La Judith de Shimoda - Bertolt Brecht PDF
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para vosotros los hombres, una mujer no es más que polvo y porquería».
1856, Estados Unidos está forzando la apertura comercial de Japón. Utiliza
todas sus artes diplomáticas para lograr ventajosos acuerdos comerciales,
incluida la amenaza de bombardear sus ciudades costeras con su artillería
naval. La geisha Okichi es forzada a «atender» al cónsul norteamericano
para evitar que destruya el puerto de Shimoda. Pero una vez que ha logrado
su objetivo, es repudiada por su «traición» e incluso abandonada por quienes
pidieron su ayuda. Ofendida y humillada, exige que se le dé el
reconocimiento moral del que se considera acreedora.
La Judih de Shimoda es una obra inédita de Bertolt Brecht escrita en 1940,
durante su exilio en Finlandia. Se trata de una reelaboración de una obra
japonesa de Yamamoto Yuzo, pero que lleva el ineludible marchamo de
Brecht: cada escena viene precedida de un interludio en el que un político y
magnate de los medios de comunicación japonés, un orientalista inglés y una
periodista norteamericana asisten a una representación teatral de «La Judith
de Shimoda» y la comentan escena a escena, creando así el
«distanciamiento» brechtiano. Leída hoy en día La Judith de Shimoda, pese
a la época y lugar en que se desarrolla la trama, unido a los años en que fue
escrita, resulta una obra de una gran actualidad por la manera en que Okichi
reivindica su dignidad femenina. Su dignidad humana.
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Bertolt Brecht
La Judith de Shimoda
ePub r1.0
Titivillus 28.06.17
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Título original: Die Judith von Shimoda
Bertolt Brecht, 2006
Traducción: Carlos Fortea
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Nota sobre
La Judith de Shimoda
La obra La Judith de Shimoda es una reelaboración de la obra La historia de la
puta de los extranjeros, Okichi, de Yamamoto Yuzo. La obra de Yamamoto trata de
un personaje histórico, cuyo sacrificio es famoso. El autor dedica su atención a la
vida de una heroína después de su acto heroico. Para el lector europeo, la obra es
simplemente una biografía, y no aprecia su interés. No ve sin más que es algo así
como una descripción de la vida de, por ejemplo, Guillermo Tell o Judith después de
sus actos heroicos. Para lograr este efecto, en la presente reelaboración se le ha dado
un marco a la obra. Las cinco primeras escenas, que exponen la heroicidad misma,
han sido resumidas; les siguen, de manera por así decirlo esporádica, respondiendo a
preguntas, otros segmentos de la vida ulterior de la protagonista. Las modificaciones
y remodelaciones de las cinco primeras escenas tienen la finalidad de reelaborar con
mayor claridad la decisión de Okichi de prestar un servicio a la nación y liberarla de
aspectos casuales (como el motivo del amor defraudado). Sin embargo, se mantiene
la cuestión de su resistencia inicial a la exigencia de las autoridades.
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La Judith de Shimoda
Versión para la escena
OKICHI
OMOTO: su hermana
TSURUMATSU: su prometido, y posterior esposo
OFUKU: su amiga
Porteadores de literas y guardia samurái
Pueblo
Barquero
Dos samuráis
El viejo dueño de la casa de té
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OSAI: amante de Tsurumatsu
Un mensajero
Un pescadero
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PRELUDIO
Salita en un palacio de la capital japonesa. El dueño de la casa, el político y
editor de prensa Akimura, conversa con sus huéspedes, el orientalista inglés
Clive, la periodista americana Ray y el poeta japonés Kito, mientras se monta
con rapidez y elegancia el escueto decorado de la primera escena de La
extranjera O Kichi.
RAY: Pero si habríamos podido ir igual de bien al teatro, señor Akimura. ¡Qué caro y
trabajoso traer expresamente a su palacio a los actores!
AKIMURA: Aquí se sentirán más cómodos. El aire es mejor, los asientos son más
blandos, y eso representa un papel, porque la obra es una tragedia.
KITO: También incluye una acción heroica, y si uno está incómodo, se siente mal,
Miss Ray. Hay que estar sentado con comodidad para ver trabajar a los héroes.
CLIVE: Sea como fuere, lamento profundamente haberle incitado a usted con mis
modestas objeciones a recurrir a un argumento tan caro como una representación
teatral.
AKIMURA: No puedo dejarle en la creencia de que en mi país el patriotismo sólo es
cosa de las clases altas.
KITO: Mister Clive podría objetar en todo caso que un mito como el de O Kichi no
demuestra gran cosa. Un mito es un mito, ya sabe.
AKIMURA: No puedo estar de acuerdo con usted, Kito. Los mitos lo prueban.
Especialmente los mitos recientes. Un nacionalismo que forma mitos es sin duda
un nacionalismo popular, ¿no lo cree usted así, Mister Clive? El mito de O Kichi
aún no ha cumplido cincuenta años. Y una cosa más: las escenas que voy a
presentarles proceden de una obra moderna. Ha sido escrita por el señor
Yamamoto, uno de nuestros dramaturgos más jóvenes y radicales, con cuyas
opiniones no coincido en modo alguno. Un realista.
KITO: Eso es cierto. No verán ustedes idealización alguna.
RAY: ¡Estoy expectante por ver a su Judith japonesa!
KITO: La verá en la cueva del león.
CLIVE: El león es su compatriota.
RAY: Lo sé. El primer cónsul americano en suelo japonés, ¿no?
KITO: Y los nuevos Holofernes, que amenazan menos con el fuego y la espada que
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con tratados comerciales.
RAY: Oh, no deben ser menos destructivos.
KITO: Si usted quiere, también puede entender a la muchacha como una especie de
santa Juana, ya que en cierto modo es quemada. Y por sus propios
conciudadanos.
RAY: Oh, Clive, tiene usted que traducirme frase por frase.
AKIMURA: Creo que los actores están listos. (Da unas palmadas.) Les ruego que se
sienten.
Ante el escenario se han instalado unos pequeños biombos. Ante ellos se sitúa
el director.
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ESCENA 1.ª
Gran salón del consistorio de Shimoda. La sala está vacía, pero de una
estancia anexa salen sonidos y palabras excitadas en inglés. De pronto, se
oye cómo un objeto choca contra la pared. Las puertas correderas de papel
se abren y Townsend Harris, un hombre entrado en años, cónsul general de
Estados Unidos, sale dando gritos. Tras él vienen miembros del consistorio de
Shimoda, Inoue Shinano-no-Kami y Makamura Deva-no-Kami. Wakana
Miosaburo, un oficial de policía, intenta, excitado, contener a su compañero
Matsumura Chushiro, que quiere atacar a Harris, espada en mano. Henry
Heus ken, intérprete y secretario privado de Harris, entra en último lugar.
HARRIS: Lies! Lies! Nothing but lies from beginning to end! With a pack of rascals
such as this, how can I continue negotiations? I have finished with you. There is
only one thing to be done!
HEUSKEN: Be careful, Sir! (A los otros.) ¿Está loco? ¡Está atacando al cónsul general
de los Estados Unidos de América!
HARRIS: (Ve de pronto la espada en la mano de Matsumura.) So you would kill me,
would you? Very well, kill away! Of course you are all aware of the
consequences?
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HEUSKEN: Lo sabe usted perfectamente.
WAKANA: No hable en ese tono, sino que le ruego que traduzca exactamente las
palabras del cónsul para que podamos entenderle con claridad. No entendemos
nada.
HEUSKEN: ¡Mentís! ¡Mentís! Eso es lo que dice el cónsul general. Todo lo que usted
ha dicho, de principio a fin, son mentiras. Lo que usted dijo ayer y lo que ha
dicho hoy no tiene nada que ver. Tratamos seriamente de negociar con ustedes,
pero así jamás llegaremos a nuestro objetivo. Es comprensible que acabe con la
paciencia del cónsul general.
MATSUMURA: (Irritado.) ¿Comprensible? ¿Comprensible arrojar un cenicero al
alcalde? ¿Se hace eso en vuestra casa?
HEUSKEN: Ustedes tienen la culpa. No puede soportar tantas mentiras.
MATSUMURA: ¿Qué ha sido una mentira? ¿Qué promesa se ha roto aquí?
HEUSKEN: Ah, ¿quiere usted pruebas? ¡Tomemos, por ejemplo, el caso Okiri!
WAKANA: Querrá decir Okichi. Como le he explicado con todo detalle, simplemente
la muchacha no está de acuerdo.
HEUSKEN: ¡Mentira! ¡Naturalmente que no está de acuerdo, cuando ustedes no
hablan en serio! En este país nos tratan como a leprosos, eso es lo que ocurre.
Hace semanas que no podemos conseguir servicio, todos los días nombres
nuevos, pero nada de criados. Y está claro que si vuestras leyes siguen
prohibiendo entrar al servicio de un extranjero, es imposible conseguir personal.
WAKANA: ¡No! ¡Una de las dos chicas que se le han mencionado últimamente
acudirá! Y, en lo que a Okichi se refiere, las cosas no quedarán así. Ya le hemos
dicho que le enviaremos otra muchacha.
HEUSKEN: No, eso no sirve. Insistimos en Okiri. Precisamente en Okiri.
WAKANA: Se llama Okichi. Cómo puede usted ser tan testarudo, si le estoy
explicando…
HEUSKEN: No somos testarudos. Okiri arriba, Okiri abajo, u Okichi, si usted
quiere… de lo que ahora se trata es del principio. Por no hablar de que hemos
pagado 25 ryos de anticipo. Son los mismos trucos con los que nos salen cuando
se trata de los viajes del cónsul y del cambio del dólar. También en esto se nos
retuerce, también en esto se nos dan largas. ¿Cuándo será la recepción con el
Shogun? Hace semanas que nos dicen que mañana. Es decir: nunca. Nadie aquí
quiere que se produzca.
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INOUE: Mister Heusken, su excelencia el príncipe Isa considera esa visita un asunto
de honor. La mayoría de las dificultades ya han sido allanadas. El príncipe
espera que a más tardar a fines de la próxima semana…
HEUSKEN:… haya otro aplazamiento de dos meses, ¿no? Caballeros, me van a
permitir la descortesía de repetirles las palabras que el cónsul general les dijo
antes de abandonarles; son muy gruesas. Les ruego que escuchen con atención lo
que el cónsul general dijo: No está en condiciones de seguir negociando con un
montón de embusteros natos. A partir de ahora, dejará que hablen los cañones.
MAKAMURA: ¡Los cañones!
HEUSKEN: ¡Sí, excelencia, los cañones!
WAKANA: ¿Dijo eso realmente el cónsul?
HEUSKEN: Mi traducción es absolutamente fiel.
INOUE: (Conteniéndose a duras penas.) Pero eso no sólo iría contra los intereses de
Japón, sino también contra los de América. Señor intérprete, ¿es que no hay
ningún medio de apaciguar al cónsul?
HEUSKEN: Lo siento, excelencia, pero no conozco ninguno. Cuando el cónsul hace
una manifestación tan seria, tengo que suponer que ya ha tomado su decisión.
INOUE: Pero si las cosas se agravan de ese modo…
HEUSKEN: Muy cierto, muy cierto. Consideraría lamentable que ése fuera el fin. No
es ése el deseo del cónsul. Pero si Japón no quiere la guerra, tendrá que mostrar
más sinceridad. En mi opinión, el cónsul general es un hombre muy amigable. Y
al fin y al cabo un cónsul es un cónsul, y no el capitán de un buque de guerra. Si
las negociaciones avanzan, no puedo imaginar que recurra enseguida a los
cañones. Haré todo lo posible para calmarlo. Pero la sinceridad es absolutamente
necesaria. (Heusken se inclina y sale.)
INOUE: (Deprimido.) Menuda papeleta, ¿eh?
MAKAMURA: Sea como fuere, tenemos que vérnoslas con un duro interlocutor. Y si
mostramos el menor punto débil, lo pagaremos caro.
MATSUMURA: ¿Puedo decir mi opinión? Me parece que nuestra manera de negociar
es un tanto indecisa. Esa gente capta nuestras intenciones. Hablan de cañones,
pero aquí no hay ni un barco americano. ¿Qué tenemos pues que temer? ¿No
sería lo mejor oponerles de una vez por todas un «no» decidido?
INOUE: ¡No! Si aquí no hay ninguno, puede venir. Naturalmente que no tenemos una
guerra en puertas. Pero se produciría una situación muy grave si se rompieran
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las negociaciones. (De repente.) ¿Quién le referirá este incidente al príncipe?
MAKAMURA: Yo, desde luego, no.
MATSUMURA: A mí ni siquiera me recibe.
WAKANA: Es del todo imposible informar de esto al príncipe.
INOUE: Sé positivamente que, en sus negociaciones con el Shogun, el príncipe Isa
está avanzando hasta el punto de que la corte va a recibir al cónsul general. Las
negociaciones no pueden interrumpirse en este momento. El príncipe se pondría
furioso.
Pausa.
WAKANA: La mejor política sería, ante todo, enviar a esa Okichi. Al menos eso
restaría fuerza a la acusación de que no mantenemos nuestras promesas. Esos
extranjeros se apaciguarían si ya no se ven obligados a tener que vivir
enteramente sin mujeres. Y los distintos puntos acerca de los que aún tenemos
que tratar serán más fáciles de resolver.
INOUE: Por eso hemos acordado hacer la vista gorda en lo que concierne a esa mujer.
Pero si esa Okichi tan importante no quiere ir, ¿qué hacemos?
MAKAMURA: No tiene sentido perder el tiempo hablando de eso, pero fue un poco
imprudente hacer una promesa antes de tener su consentimiento.
WAKANA: Lo siento, pero al fin y al cabo es una geisha, y no correspondía al
prestigio de las autoridades consultar con ella lo referente a cada uno de los
detalles.
MAKAMURA: Eso también es cierto. Habría sido un error fundamental dejar a una
mujer decidir de manera egoísta si quiere ir o no.
INOUE: ¿No se le puede hacer sencillamente un bonito regalo?
WAKANA: No. Según el informe del oficial de policía Saito, Okichi se encuentra
bajo la dependencia sexual de un carpintero naval al que teme perder si obedece
la orden de las autoridades, de modo que con ella no fructifican ni las ofertas ni
las amenazas.
INOUE: Eso complica la cosa. ¿Se ha negociado con ese hombre?
WAKANA: Sí. Pone dificultades.
INOUE: Según parece, ya no somos dueños de la situación. Un FUNCIONARIO:
(Anuncia.) Su excelencia el príncipe Isa.
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Todos se ponen en pie, incómodos.
WAKANA: Ya se ha enterado.
INTERLUDIO 1
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héroe puede incluso tener miedo a la muerte, como ocurría conforme a la más
antigua… Pero sigamos.
EL DIRECTOR: (Se adelanta.) Escena segunda. El príncipe Isa, el viejo estadista, ha
hecho traer a la ciudad a la geisha Okichi y habla con ella.
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ESCENA 2.ª
El mismo escenario, media hora después. Saito y Okichi esperan.
INOUE: ¿Señorita Okichi? Sea usted tan amable de esperar un momento. El príncipe
desea hablarle en persona. (Sale haciendo una reverencia.)
OKICHI: (Riendo.) No me parece que sean tan malos. Más bien nerviosos, ¿no?
Quizá entre tanto se hayan leído sus libros de leyes.
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SAITO: (Alterado.) Ya no entiendo nada. Espero que no me haya malinterpretado. Lo
que he dicho lo he dicho en su propio interés, Okichi.
OKICHI: Para usted, señorita Okichi.
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entrada al servicio del cónsul americano.
ISA: ¿Se le ha dicho que hay barcos de guerra en camino, que bombardearán
Shimoda si el cónsul no es apaciguado?
SAITO: Hasta donde yo sé, no, excelencia. Si puedo manifestar mi opinión, las
autoridades no esperan mucho de tal cosa.
ISA: Idiotas.
OKICHI: Pero no pueden hacer eso, no pueden disparar sobre la ciudad.
Isa no responde.
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intenta con burdas mentiras y tergiversaciones espantar a la gente antes de que
yo tenga tiempo de hablar con el Shogun. Se espera que pierdan los nervios y
bombardeen Shimoda. Enséñales tú que merece la pena hacer negocios con
nosotros.
OKICHI: Pero ¿cómo podría yo hacer tal cosa? No he ido a escuela alguna.
ISA: (Reclinándose, cansado.) No sé si puedes hacerlo. Tampoco yo sé lo que puedo
hacer. Hace sesenta años que intento prestar al país un pequeño servicio, con
escasas expectativas, qué sé yo. ¿Cómo voy a saber de lo que eres capaz?
Okichi calla.
INTERLUDIO 2
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ESCENA 3.ª
En casa de Okichi. Una tarde lluviosa. Okichi vaga inquieta, pulsando las
cuerdas del samisen. Omoto, su hermana, hace té.
OKICHI: Oh, Tsuru San, vienes pronto hoy, ¿no? ¿Te has tomado el día libre?
TSURUMATSU: No, eso no, pero…
OKICHI: ¡Con este tiempo! ¿Adónde vas, Omoto? Puedes quedarte un poquito más.
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OMOTO: Enseguida vuelvo. Voy a por unos pasteles. (Sale.)
OKICHI: Llueve y llueve. No deja de llover.
TSURUMATSU: ¿Has ensayado algo nuevo?
OKICHI: No. Sí. No, nada especialmente nuevo. Tsuru San, qué dirías si yo… Hoy
estás diferente, ¿no? Con ese quimono largo. ¿Dónde has estado?
