13 - Renovarelcompromiso - Marina Garcés PDF
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Marina Garcs
Renovar el compromiso
primera reflexin
La primera cuestin que debemos plantearnos si queremos salir de este crculo
de victimizacin y de moralizacin es la de qu sentido puede tener el compro-
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lucha de clases. Para Hegel, la negatividad era el movimiento del desarrollo del
espritu absoluto en sus formas concretas. Kant vea en la insociabilidad y en la
guerra los mecanismos de una dinmica moral de la historia hacia el progreso.
Continuidad de la lucha de clases, desarrollo del espritu absoluto, historia mo-
ral hacia el progreso: objetiva o subjetiva, la teleologa heredada de la escatolo-
ga cristiana y de la filosofa de la Ilustracin era la forma convergente que ase-
guraba el desarrollo de la emancipacin como proceso a la vez continuo y
discontinuo, destructor y constructor, afirmativo y negativo, como proceso que,
aunque fuera a saltos, deba guiar a los hombre en su camino de la necesidad a
la libertad.
La historia real de las revoluciones europeas, y posteriormente mundiales,
pone esta idea en entredicho, adems de volverla cada vez ms incmoda. En-
tre el recurso a la utopa y el refugio en el derrotismo, se abre otro camino, un
nuevo aliento revolucionario que libera la emancipacin de su imperativo tele-
olgico. Emancipada de su fin final, la emancipacin prolifera, estalla, se dise-
mina como una bomba racimo en una multiplicidad de tiempos y de lugares
discontinuos e irreductibles. Todo se hace potencialmente poltico, pero no sa-
bemos cmo ni cundo puede acontecer. Por eso mismo, la narracin basada en
fines y consecuencias se clausura. Con ella, tambin la idea de resultado y de fu-
turo. La emancipacin se conjuga en presente, en un presente discontinuo y au-
tosuficiente, aqu y ahora. Como es bien sabido, esto abre un campo y unos
tiempos nuevos para la experimentacin poltica, para la transformacin de m-
bitos de la vida que haban quedado a la sombra de la gran poltica y de sus pro-
mesas de futuro. Se proponen nuevas gramticas, se dibujan nuevas cartograf-
as, aparecen nuevos sujetos portadores de prcticas y lenguajes que tien el
mbito de lo poltico y lo contagian de expectativas nuevas.
Si esto es as, qu ha ocurrido? Por qu no seguir en esta experimentacin
sin fin ni finalidad? Por qu no seguir comprometidos en esta politizacin de lo
excepcional, de lo que no cabe, de lo que rompe y excede los marcos en los que
estamos forzados a vivir normalmente? Qu es lo que nos desmoviliza? Por
qu cada nuevo intento se nos escurre hoy entre las manos?
Nos desmoviliza un hacer que no cambia nada, un decir que no rompe nada,
un deseo transmutado en esfuerzo que no deja rastro en ninguna realidad per-
ceptible, ms que en nuestro cuerpo cansado. Estamos asistiendo a grandes
cambios, y casi ninguno sale de nuestras manos ni de nuestras cabezas. Vemos
recomponerse la vida en unos trminos que no hubisemos imaginado nunca ni
tan rpido. Ahora le llaman crisis, pero viene de antes. Sabemos que somos pro-
tagonistas de uno de esos cambios histricos que no slo cambiarn nuestras
circunstancias sino a nosotros mismos. Y no tenemos ningn papel en l. Tan-
to experimentar, tanto inventar, tanto crear, para que nos reinventen la vida de
esta forma, ante nuestras narices. En este contexto, inmersos en esta experien-
cia en carne viva, es lgico que lo en las ltimas dcadas hemos llamado hacer
segunda reflexin
Cmo se traduce este impasse de lo poltico en trminos filosficos? Cul es
el eco filosfico de este impasse tal como lo acabamos de describir? Es necesa-
rio abrir aqu estas preguntas no slo por el inters que uno pueda tener por la
filosofa, sino porque en la fidelidad a ciertos conceptos y posicionamientos
bien asentados en la filosofa europea de la ltima mitad del siglo xx, encontra-
remos algunas de nuestras dificultades para situar las problemticas que verda-
deramente nos comprometan.
