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Guerra sucia

en Iparralde
1975-1987

Pertur Naparra
23.07.1976 11.06.1980

Lasa Zabala
16.10.1983 16.10.1983

Xabier Makazaga
Guerra sucia en Iparralde
1975 - 1987
Prólogo

El objetivo de este trabajo es el de ayudar a esclarecer todo lo


referente a la guerra sucia practicada entre abril de 1975 y julio de
1987 en la parte de Euskal Herria bajo administración francesa,
Iparralde.
Me voy a limitar a lo sucedido en Iparralde, pero quiero dejar
bien claro que los ejecutores de las acciones de guerra sucia
cometidas en dicho territorio perpetraron otras muchas acciones
terroristas en los más diversos lugares. No sólo en la parte de Euskal
Herria bajo administración española, Hegoalde, sino también en
París, Caracas… En todos esos lugares asesinaron y provocaron gra-
ves heridas a numerosas personas.
Tampoco quiero dejar sin mencionar el caso de Jean-Louis
Larre “Popo”, un militante de Iparretarrak desaparecido después de
que miembros de esa organización se enfrentaran en las Landas con
varios gendarmes, el 7 de agosto de 1983. Uno de los gendarmes re-
sultó muerto, Popo escapó a pie, los gendarmes cercaron la zona… y
el militante vasco desapareció para siempre. No sucedió en Iparral-
de, y por eso tampoco lo voy a analizar en este trabajo.
Aparte de limitar el ámbito territorial a Iparralde, también he

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decidido limitar el ámbito temporal a esos doce años, entre 1975 y
1987, pese a ser obvio que la guerra sucia ha seguido practicándose,
aunque no con tanta intensidad como en el periodo que he decidido
analizar.
Durante esos doce años, en Iparralde se produjeron tres cam-
pañas de guerra sucia claramente delimitadas y un último atentado
aislado, el que costó la vida a Juan Carlos García Goena. Un atenta-
do sobre el que no poca gente ha mostrado saber mucho sin que la
Justicia española se haya dignado pedirles explicación alguna al
respecto.
En cuanto a las tres campañas de guerra sucia, la primera,
iniciada en abril de 1975, en pleno franquismo, duró año y medio,
hasta octubre de 1976, y su saldo fue de numerosos atentados con
explosivos, algunos intentos de asesinato frustrados y la desapari-
ción del refugiado Eduardo Moreno Bergaretxe “Pertur”.
Tras año y medio de pausa sin atentado alguno en Iparralde,
llegó la segunda campaña de acciones terroristas, de 1978 a 1981,
que fue mucho más cruenta que la precedente: ocho muertos y otro
refugiado más desaparecido, José Miguel Etxeberria “Naparra”. Du-
rante ese periodo, en el que presidieron el Gobierno Adolfo Suarez y
Leopoldo Calvo Sotelo, de UCD, se produjo también una gran canti-
dad de acciones de guerra sucia en otros lugares (Hegoalde, París,
Caracas…) que provocaron numerosos muertos.
La última acción terrorista de esa segunda campaña de guerra
sucia en Iparralde se produjo en marzo de 1981 y después hubo un
nuevo parón, de dos años y medio, tras el que se inició la tercera
campaña, la más conocida de todas, la de los GAL. Una campaña

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que se desarrolló entre octubre de 1983 y febrero de 1986, siendo
Presidente Felipe González, del PSOE, y que fue todavía más mortí-
fera y eficaz, ya que se valieron de la experiencia acumulada en las
dos anteriores: 23 muertos y otros dos refugiados desaparecidos,
Joxean Lasa y Joxi Zabala.
Además, asesinaron a Santi Brouard en su consulta de médico
pediatra de Bilbo. Fue un asesinato que causó una honda conmo-
ción en Euskal Herria ya que era un destacado dirigente de la
Izquierda Abertzale. Cuando lo asesinaron, ejercía como teniente de
alcalde en Bilbo y como portavoz parlamentario de Herri Batasuna
en la Cámara de Gazteiz.
En esas tres campañas de guerra sucia hubo pruebas flagran-
tes de la implicación de las Fuerzas de Seguridad, del Servicio Secre-
to y del Ejército español. Unas pruebas que alcanzaron su cénit en la
tercera campaña, a causa de las increíbles chapuzas que cometió el
entonces inspector de policía José Amedo.
En un primer momento, las autoridades españolas lograron
ocultar las pruebas de su directa participación en el diseño y ejecu-
ción de las acciones terroristas perpetradas usando las siglas GAL.
Tenían amplia experiencia en ello, porque otro tanto habían hecho
en las dos anteriores campañas de guerra sucia, en las que las siglas
utilizadas fueron otras, entre las que destacó la del Batallón Vasco-
Español, BVE.
Les interesaba muchísimo que todas aquellas acciones terro-
ristas se asociaran a esas siglas, y les sigue interesando sobrema-
nera que la responsabilidad recaiga en “organizaciones terroristas”,

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como los GAL y el BVE. Organizaciones que nunca existieron sino
como pantallas para ocultar el terrorismo de Estado.
En todo caso, cada vez que salían a relucir pruebas irre-
futables de la implicación de significados miembros de las Fuerzas
de Seguridad, los Servicios Secretos o el Ejército, las autoridades es-
pañolas pretendían que se trataba de agentes que actuaban por su
cuenta, sin respaldo alguno de sus superiores, y mucho menos de
las propias autoridades.
Otro tanto hicieron cada vez que se pudo demostrar que las
armas y municiones empleadas en las acciones de guerra sucia
habían sido compradas por las Fuerzas de Seguridad españolas.
También entonces negaron toda responsabilidad, aduciendo una
supuesta imposibilidad de controlar a ciertos elementos franquistas
que intentaban depurar. Una excusa que caía por su propio peso
desde el momento en que nunca tomaron medida alguna contra los
agentes descubiertos organizando o ejecutando acciones de guerra
sucia.
Tampoco las autoridades francesas se mostraron nada
diligentes a la hora de tomar medidas contra ellos. Desde el inicio,
tuvieron pruebas irrefutables de quién se encontraba tras aquellas
acciones terroristas, pero las medidas que tomaron no lo fueron
precisamente contra los organizadores de las mismas sino contra
quienes las sufrieron: los refugiados vascos. Por eso denuncio que
fueron cómplices necesarios de dichas acciones de guerra sucia.
En cuanto a las autoridades españolas, tanto fue el cántaro a
la fuente que terminó por romperse, dejando bien claro que la
guerra sucia estaba directamente organizada por el Estado. Es lo

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que sucedió cuando José Amedo se decidió a contarle al juez parte
de lo que sabía y le entregó un documento que había guardado
celosamente: el comunicado en el que dieron a conocer las siglas
GAL y que sirvió para reivindicar el secuestro en Hendaia del
ciudadano francés Segundo Marey.
Se trataba de un comunicado manuscrito y fue bien fácil de
probar quiénes lo habían redactado: el entonces Gobernador Civil
de Bizkaia, Julián Sancristóbal, y el Secretario General del PSOE en
Bizkaia, Ricardo García Damborenea. Ambos fueron encarcelados y
tras ellos también acabaron en prisión, entre otros, quienes dirigían
el Ministerio del Interior en la época de los GAL: el propio ministro,
José Barrionuevo, y el número dos, Rafael Vera.
Todos ellos fueron condenados por haber organizado y ejecu-
tado el secuestro por error de Segundo Marey, pero no pasaron
mucho tiempo entre rejas. El Gobierno del PP, presidido por José
María Aznar, los indultó a todos.
A raiz de todas aquellas condenas judiciales, quedó en suma
evidencia hasta qué niveles llegaba la responsabilidad de las auto-
ridades españolas en la guerra sucia. Una responsabilidad que no
cabe duda alguna alcanzaba hasta al Presidente Felipe González, el
Señor X que se encontraba en el vértice de la cadena de mando.
Poco antes, éste se había mostrado muy contundente, ase-
gurando que «No hay pruebas, ni nunca las habrá», pero vaya si las
hubo. A raudales. Por eso, no les quedó otro remedio que elaborar
una nueva versión de los hechos. Una versión tan interesada como
falsa según la cual, pese a haber cometido tantísimas chapuzas,
obtuvieron el resultado que deseaban obtener con la guerra sucia.

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Según dicha versión, las autoridades francesas comenzaron a
colaborar con las españolas, tomando medidas contra los refugiados
vascos, a cambio de que los GAL cesaran en su actividad terrorista
en suelo francés. Ahora bien, es bien fácil de probar que la citada
colaboración no se obtuvo en absoluto gracias a la guerra sucia, y
así lo expongo en mi trabajo.
En efecto, las autoridades francesas empezaron a tomar
múltiples medidas administrativas y policiales contra los refugiados
vascos nada más iniciarse los atentados reivindicados usando las
siglas GAL. A partir del 10 de enero de 1984, primero practicaron
decenas de detenciones, confinamientos y deportaciones de refu-
giados a terceros países. Después, llegaron las extradiciones, y más
tarde las entregas a los torturadores españoles.
Como explico en el libro, todas aquellas medidas estaban
incluidas en un acuerdo secreto alcanzado a finales de 1983 por las
autoridades franco-españolas, y estoy persuadido de que el citado
acuerdo comprendía también la ejecución de acciones de guerra
sucia que ambas partes consideraron necesarias para llevar a buen
puerto la estrategia que diseñaron.
A lo largo del libro, aporto los datos en que me baso para
lanzar tan grave acusación. Unos datos que espero de todo corazón
puedan ser contrastados, analizados e investigados por un mecanis-
mo independiente para la averiguación de la verdad absolutamente
necesario para ayudar a todas las víctimas a que puedan decir su
verdad. Toda su verdad.

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Tres campañas
y
un atentado aislado

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8
Primera campaña
1975 - 1976

La primera campaña de guerra sucia en Iparralde se inició con


una bomba contra la librería Mugalde de Hendaia, el 7 de abril de
1975, y la Policía y Justicia francesas tuvieron bien pronto no pocas
pruebas sobre quién organizaba y financiaba aquellos atentados.
El primer indicio se dio ya el 3 de mayo. Ese día, el inspector
de Policía Teodoro Las Heras se negó a mostrar sus maletas ante los
aduaneros franceses, rompió la barrera con su coche y se refugió en
la aduana de Irun. Más o menos lo mismo que hicieron cinco años
después tres mercenarios que acababan de asesinar a dos ciuda-
danos franceses en Hendaia.
Poco después, el 25 de mayo de 1975, la Policía francesa
descubrió la verdadera identidad de un ciudadano español que
ingresó herido de bala en un hospital de Baiona con el nombre de
Vicente Martínez, de profesión anticuario. En realidad, se trataba de
un inspector de policía de la Brigada Político Social franquista desti-
nado en Bilbo, Sebastián Pallega.

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El inspector había ido a Iparralde junto con un preso excarce-
lado a condición de que cometiera atentados contra los refugiados
vascos y éste, tras negarse a atentar contra ellos en el bar Mingo de
Donibane Lohizune, les contó todo lo sucedido.
La Policía francesa halló en el coche de Pallega pistolas, fotos
de refugiados y datos precisos sobre sus domicilios, pero aun así el
inspector de la BPS franquista fue conducido hasta la frontera en el
coche del Cónsul General de España en la capital labortana. Fue el
propio Ministro del Interior francés, Michel Poniatowski, quién to-
mó dicha decisión tras trasladarse de urgencia a Baiona1.
El 4 de junio, fue interpelado al respecto en la Asamblea
Nacional francesa. La respuesta de Poniatowski: «He pedido que se
efectúe una gestión diplomática para invitar a las autoridades espa-
ñolas a prohibir a sus agentes que vengan al territorio francés». Sin
embargo, los incidentes siguieron produciéndose, hubo numerosas
pruebas de la implicación del Estado español franquista en la guerra
sucia, pero nunca más se supo ni de las gestiones diplomáticas
mencionadas por Poniatowski ni de ninguna protesta formal de las
autoridades francesas, aunque tuvieron sobradas razones para ello.
Para empezar, tan solo un día después de que el ministro
anunciara aquella gestión diplomática de la que nada más se supo,
varios mercenarios intentaron colocar una bomba-lapa en el coche
del refugiado Josu Urrutikoetxea, en Biarritz. Les explotó en las
manos, y además de matar a uno de ellos, Marcel Cardona, causó
graves heridas a otro.
La Policía francesa descubrió de inmediato quién los había
dirigido: el capitán de la Guardia Civil Cándido Acedo, destinado en

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el Palacio de la Zarzuela, residencia del entonces Príncipe Juan Car-
los de Borbón. En el juicio, celebrado el 24 de noviembre de 1976 en
Pau, salió a relucir que Acedo pertenecía a los servicios secretos y
también se habló sobre otro español relacionado con el comando
mercenario, el industrial Miguel Sánchez Pajares.
Dicho industrial reclamó más tarde varios millones de pesetas
a las autoridades españolas por los gastos que sufragó al comando.
Además, dio detalles precisos sobre los viajes que realizó el capitán
Acedo junto con el comandante Jesús Conde para contratar a otros
mercenarios, precisando que llegaron a ofrecer un millón de pesetas
por cada refugiado asesinado.
La Justicia española ni tan siquiera llamó a declarar ni a
Sánchez Pajares, ni a Conde ni a Acedo. Y las autoridades españolas
tampoco adoptaron medida alguna contra ellos. Era bien previsible,
pero lo que no lo era tanto es que la Justicia y autoridades francesas
tampoco hicieran nada de nada pese a las flagrantes pruebas que
existían en contra de los tres.
Además, los dos últimos siguieron ascendiendo en el escala-
fón militar. Según el diario El País, Jesús Conde era años después co-
ronel2, el grado anterior a General, que se alcanza tras ser teniente,
capitán, comandante y teniente coronel. Cándido Acedo también
ascendió hasta el grado de coronel, ocupó importantes cargos en la
Guardia Civil y fue mano derecha del jefe de Estado Mayor de dicho
Cuerpo, el General Andrés Cassinello, que dirigió en su última etapa
el servicio secreto franquista, el SECED.
Fue el sucesor del SECED, el CESID, el que fabricó los famosos
sellos de los GAL, y uno de ellos lo recogió precisamente Acedo,

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para entregárselo al General Cassinello. Así lo reflejó un acta del
CESID que tanto el PSOE como el PP se han negado siempre a
desclasificar, como otras muchas actas con datos bien compromete-
dores, para evitar que tengan validez legal.
Dos semanas después de producirse el atentado frustrado
contra Josu Urrutikoetxea, el 19 de junio, intentaron secuestrar en
Iparralde a Yolanda Izagirre, compañera de otro conocido refugiado,
Jesús Mari Zabarte, y un día después volvió a haber otro incidente
con un policía español destinado en Bilbo. A Ángel Arias Alonso le
intervinieron una pistola en la aduana de Hendaia, pero a pesar de
ello fue también puesto en libertad.
El 28 de junio, se produjo otro atentado que arrojó aún más
luz sobre la naturaleza de aquella campaña terrorista. Fue el perpe-
trado contra el restaurante Udalaitz de Baiona. El dueño anotó la
matrícula del coche utilizado para colocar el explosivo y un día
después fue detenido François Chabessier, que declaró ante el juez
haber recibido explosivos y dinero de un militar español.
Ese caso dio pie a que el semanario del PS, L’Unité, publicara
un artículo donde se mencionaba que, el 25 de agosto de 1975, «la
aduana francesa detuvo en la frontera española un comando de dos
hombres, conocidos en las cárceles españolas, cuyo coche contenía
armas, explosivos y una lista de 50 personas a eliminar sobre
territorio francés. Tras los arrestos, mutismo absoluto»3.
Tanto el detenido tras el atentado contra el restaurante
Udalaitz, Chabessier, como el mercenario muerto en el atentado
contra Josu Urrutikoetxea, Marcel Cardona, eran exmiembros de la
OAS, una organización terrorista creada en Madrid en 1961 para

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oponerse a muerte a la independencia argelina y que, además de
causar miles de víctimas, atentó varias veces contra el Presidente
francés Charles de Gaulle.
Las drásticas medidas que tomó de Gaulle, incluida la guerra
sucia, hicieron que en muy pocos años la OAS dejara de ser un grave
problema y el Presidente les concedió ya en diciembre de 1964 la
primera amnistía. Una medida de gracia que fue ampliando con
rapidez, hasta el punto de que tras el mayo del 68 francés muchos
de sus antiguos enemigos mortales de la OAS pasaron a ser sus
aliados y a colaborar con los servicios secretos franceses.
No pocos de ellos también trabajaron para los servicios espa-
ñoles, y está demostrado que al menos uno, André-Noël Chérid, lo
hizo para ambos. Encima, simultaneamente. Cometió al mismo
tiempo atentados contra refugiados vascos en Iparralde y París, a
sueldo de los servicios secretos españoles, y contra intereses argeli-
nos, a sueldo de los franceses.
Así lo confesó André-Noël, hermano del más célebre de los
mercenarios de la guerra sucia, Jean-Pierre Chérid, cuando fue dete-
nido en Argelia el 4 de enero de 1976, tras haber atentado contra el
diario oficial del FLN, El Moudjahid. Lo juzgaron en Argel, el 3 y 4 de
marzo de ese año, y volvió a confesar no sólo su participación en
ese atentado, sino también en bastantes otros cometidos, tanto
contra refugiados vascos, como contra librerias y negocios ligados a
dichos refugiados, en París e Iparralde4.
Otro tanto confesó un mercenario estadounidense detenido
junto con André-Noël Chérid y que tenía un amplio historial a sus
espaldas. Fue Jay Salby, un mercenario vinculado probablemente a

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la CIA22 por el que se interesaron mucho las autoridades norte-
americanas cuando fue detenido en Argelia. Así lo prueban los
numerosos cables con referencias al mismo filtrados por WikiLeaks5.
Según las declaraciones de Salby a la Policía argelina, para
cometer los atentados contra los refugiados vascos se sirvieron co-
mo cobertura de una empresa llamada Telma ubicada en la capital
navarra, Iruñea. Una empresa dirigida por un antiguo oficial del
Ejercito francés, Jean Rogue, que era la base desde la que operaban
Salby y otros mercenarios a los que identificó. Entre ellos, Jean-
Pierre Chérid.
Significativamente, ni la Justicia española ni la francesa se
interesaron nunca por aquellas declaraciones, pese a que ambos
países estaban directamente concernidos y las declaraciones fueron
muy precisas en cuanto a los atentados perpretrados, tanto en Ipa-
rralde como en París, y los mercenarios que los habían cometido.
Cabe remarcar, además, que la Policía francesa dispuso de
pruebas materiales flagrantes sobre la participación de Jay Salby en
dos atentados en Iparralde, el 27 de agosto y el 16 de noviembre de
1975. El segundo de ellos, contra el carismático dirigente de ETA
Txomin Iturbe, dos de cuyos hijos resultaron heridos a causa de la
bomba-lapa colocada bajo su coche6. Txomin volvió a sufrir otro
atentado en abril de 1976, en el que resultó ileso tras ser ame-
trallado, y varios más en años posteriores.
En el atentado del 27 de agosto de 1975, ametrallaron desde
un vehículo una furgoneta en la que refugiados vascos y familiares
volvían de una manifestación contra las penas de muerte que

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acabaría ejecutando Franco un mes después. Dos de ellos resultaron
gravemente heridos e internados en el hospital de Baiona.
Una vez localizado cerca de la frontera el vehículo utilizado en
el atentado, la Policía francesa pudo saber que había sido alquilado
en Barcelona por un supuesto ciudadano paraguayo llamado Grego-
rio Villagrán Anderson. Precisamente la falsa identidad que utilizaba
Jay Salby, y que quedó al descubierto al ser detenido en Argelia7.
Por su parte, la Policía británica pudo probar que, nueve días
antes de ametrallar a los refugiados vascos y sus familiares, Salby
había atentado contra la embajada argelina en Londres. El 18 de
agosto de 1975, colocó en la embajada un potente explosivo que no
detonó debido a un fallo. La huella dactilar de Salby que encon-
traron en el mismo no dejó lugar a dudas sobre el autor.
Ese mismo día se cometieron otros dos atentados, contra las
embajadas argelinas en Bonn y Roma, y la seguridad argelina probó
que tras todos ellos estaban los servicios secretos franceses. Otro
tanto pudo probar en el caso del atentado cometido por Chérid y
Salby contra El Moudjahid, y por eso las autoridades de dicho país
elevaron una protesta oficial a las francesas.
En efecto, semanas después de ese último atentado, el
Ministerio de exteriores argelino dirigió una enérgica nota a París en
el que denunciaba «la responsabilidad de los servicios franceses» y
llamó «solemnemente la atención del Gobierno francés sobre las
graves consecuencias que podrían derivarse de las turbias acciones
de los servicios especiales franceses» tratando de desestabilizar el
régimen político argelino8.

