Los Cinco Motores de La Revolución en Venezuela

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Los cinco motores de la Revolución en Venezuela

ABRIL 22ND, 2007 ASDRÚBAL AGUIAR

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La nueva estrategia gubernamental marca el punto de no retorno

EL GÉNESIS DE LOS CINCO MOTORES DE LA REVOLUCIÓN

“El planteamiento comunista, no (…), quienes se lo plantean no es que estén locos. No es el


momento” (Hugo Chávez, La Nueva Etapa, El Mapa Estratégico de la Revolución, 2004).

El avance hacia el Socialismo del Siglo XXI y la renuncia por la Asamblea Nacional a sus
funciones legislativas ordinarias, luego de que habilitase al Presidente Hugo Chávez para
dictar por su cuenta leyes mediante decreto, marcan, ¡ no cabe duda!, el punto de no retorno en
una estrategia de poder absoluto concebida por aquél desde la cárcel, reelaborada varias
veces, y afinada desde entonces por sus asesores cubanos.

Dicha estrategia, que hoy agrupan y resumen las empresas publicitarias al servicio del
Régimen en los denominados “cinco motores” de la revolución socialista: la Ley Habilitante, la
Reforma Constitucional Socialista, la Educación Popular, la Nueva Geometría del Poder, y el
Poder Comunal, ha tenido y tiene por objeto hacer cristalizar y consolidar en Venezuela un
modelo político autoritario personalista; construido a partir de la idea del Estado y no a imagen
de la persona humana, y pariente cercano, tal modelo, del andamiaje constitucional que
fraguara en La Habana en 1976, luego del largo período de transición iniciado en 1959.

El mismo pacto de confidencialidad acordado entre los miembros de la comisión presidencial


para la reforma de la Constitución, creada por Hugo Chávez e integrada, entre otros, por los
titulares del Tribunal Supremo de Justicia y de la Asamblea Nacional, revela cómo los motores
socialistas corren en línea contraria a la esencia de la democracia: el diálogo abierto y la
transparencia, a fin de cuentas.

Que dicho modelo alcanzará encarnar o no en el pueblo y en nuestra huidiza y


descontextualizada sociedad o que lo ocurrido en Venezuela, desde cuando Chávez – a
contrapelo de la Constitución de 1961 – montara su Asamblea Constituyente para iniciar un
lento y taimado recorrido hacia la dictadura, ha sido posible por el dispendio de la riqueza del
petróleo, son asuntos a discutir. Pero en modo alguno varían la naturaleza y la esencia de la
visión y acción emprendidas hasta el presente, con coherencia inusitada, por este Teniente
Coronel ex golpista que nos manda y que aspira a mandarnos para siempre.

Los “cinco motores” son, en efecto, una suerte de impulso crucial hacia el objetivo querido e
imaginado desde ha mucho tiempo por algunos de los autores y coautores civiles y militares
de los golpes de Estado del 4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992 contra el entonces
Presidente Carlos Andrés Pérez, e interpretado cabalmente por Chávez.

Si se quiere, tales motores, dada la “progresividad” – querida o a lo mejor impuesta por las
circunstancias – de la estrategia totalitaria en curso, son en sí una reelaboración táctica de las
mismas premisas consagradas en la Constitución de 1999 – el pecado original – y cuyos
objetivos y herramientas fueron desarrollados luego en La Nueva Etapa: El Nuevo Mapa
Estratégico de la Revolución, explicado por Chávez en 2004, luego del fallido referendo
revocatorio presidencial.

No tenemos hoy, pues, nada nuevo bajo el sol, nada extraño que deba sorprendernos.

Basta la lectura cuidadosa o la relectura contextual de los documentos mencionados a la luz


de los “cinco motores” en cuestión y, seguidamente, la vista de éstos al trasluz y sobre la
Constitución comunista de 1976, para confirmar lo que, en mi modesto criterio, dejó de ser una
hipótesis: El Socialismo del siglo XXI es de neta factura cubana y comunista. Chávez corre
hacia su establecimiento en Venezuela, en un intento por mejorar la experiencia de Fidel
Castro.

¡Que haya o no convicción íntima en el hacedor de los “cinco motores” de la revolución acerca
de la validez contemporánea de sus supuestos ideológicos y de sus predicados socialistas-
marxistas, es asunto también a considerar. Empero, lo que si es cierto es que media en Chávez
una neta vocación de autócrata – siempre lo intrigó el fracaso del dictador militar de izquierda
peruano, Velasco Alvarado – y la vía cubana se le presentó a pedir de boca para la realización
de su sueño. Y en ese matrimonio con Castro lleva más de 8 años, que no son pocos.

El problema de Venezuela – y de América en su conjunto – ante tal disyuntiva es, por


consiguiente, serio y muy grave.

En la misma medida en que Chávez, rompiendo paradigmas ha puesto sus miras en el


mediano y largo plazo, la mayoría de los venezolanos – incluyendo a quienes lo siguen e
incluso a la minoría más instruida y dotada de recursos para el análisis del entorno – sigue
atada a su raizal cultura de presente. No ven lo que tenemos ante las narices sino cuando les
golpea y afecta en lo individual. A todo evento, el Ser nacional carga sus desgracias a cuestas
por 24 horas y no más allá. Y si el mal persiste, opta y optamos por disfrazarlo y hasta mudarlo
en objeto del humor.

Mientras Chávez y su gente hacen y deshacen con sus motores revolucionarios y nos empujan
hacia el comunismo bajo una consigna engañosa: el Socialismo del Siglo XXI, sorprende la
conducta escéptica y acomodaticia mayoritaria, a la que no escapan los gobiernos extranjeros.
La gente siente y cree que en paralelo hace y deshace y seguirá determinándose por su propia
cuenta.

La cuestión, en suma, ante la disyuntiva que ha dejado de ser tal y que ya anega para hacerse
de todo y de todos, es que una vez como se haya instalado la dictadura socialista y una vez
como rasgue cada una de nuestras verdades y realidades personales no quedará tiempo
siquiera para recoger los fustanes y atemperar la adversidad.

Hacer un alto para conocer y saber sobre los “cinco motores” en revolución y para la revolución
socialista planteada, no bastará; pero el entendimiento y la convicción acerca de sus
propósitos finales, a tiempo, nos permitirá ganar la mitad de una batalla para salvaguarda de la
libertad.

