Atacameños en La Actualidad

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Atacameños en la actualidad

La historia de un pueblo no termina con la aculturación, solo termina cuando ya no


queda nadie que traspase la cultura, las tradiciones y la forma de vida. Esto quiere
decir que los pueblos latinoamericanos existentes antes de la llegada hispana no han
muerto, siguen vivos, muchos de ellos sufrieron un sincretismo, pero siguen teniendo
una raíz latinoamericana. Este es precisamente el caso de los atacameños que habitan
el actual Chile, en el Desierto de Atacama.

Los atacameños, también llamados licanantay, provienen de la cultura san pedro, y


han sufrido variados sincretismo a lo largo de su historia. Primero con la llegada de
tiwanaku, después lo incas y finalmente los hispanos, por lo tanto, el pueblo andino no
ha sobrevivido con sus tradiciones y costumbres puras, en tanto esto no significa que
haya muerto la cultura atacameña, solo ha evolucionado como todo lo hace en la vida.

Actualmente el pueblo atacameño en Chile (Dejo claro esto, porque en Argentina


también se desarrolló esta cultura) habita los lugares de altura, divido en dos sectores,
atacama la grande, que abarca los sectores como San Pedro de Atacama, Toconao,
Peine, Solor, Quitor, Sequitor, Tulor, Coyo, entre otros. Y atacama la chica, que está
compuesta por Chiu-Chiu, Lasana, Caspana, Ayquina, Cupo, Panire, Conchi viejo,
Toconce, Ollagüe, entre otros. Ha estos pueblos llegó la influencia hispana, existiendo
algunos como Chiu-Chiu y San Pedro de Atacama que tienen las iglesias católicas más
antiguas de Chile, pues fueron construidas por los primeros hispanos que llegaron al
territorio. Esto ya es una clara muestra de el cambio drástico que existió en la vida
andina. Hoy en día la religión que fue duramente implantada en el lugar se presenta
como propia del atacameño.

La religión del mundo andino es un sincretismo, pues se celebra a un santo católico,


pero con elementos andinos, eso no quiere decir que hayan dejado de hacer el pago a
la tierra o al sol, los elementos naturales que eran parte de su religión siguen estando
presentes, solo que le agregan el componente cristiano.

Todos los pueblos presentan esta característica, pero daré el ejemplo del pueblo de
Caspana, un pueblo ubicado a 3500 m.s.n.m. en atacama la chica. Este pueblo tiene
dos grandes celebraciones religiosas, primero la de San Lucas, patrón del pueblo, en
el mes de octubre y en febrero celebran a la Virgen de la Candelaria. Esta fiesta dura
4 días comenzando con el pago al sol y a la tierra, se realizan procesiones con la imagen
de la Virgen hacia los campos de cultivos para que las tierras sean fértiles y las cosechas
buenas, y también hacia las alturas para implorar la lluvia. Se hace la entrada de cera
y el ofrecimiento de vegetación y animales (corderos o llamas). El dos de febrero se
celebra la misa, después una procesión y en la tarde el baile de los cuartos, donde se
le baila a las Virgen con los animales ofrecidos; se le llama baile de los cuartos porque
dos personas bailan cacharpaya con la mitad de un animal y el baile termina cuando
se parte por la mitad, pero solo con el baile, no les es permitido golpearlos ni cortarlos,
pues no hay que dañar a los animales que tanto les cuesta criar. En este tipo de
celebraciones hay muchos elementos importantes que rescatar respecto al sincretismo
andino-hispano.

Las sociedades cambian, los pueblos tienen necesidades y se ven obligados a


evolucionar, llegan invasores y nos imponen sus tradiciones, sin embargo, creo que las
personas que han vivido esta aculturación en el mundo andino hoy sienten que todo lo
que se les impuso en algún momento es parte de ellos y no querrán dejarlo para volver
al pasado, ya todos esos elementos son andinos, atacameños, lilcanantay.
Laguna Ceja - Volcán Licancabur

Tinkus

Río Loa

Desierto de Atacama

Altiplano

Cuando viajas de pueblo en pueblo te encuentran con paisajes de este tipo.