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Por lo tanto, André-Noël Chérid y Jay Salby actuaron, al
mismo tiempo, a sueldo de los servicios secretos españoles fran-
quistas y de los franceses republicanos; en ambos casos, realizando
acciones de guerra sucia. Y bien significativamente, ni la Justicia
francesa ni la española quisieron saber nada al respecto.
Aparte de la Justicia argelina, la única que se interesó fue la
italiana, que también investigó otras acciones de guerra sucia co-
metidas en los estados español y francés en la segunda mitad de la
década de los setenta. Gracias a varios testimonios de neofascistas
arrepentidos, obtuvo numerosos datos sobre dichos atentados, e
inquirió repetidamente a la Policía, Justicia y autoridades españolas
al respecto, pero fue absolutamente en vano.
Otro tanto sucedió cuando la Justicia italiana comprobó que
una metralleta Ingram, utilizada por el neofascista italiano Pier Luigi
Concutelli para asesinar al juez antiterrorista italiano Vittorio Occor-
sio, el 10 de julio de 1976, era parte de un lote comprado por la
Policía española en USA. Los magistrados italianos enviaron diversas
comisiones rogatorias a la Justicia y Policía española, preguntando
por dicha metralleta, pero nunca recibieron respuesta alguna.
Según el diario El País, el juez de Florencia Pier Luigi Vigna
afirmó tener «el recibo de la fábrica norteamericana que vendió esa
metralleta, y consta en la factura que se encuentra en nuestro
poder que fue comprada por, textualmente, la policía española de
Madrid». Y se quejó amargamente de que «Nosotros hemos solicita-
do en varias ocasiones a la policía española información sobre cómo
llegó ese arma a los neofascistas italianos, sin recibir en ninguna
ocasión respuesta alguna de la policía y autoridades españolas».

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Los periodistas Melchor Miralles y Ricardo Arqués dieron
muchos detalles respecto a esas famosas metralletas, más conoci-
das como Mariettas, en su libro “Amedo: el Estado contra ETA”. En
concreto, en los capítulos 8, “El terror viene de Italia”, y 9, “Vida de
una metralleta”.
En esos capítulos contaron en qué consistió el mayúsculo
error que cometieron «los responsables del Ministerio del Interior y
los de los servicios de Información de la Presidencia». Un grave
error que los dejó en completa evidencia: «No se dieron cuenta que
las “Ingram M-10” llevan una doble numeración, en el exterior del
cañón y en el interior del mismo». Debido a ello, borraron la
numeración inscrita en el exterior del cañón, pero no la inscrita en
su interior, cuya existencia desconocían, y fue gracias a esa última
que los jueces italianos dieron con la procedencia del arma utilizada
para asesinar al juez antiterrorista Vittorio Occorsio.
Otro par de aquellas metralletas compradas por la Policía
española en USA fueron utilizadas por un comando que cometió
varios atentados contra refugiados vascos en Iparralde. Un coman-
do que, con toda probabilidad, dirigió un policía español, Ramón
Lillo, que pertenecía al servicio secreto franquista, CESED, y que más
tarde ocupó importantes cargos con el PSOE, siendo ya comisario.
En 1985, el diario El País dio a conocer los nombres y nú-
meros de teléfono de varios agentes españoles que aparecían en un
par de agendas que la Policía italiana intervino al neofascista Pier
Luigi Concutelli, junto con la metralleta Ingram con la que asesinó al
juez Occorsio. Uno de ellos era Lillo.
Un par de semanas después, el mismo diario sacó a la luz un

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informe elaborado por la Comisaría General de Información sobre el
neofascista y mercenario italiano Giuseppe Calzona, en el que se
recogían declaraciones ante la Policía española de dicho mercena-
rio. También en ese informe se mencionaba a Lillo.
Según Calzona, en 1976 no sólo tomó parte junto a otros ul-
traderechistas en el asesinato, en Montejurra, de dos militantes
carlistas, sino también en un comando mercenario que Lillo dirigió
en Iparralde.
En concreto, Calzona manifestó que, tras localizar el comando
a Tomás Pérez Revilla “Tomasón” y José Joakin Villar “Fangio”, Lillo
«lo comunica a Madrid, recibiendo la orden de atentar contra
Fangio, pero fallan. Lo mismo les ocurre posteriormente con Pérez
Revilla, aunque su mujer es gravemente herida».
En efecto, Tomasón, considerado entonces por la Policía es-
pañola como uno de los dirigentes de la rama “militar” de ETA, fue
ametrallado el 21 de marzo de 1976 por un comando que usó dos
de las mencionadas Mariettas compradas en USA por dicha Policía.
La rama “político-militar” de ETA se servía entonces de ese
mismo tipo de arma, y días después, el 8 de abril, el diario fran-
quista de Donostia La Voz de España publicó un artículo, titulado
Enfrentamientos “milis”-”poli-milis”, en el que se decía textual-
mente: «Las armas empleadas -”mariettas”- así como la munición -
marca “Geko”, 9 mm- y la forma de actuar son “modus operandi” de
los activistas de la rama “político-militar”. Pérez Revilla está reu-
niendo las evidencias que rodearon el tiroteo al coche donde
viajaba, para tomar las represalias oportunas en contra de quienes
atentaron contra su vida, la de su esposa -recibió seis balazos- y la

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de su hijo de corta edad. Pérez Revilla señala a Moreno Bergareche,
(a) “Perthur”, como responsable».
Aquel artículo de La Voz de España estaba escrito con ese
inconfundible estilo que ha llegado hasta nuestros días en la pluma
de algunos periodistas a los que les encanta abrevar en “fuentes
antiterroristas”. Sobre todo, en la de Jesús María Zuloaga, sub-
director del diario La Razón. Y ya es casualidad que su padre, del
mismo nombre, fuera precisamente quien dirigía entonces La Voz
de España.
Tres meses después de la publicación del citado artículo, el
dirigente de ETA político-militar Eduardo Moreno Bergaretxe
“Pertur” desapareció en Iparralde, cerca de la frontera, y las Fuerzas
de Seguridad y autoridades españolas volvieron a recurrir a la tesis
del “ajuste de cuentas” entre miembros de ETA. Un recurso archi-
conocido en todas las guerras sucias, y que el Estado español ha
empleado en varios conocidos casos: Tomás Alba, Santi Brouard,
Josean Cardosa...
En el caso de Pertur, obtuvieron excelentes resultados, pero
en el del atentado contra Tomás Pérez Revilla el montaje se les vino
abajo debido al imperdonable error que cometieron: no borraron la
numeración inscrita en el interior del cañón de las Mariettas, por-
que desconocían su existencia.
Tras mencionar ése y otros atentados fallidos, el informe que
la Comisaría General de Información redactó en 1984 con las
declaraciones del mercenario italiano Giuseppe Calzona dejó cons-
tancia de que éste, reclamado en Italia por asesinato, exigió ser
puesto en libertad, amenazando con dar detalles comprometedores

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para el Estado español en caso contrario. Y, en efecto, no lo extra-
ditaron, sino que fue liberado y nunca más se volvió a saber de él.
La Audiencia Nacional denegó asimismo la extradición de
otros cuantos neofascistas italianos reclamados por jueces de su
país, argumentando que los asesinatos los habían cometido por
motivos políticos. Todos aquellos mercenarios estaban ligados a la
guerra sucia, y la Audiencia impidió así que se pudieran esclarecer
no pocas acciones cometidas con las mencionadas Mariettas. Y
también el secuestro de Pertur.
En su biografía autorizada de José Antonio Sáenz de Santa-
maría, “El general que cambió de bando”, Diego Carcedo menciona
un incidente diplomático relacionado con una de aquellas Marie-
ttas que protagonizaron dos agentes destinados en una oficina
secreta del SECED franquista en París.
Los protagonistas fueron un suboficial y el entonces Coman-
dante de Estado Mayor Manuel de la Pascua “Paso”, importante
agente de los servicios secretos que en 1975 era director del CESED
en Bilbo y fue destinado después a la embajada en París9. Más
tarde, desempeñó el cargo de director de seguridad del Banco de
Bilbao durante largos años.
Carcedo dice, en la página 218, que ambos agentes «fueron
sorprendidos en un cine recuperando la metralleta Ingram que unos
mercenarios habían utilizado en un atentado. La Policía francesa los
detuvo y sólo fueron expulsados a España después de largas nego-
ciaciones y del cierre de la oficina que mantenían de manera su-
brepticia». Muy significativo, tanto el incidente como que se mantu-
viera en secreto durante tantísimos años.

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Algunos de los neofascistas italianos por cuyas manos pasa-
ron esas famosas Mariettas se arrepintieron más tarde en Italia y
dieron no pocos datos sobre varias acciones de guerra sucia, entre
las que se encontraba el secuestro de un refugiado vasco. Un refu-
giado que trasladaron a una masía catalana, que no ha sido posible
nunca identificar, en la que lo torturaron y después hicieron desapa-
recer, y que no podía ser sino Pertur, que fue el único refugiado
vasco que pagó con su vida aquella primera campaña de la guerra
sucia en Iparralde.
En las dos campañas posteriores, otros tres refugiados tuvie-
ron su mismo horrible final: Naparra, Lasa y Zabala. Las familias de
los dos últimos pudieron recuperar al menos sus restos, que habían
sido enterrados en cal viva para hacerlos desaparecer. Las otras dos
familias no han podido tener ni tan siquiera ese consuelo.
La organización de la que era dirigente Pertur, ETA (pm),
denunció que el mismo día en que desapareció, y hacia la misma
hora, tres inspectores de la temible Brigada Político Social franquis-
ta se encontraban en un Seat 850 blanco muy cerca de donde se le
vio por última vez, a escasa distancia de la frontera10.
Uno de aquellos policías, José María Escudero Tejada, tuvo
estrechos vínculos con dos conocidos torturadores franquistas, el
comisario Conesa y Billy el Niño, y estuvo implicado en el conocido
Caso Scala, un clásico de la provocación policial: el 15 de enero de
1978, un grupo de jóvenes anarquistas, instigados por un infiltrado
policial que trabajaba para Escudero, lanzaron varios cócteles molo-
tov contra la sala de fiestas Scala de Barcelona, pereciendo cuatro
trabajadores en el incendio.

21
Según el BOE del 22 de septiembre de 1976, dos meses
después de la desaparición de Pertur, Escudero recibió la Cruz al
Mérito Policial junto con Francisco Álvarez Sánchez, más tarde
archiconocido como GALvarez. Sí, el mismo que se responsabilizó
del frustrado intento de secuestro de otro dirigente de ETA (pm),
Joxe Mari Larretxea. Además, fue condenado, y de inmediato indul-
tado, por el secuestro del ciudadano francés Segundo Marey, al que
confundieron con otro responsable de ETA.
Ambos policías condecorados ocuparon después puestos de
suma relevancia en el Ministerio del Interior en la época de los GAL.
Escudero fue jefe de la Brigada Central de Información encargada de
la lucha "antiterrorista" que coordinaba GALvarez como jefe del
Gabinete de Información y Operaciones Especiales.
Volviendo a la primera campaña de la guerra sucia en Iparral-
de, iniciada en abril de 1975 y que estuvo sembrada de pruebas
flagrantes sobre los responsables de organizarla, cabe resaltar que
se clausuró a finales de octubre de 1976, con una nueva bomba
colocada en el auto de un refugiado, no sin que antes volviera a
producirse otro episodio que volvió a apuntar claramente a dichos
responsables.
El 18 de octubre de 1976 fue detenido en la aduana de
Hendaia el ex miembro de la Legión Extranjera francesa Salvador
Grau Lloret. En su coche había, además de dos pistolas, un fusil
Mauser y un talonario de cheques robado, una lista de refugiados
vascos.
Un mes después, el diario El País dio muy significativos
detalles respecto a las más que sospechosas gestiones que, dos

22
semanas antes de ser detenido en Hendaia, dicho mercenario había
realizado en el consulado español de Baiona: tras un accidente de
coche, en el que causó desperfectos a otro vehículo, se dirigió al
consulado donde utilizando una falsa identidad logró, de manera
harto sospechosa, que garantizaran el pago de los desperfectos
causados en el accidente.
A partir de octubre de 1976, no volvió a haber ningún episo-
dio de guerra sucia en Iparralde durante más de año y medio. Un
periodo que coincidió con la drástica disminución de los casos de
torturas de militantes políticos vascos. ¿El motivo? Seguramente, la
convulsa situación política, que parece obligó a las autoridades
españolas a dar las pertinentes órdenes al respecto a los torturado-
res y a los ejecutores de la guerra sucia.

23
1975 – 1976
Ejecutores de la Guerra Sucia
en Iparralde
Gobiernos
Franquistas/UDF
España/Francia
Siglas utilizadas ATE, Triple A… ninguna
Policía, Sebastián Pallega, Ramón Lillo…
Guardia Civil Jesús Conde, Cándido Acedo …
y Ejército Manuel de la Pascua, Andrés Cassinello…
A.-Noël Chérid, Jay Salby, Marcel Cardona,
Mercenarios
J. P. Chérid, Mario Ricci, Giuseppe Calzona…
Muertos Marcel Cardona

Armas y municiones Mariettas compradas por la Policía


española en USA

Atentado contra Josu, Pallega-preso


Principales pruebas
común, Mariettas…

Consecuencias de la Guerra Sucia


Acciones Iparralde Bombas contra librerías, restaurantes…
Secuestro-desaparición Pertur
Secuestros fallidos Yolanda Izagirre
Muertos en Hegoalde Dos de Montejurra, Iñaki Etxabe…
Varios intentos de asesinato: Txomin,
Muertos en Iparralde
Josu Urrutikoetxea, Tomasón...
Medidas contra los Detenciones, deportaciones en isla de Yeu,
refugiados confinamientos en el norte de Francia…

24
Segunda campaña
1978 - 1981

Tras la muerte de Franco y la proclamación como rey de


quien éste eligió para sucederle, Juan Carlos de Borbón, el aparato
represor de la dictadura permaneció intacto y tanto los torturadores
como los ejecutores de la guerra sucia en Iparralde pudieron volver
a las andadas en cuanto las autoridades lo consideraron necesario.
Parece claro que volvieron a darles carta blanca práctica-
mente al unísono, ya que los primeros intensificaron claramente las
torturas a partir de la entrada en vigor del Decreto-ley Anti-
terrorista, el 30 de junio de 1978, y los segundos cometieron su
primer atentado mortal contra la comunidad de refugiados políticos
vascos dos días después.
En efecto, el 2 de julio asesinaron en Donibane Lohizune a
Agurtzane Arregi, ametrallada junto con su marido Juanjo Etxabe,
antiguo dirigente de ETA, quien resultó gravemente herido. Fue el
primero de una larga lista de asesinatos reivindicados utilizando
sobre todo las siglas del batallón Vasco-Español, BVE, y tras él volvió

25
a aparecer la larga sombra del ejército español11.
Esta segunda campaña de guerra sucia en Iparralde, que duró
casi tres años, tuvo similares características que la tercera, la de los
GAL, siendo la principal diferencia la que se refiere al color de los
gobiernos español y francés que las protagonizaron. En la segunda
campaña, fueron gobiernos conservadores, el de la UCD española y
la UDF francesa; en la tercera, socialistas, del PSOE y PS. Y en cuanto
a los resultados, fueron bien similares, aunque ampliados y multi-
plicados en la tercera campaña, gracias a la experiencia adquirida en
la precedente.
El atentado más importante de la segunda campaña, iniciada
a mediados de 1978, fue el que costó la vida el 21 de diciembre de
ese año en Angelu al dirigente de ETA José Miguel Beñaran “Arga-
la”, que fue el responsable del comando que ejecutó justo cinco
años antes en Madrid al que iba a ser sucesor del dictador Franco, el
almirante Carrero Blanco.
El atentado contra Argala lo perpetró un comando mercena-
rio del que formaba parte un antiguo miembro de la OAS que ya he
mencionado en el apartado anterior, Jean-Pierre Chérid, quien par-
ticipó en múltiples acciones de guerra sucia, hasta que murió, el 19
de marzo de 1984, víctima de un coche-bomba que estaba manipu-
lando para atentar contra varios refugiados vascos en Biarritz.
Tras ello, la Policía francesa localizó su agenda, en la que
figuraban varios números de teléfono. Entre ellos, el del sargento de
la Guardia Civil Manuel Pastrana, destinado en el Gabinete de
Operaciones Especiales del Ministerio del Interior, el de un oficial de

26
la Armada cuya verdadera identidad permaneció secreta hasta una
década después y el del neofascista italiano Mario Ricci.
El 9 de mayo de 1976, tanto Ricci como Chérid participaron,
junto con otros muchos ultraderechistas de distintas nacionalida-
des, en el asesinato en Montejurra de dos militantes carlistas. Fue
parte de la denominada Operación Reconquista y está más que
probado que muchos de aquellos ultraderechistas actuaron, antes y
después, como mercenarios a las órdenes de los servicios secretos
españoles.
También se sabe con plena certitud quién fue el agente de
dichos servicios que dirigió a aquellos mercenarios a partir de fi-
nales de la década de los setenta. Se trató del oficial de la Armada
cuyo teléfono tenía Jean-Pierre Chérid apuntado en su agenda: Juan
Manuel Rivera Urruti, conocido por el alias de “Pedro el Marino”,
que falleció el 7 de agosto del 2004 en Puerto de Santa María.
Rivera Urruti, que nació en mayo de 1930, fue destinado en
1969 al Alto Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, y empezó a
trabajar en un gabinete especial12. En 1977 estuvo en Las Palmas
infiltrando al MPAIAC de Antonio Cubillo13, y posteriormente se
responsabilizó de organizar comandos mercenarios para la guerra
sucia.
Así lo prueba, para empezar, un muy significativo informe
elaborado en 1979 por la Guardia Civil. Un informe que describía
con todo detalle cómo intervino Rivera Urruti a fin de que se
suspendiera de inmediato una investigación de dicho Cuerpo sobre
Jean-Pierre Chérid y otros mercenarios que habitaban con él en un
piso de Madrid.

