Olga Salar - Serie Nobles 03 - Un Vizconde para Mi PDF

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Un vizconde para mí

Serie Nobles nº3


Un vizconde para mí.
© Olga Salar.
Primera edición 2018
Fotografía de portada: Alicia Vivancos. Istock Photo.

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción,


distribución, comunicación pública o transformación de la obra, solo podrá
realizarse con la autorización expresa de los titulares del copyright.
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Epílogo
Próximamente…
Sobre Olga Salar
Otras obras de la autora
Prólogo

«Estoy segura de que Julia ya te habrá escrito para contarte la buena


nueva, pero yo no he podido resistirme a hacerlo también, porque estoy muy
feliz por ella. Lord Mountford está completamente enamorado. Ojalá yo
tenga tanta suerte, pero de momento no hay ningún caballero con el que
planee casarme y, antes de que lo menciones, te responderé que Sebastian ya
no está en mi lista de candidatos a mi mano.
Lo que me recuerda que es posible que en muy poco tiempo vuelva a
escribirte para contarte que Alice Alvanley se ha comprometido con el
vizconde Edgehill. Al menos ella parece decidida a cazarlo.»

Carta de Lady Victoria Warwick a Lady Caroline Whinthrope.

Caroline leyó por segunda vez la carta que su mejor amiga le había
enviado desde Londres, antes de asimilar lo que acababa de descubrir.
¿Podría ser cierto que Phillip estuviera cortejando a una dama en su ausencia?
Y no a una dama anónima cualquiera sino a Lady Alice Alvanley, su peor

pesadilla desde que conoció a Martin en un baile de sociedad y entabló


amistad con él.
Desde ese instante, Lady Alice le había tomado tal ojeriza que tuvo
que aprender a evitar a Martin para huir de su animadversión. Hasta cierto
punto le pareció lógico que sintiera un poco de celos por su hermano, ya que
ella y Martin se pasaban largos minutos hablando de casi todo. El vizconde
no era como los caballeros de su edad; era amable, desinteresado y capaz de
conversar sobre cosas más interesantes que de lo aburrida que estaba siendo
la temporada, el tiempo o el calor que hacía para un mes de abril.

Caroline estaba segura de que, de no haber estado ya en ese entonces


enamorada de Phillip, podría haber caído rendida ante Martin. Quizás era eso
lo que preocupaba a Alice, que su hermano se enamorara y perdiera por
completo su atención.

Inconscientemente comenzó a darle vueltas al anillo que llevaba en su


mano izquierda. Tan solo se permitía usarlo cuando estaba a solas.
Cualquiera que se hubiera fijado en el llamativo diamante de corte princesa
rodeado de diamantes más pequeños se habría dado cuenta de lo que
significaba, aunque hubiese tratado de ocultarlo usándolo en otro dedo
distinto.
Por ese motivo el resto del tiempo lo llevaba oculto bajo sus ropas,
colgado del cuello en una cadena.

Suspiró y alzó la mano hasta sus ojos para admirarlo, como hacía cada
día desde que Phillip se lo diera.
Una parte de ella se negaba a creer que él hiciera algo así, pero otra
parte, más pesimista, heredada de su hermano el marqués de Hawkscliffe,
estaba dispuesta a creer que su prometido podría haberse cansado de
esperarla y que estaba mandándole un mensaje en la distancia.
Antes de detenerse a pensarlo con más calma se puso en pie y
abandonó el jardín, en el que estaba desayunando, de la villa de Florencia que
Lucius había alquilado para ellas y buscó a su tía para anunciarle la buena

nueva: regresaban a casa en el primer barco que se dirigiera a Inglaterra.


Si Phillip había decidido dejarla iba a tener que decírselo en persona.
Capítulo 1

La tía Felicity estaba encantada ante la idea de regresar a Londres. En


menos de lo que Caroline hubiese esperado, dado lo mucho que se quejaba
normalmente cada vez que tenía que encargarse de algún asunto, había
ordenado a los sirvientes que preparasen los baúles y recogieran los útiles de

pintura de su sobrina, decidida a marcharse cuanto antes.


Incluso había escrito a Paolo Gide, el administrador designado por el
marqués, para que reservara un camarote para ellas en el Poseidón, el barco
que salía en una semana con destino a Inglaterra.
Era como si el saber que volvían a casa le hubiese dado las fuerzas que
necesitaba para reaccionar. Aun así, su compañía había sido una bendición
para Caroline. De no ser por ella, en infinidad de ocasiones se hubiese visto
arrastrada por la melancolía y el desánimo.

Tras la muerte de sus padres, en un viaje en barco por las islas


griegas, Lucius había cambiado su forma de ser. Las responsabilidades
unidas al título que acababa de heredar demasiado pronto, y el compromiso
de hacerse cargo de su hermana menor, lo habían convertido una persona
seria y meditabunda.
Alejándose de la persona que había sido en su juventud.
Todo ello, unido al temor que le daban los viajes en barco, hizo que se
opusiera a que su hermana visitara Italia o a que hiciera cualquier cosa que él
considerase peligrosa para ella, y la lista era bastante extensa.

Caroline comprendía que tuviera miedo a que su única hermana


viajara en barco, dado el trágico final de sus progenitores, no obstante, ella no
tenía por qué sufrir el mismo destino que sus padres. Durante años trató de
persuadirlo para que accediera al viaje que tanto anhelaba, pero todo fue en

vano. Hasta el día en que cumplió veintidós años, exactamente el mismo día
en el que Phillip se le declaró y puso el diamante en su dedo.
Caroline se vio obligada a dejar de lado uno de los dos sueños que
habían dirigido su vida durante años: casarse con el vizconde, del que se
enamoró la primera vez que su hermano lo llevó a casa, o viajar a Florencia
para aprender las técnicas de pintura que tanto deseaba dominar.
Su afán por complacer a Lucius ganó la batalla a todo lo demás. Su
interés por la pintura quedó eclipsado por su compromiso con el hombre al

que amaba y, su amor por su hermano determinó su viaje.


Después de todo lo que había hecho para que Lucius cediera, no podía
simplemente decirle que ya no le interesaba viajar. Su hermano había
comenzado a curarse, a abrirse de nuevo al mundo y el primer paso había
sido acceder a sus súplicas. No podía echarse atrás sin más. Hacerlo podía
afectar a Lucius y no estaba dispuesta a arriesgarse.
Phillip pareció comprender sus escrúpulos y aceptó aplazar el anuncio
de su compromiso. Se había pasado años rogándole a su hermano que le
permitiera visitar Italia y, justo cuando se le concedía el deseo, tenía que

dejar de lado aquello que la hacía más feliz.


Más por él que por ella misma, se embarcó en los preparativos. Que
Lucius hubiera cedido era algo bueno para él, parecía que se había liberado
un poco de la carga emocional que había supuesto el accidente que acabó con

la vida de sus padres. Y Caroline no estaba dispuesta a preocuparle con nada


que pudiera empañar su ánimo.
Su hermano apreciaba enormemente a su prometido, de hecho, era
uno de sus mejores amigos, pero eso podía cambiar en cuanto supiera cuales
eran sus intenciones con su hermana pequeña, por muy nobles que estás
fueran.
Durante su ausencia Phillip se haría cargo de la situación, con
delicadeza le haría saber a su hermano sobre sus intenciones. Al menos, esa

había sido la idea inicial, no obstante, tras la carta de Victoria no estaba tan
segura de que hubiera cumplido con su parte.
Capítulo 2

«Regreso a casa. Es probable que llegue antes incluso que esta misiva,
y si es así y no puedo explicártelo todo antes, quiero que sepas que eres la
mejor amiga que he tenido nunca, y que espero que seas capaz de
perdonarme por ocultarte la verdad. Pero no deseo contártelo de este modo.
Lo haré cuando estemos frente a frente y pueda abrazarte como deseo y
mereces.»

Carta de Lady Caroline Whinthrope a Lady Victoria Warwick.

Tal y como había esperado Caroline, en cuanto bajó del barco en el


puerto de Dover, su hermano estaba allí, esperándola.
Habían pasado cuatro meses desde que se vieron por última vez. Y a
pesar de que solo llevaba dos horas en su compañía Caroline había percibido
un sutil cambio en Lucius. Y aunque lo había intentado, no podía concretar
qué había cambiado en su hermano, quizás que su semblante estaba más

relajado, que sonreía mucho más de lo que ella recordaba; o tal vez se debiera
a que desde que la había abrazado al desembarcar y se había hecho cargo de
todo, con la misma eficiencia de siempre, no había dejado de hablar. En
apenas media hora la había puesto al día de todo lo que había sucedido entre
la alta sociedad en su ausencia, lo que aumentaba sus cavilaciones ya que no
estaba acostumbrada a que su hermano compartiera chismes con ella.
La charla frívola era una cualidad que no se encontraba entre las
virtudes de Lucius, quien siempre había sido de las personas que preferían

escuchar y que, por ello, cuando emitían algún juicio, sus opiniones eran
tenidas en cuenta y respetadas.
—¿Sabe alguien que estoy aquí? —preguntó cuando dejaron a su tía
en la sala privada de la posada con una taza de té humeante frente a ella.

A pesar de que Caroline estaba deseosa de regresar a Londres, la tía


Felicity se había empeñado en tomarse un tiempo para aclimatarse al frío de
Inglaterra. Con el fin de estar solos los dos hermanos la habían dejado allí
tras decidir dar un paseo para estirar las piernas.
—No, salí de Londres tan pronto como Paolo me escribió para
decirme que en lugar de en el Poseidón habías embarcado en el Neptuno.
Caroline sonrió y Lucius supo que estaba tramando algo.
—Si no tienes inconveniente me gustaría que siguiera siendo así.

Necesito un par de días para aclimatarme de nuevo a Londres y no deseo


visitas.
—Por supuesto —y añadió con una sonrisa traviesa—, ¿estás segura
de que no deseas un té caliente y un sillón junto al de la tía Felicity?
Caroline le ofreció una falsa mirada fulminante.
—Estoy bien. Gracias por tan amable ofrecimiento.
—Lo que necesites.
Ella se pegó más a su hermano en un gesto posesivo. Lo había echado
mucho de menos. A parte de su tía, no tenía a nadie más que a él. Durante un

tiempo había creído que también tenía a Phillip, pero ya no estaba tan segura
de que su prometido siguiera sintiendo lo mismo.
—Lucius, volviendo a lo de antes, tampoco se lo puedes decir a tus
amigos.

—No se lo diré a nadie si es eso lo que deseas.


Caroline asintió con una sonrisa.
—¿Supongo que asistirás a la boda de Victoria y Sebastian? —
preguntó con curiosidad.
Su hermana se había vuelto loca de contenta cuando le había contado
la buena nueva. Era una pena que las cartas de Victoria se hubieran cruzado
con ella, porque conocer la noticia de sus propios labios le habría hecho
mucha más ilusión.

—Por supuesto. Mañana mismo le enviaré una nota a Torie para que
sepa que estoy aquí.
—Entonces el secreto de tu regreso es para todos los demás.
Caroline sonrió.
—Exactamente.
Capítulo 3

«Querida, Caro, sé que acordamos que estarías en Florencia seis


meses y que yo seguiría en Londres, esperando tu regreso, pero necesito
verte. No soporto más esta separación. Si tú me lo permites, puedo estar allí
en un par de semanas, solo di que tú también deseas verme y me haré cargo
de todo al instante».

Fragmento de una carta de Lord Phillip Carroway, Vizconde de


Edgehill a Lady Caroline Whinthrope.

Se sentía bien por estar de nuevo en casa. Si no hubiese sido por la


preocupación que arrastraba habría sido una de las mejores sensaciones que
Caroline hubiera experimentado nunca. Su cama era más mullida que
ninguna en las que hubiera dormido antes, la comida de su cocinera era más
deliciosa y, no había duda, que el clima de Inglaterra le sentaba mucho mejor
a su cutis que el húmedo calor italiano.

