Este documento resume la historia del ajedrez en México a finales del siglo XIX, destacando a tres maestros notables: Mariano Eguiluz, un barbero con un talento natural para el ajedrez; Antonio Escontría, un platero con un estilo más sólido y paciente; y Lázaro Reyna, un jugador azteca que vivía de jugar partidas por pequeñas cantidades de dinero. El documento también menciona a otros jugadores notables de la época y describe el declive de estos tres maestros pioneros del aj
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Este documento resume la historia del ajedrez en México a finales del siglo XIX, destacando a tres maestros notables: Mariano Eguiluz, un barbero con un talento natural para el ajedrez; Antonio Escontría, un platero con un estilo más sólido y paciente; y Lázaro Reyna, un jugador azteca que vivía de jugar partidas por pequeñas cantidades de dinero. El documento también menciona a otros jugadores notables de la época y describe el declive de estos tres maestros pioneros del aj
Este documento resume la historia del ajedrez en México a finales del siglo XIX, destacando a tres maestros notables: Mariano Eguiluz, un barbero con un talento natural para el ajedrez; Antonio Escontría, un platero con un estilo más sólido y paciente; y Lázaro Reyna, un jugador azteca que vivía de jugar partidas por pequeñas cantidades de dinero. El documento también menciona a otros jugadores notables de la época y describe el declive de estos tres maestros pioneros del aj
Este documento resume la historia del ajedrez en México a finales del siglo XIX, destacando a tres maestros notables: Mariano Eguiluz, un barbero con un talento natural para el ajedrez; Antonio Escontría, un platero con un estilo más sólido y paciente; y Lázaro Reyna, un jugador azteca que vivía de jugar partidas por pequeñas cantidades de dinero. El documento también menciona a otros jugadores notables de la época y describe el declive de estos tres maestros pioneros del aj
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APUNTES SOBRE LA HISTORIA DEL AJEDREZ EN MÉXICO.
MÉXICO AL FINAL DEL SIGLO XIX.
PARTE I Por MI. Raúl Ocampo Vargas.
Desde la amable República Argentina varios lectores de nuestros “Apuntes” nos
han proporcionado importantes datos. El lejano pariente Manuel Ocampo, desde Mar del Plata nos recuerda un artículo publicado en “El Ajedrez Americano” en Buenos Aires en 1933, así como Mario Antonelli Fruvas nos manda artículos de José Martí y Andrés Clemente Vázquez sobre la actividad de ajedrez en los finlaes del siglo XIX, así como multiples datos biográficos de Mariano Eguiluz y del mismo Clemente Vázquez. Realmente la magia del INTERNET ha funcionado y desde Argentina nos han enviado nada menos que diez documentos sumamente importantes, lo cual nos hace retomar un tema, que por otro lado me es tan agradable. La revista “El Ajedrez Americano” fué una obra sumamente notable, que nos constata la tradición centenaria de amor por el Ajedrez de la hermana República Argentina. Algunos ajedrecistas con conocimientos superficiales piensan que en la Argentina se desarrolló el ajedrez a partir de la Olimpíada de 1939, con la rica inmigración que se suscitó al coincidir con el estallamiento de la Segunda Guerra Mundial. Indiscutiblemente fue en parte así; pero para esos momentos ya la Argentina era uno de los centros más importantes del ajedrez en el mundo hispano. Baste citar la organización del Campeonato Mundial en 1927, cuando nace “El Ajedrez Americano”; y la organización de la misma Olimpíada de 1939. Roberto Grau ha sido maestro de muchas generaciones de jugadores hispanoamericanos que fueron devotos de su “Tratado General de Ajedrez”. Su labor por el desarrollo del ajedrez argentino fue decisivo en los años treinta y su revista "El Ajedrez Americano” tenía una calidad que no ha sido superada. Preparando un artículo especial sobre la GM Claudia Amura, casada con el GM mexicano Gilberto Hernández, revise los ejempares del 165 al 215 de Ajedrez de Estilo, que contiene artículos mágnificos, pero no pude menos que compararlos, los ejemplares, no los artículos, con los de “El Ajedrez Americano” de 1927 a 1935. Asimismo revise varias revistas argentinas y uruguayas, así como diversas de México y de Venezuela de los años treintas a los setentas y realmente “El Ajedrez Americano” tenía una calidad aún superior. Varias veces oí del mismo Fischer que Oscar Panno y Najdorf tenían trabajos insuperables, lo que constaté; lo mismo los artículos de Diego Adla, Claudia Amura y Juan Morgado. Pero Roberto Grau mostró un camino y señalo un rumbo que fue parteaguas en el Ajedrez Argentino. Regresando a nuestro tema principal, el artículo que me permito extraer de Adolfo Marquéz Sterling, tío de Don Manuel y publicado en 1933 en “El Ajedrez Americano” me parece sumamente valioso para el acervo de la historia del Ajedrez en mi país. TRES MAESTROS DE AJEDREZ. Pequeña Reseña de la Historia del Ajedrez de México. Por Adolfo Marquéz Sterling.