TSURUMATSU: ¿Yo? No. ¿Has hecho té?
OKICHI: Sí, aquí está. Sienta bien cuando llueve.
TSURUMATSU: Sí, está bien. Caliente. (Pausa.) Tu peinado es distinto.
OKICHI: Un poco.
TSURUMATSU: Más elegante.
OKICHI: ¿Tú crees?
TSURUMATSU: No me preguntas si me gusta.
OKICHI: Perdona. Tan sólo me lo he cambiado porque la peluquera se aburre de
hacer siempre lo mismo. (Ríe.) Dijo: un peinado nuevo y me imagino que tengo
una cliente nueva. Me duran las peluqueras, no sé por qué.
TSURUMATSU: ¿Has vuelto a pagarle de más?
OKICHI: Sólo le he pedido el peinado nuevo hoy. No sé si has oído que hay barcos de
guerra en camino. Dicen que van a bombardear Shimoda. ¿No es espantoso? Los
astilleros están en primera línea. No deberías ir a trabajar mañana.
TSURUMATSU: Sí, en la ciudad no se habla de otra cosa. Pero ¿por qué iban a
bombardear? Desde luego, uno nunca se entera de nada.
OKICHI: No. (Pausa.) ¿Has estado en la ciudad?
TSURUMATSU: (Despacio.) He estado en un extraño lugar hoy.
OKICHI: ¿Dónde?
TSURUMATSU: Me llevaron al consistorio.
OKICHI: ¿Al consistorio? ¿A ti? ¿Pppor qué?
TSURUMATSU: La verdad es que no sabía qué hacer. Nunca he tenido tantas molestias
como hoy.
OKICHI: ¿Es que tienen algo contra ti?
TSURUMATSU: Tonterías. ¿Qué podrían tener contra mí? Han estado diciendo tantas
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estupideces que no había quien aguantara. Media hora de pie sonriendo (Imita la
sonrisa.) es más que asqueroso.
OKICHI: ¿Y de qué se ha tratado, por todos los cielos?
TSURUMATSU: Han estado preguntándome una eternidad de tiempo por mi relación
contigo. Me caía un sudor frío.
OKICHI: Me gustaría saber cómo se han enterado.
TSURUMATSU: Escucha. Hay una especie de funcionario llamado Saito, un detective,
no, lo sabe todo, encuentra cosas antes de que digas ni mu.
OKICHI: Que lo haga. No debe importarnos.
TSURUMATSU: (Con voz neutra.) Eso es cierto.
OKICHI: (Desconfiada.) ¿Por qué no preguntas cómo va mi asunto con el
consistorio?
TSURUMATSU: ¿Por qué? ¿Hay alguna novedad? (Despacio.) Fueron muy amables.
Dijeron que es por el país, que por eso te quieren allí. Naturalmente, cuando
hablan, todo suena muy plausible, pero dónde quedamos nosotros, pregunto yo.
¿Tengo razón?
OKICHI: ¿Qué les has contestado?
TSURUMATSU: Dicen que Ofuku estuvo de acuerdo enseguida.
OKICHI: Ella es cobarde, por eso. Probablemente vio un puñado de dinero y cayó de
rodillas.
TSURUMATSU: Un buen montón de dinero, ¿no? Y a ti quieren darte incluso más. 120
ryos al año. Es más de lo que gana un funcionario del Shogun. Las bailarinas del
Shogun no ganan eso.
OKICHI: ¿De qué demonios estás hablando?
TSURUMATSU: Tiran el dinero como si fuera mierda. Estás ahí y dices no, y
simplemente ponen otro billete de diez, hasta que empiezas a sudar.
OKICHI: ¿Por qué ponen otro billete de diez?
TSURUMATSU: (Confuso.) Para ser sinceros, al diablo, se lo he prometido.
OKICHI: ¿Qqqué?
TSURUMATSU: El consistorio entero está detrás. Cómo iba a plantarme. Así que se lo
he prometido. ¿Por qué me miras de ese modo?
OKICHI: Yo he dicho no.
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TSURUMATSU: Eso es lo que has hecho. No hace falta que me lo pases por las
narices. Soy un cerdo, ¿eso quieres decir? Tú te plantas y dices que no irás por
mí, y yo me rindo porque me prometen un puesto de capataz en los astilleros del
Shogun y que tendré el permiso para llevar una espada. Y, naturalmente, porque
es por el país, en interés general. Eso no me lo puedes negar. ¿O es que tengo
que ser un muerto de hambre toda mi vida? ¿Qué es un carpintero naval? Hay
tantos como perros amarillos. ¿Por qué no voy a ahorrar nada? Un taller propio
es algo que no se puede despreciar en estos tiempos. Okichi, hazlo, hazlo por mí,
ve al menos por una semana, podrás soportarlo. ¿Por qué no dices nada?
OKICHI: ¿Qué quieres que diga?
TSURUMATSU: No hables con esa voz, Okichi. Si no quieres, no tienes por qué
hacerlo. No estamos casados, no puedo obligarte. Iré y diré: «No quiere», y no
podrán hacerme nada. Por el país o no, no lo hará.
OKICHI: Si voy a esa casa apestada, ¿qué dirá la gente cuando nos vean juntos por la
calle? ¿Has pensado en eso?
TSURUMATSU: Tendríamos el dinero y podríamos irnos a otra parte, Okichi. Y
también me darán otro puesto, puedes estar segura.
OKICHI: Entiendo. (Se levanta.) Tsuru San, he estado a mediodía en el consistorio y
he decidido ir a casa de los extranjeros. Pero no por ti. No para que te den un
título y te permitan llevar una espada. La comida no te sabrá mejor cuando
tengas un título. Okichi es un nombre muy bueno, y Tsurumatsu no está mal. ¿Y
qué demonios es una espada? ¿Qué vas a hacer con ella? Cuando me llamaron,
los señores del rango más alto me dijeron todo lo imaginable, pero no tenía ojos
para sus espadas. Los había puesto en una gubia. Tu gubia era suficiente para
mí, Tsuru San. Si voy a casa de los extranjeros, voy para que Shimoda, donde
crecí, no sea bombardeada, y para que el anciano pueda firmar su tratado. No sé
para qué se necesita, pero lo sé.
TSURUMATSU: (Gimiendo.) ¿Por qué no me has dicho enseguida que estabas decidida
a ir?
OKICHI: Porque tenía miedo de herirte.
TSURUMATSU: No habría tenido que contarte lo de mi promesa. No cambia nada,
sabes. Si vas, es igual, ¿no?
Okichi calla.
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OKICHI: No, ya no.
TSURUMATSU: (Se levanta. Incómodo.) Entonces me voy.
OKICHI: Sí.
TSURUMATSU: ¿Cuándo irás allí?
OKICHI: Mañana.
TSURUMATSU: Entonces volveré esta tarde.
OKICHI: Sí.
TSURUMATSU: Todavía tenemos esta tarde. Y la noche, ¿no? Vendré temprano.
¿Seguro que estarás en casa?
OKICHI: Seguro.
TSURUMATSU: Entonces vendré.
OKICHI: Cuando Tsuru San venga esta tarde, dile que estoy en casa de los
extranjeros. No he querido decirle que iba a ser esta misma tarde.
INTERLUDIO 3
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Se sirven bebidas y tabacos.
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ESCENA 4.ª
Dormitorio de Mr. Harris y atrio del templo local de Kakizaki, el improvisado
consulado americano. Es de noche, cerca del amanecer. Okichi vela junto al
cónsul enfermo.
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OFUKU: ¿Para qué? Está prohibido.
OKICHI: Pero él la necesita. Se la conseguiré.
OFUKU: ¿Estás loca, Okichi? ¡Buscar leche de vaca! Serás castigada, y no
conseguirás ninguna.
OKICHI: La conseguiré. Sé dónde.
HARRIS: (Llama.) O-kichi San! Where are you? Are you gone?
OKICHI: Ya voy, Danna Sama. (A Ofuku.) ¡Tráeme el sake de Hiu-suké San! Tengo
que tomar un trago antes de irme. Rápido.
OFUKU: (Trae whisky.) No deberías beber esto, Okichi. Perderás tu voz. Seguro. Esto
es veneno para la voz.
OKICHI: (Bebe.) Ya no necesito la voz. No aquí.
OFUKU: (Regresa, somnolienta.) No puedes hacer nada. También Hiu-suké San lo
dice.
HARRIS: O-kichi San!
OKICHI: (Con él.) ¡No sea impaciente, Danna Sama! Esa Mili, leche de vaca, se la
traeré, ya amanece. La conseguiré en algún sitio. Trate de dormir un poco. (Le
invita por señas a dormir.)
HARRIS: I cannot sleep. What’s the matter with milk?
OKICHI: Mill! (Asiente con la cabeza, le indica que va a buscarla.)
HARRIS: But you can’t. It’s against the law. You can’t get milk in this goddam
country. But, of course, you could try. Why not? Yes, try to get milk.
OKICHI: Mill! (Se echa algo por los hombros y sale corriendo.)
AH LO: Te digo que se ha ido. Y no puedes hablar con Ofuku. Está con Mister Hiu-
suké San.
OMOTO: ¿Aquí dentro? (Le empuja.) ¡Ofuku San! ¡Ofuku San! (A Ah Lo.) Es muy
urgente. Ha ocurrido algo terrible. ¡Ofuku San!
OFUKU: (Sale.) ¿Qué pasa esta vez? ¡Ah, eres tú, Omoto! ¿Qué haces aquí?
OMOTO: ¿Dónde está Okichi? ¡Oh, Ofuku San, algo terrible! ¡Los barcos de guerra
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están entrando en la bahía!
OFUKU: ¡Los barcos de guerra!
OMOTO: Todos se han despertado en la ciudad. Dicen que van a bombardear. La
gente está metiendo sus cosas en carros. Okichi tiene que hablar enseguida con
el cónsul. ¡Enseguida!
OFUKU: ¡Cañones!
OMOTO: ¡Ya empiezan!
AH LO: Mister Hiu-suké San, una alta personalidad del consistorio desea presentar
sus respetos al cónsul. Inoue Shinano-no-Kami. Muy urgente.
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HEUSKEN: Informaré al cónsul. (Entra a la habitación de Harris.) Excellency, Inoue
wants to see you.
HARRIS: I wont’see him. None of them. That’s over now. And I am glad. But I
cannot rise. I am really too sick. It’s the stomach. It is like hell. I am poisoned.
That’s what I am. Poisoned. They have poisoned me, I know it. That’s the
reason, why they are coming. They want to know. Devils. Oh my stomach!
HEUSKEN: It can’t be that, Excellency. Please be patient some minutes only. They
must have a surgeon on board, to be sure. (Sale.) Mister Inoue, el cónsul no
puede recibirle. (A la servidumbre, que embala a toda prisa.) ¡Vamos!
INOUE: Pero es importantísimo. Compréndalo, la cita con el Shogun ya está
arreglada. El príncipe Isa sólo está negociando las últimas formalidades. ¡Y
cuando vengo corriendo a decírselo me encuentro con que están haciendo
preparativos para marcharse!
HEUSKEN: Ah, ¿es eso lo que le trae en mitad de la noche, una noticia del Shogun?
INOUE: Sin duda. ¿Acaso no es una buena noticia?
HEUSKEN: ¿Y no es ese barco el que le trae? ¿Es que me va a decir que no ha visto el
barco?
INOUE: La llegada del barco americano lo acelerará todo, no hay duda. Dará énfasis
a la insistencia del príncipe.
HEUSKEN: Puede estar seguro, Mister Inoue, de que su afirmación de que el
encuentro es inminente no impedirá partir a su excelencia. Ya no.
INOUE: ¿Hay alguna otra cosa que pueda disuadir a su excelencia de partir?
HEUSKEN: Le diré lo que retiene al cónsul, para que no crea que es su ridícula e
improvisada afirmación 1001 la que lo hace: su estado de salud no le permite
subir hoy a bordo. Pero podrá hacerlo mañana.
INOUE: (Respirando.) ¡Ah! (Rápido.) No piense que la noticia de la enfermedad de
su excelencia no me deja inconsolable, Mister Heusken. Corro a buscar a los
médicos. Sin embargo, el día de aplazamiento que este lamentable malestar
implica da algunas esperanzas al príncipe. Quiere irse.
OKICHI: (Regresa, ocultando algo bajo sus largas mangas.) Oh, Hiu-suké San, ¿es
cierto que los barcos negros han vuelto? ¿Por qué están embalando?
HEUSKEN: Entra enseguida a ver a Mister Harris, Okichi. Está muy enfermo.
OKICHI: Tengo una medicina para él.
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Heusken la empuja dentro.
OKICHI: ¡Por los dioses, cómo bebe! ¡Como si esa cosa apestosa salida del vientre de
la vaca fuera una bebida! (Le mira maravillada.)
HARRIS: (En cuanto se ha tragado la leche, abraza a Okichi.) Darling! You angel!
There are no words to thank you with. Really, I feel good again. (Se levanta.) I
must tell Heusken. (Sale al atrio, donde sigue estando Inoue.) Heusken! I am
nearly all right. The little drop of milk she brought me has given me back my
life. And there is the ship, too. Ah, you, Inoue! Well, I am leaving, you are the
winner. But your Okichi is a wonderful woman. Mister Heusken, the ladies are
invited to breakfast today. (Sale.)
HEUSKEN: ¡Hurra, Okichi San! El cónsul os invita a un desayuno de despedida. Dice
que le has devuelto la vida, Okichi. Eres la única persona en este país que no
miente. ¡Ah Lo, el desayuno!
Ah Lo sale sonriendo.
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OKICHI: Sí, esto tiene mal aspecto. Pero vamos a cambiarnos, tomaré un poco de la
bebida de Hiu-suké San y luego, en el lunch, rogaré al cónsul que se quede.
¡Ven! (Saca a Ofuku.)
El escenario queda desierto unos instantes, luego unos criados sacan al atrio
unos bultos de equipaje. Al final vuelve a entrar Omoto, seguida de Ah Lo.
HARRIS: It is very unfortunate, and I am sorry I cannot entertain the ladies today
with the Commander coming. Will you please tell them so? Put it as politely as
you can.
HEUSKEN: Very good, Sir.
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Sama, nosotras no somos huéspedes aquí, sólo somos muchachas pagadas, y nos
vamos sin decir una palabra. Pero hace media hora decía que no podía levantarse
para viajar porque estaba muy enfermo. Fui a buscar Mili para usted. Ahora
puede levantarse y fumar un cigarro. Y el consistorio dirá que yo soy la
responsable de que pueda subir al barco. Por eso, le ruego que no se marche hoy.
Traduzca esto, por favor.
HEUSKEN: ¡Pero esto es ridículo!
HARRIS: What is she saying? Offended?
HEUSKEN: No, she is not offended. She states only, that you couldn’t leave without
the milk and asks you not to leave before tomorrow.
HARRIS: (Ríe, algo inseguro.) Well, that’s not much. We are not in a hurry, if it
comes to that. She is really a good sport. Tell her, I’ll stay until tomorrow. But I
cannot have breakfast with her, that I can’t.
HEUSKEN: Okichi San, el cónsul general lamenta no poder invitaros al desayuno,
pero ha decidido aplazar su partida hasta mañana.
HARRIS: All right?
INTERLUDIO 4
RAY: ¿Sabe que casi nada me irrita tanto como la ligereza con la que los amos del
mundo toman sus decisiones? ¡Bombardeamos, no, quizá tomamos el almuerzo
antes!
KITO: Las naciones están perdidas si su destino depende siempre de tales cosas.
AKIMURA: Naturalmente, no depende de eso. Eso no son más que las pequeñas
inseguridades de las grandes curvas que se manifiestan bajo el microscopio.
Naturalmente, el ascenso de Japón no dependió de si nuestra Okichi llevó o no
un cuenco de leche a un extranjero aquel día de mayo del año 56. Pero es de esas
pequeñas acciones de las que las grandes están hechas.
RAY: Hay algo que encuentro especialmente hermoso. Okichi lleva a cabo dos
revoluciones. La primera: ir con los blancos, repugnantes criaturas, cuya
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compañía rebaja y que sólo puede ser soportada mediante bebidas fuertes. La
segunda: que les lleva leche de vaca. Y la segunda revolución la hace por simple
bondad, únicamente por humanidad, y quizá porque hace hasta el final todo lo
que hace.
KITO: Oh, no hay nada que decir en contra de Okichi, absolutamente nada.
EL DIRECTOR: (Se adelanta.) El príncipe Isa viaja con el cónsul general americano a
reunirse con el Shogun. Okichi regresa con el transbordador a Shimoda.
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ESCENA 5.ª
Muelle del transbordador de Shimoda, en la orilla de Kakizaki del Inozawa.
Al fondo, al otro lado del río, se ve la ciudad de Shimoda. A la izquierda, una
carretera; a la derecha, una casa de té. En el muelle del transbordador se ha
congregado gente y mira hacia la izquierda, hacia la carretera.
Desde atrás se oyen voces: Dicen que viene Okichi de los amis. La puta de los
extranjeros, etc. Cada vez afluye más gente. Okichi viene en un hermoso y
gran palanquín, que pertenece a Harris. Una de las puertas correderas está
abierta, se ve leer a Okichi. Tas ella va el palanquín de Ofuku. Una guardia
samurái acompaña las dos literas. Se detienen junto al transbordador.
