Matthew Lipman 11-12 Harry (Lógica)
Matthew Lipman 11-12 Harry (Lógica)
Matthew Lipman 11-12 Harry (Lógica)
Matthew Lipman
Traducción
Miguel Lizano Ordovás
EDICIONES DE LA TORRE
Madrid, 1988
ISBN: 84 86.587-41-7
Son constantes las quejas de los profesores sobre las deficiencias con las que
los alumnos llegan a los cursos superiores, en los que siguen mostrando fallos
importantes en destrezas cognitivas básicas. Ello ha llevado a insistir cada vez
más en la necesidad de potenciar el desarrollo de esas destrezas desde los
primeros años de la escuela, de enseñar a los alumnos a pensar de forma crítica y
creativa, consolidando paso a paso el dominio de los conceptos y procedimientos
propios de un pensamiento riguroso. Una observación similar podría hacerse en el
ámbito de la educación ética. Desde 1969, Matthew Lipman, profesor en la
universidad de Columbia, Nueva York, viene desarrollando un programa, bajo el
nombre de Filosofía para Niños, que abarca ambos aspectos y parte del supuesto
de que debe ser en y desde la filosofía el ámbito en el que se aborde la educación
de los niños. El descubrimiento de Harry es el título central del Programa. Consta
de una novela y un manual del profesor y puede utilizarse desde 4º de E.G.B. a 1º
de B.U.P. o F.P.
La novela nos ofrece situaciones de la vida cotidiana de los niños en una
escuela, preocupados por descubrir el sentido de las experiencias que les van
ocurriendo. El manual del profesor contiene cuatrocientas cincuenta páginas de
variados ejercicios, basados en la novela, orientados a desarrollar las destrezas
básicas cognitivas (razonamiento hipotético, inductivo y deductivo, analogías,
generalizaciones, etc.).
Proyecto Didáctico Quirón Programa Filosofía para Niños
Capítulo I
Seguramente no habría ocurrido si aquel día Harry no se hubiera dormido en la
clase de ciencias. Bueno, en realidad no es que se hubiera dormido. Simplemente,
se distrajo. El señor Bradley, el profesor, estaba hablando del sistema solar y de
que todos los planetas giran alrededor del Sol, y de pronto Harry dejó de
escuchar, porque en el acto se encontró contemplando en su mente un enorme y
llameante Sol con todos los diminutos planetas girando constantemente a su
alrededor.
De pronto se dio cuenta que el señor Bradley le miraba fijamente. Harry intentó
despejar la mente para prestar atención a la pregunta:
—¿Qué es una cosa que tiene una larga cola y tarda setenta y siete años en dar
una vuelta alrededor del Sol?
Harry se dio cuenta que no tenía ni idea de la respuesta que esperaba el señor
Bradley. ¿Una larga cola? Por un momento consideró la posibilidad de decir «el
Can Mayor» (acababa de leer en la enciclopedia que a Sirio también se le llamaba
«Can Mayor»), pero pensó que al señor Bradley no le iba a hacer gracia esa
respuesta.
El señor Bradley no tenía mucho sentido del humor, pero sí una gran paciencia.
Harry sabía que disponía de cierto tiempo, que podía ser suficiente para encontrar
algo que decir. «Todos los planetas giran alrededor del Sol —recordaba que había
dicho el señor Bradley—.» Y este objeto con cola, fuera lo que fuera, también
daba vueltas alrededor del Sol. ¿Podría ser también un planeta? Valía la pena
probar.
—¿Un planeta? —preguntó con ciertas dudas.
No estaba preparado para la carcajada general. Si hubiera prestado atención,
habría oído al señor Bradley decir que el objeto al que se refería era el cometa
Halley y que los cometas dan vueltas alrededor del Sol, igual que los planetas,
pero decididamente no son planetas.
Por suerte, justo entonces, sonó el timbre y se acabaron las clases por aquel
día. Pero al volver a casa, Harry aún se sentía mal por no haber sabido responder
cuando el señor Bradley le preguntó. Además, estaba perplejo. ¿En qué se había
equivocado? Repasó el razonamiento que había seguido para dar aquella
respuesta. «Todos los planetas giran alrededor del Sol», había dicho muy
claramente el señor Bradley. Y este objeto con cola también gira alrededor del
Sol, solo que no es un planeta.
«De modo que hay cosas que giran alrededor del Sol y no son planetas —se dijo
Harry—. Todos los planetas giran alrededor del Sol, pero no todo lo que gira
alrededor del Sol es un planeta.» Y entonces Harry tuvo una idea: «Las oraciones
no se pueden invertir Si la parte final de una oración se pone al principio, dejará
de ser» verdadera. Por ejemplo, la oración “todas las encinas son árboles”, si se invierte, se
convierte en “todos los árboles son encinas”. Pero eso es falso. Así, es verdad que todos los
planetas giran alrededor del Sol. Pero si invertimos la oración y decimos “todas las cosas que giran
alrededor del Sol son planetas”, entonces ya no es verdadera, ¡es falsa!»
Su idea le fascinó tanto que se puso a probarla con más ejemplos Primero
pensó en la oración «todos los aviones de plástico son juguetes». «Creo que es
verdad —pensó—. Ahora démosle la vuelta “Todos los juguetes son aviones de
plástico”.» ¡Invertida, la oración resultaba falsa! ¡Harry estaba encantado!
Probó con otra oración: «Todos los pepinos son hortalizas» (Harry tenía
debilidad por los pepinos). Pero lo inverso no tenía sentido en absoluto. ¿Todas las
hortalizas son pepinos? ¡Por supuesto que no! Harry estaba emocionado con su
descubrimiento. ¡Si lo hubiera sabido por la tarde, seguramente se habría
ahorrado todo aquel apuro!
Entonces vio a Lisa.
En la escuela, Lisa también estaba en su clase, pero Harry tenía la impresión de
que no estaba entre los que se habían reído de él. Y le pareció que si le contaba lo
que había descubierto, ella sería capaz de entenderlo.
—¡Lisa, acabo de tener una idea divertida! —anunció Harry en voz bastante
alta. Lisa le sonrió y se quedó a la espera, mirándole.
—Cuando inviertes una oración, deja de ser verdadera —dijo Harry. Lisa arrugó
el ceño.
—¿Y eso qué tiene de maravilloso? —preguntó.
—Vale —dijo Harry—, dime una oración cualquiera y lo verás.
—Pero, ¿qué clase de oración? —Lisa estaba indecisa—. No puedo inventarme
una oración cualquiera por las buenas.
—Bueno —dijo Harry—, una oración con dos clases de cosas, como perros y
gatos, o cucuruchos de helado y alimentos, o astronautas y personas.
Lisa se puso a pensar. Justo cuando iba a decir algo y Harry esperaba
impaciente que lo soltara, movió la cabeza negativamente y siguió pensando.
—¡Venga, dos cosas, dos cosas cualesquiera...! —suplicó Harry.
Al fin, Lisa se decidió:
—Ningún águila es un león.
Harry se lanzó sobre la oración del mismo modo que su gato, Mario, se lanzaría
sobre un ovillo de lana que rodara hacia él. En un instante tenía invertida la
oración: «Ningún león es un águila.» Se quedó pasmado. La primera oración,
«ningún águila es un león», era verdadera. Pero también lo era una vez invertida,
porque «ningún león es un águila», ¡también era verdadera!
Harry no entendía por qué no había funcionado.
—Las otras veces funcionó... —empezó a decir en voz alta, pero no pudo acabar
la frase.
Lisa le miraba interrogativamente. «¿Por qué había tenido que darle una
oración tan tonta? —pensó Harry, en un acceso de resentimiento.» Pero entonces
se le ocurrió que, si en realidad hubiera descubierto una regla, tendría que haber
resultado con oraciones tontas tanto como con las que no eran tontas. De modo
que, en realidad, la culpa no era de Lisa.
Por segunda vez aquel día, Harry tenía la sensación de que, por una u otra
razón, había fracasado. Su único consuelo era que Lisa no se estaba riendo de él.
—Realmente creí que había descubierto algo —le dijo.
—¿Lo probaste? —preguntó ella. Sus ojos grises, bien separados, eran diáfanos
y serios.
—Naturalmente. Cogí oraciones como «todos los aviones de plástico son
juguetes», y «todos los pepinos son hortalizas», y encontré que, cuando la parte
final se ponía al principio, las oraciones dejaban de ser verdaderas.
—Pero la oración que te di yo no era como las tuyas —replicó Lisa con rapidez
—. Todas tus oraciones empezaban con la palabra «todos». Pero mi oración
empezaba con la palabra «ningún».
¡Lisa tenía razón! Pero, ¿ese detalle podía cambiar tanto las cosas? Sólo cabía
hacer una cosa: probar con más oraciones que empezaran por la palabra
«ningún».
—Si es verdad que «ningún submarino es un canguro» —empezó Harry—, ¿qué
hay con «ningún canguro es un submarino»?
—También es verdad —replicó Lisa—. Y si ningún mosquito es un pirulí
«también es verdad que ningún pirulí es un mosquito».
—¡Eso es!—dijo Harry, entusiasmado—, ¡Eso es! Si una oración verdadera empieza con la
palabra «ningún», entonces su inversa también es verdadera. Pero si empieza con la palabra
«todos», entonces su inversa es falsa.
Harry estaba tan agradecido a Lisa por su ayuda que casi no sabía qué decir.
Quería darle las gracias, pero se limitó a musitar algo y echó a correr hasta su
casa.
Fue directamente a la cocina, pero al llegar allí encontró a su madre de pie
delante del frigorífico hablando con la vecina, la señora Olson. Harry no quería
interrumpir, de modo que se quedó un momento parado, oyendo la conversación.
—Pues, como le digo, señor Stottlemeier. Esa..., la señora Bates, que acaba de
hacerse de la Asociación de Padres, cada día le veo entrar en la tienda de licores.
Y ya sabe usted lo preocupada que estoy con esos desgraciados que no pueden
dejar de beber. Cada día los veo en la tienda de licores. Así que... no sé si la
señora Bates no será, ya sabe usted...
—¿Si la señora Bates es como ellos? —preguntó la madre de Harry,
diplomáticamente.
La señora Olson asintió. De pronto, algo hizo «clic» en la cabeza de Harry.
—Señora Olson —dijo—, sólo porque, según usted, todos los que no pueden
dejar de beber son personas que van a la tienda de licores, todos los que van a la
tienda de licores no tienen por qué ser personas que no pueden dejar de beber.
—Harry —dijo su madre—, esto a ti no te importa y, además, estás
interrumpiendo.
Pero Harry vio en el rostro de su madre que estaba satisfecha con lo que había
dicho. Así que se sirvió en silencio un vaso de leche y se sentó a beberlo,
sintiéndose más contento de lo que había estado hacía días.
Capítulo II
***
Pero aquella noche, Tony Melillo daba vueltas en su cama y no podía dormirse.
Tony estaba orgulloso de que encontraba la Aritmética más fácil que la mayoría
de los otros niños. Pero también le gustaba la Lengua. No tanto las narraciones.
Lo que más le gustaba era la Gramática. En realidad, a pocos niños les gustaba la
Gramática, pero a Tony sí. Le gustaba ver cómo se conectaban entre sí las
diferentes partes de las oraciones.
—Puedes desmontar una oración exactamente igual que des montas un
despertador viejo y extiendes en el suelo todas sus piezas delante de ti —le dijo
una vez a Timmy Samuels. Timmy siempre estaba preguntándole a Tony cómo se
hacían los deberes de Aritmética y de Lengua.
Pero ahora Tony estaba pensando en el descubrimiento de Harry y en lo que
pasó cuando lo probó con su padre.
Papá —le había dicho—, ¿recuerdas lo que me dijiste el otro día de que todos
los ingenieros tienen facilidad para las Matemáticas, y que por eso tengo que ser
ingeniero?
El señor Melillo cerró el periódico, se quitó las gafas, apagó el cigarrillo en el
cenicero y, finalmente, contestó:
—Sí, ¿por qué?
—Bueno —dijo Tony—, es que... dijiste: «todos los ingenieros tienen facilidad
para las Matemáticas.» De acuerdo. Y tú eres ingeniero. Así que ya se sabe lo que
significa eso: que se te dan bien las Matemáticas, ¿no?
El señor Melillo asintió con la cabeza y Tony continuó.
—Pero papá, de la oración «todos los ingenieros tienen facilidad para las
Matemáticas» no se deduce que yo también tenga que ser ingeniero sólo porque
resulta que se me dan bien las Matemáticas.
—¿Por qué no? —preguntó el señor Melillo.
De pronto, Tony se dio cuenta de que había olvidado la explicación de Harry. Se
quedó desconcertado, temiendo que su padre volviera a abrir el periódico y se
pusiera a leer. Entonces, con la misma prontitud, se acordó:
—Porque una oración de esa clase no se puede invertir —dijo triunfalmente, y
comenzó a explicar a su padre lo que le había dicho Harry.
El señor Melillo escuchó pacientemente, y luego dijo:
—De acuerdo, pero yo soy un tipo que siempre quiere saber por qué las cosas
son como son. De modo que lo que quiero que me expliques ahora es: ¿por qué las
oraciones que empiezan con la palabra «todos» no se pueden invertir?
Tony movió la cabeza negativamente y admitió que no sabía por qué.
—Bueno, yo tampoco lo sé —dijo su padre—, pero estoy dispuesto a intentar
averiguarlo. Mira, vamos a hacer lo siguiente— se sacó del bolsillo un sobre viejo
y se puso a escribir por detrás—. Voy a dibujar un círculo grande y le voy a poner
una etiqueta, así:
Lo que quiero decir es que todos los que tienen facilidad para las Matemáticas
están dentro de este círculo, como si fuera una gran valla redonda o una cerca.
Ahora voy a dibujar un segundo círculo dentro del primero, de esta manera:
Eso significa que el círculo pequeño sólo encierra ingenieros, pero que todos
ellos tienen facilidad para las Matemáticas porque también caen dentro del círculo
grande. Ahora puedes ver, Tony, cómo el círculo pequeño cabe dentro del grande,
pero el grande no cabe dentro del pequeño.
Tony se quedó mirando a su padre.