Vistos de conjunto, los “cinco motores” recrean, lo repito, un modelo de supremacía estatal
sobre el individuo; de centralismo político; de formación de un pensamiento único y dogmático
negado a la diversidad del mismo pensamiento; de avance hacia el partido único con mengua
del pluralismo partidista; de consolidación del poder presidencial mediante la negación de la
división y el equilibrio entre los varios poderes; y de uso y manipulación de la participación
popular para crear servidumbres al Estado y al autócrata.

Ese modelo ancló de modo incipiente, sin que nadie reparase al respecto, en la Constitución
Bolivariana de 1999. Y el contenido y alcances de los “cinco motores” fueron explicitados
hasta la saciedad en La Nueva Etapa, en 2004, a propósito de la cual Chávez comprometió
trasponer los umbrales del capitalismo.

Los “cinco motores” del socialismo encendidos en Venezuela arrancaron por


vez primera en Cuba a la caída de Fulgencio Batista. Y esto es lo que cuenta
y ha de considerarse. Hicieron posible que Castro, maestro de Chávez,
gobernase durante casi medio siglo sobre la vida y destino de los cubanos,
fuese jefe del Consejo de Estado y cabeza del Gobierno, legislador perpetuo,
amo de la economía y policía del consumo, conductor y contralor de las
Asambleas del Poder Popular y capataz de los Consejos de Defensa de la
revolución, líder de su partido único: el comunista, y deviniese, a fin de
cuentas, en el más grande cínico de la historia continental: “”Si cuando
estábamos alzados hubiéramos dicho que éramos comunistas, aun
estaríamos en la Sierra Maestra”, fue el dicho del anciano y moribundo
dictador el 2 de diciembre de 1961.

La idea de la Constitución fue la de hacer de Chávez un gobernante-legislador

EL PRIMER MOTOR: LA LEY HABILITANTE

“Los partidos que quieran manténganse, pero saldrían del gobierno. Conmigo quiero que
gobierne un partido. Los votos no son de ningún partido, esos votos son de Chávez y del
pueblo, no se caigan a mentiras” (Hugo Chávez, 16 de diciembre de 2006)

Los “cinco motores” de la revolución socialista, que Hugo Chávez – asumiéndose como
intérprete último de la voluntad popular – refiere de constituyentes, entre estos el motor
primero, la Ley Habilitante, avanzan, lo repito, sin solución de continuidad. Integran ellos una
estrategia que ancló sibilinamente en 1999, al aprobarse la Constitución, asiento original del
modelo autoritario y socialista en curso e inspirado en la Constitución cubana de 1976 y en su
visión dogmática de la política.

No por azar en su discurso de toma de posesión para otro período constitucional, el tercero,
Chávez dijo que para “radicalizar y profundizar” la revolución los “motores” encuentran su base
en el poder constituyente que otra vez y de nuevo invoca después de “2 mil 898 días”.

En la práctica, al afirmar esto puso de relieve que la organización constitucional republicana


que tanto discutiera la Asamblea Constituyente y que aún rige entre nosotros, tenían, para él,
carácter provisorio. Se trataría de una provisionalidad sostenida sobre el engaño – el célebre
“por ahora” – y que se le consideró necesaria hasta alcanzar el objetivo final: el Socialismo del
Siglo XXI. “Es recurrencia permanente para que la revolución nunca termine. Nunca puede ser
congelado [el poder constituyente, léase la “voluntad del pueblo” mismo] por el poder
constituido”, reveló Chávez en su discurso ante la Asamblea el pasado 10 de enero.

Dentro de tal concepto, pues, la idea de las instituciones democráticas es apenas un comodín
declinante, en espera de su sucedáneo o forzado complemento: la Revolución Socialista. Es un
obstáculo que ha de ser eliminado para alcanzar lo que en juicio de Chávez sería el predicado
ideal: el establecimiento de una de relación de dominio – telúrica y hasta mágica – suya, sin
mediaciones ni representaciones inconvenientes, con el pueblo; pueblo que ha de fraguar
como tal en él, su líder y conductor.

Ha lugar así, también y bajo esta suerte de “socialismo a la venezolana”, a una reedición
coetánea del caudillo o gendarme latinoamericano: quien, a la manera del “hombre fuerte y
bueno” que fuera el General Juan Vicente Gómez – según la opinión de Victorino Márquez
Bustillos – le dice a sus hijos como portarse y comportarse. La fórmula, no cabe duda, es de
suyo antigua y nada propia de los comunistas, como lo muestran las experiencias de Hitler,
Mussolini y el mismo Perón.

De allí que, al debatirse la última Constitución y considerarse el asunto de las leyes


habilitantes, (admitidas – no lo olvidemos – por el constitucionalismo democrático a fin de
que el Jefe del Estado, previa autorización parlamentaria, legisle extraordinariamente mediante
decretos con fuerza de ley dictados en circunstancias igualmente extraordinarias, económicas
o sociales) el proyectista de aquélla – Chávez – intentó caracterizar a tales leyes como “leyes
de base”: Leyes de base que, por ser de base y como lo indica el DRAE, habrían de ser el
fundamento o apoyo en el que descansen las otras leyes de la República.

La idea que medró en la Constitución actual, pues, fue la de hacer del Presidente una suerte de
gobernante-legislador, un constituyente perpetuo más allá del foro deliberante y con mengua
de la función parlamentaria plural de la democracia, tal y como lo sugiere el texto del articulo
235 del proyecto conocido en primera discusión por la Constituyente. No por azar, en las
primeras de cambio, Chávez se empeño en cerrar el Congreso bicameral electo junto a él en
1998, transformándolo luego en una Asamblea unicameral de eunucos, como lo ha mostrado
la experiencia de los últimos 8 años.

