La Retórica Clásica
La Retórica Clásica
La Retórica Clásica
TEMA 2
INTRODUCCIÓN A LA HISTORIA DE LA RETÓRICA (I).
LA RETÓRICA CLÁSICA
1. La retórica de Aristóteles
Aristóteles (394-322 a.C.), nacido en Estagira (en la frontera con Macedonia), fue el
discípulo más importante de Platón, con quien estudió desde los dieciocho años. A la
muerte de su maestro se trasladó a Macedonia para encargarse de la educación del
futuro Alejandro Magno, y más tarde regresó de nuevo a Atenas, donde permanecerá
hasta su muerte.
Con respecto a su maestro, Aristóteles hizo frente a las críticas que había recibido la
retórica por parte de Platón en el diálogo Gorgias, donde afirmaba que el objeto de la
retórica no era la verdad, sino la opinión, y que su fin se orientaba hacia el agrado del
auditorio mediante el recurso a la emociones. Frente a estas ideas, Aristóteles escribió
un diálogo titulado Grilo o Sobre la Retórica, del que nos han llegado solo fragmentos
sueltos, en el que valora la retórica como una ciencia. Aristóteles sostiene que la opinión
no es una deformación de la realidad que debe evitar el filósofo, como sostenía Platón,
sino que es una manifestación de la realidad. La retórica se ocupará de la opinión y de
los pensamientos dialécticos, mientras que la filosofía lo hará de los pensamientos
apodícticos, que son demostrables en su acierto o falsedad.
Para Aristóteles la retórica es “la facultad de teorizar lo que es adecuado en cada
caso para convencer” (Aristóteles, 1990: 173). O, dicho de otra manera, “su tarea no
consiste en persuadir, sino en reconocer los medios de convicción más pertinentes para
cada caso”. Se caracteriza, por tanto, por su capacidad de aplicar los medios adecuados
para persuadir en las circunstancias concretas.
Su Retórica se compone de tres libros, dedicadas al êthos del emisor-orador, al
páthos del receptor, y al mensaje o discurso propiamente dicho. Así, en la primera parte
describe las técnicas argumentativas del orador; en la segunda, estudia las pasiones y los
efectos del discurso en el oyente, lo que serían los argumentos subjetivos y morales; y
en la tercera analiza los procedimientos discursivos y de la elocución.
Con respecto al primer punto, Aristóteles está convencido de que el conocimiento
humano se basa en numerosas ocasiones más en opiniones que en verdades
demostrables, que serían objeto de la Lógica. De ahí su valoración de la probabilidad y
la proximidad que establece entre Dialéctica y Retórica: la primera se centra en la razón
y en los argumentos, mientras que la Retórica ve los argumentos a la luz de su relación
con el êthos del orador y el páthos de los receptores.
En este sentido, al abordar los distintos medios de persuasión, Aristóteles, habla de
las pruebas técnicas (testimonios, confesiones) y no técnicas (leyes, testigos, torturas,
juramentos). Pero también presta atención especial a los denominados entimemas,
figuras de deducción retórica que atienden a lo probable, verosímil, frecuente o
deseable; y a los ejemplos, figuras de inducción retórica.
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Por otra parte, Aristóteles desarrolla la teoría de los tres géneros retóricos
fundamentales, que ya habían establecido sus predecesores: el género deliberativo,
judicial y epidíctico. Estos son estudiados sistemáticamente a partir de distintos criterios
basados en su contenido, tiempo al que se refieren, lugar en el que tiene lugar, y tipo de
auditorio al que se dirige.
En este minucioso análisis, habla del género deliberativo, aquel que se centra en lo
posible que depende de la voluntad, en el bien y en la felicidad del auditorio, que tiene
como finalidad aconsejar y deliberar en la actuación pública a fin de establecer las
ventajas o desventajas que puedan sobrevenir en un futuro. Su ámbito temático gira en
torno a la guerra y la paz, la legislación, la adquisición de bienes, etc.
