Los Cinco Motores de La Revolución en Venezuela
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El avance hacia el Socialismo del Siglo XXI y la renuncia por la Asamblea Nacional a sus
funciones legislativas ordinarias, luego de que habilitase al Presidente Hugo Chávez para
dictar por su cuenta leyes mediante decreto, marcan, ¡ no cabe duda!, el punto de no retorno en
una estrategia de poder absoluto concebida por aquél desde la cárcel, reelaborada varias
veces, y afinada desde entonces por sus asesores cubanos.
Dicha estrategia, que hoy agrupan y resumen las empresas publicitarias al servicio del
Régimen en los denominados “cinco motores” de la revolución socialista: la Ley Habilitante, la
Reforma Constitucional Socialista, la Educación Popular, la Nueva Geometría del Poder, y el
Poder Comunal, ha tenido y tiene por objeto hacer cristalizar y consolidar en Venezuela un
modelo político autoritario personalista; construido a partir de la idea del Estado y no a imagen
de la persona humana, y pariente cercano, tal modelo, del andamiaje constitucional que
fraguara en La Habana en 1976, luego del largo período de transición iniciado en 1959.
Los “cinco motores” son, en efecto, una suerte de impulso crucial hacia el objetivo querido e
imaginado desde ha mucho tiempo por algunos de los autores y coautores civiles y militares
de los golpes de Estado del 4 de febrero y el 27 de noviembre de 1992 contra el entonces
Presidente Carlos Andrés Pérez, e interpretado cabalmente por Chávez.
Si se quiere, tales motores, dada la “progresividad” – querida o a lo mejor impuesta por las
circunstancias – de la estrategia totalitaria en curso, son en sí una reelaboración táctica de las
mismas premisas consagradas en la Constitución de 1999 – el pecado original – y cuyos
objetivos y herramientas fueron desarrollados luego en La Nueva Etapa: El Nuevo Mapa
Estratégico de la Revolución, explicado por Chávez en 2004, luego del fallido referendo
revocatorio presidencial.
No tenemos hoy, pues, nada nuevo bajo el sol, nada extraño que deba sorprendernos.
¡Que haya o no convicción íntima en el hacedor de los “cinco motores” de la revolución acerca
de la validez contemporánea de sus supuestos ideológicos y de sus predicados socialistas-
marxistas, es asunto también a considerar. Empero, lo que si es cierto es que media en Chávez
una neta vocación de autócrata – siempre lo intrigó el fracaso del dictador militar de izquierda
peruano, Velasco Alvarado – y la vía cubana se le presentó a pedir de boca para la realización
de su sueño. Y en ese matrimonio con Castro lleva más de 8 años, que no son pocos.
Mientras Chávez y su gente hacen y deshacen con sus motores revolucionarios y nos empujan
hacia el comunismo bajo una consigna engañosa: el Socialismo del Siglo XXI, sorprende la
conducta escéptica y acomodaticia mayoritaria, a la que no escapan los gobiernos extranjeros.
La gente siente y cree que en paralelo hace y deshace y seguirá determinándose por su propia
cuenta.
La cuestión, en suma, ante la disyuntiva que ha dejado de ser tal y que ya anega para hacerse
de todo y de todos, es que una vez como se haya instalado la dictadura socialista y una vez
como rasgue cada una de nuestras verdades y realidades personales no quedará tiempo
siquiera para recoger los fustanes y atemperar la adversidad.
Hacer un alto para conocer y saber sobre los “cinco motores” en revolución y para la revolución
socialista planteada, no bastará; pero el entendimiento y la convicción acerca de sus
propósitos finales, a tiempo, nos permitirá ganar la mitad de una batalla para salvaguarda de la
libertad.
Vistos de conjunto, los “cinco motores” recrean, lo repito, un modelo de supremacía estatal
sobre el individuo; de centralismo político; de formación de un pensamiento único y dogmático
negado a la diversidad del mismo pensamiento; de avance hacia el partido único con mengua
del pluralismo partidista; de consolidación del poder presidencial mediante la negación de la
división y el equilibrio entre los varios poderes; y de uso y manipulación de la participación
popular para crear servidumbres al Estado y al autócrata.
