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CONQUISTA DE AMÉRICA
POR
M A N U E L FERRAND15 T O R R E S
CATEDRÁTICO DE L A F A C U L T A D DE FILOSOFÍA Y L E T R A S
E N L A UNIVERSIDAD DE V A L L A D O L I D
1 9 3 5
TALLERES TIPOGRÁFICOS
«CUESTA»
MACÍAS P I C A V E A , 38 Y 40
U N IV E R 8 IDA D D li V A L L A D O L ID
PUBLICACIONES D E LA SECCIÓN D E ESTUDIOS AMERICANISTAS
SERIE QUINTA, NÚMERO V
E L MITO D E L ORO EN L A
C O N Q U I S T A DE AMÉRICA
POR
M A N U E L FERKANDIS T O R R E S
CATEDRÁTICO DE LA F A C U L T A D DE FILOSOFÍA
Y LETRAS
1 9 3 5
TALLERES TIPOGRÁFICOS
«CUESTA»
MACÍAS P I C A V E A . 38 V 40
PRÓLOGO
L a ¡ e y c n d a y !a H i s t o r i a .
L o s a r g o n a u t a s del siglo X V I ,
(1) R. Blanco-Fombona: «El conquistador español del siglo xvi>. Madrid, 1921
pág. 294.
CAPÍTULO III
(1) Ch. Lutnmis: «Los exploradores españoles del siglo xvi», pág. 150.
- 12 —
(1) Ch. Lummis: «Los exploradores españoles del siglo xvi», pág. 157.
2
_ 14
el Perú, han sido los filones m á s ricos del Nuevo Mundo y la envidia
de las naciones enemigas de E s p a ñ a que han intentado, siempre que
han podido, arrebatarnos sus frutos atacando las remesas que venían
a la metrópoli. E n la región regada por la sangre de los que busca-
ban las tribus de oro de Meta, se han descubierto las minas de oro
de Guayana, motivo de disputa entre Inglaterra y Venezuela. Y no
hablemos de la riqueza de las Antillas, de las minas de hierro, cobre,
zinc, manganeso y otros metales que se hallan repartidos por todo el
continente americano, de los yacimientos petrolíferos que constituyen
la obsesión de la América del Norte, de los mil y mil motivos que
existen para considerar el territorio descubierto por los exploradores
españoles, como un verdadero Dorado, como un inmenso vellocino,
cuya riqueza supera a las fantasías de sus descubridores.
Maravilloso era el imperio del Gran Khan y extraordinarios el
poder y la riqueza que Colón les suponía, pero nunca hubiera podido
sospechar que la realidad superaría a sus sueños, como nunca
sospechó que había descubierto un Nuevo Mundo del que surgirían
veinte poderosas naciones, nacidas a la vida gracias al mito del oro
que empujó sus naves.
CAPÍTULO IV
(1) Fernando Colón: «Historia del Almirante don Cristóbal Colón», en Colec-
ción de libros raros y curiosos que tratan de América». T . V, pág. 62.
— 21 —
(1) Bartolomé de Las Casas: «Historia de las Indias», lib. I, cap. XII, en Colec-
ción de documentos inéditos para la Historia de España, í. 62, pág. 93 y siguientes.
— 27 —
(1) E l ejemplar de la «¡mago Mundi» del Cardenal Fierre d'Ailly puede consi-
derarse como la obra de consulta de Colón, ya que éste lo cubrió de notas; estas
notas han sido publicadas por Cesare de Lollis: «Scritti di Cristoforo Colombo*,
Roma, 1895; part. II, vol. II de la Raccolta di documenli e studi publicati dalla
R. Commissione Colombiana.
(2) «Adeo ut ipsa simul jungere álveo manufacto quandoque Egyptii cogitave-
runt reges, mare Rubrum... cuyus longitudo vix sex mensium navegatione pertran-
situr, a cujus littore Oceanus usque ad terminum Indie vix anno integro navigatur,
secundum Iheronimum. Unde refert quod classis Salomonis per triennium ab India
deportabat commertia>.
(3) Dice Fernando Colón en la «Vida del Almirante»: «La quinta consideración
que hacía creer más al [Almirante] que aquel espacio fuese pequeño, era la opinión
de Alfragano y los que le siguen, que pone la redondez de la tierra mucho menor
que los demás autores y cosmógrafos, no atribuyendo a cada grado de ella más
que 56 millas y dos tercios, de cuya opinión infería que, siendo pequeña toda la
esfera, había de ser por fuerza pequeño el espacio que Marino dejaba por desco-
nocido, y en poco tiempo navegado, de que infería asimismo que, pues aun no
estaba descubierta la fin oriental de la India, sería aquel fin el que está cerca de
los otros por Occidente». Colee, de libros... T. V, pág. 29. Colón que, ni conoció,
ni quiso conocer, otro tamaño de la Tierra que el dado por Alfagran, sentó en este
error uno de los fundamentos de su viaje y lo mantuvo toda su vida.
— 29 —
(1) Las Casas: Ob. cit, Lib. I, cap. V, en Col. de Docs. Inéd. T. 62, pág. 55.
3
— 30 —
(1) «Relaciones y cartas de Cristóbal Colón», Diario del primer viaje, Bib. Clá-
sica, tomo CLX1V, pág. 5.
-52-
(1) Andrés Bernáldez: Historia de los Reyes Católicos*.. Cap CXV1I, en Bib.
de A. A. E E . , tomo 70, pág. 657.
— 53 —
(1) «En amaneciendo aquel lunes vieron muchas más yerbas, y que parecían
yerbas de ríos, en las cuales hallaron un cangrejo vivo, el cual guardó el Almirante,
y dice que aquellas fueron señales ciertas de tierra, porque no se hallan ochenta
leguas de tierra».
(2) Manuel Sales y Ferré: «El descubrimiento de América según las últimas
investigaciones».
Cesáreo Fernández Duro: «Colón y Pinzón», en Memorias de la R. A . de
la H . , tomo X.
— 44-
al día siguiente, y a los cuatro días llegan a tierra; la Pinta, que era
la m á s velera de las naves, iba siempre delante y de la Pinta salió la
primera voz que, sin equivocarse, dijo jtierral Hay que prescindir por
completo de toda intervención de los capitanes españoles en una
conjura contra Colón; aun m á s , ni el menor indicio hace sospechar
que la marinería de la Pinta o la Niña se quejase de haber sido
e n g a ñ a d a y pretendiese sublevarse para volver: eran marineros
españoles mandados por jefes españoles en quienes tenían plena
confianza y en ellos la disciplina vencía a cuantas inquietudes
pudiesen surgir.