El ajedrez en México ha tenido entre sus grandes cultores a un barbero, a un
platero y a un mendigo. Señalo el hecho por curioso; y además porque demuestra cómo es nivelador, en el orden social, el juego ciencia. A fines del año 1891 el Club de Ajedrez de México, muy concurrido durante las frías noches de la capital azteca, era un saloncito estrecho y poco confortable a donde concurrían los aficionados fuertes de aquella ciudad que tanto parecido guarda con Buenos Aires; y en ese saloncito, en el que a veces no cabían las personas que lo frecuentaban, era contiguo a la barbería del viejo Mariano Eguiluz, el más genial de los ajedrecistas a quienes he aludido al comenzar estos recuerdos. Sin embargo, entre los jugadores de la barbería figuraban un ministro, Fernández, los jueces Luzuriaga, Horcasitas y Nieto, que llegó a ser campeón de México; el jefe del Archivo General de la Nación, Don Justino Rubio; el diputado Juan A. Mateos y otras personalidades sobresalientes. El Barbero Eguiluz. (Nota de R.Ocampo: ampliaremos la nota con un artículo de Andrés Clemente Vázquez y con partidas en la base de datos adjunta). El barbero Eguiluz carecía de estudios; su práctica era su fuerza; su golpe de vista y la instantánea rapidez de sus combinaciones le presentaban como un aficionado genial. Zukertort, el gran Zukertort, manifestó asombro al conocer algunas partidas de Eguiluz. Escontría, paciencia y perseverancia. Antonio Escontría, platero, hombre más joven y vigoroso que Eguiluz, carecía tal vez de su rapidez de concepción, pero su juego era más sólido y profundo. Entre sí jugaban raras veces. No recuerdo de parte de quien estaba la victoria. Estoy seguro, eso sí, que Escontría representaba la paciencia y la perseverancia; Eguiluz amaba la emboscada, la sorpresa, la tempestad. A plazo largo, el triunfo era sin duda de Escontría. Cuando el viejo barbero, gastado por cerca de setenta años de trabajo, vivía casí retirado del tablero y yo, que era muy joven y entusiasta aficionado, conocedor entonces, de todas las variantes de los libros y de todos los maestros de ajedrez, con mi “teoría” pude hacer frente a la práctica y al talento de mi contrario que, como los jugadores mexicanos de aquel tiempo, lo confiaba todo a sus poderes de combinación. Los “amateurs” y la prensa en general manifestaron gran interés por un match entre él y yo, que después de doce partidas quedó igualado cuatro a cuatro. Reyna, el azteca. Don Lázaro Reyna, el más viejo de los tres maestros, era el ajedrecista “profesional” de México. No sabía hacer otra cosa, ni se había ocupado de más asunto en su larga existencia. Vivía exclusivamente del producto de su tablero, dando ventaja a jugadores de fuerza mediana, a quienes mantenía habilidosamente en calidad de clientela. Apostando pequenísimas cantidades, jugando a pesata o a real la partida, reunía a diario un jornal después de dar sesenta o setenta mates consecutivos. De raza indígena, Don Lázaro era un bello ejemplar: ancho, grande, fuerte, con un rostro de facciones abultadas en el cual traslucían la bondad de su corazón, sencillo. El ajedrez, manejado por él, perdía mucho de su grandeza; llegó a ser en sus manos el arte de ganar una peseta dentro de sesenta y cuatro casillas que se convertían en pobre, mezquino, pero constante