Mujeres Arriba - Nancy Friday

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A

partir de las sorprendentes y desinhibidas fantasías sexuales de más de 150


mujeres seleccionadas entre otras muchas a las que Nancy Friday entrevistó o
con las cuales mantuvo correspondencia, esta polémica autora norteamericana
desvela en el presente libro el profundo cambio experimentado por las
mujeres respecto al sexo, a sus compañeros y a ellas mismas.
Las mujeres de la actual generación se hacen responsables de sus emociones,
de sus necesidades y placeres eróticos y de sus vidas, adoptando una actitud
atrevida, dominante, resuelta y, en ocasiones, insaciable.

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Nancy Friday

Mujeres arriba
ePub r1.0
Titivillus 01.05.2019

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Título original: Women on Top
Nancy Friday, 1991
Traducción: Sonia Tapia & Gemma Moral Bartolomé
Digitalizador: lvs008

Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1

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A Mary, de Lexington, Kentucky,
y a mi querido Norman

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Sin jugar con la fantasía ninguna obra creativa habría
visto la luz. Nuestra deuda con el juego de la
imaginación es incalculable.

CARL GUSTAV JUNG


Tipos psicológicos, 1923

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PRIMERA PARTE

Desde el interior erótico

esulta extraño escribir sobre sexo en esta época. No es como en

R las postrimerías de los años sesenta y la década de los setenta,


cuando el aire estaba cargado de curiosidad sexual, la vida de las
mujeres estaba cambiando a una velocidad vertiginosa y la exploración de la
sexualidad femenina…, bueno, estaba en primera línea junto con la lucha por
la igualdad económica.
Hoy el clima sexual es sombrío. Han desaparecido los enérgicos debates y
escritos sobre el sexo como parte de nuestra humanidad. Los estragos del
sida, los informes del campo de batalla del aborto y el alarmante incremento
de embarazos no deseados hacen del sexo algo más peligroso que placentero.
Hace veinte años, los jóvenes, con su actitud directa y clara, hicieron del
sexo un tema candente; más tarde les llegó el momento de dedicarse a asuntos
más «serios», y arrinconaron la revolución sexual. En el gesto decoroso de
sus labios está implícito que lo superaron hace veinte años. Como buenos
niños calvinistas, la clase dirigente se castiga ahora a sí misma por sus
anteriores y desagradables excesos, y, virtuosamente, le vuelve la espalda al
sexo. Y puesto que siguen siendo la mayoría que crea las reglas y escribe los
titulares, asumen que están hablando por todos.
Saben muy poco de las mujeres de este libro.
Estas mujeres, en su mayoría, están entre los veinte y los treinta años, es
la generación que siguió a la revolución sexual y al impulso inicial del
movimiento de la mujer. Sus testimonios parecen pertenecer a una nueva raza
de mujeres, comparados con los que aparecen en Mi jardín secreto (My Secret
Garden), mi primer libro sobre las fantasías sexuales de las mujeres, que fue
publicado en 1973 y que va por la vigesimonovena edición. Todas han leído

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este primer libro que les hizo cobrar valentía, y estas mujeres aceptan sus
fantasías sexuales como una extensión natural de sus vidas. ¿Y cómo podría
ser de otra forma, dado que crecieron en ese período tan singular de la historia
de la mujer?
Para ellas, las emociones explosivas que se liberaron en los años setenta
están todavía vivas. Nunca ha habido una laguna sexual, un período de
enfriamiento. El sexo es algo dado, una energía que no puede postergarse en
pro de «cosas más importantes». Sus fantasías sexuales son asombrosos
reflejos de su determinación a no renunciar a nada.
Aquí tenemos una imaginación colectiva que no podía haber existido hace
veinte años, cuando las mujeres no tenían el vocabulario ni la licencia para
expresarse libremente, y no compartían una identidad que les permitiera
describir sus sentimientos sexuales. Aquellos primeros testimonios fueron
nuevas tentativas y estaban cargados de sentimientos de culpa, no por haber
hecho algo, sino simplemente por atreverse a admitir lo inadmisible: que eran
mujeres que tenían pensamientos eróticos que sexualmente las excitaban.
Más que cualquier otra emoción, la culpabilidad determinó el hilo
narrativo de las fantasías que se recogen en Mi jardín secreto. Estábamos ante
cientos de mujeres que inventaban trucos para superar su miedo a que el
deseo de alcanzar el orgasmo las convirtiera en «niñas malas». Y todo en la
intimidad de su mente, que nadie podía conocer. Pero la madre conoce la
mente del niño con el que mantiene una relación simbiótica. La hija podría
crecer y tener sus propios hijos, pero si nunca se había separado
emocionalmente de esa primera persona que la controló por completo, ¿cómo
iba a saber cuál era la opinión de la madre y cuál la suya propia? Era como si
la madre siguiera decidiendo a través de la vida de su hija, blandiendo el dedo
ante cada movimiento y pensamiento sexual de su hija.
El truco más popular para evitar la culpabilidad es la llamada fantasía de
violación, y digo «llamada» porque en la fantasía no tenía lugar ninguna
violación, ni daño físico ni humillación. Simplemente había que entender que
lo que sucedía era contra la voluntad de la mujer. Decir que era «violada» era
la forma más expeditiva de dejar de lado el gran «no» al sexo que estaba
impreso en su mente desde la más tierna infancia. (Quiero añadir que las
mujeres insistían en que aquéllos no eran deseos reprimidos; jamás conocí a
una mujer que dijera que realmente quería ser violada.)
El anonimato también ayudaba. Los hombres de esas fantasías eran
desconocidos sin rostro, inventados para impedir de cualquier forma que la
mujer se involucrara, se responsabilizara, para impedir la posibilidad de una

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relación. Esos hombres hacían su trabajo y se marchaban. El hecho de que las
jodiera un desconocido sin rostro lo dejaba bien claro: «¡Este placer no es
culpa mía! Yo sigo siendo una niña buena, mamá.»
Desde luego, la culpabilidad sexual no ha desaparecido, ni la fantasía de
la violación. Hay algo muy digno de confianza en los tradicionales violadores
y delincuentes, cuya intratable presencia permite a la mujer llegar a su
objetivo: el orgasmo. Pero la mayoría de las mujeres de este libro toman la
culpa como algo dado, como el peligro de una carrera de coches. Han
descubierto que la culpabilidad viene de fuera, de la madre, de la iglesia. El
sexo sale de dentro, y ésa es su acreditación. Por tanto, la culpabilidad debe
ser controlada, dominada y utilizada para aumentar la excitación. Si todavía
existe la fantasía de la violación, en la mujer de hoy es simplemente para
preparar un escenario en el cual ella supera y viola al hombre. Esto no ocurría
en Mi jardín secreto.
La fantasía es donde los impulsos sexuales batallan con emociones
encontradas, la selección de las cuales surge de nuestras vidas individuales, de
nuestras más tempranas historias sexuales. ¿Cuáles fueron los sentimientos
prohibidos que fuimos asumiendo mientras crecíamos? En estas nuevas
fantasías, las emociones que generalmente dictaban el curso de las historias
son la ira, el deseo de control y la determinación a experimentar la descarga
sexual más plena.
Admitir la ira es algo nuevo para la mujer. En los días de Mi jardín
secreto, las mujeres decentes no expresaban la ira. La ahogaban en su interior
y la dirigían contra sí mismas.
En realidad, sigue siendo difícil que una mujer exprese ira, principalmente
porque no la hemos expresado en esa primera y fundamental relación, en
oposición a la madre. Pero, al menos, la mujer de hoy sabe que tiene derecho
a la ira, y la fantasía es un campo de juego seguro en el que puede mostrar ira
ante todos los obstáculos que se interponen en su camino, comenzando con la
ira ante la enorme dificultad de ser sexualmente activa, además de todas las
otras cosas que debe ser la mujer de hoy. Esta nueva mujer no tiene modelos,
no tiene anteproyectos. Tiene que hacerse a sí misma. Y uno de los medios de
que se vale para intentar asumir nuevos papeles son los sueños eróticos.
No quiero que se me malinterprete; esto no es simplemente un libro sobre
mujeres enfadadas. Son testimonios de mujeres que por fin manejan el léxico
completo de las emociones humanas, las imágenes y el lenguaje sexual. La ira
va inextricablemente unida a la lascivia, tanto en la realidad como en la
imaginación erótica. Las fantasías sexuales de los hombres también están

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llenas de ira en conflicto con el erotismo. Toman un hilo narrativo muy
distinto al de las mujeres, sobre todo a causa de las más tempranas
experiencias del hombre con la mujer-madre. Pero la ira es una emoción
humana, y aunque hasta ahora la historia nos haya dicho lo contrario, no es
exclusiva de un sexo.
Nunca olvidaré a estas mujeres, porque me han arrastrado con su
entusiasmo y también me han enseñado. «¡Toma!», dicen utilizando su
músculo erótico para seducir o sojuzgar a cualquier persona o cosa que se
interponga en el camino del orgasmo. Utilizan el conocimiento logrado por
una anterior generación de mujeres que no pudieron emplearlo, al estar
todavía demasiado cerca de los tabúes contra los cuales se rebelaban. Estas
mujeres miran a la madre directamente a la cara y llegan al orgasmo.
Siempre he creído que nuestras fantasías eróticas son la verdadera
radiografía de nuestra alma sexual, y que, al igual que los sueños, cambian a
medida que entran en nuestras vidas nuevas personas o nuevas situaciones,
para ser representadas contra el telón de fondo de nuestra infancia. Un
analista recoge los sueños de sus pacientes como monedas de oro. Nosotros
deberíamos valorar de igual forma nuestros ensueños eróticos, porque son las
expresiones complejas de lo que conscientemente deseamos e
inconscientemente tememos. Conocerlos es conocernos mejor a nosotros
mismos.
Igual que una radiografía de un hueso roto puesta a la luz, una fantasía
revela la sana línea del deseo sexual humano y muestra dónde el deseo
consciente de sexualidad ha sido roto por un temor tan viejo y ominoso que se
ha convertido en una presión inconsciente. De niños temíamos que el impulso
sexual nos hiciera perder el amor de alguien de quien dependíamos
vitalmente; la culpabilidad, honda y tempranamente implantada, crecía
porque no queríamos que desapareciera el impulso sexual. Ahora, la tarea de
la fantasía es hacernos superar el miedo-culpabilidad-ansiedad. Los
personajes y las historias que imaginamos toman lo más prohibido, y, con la
omnipotente fuerza de la mente, hacen que lo prohibido actúe en nuestro
favor, de modo que por un momento podamos llegar al orgasmo y
descargarnos.
Aquí, por primera vez, los testimonios de estas mujeres dejan
innegablemente claro que nuestras fantasías eróticas han cambiado en
yuxtaposición a lo que ha ocurrido en los últimos años; no son simplemente
diversiones masturbatorias, actos inspirados en el Playboy, sino brillantes

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observaciones de lo que motiva la vida real, señas de nuestra identidad tan
valiosas como los sueños nocturnos.

Esto no es un informe científico. No soy una doctora porque hace tiempo


decidí conservar la libertad del escritor. Y, además, siempre he creído que las
mujeres me cuentan cosas que mantienen no haber dicho nunca a nadie
porque para ellas soy Nancy, y no la doctora Friday. Este libro, junto con Mi
jardín secreto y Forbidden Flowers (Flores prohibidas) su secuela, representa
una crónica única de las fantasías sexuales de las mujeres. Antes de que se
publicara Mi jardín secreto, no había nada escrito sobre el tema. Lo que se
deducía era que las mujeres no tenían fantasías sexuales.
Las fantasías sexuales de Mujeres arriba abarcan desde el año 1980 hasta
el presente. Fueron seleccionadas de entrevistas y cartas que recibí como
respuesta a una invitación a aquellas mujeres que desearan contribuir a un
futuro libro sobre las fantasías sexuales femeninas. La petición estaba impresa
al final de Mi jardín secreto y de Forbidden Flowers. Daba un apartado de
correos y prometía el anonimato.
Mis colaboradoras y yo formamos un grupo muy especial: a mí me
fascina la sexualidad lo bastante como para escribir sobre ella, y ellas leen
mis libros y me escriben por diversas razones, que van desde el deseo de
validar su sexualidad («firmo con mi nombre auténtico porque quiero que
sepas que existo») hasta el placer exhibicionista de ver sus palabras impresas.
Pero no hay duda de que las mujeres que han escrito hablan por una población
mucho más numerosa.
He decidido agrupar las fantasías en tres capítulos que responden a los
temas que aparecen con más frecuencia en los miles de cartas y entrevistas
que he realizado desde mis primeros libros: mujeres que dominan, mujeres
con mujeres y mujeres sexualmente insaciables. Los he ordenado
cronológicamente para mostrar cómo la imaginación erótica cambia bajo la
influencia del mundo real.
Me gustaría explicar cómo llegué a este terreno. Al final de la década de
los sesenta decidí escribir sobre las fantasías sexuales de las mujeres porque
el tema era una tierra virgen, una pieza que faltaba en el rompecabezas, y me
entusiasmaba la investigación original. Yo tenía fantasías sexuales y suponía
que también las tendrían otras mujeres. Pero cuando hablé con amigos y con
gente del mundo editorial, dijeron que no habían oído hablar de fantasías
sexuales femeninas. No había ni una sola referencia a la fantasía sexual

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femenina ni en la Biblioteca Pública de Nueva York ni en la Biblioteca de la
Universidad de Yale ni en la del Museo Británico, que cuenta con millones y
millones de libros; no había ni una palabra de la imaginación sexual de las
mentes de la mitad del mundo.
Sin embargo, los editores estaban intrigados, porque era un momento de la
historia en el que el mundo sentía una repentina curiosidad por el sexo, y por
la sexualidad femenina en particular. Los editores estaban ansiosos por
contratar a cualquier escritor que pudiera arrojar alguna luz sobre ese
continente desconocido que era la mujer.
Recuerdo vivamente al primer editor que rechazó Mi jardín secreto.
Cuando mencioné la reseña que había redactado con extractos de fantasías, se
le hizo la boca agua. «¡Fantasías sexuales de mujeres!», exclamó
lúbricamente, tras lo cual me suplicó que se las enviara pronto a su oficina,
¡lo antes posible! Antes de que terminara el día, me las había devuelto,
doblemente precintadas. ¿Qué es lo que esperaba? Nunca lo sabré, pero aquel
ritual se repitió con casi todos los editores de Nueva York. Me apresuro a
añadir que las editoras detestaron igual que los hombres la evidencia que
suponían en realidad las fantasías sexuales femeninas.
No era una cuestión de inocencia; simplemente no deseaban que les
dijeran algo que siempre habían sabido en el fondo: que las mujeres
fantaseamos igual que los hombres, y que las imágenes no siempre son
bonitas. Lo sabemos todo mucho antes de estar preparados para saberlo, y así
nos aferramos a nuestro rechazo.
En cuanto al mundo conductista, las docenas de psicólogos y psiquiatras a
los que entrevisté me dijeron que estaba en un callejón sin salida. «Sólo los
hombres tienen fantasías sexuales», me decían. En junio de 1973, en el mismo
mes en que fue publicado Mi jardín secreto, la permisiva revista
Cosmopolitan publicó un escrito del eminente e igualmente permisivo doctor
Alian Fromme, que afirmaba que «las mujeres no tienen fantasías sexuales
[…]. La razón es obvia: a las mujeres no las han educado para disfrutar del
sexo (…) las mujeres carecen totalmente de fantasía sexual».
Las mujeres a las que entrevisté inicialmente confirmaban la declaración
de Fromme. «¿Qué es una fantasía sexual?», preguntaban; o bien «¿Qué
quieres decir al sugerir que tengo fantasías sexuales? ¡Yo amo a mi esposo!»;
o «¿Fantasía para qué? Mi vida sexual real es estupenda». Incluso a las
mujeres con una vida sexual muy activa, que deseaban formar parte de la
investigación, les costaba entender esto y luego movían la cabeza.

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Entonces descubrí que los testimonios de otras mujeres tienen el poder de
autorizar a las demás a presentar los suyos. Sólo cuando yo les conté mis
propias fantasías empezaron a reconocer las suyas. Ningún hombre, y el
doctor Fromme menos que nadie, podía haber persuadido a estas mujeres a
apartar el velo del nivel preconsciente (ese nivel de conciencia entre el
inconsciente y la conciencia plena) y revelar la fantasía que repetidas veces
habían disfrutado y luego negado. Sólo mujeres pueden liberar a otras
mujeres; sólo los testimonios de mujeres las autorizan a ser sexualmente
activas, y libres de ser lo que quieran.
Finalmente, al cabo de tres años de lenta investigación (entrevistas
individuales, artículos en revistas que invitaban a las mujeres a contribuir,
anuncios en todas partes, desde el Village Voice hasta el Times de Londres)
(el New York Magazine era demasiado virginal para publicar el anuncio), se
publicó Mi jardín secreto en 1973. Tras la publicación hubo una salva final
por parte de los medios de comunicación, que me acusaron de haberme
inventado todo el libro, todas las fantasías. (El Plain Dealer de Cleveland
hizo una reseña del libro en las páginas de deportes, como una última risotada
defensiva.)
Pero al cabo de unos meses, parecía que los sueños eróticos de las mujeres
habían estado siempre entre nosotros, tanto, que los publicistas utilizaban la
fantasía como una herramienta de venta antes de que terminara el año. Hoy en
día, las revistas de mujeres, las películas, los libros, la televisión, emplean
automáticamente la fantasía para explicar y hacer real un personaje femenino.
Es asombroso, cuando uno lo piensa, ver lo rápidamente que las fantasías
femeninas han sido incorporadas a nuestro entendimiento universal de la
mujer.
El punto clave es el tiempo. Cuando hay una absoluta necesidad de
conocer algo, cuando debe llenarse un vacío intelectual, aceptaremos lo que
unos momentos antes habíamos estado rechazando durante siglos. En 1973
confluyeron varias corrientes sociales y económicas, y las mujeres se vieron
obligadas a comprenderse a sí mismas y a cambiar sus vidas. La identidad
sexual era un eslabón perdido fundamental. Era el momento adecuado para
acabar con la represión de las fantasías sexuales de la mujer.
Cuatro años después pasaría exactamente lo mismo con My Mother / My
Self (Mi madre / Yo misma), el libro que fue la consecuencia inmediata de la
pregunta que planteaba Mi jardín secreto: ¿cuál es el origen de la terrible
culpabilidad de las mujeres respecto al sexo? En principio, este último libro
fue rechazado de plano tanto por los editores como por los lectores. «¡He

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tirado su libro contra la pared!», «¡La hubiera matado!» eran los típicos
comentarios de los lectores. Pero lo que vino después fue una aceptación
creciente, a medida que las mujeres iban recomendándose unas a otras la
lectura del libro y comentaban lo inmencionable: la relación madre-hija (otro
tema sobre el que no había una palabra en las bibliotecas). Si teníamos que
cambiar el repetitivo patrón de las vidas de las mujeres, teníamos que aceptar
honestamente lo que era la relación madre-hija. Cuestión de tiempo.
¿Qué era tan amenazador para nuestro entendimiento de la psicología
humana, que habíamos negado la posibilidad de que la mujer tuviera una
fuerte identidad sexual, una memoria erótica privada?
La respuesta es tan vieja como la mitología antigua: el miedo a que el
apetito sexual de la mujer pudiera ser igual —o incluso superior tal vez— al
del hombre. En la mitología griega, Zeus y Hera debaten el tema, y Zeus, que
postula que la sexualidad de la mujer aventaja a la del hombre, gana al
presentar a un viejo augur, que en anteriores vidas ha sido hombre y mujer.
En el mundo real somos igualmente reacios a hablar directamente de la
potencia sexual del hombre, su fuerza y su supremacía. El hombre «necesita»
el sexo, decimos, y la mujer, no. Naturalmente, esto es absurdo. Era la
sociedad patriarcal la que necesitaba creer, para su establecimiento y
supervivencia, en la supremacía sexual masculina, o, más exactamente, en la
asexualidad de la mujer. ¿Cómo podía el hombre luchar en sus guerras y
arrimar el hombro a la rueda industrial si con la mitad de su mente temía ser
un cornudo, temía que la mujercita que estaba en casa —o, lo que era peor,
que no estaba en casa— satisficiera su insaciable lujuria? Incluso su mano o
su propio cuerpo irritaban sus sospechas, al despertar el fuego que temía no
poder aplacar nunca.
Si el hombre no hubiese tenido tanto miedo de la sexualidad femenina,
¿por qué la habría suprimido, condenándose así a acudir a las prostitutas para
disfrutar del sexo? Combinar en una mujer el sexo y el amor familiar la
habrían hecho demasiado poderosa, y al hombre demasiado pequeño.
Las mujeres estábamos tan totalmente absorbidas por la evaluación
masculina de nuestra sexualidad que llegamos a juzgarnos a nosotras mismas
según sus necesidades: cuanto menos activa sexualmente fuera una mujer,
más «decente» sería. Asumimos su propia política y nos convertimos en
carceleras unas de otras.
Es una ironía que nosotras mismas hiciéramos posible que la sociedad nos
creyera las bellas durmientes que sólo podrían ser despertadas por el beso de
un hombre. Es éste un cuento de hadas con el que nos hemos criado, un mito

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a través del cual mitigar el terrible miedo que nos daba no estar dormidas sino
totalmente despiertas, calientes, hambrientas de sexo, con unos apetitos tan
insaciables que podríamos socavar el sistema económico, la ética protestante,
la fibra social, para tener finalmente a los hombres exhaustos, acabados,
totalmente bajo nuestro poder.
Y así las mujeres quedaron divididas en vírgenes y putas. Las primeras
destinadas a casarse y convertirse en madres, y las otras, a follar. Los
hombres pueden imaginar mujeres sexualmente voraces (es su fantasía
favorita), pero cuando el sueño se convierte en realidad —como sucedió
brevemente en los años setenta—, y tienen delante a esa mujer con los brazos
en jarras, echándoles el coño a la cara, se levantan sus peores temores: ¿podrá
satisfacerla, o terminará siendo tan pequeño e indefenso como lo fue una vez
en oposición a su primer gran amor, su madre, «la nodriza gigante»?
Las mujeres vivieron en esa división «niña buena»/«niña mala» hasta que
de las fuerzas económicas de los sesenta nacieron el movimiento femenino y
la revolución sexual. Tan inmediatos fueron estos dos fenómenos sociales que
pareció que la mujer había estado siglos esperando a levantar el vuelo,
confinada, frustrada, con todas sus enormes energías apenas controladas.
En el breve tiempo transcurrido entre los años setenta y los primeros
ochenta, muchas mujeres parecían disfrutar del sexo y el trabajo. Me gustaría
poder recrear cómo eran exactamente, para todas aquellas que sois demasiado
jóvenes para haber conocido esos años y para las que los habéis olvidado. Se
llamó «revolución sexual», y las que tomamos parte en ella estábamos
convencidas de que lo que hacíamos y decíamos eran actos de libertad sexual
que destruían para siempre los cánones de nuestros padres, erigidos sobre la
culpabilidad, y en los que nos habíamos educado.
Poco sabíamos lo breve que sería el momento, poco sabíamos el tiempo
que hace falta para cambiar unos tabúes sexuales tan hondamente inculcados,
como los que nuestros padres habían aprendido de sus padres. Poco sabíamos
lo pronto que se retirarían muchos de los miembros de nuestro grupo
revolucionario para retractarse y olvidar.
Ahora miramos desvaídas fotografías de nosotras mismas bailando en el
escenario en Hair, marchando en líneas de seis «Por el Amor» o «Contra la
Guerra», con los pezones altos y desafiantes, y nos reímos ante nuestras
imágenes de los veinte años. Algunas de nosotras nos sonrojamos cuando
nuestros hijos preguntan: «¿Ésa eres tú, mamá?»
¿Por qué negamos esos años considerándolos como una aberración, una
prolongada fiesta salvaje en la que bebimos demasiado o seguramente no nos

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habríamos quedado tanto tiempo ni habríamos hecho lo que hicimos? «Mira,
mamá —dicen nuestras acciones—. El alcohol, las drogas me obligaron a
hacerlo. Pero todavía soy una niña buena.»
El hecho es que nos hemos convertido en nuestros propios padres. No los
padres a los que amábamos, sino en aquella parte de nuestros padres que
odiábamos: negativa, culpable y asexuada.
Y así las mujeres se toman más en serio su trabajo, ser madre está otra vez
de moda, y el candente tema de la sexualidad no se discute. Ahora, cuando se
forma una pareja, sus fantasías se refieren a la casa, a comprar coches, a
adquirir bienes materiales. Incluso en los campus universitarios, los estudios
muestran que la carrera futura del compañero supera en mucho la
compatibilidad sexual. En algunos estudios, ni siquiera aparece el sexo.
En un momento pareció que el movimiento de la mujer en pro de la
igualdad económica y política y la revolución sexual fueron un único
movimiento. Pero no fueron más que fenómenos simultáneos. La sociedad se
adaptó más fácilmente a la entrada de la mujer en el mundo del trabajo que a
la aceptación plena de su sexualidad. Aunque apenas se menciona, es cierto
que la igualdad económica es menos amenazadora para el sistema que la
igualdad sexual.
No podemos dejar de lado el tema de la recompensa, el aplauso, la
aceptación: el perseverar para lograr el éxito económico no hace de una mujer
una «niña mala». Nuestra almidonada columna vertebral puritana, que no
puede aceptar la humanidad de la sexualidad, aplaude firmemente el trabajo,
incluso el trabajo de la mujer en lo que una vez se llamó «el mundo
masculino». Pero al contrario de esto, trabajar por la sexualidad propia, una
vez terminada la fiesta, hace que una mujer sea, si no «mala», desfasada (una
hippie retrasada, un objeto de resentimiento y envidia para otras mujeres).
Naturalmente, todavía sigue habiendo una injusta disparidad económica
entre el salario de un hombre y el de una mujer por el mismo trabajo. Y, con
mucha frecuencia, cuando las mujeres compiten con los hombres, pierden. Y
lo que es peor, sigue habiendo división entre las mujeres. Ahora empezamos a
oír hablar de la alienación de la mujer tradicional durante los años en que los
medios y la atención mundial estaban centrados en las mujeres trabajadoras.
A medida que más y más mujeres intentan integrar la familia y el trabajo en
una vida ya de por sí ajetreada, es comprensible que muestren poca simpatía
por sus hermanas, que nunca abandonaron los viejos valores. Pero ocurra lo
que ocurra, la opción de trabajar fuera de casa es una batalla definitivamente
ganada.

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No puede decirse lo mismo de la revolución sexual. La corriente
jurídicosocial está arrastrando, lenta e inexorablemente, a las mujeres de
vuelta a la esclavitud sexual, privándonos del derecho a controlar nuestros
cuerpos. Aunque marchemos lentamente hacia la igualdad económica, la
pérdida de nuestra sexualidad será el medio con el que la sociedad nos
mantendrá «en nuestro sitio». Se trata de la comodidad de la sociedad, y la
nuestra prefiere la postura del misionero.
Las revoluciones, por naturaleza, pierden terreno en cuanto se desvanece
el impulso inicial. Esto es cieno especialmente en una lucha por la igualdad
sexual de la mujer, que nos da miedo. El cuidado de los hijos y las presiones
económicas son hechos dados para las mujeres trabajadoras y las amas de
casa. Sólo hay otra cosa que exige tiempo y energía, y que nunca ha sido
aceptada. El sexo. Tal vez es que el día no tiene bastantes horas. Mantenerse
económicamente requiere mucha energía. Y lo mismo hay que decir del
continuo esfuerzo por conservar una sexualidad ganada tardíamente. Y los
treinta años, los veinte, o incluso la adolescencia, es ya una edad tardía. Si
algo debe abandonarse, ha de ser la libertad sexual, con la que nunca nos
hemos sentido cómodas (o habríamos utilizado los anticonceptivos que
hicieron posible nuestra revolución).
Quiero hacer hincapié en que, para que se mantenga el sistema patriarcal,
es necesario el apoyo de los dos sexos. En los setenta se tambaleó sólo porque
un cierto número de mujeres se unieron y pidieron en voz alta un cambio.
Pero esa alianza no duró. Perdimos gran parte del potencial que podríamos
haber tenido como unidad. Las feministas iracundas, que pocas simpatías
despertaban entre los hombres o entre las mujeres que amaban a los hombres,
alzaron la nariz ante la revolución sexual. Y ambos bandos alienaron a la
mujer tradicional que se había quedado dentro de la unidad familiar, y cuyos
valores, necesidades, y cuya misma existencia incluso, eran ignorados.
Si no hubiese habido entre nosotras tantas escisiones, probablemente
ahora tendríamos igualdad de salarios y cualquier otra cosa que hubiéramos
querido. Culpamos a los hombres de todas las injusticias que sufrimos, porque
es más fácil eso que reconocer nuestro miedo y nuestra ira contra la mujer-
madre. Es la nueva guerra entre las mujeres lo que ha levantado las
fortificaciones para el viejo sistema.
Lo que yo desearía es más tiempo y una oportunidad para que los hombres
y las mujeres encuentren una distribución de poder equitativa, un mejor trato
sexual entre nosotros que el que tuvieron nuestros padres, el cual, con todos
sus defectos, al menos funcionó durante mucho tiempo. Los hombres eran los

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que solucionaban los problemas, los que mantenían la casa, los que tenían
sexualidad, y las mujeres… bueno, todas sabemos lo que se suponía que
tenían que ser y hacer las mujeres. Al final, «las reglas» se aplicaban a todos.
Y ello suponía cierta comodidad. Oneroso como era el doble estándar, lo que
lo mantenía era la honda convicción de que existía. Lo que la sociedad decía
era lo que la sociedad quería, tanto conscientemente como al nivel más
profundamente inconsciente.
Pero, aunque este acuerdo ya no funciona, las nuevas opciones y
definiciones no son tan profundamente aceptadas. Para ello hace falta el paso
de generaciones. Y sin la honda aceptación social, ¿cómo pueden las madres
—incluso aquellas que lucharon por la libertad sexual— transmitir a sus hijas
estas nuevas ideas sobre lo que una mujer puede ser y hacer? Las madres son
las guardianas de lo que está bien y lo que está mal. Si la sociedad ya no cree
en la igualdad sexual, ¿cómo se puede esperar que una madre ponga a su hija
en peligro?
No ha pasado bastante tiempo tras nuestras recientes luchas para que
queramos abandonar el mito de la supremacía del hombre. (¿Cómo puedo
explicar lo que me ha costado abandonar mi propia necesidad de creer que el
hombre me cuidaría, a pesar de ser una mujer perfectamente capaz de
cuidarme de mí misma y cuidar también de un hombre?)
En contraste con estas abrumadoras predicciones, nace una nueva
generación cuyas fantasías llenan este libro. Entre sus ídolos están las
exhibicionistas actrices y cantantes de la televisión. Ahí está Madonna, con la
mano en la entrepierna, predicando a sus hermanas: masturbaos. Madonna no
es una fantasía masturbatoria masculina, es un símbolo-modelo sexual para
otras mujeres. Tampoco es simplemente una fantasía lesbiana (que lo es
también), sino que encarna a la mujer trabajadora sexual, y creo que también
podría incluirse ahí a la madre. Puedo imaginar a Madonna con un niño en los
brazos y, sí, sin quitarse la mano de la entrepierna.
Dudo de que los hombres sueñen con Madonna cuando se masturban,
como no sea una fantasía en que la dominan, la subyugan, la clavan al suelo
para demostrarle «lo que es un hombre de verdad». No, es demasiado mujer
para la mayoría de los hombres. Hace diez años, cuando se publicó Men in
Love (Hombres enamorados), mi libro sobre fantasías sexuales masculinas,
una de las fantasías favoritas que aparecían era la imagen de una mujer
masturbándose hasta llegar al orgasmo. Eran aquellos hombres que crecieron
durante los años cincuenta y sesenta, hombres que deseaban —al menos en la
seguridad de la fantasía— mujeres menos intimidadas sexualmente que Doris

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Day. Entonces era ridículo pensar en una mujer que tuviera una secreta vida
sexual propia, una mujer que pudiera compartir la responsabilidad del sexo.
Para los hombres era excitante porque iba totalmente en contra de la realidad.
Hoy muchos jóvenes me dicen que la nueva mujer da miedo, es
demasiado exigente; lo quiere todo, y lo conseguirá todo. El pobre muchacho,
el hombre intimidado; no quiero ni por un momento minimizar su terror
ancestral por el apetito sexual desatado de la mujer. Su raíz más profunda
yace en su infancia dominada por la hembra, igual que ocurrió con su padre y
el padre de su padre, una época en que la mujer tenía todo el poder del mundo
sobre su vida y que él nunca olvidará. Lo irónico es que el hombre siente la
necesidad de «mantenernos en nuestro sitio», porque cree más que nosotras
en nuestro poder.
Si tuviera que determinar el momento en que quedó cortada la corriente
sexual, no sería el terrible asalto del sida. Esta siniestra epidemia se ha
convertido en el más triste chivo expiatorio de la intolerancia y la regresión
sexual que ya estaba vigente. No, aunque desde luego el sida aceleró el
fallecimiento de la sana curiosidad sexual, fue la codicia de los años ochenta
lo que le dio el golpe de gracia.
El sexo es la antítesis de la codicia material. La codicia, por definición, es
un apetito insaciable que requiere alimento constante. Aunque tenga más de
lo que necesita, más de lo que puede consumir en toda una vida, el codicioso
no puede relajar su férrea determinación de poseer más y más. La rigidez, ese
ojo vigilante siempre ansioso, es el secuaz de la codicia, el enemigo del sexo
que pide apertura, calma, rendición. Para que comience siquiera el juego del
apareamiento, el animal debe abandonar, al menos momentáneamente, la
búsqueda de frutos secos y bayas para captar el olor erótico. En pocas
palabras, en un mundo materialmente codicioso, no hay tiempo para el sexo.
Por eso es extraño escribir sobre sexo en esta época. Aquí sentada,
después de haber pasado la velada con los creadores de la opinión pública, los
magnates de la industria (que se sonrojarían si les recordara a algunos de ellos
que una vez bailaron medio desnudos en el escenario en Hair), me siento
como uno de esos soldados perdidos en la selva, luchando en una guerra que
ha terminado hace años.
No quiero decir que espero que este libro pase inadvertido. Conozco a mi
audiencia. Aunque vosotras y yo no seamos mayoría, somos muchas.
Teniendo en cuenta la edad de las mujeres de este libro, puedo imaginar que
la mayoría de vosotras no habéis cumplido los cuarenta. Aunque la
colaboradora más joven tiene catorce años y la de más edad sesenta y dos, la

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mayoría de las que me habéis hablado y escrito sobre vuestras fantasías
sexuales estáis entre los veinte y los treinta años. Sólo el tiempo dirá si la
edad, el matrimonio, la maternidad, la carrera —las puertas que generalmente
se cierran sobre el sexo— inhibirán vuestra sexualidad. Pero yo creo que
vuestra vida sexual tomará un curso diferente al de anteriores generaciones de
mujeres.
Vosotras sois las primeras que habéis crecido en un mundo empapelado
de sexo. Carteles, libros, películas, vídeos, la televisión, la publicidad, nos
dicen incesantemente que el sexo es algo dado, y, por lo tanto, bueno. ¿Cómo
no os iba a ser más fácil? Habéis pasado la vida en una cultura que inventó el
sexo como herramienta de venta en el apogeo de la revolución sexual.
Aunque los mismos inventores se hayan retirado personalmente a las reglas
asexuales de sus padres contra las que una vez se rebelaron, nosotros somos la
mayor sociedad consumista del mundo, y por tanto somos reacios a
abandonar cualquier cosa que venda.
Lo que determina el éxito que podáis lograr en mantener vuestra actual
actitud ante el sexo, vuestra decisión de integrar la sexualidad en vuestra vida,
es la certeza de que la sociedad miente. No hubiera sido posible cambiar
nuestras más hondas creencias sobre el sexo en una generación. Detrás del
obvio bombardeo erótico de los medios que conscientemente habéis asumido,
hay otro mensaje que dice que el sexo, por puro placer, está mal, es malo,
inmoral. Si os mantenéis alerta ante esta sirena inconsciente que os conmina a
ser la niña buena de mamá, tal vez transmitáis a vuestros hijos un mensaje
menos turbio. Si no creéis en otra cosa, creed que la represión sexual nunca
duerme, sobre todo la represión sexual de la mujer.
Yo misma me he visto atrapada por ello durante un tiempo. Tenía la
intención de reanudar esta investigación sobre las fantasías sexuales hace
cinco años, cuando terminé mi último libro, Jealousy (Celos). Pero cuando
salí del estudio después de años de batallar con la envidia, el resentimiento, el
miedo al abandono, la ira y la codicia —todos términos relativos a los celos
—, era ya el final de la década de los ochenta, y me vi desviada por sus
valores.
Recuerdo una noche que cenaba junto a un presentador de televisión aquí,
en Key West, donde ahora escribo. Estaba pescando en los cayos y mencionó
que había leído Mi jardín secreto. Antes de que yo pudiera decir nada, se
apresuró a explicar que se había encontrado el libro en la casa de verano que
su esposa y él habían alquilado en Martha’s Vineyard. «Estaba allí, en la casa,
era suyo…» Tenía miedo de que yo pensara que había comprado mi libro y

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luego se había ido a casa a masturbarse, él, un creador de opinión pública que
aparecía todas las noches en millones de pantallas de televisión.
Empecé a pensar que la gente ya no se interesaba por el sexo. No, eso no
es cieno. Lo que realmente ocurrió es que yo quería que el presentador me
tomara en serio, que admirara mi trabajo. Mi temporal desvalorización del
sexo no fue una decisión consciente. Simplemente caí, sin darme cuenta, entre
los enemigos del sexo, y durante unos años retrocedí. Quería ser aceptada no
por vosotros, las personas que admiráis mi trabajo, sino por ellos.
En este momento estoy más cerca de vosotros que de mis compatriotas de
hace veinte años. Porque la mayoría de ellos no lee mis libros. Dos de mis
mejores amigas me dicen que no tienen fantasías sexuales, lo cual es decir
que soy un bicho raro, o que lo son ellas, depende del punto de vista. No
pueden comprender mi deseo de escribir lo que una de ellas denomina «otro
de tus libros masturbatorios, Nancy».
Eso no es nada amable, pero en ningún sitio está escrito que los amigos
han de ser siempre amables, sobre todo las mujeres cuando se trata de asuntos
sexuales. ¿Cuántas de vosotras me habéis dicho que vuestros amigos no
tolerarían saber que os masturbáis, y mucho menos que tenéis fantasías
sexuales? Simplemente algunas mujeres son así. Está bien si todas las mujeres
son sexualmente activas o si ninguna lo es, pero es inaceptable que una
disfrute del sexo mientras que las demás se pasan sin él. ¿Recordáis las
«reglas» de cuando éramos pequeñas? Nadie las ha dicho en voz alta, pero
todas las niñas saben lo que aceptan los demás y lo que nos condenaría al
ostracismo.
Las «reglas» siguen existiendo. Las chicas de hoy no aniquilan a la que
disfruta del sexo, pero sí a la que se acuesta con dos hombres mientras que
ellas tienen uno solo. Tal vez aceptan el sexo, pero todavía se controlan unas
a otras para asegurarse de que ninguna obtiene más que ellas. En ningún
momento somos las mujeres más infantiles que cuando nos negamos a tomar
precauciones anticonceptivas. ¿Cómo se les puede decir a las mujeres que si
perdemos el poder de nuestra sexualidad, si no logramos inculcarlo en
nuestras hijas, habremos ganado la batalla pero habremos perdido la
revolución?
Este ojo malvado y resentido que no puede soportar ver en otra persona el
placer, sobre todo el placer sexual, se llama envidia. Así es como he llegado a
entender y a ser capaz de asumir los despectivos comentarios de mi amiga
sobre mis «libros masturbatorios». Ella me envidia por escribir sobre el sexo
(aunque lo negará con todas sus fuerzas), y así denigra mi trabajo. Se me

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permite que escriba sobre madres e hijas, sobre los celos y la envidia, o tal
vez una nueva novela, pero no que escriba acerca de la sexualidad.
¿Es acaso porque el sexo es una pérdida de tiempo, algo sin sentido y sin
valores redentores?
Hace unos años estaba en Lexington, Kentucky, en un cóctel del club de
campo, cuando se me acercó una joven que no formaba parte de nuestro
grupo. Se presentó tímidamente y me preguntó si estaba trabajando en un
nuevo libro sobre las fantasías sexuales femeninas. ¿Habían cambiado?,
preguntó. ¿Había nuevas ideas e imágenes en las mentes de las mujeres,
escenarios que no hubieran aparecido en mis libros anteriores?
Desde luego, le dije, se había abierto todo un mundo nuevo en el erotismo
femenino como respuesta y efecto de los cambios reales que habían
experimentado las vidas de las mujeres.
Mientras le explicaba las nuevas ideas, veía lo ansiosa que estaba, el
alivio que sentía al no ser «la única» en tener fantasías que no se
mencionaban en Mi jardín secreto. En cieno momento me volví y me di
cuenta de que todos los asistentes se habían congregado en torno a nosotras y
escuchaban ávidamente.
«En mi mundo, siempre nos enfrentamos a gente ansiosa de información
—dijo un editor periodista que estaba cerca—, pero nunca he visto tanta
urgencia.»
Esa joven de Lexington se llamaba Mary, y le he dedicado este libro
porque me recordó que no debo permitir que los creadores de opinión juzguen
la importancia de la sexualidad. La mayoría de la gente que conozco ha sido
mucho menos capaz que Mary de integrar la aceptación sexual en sus vidas,
tal vez porque son mayores, han triunfado más o están más embutidos en los
esquemas de sus padres, que siempre se habían guardado en la manga por si la
revolución fracasaba.
Cuando negamos nuestras fantasías, ya no tenemos acceso a ese
maravilloso mundo interior que es la esencia de nuestra singular sexualidad.
Lo cual constituye, naturalmente, el objetivo de los que odian el sexo, que no
se detendrán ante nada, citando versos y escrituras para localizar esa área
sensible en cada uno de nosotros. Tened cuidado con ellos, amigas mías,
porque son hábiles vendiendo culpabilidad. Vuestra mente os pertenece sólo a
vosotras. Vuestras fantasías, igual que los sueños, nacen de vuestra historia
personal, de los primeros años de vuestra vida, así como de lo que pasó ayer.
Si pueden condenarnos por nuestras fantasías, también pueden encarcelarnos
por los actos que cometemos en sueños.

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La intención de los groseros comentarios de mi amiga sobre mis libros de
sexualidad es que debería dejar de escribirlos por vergüenza. En la vida, no
todo el mundo aceptará vuestra sexualidad. Recordad la envidia, sobre todo
entre mujeres, en materia sexual. No asumáis su vergüenza ni sometáis
vuestra sexualidad para que puedan descansar más tranquilas. Separación
entre sexo y amor: una alabanza de la masturbación.

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SEGUNDA PARTE

Separación entre sexo y amor: una


alabanza de la masturbación

e ha costado media vida y escribir seis libros —todo lo cual

M tiene que ver al menos en parte con la sexualidad—, llegar a


valorar el papel que desempeña la masturbación en nuestras
vidas, o el que podría desempeñar si no nos perturbara tanto ese acto tan
íntimo y sencillo.
Es la cosa más natural del mundo —nuestra propia mano en nuestros
propios genitales, haciendo algo que nos da placer y no hace daño a nadie,
practicando el sexo más seguro del mundo—, pero nos sentimos culpables
como ladrones, y nuestro sentido de identidad disminuye en lugar de ser
ensalzado por el amor en solitario.
Al fin y al cabo, la masturbación no es un arte difícil, como aprender a
tocar el violín. La mano se mueve automáticamente entre las piernas en el
primer año de vida. Algo, o alguien, se interpone entre ella y nuestros
genitales a edad tan temprana que no podemos recordarlo. Se imprime un
mensaje en el cerebro, una advertencia tan cargada de miedo que cuando ya
hemos crecido, incluso después de haber permitido que un hombre nos
introduzca el pene y toque nuestros genitales, todavía sentimos algo
ambivalente al tocarnos. Podemos hacerlo, pero es un acto físico contra una
presión mental; el delicado movimiento de los dedos sólo es efectivo cuando
la mente nos libera. Por agradable que sea el orgasmo, no nos deja con una
acrecentada sensación de femineidad; hemos ganado la batalla, pero hemos
perdido nuestro status como «niñas buenas».
La masturbación era el gran tabú para las mujeres porque suponía la
satisfacción sexual fuera de una relación. La masturbación era un índice de

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autonomía, y nadie quería que las mujeres tuvieran tanto control sobre ellas
mismas.
La mayoría de las mujeres de este libro dicen no tener estas emociones
negativas. Tratan con tal naturalidad el tema de la masturbación que es un
placer oírlo, con un vocabulario tan amplio en la descripción de cuándo y
cómo se masturban que me asombra. Sus fantasías sexuales se remontan a un
reino de aventura que hace que la mayoría de los sueños de Mi jardín secreto
sean vacilantes aproximaciones.
Y en efecto, aquellas tempranas expresiones del mundo interior erótico
femenino eran vacilantes aproximaciones. La mujer de hoy en día no puede
saber lo difícil que les resultó hablar a aquellas primeras mujeres que no
tenían un vocabulario familiar, ni una actitud natural ante la masturbación ni
ante la expresión de algo que ninguna otra mujer había dado permiso para
decir.
Si hubiese entendido entonces el cercano parentesco entre la masturbación
y la fantasía, habría desvelado con más facilidad el reprimido mundo de los
sueños eróticos femeninos mientras desarrollaba aquel primer libro. Habría
comenzado mis entrevistas con lo que al menos se conocía —
aproximadamente la mitad de las mujeres de Kinsey admitieron haberse
masturbado—, y luego hubiera preguntado a mis entrevistadas en qué
pensaban mientras se masturbaban. Pero todavía no había descubierto que es
raro que una mujer se masturbe sin fantasías. Simplemente no se me había
ocurrido que las mujeres podían sentirse más culpables por lo que estaban
pensando que por lo que estaban haciendo.
La mano en los genitales no es la culpable. La mano puede estar haciendo
algo prohibido, pero la mano es algo obvio, externo. Es la mente la que porta
la génesis de la vida sexual, la que nos inhibe para el orgasmo o nos libera. El
fuego y la vida de la masturbación provienen de la chispa que produce la
mente. Los dedos pueden moverse indefinidamente sobre el clítoris sin que se
llegue al orgasmo; sólo cuando la mente estructura la imagen correcta, un
escenario con significado y con fuerza por sí mismo, porque nos hace superar
todos los miedos a las represalias para llevarnos a ese prohibido mundo
interior que es nuestra psique sexual, sólo entonces llega el orgasmo.
Después de que se publicara Mi jardín secreto, hubo una respuesta de las
mujeres que se convirtió en un coro: «Gracias a Dios que has escrito el libro.
Pensaba que era la única […] un monstruo de la naturaleza […] una
pervertida […].» Tener sueños eróticos, imaginar el sexo en lugares
prohibidos con personas prohibidas…, ¡qué sucia, qué vil debo ser, no como

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las «niñas buenas» que nunca se masturban! Hacia finales de los años setenta,
este culpable suspiro de alivio fue decreciendo a medida que más y más
mujeres empezaron a asumir las libertades sexuales. Desde luego no
desapareció la fantasía de la violación, ni desaparecerá nunca, dadas las
diversas e intrincadas fuentes de placer que proporciona.
Pero a principios de los ochenta apareció una nueva clase de mujer que no
se identificaba con el sentimiento de culpabilidad de las mujeres de Mi jardín
secreto. «¿De dónde han salido estas mujeres? —exclamaba esta nueva clase
—. Yo no me siento culpable. Amo mi cuerpo. Me masturbo cuando me
apetece. Me tumbo en la bañera bajo el grifo abierto o utilizo mi magnífico
vibrador o la mano, y esto es lo que imagino mientras me voy acercando al
orgasmo.» Incluso los testimonios de hombres palidecen en comparación con
la jactancia de algunas de estas mujeres.
La mayoría de ellas están a medio camino entre los veinte y los treinta.
Han crecido en un clima en el que las mujeres hablaban y escribían con
excitación y exuberancia sobre la sexualidad. Tanto si sus madres las
reprendían verbalmente por tocarse, les ponían la mano sobre una llama o no
decían nada —que es casi lo que más daño hace—, estas mujeres continuaron
comportándose según la premisa de que su sexualidad les pertenecía sólo a
ellas. Tal vez han asumido parte de la culpabilidad de la madre, pero las voces
que más han oído son las voces de su tiempo, y esas voces decían que la
madre estaba pasada de moda, anticuada.
Este sentido de rectitud es el legado de los años setenta, cuando la
masturbación salió del cuarto de baño. En 1972, la American Medical
Association declaró que la masturbación era «normal». Masters y Johnson la
ensalzaron como un tratamiento para la disfunción sexual. Por primera vez, se
publicaban libros populares que les decían a las mujeres que era bueno
masturbarse y cómo hacerlo. Nuevos estudios sostenían que a las mujeres que
se masturbaban a temprana edad no sólo les era más fácil alcanzar el orgasmo
en las relaciones sexuales posteriores, sino también que tenían orgasmos más
potentes.
Recuerdo a una mujer que pintaba enormes cuadros de vaginas y daba
clases de masturbación. Aunque la imagen de varias mujeres descubriendo
sus clítoris sentadas en grupo pueda parecer tan lejana y remota como la de
hippies desnudos bailando bajo la lluvia en Woodstock, de estos extremismos
surge la pequeña parcela de terreno que apoya a las mujeres de este libro. Era
una época diferente… Y ahora me parece que han pasado siglos.

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En qué mundo tan restringido y tan dominado por la culpa vivíamos. Y no
hace tanto, no está tan lejos que no podamos volver; de hecho, ya hemos
empezado a retroceder. En la naturaleza humana existe el deseo de volver a lo
más conocido y familiar, aunque eso conocido sea cruel y duro. Igual que un
niño apaleado rechazaría unos amantes padres nuevos para volver con los que
le maltratan, una pareja adulta, en un matrimonio destrozado, generalmente
permanece unida porque la ira y el resentimiento es lo cómodo, lo familiar.
Queda abierta la cuestión de cuántas de sus libertades sexuales
conservarán las jóvenes mujeres de este libro, de en qué medida las han
incorporado. Me gustaría pensar que ya no podemos volver a aquel mundo
atrofiado, antisexual, en el que las mujeres vivieron una vez, igual que no se
las podrá echar del mundo laboral y hacer que vuelvan a casa. Pero esto
último es un tema económico, una necesidad para la mayoría de las mujeres.
Las reglas contra la libertad sexual de las mujeres se enraízan ya en la
sociedad más primitiva, cuando los hombres temían los misterios de la
sexualidad femenina y el poder de la reproducción. Para asegurarse la
supremacía sexual, el hombre de la Edad Media inventó el cinturón de
castidad. Para controlar el prodigioso apetito sexual de la mujer —que temían
fuera insaciable—, en algunas culturas se convirtió en costumbre extirpar el
clítoris, matando así la fuente de placer sexual y convirtiendo a la mujer en
propiedad del hombre. La operación se llama clitoridectomía. Cuando se
estimaba necesario limitar aún más a la mujer (para reafirmarse el hombre),
quitaban también los labios. La operación se sigue practicando hoy en día en
algunas zonas de África y Oriente Próximo, donde muchas mujeres no se
consideran dignas del matrimonio hasta que no han sido mutiladas de esta
forma, allí llamada circuncisión.
A la mente occidental contemporánea esto le parece ciencia ficción mala y
sádica. Pero en este país se realizaban clitoridectomías a principios de siglo,
en la época de vuestras abuelas o bisabuelas, cuando algunos de los más
eminentes cirujanos cogían rutinariamente el bisturí y hábilmente extirpaban
varias partes de los genitales de una mujer por razones de locura, histeria y,
¡ah, sí!, higiene.
Se consideraba que la masturbación era la causa de estos desórdenes
femeninos, y que la extirpación del clítoris atacaba el problema de raíz. Los
informes muestran que las clitoridectomías seguían realizándose en
determinados sanatorios mentales incluso en la década de los años treinta.
Con el tiempo, las clitoridectomías dejaron de ser necesarias en este país.
Los hombres descubrieron que no tenían que hacer nada. Las mujeres

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habíamos asumido de un modo tan absoluto la actitud masculina hacia la
sexualidad femenina que nos juzgábamos según sus propias necesidades. A
ninguna «mujer decente» se le ocurriría tocarse, explorar su sexualidad.
Cuanto menos activa sexualmente fuera una mujer, tanto más decente. Las
madres educaban concienzudamente a sus hijas en el arte de evitar la
sexualidad. Las mujeres aprendían a detestar sus genitales. El sexo no era un
placer, sino una obligación. Éstos eran los tiempos de vuestras madres o
abuelas. No hace tanto tiempo. No hace nada.
Parecería imposible olvidar algo tan absoluto como la certeza que tienen
las mujeres de este libro de que sus cuerpos les pertenecen. La prueba
definitiva llegará cuando se casen y tengan que establecer reglas para sus
propios hijos. El matrimonio tiende a hacernos retroceder, confrontándonos
con imágenes de cómo eran nuestros padres como marido y mujer.
Conscientemente disfrutamos imitando las características de los seres que más
amamos; inconscientemente solemos convertirnos en lo que menos nos
gustaba de nuestros padres, en personas rígidas, obsesionadas con lo que
pensarán los vecinos, asexuales. Luego tenemos nuestros propios hijos y todo
esto se intensifica.
Cuando las mujeres de esta nueva generación se conviertan en madres,
¿seguirán recordando el gozo de controlar su propio destino sexual?
¿Enseñarán a sus hijas a amar sus cuerpos? ¿Les permitirán masturbarse,
descubrir su propia sexualidad? ¿O retrocederán, diciéndose lo que han creído
generaciones de madres bien intencionadas: que al limitar la sexualidad de su
hijita están protegiéndolas por su propio bien?
Cuando perdemos interés en el sexo y no toleramos en otros lo que una
vez disfrutamos nosotras mismas, estamos reaccionando ante algo más que las
voces de advertencia de nuestros padres; ésta es una voz cultural, es nuestra
herencia, que nunca se sintió a gusto con el sexo y que ha abominado en
particular de la masturbación. Aunque las mujeres de este libro hayan podido
crecer con un apoyo para su libertad sexual, el «sentimiento» auténtico y
profundo de este país, la fibra y el carácter de la gente, está modelado sobre
una ética calvinista con una inherente actitud puritana hacia el sexo. Sería una
locura pensar que unas pocas décadas de festejo y tolerancia sexual pudieran
alterar de un modo significativo nuestra naturaleza antisexual.
Esto es importante saberlo, tenemos que recordárnoslo continuamente si
queremos que haya alguna esperanza de que estas jóvenes eduquen a sus hijas
en una era menos oscura. El conocimiento es poder. Y por tanto, deberíamos

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preguntarnos por qué este simple acto de la masturbación ha sido objeto de
tanto miedo y castigo.
Tal vez la respuesta sea que no es en absoluto un acto simple. Un antiguo
dios egipcio, según reza el mito, se masturba y se mete el semen en la boca, y
luego lo escupe creando una nueva raza de hombres. Un hombre o una mujer
cualquiera llega al orgasmo y en un acto solitario experimenta un
resurgimiento de la identidad propia, el gozo del poder. La masturbación,
mítica o real, es libertad sexual.
Soportar la idea de que otros son más solventes económicamente que
nosotros nos resulta mucho más fácil que tolerar que otros tengan mayor
libertad sexual. El dinero es poder y engendra envidia, pero la libertad sexual
debe suponer un poder aún mayor, puesto que la persona envidiosa no puede
descansar hasta haber metido la nariz en las áreas más íntimas de la vida de la
persona envidiada, arrancando todo aquello que causa ese intolerable
resentimiento hasta convertirla en alguien tan disminuido y asexual como la
persona envidiosa.
Es comprensible que la masturbación y la fantasía sexual fueran
calificadas de «normales» casi en el mismo momento de la historia. Son dos
buenas amigas que van codo a codo, y por eso he decidido por fin escribir
sobre la masturbación. La una revela a la otra. La masturbación sin fantasía se
sentiría demasiado sola.

UN POCO DE HISTORIA
Los historiadores están siempre buscando nuevas lentes a través de las
cuales ver y comprender el pasado. La historia moderna del sentimiento
popular hacia la masturbación ofrece una fascinante perspectiva de nuestra
propia cultura. Teniendo una idea de la profundidad del sentimiento contra la
masturbación en general y la masturbación femenina en particular, podemos
comprender mejor por qué las mujeres han tardado tanto en aceptar sus
fantasías sexuales. En la medida en que se les negó la masturbación, se les
negó su propia vida interior erótica.
A veces, las aseveraciones históricas sobre la masturbación parecen
demenciales, más propias del teatro del absurdo que del pensamiento real y el
comportamiento de nuestros antecesores. Y al mismo tiempo, hay un vago
reconocimiento.
Tomemos por ejemplo la popular teoría de que el semen de un hombre era
limitado y representaba su única fuente de energía. Cada vez que eyaculaba,

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perdía parte de su virilidad y hombría. Un hombre sabio gasta su semen tan
frugalmente como el dinero que tiene en el banco. Hubo un tiempo en que los
médicos advertían a los pacientes que evitaran el sexo antes de grandes
eventos como actos militares, competiciones deportivas e importantes
conferencias de negocios. (Cuando se lo conté a mi marido, insistió en que
muchos hombres siguen creyendo en el mito y actúan en consecuencia.) En
las postrimerías del siglo XIX, se pensaba que las copulaciones nocturnas eran
un desperdicio tan terrible que los médicos recomendaban aplicar enemas de
agua fría antes de acostarse.
En cuanto a las mujeres, se nos ha considerado vampiresas que a la menor
oportunidad vaciaríamos al hombre de sus preciosos fluidos corporales. (Por
otra parte, y al mismo tiempo, según esa mentalidad de la división entre putas
y vírgenes, también se veía a la mujer como alguien que odiaba el sexo y que
se sometía a él para llegar a la mucho más satisfactoria emoción maternal.)
Durante la mayor parte del siglo, la única actividad sexual aceptable en la
que se podía gastar el precioso semen era la procreación, y nada, nada era más
deplorable y peligroso, nada suponía un desperdicio mayor que la
masturbación, que supuestamente podía causar epilepsia, ceguera, vértigo,
sordera, jaqueca, impotencia, pérdida de memoria, raquitismo y disminución
del tamaño del pene, por mencionar unas pocas afecciones.
En este país nadie ha tipificado este tipo de pensamiento maníaco mejor
que los dos héroes norteamericanos del siglo XIX, Sylvester Graham y John
Harvey Kellogg. Este último odiaba el sexo tan profundamente que nunca
consumó su largo matrimonio. Pero al igual que muchos denostadores de la
pornografía, estaba obsesionado con el tema del sexo en general y decidido a
eliminarlo de las vidas de otros individuos.
Siendo un respetado médico, Kellogg convenció a una amplia gama de
sus lectores de sus puntos de vista sobre la masturbación; la circuncisión era
su remedio para el masturbador crónico, la circuncisión «sin anestesia, ya que
el breve dolor durante la operación tendrá un efecto saludable sobre la mente,
sobre todo si está asociado a la idea de castigo».
Graham y Kellogg compartían la aversión por la masturbación, y los dos
creían en una misteriosa conexión entre la comida y el sexo. Aplicando una
cierta ingenuidad yanqui a su fanatismo, cada uno sacó en su momento un
popular alimento antimasturbatorio: Graham inventó la galleta integral y
Kellogg sus famosos copos de maíz, que garantizaban acabar con el deseo del
«pecado secreto» del autoabuso.

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Este tipo de pensamiento engañoso no desapareció al entrar en el ilustrado
siglo XX. A continuación, cito la descripción de alguien que se masturba,
tomada de un librito publicado en dieciocho ediciones por la YMCA y de
lectura recomendada para los Boy Scouts en 1927:

Puesto que este acto se repite cada semana o, en algunos


casos extremos, cada día o cada dos días, el joven siente que se
diluyen las bases de su hombría. Adviene que sus músculos
están cada vez más fláccidos, que su espalda se debilita, y al
cabo de un tiempo tiene los ojos hundidos y sin brillo, y las
manos húmedas; es incapaz de mirar a nadie a la cara. Cuando
el joven se hace consciente de su debilidad, pierde confianza, se
niega a tomar parte en depones atléticos, evita la compañía de
sus amigas y se conviene en una nulidad en la vida atlética y
social de la comunidad. En cuanto a sus calificaciones
escolares, puede tener éxito en los estudios durante algunos
años, pero finalmente le empieza a fallar la memoria y en el
momento en que intenta prepararse para realizar un trabajo útil,
adviene de pronto que su mente está tan fláccida como sus
músculos, que le falta fuerza, originalidad y capacidad para
pensar.

Esta actitud hacia la masturbación no se suavizó hasta la edición de 1959


del Manual del Boy Scout:

Cualquier muchacho sabe que hay que evitar cualquier cosa


que le perturbe. Os ayudará a ello el lanzaros a un juego
enérgico, trabajar en algún pasatiempo absorbente, esforzaros
por manteneros fieles a vuestros propios ideales. Aquí el
scoutismo será vuestro aliado, si cumplís el décimo punto de la
ley Scout: «Un Scout es Limpio.»

En cuanto la American Medical Association puso su etiqueta de «normal»


sobre la masturbación en 1972, el manual se retiró de la batalla, y no volvió a
mencionar la masturbación, limitándose a conminar a los scouts a buscar el

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consejo de padres y directores espirituales en caso de tener «fuertes
sentimientos» con respecto a lo que ocurría con sus cuerpos. Tampoco ofrecía
ninguna explicación de cuáles podían ser estos sentimientos.
No he mencionado el Manual de las Girl Scouts porque en él no se hace
referencia a la masturbación. Ni una palabra. ¿Tenemos que suponer que la
sociedad patriarcal no se preocupaba/preocupa de la masturbación femenina?
La omisión dice más que las palabras.
El hombre de principios de siglo vivía con una confusa y mareante actitud
hacia la sexualidad de las mujeres. Necesitaba considerar a la mujer casta,
pasiva, espiritual, tan cerca del cielo que pudiera salvarle el alma después de
un penoso día de competitividad en la nueva sociedad industrial. Esto se
conocía como «el culto a la monja doméstica».
Mientras tanto, el otro hemisferio del cerebro del hombre estaba
embrutecido por imágenes de mujeres devoradoras de hombres,
desenfrenadamente hambrientas de su cuerpo. Un eminente médico advertía
que la masturbación femenina llevaba a la ninfomanía, «que generalmente
afecta más a las rubias que a las morenas».
Había una popular escuela de pintura en este siglo que alimentaba esta
visión dividida que tenía el hombre de la mujer. Eran grandes cuadros que
mostraban mujeres desnudas, generalmente en escenas pastorales, y permitían
que un hombre las mirara durante horas, satisfaciendo sin miedo sus fantasías
voyeuristas. Estas mujeres siempre tenían los ojos cerrados y parecían
cercanas a la muerte, o tan evidentemente exhaustas que no estaban en
posición de exigir nada de los preciosos fluidos corporales del hombre. Y se
sobreentendía por qué estaban tan agotadas; sus manos sinuosas, tan
cuidadosamente pintadas, yacían sospechosamente cerca de la zona prohibida
entre las piernas. Generalmente aparecían en grupo, entrelazadas, con la
cabeza sobre los pechos de otra. Un hombre podía imaginar fácilmente qué
era lo que habían estado haciendo, podía pensar que si se nos deja solas, las
mujeres pronto nos animaremos unas a otras a la práctica «criminal» de la
masturbación. Los médicos advertían que los internados femeninos eran
auténticos hervideros de jóvenes proselitistas, ansiosas de tentarse unas a
otras a la práctica de la masturbación.
Con estas dos mitades de la mujer llegamos a 1950, cuando Hollywood
crea a Doris Day y a Marilyn Monroe, que satisfacían los dos extremos del
apetito del hombre. Uno no se puede imaginar a Doris con la mano entre las
piernas; y Marilyn, pobre víctima de su propio apetito sexual, murió joven.

