instinto que debe ser admitida, la naturali-
zacin y desculpabilizacin del ejercicio femenino de la sexuali-
dad, la crtica a la moral cultural y los excesos coercitivos que
recaen particularmente sobre la mujer, la exaltacin de la since-
ridad y el tratamiento franco de las cuestiones del sexo, de la

54. Mary Carmichael Stopes, El amor y el matrimonio, Buenos Aires, El


Omb, 1932, y Procreacin prudencial, Buenos Aires, El Omb, 1932.

118
belleza del cuerpo y la promocin del nudismo; en fin, la confian-
za en un camino de progreso en las costumbres matrimoniales y
las prcticas amorosas, la proyeccin en el horizonte de una nue-
va unidad: la construccin de la pareja como entidad armnica e
integrada en lo corporal y lo espiritual y responsable ante sus
obligaciones sociales.
sa es la visin global que sostiene la promocin del birth con-
trol (la obra viene precedida por la noticia de su venta en Inglate-
rra: 900.000 ejemplares). El lugar comn eugensico domina la
fundamentacin de la necesidad del control reproductivo, as como
la insistencia en una restriccin moral de esos mtodos al matri-
monio, por razones justificadas, ya que no se trata de negar los
fines reproductivos del matrimonio sino, por el contrario, de cum-
plirlos de manera ms racional, atendiendo a la felicidad de la
pareja y la salud de la especie; en ese sentido condenaba el amor
libre y rechazaba el aborto como un procedimiento criminal, pero
tambin reprobaba a la mujer casada que evita ser madre sin
motivos valederos, a saber, estado de salud o agotamiento, enfer-
medades transmisibles, cercana de un parto anterior, suficiente
nmero de hijos.
Pero la eugenesia suele eludir las referencias a la ertica del
matrimonio para concentrarse en sus consecuencias para la sa-
lud de la especie. Es el caso del mdico catlico Gregorio Mara-
n, para quien el problema no puede plantearse a partir de los
deseos individuales y el derecho al amor, sino resaltando la prio-
ridad de la familia y las obligaciones hacia la descendencia.55 De
all se derivan algunos enfoques caractersticos de la cosmovisin
conservadora, que pueden verse tambin en el libro citado de del
Carril. Maran focaliza su intervencin en torno a dos cuestio-
nes fundamentales: por un lado, la oposicin entre el empuje del
instinto y los dictados de la razn moral; por otro, la cuestin de
los jvenes y la castidad, es decir los peligros fsicos y morales de
la masturbacin.

55. G. Maran, Amor, conveniencia, eugenesia, escrito en 1929, Buenos


Aires, Claridad, s/f.

119
La visin conservadora desconfa profundamente del instinto;
por lo tanto, ataca la idea del amor sexual como fundamento de
la pareja y rechaza la exaltacin de la dicha matrimonial como
componente esencial de una descendencia sana y feliz. All donde
Van de Velde y otros confiaban en una va de integracin armni-
ca entre la felicidad del individuo y los imperativos de reproduc-
cin eugensica, Maran introduce una concepcin dominada
por el espectro de los pecados de la carne. La sexualidad actuali-
za cotidianamente el mito original de la cada: el instinto es cie-
go y rastrero, se orienta a lo peor y casi siempre va en contra
del inters de los esposos y, lo que es peor, de las necesidades de
la especie. De ello se deriva una manera muy caracterstica de
pensar la intervencin mdica como la de un misionero laico que
busca rectificar la naturaleza por la va de una moral trascendente
que rene las apelaciones del espritu con los requerimientos de la
salud del cuerpo. Entre el matrimonio irreflexivo por amor y las
alianzas de inters que slo atienden a las circunstancias materia-
les inmediatas, el eminente profesor espaol impulsa el matrimo-
nio eugensico que sirva a la especie y, agrega, a la nacin.
La responsabilidad de la eleccin amorosa recae sobre el hom-
bre obligado a buscar, por sobre todo, la mejor madre para sus
hijos; el ideal de la seleccin domina esa proyeccin de los pode-
res de la herencia sobre una representacin bsicamente
inigualitaria de la sociedad. Sin esas condiciones es mejor que no
haya matrimonio, y si lo hay que sea infecundo. Es claro que no
promueve ni expone la contracepcin, pero al dejar la decisin
sobre las formas de evitar, en esos casos, la descendencia, librada
a la conciencia y las convicciones de cada pareja, deja abierta una
puerta para el empleo de procedimientos anticonceptivos, de los
que no se ocupa en absoluto.
En cuanto a la sexualidad de los jvenes, aqu no hay ambi-
gedades y los preceptos eugensicos coinciden plenamente con
las prescripciones restrictivas de la pastoral catlica. El deber de
los jvenes ante el amor es la castidad no slo por las razones de
la moral cristiana sino porque responden as a una obligacin
hacia la descendencia y, en proyeccin, hacia los supremos objeti-

120
vos de la nacin. De all entonces, el sentido preciso de una edu-
cacin sexual que, para Maran, no tiene otro objetivo que pos-
tergar la iniciacin sexual de los jvenes para que lleguen castos
y sanos al matrimonio; el espectro de las enfermedades venreas
sobrevuela constantemente la sexualidad de los jvenes. En una
direccin enteramente similar se sita el libro de del Carril que
rene una recopilacin de notas de la revista Viva cien aos.56 Su
propsito apunta a una educacin preventiva de las enfermedades
contagiosas por va sexual pero se extiende a agitar la amenaza
pavorosa del vicio masturbatorio como una verdadera plaga mo-
ral, causa de locura y deterioro de las capacidades gensicas; la
alternativa ms favorable en la juventud es la abstinencia. Pero el
problema de la abstinencia, como un recurso que no estaba al al-
cance de la mayora (y no slo de los jvenes sino tambin y fun-
damentalmente de los matrimonios que no deseaban ms hijos)
era justamente uno de los tpicos centrales de la renovacin
sexolgica. Y a partir de la comprobacin fctica de que no era una
recomendacin eficaz se extendi la opinin favorable a la contra-
cepcin en la pareja (la mayora de los sexlogos, aun los ms per-
misivos, omitan referirse a su empleo fuera del matrimonio) y
una actitud ms tolerante frente a la masturbacin de los jvenes.

No hay un discurso unvoco, entonces, en ese cruce mdico y


moral en torno de las cuestiones del sexo. Y el rango de las dife-
rencias radica centralmente en el lugar otorgado a la dimensin
ertica, es decir en el reconocimiento del amor como una condi-
cin autnoma respecto de las funciones reproductivas. De all se
derivan concepciones diferentes acerca de los tpicos y los objeti-
vos de la educacin popular en la materia. Para algunos se trata-
ba de una extensin de la higiene y la prevencin de enfermeda-
des que si deba tratar con las complicaciones del impulso amoroso
era para procurar sin mayor xito, por otra parte neutrali-
zar un elemento moralmente disolvente. Es claro que en ese mar-

56. L. del Carril, El problema sexual de los nios , ob. cit.

121
co no haba cabida para ninguna referencia al freudismo que no
fuera un rechazo explcito de sus exageraciones pansexuales.
Efectivamente, en los medios catlicos argentinos no hubo, hasta
bastante ms tarde, ningn intento de apropiarse de Freud li-
mando sus aristas antirreligiosas, al estilo del pastor Pfister en
Suiza, de Dalbiez y Maritain en Francia o de la recepcin protes-
tante en Estados Unidos. Del otro lado, all donde la sexualidad
era reconocida como un factor fundamental de la felicidad perso-
nal, y la dimensin ertica de la pareja quedaba como un terreno
abierto. Y en ese abordaje laico del sexo, donde el discurso mdi-
co encontraba sus lmites y se proyectaba hacia una psicologa
sexual, el freudismo encontr un suelo favorable.

El freudismo en las representaciones del amor sexual

Freud emplea el concepto de resistencia para explicar el con-


flicto que sus teoras inevitablemente enfrentaran por parte de
los saberes establecidos, en particular los de la filosofa y la medi-
cina. Como es sabido, esa extensin de la nocin de resistencia por
fuera del dispositivo de la cura se funda en la analoga que estable-
ce entre la difusin de la doctrina psicoanaltica y la interpreta-
cin que toca algo del orden de lo reprimido. De all surge la conoci-
da ficcin de las afrentas a las creencias y el narcisismo de la
humanidad infligidas sucesivamente por Coprnico, Darwin y el
propio Freud. Dos son, para Freud, los problemas que concentran
esas resistencias: el relieve otorgado al inconsciente, por una
parte, conmueve las convicciones de las disciplinas filosficas y,
en tanto tal, genera resistencias intelectuales. La promocin de
la sexualidad, en cambio, enfrenta lo que el creador del psicoan-
lisis llama resistencias afectivas, de un modo ms amplio y
generalizado. Con ello parece apuntar al impacto de sus doctri-
nas sobre la moral sexual.57

57. Vase S. Freud, Una dificultad del psicoanlisis (1917), O.C., ob. cit., t.
17; Las resistencias contra el psicoanlisis (1925), ibd., t. 19.

122
Es decir que Freud seal en negativo el lugar posible de una
implantacin de su doctrina como un saber sobre la sexualidad.
Como sea, hay un primer Freud que, en parte, se mantiene cer-
cano a los modos como la sexologa mdica planteaba el proble-
ma, segn la ecuacin que enlazaba la nerviosidad moderna a
los matrimonios tardos y a una moral sexual imposible de cum-
plir para la mayora. Eran los tiempos en que Freud todava
guardaba alguna esperanza en las posibilidades educativas y
preventivas que el psicoanlisis poda cumplir para sus contem-
porneos. En todo caso, ese punto de partida contribuy a im-
plantar el tpico retomado extensamente por la divulgacin
sexolgica plebeya de la relacin directa entre la restriccin
de la sexualidad y el incremento de las neurosis. Es lo que Freud
teoriz inicialmente bajo la forma de las neurosis actuales y
qued como el modelo de causacin de malestares subjetivos di-
fusos que ciertas zonas del discurso sexolgico atribuan, como
se vio, a las insuficiencias de la vida ertica. Es sabido que Freud
busc distanciarse de esas derivaciones demasiado crudas de su
doctrina sexual y acu la expresin psicoanlisis silvestre
para caracterizar a sus cultores.
Desde esa ptica no cabe duda de que el freudismo vehiculiza-
do por el discurso sexolgico, all donde buscaba integrar a Freud
a los avatares del deseo y la pasin amorosa, era una expresin
palpable de esa traduccin silvestre de la obra psicoanaltica. Pero
lo que me importa destacar es no slo que esa versin del
freudismo tuvo una recepcin mucho ms amplia que el discurso
oficial del movimiento, sino que tuvo un efecto decisivo en la
separacin del problema sexual respecto de los avatares del or-
den familiar. Y all se reencuentra una inspiracin que nunca
estuvo ausente de la ptica freudiana: la sexualidad delimita a la
vez un espacio de problemas del individuo y una dimensin con-
flictiva en la cultura. Frente a ello, el cuestionamiento al freu-
dismo como doctrina pansexual operaba, explcita o implcitamen-
te, contraponindole una representacin moral del amor sexual
que lo subordinaba a los fines y los valores de la familia.
Es claro que esa sacralizacin de la estabilidad e inmutabilidad

123
de la vida familiar coexisti siempre con su contratara fantas-
mtica: la amenaza permanente de ruptura y disolucin localiza-
da fuertemente en la representacin de las pulsiones sexuales
como ingobernables. Incursionar en la larga historia de la cons-
truccin de este cuerpo de representaciones sobre la familia occi-
dental moderna excede en mucho los lmites de este trabajo. Pero
si me interesa mencionarlo es para sealar que la cosmovisin
cristiana de la familia, en particular la doctrina y la mentali-
dad catlicas, han constituido la fuerza cultural ms poderosa
en la implantacin de esa matriz conflictiva e irresoluble: la ins-
titucin familiar y la prctica de las obligaciones concomitantes
es propuesta como medio privilegiado de control de una sexuali-
dad que, al mismo tiempo, es afirmada como indomeable.58
Freud, por su parte, hizo del orden familiar un nudo de rela-
ciones primarias destinadas, en un curso ideal, a ser disueltas.
En ese sentido, es claro que coloc la empresa del psicoanlisis
del lado de la accin de la cultura, contrapuesta a la dinmica
endogmica del grupo familiar, y Claude Lvi-Strauss extrajo de
esa matriz todas sus consecuencias para una teora general de la
cultura. Como sea, Freud, ms que resolver ese conflicto inhe-
rente a la cosmovisin cristiana de la familia y la sexualidad,
opera trasladndolo a otro terreno: el malestar resultante de la
oposicin de las pulsiones a las coerciones que sostienen necesa-
riamente la vida cultural. Pero el cambio no es poca cosa, ya que
la sexualidad desamarrada de los fines de la familia incrementa
su potencial conflictivo, a la vez que es recolocada de otro modo
en la dimensin de su relieve pblico.
Ahora bien, el psicoanlisis coexiste con ese discurso pblico
de la sexualidad que hemos visto nacer en el reducto de la medi-
cina legal y la higiene de la reproduccin para extenderse a la
psicologa amorosa y la ertica del matrimonio. Respecto de las
proposiciones estndar de la sexologa positiva, lo que en princi-

58. Vase Jean-Louis Flandrin, La moral sexual en Occidente, Barcelona,


Granica, 1984.

124
pio distingue al impacto del freudismo es la escasa atencin a la
cuestin matrimonial, sea como reducto moral, como organiza-
cin natural en la que se decide el destino de la especie o como
reducto de una felicidad ertica que debe ser conquistada y pre-
servada. En principio, existe una relacin inversa entre la ver-
sin eugensica ms estrictamente apegada a la ecuacin sexo-
reproduccin y la inclusin posible del freudismo como compo-
nente destacado del discurso moderno de la sexualidad. En ese
sentido, es claro que el espacio para esa apropiacin de Freud se
abre, precisamente, en el deslizamiento hacia la psicologa sexual;
ms an, puede decirse que la significacin sexual del nombre
de Freud era tan obvia, hacia los 30, que operaba casi por s sola
un cierto efecto de descentramiento respecto del anclaje
decimonnico en la biologa de la especie: cuando empieza a ha-
blarse de libido se apaga el relieve de la herencia como dominio
propio del sexo.
Este breve rodeo por las relaciones histricas entre freudismo,
representaciones tradicionales de la familia y emergencia de la
sexologa como disciplina positiva resulta necesario como marco
de consideracin de nuestra indagacin. En efecto, la oposicin
entre el freudismo y el familiarismo propio de la tradicin cat-
lica arroja una luz importante sobre las conocidas dificultades de
implantacin del psicoanlisis en pases con tradicin catlica
arraigada, como Francia e Italia. Y en todo caso, viene a mostrar
el papel cumplido por esa tradicin laica y progresista que se
construy en zonas de la cultura de izquierda desde Jos Inge-
nieros a los libros de Claridad. Como se vio, Ingenieros casi no
habl de Freud, y sin embargo contribuy a crear las condiciones
de una recepcin de Freud, en ese terreno resbaladizo constituido
por las cuestiones del amor sexual, separado del sentido co-
mn eugensico. Las consecuencias de su obra pueden ser vistas
como un acondicionamiento del campo, como la operacin que
despeja propiamente ciertas tradiciones de lectura para hacer
posible que otras emerjan. En esa direccin, las iniciativas de la
editorial Claridad no hacen sino continuar la instauracin de una
tradicin de recepcin: laica y reformista, naturalista (opuesta

125
por lo tanto a lneas afines a la sensibilidad literaria fantstica
tanto como a las inclinaciones al misticismo que alientan una
obra como la de Jung) y legitimadora del amor sexual como un
territorio abierto a la bsqueda de la felicidad individual.
Desde esas condiciones, el cuestionamiento catlico qued ais-
lado, recluido en revistas como Criterio y en autores como el pa-
dre Castellani, sin mayor capacidad de penetrar la trama de la
cultura intelectual ni mucho menos las expresiones crecientes
que en la cultura popular impulsaron una recepcin plebeya de
Freud. Al mismo tiempo, el marco de esa recepcin fue liberal
progresista, positivista y naturalista en ciertos casos, pero abierto
a una dimensin universalista: no hubo nada parecido a una
oposicin desde el antisemitismo o resistencias afincadas en el
nacionalismo cultural. Aun un nacionalista, profesor del Colegio
Militar, amigo de Uriburu y admirador del ejrcito, como Juan R.
Beltrn, estuvo exento de ello, aunque se propuso hacer compati-
ble a Freud con la religin, ya que su inspirador era el pastor
protestante y liberal Oskar Pfister. Y si la influencia francesa fue
importante en la recepcin psiquitrica del freudismo, una dife-
rencia central radic, en la Argentina, en la presencia nula del
prejuicio nacionalista y antisemita que domin la escena
parisina.59

59. Sobre la recepcin francesa de Freud y el prejuicio nacionalista y antise-


mita, vase E. Roudinesco, La bataille de cent ans, ob. cit. Sobre el psicoanlisis
y la resistencia catlica en Italia: Michel David, La psicoanalisi nella cultura
italiana, Torino, Bollatti Boringhieri, 1990.

126
Captulo 3

EL FREUDISMO EN LA CULTURA DE IZQUIERDA

En un sentido amplio, puede decirse que todas las vas de re-


cepcin del freudismo examinadas hasta aqu nacen en la tradi-
cin de izquierda, es decir que pertenecen a un espacio universa-
lista y progresista de ideas y valores. Sin embargo, de la forma-
cin cultural reunida en torno de Claridad a las tradiciones inte-
lectuales literarias, filosficas y cientficas de izquierda en la
enseanza universitaria y el ensayo ilustrado hay un cambio no-
torio en el estilo, las referencias y la apelacin al pblico, aun
cuando las distintas expresiones de esa franja de pensamiento
coinciden en considerarse ms o menos herederas de la obra
intelectual de Jos Ingenieros.
En esa zona del campo intelectual, el freudismo queda situado
en un nudo de controversias en el cual la primera discrepancia
reside en la significacin misma que la obra y la figura de Freud
pueden adquirir para una sensibilidad de izquierda. Para las ex-
presiones reacias a la alineacin doctrinaria e impulsoras del
reformismo cultural y moral, tales como las representadas por la
empresa de Zamora, Freud formaba parte del elenco de figuras
que alimentaban la voluntad de transformacin del saber y las

127
costumbres, es decir se integraba a esa revolucin de los espri-
tus que deba dejar atrs a la vez la ignorancia y la opresin. Es
claro que tal valoracin se sostena en una consideracin ms
bien amplia del pblico destinatario de esa voluntad transforma-
dora, y de una visin reformista de los caminos del cambio. En
esa perspectiva de educacin de masas, la jerarquizacin del li-
bro como una herramienta de la renovacin de la conciencia y las
ideas dependa menos de los valores intrnsecos de una obra que
de su capacidad potencial de ilustrar al pueblo en torno de pro-
blemas social y polticamente relevantes. Los mismos principios
que guiaban una esttica realista entre los autores de Claridad
no eran ajenos a esa consideracin que nivelaba obras y autores
en funcin de la importancia de los problemas antes que de la
riqueza de los recursos literarios. Desde all, Van de Velde se
integraba a la nmina de obras cientficas y poda ser presentado
(y se presentaba a s mismo, adems) como una figura cientfica
equivalente a Freud o a Forel.
Para un examen de las relaciones entre freudismo y cultura
de izquierda, en todo caso hay que comenzar por reconocer el
peso de esa tradicin, democrtica y laica, de pedagoga divul-
gadora hacia las masas y sus efectos en la formacin bsica de un
pblico sensible a las solicitaciones de una cultura del cambio
social, poltico y moral. Es claro que con ello se amplan los lmi-
tes de la cultura de izquierda y se incluyen expresiones del pen-
samiento reformista y, en los 30, antifascista que no se inte-
gran a la tradicin marxista. Y por esa va queda establecida una
conexin con el marco de recepcin de Freud que haban cons-
truido algunos intelectuales europeos, contemporneos e interlo-
cutores del creador del psicoanlisis, entre los que se destac, por
el alcance y la difusin de su obra, Stefan Zweig.
Ahora bien, el contraste es notorio si se atiende al lugar au-
sente que el freudismo (y la sexologa) alcanzaban en una publi-
cacin tan tpica del reformismo laico como la revista Nosotros.
Es un hecho que Freud no era bien recibido por la vertiente socia-
lista ilustrada representada por ese ncleo de maestros ciuda-
danos que no hacan sino continuar la condena global de J. Inge-

128
nieros y la stira irreverente de Anbal Ponce.1 No obstante que
R. Rolland o S. Zweig circulaban con evidente aceptacin en esa
revista, no era compartida la alta valoracin que esos autores
hacan de la figura de Freud; finalmente no es esa revista, sino
Sur (en rigor de verdad su secretario de redaccin, el espaol
Guillermo de Torre) quien hace suya la propuesta del grupo de
escritores que decide homenajear a Freud en sus ochenta aos,
en 1936.2
De modo, que se impone una primera distincin en ese espacio
global de la cultura progresista. Mientras el izquierdismo plebe-
yo de masas admita a Freud en el elenco de autores que forma-
ban parte de la avanzada transformadora de la cultura y la mo-
ral, el ncleo de Nosotros o de la Revista de Filosofa mantena
frente al psicoanlisis una actitud de reticencia, cuando no de
rechazo expreso. En todo caso, esa diferencia expresaba la dis-
tancia que los separaba en la delimitacin de los tpicos y los
caminos de una accin cultural renovadora. Y es claro que ni el
nfasis en la cuestin sexual ni la voluntad pedaggica de acer-
carse a las demandas de ese nuevo pblico que constituan el
fundamento de la recepcin del freudismo como un componente
de un gnero popular formaban parte de las tareas definidas
por el ncleo de intelectuales de izquierda. Su pblico, en todo
caso, no estaba entre esa masa de lectores sin tradiciones y a los
que Zamora se diriga en una interpelacin horizontal, promo-
tora del autodidactismo y la libre lectura. Si compartan una vo-
luntad pedaggica era ms bien en el sentido, afn a la tradicin
positivista, de un magisterio desde arriba, desde una elite inte-
lectual y poltica laica, racional, liberal y moderada en sus pro-
yecciones de cambio moral y social. En ese sentido, Anbal Ponce,

1. Leticia Prislei, Itinerario intelectual y poltico de los Maestros-ciudada-


nos (Del fin de siglo a la dcada del 20), Entrepasados, n 2, 1992, pgs. 41-59.
Sobre la posicin de la revista ante el psicoanlisis, vase H. Vezzetti, Estudio
preliminar, en Freud en Buenos Aires, 1910-1939, Buenos Aires, Puntosur,
1989, pgs. 27-29.
2. H. Vezzetti, Estudio preliminar, ob. cit., pgs. 45-47.

129
cuando todava no era un intelectual comunista, haba delineado
las races de una visin bastante ms tradicional y propiamente
decimonnica de las tareas de la inteligencia: Renan y Voltai-
re.3
Es decir que la doble vertiente, presente en la obra de Ingenie-
ros, entre el intelectual alto acadmico-- y el autor de amplia
difusin popular (por iniciativa de otros, ms que por vocacin
propia) va a dar lugar a una doble herencia que de algn modo
queda repartida entre las revistas de la cultura intelectual y las
publicaciones populares. Y en esa separacin, si Freud se encuen-
tra con la cultura de izquierda lo hace mayormente desde la ver-
tiente plebeya. La separacin de posiciones respecto del freudismo
se pone en evidencia en la recepcin de la obra de S. Zweig sobre
el creador del psicoanlisis, ya que su impacto se produce a tra-
vs de la traduccin que ofrece la editorial Tor, y luego Anaconda,
ms que por el tratamiento que recibe en Nosotros. En la revista
de Bianchi y Giusti, La curacin por el espritu haba recibido
una muy discreta atencin a travs de una resea circunstancial
que vea en la obra, sobre todo, una contribucin a la historia de
la medicina.4
Ahora bien, a la luz de la historia posterior vale la pena dife-
renciar el programa cultural de masas, impulsado por Claridad,
de la construccin intelectual populista, ya que la voluntad peda-
ggica implicada en la empresa de Zamora no parta de ninguna
exaltacin de los saberes populares. La voluntad de educar a las
masas se expresaba en el propsito de introducir en ellas a los
grandes autores; en todo caso, a partir de la confianza, sin duda
excesiva, en las capacidades de ese pblico nuevo para acceder
directamente y mediante el solo acto develador de la lectura a
expresiones avanzadas del pensamiento y la cultura cientfica.
En cuanto a las razones por las que el freudismo pudo ser mejor

3. A. Ponce, Hiplito Taine en el primer centenario de su nacimiento, Rev.


de Filosofa, XIV, 1928, pgs. 302-308.
4. Arturo Montesano Delchi, La curacin por el espritu, de Stefan Zweig,
Nosotros, a. 26, vol. 77, n 2, 81, octubre de 1932, pgs. 113-115.

130
recibido desde una zona de la cultura de izquierda de proyeccin
popular, quiz deban buscarse en el carcter abierto de la obra
de Freud, su disposicin a eludir los lmites de la produccin para
sus pares (lo que justamente se le reprochaba: su condicin de
escritor y ensayista antes que cientfico) y, sobre todo, el papel
cumplido por los mediadores y divulgadores al abordar amplia-
mente una problemtica que, como la sexualidad, se corresponde
con la curiosidad y el inters de todos.

Enrique Mouchet

Una lectura de Freud cercana a la sensibilidad del magisterio


intelectual de ese ncleo laico reformista puede ser registrada en
la recepcin de E. Mouchet en el espacio de la psicologa acad-
mica. Graduado en Medicina y en Filosofa ocup una de las cte-
dras de la psicologa de psicologa experimental y fisiolgica
en la Facultad de Filosofa y Letras de la UBA durante dos dca-
das.5 El joven Anbal Ponce en La divertida esttica de Freud
de 1923 haba dejado expuesto, de un modo exasperado, el recha-
zo del reformismo progresista y laico a las ideas de Freud, en una
actitud muy cercana a la que caracteriz la recepcin del psicoa-
nlisis en los medios mdicos franceses.6 Ponce segua de cerca
las posiciones de su maestro, Jos Ingenieros, pero lo importante
de la intervencin de Ponce, ms all de la boutade, era el diag-
nstico filosfico y poltico que haba dejado caer sobre la corrien-
te de ideas inspirada en Freud: bufonada contraria a los princi-
pios de la ciencia positiva.
Mouchet, dirigente del Partido Socialista, en cambio, haba
incluido a Freud y al psicoanlisis en su programa de enseanza
de la psicologa desde, por lo menos, 1922. Y se sita frente al

5. Amrico Foradori, Enrique Mouchet. Una vida. Una vocacin, Buenos


Aires, Instituto Cultural Joaqun V. Gonzlez, 1941.
6. H. Vezzetti, Estudio preliminar, ob. cit., pgs. 22-27.

131
freudismo de un modo peculiar, ante todo porque es el primero
en incorporar a Freud, con algn detenimiento, a la enseanza
universitaria y, en particular al campo de los mtodos de la psi-
cologa, en una relacin directa con la psicologa experimental y
patolgica. Pero ms all de su posicin acadmica, su prctica
profesional era la de un psiquiatra (era dueo de un sanatorio
para enfermos mentales) y desde esa colocacin intermedia entre
la psiquiatra y la psicologa estuvo entre los primeros que im-
pulsaron la modernizacin de la formacin en medicina con la
incorporacin de los recursos de la psicoterapia. Lo hizo insis-
tiendo en un horizonte de crisis epocal que otorgaba a la psicologa
mdica un papel destacado en el conocimiento en extensin de la
dimensin cultural en sus palabras de las patologas mentales:

Vivimos una poca de grandes emociones; vivimos una poca de gran-


des preocupaciones. No hay estabilidad para las ocupaciones individua-
les, ni estabilidad para las instituciones polticas y sociales. Esta at-
msfera social crea la inquietud en las conciencias, el desasosiego y el
exceso de las emociones. De ello resulta la intoxicacin del sistema ner-
vioso y la eclosin de la neurosis. Por eso, en nuestros das, hay tantos
trastornos nerviosos.7
En ese sentido, retorna la cuestin de la psicoterapia veinte
aos despus de Ingenieros, pero para colocarla en otra dimen-
sin, ya no la de una herramienta especfica y probada en el
terreno de las neurosis sino como un recurso teraputico genri-
co que deba acompaar toda intervencin mdica. En ese senti-
do, la crisis, la miseria y el sufrimiento psquico y mental del
presente no eran, para un socialista reformista, ms que una
etapa que se proyectaba hacia una felicidad futura: La ciencia,
con sus grandes posibilidades, triunfar de la enfermedad; la
humanidad construir un mundo ms armonioso, ms justo y

7. E. Mouchet, Psicologa y medicina. De la necesidad de introducir la


enseanza de la psicologa en el plan de estudios de la Facultad de Ciencias
Mdicas de Buenos Aires, Anales, Sociedad de Psicologa de Buenos Aires,
1930, pg. 50.

132
racional y entonces, reinar la serenidad y la salud en los es-
pritus.8 En cierto modo, el planteamiento de la cuestin psico-
teraputica quedaba situado en un horizonte de pensamiento
que era anterior a la inspiracin de Charcot seguida por Inge-
nieros y que se remontaba a las tesis de Cabanis: la influencia
inespecfica de lo psquico, en particular la palabra, sobre las
afecciones somticas. Se trataba de espiritualizar una medicina
que slo pareca preocupada por el cuerpo y reconocer

[...] la accin benfica [que] produce una frase de aliento, de esperanza o


de afirmacin categrica de una curacin prxima sobre un enfermo [...]
en este caso la palabra acta como un verdadero remedio, creando un
nuevo estado de nimo que repercute sobre los padecimientos fsicos.9

Como sea, Mouchet rehace el camino de Ingenieros sin nom-


brarlo y vuelve a Charcot para reconocer en l al creador de una
medicina psicolgica cuyo fundamento es la sugestin, que, dice,
se ha extendido mucho y se emplea mayormente en estado de
vigilia. Pero no es el fundamento cientfico de la psicoterapia lo
que le preocupa, ni los lmites y criterios de su aplicacin clnica,
ni la correlacin con los cuadros nosogrficos, perspectivas que
dominaban en el abordaje del autor de Histeria y sugestin. La
referencia a Estados Unidos como el pas ms avanzado en la
organizacin de la asistencia psiquitrica muestra no slo un cam-
bio de modelo respecto del dominio que durante dcadas haba
correspondido a la psiquiatra francesa, sino la recepcin de la
corriente de ideas inspirada en la higiene mental. En ese marco
que implica, globalmente, un recambio eclctico de las viejas te-
sis de la degeneracin, puede admitir la incorporacin de proce-
dimientos del psicoanlisis al arsenal de la psiquiatra, segn el
modelo proporcionado por la medicina mental norteamericana.
Si bien, hay que destacarlo, a diferencia de otros psiquiatras ar-
gentinos contemporneos Mouchet no se interesa en verdad por

8. Ibd.
9. Ibd., pg. 52.

133
una aplicacin ms o menos sostenida del psicoanlisis y slo se
ocupa de l en la enseanza universitaria. En el horizonte de una
crisis que, para la mirada esperanzada de Mouchet, anuncia la
sociedad del futuro, sin clases sociales y sin sufrimiento humano,
por la palabra psicoteraputica emerge una funcin propiamente
reparatoria de la psicologa; es el sostn de una pastoral laica
que cree que las promesas reiteradas de salud por parte del m-
dico obran milagros y pueden cubrir con su supuesta eficacia la
confusin y las imprecisiones nosolgica, etiolgica y teraputica
que dominaban la psiquiatra contempornea.
Freud y el psicoanlisis figuran en el programa de Mouchet
prcticamente desde el principio de su actuacin docente en Filo-
sofa y Letras, en 1922. Inicialmente se ubicaban en el apartado
de los mtodos de la psicologa, pero en 1925 el tema, ltimo del
programa, es destacado como el problema del psicoanlisis, e
incluye como bibliografa la Introduccin al psicoanlisis de
Freud en versin francesa (la traduccin espaola haba salido
en 1923) y la versin, tambin en francs, de la obra de Pfister
sobre psicoanlisis y educacin. Puede resultar extrao ese re-
curso a un autor religioso por parte de un socialista; pero en rea-
lidad, el espiritualismo liberal progresista del pastor protestante
estaba ms cerca de las convicciones de Mouchet que el atesmo
desengaado y pesimista de Freud.10 Una versin de esas clases
de 1925, a las que asisti un pblico amplio, fue publicada simul-
tneamente en Buenos Aires y en La Plata.
La posicin catedrtica le impone a Mouchet un juicio sobre el
psicoanlisis que pretende ser equidistante: Freud no es ni un ge-
nio ni un depravado y sus ideas deben ser estudiadas y discutidas
en la universidad. En el balance de los puntos vulnerables insis-
te en una crtica que viene de Janet: falta de rigor cientfico, ya
que la obra de Freud apelara al dogma y a la fe ms que a la
demostracin; es, por lo tanto, obra de artista fundada en la ima-
ginacin ms que en los hechos. Pero lo ms importante como ilus-

10. Vase Programas de Psicologa, Primer curso, Facultad de Filosofa y


Letras de la UBA, Biblioteca central, 1922-1943.

134
tracin de la jerarqua de valores y convicciones que sostenan el
cuestionamiento de la izquierda acadmica al freudismo, es el n-
cleo fundamental y duro de referencia a la ciencia. Heredera tar-
da del positivismo decimonnico, la psicologa vital de Mouchet
incluye a la biologa evolucionista, la medicina experimental y,
sobre todo, la psicologa patolgica de Ribot, con algo de Bergson y
W. James. Como acadmico proclama una psicologa slo fundada
en la observacin para, en una proyeccin al terreno de la lucha
ideolgica, sealar en el freudismo el riesgo de un retorno de la
escolstica medieval y la metafsica idealista:

Los espiritualistas y telogos ven en ella [la doctrina psicoanaltica]


una tabla de salvacin para su ideologa comprometida seriamente por
las corrientes positivista, evolucionista y experimentalista que toma-
ron cuerpo en el campo filosfico desde principios del siglo XIX11

De ello resulta una oposicin al freudismo que, explcitamente,


encuentra en el siglo XIX sus ideales filosficos y que se sostiene en
la creencia sin fisuras en el papel directamente progresista de la
ciencia en las manos autorizadas de una elite de maestros y cient-
ficos legitimados por sus pares que llegar de a poco a las masas en
el camino de las reformas sociales y culturales. La separacin es
clara respecto de las posiciones que afirmaban el papel directamen-
te reformador del freudismo en las condiciones de la crisis contem-
pornea, que venan de esa recepcin impulsada por una izquierda
cultural de masas, que no separaba el punto de mira de la ciencia
de la proyeccin moral inmediata. Por otra parte, como se ver, un
grupo de psiquiatras cercanos a las posiciones del Partido Comunis-
ta encontraron en el freudismo una inspiracin para proclamar, des-
de su saber particular, una reforma que pretenda ir ms all de la
renovacin de la asistencia psiquitrica y usaban a Freud para un

11. E. Mouchet, Significacin del psicoanlisis, 1926, en H. Vezzetti (comp.)


Freud en Buenos Aires..., pg. 134. Vase tambin H. Vezzetti, Estudio preli-
minar, ob. cit., pgs. 29-31. Sobre la psicologa vital, E. Mouchet, Mi psicolo-
ga vital; sus principios fundamentales, en Temas actuales de Psicologa normal
y patolgica, Buenos Aires, Ed. Mdico-Quirrgica, 1945, pgs. 413-435.

135
diagnstico de la crisis, en direccin opuesta a la de Mouchet. En el
camino, entre esa apreciacin atemorizada del cambio que procura-
ba retornar a las certezas del siglo XIX y la iniciativa de integrar a
Freud al elenco de las figuras capaces de orientar las potencialida-
des transformadoras de la crisis, se sita el impacto de las ideas de
Stefan Zweig. Si bien Zweig no es popular por su origen y por la
extensa red que lo integra al campo intelectual (incluyendo el reco-
nocimiento que Freud mismo le otorga) su obra comparte con los
libros de Claridad el acceso al gran pblico y la disposicin a favore-
cer un contacto directo con las ideas freudianas, eludiendo la pre-
sencia de los especialistas.

El papel de Stefan Zweig

Si alguna versin del freudismo encontr condiciones favora-


bles de implantacin en la cultura de Buenos Aires, fue por inter-
medio de una presentacin que oper por fuera del dispositivo
psiquitrico y aun del campo acadmico y que contribuy a colo-
car a Freud en la posicin de un autor moderno, crtico de la
sociedad y reformador de la conciencia moral de su tiempo. se
es el papel cumplido por la biografa de Stefan Zweig, publicada
en Buenos Aires en 1933, que estableca el retrato intelectual y
moral correspondiente, pero, sobre todo, asociaba el freudismo y
la curacin por el espritu con los temas de la crisis moral y
cultural del mundo contemporneo. Como se vio, no fue en la
revista del reformismo progresista, Nosotros, donde se destac la
significacin de la obra de Zweig, quien era considerado sobre
todo un escritor de muchedumbres. Su suicidio, en 1942, fue
interpretado mayormente como una capitulacin y no dio lugar a
ningn trabajo de valoracin de su obra.12 De cualquier modo, el

12. Nelly Vera Saglio, La muerte de Stephan Zweig y Sergio Chiappori, Cri-
sis del espritu o dtraquement?, Nosotros, 2 poca, a. 7, vol. 16, n 71, febrero de
1942. La curacin por el espritu fue publicada originalmente en 1930 y traducida
al espaol en Barcelona en 1932 y en Buenos Aires por Anaconda (sin fecha); en
1933 la editorial Tor edit por separado la parte correspondiente a Freud.

136
libro de Zweig era bien conocido y figura en el programa del curso
de psicologa experimental de Mouchet desde 1937.
S. Zweig sita a Freud en una doble perspectiva. Por una par-
te, destaca la intervencin crtica sobre su tiempo, bajo la forma
del diagnstico moral de una poca que el creador del psicoanli-
sis vendra a cerrar. En ese plano, el freudismo era asociado a
una verdadera revolucin en las costumbres y los valores que, en
una visin excesivamente optimista, habra de liquidar la moral
de anteguerra, esto es, la moral del disimulo, la hipocresa, el
rechazo del cuerpo, el aplastamiento del instinto y la sofocacin
de las aspiraciones de la juventud. Y por contraste, seran justa-
mente los jvenes quienes constituiran, en la nueva era, el suje-
to privilegiado de la renovacin y, por lo tanto, los destinatarios
principales de las promesas del freudismo.
En segundo lugar, Zweig busca intervenir crticamente sobre
la medicina y, en particular, sobre la medicina mental. En una
lnea gruesa que traza de Mesmer a Freud ve el resurgir de los
poderes del espritu; y frente a la medicina del rgano y la tecno-
loga de laboratorio, que opera sobre un cuerpo concebido como
una mquina, propone restaurar la antigua sabidura romnti-
ca, una medicina de la totalidad que concibe la curacin como la
reintegracin de un equilibrio sostenida en las fuerzas reparado-
ras de la naturaleza. Un espiritualismo impreciso, en nombre de
los valores de la persona, viene a impugnar el dogmatismo
cientificista en el que la supuesta objetividad del caso sirve para
renegar de la significacin personal y nica de la cura. Frente a
la tecnificacin del aparato diagnstico y la fragmentacin de las
especies nosolgicas y las especialidades clnicas, Zweig sostie-
ne el carcter unitario y la significacin personal del enfermar.
Es claro que de ese modo construa un ncleo de significaciones
del freudismo que se separaba de las posiciones de Freud, quien
no comparta ni las ilusiones reformistas ni la predileccin por
los jvenes ni mucho menos la afinidad con las efusiones del pen-
samiento romntico.
El propsito de Zweig, entonces, tiene poco que ver con la apro-
piacin recortada del mtodo psicoanaltico por parte de la psi-

137
quiatra tradicional, la que se propona aplicar el procedimiento
teraputico al modo de una confesin laica. El psicoanlisis no
deba limitarse a ser incorporado como un tratamiento de
purgacin psquica por medio de la descarga verbal, sino que fun-
daba una nueva medicina que, paradjicamente, vendra a res-
taurar la perdida tradicin de la medicina filosfica, para la
cual las dolencias del cuerpo eran inseparables de las proyeccio-
nes del espritu. Lo importante, en todo caso, para examinar el
enorme xito de la operacin divulgadora de Zweig, es el impacto
que alcanza ese diagnstico intelectual y moral que asocia de
modo estrecho el problema mdico de la psicoterapia con los cam-
bios en la sensibilidad y con el sacudimiento de convicciones y
valores que acompaaba la crisis de una poca. Expresin de des-
contento e insatisfaccin, esa reivindicacin del espritu, que
Zweig hace remontar a los orgenes mgicos de las prcticas cu-
rativas (en una direccin que recuerda los medicamentos psico-
lgicos de los que se haba ocupado Pierre Janet) viene a enfren-
tar los excesos y los fracasos de la medicina de inspiracin positi-
vista y contribuye a la creacin de un pblico predispuesto a reci-
bir otros modos de representar el malestar subjetivo.
Los temas de la cura psquica haban alcanzado su reconoci-
miento y cierta expansin en el mbito mdico desde fines del
siglo XIX en Francia de Charcot a Bernheim y en Inglaterra
por la obra de Braid.13 Lo nuevo en el texto de Zweig es el modo
caracterstico como enlaza el tema de la teraputica psquica con
la crisis y el malestar de una poca. Si, por una parte, propone un
examen de esa relacin en el nivel de una transformacin del
pensamiento, expresado en el relativismo como fenmeno ge-
neral de la inseguridad europea, ese vnculo tiene, al mismo
tiempo, formas de expresin ms directas en la exposicin de po-
ca de las neurosis como trastornos caractersticos de la subjetivi-
dad contempornea. En ese marco, persiguiendo la constitucin

13. Vase J. M. Lpez Piero y J. M. Morales Meseguer, Neurosis y psicote-


rapia. Un estudio histrico, Madrid, Espasa-Calpe, 1970.

138
de una nueva medicina espiritualizada, que sea a la vez capaz de
responder a las aspiraciones reveladoras del malestar psquico
colectivo, Zweig encuentra la justificacin para construir la serie
que expone, sucesivamente, las trayectorias de Mesmer, Mary
Baker (creadora de la Christian Science) y Freud. Y si el retrato
moral progresista que ofreca del creador del psicoanlisis al-
canz cierto arraigo en el nuevo pblico, un rasgo destacado de
esa implantacin no psiquitrica, que sigue vas propiamente li-
terarias y muy exitosas, es la colocacin de Freud en un punto de
giro de la moral occidental, en quien reconoce una funcin prof-
tica respecto del nuevo ciclo histrico que se habra abierto en la
primera posguerra.
Zweig acenta, en ese sentido, una lectura de poca y marca
el contraste entre el eco que las ideas de Freud estaban alcan-
zando en esos aos y la escasa recepcin que haban tenido vein-
te aos antes. Puede hablar, entonces, de revolucin freudiana,
pero no en el mismo sentido que Freud cuando colocaba su obra
en lnea con las de Coprnico y Darwin; no es el descentramiento
de la conciencia su punto de mira ni su modelo son las revolucio-
nes cientficas, sino que resalta el impacto del descubrimiento
freudiano en funcin de su potencial de reforma de la moral cul-
tural. La proyeccin de esa nueva moral del siglo XX, encarna-
da por Freud, le sirve a nuestro autor para denunciar globalmen-
te, y con alguna ligereza, al siglo pasado como una poca dada al
encubrimiento y la insinceridad: los tiempos de una moral codi-
ficada desde el intelecto y el orgullo de la razn para ocultar y
sofocar las fuerzas del instinto. En fin, no es difcil encontrar all
las huellas de Schopenhauer y Nietzsche, en particular en esa
exaltacin del instinto como la fuerza de la naturaleza y la volun-
tad vital en el hombre.
En efecto, ese Freud proftico y demoledor de tabes viene,
para Zweig, despus de Nietzsche para exponer los peligros de
la represin, de lo que resultara un trastrocamiento de uno de
los pilares de la moral tradicional: no es en el impulso sino en la
coercin donde radica el verdadero peligro moral. De all que
Zweig desestime la importancia del complejo de Edipo, dispositi-

139
vo de coercin de las pulsiones que para Freud constituye la ma-
triz misma del acceso a la cultura.14 Ese relieve del freudismo
como la presencia formativa de una poca, que tiene sus destinata-
rios precisos en los jvenes, se vincula directamente a la proble-
mtica de la educacin sexual como llave de una reforma moral
capaz de integrar el conocimiento racional con el incremento de
las libertades pulsionales. Y en esa proyeccin pedaggica del
freudismo, la obra de los divulgadores, como el propio Zweig, en-
cuentra su justificacin final.
Al mismo tiempo, ese valor de verdad que enfrenta la hipocre-
sa de la conveniencia (y en el que se apoya Zweig para proyec-
tar el alumbramiento de una nueva moral sexual fundada en la
camaradera de los sexos) fundara la constitucin de una nue-
va psicologa que sera, a la vez, la expresin de una tica de la
autenticidad y la construccin cientfica de una disciplina opera-
tiva, capaz de ocuparse de los problemas realmente relevantes.
All radicara el corte propiamente cientfico que la obra freudia-
na vendra a establecer con una psicologa acadmica abstrac-
ta, refugiada en el mecanicismo de los laboratorios de fisiologa.
Stefan Zweig establece, entonces, dos lneas argumentales en
su justificacin de la vigencia de Freud. Por una parte, el creador
del psicoanlisis sera el representante de una nueva cultura y
una nueva moral. Por otra, su figura evoca a un moderno Jere-
mas, es decir al profeta solitario que anuncia los males que su
tiempo se niega a admitir. En todo caso, en la proyeccin del
freudismo hacia la utopa queda atrs esa pura funcin de de-
nuncia y el maestro viens adquiere el perfil de un gua espiri-
tual que muestra el camino hacia una tierra prometida: Gracias
al esfuerzo de Freud, una nueva generacin contempla una poca
nueva con ojos ms penetrantes, ms libres y ms sinceros. Y de

14. S. Zweig, La curacin por el espritu, Santiago de Chile, Prometeo, s/f,


pgs. 320-321. Sobre las dificultades de esa asociacin entre Nietzsche y Freud
y la distancia entre las respectivas concepciones del instinto, vase P. L. As-
soun, Freud y Nietzsche, Mxico, FCE, 1984, pgs. 77-136.

