Los Oscuros Anos Luz - Brian W. Aldiss PDF
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ePUB r1.2
whatsername 11.04.13
Título original: The dark light years
Brian Aldiss, 1964
Traducción: Francisco Cazorla
Queridísima Ah Chi:
Este viejo y valiente autobús
apunta ahora hacia Macao. Mi
corazón, como tú bien sabes, está
siempre orientado hacia ese bello
lugar donde tú estás ahora de
vacaciones, pero es magnífico
saber que pronto estaremos juntos
y no sólo en espíritu.
Espero que este viaje nos
traiga la fama y la fortuna. Hemos
encontrado aquí una extraña
forma de vida en este rincón de la
galaxia, y llevamos dos muestras
vivas a la Tierra. Cuando pienso
en ti, tan grácil, tan dulce e
inmaculada con tu cheongsam, me
pregunto para qué necesitamos
unas bestias tan sucias y feas en el
mismo planeta; pero hay que
servir a la ciencia.
¡Maravilla de las maravillas!
Se supone que son criaturas
inteligentes, de acuerdo con mis
superiores, y, por el momento, nos
hallamos empeñados en hacer que
hablen. No, no te rías, recuerdo
muy bien la gracia de tu sonrisa.
Cuánto anhelo el momento en que
pueda hablarte, mi dulce y
apasionada Ah Chi… ¡Y, por
supuesto, no sólo hablaremos!
Tienes que dejarme que (Nota del
editor: dos páginas censuradas)
Hasta que podamos volver a
hacer lo mismo, tu devoto, que te
adora, admirador y excitado.
AUGUSTUS
¡Hola, cariño!
En este momento, mientras te
escribo, voy derecho hacia Dodge
City con la rapidez de las ondas
de la luz que llevan hasta ahí. Voy
con el capitán y los muchachos,
pero me los quitaré de encima
antes de pasar por el número 77
de la calle del Arco Iris.
Bajo una feliz apariencia
exterior, tu amante, hasta ahora se
siente amargado. Estas bestias,
los hombres-rinoceronte de los
que te hablé, son lo más sucio que
jamás hayas podido ver; es algo
que no puedo explicarte por
correo. Supongo que será porque
te gusto que me siento orgulloso
de ser moderno y limpio; pero
esas cosas son todavía peores que
los animales.
Era lo que me faltaba para
decidir abandonar el Cuerpo de
Exploradores. Al término de este
viaje, lo dejaré y me alistaré en
las Fuerzas del Espacio.
Conseguiré fácilmente una plaza.
Como ejemplo, ahí está el capitán
Bargerone, que salió de la nada.
Su padre es el guardián de un
bloque de pisos en Amsterdam, o
algo así. Bien, así es la
democracia. Imagino que yo podré
hacerlo igual, y puede que
también llegue a capitán. ¿Por
qué no?
Bueno, cariño, todo esto
parece girar sólo alrededor de mi
persona, pero cuando llegue a
casa, puedes apostar a que estaré
siempre a tu alrededor.
Tu enamorado
HANK
Mi querida Enid:
No sabes con qué frecuencia
rezo para que tu problema y la
prueba a que te ves sometida con
Aylmer acabe cuanto antes. Tú ya
has hecho todo cuanto podías por
el muchacho, sin tener nada que
reprocharte. Es una desgracia
para nuestro nombre. Sólo el cielo
sabe qué va a ser de él. Temo que
tenga una mente tan sucia, como
sucias son sus costumbres.
Mi pena es que tenga que estar
tanto tiempo lejos,
particularmente cuando nuestro
hijo está causando tantos
problemas. Pero, como consuelo,
te diré que este viaje ha tenido al
fin su recompensa. Hemos
localizado una forma de vida de
gran tamaño. Bajo mi supervisión,
dos individuos vivos de esta
extraña forma de vida viajan con
nosotros a la Tierra. Le llamamos
ETA.
Te vas a sorprender mucho
más cuando te diga que estos
individuos, a pesar de su extraña
apariencia y costumbres, parecen
manifestar inteligencia. Y lo que
es más, parecen pertenecer a una
raza que ya conoce el viaje por el
espacio. Hemos capturado una
nave espacial que,
indudablemente, está relacionada
con ellos, aunque todavía queda
por aclarar si saben controlarla.
Estoy intentando comunicarme
con ellos, pero por ahora no he
tenido el éxito apetecido.
Permíteme describirte lo que
es un ETA: la tripulación les llama
hombres-rinoceronte a falta de un
nombre mejor que ya tendrán
oportunamente. El hombre-
rinoceronte camina sobre seis
miembros. Cada uno de ellos
termina en una especie de mano
capacitada. Son unas manos
anchas y provistas de seis dedos,
de los cuales, el primero y el
último se oponen entre sí y que
podrían ser considerados como
dedos pulgares. El hombre-
rinoceronte es omnidiestro.
Cuando no los utilizan, retraen los
miembros a su caparazón, de
modo semejante a como lo hacen
las patas de una tortuga. Así
retraídos, apenas se les puede
distinguir.
