Castoriadis Capitalismo Moderno y Revolucion PDF

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Wilhem Reich La revolución sexual
CJaude Lefort
¿ Qué es la burocracia ? y otros ensayos
D.A.F. Sade
La filosofía en el « boudoir »
Maurice Brinten
Los bolcheviques y el control obrero: 1917-1921
Charles Fourier
El nuevo mundo amoroso
Pierre Chaulieu
Las relaciones de producción en la URSS y otros ensayos
Georges Darrien El ladrón
Georges Lukacz
Historia y conciencia de clase Antología anarquista
. Ai
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Paul Cardan
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Capitalismo moderno y revolución


Traducción de Enrique Escobar y Daniel de la Iglesia
1970 Ruedo ibérico

Indice
Sobre la traducción 7
Sobre el autor 7
Primera parte
Capitalismo moderno y revolución 12
I. El marxismo tradicional y la realidad

contemporánea 19
1. El problema 19
2. Algunos caracteres importantes del capitalismo moderno 22
3. La perspectiva revolucionaria en el marxismo tradicional 31
4. La economía política marxista 36
5. Acumulación sin crisis. Efectos de la automatización 46
6. Las consecuencias políticas de la
teoría « clásica » 57
7. La contradicción fundamental del capitalismo 59
8. La dinámica real del capitalismo 64
9. La política y la ideología capitalistas, ayer y hoy 72
II. El capitalismo burocrático 85
10. La burocratización como tendencia intrínseca del capitalismo85

11. El sentido real de la burocratización 87


12. Las motivaciones en la sociedad burocrática 91

13. El modelo burocrático 95

14. Problemas del capitalismo burocrático 99

15. Las crisis del capitalismo burocrático 109


III. El futuro 113
16. La etapa actual de la lucha de clases 113
17. La crisis de la socialización 117

18.Las condiciones reales de una revolución socialista 122


19. La perspectiva revolucionaria hoy 130

Segunda parte
El fin del movimiento obrero tradicional y su balance 135
I. El fin del marxismo clásico 137
II. El capitalismo burocrático moderno 147
III.El fin del movimiento obrero tradicional y su balance 160

IV. Elementos de una nueva orientación 168

Apéndice
La «tendencia al descenso de la cuota de ganancia »:
La versión original de Capitalismo moderno y revolución apareció en los números 31, 32 y 33 (1960-
1961) de la revista francesa Socialisme ou Barbarie, con el título Le mouvement révolutionnaire
sous le capitalisme moderne. El traductor ha seguido la disposición de la edición inglesa, parcialmente
modificada, de 1965, Modem capitalism and révolution (London, Solidarity Books). « El fin del
movimiento obrero tradicional y su balance » fue publicado como editorial del número 35 (1964) de
Socialisme ou Barbarie, con el título « Recommencer la révolution ». El apéndice sobre « La
tendencia al descenso de la cuota de ganancia » fue escrito para la edición inglesa. La abreviatura SB
corresponde a las referencias a la revista Socialisme ou Barbarie. Las notas entre corchetes son del
traductor.

Sobre el autor
Paul Cardan, sociólogo y economista, ha publicado numerosos estudios en la revista Socialisme ou
Barbarie : sobre la crisis del trabajo en la sociedad actual, el sentido del socialismo y los problemas de
la organización revolucionaria (Prolétariat et organisation, SB, 27 y 28, 1959) ; sobre la naturaleza
social de los países del Este y el problema de la burocracia (Le rôle de l’idéologie bolchévik dans la
naissance de la bureaucratie. Introduction à L'Opposition ouvrière d’Alexandra Kollontaï, SB, 35,
1964) ; sobre la teoría marxista (Marxisme et théorie révolutionnaire, SB, 36-40, 1964-1965), y los
que han servido de base al presente libro.
El conjunto de textos que publicamos aquí rompe, sobre puntos esenciales, con las ideas o los tópicos
de la « izquierda » tradicional. La primera parte va pues encabezada con una introducción sinóptica que
resume sus principales tesis. En la medida en que presuponen un trabajo de reflexión ya efectuado,
creemos conveniente presentar un breve resumen de sus conclusiones.
El punto de partida y el eje de ese trabajo ha sido el análisis de los diversos aspectos del fenómeno
burocrático : en los países del este, en la producción, en las organizaciones « obreras ». Análisis, en
{ »rimer lugar, de la burocracia como capa social en os países del este, y crítica de una concepción
superficial (en este caso la trotsquista) que considera como una simple « casta parasitaria » a una
fuerza social que ha transformado a su imagen y semejanza a la cuarta parte del planeta. Después de
haber mostrado que la situación de la clase obrera no es fundamentalmente diferente en los dos siste-
mas, capitalista « privado » y burocrático, y señalado la identidad en los dos casos de las relaciones
reales de producción1, el grupo SB insistió desde el primer momento (1949) en que la experiencia de la
evolución de la sociedad soviética imponía una modificación del programa socialista tradicional: « [El]
objetivo de la revolución socialista no puede ser solamente la abolición de la propiedad privada,
abolición que los monopolios y sobre todo la burocracia realizan ellos mismos gradualmente sin pro-
vocar con ello más que una mejora de los métodos de explotación, sino esencialmente la abolición de la
distinción fija y estable entre dirigentes y ejecutantes en la producción y en la vida social en general. » 2
El socialismo sólo puede ser definido como gestión obrera de la producción y de la sociedad, y esa
gestión ha de ser la reivindicación central de toda revolución futura 3. La primera revolución
antiburocrática —la revolución húngara de 1956— confirmó con creces esa apreciación. La idea de «
autogestión », aunque frecuentemente bajo formas más o menos edulcoradas, suscita en la actualidad un
interés creciente: su definición más1rigurosa y radical la encontramos en los textos de SB de 1955 a
1958. Definición que permite, por lo demás, ver bastante claramente lo que no es el socialismo.
¿ Pero qué es lo que sustenta la creencia de que la gestión colectiva de todos los asuntos sociales es
posible, de que lo que Marx llamaba (sin ver quizá enteramente todo lo que la expresión implicaba) el «
modo de producción de los productores asociados », es algo más que una utopía, de que la sociedad no
está condenada al dominio incoherente de una clase particular en una época en la que « la dirección de
la sociedad moderna es una tarea que supera ya la capacidad de cualquier categoría particular » ?4 « El
problema de la revolución se convierte entonces en el de la capacidad del proletariado de dirigir la
sociedad y nos obliga por lo tanto a interrogarnos sobre el desarrollo de éste en el seno de la sociedad
capitalista. »5 A partir de 1955, el análisis de la crisis del trabaja se convierte en el elemento central de la
reflexión de SB ; se trata de hacer patente una experiencia, la experiencia obrera en la producción y en
la sociedad, de mostrar la doble realidad de esa producción y esa sociedad (la escisión entre

Véase, sobre todo, el texto de Pierre Chaulieu : «Les rapports de production en Russie », SB, 2, 1949.
1

« Socialisme ou Barbarie », SB, 1, 1949, p. 41-42.


2

Véase Pierre Chaulieu : « Sur le contenu du socialisme ». SB, 17, 1955 y 22, 1957.
3

Paul Cardan : « Prolétariat et organisation », SB, 27, 1959.


4

[Claude Lefort] : « L’expérience prolétarienne », SB, 11, 1952,


5
organización formal y organización « informal » de las actividades sociales) 6, y de criticar lo que, por
ignorar esa doble realidad, de abstracto tenía la concepción tradicional en el movimiento obrero (y sobre
todo entre sus « teóricos ») del papel de la clase obrera en la revolución y en la construcción de una
nueva sociedad. Ya que « [al] concepto abstracto del proletariado corresponde el concepto abstracto del
socialismo como nacionalización y planificación, cuyo contenido concreto resulta ser finalmente la
dictadura totalitaria de los representantes de la abstracción —del partido burocrático »7.
La experiencia de la revolución rusa imponía ya una revisión del problema de la relación entre la clase
obrera y sus organizaciones, y de la expresión teórica de esa relación (y, particularmente, de la
concepción de Kautski y Lenin). Pero toda crítica que sea únicamente crítica de las organizaciones y
olvide la clase social en la que, al fin y al cabo, esas organizaciones han nacido y se han desenvuelto, es
necesaria y desesperadamente superficial. Si la burocratización de las organizaciones es la expresión de
« la persistencia de la realidad capitalista, de los modos de pensamiento y de acción capitalistas en el
movimiento obrero »8, el fracaso de las organizaciones es también « un aspecto del fracaso del propio
proletariado »9, la manifestación de la naturaleza contradictoria de éste, del hecho que tanto el
proletariado como la acción revolucionaria forman parte, en el sentido más profundo, de la sociedad que
quieren abolir. Esa situación tiene, claro está, un equivalente en el plano teórico : « En tanto que teoría
[la teoría revolucionaria], está obligada a partir de las estructuras lógicas y epistemológicas de la cultura
actual —que no son en modo alguno formas neutras, independientes de su contenido, sino que expresan
de manera antagónica y contradictoria actitudes, comportamientos, visiones del sujeto y del objeto que
tienen sus equivalencias dialécticas en las relaciones sociales del capitalismo. La teoría revolucionaria
corre pues constantemente el riesgo de caer bajo la influencia de la teoría dominante, bajo formas a la
vez mucho más sutiles y mucho más profundas, mucho más escondidas y mucho más peligrosas, que la
influencia ideológica « directa » denunciada tradicionalmente, por ejemplo, en el oportunismo. El
marxismo, como lo hemos mostrado en más de una ocasión, no ha escapado a ese destino. »10
Las dos caras, práctica y teórica, de ese fracaso, son a su vez la expresión de toda una fase de la
historia de la sociedad contemporánea. No se trata de creer en el carácter inevitable, gracias a algún
mecanismo milagroso (llámese « crisis general del capitalismo » o « construcción de la dirección revo-
lucionaria »), de un «renacimiento » del «verdadero » movimiento obrero, ni de quedarse en un
escepticismo descorazonado, ni más ni menos fatalista que la actitud « optimista », y ni más ni menos
resignado ante lo « inevitable ». Si los trabajadores vuelven a entrar en acción, tendrán que hacerlo
también contra esas organizaciones, como lo prueba el desarrollo actual de las huelgas « salvajes » o «
no oficiales », que la revista SB fue por cierto una de las primeras en describir y analizar. Pero el paso
de la impugnación del poder del capital en la producción a la impugnación de ese poder en la sociedad
en su conjunto, que es a fin de cuentas el problema en las luchas sociales actuales, continúa existiendo,
desde la post-guerra, en tanto que problema no resuelto, y nada « garantiza » que lo sea. Todo ello nos
lleva, a partir de 1959 (las fechas son, claro está, en gran medida arbitrarias), al intento de análisis de la
dinámica real del capitalismo, y de su contradicción fundamental, al que están consagrados los textos
recogidos en este volumen. La actualidad de los problemas que éste
plantea (organización, autogestión, naturaleza del capitalismo moderno) no necesita ser demostrada
prolijamente. Baste con decir que han 1 sido temas centrales del movimiento de mayo en Francia, que no
fue precisamente un modelo de arcaismo. A lo que apuntan, partiendo de la exigencia de «una
modificación radical de la teoría y de la práctica revolucionarias » (a estas alturas, se trata al fin y al
cabo de lo mínimo que se puede exigir), es a «la reorganización de la sociedad sobre la base de ins-
tituciones que los hombres comprendan y dominen ». Sobre lo que esto pueda querer decir, véase el
texto.

6
p. 3.
7
Pierre Chaulieu : Ibid,, p. 104. Véase también : [C. Lefort] : « L'expérience... », ïbid.
7. Pierre Chaulieu : Ibid., p. 104. Véase también : « L'expérience... », Ibîd.

8
Paul Cardan : « Prolétariat et organisation », Ibid., p. 70.
9
Paul Cardan : Ibid., p. 72.
Pierre Chaulieu : « Sur le contenu du socialisme », SB, 23, 1958, p. 84.
10
CAPITALISMO MODERNO Y REVOLUCIÓN

La apatía política permanente de los trabajadores, que contrasta con la actividad de las masas en los
países atrasados, parece ser una característica de las sociedades capitalistas modernas. En Francia, el
«gaullismo », tentativa de modernización del capitalismo, sólo gracias a esa apatía ha sido posible, y, a
su vez, la ha agravado. El marxismo es ante todo una teoría de la revolución proletaria en los países
avanzados, y no es posible seguir llamándose marxista y no dar respuesta a esos problemas : ¿ En qué
consiste la modernización del capitalismo ? ¿ Cuál es su relación con la apatía política de las masas ?
¿ Cuáles son las consecuencias que esto implica para el movimiento revolucionario ?
Hay que comenzar por comprobar y describir un cierto número de rasgos nuevos y duraderos del
capitalismo. Las clases dominantes han conseguido controlar el nivel de la actividad económica, e im-
pedir crisis importantes. Cuantitativamente, la disminución del paro ha sido enorme. El salario obrero
real aumentó mucho más rápida y regularmente que en el pasado, acarreando un aumento del consumo
de masas que es por lo demás indispensable para el funcionamiento de la economía, y que es ya
imposible interrumpir. Los sindicatos, transformados en mecanismos del sistema, negocian la docilidad
de los obreros a cambio de aumentos de salarios. La vida política se desarrolla exclusivamente entre
especialistas, y la población no muestra ya interés por ella. Ya no hay organizaciones políticas en las que
la clase obrera participe, o a las que apoye con su acción. Fuera de la producción, el proletariado no
aparece ya como una clase con objetivos propios. La población entera ha entrado en un movimiento de
privatización; se ocupa sólo de sus asuntos, y los de la sociedad parecen escapar a su acción.
Para los que siguen prisioneros en los esquemas tradicionales, habría que concluir en rigor que ya no
hay perspectiva revolucionaria. En efecto, para el marxismo tradicional las contradicciones « objetivas »
del capitalismo eran esencialmente de tipo económico, y la incapacidad radical del sistema de satisfacer
las reivindicaciones económicas de los obreros hacía de éstas el motor de la lucha de clase 11. Aún
cuando correspondan a ciertas manifestaciones del capitalismo de antaño, esas ideas se hunden si se las
confronta con la experiencia actual. Y esto, porque sólo se refieren a aspectos exteriores del capitalismo.
Las contradicciones económicas « objetivas » desaparecen con la concentración total del capital (países
del este) ; pero basta con el grado de intervención del Estado que se practica hoy en día en los países
occidentales para corregir los desequilibrios espontáneos de la economía. El nivel de los salarios no se
ve determinado por leyes económicas « objetivas », sino esencialmente por la lucha de clases; el
aumento de los salarios, con tal de que no exceda el aumento del rendimiento, es posible para el
capitalismo. El punto de vista tradicional es igualmente erróneo en el plano filosófico ; mecanicista y
objetivista, elimina de la historia la acción de los hombres y de las clases y la sustituye con una «
dinámica objetiva» y con « leyes naturales », y hace de la revolución proletaria una rebelión contra el
hambre, de la que no se ve cómo podría salir nunca una sociedad socialista. Es más : el conocimiento de
los resortes de la crisis del capitalismo es, en esta concepción, el privilegio de teóricos especializados ;
la solución de esas crisis, una simple cuestión de transformaciones « objetivas » que eliminan la
propiedad privada y el mercado y1 no necesitan en modo alguno una intervención autónoma del
proletariado. Esa concepción sólo puede ser, y sólo ha sido, históricamente, el fundamento de una
política burocrática.
La contradicción fundamental del capitalismo se encuentra en la producción y en el trabajo. Es la
contradicción contenida en la alienación del obrero : la necesidad en la que se encuentra el capitalismo
de reducir a los trabajadores al papel de simples ejecutantes, y su imposibilidad de funcionar si lo logra;
la necesidad de obtener simultáneamente la participación y la exclusión de los trabajadores en la
11
Se puede ver muy claramente este aspecto en el prefacio escrito por Engels en 1891 (es decir, más de veinte años después de la
publicación de El Capital) para Trabajo asalariado y capital de Marx: « De toda la masa de productos por ella fabricados, la clase
obrera recibe para sí sólo una parte. Y, como hemos visto, la otra parte que la clase capitalista retiene para sí [...] se hace cada
vez mayor con cada nueva invención y cada nuevo descubrimiento, mientras la parte que corresponde a la clase obrera
(calculada por cabeza) o aumenta muy lentamente y de modo insignificante, o no aumenta de ningún modo y, en algunas
circunstancias puede incluso disminuir. Pero esa sucesión cada vez más rápida de invenciones y de descubrimien tos, este
rendimiento del trabajo humano que aumenta de día en día en medida hasta hoy inaudita, hace surgir al fin un conflicto en el
cual la actual economía capitalista debe perecer. De un lado, riqueza inconmensurable y una superabundancia de productos que
los compradores no pueden absorber. De otro lado, la gran masa de la sociedad proletarizada, transformada en asalariados, e
incapacitada por eso de adquirir aquella superabundancia de productos. La división de la sociedad en una pequeña clase
desmesuradamente rica y en otra gran clase de obreros asalariados desprovistos de todo, hace que esta sociedad se ahogue en su
misma superabundancia, mientras la gran mayoría de sus miembros apenas es protegida, y frecuentemente no lo es en absoluto,
de la extrema indigencia» (Trabajo asalariado y capital, p. 15-16)
producción (como de los ciudadanos en la política, etc.). Esa es la única verdadera contradicción de la
sociedad contemporánea, y el origen profundo de su crisis, y no puede ser atenuada con reformas, con la
elevación del nivel de vida o con la eliminación de la propiedad privada y del «mercado », Sólo será
suprimida con la instauración de la gestión colectiva de los trabajadores en la producción y eri la
sociedad. Objeto de una experiencia diaria del proletariado, es el único fundamento posible de su
conciencia del socialismo, y lo que da a la lucha de clases bajo el capitalismo su carácter universal y
permanente. Define el marco de la historia y de la dinámica de la sociedad capitalista, que no es sino la
historia y la dinámica de la lucha de clases. Esa dinámica es histórica y no «objetiva», ya que modifica
constantemente las condiciones en las que se desarrolla y a los propios contendientes, e implica una
experiencia y una creación colectivas. La lucha de clases ha determinado, en un grado cada vez mayor,
la evolución de la tecnología, de la producción, de la economía y de la política, y ha impuesto al
capitalismo, directa o indirectamente, las modificaciones profundas que podemos comprobar hoy en
día.
En el plano « subjetivo », esas modificaciones se expresan en la acumulación en las clases dominantes
de una experiencia de la lucha social y en la aparición de una nueva política capitalista. Dominada
por la ideología del laissez faire y manteniendo al Estado en un papel de gendarme, la política capita-
lista era antaño para los marxistas un sinónimo de impotencia. Actualmente, esa política reconoce la
responsabilidad general del Estado, amplía constantemente sus funciones y se da objetivos cuya
realización ya no se confía al funcionamiento «espontáneo» de la economía (pleno empleo, desarrollo
económico, etc.). Tiende a someter a su control todas las esferas de la actividad social, y toma así,
cualquiera que sea su forma, un carácter totalitario.
En el plano « objetivo », las transformaciones del capitalismo se traducen en la burocratización cre-
ciente, que tiene su origen en la producción, se extiende a la economía y a la política, e invade
finalmente todos los sectores de la vida social. Va evidentemente unida a la expansión y a la prepon-
derancia crecientes de la burocracia como capa gestora. La concentración y la administración estatal,
otros aspectos del mismo fenómeno, acarrean a su vez modificaciones importantes en el funcionamiento
de la economía.
Pero el efecto más profundo de la burocratización es que, « organización » y « racionalización » de las
actividades colectivas efectuadas desde el exterior, lleva a su límite la destrucción de los significados
provocada por el capitalismo, y conduce a la irresponsabilidad generalizada. La privatización de los
individuos es el corolario de esos fenómenos.
La tendencia ideal del capitalismo burocrático es la constitución de una sociedad totalmente jerar-
quizada y en «expansión» continua, donde la alienación creciente de los hombres en el trabajo se viera
compensada por la « elevación del nivel de vida» y toda iniciativa quedara confiada a los «
organizadores ». Inscrita objetivamente en la realidad social contemporánea, esa tendencia coincide con
el objetivo final de las clases dominantes : hacer fracasar la rebelión de los explotados encerrándolos en
la carrera tras el nivel de vida, rompiendo su solidaridad mediante la jerarquización, burocrati- zando
toda empresa colectiva. Consciente o no, es ese el proyecto capitalista burocrático, el sentido práctico
que unifica los actos de las clases dominantes y los procesos objetivos que se desarrollan en su
sociedad. 1
Ese proyecto fracasa porque no consigue superar la contradicción fundamental del capitalismo, sino
que la multiplica al contrario indefinidamente. La burocratización creciente de las actividades sociales
extiende a todos los terrenos el conflicto inherente a la división dirigentes-ejecutantes y la irraciona-
lidad intrínseca de la gestión burocrática. Por ello el capitalismo no puede en modo alguno evitar las
crisis (rupturas en el funcionamiento normal de la sociedad), aun cuando éstas no sean de un tipo único
y no provengan de una dinámica coherente y homogénea. Teniendo como fondo la misma con-
tradicción inmanente al capitalismo, las antiguas expresiones de su irracionalidad se ven reemplazadas
por otras nuevas.
Pero las contradicciones y las crisis sólo pueden tener un alcance revolucionario mediante la lucha de
clases. La situación actual, a ese respecto, es ambivalente. En la producción, esa lucha alcanza,
precisamente en los países más modernos, una intensidad desconocida antaño, y tiende a plantear el
problema de la gestión de la producción. Pero fuera de las empresas, ya no se expresa, o lo hace sólo,
de modo truncado y deformado, a través de las organizaciones burocráticas. Esa ausencia del pro-
letariado ante el problema de la sociedad tiene igualmente un significado ambiguo. Traduce una victoria
del capitalismo : la burocratización de las organizaciones aleja a los obreros de la acción colectiva, el
hundimiento de la ideología tradicional y la ausencia de un programa socialista les impide generalizar
su crítica de la producción y transformarla en una concepción positiva de una nueva sociedad, la
filosofía del consumo penetra en el proletariado. Pero también se constituye una experiencia de la nueva
fase del capitalismo, que puede conducir a una crítica de las formas de vida bajo el capitalismo mucho
más profunda y general que en el pasado, y por lo tanto a una renovación del proyecto socialista en el
proletariado a un nivel superior.
Puede pues decirse que hay una maduración de las condiciones del socialismo, si queda claro que no
puede en ningún caso tratarse de una maduración puramente objetiva (crecimiento de las fuerzas
productivas o de « las contradicciones »), ni de una maduración puramente subjetiva (sedimentación de
una experiencia efectiva en los proletarios), sino de la acumulación de las condiciones objetivas de
una conciencia adecuada. El proletariado no podía eliminar al reformismo y al burocratismo antes de
haberlos vivido, es decir antes de haberlos producido como realidades sociales. Ahora, la gestión
obrera, la superación de los valores capitalistas de la producción y del consumo como fines en sí
mismos, se presentan ante el proletariado como la única solución.
Esas condiciones imponen al movimiento revolucionario profundas transformaciones. Su crítica de la
sociedad, esencial para ayudar a los obreros a valorizar y a generalizar su experiencia directa, debe
modificarse completamente ; debe consagrarse ante todo a describir y a analizar las contradicciones y la
irracionalidad de la gestión burocrática de la sociedad, a todos los niveles, a denunciar el carácter
inhumano y absurdo del trabajo contemporáneo, lo arbitrario y monstruoso de la jerarquía en la pro-
ducción y en la sociedad. De igual modo, la lucha sobre la organización y las condiciones de trabajo y
de vida de la empresa, y la lucha contra la jerarquía, deben ser el elemento central de su programa
reivindicativo. Por otra parte, en las condiciones del capitalismo moderno, el problema esencial es el
paso de la lucha de clase del plano de la empresa al de la sociedad global. El movimiento revolucionario
sólo podría desempeñar su papel a este respecto si destruye los equívocos que deforman la idea del
socialismo, si denuncia sin piedad los valores de la sociedad contemporánea, y si presenta el programa
socialista ante el proletariado como lo que es : un programa de humanización del trabajo y de la
sociedad.
El movimiento revolucionario sólo podrá cumplir con esas tareas si deja de aparecer como un movi-
miento político tradicional —la política tradicional ha muerto— y se transforma en un movimiento total
implicado en todo lo que los hombres hacen en la sociedad y ante todo en su vida cotidiana real. Debe
también dejar de ser una organización de especialistas, y transformarse en un lugar de socialización
positiva donde los individuos aprendan de nuevo la verdadera vida colectiva dirigiendo sus propios
asuntos y desarrollándose en el trabajo por un proyecto común.
Es por último evidente que las concepciones teóricas que sostienen la actividad revolucionaria —y la
concepción misma de lo que es una teoría revolucionaria— deben ser radicalmente modificadas.

1
P l. El marxismo tradicional y la realidad contemporánea
Algunos necesitan vivir con los ojos cerrados para seguir tiendo revolucionarios. L. Trotski. Introducción a Los cinco
primeros años de la Internacional Comunista.


1. El problema
Desde hace casi veinte años, la ausencia de las masas parece12 caracterizar la vida política de los
países « avanzados »13. En Francia, una guerra duró ocho años, y se hundió una República, en
medio de la apatía general. La vida política en Alemania Federal se redujo esencialmente durante
quince años a los caprichos de un octogenario, y a las intrigas de quienes aspiraban a sucederle.
Sólo una pequeña fracción de los centenares de miles de miembros del partido laborista se
interesa por las discusiones sobre su programa. En los Estados Unidos, la indiferencia política de
la población preocupa a políticos y sociólogos 14. A pesar de sus violentas explosiones, el
movimiento de los negros sólo ha conseguido hasta ahora el apoyo de un sector prácticamente
marginal de la población blanca. No es necesario recordar lo que constituye la « vida política »
de los países escandinavos, de Holanda, de Suiza, o de los países « avanzados » del
Commomwealth.
Hay que abandonar ese mundo « avanzado » para encontrar ejemplos en los últimos años de
hombres que intenten transformar sus vidas a través de su propia acción colectiva. En Cuba,
guerrillas campesinas consiguieron derribar una dictadura apoyada por los Estados Unidos. El
pueblo argelino luchó ocho años por su independencia. En Africa del Sur, negros analfabetos,
sometidos durante generaciones al dominio totalitario de tres millones de negreros blancos, han
sido capaces de constituir organizaciones clandestinas, de movilizarse colectivamente y de
inventar formas de lucha inéditas. Dictaduras como la de Syngman Rhee, apoyada abiertamente
por los Estados Unidos durante quince años, se hundieron después de manifestaciones populares
en las que los estudiantes desempeñaron un papel esencial. Abundan otros ejemplos.

A la vista de todos estos hechos, se podría pensar que la actividad política de las masas es un fenó-
meno específico de los países atrasados, y que los únicos grupos sociales capaces de luchar por cam-
biar su destino son los campesinos, los estudiantes y las razas oprimidas por el poder colonial. Que
el interés por la política parece ser función directa de un «atraso » económico y cultural, y que la
característica de la sociedad industrial moderna es que el destino de la sociedad escape a sus miem-
bros,
Es esencial insistir sobre el carácter general del fenómeno. Los países a los que afecta —y a los
que llamaremos países de capitalismo moderno— son todos aquellos en los que las estructuras
precapita- listas de la economía y la organización social han sido eliminadas en lo esencial. Son los
únicos países que nos interesan cuando queremos analizar los problemas de la sociedad capitalista y
no los problemas que plantea la transición de otra forma de vida social al capitalismo. Son los
Estados Unidos, el Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca,
Inglaterra, Alemania Occidental, Holanda, Bélgica, Austria, Suiza, en la actualidad también Francia
y muy pronto Italia y Japón. Países cuya población total pasa de 600 millones de habitantes, que
concentran los tres cuartos de la producción total del mundo occidental y los nueve décimos de su
producción industrial, pero sobre todo, países donde vive y trabaja la mayoría aplastante del
proletariado moderno. Y los países del bloque oriental que han terminado su industrialización como
Rusia, Checoslovaquia y Alemania Oriental se dirigen hacia una situación fundamentalmente
análoga.
Naturalmente la mayoría de la humanidad queda aún fuera de este tipo de régimen, e incluso la
mayoría aplastante de los países del mundo occidental (1 500 millones de habitantes, en vez de los
600 que hemos mencionada antes) y del bloque oriental (830 millones contra 250). Pero es —o
debiera ser— perfectamente claro que el marxismo es en primer lugar una teoría de la revolución en
los países capitalistas y no en los países atrasados. Si hay marxistas que buscan las raíces de la revo-
lución en los países coloniales, y las contradicciones del capitalismo en la oposición entre Occidente
y el Tercer Mundo o incluso en la lucha entre ambos bloques, debieran darse cuenta de que ya no
son marxistas. Pues el marxismo fue o trató de ser una teoría de la revolución socialista debida a la
acción del proletariado, y no una teoría de la revolución de los campesinos africanos o de los
12
Las notas del traductor figuran
10 entre corchetes
13
[Desde que estas líneas fueron escritas (I960), ha surgido un elemento nuevo e importante, que abre sin duda una nueva etapa
: los acontecimientos de mayo de 1968 en Francia. Creemos que el tipo de crisis que los acontecimientos han revelado, el po de
actividad política esbozado, el papel respectivo de las capas sociales que en ellos han intervenido, y el contenido de la •i.
crítica del sistema efectuada por los sectores más activos €*? confirman globalmente las tesis expuestas en el libro. Sobre este
tema, véase, en francés, E. Morin, C. Lefort, J.M. Coudray, Mai 68 : La brèche, París, Fayard, 1968.]

14
Véase, por ejemplo, The Power Elite de C. Wright Mills é { - [traducción española, México], o las declaraciones de A. Steven-
í|f son en el número de enero de 1961 de Foreign Affairs.
labradores sin tierra del mezzogiomo: nunca fue una teoría de la revolución como producto de los
residuos pre- capitalistas en la sociedad nacional y mundial, sino la expresión ideológica de la
actividad del proletariado, producido a su vez por el capitalismo y la industrialización. A pesar de la
importancia indiscutible de los países atrasados, no será en Leopoldville, ni siquiera en Pekín, sino
en Pittsburg y en Detroit, en los Midlands y en el Rhur, en la región parisina, en Moscú y
Stalingrado donde se decidirá finalmente el destino del mundo moderno. Nadie tiene derecho a
llamarse marxista o socialista revolucionario si rehúsa responder a la siguiente pregunta : ¿ Qué es
actualmente del proletariado como clase revolucionaria allí donde ese proletariado existe
realmente ?
Ya sabemos que la tierra es redonda, y que el destino de la sociedad moderna es un problema que
sólo puede ser resuelto a escala internacional. No podemos prescindir de las luchas de las dos terce-
ras partes de la humanidad que viven en países no industrializados. Su destino, las relaciones entre
esos países y los países industrializados, y, a un nivel aún más profundo, los tipos de sociedad que
están emergiendo a escala mundial, son ciertamente cuestiones importantísimas. Pero la primera
tarea de los revolucionarios que viven en países capitalistas modernos debería ser comprender la
sociedad en la que viven, y la situación de la clase obrera producida por esas sociedades. Esto es
necesario, no como ejercicio abstracto de análisis sociológico, sino como el mejor modo de tomar
una posición con sentido ante problemas reales.
Trataremos pues de comprender en lo que consiste la « modernización » del capitalismo, es decir
cuales son las modificaciones que han sobrevenido en el funcionamiento del capitalismo y que
diferencian el capitalismo contemporáneo tanto del capitalismo de antaño como —y esto es ya casi
tan importante— de la imagen que se formaba de aquel el movimiento marxista tradicional.
Trataremos de ver cual es el lazo entre la « modernización » del capitalismo y la « despolitización »
de las masas, y por último, cual puede y debe ser la política revolucionaria en el periodo actual15.
1. Algunos caracteres importantes del capitalismo contemporáneo
Nos limitaremos por el momento a describir los fenómenos nuevos (nuevos objetivamente o con
relación a la teoría marxista tradicional). Nos abstendremos pues de analizarlos, o de dar una expli-
cación sistemática.
1) El capitalismo ha llegado a controlar el nivel de la actividad económica en grado tal que las
fluctuaciones entre la producción y la demanda se mantienen en límites estrechos y que las depresio-
nes que se produjeron durante el periodo entre ambas guerras mundiales, son actualmente imposi -
bles. Esto se debe tanto a modificaciones de la economía misma, como a las nuevas relaciones
existentes entre la economía y el Estado. En primer lugar, la amplitud de las fluctuaciones
espontáneas de la actividad económica se ha reducido considerablemente, porque los componentes
de la demanda social global se han hecho más estables. Estabilidad que es, a su vez, resultado de
diversos factores.
a) La elevación de la parte salarial, el aumento del número de mensuales entre los asalariados, la
introducción de los subsidios de paro, han limitado las variaciones de la demanda de bienes de con -
sumo —y por tanto, también las oscilaciones en la producción de dichos bienes, atenuándose así el
efecto acumulativo que dichas variaciones tuvieron en el pasado.
b) El aumento continuo e irreversible de los gastos estatales ha creado una demanda estable que
absorbe del 20 al 25 % del producto social; teniendo en cuenta las actividades de los organismos
paraestatales y los fondos que « pasan » por el Estado, el sector público controla o maneja en ciertos
países hasta el 40 o el 45 % del producto social global 16.
c) Por último, la acumulación capitalista, cuyas fluctuaciones eran las principales responsables
de la inestabilidad económica en el pasado, es ahora mucho menos variable. En primer lugar porque
las inversiones aumentan de volumen y tienden a abarcar periodos más largos; además, la
aceleración del progreso técnico incita o exige a las empresas una inversión constante, y, en último
lugar, la expansión continua justifica, a los ojos de los capitalistas, una política de inversiones
15
Como veremos, este análisis nos lleva a conclusiones que chocan con las ideas tradicionales tanto en el plano teórico más
general como en el de la práctica política revolucionaria. El lector podrá verificar, si lo desea, que tal ruptura efectuada a partir
de una reflexión sobre los fenómenos que nos rodean coincide con, y prolonga, las conclusiones de los análisis efectuados
partiendo de otros acontecimientos, o de preocupaciones teóricas. Véanse en particular los textos « Sur la dynamique du
capitalisme (SB, 12, 1953), « Sur le contenu du socialisme (SB, 17, 1955, 22, 1957, 23, 1958), « Prolétariat et organisation »
(SB, 27, 1959 y 28, 1959).
16
Por ejemplo, en Gran Bretaña, en 1961, el gasto nacional bruto (o « producto nacional bruto a precio de mercado ») se elevaba
a 26 986 millones de libras. El ingreso total de las Combined Public Authorlties (es decir, impuestos11
directos e indirectos,
contribuciones pagadas al gobierno central o a las autoridades locales, etc.) se elevaba a 8 954 millones de libras, o sea 33,3 %
del producto nacional bruto (véase gráficos 1 y 43 en National Income and Expendí ture, 1963, HMSO, Londres). Por otra
parte, de una inversión interior de capital fijo de 4577 millones de libras en 1961, 1799 millones (40 % aproximadamente)
fueron inversiones del Estado o de empresas públicas (Ibid., gráficos 1 y 48). Si examinamos las dos cantidades, y eliminamos
algunas partidas que figuran dos veces, veremos que la proporción del producto nacional bruto directamente manipulada por el
Estado en 1961 era justamente de un 40%. En 1963, en Gran Bretaña el Estado y sus apéndices (incluyendo las oficinas de las
industrias nacionalizadas y las autoridades locales) empleaba a 5 250 000 personas (sin contar las fuerzas armadas). Esa cifra
representa casi el 25 % de todas las personas empleadas y contrasta con la de 1939: menos de 2 000 000 (10 % ) .
crecientes que a su vez alimentan la expansión y ratifican el fundamento de esta política a posterior!.
En segundo lugar, el Estado interviene de manera constante y consciente para mantener la
expansión económica. Aunque la política del Estado capitalista no pueda evitar a la economía las
fases alternativas de recesión e inflación, y menos aún asegurar un desarrollo racional óptimo, se ha
visto obligado a asumir la responsabilidad de mantener el « pleno empleo » relativo y de eliminar las
depresiones importantes. Si la situación de 1933 se repitiera, los Estados Unidos se encontrarían con
30 millones de parados, lo que conduciría a la explosión del sistema en 24 horas; ni los obreros ni
los capitalistas podrían tolerarlo durante más tiempo. Lo, que da actualmente al Estado capitalista
los instrumentos necesarios para mantener las fluctuaciones económicas en unos límites tolerables,
es la extensión de su intervención en la vida económica y sobre todo la enorme proporción del pro-
ducto* social que manipula directa o indirectamente.
2) En consecuencia, y a pesar de la existencia de « bolsas » locales de desempleo, la importancia
numérica relativa del paro a escala nacional —no íios referimos aquí a su importancia humana 17— ha
disminuido mucho en relación con los años de la preguerra. En casi todos los países europeos indus-
trializados, la proporción de parados ha sido durante los últimos 15 años inferior a un 2 % de la masa
trabajadora. En Gran Bretaña, donde las oscilacio- hes han sido mayores, el porcentaje anual medio
de parados no superaba 2,3% en 1959. Llegó a estar entre el 3 y el 4 % en el primer trimestre de
1963, pero al final del año volvió de nuevo al 2 %. Alemania Occidental absorbió más de un millón
y medio de parados en 1950, más una masa de unos 200 000 refugiados por año 18 Desde 1960, el
paro en éste país sigue estando por debajo del 1%. En Francia, el paro no há superado nunca el 1 %
de la población laboral. Italia y Japón —países en los que la industrialización era muy incompleta en
los primeros años del periodo de la postguerra— no sólo absorbieron un número enorme de obreros
agrícolas en la iftdustria, sino que redujeron su porcentaje dé paio del 9,4% en 1955 al 3% en 1962
(en el caso de Italia), y, en el caso del Japón, se llegó a un porcentaje tan limitado como 0,9 % en
1962. En Suecia, en Noruega y en los Países Bajos, él paro nunca supéró el 2,6 % desde 1954 (y es
normalmente mucho más bajo).
Hasta en Estados Unidos, donde la política económica de la administración Eisénhower creó un
estancamiento virtual durante ocho años, y con tpdo ' él impacto de una automatización que se
desarrolla rápidamente (veremos después este pro- biériiá}, e} parp fue de 4,6 % entre 1946 y 1962,
con un punto máximo de 6,8 % en 1958. Hay que comparar esta situación con las oscilaciones del
porcentaje de parados antes de la guerra en USA: de 3,3 % (durante el « boom » de 1929) y 25 %
(en 1933). El porcentaje de parados era aún de 10 % en 1940, año de « plena recuperación » y de
preparativos de guerra19.
Dejando aparte casos especiales, y a pesar del enorme progreso técnico, no ha habido un paro
tecnológico importante. A ese respecto, puede decirse ya que la automatización no creará más que
dificultades locales20.
3) La desaparición casi total del paro ha contribuido a elevar los ingresos medios del obrero a largo
plazo; pero ha habido sobre todo un aumento de los salarios reales de modo no sólo más rápido que
en los precedentes periodos del capitalismo 21, sino también mucho más regular22, lo que ha supuesto
un cambio decisivo. La primera causa, y la más importante, ha sido más de un siglo de luchas
obreras, tanto generales y organizadas, como « informales » en el ámbito de la empresa o del taller, y
17
El aumento de las necesidades y la situación financiera perpetuamente precaria de casi todos los asalariados hace que, a pesar
;
de lös Subsidios de paro (en general miserables), el ser parado ‘és ; algo tan iftsóportúble actualmente como : antaño. Es además
ilidiscutiblé que la sociedad que permite que un solo hombre esté en paro forzoso es una sociedad absurda. ’
18
Véase United States Statistical Yearbook, 1963 (gráfico 10, p. 6061)
19
Otra cosa es que la « automatización » se utilice actualmente en las empresas para disciplinar al trabajador amenazándole con
el paro y para deteriorar su situación en el proceso de trabajo.
20
Para no citar más de un ejemplo: en Inglaterra, los ingresos medios por hora de los obreros adultos de sexo masculino en la
industria pasaron de 39,6 peniques en 1950 a 84,9 peniques en 1964, o sea un aumento total de 114,3 % -—lo que equivale a
una cuota compuesta de crecimiento de 6.6 % por año (véase OECD General Statistics, julio de 1964, p. 12). En esos cálculos,
los <' ingresos » incluyen las primas, indemnizaciones diversas y tasas y contribuciones pagadas por la persona empleada.
Representan los ingresos medios por hora, incluyendo las horas suplementarias, calculadas sobre toda una semana de trabajo.
Claro está, gran parte de ese aumento de salarios se ha visto anulado por el alza del coste de la vida. El índice de precios de
consumo aumentó durante el mismo periodo en 61,7 % —o sea 4,1 % por año (Ibid.)» Esto da un aumento anual de salarios
reales de 2.5% (compuesto). Es más bien inferior a los porcentajes de los países continentales industrializados.
Además, el proceso no es uniforme. En Inglaterra, en 1964, por ejemplo, había aún 10 % de los trabajadores adultos de sexo
masculino que ganaban menos de 12 libras por semana.
Lo que describimos aquí es una tendencia general. Cláro está, puede haber interrupciones pasajeras de ese proceso, debidas a
factores específicos. Por ejemplo, en Francia, el proceso se detuvo debido a la guerra de Argelia y a la des composición
progresiva del viejo aparato de gestión capitalista de la economía, sobre todo después de 1956 (e incluso se invirtió entre 1957 y
1959)» Pero ya se ha reanudado en los últimos años.
21
trializados. Aun cuando esas (y otras) estadísticas han de ser interpretadas con cuidado por numerosas razones, algunas bien ;
conocidas (y otras menos), ninguna restricción ni reserva puede modificar el sentido de la conclusión fundamental: los salarios
aumentan a largo plazo paralelamente al producto total. Como se explicará más adelante, están ligados a él.

22
de modo general, la presión constante ejercida por los asalariados de todos los países. Por otra parte,
la aparición de una política patronal nueva, aplicada por un número creciente de empresas, y que
puede resumirse así: ceder, cuando sea necesario, en cuanto a los salarios, incluso anticipándose para
evitar conflictos, pero resarciéndose luego con el aumento del rendimiento ; asociarse a los
sindicatos, y tratar de « integrar » a los obreros a la empresa por medio de ventajas y disposiciones
calculadas en ese sentido.

Las reivindicaciones económicas en el sentido más estrecho —de aumento de los salarios e
incluso de disminución de la jornada de trabajo— no se presentan ya, ni a los asalariados ni a los
capitalistas, como algo imposible de satisfacer a menos de transformar completamente el sistema
social. Un aumento anual de salarios de un 3 % está ya considerado como normal e inevitable, tanto
por los patronos como por los obreros (claro está, aquéllos la consideran como un máximo y éstos
como un mínimo). El capitalismo puede permitirse llegar a un compromiso en cuanto a la
distribución del producto social, porque precisamente un ritmo de aumento de salarios del mismo
orden que el de la productividad deja intacta la distribución existente.
Si se examina la distribución del producto nacional en Gran Bretaña a lo largo del último cuarto
de siglo, destacan algunos hechos interesantes. Si se excluye el pago de las fuerzas armadas, el
ingreso que corresponde al empleo (salarios y sueldos, contribuciones de los patronos a los seguros,
etc.), pasó de 2 956 millones de libras en 1938 a 7 375 millones de libras en 1950 y a 16 673
millones en 1962 (National Income and Expenditure, 1963, gráfico 2, p. 3-4). Como el ingreso
nacional aumentó durante el mismo periodo de 4 816 millones de libras a 10 701 millones y a 22
631 millones respectivamente (Ibid., gráfico 1, p. 2-3), se verá que la proporción del ingreso nacio-
nal representada por el «ingreso del trabajo» aumentó de 61,4 % en 1938 a 68,9 % en 1950 y
ulteriormente a 73,7 % en 1962. Eso refleja parcialmente el aumento de la proporción, en el interior
de la población trabajadora, de los empleados directos (es decir, la nueva disminución del «auto-
empleo » en la agricultura, el pequeño comercio, etc.). Pero no cabe duda de que la parte del trabajo
no ha disminuido. El ingreso del trabajo ha crecido al menos pari passu con el valor del producto
total23.
4) La elevación de los porcentajes salariales y la desaparición casi total del paro han hecho progresar
de modo regular el nivel de vida de la clase obrera,
medido en mercancías consumidas. A largo plazo, y haciendo abstracción de las fluctuaciones de
coyuntura y de situaciones locales y profesionales, esta progresión tiende a ser paralela a la de la
producción global.
Esto no quiere decir, claro está, que el capitalismo moderno ha eliminado la pobreza. En Gran
Bretaña, por ejemplo, en 1964 había unos 3 millones de personas que recibían fondos de la
Asistencia Nacional, y cada una de ellas era una acusación para el sistema, y una prueba viva de la
insuficiencia y de la desigualdad de los cambios que describimos. No deberíamos olvidar sin
embargo que el concepto y la definición de pobreza deben de examinarse desde un punto de vista
histórico, que han cambiado mucho a lo largo del siglo, y que hoy en día, el nivel por debajo del
cual se « concede » una « ayuda pública » es ciertamente más alto de lo que era antes de la guerra.
Ha habido además un auténtico cambio en el nivel de vida. Cuando Michael Harrington (The other
America) —o L.B. Johnson— hablan de los « pobres que forman una quinta parte de la población
norteamericana », se trata ciertamente de una acusación poderosa contra el capitalismo más
moderno del mundo. Hay, claro está, que poner en evidencia y denunciar esa pobreza. Pero los que
quieren ir un poco más lejos deben comparar esa « quinta parte de pobres » con la « cuarta parte
olvidada de nuestro pueblo » del presidente Truman o el «tercio deprimido» del presidente
Roosevelt.
El fenómeno de la elevación del nivel de vida no sólo es irreversible (salvo cataclismo mundial),
sino que además resulta de un proceso que nada podrá detener, pues está inscrito ya en la anatomía
misma del capital. Los dos tercios de la producción final contemporánea están formados por bienes
de consumo, cuya proporción crece constantemente, y de los que una proporción cada vez mayor se
fabrica en serie. La acumulación en estos sectores de la economía sería imposible sin la extensión
regular de la demanda de la masas de bienes de consumo, incluso los que antaño se consideraban «
de lujo ». El proceso está apoyado por una enorme actividad de comercialización dirigida hacia la
creación de nuevas necesidades y reforzada por sistemas laterales, como los créditos al consumo, de
efectos decisivos en el mercado de los « bienes duraderos » 24. La elevación del nivel de vida va
23
Se observan tendencias similares en todos los países indus-
24
El crédito al consumo se introdujo en la URSS con gran éxito (Financial Times, 17 de septiembre 13
de 1959). El significado
de estos fenómenos que describimos desborda las sociedades occidentales y es también cierto para los países burocráticos del
Este a medida que « se desarrollan ». Simétricamente, la buro- cratización de la política y la irresponsabilidad total de la
dirección estatal de los países occidentales aumenta paralelamente a la «liberalización » de los regímenes del Este. No sólo su
realidad profunda es la misma, también su apariencia tiende a coincidir.
Lo que no quiere decir que el género de vida del obrero se aburguese, como dice A. Tourame (Arguments, número 9, diciembre
de 1958). En realidad, se diferencia tanto del género de vida de los obreros de antaño como de los privilegiados de hoy en día. Se
diferencia enteramente de este último en lo que respecta a la base económica del consumo. La estrechez, los apuros siguen
siendo algo permanente en las familias de ingresos modestos, cuando no aumentan paralelamente al « nivel de vida » que
pareja con el aumento, aunque mucho menor e irregular del tiempo libre, y ambos se acompañan,
tanto de un cambio en el tipo de consumo, como, hasta cierto punto, de un cambio en el modo de
vida en general9.

