BUERES - El Acto Ilicito
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Alberto J Bueres
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§ 3. El acto ilícito en el pensamiento de Vélez Sarsfield y en el sistema originario del Código Civil
7. Ubicación normativa
8. Voluntariedad, involuntariedad y acción (o autoría)
9. El Código Civil y la pretendida consagración de una responsabilidad subjetiva excluyente
10. Replanteo en el estudio de las ideas de Vélez Sarsfield. Interpretación amplia y finalística de la ley
11. La responsabilidad objetiva en el Código Civil
12. Obligaciones de resultado y responsabilidad objetiva
13. El acto ilícito de acuerdo con un enfoque actual. Acto ilícito e incumplimiento contractual
14. La responsabilidad civil como sistema unitario
15. La culpa psicológica-normativa y la culpa social. Verdadero ámbito de la culpa —o de la responsa -
bilidad subjetiva—
16. El fundamento de la responsabilidad civil
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2. El hecho jurídico
en el derecho positivo nacional
El art. 896 del Cód. Civil establece que son'hechos jurídicos "...los acontecimientos susceptibles de
producir alguna adquisición, modificación, transferencia o extinción de los derechos u obligaciones".
La fuente del precepto es el art. 431 del Esboco de Freitas. Entre ambas disposiciones existen diferencias
menudas, pues el jurista brasileño no menciona la "transferencia" entre las virtualidades del hecho, y sólo
alude a los "derechos" como entidades receptoras de esos efectos (o virtualidades). A su vez, Vélez
Sarsfield añadió en la parte final del art. 896 la expresión "u obligaciones", que resulta pleonástica o
sobreabundante, si tenemos en cuenta que la obligación (unidad compleja) constituye un enclave dentro
del vasto género de los derechos subjetivos patrimoniales 5.
3. El vocablo "susceptibles"
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A tal extremo llegó la teoría empirista que se supuso que tirar al blanco es un hecho jurídico, por cuanto
con ello, aunque no sea el normal propósito, se puede eventualmente herir a un sujeto e incurrir en
responsabilidad.
Es indudable que desde este panorama todos los hechos serían jurídicos, pero no en abstracto, es decir, en
tanto pueden en cualquier momento formar el fac-tum imaginado por una norma, sino en concreto, en
cuanto ya son hechos jurídicos. O con otra mira ius-filosófica: todos los hechos serían jurídicos, pero no
en el sentido de que la ley al no captarlos como tales estaría calificándolos por exclusión, sino en la
medida en que se encontrarían explícitamente pergeñados por la norma jurídica 12.
En verdad, tirar al blanco, en sí mismo, en abstracto, es un hecho social, un hecho simple, un hecho no
jurídico. Cuestión distinta es que a ese suceso se agregue otro: el daño. En tal caso, se conformará un fac-
tum compuesto o complejo que, de forma indefectible
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juridicidad por la actitud normativa típica, mientras que el supuesto jurídico es el mero dibujo o
descripción que abstractamente y de modo generalizado hace la ley.
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944), que permite diferenciar el mero acto lícito del acto jurídico. Boffi Boggero, tras un profundo aná-
lisis, llega a la convicción de que en el primero la ley se despreocupa de la dirección impresa a la
voluntad por el sujeto cuando enlaza el efecto de derecho. Dicho de otro modo: la ley se desinteresa, en
cuanto no conceptúa esas consecuencias como queridas por el agente, aun cuando en la realidad psíquica
éste haya tenido conciencia de su producción. Por el contrario, en el acto jurídico la ley considera como
queridos por las partes los efectos del acto, pese a que esas partes, subjetivamente, no hayan querido o
tenido plena conciencia de todos los efectos de tal acto 39.
Esto sería tanto como concebir el querer el acto (voluntad), y el querer que el mismo produzca
consecuencias jurídicas —o sea, el para qué se quiere 'el acto, que nosotros encarnamos en la causa final
— 40.