Con sus miembros retraídos,
un hombre-rinoceronte es
simétrico y en cierto modo está
conformado como dos segmentos
de una naranja que se adhieren
entre sí; la parte curva deprimida
sería la espalda y la más
sobresaliente, el vientre, y los dos
extremos son dos cabezas. Sí
nuestros cautivos parecen ser
bicéfalos; estas cabezas carecen
de cuello y están dispuestas de
forma que pueden girar varios
grados. En cada cabeza tienen dos
ojos, pequeños y de color oscuro,
provistos de finos párpados que
deslizan hacia arriba para
cubrirse los ojos mientras
duermen. Bajo los ojos tienen
unos orificios que parecen
similares; uno es el ano del
hombre-rinoceronte, y el otro es la
boca. Tienen también otros varios
orificios diseminados por su
enorme corpachón, que deben ser
tubos para la respiración. Los
exobiólogos están diseccionando
algunos cadáveres que también
llevamos a bordo. Su informe
aclarará muchas cosas.
Nuestros cautivos están
capacitados para emitir un amplio
espectro de sonidos, que van desde
agudos silbidos hasta roncos
gruñidos y otras sonoridades
extrañas. Me temo que todos los
orificios estén en condiciones de
contribuir a esta gama de sonidos.
Estoy convencido de que algunos
de ellos están por encima del
umbral perceptivo del hombre.
Hasta ahora ninguno de los
especímenes se muestra
comunicativo, aunque todos los
sonidos que se intercambian
quedan registrados en una cinta
magnetofónica; pero estoy seguro
de que esto se debe a la
conmoción producida por su
captura, y espero que en la Tierra,
con más tiempo disponible y en un
entorno más adecuado para su
conservación en condiciones
higiénicas, pronto comenzaremos
a obtener resultados positivos.
Como siempre estos largos
viajes resultan tediosos. Evito al
capitán tanto como puedo; es un
hombre desagradable que no
puede ocultar las maneras
adquiridas en la escuela pública y
en Cambridge. Yo me dedico
completamente a los ETA. A pesar
de sus desagradables hábitos,
producen una cierta fascinación,
lo que no sucede con la mayoría
de mis compañeros humanos.
Ya hablaremos largo y tendido
sobre todo esto a mi regreso.
Tu servicial marido.
Dentro de la nave, en el lugar
destinado a la carga principal y lejos de
los redactores de cartas a la Tierra, un
variopinto grupo de hombres
desmontaba pieza a pieza la nave
espacial ETA. Aquella extraña nave
estaba construida en madera de una
dureza insólita y una elasticidad
desconocida para los terrícolas. Tenía
las propiedades del acero pero con todo
no era más que madera. Su interior
estaba conformado como una gran vaina
dentro de la que crecía una amplia
variedad de ramas, como cuernos. De
aquellas ramas brotaba una planta
parásita de reducido tamaño. Uno de los
triunfos del equipo botánico fue el
descubrimiento de que semejante
parásito no pertenecía al follaje natural
de las ramas en forma de cuernos, sino
que era una extraña excrecencia, viva e
inserta en ellas. Descubrieron también
que el parásito absorbía glotonamente el
dióxido de carbono del aire,
transformándolo en oxígeno. Arrancaron
unos trozos del parásito de las ramitas
córneas e intentaron hacerlos crecer en
un medio más favorable, pero la planta
murió. Lo intentaron sin éxito más de
cien veces. La planta siempre moría,
pero los hombres de la sección botánica
eran bien conocidos por su tenacidad.
El interior de la nave hedía; era un
olor apelmazado, consistente, producido
por la mezcla de barro y excrementos.
Una mente racional no habría podido
comparar aquella sucia envoltura con la
resplandeciente y limpia del
"Mariestopes" —y los individuos
racionales existen a pesar del encierro
del viaje espacial— ni imaginar que
ambas naves hubieran sido construidas
con el mismo propósito. Cierto que
muchos miembros de la tripulación, en
especial los que se sentían más
orgullosos de su racionalismo,
rechazaban con risotadas la idea de que
aquel extraño artefacto pudiera ser otra
cosa que un retrete muy frecuentado.
El descubrimiento del sistema de
propulsión hizo callar las risas. Bajo el
cieno estaba el motor, un extraño objeto
distorsionado, no mayor que un hombre-
rinoceronte. Se hallaba inserto en el
casco de madera, en apariencia sin
soldaduras ni fijaciones mecánicas de
ninguna clase. Estaba hecho de una
sustancia compacta exteriormente
parecida a la porcelana, sin partes
móviles. Cuando la unidad, quedó
finalmente despegada y liberada del
casco, un experto en cerámica continuó
tenazmente su exploración en los
laboratorios de ingeniería.
El siguiente descubrimiento
consistió en un puñado de grandes
nueces, adheridas a los extremos de la
techumbre con tal fuerza que desafiaron
las llamas de los mejores sopletes. Por
lo menos, algunos dijeron que se trataba
de nueces, pues tenían una cubierta
fibrosa que recordaba a los frutos de la
planta de cacao. Pero luego se descubrió
que los conductos que se desprendían de
las nueces, considerados hasta entonces
como simples reforzadores de paredes,
estaban conectados con el sistema de
impulsión, varios sabios declararon que
tales nueces no eran otra cosa sino
tanques de combustible.
El siguiente hallazgo detuvo los
descubrimientos durante algún tiempo.
Un mecánico que rascaba la capa
endurecida de suciedad, descubrió,
enterrado en su interior, un ETA muerto.
Entonces los hombres, exasperados, se
reunieron para discutir la situación.