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LO QUE GANAMOS CON LA MASTURBACIÓN
¿Podrían las mujeres de este libro renunciar al placer de la masturbación?
Siempre existe el riesgo. ¿Podrían renunciar los hombres? Nunca. El hecho de
que los hombres se masturban es algo dado, tan obvio como el pene entre las
piernas. Puede que a una madre no le guste que su hijito se toque el pene;
chascará la lengua y le apartará la mano, pero en realidad, no querrá interferir
en el proceso de que su hijo se haga un hombre. ¿Qué sabe ella de los
hombres? Si anatomía significa destino, entonces el hombre está destinado a
masturbarse. Podrá hacerlo con sentimiento de culpa y los tormentos del
infierno palpitándole en las orejas, pero lo hace de todas formas. Así son los
hombres, nos decimos encogiéndonos de hombros, animales, dominados por
su testosterona.
La sociedad dice que las mujeres no son así. Desde el principio de los
tiempos, una «buena madre» aparta a su hija la mano de la vagina con mucha
más determinación que la que aplica a su hijo y a su pene. Las madres saben
todo lo que hay que saber de ser mujer: la «mujer decente» no se masturba.
Por eso las mujeres de este libro tienen tanta significación histórica.
Pertenecen a la primera generación que ha crecido con un atisbo de
aceptación sexual, con cierta naturalidad hacia la masturbación. ¿Les darán a
sus hijas un punto intermedio entre la virgen y la puta? ¿Cambiarán el curso
de la historia sexual de la mujer? No hay duda de que lo harán.
El sexo y la economía están inextricablemente ligados. La supremacía
económica del hombre está hoy en peligro. Hay una solución probada que nos
haría volver a los buenos viejos tiempos que una parte de nuestro inconsciente
todavía anhela porque fue el modo en que crecieron nuestros padres y los
padres de nuestros padres: apartar a la mujer del sexo, hacer que la mujer
vuelva a su tradicional papel asexual, privarnos del derecho a nuestro propio
cuerpo, privarnos de los derechos de la anticoncepción y el aborto, hacer del
sexo la penosa obligación que fue una vez. Entonces iremos cuesta abajo y
con los pies atados. Podremos ganar buenos sueldos y seguiremos siendo
castas.
Tal vez esto suene muy radical. Pero yo creo que es realidad. No culpo
sólo a los hombres de esta creciente marea que puede hacer finalmente que las
mujeres retrocedan a una nueva forma de esclavitud sexual; hay tantas
mujeres como hombres a las que les gustaría que volviéramos a esos tiempos
en que todas las mujeres eran pasivas en el sexo.
Cuando comencé este ensayo, no veía la masturbación femenina como el
poderoso símbolo que ahora creo que es. Hasta que vi una grotesca imagen de

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los genitales de una mujer antes y después de una clitoridectomía, no había
imaginado hasta dónde se podía llegar para mantener a la mujer «en su sitio».
Se extirpa quirúrgicamente todo rastro de sexo de entre las piernas de la
mujer, se limpia para que no quede más que una herida, una cicatriz, y,
maravilla de las maravillas, el mundo puede descansar.
Hoy, que somos gente más «ilustrada», bastará con una clitoridectomía
mental. Si a una chica se le inculcan ciertas ideas a una edad suficientemente
temprana, la «fea» hendidura entre las piernas será tan intocable como una de
las vaginas destrozadas por los eminentes médicos de tiempos pasados.
Puesto que el tabú contra la masturbación femenina está tan hondamente
arraigado, tenemos que pensar la manera de no perder el terreno tan
recientemente ganado que expresan las mujeres de este libro. Nuestra mejor
defensa es ser muy conscientes de que la masturbación representa para las
mujeres algo que no podemos dejar que se nos escape:

1. La masturbación nos enseña que somos sexualmente activas por


nosotras mismas, independientemente de cualquier otra persona,
incluyendo la madre.
2. La masturbación es un excelente ejercicio para aprender a separar el
amor y el sexo, una lección especialmente importante para mujeres que
confunden las dos cosas.
3. Al aprender lo que nos excita, tenemos mejores orgasmos y nos
convertimos en mejores compañeras sexuales, asumiendo nuestra
responsabilidad y siendo más capaces de dar placer y de indicar qué es
lo que nos excita.
4. Si detestamos tocar lo que tenemos entre las piernas, nuestra revulsión
se extiende y jamás llegaremos a aceptar el resto de nuestro cuerpo.
5. La masturbación nos enseña la diferencia entre el clítoris, los labios, la
uretra y la vagina.
6. La masturbación nos hace mejores candidatas para la responsabilidad
anticonceptiva, así como para la educación sexual de nuestros hijos.
7. Y lo último y más evidente: la masturbación es una de las grandes
fuentes de placer sexual, excitante por sí misma, una descarga de la
tensión, un dulce sedante antes de dormir, un tratamiento de belleza
que nos deja radiantes, que hace nuestra expresión más serena y
nuestra sonrisa más misteriosa. Como dice una de las mujeres de este
libro: «En la masturbación y la fantasía es cuando más honesta soy
conmigo misma.»

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EL PACTO ENTRE MADRE E HIJA
La masturbación es una gran maestra.
Una maestra que, por desgracia, yo no tuve. Nadie que yo conociera la
admitía ni hablaba de ella. Aparte de lo confusas y a menudo incorrectas que
eran nuestras ideas sobre el sexo con chicos, el vocabulario y el lenguaje del
sexo en solitario no existía. Ni siquiera recuerdo castigos ni advertencias en
contra de la masturbación. Renunciar al derecho de tocarme fue un sacrificio
que hice tan incuestionablemente como —estoy segura— lo hizo mi madre.
Como muchas jóvenes bien educadas de hoy en día, no utilicé ningún método
anticonceptivo en mi primera relación sexual. Y no tengo ninguna duda de
que las dos cosas están relacionadas.
Yo era la líder de mi grupo, la intrépida que se atrevía a todo, trepaba las
tapias más altas, me subía a la parte trasera de los carros de helado tirados por
caballos, exploraba la casa en ruinas del otro lado de la calle, hasta robaba en
los almacenes Belk.
Rompí todas esas reglas en lo que ahora entiendo que era mi adolescente
determinación de aprender a ser valiente, a no estar nunca asustada, tal como
percibía que era mi madre. ¿Por qué no exploré entonces mi propio cuerpo?
Desde luego, un mapa me habría ayudado mucho, dado que los genitales
femeninos parecían diseñados por el mismo Houdini. Guardo una imagen
mental, mi más temprano recuerdo de una masturbación no consumada: estoy
tendida en la cama y es verano. Estoy pensando en el baloncesto y muevo la
mano inconscientemente entre mis piernas. Tengo unos once años, no más
porque recuerdo la casa en la que vivíamos, la glicina al otro lado de la
ventana. ¿De dónde venía el placer que estaba sintiendo y por qué no continué
hasta encontrar el clítoris, oculto, sí, pero no tan oculto?
Mi respuesta es que ya había hecho un trato con mi madre. Lo había
hecho hacía mucho tiempo y en el momento en que era más vulnerable —
probablemente durante el primer año de vida—, de modo que se me había
quedado grabado en el alma, igual que cuando se hace un corte profundo en
un árbol joven la marca queda para siempre. El trato no fue nunca
verbalizado, nunca se me hizo consciente hasta que me convertí en escritora y
empecé a buscar respuestas a los enigmas de mi vida.
En algún momento muy temprano de mi vida había prometido
inconscientemente a mi madre no masturbarme si ella me quería tal como yo
deseaba que me quisiera. ¿Cómo advertí la gravedad que para ella tenía este
asunto de tocarme? ¿Fue por la dolida expresión de su rostro, por la mueca,
por el aliento contenido que yo había llegado a asociar a su ansiedad? Me

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rendí fácilmente. Al fin y al cabo, dependía de ella para todo, mi misma vida
dependía de ella.
El hecho de que ella no cumpliera su parte del trato, de que nunca me
quisiera como yo deseaba, no significaba que yo pudiera a mi vez violar el
trato; los niños, como mecanismo de defensa, se culpan a sí mismos por los
fallos e incompetencias de la madre. Era evidente que la culpa era mía, y si
hubiera sido una niña mejor, ella me habría querido más.
Enterré mi ira hacia ella. Y no me masturbé, aunque podría haberlo hecho
en la intimidad de mi habitación, y ella no tendría por qué haberse enterado.
Pero en la mente del niño simbiótico, todavía enlazada con la madre mediante
la ira y el amor, ella lo habría sabido. No está clara la línea divisoria entre
nosotros y ella, y en esa zona gris, ella vive en nuestra mente, sabiendo lo que
pensamos, lo que hacemos, juzgándonos, amenazándonos con abandonarnos.
Los niños crecen y tienen hijos a su vez, y algunos siguen aferrados al
deseo de aceptación y amor que tenían de pequeños, porque los asuntos
pendientes con su madre siguen ocultos bajo protectoras capas de ira
enterrada. No importa el hecho de que si hoy nos abandonara no nos
moriríamos: para la persona que todavía no se ha separado, el tabú contra la
masturbación sigue cargado de calamitosas consecuencias.
Quiero añadir que, a su vez, la madre experimenta la misma identidad con
la hija. La definición biológica de simbiosis es la de dos organismos que se
aprovechan el uno del otro. Nunca pensarán en la separación.
Cuando estaba escribiendo My Motber/Myself (Mi Madre/Yo Misma),
mencioné que el hecho de que las madres suelen vestir a sus hijas pequeñas
con el mismo tipo de ropa que se ponen ellas mismas es un ejemplo
significativo de cómo la simbiosis borra la línea de separación entre madre e
hija. Este tipo de ropa no se veía en los años setenta y ochenta. Ahora ha
vuelto. ¿Significa eso que las madres están también leyendo los diarios de sus
hijas, escuchando sus llamadas telefónicas y violando de otras formas las
leyes de la intimidad porque la hija no tiene intimidad, no tiene vida separada
de la madre?
Cuando crecimos y nos enamoramos, hicimos tratos con los hombres,
basados en el que habíamos hecho con nuestra madre. Nuestras expectativas
adultas del ser amado nacían y estaban en relación con aquella primera y más
importante experiencia amorosa. No nos gusta pensar que nuestras vidas
sexuales adultas tengan nada que ver con nuestra infancia, pero no hay otra
manera de explicar o entender los pactos que se establecen entre hombres y
mujeres.

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Los contratos entre amantes, como el que se estableció con la madre, son
demasiado cruciales para la experiencia amorosa para expresarlos en voz alta.
Los términos en letra pequeña bajo los hermosos votos de amor ni siquiera
son conscientes: «Promete que me cuidarás, que me amarás
incondicionalmente y que nunca provocarás en mí el miedo al abandono, ni
celos, ni pérdida de prestigio ni la sospecha de que ninguno de los muchos
sacrificios que he hecho por ti han sido en vano. A cambio, yo me ofrezco a
ti. Seremos como un solo ser. Si rompes el trato, yo me moriré (o te mataré).»
¿Cómo puede uno decir algo así? La mezquindad del contrato hablado
rompería la burbuja de romanticismo. Además, las palabras muestran nuestra
dependencia, el sentido infantil de omnipotencia, la falta de confianza, las
represalias que tomaríamos si nuestro ser amado rompiera el trato. Es mejor
no pronunciar las palabras, y ni siquiera hacernos conscientes de ellas.
Hasta que él mira a otra mujer de esa forma especial que está reservada
sólo para nosotras. Entonces nuestra reacción es desproporcionada, nuestra ira
tiene un tinte suicida-asesino, no sólo a causa de la otra mujer —en realidad
ella no tiene ninguna importancia—, sino por lo que se ha removido, por una
ola de antigua ira y decepción que comenzó en aquel primer contrato que
establecimos con la madre y que ha heredado él.
Los hombres no exigen de las mujeres que se enamoren de esa peculiar y
femenina manera de «si me dejas me moriré», que es la antítesis del sexo, ya
que es el modo en que un bebé experimenta la necesidad, y no la forma en
que un adulto vive el amor. No, nosotras renunciamos al sexo y nos perdemos
en la dependencia porque ésa es la experiencia amorosa que mejor
conocemos, con la que nos han criado. El tipo de amor que vivíamos con
nuestra madre aborrecía el sexo. Pero nunca podremos sentir ira hacia ella, de
hecho ni siquiera conocemos la auténtica fuente de nuestra ira. Pero sí
podemos sentir ira hacia los hombres. Volcamos sobre ellos la ira que nunca
nos atreveremos a expresar contra la madre.
Los hombres también establecen sus contratos, igualmente enraizados en
la infancia, pero ellos no rinden su independencia, su identidad, como parte
del intercambio amoroso adulto. No abandonan su sexualidad en un esfuerzo
por recuperar el contrato asexual que tuvieron una vez con mamá. Pueden
perder el interés sexual por nosotras, viéndonos como madre y esposa, pero
seguirán conservando su centro sexual, bien para invertirlo en sí mismos —
masturbación— o con otra mujer.
Quisiera contar una historia adulta sobre masturbación, amor y odio,
explicar cómo los asuntos no resueltos entre la madre y la hija aparecen entre

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el hombre y la mujer. Es mi propia historia.
¿He dicho que no me masturbé hasta los veintidós años? Coincidió con mi
primera fantasía sexual consciente. A esa edad estaba saliendo con un hombre
extraordinario a quien yo consideraba mi emancipador sexual. Gracias a él
tiré mi medalla de urbanidad, mis guantecitos blancos y mi sujetador. El
hecho es que trasmitía la serenidad de un gran maestro, tenía una seguridad en
sí mismo y una sabiduría que encontraban resonancia en las más tempranas
etapas de mi vida: hablaba con la lengua de los ángeles y emanaba un
dominio sexual que decía «confía en mí». Y yo lo hice. Deseosa,
ansiosamente, le seguí en la aventura sexual en la que estaba inmerso cuando
nos conocimos.
Una noche, al principio de nuestra relación, estábamos en su casa de la
playa (que se había construido él mismo) y cuando me desperté vi que él se
había levantado. Entré en el salón y le vi bajo la temprana luz del amanecer
tumbado en el sillón, masturbándose mientras yo estaba allí, disponible, como
si me rechazara. Hoy en día diría en cambio que mi ira tenía mucho más que
ver con la súbita toma de conciencia, al verle a punto de llegar él solo al
orgasmo, de que tenía una vida aparte de mí, de que no estaba atado a mí de la
misma forma que yo a él. Estaba celosa de su mano.
Aquélla era la única forma que yo conocía de enamorarme:
simbióticamente, la entrega de la identidad al amado. (Quiero añadir que no
era así como yo me presentaba, como el mundo me veía. Yo representaba
todo un papel de agresividad sexual e independencia económica. Incluso creía
en ello… hasta que me enamoré.) Ah, el amor, la gran identidad. El gozo de
sentir que te cuidan, de sentirte sin peso, dependiente como sólo un niño
depende de su madre. ¿Cómo se atrevía él a romper esa unión, recordándome
que me moriría —al menos es lo que sentía— si me dejaba, aunque sólo fuera
en los espasmos de su propio orgasmo?
No digo con esto que se masturbara sin sentimiento de culpabilidad o,
para decirlo más claramente, que la masturbación perdió alguna vez ese
excitante matiz de desafío. El amante de aquel verano de mis veintidós años
empezó a vivir con una madre que le apañaba la mano del pene. Lo que
ocurría es que en los años sesenta, cuando nos conocimos, estaba
absolutamente decidido a separarse para siempre de las reglas sexuales de la
mujer.
Había imaginado, el pobre, que tenía una compañera en su aventura
sexual, cuando en realidad lo que tenía era una responsabilidad: yo. Nada

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puso más de manifiesto que no experimentábamos el amor y el sexo de la
misma manera que la diferencia de nuestras actitudes ante la masturbación.

CÓMO LA MASTURBACIÓN AYUDA A LOS HOMBRES A


SEPARAR EL AMOR DEL SEXO
Los hombres también establecen contratos con la influencia materna y
distorsionan su vida sexual, pero ellos no exigen el sacrificio de la
masturbación, de la libertad de decidir si tocarse o no. De hecho, la
masturbación ha sido una de las mejores herramientas que el hombre ha
tenido de niño para aprender a separarse emocionalmente de la madre.
Puede comenzar a vivir experimentando su amor, viéndose reflejado en
sus ojos, o incluso deseando ser como ella, siendo la suavidad, la empatía y la
dulzura lo que más ama en ella. Pero pronto aprende que él debe ser distinto,
que debe alejarse de ella, negar en sí mismo esas partes femeninas que son
como ella. Debe aprender a ser un «hombrecito». Y la primera y mayor
evidencia que descubre de que es distinto a ella es su pene. Es un signo
visible, una parte familiar de sí mismo que está acostumbrado a tocar, aunque
sólo sea para orinar.
Cuando llega a los doce o trece años, ha descubierto que su pene tiene
vida propia, que se hincha y eyacula aún sin que lo toquen. Puede ser una
experiencia que da miedo, pero es también una valiosa lección: su cuerpo le
está diciendo que es una persona sexualmente activa por sí misma. Antes
incluso de que comprenda el significado del sexo, su cuerpo se lo está
enseñando. Con su propia mano provoca una erección.
Puede sentir una culpabilidad terrible cuando se toca, pero el hecho de
desafiar las reglas maternas, de arriesgarse a perder su amor, también le da
algo: ahora se siente distinto de ella, menos femenino y más masculino. Y
además pronto descubre que no ha perdido en absoluto su amor. ¡Ella no le
abandona! Ese era el miedo del bebé, un contrato que hizo cuando no podía
vivir sin mamá. Bueno, la vida le ha enseñado que puede ser sexual, distinto y
separado de ella y seguir siendo amado por ella. Es la mejor forma de
aprender, practicar algo una y otra vez hasta que finalmente se cree en ello.
La masturbación se conviene en parte de la maduración de su identidad
masculina. Es el principio de realidad que la mayoría de las niñas no se
atreven a comprobar.
Pronto, en compañía de otros niños, el muchacho refuerza lo que ha
aprendido por sí solo. El hecho de masturbarse varios muchachos juntos, de

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competir para ver quién dispara más lejos, de ser malo, de ser sucio —¡y no
se permiten chicas!— se convierte en un rito preadolescente en el camino de
alejarse de la mujer para convertirse en hombre.
Un hombre me decía en una entrevista que cuando tenía doce años se
masturbaba en el baño de su madre, a pocos metros de donde su familia
estaba cenando. Podía haberse ido al piso de arriba, donde no podría oírlos y
donde ellos no podrían oírle a él. Pero por pavoroso que fuera, necesitaba
desafiar las reglas excluyentes de la sexualidad de su madre, necesitaba tener
el orgasmo en el territorio de ella, en su cuarto de baño.
Sí, también habría despertado las iras de su padre si le hubiesen
descubierto. Pero las reglas de su padre hacía muy poco que habían entrado
en su vida ya casi adolescente. No fue su padre el que le bañó, alimentó y
amó los primeros años de su vida. No había sido su padre el que le besaba
amorosamente el pene después de un baño caliente para momentos después
apañar de él la mano del niño. Las madres piensan que estos actos son
inocentes, pero sobre esa «inocencia» (por la cual sería encarcelado un
hombre que bañara así a su hija) se edifica la confusión de por vida que siente
el hombre ante la adoración y rechazo de la mujer por sus genitales. Al fin y
al cabo, ¿de quién es el pene? En su desafiante masturbación, el niño deja
totalmente claro el asunto de la propiedad.
La jerga dura, masculina, para referirse a la masturbación aumenta la
separación. «Meneársela», «pelársela», «cascársela»… todas las palabras
sucias y distintas del «lenguaje de chica» se utilizan una y otra vez.
Para el niño tal vez el vocabulario no es un objetivo en sí, pero quiere una
palabra sucia para el acto sucio. Otro hombre me decía que cuando tenía ocho
o nueve años, sus amigos y él solían pararse en un solar desierto que había de
camino al colegio para defecar. Decían que estaban creando el Club de Joder.
Lo único que sabían era que estaba mal. Si la historia ofende vuestra
sensibilidad de «niñas buenas», es justamente lo que pretendía el Club de
Joder.
¿No estaré haciendo un idilio romántico de la masturbación masculina
infantil, de aquellos felices días de pajas en grupo? Cuando le leo estas
páginas a mi marido, me recuerda que no todos los chicos tienen buenos
recuerdos de sus masturbaciones, en grupo o en solitario. ¿Pero cómo puede
un hombre entender lo que es esto para nosotras las mujeres? Seguramente es
algo relativo. Sólo muy recientemente he comenzado a encontrar jóvenes que
disfrutaron de la liberadora experiencia de masturbarse en grupo con otras
muchachas. Sí, comprendo la culpabilidad que siente el niño/hombre; he leído

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miles de fantasías masturbatorias que reflejan la culpabilidad, pero lo hacen,
se masturban de todas formas y a pesar de esa culpa. Y cada vez que lo hacen,
descubren una vez más la descarga eléctrica del orgasmo, aprenden que están
sexualmente vivos y por sí mismos.
Cuando las jóvenes entran en la vida del muchacho, tan bruscamente
como un impresionante y hermoso día de primavera temprano, él se siente
abrumado por una mezcla de emociones. Su deseo tiene una intensidad que le
aparta de la camaradería de los chicos de la cual había llegado a depender; los
antiguos camaradas se convierten ahora en rivales. Desea a la chica, pero no
quiere perder su independencia, todavía fresca.
Parte de lo que siente cuando camina con la chica bajo la luz de la luna es
un arrebato romántico, un deseo humano que no es exclusivo de ninguno de
los dos sexos. Pero para el chico, el romance amenaza con hacerle retroceder
a aquella unidad dominada por la hembra de la que acaba de escapar. El
romance es un misterio.
Pero la sensación sexual no. Cuando rodea a la chica con el brazo y la
besa, el arrebato que siente es conocido, no es ningún misterio. Es una
sensación que reconoce porque su pene está en erección. Por mucho miedo
que le pueda dar el intercambio sexual, incluso aunque no esté preparado para
ello, sabe que lo que está sintiendo es exactamente lo mismo que siente
cuando se masturba.

LAS REGLAS DE LA «NIÑA BUENA»


¿Pero cómo va a saber la chica a la que abrazan y besan bajo la luz de la
luna que parte de lo que siente es atracción sexual? Nunca ha vivido nada que
le ayude a distinguir y aislar el sentimiento sexual de todas las otras
emociones y sensaciones que corren por su mente y cuerpo adolescente.
Nunca ha tenido una erección. Su cuerpo nunca le ha indicado que aquello es
sexo y no tiene nada que ver con las otras emociones ni con el romanticismo.
Tal vez cuando era pequeña, con unos nueve o diez años, sintió algo
maravilloso al ponerse la almohada entre las piernas y moverse adelante y
atrás. Las mujeres suelen retrotraer sus primeras fantasías a este período,
fantasías de ser capturadas por piratas malos, fantasías invariablemente
enraizadas en ideas de gente mala que les hace sentir esos sentimientos que ya
se saben prohibidos. Pero nadie les ha dicho que sean sexuales. Nadie quiere
pensar que una niña de nueve años es sexualmente activa. Y mucho menos
una niña de cuatro años, la otra etapa a la que las mujeres retrotraen sus

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primeras agitaciones sexuales. La chica no tiene palabras para lo que está
sintiendo, y tampoco desea conocer las palabras «sucias» puesto que a estas
alturas ya ha obtenido la recompensa por ser la guardiana del bien, al blandir
el dedito ante su hermano travieso. Cuando llega a la adolescencia, la chica
está convencida de que todas las sensaciones de «ahí abajo» tienen que ver
con el amor.
Ahora, cuando el muchacho la besa, despierta esas sensaciones que ella ha
llegado a asociar con la música suave, los pasajes románticos de las novelas o
las escenas de amor de las películas. Durante años, ella y otras chicas se han
sentado en cines oscuros compartiendo un sentimiento común más cercano al
desmayo que al sexo. Mientras que el muchacho ha estado aprendiendo a ser
valiente e independiente fuera de casa, la niña ha estado dentro practicando el
compañerismo, aprendiendo a bailar con otras niñas, peinándole el pelo a
otra, explorando la cálida cercanía de los ensueños. En estas estrechas
amistades, la niña retiene la unidad simbiótica que tenía con la madre, la
mantiene caliente practicándola una y otra vez hasta que tiene disponibles a
los muchachos. Y si una de estas cerradas amistades tiene un tropiezo, el
dolor de la traición no se distingue del que siente un niño cuando es
abandonado por su madre.
La traición nos enseña una valiosa lección para la independencia: que es
bueno tener una identidad en la que apoyarse. ¿Qué sabe la niña de una
identidad separada? Toda su vida ha sido recompensada por quedarse, por
conservar las relaciones.
Así que ahí están bajo la luz de la luna, el chico y la chica. Él piensa,
pobre inocente, que ella siente lo mismo que él, que se ha masturbado igual
que él. ¿Qué saben los muchachos de las chicas? Tiene un brazo en torno a
ella y aventura a bajar el otro entre sus piernas. Ella retrocede. Le dice que es
malo, llora. ¿Cómo ha podido tomarla por esa clase de chica? ¿Cómo puede
no respetarla después de todo lo que ha sacrificado a las «reglas de la niña
buena»? Él tenía que ser su recompensa, no su perseguidor. Lo que es más, él
ha roto la burbuja romántica, la maravillosa sensación de unidad que ella
sentía entre sus brazos.
Tendrá que pagar por lo que ha hecho. Si vuelve a rodearla alguna vez con
los brazos, será según los términos de ella. Es la primera lección de la mujer
en el establecimiento de contratos, el primer indicio de que mantener el sexo a
raya puede ser su mayor poder.
El muchacho por su parte reconoce que ahora será ella la que decida si
habrá o no habrá sexo. Es un brusco recordatorio del poder total que tuvo una

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vez sobre él la mujer, y mientras siga deseando a la chica, se sentirá agraviado
por el contrato. Y así se establece el terreno para el pacto no hablado. Así
comienza la Guerra de los Sexos.
¿Cambiaría esto en algo si la mujer creciera aprendiendo de su propio
cuerpo que es una persona sexualmente activa en sí misma? Puede que la
masturbación no resuelva nada, ¿pero qué mejor forma de aprender la
importante lección sobre la separación entre amor y sexo y de asimilar que
son igual de importantes?
A menos que de pequeña se le haya permitido perseguir el sentido de
propiedad sobre su propio cuerpo, cuando la chica llega a la adolescencia es
posible que ya no quiera explorar el solitario placer de la masturbación. A
estas alturas ya está embotada con los sentimientos de
amor/ansia/agonía/queja que acompañan a la sexualidad, pero para ella
forman una unidad indiferenciada. La idea de vivir el sexo en solitario va en
contra de toda una vida de formar parte de una relación, un papel que ella
identifica con la madre, que nunca se masturbaría. ¿Ser sexualmente activa
por sí misma? ¡Antes morir! No, hacerla sexualmente activa, traerla a la vida,
es tarea del muchacho. Pero primero, primero debe hacer que se sienta
querida, que se sienta enamorada, que se sienta una con él. Ella quiere
sentirse «arrebatada».

EL FENÓMENO DEL ARREBATO


Así es como lo llaman los libros de educación sexual. «Quería sentirme
arrebatada» es una frase oída con tanta frecuencia en mujeres con embarazos
no deseados que se ha convertido en el nombre de la enfermedad.
Las mujeres cuyas fantasías llenan este libro parecen formar parte de una
nueva generación, una generación inmune al «fenómeno del arrebato».
Muchas de ellas han tenido una variada y excitante vida sexual, y el lenguaje
con el que describen lo que han hecho o cómo se masturbaban, y las
extraordinarias imágenes que les pasan por la mente sugieren un nuevo e
igualado nivel de independencia y responsabilidad sexual.
Las últimas estadísticas de embarazos no deseados podría sugerir, sin
embargo, que el «fenómeno del arrebato» está bien vivo. No sólo aparecen en
estas estadísticas pobres chicas marginales, sino también mujeres educadas de
clase media y alta. Las estadísticas son alarmantes y dicen, con más claridad
que las palabras, lo sexualmente ambivalente que es la nueva generación. Por
ejemplo, según la National Abortion Federation, un 70% de los abortos son

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realizados en mujeres blancas, aunque las mujeres negras e hispánicas tienen
una tasa de abono más alta. Después de dieciocho años de recesión de
alumbramientos en adolescentes, ha habido un brusco retroceso en las
postrimerías de los años ochenta —un sorprendente aumento de un diez por
ciento tan sólo en el período de 1986 a 1988—. Y según las estadísticas de los
años noventa, más de la mitad de los embarazos no han sido deseados.
La aparente contradicción entre las mujeres de este libro y las estadísticas
no es en absoluto una contradicción. Es posible ser sexualmente consciente,
sexualmente activa, y seguir controlada por una necesidad más poderosa,
aunque inconsciente, de ser cuidada. Aunque estas mujeres hablan y actúan
como una nueva y valiente raza, lo que más me interesa son sus sentimientos
inconscientes con respecto al sexo, ya que los profundos sentimientos que
heredamos de nuestros padres sobre lo que está bien y lo que está mal nos
motivan con mucha más fuerza, y su cambio es mucho más lento.
Sería absurdo sugerir que la masturbación por sí sola habría enseñado a
estas mujeres a tomar medidas anticonceptivas, a conocer la diferencia entre
el sexo y el amor. En una joven que se permite quedarse embarazada actúan
muchas presiones. Pero yo no conozco lección mejor ni más duradera que la
que enseña la masturbación.
Para decirlo de otra forma, si las mujeres se sienten culpables de
masturbarse, serán reacias a utilizar un anticonceptivo que implique tocarse
los genitales. Como establecía un artículo publicado en el Journal of Sex
Research en 1985, «el sentimiento de culpabilidad referido a la masturbación
parece tener un papel significativo en la reticencia a utilizar el diafragma
como método anticonceptivo».
No tengo medio de saber si las mujeres de este libro son sexualmente
responsables. La mayoría recuerdan haber experimentado una actitud crítica
hacia la masturbación cuando eran pequeñas. O recuerdan el silencio, que
abre paso a una eternidad de recriminaciones. Pero hoy se masturban a pesar
de lo que la madre decía o sentía.
«Cuando era pequeña (de unos seis o siete años), tuve mi primer orgasmo
a través de la masturbación —escribe una mujer de veintiséis años—. Mi
madre siempre ocultó su sexualidad y me habría pegado de haberme
sorprendido masturbándome. Sin embargo, yo seguí masturbándome en
secreto.» En su fantasía, esta mujer posa desnuda para un joven y guapo
fotógrafo que no sólo aprueba sus genitales, sino que los adora cuando ella se
masturba. En la fantasía sexual, esta mujer reescribe la historia.

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La nueva mujer tiene más en común con su hermana tradicional de lo que
probablemente se dé cuenta; no ha pasado bastante tiempo para saber si las
libertades expresadas por las mujeres de este libro se mantendrán. No
sabemos qué efectos tendrán los tiempos cada vez más restrictivos en los que
vivimos sobre la aceptación sexual que sienten estas mujeres.
En la adolescencia somos como gente procedente de dos planetas
distintos. Establecemos tratos no hablados dentro de esas primeras relaciones
basadas en una necesidad común, pero en sentido diametralmente opuesto,
pasamos experiencias y expectativas sexuales. Años más tarde podemos
acostarnos juntos con el mismo objetivo consciente —el placer sexual—, pero
la unión vuelve a despertar viejas necesidades: una vez terminada la unión
sexual, él se da la vuelta satisfecho, ella se queda allí, deseando
desesperadamente que siga la unión. Ella piensa que él es frío, él teme que
ella quiera poseerlo.
Cuando ella se queda embarazada, el médico pregunta: «¿Por qué no
utilizó un anticonceptivo?»
«No podía. No quería levantarme y entrar en el cuarto de baño y echar a
perder el momento. Quería sentirme arrebatada.»
¿Qué significa «arrebatada»? No estamos ante un discurso adolescente,
sino ante el de una mujer adulta que paga el alquiler, tiene una
responsabilidad en el trabajo y se cuida a sí misma. En todos los aspectos
menos en el sexual. Cuando se trata de ser besada y abrazada y permitir que
un hombre penetre su cuerpo, la entrega de sí misma se convierte en eso, no
en un intercambio mutuo, sino en un trato, una palabra dura tal vez, pero aquí
no estamos hablando de amor, estamos hablando de sexo.
El hombre también quiere perderse en la experiencia sexual, pero es una
pérdida voluntaria y temporal del control que por otra parte debe ejercer en la
vida cotidiana para probar su hombría. En cuanto ha llegado al orgasmo, sabe,
por otras experiencias sexuales masturbatorias o de intercambio, que se
serenará, que volverá a ese nivel conocido en el que vive.
Nunca he oído que un hombre explicara el sexo como el deseo de ser
«arrebatado». Para ellos, el hombre debe realizar demasiadas tareas durante el
intercambio sexual que automáticamente eliminan cualquier posibilidad de
perder la conciencia: debe orquestar la seducción, excitar a la mujer y
procurar contenerse hasta que ella se acerque al orgasmo. No todos los
hombres son tan considerados, pero aunque el principal objetivo del ejercicio
sea llegar a su propio orgasmo, no va a llegar a él esperando a que la mujer le
arrebate.

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No, el «fenómeno del arrebato» es exclusivo de las mujeres, que se han
criado pensando que el sexo no es responsabilidad suya, no es algo en lo que
quieran tomar parte activa. ¿Formar parte de la propia seducción? ¿Decirle al
hombre qué es lo que queremos, darle alguna guía sobre lo que deseamos,
sobre lo que nos excita, decirlo con palabras? ¡De ninguna manera!
La preparación contra el embarazo va en contra de toda una vida de
adicción al amor, un estado mental que incluye el sentimiento sexual pero que
nunca ha sido diferenciado de él.
¿Es el amor-romance lo que queremos, o es sexo? ¿No sería útil saberlo y
saber también que podemos tener lo uno sin lo otro? Tal vez es preferible
amar a la persona con la que uno disfruta del sexo, pero no es siempre
necesario. A veces está bien disfrutar del sexo con un simple amigo; a veces
está bien masturbarse.
¿Parece esto propio del hombre? La idea de que los hombres se masturban
y/o se acuestan con desconocidas (putas) porque los hombres tienen una
necesidad sexual que no experimentan las mujeres, porque son animales,
predadores, lleva a la idea de que las mujeres son las pobres víctimas que
ellos acechan. Esto se convierte en una profecía que se hace realidad a sí
misma.
Lo cierto es que algunos nacemos con libidos más altas que otros; algunos
de los más bajos niveles pertenecen a hombres, y algunos de los más altos, a
mujeres. ¿No estaría bien saber cuál es nuestro auténtico apetito sexual?
Nadie puede decírnoslo mejor que nuestro propio cuerpo.
Cuando nos emparejamos o nos casamos, nos elegimos unos a otros por
razones tan diversas como la mutua afición al baile, a los paseos por el bosque
o a la comida china. ¿No sería más sensato elegir a un compañero que tenga
un común interés o desinterés por el sexo?
Sea cual sea nuestra libido, el sexo es energía, una fuente de vida que hay
que sentir, disfrutar y utilizar también para recargar y alimentar otras áreas de
nuestra vida —social, intelectual, abstractas al igual que físicas—. Algunos de
nosotros somos menos sociables o menos intelectuales que otros; esto lo
sabemos y en consecuencia volcamos nuestros esfuerzos en otras cosas para
poder disfrutar más de la vida. No aprender de nuestros cuerpos el auténtico
nivel de interés sexual para poder conocernos mejor es un desperdicio vital.
Hemos sido educadas para creer que sólo nos despertamos sexualmente
cuando alguien «de fuera» nos enciende, y utilizamos el sexo para conseguir
lo que queremos, para cazar a un hombre, para hacer que nos ame. El sexo se
convierte en un medio para lograr un fin. Cuando se acaba la luna de miel, no

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comprendemos por qué ya no nos interesa el sexo. Nos despertamos diez años
después y preguntamos: ¿esto es todo? Nos apartamos del sexo, furiosas, sin
ser conscientes siquiera de que la persona a la que más daño podemos estar
haciendo es a nosotras mismas. ¿Cómo podíamos saberlo? El sexo se ha
convertido en algo externo que nosotras hemos utilizado, como el dinero.
Decimos que los hombres son insensibles, cuando en realidad un hombre
sabe exactamente lo que está sintiendo. Sabe que anoche hubo sexo y esta
mañana se siente estupendamente, pero no es (o era) amor. Decimos que los
hombres son fríos porque no se «comprometen», una palabra terrible que
suena a cárcel, que es justamente como siente el hombre la idea que tiene la
mujer de «compromiso».
Nos sentimos agraviadas porque el hombre puede disfrutar de una
extraordinaria noche de sexo y luego sale de la cama por la mañana
refrescado, con nuevas energías, más independiente que nunca. Tendrá un día
mejor en el trabajo gracias a su maravillosa aventura erótica con nosotras. A
nosotras también nos encanta la noche de sexo, pero por la mañana somos
reacias a levantarnos de la cama; nos quedamos allí esperando que él deje de
silbar por el dormitorio y venga a sentarse a nuestro lado, a tocarnos, a volver
a establecer el contacto. Queremos que diga lo que dijo anoche, que diga
cuándo volveremos a estar juntos. No tenemos un día mejor en el trabajo;
estamos menos concentradas en él porque estamos atentas al teléfono, a su
voz, a las palabras que dirá y cuándo y dónde. Lejos de sentirnos recargadas
de energía por una noche de sexo, estamos debilitadas al haber dejado parte
de nosotras mismas en esa cama.
Los hombres no son más crueles que las mujeres, es simplemente que
consideran el sexo y el amor desde un punto de vista diferente. Digamos que
el hombre espera cuatro días para llamar por teléfono. No porque la noche
fuera como cualquier otra, sino precisamente porque fue muy especial.
Necesita recuperar su sentido de independencia, de separación, no porque no
le gustemos o no nos ame, sino porque se ha acercado mucho a esas
emociones. Los hombres exageran el papel del vaquero solitario porque las
mujeres exageran su papel de seres emocionales, de sirenas que anhelan
envolverlos en sus brazos y no dejarlos ir jamás. O eso creen ellos.
¿Quién podría no querer trascender el sexo? Disfrutar de esa profunda y
poderosa sensación de perderse en la otra persona, de ser capaz por unos
momentos de relajar los férreos controles con los que vivimos es un deseo
humano que no es exclusivo de ningún sexo. Pero sólo la persona con un

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fuerte sentido de identidad puede emerger entera y alejarse felizmente del
arrebato de la trascendencia.
Para muchas mujeres, no es cuestión de elección. No podemos emerger
del hondo pozo de la unidad. Es como si en realidad nunca hubiésemos salido
de este dulce lugar. Él se ha ido, pero incluso sin él podemos mantenernos en
trance. Escuchamos música romántica, lo que más nos apetece son
desgarradoras canciones de desesperado anhelo; los trémulos violines, las
voces que se rompen bajo el peso de emotivas palabras reflejan exactamente
lo que sentimos y nos mantienen en contacto con él y con esa noche.
Lo que queremos recrear no son los sonidos, el olor y el sudor del sexo,
sino la unión, la identidad, el romance, el amor. Bebemos un coñac,
encendemos otro cigarrillo y nos entregamos a ello, nos revolcamos en ello:
sin ti me moriré, dice la música. Y es cierto, o al menos así lo sentimos.
«Es mejor no liarse con hombres —dicen hoy muchas mujeres—. Me
encuentro bien con mi vida y cada vez que empiezo a salir con un chico, eso
lo pierdo. ¿Quién necesita un hombre?»
Ya no necesitamos a los hombres como antes. Muchas de nosotras no los
necesitamos para que nos cuiden o nos proporcionen comida y techo. No los
necesitamos para tener una identidad o un lugar en la comunidad. La
independencia económica es excitante. Descubrimos a los veinte años, o más
tarde, que podemos arreglárnoslas solas.
Cuando estaba escribiendo My Mother/Myself, hace quince años, creía que
la independencia económica, más que cualquier otra cosa, ayudaría a las
mujeres adultas a desprenderse de la necesidad emocional de perderse en las
relaciones. Idealmente, la separación emocional e individuación es algo que
debería ser aprendido y practicado durante el primer año de vida. Pero si no lo
hicimos entonces, no todo está perdido. Más tarde es más difícil, pero
podemos aprenderlo por nosotras mismas.
Pero lo que no advertí a mediados de los años setenta fue que la mujer
confundiría la independencia económica con la separación emocional. ¿Qué
grado de separación tenemos si no podemos arriesgarnos a establecer una
relación con un hombre sin miedo a ser esclavizadas por el romance-amor?
Nos preocupa que el sexo con un hombre se convierta en ese desesperado «te
necesito» que destruye nuestro control sobre nuestra vida. Antes de que nos
demos cuenta, habrá una pelea y él se irá con un portazo dejándonos de nuevo
junto al teléfono mientras él vaga por las calles ligando en los bares o incluso
yéndose con una puta. Lo más probable es que no haga nada de esto, ya que
está enamorado igual que nosotras. Pero podría hacerlo. Podría tener una

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relación sexual fruto de la ira, podría tenerla por el puro placer del sexo, ya
que no lo confunde con el amor.
Denigramos a los hombres por ir con putas, por alimentar sus fantasías
masturbatorias con revistas pornográficas. ¿No podría ser una parte de nuestro
reproche fruto de la envidia, porque ellos tienen acceso a una vida de la que
nos sentimos privadas? La envidia es una emoción amarga y destructiva; la
comparación envidiosa hace que nuestra vida parezca miserable, vacía. No
podemos soportar que la persona envidiada tenga determinadas libertades,
poder o placeres que para nosotros son inaccesibles. Una parte de nuestra
psique desea, espera que la persona envidiada acabe mal. Sólo entonces
nuestra vida recuperará parte de su placer.
La envidia es una emoción tan destructiva que la mayoría de nosotras la
negamos. «¿Que yo envidio a los hombres?», decimos. ¡En absoluto! Los
hombres son fríos, enloquecidos por el poder, son sólo animales competitivos
guiados por el instinto sexual y que degradan a las mujeres. Decimos que el
problema es que no hay más mujeres con poder, porque eso haría del mundo,
automáticamente, un lugar mejor.
Y así castigamos a los hombres con un corazón libre de culpabilidad, tan
seguras estamos de nuestra virtud en oposición al Bruto; apartamos a los
hombres del acto de la creación, el acto más poderoso de la vida humana:
tenemos los hijos solas. Decimos que no es bueno que se acerque ningún
hombre, cuando en realidad nos estamos vengando de ellos. No estamos
pensando en el niño; estamos pensando en nosotras mismas.
Controlamos nuestras vidas sólo si excluimos al hombre. Tal vez en el
mundo laboral podamos vernos como iguales a ellos; aunque aún no hayamos
logrado la igualdad económica, podemos competir por ella. Pero cuando se
trata de sexo, no somos en absoluto iguales. Él no es un esclavo del amor. Es
dueño de su propia sexualidad y nosotras no.
Éste es el fondo del asunto, el tema central de este ensayo y lo que
debemos asumir si queremos que la próxima generación de mujeres sea más
independiente y más responsable sexualmente. Podemos aprender a ser
económicamente independientes en cualquier momento, pero la edad tiene
mucho que ver para que aprendamos a creer en la propia independencia
sexual, para que aprendamos la diferencia entre amor y sexo. El dinero con el
que se paga el alquiler un mes detrás de otro, un año tras otro, se conviene en
un frío hecho vital que le dice a la más «débil» de las mujeres que no necesita
que nadie la mantenga. Pero es muy, muy difícil aprender a creer que somos

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una entidad sexual, que somos responsables de nuestra sexualidad cuando ya
es demasiado tarde. Y en la adolescencia ya es tarde.
La mejor época para esto son los primeros años de vida, y la mejor
maestra es la madre. No hay mejor forma de aprender la lección que enseña la
masturbación que como la aprende un bebé, desde el principio. Si la madre no
nos permite creer que nuestro cuerpo nos pertenece sólo a nosotras, que es
nuestro y que por tanto somos responsables de él, entonces todo lo que
hagamos con nuestro cuerpo más tarde se remitirá a ella y volverá a despertar
nuestra necesidad de ella, reavivando sus actitudes, sus juicios. Y entonces
mantendremos relaciones sexuales y no nos protegeremos, seremos «niñas
malas».
Aquí transcribo dos cartas que recibí de lectores de My Mother/My Self.
Ellas expresan de un modo muy personal y a mi juicio encantador hasta qué
punto está presente la madre en nuestros más íntimos momentos sexuales.
La primera carta es de una mujer holandesa:

En una ocasión me dormí leyendo su libro, y tuve el siguiente


sueño:
Estaba viajando en tren. Mi madre iba conmigo, y estábamos
sentadas a una mesita junto a la ventana. Las dos llevábamos
bolsas de mano iguales, rojas, que eran casi como un bolso. Mi
madre quería sacar algo de la bolsa y cogió por equivocación la
mía. Cuando la abrió se dio cuenta.
—Mamá, ésa es mi bolsa.
—Ah, sí, bueno no importa, de todas formas son casi
iguales.
—Pero ahí están mis cosas.
—Bueno, si te lo tomas de una forma tan infantil…
Y mientras me hablaba distraídamente, ¡escribió su nombre
en mi bolsa! Yo estaba tan atónita que no pude pronunciar
palabra. Caso cerrado.
Horas más tarde me di cuenta conmocionada de que esos
intrigantes bolsos rojos significaban que ella me había robado
mi sexualidad y con ella mi persona[1]. Y me las había robado
con toda la facilidad, como si para ella no significaran nada en
absoluto. Y yo me había quedado allí sentada sin hacer nada por
impedirlo.
Eso fue todo. No he podido resistirme a enviarle mi
hermoso y pequeño sueño.

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La segunda carta es un poema que me envió un hombre.

Aquí te mando un poema que escribí para ti, Nancy.



Control… ¿Madre o hija?
Si fuera un artista, pintaría para ti y te enviaría
un cuadro de una chica cualquiera, desnuda de curva a curva.
Sin vello púbico, sin hendidura, pero en ese lugar ardoroso
pintaría una reciente y dulce fotografía del rostro querido de la
madre sonriendo a todos los hombres de oreja a oreja,
invitándoles a su casa para el festín simbiótico.
Lo que todo el mundo se pregunta
es lo que tiene la madre entre las piernas.
Si eres lista, nunca las abrirás, porque allí te bendecirá la
abuela.

¿HASTA QUÉ PUNTO HEMOS CAMBIADO?


Es importante distinguir los tres niveles de cambio: la actitud es lo que
cambia con más facilidad. El comportamiento sigue un paso más lento. Pero
nuestros hondos sentimientos inconscientes acerca de lo que está bien y lo
que está mal necesitan de generaciones para cambiar, si es que logran
cambiar.
Nosotras negamos vehementemente que nuestro comportamiento sexual
adulto tenga nada que ver con la madre. Como declaración de nuestra
independencia y nuestra diferencia con respecto a ella, llevamos ropas sexy,
hablamos con la jerga más de moda y creemos sinceramente que estamos a
años luz por delante de ella. Éstos son cambios superficiales que suceden
rápidamente, normalmente de un día para otro.
Leemos un libro, vemos una película, cenamos con un brillante
desconocido, y al día siguiente abandonamos la actitud con respecto al sexo
que habíamos mantenido toda la vida. De pronto, el adulterio en una relación
«con sentido» no parece una idea tan mala. Nuestra actitud ha cambiado.
Tendrá que pasar un poco más de tiempo antes de que actuemos según
nuestra valiente nueva opinión. Tenemos una relación adúltera. Pero cuando

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nos despertamos en la cama del desconocido, después de una noche de
abandonarnos al sexo, nos sentimos sucias, culpables No comprendemos por
qué. No hemos tenido en cuenta el intratable inconsciente.
Nuestro código moral, el más profundo e inconsciente sentido de lo que
está bien y lo que está mal, lo heredamos de nuestros padres, que a su vez lo
heredaron de los suyos. Por ejemplo, cuando las mujeres que se creen
sexualmente independientes y responsables se quedan embarazadas, pueden
estar reconociendo su culpabilidad inconsciente, pueden estar reconociendo
que lo que hicieron estaba mal. Tal vez no tuvieron en cuenta el tercer nivel
de cambio.
En mi ansia por defender la masturbación como un acto sano, placentero y
pedagógico, no quiero sugerir que deba tomar el lugar de la intimidad con
otra persona. Algunas de las mujeres de este libro que dicen masturbarse tres
o cuatro veces al día pueden ser tachadas de compulsivas por aquellos a los
que les gusta etiquetar (aunque esa masturbación sea más revitalizadora que
las cinco horas diarias de televisión que admite ver la mayor parte de la
sociedad).
Tampoco quiero establecer una línea de conducta para las mujeres que
eligen no masturbarse. La palabra clave es elección. Pongámoslo de esta
forma: puedo imaginar a una mujer responsable sexualmente que no se
masturba, pero me parece muy improbable.
Tocarnos es la lección primordial de anatomía. El aprender lo que hay
«ahí abajo» nos hace dueñas inteligentes, al controlar más lo que es nuestro.
(Es triste, aunque no sorprendente, que muchas mujeres digan que no utilizan
el diafragma porque tienen miedo de tocarse.) El ser capaces de llegar al
orgasmo por nosotras mismas es independencia sexual; aunque está bien tener
un compañero, es importante saber que no es estrictamente necesario para
disfrutar del sexo. El llegar al orgasmo por nosotras mismas es el equivalente
sexual de ser capaces de pagar nuestro alquiler.

EL CONCEPTO CLOACA
Lo que hace que sea tan difícil aprender a masturbarnos en una época
tardía es que hemos sido educadas en la creencia de que la zona entre nuestras
piernas es intocable, sucia. Hemos llegado a detestar la vista y el olor de
nuestros genitales, que sólo son tocados en el proceso de asearnos. Es una
repulsión antinatural y adquirida que ha sido hondamente asumida como parte
del temprano intercambio de amor entre madre e hija. No se dijo nada, no era

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necesario decir nada. La clitoridectomía mental se realiza en nombre del amor
de la madre y con el absoluto apoyo de la sociedad.
Con el tiempo, la vista y el olor de la menstruación (la humillación de
poder manchar la ropa anunciando públicamente lo que siempre hemos
sentido, que nuestros cuerpos son sucios) refuerzan nuestra repugnancia. La
forma secreta y plegada de nuestros genitales acentúa aún más nuestra certeza
de que no debemos explorar esa zona. Jamás resolvemos el simple
rompecabezas de nuestra hermosa constitución porque hemos asumido el
juicio de la primera persona que nos apartó nuestros deditos, que nos enseñó a
asearnos, y cuyo cuerpo es igual que el nuestro. Y, de nuevo, no fue lo que
ella dijo, sino lo que ella sentía. A ella no le gustaba la vista y el olor de
nuestros genitales, como no le gustaba la vista y el olor de los suyos propios.
Cuando un chico entra en nuestra vida y quiere tocarnos allí, es
naturalmente impensable. Nosotras no podemos hacer una cosa así. ¿Por qué
iba a hacerlo él? ¿Por qué iba a querer? Que un hombre sueñe con abrir
nuestros labios con los dedos y mirar y poner ahí la boca es tan perturbador
para algunas mujeres que la dulce lengua de un amante no podrá convencerlas
de lo contrario. El clítoris, la uretra, la vagina y el ano han llegado a ser
considerados como una sucia e indistinguible masa «ahí abajo». Este modo de
pensar se denomina el concepto cloaca.
No recuerdo quién fue el primer doctor o analista que utilizó el término
concepto cloaca, pero recuerdo que para mí fue como un descubrimiento.
Estaba reuniendo material para Mi jardín secreto, y presentía que las mujeres
que estaban colaborando —tan vacilantemente— con mi investigación hace
veinte años sentían justo eso con respecto a sus genitales (que eran una
cloaca, algo que debía ser tocado con todas las precauciones).
En aquellos días, nos sentíamos culpables con respecto al sexo,
actuábamos con sentimiento de culpa, y nuestras fantasías sexuales, centradas
en su mayoría en ser violadas y forzadas, reflejaban nuestros más profundos e
inconscientes sentimientos de culpa. Yo estaba tan perturbada por la cantidad
de culpa de Mi jardín secreto que, el día en que terminé, escribí una reseña
para My Mother/My Self que en el primer borrador se llamó The First Lie (La
primera mentira). No había dudas respecto a lo que escribiría a continuación:
tenía que conocer la fuente de la terrible ansiedad que sentían las mujeres no
con respecto a algo que habían hecho, sino por las imágenes que había
grabadas en sus mentes. ¿Quién podía saber lo que estaban pensando?
Y enseguida di con la madre. No era un ogro ni una mala persona (aunque
algunas lo sean), sino una hija también. La madre suele transmitir la sabiduría

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de su propia madre.
Si tuviera que escribir hoy My Mother/My Self i pondría un gran énfasis
en el papel que la masturbación podría jugar en nuestras vidas, cómo podría
ser uno de los actos de separación de la madre y de asunción de nuestra propia
identidad. Explicaría cómo el ejercicio de tocarse afecta a la autoestima, que
significa tener una buena opinión de uno mismo. ¿Cómo podemos pensar bien
de nosotros mismos si albergamos una cloaca?
Pero hace quince años no podía escribir sobre la masturbación porque
todavía no sabía lo que las mujeres de este libro me han enseñado.

¿QUÉ ES UNA MUJER AUTÉNTICA?


Vosotras, las mujeres que me habéis animado a pensar y escribir sobre el
sexo, me habéis contado la fuerza y el autoconocimiento que os da vuestra
sexualidad, y decís que comprendéis la importancia de la masturbación. «La
masturbación parece algo tan… “secreto” —me escribe una de vosotras—. Es
lo más íntimo que hay, lo que más revela la identidad oculta de uno mismo.»
Habéis cobrado valor y autoconfianza de las mujeres que vinieron antes
que vosotras, de los testimonios de Mi jardín secreto. No deja de
sorprenderme cómo esos testimonios, que ya casi tienen veinte años, siguen
hablándoos y descerrajando vuestra identidad sexual. Ningún hombre,
ninguna voz masculina —por dulce y seductora que fuese— podría haberos
hecho aceptar vuestra sexualidad como lo han hecho las voces de esas
mujeres.
Nacemos de una mujer y somos gobernadas por una mujer. Cuando otra
mujer nos hiere, apartándonos momentáneamente del mundo de la «niña
buena» que fue nuestro refugio mientras crecimos, nos duele y nos humilla
mucho más profundamente que cualquier cosa que un hombre pudiera hacer o
decir. Cuando otra mujer nos anima, no hay nada que no podamos lograr.
El significado de lo que es ser una mujer nunca ha estado más abierto y,
por tanto, más lleno de ansiedad. Queremos ser independientes, pero
queremos que nos cuiden. Queremos que los hombres nos traten como iguales
sexualmente, pero queremos que los hombres nos arrebaten. Seducimos a los
hombres, pero esperamos que sepan sin que se les diga qué es lo que
queremos que hagan con nuestro cuerpo. Los hombres hacen lo que pueden,
unos mejor que otros, pero todos se mueven en la oscuridad.
Hay alguien que sabe lo que queremos. Es otra mujer. ¿Quién mejor que
alguien cuyo cuerpo es como el nuestro, alguien que sabe lo que es ser una

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mujer? No es necesaria ninguna lección de geografía. No es necesario romper
el hechizo dando frías instrucciones: «Tócame aquí, besa esto, chupa
aquello.» Ella ya lo sabe. Tampoco hay ningún sentimiento de vergüenza, ni
de ansiedad con respecto al olor o al sabor; para ella es algo familiar. Y ella es
tierna. Nos cuidará como no lo puede hacer ningún hombre, al menos en la
fantasía.
No es sorprendente pues que la fantasía de la relación sexual con otra
mujer sea el nuevo tema popular que ha emergido desde la publicación de Mi
jardín secreto.
Las mujeres que se dicen heterosexuales, bisexuales o lesbianas ven algo
particularmente excitante en las fantasías referidas a estar acostadas junto a
otra mujer y disfrutar a veces de una relación sexual tierna, pero muy a
menudo tan desenfrenada como cualquier relación imaginada con un hombre.
Cuando preparaba la investigación para Mi jardín secreto, había muy
poco material para el capítulo del sexo entre mujeres. Creo que la gran
popularidad que tiene hoy esta fantasía refleja la creciente complejidad del
mundo real de la mujer, en el que ya no sabemos lo que queremos ni lo que es
una mujer; y los hombres, que saben aún menos que nosotras, no consiguen
responder a nuestras expectativas, cada vez más furiosas. Es como si, en
alguna de estas fantasías, nos estuviéramos mirando al espejo, intentando
encontrarnos en el cuerpo de otra mujer. En parte como búsqueda de solaz y
confirmación de nuestra femineidad, y en parte también como un furioso
rechazo del hombre, nos volvemos hacia las personas que son como nosotras
para la descarga sexual.
Sólo cuando las mujeres de este libro tengan hijos a su vez veremos hasta
qué punto creen en su derecho a la libertad sexual en general y a la
masturbación en particular. ¿Serán lo bastante generosas para desearles a sus
hijas algo mejor que lo que ellas tuvieron? En toda la vida humana, nadie
tiene más poder sobre otra persona que una madre sobre su hijo.
Las madres no tienen que ser perfectas. Nadie lo es. Aprendemos a
masturbarnos por nosotros mismos. Las únicas reglas que deben ser
aprendidas son las de la intimidad.
Pero tal vez el acto más generoso es que una madre deje libre a su hija
para que descubra su propio camino sexual, para que se diferencie de ella,
para que copie y emule a otra mujer. El hecho de diferenciarse de la madre se
sentirá siempre como una traición, a menos que la madre lo crea de corazón
cuando dice: «Eres mi hija, seas buena o mala. Eres mi hija te masturbes o
no.» Y debe ser dicho en voz alta La hija ya sabe lo que siente su madre con

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respecto a todo. Lo que la libera es el coraje y la generosidad, la honestidad
de la madre al pronunciar las palabras. Nada nos ata más a la madre que las
mentiras.
El mensaje podría ser algo así:
«Yo tengo problemas con el asunto del sexo, cariño. Eso lo sabes. Ya
sabes cómo me educaron. Pero quiero que tu vida sexual sea maravillosa, y
porque te quiero, deseo que cuides de ti misma. La masturbación puede
enseñarte mucho. Disfruta de esa parte de tu vida. Tienes mi bendición.»
Madre, deja que tu hijita se masturbe.