¿Y en la Santa María? E l caso ofrecía algunas diferencias. E n
primer lugar Colón, que nunca sobresalió por sus dotes de gobierno
y que debía ser de genio bastante vidrioso, no supo granjearse nunca
el afecto y la confianza de sus inferiores; les riñe, como hemos visto,
el 9 de Septiembre, porque derivaban hacia el Nordeste, y no debía
tener mucha razón cuando el 25 del mismo mes reconoce que si no
habían encontrado islas «lo debía haber causado las corrientes que
siempre habían echado los navios al Nordeste». E n estas condiciones,
las vicisitudes de la travesía capaces de poner a prueba los ánimos
mejor templados, producen inquietudes, desconfianza creciente,
murmuraciones, todo lo natural en quienes se creían completamente
a merced de la Divina Providencia, en quienes veían desaparecer
unas tras otras las falaces ilusiones de tierra, pero de ahí a la
rebelión, a la amenaza, jamás. Todo el cacareado motín se reduce a
las naturales quejas de una parte mínima de la tripulación que
encuentra más fatigas y peligros que los que pensaba encontrar (1);
todos los inconvenientes y zancadillas que los españoles ponen al
genio colombino, son las atinadas observaciones y acertados consejos
del mayor de los Pinzones, fielmente seguidos por el Descubridor.
Y no menos falsa que la anterior, ya que viene a ser su
consecuencia, es la leyenda que supone a Colón rebajando el número
(1) Durante el regreso del primer viaje y después de la tormenta pasada junto a
las Azores, Colón nos da la clave de sus intenciones al reincidir infantilmente en
su prurito misterioso diciendo: «Lunes 18 de Febrero Y diz que fingió haber
andado más camino por desatinar a los pilotos y marineros que carteaban, por
quedar él Señor de aquella derrota de las Indias, como de hecho queda, porque
ninguno de todos ellos traía su camino cierto, por lo cual ninguno puede estar
seguro de su derrota p a r a las Indias*. Diario , pág. 171. Hubiera sido más
r^h0,? .qUe 13 t0r,lienta le desorientó Y tropezó con las Azores cuando
^finHn31'86 ! aP^uga"; olvidar que entre los pilotos a quienes dice ha
«Y porque la carabela Pinta era más velera e iba delante del Almi-
rante halló tierra, y hizo las s e ñ a s que el Almirante había mandado.
Esta tierra vido primero un marinero que se decía Rodrigo de
Triana; puesto que el Almirante a las diez de la noche, estando en el
castillo de popa, vido lumbre, aunque fué cosa tan cerrada que no
quiso afirmar que fuese tierra; pero llamó a Pero Gutiérrez, repos-
tero de estrados del Rey, c díjole, que parecía lumbre, que mirase él,
y así lo hizo y vídola: díjolo también a Rodrigo Sánchez de Segovia,
que el Rey e la Reina enviaban en la armada por veedor, el cual no
vido nada porque no estaba en lugar do la pudiese ver. Después que
el Almirante le dijo, se vido una vez o dos, y era como una cande-
lilla de cera que se alzaba y levantaba, lo cual a pocos pareciera ser
indicios de tierra. Pero el Almirante tuvo por cierto estar junto a la
tierra. Por lo cual cuando dijeron la Salve, que la acostumbraban
a decir e cantar a su manera todos los marineros y se hallan
todos, rogó y amonestólos el Almirante que hiciesen buena guarda
al castillo de proa y mirasen bien por la tierra, y que al que le dijese
primero que vía tierra le daría luego un jubón de seda, sin las otras
mercedes que los Reyes habían prometido, que eran diez mil mara-
vedís de juro a quien primero la viese. A las dos horas después de
media noche pareció la tierra, de la cual estarían dos leguas» (1).
Las Casas repite el relato casi en idéntica forma y hace la misma
distinción: el primero que vió tierra fué Rodrigo de Triana, el primero
que vió luz fué Colón. Fernández de Oviedo también cita a Rodrigo
de Triana como el primero que vió tierra, pero complica la visión de
la misteriosa luz haciendo discutir sobre la prioridad en percibirla a
Colón y un marinero de la Santa María del que sólo sabe que era
natural de Lepe; y como en la disputa saliese vencedor Colón, quien
se adjudicó los maravedises prometidos como albricias por los Reyes
Católicos, recoge el dramático rumor según el cual «aquel marinero
que dixo primero que veía lumbre en tierra, tornado después en
Bspaña, porque no le dieron las albricias, despechado de aquesto, se
pasó en África y renegó de la fe».
Parecía decidida la cuestión afirmando que fué Rodrigo de
Triana, tripulante de la Pinta, quien vió el primero la tierra de Amé-
rica, pero al repasar la lista de los tripulantes del primer viaje, lista
que va completando la infatigable Miss Gould Quincy con sus inves-
tigaciones en el archivo de Simancas, no aparece ninguno que se
** *
(1) Manuel Sales y Ferr^: «El descubrimiento de América según las últimas
investigaciones». Sevilla, 1893.
— 51 —
(1) Cesáreo Fernández Duro: «Colón y Pinzón», «Los pleitos de Colón», «Colón
y la historia póstuma», etc.
(2) Manuel Sales y Ferré: «El descubrimiento de América según las Ultimas
investigaciones». Sevilla, 1893.
(4) M . Sales Ferré: «El descubrimiento »,
— 52 -
Pinta afirma «que alguna pena perdía con saber que Martín Alonso
Pinzón era persona esforzada y de buen ingenio» (1); y en esta
armonía se mantiene, como hemos visto, durante todo el viaje de ida
tratando al piloto español como el hombre de confianza con quien
podía comentar las incidencias de la marcha.
Inician juntos los descubrimientos y sigue el Almirante confiado
en la pericia de Pinzón; el 17 de Octubre quiere rodear la isla Fer-
nandina por el Sudeste, pero «Martín Alonso Pinzón, capitán de la
carabela Pinta, en la cual yo mandé a tres de estos indios, vino a mí
y me dijo que uno dellos muy certificadamente le había dado a enten-
der que por la parte del Nornorueste muy más presto arrodearía la
isla. Y o vide que el viento no me ayudaba por el camino que yo quería
llevar, y era bueno por el otro, di la vela por el Nornorueste» (2).