—¿Quieres decir que ésa es la razón por la cual no podemos invertir las
oraciones que empiezan con «todos» ¿Porque se puede incluir un grupo pequeño
de personas o cosas dentro de un grupo más grande, pero no un grupo grande
dentro de uno más pequeño?
—Por lo visto, en eso consiste todo —contestó su padre.
Tony dio una palmada sobre la mesa.
-Es como si dijeras «todos los neoyorquinos son americanos». Eso, de ningún
modo, significa que «todos los americanos son neoyorquinos». Porque si Nueva York es parte
de América, América no puede ser parte de Nueva York.
—También significa —dijo el señor Melillo— que, aunque es verdad que todos
los ingenieros son hábiles para las Matemáticas, no se sigue que todas las
personas hábiles para las Matemáticas sean ingenieros.
—¡Entonces, tenía yo razón! —exclamó Tony.
—Tenías razón —dijo su padre con una leve sonrisa—. Tenías toda la razón.
Se puso las gafas, encendió otro cigarrillo y volvió a coger su periódico.
Capítulo IV
Y efectivamente, Lisa habló con Harry Stottlemeier sobre su conversación con
Fran y Jill.
—Fran dice que sus pensamientos son reales —le dijo.
—El hermano pequeño de Suki debe de pensar así también —replicó Harry—.
Tiene dos años y el otro día, mientras dibujaba, dice Suki que le oyó decir:
«¡Tengo un pensar, y hago una raya alrededor de mi pensar!»
—Bueno, ¿son o no son reales los pensamientos? —preguntó Lisa con
impaciencia.
—Aún no lo sé —dijo Harry, golpeando su guante de béisbol—. En algunos
aspectos son más reales aún que las cosas. Porque cuando las cosas no están a
nuestro alrededor, no podemos estar seguros de que siguen existiendo, mientras
que los pensamientos siempre los llevamos con nosotros. Puedes cerrar los ojos y
hacer que el mundo desaparezca, pero no puedes hacer que desaparezcan tus
pensamientos.
Lisa se encogió de hombros y fue para adentro. «No tengo nada que hacer»,
pensó. La hora del almuerzo no había terminado todavía. La señora Halsey estaba
sentada a su mesa, que más bien parecía una montaña de papeles y libros.
Saludó a Lisa con un movimiento de cabeza y siguió mirando por la ventana.
—Lisa —dijo—, ¿podrías ayudarme? Tengo que poner un tema de redacción
para el fin de semana, pero no estoy satisfecha con ninguna de las ideas que se
me han ocurrido.
—¿Un tema de qué tipo?
—Bueno, ¿qué te parecería hacer una redacción sobre «la cosa más importante
del mundo»?
Lisa proyectó hacia afuera el labio inferior y se quedó pensativa.
—¡Uy!
—¿Uy? —replicó la señorita Halsey.
—Quiero decir que no me gustaría —dijo Lisa—. Además, ¿qué quiere decir con
«importante»? ¿Importante en sí misma o importante para nosotros?
La señorita Halsey pareció sorprenderse. Exclamó:
—¡Tienes razón! Podría significar las dos cosas, ¿verdad? Bueno, ¿tú cómo
sugerirías que lo dejáramos?
—¿Por qué no nos hace escribir sobre lo que más nos interesa a nosotros? —
replicó Lisa.
La señorita Halsey asintió.
—Gracias, Lisa. Lo haré así —dijo.
Cuando la clase se hubo sentado, anunció el tema como «la cosa más
interesante del mundo».
Timmy había levantado la mano.
—¿Quiere usted decir, cuando dice «cosa», algún tema de estudio, como
Historia o Biología, o quiere decir una cosa que se pueda tocar y coger, como una
pelota de fútbol o una raqueta de tenis?
—¡Vaya!—dijo la señorita Halsey, mirando a Lisa— ¡He vuelto a hacer lo mismo! Timmy,
tienes toda la razón al hacer esa pregunta. He de ser más precisa. Sí, una cosa puede ser un
objeto, como una raqueta de tenis, algo que se puede ver, tocar y medir, y puede ser algo más
bien vago y difícil, como una actividad.
—¿Cómo hacer lo que más te gusta? —preguntó Fran, sonriendo.
—Bueno, pensaba más bien en actividades o procesos como respirar, oxidarse,
volar o esquiar..., cosas así —contestó la señorita Halsey.
Harry anotó cuidadosamente el deber en su libreta amarilla. I fasta el domingo
no se volvió a acordar. Como de costumbre, iba escribiendo con gran lentitud. Y,
por mucho que lo intentaba, no lograba que las palabras le quedaran pegadas a
las líneas. Su redacción empezaba así:
«EL PENSAMIENTO»
Para mí, la cosa más interesante del mundo entero es el pensamiento. Ya sé
que hay muchas otras cosas que también son muy importantes y maravillosas,
como la electricidad, el magnetismo y la gravitación. Pero aunque nosotros las
entendemos a ellas, ellas no pueden entendernos a nosotros. Por eso el
pensamiento debe de ser algo muy especial.
Harry suspiró aliviado. ¡Qué paso tan grande habían dado! Dejó de escribir en
su cuaderno lo justo para ver que todos los demás miembros de la clase anotaban
cuidadosamente lo que el señor Spence acababa de escribir en la pizarra. Hasta
Tony estaba escribiendo a toda prisa.
Unos días después, la señorita Halsey devolvió a Harry la redacción que había
escrito sobre «El pensamiento». La señorita había escrito muchas notas en los
márgenes, pero una frase interesó a Harry sobre todo: «Tienes razón, Harry —
había escrito— no hay hecho en el mundo más maravilloso que nuestra
comprensión de ese hecho.»
Harry lo leyó una y otra vez, con gran admiración. «Lo ha expresado tan bien...
—pensó—. Yo nunca lo podría expresar tan bien», —y se encogió de hombros.
«¡Siempre las personas mayores!», se dijo. Y cerró la cartera, listo para volver a
casa. Al salir por la puerta lateral de la escuela, una piedra pasó zumbando junto a su
cara y fue a romper la luna de la puerta. Harry se dio la vuelta justo a tiempo de ver a alguien que
corría, pero no pudo ver quién era. Pero lo primero que pensó Harry fue que el chico que había
tirado la piedra era Tony.
Capítulo V
Ya están las personas mayores...! —dijo Mark Jahorski cuando el conserje les
echó, a él y a su hermana gemela, María, fuera de la salida de emergencia.
María, como siempre, conservaba la calma.
—Es su trabajo —observó—. Cuando tienes un trabajo que hacer, dices y haces
cosas con las que puedes no estar de acuerdo, como cuando en la escuela tienes
un papel en una obra de teatro y tienes que decir líneas con las que no estás de
acuerdo.
Mark no dijo nada. Su hermana siempre le estaba explicando cosas. No solía
estar de acuerdo con ella, pero raras veces sabía por qué. Entonces se les acercó
Harry Stottlemeier. Venía comiendo pasas cubiertas de chocolate. Ofreció a Mark
y luego, como pensándolo mejor, ofreció a María. Comieron los dulces en silencio.
Mark volvió a hablar.
—¡Qué paliza con la Historia! ¡Me aburro como una ostra en esa clase!
Harry no tenía ganas de discutir.
—Algunas de las asignaturas están bien y algunas no —contestó.
De pronto, a Harry le vino a la mente la imagen del señor Spence escribiendo
en la pizarra:
«Algunas asignaturas son interesantes»
«Algunas asignaturas no son interesantes»
Pero esperó mientras Mark continuaba:
—No hay ni una que valga la pena —dijo—. Todas están mal.
—Mark —dijo María, con una pizca de enfado en su voz—, que algunas
asignaturas te aburran a ti no quiere decir que todas sean aburridas.
—No es que lo quiera decir —contestó Mark—. Es que lo son y ya está.
Pero María continuaba como si no le hubiera oído.
—De hecho —dijo—, si algunas asignaturas son aburridas, tiene que hablar
otras que sean divertidas.
Harry la miró con expresión de incredulidad.
—¿Cómo? —preguntó al fin.
—Digo... —empezó María, y repitió su observación—, Y no me estoy inventando
nada —añadió—. Piénsalo por ti mismo.
Mark puso un libro en el suelo y, usándolo como un cojín, probó a sostenerse
sobre la cabeza.
—Lo uno no se deduce de lo otro, María —objetó Harry—. Mira —dijo, sacándose
del bolsillo la bolsa de dulces, que aún estaba casi llena—. Figúrate que no
supieras qué clase de dulces hay en esta bolsa, y luego vieras sacar tres dulces y
los tres fueran marrones. ¿Se seguiría que hay otros dulces en la bolsa que no son
marrones?
—¿Quieres decir si yo sabría de qué color son los otros sin verlos? No, supongo
que no.
—¡Naturalmente!—exclamó Harry—, ¡Si todo lo que sabes es que algunos de
los dulces son marrones, no puedes decir de qué color son todos, y por supuesto
no puedes decir, porque algunos son marrones, que otros no deben de serlo!
María dijo que no sabía ni siquiera de qué hablaba Harry, pero entonces Mark
ya estaba de pie.
—Así que, si unos marcianos aterrizaban aquí, en el patio, en este preciso
instante, y viéramos que todos eran muy altos, ¿qué demostraría eso sobre los
otros marcianos que pudieran existir? —preguntó Mark.
—No se seguiría que los otros son altos y tampoco que no lo son —contestó
Harry—. No podrías decir ni lo uno ni lo otro.
María se quedó pensativa.
—Pero la gente siempre está sacando conclusiones precipitadas. Si encuentran
un polaco, o un italiano, o un judío, o un negro, enseguida sacan la conclusión de
que todos los polacos son así o todos los negros o todos los italianos o todos los judíos.
—Es verdad —dijo Harry—. El único ejercicio que practican algunas personas es
sacar conclusiones precipitadas.
—Y meterse con otras personas —comentó María.
Mark, sin embargo, aún estaba pensando en el anterior tema de conversación.
—Sigo pensando que la clase de Historia es horrible. De hecho, todas las clases
en esta escuela son horribles. Es una escuela horrible.
—¿Las hay mejores? —preguntó Harry.
—No —contestó Mark—, seguramente no las hay. Conozco a niños que van a
colegios privados, y a otros que van a escuelas parroquiales, y por lo que me
cuentan, las escuelas son horribles en todas partes.
—¿Qué hace que sean tan malas? —preguntó Harry.
—Las personas mayores —respondió Mark en seguida—. Organizan las escuelas
para su propia conveniencia. Mientras hagas lo que te dicen, bien. Pero si no, te la
has cargado.
María y Harry estaban un poco incómodos con lo que Mark había dicho. Pero
María seguía sentada sin moverse, mientras que Harry paseaba arriba y abajo. Al
fin, cogió una piedra del suelo y la tiró a un poste de telégrafos: falló por más de
medio metro.
—Mark —empezó María con calma—, sólo lo hacen por nuestro bien.
—Ya —dijo Mark—, puedes estar segura de que lo llamarán «bien» hagan lo que
hagan.
—Bueno, pero alguien ha de dirigir las escuelas, así que han de ser las personas
mayores, porque ellos saben más que nosotros. Con otras cosas pasa igual. Tú no
querrías volar en un avión pilotado por un niño pequeño, ¿verdad? Y no querrías ir
a que te operaran de apendicitis a un hospital en el que los cirujanos y las enfermeras
fueran niños pequeños, ¿verdad? Entonces, ¿qué se puede hacer más que dejar que las personas
mayores dirijan las escuelas, ya que son los únicos que lo pueden hacer bien? —María respiró
profundamente. Había hablado mucho.
Mark tenía un aspecto muy sombrío.
—Yo no he inventado la idea de que los niños deban dirigir las escuelas: fuiste
tú. Claro que, vete a saber, quizá, si lo hicieran, las cosas no irían peor de lo que
van ahora.
Harry movió la cabeza negativamente.
—No es cuestión de si los mayores deben dirigir las escuelas o si deberían ser
los niños. Esa no es la cuestión para nada. La verdadera cuestión es si las
escuelas han de ser dirigidas por gente que sabe lo que hace o por gente que no
sabe lo que hace.
—¿Qué quieres decir con «que sabe lo que hace»? —preguntó María. Harry se
encogió de hombros.
—Que entienda, supongo —contestó—. El que dirija las escuelas debe entender
a los niños, por ejemplo. Creo que Mark tiene razón. Muchas veces no nos
entienden. Pero lo más importante que han de entender es, en primer lugar, por
qué vamos a la escuela.
—Vamos a la escuela para aprender —dijo María.
—¿De veras?—preguntó Harry—. ¿Y qué tenemos que aprender?
—Supongo que respuestas —María se preguntaba adónde quería ir a parar Harry. De
pronto, cayó en la cuenta—. No, no, retiro eso. Tenemos que aprender a resolver problemas.
Mark miró a María, luego a Harry, luego otra vez a María.
—¿Tenemos que aprender a resolver problemas —dijo, al fin, con aire
inquisitivo—, o a hacer preguntas?
—Tenemos que aprender a pensar —dijo.
—Sí, aprendemos a pensar —contestó Mark—, pero nunca aprendemos a
pensar por nosotros mismos. Los profesores no quieren admitirlo, pero yo tengo
una cabeza propia. Siempre están llenándome la cabeza de basura de todas
clases, pero mi cabeza no es el vertedero municipal. ¡Me saca de quicio!
—Bueno, ¿a qué clase de escuela te gustaría ir? —preguntó Harry.
Mark se quedó mirando unas palomas que había sobre la hierba, y luego
replicó:
—¿Que a qué clase de escuela me gustaría ir? Te voy a decir a qué clase de
escuela me gustaría ir. No tendrías que ir a clase a menos que quisieras. Así,
tendrían que hacer las asignaturas interesantes de verdad para que tuvieras
interés en asistir. Y, como en un museo, cada vez que quisieras saber más cosas
sobre un tema, no tendrías más que apretar un botón y empezaría a pasar una
película, o se pondría en marcha una máquina de enseñar. Y las asignaturas de
ciencias se enseñarían como ciencia-ficción.
—El fallo que tiene lo que dices —interrumpió Harry— es que gran parte de lo
que te enseñan en la escuela no se puede hacer interesante.