—¿Cuánto tiempo tenemos que
dedicar a esto, amigos? —exclamó el
capataz del interior, Ginger Duffield,
subido sobre una caja de herramientas,
mostrando los dientes y blandiendo los
puños—. Ésta es una nave comercial, no
de las Fuerzas del Espacio, y no
tenemos por qué ocuparnos en tareas que
no nos corresponden. El reglamento no
estipula que tengamos que limpiar las
tumbas y las ciénagas de los seres
extraterrestres. Quiero que se nos
paguen horas extras y os pido a todos
que os unáis a mí.
Sus palabras encontraron un amplio
eco.
—¡Sí, que pague la compañía!
—¿Quiénes se han creído que
somos?
—¡Que limpien ellos sus retretes!
—¡Más paga! ¡Que se nos aumente
el sueldo en un cincuenta por ciento!
—¡Vamos, Duffield, camorrista,
aparta de ahí! ¡No haces más que crear
problemas!
—¿Qué es lo que dice el sargento?
El sargento Warrick se abrió camino
a empellones a través de aquel grupo de
hombres. Se quedó mirando fijamente al
enojado Ginger Duffield, quien no se
achicó bajo la mirada del sargento.
—Duffield, conozco la clase de tipo
que eres. Deberías estar en el Planeta
Helado, ayudando a ganar la guerra. No
queremos aquí ninguna de tus tácticas de
factoría. Baja de esa caja de
herramientas y que todos vuelvan al
trabajo. Un poco de suciedad no dañará
tus preciosas manos blancas.
Duffield respondió tranquila y
suavemente.
—No estoy buscando problemas,
sargento. Sólo me pregunto por qué
tenemos que hacer esto. No sabemos lo
que nos espera en ese pozo negro. Tal
vez nos acecha una peligrosa
enfermedad. Queremos que se nos pague
en consonancia con el peligro del
trabajo. ¿Por qué tenemos que jugarnos
el cuello por la compañía? ¿Qué ha
hecho por nosotros la compañía? —Un
rumor generalizado de aprobación
subrayó las palabras de Duffield, pero
éste prosiguió como si no se diera
cuenta—. ¿Qué van a hacer cuando
volvamos a casa? Meterán este apestoso
ser extraterrestre en una jaula y lo
expondrán, para que todo el mundo haga
cola y vaya a verlo a diez pavos por
cabeza la entrada. Gracias a esos
animales, amasarán una fortuna. Y bien,
¿acaso no tenemos nosotros derecho a
sacar una parte del beneficio? Limítese
a lo suyo en la cubierta C y traiga al
hombre de la Unión para que nos vea.
Vamos; sargento, aparte sus narices de
este problema.
—No eres más que un granuja
revolucionario, Duffield —repuso
airadamente el sargento. Se abrió paso
entre los trabajadores, en dirección a la
cubierta C. Unos gritos burlones le
acompañaron por el corredor.
Dos turnos después, Quilter,
provisto de cepillo y manguera, entró en
la jaula de los dos ETA. Las criaturas
extendieron sus miembros y se
trasladaron a un rincón, observándole
esperanzados.
—Ésta es la última vez que os
limpio, amigos —les dijo Quilter—.
Cuando termine esta ronda, voy a unirme
a los que protestan para mostrar mi
solidaridad con las Fuerzas del Espacio.
Por mí podéis dormir entonces en una
charca tan profunda como el océano
Pacífico.
Y con la divertida disposición
propia de la juventud que gusta de lo
imprevisto, dirigió la manguera hacia
ellos.
EL VIAJE ESPACIAL:
¿UNA PAUTA
MIGRATORIA DEL
HOMBRE?
Gerald Bone se puso en pie. El
rostro del novelista se iluminó ante la
nueva idea, como el de un niño que
contempla un nuevo juguete.
—Profesor Wittgenbacher: ¿debo
entender que nuestra tan cacareada
inteligencia, lo único que nos distingue
claramente de los animales, podría
tratarse realmente de una simple
compulsión ciega que nos conduce en su
propia dirección, más que en la nuestra?
—¿Por qué no? A pesar de nuestras
pretensiones hacia las artes y las
humanidades, nuestra especie ha
dirigido, al menos desde el
Renacimiento, sus principales esfuerzos
hacia los objetivos gemelos de aumentar
su número y expandirse hacia afuera. De
hecho, puede usted comparar a nuestros
grandes hombres con la abeja reina que
prepara su colmena para el enjambre,
sin saber por qué lo hace.
Hormigueamos en el espacio y no
sabemos por qué lo hacemos así. Hay
algo que impulsa…
Pero no pudo continuar por aquel
camino. Lattimore fue el primero que lo
calificó de absurdo. El doctor Bodley
Temple y sus ayudantes emitieron
rumores de disentimiento. El profesor
fue objeto de una rechifla cultural que
llenó el ámbito de la sala.
—Una teoría absurda…
—Posibilidades económicas
inherentes en…
—Incluso una audiencia técnica
apenas…
—Supongo que la colonización de
otros planetas…
—No se pueden descartar las
disciplinas de la ciencia…
—Orden, por favor —exigió el
director.
Siguió una calma, que Gerard Bone
aprovechó para hacer otra pregunta a
Wittgenbacher.
—Entonces… ¿dónde encontraremos
el verdadero intelecto?
