859 Coomaraswamy La Transformación de La Naturaleza en Arte PDF
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LA TRANSFORMACIÓN DE LA
NATURALEZA EN ARTE
ANANDA K. COOMARASWAMY
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A. K. COOMARASWAMY, LA TRANSFORMACIÓN DE LA NATURALEZA EN ARTE
CAPÍTULO I
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CAPÍTULO I
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Es pues evidente, y aún lo será más, que todas las formas del arte indio y sus de-
rivados en el extremo-oriente están determinadas idealmente. Debemos dar ahora
mayor precisión a esta afirmación, examinando lo que se implica en Asia por seme-
janza o imitación, y cuál es la naturaleza de los tipos asiáticos. Por último estaremos
en situación de considerar la teoría formal de la experiencia estética.
En primer lugar con respecto a la representación (~krti, s~drÑya, chino Hsing-ssß,
4617, 10289, y wu-hsing, 12777, 4617) y a la imitación (anuk~ra, anukarana anukr-
ti), encontramos afirmado que «s~drÑya es esencial a la misma substancia
(pradh~na) de la pintura» Visnudharmottara, XLII.48; la palabra se ha traducido
normalmente por «semejanza», y puede llevar este sentido, pero se mostrará más
abajo que el significado implicado propiamente es algo más como «correspondencia
de los elementos formales y representativos en el arte». En el drama nos encontra-
mos con definiciones tales como lokavrtta-anukarana, «siguiendo el movimiento (o
la operación) del mundo», y yo ’yam svabh~vo lokasya… n~tyam ity abhidhiyate10,
«que designa la naturaleza intrínseca del mundo»; o también, lo que ha de exhibirse
en la escena es avasth~na, «condiciones», o «situaciones emocionales», o el héroe,
R~ma, o el semejante, es considerado como el modelo, anuk~rya11. En China, en el
tercer canon de Hsieh Ho, tenemos, «Conforme a la naturaleza (wu, 12777) haz la
forma (hsing, 4617)»;12 y la frase común posterior hsing-ssß, «forma-semejanza»,
parece definir el arte del mismo modo como una imitación de la Naturaleza. En Ja-
pón, Seami, el gran autor y crítico del Nö, afirma que las artes de la música y la dan-
za consisten enteramente en imitación (monomane)13.
Sin embargo, si suponemos que todo esto implica una concepción del arte como
algo que busca su perfección en las aproximaciones más cercanas posibles a la ilu-
sión estaremos muy equivocados. Se verá en seguida que nos equivocaríamos igual-
mente al suponer que el arte asiático representa un mundo «ideal», un mundo «idea-
lizado» en el sentido popular (sentimental, religioso) de las palabras, es decir, per-
feccionado o remodelado lo más próximo posible al deseo del corazón; que ello fue-
ra así podría describirse como una blasfemia contra el testimonio de la Perfecta Ex-
periencia, y una cínica depreciación de la vida misma. Encontraremos que el arte
asiático es ideal en el sentido matemático: como la Naturaleza (natura naturans), no
en la apariencia (a saber la de ens naturata), sino en la operación.
Debe comprenderse que desde los puntos de vista indio (metafísico) y escolásti-
co, lo subjetivo y lo objetivo no son categorías irreconciliables; ninguno de ambos
debe considerarse como real con exclusión del otro. La realidad (satya) subsiste allí
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cara, sino que los tratados indios hacen un énfasis constante en que el actor no debe
dejarse arrastrar por las emociones que representa, sino que más bien debe ser el
dueño siempre-consciente del espectáculo de marionetas representado por su propio
cuerpo en el escenario. La exhibición de sus propias emociones no sería arte16.
En cuanto al wu-hsing y hsing-ssß chinos, podrían aducirse una multitud de pasa-
jes para mostrar que no es la apariencia (hsing) exterior como tal, sino más bien la
idea (i, 5367) en la mente del artista, o el espíritu divino inmanente (shên, 9819), o el
soplo de la vida (ch’i, 1064), el que ha de ser revelado por un uso correcto de las
formas naturales. No sólo tenemos el primer canon de Hsieh Ho, que afirma que la
obra de arte debe revelar «la operación (yün, 13817) del espíritu (ch’i) en el movi-
miento de la vida», sino también dichos tales como «Por medio de figura (hsing) na-
tural representa el espíritu divino (shên)», «Los pintores de antaño pintaban la idea
(i) y no simplemente la figura (hsing)», «Cuando Chao Tze Yün pinta, aunque da
pocas pinceladas, expresa la idea (i, 5367) ya concebida; la simple habilidad (kung,
6553) no puede realizar (nêng) esto» (Ostasiatische Zeitschrifr, NF.8, p. 105, texto
4), o con referencia a un período degenerado, «Esos pintores que descuidan la figura
(hsing) natural y aseguran la idea formativa (i chih, 5367, 1783) son pocos», «Lo
que la época entiende por pinturas es el parecido (ssß)», y «La forma era semejante
(hsing-ssß), pero la expresión (yün, 13843) débil».
El Nö japonés, que «puede mover el corazón cuando no sólo la representación si-
no el canto, la danza, la mímica y la acción rápida son todos eliminados, como si la
emoción brotase de la quiescencia», es de hecho el más formal y menos naturalista
de todos los tipos de drama en el mundo.
Ninguno de los términos citados, pues, implica en modo alguno una visión del ar-
te que encuentra su perfección en la ilusión; para el oriente, como para Sto. Tomás,
ars imitatur naturam in sua operatione.
El principio más destacado en los tratados indios como esencial al arte es
pram~na17. Las teorías indias del conocimiento consideran como la fuente de la ver-
dad no la percepción empírica (pratyaksa) sino un modelo conocido interiormente
(antarjñeya-rãpa) «que al mismo tiempo da forma al conocimiento y es la causa del
conocimiento» (Dign~ga, k~rik~ 6), requiriéndose sólo que tal conocimiento no con-
tradiga a la experiencia. Se apreciará que éste es también el método de la ciencia,
que de modo semejante usa el experimento más como la prueba que como la fuente
de la teoría. Pram~na como principio es la percepción auto-evidente e inmediata
(svatah) de lo que es correcto bajo unas condiciones dadas. Como independiente de
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expresa míticamente en otras leyendas, como la de los dragones pintados que vola-
ron de los muros en los que estaban pintados, contada por primera vez del artista
Chang Sêng Yu en la Dinastía Liang21.
Tal es la perfección hacia la que el arte y el artista tienden, que el arte deviene
vida manifestada, y el artista pasa más allá del alcance de nuestra visión. Pero pre-
tender por ello un estado de libertad y de superioridad a la disciplina (an~c~ra) en
favor del artista humano, hacer un ídolo de quien es todavía un hombre como si fue-
ra algo más que un hombre, glorificar la rebelión y la independencia, como en la
moderna deificación del genio y en la tolerancia de las extravagancias del genio, es
sencillamente absurdo, o como los musulmanes dirían blasfemo, pues ¿quién se atre-
verá a decir que él conoce verdaderamente al Brahman, o que ama a Dios verdadera
y completamente? La libertad última de la espontaneidad es concebible sólo como
una manifestación vacante en la que arte y artista son perfectos; pero lo que está así
más allá de la contingencia ya no es «arte», y, entre tanto, el camino a la libertad no
tiene nada en común con una rebelión voluntaria u originalidad calculada; y tiene
que ver aún menos con una auto-expresión funcional. Las reglas verificadas deben
considerarse como el vehículo asumido por la espontaneidad, en la medida en que la
espontaneidad es posible para nosotros, más bien que como un tipo de esclavitud.
Tales reglas son necesarias para todo ser cuya actividad depende de la voluntad, co-
mo se expresa en la India con relación al drama: «Todas las actividades de los ánge-
les, ya sea en casa en sus lugares propios, o fuera en los soplos de vida, son emana-
das intelectualmente; las de los hombres se producen por esfuerzo consciente; por
ello es por lo que las obras que han de ser hechas por los hombres se definen en deta-
lle», N~tya Ð~stra, II.5. Como lo expresa Sto. Tomás (Sum. Theol. I q.59, a.2), «la
esencia y la voluntad se identifican sólo allí donde todo el bien está contenido dentro
de la esencia de el que quiere… esto no puede decirse de ninguna criatura». Al ten-
der hacia una coincidencia última de la disciplina y la voluntad el artista deviene
ciertamente cada vez menos consciente de las reglas, y para el virtuoso la intuición y
la ejecución son ya aparentemente simultáneas; pero en cada etapa el artista se delei-
tará en las reglas, como el maestro de la lengua se deleita en la gramática, aunque
puede hablar sin referencia constante a los tratados de sintaxis. Pertenece a la esen-
cia del arte reintroducir el orden en la multiplicidad de la Naturaleza, y es en este
sentido como «prepara a todas las criaturas para volver a Dios».
Apenas debería ser necesario señalar que el arte es por definición esencialmente
convencional (samketita); pues es sólo por convención como la naturaleza puede
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hacerse inteligible, y sólo por signos y símbolos, rãpa, prat§ka, como la comunica-
ción se hace posible. Un buen ejemplo de la manera en que tomamos la convencio-
nalidad del arte por supuesta lo proporciona la historia de un famoso maestro a quien
se encargó pintar un bosque de bambú. Con magnífica pericia pintó enteramente en
rojo. El patrón objetó que esto no era natural. El pintor preguntó: «¿En qué color
tendría que haberse pintado?» y el patrón contestó: «En negro, por supuesto». «¿Y
quién», dijo el artista, «vio alguna vez un bambú de hojas negras?»22.
Todo el problema del simbolismo (prat§ka, «símbolo») está tratado por
Ðankarâc~rya, Comentario sobre los Vedânta Sãtras, I.1.20. Ratificando la afirma-
ción de que «todo el que aquí canta al arpa, le canta a Él», señala que este Él se re-
fiere sólo al Señor más alto, que es el tema último incluso de las canciones profanas.
Y en cuanto a las expresiones antropomórficas en la escritura, «respondemos que el
Señor más alto puede, cuando le place, asumir una figura corporal formada de M~y~,
para gratificar a sus devotos adoradores»; pero todo esto es meramente analógico,
como cuando decimos que el Brahman mora aquí o allí, cuando en realidad mora só-
lo en su propia gloria (cf. ibid., I.2.29). La representación de lo invisible por lo visi-
ble está tratada también por Deussen, Philosophy of the Upanishads, pp. 99-101. Pa-
ra un examen del «signo» y el «símbolo» ver pp. 103-105.
El convencionalismo no tiene nada que ver con la simplificación calculada (como
en el dibujo moderno), o con la degeneración de la representación (como a menudo
suponen los historiadores del arte). Es verdaderamente infortunado que la palabra
convencional haya llegado a usarse en un sentido peyorativo con referencia al arte
decadente. El arte decadente es simplemente un arte que ya no se siente ni vivifica,
sino que meramente denota, en el que ya no existe ninguna correspondencia real en-
tre los elementos formales y pictóricos, como si su significado fuera negado por la
debilidad o incongruencia del elemento pictórico; pero a menudo, como por ejemplo
en el arte helenístico tardío, es de hecho mucho menos convencional que las etapas
primitiva o clásica de la misma secuencia. El verdadero arte, el arte puro, nunca en-
tra en competición con la perfección inalcanzable del mundo, sino que se basa exclu-
sivamente en su propia lógica y en sus propios criterios, que no pueden probarse por
los patrones de verdad o de bondad aplicables en otros campos de la actividad. Por
ejemplo, si un icono está provisto de numerosas cabezas o brazos, o combina ele-
mentos antropomórficos y teriomórficos, la aritmética y la observación nos ayudarán
a determinar si la iconografía es o no correcta (~gamârthâvisamv~di, Ñ~stram~na),
pero sólo nuestra propia respuesta a sus cualidades de energía y orden característico
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nos posibilitarán juzgarlo como una obra de arte. Si Krsna es descrito como el seduc-
tor de las lecheras de Braja, sería ridículo levantar objeciones por razones morales,
como si se hubiese presentado un modelo en el plano de la conducta; pues aquí el ar-
te, por una convención bien entendida, trata de la relación natural del alma con Dios
(«toda la creación es femenina respecto a Dios»), y si nosotros no podemos entender
o no queremos aceptar la tradición, ello es simplemente una declaración de nuestra
incapacidad de emitir un juicio estético en el caso dado.
Pueden presentarse algunas consideraciones más sobre la cualidad desigual y la
decadencia en el arte, entendiéndose por decadencia la «imperfección característica»
más bien que lo opuesto de «progreso». Una falta de perfección temporal en una
obra de arte es una evidencia de la imperfección del artista, puesto que la perfección
que es posible al trabajo humano es un producto de la voluntad. Es claro que la pri-
mera consideración del trabajador debe haber sido el bien de la obra que ha de ha-
cerse pues es sólo así como puede alabar su tema; y en cuanto a si la obra es en este
sentido buena, debemos guiarnos por una facultad crítica apropiada e implacable.
Pero no hay que pasar por alto que aún en obras exteriormente imperfectas, ya fueran
originalmente así o que hayan devenido así por algún daño, la imagen puede perma-
necer intacta; pues en el primer caso la imagen, que no era de la propia invención del
artista sino heredada, puede reconocerse todavía en su incorporación imperfecta, y
en el segundo la forma por la que fue movido el arte debe haber estado inmanente en
cada parte de ella, y está así presente en lo que sobrevive de ella, y es por esto por lo
que tales obras pueden ser adecuadas para evocar en un espectador de mente vigoro-
sa una experiencia estética verdadera, supliendo éste con su propia energía imagina-
tiva todo lo que falta en la producción original. Más a menudo, por supuesto, lo que
pasa por una apreciación de obras decadentes o dañadas es simplemente un placer
sentimental basado en ideas asociadas, v~s~na qua nostalgia.
Hay dos modos distinguibles de decadencia en el arte, uno que corresponde a una
sensualidad disminuida, el otro que refleja, no un apego animal a la sensación, sino
un refinamiento senescente. Es esencial distinguir esta atenuación o sobre-
refinamiento de lo que fue una vez un arte clásico, de la austeridad de las formas
primitivas que pueden ser menos seductoras, pero que expresan un alto grado de in-
telectualidad. El sobre-refinamiento y la elaboración del aparato en las artes se ilus-
tran bien en la moderna producción dramática y de conciertos, y en la cualidad de las
voces entrenadas e instrumentos tales como el piano. Todos estos medios a disposi-
ción del artista son los medios de su ruina, excepto en los raros casos en que, por una
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verdadera devoción a su tema, aún puede hacérnoslos olvidar. Aquellos que están
acostumbrados a artes confortables tales como éstas están en peligro real de rechazar
productos menos altamente terminados o elaborados, no por razones estéticas, sino
por pura pereza y amor a la comodidad. Pensamos por contraste en los Y~tr~s
bengâlîes que «sin escenario, sin el despliegue artístico de trajes, podían suscitar
emociones que hoy en día apenas experimentamos», o, por otra parte, en artes ex-
tremadamente sofisticadas como los dramas NÇ del Japón, en los que los medios se
han reducido a un mínimo, y aunque se les ha llevado a ese elevado punto de perfec-
ción que el tema exige, están sin embargo enteramente desprovistos de todo elemen-
to de lujo. Rabindranath Tagore ha tratado estos puntos de vista en relación con la
interpretación de la música india. «Nuestros maestros cantores», dice, «nunca se to-
man la menor molestia para hacer su voz y sus maneras atractivas… Aquellos de la
audiencia… cuyos sentidos han de satisfacerse se considera también que están por
debajo de la atención de cualquier artista que se respete», mientras que «aquellos de
la audiencia que son capaces de apreciar están contentos de perfeccionar el canto en
su propia mente por la fuerza de su propio sentimiento». En otras palabras, mientras
que la belleza formal es lo esencial en el arte, el agrado y la conveniencia son, no
fortuitos ciertamente, sino en el sentido propio de la palabra, accidentes del arte, ac-
cidentes afortunados o desafortunados según el caso pueda ser.
Estamos ahora en situación de describir las peculiaridades del arte oriental con
mayor precisión. El icono indio o extremo oriental, tallado o pintado, no es una ima-
gen de la memoria ni una idealización, sino un simbolismo visual, ideal en el sentido
matemático. El icono «antropomórfico» es del mismo tipo que un yantra, es decir,
una representación geométrica de una deidad, o que un mantra, es decir, una repre-
sentación auditiva de una deidad. La peculiaridad del icono depende inmediatamente
de estas condiciones, y no podría explicarse de otra manera, aunque nosotros no fué-
ramos conscientes de que, en la práctica de hecho, es el mantra y no la facultad in-
trínseca del ojo la que origina la imagen. En efecto, el icono indio llena la totalidad
del campo de visión a la vez, todo es igualmente claro e igualmente esencial; no se
lleva el ojo a pasar de un punto a otro, como en la visión empírica, ni a buscar una
concentración de significado en una parte más que en otra, como en un arte más
«teatral». No hay sensación de textura o de carne, sino sólo de piedra, de metal, o de
pigmento, pues el objeto es una imagen en uno u otro de estos materiales, y no una
réplica (savarna) engañosa de una causa objetiva de sensación. Las partes del icono
no están relacionadas orgánicamente, pues no se contempla que deban funcionar bio-
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lógicamente, sino relacionadas idealmente, puesto que son las partes componentes
requeridas de un tipo de actividad dado, expresadas en los términos del medio visible
y tangible. Esto no significa que las diferentes partes no estén relacionadas, o que el
conjunto no sea una unidad, sino que la relación es mental más bien que funcional.
Estos principios se aplicarán tanto al paisaje como a la iconografía.
En el arte occidental la pintura se concibe generalmente como vista en un marco
o a través de una ventana, y así traída hacia el espectador; pero la imagen oriental
existe realmente sólo en nuestra propia mente y corazón y desde allí es proyectada o
reflejada en el espacio. La presentación occidental se dibuja como si se viera desde
un punto de vista fijo, y debe ser ópticamente plausible; el paisaje chino se represen-
ta típicamente como visto desde más de un punto de vista, o en cualquier caso desde
un punto de vista convencional, no «real», y aquí lo esencial no es la plausibilidad
sino la inteligibilidad. En la pintura generalmente hay relieve (natônnata, nimnônna-
ta), es decir, modelado en luz abstracta, puesto que la pintura se considera como un
modo comprimido de la escultura; pero nunca antes de la influencia europea en el si-
glo diecisiete se hizo ningún uso de sombreados, chiaro-scuro, ch~yâtapa, «sombra y
claridad». Los métodos de representar el espacio en el arte corresponderán siempre
más o menos a los hábitos de visión contemporáneos, y para el arte no se requiere
nada más que esto; la perspectiva no es nada sino los medios empleados para trans-
mitir al espectador la idea del espacio tri-dimensional, y entre los diferentes tipos de
perspectiva que se han usado, la llamada «científica» no tiene ninguna ventaja parti-
cular desde el punto de vista estético. Sobre este punto, Asanga, Mah~y~na
Sãtrâlamk~ra, XIII.17, es revelador: citre… natônnatam nâsti ca, drÑyate atha ca,
«no hay ningún relieve real en una pintura, y sin embargo nosotros lo vemos allí»,
una observación que se repite desde el mismo punto de vista en el Lankâvat~ra
Sãtra, ed. Nanjio, p. 9123. Estaría pues tan fuera de lugar concebir un progreso en el
arte, en tanto que revelado por un desarrollo en la Raumdarstellung, como buscar es-
tablecer una sucesión estilística en una observación supuestamente más o menos
próxima de la Naturaleza. No olvidemos que la mente es una parte, y la más impor-
tante, de nuestro conocimiento de la Naturaleza, y que este punto de vista aunque
puede haberse olvidado en Europa, ha estado continuamente vigente en Asia durante
más de dos mil años.
Donde el arte europeo representa naturalmente un momento del tiempo, una ac-
ción o un efecto de luz detenidos, el arte oriental representa una condición continua.
En términos europeos tradicionales, expresaríamos esto diciendo que mientras que el
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arte europeo moderno trata de representar las cosas como son en sí mismas, el arte
asiático y cristiano representa las cosas más cercanamente a como son en Dios, o
más cerca de su fuente. En cuanto a lo que se entiende por representar una condición
continua, por ejemplo, el Buddha alcanzó la Iluminación hace incontables edades,
sin embargo su manifestación es accesible aún, y así permanecerá; la Danza de Ðiva
tiene lugar, no meramente en el bosque T~raka, ni siquiera en Cidambaram, sino en
el corazón del adorador; la L§l~ de Krsna no es un suceso histórico, del cual nos
habla N§lakantha, sino, para usar una fraseología cristiana, un «juego jugado eterna-
mente delante de todas las criaturas». Este punto de vista, que no era en absoluto
desconocido para los eruditos europeos y que se refleja todavía en lo que se llama la
supuesta falta de todo sentido histórico de la India, y en esto el Islam y la China es-
tán más cerca del mundo que la India, aunque no tan enredados en el mundo como la
Europa moderna, constituye la explicación a priori de la adhesión de la India a los
tipos y de su indiferencia a los efectos transitorios. Podríamos decir, no que los efec-
tos transitorios no tengan significado, sino que su valor no se entiende excepto en el
grado en que se ven sub specie aeternitatis, es decir, formaliter. Y donde no es el su-
ceso sino el tipo de actividad lo que constituye el tema, ¿cómo podría haberse intere-
sado el oriente por los sombreados? ¿O cómo podría el Ðãnyav~din, que puede negar
que ningún Buddha haya existido nunca realmente, o que de hecho se enseñara nun-
ca ninguna doctrina, y que por tanto debe ser enteramente indiferente en cuanto a la
historicidad de la vida del Buddha, haber tenido curiosidad por el retrato del
Buddha? Estaría ciertamente fuera de lugar exigir de un arte una solución a proble-
mas de representación enteramente apartados del interés contemporáneo.
Por poco que pudiera haberse previsto, el concepto de los tipos prevalece tam-
bién en el retrato de individuos, donde el modelo está presente (pratyaksa) para el
ojo o la memoria. Es cierto que los retratos clásicos indios deben haber sido seme-
janzas reconocibles, e incluso admirables. Ya hemos visto que s~drÑya, la conformi-
dad del sentido y la substancia, es esencial en la pintura, y se ha señalado que se em-
plean términos diferentes, aunque íntimamente relacionados, a saber sadrѧ y su-
sadrÑi, cuando se ha de expresar la idea de una semejanza exacta o viva24. El retrato
pintado (pratikrti, ~krti) tenía como función primaria substituir la presencia del ori-
ginal vivo. Uno de los tratados más antiguos, el Tanjur Citralaksana, refiere el ori-
gen de la pintura en el mundo a este requerimiento, y sin embargo de hecho trata só-
lo de las peculiaridades fisonómicas (laksana) de los tipos. Aún más instructivo es
un caso posterior, que ocurre en una de las historias del Vikramacaritra: aquí el Rey
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está tan apegado a la Reina que la mantiene a su lado, incluso en el consejo, pero es-
te apartamiento de la costumbre y de la conveniencia es desaprobado por los corte-
sanos, y el Rey consiente en tener un retrato pintado, como substituto de la presencia
de la Reina. Se autoriza al pintor de la corte a ver a la Reina; éste reconoce que es
una padmin§, es decir una «Señora del loto», uno de los cuatro tipos bajo los cuales
los retóricos hindúes clasifican a las mujeres según la fisionomía y el carácter. La
pinta por tanto como padmin§-laksana-yutam, «con las marcas características de una
Señora del loto», y sin embargo se alude al retrato no meramente como rãpam, una
figura, sino como svarãpam, «su aspecto intrínseco». Sabemos también, tanto en
China como en la India, de retratos ancestrales, pero éstos se preparaban normalmen-
te tras la muerte, y en la medida en que se conservan tienen el carácter de efigies
(ying-tu chino, «diagrama de una sombra») más bien que de retratos vivos. En el
Pratim~n~taka, el héroe, maravillándose de la ejecución de las estatuas en una capi-
lla ancestral, no las reconoce como las de sus padres, y se pregunta si son represen-
taciones de deidades. Encontramos incluso una polémica contra el arte del retrato:
«las imágenes de los ángeles son productoras de bien, y conductivas al cielo, pero las
de los hombres y otros seres mortales no conducen al cielo ni obran prosperidad»,
Ðukran§tis~ra, IV.4.75 y 76. Los retratos ancestrales chinos no están exentos de ca-
racterización individual, pero ésta representa sólo una modificación ligera, y no
esencial, de las fórmulas generales; los libros sobre el retrato (fu shên, «pintar el al-
ma») se refieren sólo a los tipos de rasgos, cánones de proporción, accesorios ade-
cuados, y a las variedades de pinceladas convenientes para los lienzos; debe retratar-
se la esencia del sujeto, pero no se dice nada sobre la exactitud anatómica. El pintor
Kuo Kung-ch’ên fue alabado por la representación del alma (ching shên, 2133,
9819) y la mente mismas (i ch’u, 5367, 3120) en un retrato; pero no se puede alegar
de toda Asia una cosa tal como un tratado de anatomía ideado para el uso de artistas.
El primer efecto producido en un espectador occidental moderno por estas cuali-
dades escolásticas del arte oriental es de monotonía. En la literatura y el arte plásti-
co, las personas no se distinguen tanto como individuos como por lo que hacen, en
relación con lo cual puede recordarse que la ortodoxia, para oriente, se determina por
lo que un hombre hace, y no por sus creencias. Además, las producciones de cual-
quier período se caracterizan mucho más por lo que es común a todas ellas que por
las variaciones personales. Por su carácter exclusivamente profesional y control for-
mal, y por la ausencia total del concepto de la propiedad privada en las ideas, la am-
plitud de la cualidad y el tema que puede encontrarse en las obras orientales de uno y
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el mismo período o escuela es menor que el que puede verse en el arte europeo del
tiempo actual, y además de esto, ha habido una adhesión a temas y fórmulas idénti-
cos durante largos períodos. Cuando el estudiante moderno, acostumbrado a una va-
riedad infinita de elección en los temas, y a una variedad y tolerancia infinitas de
manierismos personales, no se ha acostumbrado ni a la idea de un estilo unánime, ni
a la de temas determinados por las necesidades generales y la demanda unánime, ni
ha aprendido a distinguir loa matices en las series estilísticas poco familiares, no es
de extrañar su impaciencia; pero esta impaciencia, que no es una virtud, debe supe-
rarse. Aquí está implicada toda la cuestión de la distinción entre originalidad o nove-
dad e intensidad o energía; bastará decir que cuando hay comprensión, cuando los
temas se sienten y el arte vive, no es de ninguna importancia el que los temas sean
nuevos o viejos.
