Un Conde para Una Solterona (Solteronas 3) - Olympia Russell

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UN CONDE PARA UNA SOLTERONA

© Un Conde para una solterona.

© Olympia Russell 2021

© Fotografía de la portada: Kathy Servian: www.servianstockimages.com

Todos los derechos reservados.

Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de este libro de cualquier forma o por cualquier

medio sin permiso escrito de la propietaria del copyright.

Esto es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Capítulo 1

El bofetón sonó en la habitación mucho más alto que el daño que había producido en realidad. Luego, las mejillas de

tres personas se pusieron rojas como la grana.

Primero, la mejilla izquierda de Daniel Wilson, que era quien había recibido la bofetada.

Luego, las dos mejillas de Lady Mathilda O’Hara, que era quien había propinado el bofetón.

Era la primera vez que pegaba a alguien en su vida, así que la primera sorprendida con su reacción había

sido ella. Sorprendida y avergonzada. Y orgullosa al mismo tiempo, aunque parecieran sentimientos incompatibles.

Acababa de golpear al Duque de Castleton, un Grande del reino, algo que ni en los sueños más

descabellados se le habría ocurrido hacer.

Lo que había ocurrido era que la madre que llevaba dentro había tomado el control de su cuerpo y había

decidido darle su merecido a la persona que acababa de dañar a su hija.

Esta era, precisamente, la tercera persona que había terminado con las mejillas enrojecidas.

Violet O’Hara solo había sido testigo , no había tomado parte en lo ocurrido entre su madre y su prometido.

Mejor dicho, su ex prometido.

Aún así, la escena, al igual que lo ocurrido un minuto antes, le había conmocionado muy vivamente, hasta

el punto de teñir su rostro de rojo y de llenar su corazón de sentimientos perturbadores, entre los que destacaban la

vergüenza, la humillación, el asombro y un punto de orgullo por la inesperada actuación de su madre.


Capítulo 2

—No entiendo cómo he sido capaz de hacer eso, Violet, hija mía. ¡Es un Duque y yo la simple viuda de un

Baronet!

Habían pasado diez minutos desde que el Duque de Castleton había abandonado la habitación, con la mejilla

enrojecida y sin mostrar un ápice de enfado tras lo ocurrido, para desaparecer de sus vidas para siempre, pero la

buena señora seguía conmocionada con lo que había hecho.

—Se lo merecía, mamá, y yo te lo agradezco.

Lady Mathilda dio un ligero respingo y se quedó mirando a su hija, preocupada. Si ya era incomprensible

para ella explicar por qué había reaccionado como lo había hecho, más incomprensible aún era que su hija secundara

su inconveniente acción.

—Violet, lo que he hecho está mal, así que no me gusta oírte decir eso. Tú eres dócil y dulce y debes seguir

siéndolo. Hasta ahora he intentado ser un ejemplo de comportamiento para ti y creo que lo he conseguido. Lo de hoy

ha sido una excepción y no debes tomarlo en cuenta y, sobre todo, no me debes imitar jamás.

Violet miró a su madre con cariño. Sabía por qué estaba tan preocupada. Pero, después de lo que había

pasado, ya no tenía sentido.

—No te preocupes, mamá, a partir de ahora ya no va a ser importante cómo me comporte. Se acabó nuestra

aventura en busca de un marido para mí. No me voy a casar nunca, asúmelo.

Y Violet soltó una risa para quitarle hierro a lo que acababa de decir, aunque no pudo evitar que sonara un

poco tristona.

Entonces su madre, dándose cuenta de que su hija se había atrevido a poner en palabras lo que las dos

sabían perfectamente, aunque habían intentado ignorar, se acercó a ella y la abrazo fuerte, intentando sonreír

también.

—Lo siento hija, lo siento. Ese bobo se va a arrepentir enseguida, ya lo verás.

—No se va a arrepentir, mamá, por eso no se ha enfadado tras tu bofetón. De hecho, ha salido sonriendo de

oreja a oreja.

—¡No me hables de eso! —soltó la mujer, reactivando su enfado. Aunque enseguida se quedó pensativa y

acabó enseñando una incipiente sonrisa — ¿Sabes qué te digo, hija?, ¡Que tienes razón, se lo merecía!—terminó ,
soltando también una carcajada a la que se unió su hija.

☙☙☙☙☙☙☙☙

El merecedor de la bofetada, Daniel Wilon, Duque de Castellón, se encontraba a esas alturas en el club de

caballeros en el que pasaba horas y horas, acompañado de sus dos mejores amigos, el Marqués de Riverdale y el

Conde de Kinsale. El primero de ellos era el único que estaba casado y, por eso mismo, no se veían tan a menudo.

Pero esta vez habían coincidido los tres para estar presentes en la boda de Daniel. Una boda que acababa de ser

anulada.

—¡Ya está, ya se lo he dicho! —dijo Daniel nada más entrar por la puerta de la estancia en la que le

esperaban sus dos amigos —ha sido mucho más fácil de lo que esperaba. Me he llevado un bofetón de la madre,

pero ha merecido totalmente la pena, ¡ya soy libre para casarme con Lily Roberts, el amor de mi vida!

Sus dos amigos, aunque lo apreciaban, no pudieron evitar poner cara de contrariedad, cada uno por razones

distintas. Razones opuestas, en realidad.

—¡Pobre jovencita, Daniel! Deberías tener un poco más de compasión por ella y por su madre —Le dijo

Robert, el marqués de Riverdale, con gesto serio. —Se han dejado una buena parte de sus ahorros en la empresa que

contrataron para que le encontrara un marido a la joven, y no solo no lo ha conseguido, sino que ha acabado

totalmente humillada: la has plantado el día antes de pasar por el altar y lo has hecho, además, para casarte con la

dueña de la empresa de matrimonios concertados. Espero que hayas contenido tu alegría ante ellas, al menos.

Daniel se lo quedó mirando, serio también. Sabía que su amigo tenía una buena parte de razón. Que lo que

le había hecho a la joven Violet O’Hara era humillante. Por eso mismo había recibido el bofetón de su madre sin

rechistar. Con alivio casi, ya que de aquella manera podía calmar su complejo de culpa. Pero lo cierto es que, por

otro lado, sabía que en el fondo había actuado bien: no había podido hacer otra cosa que detener aquella boda de

conveniencia para casarse con la mujer que realmente amaba. Así se lo dijo a su amigo.

—Tienes razón, debería contener mi entusiasmo en público una temporada, por respeto a la joven O’Hara.

No está bien lo que le he hecho, lo sé. Pero, Robert, tú sabes lo que es estar enamorado hasta las trancas. ¿Si

hubieras estado en mi lugar y Kira en el lugar de Lily, no habrías hecho lo mismo?

Robert tardó unos segundos en contestar, aunque todos sabían lo que iba a decir: ninguno de los dos conocía

una pareja más enamorada que la que hacían Robert y Kira …, bueno, con permiso del mismo Daniel y Lily.

—Sí, claro, ya lo sabes. Por Kira yo habría hecho…., hago, lo que sea. La amo por encima de todas las
cosas. Aún así, tu comportamiento…

—Desde luego, parece que han cambiado las almas de mis amigos por la de dos damiselas cursis —sonó la

voz grave, con un deje irónico, de Lean Saint James, el Conde de Kinsale y tercer amigo, que había permanecido

hasta el momento en silenci escuchando lo que sus dos amigos decían.

Ninguno de los interpelados se enfadó por lo que acababa de escuchar. Tanto Daniel como Robert se

reconocían en esas palabras irónicas ya que ellos las habían pronunciado hasta no hacía mucho referidas a otros

hombres enamorados.

Los tres amigos habían compartido hasta no hacía mucho una misma visión sobre las mujeres y el

matrimonio. Por las primeras habían sentido una atracción tan fuerte como débil había sido el interés en enamorarse

de alguna, y respecto al matrimonio, los tres habían considerado que se trataba de un engorro que estaban obligados

de contraer. No por amor, por supuesto, sino por obligación: para darle un heredero al título y propiedades que los

tres tenían.

Pero Robert había sido el primero que se había desenganchado de esa visión. Lo había hecho, además, por

todo lo alto.

Si bien en un primer momento se había acercado a Kira O´Donahu, con la intención de hacer de ella una

esposa de conveniencia a la que ignorar inmediatamente después de la boda, había acabado enamorado de ella como

jamás había imaginado que pudiera suceder.

Y desde que se habían casado, la relación y la intensidad de sus sentimientos no habían hecho más que

crecer.

Robert había dejado de hacer juergas y también había dejado radicalmente de tener relaciones con otras

mujeres. Y no iba a volver a tenerlas jamás. Su mujer, la única a la que amaba, era Kira.

Sus amigos habían asistido asombrados al cambio producido en él, pero ahora era Daniel el que al parecer

había caído en las mismas redes del amor. Unas redes incomprensibles para Lean, que ahora veía que se había

quedado solo en su visión sobre las mujeres y el matrimonio.

Por suerte, había algo que no había cambiado en el trío de amigos: la profundidad de su amistad, así que, a

pesar de las diferencias, se seguían apreciando intensamente.

—Hace un par de meses yo decía lo mismo que Robert —le contestó finalmente Daniel a su frase irónica

—pero te aseguro que, aunque parezca incomprensible, es posible enamorarse de una mujer. Y que ella se convierta

en la única a la que quieres. En todos los sentidos, porque estoy deseando hacer mía a Lily, no solo en nuestra noche

de bodas, sino todos los días de nuestra vida, que espero que sea muy larga.

Lean soltó un suspiro en alto que sonó más como un bufido de exasperación y puso los ojos en blanco. Era

increíble la transformación que se había dado en Daniel. Pero, para terminar de exasperarle, Robert también habló.
—Tú también caerás. Y vas a ser el peor de todos —soltó Robert, divertido, pero seguro.

—¡De eso nada! —saltó Lean, como si tuviera un resorte dentro de sí —yo no me voy a enamorar jamás, de

eso estoy seguro.

—Yo no lo diría tan alto —contestó Daniel.

—Pero tendrás que casarte —añadió Robert —y más pronto que tarde, porque ya tienes una edad. De hecho,

pocos nobles quedan sin casar aún a tu edad.

Lean puso cara de fastidio antes de contestar.

—Sí, por desgracia en eso tienes razón. Tendré que casarme. Lo he estado retrasando todo que que he

podido, pero el tema ya apremia. Pero eso no quiere decir que me vaya a enamorar de mi esposa. Ni, por supuesto,

que deje de divertirme con otras como sigo haciendo ahora.

Esto último lo había soltado con intención de dar envidia a sus amigos, pero no tuvo ningún efecto en ellos,

Robert, de hecho, invalidó totalmente lo que él había intentado hacer.

—Pues no sabes lo que te perderás, porque el sexo con amor es otra cosa. Infinitamente mejor, infinitamente

más profundo y placentero.

Lean volvió a poner una expresión de disgusto, pero esta vez no respondió. Se rendía. Estaba en inferioridad

y ya había tirado la toalla, sus amigos, en ese tema, estaban perdidos.

En ese momento tomó la palabra Daniel, que había vuelto a lucir una sonrisa de oreja a oreja, seguramente

porque estaba pensando en su nueva prometida, Lily.

Y efectivamente, la nombró:

—Pues Lily, mi prometida, ya no va a poder ayudarte a buscar esposa. Mi matrimonio fallido ha sido el

último que ha organizado en su empresa “Matrimonios felices”. Por lo menos por una buena temporada.

En ese momento fue como si dentro de la cabeza de Lean sonara un “clic”. Algo pequeño pero que le hizo

preguntar:

—¿Lily ha dejado de trabajar ya?

—Bueno, por un días tiene que seguir haciéndolo, en parte por mi culpa. Tiene que cerrar varios asuntos de

la boda que había organizado para mi. Lo más difícil, hablar con mi ex prometida y su madre, ya lo acabo de hacer

yo, pero ella tiene que hablar con el pastor que iba a oficiar la ceremonia, el lugar en el que se iba a oficial el

convite, las flores, los músicos. Me ha dicho que deshacer lo acordado es casi más difícil que hacerlo, pero bueno,

no importa, está feliz. Estamos felices.

Daniel había vuelto a poner aquella cara de enamorado perdido que tanto le desesperaba a Lean, pero esta

vez no se alteró. Lo que su amigo acababa de contarle, había hecho que en su cabeza el “clic” inicial sonara mucho

más fuerte.
Hasta el punto que todo encajó de la mejor manera posible.

Se puso de pie de un salto y, con apremio, le dijo a su amigo:

—¿Está Lily en la oficina ahora?

—Sí —le contestó Daniel, asombrado con la pregunta y, sobre todo, con su actitud.

—¡Vamos inmediatamente, he tenido una idea!


Capítulo 3

El día continuó siendo una montaña rusa de emociones para Violet.

Lo cierto es que la actitud de su madre le ayudó a sobrellevar lo ocurrido mucho mejor la primera parte del

día. Una vez que Lady Mathilda asumió que había sido capaz de abofetear a un Grande del país y que no había

pasado nada por ello, pasó un buen rato con su hija riéndose del asunto y provocando que Violet se riera con ella.

La bofetada no iba a conseguir devolverle a Violet su boda, pero sí era una forma de dejar patente la injusticia

que se había hecho con ella y, al mismo tiempo, resarcirla de la situación en la que el Duque la dejaba.

Por un momento, parecía que el humillado era el Duque de Castleton y no Violet.

Pero esa lectura de la situación enseguida se fue diluyendo y hacia las siete de la tarde, Violet , sola ya en su

habitación, tuvo claro que la lectura general sería otra. La contraria. Una lectura que la dejaba a ella en muy mala

situación.

Porque nadie aparte de ella, su madre y el mismo Duque iba a saber jamás lo que había ocurrido esa

mañana. El Duque se cuidaría muy mucho de decir que había sido abofeteado por una dama respetable, y bastante

anciana, como Lady Mathilda, y ellas, por supuesto, tampoco iban a decir nada.

Así que aquella pequeña venganza que le había servido para lamerse las heridas en un primer momento, iba

a pasar totalmente desapercibida para el resto del mundo. E incluso para ella misma en cuanto pasaran un par de

días.

Lo que iba a perdurar, seguramente hasta el último día que le quedara de vida, iba a ser que había sido

plantada por su prometido el día antes de llegar al altar.

Que después de años intentando encontrar marido, el único que había aceptado había acabado por

abandonarla el día antes de la boda, para casarse, además, con una joven que, sobre el papel, era mucho más

inconveniente que ella.

A partir de ese momento, por supuesto, era imposible volver a encontrar un pretendiente: no había un solo

hombre en el reino que quisiera casarse con una joven que había sido despreciada por otro públicamente antes.

Violet aún recordaba a una dama de cierta edad que alguna vez había visto en las “sillas de la vergüenza”.
Esas que ocupaban en los bailes las mujeres que ya habían renunciado a cazar marido.

Por lo que le habían contado, en voz baja y aguantando la risa casi siempre, se trataba de la hija de un noble

rural que había sido plantada ante el altar por un joven noble. Un joven, por cierto, que después no se había casado

nunca y había acabado viviendo con un compañero de armas al que hacía llamar “su secretario”.

Aunque en la historia se adivinaban implicaciones que sólo afectaban al noble en cuestión y a sus

inclinaciones sexuales y que nada tenían que ver con la joven abandonada, la que había pasado a la historia del

cotilleo, y de la vergüenza, era la mujer.

Cuando Violet la había conocido, había oído susurros y risas tras ella: al parecer, ser abandonada era la

señal de que no valías nada y cualquiera podía reírse de ti.

En su momento, Violet había temido acabar como ella. Con el tiempo había olvidado el asunto, pero el cruel

destino le había reservado lo que más había temido: ahora iba a ser ella el hazmerreir en todos los bailes, y la

bofetada que su madre le había dado al Duque, no solo no sería conocida por nadie, sino que ella misma la olvidaría

y se quedaría solo con la vergüenza y la humillación.

¡Si al menos hubiera sido ella la que le hubiera abofeteado!, pero no, no había tenido carácter ni para eso y

había tenido que ser defendida por su madre. Como si fuera una niña pequeña. O una mujer sin valor.

Las lágrimas empezaron a correrle por las mejillas, primero con lentitud, pero poco a poco mojándola

entera.

Eran las siete de la tarde, apenas habían pasado cinco horas desde el incidente y ya se sentía insignificante y

derrotada. La vida, pensó, totalmente deprimida, se le iba a hacer muy larga.

Pero justo en ese momento ocurrió algo que le sobresaltó y le sacó del momento de tristeza.

La puerta de su habitación se abrió de golpe y su madre, como una tromba, entró y se acercó a ella. Casi

corriendo.

Y con una sonrisa de oreja a oreja:

—¡¡¡VIolet, hija, todo se ha solucionado!!!

Violet iba a necesitar más explicaciones para entender qué es lo que quería decir su madre. Y, sobre todo,

para entender qué hacía en su habitación, justo detrás de su sonriente madre, y también sonriendo, la persona que

había provocado la cancelación de su boda: Lily Roberts.


Capítulo 4

Violet había oído hablar de personas a quienes las aventuras les gustaban. Personas que necesitaban

acontecimientos inesperados en sus vidas para sentirse vivificadas. Personas que se metían en líos sólo para sentir

que sus vidas merecían la pena y para quienes una vida apacible y sin sobresaltos era sinónimo de estar muerto.

Pero Violet no era así.

No lo había sido nunca, así que, en ese sentido, siempre se había sentido satisfecha con la vida que le había

tocado.

Hasta entonces, el acontecimiento más reseñable de su vida había sido la muerte de su padre cuando ella

tenía diez años. El hombre, que era un Barón de la Irlanda rural, había perecido un día de tormenta al caer de su

caballo mientras volvía de hacer unos negocios en Dublín.

El acontecimiento había sido desgraciado, pero no podía decir que se salía de lo posible. Entre sus

compañeras de juegos había dos más que habían perdido a su padre de niñas y tres más a las que les había ocurrido

lo mismo con su madre.

Además, el padre, que era un hombre extraordinario y preocupado por su familia, como si hubiera tenido

una premonición de lo que iba a ocurrir, había dejado sus asuntos perfectamente arreglados y la economía familiar lo

suficientemente arreglada como para que su viuda y su hija continuaran con su vida acomodada. Sin lujos extremos,

pero sin carencias.

Así que, a pesar de lo desgraciado del incidente y de la pena que habían vivido su madre y ella, no se podía

decir que lo ocurrido había sido un acontecimiento extraordinario.

Luego, al alcanzar la edad de casarse, las cosas se habían complicado un poco, pero en ese caso, tampoco se

podía decir que lo ocurrido se salía de la norma ni que, por supuesto, se tratara de una aventura.

Más bien al contrario.

Había tenido que vivir lo que la mayoría de las jovencitas de su edad temían como su peor pesadilla hecha

realidad: no ser elegida por ningún caballero para casarse.


Lo cierto es que al principio no se había preocupado mucho. En Irlanda tenían una posición intermedia

dentro de la nobleza y, si bien el fallecido Barón les había dejado con una buena asignación anual, la dote de Violet

no era excesivamente elevada.

Esos dos condicionantes, más la figura y la personalidad de Violet, que eran demasiado discretas, habían

hecho que tan solo se le presentaran como pretendientes hombres maduros, viudos la mayoría, por no decir ancianos

en algún caso.

En aquellos primeros meses de su presentación en sociedad, tanto la madre como la hija no le dieron

demasiada importancia a la falta de pretendientes adecuados y consideraron que el problema era el país y no Violet.

La madre de Violet era originaria de Inglaterra y aún mantenía un palacio, discreto, pero digno, a las afueras

de Londres.

La buena mujer convenció a su hija de que en Londres encontraría pretendientes mucho más adecuados. Y

ahí es donde la vida de Violet, que aceptó la propuesta materna, empezó a tener visos de convertirse en una

aventura.

Una que jamás había buscado y que ahora, tres años después de su viaje, le hubiera gustado no emprender

nunca.

Porque si bien el inicio de su vida en Londres no fue más que una repetición de lo que ya había ocurrido en

Dublín: que apenas la pretendía ningún hombre, en Londres se les abrió una oportunidad que en Dublín no habrían

tenido nunca.

Porque en Londres encontraron una empresa que se encargaba de concertar matrimonios entre hombres de la

nobleza y jóvenes aspirantes con títulos discretos y dotes más discretas aún, es decir, justo lo que Violet necesitaba.

A partir de ese momento, la vida de Violet entró en una espiral de acontecimientos que la habían llevado de

sobresalto en sobresalto.

Había conocido a Lily Roberts, la dueña de la empresa “matrimonios felices”, encargada de buscarle un

pretendiente. Después de un par de citas desastrosas con un Conde y un Marqués, había tenido una tercera cita, más

desastrosa aún, con Daniel Wilson Duque de Castleton. El hombre más guapo que había visto en su vida. Además

del más rico y el que llevaba el título más importante. Vamos, el sueño de toda chica en su situación.

Como la cita había sido un desastre, Violet enseguida olvidó el sueño y pensó que se había tratado de un

espejismo. Sin embargo, Lily, no sabía muy bien cómo, consiguió finalmente que el Duque le propusiera
matrimonio.

A partir de ese momento todo había sido una montaña rusa de emociones, con sensaciones agridulces casi

todo el rato.

Por un lado, había estado contenta de haber conseguido un pretendiente como el Duque, además de que ver

a su madre exultante la ponía más contenta aún. Pero, por otro lado, el Duque la ignoraba ostensiblemente, hasta el

punto que Violet estaba segura que si el día de la boda le ponían junto a él otra joven distinta a ella, él no se iba a dar

cuenta del cambio.

Aún así, aceptó el matrimonio y se dispuso a prepararlo con cierta ilusión incluso.

Pero en el tobogán de acontecimientos en el que se encontraba dio un giro más y el día antes de la boda, el

Duque canceló el matrimonio. Y no por cualquier motivo, sino ¡¡¡porque se había enamorado de Lily Roberts¡¡¡¡

Pues bien, por si esto no fuera suficiente, los acontecimientos habían dado un giro inesperado más y ahí se

encontraba Violet al día siguiente del incidente, de pie, en su habitación, mirando al frente, pensando en la vorágine

en la que se había convertido su vida y en lo que iba a venir, que iba a ser cualquier cosa menos tranquilo.

Llevaba puesto un vestido de gasa blanca, de manga larga ajustada hasta medio brazo y abullonada a la

altura de los hombros. Recatado, pero, al mismo tiempo, delicado, como era ella.

Aún faltaba una hora para que saliera por fin hacia su destino, pero estaba preparada ya.

El destino era la catedral de Westminster, el lugar en el que debía haberse casado con Daniel Wilson.

El vestido era el que había preparado para la boda suspendida.

Una boda que se había reactivado y que se iba a llevar a cabo.

Una boda que se había mantenido igual, sin cambiar nada más que una cosa.

Una persona.

El novio.

Porque Violet estaba a punto de casarse con uno de los amigos de su ex prometido Daniel Wilson: Lean

Saint James, Conde de Kinsale, al que no había visto jamás en su vida.


Capítulo 5

Un par de kilómetros hacia el norte, en un palacio diez veces más grande que el de las O’ Hara, a Lean Saint

James también le quedaba una hora para contraer matrimonio. Pero, al contrario que Violet, él no estaba preparado

en absoluto.

De hecho, aún dormía sobre la cama, desnudo y con las ropas que había utilizado por la noche, antes de

meterse en ella, tiradas por el suelo de manera desordenada.

El mayordomo que tenía que ayudarle a asearse y vestirse para estar presentable una hora después en la

catedral lo miraba con una mezcla de admiración y recelo.

Admiración, porque, aunque el Conde mostraba un rostro descansado, como si llevara ocho horas de sueño

reparador encima, él sabía perfectamente que no llevaba más de una hora dormido. Lo había visto llegar, ya de día,

de la enésima juerga que se corría desde que había cumplido la mayoría de edad.