Ese modelo ancló de modo incipiente, sin que nadie reparase al respecto, en la Constitución
Bolivariana de 1999. Y el contenido y alcances de los “cinco motores” fueron explicitados
hasta la saciedad en La Nueva Etapa, en 2004, a propósito de la cual Chávez comprometió
trasponer los umbrales del capitalismo.
“Los partidos que quieran manténganse, pero saldrían del gobierno. Conmigo quiero que
gobierne un partido. Los votos no son de ningún partido, esos votos son de Chávez y del
pueblo, no se caigan a mentiras” (Hugo Chávez, 16 de diciembre de 2006)
Los “cinco motores” de la revolución socialista, que Hugo Chávez – asumiéndose como
intérprete último de la voluntad popular – refiere de constituyentes, entre estos el motor
primero, la Ley Habilitante, avanzan, lo repito, sin solución de continuidad. Integran ellos una
estrategia que ancló sibilinamente en 1999, al aprobarse la Constitución, asiento original del
modelo autoritario y socialista en curso e inspirado en la Constitución cubana de 1976 y en su
visión dogmática de la política.
No por azar en su discurso de toma de posesión para otro período constitucional, el tercero,
Chávez dijo que para “radicalizar y profundizar” la revolución los “motores” encuentran su base
en el poder constituyente que otra vez y de nuevo invoca después de “2 mil 898 días”.
Dentro de tal concepto, pues, la idea de las instituciones democráticas es apenas un comodín
declinante, en espera de su sucedáneo o forzado complemento: la Revolución Socialista. Es un
obstáculo que ha de ser eliminado para alcanzar lo que en juicio de Chávez sería el predicado
ideal: el establecimiento de una de relación de dominio – telúrica y hasta mágica – suya, sin
mediaciones ni representaciones inconvenientes, con el pueblo; pueblo que ha de fraguar
como tal en él, su líder y conductor.
Ha lugar así, también y bajo esta suerte de “socialismo a la venezolana”, a una reedición
coetánea del caudillo o gendarme latinoamericano: quien, a la manera del “hombre fuerte y
bueno” que fuera el General Juan Vicente Gómez – según la opinión de Victorino Márquez
Bustillos – le dice a sus hijos como portarse y comportarse. La fórmula, no cabe duda, es de
suyo antigua y nada propia de los comunistas, como lo muestran las experiencias de Hitler,
Mussolini y el mismo Perón.
La idea que medró en la Constitución actual, pues, fue la de hacer del Presidente una suerte de
gobernante-legislador, un constituyente perpetuo más allá del foro deliberante y con mengua
de la función parlamentaria plural de la democracia, tal y como lo sugiere el texto del articulo
235 del proyecto conocido en primera discusión por la Constituyente. No por azar, en las
primeras de cambio, Chávez se empeño en cerrar el Congreso bicameral electo junto a él en
1998, transformándolo luego en una Asamblea unicameral de eunucos, como lo ha mostrado
la experiencia de los últimos 8 años.
La denominación de “leyes de base”, ciertamente, no corrió con suerte. Otra vez y en el texto
constitucional finalmente adoptado se habló de leyes habilitantes; pero el objetivo del
proyectista se cumplió cabalmente. Y, a diferencia de las habilitantes conocidas, la
Constitución de 1999 les restó a dichas leyes su justificación extraordinaria y necesario
acotamiento a circunstancias y materias de excepción. Por lo mismo, no ha de sorprender que
hoy tenga lugar otro vaciamiento del parlamentarismo democrático y la fragua “secreta” de
leyes que sólo conoce quien las legislará mediante Decreto y con fundamento en la última
habilitación – la tercera de su mandato – que recibiera de la Asamblea Nacional; ello, con
vistas a incidir en los elementos dogmáticos y constitucionales del texto fundamental
señalado y empujar a la República hacia los predios del socialismo.