La denominación de “leyes de base”, ciertamente, no corrió con suerte. Otra vez y en el texto
constitucional finalmente adoptado se habló de leyes habilitantes; pero el objetivo del
proyectista se cumplió cabalmente. Y, a diferencia de las habilitantes conocidas, la
Constitución de 1999 les restó a dichas leyes su justificación extraordinaria y necesario
acotamiento a circunstancias y materias de excepción. Por lo mismo, no ha de sorprender que
hoy tenga lugar otro vaciamiento del parlamentarismo democrático y la fragua “secreta” de
leyes que sólo conoce quien las legislará mediante Decreto y con fundamento en la última
habilitación – la tercera de su mandato – que recibiera de la Asamblea Nacional; ello, con
vistas a incidir en los elementos dogmáticos y constitucionales del texto fundamental
señalado y empujar a la República hacia los predios del socialismo.
En La Nueva Etapa, en 2004, Chávez es consecuente con el propósito constitucional. En ella
revela su disposición a “consolidar… un nuevo sistema social, una nueva organización popular,
más allá de los partidos políticos” y anunció, entonces, su decisión de “rediseñar la estructura
funcional del Estado en todos sus niveles” y realizar un “marco jurídico que permita construir la
nueva institucionalidad revolucionaria municipal, estadal y nacional”. La reciente Ley
Habilitante, en suma, no es circunstancial.

Nada distinto de lo anterior – y es lo que cabe observar – ocurrió en el modelo constitucional


cubano que ahora inspira a la acción de Chávez, como bien lo explica la jurista Martha Prieto
Valdés: “Nuestro diseño político – señala – se organiza sobre la base de la unidad de poder o
unidad de acción política; se aparta de la clásica tríada montesquiana (sic), así como del
sistema del “chek and balance” que los padres fundadores del texto norteamericano idearon, y
de otras pluralidades de poderes instituidos” [como ocurría en la democracia que conocimos
los venezolanos y que disfrutan la mayoría de los países del Continente].

De tal forma que, al lector menos prevenido de la Constitución comunista de Cuba le será fácil
constatar que si bien existe una suerte de parlamento denominado Asamblea Nacional de
Poder Popular, próximo al nuestro – monocolor y sirviente – y con la igual calificación que
Chávez se apresurara dar recién a sus Ministros para llamarlos en lo adelante Ministros del
Poder Popular, por otra parte dicha Asamblea apenas se reúne accidentalmente. Durante su
receso legisla por su cuenta y en su nombre el Presidente del Consejo de Estado. “No existe el
rejuego político partidista entre los diputados, o entre éstos y el Gobierno”, precisa Prieto
Valdés.

Fidel Castro, del mismo modo en que se lo plantea Chávez, una vez electo como fuera
Presidente del Consejo de Estado cubano por la Asamblea del Poder Popular que no por el
pueblo de modo directo, durante el receso de ésta muta en legislador y dicta las leyes como
nuestro gobernante lo hace; le dice a la Asamblea cuándo debe sesionar y al efecto la
convoca; y determina el momento en que deben renovarse los diputados a la Asamblea, una
vez como resultan incómodos al propio Régimen.

En La Nueva Etapa, mucho antes del encendido de los motores de la revolución socialista,
Chávez dijo, al definir su estrategia para el “rediseño de la estructura funcional del Estado”, que
su objetivo específico era “establecer nuevas dinámicas parlamentarias” y al efecto, como
herramienta, provocaría la “reforma del reglamento de la Asamblea Nacional y de los
procedimientos legislativos”. Nada más.

Su parentela inmediata, sin duda, es la Constitución cubana de 1976


EL SEGUNDO MOTOR: LA REFORMA CONSTITUCIONAL

“Los ingenieros no podían limitarse a demoler una estructura ya existente, debido a las
repercusiones del tráfico ferroviario. Lo que hacían en su lugar era ir renovando lentamente
cada tornillo, viga y raíl, un trabajo que apenas si hacía levantar la vista de los periódicos a los
pasajeros. Sin embargo, un día se darían cuenta de que el viejo puente había desaparecido y
que ocupaba su sitio una nueva estructura relumbrante” (Maichel Burleigh, El Tercer Reich: Una
nueva historia, México, D.F., Suma de Letras, 2005)

La reforma de la Constitución, “segundo motor” e integrador de los otros motores de la


revolución bolivariana y en lo adelante socialista, será el tema central de la agenda política de
2007.

La Constitución de 1999 hizo posible, en la práctica y desde el mismo momento de su


adopción por la Asamblea Nacional Constituyente, la concentración paulatina de los poderes
públicos y el oblicuo dominio de Hugo Chávez por sobre ellos y sobre el Poder Electoral, para
perpetuarse en el ejercicio del poder; amén de que liquidó la autonomía municipal y de suyo
ahogó la descentralización política y administrativa propulsada desde antes, bajo el texto
fundamental de 1961.

La “bicha” – llamada así por el propio Presidente – situó al Estado y a su variable militar,
además, sobre la persona humana y su derecho al libre desarrollo y expansión de la
personalidad, dentro de un contexto normativo e ideológico que ha hecho de la primera
sirviente del poder constituido, arrendataria de su dignidad, y feligrés del pensamiento único
oficial: la ideología de Simón Bolívar, El Libertador.

La reforma constitucional se orientara, de acuerdo a lo anunciado, hacia la construcción de un


modelo de Estado y de sociedad socialistas, a la luz del llamado Socialismo del siglo XXI; fuera
de cuyos odres, según Chávez, no habrá lugar a diálogo constitucional con sus opositores.

Sea lo que fuere, cabe destacar que el Socialismo del Siglo XXI es nuevo sólo como idea
fuerza o símbolo nominal. Su contenido, tal y como lo asume Chávez, viene de muy atrás:
“Nosotros no teníamos dudas hacia donde íbamos, ahora cómo hacerlo, si por la vía pacífica o
por la vía armada, eso empezó a ser tema de debate durante años”, confesó en 2004 al
presentar La Nueva Etapa: El Mapa Estratégico de la Revolución Bolivariana y al recordar que los
tres mapas estratégicos elaborados hasta entonces, comenzando por el que diseñara en 1994
durante su prisión en Yare, “son una evolución del mismo mapa”.
Lo planteado por Chávez como eje del modelo revolucionario, según su testimonio y lo antes
dicho, “es trascender el modelo capitalista”. “El planteamiento comunista, no (…) en este
momento sería una locura, quienes se lo plantean no es que estén locos. No es el momento”,
afirma el presidente “reelecto” en La Nueva Etapa citada.

La filosofía de la estrategia, como se ve, es clara. El “por ahora” segue siendo la táctica. El
puente de la democracia, si cabe mi juicio anticipado y la imagen de Burleigh, no caerá en
Venezuela por implosión. Está siendo desmontado, desde 1999, tuerca por tuerca, viga por
viga, raíl por raíl.

