Funciones Del Yo Piel
Funciones Del Yo Piel
Funciones Del Yo Piel
com/excesos/02-a-
02.htm 2001
Extraído de:
El yo-piel
Didier Anzieu
Biblioteca Nueva. Madrid, 1998
1) Lo mismo que la piel cumple una función de sostenimiento del esqueleto y de los
músculos, el Yo-piel cumple la de mantenimiento del psiquismo. La función
biológica se ejerce por lo que Winnicott (5) llamó holding; es decir, por la forma en
que la madre sostiene el cuerpo del bebé. La función psíquica se desarrolla por
interiorización del holding materno. El Yo-piel es una parte de la madre—
especialmente sus manos—que ha sido interiorizada y que mantiene el
funcionamiento del psiquismo, al menos durante la vigilia, de la misma forma que la
madre mantiene en ese mismo tiempo el cuerpo del bebé en un estado de unidad y de
solidez. La capacidad del bebé para mantenerse psíquicamente a sí mismo condiciona
el acceso a la posición de sentado, después a la de de pie y a la de marcha. El apoyo
externo sobre el cuerpo materno conduce al bebé a adquirir el apoyo inferno sobre su
columna vertebral, como una espina sólida que le permite ponerse derecho. Uno de los
núcleos que anticipan el Yo consiste en la sensación-imagen de un falo interno materno
o, más generalmente, parental, que asegura al espacio mental, en vías de constituirse
un primer eje, del orden de la verticalidad y de la lucha contra la pesantez y que
prepara la experiencia de tener una vida psíquica para sí. Adosándose a este eje, el Yo
hace actuar a los mecanismos de defensa más arcaicos, como la escisión y la
identificación proyectiva. Pero solamente puede adosarse a este soporte con toda
seguridad si está seguro de tener en su cuerpo zonas de contacto estrecho y estable
con la piel, los músculos y las palmas de la mano de la madre (y de las personas de su
entorno primario) y, en la periferia de su psiquismo, un circulo reciproco con el
psiquismo de la madre (lo que Sami-Ali (6) ha llamado "inclusión mutua").
Blaise Pascal, tempranamente huérfano de madre, teorizó muy bien en física, después
en psicología y en la apologética religiosa, sobre este horror del vacío interior durante
mucho tiempo atribuido a la naturaleza y sobre esta falta del objeto soporte necesario
al psiquismo para que éste encuentre su centro de gravedad. Francis Bacon pinta en
sus cuadros los cuerpos decadentes a quienes la piel y los vestidos aseguran una
unidad superficial, pero que están desprovistos de esta espina dorsal que mantiene el
cuerpo y el pensamiento: pieles llenas de sustancias más liquidas que sólidas, lo cual
corresponde muy bien a la imagen del cuerpo del alcohólico (7).
Lo que aquí está en juego no es la incorporación fantasmática del pecho nutricio, sino
la identificación primaria con un objeto soporte contra el cual el niño se abraza y que lo
tiene en brazos; es más bien la pulsión de agarramiento o de apego la que encuentra
mayor satisfacción que la libido. La unión, cara a cara, del cuerpo del niño con el
cuerpo de la madre, está vinculada con la pulsión sexual que encuentra satisfacción a
nivel oral en la mamada y en esta manifestación de amor que es el abrazo. Los adultos
que se aman encuentran generalmente este tipo de acoplamiento para dar satisfación
a sus pulsiones sexuales a nivel genital. En cambio, la identificación primaria con el
objeto soporte supone otro dispositivo especial que se presenta con dos variantes
complementarias: Grotstein (8), discípulo californiano de Bion, ha sido el primero que
las ha precisado: espalda del niño contra vientre de la persona objeto-soporte (back-
ground object), vientre del niño contra la espalda de ésta.