5) El papel de los sindicatos se ha modificado profundamente, tanto de un modo objetivo como a


los ojos de los capitalistas y los obreros. Su función esencial es actualmente mantener la paz en la
empresa, por medio de un intercambio de concesiones periódicas sobre los salarios y el
mantenimiento de un statu quo muy relativo en las condiciones de la producción. Los capitalistas lo
tienen por un mal necesario que han renunciado a combatir incluso por métodos indirectos. Los
obreros les consideran como organismos « corporativos », una especie de ' f*4
Asociación que se ocupa de proteger una parte de £us intereses profesionales, y sobre todo
indispensables para conseguir los aumentos normales de salario. La idea de que los sindicatos
tengan una relación cualquiera con la transformación del sistema social, violenta o pacífica, rápida
o gradual, es algo que ni pasa por su imaginación.
6) La vida política, en el sentido vulgar de la expresión, se ha convertido de hecho, y todo el mundo
la considera así, en un asunto reservado exclusivamente a ciertos especialistas, considerados en general
como gente de poco fiar y que « son todos iguales »25. La población se desinteresa, no sólo en
tiempo normal, sino hasta en los momentos que los especialistas llaman «periodos de crisis política
», limitándose a participar en los juegos electorales una vez cada cinco años de forma cínica y
desinteresada.
Sobre todo, no existen ya organizaciones obreras (no digamos revolucionarias). Lo que recibe ese
nombre son formaciones políticas constituidas en su noventa por ciento de burócratas, intelectuales
sinceros o arrivistas y sindicalistas profesionales por los que vota (o no vota) la mayoría de la clase
obrera. Actualmente, no hay en ninguno de los países capitalistas importantes ninguna organización
política importante cuyos militantes procedan en una proporción notable de la clase obrera, y
menos aún que sea capaz de movilizar efectivamente en tomo a problemas políticos una proporción
importante de la clase obrera (aunque limitemos el alcance de esta importancia a una proporción tan
baja como el 10 o el 15 %). Esta evolución está unida sin duda a la degeneración y a la
burocratiza- ción de las organizaciones obreras de antaño, que les ha hecho semejantes en su
esencia a las organizaciones políticas burguesas. Pero es algo que corresponde también a la
evolución de conjunto del capitalismo, anteriormente descrita.
7) El proletariado en esta sociedad se nos presenta como habiendo dejado de ser clase para sí (es
decir une clase que se plantea consciente, explícita y colectivamente el problema de su destino en la
sociedad), para convertirse en una simple clase en sí, es decir, en una categoría social definida
únicamente por el lugar que ocupan los individuos que la componen en las relaciones de
producción, constituida por la identidad objetiva de su situación en ia sociedad, Con más exactitud,
diremos que el proletariado sigue apareciendo como una clase consciente de su ser colectivo y
actúa como tal cuando se trata de sus intereses « económicos » y « profesionales ». Más aún, los
obreros y asalariados de cada empresa tienden a formar una colectividad y a comportarse como tal
en la lucha permanente en el seno de la empresa en cuanto a las relaciones de producción y a las
condiciones de trabajo. Volveremos más adelante sobre esto, que consideramos como el fenómeno
fundamental. Pero eso no cambia en nada el hecho de que el proletariado, por su actitud efectiva y
explícita en las sociedades capitalistas, no aparece ya como la clase cuya actividad tiene por objeto
el cambio radical de dichas sociedades o al menos su reforma según un proyecto propio.
8) Esta misma actitud existe en todas las capas de la población en relación con todas las actividades
sociales y colectivas. Lo que nos demuestra que no se trata de un fenómeno coyuntural o pasajero, de
un retroceso accidental de la conciencia política del proletariado, sino de un fenómeno social
profundo, característico del mundo moderno. Sólo una proporción insignificante de los ciudadanos
se interesa por los asuntos públicos. Pero también es ínfima la proporción de sindicados que se
interesan por los problemas de su sindicato, y una ínfima parte de los adherentes a una asociación
cualquiera se interesan por la gestión y los asuntos de esa asociación. La privatización de los
individuos es el carácter más sobresaliente de las sociedades modernas. Debemos darnos cuenta de
que la sociedad en la que vivimos tiene como rasgo fundamental desde el punto de vista que nos
interesa, el haber conseguido, hasta el momento, destruir la socialización de los individuos como
socialización política; que es una sociedad donde los individuos, salvo en el trabajo, se perciben
cada vez más como individuos privados y se comportan como tales ; donde la idea de que una
acción colectiva sea capaz de cambiar el destino de la sociedad es algo que ha perdido todo sentido
excepto para ínfimas minorías (de burócratas o de revolucionarios, poco importa a este respecto).
Una sociedad en la que lo público, o mejor dicho lo social, no sólo se considera algo extraño u
propone e impone constantemente nuevas necesidades y nuevos gastos; mientras que en el otro extremo de la escala, hay clases
que no^ tienen problema económico alguno para satisfacer sus necesidades materiales. Las diferencias subsisten también en
cuanto a la estructura material del consumo, aunque éste evoluciona en la actualidad constantemente y sufre una
diferenciación que no es espontánea sino organizada e intencional : a medida que el mercado « de masa» incluye bienes que en
otros tiempos eran privativos de las clases superiores, éstas se dirigen hacia otros tipos de consumo (véase, por ejemplo, Vanee
Packard, The Status Seekers). Este hecho (el dependence effect de los economistas anglosajones) es un ingrediente importante
de los estimulantes del consumo indispensables a la economía capitalista moderna.
25
C. Wright Mills: The Power Elite.
hostil, sino algo que no puede ser modificado por la acción de los hombres ; que envía pues a los
hombres a la « vida privada », o a una « vida social » donde la sociedad en cuanto tal no se pone en
discusión explícitamente.

3. La perspectiva revolucionaria en el marxismo tradicional


Los que podríamos llamar « marxistas tradicionales » se niegan a reconocer estos hechos. Algunos
admiten las transformaciones objetivas del capitalismo contemporáneo (que hemos descrito en los
párrafos 1 al 4). Pero las modificaciones en la actitud y actividad de las clases en la sociedad, y
especialmente del proletariado, y el fenómeno central al que hemos llamado privatización, no
existen para ellos. Recogido con el nombre de « despolitización » o « apatía política », es
considerado provisional, transitorio, resultado de una « terrible derrota », etc. La magia de las
palabras se emplea para aniquilar la realidad de las cosas. Se ha dicho por ejemplo : la
despolitización actual del proletariado francés no necesita ninguna explicación especial, es la
expresión de una fase de reflujo correspondiente a una tremenda derrota. ¿Pero de qué derrota se
trata ? Para que haya derrota es preciso que haya batalla, y el hecho es que el régimen « gaullista »
se ha establecido sin tener que librar batalla. Algunos tratan de « profundizar » el argumento y nos
dicen que la derrota es precisamente el hecho de que no hubiera batalla. Pero está claro que esta
actitud de no entablar combate en mayo de 1958, fue la expresión de una « apatía » o « des-
politización » de las masas, y que esta explicación presupone la existencia de lo que debiera
explicar. Por otra parte, buscaríamos inútilmente la derrota que justificara la apatía política del
proletariado inglés, norteamericano, alemán o escandinavo. De modo más general, las preguntas :
¿ No tienen las modificaciones objetivas del capitalismo relación con la actitud de los hombres ante
la sociedad ? ¿ Qué significa en este caso la palabra transitorio, pues tanto el minuto presente como
la existencia de nuestra galaxia son transitorios ? ¿ Qué deben hacer [los revolucionarios para
superar esta situación, sea
0
no « transitoria » ? Son preguntas que, desde ese i punto de vista, no admiten respuesta posible.
; Hay otros que se niegan, globalmente y en detalle, f a reconocer las transformaciones del
capitalismo, ¡' esperan con confianza la próxima gran crisis econó-
mica, siguen hablando de la pauperización del proletariado, denuncian el aumento de los
beneficios capitalistas al mismo tiempo que tratan de demostrar la tendencia histórica al
descenso de la cuota de ganancia. Esta actitud es más consecuente, no sólo porque se niega a
reconocer todo lo que le molesta en la realidad —un delirio es tanto más coherente cuanto es
más radical y completo—, sino también porque trata de salvar lo que ha sido considerado
durante un siglo como fundamento de la perspectiva y de la política revolucionaria.
Y es que efectivamente, si se siguen las premisas * del marxismo tradicional 26, la conclusión
rigurosa tendría que ser que las transformaciones del capitalismo que hemos descrito suprimen la
perspectiva revolucionaria. Pues lo que constituía el fundamento de esta perspectiva para los
marxistas tradicionales era, por un lado, las « contradicciones objetivas de la economía
capitalista », y por otro, la incapacidad radical del sistema para satisfacer las reivindicaciones
económicas de los obreros.
En realidad, el marxismo tradicional no da una respuesta sistemática a la pregunta: ¿ Qué es lo
que debe conducir al proletario a una actividad política que tenga como objetivo la
transformación de la sociedad27 ? Pero la práctica del movimiento y lo que podríamos llamar su
26
Lo que llamaremos de aquí en adelante marxismo tradicional, y lo que nos interesa en primer lugar, no es la doctrina
sistemática y pura que se podría extraer de la obra de Karl Marx, sino lo que ha sido la teoría y la ideología del movimiento
marxista efectivo en su realidad histórica. En primer lugar porque son las ideas que prevalecieron efectivamente
(presentadas o no como las de Marx, y coincidieran o no con ellas) las que modelaron el movimiento obrero. La realidad
histórica de la ideología del cristianismo hay que buscarla más bien en la Imitación de Cristo y en las Vidas de Santos que
en los Evangelios, Clemente de Alejandría o San Agustín. La realidad histórica de la ideología marxista se encuentra en lo
que ha formado a millones de militantes —los folletos y los artículos de periódicos, las obras de divulgación de Kautski, el
ABC del Comunismo de Bujarin o incluso el Karl Marx de Lenin— y no en el Capital, que muy pocos han leído, y
menos aún en los manuscritos de juventud de Marx, que no se publicaron hasta 1932. Además, porque esta ideología
efectiva, a pesar de su esquematismo y vulgaridad, traduce con bastante fidelidad el espíritu de un aspecto de la obra de
Marx, que es precisamente el que a los ojos del mismo Marx había llegado a ser el más importante. Examinaremos este
punto más adelante, a propósito de la economía de El Capital. Por último, porque no existe una doctrina sistemática que
pueda deducirse de la obra de Marx pues esta contiene elementos fundamentalmente contradictorios.
27
Las respuestas que podemos encontrar son a la vez fragmentarias (pues los clásicos no han tratado nunca de la cuestión en
cuanto tal) y contradictorias. En Marx, por ejemplo, al lado do ciertos párrafos (sobre todo en las15obras de juventud) que
subrayan la tendencia del proletariado a suprimir la inhumanidad de su condición y a considerar la sociedad como un todo,
se encuentra, de modo predominante, en las obras de madurez, la idea de mecanismos económicos inexorables que
empujan al proletariado a rebelarse (expresada del modo más categórico en el párrafo de El Capital con el que termina el
capítulo sobre la «acumulación primitiva»). Es bien sabida la posición de Kautski, que sigue Lenin en el ¿ Qué hacer ?,
según la cual, el proletariado no llega a la actividad política sino por el efecto 3c la propaganda de los intelectuales
pequeñoburgueses; posición que, sin embargo, contradicen numerosas citas del mismo Lenin. En In defense of mandsm,
Trotski definió el socialismo Científico como «la expresión consciente de la tendencia elemental e instintiva del
proletariado a reconstruir la sociedad sobre fundamentos comunistas». Bella frase, pero que no hace más que oscurecer el
espíritu, desde hace un siglo, indica claramente el sentido de la respuesta que le dio de forma
implícita. Es desde luego fácil encontrar algunas citas inmortales en las que la condición del
proletariado se presenta como una condición total, que afecta todos los aspectos de su existencia.
Pero es vano el no querer ver que tanto en la teoría corriente, como en la práctica cotidiana del
movimiento, lo esencial era la condición económica del trabajador asalariado y en especial su
explotación como vendedor de su fuerza de trabajo, la expropiación de una parte de su producto.
En el aspecto teórico, toda la atención se dirigía hacia las « contradicciones objetivas » y los «
mecanismos económicos inevitables» del capitalismo. Estos arrastraban el sistema hacia las
crisis económicas periódicas y quizá hacia el hundimiento final; al mismo tiempo, no permitían
la satisfacción de las reivindicaciones de consumo de la clase obrera, provocaban descensos de
los salarios o anulaban las alzas, creaban de forma periódica un paro masivo que amenazaba
constantemente al trabajador con el tener que pasar a engrosar las filas del ejército de reserva
industrial. En el aspecto práctico, las cuestiones económicas daban a la vez el punto de partida y
las líneas centrales de la propaganda y la agitación. De ahí, la importancia primordial del trabajo
en los sindicatos, de su constitución primero, de su « infiltración » después. En resumen : la
explotación capitalista haría surgir en el proletariado reivindicaciones económicas, cuya satisfac-
ción resultaba imposible sin romper el marco del sistema ; la experiencia o la conciencia de
dicha imposibilidad llevaría a los obreros a realizar una actividad política tendente a derribar el
sistema; el movimiento propio de la economía capitalista engendraría las crisis, rupturas de la
organización capitalista de la sociedad, que permitirían la intervención masiva del proletariado
para imponer sus soluciones.
Es indiscutible que estas ideas corresponden a aspectos reales de la evolución del capitalismo y de
la actividad del proletariado, desde el siglo XIX hasta la segunda guerra mundial. La falta de organi-
zación del capitalismo dejaba actuar de modo enteramente libre los « mecanismos del mercado »,
que efectivamente producían —y tendían a producir inevitablemente— crisis cuya profundidad, en
una economía liberal, no era, a priori, limitada por nada. El capitalismo se opuso encarnizadamente
durante muchos años a todo aumento del nivel de vida obrero. Las luchas reivindicativas hicieron
que se desarrollara la conciencia de una cantidad enorme de elementos obreros. Las organizaciones
sindicales —que además en sus primeros tiempos no eran ni mucho menos simples sindicatos
profesionales— desempeñaron tanto el papel de fermentos en la masa obrera como de medio de
formación de los militantes. La constitución de las grandes organizaciones obreras, su desarrollo, la
influencia que ejercen hoy sobre la evolución de la economía y de la sociedad capitalistas sólo han
sido posibles porque una fracción muy importante del proletariado participó en ellas de manera
permanente y activa, y también porque la masa obrera estuvo siempre dispuesta, a pesar de las
fluctuaciones coyunturales, a apoyar su acción sobre problemas cruciales y a movilizarse
políticamente de un modo que no era solamente electoral.
Parecía no menos evidente que las luchas reivindicativas, en el momento en que superaban una
determinada amplitud e intensidad, tendían necesariamente a plantear el problema del poder y de la
organización general de la sociedad. Dos ejemplos de la experiencia francesa en la última postguerra
aclararán esta idea, y también el por qué el punto de vista tradicional puede parecer a algunos mili -
tantes franceses corroborado, aún hoy en día, por la realidad.
De 1945 a 1950 el capitalismo francés llevó a cabo la reconstrucción en medio del derroche y de
la anarquía acostumbradas, pero con una idea directriz básica : la reconstrucción del país se haría a
costa de los asalariados, el descenso de su nivel de vida y el incremento de su trabajo debían
financiarla. Con el mecanismo de la inflación, y el modo en que la burguesía dirige la economía,
toda alza general de salarios se traduce casi inmediatamente por una subida de precios que la anula
en realidad. La reivindicación económica, imposible de satisfacer en el marco de las relaciones de
producción existentes, lleva necesariamente más allá de la economía. Si el proletariado quiere
acabar con la sobre- explotación, debe, a partir de sus reivindicaciones de salarios, superarlas y
plantear el problema del control de los precios, de la economía y por último del Estado.
En 1957 y 1958, para financiar la guerra de Argelia sin que sus beneficios sufrieran ninguna
mengua, el capitalismo francés redujo el nivel de vida de los trabajadores. Las reivindicaciones de
subida de salarios en tales condiciones no podían tener —en efecto no tuvieron— ningún resultado.
El problema que se planteaba era el del equilibrio económico global. Las reivindicaciones de
salarios no hubieran podido ser efectivamente satisfechas salvo si se modificaba la distribución del
producto social por categorías de utilización. Esto hubiera significado en aquellas circunstancias el
cese de la guerra de Argelia, y desembocaba pues netamente en los problemas políticos del país 28.
Pero esas situaciones no son en modo alguno típicas. Traducen las particularidades del capita-
lismo francés y sus caracteres « atrasados»; concretamente, su incapacidad de conseguir, durante
esos periodos, una gestión « racional » de su economía, íntimamente ligada a su incapacidad para
conseguir una organización y una dirección políticas. La reconstrucción de la postguerra se llevó a

problema, al emplear los términos metafóricos « elemental» e «instintivo » a lo que es en realidad el producto de un
desarrollo y una lucha histórica en el proletariado
28
*3. En ambos casos —período de reconstrucción, guerra de Argelia— el paso de lo reivindicativo a lo político abortó. Pero tn
ambos casos, el aborto se debió a factores puramente políticos, concernientes al proletariado y a sus relaciones con las
Organizaciones burocráticas, factores que hubieran podido lUperarse.
cabo en la mayoría de los países capitalistas en condiciones mucho menos caóticas y sin crear
tensiones comparables a las que existieron en Francia. La guerra de Argelia hubiera podido evitar se,
como también la de Indochina, como se evitaron las guerras de Túnez, Marruecos, o Africa negra, y
como los ingleses supieron evitar las guerras de la India, Ghana o Nigeria. Pero en cualquier caso, la
guerra de Argelia hubiera podido financiarse de modo que no creara una situación económica explo-
siva en Francia, como lo ha demostrado lo ocurrido después de mayo de 1958 29.
La situación típica es la del resto de los países capitalistas modernos, en los que, después de la
guerra, las luchas reivindicativas, a veces muy importantes e incluso violentas no pusieron en juego
la dirección política, y menos aún la estructura social, ni objetivamente, ni en la intención de los que
participaron en ellas.
Pero, del mismo modo que la aparente confirmación de las ideas tradicionales por el capitalismo
del siglo XIX no basta para fundarlas, su refutación por la experiencia contemporánea no es en sí
decisiva. En cualquier caso, es necesario llevar la discusión al terreno teórico propiamente dicho 30.
Eso nos llevará a un examen crítico de la economía política marxista, del que no podremos aquí más
que esbozar algunas líneas principales.
4. La economía política marxista
El carácter fundamental de la sociedad capitalista es evidentemente que el trabajo, en cuanto trabajo
asalariado, está al servicio del capital. En el aspecto económico, esta situación se expresa en la
explotación del trabajo asalariado, es decir en la apropiación por parte de la clase dominante de una
parte del producto social (plusvalía), que utiliza a su capricho ; en el sistema capitalista, esta utiliza-
ción toma necesariamente en lo esencial la forma de acumulación, es decir de aumento del capital
por la transformación de una parte de la plusvalía en medios de producción suplementarios. Combi -
nada con el progreso tecnológico, la acumulación conduce a una expansión permanente de la pro-
ducción global y también de la producción por obrero (rendimiento o productividad). El desarrollo
del capitalismo significa la destrucción de las formas precapitalistas de producción (producción feu-
dal o pequeña producción independiente) y la proletarización creciente de la sociedad. Al mismo
tiempo, la lucha entre capitalistas acarrea la concentración del capital, bien por la absorción o
eliminación de los capitalistas más débiles o por fusiones voluntarias.

Esta definición de los grandes rasgos de la economía capitalista constituye una de las aportaciones
imperecederas de Marx al conocimiento de la realidad social moderna; percibida claramente por él,
cuando el capitalismo no existía realmente más que en algunas ciudades de Europa occidental, ha
sido confirmada de modo manifiesto por la evolución durante un siglo de los cinco continentes.
Pero el análisis económico del capitalismo debe plantear y resolver los problemas concernientes al
funcionamiento y la evolución del sistema así definido. ¿ Qué es lo que determina el nivel de
explotación del trabajo asalariado por el capital, lo que Marx llama cuota de explotación (razón de la
plusvalía total o de la masa de beneficio a la masa de salarios), y cómo evoluciona esa cuota ?
¿ Cómo puede conseguirse el equilibrio económico (igualdad entre la oferta y la demanda globales)
en un sistema donde, tanto la producción como la demanda dependen de millones de actos indepen-
dientes, y donde sobre todo, la acumulación y el progreso técnico someten todas las relaciones a una
revolución constante ? ¿ Cuáles son, por último, las tendencias a largo plazo de la evolución del
capitalismo, es decir, cómo el funcionamiento del sistema modifica gradualmente la estructura del
mismo ?
Fue igualmente Marx el primero que planteó estos problemas con claridad y trató de darles una
respuesta sistemática y coherente. Sin embargo, a pesar de la riqueza y de la importancia del trabajo
monumental que les dedicó, tenemos que reconocer que sus respuestas son erróneas teóricamente y,
por paradójico que pueda parecer, están en contradicción profunda con lo que, a nuestros ojos, es la
esencia real de su propia concepción revolucionaria.
La piedra angular de todos estos problemas es la determinación de la cuota de explotación. Para

29
El costo de la guerra de Argelia, que supuso aproximadamente un billón de francos antiguos al año, es decir el 4 % del
producto nacional francés, no hubiera debido crear dificultades enormes a un país cuyo producto nacional aumenta anualmente
entre el 4 y el 5 %. Una cosa es decir que un solo franco gastado en esa guerra era ya demasiado, y que además ese dinero era
robado a los asalariados, y otra el decir o insinuar, como hizo constantemente la «izquierda», que la guerra no podría continuar
por razones financieras, o que sólo podría continuar con una baja constante del nivel de vida.
En el capítulo siguiente no hablamos del marxismo tradicional, sino de las ideas de Marx. Nos 17
vemos desgraciadamente
obligados a citar, con puntos y comas, los textos que corresponden a las posiciones que atribuimos a Marx. No lo hacemos
porque creamos, ni mucho menos, que la manía de las citas tiene un valor intrínseco, sino porque una amarga experiencia nos ha
enseñado que la mala fe o la ignorancia (o las dos cosas) de la mayor parte de los « marxistas », cuando de los escritos de Marx
se trata, sólo puede ser combatida utilizando ese método. Nos referimos a El Capital (1867), a Trabajo asalariado y capital
(1849) y a Salarios, precios y ganancia (1865). [Los números de las páginas de esta traducción corresponden al primer tomo de
la segunda edición (1959) de la versión española del FCE de México de El Capital, y a las ediciones en español de 1947 de la
Editorial en Lenguas Extranjeras de Moscú de Trabajo asalariado y capital y de Salarios, precios y ganancia.
30
Marx, esta se ve expresada en la cuota de plusvalía31 y depende por lo tanto exclusivemente de
factores económicos objetivos y mensurables; el efecto de la interacción de esos factores da como
resultado que esa cuota debe aumentar necesariamente, es decir que la explotación de los obreros
bajo el capitalismo, desde el punto de vista de la explotación económica, no puede sino agravarse, ya
que depende de la relación entre dos factores, uno de los cuales (plusvalía) se supone que aumenta
constantemente, mientras que el otro (salario) aumenta poco o nada. La cuota de explotación
depende, en efecto, por un lado del producto real de la hora (o de la jornada o de la semana) de
trabajo, por otra parte del salario real. El producto real crece constantemente (elevación de la
productividad), por efecto de las innovaciones técnicas y de la « compresión de los poros » de la
jomada de trabajo. Tenemos por otra parte el salario real, que es el precio de la fuerza de trabajo 32. Y
ese precio se presenta en la obra de Marx como algo predeterminado y que oscila en torno al valor de
la fuerza de trabajo33.
Si el salario real está determinado por el valor de la fuerza de trabajo, ¿ qué es lo que determina
ese valor ? Marx era muy explícito sobre ese punto.
El valor de la fuerza de trabajo está determinado por el costo « objetivo » de la vida del obrero y de
su familia34. « [E]l valor de la fuerza de trabajo se determina por el valor de los artículos de primera
necesidad exigidos para producir, desarrollar, mantener y perpetuar la fuerza de trabajo » (Salario,
precio y ganancia, p. 50). Es el equivalente en mercancías del « nivel de vida » de la clase obrera.
¿Pero qué es lo que determina ese nivel de vida ? Diversos factores « históricos » « morales » y
socia- les, admite Marx3536. Pero el conjunto de su razonamiento, en la mayor parte de sus escritos,
indica claramente que para Marx el valor de la fuerza de trabajo (y por consiguiente los salarios)

31
«La cuota de plusvalía es, por tanto, la expresión exacta del grado de explotación de la fuerza de trabajo por el capital
o
del obrero por el capitalista» (El Capital, I, p. 165). En la economía marxista, la cuota de plusvalía está expresada por la p
trabajo excedente
relación — = -------------------------------. Expresada en términos de
v trabajo necesario
ganancias totales
moneda, es el equivalente de----------------------------- (Ibid., p. 165-167).
salarios totales
32
«Las mismas leyes generales que regulan el precio de las mercancías, regulan naturalmente también el salario, el precio del
trabajo» (Trabajo asalariado y capital, p. 30).
33
« La oferta y la demanda no regulan más que las oscilaciones pasajeras de los precios en el mercado. Os explicarán por qué el
precio de un artículo en el mercado es superior a su valor
o inferior a él, pero no os explicarán jamás qué es de suyo este valor [...] En el instante mismo en que la oferta y la demanda se
equilibran y dejan, por tanto, de actuar, el precio de una mercancía en el mercado coincide con su valor real, con el precio
normal en torno al cual oscilan sus precios en el mercado [...] Y otro tanto cabría decir de los salarios [...] » (Salario, precio y
ganancia, p. 32-33). « [El salario no es más que una manera de denominar el precio del trabajo [...] » (Ibid., p. 35).
34
« Al igual que el de toda otra mercancía, este valor se determina por la cantidad de trabajo necesaria para su producción. La
fuerza de trabajo de un hombre consiste, pura y exclusivamente, en su individualidad viva. Para poder desarrollarse y sostenerse,
un hombre tiene que consumir una determinada cantidad de medios de vida. Pero el hombre, al igual que la máquina, se desgasta
y tiene que ser reemplazado por otro. Además de la suma de artículos de primera necesidad requeridos para su propio sustento,
el hombre necesita otra cantidad de los mismos artículos para criar determinado número de hijos, llamados a reemplazarle a él en
el mercado de trabajo y a perpetuar la raza obrera. Además, tiene que dedicar otra suma de valores al desarrollo de su fuerza de
trabajo y a la adquisición de una cierta destreza. Para nuestro objeto, basta con que nos fijemos en un trabajo medio, cuyos
gastos de educación y perfeccionamiento son magnitudes insignificantes» (Salario, precio y ganancia, p. 49-50)
35
«El valor de la fuerza de trabajo está formado por dos elementos, uno de los cuales es puramente físico, mientras que el otro
tiene un carácter histórico y social. Su límite mínimo está determinado por el elemento físico; es decir, que para poder
mantenerse y renovarse, para poder perpetuar su existencia física, la clase obrera tiene que obtener los artículos de primera
necesidad absolutamente indispensables para vivir y multiplicarse. El valor de estos medios de sustento indispensables
constituye, pues, el límite mínimo del valor del trabajo [...] Pero además de este elemento puramente físico, en la
determinación del valor del trabajo entra el nivel de vida tradicional en cada país. No se trata solamente de la vida física, sino de
la satisfacción de ciertas necesidades, que brotan de las condiciones sociales en que viven y se educan los hombres. El nivel de
vida inglés podría descender hasta el grado del irlandés, y el nivel de vida de un campesino alemán hasta el de un campesino
livonio [...] Este elemento histórico o social que entra en el valor del trabajo puede dilatarse o contraerse, e incluso extinguirse
del todo, de tal modo que sólo quede en pie el límite físico» (Salario, precio y ganancia, p. 72-73)
36
« Además, el volumen de las llamadas necesidades naturales,
así como el modo de satisfacerlas, son de suyo un producto histórico que depende, por tanto, en gran parte, del nivel de cultura
de un país y, sobre todo, entre otras cosas, de las condiciones, los hábitos y las exigencias con que se haya formado la clase de
los obreros libres. A diferencia de las otras mercancías, la valoración de la fuerza de trabajo encierra, pues, un elemento histórico
moral» (El Capital, I, p. 124)
tiende a oscilar entre límites muy estrechos, cuando no a descender efectivamente 3738. Marx
consideraba ese descenso como algo enteramente probable 3940. Ya que el «factor histórico» podría
determinar diferencias entre un país y otro, pero hay poco en los escritos de Marx que haga creer
que podría explicar cambios —y en particular aumentos en el valor de la fuerza de trabajo, en un país
dado, durante un periodo dado de tiempo. Al contrario: « [e]n un país y en "una época determinados,
la suma media de los medios de vida necesarios constituye un factor fijo » 41 .

Todo el sistema de economía política de Marx, toda su teoría de las crisis y, como consecuencia
implícita, sus postulados sobre cómo nace la conciencia socialista, están fundados en su teoría del
salario. Más exactamente, en la premisa según ! la cual los mecanismos del mercado del trabajo, i
los cambios en la composición orgánica del capital y la presión del exceso de población obrera (que
el r capitalismo reproduce constantemente) impiden que los salarios reales (es decir el nivel de vida)
se eleven de modo significativo y duradero. El nivel de vida debe ser considerado en el mejor de los
casos como una constante. En el mejor de los casos, ya que los capitalistas tratan de reducirle
continuamente (y se ven obligados a ello). Y como, en la exposición de El Capital, ningún factor se
opone a esa tendencia, salvo la situación límite en la que esa reducción hace imposible la
supervivencia biológica de un número suficiente de proletarios, los capitalistas logran su objetivo.
Este es el sentido de la « pauperización absoluta »42.

Esta concepción y este método de análisis equivalen a tratar en la teoría a los obreros tal como el
capitalismo querría hacerlo, y no puede, en la práctica de la producción : es decir, como simples
objetos. Este método equivale a decir que la fuerza de trabajo es íntegramente una mercancía, como
el azúcar43 o el carbón. Posee un valor de cambio (que corresponde a un costo de producción
objetivo determinado por fuerzas económicas), y un valor .de uso (cuyo aprovechamiento depende
sólo de la voluntad del capitalista y de sus métodos de producción). El carbón no puede influir
sobre el precio a que se vende en el mercado, ni impedir que el
capitalista aumente su rendimiento energético por métodos perfeccionados. El obrero tampoco.
Repetimos una vez más que no cabe duda de que esa es la tendencia intrínseca del capitalismo.
Pero, como nos lo muestra la experiencia, y por razones que analizaremos más adelante, esta
tendencia jamás puede imponerse de modo integral (la consecuencia inmediata de su triunfo sería el
37
« [E]l propio desarrollo de la moderna industria contribuye por fuerza a inclinar la balanza cada vez más en favor del
capitalista y en contra del obrero, y [...] como consecuencia de esto, la tendencia general de la producción capitalista no es a
elevar el nivel medio de los salarios, sino, por el contrario, a hacerlo bajar, empujando el valor del trabajo más o menos a su
límite mínimo [,..] Creo haber demostrado que las luchas de la clase obrera por obtener salarios normales son episodios insepa-
rables de todo el sistema del salariado, que en el 99 por 100 de los casos sus esfuerzos por elevar los salarios no son más que
esfuerzos dirigidos a mantener en pie el valor dado de su trabajo [...] [L]a clase obrera no debe exagerar a sus propios ojos el
resultado final de esas luchas diarias. No debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra las causas de estos efectos ;
que logra contener el movimiento descendente, pero no cambiar su dirección » (Salario, precio y ganancia, p. 77-78)
38
« [E]l bosque de brazos tendidos en alto por el ejército que implora trabajo se hace cada vez más espeso, mientras que el
ejército mismo enflaquece más y más » (Trabajo asalariado y capital, p. 54)
39
« ¿ [H]asta qué punto, en la lucha incesante entre el capital y el trabajo, tiene éste perspectivas de éxito ? Podría contestar con
una generalización, diciendo que el precio del trabajo en el mercado, al igual que el de las demás mercancías, tiene que
adaptarse, con el transcurso del tiempo, a su valor; que, por tanto, pese a todas sus alzas y bajas y a todo lo que el obrero puede
hacer [aquí el subrayado es mío. PC.], éste acabará obteniendo, por término medio, el valor de su trabajo solamente, que se
reduce al valor de su fuerza de trabajo ; la cual, a su vez, se halla determinada por el valor de los medios de sustento necesarios
para su manutención y reproducción, cuyo valor está regulado en último término por la cantidad de trabajo necesaria para
producirlos » (Salario, precio y ganancia, p. 72)
40
[Véase sobre este punto la aclaración de Engels en una nota de Trabajo asalariado y capital: «La tesis, según la cual el
precio «natural», es decir normal de la fuerza de trabajo coincide con el salario mínimo, es decir, que es el equivalente del costo
de los medios de subsistencia necesarios incondicionalmente para la vida de los obreros y para su procreación, fue establecida
por mí por primera vez en mi « Esbozo para una crítica de la economía política », en los Annaies Franco-Allemandes, París,
1844 y en La situación de la clase obrera en Inglaterra. Como se ve de lo arriba expuesto, Marx aceptó entonces esta tesis. De
nosotros la adoptó Lasalle. Pero, a pesar de que el salario tiene, en realidad, una tendencia a acercarse a su mínimo, esta tesis, sin
embargo, no es verídica. El hecho de que la fuerza de trabajo se paga habitualmente, por término medio, más bajo que su valor,
no puede cambiar su valor. En El Capital, Marx corrigió la tesis arriba mencionada (capítulo IV, subtítulo « Compra y venta de
la fuerza de trabajo ») y también aclaró (en el capítulo XXIII, « La ley general de la acumulación capitalista ») las circunstancias
que permiten reducir cada vez más por debajo de su valor el precio de la fuerza de trabajo en el régimen de producción
capitalista » (Trabajo asalariado
19 y capital, p. 31-32).
41
El Capital, I, p. 124
42
«La tendencia general de la producción capitalista no es a elevar el nivel medio del salario, sino a reducirlo» (Salario,
precio y ganancia, p. 79). Quedan en algunos textos de Marx restos de la concepción de Ricardo (regulación recíproca del
salario y la oferta de trabajo de modo que las oscilaciones salariales en torno al mínimo fisiológico aumentan o disminuyen el
tanto de supervivencia de las generaciones obreras), pero el problema del exceso de población obrera es esencialmente un
oroducto del propio capitalismo, al reemplazar constantemente os obreros por máquinas.
43
Son las propias palabras de Marx: « Por lo tanto, la fuerza de trabajo es una mercancía, ni más ni menos [el subrayado es
mío. PC] que el azúcar. La primera se mide con el reloj, la segunda con la balanza» (Trabajo asalariado y capital, p. 20).
hundimiento del capitalismo). El capitalismo no puede existir sin proletariado, y el proletariado no
lo sería si no luchara sin cesar para modificar sus condiciones de existencia y su situación en la
producción, así como su « nivel de vida ». La producción no está exclusivamente dominada por la
voluntad del capitalista de aumentar sin cesar el rendimiento del trabajo, está determinada en igual
medida por la resistencia individual y colectiva de los obreros a dicho aumento. La extracción del «
valor de uso de la fuerza de trabajo » no es una operación técnica, sino un proceso de lucha encarnizada,
en el que los capitalistas pierden al menos la mitad de las veces. Lo mismo puede decirse en cuanto al
nivel de vida, es decir el nivel del salario real. Desde sus orígenes, la clase obrera ha luchado por
reducir el tiempo de trabajo y por elevar el nivel de los salarios, y es esa lucha la que ha determinado
la evolución de ese nivel. Si es más o menos cierto que, para el obrero individual en un momento
dado, el nivel de su salario se presenta como un dato objetivo independiente de su acción44, es
totalmente falso el decir (o dejar implícito) que el nivel de los salarios en un periodo determinado es
independiente de la acción de la clase obrera. Ni el trabajo efectivo que hay que proporcionar en una
hora, ni el salario recibido a cambio de aquel pueden determinarse por medio de una ley, regla,
norma o cálculo « objetivos ». Si pudieran serlo, el capitalismo sería un sistema racional o al menos
racionalizable, y toda discusión sobre el socialismo sería inútil 45.
Esto no significa que factores estrictamente económicos o incluso «objetivos» no desempeñen
papel alguno en la determinación del nivel de salarios. Por el contrario, la lucha de clases no actúa
en cada momento más que en un marco económico —y más generalmente objetivo— dado, y actúa
no sólo directamente sino también por intermedio de una serie de « mecanismos económi cos »
parciales. Para no dar más que un ejemplo entre mil: una victoria reivindicativa de los obreros en un
sector tiene un efecto de contagio sobre el nivel general de los salarios, no sólo porque puede
estimular la combatividad de los demás obreros, sino también porque los sectores que pagan salarios
bajos tendrán mayores dificultades para obtener mano de obra. Pero ninguno de estos mecanismos
tiene acción ni significado propios si se hace abstracción de la lucha de clases, y el marco
económico resulta modificado gradualmente por ésta.
Es igualmente erróneo en teoría —y es algo que ha podido verse en la práctica— el pretender que,
con lucha o sin ella, el capitalismo no puede permitir que los salarios aumenten. Que cada capitalista
y la clase capitalista en su conjunto se opongan a ello en la medida de lo posible, qué duda cabe ;
pero es radicalmente falso que exista una imposibilidad para el sistema. La idea clásica era que el
capitalismo no podía soportar los aumentos de salarios porque significaban automáticamente la
disminución de los beneficios, y por lo tanto la reducción de los fondos de acumulación indispen -
sables a la empresa para sobrevivir en la lucha de la competencia. Pero esta imagen estática es com-
pletamente irreal; si el rendimiento de los obreros aumenta en un 4 % anual, y también los salarios,
los beneficios han de aumentar también en un 4 %, suponiendo que los otros elementos no cambien;
y si la presión de los trabajadores consigue aumentos aproximadamente iguales entre las empresas y
los sectores diversos, ningún capitalista quedará en inferioridad ante sus competidores. Los aumen-
tos de salarios son perfectamente compatibles con la expansión del capital, mientras no excedan sus-
tancial y duraderamente a los aumentos de la productividad, y mientras se trate de aumentos de
carácter general.
Es más, dichos aumentos resultan en último término indispensables desde un punto de vista
estrictamente económico (sin tener en cuenta su utilidad como medio de atar a los obreros a la
producción). En una economía que crece por término medio un 3 % al año, y donde los salarios
suponen el 50 % de la demanda final, una diferencia sustancial entre la cuota de crecimiento de los
salarios y la cuota de expansión de la producción llevaría al cabo de breve plazo a desequilibrios
formidables, y a una imposibilidad de colocar la producción que no podría corregirse con ninguna «
depresión », por fuerte que fuera. Una producción que aumenta en un 3 % anual se duplica cada 23
años aproximadamente; al cabo de un siglo, habrá resultado multiplicada por veinte. Si la
producción neta del sector capitalista en Francia fue en 1860 de 100 unidades por obrero, hoy es de
2 000, y la teoría de la pauperización absoluta implicaría que para un salario de 50 en aquella época
tendríamos hoy un salario menor, es decir que los salarios representarían actualmente menos de 50/2
000, es decir menos del 2,5 % del producto neto del sector capitalista. Ni que decir tiene que
cualquiera que fuera el volumen de la acumulación, de la exportación de capital, de los gastos del
Estado, etc., la venta de la producción sería completamente imposible en esas condiciones.
En realidad, el resultado de la lucha de clases hasta el presente ha sido un aumento del salario real
que, aproximadamente y a largo plazo, es paralelo al aumento de la productividad del trabajo. En otras
palabras, el proletariado no ha conseguido —en todo caso, no sustancialmente—• modificar el
reparto del producto social en su beneficio, pero ha conseguido que la desigualdad de dicho reparto
no se agrave en contra 20
suya.La cuota de explotación a largo plazo ha permanecido aproximadamente
44
Incluso ésto no es completamente cierto, pues hasta la lucha obrera individual tiene una influencia importante sobre las
remuneraciones efectivas.
45
Hay que precisar sin embargo que Marx defiende en algunos textos (antes de la elaboración definitiva de El Capital) la idea
justa de que la lucha obrera puede elevar el nivel de los salarios. Esta idea la abandona en El Capital por la concepción
objetivista sobre la que pretende fundamentar la dinámina del capitalismo. Sería en efecto imposible construir un sistema entero
de economía del tipo descrito en El Capital si se aceptara que la variable económica principal (es decir el nivel dé salarios)
depende de un factor extraeconómico (el resultado concreto de La lucha de clases).
constante. La razón de que se haya llegado a este resultado, y no a otro, es un problema demasiado
vasto para poder abordarlo aquí.
La teoría de Marx sobre la elevación de la cuota de explotación ha desempeñado, y sigue desem-
peñando, un papel importante en la concepción tradicional, para la que dicha elevación aparece
como el motor de la lucha de clases 18. Pero ha tenido consecuencias implícitas mucho más
importantes, tanto filosóficas como políticas. Estas han conducido al movimiento revolucionario a
un análisis completamente erróneo de la sociedad contemporánea. Se suponía que la teoría del
aumento de la cuota de explotación «probaba» la imposibilidad de cualquier tipo de equilibrio
dinámico en el marco de la economía capitalista. La « dinámica objetiva de las contradicciones
económicas del capitalismo » sería el resultado del conflicto entre el desarrollo ilimitado de las
fuerzas productivas, hacia el que tiende el capitalismo, y el desarrollo limitado del poder de
consumo de la sociedad (poder económico, claro está, y no biológico), reflejo del estacamiento del
nivel de vida de la clase obrera, o de su aumento demasiado lento con relación a la producción. Este
conflicto haría que la acumulación de capital no podría desarrollarse más que a través de crisis
periódicas acarreando una destrucción de riquezas, o hasta podría hacer imposible, a la larga, dicha
acumulación46.
El conflicto es real hasta cierto punto : el capitalismo aumenta efectivamente la producción, pero
este aumento no se acompaña automática y necesariamente del correspondiente incremento de la
demanda social solvente. Pero la contradicción no tiene nada de irresoluble : la demanda social sol-
vente puede aumentarse, sin que se hunda el cielo. Puede aumentar a consecuencia de la lucha
obrera, que aumenta los salarios, por un incremento de la acumulación capitalista, o por efecto de
una política de aumento consciente de los gastos estatales; mecanismos que exigen un breve análisis
ulterior. Pero, a nuestros ojos, ese punto cierra la discusión, en su aspecto más profundo, ya que
muestra que la obtención de un equilibrio dinámico de la economía capitalista (o la posibilidad de
acumulación sin crisis) es un problema relativo.
5. Acumulación sin crisis.
Efectos de la automatización
Fue Marx quien examinó por vez primera, en el volumen II de El Capital, la posibilidad de la
acumulación sin crisis, siempre y cuando se respetaran ciertas proporciones entre las magnitudes
económicas. En tiempos de Marx se trataba de una mera especulación teórica. Con la intervención
creciente del Estado en la economía, se ha convertido en una posibilidad cada vez más concreta. Sus
fórmulas pueden generalizarse fácilmente47 : la acumulación sin crisis será posible si, a partir de un
estado de equilibrio, todas las magnitudes económicas crecen proporcionalmente, o si sus ritmos de
crecimiento diferentes se compensan recíprocamente. Si, por ejemplo, en una economía de
población constante, la acumulación anual (crecimiento anual neto del capital) equivale al 3 % del
capital instalado y si, por lo tanto48, la productividad por hora y obrero aumenta también en un 3 %,
basta para que el equilibrio se conserve indefinidamente, que los salarios y el consumo
improductivo de los capitalistas (y del Estado) aumenten también en un 3 % anual. Si, en esta
misma economía, las relaciones entre las magnitudes económicas se modifican, son siempre
posibles una serie de reajustes que restablecen el equilibrio. Por ejemplo, si los capitalistas
consiguen imponer una disminución del salario real obrero pero aumentan de modo correspondiente
su consumo improductivo o los gastos del Estado, el equilibrio se mantendrá; ocurrirá lo mismo si
acumulan con una cuota más elevada; y también, por último, si disminuyen su acumulación para
aumentar los gastos del Estado (en estos dos últimos casos, la cuota de crecimiento económico será
diferente de lo que hubiera sido de otra manera, y también el reparto de las fuerzas productivas
entre la producción de medios de producción y la de bienes de consumo tendrá que ser modificado,
gradual o bruscamente).

No cabe duda de que la economía capitalista clásica, enteramente dominada por las fuerzas del
mercado, no contiene ningún mecanismo que garantice el crecimiento proporcional de sus
magnitudes, o que reajuste las diferencias de crecimiento; o mejor dicho, de que el « mecanismo de
reajuste » no es otro que la crisis económica (crisis de superproducción). Su evolución espontánea
tiende efectivamente a producir regularmente un desequilibrio ; las fases de expansión son
necesariamente fases de acumulación acelerada, durante las cuales la capacidad de producción
46
Rosa Luxemburgo llega a esta última conclusión, pero a través de un razonamiento diferente que no vamos a examinar aquí.
Los marxistas han discutido21 mucho para saber si las crisis son de «superproducción» o de «subconsumo». Y en cierta época el
ser partidario de ésta última era una de las cosas más graves de que se podía a alguien sin verse obligado a pedir su expulsión
inmediata. Esta distinción es puramente teológica. Ambas nociones se implican recíprocamente; sólo hay superproducción
respecto a un nivel relativo de demanda solvente, y sólo hay deficiencia de la demanda con relación a un nivel dado de
producción.
47
La proporcionalidad implicada en el texto entre la cuota de acumulación y la de aumento de la productividad es, en realidad,
una hipótesis para simplificar la discusión. Sin embargo corresponde a los hechos observados, y esta hipótesis se verifica
empíricamente a medio y largo plazo
48
estatales como medio de equilibrar la economía fue reconocida
tiende a aumentar más rápidamente que la demanda final de bienes de consumo, lo que lleva a la
superproducción, al freno del proceso de acumulación, y a la crisis. Bajo una forma más atenuada
—sucesión alternativa de fases de euforia y de recesión— el mismo fenómeno, resultado de los
mismos factores, persiste en la economía capitalista contemporánea.
Pero la concentración del capital y la intervención .creciente del Estado en la economía
significan precisamente que la economía capitalista actual no está ya exclusivamente gobernada
por las fuerzas del mercado; o en todo caso, en cuanto al problema de las crisis, que es el más
importante a los ojos de los capitalistas, porque de modo periódico pone en juego la estabilidad de
su poder. La intervención del Estado es precisamente el factor compensador de los desequilibrios
de que carecía el capitalismo clásico. Al aumentar o disminuir su demanda neta de bienes y de
servicios, el Estado se convierte en un regulador del nivel de demanda global, y puede en particular
compensar la deficiencia de demanda que es el origen de las crisis de superproducción 49.
No cabe duda de que esta intervención del Estado capitalista se caracteriza a su vez por las
irregularidades y la anarquía profunda que presenta la gestión capitalista-burocrática de la sociedad;
es también indiscutible que produce a su vez otros conflictos y desequilibrios, que examinaremos
más tarde. Pero pese a todo esto, una crisis del tipo de la de 1929-1933 es inconcebible hoy en día, a
menos de un ataque de locura colectiva, que afecte simultáneamente a los capitalistas y a sus
consejeros económicos.
La cuestión debiera estar bastante clara desde hace tiempo, para todos aquellos que admiten que la
supresión de la propiedad privada y del mercado clásico no bastan para destruir el capitalismo. Si
admitimos, en efecto, que la concentración total de los medios de producción entre las manos de una
sola compañía capitalista o del Estado no suprime su carácter de capital (como lo admitían Marx,
Engels y Lenin) mientras una capa particular domine la producción y la sociedad, forzosamente hay
que admitir que las crisis de superproducción son un fenómeno relativamente superficial que no
corresponde más que a una fase particular del capitalismo. Ya que las crisis de superproducción no
aparecen en la economía del capitalismo burocrático integral, tal como se presenta en la URSS, por
ejemplo. En este caso, la incapacidad profunda y necesaria de la burocracia para conseguir una
planificación racional desde su propio punto de vista no se traduce, ni puede hacerlo, en crisis de
superproducción general, y las « superproducciones », de manifestarse, no tendrían ni más ni menos
significado que las demás expresiones de la incoherencia de la planificación burocrática50.
Para Marx, más importantes que las crisis de superproducción eran las grandes tendencias o
leyes que creyó distinguir en la evolución del capitalismo : el aumento de la cuota de explotación,
el de la composición orgánica del capital (sustitución de los obreros por las máquinas), y la
disminución de la cuota de ganancia. Eran más importantes, no sólo porque se encontraban en el
origen de las crisis de superproducción (y debían de conducir a una agravación de estas a través de
la historia del capitalismo)51, sino también porque esas tendencias expresaban las «imposibilidades
» fundamentales del sistema. La producción no puede crecer indefinidamente, mientras la demanda
final de bienes de consumo se estanque a causa del aumento de la cuota de explotación. La
acumulación no puede continuar progresando si su fuente, la masa de beneficios, desciende en
relación con la masa del capital. El capitalismo no puede tampoco continuar proletarizando la
sociedad y a la vez condenar al paro a una masa creciente de obreros (como se produciría por la
acción conjugada de la « ley » de la elevación de la composición orgánica del capital y el
crecimiento del ejército de reserva industrial, que es su consecuencia).
Pero todas estas « imposibilidades » son imaginarias. Hemos visto antes que no existe ninguna
«ley » del aumento de la cuota de explotación, y que, por el contrario, lo que corresponde a las
necesidades de la economía capitalista es la constancia a largo lazo de esa cuota de explotación. En
49
Se utilizan también otros medios (política monetaria, regulación del crédito al consumo, etc.). Pero ninguno es tan eficaz como
la política presupuestaria. La importancia de los gastos depresiones capitalistas y del ejército industrial de reserva, y han creído
hallarles en los campos de concentración donde, según ellos, Stalin reunía el exceso de mano de obra que no podía emplearse en
la producción. Seguimos esperando pacientemente la crisis económica de superproducción provocada por la « desestalinización
»
50
por los marxistas mucho antes de Keynes y del déficit spending: se admitía (y se admite) que los gastos de armamento podían
sacar de una depresión al capitalismo y que efectivamente se usaban con este fin. Pero nada muestra mejor el grado de auto-
engaño en que ha caído el movimiento obrero que la reducción de esta idea correcta a un fetichismo de los armamentos, a la
idea absurda de que sólo una « economía permanente de armamentos » puede salvar actualmente al capitalismo. Si los gastos en
armamentos pueden salvar al capitalismo de la depresión, ¿ por qué no lo pueden los gastos en proyectos espaciales ? Un hecho
relativo, el que bajo ciertas condiciones la clase capitalista prefiera armamentos a otros tipos de gastos se erige en absoluto
mágico: la fabricación de cañones posee por lo visto virtudes antidepresivas de las que carece, por ejemplo, la construcción de
carreteras. 22
3. Ciertos marxistas que consideran a la URSS como un régimen «capitalista de Estado» (Raya Dunayevskaya, por ejemplo),
han buscado durante mucho tiempo el equivalente de las
51
En efecto, según Marx, el aumento de la cuota de explotación y la elevación de la composición orgánica del capital nos
llevan
i a una disminución relativa o absoluta de la masa de los salarios, y por lo tanto de la demanda de bienes de consumo, mientras
aumenta la producción de tales bienes, y de aquí la inevitable crisis de superproducción. En la crisis siguiente, la cuota de
explotación ha aumentado entre tanto, así como la composición ; orgánica del capital, y esta crisis resultará por lo tanto más
difícil de superar que la anterior.
otro lugar emos mostrado52 que la « ley de la tendencia al descenso de la cuota de ganancia » era
inconsistente, y que además carecía de todo significado. Por último, la elevación indiscutible de la
composición orgánica del capital (el hecho de que un número cada vez más pequeño de obreros
maneja una cantidad creciente de máquinas, materias primas, etc.) tiene una importancia
fundamental para la evolución de la producción y de la economía en otros aspectos, pero no tiene
el efecto que Marx le atribuyó, es decir el aumento a largo plazo del paro o del ejército de reserva
industrial. Aquí, como en la cuestión de las crisis, un problema relativo se erige en contradicción
absoluta. La sustitución de obreros por máquinas en un sector puede producir, o no, la aparición de
un paro tecnológico importante : depende de la intervención de otros factores (los más importantes
son el empleo primario o secundario creado por la construcción de nuevas máquinas, y sobre todo
el ritmo de acumulación de los otros sectores de la economía). Pero estas condiciones dependen a
su vez de múltiples factores, entre los que desempeñan un papel decisivo la cuota de explotación,
que como hemos dicho depende esencialmente de la lucha de clases. Cuanto más alto sea el nivel
de salarios, menor será el paro creado por una inversión que ahorre trabajo 53. Por lo tanto, la lucha
obrera por el aumento de salarios ha contribuido indirectamente (sin intención alguna en este caso)
a la limitación del paro tecnológico.
El problema del paro tecnológico ha aparecido de nuevo en los últimos años, especialmente en los
Estados Unidos, bajo la forma de « efectos de la automatización ». No podemos discutir aquí
exhaustivamente el impacto y el significado de la automatización, que plantea problemas mucho
más profundos que los puramente económicos. Nos limitaremos estrictamente por el momento a los
efectos de la automatización sobre el volumen de empleo total.
Hay que subrayar en primer lugar que a ese respecto no hay nada cualitativamente nuevo en la
automatización. Entre la automatización y otras formas de racionalización capitalista sólo hay una
diferencia de grado, que concierne la proporción en la que el trabajo vivo se ve reemplazado por
máquinas. En ciertas circunstancias, que trataremos de analizar ahora, esas diferencias (que no están
Sobernadas por leyes económicas ciegas) pueden egar a ser decisivas.
Desde hace ya un siglo, en un país como los Estados Unidos (o, en este caso, en cualquier país
capitalista avanzado), el producto total por hombre- hora viene aumentando en una proporción
media compuesta de unos 2,5 % por año. Esto quiere decir que la cantidad de trabajo necesaria para
conseguir un volumen de producción dada ha ido bajando aproximadamente un 2,5 % por año, más
o menos. Eso significa también que la producción total de hace un siglo podría conseguirse hoy en
día con sólo el 8 % de la fuerza de trabajo de aquella época. Si todos los demás factores hubieran
permanecido constantes, ese aumento de la productividad del trabajo hubiera originado una masa de
parados igual al 92 % de la población laboral total de hace un siglo. Habría, claro está, que añadir el
aumento de población durante estos 100 años. Esa situación absurda no podría haberse
materializado nunca : el sistema hubiera estallado en cualquier ocasión si hubiese seguido ese
camino. De hecho, no sólo el sistema ha sido capaz de dar un nuevo empleo a los trabajadores
sustituidos por la mecanización, sino también de emplear prácticamente toda la masa Laboral
adicional originada por el crecimiento de la población (y, en el caso de los Estados Unidos, la
enorme fuerza de trabajo proporcionada igualmente por la inmigración). De hecho, el empleo total
en los Estados Unidos hoy en día es casi siete veces mayor que hace un siglo (68 millones en vez de

10.5 millones en 1860).