La vida misma —los diferentes modos en que los difíciles problemas de la aso-
ciación humana se han resuelto— representa la última y principal de las artes de
Asia; y ha de declararse de una vez por todas que las formas asumidas por esta vida
no están determinadas en modo alguno empíricamente, sino que están designadas en
la medida de lo posible de acuerdo con una tradición metafísica, por una parte con-
formemente a un orden divino, y por otra con objeto de facilitar la consecución por
cada individuo de la perfección aproximada en su género, es decir, permitiéndole,
por un ajuste exacto de oportunidad a potencialidad, alcanzar tal realización de su
ser completo como es posible para él. Incluso la planificación de una ciudad depende
en último análisis de consideraciones de este tipo. Ni la sociedad ni las artes especí-
ficas pueden gozarse racionalmente sin un reconocimiento de los principios metafí-
sicos con los que están así relacionadas, pues las cosas pueden gozarse sólo en pro-
porción a su inteligibilidad, es decir, hablando humanamente y no sólo funcional-
mente.
La vida oriental se modela sobre tipos de conducta sancionados por la tradición.
Para la India, R~ma y S§t~ representan ideales todavía vigentes, el svadharma de ca-
da casta es un modo de conducta, estando la buena forma à la mode; y hasta recien-
temente todo chino aceptaba por supuesto el concepto de costumbres establecido por
Confucio. La palabra japonesa para rudeza significa «actuar de modo inesperado».
Aquí, pues, se considera la vida como un jardín, al que no se permite crecer salvaje-
mente. Todo este formalismo, para un espectador culto, es mucho más atractivo de lo
que puede ser la variedad de la imperfección tan libremente desplegada por el euro-
peo, mucho más simple y más tosco, o según él piensa, «más sincero». Esta confor-
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midad exterior, por la que un hombre está perdido en la muchedumbre como la ver-
dadera arquitectura parece ser una parte de su paisaje nativo, constituye para el
oriental mismo una privacidad dentro de la cual el carácter individual puede florecer
sin obstáculos. Esto es cierto sobre todo en el caso de las mujeres, a las que oriente
ha protegido durante tanto tiempo de las necesidades de la auto-afirmación; puede
decirse que para las mujeres de la clase aristocrática en la India o Japón no ha existi-
do ninguna libertad en el sentido moderno, y sin embargo estas mismas mujeres,
moldeadas por siglos de vivir estilizado, alcanzaron una perfección absoluta en su ti-
po, y quizás el arte asiático no pueda mostrar una consecución más alta que ésta. En
la India, donde la «tiranía de casta» gobierna estrictamente el matrimonio, la dieta, y
cada detalle de la conducta externa, existe y ha existido siempre una libertad de pen-
samiento ilimitada en cuanto a modos de creencia o de pensamiento; una ruptura de
la etiqueta social puede implicar la excomunión de la sociedad, pero la intolerancia
religiosa es prácticamente desconocida, y es una cosa completamente normal para
los diferentes miembros de una familia elegir para sí mismos la deidad particular de
su devoción personal.
Se ha dicho bien que la civilización es el estilo. Una cultura inmanente en este
sentido dota a cada individuo con una gracia exterior, una perfección tipológica, tal
como sólo los seres menos comunes pueden alcanzar por su propio esfuerzo, un tipo
de perfección que no pertenece al genio; mientras que una democracia, que requiere
que cada hombre salve su propia «cara» y alma, en realidad condena a cada uno a
una exhibición de su propia irregularidad e imperfección, y esta aceptación implícita
de la imperfección formal se convierte con mucha facilidad en un exhibicionismo
que hace de la vanidad una virtud y se describe complacientemente como auto-
expresión.
Hasta ahora hemos examinado el arte de Asia en su aspecto teológico, es decir
con referencia a la organización escolástica del pensamiento en términos de tipos de
actividad, y las artes correspondientes del simbolismo y la iconografía, en las que los
elementos de la forma presentados por la Naturaleza y redimidos por el arte se usan
como medio de comunicación. Los desarrollos clásicos de este tipo de arte corres-
ponden principalmente al primer milenio de la era cristiana. Sus prolongaciones pos-
teriores tienden a la decadencia, los elementos formales conservan su valor edifican-
te, en diseño y composición, pero pierden su vitalidad, o sobreviven sólo en el arte
folklórico, donde la intensidad de una época anterior que expresaba una voluntad
más consciente se reemplaza por una armonía de estilo más simple que prevalece en
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todo el medio ambiente hecho por el hombre. Siam y Ceilán en el siglo dieciocho
nos proporcionan ejemplos admirables de un tal estilo folklórico basado en la tradi-
ción clásica, pero esta condición representa la antítesis de lo que ahora tiene lugar en
occidente, donde en lugar de la vocación como el tipo general de actividad encon-
tramos los tipos del genio individual por una parte, y el del trabajo no cualificado por
otra.
Otro tipo de arte, a veces llamado romántico o idealista, pero descrito mejor co-
mo imaginista25 o místico, donde la denotación y la connotación no pueden separar-
se, está típicamente desarrollado por toda Asia en el segundo milenio. En este tipo de
arte no se siente ninguna distinción entre lo que una cosa «es» y lo que «significa».
Sin embargo, al trazar así una distinción entre el arte simbólico y el imaginista debe
subrayarse muy fuertemente que los dos tipos de arte están inseparablemente conec-
tados y relacionados histórica y estéticamente; por ejemplo, la pintura budista Ka-
makura en los siglos doce o trece todavía es iconográfica, en la pintura de paisaje y
animalística Sung hay siempre un simbolismo subyacente, y, por otra parte, la escul-
tura animal india en M~mallapuram en el siglo siete es ya romántica, humorística y
mística. Una ruptura más clara entre los dos puntos de vista se ilustra en la bien co-
nocida historia del monje Zen Tan-hsia, que usó una imagen de madera del Buda pa-
ra hacer su fuego —no, sin embargo, como iconoclasta, sino simplemente porque te-
nía frío. Los dos tipos de arte están enlazados muy estrechamente por la filosofía y la
práctica del Yoga; en otras palabras, una identificación de sí mismo con el tema es
siempre un prerequisito. Pero mientras que el arte teológico tiene que ver con los ti-
pos del poder, el arte místico se ocupa sólo de un único poder. Su tema último es ese
principio único e indiviso que se revela en cada forma de vida siempre que la luz de
la mente brilla sobre algo de tal manera que se verifica el secreto de su vida interior,
a la vez como un fin en sí mismo sin relación con ningún propósito humano, y como
no otra cosa que el secreto del propio ser más profundo de uno. «Cuando ves un
águila, ves una porción del genio»; «los cielos declaran la gloria de Dios»; «un ratón
es suficiente milagro», éstas son analogías europeas; o el Ligna et lapides docebunt
te, quod a magistris audire non posse de S. Bernardo.
Aquí, pues, el tema próximo puede ser cualquier aspecto de la Naturaleza, no ex-
cluyéndose la naturaleza humana excepto «cuando la mente se apega», puesto que
todo aspecto de la vida tiene igual valor en una visión espiritual. En teoría este punto
de vista podría aplicarse para justificar la mayor variedad posible de elección indivi-
dual, e interpretarse como una «liberación» del artista respecto de las ideas asocia-
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das. Sin embargo, en la economía más práctica de las grandes tradiciones vivas en-
contramos, como antes, que hay una adhesión a ciertos tipos o grupos de temas res-
tringidos generación tras generación en un área dada, y que la técnica está controlada
todavía por las más elaboradas reglas, y sólo puede adquirirse en largos años de pa-
ciente práctica (abhy~sa). Las condiciones históricas y el medio, una herencia de
simbolismos más antiguos, las sensibilidades raciales específicas, todo esto propor-
ciona una determinación de la obra que ha de hacerse mejor que la particular; para el
artista o el artesano, que «tiene el arte que se espera que practique», esto es un medio
para la conservación de la energía; para el hombre en general, asegura una compre-
hesibilidad continuada del arte, su valor como comunicación.
Los aspectos más sobresalientes del arte imaginista o místico de Asia son el arte
Ch’an o Zen26 de China y Japón, donde el tema es el paisaje o la vida vegetal o ani-
mal; la pintura, poesía y música Vaisnava en la India, donde el tema es el amor
sexual; y la poesía y la música Sãf§ en Persia, dedicada a la alabanza del rapto o éx-
tasis.
La naturaleza del Ch’an-Zen no es fácil de explicar. Sus fuentes son en parte in-
dias, y en parte taoístas; y su desarrollo es a la vez chino y japonés. El arte budista
chino es como el indio en el aspecto general, difiriendo sólo en el estilo; el arte
Ch’an-Zen nos proporciona un ejemplo perfecto de ese tipo de asimilación real de
nuevas ideas culturales que tiene como resultado un desarrollo formalmente distinto
del original. Esto es totalmente diferente de esa hibridación que resulta de las «in-
fluencias» ejercidas por un arte sobre otro; las influencias en este último sentido,
aunque los historiadores del arte les atribuyen gran importancia, se manifiestan casi
siempre como una parodia inconsciente —pensamos en el arte helenístico en la In-
dia, o las chinoiseries en Europa,— y en todo caso pertenecen a la historia del gusto
más que a la historia del arte. Al tiempo que reconocemos las fuentes indias del arte
Ch’an-Zen, hay que recordar que el Zen está también profundamente enraizado en el
Taoísmo; se muestra suficientemente por el dicho de Chuang Tzß: «La mente del sa-
bio, estando en reposo, deviene el espejo del universo, el speculum de toda la crea-
ción», que China había sido siempre, e independientemente, consciente de la verda-
dera naturaleza de la visión imaginativa.
La disciplina Ch’an-Zen es de actividad y de orden; su doctrina es la invalidez de
la doctrina, su fin una iluminación por la experiencia inmediata. El arte Ch’an-Zen,
buscando la realización del ser divino en el hombre, procede abriendo sus ojos a una
esencia espiritual semejante en el mundo de la Naturaleza exterior a sí mismo; la es-
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critura del Zen «está escrita con los caracteres del cielo, del hombre, de bestias, de
demonios, de cientos de hojas de hierba y de miles de árboles» (DÇgen), «cada flor
exhibe la imagen del Buddha» (DugÇ). Puede obtenerse una buena idea del arte
Ch’an-Zen de las palabras de un crítico chino del siglo doce, al escribir sobre la pin-
tura de animales: tras aludir al caballo y al toro como símbolos del Cielo y de la Tie-
rra, continúa: «Pero los tigres, leopardos, ciervos, jabalíes, venados y liebres —
criaturas que no pueden ser acostumbradas a la voluntad del hombre— a éstos el pin-
tor los escoge por sus caprichosos retozos y veloces y asustadizas evasiones, los ama
como cosas que buscan la desolación de las grandes llanuras y las glaciales nieves,
como criaturas que no serán detenidas con una brida, ni atados por el pie. El pintor
emprendería pintar el esplendor galante de su zancada; haría esto y nada más»27. Pe-
ro el artista Ch’an-Zen no pinta más de la Naturaleza que el poeta escribe de la Natu-
raleza; se le ha ejercitado según tratados sobre estilo tan detallados y explícitos que
parecería no quedar sitio alguno para la operación de la personalidad. Un pintor ja-
ponés me dijo una vez: «He tenido que concentrarme en el bambú durante muchos,
muchos años, y a pesar de ello una cierta técnica para la reproducción de las puntas
de las hojas de bambú todavía me elude». Y sin embargo la inmediatez o la esponta-
neidad se ha alcanzado más perfectamente en el arte Ch’an-Zen que en cualquier
otro. Aquí no hay ninguna iconografía formal, sino una intuición que ha de expresar-
se en una pintura a tinta donde no puede borrarse ni modificarse la menor pincelada;
la obra es tan irrevocable como la vida misma. No hay ningún tipo de arte que esté
más cerca a «aprehender el gozo mientras vuela», la vida alada que ya no es vida
cuando tomamos el pensamiento de recordarla y describirla; ningún tipo de arte es
más estudiado en el método, y menos elaborado en el efecto. Cada obra del arte
Ch’an-Zen es única, y en proporción a su perfección inescrutable.
Pero el Ch’an-Zen no es sólo una vía hacia la experiencia perfecta, es también
una vía hacia el perfeccionamiento del carácter. El Ch’an-Zen representa todo y más
de lo que ahora entendemos por la palabra «cultura»: un principio activo que penetra
cada aspecto de la vida humana, ora deviniendo la caballerosidad del guerrero, ora la
gracia del amante, ora el hábito del artesano. El último punto puede ilustrarse por la
historia de Chuang Tzß sobre el hacedor de ruedas de carro que se aventuró a criticar
a un noble por leer las obras de un sabio muerto. Excusando su temeridad, explicó:
«Vuestro humilde sirviente debe considerar la cuestión desde el punto de vista de su
propio arte. Al hacer una rueda, si procedo demasiado suavemente, es bastante fácil,
pero la obra no se mantendrá firme; si procedo demasiado violentamente, eso no sólo
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es fatigoso, sino que las partes no ajustarán bien. Sólo cuando los movimientos de mi
mano no son ni demasiado suaves ni demasiado violentos es cuando la idea de mi
mente puede realizarse. Sin embargo, no puedo explicar esto en palabras; hay una
habilidad en ello que no puedo enseñar a mi hijo, ni él puede aprender de mí». El
hacedor de ruedas de carro señaló, en otras palabras, que la perfección no puede al-
canzarse leyendo acerca de ella, sino sólo en la acción directa.
Así el Ch’an-Zen no es en modo alguno un ascetismo divorciado de la vida, aun-
que hay muchos grandes monasterios Ch’an-Zen; el arte Ch’an-Zen no presenta nin-
guna excepción a la regla general en Asia de que todas las obras de arte tienen signi-
ficados definidos y comprendidos comúnmente, aparte de cualquier perfección esté-
tica de la obra misma. Los significados de los temas Ch’an-Zen son tales como se
han expresado a veces en el arte europeo por medio de figuras alegóricas. El dragón
y el tigre, la niebla y la montaña, el caballo y el toro, son tipos del Cielo y la Tierra,
del espíritu y la materia; el gentil mono de largos brazos sugiere benevolencia, el pa-
vo real es simbólico de longevidad, el loto representa una pureza inmaculada. Consi-
deremos el caso del pino y la gloria de la mañana, ambos temas favoritos del arte ja-
ponés: «La gloria de la mañana florece sólo una hora, y sin embargo no difiere en el
fondo del pino, que puede durar mil años». Lo que hay que comprender aquí no es
una alegoría obvia del tiempo y la eternidad, sino que el pino no tiene más en cuenta
sus mil años que la gloria de la mañana su efímera hora; cada uno cumple su destino
y está contento; y Matsunaga, el autor del poema, deseó que su corazón pudiera ser
como el de ellos. Si tales asociaciones no agregan nada directamente a la cualidad
estética, tampoco la disminuyen en absoluto. Cuando finalmente el arte Zen encontró
expresión en el escepticismo,
vino a la existencia el despreciado arte popular y secular Ukiyoye29 del Japón. Pero
aquí una tradición artística se había establecido tan firmemente, la visión del mundo
era tan approfondi, que en una esfera correspondiente a la de la moderna tarjeta pos-
tal —el Ukiyoye ilustraba el teatro, el Yoshiwara y el Aussichtspunkt— aún sobrevi-
vía una pureza y encanto de concepción que bastaba, por ligera que fuera su esencia,
para ganar aceptación en Europa, mucho antes de que se hubiese sospechado la exis-
tencia de un arte más serio y clásico.
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Un desarrollo místico tuvo lugar en la India algo más tarde, y en líneas diferen-
tes. En la visión antropocéntrica europea de la vida, la forma humana desnuda ha
aparecido siempre como particularmente significativa, pero en Asia, donde la vida
humana se ha considerado como difiriendo de la de otras criaturas, o incluso de la de
la creación «inanimada» sólo en grado y no en tipo, esto no ha sido nunca el caso.
Por otra parte, en el India, las condiciones del amor humano, desde el primer encuen-
tro de los ojos hasta el olvido de sí último, ha parecido espiritualmente significante,
y siempre ha habido un uso libre y directo de imaginería sexual en el simbolismo re-
ligioso. Por una parte, la unión física ha parecido presentar una imagen auto-evidente
de la unidad espiritual; por otra, las fuerzas operativas, como en el método científico
moderno, se conciben como macho y hembra, positivo y negativo. Era pues bastante
natural que el misticismo Vaisnava posterior, al hablar de devoción, bhakti, lo hicie-
ra en los mismos términos; la relación verdadera y atemporal del alma con Dios po-
día expresarse ahora sólo en apasionados epitalamios celebrando las nupcias de
R~dh~ y Krsna, la lechera y el pastor, la Novia terrenal y el Novio celestial. Vinieron
así a la existencia cantos y danzas en las que a uno y el mismo tiempo la sensualidad
tenía significación espiritual y la espiritualidad substancia física, y pinturas que re-
presentaban un mundo transfigurado, donde todos los hombres son heroicos, todas
las mujeres bellas y apasionadas y tímidas, y donde las bestias e incluso los árboles y
los ríos son conscientes de la presencia del Amado — un mundo de imaginación y
realidad, visto con los ojos de Majñãn30. Si en la danza («nautch») las relaciones mu-
tuas del héroe y la heroína imitadas por los actores manifiestan un sentido esotéri-
co31, esto no es por una interpretación arbitraria o como una alegoría, sino por una
introsuscepción mutua. Si en la pintura y la poesía la vida diaria de los campesinos
parecía reflejar las condiciones siempre presentes en el Cielo pastoral del Rebaño
Divino, esto no es un simbolismo sentimental o romántico, sino nacido de la convic-
ción de que «todos los hombres y mujeres del mundo son Sus formas vivas» (Kab§r),
de que la realidad es aquí y ahora accesible tangible y visiblemente. Aquí el perfume
de la tierra está siempre presente: «Si él no tiene ojos, ni nariz, ni boca, ¿cómo po-
dría haber robado y comido cuajada? ¿Podemos abandonar nuestro amor a Krsna,
para adorar a una figura pintada en un muro?» (Sãr D~s). Las realidades de la expe-
riencia, y no una teoría del dibujo ni una inspiración viniendo nadie sabe de dónde,
son las fuentes de este arte; y quienes no pueden al menos en la fantasía (v~san~)32
experimentar las mismas emociones y sentir su operación natural no pueden esperar
ser capaces de entender el arte por ningún otro proceso más analítico. Pues no puede
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juzgarse ningún arte hasta que nosotros mismos nos colocamos en el punto de vista
del artista; sólo así puede conocerse la determinación por la que su dibujo y ejecu-
ción están enteramente controlados.
Una teoría formal del arte basada en hechos como los descritos arriba se ha enun-
ciado en la India en una literatura considerable sobre la Retórica (alamk~ra). Es cier-
to que esta teoría está desarrollada principalmente en relación con la poesía, el dra-
ma, la danza y la música, pero es aplicable inmediatamente al arte de todos los tipos,
gran parte de su terminología emplea el concepto del color, y tenemos evidencia de
que la teoría también se aplicó de hecho a la pintura33. En consecuencia, en lo que
sigue no hemos vacilado en dar una interpretación ampliada a términos empleados
originariamente en relación con la poesía, o más bien con la literatura (k~vya), con-
siderada como el tipo del arte34. La justificación del arte se hace entonces con refe-
rencia al uso (prayojana) o al valor (purusârtha)35 señalando que sirve a los Cuatro
Propósitos de la Vida, a saber: la Acción Correcta (dharma), el Placer (k~ma), la Ri-
queza (artha) y la Liberación Espiritual (moksa). De éstos, los tres primeros repre-
sentan los fines próximos, y el cuarto el fin último, de la vida; la obra de arte está de-
terminada (prativihita) del mismo modo, próximamente con respecto al uso inmedia-
to, y últimamente en lo que respecta a la experiencia estética. El arte se define pues
como sigue: VAKYAM RASÂTMAKAM K}VYAM, es decir, «EL ARTE ES EXPRESIÓN
INFORMADA POR LA BELLEZA IDEAL»36. La mera narración (nirv~ha, itih~sa), la utili-
dad a secas, no son arte, o son arte sólo en un sentido rudimentario. Tampoco tiene
el arte como tal un valor meramente informativo confinado a su significado explícito
(vyutpatti): sólo el hombre de poco entendimiento (alpabuddhi) puede no ser capaz
de reconocer que el arte es por naturaleza una fuente de delectación (~nanda-
nisyanda), cualquiera que pueda haber sido la ocasión de su aparición37. Por otra
parte, no puede imaginarse un arte sin significado o utilidad. La doctrina del arte por
el arte se desautoriza completamente en una sentencia citada en el S~hitya Darpana
V.1, Comentario: «Todas las expresiones (v~kya), humanas o reveladas, se dirigen a
un fin más allá de sí mismas (k~rya-param, “otro factibile”); o si no están determi-
nadas (atatparatve) así, entonces son comparables sólo a las peroratas de un loco».
Por tanto, «que el propósito (krtârthat~) de la habilidad (vaidagdhya) sea alcanza-
do», M~lat§m~dhava, I.32 f. Una vez más se hace la distinción entre el arte (manu-
factura controlada, cosas hechas bien y verdaderamente) y la Naturaleza (expresión
funcional, sattva-bh~va) de la siguiente manera: «el trabajo (karma) de las dos ma-
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(3º) Humores (bh~va), es decir, los estados emocionales conscientes como se re-
presentan en el arte. Estos incluyen treinta y tres Humores Fugitivos o Transitorios
(vyabhic~ri) tales como la alegría, la agitación, la impaciencia, etc., y ocho o nueve
Humores Permanentes (sth~yi), el Erótico, el Heroico, etc., que a su vez son los ve-
hículos de los rasas o colorantes emocionales específicos. En toda obra, uno de los
Humores Permanentes debe constituir un motivo dominante al que todos los otros
están subordinados; pues «el desarrollo prolongado de una emoción transitoria de-
viene una inhibición de rasa»48, o, como lo expresaríamos ahora, la obra deviene
sentimental, perturbadora más bien que conmovedora.
(4º) La representación de reacciones físicas involuntarias (sattva-bh~va), por
ejemplo desmayarse.
Todos estos determinantes y símbolos se reconocen colectiva e indivisiblemente
en la experiencia estética, pues la obra de arte como tal es una unidad; pero se reco-
nocen por separado en el análisis subsecuente.
Según la Escuela de la Manifestación (Vyaktiv~da) aludida, lo esencial o el alma
de la poesía se llama dhvani, «la reverberación del significado que surge por suges-
tión (vyañjan~)»49. En la gramática y la lógica, se entiende que una palabra u otro
símbolo tiene dos poderes sólo, los de denotación (abhidh~) y connotación (laksa-
na); por ejemplo gop~la es literalmente «vaquero», pero significa constantemente
Krsna. Los retóricos asumen para una palabra o símbolo un tercer poder, el de la su-
gestión (vyañjan~), siendo la materia sugerida, que nosotros debemos llamar el ver-
dadero contenido de la obra, dhvani, tanto con respecto al tema (vastu) como a cual-
quier metáfora u otro ornamento (alamkara), o, lo que es más esencial, uno de los
rasas específicos. En otras palabras, abhidh~, laksan~, y vyañjan~ corresponden a la
significación literal, alegórica y anagógica. Dhvani, como sobretono del significado,
es así el vehículo inmediato de rasa y el medio de la experiencia estética50. Incluido
en dhvani está t~tpary~rtha, el significado transmitido por la totalidad de la frase o
fórmula, como algo distinto de la mera suma de los significados de sus partes sepa-
radas. La Escuela de la Manifestación se llama así porque la percepción (prat§ti) de
rasa se considera simplemente como la manifestación de una condición intuitiva in-
herente y ya existente en el espíritu, en el mismo sentido en que la Iluminación está
virtualmente siempre presente aunque no siempre realizada. Por así decir, la prat§ti
de rasa pasa a través de los muros (varana, ~varana) por los que el alma, aunque
predispuesta por simpatía (s~dh~ranya) y sensibilidad (v~san~) ideal, está todavía
encerrada51 e impedida de brillar en su verdadero carácter como el saboreador de ra-
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sa en una experiencia estética que es, como ya se ha dicho, el hermano gemelo mis-
mo de la experiencia de la unidad del Brahman.
En el esquema posterior y por otra parte más sintético del S~hitya Darpana, las
teorías de rasa y dhvani no están tan íntimamente enlazadas, pues dhvani no es aho-
ra el alma de toda poesía sino la característica del tipo de poesía superior en la que lo
que se sugiere predomina sobre lo que se expresa literalmente.
Para terminar de completar habrá que mencionar sólo dos teorías anteriores en
las que el Ornamento o las Figuras (alamk~ra) y el Estilo o la Composición (r§ti) se
consideran respectivamente como los elementos esenciales en el arte. Estas teorías,
que no han tenido acogida en la India, pueden compararse a las concepciones meno-
res del arte en Europa considerado como destreza, o como consistiendo meramente
en superficies estéticas que son significativas sólo como fuentes de sensación. Este
último punto de vista solo puede mantenerse consistentemente en el caso de India
desde la posición del realismo ingenuo que subyace a un prejuicio estrictamente mo-
nástico contra el mundo.
Queda señalar que las teorías de rasa y dvhani son esencialmente metafísicas y
vedânticas en el método y la conclusión, aunque no se expresen tanto en los términos
del Vedânta puro de las Upanisads como en los del Vedânta posterior combinados
con otros sistemas, particularmente el Yoga. La teoría india plenamente desarrollada
de la belleza de hecho difícilmente puede ser datada antes del siglo diez u once, aun-
que la doctrina de rasa está ya claramente enunciada en el N~tya Ñ~stra de Bharata,
que puede ser anterior al siglo quinto y que deriva de fuentes aún más antiguas.