Los moradores del desierto, abiertos a
negociar
Los atacameños, indígenas de Chile, quieren beneficiarse del turismo y la
minería y proteger su tierra
Otros

MARINE GAUTHIER

Calama (Chile) 23 AGO 2017 - 07:59 CEST

“Bienvenidos a Calama, la ciudad del sol y el cobre”, anuncia un cartel a la entrada


de esta ciudad situada a su vez a las puertas del desierto de Atacama. Un poco más
lejos, los primeros letreros reciben al turista: “Reserva Nacional Los Flamencos”,
“Valle de la muerte”, “Desierto de sal”. Es la descripción del lugar: las minas de
cobre, los parajes naturales únicos y el turismo dan forma hoy en día al paisaje de
esta zona del norte de Chile. Este altiplano es conocido por la inmensidad de su
desierto, su salar y sus flamencos rosas, pero no tanto por un pueblo que lo habita
desde hace 12.000 años y negocia a diario su supervivencia.
MÁS INFORMACIÓN
 'RESERVADOS I': Los dukhas, criadores de renos en la taiga
 RESERVADOS II: Los bambuti, la voz de los pigmeos en el bosque

 FOTOGALERÍA La vía intermedia de los atacameños


 ¿Y a nosotros quién nos pregunta?

¿Cómo puede un pueblo vivir desde hace tantos años en el desierto más árido del
mundo? Como es de esperar, en grupos, en pequeños oasis, y alrededor de los
puntos de agua. Pero sorprende más saber que los atacameños son agricultores y
ganaderos. La clave su superviviencia es la gestión del agua.
Manuel tiene unos 40 años y muestra orgulloso su uniforme de guarda de
la Reserva Nacional Los Flamencos. Le gusta hablar de sus raíces. “Ser atacameño
es ser un hijo de la tierra. Cada uno sabe dónde están sus antepasados. En la ciudad
ustedes conocen a sus abuelos, y quizás a sus bisabuelos, pero han perdido a los
antepasados. Nosotros sabemos", dice. También saben seguir vivos en el desierto
más árido del mundo, presume Manuel. Pero, naturalmente, también han perdido
cosas. "Nuestro idioma, el kunza, ha sido prohibido y casi ha desaparecido. Ahora
todos hablamos español”, dice con un acento que delata sus orígenes.

Felicia pasa de los 70, pero sigue cuidando su huerto, organiza la recuperación de
la escasa lluvia, acarrea agua del río y vive de su pequeña explotación. También
recuerda su juventud. Antes de la dictadura de Pinochet, antes de las minas y antes
del turismo. “Aquí vivíamos en la abundancia porque teníamos sistemas de
irrigación. Ahora, sabe usted, quieren traernos sistemas de irrigación de Israel,
pero tenemos nuestros propios sistemas", se queja Felicia.

Y recuerda. Recuerda que su pueblo sabía cultivar el trigo y el maíz con poca agua.
Que para lavar la ropa no necesitaban detergente, porque conocen unas pequeñas
bayas que crecen y dan jabón. Que cuando ella era joven, hacían su propia cerveza
y su vino para las ceremonias, y usaban en ellas las plumas de los flamencos rosas.
Para los augurios o para animar a las montañas en las que nace el agua. "Allí donde
va el agua, se crea vida. Es sencillo”, dice Felicia.

ver fotogaleríaFelicia es una


atacameña que vive de la agricultura en una de las zonas más secas del
mundo. RICCARDO PRAVETTONI

Sin embargo, la dictadura, el desarrollo de la minería y, más recientemente, la


llegada del turismo han cambiado la vida del pueblo atacameño que se ha decidido
a adaptarse a los nuevos tiempos. “La política y los Gobiernos cambian”, opina
Manuel. “Esta es nuestra tierra, y tenemos que negociar. Los mineros quieren
explotar nuestras tierras, las empresas de geotermia se interesan por ellas, la NASA
ha querido construir aquí un centro y por todas partes surgen hoteles", enumera. Y
admite que "esa gente" da trabajo, pero también coge el agua.

