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Cortes Kirkpatrick

Este documento resume la carrera de Hernán Cortés como conquistador de México. En 3 oraciones o menos: Cortés conquistó el imperio azteca con un pequeño grupo de españoles, fundando la ciudad de México sobre las ruinas de Tenochtitlan. Gobernó la nueva colonia de Nueva España durante varios años, sometiendo tribus vecinas, estableciendo el sistema de encomienda y explorando las costas del Pacífico y Honduras. Sus logros le valieron ser nombrado gobernador y capitán general de Nue

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Cortes Kirkpatrick

Este documento resume la carrera de Hernán Cortés como conquistador de México. En 3 oraciones o menos: Cortés conquistó el imperio azteca con un pequeño grupo de españoles, fundando la ciudad de México sobre las ruinas de Tenochtitlan. Gobernó la nueva colonia de Nueva España durante varios años, sometiendo tribus vecinas, estableciendo el sistema de encomienda y explorando las costas del Pacífico y Honduras. Sus logros le valieron ser nombrado gobernador y capitán general de Nue

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F. A.

K IS K P A T B IC K
74

C A P ÍT U L O V I I I

CORTÉS

Aal, preso este aeSor, loen en este ponto


cesó la guerra.
Conía.

Hernán Cortés, a los treinta y cinco años, habla realiza­


do una sorprendente y singular hazaña. Con un puñado de
aventureros conquistó un pueblo belicoso y un magnifico im­
perio, pues con el derrumbamiento de la capital azteca todo
el territorio de los aztecas cayó bajo la ga rra del conquista­
dor. Los gobernantes de las regiones comarcanas enviaron
representantes o vinieron personalmente a reconocer la nue­
va autoridad, no sólo los que hablan sido tributarios de Moc­
tezuma, sino también, caciques más lejanos que habian re­
chazado la soberanía azteca y ahora aceptaban la de España,
atónitos ante la pasmosa victoria de los españoles. E ntre otros,
el rey independiente de Michoacán, extensísima provincia
bañada por el océano Pacifico, envió a su hermano para que
contemplara las ruinas de la capital im perial y solicitara
protección del conquistador.
Con el objeto de completar el sometimiento del imperio,
mandó Cortés sus capitanea en todas direcciones al frente
de pequeños destacamentos para que se procurasen, de grado
o por fuerza, la sumisión de las tribus y ciudades vecinas.
Él mismo dirigió una expedición a la indómita región de
Pánuco, y allí estableció, con las debidas formalidades, una
ciudad española. Pero Caray, gobernador de Jamaica, el ce­
loso rival de Cortés, envió también para allá un cuerpo de
colonizadores españoles, que asolaron el país en grupos erran­
tes y provocaron un levantamiento general, en el que mu­
chos españoles perecieron, con sus vejatorios robos de mu­
jeres y mercancías. Siguió a esto una tremenda revancha:
Cortés encargó a Sandoval la pacificación de Pánuco, lo cual
llevó a cabo éste quemando 400 caciques en presencia de sus
súbditos; luego nombró o reconoció a los sucesores de aque­
llas víctimas como jefes nativos del pueblo, y la región quedó
hundida en una intranquila sumisión.
P or espacio de tres años encontró plena ocupación la in­
cansable energía del caudillo. En los solares de la ciudad
derruida se levantaron rápidamente, con su forma rectan­
gular característica, los primeros edificios de una espaciosa
y majestuosa ciudad española, labor que costó la vida a
muchos trabajadores indios; como medio de seguridad y de­
fensa se construyó en el lago un puerto fortificado, que
LOS CO N Q UISTAD O RES E S PA Ñ O LE S 76