En todo caso, la concepción de la obra de arte como determinada exteriormente
para el uso e interiormente para una delectación de la razón; la consideración de su
operación como no inteligiblemente causal, sino por vía de una destrucción de las
barreras mentales y afectivas detrás de las que se oculta la manifestación natural del
espíritu; la necesidad de que el alma esté ya preparada para esta emancipación por
una sensibilidad innata o adquirida; el requerimiento de la auto-identificación con el
tema último, tanto por parte del artista como del espectador, como prerrequisito para
la visualización en el primer caso y para la reproducción en el segundo; finalmente,
la concepción de la belleza ideal como incondicionada por las afecciones naturales,
indivisible, supersensual e indistinguible de la gnosis de Dios — todas estas caracte-
rísticas de la teoría demuestran su conexión lógica con las tendencias predominantes
del pensamiento indio, y su lugar natural en el cuerpo completo de la filosofía india.
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1
«Un concepto mental (citta-saññ~) surge en la mente del pintor, de que tal y tal
forma (rãpa) debe hacerse de tal y tal manera… Todas las diferentes artes (sippa)
del mundo son producidas por la mente» Atthas~lin§, PTS. ed., p. 64; ver «An Early
Passage on Indian Painting», Eastern Art, III (1931), y cf. nota 43.
2
«Atrayendo la forma» se examina en JAOS., LII.16, n. 8. El sánscrito krs (la ra-
íz en ~-karsati) tiene la misma significación dual que se encuentra en el inglés
«draw», como (1º) tirar, arrastrar hacia o junto a, atraer y (2º) delinear, formalizar,
componer, poner en debida forma. El inglés draw corresponde al alemán tragen, lle-
var, y al sánscrito dhr (dhar) llevar, tener en mente, soportar, concebir, agarrar fuerte
o firme, etc. Mientras krs es «draw» en cualquiera de los sentidos, ~-krs puede tradu-
cirse exactamente por «componer» o «producir». Cf. «fetch» —ir a buscar algo—
(de la imaginación) y «fetch» como una aparición. Un uso notable del inglés «draw»
en nuestro sentido se encuentra en el Mysterium Pansophicum de Böhme, IV.2 (que
sólo puedo citar en la versión de Earle), en relación con el aspecto formativo de la
voluntad creadora (de Dios), como sigue: «el deseo es una atracción intensa… Y
atrae mágicamente, a saber, su propio deseo a una substancia» (cf. sánscrito dhar-
ma, como «substancia»).
3
Upanisads, passim. Rabindranath Tagore retiene la misma fraseología en su
canto Ami chini go chini, donde es «en el espacio inmanente del corazón» donde es-
cucha «una y otra vez» la canción de BideÑin§, la extraña señora que es la belleza
ideal — hrdi m~jhe ~k~Ñe sunecchi tom~r§ g~n. ¿Dónde está y qué es este espacio en
el corazón?. En la Ch~ndogya Upanisad, VIII.14 (también VIII.1.1) a ~k~Ña se lo
llama «el revelador de nombre y aspecto», y se lo identifica con Brahman, el Impe-
recedero, el Sí mismo. Este es «esa misteriosa nada de la que el alma está hecha… la
cual nada, es sin limitación en el todopoderoso poder del Padre» (Eckhart). Este es-
pacio ideal es el principio donde pueden realizarse todas las posibilidades del ser
(Ch~ndogya Upanisad, VIII.1.1-3). El antarhrdaya-~k~Ña, el «espacio en el cora-
zón», es la totalidad de este espacio ideal en el corazón interiorísimo de nuestro ser,
único espacio donde puede experimentarse el contenido entero de la vida en lo in-
mediatamente experimentado; este consentimiento, desde el punto de vista de la es-
tética, es la «Belleza», desde el punto de vista de la epistemología la «Verdad» (cf.
«el Nirv~na es el conocimiento trascendental de la mismidad de todos los princi-
pios», Saddharma Pundar§ka, texto de Kern, p. 133), y desde el punto de vista de la
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Y en cuanto al hábito (habitus, tao como «vía»): «Tomaré una ilustración», dijo
el tornero, «de mi propio oficio. Al hacer una rueda, si trabajas demasiado despacio,
no puedes hacerla firme; si trabajas demasiado deprisa, los radios no ajustarán. No
debes ir ni demasiado despacio ni demasiado deprisa. Debe haber coordinación de
mente y mano. Las palabras no pueden explicar lo que es, pero hay un arte misterio-
so en ello. Yo no puedo enseñarlo a mi hijo; tampoco puede él aprenderlo de mí. Por
ello, aunque de setenta años, aún estoy haciendo ruedas a mi vieja edad» (ídem., p.
271). Similarmente con el forjador de espadas: «¿Es su pericia, señor, o tiene usted
una manera?» «Es concentración… Si una cosa no fuese una espada, yo no lo nota-
ría. Me valí de toda energía que no usaba en otras direcciones para asegurar mayor
eficiencia en la dirección requerida» (ídem., p. 290).
7
La teoría del arte de Dante es tratada por Julius Schlosser, Die Kunstliteratur
(Vienna, 1924), pp. 66-77. La concepción de Dante deriva de Aristóteles, Sto. To-
más y los trovadores, y es aún esencialmente escolástica. En De Monarchia habla
del arte como triple, (1º) como idea en la mente, (2º) como técnica en el instrumento
(medios), y (3º) como potencialidad en el material. En Paradiso, I.127, habla de la
cualidad sorda (t~masika) en el material, que parece resistir a la intención del artista,
recordando al carpintero de Eckhart, que al construir una casa «primero la erigirá en
su mente y, de estar la casa suficientemente sujeta a su voluntad, entonces, materia-
les aparte, la única diferencia entre ellos sería la de engendrador y repentinamente
engendrado». No es necesario decir que el artista de Dante incluye a los que ahora
llamamos artesanos; ver, por ejemplo, Paradiso, XVI.49.
Al afirmar Dante la necesaria identificación del artista con su tema (chi pinge fi-
gura… como citábamos arriba) está todavía a una con oriente y con Eckhart, como
cuando el último dice, «Al dar toda mi mente al tema de los ángeles… me pareció
que yo era todos los ángeles», y «el pintor que ha pintado un buen retrato muestra en
él su arte; no es al pintor a quien este arte nos revela». Pero Leonardo está ya muy
alejado de este punto de vista cuando declara más de una vez, il pittore pinge se stes-
so, «el pintor se pinta a sí mismo», donde «sí mismo» no es la esencia del pintor, si-
no los accidentes de su ser, su fisonomía, que aparecen en la pintura, de la misma
manera que un hombre se revela de algún modo en su escritura. Este reflejo inevita-
ble del hombre físico en su trabajo manual se reconoce también ciertamente en la In-
dia, por ejemplo, Lekhakasya ca yad rãpam citre bhavati t~d(rãp)yam, «la propia fi-
gura del pintor aparece en la pintura» (citado de un Pur~na, Rãpam 27/28, p. 99); pe-
ro por esto precisamente el pintor mismo debe ser un hombre normal, puesto que de
39
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A. K. COOMARASWAMY, LA TRANSFORMACIÓN DE LA NATURALEZA EN ARTE
otro modo su peculiaridad podría reflejarse en su arte. Desde el punto de vista esco-
lástico e indio, un reflejo tal de la persona del artista en su obra debe considerarse
como un defecto; mientras que en el arte europeo posterior, al haberse llegado a con-
siderar la marca de las peculiaridades individuales del artista como una virtud en el
arte, y al halagar el orgullo del artista, se preparó el camino al exhibicionismo estéti-
co y a la substitución de la representación por el actor («estrella»). De la misma ma-
nera la historia de los artistas ha reemplazado a la historia del arte.
8
Ver mi History of Indian and Indonesian Art, p. 125; también Mah~vamsa,
XVIII.24, XXVII.10-20, y XXX.11, y J~taka, nº 489. Por ejemplo, «vehículos» o
«tronos», sánscrito v~hana, ~sana, que son principios vivientes igualmente desde los
puntos de vista cristiano e hindú (Sto. Tomás, Sum. Theol. I q.108 a.5-7; Garuda,
Hamsa y Nandi como las sedes o vehículos de Visnu, Brahm~ y Ðiva); armas o pode-
res, Ángeles desde el punto de vista cristiano, Devat~s desde el hindú (Sto. Tomás,
ídem., Brhad Devat~, I.74 y LV.143); o los palacios y carros (vim~na, ratha) de los
Ángeles, imitados en sus templetes terrenos.
En Mhb., XII.285.148 a Ðiva se le llama sarva-Ñilpa-pravartaka, «instigador de
todas las artes», e ídem., XIII.18.2f., donde imparte kal~jñ~na, «la comprensión de
las realizaciones», a Garga. Es de observar que el «sánscrito» (samskrta) es deva-
n~gar§, «el lenguaje de la ciudad celestial», análogo a deva-Ñilp~ni, las «obras de arte
angélicas» para las cuales ver arriba pp. 6, 104.
Con Aitareya Br~hmana, VI.27, citado en el texto, cf. Aitareya }ranyaka, III.2.6,
donde «Praj~pati, el Año, después de emanar a sus hijos, fue desintegrado (viyasran-
sata); se reintegró a sí mismo (~tm~nam samadadh~yat) por medio de los metros
(chandobhir)», y Jaimin§ya Upanisad Br~hmana, III.2, donde a la iniciación se le
llama una transformación métrica (d§ksate… chand~nsy eva abhisambhavati). En es-
tos pasajes se afirma llanamente la significación espiritual del ritmo. Recíprocamen-
te, también son de interés en relación con el problema de los orígenes del arte, pues
todo ritmo corresponde en último análisis a los ritmos cósmicos; cf. Jaimin§ya Upa-
nisad Br~hmana, I.35.7, «el Año es sin fin: sus dos puntas son Invierno y Primavera.
A la manera (anu) de esto es como se unen las dos puntas de una aldea; a la manera
de esto es como se unen las dos puntas de un collar»; ídem., I.2, el G~yatras~man
«debería cantarse según el curso (vartman) del Espíritu y las Aguas», y Jeremías Der
Kosmos von Sumer, 1932, p. 4, «Eine grosse Leistung Herman Wirths beruht darin,
dass er in der Lehre vom Wege Gottes nach dem äonischen Lauf nicht nur die Wur-
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A. K. COOMARASWAMY, LA TRANSFORMACIÓN DE LA NATURALEZA EN ARTE
zel der Symbolik gesehen hat —das war nicht neu— sondern auch die Wurzel der
Sprache und Schrift».
9
Las palabras indias kal~, Ñilpa tienen ambas la misma amplia significación que
la palabra «arte» poseyó en otro tiempo en Europa; cf. New Oxford Dictionary, s.v.
Art. I, «Pericia para hacer algo como resultado del conocimiento y de la práctica», y
II, «Todo aquello en que pueda alcanzarse o desplegarse una pericia». Ha de hacerse
sin embargo una distinción entre los Ñilpas, o artes vocacionales, y los kal~s, o artes
avocacionales (aficiones). No se concibe que un Ñilpa pueda adquirirse sin ejercita-
ción bajo un maestro (~c~rya) o que se practique de otro modo que como una profe-
sión hereditaria. Hay varias listas de Ñilpas, generalmente en número de dieciocho, y
que incluyen siempre la arquitectura y la pintura. En el TrisastiÑalakapurusacaritra,
I.2.950 ff. (Gaekwar’s Oriental Series LI, 152), hay una lista de «Cinco Artes
(Ñilpa)», a saber, las de alfarero, arquitecto, pintor, tejedor y barbero, cada una con
su raison d'être (hetu) humana. Para los sesenta y cuatro kal~s ver A. Venkatasub-
biah, The Kal~s (Inaug. Diss., Bern, Madras, 1911) (añadir a la Bibliografía L. D.
Barnett, Antagada Das~o, p. 30); y A. Venkatasubbiah, y E, Müller, «The Kal~s»,
JRAS. (1914).
Hay una clasificación de las artes vocacionales (sippa) como elevadas o respeta-
bles (ukkattha) y menores o vulgares (h§na) en el Vinaya, IV.6f. Hay también una
distinción, hecha generalmente en los Ñ~stras dramáticos, entre un estilo de danza
elevado o cultivado (m~rga) y otro popular o folklórico (deѧ), en la que el primero
incorpora rasa, bh~va, vyañjan~, etc., y el segundo consiste sólo en movimiento rít-
mico, y se considera (correcta o incorrectamente) como desprovisto de contenido es-
tético.
Así, apenas es posible, excepto con la connotación «más o menos expresivo o
significativo», hablar de una distinción de las artes según su cualidad psicológica o
su aplicación más o menos honorable; las distinciones que se hacen son más bien
con referencia al status social del artista que con referencia al arte mismo, pues nin-
gún artista profesional tiene como tal un alto status social. Así la música y la caligra-
fía son las artes más altas en China porque se supone que todo caballero y oficial ha
de ser proficiente en ellas, mientras que el pintor, al menos hasta el período Sung,
era considerado siempre como artesano, no como caballero. El escultor, aunque su
obra servía a los fines más altos del culto, era considerado sólo como un albañil ex-
perto; y si en la India a veces pretendió un respeto más alto, esto no era en tanto ar-
tista en el sentido moderno, sino porque al erigir imágenes ejercía también funciones
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sacerdotales, cf. M§m~ns~ Ny~ya Prak~sa, párrafos 98, 229 (en la edición de Edger-
ton, New Haven, 1929, pp. 78, 130). Aunque el drama y la danza pertenecen a las ar-
tes más altamente desarrolladas y sofisticadas de Asia, el status del actor profesional
no ha sido por lo general más alto en Asia de lo que era en Europa en el tiempo de
Shakespeare.
Es generalmente cierto que un concepto de vocación ha prevalecido siempre y
por todas partes en Asia, y que la práctica de cualquier arte está predeterminada por
el nacimiento. Hay sin embargo excepciones a todas estas generalizaciones, aún has-
ta el punto de que todo arte puede ser practicado gratuitamente por un amateur como
una afición; por ejemplo, en el día presente, en Java, algunos de los actores más ex-
pertos son miembros de las familias reales, y las hijas de los príncipes son consuma-
das bailarinas, y hubo una época en que esto se permitió también en la India. Las
pautas en tales casos son tan altas para el aficionado como para el profesional, pero
sólo el último recibe su designación social por su trabajo. De nuevo aparece aquí cla-
ramente que no se tiene a ningún tipo de arte por alto o bajo, noble o innoble en sí
mismo, pues sólo las personas son consideradas de alto o bajo rango según su status
natal en una jerarquía social establecida.
10
N~tya S~stra, I.113 y 112 (Gaekwar’s Oriental Series).
11
S~hitya Darpana, VI.2 y DaÑarãpa, I.7, IV.47.
12
Para Hsieh Ho ver nota 19.
13
Para los escritos de Seami ver A. Waley, The Nö Plays of Japan (1921), Intro-
ducción. Seami dice: Yãgazu no michi wa issai monomane ari, «Las artes de la mú-
sica y la danza consisten enteramente en imitación». Que esto no significa una imita-
ción o naturalismo de tal clase como el que podría basarse, en el caso de la pintura,
en fotografías de caballos galopando, se muestra claramente en la siguiente historia
sobre una ejecución particular:
En la obra dramática Nö Tahusa, la actuación de un actor en el papel de un sega-
dor de Shinano fue criticada por un espectador de Shinano por no corresponder a la
usanza efectiva de los segadores de ese distrito, es decir, por no ser fiel a la naturale-
za. En la siguiente representación se «corrigió» la acción; pero la representación fue
un fracaso, pues «espantó a los ojos».
14
Los «Seis Miembros» se dan en el comentario del siglo doce o trece de
YaÑodhara sobre el K~ma Sãtra, ed. Benares (1929), como sigue:
«Rãpa-bhedah, pram~n~ni, bh~va-l~vanya-yojanam
S~drÑyam, varnik~-bhanga, iti citram sadangakam»,
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A. K. COOMARASWAMY, LA TRANSFORMACIÓN DE LA NATURALEZA EN ARTE
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samprktau; cf. Bh~maha, I.16, Ñabdârthau sahitau k~vyam, «la literatura es la unidad
de sonido y sentido». El sonido y el sentido, los elementos pictóricos y formales, son
el cuerpo del arte, pero estos elementos inteligibles no son el alma (~tman) o conte-
nido último del arte, como aparecerá después según las teorías de rasa y dhvani; y es
por ello por lo que según la doctrina Zen (y S. Agustín) toda escritura, en su sentido
finito, es vana.
El término similar s~rãpya, «co-aspectualidad», se usa en relación con la teoría
de la percepción empírica (pratyaksa), donde se afirma (ver Dasgupta, History of In-
dian Philosophy, I.151 f., y Stcherbatsky, Buddhist Logic, II.12 f. — mis puntos de
vista concuerdan con los de Stcherbatsky más bien que con los de de la Vallée Pous-
sin en Mélanges chinois et bouddhiques, 415) que el conocimiento de un objeto pre-
sentado a los sentidos consiste en una coordinación (s~rãpya: s~drÑya) entre la forma
asumida por la consciencia que percibe y el aspecto presentado por el objeto. La de-
finición de s~rãpya citada por Stcherbatsky, loc. cit., I.213, 552 y 555, a saber atyan-
ta-vilaksan~n~m s~laksanyam, «similaridad de cosas extremadamente desimilares»,
corresponde exactamente a la definición del Ny~ya-VaiÑesika de s~drÑya citada en
nuestro texto, que implica semejanza por analogía. En cualquier caso, los términos
(s~drÑya, s~rãpya, s~hitya, tad~k~rat~, anukrti, anurãpa, etc.) se refieren, no a una
semejanza entre cosas (símbolo y referente, pintura y modelo, a saber) sino a una co-
rrespondencia entre ideas y cosas. Esta correspondencia tiende hacia la identidad en
niveles de referencia más altos, pero alcanza esta identidad sólo en lo Absoluto, ex-
perimentado «como un relámpago de iluminación» como s~dh~ranya y s~yujya en la
consumación (sam~dhi) de la contemplación (dhy~na).
Que s~drÑya no significa «semejanza visual» se ve además en el hecho de que
s~drÑya es precisamente ese tipo de «semejanza» o «analogía» que está implicada en
la metáfora (upac~ra); cf. S~hitya Darpana, II.10, «La metáfora (upac~ra) consiste
en la supresión de lo que implica una diferencia de sentido entre dos términos que
son completamente distintos uno del otro, a saber por medio de un excedente de co-
rrespondencia (s~drÑya) que los junta». Ejemplo clásicos de metáfora son gaur
b~h§kah, «un b~h§ka (campesino) es un buey», y agnir m~navakah, «el pupilo es un
fuego».
Correspondientes a s~drÑya, s~rãpya, tad~k~rat~, tad~tmya, etc., son s~dh~ranya
(ver nota 47) y s~yujya, la consumación del Yoga en la Identidad. Se verá que estos
términos son al mismo tiempo equivalentes exactos de la adaequatio escolástica, y
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que el conocimiento es una adaequatio rei et intellectus; pues «El conocedor», en las
palabras de Eckhart (I.394) «es eso que se conoce».
Hsüan Tsang traduce s~drÑya por ch’ou (2508), que implica la noción de recipro-
cidad. Pero no puede decirse que ningún término chino, usado efectivamente en la
estética, represente un equivalente exacto de s~drÑya; y si se quisiera acuñar un tal
término técnico, podría sugerirse ying (13294) ch’ou.
16
S~hitya Darpana, III.19 y 20a, y DaÑarãpa, IV.52; cf. Regnaud, La Rhétorique
sanskrite, p. 296. El actor puede saborear la experiencia estética(~sv~da) como el es-
pectador de su propia representación, no en tanto que actor; cf. Ðankarâc~rya,
ÐataÑlokî, 7, «¿O acaso el actor, que representa el papel (str§vesadh~r§) de una mu-
jer, ansía un marido, imaginándose a sí mismo una mujer?».
17
Pram~na, de la raíz m~, presente también en el inglés «measure» (medida),
«mente» (límite), «metre» (metro), etc. Acerca de pram~na como principio ver Mas-
son-Oursel, Une Connexion, etc., y Esquisse, etc., pp. 256, 288. Considerado no co-
mo principio, sino como norma verificada, pram~na puede usarse también en plural
como «canon de proporción»; ver nota 14. Es esencial comprender que incluso como
«autoridad» pram~na no debe considerarse como una medida en posible contradic-
ción con la experiencia; por el contrario, el conocimiento «correcto» requiere una
coincidencia, consonantia, de «teoría» y «hecho»; cf. nota 15 en cuanto a s~drÑya y
sahitya, y Woodroffe, Garland of Letters, p. 266. Sólo concebido como un atributo o
nombre de «Dios» o del «Buddha», en tanto que «testigo» (sâksin), puede pram~na
ser llamado absoluto; cf. Vasubandhu, AbhidharmakoÑa, VIII.40 (Poussin, 222-225).
Para Siam, cf. «La forma (contorno) de un objeto se juzga por el modelo de
drong (formas correctas en proporciones correctas) en conformidad con bâab o
ejemplo — que se refiere a las enseñanzas del ~ch~riya parampar~» (sucesión pupi-
lar), P. C. Jinavaravamsa, «Notes en Siamese Arts and Crafts», Ceylon National Re-
view (July, 1907). Una analogía interesante la presenta el afsman zend, generalmente
«metro», pero usado en Yasna XIX, como criterio o norma, con referencia al pensa-
miento correcto, la palabra correcta y la acción correcta (humatem, hukhtem, huares-
tem).
18
Para Ching Hao ver Waley, Introduction, etc., p. 169, y Sirén, A History of
Early Chinese Painting (Index, s.v.). Puedo decir que el texto de la presente obra es-
tuvo terminado y mandado a la imprenta mucho antes de la aparición del admirable
trabajo del profesor Sirén en 1933; el libro de Sirén es probablemente el mejor estu-
dio de la estética china disponible en una lengua europea hasta el momento.
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Las dos clases de pintura mencionadas aquí, a saber shên y miao, son las dos pri-
meras en la triple clasificación tradicional, San p’ing; ver p. 12. Ching Hao tiene
también otras dos clases, la Sorprendente (ch’i, 991) y la Experta o Hábil (ch’iao,
1411); la última de éstas corresponde a la Consumada (nêng, 8184) en el San p’ing.
Cf. «Esta pintura es experta (ch’iao) en composición y técnica, pero deficiente en
idea-movimiento (i ch’ü, 5367)».
19
Con el shên chino, divino o espontáneo, comparar también las observaciones
en la nota 21, y nota 10 del capítulo II, y Chuang Tzß acerca del Hombre Divino, Gi-
les, Chuang Tzß, p. 151. Shên-daiva, «angélico».
Pratibh~ «iluminación», es la designación usual de la facultad poética. En cuanto
a la naturaleza de esta facultad hay alguna diferencia de opinión. Algunos la conside-
ran natural (naisargik§) o espontánea (sahaj~) o incluso supersensual (lokôttar~),
haciéndola una con el principio de la forma (prajñ~) o con el genio (Ñakti), y así
equivalente al i (5536) chino, excepto que el «genio» indio no se considera al modo
europeo y chino como actuando en rebelión contra la tradición o aparte de ella. Re-
sumiendo los puntos de vista que se expresan aquí y allí, con diferentes grados de
énfasis en una dirección o la otra, puede decirse que el verdadero artista a la vez na-
ce y se hace, que está equipado a la vez teóricamente y prácticamente, con genio
(Ñakti), imaginación o visión (pratibh~), erudición (vyutpatti), concentración
(sam~dhi) y práctica (abhy~sa). Este es prácticamente el punto de vista del
K~vyam§m~ns~. Para toda esta cuestión ver De, Sanskrit Poetics, pp. 53, 369.
20
El examen más elaborado es el que hace Petrucci, Encyclopedie, etc., pp. 7 ff.,
donde también se citan las versiones de Giles, Hirth y Taki. Petrucci introduce en su
interpretación un número de ideas metafísicas que son significativas en sí mismas,
pero apenas justificadas por el texto. Mis versiones se basan en fuentes extremo-
orientales comunicadas amablemente por mi amigo y colega Kojiro Tomita. Las
cuestiones son tratadas también enteramente por Sirén, A History of Early Chinese
Painting (1933).
Se ha sugerido a menudo una relación de los Seis Cánones de Hsieh Ho con los
Seis Miembros de YaÑodhara (ver nota 14). La diferencia de ocho siglos en la fecha
no excluye la posibilidad de la derivación, pues los Seis Miembros no representan
nada sino una lista más reciente de ideas que eran ya corrientes en la India en la épo-
ca de Hsieh Ho, e incluso tal como aparece puede ser una citación directa de fuentes
más antiguas. Sin embargo, me parece innecesario postular una conexión directa, y
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A. K. COOMARASWAMY, LA TRANSFORMACIÓN DE LA NATURALEZA EN ARTE
es mejor señalar simplemente la extensión en que las ideas chinas e indias se corres-
ponden de hecho.
En el primer canon la palabra ch’i, espíritu, significa, desde el punto de vista tao-
ísta, vida, por cuanto procede del Cielo y la Tierra, las dos modalidades del Tao, e
incluso cuando se le comprende como Mencio, en el sentido de «naturaleza-pasión»
o «naturaleza ígnea», representa el principio de la vida, como deseo, la voluntad de
vivir. La palabra ch’i ha de usarse también, con exactitud literal, como la traducción
china correcta del tercer miembro de la Trinidad Cristiana. El equivalente indio es
prâna, espiración, vida, identificada directamente con Brahman, o manifestada como
el Viento por el que las Aguas son movidas, de modo que su reflejo, que es la pintura
del mundo, aparece en ellas. Ch’i es por consiguiente «forma» en el sentido en que
«el alma es la forma del cuerpo»; o en el sentido de deseo o voluntad de vivir, ch’i se
representa por el k~ma (Eros) indio. Por otra parte, la idea yün, de operación o de re-
verberación, es estrictamente comparable a lo que se entiende por el dhvani de los
retóricos indios (ver nota 49), puesto que es sólo como por un eco en el corazón del
oyente como el sentido completo de una palabra (o de cualquier otro símbolo) puede
ser aprehendido. El canon afirma que el tema último de todo arte es la energía uni-
versal del espíritu, y para este punto de vista también pueden encontrarse muchos pa-
ralelos indios, por ejemplo en las palabras de Kab§r (ed. Bolpur, I.68) «El verdadero
maestro (sadguru, o desde el punto de vista presente verdadero artista) es el que te
hace percibir el Sí mismo Supremo (paramâtman) donde quiera que la mente se apli-
ca». Más teóricamente expresado, «Todo lo que puede aprehenderse con la mente,
todo lo que puede percibirse por los sentidos, todo lo que puede discernirse con el in-
telecto, todo ello no es sino una forma de Ti» (Visnu Pur~na, I.4). Ðankarâc~rya
afirma así mismo que el arte es una teofanía (~bh~sa) cuando dice que el Brahman en
el tema igualmente de los cantos sagrados y seculares (Comentario sobre el Brahma
Sãtra, I.1.20). Menos metafísicamente, en el Visnudharmottara, XLIII.39, se afirma
que un verdadero pintor es el que puede representar al durmiente como poseído de
vida o senciencia (cetan~), al muerto como desprovisto de ella.