¿Cómo ha sido eso posible ? En primer lugar, claro está, gracias a la enorme y más o menos
continua expansión de la demancla (y de la producción total). La demanda de mercancías (y de
52
¡( 5. Véase « Sur la dynamique du capitalisme », SB, 12, 1953, y el apéndice de este libro.
53
Para los economistas académicos, una cuota elevada de salario refuerza la tendencia de los capitalistas a introducir inventos o
inversiones que economicen el trabajo vivo. Por consiguiente, el aumento de salarios favorece el paro. Pero este razonamiento
olvida, como advierte Joan Robinson (The rate of interest and other essays, p. 52) que lo que interesa al capitalista en tal
circunstancia no es el nivel absoluto de los salarios, sino la diferencia entre lo que paga a sus obreros y el costo de la máquina
que les remplazaría, y dicho costo es también función del nivel de salarios. Un alza general de los salarios no altera por lo tanto
las condiciones de la elección del capitalista. Además, creemos que la verdadera relación entre el nivel de salarios y el empleo
es la contraria de la que admite la economía académica. Cuanto más elevada es la cuota de salario, mayor es el empleo total
(primario y secundario) creado por una inversión cualquiera, y por consiguiente menor será la disminución final neta del
empleo provocada por una inversión economizadora de trabajo. Eso porque lo que Kahn y Keynes han llamado «multiplicador
de empleo» no es, en lenguaje marxista, más que la inversa de la cuota de explotación, y cuanto menor es dicha cuota, mayor
será el empleo total creado por una inversión.
Llamemos x al producto anual neto de la economía, p al producto neto por hora de trabajo, M al empleo total (medido en
horas de trabajo), w al salario
23 por hora, I a la inversión neta, y G al consumo improductivo de los capitalistas (privado y
gubernamental). Entonces, por definición: x = pN yx = I + G + wN pN = I + G + wN pN — wN = G N (p — w) = I + G
(I + G)
por lo tanto N = ------------------
(p —w)
Puede verse que cuanto menor sea (p — w), que es el mayor W en relación con p (o en otras palabras, la cuota de explotación
jjjnás baja) mayor será la cantidad de empleo que corresponde
un nivel dado de inversión (y/o de consumo de los capita- tas)
50
servicios), es, en definitiva (salvo en un mundo de « ciencia-ficción» donde todo esté enteramente
automatizado, incluso las operaciones quirúrgicas), una demanda de trabajo. A cada nivel técnico, a
cada nivel de mecanización y de automatización, la demanda de una cantidad dada de mercancías se
traduce en una demanda de una cantidad diferente de trabajo. El progreso técnico significa precisa-
mente eso : que una demanda dada de mercancías puede ser satisfecha con menos trabajo. Pero hay
siempre una cuota de expansión de la demanda que puede absorber la fuerza de trabajo
sustituida gracias al progreso técnico.
Supongamos que cada año el 2,5 % de la fuerza de trabajo existente es sustituida gracias a la
mecanización. Supongamos también que el crecimiento « natural » de la fuerza de trabajo es de 1 %
al año. En ese caso, la demanda tiene que aumentar en un
3.5 % anual aproximadamente, para absorber el trabajo disponible. Esto presupone que el número de
horas de trabajo por semana (o por año) permanece constante. No tiene por qué serlo —y no lo ha
sido. La segunda manera de absorber el efecto de los aumentos de productividad es, como es bien
sabido, la disminución de la semana de trabajo o del « contenido en horas » del año de trabajo. Eso
también ha ocurrido. La semana media de trabajo ha pasado de unas 70 horas hace un siglo, a 40 o
50 horas actualmente.
Si mediante la automatización el crecimiento del producto total por hombre-hora viene a ser bas-
tante mayor que antes (y, por consiguiente, los obreros son cada vez más «superfluos » en los
trabajos automatizados), para que el equilibrio se mantenga la demanda tiene que aumentar más
deprisa y las horas de trabajo disminuir en un grado correspondiente.
Esto es todo lo que la economía puede enseñar- f nos. No hay ningún mecanismo instalado en el
sistema que garantice que la demanda aumentará í de hecho más rápidamente. Pero tampoco hay
mecanismos que impidan a la demanda aumentar de manera suficientemente rápida. En este caso,
una • vez más, el factor decisivo es la acción de los hombres, de los grupos sociales y de las clases.
Si los obreros consiguen imponer una cuota de aumento de los salarios reales (y/o del tiempo libre)
que corresponda a la nueva, y más alta, cuota de crecimiento de la productividad, esto basta para
mantener al sistema en equilibrio, a un nivel superior.
Si a su vez, los capitalistas y su Estado comprenden la importancia del problema y aumentan en
grado suficiente otros tipos de demanda (ya se trate de armas, de educación, de proyectos
espaciales o de exportaciones de capital a los países subdesarro- llados), el equilibrio puede
también conservarse; pudiendo obtenerse el mismo resultado con diversas combinaciones de esos
factores.
El problema de la automatización no es pues un problema económico, sino un problema social y
político, y son sus elementos políticos y sociales los que podrían dar a la automatización una
importancia y un significado explosivos en los Estados Unidos hoy. El hecho de que el capitalismo
americano no esté, ni mucho menos, enteramente centralizado, de que sus dirigentes estén aún
dominados por ideas y por actitudes caducas (como se vió en el Congreso durante la discusión
provocada por la proposición Kennedy sobre la reducción de impuestos), puede, si se combina con
una introducción acelerada de la automatización, conducir a una crisis. Esa crisis, si no fuera
aprovechada por las masas para derribar el sistema, sólo conduciría a su vez a una centralización y
a una burocratización más avanzadas.
Aquí hemos considerado únicamente los efectos cuantitativos de la automatización sobre el
empleo. Existen, claro está, otros aspectos, que son más importantes en el análisis final: los tipos de
trabajo exigidos en una economía que está más o menos automatizada son diferentes de los que se
pedían antes de que lo estuviese, la localización del trabajo puede ser diferente, la estructura de la
población laboral y el tipo de trabajo realizado sufrirán profundas transformaciones, etc.
Las tendencias verdaderamente importantes de la evolución a largo plazo del capitalismo no pueden
encontrarse en el terreno de la economía de mercado propiamente dicha, y esto por una razón bien
sencilla. Esta evolución trae consigo una modificación de las estructuras económicas del
capitalismo y por lo tanto una transformación más o menos profunda de sus leyes económicas. Las
relaciones y « leyes » económicas en el interior de una economía capitalista de competencia no son
las que existen en una economía en la que dominan los monopolios, y éstas últimas son muy
diferentes de las que rigen una economía de capitalismo burocrático integral (donde los medios de
producción pertenecen al Estado y se aplica un plan general de producción). Todo esto debería ser
elemental para « marxistas ». Lo que es común en todos estos diferentes estadios de evolución del
capitalismo son ciertas tendencias de evolución de la producción: el grado cada vez mayor de
concentración, la alienación creciente del trabajador, la mecanización y la « racionalización »
crecientes en el mismo proceso de trabajo. Lo que es también común es, claro está, el factor
determinante de esta24evolución : la lucha de clases.
Hemos tratado de mostrar brevemente que el sistema económico desarrollado por Marx en El
Capital (sin hablar de sus vulgarizaciones) no explica el funcionamiento y la evolución del capita-
lismo. Lo que nos parece ser la fuente de cuanto hay de discutible en El Capital es su metodología
54
. La teoría del salario de Marx y su consecuencia, la del incremento de la cuota de explotación,
parten de un postulado : que el obrero queda convertido efectiva e integralmente en objeto por el
capital, es decir en mercancía. Su teoría de las crisis parte de un postulado fundamentalmente
54
[Véase, en una perspectiva más general, la nota sobre marxismo y método al final del capítulo.]
análogo : que los hombres y las clases (en este caso la clase capitalista) son impotentes ante las leyes
que regulan la economía.
Estos postulados son falsos, pero tienen un significado profundo. Ambos son necesarios para que
la economía pase a ser una « ciencia », gobernada por « leyes » similares a las de la genética o la
astronomía. Para eso es necesario que su objeto esté formado por objetos, y así es como aparecen
obreros y capitalistas en El Capital. Como instrumentos ciegos e inconscientes 55 que realizan con
sus actos lo que las «leyes económicas» les dictan. Si la economía debe convertirse en una mecánica
de la sociedad, su objeto ha de ser unos fenómenos regidos por leyes « objetivas », es decir leyes
independientes de la acción de los hombres y de las clases. Lo cual conduce a una enorme paradoja.
Marx, que descubrió y propagó sin cesar la idea del papel crucial de la lucha de clases en la historia,
escribió una obra monumental (El Capital) analizando el desarrollo del capitalismo donde la lucha
de clases está prácticamente ausente56.

7. [
Marx no vivía en el vacío. Esta visión de la historia traduce la influencia de la propia ideología
capitalista; pues estos postulados y este método expresan, en su fundamento, la esencia de la visión
capitalista del hombre. Este examen crítico de la economía marxista exige que descubramos clara-
mente sus consecuencias políticas implícitas.
Nota sobre marxismo y método57
No parece posible mantener una ortodoxia, como lo hacía Lukacs en 1919, limitándola a un método
marxista, que podría separarse del contenido y sería en cierto modo indiferente respecto a este 58. Aun
cuando constituya ya un progreso respecto a las diversas variedades de cretinismo « ortodoxo », esa
posición es insostenible, por una razón que Lukacs, formado sin embargo por la dialéctica, olvidaba :
a menos de tomar el término en su acepción más superficial, el método no puede ser separado de ese
modo del contenido, y muy particularmente, tratándose de teoría histórica y social. El método, en el
sentido filosófico, no es sino el conjunto operante de las categorías. Una distinción rígida entre
método y contenido, pertenece sólo a las formas más ingenuas del idealismo transcendental, que en
sus primeros pasos, separa y opone una materia o un contenido infinitos e indefinidos a categorías
que el eterno fluir del material no puede afectar, que son la forma sin la cual ese material no podría
ser abarcado. Pero esa distinción rígida se ve ya superada en las fases más avanzadas, más
dialectizadas del pensamiento criticista. Ya que aparece inmediatamente el problema : ¿ Cómo saber
qué categoría corresponde a tal material ? Si el material lleva a sí mismo el « signo distintivo » que
permite incluirlo en tal categoría, no es pues simple material informe ; y si es verdaderamente
informe, entonces la aplicación de tal o cual categoría se convierte en algo indiferente, y la
distinción de lo verdadero y de lo falso se hunde. Es precisamente esa antinomia lo que ha llevado,
55
«Sin embargo, la acción de una clase particular, y la conciencia que esa clase adquiere de sus intereses y su situación,
parecen desempeñar un papel aparte en el marxismo: la acción y la conciencia del proletariado. Pero eso sólo es cierto en un
sentido especial y limitado a la vez. No es cierto por lo que respecta a lo que el proletariado tiene que hacer: tiene <jue hacer la
revolución socialista, y ya se sabe lo que la revolución socialista hará (en pocas palabras, desarrollar las fuerzas productivas
hasta que la abundancia haga posible la sociedad comunista y una humanidad libre). Es únicamente cierto por lo que respecta a
saber si lo hará o no. Ya que, junto a la idea de que el socialismo es inevitable, coexiste en Marx y en los grandes marxistas
(Lenin o Trotski, por ejemplo), la idea de una incapacidad eventual de la sociedad de superar su crisis, de una « destrucción
común de las dos clases en lucha», en una palabra, la alternativa histórica socialismo o barbarie. Pero esa idea representa el
límite del sistema y en cierto modo el límite de toda reflexión coherente: no está absolutamente excluido que la historia «
fracase», y por lo tanto revele ser absurda, pero en ese caso lo que se hunde no es sólo esa teoría, sino toda teoría. Por
consiguiente, el hecho de que el proletariado haga o no la revolución, aunque no sea seguro, condiciona todo,
} r una discusión sólo es posible partiendo de la hipótesis de <jue a hará. Una vez admitida esa hipótesis, el sentido de la
acción misma está determinado. La libertad que se concede así al proletariado no es diferente de nuestra libertad de estar
loco : libertad que sólo vale, que sólo existe con tal de que no se utilice, ya que su uso la aboliría, junto con toda coherencia del
mundo. (Esto es también, y sobre todo, válido en el caso de Lukacs, a pesar de las apariencias. Cuando escribe, por ejemplo,
«[...] la transformación y la liberación del proletariado sólo k pueden ser el resultado de su propia acción [...] La evolución
económica objetiva no puede sino poner en manos del proletariado la posibilidad y la necesidad de transformar la sociedad.
Pero esa transformación sólo puede ser la acción libre del propio proletariado» (Historia y conciencia de clase, p. 256 de la
traducción francesa), no hay que olvidar que la condición de la validez de toda la dialéctica de la historia que expone es que el
proletariado realize esa acción libre».) (P. Cardan: «Marxisme et théorie révolutionnaire», SB, 37, 1964, p. 22).]

56
[« Sólo interviene en los
25 límites —históricos y lógicos —del listema: el capitalismo no nace orgánicamente por el simple
funcionamiento de las leyes económicas de la pequeña producción mercantil, hace falta la acumulación primitiva que constituye
una ruptura violenta del antiguo sistema; no abrirá tampoco paso al socialismo sin la revolución proletaria. Pero •so no afecta en
nada lo que decimos, ya que hasta esas intervenciones activas de las clases en la historia están predeterminadas, no introducen
nada que sea en principio imprevisible » (P. Cardan : « Marxisme et théorie révolutionnaire, SB, 37, 1964, ;p. 20).
57
Paul Cardan : « Marxisme et théorie révolutionnaire », SB, 36, 1964, p. 5 a 7.
58
« ¿ Qué es el marxismo ortodoxo ? », en la traducción francesa de Historia y conciencia de clase, París, 1960, p. 18. C.
Wright Mills parecía también adoptar ese punto de vista. Véase The Marxists, Laurel, 1962, p. 98 y 129 [traducción española :
Los marxistas, México],
en varios momentos de la historia de la filosofía, de un pensamiento de tipo criticista a un
pensamiento de tipo dialéctico59.
Es así como se plantea el problema al nivel lógico. Y en el nivel histórico-genético, es decir
cuando se considera el proceso de desarrollo del conocimiento tal y como se desenvuelve como
historia, es, en la mayor parte de los casos, el « desarrollo del material » lo que ha conducido a una
revisión o a un estallido de las categorías. La revolución propiamente filosófica producida en la
física moderna por la relatividad y los quanta no es sino un ejemplo notable entre otros 60.
Pero la imposibilidad de establecer une distinción rígida entre método y contenido, entre categoría
y material aparece aún más claramente cuando se considera no ya el conocimiento de la naturaleza,
sino el conocimiento de la historia. Ya que en ese caso no hay sólo el hecho de que una exploración
más avanzada del material ya dado o la aparición de un nuevo material puede llevar a una modifica-
ción de las categorías, es decir del método. Hay ante todo, y mucho más profundamente, otro hecho,
que han puesto en evidencia precisamente Marx y el propio Lukacs 61: las categorías en función de las
cuales pensamos la historia son, en una medida esencial, productos reales del desarrollo histórico.
Esas categorías sólo pueden llegar a ser clara y eficazmente formas de conocimiento de la historia
cuando se ven encarnadas o realizadas en formas de vida social efectiva.
6. Las consecuencias políticas de la teoría « clásica »
¿ Qué es la conciencia de la clase obrera, en esa concepción ? Una conciencia de la miseria, y nada
más. El obrero tiene reivindicaciones económicas suscitadas por el sistema, y su experiencia le
enseña que es el sistema el que impide su satisfacción. Eso le puede impulsar a rebelarse, ¿ pero cuál
será el objetivo de esa rebelión ? Una mejor satisfacción de sus necesidades materiales. Si esto fuera
así, todo lo que el obrero aprendería bajo el capitalismo es que desea consumir más, y que el
capitalismo le impide hacerlo. El proletariado podría quizá destruir esa sociedad. ¿ Por qué otra la
sustituiría ? Ningún nuevo contenido positivo, capaz de fundar una reconstrucción de la sociedad,
puede surgir de la simple conciencia de la miseria. El proletariado no podría extraer de su
experiencia de vida capitalista principios que pudieran ayudarle a crear una nueva sociedad y a
determinar su orientación y su modelo de organización. En una palabra, la revolución proletaria
queda reducida en tales condiciones a un simple reflejo de rebeldía contra el hambre. Es imposible
comprender cómo el socialismo, que implica nuevas relaciones entre los hombres (y entre el hombre
y su trabajo) podría ser el resultado de tal situación.
¿ Y cuál es el origen de las contradicciones del capitalismo, de sus crisis periódicas y de su crisis
histórica ? La « apropiación privada » es decir la propiedad privada y el mercado. Estos son un
obstáculo para el « desarrollo de las fuerzas productivas », que parece ser por lo demás el único,
verdadero y eterno objetivo de las sociedades humanas. Ese tipo de crítica del capitalismo consiste,
en definitiva, en decir que no es capaz de desarrollar plenamente las fuerzas productivas (en otras
palabras, que no es suficientemente capitalista). Para que haya un desarrollo más rápido de las
fuerzas productivas, basta y sobra que la propiedad privada sea eliminada ; la nacionalización de los
medios de producción y la planificación se convierten entonces en la solución de la crisis de la
sociedad contemporánea.
Eso los obreros no lo saben, ni pueden saberlo. Su situación les hace sufrir las consecuencias de
las « contradicciones » del capitalismo, pero no les lleva a penetrar sus causas. El conocimiento de
éstas no puede resultar de la experiencia de la producción, sino del saber teórico sobre el funciona-
miento de la economía capitalista, saber accesible individualmente a los obreros « políticamente
conscientes », pero no al proletariado en cuanto clase. Empujado por su protesta ante la miseria,
pero incapaz de dirigirse a sí mismo (porque su experiencia no le da ningún punto de vista
privilegiado sobre la realidad, el proletariado no puede ser más que la infantería al servicio de un
estado mayor de especialistas revolucionarios, que sí saben, partiendo de otras premisas y de un
conocimiento al que el proletariado como clase no tiene acceso, qué es precisamente lo que funciona
mal en la sociedad actual, y cuáles son los medios de cambiarla. No es difícil comprender por qué el
concepto tradicional de la economía y de la perspectiva revolucionaria sólo puede dar fundamento, e
históricamente sólo ha conducido, de hecho, a una política burocrática.
Es cierto que Marx jamás sacó tales conclusiones de su teoría económica; en realidad, sus
posiciones políticas fueron diametralmente opuestas en la mayoría de los casos. Pero lo que hemos
descrito son las consecuencias que se deducen objetivamente de esa teoría, que se fueron afirmando
de modo cada vez más claro en el desarrollo histórico efectivo del movimiento obrero. Son esas
ideas las que han desembocado finalmente en el estalinismo, y que, al ser compartidas por el
26
59
El caso clásico de ese paso es evidentemente el de Kant a Hegel, con Fichte y Schelling como intermediarios. Pero la
problemática es la misma en las últimas obras de Platón, o en los neokantianos, de Rickert a Lask.
60
No hay desde luego que invertir simplemente las posiciones. Ni lógica, ni históricamente, son las categorías físicas un simple
resultado (y menos aún un « reflejo ») del material. Una revolución en el terreno de las categorías puede llevar a abarcar un
material hasta entonces indefinido (es el caso de Galileo). Y más aún, el avance en la experimentación puede « forzar » a un
nuevo material a aparecer. Finalmente hay una doble relación, pero no una independencia de las categorías respecto al con -
tenido.
61
«El cambio de función del materialismo histórico», Ibid., y, en particular, p. 266 y siguientes.
trotsquismo, hicieron imposible que éste se diferenciara claramente en tanto que tendencia política.
Ya que el concepto objetivista de la economía y de la historia sólo puede ser el origen de una
política burocrática, es decir de una política que, en definitiva, trata de introducir mejoras en el
funcionamiento del sistema capitalista, salvaguardando su esencia.
7. La contradicción fundamental del capitalismo
El capitalismo es la primera sociedad histórica conocida cuya organización contiene una contra-
dicción interna insuperable. La palabra « contradicción » ha sido empleada de tal forma por genera-
ciones de marxistas y de seudomarxistas que ha llegado a perder todo significado. El mismo Marx
la utilizó a veces de modo impropio, al hablar por ejemplo de la contradicción entre las «fuerzas
productivas » y las «relaciones de producción ». Como trataremos de mostrar más adelante, creemos
que esto carece enteramente de sentido.
Como las demás sociedades históricas, la sociedad capitalista está dividida en clases. En todas las
sociedades divididas en clases, éstas se oponen y luchan, ya que sus intereses entran en conflicto.
Pero ni la existencia de clases ni la explotación crean por sí solas una « contradicción'». Determinan
solamente una oposición o un conflicto entre dos grupos sociales. En una sociedad esclavista o
feudal no existe una contradicción interna, por violento que llegue a ser en ciertos momentos el
conflicto que enfrenta a los explotadores con los explotados. Dichas sociedades están « reguladas » :
las normas sociales, el dominio que una clase ejerce sobre otra, exigen de los individuos ciertas
conductas, que pueden ser a veces inhumanas y opresoras, pero que son posibles y coherentes. Lo
que el dueño impone a su esclavo y el señor al siervo, no implica una contradicción interna y es
realizable, salvo cuando el amo « se extralimita » ; pero en tal caso se pone en cierto modo fuera de
la ley del sistema: está dañando sus propios intereses, que exigen cuidar la condición de los esclavos,
y su rendimiento. El propietario de esclavos no les trata peor, ni mejor, de lo que trataría a su ganado.
Incluso cuando las circunstancias permiten u obligan a los amos a tratar a los esclavos de forma que
implica su exterminio, no existe en ello ninguna « contradicción ». Los granjeros hacen lo mismo. Es
lógico matar a los corderos cuando la carne es cara y la lana demasiado barata. Que los corderos
puedan eventualmente ser de otra opinión, y hasta resistir, es ya otro problema.
Una vez establecidas, y en tiempo normal, esas sociedades precapitalistas no estaban
determinadas, en su evolución diaria, por la lucha de clases. Los esclavos pueden alzarse
periódicamente contra sus amos, los siervos pueden a veces quemar el castillo del señor, pero ambos
términos del conflicto siguen siendo en cierto sentido exteriores mutuamente. No existe una
dialéctica común del dueño y del esclavo, salvo para el filósofo, en el nivel astral en el que se sitúa;
no hay dialéctica concreta común, y no es la actividad diaria de los explotados la que obliga
diariamente a los explotadores a transformar su sociedad.
Por el contrario, el capitalismo está basado en una contradicción intrínseca, una contradicción en
el verdadero sentido de la palabra. La organización capitalista de la sociedad es contradictoria en el
estricto sentido en que lo es un individuo neurótico : sólo puede tratar de realizar sus intenciones
por medio de actos que las contradicen constantemente.
Observemos el nivel fundamental, el de la producción: el sistema capitalista sólo puede vivir
tratando de reducir los trabajadores a la condición de simples ejecutantes, y sólo puede funcionar en
la medida en que esa reducción nunca se realiza por completo. El capitalismo se ve constantemente
obligado a solicitar la participación de los asalariados en el proceso productivo (si los obreros no
participaran en cierta medida el sistema se paralizaría rápidamente), y al mismo tiempo debe limitar
constantemente esa participación (si no lo hiciera los obreros comenzarían rápidamente a decidir por
sí mismos)62. Encontramos esta misma contradicción, en términos casi idénticos, en la política o en la
cultura.
Esta contradicción constituye el hecho capitalista fundamental, el núcleo de las relaciones sociales
capitalistas. Esta relación sólo aparece en la historia de la sociedad cuando se dan reunidas un cierto
número de condiciones: 1) la generalización del trabajo asalariado ; 2) una tecnología evolutiva y no
estática ; 3) el trasfondo político y cultural que proporciona la revolución democrático-burguesa.
1) Es necesario que el trabajo asalariado se haya convertido en la relación productiva fundamental.
El significado del trabajo asalariado a este respecto es doble :
a) En el trabajo asalariado dirección y ejecución se encuentran separados virtualmente desde su
origen y tienden a distanciarse cada vez más. No sólo el objeto de la producción, sino también los
métodos y los medios de producción —todo el desarrollo del proceso de trabajo— tienden, en grado
creciente, a ser determinados por alguien que no es el trabajador directo. La dirección de la actividad
tiende a pasar fuera del sujeto de la actividad63.
27
62
Véase el análisis de esta contradicción en el artículo « Sur le contenu du socialisme », SB, 23, 1958.
63
La dirección de la actividad es, en cierto sentido, exterior al sujeto activo siempre que el trabajo de los explotados es utili zado
por los explotadores; ese es, por ejemplo, el caso en una sociedad esclavista o feudal. Pero en esas sociedades, esa direc ción
exterior permanece exterior a la actividad; el amo se limita a fijar el fin de la actividad, precisa la tarea del esclavo, y él o sus
agentes se aseguran de que éste trabaja efectivamente. El proceso de trabajo mismo no está « dirigido » ; los métodos (o los
instrumentos) del trabajo son tradicionales y permanentes y se encuentran unidos al esclavo; todo lo más que éste necesita es
una vigilancia. El amo no necesita penetrar en el proceso del trabajo, ni cambiarle constantemente. La contradicción del
capitalismo es que implica al mismo tiempo una dirección completamente exterior a la actividad productiva, y una dirección
b) En el vínculo salarial, tanto la remuneración del trabajador como el esfuerzo que se exige de él
son esencialmente indefinidos. No existe ninguna norma objetiva, ningún cálculo, ninguna
convención social aceptada, que permitan decir, en una sociedad capitalista, cuál es el salario justo o
el esfuerzo que se debe de realizar en una hora de trabajo. Esta indeterminación esencial queda
oculta en los primeros tiempos de la historia del capitalismo por las costumbres y la tradición 64, pero
aparece con claridad en el momento en que los obreros empiezan a rebelarse contra el estado de
cosas existente. A partir de ese momento, el « contrato de trabajo », siempre provisional y renovable,
no descansa más que en la relación de fuerzas entre ambas partes ; su ejecución no puede asegurarse
más que en función de una guerra incesante entre capitalistas y obreros65.
2) El vínculo salarial sólo se convierte en intrínsecamente contradictorio en función de la
aparición de una tecnología evolutiva, y 110 relativamente estática como la de las sociedades
anteriores. El desarrollo rápido de esa tecnología hace imposible cualquier tipo de sedimentación
permanente de los modos de producción que pudiera servir de base a una estabilización de las
relaciones de clase dentro de la empresa. Al mismo tiempo hace imposible que los conocimientos
técnicos se cristalicen de modo inmutable en ciertas categorías específicas de la población
trabajadora.
3) Todos estos factores comienzan a actuar en un tipo particular de condiciones
sociopolíticas y culturales. El capitalismo no puede desarrollarse y afirmarse completamente sino
a través de una revolución o seudorevolución « burguesa » democrática (o a través de sus
variantes burocráticas). Estas revoluciones, aun en los casos en que no van acompañadas de una
participación de las masas, liquidan las relaciones sociales y las ideologías anteriores, pretenden
que el único fundamento de la organización social es la razón, proclaman la igualdad de derechos
y la soberanía del pueblo, etc. Tales características se presentan incluso allí donde la revolución
capitalista y la transformación burd^" crética aparecen una al lado de otra (por ejemplo en China
a partir de 1949).
Es el conjunto de estas condiciones lo que da a la lucha de clases bajo el capitalismo su aspecto
particular y único. La lucha del proletariado :
—engloba rápidamente todos los aspectos de la organización del trabajo ; ya que, en lugar de
aparecer como « naturales » o « heredados », los métodos de organización de la producción,
constantemente transformados por los capitalistas, aparecen como lo que son en realidad:
métodos cuyo fin es la máxima explotación del trabajo y la subordinación siempre creciente del
trabajador al capital.
—se apoya en la contradicción interna del adversario, que se ve obligado a la vez a atizarla
constantemente, y a armarle en contra suya.
—por eso mismo, es virtualmente permanente, tanto en lo que concierne a los salarios como en
lo que se refiere al ritmo y condiciones de trabajo.
—no está obligada, como la de los esclavos o los siervos, a tener como objetivo el «todo o
nada » de la organización de la sociedad. La guerrilla incesante en los lugares de trabajo educa a
los trabajadores y les hace conscientes de su solidaridad ; los éxitos de las luchas parciales les
ofrecen, fácilmente, la demostración de que pueden por su acción modificar su destino. Por
paradójico que resulte, es porque puede efectuar una acción « reformista », por lo que el
proletariado puede convertirse en una clase revolucionaria.
—por consiguiente, puede afectar, y afecta realmente a medida que adquiere más importancia,
la evolución de la producción, de la economía y finalmente del conjunto de la sociedad. Al influir
sobre las cuotas de salario, la lucha obrera influye tanto en el nivel de la demanda como en el
ritmo de la acumulación capitalista, y a largo plazo, en la estructura misma de la producción ; al
influir sobre los ritmos y las condiciones de trabajo, obliga al capitalismo a proseguir el
desarrollo tecnológico en un sentido bien determinado : aquel que le ofrece las mejores
posibilidades de aplastar la resistencia
de los obreros ; luchando contra el paro, el proletariado obliga al Estado capitalista a intervenir
estabilizando la actividad económica, y por consiguiente a ejercer un control creciente sobre esta
actividad. Las repercusiones directas e indirectas de taL lucha no dejan intacta ninguna esfera de la
vida social. Hasta los lugares de vacaciones de los capitalistas han cambiado a causa de la extensión
de los permisos de verano.
La historia y la dinámica de la sociedad moderna son las del desarrollo del capitalismo. Pero el
desarrollo del capitalismo significa literalmente el desarrollo del proletariado. El capital engendra al
obrero, y el obrero al capital, no sólo cuantitativa, sino cualitativamente. La historia ¿Le la sociedad
en la que nace el capitalismo, es en primer lugar la historia de la proletarización creciente de esa
que está forzada a penetrar28 continuamente en el interior de esa actividad, a dictarle sus métodos, y a determinar hasta sus
ademanes más elementales.
64
El mismo Marx no consiguió romper con este modo de ver las cosas; la teoría del salario que expone en Ei Capital habla
explícitamente de los «elementos morales e históricos» que determinan el nivel de vida de la clase obrera, es decir el conjunto de
bienes que « necesita » el obrero para vivir y reproducirse. Pero en «cada país específico, en cada periodo específico », éstos son
vistos como «una cantidad fija» (véase nota 16, capítulo 4). Factores objetivos de este tipo determinan para Marx el « valor de la
fuerza de trabajo », cuya expresión monetaria es el salario (véase capítulo 4).
65
Véase la descripción de esta guerra en Paul Romano : The American Worker, New York, 1947; Georges Vivier: «La vie en
usine », SB, 11 a 17 y Daniel Mothé, Journal d’un ouvrier, París, 1959.
sociedad, de su invasión por el proletariado ; es, al mismo tiempo, la historia de la lucha entre capita-
listas y proletarios. La dialéctica de esta sociedad es la dialéctica de esta lucha. Todos los demás fac-
tores y mecanismos, que desempeñaron un papel importante en las sociedades anteriores, adquieren
con el desarrollo del capitalismo un carácter periférico y residual con relación a este elemento
central.
8. La dinámica real del capitalismo
Para el marxismo tradicional, la dinámica del capitalismo es la de una crisis cuantitativamente
creciente, una miseria cada vez más pesada, un paro cada vez más importante, superproducciones
cada vez más amplias. Esta visión queda resumida en el famoso pasaje de El Capital en el que Marx
describe la « tendencia histórica de la acumulación capitalista» 66. Contra lo que pudiera creerse, esa
concepción implica que no hay una historia del capitalismo en el verdadero sentido de la palabra
(como no hay « historia » de una mezcla química en la que las reacciones predeterminadas de
diversos ingredientes se producen a un ritmo acelerado, y culminan en la explosión del laboratorio).
En tal concepto, los capitalistas no son sujetos activos, sino pasivos, de los móviles económicos que
les determinan como la ley de la gravitación rige la caída de los cuerpos ; son incapaces de actuar
sobre una realidad que evoluciona con independencia de sus intenciones, según las « leyes del
movimiento del capitalismo »67, de las que son las marionetas inconscientes. Es inimaginable que
puedan modificar su sistema para consolidar su poder, o que puedan aprender de la experiencia
histórica cómo poder servir mejor sus intereses. Y hasta los obreros también « son manejados » más
bien que manejan; sus reacciones están determinadas por el mismo movimiento automático de la
economía, y condicionadas por la miseria fisiológica; la revolución está casi directamente unida con
el hambre; naturalmente, la acción de la clase obrera sobre la sociedad es casi nula, mientras la
revolución no haya tenido lugar; naturalmente, la revolución debe conducir a resultados
predeterminados.
Es también difícil ver qué es lo que el proletariado puede aprender a lo largo de semejante
historia, salvo la necesidad en que se halla de combatir el capitalismo a muerte. Conocer la sociedad
no tiene para él otro significado que comprobar que es la causa de su miseria, sin que ni su vida ni
su condición le permitan comprender su funcionamiento y las causas de lo que le sucede; sólo los
teóricos pueden comprender esos problemas, aquellos que han estudiado las leyes de la
reproducción ampliada del capital y de la baja de la cuota de beneficio. Si puede existir una
conciencia de la revolución no es en el proletariado donde la podemos encontrar.
El problema de las relaciones entre la acción del proletariado y su conciencia no ha sido jamás
analizado adecuadamente por el marxismo clásico. La tentativa de Lukacs (en Historia y conciencia
de clase) no hizo más que oscurecerlo y muestra bien las contradicciones de la concepción clásica.
En el principal de los ensayos que forman el libro, la conciencia del proletariado no existe fuera de
su acción, en una palabra, dicha conciencia es acción. El proletariado encarna la verdad objetiva de
la historia porque su acción tiende a transformarla en su próxima etapa necesaria; y efectúa dicha
transformación sin saber realmente lo que hace. Este saber de sí mismo no podrá conseguirlo sino
por la revolución, y después de ésta. Esta transformación de un objeto mudo en sujeto absoluto
viene de la metafísica hegeliana; es un idealismo e incluso un esplritualismo absoluto, que sitúa en «
66
« Ahora ya no se trata de expropiar al trabajador independiente, sino de expropiar al capitalista explotador de numerosos
trabajadores. Esta expropiación la lleva a cabo el juego de las leyes inmanentes de la propia producción capitalista, la centra-
lización de los capitales [...] Conforme disminuye progresivamente el número de magnates capitalistas [...], crece la masa de la
miseria, de la opresión, del esclavizamiento, de la degeneración, de la explotación; pero crece también la rebeldía de la clase
obrera, cada vez más numerosa y más disciplinada, más unida y más organizada por el mecanismo del mismo proceso capitalista
de producción. El monopolio del capital se convierte en grillete del régimen de producción que ha crecido con él y bajo él.
La centralización de los medios de producción y la socialización del trabajo llegan a un punto en que se hacen incompatibles con
su envoltura capitalista. Esta salta hecha añicos. Ha sonado la hora final de la propiedad privada capitalista. Los
expropiadores son expropiados [...] [L]a producción capitalista engendra, con la fuerza inexorable de un proceso natural, su
propia negación » (El Capital, t. I, p. 649)
67
[« Ya hemos tratado de mostrar que una teoría de la historia como la que el marxismo pretendía ser, un esquema explicativo
general que descubre las leyes de la evolución de las sociedades, sólo pueden ser definidos postulando relaciones constantes
entre entidades también constantes. Claro está, el material histórico con el que se enfrenta, que tiene que « explicar», es
eminentemente variable y esto la teoría lo admite desde el primer momento, es la primera en proclamarlo. Pero el objetivo
mismo de la teoría entendida de ese modo es reducir esa variabilidad y ese cambio, eliminarlos lógicamente, limitarlos al
funcionamiento de las mismas leyes. Hay que arrancar la apariencia multicolor de los fenómenos, para que se pueda por fin
percibir la esencia de la realidad, que es identidad —pero evidentemente, identidad ideal, la desnuda identidad de las leyes. Eso
sigue siendo cierto aun cuando
29 se reconozca el carácter variable de las leyes a un cierto nivel. Marx dice con razón que no hay
leyes demográficas en general, que cada tipo de sociedad implica su demografía; y lo mismo puede ser dicho, en su concepción
y en la realidad, de las « leyes económicas » de cada tipo de sociedad. Pero la aparición del subsistema dado de leyes
demográficas o económicas que corresponda a la sociedad considerada es algo que está fijado de una vez para siempre por el
sistema más general de leyes que determina la evolución de la historia. A ese respecto, poco importa si la teoría saca esas leyes,
consciente o inconscientemente, del pasado, del presente, o hasta de un porvenir que construye o « proyecta ». A lo que apunta
es en todo caso a algo intemporal, y de substancia ideal [...] La doble ilusión necesaria de la teoría cerrada es que el mundo
está ya hecho, hecho desde siempre, y que puede ser poseído por el pensamiento » (P. Cardan: « Marxisme et théorie
révolutionnaire », SB, 38, 1964, p. 54).]
las cosas mismas » una razón acabada y total, una razón que se desconoce a sí misma, que no es
conciencia de sí, y que por lo tanto no puede nunca ser un sujeto histórico concreto (y el
proletariado es sólo una cosa bajo el capitalismo, pues para Lukacs el proletariado se encuentra
realmente reificado, y el capital consigue transformar al obrero en objeto). En esta concepción, la «
praxis del proletariado » ha sustituido simplemente el Espíritu absoluto de Hegel.
Este primer ensayo fue escrito en pleno auge revolucionario en Rusia y Alemania, en 1919. Pero
una conciencia que no se conoce no puede transformar la historia, y el proletariado no consigue
apoderarse del poder en Europa, ni conservarle en
Rusia, y otra « conciencia de sí » soberana emerge y triunfa : el partido bolchevique. Lukacs escribe
entonces (en septiembre de 1922) las Notas metodológicas sobre cuestiones de organización en las
que el partido se presenta como la conciencia en acto de la clase. Como siempre, el espiritualismo
debe acabar por hallar el sujeto histórico concreto donde pueda tomar cuerpo una transcendencia
que sin eso seguiría siendo lo que es : un fantasma. Dios se convierte entonces en la Iglesia
Católica, el Espirítu absoluto se encarna en la burocracia prusiana, y la « praxis del proletariado »
se convierte en la práctica de la Tercera Internacional, ya zinovievista.
Afirmamos por nuestra parte que la evolución del capitalismo es una historia en el verdadero
sentido de la palabra, es decir un proceso de acciones de hombres y de clases que modifican
consciente o inconscientemente68 las condiciones mismas en las que se desenvuelve y a lo largo del
cual surge lo nuevo. Es la historia de la constitución y del desarrollo de dos clases de hombres en
lucha, ninguna de las cuales puede actuar de modo alguno sin influir sobre la otra ; es la historia de
esta lucha, durante la cual cada adversario podrá crear armas, medios, formas de organización,
ideas, o inventar respuestas a la situación y objetivos provisionales que no están predeterminados de
ninguna forma y cuyas consecuencias, deseadas o no, comprendidas o no, modifican en cada etapa
el marco de la lucha.
Para la clase capitalista, constituirse y desarrollarse significa acumular, « racionalizar » y concen-
trar la producción (es decir, « racionalizar » a escala cada vez mayor). Acumular significa a la vez
transformar el trabajo en capital, dar a la vida y a la muerte de millones de hombres la forma de
máquinas y de fábricas, y para conseguirlo crear un número cada vez mayor de proletarios. «
Racionalizar », en el marco del capitalismo, significa esclavizar cada vez más el trabajo vivo a la
máquina y a los dirigentes de la producción, reducir cada vez más los ejecutantes a este mero papel.
Es así como el proletariado a la vez se constituye en clase objetiva, y es atacado por el capitalismo
desde el primer momento. Es por su respuesta al capitalismo como el proletariado se hace a sí
mismo, a lo largo de
su historia, convirtiéndose en una clase en el verdadero sentido de la palabra, en una clase para sí.
La lucha del proletariado contra el capitalismo se sitúa a partir de entonces en todos los planos que
afectan a su existencia; pero se presenta sobre todo con la mayor claridad en los planos de la
producción, de la economía y de la política. El proletariado lucha contra la « racionalización » capi-
talista de la producción, primero contra las máquinas mismas, luego contra el aumento de los ritmos
de trabajo. Ataca el funcionamiento « espontáneo » de la economía capitalista, reivindicando
aumentos de salarios, reducciones de horario de trabajo, el pleno empleo. Llega a tener muy pronto
un concepto global del problema de la sociedad, constituye organizaciones políticas, trata de
modificar el curso de los acontecimientos, se rebela, trata de apoderarse del poder.
Cada uno de estos aspectos de la lucha del proletariado, y su ligazón profunda, exigiría, para
estudiar su desarrollo histórico y su lógica, varios volúmenes. Aquí trataremos sólo de poner en
evidencia cuál es la verdadera lógica de la historia de la sociedad capitalista : la lógica de la lucha de
los hombres y de las clases.
Cuando hablamos de lucha, no nos limitamos a las batallas masivas y grandiosas. Hay que insistir
constantemente que esta lucha es permanente, primero en la producción, pues se puede decir que la
mitad de cada movimiento del obrero tiene como fin el defenderle contra la explotación y la enajena-
ción capitalista. Hay que insistir también que esta lucha implícita o informal, diaria y oculta, desem-
peña un papel tan importante en la formación de la historia como las grandes huelgas y
revoluciones69.
La lucha de clases significa, mientras dure —y durará tanto como la sociedad de explotación—,
que cada acto de uno de los adversarios, acarrea inmediatamente o al cabo de cierto tiempo una
respuesta del otro que a su vez suscita la reacción del primero, y así sucesivamente. Pero cada uno de
estos actos modifica tanto al que le lleva a cabo como a su enemigo ; cada una de las clases opuestas
resulta modificada por la acción de la otra. Estas acciones traen consigo profundas modificaciones
del medio social, del terreno objetivo sobre el cual tiene lugar la lucha. En sus momentos
culminantes, contiene 30
una creación histórica, la invención de formas de organización, de lucha y de
vida que no estaban contenidas de ningún modo en el estado anterior, ni predeterminadas por él. Por
último, a lo largo de esta acción, se forma una experiencia histórica asimilada por las dos clases
antagonistas y que, en el proletariado, forma parte del desarrollo de una conciencia socialista.
En el terreno de la producción, la introducción en gran escala de las máquinas por el capitalismo,
68
Lo que no quiere decir que esta conciencia sea «perfecta », y menos aún que toda modificación sea claramente prevista y
deseada.
69
Véase « Sur le contenu du socialisme », SB, 23, 1958, p. 117 y siguientes.
en la primera mitad del siglo XIX70, es considerada con razón por los obreros como un ataque
directo, al que responden destruyendo las máquinas. El fracaso de esta reacción es evidente, pero la
lucha toma enseguida una forma invencible : la resistencia a la producción. El capitalismo responde
con la generalización de los salarios por piezas y al rendimiento. Entonces se entabla una dura lucha
en torno a las normas. El taylorismo es la respuesta del capitalismo en este combate : las normas
serán establecidas « científica » y « objetivamente ». La resistencia de los obreros pone de
manifiesto que tal « objetividad científica » es una broma. Aparecen entonces la sicología y la
sociología industriales, que deben permitir la « integración » de los obreros en la empresa. Se
hunden en la práctica bajo el peso de sus propias contradicciones, y sobre todo porque los obreros se
niegan a colaborar. Es precisamente en los países más adelantados —Estados Unidos, Inglaterra,
países escandinavos— donde los patronos aplican los métodos más « modernos », y los salarios
obreros son más elevados, donde el conflicto diario en el terreno de la producción alcanza
proporciones formidables. Este esquema, cuyo único objeto es definir el tipo de la evolución
histórica de la lucha entre las clases en la producción, se vuelve a encontrar en resumen siempre que
se estudia de forma concreta esta lucha en una empresa71.
Al mismo tiempo que esta serie de ataques y contraataques, se pueden percibir en la evolución de
la producción capitalista constantes bien conocidas, que expresan la tendencia permanente del
capital a sojuzgar al trabajo.
a) La división del trabajo se lleva al absurdo, no porque sea un medio ineludible si quiere
aumentarse la productividad (pasado cierto límite, produce un descenso de la productividad, tanto
directa como indirectamente, por los enormes gastos generales que origina), sino porque es el único
medio de doblegar al trabajador que resiste, haciendo de su trabajo una cosa totalmente
cuantificable y controlable, y del trabajador una pieza reemplazable en todo momento.
b) La mecanización toma este rasgo particular: es necesario que el obrero sea dominado por la
máquina (que su rendimiento venga impuesto por ella), es necesario que el proceso de producción se
automatice todo lo posible, independizándose por completo del productor. La división creciente del
trabajo y la mecanización de tipo capitalista avanzan evidentemente en interacción estrecha. Pero a
cada paso que dan, la resistencia obrera consigue cobrarse su parte convirtiéndole en un medio
fracaso para los capitalistas72.
Esta lucha cotidiana ha transformado la industria moderna y su contenido esencial: el modo de
vivir de los hombres en las fábricas. Pero ha modelado también la economía y el desarrollo de la
sociedad moderna en su conjunto. La lucha obrera en el terreno económico se expresó sobre todo en
las reivindicaciones de salario, a las que el capitalismo se opuso encarnizadamente durante muchos
años. Al terminar perdiendo casi por completo esa batalla, se fue adaptando a una economía cuyo
rasgo domi- ante es, desde el punto de vista de la demanda, el incremento regular de la masa
salarial, convertida en base de un mercado continuamente ampliado de bienes de consumo. Ese tipo
de economía en expansión en el que vivimos es, esencialmente, el producto de la presión incesante
ejercida por la clase obrera sobre los salarios, y sus principales problemas estriban en semejante
hecho.
En el terreno político, a las primeras tentativas del proletariado para organizarse, el capitalismo
respondió por regla general con la represión, abierta o disimulada. Vencido también en este terreno,
ha terminado por convertir estas mismas organizaciones políticas en algo esencial para el
funcionamiento del sistema, al cabo de una larga evolución histórica.
Pero eso mismo ha producido modificaciones importantes en el conjunto del sistema: la « demo-
cracia » capitalista no puede ya funcionar sin un gran partido « reformista », que no puede limitarse
a ser una « marioneta » de los capitalistas (pues perdería entonces sus bases electorales y no podría
cumplir su función), pero que ha de poder ser. también un partido « de gobierno » (y con frecuencia
estar en el gobierno). Este partido contagia inevitablemente al partido « conservador » (pues en
ningún país del mundo es posible dar marcha atrás en cuanto a reformas que provocaron batallas
encarnizadas hace veinte años, como los seguros sociales, el de paro, el impuesto progresivo sobre
la renta,
o la política del « pleno empleo » relativo). Por tales razones (y en función también de otros fac -
tores), tras de haber resistido durante muchos años a la intervención del Estado en la economía
(hecho que se tenía por « revolucionario » o « socialista ») el capitalismo llegó finalmente a
adoptarla, y a canalizar en su beneficio la presión obrera contra las consecuencias del
funcionamiento espontáneo de la economía, para instaurar, a través del Estado, un control de la
economía y de la sociedad que sirve en fin de cuentas a sus intereses.
Ni que decir tiene que estos aspectos que separamos para dar mayor claridad al análisis, no están
separados en la realidad, y que los efectos de esas acciones se mezclan de modo inextricable. Por
ejemplo, el peso político
31 de la clase obrera en las sociedades modernas hace imposible que el Estado
pueda permitir que el paro se extienda por encima de un nivel relativamente moderado. Esto crea sin
embargo una situación muy difícil para los capitalistas en el terreno de la política de salarios (donde
70
Y mucho después. Ahora inclusive, ante la perspectiva de la automatización, los obreros demuestran que la sienten como un
ataque. Véase, por ejemplo, en los Estados Unidos, Workers Battle Automation de Charles Denby, publicado por la revista
News and Letters de Detroit.
71
Véase « Sur le contenu du socialisme », Ibid.
72
Véase Daniel Mothé : Journal d’un ouvrier, Ibid., p. 7-38.
la posición del proletariado es sostenida por el pleno empleo), aun cuando lleguen a conseguir un
statu quo relativo. Pero eso produce igualmente, si existe un cierto grado de combatividad «
industrial » en el proletariado, una situación intolerable para los capitalistas en las fábricas, desde el
punto de vista de la « disciplina » en el proceso de trabajo. Las « soluciones » que halla la clase
dominante desembocan siempre en nuevos problemas, y este proceso traduce la incapacidad del
capitalismo para superar su contradicción fundamental.
El conjunto de los medios utilizados por el capitalismo responde siempre al mismo imperativo :
mantener su dominio, extender su control sobre la sociedad en general, y sobre el proletariado en
particular. Cualquiera que haya podido ser al principio la influencia de otros factores —como la
lucha entre los capitalistas mismos, o una evolución técnica relativamente autónoma y aún
subordinada al capital— su importancia ha ido disminuyendo, en proporción directa de la
proletarización de la sociedad y de la extensión de la lucha de clases.
En las sociedades precedentes, había esferas de la vida social que no eran ni la producción, ni la
economía, ni la política, que sólo indirecta e implícitamente estaban en relación con la estructura de
clase de la sociedad. Pero actualmente no pueden escapar al conflicto y están explícitamente integra-
das en la red de organizaciones con las que la clase dominante trata de envolver a toda la sociedad.
Todos los sectores de la vida humana deben quedar sometidos al control de los dirigentes. Todos los
medios y recursos están colocados al servicio del capitalismo, inclusive el saber científico, la
sicología, el sicoanálisis, la sociología industrial y la economía política, la electrónica y las
matemáticas contribuyen a asegurar la supervivencia del sistema, a taponar las brechas que pueden
abrirse en sus defensas, a permitirle comprender los motivos y las conductas, y utilizarlos en
beneficio de la « producción », de la « estabilidad social » y de la venta de objetos inútiles.
Por eso, la sociedad moderna, ya sea bajo un régimen « democrático » o bajo un régimen « dicta-
torial », es en realidad siempre totalitaria. Ya que la dominación de los explotadores, para poder
mantenerse, necesita invadir todos los dominios de la actividad social e intentar someterles a su
dirección. Si este totalitarismo no adquiere en todos los casos las formas extremas que tomó con
Hitler o con Stalin, si ha dejado de utilizar el terror como medio privilegiado, su esencia es la misma.
El terror no es más que uno de los medios utilizables por un poder para romper cualquier oposición,
pero no siempre es aplicable, ni rentable. La manipulación «pacífica » de las masas, la asimilación
gradual de las oposiciones organizadas, pueden resultar más eficaces.
9. La política y la ideología capitalistas, ayer y hoy A lo largo de esta lucha secular, el
capitalismo hatransformado constantemente la sociedad, pero ese proceso también le ha
modificado profundamente. Empezaremos examinando estas modificaciones en su plano más «
ideológico » el de la política capitalista73.
Existe actualmente una política de la clase capitalista, cada vez más consciente y explícita 74. Se
la comprenderá mejor observando el contraste que presenta con la política capitalista del siglo
XIX. En realidad, en el siglo pasado, no hubo ninguna política capitalista coherente en el
verdadero sentido de la palabra, y si utilizamos la expresión es por comodidad; entendemos por
ella el sistema de referencia, las ideas fundamentales, la gama de medios utilizados y hasta los
reflejos del capitalista individual o de los capitalistas que actuaban como
i clase a través de sus instituciones (partidos, Parlamento, administración estatal, etc.), frente a los
problemas que se les planteaban.
Esta «política» capitalista de antaño es bien conocida y basta resumir aquí sus líneas principales.
Cada capitalista debe tener plena libertad para proseguir su « empresa », dentro de los límites (muy
elásticos) trazados por el derecho y la « moral ». Especialmente, el contrato de trabajo debe ser
libre y determinado por el solo « acuerdo entre ambas partes ». El Estado debe garantizar el orden
social, hacer en ciertos casos encargos provechosos a las empresas, favorecer la actividad de los
capitalistas por medio de tarifas aduaneras y tratados comerciales, guerrear en defensa de los
intereses de la nación, es decir de tal o cual grupo capitalista. Pero no debe intervenir directamente
en la orientación y la gestión económica, para no « perturbarla », ni apropiarse por medio de los
impuestos de una porción importante del producto nacional, porque sus gastos son « improductivos
». Las reivindicaciones obreras son a priori injustificables, porque su objetivo concreto es
disminuir los beneficios, y el abstracto, « violar las leyes del mercado ». Deben ser combatidas por
todos los procedimientos —incluso el ejército— y sus instrumentos (huelga, sindicatos, partidos
obreros, etc.) también.
Mo vamos a discutir la lógica o el sin sentido de esta ideología, su mezcla de infantilismo y mala
fe, ni examinar hasta qué grado hay actualmente una fracción importante de la clase capitalista y de
sus políticos (lo que podríamos llamar su ala « liberal- reaccionaria ») que cree en ella. Lo
importante es que, 32al corresponder a una fase del desarrollo del capitalismo y también del
movimiento obrero, tuvo un papel determinante en el desarrollo de la lucha de clases. Nutrió la
resistencia encarnizada del capitalismo a las reivindicaciones obreras y condicionó las crisis
económicas clásicas y el funcionamiento de la economía en general. En efecto, « abandonados a sí
73
1. La única razón de empezar por la «ideología» es la mayor claridad de la exposición. Para nosotros, la ideología no « sigue
» ni « precede », no es ni causa ni efecto, sino la expresión de la misma realidad social, a su propio nivel.
74
La cuestión del grado, naturaleza y soportes sociales de esta conciencia no es nada sencilla, pero no nos ocuparemos de ella
por el momento.
mismos », los automatismos de la economía capitalista no podían sino suscitar regularmente las
crisis de superproducción, cuya reabsorción, « abandonada a sí misma », tenía forzosamente que
durar mucho tiempo.
Los marxistas denunciaban violentamente, y con toda razón, esa ideología y la « política » que se
deducía de ella, Pero merece la pena destacar que la ideología marxista compartía algunos de los
postulados fundamentales de la ideología capitalista del siglo XIX. Los marxistas también pensaban
que no se podía cambiar en nada el funcionamiento de la economía capitalista, que las crisis
inevitables quedaban fuera del alcance de cualquier intervención de los capitalistas en tanto que
clase. Sólo los « signos de valor » eran diferentes: para los marxistas, las crisis manifestaban las
contradicciones insuperables del sistema y no podían sino agravarse75 ; los capitalistas no veían en
ellas más que « males naturales » e « inevitables » que tenían su contrapartida positiva (eliminación
de las empresas menos eficaces, etc.), e incluso manifestaciones poco duraderas de una « fase de
crecimiento » del sistema. Los marxistas también pensaban en el fondo que no era posible aumentar
de modo duradero el salario real de los obreros, condenado por las « leyes del movimiento del
capitalismo » a oscilar en torno a una media inalterable 76. En estos puntos esenciales de apreciación
de la realidad, la política marxista y la capitalista tenían, hasta los alrededores de 1930, un punto de
vista común.
El marxismo identificaba a la esencia del capitalismo sus manifestaciones del siglo XIX, y la polí-
tica de la época. Como sistema, el capitalismo aparecía a los ojos de los marxistas como caracteri-
zado fundamentalmente por la anarquía y la impotencia. Se veía en la política del « laissez faire »,
equivalente desde luego a la ausencia o negación de toda política, la expresión de los fundamentos
del sistema. Toda sociedad capitalista aparecía así: necesariamente incapaz de tener una visión y una
voluntad sobre su propia organización y gestión. Es la anarquía, de tipo subjetivo, de sus dirigentes,
que no quieren y que no pueden intervenir en el funcionamiento de la economía (y, que si intervinie-
ran, serían impotentes ante la marcha inexorable de las leyes económicas), y que son incapaces por
naturaleza de adoptar un punto de vista más general o a más largo plazo, esclavos del beneficio en el
sentido más estrecho de la palabra. El ser del capitalista es este ser inmediato, incapaz de ver la
realidad un poco de lejos, incapaz de comprender cuáles son sus verdaderos intereses. Apenas llega
a comprender que el obrero necesita, como cualquier máquina, el lubrificante adecuado. El
capitalista medio preferirá ver destruida su fábrica antes que conceder un aumento de salario, y
propugnará siempre la guerra para obtener una colonia más o no perder la que ya posee. En resumen
el capitalista es, en esta concepción, incapaz de táctica y de estrategia, especialmente en la lucha de
clases.
Si a pesar de esta impotencia y de esta anarquía, el sistema funciona, es que, detrás de las
marionetas capitalistas actúan las leyes objetivas e impersonales de la economía que garantizan su
coherencia y la expansión; aunque sólo hasta cierto punto, pues tras de esta coherencia se vuelve a
encontrar de nuevo, en un nivel más profundo, la anarquía final del sistema, su contradicción «
objetiva » final.
A
Hay que observar que, aunque superada históricamente, esta imagen fue cierta en parte. El «
error » metodológico —excusable— de los marxistas de antaño, fue el considerar como eternas
algunas de las características que el capitalismo presentó en una etapa de su evolución. El error —
imperdonable— de los « marxistas » de hoy es el de buscar la verdad sobre el mundo que les rodea
en libros escritos hace cien años.
La política capitalista fue efectivamente durante mucho tiempo una ausencia de política, una
mezcla de anarquía e impotencia. Es cierto que el comportamiento, tanto del capitalista individual
como de sus hombres políticos, de su Estado y de su clase en su conjunto fue corto de vista, sin
perspectiva, sin táctica ni estrategia. Y es cierto también que mientras pudo, el capitalista trató al
obrero peor que a un animal de carga, que si cambió fue debido a la lucha obrera, y que este cambio
sólo se mantendrá mientras la lucha dure. Es cierto que en aquella sociedad que « dejaba a las cosas
seguir su curso », la única coherencia era la que introducían las leyes económicas, lo que
evidentemente, en un mundo complejo y en evolución rápida, tenía forzosamente que saldarse por
una incoherencia fundamental.
Pero guardar hoy en día esa imagen superada del capitalismo es cometer el más grave de los
errores —y el más frecuente— que puede cometerse en una guerra : el de ignorar al adversario y
subestimar su fuerza. Este cambio no se debe a misteriosas mutaciones genéticas que hubieran
aumentado la inteligencia de los capitalistas. Es la lucha del proletariado la que obligó a la clase
dominante a modificar su política, su ideología y su organización real. El capitalismo ha sido
transformado objetivamente
33
por esta lucha secular, pero lo ha sido también subjetivamente, en el
75
« [E]n la medida en que los capitalistas están obligados, por el movimiento que hemos descrito, a explotar en una escala cada
vez mayor los gigantescos medios de producción ya existentes y a poner en movimiento para este fin todos los resortes del
crédito, en la misma medida se hacen más frecuentes los terremotos industriales [...], en una palabra, en la misma medida
aumentan las crisis. Estas se hacen más frecuentes y más graves [...]» (Trabajo asalariado y capital, p. 54-55).
76
Ha habido siempre en este aspecto una cierta duplicidad en el movimiento marxista entre la práctica '*—en la que se procla-
maba que tal o cual empresa o sector industrial capitalista podía y debía pagar mayores salarios— y la gran teoría, en la que se
« demostraba » que la satisfacción de las reivindicaciones obreras en materia de salarios era imposible en el marco del sistema.
sentido de que sus dirigentes e ideólogos han acumulado, bien a pesar suyo 77, una experiencia
histórica de la gestión de una sociedad moderna.
El contenido de la nueva política capitalista fue impuesto a las clases dominantes por la lucha del
proletariado. Las victorias obreras demostraron que el sistema podía acomodarse con ciertas
reformas, de que incluso podía beneficiarse de ellas ; y el capitalismo llegó a utilizar ideas, métodos
e instituciones que originalmente habían surgido del propio movimiento obrero.
Los aumentos de salario, por ejemplo, a partir de cierto límite no pueden ser combatidos ya con el
encarnizamiento de antaño, pues la presión obrera se hace demasiado fuerte; pero los capitalistas
descubren, poco a poco, que no es necesario que opongan una resistencia absoluta. En efecto, en el
momento en que el movimiento se generaliza —y los contratos colectivos por industrias
desempeñan un papel esencial en este sentido— ningún capitalista queda en posición desfavorable
respecto a sus competidores por el hecho de conceder un aumento de salario, y finalmente, se
beneficia por la ampliación de la demanda que tales aumentos originan. Pero sobre todo, el
capitalista se beneficia del aumento de rendimiento, que mantiene la relación entre los salarios y el
beneficio aproximadamente constante, tratando de « comprar » la docilidad de los obreros en el
terreno más importante, el de la producción, por medio de concesiones sobre los salarios 78.
Naturalmente, este es uno de los casos más típicos en que lo que es útil para la clase en su conjunto,
si toda la clase lo hace, no lo es necesariamente para el capitalista individual: esta es una de las
razones por las que la nueva actitud no aparece más que cuando la concentración del capital, por
un lado, y la de las organizaciones obreras por otro, alcanzan un grado suficiente. Pero a partir de
ese momento, una política consciente de aumentos « moderados » de salarios se convierte en parte
integrante de la política de conjunto del capitalismo, pues el lazo que existe entre dicho aumento
constante y la expansión del mercado es algo evidente para un número cada vez mayor de
capitalistas.
Por otra parte, la necesidad de mantener un « pleno empleo » relativo, después de la experiencia
de la gran depresión de 1929-1933 y frente a una clase obrera que, sin lugar a dudas, no aceptaría la
repetición de aquella situación, se ha impuesto a los sectores decisivos de la clase dirigente, que al
mismo tiempo han percibido por fin la relación evidente entre el mantenimiento del pleno empleo y
la expansión acelerada del capital, y también, como los obreros, y hasta antes que ellos, que el
estatismo no significa en modo alguno el socialismo. Finalmente, los sindicatos, antaño ferozmente
combatidos, son reconocidos y transformados en último término en elementos esenciales del
sistema79.
Llegamos así a la concepción contemporánea, a la política que vemos aplicarse hoy
efectivamente aunque a veces se la combata de modo verbal. Su eje, es el abandono del laissez
faire, y en su aspecto más profundo representa el repudio de la ideología de la « libre empresa » y
de la creencia de que el funcionamiento « espontáneo » de la economía y de la sociedad producirá
el resultado óptimo para la clase dominante ; es la aceptación de la idea (producto del movimiento
obrero) de una responsabilidad general de la sociedad —es decir de la clase dominante— ante los
acontecimientos, del papel central del Estado en el ejercicio de tal responsabilidad, y al mismo
tiempo la necesidad de un control, lo más extenso posible, por la clase dominante y sus órganos, en
todas las esferas de la actividad social.
La intervención del Estado en los conflictos sociales se convierte en la regla y no en la excepción
como antaño. El contenido de esta intervención queda ya definido de modo radicalmente distinto a
la ideología capitalista clásica. El Estado no se limita a garantizar un orden social dentro del cual el
funcionamiento del capitalismo tiene lugar sin traba alguna. Por el contrario, queda encargado
explícitamente de asegurar el pleno empleo, y el « crecimiento económico en la estabilidad»80 —lo
que significa que está obligado a asegurar a la vez un nivel adecuado de demanda global y a
intervenir para impedir que la presión sobre los salarios sea demasiado fuerte—, la formación de la
fuerza de trabajo, las inversiones en aquellos sectores en los que el capital privado no lo hace de
modo suficiente o racional, el desarrollo científico y cultural. Las ideas fundamentales son
actualmente: la expansión, el desarrollo del consumo y del tiempo de descanso, la ampliación de la
77
Como lo demuestra las resistencias enormes que encuentra aún hoy en día una política « moderna » en el seno de la clase
capitalista. La política de Eisenhower que hundió en el marasmo la economía americana durante años, expresó en parte esas
resistencias; otra tanto puede decirse de la de Baumgartner en Francia, que hizo progresar al capitalismo francés a paso de
tortuga con el pretexto de conservar «la estabilidad de los precios ». Pero esto vale también para el 99 % de los marxistas, que
están mucho más atrasados que los representantes más conscientes del capitalismo, y que muestran en cuanto se les aprieta un
poco, que su concepto del capitalismo responde al del siglo XIX.
78
Véase, por ejemplo, Truth
34 about Vauxhall de K. Weller, Solidarity Pamphlet» 11, donde esos métodos están ampliamente
descritos en relación con una empresa determinada.
79
Esta transformación que duró casi un siglo en los demás países capitalistas, se ha realizado en unos pocos años en los Estados
Unidos, entre 1935-1937, cuando las grandes huelgas obreras impusieron a la clase patronal el reconocimiento del CIO, y el
final de la guerra, cuando dicha transformación apareció totalmente terminada, y los sindicatos esencialmente preocupados en
mantener la disciplina de la producción a cambio de concesiones salariales.
80
Véase, por ejemplo, la Full Employement Act norteamericana de 1947, y más
generalmente todas las declaraciones programáticas oficiales de los gobiernos
contemporáneos sobre asuntos económicos
educación y la difusión de la cultura (el contenido de todo ello siendo, claro está, de tipo
capitalista). Los medios son la organización, la selección individual, la jerarquización y el control.
Es inútil insistir ahora sobre el contenido de clase de estos objetivos y medios, y sobre las con -
tradicciones de esta nueva política capitalista. Las dudas a este respecto —y la negativa obstinada a
reconocer la realidad del capitalismo contemporáneo— no pueden subsistir sino entre los que
siguen confundiendo el socialismo con la expansión de esta producción y este consumo, con la
ampliación de esta educación y la difusión de esta cultura, pareciéndoles que pierden pie si se ven
obligados a reconocer que el « nivel de vida », por ejemplo, se eleva bajo el capitalismo.
Esta política, que representa subjetivamente el producto de la experiencia capitalista de la lucha
de clases y de la gestión de la sociedad, es al mismo tiempo objetivamente el corolario de las
transformaciones reales del capitalismo; es la lógica explicitada de sus nuevas estructuras y de los
instrumentos puestos en acción para asegurar su dominio sobre la sociedad. Pero al mismo tiempo,
como debe de darse los medios de sus fines, acelera la evolución de dichas estructuras y amplía
tales instrumentos. Y este es el aspecto objetivo de la evolución del capitalismo hacia el que vamos
a dirigir nuestra atención.
Nota sobre economía y « racionalización »81
Hemos tratado de mostrar que no hay y no puede haber una teoría sistemática y completa de la
economía capitalista. La tentativa de establecer semejante teoría choca con la influencia determi -
nante que ejerce sobre la economía un factor que no puede ser reducido a lo económico, es decir la
lucha de clases; choca también, a otro nivel, con la imposibilidad de establecer una medida de los
fenómenos económicos, que se presentan sin embargo como magnitudes. Esto no impide que sea
posible un conocimiento de la economía, y que éste pueda poner de relieve cierto número de hechos
comprobados y de tendencias (sobre las cuales, evidentemente, puede discutirse). En lo que respecta
a los países industrializados, esos hechos son, desde nuestro punto de vista:
a) La productividad del trabajo aumenta a un ritmo acelerado, sin que pueda vislumbrarse su
límite.
b) A pesar del aumento continuo del nivel de vida, empieza a plantearse virtualmente un pro-
blema de absorción de los frutos de esa productividad, tanto bajo la forma de la saturación de la
mayor parte de las necesidades tradicionales, como bajo la forma de subempleo latente de una parte
creciente de la mano de obra. El capitalismo responde a esos dos fenómenos con la fabricación
sintética de nuevas necesidades, la manipulación de los consumidores, el desarrollo de una mentali-
dad de « estatuto » y de rango social ligados al nivel de consumo, la creación o el mantenimiento de
empleos caducos o parasitarios. Pero no es seguro que esos recursos basten durante mucho tiempo.
Hay dos salidas aparentes : transformar el aparato de producción para satisfacer las «necesidades
colectivas » (en su definición y concepción capitalista, claro está) —lo que parece difícilmente com-
patible con la mentalidad económica privada que es el nervio del sistema tanto en el oeste como en
el este (esa política implicaría un crecimiento mucho más rápido de los «impuestos » que de los sala-
rios) ; o bien, introducir una reducción acelerada del tiempo de trabajo, que, en el contexto social
actual, crearía ciertamente problemas enormes 82. En los dos casos, lo que está en la base del
funcionamiento del sistema, la motivación y la coacción económica, sufriría un golpe probablemente
irrepa- rabie83. Además, si esas soluciones son « racionales » desde el punto de vista de los intereses
del capitalismo en cuanto tal, no lo son, en la mayor parte de los casos, desde el punto de vista de los
intereses específicos de los grupos capitalistas y burocráticos dominantes e influyentes. Decir que no
hay una imposibilidad absoluta para el capitalismo de salir de la situación que se crea actualmente,
no significa que haya la certidumbre de que saldrá de ella. La resistencia encarnizada y por el
momento victoriosa que oponen los grupos dominantes en los Estados Unidos a la adopción de
medidas que les beneficiarían : aumento de los gastos públicos, extensión de la « ayuda » a los países
subdesarrollados, reducción del tiempo de trabajo (que les parecen el colmo de la extravagancia, de
la dilapidación y de la locura), muestra que una crisis explosiva a partir de esa evolución es tan
probable como una nueva mutación pacífica del capitalismo, tanto más cuanto que esta pondría
actualmente en cuestión aspectos de la estructura social mucho más importantes que lo que hicieron,
en su época, el New Deal, la introducción de la economía dirigida, etc. La automatización progresa
mucho más rápidamente que la descretinización de los senadores norteamericanos —aún cuando esta
podría verse considerablemente acelerada por una crisis. Pero ya sea por medio de una crisis o de
una transformación pacífica, esos problemas sólo podrán ser resueltos quebrantando hasta sus
cimientos el edificio social actual.
c) Existe un enorme 35 derroche potencial, o ganancia fallida, en la utilización de los recursos
productivos (a pesar del «pleno empleo») que proviene de múltiples factores, ligados todos a la
81
Paul Cardan : « Marxisme et théorie révolutionnaire », SB, 38, 1964, p. 71-74
82
Hasta cierto punto, un aumento muy considerable de la «ayuda» a los países sub des arrollados podría igualmente atenuar el
problema.
83
De lo que se trata aquí de hecho, es de que vivimos el principio del fin de lo económico como tal. Herbert Marcuse (Eros y
civilización) y Paul Goodman (Growing Up Absurd)
han sido los primeros que han examinado las implicaciones de esa enorme transformación virtual.
naturaleza del sistema: la ausencia de participación de los trabajadores en la producción; el desajuste
burocrático tanto en la empresa como en el conjunto de la economía; la competencia monopolística
(diferenciación facticia de los productos, ausencia de uniformización de los productos y de la maqui-
naria, secretos de fabricación, publicidad, restricción voluntaria de la producción) ; la irracionalidad
de la distribución de la capacidad productiva por empresas y por ramos, que refleja tanto la historia
pasada de la economía como las necesidades actuales ; la protección de capas o de sectores
particulares y el mantenimiento de intereses creados ; la irracionalidad de la distribución geográfica
y profesional de la mano de obra; la imposibilidad de una planificación racional de las inversiones
que proviene tanto de la ignorancia del presente como de incertidumbres evitables en lo que respecta
al porvenir (y ligadas al funcionamiento del « mercado » o del « plan » burocrático) ; la
imposibilidad radical del cálculo económico racional (teóricamente, si el precio de uno solo de los
bienes de producción contiene un elemento arbitrario, todos los cálculos pueden verse falseados a
través de todo el sistema; y los precios tienen una relación muy lejana con los costes, tanto en
Occidente donde predominan situaciones de oligopolio, como en la URSS, donde se admite
oficialmente que los precios son esencialmente arbitrarios) ; la utilización de una parte del producto
y de los recursos para fines que sólo tienen sentido en relación con la estructura de clase del sistema
(burocracia de control en la empresa y fuera de ella, ejército, policía, etc.). Es imposible por
definición evaluar cuantitativamente ese derroche. Algunos sociólogos del trabajo han estimado a
veces en 50 % la pérdida de producción debida al primer factor que hemos mencionado, y que es sin
duda el más importante, o sea la no participación de los trabajadores en la producción. Si tuviéramos
que hacer un cálculo, diríamos que la producción actual de los Estados Unidos debe ser
aproximadamente la cuarta o la quinta parte de lo que la eliminación de esos factores permitiría
obtener muy rápidamente.
d) Por último, un análisis de las posibilidades que suponen poner a la disposición de la sociedad,
organizada en consejos de productores, el saber económico y las técnicas de información, de comu -
nicación y de cálculo disponibles —la « cibernetiza- ción» de la economía global al servicio de la
dirección colectiva de los hombres— muestra que, hasta donde llegan nuestras previsiones, no sólo
no hay ningún obstáculo técnico o económico a la instauración y al funcionamiento de una economía
socialista, sino que ese funcionamiento sería, en lo esencial, infinitamente más sencillo e
infinitamente más racional —o infinitamente menos irracional— que el funcionamiento de la
economía actual, privada o « planificada »84.
Existe pues, en la sociedad moderna, un problema económico inmenso (que es en fin de cuentas el
problema de la « supresión de la economía»), que puede acarrear una crisis eventual; hay posibili-
dades incalculables, actualmente derrochadas, cuya realización permitiría el bienestar general, una
reducción rápida del tiempo de trabajo a la mitad quizá de lo que es hoy y la obtención de riquezas
para satisfacer necesidades que actualmente ni siquiera están formuladas ; y hay soluciones positivas
que, bajo forma fragmentaria, truncada, deformada, están siendo ya introducidas o propuestas, y
que, aplicadas radical y universalmente, permitirían resolver ese problema, realizar esas posibi-
lidades y traer un cambio inmenso en la vida de la humanidad, eliminando rápidamente la «
necesidad económica ».
Es evidente que la aplicación de esa solución exigiría una transformación radical de la estructura
social y de la actitud de los hombres frente a la sociedad.