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Se marchan riendo. Ofuku saca de su quimono un pañuelo de papel, se limpia
la cara con él y llora. Okichi se limpia el rostro con la manga de su valioso
manto de seda y desciende rápidamente del palanquín. Se quita el manto, se
limpia varias veces el rostro con él, lo tira luego a la calle y entra a la casa
de té. La multitud grita a sus espaldas: ¡Okit San, su manto, tome su manto!
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OKICHI: Claro que no.
OFUKU: Acaso no son peores los americanos, si piensas cómo se han portado hoy.
OKICHI: Todos los hombres son unos miserables, tanto los japoneses como los
extranjeros. (Al viejo) Anciano, otra botella.
EL ANCIANO: (Trae la botella.) Aquí tienes, está caliente.
OKICHI: Ve trayendo otra.
OFUKU: ¿No bebes demasiado, Okichi?
OKICHI: Si no bebo, no puedo soportarlo.
OFUKU: Tienes suerte.
OKICHI: Entonces bebe conmigo, Ofuku.
OFUKU: No puedo. (Suelta una risita.) La verdad es que eres un cuenco de sake.
OKICHI: ¿Por qué dices eso?
OFUKU: Porque siempre tienes que estar llena.
OKICHI: (Ríe.) Un cuenco de sake, sí. Soy un cuenco de sake. ¡Cuida de que el
cuenco no se vacíe! (Bebe y tiende su cuenco a Ofuku.) Toma.
OFUKU: Pero yo no quiero beber.
OKICHI: Cógelo. (Tira el cuenco a Ofuku, que lo atrapa.) Las dos somos cuencos de
sake. Uno nos lleva a otro, y cada uno se nos lleva a los labios, nos asquee o no.
OFUKU: Oh, Okit San.
OKICHI: Esas criaturas que se llaman hombres se tienden unos a otros los cuencos,
«Quiero uno», «Aquí lo tienes», y más de uno se imagina tener toda una serie en
su bandeja. Los hombres son repugnantes.
BARQUERO: (Llama.) ¡El transbordador zarpa!
OKICHI: Sí, cuencos o transbordadores. Eso también es algo que los hombres dirigen
aquí y allá. Ofuku San, gente como nosotras la hay en todas partes, sabes.
Incluso las muchachas que contraen matrimonio con ricas familias o se
convierten en esposas de samuráis, mira su vida, son como nosotras, nada más
que cuencos de sake. Se las llevan a la boca mientras dan sake.
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LA MULTITUD: ¡Los barcos disparan! ¡Cañones! ¡]\J0 lejos de aquí!
PRIMER HOMBRE: Los diablos extranjeros bombardean la ciudad.
OKICHI: (Saliendo a la puerta de la casa de té.) No temáis, no son más que disparos
de saludo.
OFUKU: Okichi, vámonos de aquí.
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SAITO: No te hagas la santa, se trata de ti. Has cometido graves delitos, Okichi. Has
violado las leyes y tienes que responder ante las autoridades.
OKICHI: ¡Qué dice! ¿Estoy oyendo bien?
SAITO: ¿Por qué lo has hecho?
OKICHI: No sé de qué me está hablando, señor Saito. Por favor, no se muestre tan
enojado y nervioso.
SAITO: ¡No te hagas la inocente! Sabes muy bien lo que has hecho.
OKICHI: Ah, ¿se refiere a lo de la leche? Le di leche al cónsul porque estaba enfermo
y me la pedía sin cesar.
SAITO: ¡Estúpida idiota! Sabes muy bien que en este país no hay nadie que saque la
leche a un animal de cuatro patas, y precisamente cuando queríamos dejar claro
a los extranjeros que no estábamos en condiciones de atender sus deseos en ese
sentido, vienes y, con tu acción, vuelves a poner ese delicado punto en el orden
del día.
OKICHI: (Bebiéndose su sake muy tranquila.) ¿Ah, sí?
SAITO: Precisamente cuando íbamos a entrar de guardia, nos llamaron
inesperadamente a presencia del supervisor de asuntos extranjeros. Me pusieron
esa apestosa botella de leche delante de las narices, y me pidieron una
explicación.
OKICHI: ¿Va a decirme que cometí un error al llevarle leche al cónsul?
SAITO: Cómo que un error, fue un delito, peor, un escándalo. Hemos perdido la cara.
Fue altamente superfluo.
OKICHI: Pero señor Saito, se está contradiciendo. Cuando fui con el cónsul, se me
ordenó servirle de todas las maneras posibles. Lo he hecho lo mejor que he
podido, lo he soportado todo y he atendido todos sus deseos en la creencia de
que eso formaba parte de mi deber. Y cuando llevé la leche al cónsul pensé que
me iban a dar las gracias por hacerlo. Sus reproches me sorprenden mucho,
señor Saito.
SAITO: Es tal como lo he dicho: eres la mujer más estúpida del mundo.
OKICHI: Bueno, señor Saito, si cree usted eso, ¿por qué envió con el cónsul a una
mujer tan necia? No fue voluntad mía ir con él, ¿verdad? ¿Se acuerda de cómo
me obligaron todos? Me atormentaron y forzaron, y ahora me llaman necia, pero
yo no puedo hacer nada. Le digo que odio como a la peste a esos americanos.
Pero una vez que he ido a servirles, extranjeros o no, tengo que servirles
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honestamente. Soy una mujer, y si él dice que está enfermo, velo a su cabecera
durante la noche, ésa es mi naturaleza. Y si quiere tomar leche de vaca, no
descanso hasta haber conseguido leche de vaca. Si habéis enviado a una mujer
tan tonta como yo, el error es vuestro, y andar renegando no conduce a nada.
SAITO: ¿Opones escarnio y resistencia a las autoridades?
OKICHI: No. Pero estaba en mi derecho de llevar leche al cónsul. No hará ningún
daño a nuestro país sacar un poco de leche a un cuadrúpedo. Al oponeros en esas
bagatelas y ser puntillosos en todos los extremos, irritáis al cónsul, y vuestras
negociaciones no conducen a nada.
SAITO: No seas impertinente, Okichi. No entiendes una sola palabra de eso.
OKICHI: No voy a mezclarme en vuestros asuntos. Fan sólo explico cómo he
desempeñado mi deber. Y aunque me he esforzado con seriedad en cumplirlo, no
puedo salir a la calle sin que me escupan a la cara y me llamen «Okichi de los
americanos» o algo peor. Y precisamente usted viene aquí y me insulta
llamándome idiota. Al parecer, eso sólo puede permitírselo quien ha tenido la
suerte de nacer hombre.
SAITO: ¿Qué significa eso?
OKICHI: No me refiero a usted solo, señor Saito.
El barquero entra.
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EL ANCIANO: (Sobresaltado.) ¿Qué hace, hija? ¡Cuánto tiene que haber bebido!
OKICHI: Véndeme el pájaro, padre.
EL ANCIANO: Qué quiere comprar, hija, el pájaro se ha ido, hacia las nubes, ya no se
le ve. (Mira triste al cielo.)
OKICHI: Eso no importa, está bien así. No te enfades, anciano. Aquí está todo lo que
tengo, es tuyo. (Saca su bolsa del quimono y se la arroja al anciano. Las dos
muchachas se levantan y miran irse al pájaro. A lo lejos se oyen cañonazos.)
INTERLUDIO 5
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AKIMURA: (Titubeando.) La obra no ha terminado. (Levanta la mano, haciendo que
cesen los aplausos, y se vuelve a los actores.) ¿Serían ustedes tan amables de
esperar unos minutos antes de desmaquillarse? Parece que solicitan un pequeño
cambio en nuestro programa. (Los actores hacen una reverencia y desaparecen
detrás de su escenario.) De hecho aún existen algunas escenas que tratan del
ulterior destino de Okichi. Le confieso que no pensé que pudieran tener interés
en ellas. Tampoco sé si los actores están preparados para representarlas. Mi
proyecto era únicamente mostrarles qué acciones han salido de la profundidad
del pueblo para hacer que Japón se convirtiera en lo que hoy es.
CLIVE: De hecho, sería inusualmente interesante oír lo que la Biblia calla: ¡La
ulterior vida de Judith!
RAY: ¡Por favor, por favor! ¡La vida privada del soldado desconocido! ¿Qué pasó,
por ejemplo, con la boda de Okichi? ¡Seguro que la obra de Yamamoto lo trata!
¡Muéstrenoslo! ¡Una escena más!
AKIMURA: (Sonriendo.) Si lo desea tanto, hablaré con los actores para ver si pueden
añadir alguna escena más. Quizá entre tanto les apetezca tomar un aperitivo en
la antesala.
Gran pausa.
El grupo regresa y vuelve a ocupar sus asientos.
RAY: Sobre todo, ¿qué es del amor, señor Akimura? ¿Ha perdido ella realmente a su
Tsurumatsu?
AKIMURA: (Sonriendo.) Ya lo verá. Ojalá no se sienta decepcionada. La vida carece
de sentido dramático. No conoce el sí o no, el blanco o negro, el todo o nada.
RAY: Entonces, ¿vuelven a encontrarse?
EL DIRECTOR: (Se adelanta.) A primera hora del atardecer, en el muelle de
Yokohama, Okichi y Tsurumatsu han vuelto a encontrarse. Las baladas cuentan
que Okichi camina, como cantante callejera, con su samisen y su sombrero
bordado, a lo largo del muro de unos astilleros. La luna brilla, y del mar llega
débilmente el ruido de la sirena de un barco. Ella advierte que alguien le sigue,
un obrero. Es Tsurumatsu. —Oh, ¿eres tú, Tsuru San? —Sí, y me avergüenzo,
me avergüenzo. —¿Cómo me has reconocido con esta ropa? —Oh, por la forma
de andar y la voz. Por la forma de andar y la voz. —Entonces, ¿no me has
olvidado, después de todo? —No, no te he olvidado. Se van juntos.
Representamos la escena en la que ambos llegan a casa de Tsurumatsu, en el
barrio de Shimoda, en Motomachi, Yokohama.
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Se apartan los biombos.
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ESCENA 6.ª
Casa de Tsurumatsu en Yokohama, bastante pobre. Tsurumatsu entra
titubeando, arrastrado por Okichi.
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San.
TSURUMATSU: Te comprendo.
OKICHI: Sin embargo, al final comprendí que no podía olvidarte. Es terrible para una
mujer estar sola. Fui desdichada mientras vagaba por las ciudades desconocidas,
y te busqué. Cuando veía un hombre con un mandil, le seguía. No sabía que
estabas en Yokohama, pero pensaba que en una nueva ciudad portuaria con
astilleros podías haber encontrado trabajo. Fue una intuición, una voz interior.
TSURUMATSU: Entonces, ¿ya no me odias?
OKICHI: ¡Qué estás diciendo! Nunca he tenido ojos más que para ti. Pero tú…
¿tienes tú… a alguien…?
TSURUMATSU: ¿Qué quieres decir?
OKICHI: ¿Es tan difícil de entender?… ¡Que si tienes a otra mujer!
TSURUMATSU: (Ríe.) ¿Eso crees?
OKICHI: En serio: si tienes a otra, no me quedaré contigo.
TSURUMATSU: No tengo a nadie.
OKICHI: ¿Es eso cierto? (Abre de golpe la puerta de un armario.)
TSURUMATSU: ¿A qué viene eso? ¿Crees que escondo a mi esposa en un ropero?
OKICHI: Pensaba que ahí podían colgar rastros de otra mujer.
TSURUMATSU: Tonterías. Y por favor no mires tanto ahí dentro.
OKICHI: (Saca ropa sucia.) ¿Qué es esto?
TSURUMATSU: No mires ahí. ¡Mételo!
OKICHI: ¡Ropa sucia! Te la lavaré.
TSURUMATSU: ¿Sabes lavar la ropa?
OKICHI: Naturalmente. Qué criaturas inútiles son los hombres. ¿Dónde está tu
barreño?
TSURUMATSU: Qué iba a hacer yo con una cosa así… has cambiado, Okichi.
OKICHI: Mucho más asombroso es que tú no hayas cambiado y aún vivas solo.
TSURUMATSU: Naturalmente. Por ti.
OKICHI: Mejor, me alegro. Está bien que no me haya matado.
TSURUMATSU: No habría podido soportarlo. He sido un idiota.
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OKICHI: No hablemos más del pasado. Empecemos de nuevo. ¿Qué es el dinero? Se
consigue trabajando. Trabajemos juntos. Te ayudaré con todas mis fuerzas.
TSURUMATSU: Naturalmente que trabajaré, pero a la larga no conduce a nada… este
trabajo normal en los astilleros.
OKICHI: No agaches la cabeza. Puedo ganar lo suficiente para que salgamos
adelante. Pero ya no quiero trabajar como geisha y como cantante. Cuando
tengamos una casa común, ya no tocaré esto (golpea su samisen) de rodillas.
Hasta hoy lo he tocado porque no veía otra posibilidad. Ahora te digo que he
cambiado desde el fondo de mi corazón. Quiero hacer un trabajo honrado;
aunque sea peinar cabellos, lo principal es que sea algo honrado. Y dejaré de
beber sake.
TSURUMATSU: ¿Lo conseguirás?
OKICHI: Sí. Lo haré por ti. Sólo bebía porque no tenía esperanzas.
TSURUMATSU: Tú… amor…
OKICHI: No debes llorar. ¿Has cenado ya?
TSURUMATSU: Sí, un poco… ¿y tú?
OKICHI: Para decirlo con sinceridad, no he comido nada en todo el día.
TSURUMATSU: Eso es malo.
OKICHI: Ahí hay un fogón. ¿Dónde está tu cajón de arroz?
TSURUMATSU: No tengo tal cosa.
OKICHI: ¿Y dónde guardas tu arroz?
TSURUMATSU: Ahí, en la cesta de las naranjas, pero…
OKICHI: (Mira en la cesta.) ¡Aquí no hay nada! Espera, iré a comprar para ti.
TSURUMATSU: Me resulta incómodo… pero ¿tienes dinero?
OKICHI: ¿Qué?
TSURUMATSU: Así que tú tampoco. Me resulta penoso, pero ten paciencia hoy,
mañana conseguiré dinero de un modo u otro.
OKICHI: ¡Ánimo! (Coge su samisen.) Empeñaré esto, a cambio conseguiremos
bastante arroz.
TSURUMATSU: Pero… ¿no vas a ganarte mañana el pan con él?
OKICHI: Claro que no. ¿No te he dicho que eso se ha acabado? Mientras ande por ahí
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con esto, no podré llevar una vida decente.
TSURUMATSU: (Coge las manos de Okichi.) Okit San, eres…
OKICHI: No aplastes mi samisen. Espérame, volveré pronto.
INTERLUDIO 6
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ESCENA 7.ª
Casa de Tsurumatsu en Shimoda. En el centro, un sendero que lleva, al fondo,
al río. A la derecha, una pequeña edificación accesoria, una especie de
cobertizo, en la que se encuentra el taller de carpintería de Tsurumatsu.
Tsurumatsu cepilla unas tablas delante del cobertizo. Son las primeras horas
del atardecer. Oshimo viene.
Se va.
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OSAI: (Viene corriendo.) ¡Qué horror, qué espanto!
TSURUMATSU: ¿Qué pasa?
OSAI: ¡Tu mujer, Okichi!
TSURUMATSU: ¿Le ha ocurrido algo?
OSAI: ¡Ven, deprisa, deprisa!
OKICHI: (Viene borracha y rodeada por una multitud.) Dadme otro vaso.
PRIMER HOMBRE: Nada más.
OKICHI: Si estáis celebrando una boda, es propio que me deis de beber cuanto
quiera. ¡Avaros!
TSURUMATSU: (Se abre paso basta Okichi.) ¡Okichi!
OKICHI: ¿Quién eres tú? ¡Haz el favor de llamarme «señora Okichi»!
TSURUMATSU: Por favor, no grites de ese modo. Vas a arruinar nuestra reputación…
Lamento profundamente este incidente, y pido perdón a todos los afectados por
las molestias.
PRIMERA MUJER: Escuche, Tsurumatsu, Okit San nos pidió vino, y le dimos todo el
que quiso.
SEGUNDA MUJER: Está bastante llena. Sólo queríamos acompañarla a casa.
TSURUMATSU: Muy amable de su parte. Vuelvo a pedirles disculpas. Me ocuparé de
ella.
OKICHI: ¡Por qué andas agachándote de ese modo! No tienes por qué disculparte.
Primero me hicieron cantar hasta que en la garganta se me hicieron heridas, y
luego me echaron. Así se me puede tratar hoy. ¡Yo fui un día la famosa cantante
«Shinnai Okichi», una estrella!
SEGUNDO HOMBRE: No digas tonterías. ¡Tú eres Okichi de los americanos, eso es lo
que eres! (Todos ríen.)
OKICHI: ¿Qué has dicho?
TODOS: ¡Es cierto, es cierto, ami-Okichi!
OKICHI: ¿Qué hijo de perra ha dicho eso? ¡Vuelve a decirlo! (Ataca a la multitud.)
TSURUMATSU: ¡Okichi, qué haces! Vámonos de aquí.
OKICHI: ¡Sois perros, si decís algo así!
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TSURUMATSU: ¡Ya está bien, Okichi! ¡Ven!… No está en sus cabales. Os ruego a
todos que os vayáis. Mañana se disculpará. Lamento que os haya molestado.
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tiempos de Yokohama?
OKICHI: ¡Cierra la boca! ¡Bestia! ¡Qué estás diciendo! (Empuja a Tsurumatsu.)
¡Déjame en paz! (Se rehace y da unos pasos hacia el exterior.)
TSURUMATSU: ¿Adónde vas?
OKICHI: Eso es cosa mía.
