Lily Cerda - Una Alianza Arreglada PDF

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Una Alianza

Arreglada

Por: Lily Cerda


Derecho de Autor
Una Aliza Arreglada© 2015 por Liliana Cerda.

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Dedicatoria
Esta historia la dedico a mi madre, una niña que con el paso del tiempo
se convirtió en mujer, y al despertar a esa vida se encontró con la realidad de
ella, ya que a temprana edad aprendió a suplir para una familia, primero para
sus hermanos y después para sus hijos.

Muchas veces nos olvidamos que nuestros padres una vez fueron niños
y jóvenes; Para nosotros, siempre fueron padres, pero ellos al igual que
nosotros, pasaron por el mismo camino, quizás el camino de ellos, fue
colmado de agujeros y piedras, al final, ellos se sacrificaron para hacer que el
nuestro fuera, más ligero y fácil.

Gracias mamá por granjear mi camino, con sus pasos, gracias por
suavizar mi vereda y gracias le doy a Dios por permitir que usted fuera mi
madre.

Os querré siempre y para siempre.


L.C
Síntesis
Todo cambió para las hermanas Hothouse, de la noche a la mañana, se
habían quedado solas, su única amiga era la Marquesa, Lady Margarita Aven,
más la dama no poseía suficiente dinero, para cuidar de ellas, así que Lady
Laura Hothouse, sólo le resta hacer lo que su padre le había pedido, que
marchara a Escocia para que contrajera nupcias con un Conde de esas tierras,
con tristeza dejó a su hermana Ross e hizo la última voluntad de su padre.

El Conde de Hamilton creyó que al hacer la alianza con el Baronet, de


contraer nupcias con de la joven, las cosas se le facilitarían, más al conocer a
la dama y tenerla entre sus brazos como esposa, todo se le complica, cuando
la dama se aleja de él en su misma mansión, poniendo entre ellos, una alta
cima invisible que lo separaba.
Saboreando el Conde una única vez su piel, la joven lo vuelve loco y lo
desconcierta, más no sabe como lidiar con la situación, así que se encierra en
su mundo.

Lady Laura sufre en silencio los desplante de su esposo, y todo por otra
dama que sin hacer mucho, simplemente permanecer a su lado, como su
sombra, él no hace nada por apartar a la muchacha de su lado, haciendo
entender por sus acciones, que la joven es su prioridad, así que, la Condesa
decide hacer su propia vida, alejándose de él, en la misma residencia, más,
con esa decisión, los dos sufren en silencio, pero el orgullo y la terquedad del
Conde hace que se retraiga, en tanto la Condesa, no pone atención a las
palabras de las personas mayores, y sólo se deja llevar, por lo que su mente le
hace ver.

El fallecido Baronet se habrá equivocado, al dar a su hija al Conde de


Hamilton, en una alianza arreglada, o los dos encontraran, que el anciano no
erró, sino que esa distancia fermentará, un amor, arreglado, por una alianza.
Tabla de contenido
Una Alianza
Arreglada
Derecho de Autor
Dedicatoria
Síntesis

Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII

Epilogó
Fin
Capítulo I

Lord Hothouse había retornado de la guerra, y aunque había


transcurrido algunos meses, el Baronet se le veía cabizbajo; Desde su retorno
todo había cambiado, muchos habitantes de Newport comentaban:
—Se dice que al Baronet se le ha encalado algún espíritu, ya que sólo
se la pasa encerrado en su despacho, leyendo un libro negro.
—Es verdad, ayer una criada de la familia, lo encontró arrodillado y
hablando en voz alta.
—Pobre Baronet, tan alegre que era, recuerda usted las fiestas y
reuniones que hacia para que nos divirtiéramos.
—Sí, eso fueron buenos tiempos, mi amigo, ahora fíjese usted, cómo
esta, loco y solitario.
—Lo triste de todo, son las dos hijas, se dice, que ha quedado en la
ruina y conjuntamente que está muy enfermo.
—Si un servidor fuera más joven, le haría el cortejo a la mayor de las
Hothouse.
—Pero, Sir Mongorth, si hace algunos años que usted contrajo nupcias.
—Señor Antholie esa dama es tan bella que hasta un ciego puede ver
su hermosura, asimismo, la joven es muy simpática y por lo que hemos visto,
será una excelente esposa.
—Sí, usted tiene toda la razón, pero en este pueblo no hay un caballero
con título que pueda desposar a Lady Laura Hothouse.
—Pues mi buen amigo, después que el Barón muera advertirá a esa
hermosa dama en la calle, y le apuesto que, al alcance de cualquier caballero.
—No creo que la Marquesa lo permita.
—Lady Margarita Aven sólo posee lo suficiente para vivir ella, no creo
que le quede para mantener a dos damitas más, si se dice, que la dama
únicamente tiene tres servicios, ya que no puede emplear a más.
—Sí, eso he oído.
Los caballeros de posición acomodada sabían la situación económica
por la que estaban atravesando la familia Hothouse, y no era ningún secreto
de que el Baronet estaba arruinado.

Tres días después de la platica de los dos caballeros, se formó el rumor


de que el Baronet estaba en lecho de muerte.
******

Su hija se preocupaba mucho por él, así que le dijo:

—Padre no se fatigue, no haga esfuerzo para hablar.


Lady Laura Hothouse sentada al lado del lecho de su padre, trataba por
todos los medios de hacer que este descansara, ya que estaba muy demacrado
y con pocas energía.
—Laura hija, debo decirle, debo hablarle.
—Ahora no padre, descanse, luego hablaremos.
—No poseo mucho tiempo Laura, escúcheme con atención.
—No diga eso, tendremos mucho tiempo, usted lo verá.
—Hija, ya pronto me iré a vivir con mi salvador, pero antes, debo
decirle, lo que me sucedió.
––Está bien.
El caballero comenzó a decirle:
––En la guerra, conocí un caballero Escocés, sobre todo un caballero
que teme a Dios, y guarda sus leyes, así mismo, es un buen amigo—El
Baronet tosió y a la vez se agarraba el pecho del dolor, cuando se repuso
continuó—, nosotros hicimos un convenio de que si algo me llegara a suceder
—, el caballero hizo una pausa, miró a su hija a los ojos y le extendió su
mano, esta la tomó y él prosiguió—, él contraería nupcias con usted.
Lady Laura Hothouse únicamente, miró a su padre con los ojos bien
abiertos, pero al ver por el dolor que estaba pasando se quedó con los labios
sellados.
—Laura hija, prométame que si me ocurre algo, usted cumplirá la
promesa de ir a Escocia y contraer nupcias con el caballero.
—Pero padre—. Lady Laura en ese momento no comprendía porqué su
padre le pedía una promesa de esa envergadura, pero al ver la preocupación,
y el desasosiego de él, simplemente expresó—Está bien padre, como usted
diga.
—Prométamelo Laura, prométalo a un moribundo al frente de su lecho.
—Por favor padre, no diga eso.
El Baronet interrumpió a su hija, diciendo—. Prométalo.
Lady Laura al ver que su padre estaba enfrascado en el asunto indicó
—, se lo prometo padre, iré a Escocia a contraer nupcias con el Escocés.
—Gracias hija.
El Baronet respiró profundo y al hacerlo, se llevó las manos al pecho
por el dolor, después comenzó a toser, su hija buscó un poco de agua, él
únicamente la aprobó, y continuó diciendo:
—Debajo de la mesita de noche, hay un sobre blanco, allí esta la
dirección del caballero, ya le dije al señor Moiter que le escribiera, cuando
reciba la respuesta, haga todo lo que el caballero le diga.
Lady Laura encontró el sobre y se lo colocó en el bolsillo de su falda,
pues en ese momento, no le dio importancia, y comentó:
–– No se preocupe papa, haré todo como usted dijo.
—Gracias hija, gracias.
Lady Laura observó que su padre por fin descansaba un rato, pues la
tos lo abandonó, así que, lo dejó sólo, salió al pequeño pasillo de la residencia
que vivían, y al hacerlo se escuchó la llegada de carruajes, y prontamente
apareció el señor Moiter, el mayordomo y único sirviente que poseía la
familia:
—Mi Lady, disculpe que le interrumpa, pero ha llegado el sobrino de
su padre, y desde ya reclama sus posesiones.
—¿Qué? Mi padre está bien, que se cree Loisor de venir a tomar
posesión de las cosas antes de mi padre palmar.
En ese instante escucharon:
—Laura.
Lady Laura al reconocer la voz de su padre, corrió a su lecho y al
hacerlo, encontró al caballero con el rostro rojo y casi sin poder respirar.
—¿Padre?
—Laura recuerde, sobre toda las posesiones materiales, guarde su
corazón hija mía, pues de él mana la vida.
Lady Laura miró a su padre y con lagrimas en los ojos dijo:
—Sí, lo guardaré, prometo de corazón.
El Baronet sonrió y cerro sus ojos, después de eso, la paz inundó su
rostro y la vida se apartó de él, dejando a la joven en un mal de lágrimas.
*******

Cuatro semanas después de la muerte del Baronet, estaban las


hermanas Hothouse en la residencia de la Marquesa.
Una mañana Lady Laura Hothouse recibió una carta del caballero que
su progenitor había elegido para que contrajera nupcias, a tan sólo cuatro
semanas después, de la partida de su padre.
—¿De quién es querida? Se puso usted pálida al leer el remitente.
Lady Laura miró a la Marquesa y con voz apagada, expresó:
—Es del Conde de Hamilton.
—¡Oh querida que buena noticia! Eso quiere decir, que su padre la
dejó a usted y a su hermana en buenas manos, por su pronta respuesta, debe
ser un caballero de honor.
Lady Laura Hothouse no respondió, sino que se puso de pie, formó una
reverencia y se apartó hacia el jardín, y detrás de ella, su hermana Ross.
Lady Laura Hothouse tomó asiento en uno de los muebles de hierro del
pequeño jardín de la mansión y con sumo cuidado abrió la carta.

Para Lady Laura Hothouse:

Mi distinguida dama:

Siento sobremanera escuchar la noticia de la partida de su padre, se


que estos momentos es de gran dolor y angustia para usted y su hermana.
Espero que Dios le de a las dos, la conformidad necesaria para que
superen su perdida.
Permítame decirle, bueno creo que usted debe de estar al tanto, de que
hice convenio, que si algo le ocurría a mi buen amigo Lord Hothouse, le
prometí que en su ausencia la desposaría a usted, así que,
desafortunadamente, ya que su padre no esta con nosotros, debemos hacer la
voluntad de el Baronet; Por tal razón, el 27 de Junio un carruaje la recogerá a
usted, para que haga el desplazamiento a Escocia, de esa forma, se harán los
preparativos para nuestra nupcias.
Espero que usted como un servidor, este dispuesta a hacer la voluntad
de su padre.
Reciba mi aprecio y mis condolencias.
Atte.
Conde de Hamilton.
Su hermana que era más soñadora que ella, exclamó:
—¡Oh Laura, que caballero tan galante!
—Galante Ross, con esta carta a puesto muy claro que únicamente está
cumpliendo una promesa.
—Oh Laura, ese caballero es muy respetado, ya que nuestro padre lo
eligió para usted.
—No diga eso Ross, nuestro padre simplemente arregló una alianza
con ese misterioso caballero, para no dejarnos desprovistas de ayuda.
—Juzgo que debe de ser joven y apuesto, alto bien alto, como los
Escoceses y además, será una miel de dulzura.
Lady Laura miró a su hermana menor de reojo, ya que ella no deseaba
hacerse ilusiones con ese caballero, así que dijo:
—No se haga quimeras Ross, tal vez, es uno de esos Escoceses viejo y
de gran carácter.
—Desde luego que no, padre no le haría una cosa así, usted era su
princesa.
—Al igual que usted.
Las dos hermanas se quedaron calladas, fue cuando Lady Laura se
permitió soñar un poco con el caballero desconocido, fue un momento
después que Ross la sacó de su sueño:
—Que romántico, una alianza por amor.
Lady Laura miró a su hermana y con voz fuerte indicó:
—Será una alianza arreglada.
La joven dama se quedó cavilando en su nueva vida, y lo que esta le
deparaba, ya que antes de palmar su padre, le hizo prometer que marcharía a
Escocia, y contraería nupcias con aquel caballero desconocido para ella.
¿Cómo sería ahora su vida? ¿Qué le tiene preparado Dios para su
futuro?
Lady Laura suspiró y con mirada triste miró al cielo.
Capítulo II

De camino a Escocia, Lady Lauren Hothouse, no sabía que le deparaba


el destino, sólo conocía que debía contraer nupcias con un caballero, que
nunca había conocido, y mucho menos instalado una conversación, como si
fuera poco, él vivía en el otro extremo de su mundo, en un país que ella no
conocía, en Escocia.

En la mente de la joven Inglesa, sólo retumbaban las palabras que le


había dicho su padre antes de palmar:
––Sobre toda las posesiones materiales, guarde su corazón hija mía,
pues de él mana la vida.

Sin querer comenzó a pensar en el pasado, ya que los acontecimientos


habían cambiado, desde que su padre retornó de la guerra, pues era un
caballero diferente, siempre le estaba hablando sobre él Libro Sagrado y sus
enseñanzas, les conversaba, que no había otra forma de llegar a Dios, sino a
través del hijo, además de esas cosas, ya no se reunía con sus antiguos
amigos a tomar oporto, por el contrario, los invitaba para compartir del Libro
Sagrado; Cuando ellos se dieron cuenta, inmediatamente ponían pretextos y
se marchaban.

Los últimos días de su padre, lo pasó solo, con excepción de Lady


Margarita Aven, una dama excéntrica que todos le llamaban loca, por la
forma de cavilar, la cual, era la misma que su padre trajo de la guerra, pues al
igual que ella, se convirtió a la nueva tendencia religiosa, y cada vez que
tenían la oportunidad les hablaban de ese tema, con tanta vehemencia que
Lady Laura cavilaba que en verdad estaban locos.
Lady Laura Hothouse conmemoró cuando la dama en una navidad, le
había hecho una pregunta turbadora:

—¿Está usted preparada para morir, si hoy le enviara Dios el carruaje


de la muerte?

Esa pregunta hizo que la joven se removiera en su asiento, pusieras sus


ojos como dos esferas y la mirara de forma extraña.

Lady Margarita Aven estaba muy tranquila esperando la respuesta, con


las manos en su tela de bordar, y con una expresión como quién estuviese
hablando de algo natural y normal, ella al ver la expresión de asombro de la
joven, sin más, expresó:
––La vida es un regalo de Dios, solo él sabe cuando nos envía a buscar,
puede ser hoy, mañana o dentro de muchos años, una cosa debe tener segura,
que lo hará.
Lady Laura respiró profundo, antes de responder:
— No sé que debo hacer para estar preparada, sólo conozco que debo
ser una buena persona, no hacer mal a nadie y ayudar a los más desvalidos.
La anciana observó a la joven con expresión serena y le preguntó:
—¿Cuándo fue la ultima vez que usted ayudó al desvalido?, o ¿Cuando
usted pasó un día completo sin ofender a alguien?, o ¿sin faltarle a Dios con
sus pensamientos, palabras o hechos?
La joven abrió y cerro los labios, pues no sabía que responderle, ya que
eso era imposible de llevar acabo, así que sólo expresó, para salir del paso:
—No recuerdo—. Volvió a reconsiderar su respuesta y comentó—, en
verdad es difícil hacer tal cosa.
La Marquesa respondió muy sosegadamente:
—En verdad lo es, le puedo decir que por mi experiencia, es imposible.
Lady Margarita Aven, aprovechó el momento para decirlo algo que
muchas veces su padre le había dicho, pero ella no podía entender y en ese
momento, comprendió claramente, como si sus oídos hubiera estados
cerrados y de pronto, sucede el milagro de escuchar.
La dama comenzó a decirle de manera calmada, y a su lado poseía un
libro negro, el cual, lo tomó y dejo a un lado el bordado:
—Sabe Lady Laura este es el Libro de la Sabiduría de Dios, aquí se
encuentra los más sabios consejos, las historias que nos ayudan observar los
errores de otros, para no cometerlos, de igual forma, nos revelan personajes,
que poseen virtudes, fe, valentía, más sobre todo como llegan a confiar en
Dios, y así mismo, nos revela como su hijo Jesucristo toma cuerpo de hombre
y descendió para morir por nosotros en la cruz. Sabe usted, que por las
palabras que están escritas aquí, muchos caballeros y damas han muerto, por
este libro muchos han perdido familias y por este libro muchos la han
ganado, así que mi querida, usted puede llegar a Dios por medio de Jesús, y
de la única forma que puede conocerlo es a través de este Libro.
Lady Laura observó el libro que la anciana tenía en sus manos, se veía
un libro común, al igual que el ejemplar que su padre había traído de la
guerra, no poseía nada extraordinario, por el contrario, se veía como un libro
más.
En ese momento Lady Margarita Aven, lo abrió y comenzó a leer:
—Lucas 16,19-31—. Había un hombre rico, que se vestía de púrpura y
de lino fino, y hacía cada día banquete con esplendidez. Había también un
mendigo llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquél, lleno de
llagas, y ansiaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y aun
los perros venían y le lamían las llagas.
—Aconteció que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al
seno de Abraham; y murió también el rico, y fue sepultado. Y en el Hades
alzó sus ojos, estando en tormentos, y vio de lejos a Abraham, y a Lázaro en
su seno. Entonces él, dando voces, dijo—. Padre Abraham, ten misericordia
de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y
refresque mi lengua; porque estoy atormentado en esta llama.
Pero Abraham le dijo—¿Hijo, acuérdate que recibiste tus bienes en tu
vida, y Lázaro también males; pero ahora éste es consolado aquí, y tú
atormentado. Conjuntamente de todo esto, una gran sima está puesta entre
nosotros y vosotros, de manera que los que quisieren pasar de aquí a
vosotros, no pueden, ni de allá pasar acá.
Entonces le dijo—. Te ruego, pues, padre, que le envíes a la casa de mi
padre, porque tengo cinco hermanos, para que les testifique, a fin de que no
vengan ellos también a este lugar de tormento.
Y Abraham le dijo—. A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos.
El entonces dijo—. No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de
entre los muertos, se arrepentirán.
Mas Abraham le dijo—. Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco
se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.

Cuando Lady Margarita Aven terminó de leer, se dio cuenta que a la


conversación se unió Lady Ross, la cual estaba muy pendiente de sus
palabras:
—Para despertar a la servidumbre por las mañanas se usa una
campanilla. ¿La han visto ustedes?
Las dos hermanas se miraron y al unísono respondieron:
—Si.
La anciana sonrío y prosiguió:
—Cada habitación de servidumbre poseen esas campanillas, si el
mayordomo o el señor la aprieta, en un instante aparecerán los sirvientes, si
no aparecen, la volverá a tocar, y así sucesivamente lo hará, hasta que
aparezcan delante de él.
La dama sonrió, cuando enfatizó:
––Hay dos problemas con esa campanilla. La primera es que si el
mayordomo la toca para jugar con sus subordinados, llegará un tiempo que
estos no la tomaran en cuenta, llegaran cuando deseen y no obedecerán a su
llamado, el segundo problema es que si el mayordomo se la pasa todo el día
dándole a la campanilla, la servidumbre se acostumbrara al sonido, y no se
darán cuenta cuando suena para que se presenten, no le pondrán atención y
continuarán haciendo las cosas aunque esté sonando.
La anciana las miró fijamente y les dijo:
—¿Saben que Dios a veces nos suena una "campanilla para
levantarnos" en nuestras vidas? Él habla a nuestro corazón y le dice: "Es hora
de levantarse y seguirme." Algunas personas escuchan el sonido y lo que
hacen es decir: "Ahora no, Señor, despiértame más tarde." Algunos le dan
tanto al botón que llega el momento en que no oyen más la voz de Dios.
Cuando al fin se levantan encuentran que es muy tarde. Eso es lo que pasó en
nuestra historia bíblica de hoy.
––No comprendo Lady Margarita Aven.
––Es muy sencillo Ross, Jesús contó la historia de un caballero rico
que vestía con las mejores ropas y vivía con mucho lujo y la de un mendigo,
un desamparado, llamado Lázaro que se sentaba a la puerta de la residencia
del caballero rico. Lázaro tenía hambre, pero su cuerpo estaba cubierto de
llagas. Él esperaba que el hombre rico tuviera compasión de él y que le
satisficiera su hambre con las migajas que caían de la mesa. Pero el hombre
rico pasaba diariamente cerca de Lázaro, sin percatarse de él.
La Marquesa suspiró al decir:
––Me imagino que pasó tantas veces por su lado, sin prestarle
atención, que eventualmente, llegó el momento en que no lo veía. El Libro
Sagrado dice, que Lázaro murió y fue al ceno de Abraham. El hombre rico
también murió, pero fue al Hades. Desde el hades él vio a Lázaro con
Abraham. El hombre rico le pidió a Abraham que dejara que Lázaro mojara
la punta de su dedo en agua y viniera a tocar su lengua, pero Abraham le dijo
que no. Entonces Abraham le recordó al hombre rico cuánto había gozado de
las buenas cosas en la tierra mientras, que Lázaro no tuvo nada.
La dos hermanas se miraron, después la dama continuó:
––El rico entonces le pidió a Abraham el que le permitiera a Lázaro
volver a la tierra, para que les avisara a sus hermanos, para que no terminaran
en el infierno con él. Nuevamente Abraham dijo que no. El hombre rico había
despertado al fin, pero era muy tarde.
––¡Que historia más triste!
––Así es Ross, es muy triste y más cuando Dios sigue sonando la
campanilla para que las personas despierten, para que ustedes dos escuchen
su voz.
Las hermanas se miraron una vez más asombradas, cuando la dama
indicó:
––Cada día en mis plegarias, le pido a Dios para que ustedes escuchen
la campana, oigan su voz y le sigan antes de que sea muy tarde.
Lady Margarita Aven, puso su manos juntas y cerró sus ojos, y en voz
alta expresó:
––Querido Padre, cuando suenes la campana dejándonos saber que es
la hora de despertarnos y seguirle, permita que estas jóvenes damas no se
acostumbren a su sonido y digan, que unos de estos días usted permita que se
levanten y le sigan.
En nombre de Jesús se lo suplico y gracias.

Lady Laura retornó a la realidad y observó el Libro Sagrado que le


había obsequiado su padre, fue lo tomó, se abrazó a el y cayó de rodillas, en
ese momento declaró:
—Dios de mi padre y de Lady Margarita Aven, usted que conoce y
sabe todas las cosas, acompáñeme, cuide de mi en estas tierras lejanas y
hágame su hija, he escuchado la campana en mi corazón y se que debo
buscarle, sea usted mi guía, mi salvador, como tantas veces mi padre me
explicó; Ahora rindo mi corazón y mi vida a usted, deseo servirle y honrarle.
Reconozco que su hijo Jesús murió por mi en la cruz y que su sangre me
limpia de todo pecado, creo de corazón que él resucitó y esta a su lado. De
igual forma, sea con mi hermana Ross, ella ya es su hija, pues hace muchos
días que recibió a su hijo, cuídela y permita que nos volvamos a reunir. En
nombre de Jesús. Gracias.
*******

Cuatro días después, el carruaje hizo su entrada en un imponente


pórtico de hierro, el cual, anunciaba el ingreso a la residencia solariega del
Conde de Hamilton.
Lady Lauren Hothouse observó hacía el imponente jardín, que
resplandecía antes sus ojos, repleto de elegancia y perfección, con un sin
número de estatuas de animales, rodeadas de una zona de césped, estanques,
fuentes, y borduras de flores que le daban elegancia y colorido.
Su vista se quedó prendida en una estatua desnuda, de un caballero,
que alcanzo a divisar, y al observar la anatomía de éste, se llevó las dos
manos a sus labios, y sonrojándose se irguió estrepitosamente.
Cuidadosamente el carruaje continuó, ella observó que las esculturas
estaban por todas partes, tanto de caballeros, como de damas, y eso le dio
escalofríos, y expresó en voz alta:
—¡Oh! ¡Mi buen Dios! ¡Acompáñame!
Lady Laura observó todas las demás estatuas y se dijo para sí:
––Ese caballero debe de ser un calaveras pervertido y se preguntó;
¿Cómo mi padre antes de fallecer concertó esta alianza?

El carruaje continuó su recorrido y prontamente dio la vuelta en una


amplia emplazada de forma redonda, deteniéndose en la entrada de la
residencia.

La vivienda solariega del Conde, no era impresionante, como había


escuchado que era, más bien, se asimilaba a una morada pequeña en el
campo.

La puerta principal se abrió, y salió un caballero de edad avanzada,


muy bien vestido y con porte de señor.

A Lady Lauren se le apretó el corazón, ya que, al ver al caballero,


especuló que ese sería su prometido.

La muchacha salió muy despacio del carruaje, ayudada por el lacayo.


El caballero con mucha elegancia, se aproximó y expresó:
—Bienvenida Lady Lauren Hothouse, permítame presentarme, Lord
Hamilton.
Al escuchar Lady Lauren el nombre el caballero, se le oprimió a un
más el corazón y no supo que decir ni hacer, pues aquel caballero era de la
misma edad que su padre antes de palmar, cosa que la enfureció sobre
manera, ya que no podía concebir que su amado padre, la había entregado a
un longevo, y por las diferentes esculturas que poseía en el jardín, debió de
ser un calaveras pervertido, en su juventud.

Ella caminó muy silenciosamente al lado del caballero, y mientras lo


hacia, sólo le pedía ayuda a Dios.

Para sorpresa suya, al entrar a la pequeña vivienda, caminaron poca


distancia, cuando comenzó a mirar a los lados, de dio cuenta que era tan
pequeña, que únicamente poseía dos salones de recibimiento y una biblioteca,
prontamente, salieron nuevamente al jardín, aunque no al aire libre
totalmente, pues el pasillo estaba techado, al mirar hacia delante, Lady Laura
se sorprendió al ver la majestuosa residencia solariega.