Con el tacto del que siempre había hecho gala, Lucius no preguntó
sobre los motivos que la habían llevado a un regreso anticipado, y aunque
Caroline sabía que le debía una explicación, decidió que se iba a tomar un par
de días antes de ofrecérsela a su hermano.
Centrada en lo que realmente le preocupaba escribió una nota para
Lady Victoria, en la que la informaba de su regreso y la invitaba a visitarla,
no sin avisarle de que debía tomar las precauciones necesarias para que nadie
supiera de su regreso.

«Resultaba difícil estar en la misma ciudad que Phillip y no verle»,


pensó Caroline.
Durante años había sido su amigo. El único de los íntimos de Lucius

que la trataba como algo más que la hermana pequeña del marqués.
Secretamente Caroline había soñado con algo más, pero nunca creyó
que Phillip llegara a amarla del modo que ella deseaba. Entonces fue
presentada en sociedad y la actitud de él cambió durante los dos años
siguientes.
Parecía empeñarse en competir con sus pretendientes por conseguir su
atención. Incluso Lucius, ajeno a todo, bromeaba con que su amigo era
mucho más vigilante y protector con Caroline que él mismo.

Y justo cuando ella estaba comenzando a tener esperanzas,


rechazando todas las peticiones que se hicieron por su mano, Phillip la besó y
ella sintió que tocaba el cielo con los dedos.
El problema fue su reacción posterior, la evitó durante semanas, como
si pretendiera hacerle saber lo mucho que se arrepentía de haberla besado.
Por todo ello, en un arranque de rabia, Caroline le confesó a su
hermano que estaba planteándose seriamente aceptar la petición de
matrimonio que le había hecho Lord Dare, sabedora de que Lucius lo
comentaría con sus amigos más íntimos, entre los que se encontraba Phillip.

Tras su falsa confesión todo se precipitó, Phillip le confesó lo que sentía por
ella y se comprometieron.
Estaban a punto de anunciarlo, cuando Lucius le regaló el viaje de sus
sueños y, aunque estos hubieran cambiado, la lealtad que le debía a su

hermano la obligó a aceptar el regalo y dejar atrás al hombre al que había


amado siempre.

Salió de su ensimismamiento cuando Dawkins carraspeó frente a ella.


Caroline alzó la cabeza para responder y vio a Victoria detrás del
mayordomo.
No fue necesario nada más. De un salto poco femenino se puso en pie
y corrió a abrazar a su amiga, que reía y lloraba igual que ella.
Capítulo 4

«Parece ser que cierta incomparable está ultimando los detalles para la
otra boda del año en la misma familia. ¿Tomarán ejemplo de sus amigos Lord
P y Lord L? No hay duda de que, si el milagro se produce, esta temporada
quedará grabada para siempre en la historia».

Revista Secretos de sociedad.

Tras diez minutos de charla, Caroline se dio cuenta de dos cosas: la


primera fue que su amiga estaba profundamente enamorada de su prometido,
cosa que ya sabía. Lo que le sorprendió fue que él sintiera el amor con esa
misma intensidad por ella, dado el carácter voluble del que Sebastian siempre
había hecho gala; la segunda cosa que descubrió fue que el amor le sentaba
estupendamente a Victoria.
Estaba radiante, por dentro y por fuera y, a pesar de sus propias

circunstancias, debía de reconocer que ese optimismo era contagioso.


—Pero ya es suficiente de hablar de mí. ¡Cuéntame! ¿Por qué has
regresado antes de tiempo? ¿Está tu tía bien de salud? —preguntó,
visiblemente preocupada.
Caroline tomó aire con lentitud y alargó las manos para coger las de
su mejor amiga entre las suyas.
—Hay algo que debo contarte. Cuando lo haga te pediré perdón y tú
decidirás si me lo concedes o no.
—Me estás asustando, Caro. ¿Qué sucede?

—Hay algo que no te he contado. No se lo he dicho a nadie y, aunque


lo que voy a decir puede sonar a excusa, te prometo que es totalmente cierto.
No te lo conté porque si lo hubiera hecho no habría tenido las fuerzas
necesarias para marcharme. Decírtelo a ti le habría dado realidad a algo que

necesitaba que se quedara como en un sueño por unos meses más.


—¿De qué estás hablando?
—Estoy prometida.
Victoria parpadeó varias veces, la miró con intensidad y, después, con
lentitud, fue estirando los labios hasta convertirlos en una sonrisa radiante.
—¡Eso es maravilloso, Caro!
—¿No te importa que te lo haya ocultado? ¿Y no vas a preguntarme
con quién?

Ella negó con la cabeza.


—Entiendo que me lo ocultaras y no es necesario que te pregunte
porque ya sé de quién se trata. —Tardó un segundo en comprender la
gravedad de la situación, pero cuando lo hizo abrió los ojos
desmesuradamente y exclamó— ¡oh, Dios mío! Estás de vuelta por mi culpa
—adivinó.
—No fue tu culpa sino la de Phillip.
—Creía que ya no sentías nada por él. De haberlo sabido no te habría
escrito con el chisme. De un día para otro dejaste de hablar de él. Y yo

supuse…
—No fue tu culpa, Torie.
—Tampoco fue culpa de él, Caro. No tienes que preocuparte por
nada. Fue una de las locuras de Alice. No tuvo mayor importancia.

—Por favor, explícate.


Su amiga la miró con los ojos entrecerrados.
—No lo haré hasta que no me cuentes hasta el último detalle de tu
compromiso. ¿Cómo se te declaró? ¿Cuándo?
—De acuerdo —accedió y sonrió al recordarlo—, fue precioso, Torie.
Durante el siguiente cuarto de hora Caroline puso al tanto a Victoria
de todo lo que había sucedido entre ella y Phillip.
De cómo este se había decidido a hablar de sus sentimientos cuando

le había hecho creer que estaba a punto de aceptar la mano de otro


pretendiente.
—¿Celos? —Rio Victoria—, eso fue muy ingenioso. ¿Cómo sabías
que él reaccionaría?
—No lo sabía —confesó Caroline.
Siguieron hablando del tema hasta que la anfitriona le habló de sus
planes más inmediatos.
—No deseo que nadie sepa que he regresado hasta el día de tu boda.
No obstante, después de lo que me has contado, no voy a pedirte que se lo

ocultes a Sebastian.
—Gracias. Puede parecer una tontería, pero no deseo comenzar mi
matrimonio mintiendo, aunque sea por omisión.
Caroline le cogió la mano y la apretó con afecto.

—Lo entiendo. Ahora cuéntame por qué Lady Alice trató de pescar a
mi prometido.
Notó que los ojos de Victoria se encendieron con una sonrisa.
—¡Oh, Caro!, Alice es tan divertida, tan directa y original —se
detuvo para explicarse—, puede que no sea original en el sentido que la
sociedad le da a la palabra, pero créeme que lo es. Es una persona
maravillosa.
—¿Debería estar celosa de tu amistad con ella? ¿O solo debo estarlo

por su interés en Phillip? —inquirió, tratando de esconder su malestar.


—No tendrías que estar celosa en ningún caso. A Alice no le interesa
Phillip, al menos no más de lo que le interesan el resto de caballeros solteros
de Londres.
Caroline arrugó el ceño.
—Torie, me estás confundiendo.
La aludida suspiró, resignada a hablar más de la cuenta. Si pretendía
tranquilizar a Caroline iba a tener que traicionar la confianza que Alice había
depositado en ella, pero no tenía ninguna duda de que hacerlo iba a ser

beneficioso para ambas: Caroline comprendería los actos de Alice,


acercándola a ella y borrando su animadversión; y Alice contaría con una
nueva amiga que la comprendería y la arroparía, tal y como ella necesitaba.
—Alice desea desesperadamente casarse. Lo que menos le preocupa

es con quién hacerlo.


—¿Está embarazada?
—No. Es mucho peor.
—Torie, ¿qué puede ser peor que caer en desgracia entre la alta
sociedad?
—Tener unos padres que te desprecian —zanjó Victoria
sorprendiendo a Caroline y a cierto caballero que escuchaba la conversación
tras la puerta entreabierta.
Capítulo 5

Lucius Whinthrope, marqués de Hawkscliffe, no pretendía escuchar la


conversación privada que su hermana mantenía con su mejor amiga. Había
sido simple casualidad que pasara por delante del salón rosa, camino de su
estudio, justo en el instante en que Victoria nombraba a Lady Alice Alvanley.

Después de ese momento, la curiosidad le impidió continuar su camino.


Su parte más noble sabía que estaba obrando mal al entrometerse en
conversaciones privadas, pero había una parte de sí mismo, que Lucius
acababa de descubrir, que era la culpable de que siguiera cada palabra que
Victoria pronunciaba sobre dicha dama con un intenso interés.
Se marchó silenciosamente cuando el tema cambió, pero lo que había
descubierto sobre la mujer que le robaba el sueño le tuvo toda la mañana
descentrado y pensativo. Tanto que acabó por despachar a su secretario y

dejó de fingir que podía trabajar.


«¿Cómo podían unos padres, por muchos hijos que hubieran perdido,
ser tan desalmados con otro de ellos?», se preguntó. «¿Acaso era más
importante para ellos su hijo varón que su hija?»
Trató de recordar la explicación que la familia había dado acerca de la
muerte de Martin. Si la memoria no le fallaba, el vizconde había fallecido de
unas fiebres. Estuvo enfermo durante días hasta que su cuerpo no pudo
resistir más la enfermedad. Había sucedido durante el mes de febrero,

recordaba, en la finca familiar en Kent y lo recordaba porque tanto él, como


Sebastian y Phillip, se habían desplazado hasta allí para asistir al funeral.
Intentando desentrañar el misterio, se esforzó por volver a aquel
instante, pero había pasado demasiado tiempo y lo único que tenía nítido en
su memoria era a Alice, completamente destrozada y sola, sentada en la

primera fila de la capilla familiar mientras sus padres se arropaban el uno al


otro.
En ese momento no le dio importancia al ver que sus padres estaban
en otro banco, sentados juntos y abrazados, pero después de lo que había
escuchado comprendió que ese había sido el primer desplante del que Alice
había sido víctima y, sin entender realmente por qué, comenzó a odiarles.
Capítulo 6

Caro era consciente de que apenas conocía a Lady Alice Alvanley y


que, tal vez, se había apresurado al juzgarla. Deseosa de forjarse su propia
opinión, aceptó la invitación de Victoria para acompañarla a tomar el té en
casa de su némesis y se obligó a sí misma a dejar atrás los prejuicios que se

había creado sobre ella.


Para evitar ser reconocida, se vistió de riguroso negro y se cubrió la
cara con un sombrero con velo, que la ocultaba de las miradas curiosas.
Parecía una joven viuda, como tantas otras tras la guerra.
Que Lucius no se empeñara en que usara el carruaje familiar, ayudó a
no ser reconocida y contribuyó a la sensación que la había embargado al
desembarcar en Inglaterra sobre el inesperado cambio producido en su
hermano.

El hogar de Lady Alice estaba a solo unas calles del suyo propio por
lo que el trayecto fue breve, y seguramente fue lo que propició que su
hermano le permitiera viajar en un carruaje alquilado.
El mayordomo que les abrió la puerta, un hombre de mediana edad
con el cabello entrecano más largo de lo habitual para un sirviente, las
acompañó hasta el invernadero, en el que, según le dijo Victoria, Alice
pasaba las horas muertas, cuidando de sus esquejes y de sus plantas y, a todas
luces, huyendo de sus propios padres.
—Torie, qué alegría verte. No esperaba que vinieras —saludó la

anfitriona, vestida con un sencillo vestido gris de trabajo y un delantal


blanco.
—Me invitaste tú —sonrió su amiga.
—Lo sé. Lo que sucede es que imaginé que estarías demasiado

atareada con la boda para poder venir a visitarme —comentó al tiempo que se
limpiaba las manos de tierra en el delantal. En ese preciso momento fue
consciente de que había alguien más, por lo que clavó la mirada en Caroline y
le ofreció una sonrisa de bienvenida—. No sabía que vendrías acompañada
—se excusó—, de haberlo sabido habría pedido a Quince que os llevara a mi
saloncito.
—Este sitio es perfecto —comentó Caroline, sin retirarse el velo de la
cara.