El segundo canon afirma que el vehículo de la expresión (según se define en el
primer canon) es la pincelada o línea, y es evidente de por sí que la pincelada o línea
es en sí misma la parte más abstracta e inteligible de la obra, puesto que un contorno,
límite o plano limitativo no corresponde a nada visto en la Naturaleza, sino que re-
presenta una interpretación de lo que nosotros vemos; en otras palabras, la línea no
es representativa, sino simbólica. Lo mismo dan a entender las autoridades indias
47
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A. K. COOMARASWAMY, LA TRANSFORMACIÓN DE LA NATURALEZA EN ARTE
cuando nos recuerdan que es la línea (rekh~) lo que interesa al maestro, mientras que
el público se interesa sobre todo por el color (ver p. 86 y nota 9 del capítulo III). El
tercer y cuarto cánones, tomados por sí mismos, señalan que los elementos pictóricos
o representativos en una obra de arte son los de la figura (masa o área) y el color, y
esto también deviene evidente por sí mismo si reflexionamos que lo que el ojo ve en
la Naturaleza no es nada sino un mosaico de colores, como se reconoció pronto en el
desarrollo de la psicología india (ver nota 54); las extensiones coloreadas, siendo así
los datos primarios de la impresión de los sentidos, devienen en la obra de arte el
medio primario del reconocimiento; y debido a que el intento de reconocimiento es
la primera reacción, la reacción animal del espectador llano, se ha observado que el
color es lo que interesa al público (ver p. 86 y notas 2 y 9 del capítulo III).
Más aún, si tomamos juntos el primer y segundo par de cánones (como estamos
obligados hacer, porque debemos asumir la consistencia de la serie) y asumimos el
principio general chino e indio de la conformidad de una cosa con su naturaleza in-
terior (por ejemplo, Mrcchakatika, IX.16, na hy ~krtih susadrÑam vijah~ti vrttam,
«La forma exterior no contradice en modo alguno una disposición interior semejan-
te»; Kum~rasambhava, v. 36, p~pavrttaye na rãpam, «la belleza no va con la mala
naturaleza» —Mallin~tha cita yatr~ krtis tatra gun~h, «como son las formas, así son
las virtudes», y na surãp~h p~pasam~c~r~ bhavanti, «lo bello no actúa pecaminosa-
mente»; DaÑakum~racarita, la aventura de Mitragupta, seyam ~krtir na vyabhicarati
ѧlam, «Tal es su persona; el carácter debe corresponder»), lo que tenemos es equiva-
lente a una afirmación de que la unidad natural de una pintura es inherente a la con-
formidad de su significado y su representación, y este consentimiento es precisamen-
te lo que ya hemos reconocido (p. 9 y nota 15) como consonantia, s~drÑya, etc.
Hemos visto también que la misma necesidad se enuncia frecuentemente en senten-
cias chinas sobre la pintura, y hemos sugerido (nota 15) que si tuviese que acuñarse
un término podría convenir el de ying (13294) ch’ou (2508).
El quinto canon quizás afirma sólo la necesidad de colocar las partes de una pin-
tura en su relación natural y lógica, o puede tomarse en relación con lo que se ha di-
cho acerca de la composición, arriba, p. 13.
El último canon no es inmediatamente equivalente a ninguno de los Seis Miem-
bros, pero corresponde a lo que nos encontramos a través de toda la teoría y práctica
del arte en la India, pues ch’uan es equivalente a Ñ~stram~na, n~y~t, vidhivat, sippâ-
nurãpena, etc. Por ejemplo, es «por la autoridad tradicional (n~y~t) tocante a ellos,
expuesta en tratados (Ñ~strarãpat~) compilados por hombres instruidos de los tiem-
48
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pos actuales, como las artes (kal~), etc., están aún en vigor (vartate)», Trisas-
tiÑal~k~purusacaritra, I.2.972, donde la referencia es a la preservación de las Cinco
Artes y sus subdivisiones, aludidas en la nota 9.
21
El universo visible (drÑya, visaya) puede considerarse como una teofanía real,
brillante, ~bh~sa, de Dios (cf. Chatterji, Kashmir Shaivism (1914), pp. 53-61, y la
«luz porta-imagen» en palabras de Eckhart), real en la medida en que nosotros perci-
bimos su significado último, paramârtha. Expresado más empíricamente, Dios es el
creador, nirm~na-k~raka, de la pintura del mundo, jagaccitra, cuya belleza, ra-
man§yat~, es la misma que eso que en el arte es la fuente del placer desinteresado, id
quod visum placet, drstipr§tim vidhatte. Ðankarâc~rya mismo usa este símil, como
sigue: «En el vasto lienzo del Sí Mismo, la pintura de los múltiples mundos es pinta-
da por el Sí Mismo mismo, y ese Sí Mismo Supremo, no viéndose sino a sí mismo,
saborea una gran delectación (pramudam pray~ti)» (Svâtmanirãpana, 95). La pintura
del mundo no se considera aquí desde el punto de vista de la actividad práctica como
hecha de partes agradables y desagradables, sino como se ve en contemplación, co-
mo una experiencia estética. Pues Dios es sin motivo o fines que alcanzar (Bhagavad
G§t~, III.22); su arte es sin medios y realmente no es un hacer o un devenir, sino más
bien una modalidad auto-iluminada (svaprak~Ña), y reflejada (~bh~sa), o un juego
(l§l~), en el que el carácter gratuito del arte alcanza su perfección última. Dios no es
visible en esencia, sino sólo por así decir en la atención, en el mundo sensible, según
la manera de nuestra visión, la cual visión, cuando está perfeccionada, devuelve to-
das las criaturas a su fuente, viéndolas como Él las ve.
Esta concepción de Dios como el artista supremo, en tanto que representa la per-
fección hacia la que tiende el arte humano, ha jugado un papel importante tanto en la
estética como en la teología europea y asiática. En Europa la idea ha estado vigente
desde los neoplatónicos, y fue expresada con particular claridad por Sto. Tomás y
por Eckhart. Estas ideas se expresan en el pensamiento chino no sólo por el término
shên aplicado al arte concebido como una manifestación involuntaria, sino también
en los mitos taoístas de la desaparición del artista, y de la venida a la vida de obras
de arte, mencionados en el texto. Estas son de hecho las consecuencias inevitables de
la perfección, es decir, que el artista, al devenir como Dios ya no sea visto, y que al
mismo tiempo participe en el sempiterno Ahora de la productividad atemporal de
Dios. En la tradición taoísta china el logro de la perfección a través del arte, como si
fuera por Ñilpa-yoga, ha recibido una expresión mítica específica; pero la idea de la
desaparición necesaria (nivrtta, «involución», abhisambhava, «re-devenir») del ser
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Svapnav~savadatt~, VI.13, y Mrcchakatika IV.0.3. Así también en Mrcchaka-
tika IX.16, susadrÑa es «semejanza verdadera». Cf. vrddhisadrÑa, «que parece viejo»
en Ðukran§tis~ra, IV.4.201, y sadrÑa, «lo semejante» (= «etc.»), en el Abhidharma-
koÑa de Vasubandhu, IX (Poussin, p. 275). Para «semejanza exacta» tenemos tam-
bién tad~nurãvam (-rãpam) en el AsvaÑyaka T§k~ de Haribhadra, II.8, 2 y 3, y prat-
yaksam en el Karpãramañjar§, I.30.
En el Visnudharmottara, III.41.2, s~drÑya, es un nombre, y kiñcilloka-s~drÑya
debe tomarse como significando «en lo que hay una similitud sólo parcialmente co-
nectada con el mundo material»; en cualquier caso, esto no podría considerarse como
un precepto de realismo, pues la pintura satya en cuestión tiene que ver claramente
con la esfera angélica, y en ella se requieren tanto pram~na como s~drÑya. Mi ver-
sión en JAOS., LII.13 necesita por lo tanto corrección ; cf. mi «Painter’s Art in An-
cient India; Ajant~», en Journ Indian Society of Oriental Art, I.6, n. 2.
25
«Imaginero» podría quizás traducirse convenientemente por adhyav§sana, «in-
trosusceptivo», S~hitya Darpana, II.8-9.
Por supuesto no faltan paralelos indios del Zen; por ejemplo, en J~taka, nº 460, la
evanescencia del roció de la mañana basta para la iluminación, y análoga a la histo-
ria de Tan Hsia es la de la poetisa y devota tamil, Auvvai, que al ser reprendida por
sentarse con sus pies extendidos hacia la imagen de un templo, un acto de irreveren-
cia formal, admitió su falta, pero agregó «Si me indicas en qué dirección no ha de
encontrarse a Dios, extenderé hacia allí mis pies». Hay igualmente abundantes para-
lelos en la tradición europea, por ejemplo en los Evangelios, y en Eckhart y Blake.
26
Chino ch’an (348), japonés zen = sánscrito dhyana, pali jh~na.
27
Traducción de Waley. Las bastardillas son mías.
28
Un hokku japonés; en poemas de este tipo se espera que el oyente complete el
pensamiento en su propia mente; cf. la frase china «dar forma espiritual (shên) a la
verdadera parte dejada sin delinear», y lo que se ha dicho arriba en cuanto a la in-
adecuación literal pero eficiencia práctica de las palabras (nota 15), y abajo sobre el
propio esfuerzo del espectador (nota 43).
29
Ukiyoye significa «pinturas del mundo efímero»; la postal japonesa es su pro-
ducto típico, pero también hay pinturas del mismo tipo.
30
Una alusión a la historia Sãf§ persa de Lail~ y Majñãn. Cuando se objetó a
Majñãn que Lail~ no era tan bella como él pretendía, respondió: «Ver la belleza de
Lail~ requiere los ojos de Majñãn».
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Puede citarse aquí el admirable prefacio de Tiruvenkata a la edición Telugu
(1887) del Abhinaya Darpana (ver Coomaraswamy y Duggirala, The Mirror of Ges-
ture, Cambridge, Massachusetts, 1917). Tiruvenkata alude primero al abandono del
arte y la ciencia de la danza mimética (nautch) en los tiempos modernos, abandono
que ha sido principalmente el resultado de influencias europeas y puritanas, aunque
él no dice tanto, y a continuación procede a la reafirmación del punto de vista normal
hindú:
«Es de todos conocido que en estos días nuestro pueblo no sólo descuida esta en-
señanza como si fuera de un tipo común, sino que llegan a declarar que es un arte
conveniente sólo para el entretenimiento del vulgo, indigno de hombres cultivados, y
apto para ser practicado sólo por cómicos. Pero ella es como la Ciencia de la Unión
(yoga-Ñ~stra), que es el medio de alcanzar la liberación espiritual (moksa); y la razón
por la que ha llegado a considerarse de tal modo, es que es por los movimientos del
cuerpo (angikâbhinaya) como se exhiben claramente los lineamientos y la interac-
ción del héroe y la heroína etc., a fin de dirigir a los hombres en la vía de la rectitud,
y de revelar un significado esotérico, obteniendo la apreciación de los conocedores y
de quienes están versados en la ciencia del gesto. Pero si comprendemos esta ciencia
con un discernimiento más agudo, será evidente que vino a la existencia para repre-
sentar el juego y pasatiempo de Ðr§ Krishna, que es el progenitor de todos los mun-
dos, y la deidad patrón del sabor del amor (Ñrng~rarasa); de manera que al expresar
claramente el sabor, y al hacer posible a los hombres saborearlo, les da la sabiduría
de Brahm~, por la que pueden comprender cómo todos los asuntos son inestables; de
la cual comprensión surge la aversión a tales asuntos, y de ahí se originan las más al-
tas virtudes de la paz y la paciencia, y con ello puede ganarse de nuevo la Bienaven-
turanza de Brahm~.
«Brahm~ y otros han declarado que las relaciones mutuas del héroe y la heroína,
en su significado esotérico, participan de la naturaleza de la relación del maestro y el
discípulo, de mutuo servicio y mutuo entendimiento; y por tanto el Bharata Ð~stra,
que es un medio para la obtención de los Cuatro Fines de la Vida Humana; Virtud,
Riqueza, Placer, y Liberación Espiritual, —y que es una ciencia exaltadísima, practi-
cada incluso por los dioses,— debería también ser practicado por nosotros».
32
S~hitya Darpana, III.9. V~san~, como «afecc-ión», como «odorizante», es la
memoria latente de la experiencia pasada, y la consecuente sensibilidad presente.
Igualmente desde el punto de vista estético y generalmente humano, v~san~ puede
considerarse como un mal necesario. Considerado como una aptitud afectiva, como
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una propensión a dirigir la simpatía hacia, o el prejuicio en favor de, nosotros mis-
mos u otros, representa un impedimento igualmente para la iluminación en general y
para la experiencia estética en particular; pero en tanto que la base necesaria para la
simpatía ideal y desinteresada, tal como la que sentimos ante el espectáculo de dicha
y aflicción representado en el arte, es el prerrequisito para la experiencia estética. Cf.
nota 47.
El carácter ideal de la sensibilidad poética, es decir la naturaleza desinteresada de
la contemplación estética, se subraya constantemente en la literatura Alamk~ra. En el
S~hitya Darpana, III.5 y 6, se señala, por ejemplo, que incluso en el caso de obras de
arte en las que los temas son en sí mismos aflictivos, el espectador no siente ninguna
aflicción, sino sólo delectación, de lo cual quienes tienen una delectación inteligente
en el arte dan un testimonio unánime.
33
Para las teorías de rasa, etc., aplicadas a la pintura o la escultura, ver JAOS.,
LII.15, n. 5, y Basava Raja, Ðiba Tattva Ratn~kara, (ed. Madras, 1927), VI.2.19.
34
K~vya, específicamente poesía (prosa o verso), también abarca la idea general
de «arte»; los significados esenciales presentes en la raíz kã incluyen «sabiduría» y
«pericia». Podemos comparar el uso por Blake del «Genio Poético» como equivalen-
te de la «Imaginación» en el sentido más amplio de la palabra, y a la analogía del
griego B@\0F4H, que denota la producción de cualquier cosa, por ejemplo, «criatu-
ras» o un barco.
35
Por ejemplo en el M~lat§m~dhava, I.33.9-10, donde el propósito de un retrato
(~lekhya-prayojana) es la consolación en el anhelo (utkanth~vinodana, o Priya-
darÑika, I.3, donde el juego ha «deseado fruto», v~ñchita-phala.
36
S~hitya Darpana, I.3. Cf. «En cuanto al hecho de que el alma de la poesía es el
sabor, y lo semejante, no existe diferencia de opinión» —Vyaktiviveka; y «Toda la
poesía vive por rasa»— Abhinavagupta.
37
El significado o la utilidad es el motivo indispensable de todo arte, pero desde
el punto de vista indio no es arte el que no sirve también al fin último de la experien-
cia estética, lo que no ocurre, u ocurre sólo en el grado más limitado, en los casos de
simple eficacia, de simple exposición descriptiva, o incluso de «poesía ilustrativa»,
citrak~vya. Por ejemplo, una pieza de hierro acanalado puede preservar de la lluvia,
y puede llamarse arte en tanto que es un producto del conocimiento y de la pericia
técnica, pero difícilmente es un techo, arquitectónicamente hablando; en la ciencia,
la mera ilustración y clasificación son escasamente arte, pero una elegante ecuación
matemática, o un instrumento bien diseñado, tal como un telescopio, es arte. Cual-
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medio o causa material de la obra, pero considerado más abstractamente como «re-
ceptáculo» significa el entorno de la obra de arte, o incluso el mundo físico; cf. el
cosmos como bh~jana, «receptáculo», Vasubandhu, AbhidharmakoÑa, III.44 (Pous-
sin, p. 182 f.).
Cf. Confucio, Fragmentos, XVII.11, «¿Son campanillas y tambores todo lo que
se entiende por música?»; y Walt Whitman,
Toda música es lo que despierta en ti cuando te acuerdas de ella
por los instrumentos,
No está en los violines y cornetas… ni en la partitura
del cantor barítono
Está más cerca y más lejos que ellos.
44
Dharmadatta, citado en S~hitya Darpana, III.9ª, comentario.
45
S~hitya Darpana, III.2 y 3 y comentario; Dhvany~locana, ed. Nirnaya S~gara,
p. 11.
46
DaÑrãpa, IV.51; S~hitya Darpana, III.19-20.
47
S~dh~ranya es análogo a empatía, Einfühlung; v~san~ («odorizante») es la sen-
sibilidad innata o adquirida, una tendencia emocional que, aunque pueda desarrollar-
se como sentimentalismo, es no obstante esencial para la posibilidad de s~dh~ranya
en tanto que simpatía ideal. S~dh~ranya es otro aspecto de ese «consentimiento» que
hemos reconocido ya como s~drsya, s~hitya, s~rãpya, y tad~k~rat~.
Continuando con lo que se ha dicho en la nota 32: la simpatía estética es ideal,
sin ningún elemento ético; es decir, se siente igualmente con respecto al bien y al
mal, al placer o al dolor, en tanto que representados. Ciertamente puede sentirse legí-
timamente una simpatía ética con respecto a un héroe tal como R~ma representado
como un modelo de conducta en un poema, drama o pintura, pero tal simpatía perte-
nece al valor próximo del arte en relación con el dharma, no a la apreciación estética
(~sv~da), en la cual el espectador ve como si fuera con el ojo de Dios, que «no con-
sidera ni las buenas ni las malas obras de nadie» (Bhagavad G§t~, V.15), sino que
«hace que Su sol brille por igual sobre el justo y sobre el injusto», pues «la visión de
Dios trasciende las virtudes», Eckhart, I.273. La imparcialidad de la reproducción
estética, el hecho de que el arte como tal se relaciona más bien con la ley que con la
equidad, se muestra bien en el N~tya Ð~stra, I.112 ff.; ver la traducción en el The Mi-
rror of Gesture, p. 2.
48
DaÑarãpa, IV.45.
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Dhvani es literalmente «sonido», especialmente un sonido como el del trueno
o el de un tambor, de aquí «resonancia» o «sobretono» del significado. Puede encon-
trarse una analogía sorprendente en el primer canon de Hsieh Ho donde con el carác-
ter yün (13843) se escribe que lo esencial en el arte es la reverberación (yün) del es-
píritu en las formas de la vida», estando presente la idea de sonar más bien que la del
mero sonido tanto en dhvani como en yün (13843). Sinónimos significativos de
vyañjan~, lit. «revelando», son dhvanana, «haciendo eco», y gamana, «moción». En
cuanto a esto último, puede observarse que cuando se habla de una cosa como repre-
sentada en una imagen, se dice que es citragata, «entrada en representación»; cf. Ec-
khart, «para ser expresada apropiadamente, una cosa debe proceder desde dentro,
movida por su forma», y Leonardo, «El mejor dibujo es el que expresa la pasión que
anima a la figura». Sin embargo, Vyañjan~, a saber, en el uso buddhista, significa só-
lo la «letra» en tanto que opuesta al «espíritu» o «significado» (attha = artha). El
sentido posterior dota a la «letra» con una significación sugestiva más allá de la lite-
ral.
50
Ver Dhvanikâra, Dhvyany~lokalocana («El Ojo de la Percepción del Conteni-
do») citado por Mukherjee, Essai, etc., pp. 85-90.
51
Desde el punto de vista del Lankâvat~ra Sãtra, los dos impedimentos principa-
les son kleÑâvarana (apego sensual) y jñeyâvarana (impedimentos mentales o siste-
máticos), podría decirse afecciones y prejuicios. Cf. Blake, «el hombre se ha ence-
rrado a sí mismo completamente… Si las puertas de la percepción se limpiasen, to-
das las cosas aparecerían como son, Infinitas». Debe tenerse presente que desde el
punto de vista indio la iluminación y la perfección están siempre virtualmente pre-
sentes, es decir, no han de ser adquiridas por ningún medio sino sólo reveladas
cuando el espejo del alma está limpio de polvo. Esta es una metáfora particularmente
aplicable en el campo estético; la contemplación estética no puede enseñarse; todo lo
que puede hacerse es deshacer las barreras que se interponen en la vía a la realiza-
ción.
52
Se traza aquí una distinción clara entre los medios de percepción funcionales
como son en sí mismos (por ejemplo, la facultad intrínseca del ojo), y su uso deter-
minado por la inteligencia; la voz (v~c = visaya Ñabda) en este pasaje ha de distin-
guirse del habla (v~c) en la Brhad~ranyaka Upanisad, IV.1, donde el habla se identi-
fica con la discriminación o el intelecto puro (prajñ~), y en la Ch~ndogya Upanisad,
VII.2, donde el habla «hace conocido» al nombre.
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Para la distinción entre habla y sonido cf. Chuang Tzß: «El habla no es mero so-
plo. Está diferenciado por el significado» (Giles, Chuang Tzß, 1889, p. 16).
53
Ídem., IV.1.7, el corazón (hrdaya) se dice que es el soporte de todas las cosas,
el Brahman más alto; cf. nota 3. El corazón es así un sinónimo para el centro y la en-
tereidad del ser: Esto ha de tenerse en cuenta en relación también con el término
sahrdaya, «tener corazón», equivalente a rasika y pram~tr.
54
Atthas~lin§, p. 317; Woodward, Gradual Sayings, I.159, n. 2; Keith, Buddhist
Philosophy, p. 169.
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tuados a esto que son inconscientes de ello. Los únicos artistas que sobreviven, en el
sentido escolástico y gótico, son los científicos, cirujanos e ingenieros, y los únicos
talleres, los laboratorios.
Precisamente porque el tratamiento de la estética por Eckhart no es ad hoc, sino
que da por supuesto el punto de vista de una escuela, que no es en ningún sentido
privado suyo propio, tiene un valor especial; no podemos tener ninguna duda de que
realmente era de esta manera como los hombres cultos de París y de Colonia, en los
siglos doce y trece, cuando el arte cristiano estaba en su zenit, concebían el arte y las
artes específicas. Estos mismos hombres en su capacidad colectiva como la Iglesia
prescribían los temas de arte y los detalles más esenciales de su iconografía; el traba-
jador, a veces un monje ejercitado en el oficio, más a menudo un hombre del gremio,
añadía, del almacén de la tradición, otro elemento a la forma, aparte de la pericia del
oficio que se esperaba que practicase en su vocación. Así, el intelecto y la voluntad
trabajaban en unanimidad. ¿No es la determinación de este arte —es decir, sólo eso
que es común en él a la mente y al producto, es decir, su imaginería, no su estilo, y
menos aún ningún manierismo individual— algo que debe ser comprendido si que-
remos comprender de algún modo el arte cristiano? A veces me pregunto si realmen-
te queremos comprenderlo. Pues, por una parte, por las historias del arte vigentes
ahora se podría suponer que puede descuidarse la forma misma que mueve al arte
desde dentro, y que en el arte no importa nada excepto los hechos de la historia, los
accidentes de la procedencia e influencia, y los problemas de la atribución —cosas
éstas en las que el trabajador medieval no estaba interesado en lo más mínimo; y por
otra parte, tenemos a quienes insisten en que el goce de la obra de arte, admitida-
mente su valor último (si entendemos «goce» correctamente, lo cual es el problema
mismo de la estética, y no puede darse por supuesto) no requiere ninguna otra disci-
plina preparatoria, puesto que es un éxtasis ininteligible (lo cual puede admitirse), y
puede enseñarse (lo cual es inadmisible) a quienes aspiran a la visión transcendente,
pero son demasiado propensos a persuadirse de que el espejo del universo es la fa-
cultad intrínseca del ojo (tal propensión es «un engaño que el alma tiene, cuando se
presta a intuiciones confortables de la divinidad», 447). El estudio del arte, desde un
punto de vista histórico, puede ser inofensivo en sí mismo, aunque no es mejor que
la satisfacción de una curiosidad; el goce de las obras de arte meramente como un
placer del ojo o del oído puede ser inofensivo en sí mismo («que un ruido desagra-
dable sea tan grato al oído como los dulces tonos de una lira es algo que nunca al-
canzaré», II.97), no obstante no será más que una sensación encarecida. Si esto fuera
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todo, la estética no sería más que una discusión sobre el gusto, y así lo creen cierta-
mente los psicólogos experimentales.
Hablar del arte exclusivamente en términos de sensación es hacer violencia al
hombre interior, el sujeto consciente; extraer del pensamiento de Eckhart una teoría
del gusto (ruci) sería hacer violencia a su unidad. Si me atrevo de todos modos a ex-
traer de él una teoría del arte, ello no es como un ejercicio dialéctico, sino porque se
requiere para la interpretación específica del arte cristiano, y porque el punto de vista
escolástico es más que una gran escuela de pensamiento provinciano; representa un
modo de pensamiento universal, y este modo arroja una luz sobre las teorías análo-
gas que han prevalecido en Asia, y que deberían servir a los estudiantes occidentales
como un medio de aproximación, y de comprensión del arte asiático.