El caballero advirtió su asombro y le informó:


—La parte frontal es para recibimiento, antes era usada por mi padre
como taller para sus esculturas, y antes mi abuelo la usó para acogimiento de
los soldados, cuando pasaban por este lugar, pero al finalizar la guerra, mis
antes pasados construyeron la extensión que viene siendo esta.
Al entrar a la segunda puerta, toda la servidumbre estaba formada en
dos filas, y todos a una, hicieron una reverencia, la cual fue devuelta por
Lady Laura.
El caballero con voz fuerte, dijo:
—Les presento a su futura Condesa, Lady Lauren Hothouse, hija del
Baronet de Trento.
Una vez más, todos le hicieron la cortesía, mientras, el caballero hizo
un ademan con la mano, a una señora vestida de gris y negro, de edad
avanzada y con porte sereno:

—Señora Matilde escolte a Lady Lauren Hothouse a su recámara.


—Si Mi Lord.
La joven dama, miró a la ama de llaves y ésta le indicó:
—Por favor, sígame Mi Lady.
Lady Lauren muy obediente, marchó detrás de la señora, pasando por
toda la servidumbre y caminando hacia un amplió pasillo, la señora le
comunico:
—La residencia solariega Hamilton, únicamente consta con dos planta
en la parte derecha, pues la demás edificación es de un sólo nivel.
—¡Oh! ¡Que interesante!
—Sí, sólo los aposentos del Conde y la Condesa están en ese nivel, lo
que quiere decir, que usted se hospedará allí.
Lady Laura miró sorprendida a la ama de llaves y con suma cautela
expresó:
—Pero no creo que sea prudente, aun no contraigo nupcias con el
Conde.
—No será por mucho tiempo, pues esta noche se celebrará el enlace.
—¡Ésta noche! —. Exclamó ella, más consternada, que sorprendida.
—Sí Mi Lady, todo está organizado, será mejor que descanse.

Lady Laura se quedó enmudecida con expresión preocupada, y


continuó su camino, detrás de la anciana.
La ama de llaves la escoltó por una amplias escaleras y al ascender, se
encontró con una espaciosa estancia amueblada muy elegantemente, la cual
poseía un cruce, que contaba con dos grandes puertas dobles, la anciana
caminó hacia la segunda puerta y la abrió e indicó:
—Estos son sus aposentos Mi Lady.
Lady Lauren caminó incomoda por aquel pasillo y pasó al frente de las
enormes puertas labradas de caoba, y continuo hacia la puerta que había
abierto la ama de llaves, al entrar, se quedó maravillada, pues en vez de entrar
a una recámara, ingreso a un salón blanco, decorado en dorado, la fornituras
de color perla, se veía majestuoso y hacia un gran contraste con el resto de la
casa.

La anciana se introdujo un poco más, abriendo unas puertas dobles,


esta vez, de color blanco, las cuales, tenía labrado en el centro, un corazón.
Lady Lauren continuó caminando, al entrar, lo primero que divisó
fueron las dos puertas en cristales que al parecer daban a un balcón, después,
giró el rostro hacia la amplia cama, tipo princesa, que estaba a un lado,
endosada por unas amplias cortinas blancas y doradas, franqueada por dos
hermosos sillones imperiales a los lados, y unas hermosas mesitas de noche.

La ama de llaves, le anunció:


—Sus pertenencias están en los armarios, así mismo, una doncella
vendrá a traerle una bandeja de comestible, pues debe estar fatigada para
descender a almorzar con Lord Hamilton.
—Oh sí, muchas gracias.
La anciana antes de salir, le comunicó:
—Esta recámara cuenta con un balcón y este posee unas escaleras que
conducen al jardín, donde están las flores para cortar: dalias, jazmín,
guisantes de olor, y rosas.
—Eso quiere decir que puedo cortarlas.
—Sí, Mi Lady.
Lady Laura sonrío tiernamente y simplemente indicó:
—Muy bien
La anciana formó una reverencia y salió de la estancia.
Lady Lauren no sabía si ponerse a llorar o simplemente escapar a toda
prisa de aquel lugar, dejando a un lado la promesa que le había hecho a su
padre, en su lecho de muerte, que viajaría a Escocia para contraer nupcias con
el Conde de Hamilton, pero su mente no podía concebir que su padre
preparara una alianza con aquel caballero que podía ser de la misma edad que
su padre.
Lady Lauren Hothouse sólo contaba con veinte y dos años, pero la
enfermedad de su madre la había hecho madurar a muy temprana edad, ya
que al palmar ésta, la dejó con la responsabilidad de cuidar de su pequeña
hermana y de su padre, así mismo, de hacerse cargo de la residencia, pues,
aunque su padre poseía un título, no contaban con recursos adecuados para
vivir como los demás nobles, y aunque respetaban al Baronet, todos los
habitantes de Newport estaban al tanto de las precariedad con la cual, ellos
vivían.
Se recordó de su hermana Ross que únicamente esperaba el momento
para viajar a Escocia a reunirse con ella, y con esa alianza ella podía
proporcionarle a su hermana, una dote razonable, para que encontrara un
buen caballero.
Lady Lauren suspiró y preguntó al vacío:
—¿Padre porque me envió aquí?
Cuando la doncella tocó y entró al salón blanco, colocó la bandeja de
comestible a un lado.
Lady Laura le dio las gracias y la despidió, pero por lo que estaba
ocurriendo, ella no poseía apetito, así que, miró hacia las puertas de cristales,
decidida salió al balcón, éste era enorme, con la mitad techada y la otra parte
al aire libre, con muchos muebles en hierros brocados y con hermosos
acolchados, giró el rostro, en un extremó se percató de las escaleras, caminó
decidida a salir de aquel lugar, ya que reflexionó que ella no contraería
nupcias con ese anciano, mejor prefería vivir en la pobreza que entregar sus
días a una vida sin amor, ya que ella desde niña soñaba, con enlazarse con un
caballero con armaduras blancas, montado en un caballo y que desde que se
miraran se enamorarían y se enlazarían por amor.

Con esa decisión, marchó a toda prisa y descendió las escaleras de


mármol, llegando rápidamente a un sendero del jardín, pero no sabía que
dirección tomar, ya que el jardín contaba con muchas pequeñas áreas, decidió
seguir el sendero más angosto, caminó sin parar, por más de media hora,
cuando divisó un hermoso lago, y fue hacia allí, pero el sendero terminó, cosa
que la puso muy nerviosa, y como estaba cansada, Lady Lauren se sentó en
uno de los banquillos de hierro que estaban colocado alrededor del lago, y
respiró profundamente, y exclamó:
—¡Dios mío ayúdeme!
Cuando escucho una voz decir:
—¿Está perdida?
Lady Lauren miró hacia todas las direcciones, en busca de la voz,
cuando miró hacia arriba del árbol, se encontró con un joven de algunos
quince años, trepado en una de la rama, el cual descendió rápidamente, como
si fuera un primate, y con toda destreza se lanzó hacia el suelo, al llegar
preguntó:
—¿Quién es usted?
Lady Laura se puso de pie y dijo:
––Mi nombre es Lady Lauren Hothouse, y ¿Usted quién es?
El joven flaco y de pelo rubio, casi blanco, no respondió a su pregunta,
sino que le formuló otra:
—¿Es usted la prometida del Conde?
Lady Lauren no sabía que responder, pues, si le decía que no, estaba
mintiendo, y si le decía que sí, la podía delatar de su huida, así que preguntó
una vez más.
—¿Usted quién es?
Pero el jovencito no respondió, sino que señaló:
—Usted debe ser la prometida del Conde, pues es usted Inglesa y
además, posee todas las características que le enviaron a decir en la carta.
—¿Qué carta? —, preguntó ella, curiosa.
—La carta que un caballero le envió a mi hermano.
Lady Lauren se aproximó al joven y le volvió a preguntar:
––¿Un caballero?
El joven de forma sarcástica respondió:
—Sí, un caballero Ingles, el cual le hizo prometer que se enlazara con
su hija.
Al verse descubierta, Lady Laura deseaba cambiar la conversación,
entonces, le dijo al joven:
—Es decir que es usted hermano del Conde.
El joven al verse expuesto indicó:
––Sí, soy el hermano menor del Conde—,su declaración fue con
mucho orgullo—, y no sé porque debe cumplir con la promesa que le hizo a
ese Ingles, de cuidar y contraer nupcias con su hija mayor, si algo le llegara a
suceder, mi hermano no desea enlazarse con usted, debe hacerlo con María
José, ella si lo ama y además, siempre han estado juntos, ella se arriesgó por
él, en cambio usted es una aprovechada.
En vez de enojarse por la declaración del jovencito, ella preguntó:
—¿Quién es María José?
—La joven más hermosa de Escocia y además, la dama que ama mi
hermano.
Lady Laura vio la salida de su problema, así que expresó:
—Pues si eso es lo que el Conde desea, puedo facilitarle las cosas,
deseo huir de este lugar y de esa forma, liberaré a su hermano de esa
promesa.
En la mirada del joven, apareció de pronto, un brillo de alegría, y con
regocijo emitió:
—Pues debe hacerlo ahora, pues todo esta dispuesto para que ustedes
se enlacen el día de hoy.
—Sí lo sé—. Ella lo dijo con tristeza.
—Pues le prestaré mi caballo, ¿Sabe montar?
—Sí, un poco.
—Pues esta hecho, tome mi caballo y márchese por ese sendero al
pueblo, allí busque un carruaje y retorne por donde vino.
—Esta bien.
El joven muy rápidamente, se perdió entre los arbusto y en poco
tiempo retornó con un caballo blanco con pintas negras, pura sangre, el cual,
se lo entregó a Lady Lauren y le dijo.
—Cuando llegue al pueblo, simplemente tiene que soltar a Plague, el
retornará sólo.
—Muy bien, gracias.
Lady Lauren con poca destreza, montó el caballo, pues no era una
amazona, únicamente montaba a caballos en ciertas ocasiones que visitaba a
su amiga Lady Margarita Aven, una dama viuda de un Márquez que le había
tomado cariño, la cual invitaba a Lady Lauren y a su hermana para las fiestas
navideñas y en muchas ocasiones, le había insistido que aprendiera a montar
a caballo, pues una dama debía saber montar muy bien.

Lady Lauren cabalgó una gran distancia, cuando escuchó el ruido de


un carruaje, eso quería decir que estaba próximo a una carretera, así que
decidió desmontar un rato, al hacerlo, se le quedó su falda atascada en la
montura y trató en vano de soltarla, cuando trató de montar, una vez más, no
pudo, y fue cuando escuchó el ladrido de un perro, lo cual hizo que el caballo
se inquietara, pronto apareció un caballero en un caballo negro, el cual, actuó
rápidamente, y agarró las riendas del caballo, que ella estaba tratando de
soltarse desesperadamente.

Lady Lauren dio gracias a Dios por el caballero que apareció en el


preciso momento, pues de lo contrario, el caballo la habría arrastrado.

El caballero se desmontó rápidamente y la ayudó a aflojar la falda


atascada, ella de inmediato se alisó la falda, ya que el caballero de seguro
había visto más de lo que se le permitía observar en una dama, pues la parte
trasera de su falda estaba totalmente levantada, dejando ver toda su parte
trasera, ella se llenó de orgullo para decir:
—Gracias señor.
—De nada señorita.
Lady Laura por primera vez levantó la vista y se encontró con un
caballero de algunos treinta y cinco años, con porte de señor, de mirada
profunda y facciones gruesas, la cuales, le daba la impresión de ser un
caballero solitario. Sin darse cuenta se quedó fijamente observándolo, ya que
era el caballero más apuesto, que sus ojos habían visto.
El caballero observó a la joven dama que estaba al frente, su figura era
frágil y pequeña, se podía decir que era una miniatura de dama bien hecha.
Sus ojos al igual que su pelo, eran oscuros, el pelo ondulado de forma
natural; La expresión de sus ojos eran tranquilos y triste, su tez era muy
pálida, parecida a la nata; Sus modales y su forma de hablar, hacían denotar
que la dama no era Escocesa.
ÉL con voz firme le indicó:
—Me puede decir que hace una dama con un caballo como ese, por
este sendero.

Por la entonación y la forma del caballero, era sin dudas Escocés.


Lady Laura al escuchar la voz del caballero, un poco demandante,
como si este fuera su padre, se llevó las dos manos a su cintura, y en el
mismo tono, respondió:
—Es una larga historia, así que no creo que usted tenga tiempo para
escucharla y una servidora para contarla.

El caballero la observó con aquellos ojos azules profundos, y su pelo


plateado, casi blanco que centelleó con los rayos del sol, él no sonrió con el
comentario de ella, sino que por el contrario expresó:
—Creo que a donde se dirigía lo hará caminando, ya que su caballo se
ha marchado.
—¡Oh no!
Lady Laura miraba al sendero por donde había aparecido y no había
rastro del caballo, así que con voz preocupada preguntó:
— ¿Y ahora que haré?
—Aquí en Escocia nos caracterizamos por ser caballeros, así que me
ofrezco a llevarla.
Lady Laura giró su rostro para encontrarse con el caballero que sin
emoción le decía aquellas palabras, así que, miró al caballo y prontamente al
caballero y entonces preguntó
—¿En un sólo caballo?
La expresión de ella era de asombro, ya que en Inglaterra, eso sería una
imprudencia, un caballero ofrecerse a viajar juntos en un caballo, únicamente
se les permitía a parejas.

El caballero la miró tranquilamente y despreocupadamente indicó:


—Sí en un sólo caballo, ya que el suyo se ha marchado, mi caballo
plataforma es fuerte y de pura sangre, puede con los dos, además, usted no
esta muy robusta.
Lady Laura no le agradó el comentario del caballero, pero no deseaba
discutir su situación, así que simplemente comentó:
—Esta bien, me dirigía al pueblo.
La expresión del caballero cambio, y preguntó de manera asombrada:
—¿Al pueblo?
Lady Laura respondió con un simple:
—Sí
—Pero si está a casi a un día de camino.
La sorprendida fue ella, al escuchar la distancia que se encontraba del
pueblo:
—¿Qué?
El caballero con mucha destreza, se subió al pura sangre, como si fuera
un caballo común y corriente, entonces, desde esa posición indicó:
—No creo que una dama con esa vestidura, pudiera llegar sana y salva
recorriendo tal distancia.
Lady Lauren se enojó y dijo entre dientes:
—Ese diablillo me las pagará.
—¿Qué dice?
—Nada… ¿Ahora que puedo hacer?
—Creo que lo más prudente es que retorne por donde usted vino.
—Es que no puedo llegar a la residencia solariega del Conde, montada
a caballo con usted.
—¡Oh usted se hospeda allí!
—Sí, en verdad sí—. Dijo ella con un poco de vergüenza.
—Pues lo que puedo hacer, es llevarla por ese sendero, el cual nos
llevará a las tierras del Conde, la aproximaré un poco al jardín, y usted
terminará el trayecto sola.
—Muchas Gracias.
—No debe darlas, la próxima vez, dese cuenta lo que esta haciendo.
Lady Lauren se sintió como si estuviera siendo reprendida por su
padre, aunque el caballero era mucho más joven, para ser considerado como
tal.
Él muy caballeroso le extendió la mano y con un único empujón, la
ayudó a subir al caballo, poniéndola a ella de lado en su costado derecho, y le
expresó:
—Debe sujetarse de mi cintura, para así poder cabalgar más cómodos.
Lady Lauren obedeció, cuando lo hizo, se vio abrazando aquel extraño
Escocés, el cual, estaba muy en forma, se aferró a él, y al hacerlo, se sintió
segura, como si aquel caballero fuera el príncipe encantado que siempre había
soñado, olió su fragancia, y cerró sus ojos, para disfrutar de ese momento,
que seria inolvidable para ella; En ese instante recordó su posición, así que
trató de desviar todo pensamiento de su mente, ya que en poco tiempo, sería
inminente su enlace, con el anciano Conde de Hamilton, y ella no deseaba
comenzar su unión con pensamientos que la perturbara.

Mientras el caballero, cabalgaba apresuradamente, pues la joven dama


que tenía en esos momentos en sus brazos, lo ponía nervioso, y aun más, su
fragancia a jazmín lo sacaba de concentración, cosa que pocas damas hacían,
el cavilaba en todo el camino, como era posible que esa dama estuviera tan
lejos de la residencia solariega, sus pensamiento se disiparon, cuando sintió la
dama moviéndose entre sus brazos, y respiró profundo, ya que estaban
próximo al jardín de flores.
Alan detuvo el caballo, e indicó:
—Hasta aquí puedo llegar, usted debe continuar sola.
El caballero trato de hablar fuerte y sin emoción, ya que lo que estaba
sintiendo por la dama, era en verdad, nuevo para él.
Lady Lauren despertó de su sueño y indicó:
—Sí.
Él con toda cautela la desmontó, pero se quedó en su montura y le
enseñó:
—Con permiso Señorita.
Y sin más, continuo su camino, dejando a Lady Lauren preguntándose
quien sería el caballero, y se dijo, que debía de ser un amigo del Conde, ya
que él no había tenido la cortesía de presentarse, tal vez esa noche, lo volvería
a ver, pero volvió la cabeza de un lado al otro, para hacer desaparecer ese
pensamiento.

Ella caminó apresuradamente y retornó a su recámara por la misma


escalera, entro y sin más, se dejó caer en la cama, volviendo a su mente, el
caballero que la había traído, su aroma y el sonido del corazón de él, que fue
su música en todo el trayecto.
Después de un tiempo tocaron a la puerta y entraron dos doncellas:
—Buenas tardes Mi Lady, nosotras la asistiremos.
—No gracias, no hace falta.
—Desde luego que sí Mi Lady, son ordenes del Conde y él es muy
estricto.
—En tal caso, gracias.
Las doncellas le prepararon un baño con hojas de rosas y la ayudaron a
colocarse el vestido color perla, que le había obsequiado la Marquesa para
que lo usara para su enlace, cosa que Lady Lauren no conocía que fuera tan
pronto.

El vestido le quedó perfecto, así mismo, vio las joyas que le envió el
Conde para que usara, aunque un poco ostentosa, le quedaban perfecta para
contrastar con la sencillez del traje.

Como no poseía velo, las doncellas tomaron una tiara que estaba en la
caja de joyería que le habían enviado, ella al principio se negaba ha usarla,
luego cedió cuando una de la doncella, Carla, le explicó:
—Mi Lady es tradición en Escocia que la novia use una tiara, aunque
no use el velo, además, esta es la que usó la madre del Conde cuando contrajo
nupcias, si usted no la usa, él probablemente se ofenderá, ya que el Conde es
un caballero de fuerte temperamento.

Lady Lauren miró a la joven, y después asintió con la cabeza, mientras,


estaban terminando el arreglo, tocaron a la puerta y era la ama de llaves, que
al ver lo hermosa que estaba Lady Lauren, exclamó:
—¡Que bella!
Las otra dos doncellas dijeron:
—Es usted la Condesa más hermosa que ha existido en Hamilton.
Lady Lauren bajo el rostro y se dijo que tal vez ellas exageraban, y
simplemente expresó:
—Gracias.
Fue la señora Matilde que expresó:
—Mi Lady, Lord Hamilton la espera al pie de la escalera, para
escoltarla.
Lady Laura se asombró y simplemente pronunció un:
—¡Oh!
Cuando Lady Lauren descendía la escalera, miró que al anciano
vestido con ropa de militar, la esperaba al pie de la escalera, él extendió la
mano y la ayudó a descender el último escalón, después, colocó el brazo de la
joven en su codo y caminó muy erguido hacia el pasillo, y le señaló:
—Será usted la Condesa más hermosa de Hamilton.
—Gracias, Mi Lord.
Lady Lauren se dijo para si:
—Y la más desdichada.
Los dos caminaron el trayecto muy callados.
Al llegar a una puerta doble, la cual se abrió para hacerlos pasar, Lady
Laura se quedó sorprendida, al ver el caballero que la había retornada a la
residencia en su caballo, vestido al igual que el anciano de militar, y colocado
al frente de la mesa, y a su lado el joven diablillo que le había prestado el
caballo, éste le decía algo en voz baja, pero el caballero sólo la miraba.

Cuando entraron al salón, había una dama entrada en edad, de pie a un


lado, dos caballeros más y una hermosa joven, blanca de pelo blanquecino, y
se dijo, que tal vez la anciana sería María José, y la dama que aquel anciano
amaba, y la joven a su lado su hija.
Cuando finalizaron el pasillo, él que estaba detrás de la mesa preguntó:
—¿Quién entrega a esta dama?
—Un servidor señor juez, Lord Gilbert Hamilton.
—¿Y quién la recibe?
El joven caballero dio un paso adelante y apuntó:
—Un servidor señor juez, Lord Alan Hamilton, Conde de Hamilton.
Lady Lauren deseaba en ese instante desmayarse, pues no creía lo que
sus oídos escuchaban, él Conde era el caballero joven que la había rescatado,
no él anciano, y en ese instante, ella comprendió todo, su padre le había
pedido a ese joven que la cuidara a ella y a su hermana, si algo le llegara a
pasar, y por esa promesa, ese caballero se enlazaba con ella.

El Conde dio un paso y el anciano pasó la mano de ella al joven


caballero, él la aceptó muy decididamente y sin demora, la colocó en su
brazo, y avanzó hacia delante.
El juez no perdió tiempo, si no indicó:
—Esta nupcias está ya concertada por mucho tiempo, la presencia de
Lady Lauren Hothouse en Escocia nos demuestra que la dama actúa en forma
libre, y que acepta la nupcias con nuestro Conde Lord Alan Hamilton, esta
noche sólo nos resta decir, ¿Lord Alan Hamilton acepta a Lady Lauren como
su esposa?
—Sí señor juez acepto.
—¿Lady Lauren Hothouse acepta al Conde Hamilton, Lord Alan
Hamilton como su esposo?
Ella miró al caballero, después al anciano que estaba detrás de ella y
por último al joven diablillo, el cual, le hizo una musaraña y por coraje
indicó:
—Sí acepto.
—Pues los declaro marido y mujer, puede besar a su esposa.

Lady Laura al escuchar esas palabras, temblaba como una hoja llevada
por el viento, así que el Conde se inclinó y depósito un tierno beso en la
frente de la joven, después le tomó su mano y le colocó una hermosa sortija,
con un diamante de color perla y le indicó:
—Con esta sortija que utilizó mi madre, como Condesa de Hamilton,
se la entrego a usted como símbolo de que usted Lady Laura Hamilton ahora
es la Condesa.
Entonces le puso el anillo, y fue el anciano que dijo:
—Felicidad a los Condes.
Entonces, el juez le entregó una pluma al Conde y este firmó un libro,
él se la pasó a la dama y ella muy nerviosa, de igual forma firmó, entonces el
Juez dijo:
—Les presento a la Condesa de Hamilton.
Todos en el salón aplaudieron, en aquel instante, el Conde le extendió
el brazo a Lady Laura y ella aún más nerviosa lo tomó, antes del salir del
salón, el Conde le expresó:
—Mi Condesa deseo darle su primer obsequio de bodas.
Las dos puertas se abrieron y detrás de estas, estaba Lady Ross
Hothouse, al ver Lady Laura a su hermana, se soltó del codo del Conde, y fue
y se fundió en un abrazo con ella, las dos estaban tan felices que se olvidaron
de todo y de todos, entonces, la compostura llegó a la mente de Lady Laura y
soltó a su hermana, y indicó:
—Gracias Mi Lord, este es el mejor regalo que me ha podido dar.
El Conde hizo una forma de sonrisa, y una vez más, extendió el brazo,
ella muy educada lo tomó.
Uno de los caballeros que asistió extendió el brazo hacia Lady Ross, y
la escoltó de igual forma.

Lady Laura estaba nerviosa y a la vez feliz pues tenía a su hermana con
ella, así mismo, porque el anciano no era el Conde, con lentitud levantó el
rostro para ver a su ahora esposo, éste giró el rostro al poco tiempo, y sus
miradas se encontraron, entonces, ella miró hacia delante avergonzada de que
el caballero la pillara mirándolo.

Al entrar en un salón crema, estaba colocada una gran mesa y el Conde


muy galán la ayudó a ella a tomar asiento al lado derecho de él, después, el
anciano y la señora mayor tomaron asientos juntos, y su hermana al dado de
otro caballero, mientras, la joven de pelo blanco, tomó asiento junto a otro
caballero y el diablillo junto a otra dama, que Lady Laura no se percató de su
presencia en la ceremonia, ésta en ningún momento miraba hacia ella.

Cuando todos estuvieron sentados, el Conde expresó:


—Demos gracias a Dios por los alimento:
Todos inclinaron sus rostros y unieron sus manos, las dos hermanas se
miraron una a la otra e hicieron lo que los demás hacían, en aquel tiempo el
Conde dijo:
—Padre nuestro que estas en los Cielos, gracias por la provisión que
nos das, gracias por proveer además una Condesa, permite que usted nos de
su cuidado y protección en nuestra unión, y que su amor no nos falte, en
Jesús las gracias.

El primero en tomar los utensilios de comida fue el Conde, después,


los demás lo siguieron.
Lady Laura estaba un poco confundida con lo ocurrido, pues al saber
que el apuesto joven era el Conde, ese descubrimiento la ponía muy nerviosa,
además, le llegó a la mente lo dicho por el joven diablillo en el lago, y al
recordar las palabras de él, sintió como una serpiente de angustia, subía por
su garganta, haciendo que se sintiera de pronto mal humorada.

La cena concluyó muy en silencio, los únicos en conversar con todos,


eran los dos ancianos, que posteriormente, al avanzar la noche, Lady Laura
supo que eran esposos, Lord Gilbert y Lady Eliza Hamilton, los tíos del
Conde, que el joven diablillo en verdad era hermano de él, que la joven de
pelo blanco, era de igual forma, hermana del Conde, y que el caballero que
estaba a su lado, era su esposo, el Señor Richard Denver, y el joven que
acompañaba a la pareja era el Señor Max Denver hermano del caballero.
Así mismo, que la joven silenciosa de pelo rubio y que nunca se
aproximó a ella, era la señorita María José, que por cierto, se pasó la noche
entera, próximo al Conde, como una estatua en silencio, y él no hacia nada
por despegársela, era como si entre ellos hubiese un trato silencioso, cosa que
molestó en gran manera a Lady Laura, ya que a cada instante que miraba a la
muchacha retumbaban las palabras, que había escuchado en el lago.