36

84
Hemos analizado las posibilidades de una organización y de una gestión de la economía en ese sentido en « Sur le contenu du
socialisme », SB, 17, p. 18-20 y 22, p. 33-49. Hasta qué punto esos problemas se encuentran en el centro de la situación
económica actual, lo prueba el hecho de que la idea de la «automatización» de una gran parte de la economía global, formulada
en la revista SB en 1955-1956, anima desde 1960 una de las tendencias « reformadoras » de los economistas rusos, la que
querría «automatizar» la planificación (Kantorovich, Novozhilov, etc.). Pero la realización de esa solución no es compatible
con el mantenimiento en el poder de la burocracia.
II. El capitalismo burocrático
Lo malo de la industria es que está llena de hombres.
(Declaración de un manager de International Harversters recogida en The New York Herald Tribune, 5 de junio de 1961.)

10. La burocratización como tendencia intrínseca del capitalismo


El resultado de una lucha de clases dos veces secular ha sido una profunda transformación objetiva
del capitalismo, que podemos resumir en una sola palabra: burocratización. Llamamos estructura
burocrática a una estructura social en la cual la dirección de las actividades colectivas se encuentra
en las manos de un aparato impersonal, organizado jerárquicamente, que actúa en principio según
criterios y métodos « racionales », privilegiado económicamente y reclutado según reglas que de
hecho dicta y aplica él mismo.
La burocratización del capitalismo tiene su fuente principal en tres sectores :
1) En la producción. La concentración y la « racionalización » de la producción traen consigo la
aparición de un aparato burocrático en el seno de las grandes empresas capitalistas, cuya función es
la gestión de la producción y de las relaciones de la empresa con el resto de la economía. En
especial, la dirección del proceso de trabajo —definición de las tareas, de los ritmos y de los
métodos, control de la cantidad y de la calidad de la producción, vigilancia, planificación del
proceso de producción, gestión de los hombres y de su « integración » a la empresa, es decir manejo
alternativo del premio y del castigo— implica la existencia de un aparato específico e importante. La
resistencia de los obreros a la producción capitalista suscita la necesidad para el capitalismo de un
control cada vez mayor del proceso productivo y de la actividad del trabajador, y ese control exige a
la vez la transformación completa de los métodos de gestión de la empresa en relación con lo que
eran en el siglo XIX, y la creación de un aparato administrativo de gestión que tiende a convertirse
en el verdadero centro del poder en la empresa 85.
2} En el Estado. La modificación profunda del papel del Estado, convertido actualmente en instru-
mento de control e incluso de gestión de un número creciente de sectores de la vida económica y
social, vá unido a un crecimiento extraordinario del personal y de las funciones de lo que ha sido
siempre el aparato burocrático por excelencia,
3) En las organizaciones políticas y sindicales. Aquí la evolución del capitalismo coincide con la
del movimiento obrero, conducido por factores muy complejos, a partir de una cierta etapa, a la
burocratización86. Paralelamente a este proceso, la función objetiva de las grandes organizaciones
obreras se convierte en hacer que el proletariado se mantenga en el marco del sistema de
explotación, y en canalizar la lucha hacia el perfeccionamiento, en vez de la destrucción, del
sistema87. El encuadra- miento del proletariado —y en general de toda la población—, su
manipulación y la gestión de sus actividades reivindicativas y políticas implican un aparato
específico, personificado por la burocracia « obrera », política y sindical. Los mismos factores —y
también la necesidad de la lucha contra las organizaciones « obreras » burocratizadas— producen la
burocratización de las formaciones políticas conservadoras.
A partir de cierto grado, la burocratización, la gestión de las actividades por aparatos jerarquizados
se convierte en la lógica misma de este tipo de sociedad, su respuesta a todo. En la etapa actual, la
burocratización ha superado desde hace mucho tiempo las esferas de la producción, de la economía,
del Estado y de la política. El consumo está buro- cratizado, en el sentido que ni su volumen ni su
composición están abandonados a la acción de los mecanismos espontáneos de la economía y de la
sicología (la « libre elección » del consumidor no ha existido desde luego jamás en una sociedad
alienada), sino que forman el objeto de una actividad manipuladora cada vez más perfecta de apa-
ratos especializados correspondientes (servicios de venta, publicidad y estudios de mercado, etc.). El
tiempo libre tampoco escapa a esta burocratiza- ción 88. También se burocratiza la cultura, de un
modo inevitable en el contexto actual, pues si no la « producción », sí la difusión de esta cultura se
ha convertido en una inmensa actividad colectiva y organizada, exigiendo su propio aparato y
dispositivos especiales (prensa, edición, radio, cine, televisión, etc.)* La investigación científica lo
hace también, y a un ritmo terrible, ya sea bajo el control de las grandes empresas o bajo el del
Estado89.
El análisis de esta sociedad plantea problemas nuevos a todos los niveles, que no pueden tratarse
aquí90. Pero antes que nada hay que descubrir el sentido de esta evolución del capitalismo, viendo en
85
Nadie discute la existencia del capitalista individual en Occidente y la importancia de su papel. Pero el punto esencial, que los
que defienden las concepciones tradicionales son incapaces de ver, es que incluso aquí, el gran capitalista actúa como cúspide
de la pirámide burocrática, y por intermedio de ésta.
86
Puede encontrarse un análisis
37 extenso de la burocratización de los sindicatos y de las organizaciones políticas de la clase
obrera en el texto « Prolétariat et organisation », SB, 27, 1959.
87
Lo mismo cabe decir de las organizaciones estalinistas, cuya llegada al poder no significa en último término sino una inmensa
transformación de las formas de la explotación para preservar mejor su sustancia.
88
89
Véase D. Mothé : « Les ouvriers et la culture », SB, 30, 1960.
Véase, por ejemplo, The organization man de W.F. Whyte, y « The scientist and the commissar », Solidarity, vol. II, n.° 12.
le contenu du socialisme ». Ibid.
90
Sobre el papel de la burocracia en la producción, véase « Sur « La voie polonaise de la burocratisation », SB, 21, 1957 y «
Prolétariat et organisation », Ibid Sobre la burocracia política, ver “la via polaca de la burocratización” SB, 21 1957 y
qué medida afecta al destino de los hombres en la sociedad, en sus raíces más profundas.
11. El sentido real de la burocratización
Durante un siglo, la inmensa mayoría de los marxis- tas sólo vió en el capitalismo el « sistema de
beneficio », criticándole esencialmente porque condenaba a los trabajadores a la miseria (como
consumidores) y porque corrompía las relaciones sociales con el dinero (corrupción que se veía en
su aspecto más vulgar y superficial). La idea de que el capitalismo es ante todo deshumanización del
obrero y destrucción del trabajo como actividad significativa (creadora de sentido), idea formulada
en primer lugar por Marx mismo, les hubiera parecido, de haberla conocido, filosofía brumosa y
espiritualista.
Una concepción igualmente superficial del proceso de burocratización parece estar extendiéndose
hoy en día. Algunos no ven en la burocratización más que la aparición de una capa social adminis-
tradora que se superpone a los patronos privados y puede llegar incluso a reemplazarles, establece
un tipo de dirección inaceptable en la producción y en la vida política, y debido a ello intensifica la
rebelión de los ejecutantes y crea un nuevo e inmenso derroche. Todo esto es sin duda alguna muy
cierto e importante, pero no comprenderíamos la sociedad contemporánea si no supiéramos ir más
allá.
La burocratización no significa solamente la emergencia de una capa social cuyo peso e impor-
tancia aumentan constantemente, ni tampoco simplemente que el funcionamiento de la economía
sufre, en función de la concentración y de la esta- tización, modificaciones esenciales. La
burocratización acarrea una transformación de los valores y de los significados que fundamentan la
vida de los hombres en sociedad, un nuevo modelado de sus actitudes y conductas. Si no se
comprende este aspecto, que es el más profundo de todos, no pueden entenderse ni la cohesión de la
sociedad actual, ni su crisis.
El capitalismo impone a toda la sociedad su « razón » : el fin último de toda actividad y existen cia
humana es la producción máxima y todo debe quedar subordinado a este fin arbitrario. La « racio-
nalización » capitalista consiste en que este fin debe realizarse por métodos que a la vez son
consecuencia de la alienación de los hombres como productores —pues los hombres no son ya más
que los medios de la producción— y la reproducen profundizándola constantemente : en concreto,
por medio de la separación cada vez mayor entre la dirección y la ejecución, por la reducción de
todos los trabajadores al papel de simples ejecutantes, y por la trasposición de la función de
dirección al exterior del proceso de trabajo. La « racionalización » capitalista se presenta pues unida
a la burocratización, y ambas son inseparables 91, pues no puede avanzar más que constituyendo un
cuerpo de « racionaliza- dores », es decir de dirigentes, organizadores, contramaestres,
controladores, « preparadores » del trabajo de los demás, etc. Pero esta « racionalización » impuesta
desde el exterior y en una óptica bien definida (que es la de la explotación) acarrea la destrucción de
los significados de las actividades sociales, así como la « organización » desde fuera lleva consigo la
destrucción de la responsabilidad y de la iniciativa de los hombres.
Esto es fácil de ver en primer lugar en el terreno del trabajo, que es el más conocido y donde las
consecuencias del proceso de burocratización (o « racionalización») se han visto hace tiempo. El
capitalismo ha destruido el significado del trabajo, o más exactamente a destruido al trabajo como
actividad con significado, en tanto que actividad durante la cual los significados se constituyen para
el sujeto y a la que éste está precisamente ligado por tal hecho. Todo significado ha quedado des-
truido en el interior del trabajo, porque en las tareas atomizadas no existe un objeto del trabajo
propiamente dicho (sino simplemente fragmentos de materia cuyo sentido se encuentra siempre fuera
de aquél) y tampoco hay un sujeto del trabajo, pues la persona del trabajador se descompone en
facultades separadas, algunas de las cuales son extraídas arbitrariamente del conjunto, y son las
únicas en ser puestas intensivamente en acción. Desaparece así toda posibilidad para el trabajador de
dar un significado cualquiera al trabajo en cuanto tal, porque el trabajador no está presente en el
proceso productivo como persona, sino como facultad anónima y reemplazable de repetir indefi-
nidamente un movimiento elemental 92.

“Proletariado y organización”, Ibidem.


91
Max Weber fue el primero que, partiendo del análisis de la racionalización en El Capital, mostró el parentesco íntimo entre
racionalización y burocracia e indicó que el porvenir del capitalismo estaba en la burocracia, sistema de dirección « racional»
por excelencia. La laguna fundamental de su análisis está en que para él, esta « racionalización » lo es sin comillas, es decir que
no es capaz de ver sus contradicciones internas. Véanse los últimos capítulos de su gran obra, Wirtschaft und Gesellschaft.
[Existe una traducción española, Economía y sociedad, publicada en México. Sobre la definición weberiana de la burocracia,
véase « Esencia, supuestos38y desarrollo de la dominación burocrática », t. II, 2 a parte, cap. IX, sec. III, y «La dominación legal
con administración burocrática », t. I, Ia parte, cap. III, sec. 2.]
92
La fragmentación del proceso del trabajo y especialmente de su objeto, crea desde el simple punto de vista de la producción
misma, problemas prácticamente insolubles, que han sido ya analizados en otra parte ( « S u r le contenu du socialisme», Ibid.).
La división creciente del trabajo y las tareas, hace que el sentido unificado del proceso de producción, que no existe en los
sujetos que le realizan, tenga que existir fuera de ellos, pues si no la producción se derrumbaría bajo el peso de su propia
diferenciación interna. Ese « fuera » es la dirección exterior de la producción, es decir la burocracia de la empresa, cuya función
es reconstruir idealmente la unidad de producción. Así pues, el sentido del trabajo ha de encontrarse en los que no « trabajan »,
en las oficinas. Pero la burocracia misma, aplicando sus propios métodos, proliferando, se subdivide, parcelando a su vez trabajo
Si el significado del trabajo en cuanto tal queda destruido de esta forma, lo que queda para los
trabajadores es el significado del trabajo y de la lucha diaria contra la explotación que le acompaña,
como terreno de socialización positiva, como marco dentro del cual se constituye la colectividad y
la solidaridad de los trabajadores. Por desgarrada y desgarradora que resulte, la empresa sigue siendo
para el trabajador el lugar de su comunidad con los demás, comunidad de lucha en primer lugar. Pero
por el momento sólo tendremos en cuenta la lógica a la vez consciente y objetiva de la burocra-
tización, que no sólo ignora este aspecto de la vida en la empresa, sino que le combate por todos los
medios, porque está dirigido contra ella. La burocracia trata de destruir la solidaridad y la socializa-
ción positiva de los obreros por miles de medios, de los que el principal es la tentativa de introducir
una diferenciación multiplicada hasta el infinito en el seno de los trabajadores, atribuyendo « estatu-
tos » diferentes a los distintos empleos y disponiéndoles según una estructura jerárquica. Que esta
tentativa sea artificial, y que no consiga alcanzar los fines que pretende, importa poco en el presente
contexto. A pesar de todo, define el sentido de la empresa burocrática, que es la destrucción de todo
sentido del trabajo. El trabajo en la óptica capitalista-burocrática no debe tener para su sujeto más
que un significado : ser la condición del salario, la fuente de ingresos.
La organización burocrática acarrea otra consecuencia, también muy importante : la destrucción
de la responsabilidad. Desde el punto de vista formal, la organización burocrática significa la
división de las responsabilidades : los dominios de autoridad o de control deben quedar definidos y
delimitados con claridad y las responsabilidades fragmentadas en consecuencia. Pero la fragmenta-
ción cada vez mayor —expresión del proceso de división creciente en el seno de la burocracia mis-
ma— conduce en el límite a la destrucción total de la responsabilidad. En primer lugar, la
organización del trabajo desde fuera y la reducción de la mayoría de los trabajadores a funciones de
ejecución cada vez más limitadas significa que se les arrebata de hecho toda responsabilidad. La
organización de las actividades por un número limitado de « responsables » (y eso es cierto para
cualquier tipo de actividad y no sólo para la producción) significa que todo el mundo está reducido a
una actitud de irresponsabilidad- Todos salvo los « organizadores », al parecer; pero mirando más de
cerca, veremos que la colectivización de los aparatos burocráticos y la división del trabajo que
progresa en su seno crea siempre burócratas de la burocracia, lo que acaba desposeyendo también a
los « organizadores » de toda responsabilidad. En efecto, lo mismo que la división creciente de las
tareas, la de los sectores de autoridad y responsabilidad crea un enorme problema de síntesis, que la
burocracia no puede resolver racionalmente, pues al aplicar sus propios métodos, crea una nueva
categoría de burócratas, especialistas de la síntesis, cuya función es la de reunir los fragmentos que
se han separado en las operaciones anteriores —pero su sola existencia supone ya una nueva ruptura.
Como la definición de los sectores de responsabilidad parcial no puede ser nunca ni exhaustiva, ni
estanca, las cuestiones de dónde acaba la responsabilidad de A y empieza la de B, dónde terminan
las responsabilidades de los subordinados y dónde empieza la del superior, no pueden jamás
encontrar una respuesta inequívoca, y se resuelven de hecho, en el interior de la burocracia, al azar
de las intrigas y de las luchas entre grupitos y clanes. Por último, el resorte más profundo de la
actitud de responsabilidad desaparece, porque el trabajo no es otra que la fuente de ingresos, y lo
único que cuenta es « cumplir » con las reglas formales.
Por las mismas razones, toda iniciativa tiende a desaparecer. El sistema por su lógica y su
funcionamiento real la niega a los ejecutantes y pretende transferirla a los dirigentes. Pero como
todo el mundo se ve transformado paulatinamente en ejecutante a un nivel u otro, esta trasferencia
significa que toda iniciativa desaparece entre las manos de la burocracia a medida que se
concentra en ella.
Esta situación, que hemos descrito a partir de la producción, se generaliza a medida que la
burocra- tización va ganando las demás esferas de la vida social. La desaparición del significado
de las actividades, de la responsabilidad y de la iniciativa se convierte de modo creciente en la
característica de la sociedad burocratizada.
12. Las motivaciones en la sociedad burocrática
¿ Cómo puede esta sociedad asegurar su cohesión; qué es lo que mantiene unidas sus diferentes
partes, y sobre todo, qué es lo que garantiza en tiempos normales la subordinación de los
explotados, y les hace conducirse de acuerdo con las necesidades de
funcionamiento del sistema ? En parte, claro está, la violencia y la coacción, que están siempre dis-
puestas a ser utilizadas en defensa del orden social. Pero por razones evidentes, ni la violencia ni la
coacción bastan ni han bastado nunca para asegurar el funcionamiento de una sociedad, salvo quizá
en las galeras. Es necesario que durante las veinticuatro horas del día todos los actos de los hombres
cooperen de un modo39 u otro para que esta sociedad se mantenga en movimiento, en su movimiento,
hace falta que consuman los productos que ofrece, que vayan a los lugares de placer que propone,
que procreen los niños de los que la sociedad necesitará mañana, educándoles de acuerdo con las
normas sociales, etc. Una sociedad, cualesquiera que sean sus contradicciones y sus conflictos, no
puede seguir existiendo si no consigue inculcar a sus miembros motivaciones adecuadas,

