0% encontró este documento útil (0 votos)
178 vistas

CASO DE ETICA No. 1

1) Theresa Ann Campo Pearson nació en 1992 en Florida con anencefalia, una malformación congénita grave donde faltan partes importantes del cerebro. 2) A pesar de que muchos casos de anencefalia se abortan o nacen muertos, los padres de Theresa ofrecieron sus órganos para trasplante sabiendo que ella no podría vivir mucho. 3) Sin embargo, los órganos no pudieron ser trasplantados debido a las leyes de Florida, y generó un debate público sobre la ética de la decisión de los pad

Cargado por

Michael Mora
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
178 vistas

CASO DE ETICA No. 1

1) Theresa Ann Campo Pearson nació en 1992 en Florida con anencefalia, una malformación congénita grave donde faltan partes importantes del cerebro. 2) A pesar de que muchos casos de anencefalia se abortan o nacen muertos, los padres de Theresa ofrecieron sus órganos para trasplante sabiendo que ella no podría vivir mucho. 3) Sin embargo, los órganos no pudieron ser trasplantados debido a las leyes de Florida, y generó un debate público sobre la ética de la decisión de los pad

Cargado por

Michael Mora
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Formatos disponibles
Descarga como PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 3

CASO DE ETICA No.

1
“LA BEBE THERESA”

Theresa Ann Campo Pearson, una niña nacida anencefálica conocida públicamente como la “bebé
Theresa”, nació en Florida en 1992. La anencefalia se cuenta entre los peores defectos congénitos que
existen. A veces, la gente se refiere a los anencefálicos como “bebés sin cerebro”, y esto, en términos
generales, nos da una buena imagen, aunque no sea realmente precisa. Aunque faltan partes importantes
del cerebro —el encéfalo y el cerebelo—, así como el casquete del cráneo, hay tallo cerebral, y por ello
son posibles funciones autonómicas tales como la respiración y el latir del corazón.

En los Estados Unidos, la mayor parte de los casos de anencefalia se detectan durante el embarazo y son
abortados; de los que no son así, la mitad nacen muertos. Cada año, unos 300 nacen vivos, y comúnmente
mueren a los pocos días. La historia de la bebé Theresa no sería notable salvo por la insólita petición que
hicieron sus padres. Sabiendo que su hija no podría vivir mucho y que, incluso si pudiera sobrevivir, nunca
tendría una vida consciente, los padres voluntariamente ofrecieron los órganos de Theresa para
trasplante. Pensaron que sus riñones, hígado, corazón, pulmones y ojos deberían darse a otros niños que
pudieran beneficiarse de ellos. Los médicos convinieron en que era una buena idea. Por lo menos 2000
niños necesitan trasplantes cada año, y nunca hay suficientes órganos disponibles. Pero los órganos no
fueron tomados porque las leyes de Florida no permiten quitar órganos hasta que el donante esté muerto.
Cuando Theresa murió, nueve días después, ya era demasiado tarde para los otros niños: no se pudo
trasplantar sus órganos porque ya se habían deteriorado.

Los artículos de los periódicos acerca de la bebé Theresa generaron muchas discusiones públicas. ¿Habría
sido correcto quitarle los órganos, causándole la muerte inmediata, para ayudar a otros niños? La prensa
invitó a varios “eticistas” profesionales —personas empleadas por universidades, hospitales y escuelas de
derecho, cuyo trabajo es pensar sobre estas cuestiones— a comentar lo sucedido. Sorprendentemente,
pocos de ellos estuvieron de acuerdo con los padres y los médicos; apelaron antes bien a principios
filosóficos tradicionales para oponerse a la toma de órganos. “Parece espantoso usar a una persona como
medio para los fines de otros”, dijo uno de esos expertos. Otro sostuvo: “No es ético matar con tal de
salvar. No es ético matar a la persona A para salvar a la persona B”. Y un tercero añadió: “Lo que los
padres realmente están pidiendo es: Maten a esta bebé moribunda para que sus órganos pueda
emplearlos alguien más. Bueno, ésta es realmente una propuesta horrenda”. ¿Era realmente horrenda?
Las opiniones se dividieron. Esos eticistas lo creyeron así, pero no los padres y los doctores.

El argumento de los beneficios. La sugerencia de los padres se basaba en la idea de que, como
Theresa pronto iba a morir de cualquier manera, sus órganos no le iban a servir de nada. Los otros niños,
en cambio, podrían beneficiarse de ellos. Así, su razonamiento parece haber sido el siguiente: Si podemos
beneficiar a alguien, sin dañar a nadie más, debemos hacerlo. Trasplantar los órganos beneficiaría a otros
niños sin dañar a Theresa.

Por lo tanto, debemos trasplantar los órganos. ¿Es esto correcto? No cualquier argumento es válido, y
además de saber qué argumentos pueden ofrecerse en favor de una opinión, también queremos saber si
esos argumentos son realmente buenos. En términos generales, un argumento es válido si sus premisas
son ciertas, y la conclusión se sigue lógicamente de ellas. En este caso, podríamos cuestionar la
aseveración de que no se haría daño a Theresa. Después de todo, ella iba a morir, y ¿no es esto malo
para ella? No obstante, tras cierta reflexión, parece claro que, dadas las trágicas circunstancias, los padres
tenían razón: estar viva no iba a significar ningún bien para ella.