En la primera variante, el niño está adosado al objeto soporte que se moldea
ahuecándose sobre él. Se siente protegido por su parte posterior; es la espalda la
única parte de su cuerpo que no se puede ni tocar ni ver. La pesadilla frecuente en los
niños con fiebre, de una superficie que se arruga, se comba, se desgarra, llena de
jorobas y de agujeros, traduce de forma figurativa la espera de la representación
aseguradora de una piel común con el objeto soporte que le sostiene. Esta superficie
que desfallece puede ser interpretada por el soñador como una ondulación de
serpientes, pero seria un error de interpretación el entenderla únicamente como un
símbolo fálico. La presencia de muchas serpientes reptando no tiene el mismo sentido
que la de una serpiente única que se pone derecha. Grotstein cita uno de estos sueños
de una niña pequeña aportado por la madre que se analizaba con él.
«Su hija se despertó en medio de la noche viendo serpientes por todas partes, incluso
en el suelo por el que ella caminaba. Corrió a la habitación de su madre y, saltando
sobre ella, puso su espalda contra el vientre de su madre. Era éste el único sitio donde
podía encontrar consuelo. Aunque la paciente era la madre y no la niña, sus
asociaciones en relación con este acontecimiento establecieron, inmediatamente, el
hecho de que la madre se había identificado con su niña. Era ella la niña pequeña que
deseaba tenderse sobre mi para procurarse el «soporte» (backing), la protección y la
cobertura (rearing) de los que ella se había sentido privada por sus propios padres»
(9).
La segunda posición, la del niño tumbado juntando la parte de delante de su cuerpo a
la espalda de la persona que cumple para él la función de objeto soporte, aporta al
interesado la sensación sentimiento de que la parte más apreciada y frágil de su
cuerpo, es decir, su vientre, está protegida detrás de la pantalla protectora, el para-
excitación originario que es el cuerpo de este otro mantenedor. Esta experiencia
empieza generalmente con uno u otro de los padres (incluso con ambos); puede
continuar durante bastante tiempo con un hermano o hermana con quien el niño
comparte la cama. (Hasta su psicoanálisis con Bion, Samuel Beckett no era capaz de
vencer la angustia del insomnio si no dormía unido a su hermano mayor). Una de mis
pacientes, educada por una pareja de padres violentos y desunidos, encontraba su
seguridad interior, hasta la prepubertad, durmiéndose así pegada a su hermana
pequeña, con quien compartía la cama. Aquella de las dos que tuviera más miedo
«hacía de silla» (ésta era su expresión) para acoger y abrazar contra ella el cuerpo
tranquilizador de la otra. Durante toda una fase de su análisis su transferencia me
invitaba implícitamente, a mi también, a hacer de silla: me reclamaba la alternancia de
mis asociaciones libres con las suyas, la confesión de mis pensamientos y
sentimientos, de mis angustias; me proponía el acercamiento de su cuerpo, sin
comprender por qué yo rechazaba el que ella viniera a sentarse sobre mis rodillas.
Tuve que analizar primero como una sexualización defensiva la seducción histérica con
la que ella cubría su petición; después pudimos elaborar su angustia por la pérdida del
objeto soporte.