La doctrina de los tipos, ideas, formas o imágenes es de una importancia funda-
mental para la comprensión de las referencias de Eckhart al arte. Más raramente,
también se emplean las palabras apariencia, semejanza, símbolo, efigie, modelo, y
prototipo. Entre todas éstas, tipo y prototipo, modelo, idea e ideal se usan sólo con
referencia a cosas conocidas y vistas intelectualmente (paroksa), las otras en el mis-
mo sentido o con referencia a la imagen incorporada materialmente (pratyksa). Para
empezar, ¿qué es una imagen en estos dos sentidos? Una imagen es «algo conocido o
nacido» (258), o algo a la vez conocido y nacido o hecho. El Hijo, por ejemplo, es
«la propia imagen del Padre que mora en sí mismo… su forma inmanente», y al
mismo tiempo «la semejanza exacta, la imagen perfecta de su Padre» (258) en una
Persona distinta. De la misma manera todas las criaturas «en sus formas preexisten-
tes en Dios han sido vida divina siempre», siendo sólo su incorporación material
«cuando la Naturaleza está trabajando en el tiempo y el espacio» (71) por nacimiento
y como si fuera la manufactura de Dios: «estas formas preexistentes son el origen o
principio de la creación de todas las criaturas, y en este sentido son tipos e incumben
al conocimiento práctico» (253). Viven en la «mente divina», la «provisión» que es
«el arte de Dios» (461): «El intelecto es el templo de Dios donde él brilla en toda Su
Gloria. En ningún lugar mora Dios más realmente que en este templo de la naturale-
za de su intelecto» (212). (~laya-vijñ~na), «la quididad o modo es la vía adentro de
este templo» (ídem.). Y como la provisión de Dios, así «Hay una facultad en el alma
llamada mente (vijñ~na, samkalpa); ella es su almacén de formas incorporales y no-
ciones intelectuales» (402); las ideas en este almacén del alma pueden parecer nue-
vas o recordadas (105), pero en ambos casos son como si fueran recordadas (226,
295), pues «todas las palabras de su esencia divina fluyen en la palabra en nuestra
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turaleza, pues «cada criatura hace una negación innata; una niega que es la otra»
(249). Las ideas son tantas en número como cosas ha habido o puede haber en el
tiempo, «hay tantos tipos como grados de naturaleza por tipificar» (252, 253); no
pueden ser más en número que éstos, porque la obra de Dios no es por elección; no
hay nada que deje sin hacer: lo que piensa es; lo que es, es lo que piensa; su creación
es sin medios ni sucesión. «Toda naturaleza emana de su forma apropiada» (477),
pero nuestra concepción del proceso y de la sucesión «se debe meramente a nuestros
sentidos groseros» (365); desde el punto de vista de Dios las ideas son conocidas to-
das a la vez en perfección y en una única forma; desde nuestro punto de vista tempo-
ral las ideas son libres y devienen, o como ahora decimos, evolucionan variablemen-
te. Desde otro punto de vista, las ideas o formas (n~ma) son «vivientes», no mera-
mente «existentes» como patrones fijados y depositados en salvaguarda — son ideas
no meramente de figuras estáticas, sino ideas de actos (16).
Un icono de piedra o pintado en la pared, sin fundamento alguno para él, (es de-
cir, materiales aparte, y) tomado simplemente como forma, es la misma forma que la
de aquél de quien él es la forma» (64). Así pues normalmente no habrá nada del ar-
tista en la obra excepto su pericia: «el pintor que ha pintado un buen retrato muestra
su arte en él; no es a sí mismo a quien nos revela» (37). Pero si el pintor pinta su
propio retrato, como Dios hace, entonces tanto su pericia como su imagen estarán en
él, él mismo como se conoce a sí mismo, pero no su verdadero ser: «éste refleja el
crédito del pintor que incorpora en él su más querida concepción de su arte y le hace
la imagen de sí mismo. La semejanza del retrato alaba al autor sin palabras» (97).
«Si yo pinto mi semejanza en la pared, el que ve la semejanza no está viéndome; pe-
ro cualquiera que me ve, ve mi semejanza y no sólo mi semejanza sino mi hijo. Si yo
conociera mi alma realmente, quienquiera que viese mi concepción de ella diría que
era mi hijo, pues yo comparto con ella mi energía y mi naturaleza, y como aquí así es
en la Divinidad. El Padre se comprende a Sí mismo con perfecta claridad, y así apa-
rece a él su imagen, es decir su Hijo» (408) (el retrato y el hombre corporal son am-
bos la concepción de sí mismo del hombre, son «semejantes» en la forma, por más
diferentes que la carne y la pintura deban ser en aspecto).
En relación con esto puede considerarse un pasaje difícil que aparece en la exé-
gesis del Génesis I.26, «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Eckhart
dice, «La obra viene del hombre exterior y del hombre interior, pero el hombre inte-
riorísimo no toma parte en ella. Al hacer una cosa el verdadero sí mismo interiorísi-
mo de un hombre se muestra en la exterioridad» (195), en lo cual parece haber algu-
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na contradicción. Lo primero es claro: la obra como una substancia en una forma da-
da viene de las manos del hombre que moldean la materia, y como forma de la idea
específica en él, como ella es en su intelecto, que no trabaja en moldear la materia,
sino que solamente elige lo mejor que puede según su idiosincrasia. Puesto que la
obra manual efectiva se hace con el cuerpo mismo del hombre, es natural que quede
en ella un rastro de su fisonomía, de la misma manera que el hacha que «lleva a cabo
el fin deseado por el trabajador» (II.178) deja su marca en la madera y él podría ser
identificado por ella. Así pues en el toque y el estilo la obra revela de algún modo al
hombre, es decir en cuanto a los accidentes de su ser. Que el verdadero sí mismo in-
teriorísimo de un hombre también «se muestra en la exterioridad» según la propia
analogía de Eckhart, como «Cuando Dios hizo al hombre, el verdadero corazón inte-
riorísimo de la Divinidad, estuvo puesto en su hechura» (195, 436), y sin embargo
«las obras de Dios encierran una mera nada de Dios, por lo que no pueden descubrir-
le» (87, cf. Bhagavad G§t~, IX.4 y 5). O también, «La forma es una revelación de la
esencia» (38), en la que no hay ni imagen ni semejanza; la esencia está en todas las
cosas, y aunque no «hace», sin embargo, «mueve todas las cosas movibles como a
criaturas» (284). Como la Divinidad es a Dios, así es el hombre interiorísimo al tra-
bajador, pues la Divinidad y el hombre interiorísimo están presentes en la obra, son
uno en el ser con ella, pero no operativamente o inteligiblemente. En la propia obra
de Eckhart vemos al hombre poseído de sus ideas, y trabajando con sus medios, la
«intratable» (119) y ruda lengua alemana de su tiempo; pero en las ideas, finalmente
tan vigorosamente expresadas, hay una «pura nada del hombre», como él es en Dios.
Para que el hombre estuviera en su obra manual como Dios está en su creación ten-
dría que ser como vida inmanente, la cosa hecha tendría que estar viva y poseer libre
albedrío. Si a veces decimos que una obra vive esto es sólo metafórico, una suerte de
animismo que proyecta nuestras propias reacciones vivas en la cosa como es en sí
misma.
Que no haya vida en la obra manual del hombre es la razón de la prohibición del
arte representativo por los doctores muhammedianos, pues la imitación de las formas
vivas se considera como una blasfemia, en tanto que el artista trae a la existencia una
pseudo-creación, como si fuera una burla de Dios, el único que da la vida. Sin em-
bargo, como hemos visto y demostraremos más adelante, el arte cristiano no es un
remedo de las especies naturales, ni meramente una fuente de sensaciones placente-
ras, sino que es una manera de hablar de Dios y de la Naturaleza: no transgrede más
la dignidad de Dios que cuando hablamos de Él o de ver-Le o de saborear-Le, usan-
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do nombres u otras imágenes6, mientras somos bien conscientes de que «nada verda-
dero puede decirse de Dios» (8), que «Dios es sin-nombre» (246), que «no hay co-
nocimiento de Él por semejanza» (55), (que es nir~bh~sa, amãrta), que «un retrato
del más alto serafín pintado en negro sería una semejanza mucho mejor que Dios
pintado como el más alto serafín; lo cual sería una desemejanza preeminente» (46),
al tiempo que creemos, sin embargo, que no hay nada «más útil y saludable para el
alma que las incursiones en la ciencia de la sagrada Trinidad y unidad» (392), incur-
siones en las que estamos naturalmente obligados a hacer uso del nombre y de la
forma, estándonos «permitido usar los nombres por los que sus santos Le han llama-
do» (70, cf. St. Tomás, Sum. Theol. I q.51 a.3, «no es modo alguno contrario a la
verdad que las cosas inteligibles se presenten en la Escritura bajo figuras sensibles,
puesto que ello no se dice con el propósito de mantener que las cosas inteligibles son
sensibles, sino para que las propiedades de las cosas inteligibles puedan comprender-
se según la similitud a través de figuras sensibles»). La demostración del iconoclas-
mo es como sigue: «ellos callaron por temor a mentir» (237); «Cualquiera que se
contente con lo que puede expresarse en palabras —Dios es una palabra, el Cielo es
una palabra— es justamente titulado un incrédulo» (339). Pero esto es un tipo de as-
cetismo o de renuncia conveniente sólo para quienes tienen una visión de Dios sin
medios auxiliares y han ganado el derecho a decir que toda escritura es vana; en to-
dos los demás casos, una negación de las facultades del alma, expresadas en las
obras exteriores, como medio de edificación y de iluminación, no es en modo alguno
excusable.
A pesar que la obra del hombre es sin vida, el hacedor humano es no obstante
una analogía del «trabajador exaltado» (376), el arquitecto divino, omni-hacedor
(ViÑvakarma). «Suponed un maestro de las artes. Si produce una obra de arte, por
ello no preserva menos sus artes dentro de sí mismo: las artes son el artista en el ar-
tista» (es decir, en el hombre llamado así), de la misma manera que «Las cosas flu-
yeron finitas en el tiempo al tiempo que moran en la eternidad» donde son «Dios en
Dios» (285). «La idea de la obra existe en la mente práctica del trabajador como un
objeto de su comprensión, que considera como expresando su idea con la cual forma
la obra material» (252), es decir, no en su mente como un modo de comprensión, si-
no como una cosa ya comprendida, y directamente, pues «Yo hago una letra del al-
fabeto como la imagen de esa letra en mi mente, no como mi mente misma» (235).
Cada mínimo detalle de la obra corresponderá a los detalles de la forma en la mente
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del artista: «ningún arquitecto puede llevar en su cabeza el plan de toda una casa sin
los planos de todos sus detalles» (252).
Además «la forma, la idea o la semejanza de una cosa, una rosa, por ejemplo, es-
tá presente en mi alma, y debe estarlo por dos razones. Una, porque a partir de la
aparición de su forma mental (jñ~na-sattva-rãpa) yo puedo pintar la rosa en materia
corporal, de modo que debe haber una imagen de la forma de la rosa en mi alma. La
segunda razón es porque por la idea subjetiva de la rosa yo reconozco la rosa objeti-
va aunque no la copie (es decir, no copie la rosa pintándola). De la misma manera
que puedo llevar en mi mente la noción de una casa que no tengo la intención de
construir nunca» (252). «Con el propósito de hacer un cuenco un hombre toma un
puñado de arcilla; ese es el medio en el que trabaja. Entonces le da una forma que
tiene en él, más noble que su material» (68). Y en cuanto a esta forma como ella
existe en la mente del artista, «Es otra la facultad del alma con la que ella piensa
(dh§, dhyai). Esta facultad es capaz de pintar en sí misma las cosas que no están ahí,
de modo que puedo ver las cosas tan bien como con mis ojos, o aún mejor. Puedo
ver una rosa en invierno cuando no hay rosas (cf. 116); por lo tanto, con esta facul-
tad, el alma produce (~karsati) cosas de lo no-existente (hrdaya-~kâÑa) como Dios
que crea las cosas de la nada (kha = PV@H)» (212, cf. 445). En todo caso «para ex-
presarse propiamente una cosa debe proceder desde dentro, movida por su forma; no
debe entrar desde afuera, sino salir fuera desde dentro» (108).
En otras palabras, de la misma manera que «el alma es la forma del cuerpo», así
el arte en el artista es la forma de la obra: «el corte de la madera viene de la sierra;
pero que asuma al fin la forma de una cama viene del diseño del arte» (en el artista),
«la forma de la cama no está en la sierra ni en el hacha, sino en un cierto movimiento
hacia esa forma», St. Tomás, Sum. Theol. I q.110 a.2 y q.118 a.1, citando también a
Avicena, «todas las formas que están en la materia proceden del concepto del inte-
lecto».
El surgimiento de la imagen no es por un acto de voluntad humano o divino, sino
de atención (dh~ran~) cuando la voluntad está en reposo; no puede haber nada meri-
torio (17) en la posesión de imágenes, puesto que una imagen «recibe su ser de la
cosa de quien ella es la imagen, que es un producto natural, anterior a la voluntad, y
la voluntad sigue a la imagen» (51, cf. 17). El proceso estético es como sigue: lo que
digo «surge en mí, entonces me detengo en la idea, y en tercer lugar lo expreso»
(222), o también, «Primeramente, cuando una palabra es concebida en mi mente, es
una cosa sutil, intangible; es una verdadera palabra cuando toma figura en mi pen-
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samiento. Después, cuando es pronunciada en voz alta por mi boca, es sólo una ex-
presión exterior de la palabra interior» (80), «la mente ve y formula y la voluntad
quiere y la memoria lo aprehende» (16). En cuanto a esta intención constante, o de-
tención en la idea, «mi anhelo de hoy es mi propósito de mañana, la idea de lo cual
se mantiene viva (sthita) por mi pensamiento (vibh~vayati) actual de ello, de la mis-
ma manera que, dijeron, están hechas las obras de Dios » (238). En cuanto a la obra,
«Trabajar y devenir son lo mismo. Cuando el carpintero deja de trabajar, la casa deja
de devenir. Detén el hacha y el crecimiento se para» (163); «El hombre requiere mu-
chos instrumentos para sus obras externas; se necesita mucha preparación antes de
que pueda presentarlas como las ha imaginado» (5); el intelecto que busca «emplea
quizás un año o más investigando sobre algún hecho natural, averiguando qué es, só-
lo para trabajar otro tanto después despojándole de lo que no es» (17), pero «los án-
geles… necesitan menos medios para sus obras y tienen menos imágenes» (5).
Como hemos visto el proceso estético es triple, el surgimiento de la idea en ger-
men, su toma de figura ante el ojo de la mente, y la expresión exterior en la obra (80,
228). El primer acto es necesariamente el efecto de la atención dirigido a un objeto
dado: al artista no se le encarga pintar, sino pintar algo en particular, digamos una
flor o un ángel (deva) u otro objeto. Eckhart toma el caso de la hueste de los ángeles,
y aunque no hace referencia a la tercera etapa de la ejecución efectiva, éste sería un
paso fácil. «Un pupilo preguntó una vez a su maestro acerca del orden angélico. El
maestro le respondió y dijo: Ve y retírate adentro de ti mismo hasta que comprendas:
entrega todo tu ser a ello, entonces mira, negándote a ver nada sino lo que encuentres
allí. Te parecerá al principio como si fueras los ángeles con ellos y cuando te des a
su ser colectivo te pensarás a ti mismo7 los ángeles como un todo con toda la com-
pañía de los ángeles» (216). Hasta aquí, el proceso es idéntico al del imaginero in-
dio, dhy~na-yoga: y si se hubiera requerido una pintura efectiva de los ángeles, po-
dría haberse agregado dhy~tv~ kury~t, es decir, «Habiendo visto así y habiéndote da-
do así a la forma presentada, empieza la obra». Si la pintura se hubiese requerido pa-
ra llenar un espacio dado, o si se hubiese determinado que los ángeles estuvieran en
alguna relación particular con otras figuras en la pintura, todo esto, siendo una parte
del objeto prescrito, habría tenido su prototipo en la imagen mental perfeccionada.
En cuanto a la pintura misma, si se hubiese hecho, es meramente una disposición de
pigmentos, y mi ojo no puede aprender nada sobre los ángeles por sus sensaciones de
luz reflejada: solo yo puedo tener alguna idea de ellos, y eso no en la sensación ni
por la sensación, sino por su imagen, la misma que estaba en la mente del artista, y
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ahora recedida desde la pintura adentro de mi mente, pues, «la audición y la visión
corporal se gestionan en la mente» (93) y «Si mi alma conoce a un ángel, lo conoce
por algunos medios y en una imagen, una imagen sin imagen, no en una imagen tal
como las imágenes son aquí» (112) «Antes de que mi ojo pueda ver la pintura en el
muro ésta debe filtrarse a través del aire, y en una forma aún más tenue, ser llevada
adentro de mi fantasía para ser asimilada por mi comprensión» (111).
Así pues el modelo del artista es siempre una imagen mental. El ojo (m~msa-
caksu) no es nada sino un espejo: puede decirse que el ojo ve un objeto, tal como una
rosa o una piedra o una obra de arte, en virtud de algún parentesco substancial entre
ellos (104, 105, 116, 152, 212, 240); «es un caso de semejante a semejante» (258).
Pero si yo digo que yo veo, es sólo un como si, pues «Si el ojo fuera intelecto, yo no
vería nada» (105). «Yo veo» sólo indirectamente y por medio del ojo como instru-
mento, el cual instrumento me sirve debido a una facultad correspondiente del alma
ligada a él, pero muy alejada de la materia (104); «substrae la mente, y el ojo está
abierto a ningún propósito» (228). Mi ojo ve llano, pero yo veo en relieve; este relie-
ve no es necesariamente un hecho, sino una idea de relación, que tendría validez para
mí aún suponiendo una total irrealidad del mundo externo. El aspecto conocido inte-
riormente (antarjñeya-rãpa), relativamente inmaterial, es el medio por el que yo re-
conozco lo que el ojo ve, el único medio por el que puedo pretender comprender lo
que el ojo refiere, o con el que puedo hablar de ello a otros. «Yo no veo la mano
misma, la piedra misma; veo la imagen de la piedra, pero no veo esta imagen en una
segunda imagen o por ningún otro medio; la veo sin medio y sin imagen. Esta ima-
gen es ella misma el medio: imagen sin imagen, como moción sin moción, aunque
causando la moción y el tamaño que no tiene tamaño aunque es el principio del ta-
maño» (114). «El alma conoce sólo en efigie» (243), no algo en sí mismo, sino de
modo más próximo a como las cosas son en Dios, idealmente. Yo nunca puedo ver
lo que mi ojo ve (sensiblemente) ni oír lo que mi oído oye como vibración, yo sólo
puedo conocer racionalmente, por medio de una imagen. «Nosotros podemos ver la
luz del sol donde cae sobre un árbol o cualquier otro objeto, pero no podemos apre-
hender al sol mismo» (72) excepto como una idea. No hay nada exótico en este pun-
to de vista; es un axioma de la ciencia moderna, que conoce la materia sólo en fór-
mulas matemáticas, no en la sensación.
Por todo esto se comprenderá cómo desde el punto de vista escolástico un arte
naturalista o visual, hecho sólo conforme a los ojos (es decir, hecho para procurar
sensaciones tan idénticas como es posible a las evocadas por el modelo mismo), y
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sólo para los ojos, debe ser considerado no meramente como irreligioso o idólatra (la
idolatría es el amor a las criaturas como son en sí mismas), sino también irracional e
indeterminado. Pues la única cosa que puede parecerse verdaderamente a la especie
natural es su reflejo en el espejo del ojo, que es una sensación, no una comprensión
(puesto que el ojo, al no tener ninguna comprensión propia, permanece incomprensi-
ble para el intelecto, un caso de desemejante a desemejante). Por otra parte, la ima-
gen material, la obra de arte, es conmensurable con la especie natural sólo en cuanto
a la substancia (ambas son esencia, pero la esencia no puede ser medida): fundamen-
talmente inconmensurables, en diferencia de material y vida. La naturaleza y el arte
son semejantes (s~drÑya) sólo en la idea, de otro modo son irreconciliables.
La recognocibilidad, ya sea de la especie natural o de la imagen material, no tie-
ne nada que ver con una semejanza imaginada entre estas dos, sino que es por medio
de la forma o imagen incorpórea (n~ma) que está en el objeto, en el artista, en la obra
de arte, y finalmente en el espectador, la cual ha sido traída a la visibilidad, en la
medida de lo posible, en la imagen material (rãpa) en otra naturaleza, pero no hecha
de esa naturaleza. En la media en que algo pudiera hacerse como una especie natural,
es decir, auto-movido, lo cual es inconcebible, o como los muhammedianos dirían,
está prohibido, no sería arte sino Naturaleza, o en el mejor caso necromancia; o en la
medida en que el artista pudiera alcanzar la perfección, lo cual es potencialmente
concebible, aunque pueda ser temporalmente imposible, deviniendo uno con Dios,
participaría en la creación de Dios desde un tiempo sempiterno, las especies natura-
les serían su imagen en el tiempo como son la de Dios, nada permanecería sino la
pintura del mundo siempre presente como Dios la ve. No habría ocasión para obras
de arte, al haberse realizado el fin del arte. Entre tanto, donde nosotros mismos nos
encontramos, un arte hecho hasta donde es posible según la facultad intrínseca del
ojo (253) y meramente para el ojo sólo puede considerarse como una superposición
de ilusión sobre ilusión, una substitución expresa de la serpiente por la cuerda, sien-
do la propia metáfora de Eckhart de la doble ilusión la de una flecha recta vista en el
agua como si estuviera torcida (II.77).
En qué sentido el arte es necesariamente convencional o racional él lo expresa
así: «Lo que el ojo ve ha de serle comunicado (al alma) por un medio, en imágenes»
(III, cf. 82). El pintor diestro puede «hacer a Conrad como con vida» (128), pero
¿qué es hacer a Conrad como con vida? No es hacer algo que podría confundirse con
el hombre mismo, sino hacer «la imagen verdadera de él» (ídem.) es decir, en lo que
está en la capacidad del pintor, su «imagen expresa» (253) como existe reflejada en
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flor» (284), «una pulga como ella es en Dios es más noble que el más alto de los án-
geles en sí mismo» (240). Esta es la imparcialidad perfecta del arte; el punto de vista
angélico (adhidaivata), en el que todas las cosas son amadas por igual, «en sí mismo
todo es digno de amor, y nada es odioso», Dante, Convivio, IV.1.25.
Hasta aquí en cuanto al modo de comprensión del artista, intelectual o racional.
La obra de arte, la «criatura» del hombre, es por el mismo motivo, aún más que por
su distinción substancial del objeto, convencional; a fin de que sea interpretada y
comprendida, no como un reflejo directo del mundo como el mundo es en sí mismo,
sino como un símbolo o grupo de símbolos que tienen un significado racional verifi-
cado y un contenido aún más profundo, no funcionando sólo como medio de recog-
nición sino como medio para la comunicación y la visión. Así pues, con referencia a
la interpretación de la escritura y de los mitos en general, y lo mismo es válido para
cualquier otro tipo de arte, «las cosas materiales en ellos, dicen, deben trasladarse a
un plano más alto… Todas las historias tomadas de ellos tienen otro significado, un
significado esotérico. Nuestra comprensión de ellas es tan totalmente diferente de la
cosa como es en sí misma y como es en Dios como si ésta no existiera» (257), pero
hay más en la obra de arte de lo que puede comprenderse, «y no hay nadie tan sabio
que cuando intente sondearlas no encuentre que están más allá de su profundidad y
descubra más en ellas» (ídem.) El arte es simultáneamente denotación, connotación y
sugestión; afirmación, implicación y contenido; literal, alegórico y anagógico.
Si el arte es así por naturaleza racional, ¿por qué no es toda obra de arte inmedia-
tamente inteligible? Precisamente porque el artista sólo ve de la imagen expresada lo
que sus facultades le permiten; las imágenes del hombre son una selección específica
de una suma de posibilidades inagotable. «Las palabras derivan su poder de la Pala-
bra original» (99), haciéndose tales selecciones diferentemente en diferentes edades,
por razones diferentes, y a un grado menos acentuado por individuos diferentes.
Como afirma constantemente la filosofía escolástica, la cosa conocida está en el co-
nocedor según el modo del conocedor: por lo tanto «Todas las almas no tienen la
misma aptitud… la visión… no es saboreada lo mismo por todos» (301). «El arte
equivale, en las cosas temporales, a singularizar lo mejor» (461)8, es decir, lo más
esencial desde un punto de vista dado, que puede ser vuestro o mío, o que puede
haber sido el del siglo primero o el del siglo trece, o el de cualquier otro medio am-
biente o herencia dados. Esta es la razón por la que en el arte, aunque se haya tratado
el mismo tema, o se haya «imitado» la misma especie natural, encontramos una in-
acabable variedad de tratamiento, que constituye lo que llamamos estilos. Las dife-
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rencias del lenguaje hablado son el ejemplo evidente de esto; pero se engaña mucho
a sí mismo quien piensa que cualquiera de las artes es un lenguaje universal, o que el
lenguaje de cualquier arte es por naturaleza onomatopoético. La variedad de estilos,
y lo que a menudo se ha llamado progreso y decadencia en el arte, pero que es real-
mente la procesión histórica de los estilos, no tiene nada que ver con la habilidad del
hombre, variante y siempre muy limitada, para imitar a la naturaleza. Los estilos son
idiomas de conocimiento y comunicación. Bastan para la comunicación en la medida
que y durante tanto tiempo como se comprenden por convención (samketa); en cual-
quier otro lugar o en otro tiempo deben aprenderse antes de que el arte pueda ser
descifrado, lo que requiere «aplicación y paciencia», «justamente como uno aprende
a escribir» (10, 9), o como «citar requiere los usos de la discriminación» (II.93).
Hemos adivinado que el estilo o el idioma representa una modalidad particular o
parcialidad de la visión; los lineamientos (laksanas) de esta modalidad están deter-
minados por la relación entre el artista individualmente y su tema (cf. Ðukran§tis~ra,
IV.4.159-160); y como esta relación es única y refleja las facultades y limitaciones
del individuo, el modo del modelo en su mente puede llamarse suyo propio. Los ac-
cidentes del ser, por los que se reconoce una individualidad, pueden llamarse cierta-
mente propios de un hombre, el hombre como es en sí mismo; «mis apariencias no
son mi naturaleza, son accidentes de la naturaleza» (94), «los accidentes son múlti-
ples» (253). En este sentido cada artista deja en toda su obra algo de sí mismo, y
«Suponiendo que Dios hubiese llamado a un ángel para ayudarle en la hechura del
alma, debería haber puesto en el alma algo del ángel, pues nunca un artista pintó, ta-
lló una imagen o escribió las letras del alfabeto, sin que hubiese copiado el modelo
en su mente» (II.203), y no el modelo en la mente universal, pues el intelecto indivi-
dual no tiene «de ningún modo la perfección ni la plenitud para ello» (17). El estilo
no es convención como principio, aunque todos los estilos y todo arte sean conven-
cionales, o como dice Eckhart «racionales»: el estilo es un cuerpo de convención
particular distinguido de otros cuerpos. Si el estilo es entonces el hombre, como se
ha dicho con cierta medida de verdad, esto no significa que el estilo es en sí mismo
una virtud, o una ocasión para el orgullo. El toque y el estilo son los accidentes del
arte. Como lo expresa Chuang Tzß, los límites de las cosas son sus propios límites en
tanto que son cosas. En la medida en que el arte transciende el estilo, lo llamamos
universal: Bach sobrepasa a Beethoven. Dios no tiene estilo, su «idiosincrasia es ser»
(206).