Las puertas del salón crema se abrieron, y entraron dos caballeros


tocando gaitas, con una hermosa melodía, que aunque Lady Laura no
entendía, las letras la ponían nostálgica.

El joven que hacia compañía a su hermana, se disculpó y esta


aprovechó para aproximarse a Laura y le comentó:
—Sabes Laura esa música es linda.
—Sí Ross es bella, pero dime ¿Cuándo llegaste?
—Esta tarde, pues inmediatamente usted salió de Newport, llegó la tía
del Conde por mí, y las dos hicimos el viaje detrás de usted.
—Gracias a Dios que usted esta aquí.
—Sí, y gracias a él.
Su hermana miró al Conde que en ese momento hablaba con la joven
María José y Ross preguntó:
—¿Quién es la joven rubia?
Laura no quería decirle a su hermana la verdad del asunto, y le mintió:
—No lo sé, tal vez pariente.
—Ella no se le despega del lado al Conde.
—Sí, pero él tampoco hace para despegarse.
—¿Quién será?
Laura para cambiar la conversación preguntó:
—¿Y estas cansada?
—No mucho, hicimos varias paradas en el camino, pues la anciana
deseaba llegar relajada, además, el carruaje era sumamente cómodo.
—¿Dónde estas alojada?
—En la planta baja, debajo de sus aposentos, pues me informaron que
los suyos son los únicos que están en el segundo nivel.
—Así es.
—¿Dime hermana, son hermosos?
—El mío lo es, pues únicamente he visto ese.

Al recordar lo que ocurría esa noche entre ella y el Conde, se sonrojó,


y a su mente llegó cuando en el camino ella lo estaba abrazando, y sonrió, en
ese momento su hermana comentó:
—Laura esta carta se la envió Lady Margarita Aven.
—¿La Marquesa?
—Sí
Como los demás estaban charlando entre ellos, Lady Laura abrió la
pequeña nota que decía:

—Mi querida Lady Laura Hothouse:


Fue para mi una alegría saber que usted se va enlazar con el Conde, el
mismo día de su llegada, por eso me he atrevido a escribirle esta nota, para
informarle que en Inglaterra a ustedes no le queda nada, pues su primo ha
tomado posesión de los vienes del Baronet y por ende, ustedes querida deben
hacer su vida en Escocia, puede contar con una servidora para visitas en
Navidad, además querida es importante que sepa, que en Escocia el maridaje
no es válido, hasta que no sea consumado.

Por lo cual espero que usted sea lista, y haga su parte para que usted y
su hermana tengan un hermoso bienestar y futuro.

Que Dios me la proteja y cuide:


Suya siempre:
Lady Margarita Aven.

Lady Laura no entendía la palabra consumar, miró a su hermanita


menor, ella era la experta en ese tema, ya que se la pasaba leyendo historias
de amor, para damas enlazada, en aquel tiempo le preguntó:
—Ross ¿Qué es consumar?
—Eso es lo que hacen las pareja en sus aposentos, la noche que se
enlazan.
Expresó la joven Hothouse con orgullo de poder ser de utilidad a su
hermana.
—¿Pero no se que es eso?
Esta vez la joven se encogió de hombros, ya que únicamente sabia esa
información:
—Bueno, solo en las historias dicen, que consumaron la unión y luego
tienen herederos.
—¿Pero que es consumar?
—No lo sé, simplemente expresan esas palabras.
—Oh Ross, a quién debo preguntarle.
—Pues en las historias, la esposa le pregunta todo al esposo.
—¿Qué? ¿Tengo que preguntarle al Conde?
Su hermana no dijo palabra, sino con un movimiento de cabeza le
afirmo la respuesta.
En ese momento Lady Eliza Hamilton se aproximo a ellas y expresó:
—Bueno querida ya es hora que se retire a sus aposentos, si me
permite la escoltaré, para explicarle algunas cosas.
—Oh gracias, Mi Lady.
—Oh bella Condesa, no debe llamarme de esa forma, solo llámeme
Eliza, es más familiar.
—Esta bien Eliza.
—Mucho mejor así, y usted querida vaya hacerle compañía a su pareja,
que está solo en aquel extremo del salón.
—Sí, Eliza.
Ross muy alegre se despidió de su hermana, dirigiéndose donde estaba
el joven que esa noche fungía como su pareja, mientras, las dos damas se
despedían de los invitados, para dirigirse a los aposentos de los Condes.
Lady Laura se dio cuenta, que la señorita María José al ver que se
aproximaba ella, sólo formó una reverencia al Conde y se desapareció al
instante.
Cuando salieron al pasillo, ella no pudo más con su curiosidad y
pregunto a la anciana:
—¿Quién es la joven rubia, que estaba toda la noche al lado del
Conde?
—Oh, ella es María José, es como una hermana para él, ella es
extremadamente tímida, y exclusivamente habla con Alan, según dicen, ella
le tiene miedo a los demás caballeros y damas, después de un tiempo es que
ha hecho un poco de amistad con Lucas, el hermano menor del Conde, pero
por lo demás, no se aproxima a mas nadie, e incluso a una servidora, si me ha
dicho dos palabras es mucho.
—Oh, pero porque le tiene tanta confianza a él.
—Bueno querida denoto en sus palabras un poco de desconfianza.
—¡No! ¡De ninguna manera!
La anciana le echo un vistazo y le expresó:
—Alan la eligió a usted como su Condesa, no ha ella y eso que
siempre la ha tenido cerca, aunque ustedes no se conocieran, él como
caballero la prefirió a usted y le puedo decir que el Libro Sagrado dice, que
no debemos confiar en el hombre, usted debe confiar en Dios que su cónyuge
es fiel a Él.
Lady Laura no entendió todo lo que la anciana le decía, así que mejor,
dejó la conversación así.

Al llegar a la recámara de ella, la anciano abrió la segunda habitación y


encima de la cama había una bata blanca de seda muy hermosa, una zapatilla
que hacia juego, y otra en un batín blanca a juego, pero poseía mangas.
—Ese es el ajuar para esta noche, las demás lencerías están guardadas,
una cosa muy importante querida en Escocia el enlace solo es valido cuando
se consuma.
—¿No comprendo?
La anciana miró con los ojos bien abierto a la joven y la llevó a un lado
de la cama para decirle:
—Querida cuando una pareja se enlaza, es para que usted sea el
complemento de su esposo y para que él sea su apoyo y protector, además,
usted esta para satisfacer la necesidades físicas de él, ¿Entiende?
—No.
La anciana respiró profundo y expresó:
—Como explicarle, los caballeros están dotados por Dios, por un
miembro viril, que al estar enamorado de la dama, despierta de su sueño,
usted tiene una parte íntima, al igual que el caballero, que complementa al
miembro de él, y cuando la atracción y el deseo los embriaga, usted será
capar de albergar ese miembro y absorber toda esa energía para que él se
satisfaga en usted, mientras usted se deleita en él, al final los dos, se unirán
físicamente, como fueron unidos delante de Dios, y si es los designios del
todo poderoso, con él tiempo, ustedes tendrán una semilla, que germinara en
su vientre, producto de esa unión. Pero hay otra parte que ustedes deben
unirse y es en lo emocionar, usted debe lograr que mi sobrino se sienta feliz a
su lado, que se sienta respetado, cuidado y que no haya otra dama en el
mundo que él desee estar, sino en su compañía.
—¿Cómo logro que sea feliz?
—Siendo usted misma, y siendo honesta con él.
Lady Laura se quedó cavilando, las palabras de la anciana, mientras
ella la ayudaba a quitarse el vestido.
Lady Laura estaba incomoda, pero no se sintió avergonzada por la
presencia de la dama, e incluso agradeció que fuera ella que la ayudara y no
las doncellas.
—Estas hermosa querida, ahora debes soltarse el pelo.
Lady Laura se asombro y sin más indicó:
—Pero estaré despeinada…
—Jajjajaja. Querida a los caballeros les gusta ver el pelo suelto,
además, el suyo es hermoso.
—Oh no, mi pelo no posee un color definido.
—Pues déjeme decirle, que es hermoso, en Escocia es muy extraño
encontrar ese color negro profundo en el pelo, pues como vivimos en tierras
altas y muy friolentas, las mayorías de los habitantes su color de pelo es
blancuzco o rubio.
—Oh sí, me di cuenta eso esta noche.
—Muy bien, pues su hermana y usted hacen la diferencia entre
nosotros por su hermoso color de pelo.
Lady Laura asintió con la cabeza y la anciana indicó:
—Que Dios le de gracia a usted delante de los ojos de su esposo.
Y diciendo eso, la anciana le dio un beso en la frente y se marchó.
Lord Alan Hamilton estaba en el salón, cuando vio entrar a su tía y esta
le hizo una señal con la cabeza, indicándole que su esposa estaba lista.
Esa era una tradición familiar, que la más anciana diera consejo a la
nueva esposa, la noche de su nupcias, y que posteriormente, indicara al
esposo, cuando debía de subir, pero Alan tenía un pequeño inconveniente,
María José, ella sólo salía con él, y esa noche el era el responsable de llevarla
de regreso a su vivienda, ya que la dama no permitía ser escoltada por otro
caballero que no fuera él, en ese instante se dijo, porque tuvo que invitarla,
pues ahora poseía el compromiso de llevarla.

Su tía se dio cuenta del inconveniente y se aproximó:


—Alan todo esta listo…
La anciana miraba a la joven esta a un lado de su sobrino, ella miró
hacia el Conde suplicante, y el dijo:
—Tía debo llevar a María José a su residencia.
—Pero Alan, porque no la envía con Lucas.
La joven en ese instante giró el rostro para mirar a Alan de frente, con
el rostro angustiado, entonces él dijo:
—No tardaré.
Y tomó a la joven por él codo, y a toda prisa se despidió de los demás
invitado y salió al pasillo para llevar a la joven.

Lord Williams se aproximó a su esposa y le comentó:


—Esa joven le traerá problemas a Alan.
—Ya se los esta trayendo, querido.
Lady Laura paso un largo tiempo, esperando que la puerta que unía a la
recámara del Conde se abriera, pero esta no lo hizo, así que se sentó en uno
de los cómodos muebles y el cansancio del día la abatió, quedándose
dormida.

Al Conde le había tomado más tiempo en dejar a María José en su


vivienda, pues la madre de la joven le había puesto conversación, y cuando
llegó a sus aposentos, ya había transcurrido dos horas, así que, ayudado por
su ayudas de cámaras se preparó para dormir, cuando estuvo listo, abrió con
cautela la puerta, que daba acceso a los aposentos de la Condesa, y al hacerlo,
se encontró la estancia en penumbra, únicamente la luz de la luna alumbraba
el lugar, cuando giró el rostro hacia uno de los sillones que estaba junto a la
chimenea, se percató que la joven se había quedado dormida en uno de ellos,
él con suma cautela, la tomó en sus brazos, ella se revolvió en ellos, pero no
despertó, así que él, la llevó a la cama y la depósito con sumo cuidado,
después, se quedó un instante contemplándola, mientras la hermosa
durmiente se a posicionaba mejor.
El Conde dijo en voz alta:
—En verdad que es usted hermosa mi Condesa.
Depósito un beso en la frente de la joven y la dejó descansar, en tanto
él, retornaba a su recámara. 
Capítulo III

La luz del sol ingresó en la recámara, como si fuera el dueño absoluta


del lugar, entrando a cada rincón, e iluminando con su resplandor toda la
estancia.
Lady Laura sintió como el sol la despertaba, como diciéndole que ya el
día había comenzado.

Ella abrió perezosamente los ojos, pero la luz era tan perturbadora, que
los volvió a cerrar, después, poco a poco los abrió, entonces, fue que recordó
donde estaba, y con quién debía estar, pero al mirar a su alrededor, se dio
cuenta que estaba sola, y que el Conde la noche anterior no se había
presentado a consumar el enlace.
Con mucha cautela se incorporó, después se puso de pie, y se percató
del hermoso camisón blanco que llevaba puesto y se sintió dolida, pues
aunque su alianza había sido arreglada, ella esperaba ganarse el caballero de
verdad.
Lady Laura se colocó el camisón de mangas y como era muy
temprano, decidió salir a la terraza, después de un instante, así lo hizo, se
ubicó en el área techada y caminó ese extremo, hasta que pudo observar las
bellas flores del jardín, y vio a dos doncellas cortando rosas rojas y
conversaban entre ellas:
—Se comenta que el Conde no visitó a la Condesa anoche.
—¿No?
—No, según la servidumbre, él paso la noche con la señorita María
José.
—¿Qué?
—Sí. esa muchacha es una lápida, pero ha sabido jugar bien el juego,
el Conde no la pudo tener como esposa por la deshonra que hizo su padre,
pero él fue muy astuto en buscar una Inglesa boba y continuar su romance
con la desvalida y temerosa amiga de su infancia.
Las doncellas se rieron entre dientes y Lady Laura estaba muy dolida
por lo que había escuchado, y cavilo para ella, así que ella únicamente era
una pantalla para aquel Conde.
Muy despacio, retornó a sus aposentos, al hacerlo, sentía un nudo en la
garganta, deseaba llorar, pero no lo haría, pues ese proceder del caballero le
permitiría hacer su propia vida, sin la supervisión de un estúpido esposo. Pero
muy dentro de ella, se sintió herida y traicionada.

La puerta principal se abrió y apareció la doncella con una bandeja de


té, tostada, café, huevos, tocino veteado, cortado en capas muy finas, leche y
jugo, todo bien colocado para una sola persona.
Al ver el desayuno, Lady Laura cavilo que toda la residencia debía
saber la noticia del día, que el Conde no fue a sus aposentos:
—Buenos días Mi Lady.
—Buenos días Carla.
La joven de inmediato comenzó a poner todo en la mesa para que ella
desayunara, pero ella le expresó:
—Únicamente me puede servir una tasa de té.
—Pero Mi Lady debe desayunar bien.
—Gracias por su preocupación Carla, pero sólo deseo Té.
—Sí, Mi Lady.
La joven le sirvió el té, e inmediatamente le preparó el baño, después
de tomar el baño y vestirse con ropa de montar.
Lady Laura dijo muy calmada a Carla:
—¿Me podía escoltar a la recámara de mi hermana?
—Mi Lady su hermana esta mañana salió con los tíos y los hermanos
del Conde y sus acompañantes, a la mansión de este, en Gostron.
—¿Por qué se marcharon?
—¿Es que usted no sabe?
—No.
—Cuando una pareja se enlaza, la familia deja a los nuevos enlazados
a solas.
—Oh, ¿pero por qué?
—¡Mi Lady!
—No comprendo, que harán dos personas solas sin familia.
—Muchas cosas, pueden compartir…
Mientras la doncella hablaba, se escuchó un toque en la puerta que
unía los aposentos, después la puerta se abrió, ingresó el Conde con ropa de
montar.
Inmediatamente la doncella se retiró y él con voz dulce dijo:
—¡Buenos días!
Lady Laura no deseaba verlo, mucho menos hablarle, entonces entre
dientes expresó:
—Buenos días.
Lord Alan Hamilton se percató de que ella estaba un poco mal
humorada y continuó diciendo:
—Anoche la vine a visitar y estaba usted dormida.
Laura deseaba insultarlo, abofetearlo y despedirlo de su presencia, pero
simplemente indicó:
—Ayer fue un día muy largo.
—Sí, usted posee toda la razón, para mi también.
Esas palabras redundaron en su mente y se quedó clavada en su
corazón, las cuales le pusieron de más mal humor.
Él caminó con cautela hacia ella y dijo:
—Tal vez hoy podamos hacer mejor las cosas.
Lady Laura se retiró de donde estaba y caminó hacia el balcón y dijo:
—Mi Lord, si no le molesta, saldré a dar un paseo.
—Creo que me molesta, pues hoy es el primer día que estamos
enlazados y es tradición que lo pasemos juntos.
—Creo que nuestro enlace no es legitimo.
Lady Laura prontamente de pronunciar esas palabras, se percató de lo
que había dicho, y peor, de lo que estaba insinuando, así que, avergonzada,
descendió el rostro.
El Conde se aproximó y le dijo:
—Usted una vez más tiene toda la razón.
El Conde la atrajo por la cintura, hacia él, y ella se puso muy nerviosa,
pues sentía una comidilla en todo el cuerpo, entonces, Lord Alan delineó el
rostro de Laura, con el dorso de la mano y ella se ponía roja por la caricia, el
corazón le palpitaba a toda velocidad y ella recordó lo que las doncellas
dijeron, así que apartó el rostro e indicó:
—No, me toque.
El Conde instintivamente se apartó, en aquel tiempo ella le exteriorizó:
—Cree usted que podemos consumar el enlace, para que sea valido en
matrimonió.
El Conde hizo la mueca de una sonrisa y le expresó:
—Para consumar el enlace, debo tocarla Mi Lady.
—¿De verdad?
—Así es, no lo podemos hacerlo sin que la toque.
—Pues está bien, estoy dispuesta a consumar el enlace, pero
posteriormente usted no me tocará más.
Lord Alan miró asombrado a su Condesa y al ver en su mirada
determinación preguntó:
—¿Por qué desea usted consumar el enlace?
—Porque Mi Lord, en Escocia nuestro enlace no es válido hasta que no
sea consumado.
—¿Usted sabe lo que es consumar el enlace?
—Un poco, su tía me lo explicó.
El Conde entendía perfectamente lo que estaba ocurriendo, la dama no
quería sentirse desprovista de sus cuidados y fortuna, por ese motivo, estaba
dispuesta a consumar el enlace, pero después de eso no más contactos, y no
era esa la intención de él, de contraer nupcias con ella, ni con ninguna otra
dama, el deseaba una esposa, una compañera, y cuando el Baronet de Trento
le hizo prometer que se enlazara con su hija mayor, si algo le ocurría, aceptó
no sólo por ayudar a las jóvenes, sino por las referencias que le dieron de la
dama.
El Conde suspiró y reveló:
—Lady Laura, como debemos hacer valer nuestro enlace, lo
consumaremos, pero no será ahora, le prometo que no pasaremos de este día,
y con respecto de que no volveré a buscarla, esa no es la manera que deseo
mi vida al lado de la Condesa de Hamilton, deseo una vida plena de pareja,
pero esta bien, como caballero hijo de Dios primero y luego Escocés,
esperaré el tiempo adecuado para que usted desee estar una vez más a mi
lado, y cuando eso ocurra, la estaré esperando en mis aposentos.
—Eso no ocurrirá.
—No diga esas palabras, son muy profundas, ahora si me permite,
deseo enseñarle algo.
Lady Laura miró el brazo extendido del Conde, y después su rostro,
con suma cautela lo tomó, él caminó con ella hacia la terraza y
posteriormente, hacia las escaleras.
Lady Laura se dejó escoltar por él, mientras las manos de ella les
sudaban, signo de que estaba muy nerviosa.

Cuando llegaron a la caballerizas el lacayo abrió las puertas, y él le


hizo ademan de que continuaran, al llegar a la última caballeriza, ella vio una
caja y dentro tres gatitos, ella inmediatamente se inclinó, para observarlos
mejor, en ese momento él dijo:
—Sus nombre son: Bangui, la que es blanca completa, media luna, el
blanco y negro, y noche, el es completamente negro.
—Son muy bonitos.
—Sí, María José los encontró.
Al escuchar ese nombre, Lady Laura se puso tensa, y deseo salir del
lugar, pero cavilo que los animalejos no eran el problema sino la muchacha,
así que se controló, y continuó en la misma posición, acariciando al gatito
negro, este es se acurrucaba en su regazo, mientras, los otros dos deseaban
subirse por sus faldas.
—¿De que se alimentan?
—Los criados le dan leche, y hasta que no encontremos a su madre,
serán huésped de la caballerizas.
Lady Laura sonrió, por primera vez, y el Conde se quedó
contemplándola, sin más indicó.
—Sabe, me gustaría enseñarle algo más, antes de que demos un paseo
en caballos.
—Pero no soy buena cabalgando.
—Ayer me di cuenta.
Lady Laura se sonrojó al recordar lo ocurrida y apartó la cara para que
él no se percatara, pero el Conde expresó:
—Se ve muy hermosa cuando se sonroja.
Esas palabras la hicieron poner aún más roja, en aquel tiempo, él se
incorporó y la ayudó a ella hacerlo, mientras lo hacían, ella pisó su falda y sin
querer se tambaleó, como Lord Alan era muy ágil la sujetó para evitar que se
cayera, al hacerlo, sus rostros quedaron tan próximos que cada uno podía
sentir la respiración del otro, entonces, sus miradas se encontraron, y
perdidos en ellos se quedaron, más cuando escucharon los pasos de uno de
los lacayos, retornaron a la realidad:
—Venga le mostraré mis cultivos.
Lady Laura con ayuda del Conde, se incorporó y con voz densa
preguntó:
—¿Sus cultivos?
—Sí me gusta cultivar rosas.
—Oh, a mi padre de igual forma, le gustaba.
—Sí lo sé, eso fue lo que nos unió en la guerra, estábamos hablando de
las diferentes especies de rosas, y el único de los demás compañeros que
pudo llevar la conversación fue su padre.
—Él poseía un huerto de rosas, de diversos colores.
—Muchas de ellas se las envié.
—¿Usted?
—Así es, al retornar de la guerra, no me quedaron muchos amigos, la
mayoría murieron en combate, su padre siendo el capitán de regimiento y un
servidor, nos ofrecimos para una misión, los demás se quedaron al mando de
otro capitán, a nosotros nos bombardearon, y su padre me salvo la vida, al
derribarme al suelo antes de la explosión, gracias a Dios que los dos nos
salvamos, pero quedamos sepultados en los escombros, nos rescataron, pero
nos dieron la noticia que los demás soldados que nos acompañaban no
corrieron con la misma protección divina.
—Mi padre no nos dijo nada.
—Su padre era un caballero muy callado y temerario, pero una cosa le
puedo decir, usted y su hermana eran su vida.
—Lo sé.
—Espero cuidarlas como él lo haría.
Laura aprovechó el momento para preguntar:
—¿Usted se enlazó conmigo por la promesa que le hizo?
El Conde se quedó mirando a la joven, y explicó:
—Esa era la forma más correcta de cuidar a una dama y a su hermana,
por el resto de sus vidas.
—Pero usted podía cuidarnos sin hacer ese sacrificio.
—¿Sacrificio?
—Sí usted es un Conde y además muy apuesto, podía contraer nupcias
con cualquier otra dama, lo más importante sintiendo amor por ella.
—¿A que usted llama amor?
Lady Laura le iba responder, a lo que usted siente por María José, pero
sólo pensarlo, se llenó de dolor, con melancolía recordó lo que la noche
anterior le había dicho Lady Eliza, y con tono triste señaló:
—Bueno a querer estar con esa persona, pasar los días y la noche en su
compañía, y no haber otra persona más que ella para hacerle feliz y dichoso;
que desee decirle y contarle todo, que ansié con todas las fuerzas de su
corazón, hacer a la dama la más privilegiada de su entorno, darle el lugar que
se merece a su lado, y que puedan envejecer juntos con alegría.
—¿Eso es lo que usted desea?
Laura lo miró a los ojos y una vez más se perdió en ellos, entonces,
respondió:
—Eso era lo que deseaba.
—¿Ya no lo desea?
Laura se quedó pasmada mirando como el Conde se aproximaba a ella
y en su éxtasis dijo:
—Sí.
Esas fueron sus últimas palabras, antes que el Conde le atrapara sus
labios con los de él, ella se perdió entre la sensación que estaba sintiendo,
pues era la primera vez que un caballero la besaba, y sintió que se decaía, así
que, sin pensar mucho se apegó más a Alan, y este al sentirla más cerca,
profundizó el beso, pero después se aparto, pues no deseaba asustarla.

Cuando él se separó, Laura aún tenía los ojos cerrados y los labios
entre abiertos, y Alan al ver su inocencias la abrazó a su pecho.
Ella abrió los ojos y sonrió al sentir que él la rodeaba con sus brazos, y
el Conde bajo la cabeza para encontrarse con la mirada de ella y le indicó:
—¿Le lastimé?
—No, eso fue muy bello.
—Jajjajaja. Eso quiere decir que le gustó.
—Sí.
Ella lo vio sonreír a carcajadas y de verdad, de esa forma se veía
mucho más joven.
Al finalizar de reír, pero con ella aun entre sus brazos le expresó:
—¿Lo puedo volver hacer?
—SÍ.
Él se inclinó un poco más y la volvió a besar, esta vez, más profundo, y
apasionado, pero no largo, pues él no deseaba que ella se espantara, y porque
estaba perdiendo el control de sus actos.
Laura pensaba que estaba soñando, aquello que estaba sintiendo era en
verdad mágico y hermoso, no deseaba despertar, pero lo hizo, cuando el
Conde se despegó poco a poco, ella buscaba otra vez los labios de él, pero no
los encontró, solamente escuchó la voz ronca de él, decir:
—Vamos, le enseñaré mis rosas.
Lady Laura sintió vergüenza, pues ella no deseaba ir a otro lugar,
quería que él continuara besándola, así que se sonrojó por sus cavilaciones.

El Conde la condujo un poco más allá de los establos y entraron a una


pequeña edificación, que en realidad era un invernadero de rosas de todo los
colores.
Laura se maravilló al ver tantas especies y colores diferentes de rosas,
y exclamó:
—¡Que belleza!
—Sí son muy bellas, venga le enseñaré algo.
Le tomó la mano con familiaridad y la condujo a un lado del
invernadero, donde estaba un diván y una mesa, y encima de esta un tarro con
una planta, ésta tenía un botón, que aún no se convertía en rosa.
Él tomó asiento, y le señalo que ella se sentara a su lado, Laura le
obedeció, y el Conde le explicó:
—Esta es una rosa muy especial, es traída de india, se dice, que cada
planta, únicamente germina un botón, el cual se abre dos veces en toda su
vida, así que, me siento aquí para contemplándola, pues deseo se parte de
cuando el botón se abrirá.
—¿Y lo ha visto?
—No, todavía no tengo ese privilegio.
Ella muy embelesada en la contemplación de la planta indicó:
—Debe de ser hermosa, ¿Cómo supo usted de su existencia?
—Cuando estuve en Francia, a mis quince años, una dama muy culta
en la materia, me explicó de su existencia, sus palabras me animaron a
buscarla, y por medio de ella, llegó mi interés hacia las rosas.
Lady Laura deseaba saber, quién era esa dama, y sutilmente preguntó:
—¿Esa dama fue alguien especial para usted?