Sin embargo, aunque otros pueblos han decidido luchar contra situaciones
similares, su postura —defiende— es la de negociar. "Las cosas cambian cada día
en el desierto y nos adaptamos. Negociamos el futuro de nuestros hijos", continúa.
La cultura de los atacameños, sostiene Manuel, tiene 12.000 años, y el Estado
chileno unos 200. "Hemos entendido que para que nos escucharan teníamos que
adaptar nuestros métodos, crear comités oficiales y tener una personalidad jurídica.
Y lo hemos hecho”.

La conservación de la naturaleza: una oportunidad invasiva

Que les invadieron los incas, luego los españoles, los chilenos y los mineros, dice
Manuel. Ahora han llegado los conservacionistas y los turistas. "Todos pasan, y
nosotros seguimos aquí", presume de nuevo. ¿Es el turismo una invasión más? En
1990, el Gobierno chileno creó la Reserva Natural Los Flamencos. Y como sucede
a menudo, las comunidades locales vieron llegar a una serie de agentes del Estado
para encargarse de establecer nuevas reglas, cobrar entradas y administrar su
territorio.

La reserva de Los Flamencos es el primer caso de cogestión de una zona protegida


entre el Estado y un pueblo indígena. Se estudia como un ejemplo de éxito y, hoy
en día, las dos partes lo consideran una alianza estratégica que permite a cada una
de ellas proteger mejor el medio ambiente, pero también canalizar el turismo.

ver
fotogaleríaSandra Flores cuida de los animales en su rancho, donde da a conocer
la cultura atacameña a los turistas. RICCARDO PRAVETTONI
Leticia nació en Toconao, uno de los pueblos atacameños del desierto. Después
del instituto agrícola, pudo irse a estudiar y volvió a casa titulada en Ingenería
agrónoma. Según ella, esa gestión compartida d ela reserva les ha permitido abrirse
al emprendimiento y les ha dado oportunidades de trabajo y de formación. Las
comunidades han creado una asociación con fines no lucrativos para recibir y
redistribuir los beneficios que obtienen. “Es un beneficio para la economía y para
el desarrollo, pero también es un reconocimiento de nuestra cultura. Seguimos
negociando para encargarnos de una parte cada vez más importante de la gestión
aprovechando el hecho de que el Gobierno no tiene la capacidad, ni los medios,
para invertir más", explica. El Estado ahorra, y las comunidades se desarrollan.

La CONAF, el organismo que coordina la gestión de las zonas protegidas en


nombre del Gobierno chileno, lo confirma. “Se trata de un sistema de colaboración
que nos permite paliar la falta de personal técnico en nuestros equipos. Eso nos da
una visión constante y más amplia de la situación. Los atacameños son
considerados miembros del personal”, desarrolla Alejandro Santoro, el director
regional del ente. “Firmamos acuerdos con las comunidades, que así se pueden
beneficiar del turismo, mientras nosotros nos centramos en la protección de la
biodiversidad. Trabajamos con ellas en varios aspectos de la gestión de la reserva,
desde la planificación hasta la gestión de proyectos de ecoturismo”, precisa Ivonne
Valenzuela, que dirige una unidad específicamente dedicada a las relaciones con
las comunidades autóctonas.

La explosión del turismo: una bendición descontrolada

La reserva tiene tanto éxito que, hoy en día, es la más visitada de Chile con más de
200.000 visitantes al año. Pero las opiniones sobre los beneficios de esta afluencia
de turistas están divididas en el seno de la comunidad. Si bien algunos se alegran
de los beneficios económicos relacionados con la reserva, otros deploran el turismo
descontrolado y la implantación de agencias que no respetan sus costumbres y con
las que mantienen unas relaciones difíciles.

