Atacameños en La Actualidad
Atacameños en La Actualidad
Atacameños en La Actualidad
Todos los pueblos presentan esta característica, pero daré el ejemplo del pueblo de
Caspana, un pueblo ubicado a 3500 m.s.n.m. en atacama la chica. Este pueblo tiene
dos grandes celebraciones religiosas, primero la de San Lucas, patrón del pueblo, en
el mes de octubre y en febrero celebran a la Virgen de la Candelaria. Esta fiesta dura
4 días comenzando con el pago al sol y a la tierra, se realizan procesiones con la imagen
de la Virgen hacia los campos de cultivos para que las tierras sean fértiles y las cosechas
buenas, y también hacia las alturas para implorar la lluvia. Se hace la entrada de cera
y el ofrecimiento de vegetación y animales (corderos o llamas). El dos de febrero se
celebra la misa, después una procesión y en la tarde el baile de los cuartos, donde se
le baila a las Virgen con los animales ofrecidos; se le llama baile de los cuartos porque
dos personas bailan cacharpaya con la mitad de un animal y el baile termina cuando
se parte por la mitad, pero solo con el baile, no les es permitido golpearlos ni cortarlos,
pues no hay que dañar a los animales que tanto les cuesta criar. En este tipo de
celebraciones hay muchos elementos importantes que rescatar respecto al sincretismo
andino-hispano.
Tinkus
Río Loa
Desierto de Atacama
Altiplano
MARINE GAUTHIER
¿Cómo puede un pueblo vivir desde hace tantos años en el desierto más árido del
mundo? Como es de esperar, en grupos, en pequeños oasis, y alrededor de los
puntos de agua. Pero sorprende más saber que los atacameños son agricultores y
ganaderos. La clave su superviviencia es la gestión del agua.
Manuel tiene unos 40 años y muestra orgulloso su uniforme de guarda de
la Reserva Nacional Los Flamencos. Le gusta hablar de sus raíces. “Ser atacameño
es ser un hijo de la tierra. Cada uno sabe dónde están sus antepasados. En la ciudad
ustedes conocen a sus abuelos, y quizás a sus bisabuelos, pero han perdido a los
antepasados. Nosotros sabemos", dice. También saben seguir vivos en el desierto
más árido del mundo, presume Manuel. Pero, naturalmente, también han perdido
cosas. "Nuestro idioma, el kunza, ha sido prohibido y casi ha desaparecido. Ahora
todos hablamos español”, dice con un acento que delata sus orígenes.
Felicia pasa de los 70, pero sigue cuidando su huerto, organiza la recuperación de
la escasa lluvia, acarrea agua del río y vive de su pequeña explotación. También
recuerda su juventud. Antes de la dictadura de Pinochet, antes de las minas y antes
del turismo. “Aquí vivíamos en la abundancia porque teníamos sistemas de
irrigación. Ahora, sabe usted, quieren traernos sistemas de irrigación de Israel,
pero tenemos nuestros propios sistemas", se queja Felicia.
Y recuerda. Recuerda que su pueblo sabía cultivar el trigo y el maíz con poca agua.
Que para lavar la ropa no necesitaban detergente, porque conocen unas pequeñas
bayas que crecen y dan jabón. Que cuando ella era joven, hacían su propia cerveza
y su vino para las ceremonias, y usaban en ellas las plumas de los flamencos rosas.
Para los augurios o para animar a las montañas en las que nace el agua. "Allí donde
va el agua, se crea vida. Es sencillo”, dice Felicia.
Sin embargo, aunque otros pueblos han decidido luchar contra situaciones
similares, su postura —defiende— es la de negociar. "Las cosas cambian cada día
en el desierto y nos adaptamos. Negociamos el futuro de nuestros hijos", continúa.
La cultura de los atacameños, sostiene Manuel, tiene 12.000 años, y el Estado
chileno unos 200. "Hemos entendido que para que nos escucharan teníamos que
adaptar nuestros métodos, crear comités oficiales y tener una personalidad jurídica.
Y lo hemos hecho”.
Que les invadieron los incas, luego los españoles, los chilenos y los mineros, dice
Manuel. Ahora han llegado los conservacionistas y los turistas. "Todos pasan, y
nosotros seguimos aquí", presume de nuevo. ¿Es el turismo una invasión más? En
1990, el Gobierno chileno creó la Reserva Natural Los Flamencos. Y como sucede
a menudo, las comunidades locales vieron llegar a una serie de agentes del Estado
para encargarse de establecer nuevas reglas, cobrar entradas y administrar su
territorio.
ver
fotogaleríaSandra Flores cuida de los animales en su rancho, donde da a conocer
la cultura atacameña a los turistas. RICCARDO PRAVETTONI
Leticia nació en Toconao, uno de los pueblos atacameños del desierto. Después
del instituto agrícola, pudo irse a estudiar y volvió a casa titulada en Ingenería
agrónoma. Según ella, esa gestión compartida d ela reserva les ha permitido abrirse
al emprendimiento y les ha dado oportunidades de trabajo y de formación. Las
comunidades han creado una asociación con fines no lucrativos para recibir y
redistribuir los beneficios que obtienen. “Es un beneficio para la economía y para
el desarrollo, pero también es un reconocimiento de nuestra cultura. Seguimos
negociando para encargarnos de una parte cada vez más importante de la gestión
aprovechando el hecho de que el Gobierno no tiene la capacidad, ni los medios,
para invertir más", explica. El Estado ahorra, y las comunidades se desarrollan.