Alice se mantuvo en silencio, a la espera de que su amiga presentara a


su misteriosa visitante, pero algo en la expresión de Victoria dio a entender a
Alice que esta no diría nada hasta que el mayordomo no las dejara a solas.
—Quince, puedes ordenar que nos traigan el té aquí, por favor. Al
parecer a las damas les gusta mi refugio.
—A sus órdenes, milady —se inclinó con una exagerada reverencia y
Victoria, que ya sabía de las exageraciones del mayordomo, se esforzó por
aguantar la risa.
Caroline esperó a estar solas para subirse el velo y dejar su rostro al

descubierto.
—Hola, Alice.
La aludida abrió la boca para responder, pero no sabía qué decir por
lo que la volvió a cerrar. Sabía que Victoria y Caroline eran amigas, toda la

sociedad estaba al tanto de ello, no obstante, no se hubiese imaginado nunca


que la visitara. Después de todo, su relación nunca había sido buena y, por
otro lado, se suponía que estaba en Italia. «Un momento», se dijo, «¿por qué
iba vestida de luto riguroso? ¿Le habría sucedido algo al marqués?».
Debió de poner una expresión horrorizada porque Caroline adivinó lo
que quería decir antes de que le pusiera voz.
—Voy de negro para que nadie sepa que he regresado.
—¿Lucius está bien?

A pesar de lo extraña que le pareció la pregunta, Caroline asintió.


Notó que Alice se relajaba un poco.
—Creo que nos hemos hecho amigos —anunció con cierta timidez y
aunque Caroline trató de recordar algún momento en el que ella le pareciera
tímida no logró dar con ninguno.
«¿Tendría algo que ver Lady Alice con el inesperado cambio de su
hermano?». Iba a tener que estar atenta para no perderse cualquier encuentro
entre ellos.

Para su completa sorpresa era casi la hora de cenar cuando Victoria y


ella abandonaron el invernadero de su recién estrenada amiga.
En unas horas había descubierto lo acogedora que podía ser cualquier
estancia si se contaba con la compañía adecuada y el afán del anfitrión por

hacerlo agradable.
Y allí, entre el aroma a tierra y a flores, había descubierto que Lady
Alice Alvanley era una buena persona y, una amiga excelente. De hecho,
había sido idea suya gran parte del plan que Caroline tenía pensado poner en
práctica para asegurarse de que su compromiso con Phillip seguía siendo
fuerte y basado en el amor.
Capítulo 7

«Me desconcierta tu silencio y, aunque no comprendo el motivo, sé


que debo tomármelo como una negativa. A veces dudo de que estés segura de
la decisión que tomaste al aceptar mi proposición».

Fragmento de una carta de Lord Phillip Carroway, Vizconde de


Edgehill a Lady Caroline Whinthrope.

La boda de Lady Victoria Warwick llegó con tanta rapidez que


Caroline se encontró tan nerviosa como la propia novia. Por fin se iba a
encontrar con Phillip y, aunque sabía lo que iba a decirle, no estaba del todo
segura de que él aceptara los nuevos términos de su compromiso.
Sus sentimientos por Phillip eran los mismos que cuando se marchó.
Los que ponía en duda eran los del vizconde y si pretendía ser feliz en su
matrimonio necesitaba asegurarse de que su prometido se casaba con ella por

los motivos adecuados. Su propuesta había llegado de un modo inesperado,


como respuesta al interés de Caroline por otro caballero y, a pesar de todo,
ella no había dudado un solo instante de la profundidad de los sentimientos
de Phillip por ella. ¿Cómo no iba a hacerlo si estaba completamente
enamorada de él cuando se lo pidió?
No obstante, una vez en Florencia, con la serenidad que le aportaba la
distancia, se había permitido alimentar su amor con las cartas que él le
escribía. Epístolas dulces y apasionadas que esperaba con ilusión. Pero

entonces había llegado la misiva de Lady Victoria y el castillo de naipes que

había construido para albergar su amor, se había tambaleado, poniéndole


delante las dudas que se había negado a dejar salir.
Porque el vizconde jamás la había cortejado, nunca tuvo que
esforzarse para ganarse ni su afecto ni su atención.

Lo único que había hecho falta para que ella le aceptara había sido
que se declarara. Y ahora Caroline se planteaba si el único motivo por el que
lo había hecho era por ese afán protector del que Lucius tanto se había
burlado. Fuera como fuese, era consciente de que se lo había puesto
demasiado fácil desde el principio, aunque en esos instantes estuviera más
que dispuesta a enmendar su error y a asegurarse de que el amor era el único
motivo de su enlace.

Caroline retrasó todo lo que pudo su aparición en la iglesia, pero


como la más íntima amiga de la novia tenía que ocupar su lugar en el banco
más cercano al altar, lo que provocaría que todos los asistentes la vieran
atravesar el templo.
Su paseo fue más llevadero porque contaba con el apoyo de su
hermano, el marqués, que la escoltó hasta su lugar junto a la familia de
Victoria. Para no caer en tentaciones se obligó a mirar hacia adelante en todo
momento, centrando su interés en Brianna y el duque, que ya estaban
sentados.

La hermana de su mejor amiga, como si supiera lo que estaba


sucediendo en su interior, la alentó con sonrisas y cubrió su mano con la suya
cuando tomó asiento a su lado.
—Me alegro mucho de volver a verte —saludó con afecto.

—Igualmente, su gracia.
—¡Oh, no! Por favor, Caro, ¿puedo llamarte así? —No esperó
respuesta—. Nos conocemos desde hace demasiado tiempo como para que
me hables con tanta formalidad. Soy Brianna, querida. Como siempre.
Ella sonrió.
—Tienes razón. Es solo que estoy nerviosa.
La duquesa la miró con afecto.
—Va a ser una ceremonia preciosa —vaticinó, creyendo que lo que le

preocupaba era la boda que iba a tener lugar.


Aun así, acertó por completo con su previsión. La boda religiosa y el
desayuno posterior fueron perfectos e incluso su encuentro con Phillip pudo
calificarse del mismo modo.

El vizconde Edgehill se frotó los ojos con fuerza cuando vio cruzar
frente a él a Lady Caroline, su prometida, mientras su corazón se aceleraba
del mismo modo alocado en que lo hacía cuando espoleaba a su bayo en
campo abierto.

La impresión de verla le impidió pensar con cordura. De hecho,


pasaron varios minutos en los que se debatió entre acercarse a ella o captar su
atención en la distancia para que fuera consciente de su presencia, hasta que
comprendió que Caroline había regresado a Londres sin informarle siquiera

de sus planes y sus deseos de acercarse a ella mutaron en disgusto y


confusión.
Por todo ello, se pasó la ceremonia pendiente de cada uno de sus
movimientos, ansioso por abordarla y aclarar lo que sucedía. ¿Podría haber
llegado ella antes que la carta en la que le anunciaba su regreso? Trató de
serenarse hasta poder hablar con ella y aclarar lo sucedido.
No obstante, a pesar de sus preocupaciones, no pudo evitar darse
cuenta de lo hermosa que estaba, con un vestido azul celeste y plata que

resaltaba su piel. Su belleza rivalizaba con la de la novia, quien caminaba


hacía el altar del brazo de su padre.
Por su propia paz mental, se obligó a dejar de pensar en que, aunque
Caroline sabía de su presencia en la iglesia, dada su estrecha amistad con el
novio, en ningún momento lo buscó con la mirada. Ni una sola vez apartó la
mirada de lo que estaba sucediendo frente a ella.
Capítulo 8

Lucius le había evitado una situación incómoda y no podía estarle


más agradecida a su hermano mayor por ello.
Al llegar acompañada del marqués, su encuentro con Phillip había
transcurrido con bastante normalidad, si una dejaba de lado las miradas que el

vizconde le había dirigido. Aun así, se habían limitado a saludarse como dos
viejos amigos que se reencuentran tras unos meses separados. Y los
reproches y las preguntas habían quedado sin pronunciarse.
Caroline no dudaba de que Phillip encontraría el momento adecuado
para abordarla, por lo que se había mantenido acompañada en todo momento.
No obstante, la curiosidad al ver cómo su hermano se acercaba a Lady
Alice y entablaba una conversación con ella, a todas luces íntima, había
logrado que se separara del grupo de Brianna y se viera en la situación que

precisamente trataba de evitar.


—Caro.
Se dio la vuelta despacio.
—Hola, Phillip.
—¿Hola? ¿Eso es todo lo que vas a decirme después de seis meses sin
vernos?
—Es todo lo que voy a decirte ahora mismo.
—Caro, ¿qué sucede? ¿Por qué no me avisaste de tu regreso?
Ella sonrió fingiendo que la conversación era banal e intrascendente; no

tenía intención de que nadie sospechara lo que estaba sucediendo. En


cualquier caso, no pretendía hacer sentir mal a Phillip, lo amaba, pero por
encima de su propio amor, necesitaba asegurarse de ser correspondida. Y
aunque había notado el dolor en su voz y la necesidad de saber, tenía que

actuar tal y como había planeado, y dejarse llevar por sus sentimientos no era
una opción que fuera a favorecerla.
—¿Vas a asistir esta noche a la velada musical de los Torrington?
Él se encogió de hombros.
—Lo haré si así lo deseas.
—¡Hazlo! Hablaremos entonces.
—No puedes pretender que espere hasta la noche para saber qué está
sucediendo —protestó con énfasis.

Caroline nunca le había visto enfadado. Phillip era una persona afable y
educada que no perdía las formas ni los nervios.
—No podemos hablar ahora.
—Iré a tu casa si es necesario —insistió.
—Phillip, por favor, esta noche hablaremos. No quiero dar carnaza a
los chismosos.
Phillip asintió con la cabeza y su expresión se tornó hermética cuando
se fijó en sus manos desnudas. Caroline se había quitado los guantes para no
mancharlos con el pastel de grosellas y había olvidado volver a ponérselos.

Sabía a la perfección lo que Phillip estaba mirando y al ver su


expresión estuvo tentada de sacar la cadena que llevaba al cuello con el anillo
colgado en ella, pero se detuvo a tiempo.
Amaba al vizconde desde que era capaz de recordar y estaba dispuesta

a todo con tal de que él sintiera lo mismo por ella.


—Te veré esta noche, Phil
—Allí estaré.
Capítulo 9

«Hay ocasiones en los que esta redactora se pregunta si los conflictos


amorosos que tanto atraen a la alta sociedad son, en realidad, los impulsores
del éxito de ciertos eventos».
Revista Secretos de sociedad.

La velada musical de los Torrington estaba tan concurrida como


cualquiera de los bailes que tenían lugar durante la temporada social.
La marquesa había conseguido que Giuseppe Pieri y María Messina
cantaran para sus invitados, lo que no hubiese sido nada remarcable dado que
ambos eran cantantes en activo. No obstante, la animadversión mutua de la
que hacían gala cada vez que la ocasión lo propiciaba, era de dominio público
y un aliciente para que la asistencia estuviera asegurada.
Todos los empresarios del mundo del teatro habían intentado, en un

momento u otro de su carrera, juntarlos sin éxito.


Bien por culpa de uno bien del otro, ambos se negaban a compartir
escenario con su compatriota. Por lo que el éxito de Lady Torrington había
propiciado que no cupiera un alma en el salón habilitado para el recital, lo
que favorecía tanto como entorpecía la conversación que Phillip pretendía
mantener con su esquiva prometida.
De cualquier manera, no iba a dejar pasar la oportunidad de hablar
con Caroline y zanjar el asunto de una vez. Había sido paciente y

comprensivo, pero había llegado el momento de anunciar de una vez su


compromiso y esa noche era tan perfecta como cualquier otra.
No había ningún motivo que justificara el retraso, la amaba y estaba
deseoso de comenzar su vida con ella.
Seguía dándole vueltas cuando alguien se detuvo a su lado. Se vio

obligado por la cortesía a girarse con una sonrisa que se le quedó congelada
en los labios cuando vio quien era.
—Lady Alice —saludó por obligación—. Buenas noches.
—Buenas noches, vizconde. Qué sorpresa verlo en un evento como
este.
—¿Sorpresa? Me gusta la música —replicó a la defensiva.
—No se ofenda. Lo que quería decir es que pensé que tal vez asistiría
a uno de los bailes que tienen lugar esta noche o que tal vez pasaría la velada

en su club.
Phillip arrugó el ceño.
—¿Por qué pensó en mí, milady?
Ella parpadeó, sorprendida por lo impertinente de la pregunta.
—Por favor, discúlpeme. Es solo que…
—No se preocupe, milord, no es necesario que diga nada más. He
captado el mensaje a la perfección —se dio la vuelta dispuesta a marcharse,
pero un importante pecho y unos anchos hombros se lo impidieron, al
ponerse delante de ella.