Hoy en día, la pequeña ciudad de San Pedro de Atacama es una sucesión de hoteles,
restaurantes, bares, tiendas de recuerdos y agencias de turismo. Un paraíso
artificial para mochileros donde no hay ningún lugareño. Allí, las noches son
animadas, los restaurantes ofrecen cocina internacional y los más sensatos se
retiran a descansar antes de madrugar para descubrir los géiseres y los flamencos
rosas del salar. El mensaje de las agencias es claro: salvajes e infinitas extensiones,
calma, maravillas de la naturaleza en el corazón de un desierto enorme... y
deshabitado.

ver
fotogaleríaSan Pedro de Atacama es una ciudad muy turística repleta de gente y de
pequeñas agencias que ofrecen todo tipo de excursiones. RICCARDO PRAVETTONI

¿Deshabitado? ¿De verdad? Basta con entrar en una agencia llamada Atacameños
Tour para comprender que los pueblos locales no forman parte de lo que se vende.
Cuando preguntamos quiénes son los atacameños y si los podemos conocer, hablar
con ellos y hacer visitas con ellos, la respuesta del agente de viajes es clara: “Los
atacameños son un pueblo desaparecido desde la colonización española. Todos han
sido exterminados”, cuenta el guía con un aire apenado. “¿Ha visto la cruz en la
carretera? Es en recuerdo de ellos. El desierto está vacío hoy en día. Pero tenemos
autobuses que salen todos los días para visitar los espléndidos lugares del desierto.
Estas son las fotos”...

Sandra Flores se indigna al escucharlo: “Lo que les interesa es llenar los autobuses
y visitar los parajes, no ofrecer la posibilidad de vivir una experiencia diferente.
Para nosotros es muy duro saber que se niega nuestra existencia, y no conseguimos
entrar en el mercado del turismo", se lamenta. Los guías, denuncia Flores, cuentan
que el desierto está vacío, que no hay pueblos autóctonos. "Sí, es verdad, no
estamos en San Pedro, pero en el desierto estamos por todas partes. Nos dedicamos
a nuestros animales y a trabajar la tierra. No nos ha dado tiempo a reaccionar bien
y a aprender a montar negocios. Pero existimos. Para nosotros es una lucha
continua para existir”.

Hace cuatro años, Sandra montó una pequeña empresa de turismo, Caravana
Ancestral. Con algunos miembros de su comunidad, reciben a los turistas en sus
casas, comparten momentos, hablan de su modo de vida y les proponen salir con
las llamas y ver un yacimiento arqueológico atacameño, que no está registrado en
ningún lugar en San Pedro. Pero ninguno de ellos habla inglés, y el enfoque todavía
no es demasiado profesional. Lo que, por otro lado, no deja de tener su encanto.

“Hemos entendido que para que nos escucharan teníamos


que adaptar nuestros métodos. Y lo hemos hecho”

Pero hay algo peor que esa negación de su existencia al repartir el pastel turístico.
La explosión de las visitas ha empeorado la situación hídrica de los atacameños.
Los cientos de hoteles que se han construido en sus tierras consumen mucha agua.
La comunidad local no lo había previsto y ahora sufre las consecuencias. “Los
hoteles han querido comprar terrenos, y se los hemos vendido. Eso ha empeorado
los problemas de agua que ya nos creaban las minas. No sabíamos que iban a coger
toda el agua que hay debajo de la tierra", explica Felicia. "Ya no tenemos suficiente
agua para cultivar, y tenemos que ir a buscarla a otro río que antes no usábamos".

El agua que usan ahora pasa por una salina, lo que significa que les llega muy
salada, pero también cargada de minerales más o menos tóxicos, como el arsénico.
Aunque no se hace nada para que los atacameños no la consuman, se les ha
prohibido vender a los hoteles su producción hortícola y ganadera para proteger la
salud de los turistas. “El problema del turismo es que no está regulado". Ni
racionado. "Es como el vino: te dicen que es ‘un buen antioxidante’. Sí, pero si
tomas litros todos los días te vas a sentir mal”, observa Leticia, la ingeniera.

“¿Por qué no podemos vivir bien también nosotros?”