A partir de este momento, y sin m á s que una citación incidental que
hace el 4 de Noviembre referente a Pinzón, no vuelve a hablar de él
hasta el 21 de este mes en que dice: «Este día se apartó Martín
Alonso Pinzón con la carabela Pinta sin obediencia y voluntad del
Almirante, por cudicia diz que pensando que un indio que el Almirante
había mandado poner en aquella carabela le había de dar mucho
oro, y así se fué sin esperar, sin causa de mal tiempo, sino poique
quiso. Y dice aquí el Almirante: otras muchas me tiene hecho y
dicho» (3). Y aun añade al día siguiente para remachar el clavo:
«...y cuando salió el sol se halló tan lejos [Colón] como el día
pasado por las corrientes contrarias, y quedábale la tierra cuarenta
millas. Esta noche Martín Alonso siguió el camino del Leste para ir a
la isla de Babeque, donde dicen los indios que hay mucho oro, el
cual iba a vista del Almirante, y abría hasta el diez y seis millas.
Anduvo el Almirante toda la noche la vuelta de tierra, y hizo tomar
algunas de las velas y tener farol toda la noche, porque le pareció
que venía hacia él, y la noche hizo muy clara, y el ventecillo bueno
para venir a él si quisiera» (4).
S u hijo y biógrafo tiene buen cuidado de dejar ya bien sentado el
relato para la posteridad: «Siendo avisado en este viaje Martín Alonso
Pinzón por algunos indios que llevaba en su carabela de que en la
isla deBochio, que como hemos dicho así llamaban a la Española,
Arana, consideró que era una imprudencia el dejarlos en la Española, opinión que
pudo recordar con amargura el Almirante al comprobar, en su segundo viaje, el
trágico fin que habían tenido.
C A P I T U L O VII
su mina, que hartos tengo aquí que dicen que lo saben» (25 de
Diciembre). E l 25 naufraga su nao, pero bendice el desastre porque le
obligó a detenerse en un punto «ques el mejor lugar de toda la isla
[la E s p a ñ o l a ] para hacer el asiento, y m á s cerca de las minas del
oro; todos los datos coincidían: «trujeron al Almirante una gran
carátula, que tenía grandes pedazos de oro en las orejas, en los ojos
y en otras partes, la qual le dio con otras joyas de oro quel mismo
rey Guacanagari había puesto al Almirante en la cabeza y en el
pescuezo»; «vino otra canoa de otro lugar que traía ciertos pedazos
de oro, los cuales querían dar por un cascabel, porque otra cosa
tanto no deseaban como cascabeles. Que aun no llega la canoa a
bordo cuando llamaban y mostraban los pedazos de oro, diciendo
chuq chuq por cascabeles, que están locos por ellos. Después de
haber visto y partiéndose estas canoas que eran de los otros lugares,
llamaron al Almirante y le rogaron que les mandase guardar un
cascabel hasta otro día, por quél traería cuatro pedazos de oro tan
grandes como la mano».
Decidido a señalar este sitio como futuro lugar de explotación de
las minas de oro, construye el fuerte de Navidad, pero como le
decían también que hacia el Este había m á s , sigue explorando la
Española y acaba por encontrar los ríos auríferos de que ya le
habían hablado. Los halla el 8 de Enero y los describe así: «...iban
los marineros a tomar agua para el navio, y halló que el arena de la
boca del río, el cual es muy grande y hondo, era diz que toda llena
de oro, y en tanto grado que era maravilla, puesto que era muy
menudo. Creía el Almirante que por venir por aquel río abajo se
desmenuzaba por el camino, puesto que dice que en poco espacio
halló muchos granos tan grandes como lentejas; mas de lo menudito
diz que había mucha cantidad. Y porqne la mar era llena y entraba
el agua salada con la dulce, mandó subir con la barca el río arriba
un tiro de piedra: hincheron los barriles desde la barca, y volviéndose
a la carabela hallaban metidos por los aros de los barriles pedacitos
de oro, y lo mismo en los aros de la pipa. Puso por nombre el
Almirante al río el Río del Oro, el cual de dentro pasada la entrada
es muy hondo, aunque la entrada es baja y la boca muy ancha, y
dél a la villa de la Navidad diez y siete leguas. Entremedias hay
otros muchos ríos grandes; en especial tres, ios cuales creía que
debían tener mucho m á s oro que aquél, porque son m á s grandes,
puesto queste es cuasi tan grande como Guadalquivir por C ó r d o b a : y
dellos a las minas de oro no hay veinte leguas. Dice m á s el Almirante,
— 65 —
que no quiso tomar de la dicha arena que tenía tanto oro, pues
sus Altezas lo tenían todo en casa y a las puertas de su villa de la
Navidad, sino venirse a m á s andar por llevalles las nuevas...» (1).
¿ E s qué había logrado transformar en realidad el mito que per-
seguía? E l optimismo rebosa en el párrafo transcrito: se han hallado
granos de oro como lentejas sin m á s que recoger la arena, y esto en
el río pequeño, que por lo que respecta a los otros, como traen m á s
agua, dice Colón con lógica aplastante, debían tener m á s oro en
proporción con su caudal; sin embargo, no hace falta ir muy lejos
para ver al propio Las Casas poner la nota de incredulidad en el
comentario al texto anterior: «Este río es Yaqui, muy poderoso y de
mucho oro, y podía ser que lo hallase entonces el Almirante, como
dicen. Pero todavía creo que mucho de ello debía ser margasita,
porque allí hay mucha, y pensaba quizá el Almirante que era oro
todo lo que relucía». {Esta es la verdadera respuesta a las afirma-
ciones de Colónt E r a la ilusión, el e n g a ñ o s o espejismo, lo que le
hacía tomar por oro todo lo que relucía para aprehender con un
desesperado esfuerzo el mito dorado, que de nuevo se esfumaba
entre sus manos cuando ya creía haberlo logrado.
Y ahí está su último párrafo para acabarnos de convencer; si era
verdad la riqueza de ese Río de Oro (2), si bastaba recoger la arena
o sumergir barriles para encontrarlo, ¿qué le hubiera costado llevar a
E s p a ñ a un puñadito de las áureas lentejas que a nadie hubieran
dejado dudar sobre la calidad y cantidad del oro encontrado?; y en
lugar de llevar consigo un argumento mejor que toda clase de razo-
namientos, se contenta con hacer constar que allí se queda el oro, a
la puerta de casa con un párrafo de suficiencia que hace pensar si
acaso «estarían verdes» como las uvas de la fábula.
Y se vuelve a E s p a ñ a con las manos vacías, como las trajo
Martín Alonso a pesar de los rescates fabulosos que le atribuyó.
Ha recorrido durante tres meses las islas americanas y ha sufrido
alternatives de esperanza y desaliento, de ilusión y decepciones. L a s
circunstancias le han dirigido en sus pasos y variado sus pensa-
mientos; el primer mes es el de la ilusión de Cipango, el que había
de ver realizados sus planes tal como les tenía concebidos cuando
salió del puerto de Palos; es el mes de las marchas forzadas, del
movimiento continuo en el que descubre rapidísimamente las islas de
E l fracaso de l a q u i m e r a de C o l ó n .