27
Según el citado informe de la Guardia Civil, la investigación
sobre Chérid se inició tras el hallazgo de una bolsa que el merce-
nario había dejado olvidada en el vestuario del campo de fútbol de
Leganés. Una bolsa en la que se encontraron un revólver, que perte-
necía a un lote adquirido por la Policía a la fábrica de armas Astra de
Gernika, carnés de identidad falsos con su foto, abundantes datos
sobre refugiados vascos y una agenda en la que figuraban números
de teléfonos de la Seguridad del Estado.
En aquel incriminador informe, se especificaba que fue un
agente de los servicios secretos de apellido Rivera, que era enton-
ces capitán de fragata, quien ordenó suspender la investigación,
aduciendo que tanto Chérid como los demás mercenarios eran,
textualmente, «gente suya». Así lo divulgaron la Cadena Ser y El
País, en 1998, pero aunque para entonces ya se había desvelado la
verdadera identidad del “Señor Rivera”, pretendieron que se llama-
ba Pedro Martínez.
Cabe remarcar al respecto que, tras la muerte de Chérid, la
revista Cambio 16 publicó una foto tomada en el aeropuerto de
Alicante, donde se veía a Juan Manuel Rivera Urruti “Pedro el
Marino” en cabeza de un amplio grupo de mercenarios. Entre ellos,
estaban Jean-Pierre Chérid y el antes mencionado Mario Ricci. Y
también el miembro de la Triple A argentina José María Boccardo, y
otro neofascista italiano del que he hablado anteriormente, Giusse-
pe Calzona.
Pese a aquella reveladora foto, Rivera Urruti pudo preservar
su verdadera identidad durante toda una década, gracias a la cola-
boración de periodistas que pretendieron que la identidad de “Pe-

28
dro el Marino” era la de Pedro Martínez. Una manifiesta falsedad
destinada a cubrir al verdadero organizador de la guerra sucia desde
la década de los setenta, que nunca fue ni siquiera llamado a
declarar por la Justicia española.
Todos aquellos mercenarios, de muy diversas nacionalidades,
compartían una ideología ultraderechista y todo indica que fue el
almirante Luis Carrero Blanco, considerado seguro sucesor del
dictador Franco, quien decidió servirse de ellos para la guerra sucia
antes de que ETA lo hiciera saltar por los aires, el 20 de diciembre
de 1973, en la calle Claudio Coello de Madrid.
El militante de ETA que activó el explosivo que causó la muer-
te de Carrero, Presidente entonces del Gobierno, fue José Miguel
Beñarán “Argala”, y los servicios secretos españoles no pararon
hasta tomar cumplida venganza. Lo hicieron, por medio de un
comando mercenario que quiso hacerlo saltar por los aires justo
cinco años después de que Carrero Blanco saltara a su vez por los
aires. Colocaron una bomba-lapa en su auto, en Angelu, pero Argala
no lo usó ese día, sino al siguiente, el 21 de diciembre de 1978,
falleciendo en el acto.
Se trató del segundo atentado de la segunda campaña de la
guerra sucia en Iparralde y sus autores fueron los antes menciona-
dos mercenarios, que aparecían en la foto tomada en el aeropuerto
de Alicante con Jean-Pierre Chérid a la cabeza, y que cometieron
otros muchos atentados. No sólo en Iparralde, sino también en París
e incluso en Caracas, donde asesinaron a una pareja de refugiados
vascos.

29
Probablemente, fueron asimismo los autores de varios asesi-
natos perpetrados en Hegoalde que jamás han sido esclarecidos,
como los de Karlos Saldise y Ángel Etxaniz. Y también de un par de
atentados cometidos con bombas-lapas, uno de los cuales provocó
gravísimas heridas a un matrimonio de antiguos refugiados durante
el franquismo: Jesús María Ijurko y Mari Karmen Illarramendi. El
otro, felizmente frustrado, fue contra el alcalde de Hernani, Juanjo
Uria.
Tras el atentado con bomba-lapa cometido el 21 de diciembre
de 1978 contra Argala, llegó bien pronto, el 13 de enero de 1979, el
que casi costó la vida y dejó gravísimas secuelas a otro destacado
refugiado, Joxe Manuel Pagoaga “Peixoto”. Fue el primero de ese
año en el que cuatro refugiados fueron asesinados en Iparralde.
Muchos más dejaron también sus vidas en años posteriores.
Justo la víspera del atentado contra Peixoto, y pocos meses
después de que los españoles encargaran a los franceses 48 Mirage
F1 y aviones Airbus14, el Ministro de Asuntos Exteriores español,
Marcelino Oreja, se entrevistó en Paris con su homólogo francés
Jean François Poncet.
Pronto se verían los resultados ya que, como volvió a ocurrir
cinco años después, tras manifestarse primero la guerra sucia y
producirse los dos primeros asesinatos, de inmediato llegaron las
medidas administrativas y policiales francesas contra los refugiados.
En efecto, el 30 de enero las autoridades decidieron retirarles
el estatuto de refugiados políticos, y el mismo día se produjo una
gran batida en la que detuvieron a una treintena de refugiados.
Siete de ellos, recién llegados a Iparralde, fueron además entrega-

30
dos a los torturadores españoles.
Quien poco después sería Ministro de Justicia con Mitterrand,
Robert Badinter, era abogado defensor de refugiados vascos15 y el
Partido Socialista francés se manifestó absolutamente en contra de
aquellas medidas. Alegó, por ejemplo, que la retirada del estatuto
era una limitación del derecho de asilo y una violación flagrante del
Convenio de Ginebra16.
En aquella época, la mayoría de la población francesa no
consideraba en absoluto que ETA fuese una organización terrorista
y veía a sus militantes como un grupo de jóvenes románticos que
luchaban por la libertad de su pueblo oprimido por la dictadura
franquista17. Una dictadura que a principios de 1979 seguía bien viva
en las memorias.
Por eso fueron tan mal vistas aquellas medidas administra-
tivas y policiales a las que siguió poco después, el 21 de febrero,
otro nuevo intento de secuestro, el de la refugiada Arantxa Sasiain.
Cuando murió Jean-Pierre Chérid, Sasiain lo reconoció de inmediato
como uno de los mercenarios que haciéndose pasar por policías
franceses la sacaron de su casa, llevándola supuestamente deteni-
da. Ya en la calle, terminó por sospechar de sus captores y se libró
de puro milagro de terminar como Pertur.
El que no se pudo librar de ser secuestrado un año después,
el 11 de junio de 1980, fue José Miguel Etxeberria “Naparra”,
dirigente de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, CCAA, del
que nunca más se ha vuelto a saber, como en el caso de Pertur. Tres
años después, volvieron a intentar secuestrar a un dirigente de los
CCAA, José Luis Salegi “Txipi”. Lo intentaron los mismos guardias

31
civiles del cuartel de Intxaurrondo, al mando de Rodríguez Galindo,
que poco después conseguirían secuestrar a Lasa y Zabala.
En cuanto a los refugiados asesinados en 1979, destaca el
caso de Justo Elizaran “Periko”. El mercenario jefe del comando que
lo asesinó, Maxime Szonek, poseía una amplia lista de refugiados
con todo tipo de detalles, proveniente de fichas policiales, y
reconoció en su juicio haber recibido dinero de la Policía española.
Además, la Justicia francesa probó que la munición utilizada en el
atentado era de fabricación militar española, y su numeración indi-
caba que estaba reservada a las Fuerzas Armadas.
Según una pregunta parlamentaria formulada en el Congreso
español, en la que se daban amplios detalles sobre el caso, el
responsable policial encargado de los pagos al mercenario Maxime
Szonek fue el comisario Manuel Ballesteros, conocido torturador
franquista que era entonces Comisario General de Información, un
puesto clave.
En 1980 volvieron a repetirse los atentados mortales ejecu-
tados por mercenarios y uno de ellos dejó en absoluta evidencia al
mencionado comisario Ballesteros. Un atentado en el que tres mer-
cenarios ametrallaron el 23 de noviembre de 1980 el bar Hendayais,
frecuentado por refugiados vascos. El ametrallamiento causó la
muerte de dos ciudadanos franceses que nada tenían que ver con
los refugiados y heridas a otras diez personas. Tras ello, los autores
atravesaron violentamente la frontera en un vehículo y mostraron a
los policías españoles el número de teléfono de Ballesteros. Éste
ocultó la identidad de los mercenarios y ordenó que fueran puestos
en libertad.

32
Además, no sólo quedó en evidencia él, sino también las
autoridades españolas; entre ellas, el Ministro del Interior de UCD,
Juan José Rosón. Éste reconoció que los mercenarios trabajaban
para la Policía española, pero pretendió contra toda lógica que nada
tenían que ver con el atentado. Más tarde, ya con el PSOE en el
Gobierno, Ballesteros fue primero jefe de Operaciones Especiales y
después director del Gabinete de Información. Y cuando murió, El
País borró de su historial todo su pasado de torturador franquista.
Los dos últimos atentados de esa segunda campaña de guerra
sucia en Iparralde, ambos frustrados, se produjeron el 17 y 21 de
marzo de 1981 contra dos refugiados a los que las Fuerzas de
Seguridad españolas acusaban de ocupar, o haber ocupado, puestos
de responsabilidad en ETA.
El primero, cometido en Hendaia con una bomba-lapa, fue
contra Mikel Lujua, que salvó la vida gracias a que su esposa descu-
brió el explosivo. El segundo, en Donibane Lohizune, estuvo dirigido
contra Eugenio Etxebeste “Antxon” que resultó asimismo ileso. Tres
años después, fue deportado por las autoridades francesas. Exacta-
mente lo mismo que le sucedió a Txomin Iturbe.
Uno de los mercenarios que atentó contra Antxon fue dete-
nido y aunque pretendió llamarse André Pervins era en realidad un
ex funcionario de la Dirección General de Seguridad madrileña lla-
mado Vladimir Vit. Murió poco después y sus familiares reclamaron
y obtuvieron una indemnización del Ministerio del Interior español.
En el atentado, los mercenarios se vieron obligados a abando-
nar en su huída un par de pistolas Smith & Wesson que se demostró
habían sido compradas en USA por la Policía española, como las

33
famosas Mariettas de la primera campaña de la guerra sucia en Ipa-
rralde. Y unos años después, en la tercera campaña, la de los GAL,
volvieron a tener un protagonismo especial unas armas compradas
con toda probabilidad por las Fuerzas de Seguridad españolas.
En ese último caso, fue al parecer el entonces comandante de
la Guardia Civil Rafael Masa quién compró en Andorra un lote de
diez armas, varias de las cuales fueron después usadas en diversos
atentados reivindicados usando las siglas GAL.
Masa era un hombre de la máxima confianza del Secretario de
Estado de Seguridad Rafael Vera y estuvo involucrado en los más
turbios asuntos: condenado en el conocido caso de torturas de
Tomás Linaza, procesado por el asesinato de Santi Brouard, encarce-
lado por narcotráfico a gran escala…
El dueño de la armería andorrana reconoció a Rafael Masa
como el comprador de aquellas armas y aseguró que éste le dio un
número de teléfono para que pudiera contactar con él. Un número
que se comprobó pertenecía al Ministerio del Interior. Después, co-
mo en otras muchas ocasiones similares, el testigo se retractó, pero
conociendo la trayectoria de Masa, poca duda puede caber que fue
él quien las compró.
Tres campañas de guerra sucia y tres casos de armas compra-
das por las Fuerzas de Seguridad españolas para llevar a cabo los
atentados. En el de las Mariettas de la primera campaña, ni las auto-
ridades ni la Policía española se dignaron nunca responder a los
jueces italianos que preguntaron una y otra vez por el arma utilizada
para asesinar al juez antiterrorista Vittorio Occorsio. Dieron siempre
la callada por respuesta. En cambio, sí que respondieron en relación

34
a las Smith & Wesson usadas en el atentado frustrado contra
Antxon, pero la respuesta fue en verdad increíble. No se les ocurrió
mejor excusa que la de pretender que dichas armas habían sido
robadas de un vehículo policial donde las habían dejado.
Tras aquel atentado fallido contra Antxon Etxebeste, las
armas de los mercenarios callaron de nuevo en Iparralde, como en
1977. Seguro que algo tuvieron que ver en ello las numerosas
pruebas dejadas en esa última acción, pero creo que los factores
decisivos fueron otros dos. Por una parte, el atentado del Henda-
yais, que costó la vida a dos ciudadanos franceses, y lo que sucedió
a continuación, que seguro irritó mucho a las autoridades francesas.
Por otra, el que considero fue el factor decisivo: el 10 de mayo de
1981, resultó elegido Presidente el socialista François Mitterrand.
A partir de entonces, no volvió a cometerse ninguna acción
de guerra sucia contra los refugiados durante dos años y medio: año
y medio con UCD en el Gobierno y otro más con el PSOE, que ganó
las elecciones de octubre de 1982 por mayoría absoluta. Un largo
periodo de significativo silencio durante el que, además de preparar
adecuadamente el terreno para reactivar la guerra sucia, decidieron
aparcar todas las siglas empleadas hasta entonces para reivindicar
los atentados (BVE, ATE, AAA …) y utilizar una sola sigla muy bien
estudiada, la de los GAL.

35
1978 – 1981
Ejecutores de la Guerra Sucia
en Iparralde
Gobiernos
UCD/UDF conservadores
España/Francia
Siglas utilizadas BVE, AAA, GAE… ninguna
Policía, Ballesteros, Billy el Niño…
Guardia Civil Félix Hernando, Manuel Pastrana…
y Ejército Rivera Urruti, Sáenz de Santamaría…
Jean-Pierre Chérid, Calzona, Vladimir Vit,
Mercenarios
Ricci, Boccardo, hermanos Perret...
Muertos
Smith & Wesson compradas por
Armas y municiones la Policía española en USA.
Munición militar española

Atentado contra Antxon Etxebeste,


Principales pruebas
Caso Hendayais…

Consecuencias de la Guerra Sucia


Algunas bombas en empresas
Acciones Iparralde
y negocios de refugiados
Secuestro-desaparición Naparra
Secuestros fallidos Arantxa Sasiain
Muertos en Hegoalde Cuatro de Alonsotegi, Saldise, Etxaniz…
8 (2 franceses, error): Agurtzane Arregi,
Muertos en Iparralde
Argala, Korta, Periko, Usurbil…
Tras 2 primeros asesinatos, retiran estatus
Medidas contra los
de refugiado, 30 detenidos y 7 entregados.
refugiados
Fuertes protestas. No hubo más medidas.