Grotstein relata otro tipo de ejemplo significativo: «Pacientes en análisis,
frecuentemente, me han contado sueños en los que ellos conducían un coche desde el
asiento de atrás. Las asociaciones a estos sueños conducían, casi invariablemente, a la
noción de tener un «soporte» (backing) defectuoso y, como consecuencia, una
dificultad para la autonomía». Grotstein propone incluso un juego de palabras
intraducible: porque el objeto-soporte está «detrás» o «debajo» (he under stands),
proporciona el paradigma de la «comprensión» (understanding)
2) A la piel, que recubre la superficie entera del cuerpo y que es donde se insertan
todos los órganos de los sentidos externos, responde la función de continente del Yo-
piel. Esta función se ejerce principalmente por el handling materno. La sensación-
imagen de la piel como saco se despierta en el bebé por los cuidados del cuerpo que,
de acuerdo con sus necesidades, le procura la madre. El Yo-piel como representación
psíquica emerge de los juegos entre el cuerpo de la madre y el cuerpo del niño, así
como de las respuestas de la madre a las sensaciones y a las emociones del bebé;
respuestas gestuales y vocales, porque la envoltura sonora refuerza entonces la
envoltura táctil, respuestas de carácter circular en las que las ecolalias y las ecopraxias
del uno imitan las del otro, respuestas que permiten al niño pequeño experimentar
progresivamente esas sensaciones y esas emociones independientemente, sin sentirse
destruido. R. Kaes (10) distingue dos aspectos de esta función. El «continente»
propiamente dicho, estable e inmóvil, se ofrece como receptáculo pasivo para ser
depósito de las sensaciones-imágenes-afectos del bebé, neutralizadas y conservadas
así. El «continente» corresponde al aspecto activo, a la ensoñación materna según
Bion, a la identificación proyectiva, al ejercicio de la función alfa que elabora,
transforma y restituye al interesado sus sensaciones-imágenes-afectos ya
representables.
Lo mismo que la piel envuelve todo el cuerpo, el Yo-piel pretende envolver todo el
aparato psíquico, pretensión que parece abusiva pero que al principio es necesaria . En
este caso , el Yo- pi el está representado como corteza y el Ello pulsional como núcleo,
teniendo cada uno de los dos términos necesidad del otro. El Yo-piel solamente es
continente si tiene pulsiones que contener, que localizar en las fuentes corporales, y,
más tarde, que diferenciar. La pulsión no se siente como empuje, como fuerza motriz,
si no encuentra limites y puntos específicos de inserción en el espacio mental en el que
se despliega, sino solamente si su fuente se proyecta en las regiones del cuerpo
dotadas de una excitabilidad especial. Esta complementariedad de la corteza y del
núcleo es el fundamento del sentimiento de la continuidad del Sí-mismo.
Dos formas de angustia dan respuesta a la carencia de esta función contenedora del
Yo- piel. La angustia de una excitación pulsional difusa, permanente, esparcida, no
localizable, no identificable, no apaciguable, que traduce una topografía psíquica por
un núcleo sin corteza; el individuo busca una corteza sustitutiva en el dolor físico o en
la angustia psíquica; se envuelve en el sufrimiento. En el segundo caso, la envoltura
existe, pero su continuidad está interrumpida por agujeros. Es un Yo-piel colador; los
pensamientos, los recuerdos se conservan con dificultad; huyen. La angustia de tener
un interior que se vacía es considerable, especialmente la de la agresividad necesaria a
toda afirmación de si. Estos agujeros psíquicos pueden instalarse en los poros de la
piel: la próxima observación de Getsemani (11) nos muestra a un paciente que
transpira durante las sesiones y que lanza de este modo, sobre su psicoanalista, una
agresividad nauseabunda que no puede ni retener ni elaborar, en tanto que su
representación inconsciente de un Yo-piel colador no haya sido interpretada.
5) La piel es una superficie que contiene bolsas, cavidades donde se alojan los órganos
de los sentidos que no son los del tacto (que están insertados en la misma epidermis).
El Yo- piel es una superficie psíquica que une las sensaciones de distintas naturalezas y
que las destaca como figuras sobre este fondo originario que es la envoltura táctil:
esta es la función de intersensorialidad del Yo-piel, que desemboca en la constitución
de un «sentido común» (el sensoriam commune de la filosofía medieval), cuya
referencia básica se realiza siempre por medio del tacto. La angustia de
fraccionamiento del cuerpo responde a la carencia de esta función; más precisamente,
la del desmantelamiento (17), es decir, la de un funcionamiento independiente
anárquico de los distintos órganos de los sentidos. Más adelante mostraré el papel
decisivo de la prohibición del tocar, cuando me refiero a la envoltura táctil continente
del espacio intersensorial que prepara la simbolización. En la realidad neurofisiológica
es en el encéfalo donde se efectúa la integración de las informaciones que provienen
de los diversos órganos de los sentidos; la intersensorialidad es, pues, una función del
sistema nervioso central o, más globalmente, del ectodermo (de donde parten
simultáneamente la piel y el sistema nervioso central). En la realidad psíquica, por el
contrario, este papel se ignore y existe una representación imaginaria de la piel como
telón de fondo, como superficie originaria sobre la cual se despliegan las
interconexiones sensoriales.