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TERCERA PARTE

Las Fantasías

SOBRE LA MUJER Y SUS FANTASÍAS

iempre ha habido mujeres que han tratado de escapar de los corsés

S tradicionales impuestos sobre la sexualidad de la mujer pero, en su


empeño, no sentían afinidad ni solidaridad alguna con la femineidad
como conjunto. Eran aventureras que despreciaban a otras mujeres por su
docilidad y sumisión. Quizá fueran valientes, pero sus deseos las dejaron
solas en callejones sociales sin salida. Tampoco constituían el modelo a
seguir por el resto de mujeres porque su búsqueda de satisfacción sexual
estaba fuera de lo que la sociedad de su tiempo definía como condición
femenina. «Piensa como un hombre» era quizás un cumplido cuando se
afirmaba de Catalina de Rusia, Edna St. Vincent Millay o George Sand, pero
suponía también un rechazo. Significaba que ella no era femenina.
Las mujeres cuyas fantasías describo en este libro proceden de una época
única en la historia. Los pasados veinte años han producido una expresión de
la emoción femenina que las generaciones anteriores de mujeres nunca osaron
mostrar. La furia, la rabia, la competitividad, la lascivia y una voluntad de
hierro para controlar sus propias vidas se han convenido en emociones
cotidianas, al alcance de cualquier mujer. Libros populares como Miedo a
volar y The Women’s Room han explorado esos sentimientos en bruto con una
nueva y estridente voz femenina. En la televisión se han escuchado mujeres
de verbo fácil y desafiante; sus palabras han aparecido en revistas como Ms, y
si una mujer no quería ver la película Garganta profunda, o quitarse la ropa

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con los otros hedonistas en Sandstone o en Plato’s Retreat, por lo menos sabía
que esas ideas y lugares existían.
Tras generaciones enteras de límites, súbitamente desaparecieron. La
libertad sexual era reciente y creíble, y las mujeres confiaban en las nuevas
imágenes y palabras de otras mujeres, afirmando que era correcto tener el
control y el poder de la propia sexualidad. «Descubrid vuestra verdadera
naturaleza sexual —decían las voces—; nosotras, vuestras hermanas, os
prometemos apoyo maternal y os recogeremos si caéis.» Las mujeres de este
libro oyeron esas nuevas voces declarar que «no había reglas», y de ese
carácter erótico inestructurado e ilimitado nació la fantasía de la «gran
seductora».
El deseo de iniciar y controlar el sexo (en realidad de seguir haciendo el
amor hasta satisfacer completamente el apetito sexual de la mujer) es el tema
subyacente en esas nuevas fantasías. Existen otras ideas, capítulos temáticos
completos que se podrían haber incluido aquí, tales como chicos jóvenes,
incesto, sado, la necesidad de aprobación, interludios románticos, lluvias de
oro, vivir fuera de las fantasías… Y, por supuesto, también existe la fantasía
de ser violada o forzada, que sigue siendo un tema fundamental, junto con su
opuesto y nueva contrapartida, la fantasía de violar o forzar a un hombre.
Estos temas están estudiados en profundidad en Mi jardín secreto y
Forbidden Flowers.
Los temas que se exponen en este libro no sólo son nuevos, sino también
los más destacados de mi investigación. Reflejan cambios en las vidas reales
de las mujeres y pulsan una firme realidad que revela la profundidad y
amplitud de la naturaleza erótica de las mujeres, que la sociedad se resiste aún
a reconocer.
Aunque las fantasías que incluyo aquí tienden a ser largas, no penséis que
una fantasía no es por definición un intricado argumento. Es posible, y de
hecho inevitable, disfrutar breves imágenes eróticas a lo largo del día. El olor
o la visión de algo que estimule la imaginación provoca una imagen sexual en
la mente. Sólo cuando nos disponemos a hablar o a escribir de esas imágenes
surge la acumulación de detalles.
Muchas de estas mujeres han llevado vidas tranquilas, incluso
conservadoras. Algunas han tenido muy poca experiencia sexual real. Es en
sus fantasías donde tratan de liberar su sexualidad de las férreas normas que
han estado reprimiendo el indómito erotismo femenino, para evitar que
amenazara las supuestas necesidades del hombre y la sociedad, hasta hace
poco sinónimos. Sobre todo en sus fantasías, desean escapar por fin de la

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culpa con la que ha tenido que cargar la mujer erótica que satisfacía su
naturaleza. Aunque la mayoría afirman haber tenido un aprendizaje sexual
más amplio que el de sus madres, ninguna de ellas olvidará nunca la
humillación y el miedo de que esas mismas madres las avergonzaran por su
primera manifestación de deseo sexual.
Hasta ahora, hasta esta generación, no existía, desde el punto de vista
convencional, algo llamado lascivia femenina. La sabiduría de los vestuarios
masculinos (y también la de muchas consultas de psiquiatras) afirmaba que
sólo los hombres podían separar el sexo de los sentimientos; que las mujeres
sólo podían disfrutar del sexo dentro del contexto de una relación emocional.
Estas mujeres, de todas las edades y clases socioeconómicas, dicen lo
contrario: su argumento erótico favorito no se desarrolla con sus maridos o
amantes, sino con un hombre al que nunca vuelven a ver, alguien con quien
no tienen relación.
Las mujeres quieren cambiar; una pequeña parte de las más valientes
están cambiando. Los hombres, no. Las mejores mujeres de hoy se encuentran
solas en la frontera sexual, porque los hombres que deberían estar explorando
ese lugar excitante y desconocido junto a ellas son todavía reacios a
abandonar su posición del misionero y todo lo que ésta representa. A pesar de
que estos hombres saben lo limitada y sofocante que puede ser la vida con
una mujer sumisa, no están seguros de lo que la nueva mujer exige de ellos.
La resistencia del hombre al cambio no carece de razón, dada la confusión de
las mismas mujeres sobre su identidad sexual. A causa de esta parálisis ha ido
creciendo un resentimiento hostil entre los sexos.
Como iniciadoras de la revolución sexual, las mujeres son también las
responsables de terminar la tarea, de definir exactamente qué es lo que
queremos, y hacerlo en los términos sexuales más concretos. Para que pueda
darse el siguiente paso, los hombres deben dejar de ver a las mujeres como
una banda amorfa y agraviada de personas infelices con un montón de
exigencias difusas y sin satisfacer. Por el contrario, las mujeres deben ampliar
su propia concepción de sí mismas, de tal manera que los hombres cambien
de buen grado los falsos beneficios para su ego de la «superioridad
masculina», a cambio de la satisfacción real de una vida sexual con un tipo de
mujeres sorprendente.
Al reconocer que ganarían más con el refuerzo mutuo y el
autorreconocimiento que con los sentimientos seculares de rivalidad, las
mujeres de este libro han establecido una comunidad sexual. Ellas no se ven
unas a otras como amenazas, sino como personas que están ampliando la

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definición y los límites de su sexo. Saben que su búsqueda de lo que significa
ser mujer es algo que comparten otras mujeres. «¡Gracias a Dios, no estoy
sola, no soy la única!» Aunque la mayoría de mujeres tienen aún miedo de
usar las nuevas libertades que estas pioneras han ganado, hoy en día no hay
una sola mujer con un mínimo de cultura que no sea consciente de que es su
propia elección la que mantiene esas libertades fuera de su alcance, y de que,
si bien ello sigue temiéndolas, lo más probable es que su hija no las tema.
Las mujeres de este libro están buscando elecciones eróticas en sus vidas
reales, tratando de entender qué les impide darse cuenta plenamente de esas
posibilidades. Sus fantasías sexuales, sin inhibiciones sociales ni eufemismos,
tratan de las diversas estrategias que han desarrollado para superar lo que en
una parte de sus vidas les impidió explorar los límites de su verdadero
erotismo.

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CAPÍTULO UNO

MUJERES SEDUCTORAS,
ALGUNAS VECES SÁDICAS Y
SEXUALMENTE DOMINANTES

LA GRAN SEDUCTORA: EL PODER DEL QUE DA PLACER

¡A h, la alegría de la seducción! Tomar a un hombre, tumbarlo


contigo encima, orquestar sus sonidos de lenta rendición con
los movimientos de tu cuerpo y las palabras sucias y
prohibidas susurradas con tu voz de hembra/madre, hasta que, finalmente, con
la presión de los delicados músculos vaginales sobre su pene erecto, se corre.
¡Qué poder, ser capaz de provocar el orgasmo en otro ser humano! No,
dejadme que cambie el verbo porque es importante, de ello trata este capítulo:
¡Qué poder supone hacer que alguien se corra! «Yo soy la que domina, lo
hago todo, y él es pasivo —así describe Sue su seducción—. Mi placer está en
saber el abandono que él ha experimentado…, viéndolo pasar del macho frío
y refinado al hombre en la angustia del alivio sexual.»
Me encanta esta sección de apertura sobre mujeres que sueñan con llevar
a un hombre al placer orgásmico, invirtiendo los viejos papeles y, para variar,
asumiendo la posición y el poder del que controla la trascendencia de la
consumación sexual. Si me detengo en detalles en este inicio de un capítulo
que trata de la gama del control sexual, desde el placer al dolor, es porque,
como tantas otras mujeres, me retraigo ante la idea de alquilar el placer de un
hombre.

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¿Habéis seducido a algún hombre, o pensado en ello? Quizá la idea no sea
atractiva. Ser la persona que se encarga de todo no es una fantasía universal,
ni siquiera atrayente para todos los hombres, a pesar de que ellos deben
seducir, al menos en la realidad, o fracasar como «auténticos hombres».
El chico tímido por naturaleza o temperamento, o que sencillamente no
tiende a la seducción por el entorno en el que ha crecido, se enfrenta con un
hecho terrible cuando irrumpe en la adolescencia: hacer el primer
movimiento, levantar el teléfono y arriesgarse a padecer la tortura de ser
rechazado. Llegado el momento, tendrá que llevar a una mujer a lo que él
espera será un restaurante adecuado, donde tendrá que pagar antes de
arreglárselas hábilmente para que ella suba a un coche, luego a un
apartamento, y que se tumbe en un sofá, eventualmente en una cama, donde,
cuidadosa y expertamente deberá seducir a una persona educada para decir
«no» aunque quiera decir «sí».
Recuerdo a uno de esos chicos tímidos de mi primera adolescencia. Medía
por lo menos diez centímetros menos que yo, y su madre le había ordenado
que me llevara a mi primer baile de las regatas del Yacht Club. Durante meses
yo había estado soñando constantemente que otro chico, Malcolm, sería mi
pareja. Malcolm, un líder nato al que los otros chicos seguían, tan
naturalmente como las chicas me seguían a mí como capitán de su equipo y
presidente de la clase, la marimacho que las llevaba a las copas de los más
altos árboles.
Tengo un recuerdo anterior de una fiesta en la playa y un juego al que
chicas y chicos habíamos jugado incontables veces. El juego se llamaba Red
Rover y consistía en que cuando se decía tu nombre tenías que correr por la
playa hacia el equipo contrario, que esperaba con los brazos fuertemente
entrelazados, e intentar romper su línea. No era la primera vez que rompía la
línea por pura resolución, impropia de una chica, pero lo que aquella noche de
mi adolescencia sentí fue un extraño impulso, un deseo sexual de reclamar y
capturar al chico de mis sueños, y llevarlo victoriosamente a mi equipo.
Escogí a Malcolm, por supuesto.
Y también le hubiera escogido alegremente para aquel maldito baile del
Yacht Club; le hubiera llamado sin dudarlo, sí, aun arriesgándome a recibir
una negativa. Yo tenía el corazón de un líder, ya acostumbrado a las victorias
y derrotas en las pruebas de la infancia.
A pesar de que suspiraba por reclinar mi cabeza sobre su hombro en el
primer baile, hubiera aceptado mi parte de responsabilidad en explorar la
misteriosa atracción que había sentido por él en aquella playa bajo las

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palmeras. No estoy hablando de relaciones sexuales, para las que no estaba
preparada, sino de los primeros pasos inocentes del ritual de apareamiento, en
el cual estaba dispuesta a ser un igual.
Pero las reglas de la adolescencia no me permitieron seguir mis impulsos
naturales. La noche del baile retrocedí mi primer paso hacia la pasividad, un
estado de aquiescencia ajeno a mi personalidad. Fui al Yacht Club con aquel
pobre chico tímido, que era tan desgraciado como yo. Me dejó allí una hora
después de que llegáramos, y yo me quedé reclinada sobre la pared viendo
cómo bailaban las chicas de las que yo había sido líder. La única acción que
emprendí de acuerdo con mi naturaleza fue la de rechazar una retirada al
lavabo de señoras hasta que el padre de alguien me llevara a casa.
Con una voluntad férrea y una gran necesidad del amor de los chicos,
aprendí rápidamente a meterme en las estrecheces del pequeño papel
femenino estereotipado. Me mordí la lengua, ralenticé el paso, aprendí a
esperar, y esperé. No había lugar en el molde de la «buena chica» para la
mayor parte de las habilidades que había perfeccionado durante mis primeros
once años.
Dejé lo mejor de mí misma al inicio de mi adolescencia: la chica
arriesgada, agresiva y confiada que creía en una personalidad creada por ella
misma. Cuando llegó el día en que hubo sexo, no actúe según mi verdadera
naturaleza responsable, sino con la falsa personalidad que había construido
para adaptarme a las «reglas» de la adolescencia femenina: no utilicé ningún
tipo de anticonceptivo, permitiendo así que otra persona fuera responsable de
mi vida sexual, de mi vida.
Soy consciente de que las cosas han cambiado y de que los adolescentes
de hoy ya no se tratan como extraños, lo cual es bueno. Pero el aumento
alarmante de embarazos entre las adolescentes indica que en sus vidas
sexuales están tan confusas como lo estábamos nosotras. Se castigan a sí
mismas no utilizando métodos anticonceptivos, y nosotros, los adultos, los
castigamos por no ser capaces de descubrir cómo vivir en una sociedad que
está descaradamente abocada al sexo en lo externo, y es profundamente
puritana y retorcida en su interior.
Técnicamente seguí siendo virgen hasta que cumplí los veintiuno. Fue la
suerte de los tontos que no me quedara preñada, considerando los juegos
sexuales que practiqué, gustando de la pasión por el sexo, en el que cabía todo
menos la penetración total. Aterrorizada por la posibilidad de quedarme
preñada, temiendo un matrimonio demasiado temprano que frustraría mi
sueño de ver mundo, lo arriesgué todo una y otra vez. Adicta a los hombres,

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me despojaba de mi ser responsable cada vez que me despojaba de la ropa
para yacer junto a ellos y permitirme a mí misma ser «tomada», no como una
mujer, sino como una muchacha estúpida y condescendiente.
Vi mundo y, al mismo tiempo, aprendí a usar primero el diafragma, y
luego, la píldora. Pero no fue hasta convertirme en escritora que empecé a
comprender que mis destructivas relaciones con los hombres seguían el
patrón de lo que había deseado tener con mi madre. Al entregarles mi
personalidad, sin protección contraceptiva, les estaba pidiendo que se hicieran
cargo de mí como ella nunca lo había hecho, del mismo modo que un bebé
necesita que lo cuiden.
Cuando escogí escribir sobre los temas prohibidos de la sexualidad,
madres e hijas, celos y envidia, estaba tratando de recuperar parte de aquel
valor primero que formaba parte de mi carácter, y que tanto había trabajado
para reprimir. Ahora disfruto de la mejor época de mi vida. Siento que por fin
he completado el círculo al haber recuperado a la valiente chica de once años
que fui.
Os he contado mi historia porque creo que hay millones de mujeres que
inician sus vidas con tanto coraje como sus hermanos. Las mujeres de este
capítulo representan una generación que no se ha sentido obligada a negar su
agresividad, el deseo de iniciar y controlar el placer sexual, aunque sea en la
imaginación. Cuando el hombre que Mary desea no la corresponde en la
realidad, «su rechazo aumenta mi resolución de gozar de él sexualmente…
Pero, en mi fantasía, soy yo la que tiene el control y le domina. Exploro cada
centímetro de su cuerpo y le hago todas las cosas placenteras imaginables…
Yo soy la que da placer».
Las reglas de la sociedad no rompen el corazón de la que acepta los
riesgos, de la responsable, la «gran seductora», tan sólo permanece en silencio
y a la espera de oír las voces de otras mujeres, quizá la mía y la de aquellas
que presento aquí, para reafirmarse. Mujeres como Celia, aún demasiado
tímida para seducir en la realidad, practican en su imaginación: «Le estiro la
camisa, arrancando unos cuantos botones en mi precipitación —explica—.
Soy como un animal; soy diferente de como él me ha visto siempre. Inspirado
por mi ansia, se deja llevar por la lujuria.»
A pesar de ser normalmente más altos y fuertes, los hombres no tienen el
monopolio del valor. No sé dónde aprendieron a practicar el valor estas
nuevas seductoras, pero si consiguen que llegue a formar parte de sus
naturalezas confiadas, quizá se lo transmitan a sus hijas. Y si las madres
educan a sus hijas para que tomen la iniciativa en lugar de esperar, quizá

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llegue el día en que tendremos una generación de mujeres responsables de su
vida sexual. Cuando pones los ojos en el hombre que deseas, sabes por qué lo
deseas y aceptas que puede rechazarte, ya eres más responsable de ti misma
que la mujer que espera ser elegida, como una galleta en una bandeja.
Si una mujer tiene la seducción en el pensamiento cuando inicia una
velada, es más probable que lleve encima el diafragma, además del bolso y las
llaves.
La mayoría de los acontecimientos significativos vienen precedidos por
una fantasía de lo que va a ocurrir. Si la fantasía es la de ser elegida, ser
besada, ser conducida de la mano, como un ciego, a una habitación en la que,
mágicamente, se consigue el romántico sentimiento de la rendición, ¿cómo
puede una mujer romper el hechizo introduciendo el acto sexualmente
responsable de levantarse e ir al cuarto de baño para ponerse el diafragma?
Sin embargo, si la fantasía empieza con: primero voy a llamarlo, y, si dice
sí, le sugeriré ese agradable restaurante, seguido de sexo, hábilmente dirigido
por mí. En ese caso, claro está, llevaré puesto el diafragma porque no quiero
quedarme embarazada, ni tener que abortar o terminar mi aventura como la
«gran seductora».
«Los tíos más jóvenes son mucho más receptivos a las mujeres agresivas,
al haber crecido con el movimiento de liberación de la mujer —afirma Cassie,
quien traduce en tensión sexual su rivalidad con un hombre en el trabajo—.
Mis sucesivas ascensiones en la escala jerárquica provocaron fantasías
increíblemente vividas en las que sometía a mi rival y le hacía el amor
firmemente, pero con ternura. Sé que parecerá una locura, ¡pero experimenté
el orgasmo por primera vez durante esas fantasías!» Como atestiguan las
mujeres en este capítulo, ser el que manda puede suponer una gran ventaja;
tanto es así que Cassie ha seducido en realidad a un hombre más joven con el
que trabaja. «Mi seducción fue maternal y educativa, no sádica —asegura—,
y él se preocupó realmente por darme placer. Nuestra libertad para invertir los
papeles y expresar nuestras personalidades verdaderas aumentó nuestra
intimidad.»
Me pregunto cuántos hombres aceptarían estas fantasías, ya que a menudo
sueñan con una mujer con un apetito sexual como el suyo que, para variar, se
haga cargo de la seducción del hombre, su orgasmo, en fin, todo. Por
supuesto, el hombre controla su propia fantasía, lo cual le permite dejarse ir
en las manos de tan poderosa mujer. Idealmente, el sexo «es una experiencia
mutua —dice Liz, y prosigue con su fantasía sobre la seducción de un hombre

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—: Me besa agradecido y yo lo beso con igual gratitud». En estas felices
fantasías, también el poder es finalmente lo que hace que la mujer se corra.
He dejado para el final el comentario sobre la fantasía de Gabby: iniciar a
su hijo en el sexo, porque es la única madre de mi investigación que ha
admitido haber tenido esta idea, aunque supongo que se trata de algo común
pero rápidamente reprimido. Los padres tienen una relación cotidiana con sus
hijas mucho menor que las madres con los hijos, y, no obstante, estamos
mucho más dispuestos a admitir las fantasías incestuosas de un hombre; una
idea, por otra parte, ampliamente tratada en la literatura. Quizá la fantasía del
incesto en las madres se escuche rara vez como justificación de su
alejamiento emocional y físico de los hijos varones, pero la madre no se aleja
ni se retira nunca.
Una madre tiene un acceso físico y psicológico total sobre su hijo
mientras éste vive bajo su techo. Algunos hombres me han hablado de madres
que se metían en sus camas para dormir junto a ellos; madres que los besaban,
tocaban y abrazaban siempre que querían y como querían. No era una relación
sexual, pero si una completa seducción. Muchos hombres no escapan nunca
del dominio de sus madres, aunque tanto madre como hijo se resistirían a
llamarla dominio sexual. Sin duda ella protagoniza siempre, bajo disfraces
diferentes, sus fantasías.
Un chico no puede decirle a su madre dónde poner el límite, una parte de
él no quiere que ella lo haga en realidad. Tampoco la sociedad le recrimina
actos que, cometidos por un padre con su hija, lo llevarían a la prisión. Sólo la
madre puede trazar esa línea, que, probablemente, aún sea más difícil de
trazar en familias sin padre. Pero debe hacerlo, pues, de lo contrario, su amor
puede convertirse en una invasión de la intimidad, una intrusión erótica que
deforme el crecimiento del chico hasta que alcance una sexualidad propia sin
ella, su primera «gran seductora», a la que ninguna mujer futura podrá
compararse.

Cassie
Creo que mis fantasías son especialmente liberadoras, porque se refieren a
mi agresividad. Pero primero, algunos datos sobre mí. Edad: 29; ocupación:
subdirectora de una firma asesora de inversiones; estado: soltera; educación:
MBA[2].
Mis fantasías empezaron realmente a medida que fui subiendo puestos en
la escala corporativa y empecé a competir con hombres. Con mi MBA no

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tuve problemas para encontrar trabajo, elegí la oferta que me parecía más
interesante. Bien, muy pronto me vi en la, para mí, nueva situación de
competir con hombres y supervisarlos. Éste es un tema cada vez más común y
complejo en el mundo profesional y de los negocios de hoy en día, como
sabes. Déjame que escriba sobre cómo (para mi sobresalto) me afectó
sexualmente. Descubrí que, cuando me hallaba en una situación competitiva o
de supervisión de los tíos, se creaba una tensión sexual real. Empecé a
imaginar la situación en términos sexuales. Si un tío de mi edad, o más joven,
y yo competíamos por una designación o un ascenso, me imaginaba que
teníamos un encuentro sexual en la cama (si el tío era atractivo).
Simbolizábamos nuestra competición luchando cada uno de nosotros por
ponerse «arriba» para realizar el acto sexual.
¡Mis sucesivos ascensos en la escala jerárquica provocaron fantasías
increíblemente vividas en las que sometía a mi rival y le hacía el amor
firmemente, pero con ternura! Sé que parecerá una locura, ¡pero experimenté
el orgasmo por primera vez durante esas fantasías! Me volví audaz y descubrí
que podía tener varios orgasmos si quería; un descubrimiento que al principio
me asustó. ¡No tenía la menor idea de que pudiera tener semejante apetito
sexual! Leyendo tus libros y otros supe que la sexualidad femenina era buena,
¡incluso positiva! Apareció una fantasía complementaria cuando supervisaba
a los hombres, en su mayoría tíos recién salidos de la universidad y más
jóvenes que yo. Esta nueva situación se reflejó en fantasías de tíos «bajo» mi
tutela sexual. ¡Cuanto más agresivo era mi papel en estas fantasías, más me
excitaba!
También en la oficina me ocurría. Estaba enseñando a un hombre sus
deberes profesionales, cuando sentí esa oleada de placer sexual. ¡Era
fantástico! No pude esperar a llegar a casa para masturbarme. ¡No me sentí
culpable! Bueno, sólo quedaba una cosa por explorar: ¡exteriorizar mis
fantasías! ¿Tenía valor para hacerlo? No con mi conservadora educación, pero
es bien sabido que la atracción romántica sexual la vuelve a una más audaz.
Normalmente pensamos que sólo les ocurre a los hombres, pero también a las
mujeres les sucede. Es la manera que tiene la naturaleza de unir a las
personas.
Bien, le tomé especial cariño a un auxiliar más joven que yo, muy tímido
y respetuoso conmigo. Los tíos jóvenes son mucho más abiertos a las mujeres
agresivas, puesto que han crecido con el movimiento de liberación de la
mujer. Este tío era tan dulce, que prácticamente tuve que ordenarle que me
llamara por mi nombre de pila en lugar de miss Blake. Realmente nos

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gustábamos, a la deliciosa manera de una hermana mayor y un hermano más
joven. Yo tomé la iniciativa, pidiéndole que fuéramos a comer para hablar de
trabajo, y él pareció asombrarse de mi poder (y de mi tarjeta American
Express), del mismo modo que las mujeres tradicionalmente suelen rendirse
ante los hombres de éxito. Ni qué decir tiene que hasta entonces yo nunca
había sido el objeto de la adoración de un hombre, y me encantó. Tomé
también la iniciativa de nuestro romance, ¡y le encantó! Cuando le daba un
abrazo afectuoso alrededor de los hombros podía sentir cómo temblaba.
Gradualmente aumentó nuestra intimidad, más y más, a mi ritmo. Y me
refiero a una verdadera intimidad, no sólo a la sexual. ¡Hay una gran
diferencia como sabes! En la cama, mi seducción fue maternal y educativa, no
sádica, y él se preocupó realmente por darme placer. Nuestra libertad para
invertir los papeles y expresar nuestras personalidades verdaderas aumentó
nuestra intimidad. En cualquier caso, seguimos juntos a pesar de que yo gano
el doble que él. ¡No nos importa! El aspecto de hermana mayor-hermano
pequeño es maravilloso. Yo soy su memora, y él me adora.

Mary
Por un impulso y sintiendo que no tenía nada que perder, le di mi fantasía
a leer al hombre de mis fantasías.
Antes de dársela le expliqué que era sólo mi fantasía, y que esperaba que
no se enfadaría ni se disgustaría conmigo después de leerla. Con una amplia
sonrisa en la cara me aseguró que no lo haría.
Ni qué decir tiene que el resto del día y toda la noche estuve nerviosa y
sobreexcitada. Imaginé su reacción ante mi fantasía y ante mí, y sus
comentarios sobre lo descriptiva que era mi fantasía. Cuando fui a recoger mi
largo texto, estaba muy excitada sexualmente y esperaba que él haría mi
fantasía realidad. Pero guardó las formas y mantuvo el control, aunque se
sentía muy halagado. Yo abandoné su despacho sumida en la decepción.
Le expliqué que, sabiendo que había leído mi fantasía, me sentía menos
obsesionada por querer hacer el amor con él. Le dije que me sentía más
relajada, ya que en mi mente había hecho el amor con él, de la única manera
que él permitía.
Pero, ¡Dios mío!, todavía me consumo por él y lo deseo cada vez que lo
veo. He notado un cambio en su actitud hacia mí. Ahora es más reservado y
no me ha vuelto a guiñar el ojo. Pero no voy a rendirme porque estoy segura
de que, si espero, un día llegará el momento adecuado.

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Tengo treinta y dos años, soy licenciada en la universidad y madre de un
niño de nueve años. Hace once años que estoy casada. Los últimos cinco años
han sido muy felices y satisfactorios.
Nací en Georgia y cuando tenía diez años mis padres, mis dos hermanas y
yo nos mudamos a Florida. Soy una buena chica del viejo Sur, y aunque he
perdido casi completamente mi acento sureño, todavía se nota, y se vuelve
más pronunciado cuando me excito. Mis raíces, acento y lazos familiares
sureños, creo, son los responsables de mi forma de ser.
Por mi apariencia física soy lo que algunos hombres y mujeres
describirían como «mona». Tengo los huesos muy pequeños, soy menuda y
de cuerpo atlético. Mido ;1 metro 52 centímetros y peso 44 kilos. Soy
morena, y mi piel es de un color caramelo bronceado. Tengo los ojos castaños
y el pelo corto y castaño con mechas doradas. Ser menuda de estatura nunca
me ha ocasionado graves problemas psicológicos. Si algún efecto ha tenido,
incluso en mi vida adulta, ha sido el de atraer sobre mí una atención positiva y
favorable. Irónicamente, no soy el tipo de persona tímida, dependiente e
insegura que uno atribuiría a alguien protegido por los demás. Soy muy
sociable, hago amigos con facilidad y disfruto con la gente y trabajando de
cara al público.
Al parecer, los hombres suelen interesarse por mí porque malinterpretan
mi simpatía y creen que trato de «ligar» con ellos. Si me gusta una persona
expreso mis sentimientos tocándola y abrazándola, porque me encanta el
contacto corporal. Sin embargo, mis signos externos de afecto son
normalmente asexuales. Soy muy selectiva, y físicamente, sólo me he sentido
atraída hacia cuatro o cinco hombres en mi vida adulta. Cuando los hombres,
y también unas cuantas mujeres, malinterpretan mi afabilidad y se vuelven
sexualmente agresivos hacia mí, siempre me sorprendo, y resulta embarazoso
tratar de aclarar el malentendido. Me encanta la sensación de ser la «que
controla» en este tipo de situaciones.
Todo ello me conduce a mi fantasía más frecuente, mi preferida. La
utilizo una y otra vez siempre que me masturbo con la mano (varias veces al
día), o cuando uso mi teléfono de ducha y masaje. Todo lo que tengo que
hacer es cerrar los ojos y concentrarme en el hombre de mis fantasías, e
inmediatamente me excito y tengo que tocarme el coño ya húmedo.
El hombre de mi fantasía es una persona real con la que mantengo una
amistosa relación de trabajo. Es unos años mayor que yo, un profesional de
elevada estatura y algo barrigudo. No tiene nada de Romeo y no es ni ligón ni
agresivo con las mujeres. No irradia atracción sexual, como algunos hombres,

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así que no todas las mujeres se sienten atraídas por él como si fuera un imán.
Excepto yo. Desde que lo conocí me he sentido atraída por él tanto física
como emocionalmente. A mí me resulta extremadamente sexy, con su encanto
tímido y adolescente y sus grandes ojos castaños. Cuando me mira me hace
sentir como si estuviera desnuda. Eso es todo lo que ha hecho: mirarme.
Siempre he sido muy abierta y explícita en mis intentos por seducirlo, pero yo
no le intereso lo más mínimo en lo que respecta al sexo. Le halagan mi interés
y mi deseo por él, pero no le interesa tener una relación física conmigo. Su
rechazo me incita aún más a tener relaciones sexuales con él, y estoy
obsesionada por mi deseo.
Mis instintos de mujer me dicen que tengo un efecto positivo sobre él, que
se siente atraído por mí, y que probablemente quiere follarme bien follada,
aunque sólo sea para comprobar si soy tan buena amante como parezco. Sólo
tengo que verlo, sólo tiene que guiñarme un ojo al pasar junto a mí, para
empezar a sentir un hormigueo en el coño y que las bragas se me empapen
por completo. Nunca me ha hecho ni dicho nada, siempre procura no
incitarme. Tener su polla dura dentro de mí, deseándome, sería lo máximo
para mí. Pero, por mucho que lo intento, no puedo conseguir que ceda. Es
demasiado fuerte para mí, y tiene un gran autocontrol.
Así que me contengo cuando mi mente y mi cuerpo me piden que vaya y
le meta mano en la entrepierna hasta que su polla esté dura como una roca y
lista para estallarle en los pantalones. Pero en mi fantasía soy yo la que tiene
el control y le domina. Exploro cada centímetro de su cuerpo, y le hago todas
las cosas placenteras imaginables. En mi fantasía disfrutamos de horas del
sexo puro, físico y salvaje que tanto deseo.
En mi fantasía, el hombre está en mi casa, estamos solos, bebiendo vino y
sosteniendo una conversación informal. Tenerlo todo para mí, sin
interrupciones externas y tan cerca ha vuelto locas mis hormonas. Él me habla
de una antigua lesión y del dolor que le produce cuando se aviva. Me confía
que la espalda le está doliendo en ese momento. Tras otro vaso de vino le
convenzo de que me deje darle un masaje en la espalda y le prometo que no le
atacaré sexualmente. Él se muestra escéptico, duda, pero me sigue al cuarto
de los invitados en el que tengo una cama con cuatro columnas. Él tira de su
camisa y se la sube hasta la mitad del pecho. Sé que se siente nervioso por
estar en mi casa, solo conmigo, y por el hecho de que pronto estaré tocando su
cuerpo. Sé que se pregunta si podrá controlarse y mantener las emociones al
margen. Se tumba sobre su estómago, quejándose de que realmente no
debería estar allí. Empiezo a masajear su espalda con mis fuertes manos

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untadas de loción, que se sienten seguras moviéndose arriba y abajo desde los
omoplatos hasta los riñones. Siento que se relaja, sus músculos pierden la
tensión, y los movimientos de mis manos firmes se vuelven deliberadamente
lentos. Pronto noto que su respiración se hace más pesada, y sé que se ha
quedado dormido, gracias al vino y a mi masaje reparador. En silencio busco
bajo la cama y saco cuatro largas bufandas que había escondido antes para
utilizarlas en esta ocasión. Hábilmente, le ato las muñecas y los tobillos a las
columnas de la cama, asegurándome de que las bufandas le permitirán
levantarse y mover los miembros.
Me subo sobre su espalda y continúo el masaje, sabiendo muy bien lo
enfadado que estará cuando se despierte, pero sin que me importe en realidad.
Por supuesto, se despierta al sentir el peso de mi cuerpo sobre su espalda.
Sigo con el masaje, oyéndolo reír (porque al principio le parece cómico), y
luego quejándose de que le haya atado. Me dice que la broma se ha acabado y
que haga el favor de desatarle, pero no está enfadado ni disgustado conmigo
como yo creía. Lucha por liberar los brazos, pero se da cuenta de que su
empeño es fútil, pues lo he atado fuerte y diestramente. Le digo que no se
resista, que me deje hacer lo que quiero hacer y le prometo que le desataré,
pero tiene que ser un buen chico. Además, ya que está atado, le digo que es
mejor que se relaje y disfrute de todas las cosas deliciosas que le voy a hacer.
Le recuerdo que soy yo quien controla la situación ahora, y no él. Luego le
quito los zapatos y los calcetines.
Empiezo a darle un masaje en el pie izquierdo, frotándole los dedos
ligeramente, y rascándole alrededor del tobillo. Noto que se relaja un poco.
Todavía no confía en mí. Acerco mi boca a sus pies y empiezo a lamer y
chupar cada uno de sus dedos, moviendo la boca arriba y abajo, como si cada
uno de sus dedos fuera un pequeño pene. Gime un poco y me pregunta por
qué quiero hacer eso. Yo le contesto que adoro sus pies y que me excita
mucho. «Oh Dios —me dice—, nunca nadie me había hecho esto antes; no
puedo creer que sea tan agradable.» Estoy al menos diez minutos amando su
pie y su tobillo, haciendo ruidos de chupeteo al subir la boca lentamente por
su pierna, alzando la pernera del pantalón a medida que exploro. Sintiéndome
más segura, y no oyendo ningún comentario negativo por su parte, busco
debajo de él, le desato el cinturón y le desabrocho los pantalones. Estoy tan
excitada ahora que las manos me tiemblan visiblemente, pero a pesar de lo
grande que es, consigo bajarle los pantalones hasta los tobillos. Una vez más
me siento sobre él y empiezo a acariciarle los riñones y, con movimientos de
mariposa, a masajearle las nalgas y los muslos. Empiezo a besarle la espalda

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junto al culo, lamiéndolo y mordisqueándolo al bajar hasta las nalgas y luego
los muslos, que mantiene unidos con fuerza. Le araño los muslos, rascándolos
muy suavemente, y empiezo a mover la lengua por entre sus piernas que aún
están firmemente unidas. Me doy cuenta de que abre las piernas un par de
centímetros, y puedo meter mi lengua errante más profundamente. Lleva unos
calzoncillos largos tipo boxeador que yo desabrocho y bajo muy lentamente.
Él levanta las caderas para ayudarme. ¡Oh, Dios mío! Veo sus nalgas
desnudas, magníficas, como mejillas rechonchas, por primera vez, y me
excitan tanto que grito de placer. Siento mis jugos fluir y resbalar por la
entrepierna. Es una sensación pegajosa, pero me encanta. Me digo a mí
misma que he de calmarme, que soy la que da placer, que, luego, si todo
resulta como yo he imaginado, obtendré tanto como estoy dando.
Le cojo y aprieto las nalgas y entierro mi rostro en su culo, lamiéndolo y
besándolo por todas partes. Cuando saco la lengua y le lamo la entrepierna,
suavemente al principio, luego con más fuerza, empieza a gemir de placer y a
menearse. Meto la lengua en su ano y luego voy bajando hasta los firmes
testículos. Tomo cada testículo en mi boca chupándolos con suavidad y
lamiéndolos de arriba abajo con la lengua. Está cubierto de mi saliva y yo la
uso para masajear delicadamente la zona entre el ano y los testículos. Ahora,
él está sobre las rodillas, tan excitado que mueve el cuerpo adelante y atrás.
Como soy menuda consigo meterme debajo de él a pesar de estar aún atado.
Empiezo a lamer sus tetillas, que ya están erectas, tirando levemente de ellas
con los dientes. Él se echa sobre mí y puedo sentir su polla dura y
completamente erecta oprimiéndome el estómago. Me pide que le desate las
muñecas para poder tocar y acariciar mis tetas. Aún no me ha besado, pero
nuestros rostros están tan cerca que me muero por saborearlo, chupar su
lengua y, llegado el momento, paladear mis jugos en su boca. Me dice que le
desate para poder tocarme el coño, para ver si estoy húmeda, si estoy
preparada. Así que me ablando y le suelto, no sólo las muñecas, sino también
los tobillos. Con las manos libres lo primero que hace es sacarme la fina
camiseta por la cabeza y descubrir mis bronceados, plenos y erectos pechos y
pezones. Jadea cuando se apodera de uno de mis pechos, abarcándolo con la
mano y frotando la punta de mi pezón con el pulgar. Se lleva el pecho a la
boca, chupándolo con tanta fuerza que casi grito de dolor. Me tira sobre la
cama. Ahora está verdaderamente excitado, jadea, sus ojos están llenos de
deseo por mí. Se desliza hacia abajo, baja la cremallera de mis pantalones
cortos y tira de ellos, sacándomelos. Ahora sus manos me acarician el coño,

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suavemente al principio, con más fuerza después. Me dice lo mucho que le
gusta la firmeza de mi cuerpo, tan atlético, y aun así femenino.
Muevo las caderas atrás y adelante, sintiendo su capullo sobre mi clítoris
hinchado. Noto todo su cuerpo tenso y su corazón latiendo alocadamente a
causa de su ansia por mí, pero no estoy preparada para él. Todavía soy la que
da placer, y quiero chupar y saborear su polla antes de que derrame su semen
dentro de mí. Me desliza hasta que mi coño está en contacto directo con su
herramienta de amor hinchada y dispuesta. Yo me escapo de su presa y
muevo la cabeza hasta alcanzar su vientre. Empiezo a lamer y chupar
alrededor de su ombligo, metiendo la lengua hasta dentro, escarbando en él,
clavándola en él. Luego me pongo a besar su vello púbico, asegurándome de
no tocarle la polla, que ha estado dura casi una hora y él empieza a estar
impaciente. Sé que ya no puede aguantar más, así que le lamo rápidamente el
capullo con la lengua. Él grita de placer, me agarra la cabeza con sus dos
fuertes manos y la empuja sobre su pene dispuesto a correrse. Me gusta decir
guarradas cuando folio, así que le digo lo mucho que me gusta su polla, lo
bien que sabe y cuánto he esperado este día, este momento, durante tanto
tiempo. Siento su polla crecer aún más dentro de mi boca y sé que está a
punto de derramar su leche espesa en mi garganta, mientras le como la polla.
Cuando le llega el orgasmo se corre en espasmos que hacen estremecer todo
su cuerpo. Me gusta el sabor de su semen, justo como había soñado que sería,
y también el modo en que mana de él y chorrea por mi garganta. Cuando se
ha calmado, lamo todo lo que aún rezuma, porque lo quiero todo.
Su respiración se tranquiliza y sus músculos se aflojan, todos excepto uno,
su polla. Yo me tumbo sobre él, cubriéndolo con mi cuerpo, enterrando mi
cabeza en su cuello y su hombro. Empiezo a chuparle la oreja con la lengua.
Le digo lo mucho que lo deseo, cuánto ansío sentirlo dentro de mí,
llenándome por completo. Cuando estoy mordiéndole y chupándole el cuello,
toma mi rostro en sus manos con mucha suavidad y deposita su boca abierta
sobre la mía. Su lengua recorre todo mi rostro, incluso mete la punta en mis
ventanas nasales, y alrededor de los ojos. ¡Me encanta! En cada nervio de mi
cara siento un hormigueo como si estuviera vivo. Mi coño empieza a palpitar
y a contraerse.
Estoy tan caliente que a duras penas puedo soportarlo. Él lo sabe porque
no puedo dejar de mover las caderas. Rodeo sus caderas con mis firmes
muslos y coloco el coño de manera que pueda penetrarme. Me acerco más y,
con mayor determinación, empujo hasta que su polla me penetra. Cuando ya
está dentro de mí, él empuja más fuerte para hacerme sentirlo todo. Mueve su

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polla dentro y fuera lentamente, atormentándome. No puedo soportarlo, y le
pido que me folle. «Por favor, cielo, fóllame con todas tus fuerzas; méteme
esa polla dulce y dura hasta dentro, hasta el corazón.» Empieza a moverse con
mayor rapidez, clavando su polla cada vez más profundamente. Me gusta
tanto que levanto las rodillas hasta colocarlas sobre mis hombros. Estoy
completamente abierta para su máquina folladora grande y dura, y nuestros
cuerpos se mueven acompasados. El sonido de nuestros muslos chocando
unos con otros y el contacto de sus testículos contra mí me vuelven loca.
Cuando grito que me corro, introduce su polla con más rapidez y con más
fuerza, más rápido y más profundo, y yo tengo mi primer orgasmo
desgarrador. Él sigue cabalgándome, buscando su segundo orgasmo. Yo no
dejo de decirle lo buen follador que es, cuánto me gusta su verga dura,
besándolo, lamiéndolo, amándolo. Lo tumbo sobre la espalda y me siento a
horcajadas sobre él, manteniendo su polla a punto de reventar dentro de mí,
no permitiendo que se salga. Empiezo a «masturbar» su pene con mis
músculos vaginales, apretándolo y dejando que se deslice dentro y fuera. Lo
hago varias veces con mi coño abriéndose y cerrándose. A la tercera vez grita
y tiene el segundo orgasmo. Siento su semen saliendo a chorro dentro de mí.
Ahora estoy dispuesta a un segundo orgasmo, y empiezo a mover las caderas
pero, al hacerlo, noto que su polla se ha salido. Me reclino para lamérsela y
para lamer y saborear mis jugos vaginales. Estamos haciendo el 69, y siento
su lengua sobre mi clítoris hinchado. Siento también su lengua
introduciéndose en mí, penetrándome como un pequeño pene. Empieza a
chupar y lamer mi coño, chupando su propio semen. Levanta mis piernas
sobre sus hombros, enterrando su cabeza en mí. Me mordisquea, me muerde y
me chupa hasta que grito que me voy a correr. ¡Oh, Dios mío, es tan
placentero que no puedo aguantarlo! Me lame después de haberme corrido, y
después yo lo abrazo. Yacemos el uno en brazos del otro, saboreando el
momento, abrazados. Sabemos que esta tarde, por fantástica que haya sido,
será la última juntos. Tendrá que vivir en nuestra memoria. No hablamos de
ello, pero los dos lo sabemos. Teníamos que estar juntos, experimentarnos
mutuamente, para poder seguir viviendo. Al acompañarle hacia la puerta, se
da la vuelta y me abraza. Me pregunta cómo aprendí a hacer eso con el coño,
que ninguna otra mujer se lo había hecho antes, masturbarle el pene. Yo le
sonrío y le digo: «Ya te había dicho que era buena, y después de haber estado
una vez conmigo, me llevarás en la sangre.» Me guiña el ojo y mira en las
profundidades de mis ojos. Yo siento esa palpitación y esa contracción

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familiares en mi coño que creía que iban a desaparecer después de esa tarde
juntos.

Lynn
Tengo diecisiete años y pronto iniciaré mi último año en el instituto. Perdí
la virginidad a los quince años, lo cual parece ser norma general entre las
chicas de mi instituto.
Cuando el sexo en sus muchas formas gloriosas era nuevo para mí, mis
fantasías eran meras repeticiones de mis más recientes encuentros sexuales.
Ahora tengo un segundo amante, también de diecisiete años, al cual tuve la
satisfacción de pervertir, y los dos disfrutamos de la búsqueda de nuevos
placeres. Hemos descubierto, por ejemplo, que un «juguete» ocasional, como
el hielo o pastel de cerezas, puede sazonar nuestros actos sexuales. (Nos gusta
pensar que sexualmente estamos un paso por delante de nuestros compañeros,
que aún luchan con cremalleras y complejos de culpabilidad en oscuros y
estrechos asientos traseros.)
Hay algo delicioso en la idea de dormir con el profesor, ese modelo
respetado, ese pilar erigido por la sociedad para representar todo lo que es la
«moral» frente a la corruptible juventud de hoy en día. Algunos profesores
varones poseen cierto atractivo sexual cerebral que te tienta a follar, no sólo
con sus cuerpos, sino también con sus mentes académicas, como si pudieran
simultáneamente llenarte el coño de semen y la cabeza de sabiduría.
Educación indirecta. No me gustaría que esta fantasía se hiciera realidad por
los problemas evidentes que supondría cuando se fueran a entregar los
diplomas el día de la graduación.
Otra de mis fantasías trata del tema mentor-pupilo, y yo desempeño
cualquiera de los dos papeles con igual satisfacción. Como pupila, creo un
atractivo hombre mayor que me lo enseña todo sobre literatura, filosofía,
historia del arte, política, problemas sociales universales, todo; incluyendo,
por supuesto, el sexo. Cuando yo soy la memora, me imagino a mí misma
como una mujer en la veintena o la treintena, a quien jóvenes hombres
vírgenes en busca de una introducción al sexo, excitante pero afectuosa,
podrían acudir para obtener una instrucción paciente y personal. Por supuesto,
estaría muy solicitada, pero no aceptaría dinero por mis servicios. Tras
seleccionar al nuevo alumno al que deseo educar, le hablo de todo tipo de
cosas, permitiéndole tantear el terreno, sentirse a gusto conmigo. Cuando se
hubiera establecido una relación, procedería a introducirlo en el tema físico:

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besos, caricias, masajes, baños de burbujas compartidos. Y luego pasaríamos
a lo sexual: masturbación mutua, sexo oral, acto. Al principio yo le guiaría y
luego dejaría que tomara la iniciativa. Por fin, le daría una patada en el culo y
le echaría al mundo con un mayor conocimiento sexual y emocional de las
mujeres que el de muchos hombres.
Una de mis fantasías recientes surgió para entretener a mi amante. No
estoy segura de dónde salió la idea:
Un hombre (que no tiene rostro y, por lo tanto, es intercambiable) está a
punto de pronunciar un discurso en un gran auditorio lleno de gente. Es un
discurso importante que él ha preparado con gran esfuerzo. El público espera
ávidamente escucharlo. Él se acerca al estrado. Habla seriamente durante
unos cinco minutos y, luego, lentamente, se da cuenta de que un par de
manos, cálidas y suaves, están tirando de la cremallera y bajándole los
pantalones. Trata de apartarse del estrado, pero yo sujeto su pierna. Para
evitar que se note algo extraño se queda. Mis manos continúan su trabajo.
Atrapado, se le pone dura. Ahora no osaría apañarse del estrado ni un paso.
Libero su polla y me la meto en la boca. Mi lengua, mis labios y mis
manos trabajan mejor que nunca. Él lucha por parecer tranquilo cuando se
acerca al punto álgido. Tiene el rostro encendido y suda abundantemente,
pero continúa hablando. El público está cautivado. Sus caderas empiezan a
introducir activamente su ansiosa polla en mi boca, buscando sensaciones aún
mayores. Más rápido. Ya no puede contenerse. Se corre, gritando las últimas
palabras de su discurso, y el público enloquece, poniéndose en pie para
ovacionar(nos)le.

Liz
Tengo veintidós años y soy licenciada en empresariales. Ya me he
divorciado, pero vivo felizmente con mi novio.
Hace sólo diez minutos me he sentado en mi escritorio, arrellanada en la
silla, he metido el brazo derecho debajo del escritorio, me he subido un poco
la falda tejana del lado derecho, y, gracias al bonito corte en la parte de
delante y a que no llevo ropa interior, me he masturbado con los dedos
mientras pensaba en un profesor de cuando estudiaba en el instituto. Era
moreno y de aspecto viril y tenía un voluptuoso bigote. Yo sabía que se sentía
atraído por mí; bromeábamos y reíamos todo el tiempo, con insinuaciones
sexuales en nuestro contacto visual y nuestras risas excitadas. Este profesor
tenía una mezcla de almacén y despacho al que iríamos y él cerraría la puerta.

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Bromearíamos y reiríamos y finalmente él se acercaría por detrás y jugaría
con mis pechos y estiraría de mis pezones para ponerlos erectos. Nos
restregaríamos el uno contra el otro, nos pondríamos calientes y nerviosos. En
realidad, nunca hicimos todo eso en su despacho, él tenía miedo de que nos
encontraran, pero créeme, estoy segura de que yo lo deseaba tanto como él.
Una de mis fantasías se desarrolla en un lavabo público, del tipo que tiene
un lavamanos y un retrete. Desde la ventana de mi despacho veo un grupo de
trabajadores de la construcción que cruza la calle desde el edificio. Están
poniendo una acera de cemento. Todos son muy musculosos y naturalmente
visten pantalones tejanos rotos y agujereados y no llevan camisa. Se dan
cuenta de que estoy mirándolos desde la ventana, lanzan algunos silbidos y
chanzas, pero no me preocupan porque estoy interesada en un tío en
particular. Es un ejemplar magnífico como parecen serlo la mayoría de
trabajadores de la construcción, de un bronceado dorado, músculos
sobresalientes, hermoso culo, cabellos dorados y rizados y rasgos duros y
fuertes. Él no deja de mirar en dirección a mi ventana, y yo sigo
contemplándolo mientras trabaja. Lo mismo se repite varios días. Lo saludo
cuando el equipo llega por la mañana. Lo contemplo numerosas veces durante
el día. Por la tarde, cuando paso por su lado con el coche, lo saludo y él me
mira y me saluda lentamente, con segundas intenciones (o por lo menos así lo
imagino yo). Bien, finalmente, un día detiene el coche y me pregunta cómo
me llamo. Se lo digo y me entero a mi vez de que se llama Wayne. Sugiero
que comamos juntos un día. Seguro que al día siguiente viene a buscarme.
Disfrutamos de una agradable comida en la cafetería de al lado y hablamos de
nosotros mismos, lo normal: familia, aficiones, etcétera. Descubro que
realmente me he puesto caliente sólo por sentarme junto a este tío y empiezo
a moverme inquieta en el asiento al notar que se extiende mi humedad. Alarga
el rostro por encima de la mesa para acercarlo al mío y respira pesadamente al
mismo tiempo que me pone la mano sobre el muslo por debajo de la mesa (o
bien sus brazos son inusualmente largos o la mesa muy estrecha… bueno, es
una fantasía…). Acerca más su silla a la mesa, de modo que alcanza a palpar
con los dedos la humedad que provocan mis jugos vaginales. Todo el tiempo
se ríe entre dientes al observar mis esfuerzos por seguir comiendo. Le sugiero
que volvamos a mi despacho por la «parte de atrás», que es un pasillo largo y
desierto en el que están los lavabos. Me detengo frente al de señoras y digo
que tengo que entrar. Él se ofrece para ayudarme con la cremallera, y con
risas atravesamos atropelladamente el umbral. Una vez en el servicio, nos
besamos y fundimos el uno en el otro. Me da la vuelta, me levanta la falda y

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se saca la polla de los pantalones. Desde detrás desliza su miembro por la raja
del culo y por mi coño húmedo. Yo estoy inclinada con una mano sobre la
rodilla y la otra apoyada en la pared. Apenas puedo contener la excitación,
sabiendo que en cualquier momento sumergirá su verga palpitante en mi coño
ansioso que se contrae. En ese momento, ¡me penetra! ¡Es el éxtasis! Bombea
y aprieta en un movimiento circular y luego pasa a intensas arremetidas. No
tardamos demasiado tiempo en corrernos los dos, ya que ha estado
frotándome el clítoris al mismo tiempo. Nos estremecemos y nos aferramos a
la vida mientras nuestros abdómenes se ponen rígidos, estiramos las piernas y
nuestras espaldas se arquean a la vez que gemimos de placer. En silencio,
salvo por nuestras respiraciones pesadas y contenidas y por nuestros suspiros
de alivio, nos vestimos mutuamente, acariciándonos con detenimiento. Me
besa agradecido y yo lo beso con igual gratitud, porque ha sido una
experiencia compartida. Caminamos hacia mi despacho y me deja en la puerta
con una mirada de lujuria que me promete más comidas deliciosas en el
futuro.

Gabby
Mi reacción más fuerte ante tu libro Men in Love se produjo cuando leí el
último capítulo. De repente empecé a llorar. Estaba sorprendida, puesto que
soy asistenta social psiquiátrica con muchos años de terapia. ¿Por qué
lloraba?
Bueno, por una razón: estaba furiosa por haber sido virgen durante tanto
tiempo. Me educaron en la represión sexual. Nací en 1936 como hija
primogénita de una rígida familia protestante, y lo más importante en la casa
era evitar que me «hicieran un bombo». Se suponía además que tenía que
casarme «bien» y de acuerdo con mi condición social. Aunque me enseñaron
que el sexo tenía consecuencias negativas, sobre todo un embarazo no
deseado, no tardé en percatarme también de que ¡mi vagina era mi poder!
¡Nadie armaba tanto jaleo por mi coeficiente de inteligencia! Ahora soy una
mujer hermosa y sensual que ha luchado por sus derechos sexuales y su
libertad para disfrutar lo que tanto tiempo le ha sido negado: el placer sexual.
¡Ha sido una dura lucha, pero ha valido la pena!
Me recuerdo como una adolescente virgen que tenía miedo, pero se moría
de ganas de saber por qué se armaba tanto revuelo al respecto, y ahora, yo
misma tengo tres hijos adolescentes, guapos y sensuales. Supongo que los tres
son vírgenes, pero ¿quién sabe? El de dieciséis años ha tenido oportunidades,

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estoy segura. Estoy convencida de que los dos de catorce años lo son aún,
aunque demuestran una actitud sana hacia sus jóvenes novias, y las tocan y
provocan abiertamente delante de sus padres (nosotros). Probablemente
porque mi marido y yo nos tocamos y mostramos nuestro afecto abiertamente
delante de nuestros hijos, en contra de lo que yo observaba en mi casa cuando
estaba creciendo. (También forma parte de mi lucha que mis hijos no adopten
estos modelos.) En cualquier caso, siento que mis hijos son los chicos de tus
páginas, con deseos y ansias similares. ¿Cómo podemos nosotros, los adultos,
facilitarles las cosas? ¿Cómo puedo convencer a mis hijos de que serán lo
bastante buenos, de que serán maravillosos y deseables? ¿Cómo puedo
explicarles que me gustaría ayudarles de alguna manera? Que me siento
incapaz de enseñarles más de lo que ya les he enseñado. Me gustaría
instruirlos sobre el acto sexual. En mi fantasía les enseño a ser amantes y a
disfrutar de ese aspecto de la vida, igual que les he enseñado a comer, a ir al
lavabo, a contestar el teléfono, a cerrar la puerta, a construir castillos en la
arena, a nadar y a mirar a la gente a los ojos cuando saludan. ¿Por qué
dejamos esas cosas tan importantes al azar? Sé que mis hijos son sanos
emocionalmente y que elegirán bien en el sexo. Éste es un asunto en el que
como madre tengo la puerta cerrada. Acepto que ha de ser así, para que ellos
puedan dejarme y relacionarse con las mujeres convenientes de su edad. Pero
en mi fantasía yo soy su profesora y los inicio en el sexo, notando lo mucho
que han crecido sus penes desde que eran pequeños y asegurándoles que
tienen el tamaño adecuado y ya pueden competir con papá. ¿Quién sabe, sin
medirlos realmente, si quizá no le sobrepasan incluso? Yo les aseguro que
tienen el tamaño adecuado y consigo que se libren de esa fijación mental en
concreto. Luego —en realidad lo hacemos por turnos para que no haya
rivalidad— ensayamos todo tipo de posturas. Llegan a conocer el sabor y el
olor de una mujer a través del sexo oral, aunque no les interesa tanto como la
penetración con el pene. Les aseguro que el sexo oral es una delicia para la
mujer, aunque algunas, al principio, se muestran reacias hasta que lo prueban
y les gusta.
Entonces le hago una felación al que está conmigo en ese momento. Le
gusta y comprende la delicia de ser pasivo y recibir placer de otra persona.
Así elimino otra fijación mental. Después intentamos el coito anal con
suavidad, porque para mí es difícil, ya que de niña me pusieron muchas
lavativas. Les explico que puede ser muy excitante pero que a menudo es
doloroso, y que precisa de lubrificación con productos como la vaselina.

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Exploramos todos los lugares que no están normalmente a la vista. Les
explico qué es la vulva, los labios, el clítoris, la vagina, y cuáles de estas
partes tienen sensibilidad. Les enseño un vibrador y les explico cómo
funciona y cómo puede utilizarse como aditamento para el placer sexual.
Todo ello de una manera muy natural y liberada, y ellos lo aprenden con tanta
facilidad como aprendieron las primeras letras. Les digo que, a pesar de ser su
profesora, no soy su mujer. Tendrán que encontrar una por ellos mismos.
Confío en que ahora les será más fácil porque saben mucho más sobre las
mujeres. Podrán ayudar a la mujer (o a la chica) a ser más libre y a disfrutar.
Me gustaría que todo esto se convirtiera en realidad, pero no será así
porque tengo demasiado miedo a las posibles consecuencias negativas y a que
la libido de mis hijos dependa de mí. Confío en que mi fantasía y el deseo de
que sean libres y capaces de dejarme se transmitirá inconscientemente.
También me imagino a mi marido tomando parte en esta educación, quizá
follándome delante de ellos al final, para asentar su propia hombría y
restablecer los límites generacionales. Sé que querría formar parte de esto, ya
que es un padre muy especial. Ha sido un componente activo de su crianza, y
no se ha desentendido de ellos mandándomelos a mí con un «toma, tú te
encargas de educarlos» (que yo no hubiera permitido).
Quiero explicarte una experiencia real que tuve y que ilustra lo difícil que
es educar sexualmente a tu hijo en la vida real.
Un día me dirigía a la habitación de uno de mis hijos para recoger su cesta
de ropa sucia y, cuando entré, se estaba masturbando. Rápidamente cogí la
cesta y me apresuré a salir. Pero una voz dentro de mí me gritó: «No huyas,
idiota, enfréntate con la situación. ¡No salgas corriendo al ver su pene!» Así
que me detuve en la puerta, me di la vuelta y caminé hacia la cama donde
estaba tumbado. Ya se había cubierto el cuerpo desnudo con las sábanas y
parecía incómodo. Me senté a su lado y le dije (con una sonrisa y voz
despreocupada):
—Bueno, supongo que he entrado cuando te estabas masturbando. ¡Es
muy excitante! —Los ojos se le abrieron como platos—. Quiero decir que
éste es el principio de tu vida sexual. Más adelante harás otras cosas, pero por
ahora, es algo muy saludable. De hecho, todo el mundo lo hace, ¡incluso papá
y yo! —Pareció sorprendido por la idea. No sabía cómo proseguir. Sólo tenía
trece años—. En cualquier caso, quiero que te sientas libre de hacerlo.
Mastúrbarte y que disfrutes. Me gustaría que pudiéramos hablar de sexo
cuando te apetezca.
Entonces él me respondió:

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—No me apetece.
Esta respuesta me cortó las alas.
—Bueno, a mí sí me gustaría, pero respetaré tu derecho a la intimidad y te
dejaré solo para que puedas terminar —repliqué yo.
—Bueno, he leído esto —dijo y me mostró su ejemplar de Love and Sex
in Plain Language (Amor y sexo al alcance de todos) que yo ya sabía que
estaba leyendo.
Le pregunté si le gustaría que yo lo leyera y que habláramos de él, y
contestó que sí. Luego salí de la habitación. A partir de aquel momento siguió
masturbándose con la puerta cerrada, y yo volví a entrar sin querer mientras
lo hacía, pero en realidad nunca llegamos a hablar demasiado sobre sexo.
Ahora hace un año que lo descubrí masturbándose. Tras un período de
distanciamiento de su padre y de mí, ha empezado a contarme que tiene
mucho éxito con las chicas. También ha empezado a cerrar la puerta con
llave. Se pasa horas enteras peinándose y desarrollando los músculos. Recibe
montones de llamadas de teléfono, así que imagino que no tiene demasiado
miedo de su sexualidad (como yo lo tenía), pero no le gusta hablar de ello…
al menos no conmigo.

P. D. Tengo cuarenta y cuatro años, soy blanca, mujer, casada desde hace
diecinueve años con el mismo hombre, y tengo tres hijos varones (dos
mellizos). Salí del instituto en 1958 con un BS[3]. En 1978 obtuve el título de
asistente social médico, y acudí a un instituto psicoanalítico en otoño. Soy
asistenta social psiquiátrica y tengo una consulta privada en

Ellen
Me gustaría explicar ciertos detalles acerca de mi trabajo, ya que
proporcionan un contexto muy enriquecedor a gran parte de mi vida sexual y
de mis fantasías.
Soy una mujer blanca, de veintisiete años y con educación universitaria.
Aunque mi marido me importa y somos relativamente felices, le considero tan
sólo un amigo. Es químico, y aunque es muy bueno conmigo, su personalidad
me parece muy seca. Durante algún tiempo he estado trabajando de
vendedora en una firma embotelladora de Pepsi-Cola. Soy la única persona
que vende el producto premezclado y posmezclado en tanques. Hay seis
conductores que entregan la mercancía que yo vendo. Como parte de mi

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aprendizaje tuve que hacer una ruta del día con uno de los conductores. Kevin
tiene veinticuatro años y hace sólo diez meses que se ha casado. Cuando nos
pusieron juntos apenas nos conocíamos, salvo de vista. A mí me consideran
muy guapa y desenvuelta, mientras que él es algo tímido y tiene poca
experiencia de la vida.
Tras varias horas de experimentar el estímulo físico de balancearme de un
lado a otro en un camión y estar tan cerca de un hombre que me atraía
sobremanera, mi nerviosismo empezó a hacerse evidente. No podía dejar de
mirar la barba de Kevin y la masa de vello rubio y rizado que asomaba por el
cuello de su camisa. Estuvimos bromeando todo el día e intercambiando
información sobre nuestras vidas respectivas. Empecé a hacerme ilusiones
cuando él comenzó a hacer preguntas que le darían una idea de cuán infeliz
era en mi matrimonio.
Durante el día, mis conductores me llaman cuando tienen problemas de
reparto o alguna pregunta. También yo puedo ponerme en contacto con ellos
por radio a lo largo del día. Kevin empezó a llamarme con frecuencia, y yo
apenas podía mantener el hilo de mis pensamientos. Con regularidad, dos
conductores se detenían en mi despacho al final del día, y Kevin nos
observaba para comprobar si estaba interesada en alguien más. Mi expresión
no demostraba nada, aunque mi fantasía se desboca ante ese tipo de
situaciones.
Me imagino que estoy sentada en el despacho y que dos de mis jóvenes y
atractivos conductores entran en él para discutir una cuenta conmigo. Tienen
que esperar, porque yo estoy hablando por teléfono. Uno dirige su mirada
hacia mis pies. Llevo pantalones, pero mis calcetines son de seda negra y los
tacones de los zapatos de quince centímetros. Tengo las uñas de los pies
pintadas de oscuro carmesí, con una diminuta estrella dorada en la uña del
dedo gordo. Uno le comenta al otro lo largas y bonitas que son mis piernas, y
que piensa que tengo unos pies muy sensuales. Me reclino un poco más en el
asiento, sin dejar de mantener la conversación telefónica. Me percato de la
erección haciéndose evidente en los pantalones de Dave. Me muevo hacia él
para estar más cerca. Nuestros ojos se encuentran y él esboza una medio
sonrisa. Sus labios me rozan el cuello y mi coño empieza a humedecerse.
Mientras pasa la mano por mis cabellos inclina la cabeza sobre mi camisa de
escote bajo y me besa el pecho bronceado justo al inicio de los senos. Todos
sus movimientos son tan suaves que apenas puedo soportarlo. Como estoy a
la altura de su cintura, pongo la mano sobre su firme y joven culo,
abriéndome camino hacia delante. Phil me pregunta si debe marcharse, y yo

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niego con la cabeza. Mis brazos están desnudos. Phil extiende el brazo que no
sostiene el teléfono y me besa dulcemente desde la muñeca hasta el hombro,
haciéndome estremecer en la silla. Dave abarca uno de mis pechos con la
mano y me dice lo firme y bonito que es. Con mi mano a su alrededor
empiezo a masturbarle la polla a través de los pantalones del uniforme, al
tiempo que él excita mi clítoris a través de la costura de mis ajustados
pantalones. Phil observa y sonríe. Me siento tan desamparada, completamente
incapaz de seguir la conversación al teléfono. Cuando me aproximo al
orgasmo, el interlocutor me recuerda que le prometí un masaje en la espalda.
Yo me retuerzo en la silla y contesto: «Ven a mi despacho cuando llegues y te
daré un masaje, Kevin.»
En la vida real, Kevin y yo nos hemos sentido tan estimulados por nuestro
contacto diario que después de unas tres semanas nos citamos para ir a tomar
unas copas un sábado. A pesar de sentirse atraído por mí, dudaba, porque
temía que nos descubrieran. Nos sentamos en la mesa mirándonos a los ojos.
Después de varias copas me sentía muy agresiva y decidí que, en apariencia,
me correspondía a mí dar el primer paso. Le acaricié el rostro y la barba. Le
dije que me gustaba. Él me invitó a ir a su Scout. Una vez en el coche, me
besó apasionadamente. El sabor a tabaco y la fragancia de su loción de afeitar
eran tremendamente excitantes. Pensé que iba a morir de deseo si no sentía su
polla contra mí enseguida. El salpicadero estorbaba y nos sentíamos
incómodos. Casi me tenía encima del regazo. Me explicó que no entendía qué
podía ver yo en él. Le parecía que yo ya lo tenía todo. Quizá lo que me
estimula es tener a alguien con un estilo de vida diferente del mío. Bajar un
poco en la escala social me parece muy excitante. También me excita la
posibilidad de enseñarle a este joven unos cuantos trucos que puedan gustarle.
Ambos gemíamos ya cuando su mano y sus labios se posaron sobre mis
pechos. Quizá resulte difícil de creer, pero pareció incapaz de seguir adelante.
Creo que me temía. Nos separamos en semejante condición, con la promesa
de salir de nuevo. Aún no ha ocurrido, pero Kevin me llama varias veces al
día y siempre está en mi despacho. Supongo que se debate entre el amor por
su mujer y la emoción de que yo le haya escogido como amante. Yo estoy
sentada aquí, esperando lo inevitable.