36
Tercera campaña
1983 - 1986

El motivo por el que cesó la guerra sucia en Iparralde cuando


Mitterrand fue elegido Presidente parece obvio. El Estado español
tenía poco que ganar y mucho que perder si seguía enviando merce-
narios a la caza del exiliado vasco, porque la izquierda francesa lo
veía con malos ojos, y ello iba a repercutir sin duda de manera nega-
tiva en algo esencial para las autoridades españolas: la colaboración
del Gobierno francés.
En efecto, esa colaboración les era imprescindible para hacer
frente a una muy difícil situación en la que la moral de las Fuerzas
de Seguridad era muy baja. Así lo reconoció más tarde el General
Andrés Cassinello: «El 80 fue el año de mayor debilidad del Estado
respecto a ETA. Fue el año de la desilusión y del desencanto».
Fue en ese contexto cuando el PSOE se puso manos a la obra.
Según El País, durante el verano de 1982, antes de que dicho
partido empezara a gobernar tras obtener la mayora absoluta en las
elecciones, una delegación de altos dirigentes socialistas españoles

37
se entrevistó secretamente en París con el entonces Ministro
francés del Interior, Gaston Defferre, y el Primer Ministro, Pierre
Mauroy, para conseguir su colaboración en la lucha contra ETA.
Aquello supuso el inicio de posteriores y fecundas relaciones
en las que la estrategia a seguir por parte española fue elaborada,
según supo El País de fuentes del propio PSOE, por dos importantes
miembros del partido. Se trató del entonces Secretario General del
PSE-PSOE, Txiki Benegas, y del Presidente del PSOE, Ramón Rubial,
que ya había apuntado la posibilidad de recurrir a la guerra sucia,
poniendo como ejemplo la que practicó De Gaulle contra la OAS.
En todo caso, el que lo tenía muy claro era el General Cassi-
nello, que en septiembre de 1985 dio una conferencia en la que dijo
que él también prefería «el terrorismo a la alternativa KAS, la guerra
a la independencia del País Vasco». Y resumió su plan de acción en
bien pocas palabras: «Es preciso hablar, moverse, confundir, captar,
romper, contactar, negociar con las fracciones, romper el todo».
Eso es sin duda lo que ya estaban haciendo desde hacía años
y muy especialmente desde que empezaron a aplicar un plan en el
que Cassinello tuvo muchísimo que ver y que seguro también apli-
caron a la hora de llegar a un acuerdo con las autoridades francesas
para combatir más eficazmente a ETA, el Plan ZEN.
Así, potenciaron aún más la política de reinserción, que se
había iniciado cuando gobernaba UCD. El General Cassinello habló
muy claro al respecto: «Dudo que Francia hubiera adoptado una
política de dureza con ETA sin el respaldo de la campaña de rein-
serción social». Y también utilizaron en el mismo sentido las ofertas
de negociación, que lo único que buscaron siempre es lo expuesto

38
por Cassinello: confundir, dividir y romper.
Otro de los pilares de la estrategia española fue la compra de
armas y tecnología francesa. Algo que dejó bien claro la revista
Tiempo del 30 de enero de 1984, en un artículo titulado “Comprar
tanques a Francia a cambio de reprimir a ETA”.
El ejército español necesitaba entonces carros de combate y
los expertos militares se inclinaban por los americanos o alemanes,
pero decidieron comprar los franceses. Lo hicieron, porque, como
bien explicó un jefe de carros español, si los tanques franceses po-
dían terminar con ETA, «harían algo fuera del alcance de cualquier
otro tanque del mundo». Un argumento que siguió siendo válido
durante muchos años, como lo prueban las sucesivas compras
realizadas por el Estado español de armas y tecnología francesa.
En todo caso, la colaboración prestada por el Estado francés
al español se hizo cada vez más evidente y fue precisamente esa
colaboración la que sirvió como contundente argumento a Felipe
González para rechazar de plano que las autoridades españolas
tuviesen absolutamente nada que ver con los GAL.
Así, cuando compareció el 23 de junio de 1998 como testigo
ante el Tribunal Supremo, llevó una intervención sobre los efectos
de la guerra sucia en las relaciones con Francia. En ella, explicaba de
modo impecable que carecía de toda lógica que el Gobierno hubiese
impulsado el secuestro de Segundo Marey, o cualquier otra acción
de los GAL, porque para entonces ya había acordado con Mitterrand
unas sólidas bases de colaboración en la lucha contra ETA.
Según él, ese acuerdo con Mitterrand lo alcanzó en una

39
conversación telefónica el 19 de noviembre de 1983 y fue un mes
más tarde cuando viajó por primera vez a París desde que era Presi-
dente, ya que había decidido no hacerlo hasta alcanzar dicho obje-
tivo. Allí, el acuerdo telefónico con Mitterrand se plasmó en un plan
de actuación que se tradujo, a partir del 10 de enero de 1984, en
múltiples medidas policiales y administrativas contra los exiliados.
Esos datos tan contundentes los había dado ya a conocer
años antes quien fuera embajador de Francia en la época de los
GAL, Pierre Guidoni, un hombre clave, junto con Mitterrand, en el
acuerdo secreto franco-español adoptado a finales de 1983.
Guidoni, miembro honorario del PSOE y gran amigo de Felipe
González, dio esos datos en una tribuna titulada “Una página de
historia”, publicada por el diario El País el 23 de enero de 1995, en
la que ligó el acuerdo de colaboración contra ETA a unas negocia-
ciones más amplias sobre intereses comunes.
En dicha tribuna, Guidoni arguyó que era imposible que el
Ministro del Interior José Barrionuevo y el Secretario de Estado de
Seguridad Rafael Vera tuvieran nada que ver con los GAL, porque
ambos eran plenamente partícipes del acuerdo secreto. Según él,
para el Gobierno español, «la aparición de los GAL precisamente en
este momento» era «lo peor que podía ocurrir en el peor de los
momentos». Y se preguntó «¿Cómo creer que los mismos hombres,
simultáneamente, organizaban los GAL y negociaban la cooperación
legal, oficial, con Francia? Lo uno excluía lo otro».
Si Guidoni hubiese formulado esa pregunta cuando se empe-
zaron a reivindicar las primeras acciones terroristas usando las siglas
GAL, cabía la posibilidad de que lo estuvieran engañando artera-

40
mente. La formuló, en cambio, después de que fueran más que
notorias las pruebas contra las autoridades españolas que urdieron
junto con él aquel acuerdo secreto franco-español, y con ello quedó,
a mi parecer, en suma evidencia.
Por lo demás, su razonamiento fue impecable. Según él,
«habría sido demencial» que las autoridades españolas estuvieran
tras los GAL, porque «el primer resultado habría sido retrasar, sin
duda durante varios años, la entrada de España en Europa. ¿Unos
GAL, antes de 1983, cuando los dos Gobiernos no se hablan, no se
reúnen? Se hubiera podido entender. En 1983 sería idiota y tremen-
damente peligroso. Y tremendamente peligroso por idiota».
Sin embargo, está judicialmente probado que Barrionuevo y
Vera hicieron precisamente eso que Felipe González y Pierre Guido-
ni arguyeron con datos contundentes que era tan demencial y ab-
surdo. Y lo hicieron no cuando según Guidoni era plausible, antes de
1983, sino precisamente cuando según él era tan ilógico y absurdo.
A buen entendedor…
No, no tiene ninguna lógica que el PSOE lanzara la tercera
campaña de guerra sucia sin el acuerdo de Mitterrand y otros diri-
gentes del PS. En ese caso, tenían mucho que perder y poco que
ganar, como explicaron Felipe González y Pierre Guidoni. Ahora
bien, con el acuerdo francés sí que tenían mucho que ganar y muy
poco que perder… si no hubiesen cometido tantas chapuzas.
Guidoni afirmó en aquella tribuna de El País que «Si hubiera
habido una vinculación -por escondida que fuera- con los GAL, lo
habríamos sabido. No podíamos no saberlo. Y la cooperación habría
quedado inmediatamente interrumpida». Ahora bien, basta con ha-

41
cer un repaso de lo sucedido a finales de 1983, cuando empezaron a
actuar los GAL, para ver que las autoridades francesas no pudieron
no saber que el Estado español acababa de iniciar una tercera
campaña de guerra sucia en Iparralde.
En efecto, como se verá en el último apartado, la Policía,
Justicia y autoridades francesas dispusieron de más pruebas de las
que trascendieron públicamente sobre la implicación de las Fuerzas
de Seguridad española en el inicio de aquella tercera campaña, en
octubre de 1983.
En todo caso, los datos públicamente conocidos dejaban ya
bien clara dicha implicación, empezando por el secuestro en Baiona,
en la madrugada del 16 de octubre de 1983, de los refugiados
tolosarras Joxi Lasa y Joxean Zabala. Ambos fueron después tortura-
dos de forma atroz en un edificio oficial de Donostia, La Cumbre, y
tras arrancarles todo cuanto sabían, fueron asesinados y cubiertos
con cal viva, para hacerlos desaparecer. Sin duda, algo bien similar a
lo que debió de sucederles a Pertur y Naparra en las precedentes
campañas.
Dos días después de que secuestraran a Lasa y Zabala, pilla-
ron “in fraganti" en Hendaia a cuatro policías españoles que estaban
intentando secuestrar a otro exiliado, Joxe Mari Larretxea. Y poco
después, el 4 de diciembre, secuestraron por error también en
Hendaia al ciudadano francés Segundo Marey.
Cuando los mercenarios que lo secuestraron lo trasladaban
hacia la frontera, para entregarlo a policías españoles, la Policía
francesa detuvo en un control a uno de los secuestradores, Pedro
Sánchez, al que intervino efectos bien significativos: dos teléfonos

42
de Bilbo, uno de la Jefatura Superior de Policía y otro del Gobierno
Militar, y numerosas fotografías de refugiados vascos, provenientes
con toda seguridad de fichas policiales francesas y españolas.
Las autoridades francesas sabían muy bien que, en las dos
primeras campañas de la guerra sucia en Iparralde, había ocurrido
otro tanto en varias ocasiones. ¿Y qué hicieron? Exactamente lo
mismo que durante la segunda campaña. Después de los secuestros
antes mencionados, comenzaron de inmediato los asesinatos de
refugiados y tras producirse los dos primeros, en lugar de protestar
ante las autoridades españolas, empezaron a tomar contundentes
medidas contra los exiliados vascos. A partir del 10 de enero de
1984, hubo múltiples detenciones, confinamientos y deportaciones
de éstos a terceros países.
Cabe resaltar al respecto el repentino cambio de actitud del
principal dirigente del PS en Iparralde, el diputado Jean-Pierre
Destrade, quien pasó de acusar públicamente a la Policía española,
a raíz de los primeros asesinatos de los GAL, a finales de 1983, a
guardar un más que sospechoso silencio tras reunirse a principios
de 1984 con Mitterrand en su residencia de Latché, durante las
vacaciones navideñas.
Tres semanas después, el 23 de enero de 1984, se celebró en
Baiona una reunión de una quincena de secretarios locales y
dirigentes del PS en Iparralde con un enviado gubernamental, el
ministro y alcalde de Pau André Labarrere. Una reunión en la que,
ante el asombro de la mayoría de los asistentes, éste les transmitió
el mensaje de que «El GAL es un mal necesario»18. Muchos protes-
taron con vehemencia. Destrade, en absoluto.

43
Los atentados terroristas reivindicados usando las siglas GAL
siguieron produciéndose y las pruebas de la implicación del Estado
español acumulándose como en las precedentes campañas de gue-
rra sucia, sin que las autoridades francesas elevaran protesta diplo-
mática alguna. Al contrario, en septiembre de 1984 ejecutaron las
primeras extradiciones de refugiados al Estado español.
Es de suponer que, si se avinieron a hacer la vista gorda ante
aquellos crímenes, y a tomar tales medidas contra los exiliados vas-
cos, lo harían a cambio de contrapartidas de la parte española en la
negociación mencionada por Guidoni. De ahí la importancia de estu-
diar a fondo esa negociación y de paso esclarecer cuándo firmaron
los presidentes González y Mitterrand el acuerdo secreto. Guidoni
afirmó en su tribuna de 1995 en El País que fue el 1 de diciembre de
1983. En cambio, González declaró ante el Supremo, en 1998, que
no fue a París a estampar su firma hasta el 20 de diciembre.
¿Cuál fue la génesis y el contenido real de aquel acuerdo se-
creto franco-español? ¿Qué es lo que sucedió realmente entonces?
Va a ser bien difícil que algún día se sepa toda la verdad, porque los
detalles de ese tipo de actuaciones tan solo se llegan a conocer en
escasísimas ocasiones, pero un estudio riguroso seguro que podrá
arrojar no poca luz sobre lo que sucedió entonces.
Nótese al respecto la notoria abundancia del material militar
y tecnología francesa adquirido en aquellos años por el Estado
español, y que el representante de la firma Alsthom, fabricante del
Tren de Alta Velocidad francés adquirido por los españoles, fue
precisamente Pierre Guidoni quien, como ya se ha explicado, tuvo
un papel especialmente destacado en aquellas negociaciones19.

44
Otra probable razón, una más, por la que los dirigentes
socialistas franceses pudieron decidir hacer la vista gorda ante los
atentados terroristas reivindicados usando las siglas GAL pudo ser
que, a finales de 1983, tenían un serio problema a la hora de tomar
medidas contundentes contra los exiliados vascos: una importante
parte de su electorado estaba decididamente en contra20. Y hay no
pocos datos de que aquellos atentados terroristas no les vinieron
nada mal para influenciar a ese electorado sobre la necesidad de
adoptar dichas medidas.
Así lo prueba, por ejemplo, esta información publicada en El
País tras los primeros atentados reivindicados usando las siglas GAL:
«En medios periodísticos franceses se afirma que la población de las
localidades de Bayona, Hendaya y San Juan de Luz no ha reacciona-
do ante los últimos sucesos violentos solidarizándose con los
refugiados, sino más bien al contrario. Esta información fue corro-
borada ayer tarde por comerciantes de San Juan de Luz, que
sintetizaron su opinión con estas palabras: "Es mejor que se vayan
de aquí; nosotros no queremos líos; nos parece horrible que se
mate a los refugiados españoles, pero ese no es nuestro problema,
sino precisamente de los españoles. Estamos hartos de todos estos
líos, y es mejor que se vayan"».
Ricardo García Damborenea, Secretario General del PSOE en
Bizkaia cuando participó en el secuestro de Segundo Marey,
también mencionó ese aspecto en esas mismas fechas, justo tras los
primeros atentados mortales: «La población francesa ha necesitado
muy pocas intervenciones del GAL para llegar a la conclusión de que
se vive más tranquilo sin etarras»21.

45
Damborenea terminó por confesar ante el juez Garzón su
participación en la guerra sucia y señaló que el máximo responsable
era el Presidente Felipe González. También señaló en una entrevista
que «Si el Gobierno hubiese considerado perjudiciales las acciones
de los GAL, las habría interrumpido y liquidado en 24 horas. En su
mano estaban. En cambio, ascendió y encomendó la lucha antiterro-
rista a quienes intervinieron en el secuestro de Segundo Marey. Y el
mando se centralizó en Madrid. ¿Más claro?»22.
Hubo más y más atentados y el 1 de marzo de 1984 se produ-
jo el asesinato, por error, de un ciudadano francés. Fue el primero
de una larga lista de ocho y su muerte seguro que influyó mucho en
la opinión pública francesa. Así se deduce al menos de lo que dijo el
Informe Masson sobre terrorismo del Senado francés, publicado en
mayo de 1984: «los refugiados vascos que tenían, en algunos casos
desde la guerra civil, una buena relación con la población francesa,
son percibidos ahora como un elemento de perturbación».
Cabe remarcar que el diario Sud-Ouest publicó el 16 de enero
una misiva, aprobada por unanimidad por la asamblea de alcaldes
labortanos, en la que se decía que «Mientras el País Vasco-francés
sirva impunemente de refugio a los perpetradores de crímenes co-
metidos en territorio español, no se puede honestamente creer que
se mantendrá a salvo de represalias que intentarán llevar a cabo
ciudadanos españoles, familiares o amigos de las víctimas». Una
enorme falsedad que interesadamente hicieron circular las autori-
dades francesas y españolas.
En dicha carta, los alcaldes pidieron firmemente al Ministro
del Interior, Gaston Defferre, que «a fin de proteger la paz civil en el

46
territorio nacional (...) prosiguiera hasta el final con las operaciones
preventivas que había iniciado». Es decir, que siguieran las deten-
ciones, confinamientos y deportaciones de exiliados vascos iniciadas
el 10 de enero.
Otro tanto propugnó el informe del Senado francés: incre-
mentar la cooperación policial franco-española, no precisamente
contra los GAL sino contra los refugiados. Y, además de remarcar
que sería del todo contraproducente crear el departamento vasco
que prometió Mitterrand, se felicitó de las medidas que se estaban
tomando contra dichos refugiados.
Eso era precisamente lo que buscaban quienes diseñaron
aquella campaña que concedió, como el Plan ZEN, una importancia
capital a los medios de comunicación. Un aspecto en el que las
autoridades españolas mejoraron muchísimo respecto a la segunda
campaña de guerra sucia. No en vano pusieron como responsable
del CESID en París a Aurelio Madrigal23, un especialista en la materia
que ya en 1980 tuvo una destacada participación en las jornadas del
Centro Superior de Estudios de la Defensa Nacional sobre “El terro-
rismo y los medios de comunicación”. Tras finalizar la época de los
GAL, Madrigal estuvo destinado entre 1987 y 1992 en la Presidencia
del Gobierno, como asesor en “antiterrorismo”, y en 1996 fue
nombrado Secretario General del CESID24.
En ese aspecto, el Estado español mejoró mucho su actuación
respecto a las dos precedentes campañas de guerra sucia, pero los
organizadores y ejecutores de la campaña de atentados reivindica-
dos usando las siglas GAL no anduvieron ni mucho menos tan atina-
dos. Sobre todo, José Amedo que fue quien se llevó la palma en

47
cuanto al número de chapuzas cometidas, que dejaron tras de sí un
reguero de pruebas irrefutables.
Por ejemplo, contrató en Portugal a varios mercenarios usan-
do la identidad falsa de Genaro GALlego GALindo, pero pagó las
facturas con su propia tarjeta de crédito, bien repleta con los fondos
reservados del Ministerio del Interior. Dichos mercenarios perpe-
traron un par de atentados con múltiples heridos, algunos niños,
contra los bares Batxoki, el 8 de febrero de 1986, y La Consolation,
el 13. Tras el segundo, fue detenido uno de los mercenarios que
condujo, vía Portugal, al subcomisario Amedo y su ayudante el
inspector Michel Domínguez.
La Policía francesa pudo detener al mercenario portugués
gracias a un ciudadano que le siguió tras el atentado cometido
contra La Consolation y otro tanto sucedió en otros atentados de los
GAL, incluido el más mortífero de todos, el que costó la vida de
cuatro refugiados en el Hotel Monbar de Baiona, el 25 de septiem-
bre de 1985. Los dos asesinos fueron dos hampones de Marsella,
detenidos gracias a la intervención de varios ciudadanos que les
persiguieron tras el atentado, a riesgo de sus vidas.
La gran mayoría de los mercenarios que actuaron en las dos
primeras campañas de guerra sucia en Iparralde eran de ideología
ultraderechistas. En cambio, no sucedió otro tanto en la tercera
campaña, en la que la mayoría de los mercenarios detenidos en el
Estado francés tras la comisión de atentados eran delincuentes
comunes o pertenecían al hampa, como los dos del Monbar. Por
ejemplo, los asesinos de Xabier Galdeano eran delincuentes de la
región parisina. Y otros mercenarios los reclutaron en los bajos

48
fondos de Burdeos, Tarbes…
Los organizadores de la campaña de los GAL se dirigieron
dondequiera esperaban encontrar gente dispuesta a cometer asesi-
natos de fácil ejecución a cambio de fuertes sumas de dinero, y por
eso el único común denominador entre todos ellos fue el dinero de
los fondos reservados del Ministerio de Interior español usado para
pagarles. Tanto por herido, tanto por asesinado25.
Supongo que sería una de las causas por las que cometieron
tantos errores, ya que asesinaron a ocho ciudadanos franceses que
no tenían absolutamente nada que ver con la comunidad de refugia-
dos políticos vascos. Los dos últimos, fueron asesinados el 17 de
febrero de 1986, en Bidarrai.
Pocos después, la Gendarmería francesa obtuvo pruebas con-
tundentes de la directa implicación del camionero español Miguel
Brescia en aquellos dos asesinatos. Pudo probar, sin lugar a dudas,
que fue uno de los autores materiales, pero la Justicia francesa nada
quiso saber al respecto durante bastantes años.
Así lo denunció un antiguo capitán de la Gendarmeria, Charles
Saenz, en un reportaje emitido por el Canal + de la televisión france-
sa, “GAL: asesinos de Estado”, donde explica cómo entregó aquellas
contundentes pruebas a la justicia, que nada hizo durante años pese
a su insistencia.
Las declaraciones del excapitán, que no tienen desperdicio
alguno, están entre los minutos 46:25 y 48:10 de dicho reportaje,
elaborado por los periodistas Xavier Muntz y Bruno Fay, y en ellas se
queja amargamente de lo sucedido entonces.