***
(1) La carta está publicada en Navarrete: «Colección,. ..», T . II, págs. 103 y 105,
- 76 —
(1) Ya antes de iniciar su cuarto viaje había escrito una carta al Papa ofrecién-
dosele, como paladín de la fe, para rescatar 'os Santos Lugares.
(2) «Carta a los Reyes >. En lug. cit., pág..378.
— 82 -
(t) Su mismo hijo y biógrafo, que tan cuidadosamente sigue en su historia todos
los datos y referencias que hace el Almirante, omite por completo todas las
alusiones señaladas referentes al Paraíso Terrenal y minas de Salomón.
— 85 —
(1) «Cobre hay en esta isla [la Española], e muchos lo han hallado muchas vepes,
e aun diQen que es rico; pero ha^en poco caso de tal grangería, porque sería grande
error dexar de buscar oro e sacarlo (sabiendo que lo hay), por buscar cobre,
seyendo tan grande la desigualdad del presólo y provecho que de lo uno e lo otro
se sigue». Oviedo, «Historia general y natural de Indias-, lib VI, cap, VIII
(2) Las Casas: «Historia », Lib. II, cap. XLI, en Col. de docs. inéditos para
la H. de E „ T. 64, pág. 209.
(3) Carta de Mayo de 1499, en «Relaciones y Cartas.. . . . .
(4) Oviedo: «Historia », lib. V, cap. III.
— 86 —
(1) Conocidas son las ideas de Las Casas sobre la colonización española en
Indias, sus afirmaciones sobre la destrucción de la raza indígena y la trascendencia
que en el extranjero han tenido sus obras. Basta para darse idea de su estilo el
siguiente párrafo en el que refiere la materia de que han de tratar algunos capí-
tulos de su Historia: «Como desta isla Española salió y procedió la pestilente y
mortífera ponzoña causativa de todos las males y estragos, y perdición, que ha
vaciado de sus pobladores todas estas Indias, conviene a saber, las conquistas y el
repartimiento de los indios, dos cosas que, si en todo lo poblado del mundo se
hobieran introducido y durado lo que en estas Indias dura hoy, no hobiera ya
memoria del linaje humano». En Col. de docs. iné. para la H . de E . , t. 64, pág. 10.
— 88—
(1) Las Casas: «Historia », lib. II, cap. XLVI, en Col. de docs. iné. para
la H . de E . T. 64, pág. 235.
- 89 -
que era la rica en oro, pero habiendo muerto el cacique amigo de ios
españoles, su sucesor excitó los ánimos de loa indígenas y aprove-
chando como pretexto la implantación de los repartimientos, organizó
un levantamiento general contra los invasores.
L a guerra de Puerto Rico es la primera guerra de la indepen-
dencia americana, h i pueblo entero se levanta contra los españoles,
los alardes de valor se suceden por una y otra parte y a los relatos
legendarios y tradicionales se unen las más inverosímiles hazañas.
Admirados los indios de Boriquen de lo fácil que había sido a los
españoles sojuzgar la Española, llegaron a creer que eran de origen
celestial y por lo tanto inmortales, por lo que antes de lanzarse a la
sublevación quisieron hacer un experimento que les confirmase o
rectificase su creencia. Para ello se valieron de un imprudente español
llamado Salcedo que se confió a ellos hasta el punto de permitir que
le ayudasen a vadear un río; le ahogaron en el mismo «y después
que estuvo muerto, sacáronle a la ribera y costa del río, e decíanle:
«Señor Salcedo, levántate y perdónanos: que caymos contigo, e
yremos nuestro camino». E con estas preguntas e otras tales le
tuvieron assi tres días, hasta que olió mal, y aun hasta entonces ni
creían que aquél estaba muerto ni que los chripstianos morían. Y
desque se fertificaron que eran mortales por la forma que he dicho,
hiriéronlo saber al cacique, el qual cada día enviaba otros indios a
ver si se levantaba el Salcedo; e aun dubdando si le debían verdad,
el mismo quiso yr a lo ver, hasta tanto que passados algunos días, le
vieron mucho m á s dañado c podrido a aquel pecador. Y de allí
tomaron atrevimiento y confianza para su rebelión » (1).
Entablada la lucha se suceden sin interrupción los rasgos de
valor. Diego de Salazar, que salvó del saqueo a la guarnición del
pueblo de Aguada o Sotomayor, llegó a ser tan temido por los indios
que nunca iniciaban éstos un combate sin enterarse antes de si el
valeroso español estaba entre los enemigos, y era corriente responder
a las amenazas de cualquier cristiano con la frase que cita Oviedo:
«Piensas tú que te tengo de temer, como si fuesses Saladar». Entre
los demás capitanes que acompañaban a Ponce de León en la
conquista, sobresalen Miguel del Toro «el qual era hombre re^io e
para mucho»; Juan de León «hombre diestro en las cosas del mar y
en la tierra, y en las cosas de la guerra, de buen saber y gentil
ánimo»; Alonso de Niebla que, habiendo sido labrador en E s p a ñ a ,
supongo que así estaré hasta que Dios disponga llevarme de esta
vida mortal. Algunos llaman a esta fuente Fons juventutis, pues los
que beben de ella son siempre jóvenes» (1).
E l cronista Herrera acepta no sólo la existencia de la fuente, sino
también la de un río que tenía igual propiedad rejuvenecedora: «Es
cosa cierta, que demás del principal propósito de Juan Ponce de
León... que fué descubrir nuevas tierras... fué a buscar la fuente de
Bimini, i en la Florida un río, dando en esto crédito a los indios de
Cuba, i a otros de la Española, que decían que bañándose en él, o
en la fuente, los hombres viejos se bol vían mogos...: Esta fama de la
causa que movió a estos para entrar en la Florida, movió también a
todos los Reies i Caciques de aquellas comarcas, para tomar mui a
pechos, el saber qué río podría ser aquel, que tan buena obra hacía,
de tornar a los viejos en mogos; i no quedó río ni arroyo en toda la
Florida hasta las lagunas, y pantanos, adonde no se bañasen...» (2).
