Unidad 1
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De acuerdo con Rosario Varela, “la violencia hacia la[s] mujer[es] no es un hecho
aislado ni un problema individual, sino un problema social y una ofensa a la dignidad
humana que se enraíza en la predominancia de relaciones de poder históricamente
desiguales entre mujeres y hombres” (2015, 150), por lo cual es necesario partir del
análisis conceptual de las categorías sexo y género para conocer los roles de
género que se han atribuido a cada uno de los sexos y, en este primer apartado,
comprender la violencia de género.
Unidad 1, Material
Esta distinción ha sido útil para visibilizar la asignación injustificada de roles basada
en el sexo: a las mujeres se les suele atribuir un rol reproductivo, en tanto que a los
hombres normalmente se les asigna un rol productivo. Es decir, las mujeres han
sido confinadas al espacio privado-doméstico, asociadas a características como la
dulzura, comprensión y la emotividad. Mientras a los hombres se los vincula al
espacio público y son asociados con el liderazgo, tenacidad, fuerza e inteligencia.
En este sentido, históricamente, las mujeres han sido excluidas de los ámbitos
político, social, económico, jurídico, laboral y otros, de formas y en magnitudes
diversas. Gracias a la distinción entre el sexo y el género es posible cuestionar la
validez jurídica y moral de basarse en los cuerpos de las personas para determinar
proyectos de vida. Así, el hecho de nacer “hombre”, por ejemplo, no tiene por qué
condicionar la calidad de la paternidad, ni el hecho de ser “mujer” debería suponer
incapacidad para ejercer cargos públicos. Afirmar lo contrario, es perpetuar
nociones estereotipadas de lo que corresponde a cada sexo.
El término estereotipo, según Cook y Cusack (2009, 15), “se usa para referirse a
una visión generalizada o preconcepción concerniente a los atributos,
características o roles de los miembros de un grupo social, la cual hace innecesaria
cualquier consideración de sus necesidades, deseos, habilidades y circunstancias
individuales”. Supone atribuirle a una persona características o roles únicamente en
razón a su pertenencia a un grupo particular.
Roles
o Los hombres son proveedores. o Talleres escolares vinculados a los roles:
o Las mujeres son madres y niñas - cocina, costura; niños - carpintería,
Comportamientos amas de casa. electricidad.
sociales de cómo o Servicios de guardería sólo para las madres.
o Los hombres son ingenieros, o Programas sociales a favor de la familia que
deben ser hombres y líderes políticos, empresarios.
mujeres y qué exigen únicamente el involucramiento de las
o Las mujeres son maestras, mujeres, a horas que no son compatibles con
actividades o secretarias, enfermeras. la vida laboral.
funciones les son
propias
o Las mujeres lesbianas ‘no o Negativa a permitir la adopción a parejas
Compuestos pueden’ ser buenas madres. del mismo sexo.
o Las mujeres indígenas votan o Negativa del registro de candidatura a un
Estereotipos de influenciadas por sus esposos. puesto de elección popular a mujeres
género compuestos o A las mujeres campesinas no trans con su nombre social.
para la diversidad de les interesa la política, ni tienen o En algunas comunidades que se rigen
mujeres: edad, capacidad para ejercer por sistemas normativos internos, las
discapacidad, liderazgo. mujeres no tienen permitido asistir a las
orientación sexual, o Las mujeres trans están mal de asambleas comunitarias y, por tanto, no
clase, etnia, raza. sus facultades mentales. pueden votar ni ser electas.
La igualdad supone que a todos los seres humanos se les confiere un idéntico valor
y debe reconocérseles igual dignidad. El fundamento ético que da legitimidad a este
principio es la equivalencia humana de todas las personas. No hay personas más o
menos humanas que otras.
También deben tenerse en cuenta las diferencias biológicas que hay entre mujeres
y hombres, así como las diferencias creadas social y culturalmente. Para conseguir
una igualdad sustantiva se requiere una estrategia eficaz encaminada a corregir la
representación insuficiente de las mujeres en la esfera política y de toma de
decisiones, y una redistribución de los recursos y el poder entre mujeres y hombres.
Por su parte, el Juez Rodolfo E. Piza Escalante señala que “los conceptos de
igualdad y de no discriminación se corresponden mutuamente, como las dos caras
de una misma institución: la igualdad es la cara positiva de la no discriminación, la
discriminación es la cara negativa de la igualdad, y ambas la expresión de un valor
jurídico de igualdad que está implícito en el concepto mismo del Derecho como
orden de justicia para el bien común” (CoIDH 1984).