49
Siendo como eran las víctimas dos ciudadanos franceses, una
de ellas una chica de 16 años, el caso fue bloqueado descarada-
mente… hasta que al final, diez años después del asesinato, la
Justicia francesa no tuvo otro remedio que ordenar la detención de
Brescia que fue finalmente condenado por aquel crimen en 1999.
Hay otro tema en ese caso que también merecería ser
investigado a fondo. Es el referido a una de las armas utilizadas en el
crimen de Bidarrai, una pistola ametralladora marca Schmeisser MP
40, bien rara, perteneciente a un lote que, según un artículo del
periodista Fernando Múgica, «circulaba por la comisaría de Pamplo-
na a finales de 1985», procedente «de un almacén de un cuartel
militar de Burgos».
En el artículo, publicado en El Mundo el 10 de octubre de
1995, se remarcaba «la fecha de expedición de las licencias, 6 de
diciembre de 1985, sólo dos meses antes del último atentado del
“GAL navarro”». Y se aseguraba que fue el inspector Leoncio Castro
quien dirigió dicha trama de los GAL, que quedó impune.
En el mencionado artículo de El Mundo, se afirmaba que Leo
Castro «pagaba de su bolsillo y en metálico -con dinero procedente
de los fondos reservados- entre 5.000 y 30.000 pesetas a policías de
Pamplona que viajaban al sur de Francia para marcar etarras. Ayu-
daba mucho la colaboración, pagada también con fondos reserva-
dos, de policías franceses».
Dichas actividades se realizaban «Con el conocimiento y el
apoyo económico de la Delegación del Gobierno, encabezada por
Luis Roldán» que transmitía las informaciones al Ministerio del Inte-
rior donde «se daba la luz verde para los atentados y se enviaban

50
los fondos reservados necesarios para cada operación, aproximada-
mente 20 millones de pesetas».
Todo indica que fue la trama navarra de los GAL la que
organizó y ejecutó aquel atentado de Bidarrai que costó la vida a
dos ciudadanos franceses. Dos nuevas víctimas que pienso fueron la
gota que colmó el vaso de lo que estaban dispuestas las autoridades
francesas a admitir como «mal necesario», ya que fue el último
atentado de la tercera campaña de acciones de guerra sucia en
Iparralde. Una campaña en la que se produjeron 23 asesinatos y la
desaparición de Lasa y Zabala.

51
1983 – 1986
Ejecutores de la Guerra Sucia
en Iparralde
Gobiernos
PSOE/PS socialistas
España/Francia
Siglas utilizadas GAL ninguna
Policía, Amedo/Domínguez, GALvarez...
Guardia Civil Galindo, Acedo, Bayo, Dorado, Pastrana…
y Ejército Cassinello, Juan Manuel Rivera Urruti…
Jean-Pierre Chérid, portugueses,
Mercenarios
Hampa de Marsella y Burdeos…
Muertos Jean-Pierre Chérid
Armas compradas por R. Masa en Andorra
Armas y municiones
Munición militar española

Caso Batxoki y Consolation,


Principales pruebas
Caso Lasa-Zabala, Caso Marey…

Consecuencias de la Guerra Sucia


Acciones Iparralde Incendios contra negocios relacionados con
refugiados
Secuestro-desaparición Lasa y Zabala
Secuestros fallidos Confusión con Marey, Txipi Salegi, Larretxea
Muertos en Hegoalde Santi Brouard
23 (8 franceses, error): Txapela, Tomasón,
Muertos en Iparralde
Xabier Galdeano, cuatro del Monbar…
Tras 2 primeros asesinatos, detenciones,
Medidas contra los confinamientos y deportaciones
refugiados en terceros países.
Después, además, extradiciones.

52
Otro crimen
impune

Las increíbles chapuzas que cometieron algunos de los orga-


nizadores y ejecutores de la Guerra Sucia dejaron al descubierto la
directa responsabilidad del Estado español. Y al volverse tan abru-
mador el peso de las evidencias, no les quedó otro remedio que
dejar de lado aquel famoso «No hay pruebas, ni nunca las habrá»
del Presidente Felipe González. Entonces, empezaron a recurrir a
otra versión de los hechos según la cual, pese a todas las chapuzas
cometidas, obtuvieron el resultado que buscaban.
Según dicha versión, las autoridades francesas comenzaron a
colaborar con las españolas en la lucha contra ETA, a cambio de que
los GAL cesaran en su actividad terrorista en suelo francés. Ahora
bien, como se ha visto en el apartado anterior, la colaboración
francesa no se obtuvo gracias a los atentados reivindicados usando
las siglas GAL. Para el Gobierno francés y el Presidente Miterrand
aquella campaña de atentados no fue sino un «mal necesario» para
“engrasar” dicha colaboración que estaba ya conseguida de ante-
mano. Fue uno de los medios que diseñaron para llevar a buen
puerto aquella bien estudiada estrategia que no podía ser sino

53
conjunta, franco-española.
Así lo prueba el acuerdo secreto alcanzado a finales de 1983
por las autoridades franco-españolas a raíz del cual las autoridades
francesas empezaron a tomar medidas administrativas y policiales
contra los refugiados ya el 10 de enero de 1984. Primero, fueron
detenciones, confinamientos y deportaciones a terceros países. Des-
pués, llegaron las extradiciones y, por último, las entregas.
El 19 de julio de 1986 empezaron a entregar a refugiados vas-
cos a los torturadores españoles, y un año después los entregados
ya eran una setentena; entre ellos, Josu Muguruza, posteriormente
asesinado en el Hotel Alcalá de Madrid, el 20 de noviembre de
1989, justo cinco años después de que los GAL acabaran con la vida
de Santi Brouard.
Fue en ese contexto de continuas entregas de refugiados
vascos a los torturadores españoles en el que se empezó a fraguar
el último atentado mortal reivindicado usando las siglas GAL. El
atentado con bomba-lapa que el 24 de julio de 1987 causó, en
Hendaia, la muerte de Juan Carlos García Goena, un tolosarra que
se encontraba en Iparralde debido a su rechazo a efectuar el
servicio militar obligatorio.
Se trató de la novena víctima de los GAL que nada tenía que
ver con la comunidad de refugiados. Sin duda, un nuevo error, por
mucho que en el comunicado reivindicando su muerte afirmaran, en
francés, que García Goena era «refugiado político y colaborador de
ETA m»26. Al día siguiente, llamaron a diversos medios de comuni-
cación para insistir en que «era colaborador de ETA Militar y tenía
relaciones, además, con Juan Bautista Argote Altuna, miembro de

54
ETApm (VIII Asamblea), que vivía en su mismo domicilio». Una sarta
de mentiras acompañada de una única verdad, que García Goena
era vecino de Juan Bautista Argote.
Se dio por hecho que Argote no podía haber sido el verdadero
objetivo, porque había sido entregado tres semanas antes a la
Policía española y estaba encarcelado en España. Sin embargo, los
GAL cometieron ese mismo tipo de error en un caso aún más
increíble. Atentaron contra el vecino de un refugiado que había sido
asesinado un mes antes. Y lo hicieron, tal y como dio por demos-
trado la Justicia francesa, pensando que el vecino era el refugiado
ya asesinado.
El 2 de agosto de 1985, un comando de los GAL asesinó en
Azkarate a Juan Mari Otegi y un mes después, el 4 de septiembre,
otro comando de mercenarios, que tenía una foto reciente de él,
colocó un artefacto explosivo en los bajos de la furgoneta de un
vecino de Otegi llamado Joseph Arraztoa. Un vecino que, como
García Goena, nada tenía que ver con los refugiados.
Arraztoa descubrió la bomba y la Policía francesa, tras lograr
desactivarla, encontró en las cercanías el vehículo utilizado por los
mercenarios para cometer el intento de atentado. En su interior,
además de armas, los policías encontraron la antes mencionada
foto de Juan Mari Otegi, que era la que entregó a las autoridades
francesas cuando solicitó un permiso de residencia. Siguiendo esas
pistas, detuvieron más tarde a los mercenarios, miembros del ham-
pa marsellesa, y descubrieron quién los reclutó, Georges Mendaille,
un exmilitar francés que trabajaba como informador al mismo
tiempo para las Fuerzas de Seguridad españolas y francesas.

55
El antecedente de ese atentado fallido contra Joseph Arraz-
toa, al que tomaron por su vecino Juan Mari Otegi, refugiado asesi-
nado un mes antes, hubiese sido ya razón suficiente para considerar
la hipótesis de que quienes asesinaron a García Goena cometieran
el mismo tipo de chapuza. Encima, esa hipótesis salió más que
reforzada cuando los periodistas Melchor Miralles y Ricardo Arqués
localizaron justo un mes después del atentado un zulo de los GAL
donde hallaron una bomba-lapa de las mismas características que la
utilizada en el atentado contra García Goena.
En dicho zulo, localizado en Iparralde, cerca de la frontera,
había asimismo numerosa documentación, entre la que destacaba
un comunicado, redactado en francés, que era en todo punto idén-
tico al que hicieron público un mes antes los GAL para reivindicar el
asesinato de García Goena… con una única y muy significativa
diferencia. En lugar de mencionar en el mismo a la víctima, se
mencionaba a su vecino, Juan Bautista Argote, que todo indica era
el verdadero objetivo de aquel atentado.
Los datos para encontrar ese zulo, y otros muchos sobre los
GAL, se los dio a Ricardo Arqués un informador anónimo, “Pedro”,
que actuaba de portavoz de un grupo desconocido. Se puso en
contacto con él a finales de abril de 1987, y casi de inmediato le
advirtió de que iba a producirse un atentado en Iparralde27. Reve-
lación sorprendente, porque los GAL habían dejado de actuar en fe-
brero de 1986, quince meses antes. Y efectivamente, poco después
se produjo el atentado que costó la vida a García Goena.
Antes de ello, Pedro también le había hablado a Arqués del
importante zulo de los GAL, diciéndole que le daría los datos nece-

56
sarios para localizarlo a su debido tiempo28. Y le reveló asimismo
otros datos muy certeros que dejaron en evidencia el amplio conoci-
miento que tenían sobre los entresijos de la guerra sucia quienes se
escondían tras él.
Fue una vez perpetrado el atentado cuando Pedro entregó los
datos para localizar el zulo en el que Arqués y Miralles hallaron el
comunicado de los GAL, que todo indica era el inicialmente redac-
tado para reivindicar ese atentado. Y fue también entonces cuando
les dijo quiénes lo habían cometido, el subcomisario José Amedo y
sus hombres, explicándoles las razones que habían tenido para
cometerlo.
Ahora bien, Pedro se limitó a señalar a Amedo como respon-
sable del asesinato, sin aportar otros datos esenciales que a buen
seguro debían conocer quienes se escondían tras él. En efecto, no es
nada creíble que supieran que se iba a cometer el atentado y la
ubicación de un zulo claramente vinculado al mismo, y no supieran
nada más.
Significativamente, la Justicia española nunca ha querido sa-
ber nada de nada al respecto, ni ha mostrado interés alguno por
esclarecer quién se escondía tras Pedro y cuáles fueron sus motiva-
ciones. Algo sobre lo que se han formulado no pocas hipótesis de las
cuales considero la más lógica la de que fuesen las autoridades y
Fuerzas de Seguridad francesas, porque eran las que tenían el
máximo interés en poner al descubierto las actividades de Amedo.
Les interesaba sobremanera deshacerse de Amedo, y con él
del claro chantaje que suponía el que reanudaran los atentados. Por
eso, lo más lógico es que pusieran todos los medios a su alcance

57
para neutralizar aquellos planes de los que dio cuenta Pedro a
Miralles y Arqués y que éstos pudieron corroborar poco después
gracias al testimonio de Inmaculada Gómez, la entonces amante de
Amedo.
A raíz de la promoción de su libro “Cal viva”, Amedo ha
apuntado también en la misma dirección, insistiendo en que sabe
muy bien quién filtró la localización del zulo de los GAL. Según él,
fue “Jean-Louis”, un policía francés que colaboró muy activamente
con los GAL y ha salido a colación en múltiples ocasiones. Su identi-
dad es oficialmente desconocida, pero Amedo no oculta en absoluto
que lo conoce y sabe el cargo que ocupa en la Policía francesa.
Eso sí, a Amedo no le interesa en absoluto que se tire de ese
hilo y por eso ha insistido tanto en “Cal viva” en potenciar una falsa
pista sobre el atentado que costó la vida de García Goena. Una falsa
pista que vendió en su día el diario El Mundo como gran exclusiva y
tras la que estaba con toda probabilidad el propio Amedo.
Según Amedo y El Mundo, un fotógrafo de Hendaia llamado
Patxi facilitó a quienes colocaron la bomba-lapa una foto de la
víctima que les permitió identificarlo y atentar contra él. Una acusa-
ción basada a todas luces en una burda mentira, porque como ya he
explicado, todo indica que aquel atentado no iba dirigido contra
García Goena sino contra su vecino Juan Bautista Argote.
El objetivo de esa falsa pista me parece obvio, el de desviar la
atención de la que sí conduce directamente a los culpables y he
mencionado antes. La altísima probabilidad de que Pedro y quienes
se escondían tras él dispongan de pruebas más que suficientes
contra los autores de dicho atentado. Ésa es la pista se deberían

58
priorizar para tratar de esclarecer el atentado que costó la vida de
García Goena y no desde luego la que lanzó Amedo sirviéndose del
diario El Mundo.
A pesar de ello, la Justicia española se ha empeñado en seguir
la pista falsa, en lugar de llamar a declarar a Amedo para interrogar-
le sobre la identidad de Jean-Louis y los demás policías franceses
que colaboraron con él en la guerra sucia. Y también sobre el zulo
de los GAL que localizaron Miralles y Arqués, y sobre tantas otras
cosas de las que ha hablado a diestro y siniestro mientras promocio-
naba sus libros.
La Justicia española tampoco ha mostrado interés alguno en
interrogar a Miralles y Arqués en relación a todo lo que les contó
Pedro en su día, antes y después de que se cometiera el atentado
que costó la vida a García Goena. Profundizando por esa vía, sí que
sería posible esclarecer ese atentado, pero en lugar de ello han pre-
ferido seguir la falsa pista que Amedo y El Mundo han tenido tanto
interés en potenciar. ¿Por qué?
En todo caso, hay suficientes datos que indican que tanto las
Fuerzas de Seguridad españolas como las francesas supieron en su
día exactamente quién y por qué cometió aquel atentado. Se le
escapó al General José Antonio Sáenz de Santamaría en un juicio,
cuando el abogado defensor del ex-Secretario de Estado de Seguri-
dad Rafael Vera le preguntó por el atentado contra García Goena.
Respondió que «se sabe quién lo hizo y por qué lo hizo».
Eso sí, el General no dio dato ni explicación alguna al respecto
(el diario El País señaló que «en esta ocasión fue más misterioso y
menos locuaz que en el resto de su declaración»), y bien significa-

59
tivamente ningún juez mostró interés alguno en profundizar en el
conocimiento que manifestó tener sobre los autores y el motivo de
dicho atentado.
La Justicia española tampoco se ha interesado en absoluto
por las revelaciones que hace Amedo en su libro sobre dicho aten-
tado y por el hecho de que afirme rotundamente que «Rafael Vera
sabía y sabe quién y cómo mató a García Goena». Y también hizo
oídos sordos ante unas declaraciones del ex-Director de la Guardia
Civil Luis Roldán en las que dio muestras fehacientes de saber mu-
cho al respecto.
Otra pista que tampoco ha querido seguir la Justicia española
es la referida a la reunión que tras el atentado celebraron en París el
Ministro del Interior español, José Barrionuevo, y el número dos del
ministerio, Rafael Vera, con el Ministro del Interior francés, Charles
Pasqua. Una reunión que, según el diario El País, requirió de urgen-
cia el Gobierno francés, y cuyo propósito era el de «pulsar la opinión
y la actitud de los máximos responsables de Interior españoles
sobre una eventual reactivación de las actividades de los GAL en
Francia».
El diario recalcó ese mismo día que «el acuerdo contra el
terrorismo entre España y Francia contemplaba el compromiso es-
pañol de impedir la actuación de los GAL y, por tanto, una vuelta a la
escena de estos comandos colocaría en una situación delicada el
convenio hispano-francés».
Un día después, el mismo diario publicó otro artículo, basado
en una noticia de la agencia Europa Press, que tituló “Interior sos-
pecha que el atentado a García Goena fue obra de ETA”. Hacía una

60
semana que se había cometido el atentado y a esas alturas la autoría
del mismo era irrefutable, pero ello no impidió que las “fuentes anti-
terroristas” citadas por la agencia sostuvieran con todo descaro que
los GAL nada tenían que ver con el atentado. Y no sólo eso, sino que
trataron de endosárselo a ETA cuando sabían de sobra que era del
todo imposible que hubiese sido obra de dicha organización.
Encima, un portavoz de la Secretaría de Estado para la Segu-
ridad pretendió que la reunión que Vera y Barrionuevo mantuvieron
días antes en París con el Ministro del Interior francés no había teni-
do «ninguna relación con el atentado terrorista contra García Goe-
na». ¡Vaya si la tuvo, y vaya si les leyeron la cartilla los franceses!
En todo caso, todos los trapos sucios los lavaron en casa y dos
meses después, a principios de octubre de 1987, llegó la culmina-
ción de la política de entregas con la mayor operación policial cono-
cida en Europa contra un colectivo de exiliados desde la II Guerra
Mundial. En pocos días, la Policía francesa detuvo a 120 refugiados
vascos y familiares en medio de escenas de violencia inusitada.
Entregaron a la mitad a los torturadores españoles, y deportaron
otra quincena a Argelia y Venezuela. El pacto secreto franco-español
de finales de 1983 seguía adelante.