—Buenas noches, Lady Alice —saludó el marqués de Hawkscliffe.


—Si me disculpa, milord —se excusó ella alejándose a toda prisa de
ellos.
—¿Qué le has hecho, Edgehill?

Phillip suspiró, cansado y se apartó de su amigo sin dignarse a


responder.
Consciente de que los asistentes estaban comenzando a tomar asiento se
dirigió hacia las sillas más cercanas a la puerta principal, por si se veía
obligado a abandonar la sala.
No se sentía con fuerzas para conversaciones intrascendentes. La única
que le interesaba mantener era la que tenía pendiente con su prometida, quien
apareció en ese instante por la puerta y clavó sus brillantes ojos en él.

Iba acompañada por Lady Julia Barrows, reciente Lady Mountford y,


cuando estaba seguro de que pasaría de largo, las vio acercarse a donde él
estaba sentado.
—¿Están libres estos asientos?
—Lo están.
—Gracias.
Phillip hizo una inclinación de cabeza y Caroline tomó su lugar a su
lado, mientras que Lady Julia hacía lo propio sentándose al otro lado de su
prometida.

—Me alegro de verte —comentó ella—, no estaba segura de si


vendrías.
—Sí, lo cierto es que no me dejaste otra opción.
Caroline tomó aliento con lentitud, como si necesitara serenarse para

decir algo que le preocupaba. Él supo que lo que ella temía era su respuesta.
La conocía tanto que podía anticiparse a sus palabras.
—Verás, Phil, me gustaría que nos tomásemos un tiempo antes de
anunciar nuestro compromiso.
Él la miró con intensidad en completo silencio.
—¿Te parece que seis meses han sido poco tiempo, querida? —
inquirió, al fin.
—Lo que creo es que fue todo muy rápido.

—¿Cómo dices? —interrumpió—. Creo que he perdido el hilo de tus


pensamientos.
—No hubo cortejo —susurró, tratando de mantener la conversación sin
que nadie los escuchara—, nadie sospechó jamás de tu interés por mí. Si
anunciáramos el compromiso ahora que acabo de regresar de un viaje largo
habría comentarios. La gente diría que lo haces para protegerme.
Siendo sinceros, a Caroline no podía importarle menos lo que dijera la
alta sociedad, no obstante, sabía que a Lucius sí que le importaría y, sobre
todo, estaba segura de que Phillip se preocuparía más que nadie por su

reputación y, ese era el mejor modo de conseguir lo que deseaba sin que se
sintiera engañado o burlado.
El vizconde se mantuvo en silencio unos minutos. Caroline llegó a
pensar que no diría nada más durante el resto de la noche, pero entonces, la

miró y le anunció que la recogería a la tarde siguiente para dar un paseo y


comenzar de una vez el cortejo. Así mismo, esa misma noche estaba decidido
a hablar con Lucius y notificarle sus intenciones.
Ambas noticias alegraron el corazón de la joven, que decidió que el
vizconde parecía sinceramente contrariado por el retraso.
—Gracias, Phillip, por ser tan comprensivo.
—Una cosa más, Caro —dijo con una mirada tan intensa que coloreó
las mejillas de la dama—, voy a cortejarte como considere mejor para mi

causa.
—No comprendo.
—Voy a tratar de convencerte de que hagamos el anuncio de nuestro
compromiso con mis propios métodos. Sobre todo, besos, aunque no descarto
otras formas igual de placenteras…
Caroline no fue capaz de pronunciar palabra. El recuerdo de las pocas
caricias que habían compartido embotó sus sentidos y silenciaron su lengua.
Capítulo 10

Caroline llevaba todo el día alterada. Tras su conversación con


Phillip, él había cumplido con lo que se esperaría de cualquier pretendiente y
se había pasado el resto de la velada pendiente de ella y poniéndole mala cara
a los admiradores que se habían atrevido a tratar de captar su atención o a

invitarla a bailar.
Por todo ello, al llegar a casa no había sido capaz de conciliar el sueño
hasta bien entrada la madrugada, preocupada porque Phillip se cansase de sus
exigencias y la invitara a cancelar el compromiso. Sabía a ciencia cierta que
él jamás rompería la palabra dada, era demasiado caballeroso para hacerlo.
No obstante, cabía la posibilidad de que le pidiera a ella que lo hiciera y ese
temor la había tenido en vela demasiadas horas, motivo por el que se despertó
tarde al día siguiente.

Y para acrecentar sus preocupaciones, Mary, su doncella, la había


informado de que su hermano deseaba hablar con ella en cuanto desayunara,
por lo que la estaba esperando en su estudio.
Consciente de lo que Lucius pretendía tratar con ella, desayunó en la
cama y se tomó su tiempo para bajar. Necesitaba ordenar sus pensamientos y
tranquilizarse.
Como tampoco podía retrasarlo más, se armó de valor y se dirigió al
encuentro de su hermano, quien la esperaba aparentemente tranquilo tras su
escritorio.

—Buenos días, Caro.


—Me han informado que deseabas hablar conmigo esta mañana.
—Así es, siéntate, por favor.
Ella hizo lo que se le pedía y esperó a que Lucius sacara el tema que

la había llevado hasta allí.


Sin embargo, su hermano no parecía muy animado a hacerlo.
Le vio pasarse las manos por su cabello rubio, tres tonos más claro
que el suyo propio, pero se mantuvo en silencio.
—¿Y bien? —preguntó, nerviosa de estar allí sentada en silencio.
—¿No hay nada que desees contarme tú primero, querida hermana?
Se relajó, Lucius no parecía molesto sino más bien expectante y quizás
preocupado.

—Phillip ha hablado contigo y por lo que veo te ha puesto al tanto de


toda la historia.
—Lo ha hecho.
—¿Y? ¿No vas a decir nada al respecto?
—Lo único que voy a decir para que puedas dejar de temblar es que ya
lo sabía.
—¿Cómo dices?
—¿Por qué crees que accedí de repente a que viajaras a Italia?
Deseaba que tuvieras ocasión de valorar tus opciones antes de lanzarte en pos

de un compromiso que era imposible que hubieras meditado. He de añadir,


que no es un secreto lo que sientes por él.
—¿Quiere decir eso que estás en contra de mi elección?
—Quiere decir que apoyaré lo que decidas, aunque eso no significa que

no vaya a servirte en bandeja de plata otras opciones, para que sepas a ciencia
cierta si es a Phillip a quien realmente quieres y que no se trata de un amor
infantil.
—Creía que te gustaba el vizconde.
—Y me gusta. Es uno de mis mejores amigos. El problema es que tú
me gustas más y deseo lo mejor para ti. No obstante, si finalmente decides
que Phillip es quien va a hacerte feliz, te apoyaré incondicionalmente.
—Deduzco que estás de acuerdo con mi decisión de retrasar el anuncio

del compromiso.
Lucius asintió con serenidad.
—Puede que Phillip sea lo mejor para mí —murmuró Caroline sin
apartar la mirada de su hermano.
—Ya te he dicho que aceptaré tu elección. Mi única preocupación es
que seas feliz.
—Gracias, Lucius. —Se levantó de la silla y fue a abrazar a su hermano
—. No puedo creer que lo supieras y que no me dijeras nada.
—Esperaba que confiaras lo suficiente en mí para ser tú quien me lo

dijera.
—No quería decepcionarte.
—Tú nunca me decepcionarías, Caro. —Le devolvió el abrazo con
afecto—. Eres mi única hermana. No te lo permitiría.

Caroline rio, feliz. Una de sus preocupaciones acababa de saldarse en


victoria. Ahora le quedaba la siguiente: su cita para pasear con Phillip, el
mejor modo de que la alta sociedad supiera que estaba siendo cortejada por el
vizconde.
Capítulo 11

Caroline sabía que estaba llevando a Phillip demasiado lejos, pero era
indispensable para su propia cordura conocer su reacción a la tentación.
Necesitaba estar segura de sus sentimientos y su plan era el mejor modo de
sacarlos a la luz sin exponerle directamente el problema.

Acababan de llegar a Hyde Park cuando vio acercarse a Lady Alice


por el rabillo del ojo y sonrió interiormente; su amiga le había enviado una
nota esa misma mañana para contarle la reacción que tuvo el vizconde
cuando se había acercado a él en la velada musical de los Torington y,
aunque una parte de ella se sentía mortificada por obligar a Alice a pasar tan
mal rato, otra, menos solidaria, estaba encantada con la renuencia de su
prometido al intento de coqueteo de la joven.
Se preparó para el encuentro en medio del parque, que ambas habían

orquestado tras la invitación del vizconde, y se mostró sumamente amable


con ella cuando los saludó al detenerse a conversar. Tan amable que la invitó
a unirse a su paseo, obligando con ello a Phillip a ofrecerle su brazo libre.
Lady Alice aceptó pidiéndole a su doncella que se uniera a Mary,
quien, como buena carabina, caminaba unos pasos por detrás de la pareja.
—Ayer estuve a punto de acercarme a saludarte, pero me interrumpió
Lord Burns y, cuando por fin pude hacerlo ya no te vi —comentó Caroline
con una sonrisa radiante.
Phillip tuvo el buen tino de mantenerse al margen de la conversación.

O tal vez lo hizo por la sorpresa que le supuso la camaradería entre las dos
damas. Siempre había creído, al parecer equivocadamente, que se odiaban
profundamente la una a la otra.
—Me habría encantado hablar contigo. Ni siquiera sabía que hubieras

regresado. Ya sabes que no soy de las que hacen oídos a los chismes —sonrió
descarada—, porque estoy segura de que tu regreso inesperado está siendo la
comidilla de todo Londres.
«¡Bien hecho!» Pensó Caroline, Alice había encontrado el modo de
darle credibilidad a las palabras de Caroline de la noche anterior.
Con esa simple observación le había dado fuerza al hecho de que lo
más prudente para acallar los comentarios malintencionados era que hubiera
un cortejo público antes del anuncio del compromiso.

—Estoy segura de que los habrá.


—Vizconde, qué silencioso está esta tarde —comentó Lady Alice con
voz melosa—. Ayer estuvo mucho más locuaz.
Lord Phillip tuvo la decencia de sonrojarse por la pulla de la joven.
—Me ha parecido más oportuno dejarlas disfrutar de su reencuentro.
—Sin duda ha sido lo más inteligente que podrías haber hecho,
Edgehill —aprobó una voz masculina tras ellos.
Los tres se detuvieron para comprobar quién había hablado y se
toparon con la mirada intrigada del marqués de Hawkscliffe.

—Lucius, no sabía que tuvieras intención de salir. Cuando me marché


estabas encerrado en tu estudio con el administrador —comentó su hermana.
—Necesitaba un poco de aire fresco.
Lady Alice disimuló una sonrisa, sabedora de que el único motivo por

el que el marqués dejaría el trabajo de lado era por su hermana, lo que


indicaba que estaba allí para vigilarla.
Lady Caroline no opinaba lo mismo que su amiga, sus elucubraciones
se dirigían hacia la mujer que tenía delante. ¿Podría ser que el mesurado
Lucius estuviera interesado en el torbellino que era Alice? Sonrió ante la
idea.
—En ese caso tienes que pasear con nosotros, querido — estaba
soltando a Phillip para acercarse a su hermano y pasear con él, cuando el

marqués se le adelantó.
—Lady Alice, ¿le importaría cambiar el brazo de Lord Edgehill por el
mío? Hay algo de lo que me gustaría hablar con usted.
Tanto la aludida como su hermana le lanzaron una mirada fulminante
que le hizo dar un paso atrás, por la sorpresa.
—Por supuesto, milord, será un placer pasear con usted —anunció la
dama, aunque solo había que mirarla a los ojos para descubrir que estaba
mintiendo.
El marqués tardó varios segundos en reaccionar. Estaba sucediendo

algo extraño que tenía que ver con las dos damas y el caballero que tenía
delante y por Dios, que estaba decidido a averiguar lo que era.
Capítulo 12

«Parece que Lord P ha decidido seguir los pasos de sus amigos, tal y
como vaticinamos en esta revista, y está decidido a ser el siguiente en
caminar derechito al altar. La duda es quién será la elegida porque se le ha
visto pasear del brazo de dos damitas solteras».