De acuerdo con el artículo 1° de la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos (CPEUM) y los tratados internacionales, la discriminación se
conceptualiza como:
Indirecta: tiene lugar cuando una ley, política, programa o práctica parece ser
neutra para mujeres y hombres, pero tiene un efecto discriminatorio contra las
mujeres porque no se toman en cuenta las desigualdades preexistentes. Esta
forma de discriminación puede exacerbar las desigualdades existentes por la
falta de reconocimiento de los patrones estructurales e históricos de
discriminación y el desequilibrio de las relaciones de poder entre mujeres y
hombres.
[2] Jurisprudencia 43/2014, aprobada por unanimidad de cinco votos de la y los magistrados de la Sala Superior
en sesión pública celebrada el 20 de octubre de 2014. Gaceta de Jurisprudencia y Tesis en materia electoral,
Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, Año 7, Número 15, 2014, páginas 12 y 13.
En el tema que nos ocupa, conviene también destacar tres principios: de igualdad,
de no discriminación y pro persona.
El principio pro persona, por su parte, supone que todas las normas de derechos
humanos deben interpretarse de manera que favorezcan la mayor protección
posible para la persona y sus derechos; esto es, si una ley o la interpretación de las
mismas garantiza de mejor manera un derecho, deberá prevalecer sobre
ordenamientos o interpretaciones que ofrezcan menor protección. Implica la
maximización de los derechos de las personas.
Artículo 1°. En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas gozarán
de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución y en los
tratados internacionales de los que el Estado Mexicano sea parte, así como
de las garantías para su protección, cuyo ejercicio no podrá restringirse ni
suspenderse, salvo en los casos y bajo las condiciones que esta
Constitución establece.
Las obligaciones del Estado mexicano a las que hace alusión el texto constitucional
suponen (Serrano 2013):
o Obligación de respetar: implica no interferir o poner en riesgo los
derechos. Es una obligación orientada a mantener el goce del
derecho.
o Obligación de proteger: está dirigida a las y los agentes estatales en
el marco de sus funciones para crear el marco jurídico y la maquinaria
institucional necesaria para prevenir violaciones de derechos
humanos.
o Obligación de garantizar: conlleva el deber de los Estados de
asegurar jurídicamente el libre y pleno ejercicio de los derechos (dar
efectividad a los derechos).
o Obligación de promover: constituye medidas para la realización del
derecho a más largo plazo, ampliar la base de su realización.
Buscar que todas las personas gocen de una esfera de autonomía donde les
sea posible trazar un plan de vida digna que pueda ser desarrollado,
protegidas de los abusos de autoridades, servidoras, servidores públicos y
de particulares.
Crear condiciones suficientes que permitan a todas las personas tomar parte
activa en el manejo de los asuntos públicos y en la adopción de las
decisiones comunitarias (vida democrática).
1.
1. Derecho a participar en la dirección de los asuntos públicos,
directamente o por representantes libremente elegidas/os;
2. Derecho a votar y ser elegida en elecciones periódicas auténticas,
realizadas por sufragio universal e igual y por voto secreto que
garantice la libre expresión de las y los electores y,
3. Derecho a acceder a las funciones públicas del país, incluyendo la
posibilidad de representar a su gobierno en el plano internacional y de
participar en la labor de las organizaciones internacionales.
En México, es hasta 1953, tras una larga lucha de las mujeres por el reconocimiento
de sus derechos políticos,[3] que se reformó el artículo 34 de la Constitución y se
reconoció como “ciudadanos de la República a los varones y mujeres que, teniendo
la calidad de mexicanos, reúnan, además, los siguientes requisitos: haber cumplido
18 años y tener un modo honesto de vivir”. El estatus de ciudadanía posibilitó a las
mujeres votar en las elecciones populares y ser electas para todos los cargos de
elección popular.
II. Poder ser votado para todos los cargos de elección popular, teniendo las
calidades que establezca la ley. El derecho de solicitar el registro de candidatos
ante la autoridad electoral corresponde a los partidos políticos, así como a los
ciudadanos que soliciten su registro de manera independiente y cumplan con
los requisitos, condiciones y términos que determine la legislación;
III. Asociarse individual y libremente para tomar parte en forma pacífica en los
asuntos políticos del país;
IV. Tomar las armas en el Ejército o Guardia Nacional, para la defensa de la
República y de sus instituciones, en los términos que prescriben las leyes;
VI. Poder ser nombrado para cualquier empleo o comisión del servicio público,
teniendo las calidades que establezca la ley;
VII. Iniciar leyes, en los términos y con los requisitos que señalen esta
Constitución y la Ley del Congreso. El Instituto Nacional Electoral tendrá las
facultades que en esta materia le otorgue la ley, y
Los derechos políticos forman parte de los derechos humanos. Las mujeres en
México pudieron ejercer plenamente esos derechos hasta 1953, cuando se les
reconocieron sus derechos a votar y ser electas.