El género epidíctico tiene como objetivo agradar a partir de unos valores o modelos
con los que puede identificarse el auditorio. Es el género propio del elogio, el panegírico
y la felicitación. Se busca que el auditorio se identifique con la tesis propuesta y que
actúe o esté inclinado a actuar en una determinada línea. Entre sus tópicos figuran la
virtud, el vicio, la belleza, la fealdad… Es el género más ornamental.
Finalmente, el género judicial, basado en la idea de justicia o injusticia, tiene como
fin la reparación de la injusticia ante hechos cometidos en un tiempo pasado. Por ello
estudia las circunstancias que influyen en los comportamientos y en los hechos, los
móviles, los perjuicios de las acciones, etc.
En el segundo libro de su Retórica, Aristóteles se ocupa de las cualidades que
contribuyen a la credibilidad del orador (prudencia, virtud, benevolencia), así como de
las reacciones de los oyentes (ira, mansedumbre, favor, gratitud, piedad, indignación,
envidia, emulación…).
En el tercer libro describe, con absoluta vigencia, las cualidades que debe tener el
estilo: claridad, propiedad, naturalidad y corrección, así como algunos procedimientos
especialmente relevantes, como la metáfora, el ritmo o la antítesis, y las partes
principales que pueden articular de manera eficaz los discursos: exordio, exposición,
prueba y epílogo.
Además de estas aportaciones en relación con la estructuración del discurso o las
propiedades del estilo oratorio, que ponen en contacto Poética y Retórica, Aristóteles
destacó por su análisis de los tópicos y su valoración de la verosimilitud, tal y como
había desarrollado también en su Poética. Entre sus aportaciones destaca también la
atención a dos perspectivas nuevas en el estudio de la retórica: en primer lugar sometió
la doctrina retórica sobre las llamadas pruebas o demostraciones a un análisis
fundamental y científico al formular una verdadera teoría sobre los caracteres y sobre
los afectos. En segundo término, presentó la Retórica como una disciplina formal,
consistente en formas expresivas y psicológicas y no como una mera rutina de normas o
recetas aplicables.
Así, la retórica de Aristóteles tiene una sólida fundamentación psicológica. Por un
lado se preocupa por el componente ético y moral, por el comportamiento profesional y
privado del orador; y por otro, ofrece una especie de tratado sobre las pasiones a la hora
de analizar los efectos del discurso en el auditorio y las pasiones que han de moverse.
De este modo, incorpora a su Retórica el primitivo componente psicagógico de la
retórica que habíamos visto en algunos de sus predecesores.
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Rhetorica ad Alexandrum
Se trata de una obra anónima del siglo IV a. C. atribuida durante mucho tiempo a
Aristóteles por estar dedicada a Alejandro, pero también a otro contemporáneo suyo,
Anaxímenes de Lámpsaco. Aunque tuvo escasa influencia en su tiempo, en la Edad
Media fue traducida varias veces al latín.
En ella trata con detalle de los habituales tres géneros oratorios, con sus distintos
tipos, de las pruebas, y de numerosos aspectos relacionados con la elocución y la
disposición de los discursos.
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El Pseudo Longino
Sobre lo sublime es un tratado anónimo que ha gozado de amplia difusión tras su
traducción en 1674 por Boileau-Despréaux. Centrada en la descripción de lo sublime y
en los efectos que produce, fija en cinco sus fuentes principales: la grandeza de ideas, la
intensidad de la emoción, el uso adecuado de imágenes, la elección de palabras elevadas
y la dignidad y emoción en el orden de las palabras. Es una obra de gran repercusión en
la modernidad.
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4. La retórica latina
Al hablar de la llegada de la retórica griega a Roma, hemos de tener en cuenta las
relaciones de toda índole: políticas, económicas, culturales, etc., que provocaron un
acercamiento entre ambas civilizaciones, de forma que la retórica griega, ya sistematizada
en la tradición helenística, pasa a la Roma republicana sobre el siglo II a.C. a través de los
oradores y profesores griegos que llevaron este arte a suelo latino. En este contexto, el
predominio del saber griego fue siempre una constante, sobre todo en los momentos
iniciales.