En sentido próximo. Borda al comentar el pensamiento del alemán Danz, asienta que, a criterio de este
último, en el acto jurídico se persigue un fin práctico. Cuando una persona asciende a un ómnibus no
procura celebrar un contrato de transporte; simplemente, quiere que se lo conduzca a destino. Cuando se
adquiere una camisa o una corbata no se piensa en el contrato de venta sino en el placer que depara al
comprador la adquisición, o en la necesidad que colman esos objetos. Sin embargo, Borda, corrigiendo la
postura de Danz, dice con razón, que si bien en todos esos casos hay de por medio un fin práctico, lo
cierto es que, a la vez, ese fin práctico importa un resultado jurídico (adquirir, modificar o extinguir un
derecho)41.
En resumidas cuentas; el fin práctico es inseparable del fin jurídico que la ley reputa querido por los
sujetos. Dicho fin jurídico integra el supuesto jurídico, a diferencia de lo que ocurre en los meros actos
lícitos, en los cuales la ley no concatena al resultado práctico el deseo ideológico de que se produzca el
efecto de derecho —el que en la realidad se produce a virtud de la potencia causativa de la norma jurídica
animada por el hecho—.
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7. Ubicación normativa
El Codificador, en el art. 898, escinde ios actos voluntarios en lícitos e ilícitos, destacando que los
primeros son las acciones voluntarias no prohibidas por la ley.
Si aprehendemos aisladamente el precepto llegaríamos al convencimiento de que en él se alude a las
ilicitudes genéricas o puras —no necesariamente anejas a la obligación de reparar—, dado que si lo lícito
es aquello que la ley no prohíbe, a contrario sensu lo ilícito sería lo que la ley prohíbe.
Pero es evidente que Vélez Sarsfield no parece haberse preocupado, científicamente hablando, por esas
ilicitudes genéricas —o actos ilícitos en sentido amplio— 42, debido a que al tratar el asunto de los actos
ilícitos (título VIII, sección II, libro II), lo refiere a los actos que aparejan responsabilidad civil (arts.
1066, 1067, 1068, etc.). O sea, al que denominamos acto ilícito sensu stricto 43.
b) En otro orden de cosas y, sin defecto de que se siguiera que en las miras de Vélez Sarsfield el acto ilí-
cito reclama voluntariedad, también se afirma que el mencionado jurista ligó la acción a la voluntad.
En la nota al art. 900, tras una referencia al Código de Prusia, se lee que el elemento fundamental de todo
acto es la voluntad, y que el acto de un "insensato" o de una persona que no tiene "discernimiento" y
"libertad" no es considerado en el derecho como un acto sino como un "acontecimiento fortuito".
Ya hemos aludido a este modo de razonar equivocado, que deriva del deshilvanado pensamiento del
Codificador relacionado en el párrafo anterior. Allí se habla con imprecisión de "insensatez", de
"discernimiento", de "libertad", y se omite toda referencia a la intención (supra, § 2, 5., b).
Siguiendo este cauce, Alfredo Orgaz entiende que el acto obrado sin discernimiento es un suceso fortuito,
es un no acto del sujeto (falta autoría, agregamos por nuestra parte).. En la emergencia —continúa el
autor cordobés—, la voluntad queda excluida. En vez de ello, la ausencia de intención o libertad no
excluirían la voluntad —de donde habría acción, acotamos, sí en hipótesis, tal significado comprendiera
los actos voluntarios y los involuntarios—, pues según Orgaz la voluntad —existente— estaría viciada 45.
Consideramos que las manifestaciones fluyentes de la nota al art. 900, y la interpretación estricta que
algunos le adjudicaron, son absolutamente erradas. Si, en efecto, el acto involuntario por carencia de
discernimiento es un suceso fortuito, ello contradeciría la clasificación de hechos humanos sentada por el
art. 897, que involucra en su seno los actos voluntarios, y los involuntarios del art. 900, sin excepciones 46.
Orgaz, a partir de sus premisas, arriba a otra conclusión no compartible: el acto de quien no posee
discernimiento en el plano negocial, al faltar la voluntad, acarrea una nulidad absoluta; los actos obrados
con error, dolo o intimidación, que suponen voluntad, aunque viciada, engendran una nulidad relativa 47.
Entendemos que el negocio concertado por quien no tiene discernimiento (art. 921) contiene un vicio de
nulidad relativa, pues la sanción de invalidez apunta a la protección del agente, y no va más allá. El
soporte falso de la teoría de Orgaz lo conduce ciegamente a confundir los intereses implicados en las
nociones de nulidad absoluta y de nulidad relativa 48.