La reserva tiene tanto éxito que, hoy en día, es la más visitada de Chile con más de
200.000 visitantes al año. Pero las opiniones sobre los beneficios de esta afluencia
de turistas están divididas en el seno de la comunidad. Si bien algunos se alegran
de los beneficios económicos relacionados con la reserva, otros deploran el turismo
descontrolado y la implantación de agencias que no respetan sus costumbres y con
las que mantienen unas relaciones difíciles.
Hoy en día, la pequeña ciudad de San Pedro de Atacama es una sucesión de hoteles,
restaurantes, bares, tiendas de recuerdos y agencias de turismo. Un paraíso
artificial para mochileros donde no hay ningún lugareño. Allí, las noches son
animadas, los restaurantes ofrecen cocina internacional y los más sensatos se
retiran a descansar antes de madrugar para descubrir los géiseres y los flamencos
rosas del salar. El mensaje de las agencias es claro: salvajes e infinitas extensiones,
calma, maravillas de la naturaleza en el corazón de un desierto enorme... y
deshabitado.
ver
fotogaleríaSan Pedro de Atacama es una ciudad muy turística repleta de gente y de
pequeñas agencias que ofrecen todo tipo de excursiones. RICCARDO PRAVETTONI
¿Deshabitado? ¿De verdad? Basta con entrar en una agencia llamada Atacameños
Tour para comprender que los pueblos locales no forman parte de lo que se vende.
Cuando preguntamos quiénes son los atacameños y si los podemos conocer, hablar
con ellos y hacer visitas con ellos, la respuesta del agente de viajes es clara: “Los
atacameños son un pueblo desaparecido desde la colonización española. Todos han
sido exterminados”, cuenta el guía con un aire apenado. “¿Ha visto la cruz en la
carretera? Es en recuerdo de ellos. El desierto está vacío hoy en día. Pero tenemos
autobuses que salen todos los días para visitar los espléndidos lugares del desierto.
Estas son las fotos”...
Sandra Flores se indigna al escucharlo: “Lo que les interesa es llenar los autobuses
y visitar los parajes, no ofrecer la posibilidad de vivir una experiencia diferente.
Para nosotros es muy duro saber que se niega nuestra existencia, y no conseguimos
entrar en el mercado del turismo", se lamenta. Los guías, denuncia Flores, cuentan
que el desierto está vacío, que no hay pueblos autóctonos. "Sí, es verdad, no
estamos en San Pedro, pero en el desierto estamos por todas partes. Nos dedicamos
a nuestros animales y a trabajar la tierra. No nos ha dado tiempo a reaccionar bien
y a aprender a montar negocios. Pero existimos. Para nosotros es una lucha
continua para existir”.
Hace cuatro años, Sandra montó una pequeña empresa de turismo, Caravana
Ancestral. Con algunos miembros de su comunidad, reciben a los turistas en sus
casas, comparten momentos, hablan de su modo de vida y les proponen salir con
las llamas y ver un yacimiento arqueológico atacameño, que no está registrado en
ningún lugar en San Pedro. Pero ninguno de ellos habla inglés, y el enfoque todavía
no es demasiado profesional. Lo que, por otro lado, no deja de tener su encanto.
Pero hay algo peor que esa negación de su existencia al repartir el pastel turístico.
La explosión de las visitas ha empeorado la situación hídrica de los atacameños.
Los cientos de hoteles que se han construido en sus tierras consumen mucha agua.
La comunidad local no lo había previsto y ahora sufre las consecuencias. “Los
hoteles han querido comprar terrenos, y se los hemos vendido. Eso ha empeorado
los problemas de agua que ya nos creaban las minas. No sabíamos que iban a coger
toda el agua que hay debajo de la tierra", explica Felicia. "Ya no tenemos suficiente
agua para cultivar, y tenemos que ir a buscarla a otro río que antes no usábamos".
El agua que usan ahora pasa por una salina, lo que significa que les llega muy
salada, pero también cargada de minerales más o menos tóxicos, como el arsénico.
Aunque no se hace nada para que los atacameños no la consuman, se les ha
prohibido vender a los hoteles su producción hortícola y ganadera para proteger la
salud de los turistas. “El problema del turismo es que no está regulado". Ni
racionado. "Es como el vino: te dicen que es ‘un buen antioxidante’. Sí, pero si
tomas litros todos los días te vas a sentir mal”, observa Leticia, la ingeniera.
Por todo esto, las negociaciones prosiguen en este frágil ecosistema y los
atacameños saben que si no hacen algo, su futuro podría ser mucho peor. Antonio
Cruz lo sabe bien. Vive en Calama, al lado de la mina más grande del mundo, y es
el director del Consejo de los Pueblos Atacameños, que dirige como un
empresario. “Los mineros atacan. Es la economía de un país a cambio de la vida
de un flamenco rosa, y tenemos que demostrar que somos capaces de resistir",
defiende.
Para ellos, quienes abogan por la conservación de la naturaleza y los que buscan
explotar las minas, son lo mismo: gente que ha venido de otros lugares que quiere
apropiarse de sus territorios y con la que hay que negociar. Los ven como parte de
unas industrias, sean extractivas o turísticas, que los han despreciado durante
mucho tiempo. Pero ahora intentan aprovecharse ellos también, al tiempo que
protegen su territorio.
Para que les ayuden en sus negociaciones con estos grupos de presión, acuden a
organizaciones de derechos humanos que apoyan a los pueblos autóctonos. Felipe
Guerra, un activista chileno de unos 30 años, es abogado del Observatorio
Ciudadano. “Los pueblos autóctonos desarrollan su cultura en armonía con el
territorio. El sentimiento de pertenencia es fundamental, y si desean mantener su
modo de vida, hay que reconocer sus derechos sobre la tierra y sobre los recursos
naturales", apunta.
http://www.precolombino.cl/culturas-americanas/pueblos-originarios-de-chile/atacameno/