y tareas en su interior, de modo que no resulta más fácil encontrar un sentido unificado a las operaciones productivas en las
oficinas que en los talleres. Al límite, podríamos decir que el significado de las operaciones no le posee nadie.
induciéndoles a reproducir continuamente comportamientos coherentes entre sí y con la estructura y
el funcionamiento del sistema social. Importa poco que tales motivaciones sean o nos parezcan
falsas, mientras existan y la sociedad consiga reproducirlas en el seno de cada nueva generación. La
no existencia de Dios, las contradicciones internas del dogma católico o las que existen entre éste y
la práctica social de la Iglesia no impidieron a los siervos cristianos de Europa occidental
comportarse durante siglos reconociendo y valorando el sistema feudal (aunque en algunos
momentos extremos quemaran los castillos de sus señores).
Pero las motivaciones adecuadas —diferentes, repetimos, de las que puedan resultar de la simple
coacción directa o indirecta— no pueden existir si no se impone en la sociedad un sistema de
valores, en el que todos sus miembros participen en mayor o menor grado. El resultado de dos siglos
de capitalismo, y en especial del último medio siglo, ha sido el hundimiento de los sistemas de
valores tradicionales (religión, familia, etc.) y el lamentable fracaso de las tentativas de sustituirles
por valores más « racionales » y « modernos ». Este hundimiento ha ido acompañado por otro
resultado de la evolución capitalista, la dislocación de las comunidades humanas integradas y
orgánicas, únicas que pueden alimentar los valores en los que los miembros de la sociedad
participan efectivamente (en este caso, una vez más, la fábrica y la comunidad obrera que se
constituye en torno se oponen radicalmente a esta tendencia del capitalismo; es un hecho capital,
pero que no se sitúa en el contexto de este análisis).
¿Cuál puede ser la respuesta de tal sociedad al problema de las motivaciones de los hombres?
¿Cómo trata de que hagan efectivamente lo que les pide ? Lo hemos visto ya a propósito del signifi-
cado del trabajo: la única motivación que puede subsistir, es el ingreso en dinero. Se puede objetar
que a éste se añade en una estructura cada vez más burocratizada y jerarquizada, la promoción. Pero
hay toda una serie de factores que hacen que, a pesar de los intentos de introducir diferencias de
estatuto entre las diversas categorías de la jerarquía burocrática, estos elementos no pueden alcanzar
la suficiente importancia en nuestra época, y que finalmente la promoción no vale sino porque
representa mayores ingresos.
En una sociedad en la que el capital es cada vez más impersonal, los ingresos privados no pueden,
salvo raras excepciones, conducir a una acumulación. Los ingresos no tienen pues significado más
que por el consumo que permiten. Las necesidades tradicionales o los modos tradicionales de
satisfacerlas están, debido a la elevación continua de los ingresos, en el límite de la saturación. El
consumo no puede guardar un mínimo de sentido más que si se crean constantemente nuevas
necesidades o nuevos modos de satisfacerlas, y ésto se convierte en algo indispensable para
mantener el movimiento de expansión de la economía. Aquí interviene de nuevo la burocratización.
El trabajo, ya lo hemos dicho, ha perdido todo sentido, salvo como fuente de ingresos, y estos
ingresos tienen un cierto sentido porque permiten a los hombres consumir, es decir satisfacer sus
necesidades. Pero este consumo ha perdido a su vez su sentido primitivo. Las necesidades no son ya
—o lo son cada vez menos— la expresión de una relación orgánica del individuo con su medio
natural y social; son objeto de una manipulación hipócrita o violenta, e incluso creadas
completamente por una fracción de la burocracia, la burocracia del consumo, de la publicidad y de
la venta. Que se tenga « verdaderamente necesidad » o no de tal objeto, es algo que importa poco, y
además, como os dirá cualquier sociólogo inteligente, tales palabras no tienen sentido ; basta que se
crea que esa cosa es indispensable o útil, que existe y que otros la tienen, que es « lo que se hace » o
« lo que se lleva », para que nazca una « necesidad ». Es evidente que el « bienestar », el « nivel de
vida » y el « enriquecimiento » de la sociedad entera son conceptos completamente suspendidos en
el aire, pues, ¿ en qué sentido puede decirse que una sociedad que dedica una parte creciente de sus
actividades a crear de la nada en sus miembros la idea de que les falta algo, para lanzarles de ese
modo a un trabajo embrutecedor con el objeto de que puedan adquirir ese « algo », es « más rica » o
« vive mejor » que otra que no se ha tomado el esfuerzo de crear esa conciencia de una determinada
carencia ? Pero lo más importante es que incluso la vida privada, que parecía ser un dominio
reservado para que los individuos dieran forma al significado de su existencia, no queda fuera del
proceso de « racionalización » y de burocratización: las actividades espontáneas o culturales del
consumidor son totalmente insuficientes para que se base en ellas la enorme producción moderna, y
el consumidor se ye obligado a adaptarse de modo creciente a las exigencias de la sociedad, a
consumir de modo creciente lo que la producción lanza al mercado. Sus conductas y sus
motivaciones deben de poder someterse al cálculo económico y manipularse, y esta manipulación
entra a formar parte del proceso de « organización de la sociedad ». Esta manipulación es
evidentemente el resultado de la destrucción de los significados, pero pasa a convertirse a su vez en
causa y a completar tal destrucción.
Se puede ver el mismo
40 proceso en el plano político. Las organizaciones políticas actuales, cual-
quiera que sea su orientación, están burocratizadas y separadas de la población, y han dejado de
expresar la actitud o la voluntad política de una capa importante cualquiera. Ninguna categoría de la
población las nutre con su sustancia, ninguna participa en ellas de un modo efectivo, han dejado de
ser el vehículo de una creación política colectiva (ya sea revolucionaria, reformista o conservadora).
La « obediencia » de la población a esas organizaciones, se debe en parte a una serie de automatis-
mos incorporados a la sociedad; pero también, y de modo creciente, se mantiene por el esfuerzo
creciente y continuo de los estados mayores burocráticos de los partidos, y sus servicios especializa-
dos. Conocemos 25 siglos de historia política del mundo occidental, pero en lo esencial la
propaganda es una creación del último medio siglo. En el pasado, las personas iban por sí mismas
hacia el partido o el hombre político que creían que expresaba sus intereses, sin que nadie se
preocupara de crear en ellas un « interés político ». Hoy, ese interés político es nulo, y a pesar (y a
causa) del esfuerzo desesperado y permanente de las organizaciones que tratan de crearle. Pero hace
ya mucho tiempo que la propaganda no es otra cosa que una manipulación engañosa, de la que todo
contenido se ha evaporado, y lo que más importa es la « imagen » de tal partido o candidato entre
los electores. Se «vende » un Presidente a la población de los Estados Unidos como se vende una
pasta dentífrica. El proceso tiene doble sentido, y los manipuladores son también, en cierto modo,
manipulados por los mismos a quienes manipulan, pero la rueda sigue atascada en el mismo
atolladero. El significado de la política para la mayoría de la gente ha muerto, pero la sociedad
requiere un mínimo comportamiento político de sus miembros, y es la manipulación de los
ciudadanos por la burocracia política lo que debe asegurarlo.
¿ Cuál es pues el contenido más profundo de la burocratización, por lo que respecta al destino de
los hombres en la sociedad ? Es la inserción de cada individuo en un pequeño alvéolo de un gran
conjunto productivo donde se encuentra obligado a hacer un trabajo alienado y alienante; es la
destrucción del sentido del trabajo y de toda vida colectiva ; es la reducción de esta vida privada al
consumo material; es también la alienación en este mismo terreno del consumo por la manipulación
permanente del individuo como consumidor.
Este contenido, combinado con los rasgos más familiares del proceso de burocratización en los
dominios de la producción, de la economía y de la política nos permiten captar la tendencia ideal
del capitalismo burocrática. Vamos a tratar de precisar tal tendencia definiendo lo que podríamos
llamar el modelo de una sociedad burocrática, pues sólo proyectada sobre este modelo es como la
evolución de las sociedades contemporáneas se hace plenamente comprensible.
13. El modelo burocrático
Una sociedad burocrática es una sociedad que ha conseguido transformar a la inmensa mayoría de la
población en población asalariada, no dejando fuera de las relaciones de salariado (y de su jerarquía
concomitante) más que capas marginales (un 5 % de agricultores, y un 1 % de artistas, intelectuales
y prostitutas), y donde :
—La población se encuentra integrada en grandes unidades de producción impersonales (en las
que la propiedad puede pertenecer a un individuo, una sociedad anónima o al Estado) donde se
encuentra distribuida según una estructura jerárquica piramidal ; estructura que corresponde sólo en
muy pequeña parte a una diferenciación de conocimientos (diferenciación que a su vez es producto
de la educación y por lo tanto de una diferencia de ingresos, y que tiende por consiguiente a transmi -
tirse de generación en generación), y en su mayoría al establecimiento de diferenciaciones técnicas y
económicamente arbitrarias, pero necesarias desde el punto de vista de los explotadores.
—El trabajo ha perdido todo significado por sí mismo, incluso para la mayoría de las capas espe-
cializadas, salvo el ser la fuente de ingresos. La división del trabajo se ha llevado al absurdo, y la
división de las tareas, aunque parece no poder superar un cierto límite, no deja subsistir más que
tareas parcelarias, desprovistas de sentido.
—Se ha conseguido el « pleno empleo », al menos aproximadamente, en permanencia. Los
trabajadores asalariados, manuales o intelectuales, tienen una seguridad de empleo casi completa si «
se conforman ». La producción, dejando aparte fluctuaciones menores, progresa anualmente de
modo apreciable.
—Los salarios aumentan, en un porcentaje que no difiere mucho del de la producción. Por con-
siguiente ésta, al aumentar, crea su propio mercado en cuanto al poder de compra.
—Las « necesidades » en el sentido económico o más bien comercial y publicitario del término
aumentan regularmente con el poder de compra. La sociedad crea « necesidades » de modo
suficiente para sostener la demanda de los bienes producidos, ya sea por la publicidad y la
manipulación de los consumidores, o bien indirectamente por la acción de la diferenciación social o
de la jerarquización (proponiendo constantemente a las categorías de renta inferior modelos de
consumo más onerosos).
—La jerarquización de los empleos en las empresas ha alcanzado un grado suficiente para
degradar sustancialmente la solidaridad de los grandes grupos explotados. Es decir, el sistema es lo
suficientemente « abierto » o « flexible » para crear oportunidades no enteramente despreciables de
«promoción » (por ejemplo una probabilidad de 1/10) para la mitad superior de la clase asalariada.
Por consiguiente las41relaciones entre los trabajadores de una empresa se modelan más bien, en la
mayoría de los casos, no sobre el taller de hoy, sino sobre la oficina de ayer (competición hipócrita,
intrigas y zalemas). Por consiguiente, la empresa no sólo es el lugar aborrecido donde se trabaja, sino
que en la mayoría de los casos deja de ser un lugar de socialización positiva.
—La evolución del urbanismo y de la vivienda —diferenciación suma de los lugares de actividad,
dislocación de toda vida comunitaria integrada en las aglomeraciones urbanas— tiende a destruir la
localidad como marco de socialización y soporte material de una colectividad orgánica. Tales colec-
tividades pudieron ser antaño conflictuales o contradictorias, pero actualmente, han dejado de existir
en cuanto tales, y no son más que la yuxtaposición de individuos y familias que viven replegados
sobre sí mismos y que coexisten anónimamente. Tanto en el trabajo como en el lugar en que habita,
el individuo se enfrenta a un medio hostil o desconocido, anónimo y masificado.
—La única motivación que subsiste es la carrera tras el dinero, tras de un « nivel de vida cada vez
mayor » (expresión que nos impide confundirle con la verdadera vida, que no tiene nivel alguno).
Esta « elevación del nivel de vida », lleva en sí su propia negación (porque siempre hay un nivel más
elevado) y funciona como la jaula giratoria de la ardilla.
—La vida social en su conjunto conserva apariencias «democráticas», con sus partidos políticos,
sindicatos, etc., pero tanto estas organizaciones como el Estado, la política y la vida pública en
general, están burocratizados profundamente (sin que esta burocratización sea, naturalmente, una
mera copia de la que reina en la producción).
—Por consiguiente, la participación de los individuos en la « política» o en la vida de dichas
organizaciones políticas y sindicales no tiene, objetivamente, ningún sentido, pues nadie puede
hacer nada contra el estado de cosas, y los individuos la ven efectivamente como algo desprovisto
de sentido. Sólo una pequeña minoría sigue engañándose y mantiene un enlace entre las
organizaciones y la población, que no se interesa por la política sino de modo oportunista y cínico,
con ocasión de las « elecciones ».
—No sólo la política y las organizaciones correspondientes, sino toda organización y toda
actividad colectiva, se encuentran al mismo tiempo burocra- tizadas y abandonadas por los hombres.
La privatización caracteriza la actitud general de los individuos, teniendo en cuenta que la
privatización significa no la ausencia de sociedad, sino precisa mente un tipo de relación social.
—Por consiguiente, la irresponsabilidad social
se convierte en uno de los rasgos esenciales del comportamiento humano ; actitud que por primera
vez resulta posible en tan gran escala, porque la sociedad no se enfrenta a ningún desafío, ni interno
ni externo, porque sus capacidades productivas y sus riquezas enormes le dan márgenes que
hubieran sido inimaginables en cualquier otro periodo histórico, permitiéndole multitud de errores,
multitud de irracionalidades, de derroches, y porque su propia alienación e inercia la impiden
plantearse nuevas tareas y hacerse nuevas preguntas, de tal modo que no se presenta ningún
problema crucial que pudiera poner a prueba su incapacidad fundamental de elegir explícitamente,
aunque sea irracionalmente, o hasta imaginar la posibilidad de la necesidad de semejante elección.
—El arte y la cultura se han convertido de modo efectivo y definitivo en simples objetos de
consumo y de placer, sin ningún nexo con los problemas humanos y sociales ; el formalismo
predominante y los museos de todas clases se han convertido en la suprema manifestación cultural.
—La filosofía de la sociedad es el consumo por el consumo en la vida privada y la organización
por la organización en la vida colectiva.
Esta descripción es en parte una extrapolación de la realidad actual, pero mucho de esta «
pesadilla con aire acondicionado » nos rodea ya por com pleto. Expresa la evolución objetiva que
sigue a velocidad cada vez más grande la sociedad burocratizada; define el objetivo final de las
clases dominantes: el hacer fracasar la rebelión de los explo tados lanzándoles a la carrera tras el «
nivel de vida », dislocando su solidaridad por la jerarquiza- clón, burocratizando toda actividad
colectiva. De modo consciente o no, este es el proyecto capitalista- burocrático, el sentido práctico
que unifica la política de las clases dominantes y los procesos objetivos que se desarrollan en su
sociedad.
Pero este proyecto fracasa, ya que no consigue superar la contradicción fundamental del capita-
lismo, sino que la multiplica al infinito; ni ha conseguido, hasta hoy, suprimir la lucha de los
hombres y transformarles en marionetas manipuladas por la burocracia de la producción, del
consumo y de la política. Veamos ahora cuáles son las condiciones y el significado de tal fracaso.
14. Problemas del capitalismo burocrático
El capitalismo tiende a burocratizar íntegramente la sociedad. Lo sepan o no, lo quieran explícita-
mente o no, los capitalistas sólo pueden responder a la lucha de los trabajadores contra el sistema,
resolver los innumerables problemas que les plantea constantemente el mundo moderno, tratando de
someter a su poder y « organización » sectores cada vez más numerosos de la vida social,
penetrando cada vez más en el trabajo y la vida de los hombres para dirigirla según sus intereses y
puntos de vista. No se suele ver corrientemente en el desarrollo del capitalismo más que el
desarrollo de la producción. Pero esto no es más que el resultado de la extensión y de la
profundización de las relaciones de producción y de vida capitalistas. El desarrollo del capitalismo,
es la proletarización4293 creciente de la población ; la reducción de todo trabajo a trabajo de ejecución
dentro de grandes conjuntos organizados burocráticamente, y la separación cada vez mayor de las
funciones de ejecución y dirección; la manipulación y la organización desde fuera de todos los
aspectos de la vida; la constitución de aparatos de dirección separados, dentro de los cuales se forma
rápidamente la misma división entre dirección y ejecución.
De este modo el capitalismo se organiza y organiza la sociedad. Tiende a producir una situación
en la que el aparato de dirección decida de todo, en que nada interrumpa el funcionamiento «
93
[Sobre el sentido exacto de esta «proletarización», véase 2a parte, punto 15.]
normal » previsto por las oficinas y los gobernantes, donde todo se haga según planes de los
organizadores, donde la manipulación indefinida de los hombres les lleve a comportarse dócilmente
como máquinas de producir y consumir. Sólo así podrían superarse las contradicciones y las crisis
del sistema. Aparentemente el capitalismo ha recorrido ya una buena parte del camino que lleva a
tal objetivo. Como ya hemos visto, ha llegado a controlar suficientemente la economía para eliminar
las depresiones o el paro masivo, ha conseguido manipular a los consumidores de tal modo que
estén dispuestos a absorber una producción en crecimiento constante, ha integrado las
organizaciones obreras en su sistema convirtiéndolas en parte esencial de su propio mecanismo, y
transformado la política en un juego inofensivo. Todas estas manifestaciones de la burocratización
de la sociedad, y en particular el control de la economía, han sido consideradas por los apologistas
del sistema y algunos marxistas tradicionales como una prueba de que el capitalismo había «
superado sus contradicciones »«
Lo que lleva frecuentemente a los marxistas tradicionales, o a negar los hechos, o a abandonar
toda perspectiva revolucionaria, es que no ven que el capitalismo lo único que ha hecho ha sido
elimi- mar del medio social lo que no era capitalista, que las « contradicciones » en las que están
acostumbrados a pensar no son precisamente las contradicciones del capitalismo, sino las
incoherencias de una sociedad que el capitalismo no había transformado lo bastante. No comprenden
que, por ejemplo, las depresiones económicas estaban condicionadas por la fragmentación de la
producción en una multitud de unidades dirigidas independientemente, hecho que nada tenía de
esencialmente capitalista y que, por el contrario, es tan absurdo desde el punto de vista del sistema
como lo sería la gestión independiente de los distintos talleres de la misma fábrica. La lógica del
capitalismo es la de tratar a la sociedad en su conjunto como si fuera una inmensa empresa
integrada; los problemas que encuentra mientras no ha conseguido llevar a cabo semejante
integración, en vez de revelar la esencia del capitalismo, no hacen sino ocultarla.
Pero si abandonamos este punto de vista superficial, vemos inmediatamente que la contradicción
del capitalismo no puede suprimirse a menos que el sistema sea abolido. Pues esta contradicción
viene dada por la estructura misma, como hemos visto anteriormente, y es inherente a la relación
fundamental que constituye la organización capitalista de la producción y del trabajo. Esta tiende a
reducir a todos los trabajadores al papel de ejecutantes dóciles, pero se hundiría inmediatamente si
esa reducción se llevara a cabo. Por eso se ve obligada a solicitar la participación de los ejecutantes
en el proceso de producción y al mismo tiempo a prohibirles toda iniciativa.
En una sociedad en cambio continuo, esta contradicción se convierte en el problema diario de la
producción, y la lucha de clase de los trabajadores se convierte inmediatamente en una
impugnación permanente de los fundamentos del sistema. Desde hace un siglo, el tailorismo, la
sicología y la sociología industriales han intentado realizar esta cuadratura del círculo : hacer que
los obreros, explotados y alienados, trabajen como si no lo estuvieran, que quienes han sido
privados de toda iniciativa, tomen iniciativas extraordinarias cuando sea « necesario », es decir
siempre, y que los que son constantemente excluidos de todo participen en algo. La solución de
este problema no ha avanzado de un milímetro desde hace un siglo 94. Las vanas tentativas de los
sociólogos industriales para « reformar las relaciones humanas en la industria » sólo son un
adorno, como los jardincillos bien cuidados que rodean a las fábricas modernas.
Naturalmente, cuando la lógica del sistema, llevada a sus últimas consecuencias, llega a un
callejón sin salida absoluto, se hace un trabajo « corrector ». Pero todo eso no son más que
oscilaciones en torno a un punto de desequilibrio central. Por ejemplo, existe actualmente un
movimiento contra la división creciente de las tareas, porque se ha visto que a partir de cierto
punto tal desmenuzamiento dismi-
nuye el rendimiento global de la empresa en vez de aumentarle 95. Ciertas empresas modernas de
Inglaterra o de los Estados Unidos han abandonado el « salario al rendimiento », para eliminar los
conflictos que surgen perpetuamente de la definición de las normas, su control, etc., y han vuelto a la
remuneración por tiempo. Pero estas correcciones no alteran lo esencial. En el contexto actual es
imposible ampliar las tareas hasta un punto en que el trabajo del obrero recupere algo de su sentido,
y el dar tareas más integradas a los obreros, al aumentar su grado de autonomía relativa en el trabajo,
incrementa sus medios de lucha contra la dirección, alimentando así el conflicto fundamental. La
vuelta a las remuneraciones por tiempo hace que se plantee de nuevo e integralmente el problema del
94
Este hecho fundamental es reconocido por los dirigentes capitalistas cuando hablan claramente. Por ejemplo, el Financial
Times (7 de noviembre de 1960) resume un libro publicado recientemente por Wilfred Brown, presidente durante veinte
años de la Glacier Metal Company, Exploration in Management (Londres, 1960) : «La preocupación fundamental del
señor Brown es la divergencia
43 entre la organización formal de su compañía (desde el presidente hasta el taller) y la forma
real que toma en la práctica la elaboración de la política y^ de las decisiones [...] En cierto sentido, su problema es que,
digamos, todo el mundo «pasa por encima» o «a espaldas» de los demás. Prueba de lo que de penetrante hay en el análisis
del autor, ha llegado a reconocer con claridad —aunque sin poder remediarlo— lo que él llama « la escisión existente en la
base de la cadena de mando». Nos encontramos con el reconocimiento sincero por parte de un hombre de negocios, después
de* una investigación independiente, del concepto marxista ciánico de la alienación del obrero. Que este es el gran problema
con el que se enfrenta la industria británica (e incluso la sociedad británica), lo demuestra claramente el aumento inccuftnt#
dtfl número de huelgas no oficiales [...] »
95
Véase G. Friedman : Le travail en miettes.
rendimiento, a menos que la empresa se satisfaga con el rendimiento determinado por los obreros
mismos.
Por esto la solución que el capitalismo ha elegido no es la mejora de sus relaciones con los
obreros, sino su supresión radical por la supresión del obrero, es decir por la automatización de la
producción. Como ha dicho un patrono americano, «lo malo de la industria es que está llena de
hombres »96. Pero esta supresión no puede ser nunca completa : los conjuntos automatizados no
pueden funcionar sin estar rodeados de un conjunto de actividades humanas (aprovisionamiento,
vigilancia, reparaciones, etc.), e implican por lo tanto el mantenimiento de una fuerza de trabajo, y
las contradicciones que de aquí se derivan, aunque tomen una nueva forma. Y de todos modos,
durante mucho tiempo todavía, la automatización, por su misma naturaleza, no concernerá más que a
una pequeña minoría de la fuerza de trabajo total: los obreros efectiva o virtualmente eliminados de
los sectores automatizados deben de encontrar un empleo en algún sitio, y no podrá ser más que en
los sectores que aún no han sido automatizados. Como los sectores automatizados no emplean
apenas mano de obra, la mayoría de ésta seguirá ocupada durante mucho tiempo en los demás
sectores. La automatización no resuelve el problema del capitalismo en la producción.
Por esto, las victorias del capitalismo sobre los
obreros en la producción no tardan en convertirse en fracasos 97. La misma dialéctica aparece en la
gestión de la sociedad. Cada « solución» que el capitalismo inventa a sus problemas crea otros
inmediatamente: cada una de sus victorias lleva en germen una derrota. Por ejemplo, en el caso de las
depresiones y el paro. El capitalismo contemporáneo ha llegado a controlar el nivel de actividad
económica de modo que se eliminen las depresiones económicas y se mantenga un pleno empleo
relativo de la fuerza de trabajo. Pero esta situación ha creado toda una serie de problemas, que se ven
claramente en el caso de Inglaterra. En este país, el tanto por ciento de parados después de la guerra
no ha sido nunca superior al 2,5, mientras que las «ofertas de empleo no satisfechas » son con
frecuencia superiores al número de parados. La consecuencia es, por un lado, que la presión de los
salarios es juzgada evidentemente como «• excesiva » por los capitaüstas, y se materializa en los
aumentos generales acordados por negociación entre patronos y sindicatos, pero sobre todo en la «
deriva de los salarios », es decir un aumento continuo de las remuneraciones efectivas por encima de
las que figuran en el contrato. Por otra parte, y ésto es lo más intolerable para los capitalistas, la lucha
de los obreros contra las condiciones de producción y de vida en la empresa ha alcanzado una
intensidad y una amplitud extraordinarias (como veremos más lejos). Atacado por la impugnación de
su poder en la fábrica, y por el alza de salarios y de los costos que dificulta sus exportaciones al
extranjero, sin las que no podría vivir, el capitalismo inglés discute desde hace diez años, en las
columnas de sus periódicos, de la necesidad de inyectar en la economía una buena dosis de paro para
« disciplinar » a los obreros. El gobierno conservador organizó en varias ocasiones recesiones
económicas con este fin : en 1955 (el estancamiento de la producción que resultó duró hasta 1958), a
principios de 1960 (la producción no progresa durante un año) y aun en julio de 1961. Nada de esto
resolvió el problema. En primer lugar, la dosis de paro no era suficiente, pero una dosis mayor podía
provocar una verdadera depresión, o una explosión de la lucha de clases. Además estas recesiones y
en general la actitud «antinflacionista» del gobierno engendraron el estancamiento crónico de la
producción y de la productividad que ha contribuido más que cualquier otra cosa a minar la posición
competitiva de los productos ingleses en los mercados internacionales. Pero sobre todo, debido a la
combatividad del pro- letariado inglés, ni la presión sobre los salarios, ni los conflictos a propósito de
las condiciones de producción han disminuido; las recesiones han añadido sólo una nueva causa de
conflictos a las que ya existían : los despidos. Es frecuente que toda una fábrica se declare en huelga
porque 50 o 100 obreros han sido despedidos, y esto es señal de que los obreros se han planteado en
la práctica el problema del control del nivel de empleo en la empresa. En resumen puede decirse que
durante 6 años la política del gobierno conservador agravó los problemas en vez de resolverlos, y
creó constantemente otros nuevos. Algo similar diríamos de la que siguió el presidente Eisenhower
en los Estados Unidos, cuando, para luchar contra la presión obrera 98 restringió en diversas ocasiones
la expansión de la demanda global, provocando así un estancamiento de la producción
norteamericana durante siete años, equivalente a la pérdida potencial de unos 200 000 ó 300 000
millones de dólares, y para terminar produjo de la nada una crisis internacional del dólar 99.
No podemos dar aquí sino algunos ejemplos de esta dialéctica que transforma la « solución » de
un problema por el capitalismo burocrático en fuente de nuevas dificultades.
a) Al aceptar los aumentos de salarios, el capitalismo resuelve el problema de las salidas que
necesita una expansión continua de la producción, y al mismo tiempo trata de comprar la docilidad
96
The New York Herald Tribune, 5 de junio de 1961. Se trata de un dirigente de la International Harvester.
97
Véase « Sur le contenu 44
du socialisme », Ibid
98
La obsesión de las luchas obreras que se ha apoderado de los patronos modernos, es lo que Mendés-France llama elegante-
mente «la continua preocupación por la inflación » (L’Express, 23 de septiembre de 1960)
99
Pero no son enfermedades exclusivamente anglosajonas. En Alemania la influencia de mano de obra de los refugiados y la
docilidad de los trabajadores permitieron al capitalismo progresar a un ritmo rápido. Pero el pleno empleo continuado minó la
disciplina en la producción y produjo subidas de salarios mayores que el aumento de la productividad (30 % para los primeros
y 2 6 % para la segunda entre 1959 y 1963). No es un azar que en el momento en que el capitalismo alemán se vio enfrentado
con la contradicción entre la expansión continua y el mantenimiento de la « disciplina del trabajo », el milagro político alemán
y la dictadura Adenauer empezaran a periclitar.
de los obreros en la empresa y de limitarles a su vida privada. Pero la elevación del nivel de vida no
ha hecho bajar la tensión reivindicativa en el plano económico, que es hoy más bien más fuerte que
antaño ; y además cuando la miseria se aleja y el empleo parece seguro, el problema del destino del
hombre en el trabajo adquiere a ojos de los obreros la importancia central que realmente tiene, lo
que intensifica aún más la rebelión contra el régimen de la fábrica capitalista. A largo plazo, hasta la
« elevación del nivel de vida » se refuta a sí misma, y lo absurdo de semejante vida, de esa carrera
interminable tras de los diversos cebos mecánicos, empieza a aparecer claramente.
b) La domesticación de los sindicatos por el capitalismo le permite utilizarles en su beneficio.
Pero ésto produce un desinterés de los obreros respecto al sindicato, que los capitalistas terminan
por deplorar100; al integrar a la burocracia « obrera » en su sistema le han hecho perder
paulatinamente su ascendiente sobre los obreros : el arma se embota a medida que la emplean.
c) Al burocratizar los partidos y la política, se consigue alejar a la población de la vida pública, e
independizar a los gobernantes. Pero una sociedad, ya sea « democrática » o abiertamente totalitaria,
no puede funcionar mucho tiempo en medio de la indiferencia general de los ciudadanos, y la irres-
ponsabilidad total de los grandes jefes puede costar muy caro (como lo demostró Suez, por
ejemplo).
¿ Por qué todas las soluciones que da la clase dominante a los problemas de la sociedad son
parciales y desembocan siempre en nuevos conflictos ? Porque la gestión global de la sociedad
moderna escapa al poder, las posibilidades y capacidades, de cualquier capa particular de la
población. Porque no puede ser realizada de modo coherente cuando la inmensa mayoría de los
hombres está reducida al papel de simple ejecutante, cuando sus capacidades de organización, de
iniciativa, de creación son reprimidas sistemáticamente por esa sociedad que, por otra parte, necesita
su actividad para funcionar.
El capitalismo burocrático trata de realizar a escala social lo que ya es imposible en el taller: tratar
el conjunto de las actividades de millones de individuos como una masa de objetos manipulables. Si
los obreros de un taller ejecutaran estricta y rigurosamente las órdenes que se les dan, la producción
correría el riesgo de detenerse, y del mismo modo, si los ciudadanos se dejaran manipular
completamente por la propaganda o se comportaran con la docilidad que el poder exige de ellos,
todo control y todo contrapeso desaparecerían y. quedaría el camino abierto a la locura de la
burocracia, y el producto inevitable es Hitler, o Stalin, o el hundimiento de la Polonia burocrática en
1956, porque cuando todo el mundo obedece a las órdenes acaban por no andar ni los tranvías 101. Lo
que era quizá posible en una sociedad estancada, esclavista o feudal: la conformidad completa del
comportamiento de los explotados con las normas establecidas « desde siempre », únicas,
indiscutibles e inmutables, no lo es en una sociedad en plena evolución, que impone tanto a los
señores como a los súbditos el cambiar continuamente para adaptarse a situaciones siempre nuevas e
imprevisibles, que diariamente convierte en cosa caduca las normas, las reglas, las conductas, los
modos de obrar, las técnicas y los valores de la víspera. Esta sociedad, sometida a un movimiento de
aceleración creciente, que no podría vivir un solo instante, si hasta los más humildes de sus
miembros no contribuyeran a esta renovación perpetua —asimilando y haciendo humanamente
practicables las nuevas técnicas, prestándose a otros modos de organización o inventándoles,
modificando su consumo y mañera de vivir, transformando sus ideas y su visión del mundo ; esta es
la sociedad que, por su estructura de clase, obstaculiza esta adaptación creadora y quiere
monopolizar esas funciones, en beneficio de una minoría que pretende prever todo para todo el
mundo, definir, decidir, dictar y finalmente vivir por todos los demás.
No se trata de un dilema filosófico y no decimos que el capitalismo burocrático sea contrario a la
naturaleza humana. La naturaleza humana no existe, y podría decirse que precisamente por eso, el
hombre no puede convertirse en un objeto y el proyecto capitalista burocrático es utópico. Pero
incluso este razonamiento sigue siendo filosófico y abstracto. Precisamente porque el hombre no es
un objeto, y presenta en la práctica una plasticidad infinita, puede ser transformado en casi-objeto
durante largos periodos, y lo ha sido efectivamente en ciertos momentos de la historia. En el
ergastulum romano, en la mina explotada por esclavos encadenados, en la galera o en el campo de
concentración, los hombres fueron reducidos a casi-objetos, no a los ojos del filósofo o del
moralista, pero sí a los de sus dueños. Para el filósofo, la mirada del esclavo y su palabra serán
siempre el testimonio de su humanidad indestructible. Pero en la práctica del dueño, tales
consideraciones no cuentan para nada : el esclavo está sometido a su voluntad hasta el límite
marcado por las leyes de su naturaleza que hacen que pueda evadirse, romperse como una
herramienta o morir agotado como una bestia de carga. Nuestro punto de vista es sociológico e his-
tórico : es esta sociedad del capitalismo moderno, en constante movimiento de autotransformación
irreversible, la que no
45 puede, ni siquiera durante algunos años, transformar a sus súbditos en casi-

objetos, bajo pena de derrumbarse. El cáncer que la roe, es que, al mismo tiempo, se ve obligada a
tratar de realizar constantemente esa transformación.
Es esencial añadir que el capitalismo no fracasa solamente en su tentativa de « racionalizar »,
100
Véanse las citas de The Financial Times y de The Economist en SB, 29 y 30, 1960.
101
[Véanse, por ejemplo, «El precio del plan» de A. Kania y R. Koniczek, Po Prostu, n° 24 (386), 10 de junio de 1956,
traducción francesa en Les Temps Modernes, n.° 132-133, 1957,
o «La economía de la Luna » de W. Bienkowski, en el mismo número de los TM.]
según su punto de vista y sus intereses, el conjunto de la sociedad ; es también incapaz de «
racionalizar » las relaciones dentro de la clase dominante. La burocracia quiere presentarse como la
racionalidad encarnada, pero esa racionalidad no es más que un fantasma 102. No insistiremos aquí
sobre este punto, del que ya hemos hablado (capítulo 11 y 12). Baste recordar que la burocracia se
propone una tarea imposible como es la de organizar la vida y la actividad de los hombres en contra
de sus intereses ; que no sólo se priva así de su concurso (que al mismo tiempo tiene que solicitar)
sino que también suscita su oposición activa; que esta oposición se manifiesta en la práctica como
negativa a cooperar y a informar a la burocracia de lo que realmente pasa, y que por consiguiente la
burocracia tiene que «planificar» una realidad que ignora materialmente y que, incluso si la
conociera, no podría juzgar de modo adecuado porque su óptica, sus métodos, sus categorías de
pensamiento están limitadas del modo más estrecho y finalmente falseadas por su situación de capa
explotadora y separada de La sociedad ; que no puede « planificar » más que el pretérito, no viendo
en el futuro más que la repetición de lo que ha sido, en mayor escala, y no pudiendo « dominarle »
más que intentando someterle a lo ya sabido« El conjunto de estas contradicciones se reproduce en
el aparato burocrático. Como ya hemos visto, la extensión de la burocracia la hace organizar su
propio « trabajo » utilizando sus mismos métodos, volviendo así a crear en el aparato burocrático
una división entre dirigentes y ejecutantes que hace resurgir en su seno la contradicción que
caracteriza las relaciones del aparato con la sociedad ; lejos de poder unificarse, la burocracia se
encuentra profundamente dividida en su interior; esta división la acentúa la jerarquización del
aparato burocrático, el hecho de que el destino de los individuos depende de su promoción y de que,
en una sociedad dinámica, no hay ni puede haber una base « racional » que resuelva el problema de
la promoción individual y de la promoción en el aparato jerárquico ; que la lucha de todos contra
todos en el interior del aparato desemboca en la formación de pandillas y clanes cuya actividad
altera esencialmente el funcionamiento de éste y destruye los últimos vestigios de sus pretensiones a
la racionalidad ; que la información en el interior del aparato está necesariamente oculta o
falsificada; que el aparato sólo puede funcionar dándose reglas fijas y rígidas, periódicamente
distanciadas por la realidad y cuya revisión significa generalmente una crisis.
Los factores que determinan el fracaso del capitalismo burocrático y de su tentativa de organizar
totalmente la sociedad no son pues ni accidentales ni transitorios. Aparecidos con el sistema
capitalista mismo, expresan sus estructuras más profundas : el carácter contradictorio de la relación
capitalista fundamental, su impugnación permanente por la lucha de clase, la reproducción de esos
mismos conflictos en el interior del aparato burocrático y la exterioridad de éste respecto a la
realidad que tiene que controlar. Por eso no pueden ser eliminados por ninguna « reforma » del
sistema. Las reformas no sólo dejan intactas la estructura contradictoria de la sociedad, sino que
agravan la expresión de tal contradicción, pues toda reforma implica una burocracia que la lleve a
cabo. El reformismo no es utópico, como creyeron los marxistas, porque las leyes económicas
impiden que se altere la distribución del producto social (lo que, dicho sea de paso, es falso). Es
utópico porque es siempre, y por definición, burocrático. Las modificaciones limitadas que quiere
introducir no sólo no alteran jámas la relación capitalista fundamental, sino que deben ser
administradas por grupos aparte e instituciones especializadas, que automáticamente se separan de
las masas y se oponen a ellas. Es el capitalismo moderno mismo el que es profundamente reformista,
y el reformismo « obrero » no puede ser más que el colaborador del capitalismo en la realización de
sus tendencias más profundas.
15. Las crisis del capitalismo burocrático
Aun siendo incapaz de superar su contradicción fundamental, ¿ consigue el capitalismo « organizar »
exteriormente la sociedad para que evolucione sin choques y sin crisis ? ¿ Pueden conseguir, el
control burocrático y el totalitarismo, un funcionamiento coherente de la sociedad desde el punto de
vista de los explotadores ? Infinitamente más consciente y con más medios que hace un siglo, la
política capitalista fracasa sin embargo como antes frente a la realidad social moderna.
Este fracaso se traduce por el derroche enorme que caracteriza a las sociedades contemporáneas
desde el mismo punto de vista de las clases dominantes, por el hecho de que sus planes no se llevan a
cabo nunca, por su incapacidad de dominar efectivamente el curso de la vida social. Pero se traduce
también, periódicamente, por crisis de la sociedad establecida, que el capitalismo no ha conseguido
(y no puede) eliminar. Al hablar de crisis no nos referimos, o no nos referimos solamente, a las crisis
económicas, sino a las fases de la vida social en las que un acontecimiento cualquiera (económico,
político, social o internacional) provoca un desequilibrio agudo en el funcionamiento corriente de
la sociedad y pone a las instituciones y mecanismos existentes en la incapacidad temporal de
restablecer el equilibrio.
46
Las crisis, en ese sentido, son inherentes a la naturaleza misma del sistema
capitalista, y expresa su irracionalidad e incoherencia fundamentales. Una cosa es comprobar, por
ejemplo, que el capitalismo puede actualmente contener las fluctuaciones de la economía en límites
bastante estrechos, y que estas fluctuaciones han perdido la importancia que tuvieron antaño, y otra
cosa creer que el capitalismo puede asegurar un desarrollo social sin conflictos y coherente desde su
propio punto de vista.
102
Véase C. Lefort, « Le totalitarisme sans Staline », SB, 19,
1956.
Las dimensiones y la complejidad de la vida social actual, pero sobre todo sus transformaciones
permanentes hacen que el funcionamiento coherente de la sociedad no pueda ser asegurado por las «
leyes naturales » ni por las reacciones espontáneas de los hombres. Este funcionamiento coherente
que no fue un problema en otros momentos de la historia, se convierte en una tarea que debe ser
asumida por instituciones y actividades ad hoc. La constante transformación de la técnica y de las
relaciones económicas y sociales, la interdependencia creciente de los pueblos, de las industrias, de
los acontecimientos, hacen que aparezcan constantemente nuevos problemas, o que las soluciones
antiguas pierdan todo valor. La clase dirigente se encuentra entonces objetivamente obligada a orga-
nizar una respuesta social coherente a todos estos problemas nuevos. Ahora bien, por todas las razo-
nes expuestas, y que se deben a la vez a la estructura de clase de la sociedad y a su propia alienación
como clase explotadora, no hay ninguna garantía de que sea capaz de hacerlo ; podríamos decir que
es de hecho incapaz en la mitad de los casos. Cuando esta incapacidad se verifica efectivamente,
estalla una crisis, en el verdadero sentido del término.
Cada crisis particular puede pues parecer como un « accidente ». Pero, en ese sistema, la
existencia de accidentes y su repetición periódica (aunque no « regular») son completamente
inevitables. Puede tratarse de una recesión más prolongada que de costumbre, o de un episodio de
una guerra colonial. O de que los negros americanos no soportan más la discriminación racial a la
que el capitalismo americano les condena ; o de que un buen día se descubre que las minas de
carbón belgas ya no son rentables y los gobernantes deciden borrar el Borinage, con sus centenares
de miles de habitantes, del mapa económico, y el gobierno belga, al querer racionalizar sus finanzas,
provoca una huelga general de un millón de trabajadores que dura un mes. O de que en Alemania
Oriental, en Polonia o en
Hungría, en un momento en que la tensión entre las clases llega al máximo y en que las grietas del
edificio son visibles para todos, la burocracia no sabe hacer nada mejor que encender la mecha del
polvorín con actos de provocación.
Son « accidentes » contra los que no sólo el sistema capitalista no tiene ningún medio de defensa,
sino que tiende a producirles inevitablemente de un modo u otro. En esos momentos, la profunda
irracionalidad del sistema explota, la cohesión del tejido social se rompe y el problema de la organi-
zación global de la sociedad se plantea de modo objetivo. Si en tales circunstancias la necesidad de
esa organización se encuentra explícitamente presente en la conciencia de los trabajadores, entonces
el « accidente » puede transformarse en una revolución social. Por lo demás, ha sido siempre así
como se han producido las revoluciones en el historia, tanto en la del capitalismo como en la de los
regímenes precedentes, y no en el momento en que uná imaginaria « dinámica de las
contradicciones objetivas » llegaba al paroxismo. ';
Así pues, el capitalismo, privado o burocrático, seguirá inevitablemente engendrando crisis,
aunque no se trate ya de depresiones económicas, y aunque nadie pueda fijar su periodicidad. No
hay más que considerar la jungla pantanosa en la que se debaten los dirigentes de esta sociedad, su
impotencia y la imbecilidad a que están condenados en cuanto se les presenta un problema masivo,
para convencerse de que el edificio de la sociedad de explotación sigue siendo tan frágil o más que
nunca.
Pero esto no basta para fundar una perspectiva revolucionaria. En Francia se ha podido decir en
más de una ocasión que el poder estaba en la calle. Pero no hubo nadie capaz de cogerle. En 1945, el
capitalismo alemán sufrió un hundimiento absoluto. Unos años después se había convertido en el
más « floreciente » de los capitalismos occidentales.
Una crisis social es esencialmente un breve periodo de transición. Si durante la fase de dislocación
de la organización establecida las masas no intervienen, si no encuentran en sí mismas la fuerza y la
conciencia necesarias para crear una nueva organización social, las antiguas capas dominantes (u
otras) acabaran imponiendo su orientación. La sociedad no puede soportar el vacío, y para que la
vida continúe hace falta que se instale un «orden» cualquiera. En la ausencia de una acción de las
masas capaz de abrir una salida revolucionaria, la vida volverá a los viejos moldes, más o menos
arreglados según las circunstancias y las necesidades de la dominación de los explotadores. La
evolución de Polonia después de 1956 es un buen ejemplo 103.
Es lo que Lenin quería decir al afirmar que una revolución estalla cuando arriba no se puede más y
abajo no se quiere más, Pero la experiencia de las revoluciones y de los movimientos vencidos desde
hace cuarenta años demuestra que, tratándose de una revolución socialista, estas condiciones no son
suficientes. Hay que añadir: cuando abajo no se quiere más y se sabe, aunque sea de modo imper-
fecto, lo que se quiere. Como tantos ejemplos lo demuestran, no basta que el sistema de explotación
se encuentre en crisis, ni que la población intervenga. Hace falta que la intervención de las masas sea
consciente, que sean47capaces de definir objetivos socialistas y de orientarse para realizarlos en una
situación infinitamente compleja. Por conciencia, en este contexto, no entendemos una conciencia
teórica, un sistema de ideas claras y precisas existentes con anterioridad a la práctica. La conciencia
de las masas trabajadoras se desarrolla en y por la acción, y una revolución es precisamente una fase
de mutación nuclear de la historia. Pero esta conciencia eminentemente práctica de las masas
revolucionarias no surge de la nada. En cierto modo, sus premisas tienen que haber sido establecidas
durante el periodo anterior, y el problema al que tenemos que responder ahora es: ¿ Siguen dándose
103
Véase, por ej empio, Retour de Pologne de Claude Lefort, y « La voie polonaise de la bureaucratisation » en SB, 21, 1957.
las condiciones para que exista una conciencia socialista en el proletariado bajo el capitalismo mo-
derno ?

48
III. El futuro
16. La etapa actual de la lucha de clases
Para responder a esta cuestión, no hay más que un medio : analizar el comportamiento y las
acciones de los trabajadores en los países capitalistas modernos. Lo que tal análisis descubre
inmediatamente, es el contraste extremo que opone el comportamiento del proletariado en la
producción y su actitud fuera de la producción, frente a la política y a la sociedad en general.
Examinemos el caso de un país como Inglaterra. Como ya hemos dicho, el « pleno empleo »
existe desde después de la guerra; los salarios reales aumentan en un promedio de 2 a 2,5 % anual;
los seguros sociales son más completos que en Francia ; se han construido más de cuatro millones
de viviendas en 15 años. Sin embargo, por desgracia para los capitalistas ingleses y con gran
asombro de los sociólogos y sicólogos industriales, las luchas obreras no han perdido intensidad ni
profundidad; todo lo contrario. Resumamos las características más importantes de esas luchas y del
comportamiento del proletariado inglés.
1) Organización de las luchas. Existen huelgas « oficiales », es decir desencadenadas por
decisión de (o de acuerdo con) la dirección sindical. Pero incluso en este caso, la iniciativa
pertenece casi siempre a los obreros o a sus delegados de taller, al decidir la huelga que es ratificada
más tarde por el sindicato. Las huelgas que ordena efectivamente la dirección sindical son bastantes
raras y conciernen exclusivamente a las grandes batallas de toda una corporación. Pero cada vez son
más frecuentes las huelgas « extraoficiales », que no han sido aprobadas por la dirección sindical o
se han hecho a pesar de su oposición expresa. Esto no quiere decir que se trate de movimientos
desorganizados, ni mucho menos. En su organización, como en general en toda la vida obrera dentro
de la empresa desempeñan un gran papel los delegados de taller, los shop-stewards, que no son,
como ocurre en Francia o en otros sitios, los instrumentos de la burocracia sindical, sino auténticos
representantes de los obreros, elegidos y revocables. Miembros del sindicato, como todo el mundo
en Inglaterra, los shop- stewards no aceptan sin embargo todas sus directivas, y con frecuencia se
oponen a ellas, sin que el sindicato se atreva a sancionarles. No hay ningún ejempLo de un shop-
steward elegido por los obreros al que un sindicato haya negado las « credenciales » (credentials)
que garantizan su estatuto frente al patrono. Los shop-stewards están organizados de modo
autónomo respecto al sindicato (en Inglaterra no hay más que sindicatos de oficios, y no de indus-
trias, y los obreros de una fábrica pueden pertenecer a treinta sindicatos distintos ; esto ha
favorecido sin duda la independencia de los shop-stewards respecto a los sindicatos) ; hay una
reunión regular de los shop-stewards de cada fábrica (generalmente semanal), cuyo comité tiene
actividades y recursos propios (que proviene de las aportaciones de los obreros, de loterías, etc.), y
hay también comités de shop-stewards de todas las empresas de un distrito, y comités nacionales
por industria. Por otra parte, las huelgas « extraoficiales », como también casi todas las huelgas «
oficiales » limitadas a una sola empresa, se deciden en asambleas generales de los obreros
interesados, y no se terminan nunca sin que lo decida con un voto una reunión general de los
huelguistas.
2) Reivindicaciones. Se puede demostrar estadísticamente que las reivindicaciones económicas
en el sentido estricto de la palabra son cada vez menos el origen de los movimientos huelguísticos.
Las reivindicaciones que provocan huelgas con mayor frecuencia son las concernientes a las
condiciones de la producción en sentido amplio (periodos de descanso, cronometraje y cadencias,
consecuencias de cambio de máquinas o de métodos de producción, etc.) y las condiciones de
reclutamiento y despidos. Son también frecuentes las huelgas de solidaridad con otros obreros en
huelga104.
3) Actitud y solidaridad de los obreros. No hay prácticamente nunca una huelga sin un piquete
de huelga. Frecuentemente, cuando una categoría de obreros de la fábrica está en huelga,
otras categorías o incluso la totalidad de los obreros paran para apoyarles. Los productos que
104
Citaremos un caso « extremo » : el de las fábricas Briggs en Dagenham (pertenecientes a la Ford inglesa) donde se registra -
ron 289 paros entre febrero de 1954 y mayo de 1955, y 234 entre agosto ae 1955 y marzo de 1957, en su mayor parte «extra -
oficiales » y que variaban entre unas horas y varios días. Prácticamente todos se debieron a las condiciones de produc ción : ropa
de trabajo, congestión de los pasillos de comunicación y mal aprovisionamiento, medidas de seguridad, calefacción y
ventilación, intervención de los obreros en las decisiones sobre el emplazamiento de las máquinas, política de personal y
despidos, especialmente de 49 obreros viejos, cronometrajes, en general relacionados con los despidos, trabajo nocturno, alteración
de la composición de los equipos sin consultar previamente a los shop-stewards, actitud provocativa de los contramaestres,
actitud de la dirección frente a los sindicatos y a los delegados obreros. Véase el informe oficial de Lord Cameron, Report of the
court of inquiry... Londres, Aunque sea extremo, el caso de Briggs es típico en un sentido: vemos en el condensado lo que se
encuentra disperso en toda la industria británica. Lo mismo podemos decir de Inglaterra en conjunto, respecto a otros países
capitalistas modernos : vemos aquí ampliado lo que pasa en todos los sitios y sobre todo lo que pasará cada vez más. Observar
la experiencia inglesa hoy, es como concentrarse en la de la Commune después de 1871 o en la experiencia rusa después de
1917
i
salen de una fábrica en huelga, o las materias primas o piezas que necesita, son declaradas
«negras » es decir que los obreros de las otras fábricas se negarán a transportarlas o a
manipularlas. Hay frecuentemente colectas importantes de solidaridad entre las demás
fábricas de la región.
4) Atmósfera general. Es imposible describir en un resumen el clima que se deduce de las
descripciones detalladas o de los relatos de camaradas ingleses sobre la lucha o la vida en las
fábricas. Se manifiesta constantemente entre los obreros una solidaridad completa, impugnándose
casi permanentemente el poder de la dirección y de los contramaestres a propósito de los mil
pequeños acontecimientos de la vida diaria en la empresa.
Estas características que pueden aplicarse en general a toda la industria inglesa aparecen con
mayor claridad en ciertos sectores muy importantes, y diversos (minas, automóviles, industrias
mecánicas, astilleros, obreros portuarios y de transportes, por ejemplo). No es que tales caracteres
correspondan exactamente a la situación en toda la industria inglesa pero lo que sí es cierto es que
definen la tendencia típica de las formas más evolucionadas de la lucha de clases en un país de
capitalismo moderno. Y esta conclusión queda corroborada por lo que pasa en los Estados Unidos 105.
Es1a situación no impide que el proletariado inglés, como el escandinavo y más aún el norte-
americano, sean completamente inactivos políticamente. Se podría sostener que los obreros ingleses,
como los suecos, daneses o noruegos, al apoyar al partido laborista o socialdemócrata, expresan unas
aspiraciones políticas que coinciden con la política de dichos partidos, es decir son esencialmente
reformistas. Pero esa es una idea muy superficial. No puede aceptarse como hechos aislados y sin
relación alguna entre sí, que esos mismos obreros ingleses que hacen frente al patrón con tanta
energía, no tengan más actividad política que votar por el Labour en las elecciones generales, una
vez cada cinco años. Sabemos lo que es actualmente este partido, que es imposible encontrar en su
programa (teórico o real) diferencias radicales con el partido conservador, y que en todas las
cuestiones esenciales que se han planteado en los últimos diez años se ha comportado exactamente
como éste. Sabemos que en Suecia o en Noruega los partidos reformistas están en el gobierno desde
hace 16 años o más, pero si los partidos conservadores o liberales gobiernan un día, no cambiarán ni
intentarán cambiar ninguna de las « reformas » realizadas. Todo esto nos obliga a dar otra
interpretación a semejante apoyo electoral.
Son en realidad votos al mal menor, cuyo sentido (o ausencia de sentido) se explica por la
indiferencia que manifestaba la población en general y la clase obrera en particular, hacia los
partidos políticos y su « actividad», incluso en pleno periodo electoral. La gente puede hacer aún el
sacrificio de ir a la urna a meter su papeleta, pero no el de asistir a las reuniones, y menos aún el de
tomar parte en las campañas electorales. Como no existe nada en los programas del partido laborista
o de los socialdemócratas escandinavos que el capitalismo no pueda en el fondo aceptar, como el
refor- mismo no es más que una forma diferente de administrar el sistema capitalista y finalmente de
preservarle, el significado de la actitud política de los obreros en los países industrializados aparece
bien claro: el proletariado ya no se expresa como clase en el terreno político, ya no afirma una
voluntad de transformar o de orientar siquiera la sociedad en un sentido propio. En ese terreno, actúa
como un « grupo de presión » más.
17. La crisis de la socialización
Esta desaparición de la actividad política, y más generalmente lo que hemos llamado privatización,
no son sólo propias de la clase obrera; es un fenómeno general que se observa en todas las
categorías de la población y que expresa la crisis profunda de la sociedad contemporánea. Reverso
exacto de la burocratización, manifiesta la agonía de las instituciones sociales y políticas que, tras de
haber rechazado a la población, se ven ahora rechazadas por ella. Es el símbolo de la impotencia de
los hombres ante la inmensa maquinaria social que han creado y que no consiguen ya ni compren-
der, ni dominar. Es la condena radical de semejante maquinaria. Expresa la descomposición de los
valores, de los significados sociales y de las comunidades. Así como en la producción se comprueba
la contradicción entre por un lado la extrema colectivización del trabajo y la interdependencia
creciente de las actividades productivas de los trabajadores, y por otro, la organización del trabajo
por la burocracia que trata a cada obrero como una unidad separada de las otras, de igual modo, en
la sociedad, se ve actualmente llevada al límite la contradicción entre la socialización total de los
individuos, su dependencia extrema respecto a la sociedad nacional y mundial, y la atomización de
la vida, la imposibilidad de integrar a los individuos más allá del círculo estrecho de la familia —
que además se desintegra también cada vez más.
La diferencia, que es inmensa, estriba en que en la producción, los trabajadores que se ven
obligados a encontrar 50 una salida positiva a esta contradicción, combatiendo a la vez la organización

105
Las luchas obreras mas importantes de los últimos años en Estados Unidos han tenido por motivo las condiciones de trabajo
y de vida en la empresa : la rebelión de los obreros del automóvil en 1955 contra la burocracia sindical del CIO; la huelga del
acero de 1959-1960 y finalmente las huelgas del automóvil en otoño de 1961, en la que el acuerdo difícilmente obtenido entre la
dirección y los jefes sindicales no fue aceptado porque éstos habían «olvidado» los «problemas locales» es decir las condiciones
de trabajo. Una explosión de huelgas i « salvajes » que duraron 15 días les obligaron a mostrarse más [ realistas y los obreros
obtuvieron más o menos satisfacción a . sus demandas.
burocrática del trabajo y su atomización, constituyen grupos informales de trabajo y de lucha106. Por
desgarrada, llena de conflictos, y en permanente peligro que se encuentre, la comunidad de los
trabajadores de un taller o de una empresa existe siempre como tendencia y manifiesta que el
capitalismo no llega a destruir ni la actividad de clase, ni la socialización positiva de los trabajadores
en el plano de la producción. Por el contrario, la estructura misma del capitalismo las suscita
continuamente, y por eso el obrero tiene que enfrentarse siempre a la organización impuesta del
trabajo, a la vez para salvarse a sí mismo y para poder producir.
Esta lucha alimenta de modo constante la socialización de los trabajadores, que a su vez refuerza
a aquélla, y todos los esfuerzos del capitalismo (jerarquización, selección de personal, discrimina-
ciones injustificadas, cambios periódicos de los equipos de trabajo) no consiguen ni conseguirán
destruir ni una ni otra. Por el contrario, la modernización del capitalismo da a la lucha en el sector
de la producción una intensidad mayor y un sentido más profundo. Primero, porque la evolución de
la técnica y de la organización de la producción, plantea de modo cada vez más agudo el problema
de la participación efectiva del hombre en su trabajo. Además, porque a medida que los demás
problemas que preocupaban tradicionalmente a la clase obrera pierden su urgencia vital, que la
coacción basada en el hambre y el paro se hace imposible, la cuestión de su papel en la producción
se convierte en la cuestión vital para el obrero. Se puede aceptar cualquier trabajo y cualquier
régimen cuando se tiene hambre y hay millares de parados que esperan en la puerta ; pero este no es
el caso actualmente.
La lucha de los obreros deja de ser en este momento, como hemos visto en el ejemplo de
Inglaterra, una lucha puramente económica, y se convierte en una lucha contra la alienación del
obrero como productor, contra su subordinación a la dirección de la empresa y su dependencia de
las fluctuaciones del mercado de mano de obra. Cual- quiera que sea la «conciencia explícita» de los
obreros ingleses, su comportamiento efectivo, tanto en la vida diaria de la fábrica como en las
huelgas «extraoficiales », plantea implícitamente la cuestión : quién manda en la empresa. Es decir,
aunque sea de modo fragmentario y embrionario, el problema de la gestión de la producción.
La colectividad obrera aparece en ese marco actuando con unidad y cohesión, y hace surgir de sí
misma, con los shop-stewards, una forma organizativa que encarna la democracia y la eficacia pro-
letarias. Pero en la sociedad global no encontramos nada equivalente. La crisis del capitalismo ha
llegado a una etapa en que se convierte en una crisis de la socialización en cuanto tal, y afecta al
proletariado tanto como a las otras capas sociales. Los modos de actividad colectivos, de cualquier
clase que sean, se hunden, se vacían de contenido, y no queda de ellos más que caparazones
burocrati- zados. Esto no sólo es cierto respecto a las activi dades políticas u otras que se plantean
un fin preciso, sino también para cualquier actividad desinteresada.
La fiesta, por ejemplo, creación inmemorial de la humanidad, tiende a desaparecer de las
sociedades modernas como fenómeno social. Sólo sobrevive hoy como espectáculo, aglomeración
material de individuos que han dejado de comunicar positivamente entre ellos, y no coexisten más
que dentro de relaciones yuxtapuestas, anónimas y pasivas frente a un polo que es el único activo y
cuya función es la de hacer existir la fiesta para los asistentes. El espectáculo, actuación de un
individuo o un grupo especializados, ante un público impersonal y transitorio, se convierte así en el
modelo de la socialización contemporánea, en la que cada uno es pasivo respecto a la comunidad y
no percibe al otro como posible sujeto de intercambio, de comunicación y de cooperación, sino
como un cuerpo inerte que limita sus propios movimientos. No es accidental que, por ejemplo, los
observadores de las huelgas en Walonia, en enero de 1961, hayan quedado tan sorprendidos por el
aspecto de fiesta que presentaba el país y el comportamiento de hombres que sin embargo estaban
en lucha, y en circunstancias difíciles 107: las inmensas dificultades materiales estaban superadas por
la resurrección de una verdadera sociedad, de una verdadera comunidad, por el hecho de que cada
uno existía verdaderamente con y para los demás. Hoy en día, sólo en las erupciones de la lucha de
clases puede ya vivirse lo que está definitivamente muerto en la sociedad instituida : una pasión
común de los hombres que se convierta en fuente de actividad y no de pasividad, una emoción que
no desemboque en el estupor y el aislamiento sino en una comunidad que actúe para transformar lo
que existe108.
La desaparición de la actividad política entre los obreros es a la vez resultado y condición de la
evolución del capitalismo que hemos descrito. El movimiento obrero, al transformar el capitalismo,
ha sido al mismo tiempo transformado por él, y las organizaciones obreras han quedado integradas
en el sistema de instituciones de la sociedad establecida, al mismo tiempo que asimiladas en su sus-
tancia por ella; sus objetivos, sus modos de acción, sus formas de organización, sus relaciones con
los trabajadores, se han modelado cada vez más según los prototipos capitalistas. Sin poder analizar
51
106
Véase « Sur le contenu du socialisme», Ibid.
107
[Lo mismo ha podido ser dicho de algunos momentos de mayo de 1968 en Francia. Véase, por ejemplo, sobre la noche de las
barricadas del 10, en Ce n'est qu’un début de Labro, p. 65 : «[...] la gente era indeciblemente feliz» («Un militant du 22 mars
parle»).]
108
No hablamos aquí de la socialización como concepto formal, sino del contenido de la socialización. El sociólogo que con el
pretexto de que una sala de cine y una reunión de un consejo obrero representan ambas modos de socialización, no quiere ver la
oposición total entre esos dos tipos de integración social y la diferencia de sus efectos sobre la dinámica de la sociedad
considerada, demuestra sólo el vacío y la inutilidad a que puede llegar una «ciencia » cada vez más formalista.
aquí este proceso históricamente 109, trataremos de mostrar cómo sus resultados condicionan hoy, de
modo perpetuamente renovado, el abandono por los trabajadores de toda actividad política.