Y recelo, porque sabía que su trabajo era despertarlo, y más aquel día que su prometida le esperaba en el

altar. Pero, al mismo tiempo, sabía que se iba a llevar un buen rapapolvo.

Su labor dentro del engranaje de los criados del palacio era controlar la agenda del Conde y asegurarse de

que llegaba puntual a todos sus compromisos. Su boda, por supuesto, entraba dentro de ese tipo de compromisos.

Seguramente el más importante de su vida.

Así que no había ni una excusa para no hacer lo que debía hacer: despertarlo sin más dilación, ya que ya

andaba con el tiempo muy justo para llegar puntual a la ceremonia más importante de su vida.

—¿Cómo no me has despertado antes?

Estaba claro que el Conde se iba a enfadar sí o sí. El mayordomo había previsto que se enfadaría por

despertarle, pero, finalmente, había sido por lo contrario cuando él por fin se había atrevido a tocarlo levemente en

un costado.

Steve, el mayordomo, se afanó en ayudar a vestirse a su señor lo más rápidamente posible sin abrir la boca y
las aguas volvieron a su cauce inmediatamente. Lo cierto es que el Conde tenía un pronto fuerte y, también, salía

demasiado, pero en cuanto se centraba, ni el mayordomo ni ninguno de los criados tenía ni una queja: era educado y

los solía tener en cuenta.

De hecho, cuando salió por la puerta del palacio, vestido con sus mejores galas, todo el servicio le vio salir

con un punto de orgullo y también de intriga: en pocas horas habría una nueva Condesa en palacio y ninguno tenía

ni idea de quién podía ser y, sobre todo, qué actitud iba a tener con ellos.

Todos esperaban que la nueva Condesa fuera tan amable con ellos como lo era el Conde y todos también

daban por supuesto que la Condesa no iba a conseguir meter en vereda al Conde y que lo sucedido aquella mañana

se iba a seguir repitiendo a menudo.

☙☙☙☙☙☙☙☙

Violet había entrado en la Catedral de Westminster del brazo de la persona con la que tenía que haber salido.

Por si la situación no era lo suficientemente absurda, casándose con una persona a la que iba a conocer al pie

del altar, había tenido que aceptar también que fuera Daniel Wilson la persona que ejerciera las labores de padrino.

Todo lo habían organizado entre su madre y Lily Roberts, sin contar con ella.

Lo cierto es que a ella Daniel Wilson le daba igual. Había aceptado casarse con él porque era un buen

partido…,además de haber sido el único que había aceptado hacerlo, pero nunca había estado enamorada de él.

De hecho, ni siquiera le atraía físicamente. Sabía que era un hombre atractivo, evidentemente. Mucho. Pero

a ella, por alguna razón extraña, le resultaba indiferente.

Le había sentado mal que la plantara un día antes de la boda, por supuesto, pero porque era una

humillación, no porque echara de menos poder casarse con él.

Pero eso no quería decir que le pareciera bien aparecer agarrada de su brazo mientras entraba en la catedral.

Si hubiera pasado un mes al menos..., pero todo estaba demasiado reciente, casi parecía una broma pesada.

Pero cuando su madre se entusiasmaba por algo, no había quien la parara. Después del bochorno que se

había llevado por abofetear a todo un Duque, la opción que les había presentado Lily de casarse con un amigo del

Duque había sido su salvación.

La mujer, eufórica, aceptó inmediatamente y no le pareció mala idea que el hombre del que había

abominado unas horas antes se convirtiera en el padrino de su hija.


Al final, con aquel arreglo de última hora, tres de las cuatro personas implicadas en el desgraciado incidente

de la cancelación de la boda, recuperaban la sonrisa y se sentían aliviadas. Lily Roberts y Daniel Wilson calmaban la

mala conciencia por haberle hecho aquel desprecio a Violet y su madre conseguía por fin casar a su hija con un buen

partido del mismo nivel que el que acababa de perder.

Eso sí, a ninguno de los tres se le ocurrió preguntar y tener en cuenta la opinión de la cuarta persona

implicada: Violet.

Y ella, por supuesto, no había alzado la voz.

¿Quería casarse con aquel Conde desconocido del que no sabía ni el nombre y tan sólo se habían dignado

informarle del título: “Conde de Kinsale”?

Violet se estaba haciendo esa pregunta mientras se acercaba a la catedral en un coche ocupado por su nuevo

padrino y su madre y no era capaz de contestarse a sí misma.

Por un lado la respuesta era no.

No, no quería tomar parte de un espectáculo en el que ella era el mono de feria, porque daba por hecho que

prácticamente todos los invitados iban a susurrar por lo bajo lo que le había ocurrido el día antes. Que iba a ser más

un hazmerreír que una novia admirada.

Pero, por otro lado, estaba deseando hacerlo. Para acabar de una vez con los cuatro años de agobio buscando

marido. Con los lamentos de su madre y su angustia al imaginarse viviendo un baile tras otro en las sillas de la

vergüenza.

Se iba a casar, por fín, cuando ya había dado la posibilidad de hacerlo por perdida y, aunque no lo conocía,

era indiscutible de que se trataba de un buen partido.

Violet, agarrada del brazo del hombre que unas horas antes la había despreciado, entró finalmente en la

catedral con paso firme y sereno. Había aceptado su destino y no le parecía tan mal.

Tendría que pasar unas horas incómodas, pero al día siguiente ya sería la Condesa de Kinsale y todo el

mundo la respetaría.

Sin embargo, como ya iba siendo habitual, nada más entrar y enfilar el pasillo hacia el altar, las cosas se

torcieron.

Al principio sólo se dio cuenta de que algo iba mal, pero sin saber qué.

Notó que los invitados se movían nerviosos en los bancos y que susurraban entre ellos, pero de una manera

más descarada de lo que ella había supuesto.

Finalmente miró al frente y se dio cuenta de lo ocurrido.

Y tuvo que hacer esfuerzos para no darse la vuelta para salir de allí corriendo, porque no podía estar

ocurriendo lo que estaba ocurriendo.


Al fondo del pasillo, frente al altar, en el lugar en el que su futuro marido debería estar esperándola, no

había nadie.

Nadie.

Violet no podía creer que le estuviera ocurriendo aquello: ¿ aquel Conde la iba a humillar aún más que el

Duque que la estaba llevando hacia el altar? ¿Lo iba a hacer delante de todos?

Daniel Wilson que, por supuesto, se estaba enterando de todo, le dio un ligero apretón en ese momento e

intentó tranquilizarla:

—No te preocupes, Lean va a venir seguro.

Violet lo miró seria y no le contestó. Daniel Wilson no era precisamente la persona en la que más confianza

tenía en este mundo. Aunque al menos, pensó irónica, le había dado una información interesante: cómo se llamaba la

persona que la iba a humillar ante todo el mundo: Lean.

Cuando llegaron al fondo, Daniel colocó a Violet en el lugar que le correspondía y se quedó a su lado en vez

de desaparecer hacia los bancos, que es lo que hubiera hecho si su futuro marido hubiera estado ahí. Al menos, en

ese momento se estaba portando como un caballero, no dejándola sola y plantada.

Se produjo un momento de silencio, como si todo el mundo estuviera aguantando la respiración y cuando

Violet creía que ya no iba a aguantar más aquella situación, se produjo el milagro.

Una figura alta de hombros anchos y andar flexible apareció a la entrada de la catedral y, con paso seguro y

firme, se fue acercando hacia donde estaba ella.

—¡Ahí está! —le volvió a decir Daniel susurrando, con un tono que intentó que sonara ligero, aunque ella

adivinó un punto de alivio.

Y sí, al parecer, ahí estaba Lean “loquefuera”, Conde de Kinsale, su futuro marido, dirigiéndose hacia ella

con una calma y una parsimonia que hizo que le entraran ganas de emular a su madre y darle una bofetada allí

mismo.

¿Cómo se atrevía a llegar tan tarde? ¿Y a hacerlo con esa calma además? ¿Y con esa sonrisa?

Porque a medida que se iba acercando a ella, Violet se dio cuenta de que su futuro marido venía sonriendo

de oreja a oreja, como si no viniera tarde. Como si no acabara de dejarla en una situación comprometida.

Y también se dio cuenta de que esa sonrisa le hacía terriblemente atractivo. Y producía en ella unas

sensaciones que no había sentido nunca.


Una vez llegó a su altura y despidió a su amigo Daniel, que abandonó su puesto de guardián en cuanto él

ocupó el suyo, le dirigió la sonrisa a ella y clavó dos impresionantes ojos verdes en los suyos.

Y Violet ya no tenía ganas de pegarle, sino de besarle.

Sí, estaba a punto de casarse con el único hombre que había suscitado ese impulso en ella, así que no pudo

evitar soltar una exclamación, en voz baja, pero que a él no le pasó desapercibida:

—¡Oh , Dios!

Y antes de que el pastor diera comienzo a la ceremonia, una carcajada divertida cortó el aire. Era Lean, por

supuesto.
Capítulo 6

Eran demasiadas emociones juntas para asimilarlas. Violet tenía frente a sí al hombre que otras personas

habían decidido casar con ella y, aunque un poco extraño, hasta ahí todo entraba dentro de lo esperado. No era ni la

primera ni la segunda joven que se casaba por conveniencia con una persona que no había visto hasta entonces.

Pero con lo que Violet no había contado nunca era con que esa persona le gustara.

Tanto.

Su cuerpo entero estaba reaccionando ante él. Todo en él le gustaba, incluso el nombre, que acababa de

conocer y no hacía más que repetir mentalmente, como si de un mantra se tratara: Lean, Lean, Lean.

Era un hombre alto, muy alto, más incluso que Daniel Wilson. Tenía un pelo negro brillante , la tez morena,

propia de las personas que pasan tiempo al aire libre, cabalgando seguramente, pensó Violet. Los pómulos,

marcados, le daban un aspecto de fortaleza y, por qué no decirlo, una belleza un poco salvaje, que sus ojos verdes,

felinos, remarcaban.

Era un hombre terriblemente atractivo que estaba haciéndole sentir lo que no había sentido jamás.Y, lo peor

de todo, eso estaba ocurriendo a la vista de todos.

Porque Violet estaba segura de que todos se estaban fijando en su respiración agitada, que hacía que sus

pechos subieran y bajaran a un ritmo acelerado, y sus labios entreabiertos, en una expresión de sorpresa por la

intensidad de lo que estaba sintiendo, y sus mejillas sonrosadas por la excitación y la sorpresa.

Sí, estaba casi segura de que era visible para todos su conmoción y su embeleso ante el hombre que iba a

convertirse en su esposo. Pero de lo que no tenía ni una duda era de que él se había dado cuenta.

Había soltado la carcajada precisamente porque se había dado cuenta de que ella estaba impactada y

embelesada ante él. Su expresión en alto había ayudado a darle esa sensación, pero su cuerpo entero estaba

mandando señales de lo mucho que le había gustado.

Finalmente, y para gran alivio de Violet, la ceremonia transcurrió sin ninguna sorpresa de última hora.

Al parecer, las aguas estaban volviendo a su cauce y todo el mundo empezaba a comportarse como si

aquella fuera una boda normal y no hubiera ocurrido lo que había ocurrido antes de ella.
La misma Violet se fue tranquilizando a medida que la ceremonia iba transcurriendo. Tan solo tuvo un

momento de turbación cuando Lean introdujo el anillo en su dedo.

El contacto de la mano de él, cálida y envolvente, en la de ella, le produjo una corriente de energía

impresionante. Tanto, que Lean, por supuesto, volvió a darse cuenta y volvió a sonreír. Esta vez sin soltar una

carcajada, pero sí con un brillo malicioso y, por qué no decirlo, sensual.

Violet tuvo que respirar hondo varias veces para que su corazón volviera a batir con tranquilidad, pero

empezaba a estar más excitada que turbada. Lean la miraba divertido , pero también interesado, estaba segura.

Y aquello era nuevo en su vida. Y también agradable, muy agradable.

Cuando salió por el pasillo del brazo de su flamante marido, pudo incluso sonreír sin turbación a los

invitados que los miraban sonrientes a los lados.

Se sintió, por primera vez en su vida, una mujer atractiva y deseable. Ya no era la Violet insignificante y

despreciable que no sólo no conseguía marido, sino ni siquiera quien la sacara a bailar. Acababa de casarse con un

Conde al que no conocía de nada y lo había hecho por conveniencia, pero, por lo que había empezado a sentir y por

la forma en que él la había mirado toda la ceremonia, empezaba a tener la esperanza de que algo bueno, por fín, iba a

sucederle en la vida.

Quizá aquel matrimonio de última hora iba a ser lo mejor que le había pasado en la vida.

Por desgracia, nada más salir de la catedral al aire libre, el espejismo se rompió.
Capítulo 7

No es que sucediera nada extraño ni llamativo. Ningún escándalo, por supuesto. Fue todo muy sutil y le pasó

desapercibido a todo el mundo excepto a ella: a partir del momento que salieron de la catedral, Lean empezó a

comportarse como si ella no existiera. Empezó a comportarse, de hecho, como siempre se habían comportado los

hombres en su presencia.

Nada más salir de la iglesia , él hizo un gesto galante y maravilloso que a ella le encendió las mejillas y

también llenó de calor partes de su cuerpo que no había sentido hasta entonces: la miró intensamente a los ojos y

acercó sus labios a su mano y, finalmente, le besó el dorso de la mano, con lentitud , deteniéndose más de lo

apropiado incluso.

El corazón de ella se detuvo por la impresión. Creía que iba a derretirse allí mismo. El gesto, a pesar de que

acababan de convertirse en marido y mujer, era un poco indecoroso a la vista de todo el mundo, pero a ella no le

importó, estaba en una nube de emociones y de excitación que, por desgracia, acabó en ese mismo momento:

—Querida esposa —le dijo Lean, con la voz grave más sensual que ella había escuchado en su vida —ahora

voy a saludar a los invitados por mi parte, y tú deberías hacer lo mismo con los tuyos.

Y, dicho y hecho, se alejó de su lado y la dejó, de nuevo, sola y plantada a la vista de todo el mundo.

Lo cierto es que el momento incómodo fue de apenas unos segundos, ya que enseguida otras personas se

acercaron a ella para felicitarla por la boda. Seguramente nadie se había dado cuenta del pequeño desplante, nadie

había anotado que lo normal habría sido que ambos, juntos, saludaran a los invitados, y no cada uno por su lado.

Pero Violet sí se había dado cuenta.

Y se había sentido mal.

Y aquello había levantado todas las alarmas, ya que, de nuevo, un minuto después de haber subido al cielo,

había caído a su vida habitual: a estar sola y ser despreciada.

No le quiso dar muchas vueltas, no tuvo tiempo además, porque los acontecimientos se fueron desarrollando

en un torbellino que no le dejó mucho tiempo para la reflexión, pero sí anotó que Lean continuó el resto de la velada

ignorándola. De hecho, no volvió a dirigirle la palabra y tan solo le echó un par de miradas más, todas cargadas de
indiferencia.

Una indiferencia que no mostró ante el resto de las personas con las que fue relacionándose toda la velada,

ya que ante ellos reía y hablaba sin parar.

En cualquier caso, una boda y su posterior convite es un acontecimiento cargado de compromisos, así que

Violet tampoco estuvo sola en ningún momento y el ambiente general fue distendido.

Pero el convite llegó a su fin y los recién casados se quedaron, al fin, solos. Fue después de que Vioet se

despidiera de su llorosa madre, la última persona en despedirse de los recién casados.

La mujer llevaba casi cuatro años intentando encontrarle un marido a su hija, y veinticuatro años preocupada

por ese tema, es decir, desde que Violet había nacido. Le había costado mucho llegar a ese momento que, por su

reacción, estaba claro que había sido satisfactorio: a pesar de los desplantes, Violet había conseguido un magnífico

partido. Pero ahora le caía de golpe una nueva realidad: se quedaba sola, absolutamente sola.

Violet, por supuesto, le prometió a su madre que le visitaría todas las semanas, más de una vez si fuera

posible y al final la buena mujer consiguió enjuagar sus lágrimas y dejar que su hija se marchara más o menos

tranquila.

Una tranquilidad que no duró mucho, ya que una vez en el coche que les iba a llevar al palacio donde vivía

Lean , este volvió a centrar su atención en ella.

—Bueno, bueno, se acabó por fín, ¿Violet, verdad? —le dijo Lean para romper el hielo, fijando sus ojos

felinos en los de ella y volviendo a poner esa mirada mezcla de diversión y malicia con la que le había mirado ante

el altar.

Desde luego, pensó Violet, intentando mantener la calma, apenas hacía unas horas que conocía a su esposo

y ya la había llevado a una montaña rusa de emociones. Cuando le hacía caso, cuando no se lo hacía y, en ese

momento, haciéndole aquella pregunta tan desconsiderada.

Ella siempre había sido educada y contenida pero quizá porque aún estaba alterada por la despedida de su

madre, le soltó una respuesta que a ella misma le sorprendió:

—Sí, bueno, bueno…¿Lean , verdad?

Una vez más, la carcajada divertida de él cortó el aire, aunque esta vez solo la escucharon ellos dos, ya que

ya iban camino del palacio dentro del coche.

Después de reír en alto, Lean se la quedó mirando de nuevo, en silencio, con una mezcla de sorpresa y

diversión.

Era la primera vez, se dio cuenta Violet, que eĺ se fijaba en ella de verdad y con detenimiento. Al parecer,
aquella respuesta que le había salido de improviso había conseguido despertar su curiosidad hacia ella.

Bueno, aquella respuesta y que eran marido y mujer y en algún momento tendrían que hablar.

Y otras cosas que, de repente, se hicieron muy presentes en el habitáculo, aunque nadie nombró.

—Igual va a ser más divertido de lo que esperaba… —dijo Lean , dejando en suspenso la frase y mirando

fijamente la boca de Violet, haciendo que el corazón de ella se acelerara de nuevo —. Bueno, Violet, querida esposa

—continuó él después de un momento cargado de energía sensual —como bien sabes, lo nuestro es un matrimonio

de conveniencia. Pero no te preocupes, soy un hombre fácil que no te va a dar problemas. Podremos seguir con

nuestras vidas casi como antes de conocernos... Casi…

Lean soltó la última palabra después de mirarla fijamente, con aquel brillo un poco salvaje de su mirada. Un

brillo que Violet, aunque no había visto nunca, supo descifrar como energía sexual.

Con aquel “casi”, Lean se había referido veladamente a la noche de bodas y a las noches siguientes. El

mayor cambio en la vida de Violet iba a ser precisamente que iba a tener vida sexual. Empezando por aquella noche.

Y, para que no quedara ni una duda de que era eso a lo que se refería, Lean a continuación se acercó aún

más a ella y le pasó su dedo índice, suavemente, por la mejilla.

Un gesto aparentemente ingenuo, pero cargado de energía e intenciones.

El camino recorrido por el dedo sobre su piel volvió a alterar el corazón de Violet. Una sensación cálida y

excitante la recorrió entera. Pero también se puso un poco rígida: todo era nuevo y excitante, pero también daba un

poco de miedo, por lo desconocido.

Lean pareció darse cuenta de lo que ella estaba sintiendo y volvió a alejarse un poco de ella, mostrando que

era todo un caballero:

—No te preocupes, será placentero, para los dos.

Lo había dicho seguramente con intención de tranquilizarla, pero su voz ronca y varonil y su cercanía no

hicieron más que aumentar la sensación de excitante inquietud que tenía Violet.

Era una mezcla de miedo a lo desconocido y, al mismo tiempo, deseo de que ocurriera.

Durante todos los años que llevaba buscando esposo, más de una vez había pensado en ese momento y en el

inmediatamente posterior: en el momento en el que se iba a quedar a solas con su nuevo marido y, sobre todo, en la

noche de bodas.
Al haber vivido en el campo, había visto más de una vez a los animales de las granjas cercanas reproducirse.

Siempre se había fijado en que las hembras no parecían buscar la experiencia y, por lo general, “se dejaban hacer”

por los machos que, ellos sí, sacaban satisfacción del acto sexual.

Con las amigas de Irlanda había mantenido varias conversaciones entre susurros y risas nerviosas. Alguna

sabía más que las otras y se había convertido en maestra experta ante las demás. Así, Violet había sabido en qué

consistía exactamente el acto sexual humano y también que las primeras veces “dolía mucho”, pero luego, algunas

veces, la mujer también sentía placer. “Más que nada en este mundo”, le gustaba subrayar a su amiga que, por otro

lado, sólo conocía el tema de oídas.

Con el paso de los años, Violet había ido olvidando aquel asunto, ya que su boda no llegaba nunca a

producirse, pero ahora, de repente y contra todo pronóstico, viajaba con su recién estrenado esposo y el baile del

sexo había dado comienzo nada más quedarse a solas.

Y ella no estaba preparada.

Por suerte, su marido, Lean , parecía un hombre considerado, además de muy apuesto, y había detenido sus

avances físicos al darse cuenta de que ella estaba nerviosa.

Eso sí, la frase que le había soltado sobre lo placentero que podía ser para ella también, no había hecho más

que aumentar la expectación y el nerviosismo. No tenía ganas de sufrir, por supuesto, pero la visión de tener un

placer incontrolable con un desconocido al cabo de unos minutos también le resultaba terriblemente perturbadora.

Y justo cuando estaba pensando eso, el coche de caballos paró suavemente y Lean volvió a mirarla y, sin

perder su sonrisa seductora le dijo:

—Bienvenida a tu nuevo hogar. Violet.


Capítulo 8

El palacio era magnífico, digno de los propios reyes, pensó Violet, impresionada. Su imaginación estaba,

por supuesto, exagerando, pero es que ella no estaba acostumbrada a esos tamaños y ese lujo.

El palacio se encontraba en pleno centro de Londres, en la zona más distinguida, a un paso del palacio en el

que habitaban los reyes. Se trataba de una construcción grande y sobria aparentemente, pero también muy elegante.

Tenía, además, a su alrededor unos jardines en los que se adivinaban unos cuantos árboles centenarios. Un lugar en

el que ella podría pasear y admirar los macizos de flores. Tenía, por tanto, las ventajas de vivir en el centro de la

ciudad, más la ventaja de tener un trozo de naturaleza para ella sola.

Las sorpresas no acabaron al ver el lugar por fuera, claro. En su interior el palacio le pareció tan magnífico y

elegante como por fuera.

Estaba claro que su habitante principal había sido un varón soltero, ya que faltaban los adornos típicos que

toda mujer suele colocar, pero, aún así, todo estaba decorado con un buen gusto exquisito y Violet pensó que, aparte

de cambiar alguna cortina y añadir más jarrones de flores, poco más tendría que hacer para que aquel lugar se

convirtiera en su hogar soñado.

Pero una vez dentro se volvió a repetir lo que ya había ocurrido tras su boda.

Lean desapareció de su lado.


Capítulo 9

No lo hizo de golpe, por supuesto. Primero le presentó al ama de llaves, el mayordomo y las doncellas y

criadas que trabajan en la casa. Todos le parecieron educados y muy agradables, sobre todo la primera, que era una

mujer de mediana edad, un poco entrada en carnes y con una tez saludable, que acompañaba todo lo que decía con

una sonrisa luminosa. Se notaba que estaba encantada con tener una nueva Condesa y también que Violet le había

gustado nada más verla. Y también le gustó mucho la jovencita que Lean le asignó como doncella. En este caso se

trataba de una pelirroja pizpireta y, al mismo tiempo, un poco tímida. Una joven que se notaba que estaba deseando

agradar, algo que consiguió con creces.

Violet también se fijó en el mayordomo que atendía a Lean . Un hombre tan alto y apuesto como él, aunque

con el pelo de color plateado, ya que ya había rebasado la cincuentena seguramente. Más adelante Violet sabría que

era el esposo del ama de llaves, pero entonces, nada más conocerlo, se fijó en que el hombre, aunque intentaba ser

agradable, miraba de reojo con cierta preocupación a Lean cada poco tiempo. No se trataba de una mirada de miedo

ni de censura, era más bien como el tipo de mirada que ponen los padres ante un hijo un poco díscolo.