—Tal vez cuando nos volvamos
contra nuestros dioses —repuso
Wittgenbacher, sin sofocarse en absoluto
por la caldeada atmósfera que le
rodeaba.
—Ahora veremos el informe
lingüístico —anunció agudamente
Pasztor.
El doctor Bodley Temple se puso en
pie, descansó la pierna derecha sobre la
silla que tenía frente a él, apoyó el codo
derecho sobre la rodilla, de forma que
pudiera adelantarse con una apariencia
de vivacidad, y no varió aquella postura
hasta que terminó de hablar. Era un
hombre bajito y rechoncho con un
mechón de cabellos grises que le salía
del centro de la frente, y una expresión
combativa. Tenía reputación de ser un
erudito imaginativo, que acostumbraba a
lucir algunos de los vistosos chalecos de
la universidad de Londres. El que
llevaba puesto bordeaba un abdomen
bastante pronunciado, y estaba
confeccionado con un antiguo brocado
cuyo diseño representaba unas
mariposas Emperador púrpura
persiguiéndose entre ellas alrededor de
los botones.
—Todos ustedes saben cuál es el
trabajo de mi equipo —dijo con una voz
que Arnold Bennet hubiera reconocido
un siglo atrás como surgida de las Cinco
Ciudades—. Estamos intentando
aprender el idioma extraterrestre sin
saber si lo tienen, porque es la única
forma de descubrirlo. Hemos realizado
algunos progresos, como mi colega
Wilfred Brebner aquí presente,
demostrará a continuación. Primero,
pondré de manifiesto algunas
aclaraciones generales. Nuestros
visitantes, esos gordos tipos venidos de
Clementina, no comprenden lo que es la
escritura. No tienen. Esto no significa
nada con respecto a su lenguaje. Muchas
lenguas negras estuvieron reducidas
únicamente a la escritura de los
misioneros blancos. El elfik y el yoruba,
por ejemplo, fueron dos de tales
lenguajes del grupo sudánico, creo que
apenas son utilizados en nuestros días.
Explico esto, queridos amigos, porque
mientras no tengamos una idea mejor
sobre ellos, estoy tratando a esos
extraterrestres como a un par de
africanos. Y eso puede aportar
resultados. Es más positivo que tratarles
como si fueran animales —recordarán
ustedes que los primeros exploradores
blancos en África pensaron que los
negros eran gorilas—, y si hallamos que
tienen un lenguaje, no cometeremos con
seguridad el error de esperar que sea
algo parecido a una lengua romance.
Estoy seguro de que nuestros rechonchos
amigos tienen un lenguaje, y los
muchachos de la prensa que nos
acompañan aquí pueden irlo anotando, si
gustan. Basta escuchar el modo como
resoplan. Y no solamente eso. Hemos
analizado las cintas magnetofónicas y
aparecen quinientos sonidos diferentes.
También es posible que estos sonidos se
limiten a uno solo, pero emitidos en
diferentes tonos. También sabrán ustedes
que existen lenguajes terrestres
fundamentados en ese principio, como
por ejemplo el siamés y el cantonés, que
emplean seis niveles acústicos. Y
podemos esperar muchos más niveles de
esos individuos, que desde luego
sobrepasan ampliamente el espectro del
sonido. El oído humano es sordo para
las vibraciones de frecuencias mayores
a veinticuatro mil por segundo. Hemos
descubierto que tales criaturas producen
dos veces más, lo mismo que los
murciélagos terrestres o un gato
rugstedio. Por tanto, el problema reside
en si podemos conversar con ellas
manteniéndonos dentro de nuestra
longitud de onda. Eso podría significar
que deberían inventar una especie de
jerga que pudiéramos comprender.
—Protesto —dijo el estadista, que
hasta entonces se había contentado con
pasarse la lengua por los dientes—.
Seguramente usted infiera de todo esto
que somos inferiores a ellos.
—No pretendo decir nada parecido.
Digo que su espectro de sonido es
mucho mayor que el nuestro. Y ahora, el
doctor Brebner, aquí presente, va a
darnos algunos fonemas que hemos
identificado provisionalmente.
El doctor Brebner se puso en pie
junto a la maciza figura de Bodley
Temple. Era un hombre joven, de unos
veinticinco años, esbelto y de cabellos
color amarillo pálido. Llevaba un traje
gris claro con la capucha bajada. Se
sonrojó un poco al enfrentarse con el
auditorio, pero se expresó bien.
—La disección llevada a cabo en
los extraterrestres muertos nos ha
revelado mucho con respecto a su
anatomía —dijo—. Si han leído ustedes
el extenso informe correspondiente,
sabrán que nuestros amigos tienen tres
distintas clases de aberturas, mediante
las cuales pueden emitir sus ruidos
característicos. Todos esos ruidos
parecen contribuir a su lenguaje, o así
nos lo parece, como nos parece que sin
duda disponen de un lenguaje. En primer
lugar, una de sus cabezas presenta una
boca a la que está ligada a un órgano del
olfato. Aunque esta boca se utiliza para
respirar, su principal función es la de
alimentarse y producir lo que
denominamos sonidos orales. En
segundo término, nuestros amigos
disponen de seis ventiladores
respiratorios, tres a cada lado del
cuerpo y situados encima de sus seis
miembros. Por el momento nos
referiremos a ellos como órganos
olfatorios. Tienen unas aberturas
labiadas y aunque carecen de cuerdas
vocales, lo mismo que la boca, esas
narices producen una amplia gama de
sonidos. En tercer lugar, nuestros amigos
también producen una variedad de
sonidos controlados mediante el recto,
situado en su segunda cabeza. Su forma
de hablar consiste en sonidos
transmitidos mediante todas esas
aberturas, ya sea por turno a pares, o
bien tres al mismo tiempo, e incluso las
ocho aberturas juntas. Ahora verán
ustedes que los pocos sonidos que voy a
suministrarles como ejemplo se limitan
a los menos complejos. Por supuesto,
está disponible la cinta registrada con la
totalidad de la gama de sonidos, pero
aún no está en condiciones de utilizarse.