En La Nueva Etapa, en 2004, Chávez es consecuente con el propósito constitucional. En ella
revela su disposición a “consolidar… un nuevo sistema social, una nueva organización popular,
más allá de los partidos políticos” y anunció, entonces, su decisión de “rediseñar la estructura
funcional del Estado en todos sus niveles” y realizar un “marco jurídico que permita construir la
nueva institucionalidad revolucionaria municipal, estadal y nacional”. La reciente Ley
Habilitante, en suma, no es circunstancial.
De tal forma que, al lector menos prevenido de la Constitución comunista de Cuba le será fácil
constatar que si bien existe una suerte de parlamento denominado Asamblea Nacional de
Poder Popular, próximo al nuestro – monocolor y sirviente – y con la igual calificación que
Chávez se apresurara dar recién a sus Ministros para llamarlos en lo adelante Ministros del
Poder Popular, por otra parte dicha Asamblea apenas se reúne accidentalmente. Durante su
receso legisla por su cuenta y en su nombre el Presidente del Consejo de Estado. “No existe el
rejuego político partidista entre los diputados, o entre éstos y el Gobierno”, precisa Prieto
Valdés.
Fidel Castro, del mismo modo en que se lo plantea Chávez, una vez electo como fuera
Presidente del Consejo de Estado cubano por la Asamblea del Poder Popular que no por el
pueblo de modo directo, durante el receso de ésta muta en legislador y dicta las leyes como
nuestro gobernante lo hace; le dice a la Asamblea cuándo debe sesionar y al efecto la
convoca; y determina el momento en que deben renovarse los diputados a la Asamblea, una
vez como resultan incómodos al propio Régimen.
En La Nueva Etapa, mucho antes del encendido de los motores de la revolución socialista,
Chávez dijo, al definir su estrategia para el “rediseño de la estructura funcional del Estado”, que
su objetivo específico era “establecer nuevas dinámicas parlamentarias” y al efecto, como
herramienta, provocaría la “reforma del reglamento de la Asamblea Nacional y de los
procedimientos legislativos”. Nada más.
“Los ingenieros no podían limitarse a demoler una estructura ya existente, debido a las
repercusiones del tráfico ferroviario. Lo que hacían en su lugar era ir renovando lentamente
cada tornillo, viga y raíl, un trabajo que apenas si hacía levantar la vista de los periódicos a los
pasajeros. Sin embargo, un día se darían cuenta de que el viejo puente había desaparecido y
que ocupaba su sitio una nueva estructura relumbrante” (Maichel Burleigh, El Tercer Reich: Una
nueva historia, México, D.F., Suma de Letras, 2005)
La “bicha” – llamada así por el propio Presidente – situó al Estado y a su variable militar,
además, sobre la persona humana y su derecho al libre desarrollo y expansión de la
personalidad, dentro de un contexto normativo e ideológico que ha hecho de la primera
sirviente del poder constituido, arrendataria de su dignidad, y feligrés del pensamiento único
oficial: la ideología de Simón Bolívar, El Libertador.
Sea lo que fuere, cabe destacar que el Socialismo del Siglo XXI es nuevo sólo como idea
fuerza o símbolo nominal. Su contenido, tal y como lo asume Chávez, viene de muy atrás:
“Nosotros no teníamos dudas hacia donde íbamos, ahora cómo hacerlo, si por la vía pacífica o
por la vía armada, eso empezó a ser tema de debate durante años”, confesó en 2004 al
presentar La Nueva Etapa: El Mapa Estratégico de la Revolución Bolivariana y al recordar que los
tres mapas estratégicos elaborados hasta entonces, comenzando por el que diseñara en 1994
durante su prisión en Yare, “son una evolución del mismo mapa”.
Lo planteado por Chávez como eje del modelo revolucionario, según su testimonio y lo antes
dicho, “es trascender el modelo capitalista”. “El planteamiento comunista, no (…) en este
momento sería una locura, quienes se lo plantean no es que estén locos. No es el momento”,
afirma el presidente “reelecto” en La Nueva Etapa citada.
La filosofía de la estrategia, como se ve, es clara. El “por ahora” segue siendo la táctica. El
puente de la democracia, si cabe mi juicio anticipado y la imagen de Burleigh, no caerá en
Venezuela por implosión. Está siendo desmontado, desde 1999, tuerca por tuerca, viga por
viga, raíl por raíl.