manantial. Analfabeto, leía alemán. Don Lázaro no jugaba con los fuertes, porque no era ese su “negocio”; acostumbrado a las combinaciones débiles pero de relumbrón, con que ganaba a los aficionados inferiores. Cuando su contrario era Eguiluz, Escontría o Vázquez se defendía poco y mal; y daba lugar a que los “amateurs” de primera categoría le hicieran brillantes jugadas que han rodado por las revistas de ajedrez. Conocía más teoría que el barbero y el platero. Un ejemplar del “Handbuch”, primera edición, en desastroso estado, era la Biblia a cuya “lectura” consagraba las horas que tenía desocupadas. He encontrado a veces a Reyna por la calle sin sombrero y sin corbata; jamás le ví sin su libro escrito en alemán. Era parte de su persona. En 1889 le hicieron una curiosa proposición: Un concurrente a la Exposición Universal de París quería llevar a Reyna, vestido con traje primitivo, como si fuese azteca de sangre pura, y exhibirlo en el certamen internacional jugando al ajedrez. El tipo de Don Lázaro se prestaba a aquella broma y acaso hubiera sido un éxito. No aceptó; la sola idea de que lo trajeran de plumas, como a un yaqui, era motivo de indignación profunda. Más de 80 años llegó a tener Don Lázaro. Andaba errante por las calles buscando parroquianos, y no los hallaba. Porque su fuerza de jugador se había debilitado por modo extraordinario, los aficionados no encontraban placer en batirse con aquella ruina; su persona no era ya otra cosa que el espectáculo del hambre y la miseria; ¡vivía de la limosna de sus amigos! Al fin, Don Lázaro me visitó una tarde para pedirme “un gran favor”. Quería entrar al Asilo de Mendigos y buscaba mi influencia y la de mis amigos del Club. Y en el Asilo encontró pan y tranquilidad. - “Estoy quejoso del director del Asilo”-, me dijo una vez. - “¿Por qué?- le pregunté. - Porque me llama a su despacho, juega conmigo dos o tres partidas ¡y se niega a interesarlas con una pesetita! Y mire usted, que es una lástima ¡porque siempre le gano dándole la torre!. Pocos días después supe que Don Lázaro había amanecido muerto. Mis ocupaciones, los duros afanes de la vida, el mundo político, el periódico, la literatura me apartaron definitivamente del tablero, al cual consagré mis entusiasmos juveniles. A menudo regresaba a Cuba, mi patria, y de nuevo volvía a México. Cada vez que llegaba a este hermoso país siempre tenía una hora disponible para visitar a mis antiguos camaradas del ajedrez. ¡Y que pocos van quedando! Los tres grandes maestros mexicanos, compañeros y en cierto modo discípulos de Don Andrés Clemente Vázquez, no existen ya. El mismo Vázquez se fue también para siempre. Después de Reyna repentinamente falleció el autor de “El Ajedrez Crítico”. ¡Había estado en el “Unión Club” de La Habana jugando al ajedrez toda la tarde! Llegó a su casa, feliz hogar en donde la esposa y las dos hijas secundaban al maestro en intelectualidad (Vázquez fue literato ilustre, juriconsulto eminente, profesor de Derecho Diplomático) y cinco minutos después les decía adios a los seres que tanto amaba. (Nota de R. Ocampo. Posteriormente incluiré el obituario publicado por Juan Corzo, proporcionado por el nieto del distinguido ajedrecista cubano Alejandro Meylán). La agonía fue cosa de instantes. A la muerte de Vázquez siguió la de Escontría, hombre