En suma; admitimos que algunos autores consideran que la acción no se nutre con el acto involuntario del
sujeto, pero creemos que aun desde esta óptica —que nos parece desacertada— no habría un suceso
fortuito de por medio, sino un acto del hombre, al cual no se lo califica de acción por cuanto no produciría
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"obligación alguna" —conforme a la inexacta interpretación de la letra del art. 900- 49.
c) Las insinuaciones anteriores merecen una explicación más prolija, por su importancia y por concernir a
un punto controvertido.
Según un primer criterio, puramente voluntarista y concordante con el que rige en la filosofía, causalidad
y autoría son nociones independientes. La primera apunta al contacto material entre el hecho y el perjui -
cio; la segunda requiere una depuración de raigambre subjetiva, dado que atañe a la indagación de la
voluntariedad del acto. Solamente en caso de que éste sea voluntario habrá autoría 50.
En polo opuesto, Boffi Boggero sostiene que acción es el obrar humano en su más amplia acepción.
Entran en la noción desde la manifestación más inconsciente o refleja o instintiva hasta la más pura
lucidez. El autor, tras admitir, obviamente, que la vis absoluta no excluye la autoría, insiste en que los
actos reflejos enmarcan en el art. 907. Y acerca de esto se pregunta:
¿cómo eliminar, verbigracia, la indemnización de equidad en favor de una modesta persona a quien el
titular de una gran fortuna hubiese dañado con un vómito su traje? 51. De análogo pensamiento es Carlos
A. Ghersi, quien cree que el elemento vital en la reparación es la conducta (acción), supuesta como un
hecho humano "desnudo" de toda calificación jurídica, o sin "adjetivaciones" jurídicas 52.
En el buen camino, Santos Briz dice que la acción (o autoría) abarca los actos voluntarios e involuntarios,
en la medida en que la conducta sea controlable o en que existan posibilidades de control (p. ej. el acto de
un demente o de un niño)53.
En postura cercana, aunque con unas matizaciones diferentes, Mosset Iturraspe entiende que la acción
está referida a la conducta humana que refleja la personalidad del sujeto —al derivar de un mecanismo
subjetivo que sella su valor volitivo— 54.
Por nuestra parte, hemos afirmado que la acción es conducta humana voluntaria o involuntaria, que posee
mismidad o atribuibilidad en relación con el sujeto, correspondiéndose estas expresiones, tan caras al
lenguaje de Jiménez de Asúa, con las suitas de la doctrina penal italiana. O sea que la acción se trasunta
como una emanación de la persona.
En principio, quedan inmersos en el concepto de acción los actos instintivos y habituales, y fuera de él los
actos reflejos, estados de inconsciencia total o los que resultan consecuencia de una fuerza irresistible (vis
absoluta o vis corporis Hiato).
En enlace con la autoría, dentro del terreno de la responsabilidad civil, •específicamente, pensamos que
ella (la autoría) es comportamiento humano dañoso.
En efecto, con frecuencia se afirma que las cuestiones atinentes a la causalidad, han de pensarse y decidir-
se una vez determinada la existencia de la antijuridicidad y de la culpabilidad.
Para demostrar la falsedad de la afirmación, es menester recordar que en la responsabilidad civil la rela-
ción causal es un paso previo a cualquier indagación, cuando menos en la función que tiene de imputar
materialmente el daño al sujeto, pues el contacto entre el nocimiento y el proceder humano confirmará la
existencia de autoría. Verdaderamente, el obrar humano —que es expresión de humanidad— no se
concibe vacío, aislado, sino que interesa ligado al resultado (daño). Claro está, que en teoría podría
afirmarse que una cosa es el acto de dañar y otra el daño. Pero ¿cómo es posible -describir la acción sin la
presencia del daño? Entonces, efectuada esta operación (que es un prius) se hará el juicio objetivo de
menosprecio del acto respecto de la norma (antijuridicidad); y luego se analizará la culpabilidad (o la
aposición ex lege de un factor de atribución objetivo).