siempre estaba dispuesto para un caso necesario. N o habien­


do podido traer de Espa&a artillería y pólvora, allí mismo
se las proporcionó Cortés; el hierro era desconocido en Nue­
va España; en cambio, abundaba el cobre blando, inutili­
z a r e para fo r ja r cañones si no se disponía a la vez de
estaño para endurecerlo. Después de ávida búsqueda se en­
contró algún estaño, y Cortés pudo pronto tener cañones de
bronce. Se producía en el país mucho nitro, y el azufre para
la pólvora se obtuvo en un arriesgado descenso al cráter
de un volcán. En la costa del Pacifico se construyeron na­
vios para explorar las playas aún desconocidas y para bus­
car el inexistente estrecho. Todos los materiales para la
construcción de barcos, excepto la madera, vinieron de Es­
paña y fueron transportados a través de 200 leguas de país
montañoso hasta la costa occidental. Un fuego casual des­
truyó estos almacenes, pero un barco trajo de España nue­
vos pertrechos, que, una vez conducidos de un lado a otro
del Continente, completaron la construcción de las naves.
“ Tengo en tanto estos navios, que no lo podría significar; por­
que tengo por muy cierto que con ellos, siendo Dios nuestro
Señor servido, tengo de ser causa que Vuestra Cesárea Ma­
jestad sea en estas partes señor de más reinos y señoríos que
los que hasta hoy en nuestra nación se tiene noticia.”
Las tribus y provincias batidas, debilitadas y en algunos
casos con su población reducida a la mitad por la epidemia
de viruelas y por la miseria que es siempre consecuencia
de la peste y la guerra, acudían al conquistador español en
busca de guía, y éste atendía al gobierno de aquéllas reco­
nociendo o nombrando caciques que las rigiesen como antes,
pues Cortés es el único entre los conquistadores españoles
que haya mostrado el deseo de conservar las instituciones
aborígenes como base de la soberanía española; pero las
circunstancias adversas podían más que su voluntad: sus
hombres, que le habían seguido como voluntarios sin paga y
logrando muy escaso botín, exigían la recompensa de la con­
quista, viéndose obligado Cortés, contra el mandato real
y sus propias convicciones, a satisfacerlos, concediéndoles un
re p a rtim ie n to ; esto es, un grupo de indios que habían de ser
vasallos o siervos del español establecido como vecino. Este
sistema, adaptado ya por todas partes y desarrollado en la
eneomierula o feudo, era evidentemente nocivo para las tra­
dicionales instituciones de la tribu y la aldea.
El asombroso éxito de Cortés y el territorio que había
añadido a la corona de España le valieron la confirmación
real de sus pretensiones de autoridad. En octubre de 1522,
catorce meses después de ser arrasado Méjico, el empera­
dor Carlos V , tras haberse informado cumplidamente, nom­
bró a Cortés gobernador y capitán general de Nueva Es­
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paña. E l nombramiento estaba justificado por su celo y sa­


gacidad promulgando las Ordenanzas de gobierno y por sus
constantes esfuerzos para am pliar y enriquecer los dominios
de la corona. Partieron dos expediciones para regiones leja ­
nas: Pedro de Alvarado condujo una expedición bien equi­
pada 200 leguas al Sureste para comenzar allí una nueva
fase de la conquista que luego relataremos; Cristóbal de Olid
fue enviado por m ar para establecer una colonia en la costa
septentrional de Honduras, con objeto de entablar comunica­
ción con un país en el cual, según relatos de viajeros, llena­
ban sus redes los pescadores con una mezcla de oro y cobre,
y para descubrir el legendario estrecho. A l llegar a Honduras
se desligó Olid de la autoridad de Cortés y actuó como con­
quistador por su cuenta; ahora bien, el conquistador de Mé­
jico no estaba dispuesto a que nadie le tratase como él había
tratado a Velázquez. Una expedición que mandó por vía ma­
rítim a para reducir a la obediencia a Olid fu e víctim a de
un desastre; entonces el mismo Cortés, para castigar al ca­
pitán sublevado, marchó con dirección al Este, cruzando la
base de la península de Yucatán — distancia calculada por
él en 500 leguas— , partiendo rodeado de gran pompa, servido
en platos de oro y plata, atendido por una tropa de criados,
entretenido por músicos, juglares y acróbatas, y llevando en
su séquito dos reyes cautivos, Guatemoc y el primo de éste,
el rey de Tacuba. Esta audaz marcha a través de una región
desconocida — aunque el único gran disparate de la carrera
de Cortés y que contribuyó poco a la conquista— fu e una
portentosa hazaña, en la que fueron solamente la habilidad
y decisión del caudillo las que salvaron repetidas veces a
sus hombres de m orir en las tenebrosas e intransitables sel­
vas tropicales, al escalar las escarpadas montañas, en las que
perecieron muchos caballos, y al vadear profundos ríos y
anchos pantanos, uno de los cuales fu e atravesado gracias
a la construcción de un puente flotante con 1.000 troncos de
árboles, cada uno de unos 50 pies de longitud.
Durante un descanso en una ciudad india, Guatemoc y el
rey de Tacuba fueron acusados de conspiradores y ahorca­
dos por orden de Cortés. Díaz, que iba con los expediciona­
rios, declara que la sentencia fue injusta, y el ejército entero
la desaprobó. Este acto ha encontrado pocos defensores.
Cuando, finalmente, llegaron — surgiendo de las regiones
salvajes— a un puesto español en la costa septentrional de
Honduras, iba ya Cortés tan extenuado y con la salud tan
dañada — y, durante un cierto tiempo, aun su espíritu— , que
apenas si se le reconocía. E l motín que él venía a apaci­
guar había terminado ya, pues Olid había encontrado la
muerte a manos de los amigos de Cortés. Pero aquellos pues­
tos españoles eran inestables y andaban revueltos, debilita­
LOS CO N Q UISTAD O RES E S P A R O L E S n