No es ociosa, en efecto, la relectura de algunas normas orgánicas y dogmáticas de la


Constitución actual, cruzándolas “con” o apreciándolas a la luz de los elementos conceptuales
o discursivos, los objetivos específicos y las herramientas que describe e integran La Nueva
Etapa, para la comprensión de la estrategia de progresividad y el fin último que explica y
justifica, desde la óptica de Chávez, a los “motores” de su revolución y la reforma
constitucional anunciada.

En el ámbito de la organización del Estado y de la sociedad, la Constitución prefigura un


modelo de corte republicano y de separación de los poderes públicos, pero que acota la
clásica autonomía entre éstos y lo que es más importante, silencia a los partidos políticos:
instrumentos de la relación entre la sociedad civil y la sociedad política, y proscribe a renglón
seguido el financiamiento público de las llamadas asociaciones “con fines políticos”. La Nueva
Etapa, al profundizar la estrategia y con vistas al socialismo, avanza hacia la formulación de un
partido único y la reformulación de la organización del Estado y de la sociedad para consolidar
“la nueva estructura social de base”: sustentada en el llamado poder comunal y sus consejos –
ahora lo sabemos – quienes ejercerán tareas políticas y de producción en la base popular
amén de la contraloría social, y harán propio el sistema de gestión de la cosa pública derivado
de la experiencia y consolidación de las “misiones” exportadas desde La Habana.

En cuanto a la persona humana, la Constitución, junto a su desbordante nominalismo en


materia de derechos humanos, le confió al Estado – que no al mismo individuo – la función y
la responsabilidad de su desarrollo. No por azar, con vistas al Socialismo del Siglo XXI, dice La
Nueva Etapa que “no son los hechos, no es la superficie lo que hay que transformar, es el
hombre”. De allí el objetivo: el desarrollo de un sistema educacional bolivariano, que implique
no solo la reforma del sistema educativo sino “la formación e identificación de la población
con los valores, ética e ideología de la Revolución Bolivariana”. Es el llamado “tercer motor”.
El pluralismo democrático cede entre la Constitución y los postulados de La Nueva Etapa.
Median entre ambas y como soportes para la reforma constitucional planteada, las
interpretaciones ya hechas por la Sala Constitucional del TSJ en sus Sentencias 1013 y 1942,
que restringen la libertad de pensamiento y expresión, sea la reforma penal que criminaliza la
disidencia, sea la Ley de Responsabilidad Social de Radio y Televisión conocida como la Ley
Mordaza.

Chávez, como lo revela en La Nueva Etapa, cree que “hay que impedir que se reorganicen [los
opositores], hablando en términos militares, y si se reorganizaran: atacarlos y hostigarlos sin
descanso”. Y en igual línea reconoce que tiene un solo tipo de invitado: “nuestros medios de
comunicación aliados”, los suyos y no otros. De allí que la propuesta y el cometido, en línea
con el trazado inicial de 1999, sean “fortalecer los medios de comunicación públicos” y
“potenciar las capacidades comunicacionales del Estado”.

La gestión electoral, en otro orden, ya se encuentra “despartidizada” por virtud de la


Constitución. Sobre sus logros, La Nueva Etapa dispuso fortalecer los ejes que mejor incidan
sobre el aparato informático del que depende el ejercicio del voto, condicionándolo. Según
ésta, tales ejes son la Misión Identidad y el registro electoral digital, el alimento de “la data” de
los partidos políticos (Listas Tascón y Maisanta) y el afinamiento del “mapa geo-referencial”
que permita saber donde reside cada venezolano y con quién está políticamente alineado.

El régimen económico, que se afirma, según la Constitución, en la competencia libre y en el


respeto a la propiedad privada, y que le abre un espacio tímido a la “propiedad colectiva”,
avanzará conforme a La Nueva Etapa hacia la cogestión, la economía popular, el autoempleo y
la creación de nuevos valores de “producción y consumo solidarios”, dentro de un contexto de
planificación centralizada y de desarrollo endógeno.

La política exterior y de defensa nacional, apoyada en las ideas constitucionales de la


soberanía absoluta y la articulación de todo el orden normativo fundamental alrededor de la
seguridad nacional y la preeminencia de la Fuerza Armada, encuentran en La Nueva Etapa
como sus objetivos la confrontación abierta con los Estados Unidos, la exportación del
modelo revolucionario bolivariano, la creación de un nuevo pensamiento militar, el desarrollo
de las milicias populares, la formación de la población en la obediencia y disciplina militar, y la
creación de grupos de opinión, comunicólogos e intelectuales que contribuyan a crear
matrices de opinión internacional favorables al proceso.

En suma, el significado del Socialismo del Siglo XXI, pretendido núcleo del debate
constitucional reformista, si alcanza cristalizar mediante una “negociación democrática”
reeditará en Venezuela – no cabe duda – una experiencia muy cercana y de añeja data.
Nuestra contemporaneidad – paradójicamente – no la capta ni comprende cabalmente y
quienes la captan o comprenden no se avienen en su viabilidad actual o al definirla: ora como
dictadura constitucional o como fascismo, ora como populismo personalista o autocracia
militar, o como comunismo a secas. Pero su parentela inmediata, no tengo dudas, es la
Constitución cubana de 1976.

Este motor hacer ruido para que la gente sepa que no hay vuelta atrás

EL TERCER MOTOR: LA EDUCACIÓN SOCIALISTA

Haremos el hombre del siglo XXI: nosotros mismos. Nos forjaremos en la acción cotidiana,
creando un hombre nuevo con una nueva técnica (Ernesto “Che” Guevara, El hombre nuevo,
1965)
Tenemos que demoler el viejo régimen a nivel ideológico…No son los hechos, no es la
superficie lo que hay que transformar, es el hombre y empecemos por nosotros mismos, por
nosotros mismos dando ejemplo de que realmente estamos impregnados de una nueva idea,
que no es nada nueva, es muy vieja, pero en este momento es nueva para este mundo (Hugo
Chávez, La Nueva Etapa, El Nuevo Mapa Estratégico, 2004).