Aceptamos que por razones de pulcritud metodológica, una vez efectuadas dichas operaciones, se exami-
ne el quid de la relación de causa a efecto en la segunda función que le cabe: mensurar la extensión de la
reparación sobre la base de la pre visibilidad abstracta o pronóstico objetivo tipificante de la teoría de la
adecuación (prognosis postuma). Esto obedece a que podría darse el supuesto de agravación de la
responsabilidad, cuando el sujeto, investido de un poder de captación supercausal, hubiese previsto las
consecuencias objetivamente casuales —mediatas previstas (arts. 902 y 905)—. Pero es indudable, que
tal contingencia es excepcional, ya que tanto en los casos de culpa o de dolo —salvo la hipótesis dolosa
citada precedentemente—, como en los de responsabilidad objetiva, el metro o patrón para graduar el
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deber de reparar se integra con las consecuencias inmediatas y mediatas (arts. 903 y 904). De ahí que en
el corriente de los casos tampoco habría inconveniente en mentar el alcance del nexo causal en un
principio y en un solo acto (uno ictu).
b) Por de pronto, se advirtió con razón que cuando el art. 1067 hace alusión al delito y al cuasidelito
—como elementos subjetivos del acto ilícito—, está abordando la cuestión desde el punto de vista de la
responsabilidad civil, de la resarcibilidad o reparabilidad
—de un daño causado injustamente— (o de la punibili-dad como se infiere del sobredicho art. 1067, que
con impropiedad empleó un giro —"punible"— que se adecúa más a la idea de sanción retributiva que a
la de sanción resarcitoria).
Pero esto no significa que el acto involuntario no pueda ser ilícito 61. Así, pues, el Codificador sólo afirma
que los dementes y los menores de diez años no son responsables de sus actos dañosos (art. 107.6,
segunda parte). Por tanto, la ilicitud de un acto involuntario puede existir al margen de que no medie
punibilidad o resarcimiento. Una prueba acabada de ello la constituye el hecho de que si un demente o un
menor de diez años (art. 921) agreden a un sujeto, éste podrá replicar y justificar su hecho invocando la
eximente de la legítima defensa62.
Quienes apuntalan la inexistencia de ilicitud objetiva en los actos involuntarios, caen en el error de
encuadrar estas hipótesis en el estado de necesidad, perdiendo de vista que el acto de quien es agredido
por el incapaz de discernimiento es una reacción justa contra el agresor y los medios por él empleados,
mientras que el acto en estado de necesidad constituye un ataque contra un inocente, contra un tercero que
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c) También Boffi Boggero distingue, en el sistema del Código Civil, los actos involuntarios lícitos e
ilícitos. En derredor de estos últimos, expresa que en el art. 907 —antes de su reforma actual— existía y,
por supuesto, hoy también existe (en cuanto el texto no fue alterado en su primera parte) un acto ilícito, y
se responde en la medida en que se enriqueció el agente.
En otro aspecto, dice que el contrato celebrado entre dos dementes se sanciona con la privación de
efectos (nulidad). Ninguno de los sujetos emite una voluntad sana, lo cual descuenta que no hay dolo o
culpa, pero promedia ilicitud (objetiva). Lógicamente, que el acto no producirá la obligación u
obligaciones contraídas por esos incapaces, mas tal efecto jurídico se sustituyó por la devolución de
aquello que suponga un enriquecimiento 65.
Por último, el art. 921 habla de "actos lícitos" practicados por menores impúberes o "actos ilícitos" por
menores de diez años. Por ende, no sólo los actos voluntarios pueden ser lícitos o ilícitos, sino que tam -
bién los involuntarios pueden reunir tales características.
b) De tal suerte la presunción relativa {iuris tan-tum) de culpa en la elección o en la vigilancia, o en am-
bas fusionadas, para cimentar el deber del principal por el hecho del dependiente, que en un momento
dado sostuvo una miñona calificada (Lafaille, Acuña Anzo-rena, etc.), debió ceder paso a una forzada e
inaceptable noción de culpa legal o de culpa irrefragable. La falta de lógica de este temperamento condujo
a la doctrina a considerar que la obligación del principal está fundada en el riesgo o en la garantía legal
(objetiva). Nosotros adherimos en múltiples oportunidades a este último criterio 66.