Chávez, como lo revela en La Nueva Etapa, cree que “hay que impedir que se reorganicen [los
opositores], hablando en términos militares, y si se reorganizaran: atacarlos y hostigarlos sin
descanso”. Y en igual línea reconoce que tiene un solo tipo de invitado: “nuestros medios de
comunicación aliados”, los suyos y no otros. De allí que la propuesta y el cometido, en línea
con el trazado inicial de 1999, sean “fortalecer los medios de comunicación públicos” y
“potenciar las capacidades comunicacionales del Estado”.
En suma, el significado del Socialismo del Siglo XXI, pretendido núcleo del debate
constitucional reformista, si alcanza cristalizar mediante una “negociación democrática”
reeditará en Venezuela – no cabe duda – una experiencia muy cercana y de añeja data.
Nuestra contemporaneidad – paradójicamente – no la capta ni comprende cabalmente y
quienes la captan o comprenden no se avienen en su viabilidad actual o al definirla: ora como
dictadura constitucional o como fascismo, ora como populismo personalista o autocracia
militar, o como comunismo a secas. Pero su parentela inmediata, no tengo dudas, es la
Constitución cubana de 1976.
Este motor hacer ruido para que la gente sepa que no hay vuelta atrás
Haremos el hombre del siglo XXI: nosotros mismos. Nos forjaremos en la acción cotidiana,
creando un hombre nuevo con una nueva técnica (Ernesto “Che” Guevara, El hombre nuevo,
1965)
Tenemos que demoler el viejo régimen a nivel ideológico…No son los hechos, no es la
superficie lo que hay que transformar, es el hombre y empecemos por nosotros mismos, por
nosotros mismos dando ejemplo de que realmente estamos impregnados de una nueva idea,
que no es nada nueva, es muy vieja, pero en este momento es nueva para este mundo (Hugo
Chávez, La Nueva Etapa, El Nuevo Mapa Estratégico, 2004).
La educación popular, nombre inicial del tercer motor de la revolución socialista, titulado luego
Moral y Luces con una precisión nada ingenua: “educación en los valores socialistas”, intenta
concretar la idea del “hombre nuevo” con vistas al Socialismo del Siglo XXI.
La idea no es original de Hugo Chávez y sí un plagio de la expuesta mucho antes por el Ernesto
Guevara, el Che, quien sostuvo en 1965 que una revolución sólo es auténtica cuando es capaz
de crear un “hombre nuevo”: como vendría a serlo, para él y con apoyo de la técnica, el hombre
del siglo XXI.
Su artículo 2 lleva incorporada una prescripción decidora: El Estado tiene como fines
esenciales la defensa y “el desarrollo de la persona humana”. El desarrollo de la personalidad,
que en la democracia y en toda sociedad donde la dignidad personal sujeta al Estado y es
responsabilidad del propio individuo, descansando primeramente en él y sucesivamente en su
familia, contando con el apoyo instrumental – si cabe – del mismo Estado, en la Constitución
Bolivariana opera de un modo inverso: es asunto del Estado, léase del Gobierno en pocas
palabras, quien como tutor impuesto modela al ciudadano, su pupilo, a la luz del credo oficial.
Este predicado se entiende mejor una vez como se le aprecia de conjunto al artículo 102
constitucional, que consagra el derecho humano a la educación, explicado de manera
ortodoxa e interesadamente en la Exposición de Motivos de la Constitución.
El “hombre nuevo” fue imaginado por Chávez, en 1999, como un “bolivariano” quien alcanzaría
su madurez dentro de lo bolivariano y quien al participar, política y socialmente, se hace parte
de lo nacional en tanto y en cuanto sea bolivariano.
Desde entonces se instaló en Venezuela el pensamiento único, cuyo último intérprete pasó a
ser el Estado y no su destinataria, la gente, apenas libre para reflexionar dentro de un
pensamiento predeterminado y postizo.
Tal ley, empero, hace eficaz y con vistas al cometido de moldear la personalidad humana del
hombre nuevo y socialista, las normas de los artículos 101 y 108 de la Constitución
Bolivariana, a cuyo tenor: “Los medios de comunicación social tienen el deber de coadyuvar a
la difusión de los valores… y contribuir a la formación ciudadana [bolivariana]”, y no otra.