61
62
Hay mucho
que investigar

63
64
Nada más empezar a ejecutarse la tercera y más cruenta
campaña de la guerra sucia en Iparralde, la de los GAL, el diario El
País, afín al PSOE, comenzó a publicar informaciones que dejaban
bien claro que la guerra sucia se venía practicando desde el fran-
quismo.
Años después, su editorialista Javier Pradera lo dejó meridia-
namente claro: «La lucha ilegal contra ETA arrancó en tiempos del
franquismo, prosiguió con los primeros gobiernos de la transición,
mantuvo su curso durante los tiempos de UCD y reapareció bajo la
primera legislatura del PSOE, dirigida siempre por agentes de los
aparatos del Estado que utilizaban a la misma cuadrilla de mercena-
rios para los trabajos sucios».
Eso sí, al mismo tiempo, El País hizo todo lo posible para que
no se esclareciera quiénes eran los responsables últimos de aquella
guerra sucia. Por ejemplo, con editoriales como el que publicó a los
pocos días de producirse el primer asesinato reivindicado usando las
siglas GAL, el del refugiado Ramón Oñaederra.
En dicho editorial, del 21 de diciembre de 1983, justo cinco
años después del atentado mercenario contra Argala, se afirmaba
que, «Según testimonios nada sospechosos, Argala “fue eliminado
por especialistas no ajenos a esferas policiales españolas”. Un res-
ponsable del Ministerio del Interior comentó: “Convinimos que las

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policías se arreglaran entre ellas y que los asuntos como la muerte
de Argala no deben ser de los responsables de esos departamentos
(los ministerios del Interior francés y español); los políticos no
deben saber estas cosas, porque los políticos somos indiscretos, y
existen problemas de Estado que deben ser incontables”».
Eso de que «los políticos no deben saber estas cosas» bien se
demostró después judicialmente que no era en absoluto cierto. En
las mismas fechas en que El País publicaba ese editorial, altos res-
ponsables políticos del PSOE estaban metidos hasta las cejas en la
guerra sucia. Y según todos los indicios, también lo debieron de es-
tar antes los dirigentes de UCD y los franquistas.
Tras ratificar el Tribunal Supremo la condena de los responsa-
bles del PSOE por el secuestro de Segundo Marey, El País volvió a
insistir en que los socialistas no hicieron sino continuar la guerra
sucia iniciada durante el franquismo. Y lo hizo aportando nuevos re-
veladores datos al respecto. En particular, los de un informe elabo-
rado en 1979 por la Guardia Civil del que ya he hablado. Un informe
que contenía contundentes pruebas sobre la protección que recibió
el mercenario Jean-Pierre Chérid por parte de los servicios de infor-
mación cuando gobernaba UCD.
En el citado informe se mencionaba a dos personas como
directas responsables de que se suspendiera de inmediato una
investigación sobre Jean-Pierre Chérid y otros mercenarios que
habitaban con él en un piso de Madrid. A un capitán de fragata, que
bastantes años después fue identificado con toda seguridad, Juan
Manuel Rivera Urruti, y al comisario-jefe de Chamberí, cuya identi-

66
dad sigue siendo desconocida, pese a que en principio debería
haber sido más fácil de identificar que el primero.
Cuando el parlamentario de Amaiur Jon Iñarritu preguntó al
Gobierno quién era en 1979 el comisario-jefe de Chamberí, éste
pretendió desconocer dicho dato. Algo del todo imposible, ya que el
Ministerio del Interior debe saber sin duda alguna quién dirigía
entonces la comisaría de Chamberí. Y los actuales responsables de
la propia comisaría también, por supuesto.
No me extrañaría nada que el citado comisario-jefe fuese el
que se menciona en el libro “Amedo: el Estado contra ETA” cuando
se habla de la selección de mercenarios por parte de Rivera Urruti.
En concreto, se dice que «Un comisario de Policía que trabajaba a
las órdenes del superagente Conesa, visitó en la prisión madrileña
de Carabanchel al argentino José María Boccardo Román y, tres días
después, el preso fue excarcelado por extraviarse sus expedientes
judicial y penitenciario»29. Boccardo participó entonces, junto con
Jean-Pierre Chérid, en múltiples acciones de guerra sucia.
Por eso, sería muy conveniente que ese futuro mecanismo
independiente para la averiguación de la verdad que considero tan
necesario indagara al respecto. Y también convendría que investiga-
ra todo lo referido a una importante reunión celebrada en Madrid,
en marzo de 1983, de la que dio cuenta el diario El País en junio de
1986. Una reunión en la que participaron, por una parte, el comisa-
rio José María Escudero Tejada y su jefe Jesús Martínez Torres, y por
la otra, el ultraderechista estadounidense Herbert Quinde y un alto
oficial de la Gendarmería francesa.
En apartados anteriores, he mencionado varias veces a Escu-

67
dero, entre otros motivos debido a su presunta relación con la des-
aparición de Pertur, y Martínez Torres también dio mucho de qué
hablar en su día. Conocido torturador franquista, fue ascendido por
el PSOE a Comisario General de Información, y como tal estuvo
imputado por los crímenes de los GAL.
Tras aquella reunión celebrada en Madrid, ambos recibieron
la misma condecoración que se impuso entonces a los cuatro
guardias civiles condenados en el caso Lasa-Zabala: el jefe del
cuartel de Intxaurrondo, Enrique Rodríguez Galindo, y tres de sus
hombres de máxima confianza, Ángel Vaquero, Enrique Dorado y
Felipe Bayo. Y no sólo recibieron la misma medalla, sino que les fue
impuesta el mismo día, el 12 de octubre de 1984, día del Pilar,
patrona de la Guardia Civil. Se trató de la Cruz de la Orden del
Merito de dicho Cuerpo concedida ese día tan solo a cuatro policías,
otro de los cuales era el GALoso José Amedo.
Años después de que El País filtrara la información sobre
aquella reunión celebrada en Madrid en marzo de 1983, los perio-
distas Melchor Miralles y Ricardo Arqués la corroboraron en su libro
“Amedo: el Estado contra ETA”. Además, precisaron que en la reu-
nión «se comentaron los errores cometidos por el Batallón Vasco
Español (BVE) y se estudió la necesidad de profesionalizar la “Guerra
Sucia” contra ETA». Y también que «Quinde se comprometió a facili-
tar el contacto con “professional killers”».
El 6 de agosto de 1995, los también periodistas Antonio Rubio
y Manuel Cerdán volvieron a corroborar esos datos en el diario El
Mundo. Lo hicieron en un artículo en el que aseguraron que todos
esos detalles les fueron confirmados por fuentes policiales.

68
Nótese que en la información publicada por El País en 1986 se
dejaba caer que, previamente a la reunión celebrada en Madrid en
marzo de 1983, «los servicios españoles habían comprobado la
identidad del Comandante francés, quien fue seguido y fotografiado
desde un apolo -vehículo camuflado de seguimiento y vigilancia con
medios audiovisuales- al llegar al aeropuerto de Barajas y durante
su visita a Madrid».
A ese dato hay que añadirle, además, que también Enrique
Rodríguez Galindo se dedicaba a grabar a los policías franceses que
colaboraban con él. Y no sólo a ellos, porque, según denunció el
diario El Mundo en un largo artículo con datos bien precisos al
respecto, grabó asimismo a todos los altos cargos de Interior que
pasaron por el cuartel de Intxaurrondo cuando él lo dirigía. Unas
grabaciones que, según el diario, eran la clave de su ascenso al
generalato: «Muchos han considerado que ese nombramiento era
totalmente inexplicable. Sabiendo lo de las cintas que tiene en su
poder, quizá el nombramiento les extrañe ya menos».
Para ubicar la información publicada por El País en junio de
1986, hay que recordar lo sucedido cuatro meses antes, en el curso
de la tercera campaña de guerra sucia ejecutada en Iparralde, la de
los GAL. Aquel mes de febrero de 1986 volvieron a asesinar por
error a dos ciudadanos franceses, elevando la cifra de franceses
asesinados por error a ocho, y fue detenido un mercenario portu-
gués que condujo, vía Portugal, al policía José Amedo.
Es bien probable que, como cinco años antes a raíz del
atentado cometido en el bar Hendayais y el fallido contra Antxon
Etxebeste, los franceses se empezaran a hartar de las chapuzas de

69
los españoles. Y que éstos les respondieran que mejor les valía
cerrar la boca, porque podían tirar de la manta y dejar al desnudo la
implicación francesa, con pelos y señales. Por eso filtraron a El País
aquella información sobre la reunión celebrada en Madrid en marzo
de 1983, meses antes de que empezaran a producirse las acciones
terroristas reivindicadas usando las siglas GAL.
Doy por hecho que, pese a no dar el nombre del alto oficial de
la Gendarmería francesa que participó en la reunión, conocían de
sobra no sólo esa identidad sino bastantes más datos bien compro-
metedores para el Estado francés. Y que el objetivo de la filtración
era precisamente hacer alarde de que podían filtrar todos esos
datos si lo considerasen necesario.
Es un tema que merecería ser investigado a fondo y otro
tanto se puede decir respecto a lo que cuenta José Amedo en su
libro “Cal viva” que está repleto de mentiras, pero que contiene
algunas revelaciones de lo más interesantes. Además, como Amedo
es un bocazas, también de sus mentiras se pueden sacar no pocas
conclusiones.
En todo caso, es obvio que Amedo guarda numerosos secre-
tos sobre la guerra sucia ejecutada en Iparralde usando las siglas
GAL, a partir de 1983. Y es muy probable que también sepa mucho
sobre los atentados cometidos años antes usando otras siglas; sobre
todo, la del Batallón Vasco-Español, BVE.
Poca duda cabe de que Amedo empezó a “trabajar” en
Iparralde en pleno franquismo, y sería conveniente indagar sobre su
relación con personajes como Ramón Lillo, al cual define como
«viejo conocido». Lillo dirigió en 1976 un comando mercenario que

70
atentó en Iparralde contra varios refugiados utilizando unas
metralletas Marietta compradas por la Policía española en USA, y no
sería nada de extrañar que Amedo tuviera que ver con aquellos
atentados.
Lillo y Amedo eran entonces inspectores de policía. El prime-
ro, agente del Servicio Secreto franquista, el SECED. El segundo,
según Wikipedia, ejecutó en la década de los 70 «labores de espio-
naje relacionadas con el entorno de la organización terrorista ETA».
Y fue precisamente en 1976 cuando dos inspectores con los que
Amedo compartía piso desaparecieron en Iparralde. Un año des-
pués, hallaron sus cadáveres, hecho que lo marcó profundamente30.
Fue asimismo en 1976 cuando otro viejo conocido de Amedo
empezó a trabajar para el SECED. Se trataba de Jesús Diego de
Somonte que en 1983 era ya comandante y jefe de los Servicios
Secretos en Euskal Herria. Ambos tenían por costumbre reunirse en
la Jefatura Superior de Policía de Bilbo.
Cuando estaba promocionando “Cal viva”, a Amedo se le
escapó que también conocía al capitán Alberto Martín Barrios que
los octavos de ETA pm secuestraron, y dos semanas después
mataron, en octubre de 1983. Según la versión oficial, fue la muerte
del capitán la que desencadenó la guerra sucia de los GAL, pero
tengo fundadas sospechas de que no fue dicho fatal desenlace el
que precipitó los acontecimientos, sino el secuestro mismo.
Los secuestradores de Martín Barrios afirmaron en un comu-
nicado que lo estaban sometiendo a un «concienzudo interrogato-
rio» sobre «la tarea real» que desempeñaba, porque habían detec-

71
tado que el capitán realizaba «extraños movimientos» que ligaban a
«una actividad reservada de tipo especial».
Entonces, la Policía pretendió que, quizás, sus secuestradores
lo habían confundido con el comandante Diego de Somonte, que
acabo de mencionar. Un bulo que sospecho lanzaron para esconder
la verdad: que el capitán Martín Barrios era también de los Servicios
Secretos.
Me sobran los motivos para sospechar que ésa era su
verdadera labor. Entre otros, el que lo sucedido tras su secuestro
sea mucho más comprensible si su ocupación oficial, en la farmacia
del Gobierno Militar de Bilbo, no era sino una tapadera para otras
inconfesables actividades.
De ser la verdadera labor de Martín Barrios la que sospecho,
se entiende a la perfección que su secuestro hiciera saltar todas las
alarmas en el corazón del Estado. No era para menos. Si el capitán
estaba al corriente de lo que Amedo y compañía estaban tramando
en Iparralde, las autoridades españolas se tuvieron que poner muy,
pero que muy nerviosas.
En esas circunstancias, no es nada de extrañar que dieran la
orden de secuestrar, a toda costa y con suma urgencia, a algún
militante cualificado del grupo que se responsabilizó del secuestro
del capitán. Una orden que recayó precisamente en Amedo que
hace en “Cal viva” una sorprendente revelación al respecto.
En su día causó un gran escándalo que el inspector de policía
Jesús Alfredo Gutiérrez Argüelles fuese detenido junto con tres GEO
por la Policía francesa, cuando estaban intentando secuestrar en

72
Hendaia al dirigente de ETA (pm) Joxe Mari Larretxea. Ese episodio
era harto conocido, pero lo que no se sabía es que el inspector
Argüelles ya había sido detenido días antes, armado, por la misma
Policía.
Eso es lo que cuenta, sorprendentemente, Amedo en su libro.
El ex-subcomisario relata en “Cal viva” que estaban preparando un
secuestro en Iparralde. Pretende que su objetivo era Larretxea, pero
todo indica que el primer objetivo de los secuestradores fue Kandi-
do Ostolaza, otro militante cualificado de ETA (pm).
Las Fuerzas de Seguridad españolas estaban persuadidas de
que Ostolaza disponía de información relevante sobre los secuestra-
dores del capitán Martín Barrios, y lo vigilaron a la entrada de la
ikastola de Angelu a la que llevaba cotidianamente a sus hijos.
Una vez que dispusieron de toda la información necesaria,
decidieron ejecutar el secuestro, armados y distribuidos en dos
grupos, uno de los cuales se encontraba en un callejón comandado
por el inspector Argüelles que, según Amedo, «portaba un fuerte
anestésico que yo le había facilitado para dormir al etarra»31.
Amedo cuenta en su libro que dicho grupo se vio sorprendido
y detenido por la Policía francesa. Entonces, pensó que «lo mejor
que podía hacer era comunicárselo desde Irún a Sancristóbal, para
que éste hablase con el ministro Barrionuevo y lo arreglaran a nivel
político, como así ocurrió. Dos horas después la policía francesa
ponía en la línea fronteriza a Argüelles y a sus dos acompañantes»32.
Y prosigue: «Una vez en Bilbao, a altas horas de la noche,
subimos al despacho que Francisco Álvarez tenía en la antesala de

73
su vivienda en la propia Jefatura Superior de Policía, donde se en-
contraban Sancristóbal, Plancha y, esta vez, Damborenea, hombre
fundamental en las decisiones de la trama que se estaba montando.
Sancristóbal llamó a Vera para decirle que ya habíamos regresado y
que se iba a cambiar la estrategia para capturar a Larretxea.
Vera le contestó que los franceses estaban muy cabreados y
que Barrionuevo había tenido una fuerte discusión con su homólogo
francés, en la que había estado a punto de intervenir el propio Feli-
pe González para mediar con François Mitterrand».
Más adelante, Amedo dice en su libro que «Como ya no se
podía regresar a Hendaya con armas, se tomó la decisión de recla-
mar la presencia en Bilbao de tres miembros de los GEO expertos en
operaciones especiales para que acompañasen a Argüelles»33. Y fue
pocos días después, el 18 de octubre de 1983, cuando volvieron a
detener al inspector Argüelles en Hendaia en compañía de los tres
GEO. Los pillaron in fraganti, cuando estaban a punto de consumar
el secuestro de Larretxea. El escándalo fue mayúsculo y hubiese sido
mucho mayor de saberse que días antes Argüelles y otros policías
españoles ya habían sido detenidos, armados, y puestos casi de
inmediato en libertad.
Nada más producirse el intento de secuestro de Larretxea,
varios medios de comunicación recibieron filtraciones sobre lo que
había ocurrido en días anteriores, provenientes seguramente de la
Policía francesa, y bien que se encargaron las autoridades francesas
y españolas de cortar de raíz aquellas filtraciones.
El diario El País mencionó la detención de “cuatro funciona-
rios policiales de la Jefatura Superior de Policía de Bilbao, que no

74
trascendió y fue resuelto favorablemente por vía diplomática”, sin
más explicaciones, pero otros medios fueron más explícitos. Radio
Popular/Herri Irratia habló el 19 de octubre del intento de secuestro
de Kandido Ostolaza, que también fue mencionado por la televisión
vasca, y el diario Deia publicó dos días después un artículo en porta-
da donde se mencionaba que cuatro policías españoles fueron dete-
nidos armados por sus colegas franceses y puestos en la frontera.
Deia situó la detención de los policías en la noche del viernes
14 al sábado 15 de octubre, justo un día antes de la desaparición en
Baiona de Lasa y Zabala, y uno de los testigos que fue a denunciar a
la Justicia francesa la desaparición de ambos refugiados sacó a re-
lucir ante el juez de Baiona aquel importante dato.
El juez, que dijo desconocer se hubiesen producido las deten-
ciones de que hablaron Deia y El País, se mostró interesado en
averiguar más datos sobre el tema34, pero ya sabemos en qué se
tradujo aquel supuesto interés. En nada de nada.
Es obvio que aquellos datos por los que dijo interesarse el
juez estaban en poder de la Policía francesa que detuvo a aquellos
policías españoles armados. Seguro que registró tanto sus identi-
dades, como las carácterísticas de las armas que portaban, y del
anestésico que menciona Amedo en su libro, antes de conducirlos a
la frontera por órdenes superiores.
Sin embargo, han tenido que pasar treinta años, y abrir Ame-
do su gran bocaza, para conocer parte de lo que sucedió entonces.
Algo que vuelve a dejar bien claro el nivel de complicidad de la
Policía, Justicia y autoridades francesas con las españolas que dise-
ñaron y ejecutaron aquella guerra sucia.