6) La piel del bebé es objeto de carga libidinal de la madre. El alimento y los cuidados
se acompañan de contactos piel a piel, generalmente agradables, que preparan al
autoerotismo y que sitúan los placeres de piel como telón de fondo habitual de los
placeres sexuales. Estos se localizan en ciertas zonas eréctiles o en ciertos orificios
(excrecencias y bolsas) donde la capa superficial de la epidermis es más delgada, por
lo que el contacto directo con la mucosa produce una sobreexcitación. El Yo-piel
cumple la función de superficie de sostén de la excitación sexual, superficie en la que,
en el case de un desarrollo normal, se pueden localizar zonas erógenas, reconocer la
diferencia de sexos y su complementariedad. El ejercicio de esta función puede ser
autosuficiente: el Yo-piel capta la carga libidinal en toda su superficie y se convierte en
una envoltura de excitación sexual global. Esta configuración es el fundamento de la
teoría sexual infantil sin duda más arcaica, según la cual la sexualidad se limita a los
placeres del contacto piel con piel y el embarazo se produce por un simple abrazo
corporal y por un beso. A falta de una descarga satisfactoria, esta envoltura de
excitación erógena puede transformarse en envoltura de angustia
Si la carga de la piel es más narcisistica que libidinal, la envoltura de excitación puede
reemplazarse por una envoltura narcisística brillante, como para conceder a su
poseedor la invulnerabilidad , inmortal y heroica.
Si el sostenimiento de la excitación sexual no está asegurado, el individuo convertido
en adulto no se siente con la seguridad suficiente para comprometerse en una relación
sexual complete que desemboque en una satisfacción genital mutua.
Si las excrecencias y los orificios sexuales son lugar de experiencias halógenas más
que erógenas, la representación de un Yo-piel agujereado se encuentra reforzada, la
angustia persecutoria aumentada, la predisposición a las perversiones sexuales que
pretenden convertir el dolor en placer acrecentada.
7) A la piel, como superficie de estimulo permanente del tono sensomotor por las
excitaciones externas, responde la función del Yo-piel de recarga libidinal del
funcionamiento psíquico, de mantenimiento de la tensión energética interna y de su
distribución desigual entre los subsistemas psíquicos (18). Los fallos de esta función
producen dos tipos antagónicos de angustia: la angustia de la explosión del aparato
psíquico bajo el efecto de la sobrecarga de excitación (la crisis epiléptica, por ejemplo,
cf. H. Beauchesne, 1980); la angustia de Nirvana, es decir, la angustia ante lo que
sería la realización del deseo de una reducción de la tensión cero.
8) La piel, con los órganos de los sentidos táctiles que contiene (tacto, dolor, calor-frio,
sensibilidad dermatóptica), proporciona informaciones directas sobre el mundo exterior
(que inmediatamente son recuperadas por el «sentido común» con las informaciones
sonoras, visuales, etc.). El Yo-piel realiza la función de inscripción de huellas
sensoriales táctiles, función de pictograma según Piera Castoriadis Aulagnier (19), de
escudo de Perseo que remite en espejo una imagen de la realidad según F. Pasche
(20). Esta función está reforzada por el entorno materno, en la medida en que realiza
su papel de «presentación del objeto» (21) en relación con el niño pequeño. Esta
función del Yo-piel se desarrolla con un doble apoyo, biológico y social. Biológico: un
primer dibujo de la realidad se imprime en la piel. Social: la pertenencia de un
individuo a un grupo social está marcada por incisiones, escarificaciones, pinturas,
tatuajes, maquillajes, peinados y sus dobles, que son los vestidos. El Yo-piel es el
pergamino originario que conserva, a la manera de un palimpsesto, los.garabatos
tachados, raspados, sobrecargados de una escritura «originaria» preverbal, hecha de
trazas cutáneas.