—Claro que se puede —replicó Mark—, Mira cómo hacen las cosas interesantes
en los anuncios de televisión. Los anuncios son realmente magníficos, ¡y todo lo
que anuncian es una miserable pastilla de jabón! —Harry sonrió.
—Pero todo eso es fingido, Mark, tú lo sabes.
—Claro —dijo Mark—, tienes razón. Pero en los anuncios cogen cualquier cosa
sin importancia y lo adornan y lo hacen parecer fascinante, mientras que aquí, en
la escuela, cogen temas como la historia que, en realidad, son muy interesantes y
te los enseñan de tal manera que parecen aburridos y monótonos.
Harry movió la cabeza negativamente. Todo lo que dijo fue:
—No sé, Mark. Ya no sé qué decir.
—Ni yo tampoco —intervino María—, pero tengo que volver a casa. Aquí
empieza a hacer frío.
Los chicos fueron hasta el otro lado del patio, donde estaban jugando un
partido de béisbol. Se añadieron a los exteriores y luego cada uno de ellos bateó
por turno. Al cabo de un rato, terminó el partido y se estaba haciendo tarde, hora
de estar en casa. Pero Harry y Mark aún se quedaron, tumbados sobre un
montículo de hierba, masticando tréboles y cebollas silvestres y mirando al cielo.
El cielo estaba claro y azul, menos en un trozo que ocupaba una enorme nube
blanca que se movía lentamente. De repente, Mark exclamó:
—¡Harry, es América del norte!
Y así era. Allí estaba Alaska, y la Bahía de Hudson y Florida y el Golfo de Méjico.
Sólo que Méjico y California estaban un poco desdibujados y confusos. Los chicos
miraban fascinados mientras el gran continente blanco se deslizaba
majestuosamente por el Pacífico azul.
—¡Ha sido fantástico! —dijo Harry cuando la nube ya no era más que un borrón
en la lejanía.
—Sí, genial —repuso Mark. Y añadió—: Pero, ¿sabes qué?, fue idea nuestra.
—¿Cómo que fue idea nuestra? —preguntó Harry.
—Quiero decir —dijo Mark—, ha sido una nube magnífica. Pero también, si lo
piensas bien, ha sido magnífico que nosotros hayamos estado aquí tumbados y la
hayamos visto como América del Norte navegando por el Pacífico. Tienes que
admitir también esa parte.
El comentario de la señorita Halsey volvió a cruzar la mente de Harry como un
titular de actualidad cruza el pie de la pantalla de televisión: «Por muy
maravillosa que pueda ser una cosa, entenderla es igual de maravilloso.» No era
exactamente como ella lo había expresado, pero la idea era la misma.
—Creo —observó Harry— que no es necesario viajar a la luna ni ir en submarino
por el Pacífico para correr aventuras y ver maravillas. A veces están ahí delante,
esperando que las veas.
—A veces me entusiasmo con mis propias ideas —dijo Mark—, y voy de un lado
para otro en mi habitación o doy puñetazos a un cojín, o hago toda clase de
tonterías hasta que me calmo.
Se quedaron callados un momento. Harry comentó:
—Oye, Mark, ¿se te ocurre quién puede haber sido el que me intentó dar con
una piedra el otro día? —y, como al descuido, contó a Mark lo que había ocurrido.
—¿El martes, después de clase?
—Sí, el martes, después de clase.
No estoy seguro dijo Mark—, pero yo salía de clase antes que tú y recuerdo que
vi a ese nuevo, Bill Beck, que estaba detrás de un árbol cerca de la puerta lateral.
«¡Bill Beck! ¿Por qué querría él tirarme una piedra?» —pensó Harry. «Pero, para el caso,
¿por qué iba a querer hacerlo Tony?»
Al volver a casa, Harry se iba fijando en lo que podía haber detrás de los
árboles o acechando detrás de las esquinas. Fuera quien fuese el que había tirado
la piedra el martes, quizá no fallaría la próxima vez.
Capítulo VI
Hay una música que no me puedo quitar de la cabeza —dijo Jill—. La tenemos en un disco y mi
hermano siempre la está poniendo. Se titula «La perdiz del brujo», o algo así.
—Fran corrigió a Jill sonriendo.
—El aprendiz de brujo.
Jill se rió de su propio error.
—Es igual —continuó—, es como si estuviera obsesionada por esta música. Me
viene cuando voy a hacer los deberes, y cuando voy .i dormirme, y en cantidad de
ocasiones. Ojalá pudiera sacudir la cabeza y quitármela de encima, igual que mi
perro se sacude el agua de encima.
Era el viernes por la noche y Fran Wood y Laura O’Mara se habían quedado a
dormir en casa de Jill.
—A mí a veces me pasa con sueños —dijo Laura—. Mi abuela estuvo enferma
largo tiempo y, cuando murió, siempre soñaba con ella, y tenía la impresión de
que era ella quien me hacía tener esos sueños. Pero, ¿cómo podía ser si ya estaba
muerta?
—Los muertos no te pueden hacer nada —dijo Fran, y añadió—: Al menos no
creo que puedan.
Jill miró a Fran interrogativamente.
Es curioso —dijo—, la última vez que oí ese disco fue hace una semana, pero
desde entonces he estado oyendo la música en mi cabeza sin parar. Me
impresionó mucho. Entonces, ¿no es posible que a Laura le haya impresionado
mucho la muerte de su abuela, y esa sea la única razón por la que ha estado
soñando con ella desde entonces?
Laura movió la cabeza negativamente.
—Cuando ves la Luna, es porque la Luna está ahí, haciendo que la veas, ¿no? Y
en mi mente hace un momento oía tu voz porque me estabas hablando. Por eso
creo que todos los pensamientos que hay en mi mente son efecto de cosas que
están fuera de mi mente.
—Qué tonterías —dijo Jill—. Hay cantidad de cosas imaginarias que sólo están
en tu mente, y fuera no hay nada en absoluto que se le parezca.
—¿Qué cosas? —preguntó Laura.
—Pues... los vampiros, y las hadas, y el monstruo de Frankenstein —replicó Jill.
—Vale —dijo Laura—, es verdad que no creo en hadas y monstruos. De los
vampiros no estoy segura. Pero incluso las hadas y los monstruos hay personas
reales que los inventan y nos cuentan historias de ellos y nos hacen creer en
ellos.
—Laura —interrumpió Fran—, todo el rato hablas de lo que hay en la mente.
Pero, ¿qué es la mente?, y ¿cómo sabes que tienes mente?
Laura bostezó, se estiró y, al mismo tiempo, meneó los dedos de los pies bajo
las sábanas.
—Sé que tengo mente —replicó— igual que sé que tengo cuerpo.
El padre de Jill llamó a la puerta y dijo a las niñas que eran más de las doce y ya
debían estar dormidas. Las niñas prometieron dejar de hablar (al menos eso dijo
Jill; las otras a duras penas contenían la risa). Pero, al poco rato, ya habían vuelto
al mismo tema.
Fran insistía en que una persona podía ver y tocar su cuerpo, pero no podía ver
ni tocar su mente.
—Cuando dices «mente» —concluyó Fran— no hablas más que de tu cerebro.
Sólo son reales las cosas que se pueden tocar.
—Muchísimas cosas reales son imposibles de ver ni tocar —objetó Laura—. Por
ejemplo, si vas de paseo, ¿existe realmente una cosa llamada paseo? Si vas de
visita o de compras, ¿existen realmente cosas llamadas visitas y compras.
—Bueno, ¿y qué quieres decir con eso? —preguntó Fran.
—Creo que lo que quiere decir Laura —dijo Jill— es que lo que llamamos
pensamiento es algo que hacemos nosotros, como pasear, hacer visitas o
comprar.
—Claro —asintió Laura—, eso es lo que quiero decir. Cuando dije antes que
tenía mente, quería decir que pensaba cosas. Pienso en mis muñecas, o en mi hermana
pequeña, o en lo que sea. «Tener mente» no es más que «pensar».
Pero Fran no estaba satisfecha con la solución a la que habían llegado Jill y
Laura.
—Estoy de acuerdo —dijo— en que quizá la mente no sea exactamente lo
mismo que el cerebro. Ya sé que antes dije que lo era, pero ahora he cambiado de
idea y tengo otra cosa en mente —todas se echaron a reír, y luego Fran continuó
—. Quiero decir: no puedes ver la electricidad, pero es real. Entonces, ¿por qué no
podrían ser nuestros pensamientos algo eléctrico en el cerebro?
Esta vez fue la madre de Jill la que dijo a las niñas que tendrían que continuar la
conversación por la mañana.
—Mamá —dijo Jill—, ¿qué es la mente?
La señora Portos sospechó que la estaban llevando a una discusión que ya
debería haber terminado. Pero no quería dejar a Jill sin respuesta, de modo que
dijo:
—Cuando tenía tu edad, Jill, pensaba que la mente era una cosa vaga como
humo, parecida al aliento.
—¿Pensabas que la podrías ver cuando hace mucho frío, como se puede ver el
aliento? —interrumpió Jill.
—No —replicó su madre—, sólo pensaba en ella como algo real pero invisible.
Nunca lo podrías ver, pero era donde estaban tus pensamientos, tus sentimientos
y tus recuerdos e imaginaciones, y todas estas cosas también estaban hechas de
la misma materia fina y delicada.
—¡Oh!—exclamó Jill—. ¡Exacto! ¡Eso es lo que es!
La señora Portos sonreía.
—Quizá.
—Bueno, ¿qué podría ser, si no? —preguntó Jill, algo intranquila.
La señora Portos acarició la cabeza de Jill.
—Realmente no lo sé —dijo—. Al cabo de un momento añadió:— Y no lo digo
porque sea tarde y no tenga ganas de hablar. Es verdad, realmente no lo sé. Pero
a veces pienso que no es más que lenguaje.
—¿Lenguaje? —preguntó Jill.
—Cuando los niños empiezan a hablar, hablan con otras personas —dijo la
señora Portos—. Cuando no hay otras personas a mano para hablar con ellos, los
niños continúan hablando como si las hubiera. Dicho de otra manera, empiezan a
hablarse a sí mismos. Y se hablan a sí mismos cada vez más calladamente hasta
que no emiten ningún sonido. Eso se llama pensar.
—¿Y quiere usted decir —dijo Fran— que al principio los niños sólo verían las
cosas cuando estuvieran presentes, pero cuando esas cosas ya no estuvieran
presentes, las recordarían o las imaginarían? ¿Y entonces los pensamientos que
tenemos en la mente no son más que las huellas que dejan las cosas en nuestra
memoria?
—¡Ay, Fran, no sé, nunca lo he pensado de esa manera! —repuso la señora
Portos.
Pero en ese instante entró el señor Portos y quiso saber qué era aquello que
todos encontraban tan interesante como para discutir a las doce y media de la
noche —de la madrugada, de hecho—, una hora a la que todos deberían estar en
la cama.
—Estábamos hablando de sueños, y obsesiones, y cosas así, algunas de miedo
—dijo Jill—. Y luego nos pusimos a pensar qué queremos decir cuando hablamos
de la mente de las personas.
—Ya lo hablaremos mañana en el desayuno —propuso el señor Portos.
—Ya sé qué es —exclamó Laura—. ¡La mente es lo que tienen las personas y
los animales no!
El señor Portos cogió una silla, se sentó pesadamente, y suspiró:
—No, Laura, no. Eso no sirve. La diferencia no está entre el ser humano y los
animales. De ningún modo. El ser humano también es un animal. La diferencia es
que el ser humano es un animal con cultura, y esa es la razón por la que creemos que
tiene mente. De hecho cualquier animal tiene mente en la medida en que tenga cultura.
—¿Pero de qué habla?—le susurró Fran a Jill—. ¡Parece un libro!
—Bah, mi padre siempre habla así —replicó Jill—. ¿A que parece un libro?
La pobre Laura no pudo reprimirse:
—Señor Portos, ¡no le entiendo!
El señor Portos la miró con tristeza pero sin rencor, como si estuviera muy
acostumbrado a que la gente dijera que no le entendía.
—Trataré de explicártelo por la mañana —le dijo amablemente—. Ahora a
dormir. Buenas noches.
Las tres niñas se acostaron y, en menos de una hora, estaban dormidas como
troncos.
Capítulo VII
EL señor Portos estaba impaciente por explicarse ante las niñas en el desayuno. Otras veces
había notado que, cada vez que intentaba explicar sus ideas a Jill, a ella le era difícil entenderle.
Así que esta vez estaba decidido a hablar tan sencilla y claramente como le fuera posible, porque
aquella idea concreta que tenía le parecía particularmente importante.
Pero las cosas empezaron mal. Las niñas tardaron en bajar a desayunar, y
cuando al fin se dejaron caer por la mesa, aún estaban medio dormidas y no
tenían especialmente hambre.
—Me gustaría volver a lo que os decía anoche —empezó. Le pareció que Jill
tocaba a Laura con el pie bajo la mesa, pero no estaba seguro, así que continuó—.
Tú sostenías, Laura, que los seres humanos tienen mente y los animales no, ¿es
así?
A Laura le habría gustado decir: «Déjelo, señor Portos», pero su educación se lo
impedía. Ni siquiera suspiró, aunque ganas no le faltaron. Sólo dijo:
—Sí, señor Portos.
El señor Portos pensó que contaba con la atención de las niñas, así que
continuó:
—Ahora bien, Laura, no hay una diferencia neta entre la inteligencia del hombre
y la de los animales. Es sólo una diferencia de grado, del mismo modo que la
diferencia intelectual entre un lactante humano y un adulto humano no es más
que una diferencia de grado.
—¿Qué quiere usted decir con «una diferencia de grado»? —preguntó Fran.
Las otras asintieron, indicando que también ellas querían una explicación. El
señor Portos se quedó muy sorprendido. Había dado por supuesto que las niñas
entendían la distinción entre «diferencias de grado» y «diferencias de clase».
Después de pensarlo un poco, dijo:
—Vosotras tenéis todas diferente estatura, ¿verdad? Fran es la más alta, la
siguiente es Laura y luego viene Jill. Así que tenéis diferentes estaturas, y se trata
de diferencias de grado. ¿Tenéis también distinto peso?