La primera palabra es nnnnnrrrrr-ink.
Para pronunciar aquella palabra,
Wilfred Brebner produjo un ligero
ronquido con la parte anterior de su
garganta y lo cerró con el gritito
representado aquí por ink. (Toda
transcripción de palabras en lengua
extraterrestre de la ETA debe
considerarse como mera aproximación.)
Brebner continuó con su detallado
informe.
—Nnnnnrrrrr-ink es la palabra que
hemos obtenido varias veces en
diversos contextos. El doctor Bodley
Temple la registró primeramente el
pasado domingo, cuando trajo coles
frescas a nuestros amigos. La obtuvimos
por segunda vez el mismo día, cuando
saqué un paquete de goma de mascar y
entregué unos trozos al doctor Temple y
a Mike, y no volvimos a oírla hasta la
tarde del martes; la pronunciaron en una
situación de falta de alimento. El
guardián jefe Ross había entrado en la
jaula, y fuimos a verle por si necesitaba
algo: ambas criaturas emitieron el
sonido al mismo tiempo. Entonces
notamos que la palabra muy bien
pudiera tener una connotación negativa,
puesto que habían rehusado los repollos
y no se les había ofrecido la goma de
mascar, que probablemente supusieron
que se trataba de alimento. Es de
suponer, además, que no les gusta Ross,
quien les perturba cuando va a
limpiarles la jaula. Ayer, sin embargo,
les llevó un cubo de barro del río, que
tanto les gusta, y entonces registramos
nuevamente la expresión nnnrrrr-ink,
varias veces en cinco minutos. Por lo
tanto, de momento pensamos que se
refiere a alguna variedad de actividad
humana, digamos, cuando uno aparece
llevándoles algo. El significado se
aclarará considerablemente a medida
que avancen los experimentos. Por el
ejemplo expuesto, pueden ustedes ver el
proceso de eliminación que seguimos
con cada sonido. El cubo de agua
embarrada del río también aportó otra
palabra que podemos reconocer. Suena
algo así como juip-butbuip (un pequeño
silbido seguido por dos chasquidos
labiales). También lo oímos al
ofrecerles pomelos, que ellos aceptaron;
cuando les dimos salchichas de avena
con rodajas de plátano, un plato por el
que mostraron cierto entusiasmo; y
cuando Mikes y yo salimos por la tarde.
Lo tomamos como un signo de
aprobación.
Creemos que también disponemos de
un signo de reprobación, aunque sólo lo
hemos escuchado dos veces. La primera,
con acompañamiento de signos de
desagrado, cuando un ayudante de Ross
arrojó a uno de nuestros amigos un
chorro de agua sobre el hocico,
sirviéndose de una manguera. En otra
ocasión les ofrecimos una parte de
pescado crudo y otra cocido. Como ya
habrán ustedes deducido, parecen
vegetarianos. El sonido fue…
Brebner miró a la señora Warhoon,
como pidiéndole excusas y emitió con la
boca una especie de ahogadas
ventosidades que culminaron con un
gran rugido.
—¡Bbbp-bbbp-bbbbbbp-aaaah!
—Ciertamente, eso suena a
desaprobación —sugirió Temple.
Antes de que se apagara el murmullo
de general diversión, uno de los
reporteros dijo:
—Doctor Temple, ¿esto es todo
cuanto puede ofrecernos como muestra
de los progresos que están haciendo?
—Se les ha dado una tosca muestra
de lo que estamos llevando a cabo.
—Pero, en definitiva, no parece que
hayan obtenido una sola palabra. ¿Por
qué no intentan hacer lo que cualquier
profano intentaría, como contar los
números o señalar partes de sus cuerpos
o los de ustedes? Así al menos tendrían
algo con que empezar. Algo mejor que
unos cuantos puntos abstractos.
Temple miró las mariposas
Emperador púrpura de su precioso
chaleco, se humedeció los labios y dijo:
—Joven, un profano en la materia
podría desde luego pensar que ésos
serían los primeros pasos a seguir. Pero
mi respuesta a ese profano y a usted, es
que tal catálogo sólo es posible si el
enemigo, el extraterrestre, está
preparado para abrir una conversación.
Esas dos bestias… Perdón, señora…
esos dos individuos no tienen interés en
comunicarse con nosotros.
—¿Por qué no emplean una
computadora para ese trabajo?
—Su pregunta es todavía más tonta.