TSURUMATSU: Ni siquiera puedes tenerte en pie. Ten cuidado…
OKICHI: No te metas en mis asuntos. Aunque seas mi marido, tantas veces como
quieras, hoy no te soporto. (Vuelve a caer.)
TSURUMATSU: No suponía… por favor, entra, Okichi.
OKICHI: No me des órdenes desde tan arriba, eh… ¿Qué has conseguido en tu vida?
¿Dónde están tus grandes logros, tu título, tu espada? ¿Qué te creías entonces
cuando hablabas de «sacrificarte por la patria»? Eras un necio, y te creíste todo
lo que los funcionarios te contaron con tal de ganarte para sus fines. Eres un
idiota… ¿Dónde están los buenos tiempos? Desaparecieron y nos dejaron en la
estacada. (Tsurumatsu se ha quedado sin habla.) ¡Dame Wo-tah!
TSURUMATSU: ¡Deja ya ese balbuceo de americanos!
OKICHI: ¿Quién me mandó entonces con los americanos? ¡Quién fue el que envió
allí a su propia esposa!
TSURUMATSU: Okichi, ¿por qué dices esas cosas?
OKICHI: ¿Por qué no? Precisamente cuando pensaba que todo estaba olvidado, se me
abre la vieja herida y vuelvo a ser la «Okichi de los americanos».
TSURUMATSU: Sólo gritaron eso porque estás borracha.
OKICHI: ¿Y quién tiene la culpa?
TSURUMATSU: ¡Cuántas veces te he dicho que lo siento… todo lo que pasó!
OKICHI: ¿Es eso una petición de perdón? Si quieres pedir perdón de verdad, tienes
que golpear el suelo con la frente y dirigir tu ruego a la tierra. Así que ¡vamos,
discúlpate!
TSURUMATSU: No me hables así. No puedo hacer eso… aquí, en mitad de la calle.
OKICHI: A mí me han escupido en mitad de la calle. Nada se opone a pedir perdón a
la propia esposa. ¡Ven aquí y hazlo! ¡Aquí, si quieres! (Trata de apretar contra
el suelo la cabeza de Tsurumatsu.)
TSURUMATSU: (Se sacude.) ¿Qué haces? Basta ya. (La coge por detrás y la arrastra
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a la casa por la fuerza.) ¡Entra! ¡Ahora vas a entrar!
OKICHI: (Dentro de la casa.) ¡Bestia brutal, me haces daño!
TSURUMATSU: ¡No grites de ese modo! ¡Qué vergüenza! ¡Túmbate ahí, y no te
muevas!
OKICHI: Dame agua.
TSURUMATSU: ¡Te traeré agua, pero te quedarás ahí tumbada! (Tsurumatsu sale,
llorando, y reúne sus herramientas.)
OSAI: (Viene.) Perdón.
TSURUMATSU: Ah, eres tú, Osai San. Gracias por tu ayuda antes.
OSAI: Sólo te traigo las cosas de peinar de Okichi.
TSURUMATSU: Muchas gracias.
OSAI: Estaban tiradas por la calle.
TSURUMATSU: Gracias por tu amabilidad. Por desgracia, estamos molestando a todo
el mundo.
OSAI: Por favor, no… También yo he llorado. Lo siento tanto por ti. Sé cómo te
sientes.
TSURUMATSU: ¿Has oído lo que acaba de ocurrir?
OSAI: No. (Vuelve la cara.)
INTERLUDIO 7
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supervivientes se transforman en pocas semanas en mendigos ciegos, torpes
inválidos, monstruos sin nariz. Ya no son contemplados como héroes, sino como
desdichados, y los desdichados pronto son molestos. Hay que admitir que a los
héroes se les exige mucho. No sólo tienen que brillar en la batalla, sino también
poder aguantar mutilados en pie en las esquinas, bajo la lluvia, entre la multitud
que los empuja impaciente. ¡En verdad, necesitan la insensibilidad de las
estatuas de mármol que les erigen a algunos de ellos!
AKIMURA: Puede ser. Pero ¿y si es así? Yo no tenía intención de representar para
ustedes toda la biografía de Okichi, pero tampoco hay ningún motivo para
ocultársela. A mis ojos, no hace más que aumentar la admiración por esta mujer.
¿De verdad quieren ver aún más?
RAY: Sí. Todo.
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ESCENA 8.ª
En casa de Okichi y Tsurumatsu. En el centro, el vestíbulo; a la derecha, el
salón; a la izquierda el cuarto que Okichi emplea como peluquería. A la
izquierda del todo, la cocina, donde Okichi está cocinando. Fuera, delante de
la ventana, pasa un vendedor de sake voceando su mercancía (¡Sake blanco!).
Okichi pone la comida en una bandeja y la lleva al salón, donde Tsurumatsu
yace en cama.
OKICHI: ¿Vas a sentarte? Bueno, para comer. Te traeré agua. (Trae una palangana
con agua. Tsurumatsu se lava la cara.)
TSURUMATSU: Es refrescante.
OKICHI: Pero ahora tienes que comer mucho, para recobrar fuerzas.
TSURUMATSU: Ya estoy muy bien.
MOZO: Buenos días. Los Nishikawaya me envían a pedir a la señora Okichi que
vaya enseguida.
OKICHI: Gracias, puedes irte.
MOZO: ¡Por favor, no pueden esperar!
OKICHI: Muy bien. ¡Muchas gracias! (El muchacho se va.)
TSURUMATSU: No te detengas, ve enseguida.
OKICHI: Pero estás enfermo.
TSURUMATSU: Me arreglaré. El arroz ya está hervido.
OKICHI: Muy bien. Haré la colada cuando vuelva. ¿Quieres que te traiga alguna
medicina?
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TSURUMATSU: No necesito nada.
OKICHI: (Coge sus instrumentos de peluquería.) Pero quédate hoy en cama y
descansa.
Okichi se va. Tsurumatsu come. Desde fuera se oye una voz: ¿Puedo pasar?
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OSAI: Ni siquiera me atrevo a hacerte un té, ni a tocar ninguna otra cosa.
TSURUMATSU: No te sientes tan cerca.
OSAI: No puedo apartarme más, aquí está ya la pared. Quizá tú deberías hacerme un
té, al fin y al cabo soy tu invitada.
TSURUMATSU: No puedo.
OSAI: Eres horrible.
TSURUMATSU: Cómo podría ofrecerte té y empezar una conversación… es absurdo,
eso es lo que es.
OSAI: ¡Inténtalo!
TSURUMATSU: (Se levanta y trata de salir.) Disculpa, me voy a trabajar.
OSAI: ¡Pero si estás enfermo!
TSURUMATSU: Ya estoy curado. Si vuelve y nos encuentra sentados tan juntos, se
desatará el infierno. (Se quita el quimono de dormir y se pone sus ropas de
trabajo.)
OSAI: Como quieras. (Coge su quimono y lo pliega.)
TSURUMATSU: (Lo ve.) No hagas eso.
OSAI: ¿El qué?
TSURUMATSU: Debes dejar eso.
OSAI: ¿Ni siquiera puedo tocar tu quimono?
TSURUMATSU: No quiero decir eso, pero si lo dejas tan bien plegado, podría suscitar
sospechas. (Osai ríe. También Tsurumatsu se echa a reír.) ¿Entiendes ahora?
OSAI: Sí, mi señor, sin duda, mi señor. Tira el quimono al suelo.
OKICHI: ¡Por qué has vuelto a empezar a trabajar! ¡Te había dicho que te cuidaras!
TSURUMATSU: Me encuentro bien. Ya estoy cansado de estar en cama, y el trabajo
aún no está hecho.
OKICHI: No pienses en tu trabajo. ¿Qué pasará si vuelves a empeorar?
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TSURUMATSU: Ya te he dicho que estoy bien. Dentro, Osai San lleva tiempo
esperándote.
OKICHI: Oh. (Entra en la casa.) Buenos días, siento que haya tenido que esperar
tanto.
OSAI: No importa.
OKICHI: Esto está sin recoger aún. Pero lo mejor es que empecemos cuanto antes.
(Okichi da un cojín a Osai y empieza a arreglarle el pelo.) Es muy amable de su
parte venir desde tan lejos. Seguro que cerca de su casa hay muchas peluqueras.
OSAI: Pero ninguna vale nada. Hace mucho que tenía intención de venir, pero es
verdad que está muy lejos.
OKICHI: Sí, no es ninguna pequeñez venir cruzando el río. ¿Cómo le gustaría que le
arreglase el pelo?
OSAI: A estilo ginkgo, como antes.
OKICHI: De acuerdo.
OSAI: He oído decir que muchas mujeres acuden a usted, y ya pensaba que si
alguien tan joven como yo se dejaba caer sin avisar, seguro que me tocaría
esperar mucho.
OKICHI: Por favor, no se preocupe por eso, Osai San. Estaré encantada de reservarle
una hora que le venga bien, si viene de tan lejos. Puede venir siempre que
quiera.
OSAI: Es muy amable de su parte. No hay en toda la ciudad nadie más que usted que
sepa peinar al estilo de Tokio.
OKICHI: No sé si sabré hacerlo como es debido… Creo que el otoño pasado le causé
grandes molestias. Mi marido me lo contó, pero me avergonzaba de tal manera
que no fui capaz de ir a darle las gracias.
OSAI: No hablemos más de eso.
OKICHI: Cuando bebo sake, me pongo imposible. Espero que pueda disculparme. Me
resulta incómodo hablar de estas cosas, pero usted fue tan amable, y ha venido
para que la peine.
OSAI: Por favor, no me hable más de eso. Prefiero que me cuente algo interesante de
Yokohama. Usted ha estado allí.
OKICHI: Allí no había nada interesante (medio para sí) para mí. Allí me fue mal.
OSAI: Pero Yokohama es una hermosa ciudad, ¿no?
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OKICHI: Para quien le guste. A mí la que más me gusta es mi vieja ciudad natal.
OSAI: ¡De veras! (Pausa.) ¡Qué muñecas tan bonitas tiene!
OKICHI: Oh, no, ya no me queda ninguna realmente bonita.
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OKICHI: La verdad es que resulta agradable que alguien haga un camino tan largo
para venir a verte.
OFUKU: ¿Necesitas dientas nuevas?
OKICHI: No es eso. ¿Empezamos? (Deja a un lado su pipa. Ofuku se sienta erguida
delante de ella.) ¿No ha sido un poco… arriesgado casarse con un campesino?
OFUKU: Bah… Tengo que pedirte un pequeño favor.
OKICHI: ¿El qué?
OFUKU: La verdad sea dicha, es por eso por lo que he venido a verte. Mañana
inauguramos nuestra nueva casa, y quiero que vengas a nuestra fiesta y cantes
algo.
OKICHI: Es muy amable de tu parte invitarme, pero no puedo.
OFUKU: ¿Por qué no?
OKICHI: He decidido de una vez para siempre no ir a tales fiestas.
OFUKU: ¡Sólo por esta vez!
OKICHI: Lo siento, pero no iré a ningún sitio en el que sirvan sake. Luego cojo una
que ya no sé lo que hago y lo que digo. Y después lo paso tan mal que no me
atrevo a salir a la calle.
OFUKU: Pero no tienes por qué beber tanto.
OKICHI: No es posible. Lo he intentado en vano desde el pasado otoño. Cuando voy
a esas fiestas, siempre bebo demasiado. Y luego siempre tengo que disculparme,
aunque sólo sea con mi propio marido. Ahora me he jurado no volver a tocar
jamás el sake.
OFUKU: Entonces ¿ni siquiera vendrás a cantar?
OKICHI: No.
OFUKU: Pero habrá muchas personas a las que les gustaría oírte.
OKICHI: No trates de envolverme con halagos.
OFUKU: «Ah, te acuerdas de aquellos tiempos,
ah, recuerdas aún el sonido,
cuando abajo, en el estanque,
cantaba la dulce Okichi…»
Hay hasta una canción sobre tu hermosa voz.
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OKICHI: Ofuku, ya no soy una geisha…
OFUKU: Lástima.
OKICHI:… sino una peluquera. Un trabajo honrado sigue siendo lo mejor y lo más
seguro.
OFUKU: En eso puede que tengas razón. ¡Me alegro de que estés tan entusiasmada
con tu nuevo oficio! ¡Incluso peinas a esa zorra que te roba a tu marido!
OKICHI: ¿Qué quieres decir?
OFUKU: Tan sólo me pregunto si merece la pena que hagas tu trabajo tan a
conciencia y tan… de buena fe.
OKICHI: Ofuku San, ¿qué estás diciendo?
OFUKU: Bah, nada.
OKICHI: No divagues, dilo directamente.
OFUKU: Yo no sé nada.
OKICHI: Dímelo. Dintelo en el acto. De lo contrario…
OFUKU: No me tires del pelo.
OKICHI: Te tiraré si no me lo dices. ¡Eres mi amiga, a qué vienen esas malévolas
alusiones!
OFUKU: Te enfadarás conmigo si te lo digo.
OKICHI: No.
OFUKU: Me das tanta pena, he pensado a menudo que tenía que decírtelo, pero
también puede ser un error…
OKICHI: Habla de una vez.
OFUKU: Pero… (Se oye a Tsurumatsu cepillar fuera.)
OKICHI: No puede oírnos, suéltalo.
OFUKU: (Baja La voz.) Antes, cuando la peinabas, no te diste cuenta…
OKICHI: ¿De qué?
OFUKU: Esa mujer ya ha estado casada, es verdaderamente peligrosa… Me das pena,
Okit San.
OKICHI: Lo siento. ¿Así que acabo de peinar a la mujer que me ha robado al marido?
Es gracioso, para morirse de risa. La he peinado bien.
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OFUKU: Es una desvergonzada.
OKICHI: Gracias por decírmelo. Para ser sincera, había algunas cosas que me habían
llamado la atención. Pero no creía capaz de eso a mi marido, no a él. Ahora lo
entiendo todo. (Deja caer un peine.)
OFUKU: ¿Y ahora qué?
OKICHI: Primero tengo que fumar, un par de caladas nada más.
OFUKU: ¡Por favor, termina primero de peinarme!
OKICHI: No seas tan impaciente.
OFUKU: Ha sido un error contártelo. Desde luego, puedo entender cómo te sientes.
OKICHI: Calla un momento. (Enciende una pipa. Pausa.)
OFUKU: Estoy en un buen apuro. No puedo ir a ningún sitio con este medio peinado.
No es culpa mía que esa persona y tu marido… Ven, Okichi, sé razonable.
OKICHI: (Perdida en sus pensamientos, arroja de pronto su pipa al suelo.) ¡Trae aquí
tu cabeza! (Ofuku se sienta en posición y Okichi reanuda su trabajo.) No me
sale hoy.
OFUKU: No está tan mal, pero así no puedo salir a la calle. (Pausa.)
OKICHI: Cuéntamelo todo, si eres mi amiga.
OFUKU: ¿Sobre esa mujer?
OKICHI: Sí. ¿Cuánto tiempo dura?
OFUKU: No lo sé.
OKICHI: ¿Empezó el otoño pasado?
OFUKU: Eso creo. Pero no lo he sabido hasta hace poco. (Pausa.) La mujer es como
es; pero Tsurumatsu también tiene un poquito de culpa. (Pausa.) Realmente no
se puede confiar en los hombres. También Heusken San tiene muchas mujeres.
(Okichi calla.) Esa mujer no era ninguna principiante. Tiene un hijo de un
músico ambulante que la dejó plantada. (Pausa.) Okit San, ¿por qué no dices
nada?
OKICHI: (Termina su trabajo.) Listo.
OFUKU: Gracias. (Okichi calla.) ¿Y qué dices ahora a mi petición de antes? ¿Podrás
de todos modos venir pasado mañana a nuestra fiesta?
OKICHI: No. Ya no canto.
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OFUKU: Entonces no se puede hacer nada. (Deja el dinero del peinado sobre la
mesa.) Entonces adiós, Okichi. Por favor, no le digas a nadie lo que te he
contado sobre Osai San. (Ofuku se va. El reloj de un templo da las 12.
Tsurumatsu entra apresuradamente.)
TSURUMATSU: Qué hambre tengo. ¿Tienes listo el arroz? (Okichi se sienta inmóvil.)
Esa era la campana del mediodía, ¿no la has oído? (Un vendedor de pescado
llega a la puerta de la casa.)
VENDEDOR DE PESCADO: ¿Bacalao? Hoy está especialmente bueno.
TSURUMATSU: No, gracias. ¡Otra vez será!
VENDEDOR DE PESCADO: Entonces adiós. (Coge su cesta para irse.)
OKICHI: Espere. Deme la mitad de eése.
VENDEDOR DE PESCADO: Aquí la tiene.
OKICHI: Corte lo bastante para una ración.
VENDEDOR DE PESCADO: Aquí lo tiene, fresquísimo. (Okichi paga, deja que se quede
con el cambio.) Gracias. Adiós. (Okichi adereza el pescado crudo con salsas y
guarniciones y pone el plato ante Tsurumatsu.)
TSURUMATSU: Esto es un festín. No suelo comer tanto a mediodía.
OKICHI: Come.
TSURUMATSU: Tratándose de bacalao fresco, no voy a hacer muchos remilgos.
OKICHI: Esta mañana no tuve tiempo de ir a comprar para ti, así que lo hago ahora.
Dame tu cuenco.
TSURUMATSU: (Lo hace.) Un verdadero festín. ¿Qué te pasa?
OKICHI: Nada. Come.
TSURUMATSU: ¿No vas a comer conmigo? El pescado está muy bueno, muy fresco.
OKICHI: No me apetece.