140
su obra se desprende un fortalecimiento moral cuyos resulta-
dos anuncian una nueva comunidad cultural:

[...] que los maestros se tomen naturalmente las cosas naturales, y la


familia francamente las cosas francas; que haya en la concepcin moral
mayor sinceridad y en la juventud mayor camaradera; que las mujeres
reconozcan ms libremente sus deseos y su sexo; que hayamos aprendi-
do a respetar la idiosincrasia de todo individuo y a comprender, animo-
sos, el misterio de nuestro ser espiritual.15

En pocos aos el ascenso del nazismo y el exilio destruirn los


ensueos libertarios del escritor viens. Todava pudo mantener
su adhesin a la figura de Freud en Londres y fue uno de los orado-
res ante la tumba del maestro. Pero las circunstancias trgicas de
su suicidio, en Brasil, en tierra extranjera, separado de su lengua
y su cultura por la irrupcin de una barbarie que crey definitiva-
mente instalada en el mundo europeo, ilumina con un contragolpe
trgico la profundidad de esa frustrada utopa humanista.

La revista Psicoterapia: G. Bermann

Una recepcin psiquitrica limitada del psicoanlisis como te-


raputica de las neurosis se hizo evidente en Buenos Aires desde
los 20, sin que hubiera en ella una mayor correspondencia con
posiciones ideolgicas de izquierda. Al mismo tiempo, a partir de
ese breve comentario de Ingenieros, la izquierda intelectual ar-
gentina haba tenido una posicin francamente contraria a la obra
y la influencia de Freud, tal como lo muestran los primeros tex-
tos de Anbal Ponce. Pero en los 30, al menos para sectores signi-
ficativos, la situacin haba cambiado fundamentalmente y la fi-
gura intelectual de Freud quedaba colocada en la franja progre-
sista o aun, por un breve perodo, impulsada a un encuentro con

15. S. Zweig, La curacin por el espritu, ob. cit., pg. 259.

141
el marxismo. A ello contribuyeron tanto la crisis mundial y el
realineamiento antifascista como las transformaciones en el pen-
samiento de izquierda que afectaron las convicciones positivistas
en las que se fundaba aquel rechazo.
Un discpulo de izquierda de Ingenieros, con relaciones exten-
sas con esas corrientes progresistas, Gregorio Bermann, en 1936,
al mismo tiempo que Sur, decide homenajear a Freud. Lo hace,
centralmente, en el marco de una iniciativa de renovacin a la
vez cientfica e ideolgica del dispositivo psiquitrico, a travs
de la revista que haba fundado, Psicoterapia. Como una mues-
tra ejemplar de ese primer cruce entre psiquiatra, ideologa y
poltica, la publicacin se interrumpi cuando Bermann march
a Espaa a defender al gobierno republicano. Bermann haba
visitado a Freud en Viena en 1930, algunos das despus de que
lo hiciera Nerio Rojas; y si bien no dej testimonio de esa entre-
vista como lo hizo Rojas el hecho indica que su inters por el
psicoanlisis era anterior a la fundacin de Psicoterapia.16
La relacin inicial de Bermann con Jos Ingenieros ha queda-
do asociada a una comentada celebracin de la revolucin sovi-
tica, en noviembre de 1918 en el Teatro Nuevo; Bermann presi-
da la entidad organizadora del acto en el cual Ingenieros ley su
Significacin histrica del movimiento maximalista.17 El inte-
rs del psiquiatra de Crdoba por el psicoanlisis y el extenso
homenaje a Freud en la revista que diriga demuestran el cambio
en el clima de opinin y el impacto que Freud alcanza, a mitad de

16. La publicacin reciente del diario de Freud permite ver que la visita se
produjo el 26 de febrero de 1930; Nerio Rojas se entrevist con el maestro vie-
ns el 3 de ese mismo mes. Vase The Diary of Sigmund Freud, 1929-1939. A
Record of the Final Decade, introduccin, notas y traduccin de Michael Molnar,
Nueva York, Maxwell Macmillan International, 1992, pgs. 2-3, 57 y 60. Sobre
Nerio Rojas y su testimonio del encuentro con Freud, vase N. Rojas, Una
visita a Freud, La Nacin, segunda seccin, 17 de marzo de 1930. Incluido y
presentado en H. Vezzetti (comp.), Freud en Buenos Aires, ob. cit.
17. Vase H. P. Agosti, Ingenieros, ciudadano de la juventud, Buenos Aires,
Hemisferio, 1958, pg. 142.

142
los 30, en una corriente de izquierda que tiene, en esos aos,
signos caractersticos de su identidad ideolgico-cultural, en
particular la simpata y solidaridad con la Repblica Espaola y
la adhesin a la Unin Sovitica.
En esa zona de influencia del Partido Comunista no pueden
desconocerse los cambios que sobrevinieron, despus del VII Con-
greso de la Internacional Comunista de 1935, en las relaciones
con el campo intelectual. En aquel congreso se haba definido la
tctica de los frentes populares antifascistas y el acercamiento a
los partidos socialistas.18 En el terreno nacional, 1935 es el ao
en que Anbal Ponce regresa de la URSS, publica Humanismo
burgus y humanismo proletario y crea y preside la Agrupacin
de Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), como expresin de
la intelectualidad antifascista. Al ao siguiente es exonerado de
su ctedra en el Instituto Nacional del Profesorado y ese mismo
ao, en el que nace Psicoterapia, Bermann es tambin exonera-
do, en Crdoba, por solidarizarse con Ponce.19 Ponce viaja a Mxi-
co en 1937 y muere en 1938; como presidentes del AIAPE lo suce-
den Emilio Troise y luego Gregorio Bermann, en 1940.
No es, entonces, en el socialismo reformista, representado por
Enrique Mouchet, donde se puede reconocer la radical renova-
cin que el freudismo vendra a aportar al pensamiento y los pro-

18. Esa disposicin frentista en el terreno de las relaciones intelectuales


contrastaba con la poltica anterior, expresada en la consigna clase contra cla-
se, que haba caracterizado la poltica del PC hasta 1935 y de la cual hubo una
notoria expresin en la polmica entre Rodolfo Ghioldi y Roberto Arlt en Ban-
dera Roja, en 1932: R. Arlt, El bacilo de Carlos Marx; R. Ghioldi, Sobre el
bacilo de Marx; R. Arlt, Ghioldi y el bacilo de Marx; Bandera Roja, La cues-
tin Arlt. Vase Jos Aric, Arlt y los comunistas; en La Ciudad Futura, 3,
diciembre de 1983. Sobre intelectuales y poltica antifascista en Europa, parti-
cularmente en Francia, vase David J. Fisher, Romain Rolland and the Politics
of Intellectual Engagement, Berkeley & Los Angeles, University of California
Press, 1988.
19. Vase la Carta abierta al Ministro de Instruccin Pblica de la Nacin
(1936), en G. Bermann, Conciencia de nuestro tiempo, Buenos Aires, Ed. Her-
nndez, 1971, pgs. 246-249.

143
cedimientos de la psiquiatra, y sin embargo no puede decirse
que la obra anterior de Bermann haya sido ajena a la tradicin
del positivismo mdico caracterstica de esa franja profesional.
Cmo llega a Freud? Ms que por una va directa desde el mar-
xismo es posible pensar que, ante todo, coloca a Freud como em-
blema de una iniciativa de renovacin genrica. Esto se pone en
evidencia en el editorial que inaugura la revista Psicoterapia y
que sugestivamente lleva como ttulo Programa. Pero las espe-
cificaciones que acompaan al nombre de la publicacin (Revis-
ta de Psicoterapia Psicologa mdica Psicopatologa Psi-
quiatra Caracterologa Higiene mental) ponen en evidencia
que esa empresa renovadora no tiene una direccin definida y es
ms bien la expresin de una crisis de las disciplinas psiquitri-
cas y de la proliferacin de corrientes que vendran a yuxta-
ponerse y pugnar por recomponer un campo disciplinario que ha
perdido su unidad:

[...] la psicoterapia ha hecho irrupcin en la medicina acadmica [...];


de all la tumultuosa, desbordante y hasta anrquica formacin de es-
cuelas, tendencias y mtodos de investigacin en el dominio de la psico-
loga mdica.20

Por un lado se destaca esa referencia central a la psicologa


mdica que vendra a encarnar la voluntad y las promesas de
una renovacin de los enfoques y las prcticas de la medicina.
Como hemos visto, ya Mouchet se haba referido a la necesidad
de modernizar la formacin de los futuros mdicos en trminos
de esa ampliacin que buscaba apropiarse de los recursos clni-
cos de la psicologa. Pero su posicin era clara en el sentido de
que la psicologa cientfica, es decir fisiolgica y experimental,
deba constituir el ncleo firme de esa disciplina intermediaria.
Y de all justamente extraa sus reticencias frente al freudismo
en la medida en que, sin una adecuada decantacin, el impacto

20. Psicoterapia, I, 1, enero de 1936.

144
de Freud quedaba ubicado en la vereda de la reaccin contra la
ciencia. Bermann parece instalarse menos en las certezas de las
ciencias naturales que en la celebracin de lo nuevo que irrumpe
en la crisis, y se es el lugar de Freud: el innovador que conmue-
ve las viejas tradiciones, pero que es inmediatamente alineado
en una serie heterognea y eclctica que incluye a psicoanalistas
disidentes (Adler, Jung, Stekel) junto con representantes de la
caracterologa y las tipologas de base psiquitrica (Klages,
Kretschmer), la psiquiatra fenomenolgica (Jaspers), la psicolo-
ga social (Mc Dougall) y la reflexologa (Pavlov), pero tambin
Janet, Schultz y muchos otros.
La celebracin de ese estallido de corrientes y enfoques se co-
rrelaciona con el propsito de una comprensin del enfermo que,
como figura y objeto de la intervencin mdica, tambin ha en-
trado en crisis. El paciente ya no es slo un organismo biolgico,
una maquinaria trabada en sus mecanismos, sino que, en sus
padecimientos, representa los malestares de una poca:

[...] el psicoterapeuta de hoy se coloca as en el corazn mismo de nues-


tra poca, en el centro de los ms altos, complejos y angustiosos proble-
mas que agitan al hombre contemporneo [...] es en la psicoterapia don-
de se conjugan los valores ms altos de la medicina del presente.

El marco es esa conciencia de crisis que. Zweig haba contri-


buido a popularizar. De all que la medicina deba proyectarse,
ms all de sus bases cientfico-naturales, hacia la constitucin
de una ciencia universal del hombre cuya enumeracin despare-
ja (deber tomar en cuenta, dice Bermann, a la antropologa, las
artes y las letras, la psicologa y las ciencias sociales, la filosofa y
los problemas religiosos, la criminologa, educacin e higiene
mental) hace pensar en una sumatoria eclctica que se separa
claramente del cuestionamiento antipositivista de Zweig.
se es el marco de un rescate de Freud genricamente coloca-
do en el movimiento de transformacin que promete una nueva
medicina. Pero, si estos elementos son ilustrativos del marco ideo-
lgico e intelectual que ilumina la iniciativa de Bermann respec-

145
to de Freud, todava estn tomados en un orden de generalidad
inespecfica en la medida en que no producen una direccin de
lectura y apropiacin del discurso freudiano: esto es lo que va a
revelar el nmero dedicado a Freud. Los trabajos de G. Bermann
y E. Pizarro Crespo rescatan al creador del psicoanlisis de un
modo que lo coloca en una trama ms bien compleja de proble-
mas. Por una parte, sobre todo en las iniciativas de Bermann, se
trata de impulsar una reforma modernizadora de la asistencia
mdica y psiquitrica, a partir de la promocin de la cuestin de
la psicoterapia.
Si hay all un lugar para la razn tcnica aplicada a los pro-
blemas de la salud pblica, es a partir de propsitos de reforma
social que cuestionan el sistema de la medicina capitalista y de-
nuncian su crisis inevitable. A la vez, el marco est dado por el
debilitamiento de la tradicin positivista y el reconocimiento de
los factores psquicos subjetivos en el proceso de enfermar tanto
como en el movimiento de la cura. Pero el lugar que se adjudica a
Freud parece ir ms all del barniz psicogentico aplicado a los
viejos temas del influjo personal del mdico en la relacin tera-
putica, para expresar una relacin compleja entre saber tcnico,
ideales polticos y prcticas intelectuales. En efecto, Bermann
como Ingenieros mantiene una posicin doble, la de un intelec-
tual de izquierda, cercano al PC, y la de un experto, mdico
psiquiatra, profesor de la especialidad en Crdoba y autor de nu-
merosos artculos sobre temas de salud mental y gremialismo
mdico. Pero es claro que su itinerario intelectual se extiende
ms all de la medicina: Bermann va a prologar la obra de Geor-
ges Politzer, verdadero manual de iniciacin al materialismo dia-
lctico e histrico.21
Psicoterapia se suma, entonces, a la iniciativa de homenajear
a Freud en su octogsimo aniversario, en 1936, una iniciativa
internacional que no fue acogida por otras publicaciones, salvo

21. G. Politzer, Principios elementales de filosofa, Buenos Aires, Ed. Proble-


mas, 1948.

146
Sur.22 Un largo editorial, escrito seguramente por E. Pizarro Cres-
po, expone con bastante solvencia el itinerario de la obra de Freud
y en algunas de sus puntualizaciones emerge la disposicin a
proyectar la figura del maestro ms all de la intencin explcita
de actualizar las concepciones de la medicina mental. Por una
parte, esto aparece en la postulacin, algo vaga, de una psicopa-
tologa histrica:

[...] cada poca histrica debe tener formas particulares de enfermedad


y hasta una patologa especial, segn los grados de modificaciones im-
presos a los ritmos biolgicos heredados por las nuevas transformacio-
nes del medio social.

De all deriva la correlacin posible entre el individualismo


prevaleciente desde el siglo pasado (ya que la idea de crisis es
desplazada hacia atrs para encontrar su raz econmica en los
ciclos del capitalismo) y ciertas patologas de poca, correlacin
que constituye, como se ver, la tesis central de su trabajo sobre
el narcisismo.23
Pero hay otro desliz por el que asoma la intencin de aproxi-
mar a Freud y Marx. Para ilustrar la preocupacin de Freud por
los problemas sociales transcribe un prrafo de El malestar en la
cultura que es slo una parte del juicio de Freud sobre el experi-
mento que viene desarrollndose en la URSS (y que de ninguna
manera permite apreciar el cuestionamiento bsico implicado en
su posicin); se trata de la aseveracin del creador del psicoanli-
sis en el sentido de que

[...] un cambio real de las actitudes de los hombres frente a la propiedad


ser ms eficaz que cualquier mandato tico.

22. Vase H. Vezzetti, Estudio preliminar, ob. cit., pgs. 45-47 y 57-64.
23. Psicoterapia, Proyeccin histrica del psicoanlisis en las ciencias y en
el pensamiento contemporneo, I, n 3, setiembre de 1936, pg. 7.

147
Y de all deduce el autor

[...] la posibilidad de reducir la tensin instintiva agresiva de los hom-


bres, dentro de las sublimaciones que brindara un nuevo ordenamien-
to social.24

En fin, la misma intencin integradora se pone en evidencia


en el artculo de Paulina de Rabinovich sobre psicoanlisis y re-
flejos condicionados, que concluye postulando que Pavlov y Freud
son complementarios en la construccin de una psicologa cient-
fica.25
ste es el marco del papel cumplido por ese ncleo de psiquia-
tras de izquierda que promueve una recepcin de Freud de un
modo en el que se combinaban el proyecto de reformas del dispo-
sitivo psiquitrico y mdico en general con la postulacin de una
extensin posible de la obra freudiana hacia una funcin crtica
de la sociedad contempornea. Tambin aqu, como en las lectu-
ras psiquitricas ms resistentes al psicoanlisis, la importacin
se da en una matriz en la que resuenan los ecos de la recepcin
francesa. En rigor, se trata de una trama triangular, en la que
se hace necesario un examen de vicisitudes de lectura que reco-
gen su inspiracin en el medio parisiense y, al mismo tiempo,
directa o indirectamente, reciben el impacto de lo que sucede con
el psicoanlisis en la URSS.
En todo caso, en esa recepcin de izquierda, que encuentra
alguna inspiracin en el marxismo, Freud viene a recibir una
significacin ms general -y socialmente ms trascendente- que
la que cualquier sector psiquitrico haba estado dispuesto a re-
conocerle hasta ese momento. Y all, en este perodo, ms que la
compatibilizacin del psicoanlisis con las teoras del materialis-
mo dialctico e histrico, lo dominante es el surgimiento de ini-

24. Ibd., pg. 16.


25. Paulina H. de Rabinovich, El psicoanlisis y los reflejos condicionados,
Psicoterapia, I, n 3, ob. cit.

148
ciativas de intelectuales en las que el marxismo constitua, ante
todo, un sistema de representaciones sociales y polticas, es decir
una concepcin de la sociedad y la historia. Al mismo tiempo,
una mnima delimitacin de las formas de esa recepcin, respec-
to de otras lecturas de Freud, permite advertir de qu modo se
construyen significaciones y alcances diferentes -y aun contras-
tantes- de su obra. Y ciertos temas fueron destacados en el ejer-
cicio de esa convergencia, de un modo en el que, en general, el
marxismo colocaba los problemas y el psicoanlisis vena a
complejizar los abordajes tericos, mucho ms que las vas prc-
ticas, en las proyecciones socialmente transformadoras.

Emilio Pizarro Crespo

A fines de los aos 50, Jos Bleger, que era simultneamente


miembro de la APA y del PCA, proyect en una obra singular el
encuentro terico del psicoanlisis y el marxismo. Aunque las
circunstancias y las derivaciones de esa iniciativa inspirada en
Politzer -que terminaron en la separacin de Bleger del Partido-
corresponden a otros tiempos del psicoanlisis argentino, la obra
resultante ha seguido publicndose.26 Posteriormente, en los 60
y los 70, hasta la irrupcin de la dictadura militar, creci el pro-
grama filosfico y epistemolgico de una articulacin entre
Freud y Marx que busc su sustento en la obra terica de Louis
Althusser. Ahora bien, mucho antes que Bleger y en otras cir-
cunstancias, Emilio Pizarro Crespo produjo una lectura de Freud
inspirada en el marxismo que alcanz a desplegarse, por un pe-
rodo breve, en los aos 30.
Pizarro Crespo fue un mdico, graduado en Crdoba, que se
instal en Rosario en 1927; desarroll en esa ciudad su actividad

26. Jos Bleger, Psicoanlisis y dialctica materialista, Buenos Aires, Pai-


ds, 1958; reeditado por Nueva Visin, 1988. Vase H. Vezzetti, Psicoanlisis y
cultura comunista: la querella de Jos Bleger, La Ciudad Futura, Buenos Ai-
res, n 27, febrero-marzo de 1991.

149
profesional y escribi la mayor parte de su obra, que es considera-
ble si se tiene en cuenta que muri en 1944, a los 39 aos. Segn el
testimonio de Lelio Zeno, que fue su amigo y camarada, apenas
era conocido por sus colegas mdicos (no obstante, escribi varios
de sus trabajos en el rgano mayor de la medicina argentina, La
Semana Mdica) y era mucho mejor recibido por un ncleo de es-
critores, artistas y periodistas con los que comparta la noche
rosarina. Simpatizante comunista, en 1935 viaj a la URSS y dos
aos ms tarde fue a Espaa para incorporarse como mdico (igual
que Gregorio Bermann) al bando republicano. A su regreso aban-
don su ideologa de izquierda y se orient hacia un nacionalismo
extremo, indigenista, del cual es expresin un ltimo libro, publi-
cado poco antes de su muerte, Afirmacin gaucha.27
Durante su breve adhesin al comunismo, nuestro autor pro-
movi una sntesis peculiar de las tesis freudianas sobre el narci-
sismo con las crticas del marxismo a la sociedad capitalista: el
narcisismo sera una enfermedad social. Una singular lectura de
Freud le sirve para pensar los obstculos a la transformacin subje-
tiva que siempre formaron parte de los objetivos de la accin poltica
y cultural del socialismo revolucionario. Pero el horizonte histrico
privilegia las promesas del Manifiesto comunista: Marx anuncia la
psicologa de la sociedad humanizada, es decir sin clases.

Para la esfera histrica, Carlos Marx ha intuido, con agudsima y


perforante visin, el desarrollo futuro del psiquismo colectivo, cuando
ha definido la edad capitalista o burguesa, actualmente en vas de su-
peracin, como la que cierra el ciclo de la prehistoria del pensamiento
humano y abre paso no hacia la sociedad burguesa, sino hacia la socie-
dad humana o la humanidad socializada.28

27. Lelio Zeno, Emilio Pizarro Crespo, Revista de Historia de Rosario, V, n


14, julio-diciembre de 1967, pgs. 42-48. Sobre E. Pizarro Crespo vase Antonio
Gentile, El psicoanlisis en la trama de algunas historias rosarinas, Inter-
cambios, Buenos Aires, n 4, agosto-octubre de 1990.
28. E. Pizarro Crespo, El narcisismo. De una actitud psquica a una enfer-
medad social del erotismo, Archivos Argentinos de Psicologa Normal y Patol-
gica, Terapia Neuro Mental y Ciencias Afines, I, 1933-1934, pgs. 73-74

150
La operacin de traduccin de una nocin freudiana en los
trminos de un marxismo vulgarizado expande sus lmites para
caracterizar a un grupo social o aun a una fase de la evolucin
psquica [..] de la humanidad. Y en ese marco la psicologa es
situada como complemento necesario de la crtica marxista de la
sociedad. El narcisismo pasa a ser, en la dimensin social, una
enfermedad social del erotismo, un residuo arcaico que obstacu-
liza el trnsito hacia el estadio ms avanzado constituido por el
psiquismo social. En ese sentido, dado que el tipo narcisista
asocial es propiamente un obstculo en el pasaje a las formas
sociales de la subjetividad, una cierta psicologa que incorpora
esa nocin freudiana queda situada en paralelo respecto del diag-
nstico marxista: la dimensin subjetiva y las formaciones econ-
mico-sociales estn sometidas a la misma ley dialctica de la
socializacin. Se deduce, entonces, que la humanidad socializa-
da carecer a la vez de propiedad privada y de rasgos narcisis-
tas de personalidad, y la propiedad social colectiva quedar re-
producida en la dimensin de la subjetividad propiamente por la
abolicin de las pulsiones vueltas sobre el propio yo. A partir de
un razonamiento similar, como se vio, Jos Ingenieros anunciaba
la liquidacin de la monogamia junto con las formas privadas de
propiedad.
En 1934, Curanderismo y medicina acadmica expone la
incorporacin del modelo del materialismo dialctico en el diag-
nstico y la superacin de la medicina de su tiempo. Un marxo-
freudismo intermitente parece orientar un abordaje dialctico
en dos direcciones. Por una parte, en el nivel de la subjetividad,
ese enfoque dialctico inspira la correlacin que propone en-
tre las etapas evolutivas del psiquismo individual o social y
los ciclos de transformacin de la sociedad. Y en ese sentido, el
estado narcisista de la personalidad es incompatible con la
formacin econmico-social que se anuncia en el horizonte, el
socialismo:

[...] en los momentos actuales de caos econmico y desorientacin ideo-


lgica, acarreados por el derrumbe definitivo de toda una organizacin

151
social que agoniza, son numerosas las manifestaciones de ese despertar
y reavivarse del pensamiento mgico, que arbitra convulsivamente
expedientes violentos de toda laya y doctrinas anticientficas y asociales,
para impedir a cualquier costo la instauracin de un nuevo ordena-
miento social, ms racional y en consonancia con las imperiosas condi-
ciones objetivas del momento histrico que vivimos.29

Esa apelacin a la dialctica como figura de la crisis y la trans-


formacin, que se corresponde con el aire de los tiempos, se apli-
ca tambin al propio campo del pensamiento y las prcticas de la
medicina; queda atrs, dice nuestro autor, una concepcin
mecanicista de la enfermedad y la salud para abrir paso a una
nueva clnica que toma al individuo como totalidad, es decir
unidad funcional biopsquica.30 Por esa va, en verdad, no es
tanto Freud como los enfoques constitucionalistas (Kretschmer
en particular) quien funda una mirada que se desplaza del a-
gente causal de la enfermedad a las condiciones y el terreno
dado por

[...] la frmula endocrina individual, [...] la individualidad metablica,


el temperamento, la constitucin individual,

es decir la orientacin sinttica que atribuye a la medicina con-


tempornea.
En ese marco, el curanderismo es, antes que un residuo de las
viejas concepciones precientficas de la enfermedad, la evidencia
misma del fracaso de la teraputica mdica tradicional. Freud y
la psicopatologa moderna (es decir la medicina de las constitu-
ciones con la que en verdad el creador del psicoanlisis no tena
nada que ver) habran provocado un trastrocamiento de la
nosologa y la clnica tradicionales por la atencin prestada a la

29. E. Pizarro Crespo, Curanderismo y medicina acadmica. Errores y su-


peracin dialctica de la medicina contempornea, La Semana Mdica, 25/1/
1934, t. 41, pg. 320.
30. Ibd., pg. 321.

152
individualidad o totalidad biopsquica.31 Con ello resulta evi-
dente que Freud juega de modo diverso en dos momentos o n-
cleos de la argumentacin. Por una parte, en lo que constituye la
va posible de una formulacin freudomarxista, la cuestin del
narcisismo era considerada como la expresin, en el nivel de la
formacin subjetiva, de los rasgos propiamente burgueses de la
sociedad capitalista y Marx anunciaba el camino de superacin
dialctica hacia la nueva sociedad juntamente con la psicologa
del nuevo sujeto socialmente orientado. Pero en su abordaje de la
situacin contempornea de la medicina el ncleo de ideas que lo
impulsa no viene de Marx sino de la medicina romntica y el neo-
vitalismo como marco de interpretacin de las nuevas corrientes
psiquitricas constitucionalistas; y aqu evidentemente no hay
un lugar tan preciso para Freud, salvo como exponente genrico
de una medicina focalizada sobre la constelacin singular de los
sntomas, es decir centrada en el paciente y no en el cuadro. Pero
est claro que en esta segunda apropiacin del freudismo, que
tiene algn punto de contacto con la lectura propuesta por Stefan
Zweig, no hay lugar para ningn encuentro con Marx y la revolu-
cin social.
El encuentro imposible de Freud con Marx viene, entonces,
asociado a la ms ambiciosa, hasta el momento, operacin de
incorporacin plena del freudismo al cuerpo de la nueva medici-
na, es decir la medicina de la totalidad. En torno de la persona-
lidad como categora sinttica emergente, en la que se expre-
san, a la vez, la totalidad psicobiolgica y la biosocial, el psicoa-
nlisis constituira, para nuestro autor, en el terreno de las neu-
rosis, el impulso mayor en un sentido contrario a la medicina
mecanicista y analtica. En esa primera apropiacin, Freud con
Kretschmer son las figuras mayores de una psicologa mdica
que coincide, en verdad, con una medicina integral. Y en esa
direccin, es claro que la matriz dominante proviene del psicoa-
nlisis en Francia; Ren Allendy y la tesis de Jacques Lacan

31. Ibd., pg. 322.

153
sobre la paranoia le aportan dos ncleos centrales de su cons-
truccin mdico-psicolgica. Por una parte, del analista de Anas
Nin, a quien llama su amigo, parece recibir el pensamiento do-
minante de la totalidad y la unidad biopsicosocial, algo que es-
taba ya presente en su ensayo filosfico sobre el neovitalismo de
1929. En cuanto a la tesis de Lacan, que nadie haba ledo entre
nosotros, la cita ms de media docena de veces y destaca de ella
la categora de personalidad y la definicin de la psicologa como
ciencia de la personalidad.32
Por la va de la personalidad, como categora sinttica que
incluye la determinacin social, esa peculiar lectura de Freud
puede orientarse a una integracin con el marxismo. Ante todo,
separndose de Jung: la personalidad no est determinada por
conflictos inmanentes y permanentes sino por las transforma-
ciones profundsimas que se estn operando en el medio social
actual.33 En ese sentido, una consideracin dinmica o dialc-
tica de la personalidad es atribuida al trabajo de Lacan, segn
los tres ejes que el psiquiatra francs propona en el estudio de la
personalidad: a) desarrollo biogrfico; b) concepcin ideal de s
mismo, y c) autonoma pragmtica de la conducta, nacida de la
tensin de las relaciones sociales. Y conduce a un punto crucial:
la integracin entre explicacin causal freudiana y compren-
sin gentica de origen social, es decir una totalizacin que in-
cluye tambin la combinacin posible con la distincin que Jas-
pers estableca entre proceso y desarrollo. La psicologa di-
nmica del inconsciente hace posible, entonces, correlacionar
todos los procesos psquicos y orgnicos en una unidad biolgica
ms profunda.34 Pero ese extenso trabajo terico y clnico es algo
ms que una presentacin genrica y ensaystica de las nuevas

32. E. Pizarro Crespo, La neurosis obsesiva y las fobias, Psicoterapia, n 2,


mayo de 1936, pgs. 44-45.
33. E. Pizarro Crespo, Aspectos del movimiento psicoterpico y psiquitrico
en Europa. I. En Francia, Psicoterapia, I, n 1, pgs. 57-58.
34. E. Pizarro Crespo, La neurosis obsesiva..., ob. cit., pgs. 51 y 60.

154
corrientes, en la medida en que no slo expone las ideas y textos
de Freud sino que incluye un material clnico que muestra a Pi-
zarro Crespo como un psicoterapeuta sistemtico inspirado en
los principios del psicoanlisis.
En cuanto a Marx, es tambin por la va de la categora de
totalidad que viene a quedar incluido en esa bsqueda que se
extiende hacia una antropologa igualmente integral. Si Freud
representa una primera ampliacin que se extiende del cuerpo a
la personalidad psquica, una primera consideracin de la uni-
dad biopsquica que rompe con el mecanicismo del interven-
cionismo mdico y la exageracin del agente patgeno como cau-
sa nica de la enfermedad, Marx, segn una visin de la dialcti-
ca que se desliza sin solucin de continuidad de la naturaleza a la
sociedad, completara el movimiento de totalizacin hacia la per-
sonalidad social, la unidad y coincidencia perfectas del individuo
y la colectividad.
En el caso de Pizarro Crespo, entonces, como en el de Bermann,
la recepcin del freudismo no es puramente mdica: el programa
de una reforma radical de la medicina expresa a la vez la aspira-
cin de una transformacin profunda de la sociedad. Y la repre-
sentacin misma de la nueva salud, la recuperacin de una felici-
dad psicoorgnica que reconcilia al hombre y la mujer con sus
semejantes y con la naturaleza, metaforiza el horizonte de la re-
volucin social y los temas del nuevo hombre y la nueva sociedad.
En ese sentido, el comunismo de Pizarro Crespo fue, durante el
tiempo breve en que mantuvo su fe, antes que nada una exten-
sin de la filosofa romntica de la naturaleza, el despliegue final
de una reconciliacin con la totalidad biolgica, psquica y espiri-
tual. Quizs as pueda entenderse el trnsito, en el curso de po-
cos aos y desde 1938 aproximadamente, a una mstica naciona-
lista que mantiene esa referencia absoluta a la reconciliacin con
la totalidad, aunque en este caso a travs de los mitos de la pure-
za tnica y la resurreccin del hroe, como sujeto colectivo.

Ahora bien, a partir de un par de trabajos publicados unos


aos antes, en 1929, parece claro que Pizarro Crespo no parte del

155
marxismo en su mirada sobre la crisis contempornea, sino de un
ensayismo filosfico que abreva en Bergson y, sobre todo, en Nietzs-
che, Spengler y Max Scheler, es decir en un pensamiento crtico
del mundo moderno asociado a las posiciones ideolgicas de la de-
recha intelectual. Como pensador e intelectual ms que como m-
dico, nuestro autor ofrece una perspectiva de anlisis histrico
cultural de los problemas de su tiempo, una indagacin antropo-
lgica podra decirse, que anuncia la declinacin y la superacin
histrica del espritu burgus, que es identificado directamente
con la racionalizacin del mundo moderno. Pero su referencia en
la crtica antiburguesa no es Marx -a quien no cita- sino Werner
Sombart. La conciencia de la crisis es, a la vez, la anunciacin de
cambios que coinciden con una restauracin de lo que llama idea-
les chthnicos modernos, es decir la emergencia de nuevas co-
rrientes de ideas y de accin ligadas a la vida y la tierra. Y es
Jung -expresamente citado- ms que Freud el que parece hacer
posible una aproximacin a lo inconsciente como la contrafigura
de la razn, el espacio oscuro e irracional del instinto y la sangre.35
Pero si Freud est propiamente ausente, lo mismo puede de-
cirse de Marx, ya que la significacin moral del capitalismo que-
da acentuada de un modo que remite a la psicologa nietzscheana
del resentimiento: ascetismo del trabajo continuado y la ganan-
cia sin uso. El fundamento del conflicto social, segn nuestro
autor, residira en que los ascticos poseedores de la riqueza ma-
terial no disponen de la capacidad vital de disfrutarla y que los
dotados de la plenitud del instinto estn desposedos de todo,
salvo de su fuerza de trabajo. La defensa de las potencias del
instinto y de la vida entronca, entonces, con las expresiones de
un neovitalismo reaccionario que reconoce en las matanzas de la
Primera Guerra Mundial el estallido de lo irracional reprimido
que vuelve con fuerza irresistible. Pero su ideal no se reduce a la

35. E. Pizarro Crespo, La significacin histrica y el valor metafsico de los


ideales chthnicos modernos; lleva como subttulos: El neovitalismo, el
intuicionismo, el arte, la vida y la religiosidad actual. Se inicia la declinacin y
la superacin histrica del espritu burgus, Amrica, Rosario, 19/10/1929.

156
afirmacin vitalista de los poderes del instinto sino que proyecta
la perspectiva, inspirada en Scheler, de la superacin de la crisis
presente y el pasaje al hombre total, es decir a la integracin de
la razn y el instinto.
Si Pizarro Crespo fue, desde 1935 y durante unos pocos aos,
el exponente mayor de un ideario freudomarxista y un testigo
lcido de los desencuentros de esa relacin en la URSS, si en
alguno de sus trabajos clnicos pudo mostrarse como un freudia-
no practicante, es importante destacar el itinerario atpico que lo
lleva a Freud. No llega al freudismo slo desde las cuestiones de
la prctica clnica, como un psiquiatra que busca alguna amplia-
cin de su instrumental teraputico, al estilo de la mdica recep-
cin que algunas figuras de la medicina mental, como Beltrn o
Gorriti, haban impulsado desde los 20. Comienza ms bien como
escritor y ensayista, ajeno a la vez a la corporacin mdica y al
espacio de la universidad, y con sus artculos periodsticos revela
una vocacin de filsofo autodidacto que busca iluminar los pro-
blemas de su tiempo a travs de una indagacin metafsica, de
alcance universal. Pero su trayecto empieza por el cuestionamien-
to antimoderno de la tradicin liberal y del positivismo filosfico
y cientfico, que eran baluartes de la identidad de izquierda. Esto
se pone en evidencia en el modo como interpreta el profesio-
nalismo en el marco de la oposicin, receptada del pensamiento
de la derecha cultural alemana, entre la Zivilisation y la Kultur.
La cultura universal del Renacimiento ha sido desplazada por

[...] la enorme hipertrofia del saber prctico o positivo[...] bajo la in-


fluencia del positivismo, del pragmatismo, del racionalismo y el
mecanicismo (subproductos histricos de la mentalidad y del espritu
burgus, esencialmente filisteo, resentido, practicista y racional).36

Unos aos ms tarde, en torno de su participacin en Psicotera-


pia demuestra un nivel de formacin psiquitrica bastante atpico,

36. E. Pizarro Crespo, La falsificacin de la cultura por el profesionalismo,


La Capital, Rosario, 10/11/29.

157
tal como se pone en evidencia en el texto ya comentado sobre la
neurosis obsesiva y las fobias. All exhibe un conocimiento amplio
de los autores de la psicopatologa contempornea y una afinidad
con autores del campo psiquitrico francs, especialmente Allendy
y el grupo de LEvolution Psychiatrique.37 Esa misma disposicin
de experto seguro de su saber se pone en juego en los artculos en
los que da cuenta de su visita a los centros mdicos de Europa y la
URSS. En ese tramo de la trayectoria de nuestro autor se sita la
pura aventura del pensamiento en el encuentro del psicoanlisis y
el marxismo; pero Pizarro Crespo muestra por sus observaciones
sobre la psiquiatra y la psicoterapia en la patria del comunismo
que, en ese momento, es el psicoanlisis su inters principal. En
efecto, cuando cita a Sapir como un psiclogo marxista que ha legi-
timado el intento de buscar vas de aproximacin de marxismo y
freudismo, no es para seguir sus pasos. Sapir desplegaba bsica-
mente una crtica de Freud que se propona abordar las adultera-
ciones a que el freudismo ha dado lugar en la psicologa, la sociolo-
ga y la filosofa; en ese sentido, aunque reconoca algunos apor-
tes parciales en la investigacin del inconsciente y la pulsin
sexual, vena a dictaminar la incompatibilidad entre el freudismo
y la doctrina materialista dialctica.38
Por lo tanto, ms all de esa mencin legitimadora, no es en
Sapir en quien puede respaldarse nuestro autor para introducir

37. Public en Francia Le rle des facteurs psychiques dans le domaine de


la clinique, Revue Franaise de Psychanalyse, 1935, n 3.
38. I. Sapir, Freudismo, sociologa, psicologa (1929-30); es una crtica de
W. Reich, Materialismo dialctico y psicoanlisis. Vase Hans-Peter Gente
(comp.), Marxismo, psicoanlisis y sexpol. 1. Documentos, Buenos Aires, Granica,
1972. Haba sido publicado en la revista moscovita, editada en alemn, Unter
der Banner des Marxismus, 1929, III y 1930, IV. El ensayo de Wilhelm Reich
Materialismo dialctico y psicoanlisis, fue publicado por la misma revista:
W. Reich, Materialismo dialctico y psicoanlisis, Mxico, Siglo XXI, 1970. Am-
bos trabajos el de Reich en versin expurgada junto con otro de Reich, que dio
ttulo a la obra, haban sido publicados en Pars, W. Reich, La crise sexuelle,
1934; seguramente Pizarro Crespo los ley en esa versin. Sobre ese texto y la
recepcin de Reich en Francia, vase E. Roudinesco, La bataille de cent ans.
Histoire de la psychanalyse en France, ob. cit., t. 2, pgs. 58-66.

158
los puntos de vista del psicoanlisis en el campo psiquitrico, y la
sola proposicin cuestiona las lneas tericas dominantes en la
URSS. No es Sapir sino Wilhelm Reich (de quien conoce La crise
sexuelle) quien le muestra el camino, aunque elude citarlo ms
ampliamente, quiz porque el enfoque pizarriano de Freud no con-
cede ninguna importancia a los problemas de la revolucin
sexual. En Mosc, Pizarro Crespo se entusiasma con la medicina
social: la elevacin del nivel de vida de las masas y la instauracin
de un sentimiento de comunidad operan como la mejor profi-
laxis; destaca el desarrollo de las ciencias y de la experimentacin
cientfica as como las campanas de higiene y prevencin. Pero
critica la persistencia de viejos enfoques mecanicistas que revela-
ran que la psiquiatra sovitica no ha adoptado plenamente la
concepcin dialctica que proclama. Finalmente, no puede dejar
de sealar el retardo de la asimilacin de los modernos puntos de
vista de la psicologa dinmica y del inconsciente pero agrega que
el rechazo hacia la doctrina de Freud se est modificando; y ese
pronstico errneo se funda en la lectura que hace del texto de
Sapir como un anuncio favorable a la integracin freudomarxista.39

Nuestro autor no persiste en esa orientacin y los trabajos que


publica entre 1938 y su muerte, en 1944, se dedican a ampliar y
justificar su sistema de medicina integral psicobiolgica; en ese
sentido, junto con Lelio Zeno, puede decirse que funda las inves-
tigaciones clnicas psicosomticas.40 Al mismo tiempo, la erup-

39. E. Pizarro Crespo, El movimiento psicoterpico y psiquitrico en la Eu-


ropa actual. II. En los pases de lengua alemana y en la Unin Sovitica, Psico-
terapia, n 2, mayo 1936, pgs. 81-91.
40. L. Zeno y E. Pizarro Crespo, Las influencias psquicas en las malforma-
ciones congnitas, Anales de Ciruga, Rosario, 1941, t. 7, pgs. 158-169; Clni-
ca quirrgica. lceras gastroduodenales, La Semana Mdica, 25/9/41, pgs.
747-758. E. Pizarro Crespo, Patologa funcional y conceptuacin histrica del
enfermo, La Semana Mdica, 16/7/42, pgs. 105-123; Psicologa mdica. Emo-
ciones y personalidad, La Semana Mdica, 18/5/44, pgs. 1009-1020. L. Zeno y
E. Pizarro Crespo, Clnica Psicosomtica. Psicognesis y profilaxis de los acci-
dentes, Anales de Ciruga, 1946, t. 11, pgs. 119-129. L. Zeno y E. Pizarro
Crespo, Clnica psicosomtica, Buenos Aires, El Ateneo, 1945.

159
cin nacionalista de sus ltimos aos desvi su inters por el
freudismo, el que pudo sostenerse mientras le dur el apego a las
promesas de un nuevo tiempo, como horizonte posible de un en-
cuentro de Marx y Freud.
Con Afirmacin gaucha, en 1943, un libro escrito contra la
muerte que lo alcanz poco despus de concluirlo, exaspera la
temtica que ya estaba presente en sus artculos de 1929, en el
marco de un alegato nacionalista que lo muestra desplazado a la
extrema derecha. En primer lugar, es un libro de combate, un
panfleto poltico que recurre a la historia, a la sociologa y a cier-
ta psicologa esencialista del Alma Colectiva argentina para
exponer una mstica salvacionista de la resurreccin nacional,
que desemboca en los lineamientos de un programa autoritario
de desextranjerizacin de la economa, la poltica y la cultura.
No faltan ninguno de los ingredientes del repertorio ideolgico
del fascismo criollo en sus pronunciamientos contra el liberalis-
mo econmico y poltico, la democracia individualista y el racio-
nalismo europeo; contra la oposicin sarmientina a la barba-
rie y contra el materialismo y toda corriente europea, incluido el
marxismo, al que acusa de encubrir, detrs de su internaciona-
lismo declamado, la defensa de los intereses del nacionalismo
eslavo. El ncleo de esa poltica de guerra al extranjero reen-
cuentra algunos temas lugonianos, en particular el mito gaucho
como el origen heroico de la argentinidad, pero en el clima propio
de la segunda contienda mundial (y en un momento en que pare-
ca muy probable el triunfo de las potencias del eje) se presenta
como una poltica que se enfrenta simultneamente con el capita-
lismo internacional plutocrtico burgus y judaico y con el impe-
rialismo nacionalista sovitico disfrazado de internacionalismo.41
La metamorfosis ideolgica, de acuerdo con el testimonio de
Lelio Zeno, tuvo lugar durante su participacin en la guerra de
Espaa. Todava en 1937 publicaba una ojeada histrica sobre la
sociedad y la cultura espaolas que reivindicaba el valor del mo-

41. Pablo Emilio Pizarro, Afirmacin gaucha, Buenos Aires, La Facultad,


1943, pg. 82.

160
vimiento moderno de las ideas, desde el Renacimiento al naci-
miento de la ciencia, para condenar el absolutismo autocrtico y
el fanatismo religioso. En ese trabajo condenaba al fascismo como
deformacin y regresin de la psicologa colectiva y expresaba
su confianza en que la extrema derecha enfrentara obstculos
mayores, provenientes, sobre todo, del nivel de conciencia de la
humanidad a partir de las obras de Freud y Marx. Es la tradicin
del humanismo internacionalista la que inspiraba su visin de la
contienda espaola y su compromiso activo en ella en la medi-
da en que, dice,

[...] se est batiendo por la defensa de su libertad y de su independen-


cia, y con ella por la defensa del patrimonio de libertad material y moral
que la Humanidad ha conquistado.42

En esa misma direccin, una nota de la direccin de Psicotera-


pia condenaba la psicoterapia bajo el nazismo, en nombre de la
concepcin occidental, universalista de la ciencia que impide
aceptar que se la convierta en sierva de la tirana chauvinista,
excluyente, mezquina.43
La brusca posicin exasperada de Afirmacin gaucha se pre-
senta, unos aos ms tarde, solitaria y aislada respecto del tronco
principal del nacionalismo criollo, ya que se aparta del apego a
las tradiciones hispnicas y es decididamente anticatlica en su
denuncia del Vaticano como una potencia extranjera. La apela-
cin a la tradicin, a la tierra y la sangre debe recurrir a la
exaltacin indigenista para instituir en un pasado mtico, pro-
longado en el mestizo y el gaucho, las bases de la Argentina crio-
lla.44 Qu hacer con la nutrida presencia extranjera provocada

42. E. Pizarro Crespo, Consideraciones caracterolgicas e histricas sobre


Espaa, Psicoterapia, n 4, mayo de 1937, pg. 74.
43. Psicoterapia nacional-socialista, Psicoterapia, n2, ob. cit., pgs. 111-112.
44. Vase Declaracin de la Unin Indo-Americana, nacida en 1939 junto
con el peridico Indo-Argentina, en P. E. Pizarro, Afirmacin gaucha, ob. cit.,
pg. 212. All afirma que viene trabajando desde esos aos con un grupo redu-
cido de patriotas.