Lo cierto es que a Violet le llamó la atención, pero enseguida tuvo que quitarla de aquel hecho para

centrarla en su marido.

—Bien, Violet, te dejo en buenas manos para que te enseñen el palacio. Nos vemos en una hora….en tus

habitaciones…

Si la hubiera tocado con aquellos dedos cálidos con los que le había acariciado la mejilla un momento antes

en el coche, no se habría sentido más turbada y excitada al mismo tiempo.

Lean acababa de referirse, veladamente, pero sin lugar de dudas, a su noche de bodas delante de todos los

criados y aquello era improcedente a la par que turbador.

Violet se puso como la grana, pero esta vez Lean no se dio cuenta, ya que nada más soltar aquella frase se

había dado la vuelta y con sus largas piernas había subido las escaleras centrales del palacio de dos en dos, hacia un
lugar que Violet no conocía.

Dejándola allí plantada de nuevo, solo que esta vez sin el apoyo de sus familiares y amigos, sino rodeada de

desconocidos.

Por suerte, la primera impresión que había tenido con los criados se cumplió con creces en ese momento:

fueron un dechado de simpatía y discreción. Ninguno hizo el menor gesto que denotara que se habían dado cuenta

del evidente desplante que Lean le acababa de hacer y, por el contrario, todos se siguieron comportando con

simpatía y educación infinita, empezando por el ama de llaves, que fue quien cogió el mando en ese momento:

—Señora Condesa, ¿le parece que le enseñe el palacio?

—Por supuesto, Rose —contestó ella, utilizando el nombre de pila con el que se la habían presentando y

haciendo gala de su exquisita educación y autocontrol.

A partir de ahí se sucedió una hora agradable durante la cual Rose le enseñó el palacio de arriba a abajo,

mostrándose como la mujer enérgica y amable que le había parecido que era desde el principio.

Empezaron por el magnífico salón central, pasearon un rato por los encantadores jardines, donde Rose le

señaló el nombre de muchos de los árboles y flores que adornaban el lugar. Se detuvieron un buen rato en la enorme

biblioteca y bajaron a las cocinas, donde pudo conocer a la cocinera jefe, otra mujer encantadora.

Finalmente, Rose la acompañó a sus habitaciones. Se trataba de dos estancias; una entrada con un gran

tocador y una bañera de bronce en el centro y la que era propiamente su habitación, donde destacaba una cama

magnífica con dosel y unos enormes ventanales que daban al jardín.

Era una habitación de ensueño, así que Violet no pudo más que emocionarse al verla.

En ese momento, Rose, sabedora de que el Conde no tardaría en venir, le dijo discretamente que la iba a

dejar sola y que si necesitaba a la doncella para asearse y prepararse la mandaría enseguida.

Violet, que llevaba toda la vida viviendo sin doncella, decidió que aquel día no la haría llamar. Estaba

demasiado nerviosa por lo que iba a ocurrir y prefería pasar sus últimos minutos como mujer virgen en soledad,

preparándose mentalemnte para el dolor y el placer que, le habían dicho, iba a sentir.

Rose solo sonrió discretamente y asintió, dando a entender que se daba cuenta de lo que estaba sintiendo. Y

finalmente, cuando ya salía de la habitación, le dirigió una palabras amables: “hasta mañana, señora Condesa, que

pase usted una buena noche”, en las que Violet, no supo muy bien por qué, creyó adivinar el mismo tipo de cuidado

y, al mismo tiempo, aprensión, que había creído adivinar en las miradas que le había echado a Lean , su marido, el
mayordomo.

Era como si estuvieran temiendo que ocurriera algo no muy adecuado. Como si no se terminaran de fiar de

que todo fuera a ir como debía ir.

Violet solo tuvo que esperar un rato para comprobar que, por desgracia, había tenido razón en su intuición.
Capítulo 10

Cuando el reloj de pie que había visto en el gran salón dio las dos de la madrugada, Vilolet asumió por fín

que Lean no iba a aparecer.

Había oído sonar las once: recién preparada para recibir a su marido, con su camisón nuevo, lleno de

puntillas delicadas y lazos primorosos, temblando de incertidumbre y, a la vez, excitación, sabedora de que estaba a

punto de perder la virginidad con un hombre un poco desconsiderado en público, pero tremendamente atractivo y

cuidadoso en privado.

Había oído sonar las doce, hecha un manojo de nervios porque Lean aún no se había presentado. Dando un

bote cada vez que le parecía oír algo en el pasillo. Con el camisón ya un poco descolocado por las vueltas y vueltas

que estaba dando en la habitación.

Había oído sonar la una sentada sobre la cama ya, con la coleta primorosa que se había hecho totalmente

deshecha y la incredulidad llenándola entera No era posible que Lean no se presentara en su noche de bodas, ¿

verdad? No iba a hacerle aquel desplante, ¿verdad?

A las dos ya tenía claro que la respuesta a esas dos preguntas era SI. Un sí enorme e hiriente, ya que, una

vez más, volvía a ser despreciada por un hombre. Y esta vez era su marido.

Tumbada sobre la cama, tapada con la sábana hasta el cuello, en un intento de proteger su alma herida, pero

sin conseguirlo, Violet pasó un buen rato llorando.

No tenía ni idea de por qué no se había presentado Lean, pero sí sabía que su actitud no difería de la que

habían mantenido todos los hombres con ella a lo largo de su vida: no les interesaba.

Nada.

Ni siquiera la noche de bodas.

Pero, en cualquier caso, ella no podía hacer nada en contra de eso, más que aceptarlo, como había hecho

siempre. Al parecer, no era nada atractiva para los hombres, tenía que asumirlo de una vez por todas y adaptarse a su
nueva vida sin esperar nada de Lean. Y la mejor forma de empezar a hacerlo era dormir en ese momento.

Y le costó un par de horas más, pero, finalmente, más allá de las cuatro de la madrugada, consiguió perderse

en la niebla del sueño.


Capítulo 11

Violet tenía y no tenía razón al mismo tiempo. Evidentemente, no le había impresionado a Lean y él no

había disimulado en ningún momento su falta de interés hacia ella.

El momento de intimidad en el coche y las posteriores alusiones veladas a la noche de bodas habían sido

sendos espejismos ya que la actitud mayoritaria había sido de descarada indiferencia. Ignorancia casi.

Pero esa actitud no era debida a ninguna falla en ella, sino al carácter y la forma de comportarse de Lean

hasta ese momento de su vida.

Al contrario que sus dos amigos del alma, que habían tenido unas vidas un poco más complicadas, aunque,

eso sí, sin dejar de ser privilegiadas, a Lean todo le había ido de cara desde el momento de su nacimiento.

Había nacido en un hogar con título nobiliario y arcas más que saneadas, había tenido unos padres

dedicados y cariñosos que, mientras habían vivido, le habían colmado de mimos y bienes, sin censuras y sin ponerle

pegas.

Ambos habían muerto, sí, pero lo habían hecho cuando él ya era un adulto, a una edad no excesivamente

temprana y de muertes naturales e indoloras.

Había tenido, además, la suerte de haber sido el único descendiente de sus padres, con lo que se había

evitado los enojosos celos que se suelen dar entre hermanos, además de tener que repartir la herencia.

Por si esto fuera poco, había sido agraciado por la naturaleza con un físico privilegiado que hacía que no

solo su título, sino también su porte, le granjearan los favores femeninos allá por donde pasaba, sin tener que

esforzarse nada.

Tenía, también naturalmente, un carácter fácil y agradable, que hacía que las personas se sintieran siempre

cómodas a su lado.
Algo que le había permitido tener unos amigos estupendos como los que tenía.

Y para cerrar el círculo de su buena estrella, el único tema que le podría haber aportado algún que otro dolor

de cabeza: la elección de esposa, algo a lo que estaba obligado debido a su posición y título, se había saldado

también sin suponerle ningún esfuerzo.

Absolutamente ninguno, ya que tan solo había tenido que decir sí a la oportunidad en bandeja que le

ofrecieron Lily y Daniel: ocupar el lugar del novio en una boda que ya estaba organizada en su totalidad con una

joven que había pasado la prueba de idoneidad de una persona tan importante y exigente como su amigo Daniel.

Lean Saint James era, por tanto, un privilegiado desde el mismo momento que había nacido y llevaba toda

su vida disfrutando de esos privilegios sin apenas sobresaltos.

Pero precisamente toda esa suerte, privilegios y dones habían hecho que Lean tuviera un gran defecto del

que él no era consciente: le iba todo tan bien que creía que todo el mundo vivía igual que él y a veces era poco

considerado con los demás.

Y eso era precisamente lo que había ocurrido con Violet.

Él no tenía nada en contra de ella, no la despreciaba y ninguneaba de manera consciente, ni siquiera la

consideraba poco deseable o insignificante, simplemente no se había preocupado de ella creyendo que Violet

compartía su misma visión de la vida y sobre el matrimonio.

Para él aquel matrimonio había sido un pequeño engorro mental, algo a lo que estaba obligado que,

felizmente, se había solventado rápidamente y sin ningún esfuerzo. Y había dado por hecho que a Violet le ocurría

igual.

Por supuesto, tenía muy claro que la finalidad del matrimonio era reproducirse y que para eso era necesario

tener relaciones sexuales. También tenía claro que la noche de bodas debería dar el pistoletazo al inicio de esas

relaciones sexuales, y así se lo había dicho a Violet el único momento que habían estado solos. Pero no había

contado con un pequeño incidente que nada tenía que ver con su recién estrenada esposa: al acercarse a su

habitación para asearse y ponerse ropa cómoda antes de visitar a su esposa, se había tumbado un momento sobre la

cama y se había quedado dormido.

Roque.

Algo, por otro lado, bastante previsible teniendo en cuenta la noche de juerga y desenfreno que llevaba

encima, el ajetreo y ceremonia de boda posteriores y que entre medio solo había dormido una hora.
En otras circunstancias, su mayordomo habría pasado en algún momento, como todas las noches, a

cerciorarse que estaba bien y no necesitaba nada, pero como se trataba de su noche de bodas, en esta ocasión no

había aparecido. Y él había caído dormido profundamente sin enterarse de que la hora adecuada para visitar a su

esposa pasaba.

A las cinco de la madrugada, aproximadamente a la misma hora que Violet caía por fin dormida, se despertó

de golpe, con algo de agitación incluso.

Le costó un par de minutos darse cuenta de a qué era debida esa agitación:

—¡¡Violet!! —dijo en alto cuando la cara de su recién estrenada esposa le vino a la mente.

Y lo cierto es que estuvo a punto de ir en ese momento a su habitación.

Su joven esposa no había llamado especialmente su atención físicamente, pero tampoco le parecía

despreciable. No tenía nada que ver con el tipo de mujer que a él le gustaba poseer: todas bellísimas y exuberantes.

Mujeres que hacían que todo el mundo se girara a mirarlas al pasar. Mujeres de atributos evidentes, de belleza

extraordinaria. No, Violet, la mujer que le había tocado como esposa, era una mujer delicada, pero pequeñita y

normal. Nada en ella destacaba: tenía el pelo castaño liso, con ningún atributo remarcable, como un brillo

excepcional o unos rizos perfectos. Unos ojos castaños, ni grandes ni pequeños, muy expresivos , eso sí, pero

bastante vulgares. Una cara agradable, pero no especialmente agraciada. Y un tipo en el que se adivinaban unos

pechos bonitos, pero sin más.

Una chica a la que no habría “visto” jamás aunque la hubieran sentado a su lado en todos los eventos a los

que acudía (de hecho, no podía decir en ese momento que eso no había ocurrido).

Pero eso no quería decir que le pareciera fea o poco deseable. Qué va.

De hecho, en el corto trayecto que habían hecho en el coche, la expresividad de sus ojos le había interesado

mucho, y también el tacto de su suave piel. Su pene había dado unos cuantos saltos mientras había jugado

verbalmente con ella, hablando veladamente de la noche de pasión que les esperaba. Y lo cierto es que se había

retirado a su habitación con ganas de prepararse para poseerla inmediatamente.

Sí, se había mostrado hasta satisfecho con la mujer que le había tocado en su matrimonio y había previsto

unas cuantas noches de diversión hasta que ella quedara embarazada.

Una vez conseguido su propósito de tener un heredero se alejaría de ella a seguir disfrutando de sus amantes

voluptuosas, por supuesto, pero eso era lo que hacían todos los hombres de su posición.
Bueno, todos excepto sus amigos Robert y Daniel, pero él no tenía la menor intención de seguir su absurda

senda.

Así que cuando se despertó abruptamente a las cinco y se situó por fín en el momento que estaba, estuvo a

punto de iniciar su vida de casado en plenitud. Tenía ganas de un orgasmo. Y tenía ganas de tenerlo con aquella

joven delicada.

Pero un rayo de sentido común y de empatía, esto último no muy habitual en él, le iluminó.

“Igual ya está dormida y no es muy buena idea despertarla de madrugada”

Su pene enhiesto, ya que solo pensar en el sexo cercano se le encabritaba, le pedía ir a la habitación de

Violet, pero al final ganó el sentido común.

Se masturbó para descargar su energía sexual y volvió a quedarse dormido.

Antes de hacerlo, satisfecho y tranquilo ya, se dijo que Violet agradecería que la hubiera dejado dormir

aquella noche, ya que la boda seguramente la había dejado agotada, y que al día siguiente estaría tan encantada

como estaba él en ese momento.


Capítulo 12

Violet se despertó a las ocho de la mañana nada encantada.

Había conseguido dormir tres horas, nada mal después del agobio que había tenido al inicio de la noche,

pero no lo suficiente para estar descansada.

Aún así, lo peor no era el cansancio, sino la sensación de humillación que la embargó nada más situarse y

recordar lo sucedido la noche anterior.

Bueno, en realidad durante toda su vida de adulta buscando un marido.

Sin embargo, hubo una circunstancia nueva que la animó un poco. A la luz del día, que entraba por los

grandes ventanales, su habitación se veía aún más magnífica que la noche anterior.

Era amplia y estaba decorada con gran delicadeza y, sobre todo, tenía una luz maravillosa.

Decidió que dejaría los lamentos de lado y se asomaría a los ventanales para recoger un poco de energía de

la mañana.

Pero lo que vio al otro lado no le terminó de dar la paz que necesitaba.

Su habitación daba a los jardines interiores del palacio, esos jardines que tanto le habían gustado la tarde

anterior y que a la luz del día eran aún más bonitos y encantadores.

Los macizos de flores de delicados colores: blancos, rosas y amarillos, daban al lugar un halo de alegría y

tranquilidad al mismo tiempo.

Por otro lado, los árboles centenarios repartidos en el centro del jardín, producían una sensación de

recogimiento y protección maravillosa.

Era un lugar mágico, sí, pero lo que a Violet le estaba llamando la atención era otra cosa.

En un extremo del jardín, bajo una delicada pérgola de madera sobre la que había una enredadera florida,

había una mesa con un mantel primoroso y cantidad de viandas como frutas variadas y pasteles de aspecto delicioso,

además de una tetera de la que salía una estela humeante que Violet casi creyó oler.

Alrededor de la mesa se afanaba el ama de llaves, dando los últimos retoques para que todo estuviera

perfecto. La mujer sonreía, como siempre, pero en un momento dado, Violet vio cómo miraba de reojo hacia la

ventana donde estaba ella, y le pareció distinguir el mismo reparo que la noche anterior.
Era como si la mujer supiera lo que había ocurrido y le pidiera perdón de alguna manera. No por lo que

había hecho ella, por supuesto, sino su desconsiderado esposo.

Serían imaginaciones suyas, por supuesto. Pero lo que no eran imaginaciones es que ese esposo estaba allí

también, sentado tras la mesa, en una posición cómoda, con las piernas ligeramente abiertas y uno de sus pies sobre

la rodilla de la otra pierna.

Leyendo la prensa y dando, de vez en cuando, sorbos a la taza de té con leche que reposaba en la mesa a su

lado.

Relajado. Encantado. Sin visos de estar nada turbado por lo que había pasado.

Mejor dicho, por lo que no había pasado.

Violet dio un largo suspiro, mezcla de desconcierto y resignación y dijo en alto:

—Tendré que bajar yo también.


Capítulo 13

Nada más llegar al jardín, a la altura de la pérgola, Violet pensó que la pesadilla iba a continuar. A pesar de

que había hecho algo de ruido a la hora de sentarse en la silla que estaba frente a la de él y que, estaba claro, habían

puesto para ella, Lean no se dio por enterado y continuó leyendo sin dirigirle la palabra y ni una mirada siquiera.

Como si no estuviera allí.

O como si le importara un bledo que estuviera, la explicación que Violet dio por segura, claro.

Sin embargo, como siempre que estaban solos, la descortesía apenas duró unos segundos, porque, nada más

que el ama de llaves, discreta, les dejara de nuevo solos tras haberle servido a ella el desayuno,, Lean bajó el

periódico, lo dobló en cuatro partes, lo colocó sobre la mesita y, con su sonrisa perfecta y maravillosa, le dijo:

—Querida Violet, disculpa la descortesía, estaba terminando de leer un artículo fantástico, pero ahora ya soy

todo tuyo. Espero que hayas dormido de maravilla, yo así lo he hecho —y se la quedó mirando, encantador.

Violet se quedó un momento sin palabras. Por un lado, la visión de su atractivo marido le había dejado de

nuevo sin respiración y, por otro lado, no se terminaba de acostumbrar al trato que le dispensaba Lean. Le

desconcertaba totalmente el paso de la ignorancia a la atención más amable.

En aquella frase que le acababa de soltar se condensaban ambas actitudes ya que, por un lado, había sido

encantador, pero, por otro, no había dicho ni una palabra sobre su ausencia la noche anterior. Sobre su desplante, por

definirlo tal y como había sido. Y eso mismo, la falta de una mención, no hacía más que hacer aún más grande su

desprecio hacia ella y sus sentimientos.

Pero él no parecía en absoluto concernido respecto a lo que estaba pasando por la mente de Violet. De

hecho, ni siquiera esperó a que ella contestara algo y, sin perder su tono amable, siguió hablando y le transmitió a

Violet una información sobre la que no tenía ni idea.

—Esta noche vamos a tener que asistir a una recepción. Se trata de algo sencillo, en casa del Marqués de

Edimburgo, no nos juntaremos más de cincuenta personas y para las doce de la noche está previsto que acabe.
Violet pareció volver en sí. No era lo que más le apetecía, desde luego, pero consideró que entraba dentro de

las obligaciones como nueva Condesa, así que no solo no puso ni una pega, sino que consiguió sonreír tímidamente

y contestarle algo.

—De acuerdo, Lean. Estaré preparada para la hora que me digas.

Y entonces fue como si esa frase, que ella había soltado sin ninguna doble intención, pareció encender algo

en el cerebro de Lean, porque volvió a poner esa mirada felina y ese tono que ella ya empezaba a reconocer como

“sexual”, y acercando su boca a la oreja de ella, le dijo, susurrante.

—Así me gusta, querida, que estés preparada para mi, no solo para la recepción, sino para lo que va a venir

después.

Y en un gesto imprevisto, suave, pero descarado al mismo tiempo, le dio un mordisco en la oreja.

Violet sintió una corriente de energía que recorría todo su cuerpo, una energía que quería seguir sintiendo.

Y entonces, como si su cuerpo tuviera ideas propias, asombrándose ella misma por lo que estaba haciendo, acercó

aún más su cabeza a los labios de él.

Y Lean soltó una risa divertida y sensual y, con la voz ronca, volvió a susurrarle:

—Ummm, quieres jugar...

Y posó sus labios sobre su cuello, recorriendo su lateral de arriba a abajo, en besos suaves, casi

imperceptibles, pero que le dejaron a Violet totalmente excitada.

En ese momento, uno de los criados apareció por el jardín a podar unos arbustos, el hombre se dio cuenta de

que estaba siendo inoportuno, pero Lean le hizo un gesto para que se acercara sin miedo y después se dirigió a

Violet:

—Vamos a tener que dejarlo por el momento, a plena luz del día, el jardín no es discreto, pero no te

preocupes esta noche seguiremos Es una pena que ayer me quedara dormido, pero hoy estoy descansado, así que te

satisfaré sin cortapisas.

Y después de decir esto, se levantó, besó el dorso de su mano como el caballero que era y se marchó,

dejándola, de nuevo, plantada.

Violet le vio marchar, fijándose en sus magníficas espaldas y su aún más magnífico culo, que se marcaba,

perfecto, tras la fina tela de los pantalones.


Se dio cuenta de que estaba roja, pero también de que esa rojez no era solo por el estado de excitación

sexual en que le había dejado Lean. También estaba enfadada.

Era un enfado muy extraño en ella, ya que era la primera vez que le ocurría con esa intensidad. Le

sorprendía tanto como le había sorprendido la bofetada de su madre a Daniel Wilson, pero es que la mención que

había hecho Lean a lo ocurrido la noche anterior le había enfadado casi más que la propia descortesía de no

aparecer. ¿Que se había quedado dormido? ¿Ya estaba? ¿Eso era todo?... Estaba claro que con aquel comentario de

pasada , demostraba una vez más la poca consideración que tenía hacia ella y sus sentimientos. Y estaba claro que

eso le había dolido mucho.

Sin embargo, a medida que fueron pasando los minutos, se fue tranquilizando y fue recobrando su ser

habitual.

De hecho, cuando terminó de desayunar y subió a sus habitaciones, volvía a ser la joven dócil y resignada

que había sido siempre, la joven habituada a los desplantes y a no reaccionar a ellos. Y tan solo había un cambio

respecto a lo que había sido siempre: su interés por la vida sexual. De hecho, estaba deseando que su

desconsiderado, pero también magnífico, marido, culpliera la promesa que le había hecho y la satisficiera sin

cortapisas.
Capítulo 14

Violet comió sola, pero esta vez Lean tuvo la decencia de mandarle una notita en la que le explicaba que tenía

unos asuntos laborales urgentes y que la recogería a las siete en punto para ir a la recepción de los Marqueses de

Edimburgo.

Violet agradeció las horas de soledad. Necesitaba tiempo para ir haciéndose a la casa y, sobre todo, para

prepararse para la recepción.

Pasó la mañana recorriendo el palacio con la compañía del ama de llaves, que se mantuvo igual de

encantadora y discreta que el día anterior.

Violet creyó deducir lo que querían decir las miradas que ella y su marido le habían echado a Lean el día

anterior: ambos le apreciaban, pero, al mismo tiempo, le conocían bien y sabían que podía ser muy desconsiderado.

Ambos habían temido que algo descortés ocurriera la noche de bodas.

Y, por supuesto, habían acertado, pero ni la mujer ni el marido hicieron la mínima alusión a Lean .

Y eso Violet lo agradeció: se notaba que eran unos empleados estupendos, al igual que el palacio, así que en

ese sentido, su vida de casada iba a ser fácil y placentera.

Otra cosa podía ocurrir con Lean, claro, pero ese era un interrogante que iría dilucidando con el paso de los

días.

Para empezar, esa misma noche tendría otra velada en la que él tendría la oportunidad de mostrarse como un

marido atento o como el desconsiderado que había sido el día anterior.

Violet utilizó la tarde para prepararse para la recepción.

Esta vez sí requirió la ayuda de Minnie, la doncella, que le aconsejó sobre qué vestido podía ponerse y cuál

era el peinado más favorecedor.

Toda la ropa de Violet era discreta, como ella, pero la doncella le ayudó a retocar un vestido de florecitas de

forma que pasara de tener un cuello alto hasta medio cuello a mostrar su escote.

Violet se sintió un poco rara al mostrar el nacimiento de sus pechos, no lo había hecho nunca, pero con la

insistencia de Minnie, se atrevió. Tenía , además, unos pechos blancos y redondeados muy bonitos, unos pechos que
hasta entonces no había visto nadie y que ya que era una mujer casada “ya era hora de enseñar un poco”, en palabras

de Minnie.