La burocracia de « sus » organizaciones aleja a los obreros de la acción colectiva. Empieza al


aceptar los obreros un cuerpo estable de dirigentes y una delegación permanente de poderes a ese
cuerpo; desemboca en la formación de capas burocráticas en las organizaciones políticas y
sindicales, que las dirigen como una dirección capitalista su fábrica o el Estado, y que pronto se
encuentran ante la misma contradicción que ésta: cómo obtener a la vez la participación y la
exclusión de la gente. Contradicción insoluble, que produce aquí efectos mucho más devastadores
que en la producción, pues si para vivir es necesario comer, no es indispensable tener una actividad
política. Esto es lo que explica también que el alejamiento de los obreros sea menor respecto a los
sindicatos que respecto a los partidos ; los sindicatos pueden aparecer aún como guardando un cierto
lazo con el pan de cada día.
Este es el resultado de la burocratización de las formas de organización, los modos de acción y las
relaciones con los trabajadores. Pero el efecto de la degeneración ideológica propiamente dicha es
también importante. No hay ideología revolucionaria o meramente obrera que esté presente en la
sociedad (y no cultivada en sectas). Lo que las organizaciones « obreras » proponen (cuando aban -
donan momentáneamente las combinaciones electorales y parlamentarias) no difiere esencialmente
de lo que el capitalismo mismo propone, realiza o al menos tolera : el aumento del consumo material
y del tiempo libre (libre y vacío de todo contenido), jerarquía y promoción según el mérito,
eliminación de las « irracionalidades » exteriores en la organización de la sociedad; es decir, valores
esencialmente capitalistas.
El movimiento obrero empezó de modo radicalmente diferente, aunque no se desinteresara por los
objetivos parciales. Empezó como proyecto y promesa de transformación de las relaciones entre los
hombres, de instauración de la igualdad y del reconocimiento recíproco, de supresión de los jefes, de
libertad real. Todo eso ha desaparecido, incluso como demagogia. Las organizaciones « obreras»
pretenden que su subida al poder incrementaría más rápidamente la producción y el consumo, redu-
ciría el tiempo de trabajo o extendería la misma educación actual a mayor número de personas : en
resumen, realizaría mejor y más deprisa los objetivos del capitalismo. La producción rusa crece más
deprisa que la producción norteamericana, los sputniks rusos son más grandes y van más lejos que
los norteamericanos, y eso es todo.
No queremos decir con esto que los obreros conserven en su interior la imagen pura e inalterada
de la sociedad socialista, la comparen con el programa de la SFIO [Sección Francesa de la Inter-
nacional Socialista] o del Partido Comunista y saquen la consecuencia de que ninguno de ambos
partidos es digno de su apoyo. En gran medida, los objetivos capitalistas han penetrado en el pro-
letariado. Pero precisamente, como su realización no exige una participación o una acción diferente
de la que pide un partido burgués, el apoyo electoral basta. Y a la inversa, tales partidos no pueden
suscitar entre la gente más que un apoyo electoral110.
La apatía política de los trabajadores está determinada por dos procesos convergentes. Alienada y
oprimida como siempre (o mejor dicho, como nunca) en la producción, la clase obrera lucha contra
su condición e impugna la dominación de la dirección capitalista en la empresa. Pero no llega a dar a
esta lucha su prolongación global, porque no encuentra ninguna organización, ninguna idea,
ninguna perspectiva que se distinga de la infamia capitalista, ningún movimiento que simbolice la
esperanza de nuevas relaciones entre los hombres. Es entonces natural que se vuelva hacia
compensaciones o soluciones privadas, y que encuentre un capitalismo cada vez más dispuesto a
darla este tipo de compensaciones. No es accidental que, como ya hemos señalado, en el
hundimiento de todos los valores, el único valor que subsiste sea el « valor » privado por excelencia,
el del consumo111, y que el capitalismo le explote frenéticamente. Es así como, con una seguridad de
empleo relativa, un « nivel de vida » creciente, la ilusión o la oportunidad débil de un ascenso, tanto
los trabajadores, como los demás individuos tratan de dar un sentido a su vida con el consumo y el
tiempo libre.
18. Las condiciones reales de una revolución socialista
Esta es la situación actual en las sociedades modernas. Y la cuestión que se plantea es la siguiente :
¿ Esta situación anula o corrobora una perspectiva revolucionaria ? En la terminología tradicional: ¿
Sigue el capitalismo moderno produciendo las condiciones de una revolución socialista ?
109
4-. Véase « Prolétariat et organisation », SB, 27, 1959. 120
110
Esto es más cierto aún, 52
aunque de modo diferente, en el caso de los simpatizantes comunistas. Para ellos, de lo que se trata es
de que Rusia llegue a « alcanzar a los Estados Unidos », y este objetivo no necesita para nada su cooperación o participación, su
realización pasa por los planes de cinco o veinte años. La victoria mundial de ese « socialismo » no depende de lo que hagan
ellos, sino de la cantidad y calidad de los cohetes rusos.
111
No hay que olvidar que nada puede consumirse que no provenga de la sociedad y que no nos remita a ella, nada que no
presuponga, tanto para ser producido, una actividad social, que no nos plantee por lo tanto el problema de la sociedad. El
espectador de la televisión aislado en su casa se encuentra inmerso en el mundo en cuanto gira el botón, el automovilista en un
embotellamiento se ve literalmente ahogado en un océano de individuos y objetos sociales. Pero no tiene con ellos ninguna
relación positiva.
El movimiento revolucionario no es un movimiento de reforma moral. No se dirige a la
interioridad del hombre eterno, pidiéndole que realize un mundo mejor. Es, desde Marx —y en esto
todo revolucionario digno de tal nombre seguirá siendo marxista— un movimiento apoyado en un
análisis de la historia y de la sociedad, que muestra que la lucha de una clase de hombres en la
sociedad capitalista, la clase obrera, no puede alcanzar sus objetivos más que aboliendo dicha
sociedad y con ella las clases, e instaurando otra nueva que suprima la explotación y la alienación
social del hombre112. La posibilidad del socialismo no puede plantearse realmente sino en una
sociedad capitalista, y no puede resolverse sino en función de un desarrollo que tiene lugar en dicha
sociedad. Pero esta idea capital ha quedado oscurecida muy pronto en el marxismo por una
mitología de las « condiciones objetivas de la revolución socialista » que es necesario destruir.
La « maduración de las condiciones objetivas del socialismo » ha sido tradicionalmente
considerada como un grado de desarrollo suficiente de las fuerzas materiales de producción. Esto
porque « una sociedad no desaparece nunca antes de haber agotado sus posibilidades de desarrollo
» ; porque el socialismo no podría edificarse sobre una base de miseria material; porque, finalmente,
con el desarrollo de las fuerzas productivas, las contradicciones « objetivas » de la economía
capitalista conducirían a un hundimiento o a la crisis permanente del sistema.
Hay que eliminar radicalmente ese tipo de consideraciones y la metodología que las produce. No
existe un desarrollo de la producción por debajo del cual la revolución socialista está condenada al
fracaso, y más allá del cual su triunfo sea inevitable. Por elevado que sea, el nivel de las fuerzas pro -
ductivas no nos garantizará nunca que una revolución no degenere si falta el factor central, la
actividad permanente y total del proletariado para transformar la vida social. Nadie se atrevería a
afirmar que la revolución socialista está tres veces más cercana en los Estados Unidos que en Europa
occidental porque la producción por habitante sea en el primer caso tres veces mayor. Si es indiscu-
tible que el socialismo no puede construirse en la miseria, hay que darse cuenta de que jamás una
sociedad de explotación creará una abundancia suficiente para abolir ni siquiera atenuar los antago-
nismos entre individuos y grupos. La misma mentalidad mecanicista según la cual hay un nivel
rígido de consumo del trabajador bajo el capitalismo, hizo creer en la existencia de un nivel definible
de saturación de las necesidades, y que la « guerra de todos contra todos » se atenuaría a medida que
nos acercáramos a él113. Pero el capitalismo, al desarrollarse, desarrolla también las necesidades, y el
antagonismo en tomo a los bienes materiales es mucho mayor en una sociedad moderna que en una
aldea africana primitiva. No es la existencia de más o menos bienes materiales, sino una actitud
diferente del proletariado frente al problema del consumo, lo que permite superar ese antagonismo.
Esa actitud diferente ha aparecido siempre que el proletariado ha entrado en acción para transformar
la sociedad114, ya que no se trata más que de uno de los aspectos de su ruptura con el orden de cosas
precedente.
Hay que eliminar igualmente la idea de que la maduración de las condiciones del socialismo
consiste en un « acrecentamiento » o en una « intensificación » de las contradicciones objetivas (es
decir independientes de la acción de las clases, o que determinan de modo inevitable esta acción) del
capitalismo. Hemos visto que toda dinámica económica de las « contradicciones objetivas » era
ilusoria. Añadiremos que, desde el punto de vista de la perspectiva revolucionaria, es superflua. Las
ridiculas expresiones como « contradicciones constantemente crecientes », « crisis cada vez más
profundas », deben de ir a parar al archivo de los conjuros estalinistas o trotsquistas. Las contradic-
ciones no crecen, como las plantas, y es difícil imaginar crisis objetivas « más profundas » que las
de los Estados Unidos y Europa en 1933, o de Alemania y de toda la Europa continental en 1945, en
que la dislocación de la sociedad establecida era total. ¿ En qué consistirá una crisis « m á s profunda
» en el porvenir ? ¿ En la reaparición del canibalismo ? La cuestión no es saber si habrá «crisis cada
vez más profundas » en el futuro —pues habrá crisis mientras dure el capitalismo— sino si ese
factor cuya ausencia impidió la transformación revolucionaria de tales crisis en el pasado, la
intervención creciente del proletariado, aparecerá, y por qué. No hay más que una condición del
socialismo, que no es ni « objetiva » ni « subjetiva », sino histórica: la existencia del proletariado
como -4.

clase, que en su lucha se desarrolla como portador de un proyecto socialista.


No queremos decir con esto que el capitalismo siga siendo siempre el mismo respecto a las posibi-
lidades revolucionarias, ni que su evolución « objetiva » sea indiferente porque de todos modos pro-
ducirá crisis, ni que, en 1961 como en 1871 la cuestión sigue siendo la misma: si el proletariado será
capaz de intervenir y de llegar hasta el fin. Este punto de vista intemporal, este análisis de las
esencias revolucionarias, no tiene nada que ver con lo que decimos, por varias razones. La primera
112
No se trata de suprimir 53
de la historia y de la condición humana todo conflicto y toda desgracia, sino esas formas precisas de
servidumbre del hombre ante el hombre y ante sus propias creaciones que se llaman explotación, jerarquía, absurdo del trabajo,
inercia y opacidad de las instituciones.
113
Trotski decía que en una familia acomodada nadie se pelea por el postre. Ejemplo engañoso porque en las familias ricas se
disputa y hasta se asesina por otras clases de postre, e incluso más que en las familias pobres. Todos los razonamientos de
Trotski en este asunto se encuentran enormemente influidos, aunque de modo comprensible, por la experiencia de la miseria y
del hambre en la Rusia de 1917 a 1923. Esta experiencia no tiene nada de típica en la sociedad contemporánea.
114
No decimos con esto que el socialismo sea una especie de conversión interior, sino que la actitud de los hombres ante el
reparto de los bienes y las necesidades son hechos culturales, ¿ocíales e históricos.
es que no hay revolución sin proletariado y que el proletariado es un producto del desarrollo capita-
lista. El movimiento mismo del capitalismo, al proletarizar la sociedad, extiende —en el sentido
cuantitativo de la palabra esta vez— la base de la revolución socialista porque multiplica y
finalmente hace mayoritaria en la sociedad una masa de trabajadores asalariados, parcelarios,
explotados y alienados. En segundo lugar, porque el modo cómo el proletariado vive y critica el
sistema de explotación (incluso el empleado de oficina con un nivel de vida creciente) es
radicalmente distinto de cómo lo hace un campesino pobre. Aunque las contradicciones económicas
de un capitalismo arcaico maten de hambre al campesino pobre, éste no se acerca más al socialismo.
Pero el asalariado moderno de una gran empresa, en cuanto tiene la experiencia de la explotación y
de la opresión en el trabajo, no puede sacar más que conclusiones sobre la necesidad de una
reorganización socialista de la producción y de la sociedad. Entre el campesino pobre y el socialismo
hay una infinidad de falsas soluciones ; entre el asalariado moderno y el socialismo, ninguna (aparte
de las soluciones individuales, que no lo son para la clase).
Para el proletariado ruso de 1917, el campesinado fue un ariete colosal cuyo peso le permitió
derribar al zarismo, pero que luego frenó terriblemente el desarrollo de la revolución. A ese respecto,
no hay punto de comparación entre la situación rusa do 1917 y la norteamericana, rusa o europea de
hoy, precisamente porque la evolución del capitalismo ha creado en esas sociedades una mayoría
inmensa de asalariados a la que, cuando salga de su letargo, sólo las soluciones socialistas parecerán
posibles. Sólo el proletariado es una clase revolucionaria, pues sólo para él se plantea en la
existencia diaria el problema central del socialismo, el destino del hombre en la producción 115.
Por último, la concentración capitalista da las bases para una organización colectiva de la
sociedad, y su evolución lleva constantemente a los hombres a plantearse el problema de su
organización global. Por su estructura objetiva, el capitalismo actual hace ver a cada uno, en su
trabajo y en su vida, que su problema es la supresión de la alienación, de la división entre dirigentes
y ejecutantes, y también, de modo inmediato, que el problema de la sociedad es de la misma
naturaleza, porque precisamente esta estructura tiende a transformar la sociedad en una inmensa
empresa burocrática. Cuanto más se extienda la organización burocrática del capitalismo por toda la
sociedad, todos los conflictos tenderán a modelarse en mayor grado sobre la contradicción
fundamental del sistema. La experiencia de la sociedad tiende así a unificarse, y es el mismo
conflicto el que es vivido por todos y en todas partes como su destino diario. El desarrollo mismo del
capitalismo destruye todos los fundamentos « objetivos » de la existencia de una clase dirigente a la
vez técnicamente (toda burocracia planificadora podría ser ya actualmente reemplazada por
calculadoras electrónicas) y socialmente (al revelar el papel verdaderamente negativo de los
dirigentes a los ojos de los ejecutantes). Ha hecho nacer la necesidad de una gestión racional de la
sociedad que contradice constantemente con sus actos, y proporciona cada vez más claramente los
elementos de las soluciones socialistas futuras.
Pero ninguno de estos factores tiene un significado positivo por sí mismo, independientemente de
la acción de los hombres. Ya que son todos ellos contradictorios o ambivalentes. La proletarización
de la sociedad va acompañada de su jerarquización y no significa, como creyó Marx, que un
pequeño grupo de supercapitalistas se encontrará un día en medio de un océano de proletarios. La
evolución técnica que daría inmensas posibilidades a un régimen revolucionario, proporciona al
mismo tiempo a los capitalistas medios de violencia y de dominio sutil sobre la sociedad que superan
todo lo que hubiera podido imaginarse. La difusión del saber tecnológico va unida a lo que Philippe
Guillaume llamó un neoanalfabetismo aterrador. El desarrollo del capitalismo es también un
desarrollo del consumo que apareció durante todo un periodo a los explotados como una solución de
recambio. La crisis de los valores hace a la sociedad capitalista casi ingobernable, pero en esta crisis
desaparecen también los valores, las ideas, las organizaciones que hizo nacer el proletariado. En
Rusia tuvo lugar una revolución victoriosa en 1917, pero no ha ocurrido nada parecido después, en
países mucho más adelantados. Los revolucionarios no poseen en el Banco de la Historia un capital
colocado a interés compuesto.
Si existe una maduración de las condiciones del socialismo, ésta no podrá ser nunca la
maduración de unas condiciones « objetivas », pues las condiciones puramente objetivas no tienen
un significado definido por sí mismas. Esa maduración sólo puede ser un progreso en otro sentido, y
este se puede comprobar cuando examinamos históricamente la sucesión de las revoluciones
obreras. Es la curva ascendente que une las cumbres de las acciones proletarias de 1848 a 1871, a
1917 y a 1956. Lo que en el París de 1848 era la reivindicación vaga de una justicia económica y
social se convierte en 1917 en la expropiación de los capitalistas, y este objetivo, aun negativo e
indeterminado, aparece decantado en función de una experiencia ulterior y reemplazado en la
revolución húngara 54de 1956 por la exigencia positiva del dominio de los productores sobre la
producción, de la gestión obrera. La forma del poder político de la clase se precisa, de la Commune
de 1871 a los soviets de 1917, y éstos a la red de consejos de empresa en 1956.
Hay pues un proceso, interrumpido y contradictorio, desde luego, pero positivo, que no es « obje-
tivo » en la medida en que no es más que el desarrollo del sentido encamado de la acción obrera.
Pero no es tampoco un proceso solamente « subjetivo », de formación y educación de los obreros a
115
[Sobre este problema, y sobre los que plantea la estratificación social actual, véanse los puntos 15, 16 y 18 de la segunda
parte,]
través de las peripecias de su acción. No hay experiencia que sedimente en la clase obrera en un
sentido efectivo, no hay memoria del proletariado porque no hay una « conciencia del proletariado »
sino en un sentido metafórico116. E incluso en los obreros individuales, en los periodos que separan
dos fases revolucionarias, se buscaría en vano la mayor parte de las veces la memoria clara de los
acontecimientos, su elaboración consciente, la preparación aparente de una nueva definición de los
objetivos y de los medios» Generalmente no se encuentra sino confusión, apatía, y en ocasiones el
renacimiento de ideas reaccionarias.
¿ Cómo se efectúa pues esa progresión ? En parte, desde luego, por aprendizaje o experiencia
consciente en algunos elementos, cuya importancia no tratamos de disminuir, pues se trata al fin y al
cabo de los revolucionarios. Pero esta experiencia de una « vanguardia » que tiende a desempeñar el
papel de catalizador en el primer momento de cada nueva fase de actividad obrera 117 no tendrá
mucho eco, sin embargo, si al mismo tiempo la masa obrera no se halla dispuesta aunque no sea sino
a aceptar las nuevas conclusiones, si no se prepara a una fase de actividad nueva y superior. ¿ Cuál
es el significado de esa preparación ? Que durante ese periodo, por su acción revolucionaria
precedente o su actividad cotidiana, el proletariado ha transformado la sociedad y por tanto también
los términos del problema. En cada momento, la experiencia del proletariado se forma a partir de la
realidad presente y no de las «lecciones del pasado »; pero esta realidad presente contiene en sí los
resultados de la acción pasada, no es sino el resultado de la acción precedente de la lucha de clases.
En el presente se encuentran depositados como parte de la realidad a transformar los objetivos en
parte realizados y los que al realizar han cambiado de sentido, las victorias y los fracasos, las
verdades y los errores de antaño. Al transformar la realidad por su acción incesante, oscura o
brillante, el proletariado transforma al mismo tiempo las condiciones de su conciencia ulterior, y se
obliga en cierto modo a sí mismo a elevar el nivel de su lucha en la próxima etapa.
Esta dialéctica inmanente a la lucha de clases no tiene nada de mágico, no traduce una armonía
preestablecida ni prueba que el comunismo es el destino preparado por una Providencia revolucio-
naria como fin de la historia humana. Significa solamente que, mientras las soluciones que el pro-
letariado trate de encontrar sean « falsas », parciales o insuficientes, el problema queda entero y toda
nueva tentativa de resolverle debe comenzar por combatir las antiguas soluciones, y lo que han dado
en la realidad. El proletariado puede tratar de modificar su condición por el reformismo, pero en
cuanto el reformismo se encuentra realizado —como en la sociedad contemporánea— no puede, si
reanuda la lucha más que superarle o combatirle, porque el reformismo se ha convertido en parte
integrante de la realidad que hay que destruir. El proletariado puede tratar de liberarse entregando el
poder al partido, es decir, en definitiva a una burocracia, pero la realización misma de esta «
solución » conducirá a los obreros a superarla y combatirla, como lo han hecho en 1956, pues el
poder de la burocracia aparecerá como otra forma de poder capitalista.
Mientras la sociedad sea una sociedad de explotación, la tensión perpetua entre el objetivo social
(la liberación del hombre) y las figuras transitorias en las que la acción obrera ha creído poder
encarnar este objetivo, impulsará la historia adelante. La maduración de las condiciones del
socialismo es la acumulación de las condiciones objetivas de una conciencia adecuada,
acumulación que es en sí misma el producto de la acción del proletariado.
Y este proceso no es ni « objetivo » ni « subjetivo », es histórico; lo subjetivo no existe sino en tanto
que modifica lo objetivo y lo objetivo no tiene otro significado que el que le da, en un contexto y un
encadenamiento determinados, la acción de lo subjetivo118.
19. La perspectiva revolucionaria hoy
El problema que debemos plantearnos es si esta maduración, este progreso dialéctico siguen exis-
tiendo en el periodo actual. Abordaremos para ello tres cuestiones : la del trabajo y la gestión obrera;
la de la burocracia y la política, y la del nivel de vida y los valores.
1) Como hemos visto, el capitalismo contemporáneo hace que los trabajadores experimenten
116
La teoría de una « educación » de los obreros a través de los fracasos de una dirección burocrática, que sostiene implícita-
mente todas las ideas de Trotski durante los años 30, sólo tiene un alcance limitado. Sólo tiene sentido dentro de una fase
revolucionaría (y es cierto que hubo aprendizaje de las masas desde febrero a octubre de 1917), o para una minoría obrera.
¿ Cuántos trabajadores franceses que vivieron 1936 sacan hoy en día de esa experiencia las « lecciones » que sacaría una
organización revolucionaria ? Si se considera como experiencia la subjetiva y explícita, hay que decir que el resultado de las
luchas que fracasan, es la desmoralización.
117
Sólo en los primeros momentos, pues casi siempre esta vanguardia, formada sobre las conclusiones del periodo precedente,
tiene muchas dificultades para separarse de ellas (y lo que antes constituía su fuerza se convierte en su debilidad), mientras que
la actividad de las masas, 55
si la revolución continúa, tiende rápidamente a superarlas.
118
Puede verse en este proceso una eliminación de las soluciones falsas, a condición de comprender que no se trata de
eliminación mental, sino real, y que ese proceso no es algo arbitrario, donde una serie de falsas soluciones tomadas al azar son
eliminadas. Las tentativas de solución están ligadas entre sí, objetivamente (ya se trata del mismo problema, en el mismo
contexto histórico), y subjetivamente (es la misma clase la que les plantea). Además no nay una infinidad de soluciones falsas,
pues no todo es posible, y la sociedad moderna supone un marco. Por último, hay una solución verdadera. Esta afirmación es lo
que diferencia al revolucionario del filósofo de la historia.
1. Véase el editorial « Socialisme ou Barbarie», SB, 1, 1948, en particular p. 3940, así como « Les ouvriers et la bureaucratie »,
SB, 18, 1956, p. 75 a 86.
como su problema inmediato y diario lo que constituye el problema central del socialismo : el papel
del hombre en la producción, las relaciones entre los hombres en el trabajo, la organización de éste,
y, en definitiva, el problema de la gestión y de los fines del trabajo.
La importancia creciente, en Inglaterra, de las luchas sobre las condiciones de vida y de produc -
ción en la fábrica, las reivindicaciones de gestión obrera y supresión de normas de los consejos obre-
ros húngaros en 1956, atestiguan que no se trata de una extrapolación teórica sino de un progreso
real que ha sido condicionado, en Hungría, por la realización del poder de la burocracia, y en Ingla-
terra y los Estados Unidos por la « satisfacción » parcial de las demandas estrechamente económicas
y la consecución del pleno empleo.
2) Hemos sostenido desde 1948 que la subida al poder de la burocracia en los países del este
debía de conducir a una experiencia de esa burocracia, y que, de esta experiencia, los obreros
sacarían tarde o temprano conclusiones revolucionarias 1. En los países del este, la experiencia que
tiene el proletariado de « s u » burocracia es inmediata y directamente la experiencia de su carácter de
clase explotadora. En los países occidentales, la burocra- tización de las organizaciones «obreras», en
la medida en que no se encuentran aún identificadas integralmente con el sistema de explotación,
trae consigo una experiencia de la burocracia como « dirección política » (o sindical) y por
consecuencia un apartamiento de los obreros de la política. Pero esta experiencia adquiere
actualmente un carácter nuevo. Lo que hemos llamado privatización expresa una experiencia de la
política burocrática, pero esta experiencia no concierne sólo el contenido de la política, lo que
impugna es la forma misma de la política tradicional, el hecho político en cuanto tal. Los obreros que
tras de la experiencia del refor- mismo fueron a parar a la III Internacional, o los que tras la
experiencia del estalinismo pasaron al trotsquismo, criticaban y superaban cierta política queriendo
reemplazarla por otra. Pero la clase obrera actual rechaza la actividad política en cuanto tal,
independientemente de su contenido.
El significado de este fenómeno no es sencillo : hay indiscutiblemente una retirada, una
incapacidad provisional de asumir el problema de la sociedad que no tiene nada de positiva. Pero
hay algo más. Este desdén hacia la política tal como existe es, en cierto modo, el rechazo de la
sociedad actual en bloque. Lo que se rechaza es el contenido de todos los «programas», porque
todos, conservadores, reformistas o « comunistas » no representan más que variantes de un mismo
tipo de sociedad. Pero también se rechaza el tipo de actividad que representa la política tal y como
la practican las organizaciones tradicionales : actividad separada de especialistas sin contacto con las
preocupaciones de la población, tejido de mentiras y de manipulaciones, farsa grotesca con
consecuencias a veces trágicas. La despolitización actual es a la vez indiferencia y crítica de la
separación de la política y de la vida, del modo de existencia artificial de los partidos, de las
motivaciones interesadas de los políticos. Es una crítica tanto de la ineficacia y gratuidad de la
política actual como de su transformación en profesión especializada. Contiene pues implícitamente
una nueva exigencia : la de una actividad concerniente a lo que realmente importa en la vida, la de
nuevos métodos de acción, de nuevas relaciones entre los hombres en una organización.
3) Ya hemos hablado de los factores que conducen a la elevación del « nivel de vida », y descrito
el consumo como compensación para una clase obrera que, provisionalmente, no ve y no es capaz de
dar una solución social a sus verdaderos problemas. Pero está « elevación del nivel de vida » lleva en
sí misma los gérmenes de su destrucción, y esta destrucción planteará —y de hecho plantea ya—
todo el problema de los valores y el sentido de la vida humana. En primer lugar la « elevación del
nivel de vida » no tiene límite y se convierte en una carrera interminable detrás del « m á s » y el «
nuevo » que al fin se denuncia a sí misma. La religión de lo nuevo debe convertirse tarde o tem prano
en una antigualla según sus propios criterios. Además la expansión del consumo bajo su forma
capitalista crea contradicciones escandalosas, lo mismo a escala individual que social. El obrero que
duerme ante su televisión agotado por las horas extraordinarias que ha tenido que hacer para com -
prarla, la población que pasa horas en los embotellamientos de tráfico porque todo el mundo tiene su
medio de transporte individual, son ejemplos que se podrán multiplicar fácilmente. No se puede
predecir cuándo y de qué manera esta fase encontrará su límite119. Pero lo cierto es que la expansión
continua de este consumo hace posible una crítica que, con el tiempo, impugnará todo lo que cons-
tituye la vida en el sistema capitalista. Las contradicciones internas del consumo y el tiempo libre
capitalistas enfrentarán tarde o temprano a los obreros con los verdaderos problemas : ¿ Para qué
sirve la producción y para qué el trabajo ? ¿ Qué producción y qué trabajo ? ¿ Cuáles deben ser las
relaciones entre los hombres, y cuál debe ser la orientación de la sociedad ?
Las condiciones actuales plantean a los trabajadores el problema de la gestión obrera de la pro-
ducción y del destino del hombre en el trabajo. Al llegar al poder, la burocracia se señala a sí misma
como el enemigo que56 hay que combatir. La manipulación de los consumidores alcanzará sus límites.
Cuando el proletariado entre de nuevo en lucha, lo hará sobre la base de una conciencia profunda de
esos hechos. La clase obrera se encontrará mucho más próxima en ese momento de los objetivos y de
119
Desde 1955, en los Estados Unidos, el consumo no es ya un estímulo suficiente para la expansión económica, porque existe
una relativa saturación en la demanda de « bienes duraderos » que fue el gran motor de la expansión en la fase anterior. Eso
demuestra que existen ya ciertos límites a la extensión «indefinida » del consumo material y a la manipulación de los consu-
midores, pese a la perfección que ésta ha alcanzado. Pero sería prematuro y peligroso sacar una conclusión definitiva de este
hecho.
los medios del socialismo que en ningún otro periodo de su historia.
Segunda parte