161
por la inmigracin? Las propuestas del Programa contra los
extranjeros y los hijos de extranjeros eran comparables a las
medidas iniciales del rgimen nazi contra los judos: prohibicin
del derecho de asociacin y de enseanza, de editar peridicos y
publicaciones, supresin de derechos econmicos y polticos en-
tre ellos la revocacin de las nacionalizaciones otorgadas a ex-
tranjeros, prohibicin de la enseanza de idiomas forneos a los
nios. En fin, la propuesta de argentinizacin comenzaba por
impulsar que slo los criollos por varias generaciones, preferen-
temente provincianos, podran ocupar cargos de conduccin pol-
tica y se sostena en la utopa siniestra de una purificacin ra-
cial y cultural que fcilmente evoca, hoy, el fantasma del genoci-
dio.
La psicologa moderna, segn el criterio peculiar de Pizarro,
se agregaba a otras disciplinas (Biologa, Historia, Sociologa y
Etnologa) para fundamentar esa visin que destacaba la irracio-
nalidad vital e impulsiva como la dimensin fundamental del in-
consciente, en la medida en que es la que sostiene el sentimiento
de comunidad primario, base de la identidad nacional.45 Y si bien
Freud es mencionado al pasar, en todo caso es en los disidentes
del psicoanlisis en donde encuentra alguna inspiracin, muy
superficial, por otra parte, ya que la matriz central de su pensa-
miento es poltica. Jung, por un lado, es el referente genrico de
esa apelacin a un inconsciente colectivo, volitivo y creativo, una
sustancia racial que desde esos orgenes mticos estara empu-
jando el alumbramiento del alma argentina. Adler le sirve, en
cambio, con la figura del complejo de inferioridad para diagnos-
ticar la modalidad dominante de la relacin que los habitantes
de este extremo del planeta mantienen con lo que viene del ex-
tranjero. La teraputica sobrecompensatoria sintetizaba en la
consigna de la resurreccin nacional el proyecto de una poltica
fascista y xenfoba, con notorias incrustaciones antisemitas, que

45. Ibd., pgs. 22-23 y 97-99.

162
encontrara en las virtudes del gaucho (la solidaridad comunita-
ria y el culto al coraje) un paradigma ejemplar.
Los escritos freudomarxistas de Pizzarro Crespo no dejaron
huellas: nadie volvi a citarlo hasta su recuperacin por la inves-
tigacin histrica del psicoanlisis.46 A su muerte, La Semana
Mdica, de la que haba sido colaborador habitual public una
breve nota necrolgica en la que lo llamaba discpulo de Freud
y eluda referirse al exabrupto poltico gauchesco; slo al pasar
mencionaba que se haba interesado por el problema indiano.47
De ese itinerario atpico queda la temprana referencia a Reich y
a Sapir, la lectura incipientemente politzeriana de la tesis de
Lacan y el rescate inicial de los temas de la psicohigiene en la
URSS, tpicos que quedarn como un resto latente hasta el pro-
grama blegeriano de fines de los 50.

Anbal Ponce y el psicoanlisis

Si Jos Ingenieros puede ser considerado un mediador, en el


sentido ya expuesto, en la aventura azarosa de la implantacin
del freudismo, Anbal Ponce no cumple ninguna funcin equiva-
lente. En ese sentido, la nica justificacin para ocuparme, bre-
vemente, de l reside en el propsito de romper el lugar comn
reiterado que lo asimila sin ms al universo intelectual de Inge-
nieros. En el contexto de recepcin del discurso freudiano carac-
terizado por la emergencia de la cuestin psicoteraputica, domi-
naba una apreciacin del psicoanlisis que destacaba el mtodo
y su aplicacin al tratamiento en desmedro de las teoras, pero,
al mismo tiempo, se exhiba una bsica desconfianza frente a las
vas de circulacin de un discurso que amenazaba con escapar

46. Germn Garca fue el primero en destacar la figura de Emilio Pizarro


Crespo: La entrada del psicoanlisis en la Argentina, Buenos Aires, Altazor, 1978.
47. Dr. Emilio Pizarro Crespo, La Semana Mdica, 3/2/44, pg. 251.

163
del recinto legtimo de las ciencias mdicas. Como se vio, la irrup-
cin de la neurosis demanda alimentada desde fuera del circui-
to mdico por la literatura y la divulgacin puso a prueba al
viejo dispositivo de la medicina mental.
Pero, al mismo tiempo, esa novedad clnica que cierto psicoan-
lisis teraputico vino a instaurar tuvo sus consecuencias en los
paradigmas cientficos que operaban en ese dominio intermedio
entre las disciplinas psicolgicas y las psiquitricas. Y la obra psi-
colgica de Anbal Ponce es ilustrativa, en ese sentido, de la vigen-
cia de una psicologa biolgica, que buscaba inspiracin en su maes-
tro, Jos Ingenieros, y que era contempornea a esos textos
satricos sobre Freud en los que sealaba en el psicoanlisis los
peligros de una moda mundana, que era expresin, al mismo tiem-
po, del irracionalismo contemporneo.48 Pero si en el maestro do-
minaba una trama abierta y diversa de problemas que adems
origin peridicos cambios de orientacin en su pensamiento, Pon-
ce se coloca, en su obra psicolgica, en una posicin que es, a la vez,
ms cerrada en su referencia central a la biologa y menos origi-
nal, en tanto se apega a las referencias cientficas consagradas.
En relacin con los dos temas que ligaban zonas de la obra de
Ingenieros con la recepcin del freudismo la psicoterapia y la
sexualidad el joven Ponce produce una ntida separacin: no se
ocupa del amor sexual y rechaza la posibilidad misma de una
psicoterapia de base cientfica. La psicologa biolgica de Inge-
nieros, que era filosfica y propedutica antes que un producto de
la investigacin biolgica respaldada por una cosmovisin que
sostena la continuidad biopsicosociolgica dejaba lugar a enun-
ciaciones menos preocupadas por la necesidad de distinguir en-
tre los niveles bio y psicolgicos en la medida en que haca del
segundo un epifenmeno del primero. En ese sentido, hay una

48. A. Ponce, La divertida esttica de Freud, Rev. de Filosofa, IX, vol. 17,
1923, pgs. 89-93. Madame Sokolnicka y el psicoanlisis, El Hogar, 10 de
mayo de 1929. Ambos estn incluidos en H. Vezzetti (comp.), Freud en Buenos
Aires 1910-1939, ob. cit.

164
psicologa ms autnoma en el autor de El hombre mediocre, en-
tre otras cosas porque est concebida como una disciplina en la
que se encuentran la biologa, la filosofa y las ciencias sociales y
porque los problemas de integracin consecuentes estn resuel-
tos por el a priori del monismo materialista. En Ponce, en cam-
bio, la referencia a la investigacin biolgica opera mucho ms
directa y explcitamente como fundamento de verificacin de cual-
quier enunciado de la psicologa y desde esas bases deja muy
poco lugar para una clnica psicoteraputica.
La psicologa de A. Ponce, entonces, sigue y a la vez estrecha las
direcciones que Jos Ingenieros haba establecido para la discipli-
na en sus Principios de Psicologa. El enfoque bsico de sus prime-
ros trabajos es gentico, siguiendo la inspiracin de su maestro,
pero en principio Ponce destaca mucho ms el papel de la fisiolo-
ga.49 Ponce haba expuesto tempranamente su posicin reticente
frente a las expectativas, que juzgaba excesivas, depositadas en la
psicoterapia; presentaba, en ese sentido, una visin apegada al
cuerpo y sus funciones, en este caso mediante una acentuacin del
papel del sistema hormonal, que vena a renovar la neurofisiologa
con una idntica referencia central al fundamento biolgico de las
funciones psquicas. Y algo de esa desconfianza frente a cualquier
psicologa separada del sustrato orgnico se ve en el retrato que
ofrece de Janet.50 En pocos aos, como se vio, el editorial de Psico-
terapia, a cargo de otro discpulo de Ingenieros, mostrar la crisis
de ese sostn en la biologa y la emergencia de un paradigma eclc-
tico en el que tambin hay lugar para las ciencias sociales.

49. Sobre la psicologa de Anbal Ponce vase J. Thnon, A. Ponce el psic-


logo, Cursos y Conferencias, a. VI, v. XII, n 11/12 (Homenaje a A. Ponce),
marzo 1938, pgs. 1133-1142. Csar A. Cabral, Ponce y la psicologa, Cuader-
nos de Cultura, n 35 (Homenaje a Ponce), mayo 1958, pgs. 18-29. Hctor P.
Agosti, Anbal Ponce. Memoria y Presencia, Buenos Aires, Cartago, 1974, espe-
cialmente las pgs. 65-77.
50. A. Ponce, El origen de los pecados capitales, Rev. de Filosofa, 1923, IX,
vol. 17, pgs. 236-242; Pierre Janet, El Hogar, 18/3/27, reproducido en Apun-
tes de viaje, Buenos Aires, El Ateneo 1942.

165
Introduccin a la psicologa de la persona, de 1932, se plan-
tea el problema de unidad funcional y de las variaciones indivi-
duales en la dimensin psicolgica. Y lo hace partiendo de la fi-
siologa como modelo. La psicologa habra seguido un camino
anlogo al de la fisiologa: desde la afirmacin de las partes
(elementos, fenmenos aislados) a la necesidad de dar cuenta de
las relaciones (solidaridades, formas integradoras). El proble-
ma es, entonces, el del individuo como un todo: all emerge la
persona como sistema de referencias y el inters que le despier-
tan la caracterologa y los sistemas tipolgicos que se difunden
en esos aos. L. Klages es a la vez rescatado como crtico del
wundtismo en nombre de la importancia del hombre como uni-
dad primordial y cuestionado por su apego a una psicologa com-
prensiva, que por alejarse de las ciencias naturales viene a ser
caracterizada como una reaccin contra la psicologa no slo
experimentalista sino cientfica en su acepcin ms amplia.51
Cmo concibe Ponce la unidad de la vida mental? No como
unidad de la experiencia consciente, en el sentido que haba sido
indicado por Wundt y destacado por la fenomenologa, sino como
resultado de una unidad funcional de inspiracin fisiolgica.
Ahora bien, esa unidad debe ser complementada, segn nuestro
autor, por la variacin, es decir por un criterio capaz de dar
cuenta del individuo. Aqu es donde rescata dos sistemas
tipolgicos, el de De Giovanni y el de Sigaud, fundados en un
mtodo que es a la vez morfolgico y clnico. Para De Giovanni
las variaciones individuales se corresponden con la infinita va-
riedad de la historia ontogentica: la individualidad es la expre-
sin de distintos momentos de detencin en la serie del desarro-
llo evolutivo, segn un modelo inspirado en la embriologa.
Sigaud, en cambio, es un neolamarckiano que no separa al orga-
nismo del medio: La forma del individuo no es ms que la im-

51. A. Ponce, Introduccin a la psicologa de la persona, Cursos y Conferen-


cias, II, nmeros 4, 5 y 7, octubre y noviembre de 1932 y enero de 1933; incluido
en A. Ponce, Estudios de Psicologa, Buenos Aires, El Ateneo, 1944; cito por
esta ltima edicin, pgs. 437 y 442.

166
pronta que deja sobre l el medio predominante.52 Finalmente,
es poco lo que el texto dice sobre el individuo psicolgico y cuando
se refiere a l se remite a un antifreudiano radical como Nicola
Pende, quien haba fundado su tipologa en el sistema hormonal
y el parasimptico. La tipologa vena, en ese caso, a realizar el
relevo de las tesis heredodegenerativas desde una matriz bio-
gentica, recibida del siglo XIX, que fund las distinciones y los
interminables debates entre lo innato y lo adquirido.53

La serie de trabajos de la psicologa de las edades que Pon-


ce comienza a principios de los 30, en el marco de los cursos
dictados en el Colegio Libre de Estudios Superiores (entre 1930
y 1933), ponen en evidencia un enfoque psicolgico menos ape-
gado a ese estrecho biologicismo inicial. Y cuando se refiere a
Freud en muy contadas ocasiones exhibe una posicin que im-
plica, a la vez, cierto reconocimiento y alguna reserva. En todo
caso, la matriz de recepcin de Freud para el director de la Revis-
ta de Filosofa y los medios psiquitricos de Buenos Aires ha-
ba sido el libro de Enrico Morselli.54
En Problemas de Psicologa Infantil, menciona a Freud slo
en dos oportunidades. Primero, al tratar el tema del adorno y su
funcin, menciona la nocin de ttem y reconoce a Freud el m-
rito de haber sealado esa direccin [...] a propsito de algunas
obsesiones en los nios. A continuacin califica a Ttem y tab
de libro extraordinariamente interesante y a Freud como ilus-

52. Ibd., pgs. 450 y 466.


53. Vanse las referencias de Sigaud al tipo eugnico o evolucionado, y el
tipo primitivo de Mac Auliffe, ibd., pgs. 467 y 470. Sobre el racismo de N.
Pende: Michel David, La psicoanalisi nella cultura italiana, ob. cit., pg. 64.
54. E. Morselli, La Psicoanalisi, Turn, Fratelli Bocca, 1926; el primer cap-
tulo haba sido reproducido simultneamente en Rev. de Filosofa, 1926, XII,
pgs. 140-159 y en la Rev. de Criminologa, Psiquiatra y Medicina Legal, 1926,
XIII, pgs. 159-187. Freud acus recibo de la obra de Morselli con una carta de
circunstancia, salvo por una observacin que responda a la opinin del italiano
acerca del psicoanlisis como un producto de la mente juda, S. Freud, Episto-
lario, Buenos Aires, Hyspamrica, 1988, tomo III, pg. 408.

167
tre profesor de Viena. Pero, de inmediato consigna que el psicoa-
nalista slo descubre en el ttem lo que est acostumbrado a
descubrir, es decir que ha nacido del complejo de Edipo.55 Fi-
nalmente, aunque se niega a acompaar a Freud en lo que califi-
ca de mana de considerar los hechos y los textos [...] desde un
solo punto de vista, agrega:

[...] no es menos cierto que aqu, como en tantas otras cosas, ha abierto
Freud un buen camino, aunque haya tenido despus, y casi siempre, la
voluptuosidad de extraviarse.56

La segunda referencia a Freud es ms breve y se inserta en el


captulo dedicado a el ensueo; all reconoce que el psicoanlisis

[...] concentr sobre ellos una atencin que result fecunda, aunque com-
plicndolos muchas veces con la maraa entre ridcula e ingenua de sus
exageraciones. 57

A un ao del texto, escrito en Pars, que ridiculizaba a Madame


Sokolnicka, Ponce expresa un reconocimiento a Freud (ilustre pro-
fesor de Viena) que indica que su juicio sobre el psicoanlisis se ha
desplazado desde la descalificacin de una moda mundana y ajena
al campo cientfico a un esbozo crtico, en el que, de cualquier modo,
no estn ausentes sus viejas prevenciones. Y le reconoce, bsica-
mente, un papel fundador respecto de reas de la psicologa que
el propio Ponce enfrenta en el marco de su investigacin. Tan
claro es que reconoce a Freud el rol de descubridor de nuevos
problemas y nuevos caminos como que no est dispuesto a se-
guirlo. Y en ltima instancia, su disidencia se sita, ante todo, en
el nivel del mtodo y de la vigencia del concepto de inconsciente.

55. A. Ponce, Problemas de psicologa infantil, Buenos Aires, El Ateneo,


1943; corresponde al curso de 1930 del Colegio Libre de Estudios Superiores,
pg. 126.
56. Ibd., pg. 127.
57. Ibd., pg. 152.

168
En Ambicin y angustia de los adolescentes, que correspondi
al curso de 1931, el tratamiento que otorga a Freud es entera-
mente similar. En este caso es a partir del tema de la angustia:

Conocen ustedes la importancia enorme que ha atribuido Freud a la


represin del instinto que la censura nos impone. Durante mucho tiempo
Freud atribuy nicamente a los deseos sexuales reprimidos la causa
directa de todas las neurosis y la causa ms o menos indirecta de la
orientacin dominante en nuestra vida. Influencias posteriores la de
Adler, la de Rank lo contuvieron en parte, pero cualesquiera que sean
sus exageraciones, no es menos cierto que Freud ha sealado vigorosa-
mente una de las causas ms tenaces que mantienen la angustia y la
avivan.58

Por el enfoque que adopta y la importancia que atribuye a la


ambicin resulta claro que Ponce prefiere apoyarse en Adler.
Finalmente, en el curso de 1933 Ponce propone una singular
comparacin de Freud con Lombroso. Ese ao su enseanza se
dedic a un anlisis del Diario de Mara Bashkirtseff y, dado que
Lombroso se haba ocupado de la autora en su libro sobre el genio,
no pudo eludir una referencia al autor de Luomo delinquente. Su
juicio sobre Lombroso sigue de cerca las opiniones de Ingenieros,
ya que le adjudica un mrito singular por las direcciones que mos-
tr a la criminologa, pero cuestiona sin miramientos sus ideas
sobre la psicologa del genio. Y aqu se inserta la referencia a Freud:

Para un psiquiatra de hoy la lectura de Luomo di Genio deja [...]


una impresin penosa, y la obsesin pueril de descubrir a toda costa la
epilepsia tan parecida a la obsesin de Freud de encontrar la sexuali-
dad en todas partes resulta, a poco andar, fatigante y cargosa.59

58. A. Ponce, Ambicin y angustia de los adolescentes, Buenos Aires, El Ate-


neo, 1943, pgs. 77-78.
59. A. Ponce, Diario ntimo de una adolescente, Buenos Aires, El Ateneo,
1943, pg. 142. Sobre el juicio de Ingenieros, vase J. Ingenieros, Un cnclave
de psiclogos (1905), en Al margen de la ciencia, Buenos Aires, J. Lajovane y
Ca., 1908; reeditado como Crnicas de viaje.

169
Del tratamiento pardico que le haba destinado en La diverti-
da esttica de Freud a esta comparacin con una figura consagra-
da ms all de los reparos hay un cambio en la valoracin del
creador del psicoanlisis que parece sostenerse, sobre todo, en la
admisin de Freud al crculo de la ciencia. Al mismo tiempo, est
claro que ese lugar que le reconoce no va ms all del de un descu-
bridor que termina empantanado en un sistema de nociones e
interpretaciones cerrado e inasimilable. En ese sentido, la compa-
racin con Lombroso resulta elocuente en un sentido muy particu-
lar: implica, cuanto ms, colocarlo entre las glorias del pasado.
Puede decirse, entonces, que si concluye por expresarle un recono-
cimiento cientfico, lo hace en el preciso momento en que, desde lo
que considera desarrollos posteriores como Adler y Rank, a quie-
nes cita, puede situar a Freud como ya superado o en vas de serlo.

Thnon y Freud

Dadas las caractersticas de la enseanza y prctica de la psiquia-


tra en nuestro pas, alrededor del ao 35, la joven generacin de psi-
quiatras de entonces no debi mucho de su formacin a los maestros de
la ctedra, algunos de real valor como Jos Borda. Si se hubieran pro-
puesto desalentarla no lo hubieran logrado mejor. Eran prcticos de
asilo que elaboraban diagnsticos muy refinados en el marco de las gran-
des psicosis. La teraputica se reduca a frmulas muy simples, era
muy elemental, cuando no meramente expectante y contemplativa. Las
novedades eran recibidas con mucho recelo ya fuese la terapia de von
Bogaert o la malarioterapia de Wagner von Jaureg. Los conceptos teri-
cos de Bleuler no tuvieron inmediata aceptacin y las ideas de Freud
eran frontalmente rechazadas.60

La extensin de la cita est justificada por cuanto ofrece una


evocacin y un juicio que el propio Thnon realiza, casi tres dca-

60. Jorge Thnon, Psicologa dialctica , Buenos Aires, Platina, 1963,


pg. 12.

170
das despus, de las condiciones del campo psiquitrico en la po-
ca de su formacin. Tuve ya oportunidad de ocuparme de los co-
mienzos del inters de Thnon por la psicoterapia, que empez
como una puesta al da de la tcnica de la hipnosis, a partir de
1928, un tema que casi no haba sido tratado en la bibliografa
psiquitrica argentina desde la obra de Jos Ingenieros.61
Su propsito central apuntaba a rescatar y legitimar los re-
cursos psicoteraputicos en la prctica mdica, a partir de la su-
gestin y la hipnosis ubicadas como tcnicas bsicas y modelos
del tratamiento psquico. En el artculo citado de 1928, el psicoa-
nlisis aparece considerablemente destacado como el intento ms
grande para realizar la psicologa de lo subconsciente mediante
los mtodos intra y extrospectivos, aunque resulta evidente que
su inters central no radica en la metodologa freudiana sino en
la hipnosis, la que, por otra parte, no se distingue casi, en esa
presentacin, de la tcnica propiamente psicoanaltica.
En efecto, Thnon ha dado un testimonio de su formacin y su
experiencia hospitalaria, en el Hospital Vlez Sarsfield, y de los
comienzos de su empleo de la hipnosis, encarada sin ideas precon-
cebidas.62 En todo caso, en esos comienzos resulta notable la
afluencia de un pblico atrado por las prcticas de la hipnosis, y
que comprenda tanto a profesionales interesados en recibir for-
macin como pacientes con diversos cuadros, segn el testimonio
de Thnon, mayormente psicosomticos. Por una parte, ese relieve
de la hipnosis debe ser puesto en relacin con la crisis del paradig-
ma psiquitrico tradicional. En ese sentido, es el entero campo
mdico el que atraviesa una crisis que abarca ms de una faceta;
una de ellas es la creciente demanda de humanizacin de la prc-
tica mdica, lo que inclua cuestiones referidas al modelo de ejerci-

61. J. Thnon, La sugestin y la hipnosis teraputica, Rev. del Crculo


Mdico Argentino, 1928, I, pg. 1197; La hipnosis, El Hospital Argentino, 1930,
I, pg. 486. Vase H. Vezzetti, Estudio Preliminar, ob. cit., pgs. 52-54.
62. J. Thnon, Thnon visto por Thnon, Acta Psiquitrica y Psicologa de
Amrica Latina, XV, n 4, diciembre de 1969, pgs. 381-385.

171
cio profesional en un medio crecientemente mercantilizado, pero
tambin la necesidad de una formacin psicolgica del mdico, tal
como vena siendo reclamada, como se vio, por el profesor Enrique
Mouchet.63 En lo que concierne a la acentuacin del papel de la
psicoterapia en esa renovacin terica e institucional, Thnon pa-
rece anticiparse a la empresa que Gregorio Bermann encarar con
su revista en 1936 y no es ajeno al ncleo argumental que Stefan
Zweig desarroll en La curacin por el espritu.
Contemporneamente, Pizarro Crespo impulsaba una refor-
mulacin coincidente, en trminos de una medicina unitaria e
integradora de la dimensin psquica y aun espiritual. En ese
contexto, el campo de los desarreglos psicosomticos emerge y
pone a prueba las posibilidades teraputicas de la psiquiatra
establecida; y las herramientas tradicionales se muestran insufi-
cientes y poco atractivas. La tesis de Thnon, Psicoterapia com-
parada y psicognesis, de 1930, puede ser leda, en ese sentido,
como la expresin ms avanzada de los aires de renovacin psi-
quitrica que, en nombre de una nueva clnica, rompe con los
fundamentos de la psiquiatra de orientacin heredodegenerativa.
Y no deja de ser paradjico que Arturo Ameghino, titular de psi-
quiatra y sostn mayor de las viejas concepciones, haya apadri-
nado la tesis de Jorge Thnon. Igual que Ingenieros, Thnon em-
pieza su camino por la clnica de la hipnosis. Como l mismo lo
deja ver, la aureola de taumaturgia que pronto vino a rodear sus
experiencias en el Hospital Vlez Sarsfield (que lleg hasta el
ofrecimiento de una campaa periodstica en su favor) oper en
contra de la continuidad de esas prcticas.64 Y esto por decisin
del propio Thnon, que buscaba una lnea de experiencia ms
acorde con los parmetros de la medicina cientfica. Por otra par-
te, no haba dejado de mantener una actividad de formacin y
docencia en la investigacin anatomoclnica, en la que se haba

63. E. Mouchet, Psicologa y medicina, La Prensa Mdica, 30 de setiembre


de 1931; tambin en Boletn de la Sociedad de Psicologa de Buenos Aires, I
(1933), pgs. 49-56.
64. J. Thnon, Thnon visto por Thnon, ob. cit., pg. 382.

172
iniciado con J. Borda y Christofedo Jakob. Y en esa direccin
reorienta sus estudios cuando viaja becado a Pars, en 1935.
La neurosis obsesiva se publica ese mismo ao y lleva como
subttulo El sadomasoquismo en el pensamiento obsesivo y en la
evolucin sexual. Las referencias a Freud son ampliamente elo-
giosas en el terreno de la clnica:

[...] memorables trabajos de Freud sobre la interpretacin analtica de


las neurosis de histeria y obsesin [...] genial investigador [que] postul
la conexin determinista de los fenmenos psquicos estudiando las
etapas de su desarrollo [...]

pero al mismo tiempo expone sus reparos con relacin a las


teoras.65
Si esto no era novedoso (por cuanto la distincin entre teora y
clnica o terapia form parte de una matriz instalada de recep-
cin psiquitrica de Freud, y no slo en la Argentina) lo nuevo, en
todo caso, es que lo hace citando el texto de I. Sapir, que critica al
psicoanlisis desde el marxismo.66 En todo caso, es la primera
oportunidad en que Thnon asume explcitamente una posicin
materialista frente al psicoanlisis y se propone

[...] utilizar los fundamentos materialistas del mtodo, aquellos que


integran segn Sapir el psicoanlisis como ciencia clnica emprica, sin
apoyarnos en absoluto en las especulaciones metapsicolgicas de Freud
y sus discpulos.
Thnon vuelve a mostrar con ello su colocacin singular en el
medio psiquitrico argentino puesta ya de manifiesto con la pu-
blicacin de sus tesis y encarna, en ese sentido, el proyecto re-
formista ms innovador. Nadie hasta entonces pareca haber de-
dicado un verdadero inters a la actualizacin sistemtica del
campo de las neurosis y mucho menos de la neurosis obsesiva;

65. J. Thnon, La neurosis obsesiva, Buenos Aires, El Ateneo, 1935, pg. 9.


66. J. Thnon, ob. cit., pg. 9; se refiere a I. Sapir, Freudismo, sociologa y
psicologa, ya citado en relacin con E. Pizarro Crespo, vase pg. 158, n. 38

173
Thnon lo hace de un modo que muestra la influencia central de
la clnica psicoanaltica. Por otra parte, su exposicin tanto como
los ejemplos clnicos que la acompaan insista en una
elucidacin psicolgica del mecanismo obsesivo, concebido como
una formacin, es decir como resultado de una historia que deba
ser reconstruida en el tratamiento y que exiga actualizar escru-
pulosamente la lnea de los sucesos acaecidos en su desarrollo.67
Mientras psiquiatras que tambin citaban a Freud, como Juan
R. Beltrn, todava se sostenan en una yuxtaposicin etiolgica
entre la degeneracin y el accidente histrico, Thnon planteaba
la matriz explicativa de las series complementarias slo para in-
sistir en que la sintomatologa es psquica en su totalidad y, consi-
guientemente lo es la teraputica, que bsicamente se propone
recuperar el sentido del sntoma, restableciendo su conexin con
vivencias del pasado.68 Al mismo tiempo, su posicin crtica frente
a las teoras freudianas muestra una de sus races en la considera-
cin del complejo de Edipo. Nuestro autor se sita en un plano
sociolgico para afirmar que dicho complejo es inherente a la cons-
titucin patriarcal de la familia. Edipo simboliza, entonces, tanto
el poder como el deseo de libertad del oprimido. Dice Thnon:

La leyenda simboliza la apropiacin del gobierno (Edipo encarna el


poder) y de los bienes del trabajo, mediante la eliminacin del rival,
durante la hegemona del rgimen patriarcal. El mito se reproduce en
los sueos porque las circunstancias que condujeron a la creacin de la
leyenda popular concurren todava al mantenimiento de una desigual-
dad de potencia que justifica la venganza, el asalto y el crimen.69

Con ello se separa explcitamente del psicoanlisis ortodoxo


por el sesgo de afirmar el carcter histrico de la formacin edpi-

67. J. Thnon, La neurosis obsesiva, ob. cit., pg. 11.


68. Ibd., pgs. 36-37.
69. Ibd., pg. 378. Notablemente, el examen que realiza de la narracin de
Edipo Rey como mito del poder anticipa algunos de los anlisis que Michel
Foucault dedic al tema; La verdad y las formas jurdicas, Barcelona, Gedisa,
1980, pgs. 37-59.

174
ca, lo que anuncia aunque Thnon no lo explicita como Pizarro
Crespo que un cambio en la estructura de las relaciones sociales
traera aparejada una modificacin concomitante de la matriz ed-
pica. Enteramente similar, en cuanto al enfoque sociolgico que
domina su tratamiento de estos temas del psicoanlisis, es el modo
como Thnon encara el origen de los sentimientos religiosos segn
el modelo del anlisis marxista de la ideologa; all encuentra una
suerte de modelo de la actitud de engao que subyace a las acti-
tudes adultas frente al aprendizaje infantil: la necesidad de perpe-
tuacin de un rgimen de relaciones sociales est en la base de un
sistema pedaggico establecido sobre la evitacin del conocimiento
real de los procesos que lo fundan.70 De modo que, si bien casi todo
el libro est dominado por objetivos clnicos, en esas pginas fina-
les est ya presente la profundizacin del giro crtico; ya no se
trata solamente de cuestionar la metapsicologa como una desvia-
cin respecto de la clnica, sino de cuestionar ms radicalmente las
implicaciones del freudismo all donde amenaza convertirse en
ideologa y concepcin de la sociedad. Y la nota necrolgica que
dedica a Freud en 1939 avanza an ms en esa direccin.71
Csar Cabral ha sostenido que el viaje a Pars de 1935 fue
decisivo para el curso ulterior de la obra de Thnon.72 De all en
ms su quehacer clnico y docente se afirm en la voluntad de no
separarse del campo de la medicina. Seguramente en ese prop-
sito se fund su rechazo a formar parte de un grupo que mantuvo
conversaciones para fundar, hacia 1940, una asociacin psicoa-
naltica.73 Por entonces crece su inters por las rgano-neurosis

70. Ibd., pgs. 384-385.


71. J. Thnon, Sigmund Freud, Rev. de la Fac. de Ciencias Mdicas y el
Centro de Estudiantes de Medicina, 1939, III, pgs. 14-24. Vase H. Vezzetti,
Estudio preliminar, Freud en Buenos Aires, ob. cit., pgs. 280-293.
72. Csar Cabral, Jorge Thnon y la psiquiatra argentina, Acta Psiquitri-
ca y Psicologa de Amrica Latina, XV, n4, diciembre de 1969, pgs. 367-381.
73. La iniciativa haba provenido del ncleo que despus constituira la APA
en 1942: ngel Garma, Arnaldo Rascovsky, Enrique Pichon-Rivire y Celes
Crcamo; de la reunin participaron, adems de Thnon, Gregorio Bermann y
Bela Szkely y otros. Un punto clave de desacuerdo que hace fracasar la inicia-

175
con lo cual converge a un rea que fue tambin dominante en los
comienzos de la obra de varios de los fundadores de la APA: la
medicina psicosomtica.74 En todo caso, su retorno a la Argenti-
na coincide con su alejamiento forzado del cargo de mdico ho-
norario que tena en una sala del Hospicio de las Mercedes.
Tuvo algo que ver su figuracin pblica como psicoanalista
con el pedido de renuncia al cargo? Es lo que se desprende del
artculo de Csar Cabral:

Ese antecedente [se refiere a la publicacin de La neurosis obsesiva]


y sus convicciones, que lo llevaban a alinearse junto a los sectores popu-
lares, no lo hicieron grato a quienes ocupaban la ctedra de psiquiatra
y la direccin del principal centro asistencial psiquitrico del pas.

Ms adelante Cabral enlaza ese alejamiento con el de Pichon-


Rivire.75
Parecera, no obstante, que otros factores desempearon un
papel decisivo en ese alejamiento de Thnon respecto del psicoa-
nlisis; en ellos se conjugaron la opcin cientfica por la refle-
xologa con la adscripcin al horizonte ideolgico del marxismo y
el acercamiento al Partido Comunista. Thnon mismo no adjudi-
ca ningn papel a su condicin de psicoanalista en el acto dis-
criminatorio sufrido y pone el acento en la motivacin poltica. El
jefe del servicio al que concurra, que era a la vez el director del
Hospicio, Gonzalo Bosch, se dispona a presentarse al cargo de
profesor titular, entonces ocupado por Arturo Ameghino, y consi-
der que la presencia de Thnon en su servicio poda constituir
un obstculo. Segn Thnon, se haba lanzado la especie de que
estaba prontuariado, y el impulsor de sta habra sido el propio
titular que haba apadrinado su tesis, Arturo Ameghino.

tiva habra sido la exigencia del anlisis didctico. Vase Jorge Baln, Profe-
sin e identidad en una sociedad dividida: la medicina y el origen del psicoan-
lisis en la Argentina, Buenos Aires, CEDES, 1988, pg. 22.
74. J. Thnon, Psicologa dialctica, ob. cit., pg. 14.
75. C. Cabral, ob. cit., pg. 371.

176
Mi honroso prontuario de entonces ostentaba ttulos como el de re-
formista y firmante de cuanto manifiesto defendiese la libertad de opi-
nin y las garantas jurdicas del ciudadano tan frecuentemente
conculcadas en nuestro pas.76

En todo caso, esa brusca irrupcin de la discriminacin polti-


ca ya haba cobrado otras vctimas, desde Jos Ingenieros y An-
bal Ponce; y despus sera Enrique Pichon-Rivire el sancionado.
Ms an, la violencia poltica tuvo una curiosa intervencin en el
destino de la carta que Freud haba enviado a Thnon, en 1930,
con motivo de la publicacin de su tesis Psicoterapia comparada
y psicognesis, que el argentino haba hecho llegar al creador
del psicoanlisis. Mientras la carta se hallaba en la imprenta en
la que se publicaba la revista El Hospital Argentino que public
un facsmil se produjo un allanamiento policial en busca del
anarquista Severino Degiovanni, que tambin publicaba all sus
materiales. Despus de los consiguientes destrozos, de la carta
de Freud slo qued el sobre y, afortunadamente, el clis que ha
permitido reproducirla en la citada revista.77
En la trayectoria cientfica e intelectual de Thnon, el perodo
que se abre despus de su alejamiento del Hospicio de las Merce-
des que le cerr tambin un camino posible a la ctedra univer-
sitaria coincide con su progresivo distanciamiento crtico del
psicoanlisis. Por una parte, en cuanto a la dimensin poltica de
sus nuevas posiciones, es innegable que Pars, en la mitad de los
aos 30, signific para l algo ms que una reorientacin en su
formacin psiquitrica; el clima de ideas y la experiencia del Fren-
te Popular significaron un impulso hacia una toma de posicin
ideolgica ms explcita, en el sentido del compromiso antifascis-
ta y, por esa va, a su regreso a la Argentina, inicia su acerca-
miento al PC. La crisis social y poltica de los aos 30 cumpli un
papel en ese trnsito segn el testimonio del propio Thnon:

76. J. Thnon, Thnon visto por Thnon, ob. cit., pg. 383.
77. El Hospital Argentino, 1930, I, pgs. 445-446. La ancdota es referida
por el propio Thnon en el texto ya citado de 1969.

177
Nuestro pas entr en la vorgine desencadenada por esta funda-
mental contradiccin entre las clases, en el orden mundial y nacional.
Mientras estudibamos, el rumor de las calles y el tumulto interrum-
pan nuestro sosiego y silencio; algunos se asomaron apenas, otros to-
maron partido en defensa de los tesoros de la cultura y su devenir.78

Pero ese giro tuvo consecuencias en el plano del pensamiento,


de acuerdo con las lecturas que en ese mismo trabajo enumera
como las que le aportaron un esclarecimiento ideolgico ms y
ms lcido. Y entre ellas destaca no slo a Henry Wallon sino a
las grandes polmicas tericas de Unter der Banner des Marxis-
mus, especialmente las de Sapir y Bernfeld, es decir a las co-
rrientes empeadas en el encuentro crtico entre psicoanlisis y
marxismo.79 Pero al igual que lo sucedido con Pizarro Crespo,
ese incipiente freudomarxismo se marchit apenas nacido.
En una coyuntura a la vez sociopoltica y terica, el acceso a
las posiciones comunistas coincide con el comienzo de su ruptura
con Freud:

En esa poca tom impulso el psicoanlisis, cuando su fundamento


irracional se enmascaraba todava en el abordaje de los fenmenos moto-
res de la histeria.

Y desde ese distanciamiento Thnon adopta el partido de la


reflexologa en contra del psicoanlisis. El proyecto de integra-
cin deja lugar a la divisin de posiciones en el campo psiquitri-
co argentino: por una parte, los psicoanalistas con Pichon-
Rivire a la cabeza, segn Thnon y por otra, la crtica racional
fundada en el materialismo cientfico, lo que, ms adelante, va a
llamar escuela pavloviana.80
La partidizacin que inspira esa reconstruccin ofrecida en
su Psicologa dialctica, publicada en los aos 60, poco despus

78. J. Thnon, Psicologa dialctica , ob. cit., pg. 15.


79. Ibd., pg. 14.
80. Ibd., pgs. 14-15.

178
de la polmica con Jos Bleger,81 permite entender esa colocacin
que hace de Pichon-Rivire como jefe de escuela, caracterizacin
que ms bien le caba al propio Thnon, por lo menos en su tra-
yectoria desde los aos 50.
El distanciamiento crtico respecto del freudismo coincidi, en-
tonces, con su creciente adscripcin al marxismo, que termin sien-
do traducida, de modo ms bien dogmtico, como materialismo dia-
lctico e histrico en el terreno filosfico y sociolgico y como escue-
la pavloviana en el terreno estrictamente psicolgico y psiquitrico.
Cul fue la influencia de Anbal Ponce en ese trnsito? Thnon
escribe sobre Ponce en ocasin de la muerte del maestro y confirma
que fue l quien lo introdujo en el estudio del marxismo.82 Y sin
embargo, de acuerdo con su obra posterior, no puede decirse que la
psicologa dialctica, tal como Thnon la construye, tenga un ancla-
je reconocible en la psicologa que Ponce haba elaborado en sus
cursos. Pero es cierto que Anbal Ponce prcticamente haba aban-
donado el campo de la psicologa en esos ltimos aos de su vida,
que son coincidentes con el giro de Thnon hacia el marxismo.
De lo que resulta que la obra propiamente psicoanaltica de
Thnon, que es anterior, no debe nada a las indicaciones que
Ponce realiz con referencia a Freud, mientras que all donde su
influencia se hace ms evidente se corresponde ms bien con una
introduccin al marxismo como filosofa y sociologa materialis-
tas. Como sea, merced a esa temprana adscripcin bendecida por
la carta de Freud (afirma que recibi otras dos),83 Jorge Thnon

81. Vase H. Vezzetti, Psicoanlisis y cultura comunista. La querella de


Jos Bleger, La Ciudad Futura, n 27, febrero-marzo 1991, pgs. 21-22.
82. J. Thnon, Anbal Ponce, el psiclogo, Cursos y Conferencias, nmero
de homenaje a Ponce, a. VI, vol. XII, n 11-12, marzo de 1938, pgs. 1133-1142.
Anbal Ponce con sus ensayos psicolgicos, histricos y sociales, su actividad
poltico-cultural en el Colegio Libre, su sacrificio y su muerte en el exilio, nos
ayud a transitar por un rumbo que entronca con todos los caminos ascenden-
tes de la cultura, desde el materialismo atomstico de Demcrito y Epicuro y el
evolucionismo de Lucrecio, hasta la Enciclopedia y el pensamiento de Marx,
Psicologa dialctica, ob. cit., pg. 16.
83. J. Thnon, Thnon visto por Thnon, ob. cit., pg. 384.

179
sigui durante bastante tiempo unido al destino del psicoanlisis
en Buenos Aires. Y eso explica que haya sido invitado, en 1940,
como se vio, a la fallida iniciativa de constituir una primera so-
ciedad psicoanaltica.
Queda pendiente un examen ms detenido de la obra de
Thnon en el campo de la psicologa, en especial de su obra ma-
yor, La psicologa dialctica. En todo caso, esa indagacin, im-
portante para reconstruir un captulo destacado de la historia de
la disciplina, deber formar parte de una historia, por escribir,
del crculo psiquitrico de inspiracin reflexolgica que lo tuvo
por principal inspirador.
Sin embargo, no puede dejar de mencionarse su obra sobre
Robespierre, en la medida en que en ella se reafirma no slo su
admiracin por Francia y su gran revolucin, sino que se plasma,
en una obra notablemente erudita, una orientacin de su produc-
cin intelectual (sin duda la ms propiamente ponciana) hacia
los temas del poder y la revolucin en la historia.84 Al mismo
tiempo, no faltan en ella referencias al papel del psicoanlisis
aplicado a la disciplina histrica. En efecto, escrito con un crite-
rio enfrentado a la concepcin heroica de la historia y para de-
mostrar, desde el materialismo histrico, el papel de los factores
econmicos y de la accin de las masas, se propone criticar las
huellas de esa vieja visin de la historia en la reiterada aplica-
cin de la psiquiatra y la psicologa a situaciones y personajes
del pasado. All donde antes se crea en la injerencia divina para
explicar la existencia de hombres excepcionales, ahora dice
Thnon con ropaje cientfico y, en particular, desde el psicoan-
lisis, reapareceran las mismas tesis para afirmar la existencia
de ciertos hombres dotados de aptitudes especiales, que impo-
nen un obligado derrotero a la masa sumisa y annima.85
La obra de Plejanov sobre el papel del individuo en la historia

84. J. Thnon, Robespierre y la psicopatologa del hroe (1945), Buenos Ai-


res, Meridion, 1958.
85. J. Thnon, ob. cit., pg. 25.

180
lo gua en la empresa de mostrar, con el ejemplo de Robespierre,
que el individuo es slo un factor del desarrollo social, pero slo
en el grado que lo permiten las relaciones sociales. De lo contra-
rio, viene a decir Thnon, si la historia fuera movida por fuerzas
inconscientes, si el sujeto pudiera introducir una brecha en la
serie de las determinaciones, la historia no podra ser reducida a
las leyes que garantizan, a quien se dota con las herramientas
del materialismo histrico, un conocimiento exacto y clarividente
de la marcha de las sociedades. De cualquier modo, hay que decir
que los anlisis histricos que Thnon dedica a Robespierre son
mucho ms matizados y sugerentes que lo que podra esperarse a
partir de esa introduccin ms bien estrecha a la concepcin ma-
terialista de la subjetividad en la historia. Finalmente, si la
reflexologa sostuvo su distanciamiento del psicoanlisis sobre la
base de una diferente concepcin cientfico-natural, el materia-
lismo y el colectivismo operaron en el mismo sentido en el terre-
no de las ideas sobre la sociedad y la historia. Unos aos ms
tarde, Jos Bleger retomar esa problemtica, desde otros su-
puestos, para reproyectar el encuentro posible del psicoanlisis
con el materialismo dialctico.

181
182
Captulo 4

ALBERTO HIDALGO, DIVULGADOR DE FREUD

Hubo en la Argentina un camino diferente de introduccin del


freudismo que tuvo una repercusin muy importante en trmi-
nos de pblico, incomparablemente mayor que cualquiera de las
vas examinadas hasta aqu. A mediados de la dcada del treinta
la editorial Tor de Buenos Aires comenz a publicar la serie en
diez volmenes Freud al Alcance de Todos. Tor era una edito-
rial dedicada a publicar libros a muy bajo precio en una gama
temtica muy amplia: clsicos argentinos y novelas traducidas,
filosofa, aventuras, ensayo poltico, memorias y biografas.
Dos condiciones favorecieron en esos aos el impulso expansi-
vo de los libros baratos.1 Por una parte, la definitiva consolida-
cin y la ampliacin de un nuevo pblico, proveniente de sectores
sociales medios y populares, y ms bien alejados de las prcticas
simblicas propias de la tradicin ilustrada. Beatriz Sarlo con
su serie de investigaciones sobre el perodo ha reconstruido el

1. Vase Luis Alberto Romero, Libros baratos y cultura de los sectores popu-
lares, Buenos Aires, CISEA, 1986.

183
cuadro complejo, cambiante y a la vez recurrente, de esa consti-
tucin de pblicos que es correlativa a la emergencia de nuevas
temticas.2 La figura de la modernizacin ilumina la direccin
de los cambios en la misma medida que los hace problemticos,
ya que no se trata de un movimiento homogneo ni en sus resor-
tes ni en sus efectos. Basta advertir que bajo esa dinmica se
incluyen cambios en constelaciones simblicas heterogneas y
mal comunicadas en la rbita del amor y la familia, de la enfer-
medad y la muerte, de los enigmas de la vida y el universo, del
papel de la ciencia y las promesas de la tcnica.
La serie de las representaciones del amor y la sexualidad, por
una parte, y la de los nuevos saberes (en el campo de la ciencia y
en sus mrgenes), por otra, organizan tramas narrativas mutua-
mente distanciadas, en la ficcin, el ensayo y la divulgacin. Y en
el cruce de las series del amor sexual y de la ciencia, el freudismo
parece encontrar un lugar de anclaje en las curiosidades de ese
pblico reformado. Lo primero que llama la atencin en la divul-
gacin de Freud es que, en la senda abierta por los saberes de la
sexologa, que se despliegan contemporneamente y para el mis-
mo pblico, el psicoanlisis aparece, ante todo, como la ms alta
expresin de una ciencia de la sexualidad, que tiene, al mismo
tiempo, hondas repercusiones morales.
Una segunda condicin radicaba en la expansin de la indus-
tria editorial en esos aos, a partir de su capacidad para alimen-
tar los gustos y las curiosidades de esa nueva masa de lectores
con libros de bajo costo. A ello se aada la ampliacin de los
mercados que se abre con la crisis de las editoriales espaolas,
durante y despus de la guerra civil. La editorial Tor, por ejem-
plo, no slo venda a otros pases de Amrica sino que encontraba
en esa demanda condiciones para una financiacin anticipada.3

2. El imperio de los sentimientos, Buenos Aires, Catlogos, 1985; Una mo-


dernidad perifrica, Buenos Aires, Nueva Visin, 1988; La imaginacin tcnica,
Buenos Aires, Nueva Visin, 1992.
3. Sobre la expansin editorial en esos aos vase Jorge Rivera: El auge de
la industria cultural (1930-1955), en VV.AA.: Historia de la literatura argenti-

184
La coleccin dedicada al padre del psicoanlisis comprenda
los siguientes ttulos: 1) Freud y el problema sexual, 2) Freud y
los actos maniticos, 3) Freud y el chiste equvoco, 4) Freud y la
histeria femenina, 5) Freud y las degeneraciones, 6) Freud y los
orgenes del sexo, 7) Freud y el misterio del sueo, 8) Freud y la
perversin de las masas, 9) Freud y la higiene sexual, 10) Freud y
su manera de curar. Hubo varias ediciones entre 1935 y 1946,
algunas bajo el sello editorial Porvenir; si se tiene en cuenta que
las tiradas no eran nunca inferiores a los cinco mil y trepaban a
veces a los diez mil ejemplares se puede deducir que la constitu-
cin de un pblico relativamente masivo para las ideas freudianas
se inici con esta empresa de divulgacin.4 No es posible determi-
nar cuntas ediciones se hicieron, ya que muchas de ellas no men-
cionan la fecha, pero del cotejo de los aos de edicin de ejempla-
res existentes en la Biblioteca Nacional y de ejemplares en mi
poder se puede ver que algunos ttulos se reeditaron por lo menos
tres veces, y que la ltima edicin registrada es de mediados de
los 40.5
La coleccin fue publicada en el orden fijado; pero es seguro
que el conjunto de la serie no estuvo establecido de antemano
sino que se fue armando sobre la marcha, ya que hay indicacio-

na, Buenos Aires, CEAL, 1980, t. 4. Un testimonio del alcance de la serie de


Gmez Nerea en Amrica latina lo da Javier Maritegui en la carta citada
ms adelante. De acuerdo con el testimonio de Mario Roza (12/12/90) que fue
empleado de Tor, la contratapa anunciaba ttulos no publicados todava y de
ese modo se comenzaban a recibir rdenes y pagos de dentro y fuera del pas.
4. El testimonio citado de Mario Roza coincide con los informes de Lito
Palumbo (21/6/90 y 18/9/90). Haba libros que editaban diez mil ejemplares por
mes, por ejemplo Amok, de Stefan Zweig; la biografa de Zweig sobre Freud y
los libros de Gmez Nerea, de acuerdo con el testimonio de M. Roza, se vendan
bien pero sin alcanzar esos volmenes.
5. T. 1: Ed. Tor, 1945. T. 2: Ed. Porvenir, 1944, Tor, 1946, Tor, s/f. T. 3: Tor,
1936, Porvenir, 1944, Tor, 1946, Tor, s/f; T. 4: Tor, 1936, Tor, 1945. T. 5: Tor,
1936, Tor, 1944. T. 6: Tor, 1936 y 1946, Tor, s/f. T. 7: Tor, 1945 y s/f. T. 8: Tor,
1945, Tor, s/f. T. 9: Tor, 1942. T. 10: Tor, 1935, 1944 y 1946.