—Laura pesa más —dijo Jill—, luego viene Fran y luego yo. ¿Estas diferencias
también son de grado?
—Exacto —contestó el señor Portos—. Ahora bien, la diferencia entre estatura y
peso es una diferencia de grado. No es una diferencia gradual; es una diferencia
neta. La estatura se mide en metros y centímetros, mientras que el peso se mide
en kilos y gramos.
—¿Y eso qué tiene que ver con la mente? —preguntó Fran.
—Bueno, como he dicho antes —explicó el señor Portos—, la diferencia entre la
conducta mental del animal y la del ser humano es, en mi opinión, una diferencia
únicamente de grado, de modo que en realidad no podemos decir que los
animales carezcan de mente.
—Pero, ¿hay alguna diferencia de clase entre el ser humano y los animales —
preguntó Jill, sorbiendo al fin el zumo de naranja.
—Bueno, creo que la hay. El ser humano tiene cultura pero , ¿tienen cultura los
animales?—antes que las niñas pudieran decir nada, el señor Portos continuó—. Ya sé lo que vais
a preguntar: «¿Qué es la cultura?» Bueno, son las diferentes formas de vida en común que en una
sociedad concreta ha desarrollado un pueblo. Es su lengua, y su sistema educativo, y su arte, el
modo de ganarse la vida, el modo de organizar su sistema político, sus matrimonios, sus
propiedades, etcétera. Y estas diferentes formas de vida en común se transmiten de generación
en generación. De esta manera, una cultura viene a representar todas las experiencias vitales de
cientos de miles de generaciones.
Las niñas se quedaron mirando al señor Portos. Al principio, creyeron que le entendían
pero, ahora les era muy difícil seguir lo que decía.
De pronto, al señor Portos se le ocurrió una manera de ilustrar lo que decía.
—Jill —dijo—, el ser humano por naturaleza viaja por tierra firme. ¿Qué hace
cuando quiere viajar por el agua?
—Nada o construye un barco—contestó Jill.
—Y una vez que alguien ha descubierto el modo de construir un barco, todo el
que quiera viajar por el agua puede copiar su invento —dijo el señor Portos—. Si
quiere volar, ¿esperará a que le salgan alas?
—No —replicó Laura—, inventará globos, aviones y cohetes, o empleará el
invento de otro.
—Pero, ¿qué ocurre con los otros animales?—preguntó el señor Portos—. Las aves vuelan,
pero no fabrican aviones. Los peces viajan por el agua, pero no construyen barcos. De hecho, las
ballenas fueron antiguamente animales terrestres, pero gradualmente se convirtieron en
animales marinos. No sobrevivieron, como Noé, haciendo barcos, sino, podríamos decir,
convirtiéndose en barcos...
—Un momento —interrumpió Fran—. Me parece que empiezo a ver adónde quiere
usted ir a parar. Los animales se limitan a hacer ciertas cosas, viven y viajan de ciertas maneras
que ya son así. Pero el ser humano puede inventar nuevas formas de vida y nuevas mane ras de
cambiar el mundo que le rodea.
El señor Portos se reclinó en su silla y sonrió.
—Estás empezando a entender, ¿eh? —exclamó.
Jill apartó su silla de la mesa.
—Ella puede que sí, pero yo no. Empezaste hablando de la cultura. Y ¿qué
tienen que ver con la cultura los barcos, los aviones y los cohetes? —preguntó.
—¿No lo ves, Jill?—le dijo su padre—. Los animales no inventan cosas. Pero los inventos que
han hecho todas las personas que han vivido sobre la Tierra, todos ellos permanecen conservados
para siempre en la cultura humana. Cada vez que utilizamos un invento, leemos un libro,
estudiamos una ciencia o escuchamos música, estamos disfrutando la idea de otra
persona, alguien que puede haber vivido hace miles de años y a miles de
kilómetros de aquí. Igual que los recuerdos quedan grabados de la memoria, así
los pensamientos en la Humanidad quedan registrados en la cultura humana, y
nunca desaparecerán ni se extinguirán.
Desgraciadamente, el señor Portos tenía que irse, de modo que no había
tiempo para que las niñas le hicieran más preguntas.
El lunes, Jill ya no recordaba los detalles de la teoría de su padre sobre la
mente. Quiso contársela a Lisa y a Harry, aunque lo único que pudo recordar fue
la distinción entre diferencias de grado y diferencias de clase. Pero, para su
sorpresa, a Harry le interesó mucho.
—Lisa —dijo Harry—, ¿recuerdas cómo invertimos aquellas oraciones y
descubrimos que podíamos invertir las oraciones que empezaban con la palabra
«ningún», pero no podíamos invertirlas si empezaban con «todos»?
Lisa asintió. Se dio cuenta que Harry estaba entusiasmado con la nueva idea
que tenía.
—Bien, pues fíjate —continuó Harry, cogiendo un trozo de tiza y dirigiéndose a
la pizarra—, esto dijo el padre de Jill:
¿Pueden invertirse estas oraciones? Por supuesto que no. Porque si es verdad
que Fran es más alta que Laura, entonces no puede ser verdad que Laura sea
más alta que Fran.
—¿Y qué? —preguntó Jill—. Eso lo sabe todo el mundo.
—Vale —continuó Harry—, pero si ahora coges una oración como ésta:
«Nueva York está lejos de San Francisco»
Y la inviertes, seguirá siendo verdad. Así que, por lo visto, cuando hablas de ciertos tipos de
relaciones, puedes invertir las oraciones y siguen siendo verdad, pero con otros tipos de
relaciones, al invertir las oraciones, se convierten en falsas.
—Creo que ya lo entiendo —exclamó Lisa—. Es como en Aritmética, donde se
usa «igual a», y «es mayor que» y «es menor que». Puedes invertir una oración
que contenga «igual a» y seguirá siendo verdad, pero si inviertes las otras, se
convertirán en falsas.
—¿Y una oración como «Bill Beck está enfadado con Harry»?—propuso Jill—. ¿Se puede
invertir?
Antes de que Harry pudiera contestar, tuvo tiempo de ver a alguien de pie, en
la puerta. Era Bill Beck, que parecía muy azorado. Un momento después, ya no
estaba.
Capítulo VIII
Mientras Lisa, Jill y Harry hablaban, el señor Spence estaba tratando de arreglar un proyector
de diapositivas que tenía pensado utilizar en la hora siguiente. Los demás miembros de la clase ya
estaban en sus sitios esperando el comienzo de la clase. ¿En qué estaban pensando mientras
esperaban?
Milly Warshaw no recordaba si aquella mañana había dado de comer a sus
jerbos.
Dale Thompson hacía cábalas sobre si su abuelo le compraría un balón de
fútbol, como había prometido.
Timmy Samuels trataba de decidir si la barriga le dolía lo suficiente para
preguntar al señor Spence si podía ir a casa.
Tony Melillo estaba calculando mentalmente la suma de 38 más 95.
Suki Tong pensaba en su amiga Penny, que se había trasladado a otra ciudad
hacía cuatro meses. Habían sido vecinas y amigas durante casi toda la vida.
Randy Garlock se veía saliendo de una nave espacial: la primera persona en
poner el pie sobre Marte. (Habría grandes cavernas para explorar, llenas de
cristales de colores increíbles.)
Luther Warfield hacía esfuerzos por no pensar en la enorme rata que había
visto corriendo sobre su cama la noche anterior, y que al encender la luz había
visto encima de una cañería. Estaba seguro de que, por un instante, la rata le
había olfateado la cara.
Mickey Minkowski estaba considerando las ventajas y desventajas de hacer una
pelota de papel y tirársela a Laura O’Mara.
Ann Torgenson pensaba en el cuadro tan bonito que se podría pintar con el
jarrón de flores que había en el antepecho de la ventana.
Jane Starr pensaba en la injusticia con que había sido castigada aquella
mañana, sólo porque le había dado un minúsculo empujoncito a su hermano y él
había sido tan tonto de caerse encima de una mesita de té y romperse un brazo.
Pam Ridgeway se preguntaba si su padre volvería a casa alguna vez.
Mark Jahorski estaba preocupado por lo que haría si aquellos chicos de séptimo
empezaban a molestar a María otra vez camino de casa.
María Jahorski trataba de decidir si debía esperar que Mark la protegiera, o
debía confiar en que era la chica que más corría de toda la clase.
Fran Wood se preguntaba si el señor Spence le gustaba porque era buena
persona y un buen profesor o porque él también era negro.
Sandy Mendoza estaba discurriendo la manera de sacar unos centavos para
comprar regaliz después de clase.
Jill Portos pensaba en lo perfecto que era el mundo. «Qué maravilloso —
pensaba— que el cielo sea azul. Azul es lo perfecto. Naturalmente, si fuera verde,
rojo o naranja, también serían colores bonitos, y supongo que me gustarían tanto
como me gusta el azul.»
Y Laura O’Mara estaba cavilando cuál sería la mejor manera de convencer a su
madre de que le dejara ver la televisión aquella noche.
Poco después, mientras Lisa, Harry y Jill aún estaban hablando de oraciones
que se pueden invertir, ¿en qué pensaban los otros miembros de la clase?
Millie Warshaw, que por fin recordaba haber dado a sus jerbos semillas de
amapola, no conseguía recordar si les había dado agua.
Dale Thompson se devanaba los sesos pensando cómo, si Fran sacaba tan
buenas notas en aritmética, él tenía que sacarlas tan malas.
Timmy Samuels decidió que quizá lo mejor sería ir al lavabo.
Tony Melillo se preguntaba si debía salir a la pizarra a ver de qué hablaban Jill y
Lisa con Harry. Decidió no hacerlo.
Suki Tong se preguntaba si no llevaba el flequillo demasiado largo. Pero su
padre le había dicho que a él le gustaba largo.
Randy Garlock continuaba su exploración de una caverna que conducía al
centro de Marte. Desembocaba en una enorme habitación.
Luther Warfield aún estaba tratando de no pensar en la rata. Arrugó la nariz y
se estremeció.
Mickey Minkowski decidió que no estaría bien darle a Laura con una pelota de
papel. Le daría con un avión.
«La forma de los tallos y flores del jarrón es bonita —pensaba Anne Torgerson
—, pero los colores son horrorosos. Si lo pinto, pondré mis propios colores y
quedarán mucho mejor.»
Jane Starr llegó a la conclusión de que tenía la peor familia del mundo entero,
categóricamente la peor.
Pam Ridgeway pensó en la barba raposa de su padre y en la manera que tenía
de lanzarla al aire y volverla a atrapar, mientras ella chillaba muerta de risa. ¿Lo
volvería a ver alguna vez?
Mark Jahorski pensaba en lo bello que sería el mundo si no hubiera más guerras
y todos tuvieran suficiente para comer.
María Jahorski pensaba en lo bello que sería el mundo con sólo que las
personas no discutieran tanto.
Fran Wood estaba pensando en el modo en que su padre había dicho «¿Por qué
no?», cuando ella le preguntó si una mujer podría ser algún día presidente del
Gobierno. Y cómo vaciló y luego repitió «¿Por qué no?» cuando ella dijo «¿Incluso
una negra?»
Sandy Mendoza se preguntaba por qué algunos niños tenían dinero para
comprar caramelos y cocacolas e ir al cine y él no. Se propuso ahorrar el dinero
suficiente para comprar un billete de lotería, y luego, cuando ganara, se
compraría un auténtico Ferrari de carreras.
Jill Portos planeaba su próxima «dormida» con Lisa y Anne. ¡Pero no con esa
repelente Jane Starr!
Y Laura O’Mara no entendía por qué Tony Melillo estaba todo el rato mirando en
dirección a ella.
Al fin, el señor Spence optó por bajar el proyector de diapositivas a la planta
baja, a ver si el señor Wilbur, el conserje, podía arreglarlo. Harry apartó el
pensamiento del extraño aspecto de Bill Beck y se concentró en los dos tipos de
oraciones.
—¿Sabes lo que podríamos hacer?—preguntó Harry—. Podríamos poner en la pizarra los
nombres de los dos tipos de oraciones y luego hacer listas de ejemplos.
En aquel instante volvió el señor Spence, que había encontrado en el vestíbulo
al señor Wilbur y le había dado la máquina para que la arreglara.
El señor Spence (que era allí el único que alcanzaba la parte superior de la
pizarra) accedió a escribir en ella las dos clases de oraciones.
—Todavía no entiendo de qué va esto —dijo Jane.
—Espera y verás —dijo Lisa.
—Bien —dijo el señor Spence—, primera columna: ejemplos de oraciones que
se pueden invertir.
—«Igual a» —dijo Lisa—. Por ejemplo, «tres más siete igual a diez». Si lo
inviertes sigue siendo verdad, «diez igual a tres más siete».
—¡Ya sé, ya sé!—gritó Mickey—. «Es mayor que». Seis es mayor que dos, y al invertirlo...,
entonces...
Todos se rieron, incluso Mickey.
—¿Y «es hermana de»?—preguntó Suki—. Si es verdad que, pongamos por caso, Joan es
hermana de Mary, también será verdad que Mary es hermana de Joan.
—Está bien, ¿no? —opinó Lisa.
Pero el señor Spence dudaba y Tony se apresuró a decir:
—No, no, un momento. María es hermana de Mark, pero Mark no es hermana
de María.
Todos se volvieron a reír, aunque algunos no sabían del todo por qué.
Mickey había vuelto a levantar la mano.
—Ahora sí que lo tengo —declaró—. «¡No es igual a!» Si es verdad que nueve
no es igual a cinco, también será verdad que cinco no es igual al nueve.
Un aplauso fue la recompensa de Mickey quien, en correspondencia, se levantó
e inclinó la cabeza elegantemente, hasta que Sandy Mendoza, que se sentaba a
su lado, le obligó a sentarse de un tirón.
Laura propuso «lejos de».
—Porque —dijo— si mi casa está lejos de la casa de Lisa, también la casa de
Lisa está lejos de mi casa.
El señor Spence pensó que era hora de pasar a la columna siguiente: oraciones
que no se pueden invertir.
—Apuntemos como primer ejemplo la primera propuesta de Mickey «es mayor
que». ¿Alguna otra?
Suki estaba pensando en su propuesta anterior.