E l autor de las Décadas de Orbe Novo, dice primeramente:
«Entre ellas, a la distancia de trescientas veinticinco leguas de la
Española, cuentan que hay una isla, los que la exploraron en lo
interior, que se llama Boyuca, alias Ananeo, la cual tiene una fuente
tan notable que, bebiendo de su agua, rejuvenecen los viejos. Y no
piense Vuestra Beatitud que esto lo dicen de broma o por ligereza;
tan formalmente se han atrevido a extender esto por toda la corte,
que todo el pueblo y no pocos de los que la virtud o la fortuna
distingue del pueblo, lo tienen por verdad. Pero si Vuestra Santidad
me pregunta mi parecer, responderé que yo no concedo tanto poder
a la naturaleza madre, de las cosas, y entiendo que Dios se ha reser-
vado esta prerrogativa...» (5). Y en otro pasaje el mismo cronista
rectifica la situación de la codiciada fuente y da nuevos detalles de la
misma: «En mis primeras Décadas que corren impresas por el mundo
se dió la noticia de una fuente dotada de tal virtud oculta, según se
dice, que usando su agua bebida o en baño, hace rejuvenecerse a los
ancianos. Apoyándome yo en el ejemplo de Aristóteles y de nuestro
Plinio, me atreveré a considerar por escrito lo que no vacilan en
afirmar de viva voz hombres de gran autoridad...». Estos «declaran
unánimemente que han oído la historia de la fuente que restaura el
vigor, y creyeron, en parte, a los que contaban esta historia. Dicen
(1) Las Casas: «Historia », lib. 11, cap. LVI, en Col. docs. inéd., t. 64,
página 286.
(2) Oviedo: «Historia », lib. XVIII, cap, I.
— 95 ~
quieren mucho y por lo que andan; por haber este Sefíor nos
angustian, por éste nos persiguen, por este nos han muerto nuestros
padres y hermanos, y toda nuestra gente, y nuestros vecinos, y de
todos nuestros bienes nos han privado, y por este nos buscan y
maltratan, y porque, como habéis oído ya, quieren pasar acá, y no
pretenden otra cosa sino buscar este S e ñ o r , y por buscallo y sacallo
han de trabajar de nos perseguir y fatigar, como lo han hecho en
nuestra tierrra de antes, por eso, hagámosle aquí fiesta y baile,
porque cuando vengan les diga o Ies mande que no nos hagan
mal» (1).
Prescindiendo de los detalles que en el anterior relato haya
podido mezclar la exaltada imaginación del cronista, lo que se
deduce ciertamente de él es que ya había pasado la época en que
unos cascabeles valían m á s que el oro para los indígenas, ya no se
consideraba el precioso metal como la mejor ofrenda para satisfacer
a los dioses blancos y se juzgaba la venida de éstos como una
calamidad que a toda costa había que evitar.
La sublevación dirigida por Hatuey fué prontamente sofocada y
su cabecilla condenado a la hoguera; Velázquez y Pánfilo d e N a r v á e z
acabaron de recorrer y someter toda la isla y entre los fundadores
de ciudades y primeros colonizadores se cuentan los nombres que
más habían de brillar en las h a z a ñ a s posteriores; Bartolomé de Las
Casas, que inicia en Cuba su labor de defensa de los indios, Hernán
Cortés, los Alvarado, Juan de Grijalva, Cristóbal de Olid y otros, lo
más selecto de los conquistadores, acompañaban a Diego de
Velázquez. L a isla que pudo ser para Colón la meta de sus ilusiones,
será el semillero de donde surjan las nuevas ilusiones que habían de
extender la conquista.
Se habían dominado ya las cuatro grandes islas que constituyen
el grupo mayor de las Antillas; la Española, Puerto Rico, Jamaica y
Cuba, fueron simultánea o sucesivamente la presa dorada que
arrastró a los españoles; en todas ellas se creía encontrar una sola
riqueza: el oro, pero una vez poseídas y conocidas, dieron cada una
la respuesta adecuada a su naturaleza. E l oro natural, en las minas o
en los valles de los ríos, no todas lo poseían; quizá tan solo la
Española y Cuba pudieran compensar en este aspecto el esfuerzo
realizado, pero las riquezas naturales de las cuatro islas, riquezas
(1) Las Casas: «Historia », iib. III, cap. XXI, en Col. de docs. inéd. para
•a H. de E . Tomo 64, pág. 465
— 96 —
(1) Las Casas: «Historia lib. II, cap. VI, en Col. de docs. inéd., t. 64,
pág. 34.
— 97 —
caña fan gruesa como muñeca de hombre, e ían larga como dos
estados de mediana esfaíura. Y a también se les consiente hacer
ingenios para el azúcar, que será una cosa de grandísima riqueza» (1).
Las islas que acababan de ser dominadas cumplieron perfecta-
mente su misión; su riqueza principal no fue la del oro sino la de la
primera materia y sus algodones y cañas de azúcar, sus ganados de
todas clases, fueron el verdadero vellocino que, aun en el día de hoy,
siguen explotando sus afortunados poseedores. Y no olvidemos que
fueron aquellos mismos españoles que tan ciegos parecían por el
oro, los primeros que las encauzaron por el camino de prosperidad
que nunca han perdido.
La tierra prometida
(1) Las Casas: «Historia », lib. II, cap, II, en Col. de docs. inéd., t. 64, pág. 11.
(2) Con la expedición de Bastidas debieron desaparecer completamente los
recelos que, sobre la riqueza de Indias, habían producido las primeras desilusiones
d é l a explotación de la Española. Al entusiasmo por embarcar del segundo viaje
colombino había sucedido una nueva desconfianza y retraimiento que los mismos
Reyes procuraban por todos los medios vencer; por ello le ordenaron a Bastidas
«quel oro que llevaba deste descubrimiento que avia hecho, le mostrase en todas
las cibdades e villas, por donde passasse hasta llegar a la corte... Esto se hapía
porque las cosas destas Indias aun no estaban en fama de tanta rique9a que
deseassen los hombres passar a estas partes: antes para traellos a ellas, avia de
ser con mucho sueldo e apremiados». Oviedo: «Historia », lib. XXVI, cap. II. El
oro de Bastidas y las perlas de Niño despertaron de nuevo el afán de embarcar.
— 101 —
(1) Las Casas: «Historia », lib. III, cap. X L V , en Col. de docs. inéd., t. 65,
Pág. 97.
— 102 -
(\) Las Casas: «Historia.... », lib. II, cap. LXI, en Col. de docs. inéd., t. 64.
pág. 310
(2) «Qués por donde han salido en estos postreros tiempos en que estamos
a esta parte tantos millones de pesos de oro, e innumerables quintales de plata, y
se han llevado a España y traydo mucho dello a estas nuestras islas, en tanta
manera que no se sabía estimar su cantidad y valor cierto». —Oviedo: «Historia »,
lib. XXVIII, cap. III.
— 105 —
(1) Las Casas: «Historia », lib. II, cap. LXIII, en Col. de docs. inéd-, t. 64.