Estar vivo es un beneficio sólo si permite a desarrollar actividades y tener pensamientos, sentimientos y
relaciones con otras personas; en otras palabras, si permite tener una vida. A falta de tales cosas, la mera
existencia biológica no tiene valor. En consecuencia, a pesar de que Theresa podría seguir viva unos
cuantos días más, eso no le haría ningún bien. (Podríamos imaginar circunstancias en las cuales otros
ganarían algo al mantenerla viva, pero eso no es lo mismo que beneficiarla.) El argumento de los
beneficios, entonces, ofrece una razón poderosa para trasplantar sus órganos. ¿Cuáles son los argumentos
contrarios?

El argumento de que no deberíamos usar a las personas como medios. Los eticistas que se opusieron al
trasplante ofrecieron dos argumentos. El primero se basaba en la idea de que es incorrecto usar a las
personas como medios para los fines de otros. Tomar los órganos de Theresa sería usarla para beneficiar
a otros niños; por tanto, no debería hacerse. ¿Es válido este argumento? La idea de que no deberíamos
“usar” a la gente es obviamente atractiva; sin embargo, es una noción vaga que hay que refinar. ¿Qué
significa exactamente? “Usar a la gente” típicamente significa vulnerar su autonomía: su capacidad de
decidir por sí misma cómo vivir su propia vida, de acuerdo con sus propios deseos y valores. La autonomía
de una persona puede ser vulnerada por manipulación, trampa o engaño. La autonomía también se
vulnera cuando se obliga a alguien a hacer cosas contra su propia voluntad. Esto explica por qué “usar a
la gente” es incorrecto; lo es porque el engaño, la trampa y la coerción son incorrectas.

Tomar los órganos de Theresa no significaría engaño, trampa ni coerción. ¿Sería “usarla” en algún otro
sentido moralmente significativo? Por supuesto, estaríamos utilizando sus órganos en beneficio de alguien
más. Pero esto es lo que hacemos cada vez que llevamos a cabo un trasplante. En este caso, sin embargo,
lo estaríamos haciendo sin su autorización. ¿Eso lo haría incorrecto? Si lo hiciéramos en contra de sus
deseos, ésta podría ser una razón para objetar; se estaría pasando por encima de su autonomía. Sin
embargo, Theresa no es un ser autónomo: no tiene deseos y es incapaz de tomar cualquier decisión por
sí misma. Cuando la gente no es capaz de tomar decisiones y otros deben tomarlas por ella, hay dos
lineamientos razonables que pueden adoptarse.

Primero, podríamos preguntar, con respecto a sus intereses, ¿qué sería mejor para ella? Si aplicamos este
criterio a Theresa, parecería no haber objeciones a que tomáramos sus órganos, porque, como hemos
visto, sus intereses no serían afectados de ningún modo. Va a morir pronto, hágase lo que se haga. El
segundo lineamiento apelaría a las preferencias de la persona misma: podemos preguntar, si pudiera
decirnos lo que quiere, ¿qué diría? Este tipo de pensamiento suele ser útil cuando estamos tratando con
gente cuyas preferencias conocemos, pero que es incapaz de expresarlas (por ejemplo, un paciente en
coma que ha firmado un testamento de vida). Lamentablemente, Theresa no tiene preferencias acerca
de nada, y nunca las tendrá. Así pues, no podemos obtener de ella ningún tipo de guía, ni siquiera en
nuestra imaginación. El resultado es que tenemos que hacer lo que nos parece mejor.

El argumento sobre lo incorrecto de matar. Los eticistas también apelaron al principio de que es
incorrecto matar a una persona para salvar a otra. Dijeron que tomar los órganos de Theresa equivaldría
a matarla para salvar a otros; de modo que tomar sus órganos sería incorrecto. ¿Es válido este argumento?
La prohibición de matar está ciertamente entre las reglas morales más importantes. No obstante, pocos
creen que matar siempre sea incorrecto: la mayoría cree que a veces hay excepciones justificadas. La
pregunta es, entonces, si tomar los órganos de Theresa debería verse como una excepción a la regla. Hay
muchas razones en favor de esto; la más importante es que de todos modos va a morir pronto, hágase
lo que se haga, y tomar sus órganos por lo menos haría algún bien a otros bebés. Cualquiera que acepte
esto considerará falsa la premisa principal del argumento.

Suele ser incorrecto matar a una persona para salvar a otra, pero no siempre lo es. Pero hay otra
posibilidad. Tal vez la mejor manera de entender toda la situación sería considerar que Theresa ya está
muerta. Si esto parece descabellado, recuérdese que la “muerte cerebral” es ahora un criterio
ampliamente aceptado para declarar legalmente muertas a ciertas personas. Cuando se propuso por
primera vez el criterio de muerte cerebral, hubo oposición por razón de que alguien puede estar
cerebralmente muerto mientras que en su interior siguen sucediendo muchas cosas: con ayuda mecánica,
su corazón puede continuar latiendo, puede respirar, etc.

A la larga, fue aceptada la muerte cerebral, y la gente se acostumbró a verla como una muerte “real”, lo
cual fue razonable porque cuando el cerebro deja de funcionar, ya no hay esperanzas de tener una vida
consciente. Los anencefálicos no cumplen los requisitos técnicos para la muerte cerebral, tal como se la
define actualmente; pero tal vez debería reformularse la definición para incluirlos. Después de todo, ellos
también carecen de cualquier esperanza de vida consciente por una razón de peso: no tienen encéfalo ni
cerebelo. Si se reformulara la definición de muerte cerebral para incluir a los anencefálicos, llegaríamos a
acostumbrarnos a la idea de que estas desafortunadas criaturas nacieron muertas, y así no
consideraríamos que tomar sus órganos fuera matarlas. El argumento sobre lo incorrecto de matar sería
entonces improcedente. En resumidas cuentas, entonces, parece que el argumento en favor de trasplantar
los órganos de Theresa es más fuerte que estos argumentos en contra.

También podría gustarte