185
nes de su autor en ese sentido.6 De modo que se puede suponer
que comenz por el primer tomo sin tener un proyecto preciso de
lo que incluira en los tomos siguientes. Esto indudablemente
tuvo que ver con las condiciones propias de la empresa, tanto por
las caractersticas propias del editor como por las motivaciones
del autor. Aunque no ha sido posible reconstruir el origen de la
iniciativa, es seguro que en ambos (editor y autor) estaba presen-
te el objetivo de lograr un xito rpido de mercado.
La primera traduccin de Freud al castellano, que pretenda
ser completa, haba sido realizada en Espaa a partir de una
sugerencia de Ortega y Gasset, quien, a travs de la Revista de
Occidente, contribuy decisivamente a introducir el pensamiento
filosfico alemn en la cultura espaola. Publicada por Bibliote-
ca Nueva, de Madrid, la edicin comenz en 1922 y sac, sucesi-
vamente, diecisiete volmenes hasta 1934. La traduccin estuvo
a cargo de Luis Lpez Ballesteros y llevaba un prefacio de Ortega
y Gasset; en una breve carta al traductor, Freud expresaba su
satisfaccin con la versin publicada y aada que poda leer el
espaol porque, en su poca de estudiante, lo haba aprendido
por su cuenta debido al deseo de leer el Quijote en su lengua
original. Esa edicin espaola era casi contempornea de los Ge-
sammelte Schriften (1924-1934), aunque no se basaba en ellos ni
segua su ordenamiento.7 La Guerra Civil Espaola, primero, y
las restricciones impuestas por el rgimen franquista, despus,
interrumpieron por muchos aos la continuacin de esa edicin;
en esas condiciones y agotada la coleccin madrilea, unos aos
ms tarde, entre 1943 y 1944, naci el primer proyecto de edicin
integral de Freud en Buenos Aires, encarado por la Editorial Ame-
ricana. Se publicaron nuevamente los diecisiete tomos de la ver-

6. Por ejemplo, en el t. 2, pg. 8 anuncia que el siguiente libro de la coleccin


ser la Introduccin al psicoanlisis, pero ese tomo, el 3, ser dedicado al
chiste.
7. Vase Arnoldo Harrington, Freud en espaol, 1, Buenos Aires, Gnosis,
1977; y H. Vezzetti, Freud en langue espagnole, Revue Internationale dHis-
toire de la Psychanalyse, 4, 1991.

186
sin de Lpez Ballesteros y alcanzaron a salir dos tomos ms, con
obras que permanecan inditas, traducidas por Ludovico Ro-
senthal. Tampoco esta edicin, que deba comprender veintids
tomos, alcanz a ser completada. Recin a partir de 1952 y hasta
1956 la editorial Santiago Rueda va a publicar en Buenos Aires
esa edicin integral de Freud, la ms completa en cualquier idio-
ma hasta la publicacin de la Standard Edition.8
Ahora bien, la iniciativa de la editorial Tor, a mediados de los
30, muestra que exista un pblico para Freud lo suficientemen-
te importante como para justificar esa coleccin. Por otra parte,
la biografa de S. Zweig, publicada tambin por Tor en 1933, ha-
ba contribuido, sin duda, a la constitucin de un pblico para la
nueva coleccin. Tor inclua al creador del psicoanlisis en un
catlogo que ofreca una lista interminable de autores clsicos y
modernos, de filsofos, dramaturgos, novelistas, poetas y ensa-
yistas, pero muy pocos, si es que haba alguno, haban merecido
diez volmenes.
El dueo de la editorial Tor, Joaqun Torrendell, era hijo del
escritor cataln Juan Torrendell (1867-1937) que public exten-
samente en Nosotros. Todos los testimonios coinciden en retratar
al editor como un comerciante poco escrupuloso y ajeno por com-
pleto a cualquier inters intelectual en su relacin con los libros.
Y sin embargo sobresale entre los productores de libros popula-
res y como promotor de literatura de divulgacin. Segn un testi-
monio, afirmaba que su negocio era comprar papel a cincuenta
centavos el kilo y venderlo a un peso. Pero, en todo caso, en el
cumplimiento de ese propsito promovi la produccin de obras
por encargo para alimentar a ese pblico nuevo, amplio en sus
intereses y ajeno a los hbitos de lectura del pblico tradicional.
Por ejemplo, de acuerdo con uno de los testimonios mencionados,
Torrendell haba decidido publicar a Platn con la condicin de
incluir en un solo volumen las obras del filsofo y sin aclarar

8. Vase H. Vezzetti, Traducir a Freud en Buenos Aires, Punto de


Vista, 39, diciembre de 1990.

187
que se trataba de una seleccin; es claro, en ese sentido, que care-
ca de toda preocupacin por la fidelidad o la calidad grfica de lo
que publicaba.9
La obra que nos interesa vena firmada por el Dr. J. Gmez
Nerea, pseudnimo bajo el cual se ocultaba el poeta e intelectual
peruano Alberto Hidalgo. No es posible determinar con seguridad
quin tuvo la iniciativa en la decisin de divulgar el discurso freu-
diano. Javier Maritegui sugiere que la propuesta naci de Hidalgo
y que se asoci con el editor; sin embargo no era sa la forma
habitual de actuar de Torrendell. A partir de estos elementos inicia-
les que dibujan el cuadro de condiciones de esa iniciativa de recep-
cin popular del freudismo se abren diversos interrogantes. En pri-
mer lugar y centralmente, se trata de examinar en el corpus de la
coleccin las operaciones de lectura y apropiacin practicadas por
Hidalgo, los ordenamientos temticos en los que se anuncian los
encajes previstos con reas de inters de ese pblico, pero tambin
las marcas dejadas por el propio autor en cuanto a sus intereses de
lectura y a su colocacin intelectual y moral frente a Freud.
Por otra parte, en segundo lugar, est la cuestin de los pbli-
cos, que excede los lmites de una historia intelectual del psicoan-
lisis, en la medida en que se exhibe como un caso ejemplar de la
constitucin moderna del campo cultural porteo. Visto desde ese
ngulo, una publicacin como la investigada, en sus condiciones
materiales (el mundo de las editoriales y el nuevo periodismo) e
intelectuales, importa menos por su relacin con la expansin de
las doctrinas psicoanalticas y el anuncio de sus prcticas que por
el carcter que asume el freudismo como el objeto de una apasio-
nante operacin de implantacin y apropiacin en el terreno de las
ideas. Que en esa operacin abunden las peores prcticas intelec-

9. Mario Roza aade, como condimento a la complejidad del personaje, que


el dueo de Tor simpatizaba con el fascismo criollo y tuvo problemas porque
despus de trampear las restricciones de papel editando bajo diversos sellos
editoriales les pasaba papel a los editores de El Pampero. Arturo Cambours
Ocampo (1/8/91) coincide en su informe sobre las prcticas editoriales de To-
rrendell.

188
tuales (la copia indiscriminada, la improvisacin y la prisa, la con-
fusin de niveles y de estilos, la mezcla de pedagogismo,
autodidactismo y autorreferencia), que amase una transaccin
imposible entre un producto destinado al consumo y las per-
vivencias de una gestualidad vanguardista, que se pretenda sos-
tener una empresa de renovacin intelectual y moral sobre la base
de las prcticas de la piratera y la irresponsabilidad editorial, no
hacen sino resaltar una dimensin de la investigacin como un
estudio de caso iluminador de las mezclas y las escisiones que
han conformado el mundo cultural porteo de ese perodo.
Pero, en tercer lugar, por poco que se aborden las caractersti-
cas de esa obra, por la evidencia de una estrategia narrativa
cuestionadora que se respalda en Freud para un discurso discon-
formista, y por la frecuencia del recurso autorreferencial, las pre-
guntas sobre el texto revierten sobre el autor que en l se revela.
La excepcionalidad de la empresa obliga a interrogar la posicin
singular de Alberto Hidalgo y exige el esbozo de una biografa inte-
lectual. No para rehacer un camino que lo habra llevado inexora-
blemente a Freud, ya que, como se ver, escribi la coleccin a par-
tir de razones ocasionales y pudo no haberlo hecho. En todo caso
para exponer la azarosa composicin de un encuentro en el que
se conjugan las intersecciones de un itinerario (literatura, polti-
ca, psicoanlisis) y las pervivencias de un movimiento intelec-
tual (las vanguardias) ms all de su tiempo. En torno de la obra,
del pblico y del autor se disea la constelacin de problemas de
esta investigacin de un modo en el que, idealmente, cada vrtice
del tringulo resultante reenva a la relacin de los otros dos.

Interesado en la serie del Dr. Gmez Nerea, desde que tom


conocimiento de su existencia y durante varios aos busqu da-
tos sobre su autor. Pareca evidente por las autorreferencias in-
tercaladas en sus libros que escriba en Buenos Aires, y sin em-
bargo en la biblioteca de la Facultad de Medicina no exista nin-
gn libro o artculo bajo ese nombre. Comenc a sospechar que
poda tratarse de un pseudnimo, pero aun en ese caso me incli-
naba a pensar que se trataba de un mdico a partir de los casos

189
que, segn consignaba, haba tratado en su propio consultorio.
Fue por el testimonio de un viejo librero y editor de Buenos Ai-
res, Lito Palumbo, que encontr la pista para develar ese anoni-
mato que el propio Hidalgo haba decidido establecer sobre esa
obra.10 La confirmacin fue aportada primero por su viuda, Ma-
ra E. de Hidalgo, y luego por Javier Maritegui, psiquiatra e
historiador de las ideas del peruano.11
El propio Alberto Hidalgo dej saber de esa autora en la parte
publicada de su diario:

Sin mi firma, para ganar dinero, he publicado catorce o quince to-


mos, que corren por el mundo, sobre problemas sexuales, divulgando
ideas de Freud, de Jung, de Alfred Adler, de Havelock Ellis.12

10. La primera informacin que me aport era imprecisa sobre el autor:


haca referencia a un boliviano que era empleado de Torrendell; agreg que
las tiradas eran de cinco a diez mil ejemplares, que se reedit varias veces y
se vendan a un peso en la librera Anaconda de la calle Corrientes (21/6/90).
En una segunda conversacin (18/9/90) mencion a Alberto Hidalgo. Simult-
neamente Graciela Musachi, en un comentario de la compilacin que publi-
qu sobre Freud, mencionaba a Alberto Hidalgo como el autor que se ocultaba
detrs del pseudnimo, aunque no citaba sus fuentes: A propsito de Freud
en Buenos Aires, 1910-1939, Vectores del acontecer analtico, 7, junio de 1990.
11. Mara E. de Hidalgo, comunicacin telefnica del 7/8/91. Javier
Maritegui, carta del 9/11/91 dirigida al profesor Ramn Len, a quien yo haba
consultado: En efecto, oculto en el nombre de Dr. Gmez Nerea, nuestro com-
patriota, pro pane lucrando, se asoci a la editorial Tor [...] para dar a la estam-
pa una serie de libros divulgadores de las doctrinas de Freud. [...] En esa serie
yo tom, adolescente temprano an, mi primer conocimiento del pensamiento
de Freud. Consigna ms adelante que hizo la serie, segn supe despus, urgi-
do por presiones econmicas [...] Fue una serie de mucho xito editorial y gra-
cias a ella las bibliotecas de las asociaciones mutualistas de artesanos y otras
de auxilios mutuos y los sindicatos se enteraron de la obra de Freud en esta
serie de divulgacin, por su bajo precio, 1,20 (un sol con veinte centavos). El
testimonio del doctor Maritegui fue confirmado en una carta del 23/7/93.
12. Diario de mi sentimiento (1922-1936), Buenos Aires, edicin privada,
1937, pg. 263; en adelante citado como Diario.

190
No hay ms obras firmadas por Gmez Nerea, de modo que si
public otros libros puede haber usado otro pseudnimo. Tambin
es posible que la mencin de Jung, Adler y H. Ellis se refiera al
tratamiento que de estos autores hace en la serie sobre Freud; de
ser as la mencin de los catorce o quince tomos slo sera una
exageracin. Los libros fueron escritos en un tiempo relativamen-
te breve, con el recurso de una secretaria a la que dictaba y haca
copiar las partes que transcriba directamente de la traduccin de
Luis Lpez Ballesteros. Comenz la obra cuando retorn a Buenos
Aires despus de una estada en Berln y en Lima, con posteriori-
dad a la muerte de Elvira, su primera mujer, es decir, despus de
1933; en 1936, cuando escribe el Diario la serie ya est completada.
Pero Hidalgo no era mdico y no solamente utiliz un
pseudnimo sino que propiamente se invent una identidad; los
ejemplos clnicos intercalados eran parte de un ejercicio de fic-
cin enteramente convincente. Pero lo notable en sus escritos es
que la exaltacin de la figura de Freud se acompaaba de una
modalidad de exposicin llana, que postulaba explcitamente que
el conocimiento de sus ideas era necesario y aprovechable para el
hombre y la mujer comunes; apareca asumiendo un ropaje mdi-
co para autorizarse, de cara al mercado, y lo haca de modo por
momentos pardico, pero para encarar una empresa de apropia-
cin del freudismo como un saber disponible para todos y, por lo
tanto, liberado de cualquier monopolio mdico.

Trayectoria intelectual y vanguardia

Quin era Alberto Hidalgo? Naci en Arequipa, en el Per, en


1897, y se instal en Buenos Aires a comienzos de los aos 20; en
1930 estuvo en su pas y se afili al APRA, pero en 1932 volvi,
desterrado, a la capital argentina y aqu muri en 1967.13 Segn el
testimonio de su viuda, se jubil como periodista del diario El Mun-
do y, a su muerte, su biblioteca, papeles y cuadros fueron donados

13. Enciclopedia Ilustrada del Per, Lima, Peisa, 1987, pg. 955.

191
a la Universidad de San Agustn en Arequipa.14 Lo llamativo de su
trayectoria intelectual anterior a la obra sobre Freud es que en los
aos 20, cumpli un papel fundamental como parte del movimien-
to de las vanguardias literarias, a la vez que, hacia el fin de la
dcada, perteneci (algunos lo sealan como el organizador y jefe)
al clan radical, un grupo de choque de la Unin Cvica Radical,
por lo cual fue deportado despus del golpe uriburista.
Los rasgos principales de su trayectoria literaria son conoci-
dos. Form parte muy tempranamente de la vanguardia potica
peruana; en Buenos Aires fue colaborador de Martn Fierro y
perteneca al mismo ncleo que Macedonio Fernndez, Borges,
Girondo y Marechal. Fue fundador de revistas literarias (Eldo-
rado, en 1924, y Pulso, en 1928) que no alcanzaron a sacar ms
que unos pocos nmeros, y en 1926 fund la Revista oral (segn l
deca era la primera del mundo) en el bar Royal Keller de Corrien-
tes y Esmeralda; esa sola actuacin reconocida lo ha hecho mere-
cedor de una figuracin circunstancial en los trabajos de historia
literaria dedicados a las vanguardias de Buenos Aires.15

14. Entrevistas telefnicas con Mara E. de Hidalgo del 7/8 y 4/9/91.


15. Bibliografa publicada de Alberto Hidalgo: Arenga lrica al Emperador
de Alemania, Arequipa, 1916. Panoplia lrica (poemas), Arequipa, 1917. Hom-
bres y bestias (crtica), Arequipa, 1918. Las voces de colores (poesa), Arequipa,
1918. Joyera (poesa), Buenos Aires, 1919. Jardn zoolgico (miscelnea), 1919;
Muertos, heridos y contusos (crtica), Buenos Aires, 1920. Espaa no existe (cr-
tica), 1921. Tu libro (poesa), Buenos Aires, 1922. Qumica del espritu (Valle
Incln, Prez de Ayala, Gmez de la Serna), Buenos Aires, 1923; Simplismo.
Poemas inventados, Buenos Aires, 1925, con J. L. Borges y Vicente Huidobro,
ndice de la nueva poesa americana, prlogo de A. H., J. L. Borges y V. Huido-
bro, Buenos Aires, El Inca, 1926. Los sapos y otras personas (cuentos), Buenos
Aires, 1927. Descripcin del cielo (poemas revolucionarios), Buenos Aires, 1928.
El desquite (comedia), Rosario, 1930. Los que son (drama), Rosario, 1930. Haya
de la Torre en su vspera, 1931. Actitud de los aos (poesa), Buenos Aires, 1933;
Diario de mi sentimiento (1922-1936), Buenos Aires, 1937. Dimensin del hom-
bre (poesa), Buenos Aires, 1938. Edad del corazn (poesa), Buenos Aires, 1940.
El ahogado en el tiempo (poesa), Buenos Aires, 1941. Tratado de potica, Bue-
nos Aires, 1944. El universo est cerca, Buenos Aires, 1945. Sarmiento y la
cuestin patagnica, Rosario, 1945. Oda a Stalin, Buenos Aires, El Martillo,

192
A partir de los diversos ncleos de su trayectoria, la indaga-
cin sobre esa aventura de recepcin y difusin de Freud en cas-
tellano que lo tuvo como protagonista debe tomar en cuenta no
solamente las caractersticas de la obra que le dedic sino el es-
clarecimiento que su vida intelectual y poltica ofrece a ese acer-
camiento al psicoanlisis. Y en ese sentido esa colocacin cruza-
da entre la vanguardia esttica y el activismo poltico, entre la
consagracin militante a la poesa (calific como libro de guerra
a su Tratado de potica) y su papel de organizador y promotor de
empresas culturales efmeras, lo muestra como una figura que
est, a la vez, ligada a la vida intelectual de su tiempo y colocada
en un lugar separado, excepcional en ms de un sentido y cre-
cientemente marginada cuando, en pocos aos, se desinflen los
aires de las vanguardias.
Justamente en esos aos, agotada la experiencia de renova-
cin de los grupos que lo tuvieron como protagonista, frustradas
sus aspiraciones de consagracin y golpeado por la expulsin
uriburista y la muerte de Elvira, su primera mujer, surge el pro-
yecto sobre Freud. En 1937 saca su Diario en una edicin de

1945. Nuestra contribucin a la cinologa, Razn y fe, Madrid, ao 44, t. 129,


ene-jun. 1944. Pasin y tragedia del biblifilo, Fnix (Rev. de la Biblioteca
Nacional de Lima), n 4, 1946, pgs. 725-729. Poesa de cmara, Buenos Aires,
1948. Anivegral, Buenos Aires, 1952. Carta al Per (poesa), Buenos Aires, El
Ateneo, 1953. Por qu renunci al APRA, 1954. Espaciotiempo, Buenos Aires,
1956. Odas en contra, Pars, 1958. Biografa de Yomismo, 1959. Estancia de los
rboles, Arequipa, 1960. Patria completa (poemas), Buenos Aires, Ed. del Hom-
bre Nuevo, 1960. Manifiesto al pueblo peruano, 1960. Nuevas piedras para
Machu-Picchu, 1961. Historia peruana verdadera, 1961. Poesa inexpugnable,
Buenos Aires, 1962. rbol genealgico, 1963. Persona adentro, Buenos Aires,
1965. La vida es de todos, 1965. Su majestad el buey, 1965. Antologa personal,
Buenos Aires, CEAL, 1967. Volcndida, Buenos Aires, Kraft, 1967.
Sobre la Revista oral, vase H. R. Lafleur, S. D. Provenzano y F. A. Alonso,
Las revistas literarias argentinas 1893-1967, Buenos Aires, CEAL, 1968. La
relacin con Macedonio Fernndez ha quedado registrada en M. Fernndez,
Epistolario, Buenos Aires, Corregidor, 1976.

193
autor (parece claro, por las referencias incluidas en la propia obra,
que ningn editor la acept) y, aunque no deja de publicar, se
reduce el volumen de su obra potica; el Tratado de potica (1944)
es ya la obra de un autor aislado, a lo que seguramente ha contri-
buido la sucesin de brulotes que en el Diario haba descargado
sobre sus contemporneos. Esa condicin crecientemente margi-
nal se continu en la nula atencin que ha merecido por parte de
crticos e historiadores de la literatura en la Argentina, quiz por
ser extranjero pero tambin, probablemente, porque la crtica ha
mantenido ese silencio que su propio tiempo estableci sobre una
figura singularmente conflictiva.
Segn el testimonio de Arturo Cambours Ocampo, Hidalgo
apareca escindido entre la esttica y la ideologa: su poesa y sus
iniciativas lo ligaban al grupo Florida pero la poltica lo reuna
con la literatura social de Boedo y con Lenidas Barletta, de
quien era amigo. Volver sobre la cuestin de la relacin con la
poltica, pero en todo caso en el Diario insiste reiteradamente en
los tpicos de la separacin de arte y poltica, en la autonoma del
arte y el cuestionamiento de la propuesta misma de un arte so-
cial, a lo que, por otra parte, vuelve extensamente en el Tratado.
Pero al mismo tiempo expresa una admiracin por el creador del
Teatro del Pueblo que no se condice con esas ideas estticas.16
En lo personal, segn el mismo testimonio, era de carcter
raro, difcil y polmico; muy peleador: en la Revista oral siempre
era el acusador. Su identidad literaria, en ese sentido, parece
fijada en esos aos heroicos y en los tiempos en que el simplismo
hidalguiano era equiparado al ultrasmo como manifestaciones
paralelas y equivalentes de los movimientos de vanguardia. Su
Diario es, en ese sentido, la exposicin desmesurada de un re-
trato de artista que busca afirmar su autonoma intelectual y su
camino de ascenso hacia la consagracin literaria mediante re-

16. Tratado de potica, ob. cit., pg. 11. En adelante Tratado. Por otra parte,
en el Teatro del Pueblo dio Hidalgo, en 1939, ocho conferencias que fueron la
base de esa obra.

194
cursos extremados de ruptura con las convenciones.17 Hacia los
40 y los 50 su produccin literaria se reduce paulatinamente y,
por otra parte, sus nuevos libros reciben muy escasa o nula aten-
cin. Nosotros, que, como se ver, comenta (en general negativa-
mente) algunos de sus libros, deja de ocuparse de su obra despus
de 1932; en cuanto a Sur, no incluye ningn comentario ni referen-
cia a Hidalgo. Despus de 1944, las cuatrocientas pginas de su
Tratado de potica no interesaron a nadie; y por entonces, de acuer-
do con el testimonio de Cambours Ocampo, ya se dedicaba, para
vivir, a la compra y venta de antigedades y obras de arte.
De modo que Hidalgo encara su obra de divulgacin de Freud
y decide dar nacimiento al Dr. Gmez Nerea, despus del exilio
forzado y la crisis que sigui a la muerte de su esposa, cuando su
figuracin y su estrella literaria comenzaban a entrar en el oca-
so. Es indudable que encara la empresa como un medio de ganar
algn dinero, y lo hace buscando terminarla rpidamente: dicta o
hace copiar directamente por una secretaria los extensos frag-
mentos tomados, sin disimulo, de la traduccin espaola de
Freud. Pero, al mismo tiempo, en la eleccin del creador del psi-
coanlisis, en el punto de mira de su lectura y en el tenor de sus
comentarios y cuestionamientos exhibe la pervivencia fragmen-
tada de una identidad de vanguardia, algo que, como se ver,
entra en franca contradiccin con las tradiciones del personaje
mdico divulgador al que busca prenderse en su narracin.

Una valoracin literaria de la extensa obra de Alberto Hidalgo


no entra en los propsitos de mi estudio. En ese sentido, slo me
interesa ofrecer una exploracin rpida del juicio contemporneo
por la luz que arroja sobre su trayectoria intelectual. Y esto a
partir de una tesis bsica: el camino azaroso que lo llev a Freud
se inicia con el fracaso de sus aspiraciones de consagracin lite-

17. Sobre la categora retrato de artista en el estudio de las vanguardias


argentinas de los veinte: Francine Masiello, Lenguaje e ideologa. Las escuelas
argentinas de vanguardia, Buenos Aires, Hachette, 1986, pgs. 194-196.

195
raria. En ese fracaso sin duda desempe un papel su condicin
de residente extranjero, latinoamericano para peor, en un medio
intelectual cerrado y poco hospitalario; pero, adems, es claro
que los gestos desmesurados con que cubri de denuestos a mu-
chas de las figuras mayores del campo intelectual argentino no
contribuyeron precisamente al reconocimiento que crea mere-
cer.18
Jos Carlos Maritegui se ocupa brevemente de Alberto Hi-
dalgo en 1928, cuando el poeta estaba ya instalado en Buenos
Aires.19 Desde el punto de vista literario, Maritegui coloca las
primeras obras, publicadas en Arequipa, en lnea con el futurismo
y en directa relacin con Marinetti por su gusto viril .por la me-
cnica, el maquinismo, el rascacielo, la velocidad, por parte de
un autor al que califica de explosivo, trepidante, camorrista.
Elogia su tcnica potica, sintetizada en el simplismo, y desta-
ca los rasgos de beligerancia y egolatra, que tambin fueron
sealados, aunque con una diferente valoracin esttica, por al-
gunos comentarios de sus obras incluidos en Nosotros.
Por ese entonces y segn consigna J. C. Maritegui, su literatu-
ra era conocida, y circulaba extensamente entre el pblico de ha-
bla castellana. ntegramente instalado en la experiencia vanguar-
dista, Hidalgo est, sin saberlo, dice Maritegui, en la ltima es-
tacin romntica, a saber, en el individualismo absoluto, del que
desprende una esttica anarquista. Desde all, la relacin de Hi-
dalgo con los temas de la revolucin (a los que haba dedicado Ubi-
cacin de Lenin y Biografa de la palabra revolucin) ser juzga-
da como la posicin de un revolt, no de un revolucionario.
Nosotros, por su parte, publica media docena de comentarios
de obras de Alberto Hidalgo, entre 1918 y 1932, debidos a diver-
sos autores, que coinciden, sin excepcin, en juicios ms o menos

18. Para una crtica actual de la poesa de A. Hidalgo, vase Edgard OHara,
Alberto Hidalgo, hijo del arrebato, Revista de Crtica Literaria Latinoameri-
cana, Lima, XIII, n 26, segundo semestre de 1987, pgs. 97-113.
19. Siete ensayos de interpretacin de la realidad peruana (1928), Mxico,
ed. Era, 1979, pgs. 274-279.

196
lapidarios.20 Panoplia lrica (1918) le merece a Luis Pascarella
un frontal rechazo: arrtmica verborrea dislocada, ausencia de
poesa. Un libro de crtica del mismo ao, Hombres y bestias,
recibe el siguiente comentario de Arturo Lagorio:

Si basta ser audaz, deslenguado y soez para ser crtico, puede drse-
le al seor Hidalgo, a quien no conocemos ms que por este libro, la
patente de tal.

En 1920 Anbal Ponce coment otra obra de crtica publicada


en Buenos Aires, Muertos, heridos y contusos, y su juicio es an
ms descalificatorio:

Los chismes de comadre, los insultos soeces, la imputacin infame,


las carcajadas procaces sobre la tumba recin abierta de un hombre
ilustre, son cosas tan distintas de las manifestaciones espirituales ha-
bitualmente comentadas en la revista, que pedimos perdn a los lectores
por estas lneas escritas al margen de un volumen en que todo asquea.

Hidalgo expone los rasgos de su propuesta esttica en un libro


de poemas de 1923; transcribo siguiendo su escritura, que no usa
las maysculas en ese libro:

[...] intento aqu un arte mo, un arte personal, incatalogable, por la


briosa independencia que lo distingue de las escuelas poticas antiguas

20. A. Lagorio, Hombres y bestias: bocetos crticos, por A. Hidalgo, a. 12,


v. 29, n 112, pgs. 563-564, agosto de 1918.
Luis Pascarella, Panoplia lrica. Las voces de colores por A. Hidalgo, a.
13, v. 33, n 125, pgs. 265-266, octubre de 1919.
A. Ponce, Muertos, heridos y contusos, por A. Hidalgo, a. 15, v. 37, n 142,
pg. 389, marzo de 1921.
E. Surez Calimano, Simplismo, poemas inventados, por A. Hidalgo, a.
19, v. 51, n 198, pgs. 378-384, noviembre de 1925.
E. Surez Calimano, ndice de la nueva poesa americana, a. 21, v. 55, n
214, pgs. 423-424, marzo de 1927.
A. Cortina, Actitud de los aos, por A. Hidalgo, a. 27, v. 78, n 287, pgs.
350-352, abril de 1933.

197
o modernas, aunque haya tomado elementos del cubismo de apollinaire,
del creacioanismo de reverdy, de otros ismos. voy en busca de un
simplismo [...] libre de toda atadura, ayuno de retrica, hurfano de
sonoridad, horro de giros slidos y sobre todo de lugar comn.21

Ya en esos primeros libros ha elegido escribir contra el pblico


y muestra su disposicin a proponer, y aun imponer, una precep-
tiva. Qumica del espritu incluye una Noticia para defenderse
de las crticas recibidas por su obra anterior, tu libro, que estaba
compuesto de modo tal que un verso, una palabra o una slaba
ocupaban una pgina entera; el propsito esttico se diriga a
contrariar hbitos de lectura:

[...] quiero obligar al lector a leerlos atentamente, con el fin de que las
emociones penetren en su alma como caen las gotas, independiente una
de otra, paladendolas, sintindolas, exprimindolas, hasta catar su sen-
tido oculto, su recndito sabor.22

En Simplismo, de 1925, exhibe incrementada esa voluntad


normativa a travs de una introduccin, Invitacin a la vida po-
tica, presentada como un pequeo tratado de esttica y que es
ms extensa que la parte destinada a los poemas. Su obra crtica
posterior, hasta llegar al Tratado, casi veinte aos despus, slo
desarrolla las convicciones estticas expuestas en esta obra, las
que me atrevo a sintetizar en cuatro puntos. Primero, la poesa
es la metfora y la metfora es toda la poesa y de lo que se trata
entonces es de reunir el mayor nmero de metforas en el me-
nor nmero posible de palabras. Segundo, las pausas cumplen
un papel fundamental en el simplismo. De all la insistencia en
el valor de los espacios blancos en la composicin de la pgina
que apuntan a una representacin aritmtica de la pausa: una
lnea en blanco equivale a una pausa de cinco segundos; entre la
lectura de un poema y otro debe transcurrir no menos de media

21. Qumica del espritu, Buenos Aires, Imprenta Mercatali, 1923, pg. 103.
22. A. Hidalgo, Qumica del espritu, ob. cit., pgs. 101 y 102.

198
hora y en ningn caso se debern leer ms de seis poemas por
da. En una nota aclara la diferencia entre su concepcin de la
pausa y la que expone Andr Breton en el Manifiesto del surrea-
lismo que viene de aparecer, lo que muestra que se mantena al
da respecto del panorama de las vanguardias francesas. Mien-
tras Breton seala a las lneas en blanco como una marca de las
operaciones del pensamiento que [...] crea deber ocultar al lec-
tor,23 Hidalgo propone las pausas para dar lugar a que surjan
como comentarios de las mas las emociones del que lee [...1 la
pausa es un parntesis de infinito.
Tercero, el simplismo no define el carcter de los motivos
sino los procedimientos y la forma de tratarlos, y tiene algo en
comn con el desnudo en pintura:

[...] se despoja de los vestidos: la retrica. Con l nada tiene que ver [...]
el ritmo, la rima, el molde, la lgica, el plan, la composicin.

Finalmente, la poesa carece de cualquier finalidad social, po-


ltica o moral:

El poema no debe ser nunca un arma. La prdica nada tiene que ver
con l. [...] El poeta d noms sus versos, sin detenerse a compadecer el
dolor ajeno. El ambiente debe ser extrao a la obra de arte; que el mun-
do se ponga de cabeza, que lo gobiernen los malos, que los fuertes aplas-
ten a los dbiles: a m no me importa. Yo soy poeta y slo construyo
metforas!.24

Poeta de la poca actual que nace, para l, con Guillaume


Apollinaire, proyecta un imaginario Colegio de poesa en el que
los alumnos recibiran una educacin plural y cuyo personal do-
cente se integrara con Giraudoux, Reverdy, Gmez de la Serna,
Picabia, Schickele, Blok, Breton, Tzara y... Alberto Hidalgo, en-

23. A. Breton, Manifiestos del surrealismo, Buenos Aires, Argonauta, 1992,


pg. 37.
24. A. Hidalgo, Simplismo, ob. cit., pgs. 5 y 6, 13-14, 15, 16 y 21.

199
cargado de ensear la manera ms simple de cazar trouvailles; y
por todas partes, retratos de Rimbaud.25 Hidalgo parece, a la luz
de la familia potica que construye en este libro, sensible tem-
pranamente a la incidencia del surrealismo, unos aos antes de
que se formara el grupo argentino. Se vanagloria en su Diario de
haber sido de los primeros que en Amrica hablaron de Alfred
Jarry. Y las referencias al dadasmo y el surrealismo son nume-
rosas en su obra, incluyendo una entrevista con T. Tzara (que
puede ser imaginaria).26 Arturo Cambours Ocampo, en el testi-
monio citado, consigna que Hidalgo tuvo alguna vinculacin con
la revista Qu, primera expresin del surrealismo en Buenos Ai-
res, que haba sido fundada en 1928 por un grupo de estudiantes
de Medicina entre los cuales estaba Aldo Pellegrini, pero esa in-
formacin no est confirmada.27
Aunque Hidalgo no menciona a Marinetti entre sus inspira-
dores ni lo incluye en el plantel docente de su escuela imaginaria,
no es posible dejar de advertir la sintona de su obra intelectual
con algunos tpicos del futurismo, algo que, como se vio, fue se-
alado por crticos contemporneos. No hay belleza ms que en
la lucha. Ninguna obra que carezca de carcter agresivo puede
ser una obra maestra.28 Difcilmente se encuentre una obra que
cumpla mejor que la de Hidalgo con esa consigna; y en el extenso
despliegue de sus ideas, tanto como de sus conductas, que realiza
en el Diario resuenan los temas ms duros de la provocacin

25. Ibd., pg. 23.


26. Diario, pgs. 86 y 68-73.
27. Lafleur, Provenzano y Alonso Las revistas literarias, ob. cit. no men-
cionan a Hidalgo en relacin con Qu. Graciela de Sola, Proyecciones del surrea-
lismo en la literatura argentina , Buenos Aires, Edic. Culturales Argentinas,
1967, tampoco lo hace. Cuando Pellegrini se refiere a los comienzos del grupo
surrealista afirma que estaba totalmente desvinculado de las corrientes litera-
rias de entonces y que slo le interesaba Macedonio Fernndez y Oliverio Gi-
rondo, en Graciela de Sola, ob. cit., pg. 111.
28. F. T. Marinetti, Manifiesto del futurismo, en VV.AA., Historia de la lite-
ratura mundial. La poesa del siglo XX, Buenos Aires, CEAL, 1971, pg. 78.

200
futurista: el impulso rebelde y el vitalismo, el amor por el peligro
y la temeridad, la beligerancia llevada hasta la exaltacin de la
guerra como higiene del mundo (vase ms adelante su com-
placencia por la Guerra Civil Espaola y la admiracin simult-
nea que profesa por Lenin, Stalin y Mussolini), la convocatoria a
destruir museos y academias, a luchar contra el moralismo, el
feminismo y toda otra vileza oportunista o utilitaria. Por otra
parte, la Revista Oral haba dedicado uno de sus nmeros a
Marinetti.29
Cuando en el Diario se ocupa de Marinetti, Hidalgo deja ver
algn rasgo iluminador de su propia posicin; si el futurismo ha
quedado para siempre en el pasado y slo resta como pasa-
tismo, Marinetti, dice, no fue nunca un creador ni un gran poe-
ta, pero se inclina a resaltarlo por su accin: actor de la litera-
tura que no tiene obra sino accin literaria. Sus libros estn
hechos, no escritos. Y en este aspecto ha sido simplemente mag-
nfico.30 Cualquiera que sea la valoracin que se haga del im-
pacto de Marinetti sobre la obra de Hidalgo, no parece ser por
su intermedio que lleg a Freud.31 En todo caso, aunque no hay
una expresa confirmacin, se puede suponer que el surrealismo
tuvo una incidencia mayor en el encuentro con Freud, a partir
del terreno que Honorio Delgado haba abonado en el Per y al
que no es ajena la alta valoracin que J. C. Maritegui, en claro
contraste con los marxistas argentinos, tena del creador del
psicoanlisis. Ms adelante, cuando vuelve a referirse a

29. Manifiesto del futurismo, ibd. Vase Lafleur, Provenzano y Alonso, Las
revistas literarias argentinas, ob. cit., pg. 105: la gran noche de la Revista
oral fue la que dedic a Marinetti. Segn la tradicin que de boca ha llegado
hasta nosotros, el pblico cubri la entonces angosta calzada de la calle Co-
rrientes. Y los felices poseedores de un resquicio dentro del saln, asistieron al
descomunal entrevero de miles de palabras revoloteando y arremetindose en
plena vesana futurista....
30. Diario, pgs. 226-227 y pg. 242.
31. Sobre la escasa relacin del futurismo italiano con el freudismo vase
Michel David, La psicoanalisi nella cultura italiana, Torino, Bollati Boringhieri,
1990, pgs. 349-352.

201
Marinetti lo trata simplemente de bufn e imitador de Walt
Whitman.32
En Nosotros, Surez Calimano comenta Simplismo (1925) con
mayor detenimiento que el que haban merecido, en esa revista,
sus libros anteriores, aunque con un parecido rechazo por las
vanguardias. Por una parte descree de los intentos de una poesa
que proclama su separacin de los cauces europeos y que slo
busca pater le bourgeois. Con su simplismo, Hidalgo vendra
a impulsar un ismo ms, que el comentarista equipara al es-
tridentismo (del mexicano Maples Arce) y al ultrasmo de Bor-
ges como movimientos que carecen igualmente de la independen-
cia que proclaman. En una extensa refutacin de las ideas estti-
cas de Hidalgo es el primero en sealar la influencia del
futurismo.
Cuando Hidalgo publica, junto con Jorge Luis Borges y Vicen-
te Huidobro, ndice de la nueva poesa americana, Borges seala-
ba al simplismo y al ultrasmo como expresiones equivalentes
de la nueva poesa, con dos alas: el verso suelto y la imagen.
El prlogo del autor de Fervor de Buenos Aires pona el acento en
la muerte del rubenismo y con l de la aoranza de Europa.
La nueva poesa (simplismo o ultrasmo) encuentra sus te-
mas en una realid (sic) que ya no es extranjera y que se ofrece
como verdad poetizable en imgenes; en ellas el idioma se suel-
ta.33 Hidalgo, por su parte, en su prlogo elige provocar y antes
de exponer sus criterios de seleccin de los poetas convocados

32. Sobre las ideas de Maritegui vase El freudismo en la literatura con-


tempornea, 1926, en J. C. Maritegui, Crtica literaria, Buenos Aires, Jorge
lvarez, 1969, pgs. 163-168. Diario, pg. 276. Todo parece indicar que los tex-
tos, publicados en 1937, han sido escritos en su diario a lo largo de los aos,
aunque no se consigna la fecha de cada fragmento; esto explicara algunos cam-
bios de opinin dentro de un elenco de juicios que se muestra estable. Por otra
parte, el Diario incluye textos que haban sido ya publicados, aunque no se
consigna dnde, ya que se hace mencin de algunas repercusiones.
33. J. L. Borges, V. Huidobro y A. Hidalgo, ndice de la nueva poesa ameri-
cana, ob. cit., pgs. 16-17.

202
comienza no slo por negar alguna unidad en los pases de la
regin (su encono particular es con el hispanoamericanismo, pero
rechaza igualmente el panamericanismo) sino por elogiar las ope-
raciones militares, reales o imaginarias, que podran venir a
redisearla traumticamente. As como en el norte, los Estados
Unidos son dueos naturales con derecho a extenderse hasta el
canal de Panam, a expensas de Mxico, Guatemala, Nicaragua
y otras republiquetas, en el sur sera deseable que la Argenti-
na se apodere cuanto antes del Uruguay.34
Es cierto que simultneamente puede declararse aprista35 y
que cuando Alfonso Reyes lo acus de ser un aliado de los yan-
quis responde, con su agresividad acostumbrada, que el peque-
o Reyes, el microbio (enemistado en realidad con l por su jui-
cio lapidario sobre un libro de Reyes) tuvo la mala fe de no en-
tender o de tomar en serio y al pie de la letra ese prlogo escrito,
dice, con tono humorstico y desaprensivo.36 Como sea, a la luz
de su exaltacin de la violencia, del elogio de la guerra, del culto
a la hombra y el coraje, no es extraa esa proyeccin al continen-
te de la lgica de la guerra para resolver drsticamente sus con-
flictos de integracin, aunque emerja bajo la forma de la boutade.
De cualquier modo no tiene una alta opinin de la cultura de
Estados Unidos y a raz de lo que Hidalgo llama una epidemia
Lawrence en el pas del norte los llama pueblo de cretinos y
onanistas.37
Que posea una alta estimacin de sus mritos y su talento es
algo que aflora permanentemente en sus escritos. Y desde esa
autoadjudicada superioridad se sostiene en la empresa decidida-
mente ambiciosa y a la postre aislada y solitaria de revolucio-
nar la literatura de su tiempo y dejar su sello personal en ella;
Hidalgo declara ser el escritor de su generacin ms conocido
internacionalmente, algo que parece confirmar Maritegui en el

34. Ibd., pgs. 6-7.


35. Diario, pg. 337.
36. Ibd., pg. 298.
37. Ibd., pgs. 225-226.

203
texto ya citado. Desde esa colocacin encumbrada lanza sus te-
mibles mandobles contra todo el mundo y ejerce, tambin, una
funcin vigilante sobre los prstamos que otros toman de sus
escritos; y para el caso no se trata de escritores menores sino, por
ejemplo, de Ortega y Gasset y de Borges.38
Lo siento, pero tengo ms talento cada hora que pasa, me
escriba hace poco Alberto Hidalgo, declara Gmez de la Serna en
su elogioso prlogo de Qumica del espritu. Finalmente esa exal-
tacin de s encuentra un expediente inslito, para un vanguardis-
ta que afirma que toda la poesa anterior a Apollinaire era obra de
trogloditas.39 En Dimensin del hombre, en una etapa de su obra
en la que la bsqueda de la consagracin y el reconocimiento de
sus contemporneos parece definidamente contrariada por los he-
chos, inserta un Prlogo de los muertos que reza as:

Por el conjunto de su obra, y especialmente por Actitud de los aos


y el presente libro, los firmantes, con la autoridad que nos da nuestra
posicin en la historia de la literatura americana, reconocemos y pro-
clamamos a Alberto Hidalgo como el ms puro poeta que haya produci-
do nuestra raza.