c) A su vez, la idea de riesgo estaba latente. Por ejemplo, en la responsabilidad del dueño o guardián
cuando el daño proviene de un animal, sea éste doméstico o feroz. Se ha dicho que si bien cuando Vélez
Sarsfield redactó los artículos que contemplan el asunto, inspirándose en el Código francés, estaba muy
lejos de conocer otro criterio legal de imputación diverso de la culpa, lo real es que las presunciones
legales sentadas y las limitadas eximentes de responsabilidad permiten inducir que, en realidad, instauró
un régimen de responsabilidad objetiva. Repárese que con excepción del supuesto del art. 1127
(factibilidad de probar la no culpa cuando se soltó o escapó un animal doméstico), en los restantes casos
contemplados es menester fracturar la relación de causa a efecto. Consiguientemente, es razonable
emplazar estos deberes en el significado de riesgo 67.
Con respecto a la responabilidad por los daños causados mediante la intervención de las cosas, antes de la
reforma del año 1968 al art. 1113, se entendía, no sin variantes y controversias, que el art. 1133 presumía
iuris tantum la obligación reparatoria del dueño, quien, por consecuencia, podía probar su falta de culpa
(dentro de un terreno subjetivo). Pero el art. 1113 sentaba una responsabilidad objetiva del guardián
apoyada en el riesgo o en la garantía, debido a que le estaba vedada la demostración de la no culpa (y
únicamente podía exonerarse del deber presunto revelando una causa ajena).
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En Francia, y a propósito del art. 1384, parág. 1°, del Code Civil, que prevé la causación de perjuicios por
cosas inanimadas, se llegó a la teoría del riesgo tras una pertinaz evolución. Sucesivamente, se habló de
culpa presunta, presunción de responsabilidad, culpa legal y, en fin, de riesgo creado 6S.
d) Al margen de las referidas hipótesis de deberes extracontractuales, es interesante notar que en la esfera
contractual, los arts. 1118, 1119 y concordantes, consagran supuestos de responsabilidad objetiva (dueños
de hoteles, casas de hospedaje y establecimientos públicos, capitanes de buques y patrones de
embarcaciones, etcétera) 69.
También en la órbita contractual hemos utilizado la noción de garantía objetiva para justificar el deber del
deudor por el obrar de sus dependientes 70, y apoyamos con beneplácito la dúctil y fructífera idea de
crédito a la seguridad u obligación tacita de seguridad aplicable a los contratos de espectáculo,
transporte, médico, concertado entre el paciente y un establecimiento de salud, etcétera71.
b) En nuestra obra Responsabilidad civil del escribano, citada, capítulo VII, realizamos un nuevo planteo
del asunto del factor de atribución en los deberes que nos ocupan 74.
Al respecto, hicimos hincapié en que en las obligaciones de resultado la sola antijuridicidad del obrar
descarta la culpa, la deja fuera de cuestión. Esa actitud de descarte del elemento subjetivo (culpa)
importa considerar que en estos casos el criterio legal de imputación es objetivo 75.
Creemos que nuestra teoría – así enunciada – es original, dado que no hemos leído nada orgánico que se
corresponda con ella en los trabajos doctrinarios nacionales y extranjeros.
c) La doctrina tradicional entendió, y aún hoy perdura la idea, que probado el incumplimiento del deber
de fines se generaba una presunción de culpa.
¿Qué tipo de presunción legal sería ésta? Nos parece de una claridad meridiana que no podría tratarse de
una presunción iuris tantum, puesto que al deudor o dañador le está vedado probar la no culpa. Es
indudable que no cabe inducir recurriendo a razonamientos distanciados de la realidad una presunción
relativa que en ninguna manera fluye explícita o implícitamente de la ley. Además, la idea es torcida al no
caber la prueba de la no culpa.
Tampoco cabe admitir que está de por medio una presunción absoluta (iuris et de iure), dado que si el
mero incumplimiento pusiera en marcha tal presunción irrefragable, automáticamente, no sería factible
luego demostrar la causa ajena —en tanto ésta vendría a ser incompatible con aquélla apriorística
confirmación de autoría vestida con el ropaje de la antijuridicidad y de la culpabilidad—. A menos que
se sostuviera que la presunción absoluta de culpa sólo jugaría en el supuesto de que no se probara el caso
fortuito. En última instancia, estaríamos ante una imputación legal de culpa.