TSURUMATSU: ¡Pero hoy has desayunado muy pronto!
OKICHI: No quiero comer nada ahora.
TSURUMATSU: Prueba al menos este trozo. Se le deshace a uno en la lengua.
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(Sostiene un trozo de pescado con los palillos.)
OKICHI: No me apetece.
TSURUMATSU: ¿No? (Se lo come él.) Está exquisito. Dame un poco de arroz.
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aseguro…
OKICHI: ¡Espera un momento! No sigas hablando. Si empiezas a dar explicaciones y
a justificarte, también yo tendré algo que replicar, y discutiremos.
TSURUMATSU: Pero…
OKICHI: No te echo la culpa sólo a ti. Nuestro matrimonio se agrietó hace ya mucho
tiempo. El príncipe Isa me dijo en una ocasión que a menudo una mujer puede
soldar una grieta como ésa entre dos pueblos, pero no entre un hombre y una
mujer. (Observa sus muñecas sobre la cómoda y coge una en brazos.) Mira, las
muñecas no tienen preocupaciones ni dolores. Tampoco se separan. Sabes,
cuando las compramos en Yokohama habíamos ahorrado un poco de dinero para
el viaje a Shimoda. Tú estabas en contra de llevar con nosotros algo tan poco
manejable, pero yo las quería en lugar de los hijos que no teníamos. Y luego me
gustó ver al marido y la mujer tan pacífica y felizmente sentados el uno junto al
otro. Y pensé qué hermoso sería pasar así toda la vida, aunque tuviéramos que
dormir en el puro suelo de madera. Ésa era la vida que deseaba, por eso aprendí
a peinar y trabajé lo mejor y lo más que pude. Cuando pienso ahora en eso, todo
me parece muy pueril.
TSURUMATSU: Okichi, por favor, quédate conmigo.
OKICHI: No conduciría a nada.
TSURUMATSU: Eso no es cierto. Empezaré una nueva vida.
OKICHI: No. Como te he dicho, tú no eres el único culpable. Los dos hemos
fracasado. Ya antes de casarnos había un profundo abismo entre nosotros. No lo
hemos superado. Somos como un samisen roto. Por más que lo remiendes, ya no
vuelve a sonar como antes. (Tsurumatsu calla.) Empecé a beber entonces, en mi
desgracia, y quién sabe cuándo me volverá a atrapar, por más que haya jurado no
beber más. Y ahora que has encontrado a alguien al que quieres, el abismo entre
nosotros no puede sino crecer. Aquí hay té para ti. Bebámoslo juntos a modo de
despedida.
TSURUMATSU: (Triste.) ¡Okichi!
OKICHI: ¡No estés tan triste! Quiero reírme cuando me vaya. (Pone la tetera sobre
las brasas, pero la tetera tiene una grieta, y una nube de vapor sale silbando
por ella. Okichi se seca las lágrimas a escondidas.) Ves, querido, también la
tetera tiene una grieta. Tienes que soldarla. (Sale, llorando.)
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INTERLUDIO 8
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ESCENA 9.ª
Un restaurante en Shimoda. Es por la tarde, en las mesas arden velas. En el
centro se sienta Saito, con barba y elegante ropa europea (levita de paseo). A
su alrededor se sientan miembros del consistorio de Shimoda, así como
Takagi Kamekichi.
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PRIMER DELEGADO DE LA CIUDAD: ¿Es que la conoce usted?
SAITO: Sí, incluso muy bien. Había oído que se había ido a América.
PRIMER DELEGADO DE LA CIUDAD: No, no. Sin duda desapareció y se fue a alguna
parte, pero según dicen regresó seis o siete años después como esposa de un tal
Tsurumatsu, que quizá también le resulte familiar.
SAITO: Sí, también conozco a ese Tsurumatsu. ¿Qué hace ahora?
PRIMER DELEGADO DE LA CIUDAD: Murió hace unos años. Se separó de Okichi y se
casó con otra mujer. Pero murió la noche en que Okichi volvió a hacerse geisha.
SAITO: Muy lamentable.
PRIMER DELEGADO DE LA CIUDAD: Si desea saber más detalles acerca de Okichi, el
señor Kamekichi, un pariente lejano suyo, sabe más que ninguna otra persona.
KAMEKICHI: Oh, eso es mucho decir. Hace ya mucho tiempo que di por perdida a esa
mujer.
SAITO: ¿Por qué?
KAMEKICHI: Intenté preocuparme de ella de todas las formas imaginables.
Finalmente perdí la paciencia, porque no dejaba de beber.
PRIMER DELEGADO DE LA CIUDAD: El señor Kamekichi ha hecho mucho por Okichi.
Le dio dinero y le puso un burdel fino. Pero cada mañana, antes de meterse en la
boca el cepillo de dientes, empezaba a atiborrarse de sake.
KAMEKICHI: Y eso no es todo. Cuando veía a un cliente que tan sólo aspiraba a un
modesto placer, le gritaba: «¡No seas tacaño! ¡Coge una geisha y diviértete con
ella! ¡Corre de mi cuenta!». Naturalmente, por ese camino no duró mucho, y su
capital se fue a pique. Me imagino de todo lo que esa mujer era capaz. Desde
entonces ha vuelto a trabajar como peluquera y como profesora de baile y canto.
Pero cuando está borracha, no sabe lo que hace, así que la gente la evita.
Últimamente arma jaleo en la calle, pide a los transeúntes que le compren sake,
y no hay nadie que logre meterla en cintura. Ese estrépito de ahí fuera suena a
ella.
SAITO: ¿Tan bajo ha caído? Pero, ya que está ahí, ¿por qué no le piden que pase?
PRIMER DELEGADO DE LA CIUDAD: ¿Que pase, aquí…?
SAITO: Sí, sin duda. Es como un arrebato: volver a verla después de todos estos
años.
KAMEKICHI: Pero no encaja en esta sociedad.
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SAITO: No la invitaría si llevara una vida normal. Pero si ha caído tan bajo, tengo
que intentar levantarla un poco.
KAMEKICHI: Sin duda vuestra excelencia está pensando en la antigua Okichi.
Aunque ya entonces era una persona incontrolada y desvergonzada, ahora está
en un estado tal que no es posible tocarla ni siquiera con palos y varas. Sería
mejor que renunciara usted a esa invitación.
SAITO: Eso no me asusta. Tráigala tranquilamente.
PRIMER DELEGADO DE LA CIUDAD: Estamos un poco extrañados, pero se hará la
voluntad de vuestra excelencia. (A una camarera.) Pida a Okichi que entre. (La
camarera sale.)
SAITO: Sin duda no tengo la intención de decirle esto a Okichi, pero hizo un gran
servicio a nuestro gobierno. En mi opinión, sería un error mirar tan sólo su
embriaguez y dejarla caer.
KAMEKICHI: ¿Usted cree?
SAITO: Hace algunos años, cuando un samurái enloquecido mató al secretario del
embajador americano, un tal Heusken, todas las embajadas extranjeras enviaron
notas de protesta a nuestro gobierno y abandonaron Edo. Sólo el propio
embajador americano, Harris, manifestó que también en otros lugares había
criminales y que cosas así podían ocurrir en cualquier país civilizado. Fue el
único que permaneció en Edo, y tampoco exigió una indemnización demasiado
elevada por el asesinato de su funcionario. Todos dijeron que había sido mérito
de Okichi que un extranjero mostrase tanta comprensión por Japón.
PRIMER DELEGADO DE LA CIUDAD: ¿De veras?
OKICHI: (Vestida con harapos y borracha, entra.) ¿Quién es ese que quiere verme?
CAMARERA: ¡Oh, cuidado, Okit San!
OKICHI: No me caeré.
KAMEKICHI: (Se dirige a la entrada, a Okichi.) No grites de ese modo. Aquí hay un
gran señor de Tokio que quiere verte. ¡Compórtate!
OKICHI: ¡Cómo, también tú aquí!
KAMEKICHI: Inclínate ante su excelencia.
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¿Me reconoces aún? (Okichi le contempla en silencio.) ¿No me reconoces? ¡Soy
Saito!
OKICHI: No le conozco.
SAITO: ¿Ya no me conoces? ¡Tienes que conocerme! Naturalmente, en estos tiempos
no podía conservar mi antiguo aspecto. Pero mírame con atención. ¿Me
conoces?
OKICHI: No. No conozco a este hombre.
SAITO: ¡Sí que tienes que estar hundida en el barro para no reconocerme! (Okichi no
responde.) ¿Te acuerdas al menos del príncipe Isa?
OKICHI: Sí, claro.
SAITO: Hace mucho tiempo le causaste bastantes preocupaciones.
OKICHI: ¿Dónde está ahora?
SAITO: No lo sé, he oído que aún vive. Tiene que ser muy viejo. No ha logrado
seguir el paso de los tiempos y adaptarse. Se mantiene al margen de todo, en
nuestro nuevo Estado.
OKICHI: ¿Tienes un poco de tabaco para mí, Kamekichi?
KAMEKICHI: Pero ahora no… cómo vas a fumar, no tienes pipa.
OKICHI: Sí que tengo. Sólo te pido un poco de tabaco.
KAMEKICHI: Es testaruda, la mujer. Aquí tienes.
SAITO: Okichi, toma esto. (Le tiende un billete.)
OKICHI: ¿Qué es esto?
SAITO: Un pequeño signo de reconocimiento, en recuerdo de los viejos tiempos.
Cómprate un poco de tabaco con él.
OKICHI: Vaya. Muchas gracias. (Okichi ataca su pipa, coge el billete, lo acerca a
una vela y enciende con él la pipa.)
KAMEKICHI: ¿Qué haces? ¡Estás loca! (Le quita de las manos el billete ardiendo y
trata de salvarlo.) ¡Qué locas y descaradas ocurrencias tienes!
OKICHI: (Soplando aros de humo al aire.) ¡Soberbio! Seguro que nunca has fumado
tan bien. Da una calada.
KAMEKICHI: Estás loca. ¡Quemar dinero!
SAITO: Está ya en un estado bastante avanzado… ¿Es que no te da vergüenza?
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OKICHI: ¿Es que no te da a ti?
SAITO: ¡Qué cosas se te ocurren!
OKICHI: ¿Qué significa avergonzarse? ¿De qué? ¿Es que has olvidado cómo todos
bailasteis a mi alrededor mientras me quemabais? ¿Y debe dar vergüenza
quemar un billete?
PRIMER DELEGADO DE LA CIUDAD: Haz el favor de no hablar a su excelencia en ese
tono desvergonzado.
SAITO: Déjelo. No se preocupe por eso. Es una criatura lamentable… Te has pasado
a los cínicos, ¿eh?
OKICHI: ¡Oh, no, qué fino, qué nobilísimo suena todo esto! No te llenes tanto la
boca, tú, que sólo has subido la escalera porque proporcionabas putas a los
extranjeros.
KAMEKICHI: ¡Cierra la boca, Okichi!
OKICHI: Tonterías, cierra tú la boca.
SAITO: (Ríe.) Ja, ja, ja. ¡Así que sí te acuerdas del viejo Saito! Por aquel entonces
necesitaba de ti, y tuve que intervenir a menudo con severidad. Pero ahora las
circunstancias han cambiado, y ya no soy aquel pequeño funcionario.
OKICHI: (Canta.) Sí, habla, habla, habla entre el sudor, qué no se dirá por un puñado
de arroz.
SAITO: Estás amargada con todo el mundo, ¿verdad? Es más que comprensible. Les
he hablado aquí a todos de tus méritos. No deberías ser tan testaruda.
¡Confórmate! ¡Sométete! ¡Deja en paz el pasado! Siento compasión por ti,
quisiera hacer algo para ayudarte. Dime de qué forma podría ayudarte.
OKICHI: Escuchad cómo habla delante de otros como si de verdad tuviera corazón.
Con una voz… como cuando se acaricia a los gatos. ¡Qué significa compadecer
a una mujer a la que primero has convertido en lo que ahora soy! Me repugna.
No quiero tu compasión. Haz el favor de ser tan perverso como antes, me
sentiría mejor.
KAMEKICHI: ¡Cómo te atreves!
OKICHI: Este monstruo, que trata a las mujeres como a juguetes. Yo no soy la oveja
que pensáis.
SAITO: Está claro que ya no es posible ayudarla. Si una persona ya no puede
reconocer una amabilidad y es ingrata, está perdida. Se me llenan los ojos de
lágrimas cuando pienso en la espléndida geisha que fue y veo el lamentable
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estado en que se encuentra ahora… ¿Qué pensaría de ti el príncipe Isa?
OKICHI: Cuando queríais algo de mí, derramabais lisonjas a mi alrededor. Entonces
decíais que sólo yo podía salvaros, que yo era la auténtica medicina, que valía
mi peso en oro y quién sabe qué más. Que era una Tokiwa[1], o no sé qué mujer
de China, que se sacrifica por la patria. Y sin duda ahora lo soy.
SAITO: Lo despilfarras todo, lamentable persona. Se te concedió entonces una suma
con la que habrías podido vivir cómodamente hasta tu fin. ¿Y qué hiciste con
ella?
OKICHI: Vete al diablo. ¿Acaso iba a coger ese dinero apestoso y meterlo en la
hucha?
SAITO: Entonces, ¿por qué no te mataste, en vez de caer tan bajo? ¿No tenías
samuráis en la familia? Si es así, conocerás el código del honor y sabrás cómo se
comporta un samurái en un caso así. Si encontrabas tan amargo y tan humillante
ir a casa de los americanos, ¿por qué no preferiste apuñalarte valientemente? No
habrías necesitado vegetar de manera tan deshonrosa.
OKICHI: ¡Tampoco habría «necesitado» salvar a Shimoda!… No puedo matarme. He
pensado en eso, pero ya pasó. Ahora quiero mostrar al mundo lo que ha sido de
mí, y quién me ha empujado con los pies. Sólo vivo para mostrar cómo tratáis a
las mujeres en este país.
SAITO: No tiene remedio.
KAMEKICHI: Por eso decía que no conducía a nada hacerla pasar. No queda sino
volver a echarla de una patada.
OKICHI: ¡Queréis echarme! ¡Pero eso es muy amable! Que la patada sea bien fuerte,
para que caiga muerta. (Se tumba ante la puerta cuan larga es.)
PRIMER DELEGADO DE LA CIUDAD: (Llama a la servidumbre.) Por favor, vengan… ¡y
échenla fuera!
CAMARERO: Sí, señor… Okichi, no puedes quedarte aquí tumbada. Levántate y vete.
(La sacude.)
OKICHI: Déjame en paz. ¿Qué quieres?
KAMEKICHI: ¡Vete de aquí!
OKICHI: Voluntariamente, no. ¡Por qué me habéis llamado!
SEGUNDO DELEGADO DE LA CIUDAD: Estás cortando el paso, márchate.
OKICHI: ¿Cortando el paso? Entonces, pisoteadme. Para vosotros los hombres una
mujer no es más que polvo y suciedad. Así que pisotead y patead, no os dé
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vergüenza. Antes tampoco tuvisteis reparos en patearme. Venid y pisoteadme.
Ja, ja, ja… ¿no te atreves?
SAITO: (Se levanta y va hacia ella.) Muy bien, si eso es lo que quieres, toma, zorra
desvergonzada. (Le da una fuerte patada, de tal forma que rueda por las
escaleras.) No quiere atender a razones, la individua.
INTERLUDIO 9
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RAY: ¡Sólo las Okichis son olvidadas!
AKIMURA: ¡No! Su fama crece de año en año. Se convierte en un personaje
legendario. El pueblo la festeja en una serie de canciones. Japón se transforma
desde sus cimientos. Pero la moderna industria no desplaza el recuerdo de la
acción de Okichi. (Da dos palmadas y dice al director, que se adelanta): ¡La
balada!
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ESCENA 10.ª
Callejón del puerto. Chiquillos pasan corriendo.
Por el callejón viene un joven japonés con traje europeo. Todos se detienen y
le miran.
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Ha aparecido un cantante callejero.
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EL PÚBLICO: ¡Ssssch!
EL CANTANTE: Los altos personajes del consistorio le imploran:
¡Ponte a salvo!
¡Oh, alegría de Shimoda! ¿Adónde vas, Okichi?
¡Voy a detener los siete barcos de guerra!
UNA CHICA: ¿Puede alguien echar de aquí a esta persona? Le echa a una a perder
todo el disfrute.
OKICHI: (Al hombre amable.) ¿Qué me dices de la canción? Ya he oído muchas
sobre este tema, pero esta es la más necia. ¡El consistorio diciendo «ponte a
salvo»! La convirtió en la puta de los extranjeros. Eso lo sabe cualquier niño.
LA MUJER: Ten cuidado con lo que dices. ¡Tonel de sake! ¡Decir esas cosas delante
de la chiquilla!
EL HOMBRE AMABLE: ¿Qué tienes contra Okichi? ¡Es verdad que salvó a Shimoda!
OKICHI: Bueno, ¿y si lo hizo? ¡Maldita sea vuestra sucia Shimoda!
EL CANTANTE: Señores, ¿puedo pedir un poco de silencio?
OTRA MUJER: Déjale por lo menos que termine, anciana. Así es como se gana el pan.
OKICHI: Así es. Bueno, ¿qué más sabes? ¿Cómo sigue? ¡Pero abrevia! ¡Gánate el
pan con pocas palabras!
EL CANTANTE: ¿Con qué, gentes, venció Okichi a los siete barcos de guerra?
¡Sólo con su pequeño samisen, os digo!
¡Sólo con sus alegres canciones, os digo!