El fin del movimiento obrero tradicional y su balance

57
I. El fin del marxismo clásico
1. Tres hechos globales se presentan hoy en día ante los revolucionarios que mantienen la
pretensión de actuar comprendiendo lo que hacen, es decir con conocimiento de causa:
—El funcionamiento del capitalismo se ha modificado esencialmente en relación con la realidad
de antes de 1939, y, aún más, en relación con el análisis que de él daba el marxismo.
—El movimiento obrero, en tanto que movimiento organizado de clase poniendo en tela de juicio
de manera explícita y permanente la dominación capitalista, ha desaparecido.
—La dominación colonial o semicolonial de los países avanzados sobre los países atrasados ha
sido abolida, sin que esa abolición se haya visto acompañada en parte alguna por una irrupción
revolucionaria del movimiento de masas, y sin que los fundamentos del capitalismo en los países
dominantes hayan sido quebrantados.
2. Para los que se niegan a engañarse a sí mismos, es evidente que esos hechos significan la ruina
en la práctica del marxismo clásico, en tanto que sistema de pensamiento y de acción, tal y como se
ha formado, desarrollado y conservado entre 1847 y 1939. Ya que significan la refutación o la
superación del análisis del capitalismo por Marx en un punto esencial (el análisis de la economía),
del análisis del imperialismo por Lenin, y de la concepción de la revolución permanente en los
países atrasados de Marx-Trotski, y el fracaso irreversible de la casi totalidad de las formas
tradicionales de organización y de acción del movimiento obrero (excepto las de los periodos
revolucionarios). Significan la ruina del marxismo clásico en tanto que sistema de pensamiento
concreto, capaz de llegar a la realidad. Excepto unas cuantas ideas abstractas, nada de lo que es
esencial en El Capital se encuentra en la realidad de hoy en día. A la inversa, lo que es esencial en
esta realidad (la evolución y la crisis del trabajo, la escisión y la oposición entre la organización
formal y la organización real de la producción y de las instituciones, la burocratización, la sociedad
de consumo, la apatía obrera, la naturaleza de los países del este, la evolución de los países atrasados
y sus relaciones con los países avanzados, la crisis de todos los aspectos de la vida y la importancia
creciente de aspectos considerados antaño como algo periférico, la tentativa de los hombres de
encontrar una salida a esa crisis) sólo puede comprenderse a partir de otros análisis, para los cuales
lo mejor de la obra de Marx puede servir de fuente de inspiración, pero ante los cuales el marxismo
vulgar y bastardo, el único utilizado hoy en día por sus pretendidos « defensores » de todos los hori-
zontes, es más bien una especie de pantalla. Esos hechos significan también la ruina del marxismo
(leninismo, trotsquismo, bordiguismo, etc.) clásico, en tanto que programa de acción, para el cual lo
que los revolucionarios tenían que hacer en cada momento estaba ligado (al menos en la intención)
de manera coherente a acciones reales de la clase obrera y a una concepción teórica de conjunto.
Cuando una organización marxista, por ejemplo, apoyaba o dirigía una huelga obrera por un
aumento de salarios, lo hacía: a) con una probabilidad importante de audiencia real entre los obreros;
b) como única organización instituida que combatía junto a ellos; c) pensando que cada victoria en
el terreno de los salarios hacía blanco en la estructura objetiva del edificio capitalista. Ninguna de las
acciones descritas en los programas clásicos responde hoy en día a esas tres condiciones.
3. Verdad es que la sociedad sigue estando profundamente dividida, que funciona contra la
inmensa mayoría de los trabajadores, que éstos se oponen a ella con la mitad de cada uno de sus
gestos cotidianos, que la crisis actual de la humanidad sólo podrá ser resuelta por una revolución
socialista. Pero esas ideas corren el riesgo de pasar a ser abstracciones vacías, pretextos para letanías
o para un activismo espasmódico y ciego, si no se hace un esfuerzo para comprender cómo se con-
cretiza en el momento actual la división de la sociedad, cómo funciona esta sociedad, qué formas
toman la reacción y la lucha de los trabajadores contra las capas dominantes y su sistema, cuál puede
ser en esas condiciones una nueva actividad revolucionaria ligada a la existencia y a la lucha
concreta de los hombres en la sociedad y a una visión lúcida y coherente del mundo. Y esto no se
conseguirá sin una renovación teórica y práctica radical. Es ese esfuerzo de renovación, y las ideas
nuevas precisas en las que se ha concretizado en cada etapa, lo que ha caracterizado al grupo
Socialisme ou Barbarie desde el comienzo, y no la simple fidelidad rígida a la idea de lucha de
clases, del proletariado como fuerza revolucionaria o de revolución, que sólo hubiera podido
esterilizarnos, como ha esterilizado a los trotsquistas, a los bor- diguistas y a la casi totalidad de los
comunistas y de los socialistas « de izquierda ». Desde nuestro primer número, afirmábamos como
conclusión a una crítica del conservadurismo en materia de teoría : « Sin desarrollo de la teoría
revolucionaria, no habrá desarrollo de la acción revolucionaria »*; y, diez años más tarde, después
de haber mostrado que tanto los postulados de base como la estructura lógica de la teoría económica
de Marx reflejan « ideas esencialmente burguesas », y afirmado que una reconstrucción total de la
teoría revolucionaria58 es necesaria, concluiamos : « Cualquiera que sea el contenido de la teoría
revolucionaria o del programa, su relación profunda con la experiencia y las necesidades del
proletariado, habrá siempre la posibilidad, es más : la certidumbre, de que en un momento dado esa
teoría o ese programa serán superados por la historia, y habrá siempre el peligro de que quienes los
han defendido hasta ese momento tiendan a convertirlos en absolutos y a subordinarles las
creaciones de la historia viva. »120
120
SB, 27, 1959, p. 65-66, 80, 87.
4. Esa reconstrucción teórica, que es una tarea permanente, no tiene nada que ver con un revisio-
nismo vago e irresponsable. Nunca hemos abandonado posiciones tradicionales porque eran
tradicionales, diciendo sencillamente : son anticuadas, los tiempos han cambiado. Hemos
demostrado cada vez por qué eran falsas o estaban superadas, y definido lo que había que poner en
su lugar (salvo en los casos en que era y sigue siendo imposible para un grupo de revolucionarios el
definir, en ausencia de una actividad de las masas, nuevas formas para reemplazar a las que han sido
rechazadas por la historia misma). Lo que no ha impedido que esta reconstrucción, en cada una de
sus etapas cruciales, haya encontrado la oposición encarnizada de elementos conservadores que no
han perdido la nostalgia de una edad de oro del movimiento obrero, tan imaginaria como todas las
edades de oro, y que avanzan en la historia con la mirada fija en el pasado, por miedo a perder de
vista la época en que, según creen, teoría y programa eran algo indiscu- tibie, establecido de una vez
para siempre y comprobado constantemente por la actividad de las masas.
5. No es posible discutir a fondo esta actitud, pues su principal característica es la de no discutir
los problemas actuales, aunque para ello tengan que negar hasta su existencia* Es una corriente
negativa y estéril, sin que esto tenga nada que ver con la personalidad de quienes la componen. Es
un fenómeno objetivo, consecuencia inevitable del terreno en que se colocan los conservadores y de
su concepción de la teoría revolucionaria. Un físico contemporáneo que tratara de defender contra
todo y contra todos la física de Newton, se condenaría a una esterilidad total y sufriría ataques de
nervios al oir hablar de aberraciones como la antimateria, los corpúsculos-ondas, la expansión del
Universo o el hundimiento de la causalidad, la posición y la identidad como categorías absolutas. La
postura del que quiere actualmente limitarse a defender el marxismo y las tres o cuatro ideas que ha
tomado de él es igualmente desesperada. Ya que, bajo esta forma, la cuestión del marxismo ha sido
resuelta por los hechos y no puede discutirse : si dejamos a un lado la reconstrucción teórica que
hemos llevado a cabo, puede decirse que el marxismo no existe históricamente como teoría viviente.
El marxismo no era, no podía, no quería ser una teoría como las demás, una verdad encerrada en
libros ; no era otro platonismo, ni otro espinozismo, ni otro hegelianismo. El marxismo no podía
vivir, según su programa y su contenido más profundo, sino como una investigación teórica,
constantemente renovada, que ilumina una realidad en transformación continua, y como una práctica
que transforma continuamente el mundo, al mismo tiempo que es transformada por él (la unidad
indisoluble de ambos es lo que corresponde al concepto de praxis en Marx). ¿ Dónde encontramos
hoy ese marxismo ? ¿ Dónde se ha publicado, después de 1923 (fecha de aparición de Historia y
conciencia de clase de Lukacs), un sólo estudio teórico que haya hecho avanzar el marxismo ;
después de 1940 (muerte de Trotski), un solo texto que defienda las ideas tradicionales a un nivel
que permita discutirlas sin avergonzarse de perder el tiempo en hacerlo ? ¿ Dónde ha habido,
después de la guerra de España, una acción efectiva de un grupo marxista conforme a sus principios
y unida a la actividad de las masas ? Tenemos que decir que en ningún sitio.
Y es una paradoja tragicómica que los que pretenden defender al marxismo se condenan hoy en día
a violarle y liquidarle con su propio intento. Ya que sólo pueden hacerlo callando lo que le ha
ocurrido en los últimos cuarenta años : como si la historia efectiva no contara; como si la presencia
o la ausencia en la historia real de una teoría y un programa político, no afectaran para nada su
verdad y su significado, residentes por lo visto en otro mundo ; como si no fuera uno de los
principios indestructibles que Marx enseñó, que una ideología no se juzga por las palabras que
emplea sino por su destino en la realidad social. Sólo pueden defenderle convirtiendo el marxismo
en su contrario : en una doctrina eterna que nada puede conmover, ni ningún hecho puede alterar
(olvidando que, si así fuera, tampoco podría ésta « alterar los hechos », es decir poseer una eficacia
histórica). Amantes desesperados cuya amada ha muerto, sólo pueden expresar su amor violando un
cadáver.
6. Esta actitud conservadora toma cada vez menos la forma de una defensa de la ortodoxia
marxista en cuanto t a l ; evidentemente, es difícil sostener abiertamente, sin caer en el más completo
ridículo, que hay que limitarse a las verdades reveladas de una vez para siempre por Marx y Lenin.
Pero, frente a la crisis y desaparición del movimiento obrero, se razona como si este proceso no
afectara sino a ciertas organizaciones concretas (PC, SFIO, CGT, etc.) ; frente a las transformaciones
del capitalismo, como si no se tratara sino de la simple acumulación de características ya conocidas,
que no altera nada esencial. Se olvida, o se quiere hacer olvidar, que la crisis del movimiento obrero
no se reduce a la degeneración de las organizaciones socialdemócratas y bolcheviques, sino que
abarca la totalidad de las expresiones tradicionales de la actividad obrera; que no es una llaga sobre
el cuerpo revolucionario intacto del proletariado, ni una condena que le ha sido infligida desde fuera,
sino que traduce problemas que están en el centro de la situación del obrero, y que actúa a su vez
sobre dicha situación121. Se olvida, o se quiere hacer olvidar, que esa acumulación de los «mismos
caracteres » de la sociedad capitalista se acompaña de cambios cualitativos, que la « proletarización
» de la sociedad contemporánea no tiene el sentido simple que le daba el marxismo clásico, y que la
burocratización no es una consecuencia superficial de la concentración capitalista, sino que acarrea
transformaciones profundas en la estructura y el funcionamiento de la sociedad 122. Se hacen pues
simplemente interpretaciones « adicionales » —como si la concepción de la historia y del mundo,
121
Véase « Prolétariat et organisation », SB, 27, 1959, p. 72-74,
122
Véase el capítulo 11 de la la parte: « El sentido real de la burocratización ».
uniendo estrechamente la teoría y la práctica, que era el significado profundo del marxismo clásico,
pudiera admitir ciertas « adiciones », como una masa de sacos de café cuya naturaleza no se altera si
se añaden algunos más. Se reduce lo desconocido a lo ya sabido, lo que equivale a suprimir lo nuevo
y finalmente a reducir la historia a una inmensa tautología. En el mejor de los casos, se hace un «
arreglo barato », que es el medio infalible de alcanzar la ruina ideológica, como lo es de arruinarse
financieramente en la vida corriente. Esta actitud, comprensible sicológicamente, es hoy en día
imposible. A partir de un cierto momento, no puede ya tomarse en serio, por mil razones; en primer
lugar porque resulta intrínsecamente contradictoria (las ideas no pueden permanecer intactas
mientras la realidad cambia, ni puede comprenderse una nueva realidad sin una revolución en las
ideas), y en último término, porque es teológica (y como toda teología, expresa esencialmente un
miedo y una inseguridad fundamentales frente a lo desconocido, que no tenemos ninguna razón de
compartir).
7. Hay que darse cuenta con claridad de que la realidad contemporánea no puede captarse gracias
a una revisión de poco más o menos, ni incluso una seria revisión, del marxismo clásico. Para llegar
a una comprensión de dicha realidad necesitamos un nuevo conjunto, en el que las rupturas con las
ideas clásicas son tan importantes (y mucho más significativas) que los lazos de parentesco. Incluso
a nuestros propios ojos, este hecho a podido quedar oculto por el carácter gradual de la elaboración
teórica, y sin duda también, por el deseo de mantener en lo posible la continuidad histórica. Sin
embargo, aparece de modo clarísimo cuando miramos atrás para ver el camino recorrido, y medimos
la distancia que separa las ideas que nos parecen esenciales hoy, de las del marxismo clásico. Bastan
algunos ejemplos para demostrarlo123.
La división de la sociedad se establecía, para el marxismo clásico, entre capitalistas que poseían
los medios de producción y proletariado sin propiedad. Consiste esencialmente hoy en una división
entre dirigentes y ejecutantes.
La sociedad aparecía como algo dominado por la potencia abstracta del capital impersonal. Hoy la
vemos dominada por una estructura jerárquica burocrática.
La categoría central para comprender las relaciones sociales capitalistas era para Marx la de la
reificación, que resultaba de la transformación de todas las relaciones humanas en relaciones de
mercado124. En nuestra concepción, el momento estructurante central de la sociedad contemporánea
no es el mercado, sino la « organización » burocrá- tico-jerárquica. La categoría esencial para
comprender estas nuevas relaciones sociales es la de la escisión entre los procesos de dirección y los
de ejecución de las actividades colectivas.
La categoría de la reificación en Marx tenía su prolongación natural en su análisis de la fuerza de
trabajo como mercancía, en el sentido literal y exhaustivo del término. En tanto que mercancía, la
fuerza de trabajo tenía un valor de cambio definido por factores « objetivos » (costos de producción
y de reproducción de la fuerza de trabajo), y un valor de uso que quién la había adquirido podía
obtener a su guisa. El obrero era un objeto pasivo de la economía y de la producción capitalistas.
Pero esta abstracción es en gran parte engañosa, la fuerza de trabajo no puede convertirse totalmente
en una mercancía (a pesar de los esfuerzos del capitalismo), ni existe un valor de cambio de la fuerza
de trabajo determinado por factores « objetivos », pues el nivel de salarios está esencialmente
determinado por las luchas obreras, formales o informales. No existe un valor de uso definido de la
fuerza de trabajo, pues la productividad es el objeto de una lucha incesante en la producción, donde
el obrero es un sujeto activo y pasivo al mismo tiempo.
Para Marx, la « contradicción » inherente al capitalismo era que el desarrollo de las fuerzas
productivas llegaba a convertirse, a partir de un cierto momento, en algo incompatible con las formas
capitalistas de propiedad y de apropiación privada del producto, hasta hacerlas estallar. Para
nosotros, la contradicción inherente al capitalismo está en el tipo de escisión entre dirección y
ejecución que lleva a cabo, y en la necesidad en la que por consiguiente se encuentra de buscar
simultáneamente la exclusión y la participación de los individuos en sus actividades.
En la concepción clásica, el proletariado soporta su historia hasta el momento en que la hace
estallar. Para nosotros, el proletariado hace su historia, en las condiciones dadas, y sus luchas
transforman continuamente la sociedad capitalista y al mismo tiempo le transforman a sí mismo.
Para la concepción clásica, la cultura capitalista produce, ya sea mistificaciones que deben denun-
ciarse como tales, ya sea verdades científicas y obras válidas, en cuyo caso se denuncia su apro-
piación exclusiva por las capas privilegiadas. Para nosotros, esta cultura participa, en todas sus mani-
festaciones, en la crisis general de la sociedad y en la preparación de una nueva forma de vida
humana.
Para Marx, la producción será siempre el « reino de la necesidad », y de aquí proviene la actitud
implícita del movimiento marxista, al considerar el socialismo esencialmente como una nueva orde-
60
123
Las ideas que resumimos a continuación han sido desarrolladas en numerosos textos publicados en la revista SB. Véase, por
ejemplo, el editorial « Socialisme ou Barbarie » (n.° 1, 1949), « Les rapports de production en Russie » (n.° 2, 1949), « Sur le
programme socialiste » (n.° 10,1952), « L'expérience prolétarienne » (n.° 11, 1952), « La bureaucratie syndicale et les ouvriers
» (n.° 19, 1954), « Sur le contenu du socialisme » (n.° 17, 22 y 23, 1955-1958), « La révolution en Pologne et en Hongrie » (n.°
20, 1957), « L'usine et la gestion ouvrière » (n.° 22, 1957), « Prolétariat et organisation » (n.° 27 y 28, 1959), « Les ouvriers et
la culture » (n.° 30, 1960), « Le mouvement révolutionnaire sous le capitalisme moderne» (n.° 31, 32 y 33, 1960-1961).
124
Con profunda fidelidad a ese aspecto, el más importante, de la doctrina de Marx, Lukács consagra lo esencial de Historia y
conciencia de clase a un análisis de la reificación.
nación de las consecuencias económicas y sociales de una infraestructura técnica, a la vez neutra e
inexorable. Para nosotros, la producción debe convertirse en el dominio de la creatividad de los
productores asociados, y la transformación consciente de la tecnología, para ponerla al servicio del
hombre productor, debe ser una de las tareas centrales de la sociedad postrevolucionaria.
Ya para Marx, y aún más para el movimiento marxista, el desarrollo de las fuerzas productivas
estaba en el centro de todo, y su incompatibilidad con las formas capitalistas suponía la condena
histórica de éstas. De aquí se dedujo naturalmente la identificación ulterior del socialismo con la
nacionalización y la planificación de la economía. En nuestra opinión, la esencia del socialismo es
el dominio de los hombres sobre todos los aspectos de su vida y en primer lugar sobre su trabajo.
De aquí se deduce que el socialismo es inconcebible sin la gestión de la producción por los
trabajadores asociados, y el poder de los consejos de trabajadores.
Para Marx, el « derecho burgués », y por lo tanto la desigualdad de salarios, debía de mantenerse
durante el periodo de transición. Para nosotros, una sociedad revolucionaria no puede sobrevivir y
desarrollarse sin establecer inmediatamente la igualdad absoluta de los salarios.
Por último, y limitándonos a lo fundamental, el movimiento tradicional ha estado siempre domi-
nado por las dos concepciones del determinismo económico y del papel dominante del partido.
Para nosotros, la autonomía de los trabajadores, la capacidad de las masas de autodirigirse, sin lo
cual toda idea de socialismo se convierte rápidamente en una mistificación, tiene un papel central.
Esto implica una nueva concepción del proceso revolucionario, así como de la organización y de la
política revolucionarias.
Es fácil darse cuenta de que estas ideas —dejando por el momento a un lado si son verdaderas o
no— no pueden ser ni « adiciones » ni revisiones parciales, sino los elementos de una
reconstrucción teórica de conjunto.
8. Pero también hay que comprender que esa reconstrucción no afecta sólo al contenido de las
ideas, sino al tipo mismo de concepción teórica. Igual que es inútil buscar actualmente un tipo de
organización que sea en el nuevo periodo el « sustituto » del sindicato, que tenga el papel posi tivo
que aquel tuvo antaño, sin sus caracteres negativos —un tipo de organización que sea un sindicato
sin serlo— es también ilusorio creer que pueda existir « o t r o marxismo» que no sea el marxismo.
La ruina del marxismo no se limita a la de un cierto número de ideas concretas (ruina que, no cabe
duda, deja subsistir un número importante de descubrimientos fundamentales y un modo de
considerar la historia y la sociedad que ya nadie puede ignorar). Es también la ruina de un cierto
tipo de relación entre estas ideas, y entre ellas y la realidad o la acción. En una palabra, es la ruina
de la concepción de una teoría (e incluso de todo un sistema teórico-práctico) cerrada, que creyó
poder encerrar toda la verdad, sólo la verdad y nada más que la verdad del periodo histórico en el
que emergió, en un cierto número de esquemas que pretendían ser «científicos » 125. Esta ruina da fin
a toda una fase del movimiento obrero e incluso de la historia de la humanidad, que podríamos
llamar teológica, porque puede existir (y existe) también una teología de la « ciencia », más bien
peor que la religiosa, porque da a sus partidarios la falsa certidumbre de que su fe es « racional ».
Es la fase de la fe, ya sea en un Ser Supremo, ya sea en un hombre o grupo de hombres « excepcio-
nales », o en la verdad impersonal establecida de una vez para siempre y encerrada en una doctrina.
Es la fase durante la cual el hombre se aliena a sus propias creaciones, imaginarias o reales, teóri cas
o prácticas. No podrá haber nunca una teoría completa que necesite sólo adaptaciones para «
modernizarla ». De hecho, nunca ha existido tal teoría, ya que la historia nos enseña que todos los
grandes descubrimientos teóricos han degenerado en puras fantasías en cuanto se han querido con-
vertir en sistemas, el marxismo como los demás. Ha habido y seguirá habiendo un proceso teórico
viviente, en el seno del cual emergen momentos de verdad destinados a ser superados (aunque no
sea más que por su integración en otro conjunto, en el que ya no tiene el mismo sentido). Esto no es
escepticismo : hay realmente en cada instante, para un estado determinado de nuestra experiencia,
verdades y errores, y existe la necesidad de efectuar siempre una totalización provisional, siempre
en movimiento y abierta, de lo verdadero. Pero la idea de una teoría completa y definitiva no es,
actualmente, más que un fantasma de burócrata que le sirve para manipular a los oprimidos, y en
éstos, no puede ser sino el equivalente, en términos modernos, de una fe esencialmente irracional.
En cada etapa de nuestro desarrollo, debemos pues afirmar los elementos de los que estamos
seguros, pero también reconocer —y con absoluta sinceridad— que en las fronteras de nuestra
reflexión y de nuestra práctica se encuentran necesariamente problemas cuya solución no sabemos
por anticipado, que quizá tardemos mucho en conocerla, y que quizá ésta nos obligue a abandonar
posiciones por las que nos habríamos dejado matar días antes. Esta lucidez y este valor ante lo
desconocido de la creación perpetuamente renovada en la que avanzamos, es algo que se impone a
cada uno de nosotros, lo quiera o no, lo sepa o no, en su vida personal. La política revolucionaria no
puede ser el último refugio de la rigidez y de la necesidad de seguridad de neuróticos.
9. Más que nunca, el problema del destino de la humanidad se plantea en formas planetarias. El
destino de los dos tercios de la humanidad que viven en los países no industrializados ; más profun-
125
[« Cuando hablamos de teoría cerrada, no nos referimos evidentemente a la forma de la teoría ; poco importa si se puede o no
darle una exposición sistemática « completa » (de hecho, en el caso del marxismo, sí se puede), o si los partidarios de la teoría
protestan y afirman que no quieren constituir un nuevo sistema. Lo que importa es el carácter de las ideas, y éstas, en el
materialismo histórico, fijan irrevocablemente la estructura y el contenido de la historia de la humanidad » (P. Cardan:
«Marxisme et théorie révolutionnaire», SB, 38, 1964, p. 55).]
damente, la estructura y la dinámica de una sociedad mundial que emerge gradualmente, son
problemas que no sólo tienden a adquirir una importancia central, sino que se plantean día tras día,
bajo una forma u otra. Sin embargo, para los que vivimos en una sociedad capitalista moderna, lo
primero es el análisis de esta sociedad, del destino del movimiento obrero nacido en ella, de la
orientación que deben tomar los revolucionarios. Con necesidad objetiva, porque son las formas de
vida del capitalismo moderno las que dominan de hecho en el mundo y modelan la evolución de los
demás países. Pero también es algo primordial para nosotros, pues no somos nada si no podemos
definirnos, teórica y prácticamente, en relación con nuestra propia sociedad. A esta definición está
consagrado este texto126.
II. El capitalismo burocrático moderno
10. No existe ninguna imposibilidad para el capitalismo, « privado » o totalmente burocrático, de
continuar desarrollando las fuerzas productivas, ni ninguna contradicción económica insuperable en
su funcionamiento. Más generalmente, no hay contradicción entre el desarrollo de las fuerzas
productivas y las formas económicas o las relaciones de producción capitalistas. El afirmar que bajo
un régimen socialista las fuerzas productivas se podrían desarrollar más deprisa no es señalar una
contradicción. Y es un sofisma el decir que existe una contradicción entre las formas capitalistas y
el desarrollo de los seres humanos ; pues el hablar de desarrollo de los seres humanos no tiene
sentido más que si se les considera como algo más que « fuerzas productivas ». El capitalismo se ha
lanzado a un movimiento de expansión de las fuerzas productivas, y crea él mismo constantemente
las condiciones de tal expansión. Las crisis económicas clásicas de superproducción corresponden a
una fase históricamente superada de desorganización de la clase capitalista ; completamente
ignoradas en el capitalismo totalmente burocrático (países del este), sólo se conserva un equivalente
de importancia menor en las fluctuaciones económicas de los países industriales modernos,
fluctuaciones que el control de la economía por el Estado puede mantener y mantiene efectivamente
dentro de límites estrechos.
11. No hay ninguna imposibilidad a largo plazo en el funcionamiento del capitalismo bajo la
forma de un ejército industrial de reserva creciente, o de una pauperización absoluta o relativa que
impida al sistema vender su producción. El « pleno empleo » (en el sentido y límites capitalistas) y
el aumento del consumo de masa (consumo capitalista en su forma y en su contenido) son a la vez
las condiciones y los efectos de la expansión de la producción, que el capitalismo realiza efectiva-
mente. La elevación de los salarios obreros reales, en los límites en que, corriente y constantemente,
tiene lugar, no sólo no mina los fundamentos deí capitalismo como sistema, sino que es la condición
de su existencia, y lo mismo podrá decirse cada vez más de la reducción de la jornada de trabajo.
12. Todo esto no impide que la economía capitalista esté llena de irracionalidades y antinomias
en todas sus manifestaciones; y menos aún, que acarree un derroche inmenso en relación con las
virtualidades de una producción socialista. Pero esas irracionalidades no son las que descubre un
análisis del tipo de El Capital; son las irracionalidades de la gestión burocrática de la economía, que
existen puras y sin mezcla en los países del este, o mezclados a los residuos de la fase anárquico-
privada del capitalismo en los países occidentales. Expresan la incapacidad en que se encuentra una
capa dominante separada para dirigir racionalmente un sector cualquiera de una sociedad de
alienación, pero no el funcionamiento autónomo de «leyes económicas » independientes de la
acción de los individuos, de los grupos y de las clases. Es también por esto por lo que son
irracionalidades, y nunca imposibilidades absolutas, salvo en el momento en que las capas
dominadas se niegan a seguir haciendo funcionar el sistema.
13. La evolución del trabajo y de su organización bajo el capitalismo está dominada por dos
tendencias profundamente unidas : la burocratización por un lado, la mecanización y automatización
por otro, maniobra defensiva esencial de los dirigentes ante la lucha de los ejecutantes contra su
explotación y su alienación. Pero esto no conduce a una evolución sencilla, unívoca y uniforme del
trabajo en su estructura, su calificación, sus relaciones con el objeto y la máquina, o en las
relaciones entre los trabajadores. Si la reducción de todas las tareas a tareas parcelarias ha sido y
sigue siendo el fenómeno central de la producción capitalista, sus límites empiezan a aparecer en los
sectores más característicos de la producción moderna, donde resulta imposible continuar esta
atomización del trabajo sin hacerle imposible. Llega también a su límite en la producción moderna
la tendencia a reducir todos los trabajos a tareas sencillas, e incluso tiende a invertirse ante la
calificación creciente que exigen las industrias más modernas. La mecanización y la automatización
conducen a la parcelación de las tareas, pero en una etapa posterior, las tareas suficientemente
parceladas y simplificadas son realizadas por conjuntos «totalmente» automatizados, con una
reestructuración de la62 mano de obra en, por un lado, un grupo de vigilantes «pasivos », aislados y no
calificados, y por otro unos especialistas muy calificados, trabajando en equipo. Siguen existiendo
paralelamente, y preponderan numéricamente, sectores de estructura tradicional, donde se
encuentran estratificadas todas las capas históricas de la evolución precedente del trabajo, y sectores
completamente nuevos (especialmente las oficinas), donde los conceptos y las distinciones
tradicionales casi pierden todo sentido. Hay pues que considerar como extrapolaciones apresuradas
126
El lector comprobará que un cierto número de ideas resumidas en las páginas siguientes han sido desarrolladas o demos-
tradas en la primera parte.
y no verificadas, tanto la idea tradicional (Marx en El Capital) de la destrucción pura y simple de la
calificación profesional por el capitalismo y la creación de una masa informe de obreros- autómatas,
como la idea más reciente (Romano y Ria Stone en El obrero americano)127, del predominio
creciente de una categoría de obreros universales trabajando con máquinas universales. Las dos
tendencias existen como tendencias parciales, al mismo tiempo que una tercera de proliferación de
nuevas categorías a la vez calificadas y especializadas, pero no tenemos ni la posibilidad ni la nece-
sidad de decidir arbitrariamente que sólo una de ellas representa el porvenir.
14. Por lo tanto, ni el problema de la unificación de los trabajadores en la lucha contra el sistema
actual, ni el de su gestión de la empresa después de la revolución, tienen una solución garantizada
por un proceso automático incorporado en la evolución técnica, sino que siguen siendo problemas
políticos en el sentido más serio: su solución depende de la adquisición de una conciencia profunda
de la totalidad de los problemas de la sociedad. Bajo el capitalismo, habrá siempre un problema de
unificación de las luchas de categorías diferentes que no corresponden, ni corresponderán nunca, a
situaciones inmediatamente idénticas. Y durante la revolución, como después de ella, la gestión
obrera no será, ni una situación en la que los trabajadores se hagan cargo de un proceso de
producción materializado en el maquinismo con una lógica objetiva cerrada e indiscutible, ni el
despliegue de las aptitudes completas de una colectividad de productores virtualmente universales
preparados ya por el capitalismo. Deberá enfrentarse con una complejidad y una diferenciación
interna extraordinaria de las capas de trabajadores ; tendrá que resolver difíciles problemas de
integración de los individuos, de las categorías y de las actividades como problema fundamental. El
capitalismo no producirá por su propio funcionamiento, en un futuro previsible, una clase de
trabajadores que sea en sí misma un universal concreto. La unidad efectiva de la clase trabajadora
(salvo como concepto sociológico) no puede realizarse más que por la lucha de los trabajadores y
contra el capitalismo. Dicho sea entre paréntesis, hablar hoy del proletariado como clase es limitarse
a hacer sociología descriptiva, pues lo que convierte actualmente a los trabajadores en miembros
idénticos de un grupo es sencillamente el conjunto de rasgos pasivos comunes que les impone el
capitalismo, y no la tentativa de erguirse por su propia actividad, aunque sea fragmentaria, o por su
organización, aunque sea minoritaria, como una clase que se unifica y se opone al resto de la
sociedad. Los dos problemas mencionados no pueden resolverse más que por la asociación de todas
las categorías no explotadoras de la empresa, obreros manuales e intelectuales, oficinistas o
técnicos. Toda tentativa de realizar la gestión obrera eliminando una categoría esencial a la
producción moderna, conduciría al derrumbamiento de esta producción, que no podría ser
reconstruida ulteriormente más que por medio de la coacción, y de una nueva burocratización.
15. La evolución de la estructuración social desde hace un siglo no ha sido la prevista por el
marxismo clásico, lo que supone importantes consecuencias. Ha habido ciertamente una «
proletarización » de la sociedad en la medida en que las antiguas clases « pequeñoburguesas » han
prácticamente desaparecido, la población se ha transformado en su inmensa mayoría en población
asalariada, e integrado en la división capitalista de las empresas. Pero esta «proletarización» se
aparta esencialmente de la imagen clásica de una sociedad evolucionando hacia dos polos, con un
inmenso polo de obreros industriales y un ínfimo polo de capitalistas. La sociedad se ha
transformado al contrario en una pirámide, o mejor dicho en un conjunto complejo de pirámides, a
medida que iba burocratizándose, y de acuerdo con la lógica profunda de la burocratización. La
transformación de la casi totalidad de la población en población asalariada no significa que no haya
más que meros ejecutantes en el escalafón inferior. La población absorbida por la estructura
capitalista-burocrática ha venido a llenar todos los pisos de la pirámide burocrática; continuará
haciéndolo, y no existe ningún indicio que haga creer en una tendencia a la disminución de los pisos
intermedios, sino más bien al contrario. Aún cuando el concepto sea difícil de delimitar claramente,
e imposible el hacerle coincidir con las categorías estadísticas existentes, se puede afirmar con
certeza que en ningún país industrial moderno los « simples ejecutantes » (obreros ma nuales en la
industria, y su equivalente en otros sectores : mecanógrafas, vendedores, etc,) superan el 50 % de la
población trabajadora. Además, la población no ha sido absorbida totalmente por la industria.
Excepto en los países que no han « terminado » su industrialización (Italia, por ejemplo), el
porcentaje de la población en la industria ha cesado de crecer, después de haber llegado a un
máximo situado entre el 30 y (pocas veces) el 50 % de la población activa. El resto ha pasado al
sector de « servicios » (la proporción de la agricultura desciende en todas partes rápidamente y es ya
desdeñable en Inglaterra y los Estados Unidos). Aunque cesara el aumento del porcentaje de
personas empleadas en el sector de servicios (a causa de la mecanización y automatización que
invade a su vez este sector), difícilmente podría el proceso cambiar de sentido, teniendo en cuenta
el incremento cada vez más rápido de la productividad en la industria y el consiguiente descenso,
igualmente rápido, de la demanda de mano de obra en este sector. La combinación de ambos hechos
hace que el proletariado industrial en el sentido clásico y estricto del término (es decir los obreros
manuales o los obreros pagados por horas, categorías que coinciden aproximadamente) está
perdiendo importancia relativa e incluso absoluta. En los Estados Unidos, por ejemplo, el porcentaje
que representa el proletariado industrial (« obreros de producción y asimilados » y « obreros no
calificados exceptuando agricultores y mineros », estadísticas en las que figuran también los
127
The american worker, Ibid- 150
parados según su último empleo), ha bajado de del 28 % en 1947 al 24 % en 1961, acelerándose
considerablemente su descenso después de 1955.
16. Todo esto no significa que el proletariado industrial haya perdido su importancia, ni que no
pueda llevar a cabo un papel central en un proceso revolucionario, como lo han demostrado la revo-
lución húngara (aunque bajo condiciones que no eran las del capitalismo moderno) o las huelgas en
Bélgica. Pero demuestra desde luego que el movimiento revolucionario no podrá ya pretender repre-
sentar los intereses de la inmensa mayoría de la humanidad contra una pequeña minoría, si no se
dirige a todas las categorías de la población asalariada y trabajadora, con excepción de la pequeña
minoría de capitalistas y burócratas dirigentes, y si no trata de asociar las capas de simples
ejecutantes con aquellas otras, casi tan importantes numéricamente, que forman la parte central de la
pirámide.
17. Además de las transformaciones de la naturaleza del Estado capitalista y de su política que ya
hemos analizado128, hay que comprender también lo que significa exactamente la nueva forma de
totalitarismo capitalista, y cuáles son los modos de dominación en la sociedad actual. El Estado,
expresión central del dominio de la sociedad por una minoría, o sus apéndices, y en último término,
las capas dirigentes, se apoderan de todas las esferas de actividad social y tratan de moldearlas
explícitamente de acuerdo con sus intereses y su óptica propia. Pero eso no implica en modo alguno
la práctica continua de la violencia o la coacción directas, ni la supresión de los derechos y
libertades formales. La violencia sigue siendo la última defensa del sistema, pero éste no necesita
recurrir diariamente a ella, precisamente en la medida en que la extensión de su dominio le garantiza
más « económicamente » su autoridad, en que su control sobre la economía y la expansión continua
de ésta le permite apaciguar la mayoría de las veces, sin conflictos graves, las reivindicaciones
económicas, en la medida, por último, en que la elevación del nivel de vida material y la
degeneración de las organizaciones e ideas tradicionales del movimiento obrero, condicionan
constantemente una privatización de los individuos que, aunque contradictoria y transitoria,
significa sin embargo que nadie impugna explícitamente el dominio del sistema. La idea tradicional
de que la democracia burguesa es un edificio en ruina, destinado a dejar paso al fascismo si la
revolución no llega a tiempo, no puede sostenerse seriamente: en primer lugar, esta « democracia »,
aun en tanto que democracia burguesa, ha desaparecido ya, no por obra de la Gestapo, sino por la
burocratización de todas las instituciones estatales y políticas y por la apatía de la población que la
acompaña ; en segundo lugar, esta nueva seudodemocracia (« seudo » en segundo grado) es
precisamente la forma adecuada para el dominio del capitalismo moderno, que no puede prescindir
de los partidos (incluidos socialistas y comunistas) y sindicatos, convertidos ya en partes esenciales
del sistema, desde todos los puntos de vista. La evolución de la situación política en Francia, donde,
a pesar de la descomposición del aparato estatal y la crisis argelina, el peligro de una dictadura
fascista no fue nunca muy serio, lo demuestra claramente. Otro ejemplo es la reforma de Jruschev
en Rusia, que expresa la tentativa de la burocracia de llegar a nuevos modos de poder, pues los
antiguos (totalitarios en el sentido tradicional) resultan incompatibles con la sociedad moderna (sin
que esto quiera decir que no exista la posibilidad de que todo se hunda durante el periodo de
transición). Junto al monopolio de la violencia como último recurso, la dominación capitalista
descansa actualmente en la manipulación burocrática de las masas en el trabajo, en el consumo y en
el resto de la vida.
18. La sociedad capitalista moderna es pues esencialmente una sociedad burocrática de estructura
jerárquica piramidal. No se encuentra dividida en dos pisos bien separados, una pequeña clase de
explotadores y una gran clase de productores ; la división de la sociedad es mucho más compleja y
estratificada y ningún criterio simple permite resumirla. El concepto tradicional de clase
correspondía a la relación de los individuos y de los grupos sociales con la propiedad de los medios
de producción, y lo hemos superado con sobrada razón insistiendo sobre la situación de los grupos e
individuos en las relaciones reales de producción 129 e introduciendo los
128
SB, 22 : « Sur le contenu du socialisme », y el capítulo 9 de la la parte : « La política y la ideología capitalistas, ayer y hoy ».
129
[« Es imposible encontrar un « contenido» de la vida social que fuera anterior, y que «se diera» una expresión en las
instituciones independientemente de éstas; ese «contenido» (salvo como momento parcial y abstracto, separado ulterior mente),
sólo puede ser definido en una estructura, y ésta implica siempre la institución. Las « relaciones sociales reales » de las que
hablamos están siempre instituidas, no porque lleven un complemento jurídico (pueden muy bien no tenerlo en ciertos casos),
sino porque han sido establecidos como modos de actuar universales, simbolizados y sancionados. Esto es claro está también, o
sobre todo, válido en el caso de las «infraestructuras », de las relaciones de producción. La relación amo- esclavo, siervo-señor,
proletario-capitalista, asalariados-burocracia es ya una institución, y no puede surgir como relación social sin institucionalizarse
inmediatamente [...] Relaciones
64 de producción articuladas a escala social (no la relación de Robin- són con Viernes) significan
ipso facto una red a la vez real y simbólica que se sanciona a sí misma —y por lo tanto una institución. Las clases se
encuentran ya en las relaciones de producción, estén o no reconocidas como tales por esa institución « en segundo grado » que
es el derecho.
Es lo que hemos tratado de mostrar antaño en esta revista, a propósito de la burocracia y de la propiedad « nacionalizada » en
la URSS («Les rapports de production en Russie», SB, 2, 1949). La relación burocracia-proletariado, en la URSS, está instituida
en tanto que relación de clase, relación productiva, económica y social, aun cuando no está instituida en tanto que tal y
expresamente desde el punto de vista jurídico (como no lo está, por otra parte, la relación burguesía-proletariado en tanto que
tal) » (P. Cardan : « Marxisme et théorie révolutionnaire », SB, 39, 1965, p. 52).]
conceptos de dirigentes y ejecutantes. Estos conceptos siguen siendo válidos para aclarar la situa-
ción del capitalismo contemporáneo pero no pueden aplicarse de modo mecánico. Concretamente,
no se aplican en toda su pureza más que en los dos extremos de la pirámide, dejando fuera las capas
intermedias, es decir, casi la mitad de la población, que tienen a la vez funciones de ejecución (frente
a sus superiores) y de dirección (hacia «abajo»). Ciertamente, en el interior de esas capas
intermedias podemos encontrar de nuevo casos casi « puros ». Una parte de la red jerárquica ejerce
esencialmente funciones de coacción y autoridad, como hay otra que ejerce esencialmente funciones
técnicas y comprende aquellos que podríamos llamar « ejecutantes con estatuto » (por ejemplo
técnicos o científicos bien pagados que no hacen sino los estudios o las investigaciones que les
encargan). Pero la colectivización de la producción hace que estos casos puros, cada vez más raros,
dejen fuera la mayoría de las capas intermedias. Si el servicio de personal de una empresa alcanza
una extensión considerable, es claro que no sólo las mecanógrafas, sino también un gran número de
empleados de categoría superior, no tienen ninguna intervención personal en el sistema de coacción
que su servicio contribuye a imponer a todos los trabajadores de la empresa. A la inversa, si un
servicio de estudios o de investigación se desarrolla, una estructura de autoridad se forma
inmediatamente, ya que un cierto número de personas tendrán como única misión el controlar el
trabajo de los demás. De un modo más general, diremos que es imposible para la burocracia —lo
cual es otra expresión de su contradicción— separar completamente esas dos exigencias, el « saber »
o la « habilidad técnica » por un lado —y la « capacidad de dirigir » de otro. Verdad es que la lógica
del sistema querría que no participaran en las estructuras de dirección sino los que son capaces de «
manejar hombres », pero la lógica de la realidad exige que los que se ocupan de un trabajo sepan
algo de él— y el sistema no puede separarse nunca por completo de la realidad. Esa es la razón por
la que las capas intermedias están llenas de personas que reúnen una calificación profesional y el
ejercicio de funciones de dirección, y para un sector de éstas, el problema de la gestión, vista de otro
modo que como manipulación y coacción, se plantea a diario. La ambigüedad cesa cuando se llega a
la capa de los verdaderos dirigentes; son aquellos en cuyo beneficio funciona finalmente el sistema,
los que toman las decisiones importantes, los que impulsan el funcionamiento, que de otro modo
tendería a hundirse en su propia inercia, los que toman la iniciativa para tapar las brechas en los
momentos de crisis. Esta definición no coincide con los criterios simples que se adoptaban antaño
para caracterizar las clases. Pero la cuestión hoy en día, no es tratar de descubrir a toda costa un
nuevo concepto de clase : lo que se trata de comprender y de mostrar es que la burocratización no
disminuye la división de la sociedad sino que por el contrario la agrava (complicándola), que el
sistema funciona en interés de la pequeña minoría que está en la cumbre, que la jerarquización no
suprime ni podrá eliminar jamás la lucha de los hombres contra la minoría dominante y sus normas,
que los trabajadores (sean obreros, calculadores o ingenieros) no podrán liberarse de la opresión, de
la alienación y de la explotación, más que derribando el sistema, suprimiendo la jerarquía e
instaurando una gestión colectiva e igualitaria de la producción. La revolución se llevará a cabo el
día en que la inmensa mayoría de los trabajadores que pueblan la pirámide burocrática impugne ésta
y derribe a la pequeña minoría que la domina (y sólo se llevará a cabo en ese momento). Mientras
llegue ese día, la única diferenciación que tiene verdadera importancia práctica es la que existe en
todos los niveles de la pirámide, salvo naturalmente en la cumbre, entre los que aceptan el sistema y
los que, en la realidad diaria de la producción, le combaten.
19. Ya hemos definido130 la contradicción profunda de esta sociedad. En pocas palabras, reside en
el hecho de que el capitalismo (y esta característica llega al paroxismo en el capitalismo burocrático)
se ve obligado a tratar, al mismo tiempo, de excluir y hacer participar a los hombres en sus
actividades, de que los hombres están obligados a hacer funcionar el sistema la mitad del tiempo en
contra de sus normas y por lo tanto en lucha contra él. Esta contradicción fundamental aparece
constantemente en la articulación entre el proceso de dirección y el proceso de ejecución, que es
precisamente el momento social de la producción por excelencia; y la volvemos a encontrar, bajo
formas indefinidamente refractadas, en el interior del proceso de dirección mismo, donde hace que el
funcionamiento de la burocracia sea radicalmente irracional. Si esta contradicción puede analizarse
de modo muy claro en esa manifestación central de la actividad humana en las sociedades de tipo
occidental moderno que es el trabajo, se vuelve a encontrar bajo formas más o menos transformadas
en todas las esferas de la actividad social, ya se trate de la vida política, de la vida sexual y familiar
(en las que las personas se ven más o menos obligadas a conformarse con normas que no interiorizan
ya), o de la vida cultural.
20. La crisis de la producción capitalista, que no es más que el reverso de esta contradicción, ha
sido ya analizada131, lo mismo que la crisis de las organizaciones y de las instituciones, políticas u
otras. Hay que completar estos análisis con un análisis de los valores y de la vida social en cuanto
tal, y finalmente con un análisis de la crisis de la personalidad misma del hombre moderno, que
resulta tanto de las situaciones contradictorias en las que debe debatirse constantemente en su
trabajo y en su vida privada, como del desplome de los valores, en el sentido más profundo de la
130
SB, 23 : « Sur le contenu du socialisme » (p. 84 y siguientes) y el capítulo 7 de la Ia parte : « La contradicción fundamental
del capitalismo ».
131
Véase Paul Romano y Ria Stone, Ibid. ; D. Mothé : Journal d'un ouvrier, p. 7-38; R. Berthier: «Une expérience d'organi-
sation ouvrière », SB, 20 ; y « Sur le contenu du socialisme », SB, 23.
palabra, sin los que ninguna cultura puede estructurar personalidades que le sean adecuadas (es
decir que la hagan funcionar, aunque sea en calidad de explotados). Sin embargo, nuestro análisis de
la crisis de la producción ha mostrado que en dicha producción no hay sólo alienación; por el
contrario, ha puesto en evidencia que sólo existe producción en la medida en que los productores
luchan constantemente contra la alienación. Del mismo modo, nuestro análisis de la crisis de la
cultura capitalista en el sentido más amplio de la palabra, y de la personalidad humana
correspondiente, debe tomar como punto de partida el hecho evidente de que la sociedad ni es ni
puede ser simplemente una « sociedad sin cultura ». Al mismo tiempo que en los restos sin valor de
la vieja cultura, se encuentran elementos positivos (aunque siempre ambiguos) creados por la
evolución histórica y sobre todo por el esfuerzo permanente de los hombres, que tratan de dar a su
vida un sentido, en una época en la que nada es seguro y sobre todo, en la que nada procedente del
exterior es aceptado como seguro; esfuerzo donde tiende a realizarse, por primera vez en la historia
de la humanidad, la aspiración de los hombres a la autonomía y que es, por tal razón, tan importante
para la preparación de la revolución socialista, como las manifestaciones análogas que encontramos
en el dominio de la producción.
21. La contradicción fundamental del capitalismo y los múltiples procesos de conflicto e
irracionalidad en los que se ramifica, se traducen y se traducirán, mientras esta sociedad perdure, en
« crisis » diversas, en rupturas del funcionamiento regular del sistema. Estas crisis pueden abrir paso
a periodos revolucionarios si las masas trabajadoras son lo suficientemente combativas para poner
en peligro el sistema capitalista y lo suficientemente conscientes para poder derribarle y edificar
sobre sus ruinas una nueva sociedad. El funcionamiento del capitalismo garantiza pues que siempre
habrá « ocasiones revolucionarias », pero lo que no nos garantiza es el resultado, que sólo depende
del grado de conciencia y de autonomía de las masas. No hay ninguna dinámica « objetiva » que
garantice el socialismo, y el creer lo contrario es una contradicción en los términos. Todas las
dinámicas objetivas que se pueden descubrir en la sociedad contemporánea son profundamente
ambiguas132. La única dinámica a la que se puede y debe dar el sentido de una progresión dialéctica
hacia la revolución, es la dialéctica histórica de la lucha de los grupos sociales, del proletariado en el
sentido estricto de la palabra, primero, de los trabajadores asalariados en general hoy en día. Esta
dialéctica significa que los explotados transforman la realidad con su lucha y se transforman a sí
mismos, de modo que cuando esta lucha vuelve e empezar, sólo puede hacerlo a un nivel superior.
Esta es la única perspectiva revolucionaria, y la búsqueda de otro tipo de perspectiva revolucionaria,
incluso por aquellos que condenan el mecanismo, prueba sólo que no han comprendido el verdadero
sentido de tal condena. La maduración de las condiciones del socialismo no puede ser ni una
maduración objetiva (porque ningún hecho tiene significado fuera de una actividad humana, y
querer leer la certidumbre de la revolución en los puros hechos no es menos absurdo que querer
leerla en los astros), ni una maduración subjetiva en el sentido sicológico (los trabajadores de hoy
están lejos de tener explícitamente presentes en su espíritu la historia y sus lecciones, de las que la
principal, como decía Hegel, es que no hay lecciones de la historia, pues la historia es siempre
nueva). Es una maduración histórica, es decir, la acumulación de las condiciones objetivas de una
conciencia adecuada, acumulación que es en sí misma el producto de la acción de las clases y de los
grupos sociales, pero que sólo puede recibir un sentido al pasar a formar parte de una nueva
conciencia y una nueva actividad, que no está gobernada por « leyes », y que aun siendo probable,
nunca es fatal.
22. Esta es la perspectiva en la que se sigue situando la época actual. La realización tanto del
reformismo como del burocratismo significa que, si los trabajadores emprenden luchas importantes,
sólo podrán hacerlo combatiendo al mismo tiempo al reformismo y a la burocracia. La
burocratización de la sociedad plantea también explícitamente el problema social como un problema
de gestión de la sociedad : ¿ Por quién, con qué objetivos, y con qué medios ? La elevación del nivel
de consumo tenderá a hacer disminuir su eficacia como sustituto en la vida humana, como móvil y
justificación de lo que se llama ya en, los Estados Unidos la « carrera de ratas » (rat race). Al mismo
tiempo que el problema estrechamente « económico » vaya perdiendo importancia, el interés y las
preocupaciones de los trabajadores podrán orientarse hacia los problemas verdaderos de la vida en la
sociedad moderna: hacia las condiciones y la organización del trabajo, hacia el sentido mismo del
trabajo en las condiciones actuales, hacia los demás aspectos de la organización social y de la vida
de los hombres. A estos aspectos133 habría que añadir otro de la misma importancia. La crisis de la
cultura y de los valores tradicionales plantea cada vez más a los individuos el problema de la
orientación de su vida concreta, tanto en el trabajo como en las demás manifestaciones (relaciones
con la mujer, con los hijos, con otros grupos sociales, con la localidad, con tal o tal o cual actividad «
desinteresada »), de sus
66 modalidades pero también finalmente de su sentido. Los individuos son cada
vez más incapaces de resolver estos problemas con las ideas y funciones tradicionales y heredadas
—e incluso cuando las aceptan, ya no las interiorizan, no las tienen por indiscutibles y válidas—
porque tales ideas y funciones, tan incompatibles con la realidad social actual como con las
necesidades de los individuos, están en ruina por dentro. La burocracia dominante trata de
reemplazarlas por la manipulación, la mistificación y la propaganda —pero sus productos sintéticos
132
Véase el capítulo 18 de la Ia parte : « Las condiciones reales de una revolución socialista».
133
Véase el capítulo 19 de la Ia parte: « La perspectiva revolucionaria hoy».
no resisten mejor que los otros a la moda del año siguiente y no pueden fundamentar más que
conformismos fugitivos y exteriores. Los individuos se ven pues obligados, en un grado creciente, a
inventar respuestas nuevas a sus problemas ; al hacerlo, no sólo manifiestan su tendencia a la auto -
nomía, sino, al mismo tiempo, a encarnar esta autonomía en su comportamiento y en sus relaciones
con los demás, basadas cada vez más en la idea de que una relación entre seres humanos sólo puede
fundarse en el reconocimiento por cada persona de la libertad y de la responsabilidad de la otra en la
conducta de su vida. Si se toma en serio el carácter total de la revolución, si se comprende que la
gestión obrera no significa sólo un cierto tipo de máquinas, sino también un cierto tipo de hombres,
hay que reconocer que esta tendencia es tan importante como índice revolucionario como la
tendencia de los obreros a combatir la gestión burocrática en la empresa; aunque no la veamos aún
manifestándose colectivamente, ni sepamos como podría culminar en actividades organizadas.
III. El fin del movimiento obrero tradicional y su balance
23. No podemos actuar ni pensar como revolucionarios hoy en día sin tomar conciencia, profunda y
totalmente, de este hecho : las transformaciones del capitalismo y la degeneración del movimiento
obrero organizado han tenido como resultado que las formas de organización, las formas de acción,
las preocupaciones, las ideas y hasta el vocabulario tradicionales no tengan ya valor alguno, o
lleguen a tener un valor negativo. Como ha escrito Daniel Mothé, hablando de la realidad efectiva
del movimiento entre los obreros, « [...] hasta el imperio romano al desaparecer, dejó trás de sí
ruinas : el movimiento obrero sólo deja desechos» 134. Darse cuenta de esto, significa acabar
radicalmente, y de una vez para siempre, con la idea que consciente o inconscientemente domina
aún la actividad de muchos : que los partidos y los sindicatos actuales y todo lo que va ligado a ellos
(ideas, reivindicaciones, etc.) no representan sino un telón entre un proletariado que sigue siendo
inalterablemente revolucionario en sí, y sus objetivos de clase, o un molde que da una forma
inadecuada a las actividades obreras pero que no modifica su sustancia. La degeneración del
movimiento obrero no ha consistido solamente en la aparición de una capa burocrática en la cumbre
de las organizaciones, sino que ha afectado todas sus manifestaciones, y esa degeneración no es una
casualidad, ni algo sólo debido a la influencia « exterior » del capitalismo, sino que expresa también
la realidad del proletariado durante toda una fase histórica, ya que el proletariado no es y no puede
ser ajeno a lo que le ocurre, y menos aún a lo que hace 135. Hablar del del fin del movimiento obrero
tradicional significa comprender que lo que acaba es un periodo histórico, que arrastra consigo a la
nada del pasado la casi totalidad de las formas y de los contenidos que había producido, la casi
totalidad de las formas y los contenidos en los cuales los trabajadores habían encarnado la lucha por
su liberación. Sólo habrá una renovación de las luchas contra la sociedad capitalista, en la medida
en que los trabajadores hagan tabla rasa de los residuos de su propia actividad pasada, que
obstaculizan su renacimiento, y sólo podrá haber una renovación de la actividad de los
revolucionarios si los cadáveres son definitivamente enterrados.
24. Las formas tradicionales de organización de los obreros eran el sindicato y el partido. ¿ Qué
es el sindicato hoy en día ? Un mecanismo de la sociedad capitalista, indispensable para su « buen »
funcionamiento, tanto al nivel de la producción como al de la distribución del producto social. (Que
sea ambivalente a ese respecto no basta para distinguirle esencialmente de otras instituciones de la
sociedad establecida; que ese carácter del sindicato no impida que militantes revolucionarios puedan
formar parte de él, es también otro asunto.) Esto corresponde a una necesidad interna, y buscar una
restauración de la pureza original del sindicato es, so pretexto de realismo, vivir en un mundo de
sueños. ¿ Qué es el partido político hoy (« obrero », claro está) ? Un órgano de dirección de la
sociedad capitalista y de encuadramiento de las masas, que, cuando está « en el poder » no difiere
en nada de los partidos burgueses, salvo en la medida en que acelera la evolución del capitalismo
hacia su forma burocrática y le da a veces un sesgo más abiertamente totalitario ; que, en todo caso,
organiza tan bien o mejor que sus rivales la represión de los explotados y de las masas coloniales.
Esto corresponde también a una necesidad, y ninguna reforma de los partidos es possible ; un
abismo separa lo que entendemos por organización revolucionaria del partido tradicional. En los dos
casos, nuestra crítica136 no ha hecho sino expresar de modo explícito la crítica que la historia misma
hizo de esas dos instituciones obreras ; y por eso, no ha sido solamente una crítica de los
acontecimientos, sino una crítica de los contenidos y de las formas de acción de los hombres
durante todo un periodo. No son sólo esos partidos y esos sindicatos los que han muerto como
institución de lucha de los trabajadores, son El partido y El sindicato. No sólo es utópico querer
reformarlos, corregirlos, constituir unos nuevos que evitarían milagrosamente el destino de los
antiguos ; es erróneo el querer encontrarles en el nuevo periodo equivalencias estrictas, sustitutos
con formas « nuevas » que tendrían las mismas funciones.
25. Las reivindicaciones tradicionales mínimas eran reivindicaciones económicas, que no sólo
correspondían a los intereses obreros, sino que se suponía, minaban el sistema capitalista. Ya hemos