Revista Secretos de sociedad.

Caroline Whinthrope había evitado quedarse a solas con Phillip


prácticamente desde que había regresado a Londres. Con lo que no había
contado era con la picardía de su prometido, quien antes de serlo, había sido
tachado por muchos como uno de los libertinos más encantadores de toda
Inglaterra.
Por ello, cuando la invitó a bailar, aceptó sin preocuparse por nada
más que por estar entre sus brazos. Después de todo, ¿qué podía pasar en

medio de una pista de baile llena de gente? Y siguió pensando lo mismo hasta
que, con las vueltas y vueltas que Phillip la obligó a dar, acabaron frente a la
puerta de la terraza de la mansión de los Fenton.
—Salgamos a tomar el fresco —ofreció con una sonrisa tan
encantadora que Caroline estuvo segura de que con ella era capaz de
convencer hasta el más reacio a hacer lo que él quisiera.
—El vals no ha terminado —protestó Caroline.
—Para nosotros sí.
—Nos van a ver marcharnos.

—Solo vamos a dar un paseo por el jardín. Hay varias parejas fuera
por lo que tu reputación estará a salvo.
Caroline desistió. Lo cierto era que deseaba estar a solas con él, pero
temía que Phillip aprovechara la ocasión para cumplir su amenaza y seducirla

con sus besos. Si así lo hacía estaría perdida.


Todavía reacia salió con él a la terraza y continuaron hacía las
escaleras que se abrían hacía el jardín. Tal y como había dicho Phillip había
más parejas paseando. La temperatura era suave y el laberinto de los Fenton
era famoso entre la alta sociedad por lo que muchos habían aprovechado la
ocasión para admirarlo.
—¿Quieres ver el laberinto? —preguntó ella con timidez.
—No. Está lleno de curiosos ahora mismo. Prefiero pasear, si no estás

cansada. Nos resultará más fácil hablar sin ser escuchados.


—¿Hablar? —Caroline fue consciente de la decepción en su voz.
El vizconde asintió.
—Si voy a cortejarte como dicta la alta sociedad creo que podemos
comenzar por una conversación en la que nos confesemos nuestros secretos
más profundos —apuntó con una sonrisa.
—Tú ya lo sabes todo de mí. Nos conocemos desde siempre.
Phillip sonrió sabiéndose victorioso.
—¿Quieres decir que podemos saltarnos esa parte del cortejo?

Caroline se sonrojó.
—Supongo que sí.
—¡Bien! —se detuvo frente a ella y la besó.
Caroline no se había dado cuenta de que la había llevado hacia la zona

menos transitada y de que estaban solos entre los jazmines, que les ocultaban
del resto del mundo.
Se humedeció los labios, un gesto inocente que atrajo la atención de
Phillip hacia su boca y encendió todavía más el fuego que ardía en su mirada.
Su prometido se acercó más a ella. Se le cerraron los ojos. El cálido
aliento del vizconde sobre su piel le produjo una oleada de ardientes
escalofríos que le recorrieron todo el cuerpo, encendiendo todas sus
terminaciones nerviosas. Él le acarició la garganta con los labios mientras

paseaba los dedos por la sensible piel de sus pechos.


No era la primera vez que un hombre la besaba, como hija y hermana
de un marqués, muchos caballeros la habían cortejado en busca de su dote; ni
siquiera era la primera vez que Phillip lo hacía. No obstante, la experiencia se
sintió completamente distinta. Sus caricias estaban despertando una
sensualidad que jamás hubiera creído poseer.
Phillip bajó la cabeza y rozó sus labios con los de ella, acariciándolos,
antes de aferrarse a ellos en un beso largo y apasionado. Ella se asió a sus
hombros. Al tiempo que sus bocas se fundían con una intensidad que le

robaba el aliento.
Sintió las manos de él ascender por su cintura y tirar con insistencia
de la parte de arriba de su vestido.
Escuchó el jadeo de Phillip y bajó la mirada para observarle. Sostenía

entre sus dedos la cadena con el diamante que él le había regalado. El


vizconde se serenó inmediatamente y bajó sus labios hasta la sensible piel de
su pecho.
Interiormente dio gracias por haberse puesto el vestido verde
esmeralda, que había comprado en Italia y que tantas miradas había obtenido
esa noche, porque el escote era tan pronunciado que facilitaba el acceso a los
cálidos labios de su prometido.
Sintió el frescor sobre su piel semidesnuda. Y la humedad de la boca

masculina sobre su piel y supo, en ese preciso instante, que si él se lo pedía


sería capaz de aceptar anunciar el compromiso, esa misma noche con tal de
que no dejara de hacer lo que estaba haciendo.
Como si hubiera escuchado sus pensamientos, Phillip se apartó y en
silencio la ayudó a componer su ropa.
—Me tientas demasiado, Caro —musitó él, apoyando su frente en la
de ella y dando muestras de un cansancio que ella no había notado hasta
entonces.
—¿Es eso malo?

—Malo no. Peligroso, querida. Muy peligroso.


—No tengo miedo de ti.
—Pues deberías porque te deseo tanto que a veces me olvido de que
eres una dama.

—Soy algo más que una dama, Phillip, soy una mujer.
Capítulo 13

«Lucius me ha dicho esta tarde en el club que estás a punto de


regresar. Dice que estarás aquí en unas semanas y, aunque la noticia me ha
alegrado más de lo que puedas imaginar, el saber que no has tenido a bien
informarme me ha molestado de igual manera. Supongo que en unas semanas
me darás tus motivos para no informarme de tan buena nueva».

Fragmento de una carta de Lord Phillip Carroway, Vizconde de


Edgehill a Lady Caroline Whinthrope.

El marqués de Hawkscliffe era poco dado a salir de compras, no


obstante, acababa de publicarse un libro que tenía muchas ganas de leer, por
lo que no tuvo más remedio que dirigirse a Bond Street y entrar en la librería,
repleta de gente a esas horas, para hacerse con tan codiciado ejemplar.
Lo que nunca se hubiese imaginado fue ver a su hermana y a Lady
Alice hablando entre las estanterías y, a juzgar por el modo en que ambas

cuchicheaban, fuera lo que fuese lo que se estaban diciendo parecían


dispuestas a mantenerlo entre ellas.
Lucius se mantuvo oculto y las observó a placer desde su estratégico
lugar, debajo de las escaleras que llevaban a la planta superior en la que se
encontraban los libros de latín y griego. Su hermana tenía los ojos brillantes y
parecía especialmente feliz. Lady Alice, por su parte, se mostraba atenta a las
palabras de Caroline y, de vez en cuando, interrumpía a su amiga para
apuntar alguna observación.

Las damas siguieron hablando durante cinco minutos más y luego,


tras un abrazo, que sorprendió lo indecible a Lucius se separaron y Caroline
abandonó la tienda, dejando a Alice hurgar entre las estanterías al tiempo que
sacaba libros y los ojeaba con ávido interés.

Hawkscliffe no pudo aguantar durante más tiempo sus dudas y


curiosidad y se acercó a la dama, decidido a descubrir lo que sucedía.
—Buenos días, Lady Alice —saludó el marqués.
Ella le miró sorprendida antes de responder. Tuvo que hacer
malabarismos para que el libro que sostenía no se le cayera al suelo de la
impresión.
Lucius se fijó entonces en él y abrió los ojos sorprendido. Habría
esperado verla con una novela romántica, tan de moda entre las damas, o

incluso con un libro de Mary Wollstonecraft; no obstante, el libro que Lady


Alice sostenía era un tratado de horticultura.
—¿Te encuentras bien?
—Sí, un poco sorprendida. Nada más.
Si el marqués hubiera aparecido unos minutos antes habría sido
testigo de su reunión con su hermana y, aunque a ninguna de ellas les
importaba que las vieran juntas, Alice estaba segura de que de haber estado
su hermano jamás le habría contado la maravillosa experiencia que había
compartido con su prometido la noche anterior.

—Ha sido una sorpresa verle por aquí


—¿Por qué? ¿Pensaba acaso que no sé leer? —se dio cuenta de que
había sonado grosero e impertinente, pero estaba tan molesto por lo que fuera
que su hermana y ella tramaban que no trató de ser cortés.

—Tengo que marcharme, milord. Ha sido un placer verle.


—No, por favor —la asió del brazo para evitar que se alejara de él—.
Disculpe mis palabras. He sido tremendamente descortés con usted y lo
lamento profundamente.
Ella alzó la nariz, molesta.
—Lo has sido. Sobre todo, porque la última vez que hablamos te
invité a llamarme por mi nombre.
Lucius sonrió, encantado. Era una mujer increíble, decidió.

—¿Me permites acompañarte a casa?


—No es necesario. He venido con mi doncella.
Él sonrió y su cara, ya de por sí atractiva, se tornó en irresistible.
—Aun así, me gustaría asegurarme de que llegas bien a casa.
Ella titubeó unos segundos antes de responder, como si estuviera
calibrando si era digno o no de confianza.
—Lo haré con una condición.
—¿Y cuál es esa condición?
—No me acompañarás hasta la puerta. Te quedarás al comienzo de la

calle.
Hawkscliffe estaba confuso por su respuesta.
—¿Por qué he de hacer eso?
Lady Alice enrojeció hasta la raíz del cabello.

—No deseo que mis padres te vean acompañarme —dijo de un modo


escueto que le aportó nuevas dudas.
Aun a riesgo de parecer grosero, preguntó.
—¿Por qué?
Ella dejó caer los hombros, abatida.
—Mis padres están deseando que me case y si te ven acompañarme
pensarán lo que no es y entonces me mortifi… Me presionarán el resto de la
temporada. No me siento con fuerzas para soportarlo.

Lucius recordó la conversación que había escuchado tras la puerta del


saloncito de Caroline y la ira que sintió en ese instante regresó con más
fuerza al descubrir todo lo que Alice estaba teniendo que soportar.
—De acuerdo —aceptó a regañadientes.
Ella sonrió feliz, como si él le hubiera hecho el mejor regalo de su
vida.
—¡Gracias! Sabía que podía confiar en ti.
Sus palabras despertaron una mezcla de tensión y ternura que el
marqués no había sentido nunca. Le daba las gracias por protegerla de los

malos tratos de su familia. ¿Acaso nadie antes se había ocupado de ella?


La rabia era tan intensa que no respondió por temor a asustarla.
Capítulo 14

Lord Phillip Carroway, Vizconde de Edgehill, necesitaba pasar una


velada con sus amigos o se daría a la bebida. Cortejar a Caroline estaba
siendo más difícil de lo que hubiera esperado. Estar con ella estaba afectando
a su cordura. La deseaba tanto que tenía que esforzarse para no tocarla, para

no arrastrarla, en todos los bailes en los que coincidían, detrás de alguna


columna y besarla hasta robarle el sentido.
En un intento desesperado por recuperar el juicio, esa noche había
cambiado los valses por las cartas y por ese motivo estaba sentado a una
mesa en el White´s, esperando a que Lucius, al que había enviado una nota
para que se reuniera con él, acudiera.
Iba por su segundo whisky cuando una voz, que no hubiera esperado
escuchar esa noche, se dirigió a él.

—Eso no es lo que esperaba encontrar de un hombre prometido y


profundamente enamorado.
Se dio la vuelta para enfrentar a otro de sus mejores amigos, Lord
Sebastian Middlethorpe. Él era el único que se había dado cuenta de los
sentimientos que albergaba por Caroline. A pesar de lo mucho que se había
esforzado por ocultarlos, su amigo lo había notado. Quizás porque se
encontraba en la misma situación que él. Enamorado de la hermana de su
mejor amiga, una dama a la que había creído no merecer.
Rápidamente se levantó para estrechar su mano.