¡Sólo con su sonrisa, os digo!
Sólo con su belleza venció Okichi a los barcos de guerra.
OKICHI: (Aplaude con ironía y ríe.) Ah, ¿sonrió? ¿No hizo nada más? ¡Qué
modestos barcos de guerra! ¡Siete barcos de guerra conmovidos por una
muchacha! ¡Dame tu samisen, chapucero! (Tiende la mano para cogerlo.) ¡Voy
a cantaros una cosa, simplones!
Como no consigue el samisen, trata de cantar sin él, pero no logra gran cosa.
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Aquí tienes sake, Okichi.
El emperador lo quiere.
La empujan y la echan.
Todos aplauden.
INTERLUDIO 10
RAY: ¡Es espantoso! ¡Pero, y sus amigos! ¿Es que no tiene a nadie?
AKIMURA: Oh, sí que los tiene. Pero ¿de verdad quiere saber hasta el final los
detalles de este desdichado destino? No veo, ni con la mejor voluntad, qué
interés le mueve. Naturalmente, aquí no hay nada que ocultar. Nunca hemos
afirmado que llevar a cabo grandes acciones signifique una ventaja. De todos
modos, ¿qué más podría interesar en esta persona? Es simplemente una
alcohólica en el último estadio, nada más. (Vuelve a llamar al director con dos
palmadas y dice, indiferente.) ¡Represente también la escena final!
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ESCENA 11.ª
Vivienda de Okichi en una mísera choza. Fuera nieva. Okichi y Ofuku entran.
Okichi cae al suelo y emite sonidos de dolor.
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MARINERO: ¿Dónde dejo esto?
KAMEKICHI: Ahí, junto a la pared. Puedes irte.
El marinero sale.
Tira el arroz a manos llenas por la ventana. Por fin, vacila y se derrumba. Un
golpe de viento hace entrar la ventisca por la ventana abierta.
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EPÍLOGO
RAY: ¡Qué historia! ¡Qué heroína! ¡Qué exigencias! ¡Qué logros! ¡Cuánto se
necesita para pagar una acción heroica! ¡Y nunca contáis más que la mitad!
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Materiales
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Glenn W. Shaw
Introducción a la traducción inglesa
de Yamamoto Yuzo: Three Plays
Las tres obras de Yamamoto Yuzo que aquí se presentan en una traducción frase
por frase constituyen una trilogía. Facilitan una imagen de Japón en tres momentos de
su desarrollo: el feudalismo, el período de transición y la modernidad. Sin duda el
autor no las escribió con esa intención, pues el orden mismo de su publicación habla
en contra de esa idea. Porque la primera obra en publicarse fue, en 1920, la
«moderna»: Seimei no Kammuri (The Crown of Life); la segunda, en 1921, la
«feudal»: Sakazaki Dewa no Kami (Sakazaki, Lord Dewa), y la tercera y última, en
1929, la obra de transición: Nyonin Aishi, Tojin Okichi Monogatari (The Sad Tale of a
Woman, the Story of Chink Okichi).
Lord Dewa muestra un corte de la vida del estrato superior de la sociedad
japonesa en la época en que Tokugawa Iyeyasu (1542-1616) consolidó
defmitivamente su poder, asestando un golpe demoledor a Toyotomi Hideyori, el hijo
de su antiguo señor feudal. Ese fue el comienzo de los dos siglos y medio de
aislamiento, y de una paz obtenida por la fuerza, a la que se conoce como el período
Tokugawa de la historia japonesa.
The Crown of Life (La corona de la vida) es la historia de un hombre honorable
que vive de enlatar gambas. Los esfuerzos que hace por cumplir un contrato que ha
firmado directamente —eludiendo a los intermediarios— con un comprador del
lejano Londres lo llevan a la ruina. La obra es tan occidental (¿o debería decir
universal?) como su bíblico título, y sin embargo representa a un tiempo al Japón del
siglo XX.
Entre estos dos extremos de distintas épocas se sitúa el Japón de Chink Okichi. El
drama gira en torno al sacrificio de una mujer en la época en la que el primer cónsul
que residió en Japón, el americano Townsend Harris, negociaba tercamente un tratado
de amistad y comercio con los representantes, muy limitados, muy sobrepasados y
entregados a la astucia campesina, de un país que aún tenía que liberarse del
feudalismo Tokugawa, tal como lo había acuñado Iyeyasu, para abrirse al capitalismo
y a la industrialización del mundo occidental. Por su forma, la obra pertenece por
entero al presente, su material es histórico: se trata del que probablemente sea hoy en
Japón el incidente más popular de su reciente historia.
Una noche del mes pasado —la respuesta del rey de Inglaterra a las alocuciones
dedicadas a sus bodas de plata con el trono acababan de cruzar las montañas
japonesas y apenas se había extinguido su eco— los lamentos de Tojin Okichi
atravesaron la noche en un recitativo Naniwa de Radio Osaka. La palabra «Tojin»
significa persona Tang, así que «Tojin Okichi» es tanto como decir «la china Okichi»
o, más en general, «la extranjera Okichi». He reproducido la expresión en inglés,
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dado que se utiliza como insulto, con «Chink Okichi». «Tojin Okichi» gritaban los
habitantes de Shimoda, una ciudad portuaria maravillosamente aislada y aún hoy
difícil de alcanzar, al extremo de la península de Izu, a la que había sido muy popular
cantante Okichi, porque funcionarios del gobierno —así dice al menos la tradición,
perfectamente creíble— la habían enviado a apaciguar el corazón de un anciano
amargado que residía en su consulado, un pequeño templo fortificado con bandera
extranjera, que les decía a la cara que eran unos embusteros e insistía en viajar a Edo
y entregar en persona al Shogun una carta del presidente de Estados Unidos. Hoy en
día, la historia de esta desdichada mujer no sólo se puede leer en libros de historia
serios o incluso en novelas, sino que también se ve en los escenarios y se oye en la
radio, y además la ciudad de Shimoda la utiliza como atracción turística: aquí un
viejo palanquín, allá una lápida cubierta de musgo y un recientísimo monumento con
espacio para una exposición, tarjetas postales, pañuelos bordados y toda clase de
prendas de vestir como souvenirs. Incluso afirman haber descubierto una fotografía
suya (se supone que Heusken, el intérprete holandés de Harris, enseñó a fotografiar a
un japonés), y en el ayuntamiento hay todo un gabinete lleno de viejos diarios de un
alcalde y ulterior funcionario de la época de Okichi.
Esas viejas anotaciones hablan de un total de cinco muchachas que prestaron
servicio en el consulado y proporcionan datos, acuerdos salariales, recibos sobre
pagos a parientes, instrucciones para las muchachas, actas de entrevistas, etc.
Oficialmente a las muchachas siempre se les denomina heya meshitsukai
(chambermaids, doncellas). En general, se emplea en todo caso la palabra peyorativa
rashamen, que se acuñó entonces para las japonesas que vivieron como concubinas
con los primeros extranjeros. En este punto, la mayoría de los novelistas y
dramaturgos tratan bien al viejo Harris, en contraposición a la descripción franca y
realista del más joven Heusken. La obra de Yamamoto concuerda pefectamente en su
descripción de Harris con el propio diario del esforzado diplomático, tal como fue
publicado en 1930 por la Sociedad Japonesa de Nueva York: The Complete Journal
of Townsend Harris, First American Consul General and Minister to Japan.
La única discordancia surge de la pregunta de si la muchacha llamada Okichi
existió siquiera en realidad, porque en todo el largo y por lo demás minucioso diario
no existe la menor referencia a ella.
En el diario se menciona a menudo al personal de servicio. Harris desembarcó en
Shimoda con la fragata de vapor Jacinto el 3 de septiembre de 1856, y ocupó su
consulado en el templo con cuatro criados chinos traídos de Shanghai. Desde el 10 de
septiembre lo vemos en conflicto con las autoridades japonesas por otros dos boys. El
15 de septiembre escribe: «Por la tarde vinieron Moriama y el tercer gobernador con
su séquito, y trajeron consigo dos chiquillos de edades de 15 y 16 años. Sus nombres
son She-zo y Ta-ki-so. A este último lo escojo para mí mismo, el otro se lo queda Mr.
Heusken». Después de conseguir otros dos criados para su servicio, el 18 de abril de
1857 escribe: «Mi servidumbre consta de un Butler, un cocinero con su pinche, un
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hombre para la ropa blanca, dos boys de casa, un aguador, un barrendero, un jardinero
y un mozo de cuadra… en total diez personas, y ninguna de la que pueda prescindir».
En ningún sitio se habla de mujeres.
En cualquier caso, el 24 de febrero de 1857, después de una fuerte crítica de lo
que con ocasión de una reunión vespertina llama la depravación moral de sus
anfitriones, cuenta lo siguiente: «Bingo-no-Kami pone en mi conocimiento que uno
de sus vicegobernadores ha sido especialmente encargado de proveerme de compañía
femenina, y me dice que si alguna mujer me gusta, el gobernador me la conseguirá,
etc., etc., etc.» Al menos esta anotación nos acerca un poco al problema.
Unas veinte páginas antes hay un pasaje entre corchetes en el que también se
encuentra esta entrada del 1 de diciembre: «Contrato un criado más, Kooski. Debe
fregar el suelo, barrer el patio, acarrear el carbón y hacer todos los trabajos duros y
pesados de la casa; viene al salir el sol, come aquí la comida que él mismo trae y se
va al ponerse el sol; salario, 400 seni al día». El editor anota lo siguiente respecto a
todo ese pasaje:
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Japón, porque el conservado termina con la entrada del 27 de febrero de 1858. Pero
todo esto no nos conduce a nada.
El actual guardián del templo de Gyokusenji, en el que en su momento se
encontraba el consulado, ha estudiado los documentos en el ayuntamiento y hallado
lo siguiente: aparte de Okiyo, a la que al parecer Heusken despidió el mismo día en
que la contrató, sirvieron al cónsul y a su intérprete, la mayor parte del tiempo por
parejas:
Okichi, del 15 de junio de 1857 al 9 de octubre de 1857.
Ofuku, del 18 de junio de 1857 al 20 de noviembre de 1857.
Osayo, del 9 de agosto de 1858 al 17 de enero de 1859.
Omatsu, del 2 de abril de 1858 al 13 de marzo de 1859.
Como Townsend Harris partió hacia Edo la mañana del 23 de noviembre de 1857,
los tiempos averiguados para Okichi y Ofuku coinciden con el final del primer largo
período de soledad y sufrimiento de más de 14 meses de exilio en Shimoda. El 27 de
febrero de 1858, el día de la última entrada del diario, Harris enfermó en Edo, y pidió
el 2 de marzo, tras concluir el tratado por el que tanto había luchado, ser devuelto por
barco a Shimoda. Abandonó Edo el 10 de marzo y llegó a Shimoda el 12, donde fue
abatido por una fiebre nerviosa que le hizo perder la memoria temporalmente. Su
estado fue crítico hasta el 1 de abril. Heusken lo cuidó. El 15 de abril volvió a
embarcar y llegó a Edo el 17. Cuando se enteró de que los japoneses aún no habían
firmado el tratado, regresó por segunda vez a Shimoda el 18 de junio. El 27 de julio
volvía a estar en Edo, en Kanagawa, donde el tratado fue firmado al fin el 29 de julio.
Luego volvió a Shimoda por tercera vez, a descansar más por extenso. El 7 de enero
de 1859 fue nombrado embajador de Estados Unidos en Japón y —después de unas
semanas de descanso en China— ocupó su nueva residencia en el templo de
Zempukuji, en Kanagawa, donde la bandera americana ya había sido izada el 1 de
julio sobre un nuevo consulado. Todos esos datos no contradicen en modo alguno los
tiempos de servicio calculados para Osayo y Omatsu.
En lo que a los hechos se refiere, Yamamoto Yuzo se remite a Muramatsu
Shunsui, de Shimoda, que ha investigado durante más de veinte años la vida de
Okichi, pero acepta que ha utilizado el material libremente conforme a las intenciones
de su drama. Además, le interesó especialmente el período posterior de la vida de
Okichi. Su interés se centraba en el problema: en qué se convierte una mujer recta y
orgullosa en una sociedad que la trata injustamente y la lleva a la ruina.
Yamamoto es un crítico social y un abogado incansable de las mujeres, que
normalmente sólo disponen para su defensa de su ingenio natural y su inteligencia
innata. Ahí está por ejemplo en Lord Dewa Sen Hime, la hermosa nieta de Iyeyasu,
que da a entender al anciano, al que ama tiernamente, que piensa que la casó por
motivos políticos con Hideyori y no, como había prometido, con el bravo guerrero
que la salvó del castillo en llamas de Hideyori. Okichi es física y espiritualmente
hundida por la perfidia de unos hombres que sólo persiguen sus propias metas
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egoístas, y por una sociedad que carece de respeto fundamental por la mujer. En
cambio, en La corona de la vida el héroe idealizado ya trata a las mujeres con las que
su destino le une con la misma consideración que algún marido moderno muestra en
el Japón de hoy.
Yamamoto Yuzo es individualista y un escritor de conciencia sensible. Empezó su
carrera como dramaturgo, y sus obras pronto tuvieron gran éxito en los escenarios.
Sin embargo, desde hace algún tiempo escribe extensas novelas populares sobre
problemas sociales de la actualidad. Nació el 27 de julio de 1887, hijo de un
comerciante de mercería y dueño de una pequeña tienda en Tochigi Machi, no muy
lejos de Nikko, donde el hermoso mausoleo de Iyeyasu atrae todos los años a miles
de turistas. Después de ir a uno de los mejores colegios, fue aprendiz de mercería en
Tokio-Asakusa. Debido a su actitud olvidadiza en la distribución de las mercancías,
le hicieron trabajar en la tienda y en el almacén, donde pasaba tanto tiempo leyendo
que acabaron por quitarle todos los libros. Entonces se fue de allí y pidió a su padre
que le dejara estudiar.
Pero su padre no veía en la educación superior más que el caldo de cultivo de la
arrogancia y la desvergüenza, y lo metió en su propia tienda. Por intercesión de su
madre, fue a un colegio privado inglés en Tokio, y en 1906 consiguió pasar de allí a
un centro superior. El examen final, en 1907, le dio la reválida y, por primera vez,
también el reconocimiento de su padre. Sin embargo, cuando éste murió en otoño de
ese mismo año, renunció al principio a retomar los estudios y volvió a casa para
ocuparse del negocio, vendiendo a domicilio sus mercancías a lo largo del país.
Cuando en 1908 repitió el examen de ingreso en la universidad, fue rechazado porque
debido a un enfriamiento no superó el examen médico. Así que tuvo que volver a
intentarlo al año siguiente, hasta que al fin fue admitido en el Departamento de
Literatura de la Primera Universidad de Tokio. Como carrera troncal eligió
Germanística.
Durante las vacaciones de verano, después de una excursión a las minas de cobre
de Ashio, cerca de su ciudad natal, escribió una obra en un acto titulada El agujero,
que fue publicada en una revista y representada en un teatro de aficionados. Luego
(debido a un fracaso académico, un seminario parcialmente suspendido debido a una
nota extraordinaria que él consideró injusta) empezó a postergar sus estudios y a
dedicarse principalmente al teatro. Sin duda en 1912 todavía asistió a un curso
especial sobre literatura alemana en la Universidad Imperial de Tokio, pero pasó
buena parte de su tiempo participando en puestas en escena y en los preparativos de
una revista en la que publicó su segundo drama. En 1914 aprobó un examen especial
en la Segunda Universidad y pudo continuar así estudios regulares, que terminó al
año siguiente. Acto seguido trabajó para distintas compañías como dramaturgo y
director, atravesó una fase de amargas dudas y se sumergió en estudios privados,
mientras —como ya había hecho en su última época en la universidad— vivía de
prestado. Probó suerte como traductor y nuevamente como director, se casó para
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luego —de mutuo acuerdo— divorciarse, fue lector en la Universidad Waseda de
Tokio (1917-1923) y publicó en 1919 un tercer drama que no alcanzó ninguna
resonancia entre la crítica profesional. Ese mismo año se casó con la hija del famoso
anglista Honda Masajiro.
La carrera de éxitos de Yamamoto como dramaturgo empezó con la obra La
corona de la vida, que se publicó en 1920, fue puesta en escena en importantes
teatros de Tokio y Osaka y le hizo famoso en todo el país. Desde entonces, la crítica
no le perdió de vista.
Yamamoto ha hecho mucho por elevar la posición del escritor en Japón y
salvaguardar sus derechos. Participó en la fundación de la Asociación de
Dramaturgos Japoneses, protestó tempranamente contra la representación sin
autorización de uno de sus dramas por el teatro imperial, editó un año después del
gran terremoto de 1923 la revista de la Asociación de Dramaturgos, denunció a la
empresa Shochiku Kinema cuando produjo una película titulada Sakazaki Dewa y
entregó la suma de dinero que obtuvo por acuerdo extrajudicial a la Asociación de
Dramaturgos, con el fin de apoyar una campaña de reforma del derecho de propiedad
intelectual; por último, abogó enérgicamente por que las asociaciones de dramaturgos
y novelistas se fusionaran en una asociación general de escritores.
Junto a sus propias obras, Yamamoto también publicó traducciones de obras de
Strindberg, Schnitzler, Zweig y otros europeos. Vive con su familia en Tokio y es
actualmente director del Departamento de Literatura de la Universidad Meiji, donde
también dirige cursos de escritura para futuros dramaturgos (1932-1937).