El descabezamiento teleolgico del sentido de la emancipacin revoluciona-
ria, tal como lo hemos descrito, tiene como respuesta dos posicionamientos fi-
losficos fundamentales: por un lado, la afirmacin del acontecimiento como
novedad; por otro lado, la suspensin o vaciamiento como apertura a la irreduc-
tible alteridad. Novedad radical, acontecimiento, alteridad absoluta, suspen-
sin, vaco, son elementos de la antigua narracin revolucionaria que se desaco-
plan y son ahora afirmados por s mismos.
Se abren as mltiples lneas, a menudo entrecruzadas, en las que se explo-
ran y ensayan conceptualmente los territorios y las prcticas de esas otras po-
lticas. De la poltica del deseo a la poltica de la amistad, de la resistencia
como creacin a la resistencia como inoperancia o como potencia de no hacer,
de la comunidad como afecto a la comunidad como impropiedad, del lengua-
je como consigna al lenguaje como indecibilidad Entre esas dos coordenadas
vemos proliferar todo tipo de propuestas, de desplazamientos, de elaboracio-
nes y reelaboraciones. Pero bsicamente se juegan dos opciones: una ontolo-
ga del ser productivo y pleno, hinchado de virtualidades y afirmativo en su
mismo modo de ser, o la suspensin de toda ontologa en el entre, en el inter-
valo, en la indecidibilidad, en la irrepresentabilidad, en la imposibilidad. Para
la primera opcin, el signo de lo poltico es la novedad. Para el segundo, la al-
teridad que puede hacer su aparicin en ese entre. Para la primera, por tanto,
hacer poltica es crear nuevas posibilidades de vida como forma de resistencia
al presente. Para la segunda, se trata abrir intervalos tanto en la realidad como
en el lenguaje en los que esa alteridad irreductible pueda irrumpir y ser aco-
gida en su capacidad de distorsin de lo dado. Lo que hemos conocido como
polticas de la diferencia, de la multiplicidad, de la alteridad, como polticas
deconstructivas, como apuestas por un sentido renovado de la democracia, etc
se mueven, de una manera u otra, sobre estas dos opciones ontolgicas funda-
mentales.
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tercera reflexin
Los problemas con que nos desafa el impasse de lo poltico no los resolveremos
aqu. Pero quiz s que podremos avanzar algunos pasos en esa direccin si in-
tentamos entender qu puede significar hoy para nosotros el compromiso, un
compromiso que verdaderamente nos comprometa.
An hoy asociamos la idea de compromiso poltico con el acto de voluntad
de un intelectual, un artista o un militante a favor de una causa o de una idea. El
compromiso sera as el acto soberano de una conciencia clara que tiene la ca-
pacidad de vincularse, por decisin propia, a una realidad que le es exterior. En
ese acto de voluntad el intelectual, artista o militante refuerza la distancia de su
nombre, la inmunidad de su conciencia y su lejana respecto al mundo. Nada
ms lejos del verdadero compromiso. Como ya recogieron, aunque no siempre
practicaron, los principales autores de las filosofas del acontecimiento y de la
alteridad, el compromiso es la disposicin a dejarse comprometer, a ser puestos
en un compromiso por un problema no previsto que nos asalta y nos interpela.