La educación popular, nombre inicial del tercer motor de la revolución socialista, titulado luego
Moral y Luces con una precisión nada ingenua: “educación en los valores socialistas”, intenta
concretar la idea del “hombre nuevo” con vistas al Socialismo del Siglo XXI.

La idea no es original de Hugo Chávez y sí un plagio de la expuesta mucho antes por el Ernesto
Guevara, el Che, quien sostuvo en 1965 que una revolución sólo es auténtica cuando es capaz
de crear un “hombre nuevo”: como vendría a serlo, para él y con apoyo de la técnica, el hombre
del siglo XXI.

En Chávez existe conciencia, pues, en cuanto a que su modelo revolucionario no encaja ni


encarna, adecuadamente, en nuestra “sociedad”. Hábitos, atavismos, tradiciones y modos de
ser arraigados, que nos vendrían desde el tiempo inicial de la República y afirmados durante el
tiempo real de su existencia como República: el siglo XX, representarían un impedimento para
el propósito de insertar su pensamiento único y su visión unilineal de la política en nuestra
realidad, que no se condice con el carácter plural o mejor huidizo, inestable y hasta anárquico
del hombre y la mujer venezolanos.
Sea lo que fuere, la Constitución de 1999 ensayó de forma sibilina – pues los líderes y
seguidores del golpe del 4 de febrero de 1992, repitiendo al Castro de la Sierra Maestra, no
hicieron evidentes sus convicciones – los primeros insumos normativos para el avance hacia
el objetivo predeterminado: mudar la sustancia de Venezuela y empujarla hacia el modelo de
sociedad anhelado por algunos de nuestros líderes de antaño, sostenidamente frustrado por la
realidad terca, y esta vez de regreso por la revancha: el comunismo, a secas.

Veamos la lectura de este texto fundamental.

Su artículo 2 lleva incorporada una prescripción decidora: El Estado tiene como fines
esenciales la defensa y “el desarrollo de la persona humana”. El desarrollo de la personalidad,
que en la democracia y en toda sociedad donde la dignidad personal sujeta al Estado y es
responsabilidad del propio individuo, descansando primeramente en él y sucesivamente en su
familia, contando con el apoyo instrumental – si cabe – del mismo Estado, en la Constitución
Bolivariana opera de un modo inverso: es asunto del Estado, léase del Gobierno en pocas
palabras, quien como tutor impuesto modela al ciudadano, su pupilo, a la luz del credo oficial.

Este predicado se entiende mejor una vez como se le aprecia de conjunto al artículo 102
constitucional, que consagra el derecho humano a la educación, explicado de manera
ortodoxa e interesadamente en la Exposición de Motivos de la Constitución.

Para el constituyente bolivariano, así, la educación es derecho pero preferentemente servicio


público del Estado, dispuesto para “desarrollar … [en] cada ser humano … el pleno ejercicio de
su personalidad [y para su] participación activa, consciente y solidaria en los procesos de
transformación social, consustanciados con los valores de la identidad nacional”. Y tales
valores son, como lo revelan la Exposición de Motivos citada y el artículo 1 inaugural de la
Constitución, los insertos en la doctrina de Simón Bolívar, que aquella, al situarla como eje de
la educación por el Estado y para la fragua de la personalidad humana de cada venezolano,
denomina “ideario bolivariano”.

La conclusión no se hace esperar.

El “hombre nuevo” fue imaginado por Chávez, en 1999, como un “bolivariano” quien alcanzaría
su madurez dentro de lo bolivariano y quien al participar, política y socialmente, se hace parte
de lo nacional en tanto y en cuanto sea bolivariano.
Desde entonces se instaló en Venezuela el pensamiento único, cuyo último intérprete pasó a
ser el Estado y no su destinataria, la gente, apenas libre para reflexionar dentro de un
pensamiento predeterminado y postizo.

No huelga observar que a falta de tales presupuestos no se explicaría el carácter invasor de la


célebre ley de contenidos o Ley de Responsabilidad de Radio y Televisión, que ha
homogeneizado la programación de los medios radioeléctricos mediante cuñas y cadenas
“revolucionarias” sostenidas aparte de concitar la autocensura.

Tal ley, empero, hace eficaz y con vistas al cometido de moldear la personalidad humana del
hombre nuevo y socialista, las normas de los artículos 101 y 108 de la Constitución
Bolivariana, a cuyo tenor: “Los medios de comunicación social tienen el deber de coadyuvar a
la difusión de los valores… y contribuir a la formación ciudadana [bolivariana]”, y no otra.

Así las cosas, quien estudie la Constitución de Cuba, sancionada en 1976, observará como la
guía inicial de su modelo es martiniana – como la nuestra es bolivariana – y marxista como lo
será la nuestra, una vez dictada la reforma constitucional.

El Estado cubano, como lo indica su Constitución en el artículo 9, también tiene la atribución


de desarrollar la personalidad humana. Es quién “realiza la voluntad del pueblo… y afianza la
ideología”. La enseñanza, allá, es función del Estado y aquí, entre nosotros, servicio público del
Estado. Allá se fundamenta, lo repito, en “el ideario marxista y martiniano” y aquí, en
Venezuela, en el “bolivariano”, hasta tanto alcancemos, por lo pronto y “por ahora”, el estadio
socialista.

En La Nueva Etapa, El Mapa Estratégico de la Revolución, de 2004, Chávez explica sin rodeos
todo lo anterior y desarrolla, ampliándolo, el contenido y la finalidad del pensamiento único
fijado en 1999 y denominado socialista desde 2007.

En ella, a título de premisa, arguye que “no son los hechos, no es la superficie lo que hay que
transformar, es el hombre”. Y de allí los objetivos precisos: Formar e identificar a “la población
con los valores, ética e ideología de la Revolución Bolivariana… y en los principios militares de
disciplina, amor a la patria, y obediencia” y al efecto “potenciar las capacidades
comunicacionales del Estado”. Las herramientas, según el mismo Chávez, son la fragua de un
“sistema de educación bolivariano”, el “uso de los medios, principalmente la radio, para
masificar la creación de valores”, la “creación de grupos de formadores de opinión,
comunicólogos e intelectuales para contribuir a conformar matrices de opinión”, y en fin, la
“definición y desarrollo para el sistema de educación bolivariano de programas de formación
en la ética y moral del ciudadano bolivariano”.