Mi traducción de The Crown of Life sirvió al principio de curso de inglés a Radio
Osaka, y fue emitida tarde tras tarde en pequeñas secuencias durante casi un mes.
Lord Dewa fue estrenada en 1933 por el Theatre Guild de la Universidad de Hawai.
Chink Okichi se publica aquí por vez primera en versión inglesa. Hay que hacer
constar que todos los diálogos entre Harris y Heusken también están en inglés en el
original. Los he conservado tal como Yamamoto los escribió. Los nombres cariñosos
con los que Harris se dirige a Okichi cuando le lleva la leche de vaca suenan quizá
algo peculiares, pero expresan sin duda un sentimiento auténtico (aunque el diario,
una vez más, no dice nada de esa leche).
Por último, quisiera dar las gracias al autor por su permiso para publicar estas
traducciones de tres de sus obras más importantes, así como expresar mi respeto por
su obra, que tanto ha contribuido al auge de la literatura y la vida en su país.
Glenn W. Shaw
Kobe, 9 de junio de 1935
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Diario de Brecht de 25-9-1940
Hella Wuolijoki me da Chink Okichi, de Yamamoto Yuzo, una buena obra, de la
que tiene los derechos. Diseño rápidamente un marco de acción y ciertas marcas con
ayuda de la (mala) traducción inglesa. Ésta podría ser una Judith japonesa, es decir,
una historia contada hasta el final del gran acto heroico.
(GEB, 26, p. 429.)
Helia Wuolijoki cree que Chink Okichi es demasiado épica, y que la segunda
parte sobra. De hecho, su acto heroico tiene lugar en la 3.a escena, pero su ruina
continúa otras nueve escenas más. Además, su acción está descrita con tanta
contención que se olvidaría nada más contada de no existir una leyenda nacional. Es
como si yo mismo escribiera un Guillermo Tell e hiciera vivir a Tell veinte años
después de matar a Gessler.
(GEB, 26, p. 430.)
Segundo plan global, con cuadro sinóptico de las once escenas (ABB 518/57-62).
El primer plan de este tipo sólo tiene nueve escenas (impreso en GEB, 10, p. 832).
Los títulos de las escenas sobre las columnas han sido mecanografiados claramente
por el propio Brecht en minúsculas; todas las demás anotaciones son notas
manuscritas, añadidos, consideraciones (aquí reproducidas en cursiva; en la columna
2 leo «consistorio» divergiendo de GEB, 10, pp. 833 ss.; asimismo, en la 7,
«Tsurumatsu» en vez de Tsuenmegu). La columna sin numerar entre 5 y 6 representa
el interludio más largo, en el que también tiene lugar la «Pausa». Los números en el
borde inferior representan la extensión de las distintas escenas/el volumen total que
se alcanza en páginas. También para las cuatro primeras escenas se utiliza como
modelo la extensión de la versión inglesa (aquí: 64 páginas; Three Plays: 65 páginas;
véase más adelante). La escena (onírica) 10, cuya supresión se considera aquí, fue
sustituida por Brecht por otra escena de invención propia.
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Notas y esbozos
La acción se extiende a lo largo de un período de 20 años, entre 1856 y 1876. Al
final pueden verse los frutos del sacrificio de O Kichi y otras víctimas: rascacielos y
ropas europeas (aunque eso requiera un poco de licencia poética).
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La Judith de Shimoda (en el cine)
Una representación teatral en un teatro japonés en el año 1875. Un joven
dramaturgo se fija en una mujer destrozada que, tras la representación, se queda
sentada en su sitio hasta que el teatro se vacía casi por completo. En el escenario, se
representa en forma idealizada el sacrificio de O Kichi. La mujer se ha reído, al
parecer está borracha. El dramaturgo averigua que es O Kichi. Entonces los vecinos
cuentan su destino, y ésa es la película. Entre las distintas escenas, se ve y se oye al
narrador hablar con el dramaturgo.
(GEB, 10, p. 836.)
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Hans Peter Neureuter
Posfacio
1. Gestación, interpretación
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Wuolijoki, el Diario reseña (25-9-1940) el tercer plan para un trabajo común: «H. W.
me da Chink Okichi, de Yamamoto Yuzo, una buena obra, de la que tiene los
derechos. Diseño rápidamente un marco de acción y ciertas marcas con ayuda de la
(mala) traducción inglesa».
El libro que tan casualmente llega a manos de Brecht contiene tres obras «de uno
de los más importantes representantes de la moderna dramaturgia japonesa[7]», y
puede que, a pesar de la mediocre traducción a manos de un profesor de lengua
inglesa, sea su más importante publicación en una lengua occidental[8]. Se publicó en
1935 en Tokio y, al parecer, fue distribuida con más eficacia en el norte de Europa.
En Finlandia, sobre todo, alcanzó resonancia la más larga de las tres obras, la
Tragedia de una mujer. La historia de la extranjera Okichi, escrita en 1929[9]. La
conocida crítica y escritora fino-sueca Hagar Olsson —el Diario de Brecht atestigua
varios encuentros con ella, y hay una pequeña correspondencia— la había reseñado
de manera muy elogiosa, y Helia Wuolijoki estuvo entre los promotores de una oferta
a Yamamoto, en el año 1937, para representar la obra en Finlandia[10]. En relación
con esto puede que adquiriera también los derechos para su traducción al finés.
A pesar del reconocimiento alcanzado por la obra, parece que Helia Wuolijoki no
quería traducirla sin llevar a cabo grandes intervenciones, y recabó para ello el
consejo de Brecht. La oposición de ambos autores en la valoración del proyecto se
desprende claramente de la anotación de Brecht: «H. W. opina que Chink Okichi es
demasiado épica, y que por eso le sobra la segunda mitad».
«Demasiado épica» es como había calificado también el día anterior a Puntila de
Brecht, y eso quería significar «no divertida», «aburrida». Igual que el Diario había
tratado esa crítica con superioridad, a pesar de algunos giros mordaces, como
lamentable falta de criterio de una mujer normalmente tan inteligente y ansiosa de
aprender, también ahora Brecht reaccionó sin ofenderse. Acometió la nueva tarea sin
titubeos, como si se tratara de retomar la aclaración sobre el teatro épico en el mismo
punto en el que acababa de fracasar.
Porque, naturalmente, a él le atraía precisamente aquel elemento «épico» de la
obra que molestaba a Helia Wuolijoki. Todos sus comentarios lo resaltan y justifican
con toda claridad: «La acción se extiende a lo largo de un período de 20 años, entre
1856 y 1876». «La obra de Yamamoto trata de un personaje histórico cuyo sacrificio
es famoso. El poeta dedica su atención a la vida de la heroína después de ese acto
heroico.» «De hecho, su acto heroico tiene lugar en la 3.ª escena, pero su ruina
continúa otras nueve escenas más[11]».
El acto heroico tiene lugar en la época en que empieza la apertura de Japón a
Occidente. Después de una demostración de poder con modernos buques de guerra
(misión del comodoro Perry), Estados Unidos consigue imponer a su primer cónsul
en 1854[12]. Dado que las estrictas leyes sobre el trato con extranjeros de los más de
200 años del período de aislamiento aún estaban vigentes, la vida del cónsul
Townsend Harris resultó extraordinariamente difícil cuando desembarcó en Shimoda
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en septiembre de 1856. Sus contactos con la población estaban vigilados y limitados
a lo más imprescindible; especialmente, sufría por no poder conseguir servidumbre
local. Cuando tampoco avanzaron las negociaciones sobre el tratado comercial que
los americanos deseaban y otras concesiones, amenazó con bombardear la ciudad de
Shimoda.
Aquí es donde Yamamoto sitúa la obra. La geisha Okichi se declara dispuesta,
tras larga y lacrimosa resistencia, a apaciguar al cónsul y servirle en su casa. Lo hace,
atendiendo los patrióticos reproches del jefe de policía Isa, para salvar a su ciudad
natal. Sabe muy bien que la sociedad que requiere ese sacrificio aún no está dispuesta
a perdonarlo. El desprecio social y la pérdida de su autoestima envenenan el resto de
su vida. La relación con su prometido Tsurumatsu, que se deja sobornar para
convencerla de que entre al servicio de los extranjeros, sufre una profunda grieta: sin
duda el matrimonio se consuma, y le depara algunos años de vida normal, burguesa y
decente, en apariencia feliz, pero se rompe al ser sometido a la primera prueba.
Okichi vuelve a convertirse en geisha, pronto sucumbe por completo al alcohol, y no
sólo pierde todo punto de apoyo, sino que vive y muestra su destrucción de manera
consciente como ejemplo del trato que se da a la mujer en su país. Al final, muere en
la miseria y en medio de una orgullosa amargura.
Los paralelismos literario-mitológicos que Brecht asocia a esta acción ponen de
manifiesto qué aspectos temáticos le interesaron. El primero y más importante, «ésta
podría ser una Judith japonesa» (D 25-9-1940), da título a la versión. No remite tanto
a la figura misma de la Biblia cuanto al concepto de esa figura en su primerísima
obra, la pieza en un acto La Biblia, de su época escolar. En ella, el «activismo» del
Antiguo Testamento se reinterpretaba en una historia de pasión; no se trataba de una
inspiración heroica de la propia Judith, sino del sacrificio de su virginidad exigido
desde fuera, no de la cabeza del jefe del ejército enemigo y de la victoria de los
sitiados, sino tan sólo de su pura supervivencia[13]. Mientras a la Judith bíblica se le
ahorra el sacrificio —«ni siquiera tiene que acostarse con el malvado Holofernes […]
Simplemente él se tumba y deja que le corte la cabeza», dice sarcástico
Feuchtwanger[14]—, todos los esbozos de Brecht para la historia de Judith cuentan
con la cohabitación como misión real en la acción. La obra de Yamamoto no incide
en ese aspecto del servicio de la geisha, pero lo presupone visiblemente. Brecht
refuerza todas las alusiones al respecto y añade una nueva escena en la que la
envejecida Okichi oye a un cantante callejero referir su acción heroica. La cursi
balada se parece al «absurdo cuento» de la Biblia[15], y da ocasión de confrontar con
agudeza a la leyenda de Okichi la realidad de la «puta de los extranjeros». Okichi
trata de cantar una canción alternativa:
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El emperador lo quiere (p. 121).
Podemos dejar de lado aquí lo que «el fluido erótico, la carne, la obsesión y el
“toque patológico[16]”» de la fábula de Judith puedan haber significado para Brecht, y
concretamente para el primer Brecht. Sin duda el momento erótico ya contribuía a
restar heroísmo a la fábula. En un temprano esbozo de novela corta, «fuertemente
erótico», que Hanns-Otto Münsterer recuerda, Judith se veía movida «al tan glorioso
acto heroico nacional por el asco causado por el sudor de los pies del hombre
dormido de cuyo abrazo “se escurre a la mañana siguiente’»[17]. Distinta es la crítica
de la leyenda heroica en La Judith de Shimoda. Sin duda, con Okichi el patriotismo
abstracto por razón de Estado, tal como el consistorio se lo prescribe, no consigue
nada. Pero sí la conmueve la interpretación del patriotismo que hace el príncipe Isa,
es decir, su reducción a la mera compasión con la ciudad amenazada. Es imposible no
ver el paralelismo con la acción de la muda Kattrin en Madre Coraje'[18]. Okichi
actúa en última instancia por convicción, sin duda presionada, pero voluntariamente;
sin duda con miedo, pero desinteresadamente.
La pureza del motivo del acto heroico se mantiene, pues, intocada; tan sólo se
desvela de manera crítica la devaluación del mismo a manos de la sociedad. Esta
devaluación es doble, material e ideal. Una vez conseguida la finalidad práctica del
acto, el héroe es privado de su recompensa; si acaso, el verdadero y permanente
beneficio se acumula de forma enigmática tan sólo en las manos de los «proxenetas
de los héroes». «El patriotismo no es un negocio… para los patriotas. Es un negocio
para otras gentes» (pp. 43-44). Tales comentarios hacen que el negocio del
patriotismo sólo aparezca como un caso especial de la explotación universal, que
desemboca, aquí con una clara alusión, en la crítica al sistema: «Podría imaginar
países en los que el patriotismo también fuera un negocio para los patriotas. Es
incluso agradable imaginar países así» (p. 44), es decir, socialistas. Pero tampoco la
recompensa ideal, la fama, beneficia al héroe. La transfiguración de Okichi en la
leyenda se corresponde en la vida con el desprecio y el desconocimiento de su
persona concreta. «Su fama crece de año en año. Se convierte en un personaje
legendario» (p. 116), comenta el magnate de la prensa Akimura, y poco después,
refiriéndose a la Okichi no legendaria: «¿Qué más podría interesar en esta persona?
Es simplemente una alcohólica en el último estadio, nada más» (p. 122). La leyenda
se desprende pues de la «persona» y de su inadecuada circunstancia. Porque la
leyenda perpetúa el momento de la decisión libre y supone la unidad enfática del
héroe con la comunidad a la que presta sus servicios. Su sacrificio, su ruina como
contraposición viva y encarnada de la armonía del individuo y del conjunto, es
consecuentemente ignorada.
Así le ocurre al héroe pequeño, un personaje en absoluto nuevo en Brecht[19],
sobre el que los personajes de los interludios filosofan por extenso y con sensatez.
Resultan expropiados aquellos actos que «han salido de la profundidad del pueblo»
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(p. 69). Precisamente el héroe pequeño no es admitido en todas sus formas en la
categoría de mito, y ¡ay de él si sigue viviendo en contradicción con su acto heroico!
«No todo soldado desconocido logra ir a parar bajo el arco de triunfo» (p. 84). Los
supervivientes se convierten en personajes molestos, o son «quemados» —y Brecht
incide en este simbolismo de Yamamoto con el paralelismo de Juana de Orleans[20]—
o son olvidados: una literatura conciliadora-idealista atenúa las luces compasivas
después del acto heroico, cuenta por tanto «sólo la mitad» de la historia. Este es el
sentido de la tercera asociación, el paralelismo con Guillermo Tell (nota preliminar y
Diario de Brecht).
Como puede verse, no faltan ayudas del versionador en lo que a sus intenciones
se refiere. Quiere aprovechar la estructura biográfica del modelo para fundamentar de
manera analítica su crítica a la ideología del heroísmo. La historia debe ser «contada
hasta el final»; es más, en realidad es concebida desde el final. El breve diseño
cinematográfico de la historia de Okichi lo pone especialmente de manifiesto.
Convierte directamente en dramaturgia analítica lo que Brecht anotaba como
directrices para el marco: «¿Qué es de ella después? […] ¿Hay monumentos que
eternicen su acción? ¿Ve ella esos monumentos? […] ¿Llegó O Kichi a ver una
representación teatral en la que apareciera?» (p. 148). Precisamente en una
representación como ésas, en el diseño cinematográfico, las risas de la vieja Okichi
llaman la atención de un joven dramaturgo, que investiga la historia de su vida a
partir de relatos de testigos oculares, «y ésa es la película» (p. 149). En la obra, esa
confrontación de Okichi con su leyenda heroica aparece hacia el final, equiparada con
la sucesión de las demás escenas, pero los interludios se encargan también aquí de
que la confrontación entre realidad y mito no se rompa.
La nueva escena 10 y el marco de acción de La Judith de Shimoda tienen al
mismo tiempo la función de hacer consciente al espectador del proceder del
dramaturgo, de la peculiaridad de la estructura biográfica. Tienen que situarle acerca
de aquella «leyenda nacional» de la que Brecht sólo se entera por el prefacio del
traductor inglés. Se trata quizá del tema histórico más popular en el actual Japón, se
dice (p. 130). Sin conocer este trasfondo, la obra de Yamamoto es para el europeo
«simplemente una biografía, y no aprecia su interés» (nota preliminar), el interés de
que con su representación de la heroína después del acto heroico este escritor se pone
de hecho en contra de la corriente y crea una antileyenda[21].
Del marco de acción existen en el legado de Brecht versiones para dos
concepciones distintas[22]. La que sin duda es la primera parte de la base de que el
famoso poeta Yamamoto debe escribir «algo de carácter nacional sobre la leyenda de
Okichi», y por encargo de un Hugenberg[23] japonés, el rey de la prensa Akimura.
Con ese fin Akimura recopila material, «canciones, episodios y toda clase de
memorias», y a la misma finalidad sirve la representación de las escenas teatrales que
forman la obra dentro de la obra. Porque, dice Akimura: «En estos tiempos de
renovación nacional necesitamos rendir culto a los actos patrióticos, y no hay
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ninguno más hermoso, o al menos más conmovedor, que el de Okichi[24]». En
conversación con sus ilustrados huéspedes occidentales, el poeta Yamamoto muestra
una distancia irónica respecto a este culto, y se anuncia la contraposición entre la
leyenda y su obra todavía no escrita. Por otra parte, se muestra «atrapado», incluso
«embriagado» por el ritmo del ascenso japonés desde 1856, y es por tanto utilizable
para la preparación del «nuevo orden» espiritual manipulado por Akimura[25]. En un
sorprendente fragmento de autojustificación, Brecht lo pinta como una especie de
intelectual de la revolución conservadora, medio futurista, medio artista desorientado
de la nueva objetividad; en palabras de Akimura: «Es un poeta […] Cualquier
movimiento lo atrapa. Presta su poderosa voz a cualquier pensamiento» (p. 151).
Está claro el dilema, la precariedad de este concepto. ¿Se podía hacer aparecer a
Yamamoto y presentar la obra de Yamamoto como leyenda, como materia prima?