de buena edada que, trocando su arte de platero por el oficio de “ajedrecista”, era ya “profesional”. Hace poco menos de un año visité en México a Eguiluz. Ya no tenía salón de ajedrez. Su barbería, reducida a la más mínima expresión, era un establecimiento pobre e insignificante. “¿Qué edad tiene usted Don Mariano?” le pregunté. “Setenta y uno” me contestó. Se quitaba algunos años. Y eso que a su vejez atribuía la necesidad de abandonar el arte de ajedrecista y el de barbero. ¡Acaba de morir también! Y con ellos ha desaparecido Enrique Caloca, joven meritísimo, que en poco tiempo se hizo tan fuerte en el tablero como sus maestros; el juez Nieto, heredero del cetro que dejó Escontría, y otros brillantes ajedrecistas “de mi tiempo”. Casí puedo asegurar que solo queda el atleta Justino Rubio, que fuera vocal del Club de Ajedrez de México en 1891, alto funcionario de la administración mexicana, fogoso en el ataque, irresistible cuando las musas le sonríen inspirándole ideas propias de Morphy. El Club de ajedrez al salir de la barbería, buscó lugares más altos, de un rango social más elevado; y nunca la situación ha sido más precaria y difícil. Aristocratizar el ajedrez es arruinarlo y desnaturalizarlo. El Club dispone hoy, tal vez, de un buen salón; pero no puede competir con el lujo de aquel Club antiguo, huésped del establecimiento de Eguiluz. El lujo de aquel Club lo constituían tres grandes maestros, humildes y geniales que hasta la fecha en que ésto escribo, no tienen sucesores. El ajedrez es educador; suaviza los instintos más rudos, descubre y cultiva el ingenio, dulcifica el espíritu, hace sutiles y amantes de lo bello y lo generoso a los hombres menos preparados. El barbero Eguiluz no fue un ser vulgar, ni con mucho. Legendaria era su honradez, su firma valía dinero en los Bancos; todo el mundo le respetaba y le quería porque era hombre de bien y porque su inteligencia de ajedrecista en otros órdenes tenía brillantes manifestaciones. El platero Escontría, sin cultura, llegó a parecer un hombre ilustrado; el ajedrez fecundó su mente de tal suerte que los personajes más encumbrados y los cejijuntos intelectuales no desdeñaban su trato cuando caían a su alcance alrededor del tablero. El viejo Reyna, con su aspecto semisalvaje, analfabeto hasta la edad de veinte años, que en su vida no tuvo otro libro que el “Handbuch” escrito en alemán, y que no leía sino adivinaba por ignorar la lengua de Heine y Schiller, llegó a ciertos refinamientos que sólo proporciona la civilización; fue un caballero romántico envuelto en harapos, un espíritu sano y fuerte, inteligente y perspicaz, lleno de dignidad en su miseria, mendigo altivo, con la altivez de un emperador azteca, aunque haya muerto en un Asilo de Ancianos. Al fin y a la postre, eso no es deshonra.
Además del anterior artículo, recibí desde la ciudad de Miami, Florida, un
documento que perteneció al campeón cubano de los años cincuenta Juan Gonzalez , proporcionado por el nieto del Maestro Nacional Alejandro Meylán de Cuba, insigne jugador a quien tuvimos el gusto de conocer en México en 1970. El siguiente artículo fue publicado en el número cinco de la revista mensual de Ajedrez “El Pablo Morphy” editado en la Ciudad de La Habana, Cuba el 15 de mayo de 1892.
UN INSIGNE AJEDRECISTA MEXICANO.