La Venezuela Bolivariana, por consiguiente, se niega al culto de Miranda o de Bello, o de otros


pensadores o a formas distintas del humano pensar. El ser humano de suyo medra al servicio
de la ideología estatal, y el desiderátum socialista, por consiguiente, será tan manifiesto como
ya lo es para el constituyente cubano: “El Estado orienta, fomenta y promueve la educación…
patriótica y comunista … [y reconoce que] es libre la creación… siempre que su contenido no
sea contrario a la Revolución”.

El tercer motor de la revolución socialista venezolana, en síntesis, no es nuevo. El motor de la


educación popular hace ruido para que la gente sepa que no hay vuelta atrás en la idea de
compartir con Cuba y su Constitución “el objetivo final”: “edificar la sociedad comunista”.

Chávez le compró a Pérez Jiménez la idea los polos o ejes de desarrollo

HACIA LA GEOMETRÍA DEL PODER Y PODER COMUNAL:


CUARTO Y QUINTO MORES DE LA REVOLUCIÓN

“Tenemos que ir marchando hacia la conformación de un estado comunal y el viejo estado


burgués que todavía vive, que está vivito y coleando, tenemos que irlo desmontando
progresivamente mientras vamos levantando al estado comunal, el estado socialista, el estado
bolivariano” (Hugo Chávez, 8 de enero de 2007).

El avance hacia una nueva geometría del poder y la consiguiente organización del poder
comunal, cuarto y quinto motores de la revolución socialista, será el candado que finalmente
cierre las puertas de la libertad en Venezuela.

¡No exagero!

En la experiencia de Cuba, modelo y guía que es, las Asambleas del Poder Popular
establecidas en barrios, pueblos y ciudades desfiguraron su geografía política fundacional –
hecha a partir del Municipio y de su función mediadora ante el poder – sin que derivasen
aquellos en instrumentos de la gente y para que la gente piense, actúe y se realice en libertad.

Han sido tales Asambleas agregados de individuos, células del poder centralizado comunista,
prolongaciones de sus Ministerios del Poder Popular – así llamados entre nosotros – y hechas
por tal poder para la producción económica, planificada desde el vértice del poder y para el
control social y político sobre la gente. Nacieron de una geografía artificial construida desde el
Estado y sobrepuesta a las identidades humanas e históricas; coexisten con los Comités de
Defensa de la Revolución (CDR’s); y funcionan subordinados al Consejo de Estado, al Consejo
de Ministros, al Consejo de Defensa de la Revolución, cuyo presidente es a la vez jefe del
partido único, gobernante sin alternancia y gendarme de todo cuanto respira en los predios de
la isla: Fidel Castro.

Una geometría del poder distinta de la nuestra – que surgiera sobre la sangre de miles de
compatriotas durante el siglo XIX e inicios del siglo XX – ya rondaba en la mente de Chávez
desde su primera campana electoral y desde cuando se entrevistara con el penúltimo dictador
venezolano, General Marcos Pérez Jiménez, a quien le compró la idea de los polos de
desarrollo o ejes de desarrollo territorial.

La misma idea la hicieron propia los gobiernos de la Republica Civil desde 1958. Las regiones
y sus Corporaciones de Desarrollo fueron, en efecto, experimentos administrativos del poder
central para apoyar a la provincia montados sobre la geografía política existente sin macularla,
que identificaban elementos comunes y complementarios entre los Estados de la Federación o
entre los mismos Municipios para asociarlos y fortalecerlos en áreas de desarrollo conjunto,
generando fuentes de trabajo y evitando la migración hacia las metrópolis del centro-norte-
costero. Guayana fue el gran emblema.

Pero ahora y al igual que ocurriera en Cuba, la geometría socialista nos llega entendida como
una geopolítica o geometría del poder, para la desfiguración de la institucionalidad republicana
mediadora y para la acumulación de mas poder en el vértice de la pirámide del poder. E implica
el manejo por este de la base territorial – de allí las expropiaciones sin límite de las tierras en
manos de los particulares – y luego de la población, adaptándolos a las exigencias del
proyecto socialista en cierne.

En la Constitución de 1999 quedó inoculado en germen de tal reorganización geopolítica. Se


acotaron las competencias de los Estados (articulo 164) y se sujetó la autonomía municipal
(articulo 168), haciéndolas depender de los dictados de la ley nacional. Y, como se expresa en
la Exposición de Motivos constitucional, el objeto fue liquidar de raíz el pacto federal que diera
origen consensual a nuestra República, empujándola hacia una suerte de “federalismo
cooperativo” organizado desde el Gobierno central y por su Consejo Federal, que hoy dirige el
Vicepresidente (articulo 185).

El articulo 128 constitucional dejo abierta, sin solución de continuidad, la reordenación


territorial, diluyéndola dentro de lo medioambiental y llevándola mas allá de lo urbano o
ambiental para asegurar como competencia del Estado la ordenación del territorio con vista a
las “realidades políticas”.

El texto constitucional, animado más por lo anterior que por la participación ciudadana y el
consiguiente fortalecimiento de la representatividad democrática, hizo menguar a la par la
forma partidaria de asociación política y prohibió su financiamiento publico (articulo 67); le
abrió las compuertas a las formas plebiscitarias – ejercicio directo de la democracia –
postergando el valor estructurante del sufragio (articulo 70); y consagró, además, el
establecimiento de “entidades funcionalmente descentralizadas” – de suyo no electas y
dependientes del nivel centralizado del poder – para el desempeño de actividades sociales y
económicas (articulo 300) propias a la iniciativa de los municipios.

Chávez, en síntesis, no ha escondido cartas bajo la manga.

Al exponer La Nueva Etapa, El Mapa Estratégico de la Revolución Bolivariana, en 2004, sobre los
rieles constitucionales enunciados desnudó su premisa ideológica dominante y de raigambre
cubana: “Consolidar la nueva estructura social de base [Unidades de Batalla Endógena,
Misiones, Contralorías Sociales]: [como] elementos [… de] un nuevo sistema social, una nueva
organización popular, mucho más allá de los partidos políticos” y trascender al capitalismo.

El objetivo venia de suyo y lo explica su autor: “Rediseñar la estructura funcional del Estado en
todos sus niveles”, “construir la nueva institucionalidad revolucionaria municipal, estadal y
nacional”, organizar la “economía popular… y el autoempleo”, asegurar la “sustentabilidad de
las misiones” y “evitar la transformación social de la organización de base en estructuras
partidistas”.