Incluso proyectando el problema del intelectual sobre la persona de Yamamoto,
Brecht tiene que haber abandonado en algún momento porque se trataba de un autor
aún vivo del que apenas había leído más que un libro[26].
La segunda concepción de la representación marco abandona también esa
construcción. Ahora los actores representan de hecho la obra de Yamamoto, en el
palacio de Akimura, que no pretende con esto animar a ningún poeta, sino tan sólo
refutar el error de sus huéspedes extranjeros «de que en mi país el patriotismo sólo es
cosa de las clases altas» (p. 16). El poeta japonés que ahora asiste a la representación
es un ficticio Kito, un intelecto decididamente crítico-racional, cuyos irónicos,
incluso sarcásticos, comentarios Akimura no acepta como «típicamente japoneses»
(p. 44). El acento sobre la valoración de Yamamoto se ha desplazado. Akimura le
llama, exageradamente, «uno de nuestros dramaturgos más jóvenes y radicales, con
cuyas opiniones no coincido en modo alguno. Un realista» (p. 16), pero emplea su
texto como argumento para su frase sobre el patriotismo japonés. Ahí puede haber
aún un resto de ambigüedad, también en el juicio de Brecht sobre Yamamoto. Desde
luego, es más importante que Akimura sólo quiera presentar su prueba con media
obra, con su mutilación en un «todo cerrado[27]». Sólo gracias a las insistentes
preguntas de los espectadores en el marco se hace visible poco a poco el verdadero
«todo», que sin duda no refuta la frase, pero revisa todo el planteamiento: la cuestión
de los motivos patrióticos enmudece ante la demostración de las consecuencias del
patriotismo.
El análisis crítico de la ideología nacionalista une a La Judith de Shimoda tanto
con Puntila como también, y del modo más íntimo, con Simone Machard. Esta última
obra no sólo enmarca temporalmente las otras dos, por su genealogía, sino que
también ofrece, con su escenario europeo, el verdadero marco para la temática de
Juana de Arco. Esbozada poco después del hasta entonces más estremecedor
acontecimiento de la guerra, «la caída de Francia, el derrumbe de un imperio en tres
semanas[28]», y llevada a cabo tres años después durante la decisiva lucha de Hitler
con la Unión Soviética, muestra sobre el ejemplo francés las causas de la decadencia
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de la vieja Europa. El verdadero patriotismo parece aquí, de forma similar a cómo lo
será posteriormente en Los días de la Comuna, asunto exclusivo de las clases bajas.
Los propietarios llegan a acuerdos con el fascismo triunfante y hacen negocios con él,
y «la chusma se interfiere y es patriótica[29]». De las tres obras, Simone contiene el
testimonio y la denuncia política más concretos, pero tampoco en ella fue en modo
alguno intención de Brecht «ser etnográficamente fiel». Y, como ya ocurría en
Fundía, todo lo concreto en cuanto a colorido local tenía sobre todo valor de ejemplo,
así en la elaboración de la obra japonesa Brecht no ha resaltado el «valor
individual[30]», sino que ha cuidado en poner especial énfasis en lo abstraíble del
mismo. Porque el motivo de Judith y de Juana surge en esta época del intento de
Brecht de reelaborar la ocupación alemana de Europa. Esto lo confirman, además de
la Simone, otros dos esbozos: el plan fílmico para una Judith de Saint Denis, cuya
tragedia se centra, como en la obra japonesa, en la «vuelta de la heroína a la
cotidianidad[31]», y en las notas para la historia de una muchacha noruega «que va
(para la Noruega libre) con oficiales alemanes[32]». Tras el imperialismo americano
de 1856 que se presenta en La Judith de Shimoda está pues el alemán de 1940 como
verdadero enemigo político.
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Helia Wuolijoki, recuerdan que Brecht sólo quería al principio esbozar «rápidamente
un marco de acción y ciertas marcas». Sin embargo, referido al conjunto del material
conservado, el juicio del especialista en Asia es injusto, y la formulación del Diario,
inexacta. Lo que nos ha llegado es mucho más que un boceto y ciertas marcas,
concretamente un texto completo que tiene hasta cuatro escenas reelaboradas y una
completamente nueva, además de todo el marco completo, doce conversaciones en
por lo menos una versión madurada. Y aunque la Nota también ofrece la posibilidad
de no contemplar estas conversaciones marco como un «texto fijado», eso no las
convierte en esbozo, en el sentido de un texto inacabado, incompleto, sino tan sólo de
un texto modificable… lo que por lo demás se correspondería incluso con los
entremeses improvisados del teatro Nô[35]. Ordenados de forma razonable, los textos
del legado dan como resultado una obra en un estado mucho más desesperanzado de
lo que la edición de obras completas permite sospechar. A todas luces Brecht se dejó
arrastrar más a la versión de lo que el Diario permite advertir. Las fases posteriores
del trabajo ya no están reflejadas en él, el Diario guarda silencio durante cinco días, y
tampoco hay ningún testimonio por parte de Hella Wuolijoki. La versión de Brecht
sólo es «fragmentaria» porque en su legado no se encuentra texto alguno respecto a
las escenas 5-9 y 11. ¿Por qué no?
Se ha sospechado que Brecht había interrumpido la versión porque, tan poco
tiempo antes de su viaje a Estados Unidos, no veía ninguna posibilidad de representar
allí una obra poco amable con los americanos[36]. Aparte de lo improbable del motivo
—en tal caso ni siquiera habría empezado con el trabajo—, eso significaría considerar
el asunto exclusivamente desde el punto de vista de Brecht, cuando en realidad se
trataba de un proyecto de traducción de Helia Wuolijoki. ¿No podría ser también que
Brecht hubiera terminado la parte prevista del trabajo, aquella de la que él se había
hecho cargo?
Hay varias buenas razones para esa suposición. La Nota que Brecht escribió para
La Judith de Shimoda, como para casi todas sus obras y versiones, parte visiblemente
de la base de que la obra está terminada. Lo que es más importante, habla sólo de dos
intervenciones del versionador: en primer lugar del marco, y en segundo lugar de un
«resumen», de «modificaciones y remodelaciones» de las cinco primeras escenas.
Aunque esta información no coincide claramente con el material existente[37], sí
atestigua con claridad la intención de intervenir en el propio texto tan sólo al
comienzo de la obra, y dejar la alienación y el comentario de los acontecimientos
para las conversaciones marco. Esa intención sólo se vio modificada —y al parecer
muy al final— por la inserción de la 10.ª escena. Su existencia confirma otra
circunstancia. En el segundo plan, al pie de las columnas hay unas cifras que, a todas
luces, representan un cálculo de extensión[38]. Este cálculo empieza en la 5.ª escena e
indica para las siguientes números de páginas que coinciden, no total, pero casi
exactamente, con el número de páginas impresas de la traducción inglesa. Una
concordancia comparativa de esas cifras debe ponerlo de manifiesto, pero puede
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incluir además una tercera fuente, que es a la vez el indicio más sólido de que
estamos ante una versión dramática ya concluida. Y es que Helia Wuolijoki llevó por
su parte a cabo una versión en finlandés de esta reelaboración de la obra. En su
legado se encontró un guión, hasta entonces desconocido, cuyo título, traducido, dice
lo siguiente: «Okichi. La Judith japonesa. Una obra de Yamamoto Yuzo. Versión
occidental con preludios de Helia Wuolijoki y Bertolt Brecht. La versión fue llevada
a cabo simultáneamente en lenguas finesa y alemana[39]». Esta versión finlandesa
traduce el marco de Brecht, sigue a grandes rasgos sus «modificaciones y
remodelaciones» de las cuatro primeras escenas, traduce una parte de la 10.a escena
añadida por él y ofrece, para las escenas 6-9 que faltan en Brecht, una traducción del
texto inglés relativamente exacta y, para la 11, una fuertemente abreviada. He aquí las
concordancias:
A modo de aclaración: Los tres autores vienen abreviados con sus iniciales. Las
cifras previstas por Brecht (fuente: ABB 518/57-62, véase tabla en páginas
anteriores) se basan obviamente en las páginas impresas de Three Plays (aquí = YY).
Esto lo demuestra especialmente el presupuesto de 64 páginas para las escenas 1-4.
En su texto mecanografiado representan de hecho unas 23 páginas completas,
teniendo en cuenta que están muy desigualmente rellenas; la escena 10 (II) ocupa de
hecho cuatro páginas enteras. La página impresa del modelo inglés tiene 23 líneas de
unas 52 matrices. En el texto de Helia Wuolijoki la página tiene por término medio
27 líneas de 60 matrices, ocupa por tanto cerca de 1,35 veces más texto. Por eso sus
páginas están convertidas al formato de la muestra en la última columna de la
derecha. No se han incluido los interludios.
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escenas sin modificar su extensión, y que Helia Wuolijoki le seguía en esto en líneas
generales. El redondeo unitario y lineal de las cifras en Brecht habla más a favor que
en contra de este argumento. Naturalmente, su plan aún no refleja el resultado final
de la reelaboración. La fuerte compresión de las escenas iniciales aún está
pendiente[40], de los interludios sólo está previsto el más largo, en torno a la pausa
aún falta la nueva escena 10, y sólo se considera la posibilidad de tachar la corta
escena del sueño de Yamamoto que ocupa su lugar. Pero saltan a la vista diferencias
en dos puntos. Helia Wuolijoki reduce a la mitad la escena final de Yamamoto,
suprimiendo la hija adoptiva de Okichi que aparece en ella y su conversación con el
amigo. De la cifra de Brecht no se desprende una reducción tan drástica, sólo puede
suponerse su asentimiento. Mientras esa reducción es una operación dramatúrgica
relativamente simple, el problema sin resolver de la discusión acerca del carácter
fragmentario se centra en la ejecución de la escena quinta. La Nota la incluye en la
parte de reelaboración, el plan casi duplica su extensión respecto al modelo. El núcleo
de la fuerte ampliación es, visiblemente, ese «acto de Estado» que interesa menos al
público que a Okichi al pasar. Ese proceso falta en Yamamoto, y sólo del texto de
Helia Wuolijoki podemos deducir de qué se trata: el solemne viaje del cónsul
americano a Edo (Tokio) en noviembre de 1857, que el traductor de Yamamoto
menciona en su introducción y que Brecht quería incluir en la obra. Pero no podemos
establecer quién escribió realmente la escena, si Brecht o Helia Wuolijoki sola. Muy
probablemente Helia Wuolijoki recibió también para esta escena un modelo en
alemán de Brecht, que ella redujo mucho al traducir y que, entre tanto, se ha perdido
o aún no ha sido encontrado.
Finalmente, parece asegurado que Brecht eligió de antemano para la obra de
Yamamoto una «versión» contenida, en vez de una completa reelaboración como en
Puntila. La idea de que ponía esa versión «a disposición» de Helia Wuolijoki, como
sus consejos para la obra sobre Snellman, haría plausible la falta de un texto alemán
de las escenas 6-9 y 11. Lo único sorprendente es el indiscutible compromiso de
Brecht, que se plasma en el extenso texto alemán. Es realmente demasiado como para
servir sólo de modelo para una versión finlandesa en la que Helia Wuolijoki se
sustraería a las consecuencias últimas de su concepción. De hecho, en la tercera y
cuarta escenas sigue esbozos propios y, contra el consejo de Brecht[41], hace beber a
Okichi ya antes de su «servicio militar», en el tercer cuadro; en el cuarto cuadro,
Harris abraza y besa a la confundida Okichi, que le trae la leche —como en
Yamamoto—, y se muestra dispuesto, por gratitud, a quedarse y proseguir las
negociaciones; en el décimo cuadro, Okichi se da a conocer ruidosamente a los
oyentes de la balada como la verdadera heroína del poema, sin que nadie la crea…
una dramatización que difícilmente seguía los planteamientos de Brecht. Por tanto,
Wuolijoki sigue sus propios caminos también en los detalles. Su referencia de que al
mismo tiempo se ha llevado a cabo una versión alemana de la reelaboración podría
liberarla para seguir esos caminos propios y apuntar a un acuerdo como el alcanzado
3. Sobre la reconstrucción
4. Agradecimientos
Seliger, Helfried W.: Das Amerikabild Bertolt Brechts (La imagen de América de
Bertolt Brecht), Bonn, 1974.
Tatlow, Anthony: The Mask of Evil. Brecht’s Response to the Poetry, Theatre and
Thought of China and Japan. A Comparative and Critical Evaluation. Berna,
Frankfurt am Main, Las Vegas, 1977.
Whitney Hall, John: Das japanische Kaiserreich (El imperio japonés) (Historia
Universal Fischer, vol. 20), Frankfurt am Main, 31980.
Wuolijoki, Hella: Okichi Japanilainen Juudit. Yamamoto Yuzon kirjoittama
näytelmä. Länsimaisen sovituksen esinäytöksineen tehneet Hella Wuolijoki ja
Bertolt Brecht. Sovitus tehty yhtaikaisesti suomen ja saksan-Kielelle [Okichi. La
Judith japonesa. Una obra de Yamamoto Yuzo. Versión occidental con preludios
de Helia Wuolijoki y Bertolt Brecht. La versión fue llevada a cabo
simultáneamente en lenguas finesa y alemana]. Texto mecanografiado en poder
de los herederos de Wuolijo ki, Helsinki.
— Und ich war nicht Gefangene. Memoiren und Skizzen (Y yo no estuve presa.
Memorias y bocetos). Ed. de Richard Semrau. Traducción del finés al alemán de
Regine Pirschel, Rostock, 1987.
Yamamoto, Yuzo: Three Plays. Traducido del japonés por Glenn W. Shaw, Tokyo,
1935.
perspectiva romántica, de la guerra entre los señores feudales del siglo XII: Tokiwa-
Gozen, unida al derrocado jefe del clan Minamoto, se entregó al victorioso jefe del
clan Taira-no Kiyomori para salvar la vida de sus hijos, prefigurando en cierto modo
el acto heroico de Okichi. <<
Und ich war nicht Gefangene. Memoiren und Skizzen (Yyo no estuve presa.
Memorias y bocetos). Ed. de Richard Semrau. Traducción del finés al alemán de
Regine Pirschel, Rostock 1987, pp. 227-233 (ed. finlandesa 1945). Sobre Helia
Wuolijoki véase también mi retrato en el volumen de materiales editado por
Suhrkamp para Puntila (1987), pp. 292-298. <<
cuidado en Eberhard Rohse: Der frühe Brecht und die Bibel (El Brecht temprano y la
Biblia) (1983), pp. 122-128; véase también el par de conceptos «activismo-historia de
pasión» cuando habla de La Judith de Shimoda, p. 316. <<
de bolsillo de Fischer, Frankfurt am Main, 1982, pp. 85 ss. Hay edición española: El
día llegará. Traducción de Cristina García Ohlrich. Madrid, Anaya & Mario
Muchnik, 1995. <<
de La Ciotat (GEB, 18, pp. 407 ss.) y a los hijos de Madre Coraje. <<
desprende con total claridad por qué ha de ser tan extraviado «describir al Japón del
año 1941 como fascista o totalitario, como han hecho algunos autores» (p. 320). Lo
que el exilio alemán pensaba al respecto lo ilustra una glosa de Herwarth Walden con
el título Un pueblo unido de ladrones, publicada en Wort, 3, 1938, n.º 6, pp. 152-155.
R. Hartmann concluye su circunspecta reseña (pp. 192-194) con el siguiente resumen:
«No hay acuerdo al respecto […] de si antes de 1945 había fascismo en Japón. Pero,
se caracterice como se quiera al sistema entonces imperante, no se le podrán negar los
rasgos marcadamente dictatoriales-reaccionarios y fascistoides […] propios de un
sistema totalitario» (p. 194). <<
El Joven Japón de diciembre de 1924 (año 1, n.º 6), que contiene entre otras la obra
en un acto Umihiko Yamahiko, de Juzo Yamamoto». Reinhold Grimm: Bertolt Brecht
und die Weltliteratur (Bertolt Brecht y la literatura universal), Nuremberg, 1961, p.
19. <<
definitiva del preludio, sin que fuera sometido a revisión alguna. <<
13453, ABB 286/63: «Vida privada del soldado desconocido» y C 13475, ABB
235/53: «La doncella de Orleans (combinada con la asesina de Marat)». <<
mismo, son, estricto sensu, sólo cuatro (también en Yamamoto). La quinta escena
contiene ya el retorno a la vida cotidiana; en el legado de Brecht falta un texto de la
escena quinta. Esto es especialmente llamativo, ya que, a pesar de su caracterización,
no carente de contradicciones, precisamente, esa escena forma parte sin duda, en
todas las notas de Brecht, de la parte de reelaboración. La palabra «modificación» se
refiere al cambio de sitio de las escenas 2.a y 3.a. En el l.er plan de Brecht (GEB, 10,
p. 832), «El Estado lo quiere», aún es la 3.a escena (como en Yamamoto), y «Tsuru
aconseja», la 2.a Con la modificación de las dos escenas, como recalca con razón T.
Marumoto, p. 29, Brecht refuerza mucho la culpa de la sociedad en el destino de
Okichi. <<
plan así, con cálculo de extensión, para Puntila (cfr. el volumen de materiales de
Puntila, pp. 47-51). <<
medida del modelo, unas 37 páginas, lo que significa una reducción de 28 páginas, o
de más del 40%. <<
(Three Plays, pp. 165-167). La renuncia a esta escena autónoma del reencuentro entre
Okichi y Tsurumatsu estaba acordada (cfr. la concordancia con página anterior).
Brecht hace que el «director» refiera su núcleo en pocas palabras, Wuolijoki le da
forma escénica. <<