Finalmente la doncella le hizo también un peinado nuevo. Ella normalmente llevaba el pelo recogido de

manera muy discreta y formal, pero Minnie le hizo un semi recogido que dejaba parte de sus cabellos sueltos. De

aquella manera, su cara quedaba enmarcada delicadamente y le daba un aspecto más sensual al habitual.

Cuando Minnie terminó su trabajo, Violet se echó una mirada satisfecha en el espejo de cuerpo entero de su

habitación y se quedó totalmente satisfecha: por primera vez en su vida, se sentía bella.

Y deseable.

¿Vería Lean lo mismo que estaba viendo ella?


Capítulo 15

No tuvo que esperar mucho para conocer la respuesta a esa pregunta, ya que Minnie acabó los últimos

retoques justo cuando el reloj daba las siete de la tarde.

Violet, nerviosa y animada al mismo tiempo, se echó un último vistazo y salió a encontrarse con Lean .

Esta vez, en esa variación constante respecto a ella que había visto en su marido, hubo suerte: tocaba que

fuera un caballero, ya que nada más asomarse a lo alto de las escaleras centrales lo vio abajo, con su planta

magnífica, mirando hacia arriba, esperándola.

Y mirándola con una intensidad que hizo que sus piernas flojearan.

Violet respiró hondo y comenzó a bajar, poco a poco, sin quitar la mirada de él, a pesar de que le costó no

hacerlo.

Porque Lean le estaba mirando con la mirada sexual que ya reconocía. Una mirada que le estaba diciendo que

sí, que estaba bella.

Que era deseable.

Para que no quedara ninguna duda, nada más llegar a su altura, él, en un gesto elegante y encantador al

mismo tiempo, le hizo una reverencia formal, le cogió la mano con delicadeza y se la besó. E, inmediatamente, sin

soltarle la mano, le miró a los ojos desde sus maravillosos ojos verdes y le dijo:

—Estás preciosa, querida esposa. Vas a ser la admiración del baile.

Y, sin darle tiempo a reaccionar, la cogió del brazo y salió con ella hacia el coche de caballos que les estaba

esperando.

Violet sabía perfectamente que había exagerado. Se sentía bella, sí, pero también sabía que estaba lejos de

ser el tipo de mujer llamativa que hacía que todos se giraran en un baile. Nunca lo sería.

Pero en ese momento le daba igual. Lo único que le importaba era gustarle a su marido y eso, al parecer,

estaba ocurriendo.

Sabía que Lean había sido galante tan solo, pero ¿acaso eso no era señal de interés?
Saliendo de su nuevo palacio del brazo de su atractivo marido, se sintió por primera vez bella y deseable.

Sintió que todo empezaba a encajar.

Sí, Lean había sido desconsiderado el día anterior, y la noche e , incluso, durante el desayuno, pero, al

parecer, todo empezaba a cambiar. A partir de ese momento todo iba a ir a mejor. Seguro.

Violet se sentó dentro del coche con el alma ligera y llena de mariposas, convencida de que, por fin, su vida

iba a encaminarse en la dirección correcta.

Todo su historial de búsqueda de marido había sido desastroso de principio a fin. Pero, aunque su

matrimonio había empezado fatal, en ese momento quería creer que la mala racha había terminado.

Estaba casada con el hombre más atractivo que había conocido jamás, un hombre que le gustaba como

nunca le había gustado nadie, y del que, estaba segura, estaba a punto de enamorarse perdidamente. Pero no solo

eso, sino que ese mismo hombre se acababa de sentar a su lado y la miraba como no le había mirado nadie.

Y, parecía, incluso, que la iba a besar.

Y sí, efectivamente, mientras Violet iba cambiando su percepción sobre su vida de casada, Lean se había

sentado a su lado en el coche, había dado un golpe en el techo del coche para que el cochero iniciara la marcha y se

la había quedado mirando con aquella intensidad que a ella le desarmaba totalmente.

Y después de mirarla así unos cuantos segundos, hasta el punto que ella se sintió derretida totalmente,

acercó su dedo índice a la barbilla de ella, la levantó levemente y la besó.

El corazón de Violet se puso a batir con fuerza, tanto que pensó que por un momento podría perder el

conocimiento por la intensidad de lo que estaba sintiendo. Pero no solo no lo perdió, sino que su cuerpo fue poco a

poco acostumbrándose a ese terremoto emocional. Y empezó a disfrutarlo.

Era la primera vez que un hombre la besaba, en la boca y en cualquier otro sitio. Todas sus amigas en

Irlanda habían tenido alguna experiencia en el inicio de su juventud con algún joven caballero. Cogerse las manos

un atardecer, un beso robado y furtivo…, pero ella nada, nunca ningún hombre se había interesado por ella

Lean había tomado el mando, por supuesto, y al principio ella se había limitado a dejarle hacer. Y a dejarse

llevar por lo que estaba sintiendo.

Los labios de Lean le parecieron suaves y cálidos. Una delicia maravillosa que no hacía más que aumentar

las mariposas que estaba sintiendo y la enorme energía que se estaba moviendo por su cuerpo. Pero después de unos

segundos en esa actitud pasiva, algo dentro de ella pareció tomar el mando e hizo un movimiento que incluso a ella
le sorprendió: abrió los labios y los utilizó para coger entre ellos el labio inferior de Lean .

Él se quedó un momento quieto, dejándose hacer, pero al cabo de un momento volvió a tomar el mando,

aunque esta vez lo hizo sin la delicadeza del inicio.

Abrió él también los labios y cogió los de ella de la misma manera: goloso, con hambre de su boca, con

indisimulado deseo. Y ambos se fundieron en un beso pasional e intenso.

Violet notaba que su cuerpo respondía como si supiera lo que tenía que hacer. Lean , en un momento dado,

se acercó aún más a ella, hasta poner su cuerpo a centímetros del de ella, sin llegar a tocarla, pero casi… Y ella, en

un gesto que un día antes hubiera dicho que era imposible que ocurriera, recorrió con su cuerpo los pocos

centímetros que quedaban hasta que ambos entraron en contacto.

La impresión fue aún mayor que la que había sentido con los labios. El cuerpo de Lean era flexible y cálido,

pero también grande y poderoso. Al pegarse a ella, su presencia física imponente era más evidente. Violet no tenía

miedo, pero sí se dio cuenta de que estaba a su merced.

Y, lo más extraño de todo, que le encantaba estarlo.

Como si Lean leyera sus pensamientos, pasó su mano derecha tras su cintura y la acercó más a él, entonces

sus cuerpos se pegaron del todo. Violet notó cómo sus pechos entraban en contacto con el pecho de Lean , que era

musculado y fuerte. Y con ese contacto sus pezones se pusieron erectos. Era igual que cuando le ocurría por el frío,

pero esta vez la sensación era completamente diferente.

Sintió que desde la punta de sus pezones hasta todos los poros de su piel le recorría un latigazo de placer. Se

quedó parada, sin respiración. La sensación era mágica y maravillosa, pero, por lo inesperada, se había quedado un

poco paralizada y Lean se dio cuenta.

—Tranquila, no te voy a hacer daño, es al contrario.

La voz aterciopelada y grave de Lean se había vuelto más ronca. Un sonido que hizo que la corriente de

placer volviera a recorrerla entera. Y volviera a quedarse en suspenso, como esperando algo más fuerte y… mejor.

Pero Lean interpretó de otra manera su respuesta: se apartó de ella, poco a poco, pero acabó sentado en el

lugar en el que habían iniciado el viaje. Cerca, pero lo suficientemente lejos para que ya ninguna de las partes de sus

cuerpos se tocaran.

—Entiendo que necesitas ir más despacio, Violet. No te preocupes, lo dejamos por ahora. Y esta noche te

prometo ser muy cuidadoso.


Violet estuvo a punto de cortarle a la mitad , para decirle la verdad, que no necesitaba ir más despacio, que

quería más, pero el final de la frase de Lean volvió a dejarla paralizada.

La alusión a la noche y a lo que iba a ocurrir volvió a producirle una corriente de excitación. O de placer.

No sabía muy bien distinguir qué era exactamente, lo que sí sabía era que le gustaba muchísimo. Y que quería que

Lean volviera a abrazarla y besarla, pero su primera reacción quedándose quieta y casi sin respirar, por la intensidad

de lo que estaba sintiendo, hacía que él lo malinterpretara y creyera que estaba asustada.

No tuvo ocasión de desmentirlo, de todas formas, porque en ese momento el coche paró.

Lean sacó la cabeza por la ventanilla y la volvió a introducir de nuevo enseguida:

—Hemos llegado —le dijo, sonriente. Y se bajó del coche, dio la vuelta y le abrió su portezuela para

ayudarla a descender. Después le volvió a poner el brazo y juntos se dirigieron a la entrada del palacio en el que iba

a transcurrir la velada.

No había cambiado un ápice su actitud hacia ella desde que la había recibido a los pies de la escalera de su

palacio. Seguía encantador con ella. Atento. llevándola del brazo como un marido perfecto.Y apuesto. Muy apuesto.

Entonces se dio cuenta de que él , a pesar de las dudas que había tenido ella, había tenido razón: todos los

miraban, sonrientes. Y no solo a él, a ella también.

Sí, todas las personas con las que se fueron cruzando le echaron miradas de indisimulada admiración.

Violet se dio cuenta de que quizá sola pasaría desapercibida, pero del brazo de Lean se convertía en una

mujer admirable y bella.

Y volvió a sentir una alegría inmensa y volvió a sentir que todo encajaba perfectamente.

Lean estaba junto a ella, la había besado, le había prometido ser tierno y paciente con ella, y ella se sentía

feliz a su lado.

—Violet, te voy a presentar a la Duquesa viuda de Lamotte y su dama de compañía, Lady Susan...

Violet miró a su marido arrobada y luego dirigió la mirada hacia las dos señoras de edad avanzada que él

había decidido presentarle en primer lugar.

Dispuesta a dar comienzo a su primer besamanos como mujer casada, su primera conversación de

compromiso y etiqueta, del brazo de su esposo. La típica conversación banal , pero en la que iba a participar

encantada, al igual que las que vendrían a continuación, ya que daba por hecho que Lean iría presentándole a todos
los presentes.

Pero no.

Todo se estropeó de nuevo, de la peor manera posible.

Lean terminó la frase que había dejado en suspenso

—...mientras, yo voy a solucionar unos asuntos pendientes. Nos vemos luego.

Y, como el día de su boda, volvió a dejarla plantada y sola delante de aquellas desconocidas que volvían a

mirarla como la habían mirado hasta entonces siempre: con indisimulada compasión.
Capítulo 16

—Todos son iguales.

Violet se había quedado mirando las anchas espaldas de Lean alejándose de ella, pero la voz de una de las

mujeres le hizo volver a centrarse en el lugar que estaba y lo que tenía que hacer.

Después del nuevo desprecio público de Lean, en un momento, además, en el que creía que ya no iba a

volver a suceder, Violet tan solo tenía ganas de estar sola para lamer sus heridas o, mejor aún, desaparecer. Sin

embargo, encorsetada por las normas sociales de comportamiento adecuado, no podía hacerlo y tenía que aguantar,

una vez más, ante los ojos de todos, como era despreciada por su marido. Y hacer como si no le importara, aunque

las lágrimas pugnaban por salir de sus ojos.

—Disculpe, ¿cómo dice?

Violet consiguió responderle a la más bajita de las dos mujeres haciéndole ella misma una pregunta. Le

había oído hablar, pero no se había enterado de lo que le había dicho, así que hacerle repetir era una forma de no

quedar descortés.

—Susan ha dicho una verdad como un palacio de grande. Una verdad que nosotras descubrimos hace

tiempo: que todos los hombres son así: unos impresentables.

Ahora había hablado la más alta, la que Lean le había presentado como Duquesa de Lamott. Y nada más

terminar su incendiara frase, mientras Violet aún seguía intentando asimilar, miró a su acompañante bajita de una

manera que a Violet se le hizo un poco extraña y echó una carcajada, haciendo que varias personas a su alrededor las

miraran con curiosidad.

Violet no entendía nada. Tanto lo que le había dicho cómo cómo lo habían dicho no casaba en absoluto con

el discreto comportamiento que se les suponía a dos damas de la alta sociedad, en cualquier caso, casi lo estaba

agradeciendo, ya que su estupor le estaba haciendo que olvidara momentáneamente lo que Lean le acababa de hacer.
—Ven con nosotras a tomarte un ponche, verás que lo vas a pasar mucho mejor que con ese...ese….

Ahora era Lady Susan la que tomó la palabra de nuevo, y llevando su frase en un tono ascendente que,

parecía, iba a acabar con otro improperio. Algo que su compañera, la Duquesa, decidió abortar:

— Calla, calla Susie, no vayamos a estropear la velada, que no tenemos confianza para hablar de otros así,

nos tenemos que centrar en los nuestros.

Y tras soltar otra carcajada, agarró por un brazo a su amiga y por otro a Violet, y empezó a moverse hacia la

zona donde estaba el reparto de ponche.

Violet se dejó conducir por las dos mujeres sin oponer resistencia. Estaba perpleja con lo que las dos

mujeres decían, pero, al mismo tiempo, notaba en ellas algo que le atraía, algo bueno que le calmaba de lo que

acababa de ocurrir.

Además de que la alternativa, quedarse sentada,sola, en las sillas de la vergüenza, era mucho peor.

Pero las dos mujeres no le dieron opción a hacerlo. Una vez llegaron a la zona de reparto de ponche, lady

Hillary, que así descubrió Violet que se llamaba la Duquesa, le sirvió un generoso vaso y luego ambas le llevaron

hacia una terraza que había en un lateral del salón.

Salieron al exterior y allí, en un banco encantador junto a un macizo de flores, se sentaron: “a charlar un rato

amigablemente”, añadió Lady Susan.

Violet se dejó hacer, por un lado porque las dos mujeres no le dieron opción, pero, por otro, porque le venía

muy bien estar entretenida y, sobre todo, salir del gran salón y dejar de ver a su marido.

Porque durante toda aquella conversación estrambótica con las dos mujeres, Violet no había dejado de

mirar por el rabillo del ojo a Lean, que no había hecho otra cosa que mariposear de grupo en grupo y hablar con todo

el mundo menos con ella. Y sobre todo, SIN ella a su lado.

—A mí me pasó lo mismo.

Esta vez fue la Duquesa la que le sacó de sus pensamientos y le obligó a olvidar a Lean. Violet se la quedó

mirando sin terminar de comprender, pero las dos mujeres iniciaron entonces una conversación que ella siguió

muda, pero que fue aclarándole todo poco a poco a Violet.

—Yo sin embargo nunca me casé.

—Siempre has sido más lista que yo.


Y en este punto echaron una nueva carcajada, esta vez al unísono.

—Verás, Violet —continuó Lady Hillary mirándola a ella —a mi también me casaron por conveniencia

cuando tenía treinta años, mayor que tú y cuando ya nadie daba un chelín por mí. Y me casaron con un buen mozo,

como a ti, y él también me dejó de lado nada más salir por la puerta de la iglesia. Luego vinieron unos años muy

duros, en los que tuve que soportar que mi marido tuviera una amante detrás de otra ante los ojos de todo el mundo,

mientras no me quedaba embarazada. Lloré mucho. Ya sé que ese es el destino de muchas de nosotras, pero mi

marido, al igual que el tuyo, no disimulaba nada ante el resto de la sociedad y eso hacía que mi humillación fuera

pública.

Violet siguió con el corazón encogido el relato de la mujer que, por desgracia, hasta después de la boda era

exacto a lo que le había pasado a ella con Lean ¿también su vida continuaría sí?

Su corazón se encogió y sintió que le faltaba aire. El contacto con aquellas mujeres que le habían parecido

extravagantes, pero divertidas, acababa de tomar un rumbo triste.

Pero, por suerte, Lady Susan tomó de nuevo la palabra e hizo que todo volviera a aligerarse:

—Y entonces llegué yo, te abrí los ojos y descubriste que el mundo es algo más que cuatro bobos

petulantes. Y mucho más divertido…

Las dos mujeres volvieron a mirarse a los ojos de aquella manera extraña y volvieron a soltar una carcajada,

también extraña.

A partir de ese momento, ambas se afanaron en que Violet se encontrara cómoda y acompañada. además de

que intentaron convencerla de que la vida sin hombres podía ser mucho más plena y divertida.

La primera parte la consiguieron con creces, la segunda no tanto.

Violet se fue dando cuenta de que las dos mujeres tenía una relación especial y, por decirlo de una manera

discreta, diferente.

Ella había conocido una pareja igual en Irlanda: dos mujeres que vivían juntas y que tenían una relación

íntima que todo el mundo daba por supuesto que iba más allá de la simple amistad: una relación amorosa.

Nadie hablaba de ello, pero se intuía. Y en la misma medida, aunque fuera extraño, se aceptaba por una

buena parte de la gente.

Violet siempre había pertenecido a ese grupo, al de las personas que ven con buenos ojos cualquier tipo de
amor, por eso se sintió especialmente cómoda con Lady Susan y la Duquesa Lady Hillary. Y, sobre todo,

especialmente agradecida por el cuidado con el que le habían sacado de una situación desagradable.

Pero, por otro lado, aunque le parecía una solución maravillosa, estaba segura de que ella nunca acabaría

como ellas. Las mujeres no le gustaban ni le atarían sensualmente y, por el contrario, si lo hacía su “petulante” e

“impresentable” marido.

En cualquier caso, su historia de casada, que acababa de empezar, tenía visos de acabar peor que la de Lady

Hillary.

O quizá no, se dijo finalmente, esperanzada. Quizá en algún momento acabaría por conseguir que el Lean

cariñoso y cuidadoso con ella acabara por ser el dominante y el hombre desconsiderado desapareciera para siempre.

Con esa esperanza en el corazón, la velada fue llegando a su fin y le tocó despedirse de las dos mujeres.

Les agradeció el cuidado que habían mostrado con ella y les prometió que en veladas posteriores las

buscaría para repetir los momentos divertidos que había pasado con ellas, pero finalmente volvió a entrar en el gran

salón: tenía que buscar a Lean antes de que todo acabara y hacer de nuevo el teatrillo de que eran un matrimonio,

para salir hacia el palacio juntos.

Pero una vez dentro se dio cuenta de que Lean no estaba.


Capítulo 17

El salón se había vaciado un poco, algunos invitados ya se habían despedido y habían vuelto a sus palacios,

pero aún quedaba suficiente gente para no quedar desangelado.

Violet recorrió el salón con la mirada varias veces, pero no encontró ni rastro de Lean: ¡no era posible que la

hubiera dejado allí sola y hubiera vuelto al palacio sin ella, ¿verdad?!

Viloet se hizo esta pregunta-afirmación machaconamente varias veces, angustiada. Estuvo a punto de

volver a la terraza, para que las dos Ladys la protegieran de nuevo, pero finalmente decidió ser valiente: tenía que

descubrir la verdad ella sola.

Y afrontarla.

Había una pequeña posibilidad de que Lean hubiera ido a los aseos justo en el momento que ella había

vuelto al salón: exploraría esa posibilidad con los dedos cruzados y solo se desesperaría si no lo encontraba allí,

señal , esta vez inequívoca, de que la había dejado allí abandonada.

Con seguridad, Violet se dirigió al extremo del salón donde estaba el pasillo que daba acceso a los aseos.

Y cuando llevaba recorrido medio pasillo, su intuición se hizo realidad.

Pero no de la manera que ella había querido imaginar.

La zona estaba desierta en el momento en el que ella entró, decidida, a buscar a su marido. Había, además,

bastante oscuridad, pero Violet sabía más o menos donde se encontraban los aseos, así que se dirigió hacia allí con

seguridad.

Hasta que le pareció escuchar algo extraño.

Eran unas voces, pero en tono muy bajo, casi susurrante. No era extraño que hubiera alguien por allí, podía

tratarse de cualquiera que se hubiera acercado a los aseos, en pareja incluso, pero algo le hizo a Violet detenerse y

escuchar.

Algo que no encajaba.


Para empezar, las voces eran, claramente, de un hombre y una mujer. Luego, llamaban la atención los

susurros, pero también las risas, ahogadas, que se escuchaban cada poco. Y después, y lo más llamativo, los

gemidos.

Sí, gemidos.

La única experiencia sexual que Violet tenía eran los besos y abrazos que acababa de compartir con Lean en

el coche, cuando se dirigían a la recepción, pero no le quedó ni una duda de que lo que estaba escuchando era un

encuentro sexual

Bastante más intenso que el que había vivido ella, a tenor de los suspiros, gemidos e incluso grititos que

soltaba la mujer implicada.

Violet se puso roja como la grana. Ser testigo, aunque fuera por medio de los oídos tan solo, de un

encuentro sexual, le perturbó enormemente. Lo habría hecho una semana antes, pero ahora que atisbaba lo que se

podía sentir cuando dos cuerpos se acariciaban y besaban con pasión, una mezcla de turbación y deseo se apoderó de

ella.

Nunca habría imaginado que ser testigo de un encuentro amoroso entre dos seres ajenos pudiera resultar tan

excitante.

Notó, como le había ocurrido al besar a Lean, una corriente de energía por todo su cuerpo, que enseguida se

concentro en la punta de sus pezones y en el centro de su sexo.

Mientras la pareja a la que estaba escuchando aumentaba el tono de sus gemidos, ella sintió que aquella

energía que se estaba apoderando de ella aumentaba.

Se trataba, sin lugar a dudas, de excitación sexual.

Estaba excitándose solo escuchando a otros, sin ser protagonista. Y le estaba gustando, muchísimo, casi

tanto como si estuviera junto a ellos, recibiendo también las caricias que se daban, sumando sus susurros y gemidos

a los de ellos.

Su imaginación en ese momento, además, añadió imágenes a lo que estaba escuchando. Vio labios sensuales

y carnosos apoderándose de sus pezones, que estaban erectos como nunca, sólo de imaginarlo.

Vio manos cálidas adentrarse bajo su falda en el centro de su sexo, y tocándole, expertas, para calmar la

ansiedad que sentía. Y calmándola, pero, al mismo tiempo, excitándole más.


Y envuelta en esas imágenes y los susurros de los dos amantes, con los ojos cerrados y la respiración agitada

soltó, ella también, un gemido.

En alto.

Abrió los ojos por la sorpresa. ¿¿¿Qué acababa de hacer??? ¿¿¿Qué le estaba pasando???

Se quedó paralizada unos segundos, hasta comprobar que su indiscreción había pasado desapercibida: los

amantes seguían concentrados en su propio placer y, al parecer, no habían oído nada.

Y sintió un alivio enorme: nadie se había enterado de nada.

Pero luego sus pensamientos se volvieron hacia ella y lo que había hecho.

Estaba claro que la presencia en su vida de Lean había trastocado totalmente su forma de comportarse. Su

marido le gustaba y le atraía de una forma que ella no hubiera pensado nunca que pudiera ocurrir. Lo que había

sentido con él en el coche le había abierto la puerta a un mundo nuevo y esa misma noche iba a descubrir en

profundidad de qué se trataba.

Y estaba deseando que ocurriera.

Ella también quería gemir y suspirar, gritar ahogadamente, como estaba haciendo la mujer a la que estaba

escuchando.

Estaba deseando que ocurriera.

No había más y no debía autoflagelarse por tener esos sentimientos, eran normales, eran humanos, se dijo

finalmente, más tranquila.

Ahora bien, mantenerse allí, escondida, espiando lo que otra pareja estaba viviendo, no estaba bien, así que

tenía que volver sus pasos hacia atrás y dejar a los amantes tranquilos. Y luego intentar calmar el sofoco que sentía

que no era producto más que de las ganas de que eso mismo que estaba ocurriendo a dos pasos de ella ocurriera lo

antes posible entre su marido, Lean , y ella.

Y empezó a volver hacia atrás, pero quizá el recuerdo de su marido y el deseo que provocaba en ella le hizo

darse cuenta de algo.

Hasta ese momento sólo se había fijado en la voz femenina, porque era un reflejo de lo que ella había

sentido junto a Lean y lo que quería protagonizar esa misma noche . Pero en ese instante se fijó en la voz del

caballero.
Una voz de la que apenas se oían gemidos roncos y alguna palabra. Suelta

“Te deseo”, en ese momento, “tócamela”, un segundo después….