—¿Qué haces aquí? Creía que seguías de luna de miel.


—Y sigo de luna de miel, pero al parecer era necesaria mi presencia
aquí esta noche para alegrar a cierto amigo deprimido.
Phillip se dejó caer de nuevo en la silla.

—¿Quién te lo ha contado?
—Yo —anunció Hawkscliffe, que se detuvo a saludar a su amigo
Sebastian.
Sebastian se había casado hacía dos semanas y esa misma tarde había
partido con su esposa a Bath, por lo que estaba ajeno a lo sucedido en
Londres durante ese tiempo.
No obstante, en cuanto supo de su regreso, Lucius le había enviado
una nota para que se reuniera con ellos en el club. Tras hablar con Victoria,

había acudido allí para animar a su amigo y, una vez cumplida su misión,
regresar a casa para acompañar a su esposa al primer baile al que iban a
acudir como matrimonio.
—Creía que te molestaba que quisiera casarme con tu hermana.
—Nada más lejos de la realidad. Lo que me preocupaba era que no la
amases lo suficiente. Una vez disipadas mis dudas, creo que eres perfecto
para ella.
Los ojos de Phillip brillaron por la rabia.
—¿Creías que yo no…?

—Caballeros —interrumpió Sebastian—, haya paz, por favor.


El marqués alzó las manos en señal de tregua con una sonrisa traviesa
en los labios.
—Deja de provocar a Edgehill o te prometo que no haré nada si

decide retarte esta noche. De hecho, es posible que acepte ser su padrino si
me lo pide.
—Gracias, Sebastian —dijo Phillip alzando su vaso.
—He de reconocer que os he echado de menos —anunció Sebastian.
—No mientas. Estás demasiado enamorado de Victoria y tu mujer es
tan encantadora que es imposible que te hayas acordado de nosotros.
—Tienes toda la razón, Hawkscliffe.
Los tres rieron de nuevo en armonía.

La charla con sus amigos calmó los ánimos del vizconde, que llegó a
plantearse ir a la fiesta a la que Caroline asistiría, cuando Sebastian se levantó
para marcharse a casa y acompañar a su esposa. No obstante, decidió que
podía tomarse la noche libre y ser simplemente Phil.
Para su sorpresa Hawkscliffe tampoco se marchó, sino que se quedó
allí con él.
—Lamento haberte ocultado mi compromiso con Caroline. No estuvo
bien.

El marqués alzó la mirada de su vaso.


—Sé lo persuasiva que es mi hermana. No te culpo por querer hacerla
feliz. Dios sabe que llevo años haciendo eso mismo.
—Eres un buen hermano.

—Espero serlo la mayoría de las veces. Aunque…


—¿Qué sucede?
Lucius se encogió de hombros.
—Puede que no sea nada, pero… ¿Te has dado cuenta de que de un
tiempo a esta parte Caro se ha hecho íntima de Lady Alice Alvanley?
—Tú también lo has notado. Creía que se tenían animadversión.
—Y así era.
—Y después de los constantes coqueteos de Lady Alice creí que

Caroline la evitaría y en lugar de hacerlo la invita a pasear con nosotros. Es…


extraño.
El marqués descartó la idea que le rondaba
—Tal vez no sea nada y esté demasiado segura de lo que sientes por
ella para darle importancia a la actitud de la dama.
—Supongo que es posible que sea así.
Capítulo 15

Era la primera vez que Lady Victoria Middlethorpe recibía visitas en


su propio hogar y las elegidas para tal evento eran sus amigas más íntimas.
Por lo que, aprovechando la tesitura, les había pedido opinión sobre
los colores más adecuados para su saloncito, ya que su esposo le había dado

carta blanca para que hiciera los cambios que deseara en la casa con tal de
que la sintiera como propia.
—¿Qué os parece este salón? Sebastian me lo ha cedido en
exclusividad —comentó encantada.
Brianna paseó la mirada por la estancia y arrugó el ceño.
—Es… demasiado amarillo. Si miras fijamente las paredes llegas a
deslumbrarte. ¿Quién lo decoró?
—No lo sé. Es la casa que el padre de Sebastian eligió para él, pero

dada la elegancia de su madre es imposible que ella eligiera este papel.


—Tal vez estuviera de moda hace algunos años. De cualquier manera,
los muebles son encantadores —acudió Caroline en su auxilio—, sobre todo
las sillas Luís XIV.
—Entonces el único problema es el papel de las paredes. Pienso lo
mismo —secundó Victoria.
—¿Por qué no lo cambias por uno en tonos verdes? Transformaría la
estancia en acogedora. El verde es relajante y armonioso —comentó su
hermana.

—Yo prefiero el azul —intervino Caroline—. Un azul celeste


desvaído.
—¡Rosa!
Las tres mujeres miraron a Alice sorprendidas.

—No el rosa equivocadamente ligado al género femenino sino el rosa

de la erysimum bowles mauve[1].


—Lo siento, Alice, pero el rosa está descartado sea cuál sea la flor
que has mencionado —y añadió con una sonrisa—, aunque sería un color
maravilloso para tu propio saloncito. Te sienta bien vestir de rosa, destaca el
color de tu cabello.
—Yo nunca tendré mi propio salón. Mi madre está segura de que voy
a ser una solterona que tendrá que vivir de la caridad de sus parientes. Tras la

muerte de Martin el título lo heredará un primo lejano de mi padre por lo que


lo perderé todo, hasta mi propia casa.
—Tu madre se equivoca.
—Brianna tiene razón —apoyó Caroline—, eres una mujer preciosa e
inteligente. Cualquier caballero se sentiría orgulloso de que fueras su esposa.
Alice sonrió con tristeza.
—Olvidas que los hombres no desean que sus esposas sean
inteligentes sino damas sumisas que hagan su santa voluntad sin protestar.
—Sebastian no es así y estoy segura de que Marcus tampoco lo es. —

Miró a su hermana para que esta le corroborara su afirmación.


—No, Marcus tampoco es así.
—Eso es porque los maridos que merecen la pena ya tienen esposa —
bromeó mirando a sus amigas.

—No todos —apuntó Caroline.


Alice negó con la cabeza.
—Si estás pensando el Lord Burns es mejor que lo olvides, él…
—Hablaba de mi hermano —la interrumpió—. Lucius sigue soltero.
La morena enrojeció por la alusión al marqués de Hawkscliffe. Puede
que fuera cierto, pero no lo era menos la animadversión que el marqués
parecía sentir contra ella.
—Lamento contradecirte, querida, pero tu hermano apenas tolera mi

presencia.
—Eso no es cierto. Le he visto acercarse a ti.
—Seguramente para recriminarme por mi actitud descarada —bromeó
para quitarle importancia, aunque lo cierto era que la situación le afectaba
más de lo que estaba dispuesta a reconocer, incluso a sí misma.
Caroline no quiso insistir, consciente de la incomodidad de su amiga,
pero estaba decidida a intervenir para ayudarla. Después de todo, Alice había
dejado de lado su orgullo para auxiliarla.
Era una persona excepcional y se merecía encontrar la felicidad y

alejarse de esa casa que la hacía sentir tan insignificante.


Dejó apartada momentáneamente la idea. Primero conseguiría la suya
propia y después, se encargaría de la de Alice Alvanley y, si no se
equivocaba mucho, era posible que la de su hermano mayor también.
Capítulo 16

«Lord P por fin ha dejado al descubierto sus preferencias. Si hace


unos días dudábamos de a quién estaba cortejando tras los últimos eventos
sociales, en los que se le ha visto pendiente de cierta dama, podemos adivinar
que la elección ha sido hecha».

Revista Secretos de sociedad.

Con cada día que pasaba, a Caroline se le hacía más y más difícil
resistirse a Phillip. Y aunque una parte de ella se preguntaba por qué debía
hacerlo, otra más racional estaba convencida de que necesitaba más tiempo,
ya que él todavía no le había hablado directamente de sus sentimientos.
Era la tercera vez esa semana que se escabullía con el vizconde al
jardín. Él aprovechaba los valses para escapar por cualquier balcón que

permaneciera abierto, por eso cuando la hizo danzar hacía el lateral de la pista
creyó conocer su destino.
—¿Otra vez vamos al jardín? —preguntó con picardía.
—No, querida, para lo que tengo en mente el jardín no me ofrece la
intimidad que busco.
Sus palabras la hicieron estremecer ante la anticipación. Sus
anteriores encuentros habían sido deliciosos, pero gracias a sus amigas
casadas, Victoria y Brianna, Caroline sabía que había más que besos y

caricias. Ninguna de ellas se había explayado en la explicación porque ambas

enrojecían en cuanto ella o Alice sacaban el tema y se ponían a lanzar risitas


tontas propias de debutantes.
Acuciada por esa curiosidad, permitió que Phillip la llevara a través
de la mansión de los Langston hasta la biblioteca. Sin desviarse de su

objetivo, directo a la puerta que correspondía.


—¿Cómo sabías que…? —se detuvo al comprender, de repente, que
no deseaba saber el motivo por el que su prometido conocía la ubicación
exacta de la estancia.
—Lord Langston es íntimo amigo de mi padre. He venido aquí en
multitud de ocasiones con él. Sobre todo de niño.
Ella asintió más tranquila y se permitió observar lo que le rodeaba. La
habitación estaba en penumbra, apenas un par de velas encendidas junto a la

puerta. Caroline supuso que los criados las habrían puesto por si algún
despistado se perdía buscando la zona de descanso.
Regresó su atención a su prometido, quien la miraba con una
intensidad que hizo que la recorriera un escalofrío.
—Caro, esta noche deseo mostrarte una parte de lo que te espera
cuando seas mi esposa. ¿Quieres que te lo muestre?
—Sí, Phil.
—Eres preciosa —la alabó—, pero estarías más cómoda en este sillón
tan cómodo. ¿No crees?

Caroline asintió y se sentó con timidez.


Phillip sonrió y se puso en cuclillas frente a ella.
—Ahora voy a besarte —anunció sin darle tiempo a reaccionar.
Caroline abrió la boca con deseo y, antes de que se diera cuenta de

cómo había sucedido se encontró a sí misma tumbada, cuan larga era, sobre
el sofá de los Langston.
Phillip dejó escapar el deseo que había estado reteniendo en sus
breves encuentros en el jardín. En aquella biblioteca podía permitirse ser un
poco más osado y mostrarle a su amada todo el placer que podían compartir.
Por ello, mientras su lengua exploraba la boca femenina, deslizó una
mano hacia abajo para rodear las redondeadas nalgas de su prometida y
estrecharla más contra sí.

Su erección presionó contra la suavidad del cuerpo de Caroline e,


incapaz de detenerse, frotó lentamente su excitación contra ella. No podía
controlarse, por mucho que se hubiera jurado y perjurado que podía hacerlo
estaba a punto de ponerse en evidencia por lo intensamente que la deseaba.
Alzó la mano para acariciar la delicada clavícula y, deslizó los dedos
más abajo acariciando la piel satinada justo por encima del corpiño.
Le ahuecó un pecho, y ella arqueó la espalda, apretando el duro pezón
contra su palma. Absorbida por el placer, Caroline alzó los brazos y enredó
los dedos en el espeso y sedoso cabello de Phillip.

—Separa las piernas.


Sosteniéndole la mirada ella separó los muslos. La primera caricia en
su centro le arrancó un suave gemido. Estaba mojada y caliente… Phillip le
acarició con la punta de un dedo mientras con su otra mano seguía jugando

con sus pechos. Caroline se retorció en el sillón, separando aún más las
piernas.
Él deslizó un dedo en su interior y cerró los ojos. Introdujo con
cuidado un segundo, preocupado por su estrechez y, comenzó a moverlos con
suavidad. Apretó la palma contra el sensible botón y la giró lentamente.
Otro gemido escapó de sus labios y se arqueó contra su mano,
deseando más, aunque desconociera el qué. Y Phillip estaba decidido a
dárselo.

—¿Puedo tocarte? —pidió con la voz llena de deseo.