—Es que —dijo—, si hubiera dicho « es pariente de», habría estado bien. Pero es igual, se me
ocurre otra cosa: las oraciones con «es el padre de». Si el señor Portos es el padre de Jill, entonces es falso
decir que Jill es el padre del señor Portos.
—«Es más fuerte que» —dijo Dale.
El señor Spence movió la cabeza en asentimiento y escribió «es más fuerte
que» en la segunda columna. Dale empezó a hablar con Mickey, y Harry les llamó
la atención.
—¡Eh, vosotros, callaros un momento!
Mickey hizo una mueca y dijo:
—¡Cállate tú, Stottlemeier!
Pero Harry aún estaba pensando en las oraciones que antes había escrito en la
pizarra:
—Fijaos —dijo Harry—, si pones estas dos oraciones juntas, ves que Fran es
más alta que Jill.
—¡Bah! Eso lo sabe todo el mundo —dijo Mickey—, Fran le lleva a Jill la cabeza.
—Lo que digo —replicó Harry— es que basta con poner juntas las dos oraciones
para verlo.
—Es evidente —intervino Tony—. Si 8 es mayor que 6, y 6 es mayor que 4,
evidentemente 8 es mayor que 4. ¡Vaya cosa!
—Me parece que lo que quiere decir Harry es que hay relaciones que es como si
se transmitieran, como «es mayor que», mientras que otras no lo hacen —dijo
Lisa.
—Me parece que «corre más que» es de las que se transmiten —dijo María—.
Porque si yo corro más que Milly, y Milly corre más que Anne, entonces por fuerza
tengo que correr más que Anne.
Sandy propuso «más rico que», y Timmy «más ocupado que». Mientras el señor
Spence lo estaba escribiendo en la pizarra, Mickey sugirió «más idiota que», pero
el señor Spence dijo:
—¡Ya está bien, Mickey! —sin dejarle ilustrar su sugerencia.
—Bueno, vamos con ejemplos de relaciones que no se transmiten —propuso el
señor Spence.
—«Hijo de» —dijo Fran—. Si A es hijo de B y B es hijo de C, no por eso es verdad
que A sea hijo de C.
—«Cinco años mayor» —dijo Jane—. Porque si yo soy cinco años mayor que mi
hermana Edna, y Edna es cinco años mayor que mi hermana pequeña Isabel, de
ahí no se deduce que yo sea cinco años mayor que Isabel.
—«Dos veces más rápido que» —dijo Mark—. María es dos veces más rápida
que yo, y yo soy dos veces más rápido que Mickey. Pero no por ello va a ser María
dos veces más rápida que Mickey.
—Si insinúas que María es cuatro veces más rápida que yo, debes de estar loco
—dijo Mickey.
Todos rieron, porque, aunque Mickey era el mejor de la clase en lucha
grecorromana, en la carrera era muy lento.
El señor Spence pensó que era hora de continuar la lección de Matemáticas.
Pero Harry apenas podía prestar atención. Seguía pensando en las relaciones del
tipo transmisible. Luego averiguó de qué se trataba. Las oraciones de su libret a:
«Todas las clases son interesantes», etc. Pero, la palabra «son» ¿representaba una relación transmisible?
Había que probarlo. «Supongamos que tomamos la oración “todas las clases de Historia son clases” —
reflexionó— y le añadimos “todas las clases son interesantes”. ¿Qué obtenemos? Obviamente —advirtió
Harry— obtenemos “todas las clases de Historia son interesantes”.»
Harry tuvo la impresión de que había dado con algo importante.
Volvió a probarlo. Eligió dos oraciones:
Lo que se deduce de ahí —pensó Harry—, es que todos los sabuesos son
animales, porque la relación es de las transmisibles. La palabra «son» —concluyó
Harry—, ha de significar «pertenece a la clase de». Decir «todos los sabuesos son
perros» viene a ser lo mismo que decir «todos los sabuesos pertenecen a la clase
de los perros». De modo que las oraciones cuyo verbo es «son» son oraciones de
relación transmisible —concluyó.
Pasó una semana sin que Harry tuviera ningún motivo para pensar de nuevo en
las relaciones transmisibles. Estaba haciendo unos deberes de Geografía, y una
de las cuestiones era «¿Son las islas Shetland parte de Gran Bretaña?». Harry
sabía algunas cosas sobre las islas Shetland. Sabía que de allí procedían los ponys
shetland, y Jill Portos le había dicho una vez que su collie enano lo habían traído de las islas Shetland, y por
ello lo llamaban «Sheltie». Pero no tenía idea de dónde estaban las islas Shetland. Harry consultó su
enciclopedia. Sólo decía que las islas Shetland eran parte de Escocia. Pero Harry no necesitaba saber más. Ya
sabía que Escocia era una parte de Gran Bretaña. Así que, obviamente, las islas Shetland habían de ser parte
de Gran Bretaña.
Incluso escribió en un papel:
Harry se dijo: «Habría dado con la respuesta sin dificultad aunque nunca
hubiera oído hablar de relaciones transmisibles. Pero ahora sé cómo se hace, o
sea, cómo es posible partir de dos oraciones de relación transmisible y sacar de
ellas una tercera. Aún así... —se preguntaba Harry, volviendo a sus deberes—
¿piensa la gente así a menudo?» Recordaba la observación de Tony: «¿Y qué?
¿Para qué sirve todo esto?» Y, por primera vez, Harry se sentía un poco incómodo.
¿Para qué servían las Matemáticas, la Geografía, la Gramática o la Historia? ¿Qué
sentido tenía todo? Si tenía sentido pensar en cómo sumar y restar
correctamente, o en cómo hablar correctamente, ¡también tenía sentido pensar
en cómo pensar correctamente! Pasó un rato hasta que se calmó su entusiasmo.
***
Después de clase, Tony se paró a ver la cabaña que Mark y su hermano mayor estaban
construyendo sobre un árbol. Tony tuvo que encaramarse por una gruesa soga llena de nudos,
pero cuando llegó arriba se encontró con que la plataforma era bastante amplia y cómoda.
—¡Chico! —exclamó—. ¡En invierno esto está formidable! ¡Desde aquí podrás
sostener batallas de nieve y todo! ¡Y qué torre de vigilancia!
Después que hubieron pasado un rato trepando por el árbol, Tony dijo:
—Mark, ¿le dijiste a Harry lo que pasó realmente el día que casi le dan una
pedrada?
Mark movió la cabeza negativamente y dijo:
—Lo único que le dije fue que vi allí a Bill Beck en aquel momento... Lo cual era
completamente cierto. ¿Por qué? ¿Qué ocurrió en realidad?
—Bueno —dijo Tony—, ya sabes cómo ha estado comportándose Bill desde que
mataron a su padre en la guerra. Está como loco. Pues bueno, aquel día el padre
de Harry fue a la escuela con él, por lo que fuera, y Bill los vio, y parece que le dio
envidia. Luego, Harry se pasó el día hablando de oraciones que se deducen unas
de oirás..., ya sabes cómo habla. Y se ve que eso a Bill le iba fastidiando cada vez
más. Así que, al fin, salía yo por la puerta lateral y cuando casi llegaba a la acera
vi a Bill cogiendo impulso para lanzar la piedra V le oí decir: «Toma, sabihondo, para que
aprendas.» Y, a continuación, oí el estruendo de los cristales.
-¿Por qué no se lo dijiste a Harry?—preguntó Mark—. Durante un tiempo pensó que habías sido
tú.
—Bueno —replicó Tony—, es que tenía miedo de que me hubiera visto y
pensara que había sido yo. Por eso yo estaba esperando a que él me acusara.
Pero no lo hizo —y se fue descolgando por la soga hasta alcanzar el suelo.
—Yo de ti se lo diría —gritó Mark desde arriba—. Creo que debería saberlo.
Capítulo IX
Dale Thompson estaba en su sitio, con la cara escondida entre los brazos, de modo que los otros
alumnos no le vieran llorar. Pero las lágrimas resbalaban incontroladamente por su rostro, goteaban de la
nariz y las mejillas y formaban sobre el pupitre un charco que cada vez se hacía más grande.
Desde hacía un mes, mientras el señor Bradley estaba enfermo, el profesor de
la sala de estudio era una sustituía, la señorita Cudahy, y ahora la señorita
Cudahy permanecía en silencio sentada a su mesa, pensando qué hacer con Dale.
Aquella mañana, cuando llegó la hora de hacer el saludo a la bandera, Dale no se
había levantado de su asiento. No estaba enfermo; simplemente se negó a
ponerse en pie con los otros alumnos durante el saludo, y parecía incapaz de dar
razón de ello.
Al fin, la señorita Cudahy mandó a Dale abajo a ver al director, el señor
Partridge. Dale tuvo que esperar en el vestíbulo de la oficina durante casi media
hora —una media hora bien aburrida— hasta que el señor Partridge estuvo libre.
—Vamos a ver, Dale, ¿cuál es el problema? —preguntó el señor Partridge.
Su voz era cordial; su tono, amistoso. Tuvo un efecto tranquilizante sobre Dale,
que empezó a secarse la cara con un pañuelo y a sonarse la nariz.
—No podía hacerlo, señor Partridge, simplemente no podía hacerlo —soltó
entre ruidos nasales—. Mis padres me dijeron que no debía hacerlo.
—¿Tus padres? —el señor Partridge se puso más serio—. ¿Qué pueden ellos
objetar a que te pongas de pie durante el saludo?
—Es su religión..., nuestra religión —contestó Dale—. Mi padre me lo enseñó
anoche en la Biblia. Está en el capítulo veinte del Éxodo. Prohíbe la idolatría.
—¿Qué crees que significa «idolatría»?
—Eso mismo le pregunté yo a mi padre —contestó Dale—, y él dijo que era
«postrarse ante ídolos» y me enseñó el sitio donde dice: «No tendrás otros dioses
frente a mí.» Dijo que sería como postrarse ante un falso dios.
—Pero Dale —dijo amablemente el señor Partridge—, la bandera de los Estados
Unidos no es un ídolo. No es más que un... un emblema o un símbolo. Y ponerse
en pie no es lo mismo que postrarse ante un dios o ante la imagen de un dios.
Sólo es un gesto de respeto por lo que la bandera representa.
—¿Y qué representa?
—¡Cómo! ¡La patria!... Lo sabes perfectamente —replicó el señor Partridge.
—Bueno, a lo mejor no adoramos a la bandera en sí misma, a lo mejor quiere
decir que adoramos a la patria que representa la bandera, y por eso mis padres
no están de acuerdo, porque dicen que deben adorar a Dios y a nada más.
Dale se quedó mirando amargamente al suelo. Tras un momento de silencio, el
señor Partridge dijo:
—Te voy a decir lo que vamos a hacer, Dale. Ahora vuelves a tu clase y, en
cuanto tenga ocasión, bajo y hablo a la clase acerca de esto, porque todos lo han
visto esta mañana y pueden estar intranquilos.
Hasta las primeras horas de la tarde, el señor Partridge no pudo visitar la clase.
Cuando llegó, explicó a la clase lo que había sucedido. Les contó por qué los
padres de Dale no querían que se pusiera en pie durante el saludo, y también les
explicó por qué pensaba que el respeto a las banderas no tenía nada que ver con
la religión. Luego preguntó a los miembros de la clase si tenían alguna opinión al
respecto.
Mark Jahorski levantó la mano.
—Señor Partridge, usted dice que no tiene nada que ver con la religión, pero
cuando juramos fidelidad a la bandera, hemos de mencionar a Dios, y me parece
que eso tiene algo que ver con la religión —dijo lentamente.
El señor Partridge declaró que él no había escrito las palabras del juramento;
estaban establecidas por ley, y los niños las recitaban del mismo modo en todas
las escuelas del Estado.
Mark quiso replicar, pero no encontró las palabras adecuadas, así que se quedó
en silencio, moviendo la cabeza negativamente. María Jahorski habló a
continuación:
—Dale —dijo resueltamente—, creo que, decididamente, tus padres están
equivocados. Porque es lo que dice el señor Partridge, todo el mundo lo hace, se
levanta durante el saludo y nadie ve nada malo en ello, así que, ¿por qué no ibas
tú a hacer lo mismo?
—No porque todos, o casi todos, hagan algo, va a estar bien hecho —contestó
Dale.
—¡Pero así es la ley del país! —insistió María.
—Mis padres me dicen que antes es la ley de Dios —dijo Dale quedamente.
—No sé —dijo Bill Beck—. ¿Se equivocan alguna vez las personas mayores?
—La Biblia dice que hemos de honrar a nuestros padres —dijo Dale—. ¿Los
estaría honrando si no estuviera de acuerdo con ellos en lo que la Biblia me
ordena hacer?
—Pero Dale —dijo el señor Partridge—, como te sugerí antes, ¿no podría
tratarse simplemente de cómo hemos de interpretar la Biblia? Tus padres tienen
derecho a su propia interpretación, claro, pero podrían estar equivocados, ¿no?
—Claro que podrían —dijo Dale—. Pero que estén en minoría no significa que
tengan que estar equivocados. También podría estar equivocada la mayoría, con la misma
facilidad.
El señor Partridge ensayó otro enfoque.
—Como probablemente sabes, Dale, hay personas seguras de que saben lo que
quiere decir la Biblia, quizá tus padres están entre ellos, y esas personas creen
que la Biblia prohíbe las transfusiones de sangre. Imagínate que estuvieras muy
enfermo y fueras a morir a menos que te pudieran hacer una transfusión de
sangre. ¿Aún así harían bien tus padres en oponerse?
Dale se retorció en su asiento, y luego quedó sentado con las rodillas a la altura
de la barbilla.
—No sé, señor Partridge —admitió.
El señor Partridge vio que estaba haciendo progresos.
—Entonces, ¿les dirás a tus padres que vengan a hablar del asunto conmigo? —
le apremió.
Dale sólo dijo:
—Les hablaré esta noche.
Pero Tony Melillo no estaba dispuesto a abandonar la cuestión todavía.
—Dale —dijo—, hace un momento dijiste que no honrarías a tus padres si no
estuvieras de acuerdo con ellos. ¿Eso lo dice la Biblia o es una conclusión que
sacaste por ti mismo?
—Creo que llegué a esa conclusión por mí mismo —contestó Dale.