Hace falta el sentido común en una tarea
como ésta. ¿Qué diablos podría hacer
una computadora? No puede pensar, ni
puede diferenciar entre dos fonemas casi
idénticos para nosotros. Todo lo que
necesitamos es tiempo. Usted no puede
imaginar, ni tampoco lo haría su
hipotético profano en la materia, las
dificultades con que tenemos que
enfrentarnos, porque tenemos que pensar
dentro de un terreno en el que el hombre
no ha pensado antes. Pregúntese a usted
mismo: ¿Qué es el lenguaje? La
respuesta es: el discurso humano. En
consecuencia, no estamos haciendo
precisamente una investigación, sino
inventando algo nuevo: el discurso no
humano.
El reportero asintió taciturnamente.
El doctor Temple sopló y tomó asiento.
Lattimore se puso entonces en pie.
Colocó las gafas en el extremo de la
nariz, y cruzó las manos a la espalda.
—Como usted sabe, doctor, yo soy
nuevo en estas lides, por lo que espero
que considere mis preguntas como
realizadas con toda inocencia. Mi
posición es ésta: soy escéptico. Sé que
hemos investigado sólo trescientos
planetas del universo, y que existen
millones por investigar, pero, aun así,
sostengo que esos trescientos
constituyen una buena muestra. En
ninguno de ellos se ha encontrado forma
alguna de vida que tenga la inteligencia
de mi gato siamés. Esto supone que el
hombre es único en el universo.
—Eso podría ser una simple
sugerencia-repuso Temple.
—Ni siquiera eso. Me tiene sin
cuidado la existencia o no de otra forma
de vida inteligente en el universo; el
hombre ha dependido siempre de sí
mismo y eso no le preocupó. Por otra
parte, si alguna otra forma de vida
inteligente surge en alguna parte, la
recibiré de buena gana como la siguiente
especie humana, siempre que se
comporte del mismo modo. Lo que no
acabo de digerir es que alguien conviva
con esta pareja de cerdos supercebados
que se revuelcan en su propia porquería
de un modo que no imitaría ningún cerdo
de la Tierra, e insista en que intentemos
probar que son seres inteligentes. Esto
es una locura. Usted mismo acaba de
decir que no muestran el menor interés
en comunicarse con nosotros. Muy bien,
entonces, ¿no es ése un signo evidente
de que carecen de toda inteligencia?
¿Quién en esta sala puede decir
honestamente que desea tener a esos
cochinos en su propia casa?
Nuevamente estalló un tumulto en la
sala de conferencias. Todos se volvían
para discutir y preguntar, no solamente a
Lattimore, sino entre ellos mismos.
Finalmente, la voz de la señora Warhoon
se destacó en aquel maremágnum.
—Siento una gran simpatía hacia su
postura señor Lattimore, y me alegro de
que haya venido a participar en nuestra
reunión. Pero la breve respuesta que voy
a darle es que, al igual que la vida
adopta una multitud de formas
diferentes, hemos de esperar que la
inteligencia también adopte diversos
modos de manifestarse. No podemos
concebir otra forma de inteligencia; ello
ampliaría las fronteras de nuestro
pensamiento y nuestra comprensión
como nada más podría hacerlo. En
consecuencia, cuando pensamos que
hemos hallado tal inteligencia, debemos
asegurarnos de ello aunque el esfuerzo
requerido nos lleve años.
—Ése es en parte mi punto de vista,
señora —dijo entonces Lattimore—. Si
allí hubiera inteligencia, no nos llevaría
años descubrirla. Deberíamos
reconocerla sobre la marcha, en el acto.
Incluso aunque apareciese disfrazada de
nabo.
—¿Cómo juzga usted la presencia de
una nave espacial en Clementina? —
preguntó Gerald Bone.
—¡Yo no tengo por qué juzgar nada!
Esos grandes cerdos deberían estar en
condiciones de hacerlo. Si ellos la
construyeron, entonces, ¿por qué no
disponen de dibujos, planos y
descripciones de esa nave, y por qué no
la diseñan cuando se les entrega papel y
lápiz para hacerlo?
—Porque el hecho de que viajen en
ella no significa que la hayan construido.
—¿Pueden ustedes imaginarse al
más insignificante y estúpido piloto de
un crucero terrestre, que sea capturado
por seres extraños y que sea incapaz de
hacer, por lo menos, un diseño general
de la nave cuando se le entrega papel y
lápiz?
—Y con respecto al lenguaje, ¿cómo
lo considera usted? —preguntó Brebner.
—He disfrutado de veras con sus
imitaciones animales, señor Brebner —
dijo Lattimore, con buen humor—. Pero
francamente, yo puedo comunicarme más
rápidamente con mi gato que usted con
esos dos cerdos.
Ainson habló por vez primera, y lo
hizo con agudeza, molesto de que un
simple entrometido se atreviera a
ridiculizar su descubrimiento.
—Todo eso está muy bien, señor
Lattimore, pero creo que pasa usted por
alto demasiadas cosas y con demasiada
facilidad. Sabemos que los ETA tienen
ciertos hábitos que resultan
desagradables para nuestros principios
humanos; pero tienen inteligencia,
conversan entre sí. Y la nave espacial es
un hecho, diga usted lo que diga.