134
Daniel Mothé : « Les ouvriers et la culture », SB, 30, I960, p. 37
135
Véase « Prolétariat et organisation », SB, 27, 1959.
136
Véase « Prolétariat et organisation », Ibid., p. 63-73.
visto137 que el aumento regular de salarios es la condición de la expansión del sistema capitalista, y
finalmente de su propia « salud», aunque los capitalistas no siempre lo comprendan (y aunque la
resistencia de los capitalistas a esos aumentos pueda, en circunstancias enteramente excepcionales,
convertirse en el punto de partida de conflictos que superen los problemas económicos). Se trataba,
en segundo lugar, de reivindicaciones políticas, que, en la gran tradición del movimiento obrero real
(es decir, pero sí para Marx, Lenin y Trotski), no para las sectas ultraizquierdistas) consistían en la
exigencia y en la defensa de los « derechos democráticos », y de su extensión, en la utilización del
Parlamento y en la exigencia de la gestión de los municipios. La justificación de esas actividades
era : a) que esos derechos eran necesarios para el desarrollo del movimiento obrero; b) que la
burguesía no podía concederlos verdaderamente o tolerar su ejercicio a largo plazo, ya que « se
asfixiaba en su propia legalidad ». Pero hemos podido comprobar que el sistema soporta muy bien su
seudodemocracia, y que los « derechos » no quieren decir gran cosa para el movimiento obrero, ya
que la propia burocrati- zación de las organizaciones « obreras » los anula. Hay que añadir que en
casi todos los casos esos « derechos » están ya realizados en las sociedades occidentales modernas, y
que su impugnación por las capas dominantes, cuando tiene lugar, rara vez provoca reacciones
importantes de la población. En lo que respecta a las reivindicaciones llamadas « de transición »,
presentadas por Trotski, hemos mostrado ya con creces su carácter ilusorio y falso, y no creemos que
sea necesario insistir sobre ese punto. Hay que decir y repetir, por último, que el elemento central de
las reivindicaciones tradicionales máximas (que sigue aún vivo en la conciencia de la inmensa
mayoría de la gente) era la nacionalización y la planificación de la economía, y ya hemos visto como
amkas constituyen, orgánicamente, el programa de la burocracia (la expresión « gestión obrera » se
menciona sólo una vez, y de paso, en los documentos de los cuatro primeros Congresos de la
Internacional Comunista, sin elaboración o definición algunas, y no vuelve a aparecer).
26. Las formas de acción tradicionales (no nos referimos aquí a la insurrección armada, que no
ocurre todos los días, ni siquiera todos los años) eran esencialmente la huelga y la manifestación de
masa. ¿ Qué es la huelga hoy en día (no la idea de la huelga, sino su realidad social efectiva) ? Hay
sobre todo huelgas de masas, controladas y encuadradas por los sindicatos en afrontamientos orde-
nados como una obra de teatro (independientemente del sacrificio que esas huelgas pueden costar a
la masa de los trabajadores) ; o bien, no menos controladas y encuadradas, huelgas de « demostra-
ción » de un cuarto de hora, de una hora, etc. Los únicos casos en los que las huelgas superan el
carácter de trámite institucionalizado formando parte del ritual de negociaciones sindicatos-patro-
nos, son las huelgas « salvajes » en Inglaterra y en los Estados Unidos, porque precisamente atacan
ese trámite, ya sea en su forma, ya sea en su contenido, y también algunos casos de huelgas
limitadas a una empresa o a un departamento donde precisamente por eso, la base tiene la
posibilidad de jugar un papel más activo. En cuanto a la manifestación de masa, más vale no hablar
de ella. Lo que hay que comprender en esos dos casos, es que las formas de acción, en su realidad,
están necesaria e indiso- ciablemente ligadas tanto a las organizaciones que las controlan como a los
objetivos dados. Es cierto, por ejemplo, que la idea de la gran huelga, « en sí », sigue siendo válida,
y que se puede imaginar un proceso en el que «verdaderos» comités de huelga elegidos (y no
nombrados por los sindicatos) presentan las « verdaderas » reivindicaciones de los trabajadores y no
escapan al control de éstos, etc. Pero se trata, frente a la realidad actual, de una especulación vacía y
gratuita; su realización, más allá del marco del taller o de la empresa, exigiría a la vez una ruptura
muy profunda entre trabajadores y burocracia sindical, y la capacidad de las masas para constituir
órganos autónomos y para formular reivindicaciones que desgarren el contexto reformista actual: en
una palabra, significarían que la sociedad entra en una fase revolucionaria. Las inmensas
dificultades que encontraron las huelgas belgas de 1960-1961 y su fracaso final, ilustran
dramáticamente esa problemática.
27. El mismo desgaste histórico irreversible afecta tanto al vocabulario tradicional del
movimiento obrero como a lo que podríamos llamar sus « ideas dinámicas ». Si nos referimos al uso
social real de las palabras y a su significado para los hombres vivientes y no para los diccionarios,
hoy en día un comunista es un miembro del Partido Comunista, y eso es todo ; el socialismo, es el
régimen que existe en la URSS y en los países similares ; « pro*
letariado » es un término que nadie utiliza fuera de las sectas de extrema izquierda, etc. Las
palabras tienen su destino histórico, y cualesquiera que sean las dificultades que eso nos crea (y
que resolvemos sólo en apariencia escribiendo comunista entre comillas), hay que comprender
que no podemos tratar ese lenguaje como una Academia de la Lengua revolucionaria, aún más
conservadora que la otra, que negaría el sentido viviente de las palabras en el uso social e insistiría
en que la palabra francesa étonner significa « hacer temblar con una violenta conmoción », y no
asombrar, y donde el68comunista es el partidario de una sociedad en la que cada cual trabaja según
sus capacidades y recibe según sus necesidades, y no el partidario de Maurice Thorez. En cuanto a
las ideas fundamentales del movimiento obrero, fuera de las sectas, nadie sabe ya, ni siquiera
vagamente, lo que quiere decir por ejemplo « revolución social », o piensa a lo más en una guerra
civil; la « abolición del salario », que encabezaba los programas sindicales de antaño, no significa
ya nada para nadie ; las últimas manifestaciones de internacionalismo efectivo datan de la guerra
de España, sin que ocasiones hayan faltado desde entonces ; la idea misma de la unidad de la clase
137
Véase el capitulo 4 de la la parte : « La economia politica marxista ».
obrera o, más generalmente, de los trabajadores, como capa con intereses esencialmente comunes
y radicalmente opuestos a los de las capas dominantes, no se manifiesta de ningún modo en la
realidad (excepto en las huelgas de solidaridad o en el boicot de empresas en huelga en
Inglaterra). El telón de fondo de todo esto es el hundimiento de las concepciones teóricas y de la
ideología tradicionales138, sobre el que no insistiremos aquí.
28. Al mismo tiempo que a la bancarrota irrever-
sible de las formas del movimiento tradicional, hemos asistido, asistimos y asistiremos, al renaci -
miento o a la reanudación de formas nuevas que, en la medida en que podemos juzgar actualmente,
indican la orientación del proceso revolucionario en el porvenir y deben guiarnos en nuestra acción
y reflexión presentes. Los consejos de trabajadores en Hungría, sus reivindicaciones de gestión de la
producción, de supresión de las normas, etc.; el movimiento de los shop-stewards en Inglaterra, y las
huelgas « salvajes » en Inglaterra y en los Estados Unidos; las reivindicaciones sobre las con -
diciones de trabajo en el sentido más general y las que están dirigidas contra la jerarquía, que
algunas categorías de trabajadores presentan casi siempre contra los sindicatos en varios países ;
esos deben ser los puntos de partida de nuestro esfuerzo para la reconstrucción de un movimiento
revolucionario. El análisis de esos movimientos se hizo ampliamente en la revista SB, y sigue
siendo válido (aún cuando deba ser reanudado y desarrollado). Pero sólo podrán fecundar
verdaderamente nuestra reflexión y nuestra acción si comprendemos plenamente la ruptura que
representan, no respecto a las fases culminantes de las revoluciones pasadas, sino respecto a la
realidad histórica cotidiana y corriente del movimiento tradicional; si las tomamos no como
enmiendas o añadidos a las formas pasadas, sino como bases nuevas a partir de las cuales hay que
reflexionar y actuar, teniendo también en cuenta lo que nos enseña nuestro análisis y nuestra crítica
renovada de la sociedad establecida.
29. Las condiciones presentes permiten pues profundizar y ampliar tanto la idea del socialismo
como sus bases en la realidad social. Esto parece estar en oposición total con la desaparición de todo
movimiento socialista revolucionario y de toda actividad política de los trabajadores. Y esa oposi-
ción no es aparente, es real y forma el problema central de nuestra época. La sociedad ha
integrado al movimiento obrero y ha hecho suyas sus instituciones (partidos y sindicatos). Es más,
los trabajadores han abandonado de hecho toda actividad política y hasta sindical. Esa privatización
de la clase obrera y hasta de todas las clases sociales es el resultado de dos factores : la
burocratización de los partidos y los sindicatos aleja a la masa de los trabajadores ; la elevación del
nivel de vida y la difusión masiva de nuevos objetos y modos de consumo les proporciona un
sustituto y un simulacro de razones de vivir. Esta fase no es ni superficial ni accidental. Representa
un destino posible de la sociedad actual. Si el término barbarie tiene un sentido hoy en día, no se
trata del fascismo, ni de la miseria, ni de la vuelta a la edad de piedra. Es precisamente esa
«pesadilla con aire acondicionado », el consumo por el consumo en la vida privada, la organización
por la organización en la vida colectiva y sus corolarios : privatización, retirada y apatía por los
asuntos de la colectividad, deshumanización de las relaciones sociales. Ese proceso está
efectivamente en marcha en los países industrializados, pero engendra sus propios contrarios. Las
instituciones burocratizadas se ven abandonadas por los hombres, que acaban finalmente por
oponerse a ellas. La carrera hacia niveles « cada vez más elevados» de consumo, hacia objetos «
nuevos » se revela tarde o temprano como algo absurdo. Los elementos que pueden abrir camino a
una conciencia, a una actividad socialista, y en último análisis a una revolución, no han desapare-
cido, sino, al contrario, proliferan en la sociedad actual. Todo trabajador puede observar, en la
gestión de los asuntos importantes de la sociedad, la anarquía y la incoherencia que caracterizan a
las clases dominantes y a su sistema; vive, en su existencia cotidiana y ante todo en su trabajo, lo
absurdo de un sistema que quiere convertirle en un autómata pero que se ve obligado a acudir a su
capacidad de invención y a su iniciativa para que corrija sus errores.
Existen pues la contradicción fundamental que hemos analizado, y el desgaste y la crisis de todas
las formas de organización y de vida tradicionales ; la aspiración de los hombres a la autonomía tal y
como se manifiesta en su existencia concreta; la lucha informal constante de los trabajadores contra
la gestión burocrática de la producción, y los movimientos y las reivindicaciones justas que hemos
mencionado en el párrafo anterior. Los elementos de una solución socialista siguen produciéndose,
aunque se encuentren enterrados, deformados o mutilados por el funcionamiento de la sociedad
burocrática. Por otra parte, esta sociedad no consigue racionalizar (desde su propio punto de vista)
su funcionamiento; está condenada a producir « crisis » que, por accidentales que parezcan cada vez,
no dejan de ser por ello inevitables, ni de plantear objetivamente cada vez ante la sociedad la
totalidad de sus problemas. Esos dos elementos son necesarios y suficientes para fundar una pers-
138
Hay que recordar a este respecto el papel enorme que el movimiento marxista (y otros) han desempeñado durante el siglo
XIX. Ideas nacidas en la mayor parte de los casos en el seno del proletariado y mediante sus luchas, como la de la lucha de
una clase contra otra, el socialismo, el internacionalismo, y hasta la visión concreta del « burgués » como encarnación de
todo contra lo que se luchaba, no hubieran tenido el valor explosivo que tuvieron, no se hubieran convertido en verdaderas
fuerzas históricas, si el movimiento marxista no las hubiera elaborado, precisado, difundido sistemáticamente. Sin esa
ideología, que era mucho más que ideología: sin esa visión de la sociedad, esa cultura proletaria que tenía sus valores,
criterios y polos, no hubiera habido movimiento obrero, sino únicamente explosiones fragmentarias y esporádicas. Actual-
mente, no debemos subestimar la inmensidad de la tarea de elaboración necesaria. La cultura capitalista se disgrega ante
nuestros ojos —pero la vieja cultura proletaria también.
pectiva y un proyecto revolucionarios. Es vano y engañoso el buscar otra perspectiva, en el sentido
de una deducción de la revolución, de una « demostración » o de una descripción del modo como la
conjunción de esos dos elementos (la rebelión consciente de las masas y la imposibilidad provisional
del funcionamiento del sistema establecido) se producirá, y dará lugar a la revolución. Por lo demás,
no ha habido nunca una descripción de este tipo en el marxismo clásico, excepto en el pasaje que
termina la sección sobre «La acumulación primitiva » en El Capital, pasaje que es teóricamente
falso y al que no se han ajustado ninguna de las revoluciones históricas reales, que han ocurrido
todas a partir de un « accidente » imprevisible del sistema que inicia una explosión de la actividad
de las masas (explosión de la que después los historiadores, marxistas o no, que nada han podido
prever, proporcionan a posteriori explicaciones que nada explican). Hemos escrito desde hace
mucho tiempo que no se trata de deducir la revolución, sino de hacerla. Y el único factor de
conjunción de esos elementos del que nosotros, revolucionarios, podamos hablar, es nuestra
actividad, la actividad de una organización revolucionaria. Esta no constituye en modo alguno, claro
está, una « garantía », pero es el único factor en nuestras manos para aumentar la probabilidad de
que las innumerables rebeliones individuales y colectivas en todos los lugares de la sociedad se
hagan mutuamente eco y se unifiquen, de que adquieran el mismo sentido, de que tengan como
objetivo explícito la reconstrucción radical de la sociedad, y de que transformen lo que siempre es al
principio una crisis más del sistema, en crisis revolucionaria. En ese sentido, la unificación de ios
dos elementos de la perspectiva revolucionaria sólo puede tener lugar en nuestra actividad, y
mediante el contenido concreto de nuestra orientación.
IV. Elementos de una nueva orientación
30. Como movimiento organizado, el movimiento revolucionario debe ser reconstruido totalmente.
Esa reconstrucción encontrará una base sólida en el desarrollo de la experiencia obrera, pero presu-
pone una ruptura radical con las organizaciones actuales, su ideología, su mentalidad, sus métodos,
sus acciones. Hay que insistir en que todo lo que ha existido y existe como forma instituida del
movimiento obrero —partidos, sindicatos, etc.— está irremediable e irrevocablemente acabado,
podrido, integrado en la sociedad de explotación. No puede haber soluciones milagrosas, y todo está
por rehacer con un largo y paciente trabajo. Hay que empezar de nuevo en todos los terrenos, pero
empezar de nuevo partiendo de la inmensa experiencia de un siglo de luchas obreras, y con
trabajadores que se encuentran más cerca que nunca de las verdaderas soluciones.
31. Hay que destruir radicalmente los equívocos sobre el programa socialista creados por las
organizaciones « obreras» degeneradas, reformistas o estalinistas. La idea de que el socialismo
coincide con la nacionalización de los medios de producción y la planificación, de que tiene
esencialmente como objetivo —o de que los hombres deberían tener esencialmente como objetivo
— el aumento de la producción y del consumo, todas esas ideas deben ser denunciadas
implacablemente, y su identidad con la orientación profunda del capitalismo mostrada
constantemente. La forma necesaria del socialismo como gestión obrera de la producción y de la
sociedad y poder de los Consejos de trabajadores debe ser demostrada e ilustrada partiendo de la
experiencia histórica reciente. El contenido esencial del socialismo : restitución del dominio de los
hombres sobre su propia vida; transformación del trabajo actual —un medio absurdo de ganarse la
vida— en libre desarrollo de las fuerzas creadoras de los individuos y de los grupos; constitución de
comunidades humanas integradas ; unión de la cultura y de la vida de los hombres —ese contenido
no debe ser escondido como una especulación vergonzante sobre un porvenir indeterminado, sino
presentarse como la única respuesta a los problemas que torturan y asfixian a la sociedad de hoy. El
programa socialista debe ser presentado como lo que es : un programa de humanización del trabajo
y de la sociedad. Hay que gritar si es necesario que el socialismo no es una terraza de descanso
sobre la prisión industrial, ni transistores para los prisioneros, sino la destrucción de la prisión
industrial misma.
32. La crítica revolucionaria de la sociedad capi- talísta debe cambiar de eje. Debe en primer
lugar denunciar el carácter inhumano y absurdo del trabajo contemporáneo, bajo todos sus aspectos.
Debe desenmascarar la arbitrariedad y la monstruosidad de la jerarquía en la producción y en la
sociedad, su falta de justificación, el enorme despilfarro y los antagonismos que provoca, la inca-
pacidad de los dirigentes, las contradicciones y la irracionalidad de la gestión burocrática de la
empresa, de la economía, del Estado, de la sociedad. Debe demostrar que cualquiera que sea el
aumento de « nivel de vida », el problema de las necesidades de los hombres no ha sido resuelto ni
siquiera en las sociedades más ricas, que el consumo capitalista está Heno de contradicciones y es
finalmente absurdo.70 Debe por último extenderse a todos los aspectos de la vida, denunciar el
resquebrajamiento de las comunidades, la deshumanización de las relaciones entre individuos, el
contenido y los métodos de la educación capitalista, la monstruosidad de las ciudades modernas, la
doble opresión impuesta a las mujeres y a los jóvenes.
33. El análisis de la realidad social actual no puede y no debe consistir simplemente en una
elucidación y una denuncia de la alienación. Debe mostrar constantemente la doble realidad de toda
actividad en las condiciones de hoy en día (que no es sino la expresión de lo que hemos definido
anteriormente como la contradicción fundamental del sistema) ; es decir, que la creatividad de la
gente y su lucha contra la alienación, individual o colectiva, se manifiesta necesariamente en todos
los terrenos, en particular en la época contemporánea (y si esto no fuera así, sería imposible hablar
de la posibilidad del socialismo). Del mismo modo que hemos denunciado la idea absurda según la
cual la fábrica es sólo un lugar de trabajo forzado, y hemos mostrado que la alienación no puede
nunca ser total (ya que la producción se hundiría), y que la producción está en igual medida
dominada por la tendencia de los productores, individual y colectivamente, a asumir en parte su
gestión, es necesario igualmente denunciar la idea absurda de que la vida de la gente bajo el régimen
capitalista es únicamente pasividad ante la manipulación y la mistificación capitalistas, y por lo
demás pura nada (si esto fuera así, viviríamos en un mundo de fantasmas para los que el socialismo
no tendría sentido alguno). Hay que hacer resaltar por el contrario y dar valor al esfuerzo de la gente
(que es a la vez efecto y causa del hundimiento de los valores y de las formas de vida tradicionales)
de orientar por sí mismos su vida y sus actitudes en un periodo en el que ya no existe certidumbre
alguna, esfuerzo que abre, ni más ni menos, una fase absolutamente nueva en la historia de la
humanidad y que, en la medida en que encarna la aspiración a la autonomía, es una condición del
socialismo tanto o más esencial que el desarrollo de la tecnología; y hay que mostrar el contenido
positivo que adquiere frecuentemente el ejercicio de esa autonomía, por ejemplo en la
transformación de las relaciones entre el hombre y la mujer o entre padres e hijos en la familia,
transformación que contiene en sí misma el reconocimiento de que la otra persona es o debe ser en
último análisis dueño y responsable de su vida. Debemos igualmente mostrar el contenido análogo
que aparece en las corrientes más radicales de la cultura contemporánea (algunas tendencias en el
sicoanálisis, la sociología y la etnología por ejemplo) en la medida en que esas corrientes a la vez
terminan de destruir lo que queda de las ideologías opresivas y no pueden por menos de difundirse
en la sociedad.
34. Las organizaciones tradicionales se apoyaban sobre la idea de que las reivindicaciones
económicas forman el problema central para los trabajadores, y el capitalismo es incapaz de
satisfacerlas. Esa idea debe ser categóricamente repudiada, ya que no corresponde en nada a las
realidades actuales. La organización revolucionaria y la actividad de los militantes revolucionarios
en los sindicatos no puede tener como fundamento el ir más lejos que otros en reivindicaciones
económicas, mejor o peor defendidas por los sindicatos y realizables para el sistema capitalista sin
dificultades mayores. Es en la posibilidad de los aumentos de salarios donde se encuentra la base del
reformismo permanente de los sindicatos, y se trata de una de las condiciones de su degeneración
burocrática irreversible. El capitalismo sólo puede vivir si concede aumentos de salarios, y la
existencia de sindicatos burocrati- zados y reformistas le es indispensable a este respecto. Esto no
significa que los militantes revolucionarios deben necesariamente abandonar los sindicatos o
desinteresarse de las reivindicaciones económicas, sino que ninguno de esos dos puntos tiene la
importancia central que se les daba antes.
35. La humanidad del trabajador asalariado se ve cada vez menos atacada por una miseria
económica que ponga en peligro su existencia física, y cada vez más por la naturaleza y las
condiciones de su trabajo, por la opresión y la explotación a que se ve sometido en la producción. Y
es en ese terreno donde no hay y no puede haber una reforma duradera, sino una lucha con
resultados cambiantes y nunca seguros, porque no se puede reducir la alienación 3 % al año y
porque la organización de la producción se ve continuamente trastornada por la evolución técnica.
Es igualmente el terreno en el que los sindicatos cooperan sistemáticamente con la dirección. El
ayudar a los trabajadores a organizar su lucha contra las condiciones de trabajo y de vida en la
empresa capitalista es una tarea central del movimiento revolucionario.
36. La forma que toma la explotación en la sociedad contemporánea es cada vez más la de la
desigualdad en la jerarquía ; y el respeto del valor de la jerarquía, apoyada por las organizaciones «
obreras », ha llegado a ser el último sostén ideológico del sistema. El movimiento revolucionario
debe organizar una lucha sistemática contra la ideología de la jerarquía bajo todas sus formas, y
contra la jerarquía de los salarios y de los empleos en las empresas. Pero esa lucha no puede ya
hacerse partiendo sin más del análisis de las situaciones respectivas de los obreros semicalificados y
de los contramaestres en la industria tradicional, ya que no concernería a categorías crecientes de
trabajadores, a los que no se puede presentar la jerarquía como un simple velo engañoso que
encubriría una realidad en la cual todos los papeles serían idénticos salvo el de la coacción. Lo que
hay que demostrar es que las diferencias de calificación entre los trabajadores son el resultado, en la
aplastante mayoría de los casos, del propio funcionamiento, desigual y jerarquizado desde un
principio, de la sociedad, que se reproduce constantemente como sociedad estratificada en sus
nuevas generaciones ; que no son simplemente esas diferencias de calificación las que determinan la
situación de los individuos en la pirámide jerárquica, sino que ésta se ve definida igualmente (y de
modo más marcado a medida que se suben peldaños) por la aptitud del individuo para salir adelante
en una lucha entre pandillas y clanes burocráticos, aptitud sin valor social alguno ; que de todos
modos sólo la colectividad de los trabajadores debe y puede dirigir racionalmente el trabajo, tanto
por lo que respecta a sus objetivos generales como por lo que respecta a sus condiciones ; que, en la
medida en que ciertos aspectos técnicos del trabajo pueden exigir una diferencia« ción de las
responsabilidades, los responsables deben quedar bajo el control de la colectividad; que en ningún
caso puede existir una justificación para una diferenciación cualquiera de los salarios, cuya igualdad
es un elemento central de todo programa socialista. En ese mismo contexto, hay que comprender
que el deseo de los trabajadores de calificarse o de llegar a puestos de responsabilidad no traduce
siempre, y necesariamente, una aspiración a pasar del otro lado de la barrera de clase, sino que
expresa en un grado creciente la necesidad que siente la gente de encontrar un interés en su trabajo
(que esa accesión no pueda tampoco satisfacer tal necesidad en el marco del. sistema actual es otro
problema). Y no significa nada decir que esa solución es sólo individual, pues no lo es ni más ni
menos que la del que educa a sus hijos lo mejor que puede, sin limitarse a decir que « de todos
modos el problema no puede ser resuelto en el marco del régimen actual ».
37. En todas las luchas, la manera como se obtiene el resultado es tanto o más importante que lo
que se obtiene. Hasta desde el punto de vista de la eficacia inmediata, las acciones organizadas y
dirigidas por los trabajadores mismos son superiores a las acciones decididas y organizadas buro-
cráticamente ; pero sobre todo, son las únicas que crean las condiciones de un progreso, ya que son
las únicas que permiten que los trabajadores aprendan a dirigir sus propios asuntos. La idea de que
sus intervenciones tienen como objetivo no el reemplazar, sino el desarrollar la iniciativa y la
autonomía de los trabajadores debe ser el criterio supremo que guíe la actividad del movimiento
revolucionario.
38. Aun cuando las luchas en la producción alcancen una gran intensidad y un nivel elevado, el
paso al problema global de la sociedad sigue siendo para los trabajadores el más difícil de efectuar.
Es pues en ese terreno donde el movimiento revolucionario tiene que cumplir una tarea capital, que
no debe confundirse con una agitación estéril a propósito de los incidentes de la « vida política »
capitalista. Consiste en mostrar que el sistema funciona siempre en contra de los trabajadores, que
éstos no podrán resolver sus problemas sin abolir el capitalismo y la burocracia y reconstruir total-
mente la sociedad ; que hay una analogía profunda e íntima entre su destino de productores y su des-
tino de hombres en la sociedad, en la medida en que ni uno ni otro pueden modificarse sin que
quede abolida la división en una clase de dirigentes y una clase de ejecutantes. El problema de una
movilización de los trabajadores en torno a cuestiones generales sólo podrá plantearse de nuevo en
términos correctos en función de un largo y paciente trabajo en esa dirección.
39. La experiencia ha probado que el internacionalismo no es un producto automático de la con-
dición obrera. Convertido en un factor político real por la actividad de las organizaciones obreras de
antaño, ha desaparecido cuando éstas al degenerar se han hundido en el patrioterismo. El
movimiento revolucionario deberá luchar para que el proletariado vuelva a subir la larga pendiente
por la que se ha deslizado desde hace un cuarto de siglo, para hacer revivir la solidaridad
internacional de las luchas obreras y sobre todo la solidaridad de los trabajadores de los países
imperialistas con las luchas de los pueblos colonizados.
40. El movimiento revolucionario debe dejar de aparecer como un movimiento político en el
sentido tradicional del término. La política en el sentido tradicional ha muerto, y por buenas
razones. La población la abandona porque la ve tal y como es en su realidad social: la actividad de
una capa de embaucadores profesionales que dan vueltas en torno a la máquina del Estado y de sus
apéndices para introducirse o para apoderarse de ella. El movimiento revolucionario debe aparecer
como un movimiento total, preocupado por todo lo que los hombres hacen y soportan en la
sociedad, y ante todo por su vida cotidiana real139.
41. El movimiento revolucionario debe dejar de ser una organización de especialistas. Debe
convertirse en el lugar —el único en la sociedad actual, fuera de la empresa— donde un número
creciente de individuos vuelvan a aprender la verdadera vida colectiva, dirijan sus propios asuntos,
se realicen y se desarrollen trabajando para un proyecto común, con reconocimiento recíproco.
42. La propaganda y el esfuerzo de reclutamiento del movimiento revolucionario deben en lo
sucesivo tener en cuenta las transformaciones de estructura de la sociedad capitalista que hemos
descrito anteriormente, y la generalización de su crisis. El movimiento revolucionario no puede
dirigirse de manera casi exclusiva a los trabajadores manuales, ni pretender que todo el mundo está,
o va a verse finalmente transformado, en simple ejecutante en la parte inferior de la pirámide
burocrática. Lo que es cierto, y suficiente para fundar la propaganda y el reclutamiento, es que la
gran mayoría de los individuos, cualquiera que sea su calificación o su remuneración, están
integrados en la organización burocrática de la producción, sufren la alienación en el trabajo y lo
absurdo del sistema y tienden a rebelarse contra él. De igual modo, la crisis de la cultura y la
descomposición de los valores de la sociedad capitalista empujan a fracciones importantes de
intelectuales y de estudiantes (cuyo peso numérico es además cada vez mayor) a una crítica radical
del sistema. Tanto para conseguir una unificación de las luchas contra éste, como para que sea
realizable la gestión colectiva de la producción por los trabajadores, el papel de esas «nuevas capas
» será fundamental; mucho más fundamental de lo que era, por ejemplo, en la época de Lenin, la «
unión con el campesinado pobre », ya que éste no representa sino una fuerza negativa, destructora
del antiguo sistema, mientras que las « nuevas capas » tienen un papel positivo esencial que
desempeñar en la reconstrucción socialista de la sociedad. Sólo el movimiento revolucionario puede
dar un sentido positivo y un resultado a la rebelión de esas capas contra el sistema, y recibirá a
cambio un enriquecimiento precioso. Y sólo el movimiento revolucionario puede ser el lazo de
72
139
Cada uno de nosotros debe comenzar por ser un individuo real, entre individuos reales, en un medio real. Como tal, puede y
debe mantener con los demás relaciones que sean, hasta cierto punto, « desinteresadas » —o sea que no estén exclusiva mente
dominadas por la idea de reclutar, vender propaganda, obtener dinero, etc. Esto es esencial, en primer lugar, aunque sólo fuera
para poder establecer relaciones, pero también por una razón más profunda : los que no piensan exactamente como nosotros no
son hombres a 20, 30 o 50 % según su grado de parentesco con nosotros. Y cuando piensan de modo diferente al nuestro, las
razones que tienen para hacerlo deben ser interesantes desde nuestro punto de vista, y hasta pueden ser buenas razones.
Además, hay que aceptar, y hasta hay que intentar hablar con la gente de sus problemas; si lo que decimos es cierto, esos
problemas reflejan fatalmente en un grado u otro el problema de la sociedad
unión, en las condiciones .
de la sociedad de explotación, entre trabajadores manuales, « terciarios » e intelectuales, unión sin la
cual no podrá haber revolución victoriosa.
43. La ruptura entre generaciones y la rebelión de los jóvenes en la sociedad moderna no tienen
semejanza con el « conflicto de generaciones » de antaño. Los jóvenes ya no se oponen a los adultos
para coger su sitio en un sistema establecido y aceptado ; rechazan ese sistema, y no aceptan ya sus
valores, La sociedad contemporánea pierde su dominio sobre las generaciones que produce. La
ruptura es particularmente brutal en el caso de la política. La aplastante mayoría de los cuadros y de
los militantes obreros adultos no pueden, por mucha buena fe y buena voluntad que tengan, efectuar
su reconversión, y repiten maquinalmente las lecciones y las frases que han aprendido antaño, vacías
ya, adheridos a formas de acción y de organización que se hunden. A la inversa, es cada vez más
difícil para las organizaciones tradicionales el reclutar a jóvenes, que no ven nada que las separe de
todo el aparato carcomido e irrisorio que encuentran al llegar al mundo social. El movimiento
revolucionario podrá dar un sentido positivo a la inmensa rebelión de la juventud contemporánea, y
convertirla en el fermento de la transformación social, si sabe encontrar el lenguaje verdadero y
nuevo que ésta busca, y proponerle una actividad de lucha eficaz contra ese mundo que rechaza.
44. La crisis y el desgaste del sistema capitalista se extienden hoy a todos los sectores de la vida.
Sus dirigentes se agotan tratando de tapar las brechas del sistema, sin conseguirlo nunca. En esta
sociedad, la más rica y la más poderosa que la tierra ha conocido, la insatisfacción de los hombres,
su impotencia ante sus propias creaciones, son mayores que nunca. Si hoy en día el capitalismo
consigue privatizar a los trabajadores, alejarles del problema social y de la actividad colectiva, esa
fase no puede durar eternamente, aunque sólo sea porque es la sociedad establecida en primer lugar
la que corre el riesgo de verse asfixiada por esa situación. Tarde
o temprano, aprovechando uno de esos « accidentes » inevitables en el sistema actual, las masas
entrarán de nuevo en acción para modificar sus condiciones de existencia. El destino de esa acción
dependerá del grado de conciencia, de la iniciativa, de la voluntad, de la capacidad de autonomía
que mostrarán entonces los trabajadores. Pero la forma-
ción de esa conciencia, la afirmación de esa autonomía, dependen en un grado decisivo del trabajo
continuo de una organización revolucionaria que haya comprendido claramente la experiencia de
un siglo de luchas obreras, y en primer lugar que el objetivo, y a la vez el medio, de toda actividad
revolucionaria es el desarrollo de la acción consciente y autónoma de los trabajadores; que sea
capaz de trazar la perspectiva de una nueva sociedad humana por la que valga la pena vivir y
morir; que encarne por último, ella misma, el ejemplo de una actividad colectiva que los hombres
comprenden y dominan.
177
12

74
Apéndice
La «tendencia al descenso de la cuota de ganancia»
El análisis que hace Marx de la economía capitalista se basa en tres categorías o conceptos
fundamentales :
C : capital constante (los medios de producción previamente producidos)
V : capital variable (salarios)
P : plusvalía (la diferencia entre el producto neto y el salario total —o del producto bruto y el
salario total más el capital constante usado en la producción)
Supondremos que esos conceptos son familiares al lector y consideraremos (como hace Marx en
los volúmenes II y III de El Capital) la economía capitalista en su conjunto, después de la «
unificación » de las transacciones y cuentas entre empresas y entre sectores. En esas condiciones, P
(la plusvalía total) es igual a la masa de las ganancias ;
es la masa de los salarios. La posición de C es más compleja, ya que el símbolo fue utilizado por
Marx para designar categorías diferentes, en dife rentes partes de El Capital. En los volúmenes II y
III se refiere al valor de la masa total de capital, mientras que en el volumen I designa la deprecia-
ción del capital fijo incorporada en el valor de un producto individual o del producto total de una
firma, más el valor de los bienes de producción « no duraderos » gastados en el proceso productivo
(materias primas, carburante, etc.). Es obvio que hay que tener mucho cuidado, en cada momento,
en la definición del sentido exacto en que se usa C, y de cuál es el sentido pertinente en cada
contexto particular. Es lo que trataremos de hacer, utilizando fórmulas más precisas cuando sea
necesario 140.
Marx estudia las relaciones de C, V y P, y formula tres « leyes » que gobiernan el desarrollo de
esas relaciones en un periodo de tiempo.
P
1) — (la relación de la plusvalía y del capital
V
variable, o de las ganancias totales con el total de los salarios), a la que Marx llama cuota de explo-
tación. El concepto no tiene ambigüedad alguna. Marx pensaba que la cuota de explotación
aumentaba necesariamente con el tiempo (habla, claro está, como lo haremos en estas páginas, de
tendencias a largo plazo, no de variaciones locales o a corto plazo). Según Marx, la cuota de
explotación crece porque la productividad del trabajo aumenta continuamente bajo el capitalismo —
un hecho obvio. Esto quiere decir que el valor por unidad (en términos de trabajo, claro está, como
en todo este razonamiento) de las mercancías baja constantemente al pasar el tiempo. Pero en ese
caso, lo mismo ocurre con el valor por unidad de las mercancías que entran en el consumo de un
obrero o de una familia obrera. Marx supone que ese consumo será constante a lo largo del tiempo
—es decir, supone un estancamiento del nivel de vida real de la clase obrera. Pero su valor
disminuirá con el tiempo— puesto que es el producto de una cantidad constante de mercancías
multiplicada por unidades de valor descendente. En términos físicos, una hora de trabajo es pagada
con la misma cantidad, mientras que su producción aumenta con la productividad. En términos de
valor, una hora de trabajo produce siempre por definición el mismo valor, pero lo que desciende es el
valor de las mercancías con las cuales se paga esa hora (porque el valor por unidad desciende con el
aumento de la productividad). Los obreros obtienen una cantidad constante de un total que aumenta
(en términos físicos)
o una cantidad descendente de un total constante (en términos de valor). Su parte por lo tanto dis-
minuye, y, recíprocamente, el resto (la parte de los capitalistas) aumenta.
El razonamiento es correcto, pero resiste o se va abajo junto con el postulado de que el nivel de
vida de la clase obrera es constante a lo largo del tiempo. En lenguaje marxista, esto se expresa
diciendo que la fuerza de trabajo necesita una cantidad fija de ingresos (el consumo de la familia
obrera) para producirse y reproducirse, y que las leyes del mercado impiden que el «precio » de la
fuerza de trabajo (salarios) quede duraderamente por encima
o por debajo del « valor » de la fuerza de trabajo (el equivalente en valor de esa cantidad física fija
de bienes de consumo). Ya hemos mostrado que eso no ocurre. La fuerza de trabajo no es solamente
una mercancía. Las luchas de la clase obrera han obtenido el aumento, a lo largo del tiempo, del
nivel de vida de la clase obrera, o del « valor » de la fuerza de trabajo. No volveremos sobre ese
punto aquí.
C
2) — (la relación del capital constante y del
V
capital variable), a la que Marx llama composición orgánica del capital. Marx creía que esa
fracción aumentaría también constantemente a lo largo de la historia del capitalismo. Se basaba
en el hecho evidente de que el mismo número de obreros mane jaba un número cada vez mayor de
máquinas, un número cada vez mayor de materias primas, etc.
140
Los « marxólogos profesionales » interesados en los diferentes usos de C, pueden consultar la nota al final del texto.
Pero esa relación, o mejor dicho, la manera en que Marx la expresa, es ambigua. No cabe duda de
que si contamos con un medio conveniente de medir el volumen físico de los medios de producción
producidos y si lo comparamos con el número de hombres (o con la inversión total de horas de
trabajo), entonces la mecanización y el aumento de la productividad significan ipso facto que el
primer elemento aumenta mucho más rápidamente que el segundo. (Podemos eliminar sin escrúpulo
al pedante perito en estadística que tratara de demostrarnos que el medir el volumen físico del capital
viene a ser el pesar al mismo tiempo azúcar y carbón.) Pero en la fórmula de Marx no están ni el
volumen físico de los medios de producción producidos, ni el número de hombres. Si C es la depre-
ciación anual y V es el total de los salarios o capital variable, los dos están expresados en términos
de valor. El hecho obvio de que un número creciente de máquinas sean manejadas por un número
decreciente de hombres no nos permite deducir, sin mayores consideraciones, que la depreciación
anual en términos de valor aumenta constantemente en relación con el salario total anual, expresado
también en términos de valor. Ni pueden esos dos términos tomarse como índices correctos de la
evolución de las cantidades físicas correspondientes. El capital al que se refiere el « número cada
vez mayor de máquinas », etc., no es la depreciación anual (el capital gastado) sino la masa de
capital total (el capital físicamente presente en el proceso de producción). Para eliminar esa
ambigüedad, llamemos K al índice del volumen de ese capital total, y T al trabajo total (total de
horas de trabajo efectuadas). El hecho empírico, e importante, es
K
que — aumenta con el tiempo. Se necesitan varias T
hipótesis específicas para pasar de esa idea a la
C
idea según la cual también — aumenta con el
V
tiempo.
Llamemos r al porcentaje de depreciación anual, s al salario real por hora de trabajo y U al valor
por unidad (es decir el inverso de la productividad neta del trabajo o de las horas de trabajo efectivas
por unidad de producto total neto). En ese caso C = depreciación anual en términos de valor = rKU,
y V = salarios totales en términos de valor = sTU (partiendo de la hipótesis que el valor por unidad
de capital y los bienes fungibles, es decir la productividad del trabajo en bienes de capital y en
industrias de bienes de consumo, cambian parí passu). La composición orgánica del
rKU rK
capital, en el sentido de Marx, es pues--------------o -------.
sTU sT
K rK
— aumenta claramente, pero ¿ qué ocurre con-------------?
T sT
Naturalmente, eso depende sobre todo de la evolución de s, el salario real (no hay a primera vista
razones para suponer una variación sistemática de r, la cuota de depreciación, con el tiempo). Si se
admite la hipótesis de Marx de que s es más o menos constante, la « composición orgánica » (en ese
sentido) aumentará. Pero de hecho, como s y K aumentan aproximadamente pari passu, la compo-
sición orgánica en términos de valor seguirá siendo más o menos constante (y es lo que ocurre
efectiva-
rK
mente) ya consideremos----------(la depreciación anual
sT
K
sobre el salario total), o------------ (el capital fijo sobre
sT
el salario total).
Si tomamos C en su otro sentido posible, o sea la depreciación más el valor de las materias
primas, etc., el razonamiento pasa a ser un poco más complejo, aun cuando en lo esencial siga
siendo el mismo. Es evidentemente un hecho que « el mismo número de hombres » maneja una
cantidad siempre
creciente de material, etc. Eso equivale a decir que
C
la productividad física del trabajo crece. Pero —
V
está expresado en términos de valor* El crecimiento de la productividad que aumenta la suma de
materiales manejados, si se considera el conjunto de la economía, reducirá su valor por unidad
exactamente en las mismas proporciones. El numerador de la fracción se mantiene pues constante,
en términos de valor. La evolución de la fracción dependerá por lo tanto de lo que ocurra con el
denominador, V. Si éste desciende, porque, como creía Marx, los salarios reales no aumentan (y por
lo tanto los salarios, expresados en términos de valor, descienden), entonces la « composición
orgánica » aumentará en la misma proporción. Pero si, como ocurre en la realidad, los salarios reales
aumentan más
o menos al mismo ritmo que la productividad, entonces la « composición orgánica » es estable. No
hemos tomado en consideración ese aspecto de la cuestión en el texto porque, como se explica en la
nota final, las materias primas, etc. no aparecen en un cálculo unificado de la economía total.
3) Por último, Marx llama cuota de ganancia a P
la relación ----------. Marx pensaba que había una
C+V
tendencia a largo plazo (que era a su vez el resultado de diversos factores de sentido opuesto,
examinados por Marx) al descenso de la cuota de ganancia. El argumento central es que C (el
capital constante) aumenta mucho más rápidamente que
V (el capital variable), a causa del « aumento de la composición orgánica del capital». Pero P es
extraído del trabajo vivo, y aun cuando la cuota de explotación aumente, se acepta implícitamente
que no puede aumentar de modo suficientemente rápido como para compensar el hecho que V es
cada vez más pequeño en relación con C. Por lo tanto, según Marx, el denominador (C + V) aumenta
más rápi-
P
damente que el numerador P ; y la relación-----------------
(C +V)
(que expresa la cuota de ganancia) debe declinar con el tiempo.
El último argumento : a) es inconsistente desde un punto de vista lógico; b) es empíricamente falso ;
c) está económica y politicamente desprovisto de pertinencia. Vamos a explicar estas afirmaciones una
a una.
a) La cuota de ganancia no es y no puede ser calculada como relación de la ganancia con la
depreciación más los salarios. La cuota de ganancia es ganancia sobre un capital, es decir ganancia
sobre el valor del capital fijo total, más el valor de las materias primas, etc. necesarias para
comenzar la producción (y no: manejadas durante el periodo que se toma en cuenta), más el valor
de los salarios necesarios para comenzar la producción (y no: pagados durante el periodo que se
toma en cuenta). C + V es al mismo tiempo demasiado limitado y demasiado amplio para expresar
eso : demasiado limitado porque C (la depreciación) es sólo una pequeña parte del capital (habría
que emplear KU, según la notación empleada antes). Y V es demasiado amplio porque es el salario
anual total, y los capitalistas no « adelantan » como el salario anual total, sino sólo una fracción de
él que corresponde a la «rotación» del capital variable. Lo mismo puede decirse de las materias
primas. Se pueden dejar de lado esas complicaciones ignorando las materias primas, etc., y tomando
como periodo observable un periodo medio de circulación del capital variable, de tal modo que el «
capital variable » adelantado por los capitalistas llegue a ser igual al salario total. Pero desde luego
no podemos tomar C para designar al capital; debemos tomar KU.
P
La cuota de ganancia es entonces-----------------. ¿ Por
KU + V
qué debe descender ? Porque, diría Marx, aun PKU
cuando — aumente, ----------- aumenta mucho más
V V
deprisa. ¿ Pero cómo podemos estar seguros de ello ? ¿ Es algo necesario ? Y si lo es ¿ por qué ?
Habría que sospechar, al contrario, que no puede haber una divergencia significativa y permanente
entre la cuota de crecimiento del capital y la cuota de crecimiento de la plusvalía, porque no se trata
de dos cantidades independientes : el capital no es sino plusvalía acumulada. Si la plusvalía llega a
ser muy pequeña (relativamente), lo mismo ocurrirá con el crecimiento del capital.
Dejemos ahora en paz a Marx, que estaba haciendo heroicamente una verdadera obra de pionero.
Preguntémonos cómo generaciones de « marxistas * no vieron que había una relación funcional
entre la plusvalía «de este año» y el capital «del próximo año ». ¿ Por qué no trataron de perfeccio-
nar la fórmula ? ¿ Por qué, en vez de eso, se dedicaron a discutir interminablemente sobre « el
descenso de la cuota de ganancia »ya jugar con sofismas y argumentos vacíos ? Su decidida
preferencia por el dogma, y el abandono de toda verdadera investigación, hasta en el uso de sus
propias categorías, es la única explicación posible.
Daremos un ejemplo numérico para facilitar la comprensión del problema.
Supongamos que en un periodo 0 el volumen del capital fijo es 500, la inversión de horas de
trabajo efectuadas es 200 y el volumen del producto total neto es 200. El producto neto por hora de
200
trabajo efectuada es pues ------------ = 1. El valor por
200
unidad (es decir las horas de trabajo efectuadas por unidad de volumen del producto neto) es 200
también ------- = 1. La cuota de explotación es 1,
200
lo que quiere decir que el producto total neto está dividido en partes iguales entre obreros y capita -
listas. Si el volumen del producto neto es 200, los salarios totales = 100 y la plusvalía total = ganan-
cia total = 100.
Supongamos ahora que hay un porcentaje de depreciación del 10 %. Esto quiere decir que el
valor del producto bruto es el producto neto más 10 % del valor del capital fijo. El valor por unidad
siendo 1, el valor del capital fijo es 500 X 1 = 500, y el 10 % representa 50. Por lo tanto el producto
bruto en un periodo 0 es 250. Entonces la cuota de
100 100 1 ganancia es = = — = 0,1666...
500 + 100 600 6 La plusvalía se acumula en la proporción de, digamos, 1/2. Del
producto neto del periodo 0 se acumula entonces 50. El volumen del capital fijo para el próximo
periodo que hay que examinar (periodo 1) ha de ser pues 500 + 50 = 550. Supongamos también que
entre el periodo 0 y el periodo 1 la productividad neta del trabajo por hora aumenta en un 10 %.
Admitamos que el total de horas de trabajo efectuadas siga siendo el mismo. El producto neto total
en el periodo 1 es entonces 220. Su valor total, claro está, no ha cambiado : es por definición igual
al número de horas de trabajo efectuadas, que sigue siendo el mismo. El valor por unidad ha bajado,
claro está, proporcionalmente al aumento de la productividad; el valor de la
200 1
unidad de producto es ahora----------=--------= 0,9090...
220 1,1
El producto total bruto es, medido en términos físicos o en valor por unidad del periodo 0 : 220
(producto neto) + 55 (depreciación a 10 % del capital de 550) = 275. En términos de valores del
1
periodo 1, es 275 X (---------) = 250.
u
¿ Cómo han evolucionado la cuota de explotación, la composición orgánica del capital y la cuota
de ganancia ?
V es, en el periodo 1 (y en términos de valor del
1
periodo 1) 100 X (---------) = 90,90 (damos por supu-
1,1
esto, claro está, como hacía Marx, y para seguir dentro del marco de sus hipótesis, que el salario
real por hora sigue siendo el mismo). P es por lo tanto 200 — 90,90... = 109,09... Ya se trate de
términos de valor o de términos físicos, la cuota
120
de explotación ha aumentado. Es ahora -----------------, o
100
90.9090.. .
-------------- = 1,2 en vez de 1 como anteriormente.
109.909.. .
No hay nada en esta exposición con lo que Marx no debiera quedar satisfecho.
La composición orgánica del capital, en el sentido en el que la hemos definido, ha aumentado
también.
500 550
Ha pasado (en términos físicos) de ----------------a--------.
100 100 500 500
Ha pasado (en términos de valor) de------------ á ----------.
100 90,90...
Marx debería quedar también satisfecho con esta exposición.
¿ Pero qué ocurre con la cuota de ganancia ? Era
1
de — = 0,166... en el periodo 0. Es ahora, en 6
120 120
términos físicos,----------------- =--------= 0,1846... En
550 + 100 650
109,0909
términos de valor, es ahora-------------------------------=
500 + 90,9090
109,0909
----------- = 0,1846 también. Por lo tanto, la cuota
590,9090
de ganancia ha aumentado.
Para el lector al que un poco de álgebra no asuste, ese resultado puede ser fácilmente generalizable, y
pueden establecerse las condiciones generales de aumento, de disminución o estancamiento de la cuota
de ganancia.
Examinemos todas las cantidades en términos físicos (el razonamiento es exactamente el mismo
en términos de valor, pero el sistema de notación es mucho más engorroso). Llamemos X al
producto neto en el periodo 0, S a la masa de salarios, K al capital constante total. La plusvalía (o la
masa de las ganancias) es entonces X — S, y la cuota de X —S
ganancia es ------------. Si llamamos e a la cuota
K —S
X —S
de explotación en el periodo 0, entonces e =---------------.
S
La plusvalía es pues X — S = eS. Si llamamos n a la « composición orgánica del capital », es decir,
la relación entre la masa total de capital constante y
K
la masa de los salarios, n = —, y el capital constante
S
es pues K = nS.
La fórmula de la cuota de ganancia (para el
eS e
periodo 0) es pues ----------------- = -----------.
nS “f* S n + 1 Supongamos ahora que una cierta fracción f do la plusvalía
del periodo 0 se acumula y añade a la masa de capital (0 < f< 1). Entonces el capital constante en el
periodo 1 es K + f(X — S) = nS + feS. Supongamos también que la productividad neta del trabajo
aumenta entre el periodo 0 y el periodo 1 de p por ciento. El producto neto en el periodo 1 se
convierte en X(1 + p). Supongamos además que el total de horas de trabajo sigue siendo el mismo,
y que los salarios reales por hora no cambian tampoco (es la hipótesis de Marx). La masa de los
salarios en el periodo 1 será entonces la misma que en el periodo 0, es decir S. La plusvalía en el
periodo 1 será X( 1 + p) — S. Puesto que X — S = eS, X = S + eS = (l + e)S; la plusvalía para el
periodo 1 será pues : (1 + e) (1 + p) S — S = S (e + P + ep).
El capital constante es ahora, como hemos visto, nS + feS. El capital variable sigue siendo S. El
capital total es pues nS+feS + S = S(n+fe+i).
La cuota de ganancia para el periodo 1 será pues : S(e+p+ep) e+p + ep
S(n+fe+l) n+fe+1
¿ Es mayor o menor que la cuota de ganancia en el
e
periodo 0, o sea --------------? Para poder responder,
n+1
e+p+ep
tenemos que comprobar si la diferencia---------------------
n+fe+1
e
-------------es positiva, igual a cero o negativa. Si
n+1
es positiva, la cuota de ganancia ha aumentado. Si es igual a cero, no ha cambiado. Si es negativa, la
cuota de ganancia ha descendido.
Es fácil ver que el signo de la diferencia será el mismo que el signo de la expresión (n+1) (e+p
+ ep) — e(n+fe+l) que se reduce a p(l+n) (1 + e) — e2f. Si p(l+n) (1 + e) — e2f > 0, entonces
la cuota de ganancia aumenta entre el periodo 0 y el periodo 1. Si es < 0, entonces la cuota de
ganancia ha descendido.
Es pues evidente ahora por qué toda la discusión sobre el descenso de la cuota de ganancia es tan
ociosa. Ya que todo depende de los valores numéricos de los diversos parámetros (e, n, f, y p) sobre los
cuales no se puede decir nada a priori.
Una forma más elocuente de la desigualdad ante rior es

-P e2
: — >----------------------------, que expresa la condición
f (1 +n)(l+e) para que aumente la cuota de ganancia (o, si se invierte el signo de
desigualdad, descienda).
En nuestro ejemplo numérico, p = 0,1; f = 0,5 ;

0,1 1 1 1
e = 1 ; n = 5. Tenemos pues --------------- > ------, o sea --- > -- .
0,5 6X2 5 12
Generalmente, en la realidad, los órdenes de magnitud de los diversos parámetros son p ~ 0,03,
0,03 1
f ~0,25, e ~ l , n ~ 8. Lo que daría ---------------->-------,
0,25 9X 2

o sea, 0,12 > 0,055...


La cuota de ganancia debería pues aumentar rápidamente, y con un amplio margen. ¿ A qué se
debe pues, dejando de lado las fluctuaciones a corto plazo, que prácticamente no haya cambiado ?
La respuesta es que las «leyes » de Marx que impondrían salarios reales constantes y una cuota de
explotación creciente no son exactas. Como consecuencia de la lucha de clases, los salarios reales
han crecido, a lo largo del siglo, y eso ha evitado el aumento de la cuota de ganancia.
No habría que olvidar que, en la fórmula anterior, e y n representan respectivamente la cuota de
explotación y la composición orgánica del capital en el periodo inicial; por consiguiente, si se pro-
sigue el razonamiento hasta un tercer periodo, sus valores deberán ser reemplazados por los valores
obtenidos para el segundo periodo. Además, p y f se han tomado a la vez como constantes e
independientes el uno del otro, lo cual desde luego no es cierto (hay una relación funcional definida
entre la cuota de crecimiento de la productividad y la cuota de crecimiento en la masa de capital).
Esas consideraciones, y algunas más, deberían tomarse en cuenta si se quisiera construir un «
modelo » del funcionamiento a largo plazo de la economía capitalista. Pero no es nuestro propósito
aquí. Baste con decir que en cualquier modelo verosímil de ese tipo, la plusvalía, los salarios y la
masa de capital deberían ser funciones exponenciales del tiempo (es decir, cantidades que aumentan
según una ley de interés compuesto), cuyas cuotas de crecimiento vendrían a ser del mismo orden
de magnitud —de tal modo que no puede haber ni aumento de la cuota de explotación, ni de la com-
posición orgánica del capital en términos de valor, ni descenso de la cuota de ganancia.
b) No consagraremos mucho tiempo a buscar si se ha confirmado o refutado empíricamente el «
descenso de la cuota de ganancia ». Si eso hubiera ocurrido, no seria difícil presentar pruebas esta-
dísticas. Todo lo que se encuentra en la literatura « marxista » son ejemplos parciales y a corto plazo,
que están enteramente desprovistos de interés, ya que las continuas fluctuaciones de aumento o de
descenso de la cuota de ganancia forman parte de la naturaleza de la economía capitalista. Es
siempre posible encontrar ejemplos de periodos, países, sectores o firmas donde la cuota de ganancia
desciende. Del mismo modo, me es posible « probar » que la Tierra se está enfriando rápidamente y
que estará cubierta de hielo hacia 1973 ; basta con que mida las temperaturas todos los años entre
julio y enero, y haga extrapolaciones del gráfico. (Otros podrían, a la inversa, escoger el periodo
entre enero y julio y « probar » que nos habremos evaporado todos hacia 1972 ; yo prefiero
esquiar.)141
c) Todo el razonamiento está más que desprovisto de pertinencia: es una verdadera pieza de
museo. Lo hemos discutido sólo porque se ha convertido en una obsesión en la mente de muchos
revolucionarios honrados, que no consiguen desembarazarse de las cadenas de la teoría tradicional. ¿
Qué importancia puede tener para el capitalismo en su conjunto que la media de las ganancias sea
hoy en día, digamos del 12 %, mientras que llegaba a una media del 15 % hace un siglo ?
¿ Conseguiría esto, como se implica a veces en este género de discusión, frenar la acumulación, y
por lo tanto la expansión de la producción capitalista ? Y aún suponiendo que lo hiciera : ¿ Cómo ? ¿
Cuándo y hasta qué punto ? ¿ Y qué tiene de verosímil esa idea en un mundo en el que, no durante
un año, ni durante dos años, sino a lo largo del último cuarto de siglo, ha habido una expansión de la
producción en proporciones que ni siquiera se soñaron en los días de apogeo del capitalismo ? Y aún
cuando esa ley fuera cierta, ¿ por qué dejaría de serlo bajo el socialismo ?
La única « base » de la « ley » de Marx es algo que no tiene nada que ver con el capitalismo pro-
piamente dicho ; es el hecho técnico de que cada vez más máquinas son manejadas por menos
hombres. En un régimen socialista, las cosas serían quizá « peores ». El progreso técnico se vería
acelerado, y, lo que es, en el razonamiento de Marx, un freno al descenso de la cuota de ganancia
bajo el capitalismo, o sea el aumento de la cuota de explotación, no tendría equivalente en la
sociedad socialista. ¿ Llegaría por lo tanto la economía socialista a un estado estacionario a causa de
la escasez de los fondos de acumulación ?
Conocemos a nuestros « marxistas » y sabemos que responderán con fórmulas del tipo : « La
fuerza de trabajo no será una mercancía en una sociedad socialista », « el excedente social no es
plusvalía », etc. Dejémosles tratar de probar que esos argumentos cambian algo en la relación entre
el excedente social destinado a la acumulación y la masa de capital existente.
Nota sobre el uso de « C »
En el volumen I de El Capital, Marx utiliza C para designar la depreciación de capital fijo
incorporada al valor de un producto individual o de la producción de una firma, más el valor de los
bienes de producción «no duraderos » utilizados en la producción (materias primas, combustible,
etc.).
Si se considera la economía en su conjunto, es decir, si se unen las cuentas de todas las firmas,
etc., el valor del producto total no contiene el valor de las materias primas, combustible, etc. (es
decir el capital constante circulante), porque éste queda, por decirlo así, disuelto, en el valor añadido
por el trabajo vivo que lo produce y el valor del equipo usado (es decir su depreciación) para
141
De vez en cuando, se puede leer en diversos «heraldos raarxistas-leninistas » comentarios de este tipo:
«Nueva York, 15 de febrero de 1963. La General Motors anuncia que sus ganancias de 1962 fueron de 1 500 millones de
dólares, en vez de 1200 millones en 1961. Esto prueba, una vez más, la ley de Marx del descenso de la cuota de ganancia.»
«Nueva York, 17 de febrero de 1964. La General Motors anuncia que sus ganancias de 1963 fueron de 2 200 millones de
dólares, en vez de 1 500 millones en 1962. Esto prueba de nuevo, contra todos los renegados y los revisionistas, la verdad de la
ley de Marx del aumento de la cuota de explotación. »
producirlo. Por ejemplo, el valor del producto total, en Inglaterra, en un año, no contiene todo el
valor de los automóviles acabados, más todo el valor de las chapas de acero empleadas en ellos, más
todo el valor del acero bruto, más todo el valor del mineral de hierro, etc., porque eso sería contar
dos o más veces la misma cosa. Todos los bienes de producción «intermedios» se resumen en la
cuenta final, EL valor del producto total bruto es pues La depreciación más los salarios más las
ganancias. Y si utilizamos la fórmula C + V + P en ese sentido, no debemos sobre todo olvidar que,
para la economía global, C no contiene el valor de las materias primas, etc., sino sólo la
depreciación.
Pero C puede también emplearse en un tercer sentido, como hace Marx en los volúmenes II y III
de El Capital. Se utiliza en este caso para designar el valor de la masa total de capital, es decir el
valor de todo el equipo que está físicamente presente en el proceso de producción, y sin tener en
cuenta el valor que añade actualmente (a través de la depreciación) al producto del momento. Es
evidente que no coincide con la depreciación (excepto en el caso perfectamente irreal de una
economía enteramente estática, en la que los bienes de equipo tendrían el mismo tiempo de vida útil,
y a condición de que tomemos como « periodo observable » justamente ese tiempo de vida).
Hay que reconocer que el mismo Marx, en más de una ocasión, confunde esos diversos usos de C.
Por ejemplo, toda la discusión sobre la « nivelación de la cuota de ganancia» entre sectores de la
economía en el volumen III de El Capital se desarrolla sobre la base de una confusión entre «
capital constante » como suma de la depreciación más el valor de los materiales, etc., y « capital
constante » como capital fijo total. Por lo tanto, sin contar con una contradicción en los cálculos de
Marx (corregida por L. von Bortkiewicz en 1907)142, esos cálculos contienen un error fundamental:
lo que de hecho está nivelado, en los ejemplos de Marx, son « las márgenes de ganancia sobre el
valor del producto bruto », y no, ni mucho menos, «las cuotas de ganancia del capital » 143. Pero es
obvio que, cuando hablamos de «cuota de ganancia», se trata de ganancia sobre el «capital
adelantado», y esto incluye el total del capital fijo; si relacionamos la ganancia con C en el primero
o en el segundo de los sentidos señalados anteriormente, no se trata de cuota de ganancia sobre el
capital, sino de márgenes de ganancia sobre el valor del producto bruto del momento. Es por eso por
lo que en el apéndice hemos utilizado el signo K para designar el capital total fijo.

142
Véase P.M. Sweezy : The Theory of capitalist development [Teoría del desarrollo capitalista, p. 122-145 de la traducción
española, México] ; J. Winternitz : « Values and Prices », Economic Journal, 1948, p. 276 y s. ; K, May : « Value and Price of
Production », Economic Journal, 1948, p. 596 y s. ; Joan Robinson : CoIIected Economic Papers, Oxford, 1951, p. 137.
Hemos formulado lo que nos parece ser la solución del problema de la « nivelación de la cuota de ganancia » en el plano
general en « Sur la dynamique du capitalisme », SB, 13, 1954, p. 78-81.
143
[Ensayo de rectificación de la construcción teórica fundamental de Marx en el Libro III de El Capital, publicado
en el Jahrbücher für Nationalökonomie und Statistik, vol. XXXIII, n.° 3, 1907. P.M. Sweezy publicó
una traducción inglesa en 1949, junto con un texto de Böhm-Bawerk y otro de
Hilferding. Una traducción francesa apareció en el n.° 1 de los Etudes de Marxologie de M.
Rubel, Cahiers de PISE A, 1959.]
Ediciones Ruedo ibérico Numéro d’édition : 62 Dépôt légal : premier trimestre 1970 Imprimerie
Cary - Colombes Imprimé en France
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