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d) Se nos ocurre que todos estos razonamientos cobijan una absurda ficción, un sofisma. Si en verdad la
culpa queda fuera de cuestión y no se puede probar en contra de ella (precisamente la falta de culpa), es
porque no hay tal culpa, sino que existe una obligación de reparar objetiva.
En otros planos del derecho de daños se suscitó esta cuestión y lentamente fue decidida según nuestros
parámetros. Por ejempJo, cierta doctrina anacrónica debiendo aceptar la realidad de una responsabilidad
inexcusable del principal por el hecho del dependiente, trató de no despojarse de las influencias
subjetivistas e intentó recurrir a las nociones de culpa objetiva u objetivada, impuesta a virtud de
motivaciones de política legislativa o de interés social.
Repetidamente criticamos este modo de avizorar las cosas y destacamos las lúcidas enseñanzas de Acuña
Anzorena cuando se preguntaba: "¿Puede sostenerse, con fundamento, que en supuesto tal, la
responsabilidad se funda en la idea de falta?". Y más adelante añadía: "Decirle acaso a una persona que en
un momento determinado y bajo ciertas condiciones se la presume responsable y negarle toda posibilidad
de desvirtuar esa presunción ¿no es prescindir en absoluto de la noción de culpa? Sería engañarse de las
palabras intentar sostener la negativa, puesto que si a la ley no le interesa que el declarado responsable
justifique la ausencia de culpa, es que la responsabilidad no se funda en ella, sino en la circunstancia
objetiva del hecho" 77.
Asimismo, se dijo con expresividad que esas postulaciones subjetivistas son fantasmas de la culpa.
¡Culpa sin culpa! Pura subsistencia del nomen iuris. Que tales presunciones no son sino una mentira
jurídica para rendir tributo a un concepto tradicional hondamente arraigado en la vida del derecho 78. O
que una culpa de pura creación legal no es tal. La culpa, así supuesta, es una estratagema jurídica, un
procedimiento técnico empleado con miras a explicitar artificialmente el nacimiento de una obligación 79.
Por ello, la apuntada responsabilidad del principal, refleja o propagada, se sustenta hoy día en la idea de
garantía o en otro criterio legal de imputación objetivo.
De cualquier manera, hay que acabar con las irrealidades, incluso a riesgo de que quienes siguen
aferrados a las filas del subjetivismo puedan tildar de herética nuestra postura.
Estando todos de acuerdo en que si se prueba la exigibilidad del deber o su incumplimiento, no cabe al
deudor la posibilidad de demostrar la no culpa, el deber será objetivo, pues sólo interesa la conducta
(prestación) eficaz, con abstracción de que el obligado haya obrado con culpa o sin ella.
Por cierto que descontamos que no existe responsabilidad por el resultado (o lo que es igual, por la sola
acreditación de la relación de causa a efecto). En consecuencia, el criterio legal de imputación es una
suerte de crédito a la seguridad u obligación tácita de seguridad especial.
Cuando el deudor asume una obligación de fines contractualmente el justificativo legal de ese crédito a la
seguridad descansa en lo dispuesto por los arts. 1197 y 1198, parag. 1, básicamente. Y en los supuestos en
que la ley genere un deber de resultado extra-contractual, el fundamento se encontrará en las razo nes de
justicias por las cuales fue creado (el deber).
Ampliando aún más las explicaciones precedentes, estimamos que la sustentación de la obligación de
fines en la noción de seguridad es genérica y cederá cuando la norma establezca otro factor de atribución
—objetivo— (v. gr. el riesgo en la responsabilidad del dueño o guardián por el hecho de las cosas —art.
1113, parág. 2°, supuesto 2°-).
f) Todo esto pone a las claras que ya en el Código de Vélez Sarsfield, mediante una interpretación
actualizadora que atendiera a los fines inmanentes de la ley, era posible sostener que en todo deber de
resultado srbyace una responsabilidad objetiva para el supuesto de infracción. Dicha responsabilidad está
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signada en su naturaleza por estructuras que cabalgan por encima de la letra de las disposiciones legales,
muchas veces de insuficiente talante para explicitar esa esencia.