En términos generales, se puede decir que la retórica latina adaptó los presupuestos
griegos a las circunstancias particulares en este nuevo escenario, que la dotó de sentido
práctico y de una orientación social y política, que poco a poco le hizo perder su
original sentido filosófico y orientación interdisciplinar.
La Rhetórica ad Herennium
En este panorama, en concreto en el siglo I a.C., nos encontramos con la Rhetorica ad
Herennium, considerada la retórica latina más antigua. El texto fue atribuido durante la
Edad Media a Cicerón, y a Cornificio en el Renacimiento, si bien la tendencia actual es la
de dejarlo simplemente en el anonimato.
Uno de los elementos que más valora Kennedy de esta obra es su organización, ya que
en esto reside una de sus novedades respecto del resto de manuales, construidos la mayoría
sobre las partes de la oración judicial y las pruebas en los consabidos tres tipos de oratoria.
Después del siglo I a.C. dichos manuales se empiezan a organizar a partir de la
"invención", dando prioridad a las partes de la oración. En la obra que nos ocupa hay un
incremento en el número de las categorías tradicionalmente tratadas, de tres a cinco, ya que
se incorporan como tales la "memoria" y la "actio". La parte dedicada a la memoria será
muy citada después.
Otro de los aspectos destacados es el del incremento de las partes de la oración, de
cuatro a seis, por adición de la "partición" y la "refutación", que se dividen a su vez en
otras partes.
También llama la atención su teoría de los ejemplos en los tratados sobre la elocuencia
al defender la incorporación de los propios, en vez de utilizar ajenos, aun cuando sean de
grandes poetas u oradores:
[...] al enseñar conviene dar ejemplos compuestos expresamente para que puedan
adaptarse a la formulación del arte; y después al pronunciar el discurso, la habilidad del
orador oculta el arte, para que no pueda aflorar y hacerse evidente a todos. (Rhetórica a
Herenio, 1991: 246)
De ahí que se haya hablado de la postura nacionalista de su autor con respecto a las
teorías griegas fundadas en la imitación.
Se trata, pues, de un completo tratado de retórica, que recoge de forma sistemática
los procedimientos clásicos, con abundantes ejemplos de poetas, que alcanzó gran
difusión en la Edad Media y en el Renacimiento.
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emplean la exuberancia, la locuacidad y las cadenas rítmicas para mover a sus oyentes.
Cicerón se inclina por los segundos. (Ochs, 1988: 193)
Aunque se inspire en la teoría de las ideas de Platón en su concepción del orador ideal,
su teoría estilística es propia, ya que relaciona los fines de la oratoria antes expuestos con
los famosos tres estilos: sencillo, medio y sublime (el primero para enseñar, el segundo
para agradar y el tercero para mover). El estilo es, además, el elemento unificador del
discurso oral.
Es muy importante su atención a la prosa rítmica, sobre la que trata de su origen,
causa, naturaleza y apogeo, que considera válida para la exposición, narración y
persuasión, a la vez que destaca el efecto agradable que la medida de las palabras tiene en
la prosa.
En todo este panorama destaca la defensa que hace Cicerón de la oratoria como arte,
en el seno de las polémicas suscitadas por los estoicos entre retórica y filosofía. Frente a
una idea restrictiva de la retórica, Cicerón establece, por el contrario, la necesidad
interdisciplinar o enciclopédica de la retórica, así como la inseparable conexión "res"-
"verba", materia, estilo e intención. El resultado es el de un arte orientado hacia el bien del
estado.
Barthes, por su parte, hablará de la insistencia ciceroniana de la naturalidad, frente a la
cerrazón del sistema, por ejemplo, en Aristóteles; de su romanización o nacionalización de
la retórica; de la relación que establece entre práctica profesional y teoría cultural, así como
de su exaltación del estilo.