Por Don Andrés Clemente Vázquez.
Cuando nosotros tuvimos la dicha en 1869 de pisar el hospitalario suelo de la
República Mexicana, el más notable ajedrecista de su capital era el Sr. Don Mariano Eguíluz, persona de carácter sumamente amable, de esmeradísima educación, de una modestia rayana con la humildad y de sentimientos tan caritativos, que no sólo pagaba la asistencia a las escuelas, de muchos niños pobres, sino que constantemente tenía adelante de su establecimiento de peluquería y barbería, un verdadero batallón de mendigos, en espera de las limosnas que de allí se daban con evangélico regocijo. Don Marianito, como con singular cariño le decían todos sus amigos, tan pronto se ponía la elegante levita de paño negro, para ir a afeitar en sus respectivas casas, a Generales o a Ministros, como tomaba a lo Fígaro, el legendario instrumento para extraer alguna pieza de la boca a cualquiera de sus quejumbrosos pacientes, o se sentaba a la puerta de su peluquería, delante de rojiza y grande mesa de cedro, ante un crecido número de espectadores que le aplaudían, y con vertiginosa rapidez jugaba selectas partidas de ajedrez, haciendo prodigiosa ostentación de un espléndido golpe de vista, de una originalidad sorprendente y de singulares y brillantísimas facultades para la combinación y el ataque, con el sistema deslumbrante y entretenido de la Escuela Antigua. En aquella inolvidable época, nosotros fuimos sus víctimas, y más que sus víctimas, sus afectuosos y agradecidos discípulos. Andando el tiempo nos decidímos a estudiar con ahínco las más celebradas obras de los tratadistas, a la vez que el Sr.Eguíluz, que jamás había abierto un libro de ajedrez, continuaba solamente oracticándolo, con intervalos a que le obligaban sus muchas ocupaciones. Comenzaron, como sucede siempre a formarse partidarios, unos del Sr.Eguíluz, y otros de nosotros, hasta que el Sr.Don Nicolás Domínguez Cowan nos obligó amistosamente a jugar un match en su morada; match que apareció por primera vez en las páginas 221 y siguientes, tomo I, de las Revistas Mexicanas de Ajedrez, publicadas en el folletín de “El Porvenir” (México 1875), con el siguiente resultado:
Partidas ganadas por el Sr.Eguíluz 0
Id. Por A.C. Vázquez 5 Id. Tablas 2
Los juegos del expresado match fueron después reproducidos en el cuaderno
primero del folleto intitulado: “Algunas partidas de ajedrez jugadas en México por Andrés Clemente Vázquez – México- 1879”. Aquel combate no logró, sin embargo, disipar las dudas de nuestras respectyivas fuerzas, no sólo por ser muy corto, sino a causa que habiéndose jugado en la casa del Sr. Domínguez, que estaba bastante lejos del establecimiento del Sr.Eguíluz, éste se hallaba intranquilo, teniendo varias veces que suspender los juegos para concurrir al llamamiento de sus parroquianos. Pactóse, en consecuencia, un segundo match, bastante largo, pues se convino que fuese una serie de 50 partidas, las cuales se jugaron en la residencia de un íntimo amigo de nuestro noble adversario (el Sr. Malabhear), cuya casa se encontraba muy cercana a la de aquél. La tremenda serie se efectuó por fin, en febrero y marzo de 1876, siendo abandonada por el Sr. Eguíluz despues de la partida XLIII, pués para ello alegó que aún en el caso de ganar las siete restantes, no por eso habría de obtener la victoria. La puntuación de ambos arrojó lo que sigue: Partidas ganadas por el Sr. Eguíluz 16 Id. Por A.C. Vázquez 24 Id. Tablas 3
Los juegos de aquel segundo match o serie, aparecieron en el volumen II de las
Revistas Mexicanas de Ajedrez, páginas 97 y siguientes. (CONTINUARÁ).