El Conde la miró, y sonrío al darse cuenta de la verdadera pregunta—


Respiró profundo y respondió:
––La dama era muy especial para mi, aunque a mis quince años, ella
podría haber sido mi madre, pero en verdad la apreciaba como tal.
Laura miró a la planta, y sonrío, pues se complació en escuchar que
aquella dama era como una madre para él, así que continuó observándola.
Después de un instante el Conde indicó:
—Vamos, ahora, le enseñaré mi lugar secreto, desde niño ha sido mi
refugio, ahora lo será también para usted.

Laura se sintió a legre de poder en tan poco tiempo, conocer las cosas
que les agradaban al Conde, su lugar secreto, esas cosas la ponían en la
posición de ser la dama especial en la vida de él.

Llegaron a la caballerizas, y había dos caballos dispuestos para ellos, el


caballo negro del Conde, y un caballo marrón con pintas negras para ella, él
como todo un caballero, la ayudo a montar, y después él con toda destreza,
subió a su pura sangre.
Los dos cabalgaron a paso lento, cuando el preguntó:
—¿Puede cabalgar más rápido?
—No muy rápido, pero más que este paso.
—Pues hágalo, y no se preocupe estaré aquí para protegerla.
Laura obedeció y apresuró a su caballo, el Conde activó al suyo, y le
pasó por el lado sonriendo, ella deseaba alcanzarlo, así que impulsó el suyo, y
cuando a darse cuenta, los dos estaban cabalgando a la par y sonriendo.

Él condujo su montura hacia dentro del espeso bosque, ella lo


persiguió y aminoraron la marcha, cuando de pronto apareció ante ellos, un
enorme árbol.
El Conde se detuvo por completo, y le comentó:
—Llegamos.
—¿Dónde está su escondite?
—Ese es mi escondite.
Y al señalar hacia el árbol, Laura se dio cuenta, a qué se refería él, pues
detrás del enorme árbol, se podía observar, un grupo de ramas muy bien
colocada, él se desmontó del caballo, con destreza comenzó mover las ramas,
dejando al descubierto, un camino empedrado que daba a una cabaña,
escondida entre las espesas ramas.
Ella lo observó amarar su caballo a un lado del árbol, después extendió
sus brazos para ayudarla a ella, pero al Laura bajar del caballo, su proximidad
era tan cercana, que ella en un momento cavilo que él la besaría, pero no
ocurrió de ese modo, la dejó a un lado y expresó:
—Tengo que poner todo en orden primero, para que usted pueda entrar
—. Y de inmediato se puso a colocar algunas ramas a un lado, dejando limpia
un área, y de ese modo dejar ver un pequeño balcón.
—¿Tiene un balcón?
—Sí, pero siempre cubro la fachada con las ramas, para que ningún
intruso pueda encontrarla—. Y continuó colocando las ramas a un lado.
Ella caminó por el camino empedrado y exclamó
—¡Oh, es muy amplia! —dijo ella al ver el tamaño.
El Conde se quitó su chaleco de montar y se lo entregó a ella, después,
comenzó a abril la puerta con una llave que sacó de su bolsillo,
posteriormente de abril la puerta, le extendió el brazo para que ella entrara.
La cabaña no era para nada pequeña, como ella imaginaba, poseía una
sala muy cómoda, así como una fornituras que a simple vista se veía
acogedora, una chimenea y más allá una puerta que en ese momento estaba
cerrada.
Él con mucho orgullo, como si aquel lugar fuese un palacio le indicó:
—Esta cabaña pertenecía a mi abuela, ella me revelo el secreto y desde
entonces ha sido mi refugio.
Ella caminó por la estancia y con voz alegre le preguntó:
—¿Qué edad tenía usted cuando le revelaron el secreto?
—Diez años—. Dijo sonriendo como un niño.
Lady Laura deseosa de saber quien más sabia de la existencia de ese
lugar dijo—. ¿Su hermano lo sabe?
El Conde como buscando las palabras a adecuadas para contestar dijo:
—Lucas no es hijo de mi padre, sino de mi madre, es decir, que no es
el descendiente directo de los Hamilton, mi madre posteriormente de fallecer
mi padre, se vinculo con un caballero sin nombre…
—¿Un caballero sin nombre?
—Sí, en Escocia se les llaman así aquellos que han sido encerrado por
algún delito.
—Entonces, Lucas es hijo de ese caballero.
—Sí, Lucas y mi hermana Isabel, pero no deseaba que mis hermanos
fueran sin nombres, así que les di mi apellido.
—Muy noble de su parte.
—No es nobleza, eso es amor.
—Usted posee toda la razón.
En ese instante el Conde se aproximó a la chimenea y continuó:
—Lo que le trato de explicar, es que este lugar es el patrimonio de los
Hamilton, aunque mis hermanos poseen el apellido, mi abuela paterna me
hizo prometer que sólo mi esposa y descendientes, podían saber de este lugar.
Laura se quedó meditando en lo que el Conde le había dicho, y se
sintió alegre de que él tuviera la gentileza de mostrárselo, y así mismo, él
fuera de tan noble sentimientos y bello corazón al distinguirla de esa forma,
entonces, fue que su estomago maulló tan alto que Lord Alan lo escucho y
pregunto:
—¿Desayunó usted?
—En verdad no, pues en ese momento no tenía hambre.
—Pues debemos regresar, usted esta hambrienta.
—En verdad no mucho.
El Conde sonrío y señaló:
—Ahora nos marcharemos, pero le prometo que retornaremos,
asimismo, cuenta usted con mi aprobación de usar mi escondite.
—¿De verdad?
—Así es, le doy mi palabra que le enseñaré el camino.
—Oh gracias.

Los dos salieron detrás del árbol y retornaron muy contentos a la


residencia solariega.
Lady Laura disfruto de un delicioso manjar que le fue preparado y dos
comieron felices, y la servidumbre fue testigo silente de la felicidad de la
pareja.
Esa tarde, el Conde le dio un recorrido por toda la vivienda, y cuando
le enseño su despacho le comentó:
—Aquí es que un me coloco las ropas de Conde.
—¿Cómo así?
—Aquí tengo que tomar decisiones para todo mi condado, de igual
modo, firmo los tratados y documentos de la corona, hay tiempo que estas
cuatro paredes son mi despertar y mi dormir.
—¿Quiere decir que usted duerme aquí?
—Sí, en estos días he hecho un pare a mis actividades, pero pronto
tendré que reanudarlas.
—Entonces, es usted un caballero muy ocupado.
—Se podría decir que un Conde muy ocupado.
—¿Y en esos días quien cuida su huerto?
—Espero que se encargue mi esposa.
—¿De verdad?
—Sí, hoy es en parte un reconocimiento de sus actividades como
Condesa.
—Me gusta esas actividades.
—Pero hay otra que debo enseñarle.
—¿De verdad? ¿Cuándo me la enseñará?
—Si usted desea se la puedo explicar ahora mismo.
—Sí deseo saber todo de mis obligaciones.
—Pues, en tal caso la escoltaré, permítame.
Lady Laura tomó el brazo que le ofrecía su esposo, y este la condujo al
segundo piso, después, abrió la puerta de los aposentos de ella y con sumo
cuidado caminó con ella hacia la recámara.
Lady Laura estaba muy nerviosa, pero le agradó la forma en que el
Conde la miraba, como si ella fuera la joya más cara del universo, ella se
quedó embelesada mirando sus ojos.
Cuando él la atrajo hacia sí, comenzó a besarla.
Ella se le olvido todo pensamiento, su celebro paró de pensar y
razonar, mientras, sentía la caricias de las manos de él por su espalda, ella se
aferró con todas sus fuerzas a su cuello, él apretó más a su cuerpo, ella
temblaba en sus manos, él no sabía que sujetar, si su cintura, su cuello, en
aquel tiempo sus manos salieron de control, y fue cuando él se detuvo un
poco y dijo en voz ronca:
—¿Deseas consumar nuestro enlace?
Lady Laura aún apretada a su cuello dijo:
—Sí.
Pero cuando el Conde iba a descender una vez más, para besarla, se
escucho unos golpecitos en la puerta, él sabía que debía ser una emergencia,
pues nadie se atrevería a tocar la puerta y preguntó con voz furiosa:
—¿Si?
Se abrió la puerta de la recámara, cuando el mayordomo apuntó:
—Lo siento Mi Lord, pero ha ocurrido algo.
—¿Qué pasa?
—Tal vez desee que se lo diga a solas.
—No hay problema, puede hablar delante de mi esposa.
—Mi Lord la señorita María José esta perdida, salió sola esta mañana y
su madre teme por su vida.
El Conde sin esperar más soltó a Laura e indicó:
—Que ensillen mi caballo, y que se preparen Tuam y Broncer para que
me acompañe.
—Si Mi Lord.
Cuando el mayordomo salió, el Conde se giró a Lady Laura diciéndole
en modo de explicación:
—Debo buscarla, ella no actúa de ese moco—. Caminó hacia la puerta
desde allí comentó—. Es muy extraño su comportamiento.
Lady Laura se apartó a un lado y asintió con la cabeza, él al ver la
desilusión de ella indicó:
—Volveré pronto—. Caminó una vez más a ella, le dio un beso en la
frente y salió, dejando a Lady Laura una vez más en su recámara sola.
*******

El Conde esa noche, no retornó a la residencia solariega, así que Lady


Laura especuló lo peor, que él se había quedado con la dama para consolarla,
ese pensamiento la perturbó toda la noche, y cuando por fin se quedó
dormida, ya los rayos del sol comenzaban a salir, ella corrió las cortinas y se
a costó.

A la mañana siguiente, el Conde no retornó, cosa que puso a Lady


Laura de muy mal humor, y para que la servidumbre no continuaran
hablando, esa tarde salió con alegría aparente, hacia el huerto del Conde, pero
al llegar, las lágrimas le corrían, sentía angustia por no saber de él, rabia por
la devoción que él demostraba hacia aquella chica y furia con ella por
importarle él, se pasó toda la tarde en el huerto, y no poseía fuerzas para
retornar a la residencia y que le dijeran que el Conde aún no había regresado,
así que se acurruco mejor en el diván y se quedó allí, poco tiempo después se
quedó dormida.

Lady Laura sintió que unos fuertes brazos la sostenían, olió el aroma
del Conde y caviló que estaba durmiendo, cuando poco tiempo después,
sintió que la abrazaban, y al abril los ojos se encontraron con la mirada de él,
y ella se acuñó en sus brazos.
Lady Laura se le olvidó todo la furia y el dolor al verlo a él
sosteniéndola como a una niña, y con alegría se abrazó al Conde.

El Conde al entrar en el huerto, y ver a su bella esposa en el diván


dormida, caminó con decisión hacia ella, la tomó entre sus brazos y ella al
verlo se abrazó a su cuello, ese simple gesto terminó de arder el torrente de
deseos que fluía dentro de su ser, así que, con una mano apartó su pelo y sin
más comenzó a besarla y acariciarla, saboreando cada parte de su cuerpo, su
desesperación era tan fuerte de estar al lado de ella, que no se pudo controlar
el despertar del volcán que arropó todo su ser, dejando fluir la lava caliente
que quemaba todo a su paso, consumiendo sus sentidos, su razonamiento y
cordura.
Esa noche en el huerto consumaron su unión. 
Capítulo IV

Al abril los ojos, Lady Laura, se encontró en su recámara desvestida y


muy cansada, se recordó lo que ocurrió la noche anterior en el huerto y una
vez más en sus aposentos y sonrió, pero cuando se volteó para buscar al
Conde, él no estaba, en su lugar estaba la una planta de rosa exótica, con su
botón abierto y a su lado una nota, ella miró la rosa y sonrió, era en verdad
espectacular, poseía tantos pétalos que el peso la hacia colgar, y el material
de estos eran como terciopelo, en ese instante, tomó la nota y leyó:

Mi Querida Condesa, Dios me ha dado la dicha de ser el caballero que


ha abierto su botón al entregármela como compañera, ayuda idónea y amante,
estoy más que agradecido con Él, por usted, espero que podamos disfrutar de
nuestro enlace toda la vida.

Le dejo mi más preciado tesoro para que usted disfrute de su belleza,


como un servidor disfrutó de la suya.

Postdata: Me marcho para saber de María José, estaré de regreso


pronto.

Con Cariño: Lord Alan Hamilton, su Conde.

Lady Laura leyó la nota una y otra vez, cada vez que la leía se ponía
más irracional, y reflexionó:
—Como pude ser tan tonta, como no me di cuenta, el pervertido
calaveras es él, sólo quería usarme, ahora muy tranquilamente se refugia en
los brazos de su amada, de seguro que a ella de igual manera le llevará rosas,
le hablará de la misma forma.

Más en su dolor no recapacitó que la planta que le había dejado el


Conde era única en Escocia.

Lady Laura con coraje comenzó a levantarse, pero se dio cuenta que
estaba desnuda, y para complementar la situación, entró su doncella con una
amplia bandeja, esta vez no la dejo en el salón, sino que se la llevo a su
recámara.
—¿Carla que hace?
—El Conde dio órdenes de que les trajeran un buen desayuno.
—No deseo nada.
—Lo siento Mi Lady, son ordenes del Conde.
—Y su Condesa le dice que no deseo nada, puede llevársela.

La doncella la miró asombrada, pero no le reputó, así que, salió de la


recámara, un tiempo después, retornó, para ayudarla, pero Lady Laura estaba
tomando el baño ella sola, pues esa mañana se sentía avergonzada.

La doncella se dio cuenta y la dejo sola, mientras, cambiaba las


sabanas de la cama.
Lady Laura salió de tomar el baño, se percató de que la doncella había
visto su intimidad, y aún más se avergonzó, entonces la señora le indicó:
—No se preocupe Mi Lady, una servidora se encargará de cuidar de
sus ropas.
Lady Laura visiblemente abochornada, expresó:
—Gracias.
La doncella tomó sus ropas y se las llevó.
Ella deseaba salir de aquel lugar, lo más pronto posible, pero se dijo,
que ahora ese era él lugar donde debía estar.

Lady Laura con mucha dignidad descendió, y desayuno en el comedor,


toda la servidumbre esa mañana la trataban con respeto, como si en esa
alborada en verdad ella fuera su Condesa.
—My Lady desea algo más.
—Sí, deseo que me preparen un caballo.
—Sí, Mi Lady…
El mayordomo salió sin refutar su orden, a diferencia de como había
hecho el día anterior, cuando le dijo lo mismo, y el anciano le expresó que el
Conde no había dado esa orden, pero esa mañana, el octogenario la había
acatado, como si hubiese hecha, por el mismo Conde.
Cuando fue a las caballerizas, Lady Laura se encontró con el anciano
que cuidaba los establos y le preguntó:
—¿Dónde queda la mansión del Conde?
—Antes de llegar al pueblo Mi Lady.
—¿Antes de llegar al pueblo?
—Sí, esta próximo al lago, pero de lado opuesto.
—Pero porque el Conde pasa más tiempo en la residencia solariega
que en su mansión.
—Todos pensamos que es para estar más cerca de la Señorita María
José, ella esta muy enferma.
—¿Qué la señorita está enferma?
—Sí Mi Lady, cuando el Conde retornó de la guerra, la encontró casi
muriendo, pero milagrosamente su llegada la ha repuesto.
—¿Y sabe usted de que esta enferma?
— De sus pulmones, se dice que cuando el Conde le enviaron la carta
que debía ir a la guerra, ese día estaba helado, y él estaba muy desesperado
por la noticia, así que, salió sin mucho abrigo al bosque, ella salió detrás de
él, pues no deseaba que se marchara, no se supo que le ocurrió, pero el Conde
cayó del caballo, la señorita lo encontró y lo cubrió con su cuerpo, cuando
los encontraron, ella casi estaba congelada, su piel estaba morada, se salvo
por un milagro de Dios, pero sus pulmones se quedaron enfermos, el calor de
la joven, ayudo a que no le ocurriera nada a mi señor.
Lady Laura se quedó cavilando y en un de repente preguntó:
—¿Dónde vive la señorita?
—El Conde las envío a vivir a ella y a su madre en la vivienda de
huéspedes, que están al otro lado del camino de los carruajes:
El anciano le señaló con su dedo por donde se iba al lugar.
Ella siguió con la mirada la dirección y volvió a preguntar:
—¿Muy Lejos?
—Bueno si sabe cabalgar a todo galope, puede llegar pronto, de lo
contrario, demorará más tiempo.
—Comprendo—, dijo ella con mirada perdida.
El anciano noto el decaimiento de la Condesa, así que expresó:
—Mi Lady permítame decir, que no se lleve de las habladurías de la
servidumbre, la señorita María José es como una hermana para el Conde.
—Sí, eso me dijeron—. Pero por la forma en que lo expresó, no estaba
convencida de lo que decía.

Lady Laura no creyó la afirmación del anciano, y la de la tía del


Conde, en ese instante sólo una pregunta le atormentaba su mente ¿Que más
que un verdadero amor, mueve a un caballero hacer tantos sacrificios por una
dama, que no sea ese sentimiento?, aunque el Conde había hecho otro
sacrificio por honor, enlazarse con ella.
La Condesa muy decidida a llegar a la mansión del Conde, con el
pretexto de ver a su hermana, continuó preguntando ¿Cómo podía llegar? —.
Un mozo de cuadra le explico con exactitud.

Ella se sentía un poco incomoda cabalgando, pero no se detuvo a


pensar lo que hacia, ya que su coraje era tal, que no podía contenerse, así que,
puso a trote a su caballo y cabalgó con fuerza, a poco tiempo, el dolor de la
entre pierna, la molestaba mucho, pero no le puso atención, y continuó su
camino.

El Conde llegó esa tarde a la residencia solariega y de inmediato


preguntó al mayordomo:
—Ancel ¿Dónde está Mi Condesa?
—Mi Lord, La Condesa salió esta mañana y no ha retornado.
Él se quedó mirando sorprendido al mayordomo y con expresión de
asombro preguntó:
—¿Qué salió? —. Su rostro cambio de manera radical.
El mayordomo avergonzado explicó:
—SÍ, Mi Lord, la Condesa envió a preparar un caballo, y como usted
indicó que el manchado, le pertenecía a ella, se lo envié a preparar.
—¿Dijo para donde iba?
—No Mi Lord.

El Conde cavilo rápidamente, se puso una mano en la barbilla y


comenzó a pensar: que para ir al huerto ella no necesitaba caballo, pero si
deseaba ir a la cabaña sí, pero ella no sabía donde estaba, ya que el bosque
era denso y difícil de llegar, entonces dijo:
—Ancel que dispongan mi caballo—. Sin esperar más caminó hacia su
recámara.
—Sí, Mi Lord.
El Conde después de cambiarse de ropa, salió de inmediato en busca
de Lady Laura, pero como el anciano de los establos solo trabajaba hasta
medio día, no le informaron donde se había dirigido ella.
El Conde la busco en la hogar del árbol, y sus alrededores, ya la noche
estaba cayendo y temeroso de que algo le hubiera ocurrido continuo
buscándola.
Cuando cayo la noche, decidió retornar a la residencia solariega, al
entrar a su despachó se encontró con su tío Gilbert.
—¿Alan dónde ha estado? ¿Lo he estado esperando casi toda la tarde y
parte de la noche?
—¿Estaba ocupado?
—¿Haciendo que? ¿Cuidando a esa dama astuta?
—Tío no hable así, de María José.
—No se da cuenta que esa joven utiliza su estado para hacer que usted
haga lo que ella desea.
—Tío por favor, estoy muy ocupado.
—¿Tan ocupado que no le importa Lady Laura?
El Conde se detuvo en seco, al escuchar el nombre de la Condesa:
—¿Dónde esta Laura?
—Veo que sí le interesa, la Condesa está en la mansión.
—¿Qué? ¿En la mansión?
—Sí, ella cabalgó todo ese trayecto y se niega a volver.
—¿Qué? ¿Pero si esta mañana estaba bien?
—Sí, muy bien, pero usted la dejó en su lecho nupcial dos veces, y
cuando consumo el enlace, la deja sola para irse corriendo a los brazos de la
manipuladora chiquilla.
—¿Eso le dijo ella?
—No, ella no ha querido decir nada, pero todo se sabe en estas
paredes.
—Eso no es verdad, las cosas no son como ella cree, debo explicarle.
—La dama no desea verlo, así que debe darle tiempo.
—No Tío ahora mismo voy a la Mansión y la traigo a ella conmigo.
—Esa es una pregunta que me hizo la dama, que para no empeorar las
cosas la evite, ella desea saber ¿Por qué usted pasa más tiempo en la
residencia solariega que en su mansión? Y estoy seguro que si la dama sabe
la respuesta, le será a usted imposible de arreglar las cosas.
—Tío no puedo irme a la mansión, María José esta muy mal.
—Ese siempre ha sido el drama de la joven, para que usted no se
despegue de su lado, si en verdad le interesa su Condesa demuéstreselo, vaya
y quédese unos días con ella en la mansión, tranquilícela, hágala a ella parte
de su cuidado de su amiga, de lo contrario, la perderá, y a la larga, las heridas
que se marquen en el corazón de la Condesa, siempre estarán presente.
—Usted conoce como es María José con las personas—, dijo tajante el
Conde.
El anciano no se dio por vencido y continuo:
—La muchacha entenderá, cuando se de cuenta que si no recibe a su
Condesa, no lo tendrá a usted.
—Lady Laura solo tiene una semana en mis tierras y ha formado esta
niñería de niños, no estoy dispuesto a seguir su juego—. Caminó al frente de
su escritorio y colocó su mano encima de este, pero con los puños cerrados.
—Pero sí está dispuesto a seguir el juego de la otra dama, con su
permiso—, el caballero se puso un poco enojado y dijo antes de cerrar la
puerta—, creo que ya he cumplido mi parte, espero Alan que después no se
arrepienta.

El Anciano antes de marcharse, echo un vistazo a su sobrino, el Conde


mirando por los ventanales de su despacho, con la mirada perdida y turbada.
*******

Lady Laura estaba en su recámara, esperando que él Conde viniera por


ella, y que se presentara con un ramo de flores.
Cuando tocaron a su puerta no era él, sino su hermana Ross:
—¿Laura se quedara esta noche en la mansión?
—Sí Ross, deseo compartir con usted.
La joven sin más le preguntó:
—¿Laura consumó su enlace con el Conde?
Al recordar lo ocurrido, Lady Laura se sonrojó y con letargo contestó:
—Si.
—¿Me puede explicar que es consumar?
La Condesa se sonrojo al extremo y expresó:
—Se lo explicaré, la noche antes de su enlace.
— ¿Por qué esa noche y no ahora?
—Pues es la norma que se le explique la noche del enlace.
—Esta bien, pero que bueno que lo consumo, así es usted la verdadera
Condesa, pues según Eliza las personas no respetan a la dama, hasta que el
enlace no sea consumado; es decir la servidumbre, y los demás no la veían
como Condesa hasta que eso no fuera completado.
Lady Laura entendió el porque el mayordomo y los demás esa mañana
la trataban diferente, eran porque todos sabían de su consumación y eso la
avergonzó en gran manera, pero no dijo nada, sino que se quedó escuchando,
las historias que su hermana le contaba, de las personas que trabajaban en la
mansión:
—Se dice que el mayordomo duerme parado, que la cocinera, come
ratones, que….
*******

En la residencia solariega, el Conde estaba sólo en el salón de


comedor, y todo a su alrededor callados, esa noche solo aprobó la cena.
Cuando subió a sus aposentos, por primera vez en su vida, se sintió
desolado, miró hacia las puertas que colindaba con la recámara de la Condesa
y deseo abrirla y encontrarla, pero no hizo nada, se recostó mirando hacia
ellas, pero no las abrió, permaneció toda la noche despierto, caminando de un
lugar a otro, cuando camino hacia la puerta puso su mano sobre el pestillo,
pero se aparto y salió de allí, se refugio en su despacho, allí durmió.
*******

Todos estaban en la mesa desayunando, Lord y Lady Hamilton, el


joven Lucas Hamilton, Lady Isabel y su esposo Richard Denver, el hermano
de éste, El señor Max Denver, Lady Laura y su hermana Ross, todos muy
callados, compartieron los alimentos y después de concluir los caballeros se
disculparon, mientras, Lady Ross convino dar un paseo con Lady Isabel,
quedando la anciana acompañando a Lady Laura, esta le indicó:
—Le gustaría acompañarme al invernadero.
—Sí—. dijo la Condesa con un tono melancólico y distraído.
Las dos se trasladaron al extremo norte de la mansión, donde estaba un
amplio y nuevo invernadero.
Lady Laura se quedó estática, observando el hermoso techo en hierro
brocado y cristal, entonces, Lady Eliza le expresó:
—Alan lo envió a remodelar recién retornó de la guerra.
—¡Es hermoso!
—Sí, mi sobrino posee predilección por las plantas en general, pero su
mayor inclinación son las flores, en especial las rosas.
—Sí, él me mostró su huerto de rosa.
Lady Laura, se ruborizó, al llegar a su memoria, lo que ocurrió allí,
cosa que no paso inadvertida por la anciana, entonces, ella le indicó:
—Eso quiere decir, que mi sobrino le estaba demostrando, su carácter,
para que así usted conozca un poco de él.
—¿Un poco de él? —. Preguntó un poco anonadada.
—Sí querida, los caballeros no son como nosotras, ellos no se sientan y
le dicen las cosas que les gustan, o que cosas les agradan, ellos lo que hacen
es, que muestran con los hechos, por ejemplo a usted Alan le enseño su
huerto, cosa que no hace con otras damas.
—Entonces lo que él estaba haciendo era enseñándome un poco de él.
—Así es, querida, con eso le estaba demostrando que él desea que
usted forme parte de su vida—. La anciana camino un poco más hacia una
planta.
Lady Laura caminó a su lado y tocó la hoja de la planta, en aquel
momento señaló:
—Es muy difícil formar parte de un caballero que esta dividido.
La anciana miró a la joven y sonrió.
––Mi sobrino puede estar dividido, pero usted posee la capacidad de
centrarlo, hacer que su principal enfoqué sea usted.
—¿Pero Cómo puedo lograr eso?
—Podría decirle lo que todos expresan, con paciencia, bondad,
sumisión y dedicación, pero mejor se lo pondré de esta forma—, la dama dejó
el seto de flores y se aproximó a ella y la miró de frente—, no es bueno que
usted pase mucho tiempo aquí, mientras, Alan esta sólo en la residencia
solariega, así mismo, no le reproche nada, sólo calle y escuche.
—No creo poder hacerlo, es que no soporto que me deje y desaparezca.
—Mi Querida niña, usted debe saber algo muy importante, los
caballeros pueden sentir lástima por una dama, pero él amor es más fuerte
que ese sentimiento, prefiera que la amen y no que sientan lástima por usted
—, la miró a los ojos —. El amor mueve a un caballero al otro lado del
mundo, mientras, que la lástima mueve a un hombre únicamente hasta donde
piensa que es suficiente.
—Pero el Conde hace todo por esa dama—, dijo ella con un poco de
rabia.
—Tal vez usted lo ve así, pero le puedo decir, no más bien le puedo
asegurar, que Alan se mueve por lástima y gratitud.
—Sí, pero de igual forma se ha unido a una dama que no conoce por
honor, por una simple promesa.
—Quizás, sea por una promesa, pero si usted ve a mi sobrino en la
mansión en su búsqueda, pondré a dudas que simplemente sea por la
promesa.
En ese instante, se escucharon fuertes pasos que retumbaban por el
pasillo de madera, que unía al invernadero de la mansión, las damas miraron
hacia la puerta, cuando se abrió.
Lady Laura se quedó pasmada, en el umbral estaba el Conde, con el
rostro fuerte, con su barba sin afeitar y la ropa desaliñada, y entre dientes
dijo:
—Buenos días.
—Buenos días Alan—, dijo la anciana y con voz casual continuó—,
ahora mismo hablaba con su Condesa, y ella estaba despidiéndose para irse a
la residencia solariega.