—Y, según has admitido, podrías equivocarte, ¿no? —continuó Tony.
—Claro que podría —contestó Dale con aire perplejo— pero, ¿en qué?.
—Bueno, ¿no es posible —preguntó Tony— que no haya ninguna deshonra en
no estar de acuerdo con alguien?
—No te entiendo —protestó Dale.
—Por ejemplo, el señor Bradley —dijo Tony—. A él, en realidad, le gusta que no
estemos de acuerdo con él. Quiere que hagamos preguntas sobre lo que nos
explica, y si llegamos a conclusiones distintas de la suya, no por eso deja de
respetarnos.
—¡Es cierto!—dijo Randy Garlock—. ¿Os acordáis cuando nos dijo que en clase teníamos que
competir en ideas del mismo modo que en el estadio competimos en deportes? Creo que, en
cierto modo, el señor Bradley se siente honrado cuando no estamos de acuerdo con él.
—Creo que eso que decís es muy importante —dijo el señor Partridge—. Dale,
yo no te aconsejaría nunca hacer nada que fuera contra tus convicciones
religiosas. Ni tampoco te diría que no hicieras caso a tus padres. Pero, esta noche,
cuando hables con ellos, ¿no podrías intentar hacerles ver que no les estarías
deshonrando si llegaras a tus propias conclusiones?
Dale siguió sin decir nada. Pero ahora Mickey Minkowski estaba agitando el
brazo furiosamente, y el señor Partridge le dio la palabra.
—Señor Partridge —empezó Mickey—, funciona en los dos sentidos.
—¿El qué funciona en los dos sentidos? —preguntó el director.
—O sea —dijo Mickey—, si los padres de Dale tienen que sentirse honrados con
su desacuerdo, también usted debería sentirse honrado si estamos en desacuerdo
con usted. Y, de hecho, aunque hagamos lo contrario de lo que hace todo el
mundo, si creemos que lo que hacemos está bien, y si podemos decir por qué
creemos que está bien, entonces no estamos siendo irrespetuosos al hacerlo.
—Pero supongamos que lo que haces es algo que hace daño a otras personas.
¿Entonces qué? —preguntó María.
—Yo no he dicho que tengamos que hacer daño a otras personas —protestó
Mickey—. Pero si se trata de ponerse en pie durante ciertas ceremonias, y yo
pensara de verdad que no estaba bien hacerlo, y si aún así todos se empeñaran
en que lo hiciera y me obligaran, en ese caso me estarían haciendo mucho más
daño ellos a mí que yo a ellos.
—Mickey —dijo el señor Partridge, meneando la cabeza—, hay cosas que la
gente espera de ti, y en las escuelas no cumpliríamos con nuestro deber si no
intentáramos hacerte ver lo que se espera de ti. Intentamos hacer de vosotros
buenos ciudadanos porque la sociedad espera que seáis buenos ciudadanos al
acabar la escuela. Ya sé que no es fácil de aceptar, igual que no es fácil tragarse
un medicamento que sabe mal. Pero igual que os pondréis buenos si tomáis la
medicina, así también seréis mejores personas si aceptáis lo que os he dicho.
Harry Stottlemeier no pudo resistir la tentación de hacer un comentario por su
parte:
Mickey y Tony no le pedían a usted que hiciera lo mejor para ellos, señor Partridge.
Le pedían que hiciera lo mejor para todos.
-¿Quieres decir libertad para hacer lo que te dé la gana? — preguntó el señor
Partridge con gravedad.
—Lo que quiero decir —dijo Harry— es que los niños necesitan ser libres de
pensar por sí mismos tanto como las personas mayores; quizás aún más.
—Bueno —dijo el señor Partridge—, por ejemplo, lo de Dale: yo podría haber
intentado arreglarlo en privado, pero en cambio lo he traído ante vosotros para
someterlo a un debate libre y abierto. ¿Es esto lo que tú quieres?
—Es un comienzo —dijo Harry.
Capítulo X
Había tanta algarabía que la señorita Halsey tuvo que dar cuatro golpes en la mesa hasta que
la clase se serenó. Tony tenía la mano levantada.
—¿Qué hay, Tony?
—Señorita Halsey —dijo Tony, con aquella manera de hablar clara y distinta
que tenía—, muchos de nosotros tenemos opiniones sobre lo de Dale. ¿Podríamos
hacer un debate sobre esto en vez de una clase normal?
—Lo siento, Tony —replicó la señorita Halsey—, ya sé que muchos de vosotros
estáis preocupados por eso, pero tenemos una lección de Lengua por acabar y me
parece que debemos seguir con ella.
Entonces habló Harry Stottlemeier.
—Es que, en cierto modo, sería como una clase de Lengua, señorita Halsey.
Mire, ¿por qué no hace usted de árbitro o algo así, y se dedica a criticar nuestro
modo de expresarnos?
—Eres muy ingenioso, Harry —dijo la señorita Halsey—, pero ya me dedico a
criticar vuestro modo de expresaros cuando corregimos los deberes.
—Bueno, pues entonces —dijo Harry, que aún no se daba por vencido—, ¿por
qué no critica nuestra manera de razonar? Nosotros damos nuestras opiniones y
usted nos dice si estamos pensando correctamente o no.
La señorita Halsey suspiró.
—¿Sólo por hoy?
Sólo por hoy —le aseguraron Tony y Harry a la vez.
Entonces, muy bien —dijo la señorita Halsey, cerrando su cuaderno—, ¿quién
quiere hablar primero?
Sorprendentemente, Milly Warshaw fue la primera en intervenir.
Creo que Dale debería ponerse en pie durante el saludo, como todos
—¿Por qué? —preguntó la señorita Halsey.
—¿Cómo que por qué? —replicó Milly.
—Sí, por qué, Milly. No puedes limitarte a enunciar tu opinión, Tienes que dar
una razón de ella. Cualquiera puede tener una opinión, pero me es imposible
decir si razonas bien o mal a menos que me digas por qué piensas como piensas.
Milly levantó la vista ansiosamente hacia la señorita Halsey y dijo:
—Es que no tengo ninguna razón. Sólo sé cómo lo siento.
—Bien, cuando hayas averiguado por qué lo sientes así, ya habla remos. ¿El
siguiente?
—Yo le digo por qué —declaró Bill Beck—. El país entero está desmoralizado.
Están sucediendo toda clase de desórdenes. Es como un barril de pólvora: una
pequeña chispa y todo puede estallar. Por eso, no creo que podamos permitir que
la gente vaya por ahí haciendo lo que le dé la gana.
La señorita Halsey no contestó inmediatamente. Obviamente, tenía que
considerar detenidamente las observaciones de Bill. Al fin, dijo:
—Bill, al principio creí que tenías un argumento bastante bueno en favor de tu
opinión. Pero cuanto más lo pienso, más me convenzo de que no. Porque en
realidad, Bill, tú no tratas de convencernos. Tú tratas de asustarnos para que estemos de acuerdo
contigo. Primero dices que estás alarmado por la situación mundial, y luego dices que por lo tanto habría que
obligar a Dale a ponerse de pie. Pero de lo uno no se sigue lo otro. No lo has probado. No has demostrado
que lodo estallará si Dale no se pone en pie durante el saludo.
La clase no se había desanimado por las críticas de la señorita Halsey a los dos
primeros alumnos que habían hablado. Ya estaban acostumbrados a su severidad
con ellos cuando se trataba de la Gramática. La siguiente en hablar fue Jill Portos.
—Creo que Dale debe ser fiel a sus creencias porque... porque eso dice mi
hermano, y él sabrá.
—¿Qué quieres decir con «él sabrá», Jill? ¿Es tu hermano abogado o juez o una
autoridad de algún tipo? —preguntó la señorita Halsey.
—No, pero es muy listo —replicó Jill.
—Bien, lo siento pero no sirve. Sólo deberías utilizar la opinión de otra persona
en favor de tu propio modo de ver si esa otra persona es una autoridad
reconocida sobre el tema en cuestión.
A Jill no le gustó el juicio de la señorita Halsey, pero no dijo nada.
Suki Tong dijo que pensaba que habría que obligar a Dale a ponerse en pie
porque «las reglas son las reglas».
De nuevo, la señorita Halsey tuvo que pararse a reflexionar antes de contestar.
Al fin, dijo:
—Suki, voy a aceptarlo, aunque técnicamente está mal. Quiero decir que una
afirmación como «las reglas son las reglas» por lo general no significa gran cosa.
Es como decir «el papel es el papel», o «las piedras son las piedras». Pero, a
veces, llegan a ser expresiones corrientes o frases hechas con un sentido
concreto que todos entienden, como «el negocio es el negocio». En este caso,
supongo que quieres decir que si tenemos reglas, tenemos que respetarlas. De
modo que vale.
Ahora Mickey tenía la mano levantada.
—No —insistió—, las reglas se hacen para romperlas. ¿No conoce el dicho «la
excepción confirma la regla»? Bueno, ¡pues el caso de Dale es la excepción! Por
eso creo que Dale no tiene que ponerse en pie si no lo desea.
La señorita Halsey pareció un poco contrariada, pero dijo:
—De acuerdo, Mickey, creo que si he dejado que Suki diese como razón una
frase hecha, tendré que dejarte a ti hacer lo mismo. Pero aún así creo que en
lugar de darme una razón me has dado una excusa bastante pobre.
Mickey puso tal expresión de ofendido que Laura se echó a reír y se tapó la
boca con la mano.
Pero Tony quería dar su opinión.
—Señorita Halsey, puede que Mickey no lo haya dicho tan bien, pero no creo
que lo que ha dicho esté tan mal como usted afirma.
—¿Cómo quieres decir, Tony? —preguntó la señorita Halsey.
—Bueno, muchas veces decimos que esto o lo otro siempre es verdad y
sabemos que, en realidad, no es así. O sea, sabemos que hay excepciones, pero
aun así hablamos como si no las hubiera. Por ejemplo, dices «la marea flota». Y,
sin embargo, sabes que el ébano no flota.
—¿Qué es el ébano? —susurró Jane Starr.
—Una revista —contestó en voz alta Luther Warfield.
—¡Es una madera! —replicó Tony.
La señorita Halsey intervino en seguida.
—Nos estamos apartando del tema. ¿Quién quiere hablar ahora?
Sandy Mendoza raramente intervenía en clase, pero parece ser que esta vez
sentía la necesidad de expresar una idea.
—Creo que estamos olvidando una cosa —dijo con su característica lentitud—.
Nosotros no elegimos ir a la escuela. Nos hacen ir a la escuela. Y no elegimos la
religión que tenemos: nos la imponen al nacer.
—Si vamos a eso —interrumpió Bill Beck—, tampoco elegimos a nuestros
padres.
—Y si vamos a eso —añadió Jane Starr—, ¡ni siquiera elegimos nacer!
La señorita Halsey dio un golpe con su lápiz en la mesa.
—Por favor. Dejad que Sandy acabe lo que iba a decir.
—No tiene importancia, señorita Halsey. Sólo intentaban ayudarme. Lo que
quiero decir es que a veces no nos importa que nos digan lo que tenemos que
hacer, mientras que otras veces sí, ¿comprende lo que quiero decir? Por ejemplo,
supongamos que dentro de dos años me hiciera de los Halcones Azules; allí haces lo que te
dicen. Te dicen que saltes del tejado de un edificio a otro, y saltas. Te dicen que te metas con uno de los
Ratas del Muelle, y te metes con él. Pero es que yo sería de los Halcones Azules por mi propia voluntad. A mí
no me gusta especialmente hacer esas cosas, pero si eliges apuntarte, las haces.
—Eso es muy interesante, Sandy, pero ¿qué quieres demostrar con eso? —
preguntó la señorita Halsey.
Sandy se encogió de hombros.
—No sé. Bueno, sí lo sé, pero no lo puedo decir mejor de cómo lo he dicho.
Entonces habló Tony.
—Creo que puedo decirle lo que quiere decir. Quiere decir que si perteneces a
un grupo, como una banda, entonces tienes que hacer todo lo que te digan. Pero
si eres miembro de un grupo al que no has elegido pertenecer, entonces no
deberían hacerte hacer cosas contra tu voluntad.
—Pero concreta un poco —dijo la señorita Halsey—. ¿Qué relación tiene con
Dale?
—Quiere decir que, como Dale no escogió pertenecer a su religión, no tiene por
qué hacer lo que ella le ordena si piensa que no está bien hacerlo.
—Sí —dijo Mark—, pero también quiere decir que, como no va a la escuela por
propia voluntad, no tiene por qué hacer lo que le mandan en la escuela, si de
veras piensa que no está bien.
Jane Starr miró interrogativamente a los tres chicos.
—¿Y eso también se aplica a las familias? Después de todo, como dijo Bill hace
un momento, no elegimos a nuestros padres.
—Creo —dijo Fran— que viene a ser una cuestión de confianza. Estoy de
acuerdo con lo que han dicho, en gran parte. Pero confío en mi familia. Tú no los
elegiste, pero ellos te eligieron a ti, y sabes que te quieren. Con los extraños es
otra cosa.
—Muchas veces, cuando estoy con extraños, confío en ellos —observó Jane—.
Pero a veces las familias pueden ser horribles.
—Naturalmente —replicó Fran—, pero entonces son como los Halcones Azules
de Sandy: haces lo que quieren porque quieres seguir formando parte de la
familia.
La señorita Halsey reflexionó sobre lo que se había dicho, y comentó:
—Nunca lo había pensado de esa manera. Muchas gracias a todos.
Capítulo XI
Aún no había sonado el timbre, de modo que la señorita Halsey les dijo que ordenaran el contenido de
los pupitres en los pocos minutos que quedaban. Mientras lo hacían, tenían los siguientes pensamientos:
Milly Warshaw: «¡Hay que ver! ¡La señorita Halsey dice que ella ha aprendido algo de nosotros!
Nunca había oído a una persona mayor decir eso. Cada vez que pregunto algo a mis padres, ellos tienen la
respuesta lista antes incluso de que yo acabe de hacer la pregunta. Es curioso..., cuando la señorita Halsey
dijo aquello, me sentí como más persona. ¡Tuve la impresión de que sabía un poco mejor quién era! ¿Por qué
será?»