Así las cosas, quien estudie la Constitución de Cuba, sancionada en 1976, observará como la
guía inicial de su modelo es martiniana – como la nuestra es bolivariana – y marxista como lo
será la nuestra, una vez dictada la reforma constitucional.
En La Nueva Etapa, El Mapa Estratégico de la Revolución, de 2004, Chávez explica sin rodeos
todo lo anterior y desarrolla, ampliándolo, el contenido y la finalidad del pensamiento único
fijado en 1999 y denominado socialista desde 2007.
En ella, a título de premisa, arguye que “no son los hechos, no es la superficie lo que hay que
transformar, es el hombre”. Y de allí los objetivos precisos: Formar e identificar a “la población
con los valores, ética e ideología de la Revolución Bolivariana… y en los principios militares de
disciplina, amor a la patria, y obediencia” y al efecto “potenciar las capacidades
comunicacionales del Estado”. Las herramientas, según el mismo Chávez, son la fragua de un
“sistema de educación bolivariano”, el “uso de los medios, principalmente la radio, para
masificar la creación de valores”, la “creación de grupos de formadores de opinión,
comunicólogos e intelectuales para contribuir a conformar matrices de opinión”, y en fin, la
“definición y desarrollo para el sistema de educación bolivariano de programas de formación
en la ética y moral del ciudadano bolivariano”.
El avance hacia una nueva geometría del poder y la consiguiente organización del poder
comunal, cuarto y quinto motores de la revolución socialista, será el candado que finalmente
cierre las puertas de la libertad en Venezuela.
¡No exagero!
En la experiencia de Cuba, modelo y guía que es, las Asambleas del Poder Popular
establecidas en barrios, pueblos y ciudades desfiguraron su geografía política fundacional –
hecha a partir del Municipio y de su función mediadora ante el poder – sin que derivasen
aquellos en instrumentos de la gente y para que la gente piense, actúe y se realice en libertad.
Han sido tales Asambleas agregados de individuos, células del poder centralizado comunista,
prolongaciones de sus Ministerios del Poder Popular – así llamados entre nosotros – y hechas
por tal poder para la producción económica, planificada desde el vértice del poder y para el
control social y político sobre la gente. Nacieron de una geografía artificial construida desde el
Estado y sobrepuesta a las identidades humanas e históricas; coexisten con los Comités de
Defensa de la Revolución (CDR’s); y funcionan subordinados al Consejo de Estado, al Consejo
de Ministros, al Consejo de Defensa de la Revolución, cuyo presidente es a la vez jefe del
partido único, gobernante sin alternancia y gendarme de todo cuanto respira en los predios de
la isla: Fidel Castro.
Una geometría del poder distinta de la nuestra – que surgiera sobre la sangre de miles de
compatriotas durante el siglo XIX e inicios del siglo XX – ya rondaba en la mente de Chávez
desde su primera campana electoral y desde cuando se entrevistara con el penúltimo dictador
venezolano, General Marcos Pérez Jiménez, a quien le compró la idea de los polos de
desarrollo o ejes de desarrollo territorial.
La misma idea la hicieron propia los gobiernos de la Republica Civil desde 1958. Las regiones
y sus Corporaciones de Desarrollo fueron, en efecto, experimentos administrativos del poder
central para apoyar a la provincia montados sobre la geografía política existente sin macularla,
que identificaban elementos comunes y complementarios entre los Estados de la Federación o
entre los mismos Municipios para asociarlos y fortalecerlos en áreas de desarrollo conjunto,
generando fuentes de trabajo y evitando la migración hacia las metrópolis del centro-norte-
costero. Guayana fue el gran emblema.
Pero ahora y al igual que ocurriera en Cuba, la geometría socialista nos llega entendida como
una geopolítica o geometría del poder, para la desfiguración de la institucionalidad republicana
mediadora y para la acumulación de mas poder en el vértice de la pirámide del poder. E implica
el manejo por este de la base territorial – de allí las expropiaciones sin límite de las tierras en
manos de los particulares – y luego de la población, adaptándolos a las exigencias del
proyecto socialista en cierne.