El Conde volteó el rostro para encontrarse con la mirada de Lady


Laura, que al verlo en ese estado se preocupó, entonces, él apuntó:
—En ese caso la escoltare de regreso Condesa.
Formó una reverencia y le extendió la mano.
Lady Laura caminó hacia él, y la tomó con nerviosismo, pero antes de
marcharse Lady Laura echar un vistazo a Lady Eliza, ella le sonrió, y la
muchacha formó una reverencia y prosiguió al Conde, que prontamente se
despidió, pero antes de marcharse, la joven miró a la anciana, ella le hizo un
guiño de complicidad con el ojo y le sonrió.

En todo el camino en el carruaje, el Conde no dijo palabras, en tanto,


Lady Laura sólo observaba por la ventana el camino de regreso.
Él se acomodó en el asiento de enfrente de ella, para tratar de dormir
un poco, se colocó su sombrero en el rostro, pero no pudo hacerlo con ella al
frente de él, y con el aroma de su cuerpo que había invadido todo el carruaje,
esa esencia lo estaba trastornando.
Fue Lady Laura que indicó:
—Si utiliza este cojín, descansará mejor Mi Lord.
El Conde al escuchar la voz de ella, de inmediato se quitó el sombrero
de la frente y se irguió, al hacerlo, vio que ella le extendía el cojín, él con
cautela lo tomo y él dijo:
—Debemos hablar.
—Sobre qué, Mi Lord—, ella se acomodó en el sillón, pues se sentía
incomoda.
—Sobre esto que ha ocurrido.
—¿Y que ha ocurrido?
Pregunto la Condesa con rabia, él se dio cuenta del coraje que ella
reprimía, así que expresó:
—Pasamos una noche inolvidable, fue la noche más encantadora de mi
vida, y al día siguiente, usted se marcha.
Tomó el sombrero y lo puso a su lado.
—No Mi Lord, las cosas no fueron de esa forma—, dijo ella con voz
más fuerte y controlando la ira—, lo que ocurrió fue que nosotros
consumamos el enlace, al día siguiente, deseaba ver a su hermana y decidí
visitarla.

El Conde la contempló largo tiempo con las cejas fruncidas, pero no se


atrevió a expresar palabras, sino que volvió a recostar su espalda del asiento,
y la joven desvió la mirada hacia el camino, así llegaron a la residencia
solariega.
El mayordomo al verlo entrar juntos, sólo les expresó:
—Mi Lord hace un tiempo que llegó la madre de la señorita María José
y lo espera en el salón blanco.
Lady Laura no se inmutó al escuchar las palabras del mayordomo,
cuando el anciano se perdió por el pasillo, ella indicó:
—Si no le molesta deseo descansar—. Y comenzó a soltarse.
El Conde no le soltó el brazo de su codo, sino por el contrario, sujetó la
mano de ella con la de él y comentó:
—Deseo que me acompañe hablar con la señora.
Lady Laura no comentó nada, sino que asombrada asintió con la
cabeza.
El Conde la escoltó hacia el salón blanco, al entrar, había una dama
alta, blanca al extremo, con un pelo plateado, agarrado en un peinado en la
nuca, de inmediato que vio al Conde, se puso de pie, pero la expresión del
rostro le cambió, al ver a la Condesa, y expresó:
—Disculpen ustedes por presentarme de este modo, pero cavile que
usted estaba solo Alan, es decir Conde.
—No se preocupe Señora Marth, ahora mismo acabamos de retornar
de la mansión, mi querida esposa estaba visitando a su hermana.
—En tal caso, disculpen mi interrupción.
—No es nada, tome asiento por favor, nosotros podemos atenderla,
¿Verdad querida?
Lady Laura se sentía un poco incomoda con la forma que el Conde la
trataba, al frente de la señora, pero aunque no sabía la razón, eso le agrado
sobremanera.
—Sí.
La dama tomó asiento, y el Conde lo hizo en un sofá amplio al dado de
la Condesa, y continuo con la mano de ella enlazada, la señora solo los
miraba, entonces expresó:
—No deseo interrumpirlos, puedo conversar otro día del asunto.
—Esta bien, debe de ser algo de emergencia, para que usted se tome la
molestia de venir hasta aquí.
La señora se limpió la garganta, un poco avergonzada y mirando a la
Condesa dijo:
—Como vera Mi Lady, es algo relacionado con mi hija, y me
disculpara usted, pero no tengo mucha confianza de hablar del asunto al
frente de otra persona.
Lady Laura iba hablar, para retirarse, pero el Conde habló antes que
ella y expresó:
—Señora Marth, la Condesa ya no es un particular, ella es mi esposa
ahora, aunque no le he explicado a fondo la salud de su hija, ella está al tanto
de mis visitas, y desde hoy en adelante, Laura me acompañara a estar al lado
de María José—. Mirando a la joven le dio una sonrisa sutil.
La más asombrada al escuchar esas palabras, era la propia Condesa, la
cual, trato de aparentar no estar sorprendida, miró de frente a su esposo en
ese instante se quedó enajenada mirando al Conde, y los dos se miraban con
añoranza.
La señora Marth al ver la mirada de la pareja, suspiró, pues fue testigo
de que algo más grande los unía a ellos que lo que el Conde sentía por su
hija, cuando ellos la miraron de nuevo ella sin más explicó:
—¡Oh! Esta bien, lo que ocurre es que el galeno me explicó esta
mañana, que mi hija esta aún más débil de salud que antes—, y no terminó la
frase, la señora comenzó a llorar, después, que se recompuso y que la
Condesa le diera un poco de agua, continuó—, María José, desde su nupcias
no ha querido comer, y como perduró un día y una noche perdida en el
bosque, está más débil.
La señora miró a Lady Laura y comentó:
—Mi hija es lo único que tengo Mi Lady, nada es más importante en
mi vida que ella, no se que haría si Dios la envía a buscar, por eso es que
estoy aquí, para pedirle a Mi Lord, que no se aparte de su lado, sólo unos
días, hasta que ella cobre fuerzas––, esta vez miró al caballero––, usted es el
único que logra que ella pruebe bocado, y que se levante, desde ayer, ella no
ha querido nada, sólo esta acostada en su cama, como una estatua.
Lady Laura comprendió porque el Conde pasaba tanto tiempo en la
vivienda de la joven, miró a la señora con grandes ojeras en sus ojos y sintió
lástima por ella.

El Conde se puso de pie, como peleando con sus pensamientos y


tratando de resolver el dilema, así que Lady Laura le indicó:
—Vaya usted.
El Conde al escuchar la aprobación de ella se giró y la miró, y en sus
ojos había comprensión, entonces el comentó:
—Podemos ir los dos, si usted desea puede aguardar en el salón de
recibidor.
Lady Laura echo un vistazo a la madre de la joven, ella le sonrió como
aprobando la decisión, por su parte ella estaba cansada, pero recordó lo que le
dijo Lady Laura: No es lo mismo sentir compasión que amor, en aquel
momento, ella comprendió lo que la anciana le decía, así que indicó:
—Sí, le acompañaré.
El rostro del Conde se le ilumino por primera vez, con una franca y
hermosa sonrisa.

La residencia de huéspedes, en la que se alojaban las señorita Marth y


su madre, estaba a una distancia prudente, y no era nada pequeña, como se la
imagina ella, contaba con una hermosa entrada y su jardín a un lado, dentro,
poseía todo para vivir una familia cómodamente, e incluso Lady Laura se
percató que poseían suficiente servidumbre, las damas vivían más
cómodamente que ellas, cuando residían en Newport.

Al llegar, antes de subir el Conde, le dio un fugas beso en los labios y


subió las escaleras que daban al segundo nivel, donde debían de estar las
recámaras, en tanto ella con una sonrisa, caminó por el pasillo hasta el salón
de abajo donde lo esperaría, después de un instante, apareció la señora Marth
con una bandeja de té:
—Creo que le gustaría un poco de té.
—Sí gracias.
La señora muy rápidamente le sirvió una taza, después de servirse una
ella, tomó asiento y comentó:
—Gracias por dejar que el Conde comparezca a ver a mi hija, temí que
con su enlace, ella moriría de angustia por no poder verlo, pero usted ha sido
un ángel y le ha permitido venir a visitarla, y mucho más al permitir que él
durara todo ese tiempo en su búsqueda, estando ustedes recién enlazados.

Lady Laura no supo que decir, únicamente sonrió, en aquel tiempo,


escucharon voces:
La dama se puso de pie, con intranquilidad notable, colocó la taza en la
bandeja y dijo:
—Debo irme, debe ser que ella necesita algo.
La dama agotada, salió a toda prisa del salón.
Lady Laura terminó de tomar el té, después, de media hora entró al
salón el Conde:
—Lo siento, debí dejarla en la residencia.
—No, esta bien—. Ella le dio una simple sonrisa.
Él le extendió la mano y con voz cansada explicó:
—Podemos retirarnos, María José comió un poco y ahora descansa.
—Sí.
Lady Laura se puso en pie, el Conde le dio el codo y la escoltó una vez
más al carruaje, durante el trayecto, ellos únicamente se miraban, sin emitir
palabras.

Cuando llegaron, los dos subieron a sus aposentos, en aquel tiempo el


Conde se quedo parado, al frente de los aposentos de la Condesa, ella se giró
lentamente, como quien esta haciendo una fuerte decisión y expresó:
—Buenas noches—. Entró a su aposento, cerrando las puertas detrás
de ella.
El Conde ingresó en su recámara, ya su ayudas de cámaras le tenía
preparado un baño, al finalizar se preparó para la lecho, cuando se recostó en
su cama, miró hacia la puerta que unía a la dos recámaras, él deseaba de todo
corazón, abrirla para pasar la noche con su Condesa, pero recordó las
palabras que ella le había dicho la noche de bodas—, consumaremos el
enlace, y usted no volverá a tocarme.

Esas palabras estaban presentes, desde el día que ella la pronunció


como un eco en su mente, y se revolvió en la cama, pero el cansancio lo
abatió, quedando profundamente dormido.

Lady Laura miraba la puerta que unía las dos alcobas, se preguntó: ¿si
el Conde la abriría?, pero recordó que él estaba visiblemente cansado, su
rostro estaba demacrado, y los ojos mortificados, además, estaba la situación
de la joven enferma, ella se acordó del desasosiego de esa madre, y la
intranquilidad de su alma por su hija, y se dijo:
—Debo permitir que Alan visite a esa joven, pues de lo contrario, ella
puede morir.
Con ese pensamiento se quedó dormida.
*******

Al día siguiente, El Conde despertó tarde, y lo primero que le pregunto


al mayordomo cuando descendió fue:
—¿Dónde está la Condesa?
—Mi Lady fue a llevarle unas flores y frutas a la señorita María José.
El Conde sonrío y indicó—. Ancel que ensillen mi caballo.
—Sí, Mi Lord.
El Conde por primera vez, en muchos días, fue contento a visitar a su
amiga, cuando llegó, encontró a su esposa conversando con la señora Marth,
él estaba de pie en el salón de recibidor, la señora Mark fue la primera que lo
vio:
—¡Oh buenos días Mi Lord!
La más sorprendida al verlo fue Lady Laura, que al voltearse se
encontró con el rostro del caballero sonriente.
—Buenos días señora, querida—. Formó una reverencia y se coloco al
lado de su esposa.
Lady Laura se puso roja, al escuchar como el Conde la llamaba de
cariño, como si los dos, hubiese dormidos juntos, y eso la avergonzó a un
más.
La señora Mark muy satisfecha, expresó:
—La Condesa es tan amable de traerle una bellas rosas a mi hija y
fresas, que son las preferidas de ella.
El Conde se le aproximó y la abrazo por la cintura y indicó:
—Es que su hija es muy especial para nosotros.
—Oh, lo sé, ella ahora mismo esta arreglándose, pues se despertó con
animo, ya que le dije que usted venia a verla temprano.
La Condesa hizo el intento de escapar del brazo de él, pero estos la
apresaron con más fuerzas, ella se quedó tranquila a su lado hasta que la
señora Mark indicó:
—Voy a decirle a María José que usted esta aquí.
Cuando la dama salió del salón, Lady Laura se puso a un lado y
expresó—, debo retirarme.
—No, deseo que usted este a mi lado.
—No creo que sea buena idea, la señorita Mark aun esta muy débil, si
sabe de mi presencia, no se sentirá a gusto.
En él rostro del Conde se pudo ver la confusión, cosa que aprovechó
Lady Laura para soltarse de sus brazos, y caminar sin mirar atrás.

Cuando la señorita María José entro a la estancia, el rostro se le


iluminó, al ver al Conde esperándola, y la sonrisa se amplio cuando observó
el jarrón con rosas recién cortadas, y con expresión de alegría exclamó:
— ¡Son hermosas! —, caminó hacia ellas y las olió.
El Conde y la madre se miraron de manera cómplice, y no le dijeron
que las rosas habían sido traídas por Lady Laura, y no por el Conde.
—¡En verdad están hermosísimas! ¡Oh! Y estas fresas ¿también es un
obsequió?
La dama no espero respuesta, sino que caminó hacia el Conde y con
voz melosa señaló:
—Es la primera vez, después de su retorno, que me obsequia rosas y
fresas, cavile que se había olvidado de mis gustos.
Él no expresó palabras, más bien, dejó que la joven hablara, cuando
ella terminó de desayunar, expresó con alegría:
—Alan deseo ver sus rosas, para saber cuando puedo ir a cuidarlas.
El Conde no sabia que responderle a su frágil amiga, pues le había
dicho a su Condesa que se encargara del asunto, pero ahora María José
deseaba hacer ese oficio, él recapacitó, pues ese oficio ayudaría a la joven a
estar más ocupada, así que explicó:
—Si se mejora, la dejare cuidar de mis rosas, únicamente si se mejora.
La joven sonrío y con alegría expresó:
— Ya estoy mejor, puede ir hoy.
El Conde sonrío, pero prontamente se recordó de su esposa, así que
dijo:
—Mañana seria mejor, hoy debe descansar, debe recuperar fuerzas.
—Oh si, mañana me despertaré con el alba y cuidare de sus rosas—, la
dama se aproximo al Conde y con voz empalagosa continuó—, cuantas veces
le pedí que me dejara cuidarlas, e incluso cuando se fue a la guerra usted
nunca me lo permitió, ahora lo hace, eso demuestra que todavía usted se
entereza por mí.
—Siempre la he cuidado, en ese tiempo creí que no era un buen
ejercicio para usted, pero ya esta mucho mejor, así que le dejare cuidar mis
rosas, pero únicamente en verano.
—Esta bien Alan, sólo en verano.
El conde formó una reverencia y expresó:
—Debo retirarme, tengo mucho trabajo pendiente.
La joven muy alegre preguntó—. ¿Vendrá a cenar con nosotras?
La señora Mark miró a su hija, con mucho asombro, pues ella no se
recordaba que el Conde era un caballero desposado, ya no podía pasar las
noches con ellas, la dama iba a decir algo cuando el caballero explicó:
—Esta noche me será imposible venir a cenar, pero estaré para la hora
del té.
La joven se sintió un poco de desconsuelo, así que con voz dolida dijo:
—¿Nos dejará sola toda la noche?
Alan se sentía un poco culpable por dejar a su amiga sola esa noche,
pero recordó que Lady Laura ahora lo esperaba para cenar, así que si más
señaló:
—Debo marcharme, regresaré a visitarlas esta tarde, que pasen buen
día.
No bien salir el Conde, cuando la madre de la joven dijo:
—María José debes recordar hija que ya el Conde esta comprometido.
Ella rápidamente se giró a su madre y con los ojos nublados por la ira
dijo:
––No tengo que recordarlo, eso esta presente en mi mente todo el
tiempo, si usted no se hubiese enlazado con el cobarde de mi padre, si usted
hubiese sido más sensata y se hubiese contraído nupcias con el párroco, u
otro caballero, hoy hubiese sido una servidora la Condesa de Hamilton y no
ese incipiente Inglesa, ¿Cuánto le he pedido a Dios para que ella desaparezca
de nuestras vidas?
—María José no hable de esa forma de la Condesa, además, usted
nunca podría…
La joven María José no escuchó la voz de su madre y con rabia y dolor
continuo hablando:
—¿Quién es ella madre? Lo que es una aprovechada, al igual que su
padre, pues ese viejo sabía que Alan cumpliría su promesa, y lo hizo que se
atara a ella, pero estoy segura que si no hubiese estado esa promesa, él hace
mucho que lo hubiese pedido a mí, él me debe su vida madre, y eso vale más
que una simple promesa.
—Hija usted debe saber que ya él no le pertenece, él está enlazado con
otra dama, además, eso es únicamente un sueño suyo.
—No importa madre, Alan me tiene que cuidar, en todo momento debo
ser más importante que esa Inglesa, mire una muestra, me ha permitido que
cuide de sus rosas —, a la joven se le transformó su expresión, de severa y
hostil, a dócil y angelical—, ahora me lo ha permitido, no ha ella, si no a mí,
madre, con eso le esta diciendo a todos y en especial a ella, que soy más
importante en su vida.
—¡Oh hija, debe de darse cuenta de la realidad!
—De que madre, que usted no desea que sea feliz con mi Alan, él es
mío, siempre lo será, él me pertenece como le pertenezco a él.
—Hija no debe hablar de esa forma, el Conde ya no está soltero.
—Que se entere ella y todos, de que Alan no me dejará, él siempre
regresa a mi.
La señora Mark observó, como su hija cada vez que hablaba se
transformaba y tomaba más fuerza, ya no se veía frágil y enferma, su hija
estaba manipulando a todos con su enfermedad, en especial al Conde.

La señora Marth caviló que si su hija sabía la verdad, se pondría


irracional y hasta le acusara de mentirosa, eso le dolió en lo más profundo de
su corazón, pues aunque deseaba decirle la verdad a su pequeña, sabría que el
dolor que le causaría, sería la ruina de su hija, así que se mordió los labios.
Capítulo V

Los días transcurrían muy pausadamente, mientras, ya todos los


hacendados y criados, del alrededor de la residencia solariega y la mansión,
conocían a la nueva Condesa, ya todos hablaban bien de ella, pues la joven
dama Inglesa, ayudaba a los niños y los ancianos del pueblo, así como a los
enfermos, su forma de ayudar a los demás, la llevó a conocer al galeno del
área, un joven que había ido a estudiar a Inglaterra la profesión, que por
muchos años, su padre ejerció, y que ahora él exhibía.

Fue de esta forma que se conocieron; Un día cuando él fue a visitar una
anciana, enferma de fiebre, se encontró con una hermosa señorita en la
cabaña de la anciana y este le indicó:
—Señorita debe salir, pues usted no sabe si la fiebre de Madame
Arteril, es contagiosa.
Lady Laura miró perpleja al caballero, pues para su entender él era
demasiado joven para ser un galeno, así que, con mucha cautela le respondió:
—No creo que la fiebre de la anciana sea contagiosa, pues he venido
ya varias veces a visitarla y no me ha dado calentura.
—¿Varias veces?
—Sí, la dama está con esas calenturas desde el viernes.
El joven galeno se sorprendió al escuchar, del todo el tiempo que la
anciana padecía de la calentura, así que dijo:
—¿Por qué no me enviaron a buscar?
Por primera vez la anciana habló y indicó:
—Su difunto padre nos daba tisana, cuando nos daba calentura, así que
he preparado algunas, pero la calentura no me deja.
—Pues permítame decirle Madame, que mi padre no está con nosotros,
y las medicinas ahora son más modernas—, se aproximó a la anciana, y puso
un maletín negro en la mesita, él lo abrió y antes de chequear a la dama,
indicó:
—Si nos disculpa señorita, debo chequear a Madame.
Lady Laura se puso de inmediato de pie, formó una reverencia y salió
de la habitación de la anciana, cerrando la puerta detrás de ella.
Cuando la Condesa salió, la anciana le dijo al galeno
—Usted al parecer no conoce a la Condesa.
El joven galeno se asombró, al escuchar esas palabras y preguntó
—¿Condesa?
—Sí, señor Bretton, la dama que estaba aquí es la nueva Condesa de
Hamilton.
El galeno se mordió el labio superior con él inferior, sin saber que
decir, ya que había tratado a la dama, sin el debido respeto que se merecía
como Condesa, mientras, chequeaba a la anciana, recordó lo que todos los
habitantes del pueblo decían de ella—. Es un ángel, ayuda a todo él mundo, y
da de comer a los necesitados.

Esa misma mañana, fue a visitar a una dama que había traído a su
criatura al mundo, el día anterior, y esa mañana cuando fue a visitarla,
encontró mantas, leche y suficiente comida para la familia, que la Condesa
los había llevado, pero él cavilaba que la actual Condesa no era tan joven,
como aquella dama.
Terminó de chequear a la anciana y le señaló:
—Debe de tomar este liquido blanco, ya que tiene la garganta mala, así
mismo, debe hacer gárgara de esta hierba tres veces al día.
La anciana miró sorprendida el liquido blanco que tenía en sus
manos y expresó—. Su padre nunca nos dio ese liquido.

El joven galeno no podía decirle a la anciana que cuando su padre


vivía, ese liquido aun no se conocía, así que optó por decir—Ese liquido es
una mezcla de plantas y otras sustancias, que le ayudará a que la calentura no
vuelva, es muy importante que tome una cucharada tres veces al día, mañana,
tarde y antes de acostarse.
—Oh, ese es el liquido milagroso, que dicen que usted da, que sana a
las personas.
—Así es, ese liquido Dios se lo reveló a un caballero francés, para que
nos ayudara a los galenos a curar muchas enfermedades.
—Pues en tal caso, lo pensaré para tomarlo.
—Madame debe tomarlo, pues de lo contrario, continuará dándole
calentura.
—Bueno, primero le preguntaré a la Condesa, pues es usted muy joven
para saber este oficio, pues su padre si que era un buen galeno, ya que duró
muchos años ejerciendo esa profesión.
El joven galeno observó como la Condesa entraba una vez más a la
habitación y como ella con palabras persuasiva hacia que la anciana tomara el
liquido blanco, mientras, ella lo hacia, el señor Bretton se dio cuenta que la
joven Condesa era mucho más joven que él, y aún así Madame Arteril la
escuchaba, él respiró profundo y expresó:
—Debo retirarme, la vendré a visitar mañana.
La anciana miró al joven con expresión acusadora y apuntó:
—Se marcha y no visitará a Marsil que esta de igual forma enferma.
El joven galeno miró a la anciana con expresión de extrañeza y dijo:
—No sabía que había en esta vivienda otra persona enferma.
La anciana se incorporó aún más y expresó:
—Marsil no vive en esta cabaña joven, ella es la dama que vive en la
próxima, esta padeciendo de lo mismo.
Lady Laura se dio cuenta de la gran confusión del joven galeno, así
que con mucho cuidado indicó:
—Si me permite Señor, puedo escoltarlo a la cabaña de la señora
Marsil, pues ahora mismo, me dirigiré hacia allí, para saber de su salud.
La anciana sonrío y con voz acusadora apuntó:
—Vaya usted Condesa y enseñé a este joven caballero quien es Marsil,
pues no creo que en toda esta área haya alguien que no la conozca, con
exacción claro está, de él.