—Tal vez sea un hecho la nave
espacial, pero, ¿qué relación tienen esos
cerdos con ella? No la sabemos. Pueden
ser muy bien el ganado que, como
alimento, llevaban consigo los
verdaderos viajeros del espacio. No lo
sé, pero usted también lo ignora; y evita
una explicación plausible. Con
franqueza, si yo estuviese al frente de
esta operación, daría un fuerte voto de
censura al capitán del "Mariestopes" y,
particularmente, al jefe explorador por
traer semejante prueba de investigación.
En aquel momento se produjo una
especie de inquietante y amenazador mar
de fondo. Sólo los reporteros
comenzaron a parecer algo más felices.
Sir Mihaly Pasztor se adelantó para
explicar quién era Ainson a Lattimore.
El rostro de éste se alargó.
—Señor Ainson, creo que le debo
una excusa por no haberle reconocido.
De haber estado usted aquí cuando
comenzó la conferencia, podían
habernos presentado.
—Desgraciadamente, esta mañana,
mi esposa…
—Sin embargo, debo sostener
firmemente mi anterior exposición. El
informe de lo sucedido en Clementina
resulta patético; es una mera obra de
aficionados. Tenían ustedes un plazo
estipulado para el reconocimiento del
planeta, el cual había expirado cuando
encontró usted esos animales junto a la
nave espacial, y en vez de partir, según
lo programado, se limitó a disparar
sobre ellos, tomó unas tecnifotos de la
escena, y despegó. Esta nave, por cuanto
usted sabe, puede ser muy bien el
equivalente de un vagón de ganado. Éste
se encontraría fuera para revolcarse en
el barro, mientras que a dos millas de
distancia, en otro valle, se hallaba
seguramente la verdadera nave, con los
auténticos bípedos similares a nosotros,
como dice la señora Warhoon, quienes
tendrían ojos y boca con los que
comunicarse. Puede estar usted bien
seguro de ello. No, lo siento, señor
Ainson, pero su comité está más
atascado en el asunto de lo que pretende
admitir, simplemente por el mal trabajo
que usted ha llevado a cabo.
Ainson se había puesto rojo como la
grana. Algo fantasmal se había
expandido inesperadamente por la sala y
recaía sobre su persona. Todos los
presentes —lo sabía sin necesidad de
mirarles— permanecían sentados y
silenciosos, aprobando lo que había
dicho Lattimore.
—Cualquier idiota puede demostrar
sabiduría cuando no hay remedio.
Parece que usted no se da cuenta de la
falta de precedentes de la situación y
yo…
—Comprendo hasta qué punto
carece de precedentes. Digo que no los
tenía en absoluto y, en consecuencia,
debía usted haber ido más al fondo de la
cuestión. Créame, señor Ainson, he
leído las fotocopias del informe de la
expedición y he mirado muy atentamente
todas esas fotografías que tomaron.
Tengo la impresión de que, en general,
todo ha sido llevado más como una gran
cacería que como una expedición oficial
pagada con el dinero de los
contribuyentes.
—Yo no soy responsable del tiroteo
contra los seis ETA. Una patrulla cayó
sobre ellos y regresó a la nave. Fueron a
investigar a esos extraños seres, les
atacaron y dispararon en defensa propia.
Debería usted volver a leer los
informes.
—No parece que esos cerdos sean
temibles. No creo que atacaran a la
patrulla, sino, más bien que intentaban
escapar.
Ainson miró a su alrededor en busca
de ayuda.
—Apelo a usted, señora Warhoon,
¿es razonable imaginar cómo se
comportan esas extrañas criaturas en
libertad con sólo una mirada a su
apático comportamiento en cautividad?
La señora Warhoon se había sentido
admirada inmediatamente por Bryan
Lattimore; era un hombre fuerte, y le
gustaba.
—¿Qué otros medios tenemos para
juzgar su conducta? —preguntó.
—Tienen ustedes los informes. En
ellos hay un amplio y completo estudio
para que ustedes lo analicen.
Lattimore volvió al ataque.
—Lo que tenemos en esos informes,
señor Ainson, es un sumario de lo que el
jefe de la patrulla le dijo a usted. ¿Es
hombre de confianza?
—¿De confianza? Sí, es bastante
digno de confianza. Sabe usted que hay
una guerra en este país, señor Lattimore,
y no siempre podemos elegir los
hombres que deseamos.
—Comprendo. ¿Y cómo se llama ese
hombre?
—¿Cómo se llamaba realmente?
Joven, musculoso, un tanto cazurro. No
era un mal tipo. ¿Horton? ¿Halter? En
una atmósfera más tranquila lo hubiera
recordado al instante.
Controlando su voz, Ainson dijo:
—Encontrarán su nombre en el
informe escrito.
—Está bien, está bien, señor Ainson.
Naturalmente, tiene usted sus respuestas.
Lo que digo es que debería haber
regresado con muchas más. Como verá,
aquí es usted el hombre clave. Está
entrenado precisamente para una
situación como ésta. Pero yo pienso que
nos pone usted las cosas muy difíciles
entregando datos inadecuados o, incluso,
conflictivos.
Lattimore tomó asiento, dejando a
Ainson de pie.
—La naturaleza de esos datos tiene
que ser conflictiva. Su tarea es hacer
que tengan sentido, no rechazarlos. No
hay que culpar a nadie. Si tiene usted
alguna queja, debe dirigirse al capitán
Bargerone, que estaba al mando de toda
la operación, no yo. Ah, sí, el jefe de la
patrulla se llama Quilter. Acabo de
recordarlo en este momento.