Pág. 3ltí.
— 106 —
(1) Las Casas: «Historia », lib. III. cap. LXI, en Col. de Doc. inéd., t. 65,
póg.
iff. 78.
7ft.
— 109 —
su efecto entre su gente, divisó Balboa por primera vez el Mar del
Sur el martes 25 de Septiembre de 1515. A i día siguiente llegaban a
la orilla dei mar, en el golfo de S a n Miguel, y después de probar el
agua para convencerse de que era saleda, tomaron posesión de el en
nombre de los Reyes de Castilla. Lograda, con mayor o menor
espontaneidad, la amistad de los caciques de Chiapes y Tumaco,
hallaron una riqueza inesperada de perlas que les eran ofrecidas
como cosa sin valor; 240 perlas gruesas les regaló el cacique de
Tumaco y les aseguró que en una isla distante de allí cinco leguas se
criaban perlas tan grandes como aceitunas «y como habas», y, aun
m á s , que siguiendo la costa había un país tan rico en oro que a su
lado palidecían todos los que habían conocido.
E l mito se lograba en parte y en parte se alejaba; por muchas
riquezas que Balboa y los suyos encontrasen, ya no olvidarían lo
que había m á s allá, y, si la desgracia no hubiera interrumpido la vida
del conquistador, no hubiese sido Pizarro el descubridor del Perú.
E l regreso al Darien es una lluvia continua de oro; en unos
sitios recogen tranquilamente las joyas abandonadas por sus mora-
dores; el que resiste es apresado y condenado a pagar fuerte rescate;
hay lugares que ofrecen fructíferas catas sin necesidad de escoger el
terreno, arroyos en los que encuentran granos como lentejas y de tal
manera se les van acumulando riquezas, que acaban por ir todos
«tan cargados de oro, que más indios con cargas de oro que con
bastimentos y comida ocupaban». L a entrada en el Darien fué triunfal,
«saliéronlo a rescibir todos los españoles del Darien, con solemní-
sima fiesta, pero desque supieron que había descubierto la mar del Sur,
y las perlas, y traía tanta carga de oro, y tan ricas perlas, no se podría
encarecer la excesiva alegría que todos rescibieron, estimando ser
cada uno deilos, de todos los hombres del mundo, el m á s felice» (1).
Balboa comunicó a la Corte todo lo hecho y tuvo buen cuidado
de enviar a la Corona las mejores perlas y de pintar con los más
halagüeños colores las sorprendentes riquezas que aun se podrían
hallar en los pueblos del Mar del Sur; de esta manera transmitía al
Monarca la ilusión que él acariciaba y logró que se le perdonasen
sus desvíos pasados y se le nombrase Adelantado del Mar del Sur,
pero no pudo evitar que se nombrase Gobernador del Darien y que
este nombramiento recayese en la persona que más daño le había de
hacer: en Pedrarias Dávila.
(1) Las Casas: «Historia », iib. III, cap. LI, en Col. doc. inéd., t. 65, pág. 129.
—111 —
(!) Las Casas: «Historia », lib. III, cap. L X , en Col. docs. inéd., t. 65, plg. 169.
) Las ^asas: «Historia », lib. III, cap. L X , en Col. docs. inéd., t. 65, pág. 170.
— 112 —
El oro azteca
(1) Las Casas: «Historia », lib. III, cap. XCVI, en Col. docs. inéd., t. 65,
pág 349.
(2) Dice Fernando Colón en su «Historia del Almirante», cap. X C , que «aunque
el Almirante supo por los indios de aquella canoa, las grandes riquezas, la política
y la industria que había en los puertos de las partes occidentales, de la Nueva
España, no quiso ir allí, pareciéndole que estando aquellos países a sotavento,
podía navegar a ellos desde Cuba cuando le tuviese más conveniencia ».
— 115 —
(1) ' E dijeron que recibiésemos aquello de buena voluntad, e que no tienen más
oro que nos dar; que adelante, hacia donde se pone el Sol, hay mucho; y decían
Culba, Culba, Méjico, Méjico; y nosotros no sabíamos qué cosa era Culba, ni aun
Méjico tampoco». Bernal Díaz del Castillo. «Historia », cap. XI, en Bib. de A. A .
E . E . , t. 26, pág. 10.
— 118 —
(1) «Respondieron que de hacia donde se pone el Sol, y decían Culchua y Méjico,
y como no sabíamos qué cosa era Méjico ni Culchua, dejábamoslo pasar por alto».
Díaz del Castillo: «Historia cap. XXXVI, en Bib.de A. A. E . E . . t. 26,
pág. 30.
— 119 —
L a s ciudades fabulosas
(1) <E mostróles un poco de oro, e dixeron que en aquella tierra no lo avía,
sino lexos de allí, en la provincia que dicen Apalache, en la cual avía mucho oro en
gran cantidad, segünd ellos daban a entender por sus señas: e todo quanto les
mostraban a aquellos indios, que a ellos les paresia que los chripstianos tenían en
a go, debían que de aquéllo había mucho en Apalache» Oviedo: «Historia
Hb. XXXV, cap. I.
— 126 —
¿Era posible que fray Marcos viese lo que relata? No hay que
olvidar la excifación en que vivían aquellos exploradores bajo la
obsesión del oro; fray Marcos vería, en efecto, desde una altura y a
través de la calina del desierto, formas de torreones y cúpulas de
murallas y catedrales, pero no eran más que las aldeas indígenas,
fabricadas en las rocas, cuya apariencia extraña simula masas arqui-
tectónicas de extraordinario vig-or y presenta perspectivas ilusorias;
¿qué más necesitaba un espíritu exaltado por la fiebre de las aven-
turas, un testigo que había presenciado los esplendores de Caja-
marca. Pachacamac y Cuzco? Para él no había duda de que se
encontraba en presencia de una de las ciudades del reino de Cíbola y
de que tras ella se extendían en forma ilimitada las inmensas riquezas
de los reinos aún no entrevistos. Como su misión no era conquis-
tadora, sino simplemente informadora, consideró inútil arriesgar su
vida y el ir m á s allá, pero no se olvidó de dejar bien consolidado su
imaginario descubrimiento levantando un monumento que señalase el
camino a los que le siguieran y bautizando con el pomposo nombre
de Nuevo Reino de San Francisco los terrenos que se habían de
conquistar.