[3] Con respecto a los demás países: Brasil y Uruguay reconocieron el derecho al sufragio femenino en 1932;
Cuba, en 1934; El Salvador, en 1939 (parcial); República Dominicana, en 1942; Jamaica, en 1944; Guatemala, en
1945 (parcial); Panamá, en 1945; Trinidad y Tobago, en 1946; Argentina y Venezuela, en 1947; Surinam, en 1948;
Chile y Costa Rica, en 1949; Haití y Barbados, en 1950; Antigua y Barbuda, Dominica, Granada, San Vicente y las
Granadinas y Santa Lucía, en 1951; Bolivia y St. Kitts y Nevis, en 1952; México y Guyana, en 1953; Nicaragua,
Honduras y Perú, en 1955; Colombia, en 1957; Paraguay, en 1961, y Bahamas, en 1962 (Picado 2007).
[4] Corte IDH, 2001, Chitay Nech y otros Vs. Guatemala, párr. 107.
[5] Para mayor información al respecto, véase González, Gilas y Báez (2016).
Pese a que, desde el punto de vista formal, la mayoría de los países en el mundo
han legislado para garantizar los derechos políticos de las mujeres, la presencia de
éstas en los espacios de poder y toma de decisiones está lejos aún de
corresponderse con el porcentaje de la población que representan, que es superior
a 50% en la mayor parte del planeta. No en balde la resolución sobre la participación
de las mujeres en la política aprobada por la Asamblea General de las Naciones
Unidas en 2011 señala: “las mujeres siguen estando marginadas en gran medida
de la esfera política en todo el mundo, a menudo como resultado de leyes, prácticas,
actitudes y estereotipos de género discriminatorios, bajos niveles de educación,
falta de acceso a servicios de atención sanitaria, y debido a que la pobreza las afecta
de manera desproporcionada” (ONU Mujeres 2016).
De acuerdo con datos de 2017 de la Unión Interparlamentaria, las mujeres ocupan
en promedio 23.4% de los escaños de los parlamentos nacionales en el mundo (IPU
2017).
Las ideas centrales de estas jurisprudencias, obligatorias para todas las autoridades
electorales, son las siguientes:
Atendiendo al deber de armonizar la legislación local con la federal, para 2017, las
32 entidades federativas del país habían ya adoptado el principio de paridad en su
normatividad electoral para diputaciones. Con respecto a cargos edilicios
(ayuntamientos), la legislación de 30 entidad contempla también el mandato de
paridad de género. Los estados que aún no lo hacen son: Durango y Tamaulipas.
Fuente: Elaboración propia con información consignada en las páginas electrónicas de los
Congresos locales.
El mayor rezago se encuentra en el espacio municipal, donde las mujeres ocupan
en promedio 16.1% (2017) de las presidencias municipales, si bien ello representa
un pequeño avance con respecto al porcentaje de 2016, correspondiente a 14.2%,
logrado en buena medida gracias a diversas sentencias del TEPJF que validaron la
obligación de postular 50% de mujeres como cabezas de planillas para la elección
de ayuntamientos, es decir, la obligatoriedad de la llamada paridad horizontal antes
mencionada.
Fuente: elaboración propia con datos del Sistema Nacional de Información Municipal, la serie Mujeres y Hombres
en México (INEGI-Inmujeres) y el Observatorio de Participación Política de las Mujeres en México (Inmujeres, INE,
TEPJF).
Sin dejar de reconocer los avances que todo esto ha supuesto para el ejercicio de
los derechos político-electorales de las mujeres, es importante advertir que
persisten cuestiones estructurales, como la violencia política, que obstaculizan el
ejercicio de dichos derechos y que constituyen un reflejo de la discriminación y de
los estereotipos de cómo son y cómo deben comportarse las mujeres en el ámbito
público. Adicionalmente, la mayor presencia de éstas en los espacios de poder y
toma de decisiones no ha estado en muchos casos exenta de rechazo y hostilidad
por parte de quienes han detentado monopólicamente el poder. Lo anterior ha dado
lugar a un fenómeno relativamente nuevo, conceptualizado como violencia política
contra las mujeres, materia del presente curso.
[5] Calculado por ONU Mujeres basado en información proporcionada por las Misiones Permanentes ante las
Naciones Unidas.