Gerald Bone habló entonces sin
levantarse.
—Señor Ainson, como usted sabe,
soy novelista. Tal vez, en medio de esta
distinguida reunión debería decir "sólo
un novelista". Pero hay una cosa que me
preocupa con respecto a su
participación en esto. El señor Lattimore
dice que usted debería haber regresado
de Clementina con más respuestas de las
que ha traído. Sea como sea, a mí me
parece que usted ha regresado a la
Tierra con unas cuantas presunciones
que, por el hecho de proceder de usted,
han sido aceptadas sin discusión, sin
poner en duda los hechos.
Con la boca seca, Ainson esperó lo
que todavía quedaba por llegar. De
nuevo tuvo la conciencia de que alguien,
o tal vez todos, escuchaban con una
especie de disposición predatoria.
—Sabemos que esos ETA fueron
encontrados junto a un río en el planeta
Clementina. Todos parecen aceptar
también el hecho de que no son nativos
de ese planeta. Por lo que veo, esta idea
partió de usted. ¿No es así?
La pregunta alivió a Ainson; podía
responderla.
—La idea partió de mí, señor Bone.
Aunque yo la llamaría una conclusión,
más que una idea. Puedo explicarla
fácilmente, incluso a un profano en la
materia. Esos ETA pertenecían a la nave
espacial; puede estar completamente
seguro al respecto. Los excrementos
estaban almacenados en el interior,
acumulados desde hacía treinta días.
Como evidencia adicional, la nave está
construida a su propia imagen.
—Según eso, podría usted decir que
la "Mariestopes" está construida a
imagen de un delfín. Eso no prueba nada
respecto a los ingenieros que la
diseñaron.
—Tenga la cortesía de escucharme.
No encontramos ninguna otra clase de
vida mamífera en el 12B. Clementina,
como se llama ahora. No encontramos
ningún animal mayor que un lagarto sin
cola, ningún insecto mayor que un tipo
de abeja tan grande como una musaraña
común. En una semana, con vigilancia
estratosférica día y noche, se cubre muy
bien un planeta desde el polo al ecuador.
Excluyendo a los peces de los mares,
descubrimos que Clementina no tiene
vida animal que valga la pena mencionar
excepto esas grandes criaturas que en
las básculas de la Tierra pesan
doscientos kilos. Y estaban en grupo
junto a la nave espacial. Claramente,
resulta absurdo suponer que son nativas.
—Las encontró usted junto a un río.
¿Por qué no pueden ser animales
acuáticos, posiblemente del tipo de los
que pasan la mayor parte de su tiempo
en el mar?
Ainson abrió y cerró la boca.
—Sir Mihaly, esta discusión hace
surgir, naturalmente, puntos que un
profano no está en condiciones de…
Quiero decir que no sirve de nada.
—Desde luego —convino Pasztor
—. Con todo, pienso que Gerald tiene un
interesante punto de vista. ¿Crees que
podemos descartar definitivamente la
posibilidad de que esos animales sean
acuáticos?
—Como he dicho, llegaron en la
nave espacial. Eso no admite dudas; les
doy mi palabra como testigo presencial.
Al hablar, Ainson miraba con
beligerancia hacia el grupo; al
encontrarse con la mirada de Lattimore,
este habló:
—Yo diría que tienen una
constitución de animales marinos,
hablando claro está, como profano.
—Tal vez sean acuáticos en su
propio planeta, pero eso nada tiene que
ver con lo que estuvieran haciendo en
Clementina —dijo Ainson—. Diga usted
lo que diga, su nave espacial es una
nave espacial y, en consecuencia, nos
encontramos ante una inteligencia.
Mihaly se apresuró a rescatarle de
aquella situación y solicitó pasar al
siguiente informe; pero era obvio que al
jefe explorador Bruce Ainson le habían
quitado el voto de confianza.
Novelas
La nave estelar (1958) Non-Stop
Invernáculo (1962) Hothouse
Cuando la Tierra esté muerta (1963)
Starwarm
Barbagrís (1964) Greybeard
Los oscuros años luz (1964) The
Dark Light Years
Criptozóico (1967) An Age o
Cryptozoic
Informe Sobre Probabilidad A
(1968) Report on Probability A
A cabeza descalza (1969) Barefoot
in the Head
Frankenstein desencadenado (1973)
Frankenstein Unbound
The 80 minute Hour (1974)
El tapiz de Malacia (1976) The
Malacia Tapestry
La otra isla del Doctor Moreau
(1980) Moreau`s Other Island
Heliconia primavera (1982)
Verano de Heliconia (1983)
Heliconia Invierno (1985)
Drácula Desencadenado (1991)
Dracula Unbound
Recopilaciones de relatos
Espacio y tiempo (1957) Space,
Time and Nathaniel
Galaxias como granos de arena
(1960) Galaxies like Grains of Sand
El árbol de la saliva (1966) The
Saliva Tree and other strange growths
El momento del eclipse (1971) The
Moment of Eclipse
Los superjuguetes duran todo el
verano () Supertoys Last All Summer
Long
Premios
Hugo de 1962 a la mejor novela por
Invernáculo
Nébula de 1965 al mejor relato por
El árbol de la saliva
John W. Campbell Memorial de
1982 por Heliconia primavera