Una primera forma de angustia relativa a esta función es la de estar marcado en la
superficie del cuerpo y del Yo por inscripciones infamantes e indelebles que tienen su
origen en el Superyó (Los rubores, el eczema, las heridas simbólicas, según Bettelheim
(22), la máquina infernal de la Colonia Penitenciaria de Kafka (1914-1919) que graba
en la piel del condenado, en letras góticas, hasta la muerte, el articulo de l código que
éste ha transgredido) . La angustia en verse se refiere al peligro de desaparición de las
inscripciones por efecto de su saturación, esto es, la pérdida de la capacidad de fijar
las huellas, en el sueño, por ejemplo. La película que permite el desarrollo de los
sueños propone entonces al aparato psíquico la imagen visual de un Yo-piel restituido
en su función de superficie sensible.
El caso, bastante excepcional, del Señor M;, aportado por Michel de M'uzan (31) con
anterioridad a mi primer artículo sobre el Yo-piel (32), no corresponde a una indicación
de cura psicoanalítica, por lo que fue objeto de sólo dos entrevistas con este colega. Mi
perspectiva de las nueve funciones del Yo-piel permite reinterpretarlo con
posterioridad, poniendo en evidencia la alteración de la casi totalidad de las funciones
del Yo-piel (el inventario que de ellas hago queda así indirectamente validado) en los
casos graves de masoquismo y la necesidad de recurrir a prácticas perversas para
restablecer estas funciones.
Para el Señor M., que no sin razón es radioelectricista, la función de sostenimiento está
artificialmente asegurada por la introducción de trozos de metal y de vidrio bajo toda
la piel (se trata, pues, aquí, de una segunda piel ya no muscular, sino metálica),
fundamentalmente de agujas en los testiculos y el pene, de dos anillos de acero
colocados respectivamente en la extremidad de la verga y en el origen de las bolsas,
de tiras cortadas de la piel de la espalda con la finalidad de suspender al Señor M. de
unos ganchos de carnicero, mientras que un sádico le sodomiza.
Los fallos de la función de continente del Yo-piel, son materializados no solamente por
las innumerables cicatrices de quemaduras y de desgarros esparcidos por toda la
superficie del cuerpo, sino también por el cepillado de ciertas excrecencias (seno
derecho arrancado, dedo pequeño del pie derecho cortado con la sierra de metal), por
el taponamiento de algunos agujeros (ombligo lleno de plomo fundido), por el
alargamiento artificial de algunos orificios (ano, fondo del glande). Esta función de
continente se restablece por la instauración repetitiva de una envoltura de sufrimiento,
gracias a la gran diversidad, ingeniosidad y crueldad de los instrumentos y de las
técnicas de tortura: la fantasía de la piel arrancada debe ser reavivada
permanentemente, en el masoquista perverso, para que pueda reapropiarse de un Yo-
piel.
La función de para-excitación está tan mal realizada que llega al punto limite
irreversible en el que el peligro resulta mortal para el organismo. El señor M. siempre
ha salido intacto de esta situación limite (no ha tenido ni una enfermedad grave ni la
locura), mientras que su joven esposa, con quien hizo el descubrimiento mutuo de las
perversiones masoquistas, murió de agotamiento consecutivo a los malos tratos
soportados. El señor M. puja muy alto jugando a un juego de desafío a la muerte.
La función de individuación del Si-mismo sólo puede realizarse dentro del sufrimiento
físico (las torturas) y moral (las humillaciones); la introducción sistemática de
sustancias no orgánicas bajo la piel, la ingestión de materias repugnantes (la orina,
los excrementos del compañero) muestran la fragilidad de esta función; la distinción
del cuerpo propio y de los cuerpos extraños se pone en tela de juicio sin cesar.