La Condesa sintió lástima por el caballero, pues si todos los del pueblo
lo trataban de esa forma, le costaría muchos años ganarse la confianza de
ellos, así que se puso de pie, se despidió de la anciana, y salió de la cabaña
acompañada del joven galeno.
Al estar a una distancia prudente de la cabaña de la anciana ella le
indicó:
—Debe de ser difícil para usted, tomar el lugar de su padre.
—Usted no sabe cuanto Condesa, en esta región todos me vieron nacer
y crecer, al irme a Inglaterra y estudiar para ser un galeno, nadie me creía,
cuando mi padre falleció, sentí pesar por el pueblo, y decidí cumplir la
promesa que le hice, que continuaría con su legado aquí, pero estas personas
lo están haciendo muy difícil.
—Se que usted se lo ganará a todos, pero debe reconocer que es usted
muy joven para fungir como galeno.
—Sí, eso siempre me decían mis tutores, que mi apariencia no me
ayudaría.
—¿Pero es usted muy joven para ser galeno?
—Así es, lo que ocurrió es que desde niño me gustó la profesión de mi
padre, en vez de leer otros libros, siempre estudie los de él, cuando llegue a
Cambridge y Oxford, ya estaba familiarizado con los términos, los huesos y
demás, y muchas veces mejor que los tutores, así que, ellos deseaban salir de
mi con prontitud, y me pasaban de clase antes de terminarse el periodo, de
ese modo, salí de la facultad dos años antes.
—Pues se ve que es usted muy sabio.
—Sabio tal vez no mucho, como deseara ser, pues la sabiduría
proviene de Dios, y únicamente Él la da; en cambio, la inteligencia se
acumula por el conocimiento, en ese sentido creo que Dios me dio el don de
almacenar conocimiento, ahora, espero que él me ayude a ponerlo en
práctica.
Lady Laura miró al joven galeno con admiración, y después giró la
vista al camino, pues ya estaban llegando a la cabaña de la señora Marsil.
Ella muy tranquilamente declaró—. Debo marcharme.
El galeno con voz de niño asustado expuso:
––Se marchÁ usted Mi Lady y me dejá solo con esta dama
desconocida.
Lady Laura sonrió, pues la expresión del caballero era casi autentica,
con la excepción, de que había una sonrisa en sus labios, entonces ella
explicó:
—Le acompañaré un ratito, pues debo marcharme.

ÉL sonrió más abiertamente, cuando entraron a la cabaña, se


encontraron con otra anciana, muy alegre, de sonrisa franca y espíritu
desenfadado, en esa visita, el galeno conoció a la casamentera del pueblo, ella
había sido la dama que había presentado a los padre de él, y por la ayuda de
ella, es que ellos contrajeron nupcias, así como muchas parejas del pueblo.

Lady Laura estaba muy cansada cuando retorno a la residencia


solariega esa tarde, y como siempre, se encontró que debía almorzar sola,
pues su esposo esa semana tenía mucho trabajo, como la pasada y la
traspasada, ya que después del retorno de ella de la mansión de él, el Conde
se la pasaba muy ocupado con los trabajos y cuando no estaba trabajando, se
iba a visitar a su amiga, únicamente por las noches lo veía, él siempre
conversaba con ella de temas triviales, y después, se retiraba alegando que
estaba cansado, ella por su parte, encontró mucho que hacer con la gente de
los alrededores, pues habían muchos necesitado, ayudar a otros no le permitía
que se la pasara llorando su situación.

Esa tarde, para su sorpresa, llegó un carruaje a la residencia solariega.


Lady Laura estaba en el salón rosa, la estancia favorita de ella, pues
esta conducía al jardín de flores para cortar, pues no podía ir al invernadero
de su esposo, ya que la amiga de él, se estaba haciendo cargo de las rosas,
cosa que le dolía, pero no se lo permitía ver a nadie, y cuando se lo decían sin
querer cualquier criado, ella contestaba:
—Eso es bueno para la dama, pues así se recuperara más rápido.
Pero en verdad, eso lo que había hecho que ella y Alan se alejaran él
uno del otro, y cada día, se formaba más grande el abismo que lo separaba.

Dieron pequeños toque a su puerta y ella expresó:


—Adelante.
La puerta se abrió, y con alegría Lady Laura vio ante ella a Lady
Margarita Aven, con su hermana a su lado, ella de inmediato se puso de pie y
no pudo controlar el impulso de ir abrazar a la anciana, esta rio, al ver la
alegría reflejada en el rostro de la joven, y su risa fue sonora cuando sintió a
la nueva Condesa de Hamilton la rodeaba con sus brazos.
—Jajjajaja. ¡Querida no sabía que usted estaría tan contenta de ver a
esta anciana!
Lady Laura se aflojo del cuello de la anciana y pronto recobro la
compostura, entonces se aclaró la garganta:
—Lo siento Marquesa no debí.
—Que dice querida, no debe disculparse, al igual que usted estaba
desesperada saber de ustedes, gracias a su esposo que me envió la invitación
de estar un tiempo con ustedes, es que he saciado mi curiosidad.
Lady Laura miró a su hermana con expresión interrogativa y
prontamente preguntó:
––¿El Conde le envió una invitación?
—Si querida, el Conde me envió a decir que usted necesitaba de la
compañía de alguien de su confianza, para adaptarse a estas tierras.
Lady Laura se mordió los labios, pues especulaba que lo que en verdad
su esposo deseaba, era que ella tuviera compañía, para así de esa forma, él
pasar más tiempo con la otra dama, ese pensamiento le hizo que frunciera el
ceño.
Lady Aven se dio cuenta y preguntó:
—¿Esta bien querida?
Lady Laura contempló a la anciana y posteriormente a su hermana,
entonces, le sonrió con la sonrisa más encantadora que poseía en ese instante,
y demostró:
––¡Oh si Lady Aven! Estoy muy bien, y ahora más, que las tengo a
usted y a Ross conmigo.
Esa tarde, la Condesa no volvió a salir, sino que disfruto de la
compañía de la Marquesa y cuando ella se fue a descansar, se quedó a solas
con su hermana:
—¿Ross cómo has estado?
—Muy bien Laura—. Su hermana suspiró, como quien se recuerda de
algo o de alguien en particular y le da nostalgia.
—¿Ese suspiro tiene nombre Ross?
Le preguntó la Condesa, con una sonrisa cómplice en su rostro.
—Sí Laura tiene nombre, se recuerda del caballero que me escoltó el
día de su enlace.
—Sí, no es él hermano del esposo de Isabel.
—Si el mismo, su nombre es Max Denver, es él primer hijo de un
hacendado muy adinerado, su hermano menor contrajo nupcias con Isabel.
Lady Laura asombrada pregunto:
––¿El menor contrajo nupcias primero que él mayor?
—Sí Laura, aquí en Escocia eso no es un problema, no es como en
Inglaterra que la mayor debe de contraer nupcias primero, bueno, él ha sido
muy amable conmigo, salimos a cabalgar casi todos los día, me invita a
verbena del pueblo y me presenta a sus amigos—. Entonces Laura vio la
tristeza reflejada en el rostro de su hermana, cuando dijo—, pero el caballero
sólo me ve como una niña.
Lady Laura supo que ya su pequeña hermana estaba sintiendo algo, por
ese caballero, así que le preguntó:
—¿Cómo sabe que el caballero la ve como una niña?
Lady Ross descendió su cabeza, visiblemente avergonzada, y continuó
diciendo con las mejillas teñida de rojo:
–– Le envié una carta, expresándole mis sentimientos.
Lady Laura se removió en su asiento, sin saber que decirle a su
hermana, entonces ella prosiguió:
—Él muy caballerosamente, me la devolvió y cuando lo hizo me
enseñó que en verdad no distinguía bien que sentía, que él no era el caballero
adecuado para una inocente criatura, como lo era, y que él esperaba que
encontrara otro caballero que me mereciera.

En ese instante, las lágrimas comenzaron a nublar los ojos de su


hermana, Laura cambió rápidamente de sillón, sentándose junto a ella la
abrazó, en tanto las lágrimas de la joven no paraban, ella sacó un pañuelo y se
lo colocó en las manos a Ross, ella lo tomó y enjugo su llanto en el, después,
de recobrar la compostura y de tomar un poco de agua, que su hermana le
pasó, señaló:
—Creo Laura que no tengo cara para volver a ver a Max a los ojos.
Lady Laura miró a su hermana y le preguntó:
—¿Ross y la carta la tienes?
La joven volvió a llorar y después de un instante habló—. No Laura, se
la deje, pues fui una tonta, le dije que esa carta le pertenecía a él, así como
mis sentimientos, allí el muy caballerosamente la guardó, después formó una
reverencia y desde ese día, no lo he vuelto a ver, no ha visitado más a su
hermano—. Volvió a llorar, y entre sollozos decía—, lo he perdido Laura, ya
él no me desea ni como amiga, lo ha alejado, no se que hacer, pues deseo
cada instante verlo aunque sea de lejos, soy una tonta hermana.
Lady Laura abrazó a su hermana, pues por lo menos, ella podía llorar,
ya que sabía que su amor no era correspondido, así como le estaba ocurriendo
a ella, su amado le huía y se refugiaba en los brazos de otra, y lo ocultaba
diciendo que la otra dama lo necesitaba, más su hermana podía dejar salir su
dolor, en tanto ella tenía que tragárselo.

Las dos hermanas se abrazaron, una lloraba por la perdida de su


amado, mientras, la otra lloraba porque nunca su amor sería correspondido.
*******

Una semana después, Lady Laura invitó a su hermana Ross para que la
acompañara a visitar una anciana, para sorpresa de las dos, se encontraron
con él joven galeno, él, al conocer a Lady Ross se le iluminó el rostro, y en
toda la visita, sólo poseía ojos para la hermana de la Condesa, mientras, la
muchacha no lo miraba de frente.
Al finalizar la visita, él muy galante les invitó a caminar por los
alrededores del lago, Lady Laura muy alegre al ver la admiración del
caballero hacia su hermana, asintió con gusto, y los tres se dirigieron allí, con
sus respectivas monturas.

Al llegar al lago, Lady Laura se asombro, al encontrar en el lago al


Conde acompañado de la callada joven María José, y del hermano menor de
él, el Conde al ver a Lady Laura y a su hermana, les sonrió, pero su sonrisa se
desvaneció, al ver al joven que las acompañaba.
La señorita María José le había comentado al Conde una tarde, que
todos en el pueblo estaban enterados de la admiración del caballero por la
Condesa, y aunque ella sabía los sentimientos del joven, ella lo alentaba
coincidiendo con él, a sus visitas de los enfermos, el Conde no había creído el
comentario, hasta que no vio en el rostro del joven, la cara de bobo
enamorado, eso le hizo sentir un poco de ira, así que dijo:
—Buenos días Condesa, Lady Ross, caballero.
Lady Laura muy inocente de lo que estaba pasando por la mente de su
esposo, expresó:
—Conde, permítame presentarle, al nuevo galeno del pueblo, el señor
Ivan Bretton.
De inmediato, el joven se desmontó del caballo y formó una
reverencia, el Conde se la devolvió y expresó sin mucho deseo:
—¿Es usted familia del antiguó galeno?
—Un servidor es su hijo, mejor dicho él era mi padre.
El Conde se recordó del flacucho y largo hijo del galeno, que se la
pasaba leyendo los libros de su padre y aunque sólo poseía unos doce años,
todos decían que su padre le hacia preguntas de adulto, y se recordó de él al
instante, pero lo que había escuchado de la devoción de él hacia su esposa, le
quitó el deseo de continuar la conversación, más bien, se aproximó a su
Condesa y expuso:
—Permítame ayudarla a descender del caballo.
Lady Laura miró al Conde y sus manos extendidas hacia ella,
posteriormente, a la joven que estaba recostada de un árbol y luego al
hermano menor del Conde que estaba sonriendo con una sonrisa burlona, ella
reaccionó al instante y indicó:
—No me quedare Mi Lord, mi hermana se quedará acompañar al señor
Bretton, lo esperé en la residencia solariega.

Diciendo eso, giró su caballo y a todo galope se desapareció de la vista


de todos, dejando a su hermana asombrada.

Cuando los jóvenes se unieron con el grupo, fue evidente para el


Conde, que el joven galeno no le interesaba su esposa, si no Ross, pues él
sólo poseía atenciones para la joven, en tanto se dio cuenta, que su amiga
María José estaba un poco indispuesta por las atenciones del caballero hacia
la joven, y Alan se preguntó ¿Por qué su amiga se molestaba por eso?

Al despedirse el galeno de todos, el Conde le extendió la invitación,


para que esa noche, lo acompañara a cenar, el caballero muy galante aceptó.
Para su asombro su amiga María José se despidió muy secamente y
con expresión molesta, se marchó sola a su residencia.
*******

Esa tarde, a la hora del té, las dos hermanas se quedaron a solas, pues
el Conde no se apareció y Lady Aven estaba compartiendo con Lady Eliza en
la mansión, las cuales retornarían esa noche para la cena.
Su hermanas Ross le comunicó:
—Sabes Laura, el Conde invitó al galeno para cenar.
—De verdad Ross—, La Condesa miró a su hermana de reojo, y con
suma cautela agregó—, al parecer usted le cae muy bien.
Su hermana de inmediato frunció el ceño y explicó:
—Pero ese caballero lo veo como a un amigo—, se quedó pensando
por un instante y apuntó—. Lo más extraño es, que a la señorita María José
no le agradó para nada ver al galeno en nuestra compañía, y podía apostar
que en cierto momento vi en ella una pizca de humanidad, pues hoy se
mostró un poco enojada.
—Usted esta bromeando Ross, esa joven no posee expresión.
—Pues hoy de regreso a la residencia solariega, se le veía que no
estaba tan complacida y callada como siempre, en vez de eso, se notaba
impaciente.
—¿Impaciente?
—Si, como enojada y triste.
—No puedo en verdad imaginarme a la joven con una emoción como
esa, pues ella se parece una estatua al lado del Conde.
––Pues hoy se marchó sola a su residencia, ni siquiera esperó por él.
––¡Eso es imposible!
Lady Ross observó a su hermana y por primera vez, se dio cuenta del
dolor que ella experimentaba, al ver a esa joven pegada a su esposo como una
lápida y sin el caballero poder hacer nada, pues le habían dicho, que el Conde
le debía la vida a la joven, y como conocía a su cuñado, sabía que por
agradecimiento, no dejaría a la muchacha, aunque eso le costara su felicidad,
entonces, sonrió para ella.
*******
Esa noche todos estaban disfrutando de la deliciosa cena, Lady
Margarita había encontrado una verdadera amiga en Lady Eliza y las dos se
hacían compañía, ya que Lord Gilbert Hamilton estaba de viaje.
El joven galeno desde el momento que entró en la residencia solariega,
hasta el instante que se despidió, no compartió con más nadie que con Lady
Ross y ella muy cariñosa absorbió la atención del caballero, mientras, el
hermano menor del Conde, Lucas, se la pasó toda la noche, trayendo a
colación, el nombre de María José, cosa que fue notoria para todos.
El Conde se la pasó mirando de reojo a su Condesa, en tanto ella lo
ignoraba por completo.
Después de la cena, los caballeros pasaron al salón verde, mientras, las
damas se quedaron en el salón blanco, Ross se aproximó a su hermana y le
comentó:
—Laura deseo hablarle en privado.
—Pero Ross están todos los invitados aquí.
—Cuando los invitados se marchen a dormir, la espero en el cobertizo.
—¿En el cobertizo?
—Sí, es que deseo mostrarle algo.
—Esta bien.
Su hermana, se perdió de su lado, cuando los invitados se despidieron.
Ella muy rápidamente se perdió hacia el cobertizo, al llegar a la estancia, vio
que había una luz y fue hacia esa área, cuando se dio de bruces con el Conde.
—Perdón.
—No se disculpe, no ha sido nada.
Lady Laura se apartó, rápidamente de él, pues su proximidad la ponía
nerviosa, haciéndole sudar todo el cuerpo, él de igual forma puso distancia
entre ellos.
Los dos estaban silenciosos sin decir palabras, ella miraba al suelo, él,
la miraba a ella, entonces él, preguntó:
—¿Usted deseaba verme?
—¿Cómo? —. Lady Laura estaba enajenada al escuchar la declaración
del caballero.
El Conde extendió una hoja de papel:
—Su hermana me entregó esta nota.
—¿Mi hermana Ross? —. Lady Laura estaba más confundida cuando
vio la nota con las letras de su hermana—. Deseo que conversemos, en el
cobertizo.
—¿Cómo sabía que esta nota era mía?
El Conde se aproximó a ella y le señaló la L, que estaba hecha con la
forma que ella la hacia, y le dijo:
—Esa es su letra.
Cuando él se aproximó, para enseñarle la letra, ella olió su fragancia, y
deseo abrazarse a él, pero indicó:
—Mi hermana la hace igual, pues nos enseñó la misma institutriz.
El Conde olió el aroma a jazmín de ella, su fragancia y sin más dejó
caer la hoja y le tomó por la cintura y la besó.

Lady Laura al principio no sabía que hacer, pero cuando él aceleró el


beso, ella se aferró a él y con sus dos brazos rodeaba su cuello, en tanto el
Conde con deseo reprimido, la besaba con avidez.
El beso se profundizó hasta dejarlos a los dos sin aliento, cuando él
despegó sus labios de los de ella, estaba con la respiración entre cortada y su
corazón a punto de salirle por el pecho.
Lady Laura no deseaba abril los ojos, pues al hacerlo, se encontraría
con los de él, se sentía avergonzada, pues ella no se rehusó al beso, más bien,
lo recibió con la misma intensidad de quien lo daba, entonces, sintió que él
comenzaba a darle pequeños besos, ella abrió los ojos.
—Su hermana nos a unido—. Dijo el Conde aun abrasado a ella.
Lady Laura no sabía que responder, pues ella entendía que ese simple
beso no los había unido, ya que un inmenso abismó lo separaba, y aunque
ella deseaba permanecer así abrazada a él, estaba consiente de que sólo una
parte del Conde estaba a su lado, la otra divagaba, y ella lo deseaba todo o
nada, no se conformaría con nada a medias, mientras, sentía los fuertes
brazos que la rodeaban, deseaba así mismo sentir su amor, su entrega, esa
devoción que él sentía hacia la otra joven, que se lo diera a ella, lo quería
todo por completo, deseaba al Conde de Hamilton únicamente para ella, así
que con fuerza se apartó de él.
—No lo creo Mi Lord, un simple encuentro a solas no remediara la
situación.
El Conde más deseoso de estar al lado de su esposa, se aproximó a ella
y le preguntó:
—¿Entonces que es lo que remediará esta situación?
Lady Laura retrocedió unos pasos e indicó:
—No creo que haya algo que pueda hacer.
Alan se acercó más y con voz ronca expresó:
—¿Y un servidor que puede hacer?
Lady Laura le quería decir, que si él únicamente poseyera ojos para
ella, que si sus atenciones fueran de ella, sus días y noches completos, pero
reflexionó que eso era egoísmo, pues ella sólo pensaba en lo que ella
necesitaba, así que dio dos pasos hacia atrás, y indicó:
—Usted no puede hacer nada—. Se giró y comenzó a correr para salir
del cobertizo, pero antes de salir a la puerta, sintió unas fuertes manos que la
detenían por el hombro, haciéndole que se detuviera por completo,
posteriormente, las manos descendieron y la atraparon por la cintura, ella
sintió el cuerpo de su esposo en su espalda, él se aferró a ella, introdujo su
cabeza a su cuello y permaneció así por largo tiempo, mientras, Lady Laura
temblaba como una hoja, pues al igual que él Conde su deseo era, aferrarse a
él, para nunca más soltarse.
Los Dos se quedaron unidos, él cavilando en su corazón como poder
conquistar su amor, ella decidida a poner distancia.

Después de un tiempo prudente, él aflojó sus brazos de su cintura, al


sentirse libre, Lady Laura no se separó de él, mas bien se quedó
tranquilamente en la misma posición, deseando de todo corazón que él la
girará y le declarara que sólo la quería a ella, eso no ocurrió, el Conde se
quedó como una estatua pegado a su espalda, en aquel momento, Lady Laura
comenzó a retirarse en silencio, deseosa que él la detuviera una vez más, pero
eso no sucedió.

La noche fue una de las más largas para el Conde, pues después de
observar como su Condesa se alejaba de él, sin pronunciar palabras, se sentía
muy solo, cada vez que estaba lejos de ella se sentía de esa forma, como
perdido, y no sabia el porque, pero cada día, la sentía más lejos de él, como si
una gran montaña lo separara, y se postro en ese instante antes sus rodillas y
con gran pesar expresó:
—Dios mío, no se que hacer, no puedo dejar a María José sola, pues
podía morir, y Lady Laura no entiende mi situación, cada día se aleja más, no
se que hacer, no se como proceder, ayúdeme usted que todo lo puede.

Mientras en la recámara de la Condesa, se escuchaba los sollozos de


ella, de dolor y desesperación.
Lady Laura se aferró a las almohadas y lloró amargamente.
*******

Ya el otoño comenzaba a dar sus primeros pasos, el clima se tornaba


más fresco, las hojas de los arboles comenzaban a cambiar de color, y las
personas se preparaban para almacenar los alimentos, mientras, la Condesa
esa semana decidido instalarse en la mansión y dejar a su esposo solo en la
residencia solariega, esa mañana le había dicho en el despacho de él:
—Creo que ya es hora de tomar la responsabilidad de Condesa en la
mansión Hamilton Mi Lord.
El Conde no levantó la vista, si no que continuó observando sus
papeles, pues ya había pasado un mes, desde que se reunieron en el cobertizo,
ella evitaba a toda costa reunirse con él, muchas veces cuando iban a cenar a
solas, ella enviaba a decir que se sentía indispuesta, para él fue muy notorio
que su Condesa no deseaba su compañía, así que con voz casual comentó:
—Si así usted lo desea, puede instalarse en la mansión—. Él continuo
escribiendo, sin hacer pausa al hablar.
Lady Laura se dio cuenta de su desinterés hacia su persona, así que
sólo expresó:
—Pues mañana mismo ordeno todo para mi traslado.

Después de esa conversación no se volvieron a ver, ya que se produjo


un inconveniente en la hacienda vecina, y su esposo fue ayudar a las
personas, así fue como esa mañana, ella salió de la residencia solariega con
destino a la mansión, donde la esperaban Lady Aven y Lady Eliza, pues su
hermana había ido a visitar a Lady Isabel a las tierras altas.
*******

La mansión de los Hamilton era en verdad impresionante; Varias


hectáreas de campo abierto, con bastante prado y grandes líneas de arboles y
vergeles, formando una línea defensora, haciendo de esa forma que se vieran
como gigantes que protegían la propiedad.
Una carretera de grava atravesaba todo el verde, desde el arco de la
entrada, hasta la rotonda que estaba al frente de la mansión.

El carruaje se detuvo, y de inmediato se observó la impresionante y


elegante edificación.

La mansión por el frente, era una replica exacta de un palacete Griego,


sus amplias e inmensas columnas de mármol blanca, y los enormes y
extensos ventanales, como la formidable puerta doble del frente, construida
en roble y enviada a esculpir con precisión.
A su alrededor un impresionante jardín, con esculturas de cuerpos al
desnudos, como había en la residencia solariega, aunque algunas eran de
animales feroces.
Una fuente en medio de la glorieta de entrada, obligaba a los carruajes
a dar la vuelta en círculo. Así hizo el carruaje de la Condesa, y cuando llegó a
la puerta principal, el mayordomo la esperaba.
La Condesa hizo su entrada al salón donde estaban las ancianas, las
dos damas no reputaron e inclusive no le preguntaron por el Conde, sino que
ese mismo día Lady Eliza la ubicó y la puso al tanto de las actividades y
obligaciones que ella como Condesa y dueña de la mansión poseía.

De esa forma, paso una semana, sin Lady Laura saber de su esposo,
mientras, las ancianas únicamente se miraban una a la otra, sin atreverse a
decir una palabra.
Llego el Domingo y todos en especial la Condesa especulaban que el
Conde se aparecería para ir a la capilla, pero no fue así.

El lunes ya la desilusión se podía ver en el rostro de la joven Condesa,


su desanimo era tal, que ese día no quiso levantarse de la cama, mientras, que
las ancianas en el comedor comentaron:
—¿Que podemos hacer para ayudar a esos jóvenes, Lady Eliza?
La anciana suspiró y dijo:
—Por mi parte le estoy pidiendo a Dios que haga su voluntad, pues Él
si sabe como obrar.
—Usted tiene toda la razón, creo que es más prudente y sensato de
nuestra parte pedir su dirección, que inmiscuirnos nosotras en ese asunto tan
delicado.
Las dos ancianas salieron hacer sus plegarias a la capilla.

Lord Alan Hamilton se sentía sólo y triste, sin la presencia de su


Condesa, y cada vez que salía hacer su recorrido por sus tierras, los
campesinos le hacían que se recordara de ella a cada instante, ya que todos y
cada uno preguntaban por ella.

Cuando llegó el domingo, su deseo era ir a visitarla a la mansión, pero


esa madrugada la señorita María José se había puesto muy enferma, el joven
galeno fue en su ayuda y ya para el medio día, estaba mejor, pero era ya muy
tarde para visitar la mansión, y tener un pretexto razonable, ya que no podía
decir que deseaba visitar la capilla, ni a la familia, pues tenía muchos meses
sin aproximarse por esos lares.

Los días transcurrieron, así como las semanas; A mediado de Octubre


era el cumpleaños número dieciséis del hermano del Conde, todos estaban
preparando una fiesta sorpresa en la mansión, ya que él se estaba hospedando
en la casa solariega con su hermano mayor, era mas fácil organizarle una
fiesta en la residencia, así que enviaron las invitaciones y todo se ordenó bien
discretamente.