—Hoy no, Caro. Hoy todo es para ti —musitó, sabedor de que no
podría resistirse si ella le tocaba.
Estaba haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para no tomarla
allí mismo.
Se agachó frente a ella en el sillón y jugó con ella tal y como tantas
noches había soñado. Con la boca y la lengua y con los dedos. Penetrando,
lamiendo, mordiendo y chupando…
Cuando sintió que estaba a punto de llegar al éxtasis introdujo dos

dedos en su interior y lamió el excitado botón que tanto había disfrutado


atormentando.
Ella emitió un grito de asombro y se aferró con fuerza a sus hombros
mientras palpitaba en torno a su mano.

Phillip se quedó sosteniéndola unos minutos. Dándole el tiempo


necesario para que su pulso se calmara.
—Caroline —llamó por fin.
—Phillip.
—¿Anunciamos esta noche nuestro compromiso?
Ella parpadeó, asombrada por el giro que habían dado los
acontecimientos.
—Hoy no.
Capítulo 17

«En ocasiones la amistad es tan voluble como el amor y, personas que


jamás creímos que podrían ser amigas acaban por unirse de modos
inesperados».

Revista Secretos de sociedad.

Al día siguiente, Caroline estaba tan eufórica y descansada que llamó a


su doncella y, sin avisar a su amiga Alice, se encaminó hasta la casa de los
condes en su búsqueda. El ramo de rosas que la recibió al bajar era tan bonito
que tomó una de ellas con la intención de ofrecérsela a su amiga, quien era
una amante de las plantas.
Estaba de buen humor, tanto, que había decidido hablar con Phillip
esa misma noche para decirle que por su parte podían dar como finalizado el

cortejo y que, si estaba de acuerdo, podrían anunciarlo en el baile que daba


Brianna en su casa. El primero que ofrecía desde su posición de duquesa.
Por todo ello, se puso un sencillo vestido azul de mañanas y se
encaminó, junto a su doncella, hasta la casa de su amiga.
Antes siquiera de alcanzar el último escalón, el rimbombante
mayordomo de los condes de Stapleford les abrió la puerta.
—Buenos días, milady —dijo al tiempo que hacía sus acrobáticas
reverencias.

—Buenos días, Quince. ¿Está Lady Alice en el invernadero?


—No, está en el salón familiar.
—¿No están en casa los condes?
Negó con la cabeza.

—Han partido esta mañana a Kent tras ser llamados por el ama de
llaves de Kensigton Cross.
—Espero que no haya sido por nada grave.
—No sabría decirle, milady —y añadió—, la acompañaré hasta el
salón, pero ¿desea antes que ponga la rosa en un jarrón?
Caroline se miró las manos. Había olvidado que la llevaba por toda la
información que le había proporcionado Quince.
—No será necesario. Es para su señora. Por si desea secarla o extraer

alguna semilla.
El mayordomo asintió y comenzó a andar.

Encontró a su amiga sentada en un confortable sillón con un libro en


las manos. No hubo ninguna duda de que se sorprendió al verla, incluso
pareció incómoda por su presencia.
Caroline trató de comprender su reacción, pero no tenía sentido. No
podía estar preocupada por la aparición de sus padres porque estos no estaban
en la ciudad.

Tras media hora de incomodidad por ambas partes, se acabó el té, que
le sirvieron y anunció su marcha.
Alice no trató de retenerla y, Caroline decidió que seguramente su
falta de cortesía se debía a que se encontraba más a gusto en el invernadero

que en el salón de sus padres.


Se encontraba ya a unos pasos de su casa en la misma Grosvenor
Square, cuando su instinto le hizo girarse y mirar hacia la entrada de la
mansión que acababa de abandonar. Se quedó inmóvil, llegando, incluso, a
asustar a su sirvienta, cuando sus ojos se fijaron en el caballero que tocaba en
ese instante la aldaba de la puerta y, se quedó allí varios minutos después que
este desapareciera en su interior.

—¿Caroline? —preguntó el marqués de Hawkscliffe al ver pasar


apresurada y murmurando a su hermana a través de la puerta abierta de su
estudio—. ¿Caro?
Estaba seguro de que iba a tener que salir a buscarla cuando ella
asomó la cabeza y le demostró que había estado en lo cierto al sentirla
inquieta.
—Pasa, Caro, por favor—se giró para mirar a su secretario—. Jensen,
eso será todo por hoy.
—Por supuesto, milord; milady —hizo una breve reverencia y

abandonó la estancia, cerrando la puerta tras de sí.


—¿Qué está sucediendo? ¿Por qué ibas hablando sola?
Caroline se encogió de hombros.
—Lo cierto es que no lo sé.

—Debe haber un motivo por el que estás tan aturdida.


La joven meditó unos segundos si sería acertado contarle a su
hermano lo sucedido. Finalmente decidió que, tal vez, Lucius le podría
ofrecer una visión distinta sobre los hechos que ella misma había vivido.
En apenas un puñado de frases le puso al día de la situación.
El marqués se mantuvo en silencio durante toda la narración y, en
cuanto su hermana terminó su relato, se puso en pie.
—Voy a comprobarlo por mí mismo —anunció, sin dar más

explicaciones.
—¿Crees que sea necesario? ¿Que hay algo que comprobar?
—Lo que creo es que no te quedarás tranquila hasta que lo averigüe.

Mientras caminaba por Grosvenor Square, Hawkscliffe iba dándole


vueltas a las posibilidades acerca de lo que se iba a encontrar y a cuál debía
ser su reacción en cada caso.
A pesar de la escasa distancia que separaba ambos hogares tuvo
tiempo de tomar una decisión.

Llamó insistentemente a la puerta y esperó a que el mayordomo le


abriera. Con la eficiencia que se esperaba de él, este le atendió al segundo y
le invitó a acompañarlo hasta el lugar en que se encontraba Lady Alice.
Cuando entró vio a Edgehill y a la dama sentados en el sillón. Sus

posturas eran perfectamente decentes, pero, aun así, una ira desconocida para
él, hasta ese momento, lo embargó y le atenazó el estómago.
—¿Qué está sucediendo aquí? —inquirió, mirando a su amigo
directamente.
Estaba convencido de que mirar a Lady Alice lograría que su
serenidad, que tanto esfuerzo le estaba costando mantener, volaría por los
aires si se permitía dirigirse a ella.
—Creo que nos ha cazado —escuchó una voz femenina que no asoció

con la mujer que estaba sentada junto al vizconde.


Por instinto se dio la vuelta y se topó con Lady Victoria, a la que ni
siquiera había visto al entrar.
Estaba tan obsesionado con lo que pudiera estar pasando entre su
amigo y la anfitriona que fue incapaz de reparar en su presencia.
—Eso parece —corroboró Phillip—, creo que podemos arriesgarnos a
añadirlo a nuestro plan.
—Yo no estoy tan segura —opinó Lady Alice con un brillo malicioso
en sus ojos.
Capítulo 18

«Espero que estés disfrutando de Italia y que, aun así, de vez en


cuando te acuerdes de mí».

Fragmento de una carta de Lord Phillip Carroway, Vizconde de


Edgehill a Lady Caroline Whinthrope.

El baile organizado por los duques de Rothgar estaba siendo un éxito.


El cuarteto de cuerda era magnífico, la sala de baile estaba tan bien ventilada
que, a diferencia de en otros bailes, allí apenas se notaba el asfixiante calor
habitual.
Además, los anfitriones estaban radiantes. Sobre todo, la duquesa, que
llevaba un precioso vestido de una tela tan delicada que parecía tejida por
hadas, con un color verde iridiscente que cambiaba de tonalidad conforme se
movía.

Lady Caroline Whinthrope, por su parte, había escogido un vestido de


un suave color lavanda que acentuaba cálidos sus rasgos. Había llegado
acompañada de su hermano, quien, tras la visita a su amiga, le había
confirmado que sus temores eran injustificados.
El único motivo por el que Phillip había ido hasta la mansión de los
condes de Stapleford era, precisamente, hablar con el padre de Lady Alice, ya
que estaba planeando comprarle un caballo. El problema era que, dada la

inesperada partida del noble, el vizconde no había sido informado, asistiendo


igualmente a la cita concertada.
La explicación había complacido a Caroline, más viniendo de quién
venía. Si había una persona que se mereciera su confianza absoluta, ese era su
hermano. Lucius se había hecho cargo de ella tras la muerte de sus padres,

dejando apartada su propia felicidad para ocuparse de la de su hermana


menor.
Y aunque había contado con la ayuda de la tía Felicity, la viuda era
una mujer demasiado acostumbrada a estar sola como para saber cómo
atender a una niña.
Aun así, ella les estaba enormemente agradecida. Sobre todo, a
Lucius; tanto, que estaba decidida a ocuparse ahora de él. Y tenía bastante
claro lo que debía hacer. En cuanto Phillip y ella anunciaran su compromiso

se encargaría de que su hermano y Alice descubrieran lo perfectos que eran el


uno para el otro.
—Caro —llamó Phillip, acercándose a ella.
Se había quedado sola mientras su hermano se acercaba a la mesa de
las bebidas a por un clarete para él y un vaso de ratafía para ella. Sus amigas,
Brianna y Victoria, seguían en la entrada, dando la bienvenida a los invitados,
y a Alice todavía no la había visto.
—Estás preciosa. Me extraña que no tengas una cohorte de
admiradores a tu alrededor.

—Acabo de llegar. No les ha dado tiempo —bromeó con una sonrisa


deslumbrante.
—¿Crees que es demasiado pronto para acompañarme a la biblioteca?
—preguntó en un tono neutro, pero, aun así, Caroline sintió cómo la piel de

su rostro enrojecía por momentos.


—No, no lo es.
Phillip sonrió y le ofreció el brazo.
La mansión de los Rothgar era preciosa, y se notaba en cada esquina
la mano de Brianna. Era evidente que Marcus le había permitido cambiar lo
que quisiera, no obstante, la biblioteca parecía un dominio exclusivo de
hombres y Caroline recordó que, en una ocasión, la duquesa les había
contado que Marcus jamás había permitido cambiar un solo mueble de esa

estancia porque deseaba que siguiera tal y como su padre la había dejado.
Edgehill abrió la puerta y le cedió el paso.
Caroline se quedó parada en medio de la habitación sin saber muy
bien qué hacer. ¿Debía esperar a que Phillip la besara o era mejor que le
pusiera al tanto de su decisión de anunciar el compromiso?
Como si supera que debía actuar, el vizconde bajó la cara y la besó y
ella dio un respingo por la sorpresa.
Caroline sintió su boca caliente, húmeda y abierta, y él le acarició la
barbilla y tiró de ella para que abriera los labios. Entonces sintió el roce de su

lengua, seduciéndola con un ritmo constante y sinuoso que notó en el pecho,


el vientre y entre las piernas. No obstante, en esa ocasión sus manos no
buscaron su escote, no trataron de levantarle la falda, sino que se limitaron a
mantenerla pegada a él.

El beso tenía intención de atraparle el alma, de fundirla con la suya y


ella se lo permitió y habría seguido haciéndolo si la puerta no se hubiera
abierto bruscamente y no hubiera aparecido Lord Burns, acompañado de
Victoria y de Alice. Se separó con rapidez de Phillip, pero ya era demasiado
tarde. El barón había sido testigo directo de lo que había sucedido en esa
biblioteca.
—¡Oh! —se limitó a decir.
—Burns —saludó su prometido, que parecía no preocuparse de lo

sucedido.
—Yo… lamento… quiero decir que…
Sus amigas se quedaron en un segundo plano, dejando que fueran los
caballeros los que arreglaran la situación.
—Felicítame, barón, vas a ser el primero en saber que Lady Caroline
Whinthrope ha aceptado ser mi esposa. Ponte el anillo, querida.
—Felicidades, Edgehill; milady.
La aludida asintió mortificada. Unos minutos antes había estado
dispuesta a anunciar su compromiso, no obstante, ahora que se había visto

obligada por las circunstancias a hacerlo no estaba tan feliz como debería.
—Por favor, si nos permiten, me gustaría acompañar a mi prometida
al salón de baile en cuanto se haya recuperado de la emoción.
—Por supuesto —concedió dándose la vuelta para marcharse.