Por todo esto, las negociaciones prosiguen en este frágil ecosistema y los
atacameños saben que si no hacen algo, su futuro podría ser mucho peor. Antonio
Cruz lo sabe bien. Vive en Calama, al lado de la mina más grande del mundo, y es
el director del Consejo de los Pueblos Atacameños, que dirige como un
empresario. “Los mineros atacan. Es la economía de un país a cambio de la vida
de un flamenco rosa, y tenemos que demostrar que somos capaces de resistir",
defiende.

Cruz insiste en establecer alianzas con sus "hermanos autóctonos de Perú, de


Bolivia y de Argentina". "Hemos decidido negociar con el litio, el oro, la geotermia
y la reserva. Pero eso tiene que pasar primero por unas consultas internas. Es el
pueblo quien decide, eso es todo”. El director del consejo, que corre de una reunión
a otra, se plantea incluso pedir un préstamo para recomprar una mina del desierto
y asegurarse así personalmente de que cumplirá con todas las normas
medioambientales.

“No queremos un enfrentamiento, queremos una vida mejor. Nuestro mayor


problema es el agua. No queremos que exploten nuestra agua y que tengan un
impacto negativo sobre ella. Por eso preferimos negociar ahí donde se instalan y
velar porque tengan el menor impacto posible en nuestro entorno", dice Cruz. Y
también que su pueblo es rico desde un punto de vista cultural, pero que también
quiere forjar su propio destino. "¿Por qué no tenemos derecho a vivir bien también
nosotros?", se pregunta. Los atacameños, como los demás pueblos indígenas de
Chile, siguen formando parte de las franjas de población más pobres.

Para ellos, quienes abogan por la conservación de la naturaleza y los que buscan
explotar las minas, son lo mismo: gente que ha venido de otros lugares que quiere
apropiarse de sus territorios y con la que hay que negociar. Los ven como parte de
unas industrias, sean extractivas o turísticas, que los han despreciado durante
mucho tiempo. Pero ahora intentan aprovecharse ellos también, al tiempo que
protegen su territorio.

ver fotogaleríaEl desierto de sal de Atacama acoge a los flamencos en


determinadas estaciones del año. RICCARDO PRAVETTONI

Para que les ayuden en sus negociaciones con estos grupos de presión, acuden a
organizaciones de derechos humanos que apoyan a los pueblos autóctonos. Felipe
Guerra, un activista chileno de unos 30 años, es abogado del Observatorio
Ciudadano. “Los pueblos autóctonos desarrollan su cultura en armonía con el
territorio. El sentimiento de pertenencia es fundamental, y si desean mantener su
modo de vida, hay que reconocer sus derechos sobre la tierra y sobre los recursos
naturales", apunta.

Hoy, en Chile, los pueblos autóctonos están reconocidos. Se ha firmado el


Convenio Internacional 169 sobre los derechos de los pueblos indígenas y tribales.
"Pero, en realidad, se suele favorecer a las industrias por razones económicas",
denuncia Guerra. "La tierra se privatiza, y es un proceso que amenaza a estos
pueblos”. En el sur del país, otras comunidades luchan contra la explotación
forestal o la creación de reservas naturales en sus tierras, de las que son los
propietarios legales.

En este contexto, la experiencia de cogestión y de negociación de los atacameños


es algo inédito. Pero ¿se puede llevar a cabo en otro lugar? “No es tan sencillo”,
responde Guerra. “Sería un error homogeneizar a los pueblos autóctonos y
considerar que todos se parecen. En realidad, hay que permitir sobre todo que cada
pueblo reflexione y decida lo que quiere. Algunos querrán crear su propia zona
protegida y otros querrán otro tipo de gestión”. Los atacameños, lejos del mito del
buen salvaje o del de una naturaleza inerme a la ONG o gobiernos
bienintencionados deben proteger, tratan de coger las riendas de su futuro y de
encontrar una vía intermedia entre el desarrollo y la conservación de su entorno.

http://www.precolombino.cl/culturas-americanas/pueblos-originarios-de-chile/atacameno/

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