Timmy Samuels: «Menos mal que Dale faltó hoy. Se habría sentido violento si hubiera oído cómo
todos hablaban de él de aquella manera. ¿Cómo me hubiera sentido yo si estuviera en clase y todos hablaran
de mí?»
Tony Melillo: «En Aritmética ¡todo es tan exacto, tan perfecto...! No hay contradicciones y, por tanto,
tampoco hay discusiones. Pero en el mundo real siempre hay alguien que dice lo contrario que otra persona.
Y en cuanto a los hechos... ¡No conozco un solo hecho que sea absolutamente verdadero! ¡Ojalá todo fuera
tan sencillo, claro y verdadero como la Aritmética!»
Bill Beck: «No doy crédito a mis oídos cuando oigo a esos chicos hablar de sus “derechos”. Como decía
papá, en realidad no tienen derechos, lo que tienen son deberes. Y ¿qué tiene de malo? ¡A mí no me importa
tener que ponerme en pie para saludar la bandera! Amo
a la bandera. Y se me pone la carne de gallina cada vez que oigo cantar el
himno nacional al comienzo de un partido. La gente debe amar a su patria, del mismo modo
que debe amar su hogar y a sus padres. De hecho, ya lo dice la palabra: la “patria”, para nosotros, es como
otro padre. Yo no haría nada que demostrara falta de respeto hacia mi padre, y no veo por qué nadie querría
mostrar falta de respeto hacia su patria negándose a ponerse en pie durante el saludo a la bandera.»
Suki Tong: «¡Anne Torgerson es una chica muy simpática! Me ha enseñado la acuarela que ha hecho
del jarrón de flores de la ventana, y yo le he enseñado el poema que escribí sobre la nieve en los alféizares
de las ventanas. Después de leerlo ella, lo he leído para mí una y otra vez. En cierto modo, cuando un amigo
tuyo lee tu poema y dice que le gusta, el poema parece nuevo, como si lo acabaras de escribir. ¿Por qué
será?»
Randy Garlock: «¿Cómo debe de sentirse uno cuando está muerto? Pero es una pregunta ridícula. Si
estás muerto, no puedes sentir nada. Pero no puedo concebir que nadie que yo conozca esté muerto, como el
padre de Bill, por mucho que aquel telegrama del gobierno lo dijera. Seguro que no está muerto, porque no
puedo imaginar cómo puede estarlo.»
Luther Warfield: «Dale me dijo una vez: “Eh, Luther, ¿qué se siente siendo negro?”, y yo le dije:
“¿Qué se siente siendo blanco?” Él se echó a reír y dijo: “Creo que da lo mismo de un modo u otro, ¿no te
parece?” Pero no da lo mismo. Si yo fuera bajito y gordo, sería otra persona. No puedo ni siquiera
imaginarme bajito y gordo. Supongo que soy negro del mismo modo que soy alto y flaco. O quizá soy negro
del mismo modo que soy americano.»
Mickey Minkowski: «¿A mí qué me importa si Laura habla con Tony? ¡Me importa un pimiento!»
Anne Torgerson: «Al principio Suki me desconcertaba. Su cara no me decía nada. Luego pensé que, a
lo mejor, tenía un secreto. Ahora ya sé de qué se trata. Siente las cosas como yo. Cuando hace un momento
leí su poema fue como si me hubiera tendido la mano.»
Jane Star: «No me gusta quedarme donde no me quieren. Si fuera a casarme, podría irme de
casa, pero soy demasiado joven para casarme. Y también para ir a la universidad.
Pero me gusta la escuela, sobre todo la biología. ¿No es curioso? ¡A lo mejor seré
médica!»
Mark Jahorski: «Este señor Spence es un gran tipo. Me gusta la manera como nos habla.
Tiene agallas. No tiene miedo de nada. Así es como me gustaría ser: siempre capaz de pensar por
mí mismo y de cuidar de mí mismo. A Dale lo han acobardado con toda esa charla sobre la religión
y cuál es su deber. ¡Nunca conseguirán que yo me crea esos cuentos de hadas!»
María Jahorski: «¡Este Mark es todo un personaje! En casa no dice esta boca es mía, pero
aquí en la escuela es terrible. O por lo menos quiere que todos crean que lo es. ¿Por qué se
comportará de ese modo? ¿Serán así los otros hermanos?»
Fran Wood: «Al señor Spence le tengo confianza, y creo que también a la señorita Halsey.
Pero ¿puedo confiar en el señor Partridge? No estoy segura. Me parece que esto demuestra que la
con fianza no es suficiente. Tienes que ser capaz de explicar por qué piensas de determinada
manera, como dijo la señorita Halsey. Pero a la hora de la verdad, todo lo que dijo el señor
Partridge fue: “Es así porque así lo dice la Junta de Educación”. Y si preguntáramos a los padres de
Dale, estoy segura de que dirían “es así porque así lo dice Dios”. ¿Pero no hay razones para todo
lo que nos mandan hacer? Y cuando nos dicen que hagamos algo sin darnos ninguna razón, ¿qué
razón tenemos nosotros para hacerlo? Estoy hecha un lío.»
Sandy Mendoza: «No creo que deba mencionar el miedo que me da hacerme de los
Halcones Azules. No dejo de pensar lo orgulloso que debo estar de que algún día pueda ser de
ellos. Después de todo, son los mejores. Por lo menos, es lo que dicen ellos. Y ¿qué derecho tengo
yo a dudar de su palabra? Aun así, tengo miedo.»
Jill Portos: «Mark Jahorski me saca de quicio. Nunca le gusta nada. Todo lo mira con desdén.
Si le digo cuánto me gusta la clase de ciencias del señor Bradley, se ríe. Si le digo cuánto me
gusta la escuela dominical, se ríe. ¿Por qué no puede apreciar lo bonito que es todo? Estoy segura
de que todos hacen lo que pueden, y de que las cosas van, poco más o menos, de la
mejor manera posible. ¡Excepto Mark, por supuesto!»
Laura O’Mara: «Es curioso lo que me pasa. Papá y mamá siempre están diciendo “Laura,
cepíllate los dientes” y “Laura, lávate la cara” y “Laura péinate”, y me revienta hacerlo y me
revienta que me digan que lo haga. Pero por la noche, cuando cojo las muñecas, les lavo la cara y
las peino, porque no me gustaría que nadie pensara que están mal cuidadas.»
Lisa Terry: «Cuando esos chicos de séptimo dijeron que yo parecía un perrito pequinés, corrí
a los lavabos y me miré al espejo. Nariz chata, frente ancha y ojos muy separados. ¡No van
descaminados! Y además dientes torcidos, aunque éstos me los puedo arreglar. Es extraño, nunca
antes me había parado a pensar si alguna vez me considerarían físicamente agraciada. Pero el
otro día la abuela me dijo “no juzgues nunca un libro por su cubierta”, y se me ocurrió que los
libros y las personas se parecen en una cosa: los dos están llenos de ideas. No sé si no será una
tontería. De todos modos, de lo que estoy cierta es de que los espejos mienten. No te muestran tal
como eres realmente.»
Harry Stottlemeier: «Gracias a la señorita Halsey me he dado cuenta de una cosa. Cuando
mis compañeros no razonaban bien, ella, en seguida, daba en el quid de la cuestión. No pretende
poseer la verdad, y aun así no vacila un momento cuando se trata de decirle a alguien que está
razonando a tontas y a locas. De modo que yo estaba equivocado al pensar que podría encontrar
alguna idea para resolver el problema de Dale y contentar a todos. Lo único que puedo hacer es
tratar de descubrir la diferencia entre razonar bien y razonar mal, igual que un árbitro que se halla
detrás de la casa-base, aunque él mismo no pueda batear, conoce la diferencia entre una bola y
un golpe.»
Aquella noche Suki dijo a su padre:
—Papá, hoy hemos tenido una larga discusión en la escuela sobre si había que
ponerse en pie durante el saludo a la bandera. Y yo dije que todos debían ponerse
en pie, porque las reglas son las reglas.
—Mmm —dijo el señor Tong . Siento no coincidir contigo.
—¿Ah, no?—el rostro de Suki mostraba sorpresa—. ¿Por qué no?
—Bueno, los tribunales tienen dictaminado que los niños que no quieren
saludar a la bandera por motivos de conciencia han de ser eximidos de ello. Es un
derecho constitucional que tienen.
—Pero, papá, la cuestión es: ¿tiene todo el mundo que estar en pie durante el
saludo.
—Quizá tampoco tienen que estar en pie, pero no lo sé.
—¡Uf!—suspiró Suki—, ¡Ojalá se arregle todo!
—¿Por qué lo dices?
—Es que esta tarde he oído el rumor de que Dale va a cambiarse de escuela.
Capítulo XII
Hacia una semana que Dale había dejado la escuela. Por lo que respecta a los miembros de la clase, el
caso estaba cerrado. Rara vez hablaban de ello.
Lisa se lo hizo notar a Harry.
—Ya nadie habla de Dale. ¡Ni que hubiera hecho algo malo!
—¿Y qué vamos a decir? —replicó Harry.
—La cuestión no es lo que vamos a decir —insistió Lisa—. Lo que pregunto es
por qué nadie quiere hablar del asunto.
—¿Y qué respondes?
—Creo... —Lisa vaciló— creo que estamos todos avergonzados. Eso es lo que
creo.
—¿Porque no hicimos nada para ayudarle?
—Sí, supongo... Aunque sinceramente, Harry, no sé qué podíamos haber hecho.
No, creo que estamos avergonzados de nuestra manera de pensar sobre las
cosas, porque si la gente se hubiera dado cuenta de los pésimos resultados que
tiene pensar como lo hace, puede que no estuviera tan dispuesta a hacer
barbaridades.
—Tienes razón —dijo Harry—. Lo admito. Estoy avergonzado. Pero no se trataba
de un pequeño problema que uno no puede resolver porque lo ha planteado mal.
Era demasiado complicado para que yo pudiera pensarlo con claridad.
Lisa movió la cabeza negativamente.
—Tú sigues insistiendo en hacernos pensar sobre la manera correcta de pensar,
y eso es muy importante, Harry, y por eso tú en realidad no habrías de sentirte
tan culpable como los demás, porque, a tu manera, estás haciendo algo frente a
este tipo de cosas.
A Harry le gustó mucho la alabanza de Lisa. Pero no tenía ganas de hablar de
sus sentimientos. Así que se limitó a decir:
—El problema, Lisa, es que hace semanas que no hemos conseguido nada —
sacó su cuaderno de hojas cambiables y volvió a la página en que, muchas
semanas antes, había anotado las cuatro oraciones modelo que el señor Spence
escribió en la pizarra:
—¿Cómo es que pones una línea de puntos ahí, al final? —preguntó Lisa.
—Lo he deducido mentalmente. Fíjate, te pondré un ejemplo distinto. ¿No es
verdadera la oración «algunos animales no son leones»?
—Sí —dijo Lisa.
—Bueno —prosiguió Harry—, si la inviertes, ¿qué te queda?
—¡Ah, ya veo! La inviertes y queda «algunos leones no son animales». Pero ya
sabemos que no es verdad, y ¿no te acuerdas de que descubrimos que sólo las
oraciones verdaderas se deducen de oraciones verdaderas?
—Fíjate —dijo Harry—, hay algo más: cuando dices que una oración no es
verdadera, lo que quieres decir es que es falsa, ¿no?
—Los dos tenemos razón. Cuando yo digo que una oración no es verdadera, lo
que quiero decir es ligeramente distinto. ¿No ves? Cuando alguien dice que algo
es verdadero y yo le digo que es falso, se trata de una contradicción.
—De acuerdo —dijo Harry—, lo contrario de «algunas 'cosas interesantes son
asignaturas» es «algunas cosas interesantes no son asignaturas» —Harry
reflexionó sobre lo que acababa de decir, y añadió—: Esto no puede estar bien.
—¿Por qué no?
—Como dice Mickey —sonrió Harry—, te pondré un ejemplo.
—No me hables de Mickey —interrumpió Lisa—. El otro día me dijo que se crió y
nació en Brooklyn. Estoy segura de que no sabe lo que viene antes, si el criarse o
el nacer.
—Es lo de menos —dijo Harry—. Volvamos a mi ejemplo. Supongamos que yo
dijera que todas las maderas flotan. Pues bien, si quisieras contradecirme, no
tendrías más que nombrar una variedad de madera que no flote. ¿Vale?
—El ébano —respondió Lisa.
—De acuerdo, el ébano no flota. Eso es un hecho. Pero la oración que
contradice a «todas las maderas flotan» es «algunas maderas no flotan». Porque
si hay una sola variedad de madera que no flote, entonces la oración «algunas
maderas no flotan» es verdadera, y la oración «todas las maderas flotan» es falsa.
—Si eso es verdad —dijo Lisa en seguida—, tenemos oraciones que contradicen
a todas nuestras oraciones originales. La contradicción de «todas las asignaturas
son interesantes» sería «algunas asignaturas no son interesantes». Y la contradictoria de
«ninguna asigna tura es interesante» sería...
Harry completó la idea.
—«Ningún» es como «todos»: también es contradicho por «algunos». Así que
tendrías que decir «algunas asignaturas son interesantes».
—¡Qué divertido!—exclamó Lisa—. Hagamos otra columna y escribió en su cuaderno:
—¡Eh! —dijo Harry cuando ella hubo terminado—. Las contradictorias son
exactamente al revés de las originales. ¿Ves? ¡ Si lees la columna de oraciones
contradictorias de abajo arriba, te da la columna de oraciones originales de arriba abajo!
—¡Fantástico!—exclamó Lisa—. Harry, tengo una idea. ¿Por qué no le damos un título a cada
tipo de oración? No, tengo una idea mejor. Démosles una letra. Podemos usar las vocales del
alfabeto. Podemos llamar a «todas las cosas son así y asá» oración de tipo A, y a «ninguna cosa es
así y asá», oración de tipo E. «Algunas cosas son así y asá» será I, y «algunas cosas no son así y
asá», O.
—En serio que es una buena idea, Lisa —admitió Harry—. Porque ahora no
tenemos que decir la oración entera para hablar de ella. Podemos decir que A y O
se contradicen entre sí, y que E e I se contradicen entre sí. Y ya no hay que decir
más, en vez de escribir las dos columnas enteras cada vez.