El compromiso, as, es a la vez activo y pasivo, decidido y receptivo, libre y co-
accionado. No se resuelve en una declaracin de intenciones sino que pone en
marcha un proceso difcil de asumir. El compromiso, cuando nos asalta, rompe
las barreras de nuestra inmunidad, nuestra libertad clientelar de entrar y salir,
de estar o no estar, de tomarlo o dejarlo. As, nos abre y nos desplaza en lo que
somos o en lo que creamos ser. Nos incorpora a un espacio que no controlamos
del todo. Cuando nos vemos comprometidos, ya no somos una conciencia so-
berana ni una voluntad autosuficiente. Nos encontramos implicados en una si-
tuacin que nos excede y que nos exige, finalmente, que tomemos una posicin.
Tomar una posicin no es slo tomar partido (a favor o en contra) ni emitir un
juicio (me gusta no me gusta). Es tener que inventar una respuesta que no tene-
mos y que, sea cul sea, no nos dejar iguales. Todo compromiso es una trans-
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Todo compromiso tiene que ver hoy con este problema. Por eso hay tantos
compromisos que no lo son en realidad y que se nos muestran como obligacio-
nes arbitrarias o innecesarias a los pocos das. Nuestros compromisos no pue-
den sostenerse hoy en la mera voluntad ni desprenderse de un deseo o de una
conciencia de algo distinto, porque lo que hoy nos pone en un serio compromi-
so es que la vida se ha convertido en un problema comn. Es un problema que
est ah, abierto e impuesto en cada una de nuestras vidas, en cada uno de nues-
tros cuerpos, a escala planetaria. Que la vida sea vivible o no lo sea incumbe hoy
a la humanidad entera, es un problema que ha corporeizado nuestra condicin
de humanos. Por eso, sin quererlo y aunque intentemos negarlo en cada uno de
nuestros ridculos gestos de autosuficiencia, vivimos hoy totalmente compro-
metidos. Por lo que hacen los dems, por lo que comen los dems, por lo que
respiran los dems, por lo que ensucian los dems, por lo que roban los dems.
No hay margen. No hay escapatoria. No hay afuera. Para bien y para mal, vivi-
mos en manos de los otros, atrapados en las manos de los otros, en los residuos
de los otros. De eso es de lo que estamos escapando cada da.
Desde ah, la pregunta es esto vivir? no puede quedarse en una tica o en
una esttica, aunque tenga trazos de una y otra. No incumbe a una subjetividad
interrogndose acerca de sus modos de vivir y experimentando con los umbra-
les de su sensibilidad. Es una pregunta que nos confronta con la materialidad
concreta de la vida, a travs de nuestros cuerpos y desde su fundamental com-
promiso con los dems, que es el compromiso con el mundo. Judith Butler lo
vio claramente en tras el 11-S: en cada cuerpo que se daa o se pierde se trans-
forma el mo. Esta afirmacin puede abrir la puerta a una compasin de tipo re-
ligioso por el sufrimiento del cuerpo comn, idea que recogen tanto el budis-
mo como el cristianismo, entre otros. Pero puede ser tambin una llamada
poltica a asumir el compromiso en el que ya estamos, que ya somos, aunque
nos cueste soportarlo, aunque se nos hundan las palabras, aunque se nos indi-
geste un bonito da de domingo.
para ir cerrando
Las llamadas revoluciones Facebook empezaron con un cuerpo ardiendo en
Tnez. Qu vnculos de complicidad desat ese gesto unilateral? Su radical in-
dividualidad, su anatoma finita y destruida se hizo cuerpo comn que irrig de
plvora y de deseo de vida las calles fsicas y virtuales de una amplia parte del
mundo. No es la primera vez que un gesto individual desata una tormenta co-
lectiva, pero s son novedosos algunos de sus rasgos: ese cuerpo ardiendo era un
cuerpo sin identidad poltica, sin identidad de clase. No actu en nombre de
ningn movimiento, de ninguna consigna. No representaba nada ni era van-
guardia de nadie. No asumi explcitamente ningn compromiso. Era un cuer-
po sin futuro. Eso es lo que todo el mundo entendi. Eso es lo que todo el mun-
do encarn: cuerpos jvenes sin futuro que empiezan a arder.
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