75
Tras ser detenidos in fraganti intentado secuestrar a Larre-
txea, el inspector Argüelles y los tres GEO fueron en principio encar-
celados, pero los liberaron bien pronto, tras haberse comprometido
a comparecer en su juicio. Promesa que jamás cumplieron, pese a
que el entonces Ministro del Interior español, José Barrionuevo,
manifestara al respecto que «Nosotros hacemos honor a nuestros
compromisos».
Una veintena de años después, en 2002, las autoridades espa-
ñolas devolvieron el favor a las francesas tras ser detenidos por azar
en el Estado español dos agentes secretos franceses, cuando esta-
ban preparando un asesinato con una sofisticada arma de guerra.
Sucedió lo mismo que con Argüelles y los GEO. Según uno de los
magistrados que decidieron excarcelar a ambos agentes, todo «vino
atado desde el Ministerio del Interior y desde la Fiscalía General del
Estado. No pudimos hacer nada para evitar su puesta en libertad».
En todo caso, habría que preguntarle a Amedo de qué
conocía al capitán Martín Barrios, y también podría aclarar, de paso,
algunas cuestiones relativas a su extrecha relación con el ya falle-
cido comandante Diego de Somonte. Por ejemplo, si es cierto, como
afirma su viuda, que ambos viajaban a menudo juntos a Iparralde y
que su marido también tenía previsto hacerlo el 23 de septiembre
de 1983, en aquel viaje en el que, a la vuelta, Amedo tuvo un
accidente de auto en la autopista.
Según el ex-subcomisario, la Ertzaintza le incautó entonces un
maletín que contenía datos muy comprometedores sobre diversos
mercenarios que pocas semanas después empezarían a cometer los
atentados reivindicados usando las siglas GAL. Se trataría de núme-

76
ros de teléfono de dichos mercenarios, y pisos de contacto que iban
a usar. Unos datos que la Ertzaintza jamás puso a disposición de
juez alguno.
Todos aquellos datos y otros más contenidos en aquel famoso
maletín probablemente tuvieron mucho que ver con unas sorpren-
dentes revelaciones sobre los GAL publicadas en la revista Euzkadi,
en aquel entonces órgano de expresión del PNV, cuatro meses des-
pués del accidente sufrido por Amedo.
Fue en enero y febrero de 1984, en plena escalada de atenta-
dos reivindicados usando las siglas GAL, y difícilmente podían aque-
llas revelaciones ser debidas a un envío anónimo, como pretendió la
revista. No lo podían ser, porque las acusaciones que se vertían eran
muy graves. Unas acusaciones que apuntaban muy directamente al
Estado como organizador de los GAL y que nunca hubiesen hecho
públicas de no estar sólidamente respaldadas.
Por eso, se dio por hecho que aquellos datos publicados en
los números 121 y 124 de Euzkadi, y el organigrama de los GAL que
los acompañaba, provenían de la documentación incautada por la
Ertzaintza a Amedo cuando éste sufrió el accidente.
A partir de entonces, la Ertzaintza recopiló abundantes datos,
tanto sobre los GAL en general, como sobre el subcomisario y su
ayudante el inspector Michel Domínguez en particular, pero tan
sólo entregaron al juez, tras varias demandas de éste, los datos
referidos a las pérdidas millonarias de Amedo en el casino de
Donostia. El periodista Santiago Etxauz dio abundantes y compro-
metedores datos al respecto en la revista Tiempo del 10 de junio de
1996. Su extenso artículo no tiene desperdicio alguno.

77
Otra cuestión que convendría investigara ese futuro meca-
nismo para la averiguación de la verdad es el papel que jugaron las
autoridades francesas tratando de impedir que Amedo y Dominguez
fueran condenados y acabaran en prisión. En efecto, el abogado que
ejerció la acusación en dicho proceso, Miguel Castells, denunció que
dichas autoridades retuvieron un documento clave «en el organis-
mo gubernativo competente para evitar que los dos polícías fueran
condenados, algo que no consiguieron finalmente»35.
Cabe sospechar que aquella actuación de las autoridades
francesas tuviera mucho que ver con el hecho de que Amedo sabía y
sabe muchísimo sobre no pocos agentes policiales franceses que
participaron en la guerra sucia a cambio de fuertes sumas de dinero
procedente de los fondos reservados.
Ya he explicado en el apartado anterior que Amedo no oculta
en absoluto que conoce la identidad y el cargo que ocupa en la
actualidad en la Policía el más famoso de ellos, “Jean-Louis”, y es
evidente que también conoce la identidad de bastantes otros, pero
tan sólo cita por su nombre a dos de quienes quedaron al descu-
bierto: Jacques Castets y Guy Metge.
En “Cal viva”, Amedo denuncia que ese último falleció en un
accidente de tráfico que provocaron «los servicios galos de Informa-
ción» a los que dirige un claro mensaje, al igual que a los hispanos.
Les advierte de lo muchísimo que sabe, y guarda a buen recaudo,
como guardó aquel famoso comunicado de los GAL manuscrito por
Sancristóbal y Damborenea.
Según la viuda de Diego de Somonte, su marido le solía decir
que cualquier día iban a hacer desaparecer a Amedo, y el propio

78
Amedo también ha dejado bien claro su temor al respecto. Afirma
que le ofrecieron fugarse de la cárcel, para que rehiciera su vida en
Sudamérica con otra identidad, y que se negó en redondo por te-
mor a que se deshicieran de él, como se deshicieron de Guy Metge.
Por eso guarda Amedo a buen recaudo sus comprometedores
secretos, como seguro de vida, y por eso habla tan descaradamente
de esos secretos en sus libros y entrevistas, con absoluto desprecio
no sólo a las víctimas de la guerra sucia, sino también a la propia
Justicia que nunca ha tomado medida alguna al respecto.
No es nada de extrañar, porque los jueces españoles han
mostrado siempre una clara falta de interés por esclarecer la guerra
sucia. Han investigado bien pocos casos y en ninguno de ellos lo han
hecho hasta el final. Absolutamente en ninguno.
En efecto, el 100% de los asesinatos debidos a la guerra sucia
continúan sin ser del todo esclarecidos por la Justicia española, que
sigue sin querer saber nada sobre la identidad del responsable
máximo de los GAL, el bien conocido señor X. E incluso las acciones
de guerra sucia que se consideran del todo esclarecidas están muy
lejos de serlo.
Sirva como ejemplo lo sucedido con las dos acciones en las
que se produjeron las condenas más emblemáticas, las de los casos
Marey y Lasa-Zabala, que están, ambos, bien lejos de estar del todo
esclarecidos.
En el caso Lasa-Zabala, ni tan siquiera se inculpó al principal
responsable, el señor X, y encima fueron no pocos los agentes del
cuartel de Intxaurrondo claramente implicados en el secuestro, tor-

79
turas y asesinato de ambos refugiados que no pagaron un solo día
de cárcel, pese a las contundentes pruebas en su contra.
Además, nunca se ha aclarado el verdadero objetivo de aquel
secuestro en el que las víctimas no fueron, como era habitual en
dichos casos, refugiados a los que podían sacar abundante y valiosa
información sobre la organización en la que tenían puestos de res-
ponsabilidad.
Pertur y Naparra, eran dirigentes de sus respectivas organiza-
ciones, y el interés de las autoridades españolas en secuestrarlos y
arrancarles toda la información de que disponían era más que
evidente. También lo es que consiguieron sus objetivos, ya que
tanto ETA (pm) como los Comandos Autónomos Anticapitalistas no
sobrevivieron muchos años al secuestro de sus dirigentes.
Se sabe, además, que en 1983 quisieron secuestrar a Txomin
Iturbe, Antxon Etxebeste y Juan Lorenzo Lasa Mitxelena “Txikierdi”,
entonces máximos responsables de ETA (m). Los datos más precisos
al respecto los ofreció el diario El Mundo, el 6 de agosto de 1995, en
un artículo de portada titulado “Guardias Civiles de Intxaurrondo
planearon en el 83 secuestrar a toda la cúpula de ETA”.
Según El Mundo, «Para desarrollar la operación se contaba
con el apoyo de tres policías galos, uno de ellos un mando», que
cobrarían por ello «alrededor de dos millones de francos france-
ses». Detendrían a Txomin, Antxon y Txikierdi, «con alguna excusa
legal», y los entregarían narcotizados en la frontera «a agentes del
acuartelamiento de Intxaurrondo que los trasladarían inmediata-
mente al Palacio de La Cumbre».

80
Fue precisamente a La Cumbre a donde llevaron esos mismos
agentes de Intxaurrondo a Lasa y Zabala y salta a la vista la enorme
diferencia entre el proyecto inicial de secuestrar a los máximos diri-
gentes de ETA y el resultado final.
El general de la Guardia Civil José Antonio Sáenz de Santama-
ría dejó muy claro en su día que los militantes detenidos les daban
información (tras torturarlos a fondo, por supuesto) y los muertos
satisfacción. Y no cabe duda de que la máxima satisfacción la obtu-
vieron con los secuestrados a quienes, antes de matar y hacer des-
aparecer, pudieron arrancar muy valiosa información. De ahí que
secuestraran o intentaran secuestrar siempre a militantes que esta-
ban persuadidos disponían de información muy relevante, algo que
no sucedía en absoluto en el caso de Lasa y Zabala.
Justo antes de que ambos desaparecieran en Baiona, inten-
taron secuestrar a Kandido Ostolaza, con el resultado de varios po-
licías españoles detenidos y puestos casi de inmediato en libertad, y
dos días después se produjo un nuevo intento de secuestro, el de
Joxe Mari Larretxea, que volvió a saldarse, como el de Ostolaza, con
nuevas detenciones de policías españoles.
Entonces, se apuntó una hipótesis sobre el secuestro de Lasa
y Zabala que tiene todos los visos de ser muy certera: «Teniendo en
cuenta la adscripción cercana a ETA (m) de los refugiados desapare-
cidos en Baiona y la cercanía a los polimilis de Larretxea y Ostolaza,
podría tratarse de una acción policial que, siguiendo las sugerencias
del Plan ZEN, tratara de crear un enfrentamiento entre las distintas
organizaciones armadas vascas presentando los secuestros como
acciones de hostigamiento mutuo»36.

81
Los fiascos que sufrieron tanto en el intento de secuestro de
Kandido Ostolaza, como en el de Joxe Mari Larretxea, echaron por
tierra sus pretensiones, pero de no haber sido así muy poca duda
cabe de que hubiesen puesto a funcionar sus fuentes de intoxica-
ción habituales, para achacar las desapariciones a enfrentamientos
internos, como hicieron en los casos de Pertur y Naparra.
El acta del CESID conocida como "acta fundacional de los
GAL", fechada el 6 de julio de 1983, también hacía hincapié en que
convenía encubrir las acciones de guerra sucia como si fueran el
resultado de enfrentamientos entre diversas ramas de ETA, y todo
apunta a que siguieron al pie de la letra sus instrucciones.
El “acta fundacional” ponía especial énfasis en que la forma
de acción más aconsejable era «la desaparición por secuestro» de
dirigentes de ETA. De ahí que sus objetivos prioritarios fueran
Txomin, Antxon y Txikierdi, pero el secuestro del capitán Alberto
Martín Barrios vino a trastocar todos sus planes, y les obligó a fijar,
como ya he explicado antes, otra prioridad absoluta.
Es en ese contexto en el que cabe encontrar una lógica al
secuestro de Lasa y Zabala, y la hipótesis que mejor explica todo lo
sucedido entonces pienso que es la de un reparto del trabajo sucio
entre la Policía de Bilbo y la Guardia Civil de Intxaurrondo. Los pri-
meros tuvieron como objetivo a unos pocos militantes de ETA (pm)
que estaban persuadidos disponían de información relevante sobre
los secuestradores de Martín Barrios, y a los segundos les bastaba
con secuestrar a cualquier refugiado cercano a ETA (m), para simu-
lar un enfrentamiento entre ambas ramas de ETA.

82
Ni qué decir tiene que el objetivo de los guardias civiles de
Intxaurrondo era mucho más sencillo, pero el caso es que los po-
licías fracasaron en toda la línea y fue entonces cuando el Ministro
del Interior José Barrionuevo «descubrió» a la Guardia Civil.
En cuanto al caso del secuestro de Segundo Marey, la gran
mayoría de la gente también lo considera del todo esclarecido, pero
no lo fue sino parcialmente, porque tanto responsables políticos co-
mo policías españoles y franceses ocultaron no pocas cosas.
Además, es bien fácil de demostrar que mintieron descarada-
mente respecto a otras. Por ejemplo, afirmaron que el objetivo del
secuestro era el refugiado Mikel Lujua y que se dieron cuenta de la
confusión en cuanto Marey fue entregado en la frontera al entonces
inspector José Amedo. Imposible. La Justicia española dio por pro-
bado que fue eso lo que sucedió, pero es evidente que era absoluta-
mente falso.
Si el objetivo hubiese sido Lujua y Amedo se hubiera dado
cuenta del error cometido de inmediato, en la frontera, es del todo
imposible que después sucediera lo que sucedió y contó El País: los
secuestradores de Marey «le intentaron sacar información funda-
mentalmente sobre personas, empresas y entidades que pagan el
impuesto revolucionario a ETA, así como el destino de las cantida-
des económicas obtenidas por este sistema».
Lo que contó El País fue además concordante con lo que
afirmaba el famoso comunicado manuscrito dos días después del
secuestro por los entonces Gobernador Civil de Bizkaia, Julián San-
cristóbal, y Secretario general del PSOE en Bizkaia, Ricardo García
Damborenea. En aquel comunicado, que guardó Amedo durante

83
años y sirvió para probar la implicación directa de ambos respon-
sables políticos, se decía que Segundo Marey había sido secuestrado
«por participar en el cobro del impuesto revolucionario». En el
siguiente comunicado, ya no mencionaron nada similar.
Es indiscutible que sometieron a Marey a torturas, hasta que
se tuvieron que rendir a la evidencia de que nada tenía que ver con
ETA. Lo dice bien claro uno de sus secuestradores, Jean-Pierre
Echalier, entre los minutos 8:25 y 9:05 de un reportaje emitido por
el Canal + de la televisión francesa que ya he mencionado en un
apartado anterior, “GAL: asesinos de Estado”.
También lo denunció el propio Marey en una entrevista: «Fue
una tortura sistemática. Eran profesionales (…) Se reían de mi
postura, de mi dolor. Tenía alucinaciones, pesadillas espeluznantes
que se han repetido desde entonces». A pesar de ello, la sentencia
condenatoria del caso Marey no mencionó para nada las torturas
que sufrió y encima los jueces afirmaron que los secuestradores no
lo interrogaron. ¡Vaya si lo hicieron! Con saña.
El mercenario Echalier precisa en el reportaje antes mencio-
nado que pretendían secuestrar al “tesorero de ETA”. Lo dice bien
claro dos veces, y lo que está más allá de cualquier duda es que, al
menos hasta el segundo día tras el secuestro, tanto mercenarios
como autoridades y policías españoles estuvieron persuadidos de
que Segundo Marey tenía mucho que ver con las finanzas de ETA.
Esa historia de que pretendían secuestrar a Mikel Lujua, que
nada tuvo nunca que ver con dichas finanzas y era 14 años más
joven que Marey, no resiste el más mínimo análisis. La verdadera
confusión consistió, sin duda, en creer que Marey era “el tesorero

84
de ETA” y algunos de los implicados, sino todos, seguro que saben
por qué llegaron a semejante conclusión.
En su libro “Cal viva”, Amedo vuelve a mentir al respecto. Si-
gue pretendiendo que decidieron secuestrar a «Mikel Lujua Goros-
tiola, responsable de finanzas de la banda, después de que el policía
Guy Metge facilitara durante un almuerzo en Bilbao su dirección en
Hendaya y un plan para secuestrarlo a través de un grupo de
mercenarios»37.
Amedo sabe de sobra que Lujua nunca tuvo absolutamente
nada que ver con las finanzas de ETA y que Metge no facilitó la
dirección de Lujua en Hendaia sino la de Segundo Marey, al que
todos los presentes en aquel almuerzo consideraban «responsable
de finanzas de la banda». Y así lo siguieron considerando, hasta que,
tras someterlo durante días a duras torturas, se tuvieron que rendir
a la evidencia de que no tenía absolutamente nada que ver con ETA.
Es obvio que Amedo sabe el motivo por el que pensaban que
Marey era “el tesorero de ETA”, y por eso me llamó la atención en
su día un detalle que me pareció muy significativo. Que yo sepa, al
hablar de Segundo Marey, todo el mundo se ha referido a él como
“Marey” o “Segundo Marey”. Todos... excepto Amedo, que se refe-
ría siempre a él por su segundo apellido, “Samper”.
Lo resaltó Melchor Miralles en la serie "Así se crearon los
GAL", publicada en el diario El Mundo los últimos días de 1994, en la
que recogió unas muy detalladas confesiones de Amedo y Domín-
guez. En efecto, en el ejemplar del 28 de diciembre, Miralles anotó
extrañado que, al hablar de Marey, Amedo «siempre se refiere a él
mencionando su segundo apellido, Samper».