Firman, entre otros, Amado Nervo, Andrs Bello, Sarmiento,


Echeverra, Alberdi, Simn Bolvar, Jos Mart, Garcilaso de la
Vega, Sor Juana Ins de la Cruz, Horacio Quiroga, Ricardo Giral-
des, Rubn Daro, Jos Carlos Maritegui, etctera, etctera.40

Violencia y literatura

Abundar sobre las manifestaciones de agresiva rebelda que


caracterizan la enunciacin hidalguiana no tendra mayor senti-

38. Diario, pgs. 193-195 y 257-260.


39. Simplismo, ob. cit., pg. 15.
40. A. Hidalgo, Dimensin del hombre, 1938, ob. cit.

204
do si no fuera porque esclarecen algunas zonas de la relacin con
su pblico y con sus pares en el campo literario; y por esa va
puede iluminar ese recorrido atpico que lo llev a Freud. Pero
adems, dada la historia que Hidalgo habra anudado con la vio-
lencia poltica, las expresiones de su terrorismo verbal quiz nos
abran a la zona ms oscura y, por lgica, menos detectable de su
curiosa trayectoria en los 30.
Hidalgo se complace en presentarse como un escritor belige-
rante, no un crtico sino un panfletario, un libelista que se ha
tomado al pie de la letra la consigna rubeniana: A los malos
poetas hay que calumniarlos. Como condimento adecuado de sus
recursos, expone un curioso elogio del brulote:

El brulote es, incuestionablemente, una medicina. Mejor que el acei-


te castor o el sulfato de soda para las personas indigestadas de petulan-
cia o suficiencia. Una de mis vanidades es la de ser un buen brulotista.
Conozco individuos que se defecan, por anticipado, de puro miedo, ante
la sola posibilidad de que yo les tire a la cabeza unas toneladas de mis
adjetivos.41

Su disposicin rupturista, por otra parte, comienza por diri-


girse contra un pblico dominado por un gusto de lo sentimental.
Si la preocupacin de casi todos los poetas americanos es gus-
tar, para Hidalgo, por el contrario:

[...] dadas las caractersticas del ambiente insensibilidad de los crti-


cos e incomprensin y hasta torpeza de los lectores lo verdaderamente
jerrquico sera no gustar. [...] el simple hecho de escribir poemas que
no gusten al pblico es de por s un signo de evidente talento potico.42

Su Diario (que iba a llamarse novela activa, una novela de


una vida hecha de pensamiento) debe diferenciarse, en ese sen-
tido, de los antecedentes que han hecho del diario el vehculo de

41. Diario, pgs. 23, 182 y 216.


42. Ibd., pg. 105.

205
la acotacin quejumbrosa, sentimentalona o cursi, del onanismo
literario. Y el blanco de su primer brulote, en la primera pgina
del libro, es Amiel:

Porque el [diario] de Amiel es la obra de un pajero (nadie se alarme


por mis vocablos: yo, dueo de todo el idioma, uso los que me da la
gana), y el mo es cosa viva, mscula, fruto de un hombre que sabe
emplear sus medios genitales en el momento oportuno y que ante la
vida reacciona mostrndoselos.

Y sigue:

Claro est que yo tambin me he masturbado, pero de eso hace ms


de veinticinco aos y, en cambio, el poeta suizo persever hasta los lti-
mos aos de su existencia.43

El catlogo de los brulotes que descarga sobre el campo litera-


rio es interminable. El acadmico Ricardo Rojas es uno de los
ms denostados y sobre su cadver literario extiende una parti-
da de defuncin:

Mal poeta no: psimo. Todava peor. No es un poetn ni un poetas-


tro. Es un vicepoeta, un subpoeta. An ms, su calidad de nada, es decir
su ausencia, slo se puede representar de modo matemtico diciendo
que es un menospoeta.44

Lugones y Herrera Reissig eran imitadores de Albert


Samain;45 Larreta es insignificante y La gloria de Don Ramiro
una obra mediocre,

43. Ibd., pgs. 9-10. Sobre la masturbacin y sobre algunos masturbadores


clebres del mundo literario vuelve en alguno de los tomos del Freud al alcance
de todos.
44. Ibd., pg. 67.
45. Ibd., pg. 132.

206
[...] impuesta a fuerza de reclame de los grandes diarios, del prestigio
personal de su autor, que es un perfecto caballero, buen mozo, elegante
y rico, y de la obsecuencia de los propios literatos a quienes los copetines
que pagan los grandes seores les saben mejor que los pagados por ellos
mismos en su imaginacin y por eso no bebidos.46

El gesto vanguardista alcanza una altura insuperable cuando


critica una obra de teatro que Larreta viene de estrenar El lin-
yera que no ha visto ni piensa ver; por sus antecedentes slo
pudo escribir una obra cursi, ya que la misma eleccin de la anc-
dota lleva a la gorkizacin del tratamiento. Finalmente, dado
que el polo opuesto de un magnate como Larreta es un linyera,
no ha necesitado hacer otra cosa que

[...] mirarse a s mismo en forma contradictoria. Es decir, ha escrito una


autobiografa negativa.47

A veces la intervencin se acompaa de un ejercicio crtico; a


veces slo es una diatriba que carece de juicio literario, como cuan-
do se ocupa de los ricos que escriben:

Determinantes de la corrupcin de la crtica. Pagan los elogios que


les hace, sostienen revistas para darse aureola literaria, sobornan cuan-
ta conciencia es dbil. Trabajan a favor de su vanidad y contra el arte;
pero el tiempo les pagar con olvido, magnfica moneda.48

En verdad, el olvido recay sobre Hidalgo mucho ms que so-


bre los denostados escritores a los que expresa sus deseos con
una violencia y un vocabulario inusitados para los usos mode-
rados del campo literario:

[...] a Larreta slo le anso un cretinismo agudo, lo cual es satisfacerle el


gusto, pues es su ambicin desde hace unos aos, y a la Ocampo espero

46. Ibd., pg. 169.


47. Ibd., pg. 170.
48. Ibd., pg. 359.

207
que le acontezca una salpingitis u otros trastornos ocasionados por
fellatio o cunnilinctus [sic].

Sus deseos sobre las consecuencias de la vida sexual de Victo-


ria Ocampo tienen, probablemente, otras races, adems del re-
sentimiento. En un fragmento lleno de humor confiesa que, como
muchos de sus contemporneos, estaba enamorado de ella; la se-
gua a todos lados sin conseguir siquiera una mirada. Advirti
que todos los hombres importantes en la vida de la Ocampo la
afirmacin corre por cuenta de Hidalgo llevaban barba y decidi
dejrsela crecer. Sigue:

Busqu de inmediato el encuentro. Y slo recuerdo de l que la mu-


jer de mis sueos, as de golpe, mir mi barba con ternura y sorpresa,
pero a m no me vio.49

Cuando se leen las cosas que escribe sobre la directora de Sur


se entiende que la revista nunca haya dado seales de advertir la
presencia de Hidalgo en el paisaje literario:

Todos estn enamorados de Victoria Ocampo, y ella merece esa ofren-


da, porque es una mujer erectante y caliente, una negra magnfica que
le da celos a la noche y huele como los ngeles africanos.50

El bombardeo sobre las posiciones encumbradas no respeta


las academias:

En las academias americanas se ha estilado siempre que sus miem-


bros no sean ni hombres de talento ni cretinos: slo mediocres. En la
Academia Argentina de Letras, en cambio, los imbciles abundan.51

Alfonsina Storni es otra mujer escritora que resulta blanco de


su ira, con ocasin de la publicacin de Mundo de siete pozos

49. Ibd., pgs. 359-360 y 142.


50. Ibd., pgs. 142-143.
51. Ibd., pg. 251.

208
(1934): siempre fue un poco concupiscente, dice, pero lo que po-
da ser simptico en su juventud, ya no lo es en su edad madu-
ra. Su senectud literaria coincidira, en esta mirada impiadosa,
con una libido que muestra la debilidad en que suelen incurrir
los ancianos: la de imitar a los jvens. Para que no haya dudas
sobre su juicio:

Los poemas modernos de Alfonsina son tan malos que verdadera-


mente parecen escritos con el exclusivo propsito de desprestigiar lo
moderno.52

Otras vctimas del furor panfletario de Hidalgo son, entre los


argentinos, Jos Ingenieros, Anbal Ponce, Manuel Glvez,
Calixto Oyuela y Fermn Estrella Gutirrez.
Finalmente, esa prctica libelista no perdona a los miembros
de su generacin ni a las propias vanguardias; ya se vio el cambio
de opinin acerca de Marinetti. Sobre el ultrasmo, ya a fines de
los 20, despus de haber estado en Madrid, haba escrito que era
un sport de andrginos; siete aos despus es el catolicismo
literario de Max Jacob y Jean Cocteau el que merece una califica-
cin similar: sport de uranistas.53 En cuanto a los argentinos,
Girondo es un plagiario y Borges (uno de los pocos a los que trata
con respeto) no slo lo ha copiado a l sino que no le ha pagado
una deuda; esto aparece en una carta junto con un juicio crtico
sobre su obra y en la que no falta la imputacin a Borges de su
impotencia con las mujeres:

[] desde hace algn tiempo todo lo que usted escribe me parece malo,
muy malo, cada vez peor. Ud., con tanto talento escribiendo puerilida-
des! No puede ser! Temo que mi juicio adolezca de parcialidad a causa
de los diez pesos que me debe. Pguemelos, querido Borges. Quiero re-
cobrar mi independencia. Concdame el honor de volver a admirarlo!54

52. Ibd., pgs. 269-270.


53. Ibd., pg. 22.
54. Ibd., pgs. 69, 194 y 336.

209
El carcter de esta seleccin de citas, centradas sobre sus opi-
niones ms extremas y orientadas a exhibir centralmente su re-
belda iconoclasta y su posicin marginal en el campo intelectual
literario, no debe ser tomada como una muestra representativa
de la parte publicada de su diario. Aunque rechace para s mismo
las calidades del crtico, Hidalgo se ocupa muy extensamente del
horizonte intelectual y literario de su tiempo; y no siempre el
brulote alcanza a tapar la agudeza de un pensamiento original.
Por ejemplo, cuando compara la generacin de Lugones con la de
Nosotros o cuando destaca a Maritegui y Borges como los dos
nicos crticos de las nuevas generaciones.55
En fin, no es difcil ver en su permanente querella y en ese
celo con el que busca reafirmar la prioridad de sus invenciones,
respecto de una lista bastante extensa de supuestos saqueadores
de su obra, la expresin de su frustrada ambicin de reconoci-
miento. Ese fracaso parece haber sido, en todo caso, la condicin
de su coleccin dedicada a Freud, sostenida, toda ella, sobre el
saqueo de las traducciones de Lpez Ballesteros.

Por ltimo, queda pendiente la espinosa cuestin del pasaje del


brulote verbal a la violencia poltica. A primera vista su historia
poltica integra elementos no fcilmente compatibles. Por una par-
te estn las opiniones ya vistas sobre las relaciones entre el arte y
la poltica; luego, su exaltacin de figuras revolucionarias (Ubica-
cin de Lenin, 1928; Oda a Stalin, 1945) y hombres de accin,
como Mussolini. Finalmente, queda su afiliacin al aprismo (al
que renunci ruidosamente), su militancia en la UCR hacia finales
de los 20 y su participacin en el clan radical. El elogio de la vio-
lencia forma parte de una constelacin de ideas que, como se vio,
est permanentemente presente en su crtica: Toda eficacia proce-
de de la violencia. [...] la hay en todo lo viviente, en toda grandeza;
sin ella nada es valedero. La luz y la velocidad, los aeroplanos, los
navos y el can, el acto de nacer y el de morir, todo est teido por
la violencia. La actitud ms alta es la beligerancia que se opone a

55. Ibd., pgs. 239 y 254.

210
toda neutralidad. Nada es neutral en la naturaleza, viene a decir
Hidalgo, y lo representa con una figuracin sexual: los genitales
determinan el ser hombre o mujer; lo neutral equivale a la abe-
rracin hermafrodita.56 De all, y de su violenta hispanofobia, ex-
trae el fundamento de su peculiar posicin frente a la Guerra Civil
Espaola: ha enviado su contribucin a ambos bandos en pugna.

Cincuenta dlares me cuesta hasta la fecha la revolucin ibrica [ha-


ba girado veinticinco a cada bando]. Y si los alemanes y los italianos,
los franceses y los rusos que dirigen a ambos bandos necesitasen dinero
para proseguir, me desprendera de mis postreros ahorros y vendera
mis cuadros, mis libros y hasta mis sbanas: todo me sabra poco para
acelerar la matanza de los espaoles. Como que los antepasados de
stos mataron a los mos! Y adems, por un dao mayor que nos hicie-
ron: el habernos dado sangre brbara y habla pobre.57
Hidalgo publica esto en 1937, durante la guerra, y lo hace en
un medio profundamente afectado por la divisin de banderas,
las que, por otra parte, se correspondan con el alineamiento ideo-
lgico mayor generado por el ascenso de los fascismos europeos y
sus versiones locales. Las provocaciones de Hidalgo, la sobreac-
tuacin y el sobrevuelo soberbio por encima de enfrentamientos
arraigados que configuran fuertemente el campo intelectual
que slo pueden enemistarlo con todo el mundo parecen alcan-
zar un lmite difcilmente asimilable para su generacin. No ex-
traa, entonces, que coseche algo de su siembra de agresiones:
No hay arma con la cual no se haya querido invalidarme. Desde
la calumnia hasta el ataque fsico, pasando por el hambre.58
En ese sentido, se considera vctima de una verdadera conspi-
racin que presiona a diarios y revistas para que no reciban sus
artculos y a las editoriales para que no los publiquen. Y culmina
con una enigmtica amenaza exasperada (que insiste, por otra
parte, con los tropos genitales y el lenguaje duro):

56. Ibd., pgs. 365 y 366.


57. Ibd., pg. 367.
58. Ibd., pg. 364.

211
[...] conservo, para vender en caso de pobreza y publicar lo que se me
antoje, una docena de riqusimos calzoncillos de seda, regalo corydoniano
de un Oscar Wilde criollo que en vano me adula los huevos.59

Y sin embargo, como un signo de la extraa colocacin de Hi-


dalgo en el campo intelectual porteo, quiz como la evidencia
del peso que en ese espacio tenan los lazos de amistad por enci-
ma de alineamientos ideolgicos o simplemente porque la est-
tica social de Lenidas Barletta, sorprendentemente, no fue un
blanco de sus ataques, en 1939 dio en el Teatro del Pueblo un
ciclo de conferencias sobre sus ideas estticas que eran, por otra
parte, francamente inconciliables con las de Barletta.
Slo hay dos lugares en su Diario en los que se hace verosmil
la figura de Hidalgo como un hombre que cargaba revlver y que
podra haber actuado como un elemento de choque en el comit
yrigoyenista; aunque hay que tener en cuenta que slo ha publi-
cado la tercera parte de su diario y que, por otro lado, se trata de
un mbito de su vida sobre el cual es entendible que procure
guardar reserva. Uno de esos lugares tiene que ver con su pasado
aprista: relata la recepcin que tuvo en un viaje al Per por parte
de camaradas que disparaban al aire. La otra escena de revlver
evocada se corresponde con un verdadero episodio orillero trans-
currido, supuestamente, en la redaccin de Nosotros; en ella Hi-
dalgo, caracterizado transparentemente como el peruano Pocas
Pulgas, molesto por una referencia a su obra, despus de tirar
de un golpe a Julio No bajo la mesa desenfund una Smith
Wesson que produjo la rpida huida del resto de la redaccin por
puerta y ventanas. El calibre de la diatriba destinado a cada uno
de los hombres de Nosotros es de tal magnitud que opta es el
nico caso en todo el Diario por usar nombres ligeramente de-
formados (Buenos Aires es Pedantpolis, la revista es Pronom-
bre, etctera).60 La escena puede ser inventada pero, en todo
caso, construye de s la estatura de un hroe, un macho de pocas

59. I b d . , p g . 3 6 5 .
60. Ibd., pgs. 118-126.

212
pulgas que pasa a la accin cuando no hay ms espacio para las
palabras.
En cuanto a su actuacin en el radicalismo, los testimonios
coinciden en su papel algunos lo sealan como el organizador
en el clan radical; segn el informe de su segunda esposa, en
cambio, tena un cargo en la Municipalidad de Buenos Aires, fue
deportado en 1930, luego del golpe militar del general Uriburu y
pas dos aos en Berln. No he podido encontrar indicaciones ni
fuentes ciertas acerca del clan radical. David Rock reconstruye
el contexto de su surgimiento a partir, sobre todo, de fuentes
contrarias a Yrigoyen en la segunda mitad de 1929, en un clima
de violencia acentuado por las operaciones del gobierno que bus-
caba alcanzar el control del Senado. Sus antecedentes se encon-
traran en lo que la prensa haba llamado la guardia pretoriana
del presidente, desde las luchas contra disidentes partidarios en
1918 y 1919, y habra estado compuesta por empleados pblicos
reclutados en los comits y delincuentes de segunda categora a
quienes el primer mandatario les haba perdonado su sentencia
de crcel.61 Segn el mismo autor, el nuevo grupo de choque fue
organizado por congresales yrigoyenistas que mantenan con-
tacto directo con los comits partidarios de la ciudad. Y si el
clan radical de 1929 provena de aquellos grupos nacidos para
desbaratar mitines opositores, en el marco del agudo conflicto
poltico que acompaa su surgimiento se produce un incremento
en las modalidades de la violencia poltica. En el lado opuesto
nace la Liga Republicana, organizacin de extrema derecha, y los
enfrentamientos se resuelven a tiros con frecuencia; en diciem-
bre se hizo responsable al clan del asesinato de Carlos Lencinas.
Sin embargo, despus del golpe del general Uriburu se inves-
tig el asesinato de Lencinas, con el propsito de inculpar a al-
gn sector radical, y no se pudo demostrar nada. Una construc-
cin distinta de esos episodios destaca el clima previo al asesina-

61. D. Rock, El radicalismo argentino, 1890-1930, Buenos Aires, Amorrortu,


1977, pgs. 250-251.

213
to como el de un ascenso de los extremos favorable a la accin
de cualquier ncleo de exaltados. En ese contexto, si bien la exis-
tencia del clan no est puesta en duda, la naturaleza y la mag-
nitud de sus actividades habra sido objeto de una considerable
magnificacin en una atmsfera justificatoria del golpe militar.62
En definitiva, ni sobre el clan radical ni mucho menos sobre la
participacin de Alberto Hidalgo es posible decir nada con algn
fundamento. El testimonio ms directo que confirma la relacin
de Hidalgo con el clan proviene de los grupos anti-yrigoyenistas
y es coincidente con el de A. Cambours Ocampo en la entrevista
citada. Pero el carcter de la participacin del poeta en las activi-
dades del grupo parece entrar en la dimensin de un pequeo
mito de renacimiento de la barbarie:

En 1929 haba decado ya visiblemente el entusiasmo que despertaba


el seor Yrigoyen y comenzaba a insinuarse una enrgica campaa de
oposicin. Era necesario evitar que los descontentos aumentaran sus fi-
las. Deba ser asegurada la intangibilidad del gobierno. Se haca necesa-
rio preparar el terreno para el usufructo del poder. Entonces fue cuando
surgi el hombre que deba idear la forma de terminar con los opositores:
Alberto Hidalgo, escritor peruano con ideas revolucionarias en cuanto se
refiere a la literatura. A Hidalgo le cupo el honor segn la polica de
ser el inspirador del clan radical, denominacin extica de la mazorca.63
Como sea, si Hidalgo aparece mezclado con la poltica en el
terreno de la accin, su rechazo de un arte puesto al servicio de
una causa poltica es muy reiterado en sus escritos y es una cons-
tante desde Simplismo hasta el Tratado. Pero la poltica no est
ausente del retrato que construye de s mismo, comenzando por
la reivindicacin de su identidad aprista y los elogios recprocos
que intercambia con Vctor Haya de la Torre, anteriores a su
ruptura. Pero, en todo caso, arte y poltica deben mantenerse
separados: Yo tengo ideas polticas, pero las digo en los comits,

62. Eduardo Pasalacqua, comunicacin personal, 31/8/93.


63. Diez periodistas porteos, Al margen de la conspiracin, Buenos Aires,
Biblos Editorial, s/f. Debo esta fuente a la generosa colaboracin de Sylvia Satta.

214
en las calles, en mis conversaciones y no en mi literatura.64 Por
otra parte, insiste en que la poltica no ha sido un tema que le
interese profundamente. Pero una cosa es segura, en su eventual
actuacin siempre se guiara por los hombres y no por las ideas:

Creo ms en los individuos que en los partidos, ms en la moral de


los polticos que en sus ideas. Creo en el factor humano sobre todas las
cosas, en el hombre: en Lenin, en Mussolini, en Haya Delatorre. Soy,
por naturaleza, caudillista.65

De cualquier modo, y ms all de sus intenciones, la exalta-


cin de figuras revolucionarias en su poesa tuvo repercusiones
polticas, en particular los poemas Biografa de la palabra revo-
lucin y Ubicacin de Lenin, incluidos en Descripcin del cielo
(1928).66 Hidalgo menciona la difusin internacional que tuvie-
ron y se declara culpable de que en Amrica se haya producido
una moda felizmente fugaz, consigna de poemas revoluciona-
rios.67 En todo caso, como se ver, el marco del encuentro con
Freud no se sita, como en el caso de la recepcin de izquierda,
en la relacin con los problemas pblicos de la poltica y la socie-
dad sino, ms bien, en la dimensin ntima de la sexualidad
abordada como un espacio que debe ser liberado.

Freud al alcance de todos

Desde la biografa, puede conjeturarse, entonces, que es por la


va del fracaso que Hidalgo lleg a Freud. Triple fracaso, en todo

64. Vase el retrato del lder peruano, Diario, pgs. 144-149 y la respuesta
de ste, pgs. 314-316. Ibd., pg. 176.
65. Ibd., pg. 177.
66. El libro ha resultado inhallable en las bibliotecas argentinas, pero los
dos poemas citados se incluyen en la Antologa personal de 1967; por otra parte,
los dos poemas revolucionarios, fueron motivo de suplementos grficos de la
Revista Oral, vase Lafleur, Provenzano y Alonso, ob. cit., pg. 106.
67. Ibd., pgs. 38-39.

215
caso, condensado en la penuria econmica y el aislamiento: frus-
trada aspiracin a la consagracin literaria, fracaso de la mili-
tancia poltica yrigoyenista y desolacin posterior a la enferme-
dad y muerte de Elvira. Todo ello se precipita en la escena del
suicidio fallido,68 en la que Hidalgo es salvado, en un relato domi-
nado por el ethos romntico, por la poesa que lo posee como un
poder extrao y originario, algo que, por otra parte, est de acuer-
do con la teora igualmente romntica sostenida en su Trata-
do, sobre las fuentes profundas de la poesa como lenguaje origi-
nario: recuperacin de lo arcaico que es externo a la psicologa
individual, aun del inconsciente, del poeta.
De esos fracasos sale escribiendo y, como le es habitual, pe-
leando. Por una parte, publica Actitud de los aos, de 1933, escri-
to en una experiencia de posesin que lo rescata de la muerte,
despus de un silencio de cinco aos, que se prolongaba desde
Descripcin del cielo, de 1928, probablemente su libro ms conocido,
por los poemas revolucionarios. Por otro lado, saca la coleccin
sobre Freud a partir de 193569 y, en 1937, su Diario de mi sentimien-
to que es la expresin misma de la sobrecompensacin, el ataque
frontal y sin resguardos defensivos y quizs el portazo a su vida
literaria, aunque no a la escritura. En todo caso queda una zona
completamente inexplorada, que es su produccin periodstica.
Es claro que Alberto Hidalgo quiso permanecer annimo de-
trs del Dr. Gmez Nerea, seguramente por la ndole de la ta-
rea considerada menor desde sus ambiciones literarias y el reco-
nocimiento recogido una dcada atrs. Tenemos derecho a adju-
dicarle una obra que l no quiso firmar y que fue el producto de
un trabajo impulsado por la necesidad? En todo caso Hidalgo,

68. A. Hidalgo, Trotado , pgs. 32-37.


69. Hay dos indicaciones que permiten deducir aproximadamente la fecha
de publicacin. El tomo 6 hace referencia a la preparacin del jubileo de Freud y
el tomo 9 menciona ese acontecimiento como un suceso reciente. Puede supo-
nerse, entonces, que la fecha de comienzo es 1935, ao que figura en algunos
tomos de la Biblioteca Nacional, y que termin de salir en 1936 o 1937.

216
que siempre estuvo seguro de recoger un reconocimiento futuro,
se anticip a negrnoslo:

[...] me siento obligado a decirle a mi posteridad que slo son mos los
trabajos que forman mis libros. Nada de considerar as otros trabajos,
ni aun siquiera aquellos de los que realmente se supiese que fueron
hechos por m. Si no los firm, por algo ser. sta es mi voluntad.70

El anlisis de estos textos atpicos y destinados por su autor a


permanecer separados de su nombre, debe tomarse, entonces,
ms como la exploracin de su azaroso encuentro con Freud que
como un captulo del estudio pendiente de su obra literaria. Aho-
ra bien; qu decir de esa coleccin, que la editorial Tor presenta-
ba como una enciclopedia? Por una parte, era una forma de
hacer circular entre un pblico amplio la traduccin espaola de
Luis Lpez Ballesteros a las que Hidalgo intercalaba comenta-
rios y ejemplos. Y sin embargo, aun cuando el empleo de esa tra-
duccin (a la que el autor no menciona nunca) era una condicin
del proyecto, no se trataba de una mera copia. Hidalgo define su
obra como una sntesis de Freud a partir de su conviccin de
que es de impostergable urgencia hacer una vulgarizacin de
Freud, advertencia incluida en la presentacin de todos los
tomos. Su mtodo de exposicin es definido, al igual que la escue-
la potica que pretendi fundar, como simplista, es decir la
vulgarizacin de sus ideas en el tono ms sencillo posible. En
ese sentido, rechaza cualquier pretensin de originalidad para
afirmarse en un papel mediador: Soy un ejecutor de la compren-
sibilidad de Freud.71
Hidalgo es un mediador entre el pblico y los escritos de Freud;
pero ms que un representante del gusto y el inters del pblico
que le habla en su propio idioma, ms que el divulgador que achica
la distancia entre el autor divulgado y el pblico no ilustrado, la

70. Diario, pg. 127.


71. T. 4, pgs. 12-13.

217
puesta en escritura del Dr. Gmez Nerea produce una circulacin
compleja y extensa que comienza con la reiteracin del nombre de
Freud en todos los tomos, es decir imitando una edicin de obras
completas en versin para todos. Las razones de esa misin, en
todo caso, parecen residir en su postulacin de Freud como un h-
roe intelectual, en un todo de acuerdo con el retrato que del maes-
tro viens haba establecido S. Zweig (a quien Hidalgo, por otra
parte, cita a menudo); pero tambin parece jugar su concepcin
acerca de la importancia de los hombres por encima de las ideas.
Ya me refer a la dimensin comercial del proyecto que deriva,
ante todo, de las caractersticas propias de la Editorial Tor; de
ella dependen asimismo la psima calidad grfica, las erratas y
el descuido general de las ediciones. Pero ms all de ello, Hidal-
go encar la tarea con un apasionado inters por Freud y su obra,
aun con las limitaciones propias de una formacin autodidacta,
de la presentacin despareja y del armado de sus volmenes por
retazos. Como sea, puede decirse que constituye la lectura ms
extensa y original de las que se haban encarado hasta entonces
en Buenos Aires. No se propone una presentacin de la obra de
Freud que siga un orden ms o menos cronolgico ni tampoco
sigue el ordenamiento de la edicin espaola, sino que agrupa los
volmenes de la serie de acuerdo con los temas que tienen ms
atractivo para el pblico y que coinciden, por otra parte, con su
propia ptica que privilegia la dimensin de la sexualidad; de all
la desproporcionada presencia de la temtica sexolgica.
Resulta claro que con ello se enfrenta a los patrones de lectura
de Freud que eran dominantes en el inters que el freudismo
haba despertado en sectores del campo psiquitrico. Por una par-
te, se haba buscado incorporar algo del psicoanlisis al arsenal
teraputico de la medicina mental en el campo de las neurosis,
en la va de una modernizacin de la tradicin de la hipnosis, tal
como puede verse en el primer Thnon, o con una disposicin
ms abierta a la interseccin con los problemas de la sociedad
(Emilio Pizarro Crespo) o la salud mental (Gregorio Bermann).
Por otra parte, no faltaron las bsquedas de una retraduccin
del psicoanlisis que lo incorporara sin ms al cajn de sastre de

218
la psiquiatra tradicional, de un modo que reciclaba las concep-
ciones degenerativas en las nuevas teoras de la constitucin, tal
como puede verse en Juan Ramn Beltrn. Finalmente, hubo una
recepcin acadmica inicial del freudismo como psicologa pro-
funda en una direccin, que presentaba tambin sus versiones
divulgadoras y que se sostena en el atractivo que ofrecan los
disidentes del psicoanlisis, en particular Adler.72
En principio, Hidalgo se presenta como el ms consecuente
expositor de una lectura del freudismo como teora de la sexuali-
dad, y como prctica de su tratamiento. No slo no le preocupa
la acusacin pansexualista, sino que, por el contrario, hace de
esa referencia central la clave de lectura de la obra. Podra pen-
sarse que esto es debido solamente a una concesin a un pblico
curioso por esos temas. Pero, al mismo tiempo, parece convocar
intereses que en Hidalgo son previos, si se atiende a la franqueza
con que habla de sexualidad en su Diario y a sus convicciones
vitalistas en pro de la liberacin de la moral sexual. Vase,
por ejemplo, el siguiente elogio del nudismo:

[...] el nudismo es una religin; transforma el concepto de la moral,


consagra la salud del cuerpo, pone a los seres en contacto directo con las
fuerzas de la naturaleza, el aire, el sol, la luz.73

En ese sentido, su concepcin de la sexualidad es naturalista,


afirmada en el cuerpo y marcadamente flica. Ya pudo verse su
discurso provocador en la materia, lo que inclua tanto su apego
por denigrar la sexualidad de las vctimas de sus libelos litera-
rios como la exhibicin de su propia virilidad exaltada.74

72. Vase, por ejemplo, el psiconalista de las pginas de Viva Cien Aos,
una versin extrema de un psicoterapeuta que piensa que todo depende de la
voluntad.
73. Diario, pg. 179.
74. Sobre los debates abiertos de los surrealistas acerca de la vida sexual del
grupo y el repudio agresivo de la homosexualidad por parte de Breton, ver
Elisabeth Roudinesco, La bataille de cent ans. Histoire de la psychanalyse en
France 2, Pars, 1986, pg. 32.

219
Ese naturalismo lo distancia de cualquier relacin con el
jungismo o con versiones espiritualizadas de Freud, como la
sostenida por Juan Ramn Beltrn, inspirado en el pastor Pfis-
ter. Tampoco el adlerismo, que se despliega en esos aos como
una acentuacin de la voluntad individual, juega algn papel en
el particular acercamiento que Hidalgo hace al psicoanlisis, lo
que lo diferencia de la trayectoria contempornea de Enrique Pi-
chon-Rivire.75 De modo que el Dr. Gmez Nerea se presenta, en
su discurso sexual, como el freudiano ms ortodoxo entre los
que se ocuparon del psicoanlisis en los 30. Si puede hablarse de
una sexologa hidalguiana, es porque se distancia tanto de las
apropiaciones psiquitricas del freudismo como de las versiones
ligadas a la cosmovisin eugensica. Ante todo, se separa de am-
bas por la va de un abordaje despegado de los estilos de la divul-
gacin mdica, ya que, aunque se disfraza de tal, lo que aflora en
sus comentarios y en sus digresiones es ms bien la figura del
escritor. No el acadmico ni el especialista sino, en todo caso, el
ejecutor de una escritura que, si se dejan de lado los extensos
fragmentos copiados y a pesar de sus desprolijidades, revela cier-
tas marcas literarias, entre la nota breve del periodismo de po-
ca, la pincelada y el comentario irnico.
Pero separada del prestigio de un autor ms o menos conocido,
esa coleccin pierde, al mismo tiempo, el aura de un tratamiento
de elite; saca a Freud de las revistas especializadas para colocar-
lo en un circuito masivo de difusin. Y lo hace mediante una lec-
tura mucho ms intensa y ambiciosa que cualquiera de las que se
haban producido hasta entonces. Eso distingue al Dr. Gmez
Nerea de todas las aproximaciones, psiquitricas o ensaysticas,
a Freud, que siempre haban surgido de ncleos separados del
gran pblico y se haban propuesto una circulacin restringida al
campo profesional o literario. Hidalgo opera una radical y muy
exitosa popularizacin en esa circulacin y mediante esa recep-

75. E. Pichon-Rivire, Dos problemas psicolgicos, Anales de Biotipologa,


Eugenesia y Medicina Social, I, n 18, pgs. 17-18.

220
cin mediadora hacia un pblico de masas, por esa implantacin
propiamente plebeya del freudismo que rechaza cualquier exi-
gencia de ttulos o formacin anterior, deja marcas profundas y
perdurables en la historia local del psicoanlisis.
Tambin los contenidos de su lectura ofrecen un perfil propio y
diferencial. Del inters mdico lo distingue, ante todo, la separa-
cin que en la temtica sexolgica produce respecto de la psicopa-
tologa: aun el tratamiento de las perversiones y sus casos estn
siempre muy cerca de una indagacin de las variantes sexuales
como un plano fundamental de la existencia, un terreno que invo-
lucra e interesa a todos. Seguidamente, es la dimensin propia del
erotismo la que se constituye en un campo misterioso y abierto a
la interrogacin; es muy posible que la obra hiciera, en ese senti-
do, un camino hacia su pblico que no necesariamente coincida
con los propsitos de su autor y que terminara ocupando junto a
Van de Velde y los autores de las diversas colecciones sexolgicas
un lugar junto a los manuales de introduccin a la sexualidad
que se mantenan fuera del alcance de los nios. Y sin embargo
la coleccin ideada por Hidalgo tena poco en comn con el for-
mato de la literatura de iniciacin en las tcnicas del sexo. Su
estructura misma, hecha de fragmentos y agregados, se opone a
la presentacin sistemtica, in crescendo, con que los manuales
sexuales organizaban su tratamiento del tema, desde la anato-
ma y fisiologa de los rganos genitales hasta el plato fuerte de
las prcticas amatorias.

El Dr. Gmez Nerea,


entre el freudismo y la sexologa

Elisabeth Roudinesco ha expuesto la va de recepcin literaria


de un freudismo separado de la implantacin psiquitrica en
Francia y ha destacado el papel del surrealismo en esa historia.76

76. E. Roudinesco, ob. cit., 2, pgs. 19-49.

221
Pero es claro por lo que se vio que Freud no ocupa en la potica de
Hidalgo un lugar comparable al que le asignaba Breton en la
suya. Y en la coleccin sobre Freud es claro que el registro de la
sexualidad, exhibido provocativamente, domina sobre la radica-
lidad productiva del inconsciente exaltada por el surrealismo,
salvo en el tomo dedicado al chiste. Aunque el tema requiere un
mayor desarrollo, esa ausencia de relieve del inconsciente inves-
tigado por Freud tiene que ver con su teora del lenguaje inte-
rior, desplegada en el Tratado, segn la cual la inspiracin po-
tica revela una dimensin transubjetiva que est ms all del
sujeto psquico y se corresponde con la recuperacin de un len-
guaje originario.77 En todo caso, el distanciamiento respecto del
surrealismo es mucho ms palpable en la ndole misma de la
empresa divulgadora, las concesiones al pblico popular y el pro-
psito de extensin pedaggica. Pero en todo caso, en esa labor
originada en prcticas de difusin dominadas por el mercado y
que probablemente guarda relacin con su tarea periodstica, per-
viven gestos de ruptura con el sentido comn de ese pblico.

Una distincin elemental permite separar la coleccin en dos


series. Por una parte, hay una mayora de tomos en los que alguna
obra de Freud opera como referencia central; es la serie que elijo
llamar freudiana, ya que cumple con el propsito enunciado de
ofrecer una mediacin hacia la letra del creador del psicoanlisis.
Por otra, se separa lo que denomino la serie sexolgica, no por-
que la sexualidad no est presente tambin en la anterior sino
porque aqu domina un discurso abierto que sofoca las referencias
a Freud y hace posible que Hidalgo explaye, por detrs del divul-
gador freudiano, al Dr. Gmez Nerea.
Dentro de esta distincin global, el primer volumen, Freud y el
problema sexual, ocupa una posicin intermedia y podra tomarse

77. Sobre el inconsciente freudiano y el del surrealismo, vase el excelente


artculo de J. Starobinski, Freud, Breton, Myers, en La relacin crtica, Ma-
drid, Taurus, 1974.

222
como el primero de cada una de las dos series. El texto eje del libro
es Tres ensayos de una teora sexual, aunque tambin incluye refe-
rencias a Introduccin al narcisismo, Sobre la psicognesis de
un caso de homosexualidad femenina, Sobre un tipo especial de
eleccin de objeto en el hombre y Ms all del principio del placer.
En ese sentido, si inaugura la coleccin incursionando en el terre-
no de la sexualidad, a la vez se mantiene mucho ms cerca de la
transcripcin de los mencionados textos freudianos. Como sea, es
en el terreno sexual donde se siente inclinado a una intervencin
orientadora, con una modalidad de abordaje que tiende a conside-
rarlo como un espacio que debe ser educado y liberado. Y lo hace,
por una parte, por la va de la ilustracin de un saber cientfico que
coloca siempre en Freud para citarlo, explicarlo y comentarlo. Pero
al mismo tiempo, sobre todo en los libros explcitamente sexolgi-
cos (los tomos 5, 6 y 9), Freud queda de lado precisamente porque
su tratamiento de los temas no encaja bien con los requerimientos
de un gnero que, como la educacin y la higiene sexuales, debe
incluir indicaciones para la vida prctica.
Es claro que al firmar como doctor y presentar casos clnicos
de un consultorio que nunca tuvo construye condiciones de enun-
ciacin legitimadoras, ante el pblico, de esa inicial apelacin a
la ciencia. Pero, al mismo tiempo, el personaje mdico que cons-
truye es bien atpico; si en el pansexualismo haba una crtica a
Freud que era, a la vez, cientfica y moral, el Dr. Gmez Nerea, al
asumir plenamente esa calificacin para convertirla en una clave
positiva en la valoracin del freudismo, exhibe su intencin de
invertir la direccin de la crtica y dirigirla a puntos sensibles del
clima de opinin formado por el discurso mdico. De all que, en
el primer tomo, rechace la teora de la degeneracin para expli-
car las aberraciones sexuales, y exponga la cuestin de la ho-
mosexualidad, en particular la femenina, de un modo que la se-
para de la psicopatologa sexual tradicional; de all tambin la
presentacin de las tesis freudianas de la sexualidad infantil y la
afirmacin de la raz narcisista en el amor de los padres por sus
hijos. Como se ver, en algunos tomos de la otra serie algunas de
estas cuestiones, en particular las tesis de la degeneracin y el

223
juicio sobre la homosexualidad, reciben un tratamiento muy dife-
rente en el que irrumpen las peculiares teoras sexuales del pro-
pio Hidalgo. De cualquier manera, algo de las ideas del autor
emerge en la bsqueda de ciertos efectos de provocacin en el
lector; por ejemplo, cuando parte de la separacin que Freud hace
de una corriente sensual y una tierna en la eleccin de objeto
amoroso para inferir la normalidad y la moralidad de la elec-
cin ertica de un hombre que tenga dos mujeres, una como espo-
sa y otra como amante.
En esa disposicin anticonvencional reviven los ecos de su iden-
tidad de vanguardia, como un puro gesto provocador, aunque en
este caso la crtica se hace no en nombre del arte sino de la cien-
cia. Es desde esa posicin reacia a toda conciliacin que descalifi-
ca de modo lapidario la obra de Gregorio Maran, quien tam-
bin pretenda una divulgacin sexolgica, aunque distanciada
de Freud. En efecto, dedica a ese ilustre mdico el mismo trata-
miento que los profesionales del arte de curar destinaban a los
curanderos y que reproduce el estilo agresivo y directo de sus
juicios literarios. Pero esto rompe con las reglas propias del gne-
ro de la divulgacin a cargo de autores mdicos, quienes nunca
trataran a un colega menos an si es un autor muy conocido
de plagiario y diletante de las ciencias mdicas, no lo descalifi-
caran como escritor, ni mucho menos se referiran a su saber
como ciencia de guardapolvo, ciencia postiza, ciencia falsa.78
De modo que el Dr. Gmez Nerea, esa identidad mdica de
ficcin en la que busca legitimarse ante un pblico apegado a los
emblemas tradicionales de la autoridad cientfica, termina mos-
trndose como un paradjico impugnador del suelo cientfico-m-
dico en el que al mismo tiempo se sostiene en su papel divulgador.
Y all, en su peculiar escritura irrumpe por momentos, cuando no
copia las traducciones de Freud, la tensin irreconciliable con las
posiciones beligerantes, en la defensa de un hroe intelectual con

78. T. 1, pgs. 146-148; se refiere a G. Maran, Tres ensayos sobre la vida


sexual, Madrid, Biblioteca Nueva, 6 edicin, 1931.

224
el que se identifica plenamente. Y si Alberto Hidalgo asume, da-
das las circunstancias, su papel de divulgador, no est siempre
dispuesto a ceder en el protagonismo que lo haba impulsado en
sus querellas literarias, aunque en este caso emerjan como un ata-
que a la hipocresa y la duplicidad que adjudica al gremio mdico.

La serie freudiana

Freud y los actos maniticos, el segundo tomo de la serie, es


una aceptable monografa sobre la Psicopatologa de la vida coti-
diana. En ese sentido la unidad temtica est mejor resuelta que
en el tomo anterior y, adems, por el carcter de la obra se presta
mucho mejor para que el escritor intercale sus propios ejemplos
de actos fallidos de muy diversa ndole, muchos de ellos situados,
de modo muy convincente, en el marco de su propia y ficticia
prctica mdica. Pero tambin imita a Freud en la inclusin de
algunos de sus propios fallidos. Voy a destacar exclusivamente la
significacin de los agregados de su cosecha tomando algunas en-
tre muchas de las partes en que se aparta del texto de Freud.
El carcter general de los ejemplos es presentado de un modo
que aparentemente no requiere mayor interpretacin; son equi-
vocaciones que se ilustran por s mismas. Un ejemplo es la tor-
peza del dictador que se dirigi a su tropa presentndose como
miembro viril del ejrcito peruano (en vez de miembro del viril
ejrcito...) delatando, de acuerdo con la interpretacin muy di-
recta de Hidalgo, erotomana y priapismo.79 Si la sexualidad cons-
tituye, en la amena exposicin de nuestro autor, la raz funda-
mental de los actos sintomticos tanto como de los trastornos que
atiende en las interpolaciones narrativas referidas a su consulto-
rio, en casi todos los casos el problema es la falta de relaciones
sexuales. Las histricas del Dr. Gmez Nrea son simplemente
mujeres sexualmente insatisfechas; una de ellas muestra bien a

79. T. 2, pgs. 51-52.

225
las claras lo que necesita con el siguiente acto sintomtico: en el
estribo de un tranva que arranca bruscamente slo atina a aga-
rrarse de la bragueta de un pasajero que queda, desprendidos los
botones, con los genitales al aire.80
Sobre las braguetas desprendidas nuestro facultativo expone
una teora ingeniosa que es resultado, dice, de numerosas observa-
ciones: un hombre que olvida abrochar esa parte de su vestimen-
ta est expresando de modo inequvoco que atraviesa por un pero-
do de excesiva abstinencia sexual. A un paciente que ha renuncia-
do a los placeres de la carne por motivos religiosos y que consulta
por frecuentes estados de irritacin le indica imperativamente que
debe concurrir a un burdel, con lo que obtiene, como era de espe-
rarse, un xito teraputico inmediato. En fin, el Dr. Gmez Nerea
es un mdico que opera, entonces, como ese analista silvestre
criticado por el creador del psicoanlisis, doctrinariamente dis-
tanciado de la preceptiva teraputica pero que Freud dixit no
hace mal a sus pacientes.81 Es claro que no hay, en relacin con el
psicoanlisis, ninguna defensa del monopolio mdico. Para el exa-
men psicoanaltico dice nuestro doctor, no se requiere ser mdico.

Este mismo libro y los otros que integran esta coleccin, los cuales
son complementos unos de otros, podrn servir de preciosa ayuda a los
lectores para emprender anlisis por el estilo, y justamente a ello los
invitamos.82
Incluye algn resultado de ese libre ejercicio del anlisis de la
vida cotidiana. Las erratas periodsticas le permiten llamar la
atencin con agudeza sobre el conflicto subyacente en una activi-
dad en la que a menudo el periodista escribe en contra de sus
propias convicciones, por imposicin de una lnea definida por los
propietarios del medio. El acto fallido revela las propias ideas del
autor y al sealarlo esboza la teora, propiamente freudiana, de

80. Ibd., pgs. 147-148.


81. Ibd., pgs. 159-160. S. Freud, Sobre el psicoanlisis silvestre (1910),
O.C., Buenos Aires, Amorrortu, 1976, t. 11.
82. Ibd., pg. 145.