Pat
Tengo 25 años, soy soltera, vivo sola y he tenido pocas relaciones con
hombres, ninguna de ellas ha sido satisfactoria. Nunca he tenido un orgasmo

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con un hombre, a menos que yo lo provocara (masturbándome mientras
follábamos). Sin embargo, tengo la esperanza de que conseguiré tener una
relación de afecto mutuo, confianza y placer, que sea sexualmente
satisfactoria y excitante. Una de mis fantasías es convertir en realidad mis
fantasías sexuales y conservar la «seguridad» de una buena relación de
compromiso.
Ésta es mi fantasía más reciente (y que más me ha compensado).
Hay un hombre que me atrae y que trabaja en un pequeño restaurante de
la ciudad. Me he citado con él después del trabajo para enseñarle algunos
dibujos para una nueva carta y un nuevo diseño del nombre del restaurante.
Llevo los dibujos en el coche, en la parte de atrás, a la cual se accede por la
puerta trasera. Él sale para ayudarme a transportar los dibujos. Llevo unas
medias sujetas por ligas, además de una braga tanga de encaje negro, bajo una
falda muy corta. Con él a mis espaldas, abro la puerta de atrás del coche y me
agacho para recoger los materiales de presentación. Naturalmente, la falda se
me sube, lo suficiente para que él pueda ver mi culo desnudo. Le oigo jadear
ante la visión, pero finge que no pasa nada y se pone a recoger los dibujos. Es
ya muy tarde y no hay nadie en la calle. Sin embargo, la parte delantera del
restaurante es de cristal y la posibilidad de que alguien pase por allí y vea lo
que sigue me provoca ansiedad y una gran excitación.
Llevo los dibujos adentro y procedo a alinearlos en el suelo, apoyándolos
contra una pared. Me inclino por la cintura con las piernas ligeramente
abiertas para así exponer mi coño, que ahora brilla por la humedad de mis
jugos. El hombre (le llamaré David) balbucea que le gusta mucho mi trabajo,
y yo sé por su respiración que se está excitando, pero es demasiado tímido
para actuar en consecuencia. Yo soy la que controla la situación.
Me doy la vuelta y percibo que se ha quitado el delantal, que previamente
se había atado a la cintura, y lo mantiene en un curioso ángulo para ocultar el
bulto de sus pantalones. Entonces me siento en el suelo con las piernas
estiradas y el coño plenamente a la vista, o bien me siento al revés en una silla
con las piernas bien abiertas. Hablo sobre el trabajo, fingiendo que no está
pasando nada anormal, pero estoy tan caliente que apenas puedo soportarlo.
Bajo la blusa tengo los pezones erectos, mi coño está, ¡oh, tan mojado!, y
todo lo que quiero es follar. Me levanto de la silla y me dirijo al bar, donde
está la caja registradora y demás, y me subo a la barra para sentarme con las
rodillas levantadas y las piernas abiertas. La falda apenas me tapa. Junto a mí
hay un pastel de chocolate. Sumerjo el dedo en el azúcar glaseado y luego lo
lamo lentamente hasta terminarlo, preguntándole a David cuál es su sabor

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preferido. No me ha quitado los ojos de encima en todo ese tiempo. Abre la
boca y jadea: «Chocolate.» Esta vez vuelvo a llenarme el dedo de pastel, me
levanto la falda, lo extiendo sobre mi clítoris palpitante y le invito a probarlo.
El tira el delantal, dejándome ver la abultada entrepierna. Se acerca a mí en
tres zancadas y procede a untar su boca y la mía con más pastel. Me agarra
furiosamente y me besa con ansia (su timidez ha desaparecido). Yo le
devuelvo el beso y le meto la lengua con igual frenesí. Echo la cabeza hacia
atrás y él me besa el cuello. A mí me encanta. También me besa y me chupa
las orejas. Me rasga la blusa y cae sobre mis pequeñas tetas exclamando todo
el tiempo lo mucho que le gustan. Le dejo que continúe hasta que, al llegar a
un cierto momento, le levanto la cabeza y le digo que mi coño está esperando.
Él no lo duda ni un instante y sumerge su lengua en mi clítoris, lamiendo
ruidosamente todo el chocolate glaseado, mordisqueando y chupando con
gran destreza. Nunca me había puesto tan caliente. Me estremezco y gimo
sobre la barra con su encantadora cabeza enterrada en mi vello púbico. Saco
un pequeño vibrador del bolsillo y me lo meto entre sus chupadas y
mordisqueos. En unos segundos me corro de una manera increíble, gritando y
jadeando. Ahora es su turno; me deslizo hasta el suelo y le desabrocho los
pantalones, bajándole la cremallera para liberar su ansiosa verga. Es hermosa,
sobresaliendo de los pantalones con un encantador capullo y un tono rojo
púrpura. Extiendo la mano hasta el mediado pastel de chocolate y cojo un
trozo para untarle la polla con él. Después empiezo a chupársela y lamérsela,
diciéndole lo hermosa que es su polla y que se la voy a mamar hasta que
explote. Él mueve el culo para empujar su polla dentro y fuera de mi boca,
mientras me sujeta la cabeza con las manos. Se corre con un alivio rayano en
el éxtasis, y yo me trago toda su leche dulce, que se mezcla con el sabor del
chocolate.
Pero aún no hemos terminado. Me levanta y me lleva a la cocina. Me
coloca sobre la mesa y vuelve a chuparme el coño, mientras me folla con una
zanahoria que luego se usará para la ensalada de algún alma cándida. Yo
quiero que él me folle por detrás, así que me doy la vuelta en la mesa, me
pongo a cuatro patas y le excito separándome los labios con los dedos. Él
salta encima de la mesa y me penetra de una acometida; luego empieza a
bombear sobre mí vigorosamente, con las manos en mis caderas y sus
testículos golpeándome. Los ruidos que se hacen follando me excitan
sobremanera, y nosotros somos muy ruidosos. Me masturbo a mí misma
mientras él sigue follándome como un loco, algunas veces sacándola casi
completamente y luego metiéndola hasta el fondo. Folla con todas sus

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fuerzas, aullando como un perro y diciéndome que estamos follando como los
perros. Yo me corro una y otra vez. Parece no terminar nunca.

P. D. Tengo una activa vida masturbatoria en la que utilizo dedos,


vibradores y teléfonos de ducha y masaje cuando me ducho. Ahora estoy
esperando incluir una polla y un cuerpo reales en mis actividades sexuales.

Sandra
Tengo veintiún años. Mi novio estable y yo somos estudiantes
universitarios de tercer curso. Hace un año que salimos juntos y pensamos
casarnos dentro de los próximos tres años.
Para empezar, nuestra vida sexual es fantástica. Hacemos el amor tan a
menudo como podemos. Para serte sincera, nunca había estado tan satisfecha
sexualmente. Mis anteriores amantes y yo nunca fuimos compatibles. Sin
embargo, yo soy la primera compañera sexual de mi novio. Él era virgen
cuando lo conocí. Aunque no ha tenido experiencias sexuales previas, sabe
exactamente cómo captar mi interés, ¡y mantenerlo, además! Es como si
sexualmente estuviéramos hechos el uno para el otro. Nuestra relación es muy
abierta, así que podemos hablar de nuestras fantasías y deseos sexuales.
Mi fantasía favorita: Acabo de conocer a un tío estupendo. Es galante,
sexy y, sobre todo, ingenuo. Me encantan los hombres con cara de niño y
aspecto inocente. Tienen esa apariencia pura y virginal. En cualquier caso,
Tom (el nombre de mi novio actual) es virgen. Por lo tanto, secretamente trato
de seducirlo. Intimamos gracias a varias cenas y salidas para ir a tomar unas
copas. Él bebe vino sensualmente y, como por casualidad, me mira a los ojos,
poniéndome cachonda. Estoy impaciente por volver a mi apartamento.
Cuando abandonamos el restaurante me invita a una última taza de café en su
casa. El trayecto me parece interminable y empiezo a revolverme inquieta en
el asiento. Al llegar al pie de las escaleras de la casa, se saca las llaves del
bolsillo torpemente y las deja caer al suelo. Se inclina para recogerlas
mostrándome la más maravillosa de las visiones: su culo está justo delante
mío. Mi corazón da un brinco en el pecho y mis manos tocan casualmente sus
firmes y redondeadas nalgas. Él se estremece bajo mi mano y yo sé que le ha
encantado mi gesto. Entramos en la casa y se dirige directamente al
dormitorio sin siquiera mirar hacia atrás. Por supuesto, yo lo sigo. Con
presteza se sienta sobre la cama y me indica mediante gestos que me acerque.

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Me besa apasionadamente y, para mi sorpresa, recorre mis pechos con sus
cálidas manos. Todavía estoy de pie así que veo claramente el bulto que se
endurece bajo sus pantalones. Con lentitud empiezo a desvestirlo (me encanta
desvestirlo cuando lleva traje, ¡es un proceso lento y sensual!). Aún está
sentado sobre el borde de la cama, pero ahora está completamente desnudo.
Su polla dura y virginal me mira hermosa, atrayéndome. Me desea. Quiere
sentir la estrechez de mi coño húmedo. Me meto su polla caliente en la boca y
empiezo a chuparla con suavidad mientras mis dedos se detienen acariciantes
en sus testículos. Le paso la lengua por toda la zona genital. Me doy cuenta de
que está disfrutando. Ahora Tom está tumbado sobre la cama con los pies
colgando sobre el borde. Yo estoy arrodillada a sus pies y la simple visión de
su verga, testículos y ano me ponen a cien. Lentamente me levanto y me
siento con ardor sobre su polla. Él gime y jadea a causa de la excitación.
Empiezo a bombear arriba y abajo sobre su polla, cada vez más rápidamente.
Mi coño ya está mojado y caliente. Le estoy empapando el vello púbico con
mis jugos. Empieza a gemir más fuerte y pronto grita: «¡Me encanta ser
ruidoso cuando hago el amor!» Aumento la intensidad de mis movimientos.
Realmente, Tom está disfrutando este primer polvo y yo siento como si mi
cabeza fuera a estallar. De repente, empuja la polla para introducirla aún más
dentro de mí, y grita: «¡Me corro, me corro!», al tiempo que su polla lanza su
leche cálida en mi vagina. Casi simultáneamente me corro sobre su polla
temblorosa. Nuestros jugos empiezan a chorrear desde la punta de su ahora
reluciente pene. Me levanto y empiezo a chuparle el capullo de su rojo y
palpitante órgano. Él alcanza el éxtasis. Ahora me doy cuenta de que acabo de
follarme a un joven inexperto, inocente y virgen y, ¿sabes?, ¡es la mejor
sensación del mundo!

Sue
Tengo treinta y cuatro años, hace trece que estoy casada y tengo tres hijas.
Soy topógrafa y trabajo exclusivamente con hombres. He descubierto que los
machos escasean en realidad, y que la mayoría de los hombres quieren gustar.
He descubierto también que una cálida sonrisa y unas dos palabras ablandan
al «macho» más duro. Me gustan los hombres. Como grupo, tienen un sentido
del humor que es una gran fuente de diversión en el trabajo. También he
aprendido a apreciar el sentido masculino de la autoestima. Pueden ser
caseros, viejos, feos, o estar sucios tras la jornada laboral, pero no se muestran
nunca remisos a intentar llamar la atención de una mujer. Los hombres

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parecen gustarse a sí mismos mucho más de lo que las mujeres se gustan a sí
mismas. Yo he aprendido a valorarme a mí misma mucho más después de
trabajar con hombres en esta carrera tan poco convencional que he escogido.
Esta fantasía es cierta a medias:
Estamos estudiando el terreno en una región maderera. Soy la única mujer
del grupo. Estamos a unos 40 kilómetros de la ciudad. Hemos alcanzado un
punto en el bosque en el que hemos instalado el equipo y ha llegado la hora
de comer. Los otros tres miembros del grupo vuelven a los camiones para
comer y echar una cabezada. Yo me quedo con el equipo y también con otro
miembro del grupo. Físicamente es muy atractivo. Cerca de los cuarenta, muy
velludo, con pelo en pecho, cuello y espalda, y una espesa barba. Tiene una
mirada intensa, con arrugas alrededor de los ojos cuando parpadea a la luz del
sol. Empieza a quitarse la camisa, las botas y los tejanos, bajo los cuales lleva
unos pantalones con las perneras cortadas. Es muy moreno, no es Míster
Universo, pero tiene un cuerpo bien formado, con largas piernas musculosas,
brazos fuertes y manos especialmente hermosas. Las cuida bien. Siempre me
fijo en las manos de los hombres. Me gustan las manos bien formadas, con
uñas limpias y bien arregladas. Deja caer las prendas en el suelo y se enrolla
los pantalones cortos hasta las caderas, justo por encima del vello púbico.
Creo que le gusta exhibirse deliberadamente ante mí. Bromeamos sobre su
aspecto similar al de un oso o al de Bigfoot. Sonríe, mostrando unos dientes
blancos y cuadrados. Nunca me ha hecho insinuaciones. Siempre me ha
tratado como a un igual y una amiga, pero es muy erótico. Siempre que
trabajamos juntos se quita la camisa y suele llevar pantalones cortos. Yo me
quito las botas y los calcetines, me subo la pernera de los tejanos y la
camiseta para tomar el sol en la espalda y las piernas. Él dice que le gustaría
quitarse los pantalones cortos. Yo replico: «Adelante, no miraré… ¡Oh, sí, sí
miraré!» Nos reímos. Luego digo: «No te preocupes, estás a salvo conmigo.»
Él contesta: «¿Pero estás tú a salvo conmigo?» Se tumba para tomar el sol.
Ahora empieza la fantasía:
Está tumbado de espaldas y cierra los ojos. Yo estoy sentada sobre un
tocón y lo contemplo. Es muy moreno, y el sudor brilla en su vello. Los
pantalones cortos muestran un gran bulto, pero no es a causa de una erección,
sino de su prominente aparato. Lo miro durante un rato y él lo sabe. Me
acerco a él, me agacho y lo beso con mucha suavidad. Él se muestra dócil. Lo
beso y le meto la lengua en la boca, guiándolo en un beso de tomillo. Él gime
y dice: «¡Oh, no! ¿Estás segura de que es esto lo que quieres?» Yo contesto:
«Sí.»

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Sigue tumbado. Recorro su cuerpo velludo y sudoroso con mi boca. Le
estiro del vello de los brazos. Le echo la cabeza hacia atrás y le muerdo el
cuello y el pecho. Por alguna razón, en esta fantasía no se muestra activo
sexualmente. Soy yo quien domina, haciendo todo el trabajo, y él es pasivo.
Tiene la libido bastante baja y yo se la levanto con mi fuerza. Su polla es
grande por naturaleza y sus erecciones son únicas, pero hoy, en el bosque y al
mediodía, tiene una erección como no había tenido nunca. Yo me subo
encima y me hundo en su polla de una sola acometida. Él gime, sobresaltado.
Me siento sobre ella, sujetándole los brazos con los pies y las piernas con los
brazos, y le folio como nunca le habían follado antes. Está fuera de control.
Los ojos le giran en las órbitas. Gime y se retuerce. Cuando se corre, su rostro
se contorsiona en una expresión mezcla de éxtasis y dolor. Mi placer está en
el abandono que él ha experimentado, en ver cómo pasa de ser un macho frío
y refinado a un hombre en la angustia del alivio sexual. Después se queda
pálido y tembloroso. Tiene que recobrarse antes de que vuelva el resto del
grupo. Su rostro me revela todo lo que necesito saber. Fin de la fantasía.
Aunque estoy felizmente casada con un marido maravilloso y tengo una
increíble vida sexual, me gustaría que esta fantasía se conviniera en realidad.

Brenda
Acabo de leer tu libro, Men in Love, el primero de los tuyos que leo. Qué
seres más dulces y sensuales parecen los hombres a través de sus fantasías,
mientras que en la realidad son aún más mojigatos que las mujeres.
Tengo treinta y dos años, soy blanca, de clase media y vivo en mi ciudad
natal, en el sudoeste. Tengo un título universitario, un aburrido y seguro
trabajo profesional, vivo con mi madre, también mujer de carrera, y estoy
soltera. Disfruto de la situación, pero también me avergüenza un poco. He
viajado mucho por Estados Unidos y Europa, me encanta leer y ver cine, pero
odio los deportes y la mayoría de las actividades en grupo. Sexualmente
hablando, soy la típica mujer sureña, muy sensual, pero exteriormente una
monja. Soy medio virgen, me encanta la felación, estoy dispuesta a practicar
el sexo anal y cualquier otra cosa, pero no he tenido una cita desde hace diez
años. No puedo comprenderlo, porque soy realmente bonita, bien formada y
sociable.
Como puedes imaginar, la fantasía y la masturbación son dos de los
principales componentes de mi vida, pues todo anhelo de cualquier otra cosa
parece preñado de peligros: los bares para solteros (Mr. Goodbar, herpes,

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SIDA) y el matrimonio (deudas, alcoholismo, palizas del marido). Me encanta
el sexo y el aspecto y el tacto del cuerpo masculino, si está razonablemente
desarrollado, aunque la visión de los hombres musculosos en exceso me
horroriza.
Mi fantasía más vívida y completa se inició este año. La he desarrollado
con gozo hasta el último detalle, pero consiste principalmente en una sola
situación. Transcurre en 1942 y yo tengo dieciséis años (mi año y mi edad
favoritos). Soy doncella y camarera durante el verano en un hotel de una
pequeña ciudad en la cual están rodando una película. El protagonista es mi
actor favorito, una gran estrella masculina de la década de los cuarenta,
guapo, viril, con talento… un caballero. También es amable, alto, muy bien
dotado y adorado por las mujeres, e incluso por los auténticos hombres, a
causa de su perfección. El hotel está lleno y la protagonista femenina (una
joven actriz principiante típicamente norteamericana, del tipo tan popular en
los cuarenta) sugiere que me aloje en su habitación para que pueda estudiar si
doy el tipo para el personaje que ella recrea en la película.
Un mediodía, me apresuro a cambiarme de uniforme y entro en el cuarto
de baño justo cuando él está allí, desnudo, y aunque casi me desmayo por la
vergüenza, es un amor a primera vista. Él se muestra divertido, pero yo estoy
fascinada por su maravilloso cuerpo y más aún por su espléndida polla. El
encantador accidente de hallarse en el cuarto de baño, me explica, se debe a
que, por la escasez de habitaciones, tiene que compartir una suite con la
protagonista femenina. Se muestra muy dulce cuando le pido disculpas por mi
intromisión. Camino como en una nube durante el resto del día y,
afortunadamente, la osada y experimentada protagonista femenina se
compadece de mí y le sugiere que yo puedo ser un interesante pasatiempo. En
realidad, ella está ansiosa por acostarse con él, pero no puede hacerlo y
concentrarse en su papel a un tiempo.
Cuando nuestro romance da comienzo, y a medida que prosigue a lo largo
de ese mes, paso del terror del rechazo al amor confiado, a amarlo y a tener
también un completo poder sobre él. La primera vez que me penetra se
desarrolla así: Estamos los dos desnudos. La sangre me golpea las sienes.
Estoy tumbada boca arriba sobre la cama con los ojos cerrados. Coloca su
mano, grande y cálida como su pene, entre mis piernas, tocándome con
suavidad al principio, y luego con mayor fuerza, hasta que empiezo a gemir.
Me dice que me relaje y, al notar la humedad entre mis piernas, salta sobre
mí. Entonces puedo sentir su pene desnudo entre mis muslos, acariciándolos,
y es una sensación maravillosa. Instintivamente separo las piernas tanto como

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puedo y levanto el pubis, arqueando la espalda. El susurra ahora y desliza las
manos bajo mi espalda. «Eres mía, ahora eres mía», murmura. Su polla se
mueve siempre levemente, con el capullo, la verga entera, buscando mi raja.
Yo deslizo mis brazos alrededor de su espalda, oliendo su aroma. Entonces
me penetra con su polla enorme, pero yo la recibo gustosa. Inmediatamente,
el dolor se convierte en placer. El susurra: «Eres tan pequeña, eres perfecta.»
Aún no la ha metido del todo, así que me besa y acaricia hasta que me relajo
completamente y la introduce hasta el fondo. Yo jadeo, casi en un desmayo,
porque su polla tiene treinta centímetros de largo. Suspiro, abrazándolo contra
mí, triunfante por saber que está dentro de mí. Él quiere comportarse con
suavidad, pero se ve transportado por la excitación que le causa mi tamaño, y
se corre una y otra vez, hasta caer exhausto sobre mí, que le acuno entre mis
pechos.
Al día siguiente se siente muy culpable porque es casado y por la
diferencia de edad entre nosotros (yo no era virgen). Sin embargo, la
protagonista femenina me ha aconsejado ciertas técnicas de seducción, y yo
consigo llevarlo de nuevo a la cama y que sucumba ante mí durante toda la
noche. Después de este encuentro, nos sumergimos en semanas de sexo de
todo tipo, siendo el coito anal el más excitante para mí. Deseo poder de
alguna forma hacerle sentir lo mismo, esa rendición total y desvalida.
El incentivo llega cuando su amante, un productor, se presenta en el plato
para presenciar el último día de rodaje y dar una fiesta a todo el personal.
Este productor es famoso, bisexual, muy influyente, y es el motor
principal de la carrera de la estrella masculina. También es excitantemente
guapo a su manera, pero muy cruel. Sin embargo, ama sincera y celosamente
a la estrella, quien prefiere en realidad a las mujeres y, después de este mes,
sexualmente me prefiere a mí por encima de todas las demás. Durante la
fiesta del personal se acuestan juntos y la estrella, según admite ante mí más
tarde, sintiéndose culpable, disfruta intensamente. La estrella abandona la
fiesta, entra furioso en mi habitación, me golpea y rompe en sollozos,
admitiendo que aún está bajo el hechizo del productor. Yo lo consuelo y, por
suerte, recuerdo la excitante frase que he captado ese día en la conversación
de alguien: «joder con el puño»; deduzco su significado y procedo, con ayuda
de vaselina, a follarlo con mi brazo, sin producirle dolor, ya que mis manos
son muy pequeñas. A él le encanta y yo sigo y sigo, mientras él se corre una y
otra vez. Finalmente, después de lavarnos, caemos el uno en brazos del otro,
yo abrazándolo muy tiernamente, y nos dormimos. Tengo veinticinco años,
soy negra, de clase media y soltera. He pasado un verano estupendo con

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Derek, un año mayor que yo. Ahora va a casarse, pero aún pienso mucho en
él. Algunas veces imagino que tenemos relaciones sexuales en lugares
insólitos.
En el Metropolitan Opera House, en el aparcamiento, hay dos lavabos,
uno para hombres y otro para mujeres. Yo he ido a menudo y no he visto que
nadie se encargue de vigilarlos. Él no sabe adónde vamos y parece
sorprendido cuando le empujo al interior del lavabo de mujeres. (No sé si el
de hombres tiene retretes con puertas.)
Una vez dentro de uno de los retretes empezamos a abrazarnos
frenéticamente. Le tiro de la camisa, arrancándole algunos botones en mi
premura. Lleva camiseta debajo y no protesta cuando empiezo a rasgarla. Se
rompe con un gratificante sonido de desgarro. Me siento como un animal; soy
diferente de como él siempre me había visto. Se siente excitado por mi ansia y
se deja llevar por la lujuria. Abandonando toda restricción, me baja el vestido.
Llevo uno de esos pequeños sostenes de encaje negro. Recorre con la lengua
todo el borde del sostén, chupando además los pezones a través del encaje.
Me encanta la sensación. Deslizo las manos por su espalda, metiéndolas en
sus pantalones y apretándole las nalgas (¡tan hermosas!). Me baja el sostén
con los dientes, dejándolo enrollado alrededor de los brazos. Me mordisquea
muy suavemente los pezones. Es suficiente para hacerme jadear, pero no para
causarme dolor. No tenemos mucho tiempo, pues alguien podría entrar. Mis
manos se apresuran a bajarle los pantalones. Él está ansioso por ayudarme,
asiendo mis nalgas con fuerza y alzándome hasta su pene erecto y duro como
una roca. Lo introduce en mí de una súbita acometida, haciéndome gritar.
Aún no estoy lo bastante mojada, así que tiene que insistir más de lo habitual
para meterla. Pero no me importa, es lo que deseo. Estando de pie, apenas hay
sitio suficiente para moverse. El estrecho espacio hace que golpeemos las
paredes, al arquear al unísono nuestros cuerpos, resbaladizos por el sudor.
Ambos estamos fuera de control, emitimos gritos ahogados y nos besamos
con frenesí. Mis piernas rodean fuertemente su cintura; no podría apañarme
de él aunque quisiera. Quiero tener su polla dentro de mí. «Más, más, más
fuerte», le susurro al oído. Me hace callar con un beso, pero sus acometidas se
vuelven más fieras si es posible.
Apartando el pelo hacia atrás para verme el cuello, lo llena de besos,
volviendo luego a mis pechos. Bajo la mano y cojo su polla cuando sale
parcialmente de mi coño. Levanto mis dedos chorreando mis propios jugos y
los restriego por los pezones. Él los rodea con la boca, tomando de mi carne
todo lo que puede, chupándolos como si fuera a tragarme. Yo jadeo, casi

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sollozo de placer. Él gemía mi nombre en voz alta; ahora sólo gime. Nos
resulta muy difícil mantenernos silenciosos, a pesar de que comprendemos la
necesidad de serlo. Me besa intensamente, metiendo su lengua hasta mi
garganta (¡sin duda ahora somos más silenciosos!). Nos corremos casi al
mismo tiempo; él continúa follándome con ansia, rogándome que le ayude.
Me retuerzo para apretarme contra él y siento más orgasmos que me
estremecen. Finalmente se corre, con el cuerpo rígido oprimiéndome contra la
puerta del lavabo. Casi nos caemos, ambos exhaustos por nuestro violento
juego amoroso. Nos vestimos mutuamente, nos limpiamos con papel
higiénico y salimos calladamente del lavabo. Aun sabiendo que nos espera
más en casa, no disminuye nuestra satisfacción.

Annette
Soy una mujer WASP[4] de treinta y tres años, hija única, con estudios de
psicología. Mido ;1 metro 67 centímetros y tengo un rostro agraciado, un
cuerpo aceptable y piernas muy bonitas. Nunca he estado casada, ni nadie me
lo ha pedido. Sólo he tenido un amante (en secreto), porque mi familia
(conservadora) está totalmente en contra del sexo fuera del matrimonio.
Mis fantasías se desenvuelven principalmente en torno a pollas, pero no
cuando me masturbo. Mis fantasías me acompañan allá donde vaya durante el
día, por ejemplo, al trabajo, a la hora de comer, etc., aunque sin dejar que sea
patente. Empezaré con mi primer recuerdo de ese magnífico instrumento, el
pene.
Tenía seis años y el hermano de mi amiga tenía tres o cuatro. Pasé un fin
de semana en su casa. Nos bañábamos juntos y allí vi por primera vez a un
chico desnudo. Me gustó tanto su pene que cuando jugábamos al escondite en
su dormitorio nos escondimos detrás de la cama y conseguí que se abriera la
cremallera para enseñármelo.
Unos años más tarde, cuando estaba en quinto curso, hicimos una lectura
en clase del cuento de Peter Pan. (En las películas y los libros se le presenta
habitualmente como un ser sin sexo, pero en mi mente es un chico con todos
sus atributos.) Recuerdo que una noche soñé que era la chica algo mayor que
tenía que cuidar de él. Él se había caído de un árbol y se había hecho daño en
el pene. Yo tenía que frotarlo suavemente para aliviarle el dolor, y conseguía
que se corriera.
De vez en cuando, a lo largo de mis años de instituto y de universidad,
tuvimos una educación sana con libros ilustrados y conferencias sobre Freud

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y el sexo. Pero no vi un auténtico pene de hombre hasta que tuve veinticinco
años. El hombre al que amaba era casi veinte años mayor que yo y tenía
mucha experiencia; incluso había sido amante a sueldo en una clínica de
terapia sexual. Era muy paciente y gentil conmigo, y se sorprendió mucho al
enterarse de que era «completamente» virgen. Quiero decir con esto que
nunca me había tocado a mí misma «ahí abajo», ni había hecho cosas con
chicos, excepto besarnos. Nunca nadie me había tocado mental, física o
moralmente. Él me habló de sexo y del concepto de que todo el cuerpo de una
persona es su órgano sexual, y que nada que se exprese es malo, mientras sea
limpio y agradable.
La primera vez que lo vi desnudo estaba tumbado junto a mí y me dijo
que lo mirara bien y tocara cuanto quisiera. Tras unos momentos de timidez le
toqué el pene, por supuesto. Me contó cuáles eran su longitud y diámetro y el
promedio de medidas de otros hombres. Me apretó contra sí y se masturbó
para que pudiera sentir su excitación. Eyaculó mientras yo miraba con ávido
interés. Sugirió que recogiera un poco con la mano y lo probara. Su semen era
como mis propias secreciones, no era diferente.
No realizamos el coito hasta pasados seis meses, porque yo no quería
perder mi preciosa virginidad, pero aprendí mucho sobre sexo oral, con el que
disfruto de lo lindo. Ahora ya no tengo amante, pero sí dos fantasías
predilectas que quiero compartir con el próximo hombre de mi vida:

1. Imagino que estoy esperando a que mi hombre llegue a casa porque


estoy muy caliente. Cuando oigo la llave en la cerradura, ya me he
desvestido y corro hacia él. No puedo esperar a que repose después de
trabajar porque he estado muy caliente todo el día. Le quito la ropa tan
rápido como puedo mientras él se queda de pie perplejo. Se lo quito
todo menos los calzoncillos (siempre calzoncillos) y compruebo que la
tiene dura. Lo beso apasionadamente y restriego su entrepierna hasta
conseguir la plena erección. Le urjo a que se tumbe en el suelo de la
sala de estar conmigo y me folle a través de la abertura de sus
calzoncillos. ¡Me encanta!
2. Mi hombre ha estado fuera con los «chicos» el fin de semana, de
camping, pescando, o algo parecido, y no han cogido nada, así que está
muy, muy enfadado. Le he preparado su plato favorito (a mi antiguo
amante le gustaba el bistec poco hecho, una patata asada con mucha
nata agria, una ensalada con vegetales frescos y Coca-Cola). Le enseño
la comida y le pido que se siente para poder «servirle». Le pongo la
comida delante y le digo que tengo algo más que quiero darle.
Mientras engulle esta deliciosa comida le explico que quiero

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arrodillarme bajo la mesa y mamarle la polla. Él está de acuerdo y
empezamos. Al poco rato ya no puede aguantar más y quiere follarme,
así que deja de comer. Dejo de chupársela y le digo que debe terminar
toda la comida que he preparado especialmente para él, porque si no,
no le mantendré la polla dura. Sigue comiendo y yo le lamo el capullo,
la polla y los testículos. Finalmente acaba la comida y se recuesta
sobre la silla para mirarme. Me levanto, me siento en su regazo,
dándole la cara, recibo su polla dura dentro de mí y empiezo a
moverme arriba y abajo hasta el frenesí y el orgasmo. (No sé si sería
tan fácil en una silla, pero lo intentaría.)

Quisiera decir para terminar que no pienso en ningún hombre o pene


en concreto cuando me pongo a fantasear, sólo se trata de un chico fijo
que está loco por mí y me quiere con ternura. No me dedico a mirar
entrepiernas porque sé que todos los chicos tienen una polla y que
algún día algún chico por el que estaré loca tendrá una polla sólo para
mí.

Elaine
He tenido fantasías sexuales desde siempre, hasta donde puedo recordar, y
tuve mi primera experiencia memorable cuando jugaba con la manguera a la
edad de cuatro años. A partir de aquella agradable sorpresa fui progresando
hasta llegar a los juegos acuáticos en la bañera, pero era consciente desde el
principio de que mis padres lo desaprobarían. Ellos siguen siendo muy
mojigatos y dan la impresión de que el sexo, excepto en un puritano estado
marital, es completamente amoral. Este tipo de educación ha contribuido
quizás a formar mis tendencias sexuales más salvajes e intensas. Quizá sea mi
deseo por rebelarme del modo que ellos más reprobarían.
Tengo treinta y cuatro años, estoy casada desde hace doce y tengo tres
hijos. Soy una maestra de escuela pública retirada. Mi marido no admitiría
tener fantasías sexuales más allá del sexo oral y de follar. Tampoco puedo
contarle mis fantasías más salvajes, ¡por temor a asustarlo! No creo que le
gustara saber que quiero follar con otros hombres. Fui virgen hasta los
dieciocho y sólo con él me he pegado el lote y he follado, así que, después de
dieciséis años de tenerlo sólo a él y su falta de imaginación, ¡tengo muchas
fantasías! Esto le heriría y le volvería aún más celoso de lo que es. También
tengo miedo de que deje de hacer el amor conmigo por esta causa. Yo
siempre estoy caliente y dispuesta a follar o a intentar cualquier novedad, y él

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es siempre el mismo tipo familiar y predecible a quien le gusta la misma vieja
y predecible jodienda («zis, zas, gracias, señora»). En mi opinión, la variedad
es la clave del sexo, y toda la que tenemos nosotros es gracias a mi
insistencia. Nunca he tenido un amante, pero si no fuera por mi temor a las
represalias divinas, ¡tendría uno en menos que canta un gallo! (Gracias, mamá
y papá, lo hicisteis de maravilla conmigo; tengo conciencia y ¡ojalá no la
tuviera!)
Uno de los temas de mis fantasías es el de ser follada por animales, que
me permiten mostrar una desinhibición tan total en el sexo como la que ellos
muestran. He dejado que me chuparan el coño y el ano, y he chupado la polla
de un perro en un intento fútil de que se excitara lo bastante para desear
follarme. Le hice rodar sobre el lomo, descubrí su pene y lo chupé y lamí
hasta que mis jugos corrieron piernas abajo en mi deseo de follarlo. El animal
disfrutó con mi atención, pero no captó el mensaje de follarme, así que
finalmente me monté a horcajadas sobre él y deslicé su pene dentro de mi
coño, cabalgándolo como una posesa. Alcancé el orgasmo, pero fue más por
imaginación que por la verdadera sensación de una polla de perro follándome.
En mis fantasías me imagino en una sala de exhibición para experimentos
científicos, donde se me dice que incite a un gorila macho a que me folle para
poder rodar un documental sobre el tema. Me dejan desnuda en una
habitación, que es como una jaula del zoo. El gorila me contempla, tomando
mi desnudez por cosa natural. Yo me pongo en cuclillas y me acerco
centímetro a centímetro. El parece reaccionar a esa posición, así que me doy
la vuelta y levanto el culo para que vea mi coño por detrás. Lo miro por entre
las piernas y veo cómo extiende un dedo para tocar y probar mi coño. Se
huele el dedo y se lo lleva a la boca para probar mis jugos, luego me toca otra
vez con interés creciente. Yo permanezco quieta, pero le observo meter la
cabeza entre mis piernas dobladas para mirar mi coño más de cerca y olerlo.
Me toca repetidamente y chupa mis jugos como hurgando en un pote de miel.
Veo que su enorme y peluda polla se pone cada vez más dura y erecta, y
cuando me chupa el coño y me mete la lengua en la raja, estoy a punto de
querer gritar: «¡Fóllame, por favor, fóllame!» Pero no digo palabra porque sé
que podría asustarse y hacerme daño, o arruinar el experimento. Alrededor de
una docena de científicos nos contemplan desde el otro lado del espejo,
tomando notas y asintiendo con la cabeza cuando el primate me coge por la
cintura desde atrás y se lleva mi coño hasta la cara. Chupetea y lame mi coño
como si nunca fuera a tener bastante. Finalmente, ojeo el reloj de la pared
exterior y veo que ha estado chupando y lamiendo mi agujero durante más de

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dos horas, durante las cuales me he corrido una y otra vez hasta quedar
agotada. Los científicos anotan la tremenda erección del primate que es de
treinta centímetros de largo y cinco centímetros de diámetro. Hago una señal
de que me gustaría hacer una pausa para ir al lavabo, pero los doctores temen
que el gorila se ponga frenético si me voy cuando está tan excitado. El gorila
ha sido incapaz de aparearse con una gorila hembra por sí solo, y están
tratando de enseñarle cómo hacerlo, usándome como sustituta. Sacarán su
semen de mi vagina y lo inseminarán en una gorila hembra, si el experimento
tiene éxito y me folla. Yo soy muy profesional y adoro mi trabajo, así que
comprendo que debo aliviar mi necesidad como pueda con el gorila
abrazándome y metiéndome la lengua en la vagina cada pocos segundos.
Necesito mear urgentemente, así que decido dejar caer un chorrito la próxima
vez que el primate saque la lengua de mi coño. Al dejar caer unas pocas gotas
sobre el suelo me escuece la zona genital y comprendo que el gorila me ha
chupado los labios del coño hasta irritarlos, pero veo su polla erecta y sé que
cuando me folle lo recordaré el resto de mi vida. A medida que aumenta el
charco de pipí, el gorila empieza a husmearlo y a observar cuidadosamente
entre mis piernas para ver de dónde sale. Cuando sale el último chorro me
chupa con cuidado el pequeño agujero de mear y me limpia la orina. Me iza
con un brazo y me lleva a una esquina de la habitación, ocultándome a los
científicos y a la cámara. Sé que debo cambiar de posición para que todos
puedan ver mi coño cuando el gorila me penetre. También sé que debo
lubricar de algún modo ese enorme pene y mi coño, o la penetración no tendrá
la menor posibilidad de éxito. En la pared se ha dispuesto una abertura
especial llena de pomadas al efecto, y un técnico del laboratorio espera al otro
lado para ayudarme y para fotografiar primeros planos de mi vagina tal como
esté después de que el gorila haya terminado las primeras etapas del juego
amoroso. Me acerco más a la pared y el gorila me sigue, sin apartar los ojos
de mí. Se queda observando mientras la abertura similar a una ventana se
desliza para permitir al ayudante meter las manos en la habitación al tiempo
que yo le presento mi culo. (El ayudante de laboratorio, Sandy, es un mocoso
que me ha deseado desde que llegó y que odia la idea de que yo deje que el
gorila me folle y me coma, pero empieza a tocarme y a lubricarme para la
acometida del gorila, y se aprovecha de ello.) Suave y delicadamente me unta
el coño con la pomada cálida y de olor afrutado, y la extiende por el pubis y el
ano. ¡No puede evitar meterme el dedo enguantado en el ano y acariciarme el
clítoris bajo el pretexto de prepararme para el experimento! El gorila no se ha
entretenido demasiado en mi clítoris ni en mi ano, y yo me siento relajada,

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mientras me pregunto cuántos dedos usará Sandy antes de acabar con la
paciencia del gorila. El gorila sigue observándome y ha empezado a
masturbarse lentamente. Los científicos están muy ocupados anotando este
dato, así como observando un monitor en el que se muestra un primer plano
del pene del gorila, con una ventana en la que se muestra un primer plano de
mi coño abierto.
Sandy ha metido tres dedos lubricados suave y lentamente en mi ano y los
hace girar en círculos. Me doy la vuelta y me levanto muy despacio, oprimo
mi pubis contra la abertura en la pared. Sandy sumerge rápidamente su boca
en mi clítoris y lo lame con la lengua. Yo siento su saliva caliente
corriéndome por los labios del coño, mezclándose con la pomada desde el ano
hasta la línea superior del vello púbico. Sé que Sandy tendrá problemas por
haberme comido y tocado el coño para su propia satisfacción durante un
experimento de tal magnitud, ¡pero odio hacer que se detenga! Veo la luz roja
de aviso encima de mi cabeza que me indica que debo volver a mi incitación
del gorila, el cual se acerca arrastrándose hacia mí con la erección más grande
que nunca he visto. No sobrepasa los treinta centímetros de antes, pero ha
alcanzado los siete centímetros y medio de diámetro ¡y da la impresión de
tener un par de pequeños cocos en lugar de pelotas! Empiezo a temerlo, pero
no debo demostrarlo o podría hacerme daño. Vuelvo a ponerme en cuclillas,
le presento mi culo y veo agrandarse sus ojos cuando descubre el coño. Ya no
vacila, sabe lo que quiere y va a por ello, babeando, con su atributo
sobresaliendo en todo su esplendor de macho. Los científicos contienen la
respiración cuando el primate me alcanza y me abre el coño con los labios y
la lengua, y me lo come con renovado vigor. Cuando su nariz topa con el olor
frutal, sin embargo, se queda confuso y empieza a pellizcar y morder, y luego
a mordisquearme el ano. No me hace daño, pero estoy asustada al tiempo que
excitada cuando mete su lengua en mi ano donde los dedos de Sandy han
untado la pomada con aroma frutal. Los científicos discuten este giro
inesperado de los acontecimientos y anotan que comer el ano no es usual en
los gorilas.
En este momento estoy excitada hasta tal punto que quiero sentir esa gran
polla en mi coño, sin importar lo que tenga que hacer para que me folle. No
obstante, no tiene la menor idea de lo que hacer con esa parte, así que tendré
que guiar su verga si quiero que se produzca un apareamiento. Busco y
localizo su polla, cogiéndola suave pero firmemente. Al notar esa nueva
sensación deja de comerme y chuparme la entrepierna y espera a ver lo que
hago. Cojo la pequeña bolsa de vaselina que me ha dado Sandy y empiezo a

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untar su capullo tan espesamente como puedo. También paso rápidamente la
mano por mi coño para conseguir una mayor oportunidad de penetración. El
gorila está sentado y yo me doy la vuelta para montar sobre él a horcajadas,
esperando poder alcanzar su polla y utilizar el peso de mi cuerpo para meterlo
dentro de mi coño. Extiende el brazo y me acaricia el clítoris; luego se inclina
para mordisquearlo suavemente. Le dejo que chupe la pomada frutal antes de
coger su pene con ambas manos y menearlo. Gruñe y arquea la espalda y yo
consigo alcanzar también sus testículos. Él está preparado y yo también y,
ante un gesto de asentimiento de los científicos, desciendo el coño hasta la
punta de su polla, frotándola con la raja de mi coño. Noto su fluido lubricante
saliendo de la punta de su pene, ¡y empiezo a empujar su gran polla dentro de
mi coño! Debo trabajar despacio y gradualmente mientras me concentro en
relajar los músculos del coño para poder recibirlo. Él está muy quieto, pero
noto su tensión y su gran poder. Su polla me está llenando y mi coño está tan
caliente que estoy más ansiosa que nunca de que me folle. Me asombra sentir
mi coño extendiéndose para recibir la enorme polla del gorila, sin desgarrarse.
La sensación de sentirme tan completamente llena me hace sentir como si el
gorila y yo nos estuviéramos fundiendo en un solo ser en lugar de dos. Su
polla es demasiado larga para que yo pueda abarcarla completamente; ya he
alcanzado el máximo que puedo contener, así que comienzo a empujar sobre
su pene, dentro y fuera, dentro y fuera. Los científicos vitorean y aplauden y
se felicitan entre ellos por el éxito de mi polvo con el gorila. Estoy teniendo el
polvo de mi vida y lo sé, ¡así que no me sorprende que el gorila también lo
disfrute! Tras quince o veinte minutos estoy exhausta, pero el primate aún no
se ha corrido dentro de mí y sé que debo seguir cabalgándolo hasta que se
corra. Mi coño está muy mojado e irritado, así que decido cambiar de
posición. El gorila cree que intento escapar de él y me coge por detrás
haciéndome caer de rodillas. Sus manos han encontrado mis pechos y los
aprieta en su pasión por abrazarme a él y satisfacer su lujuria. La cámara se
está quedando sin película y los hombres están recargando una segunda y una
tercera cámara por si acaso seguimos follando durante varias horas. Estoy
exhausta, pero me siento más mujer que cualquier otra sobre la tierra, y estoy
orgullosa de mí misma por el trabajo cumplido. El pene del gorila palpita con
fuerza cuando su semen fluye a grandes borbotones en mi coño. Sonrío y me
concentro en sentirlo dentro de mí, sabiendo que ésta es la recompensa que
los científicos esperan ansiosos. Satisfecho ahora, el pene del gorila se reduce
y éste lo saca, lamiendo con suavidad mi coño hinchado, húmedo y lleno de
su semen. Su lengua me produce una sensación sumamente agradable en mi

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coño escocido, pero estoy más allá de la excitación sexual y es más bien como
una limpieza cálida y reconfortante después de una follada muy satisfactoria.
El gorila se aleja un poco, tras pasar un rato lamiéndome el coño, y se queda
dormido en su rincón. Sandy entra, me levanta y me lleva a la habitación de al
lado, donde los científicos y médicos esperan para sacar el semen del gorila y
utilizarlo para fecundar a la gorila hembra. Cuando terminan, Sandy me da
una ducha y un enema para limpiarme todas las secreciones del gorila, y
luego me doy un agradable y cálido baño. Estoy demasiado cansada para más
sexo, y supongo que tendré el coño irritado durante unos cuantos días, pero le
agradezco a Sandy sus cuidados ¡y le prometo llamarle la próxima vez que
esté caliente! Vuelvo a casa ¡y me meto en la cama tan satisfecha!

BUENA MADRE, BUEN ORGASMO


A un hombre le gusta yacer sobre el pecho de una mujer. Siendo
abrazado, amamantado, incluso acunado, el hombre más inquebrantable
puede distender su férreo autodominio y permitirse ser arrullado para volver a
ese tiempo infantil que conlleva un placer sexual especial y primitivo. A una
mujer le gustaría abrazarlo durante más tiempo, disfrutando por su parte de la
sensación de poder, pero una vez satisfecho, el hombre se aparta. Por dulce
que sea estar en los brazos de una mujer, todo hombre recuerda que alguna
vez un pecho-mujer ejerció un control total sobre él. Si se rinde unos instantes
más, puede perder su fuerza, su condición superior. La mujer suspira, le deja
ir, sintiendo que su poder se va con él, sabiendo que debe resignarse de nuevo
a esperar y esperar a que el hombre vuelva a su pecho, a su control.
¡No más espera!, gritan estas mujeres. ¡No más amamantar ni acunar,
excepto bajo nuestras condiciones! ¡No más fingir que el poder de la madre
(de la mujer) no es el verdadero poder! ¡No más fingir que nuestros pechos y
úteros, adonde vuelven los hombres durante el acto sexual, absorbidos por los
músculos vaginales, no son realmente el principio de todo poder! Estos son
tiempos nuevos, caballeros, y ha llegado el momento de cuestionar el sexo
patriarcal, sociorreligioso-misionario… al menos en la fantasía.
Estas exploraciones eróticas del dominio maternal no se dieron en Mi
jardín secreto, porque del poder de la «Diosa Madre» apenas se empezaba a
hablar en los años setenta. No fue hasta que las mujeres obtuvieron permiso
—a través de las voces de otras mujeres, que afirmaban que era correcto usar,
e incluso hacer alarde, del dominio de la Madre Tierra sobre los hombres—

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que este afrodisíaco particular se transmitió a los sueños eróticos de las
mujeres.
Para esta revalorización y celebración de la belleza y poder del cuerpo
femenino fue fundamental que las mujeres se aceptaran físicamente unas a
otras sin vergüenza. Cuando las feministas degradaron el pene como la fuente
de todo poder sexual, los ojos de la mujer se abrieron a las posibilidades
eróticas de sus propios cuerpos. Las mujeres centraron su total atención en su
propia saciedad, un ansia erótica oral que puede seguir infinitamente y que,
por supuesto, es uno de los motivos por los que los hombres retrocedieron
ante la idea de celebrar a la multiorgásmica «Diosa Madre». Ahora las
mujeres quieren que sus hombres reconozcan dónde empieza el poder y de
quién dependen para obtener la vida y el orgasmo. Acarician a los hombres
con sus pechos y juegan al bebé bueno/bebé malo con sus secreciones dadoras
de vida; alternando besos con azotainas, enseñan a los hombres a follar y a
chupar; ocasionalmente tratan, como Jane, «de atraerlo hacia mi útero»,
oprimiendo y acariciando desde dentro.
En su mayoría son amables; lo hacen «por su propio bien». A menudo
parecen niñas pequeñas con sus muñecas. Tiempo atrás, cuando la mujer era
una niña y mamá la había castigado, ella reproducía la escena con la muñeca,
jugando a la mamá buena o la mamá mala frente a la muñeca que simbolizaba
a la hija. Hoy, la mayor parte de esas mujeres están escribiendo la historia de
nuevo, jugando a ser mamás y recordando el tiempo en que su propio destino
estaba en manos de sus madres; o reproducen el recuerdo del abuso sexual
que hombres o mujeres sufrieron en la infancia. Cualquiera que sea el
doloroso recuerdo infantil, en estas fantasías de jugar a la «directora de la
guardería» frente al hombre-niño dependiente, mágicamente todo se vuelve
correcto (y orgásmico) en su papel de madre benevolente.
El encanto de la fantasía consiste en que lo controlan todo. Escriben el
guión, diseñan los decorados, seleccionan y dirigen a los actores, y siempre
son las protagonistas. No se produce nunca el fracaso en la noche de estreno
porque también son la crítica que dictamina: ¡Aplausos! ¡Orgasmo!
Algunas mujeres disfrutan viviendo sus fantasías en la realidad. El papel
de la «buena madre» dominante les sienta perfectamente y no tienen
problemas para encontrar a hombres reales, normalmente más jóvenes, que
también disfrutan de una relación en la que la mujer tiene el poder maternal.
«Por primera vez en mi vida estoy ejerciendo el poder sobre un hombre —
se exalta Theresa, una antigua monja que siente un agudo resentimiento
contra el sistema patriarcal—. Le aseguro que ha llegado el poder de la mujer

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y que será mejor que aprenda a aceptarlo.» Su fantasía es muy directa:
«Demostrar claramente a mi amante que yo soy quien manda, y luego
“hacerle de madre”. Parece la fantasía perfecta para la cercana era feminista.»
En mi investigación sobre las fantasías sexuales de los hombres, los dos
temas más populares eran ser seducidos por una mujer explosiva y el castigo-
humillación a manos (en realidad a los pies) de una mujer dominante. Sin
embargo, estas fantasías proceden de una época diferente, de cuando las
mujeres explosivas y agresivas no rondaban los pasillos de las oficinas, no se
sentaban junto a un tío durante la cena o encima de él en la cama. En los años
setenta los hombres acudían a las prostitutas para obtener dominación-
humillación y pagaban con gusto por ello, porque sólo esa transacción
económica garantizaba al hombre que, cuando acabara su novedad erótica,
podría ponerse los pantalones y volver a su status quo, es decir, arriba.
A pesar de que los hombres que aparecen en mi libro Men in Love puedan
haber deseado en sus sueños que una mujer los domine, no puedo evitar
recordar el viejo proverbio: «Ten cuidado con lo que deseas, no sea que todos
tus deseos se conviertan en realidad.» Pero no debería apresurarme a sacar la
conclusión de que todos los hombres se sentirán intimidados por estas
mujeres que quieren infantilizarlos. Johana, por ejemplo, está impaciente por
convertir en realidad su fantasía de amamantar, bañar y ponerle el pañal a su
marido hasta ese momento de éxtasis en el que «le abro el pañal, descubro
que es un hombre y se lo digo». Cuando su ausente marido lee su fantasía en
una carta, ¿se siente trastornado? En absoluto. Se muere de ganas por volver
de su viaje de negocios y meterse en el pañal. ¡Ah, la maravillosa complejidad
de la naturaleza humana!
Que a algunos de nosotros, hombres y mujeres, nos excite la idea de un
tierno infante despertado a la vida erótica por una amante mamá, no debería
sorprender a nadie. ¿Acaso no empezamos todos nuestra aventura sexual con
la misma rigurosa disciplina maternal?

Jane
Tengo cuarenta y tres años de edad, estoy en trámites de divorcio del que
ha sido mi marido durante veintidós años, y soy madre de tres hijos.
Tengo un título universitario de una profesión relacionada con la salud y
estoy estudiando para obtener un segundo título en psicología experimental
del comportamiento. Mis mayores aficiones son el periodismo, la fotografía y
las artes gráficas.

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Apenas me masturbo ya, me he estado viendo con mi amante al menos
una vez a la semana en los últimos siete años y nunca he experimentado nada
parecido a un orgasmo con ningún hombre, ni siquiera con mi marido.
He tenido siempre una gran creatividad para la fantasía. Cuando mi madre
me leía la historia de Jasón y el Vellocino de Oro, yo me masturbaba mientras
imaginaba a un espléndido joven de cabellos dorados. Después de ver una
película sobre una esclava me imaginaba a mí misma atada a mi cama y
asediada por algún jeque (o lo que fuera) «contra mi voluntad». En mis
tempranos días escolares, a mi madre le asombraba que rompiera la parte
delantera de las bragas con tanta facilidad… Me las metía por la raja y me
frotaba de arriba abajo suavemente (o no tan suavemente cuando me excitaba
de verdad) para estimularme durante mis ensoñaciones diurnas en clase,
imaginándome a mí misma volando mientras experimentaba increíbles
sensaciones.
La verdad es que obtenía muy poco de mis relaciones sexuales con los
hombres; parecían moverse demasiado rápido para permitirme evocar las
sensaciones que yo había aprendido con el tiempo a asociar con el orgasmo.
Estaba convencida de que mi temprana devoción por la autoestimulación era
la causa de mi «frigidez», pero me imaginaba que el mal ya estaba hecho y
que tendría que vivir con él.
De todos modos, una de mis fantasías de los días escolares se repetía, y yo
la había adornado a lo largo de muchos años, hasta que consiguió provocarme
orgasmos muy intensos. Se desarrollaba durante un ritual tribal africano en el
que los jóvenes llegan a la edad adulta iniciando su hombría en una ceremonia
secreta, en la que, atada a un altar (de una forma muy semejante a la postura
que se adopta en una silla de ginecólogo), yo soy el objeto de su lujuria.
Puesto que estoy atada, soy susceptible de sufrir daño, y sé que me matarán si
no coopero, tengo dos opciones: sujetarlos tan fuertemente que no puedan
penetrarme con total intensidad, o atraerlos con la presión y las caricias de mi
vagina como hubiera hecho con las manos y la boca. El último joven en
realizar el ritual es el «superdotado» hijo del jefe. Sé que puede hacerme
mucho daño si le dejo que me penetre totalmente, así que le aprisiono el
capullo con tanta fuerza que no tiene más alternativa que correrse en un
orgasmo magnífico que me arrastra con él. Naturalmente, como no quiere
perder la fuente de tanto placer, me conserva como suya.
Esta fantasía me llevó finalmente a que me atreviera a acostarme con un
hombre negro. De hecho, tuve el primer orgasmo con un hombre cuando
conseguí convencerlo de que moverse a mi ritmo en lugar de acometerme con

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fuerza indiferente valdría la pena. En cualquier caso, casi tan pronto como
empecé a tener orgasmos fácilmente con él, mi fantasía del ritual en la jungla
se vio reemplazada por otra nueva.
En esta ocasión, me convierto en una especie de Madre Tierra versada en
los paganos «misterios de las mujeres», que tienen relación con la vida, la
conciencia cósmica, etcétera. Cuando hacemos el amor, atraigo el sexo de mi
amante hacia mi interior, tan profundamente como puede penetrarme. Cubro
el capullo de su pene con miel de una fuente especial que tengo en la vagina,
volviéndolo extremadamente dulce, suave y resbaladizo, de manera que la
sensación será sutil y envolvente. Mi amante se convierte de alguna manera
en «todos los hombres» cuando empiezo a atraerlo hacia mi útero. Cuando
intenta penetrarme por completo, yo sujeto su capullo con tanta intensidad
que él puede sentir mi pulso latiendo sobre él como pequeñas caricias.
Alternativamente, me abro de forma tan incitadora que, a pesar de que él
desea retroceder, no puede hacer otra cosa que meterse aún más
profundamente dentro de mí. Empiezo a atraerlo hacia el cuello de mi útero
en oleadas, tirando de él, sometiéndolo al poder de la hembra, utilizado por
todas las mujeres desde al albor de los tiempos. Al tiempo que él siente que
pierde el control, nos corremos de forma simultánea y magnífica. Cuando
finalmente me deja, lo imagino «nacido de nuevo». Nunca le he contado a mi
amante lo que imagino mientras hacemos el amor, porque no quiero asustarlo,
pero, asombrosamente, varias veces ha gritado «¡Oh, no, mamá!» o sólo
«¡Mamá!» cuando alcanza el orgasmo.