dos por las contiendas entre los que de M éjico envió alié
Cortés y los de Darien. L a presencia persuasiva o autoritaria
de Cortés sirvió de mucho para m itigar estas disputas y
fortalecer la ocupación española de Honduras.
Cuando pretendía continuar la exploración al Sur en bus­
ca del estrecho, tuvo que regresar, requerido urgentemente
por sus amigos de Méjico, donde durante su ausencia de
dos años (1524-1526) los oficiales reales luchaban por la su­
premacía, y sólo se ponían de acuerdo para perseguir a los
partidarios de Cortés, el cual, asi como los que le acom­
pañaron, hacia tiempo que habían sido dados por muertos.
Cortés dejó a muchos de sus soldados, entre ellos Berna)
Díaz, a las órdenes de Luis M arín, que tenía la consigna
de m archar hacia el Sur. Tuvieron la alegría de encontrar­
se con Pedro de Alvarado, que se apresuraba h a d a el N orte
para unirse a Cortés; pero no se necesitaban sus servidos,
y ello le convino, pues ya tenía que hacer bastante con la
pacificación de su propia provincia y fija r las fronteras con
los hombres de Pedradas de Darien, que habían llegado a)
límite de las conquistas de A lvarado en Guatemala. Pasa­
dos algunos meses, A lvarado acompañó y guió a M arín y
los suyos en la vuelta a M éjico por un camino más meridio­
nal y más transitable, aunque, como de costumbre, tuvieron
que jalonar su marcha de combates con indios a quienes
irritaba el paso de estos arrogantes y hambrientos intrusos.
Mientras tanto, Cortés se embarcaba en Tru jillo, en la
costa norte de Honduras, y , después de repetidas demoras
causadas por la tempestad y los accidentes, llegó a Vera-
cruz, desde donde emprendió la marcha a M éjico, siendo
recibido por todas partes con gran entusiasmo, tanto por
los españoles como por los indios. Las envidias y discordias
que le persiguieron en la ciudad apenas si caen dentro de
nuestro tema. Entretanto, sus esfuerzos por extender los
dominios de la corona castellana eran incesantes, así por
expediciones terrestres como por la exploración m arítim a de
ambas costas, del Atlántico y del Pacifico, del imperio que
había conquistado y de las provincias que se extendían más
allá. L leg ó hasta enviar, en 1527, una expedición a las islas
de las Especias, como se contará en otro capítulo (cap. X I ) .
En 1529, exasperado por las intrigas y las acusaciones,
se embarcó Cortés para España y desembarcó en Palos con
una comitiva de 40 nobles indios, muchos servidores que lle­
vaban sus típicos vestidos, grandes riquezas, una colección
de animales salvajes, plantas y frutas, aBÍ como hermosas
muestras de labores mejicanas en oro, plumas y algodón
teñido. Los enanos, ju glares y bufones que traía agradaron
tanto al emperador, que fueron enviados a Roma para que
distrajeran al Papa. Carlos recibió a Cortés con señaladas
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muestras de honor, le confirmó su categoría de capitán g e ­