226
una lectura sintomal, ya que en esos casos atender a las equivo-
caciones hara posible reconstruir la emergencia del sujeto sofoca-
do en el texto. No es difcil reconocer aqu a Hidalgo, que se jubil
como periodista, irrumpiendo por detrs de la fachada de ese mdi-
co pintoresco, creado para satisfacer la curiosidad de sus lectores.
Otra zona de sus agregados tiene que ver con sus convicciones
poticas. En ms de una oportunidad se refiere a la equivalencia
entre el mecanismo de la equivocacin escrita u oral y el de la
metfora como representacin de un sentido que irrumpe fractu-
rando la lgica del enunciado. Por ejemplo en un verso de un
poeta argentino: De la mano, las horas / van rezando el silencio;
las horas no rezan dice el autor pero en ese error se desliza el
sentido: la soledad, el recogimiento, el transcurrir del tiempo.
Inslitamente, dado el carcter del libro, irrumpen sus enemista-
des intelectuales, y no se priva de llamar a Alfonso Reyes un
poetita mejicano y de denunciar a Ortega y Gasset como un
plagiario a partir de un lapsus del que dice haber sido testigo.83
Es decir que en los intersticios de un texto divulgador y con su
acostumbrada suficiencia se apropia del lugar de descifrador de
actos sintomticos para proseguir con sus interminables ajustes
de cuenta con los hombres de su generacin.
Macedonio Fernndez ejemplifica el caso de un artista que
aprovecha creativamente sus lapsus; una vez le sali decir invo-
luntariamente, segn nuestro autor Hola; hace mucho tiempo
que no tengo el gusto de que usted me vea, pero luego, tras el
xito de la ocurrencia comenz a usar deliberadamente invertida
la frmula de saludo.84 Finalmente, agrega en algunos tramos su
propia concepcin del inconsciente proyectado a una dimensin
csmica: todos los sucesos estn encadenados a una fenomenolo-
ga universal; una visin expresiva del inconsciente, que pare-
ce asociarse con las tradiciones del pensamiento romntico de la
naturaleza ms que con las teoras de Freud.85

83. Ibd., pgs. 110, 125, 140.


84. Ibd., pg. 106.
85. Ibd., pg. 45.

227
De modo anlogo, Freud y el chiste equvoco, el tercer tomo, es
una exposicin compuesta sobre la base de la obra de Freud, con
el agregado de no menos de cuarenta ejemplos de chistes propios
o ilustraciones tomadas de textos literarios, sobre todo poticos.
Y, desde luego, no se priva de consignar chistes hostiles sobre
figuras del campo literario.86 Este tomo, junto con el anterior,
recurre a ejemplos literarios que van a estar ausentes en el res-
to de la coleccin para ilustrar los mecanismos del chiste (re-
trucano, condensacin, doble sentido) y busca proporcionar al
lector material argentino; al mismo tiempo, no deja de mostrar
sus preferencias. Extrae ejemplos del neocriollo de Xul Solar e
incluye un extenso homenaje a Macedonio Fernndez, a quien
considera, con desmesura, el genio ms grande que ha tenido la
humanidad en punto a realizacin de chistes intelectuales.87 Y
la relacin entre chiste y metfora le permite transcribir ejem-
plos de poetas ultrastas, frenticos partidarios del disparate.
Pero junto a esa disposicin que destaca los mecanismos for-
males del chiste y en la cual encuentra una fcil conexin con sus
preferencias literarias, emerge su tema preferido, la sexualidad
como contenido dominante de buena parte de los chistes que in-
corpora de su propia cosecha, por ejemplo, de la serie de chistes
argentinos de Fritz y Franz. La sexualidad es para el Dr. G-
mez Nerea una dimensin de expresin directa en las intencio-
nes y el vocabulario, y por esa va la significacin ertica destaca-
da por Freud se extiende hasta los chistes obscenos; finalmente,
la serie de los chistes judos, que fueron tan importantes en la
investigacin de Freud, es transcripta con comentarios antisemi-
tas, algo que insina inclinaciones que van a ser explcitas en el
tomo seis.
El volumen siguiente, Freud y la histeria femenina, est casi
ntegramente compuesto por la extensa transcripcin de los ca-

86. Por ejemplo, sobre el poeta franco-uruguayo Jules Supervielle, a quien


le dicen en Pars Supercon, es decir, segn Hidalgo, superconchudo, T. 3,
pgs. 16-17.
87. Ibd., pgs. 18 y 89-90.

228
sos de Estudios sobre la histeria. Cuando vuelve sobre su papel,
sobre lo que llama su mtodo simplista, ejecutor de la com-
prensibilidad de Freud, se define a s mismo como un relator; y
efectivamente, el libro es una recopilacin de relatos a varias vo-
ces. Las histricas de Freud cuentan su historia, Freud refiere y
analiza lo que ellas le cuentan y el Dr. Gmez Nerea abrocha
descuidadamente el conjunto de relatos con algn comentario so-
bre la figura y la obra de su maestro viens. Detrs del facultati-
vo todava emerge el escritor que enuncia no slo que la obra
tiene la forma de una novela, sino que el mtodo de Freud es una
tcnica de relato; es una autoterapia en la que el paciente se
cura slo en su papel de narrador que construye la novela de s
mismo ante un destinatario privilegiado, el mdico.88
En ese sentido, nuestro autor, como quien transmite un relato
primordial, asume el papel de introductor, arrastrado a esa pre-
sentacin narrativa de las histricas fundadoras Emmy, Ceci-
lia, Catalina, Isabel y en ese registro se entiende que el Dr.
Gmez Nerea no tenga nada que aportar de su propio consulto-
rio. Mucho ms que en los tomos anteriores recurre a la copia lisa
y llana y carece prcticamente de referencias o ejemplos de nues-
tro pas, algo que, en cambio le preocup bastante en los tomos
anteriores. En unas pocas oportunidades se evade de esa forma
narrativa lograda que se centra en los casos. Al comienzo, por
otra parte, abundan los errores, en especial en las referencias a
nombres, fechas e ideas del perodo que Freud pas con Charcot.
Intercala fragmentos de La prdida de realidad en la neuro-
sis y la psicosis, de 1924, anunciando que con ello produce un
salto (efectivamente, hay casi treinta aos de distancia con los
trabajos sobre la histeria) con la intencin de ilustrar las diferen-
cias en los cuadros de la psicopatologa freudiana. En esa misma
direccin incluye algo de la conferencia La nerviosidad comn,
de las Lecciones introductorias (1916) y de El mtodo psicoanal-
tico de Freud de 1904. Finalmente, en la medida en que su fun-

88. T. 4, pgs. 11, 50 y 149.

229
cin de vulgarizador (que defiende, comparndose con Voltaire)
le exige ocuparse del hombre tanto como de la obra, agrega un
testimonio de Wittels sobre el maestro viens.
Freud y el misterio del sueo es el tomo VII, y retorna el regis-
tro apegado a la obra de Freud despus de dos volmenes, el V y
el VI (que corresponden a lo que he llamado la serie sexolgica)
que lo haban dejado de lado. Est armado consistentemente so-
bre La interpretacin de los sueos y contiene extensas transcrip-
ciones del texto freudiano. Los nicos agregados significativos
tienen que ver con la prolongacin de las funciones del sueo
hacia el ocultismo. Uno de esos aadidos se refiere a un sueo
propio, de contenido ertico, en el que hace el amor con una mu-
jer de la que est enamorado en la vida real, pero que no accede a
sus requerimientos porque ama a otro. En su sueo, consigna
nuestro autor, se cumple la premisa freudiana de la realizacin
del deseo; pero agrega un detalle inquietante: su amada onrica
presenta un lunar en el vientre. Pasa el tiempo y finalmente esa
mujer a la que slo haba posedo en sueos, liberada de un com-
promiso anterior, accede a sus requerimientos. Se produce el en-
cuentro amoroso largamente deseado, y all est, exactamente en
el mismo lugar, el lunar que su sueo le haba hecho familiar.89
Es difcil no sospechar que Hidalgo ha agregado algn toque de
ficcin fantstica a este pequeo relato que responde a las expec-
tativas despertadas por un ttulo que promete revelaciones sobre
el misterio.
En verdad, en la medida en que prcticamente todo el libro
sigue la letra de Freud no hay cabida para ningn misterio; slo
algunos toques, breves pinceladas del relator en primera perso-
na, apuntan hacia lo fantstico. En el sueo, expone el Dr. G-
mez Nerea, se encierra un saber que escapa a las limitaciones de
la experiencia y el conocimiento corrientes. Es lo que confirma el
testimonio de un mdico, conocido de nuestro autor, que vio un
nmero de la lotera en un sueo y con l se sac el premio ma-

89. T. 7, pgs. 18-19.

230
yor.90 Nuestro autor cree en los sueos profticos y si, finalmente,
incluye fragmentos del peruano Honorio Delgado que comentan
los trabajos de Freud sobre telepata y ocultismo es para demos-
trar que Freud mismo no descartaba la existencia de fenmenos
que escapan a las formas corrientes de la experiencia sensorial.
El volumen siguiente es Freud y la perversin de las masas
que expone la Psicologa de las masas y anlisis del yo; el ttulo,
por su alusin a la perversin, agita un anzuelo para la curiosi-
dad del pblico que el contenido no respeta, en la medida en que
presenta, con algunos fragmentos intercalados que no son de
Freud, la teora de la estructura libidinal normal de las formacio-
nes colectivas. El comienzo incorpora una referencia al mundo
contemporneo y al papel de las masas en los movimientos polti-
cos del fascismo y el comunismo. Freud es presentado, en ese
contexto, como un cientfico que no toma partido pero que hace
posible un conocimiento fundado de las multitudes, vlido ms
all del desenlace de la lucha que enfrenta a los movimientos
polticos de masas. El Dr. Gmez Nerea se mantiene igualmente
equidistante y si no disimula su escasa simpata por el fascismo
tambin incluye una referencia poco favorable a Stalin, a quien
califica de tirano. Desde luego que no vuelve a incursionar en el
tema de las masas polticas en el resto del libro, que sigue la
argumentacin freudiana y, en todo caso, aprovecha el anlisis
incluido por el creador del psicoanlisis sobre el amor y el enamo-
ramiento para incorporar diversos fragmentos sobre un tpico
privilegiado en la serie: las vicisitudes de la pasin amorosa y sus
rarezas.
Fuera de ello, el otro aadido significativo corresponde a un
fragmento de ms de quince pginas de Charles Ellwood sobre
los orgenes de la sociedad.91 Y si lo destaco es porque correspon-
de a un planteo naturalista y evolucionista que subordina el pro-
blema de la sociedad a las funciones biolgicas de nutricin y

90. Ibd., pg. 144.


91. T. 8, pgs. 45-60.

231
reproduccin y que, por lo tanto, queda como una incrustacin
inasimilable en medio de la formulacin freudiana de la psicolo-
ga social fundada en los mecanismos de la identificacin y los
lazos amorosos. Otro agregado an ms inslito se refiere al ori-
gen de la idea de Dios, aunque en este caso parece claro que bus-
ca exponer la posicin agnstica de Freud para exhibir su propia
condicin de no creyente. Finalmente, termina con el examen
freudiano de la pervivencia de la horda primitiva en la masa, de
lo que se deduce el lugar fundamental del jefe, en un todo de
acuerdo con el apego que Hidalgo ha manifestado en su Diario
por los caudillos antes que por sus ideas.
Finalmente, la serie freudiana se cierra con un tomo, que es el
ltimo de la coleccin, dedicado a Freud y su manera de curar, que
es un tomo enteramente freudiano, es decir compuesto exclusi-
vamente con retazos tomados de las obras del padre del psicoan-
lisis. Se trata mayormente de los escritos tcnicos (publicados
entre 1911 y 1915), es decir del mtodo y la terapia psicoanalticas,
con algunos aadidos: Sobre psicoterapia (1904), El psicoanli-
sis silvestre (1910), El porvenir de la terapia psicoanaltica
(1910) y, en el final, Sobre las transmutaciones de los instintos y
especialmente del erotismo anal (1917).92 Siendo el ltimo tomo,
se dirige a un lector que supuestamente ha seguido toda la serie
para insistir en su tesis central: el psicoanlisis es cosa senci-
lla, de modo que la posibilidad del autoanlisis est al alcance
de cualquiera. Ms an, la culminacin de la serie con una reco-
pilacin de escritos tcnicos se corresponde de modo bastante ex-
plcito con la voluntad de una incitacin al autoanlisis, que se-
ra posible de efectuar con el solo auxilio de la enciclopedia del
Dr. Gmez Nerea. Es un tomo ilustrativo de la libertad con que
nuestro autor se mueve dentro de las obras publicadas de Freud;
la ilacin tiene algo de arbitrario y denota la cuota de improvi-

92. Todos menos el ltimo corresponden al tomo 14, de 1930, de la primera


edicin espaola; el restante est en el t. 13, de 1929. Vase S. Freud, Obras
Completas, traduccin de Luis Lpez Ballesteros, Madrid, Biblioteca Nueva,
1922-1934, 17 volmenes.

232
sacin con que arma sus volmenes aunque parte de ese ncleo
central al que hace referencia el ttulo.
Entre los agregados de otros autores el ms significativo co-
rresponde a S. Zweig, de quien transcribe partes de la introduc-
cin a La curacin por el espritu. Tambin haba transcripto a
Zweig a modo de conclusin en el volumen sobre el chiste, consi-
derndolo el hombre que mejor ha comprendido y explicado has-
ta la fecha la obra del maestro.93 Con ello se confirma la impor-
tancia de la obra de Zweig en una recepcin del freudismo ajena
a la medicina, pero, al mismo tiempo, se hacen evidentes los pun-
tos de contacto con el naturalismo de races romnticas que im-
pregnaba la concepcin del escritor austraco. En una obra domi-
nada por la copia directa de los textos de Freud, Hidalgo irrum-
pe, sin embargo, con su habitual desparpajo en dos oportunida-
des. En la primera, despus de transcribir las opiniones de Freud
sobre el papel del dinero en el tratamiento psicoanaltico y sobre
los inconvenientes que acarrean los tratamientos gratuitos, aco-
ta que estas consideraciones son lgicas, pero que slo podra
hacerlas una mente acondicionada a la adoracin del dinero, es
decir una mente semtica.94
La otra interrupcin del narrador en la extensa transcripcin
freudiana sucede en relacin con el amor de transferencia; como
es sabido, la argumentacin de Freud gira en torno de las razo-
nes por las cuales, desde el punto de vista del tratamiento, no es
aconsejable la intimidad sexual entre analista y paciente. Y aqu
Hidalgo ejercita su inclinacin a decir lo que todos callan: denun-
cia la frecuencia de episodios de esa naturaleza en la vida mdica.

Los mdicos criollos, los mdicos corrientes, apechugan con todo amor
que se les ofrece. El mdico, entre nosotros, es una suerte de padrillo, y
a punto tal que parece como que slo hubiera abrazado la carrera mdi-
ca para tener oportunidades de ejercer la carrera de padrillo.95

93. T. 3, p g. 181.
94. T. 10, pg. 20.
95. Ibd., pg. 161.

233
En un verdadero acto fallido Hidalgo desplaza al Dr. Gmez
Nerea y concluye la serie con una exhortacin al libre autoanlisis,
al margen de toda tutela mdica, y denunciando, desde el punto de
vista de Freud, hbitos sexuales de los mdicos que podran ser
perfectamente compatibles con sus propias concepciones erti-
cas, tal como quedan expuestos all donde se explaya ms am-
pliamente. Como sea, lo ms ilustrativo del lapsus es que juzga a
los mdicos criollos desde un lugar ajeno. Ningn mdico se
referira as a sus colegas, de modo que, finalmente, la falsa identi-
dad del Dr. Gmez Nerea queda expuesta, como la de un
vulgarizador que por detrs de su disfraz se sostiene en un recha-
zo de las convenciones propias de la divulgacin cientfico-mdica.

La serie sexolgica

Freud y las degeneraciones, el tomo V, es un libro completa-


mente atpico de la coleccin, tal como vena saliendo, ya que se
dedica en su totalidad a exponer las tesis de Magnus Hirschfeld y
es muy poco lo que dice de Freud. En ese sentido, si retorna el
gnero sexolgico que haba iniciado la coleccin lo hace por la
va de explorar el misterio de los sexos, promesa incluida en el
ttulo de un filme, mencionado en el texto, que por entonces se
daba en Buenos Aires. El Dr. Gmez Nerea elige, en este caso,
ceder a las expectativas de un pblico que, supone, gusta de los
platos fuertes; incluso puede pensarse que la pelcula citada con-
tribuy a definir el tema de este volumen.96
La extensa investigacin emprica llevada a cabo por Hirschfeld
en su Instituto de Sexologa de Berln, hasta el ascenso del nazis-
mo, se propuso determinar los caracteres sexuales diferenciales
del hombre y la mujer en distintos niveles: desde los primarios o

96. Se hicieron varios filmes inspirados en las investigaciones del sexlogo


berlins y es probable que El misterio de los sexos sea Sexuelle Zwischen-
stufen, UFA, Berln, 1922. Vase Charlotte Wolff, Magnus Hirschfeld. A
Portrait of a Pioneer in Sexology, Londres, Quartet Books, 1986.

234
genitales hasta los cuaternarios o psicolgicos; el objetivo central
apuntaba a clasificar las combinaciones intersexuales. Su punto
de partida era, entonces, la bisexualidad constitutiva y la grada-
cin interminable de posiciones determinadas por la constitucin
biopsquica de los individuos en las que se mezclaran rasgos de
ambos sexos. A partir de la definicin binaria (masculino-femeni-
no) de una serie de diecisis rasgos, Hirschfeld propone una com-
binatoria que alcanza a definir, formalmente, 43.046.721 es-
tados sexuales diferentes. Finalmente, no hace ms que tomar a
fondo uno de los problemas que dieron origen a la disciplina
sexolgica, el problema de la diferencia sexual que es, al mismo
tiempo, el de la bisexualidad, y convertirlo en el eje de un con-
junto de investigaciones que se prolongaron por dcadas, hasta
la irrupcin del nazismo que empuj a Hirschfeld al exilio y des-
truy sus archivos.
Si se es el origen del libro y aprovecha la popularidad de
Hirschfeld producida por el estreno de la pelcula, es claro que
produce un desplazamiento respecto de Freud, que era el centro
proclamado de la coleccin. Por otra parte, la apelacin directa
a los saberes del pblico popular est presente en el uso del
trmino degenerados que no slo es ajeno a Freud sino tam-
bin, estrictamente, a las concepciones de Hirschfeld. Las men-
ciones de Freud son casi exclusivamente celebratorias y comien-
zan por entronizarlo como padre de la ciencia sexual: Todo
estudioso de la sexologa parte de Freud o va a morir en l
forzosamente.97 Y bajo la advocacin del siglo de Freud, por
momentos parece proponer que el sexlogo berlins que desa-
rroll su obra contemporneamente a Freud y en oposicin a
sus teoras es un discpulo del psicoanalista; slo brevemente
se hace referencia a la contraposicin de la teora sexual freu-
diana, que pone el acento en las experiencias infantiles frente
a las de Hirschfeld, que atribuyen todo a la herencia y la cons-
titucin.

97. T. 5, pg. 12.

235
El gancho del libro, en todo caso, est constituido por los
casos que vienen a responder a la curiosidad sexual de los lecto-
res: variedades de hermafroditismo, individuos con genitales de
ambos sexos, hombres que son mujeres sin saberlo y viceversa,
cambios de identidad sexual, operaciones y transmutaciones que
muestran el predominio del deseo sobre las fijezas de la anato-
ma. Los fantasmas infantiles de la sexualidad se despliegan bajo
la apariencia de una divulgacin cientfica, pero a cargo de un
expositor que, como lo ha demostrado en otros libros de la serie,
no deja de irrumpir en el curso de su funcin mediadora. Y en
este caso lo hace en relacin con dos cuestiones.
Por una parte, no esconde su indignada denuncia moral de la
homosexualidad, como un vicio que debe ser perseguido; con lo
cual se enfrenta totalmente a la apelacin a la tolerancia sexual
que haba caracterizado la obra pblica de Hirschfeld, en la saga
de Havelock Ellis. En virtud de la opinin liberal impulsada por
esos autores y de la ineludible modernizacin del dispositivo jur-
dico, en el mundo occidental haban desaparecido las leyes que
repriman la condicin homosexual. Frente a ese movimiento
antidiscriminatorio que Hirschfeld, que era homosexual, encar-
naba, se yergue Hidalgo con uno de sus acostumbrados brulotes.
No slo le parece una monstruosa alegacin la extensa exposi-
cin que el sexlogo alemn realiza para destacar el papel hist-
rico relevante de algunos homosexuales clebres, sino que el mis-
mo sexlogo, cuyas sabias investigaciones llenan todo el libro, en
cuanto se muestra como un extrao defensor de la homosexuali-
dad recibe ahora el repudio que sus cnicas e impdicas mani-
festaciones merecen.98 La condena se debe, en opinin de Hidal-
go, a las consecuencias morales de la homosexualidad, ya que no
discute las cualidades intelectuales que pueden acompaarla:

Por lo comn, todos los invertidos son gentes viradas hacia el mal,
viven enteramente consagradas a hacerlo, y las mayores bajezas, los

98. Ibd., pgs. 135-138.

236
recursos ms pequeitos y miserables son puestos en prctica por ellos
contra sus enemigos o las personas a quienes las suponen serlo.

Por lo tanto, concluye Hidalgo, no slo el desprecio social sino


la persecucin legal estn plenamente justificados.99
Y aqu aparece la segunda cuestin en la que el autor emerge
en la enunciacin, a saber, la expresin de un antisemitismo vio-
lento que reitera el lugar comn que igualaba a homosexuales y
judos. En efecto, se opone a quienes denuncian la persecucin de
los homosexuales como contraria a las leyes de la ciencia con otro
de sus brulotes en el que compara y justifica la represin a los
homosexuales a partir de la defensa de la persecucin de los ju-
dos, que es

[...] una necesidad defensiva de la civilizacin, y que habr de extender-


se a punto tal que ha de llegar da en que los judos, sea por pogroms,
por fusilamientos en masa o por las modernas prcticas de esteriliza-
cin, habrn desaparecido del planeta. Como debera desaparecer la
inversin [...]. 100

Resultan sumamente extraas, para nosotros, las configuracio-


nes de la cultura de Buenos Aires en los 30, y los caminos de la
recepcin de Freud ofrecen alternativas francamente inesperadas,
como la de este poeta vanguardista, aprista revolucionario y freu-
diano, homofbico y antisemita, liberador del sexo que admira si-
multneamente a Mussolini y a Lenin; y en uno de los vrtices de
ese cuerpo inslito de ideas nace la proyeccin anticipatoria del
holocausto de nuestro siglo. Finalmente, lanzado a sus furores
querulantes, Hidalgo denuncia la existencia de una verdadera
conspiracin de homosexuales que ocupan posiciones pblicas en
la Argentina y que deben ser denunciados; slo el temor a las con-
secuencias legales, dice, lo ha disuadido de publicar su lista.101

99. Ibd., pg. 144.


100. Ibd., pg. 152.
101. Ibd., pgs. 149-150.

237
Freud y los orgenes del sexo viene a continuacin y sigue la
serie sexolgica en este caso alrededor de los temas de la sexua-
lidad infantil, y con un acento en la educacin y la higiene, algo
que aparece como bastante ajeno a los volmenes que se apoyan
en la obra freudiana. Y aunque el libro se abre con una nueva
celebracin de la posicin excepcional de Freud en la ciencia y la
cultura contemporneas en este caso rescatando el hecho de que
un escritor catlico, Franois Mauriac, haya celebrado el papel
de Freud en la novela moderna, el eje del tratamiento del tema
se incluye en el tpico de la educacin sexual. Lo hace de un modo
que se coloca de forma explcita en sintona con uno de los cliss
del gnero sexolgico, a saber, la interseccin entre la prevencin
de los peligros asociados a la sexualidad y las promesas proyecta-
das sobre una niez que, nacida en un tiempo nuevo, est desti-
nada a superar a sus mayores. La Carta al Dr. Furst (1907)
que es uno de los pocos textos en los que Freud se ocupa del
problema de la ilustracin sexual a los nios, sirve de va de
ingreso y contina con Las teoras sexuales infantiles (1908),
pero en un libro que sobresale por lo desparejo y por la superpo-
sicin de captulos que entran y salen sin mucho orden de los
textos freudianos.
Lo significativo, en todo caso, son las intercalaciones, en parti-
cular una extensa transcripcin de un texto del bilogo Jean
Rostand sobre la infancia (corresponde a un captulo de Del re-
cin nacido al adulto) que muestra su inters por encontrar vas
de conciliacin entre el freudismo y los desarrollos de la biologa.
Y en ese sentido, aunque su papel sea simplemente el de un co-
pista, lo hace trayendo un enfoque que rompe con la biologa
decimonnica, hereditarista, para plantear algunos de los pro-
blemas de la biologa humana. En efecto, mientras la tradicin
darwinista haba impuesto la tesis mayor de la continuidad de
las funciones vitales, fisio y psicolgicas, del animal al hombre,
Rostand encara una biologa comparada que determina al retar-
do madurativo y a un desarrollo en dos tiempos como rasgos
caractersticos de la especie humana; y con ello el propio bilogo
francs indica los posibles puntos de contacto con la teora freu-

238
diana del desarrollo libidinal. En esos aos Jacques Lacan en-
contraba en esos desarrollos de la biologa un punto de apoyo
para una nueva teorizacin de la formacin del yo. De cualquier
modo, ni ese punto de vista biolgico ni la actualidad de la cita
caracterizan establemente las construcciones y yuxtaposiciones
producidas por la pluma del Dr. Gmez Nerea. Como se vio, en
otros tramos de su obra divulgadora lo que emerge es la biologa
de la herencia; de modo que ese encuentro de Freud y Rostand
producido en medio de un libro que es como un rompecabezas
mal armado debe mucho al azar de esas composiciones hechas
sobre la marcha.
El otro ncleo agregado a los enunciados freudianos tiene que
ver con el problema de la masturbacin, tpico que se haba cons-
tituido en una verdadera divisoria de aguas en el discurso de la
sexologa. Maran, a quien Hidalgo maltrataba en el primer
tomo de la serie, haba establecido el clis de la masturbacin
como una amenaza pavorosa sobre la juventud y haba postulado
la educacin sexual como el medio preventivo de sus males, aun-
que, como todos los sexlogos se encargaban de decir, la exten-
sin del vicio solitario era tan amplia que el remedio apareca,
de entrada, como incapaz de producir los resultados esperados.
En este punto, Hidalgo sigue la va de los tradicionalistas y mues-
tra que los masturbadores le gustan tan poco como los homo-
sexuales. Transcribe y comparte la posicin de Freud sobre la
normalidad de la masturbacin infantil, pero cuando se trata de
la masturbacin de los jvenes, las referencias son los ejemplos
ya clsicos de Krafft-Ebing o Forel que buscan ilustrar los daos
gravsimos, fsicos y mentales, asociados a los excesos auto-
erticos. A ellos aade algunos casos impactantes de su propio
consultorio con un propsito idntico: la demonizacin de la
masturbacin como un camino irremediable hacia el manicomio.
La galera de aberraciones asociadas a la masturbacin incluye
mujeres arruinadas para el matrimonio, un joven militar que
muere loco, furioso y atado para impedirle la prctica constante
de su vicio horrendo, en fin, criaturas de pocos meses impulsadas
precozmente a una incesante actividad onanista. Pero en la vi-

239
sin de nuestro especialista, a diferencia del Dr. Maran, no es
la abstinencia sino el comercio sexual lo que salva a los jvenes
del vicio patolgico y en ese pasaje las rameras juegan muy a
menudo un papel salvador.
En efecto, un objetivo esencial de la educacin sexual de la
infancia debe estar dirigido a inculcar en el nio el temor a las
enfermedades venreas, para lo cual nuestro falso doctor hace
suya la propuesta de llevar a los nios a las salas de hospital
para enfrentarlos con los cuadros terribles de la sfilis. Pero, con-
signa, los temores infantiles pueden convertirse en dainos:

Conozco el caso de un joven escritor argentino de los ms destacados


y quien, frisando ya ms all de los treinta y tantos aos y no presen-
tando signos de impotencia, se ve hasta ahora en un estado de total
abstinencia; jams ha tenido tratos sexuales con mujeres y esto no obs-
tante de que las desea como cualquier hombre normal. Pero es que una
timidez salvaje y mayscula le impide conquistar a las mujeres hones-
tas y en cuanto a las profesionales, cuya posesin podra obtener en
seguida a cambio de unos pesos, es tanto el terror que tiene a las enfer-
medades venreas que jams se acerca a ellas.102

Es fcil reconocer a Borges en esa alusin, as como es fcil


advertir que para nuestro autor la condicin misma de la abs-
tinencia sexual es a la vez una alteracin de la salud y un
signo de poca hombra. Finalmente, el libro termina muy lejos
de la inicial presentacin de la sexualidad infantil para incur-
sionar en tpicos, de relleno, propios del gnero de la higiene
sexual: la higiene materna y los cuidados prenatales, las rela-
ciones sexuales durante el embarazo, la promocin de la lac-
tancia materna.
Freud y la higiene sexual retoma el registro de divulgacin
sexolgica y es probablemente el ms hidalguiano de la serie,
junto con el de las degeneraciones, en cuanto a la exposicin per-
sonal del autor, cercana a la que va a caracterizar el escrito de su

102. Ibd., pg. 113.

240
Diario. En este caso, el forzamiento y el alejamiento del creador
del psicoanlisis son tales, que debe admitir de entrada que Freud
no se ocup de la higiene sexual. El propsito alegado, en todo
caso, es deducir de una referencia genrica a Freud, orientacio-
nes y directivas aplicadas a cuestiones muy concretas de la vida
sexual, y que comprenden un repertorio variado, desde la educa-
cin sexual infantil y la iniciacin de los jvenes hasta la preven-
cin de la homosexualidad, la funcin de la prostitucin y los pro-
blemas de la noche de bodas. Las opiniones de nuestro mdico
ficticio puesto a sexlogo pueden sintetizarse corno sigue. Primero,
la educacin sexual comienza desde el nacimiento y debe fundarse
en el principio del respeto a la obra de la naturaleza. Esto res-
ponde a un criterio de sexualidad libre que no es el amor libre,
aclara nuestro autor, puesto que se refiere exclusivamente a una
actividad genital que puede ser ocasional segn un modelo de
descarga. La iniciacin sexual, entonces, no debe postergarse ms
all de la pubertad, ya que la ausencia de actividad genital es
fuente de enfermedad o, lo que es ms grave, conduce al vicio de
la masturbacin o a la homosexualidad. Esto exige atacar los pre-
juicios de una moral sexual restrictiva, entre ellos las prescripcio-
nes que rodean a la virginidad femenina. Lanzado a una proyec-
cin utpica de sus ideas, suea con instituciones que, paradjica-
mente, buscan ser, a la vez, completamente libres, de acuerdo con
esa visin naturalista del sexo, y plenamente educativas segn los
cnones de la higiene mdica y la eugenesia; institutos que seran
lenocinios higinicos destinados a la instruccin prctica de los
nios y, aunque no lo dice taxativamente, se supone que de las
nias tambin. Se deduce de su planteo que la responsabilidad
central de los padres en la educacin sexual se extiende tambin a
las circunstancias de la iniciacin ertica. Pone, en ese sentido,
como un ejemplo digno de ser imitado, el de una clienta que pone
a disposicin de sus hijos varones sirvientas limpias y joviales
seleccionadas por ella misma.103

103. T. 9, pgs. 61-67.

241
Segundo, el enemigo principal de una buena higiene sexual es
la castidad. Recoge de Havelock Ellis (el autor ms citado en este
tomo) la historia de la lucha infructuosa del cristianismo en pro-
cura de un ideal de castidad, de imposible cumplimiento, ya que
la abstinencia sexual es, ante todo, antinatural. Un impresio-
nante catlogo de desarreglos fsicos y nerviosos provocados por
la renuncia genital sirven al Dr. Gmez Nerea para ilustrar el
flagelo de la castidad; pero, lo que es ms grave, para su visin
demonizadora de la masturbacin, ya que las exigencias morales
y religiosas de abstinencia terminan siendo una incitacin al abo-
minable vicio solitario.104
Tercero, mientras no se llegue al ideal de la sexualidad libre
(que no es contradictoria en la visin de Hidalgo con la existencia
de la institucin matrimonial: bastara con que en ella los espo-
sos se traten como amantes) la prostitucin es un precioso ele-
mento para la higiene sexual, un mal necesario que, por lo tan-
to, no debe ser prohibido ni combatido.105 En el mismo sentido,
dada la importancia fundamental de la vida sexual en la consti-
tucin de una pareja, impulsa la institucin del matrimonio de
prueba, algo que contrastaba provocativamente con las costum-
bres matrimoniales que sin duda eran dominantes entre sus lec-
tores.106
Finalmente, vuelve sobre el tema de las aberraciones, pero
esta vez, a diferencia del tomo VI, sigue a Freud y no a Hirschfeld
en el rechazo de la teora de la degeneracin. Al mismo tiempo su
concepcin de la homosexualidad agrega una variante novedosa
por completo ajena a Freud, aunque se la adjudique al distin-
guir entre los invertidos por naturaleza, los que considera nor-
males y los otros que por consiguiente seran anormales que
han cado en la perversin por efectos de una iniciacin sexual
desviada respecto de ese ideal de libertad heterosexual desde la

104. I b d . , p g s . 6 9 - 9 2 .
105. Ibd., pgs. 93-98.
106. Ibd., pgs. 118-119.

242
pubertad. Y aqu es donde, en todo caso, proyecta la utopa de un
futuro en el que la oposicin y la relacin de los sexos alcanzara
un orden perfecto sin recurrir al genocidio ya que para los
primeros, los invertidos esenciales, Hirschfeld habra abierto,
segn Gmez Nerea, la va de una rectificacin quirrgica que
permitira restituirlos a su verdadero sexo. Y en cuanto a los
segundos, la formacin sexual y las relaciones genitales tempra-
nas ofreceran el mejor programa de prevencin: una ingeniera
sexual prospectiva permite anticipar un mundo que se ha librado
de los homosexuales.107
Hasta aqu las ideas propias del autor combinan ciertos tpicos
del sentido comn masculino sobre la sexualidad (como la asocia-
cin entre abstinencia y homosexualidad o la visin catastrfica de
la masturbacin) con la puesta en discurso de temas que no se
difundan en pblico pero que constituan prcticas comunes, como
el ritual del debut sexual del hijo varn y la funcin social de la
prostituta. Si algunas ideas pueden encontrar inspiracin en el
libro de Van de Velde (que es citado), es claro que el gnero de
divulgacin es asumido por Hidalgo en el sentido de una llaneza
del abordaje que tie el lenguaje y los ejemplos. Si algunos acen-
tos evocan los escritos de Jos Ingenieros y su insistencia en se-
parar al amor sexual de las obligaciones reproductivas, la dife-
rencia de estilo y de concepcin es bien marcada. No slo por la
yuxtaposicin desordenada de opiniones, ejemplos y citas que ca-
racterizan la escritura, sino por el papel central de la prospeccin
cientfica en la proyeccin de Ingenieros, algo que no tiene ningu-
na cabida en la obra de Hidalgo, que se coloca directamente en un
terreno prescriptivo, entre la higiene y la moral prctica. De modo
que no llama la atencin que nuestro autor, que ha saqueado obras
y autores de todas las latitudes para componer su enciclopedia, no
se refiera nunca al Tratado del amor.
Mezclada con esa argumentacin aparecen las referencias
prcticas a cuestiones que son lugares comunes del gnero

107. Ibd., pgs. 162-163.

243
sexolgico: el arte y las tcnicas de la sexualidad, a qu hora
conviene hacer el amor, la promocin de los procedimientos
anticonceptivos y alguna referencia, limitada, a los puntos de vis-
ta de la eugenesia. Finalmente la presentacin higinica de la
sexualidad culmina con diversas recomendaciones de higiene cor-
poral y limpieza de los rganos genitales, probablemente para
completar los pliegos de papel correspondientes, ya que todos los
tomos tienen exactamente 192 pginas.

As hace el freudismo su camino de Buenos Aires. Las trans-


cripciones y el ordenamiento temtico de la primera serie (los
tomos I, II, III, IV, VII, VIII y X) constituyen una introduccin
razonable a la obra freudiana. Pero combina ese recorrido apega-
do a un corpus extenso de la obra con las posiciones que irrumpen:
naturalismo, bsqueda de las explicaciones sencillas, sentido co-
mn machista, cruce extrao entre beligerancia y lugar comn;
en fin, la yuxtaposicin de la provocacin y el populismo. Y a la
vez se integra, en otros tomos, a esa mezcla inslita con la
sexologa cruda, la exhibicin de los monstruos intersexuales, los
prejuicios contra homosexuales y judos y las proyecciones extra-
vagantes de una vida sexual que proyecta a lo universal los fan-
tasmas ntimos del narrador.
En esos libros preparados descuidadamente para alcanzar un
pblico nuevo, muchos encontraron su primer conocimiento del
creador del psicoanlisis; y si cierto freudismo estuvo presente
en la cultura popular, en los 30 y los 40, con proyecciones poste-
riores, fue, en gran medida, gracias a esa empresa inslita por su
origen, sus condiciones y su ejecucin. En todo caso, se ofrece
como una aventura excepcional que parece condensar el cuadro
contradictorio de las iniciativas de recepcin cultural en el campo
porteo, por sus mezclas y sus escisiones, por la desproporcin
entre los objetivos y los medios, por los contrastes entre aisla-
miento intelectual y construccin de pblico; en fin, por la ten-
sin entre formacin vanguardista residual, marginalidad inte-
lectual y sumisin al mercado.

244
Captulo 5

ENRIQUE PICHON-RIVIRE:
PSIQUIATRA, PSICOANLISIS, POESA

La creacin de la Asociacin Psicoanaltica Argentina, en 1942,


inaugur otra etapa en esta historia de implantaciones del
freudismo; y es claro que en las nuevas condiciones creci el peso
de la organizacin como un polo centralizador de la formacin y
la difusin del saber psicoanaltico y, al mismo tiempo, se gene-
raban desde ella iniciativas de reconocimiento y expansin, en
particular en el campo mdico y, despus de 1955, en la universi-
dad. La APA construy, exitosamente durante ms de dos dca-
das, tanto un espacio de legitimacin del psicoanlisis y de los
psicoanalistas como un organismo de promocin de la disciplina
freudiana en la sociedad, y es fcil concebir en esta nueva etapa
una historia rearmada alrededor de las vicisitudes de ese espacio
de profesionalizacin; en todo caso, la historia inicial del crculo
de fundadores del psicoanlisis y su expansin ha empezado a
ser contada y no veo la necesidad de volver sobre ella.1

1. Jorge Baln, Cuntame tu vida. Una biografa colectiva del psicoanlisis


argentino, Buenos Aires, Planeta, 1991.

245
Puede pensarse, entonces, en una separacin neta con las
aventuras del freudismo exploradas en los captulos preceden-
tes; el psicoanlisis argentino en su etapa de institucionaliza-
cin no debera nada a esas primeras vas, abiertas un poco
azarosamente y de cara a una recepcin directa en la sociedad. Y
sin embargo no hay que renunciar a la idea de que all donde se
anuncia un corte puedan encontrarse caminos que comunican
algunas zonas de la obra surgida de ese campo psicoanaltico con
aquellas primeras formaciones, del discurso de la sexualidad, la
neurosis y el inconsciente. sta es la hiptesis que me propongo
explorar a travs de un examen de la trayectoria inicial de la
figura ms conocida del crculo fundador del psicoanlisis: Enri-
que Pichon-Rivire. Maestro de varias generaciones, ocupa un
lugar particular en el cuadro retrospectivo que cierta memoria
del psicoanlisis argentino ha producido desde las convicciones e
identidades propias del campo psi de los aos 60. Y ha sido
entronizado, desde ese presente, como la figura mayor de un
desplazamiento desde el interior de la corporacin psicoanaltica
y, en el lmite, desde el propio discurso freudiano hacia una
colocacin heterodoxa, en trminos de la propia disciplina, ante
problemas emergentes en la escena social.
La psicologa social construida por Pichon-Rivire se consti-
tuy en un ncleo generador de un transplante disciplinar que
tuvo consecuencias en el interior del espacio discursivo del psi-
coanlisis. Al mismo tiempo, su obra ha quedado fijada a esa
significacin adquirida en los aos del boom, de modo que una
suerte de identidad inconmovible ha marcado retroactivamente
el conjunto de su trayectoria. Y sin embargo, en los comienzos,
en los 40 y principios de los 50, no estaba anunciada o prefigu-
rada la direccin ulterior. Dos lmites, por lo menos, se estable-
cen para esta exploracin. Por una parte, en lnea con lo enun-
ciado, me interesa acentuar lo peculiar de una trayectoria que
se distingue del ncleo fundador de la APA; es por ello que elu-
do una indagacin ampliada de la trama discursiva y los n-
cleos de pensamiento que caracterizaron a la primera genera-
cin de los fundadores de la institucin en el perodo que estoy

246
considerando. En segundo lugar, dejo afuera la etapa que se
abre en los aos 60, es decir el tiempo del estallido y la
expansin del psicoanlisis en la sociedad.

Hasta aqu he procurado desplegar modalidades diversas de cir-


culacin del freudismo que, en lneas generales, se pueden agrupar
en dos carriles principales. Por una parte, las formas de recepcin
surgidas en el campo cientfico-mdico, a partir del temprano inte-
rs de Jos Ingenieros por los problemas de la histeria y la suges-
tin. Y si el autor de los Principios de psicologa no recorri el cami-
no posible que iba de Charcot y Janet a Freud, si, ms an, dej
estampado el testimonio de su rechazo de la nueva disciplina de la
sexualidad y el inconsciente, no puede dejar de sealarse que ese
trnsito fue realizado, veinticinco aos despus, por Jorge Thnon,
de un modo que no era del todo infiel a los presupuestos cientficos y
clnicos que estaban expuestos en la obra de Ingenieros.
La segunda va estuvo dominada por un freudismo plebeyo,
inorgnico, de mezcla, mucho ms cercano a las percepciones
del pblico que a la validacin por los especialistas, en el que el
ensayo y las operaciones de la divulgacin fueron las herramien-
tas mayores. El gnero popular sexolgico difundido en los tomos
de Claridad y la serie del Dr. Gmez Nerea fueron el canal mayor
de esas formas, necesariamente desprolijas, de importacin del
freudismo; y vale la pena recordar que tambin en esa va Inge-
nieros cumpli un papel inicial a travs de las ediciones popula-
res de sus ensayos sobre el amor.
Si una doble ilacin, entonces, enlaza a Ingenieros con las
aventuras iniciales de Freud en estas tierras, no es arbitrario
interrogar el lugar de Pichon-Rivire en la construccin del
freudismo nacional, a partir de esa colocacin duplicada inaugu-
rada por el mdico intelectual. Fue, por una parte, miembro fun-
dador de la institucin oficial y autor, hasta fines de los 50, de
una obra escrita considerable en la que primaba la voluntad de
pertenencia y de reforma al campo psiquitrico. Pero a la vez
fue protagonista de una trayectoria de distanciamiento respecto
de la APA y actor nico de una empresa de extensin y enseanza

247
que era no slo externa al campo psicoanaltico sino tambin al m-
bito universitario. En su enseanza, dirigida directamente al pbli-
co ms amplio y diverso, en la que siempre rechaz los parmetros
acadmicos, no es difcil encontrar algo de esa pulsin plebeya de
apropiacin y extensin, aunque en su caso, por el desplazamiento a
la psicologa social y la expansin de las prcticas grupales, el
freudismo qued en el camino. Pero, adems, Pichon aparece, en un
primer abordaje, dividido entre la adscripcin al psicoanlisis como
disciplina cientfica orientada a fundar una nueva psiquiatra y el
inters por la poesa y la creacin esttica; es decir, entre sus traba-
jos de psicopatologa y psicosomtica y la investigacin sobre la vida
y la obra del conde de Lautramont.

El primer texto publicado por Enrique Pichon-Rivire no trata


de Freud sino de Jung y Adler, probablemente bajo la influencia
de Federico Aberastury.2 En ese trabajo inicial destacaba la im-
portancia de la tipologa psicolgica de Jung (que distingua los
tipos intro y extravertido) y el inters que poda ofrecer para la
educacin y para la profilaxis y el tratamiento de la neurosis. En
todo caso, no era un trabajo freudiano y su acceso a la cuestin
psicoteraputica no vena, como en Thnon, asociada a la va de
la hipnosis sino de la educacin. En efecto, el segundo problema
al que aluda el ttulo del artculo era, justamente, la asociacin
de educacin y psicoterapia segn el modelo de la psicagoga de
Dubois, es decir los recursos de la persuasin y, ms directamen-
te, las tesis de Adler que asimilaban la psicoterapia a una accin
educativa y autoeducativa.
En ese sentido, el modelo de cura insiste en el valor terapu-
tico de la afirmacin de s mismo mediante el trabajo orientado
a la realidad. Por lo tanto, se trata de los principios de una psi-
coterapia general, un arte mdico de curar que est alejado de la
artificiosidad de la situacin psicoanaltica; y, en todo caso, pro-

2. E. Pichon-Rivire, Dos problemas psicolgicos, Anales de Biotipologa,


Eugenesia g Medicina Social, 1934, I, n 18. Sobre la relacin inicial de Pichon
con F. Aberastury, J. Baln, ob. cit., pgs. 88-89.

248
pone que en el marco de esa educacin mdica se pueden em-
plear todos los procedimientos, incluyendo la hipnosis y el psi-
coanlisis. El postulado bsico de esa concepcin de la psicotera-
pia como educacin y autoeducacin es la plasticidad: es posi-
ble despertar potencialidades anmicas no desarrolladas a partir
de un trabajo sobre s mismo que parte de un sentimiento de
autorresponsabilidad y que implica asumir como tarea la com-
prensin y el perfeccionamiento de s como desarrollo progresivo.
En 1940, seis aos despus, se mostraba en una posicin todava
cercana al adlerismo, y se refera a la neurosis infantil de un
modo que acentuaba los factores ambientales y sociales, localiza-
dos centralmente en la escuela.3 La concepcin de la neurosis
privilegiaba el punto de vista del dficit en el rea del juego y los
conflictos generados por la incomprensin del adulto respecto de
las necesidades del mundo infantil. En ese sentido seguan au-
sentes las referencias a Freud y a los conceptos que en el psicoa-
nlisis podan sostener un abordaje de los trastornos infantiles,
como la sexualidad infantil y el complejo de Edipo.
En esa produccin, que es previa al descubrimiento de Freud,
lo ms destacable es la concepcin de la potencialidad creativa
como autoafirmacin y autodespliegue, ideas progresistas que
en Adler se ligaban directamente con su identidad socialista y
reformista. Pero en Pichon parecen enfrentarse, casi contempo-
rneamente, con una versin no educativa de la cura, que pro-
viene de su encuentro con lo siniestro y, probablemente, con el
surrealismo: la creatividad no es aqu despliegue progresivo sino
conexin maravillosa e irruptiva con la dimensin nocturna del
inconsciente. Esa dualidad se deja ver en una conferencia radial
de 1946 que es posiblemente el nico texto pichoniano que se
refiere al psicoanlisis como conjunto terico-prctico.4 Se trata

3. E. P.-R., Prlogo, en F. Schneersohn, La neurosis infantil, su tratamien-


to psicopedaggico, Buenos Aires, Imn, 1940, en Del psicoanlisis a la psicolo-
ga social (PPS), Buenos Aires, Galerna, 1970, t. 1.
4. E. P.-R., Qu es el psicoanlisis?, conferencia radial, 1946, en PPS, ob.
cit., t. 2..