Beatrice
Tengo diecinueve años, estudio la especialidad de psicología en la
universidad y soy bastante atractiva (recibo montones de segundas miradas,
silbidos y proposiciones), aunque no deslumbrante. Tengo intención de
convertirme en terapeuta sexual y también soy feminista, pero creo que
también los hombres tienen mucho que ganar si ayudan a conseguir la
igualdad de los sexos, y no me gusta herirlos o acusarlos injustamente para
ayudar a las mujeres a avanzar. Mis amigos dicen que soy una persona
considerada, sociable y sensible, y nunca he hecho daño a nadie a sabiendas.
En mis fantasías no provoco dolor en mi amante, tan sólo disfruto
controlándolo todo.
Me masturbo desde que llevaba pantalones de chándal cuando era
pequeña y, después de que me enseñaran que era «malo», continué en

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privado. Empecé por frotarme el clítoris, con los dedos y con pequeños
juguetes, y más recientemente comencé a usar objetos para penetrarme.
Cuando era adolescente recuerdo haberme enfadado por el hecho de que
algunas mujeres sufran dolor durante su primer acto sexual, hasta que me
enteré de que un ginecólogo podía cortar el himen previamente si era
necesario. Luego leí también que podía ser ensanchado lentamente y sin dolor
por la propia mujer, así que lo hice. Empecé por objetos pequeños (tampones)
que deslizaba al interior de mi coño con facilidad, y luego proseguí con
objetos mayores. Nunca experimenté dolor alguno. Cuando utilizo objetos por
mero placer, prefiero formas fálicas más cortas y gruesas; creo que un
diámetro mayor me excita más el clítoris. ¡Los pepinos gruesos y firmes son
ideales! Supongo que técnicamente soy todavía virgen, porque nunca he
hecho el amor con un tío. Las relaciones prematrimoniales van en contra de
mi religión, aunque es una regla difícil de cumplir. Cuando me case pienso ser
una compañera sexual muy activa y agresiva.
Tengo fantasías sexuales muy a menudo, a veces incluso durante el día
(por ejemplo, cuando se supone que estoy tomando apuntes durante una
clase). Pero tengo buenas notas y unas relaciones fantásticas con las personas
que me rodean. A lo largo de mi vida he tenido fantasías con muchos hombres
diferentes, pero prevalece ahora mi favorito. Es un cantante en la vida real y
tengo los más increíbles orgasmos cuando folio con él en mi imaginación,
mientras sus canciones llenan la habitación sonando en el equipo estéreo.
Realmente es un hombre dulce, sensible, a menudo tímido, atractivo y
brillante; alto, delgado y enormemente sexy. Yo también soy alta y en mis
fantasías él es unos centímetros más bajo para adaptarse justo a mi estatura.
Cuando fantaseo es como en una especie de serial que retomo un día donde lo
dejé el anterior. Algunas veces me aburro y «cambio de cadena», pero el
nuevo «espectáculo» siempre lo tiene a él como protagonista y así él siempre
me pertenece.
Aquí está:
Sea cual sea el lugar, suelo poner a mi hombre en una situación en la que
es, o bien un esclavo, o un criado, o un miembro de una clase inferior. Lo
encuentro o compro en un estado lamentable. Lo han golpeado, violado,
matado de hambre, prostituido y humillado extensamente antes de conocerlo
yo. Imagino brevemente que varias mujeres lo han violado brutalmente y
sodomizado con palos. No me entretengo en ello porque odio el dolor real y
tengo miedo de verlo en su rostro. Lo que quiero es dominar. Está temblando
y asustado cuando lo llevo a casa. Trato de reconfortarlo y darle confianza,

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hablándole con suavidad mientras lo baño y le vendo las heridas. Él grita y
me suplica que no le ponga una lavativa ni le toque los genitales, porque lo
han violado cruelmente, pero sé que si no le pongo la lavativa lo pasará peor.
Así que lo sujeto tiernamente sobre mi regazo y lentamente deslizo la cánula
por su ano. Él solloza y se retuerce, pero yo lo sujeto y él acaba por
someterse. Cuando la botella está vacía lo llevo hasta el lavabo y lo coloco
sobre el retrete y él se aferra a mis piernas cuando el agua sale a chorros.
Durante la noche lo alimento, lo visto y lo acaricio hasta que se queda
dormido en mis brazos. Incluyo muchos detalles y puedo pasar horas
cuidándolo, tratando de lograr que confíe en mí. Siempre es obediente,
aunque con cierta reticencia al principio porque aún me tiene miedo. Yo soy
bondadosa pero firme, y él sabe que me pertenece, así que se somete a mis
deseos.
Los días siguientes los paso comprándole ropa, llevándolo a médicos,
etcétera. Los médicos son siempre mujeres y él odia esas visitas,
especialmente los exámenes de semen y ano. Me ofrecen otra oportunidad de
abrazar su cuerpo tembloroso y disipar sus miedos. No trato de tener
relaciones sexuales con él porque sé que sus pasadas experiencias con la
prostitución y haber sido violado aún lo atormentan. Yo realizo avances
progresivos durante varios días, al principio abrazándolo y acariciándolo,
luego besándolo y mimándolo. Una noche empiezo a hacer avances mientras
lo abrazo en la cama y él cree que me detendré en el mismo sitio que la noche
anterior. Pero al comprobar que no lo hago, empieza a llorar y me suplica que
no haga «eso». Yo continúo, pero él se pone histérico, así que me detengo y le
consuelo, diciéndole que esperaré hasta que esté preparado. La noche
siguiente me dice entre lágrimas que está preparado si lo deseo. La verdad es
que él aún está terriblemente asustado, pero sabe que puedo hacer lo que
quiera con él legalmente y, puesto que he sido tan buena, se siente culpable
porque yo he ignorado mis propias necesidades por su causa. Por tanto,
aunque está todavía asustado, empiezo a hacerle el amor.
Me detengo largo tiempo en besarle y mordisquearle rostro, cuello, orejas
y pecho, y, por fin, meto la lengua en su boca. Me muevo lentamente para no
sobresaltarlo. Aún llora y admite que, no sólo cree que le hará daño, sino
también que no es capaz de darme placer. Yo le aseguro que seré muy suave y
que si se relaja y hace lo que le digo me complacerá. Le quito los pantalones
cortos y la camiseta y lo beso por todas partes. A través de las lágrimas se
escapan de sus labios leves suspiros y jadeos. Está tumbado sobre la espalda,
quieto, y yo me muevo sobre él, lamiendo y chupando de nuevo su cuello y

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sus orejas mientras sujeto firmemente su cabeza hacia atrás. Luego bajo la
boca a lo largo de sus costillas y su estómago y, finalmente, entre sus piernas.
Las separo y le lamo el interior de sus suaves muslos y los testículos, y luego
me meto en la boca su polla dura, chupando lenta y deliberadamente. Él gime
y susurra mi nombre una y otra vez. «Oh, Beatrice, por favor no…» Quiero
que me avise cuando sienta que va a correrse porque quiero estar follándolo
cuando ocurra. Cuando me lo dice entre jadeos, me pongo encima de él y
hundo mi coño goteante en su polla, moviéndome arriba y abajo y
oprimiéndola rítmicamente. Volvemos a darnos un beso de tornillo y, al
tiempo que yo me corro varias veces, siento que él se arquea y se agarra con
fuerza a mi cuerpo. Sus gemidos y jadeos se hacen más intensos y, cuando
grita en el orgasmo, yo lo beso con fuerza. Mi coño le chupa fieramente la
polla dejándola seca, y él me da todo lo que tiene. Nos corremos de nuevo y
yo continúo amándolo durante toda la noche. A la luz del amanecer, él yace
desnudo en mis brazos y se siente seguro por fin.
Tras nuestra primera noche de sexo sigo siendo bondadosa con él, pero
menos moderada. Le enseño cómo contener su eyaculación hasta que yo
desee que la libere y ocasionalmente tengo que darle una patada en el culo
desnudo para que lo intente con mayor ímpetu. Finalmente, se conviene en un
experto en la materia, así como en chuparme las tetas y el clítoris exactamente
como yo le he enseñado. Aún se muestra tímido, pero quiere complacerme
desesperadamente. Follamos en docenas de sitios y horas del día diferentes:
durante el desayuno, en la piscina, en el jardín, en la bañera, incluso en un
probador mientras le ayudo a probarse varias prendas. Lo tomo siempre que
lo deseo. De vez en cuando le cuesta que se le ponga dura y llora,
avergonzado. Cuando esto sucede, le aseguro que aún le amo y pasamos al
sexo oral y a masturbarnos mutuamente (actividades en las que yo siempre
tengo el control). Le encanta ser dominado por alguien en quien confía, que
yo ponga disciplina en su vida, sabiendo cuánto lo necesito durante el acto
sexual y no sabiendo lo que podría ocurrir después. Comprende que yo nunca
le haría daño de verdad, pero algunas veces me desobedece y hace que le
azote fuertemente su pequeño trasero. A ambos nos encanta lo caliente e
intenso que es el sexo después de habernos excitado por los azotes que le he
dado.
Algunas veces soy muy ruda cuando lo folio y golpeo sus testículos con
demasiada fuerza. Después me preocupo por ser más suave que de costumbre
y se los chupo delicadamente. También me gusta meterle el dedo por el ano y
oprimir sus nalgas mientras nos corremos. Otras veces deslizo un vibrador por

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su ano y lo folio sin compasión. Al principio, el tamaño lo asusta, se pone
tenso y me suplica que no se lo meta a la fuerza. Pero le ato las muñecas a las
columnas de la cama y le obligo a subir las piernas hasta apoyar las rodillas
sobre el pecho; luego se lo meto lentamente centímetro a centímetro, siempre
bien lubricado. Es muy ruidoso siempre que le hago algo sexual. Además,
cuando fantaseo mientras escucho su música, y sus canciones alcanzan el
punto álgido, ambos explotamos en un frenesí orgásmico. Algunas veces lo
«alquilo» a otras mujeres, o a algún amigo masculino, pero siempre estoy
cerca para evitar que abusen de él.
Estas son sólo algunas de las muchas cosas que hago con mi tío favorito.
Me extiendo en detalles y mis fantasías son muy vívidas. Me encantaría poder
realizar ésta, pero ¡ah!, mi hombre es una celebridad y está fuera de mi
alcance.
Creo que es importante señalar que algunas mujeres fantasean sobre
dominar sexualmente a los hombres, igual que los hombres fantasean sobre
ser dominados. Nunca he imaginado una violación. La violación me enfurece,
pero comprendo las razones psicológicas por las que tanto hombres como
mujeres tienen esas fantasías.

Maud
Tengo treinta años, soy soltera y estoy loca por los hombres.
Hace unos cuatro años tuve un novio a quien le gustaba ponerse mis
camisones para dormir. Yo disfrutaba complaciéndole y cooperando con él,
así que le compré uno de una talla mayor para que le sentara bien. También
provocó mi propio interés latente por las «desviaciones» sexuales; ¡era algo
nuevo, diferente, excitante! Le compré además otras prendas femeninas.
Pronto llegué a tener un mayor interés por el travestismo que él mismo, y
después de que rompiéramos, busqué activamente otros travestidos más
auténticos. Sólo conseguí ponerme en contacto con ellos a través de anuncios
personales en publicaciones especializadas, pero lo hice. En su mayoría
estaban desesperados por encontrar una mujer que aceptara al menos su
desviación en el vestir, aunque no se sintiera excitada por ello. Después de
cuatro años de poner y contestar anuncios puedo disponer de una red de todo
tipo de amigos desviados de costa a costa, y algunos en el extranjero.
Pasé del travestismo al sadomaso (con dominio de la mujer) a través de
contactos con travestidos sumisos. Me costó un poco sentirme cómoda en el
papel dominante (me educaron para ser el ideal de la anticuada señora

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pasiva), pero ahora disfruto activamente y, bajo «seudónimo», soy muy
conocida en el mundo sadomaso.
Otra de mis actividades favoritas es el infantilismo (como «mami»). No
tengo hijos biológicos, pero poseo unos intensos sentimientos maternales y he
descubierto que el infantilismo es la solución perfecta. Muchos travestidos
(los sumisos en particular) son muy receptivos a los placeres de «jugar al
bebé», y también a mí me pone enormemente caliente, pues se trata de una
combinación única de la comodidad madre-bebé y de la total dominación.
Mis fantasías habituales se dividen en dos categorías: las breves y las más
elaboradas. Tiendo a emplear la categoría breve cuando me masturbo (me
gusta concentrarme en una o dos imágenes), pero las fantasías más complejas
las utilizo sólo cuando sueño despierta (siempre ampliándose, a medida que
las desarrollo, añadiendo y cambiando detalles todo el tiempo).
De las fantasías más largas he escogido la siguiente. No es la única en la
que imagino ser un vampiro, pero es la más erótica:
Los miembros de un coro de muchachos de fama internacional vivían en
una amplia y cómoda casa, no lejos de la catedral en la que solían cantar.
Había sido en esa catedral donde, un mes antes, me había enamorado del
muchacho de dulce expresión que pronto iba a ser mío. Era solista y desde el
momento en que oí su prístina voz infantil decidí poseerlo. Alto y delgado,
estaba a punto de entrar en la primera juventud y, sin embargo, no carecía de
gracia, como es tan usual a esa edad. Tenía una cabeza de ángel coronada por
las suaves ondas doradas de sus cabellos, y sus grandes ojos grises reflejaban
el inocente asombro con que contemplaba el mundo en torno suyo: la lujosa y
enérgica sociedad de la Viena de la década de 1890.
Yo buscaba cualquier oportunidad de verlo, preparando «encuentros
casuales» en la calle y también antes o después de las actuaciones del coro.
Sabía, cuando miraba sus ojos, que se sentía fascinado por mí (los mortales
estaban indefensos ante mi mirada) y que ya su sueño infantil se veía poblado
de extraños delirios. Luego empecé a visitarlo realmente por la noche,
mientras el resto de la casa dormía. Compartía una habitación en el piso más
elevado con otro de los chicos mayores. Mantener el sueño profundo de su
compañero de habitación era una mera orden de mi voluntad, tras lo cual me
sentaba junto a la cama de mi favorito y lo contemplaba mientras dormía. Le
permití que se despertara brevemente, pero había soñado conmigo tan a
menudo que encontrarme allí apenas lo sobresaltó. Le hablé dulcemente,
acaricié su rostro y besé sus labios virginales con los míos. La escena se
repitió varias noches hasta que, por fin, llegó el momento de la culminación.

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Contemplé al chico desde los pies de su cama por última vez. Imágenes de
todo lo que había ocurrido anteriormente me pasaron rápidamente por la
mente. Nunca más tendría que vagar por las calles en su busca. Después de
esa noche él sería parte de mí, viviendo a través de mí y por mí.
Me acerqué a él y se agitó espasmódicamente. Su ceño se frunció estando
aún dormido, y sus finos labios formaron a medias un sonido que no pude
descifrar. Me senté en el borde de su estrecha cama y acaricié su suave mejilla
y su garganta. Sus pestañas (excesivamente largas para un chico) se agitaron,
y sus ojos se abrieron. Sus exquisitos rasgos mostraron su confusión, pero
entonces, al tiempo que me miraba a los ojos, volvió a reclinar la cabeza
sobre la almohada y me tocó la mano que yo mantenía sobre el pulso de su
cálida garganta. Su mirada no se apartaba de mi rostro, y la unión de nuestros
ojos intensificó su pulso. Vi en su rostro un fuego que él notaba agudamente
pero apenas entendía. Me apartó la mano de su garganta y la oprimió contra
su boca. Me moví para acercarme más a él y desabrocharle la camisa de
dormir, notando el contraste entre la prenda fuertemente almidonada y su
delicada piel y su esbelto cuerpo andrógino. Las pupilas se le dilataron hasta
hacer desaparecer el gris de sus ojos. Extendió las manos para tocarme los
hombros, la cara, el cabello; al principio titubeante, luego con avidez. Estaba
borracho de esta nueva sensación, no como «víctima», sino como un
participante voluntario en un rito cuyo significado tan sólo empezaba a
adivinar.
En los últimos tiempos la frontera entre el sueño y la realidad se había
vuelto borrosa para él, a medida que las extrañas imágenes que le inquietaban
cada día más se habían intensificado. Ahora se sometía totalmente a mi
mundo, en el que sueño y realidad eran uno. No temía mi carne blanca y fría
ni mis afilados dientes. Tan ingenuo era este chico enamorado que no tenía la
menor idea de lo que seguía a un beso y había aceptado sin dudar lo que
hubiera aterrorizado a un adulto.
Sus delicados dedos sobre mi pecho eran vacilantes como una suave brisa.
Al contemplar su pulso sobre la fina y pálida garganta percibí las venas azules
bajo la superficie de la piel y oí su respiración haciéndose más rápida. La
pasión me inundó; me puse encima de él y le besé la boca carmesí. Él gimió y
me envolvió con sus brazos, devolviéndome los besos. Levanté los brazos y
me saqué las horquillas que me sujetaban el pelo, dejando que cayera a ambos
lados de su cara y sobre la almohada. Como él había soñado tantas otras
noches, enterró su rostro en la masa de reflejos rojos y dorados y susurró:
«Soy tuyo, ¡tómame!» Sentí su erección contra el muslo y moví los labios

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pasando de la boca a la sedosa garganta. Lamiendo lentamente la carne tierna,
nunca antes tocada por amante alguno, olfateé con mi agudo sentido el dulce
almizcle de su joven cuerpo. Cuando mis afilados colmillos perforaron la
cálida carne, su cuerpo se puso rígido y volvió a gemir, ronca y
profundamente. Luego se produjo un silencio absoluto, excepto por la
ralentización gradual de su respiración. Más lento, más lento, mientras yo
bebía, primero rápidamente y con avidez, luego más suave y lentamente. Su
vida vibrante fluía por mi cuerpo, calentando mis miembros y llevando mis
agudizados sentidos en un torbellino hasta el desmayo. Pero no le sequé hasta
la muerte; raramente mataba a mis víctimas, y aquella juventud era más que
suficiente para mi sustento.
Lo abracé fuertemente, con mis pechos que antes habían estado fríos y
pálidos, ahora cálidos y sonrosados. Empezó a decir algo, pero apoyé el dedo
sobre sus labios con dulzura, y él reposó débilmente sobre la almohada. Su
cuerpo anguloso estaba fláccido y tenía los rizos rubios húmedos y pegados
sobre la frente. Yo sabía que, a pesar de estar apenas consciente, percibía sus
propias sensaciones y mi presencia con una vibrante conciencia desconocida
para él en su corta vida de niño. Era fuerte, y viviría para conocer este drama
conmigo una y otra vez hasta que estuviera listo para la iniciación y la vida
eterna.
¿Cómo podía ese muchacho haber sabido lo que me había pedido cuando
gritó «¡tómame!»? Éxtasis, dolor, muerte de la vida humana, ¡eternidad! ¿Qué
podía significar para un niño de catorce años? Pero después de su iniciación
vampírica comprendería, sabría.
Sus ojos se cerraron lentamente y cayó en un sueño profundo y sin
turbación. Le abotoné la camisa de dormir, me arreglé mi propio corpiño y me
sujeté el cabello con las horquillas. Envolviendo al chico con la pesada manta
lo levanté de la cama y lo saqué a la noche otoñal. Apenas sentía su peso
mientras lo sostenía bajo mi capa. Era mío, mío, en cuerpo y alma, ¡para
siempre!
El hermoso Christopher todavía está conmigo. Con sus rasgos claramente
afeminados y sus afectaciones, ha atraído a muchos hombres escogidos a
nuestra guarida.
Vestido con negro satén y encaje, sus grandes ojos grises intensamente
pintados, sus mejillas coloreadas y sus llenos labios relucientes de tinte
escarlata, nunca cesa de fascinar incluso mis gustos más hastiados.
Físicamente siempre tendrá catorce años, con su voz argentina y su halo de

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rizos dorados. Pero por dentro es un vampiro de noventa años, mi compañero
a través de la eternidad…

Johana
Soy un ama de casa de veintiséis años con un título universitario en
ciencias, dos hijos y un marido al que adoro. Mi marido es geólogo y a
menudo pasa meses seguidos en lugares donde se realizan prospecciones
petrolíferas.
Recientemente ocurrió que deseaba con desespero hacer el amor con mi
marido, pero él estaba fuera, así que me senté y le escribí un relato minucioso
de lo que me gustaría hacer sexualmente con él. Nunca había escrito una
carta X y estaba nerviosa por su posible reacción. Bueno, le encantó, y ahora
me escribe cartas sexys. Creo que le puso caliente saber que tenía algo más en
la cabeza que cocinar bizcochos de chocolate y nueces. Me hace sentir en
plena forma saber que él tiene esas maravillosas fantasías con respecto a mí.
Aquí relato una fantasía que mi marido y yo pensamos poner en práctica
tan pronto como vuelva. Es lo máximo para mí.
Me pongo ropa interior sexy. Le he preparado un baño frío. (Él dice que el
frío le encoge el pene, lo cual hace más delicioso para los dos el hacer que
crezca.) Lo baño con ternura. Lo guío hasta el dormitorio y le digo que se
tumbe sobre la toalla. Le explico que tengo que afeitarle el vello (púbico)
porque se supone que los bebés no tienen vello. Extiendo la espuma de afeitar
de un agradable olor sobre su vello. Mientras lo afeito, lo acaricio
ocasionalmente para estimularlo. Cuando he terminado el afeitado, coloco una
toalla fresca bajo su cuerpo y con un recipiente lleno de agua y una esponja,
le lavo suavemente su colita. Luego le unto el pene de vaselina con olor a
fresa, arriba y abajo por la raja del culo y sobre las nalgas, y luego le echo
polvos de talco. Antes de ajustarle el pañal le digo lo dulce que es el olor de la
vaselina, me saco las tetas sucesivamente del negligé y me doy un masaje en
los pezones con su pene. Mientras lo hago, le digo que tengo los pezones muy
duros por haberle dado de mamar y que tengo que suavizarlos con la vaselina.
Luego lo envuelvo en el pañal. Después, separo mis rodillas dobladas y me
deslizo seductoramente sobre su cuerpo hasta que mis pechos están sobre sus
labios. Entonces digo: «Te dan ganas de comer cuando ves mis tetas
colgando, ¿no es cierto?» Le meto una teta en la boca, él la chupa durante
unos segundos y la rechaza. Lo intento con la otra, pero ocurre lo mismo. Me
levanto, oprimo mis tetas y descubro que se me ha secado la leche. Le ordeno

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que se quede quieto mientras voy a la cocina y me unto los pezones con nata.
Vuelvo a él con las tetas llenas de nata por fuera, le pregunto si le gustaría
tener un trato especial esta noche, y él me contesta asintiendo. Me chupa sin
parar los pezones, al tiempo que yo restriego sensualmente mis piernas por su
pene envuelto en el pañal. Hago ver que me asombro cuando creo que se está
poniendo duro. Le abro el pañal, descubro que es un hombre y se lo digo. Le
pregunto si siente dolor a causa del placer y si está a punto de estallar. El
asiente. Cojo más vaselina y se la restriego por el pene, entonces me tumbo de
espaldas con las rodillas dobladas y separadas y me aplico la vaselina en la
zona vaginal mientras él me contempla. Luego monto sobre él, deslizando
suavemente mi vagina sobre su duro pene. Le pregunto si está listo para
estallar y él niega con la cabeza. Así que empiezo a restregarme, menearme y
mecerme encima de su pene hasta que se corre.
Luego le pongo la vagina al alcance de los labios. Le pido que pruebe el
delicioso sabor de nuestros jugos mezclados. Después de haberme corrido, le
cojo la cabeza y la acaricio sobre mi pecho, y le froto el pene tiernamente con
las manos, asegurándole que me ha dado el mayor placer de mi vida al tiempo
que él se desvanece en el país de los sueños.

Theresa
Hace unos cuantos años yo era, literalmente, una persona diferente. Me
gusta pensar que mi historia es una metáfora de lo que tienen que encarar
tantas mujeres hoy en día. Mi historia empieza conmigo como monja maestra,
sí, ¡monja! Era maestra en un instituto católico. Tuve una educación católica
estricta y la decisión fue natural. Varias amigas también se hicieron monjas.
Lo que me llevó afuera del convento fueron mis inquietudes sexuales. Me
horrorizó descubrir mi sexualidad, intensamente, después de haber entrado en
el convento. Hasta aquel momento tan sólo había conseguido «sufrir» escasas
citas adolescentes y bailes, y estaba embebida en la teología de que las
«buenas chicas» no piensan en eso. Si hubiese tenido esos sentimientos antes,
nunca me hubiera convertido en monja. Tal como ocurrió, mi sexualidad me
golpeó como una bomba en mi veintena. Descubrí que tenía fantasías
sexuales con mis alumnos varones. Me sentí aterrorizada y llena de culpa,
pero intentar reprimirlas fue una batalla perdida. Eran demasiado placenteras.
Empecé a masturbarme por primera vez en mi vida. Mis fantasías se
centraban en torno a un adolescente de quince años llamado Mark. Era muy
guapo, como sólo los adolescentes pueden serlo, y el niño bonito de la clase.

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Mi orden era bastante liberal y permitía llevar ropa secular (no hábitos), y
supongo que ello hacía que pareciera menos alejada del mundo, porque Mark
incluso coqueteaba conmigo.
Mi despertar sexual estuvo relacionado con cambios en la Iglesia, en la
sociedad, y con el movimiento femenino. Las mujeres, incluso las monjas, ya
no temían reivindicar sus derechos ni criticar abiertamente el patriarcado. ¿Y
qué podía ser más patriarcal que la Iglesia Católica? Me hallé a mí misma en
medio de todo esto. Empecé a cuestionar las prohibiciones de la Iglesia contra
la masturbación, el control de natalidad, las mujeres sacerdotes, etcétera. Esa
política la han mantenido y la mantienen los hombres. ¡Totalmente! Comencé
a comprender, por ejemplo, que mi sexualidad era normal e incluso buena, y
que era estúpido sentirse culpable. Esto supuso un gran cambio para mí en
poco tiempo. No volví a sentirme culpable por explorar mi sexualidad. Fue
entonces cuando descubrí Mi jardín secreto. ¡Qué revelación! Otras muchas
mujeres tenían fantasías sexuales y se masturbaban. No era extraño ni
pecaminoso, sólo normal. Por fin, reuní el valor necesario ¡para comprar un
ejemplar del libro (disimulado entre otros libros diversos que no quería) en
una librería! Me encantó comprobar cuán liberadas eran mis fantasías. Pero
ya es suficiente información sobre mi pasado. Ahora vienen las fantasías.
Retengo a Mark, mi alumno, después de las clases. Le explico que
coquetear con una chica es degradante para nosotras como mujeres. Le
aseguro que ha llegado el poder de la mujer y que será mejor que aprenda a
aceptarlo. Le suelto toda la charla feminista y me excito mucho. ¡Por primera
vez en mi vida estoy ejerciendo poder sobre un hombre! También me doy
cuenta de lo atractivo que está con los tejanos ajustados. Como castigo le
mando hacer deberes en mi apartamento (incluso entonces tenía un
apartamento, primero compartido y luego, cuando mi compañera dejó la
Iglesia, para mí sola). Mientras viajamos hasta allí en coche ¡Mark parece
escarmentado por su encuentro con la nueva mujer! Me pide perdón y asegura
haber aprendido la lección. No estoy segura de si debo creerle o no, pero
parece sincero. Cuando llegamos a mi casa, mis sentimientos por Mark, aun
siendo todavía intensamente sexuales, se vuelven también maternales. Decido
hacerle una buena cena, pero él debe ayudarme y cumplir con su parte.
Después nos sentamos en el sofá de la sala de estar y charlamos. Yo me siento
fantástica, con un gran apetito sexual. Deseo locamente poseerlo, sexual y
maternalmente. Quiero reafirmar el poder de la mujer conquistándolo
sexualmente, pero también quiero educarlo como una madre. A pesar de su
fanfarronería en la escuela, ahora está completamente bajo mi control,

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ingenuo y vulnerable. Hago que repose su cabeza sobre mi regazo y le
acaricio el pelo. Pronto hunde la cabeza en mi falda gimiendo suavemente. El
regazo es para nosotras, por naturaleza, una parte sensible, así que me
apaciguo aún más. De repente lo estoy cubriendo de besos. ¡Es tan joven!
Finalmente, lo tomo de la mano y lo conduzco a mi dormitorio. Nos sentamos
sobre la cama y yo le doy un abrazo increíblemente amoroso. Siento mi poder
como mujer al rodear su cuerpo tembloroso con mis brazos. Luego, con la
ropa puesta, nos metemos bajo las sábanas. Le acuno en mis brazos como a
un bebé, besándolo y acariciando su bonito pelo. Nos dejamos llevar por el
sueño, con Mark cobijado entre mis brazos.
Bien, ésta es mi fantasía. Nunca he necesitado otras. Por supuesto, los
detalles y los personajes pueden variar, pero básicamente consiste en esto,
demostrar claramente a mi amante que yo soy quien manda, y luego, «hacerle
de madre». Parece la fantasía perfecta para la cercana era feminista. Es, en
fin, mi identidad sexual. Cuando me cito con hombres me siento muy atraída
por el nuevo macho andrógino, tímido, sensible y vulnerable. Habitualmente
mi tipo es fácil de adivinar: joven, tímido y «mono», más que guapo. Puedo
descubrir en cinco minutos de conversación si le gustan las mujeres agresivas.
¡Te sorprendería saber a cuántos tipos jóvenes, ofendidos por el estereotipo de
macho, les gustan! Quizá, como antigua monja, ser la que está al mando
forma parte de mi natural proceder. En privado, los jóvenes me han contado
lo mucho que el Movimiento de Liberación de la Mujer ha hecho por ellos,
liberándolos, y cuánto les excita una mujer liberada. Con mi profesión gano
mucho más que mi amante (yo tengo veintiséis años, y él, veintitrés). ¡No le
importa absolutamente nada! Tampoco le molesta mi agresividad sexual (su
fantasía era ser seducido por su hermana mayor), ¡así que ya puedes imaginar
lo bien que lo pasamos! Mis fantasías son mi sexualidad. Lo contrario, para
mí, es como pensar cuánto te gustaría comer un bistec con cebollas, llegar al
restaurante ¡y pedir una ensalada! Por ejemplo, si no siento que tengo el
control en una relación (de un modo amoroso pero agresivo), sencillamente
mi vagina no se lubrifica. Desde que me aventuré en Mi jardín secreto he
cambiado por completo. En algunos aspectos, no (me visto aún y actúo de una
manera conservadora), pero en otros sí. Dejé la vida de monja y la Iglesia.
Incluso cuando era todavía monja y me identificaba con mis hermanas
episcopalianas en su deseo de ser sacerdotes y admiraba el modo en que su
iglesia se abrió para ellas. Ahora soy una activa episcopalista. No estoy
segura de querer ser sacerdote, pero es bueno saber que la puerta está abierta

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para mí si así lo deseo. Mis actividades feministas son moderadas, aunque
creo que es algo que toda mujer debe definir por sí misma.

«TODO LO QUE QUIERO ES TENER EL CONTROL


ABSOLUTO»
¿Cómo se mantuvieron las mujeres humilladas durante tanto tiempo,
bajaron la voz, acortaron el paso y comprimieron su personalidad emocional
en el estereotipo de la «buena chica»?
Sí, puedo comprender a la mujer callada y sin exigencias por
temperamento, pero ¿qué hay de la que es más expresiva y agresiva, de la que
prefiere dirigir a obedecer?
Puesto que tal era mi caso en la adolescencia, contestaré a esa pregunta.
Las mujeres lo hicieron porque todas las demás lo hacían. No había
alternativa; la universalidad de la mujer pasiva lo convertía en algo
obligatorio y soportable.
Ya no.
Otras cosas podrán cambiar pero, mientras las mujeres tengan control
económico sobre sus vidas, aquellas que quieran una vida más rica podrán
actuar según su elección. Y sus vidas permitirán a otras llevar también la vida
que mejor les convenga.
El deseo de dirigir, de controlar, de ser agresivo, es humano y no
exclusivo de ninguno de los dos sexos. Las ideas de dominación, seducción y
omnipotencia irritan a la conciencia colectiva, que nada sabe de nuestro deseo
social de dividir las emociones entre los sexos. Incluso cuando elegimos
conscientemente actuar de un cierto modo en la realidad, a causa de los
códigos moral, ético y religioso, en los sueños nocturnos, así como en
nuestras fantasías sexuales, nuestro ser inconsciente exige expresarse.
¿Por qué entonces las mujeres de Mi jardín secreto no abandonaron el
rígido y estereotipado papel de la «buena chica» y, en la seguridad e
intimidad de su imaginación, no probaron el personaje de la seductora, la
mentora sexual que todo lo controla? Como siempre la respuesta es que las
otras mujeres aún no les habían dado permiso. Tanto miedo tenían las mujeres
de romper «las reglas» que, en sus fantasías, renegaban aún de sí mismas. No
tengo la menor duda de que la idea del control estaba ahí, quizá la disfrutaban
ya en la imaginación, pero tras el orgasmo, cuando la mujer volvía a la plena
conciencia, la imagen de sí misma como el que domina se «olvidaba», se
suprimía como un sueño inaceptable bajo la superficie de la conciencia.

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En lugar de fantasías de dominación erótica sobre los hombres, las
mujeres de Mi jardín secreto, quienes quizá tenían en realidad naturalezas
muy dominantes, inventaron sin embargo elaboradas fantasías sobre una
supuesta violación. Era todo lo que se permitían. Tan sólo unas pocas
palabras, «Me fuerzan», permitían a la mujer crear un argumento de total
abandono, pero nada femenino, al tiempo que conservaba su condición de
«buena chica».
Después, una vez que se publicó Mi jardín secreto, de la noche a la
mañana la fantasía de la violación fue rechazada por las mujeres de este libro,
las cuales querían ejercer un poder y una dominación totales sobre los
hombres. La idea les iba bien. Sin embargo, este giro no significa que la
fantasía de la violación no abunde todavía. Hoy en día no intentan disimular
que, incluso como «víctimas», ellas controlan todo lo que ocurre.
Nada es nuevo para el subconsciente erótico. Que estas emociones de
dominación erótica, incluso de sadismo, aparecieran tan rápidamente tras la
estela de Mi jardín secreto es muestra de que estuvieron siempre en la
imaginación de las mujeres, así como en sus vidas reales. Las mujeres se
limitaban a esperar que las carceleras (otras mujeres) dijeran que era correcto
hacerlas conscientes.
En este grupo concreto de fantasías no hay deseo de dañar al hombre;
sencillamente la mujer quiere dejar claro que todo el poder sexual descansa en
ellas. Vale la pena distinguir claramente que la necesidad de tener el control
no supone por definición crueldad ni dolor. Todos hemos conocido personas
que tienen que controlar sus propias vidas y las de los que les rodean. Las
mujeres de esta sección necesitan tener el control para sentir la pérdida de
control que es el orgasmo. «Me gusta controlar completamente toda la
situación», afirma Judith.
Muchas de estas mujeres no han tenido demasiada experiencia sexual, y
saben que esto tiene algo que ver con su necesidad de dominar en la
imaginación. Al contrario que las anteriores generaciones de mujeres, han
sido educadas con libros famosos sobre psicología femenina, con revistas para
mujeres y profesoras feministas, para buscar en sus propias vidas las
respuestas a su sexualidad. Saben que sexualmente son ingenuas, carecen de
seguridad en sí mismas y se sienten culpables, pero no son reacias a nombrar
las fuentes de sus inhibiciones. Algunas han tenido una estricta educación
religiosa. Otras creen que están demasiado gordas o son demasiado planas
para resultar sexualmente atractivas para los hombres. Y muchas se dan

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cuenta de que el hecho de que sus madres las tildaran de putas por
masturbarse no carece de importancia.
En épocas más lejanas estas mujeres hubieran sido seguras candidatas a la
fantasía de la violación, a ser forzadas al sexo que desean pero temen por un
extraño sin rostro que viene y se va tras un breve polvo anónimo, dejándolas
satisfechas pero sin culpa. En su lugar, dan un salto gigantesco de las
inhibiciones de la realidad a las fantasías en tecnicolor de una experta y a la
total dominación sobre sus parejas. El inalcanzable hombre de la realidad es
obligado en la imaginación a «hacer lo que yo quiero, para variar».
«Soy una persona muy callada y casera, y algo tímida —dice Samantha—.
Sexualmente permanezco incólume. Sin embargo, en mis fantasías soy
cualquier cosa menos eso.» En su fantasía toma un acontecimiento recordado
de la realidad y lo reproduce, pero esta vez ella es la agresora, la sexualmente
segura. De ningún modo influye esto en la idea que tiene de sí misma de ser
«una buena chica católica».
El objetivo de estas fantasías en particular no es la humillación del
hombre, sino la sensación de un control sexual total de la mujer. Se trata de
que ella, y no él, encuentre su propia sexualidad. La fantasía se convierte en el
puente entre la realidad y el futuro. Cualquier cosa que se imagine es segura
porque es la mujer la que sujeta las riendas.
Por muy culpables que se sientan sobre el sexo en la vida real, nunca
dudan de su derecho a tener sueños eróticos. Los hombres con los que sueñan
no son extraños sin rostro, sino hombres cuya identidad contribuye a hacer
más reales el polvo imaginado y el propio valor de la mujer. Estas mujeres
reconocen que son una generación de transición con un pie en el viejo mundo
y otro en el nuevo, pero se ven alentadas por la visión y el sonido de la vida
real, por mujeres de éxito, coherentes y sexualmente activas, que les dicen
que tienen derecho a su sexualidad.
Este terreno conquistado por las mujeres es de gran importancia. Quince o
veinte años atrás, las mujeres a las que entrevistaba, que eran mucho más
activas sexualmente que éstas, eran incapaces siquiera de pensar que su miedo
al sexo había nacido en el regazo de su madre. Admitirlo tan sólo en sus
fantasías era como traicionarla.
Estas nuevas mujeres poseen sus fantasías. Si pueden imaginarse a sí
mismas como iniciadoras sexuales, ¿es demasiado inverosímil esperar que
puedan trasladar ese sentido de control y poder a su vida real, y que sean más
responsables sexualmente hablando de sí mismas?

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El conocimiento es el primer paso para ser capaces de cambiar nuestras
vidas. Apenas dos décadas atrás, las mujeres solían impedirse a sí mismas
«saber» ciertas cosas que las mujeres de este libro, más realistas, consideran
la base para alcanzar su propia sexualidad. Por ejemplo, quizás a las mujeres
no les guste el hecho de que su primitiva relación con sus madres influya en
sus vidas sexuales adultas, pero en la actualidad forma parte de la sabiduría
femenina. Las mujeres de hace quince años no tenían ese conocimiento.
Cuando estaba escribiendo My Mother/My Self, un famoso libro The Female
Orgasm, (El orgasmo femenino) de Seymour Fisher afirmaba que el potencial
orgásmico de las mujeres estaba influido por su relación con el padre. Nada se
decía de la madre.
Por muy doloroso que sea analizar la relación maternal, las mujeres de
ahora saben que deben hacerlo si quieren ser sexualmente libres. La negación
y la represión consumen mucha energía, y una mujer de hoy necesita de toda
la que posee.
Beth tiene sólo diecinueve años, pero quiere el derecho a tomar sus
propias decisiones en cuanto al sexo, «sin una voz autoritaria (en mi
subconsciente) retumbando sobre mi hombro». En la realidad, su madre
escucha a escondidas sus conversaciones telefónicas privadas con un amigo,
cuando discuten los pros y los contras de la virginidad. Sintiéndose violada y
reducida a la condición de una niña pequeña a quien mamá controla, Beth
reivindica su sexualidad en la imaginación. Seduce a su profesor, que no la
considera una «tímida chica de instituto […] él ha sido cuidadosamente
elegido […] y yo me transformo en un maravilloso ser sexual». Tomando el
mando, «haciendo que él se corra», aunque sea sólo en la imaginación, ella
pasa de ser una niña pequeña a transformarse en una persona individual e
independiente.
Esta es la inversión de papeles. El tema más popular en la fantasía
masculina también invierte la realidad. Qué pesado y aburrido es para los
hombres tener siempre que hacer el primer movimiento, ser responsables,
estar al mando, y qué comprensible es que deseen evitar este duro trabajo e
imaginar mujeres que tomen alegremente la iniciativa sexual, sin dejarle otra
alternativa que la de tumbarse y dejarse hacer.
Es igualmente pesado y aburrido para algunas mujeres representar el
papel pasivo de la niña pequeña. Requiere un gran esfuerzo y poca felicidad si
el papel no se corresponde con la propia personalidad. Algunas mujeres han
tenido siempre la fantasía de «estar al mando» y han reprimido ese deseo. Ya
no.

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Jenne es una mujer que en la realidad no experimenta el orgasmo y que
sólo es capaz de imaginar a un hombre que «desee hacerme el amor» cuando
él está en peligro mortal, es decir, cuando no tiene el control. Sólo entonces
puede ella entrar en acción, salvar su vida y pensar que él está en deuda con
ella, es decir, bajo su control. Por otro lado, Kay está tan furiosa y desconfía
tanto de los hombres en la realidad, teme tanto ser rechazada, que ni siquiera
puede imaginar el sexo a menos que ella sea la seductora que tiene el control
en sus manos.
Si empezamos por comprender que el orgasmo es el abandono de todas
las rígidas restricciones bajo las cuales deben vivir las «buenas chicas»,
podremos saber por qué algunas mujeres, temiendo fracasar en la realidad si
pierden el control, no pueden alcanzar el orgasmo hasta que se imaginan a sí
mismas como las conductoras del espectáculo.
«Desearía que las nociones de bueno y malo, de correcto y equivocado,
pudieran cambiarse con mayor rapidez —dice Danielle—. Disfruto realmente
de mi sexualidad y la valoro, pero al mismo tiempo debo preservar mi aspecto
inocente para la sociedad. ¡He sido tan hipócrita! Sólo espero que las cosas
sean diferentes para mis hijos.» Para estar segura de que no pierde el control
de su precario equilibrio entre ambos mundos, «el moderno y el tradicional»,
que se disputan su vasallaje, Danielle se imagina a sí misma como la persona
con el poder de decidir el destino sexual de alguien fundamental en su
autoinculpación moral: seduce a un sacerdote.
Me gustaría cerrar esta sección con dos fantasías, una de Carol, de treinta
y cuatro años de edad, fechada en 1981, y la otra de Gale, escrita en 1990,
cuando tenía veinte años. Ambas mujeres se sienten atraídas por la idea de la
dominación sexual, de la agresividad. Es fascinante oír la descripción que
hace la mayor de ellas de su lucha interna contra el tradicionalismo, la moral
y la ética de la época en que creció, para emerger como la iniciadora sexual
responsable que siempre se había sentido. «Los elementos de seducción,
romance, agresión e igualdad, el alimento de la vida y la madre tierra, todo
forma parte de mí.» Ella desearía, en la mitad de su vida, que esa parte se
convirtiera en realidad. Se da cuenta de que en la imaginación «creamos
situaciones que satisfacen nuestras necesidades», y anhela con todas sus
fuerzas reivindicar esa parte de sí misma dominante y agresiva que una vez
abandonó para poder vivir según la idea que de la mujer tiene la sociedad.
Para mujeres como Carol la fantasía se convierte en un modo de
retroceder y volver a escribir la historia para que esta vez salga bien. «Me ha
costado un año y medio y docenas de libros alcanzar el umbral de mi casa —

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explica Carol—. Vuelvo… vuelvo a casa. Mi casa es mi sexualidad.» No me
sorprende lo más mínimo que en su imaginación vuelva a la adolescencia.
Vuelve al lugar «donde estábamos en el instituto, en el despertar del deseo
sexual… Pero esta vez yo soy la instigadora».
Cuando ella era adolescente, la seducción, la agresividad y la igualdad no
estaban permitidas a las mujeres. Ahora sabe que estas cualidades y actos la
describen. Imaginarse a sí misma seduciendo a su novio adolescente no es
sólo un paseo de regreso por el camino del recuerdo. La adolescencia es el
lugar más lógico del mundo al que pueden regresar las mujeres para recuperar
las cualidades, habilidades, características y gestos espontáneos y naturales
que tuvieron que abandonar para ajustarse al molde estereotipado.
Cuando alcanzamos la pubertad, la energía sexual liberada no sólo se
expresa mediante los actos sexuales ni se limita a ellos. Muchos de nosotros
aún no estamos preparados para la actividad sexual. Pero del miedo de nuestra
sociedad a que la aceptación de la propia sexualidad conduzca a tal actividad
sexual, ha nacido un rechazo, un miedo a lo que les ocurre a nuestros cuerpos
y nuestras mentes. El miedo inhibe muchas más cosas, aparte de la expresión
sexual. Se ahoga toda la energía que podría alimentar nuestra maduración
social, intelectual y psíquica; la reprime, para que sigamos siendo «buenas
chicas». Para aquellos de nosotros que no nos separamos emocionalmente en
los primeros años de vida, la adolescencia debería ser nuestra segunda
oportunidad.
Cuando Carol fantasea (cambiando su papel adolescente por el de la «gran
seductora») está despertando esa parte agresiva de su personalidad que
entonces tuvo que ocultar. ¿Cuántas veces he oído decir a mujeres
recientemente viudas o divorciadas que estar solas de nuevo es como volver a
vivir la adolescencia? Cuando tienen una cita con un hombre se sienten
abocadas de nuevo a las reglas adolescentes. Mujeres adultas con hijos
propios que no tienen reglas internas para sí mismas, ni piensan en ellas
mismas fuera de una relación. Pasaron en su momento de una relación
simbiótica con la madre al mismo tipo de relación dependiente, segura y
controlada con un hombre. Por supuesto, las mujeres regresan a la
adolescencia para recobrar esas partes perdidas.
«A menos que cambies de estilo de vida completamente —le advirtió a
Carol su madre—, ningún hombre querrá tener nada que ver contigo. Te
quedarás sola.» Acabar sola, «quedarse para vestir santos» era el peor destino
que podía acontecer a una mujer de la generación de Carol. La ironía está en
que ahora muchas mujeres eligen vivir solas libremente, y en que otras saben

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que son lo suficientemente seductoras y agresivas como para no estar nunca
solas. No puedo evitar preguntarme qué habrá sido de Carol. Me encantaban
sus fantasías y su espíritu.
Gale creció durante la década de los ochenta y sus demonios son
diferentes. Teniendo en cuenta que en la realidad es «una persona fuerte por
naturaleza», no le sorprende que «el poder se haya convertido en tema
principal de mis fantasías». En su primera fantasía no duda en imaginarse
como un hombre: «Quizá sea porque tradicionalmente los hombres han tenido
más poder, pero sea cual sea la razón, algunas veces encuentro placer en
imaginar que soy un tío.» ¿Un deseo lesbiano? No seáis demasiado rápidos,
estamos en 1990, y si Icéis esta fantasía detenidamente, ¿no es ella tanto el
hombre dominante como la mujer?
Siendo una persona religiosa, Gale ha tomado la ruta contemporánea,
mejor informada, hacia la aceptación sexual dentro de las reglas de su
religión. Mediante la racionalización se ha permitido una exploración sexual
cada vez más aceptable en la realidad y en la fantasía. Prosiguiendo con su
tema de la dominación, se imagina a sí misma como la «Diosa Madre»,
porque, como ella dice, «el poder esencial, por supuesto, es ser una deidad».
Con gran poder y con los conocimientos de una mujer de los noventa educada
sobre la antigua religión de la Diosa Madre, que ahora enseñan en las
universidades las profesoras feministas, Gale imagina una larga fantasía de
control total, con dos hombres follándola y sus dos esposas lamiéndole los
pechos. «En este punto de la fantasía —concluye—, yo misma y la diosa nos
corremos».
Carol y Gale son controladoras sexuales consumadas. Lo que las separa es
una extraordinaria década de permisividad que se han otorgado las mujeres.

Carol
Me han llamado «enigma», y, aunque esto me hace poner a la defensiva,
creo que es cierto. Soy una mujer contradictoria, de treinta y cuatro años, que
sigue su propio camino. No hay nada malo en ello, pero deja perplejas a las
personas que me rodean. Yo comprendo su perplejidad. Me enterré en las
profundidades de mí misma durante más de una década. Cuando la farsa
amenazó mi vida empecé a dar pasos vacilantes para escapar a ella. Mis pasos
fueron creciendo en amplitud y velocidad hasta que reuní el valor necesario
para decirle a mi marido: «Odio ser ama de casa. Odio el sometimiento. Odio
el modo en que vivimos. Este matrimonio ha sido un desastre durante años;

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vivimos vidas separadas en silencio. Basta. Voy a trabajar media jornada y
voy a volver a estudiar. Yo tengo parte de culpa, pero ya basta de esta mierda.
Crece conmigo o nos separamos».
Me ha costado un año y medio y docenas de libros alcanzar el umbral de
mi casa. Vuelvo, no me voy. Vuelvo a casa. Mi casa es mi sexualidad. Las
otras partes de mi vida están enraizadas en ella.
Siempre me han gustado los hombres y he tenido la suerte de haber tenido
dos amigos íntimos varones durante mi vida. El primero fue un chico que
empezó siendo un amigo y luego pasó a ser novio, antes de que
profundizáramos en nuestra platónica relación. Ocurrió en el inicio de nuestra
adolescencia y duró cuatro años. Cuando terminaron los años de instituto me
negué a verlo de nuevo. Fue el mayor error que cometí en aquella época. Si
alguna vez hubo dos jóvenes que fueran el uno para el otro, fuimos nosotros.
El otro fue un amigo que hice cuando rechacé firmemente al primero.
Compartimos más experiencias de las que puedo contar. También esta
relación fue platónica. El triste final fue que, cuando me casé, el amigo se
desvaneció de mi vida. Ahora es la mitad de una querida imagen: dos jóvenes
sentados muy juntos en una habitación en sombras formando una escultura
cinética. La gente los confundía con arte. Quizás aún haya gente que crea que
éramos arte. Yo lo creo.
En cuanto al primer amigo, si lo viera ahora creo que todavía lo amaría
por sí mismo. Lo amo en mis fantasías. Juntos, nos escabullimos de la fiesta
de antiguos alumnos del instituto, pero la atracción no es puramente física.
Ahí era donde estábamos cuando íbamos al instituto, en el despertar del deseo
sexual. Durante la fiesta seguimos adelante. Pero esta vez soy yo la
instigadora. Mientras bailamos le digo que ha estado en mi cama, mi mejor
fantasía, siempre que mi marido me ha penetrado. Dios, él no puede
soportarlo. Noto que las piernas le flaquean y que su erección está a punto de
romper la cremallera de sus pantalones. Avergonzado, se ríe cuando levanto
el brazo para acariciarle el cuello. Le pregunto si todavía es una de sus zonas
sensibles. El bulto crece más todavía. Enredo las uñas en los apretados rizos
que le caen sobre el cuello de la camisa. Él se estremece y la sonrisa se vuelve
apasionada. Coloca mi mano sobre su hombro y estrecha su abrazo alrededor
de mi cintura. Mis largos cabellos descansan sobre su mejilla. Su aroma, a
colonia, hombre y sexo, me electriza. Su cuello parece vulnerable en
comparación con su ancha espalda de nadador. Le conozco tan bien y, sin
embargo, ahora es una nueva experiencia.
Nos vamos.

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En el coche me siento cerca de él para poder acariciarle el cuello. Él, a su
vez, mantiene una mano sobre mi rodilla. No le permitiré que la suba, todavía
no. En el semáforo intenta abrazarme, pero tampoco se lo permito. Le acaricio
levemente la mejilla y él tiene el tiempo justo de besarme la palma de la mano
antes de que el semáforo se ponga verde. Tengo que recordarle que arranque.
El motel está a una manzana.
Él nos inscribe y caminamos hasta la puerta hombro con hombro. Parece
darse cuenta de que yo estoy al mando. Entro en la habitación en primer
lugar.
Se queda de pie con la llave en la mano, haciendo chocar el metal con el
plástico. Compruebo que la calefacción está apagada y la enciendo. Le
sugiero entonces que vaya a buscar hielo y bebida. Parece hipnotizado. Le
beso los sensuales labios dulcemente y se lo pido de nuevo.
—No lo necesitamos —contesta.
—Por favor —le susurro al oído.
Cuando regresa me he quitado la chaqueta y los zapatos. Llevo un vestido
camisero ceñido. Me he desabrochado otro botón, evitando parecer demasiado
niña o demasiado libertina. Estoy ardiendo. Deposita la botella y la cubitera
de hielo y se afloja la corbata. «Quítatela», le ordeno. Se la quita. Se desliza
por el tejido de la camisa con un sonido cantarín y silbante, y cae sobre la
cómoda.
—¿Y la chaqueta? —sugiero. Se la quita y la deja junto a la corbata.
Me acerco más él y le recorro los hombros con la mano.
—Dios, me encantan tus hombros —susurro roncamente. Levanto su
mano y le chupo un dedo, al tiempo que desabrocho el puño de la camisa.
Luego el otro. Coloco sus manos sobre mis caderas. Luego acaricio su pecho,
le desabrocho la camisa y me entretengo en su estómago. Intenta rodearme
con sus brazos, pero le ordeno que espere.
—Quítate la camisa y la camiseta.
Me quedo boquiabierta. Sus hombros son anchos y sus brazos
musculosos. Se mueve con la gracia de un bailarín y cada movimiento es una
ondulación de todo su cuerpo. No es el cuerpo de un adolescente, sino el de
un hombre. Se ha desarrollado. Una línea de vello asoma por encima del
cinturón. En mi imaginación puedo verla bajo la ropa como una suave
carretera que conduce hasta su polla.
Se me hace la boca agua. Quiero que se desvista. La creciente rigidez de
mi estómago me causa dolor. Estamos igualados. Retrocedo un paso y me

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siento sobre el borde de la cama. Su erección le ahueca los pantalones. Pongo
la mano sobre su polla haciéndola saltar.
—Ven aquí —me dice. Tengo que hacerlo.
—Y me voy —contesto, con doble sentido. Estoy en sus brazos y me
besa. Tengo el cuello y el rostro encendidos de pasión, y el coño empapado.
Me desviste con destreza mientras yo le desabrocho los pantalones. Caen,
y compruebo que lleva un tanga que apenas puede ocultar su paquete.
Esta visión me vuelve loca. No puedo controlarme. Me abalanzo sobre el
tanga, pero él no me permite quitárselo. Abre la cama, con su polla asomando
por el elástico del tanga. Trato de quitarme las minúsculas bragas, pero él no
me deja. «Aún no estás preparada», me dice, apretándose contra mí.
Se tumba. Introduce un dedo por entre la pierna y la braga para alcanzar
mi coño. Está chorreando. Saca la mano y se chupa el dedo. Me sujeta de tal
modo que no puedo moverme. Por encima de las bragas me frota el clítoris
con la mano. No puedo moverme, pero tengo que hacerlo. Me estremezco
toda. Me obligo a parar. Cojo una manta y la echo sobre la lámpara junto a la
cama para amortiguar la viva luz.
—Quiero tu polla —le digo—. Quiero verla.
Me arrodillo sobre la cama junto a él y le bajo el tanga por las caderas. La
lujuriosa carne se engancha en el elástico y luego se libera. ¡Oh, qué gozada,
es grande, grande y gorda, y unas gotas de semen relucen en la punta!
—Cielo —susurro, al tiempo que me lanzo entre sus piernas y se la lamo
—. Tu nena tiene los dientes suaves. Dame más…
Él se sienta y se quita el tanga. Tiene una marca entre las piernas donde
antes estaba el tanga, donde yo he estado. Me despojo de las bragas. Antes de
que pueda moverse, me siento sobre él y le cabalgo, le cabalgo, le cabalgo.
Cada vez que empujo hacia abajo me corro, hasta que él también se corre.
Siento todo su semen llenándome, su caliente jarabe saliendo a chorros,
deslizándose y cubriéndole los testículos. Contemplo su rostro en ese éxtasis
especial semejante al dolor, tan libre.
No es suficiente. Aún hay más. Nos lanzamos todos los epítetos que se
nos ocurren. Nos pedimos mutuamente que follemos, chupemos, nos
corramos, nos comamos, todo lo que queremos. El mundo se reduce a nuestra
habitación, que apesta a fragancias sexuales y sudor, pero yo quiero quedarme
en ella para siempre. Chupamos hielo antes de tocarnos mutuamente con la
lengua, excitándonos aún más. Nos convertimos en helados especiales, él un
cucurucho y yo un banana split. Podría seguir y seguir eternamente: con él no
hay final.

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Lo que hace que sea tan fantástico es que podría ocurrir. Si la atracción
fue real, yo haría que esta fantasía se conviniera en realidad.
En esta fantasía lo más importante es que no se parece en nada a ninguna
de las otras que tengo. Es más parecida a soñar despierta y, sin duda, mucho
más próxima a lo que quiero en mi vida real. Los elementos de seducción,
romance, agresión e igualdad —el alimento de la vida y la madre tierra—,
todo forma parte de mí. Quiero insinuaciones de dormitorio fuera del
dormitorio (en público). En la cama quiero polvos con sus jugos, ruidos,
charla, experimentación, goce, compartir y placer lascivo. Quiero que mi
coño se corra una y otra vez. Quiero sentido del humor y ser abrazada. En
otras palabras, quiero mucho más de lo que tengo.

Gale
He tenido fantasías sexuales desde los seis años. El mes próximo voy a
cumplir veinte. Durante un corto intervalo de tiempo (mi último año en el
instituto), traté de encaminar mi vida hacia Cristo y lo pasé realmente mal
esforzándome por conciliar mis escapadas nocturnas con la almohada entre
las piernas con mi búsqueda de una espiritualidad más elevada. Luego decidí
desechar toda culpa. Creo que masturbarse y fantasear es absolutamente
normal, y no me impide tratar a los demás como me gustaría ser tratada, o
amar al prójimo como a mí misma. Probablemente consigue que juzgue
menos a los demás.
Cuando estaba en los últimos años de colegio bebía alcohol en las
reuniones sociales (fiestas sin carabina), pero cualquier otro tipo de drogas
(marihuana y LSD) chocaba con un inamovible «¡No!» dentro de mi mente.
Lo mismo ocurría con el sexo. Para mí las chicas que no eran vírgenes eran
«fáciles», o unas «guarras», del mismo modo que creía que el consumo de
drogas prohibidas era sólo para perdedores. Esperaba casarme porque era lo
«cristiano», lo que imponía la «moral». Para mí sólo había blanco o negro.
En el instituto seguí bebiendo, pero no tomé ninguna otra droga. Tenía
amigos que fumaban hierba, pero no los consideraba perdedores.
Sencillamente, no podía comprender cómo podían hacerlo, y sabía que no era
para mí. Había chicas en el instituto que practicaban el sexo como una
debilidad. Yo siempre he sido una persona independiente. Siempre digo lo
que pienso, sin renunciar a ser quien soy, tratando de no fingir nunca. Todo
ello, para mí, forma parte de ser «fuerte». Yo me enorgullezco de ser fuerte.
Vi que las chicas practicaban el sexo porque «estaba de moda», porque

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necesitaban ser valoradas por tener novio o para demostrar que ya eran
adultas. Yo opinaba que era una debilidad practicar el sexo a causa de la
inseguridad en lugar del deseo.
Yo también ligaba en el instituto y, siempre que no fueran más allá de su
boca en mis tetas y mi mano en su pene, podía mirarme al espejo a la mañana
siguiente.
Soy negra, y la mayoría de mis amigos de aquella época eran blancos o
asiáticos. No soy fea, pero tengo exceso de peso, así que cada vez que
intentaba ligarme a un tío realmente guapo y lo conseguía, era como un
trofeo. Me encantaba alardear ante mis amigas para demostrar: «¡Eh, no soy
una belleza, pero fíjate lo que he atrapado!» Salía con aquellos tíos para poner
en relieve mi propio atractivo y no por deseo. Me sentía mal por ser lo
bastante débil para necesitar que los demás me valoraran.
Cuando cumplí dieciocho años fui a la universidad. Todas las amigas que
se acostaban con tíos me decían lo diferente que era el sexo de todo lo demás.
Todas me aseguraban que el sexo oral, morrearse y magrearse estaba muy
bien, pero que tener a alguien dentro de ti era tan personal, tan íntimo, que no
se parecía a nada más. Yo quería esperar y guardarme para mi marido, que
sólo él viera ese lugar tan especial dentro de mí (literal y figuradamente). En
segundo lugar, me di cuenta de que todo lo que conduce al sexo no está en
absoluto al mismo nivel que el acto sexual en sí. Esta epifanía me liberó de
sentirme culpable por las cosas que hacía con los chicos y que no eran
propiamente el acto sexual. Me permitió divertirme con tíos mientras no
follara con ellos. Aun así, como estudiante de primer curso en la universidad,
sabía que todavía no estaba preparada para una felación o un cunnilingus.
Desde entonces sólo he chupado una polla. Era la polla de un amigo que
vive en la misma cooperativa de treinta y seis personas que yo. La situación
entera fue muy cómoda. Somos buenos amigos, y él comprendió que yo no
quisiera follar. Esto me permitió no tener que reprimirme por miedo a que
fuera demasiado lejos. También resultó cómodo porque, hiciera lo que hiciera
aquella noche con él, no me sentiría culpable a la mañana siguiente. Era libre
de disfrutar con mi amigo tanto como quisiera. Pero, por encima de todo, me
sentí a gusto porque estaba preparada. En algún momento entre el primer
curso y el segundo semestre del segundo curso deseé hacerle una felación al
siguiente tío que me ligué. Sentía curiosidad, porque una de mis amigas (una
de las escasas que aseguraba hacerlo por otras razones aparte del placer) me
dijo que le daba una total sensación de poder. Así que estaba completamente
preparada. Cuando chupé aquella polla hice todo lo que me había explicado

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mi amiga. Realmente experimenté aquella sensación de poder de la que
hablaba. Me puso caliente de verdad y fue absolutamente embriagador. A
propósito, le chupaba la polla con mayor ligereza y más lentamente de lo que
sabía que a él le gustaría, para conseguir que me pidiera que se lo hiciera más
rápido y más fuerte. El sonido de su súplica me excitaba de una manera
increíble. Me detuve antes de que se corriera y él me hizo seguir empujando
como un loco. Yo me sentí tan bien durante todo el tiempo que no podía dejar
de pensar: «Si los juegos sexuales son tan placenteros, el acto sexual debe ser
la gloria.»
Y ahí está el problema. Ahora creo estar preparada, emocionalmente y con
madurez, para follar. Pero no estoy casada; ni siquiera enamorada. Así que
practico juegos sexuales cuando encuentro a un amigo con el que me siento a
gusto y que está bien dispuesto.
Desde mi primera felación, el poder se ha convertido en el tema principal
de mis fantasías. Dada mi fuerte personalidad, no me sorprende. Aquí están
mis dos fantasías favoritas relacionadas con el tema del poder.

Fantasía número 1
Quizá se deba a que tradicionalmente los hombres han tenido más poder,
pero sea cual sea la razón, algunas veces encuentro placer en imaginar que
soy un tío. Algunas veces un tío famoso: Sting, David Bowie, etcétera. Otras,
un tío puramente inventado. En cualquier caso, todas las mujeres están a mi
servicio. Tienen que hacer todo lo que yo les ordeno.

Fantasía número 2
El poder esencial consiste, por supuesto, en ser una deidad. En esta
segunda fantasía yo soy una diosa de una de las sociedades que adoraban a la
arcaica Diosa Madre, como la Anatolia. Me encarno en una mujer para
asombro de sus ciudadanos. Aparezco en el templo dedicado a mi adoración,
que alberga mi trono de mármol.
Erguida ante ellos hago una señal para imponer silencio. «He venido para
conferiros los dones de mi sabiduría. Viviré entre vosotros como uno de
vosotros, pero debéis respetar mi envoltorio carnal y protegerlo de todo daño.
El primer don es la oportunidad de beber de mis aguas primigenias. Los

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hombres que necesiten un mayor entendimiento podrán beber de mí. Que
cada cabeza de familia venga a mí llevando a su marido con ella.»
Lo que tengo es una droga de polvos mezclados en una crema. Sólo es
efectivo si se traga. Y yo soy inmune. Se trata de un alucinógeno con el que
apenas hay malos viajes. Es muy potente. Me he puesto esta crema en la
vulva y he colocado la jarra sobre el trono, fuera de la vista.
Las mujeres se acercan. El marido de la suma sacerdotisa es el primero.
Es atractivo, así que lo utilizo en una demostración.
Lo llevo hasta el trono. Pongo las manos sobre sus hombros obligándolo a
arrodillarse. Mi vestido tiene botones en la parte delantera, que desabrocho
desde el estómago hasta abajo. Me coloco justo delante de él y sumerjo su
cabeza con vehemencia en mi vulva. Me besa una vez y la droga se introduce
en su boca. Inmediatamente siente placer y empieza a chupar con mayor
intensidad. La droga comienza a hacer efecto. Cuando está tan colgado que lo
único que hace es balbucear sobre sus visiones, le ordeno a la suma
sacerdotisa que lo guíe escaleras abajo desde el trono y lo bese. Ella me
obedece y la droga también se le mete en la boca. También ella inicia el viaje.
Todos miran asombrados. Las mujeres empujan a sus maridos hacia
delante para que compartan la revelación. Me suplican que tome a sus
maridos para que beban mis aguas primigenias. Arbitrariamente escojo a los
más jóvenes y agraciados.
El segundo elegido es el joven marido de una vieja dirigente de Anatolia,
la cual se siente muy honrada y se inclina al pie de las escaleras que conducen
al trono haciéndome una reverencia. También su marido se inclina y, cuando
se lo pido, sube arrastrándose por los escalones. Yo le alabo por su humildad.
Cuando alcanza el último escalón me besa el pie diciendo: «Éste es por
una bendición para mi mujer.» Luego me besa el otro pie diciendo: «Éste es
por una bendición para los hijos de mi mujer.»
Luego se levanta hasta quedar arrodillado. No pierde tiempo y, tan pronto
como se incorpora, se dispone a compartir. Sumerge su lengua con ansia en
mi interior, dando vueltas alrededor de cada raja, de cada valle y de cada
bulto hinchado. Respiro hondo y echo la cabeza hacia atrás. Él resopla, gime
y gruñe al tiempo que chupa aún con mayor intensidad. La droga le hace
efecto y la alucinación hace que me desee aún más.
Ahora las mujeres me piden con insistencia renovada que tome a sus
maridos. Me unto los pechos y el yoni (palabra en indio arcaico que significa
«vagina»). Luego ordeno a dos mujeres que están al fondo de la multitud que
se acerquen.

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Ellas y sus maridos se arrodillan al pie de las escaleras del trono y
empiezan a subir arrastrándose. Todos ellos me besan los pies en demanda de
bendiciones. Arrodillados ante mí, esperan. Me doy cuenta de que las mujeres
esperan poder lamerme personalmente, en lugar de hacerlo a través de sus
maridos. Les sonrío.
Con el pie acaricio el taparrabos del más atractivo de los maridos. Él trata
de inclinarse para besarme el pie, pero no se lo permito. Sigo acariciándolo.
No tarda en tener la polla erecta, mientras contempla cómo me mojo los
labios seductoramente. El otro marido tiene una erección mientras me
contempla acariciando al primer marido.
Me levanto y el más atractivo se inclina hacia mi yoni. Levanta los brazos
y me acaricia las nalgas y los muslos mientras me lame. Con la mano tomo el
mentón del otro y lo acerco a mi pecho. Le cojo la mano y deposito sus dedos
en mi pezón. Él lo estimula con suaves toques. Luego empieza a chuparlo y,
con él, la droga. Su lengua es muy agradable, pero sólo tiene una, así que
tomo el mentón de su mujer con la otra mano y guío su boca hacia el otro
pecho. Le digo que ella y la otra esposa pueden turnarse para excitar ese
pezón. Las dos se ponen a mordisquearlo. Son maravillosas.
El primer marido se corre encima de mi pie. Me levanto y camino hacia el
altar de sacrificios, donde me tumbo. Así le doy oportunidad al segundo
marido para comerme, y a su mujer, para tener un pecho para ella sola. Él
empieza besando la parte interior de los muslos y luego más arriba. La
primera esposa me masturba el clítoris con los dedos mientras él me pasa los
labios por los labios vulvares. Se detiene y me besa la mórbida y cálida carne
con los labios. Con la lengua, retira toda la crema de mi interior. Mi espalda
se arquea, introduciendo más aún las tetas en las atrayentes bocas de las
esposas. Engullen mis tetas y endurecen mis pezones haciendo girar sus
lenguas a su alrededor y tirando de ellos con los dientes.
El segundo marido se sube al altar y se quita el taparrabos, descubriendo
una polla enorme, no circuncidada y reluciente. Cada una de las esposas me
coge de una rodilla y me separa las piernas. Entonces el segundo marido me
penetra. Tiene un ritmo lento, sacando la polla completamente y metiéndola
hasta el fondo cada vez. Su mujer me frota el clítoris siguiendo su ritmo.
Ambas esposas empiezan a lamerme lascivamente las tetas. Al llegar a este
punto de la fantasía yo misma, y la diosa, nos corremos.

