Oratorio
Oratorio
Imagina algo que fuera así: una erupción de un supervolcán produce seis años
de invierno volcánico, y reduce la población mundial a unos cuantos miles de
individuos en un periquete; son las fuerzas elementales de la Naturaleza. ¿Cómo llega
la primavera a Rusia? Un individuo, se acuesta por la noche, y, al despertar por la
mañana, donde no había nada, ve un campo florido exuberante; son las fuerzas
elementales de la Naturaleza. En la mañana del día 28 de junio, los europeos están
tranquilos: piensan que nunca más habrá conflictos entre ellos. Treinta y siete días
después, el continente está en guerra; una contienda con veinte millones de muertos;
son las fuerzas elementales de la estulticia de la naturaleza humana. Primitivismo.
Ritual. Como dice Simon Rattle, “Stravinsky va a la yugular”. Él, no utiliza colores
mezclados, sino puros. Es un fauvista, como Henri Matisse.
Imagina algo que fuera así: un sonido inaudito, para un comienzo inesperado y
misterioso, producido por un solo instrumento que parece que nadie ha oído jamás:
“¿qué instrumento es ése?”, se preguntan en el teatro. “Es un fagot”, dice uno. “¿Un
fagot suena así?, ¿desde cuándo?”, dice otro. Y ese instrumento interpreta una melodía
lituana. ¿Por qué?
Imagina algo que fuera así: tras dieciséis ensayos, una inmensa orquesta
sinfónica estrena la interpretación de una obra de música escénica en un teatro.
Enseguida, se producen protestas aisladas del público, y, al poco, aumentan los ruidos,
y el propio compositor de la obra decide abandonar su butaca de la quinta fila, para
refugiarse en la parte posterior del escenario. Allí, encuentra al bailarín principal y
coreógrafo, subido a una silla, al que halla gritando números a los bailarines: “¡trece!,
¡diecisiete!”. Entretanto, en el patio de butacas comienza una confrontación entre
seguidores y detractores de lo que está oyéndose en el teatro por primera vez en la
Historia. A uno, le llaman “perro judío”, por apoyar la interpretación y decir que es
genial; a otro, le preguntan qué le parece, y contesta que no entiende nada, pero que la
música está muy bien hecha; un tercero pide a los ignorantes que se vayan a freír
espárragos. Muchos, hacen aspavientos de incomprensión. Una condesa anciana rompe
su abanico y grita encolerizada: “¡Es la primera vez que se burlan de mí!”. El promotor
del espectáculo se dedica a encender y a apagar las luces de la sala, con la esperanza de
calmar el tumulto de silbidos, insultos, gritos y puños al aire y a otros lugares. Y, a
todo esto, hay que añadir el impertérrito hieratismo del director de la orquesta, que
está «aguantando el chaparrón» de la manera más profesional posible y ganándose el
sueldo. Terminada la interpretación, preguntan al empresario promotor del
espectáculo qué le ha parecido lo ocurrido, y contesta que era exactamente lo que él
quería. Comprended que, ante los acontecimientos narrados, y visto desde fuera,
cualquiera podría sentirse un marciano. ¿Qué espanto de música produjo tal
desaguisado de primitivismo y barbarie?
Todo esto, es Le sacre: algo descomunal que se impone con contundencia, que
se consagra. Es la última obra rusa de un compositor ruso a punto de hacerse francés.
Son pinturas cavernícolas; cuadros de la Rusia pagana.
Cucho Valcárcel
(2018)
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Porque, con ello, es posible sentir y oír las fuerzas de la Naturaleza sin correr
riesgos; sin necesidad de estar inmersos en un terremoto que nos devore, sin jugarnos
el tipo como un pompeyano bajo la lava del Vesubio, sin tener que sufrir el remojón de
un maremoto que ahora dicen tsunami. Porque no existe ninguna sonoridad igual en
otras obras; porque la obra es única y fue algo auditivamente nuevo en su día; porque
muestra un lenguaje sonoro propio e identificativo de su autor; porque provoca
reflexión; y porque ha trascendido en el tiempo, ya que, más de cien años después de
su creación, sigue interpretándose en Europa, en América y en una parte de Asia. Y, en
parte, merece ser oída y escuchada, y en vivo, porque se trata de una obra que su autor
jamás logró superar. Además, esta obra ha sido grabada en más de cien ocasiones, por
cuanto existen otras tantas versiones. Pocas obras han sido tantas veces grabadas y
pocos directores han existido que no la hayan registrado desde 1928.