249
de una presentacin divulgadora del psicoanlisis que resulta
ilustrativo de su posicin en la primera etapa posterior a la crea-
cin de la APA. En poco ms de diez aos, Pichon ha adquirido
un conocimiento sobre la obra freudiana que ha desplazado la
orientacin adleriana de los comienzos. Y para presentar a Freud
elige un abordaje que combina la historia del descubrimiento con
la presentacin de los objetivos del psicoanlisis, en trminos que
permiten iluminar algunos rasgos de su propio acceso a la disci-
plina. En efecto, su presentacin acenta el carcter cientfico
del psicoanlisis pero, a la vez, destaca freudianamente el papel
de las resistencias que deba vencer.
Nuestro psicoanalista postula la obra del sabio viens como
una doctrina sinttica, una cosmovisin abarcativa: una concep-
cin integral del hombre, biolgica e instintiva en su fuente,
social y cultural en sus proyecciones y humana siempre. Ese
rescate humanista del freudismo corre paralelo con la exaltacin
del retrato moral del creador del psicoanlisis: la necesidad de
comprender a los hombres fue la pasin ms fuerte de su vida.5
La proposicin del psicoanlisis freudiano como una concepcin
humanista e integral del hombre, centrada en la indagacin de
los procesos del enfermar y de los resortes de la cura, es tambin
el punto de vista predominante en el discurso ante el Primer Con-
greso de la Sociedad de Neurologa y Psiquiatra de Buenos Ai-
res.6 Y si todo el grupo inicial de la APA dedic trabajos a la
medicina psicosomtica, Pichon exhiba ese saber acumulado ante
un auditorio de mdicos psiquiatras y neurlogos, de un modo
que expona ejemplarmente la voluntad de construir un psicoa-
nlisis mdico que tuviera por objeto el estudio del hombre en la
totalidad de sus manifestaciones.7 Esa categora de totalidad, en
la que entraban tanto la matriz del discurso psicosomtico que

5. Ob. cit., pgs. 74 y 75.


6. E. P.-R., Primer Congreso de la Sociedad de Neurologa y Psiquiatra de
Buenos Aires, Rev. Psicoanlisis, 1945, II, n 3, pgs. 562-565.
7. Ob. cit., pg. 563.

250
retomaba una concepcin monista del hombre como una refe-
rencia escueta a la dialctica hegeliana, se articulaba bien con la
bsqueda de versiones de sntesis capaces de ser transmitidas en
la proyeccin deseada hacia el campo mdico.
Por otra parte, desde una perspectiva externa al psicoanlisis
intentaba situar la obra de Freud en relacin con las tradiciones
fundamentales del pensamiento moderno. Y el creador del psi-
coanlisis quedaba colocado en el cruce de

[...] dos pares de actitudes opuestas, heredadas de dos ideologas anta-


gnicas: racionalismo e irracionalismo (romanticismo) constituan una
de las anttesis; la otra provena del conflicto entre el pensamiento de la
vigilia, es decir del da, y el onrico [...].8

La propia posicin pichoniana quedaba, quiz, perfilada en


esa contraposicin de dos inspiraciones que no son fcilmente
compatibles. Thomas Mann haba propuesto, desde una visin
humanista, la tesis que colocaba a Freud en un punto de encuen-
tro y superacin de las dos tradiciones mayores del pensamien-
to de la modernidad: iluminismo y romanticismo.9 Pero al mismo
tiempo rechazaba la caracterizacin del romanticismo como irra-
cionalismo y postulaba ms bien que si la tradicin romntica
alemana (que llegaba a Freud y antes de l a Schopenhauer y a
Nietzsche) haba sido capaz de sacar a la luz esa dimensin
impulsiva del sujeto, que era ajena a las frmulas de la ciencia
moderna, a la vez promova una indagacin racional de esa esce-
na nocturna del alma, y por esa va necesariamente recuperaba
el aliento de la tradicin iluminista.
Por el modo como nuestro psicoanalista destacaba la segunda
oposicin entre el mundo de la vigilia y el espacio onrico sin

8. E. P.-R., Qu es el psicoanlisis?, ob. cit., pgs. 75-76.


9. Th. Mann, Die Stellung Freud in der modernen Geistesgeschichte, 1929.
Traducido como La posicin de Freud en la historia, en Th. Mann, Cervantes,
Goethe, Freud, Buenos Aires, Losada, 1943, traduccin de Felipe Jimnez de
Asa y prlogo de Guillermo de Torre.

251
embargo, puede pensarse que all sus fuentes eran otras y se
conectaban con la apropiacin que el surrealismo, Breton en par-
ticular, haba hecho de Freud, en el marco de una concepcin del
inconsciente que recuperaba a los romnticos de un modo bien
diferente; ante todo porque el impulso vanguardista llevaba a
acentuar los elementos de ruptura, de un modo que alejaba a
Freud de ese lugar de sntesis integradora propuesto por la lectu-
ra de Mann.10 Y aunque Pichon introduce el concepto hegeliano
de superacin dialctica para postular en Freud un lugar de sn-
tesis, queda planteado un nudo problemtico, revelador de las
orientaciones en tensin que estaban presentes en su encuentro
con Freud. Esa primera adhesin adleriana al modelo educativo
como matriz de una prctica teraputica era compatible con la
visin humanista y reformista, y puede asociarse a la temprana
adscripcin de Pichon-Rivire al socialismo; por otra parte, tiene
su correlato en la postulacin de Freud como un moderno Scra-
tes, un hroe intelectual que se conoce a s mismo y est domina-
do por la pasin de comprender a sus semejantes.
Pero en la poca de la charla radiofnica ya se haba ocupado
extensamente de Lautramont, que fue algo as como su doble y
mediador en el acceso al discurso freudiano; a lo largo de diez
aos, entonces, de Adler a Lautramont, los caminos de ingreso
al continente psicoanaltico parecen haber cambiado. Y sin em-
bargo, si se atiende a su trayectoria ulterior como fundador de
escuelas y divulgador de la psicologa social en la sociedad, es
posible advertir que esa inclinacin inicial a un modelo pedaggi-
co social no desapareci nunca.
Es notorio que Pichon, despus de esta exposicin, no escribi
sobre teora psicoanaltica y que las modalidades peculiares con
las que incorpor nociones freudianas en la construccin de su dis-
curso deben examinarse en el interior de una obra en la que esas
ideas estn puestas en juego; y esto, para el perodo que estoy

10. Sobre el inconsciente de Breton y el de Freud, vase J. Starobinski,


Freud, Breton, Myers, en La relacin crtica, Madrid, Taurus, 1974.

252
considerando, se refiere a tres reas fundamentales: la psicopato-
loga, la psicosomtica y los textos sobre Lautramont que consti-
tuyeron su punto mayor de anclaje en la inspiracin surrealista.

La psicopatologa psicoanaltica:
de la epilepsia a la melancola

Los primeros trabajos de psicopatologa psicoanaltica de Pi-


chon toman a la epilepsia como cuadro fundamental de referen-
cia. No slo le dedic tres trabajos en pocos aos sino que uno de
ellos, publicado en la Revista de Psicoanlisis en 1945, es el texto
ms extenso de toda su obra, con la excepcin del trabajo sobre
Lautramont publicado pstumamente.11 Si Freud encontr en
la histeria su puerta de acceso a la clnica del inconsciente y La-
can lleg al psicoanlisis a travs de la paranoia, en el caso de
Pichon ese trnsito fue cumplido en relacin con la antigua en-
fermedad sagrada, la epilepsia.
En ese sentido es claro el contraste con un trabajo anterior
que Pichon-Rivire dedic a una presentacin psiquitrica de la
historia de los delirios.12 El psicoanlisis ocupaba un lugar escaso
en esa monografa psiquitrica actualizada que se refera sobre
todo a la comparacin de las escuelas francesa y alemana, con un
apoyo notorio en la bibliografa francesa y el crculo psiquitrico
de Henry Claude y Henry Ey. De modo que si se trata de dejar
planteadas las vas por las cuales Pichon buscaba construir un
nuevo abordaje y una enseanza renovada de la psicopatologa,
en esos comienzos junto a la inspiracin psicoanaltica hay que

11. E. P.-R., Algunos conceptos fundamentales de la teora psicoanaltica


de la epilepsia, ndex de Neurologa y Psiquiatra, 1941, III; en PPS, t. 1. Los
dinamismos de la epilepsia, Revista de Psicoanlisis, 1944, I, n 3; en PPS, t. 1.
Patogenia y dinamismos de la epilepsia, Rev. Psa., 1945, II, n 4; en PPS, t. 1.
12. E. P.-R., Desarrollo histrico y estado actual de la concepcin de los
delirios crnicos, ndex de Neurologa y Psiquiatra, 1938, I; tambin en Actua-
lidad mdica mundial, 1939, IX; en PPS, Buenos Aires, t. 1.

253
tomar en consideracin esa recepcin de la psiquiatra dinmi-
ca parisina constituida en torno de LEvolution Psychiatrique.13
Y es a travs de ella, particularmente lo que llamaba corriente
neojacksoniana, cuya cabeza ms visible era H. Ey, que conce-
ba, en ese trabajo inicial, la constitucin de una psiquiatra ca-
paz de superar las divisiones de escuela.
Con la epilepsia, en cambio, inaugura una posicin freudiana
que inmediatamente introduce sus variantes; es freudiano en la
concentracin inicial en el sntoma epilptico tratado como un
sntoma neurtico: la crisis convulsiva es una conversin som-
tica, una formacin de compromiso en la que se condensan re-
cuerdos traumticos, impulsos pulsionales y defensas del yo. Es
evidente el paralelo que queda establecido con la histeria, pero
en la epilepsia, viene a decir Pichon, el ncleo del cuadro es la
agresin. Ahora bien, Freud prcticamente no se haba ocupado
de ese cuadro patolgico y fue particularmente terminante al afir-
mar que es imposible establecer la unidad de la epilepsia como
afeccin clnica.14 La puerta de entrada fue, para el creador del
psicoanlisis, un estudio realizado por encargo sobre Dostoievs-
ki, a quien analiz en verdad como una epilepsia afectiva, es
decir, una histeria. De modo que Freud slo se ocup de la crisis
epilptica (que puede tener causas muy diferentes, orgnicas o
psquicas) desde el punto de vista del mecanismo de descarga
pulsional que subyace al ataque, concebido segn el modelo del
orgasmo. Freud acentuaba as la significacin sexual del ataque
y, en ese sentido, es claro que llegaba a la epilepsia desde el mo-
delo de la neurosis, la histeria en particular. As lo haba hecho
ya en 1908 y as lo reitera casi veinte aos despus cuando se
ocupa del escritor ruso.15

13. Vase E. Roudinesco, La bataille de cent ans. Histoire de la psychanalyse


en France, 1, ob. cit., pgs. 413-431.
14. Freud, Dostoievski y el parricidio, 1928, O.C., ob. cit., t. 21, pg. 178.
15. S. Freud, Apreciaciones generales sobre el ataque histrico, O.C., ob.
cit., t. 9, pg. 211.

254
El maestro viens, entonces, elude un tratamiento integral de
esa enfermedad siniestra, segn sus propios trminos; es de la
hstero-epilepsia del autor de Los hermanos Karamazov de lo que
se ocupa. Y desde el punto de vista cuantitativo, establece que lo
dominante en el caso es la magnitud pulsional que lleva tanto a
los rasgos sdicos de carcter como, vuelta sobre s, al masoquis-
mo moral y los intensos sentimientos de culpa. Pero bsicamente
se trata de una neurosis que gira alrededor de la constelacin del
Edipo y tiene su ncleo fundamental en un fantasma parricida
que habra sido confirmado por la realidad, ya que el padre de
Dostoievski muri efectivamente asesinado por sus siervos. La
frmula propuesta por Freud es: un supery sdico y un yo pa-
sivo y masoquista, con homosexualidad latente.
Pichon se siente convocado, entonces, all donde Freud no ha-
ba avanzado y donde, ms an, haba anticipado la imposibili-
dad de aprehender una estructura psicopatolgica especfica. No
voy a entrar en la solidez conceptual de su planteo nosolgico,
que viene acompaada de una extensa bibliografa, ya que mi
objetivo no apunta a las ideas psicopatolgicas de Pichon-Rivire
en s mismas sino a su correlacin con el ncleo literario-esttico
que en l puede enunciarse como la convergencia de Freud y
Lautramont. Los surrealistas haban convertido a la histeria en
su cuadro fetiche; las histricas de Charcot encarnaban a la vez
la rebelin contra la medicina establecida, la creatividad del in-
consciente trabajando sobre el propio cuerpo, la seduccin y el
erotismo; en fin, una representacin equivalente a las potencias
del sueo y la poesa. Y la significacin de gnero (la histeria
siempre se conjug en femenino) aada al cuadro esa aureola de
misterio que, desde la esttica decadentista en el fin de siglo,
acompa a diversos rostros de la mujer-enigma: la mujer fatal,
la encarnacin directa del impulso, el puro ser de la naturaleza,
la dominancia del cuerpo atravesado por las urgencias de la
sexualidad.
Pichon comenz a publicar su serie sobre la epilepsia al mismo
tiempo que se ocupaba del inconsciente y la creatividad, y del
conde de Lautramont; anunciaba adems, en el artculo citado

255
de 1945, que sus estudios sobre la epilepsia seran el punto de
partida de sendos trabajos sobre Lautramont y sobre Van
Gogh.16 Por lo tanto, en el comienzo mismo de su obra psicopa-
tolgica apareca esa voluntad de cruzar el ingreso al psicoanli-
sis por va de la exploracin de la locura con una indagacin loca-
lizada en la produccin artstica, la poesa y la pintura. Pero al
hacer de la epilepsia su cuadro de referencia produca una serie
de deslizamientos respecto de la operacin surrealista. Ante todo,
porque en la epilepsia el complejo nuclear, deca nuestro autor
citando una nutrida bibliografa, reside en la agresividad y en el
odio, que correspondera finalmente a una particular intensidad
constitucional de los componentes destructivos del instinto de
muerte; de modo que la presencia del cuerpo y el relieve del ata-
que, que son elementos comunes con la histeria, adquiran un
sentido bien diferente.
Para Freud, la intensificacin de las pulsiones destructivas no
implicaba una diferencia estructural; si asuma la continuidad
histeria-epilepsia era a partir de la condicin neurtica, histri-
ca, de base. Pichon, manteniendo la identidad del mecanismo de
la descarga, introduce sus variaciones. En primer lugar, habla de
la epilepsia como un cuadro unificado, que es adems asimilado
a una psicosis (slo el sntoma, es decir la crisis, es concebido
como un sntoma neurtico) y adems la separa de la histeria por
el grado de regresin en el punto de fijacin, extendiendo las te-
sis de Abraham, quien tampoco se haba ocupado especficamen-
te de la epilepsia. La unificacin del cuadro sobre la base de la
intensificacin del instinto de muerte terminaba desplazando, de
ese modo, la significacin ertica de la crisis para dejar bsica-
mente la significacin de muerte: la epilepsia como la represen-
tacin repetida de la propia aniquilacin. Si la crisis equivala a
un orgasmo, en el nuevo contexto el ataque epilptico quedaba
asociado muy directamente con una situacin de muerte, en todo
caso tambin con una expresin somtica sexual pero en la que

16. E. P.-R., Los dinamismos de la epilepsia, ob. cit., PPS, t. 1, pg. 115.

256
la libido se fusionaba con la pulsin de muerte, y el cuadro se
desplazaba hacia atrs en la secuencia evolutiva. Con la pro-
mocin de esa figura ms primitiva de la patologa, asociada a la
violencia y la muerte, la exploracin de la dimensin inconscien-
te que es comn al psicoanlisis y el surrealismo qued desplaza-
da del misterio ertico de la creacin bajo figuras femeninas a lo
siniestro de la violencia y la emergencia instintiva de la muerte
en la figura, centralmente masculina, del epilptico.
De la histeria a la epilepsia hay no slo un cambio de la neuro-
sis a la psicosis sino propiamente un viaje al pasado ancestral; la
epilepsia vena asociada a la criminalidad y acumulaba un cor-
tejo fantasmtico, que a veces se traduca en sntomas, de violen-
cia y autodestruccin, en particular crmenes sexuales: violacio-
nes, pedofilia, incesto, necrofilia, canibalismo, vampirismo. El
epilptico encarnaba una figura de lo primitivo, de carencia de
frenos ante las urgencias de sus instintos, y en ese sentido se
reencontraba el sentido que Lombroso le haba adjudicado como
prototipo del delincuente por atavismo pero, freudianamente,
encarnaba tambin la introyeccin de un supery sdico que cas-
tiga implacablemente a un yo sometido; de all la oscilacin entre
religiosidad, moralismo extremo y explosin destructiva. Y es bien
significativo que en esa exploracin Pichon vuelva a la figura de
Dostoievski, ya que la continuidad postulada por Freud y admi-
tida por Pichon entre la psicopatologa del autor y los conteni-
dos de la obra contribua a situar al psicoanlisis en posicin de
explorar las relaciones entre locura y creacin esttica.
Los trastornos livianos de la histeria, siempre cercanos al
registro de la representacin y el teatro, promovan una aproxi-
macin al inconsciente como un registro expresivo, dominado
por una productividad subversiva del sentido comn y asimilada
al juego. Pichon invierte en cierto sentido el planteo freudiano:
no parte de la neurosis sino que sita su punto de acceso a la
psicopatologa en el campo de las psicosis. Y el modelo de la epi-
lepsia que construye como entrada a la psicopatologa freudiana,
transferido a la exploracin de las zonas limtrofes entre el arte y
la locura, introduce un sesgo diferente, se sita ya no en el eje

257
cuerpo-erotismo-teatro sino cuerpo-agresividad-muerte. Y la cues-
tin de la creacin, que es un tpico mayor del pensamiento
pichoniano, si en el primer caso emerga como un rasgo primario
de la productividad del inconsciente de un modo que, como fue
sealado, aproximaba el inconsciente de los surrealistas al de los
romnticos, desde el relieve de esa postulacin de la epilepsia
como psicosis esencial colocaba la dinmica de la creatividad en
otro terreno, el relleno interminable de un agujero primario. Lo
esencial no era ya la productividad figurativa, teatral, del in-
consciente, sino que el acto creador apareca como formacin se-
cundaria a una prdida primera, un tejido reparatorio que linda-
ba y conviva con la experiencia irrepresentable de la muerte.
Desplazados y combinados con la atencin central a la melanco-
la, esos problemas se van a desplegar notablemente en su traba-
jo sobre Lautramont.
De cualquier manera, queda pendiente un cotejo de esa lectu-
ra que Pichon haca del texto de Freud sobre Dostoievski para
analizar lo que de all queda desplazado a su tratamiento de
Lautramont (nunca escribi sus tesis sobre Van Gogh), pero, a
la vez, para examinar el impacto de la primera recepcin de Me-
lanie Klein sobre la lectura que haca de Freud. Slo quiero des-
tacar el desplazamiento del psicoanlisis paterno a la preemi-
nencia de la relacin materna. De hecho en la delimitacin de
una estructura patolgica de base para la epilepsia, el ncleo
central que para Freud estaba constituido por el parricidio, ten-
da a desplazarse hacia conflictos ms primarios.

Desde esos aos (1944) comenzaba a mostrar la voluntad de


construir una nosologa de las psicosis que se diriga hacia lo que
va a llamar la enfermedad nica; y no se ocupa slo de la epi-
lepsia, sino tambin de la melancola y la esquizofrenia, aunque
en pocos aos van a variar los nfasis y la epilepsia va a ceder
frente a la melancola. Que sea por la epilepsia que se le abre esa
va de exploracin de una supuesta situacin psictica bsica (que
se refiere al predominio de la pulsin de muerte y la libido des-
tructiva) no deja de tener consecuencias para su proyecto

258
nosolgico y parece articularse con la experiencia propiamente
inicitica que viene a cumplirse en su encuentro con el siniestro
conde de Lautramont. Ahora bien, es claro que, en esa etapa de
su formacin, su posicin es la de un psicopatlogo que busca
construir un sistema y est dominado por la pasin de la sntesis.
F. Minkowska le aportaba el rasgo de la bipolaridad (inhibicin y
explosividad) propio de la constitucin epileptoide, y P. Schilder,
el fantasma nuclear de muerte y renacimiento, en el nivel del
cuerpo y del mundo, que habita el ataque convulsivo. Y desde ese
modelo de psicosis esencial se abre, en una primera versin de su
nosografa, la grilla de transformaciones que dan como resultado
la melancola en la que los fantasmas de aniquilamiento se vuel-
can sobre el yo y la esquizofrenia, dominada por la disgregacin.
En esa misma direccin establece la oposicin, que Bleger desa-
rrollar varios aos despus, entre el epileptoide, en el que domi-
na la condensacin y el aglutinamiento, y el esquizoide, en el que
todo se disocia, se dispersa, se disgrega.17
Pero si la epilepsia le proporciona, hasta aqu, el modelo de la
psicosis, tambin le aporta una matriz de tratamiento: el shock
convulsivo. Si la situacin psquica en la epilepsia proporciona el
modelo de las psicosis y si la descarga convulsiva en el epilptico

[...] intenta resolver [...] el estado de tensin existente entre el yo y el


supery, al descargar energas relacionadas con el instinto de muerte y
la libido homosexual,

el psictico no epilptico tendra la desventaja de no disponer de


un mecanismo semejante de descarga y reduccin de la ansiedad.
La conclusin es directa: provocar una convulsin a tales enfer-
mos, es decir producir una epilepsia artificial, resuelve la situa-
cin de conflicto y sus consecuencias al satisfacer las tendencias
masoquistas (necesidad de castigo). Por otra parte, el propio Pi-
chon seala una relacin directa entre la atencin dedicada a la

17. Ibd., pgs. 150-151.

259
epilepsia y su inters por los tratamientos de shock.18 Es claro
que para nuestro autor la teraputica convulsionante (que sigui
defendiendo siempre, para algunos cuadros) no implicaba ningu-
na propiedad curativa sino que haca posible una operacin, pen-
sada psicoanalticamente, sobre el yo. Ms an, en uno de los
textos dedicados a la esquizofrenia especula con que la descarga
artificial provocada por el shock transforma transitoriamente al
psictico en un neurtico sobre el cual es posible operar con las
herramientas del psicoanlisis.19
En la misma poca experiment con el uso de drogas a partir
de una concepcin igualmente activa, intervencionista, del tra-
tamiento; por lo menos en la creacin de condiciones, para una
experiencia psicoteraputica concebida desde el psicoanlisis.
Habra una concepcin estratgica que apunta a enfrentar las
situaciones extremas de la inmovilidad y el bloqueo o de la confu-
sin y la desorganizacin del yo; posicin que no era ajena al
lugar psiquitrico desde el cual tramit su encuentro con el
freudismo y a los modos caractersticos que enlazaron su investi-
gacin clnica a la enorme voluntad de renovacin del espacio
manicomial. Narcodiagnstico (1940) deja ver algo de ese cruce
de referencias entre freudismo y psiquiatra. Por una parte, est
repitiendo experiencias francesas, del crculo de H. Claude; se
trataba de enfrentar el bloqueo y la cristalizacin de determi-
nadas psicosis con propsitos mayormente diagnsticos y prons-
ticos, y en menor medida teraputicos. Se buscaba provocar mo-
dificaciones agudas del estado de conciencia a travs de sustan-
cias anestsicas que producan al despertar un estado crepuscu-
lar, caracterizado por una afectividad intensificada y una dispo-
sicin a la expresin verbal y la descarga emocional. De los casos
expuestos slo en uno aparece un efecto teraputico directo de

18. Ibd., pgs. 162-163. Vase Exposicin sucinta de la teora especial de


las neurosis y psicosis, ndex de Neurologa y Psiquiatra, 1946, VI; en PPS, t.
1, pg. 33.
19. E. P.-R., Psicoanlisis de la esquizofrenia, Rev. Psa., 1947, V, n 2; en
PPS, t. 1. pg. 79.

260
esas experiencias, pero es claro que la concepcin bsica es la de
una teraputica orientada a la supresin de represiones y la des-
carga afectiva y verbal, de acuerdo con el primer modelo freudia-
no de la catarsis. As se hara posible acceder a planos de la
personalidad casi imposibles de conocer de otra manera. Si la
concepcin psiquitrica se dinamiza, lo mismo sucede con la
idea del tratamiento que parece concebir a la inmovilidad como
el mayor de los problemas en la psicosis y, frente a ello, justifica
teraputicas de intervencin drstica, algo que ya haba hecho
en un trabajo, en colaboracin, sobre el electroshock.20
Unos aos despus ya habla de narcoanlisis y es importan-
te advertir que busca sus antecedentes en el siglo XIX, a la vez en
Moreau de Tours y en los parasos artificiales de Thophile
Gautier y Charles Baudelaire.21 La investigacin clnica psiqui-
trica y la experimentacin modernista rescatada por los surrea-
listas anudaban un encuentro peculiar. Por esa va recuperaba
cierta representacin del inconsciente como el lado oscuro de la
subjetividad, de un modo que acentuaba la asimilacin de la lo-
cura al sueo y que apuntaba a las fuentes ocultas de los cua-
dros psicopatolgicos. En ese sentido, la colocacin de nuestro
psicoanalista se muestra como nica por su disposicin a inte-
grar a sus bsquedas algo de esa tradicin esttica que tiene sus
races en el romanticismo. Y sin embargo, no habra que exage-
rar la impronta del surrealismo ya que en ese trabajo sobre el
narcoanlisis el propsito principal no radicaba en promover la
potencialidad subversiva de una investigacin de la locura, ni se
tomaba a la droga como prototipo de la exaltacin de una expre-
sin inconsciente liberada de las ataduras cotidianas. La accin
de la narcosis era pensada segn objetivos teraputicos precisos.

20. E. P.-R., Narcodiagnstico con Evipn sdico, trabajo ledo en la Soc.


Arg. de Neurologa y Psiquiatra, mayo de 1940; en PPS, t. 1, pg. 376. E. P.R.,
G. Bosch y J. Peluffo, Teraputica convulsivante con cloruro de amonio, Ac-
tualidad mdica mundial, 1942, XII.
21. E. P.-R., Teora y prctica del narcoanlisis, Rev. Psa., 1947, V, n 4, en
PPS, t. 1.

261
Se trataba de suprimir inhibiciones, de actuar sobre el conflicto
actual reduciendo las resistencias y facilitando un proceso de
abreacin tanto en lo que se refiere a la descarga de las emocio-
nes como al acto de adquirir conocimiento de la situacin.22
En ese sentido, no acenta en la droga los efectos desestruc-
turantes a nivel del yo promovidos por la propia situacin
psicoanaltica sino que, por el contrario, la narcosis vendra a
expandir la funcin sinttica. Pichon superpone finalmente
dos modos de pensar los efectos de la droga en el nivel del yo.
Por una parte, segn el modelo catrtico, el yo se fortalece por
la reintegracin de algo disociado; por otra, segn la concep-
cin psicopatolgica de la melancola y la mana, el yo se forta-
lece porque resuelve manacamente el conflicto con el supery,
lo que explica la euforia que acompaa la supresin de los sn-
tomas.
El modelo de la enfermedad nica se anticipa y proporcio-
na correlativamente un prototipo de una cura nica: la recon-
ciliacin y el aplacamiento en las relaciones yo-supery; y en
ese sentido, la accin de la narcosis es pensada en trminos de
un cuadro psicopatolgico artificial, cuyos efectos son anlogos
a los de la crisis epilptica inducida en las teraputicas convul-
sivantes: reducir la oposicin entre el yo y el supery sdico
primitivo. Pero el mecanismo productor de ese efecto vara; las
terapias de shock resolveran circunstancialmente esa distan-
cia operando sobre la dimensin melanclica del conflicto al sa-
tisfacer las necesidades de castigo, mientras que la narcosis
acta sobre el polo manaco: el yo triunfa sobre el supery y
escapa a su sujecin. Y en cuanto a la inspiracin esttica, bre-
vemente, se reduca a proporcionar una analoga entre la libe-
racin expresiva del inconsciente y la produccin sintomtica,
segn una psicopatologa centrada en las funciones del yo y sus
conflictos.

22. Ob. cit., t. 1, pg. 397.

262
Psiquiatra y psicosomtica

Los trabajos psicopatolgicos de Pichon llevan la marca de su


origen en los cursos que dictaba en el Hospicio de las Mercedes
(publicados en el ndex de Neurologa y Psiquiatra), y esto no
slo porque son bsicamente notas de clases, sino porque la insti-
tucin de la locura que los contena determinaba tambin el n-
fasis y la mezcla, podra decirse con la psiquiatra. En efecto,
no ha sido quiz suficientemente sealado el papel de la psiquia-
tra como disciplina de conocimiento, como prctica clnica pero
tambin como espacio peculiar de convivencia e interaccin con
la locura en la obra de Pichon que, al menos en el perodo que
estoy considerando, estuvo dominada por la voluntad de cons-
truir la posicin de un psiquiatra de nuevo tipo.
El acceso a ese espacio de conjuracin de la locura ha sido
iluminado por el propio Pichon con algunas referencias auto-
biogrficas en las que ha destacado el surgimiento, en su adoles-
cencia, de una vocacin por lo siniestros que tuvo su expresin
en poemas escritos bajo la influencia de Rimbaud y Lautramont;
de acuerdo con la construccin autobiogrfica ofrecida por nues-
tro autor, la continuidad entre sueo y vigilia fue descubierta,
adems, en el contacto con los componentes mgicos de la cultu-
ra rural guarantica, dominada por las nociones de muerte, due-
lo y locura. Muerte, sueo y locura anudan una relacin perdu-
rable en su obra y convergen en la eleccin de la locura (que
aun siendo una forma de muerte, puede resultar reversible)
como objeto de una vocacin a la que dedic su vida. Y si lleg al
psicoanlisis desde la psiquiatra, en trminos de una labor in-
terminable de reparacin de esa situacin lmite, al mismo tiem-
po testimonia que la lectura del texto de Freud sobre la Gradiva
le mostr el camino de una sntesis, bajo el comn denomina-
dor de los sueos y el pensamiento mgico, entre el arte y la
psiquiatra.23

23. E. P.-R., Prlogo, 1970, en PPS, 1, pgs. 7-11.

263
Pero en todo caso, si ese impacto temprano de lo siniestro
encarnado en el choque de culturas (de Ginebra a Goya), la fas-
cinacin por los mitos guaranticos y la figura y la poesa de
Isidoro Ducasse estn presente en su acceso al freudismo, no es
menos cierto que la psiquiatra y las prcticas del hospicio le
proporcionaron la experiencia ms sistemtica en su explora-
cin de la clnica del inconsciente. Y parece claro que su impul-
so inicial hacia la construccin de una nueva psicopatologa se
deriva de esa prctica de la psiquiatra; en un sentido, sigue los
primeros pasos de Ingenieros, que escriba sobre la histeria a
partir del material clnico que le aportaba el servicio del Hospi-
tal San Roque al que se haba incorporado. Pero en Pichon est
presente un estilo de investigacin sobre lo cercano, un pensa-
miento que no encontr su lugar central en el escrito sino en
una pedagoga interactiva que va a cimentar, a lo largo de ms
de tres dcadas, su estatura de maestro de la palabra y la argu-
mentacin.
Pichon realiz una trayectoria excepcional y en su carcter
nico se hace comparable a Jos Ingenieros; pero lo cierto es
que esa trayectoria es impensable sin el impacto inicial de su
opcin por la psiquiatra, que le proporcion el marco necesa-
rio para la construccin de una teora nosolgica que fue el
resultado de una voluntad de integracin que estaba presente
desde sus primeros trabajos. Recibi de la adscripcin al cam-
po psiquitrico la voluntad de reajustar la psicopatologa psi-
coanaltica en trminos de una exigencia de renovacin
nosolgica; algo que, por otra parte, coincida con el propsito
de algunos autores que son extensamente citados en esos pri-
meros trabajos, como Fenichel y Nunberg. Pero es Abraham
en un camino que conduce al kleinismo quien aporta una
primera matriz de organizacin de los cuadros psicopatolgi-
cos que sigue el modelo de la evolucin de la libido y los pun-
tos de fijacin. Entre el psicoanlisis y la psiquiatra existe,
dice Pichon-Rivire, una relacin de complementacin, tal como
la que existe, de acuerdo con una comparacin del propio Freud,
entre la anatoma y la histologa.24 Y desde esa conviccin des-

264
pliega el cuadro completo de los niveles de relacin y distin-
cin entre psicoanlisis y psiquiatra. Pero es claro que no est
promoviendo una coexistencia con la vieja psiquiatra, como
Gorriti o Beltrn en los 30, sino una renovacin superadora
hacia una nueva psiquiatra de base psicoanaltica; all es don-
de cobra importancia atender a las operaciones de recepcin y
exposicin de autores como Abraham, Schilder o Alexander,
que tienen la virtud de cumplir una doble funcin: alimentar
la formacin interna del grupo pionero de la organizacin
psicoanaltica y servir de plataforma de lanzamiento para un
movimiento hacia la psiquiatra (lo mismo suceda con la me-
dicina psicosomtica) que buscaba imponer una nueva orien-
tacin en el campo de la medicina argentina.
El ideal de integracin del psicoanlisis a la medicina, que
haba dominado la recepcin del freudismo en el crculo de Psico-
terapia, notoriamente en Pizarro Crespo, animaba tambin la
empresa del primer Pichon aunque, por supuesto, eran otros los
fundamentos sobre los cuales procuraba construir esa empresa
de unificacin. Nuestro psicoanalista mostraba ya, desde los pri-
meros trabajos, una voluntad aditiva caracterstica (de autores,
pero tambin de registros de experiencia: ciencia, arte, filosofa,
deporte, vida cotidiana) y hacia 1946 defina al psicoanlisis como
una teora integral psicobiolgica en trminos que evocaban di-
rectamente al joven Pizarro Crespo.25 Hacia 1946 ya haba cons-
truido el ncleo de su teora de la enfermedad nica que ya
estaba formulada plenamente en el artculo de 1947 sobre la
esquizofrenia y haba desplazado su inters de la epilepsia a la
melancola y la esquizofrenia.

24. E. P.-R., Primer Congreso de la Soc. de Neurologa y Psiquiatra de


Buenos Aires, 1945, ob. cit., pg. 564. Vase, S. Freud, Conferencias de Intro-
duccin al psicoanlisis, n 16, 1917, O.C., t. 16, pg. 233.
25. E. P.-R., Contribucin a la teora psicoanaltica de la esquizofrenia,
Rev. Psa., 1946, IV, n 1; en PPS, t. 1, pg. 45n.

265
En principio, lo convocaba la tarea, propiamente psiquitrica,
de poner orden en el cortejo diversificado de sntomas de la esqui-
zofrenia. Y la asumi con una sistematicidad que revela bien su
talento para combinar el registro de la experiencia clnica directa
con la apropiacin de la conceptualizacin psicoanaltica prove-
niente de un cortejo de autores (Nunberg, Schilder, Garma) pero
que tambin extraa sus referencias de la tradicin literaria, en
este caso de La metamorfosis de Kafka, como un punto de an-
claje entre las series diversas que confluan en su pensamiento.26
Apareca ya en este texto la postulacin de un origen bsico co-
mn para todas las psicosis, caracterizado como una situacin
melanclica y un trabajo de duelo tendiente a superarla; y desde
esa situacin bsica se abran las posibilidades que conducan a
los distintos cuadros segn dominaran mecanismos manaco-de-
presivos, hipocondracos o paranoides.
En 1947 enuncia ya su teora general de las psicosis fundada
en una concepcin de los cuadros psicopatolgicos que ha sido
revelada, dice Pichon, por los nuevos tratamientos de shock. Si el
ncleo psictico central es melanclico, lo especfico de la esqui-
zofrenia radica en la regresin en el nivel del yo, adems de ser el
cuadro en el que se presentan y se mezclan todos los mecanismos
psicticos descritos en su mapa psicopatolgico general. Acen-
tuaba as las analogas entre las neurosis y las psicosis, que se-
ran distinguibles nicamente por la profundidad de la regre-
sin; y determinaba que la situacin tpica, nuclear, de las psico-
sis era la situacin melanclica supery sdico y yo masoquista,
la misma que haba descubierto en la epilepsia a partir del texto
de Freud sobre Dostoievski. Planteada una estructura bsica
nica en el origen de los trastornos psicopatolgicos, los distintos
cuadros se distinguen por el juego de diferentes mecanismos,
siguiendo la continuidad entre neurosis y psicosis, lo que supone
una serie evolutiva invertida, es decir involutiva: lo determinan-

26. Ibd., pg. 50.

266
te viene a ser la reversin del desarrollo normal, siendo la grave-
dad del cuadro proporcional a la magnitud de la regresin.
Finalmente, si la situacin bsica es melanclica, es decir de
una prdida de objeto que es un equivalente de la muerte, la
teora de la epilepsia como prototipo de una crisis de descarga
que restablece transitoriamente un cierto equilibrio de las mag-
nitudes pulsionales destructivas (y promueve un cambio a la po-
sicin neurtica) encuentra una explicacin metapsicolgica. Y
el shock elctrico o insulnico provoca en el psictico el mismo
efecto que la crisis epilptica en Dostoievski. Freud haba anali-
zado en el novelista ruso la funcin de aplacamiento cumplida
por las crisis o sus equivalentes como el juego compulsivo hasta
perderlo todo en trminos de cumplimiento de una necesidad de
castigo. A partir de ese apaciguamiento, deca Freud, el escritor
poda crear sus obras ms admirables; pero el ciclo recomenzaba
una y otra vez. Pichon va mucho ms all y postula a la crisis
como un mecanismo de muerte que descarga las pulsiones des-
tructivas y hace posible, transitoriamente, una reorganizacin
del yo.27
En la descarga infligida violentamente al psictico, con prop-
sitos teraputicos, se producen dos efectos simultneos: descarga
sus impulsos agresivos y satisface las tendencias masoquistas, es
decir que el tratamiento satisface a la vez a un yo masoquista y a
un supery sdico. ste era justamente el esquema con el que
Freud haba interpretado en Dostoievski la secuencia que iba del
incremento pulsional destructivo por medio de la crisis de des-
carga a un equilibrio que reabra la posibilidad creativa. Pero si a
Freud no poda ocurrrsele hacer de la epilepsia un modelo tera-
putico, Pichon tena frente a los sntomas la posicin de un m-
dico psiquiatra y se distanciaba del lugar bsicamente no inter-
vencionista que haba elegido Freud para su concepcin de la
cura. Desplazada, entonces, la epilepsia por la melancola, de ese
lugar prototpico en la construccin de una teora psicopatolgica

27. Ibd., pg. 66.

267
general, persista sin embargo su papel ejemplar para una tera-
putica psiquitrica que, fundada en la intervencin del mdico
(hasta los riesgos de un pasaje al acto) conceba sus resortes y
la lgica de su accionar de un modo que se distanciaba en el pun-
to de partida del fundamento de la situacin psicoanaltica de la
cura que, como es sabido, Freud haba construido segn el para-
digma de su teora de las neurosis.
Y aqu se hace necesario, entonces, situar esa empresa inicial
de Pichon-Rivire en lnea con las tradiciones de encuentro del
freudismo con las patologas desplegadas en el espacio de la sala
hospitalaria y el hospicio. Porque si, desde Ingenieros a Bermann
y Thnon, la cuestin central de esa expansin del freudismo ha-
cia el campo mdico y las demandas de los pacientes radicaba en
la importacin de las herramientas de la psicoterapia y en el re-
lieve de las neurosis, Pichon-Rivire promueve un encuentro
doblemente desplazado: de la neurosis a la psicosis y del consul-
torio al hospicio en un primer intento de constitucin integral de
una nueva psiquiatra. En 1948, un extenso trabajo sobre la psi-
cosis manaco-depresiva le sirve para exhibir su voluntad de in-
tegrar la psicopatologa psicoanaltica al conjunto de la tradicin
psiquitrica.28 La forma elegida es encontrar en autores del cam-
po psiquitrico (W. Griesinger, Kraepelin, H. Ey) ideas precur-
soras de los conceptos psicoanalticos. Pero cuando nuestro autor
seala a Griesinger como precursor de su propia teora psicopa-
tolgica, que situaba a la depresin en el origen de todos los cua-
dros, revela al mismo tiempo que la concepcin de la enfermedad
nica es la expresin ms alta de esa voluntad de reunir al
freudismo con el saber psiquitrico en una misma disciplina.
Enrique Pichon-Rivire se haba ocupado tempranamente de la
psicosomtica, en 1940, en un trabajo conjunto con A. Rascovsky y

28. E. P.-R., Historia de la psicosis manaco-depresiva, en A. Garma y A.


Rascovsky, Psicoanlisis de la melancola, Buenos Aires, APA, 1948; en PPS, t. 1.
29. E. P.-R., A. Rascovsky y J. Salzman, Elementos constitutivos del sn-
drome adiposo genital prepuberal en el varn, Archivos argentinos de pedia-
tra, 1940, XI, n24; en PPS, t. 1.

268
J. Salzman dedicado al sndrome adiposo genital prepuberal.29 Y
aunque no puede determinarse precisamente cul fue su contribu-
cin, parece incorporar la clnica mdica al campo de problemas que
dieron marco a sus primeros encuentros con Freud. Vimos que hubo
un primer trayecto alrededor de la educacin, como espacio concreto
de exploracin y, a la vez, como modelo de intervencin teraputi-
ca en el terreno de los trastornos psiconeurticos. Los comienzos
de su produccin psicoanaltica aparecieron, como se vio, ocupados
centralmente en el proyecto de construccin de una psiquiatra
psicoanaltica cuyos ejes eran la nosologa de la enfermedad nica
(de la epilepsia a la melancola) y el modelo de los tratamientos
convulsivos de las psicosis. Una conviccin bsica en la movilidad
de las estructuras psicopatolgicas estuvo en la base de esas trans-
formaciones de psicticos en neurticos, y constituy para Pichon
el fundamento de una afirmacin de principio: contrariamente a la
posicin freudiana, era posible el psicoanlisis en las psicosis.
De la cuestin educativa a la cuestin psicopatolgica y psi-
quitrica hay algo que resalta: la promocin del psicoanlisis a la
condicin de una caja de herramientas que lo convocaba siem-
pre desde otro lugar. Y en esa va Pichon-Rivire se reuna, en
algo, con la saga de importadores del freudismo en estas tierras,
en la medida en que, como ellos, nunca consider que hubiera all
una causa que sostener. Su incursin en la cuestin psicosomti-
ca puede analizarse a partir, bsicamente, de una expansin de
sus concepciones psicopatolgicas. Uno de los primeros trabajos,
sobre la jaqueca, se refera directamente a sus proposiciones ini-
ciales sobre la epilepsia como ncleo nosolgico a partir del cual
se abran las distintas psicosis, y propona una homologacin con
el cuadro psicosomtico de la jaqueca. El ncleo de la enferme-
dad nica en el territorio psiquitrico se traspona directamente
al continente psicosomtico bajo la forma, igualmente ejemplar,
de la jaqueca.30 Y cuando su teora psicopatolgica desplaz a la

30. E. P.-R., Estudio psicosomtico de la jaqueca (1946), en A. Rascovsky


(comp.), Patologa psicosomtica, Buenos Aires, El Ateneo, 1948; en PPS, t. 1.

269
epilepsia por la melancola como cuadro nuclear, y como una prue-
ba de que sus estudios clnicos psicosomticos seguan de cerca
sus construcciones tericas, propuso la afinidad nosolgica entre
la lcera pptica y la psicosis manaco-depresiva.31
Con ello resultaba clara la voluntad de ir ms all de las in-
vestigaciones psicosomticas realizadas por Franz Alexander y
su escuela. En efecto, las promesas de una nueva medicina afe-
rrada a la categora de totalidad impulsaron, en Estados Unidos,
la consideracin del paciente como un todo indivisible y desta-
caron el papel causal de los factores emocionales en diversas pa-
tologas. En esa direccin, Franz Alexander pareca rescatar la
inspiracin de Stefan Zweig en el cuestionamiento a la medicina
de las localizaciones. La psiquiatra a partir de Freud segn el
psicoanalista establecido en Chicago vendra a introducir un
enfoque sinttico en las disciplinas mdicas sobre la base de la
consideracin del organismo como una unidad. Esta peculiar in-
terpretacin de la obra freudiana lo llevaba a resaltar la nocin
de personalidad como expresin, justamente, de esa unidad en
el nivel subjetivo. se era el marco de ideas que lo llevaban a
distinguir los cuadros de la histeria de conversin, la orga-
noneurosis y las perturbaciones orgnicas psicgenas.32
Si se piensa en el impacto sobre los primeros psicoanalistas
argentinos, resalta la distancia con las concepciones psicopatol-
gicas de Pichon-Rivire, quien no tena en la mira los factores
emocionales de accin crnica sino la reduccin de los trastornos
psicosomticos a las estructuras psicopatolgicas de base, segn
su teora de la enfermedad nica. Al mismo tiempo, Alexander
apuntaba invariablemente a los problemas de la convivencia en
las situaciones conflictivas propias de la vida moderna:

31. E. P.-R., lcera pptica y psicosis maniacodepresiva, en A. Rascovsky


(comp.), 1948, ob. cit.; en PPS, t. 1.
32. F. Alexander, Aspectos psicolgicos de la medicina, Rev. de Psicoanli-
sis, 1943, I, n 1.