Ante la relación de fray Marcos se desvanecieron las pocas
dudas que pudiesen existir y la fantasía de los conquistadores tejió
sueños de oro en torno de las torres imaginarias y de las míticas
ciudades. E l Virrey Mendoza encargó a Vázquez Coronado que sin
perdida de tiempo se dirigiese hacia los reinos de Totonteac, Acús y
Marata; Coronado, mientras preparaba su gran expedición y con
objeto de ganar tiempo, envió por delante al explorador Melchor
Díaz, quien en 20 de Marzo de 1540, daba sus primeros informes:
atenuaba y modificaba en parte las afirmaciones de fray Marcos, pero
dejaba en pie la existencia de las Siete Ciudades con su corte de
maravillas.
La expedición de Coronado es una de las más interesantes de
las realizadas en la conquista de America; m á s de dos a ñ o s estuvo
recorriendo los territorios del Norte sin que los primeros d e s e n g a ñ o s
desanimasen a los exploradores. Primero tras el mito de Cíbola, tras
el de Quivira después, vieron deshacerse poco a poco todo su castillo
de naipes ante la mísera realidad que les presentaba aldeas de adobe
donde esperaban encontrar ricos palacios. Nada hallaron que compen-
sase su esfuerzo, pero, en su marcha de desengaños, recorrieron el
territorio del actual Nuevo Méjico, cruzaron el cañón del Colorado,
maravilla de la Naluraleza que vieron por primera vez ojos europeos,
- 132 -
El rescate de Atahualpa
(1) Zarate: tHistoria », lib. II. cap. I, Bib. A. A . E . E . , t. 26, pág. 474.
— 140 —
ante estas señales que sólo podían significar una cosa: la ruina y
destrucción de su imperio.
Simultáneamente con estos presagios se supo la aparición de
gentes extrañas y nunca vistas en aquella tierra y, por si esto fuera
poco, a la muerte de Huayna Capac, se encendió una cruenta guerra
civil entre sus dos hijos Huáscar y Atahualpa que, en el momento de
la llegada de Pizarro, terminaba por la prisión del primero y recono-
cimiento como Inca del segundo. Pero Atahualpa no podía estar
tranquilo; al temor religioso de las predicciones de sus adivinos, se
unía el temor político de la aún candente lucha civil, y ante ios extra-
ños visitantes, fuesen quienes fuesen, no tenía otro camino que
intentar atraerlos, usar de halagos y presentes, quizá evitar o demorar
el primer ataque hasta que en mejor ocasión y sobre seguro pudiese
aniquilarlos.
E n estas circunstancias sale Pizarro de San Miguel en dirección
a Cajamarca y, para imitar en todo a Cortes, pregonó en el valle d^
Piura que dejaba volverse tranquilamente a los que no quisiesen
seguir adelante; sólo nueve hombres retrocedieron a unirse con los
de San Miguel, y con los 168 que le quedaban siguió adelante.
Habiendo enviado un mensajero para que se le adelantase hasta el
pueblo de Caxas, le trajo este la noticia de que a treinta jornadas
de andadura había una ciudad, llamada Cuzco, en ¡a cual estaba
enterrado el padre de Atahualpa en una sala cuyo suelo estaba
chapado de plata y las paredes con chapas de oro y plata entreteji-
das; al mismo tiempo llegaba el primer mensajero de Atahualpa que
venía a saludarle cómo amigo y traerle un presente consistente en
dos figuras de fortalezas a manera de fuente para que bebiese y dos
cargas de patos secos desollados para que, hechos polvo, se sahu-
mase según era costumbre entre los señores de aquella tierra (1).
Poco antes de llegar a Cajamarca, nuevos emisarios de Atahualpa,
les entregaron diez ovejas con nuevas promesas de amistad por parte
del Inca y por fin, el 15 de Noviembre de 1552, llegaban a la vista de
la ciudad.
Al llegar a la plaza de Cajamarca y avistar el real de Atahualpa
acampado a las afueras con m á s de treinta mil hombres armados y
(t) Oviedo: «Historia », lib. XLVI, cap. III y Francisco de Jerez: «Verdadera
relación de la conquista del Perú y provincia del Cuzco», en Bib. de A . A E . E . ,
t. 26, pág. 326. Zárate: «Historia....», lib. H, cap. IV, dice que el presente consistió
en unos zapatos pintados y unos puñetes de oro para que se los pusiese y fuese
por ellos reconocido.
— 141 —
(1) Zárate: «Historia », lib. II, cap. VII, Bib. A . A E . E . , t. 26, pág. 479.
(2) Los detalles de la expedición de Hernando Pizarro se hallan en la relación
hecha por el veedor de la misma Miguel Estete, recogida por Oviedo y Francisco
dt: Jerez.
_ 144 —
* *•
poco de oro que por la tierra se avía ávido, pessó de fienío e noventa
e un mili e fiento e noventa y quatro pessos de oro fino, y de otro
oro más baxo treynta e siete mili e doscientos e treynta y ocho
pessos, y de otro oro que se llama chafallonia, en que ovo diez e
ocho mili e tresgieiiíos e noventa pessos. Oviéronse mili e ochocien-
tas quinfe piedras esmeraldas, en las quales hay piedras de muchas
calidades, unas grandes y otras pequeñas y de muchas suertes» (1).
Deducidos los quintos reales y reservadas nueve partes al Adelan-
tado, tocaron a cada soldado 512 pesos de oro fino, el doble a los
jinetes y el cuadruplo a los capitanes.
Animados con el resultado y suponiendo fundadamente que el
zipa de Bogotá, siendo señor m á s poderoso que el de Tunja, tendría
más ricos tesoros que éste, decidieron marchar de nuevo sobre
Bogotá hasta dominar al zipa. E n el camino tuvieron noticias de las
minas de oro de Neyva, que visitaron, viendo muestras de oro y
plata, de buena calidad, allí extraídas. También recogieron el rumor
de que existía una nación de mujeres guerreras, a las que llamaron
amazonas, que tenían el oro en gran abundancia. Supieron, por
último, que m á s allá de Sogamoso había una gente riquísima que
tenía un templo tan abundante en oro que se le conocía con el nombre
de la Casa del S o l y donde se hacían ciertos sacrificios y ceremonias
y se guardaba gran cantidad de oro y piedras preciosas. S i no
hubiese sido tan grande el entusiasmo con que se emprendía la
marcha para capturar al cacique de Bogotá, cualquiera de los ante-
riores rumores hubiera producido escisiones y subdivisiones de la
expedición, pero en aquellas circunstancias sólo el tercero de los
espejuelos tuvo poder para atraer la atención de una parte de los
expedicionarios, quizá por ser el que se mostraba más cerca y el que
parecía de m á s fácil acceso; Hernán Pérez de Quesada, hermano del
licenciado Jiménez, partió en busca de la Casa del S o l y tuvo que
volver bien pronto sin haber hallado nada que justificase sus espe-
ranzas.