Alison

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Soy una estudiante universitaria de diecinueve años. Estoy soltera y vivo
en casa con mis padres, dos hermanas y un hermano. Mi primer coito fue a los
trece años, y he tenido catorce amantes diferentes desde entonces. Parece ser
que, desde el año pasado, más o menos, el sexo ha adquirido una creciente
importancia para mí, tanto física como emocionalmente. Mi imaginación se
hace más rica cada día que pasa, y me masturbo con mucha frecuencia. Tengo
diversas fantasías: estar atada a mi amante; atar a mi amante; hacerle un
cunnilingus a mi mejor amiga; montar un ménage á trois (conmigo, otra chica
y un hombre); y otra que tiene una importancia creciente en este momento de
mi vida: dominar a un travestido. Bueno, estoy enamorada de un hombre de
treinta y cinco años con el que salgo desde hace un año y medio. Es mi mejor
amigo, y en nuestra relación no había habido sexo hasta hace poco. Hasta
ahora sólo nos hemos acostado juntos un par de veces. La primera vez me ató
las manos a la espalda, me tapó la boca y fue el mejor polvo de mi vida. La
segunda vez quería que le amordazara la boca y le dijera lo «buena chica» que
él era. Después de esa experiencia, se abrió mucho más a mí y me confió que
en el fondo era un travestido. Quiere que alguien le vista de mujer, le enseñe
cómo ser una «buena chica» y, básicamente, lo domine durante el acto sexual.
Por algún motivo todo esto me excita terriblemente. Más que una fantasía, su
sueño es que se convierta en realidad, y yo tengo la intención de ayudarle a
cumplir su sueño. No se trata de caridad, como quizás hayas supuesto, porque
yo he estado teniendo la fantasía de dominarlo desde que hablamos de ello
(quiero decirte que te amo, Johnny, y que cuando leas esto, ¡tu sueño se hará
realidad!).
Vuelvo a casa del trabajo y lo encuentro profundamente dormido en la
cama. Apaño la sábana y descubro que está desnudo. Es un hombre atractivo,
bronceado, bien formado, alto, ¡y con un aparato impresionante! Lo despierto
y le pido que me acompañe al cuarto de baño, donde procedo a enseñarle
cómo depilarse las piernas. Luego volvemos a la cama. Le ordeno que se
tumbe sobre la cama y se quede quieto. Empieza a ponerse algo nervioso,
pero confía en mí. Encuentro un trozo de cuerda que ya habíamos utilizado
antes y le ato suavemente a la cama, con las piernas extendidas y una
almohada bajo el culo para tener una mejor visión. Su polla ya ha empezado a
crecer. De una bolsa de compras que le he ocultado saco un frasco de perfume
y esmalte de uñas de color rosa. Me quito la ropa, quedando en sujetador y
bragas de encaje. Luego le pinto las uñas de los pies, le cubro de perfume y le
beso cada centímetro de piel, mientras él se estremece y me pide que pare.
Cuando se seca el esmalte, cojo otra vez la bolsa y utilizo su contenido para

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vestirlo con sujetador y bragas de encaje, medias negras y un liguero negro.
Su polla ahora está dura como la roca. Me asegura que quiere ser una «buena
chica» y que hará todo lo que yo le ordene. Así que lo desato y le digo que se
ponga en el suelo a cuatro patas junto a una pata de la cama. Entonces vuelvo
a atarle las dos manos a la pata de la cama, de modo que no puede moverse
demasiado. Vuelvo a la bolsa una vez más y me arrodillo junto a él. Está
temblando un poco, pero yo le hablo con dulzura y le aseguro que todo irá
bien y que es una chica muy buena; también le digo que está muy sexy con su
atuendo todo negro, mejor que muchas chicas, y que me está haciendo muy
feliz. Luego cojo el aceite para niños que he comprado y vierto un poco sobre
su espalda, cerca de las nalgas, para que se escurra hasta la raja del culo y le
caiga en los testículos. Gime suavemente, y yo le digo que se esté quieto, o de
lo contrario… Entonces le froto el aceite por las nalgas y la parte posterior de
los muslos, moviendo las manos lentamente hacia la parte delantera. Inclino
la cabeza para besarle el pene antes de bautizarlo de tal suene. Luego me unto
bien los dedos de la mano derecha con el aceite. Le rodeo con el brazo
izquierdo y le masturbo la verga arriba y abajo con la mano, mientras oprimo
el exterior del ano con la mano derecha. Le digo otra vez que está siendo una
buena chica para su ama y que pronto terminará. Le meto los dedos en el ano
y aumento el ritmo de la otra mano. Empieza a gemir con mayor intensidad y
yo muevo las manos sincronizadas, arriba y abajo, dentro y fuera, hasta que
me suplica «No pares, no pares», hasta que por fin lanza su semen por toda la
alfombra y se derrumba frente a mí.
Me he corrido muchas veces con esta fantasía, y eso que sólo es la punta
del iceberg. Él quiere además probar el maquillaje, ir vestido de mujer en
público, y más. A mí me gustaría probar con un pene artificial.
También quiero casarme con mi amante, y no sólo por el aspecto sexual,
obviamente. Él es mi maestro y mi mejor amigo, y le amo más de lo que
pensé que podría amar a nadie. Me hace sentir más mujer de lo que nadie me
había hecho sentir nunca.

Danielle
Tengo veinte años y estoy en el penúltimo curso de una universidad
católica privada. Soy la cuarta de una familia de cinco hijos, y la encarnación
de la inocencia y la pureza para mi familia y la mayoría de mis amigos.
Recientemente, en la universidad, estando mis amigos y yo algo bebidos,
empezamos a charlar sobre nuestras experiencias sexuales. Todo el mundo se

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sorprendió al saber que no era virgen. Perdí la virginidad a los diecisiete años
con un hombre de veintiséis. Para mí era el epítome del sex symbol, y la
tercera vez que salimos juntos me acosté con él.
Desde entonces me he vuelto muy activa sexualmente. Pero esto me
preocupa. Me siento realmente como Teresa en Buscando a míster Goodbar.
¡Desde luego, esa historia dio en el blanco! De día soy la dulce e inocente
Danielle, pero por la noche soy más promiscua que cualquier persona que yo
conozca. Sin embargo, lo que realmente me encanta es el hecho de que los
hombres que conozco crean que soy inocente. La mayoría se sorprende
mucho al descubrir mi edad. Supongo que mi estatura (mido sólo un metro
cincuenta y siete centímetros y soy de complexión menuda) y mi aspecto
general son los culpables de ese equívoco. A causa de mi apariencia inocente,
me encanta probarme a mí misma lo contrario. Pero no quiero mantener una
relación estable con la mayoría de hombres con los que me acuesto. Quiero
decir que sueño con enamorarme, pero no pienso acostarme con el hombre al
que ame hasta la noche de bodas.
Supongo que mi promiscuidad me ha hecho sentir que el sexo es sucio,
pero espero que podré superar ese sentimiento cuando me enamore (si es que
lo hago). Afortunadamente, mi aspecto inocente me ha salvado de ser
considerada una «guarra». La mayoría de los tíos con los que me he acostado
han demostrado una verdadera simpatía por mí y creen que, si me he ido a la
cama con ellos, ha sido sólo porque me gustaban mucho. Pero si me gustaran
tanto no hubiera tenido relaciones sexuales con ellos, de verdad: querría una
relación romántica. Supongo que intento por todos los medios ser moderna y
tradicional al mismo tiempo.
No tengo fantasías demasiado concretas, tan sólo dos situaciones
imaginarias que quisiera convertir en realidad. La primera es que me gustaría
tener relaciones sexuales con un chico virgen. Los hombres con los que me he
acostado eran todos entre cuatro y ocho años mayores que yo y siempre eran
los agresivos. Quisiera seducir a un virgen y ser «la primera».
La segunda es que me gustaría seducir a un cura. Soy católica, estudié en
una escuela católica hasta que empecé a ir al instituto y ahora estoy en una
universidad católica (que elegí por su prestigio y no por motivos religiosos).
Esta fantasía empezó después de que leyera El pájaro espino. Siempre he sido
algo rebelde con respecto a las ideas y costumbres católicas y creo que
debería suprimirse el voto de castidad para los curas. Tengo dos tíos que
fueron curas pero que se han casado, y yo los apoyo con todo mi corazón, al

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revés que el resto de mi familia. Me encantaría modernizar toda la Iglesia
Católica, pero ya que no puedo, me conformaría con seducir a un cura.
Para acabar, me gustaría expresar cuánto deseo que las nociones de lo
bueno y malo, lo correcto y lo erróneo, cambien con mayor rapidez. Yo
disfruto de mi sexualidad y la valoro, pero al mismo tiempo debo preservar
mi aspecto inocente frente a la sociedad. ¡Soy tan hipócrita! Tan sólo espero
que sea diferente para mis hijos.

Samantha
Tengo dieciocho años y estoy soltera. Soy virgen, universitaria y vivo en
la casa familiar. Podría decirse que he llevado una vida protegida, pero de
ningún modo estricta. Mi madre murió cuando yo tenía seis años y mi padre
nos crió a mí y a mis hermanos y hermanas él solo. Mi padre no era estricto
en general, pero todos teníamos que realizar nuestras tareas. Soy una persona
muy callada y casera, y algo tímida. Aun así, contradiciéndome a mí misma,
algunas veces soy audaz y agresiva.
Sexualmente, como ya he explicado antes, permanezco «incólume». Sin
embargo, en mis fantasías soy cualquier cosa menos eso. Desperté a la
sexualidad un poco tarde, alrededor de los catorce años. Mi padre no me
contó nada cuando entré en la pubertad (supongo que se sentía incómodo), así
que yo aprendía de las revistas y los libros. (Era demasiado tímida para
preguntar a las amigas, y en la escuela no nos enseñaban nada de eso.)
Recuerdo con diversión, y un poco de amargura, mi primera regla: pensé que
me estaba muriendo e hice testamento. Cuando finalmente fui consciente de
mi sexualidad empecé a masturbarme (tan sólo me froto el clítoris, no me
meto nada en el coño, no lo necesito) con fantasías de acompañamiento.
Mi fantasía favorita procede de una experiencia real. Una vez, estando en
la biblioteca, me dirigí al fondo de la sala en busca de un viejo libro que
quería leer. Mientras lo buscaba oí unos jadeos. Curiosa, avancé unos pasos
entre las estanterías y descubrí a un hombre sentado en el suelo, con una
revista erótica desplegada frente a él, masturbándose. Salí corriendo con las
mejillas encendidas de vergüenza. Pero tengo fantasías sobre ese hombre. Me
imagino a mí misma acercándome y masturbándolo yo misma, o metiéndome
su polla en la boca y lamiéndole el capullo y luego chupándosela entera.
Mientras tanto, mis manos le acarician los testículos. Le penetro el ano con un
dedo. Él me agarra la cabeza, introduce el pene más profundamente en mi
boca y, al llegar al punto culminante, gime mientras se corre. Continúo

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chupando y me trago su esperma caliente y salado hasta la última gota.
Después de lamerle la polla, me quito la camisa y el sujetador. Mis pechos
son firmes y los pezones están erectos. Él me contempla, respirando
pesadamente y con la polla creciendo de nuevo. Extiende los brazos y me
oprime las tetas. Luego se mete una en la boca y la chupa como un bebé. Yo
emito una risa gutural y acerco aún más su cabeza a mí. Torpemente, intenta
quitarme los pantalones y yo le ayudo a bajarlos. Sus dedos encuentran mi
coño, ya palpitante. Bajo la vista hacia su polla, que está dura, roja y tirante,
señalando hacia mi coño goteante. Extiendo el brazo y la oprimo suavemente
con la mano. Él gime y se estremece de placer. Impaciente, me coge por las
nalgas y me empuja rudamente hacia abajo sobre su polla. Ambos jadeamos
de placer al sentir la suave y resbalosa penetración. Empiezo a cabalgar sobre
él, sentada sobre su regazo, empalada en su gloriosa polla. Mis dedos se
hunden en sus hombros, inclino la cabeza hacia atrás y me muerdo los labios
para no gritar. (Después de todo, estamos en la biblioteca y se supone que
debemos mantener silencio.) Al tiempo que mi cuerpo se arquea en éxtasis,
noto los chorros de semen brotando hacia mis entrañas y ambos gemimos.
Nos corremos juntos. Me levanto temblando, dejándolo a él en la misma
posición, con los ojos cerrados, la polla ahora fláccida y pálida. Me visto
rápidamente y me voy, mientras él se incorpora con aire aturdido. Voy a
coger el libro que originalmente había ido a buscar, lo tomo en préstamo y
abandono la biblioteca con una sonrisa satisfecha en el rostro como diciendo a
todo el mundo: «¡He conseguido lo que había venido a buscar!»

Judith
Soy una chica de diecisiete años en el último curso de la escuela. Mis
padres se divorciaron cuando yo era muy pequeña y vivo con mi madre.
Cuando tenía trece años estudiaba en un internado durante los cinco días
de colegio y tenía relaciones lesbianas con una chica de mi misma edad. No
estábamos «enamoradas» ni nada parecido, nuestra relación era puramente
sexual. A pesar de todo, no llegamos a hacer gran cosa. Nos frotábamos las
vaginas una contra otra y nos besábamos por todas partes, pero nunca nos
chupamos mutuamente los coños, tan sólo las tetas y los pezones. Cuando
cumplí los catorce me mandaron a un internado de chicas, situado entre dos
colegios de chicos, en el que aún estoy.
Me convertí en una auténtica «ligona», y me hice muy popular en las dos
escuelas vecinas. Perdí la virginidad a los quince. Desde entonces no he

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tenido relaciones sexuales, sobre todo porque no sentí nada (no creo que él
fuera muy bueno) y también porque cortó conmigo casi inmediatamente
después de haberlo hecho. Yo soy muy romántica y estoy totalmente a favor
de las «relaciones a largo plazo». Siempre estoy buscando al chico adecuado,
por así decirlo.
Mis deseos físicos son muy fuertes. Tiendo a ser muy dominante y
agresiva cuando «ligo con un tío». Me encanta practicar el sexo oral con un
tío porque es muy excitante. También soy muy malvada, y me gusta provocar
a un tío hasta que se pone frenético y me suplica que le haga algo. Me gusta
dominar la situación.
Nunca he tenido un orgasmo, pero no me preocupa. No me masturbo muy
a menudo. Suelo hacerlo en el cuarto de baño o en la cama, y me limito a
frotarme el clítoris, cerrar los ojos y soñar…
Soy terriblemente guapa. Todos mis profesores me adoran. No soy nada
popular entre mis compañeras de clase, pero poseo un indefinible poder sobre
ellas. Estoy a punto de inaugurar el primer Centro del Sexo del mundo. Es
para chicos y chicas, a los que enseñaré a hacer el amor erótica y
apasionadamente. Hay un ala para los tíos y otra para las tías. No se les
permite encontrarse nunca, y la culminación de la fantasía llega cuando hacen
el amor.
Mi fantasía sólo consiste en enseñar a las chicas a follar. Para poder entrar
en mi Centro del Sexo es necesario pasar ciertas pruebas. Pongo en fila a
todas las chicas de mi clase. Automáticamente elijo a las que no me caen bien
o a las más tontas y antipáticas. Suelen ser muy atractivas. Entonces tienen
que quitarse la ropa mientras las inspecciono, aunque no íntimamente. Una
vez escogidas las chicas (unas diez), están preparadas para entrar en el centro.
Lo único que han de llevar con ellas son los sujetadores y las bragas.
Todo en el centro es blanco. Se parece a una clínica. Las chicas entran en
una habitación y se sientan, mientras yo les explico las reglas. No pueden
marcharse en cualquier momento. Tienen que llevar el pecho descubierto y no
sentirse avergonzadas de sus cuerpos. Es preferible no llevar tampoco bragas,
pero si lo desean pueden llevar tangas de plástico transparente que se les
proporcionarán. Se recomiendan el lesbianismo y la masturbación en todo
momento. Si dos chicas quieren hacer el amor o masturbarse, pueden hacerlo
cuando gusten, siempre que lo hagan en el pasillo donde todos los que lo
deseen puedan verlo. Cuando las chicas se encuentren por los pasillos, es
fundamental que se detengan y se saluden con un beso o acariciándose los
pechos. Duermen tres en cada cama.

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Las lecciones de sexo tienen formas diversas. Cada chica debe soportar
una inspección por parte de las otras. Se les muestran libros y películas porno
y se les enseña a disfrutar del dolor. Les demuestro el arte de follar de muchas
maneras, con penes artificiales, cepillos del pelo, botellas, dedos, etcétera.
También les hago el cunnilingus y les enseño cómo se hace. Las chicas a las
que hago el amor reciben esta deferencia como un gran honor.
Si es necesario, se las castiga. Normalmente el castigo consiste en beber
una bebida que contiene una cantárida. Después, la infractora es llevada a una
habitación fría y oscura, donde se la ata sobre una mesa de madera de modo
que no pueda moverse. Se siente tan excitada por la lascivia y el deseo físico
que no puede controlarse, y mis pupilas se turnan para burlarse de ella.
Como ya he explicado, el punto álgido de la fantasía llega cuando
finalmente hacen el amor con el tío que yo elijo para ellas. Todos juntos en
una gran sala follan, mientras yo los contemplo y los aconsejo.

Beth
Pronto cumpliré los veinte años. Soy blanca, de clase media, y con un
curso universitario a mis espaldas. Procedo de una familia rota (de padres
divorciados y ambos casados por segunda vez) y vivo bajo el techo materno.
En casa de mi madre el sexo provoca un gran sentimiento de culpa, no
expresada con palabras, combinada con el «no», expresado y persistente, de
mi madre. Desde que tenía diecisiete años, edad que marcó el principio de mi
actividad sexual, he estado luchando con la moral de lo «correcto y lo
erróneo» en términos de experiencia sexual plena. Actualmente no salgo con
nadie, tan sólo espero poder separarme de la familia y, por fin, tomar mis
propias decisiones con respecto al sexo, sin una voz autoritaria (en mi
subconsciente) retumbando sobre mi hombro.
Quizá debería añadir que, mientras intentaba «separarme» a los diecisiete
años, mi madre escuchó a escondidas una conversación telefónica en la que
discutía con una amiga acerca de la importancia de la virginidad, o más bien,
de perderla, y si debía seguir adelante y «ceder», o seguir siendo la «buena
chica». En fin, ese tipo de cosas. Creo que esa intrusión me ha preocupado
más que la afirmación de que masturbarse es asqueroso. No sé por qué, pero
me pareció injusto ser violada de esa manera.
En la actualidad todavía soy virgen.
Una de mis fantasías: Decido consentir en pasar la noche con el hermano
(de veintitrés años de edad) de mi mejor amiga. Es en la planta baja. El sofá

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cama ya está preparado. La televisión está encendida. (Son alrededor de las
tres de la mañana.) En la realidad, él me atrajo hasta la cama. En la fantasía
yo estoy tumbada sobre la cama, con camisón, cuando él se levanta para
apagar la televisión. Mientras está de espaldas a mí, me levanto del sofá
cama, me saco el camisón por la cabeza y camino hacia él completamente
desnuda. Él se da la vuelta, se sorprende agradablemente, me abraza y
seguimos encima del sofá. En la fantasía no siento vergüenza alguna, ni
tampoco me asusta la idea de acostarme con el hermano de mi amiga. (No es
que ella desaprobara la situación —de hecho, probablemente me alentaría—,
pero a él sólo lo conozco a través de ella y de vista.) Me excito cada vez más
y estoy cada vez menos inhibida. Si todavía lleva puestos los pantalones
cortos cuando estamos en la cama, le bajo la cremallera. Me he convertido en
un ser extraordinariamente sexual a quien no inhiben ni sus avances ni los
míos. Hago todas las cosas que ordinariamente rehúyo. El resultado es una
noche salvaje y excitante, pasada con una especie de «extraño», de quien sé
que se ha acostado con muchas de las amigas de su hermana. En la fantasía no
me importa. Estoy demasiado enfrascada en todo el asunto para preocuparme
por el «¿me querrá aún mañana?».
La fantasía más reciente se refiere a un antiguo profesor de instituto por el
que estaba loca perdida. Era alto, moreno y atractivo, de treinta y cuatro años
y cuerpo bien proporcionado. En mi fantasía vamos de visita a casa de mi
abuela. La casa es amplia, cómoda y llena de camas. (Representa que yo
había escogido ese lugar, pero también el lugar se presta a la fantasía.) Él
duerme en una habitación (me doy cuenta de que es la antigua habitación de
mi madre; un desliz freudiano) y la mía está al otro lado del pasillo, que
recorro para darle las buenas noches. Está tumbado sobre el lado de la cama
más cercano a la puerta, haciendo más fácil que pueda alcanzarle si así lo
deseo. Pero es él quien extiende primero los brazos y aparta las sábanas. Le
digo que vuelvo enseguida (debo prepararme para este «monumental
acontecimiento») y me voy a mi habitación para ponerme un poco de
perfume, de maquillaje, y quizá vestirme de un modo más adecuado. Esta
experiencia no sólo será importante para mí (porque es mi primera vez), sino
también para él, puesto que sabe que está contribuyendo a que alcance mi
plena madurez. En la vida real este profesor me ayudó mucho a salir de mi
cáscara, a descubrir mis talentos (espero llegar a ser escritora) y adquirir
seguridad en mí misma. Por supuesto, ha sido «elegido» especialmente para
este acontecimiento. Él no me ve como una tímida chica de instituto. En
cierto sentido he sido «transformada» en un maravilloso ser sexual.

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Tuve una interesante experiencia con un chico con el que salí cuando
tenía diecisiete años. Él era dos años y medio más joven. Nos metimos en la
cama y él, «experimentando», se deslizó hacia abajo y trató de hacerme un
cunnilingus. En términos generales la experiencia fue un desastre. Un mes o
dos más tarde, pictórica de nuevas y diferentes ideas, volví a acostarme con
él. Pero ocurrió algo extraño y maravilloso: me dejé ir. Y funcionó. Si él se
sorprendió, yo me sorprendí aún más (antes había sido él quien había asumido
el papel «dominante»). Yo hice el primer movimiento. Me produjo una
enorme satisfacción ver que yo hacía que él se corriera. Antes, él siempre se
había limitado a masturbarse en medio de un intenso magreo.
Yo no podía creer aún lo que había sucedido. Descubrí que, aun durante el
tipo usual de experimentación adolescente, había un lugar para ser una
misma, rompiendo las ligaduras con el proceder tópico. ¡Qué alivio! ¿Era yo
realmente aquella persona que hizo el primer movimiento? ¿Era yo quien hizo
que se corriera? Me sentía maravillosamente bien. Finalmente, me había
«impuesto» del modo en que yo quería. Realmente podía ocurrir si una se
relajaba, se dejaba ir y actuaba siguiendo sus instintos «no femeninos, y
contrarios a los propios de una buena chica».

Kay
Tengo veintiún años y estoy soltera. Por el tipo de educación que recibí,
siempre me intimidaron (y todavía me intimidan) los hombres y las
(aparentes) libertades que tienen en sus vidas. Recientemente he descubierto
las diferencias y semejanzas entre mi madre y yo. Mi madre y su hermana
mayor criaron a sus hijos con la idea de que debían ser vistos, pero no
escuchados, en especial si se trataba de una niña. Creciendo bajo esa
influencia y teniendo en cuenta que todos mis primos, menos dos, son
hombres, he sufrido mucho tratando de encontrar mi identidad como
mujer/hembra. Yo era un marimacho que se burlaba siempre de los juegos
con muñecas y cosas parecidas para «blandengues». Así que yo jugaba con mi
hermano mayor y sus amigos.
Era una niña muy tímida, al menos emocionalmente, cuando empecé a ir
al colegio. Era alta y bastante rellenita para mi edad, y tenía una aguda
conciencia de ello. Los chicos siempre andaban burlándose de mí, hasta que
aprendí a luchar contra sus provocaciones con mi «muro de indiferencia».
Me alegra el modo en que mis padres me educaron, salvo en cuanto a la
expresión de las emociones. Rara era la vez en que me besaban o abrazaban,

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tan sólo cuando venían familiares a visitarnos. Siempre me decían «besa a tu
tío» o «tía». Yo no quería porque no estaba acostumbrada, y me sentía
incómoda con el contacto físico, pero obedecía porque «mamá lo ordenaba».
Crecí pensando que los hombres eran unos idiotas redomados que no podían
hacer nada por sí mismos, excepto pasarlo bien sin responsabilidades ni
emociones como las que tienen las chicas. Las mujeres de mi familia lo han
controlado todo respecto a las vidas de sus familias y de sus casas.
En mis años de adolescencia soñaba cuánto deseaba que un hombre fuera
para mí. Pensaba siempre en un hombre alto, guapo y moreno con el que
tendría una perfecta compenetración, como si fuera mi otra mitad emocional.
Físicamente, siempre lo imaginaba como los personajes de las novelas de
Rosemary Rogers. Pero en la realidad imaginaba que, aunque el primer
hombre con el que me acostara fuera físicamente mi ideal, sería también un
completo extraño al que nunca volvería a ver después de acostarnos juntos.
De esa manera no podría reírse de mí por ser virgen, ni por mi vulnerabilidad.
No podría atravesar mi fachada de mujer de mundo, fría y tranquila, y
descubrir que sólo era una niña pequeña asustada. Era una niña que pensaba
que nadie la querría y mucho menos que nadie la tocaría, por ser alta, plana,
tener unos pies grandes y feos y no corresponder a la «imagen perfecta».
Me enamoré por primera vez cuando tenía veinte años. No me sentía
aplastada por él, sino segura. No existía amenaza para mi vulnerabilidad. Nos
conocimos como personas antes de acostarnos juntos. La primera vez que lo
hicimos sentí que los viejos miedos e inhibiciones se apoderaban de mí.
Temía que si tenía relaciones sexuales con él se desvanecería su interés y me
dejaría tirada en el polvo, como en el pasado. Así que intenté racionalizar mis
miedos y sofocarlos. Él me hizo sentir que me deseaba, que me encontraba
deseable y atractiva, lo cual disipó mis miedos. Me enseñó lo que era el deseo
y me mostró partes de mí misma que no había sospechado que existieran. Y
luego volvió. Yo me enamoré de él, pero me di cuenta de que, una vez que se
mezclaba el corazón, desaparecía mi espontaneidad, porque la persona estaba
demasiado cerca para que pudiera sentirme cómoda. Ya no tengo el control.
¡Estoy comprometida! La tierra tiembla y yo me siento como si apoyara un
puñal sobre mi pecho dirigido al corazón. La desconfianza distorsiona y
ahoga mi respuesta. No quiero que me toque, pero lo deseo. No puedo
explicar, ni a él ni a mí misma, que dentro de mí se está desarrollando una
guerra.
Quiero tocarlo, tengo que poseer el control de nuestra relación sexual.
Siempre tomo la iniciativa. Cuando él trata de tomarla, lo rechazo. Está

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demasiado cerca de mí y no quiero que él se dé cuenta. Tengo la impresión de
que, si llega a saberlo, huirá. Él no puede controlarlo, así que no se lo
demuestro cuando, en realidad, yo puedo controlarlo. No dejo caer las
barreras y me dejo ir. Estoy asustada. Soy vulnerable.
La relación se cortó el año pasado. Yo acabé destrozada emocionalmente
hasta el punto de tener una depresión nerviosa. Durante largo tiempo no pude
siquiera soportar pensar en su nombre. Lo borré de mi memoria o, al menos,
lo intenté con todas mis fuerzas, aunque sin éxito.
Desde entonces he llegado a conocerme mejor a mí misma. Toda mi vida
he estado dominada por los hombres, rodeada por ellos; y, sin embargo, nunca
hasta ahora había tenido en cuenta que ¡también ellos tienen sentimientos,
inseguridades o problemas!
Es como si todo el mundo formara parte de una carrera en la que tuviera
que probar que puede superar a los demás, que es invencible y que no necesita
a nadie. Debo decir que es agradable sentir que puedo compartir mi vida,
saber que puedo cuidar de mí misma, ¡pero no aislarme emocionalmente
porque también otras personas tengan esos sentimientos! No todo el mundo
está dispuesto a destruir a los demás en salvaguarda de su propia seguridad.
Creo que en eso consiste todo, en la necesidad de confiar y sentirse seguro de
que puedes ser tú mismo y sentir, sin temer que alguien esté agazapado en la
sombra para cogerte cuando estés desprevenido.
Ahora mis fantasías varían según mi estado emocional. Si estoy tranquila
y con paz interior, mis fantasías se refieren a una relación con un hombre que
no sienta la necesidad de jugar con los sentimientos, sino que sea honesto y
los comparta conmigo. Si me siento insegura, en mis fantasías me convierto
en la «seductora», la que domina la situación. Pero en todas mis fantasías el
hombre es mayor que yo y siempre me ama en cuerpo y alma. No me oculta
nada, no «está en otra parte» cuando hacemos el amor, y siempre me someto a
las sensaciones de ser tocada, besada y enteramente amada, por dentro y por
fuera. Soy sensualista más que sensual. Encuentro tanto placer en tocar y
amar a un hombre como en ser tocada y amada. Mi ideal es la emoción de
estar completamente sola con un hombre sin miedo a intrusiones. De ese
modo, la situación está en nuestras manos.
Cuando mis viejas inseguridades salen a la superficie, me excita la idea de
tener relaciones sexuales con más de un hombre a la vez. Nos follamos todos
locamente sin la amenaza de un compromiso emocional, porque todos damos
por sentado que se trata tan sólo de placer físico y nada más. Deseo un
hombre que me atraiga tanto física como emocionalmente, que no tenga

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miedo de rendirse a sus deseos conmigo sin que ninguno de los dos acabemos
por alejarnos a causa de un compromiso sexual o emocional.

Louellen
Me encanta leer tus libros antes de irme a dormir. Me relaja totalmente y
en ocasiones provoca en mí sueños muy placenteros.
Soy una mujer soltera de veinte años. Me educaron en la religión católica
y sigo acudiendo a la iglesia cuando puedo, aunque no creo en todo lo que la
Iglesia Católica Romana propugna (como el rechazo de las madres de
alquiler, la inseminación artificial, etc.). Mi novio y yo tenemos relaciones
sexuales tan frecuentes como nos es posible. Me encanta. Algunas veces me
ata e imagino que me está violando. (¡No se puede culpar a las «buenas
chicas» católicas por tal placer!) Aquí está una de mis fantasías favoritas:
Me convierto en una mujer de carrera con éxito. Tengo un horario de
nueve a cinco, poseo un gran coche deportivo y una bonita casa en una zona
no demasiado populosa. Mis amigos y mi familia se preguntan por qué no
salgo más a menudo, aunque creen que trabajo demasiado y que luego voy a
casa a tumbarme exhausta. ¡Nada más lejos de la realidad! Poco se imaginan
que tengo quince empleados domésticos varones. Unos son rubios, otros
morenos, algunos italianos, e incluso hay un par de negros. En su variedad
todos son espléndidos, de cuerpos bien formados y muy bien dotados. Mis
empleados domésticos sólo llevan una corbata negra. Están siempre
impacientes por que vuelva a casa y se preparan para ese momento durante
todo el día. Cuando llego del trabajo se ponen en fila para saludarme. Yo
recorro la fila besándolos y acariciando sus cuerpos. La mayoría la tienen ya
dura y palpitante. Me suplican que los escoja para esa noche, porque sólo
escojo a tres cada día para divertirme con ellos, y el resto tiene que volver a
sus tareas domésticas. Elijo a uno para servirme la cena, a otro para darme un
masaje y relajarme y a otro para compartir con él la cama durante la noche.
Después de haber escogido a mis tres compañeros de juegos para la
noche, los otros tres domésticos vuelven a sus monótonos deberes, mientras
los tres elegidos se recrean en su victoria, alardeando de ella («Bueno, quizá
la tengas mañana, ¡si tienes suerte!»).
Cuando la cena está preparada, el primer hombre elegido me levanta en
brazos y me lleva hasta la mesa. No hay nadie más. El comedor está siempre
iluminado por la luz de unas velas. Como un par de bocados, y mi «doncella»
se queda de pie con su gran erección esperando mi siguiente orden. Algunas

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veces le ordeno que se tumbe sobre la mesa y se ponga la comida encima, de
modo que yo la coma de él. Otras veces me siento sobre su regazo sintiendo
sus atributos masculinos a través de mi ropa mientras él me acaricia los
pechos durante la cena. En ocasiones me limito a provocarlo, poniéndome a
leer el periódico en apariencia indiferente a su desnuda excitación. Él se
frustra tanto que tira todo lo que hay sobre la mesa y me tumba sobre ella,
penetrándome tan fuertemente que todos los de la casa detienen sus
quehaceres para escuchar mis fuertes y agudos gritos. Porque el caso es que,
cuando no estoy en casa, se dedican a discutir sobre lo que realmente me
excita y a comparar su capacidad de darme placer. Es como una competición
entre ellos. «¡Pues yo le daré cinco orgasmos esta semana!»
Después de la cena, me traslado a mi salita de estar para ver las noticias
de la noche. El segundo hombre me desnuda (el polvo de la cena es rápido y
nunca me quito toda la ropa) y me da masajes por todo el cuerpo. Empieza
por el cuello y la espalda, moviéndose por mis nalgas y entreteniéndose en la
parte posterior de los muslos. Al verme ya estremecida, se mueve hacia las
pantorrillas y los pies. Me hace dar la vuelta y sonríe cuando empieza a
masajearme los pechos. (Tengo las tetas muy grandes.) No las amasa como si
fueran bollos, como hacen algunos hombres con las mujeres que tenemos los
pechos grandes, sino que comienza por dar vueltas suavemente alrededor de
los pezones, ampliando el círculo en cada vuelta hasta abarcar los pechos por
completo, y alternando chupadas, lametones y mordisqueos. Nunca me
acuesto con el hombre de los masajes, tan sólo sirve para calentarme para el
compañero de cama de esa noche. Me pone tan frenética que prácticamente
tengo que correr hacia mi dormitorio para ser satisfecha completamente.
Allí entra en acción el tercer criado. Ya está dentro de la cama, sirviendo
champán y esperando ansioso mi llegada. Algunas veces me abalanzo sobre
él, me pongo encima y lo folio como una loca porque estoy tan cachonda que
no puedo controlarme. La mayor parte del tiempo, él se limita a esperar mis
órdenes: «¿Qué le complacería esta noche, señora?» Entonces le ordeno que
me coma el coño hasta correrme, o bien tengo ganas de un 69. Pero de vez en
cuando se hartan de recibir órdenes y el hombre número tres me sujeta boca
arriba y me dice: «¡Hagámoslo así esta noche, así es como yo quiero!» O
algunas veces me meten la polla en la boca. Saben que no puedo hacer nada.
Quiero decir que saben que ¡nunca los despediría!

Jenne

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Tengo cuarenta y cinco años, estoy felizmente casada desde hace
veintiuno y tengo dos hijos de diecinueve y catorce años. Conocí a mi marido
a la edad de veintidós años y él ha sido el primero y único hombre con el que
he tenido relaciones sexuales. Había sido frígida durante toda la vida (tardé
muchos años en llegar a esa conclusión) y, cuando finalmente reuní el valor
suficiente para decírselo a mi marido, hace apenas unos meses, fue él quien
acudió a la biblioteca para sacar los libros de Masters y Johnson y Helen
Singer Kaplan, para intentar cambiar los malos hábitos de toda una vida.
Hasta ese momento, los únicos orgasmos que había experimentado los había
tenido en sueños mientras dormía (los sueños no podía recordarlos nunca).
Ahora estamos esforzándonos los dos, con cierto éxito, pero tengo la
impresión de que soy y siempre seré una retrasada sexual por haber iniciado
la actividad sexual a una edad tan tardía (veintitrés años). Intenté
masturbarme cuando era adolescente, sobre todo porque había oído que todos
los demás adolescentes lo hacían, a pesar de que se suponía que no debían.
No pude conseguir nunca ninguna sensación agradable y dejé de intentarlo.
No recuerdo que mis padres fueran particularmente estrictos ni que me
castigaran por algo de esa naturaleza que hubiera podido hacer a una edad
temprana, pero sí recuerdo a una enfermera en un campamento de verano
diciéndonos a varias de nosotras que enfermaríamos de cáncer si
«abusábamos» de nuestros cuerpos.
Estoy en deuda contigo por tu libro, no sólo porque me demostró que yo
no era antinatural, como había temido, por tener una rica vida fantasiosa, sino
también por demostrarme que mis fantasías eran bastante inusuales, en el
sentido de que no era capaz de imaginar a alguien haciéndome el amor
realmente. Mis fantasías se referían casi exclusivamente a que yo salvaba la
vida a un hombre guapo y viril y luego, como resultado, él quería hacerme el
amor. Me he sentido particularmente atraída por los astronautas, y cada vez
que se ha lanzado una cápsula, una estación o una lanzadera espaciales, este
hecho se ha convenido en una fructífera ocasión para mis fantasías. Me
imagino que me siento especialmente atraída por uno de los hombres que hay
a bordo, alguien de rasgos viriles, moreno y musculoso. Entonces se produce
alguna emergencia en la nave, un cortocircuito o una fuga, y yo soy quien
arriesgo la vida, corriendo el riesgo de quemarme o algo parecido, y salvo las
vidas de todos los demás. Como resultado, el caballero por el que me siento
particularmente atraída está tan agradecido que quiere hacerme el amor.

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MUJERES AIRADAS/FANTASÍAS SÁDICAS
Las airadas voces de las mujeres de esta sección han tenido que esperar
mucho tiempo. Yo doy la bienvenida a estas mujeres amargadas, sí, también a
las sádicas. Es hora de reconocer que algunas mujeres son tan malvadas y
crueles como algunos hombres. Mantener la ficción de que las mujeres son
los seres encantadores mientras que sólo los hombres son los «malos chicos»,
más que beneficiar a las mujeres, las reprime. Negar la furia de las mujeres es
igualmente confuso para los hombres, que se ven progresivamente rodeados
por mujeres agresivas, las cuales compiten con ellos en el trabajo y quieren al
mismo tiempo tener sus corazones.
Hace veinte años no se oía siquiera un susurro de la ira de las mujeres, lo
cual demuestra lo bien que funcionaban las defensas. Las mujeres de Mi
jardín secreto sentían que no controlaban las imágenes que acudían a sus
mentes. Era como si las mujeres fueran una hoja de papel en blanco sobre la
que el subconsciente garabateaba sus mensajes. Por qué tantas de sus
fantasías aparecían arropadas en forma de violación y la fuerza estaba fuera
de su capacidad de comprensión o de su voluntad de cambio.
Esta nueva generación no es tan pasiva. Las fantasías de Wendy se
modernizan literalmente ante nuestros ojos, al pasar de la fantasía tópica de la
violación que siempre había tenido (y de la cual se avergüenza) a la más
corriente en la que ella domina y tiene el poder. Wendy habla en 1980. En
aquel momento, las mujeres se manifestaban por la Enmienda de la Igualdad
de Derechos, Sherry Lansing se había convenido en la primera mujer
directora de unos grandes estudios de cine y un sondeo de opinión informaba
que las mujeres se sentían más cómodas pagando la cuenta cuando cenaban
con un hombre. Después de una lucha tan larga, uno puede llegar a
comprender el desencanto de Wendy al comprobar que se excita sexualmente
con imágenes de sí misma como esclava.
Como corrigiendo su autorretrato a medio hacer, nos ofrece otra fantasía
«que es la que últimamente me apetece más», en la que se invierten los
papeles y ella es el amo dominador. «No hago el amor con los esclavos, ni
siquiera con los guardianes —afirma—. Sólo quiero controlar el destino de
mis esclavos varones. Sin embargo, admito que mi víctima es alguien con
quien estoy furiosa, como mi último novio. Quiero hacerles sufrir tanto que
me supliquen la muerte; o hacerles sentir tan bien que se pregunten qué más
puede haber después de haber alcanzado la cima absoluta del placer.»

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Incluso un acto imaginado puede requerir una cierta valentía. Fue ese
valor lo que aplaudí cuando leí por primera vez esas fantasías a principios de
los años ochenta, época en la que fueron más corrientes. Resultaba excitante
comprobar que las mujeres reconocían su rabia y se alzaban contra las
adversidades de la vida en lugar de aceptarlas como víctimas.
Quizá sea ésta la razón por la que mis sentimientos son tan contradictorios
ahora al volver a leer esas fantasías. Han pasado los años y he visto ya
hostilidad femenina suficiente para el resto de mi vida. A pesar de que el
valor sigue siendo un factor positivo por el que aún lucho en mi propia vida,
cuando leo ahora la fantasía de una mujer que pretende sostener un cuchillo
contra la garganta de un hombre antes de follárselo (aunque se trate de «una
manera de enfrentarme al rechazo»), me quedo con la duda de si la mujer no
tiene una cierta responsabilidad moral frente a un acto semejante (aun siendo
imaginario).
«A la mente consciente se le puede enseñar como a un loro —escribió
Cari Jung—, pero al subconsciente, no. Por esta razón, san Agustín le dio
gracias a Dios por no hacerle responsable de sus sueños.» ¿Qué parte de esas
fantasías es elegida conscientemente y cuál inconscientemente? Dado que
estas fantasías no se convierten en realidad, ¿es necesario hablar de
moralidad? Algunas de estas ideas e imágenes de venganza parecen ser
voluntariamente incluidas por la mujer en la escena, mientras que otras,
elegidas por el subconsciente, se abren camino hasta convertirse en el centro
de atención.
Paloma, por ejemplo, está frustrada en su vida real. Le gusta el sexo anal,
y a su marido, no. En su fantasía, a él lo viola analmente una mujer que es
«… ¿yo?», se pregunta. No lo sabe, ¿o sí?
Estas nuevas voces vengativas y coactivas, junto a las ya conocidas voces
maternales y amantes de las mujeres, completan a un ser humano. Dejadme
añadir que la mayoría de estas mujeres no han encontrado todavía ni las
palabras ni el valor para expresar su rabia en la realidad, aunque han tenido
buenas razones para sentirla. Es en sus fantasías donde se sienten seguras,
porque tienen en ellas esa capacidad misteriosa para erotizar la furia.
Es importante comprender no sólo el origen de la furia de la mujer, sino
también por qué ha estado reprimida durante tanto tiempo y por qué emergió
finalmente con tanta fuerza con las mujeres de este libro, ya que los cambios
en las fantasías sexuales reflejan cambios en nuestra vida real.
En el pasado, las mujeres tradicionales negaban su rabia interiorizándola.
Sufrían migrañas, depresiones, úlceras y cosas peores. Pero la rabia es una

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emoción universal. Los sentimientos de agresividad y agresión son también
humanos y los experimentan tanto hombres como mujeres. No fue hasta la
década de los setenta que los psicólogos conductistas empezaron a poner en
tela de juicio la antigua teoría de que altos niveles de hormonas masculinas
definían a los hombres como los verdaderos agresores.
Hoy en día, la polémica sigue viva, pero muchos científicos están ya de
acuerdo en que ni la genética ni la testosterona por sí solas pueden producir
un individuo furioso y hostil. Igual importancia, quizá más, tienen el estrato
familiar, los condicionamientos y la sociedad, tanto para hombres como para
mujeres.
Las feministas han aducido que la libertad económica y sexual de las
mujeres también liberará a los hombres. Estoy de acuerdo y añado que la
aceptación de la capacidad de la mujer para la rabia, la venganza e incluso el
sadismo, también liberará a ambos sexos. Lo que faltaba en nuestra
comprensión de la furia de la mujer es que sus asaltos solían ser psicológicos.
Sin embargo, el abuso no es menos traumático por ello.
Durante siglos, el sistema patriarcal negó ciertas verdades sobre las
mujeres que pudieran minar la superioridad masculina. Lo más importante era
el rechazo del poder de la maternidad, convirtiendo el papel de la mujer en la
crianza de los niños meramente en una función benigna y de alimentación. El
reconocimiento de que la madre era algunas veces cruel, incluso violenta,
confirió a las mujeres la posibilidad de sentir y ejercer todo el espectro de
emociones atribuido a los hombres. Así adquirieron el poder de los hombres.
Cuando empecé a recoger las fantasías de estas mujeres airadas a
principios de los ochenta, esperaba que reflejaran la disposición de la
sociedad a aceptar todo componente de la personalidad de la mujer, tanto lo
bueno como lo malo. Sin embargo, en estos últimos años, estas fantasías
malvadas han ido escaseando progresivamente. Su declive ha corrido paralelo
al regreso a la maternidad. Lo que me preocupa es que, cuando la mujer
reasuma su papel tradicional, que, más que ningún otro, define su condición
femenina, su rabia vuelva a ser reprimida. La sentirán y actuarán de acuerdo
con ella, pero negarán que sea esa rabia lo que las motive. Sus rostros se
encenderán de furia y apretarán los puños, pero de sus labios saldrán palabras
como «¿Quién, yo furiosa?» Entonces tendremos mujeres en el trabajo o
cuidando a sus hijos más furiosas que nunca, pero negando que lo están y
cualquier responsabilidad por los actos de crueldad que puedan cometer.
¿Os parece demasiado fuerte? Yo no opino así. Nadie ha tenido nunca
tanto poder sobre otro ser humano como una madre sobre su hijo. ¡Ay!, los

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hombres no han abordado aún con éxito las tareas de la crianza de los hijos
para alterar mi punto de vista sobre el predominio de las mujeres en ese
terreno. La mujer no podrá recuperar su casi total dominio sobre esa parcela
femenina hasta que haya aceptado que el papel maternal es el más importante
y poderoso de toda la vida humana.
El corazón me ha dado un vuelco esta mañana al leer un artículo en el
Wall Street Journal sobre las mujeres embarazadas en el ámbito laboral. El
artículo menciona el «resentimiento», la «intolerancia», la «infelicidad» y la
«discriminación» de los compañeros de trabajo hacia las mujeres
embarazadas, así como la sensación de éstas de estar siendo «castigadas» por
su inminente maternidad. Luego prosigue citando a la editora de un nuevo
libro sobre las mujeres trabajadoras: «Hay algo en la maternidad que hace que
la mujer misma y los demás sientan que ella es menos importante. La
maternidad no es una posición de poder.»
¿No hemos aprendido nada? ¿No han servido los pasados veinte años para
hacer que las mujeres sean importantes e inteligentes y no se cuestionen su
propia defensa (así como la de la sociedad) frente a la envidia del poder de la
maternidad? Nadie sufrirá más que el hijo a causa de la negativa de la madre a
aceptar su poder. Sí, algunas personas sienten rencor contra las mujeres
embarazadas, pero no porque la maternidad sea una posición débil y sin poder
alguno, sino todo lo contrario. Quizá parte de la envidia que percibe la mujer
embarazada en otras personas proceda de su propia proyección, porque
también ella sentiría envidia si estuviera en su lugar. En realidad, la autora del
artículo antes mencionado admite haber sentido un cierto resentimiento contra
las mujeres encinta. ¿Acaso los ricos no están siempre imaginando que los
demás quieren cargárselos porque ellos lo harían si se invirtieran los papeles?
Las mujeres de hoy tienen la suficiente fortaleza para aceptar la
maternidad por lo que es: mucho trabajo, responsabilidad y sacrificio, sí, pero
también poder y control sin tapujos. Si las madres no reconocen el papel
omnipotente que tienen en la crianza de los hijos, seguirán evidenciando el
rechazo tradicional («¡pobres madres, no tenemos poder!»), quedando así
libres para utilizar ese poder siempre que lo deseen contra los que son muy
conscientes de lo importante que es la «giganta», es decir, los hijos.
He oído las nanas de las madres. Pero también he oído sus voces furiosas,
humillando a sus hijos en público, gritándoles en el reservado contiguo en
Howard Johnson’s. Hasta mediados de los setenta las madres con hijos eran
las únicas voces femeninas furiosas que podían oírse, excepto las de la arpía,
la zorra o la stronza[5], las mujeres de las que mi madre solía decir «parece

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una verdulera», queriendo decir con ello que parecían de clase baja y carentes
de educación. Todo lo contrario al modo en que yo, una «buena chica»,
querría comportarme.
Hasta que hace quince años las mujeres levantaron colectivamente sus
voces exponiendo unas exigencias legítimas, no empezó el mundo a tomar en
serio su rabia. A medida que se manifestaban más mujeres a favor de la
igualdad de derechos y sus ultimátums se publicaban en periódicos y libros, a
medida que sus voces se oían en la televisión, y, sólo entonces, empezó a
resultar eficaz la rabia de las mujeres. Se legalizó el aborto, se empezaron a
elegir mujeres para altos cargos públicos y la tasa de divorcios alcanzó su
valor más alto en la historia, debido al aumento de mujeres que buscaban una
independencia económica.
Las mujeres que llevaron a cabo estos cambios históricos no eran «buenas
chicas» que se mordían la lengua, sino mujeres que alzaban la voz para
expresar todas las emociones humanas. Las mujeres de esta sección las
escucharon. Quizás eran aún demasiado jóvenes para poder articular de forma
coherente su ira pero, por primera vez en mi investigación, sus sentimientos
vengadores se erotizaron en forma de fantasía sexual.
Éstas son algunas de las razones que motivaron su ira, según ellas:

1. La hipocresía de la sociedad, que les dice que el sexo es bueno sin


creerlo en realidad.
2. Los padres, que afirman que el sexo es malo, pero practican el
adulterio, siguiendo la moda de los años setenta y ochenta.
3. La madre, que las castiga por masturbarse, dejando claro que cualquier
vida sexual que no sea una repetición de su propia vida asexual es
errónea-mala-pecadora.
4. La Iglesia, que las separa de su sexualidad.
5. La envidia del poder masculino (económico, sexual y social), así como
la ausencia del miedo al embarazo que disfrutan los hombres.
6. La dependencia de los hombres que las hieren y humillan.
7. El modelo doble de comportamiento sexual, uno para los hombres y
otro para las mujeres.
8. Y por último, pero no menos importante, los hombres que las
molestaron/violaron sexualmente cuando eran pequeñas.

Independientemente del origen de su furia real, en sus fantasías estas


mujeres siempre atacan a hombres. Incluso cuando la madre las llama

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mujerzuelas y putas, obligándolas a luchar contra todo sentimiento favorable
hacia sus cuerpos, es a los hombres a quienes castigan. Quizá los hombres no
hayan entrado en realidad en sus vidas (porque están más cerca de la niñez
que de la madurez), pero, aun así, siempre buscan un objetivo masculino, que
es más seguro que uno femenino.
Por ejemplo, Anna es una chica de veintiún años que nunca ha tenido una
relación con un hombre. Es su madre «a la antigua» quien no aprueba que
salga con hombres. ¿Está enfadada con su madre? No, no se atrevería. Quizá
la asuste la furia vengativa de su madre (como le asustaría a una niña
pequeña), o que el amor entre ella y su madre no soporte la prueba de la furia
de esta última (como temen los niños) y muera sin el amor de su madre (como
un niño). Entonces, su furia golpea al hombre inocente.
Veinte años atrás Anna podría haber soñado con un poderoso bruto que la
forzara, obligándola a realizar un acto sexual que ella deseaba, pero dejándola
libre de culpa como víctima y siendo todavía la • «buena chica» de su madre,
a salvo de conocer furia alguna (excepto la de los «malos chicos», claro está).
Pero Anna habla a principios de los ochenta. Creció viendo a Gloria Steinem
participando furiosamente en debates con sus oponentes. Quizás haya leído el
libro de Marilyn French The Women’s Room y probablemente habrá tenido
profesoras feministas. En su fantasía Anna se sube encima de su hombre y
«cabalga sobre su pene hasta que él pide clemencia».
Anna ha aprendido de los ejemplos de las vidas de otras mujeres que es
bueno estar furiosa. Sin embargo, su objetivo es erróneo, aunque es el más
seguro. Tras alcanzar el orgasmo, lo «deja tirado en el suelo», como si fuera
su juguete, su muñeca, castigado como su madre la hubiera castigado a ella.
Las mujeres de esta sección atan a los hombres, los dejan morir de
hambre, los infantilizan, los golpean en grupo, los tratan como «objetos
sexuales» y, finalmente, les demuestran lo que piensan realmente de ellos
volviéndoles la espalda y buscando la gratificación sexual con otras mujeres.
Es una auténtica venganza, la degradación y eliminación final del macho.
Siempre he pensado que la fantasía es un terreno seguro, en el que
podemos desarrollar en privado las ideas que elegimos sin autocensura. Pero
la idea de la mujer como violadora no había aparecido nunca en mi
investigación sobre las fantasías de las mujeres hasta ahora. Las mujeres
como Ruth parecen determinadas a salvaguardar su propia imagen de
personas contra las que se cometen pecados, en lugar de pecadoras, al mismo
tiempo que adoptan todas las cualidades de los hombres que siempre han
afirmado odiar. Ruth está a la vez furiosa y excitada por uno de sus jóvenes

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alumnos, que tontea con las compañeras de clase. Suaviza su ultrajada
sensibilidad feminista imaginando que le demuestra «a él lo que es ser tratado
como un objeto sexual». En su fantasía, lo atrae hacia su casa y le obliga a
hacer el coito con ella para demostrarle lo que es una «auténtica mujer». Sólo
Ruth sabe si su fantasía es algo que desea «conscientemente» convertir en
realidad, o es un fin en sí misma. Si se trata de una fantasía, puede que no esté
tan lejos de la realidad. De hecho, recientemente, el caso de un maestro de
New Hampshire, convicto de haber seducido a una de sus alumnas y haberla
inducido luego a matar a su marido, ocupó los titulares de todos los
periódicos del país.
Pocas mujeres tienen el valor o la fortaleza para vencer a un hombre
(aunque se han publicado casos de violaciones físicas reales de hombres
cometidas por parte de mujeres), pero las mujeres siempre han tenido su
método particular para desquitarse de los hombres. La venganza infligida
suele ser psicológica y no se refleja en los anales médicos ni legales. Pero el
recuerdo de la humillación dura mucho más que el dolor físico. Una de las
reacciones de los hombres ante el dolor psicológico que han sufrido a manos
de mujeres es la de darse la vuelta y violar a mujeres en la realidad.
A principios de los ochenta me escribió un hombre para preguntarme si
había oído hablar alguna vez de la «follada muscular». Él conocía a una mujer
de su campus universitario que había desarrollado el talento de follar
dolorosamente a un hombre utilizando sus músculos vaginales y sus muslos.
Se decía en el campus que estaba harta de los machos sementales y había
desarrollado el músculo de follar como venganza.
Me parece bien el aspecto descarado de la zorra. En todas nosotras hay
algo de zorra. (Pero debo admitir que las folladoras musculares me asustan.
La imagen de la mujer asesina siempre ha resultado más terrible, tanto para
hombres como para mujeres, que la del hombre asesino.)
Se necesita práctica para expresar la rabia de tal forma que los demás te
escuchen y te tomen en serio. Las personas, hombres y mujeres, siempre han
escuchado con mayor atención las voces masculinas que las femeninas. Si
estas furiosas mujeres de principios de los ochenta parecen un poco «fuera de
control» es porque sus voces son aún inexpertas. La furia empieza siendo una
rabia infantil, una especie de grito de bebé no civilizado ante el universo. Sólo
con la práctica y el consentimiento de otras personas más poderosas
aprendemos a expresar la rabia. Cuando estas mujeres azotan a hombres en
sus fantasías, es como si oyéramos la rabia elevándose a trompicones por sus
laringes femeninas.