¡¡¡Era Lean !!!

Conocía perfectamente esa voz grave y varonil y conocía la cadencia de sus gemidos. Por desgracia, nunca

le había oído decir, suavemente junto a su oído, aquellas palabras tan perturbadoras.

¡¡¡Lean estaba haciéndole el amor a otra mujer, en una esquina escondida de un palacio ajeno mientras ella,

su esposa, había sido abandonada por él !!!!

Violet se volvió a poner roja, como la grana, pero ya no por la mezcla de turbación y excitación que había

sentido un momento antes.

Ahora solo se sentía humillada.

—¡¡¡Ummm qué grande!!!

En ese momento, como si el destino quisiese ensañarse con ella, las frases de los amantes se hicieron más

largas y audibles.

Acababa de escuchar la voz de la joven que estaba con su marido haciendo alusión a lo que no podía ser otra

cosa que su miembro viril.

—¡¡¡Para, para. no sigas así!!! —contestó Lean , con la voz ahogada por una mezcla de excitación y

diversión —Tengo que guardar mi energía para esa mosquita muerta esta noche. Mi reputación como amante tiene

que mantenerse en todo lo alto.

Y terminó con una carcajada y el sonido de besos, húmedos e intensos.

—Tú tienes energía para eso y para más. Para dejarnos satisfechas a las dos y a las que vengan después —

respondió ella, después de soltar un suspiro y justo antes de gemir como una gatita en celo.

—No creas — dijo él después de un momento en el que solo se escucharon movimiento de ropas y gemidos

—la vírgenes son muy aburridas y mi esposa lo parece especialmente, así que tus caricias me están viniendo de

maravilla para mantener mi bastión bien “alto”, pero no puedo terminar.

—Pero yo sí, así que ya puedes aplicarte ...y ya sabes que el “bastión” no es estrictamente necesario…

Y volvieron a soltar una carcajada al unísono a la que le siguió, inmediatamente, una nueva sinfonía de
suspiros y gemidos en la que la voz de ella iba aumentando en intensidad.

Pero Violet no se quedó para ver cómo terminaba todo, salió de allí, corriendo y con los ojos anegados en

lágrimas.
Capítulo 18

—¡Ven aquí!

La voz de Lean sonó autoritaria y sensual al mismo tiempo.

Y con el tono ronco y excitado que ella acababa de escuchar quince minutos antes.

Dirigido a otra.

Todo se había desarrollado rápidamente. Ella había llegado al salón de la recepción sofocada y humillada,

con ganas de irse pero sin poder hacerlo, ya que era una mujer casada y tenía que salir de allí como había entrado:

del brazo de su marido.

De ese mismo marido que estaba con otra en ese momento.

Pero menos de cinco minutos después, él había aparecido, sonriente, y se había acercado a ella como si nada

extraño hubiera pasado.

Como si no la hubiera dejado plantada y abandonada al inicio de la recepción.

Como si no acabara de serle infiel.

Justo detrás de él había aparecido, un poco sofocada, pero bellísima, la mujer que había estado

compartiendo placer con Lean. Se trataba de una Marquesa casada con un anciano muy rico. Ella la conocía sobre

todo porque su fama de mujer bella la acompañaba siempre.

No se detuvo en ella de todas formas, le daba igual con quien le estaba siendo infiel Lean, el problema era

él, que había sido incapaz de esperar un solo día después de casarse para irse con otra.

Antes incluso de hacerla a ella su esposa sobre el lecho.

Pero ahí estaba, a su lado, encantador, como si no hubiera ocurrido lo que había ocurrido.

Le preguntó qué tal había ido la velada y tras el escueto y seco “bien” de ella, él contestó la pregunta que
ella no había formulado —bastante tenía con no echarse a llorar o pegarle un tortazo, que ambas cosas tenía ganas

de hacer —con un cinismo que a Violet le mantuvo sin palabras: “yo lo he pasado de maravilla”.

Luego se despidieron de las personas que aún quedaban en la recepción y finalmente salieron del brazo

como si de un matrimonio normal se tratara.

Y una vez en el coche, nada más sentarse, Lean soltó aquella frase con urgencia: “¡ven aquí!”, y se acercó a

ella, poderoso y viril, y la volvió a besar.

Lean estaba muy excitado, a pesar de su nula experiencia, Violet fue plenamente consciente de eso. Se

notaba en la forma de besarla, con más urgencia y pasión que a la ida , y en los gemidos que enseguida empezó a

soltar.

Aumentó, además, la intensidad de los abrazos y las caricias.

Mientras besaba a Violet con una pasión y un hambre inusitada, empezó a acariciarla por todo el cuerpo.

Cogió su cintura con seguridad y la atrajo hacia él, pegó su pecho al de ella, de forma que el montículo de

los pechos de ella, con los pezones duros, se les hicieron muy presentes a ambos.

Pero aquello no era suficiente para él. Quería más. Necesitaba más.

Así que bajó una de sus manos, cálidas y fuertes al mismo tiempo, recorriendo la línea de la cadera de ella,

pasando por el borde de su trasero, recorriendo el lateral de sus muslos, sus pantorrillas...hasta introducirla bajo su

falda y volver a subir hacia arriba, haciendo el camino inverso pero de forma mucho más provocativa y excitante, ya

que ahora, entre la piel de Violet y la mano y los dedos de Lean sólo se interponía la fina tela de las enaguas de

Violet.

Finalmente la mano de Lean llegó al centro del cuerpo de Violet, allí donde estaba el centro de su sexo. Allí

donde llevaba todo el día sintiendo unas palpitaciones y una excitación creciente que no hizo más que aumentar

cuando los dedos ávidos y expertos de Lean le empezaron a acariciar, con suaves movimientos circulares.

Eran unas caricias muy leves, con la tela de las enaguas por medio, pero, aún así, Violet sintió que se

derretía de placer.

Lean la acariciaba poco a poco y de manera sutil y no continua. Hacía varios círculos suaves y levantaba los

dedos de improviso, dejándola con el deseo en todo lo alto, necesitada de más, entonces él volvía a posar los dedos,

esta vez con algo maś de intensidad, nuevos círculos y volvía a levantar la mano, haciendo que ella creyera que se

iba a volver loca de placer y deseo.


—Mira cómo estoy.

La frase, ronca y gutural a escasos milímetros de su oído, fue acompañada por un gesto de la mano de Lean ,

que cogió la mano derecha de Violet y la posó sobre su miembro viril.

A pesar de que en la caricia se interponían los pantalones de él, Violet notó la calidad y dureza del pene de

Lean. Era enorme. Era poderoso. Y ella lo deseaba dentro de ella, ya que su sexo había empezado a palpitar más y

más, como pidiéndole, por favor, que lo calmaran.

—Porque eres virgen que, si no, te poseería aquí mismo. Más adelante lo haremos aquí, en el coche, pero hoy,

mejor, sobre el lecho cuando lleguemos.

Una vez más la voz gutural de Lean la excitó, pero algo dentro de sí le hizo reaccionar de otra manera.

Apartó su mano del pene de él, como si le quemara, y se puso rígida.

Lean se percató de lo ocurrido, pero siguió besándola y acariciándola con la misma urgencia. Estaba muy

excitado y era evidente que le estaba costando no terminar de poseerla, que lo deseaba y, al mismo tiempo, se

reservaba hasta llegar al lecho.

Pero dentro de Violet la magia había desaparecido ya.

A pesar de su excitación y del deseo que él despertaba en ella, a pesar de necesitar consumar su matrimonio

ya, una necesidad física imperiosa, su mente le había recordado lo que acababa de ocurrir.

Le había recordado que Lean la había llamado “mosquita muerta” y “esa”. Que había necesitado excitarse

con otra para poder cumplir con ella.

Que esa excitación que tenía en ese momento, furiosa, no se la estaba provocando ella, sino que era fruto de

lo que había dejado sin consumar con la Marquesa.

Que no la deseaba a ella, solo deseaba terminar lo que había dejado a medias con otra.

Y su rigidez y frialdad aumentaron y Lean se dio cuenta.

—¿Qué te pasa?

—Nada.

Lean se había separado de ella y la miraba, con una mezcla de asombro y fastidio.

—Violet, tendrás que poner de tu parte, si no, no va a ser fácil.


La respuesta de ella no puedo ser más seca y fría:

—No te preocupes, lo haré.


Capítulo 19

Recorrieron los cinco minutos que tardaron en llegar al palacio envueltos en un silencio denso.

Las caricias habían acabado abruptamente y no habían vuelto a dirigirse la palabra.

Violet se había metido en sí misma y se la veía concentrada, Lean , sin embargo, no disimulaba su disgusto.

algo estaba ocurriendo, aunque no tenía ni idea de qué se trataba.

En cualquier caso, nada más llegar, bajaron del coche, él manteniendo su actitud caballerosa de ayudarla a

bajar y volvió a dirigirle la palabra.

Lo hizo, de todas formas, con el tono más seco que ella le había oído nunca.

—Prepárate, porque subiré a tu habitación en diez minutos. Y recuerda, más vale que pongas algo de tu

parte.

A Violet las palabras secas le golpearon como si hubiera recibido un azote, todo se había estropeado y el

momento de pasión que habían vivido un momento antes había desaparecido del todo.

Le dolía, pero, al mismo tiempo, sabía que ella había provocado ese cambio.

Y que estaba bien hacerlo. No podía seguir soportando las humillaciones a las que Lean la estaba

sometiendo desde que se habían casado, así que le contestó, con el mismo tono frío y acerado de él, repitiendo lo

que le había dicho un momento antes:

—No te preocupes, lo haré.

☙☙☙☙☙☙☙☙

Lean estaba desconcertado.


Se había dirigido a su habitación para prepararse para su noche de bodas, asearse un poco y ponerse ropa

cómoda para acercarse a la habitación de Violet, pero las cosas estaban sucediendo de forma muy diferente a cómo

las había planeado.

Después del fiasco de la noche anterior, cuando se había quedado dormido, había tenido la determinación de

consumar su matrimonio esa misma noche sin falta.

Lo que le había dicho a Anne, la Marquesa, tenía una parte de verdad y otra no. Era cierto que le fastidiaba

tener que desvirgar a Violet. Las vírgenes no eran fáciles, había que ir con mucho tiento y cuidado y había muchas

posibilidades de no darles placer los primeros dias, vamos, lo contrario a lo que él estaba acostumbrado, ya que el

sexo para él siempre era placentero y compartido. Pero eso no quería decir que le fuera a acostar tener relaciones

sexuales con su esposa, como le había dado a entender a Anne.

Al contrario, a pesar de que al principio ni la había mirado, apenas lo justo para comprobar que era

demasiado pequeña y poco voluptuosa para los gustos que él tenía, el viaje de ida a la recepción en el coche, en el

que habían intercambiado besos y caricias, le había servido para darse cuenta de que era más voluptuosa de lo que

había creído. Y de que le atraía, mucho.

De hecho, el intercambio de placer que había tenido con Anne, un intercambio que había surgido sin

planear, pero al que no había renunciado, porque él nunca lo hacía ante una mujer dispuesta, había tenido una

protagonista oculta: Violet.

a pesar de lo que le había dicho a la Marquesa, no sólo estaba convencido de que no le iba a costar nada

acostarse con Violet, sino que estaba deseando hacerlo y, de hecho, en las caricias que le había estado dando a

Anne, en mente había tenido todo el rato a Violet.

Le había dicho aquello a Anne para dejarla conetnta, ya que, a pesar de que el acuerdo entre los dos no era

emocional y amoroso sino de simple intercambio de sexo, él sabía que a todas las mujeres les gustaba sentirse “la

única” o, en el caso de Anne, “la mejor”.

Había sido, por tanto, tan solo un comentario que intentaba ser galante y regalarle los oídos, así que cuando

sus dedos expertos le habían proporcionado el orgasmo que necesitaba, se había despedido de ella encantado para

recoger a su esposa, llevarla a palacio y hacerla suya por fín.

Excitadísimo, como estaba, se había abalanzado sobre ella en el coche y había comenzado el baile sexual, el

calentamiento para lo que estaba a punto de suceder sobre el lecho. Y ella había respondido maravillosamente. Se

había acoplado a él, a sus movimientos y a sus caricias. Había notado, incluso, a través de la fina tela de las enaguas,

que estaba húmeda, preparada para recibirle.

Había alimentado la esperanza, excitándose mucho al pensarlo, de que la desfloración de Violet iba a ser

indolora, ya que la notaba muy preparada y deseosa de él. De que iba a disfrutar incluso.
Había ahogado un gemido de placer intenso al imaginar los gritos de su esposa en la noche de bodas al

sentir un orgasmo por primera vez en su vida.

Y había decidido darle más, mucho más, los días siguientes, hasta acabar los dos satisfechos y excitados de

nuevo.

Y, de repente, todo se había detenido.

De golpe.

Violet había apartado su mano de su pene, dejándolo casi dolorido de deseo.

Y se había puesto fría y rígida de repente.

Y él no entendía nada.

Con la bata de dormir y una camisa y unos pantalones finos ya puestos, Lean decidió pensar lo mejor: Violet

se había puesto nerviosa al anticipar su penetración.

De hecho, todo había ocurrido cuando él había puesto la mano de ella sobre su pene.

Ella la había mantenido un momento, pero, enseguida, la había apartado como si quemara.

O hiciera daño.

Sí, eso tenía que ser.

Ella había notado lo grande y dura que estaba y se había asustado al pensar en el daño que le podía producir.

Lean sonrió ampliamente.

Volvía a recuperar su espíritu tranquilo y divertido. Todo estaba en orden. Todo encajaba.

Violet era apasionada y más bonita de lo que había pensado, pero también era virgen y tenía miedo de lo

desconocido, de lo que le iba a ocurrir.

Así que ya podía estar tranquilo, porque aquello tenía una solución muy fácil.

Trataría a Violet con una delicadeza extrema. Usaría sus mejores artes de amante para sacar solo placer de

ella y la desfloraría solo cuando ella estuviera preparada.

Cuando ella se lo pidiera.

Lo haría, además, con mimo y cuidado, muy despacio, para que el avance de su pene dentro de ella fuera

solo placentero, para que fuera ella quien la introdujera poco a poco, a su ritmo.

Al ritmo de su deseo.

No le importaba esperar a que llegara ese momento. Antes haría con ella lo que acababa de hacer con Anne:

masturbarla para que supiera qué era un orgasmo, para que se despertara su hambre de tener maś y tenerlos más

intensos siendo llenada plenamente por el.

Le produciría, con los dedos y con su boca, todos los orgasmos que ella necesitara, hasta que acabara

pidiendo su pene.
Todos estos pensamientos, por supuesto, no hicieron más que traer de nuevo a su cuerpo una excitación

extrema.

Su pene, enhiesto, asomaba bajo la tela del pantalón, como el ariete de un caballero medieval.

Tenía que ir hacia Violet y empezar esa deliciosa noche de bodas que acababa de imaginar.

Y tenía que hacerlo ya.


Capítulo 20

Estaba en el centro de la habitación de Violet, acababa de entrar después de que ella abriera la puerta

inmediatamente a su llamada y ya sabía que nada iba a transcurrir como había imaginado.

Para empezar, a pesar de que había pasado más de media hora desde que se había despedido de ella en el

vestíbulo del palacio, Violet seguía vestida con la misma ropa con la que había ido a la recepción.

Estaba bonita, sí, pero aquella no era la ropa más adecuada para la noche de bodas ni ella había seguido su

petición de que “se preparara”.

Pero es que, además, la actitud fría de ella no solo no había cambiado, sino que parecía haberse

incrementado.

De hecho, en cuanto él entró y se colocó en el centro, de pie, grande y poderoso, y con la erección asomando

bajo la bata, ella, sin mirarle, se acercó al escritorio que había en una esquina de la habitación y cogió algo que había

sobre él.

Una hoja de papel.

Que, sin decirle nada, extendió hacia él.

—¿Qué es esto?

—¡Léelo!

La pregunta de él había sido con asombro, la respuesta de ella, imperativa, seca y dura.

A Lean nadie le decía lo que tenía que hacer, pero esta vez, anonadado como estaba con lo que estaba

ocurriendo, le hizo caso a Violet sin rechistar y se puso a leer. Tenía necesidad de encontrar respuestas a lo que

estaba pasando.

La leyó tres veces y, aun así, seguía sin entender nada. Mejor dicho, entendía aún menos que al principio.

—¿Qué es esto? —preguntó de nuevo, mirándole a Violet con asombro.

—Creo que está bastante claro —contestó ella, manteniendo la frialdad y la distancia con él —apenas son

cuatro frases y están en un idioma claro y diáfano.


Sí, Violet tenía razón. Lean, en realidad, no había tenido ni un problema en entender lo que ponía en el papel,

pero era incapaz de asimilarlo. Era incapaz de entender qué algo así se pudiera escribir y que él fuera el destinatario.

—Es una broma ¿verdad?

Lean había vuelto a leer la nota una vez más y había comprobado que sí, tal y como Violet le había dicho, el

mensaje era muy claro. Y también incomprensible al mismo tiempo. Así que había decidido que sólo se podía

interpretar como una broma.

Aunque Violet estaba demasiado seria para estar gastándole una broma.

—Ya sabes que no.

Lean volvió a quedarse sin palabras, pero esta vez se recuperó antes.

Por muy incomprensible que fuera, por muy absurdo, insólito, ridículo, … y cientos de adjetivos más que se

le pasaban por la cabeza, Violet había escrito aquello en serio.

Y él iba a tener que ponerse en serio a rebatŕselo.

—Violet, soy un hombre.

—¿Y?

—Que los hombres tenemos necesidades que las mujeres no tenéis y, por tanto, necesitamos satisfacerlas.

—Nadie ha dicho que no lo hagas. De hecho, no te estoy obligando a nada, sólo a que escojas, y, además,

escojas lo que escojas entre las dos alternativas que te propongo, en ningún caso te vas a quedar sin satisfacer tus

necesidades.

Lean suspiró en alto. La lógica de Violet era aplastante, así que tendría que afanarse más.

—Violet, eres mi mujer, sí, puedo satisfacer mis necesidades sexuales contigo, pero no va a ser suficiente.

Todos los hombres necesitamos más y más variedad...

—No necesito detalles, Lean —le cortó ella, molesta con lo que Lean estaba dando a entender aunque, en

cualquier caso, reunió autocontrol para que no quedara evidente que le afectaba —y tampoco que te quedes solo

conmigo como compañera de cama, solo que elijas: si quieres acostarte conmigo, deberás renunciar a todas tus

amantes para siempre, si esto te resulta imposible, tal y como me estas dando a entender ahora, y que me quedo

corta para cubrir tus necesidades, no hay problema: puedes quedarte con tus amantes, tener todas las que quieras,

pero a mí no me tocarás un pelo.


Violet acababa de resumir lo que él había tenido que leer cinco veces: al parecer, lo tenía clarísimo y no

había manera de hacerle cambiar de opinión. En cualquier caso, a él le faltaba aún algo de tiempo para asimilarlo:

—Violet, todos los hombres que conozco tienen amantes y sus mujeres lo saben y les dejan. De hecho, estoy

convencido de que muchas lo prefieren así. Es algo aceptado.

Insistió, obviando que los dos hombres más cercanos a él, sus amigos Robert y Daniel, eran totalmente

fieles a sus esposas. Pero no consideraba que estaba mintiendo, consideraba que sus amigos eran la excepción a toda

regla. Una regla que él siempre había tenido claro que iba a cumplir.

Se había encontrado, sin embargo, con un obstáculo que empezaba a parecer insalvable:

—Yo no lo voy a hacer, nunca.

Se quedaron los dos mirándose un momento, en silencio, y la habitación se cargó de tensión. Ya no había ni

rastro de asombro en Lean , le había quedado claro que Violet iba en serio, que estaba dispuesta a cumplir lo que

ponía en la nota.

Como si de un duelo se tratara, mantuvieron las miradas fijas, uno en la otra, durante más de un minuto,

hasta que Lean habló de nuevo:

—Sabes que es tu obligación como esposa, y mi derecho exigirlo. Tanto si quieres como si no.

La voz de Lean había sonado como el acero y Violet había sentido casi un dolor físico, pero no se arredró.

Aunque su voz sacó un ligerísimo tono de temblor, mantuvo la mirada sin parpadear:

—Por supuesto, contaba con ello, sé que es tu derecho. Pero tendrá que ser a la fuerza.

Esta vez fue Lean él que sintió las palabras de Violet como un golpe:

—Jamás he tomado una mujer por la fuerza y contigo tampoco lo voy a hacer.

Se lo dijo echando fuego por la mirada y se dio la vuelta y salió de la habitación dando un portazo.
Capítulo 21

Violet se quedó en el centro de la habitación, sin moverse, más de cinco minutos. Durante ese tiempo se

concentró tan solo en respirar profundamente para intentar recuperar la calma, y en apaciguar el temblor de sus

manos, la única parte del cuerpo que mostraba lo que realmente estaba sintiendo.

Le había costado tomar aquella decisión, pero una vez tomada, no se iba a echar atrás, jamás.

Todo había ocurrido en el viaje de vuelta. Por un momento, como una revelación, había entendido que no

podía seguir permitiendo que Lean la tratara como lo estaba haciendo: casi como si fuese un objeto de su propiedad.

Toda su vida había sido dócil y dulce. Había aceptado lo que los demás habían decidido por ella y había

sobrellevado los diferentes desprecios con una resignación encomiable, pero Lean había rebasado todos los límites

posibles.

Le había dejado plantada el día de su boda delante de todo el mundo, no se había presentado en la noche de

bodas, al día siguiente le había vuelto a dejar plantada en público y, por si no fuera suficiente humillación, no había

tenido reparo en mantener relaciones sexuales con una mujer a escasos metros de donde estaba todo el mundo.

Y, por si no fuera suficiente, se había burlado de ella y la había despreciado delante de su amante.

Era difícil reunir humillaciones tan grandes en tan corto espacio de tiempo.

Luego, en el coche de vuelta, él había actuado como un marido apasionado deseoso de estar con ella, pero

algo dentro de Violet se había roto.

Lean le gustaba muchísimo, estaba deseando acostarse con él, ser su mujer plenamente. Estaba deseando

tener hijos. Estaba deseando conseguir todo lo que significaba ser una mujer casada, pero no a toda costa.

De repente, se había dado cuenta que si transigía con la forma de comportarse Lean con ella , su vida entera

iba a ser un infierno. Si no empezaba por ella misma, por respetarse a sí misma, nadie la respetaría jamás.

Hasta entonces había estado la posibilidad de quedarse soltera. Pero esa posibilidad, aunque indeseable a la

vista de todo el mundo, dejaba un resquicio de dignidad en su persona: nadie se había querido casar con ella, pero

ella se quedaba como dueña y señora de su vida.

La vida que se adivinaba dejándole a Lean hacer lo que él diera la gana, sin embargo, la sometía a la
humillación absoluta.

Y, de repente, algo dentro de ella se rebeló.

Cuando tuvo claro lo que tenía que hacer, no tuvo más que recordar cómo su madre había abofeteado a

Daniel Wilson: si ella había podido hacerse respetar, ella también podría.

No sabía lo que el destino le depararía. Lean acababa de decir algo que le había aliviado mucho: que no la

iba a forzar jamás, uno de los miedos que había tenido, pero eso no quería decir que le fuera a hacer la vida fácil:

estaba segura de que había dado pie a una guerra que no tenía ni idea de cómo iba a transcurrir, pero que, estaba

segura, no iba a ser fácil.


Capítulo 22

Cuando Violet consiguió tranquilizarse del todo, cinco minutos después de que Lean abandonara la habitación

de forma intempestiva, él llevaba ya un par de minutos fuera del palacio.

Nada más abandonar la habitación, se había dirigido al pequeño establo que había en el palacio y había cogido

a Thunder, su pura sangre negro, y había salido a cabalgar.