Cuando llegó el día, todos los invitados se reunieron en el salón verde,


mientras, el Conde entraba con el joven a la mansión:
—Alan porque tenemos que venir a la mansión hoy, podríamos haber
estado en la residencia solariega y compartir con María José y su madre.
—Lucas no deseas ver a los tíos.
El joven hizo un ademan con las manos, como disminuyendo la
situación—. Ellos podrían haber ido a la residencia solariega.
El Conde se dio cuenta que su hermano no deseaba ir a la mansión, así
que indicó:
—Sólo visitaremos a los tíos y rápidamente nos marcharemos.
El joven sin mucho entusiasmo expresó:
—Esta bien Alan, como usted diga.
Prontamente el joven acompañado de su hermano entró a la mansión,
la encontraron desierta, únicamente el mayordomo estaba en el pasillo
principal:
—Aidar ¿Dónde están todos?
El anciano observo a su señor y sólo dijo:
—Las damas están en el salón de comedor, mientras su tío esta en el
salón verde—. Este los escoltó al salón verde y antes de abril la puerta indicó:
—Desea que los anuncie Mi Lord.
—No Aidar, puede retirarse.
El Conde muy tranquilamente espero que su hermano abriera la puerta,
y al hacerlo, se encontró con una gran cantidad de familiares, estos al verlo,
le cantaron feliz Cumpleaños, él giró el rostro y se encontró con la expresión
sonriente del Conde.
Capítulo VI

Todos en la fiesta de cumpleaños estaban disfrutando, el joven


cumpleañero estaba muy maravillado, ya que, hasta la hija del párroco del
pueblo, estaba invitada, y la joven era la admirada por él en silencio, sin
atreverse a aproximarse a ella, ya que el padre era muy estricto y por ende no
permitía ningún a cercanía a ella, o a sus hermanas.
La hija del Señor Goither era muy tímida, la joven se la pasaba sentada
a un lado del salón, mientras, el joven señor Lucas simplemente la observaba
de lejos.
Lady Laura desde un extremo contemplaba la situación, y al descubrir
lo que ocurría, se aproximó a Lucas y le comentó:
—Felicidades—. El joven sólo miró a su cuñada de reojo y con tono
seco expresó.
—Gracias…
En aquel tiempo la Condesa caminó hacia el otro lado y en voz baja le
dijo:
––Invite a la joven a bailar.
Lucas se abochornó, al darse cuenta que la dama sabía de sus
intenciones, así que, con voz brusca indicó:
—No le he pedido su opinión.
Lady Laura no se dio por vencida, si no dijo:
—Usted es muy popular entre las jóvenes, en especial entre las
hermanas Goither.
En ese instante al joven se le olvido la diferencia que hasta ese instante
tenía con la Condesa, muy entusiasmado preguntó:
—¿De verdad?
Ella muy calmada respondió—. Así es, cada mañana cuando voy a la
parroquia, las hijas del señor Goither me preguntan, ¿cuando usted
retornaría?, y aunque la señorita Mía es muy tímida, he notado que cuando su
hermana mayor hace la pregunta, a la joven le brilla los ojos.
El joven Lucas más vehemente le preguntó:
—¿Usted cree que le agrado a Mía?
La Condesa con mirada traviesa y sonriente indicó:
—Creo que agradarle es poco.
El Joven Lucas en ese momento se le iluminó el rostro, así que Lady
Laura aprovechó para entusiasmarlo, para que sacara a la joven para el primer
baile:
—Pídale que bailé con usted, aproveche ahora, que su padre esta
hablando con Lord Gilberto.
—¿Usted cree que querrá bailar conmigo?
—Desde luego, le aseguro que todas las jóvenes están soñando para
que usted las invite a bailar.
El joven Lucas miró a la joven, después a la Condesa y expresó:
—Si ella no desea bailar, nunca la perdonaré.
Lady Laura aprovechó para decirle con voz alegre:
—Y si ella acepta, nos olvidáremos del pasado y seremos amigos.
El joven pensó por un instante y asintió con la cabeza, después muy
tímidamente se aproximó a la señorita Mía, la invitó y ella aceptó, con gran
alegría.
Posteriormente del baile, el joven Lucas, no se separó de al lado de la
señorita Mía.
Lady Laura estaba muy contenta mirando los invitados disfrutar del
cumpleaños, cuando miró hacia un lado del salón, pudo darse cuenta que la
señorita María José había asistido, estaba como siempre en una esquina
apartada, pero esta vez, no vio a su esposo a su lado, así que instintivamente
lo buscó por los alrededores, cuando el mayordomo se aproximó a ella:
—Mi Lady el Conde desea hablar con usted.
—Señor Aidar, ¿Dónde se encuentra el Conde?
—Mi Lord la espera en el invernadero dentro de quince minutos.
Lady Laura le respondió con un—Está bien—, y continuó buscándolo.
Posteriormente, volvió la mirada, hacia donde la señorita María José
estaba, la joven había desaparecido, en aquel instante, vio que su hermana
bailaba con Max Denver y sonrió, pero la curiosidad de saber donde se había
ido la joven tímida, pudo más que ella, así que se deslizó a ese lado y al
observar que los ventanales que daban al jardín estaban un poco entre
abiertos, decidió dar un vistazo, así que salió.
La noche estaba fresca, ya la brisa del otoño se sentía.
Lady Laura resolvió retornar, ya que había pasado un tiempo y no
había rastro de la joven, hasta que escuchó:
––Se marche.
En aquel tiempo, la Condesa descendió los escalones para mirar detrás
de los arbusto, cavilando que quizás la dama le hablaba a su esposo, pero
cuando caminó hacia allí, se quedó enajenada al mirar a la señorita María
José besándose apasionadamente con un joven, Lady Laura con la misma
cautela que los encontró, de ese mismo modo se escurrió, a través de los
escalones, desde allí a los ventanales abiertos, y al salón.

La noche había sido muy agitada para la Condesa, así que solo quería
descansar un poco, en aquel instante recordó que él Conde la esperaba en el
invernadero, así que se dirigió hacia el lugar.
El pasillo estaba a oscuras, ya que todos los sirvientes y luces estaban
destinados esa noche para el salón verde, así que Lady Laura tomó un
candelabro y caminó con cuidado a través del pasillo de mármol blanco,
cuando llegó, colocó el candelabro en la mesa de entrada, miró a su alrededor
y la estancia parecía desierta, ella giró en busca de otra luz, pero todo estaba
en penumbra y oscuridad, muy despacio caminó un poco más, para sentarse
en el sillón que estaba próximo, para esperar la llegada del Conde.

Se giró prontamente al escuchar una música, y caminó hacía donde se


escuchaba, cuando puso el primer paso en el huerto del invernadero, el Conde
empezó a encender candelabros, y ella se quedó embelesada, pues cada vez
que la luz iluminaba la estancia se podía advertir, muchas macetas de rosas de
diferentes colores, haciendo forma de un jardín de rosas.
El Conde en silencio encendió todos los candelabros, dejando al
descubierto una gran cantidad de sestas rosas, primero amarillas, después
anaranjada, más al centro rosadas y posteriormente rojas, en el centro blancas
y en el punto final la Rosa Blanca de la India.

Lady Laura abrió los ojos como plato al ver que el Conde se ponía de
rodillas ante ella y decía:
—Señorita Hothouse, deseo cortejarla—. Y sonriendo con esplendor
continuó—, deseo conocerla y que usted me conozca, deseo que empecemos
de nuevo.

Lady Laura se llevó las dos manos a sus labios, pues el asombro era
enorme, ya que ni en sus sueños caviló que el Conde le propusiera algo tan
romántico.
Lord Alan Hamilton estaba en verdad preocupado, pues en ese instante
postrado sobre una de sus rodillas, suplicaba a Dios, que esa decisión fuera la
más sensata y que no fuera demasiado tarde, su rostro palideció cuando Lady
Laura miró hacia las rosas y después lo observó por un tiempo prudente, él
corazón del Conde dejó de latir, hasta que la vio sonreír y decir:
—Sí Mi Lord, le doy permiso para que me corteje.
Lord Alan Hamilton se puso de pie, inmediatamente, tomó a Lady
Laura por la cintura y le dio una vuelta, eso hizo que ella sonriera, y al dejar
de girar, los dos se quedaron muy juntos, ella mirándolo a los ojos, él
observando detenidamente sus ojos y sus labios, pero no la besó, sí no
expresó:
—Este es el día en que le abriré de par en par mi corazón, para que
usted haga con él lo que desee.
Lady Laura sonrió, como una niña que por fin posee en sus manos lo
que tanto anheló:
Él al ver la felicidad en el rostro de su Condesa declaró:
—Pues no perdamos tiempo—, la tomó de la mano derecha, y con ella
a rastro continuo—, la llevaré a mi escondite.
Lady Laura sonrió y entre risas preguntó—¿También aquí tiene
escondite?
—Sí, y le puedo informar señorita, que en la mansión hay más que en
la residencia solariega.
Posteriormente de un tiempo, de correr como niños por los pasillos,
llegaron al despacho del Conde, él se paró al frente del ultimo shelf de libros,
y Lady Laura observó, que esa parte era una pequeña biblioteca que estaba
casi sin uso, él con su boca sopló un poco para limpiar el polvo, y así dejar
ver los títulos de los libros, entonces, trató de tomar un tomo, pero en vez de
halarlo lo deslizo por la shelf, y al instante, se abrió una parte de la estantería.
Lady Laura abrió la boca en una «O, y su mirada se le desorbitó, el
Conde satisfecho, sonrió y la miraba con alegría, en ese instante, agarró un
candelabro y le extendió la mano a Lady Laura y le indicó:
—Vamos.
Ella lo miró a los ojos, después, la mano extendida de él y una vez más
a los ojos, y con nerviosismo la tomó, él caminó delante de ella, con la mano
derecha agarraba el candelabro y con la izquierda afianzaba la de ella.
Lady Laura un poco asustada caminaba a su lado, el pasadizo era
amplió, pero entre más ascendía, más angosto se tornaba, cuando al final
llegaron a un pasillo sin salida ella preguntó:
—¿Nos devolvemos?
El Conde le sonrió y con mucho cuidado le paso el candelabro, y con
la mano derecha, giró una figura que estaba tallada en la pared, eso hizo, que
una de las paredes se abriera dejándolos pasar a ellos a través de ella, los dos
entraron a un área en penumbra, el Conde tomó el candelabro y con una de
las velas comenzó a encender el área, en aquel tiempo, se comenzó a
iluminarse un taller de estatuas de cera, muchas figuras a medio hacer, otras
ya hechas, pero cubiertas con lienzos blancos.

Lady Laura miraba a su alrededor sorprendida, rápidamente el Conde


terminó de encender unos cuantos candelabros más, se aproximó a ella y
explicó:
—Este era uno de los talleres de mi abuelo.
Lady Laura caminó hacia las figuras humanas al desnudo y se sonrojó.
Lord Alan Hamilton le informó:
—Mi abuelo era amante de la cultura griega, cuando joven duró cinco
años en Grecia, y al retornar comenzó a esculpir estatuas griegas.
Lady Laura las observó y preguntó:
—¿Por qué están desnudas? —, y al hacerlo se sonrojo.
El Conde se acercó a ella y con voz calmada le respondió:
—La desnudez en las esculturas es la representación de la belleza e
ideal estético de perfección, para los Griegos el cuerpo era un motivo de
orgullo.
—¡Oh!
—Mi abuelo siempre decía que todo lo que Dios creo es bueno, que el
cuerpo humano es un ejemplo palpable de la existencia de nuestro creador.
Lady Laura por primera vez, observó la escultura sin sonrojarse, y
encontró la belleza en ella y exclamó:
—¡En verdad, es hermosa!
—Si es muy hermosa—, dijo el Conde con voz melosa, pero
prontamente se apartó de su lado, y con rapidez, descubrió una escultura que
estaba tapada, era una de un caballero, ella de inmediato se aproximó a
observarla, pero esta solo poseía cuerpo, él rostro no estaba terminada.
—Esa es la escultura de mi persona.
Lady Laura miró el cuerpo desnudo y sin querer observó al Conde, este
al ver la expresión de la dama sonrió y continuo:
—Mi abuelo la estaba haciendo, cuando retorné a la mansión después
de estudiar en Cambridge, pero no la terminó—. Su voz se quebró.
Ella observó con detenimiento la escultura, se aproximó y tocó una
cicatriz que tenía en el costado, el Conde sonrío al ver como ella acariciaba
esa parte, en ese instante, ella le preguntó:
—¿Y esto?
Él caminó y se colocó a su lado y le explicó:
—Eso fue con una roca afilada, deseaba correr más rápido que mi
hermana, por el desfiladero de nuestra residencia de Bath, y sin querer, roce
mi dorso izquierdo con la roca, y al instante se me rompió la camisa, cuando
llegue donde estaba nuestro abuelo el me dijo:
—Alan su camisa está tintada de rojo.
—No se abuelo, pero me pica.
Prontamente él abuelo levantó mi camisa, tenía una gran herida, él sin
alarmarse me la curó, y con sus plantas raras me preparó una untura y me la
aplicó, la herida curó, pero quedó su marca.
—¿Y esta es su marca? —, preguntó ella acariciando la cicatriz.
—Sí.
—¿Qué edad tenía usted?
—Algunos doce años.
—Para ese tiempo, era usted inquieto al parecer.
—Jajjajaja. Esa es una linda palabra para describir las travesuras de un
servidor.
Lady Laura no sonrió, sino que se quedó observando la escultura un
largo tiempo, entonces, preguntó:
—¿Hace mucho que falleció su abuelo?
—No—. La voz del Conde se apagó cuando dijo—, mi padre falleció
primero, al junto de mi hermana.
Lady Laura giró para observarlo, pero él no la miró, continuó con su
rostro puesto en la escultura, después sin más explicó:
—Mi padre llevaba a Alice a un internada, ella era mayor que un
servidor, nuestra madre no estaba de acuerdo que se la llevara, y trató por
todo sus medios de persuadirlo de no hacerlo, pero él deseaba que Alice fuera
bien educada, así que, la llevaría al mejor internado de Inglaterra, cuando
viajaban un árbol cayó de repente y el carruaje se volcó en un despeñadero.
—Oh, lo siento.
El Conde sólo asintió con la cabeza, y continuó:
—Muchas veces cavilo que soy terco como mi padre, él no escuchó a
mi madre y a mi abuelo, ellos no deseaban que Alice se marchara, pero él no
los escuchó, y eso le costó la vida a mi hermana y a él.
Lady Laura se aproximó en silenció con suavidad, tomó la mano de él
y la entrelazó con las de ella, el Conde bajó el rostro hacia la mano de ella,
después a su rostro y al ver en ese hermoso semblante comprensión indicó:
—Deseo siempre escuchar su voz mi Condesa, no deseo ser terco
como mi padre.
Lady Laura le sonrió y con toda naturalidad apoyó su mejilla en él
hombro de él y los dos se quedaron un rato en silencio, hasta que Lord Alan
Hamilton expresó:
—Mi madre después de un año del accidente, volvió a contraer nupcias
y fue que procreo a Isabel, y cuando iba a tener a Lucas falleció en el parto,
pues ese mismo día, le dieron la noticia que su esposo había fallecido en el
frente de batalla.
Lady Laura le apretó la mano, él no dijo más, sino que llevó la mano
de ella a sus labios y con voz más calmada indicó:
—Venga—y tiró de ella—, le enseñaré los rostros de mis padres.
Después de un instante, el Conde destapó otra manta blanca, en sima
de una mesa de madera había tres rostros, una de una dama muy hermosa, a
su lado un caballero parecido al Conde y el rostro de una joven.
Lady Laura no deseaba preguntar la identidad, así que se quedó
callada, fue él que le explicó:
— Ella es mi madre, bueno su escultura.
—Es muy hermosa.
—Sí, era idéntica a Alice.
—Si poseen los mismos pómulos.
—Sí —, caminaron hacia la próxima escultura—, este era mi padre.
—Se parece mucho a usted.
—Sí, mucho.
En ese instante se quedo el Conde observándolo, entonces, Lady Laura
comentó:
—Se parecen mucho, hasta posee su misma frente, su expresión
serena, pero tosca, a diferencia de la suya que es serena pero exquisita.
Lord Alan Hamilton giró el rostro hacia ella y al mismo instante, ella
de igual modo lo giró, y sus miradas se encontraron, permitiendo de ese
modo que los dos se perdieron el uno en el otro; Por un largo tiempo los dos
solo se observaron, entonces, cuando el Conde se aproximaba su rostro al de
ella, Lady Laura indicó:
—Su abuelo en verdad era bueno.
Al Conde le regresó la compostura y expresó:
—Sí, era muy bueno—, se limpio la garganta y continuó— y ella era
mi hermana Alice.
—Era muy bella.
—Sí, muchas veces la recuerdo porque se parece mucho a María José.
Al instante que de los labios del Conde salió ese nombre, la espalda de
Lady Laura se tensó y él se dio cuenta, en aquel momento, el explicó:
—Sabe, muchos no saben esto, ha decir verdad nadie lo sabe, con
excepción de mi abuelo, pero debo confesárselo a usted.
Lady Laura se puso fría, pues esperaba que él por fin le dijera lo que
sentía por la joven, pero en cambió, el Conde se giró un poco y cuando se
volvió expresó:
—Mucho antes de que mi madre estaba en espera de un servidor, mi
padre tuvo un romance con una dama, la cual, su esposo estaba preso, por
asaltar en el camino a unos Ingleses, al pasar el tiempo se supo que el
caballero se había escapado de la prisión, entonces, mi padre envió a la dama
a vivir en la residencia solariega con mi abuelo, cuando el esposo llegó a la
residencia solariega, a pocas horas, lo atraparon las autoridades, y unos días
después, lo ahorcaron, la dama quedó fecundada, todos cavilaron que la
criatura era de su esposo, pero la niña en verdad nació a los ocho meses de la
muerte del caballero.
—Lo que me esta diciendo que la criatura era de su padre—. Dijo Lady
Laura asombrada—, llevando sus dos manos a sus labios.
—Sí, la niña era mi media hermana, nació siete meses después de un
servidor, cuando mi abuelo falleció, me reveló el secreto, y me hizo prometer
que cuidaría de ella y de su madre, pero que nadie supiera lo ocurrido, para
no traer vergüenza y repudio a madre e hija.
Lady Laura miraba al Conde, sin entender a cabalidad la historia, y se
inquiría en su mente, si el poseía una hermana de parte de padre, ¿Dónde
estaba?
Ella no tuvo que hacer la pregunta en voz alta, pues el Conde la miró
directamente a los ojos y sin más dilatación expresó:
—La dama es la señora Mark y mi media hermana es María José.
Lady Laura tambaleó, el Conde fue a su lado y la tomó por la cintura,
no permitiendo que cayera.
Ella de inmediato se aferró a él, sin decir una palabra se abrazaron
quedando en esa posición un largo rato, hasta que él con voz dulce y
melodiosa expresó:
—María José es mi hermana, siempre lo he sabido y cuando ella me
salvó de morir helado en la nieve, desee morir, pues no deseaba que mi
segunda hermana se fuera por querer protegerme.

Lady Laura en ese instante levantó la vista y los dos sonrieron, con una
sonrisa de complicidad, el Conde sólo expresó:
—No podía revelarle ese secreto antes.
Ella lo miró y como una niña arrepentida dijo—Lo juzgué mal.
—Jajjajaja, juzgarme mal, o podemos llamarle a ese proceder de otra
forma.
Lady Laura lo miró con una mirada de arrepentimiento y sin más
declaró:
—En verdad, sentía celos de ella.
El Conde sonrió a carcajadas, como si disfrutara cada palabra de sus
labios—¿Celos?, ¿Usted?
Lady Laura se separó de los brazos de él y se abrazó con los de ella,
entonces, el Conde como un niño arrepentido expresó:
—Perdone usted, es que nunca me habría imaginado que usted sentía
ese sentimiento hacia la joven.
Lady Laura en tono más desafiante explicó:
—Como se comportaría usted, si la dama que usted desea, cuida y
protege a un caballero con su vida, se podría decir que estaba más al
pendiente de él que de usted, ¿Cómo se comportaría?
En el rostro del Conde apareció una sonrisa encantadora, y en vez de
responder la pregunta, señaló—¿Desea?
Lady Laura se sonrojo y indicó—¡Qué admira!
Él con pasos rápidos se aproximo a ella, y la asió por la cintura y
preguntó:
—¿Admira?
Lady Laura se mordió el labio inferior con el superior, al darse cuenta
que le había confesado que ella sentía algo hacia él, entonces, como una niña
señaló:
—Es natural querer al esposo.
Lord Alan Hamilton se aferró más a ella y con voz tierna preguntó:
—¿Querer? Y sin esperar una respuesta, tomó su mentón con su mano,
y la obligó a mirarle, después con un movimiento lento elimino el espacio
que les separaba y la besó.

Para los dos el mundo se detuvo, sus respiraciones se fueron


convirtiendo en erráticas y entre cortada, mientras, el suave toque de los
labios de Alan, provocaban en Laura un placer indescriptible.
Ella se aferraba a él y el Conde la envolvía en sus fuertes brazos,
sintiendo el cuerpo de su esposa frágil y ardiente.

La cordura de Alan, le decía, que debía ir despacio, pero el hombre que


había en él no le hacia caso, ya que sus manos tomaron vida propia y
comenzaron a recorrer la espalda de ella, haciendo que el cuerpo de su amada
se pegara más al de él, sintiéndola como hacia días, semanas y meses que
deliraba tenerla, sintiéndola suya.

En aquel instante, las manos de Lady Laura comenzaron a moverse,


primero se posaron en su pecho, después suavemente pasaron a su nuca y
desde ahí, sus dedos se envolvieron en el pelo de Alan, y al mismo tiempo,
ella unía más sus labios, hasta el punto que ella los dejó entre abiertos, con
ansias de tener más.

En ese momento la cordura y la compostura llegaron a la mente del


Conde, y poco a poco apartó sus labios, pero no dejo de abrazarla, y cuando
le volvió el aliento expresó:
—Debo cortejarla primero.
Lady Laura sonrió con una sonrisa traviesa y indicó:
––Sí, debemos conocernos.
El Conde sonrió y con voz apagada, dijo:
—Sí debemos conocernos—, pero en vez de soltarla, la atrajo más a él
y volvió a besarla, esta vez con más urgencia, con más pasión y el cuerpo de
ella se estremecía en sus brazos.
Ella se apretaba a él, como si él fuera su salvavidas, y jadeaba por la
pasión que sentía.
La conciencia del Conde le decía, detente, pero él se decía así mismo,
si continua jadiando y aferrándose de ese modo, no podré detenerme, se dijo
que llegaría al limite.
Lady Laura deseaba como nunca a su esposo, la pared que lo separaba
se había desvanecido, solo quedaban ellos, y deseaba disfrutar de él a
plenitud, llenar todo ese tiempo lejos de su presencia, todos esos malos
entendidos, toda esa falta reprimida, todo ese dolor guardado, deseaba
aferrarse a él y nunca jamás soltarse.
Ella no podía creer lo que estaba pasando. Se sentía dichosa, plena y
feliz por primera vez en muchos años, y todo se debía a él, a ese caballero
que su padre le obligó que aceptara, y que ahora lo amaba con todo su ser.
Lady Laura retornó a la realidad, cuando escucho:
—Laura—, le decía el Conde con voz ronca—, necesito parar.
Ella no deseaba soltarlo, así que le besó una vez más, y sintiendo todo
el furor del Conde, él como quien pelea una batalla consigo mismo, se separó
de ella.
Los dos se miraron con fuego en los ojos, la pasión los consumía,
entonces el Conde se giró y comenzó a caminar al otro extremo del taller,
para así cobrar la compostura.

Cuando su cuerpo se hubo calmado, retornó a ella.


Lady Laura estaba avergonzada por su proceder, así que no deseaba
mirarlo, en ese momento Lord Alan comentó:
—En verdad deseo cortejarla, deseo conocer a mi Condesa, saber sus
gustos, cuales son sus anhelos, deseo saber todo de usted, pero creo que si me
aproximo mucho, no podré con la tentación de tenerla entre mis brazos.
Lady Laura tímidamente levanto su rostro y le sonrió como una niña.
Él en ese momento le extendió el brazo y le dijo:
—Debemos macharnos, antes que la cordura y la prudencia abandonen
mi cuerpo.
Ella sonrió y tomó su mano, y los dos volvieron al despacho de él, por
el pasadizo secreto.
Capítulo VII

Lady Ross Hothouse estaba observando de lejos como la Señorita


María José no se perdía un sólo movimiento del galeno, y cada vez que el
caballero se aproximaba a ella, la joven callada, lo miraba, como si le
estuviera reclamándole algo al joven, pero al mismo tiempo, trataba de
disimular lo que estaba sucediendo.

Por parte del galeno, parecía haber un cierto desdén hacia la callada
joven, pues el caballero hacia todo lo posible para buscar el favor de ella, más
que la aprobación de la otra.

Lady Ross Hothouse aprovechaba cualquier momento donde


estuvieran el galeno, la señorita María José y ella para mostrarse simpática y
afable con el caballero, y cada día se hacia más notorio el enfado de la joven
hacia ella.

Fue un momento que ella y el joven galeno estaban caminando por los
jardines que ella le preguntó:
—¿Hace mucho que conoce a la señorita Mark?
El joven galeno detuvo la marcha y respondió:
—Desde niños, y cuando llegamos a jóvenes no hicimos más amigo,
pero no tanto, como lo es ella de su cuñado.
Lady Ross se sorprendió de la declaración y continuó indagando:
—Eso quiere decir, que usted es amigo de la joven.
—Podría decir que sí, aunque después—, el joven galeno respiró
profundo antes de decir—, muchas veces creemos sentir algo por alguien y en
verdad es un espejismo, después de un tiempo nos damos cuenta que tal vez
esos sentimientos, nunca serán correspondidos, por más esfuerzo que se
quiera hacer.

Lady Ross deseaba preguntarle al caballero, si eso le estaba ocurriendo


a él y a la joven señorita, pero se dio cuenta, que eso sería una imprudencia
de su parte, así que simplemente comentó:
—Estoy totalmente de acuerdo con usted.
Fue una extrañeza para Lady Ross escuchar:
—Creo que ha usted le está ocurriendo lo mismo que ha un servidor.
Lady Ross lo miró y vio en los ojos del joven caballero comprensión,
así que sin más respondió:
—Así es, eso mismo me está ocurriendo.
El caballero colocó su mano derecha en la mano que ella que tenía en
su codo y él indicó:
—Quizás encontremos la felicidad en otras personas.
*******

Tres días antes del cumpleaños de Lucas, llegaron a la mansión la


señora Isabela y su esposo y el hermano de él.