Victoria y Alice le lanzaron una mirada para asegurarse de que se


encontraba bien y siguieron al Barón de regreso al baile.
—Querida, ¿estás bien?
—Esto es horrible. Ahora todo el mundo creerá que te casas conmigo
porque te he cazado. Porque te has visto obligado a hacerlo.
Phillip tuvo el descaro de sonreír y el malestar que embargaba a
Caroline mutó en rabia.
—No puedo creer que te estés burlando de mí.

—Mi amor, no me burlo de ti, es solo que no podrías estar más


equivocada. Soy yo el que te ha cazado a ti.
Ella se apaciguó al escucharlo llamarla amor. Era la primera vez que
utilizaba un término tan cariñoso con ella. La primera vez que le dejaba
vislumbrar una parte de sus sentimientos.
—¿A qué te refieres con que me has cazado tú a mí?
—A que te quiero y estoy dispuesto a todo con tal de que seas mi
esposa. Y si para conseguirlo tengo que quedar como un pelele delante de la
alta sociedad, créeme que no puede importarme menos.

—¡Oh! Phillip. Es la primera vez que me lo dices.


—Me preocupaba que te asustaras si lo decía en voz alta. Parecías no
estar convencida de casarte conmigo.
—Me preocupaba que no me quisieras.

Phillip rio, ahora podía permitirse ese lujo.


—Llevo meses diciéndote que te quiero con el pensamiento. No sé
cómo no te has dado cuenta de ello.
Ella le devolvió la sonrisa.
—Supongo que estaba demasiado ocupada diciéndotelo a ti como
para darme cuenta de nada más.
—Creo que lo más inteligente es que a partir de ahora nos lo digamos
siempre en voz alta.
Epílogo

«Esta mañana hemos asistido a última boda de la temporada.


Haciendo balance, esta revista debe confesar que creía que, al finalizar la
misma, Lord H estaría disfrutando en las listas de los recién casados. De
cualquier modo, no perdemos la esperanza de encontrarle una marquesa a su
altura el próximo año».

Revista Secretos de sociedad.

La boda había sido preciosa. Lucius la había acompañado hasta el altar


y había estado a su lado durante toda la ceremonia. La tía Felicity había
llorado un mar de lágrimas, aunque parecía encantada con el novio.
No obstante, debía enfrentar sola lo que estaba por suceder. Tenía una
ligera idea de lo que sucedía entre un hombre y una mujer cuando estaban
juntos, pero eso en lugar de haberla tranquilizado la ponía más nerviosa.

Ni siquiera se deshizo el recogido que le había hecho Mary. Estaba


demasiado nerviosa para que sus manos atinaran con las horquillas y, debido
a ese nerviosismo, había despachado a su doncella después de que la ayudara
a ponerse el camisón y la bata.
Un conjunto sumamente indecente que le había regalado Victoria,
alegando que a su marido le iba a encantar.
Se sobresaltó cuando la puerta contigua a la suya se abrió de repente.
Phillip se detuvo entre ambos dormitorios para observarla.

—No debes preocuparte, todo va a ser perfecto —anunció, estaba tan

ansioso por tenerla, tan desesperado que no se había cambiado de ropa.


Apenas se había quitado la chaqueta y el chaleco en su afán por estar cerca de
Caroline.

Se acercó hasta quedar a unos centímetros de su esposa y deslizó su

lengua, despacio, por el contorno de aquellos rosados labios, luego se


introdujo en su dulcísima boca para saborearla. La atrajo hacia sí,
aplastándola contra su cuerpo mientras su boca se adueñaba de la de ella con
una sed intensa que jamás lograría saciar.

Él gruñó en voz baja, la tomó en sus brazos y se la llevó a la cama.


Hábilmente le quitó la bata, le acarició la espalda y le retiró las horquillas del
pelo. Impulsada por la urgencia de tocarlo, ella le acarició el pecho y los
hombros, siguiendo el contorno de aquellos músculos bien torneados bajo la

camisa de seda.

Tras depositarla en la cama que ambos compartirían, se dio cuenta de


que el delicado camisón apenas le cubría la piel, por lo que Phillip aprovechó
para acariciarle el pezón hasta ponerlo duro y llevárselo a la boca.

Caroline lo agarró por el pelo mientras él le lamía el otro pecho.

—¡Qué hermosa eres! —le murmuró él sobre la piel.

Posó sus cálidos labios en el cuello de ella mientras se desabrochaba


los pantalones. Cuando volvió a dejar caer todo su peso sobre ella, Caroline
notó la aterciopelada punta de su miembro en contacto con su piel desnuda.

Sabiendo que debía prepararla para recibirle le separó los suaves


muslos y enterró la cara entre ellos, torturándola con sus caricias, tal y como
había hecho en otra ocasión. La diferencia era que en esos instantes tenía
permitido hacerlo, explayarse en ello y disfrutar del amor de su esposa.

Siguió presionándola hasta que la vio romperse frente a él y, entonces,


consciente de que no podía esperar más sin avergonzarse a sí mismo de tanto
como la deseaba, se acomodó entre sus piernas y la penetró con cuidado.

Phillip se movía despacio y de modo constante, saboreando la


sensación que la presión de las entrañas de ella provocaba en su miembro,
arrastrándolo hasta lo más hondo de su ser.

La miró a los ojos y se sumergió con vehemencia en sus cálidas


entrañas.

Caroline profirió un grito mezcla de dolor y de placer y enterró el


rostro en el hombro del Phillip.

—Tranquila, mi amor. Confía en mí. Ahora solo sentirás placer.


Ella asintió, incapaz de decir nada.
Y él aprovechó ese gesto de confianza absoluta para demostrarle que
jamás iba a mentirle o a traicionarla. Para demostrarle que, sucediera lo que
sucediera, él siempre sería su refugio, su hogar.
Acuciado por su propio deseo la llevó hasta la cota más alta de placer
y la sostuvo cuando ella se hizo pedazos en torno a él. Entonces, y solo

entonces, se permitió a sí mismo la liberación que tanto ansiaba.


Sin salir de ella la abrazó y debieron de quedarse dormidos porque
cuando volvió a abrir los ojos la mañana clareaba por el horizonte.
—Buenos días, esposa —saludó, al notar que ella se movía entre sus

brazos.
—Buenos días.
Notó la timidez en su voz y se excitó al recordar el motivo que la
había despertado.
La notó moverse, tratando de acomodarse por lo que le permitió darse
la vuelta para quedar de frente.
Ella sonrió somnolienta.
—Me gusta despertarme así —rio—. Es muy agradable.

—Sí que lo es, pero ¿sabes una cosa?


Ella negó sin dejar de sonreír.
—Puede serlo mucho, mucho más.
—¿Es posible?
Fue el turno de Phillip de sonreír.
—¿Acaso estás dudando de la palabra de tu marido?
—Eso nunca lo haría una buena esposa. Es solo que… si no es mucha
molestia, me gustaría que me lo demostraras.
—Sus deseos son órdenes, milady —dijo un segundo antes de inclinar

su rostro sobre el de ella y conquistar sus labios en un beso cargado de


promesas de mañanas sumamente satisfactorias.
Próximamente…
Un marqués para mí
Serie Nobles nº 4

Lady Alice Alvanley estaba cansada de fingir que todo iba bien,
cansada de sentirse sola e incomprendida, de que sus padres apenas tolerasen
su presencia en sus vidas.
Por todo ello, había decidido independizarse de ellos y, ¿qué mejor
manera de hacerlo que buscándose un marido que la sacara de allí?
Lucius Whinthrope no podía quitarse de la cabeza a la osada Lady
Alice. Primero había tenido que intervenir para que esta no estropeara el
compromiso de su hermana y, después de que este, por fin, se hubiera
formalizado, parecía encontrársela allá donde fuera. ¿Se habría convertido el
marqués en su nuevo objetivo?
Sobre Olga Salar

Olga Salar. Nació el veintidós de enero de 1978 en Valencia. Se


licenció en filología hispánica para saciar su curiosidad por las palabras al
tiempo que compaginaba su pasión por la lectura.
Escribió su primera novela con una teoría, para ella brillante y

contrastada, sobre lo desastroso de las primeras veces, Un amor inesperado


(Zafiro. Planeta), y tras ella siguieron la bilogía juvenil Lazos Inmortales
(Kiwi). En este mismo género acaba de publicar Cómo sobrevivir al amor
(Planeta). Aunque ha sido en romántica adulta dónde ha encontrado su voz.
Es autora de Quédate esta noche (Kiwi), Íntimos Enemigos (Versátil),
Una cita Pendiente (Versátil), Una noche bajo el cielo (Kiwi), Jimena no
deshoja margaritas (Versátil), Solo un deseo (Zafiro. Planeta), Di que sí, con
la que fue mención especial en el II Premio HQÑ Digital, He soñado contigo
(Versátil), Romance a la carta (Versátil) Un beso arriesgado (HQÑ) e Igual

te echo de menos que de más (Amazon), Kilo y ¾ de amor (Amazon),


Deletréame Te Quiero (HQÑ), Contigo lo quiero todo (HQÑ), Duelo de
voluntades (HQÑ), El corazón de una dama (HQÑ).
Para conocer todas sus obras, pincha aquí
Otras obras de la autora
Un duque para mí.
Serie Nobles nº 1

Marcus Middlethorpe, duque de Rothgar, está decidido a evitar a las


matronas que sueñan con casarlo con sus aburridas hijas. Con ese fin, ha
trazado un plan que está seguro de que no puede fallar. Con lo que no ha
contado es con el carácter de la dama que necesita como cómplice para que
dicho plan tenga éxito.

Lady Brianna Warwick no desea ser cortejada falsamente para cubrir


apariencias. Ella está dispuesta a apostar fuerte y a arriesgar todo cuanto
posee, si con ello consigue lo que su corazón ansía: el amor de cierto duque
huidizo que la saca de quicio y le acelera la respiración.
Un lord para mí.
Serie Nobles nº 2

Lady Victoria Warwick ha estado enamorada del mismo caballero


desde que supo lo que era el amor, a pesar de que el caballero en cuestión
prefiera a su hermana mayor, a pesar de haberlos visto besarse…

Lord Sebastian Middlethorpe estaba decidido a disfrutar un par de


años más de su soltería, hasta que se dio cuenta de que cierta dama se había
dado por vencida y no tenía en mente esperarlo.
Igual te echo de menos que de más.

Cuando Olimpia se da de bruces con su pasado, presiente que sus


problemas no han hecho más que empezar. Allí estaba él, mirándola
fijamente con sus ojos negros, sin previo aviso y más atractivo todavía de lo
que recordaba. Y Olimpia que creía que lo había superado...
Como ella es una optometrista de lo más profesional, está dispuesta a
probarse todas y cada una de las lentes correctoras que ha ido acumulando a
lo largo de los años: las de los “sueños rotos”, las de la “venganza”, las de la
“solitaria estabilidad” y las de “la ilusión”. Pero no se decide a probar esas
que llevan por marca “Dale Otra Oportunidad”.
Menos mal que en esta montaña rusa que es la vida estará
acompañada por sus estupendos jefes, Gerardo y Arturo, parientes de “su
pasado”, su inseparable amiga Lola, quien sufre el ataque de las malditas
hormonas, y su hermano Nico, un Dj enemigo de la pena que está deseando
poner ritmo a la banda sonora de su futuro.
Kilo y ¾ de amor.

Gabrielle sabe que los zapatos sientan bien a todas las mujeres, tengan
la talla que tengan. Que calzada con unos stilettos cualquier chica puede
sentirse capaz de comerse el mundo y, que las zapatillas adecuadas tienen el
mismo efecto que un tacón de diez centímetros. Por ello ha escogido diseñar
zapatos como medio de vida y, gracias a esa pasión que siente por lo que
hace, su sello se ha convertido en la marca recurrente de millones de mujeres
en todo el mundo.
Ahora está decidida a conquistar a la otra mitad de la población: los
hombres. Y para ello necesita al modelo perfecto que encarne esa filosofía de
vida que impregna sus diseños.
El problema es que se niega a mezclar el trabajo con el placer y, su
nuevo modelo, está hecho para ser la horma perfecta de su zapato.
[1]
Alelí.

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