Entonces, sin razón aparente, Lisa pensó en Dale, cuando dijo que no volvería
más. Nadie le dijo nada porque nadie sabía qué decir. Harry hurgó en el bolsillo y
sacó un centavo dentro de una herradura de la buena suerte que su padre le
había dado hacía dos años. Harry lo puso sobre el pupitre de Dale. Dale estaba al
borde del llanto, y Harry pensó que iba a precipitarse fuera del aula. Pero se las
arregló para permanecer allí sentado, mientras Lisa le daba el dije preferido de su
pulsera, y Fran su pasador de madera de teca, y, uno por uno, todos le dieron
algo. Dale ya se había recobrado de su azoramiento y empezó a embutirse las
cosas en los bolsillos de la camisa y de los pantalones. Sólo cuando el último le
hubo dado un recuerdo (era Mille Warshaw, que al principio había pensado darle
un jerbo, pero luego se decidió por el anillo que había canjeado por envolturas de
chicle), sólo entonces se dirigió en silencio hacia la puerta, se volvió un momento
para saludar con la mano y desapareció.
Por una u otra razón, cada uno de los que quedaron en clase le pareció a Lisa
más valioso que antes. Habían compartido una experiencia. No había sido una
experiencia agradable, y sin embargo la había hecho apreciar a sus compañeros
de clase más que nunca.
—¿Por qué será?—pensaba Lisa—, ¿Por qué será?
***
***
Anne ya no se acordaba de que había leído los poemas. Por un momento pensó
en protestar que los poemas no le habían parecido nada corrientes, pero no los
podía recordar muy bien, así que no dijo nada.
Suki recorrió con el dedo la hoja gigante de un filodendro.
—Supongo que a mí también me gustan las flores cortadas —dijo—, pero se
mueren, y no me gusta ver las cosas morir.
De pronto recordó una cosa, y su cara se iluminó de modo encantador.
—Una vez tuvimos una planta llamada céreus. ¿Has visto alguna vez una? Son
plantas tropicales, de flores nocturnas. Sólo florecen una vez cada cuatro años. La
noche en que iba a abrirse, colocamos reflectores a su alrededor e hicimos una
gran fiesta con todos nuestros amigos, y nos quedamos despiertos toda la noche.
Y, ¡ah, qué bonita estaba la flor! ¡Tendrías que haberla visto! Era como un lirio
enorme, pero muy profundo por dentro. ¡Estaba preciosa! —Suki suspiró y luego
sonrió al reparar en un querubín que forcejeaba con uno de los delfines.
Anne también sonrió, no al querubín, sino porque la hacía feliz ver a Suki
contenta.
—¡Suki —exclamó—, tienes que venir alguna vez a mi casa! Tenemos toda
clase de cosas interesantes. Mi madre pinta y tiene los cuadros colgados por
todas partes, pero seguramente no te gustarán. Pero mi padre tiene las
colecciones más extraordinarias. Habrías de ver su colección de mariposas. Las
tiene en cajas de cristal, colocadas y clavadas con alfileres con tanto cuidado...
Suki intentó no estremecerse, pero no pudo evitarlo, y Anne no pudo evitar
verlo. Anne se reprochó no haberse dado cuenta de que Suki no soportaba ver
sufrir a ningún ser vivo. Ni siquiera soportaba oír hablar de que se les hiciera
sufrir.
Anne puso su mano sobre la de Suki un instante.
—Suki, perdona. Supongo que es cruel atravesar las mariposas con un alfiler,
aunque mi padre las anestesia primero. Pero me gustaría que vinieras a casa
conmigo. A mis padres les encantaría conocerte. ¡Te encontrarían tan
interesante...!
—¿Cómo una mariposa? —preguntó Suki, y al momento se había mordido la lengua, tanto
lamentaba haberlo dicho. Era cruel lo que había dicho, pensó Suki, y Anne no tenía ninguna mala
intención. En cuanto a Anne, los ojos se le arrasaron en lágrimas y se ruborizó.
—¡No, Suki, no, no! ¡Nada de eso! —fue todo lo que Anne pudo articular. No
pensó que la observación de Suki fuera cruel, porque pensó que en cierto modo la
merecía. «Suki se considera una apersona absolutamente corriente —pensó Anne
—, así que supongo que al decir yo que mis padres la encontrarían interesante,
debe de haber pensado que la estaba tratando como una cosa rara. Y quizá tenga
razón.»
Después de todo, cuando su familia invitó a todos aquellos amigos a ver aquella
planta nocturna no había nada de malo en ello, porque una planta es una cosa.
Pero Suki es una persona, y a una persona no se la trata como a una cosa,
independientemente de cómo sea. Y eso es lo que estaba haciendo. Es como si la
estuviera usando, igual que uso las flores cortadas cuando las coloco para hacer una naturaleza
muerta. «¡Qué mal me siento!»
Entonces Anne notó que Suki le tiraba suavemente de la manga.
—No importa, Anne —dijo Suki con dulzura—, no importa. No debería haber
dicho eso. Y me encantaría ir a tu casa.
Cuando hicieron el camino de vuelta por las salas del museo, Suki se paró
delante de un retrato.
—Qué niño tan guapo, ¿verdad? —dijo con una sonrisa.
—Es Titus —repuso Anne—. Era el hijo de Rembrandt. Creo que tenía unos ocho
años cuando se pintó el cuadro, y me parece que murió poco después.
Suki ya no sonreía.
—Pobre hombre —dijo—, es duro perder a alguien a quien quieres mucho.
Mientras volvían a casa por el parque, Anne dijo:
—Es curioso, para mí siempre fue simplemente un cuadro. Pero para ti, era
como si fuera una persona de verdad.
—¡Oh, no!—replicó Suki—, ya sé que el cuadro no era una persona de verdad. En realidad, creo
que por eso nunca me han gustado mucho los cuadros, porque no están vivos. Es verdad que me
gusta cuando me señalas los colores y el modo como están dispuestos, pero, para mí, los cuadros
nunca han sido más que grandes rectángulos de lienzo embadurnados. Sólo cuando tienen algo
que ver con la vida o con la gente puedo encontrarles algún interés —Suki sonrió cuando vio que
Anne fruncía el ceño ante sus observaciones—. Después de todo —concluyó—, las personas y las
cosas son muy diferentes y para mí una pintura es sólo una cosa.
—Pero te gustan las plantas —protestó Anne—, y las plantas son cosas.
—Bueno, pero son cosas vivas —replicó Suki.
—Puede que estén vivas —dijo Anne—, pero no tienen sentimientos, y no
expresan nada. Mientras que los cuadros, aunque no sean más que cosas, sí que
expresan algo. Así que no es tan sencillo como pensabas tú —Anne añadió para
sí: «Ni tampoco tan sencillo como pensaba yo».
Suki dijo suavemente:
—Siempre he considerado los cuadros como cosas bonitas, como las pulseras,
quiero decir, algo ornamental. Nunca pensé que tuvieran sentimientos.
—Bueno, no los tienen —replicó Anne—, pero los expresan. Y no sólo sentimientos, sino
también ideas. Muchas veces sólo con mirar un cuadro es como si supiera instantáneamente cuál
era el pensamiento del pintor.
Suki consideró lo que decía Anne y luego respondió:
—Así que las plantas son parte de la naturaleza y no expresan sentimientos. Y
los cuadros son hechos por el ser humano y sí que expresan sentimientos. Pero,
¿y el rostro y el cuerpo humanos? No son hechos por el ser humano y, sin
embargo, sí que expresan sentimientos. Así que bien mirado, este es un tercer
tipo, ¿no?
Anne pasó el brazo alrededor del hombro de Suki y le dio un ligero apretón, y
aunque no dijo una sola palabra, sonrió como diciendo: «Sí, Suki, eso es, sí... sí...
sí...»
***
—¿Ves?—dijo, apuntando con el lápiz a las dos primeras líneas— , es como dijo Tony. Si te dan
las dos primeras oraciones, puedes calcular la tercera, como si calculas una suma a
partir de dos sumandos.
Fran examinó el ejemplo unos instantes y comentó:
—No, Lisa, no es lo mismo. Porque una suma es igual a los dos números que has
sumado. Pero lo que tienes aquí es una conclusión que has sacado de las dos oraciones de las que
partiste. Y la conclusión no es para nada lo mismo que esas dos oraciones de partida.
Lisa frunció el ceño.
—¿Por qué no? —preguntó.
—Porque, fíjate —señaló Fran—, tenías la palabra «perros» en la primera
oración, y también en la segunda, pero en la tercera ¡falta por completo!
—Es verdad —exclamó Lisa—, ¡desaparece!—mordió la goma de borrar del lápiz un instante y
luego dijo—: Probemos otro ejemplo a ver si pasa lo mismo. En el bloc amarillo escribió:
«Todos los abogados son personas que apoyan los derechos civiles.
Todos los radicales son personas que apoyan los derechos civiles.
____________________________________
Luego: Todos los abogados son radicales.»
Lunes
«Si te duermes, llegarás tarde»
Primera parte verdadera: Me dormí.
____________
Resultado: Llegué tarde.
Martes
«Si te duermes, llegarás tarde»
Primera parte falsa: No me dormí.
Miércoles
«Si te duermes, llegarás tarde»
Segunda parte verdadera: Llegué tarde.
Jueves
«Si te duermes, llegarás tarde»
Segunda parte falsa: No llegué tarde.
Los dos chicos y las dos chicas se apartaron un momento para examinar lo que
había escrito Tony.
—¿Qué queréis hacer?—preguntó Fran—. No estoy segura de entenderlo.
—Queremos ver si se sigue algo —explicó Harry—. ¿Ves?, es fácil de ver en el
caso del lunes. A Tony le dijeron que si se dormía, llegaría tarde. Y llegó tarde.
—Sí, pero... —dijo Tony— ¿y los otros días?
—Bueno —dijo Lisa—, en el caso del martes no se sigue nada. No te dormiste,
de modo que podrías haber entrado a la hora. Pero podía haberte ocurrido otra cosa que te
hiciera llegar tarde.
—Eso es justo lo que sucedió —dijo Tony. No le apetecía contar a las chicas que
se le hizo tarde porque no encontraba ninguna camisa que ponerse—. Así que, de
acuerdo, digamos que, cuando la primera parte es falsa, no se sigue nada.
—En ese caso —dijo Fran—, lo mismo vale para el miércoles. Si lo único que
sabemos es que una persona llegó tarde, no podemos decir si es porque se
durmió o porque le ocurrió otra cosa.
—Entonces, apuntémoslo: si la segunda parte es verdadera, no se sigue nada
—dijo Tony.
—¿Y el jueves?—preguntó Harry—. Supongamos que lo único que sabemos es que la
segunda parte es falsa. ¿Nos dice eso algo sobre la primera parte?
—Necesariamente —dijo Fran—. Si el jueves Tony llegó a clase puntual,
entonces no pudo haberse dormido.
—Es cierto —dijo Tony—, no me dormí.
—¿Sabéis qué significa eso?—exclamó Harry—. ¡Que si la según da parte es falsa,
también lo será la primera!
Desde el fondo de la clase se oyó la voz del señor Spence que decía:
—Admirable, francamente admirable —hacía rato que estaba allí, sentado en
uno de los pupitres, y ellos estaban tan ocupados escribiendo en la pizarra que no
lo habían advertido—. ¿Queréis que resuma por vosotros lo que acabáis de hacer?
—preguntó.
—Resúmalo —dijo Fran. Los otros asintieron.
—Bien —dijo el señor Spence—. Creo que habéis descubierto una magnífica
regla que sirve para cualquier oración compuesta que empiece con la palabra
«si». Tened en cuenta que podemos suponer que una larga oración compuesta
que empiece con «si» es verdadera,
aunque no supongamos que los enunciados más breves que la componen sean
verdaderos. Pues bien: la regla de razonamiento que habéis descubierto sirve
cuando el primero de estos enunciados es verdadero o cuando el segundo es
falso. Si averiguamos que el primer enunciado componente es verdadero, se
seguirá que el segundo también es verdadero. Y si nos dicen que el segundo
enunciado componente es falso, entonces el primero también habrá de ser falso.
—¿Nos puede poner un ejemplo? —preguntó Lisa.
—Naturalmente —dijo el señor Spence—. Supongamos que esta oración es
verdadera: «Si te vacunas, no cogerás la viruela.» Y ahora imagínate que te digo
que aquí Harry se ha vacunado. Sobre la base de este solo hecho, ¿qué podrías
deducir por ti misma?
—Es fácil —Lisa se reía—. Que Harry no cogerá la viruela.
—Y ahora —dijo el señor Spence—, otro caso. Pero este es más difícil.
Imagínate que te digo que alguien que yo conozco acaba de contraer la viruela.
¿Qué podrías deducir de ahí?
—No sé —dijo Lisa—. Me rindo.
—Yo lo sé —dijo Fran—. Lo que se deduce es que la persona de quien habla
usted no debe de haberse vacunado.
—Exacto —dijo el señor Spence. Se volvió a la pizarra y escribió:
Kio y Guss. Contenido: razonamiento sobre la naturaleza. Manual del profesor: Asombrándose
ante el mundo. Nivel: 2º y 3º EGB Puede utilizarse desde preescolar hasta 5º de EGB.
Pixie. Contenido: descubrir el sentido de nuestro lenguaje Manual: En busca del sentido. Nivel
3º y 4º de EGB. Puede utilizar se desde preescolar hasta 5º de EGB.
Lisa. Contenido: continúan los mismos personajes y problemas que en la novela anterior.
Manual del profesor: Investigación ética. Nivel: 7º y 8º de EGB. Puede aplicarse en los tres cursos
del Bachillerato y en Formación Profesional.
Buki. Contenido: problemas de lenguaje, estética y teoría del conocimiento. Manual: Escribir,
cómo y por qué. Nivel: 1º y 2U de Bachillerato y Formación Profesional. Puede utilizarse desde 8º
de EGB hasta el final del Bachillerato.
Mark. Contenido: problemas de filosofía social y política. Manual del profesor: Investigación
social. Nivel: 2º y 3º de Bachillerato. Puede utilizarse en los mismos cursos que el anterior.
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