Las herramientas a tenor de La Nueva Etapa, en consecuencia, no son otras que la formación
de la “red de centros del poder popular [como unidades productivas]” y dentro de éstos la
institucionalización de “las misiones” y de la “ccontraloría social”, para las “denuncias
confidenciales” y el “control del ‘modo de vida’ de las autoridades y los funcionarios”. Las
unidades de la reserva militar popular para la gestión de la “seguridad ciudadana”
revolucionaria les acompañarían y, todas a una, fundidas o relacionadas, serán la prolongación
de la “instancia única de coordinación y toma de decisiones de las organizaciones con fines
políticos que apoyan al proceso”: el debatido partido único.

Así las cosas, desde el día en que arrancaron los motores de la geopolítica del poder y del
poder comunal durante la “última” toma de posesión de Chávez y desde antes, cuando se dictó
la ley material del poder comunal, en 2006, éste ha trasladado ingentes sumas de dinero hacia
los Consejos Comunales certificados desde su Gobierno. Y ha predicado, sin ambages, que los
mismos ejecutarán a nivel del pueblo las políticas públicas nacionales: comenzando por los
impuestos que cobra el SENIAT.

En el modelo de organización marxista del poder, como podrá observarse, la sociedad y el todo
encarnan en la cúspide, en el punto en donde se encuentra situada la voluntad del dictador o
autócrata, no más allá. Así es en Cuba y así comienza a serlo en Venezuela.

La revolución no tiene entidad propia, no quiere instituciones mediadoras y tampoco las


fabrica. En nuestro caso, Chávez, en persona, es la misma revolución, tanto como Fidel lo es
en Cuba. Y aquél y sólo él busca alcanzar lo que tanto le aconsejara el “teórico” argentino
Norberto Ceresole: afirmar su relación directa de líder con la gente; pero gente atada, alienada
e irreflexiva.

Dentro de tal concepción no cabe, por lo mismo, el clásico sistema de separación entre los
poderes públicos: nacionales, regionales y municipales, sean legislativos, judiciales o
ejecutivos, ni ha lugar al “check and balance” típico de las democracias, inherente a las
repúblicas representativas, que tiene como propósito asegurarle al ser humano sus humanos
derechos y un espacio que le proteja de la arbitrariedad.

Uno de los pensadores alemanes de actualidad, Thomas Darnstädt, jefe quien fuera de las
páginas políticas de la revista Der Spiegel y autor de La trampa del consenso recuerda, por lo
mismo que “son los municipios los que cohesionan a la sociedad, no la nación”: municipios
autónomos, entiéndase. Y la enseñanza huelga. En las democracias verdaderas el edificio
nacional no se construye desde el piso onceavo, así su panorámica impresione.

El mapa o la geometría del poder piramidal socialista será, a fin de cuentas, simple y cubano:
Afirmará en la cúspide el poder personal del Presidente; hará menguar lo que quede de los
órganos de mediación e intermediación republicanos; sostendrá al primero sobre un amasijo
informe de asambleas sin rostro propio, que escapando al sistema del voto universal, directo y
secreto de los gobernantes, se constituirán con las nóminas del partido único y de la
burocracia oficial; y el individuo, el venezolano y la venezolana corrientes o los mercaderes de
ocasión, arrendarán sus dignidades para servir al poder y a su poseedor sumo: Hugo Chávez
Frías, y para sobrevivir, si acaso pueden.

Un resumen del modelo

LOS CINCO MOTORES PREPARAN UN MODELO DE SUPREMACÍA ESTATAL


Vistos de conjunto, los “cinco motores” recrean, lo repito, un modelo de supremacía estatal
sobre el individuo; de centralismo político; de formación de un pensamiento único y dogmático
negado a la diversidad del mismo pensamiento; de avance hacia el partido único con mengua
del pluralismo partidista; de consolidación del poder presidencial mediante la negación de la
división y el equilibrio entre los varios poderes; y de uso y manipulación de la participación
popular para crear servidumbres al Estado y al autócrata.

Ese modelo ancló de modo incipiente, sin que nadie reparase al respecto, en la Constitución
bolivariana de 1999. Y el contenido y alcances de los “cinco motores” fueron explicitados
hasta la saciedad en La Nueva Etapa, en 2004, a propósito de la cual Chávez comprometió
trasponer los umbrales del capitalismo. Presentamos un resumen de cada uno de los motores
explicados en profundidad en los trabajos publicados durante esta semana.

La Habilitante

En La Nueva Etapa, en 2004, Chávez es consecuente con el propósito constitucional. En ella


revela su disposición a “consolidar… un nuevo sistema social, una nueva organización popular,
más allá de los partidos políticos”, y anunció, entonces, su decisión de “rediseñar la estructura
funcional del Estado en todos sus niveles” y realizar un “marco jurídico que permita construir la
nueva institucionalidad revolucionaria municipal, estadal y nacional”. La reciente Ley
Habilitante, en suma, no es circunstancial.

Nada distinto de lo anterior -y es lo que cabe observar- ocurrió en el modelo constitucional


cubano que ahora inspira a la acción de Chávez, como bien lo explica la jurista Martha Prieto
Valdés: “Nuestro diseño político -señala- se organiza sobre la base de la unidad de poder o
unidad de acción política; se aparta de la clásica tríada montesquiana (sic), así como del
sistema del “chek and balance” que los padres fundadores del texto norteamericano idearon, y
de otras pluralidades de poderes instituidos” (como ocurría en la democracia que conocimos
los venezolanos y que disfrutan la mayoría de los países del continente).

De tal forma que al lector menos prevenido de la Constitución comunista de Cuba le será fácil
constatar que si bien existe una suerte de Parlamento denominado Asamblea Nacional de
Poder Popular, próximo al nuestro -monocolor y sirviente- y con la igual calificación que
Chávez se apresurara dar recién a sus ministros para llamarlos en lo adelante Ministros del
Poder Popular, por otra parte dicha Asamblea apenas se reúne accidentalmente. Durante su
receso legisla por su cuenta y en su nombre el Presidente del Consejo de Estado. “No existe el
rejuego político partidista entre los diputados, o entre éstos y el Gobierno”, dice Prieto Valdés.
Reforma constitucional

La reforma constitucional se orientará, según lo anunciado, hacia la construcción de un


modelo de Estado y de sociedad socialistas, a la luz del llamado socialismo del siglo XXI; fuera
de cuyos odres, según Chávez, no habrá lugar a diálogo constitucional con opositores.