El texto constitucional, animado más por lo anterior que por la participación ciudadana y el
consiguiente fortalecimiento de la representatividad democrática, hizo menguar a la par la
forma partidaria de asociación política y prohibió su financiamiento publico (articulo 67); le
abrió las compuertas a las formas plebiscitarias – ejercicio directo de la democracia –
postergando el valor estructurante del sufragio (articulo 70); y consagró, además, el
establecimiento de “entidades funcionalmente descentralizadas” – de suyo no electas y
dependientes del nivel centralizado del poder – para el desempeño de actividades sociales y
económicas (articulo 300) propias a la iniciativa de los municipios.
Al exponer La Nueva Etapa, El Mapa Estratégico de la Revolución Bolivariana, en 2004, sobre los
rieles constitucionales enunciados desnudó su premisa ideológica dominante y de raigambre
cubana: “Consolidar la nueva estructura social de base [Unidades de Batalla Endógena,
Misiones, Contralorías Sociales]: [como] elementos [… de] un nuevo sistema social, una nueva
organización popular, mucho más allá de los partidos políticos” y trascender al capitalismo.
El objetivo venia de suyo y lo explica su autor: “Rediseñar la estructura funcional del Estado en
todos sus niveles”, “construir la nueva institucionalidad revolucionaria municipal, estadal y
nacional”, organizar la “economía popular… y el autoempleo”, asegurar la “sustentabilidad de
las misiones” y “evitar la transformación social de la organización de base en estructuras
partidistas”.
Las herramientas a tenor de La Nueva Etapa, en consecuencia, no son otras que la formación
de la “red de centros del poder popular [como unidades productivas]” y dentro de éstos la
institucionalización de “las misiones” y de la “ccontraloría social”, para las “denuncias
confidenciales” y el “control del ‘modo de vida’ de las autoridades y los funcionarios”. Las
unidades de la reserva militar popular para la gestión de la “seguridad ciudadana”
revolucionaria les acompañarían y, todas a una, fundidas o relacionadas, serán la prolongación
de la “instancia única de coordinación y toma de decisiones de las organizaciones con fines
políticos que apoyan al proceso”: el debatido partido único.
Así las cosas, desde el día en que arrancaron los motores de la geopolítica del poder y del
poder comunal durante la “última” toma de posesión de Chávez y desde antes, cuando se dictó
la ley material del poder comunal, en 2006, éste ha trasladado ingentes sumas de dinero hacia
los Consejos Comunales certificados desde su Gobierno. Y ha predicado, sin ambages, que los
mismos ejecutarán a nivel del pueblo las políticas públicas nacionales: comenzando por los
impuestos que cobra el SENIAT.
En el modelo de organización marxista del poder, como podrá observarse, la sociedad y el todo
encarnan en la cúspide, en el punto en donde se encuentra situada la voluntad del dictador o
autócrata, no más allá. Así es en Cuba y así comienza a serlo en Venezuela.
Dentro de tal concepción no cabe, por lo mismo, el clásico sistema de separación entre los
poderes públicos: nacionales, regionales y municipales, sean legislativos, judiciales o
ejecutivos, ni ha lugar al “check and balance” típico de las democracias, inherente a las
repúblicas representativas, que tiene como propósito asegurarle al ser humano sus humanos
derechos y un espacio que le proteja de la arbitrariedad.
Uno de los pensadores alemanes de actualidad, Thomas Darnstädt, jefe quien fuera de las
páginas políticas de la revista Der Spiegel y autor de La trampa del consenso recuerda, por lo
mismo que “son los municipios los que cohesionan a la sociedad, no la nación”: municipios
autónomos, entiéndase. Y la enseñanza huelga. En las democracias verdaderas el edificio
nacional no se construye desde el piso onceavo, así su panorámica impresione.