Toda la energía sexual con la que había acudido a la habitación de su esposa se había convertido en furia. Él no era

un hombre agresivo y era cierto lo que le había dicho a Violet: por muy enfadado que estuviera, jamás le haría daño,

ni, por supuesto, la forzaría a tener relaciones sexuales contra su voluntad. Pero sí era un hombre enérgico con

mucho carácter que en ese momento estaba enfadado. Muy enfadado.

En esos casos sólo había una cosa que le calmaba: cabalgar, y eso fue lo que decidió hacer.

Cuando salió del palacio ya era noche cerrada. Hacía mucho frío además, pero no le importó. Al contrario,

aquellas condiciones negativas casaban perfectamente con su estado de ánimo.

Estuvo cabalgando más de dos horas, hasta que notó que su espíritu empezaba a calmarse y su enfado a

disminuir y decidió volver al Palacio.

Y de vuelta ya, bajo la luna llena, con el caballo al trote, mucho más calmado, tuvo una intuición.

Le había molestado muchísimo que Violet tomara aquella decisión que para él era absurda. No estaba

acostumbrado a que le dijeran lo que tenía que hacer y mucho menos que esto fuera algo tan contrario a sus intereses

y sus apetitos, pero también había otra cosa mucho más prosaica que le molestaba: no tenía la menor intención de

mantenerse fiel a Violet, por supuesto, así que en la dicotomía que ella le había planteado, tenía que renunciar a

acostarse con ella. Y eso le estaba dando rabia. Mucha.

Mucha más de la que hubiera creído nunca, ya que, se acababa de dar cuenta, Violet le atraía mucho más de

lo que había imaginado.

Apenas se había fijado en ella el día de la boda, y al día siguiente solo cuando habían intercambiado besos y

caricias en el coche. Esto último le había gustado mucho, pero ahora que sabía que no podía tenerle, era más que

mucho. Era casi insoportable renunciar a tenerlo.

Pero entonces, cuando Thunder enfilaba ya la calle del palacio, como una revelación, vio el camino a seguir.

Lo que Violet le había puesto por delante era una imposición, ella tenía claro que solo había dos caminos,
pero eso no quería decir que él tuviera que aceptarlo igual. De hecho, una tercera posibilidad se le planteó clara.

“¿Quieres guerra?”, se dijo en alto, pero como si estuviera hablando con ella “¡¡Pues la vas a tener!!”

Y no sólo se iba a batir en una batalla con ella, sino que la iba a ganar, ya que tenía un arma terriblemente

poderosa.

Infalible.

Y la carcajada que soltó, ya de buen humor, se escuchó en toda la calle.


Capítulo 23

El día siguiente amaneció con un sol radiante. Aunque ya empezaba a hacer frío, ya que se encontraban al

final del otoño, aquella mañana se había producido una tregua y el ambiente estaba muy agradable.

Lean decidió no desperdiciar el golpe de suerte y le pidió a Rose que organizara el desayuno en el jardín,

pero no donde siempre, en una zona cercana al salón, sino en un extremo del jardín, más alejado del palacio y donde

estaban al abrigo de miradas indiscretas.

—Dile a mi esposa que la espero aquí —le dijo finalmente Lean, cuando ella terminó de preparar todo. Y se

sentó tras la mesa, a desayunar tranquilamente y también a esperar, con una sonrisa en la boca, el inicio del plan que

había diseñado el día anterior.

—Buenos días.

Lean agradeció haber sido puntual, porque Violet se había presentado un cuarto de hora antes que el día

anterior.

Le acababa de saludar de manera formal y Lean se fijó en que su aspecto era igual de formal que su saludo.

Aquel día se había puesto un vestido muy sencillo, tanto que casi parecía vulgar y, sobre todo, tapaba su figura, una

figura que él ya sabía que era mucho más bonita de lo que parecía.

La expresión de su rostro era también seria y formal y la mirada fría.

Estaba claro que no estaba contenta. Y que estaba haciendo un esfuerzo por dárselo a entender.

Lean apreció que bajo sus bonitos ojos color miel se adivinaban unas ojeras incipientes, señal, seguro, de

que no había dormido mucho.

El día anterior se había mostrado muy segura cuando le había presentado a él la disyuntiva entre ella y sus

amantes, pero estaba claro que había sido difícil para ella, y que era un trago difícil también enfrentarse a él al día

siguiente.

Aquel matrimonio de conveniencia no podía haber empezado de manera más abrupta. Y él , al menos,

estaba en su hogar, pero para ella todo era nuevo.


—Buenos días, Violet, y nunca mejor dicho, porque entre el sol , la temperatura tan agradable que tenemos

y tu maravillosa presencia a mi lado, no se puede tener un inicio de día mejor.

Violet dio un ligero bote producto de la sorpresa, justo lo que él había querido provocar con aquel

comentario zalamero.

Él ni se inmutó e hizo como que no se daba cuenta del asombro de ella y acompañó su comentario de una

sonrisa plena y encantadora que, sabía perfectamente, había desarmado hasta entonces a las mujeres más difíciles de

conquistar.

Sin terminar de entender qué estaba ocurriendo, porque era evidente que el Lean que se acababa de

encontrar en la encantadora mesita del jardín nada tenía que ver con el Lean furioso que había abandonado su

habitación intempestivamente la noche anterior, Violet optó por quedarse callada, no contestarle y ponerse a

desayunar sin dirigirle ni siquiera la mirada.

“No te va a servir de nada”, pensó, divertido, Lean , pero sin decirlo en alto.

Y volvió a tomar la palabra, obviando la descortesía de Violet.

—Aunque no tan bonito como lo que se avecina.

Y sin darle a ella tiempo de reaccionar, acercó su silla a la de ella, le levantó la barbilla ligeramente y la

besó.

Se trató de un beso ligero y rápido, un beso en los labios, pero mucho más ingenuo que los que habían

compartido la noche anterior en el coche. Aún así, para Violet fue tan impactante, si no más.

Por un lado, no se lo esperaba, pero, por otro, hizo temblar todos los cimientos de la decisión que había

tomado la noche anterior.

Lean había adivinado la noche de insomnio que había pasado. Al principio se había sentido orgullosa de

cómo había reaccionado ante él: de su determinación y la firmeza con la que se había mostrado. Por primera vez en

su vida, sentía que se había hecho respetar.

Pero todo aquello tenía una lectura negativa para ella. Cuando por fín había conseguido marido, y no solo

eso, sino un marido que le gustaba como ningún hombre le había gustado hasta entonces, ella misma llevaba a aquel

matrimonio al fracaso antes de ser consumado siquiera.

No quería otra cosa que acostarse con Lean , que descubrir qué era el amor físico, pero no lo quería a costa
de perder su dignidad y el respeto por ella misma.

Había pasado toda la noche dando vueltas, durmiendo a ratos, pero despierta la mayor parte del tiempo,

debatiéndose entre lo que sabía que tenía que hacer y lo que su cuerpo le pedía.

Había bajado a desayunar temprano porque llevaba despierta casi toda la noche, pero solo lo había hecho

después de repetir varias veces que había tomado la decisión correcta.

Se había sentido fuerte al ver a Lean , pero, de repente, aquel beso había hecho temblar todo de nuevo.

Los labios cálidos de Lean le habían provocado una nueva corriente de energía dulce. Los había probado por

primera vez solo un día antes, pero aquel beso fugaz le había hecho recordar cómo los añoraba. Cómo los

necesitaba. Lo duro que iba a ser tener a Lean tan cerca y, a la vez, no tenerlo.

—¿Te ha gustado?

Violet, le miró por fín a los ojos a Lean. Había intentado evitarlo a toda costa, en un intento de que él no

adivinara lo que le estaba pasando, pero aquella pregunta, de nuevo con una sonrisa plena y un todo divertido, acabó

por desarmarla del todo.

—¿A qué estás jugando?

La pregunta le salió a Violet sin pensar y sin saber muy bien por qué la había hecho, pero lo que más le

sorprendió fue, precisamente, que había adivinado.

—Sí, efectivamente, he decidido empezar un nuevo juego, muy excitante. Se llama: vendrás a pedirmelo tú.
Capítulo 24

Violet se puso roja como la grana. Había entendido perfectamente lo que Lean había querido decir. Al parecer,

después de la inesperada reacción de ella el día anterior, había decidido pasar él al ataque.

Y lo había hecho atacando precisamente su punto más débil.

Estaba claro que Lean era consciente de su atractivo, llevaría años seduciendo a mujeres, algo que no le

extrañaba a Violet en absoluto, porque ella misma había caído seducida nada más conocerlo.

Lean era consciente de su atractivo y de cómo afectaba a las mujeres, pero, lo peor para ella, se había dado

perfecta cuenta de cómo le afectaba a ella.

Una cosa era lo claro que tenía ella cuáles eran sus condiciones, pero otra muy distinta lo que sus deseos

marcaban.

Y, al parecer, Lean había decidido tentarla para que fuera ella misma quien rompiera el contrato con el que

había querido obligarlo a él.

—Eso no va a ocurrir nunca, te has encontrado, por fín, con la horma de tu zapato.

Esta vez fue Lean el que pegó un ligero bote, había esperado cualquier cosa menos que ella reaccionara de

aquella manera.

Violet le había pasado desapercibida en un primer momento, luego le había parecido, dulce, dócil e

insignificante, pero llevaba desde el día anterior comprobando que no era ninguna de las tres cosas.

Él había planteado una guerra sutil, pero ella acababa de aceptarla por todo lo alto.

Así que no le quedaba más remedio que volver a atacar. Sólo que esta vez, utilizando artillería más pesada.

Sin decirle nada, se levantó de la silla, luego se puso en cuclillas, en un gesto ágil y flexible y, antes de que

ella pudiera hacer nada , le cogió el pie y la descalzó. Después colocó sus dos manos, que eran grandes y cálidas de
forma que el pie quedó envuelto por ellas, y empezó a masajearlo, muy suavemente.

—Los dos somos la horma del zapato del otro —le dijo, mientras la miraba intensamente.

Violet se puso rígida sobre la silla, pero no apartó el pie de las manos de él. Aquellas sensaciones, al igual

que había ocurrido con los besos el día anterior, eran nuevas. Y terriblemente intensas.Y terriblemente placenteras.

Y se sentía incapaz de dejar de sentirlas.

Tan solo tenía que mover el pie, apartarlo un poco. sabía que Lean no la iba a detener, él mismo le había

dicho el día anterior que jamás la iba a forzar, y estaba segura que se había referido a cualquier tipo de caricia, no

sólo a las más íntimas.

Pero no apartó el pie. Al contrario, dejó poco a poco de estar tensa y se fue dejando llevar por las oleadas de

placer que le estaba produciendo Lean con el masaje. Hasta el punto que acabó cerrando los ojos, para que nada le

apartara de las manos de Lean en su pie.

Jamás en la vida hubiera pensado que algo así fuera tan placentero. Lean le recorría la planta del pie con sus

dedos hábiles.

Primero hacía un recorrido lineal, desde la punta de los dedos hasta el talón, luego lo masajeaba en círculos,

primero pequeños y suaves, un poco más amplios e intensos después.

De esa manera, Violet sentía como si todas las tensiones de los últimos días, todas las tensiones de su vida

incluso, se iban deshaciendo, desapareciendo bajo el tratamiento de las manos expertas de Lean .

Y, finalmente, Lean volvía a envolver con mimo y cuidado su pie, que parecía diminuto entre sus manos, y

le aportaba una calidez extrema.

Y entonces, la sensación de alivio y placer se extendía desde ese pie mimado hasta todo su cuerpo. Y la

necesidad de que las manos de Lean lo recorrieran entero, le empezaba a resultar apremiante.

A pesar de que la situación era comprometida, Violet mantenía un hilo de autocontrol y este hilo le decía

que no estaba faltando a su exigencia, que lo que Lean le estaba haciendo no era sexo y, por tanto, podía

abandonarse a aquel placer, que, en el fondo, era bastante ingenuo.

Eso hizo que se relajara aún más y que ocurriera algo no deseado por ella.

Soltó un gemido de placer.

Fue muy bajito, apenas imperceptible, pero si ella lo había oído, Lean también.
Esto último, además, quedó claro, ya que el paró en seco su masaje, aunque no apartó las manos de su pie y

siguió envolviéndolo con calidez.

Fueron apenas unos segundos, en los que ella se debatió entre el pensamiento que le decía que ojalá Lean

volviera a masajear su pie y otro, más responsable, que le decía que debía apartarlo y volver a ponerse digna, que,

aunque ella quisiera pensar que lo que estaba ocurriendo era algo inocente, su gemido podía darle a entender a Lean

que se estaba excitando y, por tanto, que su determinación de mantenerlo alejado de su cama si no se atenía a la

fidelidad que ella le había exigido no era tan fuerte como había querido darle a entender la noche antes.

No tuvo tiempo de tomar una decisión, porque precisamente ocurrió lo que había temido.

Lean, en un gesto rápido y ágil, apartó las manos de su pie y se incorporó. Luego se agachó un momento y,

colocando sus labios sensuales a escasos milímetros de su oído, le susurró:

—¿Ves?, ya me lo estás pidiendo. Y eso que solo te he tocado un pie.

Y tras soltar una carcajada, se fue de allí, dejándola plantada una vez más, con su pie descalzo enfriándose

al aire y su alma encendiéndose, enfadada.

Pero más consigo misma que con él.


Capítulo 25

Lean no podía estar más contento. El plan que había trazado la noche antes, al volver de su cabalgada, no

podía haber empezado mejor.

Siempre había estado muy seguro de su atractivo sensual y de cómo influía en las mujeres que tenía cerca.

Jamás se le había resistido ni una sola mujer a la que había querido seducir y, al contrario, eran unas cuantas a las

que había tenido que rechazar.

Esa seguridad en sí mismo y en el poder de su atractivo había sido lo que le había animado a trazar el plan

del día anterior: en vez de enfadarse con Violet y mostrarse hosco con ella, utilizar su atractivo para hacerle cambiar

de opinión.

Para que, tal y como le había dicho maliciosamente a ella dos veces, fuera ella quien pidiera romper el

ultimátum que ella misma había exigido.

Pero era tan extraño lo que había ocurrido la noche anterior, tan insólita la actitud de Violet, que había

tenido un mínimo punto de inquietud y prevención: igual, por primera vez en su vida, una mujer no iba a reaccionar

como todas, no iba a caer rendida ante sus encantos.

Por suerte, ese pequeño temor no se había cumplido y todo había salido de manera inmejorable. Incluso un

pequeño contacto, aparentemente ingenuo y muy alejado de las partes más sensibles del cuerpo de una mujer, había

tenido un efecto enorme y Violet se había rendido totalmente.

Estaba convencido de que, si hubiera continuado masajeandola, Violet se habría rendido del todo y habría

aceptado tener relaciones sexuales con él allí mismo.

Bueno, aunque esto último era igual un poco exagerado, por eso mismo no se había arriesgado y había

preferido dejarla con las ganas.

Era una forma de vengarse por lo que ella le había hecho la noche anterior y también, por qué no decirlo, de

disfrutar mucho él también.

Porque aquel matrimonio que había comenzado como un mero trámite en el que él no tenía un interés

especial, se acababa de convertir en un divertimento inesperado.

Y excitante, muy excitante.


☙☙☙☙☙☙☙☙

En aquella guerra soterrada que habían empezado a librar ambos, había , tras la primera batalla que les había

enfrentado, un claro vencedor: Lean .

Porque Violet, refugiada en su habitación después de que él la dejara con los sentidos excitados y el alma, una

vez más , humillada, tenía también muy claro que había perdido. Que Lean había jugado con ella, la había excitado

y, después le había dejado con las ganas.

En un primer momento, ya sola en su habitación, se había enfadado consigo misma por su debilidad, pero

desde que había conocido a Lean le ocurría una cosa extraña: no estaba reaccionando como siempre, una nueva

Violet parecía haber cogido el mando de su vida.

Esto le ocurrió esta vez también. El enfado se diluyó de repente y un nuevo camino a seguir se le presentó

claramente. Tenía muy claro que contra él tenía todas las de perder ,pero ¿y si se aliaba con su estrategia? ¿Y si

hacía lo mismo que él o, mejor aún, si le hacía creer que él estaba ganando y le asestaba un golpe final para

demostrarle que la que ganaba era ella?

No iba a ser fácil, pero se sentía capaz de llevar su plan hasta el final.
Capítulo 26

—Buenas noches, Violet, querida esposa. Espero que tus pasos durante el día de hoy hayan sido agradables.

Lean echó una carcajada después de soltar aquella frase melosa, parecida a la frase con la que había

comenzado por la mañana.

Eran las siete de la tarde, después del intercambio de masajes y provocaciones de la mañana Violet no había

vuelto a ver a Lean, ya que él no se había presentado a la hora de comer.

Rose, un poco cohibida, ya que se notaba que sabía que algo extraño estaba ocurriendo, pero no terminaba de

saber qué era lo que ocurría entre su señor y su nueva esposa, le había comunicado, cuando ella se había extrañado

por su ausencia, que Lean no se solía presentar nunca a comer. Normalmente lo hacía en el club de caballeros, lugar

en el que también tenía un despacho para poder trabajar.

Violet agradeció tener margen para ir preparándose para la siguiente batalla que, seguro, se iba a dar entre los

dos en cuanto volvieran a estar juntos, así que cuando llegó la hora de la cena se sintió aún más fuerte que cuando

había tomado su última determinación.

—Sí, así ha sido. Y sigo plena de energía…

Lean la miró de reojo sin poder evitar una expresión un poco reticente. Aquella respuesta encerraba algo que

se le escapaba...Para empezar, no encajaba con la Violet desconcertada que había dejado por la mañana.

Decidió, de todas formas, disimular su asombro y continuó en tono de chanza y provocador.

—Ummmm, entonces la noche puede ser muy larga.

—¡Ni te imaginas cuanto!

Violet había respondido, de nuevo, muy rápido y con un brillo burlón en los ojos que le confirmó a Lean

que algo había estado tramando en su ausencia.

No tenía ni idea de qué se podía tratar, pero decidió no darle más vueltas. Por la mañana ya había comprobado

que Violet era muy fácil de seducir, que era extremadamente sensible a sus caricias, así que continuaría

provocándola de la misma manera...y dejándola con las ganas después, hasta que, tal y como él le había dicho, ella

misma le pidiera terminar.

Fuera lo que fuera lo que ella tuviera en mente, no tenía nada que hacer frente a su estrategia.
—Entonces, has pasado un buen día ¿qué te parece el palacio?

Decidió llevar la conversación a un punto más formal, al menos durante la primera parte de la cena.

—Es maravilloso, Lean , no me podía imaginar un lugar mejor para pasar el resto de mi vida. Y los criados

son discretos y atentos al mismo tiempo: un sueño de lugar.

Violet había utilizado un tono meloso y le había puesto una mirada arrobada que volvió a desconcertar a Lean

Por un momento pensó que sus caricias de la mañana había surtido el efecto deseado mucho antes de lo

previsto y Violet ya había caído totalmente en sus redes y aceptaba acostarse con él sin condiciones draconianas.

Pero enseguida se quitó esa idea de la cabeza, por muy experto seductor que fuera, aquello era demasiado

milagroso, y más teniendo en cuenta la cara fiera que ella le había mostrado la noche antes.

No, estaba claro que allí había gato encerrado. En cualquier caso, decidió seguirle la corriente.

—No sabes cuánto me alegro de que hayas tenido un día tan placentero. Espero que en breve también las

noches lo sean. Mucho más que los días incluso…, ya sabes, no tienes más que pedirlo y tu deseo será concedido…

—Ummm...me lo estoy pensando…

Lean dejó caer caer el tenedor sobre el plato por la sorpresa. ¿Violet acababa de decir que se estaba

replanteando dejar de lado el ultimátum de la noche anterior? No lo había dicho claramente, tan solo había dicho que

se lo estaba pensando, pero eso era casi un sí. Y, por otro lado, no había dicho nada de la obligación que le había

puesto a él de serle fiel.

En cualquier otra situación, Lean habría sido muy cauteloso, porque era evidente que algo extraño estaba

pasando y que era muy difícil que Violet hubiera cambiado de opinión de un día para otro. Tenía que haber una

intención oculta en la actitud de ella. Pero lo cierto es que no fue cauteloso y se dejó llevar por la euforia al querer

creer que esa noche, sí, iba a consumar su matrimonio.

Con Violet, la mujer que empezaba a ocupar demasiado espacio en sus pensamientos.

—Entonces te voy a ayudar a decantarte por lo correcto.

Una vez más, Lean acercó su silla a la de ella y la volvió a besar.

Las veces anteriores ella había tardado en responder al beso, esta vez se unió a él con tanta pasión y deseo

como la que sentía él.

Las dos bocas, abiertas, dejaron que sus lenguas entrasen en el otro, y juguetearan juntas, llenando de placer

el cuerpo del otro.

Fue un beso húmedo e intenso, lleno de fuego y deseo. Un beso descarado, atrevido y sensual.

Y también demasiado íntimo como para intercambiarlo en el comedor donde estaban cenando, con los

criados apareciendo cada poco.


Fue precisamente uno de ellos, con su presencia, quien cortó el beso de raíz.

Violet y Lean oyeron justo a tiempo sus pasos acercándose con el segundo plato y se separaron justo a

tiempo.

Aún así, el hombre tuvo que darse cuenta de la respiración agitada de ambos y de las mejillas sonrosadas de

Violet.

Cuando el criado desapareció de nuevo, Lean tomó la palabra:

—Será mejor que terminemos de cenar rápidamente y busquemos un lugar más discreto para besarnos…, y

acariciarnos.

—Si —la voz de Violet había sonado muy bajo y con mucha timidez, pero había dicho un inequívoco “si”. Era

normal que estuviera turbada, ya que estaba a punto de perder la virginidad.

Lean estaba muy excitado. De repente, el plan que se había trazado para seducir lentamente a Violet ya no

hacía falta. Estaba claro que ella había desistido de pedirle la tontería de la noche anterior.

Seguro que solo había sido producto de los nervios por su primera vez y después de pasar todo el día sola,

había reflexionado y el sentido común había tomado el mando.

Solo de pensar en lo que iba a ocurrir, el pene de Lean se puso duro y enhiesto. Ya estaba preparado, estaba

deseándolo intensamente. Tanto que, tal y como le había dicho un momento antes, se puso a comer rápidamente,

para acabar lo antes posible y poder quedarse a solas con ella.

Entre cucharada y cucharada, Lean observó satisfecho que Violet le había hecho caso y también estaba

comiendo rápido. Seguramente estaría tan deseosa como él.

Acabaron de comer el segundo plato en cinco minutos, y cuando el criado volvió a aparecer para decirles qué

había de postre, Lean le cortó antes de que terminara:

—Hoy no vamos a comer postre, Charles, nos retiramos ya a nuestras habitaciones.

Esperaron apenas a que el criado desapareciera por la puerta para levantarse al unísono y subir las escaleras,

uno pegado al lado del otro, aunque sin tocarse.

La falta de contacto duró tan solo hasta que enfilaron el pasillo que daba a sus habitaciones, que estaba

desierto.

Entonces, como si de una señal que había acordado ambos se tratara, se echaron uno en brazos del otro.

Empezaron retomando el beso que habían dejado en suspenso en el comedor, con más pasión y urgencia

incluso.

Violet sobre todo, desatada, mordisqueaba y saboreaba los labios y la lengua de Lean como si fuera una

fuente de agua fresca en medio del desierto.

Lean trataba de seguir su ritmo, encantado y excitado. Maravillado por la mujercita que le había tocado. No
era insignificante, como había creído en un primer momento, sino una mujer intensa, atractiva y apasionada. Una

mujer maravillosa.

Pero no tenía tiempo de ir asimilando estos pensamientos, porque, aunque iban acercándose poco a poco a la

habitación de ella, el lugar en el que iba a tener lugar su primera noche de amor juntos, Violet iba aumentando las

caricias y los abrazos y él bastante tenía con acoplarse a ella, maravillado y excitado.