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pintero humano, que trabaja o no trabaja según elige, que puede hacer o dejar sin ha-
cer a su buen placer. No es así con Dios; sino que encontrándote dispuesto, está
obligado a actuar, a verterse en ti; de la misma manera que el sol debe necesariamen-
te rebosar cuando el aire es claro, y es incapaz de contenerse» (23). El «estar dis-
puesto» se expresa de otro modo como la «insaciabilidad de forma» de la materia
(18); así Dios «debe hacer, forzosamente» (162), según su naturaleza, sin un por qué.
En el hombre esto deviene lo que se ha llamado la gratuidad del arte: «el hombre no
debe trabajar por ningún por qué, no por Dios ni por su gloria ni por nada en absolu-
to que esté fuera de él, sino sólo por aquello que es su ser, su verdadera vida dentro
de él» (163, cf. Brhad~ranyaka Upanisad, IV.5.6); «no tengas ningún propósito ulte-
rior en tu trabajo» (149), «trabaja como si nadie existiese, nadie viviese, nadie hubie-
se venido nunca sobre la tierra» (308); «Toda la felicidad a quienes han escuchado
este sermón. Si no hubiera habido nadie aquí yo debería haberlo predicado a la
hucha de los pobres» (143) «Dios y la voluntad de Dios son una sola cosa, pues si yo
soy un hombre y si tengo la intención de hacer una obra real enteramente sin volun-
tad o libre de ella… debo hacer mis obras de tal modo que no entren en mi volun-
tad… debo hacerlas simplemente según la voluntad de Dios» (308), «Sobre todo no
pretendas nada. Déjate ir, y deja que Dios actúe por ti» (308). El artista tiene cierto
«atisbo» (47) de la manera de obrar de Dios «voluntariamente pero no por voluntad,
naturalmente pero no por naturaleza» (225) cuando ha adquirido la maestría y el há-
bito (habitus, Ñlistatva) de su trabajo y no vacila sino que «puede ir adelante sin un
escrúpulo, no preguntándose ¿estoy en lo cierto o estoy obrando equivocadamente?
Si el pintor tuviese que planear cada pincelada antes de dar la primera no pintaría en
absoluto» (141). Aún más, «el Cielo hace más que el carpintero que construye una
casa» (II.209).
«Inspirado por su arte» (II.211), «tan semejante a su ideal como pueda» (252), y
«trabajar por amor de la obra», suena a los oídos modernos como el arte por el arte.
Pero el «arte» y «su ideal» no tienen aquí sus connotaciones sentimentales moder-
nas, y no representan nada sino la comprensión que el artista tiene de su tema, la
obra que ha de ser hecho (krtârtha); trabajar por «la intención real de la primera cau-
sa de la obra» (252) no es trabajar por trabajar, como implica la doctrina moderna;
«trabajar por amor de la obra» significa en libertad, sin motivo ulterior, fácilmente,
(cf. Bhagavad G§t~, passim). Trabajar según la «más querida concepción de su arte»
(97), es decir, con toda la pericia y cuidado de que se sea capaz, es meramente ho-
nesto, y «Por honesto quiero decir hacer lo mejor que uno pueda en el momento»
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(II.95), teniendo «buenas razones para pensar que ningún otro podría hacer el trabajo
tan bien» (II.90), y estando por la «perfección en las obras temporales» (II.92), los
«cuidadosos» son «aquellos que no dejan que nada les obstaculice en su trabajo»
(II.90).
La primera causa de la obra y el bien de la obra que ha de ser hecha son uno y lo
mismo, «el fin último (prayojana) de la obra es siempre la intención (artha) real de
la causa primera de la obra» (252), «cuando el carpintero construye una casa su pri-
mera intención es un techo (es decir, la idea de cobijo), y esa es (de hecho) la termi-
nación de la casa» (196). Ningún hombre, siendo un ser racional, trabaja sin ninguna
finalidad: «El constructor que corta madera y piedra porque quiere construir una casa
contra el calor del verano y el frío del invierno está pensando desde el principio has-
ta el final en la casa, y excepto por la casa nunca cortaría una sola piedra ni se pon-
dría manos a la obra» (II.72).
El bien de la obra es su bien físico inmediato, no su propósito edificante. La obra
efectiva requiere una sabiduría mundana, una aplicación y una habilidad, que no han
de confundirse con la visión, sino con la materia de hecho, y con la debida conside-
ración al material (II.93): por ejemplo, «Un celebrante (de la misa) excesivamente
atento a recordar está expuesto a cometer errores. La mejor manera es intentar con-
centrar la mente antes y después, pero cuando la esté diciendo hacerlo de modo
completamente directo» (II.175). Una obra puede emprenderse ad majorem gloriam
Dei o para un fin más inmediato, pero el fin sólo puede saborearse en la prospección
o en el acabado de la obra. En la acción el trabajador no es nada sino un instrumento,
y debe usarse a sí mismo consecuentemente, interesado en la obra y no en sus resul-
tados; puede y debe estar totalmente absorbido en la obra, como el «filósofo pagano
que estudiaba matemáticas… en prosecución de su arte… demasiado absorbido para
ver u oír a su enemigo» (12). Trabajar así no es por causa de la pericia ni para mos-
trarla, sino para servir y alabar a la primera causa de la obra, es decir, el tema imagi-
nado en la mente del artista «sin idea de propiedad» (35). Es indiferente lo que pueda
ser la obra, pero es esencial que el artista esté enteramente entregado a ella, «para él
es exactamente lo mismo que estar amando» (II.66), es trabajar por amor de Dios en
todo caso, porque la perfección de la obra es «preparar a todas las criaturas para vol-
ver a Dios» (143) ya que «en su modo natural (éstas) están ejemplificadas en la divi-
na esencia» (253) y esto será válido aún si el pintor pinta su propio retrato, la imagen
de Dios en sí mismo10. No es un verdadero trabajador sino un auto-vanagloriado ex-
hibicionista quien busca asombrar con su pericia; «un hombre honesto debe aver-
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gonzarse de que las gentes buenas tengan noticias de esto en él (II.51); teniendo su
arte, que se espera que practique, debe dar por supuesto su arte y su destreza. Si en
razón de su pericia tiene una buena reputación, eso ha de tomarse como el «don de
Dios» (143), no como algo que se deba a quien debe trabajar «como si nadie existie-
ra» (308). Similarmente en cuanto al salario, el trabajador merece ciertamente su pa-
ga, pero si es «cuidadoso» de todo excepto del bien de la obra que ha de hacerse, no
es un trabajador sino un «esclavo y alquilado» (149).
Trabajar en el mundo «en una ocupación útil» (22) no es en modo alguno un im-
pedimento para el perfeccionamiento del hombre, y aunque «rezar es un acto mejor
que hilar» (II.8) un hombre debe abandonar el «rapto» para ajustarse cualquier acti-
vidad que pueda requerirse de él a modo de servicio (II.14, etc.), e incluso eso «sin
lo cual yo no puedo entrar en Dios, es trabajo, vocación o llamada en el tiempo, que
no interfiere un ápice con la salvación eterna» (II.93). «Para estar en el estado co-
rrecto una de dos cosas ha de acontecer: o bien él debe encontrar a Dios y aprender a
tenerle en sus obras, o bien tanto las cosas como las obras han de abandonarse todas.
Pero nadie en esta vida puede estar sin actividades, actividades humanas, y no pocas,
además, de modo que el hombre tiene que aprender a encontrar a Dios en todo» (II.2,
cf. Bhagavad G§t~, III.33); aún para el religioso «la vida activa cubre los huecos en
la vida de contemplación», y «Aquellos que llevan la vida contemplativa y no hacen
obras externas, están muy equivocados, y completamente en la senda errónea»; «Na-
die en esta vida puede alcanzar el punto en el cual está excusado de las obras exter-
nas» (425 cf. Bhagavad G§t~, III.16 y 25); por tanto, «“trabaja en todas las cosas” y
“cumple tu destino”» (165). Aún más, en el caso de uno «que no sabe nada de la ver-
dad desde dentro, si la corteja fuera la encontrará también dentro» (440). En todo
caso «El propósito de Dios en la unión (yoga) de la contemplación es la fecundidad
en las obras» (16).
El trabajador es naturalmente feliz en su trabajo, viendo devenir la imagen en su
mente, en la analogía de Dios, cuya visión de todas las criaturas es la visión de sí
mismo en sí mismo; este placer tenido en la visión de la materia en el acto de recibir
la forma es, en el trabajador que está trabajando, una forma de experiencia estética.
Pero en qué consiste esencialmente esta experiencia, será más conveniente conside-
rarlo desde el punto de vista del espectador que ve la obra completada en intención o
en actualidad, no en el proceso de devenir sino como si estuviera aparte de la dura-
ción, pues «Ninguna actividad es tan perfecta que no obstaculice la recordación. El
oír misa permite la recordación más que el decirla» (II.174).
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1
Maritain, Art and Scholasticism, p. 1.
2
Meister Eckhart nació en Sajonia o Turingia alrededor de 1260. Fue profesor en
París, y posteriormente ocupó elevadas posiciones eclesiásticas en Bohemia y Ale-
mania. Fue sospechoso de herejía, y condenado en 1329, dos años después de su
muerte. No enseñó en latín sino en lengua vernácula, y se le ha llamado el padre de
la lengua alemana. Sto. Tomás había muerto (1274) cuando era aún muy joven; Tau-
ler y Ruysbroeck fueron sus contemporáneos, y probablemente le habían oído predi-
car. Los materiales citados en el presente ensayo provienen de Meister Eckhart, tra-
ducido por C. de B. Evans de la edición reunida alemana de 1857, realizada por
Franz Pfeiffer en dos volúmenes, Londres 1924 y 1931; las referencias de páginas
son al primer volumen a menos que se diga otra cosa.
Eckhart presenta un paralelo sorprendentemente cercano a los modos de pensa-
miento indios; algunos pasajes enteros y muchas sentencias aisladas aparecen como
una traducción directa del sánscrito. Para este punto de vista señalamos a R. Otto,
Mysticism East and West (New York, 1931), y mi New Approach to the Vedas (Lon-
don, 1934).
Por supuesto, no sugerimos que en los escritos de Eckhart se encuentren efecti-
vamente presentes cualesquiera elementos indios, aunque hay algunos factores orien-
tales en la tradición europea, derivados de fuentes neoplatónicas y arábigas. Pero lo
que se prueba con las analogías no es la influencia de un sistema de pensamiento so-
bre otro, sino la coherencia de la tradición metafísica en el mundo y en todas las épo-
cas.
3
En este respecto, el descendiente más cercano y natural de Eckhart es Blake;
por ejemplo, Jesús y sus discípulos eran todos Artistas; la Alabanza es la Práctica del
Arte; Israel liberado de Egipto es el Arte liberado de la Naturaleza y la Imitación; el
Cuerpo Eterno del Hombre es la Imaginación; los dioses de Grecia y Egipto eran
Diagramas Matemáticos; la Eternidad está enamorada de las producciones del tiem-
po; el Hombre no tiene ningún Cuerpo distinto de su Alma; Si las puertas de la
percepción se limpiasen, todas las cosas aparecerían al hombre como son, Infinitas;
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cepción se limpiasen, todas las cosas aparecerían al hombre como son, Infinitas; En
la Eternidad Todo es Visión.
4
Cf. tridh~, samhit~ en las Upanisads, por ejemplo, Brhad~ranyaka Up., I.2.3 y
Taittir§ya Up., I.3.1-3.
5
Todo ritual, oficios y sacramentos (pãj~, yajña, samsk~ra) son arte. Para la tran-
substanciación ver Eckhart, 87, 477; «el sacramento alimenta como cualquier otro
alimento. Pero no tiene nada de la naturaleza del pan» (477), al igual que con las
demás obras de arte, que pueden agradar a cualquier sentido, pero que han de tomar-
se en otro sentido, alegórico o anagógico. El punto de vista católico es que aunque
un hombre pueda ser atraído a una obra de arte (tal como la escritura), la causa vo-
luptatis, puede pasar fácilmente a rationem artis intelligere, Cf. Lankâvat~ra Sãtra,
II.118, 119, donde se dice que una pintura se pinta en colores «con el fin de atraer
(karsana) a los espectadores», aunque la pintura misma no está en los colores (range
na citram), sino que subsiste como el arte en el artista, y por el propio esfuerzo del
espectador, de nuevo como arte en él.
6
Il pittore pinge se stesso, de Leonardo, es quizás la primera enunciación del
principio del que depende la validez del pasatiempo moderno de la atribución.
7
Este punto de vista sobrevive aún en Chi pinge figura, si non può esser lei, non
la può porre, de Dante.
8
El convencionalismo deliberado, la búsqueda calculada de lo abstracto o mal
llamado ideal, como en la práctica moderna del dibujo, y en el arcaísmo, es una acti-
vidad diferente, no es una «singularización de lo mejor» que yo puedo, sino de lo
que me gusta más.
9
«El filósofo pagano Aristóteles dice, “De no haber allí casa ni lugar ni materia-
les todo sería un sólo ser, una materia, que siendo dividida es como otra alma”»
(II.290).
Sto. Tomás (Sum. Theol., III q.23, a.3): «la forma de una casa ya construida es
como la palabra mental del constructor en su forma específica, pero no en inteligibi-
lidad, porque la forma material de una casa no es inteligible, como lo era en la mente
del constructor».
10
La naturaleza humana como es en Dios «no aparece en la imagen del espejo…
sólo las facciones se ven en el espejo» (51), siendo las facciones los accidentes del
ser, no el hombre como él es. Cf. la frase china para el retrato, fu shên, «retratar la
imagen divina en un hombre».
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CAPÍTULO III
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CAPÍTULO III
Cuando la música es demasiado arcaica o inaccesible para darnos datos estéticos, puede
aprenderse más de la disposición de aquellos a quienes deleitaba que de sus datos técnicos
registrados.
D. F. Tovey, en Enciclopaedia Britannica, s.v. Music.
La nuestra es verdadera poesía, si así place a los grandes poetas por venir,
De otro modo, su pretexto es ser un recordador de R~dha y Krsna.
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Puesto que el trabajador es un ser racional, se da por hecho que toda obra tiene
un tema o sujeto (vastu, k~rya, krtârtha, anuk~rya, ~likhitavya, etc.) y una utilidad o
significado correspondiente (artha, arthat~, prayojana).
La palabra general para comprensión o aprehensión es grahana, «agarrar», por
ejemplo, Visnudharmottara, III.41.12; cf. los sentidos como «aprehensores»
(grah~h) y las ideas como «sobre-aprehensores», Brahd~ranyaka Upanisad, III.2, y
el pali gahana usado con sippa para denotar «aprender un oficio». Se alaba a una
audiencia como «apreciativa de los méritos (guna-gr~hin§)» de una obra de teatro,
PriyadarÑika, I.3. Según el Abhinaya Darpana, «La audiencia brilla como un árbol
del deseo, cuando los Vedas son sus ramas, los Ñ~stras sus flores, y los hombres ins-
truidos las abejas… Los Siete Miembros de la audiencia son los hombres de instruc-
ción, los poetas, los ancianos, los cantores, los bufones, y los versados en la historia
y la mitología», y el jefe de la audiencia, el patrón, debe ser un conocedor1. El aplau-
so es ukkutthi, en J~taka, II.253 y 367, y más a menudo la exclamación aún corrien-
te, s~dhu, «bien-hecho».
En el Dãtav~kya de Bh~sa, 7, se llama «admirable» (darÑan§ya, cf. el coloquial
«fácil de mirar» moderno) a la pintura (pata) de la Escena del Juego; y, tras una des-
cripción detallada del asunto representado, Duryodhana concluye, ídem., 13: «¡Oh,
qué riqueza de color (varnâdhyat~)! ¡Qué presentación de los estados de ánimo
(bh~vôpapannat~)! ¡Qué diestra aplicación de los colores (yuktalekhat~)! ¡Cuán ex-
plícita la pintura (suvyaktam ~likhito)! Estoy complacido».
En cuanto a estos comentarios, se afirma que varnâdhya es lo que más interesa a
los «otros» (itare jan~h)2, es decir, a la gente en general, no los maestros (~c~rya) ni
a los conocedores (vicaksana, Visnudharmottara, III.41.11; ver JAOS., LII.11, con-
firmado por el pasaje del TrisastiÑal~k~purusacaritra citado más abajo); para la ex-
presión de bhava y rasa en la pintura, ver JAOS., LII.15, n. 5 y Basava Raja, Ðiva-
Tattva-Ratn~kara, VI.2.19; el significado exacto de yuktalekhata es menos seguro.
Cf. la palabra según se cita más abajo.
DarÑan§ya «digno de ver», aparece regularmente en relación con pinturas, escul-
tura y arquitectura. Cf. Cãlavamsa, C.251, manoharam dassan§yam toranam; ídem.,
258, una imagen del Buddha es dassan§yam… c~rudassanam; e ídem., 262, las pintu-
ras son dassaniyyâpare c~rã cittakamme; análogo es el uso de savan§ya (Ñravan§ya),
«digno de oír», y savan§yataram, muy digno de oír», ídem., LXXXIX.33, mientras
que los dos términos se usan juntos, ídem., 35, con referencia a cantos y danzas, que
son dassanassavana-ppiyam, «agradables de ver y oír». Cf. Ñrotram sukhayati,
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«agrada al oído», y drstipr§tim vidhatte, «agrada al ojo», con referencia a las bellezas
naturales, PriyadarÑika, II.4. Una palabra aplicada muy comúnmente a las pinturas
es manorama, «que agrada al corazón». En el Divy~-vad~na, 361-362, M~ra, a peti-
ción de Upagupta, se manifiesta en la forma del Buddha, con todos sus lineamientos
específicos (laksanâdhyam). Upagupta se inclina ante esta representación, es decir,
como él mismo explica, ante aquel a quien corresponde esta imagen. El aspecto
(rãpa) asumido por M~ra, como un actor asume un papel, es nayanak~ntim ~krtim,
«una representación que deleita los ojos», y nayanaÑ~ntikaram nar~n~m, «que da
paz al ojo del hombre»; Upagupta es abhipramudita, pramuditamana, «arrebatado
de alegría»; pr~mpdyam utpannam, «el gozo se desborda», y exclama Aho, rãpa-
Ñobh~, kim bahun~, «En suma, ¡qué belleza de aspecto!».
Desde un punto de vista monástico, usualmente, aunque no exclusivamente, bu-
dista o jaina, las artes se rechazan enteramente como una mera fuente de sensaciones
agradables; cf. v~san~, en la psicología mah~y~na como «nostalgia», pero en el arte
una sensibilidad innata indispensable. Como un único ejemplo de la actitud monásti-
ca puede citarse TrisastiÑal~k~purusacaritra, I.1.136, donde se afirma que la música
(samg§ta) no sirve de ninguna manera para el bienestar (kuÑala), sino que sólo infa-
túa dando un placer momentáneo (muhurta-sukha). El hecho es que lo que los hin-
dúes entienden por el «placer de los ojos» puede ser o no un placer desinteresado, y
esto ha de determinarse siempre por el contexto; cf. el id quod visum placet escolás-
tico.
En el Ðakuntal~ (VI.13-14, en la edición de Kale (K), ídem., VI.15-16, en la de
Pischel (P), y aquí utilizamos las variantes de ambas versiones), el Rey, mirando a su
propio retrato recordatorio de Ðakuntal~, exclama con referencia al tema más que a
la manufactura, «Oh, la belleza de la pintura», (aho rãpam ~lekhyasya), y más tarde
hace una distinción entre lo que es «correcto» (s~dhu) en la obra, y lo que es «inco-
rrecto» o «falta» (anyath~, que no ha de confundirse con ardhalikhita, «inacabado»,
que aparece más abajo); sin embargo, «algo del encanto de Ðakuntal~ (l~vanya) está
prendido (kimcid-anvita) en la línea (rekh~)». El Vidãsaka encuentra que la línea
(rekh~) está llena de tierno sentimiento (bh~va-madhur~, P), y que la «imitación del
estado de ánimo en los pasajes más tiernos es sobresaliente» (madhurâvasth~na-
darÑan§yo bh~v~nupraveÑah, K); alternativamente, «parece ser la versión misma de
la realidad» (sattvânupraveÑa-Ña khaya, P); el Rey exclama: «En suma» (kim
bahun~, P), «me hace querer hablar con ella» (~lapana-kautãhalam me janayati);
pretende que su ojo tropieza efectivamente (skhalati) con las colinas y los valles
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1
Para el contexto completo ver Coomaraswamy y Duggirala, The Mirror of Ges-
ture, pp. 14, 15.
2
Es posible, por tanto, que el hacer de varnâdhya la primera exclamación de
Duryodhana tenga alguna intención de sarcasmo.
3
Cf. TrisastiÑal~k~purusacaritra, I.1.360, donde se dice de un hombre cuyos ojos
están atados a las formas (¿pintadas?) de bellas mujeres, etc., que tropieza (skhalati),
como si el borde de su vestido se hubiera enganchado en una valla. Cf. «no hay ali-
vio efectivo en una pintura, y sin embargo lo vemos allí», citre… natônnatam nâsti
ca, drÑyate atha ca, Mah~y~na Sãtrâlamk~ra, XIII.17; cf. Lankâvat~ra Sãtra y ver
nota 23 del capítulo I.
En el Ðakuntal~, las «colinas y valles» pueden ser los de los cuerpos de las bellas
mujeres representadas en la pintura, pues nimnônnata tiene esta aplicación en
M~lat§m~dhava, IV.10; o las del paisaje del fondo, pues pradeÑa tiene este sentido en
el Ðakuntal~ mismo, infra, VI.19, y quizás también en Lankâvat~ra Sãtra, p. 91.
4
A saber, rãpa-Ñobh~, como en Divyâvad~na, p. 361.
5
Similarmente en el caso de la competición de danza, Vikramacaritra, HOS.,
XXVII.15, las dos apsarases danzan primero juntas y la asamblea de los dioses está
deleitada, nrtyam drstv~ samtosam agamat,
6
El texto aquí, vv. 4, 5, y 6, es casi idéntico al del M~lavikâgnimitra, II.3.6 y 8.
7
El «juicio» es viv~danirnaya. En el Malavikâgnimitra, el Rey, como conocedor,
es viÑesajña, como juez, praÑnika.
8
Ryder, en HOS., IX.44, traduce admirablemente la substancia de las observa-
ciones de C~rudatta, pero con un matiz europeo y evitando todos los tecnicismos. El
pasaje del Mrcchakatika está anticipado en una forma más breve en el Daridra-
C~rudatta, II.2, de Bh~sa.
9
Constantemente se muestra que el artesano y el crítico conceden la principal
importancia al dibujo, por el que se expresan los estados de ánimo, pero que lo que
interesa al público es el color. Como ha observado Binyon, «La pintura de Asia es a
través de su principal tradición un arte de la línea».
10
Lo más aproximado a algo de este tipo en relación con las artes formativas
aparece en J~taka, VI.332, donde el Bodhisattva emplea a un maestro-arquitecto
(mah~-vaddhaki) para construir una sala tal como él requiere.
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CAPÍTULO IV
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geles deben emplearse y rendírseles culto (yogya pãjya) según las necesidades del
caso. La imagen s~ttvika está en una postura de yoga, auto-sostenida, con las manos
exhibiendo munificencia y ánimo (varâbhaya), y le rinden culto los ángeles
principales y los seres semejantes (devendrâdi). La imagen r~jasika está soportada
por un vehículo (v~hana), adornada con una variedad de ornamentos, con las manos
asiendo armas e implementos, y exhibiendo munificencia y ánimo. La imagen
t~masika es de aspecto terrible (ugra), está entregada a matar demonios por medio de
armas e implementos, y como si estuviera ávida de combate». 77-80 (159-166).
«Se prescribe que no han de mostrarse las venas de las manos y pies, ni deben
verse los tobillos. Se dice que son realmente bellas (suÑobhana) aquellas partes de
las imágenes que no son en proporción (m~na) ni más ni menos que los miembros de
las imágenes que han sido hechas por expertos, y que será enteramente agradable
(sarvamanorama) todo miembro que no es demasiado grueso ni demasiado delgado.
Aunque se hace escasamente una de cada cien mil que sea enteramente agradable en
todos los miembros, sin embargo la que concuerda con la prescripción canónica
(Ñ~stram~na) es la única verdaderamente bella (ramya), ninguna otra, ¡ciertamente!.
Hay algunos para quienes lo que cautiva su corazón (tat lagnam krd) es bello; pero
para los que saben, lo que no alcanza la proporción canónica (Ñ~stram~na) no es be-
llo». 101-106 (209-215).
«Para cada miembro debe idearse tal gracia (p~tava) como sea apropiada». 121
(256).
«En el caso de las imágenes pintadas, o de las hechas de estuco, arena, terracota,
o pasta, una omisión de lineamientos (laksana) no hará ningún daño; ha de tenerse
cuidado con los defectos de proporción (m~na) sólo en el caso de las imágenes de
piedra o de metal». 152, 153 (306, 309).
«Los lineamientos (laksana) de la imágenes se conocen (smrta) por las naturale-
zas (bh~va) de lo que recibe el culto y del que lo rinde (sevyasevaka). Por el poder de
la intensión (tapas) del oficiante (arcaka) cuyo corazón está puesto siempre en el
Señor, las faltas de una imagen se desvanecen inmediatamente». 159, 160 (320-322).
«No hay ninguna regla (niyama) para el grosor de los miembros de un niño; de-
ben de trazarse de modo que parezcan bellos». 185 (375).