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Quizá no nos guste la rabia en los hombres. Sin duda, no todos la
expresan de una forma civilizada, pero los hombres están más acostumbrados
a la arremetida verbal espontánea y a la explosión de su furia. En su niñez, la
vida les enseñó que no iban a morir por atreverse a demostrar su furia. Las
madres toleraban la primera demostración de poder de sus hijos con un
orgulloso «parece un hombrecito».
Pero la historia de las hijas es diferente. Esa misma madre que aprobaba al
hijo, ¿se pondría los guantes de boxeo verbal y practicaría un saludable asalto
de rabia y rivalidad con la hija? Pero su propia madre no le permitió que
expresara su rabia. En lugar de cambiar lo que ellas mismas heredaron, las
mujeres «perdonan» a sus madres con excesiva frecuencia cuando se oyen a sí
mismas repetir con sus hijas lo que más odiaron siendo jóvenes.
Muchas de estas mujeres afirman amar a los hombres. También los odian.
Son la primera generación de mujeres que se sintió libre de expresar en voz
alta su ambivalencia. La rabia es, después de todo, la otra cara del amor.
Hasta hace poco, sin embargo, las mujeres no podían permitirse el lujo de
exteriorizarla. La dependencia económica de los hombres las mantenía
encerradas en su papel de «buenas chicas», en el que habían aprendido
(mucho antes de que los hombres entraran en sus vidas) que la rabia podría
hacer que lo perdieran todo.
Nada fue más difícil para mí durante la redacción de My Mother/My Self
que aceptar la idea de que nuestras furias más exacerbadas las reservamos
para las personas a las que más queremos. Me tiraba de los pelos. Escribí los
últimos capítulos con el libro en el suelo y mi espalda contrayéndose en
espasmos. Estaba aceptando por primera vez en mi vida que estaba furiosa
con mi madre.
Los hombres siempre han sido más conscientes de su relación de
amor/odio con las mujeres. No es una coincidencia que los hombres hayan
sido también más independientes, más conscientes de su sexualidad y más
poderosos económicamente. Ellos podían permitirse el lujo de expresar su
rabia. Las mujeres eran para ellos «la bola y la cadena». «¡Llévese a mi
mujer, por favor!» Las tópicas bromas ofensivas aún provocan la risa, porque
expresan la rabia contenida de todos los hombres hacia las mujeres.
Al igual que otras mujeres, rechacé durante años la noción de que los
hombres nos veían como seres poderosos. Incluso cuando era el sostén de la
familia en mi anterior matrimonio, mantenía la ilusión de que un hombre me
cuidaba. Mantenerlo a él en su importancia y a mí en mi insignificancia tenía
un efecto de mutilación sobre mi independencia, mi sexualidad y mi carrera

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profesional. Solamente cuando empecé a escribir sobre los celos y la envidia
me di cuenta de que las mujeres ven en los hombres a los seres poderosos (y
sienten rencor por ello) y que los hombres piensan lo contrario. La redacción
de ese libro fue el primer impulso para abandonar mi postura defensiva de
niña pequeña.
¿Por qué tendrían los hombres que llegar a tan increíbles extremos para
mantener la dependencia, asexualidad y aburrimiento de las mujeres, si no
fueran conscientes de lo pequeños que les había hecho sentir una mujer en el
pasado? Poner a las mujeres en pedestales, lejos de las manos de los meros
mortales, tenía el efecto suavizador de borrar la rabia y la envidia de los
hombres, pues ¿cómo podría uno guardar rencor a una Virgen? Está
literalmente fuera de este mundo, demasiado remota para que la alcancen la
rabia y la envidia.
Deificada, idealizada, recibiendo una falsa muestra de respeto el Día de la
Madre institucionalizado, una mujer furiosa contenía el aliento y se
preguntaba qué hacer con su bilis. Se mordía los labios, se tomaba una copa o
practicaba la negación («¿Quién, yo furiosa?»), para ahuyentar el mal humor
en el único aspecto en el que tenía el control absoluto: la crianza de los hijos.
Así, el sistema se perpetuaba a sí mismo.
Ahora, la bruja ha escapado de la guardería, y la furia de las mujeres
(temida por hombres y mujeres por igual) campa por sus respetos. En la
actualidad no es tanta como hace diez años, lamento decirlo, pero al menos
hemos visto y oído la furia de la bruja en mujeres como Margaret Thatcher,
Golda Meir, Germain Greer y Madonna, que nos han demostrado que el lado
agresivo/hostil/sexual de las mujeres puede airearse en público sin que se
acabe el mundo.
El lado atemorizador brujeril de las mujeres es el poder que le dimos a
nuestra madre largo tiempo atrás, cuando éramos niños y necesitábamos
mantener una sola imagen amorosa de ella. Separamos la madre furiosa/bruja
de la mamá buena para quedarnos con la persona amante de la cual
dependíamos. La idea de la separación y la individualización emocional no
consiste tan sólo en la capacidad de vernos a nosotros mismos en conjunto,
sino también en la de ver a la madre en conjunto, tanto su lado bueno como su
lado malo. De lo contrario crecemos en años, pero seguimos atados a ella
emocionalmente como niños.
No hay pedestales para la nueva mujer. Por definición, una persona sexual
independiente debe reconocer su personalidad agresiva y furiosa. Pateando y
debatiéndose durante todo el proceso, tanto si les gusta como si no, las

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mujeres tendrán que aceptar su parte malvada y cruel… o hallar nuevas
formas de rechazo que, necesariamente, serán aún más destructivas para sí
mismas y para los que las rodean.
La separación y la individualización son difíciles tareas emocionales, que
no consisten en volver a casa y sacudir a tu pobre y anciana madre por los
hombros hasta que admita sus pasados pecados. Es una tarea que debemos
realizar solas, porque somos nosotras las que queremos cambiar. Queremos
comprender por qué unas pocas palabras o una llamada telefónica de la madre
pueden destruirnos de un modo que el marido no puede alcanzar. Si no
aceptamos honestamente lo que ocurrió con la madre y, en último término, lo
expresamos a lo largo de nuestra vida, cuando la rabia inevitable se manifieste
será de manera desproporcionada. El objetivo de nuestra furia de hoy (el
marido, los hijos, los compañeros de trabajo) recibirá la fuerza plena de una
rabia que debía haberse expresado ayer, en el momento apropiado ante la
persona que la merecía.
En la fantasía de Linda, tan llena de rabia y sádica venganza,
¿corresponde el argumento a una relación entre hombre y mujer? Los
castigos, el lenguaje y la rabia misma tienen su origen en la infancia. La
fantasía sexualiza la relación entre un niño desobediente y su madre. Sin
embargo, en la fantasía, Linda es la poderosa madre y el hombre representa lo
que ella fue: dependiente, suplicante, obediente y finalmente amante. Ella lo
azota, lo restriega fieramente en la bañera, le pone una lavativa, le lava la
boca con agua caliente y le convence, de otras «amorosas» maneras, de que
«a partir de ahora eres mío y sólo mío».
«Sí, señora», replica él.
Aquellos de nosotros que crecimos antes de los permisivos años sesenta
tuvimos una ventaja, porque lo que nuestros padres y la sociedad decían sobre
el sexo era exactamente lo que sentían en su profundo interior, es decir, que el
sexo fuera del matrimonio estaba mal. Si no estábamos de acuerdo, por lo
menos teníamos su postura absolutista como terreno firme a partir del cual
rebelarnos, si tal era nuestra elección.
Al mismo tiempo que las mujeres de este libro se beneficiaban de la
liberación de la mujer se convertían también en víctimas de nuestros objetivos
ocultos. Se necesitan generaciones para que la sociedad cambie sobre algo tan
significativo como el sexo al nivel más profundo e inconsciente. Con todo
derecho, estas mujeres recriminan al mundo que las rodea su duplicidad, al
aplaudir, por un lado, a las mujeres sexualmente explícitas, y al tacharlas, por
otro, de mujerzuelas por tener relaciones sexuales. «Me horroriza la

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hipocresía de nuestra sociedad», exclama Chere, que ha leído todos los libros
y ha actuado siguiendo los permisivos mensajes de las carteleras que
empapelan su mundo.
Estas mujeres airadas, pero poco dispuestas a aceptarlo todo pasivamente,
imaginan argumentos de venganza en los que el punto culminante consiste en
el «¡yo lo controlo todo!». En su imaginación, Susie seduce a un joven
inocente delante de todo el mundo y luego lo abandona «en la pista de baile,
con los tejanos abiertos».
Tina «acorrala» a su novio, amenazándolo con «clavarle» sus altos
tacones si no le deja hacerle una felación.
«Supongo que creía en esos libros en los que la heroína es independiente y
sexual y el hombre se casa con ella —dice Chere—. Ja…, el hombre la
utilizaría y luego la tiraría como un juguete». Chere toma la rabia y el deseo y
evoca una fantasía cuyo centro es el hombre más poderoso y guapo de
Inglaterra, que podría tener a cualquier mujer que deseara. «¡No soy virgen, ni
me dedico a jugar!», le grita ella, y luego le salta encima, cayendo sobre él al
tiempo que tiene varios orgasmos. Esos orgasmos son como un puñetazo en la
nariz. ¿Rebota esta ira y la destruye a ella? ¿La abandona el hombre? En
absoluto. «Me lleva corriendo hasta el sacerdote más cercano, jurando no
abandonarme nunca, ni a mí ni a mi amor».
Estas mujeres suponen que los hombres con los que se acuestan están tan
liberados como ellas. Lo cierto es que fueron las mujeres quienes cambiaron
en los años setenta y principios de los ochenta, y no los hombres. En la
investigación que realicé en 1981 sobre universitarios varones, así como en
investigaciones sucesivas, el número de hombres que preferían una novia
virgen hasta la noche de bodas rondaba siempre el 25 por 100. El frágil
sentido de la masculinidad de los hombres tiembla ante la idea de la
comparación. ¿Cuántos tíos ha conocido? ¿Eran mejores amantes? (lo cual,
para los hombres que miden la masculinidad en centímetros, significa
«¿Tenían el pene más grande?»). La comparación es odiosa.
En una época pasada una mujer como Nina hubiera trasladado la ira que
sentía contra sus padres por haberla confundido sexualmente. «Me obligaron
a creer que el sexo era malo —afirma—, pero ambos tenían sus líos fuera del
matrimonio.» Sus acciones demostraban a Nina que el sexo era excitante,
pero sus sermones moralistas le decían lo contrario. Tenía un semáforo con
una luz roja y otra verde, y actuaba siguiendo ambas.
En lugar de convertir su ira en la tradicional fantasía de ser violada y
obligada a realizar el acto sexual, Nina se niega a ser una víctima. Vulnerable

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y asustadiza en la realidad, se convierte no obstante en una mujer
«superagresiva» que utiliza a los hombres para representaciones únicas «en
las que el miedo no me vence». En la fantasía sexualiza su rabia imaginando a
un violador al que «siempre rechazo y prácticamente mato durante la lucha.
Mi ira contra los hombres la libero pensando en ser violenta con uno de
ellos».
Teniendo en cuenta la experiencia pasada, doy por sentado que algunos
críticos me acusarán de alentar a las mujeres a actuar como los peores
hombres. Esta explicación es demasiado simplista para nuestro tiempo. Las
mujeres ya están «actuando como los hombres» en muchos terrenos
tradicionalmente masculinos. Todos los papeles sexuales están siendo
revisados, lo cual no es malo. Si las mujeres se liberan de las camisas de
fuerza estereotipadas, quizá también los hombres se liberen. Nina, por
ejemplo, habla como hablarían generaciones de chicos que se ven abocados al
sexo como macho antes de estar preparados. También ellos tienen que vencer
su miedo siendo «superagresivos». Temiendo no dar la talla, descargan su ira
sobre el objetivo más fácil: las chicas a las que follan.
Todo esto nos conduce a las muchas mujeres de este libro, como Nina,
Terri y Dawn, a las que importunaron sexualmente cuando eran jóvenes. Es
un crimen violento el hacer que una persona sienta rabia de vivir. Estas
mujeres utilizan su ira de una manera muy diferente: en sus fantasías abusan,
importunan, violan a los hombres. Con la sabiduría y omnipotencia de
Salomón, aíslan el suceso que las ha enfurecido en la realidad y crean en su
fantasía un castigo en proporción al crimen.
Sus fantasías nos ofrecen más de una pista sobre el uso ilimitado de las
fantasías eróticas, de la versatilidad y la flexibilidad de la imaginación para
tomar prácticamente todos los sucesos reales y darles forma de argumento
gratificante y orgásmico. Si una mujer puede convertir una realidad dolorosa
en una fantasía y sentir que la venganza es completa, será para ella como una
terapia. ¿Es una buena terapia? Los psiquiatras y los terapeutas sexuales a
quienes he mostrado estas fantasías tienen opiniones diversas. Mi punto de
vista también ha cambiado con el transcurso de los años, pero de una cosa
sigo estando segura: ha llegado la hora de reconocer la crueldad de la mujer y
su lado malvado, al igual que se reconoce su tan alabado lado bueno. Aceptar
a la zorra destructiva completa la imagen, haciendo de la mujer un ser
humano completo.
Más o menos al mismo tiempo que estas mujeres me escribían y
conversaban conmigo, se publicó un estudio de la universidad de Yale sobre

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el tema de los hombres que eran violados por mujeres. El terapeuta sexual,
doctor Philip Sarrel, que escribió el estudio con William Masters, del Masters
and Johnson Institute, dice: «Los hombres que nos han contado cómo habían
sido violados, asaltados sexualmente o fuertemente coaccionados por una
hembra, han encontrado la experiencia enormemente inquietante. Han
experimentado efectos secundarios inmediatos y prolongados, similares a las
reacciones traumáticas experimentadas por víctimas femeninas de
violaciones, incluyendo la supresión del contacto social y la interrupción de la
respuesta sexual. Cuando admitamos que los hombres pueden ser asaltados o
intimidados sexualmente por las mujeres, tanto física como psicológicamente,
nos daremos cuenta de que ambos, hombres y mujeres, son mucho más
parecidos de lo que pensábamos.»
En esta sección se ofrece una serie de fantasías airadas de mujeres airadas
a las que he dedicado un gran espacio. Algunos dirán quizá que más del que
merecen, dado que la rabia y el sadismo ya no aparecen tan a menudo como
antes en las fantasías femeninas. Pero eso es precisamente lo que me
preocupa. ¿Adónde fue a parar la ira? Sin duda, las mujeres aún la sienten.
Quizá sientan incluso que tienen más motivos para estar furiosas de los que
tenían a principios de los años ochenta. Pero la ira era popular entonces,
estaba de moda que las mujeres se manifestaran por las calles, que discutieran
en las fiestas los principios feministas y que expresaran en voz alta la rabia
justificada que sentían, aunque lo expresaran de forma errónea a causa de la
falta de práctica.
No siento nostalgia de la fantasía de la violación, lo que echo de menos es
la saludable evolución de los viejos gritos de batalla feministas hacia una
nueva ira femenina más poderosa e inteligente, centrada en el origen real de la
injusticia. Hemos perdido de vista la necesidad de adoptar métodos
socialmente sancionados para que las mujeres puedan expresar la inevitable
ira. Sin la aprobación y apoyo populares para que las mujeres puedan intentar
al menos airear su furia, volveremos a ver y dividir el mundo en «blanco» (las
mujeres) y «negro» (los hombres). De hecho, ya ha empezado el retorno a esa
concepción engañosa y destructiva.
Entramos en la «nueva negación».
Algunas veces se publica un libro, en este caso la revisión de un libro que
lo explica todo. Love, Envy and Competition Between Women (Amor, envidia
y competitividad entre mujeres) no tuvo demasiado éxito, probablemente
nunca oísteis hablar de él, pero el libro, así como la mujer que realizó un
nuevo análisis de la obra, ondeó, a mi parecer, una alarmante bandera roja.

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Hablando de las dos mujeres autoras del libro, escribió en 1988 en el New
York Times:

Tienen el mérito de no caer en los prejuicios de la ideología


masculina, que dice que las mujeres deben aprender a competir
como individuos en un mundo competitivo. Luchan, como
luchan las mujeres cuyas historias cuentan, por encontrar el
modo de mantener la valiosa capacidad femenina para la
comprensión y el compromiso, al tiempo que consiguen la
individualización y la realización profesional. Las autoras dicen
que el ideal de las mujeres es contar con lazos separados y
autonomía comprometida.

¿Qué significa esto? ¡Qué camelo decir que la competición como


individuo es un «prejuicio de la ideología masculina»! Los hombres no
inventaron la competición. Tampoco la eficacia de una persona independiente
en una situación competitiva es una maquiavélica invención masculina. En
cuanto a perder nuestra «valiosa capacidad femenina para la comprensión y el
compromiso», yo diría que hasta que no seamos independientes no podremos
elegir ser comprensivas. La palabra alrededor de la que gira toda la cuestión
es «elección». La comprensión que una persona elige ofrecer es más digna de
confianza que la de la persona que actúa obligada por sus vínculos. Es la falta
de independencia y el vicio del compromiso lo que nos vuelve malvadas
brujas y poco comprensivas cuando tememos que el compromiso con nuestro
mejor amigo/marido/amante esté amenazado.
Mi único comentario sobre los «lazos separados y la autonomía
comprometida» como objetivo de las mujeres es que se trata de un nuevo
rompecabezas semántico destinado a que las mujeres desistan de la difícil
tarea de la verdadera separación e independencia. La separación es la
separación y el compromiso es el compromiso. Inventar «compromisos
separados» hace que un compromiso insano parezca una victoria feminista.
La socióloga Jessie Bernard me dijo una vez: «El mundo entero está
enfadado con la madre.» La madre realiza la a menudo ingrata tarea de
socializar y disciplinar, al tiempo que proporciona la única fuente de amor,
ternura y bondad. Es precisamente porque estoy de acuerdo de todo corazón
con la doctora Bernard por lo que lamento la pérdida de ese breve período de
tiempo en los ochenta, en el que tantas voces airadas se elevaron,
prometiendo a las mujeres una variedad de salidas para su ira, aparte del
poderoso papel de la maternidad. Si, como el doctor Sarrel sugiere, somos

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más parecidos que diferentes en nuestra respuesta a ser sexualmente
heridos/importunados/violados por el sexo opuesto, ¿no debe nuestro juicio
sobre los asaltos de los hombres, más conocidos y familiares, determinarnos a
analizar con igual honestidad el modo en que las mujeres demuestran su rabia
contra los hombres?
Los actuales magnates de la publicidad y los medios de comunicación han
hallado en los bebés, la familia y los padres una herramienta de venta con un
potencial sin precedentes desde la revolución sexual. De hecho, el sexo y los
bebés están vendiendo productos de manera simultánea, y se diría que no
existe conflicto de intereses. En un número reciente de la revista Vogue, una
fotografía a color y a doble página muestra una hermosa mujer rubia con
tacones de aguja que se inclina sobre la mesa del desayuno enseñando el culo
a la cámara. La minifalda le cubre apenas las nalgas. Un niño, sin camisa, está
de pie a su lado. El (o ella) tiene ¿cuántos, quizá seis o siete años? Se trata de
una foto de modas para un vestido, pero si la arrancaras de Vogue y se la
enseñaras a alguien, podría pasar fácilmente por porno infantil.
¿Estamos preparados para una concepción totalmente nueva de la
maternidad? Y si es así, ¿están las mujeres mejor equipadas para controlar su
ira que sus madres? El bestseller de Sue Miller The Good Mother (La buena
madre), publicado en 1986, cuenta la historia de una mujer divorciada a quien
su amante, Leo, despierta a la sexualidad por primera vez. Al final de la
novela ella pierde a su hija de cuatro años, Molly, en una batalla por la
custodia con su antiguo marido, quien la acusa de ser una mala madre por
haber permitido a Leo que cometiera una «indiscreción sexual» delante de
Molly. Comprensiblemente furiosa y airada, Anna coge un revólver y dispara
a la arena.
El crítico Christopher Lehmann-Haupt escribió en The New York Times:

Ahoga su rabia, se enfrenta con la realidad de su pérdida y


decide aceptar la humillación de ver a su hija bajo las
condiciones impuestas por su antiguo marido. (Esta decisión
dejaba perplejo a nuestro crítico.) ¿Por qué, se me ocurrió al
acabar la novela de Sue Miller, no podía ella escribir una
Medea con moderno ropaje y hacer que Anna disparara la
pistola con efectos más trágicos…? La respuesta a mi pregunta
me la proporcionaron un par de perspicaces mujeres que
conozco. Señalaron que no había sido capaz de reconocer que
The Good Mother es, en realidad, un intento de novelar la
fantasía común femenina, según la cual, si una mujer se deja ir

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sexualmente, pierde el control de su mundo, incluyendo su
habilidad como madre. La pérdida de Molly por parte de Anna
es su castigo por haber permitido que Leo la despertara a la
sexualidad. Ella acepta su castigo con resignación y dispara la
pistola a la arena.

No sé si Sue Miller estaría de acuerdo con Lehmann-Haupt, pero la


explicación de las «perspicaces» amigas del crítico me perturbó tan
profundamente que guardé el recorte y lo he reproducido aquí. Hace veinte
años las mujeres tradicionales no se dejaban ir durante el acto sexual por
miedo a que, al perder el control, no volvieran a recuperarlo. En especial
temían la masturbación y el sexo oral, en los que la estimulación del clítoris
prácticamente aseguraba el orgasmo, es decir, la pérdida de control. Supongo
que la pasiva expresión de la rabia de Anna me entristece porque sugiere que
las mujeres han vuelto ya a la postura tradicional, según la cual la maternidad
es incompatible con el sexo, y la rabia sólo se puede expresar interiormente.
También yo hubiera creído que en 1986 podíamos permitirnos una moderna
Medea. Estoy en contra del asesinato y del suicidio, pero hubiera aceptado
una respuesta que correspondiera al crimen cometido contra la heroína, dadas
las injurias soportadas por ella.
Mientras las mujeres sigan negando la ira, se privarán a sí mismas de una
gran parte del placer sexual que provoca el ser la compañera exigente y
agresiva. La ira no es incompatible con el sexo. La libertad de ser agresivos es
la esencia de la pasión. Las mujeres se sienten las víctimas pasivas del sexo
cuando niegan su ira y la proyectan sobre los hombres. Tras haber convertido
a los hombres en los «chicos malos» del sexo, experimentan la excitada
acometida del pene como un ataque. ¡Qué pena quedarse sin tanto placer
agresivo! Las mujeres no son meros agujeros, receptáculos de un pene, a
menos que ellas elijan pensar así de sí mismas. Es la abundancia de
emociones que trasladamos al sexo, desde la ternura al sadismo, lo que
determina la cantidad de pasión que sentimos.

Linda
Soy una mujer soltera de veintiséis años, educada por mis padres para
pensar que el sexo no era para las buenas chicas. Mi experiencia sexual ha
sido limitada y siento una cierta ira contra los hombres. Soy heterosexual y
disfruto contemplando fotos de hombres desnudos o haciéndolas yo misma.

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Mi fantasía siempre ha sido dominar a mi pareja. Primero le llamo y le
digo que venga. Tiene que venir vestido sólo con un taparrabos, nada más.
También le ordeno que llegue a una hora determinada. Llega con cinco o diez
minutos de retraso. Lo empujo sobre el respaldo de una silla de modo que su
cara apunte hacia el asiento y el trasero quede hacia fuera. Sacándome el
cinturón, le doy quince fuertes azotes por llegar tarde.
«Ponte de rodillas y pídeme perdón —le amenazo—, o te daré quince
más.» No quiere más, así que obedece. Le dejo que suplique un rato antes de
interrumpirlo. Lo agarro por los cabellos, levantándole la cabeza. «Me
perteneces —le digo—. A partir de ahora eres mío y sólo mío.» Él contesta:
«Sí, señora.»
Lo arrastro por el cabello hasta el cuarto de baño. Mientras se desnuda,
abro el grifo del agua caliente. Él se mete en la ducha, pero permanece
alejado del chorro caliente. Cojo un cepillo de los de limpiar lavabos, me
desnudo y me meto en la ducha, empujándolo hacia el chorro de agua al
mismo tiempo. «¡Está caliente!», exclama. «Así tiene que estar —le digo—,
para limpiarte de todas las otras mujeres.» Utilizo el cepillo para frotarle
enérgicamente el cuerpo, y él se queja. Le froto la mano derecha y los dedos,
luego el dorso de la mano y el brazo por ambos lados. Le froto cada
centímetro de la mano y el brazo derechos, incluso la palma y la parte inferior
del brazo, antes de pasar al otro brazo. Después paso al rostro, el cuello, el
pecho, el estómago, la espalda y los hombros. Luego le froto las piernas. Por
último, le froto el pene y los testículos. Froto con fuerza y él grita.
«Inclínate», le ordeno. Me acerco más a él, apretándole los costados
fuertemente con las piernas y forzándole a inclinar el tronco. Cojo el teléfono
de la ducha, me inclino sobre él, le aparto las nalgas y le meto el teléfono por
el trasero. Él grita cuando lo meto más adentro para que el agua caliente le
limpie el ano.
Cuando después empieza a levantarse, le cojo por el cabello
manteniéndolo boca abajo. «Abre la boca», le ordeno. Cuando la abre le meto
el teléfono de la ducha y le limpio bien la boca.
Le repito que es mío, sólo mío, mientras se seca con la toalla. Le digo
también que si alguna vez mira a otra mujer lo mataré muy lentamente. Él me
asegura que es sólo mío y que le gustan las mujeres que toman el control.
Le cojo del pene y lo arrastro hasta el dormitorio. «Túmbate sobre el
estómago», ordeno. Entonces lo ato con piernas y brazos abiertos y le azoto el
trasero, los muslos y la parte inferior de la espalda. No me detengo hasta
hacerle sangrar; luego le doy varios azotes más. Lo desato y le digo que me

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haga el amor. El dolor lo ha excitado hasta el punto de causarle una gran
erección, y me obedece con avidez. Gimo de placer cuando empieza a
besarme y acariciarme. No parece que vaya a tener nunca bastante.
Finalmente, cuando estoy a punto de explotar, me penetra. Yo cojo un pene
artificial largo y delgado y se lo meto en el trasero mientras él me penetra. Se
pone a gemir cuando se lo meto hasta el fondo, pero el dolor le empuja hacia
delante. Empujo dentro y fuera del trasero el pene artificial al tiempo que él
empuja el pene dentro y fuera de mí. El ritmo se acelera cuando ambos
alcanzamos el punto culminante. Le meto el pene artificial hasta el fondo del
culo cuando él se recuesta sobre mí. Yo me muevo un poco y su cabeza se
hunde en mi pecho. Le enredo los cabellos con la mano y nos dormimos.
Mi segunda fantasía es tener que habérmelas con un hombre fuerte y
poderoso y hacer que se derrumbe. Le amenazo con una pistola y le ordeno
que se desnude. Si se resiste, disparo, pero la mayoría de las veces me
obedece y se desnuda. Lo encierro en un armario. Lo tengo allí tres días sin
comida ni agua. El tercer día abro la puerta y le digo que podrá tener un buen
bistec jugoso si primero me come el coño. Si se niega, cierro la puerta, si
acepta, le permito salir y cumplo mi palabra. Después lo devuelvo al armario
y tres días después repito la escena. Sigue así hasta que se derrumba y acepta
cualquier cosa que le pida con tal de que no le meta en el armario otra vez. En
ese momento es mío y empieza la diversión.

Erma
Déjame que empiece con una corta autobiografía. Tengo veintisiete años
de edad, estoy soltera (aunque no por mucho tiempo), tengo tres años de
universidad, soy blanca, católica y trabajo en el campo de la medicina. Nací
en San Francisco de padres inmigrantes. Mi padre murió cuando yo tenía tres
años, y mi madre no volvió a casarse ni a salir con hombres. Asistí a una
escuela católica para chicas durante cuatro años. Después estuve en un
colegio católico mixto. Finalmente acudí a un instituto público. Tengo una
hermana mayor. Ambas tuvimos una educación muy estricta. A ninguna de
las dos se nos permitió salir con chicos hasta los diecisiete años, lo cual
estuvo muy bien, porque a mí no me gustaban los chicos en el instituto, y los
universitarios me asustaban (¿debido quizás a la falta de una imagen
masculina durante la adolescencia?).
Mi madre no habló nunca de sexo en realidad, salvo en sentido negativo.
Cuando estaba en la escuela tuve clases de educación sexual. La teoría de mi

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madre sobre el sexo era que sólo se practicaba dentro del matrimonio, con el
marido y cuando él lo deseaba. Realmente sonaba a sucio del modo en que
ella lo describía. Bien, afortunadamente (?) para mi hermana, era virgen
cuando se casó. Ella era la «buena chica». Yo, y no lo lamento, perdí mi
virginidad cuando tenía dieciocho años con alguien de quien creía estar
enamorada. Mi madre se enfureció mucho cuando lo descubrió. Me dijo que
haría bien en fingir que era virgen si quería encontrar a un buen hombre, o mi
marido podría pensar que yo era una puta. Así que, año tras año, novio tras
novio, fingí que era virgen. (En realidad, sabía que esos tíos no eran para mí.)
Finalmente, me volví más inteligente y dejé de fingir.
Cuando tenía veintiún años decidí mandar la virginidad a paseo. Si un tío
podía dedicarse a jugar, ¿por qué yo no? Decidí que quizá mamá estuviera
equivocada y que no todos los tíos pensaban igual que ella.
Mi madre trató también de imponer sus ideas sobre la masturbación, el
sexo oral, el sexo anal, etcétera, sobre mí. Su idea consistía sencillamente en
que «¡sólo las putas hacían esas cosas!» (¡Cielos, con lo que me gusta
comerle la polla a un hombre!) Cada vez que me masturbaba me sentía muy
culpable y juraba que era la última vez que lo hacía, pero ¡era tan agradable!,
en especial cuando me di cuenta de lo bien que iba el masajeador con mango
para la espalda de mamá.
Aunque me fui liberando progresivamente del sentimiento de culpa cada
vez que follaba o me masturbaba, no fue hasta el año pasado, que conocí al
hombre con el que voy a casarme, cuando me di cuenta realmente de que era
correcto, de que no había nada malo en el sexo ni en las fantasías. Él disfruta
de verdad escuchando mis fantasías, que yo nunca pensé tener hasta que leí tu
libro. Nunca imaginé que mis fantasías pudieran excitar tanto a alguien.
Siempre había pensado que parecerían estúpidas. Al principio me sentí
extraña contándoselas. Pero con su aliento, comprensión y habilidad para
ayudarme a explorar nuevas ideas, he recorrido un largo camino. Recuerdo
haber tenido fantasías a los once años. Definitivamente, no siento la culpa que
antes me oprimía.
Ahora me gustaría compartir mi fantasía favorita contigo:
La utilizo cuando tengo problemas para correrme y me provoca el
orgasmo rápidamente. Estoy cabalgando a un hombre (sin rostro), del que sé
que piensa estar utilizándome. Tiene las manos en mis nalgas y me dirige a su
antojo. En el fondo de mi mente, todo lo que necesito para correrme es
mirarlo y pensar: «Crees que me estás utilizando, follador de pacotilla, pero lo

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que no sabes es que ¡soy yo la que te está usando!» Eso es todo lo que
necesito para correrme.
Creo que la educación recibida puede realmente tener efectos traumáticos
sobre nuestras vidas. Todo lo que debemos hacer es dar un primer paso y ser
nosotros mismos. Las mujeres son humanas y también tienen una sexualidad.
No permitáis que ningún hombre trate de convenceros de lo contrario.
¡También nosotras necesitamos de la gratificación sexual!

Mandy
Tengo veintitrés años, soy soltera y vivo sola desde hace dos años, desde
que me marché de casa de mi amante. No recuerdo nada relacionado con el
sexo de cuando era pequeña. Perdí la virginidad con mi mejor amigo y él
conmigo, cuando ambos teníamos quince años. Lo pasamos bien tratando de
descubrir cómo se follaba. Ahora pienso a menudo en seducir a un escolar de
unos quince años. Tengo a uno de vecino, así que quizás algún día… Las
fantasías me han mantenido viva durante estos dos años en los que no he
tenido ninguna relación sexual. Mi fantasía favorita se refiere a un cantautor
llamado Peter. Soy fan de Peter desde hace unos ocho años y me he
masturbado con fantasías sobre él durante todo este tiempo.
En cualquier caso, aquí está mi fantasía: Peter y yo somos amigos.
Cuando está en la ciudad se deja caer por mi casa para ir a cenar y charlar.
Peter no compone canciones tópicas como baladas de amor, sino cosas que
realmente siente de verdad. Nuestra charla deriva hacia un artículo de
periódico sobre la violación. Él me dice que le preocupa profundamente, pero
que nunca podría componer una canción sobre ello porque nunca ha sido
violado y, como hombre, nunca lo será. La conversación prosigue y, cuando
se hace tarde, me desea buenas noches y se va. Durante ese tiempo yo he
estado ideando un plan.
A la noche siguiente, cuando estoy segura de que él no está, me cuelo en
su habitación de hotel y me oculto en el armario. Cuando él llega, espero a
que se meta en el cuarto de baño para salir del armario. Cuando él sale del
lavabo, me deslizo detrás de él y le apoyo un cuchillo sobre la garganta
avisándole de que si hace lo que le digo, nadie saldrá herido. Le obligo a
tumbarse sobre la cama y le ato brazos y piernas a las columnas de la cama.
Él no sabe quién soy porque voy toda vestida de negro y llevo un
pasamontañas. Al principio cree que estoy bromeando, pero pronto se da
cuenta de que mis intenciones no son honorables en absoluto. Empieza a

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retorcerse y gritar, diciéndome que no podré hacer nada porque no se le
pondrá dura. Yo lo desvisto lentamente, acariciando cada nueva zona de piel
al descubierto. Le lamo desde la cabeza a los pies, deteniéndome de tanto en
tanto en una zona deliciosa, pero evitando la polla. Traigo una toalla del
lavabo y le vendo los ojos con ella para poder quitarme el pasamontañas y
comerlo mejor. Luego cojo una almohada y la pongo amorosamente bajo sus
nalgas. Invierto la trayectoria, de pies a cabeza, mordisqueando las tetillas, el
cuello, los lóbulos de las orejas y los labios. Empiezo a susurrar obscenidades
a su oído, contándole lo que voy a hacer con él. Me coloco a horcajadas sobre
su cara, de espaldas a él, y le ordeno que me coma el coño. Él clava
profundamente su cálida lengua en mi coño y la hace girar una y otra vez. ¡Es
un gran comecoños! Después de haberme corrido unas cuantas veces, me
levanto y empiezo a besarlo y lamerle mi jugo de su cara, lo cual le asombra.
Vuelvo a lamerle todo el cuerpo hacia abajo y le mordisqueo las nalgas. ¡Me
encantan sus nalgas! Me meto uno de sus testículos en la boca y le paso la
lengua por toda la superficie antes de liberarlo y pasar al otro. Luego empiezo
a chuparle el pene erecto a medias, mientras juego todo el tiempo con mi coño
chorreante. Aún trata de evitar que se le ponga dura, pero yo me ocupo de
eso. Le ordeno que me chupe un dedo, advirtiéndole que cuanto más mojado
esté será mejor, porque voy a metérselo por el culo. Lo moja mucho. Yo se lo
inserto suavemente en el ano, y cuando le toco el capullo se le pone
instantáneamente dura como una piedra. ¡Nunca había visto una columna de
carne tan espléndida! Rápidamente, le ato una delgada tira de cuero alrededor
de la base de la polla para mantenérsela dura tanto tiempo como yo quiera. Le
chupo las pelotas y las nalgas un poco más, mientras observo por el rabillo del
ojo que tiene una gota de néctar en la punta del pene. Cuando ya no puedo
aguantar más, me subo encima de él y lentamente, me empalo en su reluciente
verga. Empiezo a oscilar adelante y atrás, metiéndome su polla más y más. De
repente, me doy cuenta de que él me está ayudando un poco y de que gime
por lo bajo. Sus gemidos me excitan aún más pues me encanta su voz gutural.
Tengo (¡y quién no en sus fantasías!) un orgasmo que sacude la tierra como
un terremoto. Tras unos minutos, me bajo de la cama y me quedo en el suelo
junto a él, contemplando su hermoso cuerpo sudoroso. Él me dice lo cruel que
soy por no dejarle correrse también y que le empiezan a doler los testículos.
Le desato la polla y le hago una intensa fellatio, bebiéndome su semen cuando
nos corremos al unísono. Me había preguntado durante mucho tiempo cómo
sabría y, créeme, ¡valía la pena esperar! Luego, cuando estoy segura de que se
ha dormido, lo libero sigilosamente y me voy.

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Al día siguiente me llama por teléfono y me explica que tiene que venir a
mi casa enseguida. Cuando llega me cuenta lo que le ha pasado la noche
anterior y cuán asustado y desamparado se sintió. No puedo evitar percibir el
enorme bulto que le crece en la entrepierna de los tejanos mientras me lo
cuenta, y el coño se me hace agua. Follamos en la sala de estar como
marineros de permiso en la que él supone es la primera vez. Pero después
aparece una mirada cómplice en los ojos, como si me reconociera. Ninguno
de los dos hace comentarios.
Soy una artista y no recuerdo haber realizado mi trabajo creativo alguna
vez sin escuchar la voz de Peter. Me mantengo en una especie de estado de
excitación constante, porque escucho las cintas de Peter en la oficina, por la
mañana cuando me visto, durante el fin de semana y cuando vuelvo a casa del
trabajo. Hace ya tiempo que esto dura, pero todas sus canciones siguen siendo
tan frescas como la primera vez que las oí. Por esta razón aprecio tanto su
trabajo. Tengo un amigo que conoce a Peter y me ha prometido presentármelo
la próxima vez que venga a la ciudad. Lo creas o no, no fue idea mía. Mi
amigo cree que nos entenderíamos bien, porque tenemos gustos similares.
Tiene que venir pronto a la ciudad, así que mantengo los dedos cruzados, pero
dudo de que folle con él sin conocerlo mejor. Supongo que es mi manera de
digerir el rechazo de alguien cuya música es tan importante en mi vida.

Kelly
Tengo dos fantasías en especial, pero primero te hablaré de mí misma.
Tengo dieciséis años y aún soy virgen. Estoy orgullosa de mi virginidad. Una
amiga «gastó» la suya en una basura de tío y yo no estoy dispuesta a hacer lo
mismo. Sin embargo, hay un tío con el que me gustaría perderla (¡y pronto!).
Mi fantasía es que descubro a mi novio en su cama con otra chica. Yo voy
vestida como una domadora de fieras del circo, con un body de lentejuelas,
botas y un látigo. Cojo a la chica y la ato a la cama con brazos y piernas
separados. Luego le ato los brazos a la espalda a mi novio y lo dejo tumbado
junto a ella. Así tiene ocasión de contemplar cómo humillo a su putita. Me ato
un pene artificial a las caderas y me pongo encima de ella. Le froto el coño
caliente con el pene artificial. Ella lo desea. La acaricio durante un rato y
luego, de repente, se lo clavo, pero lo saco antes de que se haya dado cuenta
de lo sucedido. Ella empieza a llorar. Le azoto una pierna con el látigo. Me
doy la vuelta para comprobar que mi novio está completamente excitado. Por
las dimensiones de su erección, da la impresión de estar preparado para su

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castigo. Le pongo un condón en la polla y luego lo ato fuertemente a la base.
Parece que va a estallar. Me siento sobre su rostro, acercándole el coño, pero
alejándome cada vez que intenta lamerme. Luego lo acerco más a su puta, a la
que ordeno que se la chupe. Desato la goma y le quito el condón. Le agarro la
polla y se la coloco justo debajo de la boca, de modo que el semen no acierta
a caer en ella. Me piden perdón y yo los libero. Empiezo a follar a mi novio
mientras él le come el coño a ella. Se convierte en una «celebración familiar».

Paloma
Tengo veintinueve años, estoy felizmente casada y tengo cuatro hijos de
edades comprendidas entre dos y nueve años.
Nunca he compartido mis fantasías con nadie, ni siquiera con mi marido.
Considero que son exclusivamente mías, de mi pequeño mundo privado fuera
de la realidad. Si las compartiera con mi marido, me daría la impresión de no
tenerlas bajo mi control para poder utilizarlas cuando me plazca. Compartirlas
contigo parece diferente.
He tenido una aventura con otro hombre durante mis diez años de
matrimonio. No ha sido una aventura regular. Éramos buenos amigos de
jóvenes. Supongo que iniciamos el romance como una forma de recuperar la
audacia de la juventud, o para probarnos que aún éramos atractivos para
alguien más que nuestros respectivos cónyuges (también él lleva diez años
casado). No podía durar demasiado, porque él no está muy bien dotado, no es
tan romántico como mi marido y no es demasiado original. Vaya, no sé
siquiera por qué me interesé por él (salvo porque el juego amoroso y los
preliminares eran divertidos), arriesgándome a ser descubierta y arriesgando
también mi personalidad. ¿Para qué?: ¡para un amante de pena!
Bien, volviendo a mis fantasías, supongo que me sirven de vía de escape.
No las utilizo para masturbarme. Pero me gusta usarlas cuando mi marido me
come el coño. Me gusta quedarme en la cama por la mañana, antes de
levantarme, e imaginar una agradable fantasía. O por la noche, cuando no
puedo dormir, con el cálido cuerpo de mi marido al lado, me imagino en
situaciones maravillosamente excitantes. Por supuesto, si él quiere hacer el
amor, ¡estoy caliente y dispuesta! Una de mis fantasías trata de un hombre de
iglesia. Tiene unos cincuenta años, es algo estúpido, una especie de «gallina
clueca». Viene a mi casa cuando no hay nadie más y me confiesa que desea
meter la polla en mi boca y correrse. Me pide que lo perdone y me dice que
debería castigarlo. Me dice que debería azotarle el trasero desnudo, así que se

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baja los pantalones. Tiene ya una tremenda erección y yo intento sonreírle. Se
dobla sobre mi regazo y yo doy comienzo al castigo. Le doy varios azotes
muy fuertes y él empieza a sollozar. Le aseguro que lo perdono. Cuando se
levanta, su polla está palpitando justo delante de mí y no puedo evitar
metérmela en la boca. Explota casi inmediatamente. Yo miro hacia arriba y
me limito a sonreír. Él me besa dulcemente y se va.
Cuando era pequeña, el ministro de mi iglesia tenía una afición especial
por mí, supongo que a causa de mi juventud. Su mujer era muy gruesa y nada
atractiva. Él me hacía cosquillas y bromeaba conmigo. A menudo me llevaba
a casa desde la iglesia. Después de que hubiera cerrado nos dirigíamos hacia
su coche, charlando y jugueteando (él me pellizcaba y empujaba), y luego me
abrazaba o me apretaba contra él, de modo que podía sentir el bulto de su
entrepierna. Supongo que si le hubiese alentado, habría continuado. Yo llevo
más lejos esta realidad en la siguiente fantasía: Él me oprime contra el asiento
de su coche y me levanta el vestido. Me pone las manos sobre las bragas y me
acaricia nalgas y caderas. Luego se saca el pene. Está tan excitado que respira
pesadamente, casi boqueando en busca de aire. Me dice que me va a follar y
lamer el coño hasta dejarlo seco. Mete su gran verga en mi interior y bombea
con fuerza sobre mi cuerpo, gimiendo y jadeando. Entonces se corre, pero se
deja caer inmediatamente al suelo para lamer y chupar nuestros jugos. Esto
me pone realmente cachonda, así que aprieto aún más su cabeza contra mí y
me corro una y otra vez.
Me gusta que me follen el culo, porque es una increíble sensación, aunque
esto no lo hacemos muy a menudo. A Jeff no le gusta que juegue con su ano,
así que… imagino que le viola una mujer (¿yo?) que le ha atado a la cama. Lo
desnuda, se quita la ropa y frota el cuerpo de él con sus tetas (a él le encanta).
Se le pone dura enseguida. Ella le hace una felación y, cuando está gritando
de placer, le unta de aceite la polla y el culo y, al tiempo que se la menea con
una mano, le mete los dedos de la otra en el culo. Él trata de alejarse
retorciéndose, pero no puede. Grita pidiendo clemencia, y ella se va en busca
de un vibrador. Lentamente lo inserta (puesto en marcha) en su ano, y procede
a cabalgar sobre su polla, que está dura como una roca. Acaba poniéndose
como loco y se corre con incontrolables estremecimientos y espasmos
orgásmicos.

Anna

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Soy una chica de veintiún años, universitaria e hija de padres del Viejo
Mundo. Mi madre no aprueba que salga con un chico norteamericano, aunque
sea universitario. Como resultado, nunca he tenido relaciones con hombres.
Ni siquiera he disfrutado de la compañía de un chico. Me pregunto si llegaré a
ser capaz de hacerlo.
Hay un chico norteamericano que se sienta detrás mío en la clase de
química. Es bajo y muy atractivo, y he querido meterle mano en el culo desde
que puse la vista sobre él por primera vez. Yo no soy demasiado atractiva y
no tendría oportunidad con un universitario, así que mi fantasía consiste en
violarlo. En mi fantasía lo encuentro una tarde, sentado solo bajo un árbol, y
me acerco a él como quien no quiere la cosa. Charlamos durante un rato,
luego nos dirigimos a la desierta planta baja del edificio más próximo para
estudiar. Después de estar concentrados durante media hora, le pregunto:
«Steve, ¿me harías un favor?» Él contesta, sin sospechar nada: «Claro.»
«Bájate los pantalones», le ordeno; él, por su parte, se resiste. Salto sobre él,
le sujeto los brazos contra el suelo y las piernas con el peso de mi cuerpo;
consigo bajarle la cremallera y sacarle el pene, que ya está duro. Me
desembarazo de mis pantalones cortos, me pongo encima de él y desciendo
sobre su pene. Le folio sin cesar, corriéndome varias veces y dejándolo
completamente exhausto, hasta que me pide clemencia. Le dejo tirado en el
suelo.

Dawn
Ésta es mi historia. Edad: veintidós años. Educación: secundaria. Además,
he hecho cursillos de puericultura, cuidado de ancianos, etc. Estado civil:
soltera. Ocupación laboral: he tenido muchos empleos temporales; en la
actualidad dirijo una guardería parroquial y trabajo de canguro para dos
familias.
Otras observaciones: Soy la mayor de tres hermanos y la única chica de
los tres. Abusaron de mí cuando tenía trece años. Conocía al hombre de toda
la vida y nunca se lo había dicho a nadie hasta hace poco. Se lo solté a una
amiga íntima que me creyó, lo aceptó y me consoló. Por ahora he decidido no
contárselo a nadie más; ese hijo de puta está muerto y, salvo lo que me hizo a
mí, no sé que haya hecho nada malo. No bebía, ni engañaba ni ninguna otra
cosa horrible, y mantuvo a una familia que ni tan siquiera era suya (los niños
eran sus hijastros).

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En la realidad, mi umbral de dolor es tan bajo que resulta vergonzoso. Un
corte diminuto o un golpe me ponen histérica y no puedo soportar que me
aten o repriman en modo alguno. Mi madre me contó que me puse como loca
a la edad de un año cuando me puso en la trona. No volvió a intentarlo.
En el País de Nunca Jamás sueño con torturas, esposas y cadenas. Solía
excitarme leyendo historias de torturas. Bueno, en realidad, aún me excitan,
pero la violencia visual en las películas me revuelve el estómago; no puedo
mirar.
No empecé a crear fantasías hasta los diecinueve años de edad. En un
principio eran recreaciones de cosas que había leído a las que añadía mis
propias ideas. Puedes imaginar todo tipo de cosas después de leer True
Romance (Un auténtico romance) o una novela de Harlequin. Así es como yo
empecé al menos, porque no sabía que las «buenas personas» también
pensaban en cosas como ésas.
Cada edad me trae un recuerdo diferente. Cuando tenía ocho años me di
cuenta de que frotarse contra la almohada era agradable. Mi madre puso el
grito en el cielo, así que lo hacía a escondidas. No relacioné lo que estaba
haciendo con el sexo hasta los trece años. ¡Ya he dicho que llevaba retraso!
A propósito, mi madre ha relajado bastante su postura. No creo que me
sintiera culpable. ¿Cómo podía ser malo algo que resultaba tan agradable?
A los catorce vi una película donde aparecían montones de chicos con
tejanos ajustados. Me sentí muy extraña y luego pensé: «De modo que así es
una polución nocturna…» Después me imaginé a mí misma paseando frente a
esa fila de chicos para escoger con calma al que prefería.
Esta es mi fantasía más corriente: Vivo en el bosque, pero, como se trata
de un sueño, tengo electricidad y todo lo demás. Un hombre cruza por mi
propiedad. Su edad varía. Si me siento maternal, tiene diecinueve o veinte
años, si me siento «normal», tiene veintiséis más o menos, y si estoy excitada,
tiene cualquier edad entre los treinta y la muerte. En cualquier caso, puede
hacer todo lo que yo quiero.
Anda perdido desde hace tiempo y está hambriento y sucio. Le invito,
pero le digo que no podrá comer hasta que se haya dado un baño. En mi casa
hay una bonita y gran bañera. Por alguna razón, él no se siente avergonzado;
se quita la ropa y yo la retiro convenientemente. Algunas veces me limito a
contemplarlo mientras se baña, pero en general le lavo y termino metiéndome
en la bañera con él, o en una cama. Yo le digo lo que debe hacer, y él me
obedece hasta que los dos nos quedamos satisfechos.

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En los casos violentos le encadeno o le ato las manos y le excito más y
más, pero no le dejo correrse hasta que yo lo decido, y no lo decido hasta que
alcanza un estado miserable. Algunas veces no hay sexo en absoluto, tan sólo
lo abofeteo, le tiro del pelo y me pongo histérica. Otras veces, por
aburrimiento y por oírle gritar, le afeito las piernas, siempre con jabón (no
debe experimentar demasiado dolor). Él se queja y yo me muevo hacia arriba,
afeitándolo pelo a pelo y amenazándole con más si no se queda
completamente quieto. Nunca lo castro, pero no puede estar seguro de que no
lo haré, así que se resigna a perder un poco de pelo.
¿Y la pregunta de rigor? Soy virgen, así que todo es pura invención, por
ahora.
Otra cosa más. He trabajado de canguro durante cinco años y he cuidado a
más de un centenar de niños, y nunca, repito, nunca una niña me ha
preguntado: «¿Por qué te sobresale el pecho?» Sin embargo, todos los niños
que he conocido han acabado por preguntarlo. ¡Y luego hablan los hombres
de la envidia de las mujeres por el pene!

P. D. Los niños a los que me refiero tienen tres o cuatro años, si la edad
importa.

Susie
Mi nombre es Susie y cumpliré diecisiete años el próximo 14 de octubre.
Perdí la virginidad cuando tenía quince años. Puesto que todo el mundo
«lo hacía», yo quería que mi primer hombre fuera alguien al que no
conociera. Quería a alguien que no pudiera ir después alardeando por ahí de
haber sido el primero. Escogí un marine. Tan sólo lo había visto una vez
antes. Me contó muchas cosas de él, sin dejar de preguntarme todo el rato si
no había cambiado de opinión. No podía comprender por qué trataba de
desanimarme. Pero no pudo conseguir que cambiara de opinión, además,
supongo que pensó que si no era él, sería otro… y así me introdujo en el
mundo de los adultos. Realmente intimamos y sé que me quería, aunque
ahora me dice que tan sólo fui su putita durante seis meses.
¡Ah, se lo que estás pensando! Piensas lo mismo que cualquier otro
adulto. Estás pensando «¿Qué demonios sabe una adolescente de dieciséis
años sobre el amor?» Estás pensando en lo estúpidos que somos los
adolescentes. ¿No es cieno? No lo niegues… porque eso es lo que pensáis

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todos los adultos. ¿Por qué no creéis que podemos sentir el mismo tipo de
dolor que vosotros? ¿Por qué no creéis que nos preocupamos por alguien del
mismo modo que vosotros lo hacéis?
No tengo una opinión demasiado buena de mí misma. Imagino que si todo
el mundo pensara que soy una pendona… podría estar en lo cieno. Pero duele.
Ahora me siento atrapada. Me siento como si no tuviera derecho a decirle a
un tío que no. Pero estoy cambiando. Quiero poder respetarme otra vez. Les
digo a mis amigas que sigan siendo vírgenes hasta que amen a un tío… y
luego me siento triste porque a mí también me lo dijeron y yo no hice caso. Es
cieno eso que dicen «de que en comer y en follar todo es empezar». El otro
día me puse furiosa y finalmente le dije a este chico que no tenía deseos de
meterme en la cama con él. Me sorprendió que no me odiara por negarme.
Ahora estoy esperando a que aparezca otra persona especial. Admito que
tengo muchas ganas de ir a buscar a alguien y follar como una loca. Es duro
cambiar. Sólo tengo dieciséis años y ya no puedo vivir sin follar con todo
bicho viviente. Lo más difícil es acostumbrarse a vivir sin sexo.
Esta es una de mis fantasías: Salí de los lavabos y me uní al bullicio del
baile de nuevo. La escena era refrescante y excitante. Las luces de colores
bailaban en todos los rostros, y la gente se movía al compás de la música.
Llevaba un vestido azul hasta mitad de muslo que resplandecía bajo los
efectos de las luces de la discoteca. Pero la mejor parte de esa noche fue lo
que sentí y lo que pensaba hacer. Porque mi tortuosa mente tramaba pérfidas
ideas y me sentía malvada. Tan sólo yo sabía que debajo de ese vestido azul
no había nada más, ni bragas ni sujetador… nada. Me hacía sentir como si
estuviera intoxicada por una misteriosa excitación, pero también mala y sucia,
sabiendo que si hacía un movimiento en falso alguien podría tener una
fantástica vista de mi cuerpo desnudo.
Me senté en una mesa que me permitía ver a un grupo de tíos que estaban
cerca de la pared mirando a los que bailaban. Después de mirarlos
detenidamente, me decidí por el que parecía menos interesado en el baile y
pensé en el modo de llamar su atención.
Estando sentada, se me subió el vestido dejando la mayor parte de mis
piernas al descubierto. Contemplé a aquel tío. Había leído que, si mirabas
fijamente a alguien, ese alguien sentía tus ojos sobre él y te miraba…
¿Funcionaría?
Al rato, sus ojos se volvieron hacia donde yo estaba y me miró. Dejé que
un esbozo de sonrisa asomara a mis labios y me moví ligeramente en el
asiento. Sus ojos siguieron los movimientos de mi cuerpo y yo separé las

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piernas para que pudiera verme más arriba de los muslos. Observé la
expresión de asombro de su cara, pero luego se quedó mirándome el coño
como si no creyera lo que veía. El modo tan fijo en que sus ojos se clavaban
en mí hizo que mi coño empezara a palpitar. Él volvió a mirarme a los ojos…
y yo sonreí seductoramente. Podía imaginar lo excitado que debía de estar.
Después de todo, no todos los días le enseñan a uno el coño en medio de un
local público repleto de gente.
Me levanté, me acerqué a él y le pregunté si quería bailar. Aceptó. La
pista de baile estaba tan abarrotada, que tropezábamos con todo el mundo si
nos movíamos demasiado. Por tanto, bailamos muy apretados, moviendo
nuestros cuerpos al ritmo de la música.
Tras unas cuantas canciones, me puso uno de sus brazos alrededor de la
cintura y yo restregué mi cuerpo contra él, apretando las caderas para sentir su
dura erección… y nos balanceamos siguiendo la música. Debió de darse
cuenta de que nadie nos prestaba la menor atención. El local estaba lleno a
rebosar, pero todos se lo pasaban bien, riendo y bailando y ocupándose de sus
cosas, así que nadie tenía interés en nosotros. Seguía teniendo una mano en
mi cintura, pero yo notaba que la otra se deslizaba centímetro a centímetro
hacia los muslos. Era como un escolar virgen que se excita hasta el punto de
no poder contenerse… y me metió un dedo en el coño. Siguió metiendo y
sacando ese dedo y mi coño siguió humedeciéndose más y más. Deslizó su
dedo hacia dentro, lo sacó, luego metió dos, los sacó, y por último metió tres.
Tenía las manos grandes y largos dedos y con esos tres dedos dentro de mí
parecía como si tuviera una polla muy corta pero gruesa saliendo de mi coño
y entrando en él. Me sentía muy excitada. Empecé a moverme arriba y abajo,
deslizándome sobre sus dedos al ritmo de la música. Le metí la mano en la
entrepierna y pude sentir a través de los tejanos lo dura que estaba su polla.
La tenía grande, y yo quería sentirla dentro de mi coño en lugar de los dedos,
que me excitaban, pero me hacían desear aún más. Le desabroché los tejanos
y empecé a masturbarle esa hermosa polla. Encontraba fascinante que hubiera
tanta gente bailando alrededor nuestro y que nadie se diera cuenta de lo que
estábamos haciendo.
Yo suplicaba sentir esa polla penetrándome, y sólo pensar en ello hacía
que mi coño se mojara y palpitara. Le puse una mano alrededor del cuello y
con la otra me metí esa polla temblorosa en el coño. Sin preocuparme por
quién pudiera verlo, me puse delante de él con las piernas separadas y
cabalgué sobre su polla con verdadero vigor. Seguí empujando con más
fuerza y él siguió penetrándome cada vez más adentro.

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Tener toda esa gente alrededor contribuía a excitarnos. ¡Estábamos a cien!
Podía sentir su pene abriéndose camino en mis entrañas… esa enorme verga
llenando mi caliente pasaje… ¡oh, era tan bueno, tan increíble! Le oprimí la
polla con los muslos y creo que podría haberse desmayado por las
sensaciones que le produjo. Bajó la mano y empezó a masturbarme el clítoris.
La música sofocaba mis gritos ahogados. Comenzó a follarme con tal furia
salvaje que temí que fuera a herirme, pero el placer superaba al dolor. Yo
subía y bajaba sobre esa polla, y él se sumergía en mí con tal fuerza que mi
coño empezó a contraerse… asiendo su verga… oprimiéndola… Justo en
medio de la pista de baile me estaba corriendo… ¡y nadie lo sabía!
Él siguió follándome y mi coño siguió contrayéndose. Pronto sentí su
semen saliendo a chorro en mi interior. Me sujetó las caderas para que no
pudiera apartarme hasta que él hubiera depositado toda su leche dentro de mí.
Luego se retiró. Yo estaba empapada, y su semen empezó a resbalarme
muslos abajo.
Lo miré, dirigiéndole una dulce sonrisa. Le besé suavemente en los labios;
luego me di la vuelta y lo dejé allí en la pista de baile con la bragueta abierta.

Tina
Tengo dieciséis años, soy caucasiana y estoy en el penúltimo curso de
instituto. Vivo en una pequeña ciudad de Canadá. He estado saliendo con
chicos desde hace casi dos años. Mi madre es muy liberal con respecto al
sexo, pero no quería que ninguna de sus hijas empezara a salir con chicos
hasta que ella creyera que emocionalmente estábamos preparadas para tener
novio.
Mis experiencias sexuales dieron comienzo cuando tenía unos nueve años.
Me masturbé, con mi hermana, con perros, etc., hasta los once años. Luego
me di cuenta de que esas cosas no eran aceptables en nuestra sociedad.
Desgraciadamente, o afortunadamente, me enamoré del hombre adecuado
siendo demasiado joven; los dos lo éramos. Fue mi primer novio y nuestra
relación duró alrededor de año y medio. Nos lo pasamos muy bien. Perdimos
la virginidad el uno con el otro y nunca lo he lamentado. He hablado con otras
chicas que desearían ser aún vírgenes, y me apena que tuvieran una
experiencia tan pobre la primera vez.
Las adolescentes de mi edad viven angustiadas por estar «a la moda». En
ella se incluyen las drogas, el alcohol y el sexo. Lo que una persona piensa de
sí misma se refleja en sus acciones. La masa que sigue la moda suele abarcar

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a individuos más inseguros y confusos que la que se limita a quedarse a un
lado.
Cuando perdí la virginidad fue porque quería que mi novio fuera el
primero. Él era sensible, amable y estaba enamorado de mí. Estos
ingredientes son importantes. Por desgracia, otros jóvenes no tienen esta
suerte. Al chico se le presiona para que sea un ligón, y a la chica se la
presiona para que sea inocente. Es un círculo vicioso. La culpa de todo ello la
tienen los padres ignorantes, que fomentan estas actitudes. ¿Cómo pueden
hacer los adolescentes lo que desean si sus padres tratan de meterlos en un
molde prefijado? Cuando una chica tiene un intenso apetito sexual, la tachan
de puta. Cuando un chico de diecisiete años todavía es virgen, lo tildan de
mariquita. El sexo es y debería ser una cuestión de sensibilidad entre dos
personas. Debería existir libertad de elección.
El novio que tengo ahora es algo mayor que yo, pero más inhibido. Me
gustaría vestir liguero, bragas, tanga, falda, zapatos de tacón y una blusa de
seda, acorralar entonces a mi amante en el dormitorio y amenazarle con
clavarle los finos tacones si no cumple mis deseos. Siempre he querido
hacerle una felación porque creo que sería la primera vez para él. Después de
ponerlo cachondo, con el pene bien erecto, haría que se desnudara y me
desnudara también a mí, pero dejándome el liguero y el tanga. Después haría
que me follara al estilo perruno, analmente, y luego al estilo tradicional.

Debby
Soy una mujer casada de veintiún años y procedo de una familia de clase
media baja. He estudiado tres años y medio en la universidad y tengo una
limitada experiencia laboral como administrativa. Ahora estoy en el paro y
estoy embarazada de siete meses y medio de mi primer hijo.
Crecí en un ambiente en el que cualquier forma de sexualidad se reprimía
de una manera tácita. Me hallo dentro de ese grupo tan típico de mujeres a las
que se ha condicionado a igualar el sexo al amor y a no considerar nunca que
el sexo pueda ser una actividad placentera. Esto ha motivado que me haya
vuelto una persona siempre insegura de mi propia sexualidad, a pesar de que
mi marido es muy tierno, afectuoso y apasionado.
Hasta la edad de veinte años no había tenido ninguna experiencia sexual.
Perdí la virginidad a manos de un violador. Fueran los que fueran los
sentimientos que me movieron a hacerlo, me pasé los meses siguientes a ese
suceso de bar en bar con una amiga que se considera ninfómana. Ella se

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dedicaba a ligar hombres y muchachos siempre que se presentaba ocasión,
mientras yo daba los pasos necesarios para hacer lo propio, aunque en
realidad nunca tuve el valor de acostarme con ninguno de los hombres que
conocí.
Cuando empecé a trabajar en una oficina acabé enrollándome con un
hombre casado, temiendo las posibles ataduras emocionales de una relación
sexual. Luego pasé a ligarme realmente a dos hombres, antes de que
empezara mi relación sexual con el que pronto se convertiría en mi marido.
Todas mis relaciones anteriores a mi marido eran del tipo «templar, meterla,
eyacular, sacarla». Al ser virgen mi marido cuando nos conocimos, nos
adaptamos fácilmente a los apetitos sexuales mutuos. Nuestra relación sexual
es muy satisfactoria para ambos, aunque aún no he tenido ningún orgasmo
con ninguna estimulación por su parte. Él se esfuerza al máximo por darme
placer, pero sin éxito en cuanto al orgasmo, lo que ha provocado en él una
gran inseguridad. Ya era inseguro cuando lo conocí, pues temía que el tamaño
de su pene no podría satisfacer nunca a una mujer. He hecho muchas cosas
para darle confianza, aunque no he fingido nunca un orgasmo en su provecho.
Ni que decir tiene que mi incapacidad para correrme me ha convertido en
una persona algo ambigua ante el sexo algunas veces. Puedo tener varios
orgasmos arrebatadores mediante la masturbación, pero al parecer no soy
capaz de aflojar mi autocontrol en presencia de mi marido. De ello se deriva
una de mis fantasías:
Vuelvo a casa antes de lo previsto después de visitar a una amiga y
encuentro a mi marido en la cama con la amiga ninfómana que antes he
mencionado. Llego justo a tiempo para ser testigo de cómo él se corre
violentamente dentro de ella. La aparto de él con una fuerza tal que va a parar
al otro lado de la habitación. Les anuncio que voy a demostrarles lo que puede
hacer una mujer de verdad. Entonces me desvisto y me siento sobre la cara de
él, restregando vigorosamente mi coño afeitado al mismo tiempo que le
aprisiono la polla con la boca, lamiéndola y chupándola mientras le acaricio
los testículos con una mano y le meto un dedo en el ano. Naturalmente,
tratándose de una fantasía, me corro varias veces mientras mi amiga me
contempla asombrada. Cuando lo he llevado tan cerca del orgasmo que siente
dolor si me detengo, hago eso justamente y le ordeno que me meta la polla
por detrás mientras desliza una de sus manos por mi abdomen para frotarme
el clítoris (una posición a la que nos referimos como hacer de cachorros). Le
digo que me folle lentamente hasta que estoy cerca de mi propio orgasmo.

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Entonces me folla con fuerza y rapidez, penetrándome profundamente hasta
que ambos nos corremos con un tremendo espasmo.
No cuento con realizar esta fantasía puesto que a) aún espero tener un
orgasmo con mi marido y b) no podría tolerar el mero pensamiento del
adulterio. Debo mencionar que mi «amiga» ha puesto el ojo en mi marido,
pero él se toma los votos matrimoniales muy en serio y nunca aceptaría una
proposición suya.

Wendy
Estoy harta de ocultar mis sentimientos. Los llamo «mi lado secreto».
Tengo veinticinco años y hace tres que salí de la universidad especializada
en arte. Trabajo como ayudante del vicepresidente de desarrollo de productos
de una pequeña compañía. Soy soltera, sin personas a mi cargo; no me he
casado nunca y tengo exceso de peso.
Mis fantasías sexuales se desenvuelven en situaciones de las que me
avergüenzo. En ellas soy una muchacha esclava desamparada, pero rebelde y
obstinada. La idea de esta fantasía me la dieron las novelas de «Gor» escritas
por John Norman. A veces me imagino a mí misma como una hermosa mujer
de cabellos rubios, ojos verdes, alta, delgada y saludable.
Me capturan aquí en la Tierra y me llevan al planeta Gor, en el cual me
revisan, me ponen un collar de esclava y me marcan a fuego. Luego, un
guardián, o alguien a quien pertenezco, me obliga a acostarme con él. Me
hacen trabajar, me entrenan, me golpean, me aman, pero yo sigo siendo
rebelde y tienen que doblegarme hasta la sumisión.
Sólo he hecho el amor dos veces en mi vida, una cuando tenía diecinueve
años y otra a los veintitrés. Por alguna razón me da miedo. Pero, por favor, no
pienses que no me gustan los hombres. He salido con hombres y ahora mismo
salgo con uno. Aunque hasta que conocí al chico con el que estoy ahora (que
tiene seis años menos que yo), no me habían abrazado ni besado demasiado.
Los otros temían (o parecían temer) a las mujeres. Es comprensible porque
normalmente yo era la primera mujer de su vida. También entonces me
mostraba agresiva, en el sentido de que yo los elegía y era yo quien provocaba
todo contacto físico. Por el contrario, en esta ocasión fue él quien alentó el
asunto. Digo «asunto» porque no tengo un interés romántico por él. Creí estar
enamorada de los otros; éste es tan sólo un amigo. Él es la parte agresiva, lo
cual me hace poner en guardia. No estoy acostumbrada a que me toquen o me

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besen durante el día mientras estoy trabajando (los dos trabajamos en el
mismo departamento).
Una fantasía con la que suelo disfrutar mucho últimamente consiste en
invertir los papeles de amo/esclavo. Esta vez soy la dueña de una isla que yo
llamo Punzón Negro y poseo esclavos. Tengo guardianes masculinos y
femeninos a mi servicio. Enseñamos a los esclavos varones a complacer a las
mujeres.
Esta fantasía es diferente porque yo no hago el amor con los esclavos ni
con los guardianes. Tan sólo quiero controlar el destino de los esclavos.
Aunque debo admitir que mi víctima es alguien con quien estoy furiosa, como
mi último novio. Quiero hacerles tanto daño que supliquen la muerte, y sólo
así puedan librarse del dolor y la humillación que yo les causo. O hacerles
tanto bien que se pregunten qué más puede haber después de alcanzar la cima
absoluta del placer.
Recompenso a los que me satisfacen con un trabajo que corresponda a sus
intereses y su educación, o les obligo a realizar los trabajos sucios y padecer
el sufrimiento del trabajo extenuante. Puedo darles esclavas para satisfacer
sus necesidades físicas o estimularlos cruelmente dejándoles ver bailar a las
esclavas, pero sin tocarlas.
Esta fantasía me interesa porque no entiendo por qué la utilizo. La primera
es fácil de comprender. Creo que es muy típica; he oído hablar montones de
veces sobre ese tipo de deseo femenino de ser forzada a hacer lo que
exteriormente no se desea. Pero la segunda, en la que ni siquiera utilizo
sexualmente a los hombres, me asombra. No puedo permitirme el lujo de
descubrirlo, no tengo tiempo y me asusta.