Sobre Igor Stravinsky, podemos decir que quizá podría aplicársele aquello que
dijo Jean Cocteau sobre Picasso: “La obra de quien corre más que la belleza parecerá
disforme, pero obliga a la belleza a alcanzarle”. Nació en Oranienbaum (Lomonosov
actual). Aunque tuvo conciencia de sí mismo como músico desde los cinco años de
edad, fue desde los nueve años cuando estudió piano. A los once años de edad asistió
por primera vez a la ópera. Su padre cantaba ópera, pero quiso que su hijo estudiara
Derecho, y así lo hizo Stravinsky, a regañadientes, en la Universidad de Petersburgo.
Y, allí, conoció al hijo de Nikolai Rimski-Korsakov, que le presentó a su padre en 1902.
Antes, se aplicó con la composición y el contrapunto, pero obviando la armonía. Se
sintió misántropo, y su refugio fueron las clases que durante tres años recibió de
Rimski-Korsakov, el único del que reconoció haber aprendido algo. Vivió la Revolución
rusa y las dos Guerras Mundiales. Compuso El pájaro de fuego con 28 años de edad, en
1910. Era fumador empedernido. Frecuentó el trato con Maurice Ravel y recibió la
visita, en una clínica, aquejado de fiebres tifoideas, de Diaghilev, Debussy, Ravel,
Delage, Florent Schmitt y Manuel de Falla. En la maleta, llevaba su retrato pintado
por Picasso. Vivió, en lo sucesivo, de sus «derechos de autor», conviertiéndose en
empresario de sus propias obras y recorriendo el mundo. Desde 1924, dedicaba la
mitad del año a dar conciertos y la otra mitad a componer. Se dejó atrapar por la
publicidad americana y en EEUU realizó grabaciones discográficas multiplicando las
diferentes versiones de sus obras y percibiendo, así, nuevos derechos de autor y
Cucho Valcárcel
(2018)
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royalties. Su actitud era irónica: “Querido amigo, aquí, no está usted en su casa”. Aunque
fue ruso, francés y norteamericano, cultivó su eslavismo apátrida, y dijo que el francés
y el inglés le resultaban lenguas extrañas; siempre traducía desde el ruso. Visitó
España en 1916, en 1921 y en 1933 –y pasó por la Residencia de Estudiantes–. Ocupó
la cátedra de Poética de la Universidad de Harvard desde que, en 1939, estalló la
segunda Guerra Mundial y Stravinsky viajara a los EEUU, regalando allí conferencias,
como las recogidas en Poética musical. Abrazó la práctica del serialismo dodecafónico,
medio siglo después que Arnold Schönberg. Evitó el encuentro con Schönberg, que
vivía a quince kilómetros de él. Stravinsky admiraba la música de Anton Webern, y
destacaba la de los jóvenes Pierre Boulez y Karlheinz Stockhausen. Compuso 101 obras
entre 1903 y 1967. Murió de un infarto.
¿Podríamos contar más sobre esta obra? ¡Sí!, pero nunca llegaremos a
acercarnos a lo que la música evoca. Sólo hemos querido animaros para que descubráis
la potencia descomunal que expresa la inmensa orquesta. Es conveniente prepararse
para una audición, informándose sobre ella. Como es muy raro asistir a una versión
completa, con la danza incluida, si pudierais, no dejéis de ver el documental Rhythm is
it! (¡Esto es ritmo!), en el que el coreógrafo Royston Maldoom, y el director de orquesta
Simon Rattle, proponen que doscientos cincuenta adolescentes muestren en el
escenario, con sus cuerpos, la fuerza telúrica de Le sacre, mientras interpreta la obra en
vivo la Orquesta Filarmónica de Berlín. ¡Impresionante! Esto es, justamente, lo único
que podemos hacer por vosotras y por vosotros.
Cucho Valcárcel
(2018)
Cucho Valcárcel
(2018)