5. Decadencia de la retórica
La decadencia de la retórica antigua se viene asociando a varios factores. Los
cambios políticos que supuso el debilitamiento de la democracia tras la caída de la
República y el auge del absolutismo imperial afectaron a los modos públicos de
expresión oratoria. Los discursos, juicios e intervenciones de los abogados se redujeron,
y se afianzó el aprendizaje de preceptos en las escuelas. Es entonces cuando proliferaron
las exhibiciones de declamación.
Las “declamaciones”, ejercicios retóricos escolares de composición y recitación,
fueron muy frecuentes entre la segunda mitad del siglo I y el siglo V d. C., durante la
denominada Segunda Sofística. Estas se orientaban, en los primeros estadios de la
formación retórica, al género político o deliberativo, en el tipo de la “suasoria”; y
después, al género judicial, más complejo, en las denominadas “controversias”.
De todos los libros dedicados a este tipo de ejercicios escolares durante esta época
destacan las declamaciones de Lucio Anneo Séneca, una colección de discursos ficticios
de carácter judicial y deliberativo, del tipo de los mencionados.
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estudia también los tres tipos de oratoria ya señalados por muchos los tratadistas anteriores,
y hace especial hincapié en las causas forenses, de mayor complejidad.
Pero la máxima aportación de Quintiliano, como hemos adelantado, es el requisito de
rectitud moral que pretende en el orador. Al considerar la oratoria como el arte o la virtud
de decir bien lo justo y verdadero, la formación moral del orador ocupa un lugar básico en
su concepción de la misma. Sus intentos de revitalizar los valores ideales grecolatinos en
una época especialmente resentida en ellos, dada la corrupción imperante, suponen un
deseo de lograr un orador sabio y bueno, pero en el sentido romano de "verdadero hombre
de estado". De acuerdo también con la concepción estoica de la oratoria, esta necesaria
orientación hacia la vida pública le lleva a defender virtudes en el orador del tipo de
cortesía, amabilidad, moderación, benevolencia, fortaleza, sinceridad, etc. En todo ello el
estudio de los materiales ofrecidos por la retórica se consideraban imprescindibles.
El trasfondo pedagógico de la toda la obra se aprecia en las ideas educativas que la
impregnan, en especial los primeros libros.
Entre los discípulos de Quintiliano más conocidos figuraron Plinio el Joven,
Juvenal, Suetonio y el mencionado Tácito. Es probable que en la Edad Media se
conocieran algunos fragmentos, pero la obra completa no se utilizó hasta 1416, cuando
fue descubierta en el monasterio de San Galo por el humanista italiano Poggio
Bracciolini. A partir de entonces tuvo una enorme difusión desde el último tercio del
siglo XV hasta principios del siglo XVII, llegando al sobrepasar entonces el centenar de
ediciones.
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Bibliografía recomendada
Fuentes
Anónimo [Cicerón] (1991): Retórica a Herenio. Traducción, introducción y notas de Juan
Francisco Alcina, Barcelona, Bosch.
Aristóteles. Retórica. Introducción, traducción y notas por Quintín Racionero, Madrid,
Gredos, 1990.
Demetrio: Sobre el estilo. Madrid, Gredos, 1979.
Cicerón, M. T. El orador. Madrid, Alianza Editorial.
_____ (2000): De la partición oratoria. Introducción, traducción y notas de Bulmaro
Reyes Coria, México, Universidad Nacional Autónoma de México.
Dionisio de Halicarnaso: Sobre la composición. Madrid, Alianza, 1992.
Platón: Obras completas. Trad. de varios autores. Madrid, Aguilar, 1969, 1974 (2.ª ed.,
2.ª reimpr.).
Quintiliano, M. F.: Institutionis Oratoriae. Ed. bilingüe latín-español de Alfonso Ortega
Carmona: Sobre la formación del orador, Salamanca: Universidad Pontificia de
Salamanca, 5 vols, 1997-2001.
Estudios
Alberte González, Antonio (1987): Cicerón ante la retórica. La "auctoritas" platónica en
los criterios retóricos de Cicerón. Valladolid, Secretariado de publicaciones de la
Universidad de Valladolid.
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