En un momento dado, cuando estaban a punto de llegar a la altura de la puerta de la habitación de Violet,

ella dio un salto ágil y se puso en horcajadas sobre él, pasando sus piernas por la cintura de él.

Lean se desconcertó un momento, pero enseguida puso sus manos bajo las nalgas de ella, para sujetarla

bien, para apreciar la forma perfecta y maravillosa del culo de Violet también.

Para que el contacto fuera más intenso, apoyó la espalda de Violet contra la puerta y estuvieron así un buen

rato, besándose y acariciándose, poniéndose cada vez más excitados.

—Quiero entrar.

La voz grave y gutural del Lean cortó el aire con urgencia. La frase tenía un doble sentido tremendamente

excitante, quería entrar en la habitación y también quería entrar dentro de ella.

Violet, cómplice, le miró a los ojos y sonrió mientras, poniendo la mano derecha hacia atrás, abría la puerta de

su habitación.

Entraron besándose de nuevo y Violet aprovechó para bajarse de él . A Lean no le importó, de aquella manera

podía dejar libres sus manos y acariciar los pechos de Violet, algo que llevaba un buen rato deseando.

Ahora bien, antes de hacerlo, no pudo evitar mencionar algo.

Estaba de nuevo en la misma habitación en la que se había sentido humillado el día anterior, no podía callarse

lo contento que estaba de haber acabado con aquella tontería que se le había ocurrido a ella.

Y lo soltó:

—Me alegro de que hayas cambiado de opinión.

Y bajó la cabeza, para volver a besarla, para hacerla suya de una vez.

Pero entonces Violet le paró antes de que llegara a besarla. Fue algo muy sutil, además, sonreía, pero estaba

claro que algo pasaba.

Enseguida lo descubrió.

Violet utilizó su otra mano libre, la puso sobre su hombro y lo empujó.

Y esta vez no lo hizo sutilmente, sino que consiguió sacarlo poco a poco de su habitación.

Y mientras él, ya fuera, le miraba sin terminar de entender qué ocurría, ella soltó:

—No, no lo he hecho.

Y le cerró la puerta en las narices.


Capítulo 27

Esta segunda noche fue Lean quien tuvo insomnio. E irritación, contra Violet, pero también contra él mismo.

De hecho, pasó la primera parte de la noche mortificandose y reprochándose a sí mismo el haber sido tan

ingenuo como para caer en la trampa de Violet.

Visto desde la distancia, era increíble que hubiera caído.

La actitud de Violet había sido completamente absurda e increíble después de lo ocurrido la noche anterior.

No había habido ningún hecho que justificara el cambio de opinión de Violet.

Estaba claro que él se había dejado llevar por el deseo y había anulado completamente su parte racional. Y

claro, había recibido un buen castigo.

Pero hacia las cuatro de la madrugada su mal genio se fue aplacando y empezó a verle el lado divertido a lo

que estaba ocurriendo. Violet era mucho más divertida y desafiante de lo que había supuesto. De hecho, era la mujer

más interesante que había conocido en su vida. Ninguna mujer se había atrevido a hacerle lo que ella le estaba

haciendo: ponerle límites y, después, retarle.

Había conocido mujeres excitantes, bellas, sensuales, apasionadas…, pero ninguna con la fuerza de carácter

suficiente para enfrentarse a él.

Y no solo eso, sino como para ganarle.

Porque eso es lo que acababa de ocurrir esa noche: Violet había jugado con él y había ganado.

Cuando se dio cuenta del juego que Violet había empezado con él, en vez de enfadarse más, se excitó más.

Estaba metido dentro del reto más apasionante de su vida, porque estaba en juego su vida sexual. Y se

enfrentaba a una enemiga digna de él.

Lean , divertido y excitado, soltó una carcajada y después tuvo que masturbarse para bajar la excitación que

había reaparecido sólo pensando en Violet.

☙☙☙☙☙☙☙☙

Violet durmió como un bebé, no sólo por el sueño atrasado después del insomnio de la noche anterior, sino

también por la relajación que le sobrevino después de su victoria sobre Lean.


Aún seguía un poco extrañada con la nueva Violet que había surgido dentro de ella, pero, sobre todo, estaba

encantada. Y se sentía más segura de sí misma y más fuerte que nunca.

Así que se despertó cuando la mañana ya estaba bastante avanzada. Cuando vio la altura del sol, se levantó

como si tuviera un resorte debajo. Quizá ya había pasado la hora de desayunar y aquello no le hacía ninguna gracia,

una cosa era que ella controlara los acontecimientos, como la noche anterior, y otra dejarle a Lean equivocaciones en

bandeja.

Se vistió todo lo rápido que pudo y bajó las escaleras con intención de dirigirse al jardín. Con un poco de

suerte, Lean estaría aún allí. Ella no tendría más que disimular, dando a entender que el retraso era buscado por ella

y luego adaptarse a lo que fuera ocurriendo, porque no tenía ni una duda de que Lean iba a tratar de vengarse de ella

por la humillación de la noche anterior.

Pero en cuanto puso un pie en el piso de abajo, como si la hubiera estado esperando, Rose apareció.

Seguía teniendo la actitud mezcla de amabilidad y desconcierto que mostraba desde que ella le había

conocido. Estaba claro que lo primero, la amabilidad, era una parte permanente de su carácter, y lo segundo, el

desconcierto, provocado por las actitudes extrañas de Lean y ella misma, que nada tenían que ver con lo que se

suponía en un matrimonio en plena luna de miel.

En cualquier caso, Rose también era muy discreta, así que le transmitió la información con absoluta

neutralidad y discreción:

—El señor Conde no está. Hoy ha salido muy temprano, ni siquiera ha desayunado. Y me ha dicho que

tampoco vendrá a comer. ¿Dónde quiere que le sirva el desayuno?

Violet disimuló el asombro y le dijo que allí mismo, en el comedor, sería suficiente.

Cuando se quedó sola llegó a la conclusión de que aquel movimiento de no estar en el desayuno había sido

planeado por Lean para desconcertarla. Seguro.

Ella no iba a ser tan ingenua como él había sido la noche anterior, tenía claro que estaban metidos en una

guerra y que Lean estaría buscando venganza. Al menos había una buena noticia, tendría hasta la hora de la cena

para prepararse para la siguiente batalla.

Pero, a pesar de estar preparada para cualquier imprevisto, Lean la volvió a sorprender.

Nada más acabar de comer, sola, ya que tal y como le había asegurado Rose, Lean no se había presentado,

decidió dirigirse a sus habitaciones a descansar un poco. Pero cuando pasaba por una puerta en la que no se había

fijado los dos días anteriores, esta se abrió, apareció un brazo fuerte y firme y la agarró por la cintura y la introdujo

en la habitación.
Capítulo 28

El brazo era de Lean , por supuesto, nadie más se habría atrevido a tratarla así , y la habitación, lo comprobó

inmediatamente Violert, era la biblioteca del palacio.

Se trataba de una habitación magnífica, enorme, con estanterías de suelo a techo en tres de sus paredes y una

enorme cristalera en la que quedaba libre.

En el centro de la estancia había dos butacones grandes con aspecto de ser muy mullidos, ambos enfocados

hacia la cristalera, para poder recibir de pleno la luz natural y leer mejor, supuso Violet, y también una enorme mesa

de madera maciza en el centro.

Era un lugar cálido y luminoso en el que apetecía quedarse, pero Violet no estaba en ese momento para fijarse

demasiado en ello. Lean , grande y fuerte, seguía sujetándola por la cintura, en un abrazo suave pero firme a la vez,

un abrazo del que ella no se estaba soltando, a pesar de que podría haberlo hecho.

—¿Qué haces?

Mientras su corazón golpeaba con fuerza, solo se le ocurrió esa pregunta con una respuesta evidente, para

intentar desviar un poco la atención del hecho incontrovertible que ella no estaba haciendo nada por separarse de él.

—Continuar donde lo dejamos ayer.

No había tenido tiempo para prepararse, la aparición de Lean a esas horas le había desconcertado

totalmente, así que solo pudo contestarle con una obviedad:

—Creo que quedó claro que no quería continuar.

—No, no quedó nada claro —la voz ronca de Lean erizó la piel de Violet, no por miedo, sino por deseo —

necesito que me lo repitas de nuevo.

Y la besó.

Violet necesitaba mucha fuerza de voluntad para renunciar a los besos de Lean. Necesitaba llevarlo

preparado, y en ese momento no era así. Por eso, en vez de apartarlo de sí y contestarle lo que debía: que claro que
se lo había dejado claro el día anterior, Violet respondió al beso de Lean.

Un beso suave al principio, pero que fue subiendo en intensidad, hasta acabar besándose apasionadamente,

como si tras una travesía en el desierto el otro fuera la fuente de agua fresca que necesitaban.

Violet tenía claro que estaba metiendo la pata, que tenía que cortar aquello ya, pero no podía. No quería.

E hizo un pacto momentáneo con ella misma: se dejaría llevar un rato, necesitaba a Lean , necesitaba su

cuerpo y las sensaciones que le producían, pero al cabo de unos minutos, volvería a cortar, como había hecho el día

anterior.

Nada más decidirlo, apretó aún más el abrazo que le unía a Lean, de modo que sus pechos, terriblemente

sensibilizados, entraron en contacto con el cuerpo de acero de él.

Lean, disfrutando de la victoria momentánea, soltó una risa breve y divertida, pero volvió a coger los labios

de ella entre los de él. Y añadió un gesto nuevo: le dio un azote en el trasero.

—Chica traviesa, te voy a dar tu merecido.

Violet dio un respingo, por la sorpresa, pero también por el placer. Lean no le había hecho daño, el azote

había sido poco más que una caricia suave, y le había encantado.

Y excitado más aún.

Así que, aunque era la primera vez en su vida que hacía algo así, le salió solo, instintivamente, devolverle el

azote a él:

—Chico malo, soy yo quien te va a dar tu merecido.

Y entonces fue como si el último freno que los mantenía separados se diluyera de golpe: ambos se volvieron

locos de deseo y dieron rienda suelta a él, sin cortapisas.

Violet, en un gesto nuevo y descarado, intentó sacar los faldones de la camisa de Lean de sus pantalones.

Era tanta la prisa y la necesidad que tenía de tocar su piel, que Lean , después de reír, divertido, pero muy excitado

también, le ayudó a hacerlo.

En unos segundos, entre los esfuerzos de ella y la ayuda de él, Lean se mostró con el torso descudo ante ella.

Violet se quedó un momento sin respiración. Jamás había visto a un hombre desnudo, pero más de una vez

lo había imaginado y en esos casos siempre había pensado que los cuerpos de los hombres tenían que ser más feos

que los de las mujeres. Siempre había pensado que las redondeces femeninas eran más suaves y delicadas y, por
tanto, más atractivas que las angulaciones masculinas.

Pero en ese momento se estaba dando cuenta de que había estado equivocada. Lean, totalmente vestido era

imponente, pero la parte desnuda que estaba viendo era más imponente aún. De hecho, estaba segura de que era lo

más bello y atractivo que había visto en su vida.

Todos sus músculos se marcaban, perfectos y poderosos, y ella solo quería tocarlos.

Y Lean, como si leyera su mente, cogió sus dos manos con delicadeza y las posó sobre su torso.

Si a la vista le había parecido magnífico, al tacto las sensaciones se multiplicaron. La piel de Lean, cálida y

tibia, envolvía sus músculos duros y bien definidos, Era una mezcla de sensaciones perfectas que despertaron un

hambre inusitada en Violet: hambre por tocarlo y explorarlo más. Hambre del cuerpo de Lean .

Así que empezó a acariciarlo, primero con timidez, pero, en seguida, empujada también por los suspiros de

placer de Lean, con avidez.

Y él se contagió también de la necesidad de ella y comenzó a acariciarle el cuerpo, en su caso sin quitarle la

ropa, pero con la misma avidez.

Sus manos enormes acariciaron la cintura de Violet, su espalda, su culo, lo que hizo que ella pegara un

respingo, y, finalmente, se detuvieron en los montículos de sus pechos.

A Violet nunca le habían tocado en un lugar tan íntimo, pero en vez de sonrojarse y turbarse, lo que le

ocurrió fue que se encendió más y acabó derribando las últimas reticencias que le quedaban.

Fue ella misma, de hecho, quien apartó la tela de la zona alta del vestido para que sus pechos quedaran al

aire y Lean pudiera acariciarlos libremente, como ella estaba haciendo con el pecho de él.

Lean no desperdició la oportunidad, sino que se lanzó a tocarla con deseo renovado, acariciándoselos en

círculos, con cuidado y delicadeza, de forma que ella se creyó morir.

Pero no de dolor, sino de placer.

Era una tortura maravillosa, aumentada porque había una zona de sus pechos que no estaba acariciendo,

precisamente la zona más sensible: sus pezones.

Violet supuso que lo estaba haciendo adrede, que estaba retrasando el momento de tocárselos para aumentar

su deseo de él, para aumentar la agonía de la necesidad no satisfecha.

Acertó, porque en un momento dado, él, después de masajear el pecho izquierdo con lentitud extrema,
acercándose a milímetros del pezón pero sin tocarlo, acercó su boca a la oreja de ella y después de mordisquearsela,
le susurró:

—¡Pídemelo!

Violet se quedó paralizada. Lean acababa de repetir, en imperativo, la palabra con la que él la había retado,

¿si le hacía caso y se lo pedía, eso quería decir que había perdido, que ella aceptaba el plan de matrimonio de él, con

sexo con ella, pero también con amantes?

Estaba tan excitada y tan necesitada de él y de sus caricias, que decidió, en menos de un segundo, que no.

Que no estaban hablando de aquello, que simplemente estaba jugando con su deseo de ser acariciada en los pezones.

Que si se lo pedía, no estaba aceptando nada y que, aunque se lo pidiera, podría parar luego el juego sexual antes de

llegar a la consumación.

Fue, por supuesto, un autoengaño en toda regla, producido por su deseo descontrolado, pero,

milagrosamente, no ocurrió el desastre.

—Sí, tócamelos.

Y Lean hizo lo que ella le había pedido, sin contraprestaciones ni trampas escondidas.

Acercó dos dedos a su pezón izquierdo, aquel que se había quedado más hambriento con las caricias

incompletas, y lo apretó ligeramente, de forma que ella se arqueó completamente, por el placer y soltó un gemido.

Pero aquello solo había sido el principio, porque sin darle tiempo a coger aire, Lean acercó su boca al otro

pezón y lo atrapó entre sus labios. Y empezó a acariciarlo con movimientos circulares que volvieron loca de placer a

Violet.

En ese punto, ninguno de los dos podía controlar ya la fuerza imparable de su deseo. Lean se agachó un

momento y en un gesto ágil, levantó a Violet entre sus brazos y la acercó hacia la gran mesa. Y la posó

delicadamente sobre ella, haciendo que su cabeza, espalda y pies se apoyaran sobre ella, con las rodillas apuntando

hacia arriba.

Luego, con la misma delicadeza, posó sus manos sobre las rodillas y las abrió completamente.

Inmediatamente después, introdujo sus manos bajo las nalgas de ella y en un movimiento rápido la acercó al borde

de la mesa y se pegó él a ella.

En esa postura, Violet, totalmente abierta, notaba el sexo de Lean, duro y poderoso, pegado al centro de su

sexo. Les separaban las ropas que llevaban, pero, aún así, el poder de él, y el inmenso deseo que sentían ambos eran
totalmente palpables.

Mientras, Lean seguía acariciando con sus manos los pechos de ella, que seguían libres en el aire y recibían

las caricias de él con una mezcla de tortura y placer supremo para Violet.

Un placer que le llevaba a pegarse aún más a él y a desear que hubiera más partes de su cuerpo pegadas.

Lean, experto y sabio en las artes del amor, supo leer el estado de Violet, y en un nuevo gesto firme y

seguro, levantó sus faldas e introdujo su mano bajo las enaguas de ella.

Violet hacía un buen rato que había dejado sus reticencias aparcadas, así que aquel gesto no hizo más que

excitarla más. Levantó sus caderas para intentar acoplarse a la mano de él: necesitaba sentirla sobre su sexo.

Y Lean lo hizo, no con la mano entera, sino con uno de sus dedos. Hizo que avanzara hacia el centro del

sexo de ella, hacia el lugar donde estaba el botón de su placer.

Lo encontró húmedo y palpitante. Sabía que Violet estaba excitada, pero la notó más aún de lo que esperaba.

Violet estaba preparada para recibirlo.

Empezó, de todas formas, a acariciarla muy lentamente, para aumentar aún más su excitación y su

preparación.

Con movimientos circulares, fue excitando sus clítoris, haciendo que se volviera loca de placer. Tanto, que

ella misma empezó a moverse, buscando la caricia más intensa y profunda, buscando ella misma su placer.

Entonces, Lean cogió una de sus manos y la posó sobre su miembro viril

Seguía con los pantalones puestos, pero la tela era tan fina, que Violet tenía que sentir perfectamente su

forma, grande, y su dureza.

Era el momento de quitarse más ropa, y Lean supo que era el momento de pasar una frontera más. Una

frontera que ella solo tenía que aceptar.

Con la mirada llena de deseo, la miró y le dijo:

—¿Quieres que me los quite? ¡Pídemelo!

Era la segunda vez en unos minutos que ella escuchaba aquella palabra peligrosa, pero ya no quedaba ni

rastro de las dudas que había tenido la primera vez, la vez anterior había salido bien, no había peligro. Le diría que

sí, que se despojara de los pantalones, aún les quedaban fronteras que traspasar, aún no estaba estaba faltando a su

ultimátum, aún estaba a tiempo de parar todo…, así que tan excitada, tan necesitada de él como estaba, sólo dijo,
con la voz ahogada por el deseo:

—¡Sí, quítatelos!

Pero esta vez Lean no obedeció.

Lo primero que hizo fue sacar la mano del interior de la enagua de ella, dejando de acariciarla y

produciéndole casi dolor por la ausencia de sus caricias.

Lo segundo fue agacharse y colocar sus labios contra su oreja y, muy bajito y con voz cargada de deseo, le

dijo:

—Lo voy a hacer, pero no para ti, sino para la amante que voy a visitar ahora mismo. La mujer a la que le

voy a dar eso que tú tanto necesitas. Cuando cambies de opinión, también habrá para ti.

Y se apartó de ella y la dejó allí, sobre la mesa, con las piernas abiertas.
Capítulo 29

Una nueva noche de insomnio dio paso a un amanecer gris y triste, como ella misma se sentía.

Todas las humillaciones que había vivido hasta entonces, palidecían al lado de la que había recibido de

Lean el día anterior. Después de su marcha intempestiva no lo había vuelto a ver, creía que no había vuelto al

palacio para cenar, pero tampoco había querido comprobarlo. Se había retirado a sus habitaciones aduciendo dolor

de cabeza y no había vuelto a salir.

Rose la había atendido con el mismo cuidado y miradas de preocupación de siempre y había podido, al

menos, lamer sus heridas en soledad.

Pero no podía seguir escondiéndose, aquella mañana tenía que enfrentarse a Lean y reconocer, porque no

quedaba ni una duda, que él había ganado la última batalla. Una batalla que, quizá, era la definitiva.

Bajó después de acicalarse un poco, pero dándose cuenta de que sus ojeras mostraban la terrible noche que

había pasado. No le importó mucho, había decidido ser clara con él.

Aquel día ya hacía frío, así que Rose había dispuesto la mesa del desayuno en el comedor, aunque en la

zona más amplia de la cristalera, de forma que las vistas al jardín seguían siendo fantásticas.

Antes de que él se diera cuenta de su presencia, Violet vio a Lean sentado, leyendo el periódico, como el

primer día en el palacio. Como si nada hubiera ocurrido.

En cuanto llegó a su altura, él dio un ligero bote y la miró. Serio también y, curiosamente, sin rastro del tono

burlón y victorioso que ella había esperado:

—Buenos días, Violet.

—Buenos días, Lean. Tenemos que hablar.

Así, sin preámbulos, ya que, había decidido, el tiempo de los juegos había terminado.

—De acuerdo, tú dirás —contestó él, ahora sí, con un ligero tono de petulancia y superioridad, de victoria.
Violet le miró fijamente y, enseguida, empezó a hablar.

—Ayer me venciste, es cierto, reconozco mi derrota. Al parecer, eso es lo único que te importa, así que sí,

tranquilo, si no llegas a dejarme plantada, como siempre por otro lado, habría continuado hasta terminar, hasta que

me hicieras el amor. Supongo que eso te produce mucha satisfacción y lo que te quiero decir no va a cambiar eso,

pero quiero que lo sepas: Lean, me humillas —Lean la estaba escuchando con atención, serio también, pero no dijo

nada cuando Violet dejó de hablar un momento, así que ella continuó —y no me refiero a lo que ocurrió ayer, al fín

y al cabo, un juego en el que yo también estaba tomando parte. No, me refiero a tu plan de vida. Supongo que para tí

es muy normal tener esposa y tener amantes. Doy por hecho que eso ocurre en la mayor parte de las parejas de

nuestro entorno social, como tú me dijiste, pero dudo de que el planteamiento sea igual al que tú me hiciste. Te

recuerdo que apenas habían pasado veinticuatro horas desde nuestra boda cuando estabas dando rienda suelta a tus

apetitos sexuales con una de tus amantes, y no en cualquier sitio, sino en una recepción a la que había acudido la flor

y nata de la alta sociedad. En un lugar en el que podía encontraros cualquiera que se dirigiera a los baños, como me

ocurrió a mi. Y todo después de dejarme plantada a la vista de todo el mundo, no solo aquel día, sino el día anterior

también, el día de nuestra boda. ¿No te parece que es ensañamiento?

Y después de soltar la alocución, salió de la habitación sin darle tiempo a Lean a responder.

☙☙☙☙☙☙☙☙

Sí, Lean había vencido la batalla final, estaba claro para él también, pero no se sentía, en absoluto, como se

tenía que sentir un ganador. De hecho, se sentían tan mal como Violet y mucho más confundido.

No le había gustado escucharle aquellas palabras a Violet. En el fondo sabía que ella tenía razón: se había

pasado de la raya. Seguía creyendo que las exigencias de ella eran exageradas y absurdas, ya que exceptuando sus

dos amigos del alma, todos los hombres casados de su clase tenían tantas amantes como él, con la aceptación tácita

de sus esposas, pero también veía que había sido demasiado descarado y no le había dado a Violet ni siquiera un

mes de tregua para adaptarse a su nueva situación. Ni un solo día.

Pero aparte de ver que se había excedido y que, visto así, Violet tenía parte de razón, había otro aspecto que

le estaba torturando mucho más.

El día anterior había dejado a Violet sobre la mesa y había salido de la biblioteca con el firme propósito de

desahogar su deseo en otra mujer, tal y como le había dicho a Violet.

Había llegado a la zona del establo donde estaba su caballo con la misma decisión, pero una vez allí, esa

decisión desapareció. Del todo.

Todo empezó cuando tuvo que decidir a cuál de sus numerosas amantes iba a visitar esa noche. Empezó a
hacer un repaso mental de cada una de ellas, y cada vez que una aparecía en su mente, la descartaba. Al principio

esos descartes eran lógicos: si estaban casadas, no podía aparecer en sus hogares sin avisarles previamente

asegurándose de que estaban solas. Pero enseguida fueron apareciendo otras, solteras, siempre dispuestas. Algunas,

incluso, aunque no eran las que más frecuentaba, de pago.

Y a todas les iba poniendo pegas.

Algo que no le había ocurrido jamás.

Al final, después de más de diez minutos con las riendas de Thunder en la mano, decidió volver a dejar el

caballo en su establo y volver a su habitación.

Estaba claro, estaba muy excitado, necesitaba un desahogo sexual, pero no había una sola mujer con la que

le apeteciera hacerlo.

Bueno, en realidad sí había una. La mujer que se le aparecía en la mente cada vez que descartaba otra:

Violet.