13. El acto ilícito de acuerdo con un enfoque actual. Acto ilícito e incumplimiento
contractual
a) Hemos demostrado que la acción no sólo es sensible a la voluntariedad. Y advertimos que los estudios
que la doctrina moderna más autorizada efectuó sobre los presupuestos de la responsabilidad civil, y la
presencia del art. 907, parág. 2°, según texto de la ley 17.711, vinieron a confirmar nuestra persuasión en
el sentido de que el acto ilícito puede ser voluntario o involuntario. Particularmente, y en enlace con el
citado art. 907, parág. 2, no hesitamos en considerar que el daño causado por un sujeto de forma
involuntaria es antijurídico 83.
Desde otra perspectiva, luego de la reforma legislativa de 1968 —sin perjuicio de lo afirmado respecto de
la recta hermenéutica del Código de Vélez Sarsfield—, resulta inatacable que la culpa no es el único
criterio legal de atribución, pues el riesgo fue incorporado expresamente en el art. 1113, parág. 2°,
supuesto 2° (daños causados por las cosas autónomamente o por su riesgo o vicio). Y lo propio ocurrió
con el abuso del derecho (art. 1071) y con la ya mencionada equidad (art. 907, parág. 2°).
c) En lo que hace a las atribuciones por riesgo de las cosas, en ellas hay acción o autoría (humana, se
entiende), pues por más que un animal o un objeto inanimado generen por sus solas virtualidades una
minoración de intereses, no es lógico hablar de autoría de la cosa (como alguna vez lo hizo una
desconceptuada jurisprudencia). Hay indudablemente una inmediatez material y pragmática que está dada
por el hecho de la cosa, pero la mediatez trascendente descansa en la conducta de quien puso el riesgo en
acción (el dueño o el guardián).
Y en este orden de ideas, el comportamiento de los sujetos implicados en el riesgo, en tanto dañoso, resul-
ta objetivamente ilícito 85.
También existirá antijuridicidad en los casos de abuso del derecho y equidad. Y en cuanto a la garantía
legal que pesa sobre el principal por el hecho del dependiente, la ilicitud del proceder de éste se comunica
a aquél. Es ilícito que el dependiente cometa un ilícito.
Y es ilícito dañar por intermedio de otro. Se ha dicho que el principal sólo queda comprometido en las
condiciones que fueren exigibles de haber obrado él por sí. Por tanto, responde por el acto ilícito del
subordinado como si fuera el suyo (el del principal). En verdad, la única cuestión que suscitó alguna duda
fue la de la culpabilidad del dependiente, pero no existe discusión en punto a que su comportamiento ha
de contrariar, objetivamente, el ordenamiento jurídico 86. A su vez, los mismos criterios de antijuridicidad
son extensibles a los supuestos de obligaciones tácitas de seguridad que van referidas a personas o
cosas87.
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actos, cuyos elementos, a la par presupuestos de la responsabilidad civil, son los mismos que conforman
el acto ilícito aquiliano.
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¿O Nuestro criterio no repudia la culpa —aunque reduzca sensiblemente su ámbito—, sino que repudia la
culpa castigo, la que está preñada de matizaciones retributivas. Nos resistimos a aceptar una culpa
totalmente desprovista de psicologismo, de una cierta faz espiritualista. Pero ello no puede dejar a un lado
el aspecto normativo de la culpa, que es vital para que pueda considerarse que hay una verdadera culpa
social91.
El tinte socializante del elemento subjetivo mereció diversas reflexiones. Santos Briz anota que la
doctrina se está ocupando con insistencia de la expresión culpa social para referirla a la protección de la
víctima o de la sociedad. O bien a la apreciación de la culpa in abstracto, circunstancia que al basarse en
el empleo de estándares rígidos y preconcebidos conduciría al sacrificio de los menos dotados, pues ellos
son los que tienen más dificultades para alcanzar el patrón medio 92.