El mapa o la geometría del poder piramidal socialista será, a fin de cuentas, simple y cubano:
Afirmará en la cúspide el poder personal del Presidente; hará menguar lo que quede de los
órganos de mediación e intermediación republicanos; sostendrá al primero sobre un amasijo
informe de asambleas sin rostro propio, que escapando al sistema del voto universal, directo y
secreto de los gobernantes, se constituirán con las nóminas del partido único y de la
burocracia oficial; y el individuo, el venezolano y la venezolana corrientes o los mercaderes de
ocasión, arrendarán sus dignidades para servir al poder y a su poseedor sumo: Hugo Chávez
Frías, y para sobrevivir, si acaso pueden.
Ese modelo ancló de modo incipiente, sin que nadie reparase al respecto, en la Constitución
bolivariana de 1999. Y el contenido y alcances de los “cinco motores” fueron explicitados
hasta la saciedad en La Nueva Etapa, en 2004, a propósito de la cual Chávez comprometió
trasponer los umbrales del capitalismo. Presentamos un resumen de cada uno de los motores
explicados en profundidad en los trabajos publicados durante esta semana.
La Habilitante
De tal forma que al lector menos prevenido de la Constitución comunista de Cuba le será fácil
constatar que si bien existe una suerte de Parlamento denominado Asamblea Nacional de
Poder Popular, próximo al nuestro -monocolor y sirviente- y con la igual calificación que
Chávez se apresurara dar recién a sus ministros para llamarlos en lo adelante Ministros del
Poder Popular, por otra parte dicha Asamblea apenas se reúne accidentalmente. Durante su
receso legisla por su cuenta y en su nombre el Presidente del Consejo de Estado. “No existe el
rejuego político partidista entre los diputados, o entre éstos y el Gobierno”, dice Prieto Valdés.
Reforma constitucional
Lo planteado por Chávez como eje del modelo revolucionario, según su testimonio y lo antes
dicho, “es trascender el modelo capitalista”. “El planteamiento comunista, no (…) en este
momento sería una locura, quienes se lo plantean no es que estén locos. No es el momento”,
afirma el Presidente “reelecto” en La Nueva Etapa citada.
La educación bolivariana
La educación popular, nombre inicial del tercer motor de la revolución socialista, titulado luego
Moral y Luces con una precisión nada ingenua: “educación en los valores socialistas”, intenta
concretar la idea del “hombre nuevo” con vistas al socialismo del siglo XXI.
El “hombre nuevo” fue imaginado por Chávez, en 1999, como un “bolivariano”, quien alcanzaría
su madurez dentro de lo bolivariano y quien al participar, política y socialmente, se hace parte
de lo nacional en tanto y en cuanto sea bolivariano.
Desde entonces se instaló aquí el pensamiento único, cuyo último intérprete pasó a ser el
Estado y no su destinataria, la gente, apenas libre para reflexionar dentro de un pensamiento
predeterminado y postizo.
Quien estudie la Constitución de Cuba, sancionada en 1976, observará cómo la guía inicial de
su modelo es martiniana -como la nuestra es bolivariana- y marxista como lo será la nuestra,
una vez dictada la reforma.
Ahora y al igual que ocurriera en Cuba, la geometría socialista nos llega entendida como una
geopolítica del poder, para la desfiguración de la institucionalidad republicana mediadora y
para la acumulación de más poder en el vértice de la pirámide del poder; e implica el manejo
por éste de la base territorial -de allí las expropiaciones sin límite de las tierras en manos de
los particulares- y luego de la población, adaptándolos a las exigencias del proyecto socialista
en cierne.
Poder comunal
Las herramientas a tenor de La Nueva Etapa, en consecuencia, no son otras que la formación
de la “red de centros del poder popular [como unidades productivas]” y dentro de éstos la
institucionalización de “las misiones” y de la “contraloría social”, para las “denuncias
confidenciales” y el “control del ‘modo de vida’ de los funcionarios”. Las unidades de la reserva
militar popular para la gestión de la “seguridad ciudadana” revolucionaria les acompañarían y,
todas a una, fundidas o relacionadas, serán la prolongación de la “instancia única de
coordinación y toma de decisiones de las organizaciones con fines políticos del proceso”: el
debatido partido único.
Así las cosas, desde el día en que arrancaron los motores se han trasladado ingentes sumas
de dinero hacia los consejos comunales certificados desde el Gobierno.