270
Muchas emociones debidas a las complicaciones de nuestra vida so-
cial no pueden ser expresadas y aliviadas a travs de actividades volun-
tarias, sino que permanecen reprimidas y son desviadas.33

Pero con ello no haca sino retomar una temtica nacida con la
psiquiatra moderna: la vida agitada de las ciudades y las exi-
gencias de la civilizacin son un factor de patologa, incluyendo
perturbaciones somticas. Alexander retomaba una tradicin que
cargaba a la medicina con la misin de una crtica moral de los
excesos y los efectos inconvenientes de la vida civilizada. Ahora
bien, cuando el psicoanalista de Chicago insiste en la importan-
cia central de los impulsos hostiles en los cuadros de hiperten-
sin y remite esa afeccin psicosomtica a los conflictos con la
agresividad en las condiciones de la vida social competitiva, el
concepto de agresividad en juego parece tener menos que ver con
Freud, o con Melanie Klein, que con la vieja nocin darwinista de
la lucha por la vida:

[...] el individuo maduro debe afrontar en el curso de su vida problemas


complejos, como es el de mantener la propia existencia y la de su fami-
lia, su posicin social y su prestigio. En nuestra civilizacin actual, to-
das estas tareas involucran inevitablemente sentimientos de rivalidad
hostil, crean temores y requieren al mismo tiempo un extremado con-
trol de estos impulsos hostiles.34

Finalmente, Alexander expone sintticamente la amenaza que


vislumbra en el horizonte y le opone una posicin tica liberal,
cuando insiste, en el final de un estudio dedicado a Falstaff, en la
necesidad de salvaguardar la individualidad frente a los riesgos
de una mecanizacin social organizada.35

33. Ob. cit., pg. 80.


34. F. Alexander, Factores emocionales en la hipertensin esencial, Rev.
de Psicoanlisis, 1944, II, n 1, pg. 108.
35. F. Alexander, Un comentario sobre Falstaff, Rev. de Psicoanlisis, 1948,
n 2, pg. 510.

271
Si Alexander enfocaba la causalidad psicosomtica segn el
modelo de una mecnica social de la agresividad en una interac-
cin necesariamente competitiva, es claro que su atencin se di-
riga mayormente a las condiciones ambientales y all, en esa
atencin al medio, el relevo ambientalista del freudismo que ca-
racteriz la recepcin norteamericana reencontraba la vieja cate-
gora positivista de la adaptacin. Pero la adaptacin ya no es
una peripecia individual en la lucha por la existencia, ya no res-
ponde a patrones biolgicos de conducta sino que depende bsica-
mente de la socializacin como aprendizaje cultural. En ese sen-
tido, si se distancia radicalmente del naturalismo biolgico que
domin un sector importante del pensamiento social europeo en
el siglo XIX, a la vez instaura un determinismo cultural que es el
equivalente funcional alternativo a la herencia y la raza.
Ahora bien, Pichon-Rivire se distanciaba de las tesis de Ale-
xander en la medida en que tenda a sustituir el conflicto neur-
tico y el componente ambiental y adaptativo por la insisten-
cia en el ncleo psictico. Ello le permita postular una melanco-
la gstrica alternante con episodios de omnipotencia gstrica,
equivalentes somticos de la alternancia entre la depresin y la
mana. El ulceroso, entonces, somatizaba el conflicto melanclico
y slo se diferenciaba de ese cuadro porque la regresin del yo
sera menor y slo parcial.
Pero cuando el discurso psicosomtico era dirigido a un pbli-
co mdico, con el evidente propsito de buscar una ampliacin de
la legitimidad del psicoanlisis en ese campo, Pichon desplazaba
ese eje dominante puesto en el modelo de las psicosis y en el
lugar psiquitrico. El crculo completo de los fundadores del psi-
coanlisis argentino coincida en apuntalar, en esa direccin: la
construccin de una medicina psicosomtica de base psicoanal-
tica. En esa promocin hacia un psicoanlisis mdico la orienta-
cin de Alexander se volva dominante e insuperada y la origina-
lidad del planteo pichoniano se dilua. En efecto, el planteo que le
era caracterstico, y que en sus propios trminos buscaba ir ms
all de Alexander, resida en el apego a esa matriz que construa
una nosologa psicosomtica segn el modelo de las psicosis. Pero

272
la medicina psicosomtica de Franz Alexander era otra cosa en
la medida en que desplazaba su centro al hospital y a los conflic-
tos del hombre comn. El nfasis se desplazaba a la afirmacin
del enfermo como una unidad compleja y al lugar necesario de un
mdico que deba reunir en una sola mano lo que tradicional-
mente era encomendado a la medicina y a la religin por separa-
do; se era, por otra parte, el enfoque psicobiolgico iniciado por
Pizarro Crespo, citado por Pichon como antecedente.36 Con ese
espritu, Pichon inclua una profesin de fe monista y defina,
ante ese pblico mdico, lo psquico como una propiedad de la
materia organizada; reencontraba as la inspiracin humanista
que promova al psicoanlisis a la posicin de una verdadera
antropologa integral.37
Si se quieren examinar, entonces, las ideas del primer Pichon
a la luz de esa tradicin insistente de recepcin del freudismo de
cara a demandas de la sociedad, conviene establecer algunas dis-
tinciones, ya que hay ms de una concepcin del psicoanlisis en
juego. Por una parte es psiquiatra psicoanaltica, es decir nue-
va psiquiatra en la que la voluntad de transformacin del espa-
cio psiquitrico se integra con la vocacin pedaggica en la for-
macin de los nuevos profesionales capaces de sostener esa em-
presa de renovacin. Muy cercanamente, es psicopatologa psico-
somtica como una extensin a la clnica mdica de esa nosogra-
fa construida en el hospicio. Finalmente, en la labor colectiva
comn con sus socios fundadores de la institucin psicoanaltica,
es medicina psicosomtica (psicoanlisis mdico en la acepcin
de Alexander) en un desplazamiento que no slo cambia los des-
tinatarios del discurso sino que incorpora un punto de vista que
podra considerarse una apertura hacia una psicopatologa y
una psicosomtica social. Algo de eso qued plasmado en el pr-

36. E. P.-R., Prlogo, en E. V. Salerno, Aportaciones a la medicina psicoso-


mtica, ginecolgica y obstetricia, Buenos Aires, C. Vergara, 1946; en PPS, t. 1;
pgs. 315 y 325.
37. E. P.-R., Conceptos bsicos en medicina psicosomtica, La Prensa M-
dica Argentina, 1948, XXXV; en PPS, t. 1, pg. 283.

273
logo a Semiologa psicosomtica, de David Liberman: el ncleo
de la situacin patgena estaba ahora, siguiendo a Alexander, en
el fracaso de la adaptacin al medio social.38
La tradicin higienista haba planteado, desde fines del siglo
XIX, el horizonte de una medicina social en la que participaban
dos factores fundamentales. En primer lugar, se atenda a las
circunstancias del medio social y moral: el estado de salud que-
daba localizado en los cuidados del cuerpo y la calidad de las
costumbres y desde all se denunciaba al alcohol, las enfermeda-
des venreas e infecciosas, la mala nutricin y los excesos de todo
tipo. Al mismo tiempo, era fundamental la dotacin gentica, es
decir los antecedentes hereditarios que resultaban determinan-
tes en el nivel de salud fsica y psquica. La herencia y el ambien-
te disputaban la prioridad como factores determinantes de la en-
fermedad, especialmente de los trastornos mentales. Cuando la
medicina psicosomtica que en la versin difundida en el medio
argentino es bsicamente norteamericana impone su presencia
ejemplar para pensar a la vez los problemas de una nueva medi-
cina y para renovar y ampliar el alcance de la disciplina psicoa-
naltica, la herencia ha perdido la posicin central en el discurso
mdico psiquitrico.
En la declinacin de la cosmovisin eugensica se encuentra,
justamente, una de las condiciones de la implantacin del psicoa-
nlisis psicosomtico. Pero en el trastrocamiento de la tradicin
higienista no slo el polo de la herencia pierde vigencia sino que
lo que entonces queda como polo dominante, el medio, cambia
radicalmente su significacin. Ya no es el medio biolgico que se
representaba crudamente con las figuras de la enfermedad y la
miseria; es decir, ya no es la causalidad directa de las condicio-
nes patognicas del medio que golpearan de modo inequvoco
sobre el organismo. Los casos ejemplares de las venreas o el
alcohol ilustraban bien esa lgica de las patologas socialmente

38. E. P.-R., Prlogo en D. Liberman, Semiologa psicosomtica, Buenos


Aires, Lpez y Etchegoyen, 1947; en PPS, t. 1, pg. 364.

274
causadas, en las que el agente provocador se bastaba para expli-
car los efectos perniciosos; en esa cosmovisin, si la lgica de la
adaptacin pona en juego una intervencin del individuo, sta
era pensada bsicamente segn la figura que el darwinismo ha-
ba impuesto: la lucha por la existencia.
La novedad que el freudismo trae a esa tradicin y que el
psicoanlisis mdico-social de Alexander expone es la sustitu-
cin de la figura exterior de la lucha por el concepto de conflicto
intrapsquico. Vivimos en una sociedad competitiva que es res-
ponsable de diversos desajustes emocionales, dice el psicoana-
lista afincado en Chicago, quien encuentra en esos trastornos
adaptativos el fundamento de las neurosis. Hasta all el relato
bien podra ser compartido por un darwinista social, el cual se-
guira sealando que en la lucha por la vida desplegada en el
escenario social siempre hay ganadores y perdedores. Pero all la
argumentacin de Alexander se separa: dado que todo individuo
lleva en s un ncleo de ambivalencia emocional entre anhelos de
dependencia e impulsos de agresin y rivalidad, ese conflicto
prototpico que se funda en los modos de constitucin subjetiva
y en el vnculo con los objetos de amor que el psicoanlisis ha
revelado se expresa en la escena colectiva como un conflicto b-
sico entre tendencias sociales y antisociales. Y un espectro muy
amplio de trastornos que son expresin de ese conflicto nuclear,
desde la criminalidad a la lcera pptica, convocan al mdico psi-
coanalista como un practicante de una teraputica psicobiolgica
que ha desplazado su punto de mira a los trastornos de la socie-
dad contempornea.39
Lo propiamente pichoniano, finalmente, era la vocacin
nosolgica llevada al dominio psicosomtico, como un trasplante
de su teora de las psicosis. Y cuando se desplazaba al terreno del
psicoanlisis mdico Pichon guardaba todava un apego a la
ortodoxia de la teraputica psicoanaltica. De la psiquiatra a la

39. F. Alexander; M. French, Psychoanalytic Therapy, Nueva York, Ronald


Press, 1946, pgs. 3-4.

275
psicosomtica, parece claro que el punto de referencia central era
el de una psicopatologa renovada, que tiene en la mira la propues-
ta de la cura psicoanaltica como recurso estratgico. De modo
que terminaba su presentacin ante el pblico mdico, en 1948,
postulando que el tratamiento de las afecciones psicosomticas
es siempre psicoanaltico, aunque admita el empleo de formas
de acortamiento de su duracin algo que tambin formaba parte
centralmente de las preocupaciones de la escuela de Chicago.40

No me propongo examinar aqu los pasos que llevaron a Pi-


chon de la psiquiatra psicoanaltica a la dinmica de los grupos
y la psicologa social. Es claro que hay un Pichon-Rivire de los
60, supuestamente ms conocido y sin duda ms influyente, que
todava aguarda ser estudiado en el contexto de un perodo clave
del psicoanlisis argentino. En este ensayo me he limitado a exa-
minar su obra hasta comienzos de los aos 50, perodo en el cual
produjo una parte muy importante de su obra escrita. Despus,
como es sabido, escribi menos y estableci las bases de una en-
seanza oral en las sucesivas escuelas (de psiquiatra social, de
psicologa social) que fund con apreciable xito de pblico. Sus
discpulos han insistido en que esa enseanza no puede ser juz-
gada a partir de los pocos trabajos escritos que han sobrevivido al
maestro.41 Pero si se toma en cuenta un primer trabajo, de 1951,
sobre psicoterapia de grupos, es evidente que tambin en esa l-
nea, que va a constituir el eje de su enseanza en los 60, la puer-
ta de entrada es la cuestin psiquitrica.42
En este caso la vocacin pedaggica, volcada a la enseanza
de la psiquiatra, lo llevaba a resaltar las posibilidades del grupo

40. E. P.-R., Conceptos bsicos en medicina psicosomtica, ob. cit., pg.


292.
41. Vase Jos Bleger, Enrique Pichon-Rivire. Su aporte a la psiquiatra y
al psicoanlisis, Acta psiquitrica y psicolgica de Amrica Latina, XIII, n 4,
diciembre de 1967, pgs. 346-350.
42. E. P.-R., Aplicaciones de la psicoterapia de grupo, Relato oficial, Pri-
mer Congreso de Psicoterapia de Grupo, 1951; en PPS, t. 2.

276
como instrumento de formacin aplicado a estudiantes de medi-
cina. Pero en ese texto que se propona como el relat de una
experiencia haba algo ms que la exposicin de un recurso de
enseanza. Es la concepcin misma de la psicopatologa que ha-
ba construido en la dcada anterior la que quedaba afectada por
un cambio de registro que anunciaba su desplazamiento fuera
del campo del psicoanlisis. En efecto, las neurosis y las psicosis
son ahora definidas como una bsica perturbacin del aprendi-
zaje de la realidad, en una perspectiva que opera un verdadero
trastrocamiento de la categora kleiniana de la relacin objetal
hacia la nocin psicosocial del rol. En efecto, en el pensamiento
psicoanaltico de Melanie Klein el vnculo aluda estrictamente a
un mundo interno definido por intensidades de carga de los
instintos y no deba casi nada al aprendizaje.
La teora del aprendizaje que Pichon comenzaba a construir, de
acuerdo con las referencias incluidas en ese texto inicial de su voca-
cin grupalista, encontraba sustento en una peculiar combinacin
de lecturas de Kurt Lewin, George Mead, Gaston Bachelard y de
nociones recicladas del kleinismo. Queda pendiente un examen de
la formacin de ese pensamiento, y en especial de las operaciones de
traduccin que le permitieron armar un discurso que se mostr muy
eficaz y reconocido por diversos pblicos, a partir de retazos prove-
nientes de fuentes heterogneas. Esa tarea se corresponde, en todo
caso, con el examen del otro Pichon-Rivire, que no puede ser abor-
dado fuera de un estudio de ese tiempo del que fue un faro iniguala-
ble, el campo psi de los aos 60. Pero, en todo caso, algo puede
sealarse en esa promocin del grupo como sujeto del saber. En la
experiencia docente grupal expuesta por nuestro autor, el estudio
de los cuadros psicopatolgicos comenzaba por una invitacin a los
integrantes a expresar sus vivencias frente al trastorno estudiado,
de modo que la inteligibilidad del cuadro se armaba propiamente a
partir de un saber construido en el registro de la identificacin; de
all va a derivar la proposicin del esquema referencial como un
conjunto que integra conocimientos y actitudes.43

43. Ob. cit., pg. 222.

277
All parece consumarse el pasaje de salida del proyecto
psicopatolgico que en la obra hasta aqu considerada haba pro-
curado fundar una nueva psiquiatra en ruptura con las prcti-
cas empricas de la medicina mental. En efecto, hasta aqu la
especial atencin a la renovacin conceptual se pona en eviden-
cia en el extenso apoyo bibliogrfico de esos primeros trabajos.
Lo que viene es la invencin personal de un esquema sinttico
como una propedutica general de los vnculos y las interaccio-
nes, transmisible slo por experiencias vivenciales en presencia,
y que extiende indefinidamente su validez: de la nosografa psi-
quitrica a la psicoterapia, la pedagoga, la dinmica de grupos,
los estudios psicosociales de las instituciones, los esbozos de psi-
cologa comunitaria. Y en ese trnsito a un magisterio oral Enri-
que Pichon-Rivire prcticamente dej de escribir.

Poesa y psicoanlisis: el conde de Lautramont

La trayectoria inicial de Enrique Pichon-Rivire aparece atra-


vesada por una triple referencia: a la psiquiatra, al psicoanlisis
y a la poesa surrealista. Su propio testimonio ofrece un punto de
partida, que debera, sin embargo, tomarse con cierta precau-
cin, dada la dificultad de una construccin autobiogrfica que
prefiere, dice su hijo Marcelo, una frase feliz a una frase verda-
dera.44 En ese sentido, en las Conversaciones con Vicente Zito
Lema parece desempear los roles deseados por su interlocutor y
construye un personaje de s mismo que, para el tema que nos
ocupa, sobrevalora el papel de la poesa en la misma medida en
que reduce el de la psiquiatra, en ese perodo de cruces caracte-
rstico que enmarca su encuentro con Freud.45 Sobre el papel de

44. Marcelo Pichon-Rivire, Prlogo, en E. P-R., Psicoanlisis del conde


de Lautramont, Buenos Aires, Argonauta, 1992, pg. 10.
45. V. Zito Lema, Conversaciones con Pichon-Rivire, Buenos Aires,
Timerman Editores, 1976.

278
la psiquiatra, lo menos que puede decirse es que le aport un
principio de orden en ese primer proyecto de sistematizacin del
saber psicoanaltico a la luz de las necesidades de constitucin de
una nueva psicopatologa; y ese anclaje bsicamente clnico or-
ganiz lo ms productivo de su obra en esa primera dcada.
Pero, al mismo tiempo, se abre la cuestin del acceso a Freud a
travs de Lautramont. En principio, es claro que la bsqueda de
una sntesis superadora de la psiquiatra clsica se orientaba al
terreno de la teora psicoanaltica como fundamento. Es muy ca-
racterstico de ello el modo como argumentaba su adhesin a los
tratamientos convulsivantes: no se trataba de exhibir indicadores
de eficacia sino de conceptualizar un mecanismo de cura que deba
ser homlogo a la dinmica del enfermar. Eso lo opona de entrada
a la recepcin psiquitrica integracionista que buscaba leer a
Freud a partir de exigencias surgidas de la funcin teraputica. Al
mismo tiempo, la relacin poesa-locura estuvo presente en su ac-
ceso a Lautramont, y mostraba que ese acceso casi simultneo a
la psiquiatra y al psicoanlisis estuvo siempre tensionado hacia
otra cosa. En su narracin autobiogrfica, nuestro psicoanalista
ofrece las pistas de un encuentro identificatorio con Lautramont:
ambos son extranjeros trasplantados y enfrentados a un cruce de
culturas. Las marcas de una temprana relacin con la muerte es-
tn presentes, segn ese relato construido a posteriori, en un poe-
ma escrito a los diecisiete aos, Connaissance de la mort.46
Ahora bien, para el surrealismo la celebracin de Lautramont
vino a consagrar el ideal nico e insuperable del escritor maldito,
el que con los Cantos de Maldoror haba desafiado como nadie a
todo lo que hay de estpido, de bajo y de repugnante sobre la tie-

46. Je te salue / mon cher petit et vieux / cimetire de ma ville / o jappris


jouer / avec les morts. / Cest ici o jai voulu / me rvler le secret de / notre
courte existence / travers les ouvertures /danciens cercueils solitaires, en
PPS, t. 1, pg. 7. Conocimiento de la muerte: Te saludo / viejo, pequeo y queri-
do / cementerio de mi pueblo / donde aprend a jugar / con los muertos. / All
donde quise / descubrir el secreto / de nuestra breve existencia / abriendo anti-
guos fretros solitarios; trad. H. V.

279
rra.47 Constitua, entonces, un ejemplo de la aventura surrea-
lista encaminada a la exploracin de las producciones de la ima-
ginacin onrica, una epopeya de la libertad creadora que subver-
ta no slo los conformismos de la vida prctica sino las propias
convenciones del lenguaje literario. Es claro entonces que cuando
Pichon busca convertir a esa obra y a la vida del conde en la
ocasin de una investigacin psicopatolgica est situndose en
una posicin que es bien distinta de la inspiracin del padre del
surrealismo cuando, en Nadja, jugaba con la idea del asesinato
del alienista en el manicomio. El grupo surrealista, en ese senti-
do, estaba particularmente enfrentado a los ideales de la medici-
na y desconfiaba profundamente del freudismo gestionado por
las organizaciones psicoanalticas.
Si ha sido sealado que la formacin mdica de Pichon lo
aproximaba a varios de los iniciadores del surrealismo francs
que tambin eran mdicos Breton entre ellos, se descuida una
diferencia central: los surrealistas renunciaron expresamente a
una carrera pblica en el campo de la medicina por considerarla
incompatible con su identidad de vanguardia. Fueron, en ese sen-
tido, los mayores promotores del anlisis profano, en un todo de
acuerdo con el homenaje que brindaron a las histricas de Char-
cot y con el elogio de los mdium. Y vale la pena recordar que tal
homenaje se justificaba en razones estticas: la histeria era, como
el sueo, promovida a la condicin formal de una obra de arte. La
oposicin y la desconfianza frente a la corporacin psicoanaltica
aumentaron con los aos:

[...] la muerte de Freud basta para volver incierto el porvenir de las


ideas psicoanalticas, con lo que una vez ms un ejemplar instrumento
de liberacin amenaza convertirse en instrumento de opresin.48

47. A. Breton, Manifiestos del surrealismo, Buenos Aires, Argonauta, 1992,


pgs. 131-132.
48. A. Breton, Prolegmenos a un tercer manifiesto del surrealismo o no,
1942, en Manifiestos..., ob. cit., pg. 162. Sobre el surrealismo francs y el psi-
coanlisis, vase E. Roudinesco, ob. cit., t. 2, pgs. 19-28.

280
Ahora bien, si quiere buscarse alguna analoga con un trata-
miento del freudismo igualmente enfrentado al monopolio mdico,
no es en el primer Pichon en quien hay que pensar sino en las
paradjicas recomendaciones del Dr. Gmez Nerea. Nuestro fun-
dador de la institucin psicoanaltica se encontraba ms bien en
la situacin de hacer conciliables los trminos de una relacin
que para los surrealistas era francamente imposible, a saber, la
convergencia pacfica de la medicina, la poesa y el psicoanlisis.
Pichon-Rivire sostena, entonces, una relacin cruzada entre
poesa y medicina, pero no cabe duda de que en su trayectoria
pblica era el lugar psiquitrico y psicoanaltico el que domina-
ba. Y si la narracin en primera persona de su relacin con el
conde de Lautramont arranca de sus inclinaciones poticas ju-
veniles, es decisivo el que lo vuelva a encontrar en el manicomio.
El poeta Edmundo Montagne, internado en el Hospicio de las
Mercedes, le revela la punta del ovillo de una crnica de muerte
que persigue a todos los que se relacionan con el conde y que
alcanza al propio Montagne, muerto por su propia mano poco
despus.
Por otra parte, si el movimiento surrealista haba acentuado
la dimensin de investigacin y de conocimiento de lo infra-
consciente en una direccin que, como se dijo, no era la de Freud
al mismo tiempo no atribua privilegio alguno a las proposiciones
de inspiracin cientfica provenientes de la disciplina psicoanal-
tica. No es que el surrealismo rechazara a la ciencia ni mucho
menos que proclamara un irracionalismo filosfico, pero al acen-
tuar una esttica de la ruptura y el azar objetivo, tenda, por lo
menos, a igualar la significacin de enunciados provenientes de
tradiciones y campos disciplinarios heterogneos. Y en ese inten-
to de incorporacin del freudismo a proyectos estticos de preten-
sin subversiva nacen los malentendidos que van a dominar la
actitud del creador del psicoanlisis frente a las solicitaciones de
Breton. Para la vanguardia parisina, Freud y Lautramont po-
dan ser simultneamente exaltados a la posicin de faros del
nuevo movimiento; pero no slo no se trat nunca de usar al psi-
coanlisis como disciplina de conocimiento en la interpretacin

281
de la obra potica, sino que basta con leer los Manifiestos para
advertir que el orden de prelaciones es exactamente inverso y
que es la figura emblemtica del conde la que se constituye
retroactivamente como padre fundador del movimiento.
Y sin embargo, no puede decirse que la colocacin de Pichon
sea simplemente la del psicoanalista que ha encontrado su caso
en algn producto literario; su relacin con los Cantos de Mal-
doror no es la de Freud con la Gradiva, ante todo porque algunos
tramos del vnculo perdurable que establece con el poeta maldito
los cuenta en primera persona. Pichon-Rivire adoptaba alterna-
tivamente una doble posicin como investigador de la vida y la
obra del conde. Por una parte, en su artculo de la revista Ciclos
(que reuna a poetas y artistas plsticos) se interesaba en parti-
cular por el destino de una obra y una existencia relegadas al
olvido; Lautramont era asimilado a un complejo reprimido por
su tiempo y la operacin que Pichon vena a realizar era la de un
analista de su poca que se propona traerlo a la luz de la propia
conciencia cultural. De all la tarea de perseguir los indicadores
de un retorno de lo reprimido que, de acuerdo con nuestro autor,
culminaba en el surrealismo. Desde ese esquema, en el que la
teora de la represin era promovida a matriz de anlisis cultu-
ral, el surrealismo sera el sntoma en el que se expresaba, de
modo necesariamente deformado, ese ncleo, oscuro y siniestro,
que expona el inconsciente de una poca.49
Los Cantos... nacieron, especula Pichon, sobre los restos diur-
nos del sitio de Montevideo, donde Ducasse haba nacido en 1846,
y esas visiones de muerte y locura estaban ms all de las posibi-
lidades de recepcin por sus contemporneos cuando, en 1870 y
durante el sitio de Pars por los ejrcitos prusianos, el poeta mu-
ri, a los 24 aos, sin alcanzar a ver la salida de su obra. Los
hitos de ese retorno, sigue Pichon, se inician con una primera
recepcin por parte de Lon Bloy y Rmy de Gourmont, respon-

49. E. P.-R., Vida e imagen del conde de Lautramont, Ciclo, 1949, n 2; en


Psicoanlisis del conde de Lautramont, ob. cit.

282
sables de una tradicin de lectura que va a insistir en la presunta
alienacin mental de su autor; Rubn Daro recogi algunos ecos
de esas primeras lecturas y Leopoldo Lugones recibi su impacto
en el poema Metempsicosis. Pero es Gmez de la Serna quien
define mejor, segn nuestro autor, la relacin de Lautramont
con la locura al decir que es el nico hombre que ha sobrepasado
la locura; y en l se apoya Pichon para anticipar su concepcin
de la relacin entre locura y creacin: esa obra literaria constitu-
ye un proceso de autocuracin sin el cual el conde habra efecti-
vamente enloquecido.50
Desde all, nuestro psicoanalista se libr a una verdadera in-
vestigacin detectivesca en la que tom contacto con personas y
lugares que tuvieron alguna conexin con el conde; y desgranaba
consiguientemente una lista interminable de locos y suicidas que
vena a confirmar la aureola trgica del poeta maldito. Por esa
va insinuaba una novela de misterio en la que el propio Pichon
tema ser una de las vctimas, ya que nunca public su libro so-
bre el conde por el temor supersticioso de sufrir alguna desgra-
cia. A la crnica policial agregaba los nudos de una ficcin biogr-
fica en la que la matriz de la tragedia impona su estructura por
debajo de la forma psicoanaltica. La madre del poeta muri por
un acto suicida, especulaba Pichon cuando Isidore tena veinte
meses y el mismo fin, es decir una muerte deseada, puso fin a la
vida de Lautramont, que no pudo resistir la repeticin de las
circunstancias trgicas que marcaron su primera infancia. Ha-
ba nacido y crecido bajo el sitio a Montevideo y muri en Pars
cercado por las tropas prusianas. Hasta aqu resultaba claro que
la inspiracin freudiana en su encuentro con el conde de
Lautramont no haca otra cosa que incorporar algn matiz in-
terpretativo a los tpicos de la tragedia: la repeticin como desti-
no ineluctable a partir de esa doble muerte en el origen la ciu-

50. E. P.-R., Vida e imagen..., en Psicoanlisis del conde de Lautramont,


ob. cit., pgs. 17-24.

283
dad sitiada y la madre y el hlito de una maldicin de locura y
muerte que toca a quien se acerca al poeta de lo siniestro.
Casi simultneamente escribe en la Revista de Psicoanlisis,
y el registro de su investigacin cambia notablemente, comen-
zando por el hecho de que el centro se desplaza de la exploracin
de la biografa a la interpretacin de la obra. El recorrido por lo
siniestro en los Cantos... es precedido de una exposicin del
trabajo conocido de Freud, sin que quede bien resuelto el pasaje,
en la escritura, de la presentacin ilustrativa del texto freudiano
al captulo del anlisis del poema tomado como una produccin
del inconsciente. En todo caso se expone un punto posible de co-
nexin en paralelo entre Freud y Lautramont; en efecto, el
maestro viens haba considerado que el propio psicoanlisis po-
da conllevar la connotacin de lo siniestro en la medida en que
revelaba esas fuerzas secretas que nos mueven como automa-
tismos situados ms all de la conciencia. Y ya que Lautramont
ha sacado a la luz todas las fantasas de su inconsciente, tras-
puestas en la creacin, puede sealar el paralelo con el psicoan-
lisis: lo siniestro se asocia directamente a lo inconsciente en el
acto de revelarse.51
Pero sobre esa aproximacin recproca del freudismo y el poe-
ma de Maldoror, que no imprime una sujecin determinada a un
patrn de traduccin del inconsciente revelado en el poema, se
impone un estilo que comienza a inclinarse al kleinismo y que
se caracteriza por las interpretaciones a repeticin. No me pro-
pongo incursionar en las formas y las vas por las que el kleinismo
desplaz al discurso freudiano en el ncleo ms activo de los fun-
dadores de la institucin psicoanaltica. Pero es claro que este
primer tiempo de la obra de Pichon-Rivire corresponde a una
etapa de transicin. Si el artculo citado de Freud proporciona el

51. E. P.-R., Lo siniestro en la vida y en la obra del conde de Lautramont,


Rev. Psa., t. 2; tambin en E. Pichon-Rivire, Psicoanlisis del conde de
Lautramont, ob. cit., pg. 49.

284
marco introductorio a la cuestin de lo siniestro (as como Dos-
toievski y el parricidio haba oficiado de prembulo a sus traba-
jos sobre la epilepsia) en la segunda parte, dedicada propiamente
al anlisis de fragmentos del poema, las referencias dominantes
vienen de los trabajos sobre las psicosis, en especial la serie ma-
na-melancola, debidos a Abraham y M. Klein. Lo siniestro ya
no es un tpico explorado por la poesa como forma de conoci-
miento sino la expresin de una organizacin psicopatolgica que
remite de acuerdo con la teora de la enfermedad nica a un
ncleo depresivo bsico:

Los Cantos de Maldoror son la obra de un melanclico que trata de


superar su situacin psquica rebelndose contra el destino (padre).52

Esa segunda parte adopta una forma tpica: a un fragmento


del poema sigue una andanada interpretativa que traduce las
luchas de Maldoror en trminos de una pica de los componentes
tpicos del inconsciente kleiniano: ataques homosexuales, sadis-
mo oral, objetos malos introyectados y proyectados (heces, penes,
vaginas), fantasmas del coito y la castracin. Y el imaginario
proliferante del poema queda replicado en un relato segundo cons-
truido con los ingredientes bsicos de un psicoanlisis fantstico,
que era en esos aos un gnero peculiarmente preferido en la
publicacin oficial de los analistas argentinos. Entre ese lugar
revelador del inconsciente que era comparable al de Freud y la
posicin del melanclico, entre el numen potico que era para
Pichon un doble en el acceso simultneo a la poesa y el freudismo
y el caso que ha proporcionado una obra nica para ejemplifi-
car la doctrina psicopatolgica prevaleciente, el conde de
Lautramont parece ser, para nuestro psicoanalista, un objeto
que se desplaza. Y esa ubicuidad revelaba algo de las propias
oscilaciones de Pichon-Rivire: si en el comentario se deslizaba
ms de una vez del anlisis del personaje, Maldoror, al del autor,

52. Ibd., pg. 54.

285
Isidoro Ducasse, la propia posicin del psicoanalista quedaba
atravesada por la ambigedad de roles entre la crtica literaria,
la investigacin biogrfica y la divulgacin psicoanaltica.
Finalmente, el trabajo completo de Pichon-Rivire sobre el con-
de de Lautramont, que reproduce el ciclo de conferencias dicta-
das en el Instituto Francs de Estudios Superiores, en 1946, fue
publicado pstumamente.53 Y en ese trabajo, la duplicidad de la
posicin de nuestro autor, entre la crtica literaria y la intermi-
nable interpretacin psicoanaltica de fragmentos escogidos, se
hace ms visible. En todo caso, no es la leyenda negra de Isidoro
Ducasse, como en el artculo de Ciclo, el objeto de la exposicin,
sino el anlisis y comentario de los Cantos; slo incidentalmente
propone alguna relacin entre el poema y aspectos de la vida de
Ducasse, por ejemplo en un hermoso pasaje donde especula sobre
la transposicin de las vivencias del Ro de la Plata, en su Monte-
video natal, al tpico del ocano en el poema. A pesar de que
emplea una estructura anloga a la del artculo de la Revista de
Psicoanlisis, con extensas transcripciones de fragmentos de
Lautramont seguidos de comentarios e interpretaciones, la ver-
sin que permaneci indita es menos reductiva en la traduccin
al ideolecto kleiniano. En todo caso las traducciones interpretati-
vas se combinan con referencias extraanalticas y con la proposi-
cin de relaciones cruzadas con una serie propiamente literaria
que integran no slo los surrealistas sino tambin Dostoievski,
Kafka y Rimbaud, entre otros. En ese sentido, a partir de esta
nueva fuente para la investigacin de la relacin inicial de Pi-
chon con el conde puede advertirse hasta qu punto, al colocarse
en el marco de la organizacin psicoanaltica, se operaba una
coercin que estrechaba los alcances de su encuentro con esa fi-
gura y esa obra.
A diferencia de lo publicado en el rgano de la APA, aqu no
hay diagnstico psicopatolgico preciso, aunque juega con la idea

53. E. P.-R., Psicoanlisis del conde de Lautramont, en la obra citada que


lleva igual ttulo.

286
de un mecanismo epilptico que asocia a las jaquecas sufridas
por el autor, segn las tesis que por entonces expuso Pichon acer-
ca del parentesco de la jaqueca con la epilepsia. En verdad, la
propia dimensin psicopatolgica de la indagacin permanece
ambigua entre una consideracin de la obra como una excursin
genrica a conflictos y mecanismos primarios del inconsciente
siendo en ese caso el artista un explorador avanzado del territo-
rio comn de la locura humana y la obra como la expresin de la
patologa del autor. En el primer sentido, Pichon se preocupa por
diferenciar la creacin esttica de la locura; si bien en ambos
casos se producira una regresin a formas primarias de funcio-
namiento psquico, el artista se diferencia del psictico porque
puede entrar y salir de esa regresin. Pero en la mayor parte de
sus interpretaciones que se dirigen indistintamente a Maldoror,
el personaje, o a Lautramont, el autor Pichon opera como un
psicoanalista que traduce el material como la representacin del
mundo interno, inconsciente, del poeta.
La distancia que lo separaba de la inspiracin propiamente
surrealista se puede advertir a partir de un solo ejemplo. Hay
una frase contenida en el poema que los surrealistas convirtieron
en emblema de sus bsquedas estticas: Bello como el encuentro
fortuito de un paraguas y una mquina de coser sobre una mesa
de diseccin. Pero all donde se celebraba el hallazgo de una
irrupcin azarosa y gratuita, es decir la exaltacin de una liber-
tad que chocaba con las determinaciones del discurso habitual,
Pichon reinstalaba el predominio de una estricta causalidad, en
trminos de un psicoanlisis para todos: la mquina de coser es
la madre, el paraguas es el padre, la mesa de diseccin, obvia-
mente, representa la castracin y el encuentro fortuito simboliza
un destino ineluctable.54 All donde la subversin surrealista vea
a la poesa como un camino de conocimiento hacia una dimensin
del sujeto humano que se situaba ms all de los principios de
identidad formal de la lgica clsica y donde se consideraba, ade-

54. E. P.-R., Psicoanlisis del conde de Lautramont, ob. cit., pg. 166.

287
ms, al acto potico como un medio de accin inintegrable a los
requerimientos del conformismo cotidiano, Pichon-Rivire insta-
laba el gesto decididamente antivanguardista de una traduccin
del significado latente que vena a afirmar, adems, la conviccin
de que no hay expresin, por absurda que parezca, que no sea
traducible a partir de las operaciones del inconsciente. En lo cual,
vale la pena recordarlo, permaneca fiel a la fe determinista del
creador del psicoanlisis.
Cuando Aldo Pellegrini, en 1964, public su extensa Introduc-
cin a las obras del Conde de Lautramont, inclua los trabajos
publicados de Pichon-Rivire en la bibliografa y los mencionaba al
pasar en el texto. La crtica a los comentaristas del poema, realiza-
da por Pellegrini, cuestionaba las interpretaciones psicoanalticas
de un par de autores franceses, Marcel Jean y Arpad Mezei, pero
eluda pronunciarse sobre las interpretaciones de Pichon-Rivire.
De cualquier modo, no es difcil advertir que valoraba escasa-
mente las contribuciones que el psicoanlisis poda aportar a la
interpretacin de los Cantos; una cita de Jung un autor que sin
duda lo atraa ms que el kleinismo nacional le serva para dejar
sentado un cuestionamiento que le caba bien a los trabajos del
psicoanalista argentino: El psicoanlisis tiene una inconciencia
ingenua de sus propios lmites.55 Pichon, en todo caso, se haba
afirmado en un discurso psicoanaltico concebido como autosufi-
ciente y haba descuidado una consideracin ms atenta al corpus
crtico ya existente sobre el poema. Pellegrini, en cambio, no slo
pasaba revista a ese corpus, sino que acentuaba la dimensin de
parodia y de collage literario de la obra, de un modo que haca
muy difcil convertirla en materia de un psicoanlisis del autor.

La oposicin entre la vigilia y la vida onrica planteada en la


charla radial anticipaba el doble camino de Enrique Pichon-

55. Vase Conde de Lautramont, Obras completas, introduccin, traduc-


cin y notas de Aldo Pellegrini, Barcelona, Argonauta, 1986, pgs. 17 y 20-21.
La primera edicin es de marzo de 1964.

288
Rivire. Uno lo llevaba hacia el psicoanlisis junto con Lautra-
mont, va de ingreso al mundo fantstico de los objetos y las ope-
raciones del kleinismo. Otro lo impulsaba fuera del psicoanlisis
hacia la psicologa social. Finalmente, qu qued en Pichon de
esas diversas lneas de recepcin del freudismo, dentro y fuera
del dispositivo psiquitrico? Es fcil advertir su excepcionalidad
en ms de un sentido. En relacin con la psiquiatra, de la que
proviene, llev ms lejos que nadie la voluntad de una renova-
cin de la disciplina, no slo porque posea la formacin psicoana-
ltica y el respaldo de la organizacin que no tenan Gregorio
Bermann o Jorge Thnon, sino porque cambi radicalmente los
ejes de esa transformacin al poner el acento en la construccin
de una nueva psicopatologa, en la que vendra a producirse el
encuentro definitivo de la tradicin de las especies psiquitricas
con la instauracin de una nueva nosologa de inspiracin psicoa-
naltica.
Son igualmente claras las diferencias con esas lecturas psi-
quitricas de izquierda que tenan en la mira una aplicacin so-
ciolgica y poltica de nociones provenientes de Freud en el diag-
nstico de las crisis de la sociedad capitalista. Como se vio, si la
cuestin psicosocial emerga en Pichon hacia comienzos de los
50, era ante todo como teora del aprendizaje grupal, sin mayor
referencia al conflicto social; y las corrientes de ideas que lo
impactaron remitan al conductismo social y la dinmica de gru-
pos lewiniana.
En cuanto al encuentro con el surrealismo, hay, ante todo, un
tpico recibido de sus tempranas filiaciones poticas: la cuestin
de la creacin; puede verse que desplazaba el punto de vista freu-
diano, en torno a los problemas de la sublimacin, para definir
la cuestin de la creatividad de un modo que trataba de abarcar
tambin las operaciones estticas en la obra. Es claro que no com-
parta los rasgos de una identidad de vanguardia, en un campo
intelectual que, por otra parte, reciba versiones mdicas de las
vanguardias europeas. El lugar de la poesa, entonces, quedaba
desplazado, como material para interpretar desde las certezas
de un psicoanlisis convertido en metalenguaje explicativo; por

289
otra parte, si el recurso al collage discursivo, que se constituye en
el principio operativo ms destacado de su produccin terica,
poda evocar, en su heterogeneidad, el desprejuicio de un recurso
de vanguardia, a la vez el objetivo pedaggico que domina su
produccin deja sus marcas en el eclecticismo y la voluntad de
alcanzar sntesis transmisibles.
Por ltimo queda la relacin con los ncleos temticos del
freudismo, en particular la sexualidad, que haba constituido un
captulo central del psicoanlisis plebeyo en la cultura de Buenos
Aires. Y en ese terreno el discurso pichoniano operaba tambin
un cambio de registro en varios movimientos. El acento psicopa-
tolgico lo alejaba de la escena privilegiada de la sexologa, a
saber los atolladeros de la pareja; pero, adems, el kleinismo in-
cipiente tomaba centralmente las manifestaciones precoces de
la sexualidad, ms bien ajenas a las historias de alcoba, y las
pona bajo el imperio del instinto de muerte, de un modo que
destacaba a los impulsos destructivos por sobre los libidinales. El
alejamiento de los tpicos de la sexualidad no fue menor cuando
se produjo el viraje hacia la teora del aprendizaje, la comunica-
cin y los roles grupales.

Bibliografa de
Enrique Pichon-Rivire (1934-1952)

Dos problemas psicolgicos, Anales de Biotipologa, Eugenesia


y Medicina Social, 1934, I, n 18.
Desarrollo histrico y estado actual de la concepcin de los deli-
rios crnicos, ndex de Neurologa y Psiquiatra, 1938, I; tam-
bin en Actualidad mdica mundial, 1939, IX; en Del psicoa-
nlisis a la psicologa social (PPS), Buenos Aires, Galerna,
1970, tomo 1.
Narcodiagnstico con Evipn sdico, trabajo ledo en la Soc. Arg.
de Neurologa y Psiquiatra, mayo de 1940; en PPS, t. 1.

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Prlogo, en F. Schneersohn, La neurosis infantil, su tratamien-
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y A.Rascovsky y J. Salzman, Elementos constitutivos del sn-
drome adiposo genital prepuberal en el varn, Archivos ar-
gentinos de pediatra, 1940, XI, n 4; en PPS, t.1.
Oligotimia y endocrinopata (en colaboracin), Actas y trabajos
del Segundo Congreso Panamericano de Endocrinologa, tomo
II.
Trastornos del esquema corporal, ndex de Neurologa y Psi-
quiatra, 1941, III; en PPS, t. 1.
Consideraciones sobre un caso de epilepsia con ataques,
paramnesias y estados de sueo, ndex de Neurologa y Psi-
quiatra, 1941.
Algunos conceptos fundamentales de la teora psicoanaltica de
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Discurso inaugural del Primer Congreso de la Sociedad de
Neurologa y Psiquiatra de Buenos Aires, Rev. Psa., 1945, II.
Esquema de la teora psicoanaltica de las neurosis, ndex de
Neurologa y Psiquiatra, 1945, V.
Exposicin sucinta de la teora especial de las neurosis y psico-
sis, ndex de Neurologa y Psiquiatra, 1946, VI; en PPS, t. 1.
Contribucin a la teora psicoanaltica de la esquizofrenia, Rev.
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Prlogo, en E. V. Salerno, Aportaciones a la medicina psico-
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1946; en PPS, t. 1.

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Notas para la biografa de Isidoro Ducasse, conde de Lautra-
mont, La Nacin, abril de 1946; en PPS, t. 2.
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Psicoanlisis de la esquizofrenia, Rev. Psa., 1947, V, n 2; en
PPS, t. 1.
Teora y prctica del narcoanlisis, Rev. Psa., 1947, V, n 4; en
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Lo siniestro en la vida y en la obra del conde de Lautramont,
Rev. Psa., 1947, IV, n 4; en PSS, t. 2; tambin en E. Pichon-
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Aspectos psicosomticos en el eczema, La Prensa Mdica Ar-
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Aplicaciones de la psicoterapia de grupo, Relato oficial, Primer
Congreso de Psicoterapia de Grupo, 1951; en PPS, t. 2.

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La experiencia argentina con el test de Goodenough (en colabo-
racin con Arminda Aberastury), en F. L. Goodenough, Test
de Inteligencia Infantil, Buenos Aires, Paids, 1952.
Algunas observaciones sobre la transferencia en los pacientes
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1952, XVI, n 1-2 y en Rev. Psa., 1961, XXVIII, n 2; en PPS,
t. 2.

293
IDEAS Y PERSPECTIVAS

19. L. Kancyper: Jorge Luis Borges o el laberinto de Narciso


20. Mabel Burin: El malestar de las mujeres. La tranquilidad recetada.
21. M.A. Materazzi: Salud Mental. Una propuesta de prevencin perma-
nente
22. A.M. Fernndez (comp.): Las mujeres en la imaginacin colectiva
23. D. Fried Schnitman (comp.): Nuevos paradigmas. Cultura y subjetivi-
dad.
24. A.M. Fernndez: La mujer de la ilusin
25. E. Dabas y D. Najmanovich: Redes. El lenguaje de los vnculos
26. Vezzetti, M.: Aventuras de Freud en el pas de los argentinos

Se termin de imprimir en el mes de


marzo de 1996 en Imprenta de los
Buenos Ayres S. A. I. C., Carlos Berg 3449
Buenos Aires Argentina

294
Otros ttulos de Paids

L. KANCYPER: Jorge Luis Borges o el laberinto


de Narciso
M. BURIN: El malestar de las mujeres
M. A. MATERAZZI: Salud mental. Una propuesta
de prevencin permanente
A. M. FERNNDEZ: Las mujeres en la imagi-
nacin colectiva
D. FRIED SCHNITMAN (comp.): Nuevos paradig-
mas. Cultura y subjetividad
A. M. FERNNDEZ: La mujer de la ilusin
E. DABAS y D. NAJMANOVICH (comps.): Redes.
El lenguaje de los vnculos

295

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