Lady Ross observó y saludo muy tranquila, a los recién llegados, e


incluso hizo un trato cortés, y despreocupado hacia el mayor de los hermanos
Denver:
—Buenas tardes Lady Ross Hothouse.
—Buenas Tardes señor Denver—Lo miró a los ojos, con calma y sin
un ápice en su mirada de interés, formó una reverencia y con gran alegría, se
giró hacia el menor y expresó:
—Señor Denver, ¿Puedo tomar un momento a su esposa?
El menor de los Denver, miró primero a su esposa, después a su
hermano mayor, y con una sonrisa de satisfacción respondió:
—Desde luego Lady Ross, mi esposa es toda suya.
Las damas de inmediato se tomaron de las manos y salieron del salón
de recibidor, dejando a los dos hermanos a solas.
El menor comentó al mayor:
—Al parecer Max que la fascinación de Lady Ross hacia su persona
era pasajera.
Max Denver miró de reojo a su hermano menor, y no pronuncio
palabras, sino que su mirada se fue hacia la puerta, donde las damas habían
desaparecido.
En tanto las damas caminaban por el pasillo, con destino al salón
blanco, Lady Isabel, indicó:
—Ross se le ve diferente.
Lady Ross giró y miro a su amiga, pues las dos al ser de casi la misma
edad, habían hecho una profunda amistad:
—¿Por qué dice que estoy diferente?
Las dos damas entraron al salón blanco y tomaron asiento en uno de
los amplios sillones, Isabel no sabia como decirle las cosas a su amiga, así
que respiró profundo—, es que hoy usted ha tratado a Max como si fuera un
caballero más.
Lady Ross al escuchar el comentario de su amiga sonrió, y en vez de
responder preguntó:
—¿Lo traté normal y amigable?
Lady Isabel sonrió y respondió:
—Puedo decir que su trato fue frío y distante.
Lady Ross sonrió—¿De verdad?
—Sí, en estos momentos debe estar preguntándose, ¿qué le ocurrió a
su más ferviente admiradora?
Las dos damas sonrieron:
—Jjajajaja. Jjajajaja.
Cuando Lady Ross recobró la compostura, expresó:
—Lady Eliza me ha estado dando clases de cómo tratar al caballero.
Esta vez la sorprendida fue Lady Isabel—¿Clases?
—Sí.
Lady Ross le respondió con una sonrisa maliciosa en su rostro y
después continuó su explicación:
—Ella me informó que a los caballeros debemos tratarlos distante,
como en mi caso, que el caballero sabe mis sentimiento, se sentirá
confundido y desairado al ser tratado de manera normal y secular.
La que sonrió a todo pulmón fue Lady Isabel y después indicó:
—Pues le esta dando resultado, ya que la cara que puso Max, cuando
usted lo ha tratado de ese modo, es de mucho desconcierto.

Cada tarde, pasaba por la mansión, el joven galeno a visitar a Lady


Ross, muchas veces caminaban por el jardín, pero la visita del caballero era
prevé por sus compromisos.

El día antes del cumpleaños, hicieron acto de presencia en la mansión


el galeno, la señora Marth y su hija María José, así como el tío Gilbert, que
esa mañana, había retornado de las tierras altas.

Todos con excepción de la joven María José, tomaron el té juntos.


Lady Eliza estaba conversando con su esposo, mientras Lady Aven con
la señora Marth, Lady Isabel compartía con su esposo, y Lady Ross estaba
sonriendo y disfrutando de la compañía del señor Bretton, y en un extremo,
estaba observando a la pareja, el mayor de los hermanos Denver.

Lord Gilbert Hamilton observó como el hermano mayor de los


hermanos Denver, observaba sin pestañear a Lady Ross y al galeno que
platicaban y conversaban amenamente, entonces, le preguntó a su esposa:
—¿Al parecer el mayor de los Denver no se siente a gusto?

Lady Eliza giró el rostro y se encontró al caballero ensimismado, con


el rostro fruncido y mirando a la pareja sonreír, esa actitud del caballero la
hizo a ella sonreír y le explicó a su esposo con voz baja:
—Cariño es que al parecer Lady Ross sentía una especial predilección
por el mayor de los Denver, el caballero lo supo, y no me pregunte ¿Cómo lo
supo? Pues no lo sé, lo que si es que el caballero le expresó a la joven que
ella no era la dama que el buscaba, así de cierta forma, desprecio los
sentimientos de la muchacha, ella se vino para la mansión y al pasar unos
meses se reencuentran, pero para sorpresa del caballero, ella ya lo ha
olvidado y al parecer ya le tiene un reemplazo.
Lord Gilbert sonrió y expresó:
—Según mi opinión querida mía, ahora los papeles se han cambiado,
en los ojos de Max Denver se puede ver que hay admiración hacia la dama.
—Jjajajaja. Sí, pero ella esta muy ocupada con el galeno para notarlo.
—Jjajajaja. Esa historia me parece conocida.
—Así es cariño, ese fue el mismo trato que una servidora le dio a
usted, después de ser rechazada, ya que cierto caballero únicamente me veía
como a una amiga.
Lord Gilbert sonrió—. Si la veía así hasta que Lord Author Harrington
la estaba cortejando públicamente.
—Usted estaba al corriente, que el caballero nunca me agradó.
—En ese tiempo no lo sabía, lo único que deseaba era tomarlo por el
cuello y hacer que se le quitara del lado, ese caballero era como una plaga.
—Jjajajaja. Gilbert querido, ese caballero nunca me encantó y usted lo
sabía.
—Si pero cavile que usted nunca me agradaba hasta que la vi con él, y
eso me puso cada vez más irracional; hasta el punto que aún hoy cuando lo
veo, no deseo que se le aproxime.
—Jjajajaja. Cariño, pues es tiempo, que ayude a ese caballero para que
se de cuenta de que perderá a un diamante.
—Pero si la joven ya no le agrada el caballero.
—Querido vaya usted, esa joven se desvive por él.
Lord Gilbert Hamilton sonrío a su esposa, le depositó un beso en la
frente.
Con mucha cautela se aproximó al mayor de los Denver.
—Buenas Tarde, ¿Está disfrutando el té?
El señor Denver por primera vez bajo su rostro, a la taza de té que
estaba aun completa y fría, y en vez de responder expresó:
—Lord Gilbert Hamilton, ¿Cómo le fue en su viaje por las tierras
altas?
El anciano se dio cuenta que el caballero no desea hablar de té, así que
le respondió:
—Muy bien, mi sobrino posee negocios con muchos clanes, así que un
servidor lo representa por esos lares.
—Nuestro padre siempre nos decía que los caballeros Escoceses que
vivían en las tierras altas, eran rudos.
—Puedo confirmar las palabras de su difunto padre, igualmente, puedo
agregar que además de rudos son honestos y confiable.
Se formó un silencio, lo cual, el señor Denver aprovechó para mirar a
donde estaba la pareja, Lord Gilbert se dio cuenta y indicó:
—Cuando un servidor era joven estaba siempre a mi lado una joven
dama, la cual ante mis ojos era como una amiga o hermana, ella un día
después de mi retorno de Inglaterra, se llenó de valor y me expresó sus
sentimientos, ese momento fue uno de los mas embarazosos de mi vida, pues
le dije que ella no representaba nada en mi vida sentimental, que simplemente
la veía como una amiga, ella se alejó de mí, al principio me hacia falta su
presencia, después no poseía a nadie que me escuchara, como ella lo hacia,
posteriormente, me sentía solo, aunque tenía a mi hermano y amigo, pero ella
en verdad llenaba gran parte de mi tiempo.
El caballero hizo una pausa antes de continuar:
––Llegó el mes de la presentación de las jóvenes a la sociedad; La
dama formaba parte del grupo, un joven caballero que siempre la pretendía se
aproximó a ella, y se volvió su sombra, eso hizo que llegara a mi vida la
desilusión y los celos.

Lord Gilbert paró allí el relato, pues el caballero no daba indicio de


estarlo escuchando, ulteriormente de un momento de silencio, este le
preguntó:
—¿Y usted que hizo?
Lord Gilbert sonrió, cuando el mayor de los Denver lo miró, con el
rostro desfigurado, y con calma le respondió:
––Luché por ella y hoy es mi esposa.
Cuando Lord Gilbert terminó levantó su taza y expresó:
—Únicamente usted puede luchar por su felicidad—, con toda calma
formó una reverencia y se alejó del caballero, dejándolo observando la pareja.
*******

La cena estaba preparada, todos estaban más tranquilos, los mayores


habían enviado sus disculpas, que cenarían en sus recámaras, por el cansancio
del viaje.
En el frente de la mesa, estaba sentada la Condesa, a su lado derecho
Lady Isabel y su esposo, después su cuñado y al lado de él, la callada María
José, que para sorpresa de todos, descendió a cenar, a mano izquierda estaba
su hermana Lady Ross y a su lado el señor Bretton, todos los demás no
descendieron.

Después de dar gracias por los alimentos, la cena transcurrió callada y


con un poco de tensión por parte de algunos, fue la Condesa que preguntó al
galeno:
—Señor Bretton nos informaron que usted se marcha a Inglaterra, el
próximo mes de noviembre.

Todos pararon de cenar al escuchar las palabras de la dama, y todas las


miradas se fijaron en el joven galeno, que respondió:
—A sí es Mi Lady, el próximo mes marcho hacia Bath, es un área de
Inglaterra donde esta bañada por el mar y donde la costa hace una mezcla
insólita con el hombre.
Lady Ross con voz apesadumbrada preguntó:
—¿Cuándo retorna?
Todos esperaban la respuesta del joven, pero Max Denver su vista
estaba fija en la joven dama que había hecho la pregunta.
—No le puedo responder con exactitud esa pregunta Mi Lady, pues un
servidor se marcha, ya que he recibido la aceptación en una plaza vacante, de
un centro de salud especializado.
Lady Ross con el rostro visiblemente afectado por la respuesta del
galeno, comentó:
—Entonces no sabe cuando retornará.
El joven galeno miró primero a su derecha, después a Lady Ross y
expresó:
—No lo sé, en verdad no lo sé.
Se formó un silencio en todo el salón, de esa forma, terminaron la
cena, después que los caballeros se marcharon, las damas se quedaron en el
salón amarillo.
Fue Lady Isabel que le dijo a la señorita María José:
—Es de mucha alegría, verla que esta compartiendo con nosotras la
cena.
La joven se sonrojó y descendió el rostro, así que Lady Ross
aprovechó para decirle:
—Ese color de vestido le queda muy bonito, hace juego con sus ojos
azules.
La señorita María José se ruborizo una vez más y simplemente dijo:
—Gracias.

Esa noche, por primera vez, escucharon la voz de la joven dama y


asimismo fue la primera vez que la vieron sonreír, cuando retornaron los
caballeros al salón, el joven galeno se aproximo a donde estaba la joven a
decirle algo, y ella sonrió.

Posteriormente de un instante Lady Ross, salió al jardín de mano de el


señor Bretton, los esposo Denver se retiraron a sus aposentos, dejando a Lady
Laura siendo la nada de compañía de los más jóvenes.
El señor Denver se aproximó a la señorita María José y se dijeron
algunas palabras, pero Lady Laura observó, que los dos no deseaban hablar,
más bien, estaban al pendiente de la pareja, que en esos momentos estaban en
la terraza.
******

La mañana del cumpleaños, estaba Lady Ross, feliz, caminaba por los
jardines, cuando de pronto, se encontró con el mayor de los hermanos
Denver:
—Buenos días Ross.
Ella muy tranquila se giró en si, y se encontró con el rostro del
caballero:
—Buenos días señor Denver.
Él escuchar como la joven lo llamaba, apretó la mandíbula, y en dos
pasos se aproximó a ella y con voz ronca le comentó:
—Ahora un servidor es el señor Denver, es que ya tan rápido se le
olvido lo que escribió en esta carta.

Lady Ross echo un vistazo asombrada al caballero, después descendió


la vista a la carta que él tenía en su mano, primero estaba asombrada, pero
rápidamente cobró la compostura y indicó:
—No lo he olvidado señor, lo que sucede es que sigo sus consejos.
El señor Max Denver, se aproximó más a ella, y la dama retrocedió, se
detuvo cuando sintió en su espalda una pared echa de un árbol bien podado:
—Usted fue el que dijo que debía buscar a un caballero que
correspondiera a mis sentimientos.
El caballero se aproximó todavía más, y se apegó a ella de tal forma,
que únicamente un centímetro separaba sus rostros, entonces con furia
apuntó:
—Y en menos de dos meses se olvido de mí.
Diciendo eso, descendió lentamente su rostro, Lady Ross se sorprendió
y abrió sus labios en una perfecta o, y el caballero aprovecho y la besó, al
principio fue un beso demandante, después, se torno más suave,
posteriormente, tierno hasta que ella reacciono y se aferró al cuello del
caballero con sus dos manos; Cuando este sintió las manos de la joven en su
cuello, comenzó a profundizar el beso, hasta que los dos se quedaron sin
aliento, en ese momento, el caballero se separó un poco y dijo en voz ronca:
—Sus sentimientos me pertenecen Lady Ross Hothouse, y desde este
momento, considérese una dama cortejada.

Lady Ross aun con las dos manos alrededor del cuello del caballero,
mirándolo como una niña tierna, asintió con la cabeza, al ver el caballero la
afirmación, sonrió y volvió a besarla.

Esa noche, todos los invitados del cumpleaños de Lucas estaban


disfrutando de la música, la señorita María José observó que el joven galeno
salía hacia el jardín solo, cuando vio a Lady Ross bailar con el mayor de los
hermanos Denver.

Ella con mucha precaución, lo siguió hacia el jardín, y cuando él se


disponía a dejar la fiesta ella, con voz pausada dijo:
—¿Se marcha?
El joven galeno se giro rápidamente al escuchar la voz de la joven, y su
asombro aumento al verla detrás de él, y se quedó observándola en el mismo
sitio, fue ella que rompió el silencio:
—No se marche.
El joven galeno solo la observaba, pero no expresaba una palabra,
entonces ella desesperada dijo:
—No se marche, no me deje.
El señor Bretton de dos pasos, se aproximó a ella y le señaló:
—Acompáñeme, váyase conmigo a Bath, usted sabe que el único
motivo que me ha hecho aceptar esa proposición es usted, allí usted sanara de
sus pulmones.
La señorita María José miró con los ojos desorbitado, al joven
caballero, descendió el rostro y explicó:
—No puedo dejar a Alan y a mi madre.
El caballero con más fuerza dijo:
—No se ha dado cuenta que su Alan ya esta enlazado, usted ya no
forma parte de su mundo, pronto ellos tendrán hijos y donde quedará usted,
además, su madre nos puede acompañar, la residencia donde vamos a vivir es
muy amplia, y se que cuando usted se restablezca tendremos unos bellos
descendientes que se parecerán a usted.
La señorita María José le brillaron los ojos, pero prontamente dejó de
mirar al caballero y bajó el rostro al suelo, él con mucha delicadeza se
aproximó y con ternura le hizo que levantara su rostro hacia él y este en voz
tenue explicó:
—Se que usted me ama, sus labios me lo dijeron aquella vez que me
besaron por primera vez, y se que usted no desea compartirme con nadie,
como así un servidor no desea compartirla a usted con ningún caballero.
A la señorita María José, le brillaron los ojos, y eso le hizo saber al
joven caballero, que lo que decía era verdad, así que no dudo más, la
aproximo a él y con pasión reprimida la besó, ella al principio vacilo, pero
después respondió el beso con la misma pasión.
Lady Laura los encontró besándose, apasionadamente, pero ninguno de
los dos se dio cuenta, pues los dos estaban perdidos en su enardecimiento.

El señor Bretton se separó poco a poco de la joven, pero no le soltó el


rostro, el cual le sostenía con sus manos, y con voz suplicante dijo:
—Acompáñeme a Inglaterra, vayámonos a Bath.
La señorita María José no sabía que responder, pues en verdad deseaba
estar con aquel caballero, pero no deseaba dejar a Escocia, sus pensamientos
fueron interrumpidos cuando el joven galeno indicó:
—Deseo que me acompañe como mi esposa.
Los ojos de la joven brillaron y en su rostro apareció una sonrisa, el
caballero la miró expectante y ella respondió:
—Sí.
No hubo más palabras, pues los labios del caballero, cayeron sobre los
de ella y la besaron, después el tomó a la joven por la cintura y comenzó a
bailar en el jardín, con la música de fondo que escuchaban, ella sonreía de
alegría y él disfrutaba de su alegría.
La fiesta estaba ya por finalizar, aunque los jóvenes que asistieron no
deseaban que culminara, los Conde agarrados de las manos retornaron y al
parecer, nadie los echo de menos con excepción de Lady Ross que cuando se
le unió a acompañada del mayor de los Denver indicó:
—Espero que pronto sea tía.
La joven dijo las palabras sin saber a que se refería y los pómulos de su
hermana se tiñeron de rojo carmesí, mientras, el mayor de los Denver calmo
el comentario de su acompañante diciendo:
—Mi Lord deseo hablar con usted.
El Conde sorprendido preguntó—¿Ahora?
El caballero muy decidido expresó—, Si no es molestia.
El Conde asintió con la cabeza, y sin más, escoltó al caballero hacia su
despacho, mientras, las dos hermanas se miraban con alegría.

La noche fue agitada para el Conde, así como para las hermanas
Hothouse, ya que en la misma noche, les pidieron a las dos ser cortejadas.
***

Todos disfrutando del desayuno, hasta el joven Lucas había descendido


a desayunar, cuando al frente de todos, el Conde tomó la mano de su Condesa
y dijo:
—Esta tarde mi esposa y un servidor nos ausentaremos por unos días
de estos lados.
Cuando hablaba lo hacia mirando a la callada María José y a su madre,
para sorpresa de los dos, la joven les sonrió, y el Conde continuo:
—Así mismo, el señor Max Denver desea informarles algo:
El caballero Escocés se puso de pie, con el porte que lo caracterizaba,
y con voz fuerte y firme apuntó:
—Les informo que la noche pasada, he pedido cortejar a Lady Ross
Hothouse, y el Conde como su representante me ha concedido el permiso.
El primero en levantar su copa fue Lord Gilberto Hamilton que indicó:
—Por las nuevas parejas.
Y todos brindaron por ellos.
En aquel tiempo, el joven galeno se puso de pie, todos se callaron,
todos cavilaron que era para poner impedimento a la unión de Lady Ross y
Max Denver, pero se quedaron pasmado cuando él expresó:
—Un servidor al igual que ustedes esta muy feliz, pues esta mañana
me han concedido la mano en matrimonio de la dama que alegra mi alma.
Todos se miraban sin comprender lo que el joven galeno expresaba,
hasta que continuó:
—Todos saben que marcho a Inglaterra a Bath específicamente, pero
no me iré solo, ya que mi amada María José y su madre me acompañaran.
Todos en la mese formaron una perfecta O, al escuchar la noticia, y no
salieron del asombro cuando el caballero continuó hablando:
—Deseamos contraer nupcias lo antes posible, ya que cuento con la
aprobación de la señora Marth y del amor de su hija—, diciendo eso miraba a
la joven, ella le sostenía la mirada y se sonrojaba al mismo tiempo que
escuchaba las palabras de su amado.
La mandíbula del Conde estaba desencajada, escuchando al joven
galeno expresar su amor hacia su hermana, él no era el único, pues todos los
presentes estaban con la misma expresión, con excepción de la Condesa que
aplaudió.
Todos la miraron y después se unieron a ella en el aplauso, y al
finalizar Lady Laura exclamó:
—¡El amor mueve montañas!
Epilogó

Lady Ross a los tres meses de ser cortejada por el mayor de los
hermanos Denver, contrajo nupcias con el caballero, convirtiéndose de esa
forma, en la señora Ross Denver y compartiendo su vida con el caballero que
amaba.
Ellos fueron bendecidos por Dios y procrearon cinco herederos, tres
caballerito y dos damitas.

El menor de los hermanos Denver y Lady Isabel, procrearon dos


damitas y vivieron en las mismas tierras.

La señorita María José, una semana después, del anuncio que


acompañaría al joven galeno a Inglaterra, contrajo nupcias con él, ellos no
pudieron engendrar por la salud de la joven, pero adoptaron a una niña que
quedó sin madre en el hospital donde el Señor Bretton trabajaba, más fue
abrigada por los dulces brazos de la señora María José Bretton.
El galeno se convirtió en el más reconocido de toda Inglaterra en el
área de respiración y hasta llegó hacer el médico de cabecera, de uno de los
hijos del Rey.

La señora Marth vivió mucho tiempo separada de su hija, ya que antes


de la joven María José contraer nupcias, el Conde acompañado de su esposa,
le reveló el secreto de que ellos eran medios hermanos, al principio, fue un
poco fuerte aceptar la noticia, y juzgó severamente a su madre, alejándose de
ella por un tiempo, pero al saber que no podría procrear, poco a poco la
perdonó y la señora Marth vivió toda su vida con su hija, yerno y nieta.

Lady Eliza y Lord Gilbert se fueron a vivir un tiempo a Inglaterra, a la


mansión de su amiga Lady Margarita Aven y los tres se encargaban de
comunicar la verdad del Libro Sagrado.

El joven Lucas se fue a estudia a Cambridge y Oxford y cuando


retornó, como un caballero letrado y de aspecto elegante, todos cavilaron que
no desearía contraer nupcias con ninguna de la muchachas del pueblo, pero
todos se equivocaron, pues en todos esos años el joven caballero no pudo
olvidar a su primer amor, la hija del párroco, la señorita Mía, la cual, se
convirtió en una belleza, y después en la esposa del hermano menor del
Conde.
Ellos se fueron a vivir a la residencia solariega y fue Lucas quien
continuo el cuidado de esas tierras.

Los Conde se marcharon esa misma tarde con una sonrisa en sus
rostros, ya que dejaban atrás a dos parejas enamoradas y además Lord Alan
Hamilton estaba feliz y realizado por que esa tarde pudo decirle a su hermana
la verdad.

Aunque ella lo tomó escéptica, él conocía el corazón de la joven, y


tenía certeza que pronto olvidaría el agravio cometido por su madre, y rápido
se contentaría con ella.

La Condesa miraba por la ventanilla del carruaje, pues no sabía a


donde se dirigía, pero no se atrevía a preguntarle a su esposo, pues le informó
que sería una sorpresa.
El carruaje poco a poco se detenía al frente de unos robustos árboles,
pero al hacerlo, ella sonrió al observar una cabaña en medio de ellos, el
Conde salió primero y posteriormente la ayudo a descender:
—Ya llegamos mi querida Condesa.
Lady Laura no respondió, ya que cavilaba que la cabaña seria muy
pequeña para pasar algunos días allí, pero cuando se aproximaban, en medio
de la espesa foresta, vislumbro una residencia solariega, muy imponente al
igual que el verdor que la rodeaba, caminaron un poco y se encontraron con
una hermosa glorieta, y al frente de la imponente residencia, estaban toda la
servidumbre en fila esperándolos.
—Laura esta es la residencia solariega Hamilton.
—Pero entonces ustedes poseen más de una.
—Sí, pero esta es muy especial, aquí mi abuelo vivió sus mejores días,
al lado de mi abuela, desde su partida nunca más retorné.
—Quiere decir que la dejo abandonada.
—Jjajajaja, no.
El conde tomó la mano de su esposa y se la llevó suavemente a sus
labios y depositó un dulce beso—, lo que esperaba era retornar cuando
tuviera la capacidad de enfrentar la perdida de mi abuelo, y ahora la tengo,
usted mi querida Condesa, usted llena todas mis faltas y vacío, usted es un
regalo venido de Dios, el cual, utilizo de instrumento a su padre.
—Esa siempre ha sido mi pregunta, ¿Cómo mi padre sabia que una
servidora lo llegaría amar?
El Conde rápidamente se puso al frente de Lady Laura y la rodeó con
sus brazos—. Eso quiere decir que usted me ama.

Lady Laura se puso roja porque había pronunciado las palabras sin
saber que se delataba, bajo el rostro al suelo, pero Lord Alan Hamilton no la
dejó, con la mano derecha le levantó el rostro y dijo:
—¿Me Ama usted?
Lady Laura trató de bajar el rostro, para esconder su vergüenza, pero al
ver que no podía luchar más con ese sentimiento, asintió con la cabeza.
El Conde cuando vio la afirmación de la joven, no esperó más, al
frente de la entrada y delante de toda la servidumbre beso a su Condesa, con
amor y pasión.

Toda la servidumbre aplaudió, fue cuando los dos enamorados se


dieron cuenta que no estaban solos.
Con dificultad Lord Alan Hamilton se separó de su esposa, y los dos
saludaron a la servidumbre, fue un caballero anciano que se aproximó al
Conde y le dijo:
—Mi Lord le muestro los aposentos a la Condesa.
Lady Laura sonrío de alegría al ver a su antiguo mayordomo, el señor
Moiter, vestido de negro y sonriéndole:
—Mi Lady es un honor volver a trabajar para usted.
Lady Laura sonrío y colocó una mano en el hombro del caballero y
dijo:
—El honor es mío contar con su compañía señor Moiter.
El caballero sonrío y el Conde dijo:
—No hace falta Moiter, le enseñaré a la Condesas sus aposentos.
Los Conde de Hamilton disfrutaron de su amor, y añadieron a este
atributo un poco de paciencia y bondad; Y cada día se transformaban en
personas pacientes para así apoyarse y cuidarse con amor.
Los Conde de Hamilton procrearon cuatro hijos, tres damitas y un
caballerito, los cuales fueron enseñados y criados bajo el perfecto amor que
es Dios.

1 Juan 4:18

“En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el
temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido
perfeccionado en el amor”

La Bendición del perfecto amor, es que no hay temor, espero amable


lector que ponga su entera confianza en Dios, para que pueda conocer el
verdadero amor.
¡Dios lo bendiga!
L.C

Fin

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