«El artista (Ñilpi) debe concebir siempre la belleza (vapu) de las imágenes (de los
ángeles) como jóvenes (taruna), raramente semejantes a niños (b~la-sadrÑa), nunca
como ancianos (vrddha-sadrÑa)». 201 (403, 404).
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1
El texto impreso es el citado por Pandit J§bânanda Vidy~s~gara (Calcuta, 2ª ed.,
1890). La única traducción completa es la de Benoy Kumar Sarkar, The Sukran§ti
(Allah~b~d, 1914, Sacred Books of the Hindus Vol. XII). Una introducción a esta
traducción, por Dr. (Sir) Brajendranath Seal, titulada The Positive Background of
Hindu Sociology, forma los vols. XVI y XXV de la misma serie.
2
Masson-Ousel, «Une Connexion dans l’Esthétique et la Philosophie de l’Inde»,
Rev. Des Arts Asiatiques II (1923), y H. Zimmer, Kunstform und Yoga mi indischen
Kultbild (Berlín, 1926).
3
A. K. Coomaraswamy, «N~gara Painting» Rãpam 37, 40 (1929), y Visnudhar-
mottara, III.41, JAOS., LII (1932).
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CAPÍTULO V
PAROKSA
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CAPÍTULO V
PAROKSA
Las cuales cosas también nosotros hablamos, no en las palabras que enseña la sabiduría del
hombre, sino en las que enseña el Espíritu Santo.
Corintios, I.2.13.
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hemos hecho así es dejar claro que nuestra referencia es, y solamente, a una especie
natural y no a una idea; nuestra «obra de arte» ya no es creativa, «imitativa» de una
forma ejemplaria9, sino sólo un sucedáneo, más o menos apto para encandilar a lo
sentidos. Si las abejas han sido engañadas con flores pintadas, ¿por qué no propor-
cionaron también miel? Cuanto más «fiel a la naturaleza» es una imagen, tanto más
miente. Miente en ambos sentidos, paroksa y pratyaksa: el retrato de la esposa del
artista posando como la Madre de Dios es inverdadero en su implicación de seme-
janza (el ser de la Madre de Dios no es en el modo humano) y por otra parte, el retra-
to de la esposa del artista como tal es inverdadero con respecto a la afectibilidad
humana, en tanto que no puede tomar el lugar de la carne viva («El ojo en sí mismo
es una cosa mejor que el ojo en tanto que pintado en la pared», Eckhart). De aquí
que el Ðukran§tis~ra, IV.4.76, hable del retrato como «incelestial», asvargya, y que
los doctores del Islam desaprueben el arte representativo porque simula la obra del
Artista Supremo, y sin embargo está desprovisto de vida.
A partir de la literatura védica, podrían acumularse, por supuesto, innumerables
ejemplos de la correspondencia entre lo que es conocido por los Ángeles de un mo-
do, y por el hombre de otro. Que estas correspondencias se consideren como reales y
necesarias implica la noción de la relación analógica del macrocosmos y el micro-
cosmos, tal como se afirma del modo más explícito en Ait. Br., VIII.2, donde cada
uno de los dos mundos, «éste» y «aquel», es anurãpam, «en la imagen de» el otro. Y
de hecho la palabra paroksa no se encuentra en el Rg Veda, donde la noción de un
lenguaje angélico distinto del del hombre se expresa muy claramente de otros mo-
dos. Bastará citar I.164.10, 37 y 45: «Allí en la cumbre del cielo (dyu) cantan
(mantr) una Sabiduría (v~c) que es omni-conociente (viÑv~-vid) pero no-omni-
animante (aviÑ-vaminva, quizás “omni-disponiente”)»; es decir, de acuerdo con
S~yana, los Ángeles se comunican entre sí en un lenguaje oculto (gupta), que abarca
todas las cosas pero no se extiende a, o no es comprendido por, todos (na sarva-
vy~pakam). Nuevamente, «Cuando el Primer-nacido de la Ley (sc. Agni, o el Sol) se
acercó a mí, entonces obtuve una participación de esa Sabiduría». Lo que se entiende
por «una» participación aparece en el verso 45, «La Sabiduría (v~c) ha sido medida
en cuatro grados (pada), el Brahmana comprehensor los conoce: tres mantenidos
ocultos cerca (guh~ nihit~) no causan ninguna moción (na ingayanti, comentado por
S~yana na cestante, “no contienden”, o “no hacen gestos”); los hombres hablan sólo
el cuarto grado de la Sabiduría». El mantra se cita en Jaim. Up. Br., I.7, donde se di-
ce que los tres grados son los (tres) Mundos; la noción es evidentemente la misma
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que la de Maitri Up., VI.6, donde Praj~pati «pronunica» los Tres Mundos que son su
manifestación (tanã = rãpa) cósmica (lokavat), y estas «pronunciaciones» (vy~hrtih,
a saber, Bhãr, Bhuvas, Svar = infima parte, mezza, y cima del mondo de Dante) son
los «nombres» o «formas» (n~ma) de los Mundos. La triplicidad de la pronunciación
corresponde a la triunidad del pronunciador, pues estos Mundos son las esferas de
Ðiva, Brahm~ y Visnu, o Agni, V~yu (o Indra) y }ditya10. Las tres «pronunciacio-
nes» son simples, pero ejemplarias; manifiestan todas las cosas, pero no las especifi-
can. Estas tres partes de la Sabiduría (o «Habla») se dice que están ocultas y que «no
hacen ningún gesto», porque, aunque los Mundos son movidos por ellas, ellas no se
mueven, sino que son sólo «pensadas» e immanentes: «Él las piensa, y he aquí que
ellas son» (Eckhart)11. Es el Hombre quien al dar nombres a las cosas (n~ma-dheya,
Rg Veda, X:71.1) contrae e identifica (vi-dh~, vy~kr, vi-kalp) las cosas dentro de la
variedad en el tiempo y en el espacio, y así completa la creación en sus tipos, como
ha de comprenderse también en Génesis, II.19-20. Por «Hombre» ha de comprender-
se no tú y yo individualmente, sino el Hombre Universal como Presenciador (rsi) o
el Genio Poético (kavi). No hay implicada aquí ninguna doctrina del solipsismo.
Que «los hombres hablan sólo el cuarto grado de Sabiduría» corresponde a Rg
Veda, X.90.4, «Sólo un cuarto de Él nace aquí», es decir, en el tiempo y en el espa-
cio. Maitri Up., VII.11 (8), y M~ndãkya Up. Aclaran que este cuarto corresponde a
los tres estados (~vasatha) o niveles (sth~na) de ser, conocidos como «Vigilia»,
«Sueño» y «Sueño Profundo», mientras que los antedichos tres cuartos corresponden
a ese inescrutable (anirukta, av~cya, etc.) nivel de la «No-dualidad» (de manifesta-
ción y no-manifestación, Apara- y Para-Brahman), del que se habla como el «Cuar-
to» con respecto a los tres estados de «Vigilia», «Sueño», y «Sueño Profundo».
¿Cómo podemos determinar pues el nivel de referencia paroksa más exactamen-
te? Los «tres cuartos de Él», el Cuarto estado, Parabrahman, la «Divinidad» de Ec-
khart, está excluido del problema, dado que allí la comprensión no es ni pensada ni
hablada; por otra parte, el lenguaje paroksa no es ciertamente inaccesible a los seres
humanos, puesto que los mantras védicos y otras escrituras tradicionales habladas en
este lenguaje son accesibles a cualquier estudiante. Nuestra indagación debe comen-
zar a partir de la indicación dada de que el nivel de referencia es adhidaivata, «angé-
lico», en tanto que distinguido de adhy~tma o m~nusa, «que tiene una referencia a
uno mismo», y «humana» o «mortal». ¿Qué es «angélico», y qué «humano»?. En
términos de la filosofía escolástica, «puramente inteligible» y, «racional», respecti-
vamente, y no podría darse ninguna respuesta mejor en una forma tan breve. Los án-
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geles, sin embargo, son de muchas jerarquías y órdenes: Dios mismo es Mah~deva,
el Ángel Supremo o Devadev~n~m-Devâtideva, el Ángel de los Ángeles (cf. «Rex
angelorum»), y por otra parte, puede hablarse incluso de las potencias del alma indi-
vidual como dev~h. En cualquier caso, «El reino de los cielos está dentro de voso-
tros», «Todas las deidades residen en el adentro humano» (Blake), donde «dentro de
vosotros» es antarbhãtasya khe, y «adentro» es hrdaya; cf. Jaim. Up. Br., I.14, mavy
et~h sarv~ devat~… bhavanti, «todos los Ángeles están en mí». «Humano», por otra
parte, como prueba la equivalencia adhy~tma = m~nusa, y la correlación de la com-
prensión «Humano» con los tres estados de «Vigilia», «Sueño» y «Sueño Profundo»
(y no meramente con el primero de éstos), no tiene sólo una connotación «corpórea»,
sino una connotación que implica todas las extensiones y transposiciones de la indi-
vidualidad. El estado de Sueño Profundo, en particular, aunque supra-individual, es
todavía «humano», puesto que siempre es posible una vuelta desde esta condición a
la de la corporeidad, por la vía del avatarana, «encarnación especial», o en la vuelta
del sam~dhi a la consciencia del mundo. Es perfectamente claro por tanto que la
comprensión paroksa y pratyaksa no están divididas por un muro impasable (ya
hemos visto que «esto» y «aquello» son en la imagen uno del otro), sino que en sus
grados representan una jerarquía de tipos de consciencia que se extienden desde el
animal hasta la deidad, y según los cuales uno y el mismo individuo puede funcionar
en diferentes ocasiones. Sólo podemos determinar el «nivel de referencia» absoluta-
mente si confinamos nuestra atención a las condiciones limitativas.
Si preguntamos en este sentido a qué nivel de consciencia la comprensión metafí-
sica (paroksa jñ~na) en omnisuficiente, y la referencia específica superflua, la res-
puesta puede encontrarse en Rg Veda I.164.10, divo prsthe «en la espalda (es decir,
sumidad) del cielo», pues es allí donde los Ángeles se comunican unos con otros de
una manera puramente paroksa, llamándose a un tal hablar un cantar (mantrayante,
«ellos incantan»), y allí donde la «pronunciación» del «Ángel de los Ángeles» se
«escucha» primordialmente. Es decir, en el Paraíso de Brahm~ según se describe en
Kaus§taki Up., I.33 sigs., más allá de la «puerta de los mundos» Solar, guardada por
Agni, el Ángel de la Espada Flamígera. En el lenguaje humano (m~nusa), eso se lla-
ma «Sueño Profundo», pero hablando angélicamente, «Pura Inteligencia» (prajñ~)»;
«es una comprensión unificada y simple (ek§bhãtah prajñ~na-ghana)»12, M~ndãkya
Up., y caracterizada por «la cesación de la consciencia de los particulares», Sarvo-
panisats~ra, 7. Los equivalentes budistas son el Sukh~vat§, el Sanbhogak~ya; los
cristianos, son el Cielo Empíreo o el Cielo Sin Moción; allí está la «paz que rebosa
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te, los términos que impliquen incomprensibilidad16, puesto que paroksa es precisa-
mente lo «inteligible» en contraste con lo «sensible»; «obscuro» y «misterioso» es-
tán pues excluidos, pero «secreto» u «oculto» (el gupta de S~yana) no son incorrec-
tos17. «Místico» es desafortunado al tener una connotación distinta de, e «inferior» a,
la de «metafisico», y también porque «místico» se confunde a menudo con «miste-
rioso». «Esotérico», en relación a «exotérico», representa un tipo de distinción difí-
cilmente apropiado para la metafísica. «Oculto» es excelente, si puede hacerse evi-
dente que se excluyen completamente los significados asociados ahora con el «ocul-
tismo». «Angélico» en relación a «humano» es correcto en referencia, pero no es una
traducción. Sugerimos como las traducciones más deseables, para (vyavah~rika-)
pratyaksa, ya sea «directo», «evidente», «obvio» o «semiótico»; para paroksa, ya
sea «indirecto», «metafísico», «oculto», «universal», «abstracto», o «simbólico»; pa-
ra paramârthika-pratyaksa (= aparoksa, sâks~t), «inmediato».
Una cuestión aún: en la expresión a menudo recurrente paroksa-priy~ iva dev~h,
«priy~» no debe traducirse por «ser amador de», porque la comprensión paroksa es
una propiedad angélica, que no depende de la elección sino de la naturaleza; sin du-
da es cierto que los Ángeles «aman lo que es su propio» (es decir, no querrían ser
otra cosa que lo que son), pero no podemos implicar con ello que este «amor» sea
una «afección» —él es su ser, no un accidente del ser;18 cf. Maitri Up., VI.34, «Lo
que es el pensamiento de uno, eso él deviene», y similarmente Dhammapada, I.1.2.
La última consideración nos recuerda que en la medida en que el hombre emplea y
comprende los medios de comunicación angélicos, el «lenguaje de los pájaros», él es
del tipo angélico («el intelecto es el más veloz de los pájaros», mano javistham pata-
yatsu antah, Rg Veda, VI.9.5); mientras que en la medida en que sus comunicaciones
y comprensión se limitan a las «materias de hecho», él no está meramente «un poco
por debajo» sino infinitamente «por debajo de los Ángeles».
110
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1
En inglés, a menudo distinguimos los términos paroksa con mayúsculas; por
ejemplo, al distinguir Self (Sí mismo) de self (sí mismo), representados ambos en el
sánscrito ~tman, o cuando se distingue Cross (Cruz) como símbolo de tales cruces
como se representan en la letra x.
2
yasm~d dev~h, Ðankarâc~rya sobre Ait. Up., III.14; traducido más libremente,
«pues, ciertamente, lo que los Ángeles son es Inteligencias Puras».
3
Cf. Brhad~r. Up., I.4.17, «Verdaderamente, por la percepción (caksus~) Él entra
en posesión de sus posesiones (vitta) humanas (m~nusa)».
4
La iconografía (pratim~karana) como arte existente ha de distinguirse de la
iconografía (rãpa-bheda) como ciencia, útil o necesaria para el artista o el estudian-
te.
5
Anukrti es «imitación» en el sentido de Ars imitatur naturam in sua operatione,
lo que no significa imitatur entem naturatam, nuestro entorno.
La misma noción está implícita en muchos pasajes del Rg Veda; por ejemplo,
V.2.11 donde el arte de la encantación (mantra, cf. mantrayanti con referencia a la
intercomunicación angélica, ídem., I.164.10) se compara al de un carpintero o teje-
dor.
6
Aquí puede representarse un punto de vista que iguala la «crítica» y la «repro-
ducción», como se da ciertamente en la estética india posterior.
7
Tipos Psicológicos, p. 601.
8
La «Naturaleza» aquí en el sentido popular de ens naturata, el entorno fenomé-
nico. El «culto a la Naturaleza» en este sentido implica un «panteísmo». No es preci-
so decir que la «Naturaleza», interpretada a un nivel de referencia más alto, a saber,
como natura naturans (= prakrti, m~y~, etc.), y la «Naturaleza» como la «Madre del
Hijo de Dios» tienen ambas la misma referencia (es por la de Ella como Él toma la
naturaleza humana). «Para encontrar a la naturaleza misma» (en este sentido) «han
de romperse todas sus semejanzas» (Eckhart). Ese iconoclasmo puede efectuarse de
dos maneras diferentes, respectivamente paroksat y pratyaksena: en el primer caso,
intelectualmente, haciendo las referencias apropiadas; en el segundo caso, brutal-
mente, por una «destrucción de los ídolos» literal.
9
Su manifestación intrínseca (svarãpa) es la manifestación de cosas muy dife-
rentes (viÑvarãpa).
111
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10
Cuando se habla del Señor (§Ñvara) en Su aspecto unitario, la Palabra Hablada
es única.
11
En tanto que la Sabiduría se mide en partes, no puede argumentarse que «ocul-
tos cerca» significa sólo in potentia, en la Divinidad, Parabrahman, solus ante prin-
cipium, pãrna apravartin, donde las cosas no son siquiera «pensadas» bajo el aspec-
to de la distinción contingente. «Oculto», etc. es equivalente a in principio.
12
Ghana, de ghan, golpear, impedir, etc., tiene un sentido primario de «masa
densa», que implica una condensación de factores múltiples sin extensión en el espa-
cio. De aquí «simple» o «esencial»: o prajñ~na-ghana podría traducirse más libre-
mente como «comprensión ejemplaria».
13
Cf. mi «Par~vrtti = Transformation, regeneration, Anagogy», en Festschrift
Ernst Winternitz, 1933.
14
En lo que sigue, las nociones pratyaksa se distinguen de nuevo por letra bas-
tardilla.
15
G. Dandoy, S. J., L’Ontologie du Vedânta (París, 1932), p. 125.
En Brhad~r. Up., III.4.2, Hume traduce sâksat aparoksa (equivalente a pa-
ramârthika pratyaksa) por «presente y no más allá de nuestra vista». Pero el signifi-
cado es «inmediatamente», no como se implica así, «objetivamente». «No más allá
de nuestra vista» desvirtúa el sentido; el Brahman, que es el Sí Mismo en nosotros y
en todas las cosas (como se destaca en el texto mismo) no puede ser un objeto de co-
nocimiento.
Suzuki, Lankâvat~ra Sãtra, p. XXVI, traduce (paramârthika-) pratyaksa por
«penetración intuitiva».
Stcherbatsky, Buddhist Logic, II.284, al traducir un pasaje del V~caspatimitra en
el que la presunta identidad de un objeto conocido en el pasado y en el presente se
encuentra sometida a examen, traduce paroksa, que califica la cognición previa, co-
mo «trasciende la visión», y aparoksa, que califica la cognición presente como «no
trasciende la visión», y esto en el contexto dado parece ser totalmente legítimo.
También ídem., p. 333, n. 1, «los objetos se dividen en (1º) hechos evidentes (prat-
yaksa), (2º) hechos inferidos (paroksa) de los que (sic) hemos tenido anteriormente
alguna experiencia, y (3º) hechos muy ocultos (atyanta-paroksa = Óin-tu-lkog-pa)
que son o bien entidades transcendentales o inimaginables, o bien hechos nunca ex-
perimentados, pero no obstante no inimaginables.
M~nasa-pratyaksa es «atención» (Stcherbatsky, loc. cit., II.328, n. 2).
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CAPÍTULO VI
}BH}SA
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CAPÍTULO VI
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5. (Y) ~bh~sa (pintura) se dice con respecto a una imagen en un lienzo o muro (a
la que se hace parecer como si estuviera) en relieve (nimnônnate pate bhittau).
(Además), ardha-citra se hace en yeso (sudh~), y su mitad está en el poder de la otra
representación completa (citra),
6. (Y) ~bh~sa (pintura) ha de hacerse con colores minerales (dh~tu)4, y así tam-
bién citrârdha (= ardha-citra). Pero las pinturas (citrâbh~sa) de los Ángeles son
(también) de tres tipos, óptimas, intermedias, y buenas,
7. (Por ejemplo), un basamento (p§tha) de ladrillo (liso) es bueno, otro pintado
(~bh~saka) es mejor, y otro de relieve de terracota pintada (~bh~sârdham mrnma-
yam) es el mejor.
Otra fuente no citada por Acharya es el Ðilparatna, XLVI.1-2; aquí citra, ardha-
citra, y citrâbh~sa se distinguen similarmente, siendo la primera sarvânga-
drÑyakaranam, «que tiene todas sus partes visibles», la segunda bhitty~dau lagna-
bh~venâpy-ardham, «cuando la mitad de su ser está adherido a un muro o superficie
parecida», y la tercera se menciona como una vilekhanam «pintura», y más adelante,
como lekhyam… n~n~-varnânvitam, «pintada con el uso de muchos colores». Tam-
bién se afirma que citra, y citrârdha pueden hacerse en arcilla o yeso, madera, pie-
dra o metal.
}bh~sa se usa en los textos Ñilpa también en otro sentido5, con referencia a la
unidad de medida apropiada para emplearse en los diversos tipos de edificios, siendo
las cuatro unidades especificadas j~ti, el codo entero (hasta), chanda, tres cuartos de
codo, vikalpa (no definido), y ~bh~sa, medio codo. Estas unidades se emplean res-
pectivamente en la construcción para Dioses y Brahmanes, Ksatriyas, VaiÑyas y
Ðãdras. Por lo tanto, está claro que ~bh~sa representa aquí la menor en una serie de
modificaciones o transformaciones de una unidad entera. Este significado es comple-
tamente consistente con el de ~bh~sa, «pintura», considerada como una modificación
de citra, «representación completa», con el de rasâbh~sa, «semejanza de sabor» en
la terminología alamk~ra, con el de vastrâbhasa, «semejanza de vestidos» en una
pintura (Pañcadaѧ, VI.6), con el de cid-~bh~sa, «reflejo de la inteligencia absoluta»,
ídem., 7, y con el de ~bh~sa como «teofanía».
}bh~sa-gata aparece en Vasubandhu, AbhidharmakoÑa, V.34 (Poussin, p. 72),
con el significado afín de «en el campo de la experiencia objetiva», donde ~bh~sa es
equivalente a visayarãpat~, «objetividad sensible», y ~bh~sa-gata a drÑya, «percep-
tible empíricamente». Dign~ga usa ava-bh~sate con referencia al carácter aparente-
mente objetivo de una imagen intelectual (antarjñeya-rãpa); ava-bh~sa puede usarse
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ca tan tardía como la de Leonardo, que, aunque como naturalista había estudiado du-
rante mucho tiempo los efectos producidos por la luz del sol directa y las sombras
proyectadas, mantenía acertadamente que estos efectos destruían la representación
del verdadero relieve o volumen.
La cuestión del relieve implica en cierto grado la de la perspectiva. Los recientes
estudios de los problemas de la representación espacial en el arte extremo-oriental e
indio10 dan la impresión de que los autores están dedicando mucho trabajo a lo que
es realmente un problema más bien artificial, planteado a ellos por su falta de fami-
liaridad con las artes en cuestión, y que esta falta de familiaridad persiste a pesar de
su buen conocimiento de las artes mismas tal como se dan en incontables ejemplos
existentes y accesibles. Es difícil creer que los problemas de la representación espa-
cial se acometieran como tales alguna vez en Asia, en el sentido en que se acometie-
ron en la Italia del Quattrocento, es decir, desde un punto de vista científico y visua-
lista más bien que estético. Es ciertamente imposible creer que hubiera alguna vez un
tiempo en que el arte era ininteligible para aquellos para quienes se hacía, pues en tal
caso debía haber sido ininteligible también para aquellos que lo hicieron — pues
«artista» no era entonces, como lo es en el tiempo presente, una persona aislada y
peculiar. Suponer que el arte era ininteligible, y que los artistas, en la bondad de sus
corazones, intentaban hacerlo comprensible a sí mismos o a otros, equivale a supo-
ner que los oradores hacían sonidos con miras a la formación subsecuente de un me-
dio de comunicación válido, o que los carpinteros comenzaron a construir casas con
miras a la aparición de la arquitectura, cuando, de hecho, el lenguaje es siempre ade-
cuado a la cosa que ha de expresarse, y no puede haber más progreso en arte que en
metafísica, sino sólo un desarrollo variable de diferentes aspectos.
Todos los hombres, e incluso los animales, son conscientes de que los objetos es-
tán apartados unos de otros en el espacio, arriba y abajo, a los lados, y hacia atrás; y
si los animales no tienen una palabra para «tres dimensiones», saben no obstante
cómo moverse en las diferentes direcciones, y tienen un sentido del lejos y del cerca.
El espacio, pues, ha de darse por supuesto como un dato primario de la inteligencia,
y es evidente que tan pronto como devino posible hacer representaciones inteligibles
de objetos, debe haberse dado por supuesto, por aquellos que las comprendían, que
éstas eran representaciones de objetos existentes en el espacio. La cuestión de la
perspectiva deviene así un problema puramente histórico y descriptivo; la definición
de la perspectiva se reduce a los «medios empleados para indicar la existencia o la
distribución de los objetos en el espacio». Desde el punto de vista estético, ninguna
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afirmaba, sino que ahora más bien se realizaba en una quiescencia activa. Sentimos
esto ya en la relativa serenidad de la escultura Gupta y en la sofisticada poesía del
drama clásico; no podríamos imaginar en el siglo doce formas heroicas tales como
las de las figuras de los donantes en K~rl§, o la del «Bodhisattva» del Monje Bala en
S~rn~th. El heroísmo impulsivo e implacable del pasado sobrevive sólo en la tradi-
ción de la caballería Rajput. En general, la tendencia es hacia una concepción de la
experiencia más puramente intelectual. Es quizás digno de observar que un desarro-
llo semejante estaba teniendo en la Europa medieval de la misma época, como se
evidenciará si por ejemplo comparamos a Sto. Tomás con Ðankarâc~rya; en ninguno
de ambos casos puede decirse que un desorden exterior cualquiera pudo interferir en
la supremacía del intelecto.
Sería muy fácil exagerar la naturaleza del cambio, y muy equivocado evaluarlo
sólo en términos de decadencia. Las secuencias estilísticas en el pensamiento y en el
arte no son en sí mismas pura pérdida o pura ganancia, decadencia o progreso, sino
desarrollos de aspectos especiales necesarios y por tanto aceptables. Cuando la vo-
luntad se ha aplacado, de alguna medida el intelecto puede ejercer su poder tanto
mejor. Si este cambio de dirección implica al comienzo una pérdida de la perfección
animal (inmediatez de acción), no obstante es un devenir hacia una espontaneidad
más alta, en la que la unidad de la vida interior y exterior ha de restaurarse, y hay in-
cluso momentos en la cumbre de un desarrollo y en las vidas de los individuos en
que el equilibrio parece restaurarse y el arte trasciende el estilo. Aparte de estas
cuestiones de perfección, podría argumentarse que el aplanamiento del arte, al impli-
car como lo hace un simbolismo más convencional aún que el del modelado en la luz
abstracta, refleja un modo de comprensión más intelectual, que ni siquiera requiere
una sugestión de modelado como ayuda a la reproducción; como en el caso de los
ángeles que tienen menos ideas y usan menos medios que los hombres.
En cualquier caso, uno no podría, aunque quisiera, volver hacia atrás el movi-
miento del tiempo. Ser otros distintos de quienes somos sería para nosotros lo mismo
que no ser; querer que el arte de un período hubiera sido otro que el que fue es lo
mismo que querer que nunca hubiera sido. Todo estilo es completo en sí mismo, y ha
de justificarse consiguientemente, no juzgarse por los patrones de una edad anterior
o de cualesquiera otra.