Añade el jurista español que en materia civil no rige, como en el orden penal, el principio nullum crimen
sine culpa, pues las excepciones a la responsabilidad sin culpa son harto frecuentes. De allí que la culpa
social prescinde en gran medida de la diligencia del responsable y, por tanto, se diferencia
cuidadosamente de la culpa ética o religiosa. Se obtiene así una culpa jurídica autonomizada en relación
con la culpa moral. Por el mismo camino se arriba a un "neutralismo moral", a una "culpa sin
culpabilidad", a un panorama en que la culpa no sena otra cosa que la disconformidad del acto con la
norma de conducta. En resumen; a una noción puramente positivista o amoral93.
Pensamos que la culpa social no importa la presencia de una culpa sin culpa—si por tal se supusiera la
exaltación de la ficticia culpa objetiva—. Tampoco cuadraría hablar de'un concepto exclusivamente
positivista si se lo concatena con el pensamiento de las corrientes finalistas 94.
Entendemos si, con firmeza, que la culpa civil —o culpa jurídica en la esfera civil— supone una noción
depurada de influencias morales o religiosas, aun cuando más no fuere que como un resabio de
concepciones pretéritas. Es, pues, un defecto de conducta que repercute negativamente en las
valoraciones que realiza la norma. Y desde este miraje, la sociedad está interesada en que no se trasgreda
el orden jurídico, en que no se viole la ley dañándose a otro —mientras el sujeto pueda preverlo o evitarlo
—. La sociedad quiere proteger a la víctima, quiere lo igual (que es de la esencia de lo justo). He ahí la
culpa social95.
Quede en claro que esta culpa social no es de ningún modo un vestigio de las viejas concepciones
positivistas que campearon en materia penal, con arreglo a las cuales el castigo impartido al delincuente
era un derecho de la sociedad a defenderse 96.
Nosotros sugerimos algo nuevo y muy distinto. Al hablar de culpa social no aludimos a una ficticia culpa
objetiva, ni a una pena que, supuestamente, pretendería la comunidad. Estimamos, en cambio, que esa
comunidad ansia el imperio de lo justo, del equilibrio entre sus integrantes. Y que, en el caso, ello se
colma considerando que la culpa es una razón de justicia para imputar legalmente el daño al autor e
imponerle, subsecuentemente, el resarcimiento de ese perjuicio.
c) Por las razones expuestas en el punto 12 y en el apartado que antecede, advertimos que la culpa ya no
ostenta el carácter conceptual decimonónico e, inclusive, de las corrientes voluntarístas anteriores; ni
tampoco la importancia cuantitativa que le era adjudicada. Según nuestro enfoque sólo cabe hablar de
culpa en las obligaciones de medios contractuales, y en las extra-contractuales que emanan del art. 1109 o
de aquellos preceptos que sientan una presunción iuris tantum de culpa (p. ej. el art. 1113, parág. 2°,
supuesto 1°, los arts. 1114, 1117, etcétera).
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El Acto Ilícito
Alberto J Bueres
Texto Completo
francés- con prolongación en las escuelas positivistas (varias), se afirmó que el fundamento de la
responsabilidad civil radicaba en la culpa, entendida ésta como penalidad —o como pecado— 98. Los
liberales franceses del siglo pasado pregonaban con facundia el difundido pas de responsabílité sans
faute. Se apuntaba, pues, al autor del hecho más que a la víctima.
b) El solidarismo jurídico que penetró en nuestros días en mayor o menor medida en todas las legislacio -
nes del mundo ", se resiste a aceptar esa conclusión. Por ende, frente a la realidad concreta de un daño se
piensa que éste no debe ser soportado por la víctima sino por el victimario. El punto de referencia es el
dañado y no el dañador.
De forma que se responde cuando hay culpa y en muchos casos en que no la hay, generándose, en la úl-
tima hipótesis, una responsabilidad objetiva.
El fundamento de la responsabilidad civil ya no es moral sino jurídico. Y recalcamos que no es moral ni
siquiera cuando promedia culpa, ya que ésta —tal cual aseveramos— es en parte normativa y, por
añadidura, social; y por cuanto el derecho, a diferencia de la moral, no recepta lo bueno por tal (o sea por
bueno), sino en tanto y en cuanto lo bueno es justo.
Ese apoyo o sostén del deber reparatorio está en la idea de justicia 100, que enfoca al hombre en
coexistencia y no en mera existencia, universal y no nominalísticamente, y que apunta a la proporción, a
la simetría, al todo, al conjunto 101.
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