Lo planteado por Chávez como eje del modelo revolucionario, según su testimonio y lo antes
dicho, “es trascender el modelo capitalista”. “El planteamiento comunista, no (…) en este
momento sería una locura, quienes se lo plantean no es que estén locos. No es el momento”,
afirma el Presidente “reelecto” en La Nueva Etapa citada.

En el ámbito de la organización del Estado y de la sociedad avanza hacia la formulación de un


partido único y la reformulación de la organización del Estado y de la sociedad para consolidar
“la nueva estructura social de base”: sustentada en el llamado poder comunal y sus consejos
-ahora lo sabemos-, quienes ejercerán tareas políticas y de producción en la base popular
amén de la contraloría social, y harán propio el sistema de gestión de la cosa pública derivado
de la experiencia y consolidación de las “misiones” exportadas desde La Habana.

El régimen económico, que se afirma, según la Constitución, en la competencia libre y en el


respeto a la propiedad privada, y que le abre un espacio tímido a la “propiedad colectiva”,
avanzará conforme a La Nueva Etapa hacia la cogestión, la economía popular, el autoempleo y
la creación de nuevos valores de “producción y consumo solidarios”, dentro de un contexto de
planificación centralizada y de desarrollo endógeno.

La política exterior y de defensa nacional, apoyada en las ideas constitucionales de la


soberanía absoluta y la articulación de todo el orden normativo fundamental alrededor de la
seguridad nacional y la preeminencia de la Fuerza Armada, encuentra en La Nueva Etapa como
sus objetivos la confrontación abierta con Estados Unidos, la exportación del modelo
revolucionario bolivariano, la creación de un nuevo pensamiento militar, el desarrollo de las
milicias populares, la formación de la población en la obediencia y disciplina militar, y la
creación de grupos de opinión, comunicólogos e intelectuales que contribuyan a crear
matrices de opinión internacional favorables al proceso.

La educación bolivariana

La educación popular, nombre inicial del tercer motor de la revolución socialista, titulado luego
Moral y Luces con una precisión nada ingenua: “educación en los valores socialistas”, intenta
concretar la idea del “hombre nuevo” con vistas al socialismo del siglo XXI.
El “hombre nuevo” fue imaginado por Chávez, en 1999, como un “bolivariano”, quien alcanzaría
su madurez dentro de lo bolivariano y quien al participar, política y socialmente, se hace parte
de lo nacional en tanto y en cuanto sea bolivariano.

Desde entonces se instaló aquí el pensamiento único, cuyo último intérprete pasó a ser el
Estado y no su destinataria, la gente, apenas libre para reflexionar dentro de un pensamiento
predeterminado y postizo.

Quien estudie la Constitución de Cuba, sancionada en 1976, observará cómo la guía inicial de
su modelo es martiniana -como la nuestra es bolivariana- y marxista como lo será la nuestra,
una vez dictada la reforma.

El Estado cubano, como lo indica su Constitución en el artículo 9, también tiene la atribución


de desarrollar la personalidad humana. Es quién “realiza la voluntad del pueblo… y afianza la
ideología”. La enseñanza, allá, es función del Estado y aquí, entre nosotros, servicio público del
Estado. Allá se fundamenta, lo repito, en “el ideario marxista y martiniano” y aquí, en
Venezuela, en el “bolivariano”, hasta tanto alcancemos, por lo pronto y “por ahora”, el estadio
socialista.

El tercer motor de la revolución socialista, en síntesis, no es nuevo. El motor de la educación


popular hace ruido para que la gente sepa que no hay vuelta atrás en la idea de compartir con
Cuba y su Constitución “el objetivo final”: “edificar la sociedad comunista”.

Geometría del poder

Ahora y al igual que ocurriera en Cuba, la geometría socialista nos llega entendida como una
geopolítica del poder, para la desfiguración de la institucionalidad republicana mediadora y
para la acumulación de más poder en el vértice de la pirámide del poder; e implica el manejo
por éste de la base territorial -de allí las expropiaciones sin límite de las tierras en manos de
los particulares- y luego de la población, adaptándolos a las exigencias del proyecto socialista
en cierne.

En la Constitución de 1999 quedó inoculado en germen de tal reorganización geopolítica. Se


acotaron las competencias de los Estados (artículo 164) y se sujetó la autonomía municipal
(artículo 168), haciéndolas depender de los dictados de la ley nacional. Y, como se expresa en
la Exposición de Motivos constitucional, el objeto fue liquidar de raíz el pacto federal que diera
origen consensual a nuestra República, empujándola hacia una suerte de “federalismo
cooperativo” organizado desde el Gobierno Central y por su Consejo Federal, que hoy dirige el
Vicepresidente (artículo 185).

Poder comunal

Al exponer La Nueva Etapa, El Mapa Estratégico de la Revolución Bolivariana, en 2004, Chávez


sobre los rieles constitucionales enunciados desnudó su premisa ideológica dominante y de
raigambre cubana: “Consolidar la nueva estructura social de base [Unidades de Batalla
Endógena, Misiones, Contralorías Sociales]: [como] elementos [… de] un nuevo sistema social,
una nueva organización popular, mucho más allá de los partidos” y trascender al capitalismo.

Las herramientas a tenor de La Nueva Etapa, en consecuencia, no son otras que la formación
de la “red de centros del poder popular [como unidades productivas]” y dentro de éstos la
institucionalización de “las misiones” y de la “contraloría social”, para las “denuncias
confidenciales” y el “control del ‘modo de vida’ de los funcionarios”. Las unidades de la reserva
militar popular para la gestión de la “seguridad ciudadana” revolucionaria les acompañarían y,
todas a una, fundidas o relacionadas, serán la prolongación de la “instancia única de
coordinación y toma de decisiones de las organizaciones con fines políticos del proceso”: el
debatido partido único.

Así las cosas, desde el día en que arrancaron los motores se han trasladado ingentes sumas
de dinero hacia los consejos comunales certificados desde el Gobierno.

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