neral con derecho a explorar, y le concedió el titulo de mar­
qués del V alle de Oaxaca y una encom ienda consistente en
aquella ciudad y 28 aldeas dependientes de ella — un feudo
principesco— . E l emperador accedió a su petición de que
los tlaxcaltecas estuvieran excluidos para siempre de toda
tributación y que se debía establecer un presupuesto para
dos colegios dedicados a los hijos e hijas de los nobles me­
jicanos, y construirse iglesias y escuelas, y asignar una
generosa pensión a las hijas de Moctezuma. Pero, a pesar
de estas señales de fa vor, Cortés, al regresar a Nueva Es­
paña con el grado de capitán general, se encontró en una
posición ambigua y subordinada, privada de toda autoridad
efectiva; en efecto: el gobierno de Nueva España estaba
ahora en manos de una Audiencia, form ada por magistrados
españoles, hasta que la llegada del prim er virrey, Antonio
de Mendoza, inició el sistema regular de gobiernos vicerrea-
les, que continuó durante tres siglos. Los excesos sanguina­
rios y la escandalosa mala administración del cazador de
oro y esclavos Ñuño de Guzmán, prim er gobernador de Pá-
nuco y luego presidente de la Audiencia, no pueden refe­
rirse aquí en detalle. N i tampoco interesan para la historia
de la conquista las lamentables disputas de Cortés con la
Audiencia y el virrey.
Pero Cortés continuó la conquista, equipando cuatro ex­
pediciones que surcaron el Pacifico — una de ellas capita­
neada por el mismo Cortés— , explorando las costas y bus­
cando un estrecho. A si, fu e Cortés el descubridor de las
costas de California, región que debe su nombre a una de
las novelas de caballería, así como luego, en las páginas de
D on Q u ijote, el conquitador de M éjico es incluido entre los
héroes caballerescos, Amadís de Gaula y los demás; esta
comparación con los héroes de la fábula y medieval es muy
adecuada, puesto que una de las flotillas navegó rumbo al
N orte para hallar y ganar las fabulosas “ Siete Ciudades de
Cíbola” , en rivalidad con el virre y Mendoza, que pretendía
conseguir por tierra el mismo portentoso descubrimiento. Más
útil, aunque más prosaica, fu e la energía que dedicó Cortés
a cultivar sus estados, introduciendo en ellos semillas y
plantas europeas. Pero, mortificado por las limitaciones im­
puestas a sus privilegios y a sus vasallos, llevó a España,
al cabo de nueve años, sus quejas y sus pleitos, y no en­
contró allí la buena acogida de antes, sino que fu e fr ía ­
mente recibido en la corte y no se le consintió eme tomara
parte en el gran escenario europeo. N o volvió a Nueva Es­
paña y murió en 1547 en su país natal, a la edad de sesenta
y tres años. P a ra algunos, cuya vista no ha enfocado las
LO S CO N Q UISTAD O R ES E S P A D O LE S 79

cortes y campamentos europeos, ha quedado como el español


más grande de una época grandiosa.
E l imperio conquistado o fundado por Cortés se fu e ex­
tendiendo al N orte por espacio de tres siglos, hasta que
pasó de San Francisco y abarcó las tierras que hoy form an
la parte meridional de los Estados Unidos, de manera que,
como hace notar Humbolt, el idioma español se hablaba en
una extensión de la misma longitud que Á frica. Una fase
prelim inar de esta expansión, que cae dentro de la vida del
mismo Cortés, ha sido relatada en un libro de J. B artlet
Brebner T h e E x p lo re rs o f N o rth A m erica , en un capitulo
titulado con acierto "Im perios de ensueño” . E n 1528, Pánfl-
lo de N arváez, el infortunado riva l de Cortés, condujo 400
hombres a F lorid a : tras cerca de ocho años de extrañas
aventuras, cuatro supervivientes llegaron a Nueva España,
sacados del deierto por e l ingenio y la prudencia de A lv a r
Núñez Cabeza de V aca (1 ), al que volveremos a encontrar
en el capitulo X X V I, como gobernador del Paraguay. F ra y
Marcos de N iza, el cual vio una de las siete ciudades, había
visto años antes los tesoros de Perú y Quito; Hernando de
Soto, uno de los más destacados conquistadores del Perú, cuya
fam a de caballerosidad se debía a no haber consentido la muer­
te de Atahualpa, pero que, según el parecer de Oviedo, era
muy aficionado a la "m ontería infernal” de cazar indios con
perros, fu e al fren te de una bizarra compañía de 600 solda­
dos a las regiones salvajes de Norteam érica y encontró allí
su sepultura bajo las aguas del Misisipí. Pero esta breve
mención de infructuosas aventuras, o no inmediatamente
fructuosas, debe concluir haciendo resaltar una vez más los
sólidos y duraderos resultados de la obra realizada por
Cortés.
H ay que agregar que entre los cinco y los veinte años de
la muerte de Cortés se añadieron las islas Filipinas al im­
perio español y fueron administradas como una dependencia
de Nueva España; una colonia remota, pues se tardaba
más de un año en recibir la respuesta de una comunicación
enviada de Méjico a M anila; pero la conquista de las F i­
lipinas significó, en un pequeño grado, el cumplimiento de
la ambición o la fantasía de llegar al mundo asiático por
una ruta occidental.

(1) Véase Alvar N óAk Cabeza de V aca : Naufragio y comentario*.


lección de Viajes Clásicos, Espasa-Calpe. Madrid.

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