85
Hoy día, Amedo sigue afirmando que su secuestro fue sólo un
«error relativo», cuando sabe de sobra que la metedura de pata fue
de escándalo. Y otro tanto insinuó de manera infame el ex-Presi-
dente Felipe González, sabiendo como sabe muy bien que destroza-
ron la vida a una persona que no tenía absolutamente nada que ver
con ETA. También sabe a quién querían secuestrar, por supuesto.
La infame insinuación respecto a Segundo Marey la hizo en
una famosa entrevista que concedió a Juan José Millás en la que,
muy significativamente, trató de «detenido» al secuestrado Marey y
de «secuestrados» a los cuatro policías españoles detenidos por
intentar secuestrar a Joxe Mari Larretxea que se libró por los pelos
de terminar como los refugiados Lasa y Zabala. Y como hubiese
terminado Marey de haber sido “el tesorero de ETA” que daban por
seguro que era cuando lo secuestraron.
Felipe González pretendió en aquella entrevista, publicada en
el diario El País, que en su día supieron dónde y cuándo se iban a
reunir los miembros de la cúpula de ETA, pero que los franceses
entonces rehusaban detenerlos. Por eso, según él, «en aquel mo-
mento solo cabía la posibilidad de volarlos a todos juntos en la casa
en la que se iban a reunir […] La decisión es sí o no. Lo simplifico,
dije: no». Es decir, que, según González, dejaron escapar a la cúpula
de ETA completa, lo cual no se lo puede creer nadie.
El ex-Presidente puso especial énfasis en situar el episodio
años después de que los GAL dejaran de actuar («quizás en 1990 ó
1989»), pero aunque hubiese sido bastante antes, está más que
probado que la Policía francesa no sólo estaba entonces plena-
mente dispuesta a detener a altos responsables de ETA, sino que ya

86
lo había hecho en múltiples ocasiones.
Por ejemplo, entre 1984 y 1986, época de pleno terror GAL-
oso, detuvo a prácticamente todos los principales responsables de
ETA en aquella época: Txomin Iturbe, Antxon Etxebeste, “Azkoiti”,
“Txikierdi”, “Mamarru”, Peio Ansola, Juanra Aranburu… Y después,
la colaboración entre París y Madrid al respecto no hizo sino acre-
centarse.
Por lo tanto, lo que contó Felipe González en aquella entre-
vista no puede ser sino falso, empezando por su pretensión de que
descabezando a ETA «habría habido 200 muertos menos», ya que el
descabezamiento de ETA en Bidart, en marzo de 1992, no produjo
dicho efecto, ni mucho menos. Además, una acción semejante
hubiese puesto en muy serio peligro la colaboración del Gobierno
francés que era primordial para el español.
Lo más probable es que sucediera lo que cuenta Amedo en su
libro “Cal viva”, en las páginas 34 y 35. Él también pretende que
tuvieron localizada a la cúpula de ETA en un caserío de Iparralde, en
Idauze-Mendi, donde en febrero de 1984 asesinaron al refugiado
Eugenio Gutiérrez Salazar. Y explica que «Si no se voló a la cúpula de
ETA en Idaux-Mendy, y lo puedo confirmar porque yo estaba metido
en la operación, fue sencillamente por los problemas que acarrea-
ban la ubicación, el entorno y la huída posterior».
Nótese que eso sucedió cuando se empezaron a cometer los
asesinatos reivindicados usando las siglas GAL, y no desde luego «en
1990 ó 1989», como pretendió González. Además, en aquel caserío
no se reunió jamás cúpula alguna de ETA. Los que allí se encontra-
ban eran una veintena de refugiados aprendiendo euskara. Amedo

87
dice que «en aparencia era una academia de euskara». Puede que
en aquel entonces las Fuerzas de Seguridad creyeran que se trataba
de una tapadera, pero no lo era. Ni por asomo.
El recordado periodista Javier Ortiz describió así a Felipe
González: «Me pasma su desbordante, su infinita, su feraz -y feroz-
producción de mentiras […] y tanto miente que se ha vuelto adicto a
la mentira, y miente incluso cuando no le hace falta para nada,
puede que por el puro placer de mentir, o tal vez por irresistible y
patológica compulsión falsaria».
Es un mitómano, sí, y entre tantas y tantas mentiras suelta a
veces, o se le escapan, algunas medias verdades como la de que no
aprobó que se volara la cúpula de ETA, cuando pudo haber decidido
que así se hiciera. Una media verdad que dejó aún más en evidencia
que fue él quien dirigió la guerra sucia de los GAL.
En la escala ética de Felipe González, sólo cabe la parte de
verdad que le interesa y cuando le interesa, y ni siquiera esos datos
son investigados por la Justicia española. Por eso es tan necesario
un mecanismo independiente para la averiguación de la verdad que,
entre otras cosas, investigue tanto las medias verdades que ha ido
soltando o se le han escapado al señor X, como todo lo que con
tanto empeño esconde tras su habitual retahíla de mentiras.
Se trata de una investigación en la que sin duda serán de gran
ayuda los numerosos datos contenidos en el dossier sobre los GAL
"Les implications de l'Etat français", publicado en forma de revista
en diciembre de 1996 por Laguntza Herriaren Alde. Y también los
que se mencionan en los cinco capítulos dedicados a “Los hombres
de Amedo en Francia” en el libro “Amedo: el Estado contra ETA”. Y

88
tantos otros repartidos en sumarios y hemerotecas.
Hay mucho que investigar, sí, y no sólo sobre la implicación
española, porque las autoridades francesas también se encargaron
en su día de que no se profundizara en la implicación del Estado
francés38 y está claro que escondieron no pocos hechos relevantes.
La Justicia francesa, por su parte, tampoco es que se desta-
cara precisamente por su empeño en esclarecer quién movía los
hilos de aquellas acciones de guerra sucia. Muy en especial, el juez
Michel Svahn que dejó escandalosamente en libertad a no pocos
mercenarios, pretextando vicios de forma, defectos de procedi-
miento, y similares, y al que se menciona numerosas veces en el
libro “Amedo: El Estado contra ETA”.
Por eso es tan necesario que se investigue a fondo todo
aquello. Una investigación que debemos a todas las víctimas como
Segundo Marey quien, antes de morir, resaltó que «No hay nada
más horrible que desconocer la verdad» y que por ello «Se debe
aclarar toda la verdad de los GAL para que las víctimas de esas siglas
dejen de sufrir y tengan una satisfacción personal y moral».
Esas siglas de los GAL, como todas las demás usadas en la
guerra sucia, no eran sino pantallas para ocultar el terrorismo de Es-
tado y son sus innumerables víctimas las que tanto necesitan aclarar
toda la verdad. Lo necesitan con urgencia, porque sin esa verdad
jamás podrán recibir la justicia y reparación, con garantías de no
repetición, que les deben los estados español y francés. Ambos.

89
Ejecutores de la Guerra Sucia en Iparralde
1 2 3
1975 – 1976 1978 – 1981 1983 – 1986

Gobiernos UCD/UDF
España / Franquistas/UDF PSOE/PS socialistas
conservadores
Francia
Siglas ATE, Triple A… BVE, AAA, GAE… GAL
utilizadas ninguna ninguna ninguna

Sebastián Pallega, Ballesteros, Amedo/Domínguez,


Policía,
Ramón Lillo… Billy el Niño… GALvarez...
Guardia Cándido Acedo, Félix Hernando, Galindo, Acedo, Bayo,
Civil Jesús Conde… Manuel Pastrana… Dorado, Pastrana…
Manuel de la Pascua, Rivera Urruti, Sáenz Cassinello, Juan M.
y Ejército
Andrés Cassinello… de Santamaría… Rivera Urruti…

André-Noël Chérid y Jean-Pierre Chérid, Jean-Pierre Chérid,


Jay Salby, Calzona, Vladimir Vit, portugueses,
Mercenarios
J. P. Chérid, Mario Ricci, Ricci, Boccardo, Hampa de
Giuseppe Calzona… hermanos Perret... Marsella y Burdeos…
Muertos Marcel Cardona Jean-Pierre Chérid

Smith & Wesson Armas compradas por


Mariettas compradas compradas por el comandante Rafael
Armas y
por la Policía española Policía esp. en USA. Masa en Andorra.
municiones
en USA. Munición militar Munición militar
española española
Caso Batxoki y
Atentado contra Josu, Atentado contra
Principales Consolation,
Pallega-preso común, Antxon Etxebeste,
pruebas Caso Lasa-Zabala,
Mariettas… Caso Hendayais…
Caso Marey…

90
Consecuencias de la Guerra Sucia
1 2 3
1975 – 1976 1978 – 1981 1983 – 1986

Muchas bombas Algunas bombas en Incendios contra


Acciones
contra librerías, empresas y negocios negocios relacionados
Iparralde
restaurantes… de refugiados con refugiados

Secuestro-
Pertur Naparra Lasa y Zabala
desaparición

Secuestros Confusión con Marey


Yolanda Izagirre Arantxa Sasiain
fallidos Txipi Salegi, Larretxea

Muertos en Dos de Montejurra, Cuatro de Alonsotegi,


Santi Brouard
Hegoalde Iñaki Etxabe… Saldise, Etxaniz…

Varios intentos de 8 (2 franceses, error): 23 (8 franceses, error):


Muertos en asesinato: Txomin, Agurtzane Arregi, Txapela, Tomasón,
Iparralde Josu Urrutikoetxea, Argala, Korta, Periko, Xabier Galdeano,
Tomasón... Usurbil… cuatro del Monbar…

Tras 2 primeros Tras 2 primeros


asesinatos, retiran asesinatos,
Detenciones, estatus de refugiado, detenciones,
Medidas deportaciones en la
contra los 30 detenidos y 7 confinamientos y
isla de Yeu, entregados. deportaciones en
refugiados confinamientos en el Fuertes protestas del terceros países.
norte de Francia… PS. No hubo más Después, además,
medidas. extradiciones.

91
92
Notas

1. Egaña, I. Euskal Herria y la Libertad, 1974-1976, Txalaparta 1993, pp. 60-62.


2. González, M. “El primer acto de Guerra Sucia”, El País, 22/03/1998.
3. L’Unité, n° 174, 10.10.1975.
4. Laurent, F. L’Orchestre noire, Stock 1978, pp. 347-350.
Laurent, F. Calvi, F. Piazza Fontana, Mondadori 1997, Capítulo IX.
5. Wikileaks: 1976ALGIER00571_b 1976ALGIER00557 1976ALGIER00489
1976ALGIER00063 1976ALGIER00588 1976ALGIER00063_b 1976ALGIER00660_b
6. Laurent, F. Calvi, F. Piazza Fontana, Mondadori 1997, Capítulo IX.
7. Liberation, 14.01.1976
8. Le Monde, 24.02.1976
9. Cerdán, M. Rubio, M. Lobo, Plaza & Janés 2003, p. 39.
10. Egaña, I. Diccionario Histórico-Político de Euskal Herria, Txalaparta 1996, p. 603.
11. Etxauz, S. Ere n° 49 (20 a 27.08.1980) pp. 11-12.
12. Fuentes Gómez de Salazar, E. El pacto del capó, Temas de Hoy 1994, p. 51.
13. Díaz Herrera, J. Duran, I. Los secretos del poder, Temas de Hoy 1994, pp. 140-.
14. Morán, F. España en su sitio, Plaza & Janés 1990 p. 55.
15. Landaburu, G. Cambio 16 n° 626 (28.11 a 05.12.1983) pp. 31-38.
16. Morán, S. La cooperación hispano-francesa en la lucha contra ETA p. 172.
17. Ibid. pp. 115 y 129.
18. Egin, 01.02.1995, pp. 9-11.
19. Díaz Herrera, J. Tijeras, R. El Dinero del Poder, Ed. Cambio 16 1991, pp. 290-.
20. Morán, S. La cooperación hispano-francesa en la lucha contra ETA pp. 115, 129.

93
21. G. Damborenea, R. La encrucijada vasca, Argos Vergara 1984, p. 234.
22. El Mundo 22.10.1995.
23. Jaúregui, F. Menéndez, M. A. El Zapaterato, Península 2010, pp. 293-294.
24. Díaz Herrera, J. Pedro J. Ramírez, al desnudo, Akal 2009, pp. 529-530.
25. Vincendon, S. Liberation, 27.06.2003
26. Egin, 25.07.1987, p. 7.
27. Deia 12.10.2008, p. 40. Entrevista a Ricardo Arqués.
28. Amedo: el Estado contra ETA, p. 281.
29. Ibid. p. 75.
30. Amedo, J. Cal viva, La esfera de los libros 2013, p. 92.
31. Ibid. p. 70.
32. Ibid.
33. Ibid. p. 71.
34. Egin, 22.10.1983, p. 3.
35. Diario de Noticias 20.10.2008.
36. Punto y Hora de Euskal Herria n° 325 (28.10 a 04.11.1983) p. 18.
37. Amedo, J. Cal viva, La esfera de los libros 2013, p. 78.
38. Etxauz, S. Tiempo n° 744 (05.08.1996) pp. 22-23.

94
Índice onomástico

Víctimas

Alba, Tomás 19
Argote, Juan Bautista 54, 55, 56, 58
Arraztoa, Joseph 55, 56
Arregi, Agurtzane 25, 36, 91
Beñarán, José Miguel “Argala” 26, 29, 30, 36, 65, 66, 91
Brouard, Santi 3, 19, 34, 52, 54, 91
Cardosa, Josean 19
Eizagirre, Yolanda 12, 24, 91
Elizaran, Justo “Periko” 32, 36, 91
Etxabe, Iñaki 24, 91
Etxabe, Juanjo 25
Etxaniz, Ángel 30, 36, 91
Etxeberria, José Miguel “Naparra” 2, 21, 31, 36, 42, 80, 82, 91
Etxebeste, Eugenio “Antxon” 33, 35, 36, 69, 80, 82, 87, 90
Galdeano, Xabier 48, 52, 91
García Goena, Juan Carlos 2, 54, 55, 56, 58, 59, 60
Goikoetxea, Mikel “Txapela” 52, 91
Gómez, Enrike “Korta” 36, 91
Gutiérrez Salazar, Eugenio 87

95
Ijurko, Jesús María 30
Illarramendi, Mari Karmen 30
Iturbe, Txomin 14, 24, 33, 80, 82, 87, 91
Larre, Jean-Louis “Popo” 1
Larretxea, Joxe Mari 22, 42, 52, 73, 74, 76, 81, 82, 86, 91
Lasa, Joxean 3, 21, 32, 42, 51, 52, 68, 75, 79, 81, 82, 86, 90, 91
Linaza, Tomás 34
Lujua, Mikel 83, 84, 85
Marey Samper, Segundo 3, 22, 39, 42, 45, 46, 52, 66, 79, 83, 84, 85,
86, 89, 90, 91
Moreno Bergaretxe, Eduardo “Pertur” 2, 19, 20, 21, 22, 24, 31, 42,
46, 68, 80, 82, 91
Muguruza, Josu 54
Oñaederra, Ramón 65
Ostolaza, Kandido 73, 75, 81, 82
Otegi, Juan Mari “Txato” 55, 56
Pagoaga, Joxe Manuel “Peixoto” 30
Pérez Revilla, Tomás “Tomasón” 18, 19, 24, 52, 91
Sagardia, Joxe Martin “Usurbil” 36, 91
Saldise, Karlos 30, 36, 91
Salegi, Jose Luis “Txipi” 31, 52, 91
Sasiain, Arantxa 31, 36, 91
Uria, Juanjo 30
Urrutikoetxea, Josu 10, 12, 24, 91
Villar, José Joakin “Fangio” 18
Zabala, Joxi 3, 21, 32, 42, 51, 52, 68, 75, 79, 81, 82, 86, 90, 91

96
Políticos y autoridades

Badinter, Robert 31
Barrionuevo, José 5, 40, 41, 60, 61, 73, 74, 76, 83
Benegas, José María “Txiki” 38
Calvo Sotelo, Leopoldo 2
Carrero Blanco, Luis 26, 29
Damborenea, Ricardo G. 5, 45, 46, 74, 78, 83
De Borbón, Juan Carlos 11, 25
Defferre, Gaston 38, 46
De Gaulle, Charles 13, 38
Destrade, Jean-Pierre 43
Franco, Francisco 15, 26, 29
González, Felipe 3, 5, 39-41, 44, 46, 53, 74, 86-88
Guidoni, Pierre 40, 41, 42, 44
Labarrere, André 43
Mauroy, Pierre 38
Mitterrand, François 31, 35, 37, 39-41, 43, 44, 47, 74
Oreja, Marcelino 30
Pasqua, Charles 60
Poncet, Jean François 30
Poniatowski, Michel 10
Roldán, Luis 50, 60
Rosón, Juan José 33
Sancristóbal, Julián 5, 73, 74, 78, 83
Suárez, Adolfo 2
Vera, Rafael 5, 34, 40, 41, 59-61, 66, 74

97
Policías y gendarmes

Álvarez Sánchez, Francisco “GALvarez” 22, 52, 73, 90


Amedo Fouce, José 3, 5, 17, 47, 48, 52, 57-60, 67-79, 83, 85, 86-90
Arias Alonso, Ángel 12
Ballesteros García, Manuel 32, 33, 36, 90
Castets, Jacques 78
Castro López, Leoncio 50
Conesa Escudero, Roberto 21, 67
Domínguez Martínez, Michel 48, 52, 77, 78, 85, 90
Escudero Tejada, José María 21, 22, 67, 68
González Pacheco, J. Antonio “Billy el Niño” 21, 36, 90
Gutiérrez Argüelles, Jesús Alfredo 72-74, 76
“Jean-Louis” 58, 59, 78
Las Heras, Teodoro 9
Lillo Lozano, Ramón “Ray Nolan” 17, 18, 24, 70, 71, 90
Martínez Torres, Jesús 67, 68
Metge, Guy 78, 79, 85
Pallega, Sebastián 9, 10, 24, 90
Planchuelo Herresánchez, Miguel “Plancha” 74
Saenz, Charles 49

98
Ejército y Guardia Civil

Acedo Pérez, Cándido 10, 11, 24, 52, 90


Bayo Leal, Felipe 52, 68, 90
Cassinello Pérez, Andrés 11, 12, 24, 37-39, 52, 90
Conde Garrigós, Jesús 11, 24, 90
De la Pascua Salguero, Manuel “Paso” 20, 24, 90
Diego de Somonte, Jesús 71, 72, 76, 78
Dorado Villalobos, Enrique 52, 68, 90
Hernando Martín, Félix 36, 90
Madrigal Díez, Aurelio 47
Martín Barrios, Alberto 71-73, 76, 82
Masa González, Rafael 34, 52, 90
Pastrana Griñán, Manuel 26, 36, 52, 90
Rivera Urruti, Juan Manuel 27, 28, 36, 52, 66, 67, 90
Rodríguez Galindo, Enrique 32, 52, 68, 69, 90
Sáenz de Santamaría, José Antonio 20, 36, 59, 81, 90
Vaquero Hernández, Ángel 68

99
Mercenarios

Boccardo Román, José María 28, 36, 67, 90


Brescia, Miguel 49, 50
Calzona, Giuseppe 18, 19, 24, 28, 36, 90
Cardona, Marcel 10, 12, 24, 90
Chabessier, François 12
Chérid, André-Noël 13, 15, 16, 24, 90
Chérid, Jean-Pierre 13, 14, 24, 26-29, 31, 36, 52, 66, 67, 90
Concutelli, Pier Luigi 16, 17
Echalier, Jean-Pierre 84
Grau Lloret, Salvador 22
Mendaille, Georges 55
Perret, hermanos 36, 90
Quinde, Herbert 67, 68
Ricci, Mario 24, 27, 28, 36, 90
Rogue, Jean 14
Salby, Jay 13-16, 24, 90
Sánchez, Pedro 42
Sánchez Pajares, Miguel 11
Szonek, Maxime 32
Vit, Vladimir 33, 36, 90

100
Otras publicaciones del autor
- sobre la tortura:

TORTURADORES & CIA


Santurtziko Torturaren Aurkako Taldea, 2008
199 páginas
Descargar el libro en formato PDF:
http://ttiki.com/114373

LA RED
Txalaparta, 2008
262 páginas
Descargar fragmento (53 pag.) del libro
en formato PDF:
http://ttiki.com/90961

MANUAL DEL TORTURADOR ESPAÑOL


Txalaparta, 2009
210 páginas
Descargar el libro en formato PDF:
http://ttiki.com/90963

30 AÑOS DE TORTURA Y DEMOCRACIA


Matxingunea, 2013
114 páginas
Descargar el libro en formato PDF / ePUB / HTML:
http://ttiki.com/115597
EL CASO PORTU - SARASOLA
Los encubridores de la tortura al desnudo

Autoedición, 2015
188 páginas
Libro on-line y descarga directa:
http://ttiki.com/342145

- sobre la guerra sucia:

TERRORISMO POLICIAL
contra gritos de libertad

Hiru, 2015
242 páginas
Compar on-line:
http://ttiki.com/342147
Textos de Xabier Makazaga en:

Berria [eu] : http://tinyurl.com/lb8q6xu

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Boltxe [es] : http://ttiki.com/114405


Euskal Herria, 2015eko urria

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