Después, en su habitación, había acabado por masturbarse para descargar su excitación sexual. Y, de nuevo,

había sido la cara de Violet, su cuerpo, sus gemidos y suspiros, los que habían llenado su mente.

Finalmente se había dormido, descansado y satisfecho, pero, al mismo tiempo, preocupado.

Y se había despertado con la misma preocupación: lo que le estaba ocurriendo no era normal. Violet había

puesto toda su vida patas arriba, pero lo peor es que lo había hecho sin hacer ruido, sin que aparentemente cambiara

nada. Lo peor era que lo que había cambiado era él y la forma en la que se había relacionado con las mujeres hasta

entonces.

Y aquello no podía ocurrir. Se negaba. Así que tomó la decisión de hablar con ella como había hecho ella

con él: sin jueguecitos y sin rodeos, con los hechos por delante.
Capítulo 30

—¿Puedo pasar? A mi también me gustaría hablar contigo.

Lean se había acercado a la habitación de Violet después de desayunar solo. Había tomado la decisión al

poco de que ella saliera de allí, pero decidió tomárselo con un poco de calma, para darle tiempo a ella a calmarse. Ya

conocía lo suficiente a Violet como para saber que, aunque no lo pareciera, tenía mucho carácter y no le importaba

mostrarlo. Pero esta vez quería que le escuchara. No se podía decir que iba en son de paz, porque lo que iba a decirle

no iba a ser enteramente de su agrado, pero sí iba a mostrarse más razonable y a ceder en algo. Esperaba que fuera

suficiente para convencerla.

Por otro lado, Violet se había quedado tranquila después de decirle a Lean lo que pensaba. Había dado por

supuesto que él respondería de alguna manera, así que no le sorprendió que se presentara poco después en su

habitación. Con intención de hablar. O eso le había dicho.

Ella nunca se había negado a hablar con él, al contrario, era otro su problema. Un problema mucho más

grave que el que le había señalado a Lean. Porque ella estaba deseando acostarse con él, terminar lo que habían

dejado el día anterior a medias, y era ella misma quien lo impedía.

Era una auténtica tortura y la única responsable de estar padeciéndola era ella.

Lo veía en aquel momento, plantado en el medio de su habitación, con una

ropa cómoda, pero exquisita, que le quedaba como un guante, y solo quería volver a fundirse con él, refugiarse entre

sus brazos, alimentarse con sus besos y sus caricias…, pero no podía. No debía

Al menos, pensó, intentando calmar su corazón, que se había acelerado por la presencia de él, lo escucharía:

—Sí, adelante, dime.

Lean se relajó. Las cosas empezaban a ir mejor entre ellos, al menos, empezaban a poder escucharse, sin

ultimátums y desprecios. Y empezó a hablar.

—Hace un momento me has dicho que te he humillado. Y he estado pensando y quiero decirte que tienes
parte de razón: mi comportamiento contigo no ha sido del todo adecuado. He sido poco considerado contigo y no te

he respetado delante de los demás como cualquier esposa se merecería.

Violet relajó sus facciones, pero no dijo nada. No podía en realidad. Era la primera vez que se sentía tenida

en cuenta por parte de Lean y aquello no había hecho más que acrecentar su deseo de pegarse a él, de abrazarlo y

olvidarse de todo lo demás.

Pero también tenía claro que Lean no había terminado de hablar y que, seguramente, las cosas empeorarían.

Como, efectivamente, sucedió:

—Pero, Violet, quiero que comprendas que tú también me has humillado a mi, que, de alguna forma,

tampoco me has respetado.

—¿Que no te he respetado? ¿Que te he humillado?

Violet, asombrada y un poco enfadada, no se pudo quedar callada, pero Lean enseguida le explicó qué había

querido decir:

—Sí, Violet, te estás negando a tener relaciones sexuales conmigo, algo que, como mi esposa, te

corresponde hacer. Yo jamás te forzaré a ello, lo sabes, pero tampoco tienes que obviar que, si esto se llega a saber,

mi nombre quedará enterrado en el ridículo: un hombre a quien su mujer le niega el sexo, ¡dónde se ha visto eso! —

Violet intentó responderle algo, pero Lean la detuvo con un gesto, aún no había terminado —Sí, por supuesto, te

escudas en mi actitud hacia el tema de las amantes. Verás, ya sé que para ti es difícil de entender, pero te aseguro

que en mi círculo, en el círculo de la alta sociedad, es normal que los hombres tengan amantes. Y es normal también

que las esposas lo aceptan tácitamente. Yo estoy dispuesto a aceptar que la forma en que yo te he presentado el tema

y, sobre todo, cómo me he comportado en público, es inadmisible, pero ahora tengo otra cosa que proponerte.

Violet había seguido con mucho interés lo que le había expuesto Lean , así que le animó a continuar. Eso sí,

sin darle a entender que estaba entusiasmada con la idea de escucharle ya que, se temía, lo que le iba a ofrecer no iba

a ser del todo de su gusto:

—Tú dirás…

—Bien, lo que te propongo es que aceptes que llevemos la vida que llevan la mayor parte de nuestro

congéneres de la alta sociedad: que seamos un matrimonio agradable y bien avenido, que tengamos relaciones

sexuales y cuidemos a los hijos que salgan de esas relaciones…, pero también que aceptes que yo, como hombre,

tengo otras necesidade que tu no vas a poder satisfacer.


—No veo la diferencia con lo que me has propuesto desde el...

—Espera —le cortó él y ella calló de nuevo —a cambio, te ofrezco un mes sin amantes. Un mes solo para

los dos. Aquí encerrados, o donde quieras. Un mes de amor sin límites y sin terceras personas. Y después, volver a

la vida normal y aceptar que a veces buscaré otros brazos, pero lo haré desde la más absoluta discreción. Jamás en

público, como el otro día, jamás dejándote plantada, jamás alardeando en público de mis otras relaciones.

Lean se calló. Ya había dicho todo lo que tenía que decir, pero Violet no contestó. Se lo había quedado

mirando, fijamente, pero en silencio. Estuvieron así menos de un minuto, porque Lean enseguida entendió lo que

tenía que hacer:

—No tienes que contestarme ahora, por supuesto. Entiendo que te lo tienes que pensar. No hay prisa,

esperaré tu respuesta sin presiones.

Después se acercó a donde ella, le cogió la mano y le besó en su dorso, en un beso aparentemente inocente,

pero que hizo que toda la piel de ella se erizara por el deseo, luego le hizo una reverencia formal, y salió de la

habitación.
Capítulo 31

Cinco minutos después, Lean continuaba en su habitación recapitulando lo que había ocurrido. Estaba

contento con lo que le había propuesto a Violet y cómo lo había hecho. También con la reacción de ella, que, aunque

no había contestado, había sido atenta: estaba seguro de que le había hecho pensar y se lo iba a replantear.

No tenía todas consigo sobre si acabaría aceptando o no, pero, al menos, ahora las cartas estaban claras

sobre la mesa y ya no habría más malentendidos y “humillaciones”. Lo que decidieran sería con el consentimiento

de ambos.

Secretamente Lean estaba deseando que Violet aceptara, pero no principalmente por su orgullo, sino porque

se moría de deseo de poseerla, de hacerla su mujer de verdad.

Aquella obsesión momentánea le preocupaba un poco, por lo insólito en su vida, pero no quería darle más

vueltas, estaba seguro de que lo único que le ocurría era el deseo que te sobreviene cuando te niegan algo, nada

más. Si ella acababa aceptando su propuesta y se acostaban juntos durante un mes intenso, todo ese deseo se diluiría

y el volvería a ser el hombre seductor al que ninguna mujer se le resistía.

Lo que no imaginaba era lo pronto que iba a descubrir si los acontecimientos se iban a desarrollar de ese

modo, porque en ese momento sonó la puerta y cuando abrió vio a Violet al otro lado, con su pelo suelto largo

cayendo a los lados de sus pechos, una mirada intensa y cálida y tan solo una palabra en los labios:

—Acepto.
Capítulo 32

Lo que siguió a continuación fue maravilloso, no solo para Violet, sino para Lean también.

Él se levantó de la butaca en la que estaba sentado y se dirigió hacia ella en dos zancadas de sus largas

piernas, la cogió con decisión de la cintura y le alzó las piernas y en esa postura, entre sus brazos, la posó sobre su

cama, en una sucesión de los hechos como la del día anterior en la biblioteca, pero sustituyendo ahora la mesa dura

por su mullido colchón y, sobre todo, sabiendo los dos que esta vez no iba a haber trucos ni estrategias, que, por fín,

había llegado el momento de ser uno.

Lean acarició entera a Violet antes de hacerla suya. Admiró su cuerpo pequeño, pero perfecto, un cuerpo

que fue descubriendo poco a poco, quitándole la ropa que lo cubría con delicadeza. Pidiéndole a Violet permiso con

la mirada cada vez que lo hacía.

Luego, Lean la cubrió de besos delicados, como pétalos de flores cayendo sobre su cuerpo desnudo. Besos

suaves como caricias en todos los rincones de su cuerpo. Violet sentía como si le estuvieran acariciando con una

pluma delicada y se iba abandonando a un placer nuevo y maravilloso.

Lean le acarició en el dorso de su mano y sus brazos bien torneados, pero también alrededor de su ombligo

y en el interior de sus muslos, haciendo que la excitación de ella fuera creciendo, y la humedad del interior de su

cuerpo se fuera derramando, hasta estar totalmente empapada y preparada para recibirlo.

Deseosa.

Ansiosa.

Y a pesar de que la virilidad de él era enorme, Violet no tuvo miedo, al contrario. Quería tenerlo dentro de

ella, lo necesitaba.

Lean leyó el deseo intenso en los ojos de ella, un deseo ingenuo y descarado al mismo tiempo: el deseo de

una mujer inocente, pero que no tiene límites a la hora de buscar su placer, y excitado y ansioso también, unió su

mirada a la de ella. Le transmitió también su deseo inmenso y, sin dejar de mirarla, sus dos miradas se hicieron

una.

Mientras sus cuerpos también empezaban a unirse.

Lean tuvo que refrenar su deseo de hundirse en ella, de golpe y con urgencia. Violet era virgen, tenía que ir

con mucho cuidado, lo último que podía ocurrir era lastimarla. Pero su agonía, por ir mucho más despacio de lo que
quería, tuvo su recompensa.

Fue notando cómo la calidez y la humedad de ella iban envolviendo su miembro viril a medida que, poco a

poco, entraba en ella.

Notó como la estrechez de ella le abracaba y apretaba, poco a poco, sacándole un placer enorme. Todo fue

mucho más lento e intenso de lo que había sido nunca y, por eso mismo, descubrió asombrado, mucho más

placentero.

Tanto que sus gemidos y jadeos fueron haciéndose más altos y urgentes.

Necesitaba entrar del todo dentro de ella, necesitaba derramarse ya, para explotar de placer, pero, al mismo

tiempo,su mente le paraba, para ir más despacio, para que ella no sufriera, y ese parón y esa lentitud, acrecentaba su

placer hasta límites increíbles.

Finalmente, el rostro de Violet se crispó un momento, fue apenas un segundo, porque enseguida volvió a

poner la mirada y la expresión de éxtasis que le mostró a Lean que ya no era virgen y que necesitaba llegar al final

tanto como él.

Efectivamente, Violet estaba disfrutando como nunca había creído que se pudiera disfrutar.

El cuerpo sabio de Lean le estaba dando un placer inmenso. Era cierto que su enorme virilidad , intentando

entrar dentro de ella, le produjo durante un segundo una punzada de dolor, pero ella supo que eso significaba que

había dejado de ser virgen y le hizo feliz. Además, inmediatamente después, sentir a Lean, grande y duro, pero

cálido y suave al mismo tiempo, llenándola entera, no hizo más que aumentar su excitación. Una excitación que le

hizo mover las caderas a un ritmo nuevo. Un movimiento que jamás habría imaginado que ella podría producir, pero

que le salía de lo más hondo de sí misma. Un movimiento lento al principio, rápido y frenético después. Un ritmo

que no buscaba más que explotar de placer.

Algo que les sucede a los dos al mismo tiempo, en una experiencia casi mágica y maravillosa a la que el

acompañaron unos gemidos como no se habían oído nunca en el palacio.

☙☙☙☙☙☙☙☙

Aquella primera vez no fue más que el comienzo del conocimiento mutuo y de dar y recibir placer.

Fueron pasando los días para ambos, lentos y placenteros, y Lean no se echó para atrás, demostrando que no

le había mentido a Violet: no se separó de ella en ningún momento. Fue atento y delicado y un amante intenso y

maravilloso.

Se amaban todas las noches, casi hasta el amanecer, cuando caían por fín dormidos, agotados y satisfechos,

pero la espera hasta la siguiente noche se les hacía muy larga y necesitaban amarse de día también. Como aquel día
que, justo después de desayunar, tuvieron que escaparse de las miradas de los criados y se alejaron a una esquina del

jardín, y entre unos setos Lean tomó a Violet por detrás por primera vez, ambos de pie, con las nalgas de Violet al

aire, sintiendo las embestidas de Lean de una manera diferente y terriblemente placentera.

O aquella otra vez que fue ella quien abrió la puerta de la biblioteca de improviso y lo arrastró a él,

devolviéndole lo que él había hecho una vez. Haciéndole sufrir mucho rato, tras acariciar, besar y chupar su pene

enhiesto, pero sin dejarle terminar, en una suerte de venganza por lo que había ocurrido anteriormente en aquella

habitación. Una venganza que terminó cuando ella, exigente y autoritaria, lo sentó a él en uno de los butacones que

había en la estancia, se sentó a horcajadas sobre él y le hizo el amor a su ritmo, lento y rápido según su necesidad,

haciéndose dueña de su placer y dejándole a él a expensas de lo que ella decidiera hacer en cada momento, mientras

lo volvía loco de deseo y placer.

Durante ese mes, el ama de llaves, Rose, cambió la forma de mirarlos y pasó de su preocupación a una

ilusión evidente, se notaba que estaba encantada al ver lo mucho que se querían, porque sí, Lean y Violet, cuando

estaban juntos, destilaban amor, aunque ni uno de los dos le hubiera dicho al otro que le quería.

Aún.

Pero aquel acuerdo para amarse sin cortapisas y sin terceras personas tenía fecha de caducidad y aunque

Lean, seguramente por delicadeza, no se lo mencionaba nunca, Violet no podía quitárselo de la cabeza.

Y así llegó la última noche antes de cumplir el mes. La última vez que ella iba a ser la “única”. Una noche

que fue aún más maravillosa que las veintinueve noches anteriores, pero que terminó y que dio paso a una nueva

mañana en la que Lean tardó en despertarse.

Y cuando lo hizo se dio cuenta de que Violet no estaba y en su lugar había una nota junto a la almohada que

ella había ocupado unas horas antes:

Lean , hoy acaba el plazo que me diste para ser tu única mujer. Durante este mes me has hecho feliz y creo

que yo a ti también. Pero te conozco y sé que no vas a cambiar de opinión.

Quiero creer que tú también me conoces y, por eso, vas a entender mi decisión, aunque no la compartas: me

voy, te dejo, vuelvo a Irlanda.

Te quiero demasiado para compartirte con nadie. No lo podría soportar.

No vamos a ser el único matrimonio de la nobleza separado, así que espero que no haya un gran escándalo.

Tampoco te preocupes por mí, puedo vivir de manera muy frugal. Decide tú qué hacer con nuestro matrimonio, yo

no necesito el divorcio, porque jamás voy a querer a nadie que no seas tú, pero si lo necesitas, pídemelo.

Sé feliz,

Violet.
Capítulo 33

—Bien, por hoy se han terminado las partidas entre amigos, vuelvo a los brazos de Kira, mi mujercita, el

mejor lugar del mundo para mí. Y tú deberías hacer lo mismo.

Quien había hablado era Robert McIntyre, Marqués de Riverdale y uno de los dos mejores amigos de Lean , y

la última frase se la había dirigido a él, para empezar, porque llevaban un rato los dos solos, ya que Daniel Wilson,

el otro amigo de aquella tríada inseparable, había salido hacía más de media hora del club, con la misma excusa que

acababa de poner Robert. Con la misma que ambos utilizaban cada vez que se reunían los tres cuando querían

marcharse. Una excusa que a Lean siempre le había exasperado , pero que últimamente le ponía muy triste. Aunque

se negara a reconocerselo a sí mismo.

—Sois una panda de aburridos. Y sabes perfectamente que Violet está en Irlanda.

—Y tú sabes perfectamente que estar entre los brazos de la mujer amada es cualquier cosa menos aburrido. Y

que la excusa de la distancia no sirve.

Contraatacó Robert antes de soltar una carcajada , darle un golpe amistoso en el brazo y salir del club de

caballeros “rumbo a Kira”, como el gustaba decir.

Lean se quedó solo, como le ocurría siempre y volvió a rumiar sobre su desgracia.

Habían pasado dos meses desde que Violet se había ido a Irlanda y no había pasado un solo día, una sola

hora, en la que no hubiera pensado en ella. La echaba enormemente de menos y, lo peor de todo, en esos dos meses

no había vuelto a tener relaciones sexuales con nadie.

No podía ni imaginar acostarse con otra.

No quería.

Pero tampoco le perdonaba lo que le había hecho.

Le había abandonado sin darle una oportunidad. Era cierto que él le había dado un plazo de un mes, pero

también era cierto que aquel mes le había cambiado y que si ella le hubiera preguntado, quizá, se habrían rendido a

lo que ella quería.

Pero no le había dado opción y le había abandonado a la vista de todo el mundo.

Y él era tan cabezota y orgulloso como ella y no iba a claudicar. Jamás. Esperaría a recuperar el deseo
sexual por otras mujeres y acabaría olvidándola. Seguro.

Por mucho que sus amigos insitieran en que había contraído la misma “enfermedad” que ellos: el

enamoramiento. Por mucho que deseara cruzar los siete mares para volver a tenerla entre sus brazos.
Capítulo 34

Violet llevaba más de cuatro meses viviendo en la casita de sus padres en su Irlanda natal. Su madre se había

ofrecido a acompañarla, pero ella se había negado: era una mujer casada, aunque separada, y ya era hora de ser

independiente y conducir su vida sin la tutela de nadie.

Y no había sido mala idea, de hecho, quitando aquello que le entristecía todos los días, podía decir que estaba

llevando, por fín, la vida que siempre había querido.

Ya no se tenía que afanar en satisfacer a los demás, era ella quien decidía qué hacer y cómo.

Pero claro, entre esas decisiones, la más importante era la que le estaba haciendo sufrir.

Al principio se había sentido orgullosa de sí misma , por su firmeza y valentía. Pero ese orgullo le había

servido tan solo para sobrellevar el viaje en barco a Irlanda de la mejor manera posible, una vez en su isla natal, la

nostalgia por Lean se le hizo presente y durante esos cuatro meses no había hecho más que aumentar.

No disminuir, sino aumentar.

hasta el punto que empezaba a pensar que se había equivocado y que tenía que dar marcha atrás.

Internamente sabía que su decisión era la correcta, que no podía compartir a Lean con otras, que lo amaba

demasiado para eso, pero el dolor de su ausencia, la necesidad de sus besos, sus abrazos, sus gemidos y sus caricias

le estaba haciendo replantearse coger un barco de vuelta.

No lo había hecho porque daba por hecho que él ya la había olvidado. Eso si alguna vez la había apreciado

de verdad.

Durante aquellos cuatro meses no había recibido nada de él, aparte de la asignación mensual, mucho más

generosa de lo que ella habría necesitado.

Pero ni una letra, ni una palabra, nada que mostrara que la echaba de menos, que sentía algo por ella.

Era cierto que ella tampoco le había escrito a él, pero estaba convencida de que en el caso de Lean era por

indiferencia, no por orgullo como en su caso.

Hasta que un día recibió una nota. Con remite del palacio y con una letra elegante que, recordó, era la de

Lean .
Tuvo que sentarse en un banco cercano cuando recogió la carta del buzón, ya que las piernas le empezaron a

temblar. De emoción, pero también de miedo.

Lean le había escrito una carta, pero eso no quería decir que fuera algo bueno. Podía ser, perfectamente, una

petición de divorcio. O una ristra de reproches y exigencias.

Cualquier cosa horrible menos lo que ella deseaba. Lo que necesitaba.

Se mantuvo un buen rato con la carta en la mano, ya de pie, pero sin moverse de la zona del exterior de su

casita, al lado del buzón. Y, finalmente, decidió ser valiente y abrirla.

El sonido del sobre al rasgarse le sonó como una mezcla de promesa y miedo.

La carta era muy escueta, más que la que ella le había dejado a él al marchar.

Aquello no podía querer decir nada bueno, pero tenía que leerla ya.

Y empezó a hacerlo y, tras leer la primera frase se dio cuenta de que se trataba, como había temido, de

reproches. Aún así, continuó:

Violet, decías que yo te humillaba y te dejaba plantada, pero al final me lo has hecho tú a mí, de forma

mucho más escandalosa de lo que lo hice yo, por cierto.

Por otro lado, a ti te gustaba darme órdenes y ultimátums. Siguiendo el ejemplo anterior y en justa

reciprocidad, ahora me toca a mi devolvértelo.

Además, voy a ser generoso contigo y me voy a conformar con una orden y así estaremos en paz.

Van a ser , además, tan solo tres palabras:

¡Date la vuelta!

Violet leyó la carta tres veces sin entender su final, ¿qué era aquello? ¿que se diera la vuelta?, ¿dónde?, ¿por

qué?

Había esperado reproches, una petición fría de divorcio o, un sueño: que le pidiera perdón y le declarara su

amor. Las dos últimas opciones no aparecían en la carta, pero la primera exactamente tampoco.

Violet estaba ofuscada y confundida y eso le impedía ver lo evidente: que tenía que hacer lo que Lean le

decía en la carta para comprobar su significado.

Pero cuando terminó de leerla por cuarta vez un rayo de comprensión le atravesó. No precisamente por lo

que aparecía escrito, sino por una característica que le había pasado desapercibida en un primer momento: la carta

no estaba sellada.
Sólo había una manera de que aquella carta hubiera llegado a su buzón: alguien la había depositado allí sin

pasar por ninguna oficina de correos.

Y lentamente, empezando a adivinar lo que ocurría y con el corazón a mil, obedeció a la orden y se dio la

vuelta.
Capítulo 35

—¡Mira que eres cabezota y dura de roer!, ¡lo que te ha costado obedecerme!

Lean, imponente y guapísimo, estaba a apenas dos metros de ella, mirándola a los ojos con más amor que el

que ella hubiera creído que pudiera existir.

Violet, incapaz de moverse, solo fue capaz de decir, en un murmullo casi, “Lean”, antes de que él continuara

hablando.

—Te ha costado darte la vuelta casi tanto como a mí darme cuenta de que he sido un idiota. Amor mío,

única mujer de mi vida, perdóname y ven a mis brazos, para no separarnos nunca más

Terminó él, antes de que ambos se fundieran en un abrazo inmenso y comenzaran, por fín, a vivir la vida

para la que estaban predestinados.

FIN
Querida lectora, deseo que te haya gustado la historia de Lean y Violet.

Ya hay dos novelas de esta saga “Solteronas” publicada: “Un marqués para una

solterona” y “Un Duque para una solterona” y está en preventa la cuarta: “Un príncipe

para una solterona”.

Anteriormente publiqué otra saga de novelas románticas de época: “Los

Cornwall”: “No necesito un vizconde“ , “Mi fiera favorita”, “Matrimonio impuesto”,

“Mi Duque odiado” y “El Duque canalla”.

También tengo en marcha una nueva saga “Las Arlington”, cuyos primeros

cuatro libros ya están publicados “Duelo de seducción” , “Una dama muy curiosa”, “Un

marqués y muchos fantasmas” y “La hija del Duque”.

Si te gustan las historias contemporáneas, puedes leer también otras novelas

mías: “¡No te soporto, vecino!” y “Un conde del siglo XXI” (primera de una bilogía).

El resto de mis novedades irán saliendo publicadas en mi página personal de

Amazon.

Olympia ❦

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