La función de intersensorialidad es, sin duda, la que mejor se respeta (lo que
explica la excelente adaptación profesional y social del señor M.).
La función de sostén de la excitación sexual y la de recarga libidinal del Yo-piel
están igualmente preservadas y activadas, mas al precio de los sufrimientos limite
que acabamos de evocar. El señor M. no sale ni abatido ni deprimido de sus
sesiones de prácticas perversas, ni simplemente cansado: Las sesiones lo tonifican.
No llega a la satisfacción sexual ni penetrando ni siendo penetrado, sino, al
principio, por la masturbación, después sólo por el espectáculo de escenas
perversas (por ejemplo, la de su mujer sufriendo la crueldad de un sádico),
acompañado de una excitación de toda su piel sometida también a castigos. «Toda la
superficie de mi cuerpo era excitable por medio del dolor.» «La eyaculación llegaba en
el momento en el que el dolor era más fuerte... después de la eyaculación, sufría sin
más» (33).
La función de inscripción de los signos está sobreactivada. Numerosos tatuajes cubren
el cuerpo entero, exceptuando la cara; por ejemplo, sobre las nalgas: «Cita con las
buenas colas»; sobre los muslos y el vientre: «Viva el masoquismo», «Soy una perra
cachonda», «Servíos de mi como de una hembra, os lo pasaréis muy bien», etc. (34).
Todas estas inscripciones atestiguan una identificación específica con la anatomía
femenina, con erogenización del conjuto de la superficie de la piel, y la invitación a
hacer gozar al compañero por diversos orificios (boca, ano) por los que él mismo no
goza.
Finalmente, la función que he llamado tóxica del Yo-piel (es decir, autodestructiva)
llega al paroxismo. La piel se convierte en la fuente y el objeto de los procesos
destructores. Pero la escisión de las pulsiones de vida y de las de muerte no es más
que pasajera, a diferencia de las psicosis, en las que es definitiva. En el momento en
que el juego con la muerte se convierte en suicida, el compañero detiene sus malos
tratos, la libido opera una vuelta a la cargo «salvaje», y el Señor M. puede disfrutar.
Ha tenido siempre, al menos, bastante olfato psicológico para elegir a tales
compañeros: «El sádico se desinfla siempre en el último momento», cuenta (35).
Deseo de omnipotencia, comenta Michel de M'Uzan. Quiero precisar: la búsqueda de
una omnipotencia en la destrución es, para el masoquista perverso, la condición para
acceder a una fantasía de omnipotencia erótica, necesaria para desencadenar el
placer: la piel no está completamente arrancada, las funciones del Yo-piel no están
irreversiblemente destruidas, su recuperación realizada in extremis en el momento de
su pérdida, produce una «asunción jubilosa» mucho más intensa (porque es a la vez
corporal y psíquica) que la descrita por Lacan en el estadio del espejo, pero cuya
economía narcisista es también evidente.
Espero haber demostrado que estos mecanismos de defensa, de sobra conocidos
(escisión de la pulsión, vuelta contra si mismo, vuelta de lo escindido, sobrecarga
narcisística de funciones psíquicas y orgánicas heridas) sólo funciona con tal eficacia en
un Yo-piel especial que provisionalmente ha adquirido las nueve funciones
fundamentales, que revive repetitivamente una fantasía de piel arrancada y el drama
de la pérdida de la casi totalidad de estas funciones para obtener, igualmente, un
placer con la exaltación de sus reencuentros. La fantasía (necesaria para la evolución
hacia una autonomía psíquica) de tener una piel propia permanece profundamente
culpabilizada por la fantasía previa de que es necesario tomarla de otro para tenerla
para si, y de que es mejor aún dejársela tomar por el otro para proporcionarle placer y
para, finalmente, obtenerlo para sí mismo.
Notas: