Crónica Periodística Guia 7
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Crónica Periodística Guia 7
Por
José Alejandro Castaño Hoyos
Medellín
El instructor escudriña las extremidades en busca de las arterias e inyecta en ellas una
solución química que tensa los músculos y preserva los tejidos, justo lo suficiente para que la
familia del occiso alcance a velarlo sin tener que soportar el hedor de la descomposición.
En la sala hay 41 personas, y salvo el profesor, el cadáver y siete estudiantes hombres, las
demás son mujeres, todas alumnas egresadas de colegios del Valle del Aburrá en noviembre
pasado, que por esas vainas de la guerra terminaron acostumbradas a ver el rostro de la
muerte en las esquinas de los barrios, en medio de las balaceras en las que muchas perdieron
a sus padres, hermanos, amigos, vecinos, tíos, compañeros de salón...
Se encontraron allá, dice una menor de edad, queriendo estudiar una cosa que no le cabe al
resto del mundo en la cabeza. Porque, cómo es eso de que jovencitas así, con toda la vida por
delante, se ponen a aprender sobre arreglo de cadáveres, como si ya no tuvieran bastante con
los muertos que caen en las cuadras donde viven.
La sorpresa para ellas y para las directivas del Tecnológico de Antioquia es que, contrario a lo
que se esperaba, las más entusiastas con el programa iniciado este semestre resultaron ser las
mujeres, peladitas que se las ingeniaron para persistir, a pesar de los reclamos de sus familias,
que aún insisten que estudien otra cosa más decente, menos azarosa.
Las motivaciones de cada una no son, digamos, fáciles de explicar. Algunas de ellas, incluso,
lloran contando por qué decidieron aprender algo tan raro. Y aunque en principio no lo parezca,
esas razones tienen que ver más con la vida que con la muerte, así muchas de ellas se hayan
decidido debido a la persistencia en su memoria de ciertos cadáveres a los que el tiempo aún
no les hace levantamiento.
Testimonio
La historia de Lina, por ejemplo, no la conocen sus compañeras. Ella, dice, prefiere mantener
el episodio en secreto porque aún le duele.
Lo que pasó fue que a su papá, un vendedor de ventiladores en el Nordeste, lo asesinaron por
robarle el surtido de mercancía y lo dejaron tirado en una cuneta de la carretera entre Segovia
y Remedios.
Su familia contrató al dueño de una funeraria para que recogiera el cuerpo y lo trajera de
vuelta. Lina y su mamá debieron hacer el viaje e identificar el cadáver, descompuesto hasta tal
punto por el calor y la humedad que el tipo de la funeraria, curtido en el oficio, tuvo que
descargar diez frascos de café instantáneo sobre la carne para frenar la putrefacción y disipar
el hedor.
Durante el trayecto de regreso, acosadas por la imagen desfigurada del hombre, las dos
mujeres permanecieron en silencio, sedadas por una tristeza tan grande que nada, ni el
movimiento del carro en los huecos de la carretera, una trocha amarilla de pantano y cascajo,
lograba hacerles decir una palabra.
Sólo en Bello, próximos a la casa, Lina despertó de aquel mutismo de horas y preguntó cómo
carajos iban a hacer para limpiar a su padre antes de que pudieran verlo sus dos hermanos
menores, su abuela, los tíos y los vecinos. Ella, dijo, no iba a permitir que lo llevaran así a la
velación, mugroso de sangre y ripio de café.
Entonces el tipo de la funeraria le explicó el método que seguirían con el cuerpo y la manera
como lo limpiarían. El trabajo fue tan artístico que, cuenta Lina, hasta los rastros de la
descomposición se le borraron del rostro y nadie más en la casa tuvo que lidiar con la imagen
grotesca que ella y su mamá no logran borrar aún.
Desde entonces, admite la sardina, le entró una obsesión por el arreglo de cadáveres que
cuando supo que iban abrir ese programa en el Tecnológico, se presentó de una, sin pensarlo.
Es, dice ella, un intento por saldar rencores con la vida e intentar hacer lo mismo por otras
personas, cuyos parientes promete entregar tan organizados y bonitos que la marca de la
muerte no sea visible.
No más muerte
De acuerdo con el médico forense Germán Antia, experto internacional responsable de la
Facultad de Investigación Judicial del Tecnológico de Antioquia, la labor de los futuros
tanatoprácticos podrá ayudar a las familias de víctimas de asesinato a elaborar sus duelos con
menos traumatismo y, sobre todo, a superar los rencores.
Se trata, explica el académico, de que los muchachos adquieran un saber tan profesional que
sean capaces de borrar las marcas de la muerte y restañar las heridas, de tal manera que la
imagen que los difuntos le transmiten a los suyos sea de paz, sin importar las circunstancias de
su deceso. Un tipo de conjuro contra el odio que consiste en acomodar las carnes destruidas
por la barbarie, en desvanecer las muecas de dolor que quedan en los labios y los párpados,
en rescatar la sonrisa debajo de los escombros de sangre y angustia... en últimas, de salvar la
belleza de los difuntos a través de los gestos para que los suyos, los que los aman, puedan
recordarlos siempre.
ACTIVIDAD