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1
Una bellísima descripción de la creación como reflejo se encuentra en Pañca-
vimÑa Br~hmana, VII.8.1, como sigue: «Estando las Aguas (que representan el prin-
cipio de la substancia) maduras para la concepción (lit. “en su estación”), V~yu (es
decir, el Viento, un símbolo físico de la espiración, prâna) se movió sobre su super-
ficie. De donde vino al ser una cosa (es decir, la pintura-del-mundo) bella (v~ma);
allí, en las Aguas, Mitra-Varuna se contemplaron-a sí mismos-reflejados (parya-
paÑyat)». Así también el Génesis, I.2, El Espíritu de Dios se movía sobre las aguas, y
Sto. Tomás, Sum. Theol., I.74, «El Espíritu del Señor significa el Espíritu Santo, de
Quien se dice que se mueve sobre el agua — es decir, sobre lo que San Agustín en-
tiende que significa la materia informal… está adecuadamente implícito que el Espí-
ritu se movía sobre lo que era incompleto e inacabado, puesto que ese movimiento
no es de lugar, sino de poder preeminente».
Las «aguas» aquí y en todas partes en la tradición representan la totalidad de las
posibilidades del ser, que desde el punto de vista de la existencia son en sí mismas
nada (caos); y esta «nada» es «sin limitación» en la Causa Primera, como se explica
en la nota 3 del capítulo I. De aquí «es nihilo fit». Para las aguas en la representación
simbólica ver mi Yaksas, II, y en significado, Guénon, Symbolisme de la Croix, Cap.
XXIV.
2
Con referencia, por supuesto, a las tres tipos de iconos, (1º) dhruva o yoga bera
o mula vigraha, establecidos permanentemente en un altar, (2º) bhoga mãrti o utsava
vigraha, llevados en procesiones, y (3º) dhy~na bera, imágenes mentales usadas en
devociones privadas.
3
El Suprabhedâgama describe citra como sarvâvayava-sampãrna-drÑyam, y
ardha-citra como ardhavâyava-samdrÑyam, respectivamente «completamente visi-
ble en todas sus partes» y «visible en cuanto a la mitad de sus partes».
4
Aquí evidentemente dh~tu-r~ga, color mineral, como en Meghadãta, p. 102,
donde el Comentario tiene sindãrâdi, «bermellón, etc.», no dh~tu, en el verso 2 arri-
ba, como un mineral o algún metal distinto de loha, no dh~tu, metal, en
Ðukran§tis~ra, IV.4.72 y 153.
5
Acharya, Dictionary of Hindu Architecture, pp. 63, 65, item 5 (fuera de sitio);
M~nas~ra, pp. 48, 49.
6
Encontramos también pr~manâbh~sa, «prueba falaz», hetv~bh~sa, «falacia ló-
gica», pratyaksâbh~sa, «apariencia engañosa», paroksâbh~sa, «pseudo-
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13
Ver mi History of Indian and Indonesian Art (1927), pp. 25-27 y fig. 27
14
El estilo es aquí el dato, la apariencia, o la autoridad a investigar. «Aquellos
que trabajan por medio de una autoridad (dada) (es decir, por evidencia interna) para
comprender la consciencia (bodham) que (ella misma) produjo la autoridad (prabod-
hayantam m~nam) son seres tan grandes que quemarían el fuego mismo por medio
del combustible», Ðankarâc~rya, Svâtmanirãpana, 46.
15
Del Sarvadharma-pravrtti-nirdeÑa Sãtra, citado por Suzuki, Outlines of Maha-
yana Buddhism, P. 381.
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CAPÍTULO VII
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CAPÍTULO VII
Puede decirse que las imágenes son para el hindú que les rinde culto lo que los diagra-
mas son para el geómetra.
Rao. Elementos de Iconografía hindú, II.28.
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punto de vista histórico, como fue en una gran medida, efectivamente, el caso de los
Escolásticos.
En cuanto a la India, es precisamente en un mundo dominado por un concepto
idealista de la realidad, y con la aprobación, por otra parte, de los más profundos
pensadores, donde floreció lo que nos complace llamar idolatría. M~nikka V~cagar,
citado arriba, habla constantemente de los atributos de Dios, hace referencia a los re-
latos legendarios de Sus acciones, y da por supuesto el uso y servicio de las imáge-
nes. En el budismo Vajray~na, a menudo, aunque no muy correctamente, designado
como nihilista, el desarrollo de un elaborado panteón, plenamente realizado en ima-
ginería material, alcanza su zenit. Ðankarâc~rya mismo, uno de los más brillantes in-
telectos que el mundo ha conocido, intérprete de las Upanisads y creador del sistema
del Vedânta, de monismo puro aceptado por una mayoría de todos los hindúes y aná-
logo al idealismo de Kant, fue un devoto venerador de imágenes, un visitador de al-
tares, y un cantor de himnos devocionales.
Ciertamente, en una famosa plegaria, se disculpa por visualizar en la contempla-
ción a Quien no está limitado por ninguna forma, por alabar en himnos a Quien está
más allá del alcance de las palabras, y por visitar en altares sagrados, a Quien es om-
nipresente. De hecho, también, existen algunos grupos en el hinduismo (los sikhs,
por ejemplo) que no hacen uso de las imágenes. Pero si aún él, que conocía, no pudo
resistir el impulso de amar, —y el amor requiere un objeto de adoración, y un objeto
debe concebirse en palabra o forma—, cuánto mayor debe ser la necesidad de esa
mayoría para quienes es mucho más fácil adorar que conocer. Así el filósofo percibe
la inevitabilidad del uso de la imaginería, verbal y visual, y ratifica el servicio de las
imágenes. Dios mismo ama hacer concesiones a nuestra naturaleza mortal, «tomando
las formas imaginadas por Sus adoradores», haciéndose a Sí mismo como nosotros
somos para que nosotros podamos ser como Él es.
El ¦Ñvara hindú (el Dios Supremo) no es un Dios celoso, porque todos los dioses
son aspectos de Él, imaginados por Su adoradores; en palabras de Krsna: «Cuando
un devoto busca adorar un aspecto con fe, no es ningún otro que Mí mismo quien
otorga esa fe firme, y cuando por la adoración de un aspecto obtiene lo que desea, no
es otro que Mí mismo quien concede a sus plegarias. De cualquier modo que los
hombres se acerquen a Mí, así Yo les acojo, pues el camino que los hombres toman
desde cada lado es Mío». Aquellos cuyo ideal es menos alto alcanzan, necesariamen-
te, alturas menores; pero ningún hombre puede aspirar sin riesgo a ideales más altos
de los que son pertinentes a su edad espiritual. En todo caso, su crecimiento espiri-
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tual no puede ser ayudado por una desacralización de sus ideales; sólo puede ser
ayudado por el más completo reconocimiento de estos ideales, los cuales han de re-
tener su validez en cualquier esquema, por muy profundo que sea. Este es el método
hindú; la religión india se adapta con infinita gracia a cada necesidad humana. El ge-
nio colectivo que hizo del hinduismo una continuidad que va desde la contemplación
de lo Absoluto hasta el servicio físico de una imagen hecha de arcilla, no retrocede
ante una última aceptación de todo aspecto de Dios concebido por el hombre, y de
todo ritual dispuesto por su devoción.
Ya hemos sugerido que la multiplicidad de las formas de las imágenes, coinci-
dente con el desarrollo del hinduismo monoteísta, surge de varias causas, todas refe-
ribles finalmente a la diversidad de las necesidades de los individuos y los grupos.
En particular, esta multiplicidad se debe históricamente a la inclusión de todas las
formas pre-existentes, todas las formas locales, en una síntesis teológica mayor,
donde se interpretan como modos o emanaciones (vyãha) del supremo ¦Ñvara; y sub-
secuentemente, al mayor crecimiento de la especulación teológica. En palabras de
Y~ska: «Vemos, en efecto, que por la grandeza de Dios, el único principio de la vida
es alabado de diferentes maneras. Los demás ángeles son los miembros individuales
de un único Sí mismo» (Nirukta, VII.4): cf. Ruysbroeck, Adornment…, Cap. XXV,
«por Su incomprensible nobleza y sublimidad, que no podemos nombrar acertada-
mente ni expresar enteramente, Le damos todos estos nombres».
Sin embargo, la iconolatría no se redujo a ser considerada como una práctica ig-
norante o inútil apropiada sólo para niños espirituales; aún los más grandes, como
hemos visto, visitaron templos, y rindieron culto a imágenes, y ciertamente estos
grandes pensadores no lo hacían tan ciega e inconscientemente. Se reconoció una
necesidad humana, se comprendió la naturaleza de la necesidad, se analizó sistemá-
ticamente su psicología, se definieron las diferentes fases del culto de la imagen,
mental y material, y se explicó la variedad de las formas por las doctrinas de la ema-
nación y de la condescensión como gracia.
En primer lugar, pues, las formas de las imágenes no son arbitrarias. Sus elemen-
tos últimos pueden ser de origen popular más bien que de invención sacerdotal, pero
el método se adopta posteriormente y se desarrolla dentro de la esfera de la ortodoxia
intelectual. Cada concepción es de origen humano, a pesar de que la tendencia natu-
ral del hombre hacia el realismo conduce a una creencia en cielos efectivamente
existentes donde el Ángel aparece como se le representa. En palabras de Ðukrâc~rya,
«las características de las imágenes están determinadas por la relación que subsiste
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entre el adorador y lo adorado»; en las citadas por Gop~labhatta de una fuente des-
conocida, la actividad espiritual presente del que rinde culto, y la existencia efectiva
de una iconografía tradicional, se reconcilian como sigue —«Aunque es la devoción
(bhakti) del devoto lo que causa la manifestación de la imagen del Bienaventurado
(Bhagavata), en esta cuestión (de la iconografía) debe seguirse el procedimiento de
los antiguos sabios»4.
Todo el problema del simbolismo (prat§ka, «símbolo») lo trata Ðankarâc~rya en
el Comentario sobre los Vedânta Sãtras, I.1.20. Ratificando la afirmación de que
«todo el que canta aquí al arpa, le canta a Él», señala que este «Él» se refiere al Se-
ñor altísimo sólo, que es el tema último incluso de los cantos mundanos. Y en cuanto
a las expresiones antropomórficas en la escritura, «respondemos que el Señor altísi-
mo puede, cuando quiere, asumir una figura corporal formada de M~y~, para gratifi-
car a sus devotos adoradores»; pero todo esto es meramente analógico, como cuando
decimos que el Brahman mora aquí o allí, puesto que, en realidad, mora sólo en Su
propia gloria (cf. ídem., I.2.29). La representación de lo invisible por lo visible la tra-
ta también Deussen, Philosophy of the Upanishads, pp. 99-101. Cf. también el exa-
men de paroksa en el Cap. V.
Entre paréntesis, podemos observar que las secuencias estilísticas (cambio de for-
ma estética sin cambio de figura básica) son un registro revelador de los cambios en
la naturaleza de la experiencia religiosa; en Europa, por ejemplo, la diferencia entre
una Madonna del siglo trece y una Madonna moderna revela el paso de la convicción
apasionada a la sentimentalidad fácil. De esto, sin embargo, el adorador es
completamente inconsciente; desde el punto de vista de la edificación, el valor de
una imagen no depende de sus cualidades estéticas. Un reconocimiento del signifi-
cado de los cambios estilísticos, en períodos sucesivos, por importante que pueda ser
para nosotros como estudiantes del arte, en realidad sólo se hace evidente en una re-
trospección desinteresada; el teólogo, al proponer medios de edificación, se ha ocu-
pado sólo de las formas de las imágenes. Los cambios estilísticos se corresponden
con los cambios lingüísticos: todos hablamos el lenguaje de nuestro propio tiempo
sin cuestión ni análisis.
Consideremos ahora el proceso efectivamente implicado en la hechura de imáge-
nes. Con mucha anterioridad a las imágenes más antiguas supervivientes de las dei-
dades supremas nos encontramos con descripciones de los dioses en las cuales tienen
miembros, vestiduras, armas u otros atributos; tales descripciones se encuentran in-
cluso en los laudes y mitos védicos. Ahora bien, en el hinduismo teísta, donde se
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emplea el método del Yoga, es decir, donde la atención enfocada conduce a la reali-
zación de la identidad de la consciencia con el objeto considerado, sea o no este ob-
jeto Dios, estas descripciones, llamadas dhy~na mantrams o fórmulas de trance, o al-
ternativamente s~dhan~s, medios, proporcionan el germen desde el cual ha de visua-
lizarse la forma de la deidad. Por ejemplo, «Yo adoro a nuestra dulce señora Bhuva-
neÑvar§, como el sol levante, bella, victoriosa, destruyendo los defectos en la plega-
ria, con una corona resplandeciente sobre su cabeza, con tres ojos y pendientes col-
gantes adornados con diversas gemas, como una señora del loto, abundante en teso-
ros, haciendo gestos de caridad y dando confianza. Tal es la dhy~nam de Bhuva-
neÑvari» (una forma de Dev§). A la forma así concebida han de ofrendársele flores y
otras ofrendas imaginadas. Tal adoración interior de un cuerpo hecho de mantra o de
la forma imaginada correspondiente se llama sutil (sãksma), a diferencia de la adora-
ción exterior de una imagen material, que se denomina grosero (sthãla), aunque en
un sentido simplemente descriptivo, no despreciativo.
En mayor contraste con ambos modos de culto está el llamado para-rãpa,
«trans-formal», en el que la adoración se rinde directamente a la deidad como él es
en sí mismo. Este último modo corresponde sin duda a la ambición del iconoclasta,
pero tal gnosis solo es posible realmente, y por lo tanto sólo permisible, al Yogin y
verdadero j§vanmukta perfeccionado, que en lo que a él mismo concierne está libera-
do de todo nombre y aspecto, sea cual fuere la apariencia exterior que presente. Si el
iconoclasta hubiera alcanzado de hecho tal perfección como ésta, no podría haber si-
do un iconoclasta.
En cualquier caso debe comprenderse, en relación con los modos groseros o suti-
les del culto, que el fin sólo puede alcanzarse por una identificación de la conscien-
cia del adorador con la forma bajo la cual se concibe a la deidad: n~devo devam ya-
jet, «sólo como el ángel puede uno adorar al ángel», y así devo bhãtv~ devam yajet,
«para adorar al Ángel devén el Ángel». Sólo cuando el dhy~nam la «contemplación»
se realiza así en pleno sam~dhi (la consumación del Yoga, que comienza con la aten-
ción enfocada) se cumple la adoración. Así, por ejemplo, con respecto a la forma de
Natar~ja, que representa la danza cósmica de Ðiva, en las palabras de Tirumãlar,
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Por otra parte, cuando se ha de hacer una imagen material con fines de culto en
un templo u otro lugar, esto, como procedimiento técnico, debe llevarse a cabo por
un artesano profesional, que puede llamarse diferentemente como Ñilpin, «artesano»,
yogin, «yogui», s~dhaka, «adepto», o simplemente rãpak~ra, o pratim~k~ra, «imagi-
nero». Tal artesano pasa por todo el proceso de auto-purificación y culto, de visuali-
zación mental e identificación de la consciencia con la forma evocada, y sólo enton-
ces traslada la forma a la piedra o el metal. Así las fórmulas de éxtasis devienen las
prescripciones por las que el artesano trabaja, y como tales se incluyen comúnmente
en los Ðilpa Ð~stras, la literatura técnica del artesanado. Estos libros a su vez pro-
porcionan datos inestimables para el moderno estudiante de la iconografía.
La producción técnica está pues ligada al método psicológico conocido como yo-
ga. En otras palabras, el artista no recurre a modelos sino que usa una construcción
mental, y esta condición explica suficientemente el carácter cerebral del arte, que ca-
da uno habrá observado por sí mismo. En palabras del enciclopedista Ðukrâc~rya,
«Uno debe erigir en los templos las imágenes de los ángeles que son los objetos de
su devoción, por visión mental de sus atributos; los lineamientos propios de las imá-
genes, se prescriben a fin de que se obtenga el pleno cumplimiento de esta visión de
yoga; por lo tanto el imaginero mortal debe recurrir a la visión extática, pues así y no
de otro modo, y ciertamente no por la percepción directa, ha de alcanzarse el fin»
(traducido también arriba, pág. 95, en palabras ligeramente diferentes).
Las características propias de las imágenes se elucidan además en los Ðilpa
Ð~stras por una serie de cánones conocidos como t~lam~na o pram~na, en los que se
prescriben las proporciones ideales propias a las diferentes deidades, ya se les conci-
ba como Reyes del Mundo, o de otro modo. Estas proporciones se expresan en los
términos de una unidad básica, de la misma manera que nosotros hablamos de una
figura como de tantas «cabezas»; pero la medida india correspondiente es la de la
«cara», desde el pelo en la frente hasta la barbilla, y los diferentes cánones se desig-
nan por lo tanto como de Diez caras, de Nueve caras, y descendiendo así hasta el ca-
non de Cinco caras conveniente para las deidades menores del tipo de los enanos.
Estas proporciones ideales corresponden al carácter del aspecto del ángel que ha de
representarse, y completan la exposición de este carácter manifestado además por
medio de la expresión facial, los atributos, el vestido o el gesto. Y como dice tam-
bién Ðukrâc~rya (ver también versiones más literales arriba, Cap. IV). «Sólo una
imagen hecha de acuerdo con el canon puede llamarse bella; algunos pueden pensar
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que es bello aquello que corresponde a su propia fantasía, pero lo que no está de
acuerdo con el canon no es bello para el ojo que discierne». Y nuevamente, «Incluso
la imagen desfigurada de un ángel ha de ser preferida a la de un hombre, por muy
atractiva que sea esta última»; porque las representaciones de los ángeles son medios
para fines espirituales, no así las que sólo son semejanzas de individuos humanos.
«Cuando la consciencia se aviene al reposo en la forma (nama, «nombre», «idea») y
ve sólo la forma, entonces, mientras reposa en la forma, la percepción aspectual está
suspendida y sólo queda la referencia; uno alcanza entonces el mundo-sin-
percepción-aspectual, y con una práctica continuada alcanza la liberación de todos
los obstáculos, deviniendo adepto»5. Aquí, con un lenguaje distinto al nuestro, se
contrastan el arte ideal y el arte realista: uno es un medio para la consecución de una
consciencia más plena, el otro es meramente un medio para el placer. Así también
podrían defenderse las limitaciones anatómicas de Giotto contra el encanto humano
de Rafael.
Debe comprenderse además que las imágenes difieren grandemente en el grado
de su antropomorfismo. Algunas son meramente símbolos, como cuando el árbol
Bodhi se usa para representar al Buda en el tiempo de la Iluminación, o cuando sólo
se representan los pies del Señor como objetos de culto. Un tipo iconográfico muy
importante es el del yantra, usado especialmente en los sistemas Ð~kta; aquí nos ve-
mos con una forma puramente geométrica, a menudo, por ejemplo, compuesta de
triángulos entrelazados, que representan los aspectos masculino y femenino, estático
y cinético del Dos-en-Uno. Además, las imágenes completas pueden ser avyakta, no
manifiestas, como un lingam; o vyaktâvyakta, parcialmente manifiestas, como en el
caso de un mukha-lingam;, o vyakta, plenamente manifiestas, como en los tipos «an-
tropomórficos» o parcialmente teriomórficos6. En último análisis, todas éstas son
formas igualmente ideales y simbólicas.
En el uso efectivo de una imagen material, debe recordarse siempre que ésta debe
ser preparada para el culto con una ceremonia de invocación (~vahana) y si se desti-
nara sólo a un uso temporal, subsecuentemente debe ser desacralizada con una fór-
mula de despedida (visarjana). Cuando no está en pãj~, es decir, antes de la consa-
gración o después de la desacralización, la imagen no tiene más carácter sacrosanto
que cualquier otro objeto material. No debe suponerse que con la invocación y la
despedida, se hace venir o partir a la deidad, pues la omnipresencia no se mueve; es-
tas ceremonias son en realidad proyecciones de la propia actitud mental del adorador
hacia la imagen. Con la invocación se anuncia a sí mismo su intención de usar la
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imagen como un medio de comunión con el Ángel; con la despedida anuncia que su
servicio se ha completado, y que ya no considera a la imagen como un lazo entre él
mismo y la deidad.
Sólo por un cambio de punto de vista, equivalente psicológicamente a una tal de-
sacralización formal, el adorador, que naturalmente considera el icono como una uti-
lidad devocional, llega a considerarle como una mera obra de arte que, como tal, ha
de ser estimada solo desde el punto de vista de la sensación. Inversamente, el estéti-
co y Kunsthistoriker moderno, que se interesa sólo en las superficies y sensaciones
estéticas, es incapaz de concebir la obra como el producto necesario de una determi-
nación dada, es decir, como dotada de un propósito y una utilidad. De estos dos, el
adorador, para quien se hizo el objeto, está más cerca de la raíz de la cuestión que el
esteta que se esfuerza en aislar la belleza de la función7.
136
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1
Ver mi Mediaeval Sinhalese Art (1908), pp. 70-75.
2
Cf. Pope, G. U., The Tiruv~cagam (Oxford, 1900), p. XXXV.
3
Cf. la Hermeneia de Athos, § 445, citado por Fichtner, Wandmalerein der At-
hosklöster (1931), p. 15: «Todo el honor que rendimos a la imagen, lo referimos al
Arquetipo, es decir, a Aquél de Quien ella es la imagen… De ninguna manera hon-
ramos los colores o el arte, sino al arquetipo en Cristo, que está en los Cielos. Pues
como dice Basilio, la honra de una imagen pasa a su prototipo». Cf. nota 43 del capí-
tulo. I.
4
«Es para el beneficio (artha) de los adoradores (up~saka) (y no por ninguna ne-
cesidad intrínseca) por lo que el Brahman —cuya naturaleza es inteligencia (cin-
maya), aparte de quien no hay ningún otro, que es indiviso e incorporal— es conce-
bido aspectualmente (rãpa-kalpan~)», R~môpanisad, texto citado por Battacharya,
Indian Images, p. XVII. Es decir, la imagen, como en el caso de cualquier otra «dis-
posición de Dios», tiene una validez meramente lógica, no absoluta. La «adoración»
(up~sana) se ha definido como una «operación intelectual (m~nasa-vy~para) con
respecto al Brahmán con cualidades-atribuídas (saguna)».
5
Versos citados en el TrimÑik~ de Vasubandhu; ver Bibliothèque de l’École des
Hautes Études, fasc. 245, 1925, y Lévi, «Matériaux por l’Étude du Sytème Vijñap-
tim~tra», ídem., fasc. 260 (París, 1932), p. 119.
6
La etapa de la manifestación parcial se compara a la del «florecimiento» de una
pintura. El término «florecer» (unm§l) se usa para describir el «surgimiento» de una
pintura según se van aplicando gradualmente los colores (MaheÑvarânanda, Mahârt-
hamañjar§, p. 44, y mi «Further References to Indian Painting», Artibus Asiae, p.
127, 1930-1932, item 102).
7
Cf. mi «Hindu Sculpture», en the league, vol. V, nº 3 (New York, 1933).
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GLOSARIO SÁNSCRITO
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harana, plagio.
harsa, delectación.
hrd, hrdaya, corazón, el ser entero (sensible e inteligente); alma; Sí Mismo, Brah-
mán.
itih~sa, narrativa, historia.
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jagac-citra, pintura del mundo, visión del Universo aparte del tiempo.
j§va, j§vâtman, individuo, sí mismo, alma.
j§van-mukta, el que ha alcanzado la liberación espiritual, pero que está todavía mani-
festado en forma humana.
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prâna, espiración, soplo de vida, pneuma; en chino ch’i; la vida como procesión,
emanación. En plural, los diferentes soplos de vida en las especies individua-
les.
prati-, un prefijo; hacia, contra, en contra.
prati-bh~, visión, imaginación, facultad poética.
prati-bimba, representación; -vat, qu~ representación.
prat§ka, símbolo.
prati-krti, retrato; ~krti, ~kara.
pratim~, imagen, semejanza; -k~raka, imaginero.
pratîti, auto-inteligibilidad, intuición o manifestación clara (de rasa).
prati-vihita, determinado (√ dh~).
pratyaksa, «ante el ojo», evidente, objetivo, perceptible; observación empírica; como
el modelo, fiel a la Naturaleza; semiótico. Cf. paroksa.
prayojana, uso, aplicación, propósito, intención, tema; cf. artha.
pãj~, oficio, ritual; pãjya, que ha de rendírsele culto.
purusa, persona, personalidad. Distinguido de j§va, individuo.
purusârtha, valor, el significado o propósito de la vida; los Cuatro Fines de la Vida,
a saber, dharma, artha, k~ma, moksa. La ventaja que se deriva del trabajo rea-
lizado, en distinción de kratvartha, el bien de la obra que ha de hacerse.
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rãpa, figura, figura natural, semejanza, color, hermosura; imagen, efigie, apariencia;
símbolo, forma ideal; medios de discriminación convencional (ver n~ma-rãpa).
(Cf. vi-rãpa, que tiene dos formas, vario, alterado, deformado, feo; y a-rãpa,
no formado, transcendental).
rãpa-k~ra, imaginero (hacedor de imágenes).
rãpa-sobh~, belleza representada.
rãpya, bello, bien proporcionado; formal.
rutârtha, sonido y sentido.
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v~c (v~k-, v~g-), voz (como función); lenguaje (como discriminación, palabra exte-
rior); palabra interior, Logos; sabiduría.
vaidagdhya, pericia.
v~kya, palabra, frase; expresión.
v~rana, muro, barrera, cercado; obstáculo (por ejemplo, prejuicio, interés, apetito).
varna, color, sonido; escala, paleta.
varnan§ya, ser descrito o expresado; digno de elogio (tema).
varnik~-bhanga, distribución del color.
vartan~, pali vattana, sombreado, es decir, modelado plástico, en la pintura.
vartik~, pincel.
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LISTA DE CARACTERES
CHINOS
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* - Los números de los caracteres son los del Chinese-English Dictionary de Giles,
donde pueden encontrarse fácilmente, y considerarse los matices del significa-
do.
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TABLA DE MATERIAS
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