En su marcha hacia Bogotá se enteró Quesada de que el zipa
había muerto y se había alzado un sobrino, llamado Sagipa, con
todo el oro y riquezas de su tío. Sagipa intentó primero resistir a los
españoles, pero viéndose perdido opló por pactar con ellos y, como
no le dolían promesas, «dixo que dentro de veynte días lo daría [el
(1) «Relación» de San Martín y Lebrija, en Oviedo: lib. XXVI, cap. XI.
11
CAPÍTULO X V
El Dorado
Granada; pero se rodea de tal ropaje fantástico, son tantos los deta-
lles que añade la imaginación, que se hace al final irrecognoscible
hasta para los que m á s cerca se hallaron de el.
¿Cuál era el origen de esta leyenda? S e g ú n parece, la primera
noticia acerca del Hombre Dorado la llevó al Ecuador, en 1554, un
indio de Bogotá y bien pronto comenzó a correr el relato de que en
la aldea de Guataviíá, en Nueva Granada, había existido una cacica
adúltera a la que el cacique obligó, en castigo de su delito, a comerse
en una fiesta «las partes de la punidad de su amante», o la entregó a
los indios m á s ruines que había en la ciudad para que usaran de elia,
mandando al mismo tiempo que el crimen fuese cantado y propagado
por todas partes para escarmiento de las demás mujeres. L a cacica,
desesperada, se arrojó con su hija a la laguna de Guaiavitá, y enton-
ces el cacique, arrepentido, consultó con los sacerdotes, quienes le
hicieron creer que la cacica estaba viva en un palacio escondido en
el fondo de la laguna y que había que honrarla con ofrendas de oro;
desde entonces el cacique «entraba algunas veces al afio, en unas
balsas bien fechas, al medio de ella, yendo en cueros, pero todo el
cuerpo lleno desde la cabeza a los pies y manos de una tremen-
tina muy pegajosa, y sobre ella echado mucho oro en polvo fino...
y entrando así hasta el medio de la laguna allí hacía sacrificios
y ofrendas, arrojando al agua algunas piezas de oro y esme-
raldas...» (1).
Los antecedentes que se refieren al adulterio de la cacica no han
sido recogidos por ningún cronista, pero sea éste u otro el motivo de
la costumbre señalada, lo cierto es que esta existió y que Oviedo nos
señala el texto completo de la tradición recogida por los españoles
en esta forma: «Preguntando yo por qué causa llaman aquel príncipe
el cacique o rey Dorado, difen los españoles, que en Quito han
estado e aquí a Sancto Domingo han venido (e al presente hay en
esta cibdad m á s de diez dellos), que lo que desío se ha entendido de
los indios es que aquel grand señor o príncipe continuamente anda
cubierto de oro molido e tan menudo como sal molida; porque le
pares^e a él que traer otro cualquier atavío es menos hermoso, e que
ponerse piegas o armas de oro labradas de martillo o estampadas o
por otra manera, es grosería c cosa común, e que otros señores e
príncipes ricos las traen, quando quieren; pero que polvorizarse con
(1) Fr. Pedro Simón: «Noticias historiales», tercera noticia, cap. I. Apud
Enrique de Gandía: «Hist. crítica de los mitos de la conq. de Amér.», pág. 111.
160 —
(1) Toribio de Ortigueira: «Jornada del río Marañón con todo lo acaecido en
ella...». Apud Ballesteros (A. ; «Historia de España », T . IV, primera parte,
Pág. 428,
~ 164 —
respectivamente las riquezas del Cenú y los prodigios del país de las
esmeraldas. Un Dorado resultó para ellos lo descubierto, pero esta-
ban tan ajenos a la ceremonia de la laguna de Guatavitá, que Quesada
llegó hasta la población de este nombre sin sospechar que se hallaba
en un lugar que había de ser tan ansiosamente buscado por todas
partes. E n el centro del mito, en el mismo sitio donde tradicional-
mente se había verificado la ofrenda de oro, no existía ya ni el
recuerdo de la misma; en cambio, al conjuro de su reflejo llegaban
hasta la antiplanicie de Bogotá los otros dos exploradores Benal-
cázar y Federman, que traían, desde lejos, m á s noticias del Dorado
que el propio conquistador del país.
Paralela a las gobernaciones de Cartagena y Santa Marta se
hallaba la de Venezuela y de ella salieron un sinnúmero de expedi-
ciones. Diego Caballero y Juan de Ampies fueron los primeros que
iniciaron los rescates de oro en las partes de Tierra Firme de Castilla
del Oro e islas adyacentes, con el encargo de poblar y adoctrinar a
los indios; Ampies fundó Santa Ana de C o r o y entabló amistad con
algunos caciques, pero tuvo que interrumpir su labor porque la con-
quista de Venezuela iba a ser una empresa alemana. E n 1528 el
Emperador capitulaba con los alemanes Enrique Ehinger y Jerónimo
Sayler para que colonizasen y descubriesen el interior; poco después
los concesionarios renunciaban sus derechos en favor de los ricos
banqueros de Augsburgo, Antonio y Bartolomé Welser, y Carlos V
confirmaba el traspaso.
Bajo esta dirección alemana se iniciaron las expediciones, en las
que para nada se habla al principio del Dorado. Ambrosio Alfinger o
Ehinger y Bartolomé Sayler, hermanos de los primitivos conce-
sionarios, partieron de Coro, en 1529, en busca de «una mui rica
tierra, de la cual se podía sacar mucho provecho, porque en ella se
habían descubierto muchas minas» (1). E l recorrido de Alfinger por
las orillas del lago Maracaibo y la península de Goajira, penetrando
hasta el río Magdalena, fué señalado por la crueldad; logró obtener
algún oro y envió a su capitán Iñigo de Vascuña para que llevase
a Coro unos sesenta mil pesos que había reunido (2), pero sus
llevaban consigo, diseminándose después entre las montañas hasta perecer; sólo
uno de ellos, Francisco Martín, logró verse de nuevo entre los españoles, después
de haber pasado muchos años entre los indios, viviendo como ellos y llegando a
identificarse completamente con sus costumbres. Del oro enterrado nada se
volvió a saber.
(1) Oviedo: «Historia », lib. X X V , cap: XI.
— 167 —
(1) Fr. Pedro Simón: «Noticias historiales», segunda noticia, cap. XXIII. Apud
Enrique de Gandía: «Historia », pág. 124.
12) Fr. Pedro Simón: «Cuarta noticia», cap. IV.
— 170 —
Páginas
Editorial Reus, S. A.
A P A R T A D O 12.250. • MADRID