Terri
Siempre me ha preocupado que mis fantasías (de las que no he sido
consciente hasta los veinte años) no fueran las «típicas» que imaginaba que
tendrían las demás. La razón es que un 95% de mi excitación sexual procede
de la excitación del hombre y no de la mía. La mayoría de mis fantasías
consisten en ver a un hombre (que suele ser conocido) excitarse sexualmente
de manera progresiva, hasta perder toda inhibición y alcanzar un orgasmo
realmente dramático. Supongo que me gusta la idea de ser capaz de excitar a
un hombre hasta el punto de hacerle perder el control. Mis fantasías tienen el
único propósito de alcanzar el orgasmo cuando me masturbo. Durante el coito
real (u otra actividad sexual) no me parece deseable fantasear, porque me

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distrae de la persona con la que estoy y perjudica la experiencia en sí. Nunca
he tenido una verdadera inclinación por «hacer realidad» mis fantasías
masturbatorias, probablemente porque dudo de que resulten satisfactorias en
la realidad con otra persona.
En cuanto a estas fantasías, suelen limitarse a tres temas principales: 1) ser
seducida por un hombre maduro, seguro de sí mismo, sensual y erótico que
acabe por «perder el control» y «abandonarse» a mí; 2) escuchar y mirar a un
hombre atractivo y sexy, que me cuenta todas las actividades sexuales que le
gustaría hacer conmigo, experimentando su creciente excitación y mirándole
y escuchándole mientras se masturba hasta alcanzar el orgasmo; 3)
imaginarme a mí misma como una prostituta con clase que excita a hombres
maduros y conservadores hasta que llegan al orgasmo. También tengo
fantasías frecuentes sobre la «charla» sexual de un hombre, sus gemidos y
gritos, porque me excita mucho. Como he dicho antes, la mayoría de mis
fantasías se centran alrededor de lo que experimentan los hombres; mi
excitación, por tanto, es indirecta, y eso es precisamente lo que me preocupa.
Este hecho parece especialmente extraño, puesto que mi madre fue una
mujer que mostró siempre una gran sexualidad y no permitió nunca que su
maternidad interfiriera en ella. Mantuvo una activa relación sexual con sus
cuatro maridos y siempre hizo de su satisfacción una prioridad. A pesar de
que no solíamos discutir de sexo en la vida familiar, tampoco se ocultó nunca.
A menudo escuchaba los jadeos del encuentro amoroso que procedían del
dormitorio de mi madre y mis diversos padrastros. Probablemente sea éste el
motivo por el que estos sonidos son tan importantes para mí en la excitación
sexual. Otro de los posibles factores que quizás influyeran en mi vida familiar
y subsiguientes fantasías fue el hecho de que mi primer (y más duradero)
padrastro me abordara sexualmente y abusara de mí físicamente desde los
diez hasta los trece años. Mientras que en aquella época (y años después) esas
experiencias me aterrorizaban y confundían y producían en mí una gran
hostilidad (y desconfianza) contra los hombres, desde mi primera juventud y
tras la muerte de mi padrastro su recuerdo ha adquirido una cualidad erótica.
Ahora imagino ser seducida (no molestada) por mi padrastro y disfrutar en mi
imaginación del «poder» para excitarle y hacerle perder el control que tengo
sobre él. Era un hombre extremadamente autoritario, dominante y sádico que,
alternativamente, mostraba un lado cálido y encantador. Creo pues que tuvo
un fuerte impacto en el desarrollo ulterior de mis fantasías sexuales. Desearía
poder imaginar situaciones más directamente relacionadas conmigo misma
que con los hombres y sus reacciones sexuales.

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A propósito, tengo veintinueve años, soy una mujer WASP y no me he
casado. Poseo un título profesional en una especialidad de la salud mental y
trabajo a jornada completa ejerciendo mi profesión, con un sueldo de 18 000
dólares al año. Gracias por leer todo esto. Me ha ayudado mucho escribirlo.

P. D. Supongo que debería mencionar que desconfío de los hombres en


general y que a menudo me disgustan y no siento el menor respeto por ellos.
Tu libro Men in Love me ha ayudado a tenerles menos manía como grupo. Es
encantador comprobar que no parecen despreciar a las mujeres tanto como
mis experiencias me habían demostrado.

Chere
Leo novelas sexuales desde que tenía trece o catorce años. En realidad, no
estaba interesada en tener relaciones sexuales con alguien (ni siquiera creía
que fuera a encontrar algún día a alguien que lo deseara) hasta que cumplí los
dieciséis o diecisiete y conocí a un hombre que me gustaba y era especial.
Soy una mujer realmente atractiva, pero cuando estaba en el instituto no
salía con chicos. Tengo ahora veinte años, soy blanca y acaban de deshacerse
de mí (o abusar) de nuevo. Está muy bien que a una mujer le guste tener
relaciones sexuales con alguien a quien quiera, a quien desee y en quien
confíe, pero no es el tipo de mujer con el que un hombre se casa.
Supongo que creía en esos libros en los que la heroína es independiente,
demuestra su apetito sexual y el hombre se casa con ella. ¡Ja!, hoy sabemos
todos que el hombre la utilizaría y luego la tiraría como a un juguete. Ésta es
mi fantasía:
Soy una belleza norteamericana de visita en Inglaterra. Gracias a mis
cualidades de honestidad y franqueza, empiezo a ampliar mi círculo social
hasta llegar a relacionarme con la flor y nata de la nobleza. Un hombre rubio,
de ojos azules, muy atractivo y sexy se siente intrigado por mi honestidad y
belleza inusuales. Tengo veinte años, cabellos castaños y bonitos ojos color
avellana. Estoy orgullosa de mi sexualidad, aunque mis relaciones terminan
de manera infeliz para mí (pero no para mis novios, puesto que son ellos los
que me dejan). Este hombre (Jason) podría tener a cualquier belleza de
Inglaterra si lo deseara, pero yo tengo las cualidades de las que esas bellezas
carecen: respeto, amo y digo la verdad. Él se acerca a mí abriéndose paso
entre una multitud de admiradores, para llevarme consigo. Sugiere que

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vayamos a ver su barco. A bordo hay una litera espaciosa sobre la que nos
sentamos a charlar. Me horroriza la hipocresía de nuestra sociedad. Está muy
bien demostrar la sexualidad, pero cuando se trata del matrimonio, los
hombres buscan vírgenes o mujeres que no demuestren sexualidad. Yo opino
que tanto hombres como mujeres son hermosos con ropa o sin ella.
Jason sugiere que bebamos vino. Nos tomamos una o dos botellas, a
sabiendas de que quiere emborracharme. Pero no lo consigue.
«Si quieres hacerme el amor, ¡pídemelo! No soy virgen ni me gusta
jugar», exclamo.
Por su mirada de sorpresa sé que Jason esperaba que me emborrachara
para luego seducirme. Por el contrario, soy yo quien lo desviste lentamente.
Le voy lamiendo lenta y suavemente, mientras él me desviste a mí. Me abraza
y acaricia cada parte de mi cuerpo. Para asegurarse de que estoy preparada,
me come el coño mientras yo contemplo sus encantadores ojos. Entonces me
pregunta cómo me gustaría que hiciéramos el amor (odio a los hombres que
no te tratan como a una pareja, sino que te usan como a un objeto). Me subo
encima de él. Le hago el amor loca y apasionadamente, disfrutando de su
sonrisa. Me provoca y me hace reír, a pesar de las oleadas de placer que
siento. (Me encanta reír y pasarlo bien con mi novio en la cama, no es una
cosa tan seria como la gente cree. ¡Por término medio las parejas casadas
hacen el amor alrededor de una hora por semana!) Se corre entre sacudidas,
mientras cabalgo sobre él y tengo varios orgasmos (la verdadera prueba del
amor es que la mayoría de mujeres que se sienten relajadas y amadas alcanzan
el orgasmo). Me lleva corriendo hasta el sacerdote más cercano jurando no
perderme nunca, ni tampoco mi amor.

Ruth
Tengo veintiún años, estoy en el último año de universidad y doy clases.
Tengo una magnífica fantasía que he convertido en realidad.
Uno de mis alumnos con peores modales es un chico de quince años. Es
un terror entre las chicas, con las que coquetea y a las que toma el pelo
continuamente. No me gustaba, y tuve que reprenderle a menudo, pero por
alguna extraña razón me atraía sexualmente. Quizá no sea tan extraño; es
andrógino, una especie de Mick Jagger. Descubrí que me gustaba castigarlo
cuando les tomaba el pelo a las chicas, como si yo fuera una chica a la que no
pudiera fastidiar. Tratar con este chico provocaba en mí una gran tensión
sexual. También descubrí que realmente disfrutaba humillándole delante de

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los demás alumnos y que me encantaba el agitado resentimiento que
demostraba. Era la primera vez que tenía un deseo sexual por alguien que me
disgustaba. Acabé por masturbarme en casa pensando en obligarle a acostarse
conmigo. Últimamente he estado muy sola y la masturbación ha llegado a ser
un gran consuelo. En cualquier caso, decidí llevar mi fantasía a la realidad.
Un día en el cual este chico había sido particularmente desagradable, lo llevé
a casa después de clases (mis padres viajan al extranjero a menudo). Era un
verdadero fanfarrón con las chicas, pero noté que le aterrorizaba una auténtica
mujer. Cuando llegamos a casa me puse mi equipo de aerobio y le di deberes
para hacer mientras yo actuaba. Empecé a coquetear con él y no supo qué
hacer. Nunca se había encontrado en la posición sumisa. Le di una sermón,
diciéndole que iba a enseñarle cómo era ser tratado como un objeto sexual. Le
dije también que había alguien detrás de él mucho más astuto y que merecía
una buena azotaina. Hice que se bajara los tejanos y se echara sobre mi
regazo. Tenía un magnífico trasero y me encantó azotarlo. Tuvo una violenta
erección y yo me burlé de él. Luego le expliqué que tenía una cura para eso,
pero que primero tendría que satisfacerme. Me senté sobre el sofá con mi
atuendo de aerobic y le ordené que me besara allá donde yo le dijera. Hice
que empezara por la espalda y fue fantástico. Tenía el control absoluto y le
obligaba a hacer todo lo que yo quería. Finalmente, cuando ya estaba
realmente excitada, le obligué a hacerme un cunnilingus a través del atuendo
de aerobic. Yo apretaba su cabeza contra mí y tuve un orgasmo increíble.
Luego, para su asombro, hice que me proporcionara varios orgasmos, ¡cada
uno de ellos mejor que el anterior! Yo nunca había mostrado un apetito sexual
tan grande en mi vida, pero era fantástico porque yo tenía el control. ¡Podía
hacer lo que me diera la gana! Cuando estuve satisfecha, le hice poner las
manos a la espalda y le até con una de mis medias. Entonces jugué con su
pene y le excité hasta que finalmente provoqué su orgasmo cuando quise.
Después le tendí los pantalones y le dije que no volviera a causarme
problemas, ni a mí ni a las chicas. Se fue y yo me quedé tumbada en el sofá,
triunfante.

P. D. Desde entonces se ha mostrado sumamente cooperativo. ¡Supongo


que ha aprendido la lección sobre las mujeres liberadas!

Nina

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Soy una mujer de diecisiete años. Me molestaron sexualmente dos
hombres diferentes (ambos vecinos y «amigos») cuando tenía seis. Mis padres
lo descubrieron y me castigaron severamente. Durante años, este hecho
supuso un grave trauma para mí. Los hombres me asustaban y yo pensaba que
había sido culpa mía el que hubiesen abusado de mí. Durante años, el mero
pensamiento del sexo me disgustaba y juré que nunca «lo haría».
Más tarde, tuve una experiencia masturbatoria con una amiga y otra
sexual con otra amiga. Tenía unos catorce años y me masturbaba
regularmente, aunque nunca alcancé el orgasmo.
Los primeros hombres con los que intimé eran homosexuales y mis
primeros amantes también lo fueron. El primer hombre al que toqué en mi
vida, con el que practiqué el sexo oral y luego el coito, era amable en
extremo, bueno y comprensivo. Me enorgullezco de ser muy «buena»,
especialmente en el sexo oral (ya que lo aprendí de los gays), pero me molesta
que luego el hombre no me corresponda. Como sensación fuerte, solía
ligarme hombres para una sola noche. En mi interior me sentía demasiado
vulnerable y asustada, así que me volví muy agresiva para probarme a mí
misma que podía hacerlo sin que me venciera el miedo.
Creo que he conseguido resolver mis problemas. Desde hace un año tengo
un amante (y sólo uno), que es el hombre más maravilloso que he conocido.
Con su ayuda tuve el primer orgasmo de mi vida. Hemos conseguido
expresarnos a nosotros mismos en nuestra relación amorosa. Hemos probado
muchas cosas, incluida la esclavitud (de ambos) oral y anal. Él tiene
diecinueve años y no había besado siquiera a una mujer hasta conocerme a
mí.
Con él he descubierto que las fantasías pueden llevarse a la realidad.
Tenemos un juego en el que desempeñamos diferentes papeles. Por ejemplo,
una vez él representaba a un tutor y yo a la alumna a la que seduce. Sin
embargo, hay algunas fantasías que no puedo realizar con él. Una vez estuve
con dos hombres y ambos se concentraban en mí. Fue delicioso y me
encantaría probarlo de nuevo. También tengo fantasías de seducir a vírgenes
que se mueren por que cabalgue sobre sus miembros duros y goteantes.
Pienso mucho en cómo me sentiría siendo un hombre y haciendo el amor con
otro hombre. Sé que podría haber conservado a mi amante gay si hubiese
tenido pene. Pero me gusta mi cuerpo, mis grandes y firmes pechos y mi
hermoso y aromático coño. Me ofenden los hombres (y mujeres) que no saben
ver la belleza que hay en él.

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Mi amante tiene una fantasía que me gustaría ayudarle a convertir en
realidad. Le gustaría ver a dos mujeres haciendo el amor. Yo estoy dispuesta,
pero las lesbianas que conozco no se toman el sexo a la ligera, y yo las quiero
por su inteligencia, no por su cuerpo. Sería una especie de afrenta que
intentara acercarme a ellas con una intención sexual.
Cuando era más joven, mis padres me confundieron. Me instaron a creer
que el sexo era malo, pero ambos tenían sus propios líos fuera del
matrimonio. Ahora están divorciados y la situación es algo más sincera. A
menudo me pregunto si mi madre experimenta el orgasmo regularmente y si
disfruta con el sexo. Nunca habla de ello conmigo, y cuando yo trato de
hablar con ella, se muestra incómoda y cambia de tema.
También tengo fantasías sobre ser atacada por un violador. En ellas
siempre me defiendo y prácticamente acabo matándolo. Siento una gran ira
contra los hombres, que libero imaginando ser violenta con uno. Podría herir
a alguien que tratara de hacerme daño a mí.
¿Se centran muchas de mis fantasías en dominar a un hombre? Varios
hombres me han dicho que tengo una manera muy masculina de actuar y me
han criticado por ello algunas veces (aunque también me han elogiado por
ello otras tantas).
Además, me han llamado guarra, puta, zorra, ninfómana… Desearía que
los hombres dejaran de juzgarme. Los hombres que tienden a poner etiquetas
suelen demostrar un enorme apetito sexual. Me encantan los hombres, sus
cuerpos y sus mentes, pero algunas veces hacen que el amor sea
extremadamente difícil. En mi opinión, el sexo es «hacer el amor», lo cual
debe incluir amabilidad, ternura y respeto. Generalmente, son los hombres
quienes incluyen la posesión, la dominación y la violencia. No quiero tener
dueño ni ser dominada por nadie, ni que nadie me dé una paliza.
Soy una alumna brillante y me han aceptado para entrar en una
universidad privada del Medio Oeste el próximo otoño. Mi familia es pobre,
pero me han concedido una beca. Te cuento esto porque quiero que sepas que
no soy estúpida. La educación tiene una enorme importancia para mí.

«¡MIRADME!» O EL PODER DE LA EXHIBICIONISTA


Un capítulo que trate del poder de las mujeres sobre los hombres no
estaría completo si no mencionáramos a la exhibicionista, la que atrae los ojos
masculinos hacia su cuerpo y los retiene, atrapándolos y controlando lo que
sienten, hasta que ella decide que el show ha terminado.

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Cuando empecé a escribir libros hace veinte años, el término utilizado por
la ciencia del comportamiento para designar a esos hombres era el de voyeur,
a las mujeres se las calificaba de exhibicionistas. Teniendo en cuenta que yo
había sido siempre una voyeuse, primero con cautela como adolescente y
luego con mayor descaro cuando el feminismo ganó adeptos, me mordí la
lengua, pero supuse que debían existir otras como yo. Recuerdo el primer
programa televisivo en el que aparecí en 1973 y a su presentador, David
Susskind, que dejó caer el guión que sostenía cuando anuncié, a propósito de
mi nuevo libro, Mi jardín secreto, que era una incurable mirona de
entrepiernas.
Para entonces ya sabía que «no era la única» que disfrutaba mirando
hombres con tejanos ajustados y camisas abiertas hasta el ombligo. Los
hombres de los años setenta empezaban a gustar del placer y del poder de ser
admirados, no sólo por su riqueza y su condición profesional, sino también
por la belleza de sus cuerpos. A medida que las mujeres comenzaron a
adentrarse con mayor regularidad en el terreno de los hombres, el lugar de
trabajo, a medida que el poder se fue repartiendo equitativamente entre los
dos sexos, los hombres empezaron a utilizar una parte tradicional del poder de
la mujer: tener un aspecto atractivo. Entonces las mujeres se pusieron a mirar.
En 1972, Cosmopolitan publicó su primer desnudo en páginas centrales (de
Burt Reynolds), y en 1973, Playgirl publicó su primer número como revista
erótica para mujeres en la que sólo aparecían hombres desnudos.
Inicialmente, los expertos afirmaron entre reniegos que las mujeres no se
excitaban viendo hombres desnudos y los primeros e inestables años de
Playgirl lo confirmaron. A las mujeres les costó cierto tiempo aprender a
mirar y a relajarse para dejar que la conexión entre las imágenes visuales y la
excitación sexual siguiera su curso natural. Hoy en día, nosotras, las voyeuses,
miramos sin ninguna vergüenza la belleza del hombre desnudo y nos
ponemos cachondas.
Al tiempo que la cultura del consumismo descubrió que se podía hacer
dinero incluyendo al hombre en el negocio de la belleza, los medios de
comunicación y la moda y la publicidad que los acompaña empezaron a
animar a los hombres a considerar la belleza como un fin en sí mismo.
Fue un movimiento saludable. El narcisismo y el exhibicionismo son una
parte básica de la vida. Para algunas personas constituyen el motivo por el
que quieren hacerse famosas, así como para otras se convierte en la causa de
sus obras filantrópicas. En el nivel más primitivo, todos nosotros tenemos la
necesidad de existir a los ojos de las personas que son significativas en

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nuestra vida. Mis propios libros son exhibicionistas. La mayoría de las
mujeres que contribuyeron a este libro firmaron con sus auténticos nombres
porque querían ser reales para mí. Aunque he publicado sus fantasías bajo
seudónimos, pueden enseñar el libro a sus amigos y decir: «¿Ves?, ¡soy yo!»
Les hace sentir que existen y que quizá son admiradas fuera de los límites del
mundo que conocen. Ante la indiferencia existencial del universo, nuestro
exhibicionismo nos proporciona la sensación de que somos importantes,
después de todo.
Mucho antes de que un niño pueda hablar, puede sentir la mirada amorosa
de su madre y su padre sobre él. Es como ser calentado por el sol. Cuanto más
se ve reflejado en la adoración de los ojos paternos, más acepta la idea y la
convierte en parte de sí mismo. Es el inicio de un sentimiento del valor propio
que dura toda la vida. Cuando somos niños, aprendemos de nuestros padres a
amarnos y admirarnos a nosotros mismos. Cuando crecemos, ese sentimiento
sigue vivo en nuestro interior.
En el caso de las mujeres, el amor propio y la autovaloración nos
capacitan para aceptar la posterior e inevitable destrucción del ego que toda
mujer sufre ocasionalmente en la comparación que realiza de manera
automática con otras mujeres. Esta competición genera increíbles beneficios
para la industria de la moda y la cosmética.
Siempre habrá otra mujer más hermosa. Si alimentaron nuestro narcisismo
cuando éramos pequeños, quizá sintamos una cierta envidia, pero no nos
deprimiremos ni tendremos la impresión de no valer nada. Las fantasías
exhibicionistas llenan este hueco, diciéndonos que somos hermosas y que
tenemos derecho a amar.
Siento un gran afecto por las mujeres de este apartado. En muchos
aspectos demuestran una saludable resolución por prestarse a sí mismas la
atención que ellas no creen recibir del mundo, así como el rechazo a hundirse
en la autocompasión por privaciones pasadas y a verse rebajadas o
menospreciadas porque el rostro que ven en el espejo no es tan atractivo como
el de la vecina. En sus fantasías son sus mejores amigas.
Si tú crees ser hermosa, las personas que te rodean probablemente
pensarán lo mismo. No es tan fácil. Nuestra cultura es el legado de la herencia
inglesa, que premia la subestimación, la modestia, y castiga terriblemente la
jactancia y el «creerse demasiado». Cuando un político quiere ganar votos,
empieza por bromear a su propia costa. Cuando una mujer lleva un nuevo y
bonito vestido, rápidamente desvía los cumplidos que ella misma ansiaba,

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calmando la envidia provocada en las otras, al afirmar que se trata de «un
vestido viejo».
En las fantasías exhibicionistas de una mujer se eliminan los límites. Su
talento para ponerse la ropa en la realidad se ve sobrepasado tan sólo por su
habilidad para quitársela en la imaginación. Si el mundo real la corona como
«sacerdotisa de la industria del vestir», sabe en su subconsciente que no se
trata de eso, que la ropa no hace a la mujer. En sus fantasías obtiene la
aprobación y el aplauso unánime en lo que realmente cuenta: desnuda, con el
culo y el coño al aire, follando.
No es de extrañar que tantas mujeres disfruten exhibiendo su cuerpo
desnudo ante los vítores y aplausos de quienes las rodean en su imaginación.
Las mujeres se pasan la vida intentado decidir cuánto deben enseñar y cuánto
ocultar. Algo más de escote y están estupendas, provocativas. Aún un poco
más y sus maridos se ponen furiosos. La moda es poderosa, porque confiere a
la mujer la aprobación social para revelar lo que todas las demás mujeres
revelan ese año y ocultar lo que las demás también ocultan. En sus fantasías,
las mujeres no necesitan esta concesión y se barre toda ansiedad.
Cuando el feminismo cobró fuerza veinte años atrás, la belleza quedó
marginada. Las feministas se dieron cuenta de que, si querían que existiera
algún día un ejército de mujeres, la rivalidad por la belleza debía terminar.
Pero incluso en el punto culminante de la sublevación contra el negocio de la
belleza y la moda, la necesidad humana de ser visto, observado y reconocido
como alguien especial no desapareció. La rivalidad persistió. Sólo cambiaron
las reglas y se invirtieron los modelos. Se convirtió en un distintivo de honor
(pero también en una declaración de juventud) abstenerse de todo maquillaje,
llevar tejanos viejos, un vestido sin forma y, en general, dar la espalda a la
ética que hacía del aspecto de una mujer su única riqueza. La belleza de
revistas como Vogue estaba desfasada y, por tanto, lo extraño, estrafalario,
excéntrico y sucio estaba de moda. Aunque en apariencia renunciaron a
competir en belleza, las mujeres no se detuvieron. Exigían que se viera su
alma tras los cristales de sus feas gafas de montura metálica y que se
distinguiera su verdadero valor tras un rizo, hoyuelo o curva «irrelevantes»,
pero lo cieno es que las fiestas de aquellos años, en las que abundaban las
mujeres vestidas de una forma que negaba la importancia de la carne,
terminaron a menudo con las mismas mujeres quitándose la ropa para mostrar
más carne que la permitida por la ley.
Antes de poder ser amadas, debemos ser vistas. Si existiera de verdad un
hombre invisible, se volvería loco y dejaría de creer en su propia existencia.

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Básicamente existen dos tipos de fantasías exhibicionistas diferentes. La
primera es la exhibición de uno mismo para conseguir aprobación y
admiración. En la otra se trata de realizar actos sexuales en los que,
accidentalmente o a propósito, la mujer es observada. En estas últimas la
mujer busca el derecho a tener deseos sexuales. Su habilidad para excitar a un
público demuestra que es una «verdadera mujer». En algunas fantasías, el
polvo o masturbación públicos no son percibidos. Por ejemplo, en una fiesta
nadie extiende el dedo de la vergüenza. En otras ocasiones, como cuando la
mujer imagina que se dedica a hacer striptease, el público está ahí para mirar
y aplaudir. Aunque los dos temas pueden combinarse en una sola fantasía, no
deben confundirse. La primera es admiración por una misma. La segunda es
la aprobación de la sexualidad de la mujer.
Tomemos como ejemplo el striptease femenino, una actuación a menudo
malinterpretada en la realidad y extremadamente popular en la fantasía. Las
mujeres que lo realizan no están representando un acto sexual, sino más bien
implicando al público en su propio narcisismo. La mayoría de los hombres
que frecuentan los espectáculos de variedades son verdaderos voyeurs que no
quieren sexo, sino mirar, regalarse la vista. Estos hombres disfrutan de un tipo
de estimulación pregenital que procede de la contemplación de una mujer que
se desviste, tanto como ella disfruta con su admiración. La mujer no quiere
tener relaciones sexuales con ellos, ni ellos con ella. Ese es el trato.
Las airadas feministas que se sitúan en las esquinas gritando a los
paseantes que firmen peticiones contra los «malos» (los hombres) y que
desprecian a las mujeres que aparecen en las llamadas películas y revistas
pornográficas pretenden hacernos creer que ninguna mujer haría ostentación
de su zona genital desnuda delante de la lente de una cámara a no ser que
fuera coaccionada por un hombre. Estas mujeres amargadas cumplirían un
servicio social mayor volviendo su rabia contra los salarios más bajos de las
mujeres. Ése es el auténtico desprecio hacia la mujer. ¿Por qué no van todas a
Washington a pedir mejores centros asistenciales para niños y ancianos? Sin
embargo, ésa no es la fantasía que las excita.
Estoy segura de que existen personas malévolas en el negocio de la
pornografía que se aprovechan de las mujeres. Pero todo negocio tiene sus
desgraciados que humillan a los demás, sus trepas y pervertidos que pisan a
los que están por debajo. Existen tantas probabilidades de que haya «hombres
malos» que conviertan a las mujeres en objetos sexuales en una empresa
importante como en el estudio fotográfico de Penthouse.

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Suele obviarse el hecho de que la gran mayoría de las mujeres que
aparecen en los espectáculos de variedades o en las páginas de Playboy y
Pentbouse han elegido ese camino. A esas mujeres les gusta quitarse la ropa y
abrirse de piernas frente a un público. No se ven mujeres de grandes pechos y
piernas impresionantes formando piquetes frente a los locales de variedades,
ni uniéndose a sus hermanas, que blanden peticiones por las esquinas,
gritando: «¡Me obligaron a hacerlo!» Nadie las obligó. Probablemente esto es
lo que enfurece a las feministas, la rabia no contra los empresarios, sino
contra las mujeres desnudas que osaron romper «las reglas» contra el
exhibicionismo bajo las cuales fueron educadas todas las adolescentes. ¡Cómo
se atreven! ¡Cómo se atreven a usar ese poder que todas las niñas juraron en
el regazo de sus madres no utilizar nunca y que es el poder de sus pechos
desnudos y el indicio de lo que hay bajo la casta falda o las piernas
cuidadosamente cruzadas! Cómo se atreven estas exhibicionistas a utilizar ese
poder para excitar y esclavizar a los hombres, probando así que son más
femeninas y más poderosas que las demás. Lo que hacen esas mujeres
desnudas y sonrientes de labios carnosos y peinados salvajes, Dios nos valga,
es abrir las puertas a la rivalidad, convirtiéndose en acicate para que otras
mujeres «enseñen también lo suyo». ¡Inaguantable! ¡Inadmisible! ¿Pero
atacan acaso esas airadas feministas a las exhibicionistas? En absoluto. Las
mujeres temen demasiado la ira de otras mujeres, así como tienen miedo de
desbordar la presa de la rabia de las mujeres y provocar una inundación. De
modo que se dirigen contra el objetivo más fácil y seguro: los hombres.
Las mujeres con fantasías exhibicionistas se niegan a vivir siguiendo las
reglas de las mujeres asexuadas. Tienen necesidades que desean satisfacer y
que son más fuertes que la necesidad de la aprobación de otras mujeres.
Quieren que admiren su encantador trasero, sus bonitos pechos y su coño, que
vuelve locos a los hombres. Quieren la aprobación de su parte desnuda y más
vulnerable.
Algunas de estas mujeres sitúan sus actos de exhibición en las escenas
más públicas que pueden imaginar, coqueteando así con la deliciosa sensación
de escandalizar a todo el mundo. Podría suponerse que levantarían gritos de
rabia y vergüenza. Pero, en lugar de rechazar a la mujer, como a ella le
enseñaron que ocurriría, los que la contemplan no actúan como si se
escandalizaran, ni piensan que sea rara u ofensiva, sino que es la heroína de
todos, tan espléndida que la aplauden e incluso se unen a ella.
«Me excita el exhibicionismo involuntario e “inocente” —explica Shelly
—, y casi todas mis fantasías tratan de alguien que ve algunos de mis

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encantos desnudos y se vuelve loco de lujuria ante semejante visión… El
pensamiento de que le estoy enseñando a ese hombre exactamente lo que se
muere por ver es más de lo que mi coño puede soportar.»
«Soy una mujer menuda y delgada que suele vestirse de manera
conservadora —dice Helga—, y a la que probablemente un hombre no
consideraría sexy a causa de su pequeña estatura, tetas pequeñas y aspecto
poco provocativo. No soy de las que tratan de llamar la atención (es decir, soy
una “buena chica”). Sin embargo, uno de mis temas favoritos en las fantasías
es el exhibicionismo. Muchas veces, cuando hago el amor y noto que estoy a
punto de llegar al orgasmo, imagino que nuestra sesión está siendo filmada o
contemplada por muchos hombres excitados, que se están masturbando a
causa de su excitación. En ocasiones imagino que estoy posando para una
revista destinada a los hombres o que me estoy masturbando mientras soy
observada a través de la ventana por un vecino.»
En beneficio del voyeur y del exhibicionista, dejadme añadir que por cada
mujer que se acobarda cuando los paletos de una obra la silban al pasar, hay
una mujer que espera llamar la atención antes ya de llegar a su altura y que
proseguiría cabizbaja si no se volviera ninguna cabeza.
Sí, es embarazoso y humillante que a una persona le griten obscenidades,
y es molesto tanto para hombres como para mujeres ser observado durante
largo rato. Pero también puede constituir una sensación embriagadora poder
atraer la mirada de los demás y mantener su atención, incluso controlar su
comportamiento con el cuerpo propio. Las mujeres de las fantasías que siguen
a continuación tienen orgasmos gloriosos imaginando que otros se excitan
ante la visión de su cuerpo desnudo. Algunas veces la fantasía es tan
deliciosamente tentadora que acaba convirtiéndose en realidad.
En la realidad, Donna se enorgullece sobremanera de sus pechos y lleva
ropas ajustadas y provocativas que parecen decir: «¡Miradme!» En su fantasía
imagina que un grupo de hombres contempla cómo hace el amor con otro
hombre y «se regalan tanto con la visión, los sonidos y el olor de Bobby y yo
que acaban masturbándose. ¡Qué oleada de poder sentí en ese momento
sabiendo que podía provocar eso en tantos hombres a la vez!».
En sus fantasías, Susan se dedica a desnudar a hombres a los que ha visto
y admirado por la calle. Una noche, en la vida real, le pregunta al gerente de
un antro de striptease si puede «probar suerte». Empieza bailando, quitándose
la ropa y, mientras los hombres la vitorean, siente que «los jugos se
deslizaban por mis piernas… ¡Nunca antes me había sentido tan poderosa!».

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A pesar de que las mujeres de Mi jardín secreto también gustaban de la
embriagadora sensación de exhibirse en sus fantasías, no compartían este
consciente sentido de poder al que siempre se refieren estas nuevas mujeres.
Aquellas otras mujeres se excitaban quizás hasta el orgasmo gracias a lo que
imaginaban, pero lo que las excitaba era la tentación de lo prohibido más que
el sentir que habían creado una situación sobre la que tuvieran el control. La
diferencia de propósitos es significativa.
No estoy segura de si este nuevo sentido del poder de su belleza se
extiende hacia una progresiva concienciación de su responsabilidad sobre las
ruedas eróticas que han puesto en movimiento al llamar la atención sobre sí
mismas. Mi propia experiencia me dice que aún es pronto para que las
mujeres sean responsables y admitan: «Muy bien, ahora que me he pasado
dos horas arreglándome, puedo dominar perfectamente la conmoción que
producirá mi entrada en la sala.»
Tradicionalmente, la mujer se pasaba esas mismas horas delante del
espejo, contemplando la transparencia de su blusa y la falda ajustada al
trasero, pero cuando los obreros la silbaban por la calle, se sentía incómoda,
asustada, incluso furiosa. ¿Por qué la miraban de esa manera?, se preguntaba
en vano. Educada para cultivar su belleza y atraer la atención de los hombres,
para que uno la escogiera y cuidara de ella, se veía simultáneamente
condicionada a no hacer uso de esa belleza, a no ser consciente de ella. «La
belleza está en el interior», amonestaba la madre a su pequeña hija, mientras
le estiraba una vez más la falda, le volvía a peinar los cabellos y le limpiaba la
cara.
Cuando la malvada reina pide el corazón de Blancanieves porque su
espejo mágico le ha informado que la supera en belleza, el cuento de hadas
está avisando a las niñas de que la belleza conlleva un peligro. Los cuentos de
hadas transmiten la sabiduría de los siglos; por ese motivo perduran y pasan
de generación en generación. Mientras las mujeres más hermosas
consiguieron a los hombres más poderosos, y los hombres fueron la única
fuente de poder para las mujeres, el papel de la belleza fue demasiado
importante para ser discutido. Sólo desde que las mujeres han desarrollado
fuentes alternativas de seguridad económica y de identidad, ha empezado a
estudiarse y escribirse sobre el tema tabú del poder de su belleza.
Ahora que las mujeres compran sus propios productos de belleza, pueden
escudriñar el espejo con mayor honestidad y quieren beneficiarse del dinero
que les ha costado. Al haber pagado por la belleza, empiezan a creer que se
trata de algo que pueden utilizar. No es una idea femenina; aún iría más lejos

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y diría que es antifeminista y políticamente errónea. Existen todavía fuerzas
en la sociedad que se resisten a la idea de que las mujeres utilicen el poder de
la belleza de una manera abierta. En la actualidad se ha desencadenado una
guerra no sólo entre las mujeres, sino también en el interior de cada mujer.
¿Debería una mujer aceptar conscientemente su belleza y utilizarla para
conseguir lo que desee?
Quizás ahora, cuando los hombres han invadido también el terreno de la
belleza, podrá resolverse el dilema. Recientemente leí una encuesta en la que
una gran mayoría de hombres admitían abiertamente que utilizaban sus
atributos físicos para conseguir todas las ventajas posibles. Los hombres, sin
la educación de las mujeres en la negación del poder de la belleza, consideran
que su aspecto equivale a dinero contante y sonante.
«No me odies por ser hermosa», dice la espléndida mujer de un popular
anuncio. Si vendemos productos de belleza porque somos conscientes de la
envidia entre las mujeres, tal vez estemos cerca de aceptar que la antigua
rivalidad entre las mujeres por captar la atención del espectador no es un
estúpido deporte ideado por hombres malvados para enfrentar a las mujeres
entre sí, sino una poderosa fuerza de la selección natural, intrínseca a la
especie. Lo que ha hecho siempre tan nociva la competición es que las
mujeres negaran su existencia.
Todo ello nos obliga a plantear una cruel pero necesaria pregunta: si la ira
de las furiosas mujeres que alborotan en las esquinas no tiene algo que ver
con las elecciones que han hecho, tales como no tener un aspecto atractivo y
no competir. Quizá sus madres no las querían cuando eran pequeñas; quizá
sus hermanas eran más bonitas, o el padre no les dijo que eran encantadoras
cuando eran adolescentes. Podría ser que en el pasado fueran tan hermosas
que no pudieran soportar la envidia de las otras chicas, así que decidieron
engordar, no lavarse el pelo y unirse al enemigo en lugar de competir.
Sea cual fuere la razón de su ira actual, sin duda no se consideran a sí
mismas tan irresistibles como las mujeres desnudas de las revistas
pornográficas, que sí tienen esa visión interior y la comparten cuando le hacen
el amor a la lente de la cámara, totalmente convencidas de que el ojo del
espectador las adora.
Recuerdo haber oído afirmar a Clare Boothe Luce hacia el final de su
ilustre vida que echaba más de menos su belleza que todos los honores
alcanzados. Fue una dura competidora, una honesta exhibicionista que no
quiso renegar del poder de su belleza, pecado por el que (se menciona en una

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de sus biografías) no fue nunca bien recibida en la famosa (pero no demasiado
atractiva) Mesa Redonda Algonquin.
¡Ojalá las mujeres que gritan en las esquinas lo hubieran comprendido!
Las mujeres de esta sección sí lo han hecho.

NOTA: No es éste un pensamiento sin trascendencia y de última hora,


sino un comentario destacado por su gran importancia. Me refiero a la doble
moral del exhibicionismo y, más concretamente, a lo inapropiado o incluso
peligroso que resulta hoy en día, teniendo en cuenta el cambio tan drástico
que han sufrido los papeles de hombres y mujeres.
Tomemos por ejemplo al hombre que se exhibe en público, que se abre la
gabardina y muestra sus genitales. Se le pone la etiqueta de pervertido y va a
parar a la cárcel. ¿Cuáles son entonces las reglas o la ley con respecto a la
mujer que decide dejarse las bragas en casa y abrirse de piernas en el autobús,
o la que se desnuda delante de la ventana y se masturba?
A lo largo de este libro, y de esta sección en particular, las mujeres hablan
de exhibicionismo no sólo en la seguridad de sus fantasías, sino también en la
realidad, como si no existiera responsabilidad o peligro en ello. Describen sus
ideas inocentemente porque creen estar seguras. En su exhibicionismo en la
vida real actúan como niñas, porque fue en la infancia cuando primero les
mintieron sobre el auténtico poder de la belleza de la mujer.
El cuerpo desnudo femenino, la blusa desabrochada, los pechos sin
sujetador, las nalgas, los labios vulvares patentes bajo el atrevido body, la
zona genital femenina exhibida sin tapujos, son fuerzas poderosas que a
menudo ponen en movimiento ciertas acciones irreversibles. A los hombres se
les ha educado para considerar estos signos como indicios muy significativos
de un interés sexual, incluso de una invitación al sexo. ¿Qué saben los
hombres? ¿Acaso les preocupa cuál es el último «dictado» de la moda? Por
otro lado, la mujer sigue con servilismo las tendencias al uso, disfrutando de
la nueva permisividad para mostrar algo más que el año pasado. La educaron
para negar el poder de su cuerpo, aunque lo utilice. Ella lanza ardientes
miradas, también provoca, y cuando el hombre reacciona más allá de los
límites de lo aceptable, impuestos por ella, grita: «¡Acto criminal!» Es cieno
que se siente humillada y violada. ¿Qué sabe ella de su responsabilidad sobre
el poderoso papel de la belleza de la mujer en la relación hombre-mujer?
La doble moral del exhibicionismo se estableció informal y tácitamente en
la sociedad patriarcal, en la que las mujeres contaban con poco más que su

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belleza para comerciar. Fue una época en la que la ira de los hombres contra
las mujeres estaba más controlada y combatida, porque los hombres tenían el
poder económico sobre las vidas de las mujeres. Los hombres toleraban a las
«calientabraguetas» porque las «chicas» eran así, pequeñas cositas bonitas
que necesitaban a un hombre para mantenerlas a raya y cuidarlas.
Pero la gran mayoría de las mujeres de esta sección no están esperando a
un hombre que las mantenga. No obstante, sigue gustándoles «mostrar lo que
tengo —como dice Edie—, sin estar obligada a follar». Si un hombre le tocara
los pechos y tratara de meter el pene en su visible vagina, gritaría
«¡violación!».
Por supuesto, estoy en contra de la violación, y hay sin duda ciertos
ejemplos de violación que nada tienen que ver con el aspecto físico y el
exhibicionismo. Pero precisamente porque este delito es tan atroz, ¿no sería
necesario que tratáramos de comprender el papel que puede desempeñar el
exhibicionismo? Las señales malentendidas y los complejos papeles y rituales
del emparejamiento, que tienen sus raíces en la más temprana infancia,
pueden contribuir a ese terrible acto de ira adulta, especialmente en el caso de
la llamada «violación por persona conocida». La belleza y el exhibicionismo
de las mujeres desempeñan un papel principal en el ritual de emparejamiento.
Ya ha llegado la hora de que reconozcamos la función e importancia de la
belleza en la vida de las mujeres, no como una «conspiración masculina»,
sino como una competición instintiva, que se remonta a una primitiva y
ancestral rivalidad entre las mujeres. El poder del exhibicionismo, si elegimos
utilizarlo, es responsabilidad nuestra.

Susan
Soy una mujer de veintiocho años con estudios universitarios (aunque en
la actualidad sólo me dedico a las tareas de la casa y a cuidar a mis dos hijos)
y estoy casada desde hace casi seis años.
Mis experiencias sexuales se iniciaron cuando tenía dieciséis años y un
mes. Fue un desastre total; Mark tenía sólo un año más que yo y la misma
experiencia. Sólo consiguió meterme el pene un par de centímetros y se
corrió. Tuve una verdadera decepción. Imaginaba que si «llegaba hasta el
final», tendría que escuchar un repique de campanas o algo parecido como
mínimo, pero sólo me sentí utilizada e insatisfecha. Acabamos rompiendo, y
entonces conocí al hombre que me abrió las puertas del sexo.

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En la cama disfrutamos momentos inolvidables, y en unos pocos meses
llegué a experimentar el orgasmo durante el coito mediante la simple
estimulación de su pene. No he vuelto a tener un orgasmo desde entonces sin
usar vibrador.
Siempre he creído que mi relación con ese hombre fue un momento
crucial en mi vida. Mis orgasmos con él (¡mira, mamá, sin manos!) me
afectaron tanto que quise más.
Me he masturbado hasta alcanzar el orgasmo desde que era pequeña,
recuerdo incluso haberme masturbado antes de ir al parvulario, así que no es
que fuera una mujer insatisfecha, pero disfruté mucho más cuando un hombre
fue capaz de darme placer, en lugar de hacer yo sola todo el trabajo.
A mi marido, Jim, siempre le han excitado las bailarinas de striptease. Me
ha contado que cuando estaba en Vietnam, durante una visita a Saigón, él y
varios oficiales estuvieron bebiendo cerveza y fumando porros, y terminaron
en un antro de striptease… y algo más: la bailarina que actuaba hacía
mamadas y dejaba que los tipos la follaran. Jim me explicó que uno de los
oficiales apostó con él que no podría hacer nada que superara lo que se
desarrollaba en el escenario. Jim arrancó a la chica de los brazos de un tipo
que la estaba follando, la tumbó de espaldas sobre la mesa a la que él estaba
sentado y procedió a comerle el coño con semen y todo.
La noche que me lo contó pasamos junto a un local de striptease yo hice
que se detuviera y entramos. Bebimos un par de cervezas (antes habíamos
estado fumando un canuto) y yo le pregunté al gerente si podría probar suerte.
El gerente estuvo de acuerdo y yo casi mojé las bragas por la excitación y/o el
miedo. Jim tenía una erección que yo creí que iba a romperle la cremallera del
pantalón. Me levanté y empecé a bailar al son de Queen of the Silver Dollar
(una tonada country) y a quitarme la ropa. Los hombres me vitoreaban, y yo
notaba mis jugos chorreando por la entrepierna; durante todo ese tiempo ¡Jim
parecía estar a punto de correrse en los tejanos! ¡Nunca antes me había
sentido tan poderosa! Cuando la canción terminó, había 25 dólares en
propinas sobre el escenario. ¡No estaba mal por tres minutos y medio de
trabajo! Después de mi actuación, a Jim le faltó tiempo para sacarme de allí.
De camino a casa, tuvimos que pararnos dos veces para que pudiera comerme
y follarme. Seguimos así hasta el amanecer. ¡Fue fantástico! Estuvimos
hablando de mi actuación durante meses. Yo fantaseo sobre ello cuando me
masturbo.

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Donna
Una noche, cuando estaba leyendo Men in Love, mi marido me preguntó
en qué estaba tan enfrascada. Supongo que había visto la sonrisa que había
asomado a mis labios y el brillo de mis ojos cuando leía una fantasía que me
resultaba particularmente atrayente. Aprovechamos la oportunidad para
hablar realmente sobre nuestra vida sexual y cómo habíamos estado
fracasando durante los últimos meses. (Él no duraba lo suficiente para que yo
disfrutara, y siempre era igual. Así que ¿por qué preocuparse?)
Después de pasar horas tratando de averiguar la razón, descubrimos que él
ya no disfrutaba con el sexo. Había estado imaginando repetir una experiencia
que había tenido con un hombre un par de años antes. (Yo conocía la
experiencia antes de casarme con él. ¿Y qué?). Él creía que se estaba
volviendo gay porque pensaba demasiado en ello. Me habló también de su
sentimiento de culpabilidad por «haberlo hecho».
Entonces le di a leer Men in Love. ¡Qué cambio para él saber que no
estaba sólo! Se dio cuenta de que era una fantasía y no algo que quisiera
repetir en la realidad.
Su eyaculación mejoró y empezó a pedirme que le hiciera cosas que no
había tenido el coraje de pedirme antes. Cosas tan sencillas como chuparle los
testículos o meterle un dedo o un pene artificial en el culo mientras le chupo
la polla. (Supongo que pensaba que yo lo encontraría raro o algo así.)
Soy un ama de casa de veintitrés años. Sólo cursé estudios secundarios
antes de enrolarme en la marina durante cuatro años.
Me crié en una familia muy estricta, en la que se hablaba poco o nada de
sexo. (Una vez oí incluso a mi padre llamarlo «violación mensual».)
Cuando estaba aún en el colegio me desarrollé con mayor rapidez que la
mayoría de las chicas de mi edad. En un año pasé a utilizar sujetadores dos
tallas más grandes. (¡Tendrías que ver las notas de aquella época!)
Tuve que adaptarme rápidamente a la atención que provocaba mi
prominente figura. Al principio, las bromas me hacían llorar. Cuando llegué
al instituto, había desarrollado ya un buen sentido del humor sobre ello (o
sobre «ellas», debería decir). Tenía réplica para cualquier broma que sobre
mis tetas pudieran lanzarme.
La nuestra es una sociedad tan orientada hacia las tetas que acabé
sintiendo un gran orgullo por las que la naturaleza me había dado y empecé a
hacer alarde de ellas. Llevaba suéteres ajustados y blusas de amplio escote
que enfurecían a mi madre. Así que, cuando me uní a la marina a los
dieciocho años y me vi libre de la pesada mano de la culpa, me solté el pelo.

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Toda la ropa que poseía realzaba mis pechos. Mostraba la mayor cantidad
posible, sin llegar a constituir motivo de arresto. Incluso los monos de trabajo
que llevaba para trabajar en la sala de máquinas tenían una larga cremallera
en la parte frontal. Solía llevar un sucinto sostén Frederick y bajarme la
cremallera hasta mostrar la fina cinta que sostenía las copas. Me encantaba la
distracción que provocaba en los demás.
Ni que decir tiene que nunca me faltaron amantes mientras estuve en la
marina. (Con una proporción de doscientos hombres por cada mujer cuando la
flota estaba al completo, ¿cómo podía ser de otro modo?)
Fue también en la marina donde desarrollé cierta peculiaridad. Me encanta
imaginar que hago el amor o me masturbo mientras me contemplan. Empecé
a tener esta fantasía debido a una experiencia real que formó parte de mi vida
sexual durante casi dos años. Cuando uno vive en barracones con cientos de
personas, aprende a aceptar el sexo cuando puede conseguirlo. En teoría va en
contra de las normas tener a alguien del sexo contrario en la habitación
después del toque de silencio, pero a la hora de la verdad todo el mundo hacía
caso omiso del reglamento. Era habitual.
Mi amante y yo solíamos dormir sobre unos cojines en el suelo de la
habitación de un amigo (siempre había ocupantes de más en las habitaciones,
por lo general amigos con permiso en tierra). Las habitaciones eran dobles,
pero aquella noche en particular había cuatro personas (todos hombres, por
supuesto), aparte de mi amante y de mí. Dos de ellos ocupaban las camas,
uno, el sofá, y otro estaba tendido en el suelo.
Tras una larga fiesta, apagamos las luces. Cada uno se metió en su cama o
se acomodó tras quitarse la ropa. (¡Por desgracia, mi visión no es demasiado
buena en la oscuridad!) No he conocido nunca a un marinero que use pijama
para dormir. En cualquier caso, mi amante (Bobby) y yo no estábamos
realmente cansados. Estaba allí tumbada tratando de dormir, pero sin éxito.
Me acerqué más a Bobby, que estaba de costado, dándome la espalda. Apreté
los muslos contra su trasero y alargué la mano para cogerle la polla. Estaba
dura como una roca.
Tampoco él dormía. Se dio la vuelta y me dio un largo y profundo beso.
Al mismo tiempo, deslizó sus manos hasta mi coño y empezó a jugar con mi
clítoris. La habitación parecía caldeada cuando apartamos la manta. No
dijimos nada. Estábamos allí acariciándonos y restregándonos el uno contra el
otro.
Bobby dejó de besarme la boca para chuparme las tetas. Iba de un pezón
al otro, lamiéndolos con la lengua y luego chupándolos y mordisqueándolos

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cuando se pusieron erectos para él.
Lentamente, deslizó sus labios por mi estómago hasta alcanzar los muslos,
lamiéndome y besándome todo el tiempo. Siguió haciendo lo mismo con el
coño, que yo había abierto completamente. Sabía lo que ocurriría después y
me puse tan caliente que no podía soportarlo. Cuando se trata de comer el
coño, Bobby es el mejor. Yo lo llamo «lengua más rápida del Oeste». Me
encanta que me coma el coño. Nunca tengo bastante.
Bobby empezó a excitarme. Me lamió el interior de los muslos y
alrededor del pubis. Yo no podía soportarlo por más tiempo. Le agarré por los
cabellos y apreté su cabeza contra mi coño húmedo. Él me pasaba la lengua
por el coño una y otra vez, deteniéndose tan sólo un segundo para meter su
larga y dura lengua en mi vagina. Luego volvía al clítoris para lamerlo,
chuparlo y morderlo. (¡Me vuelve loca!)
Mientras él me comía el coño, yo jugaba con mis tetas. Estiraba de los
pezones y los acariciaba con movimientos giratorios. (Puedo incluso
metérmelos en la boca si lo deseo. Quizás un día de éstos lo haré delante de
mi marido para que lo vea.)
Estaba totalmente concentrada en lo que Bobby me hacía y había olvidado
que había otros tíos en la habitación. Mi respiración se volvió más rápida;
suspiraba y gemía y, finalmente, grité cuando alcancé el orgasmo.
Antes de que pudiera enfriarme, Bobby se incorporó y deslizó su verga
palpitante dentro de mi ardiente coño. Me folló como nunca me había follado
antes. Sus movimientos me volvían loca. Quizás él sabía algo que yo no
sabía. Por el modo en que se comportaba, uno hubiera pensado que estaba
actuando. En mi cabeza se encendió una bombilla. Conseguí distraerme lo
suficiente para abrir los ojos y mirar a mi alrededor. Tres de los tíos estaban
mirándonos, el otro tenía los ojos completamente cerrados, pero escuchaba
atentamente. Miré con mayor detenimiento y descubrí que todos ellos
disfrutaban tanto con la visión, los sonidos y el olor de lo que Bobby y yo
hacíamos, que se estaban masturbando.
¡Qué oleada de poder me invadió en aquel momento, sabiendo que podía
conseguir excitar a tantos hombres a la vez! Saber que deseaban ser ellos los
que me hicieran gozar, los que tuvieran la polla en mi receptivo coño, me
excitó sobremanera.
Volví a concentrarme en follar con mi amante, gozando más al saber que
estaba dando placer también a otros. Finalmente, y oyendo al mismo tiempo
los suspiros y gemidos que procedían de todas partes, tuve mi último
orgasmo. Fue el mejor que recuerdo. Todo mi cuerpo se estremeció. Noté ese

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hormigueo iniciándose en mi espina dorsal y extendiéndose a todo mi cuerpo.
Sentí vértigo y mareo. Fue maravilloso.
También el orgasmo de Bobby fue superior a cualquier otro. Tembló
cuando derramó lo que parecían litros de semen. Podía sentir cómo me
inundaba y corría luego por los muslos y la raja del culo. ¡Era fantástico!
Así que, cuando necesito una pequeña ayuda para alcanzar el orgasmo con
mi marido o cuando me estoy masturbando, me imagino de vuelta a aquellos
tiempos y a aquella habitación, follando salvajemente ante un público feliz.
A propósito, debería decirte que Bobby es ahora mi marido. ¡Hay que ver
cómo cambian las cosas!

Shelly
Me excita el exhibicionismo involuntario e «inocente» y casi todas mis
fantasías tratan de alguien que descubre mis encantos al desnudo y se vuelve
loco de lujuria ante semejante visión.
Mi vida real parece sacada de los sueños de cualquier mujer. Primero y
más importante, hace diez maravillosos años que estoy casada con un hombre
afectuoso y fiel y nuestra relación parece mejorar con el tiempo. Me maravilla
constantemente lo afortunada que soy por haber encontrado a un hombre tan
maravilloso a tan temprana edad (nos casamos cuando yo sólo tenía veintidós
años). Mi marido está siempre dispuesto y preparado para hacerme el amor.
Es muy desinteresado y parece obtener su mayor placer de mirar cómo grito,
jadeo y tiemblo en un éxtasis sexual al tener orgasmo tras orgasmo. Hacemos
el amor casi a diario, a cualquier hora y en cualquier lugar.
Me encanta estar caliente y fantasear para ponerme a cien. Vivimos en
una finca campestre muy aislada y retirada, así que puedo llevar ropas muy
provocativas en casa (o no llevar nada) sin miedo a posibles intrusiones.
Algunas veces, mis fantasías y/o mi ropa sexy me ponen tan caliente que
tengo que masturbarme cuando mi marido no está en casa, pero la mayor
parte de las veces intento contenerme hasta que él vuelve a casa para que
ambos podamos aprovechar mi excitación y practicar el sexo provocativo y
desinhibido juntos.
Al parecer, también atraigo la atención donde quiera que voy. Mis amigos
siempre se burlan de mí por ello. Sin embargo, a mis treinta y dos años sigo
siendo tímida, y nunca me visto o actúo de manera que pueda atraer
intencionadamente la atención. Aun así, los hombres se detienen y me miran

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al pasar. Algunas veces es verdaderamente embarazoso. Pero, en la intimidad,
estos hombres se convienen en objeto de mi fantasía.
Después de darme cuenta de que un hombre se interesa por mí, me
imagino a mí misma a solas con ese hombre y dejando que vea
«accidentalmente» mi coño húmedo o mis pezones erectos. Luego lo imagino
subiéndome el corto vestido, para descubrir completamente mi coño, y
frotándome el clítoris, hasta que me arqueo para ofrecer mi coño más aún y
grito extasiada, ¡suplicándole que no se detenga nunca! Al llegar a este punto
de mis fantasías (y en la vida real) siempre me corro. No falla nunca. El
pensamiento de que estoy enseñándole a ese hombre exactamente lo que se
muere por ver es más de lo que mi coño puede soportar.

Bea
Soy una atractiva mujer divorciada de cuarenta y dos años con dos hijos
en la universidad. Antes de divorciarme estuve casada veintidós años. Mis
primeros contactos sexuales se produjeron cuando tenía cinco o seis años en
un caluroso día de verano. Mi madre no nos había hecho poner las bragas
durante ese verano a causa del calor. Debía llevar unos pantalones cortos
holgados, porque, mientras esperaba a mi amiga, su cachorro se acercó ¡y me
chupó el pequeño coño varias veces! Desde aquel día buscaba la ocasión de
que se repitiera, pero no volvió a ocurrir (siendo yo pequeña al menos).
También recuerdo otro día (debía hacer calor porque llevaba el mismo tipo de
pantalón), en el que unos cuantos chicos de la vecindad y yo estábamos
sentados en el suelo con las piernas abiertas y jugando. Los chicos que tenía
delante empezaron a reír tontamente y a mirarme con fijeza. Tardé un rato en
darme cuenta de que ¡podían verme perfectamente el pequeño coño!
Recuerdo haber sentido la misma excitación que en el incidente con el
cachorro. Recuerdo además una ocasión en la que estaba sentada en una gran
silla junto a un niño (el vecino de al lado), deseando que me tocara el coño,
pero, ¡claro!, él no tenía ni idea de lo que yo estaba pensando. Aún pienso en
estas cosas cuando me masturbo. Me imagino trabajando en el jardín, sin ropa
interior; me agacho y soy consciente de que los niños de la casa de al lado
pueden verme el coño, ¡el primero de su vida!
Una de mis fantasías favoritas incluye a agradables hombres mayores, de
esos que han estado casados con la típica ama de casa, robusta y bonachona,
durante largos años, pero que aún se divierten mirando, aunque ya sin
oportunidad de volver a tener a una mujer joven. Me imagino entonces a mí

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misma en un balneario invernal de la costa, ante una fila de estos agradables
señores, que pasan el rato oteando desde el muro que rodea la playa. Estoy en
biquini y no destaco de las otras chicas que hay en la playa. Entonces decido
ponerme una minifalda y una camiseta bajo la toalla. Uno de ellos empieza a
mirarme mientras sujeto la toalla y me deslizo la falda y la camiseta. Le da un
codazo al que tiene al lado cuando se da cuenta de que no llevo bragas bajo la
falda, y todos ellos empiezan a mirarme para ver si pueden echarle un vistazo
a mi coño. Yo lo sé, pero me hago la desentendida. Me agacho para coger la
toalla y ofrecerles una visión completa de mi oscuro coño. La otra versión es
que entonces me encamino hacia la zona pavimentada de las duchas y levanto
las piernas una tras otra para limpiarme los pies de arena ofreciéndoles de
nuevo una buena panorámica de mi coño, pero sin dar muestras de ser
consciente de lo que hago.
También imagino que estoy en un velero con un bondadoso y viejo
profesor y otros hombres más, y que todos ellos han bajado a los camarotes a
echar una cabezada. A pesar de llevar biquini, durante la travesía he actuado
con total recato. Decido tomar el sol, ya que estoy sola. Me saco la parte de
arriba y me abro de piernas. Mis pechos no son tan grandes como me gustaría,
pero tengo grandes pezones redondos y oscuros que los hacen parecer
mayores. Estoy medio dormida cuando percibo que el tipo mayor se acerca,
pero continúo inmóvil. No me toca, sólo me mira. Es la primera cosa
estimulante que le ha ocurrido en años, y no esperaba encontrar una vista tan
hermosa como la que ofrecen mis tetas morenas y el monte de Venus
pugnando por escapar del biquini.
También sueño que trabajo en una residencia de ancianos y que siento
lástima por los que conservan una mente joven encerrada en un cuerpo viejo
que ya no responde. Hace años que no han visto nada, excepto en algún
espectáculo televisivo ocasional. Me levanto el uniforme de auxiliar de
enfermera y les dejo que vean y acaricien mi coño. Ellos se sienten muy
agradecidos y yo me siento muy bien.
Mi lugar favorito para fantasear es la terraza donde tomo el sol. Me quito
la parte de arriba y dejo que el tórrido sol me caliente los pechos y el coño.
Ahí es donde estoy cuando pienso en las cosas que he contado antes.
Un día estaba esperando que vinieran a repararme el teléfono. Me puse un
sujetador que no me cubría los pechos, sino que servía para levantarlos.
Encima me puse una blusa tan fina que permitía entrever mis grandes pezones
morenos. El hombre se sentó para tomar un café conmigo y vi cómo los

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miraba con insistencia. Yo me excité mucho, porque era eso exactamente lo
que quería.
Contemplar a los perros lamiéndose unos a otros también me pone
cachonda. Cuando los veo simplemente correteando con los testículos y el
pene balanceándose, he de masturbarme tan pronto como tengo ocasión. Una
vez me ocurrió mientras iba conduciendo el coche. Había varios perros
olisqueando y lamiendo a una perra cuando acerté a pasar por delante de
ellos. Me hubiera gustado parar a mirar, pero no pude hacerlo por miedo a
que alguien me viera. Apenas un kilómetro después, ya me había masturbado.
Me gustaría tener una perra para atarla durante el celo en el jardín y ver a los
perros acercarse a olería, lamerla y montarla, mientras yo lo contemplo todo
desde la terraza, masturbándome.

Toby
Tengo veinticuatro años y soy virgen, no por elección, sino por las
circunstancias. Vivo con mis dos hermanas menores y mis padres, a falta de
un trabajo de profesora estable y de dinero. No tengo novio en este momento,
pero salgo ocasionalmente con chicos. Tengo un ligero exceso de peso, razón
a la que atribuyo el que no tenga novio. Quizás estoy frustrada sexualmente
debido a la falta de experiencias sexuales.
Me considero una persona con un fuerte apetito sexual. Necesito estar con
alguien de forma regular, puesto que siempre estoy caliente. Cuando estaba en
la universidad me veía con mi novio todas las noches, y no me cansaba nunca
de ello. Cuando estábamos juntos, hacíamos de todo durante horas menos el
coito. Y no porque él no lo intentara. Me lo pedía noche tras noche y me
excitaba mucho, pero yo siempre he tenido ese estúpido sueño infantil de que
una buena chica ha de esperar a estar casada, y yo siempre he sido una «buena
chica». Ahora siento no haber seguido mis sentimientos. Al paso que voy,
puede que no me case nunca.
Como he mencionado antes, soy una persona con un gran apetito sexual.
Pienso mucho en el sexo y me pongo caliente ante la sola mención de la
palabra adecuada, un sonido o una indirecta. Me masturbo al menos una vez
al día y algunos días tres, cuatro o más veces. Nunca intenté masturbarme
hasta que llegué al segundo curso de universidad. No sé si antes no sabía
cómo hacerlo o cuál era el motivo, pero hasta entonces nunca lo había
intentado. Siempre he usado la mano hasta hace poco. Tenía un aparato para
masajear los músculos que tenía la cabeza parecida a un glande. Cuando me

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di cuenta, me pregunté qué sensación provocaría en mi coño y lo probé.
Prácticamente tuve un orgasmo instantáneo. Ahora sólo utilizo la mano si no
tengo el aparato. El mero zumbido que emite me excita. Nunca he utilizado
otra cosa (ni hortalizas ni mangos de cepillos ni nada parecido). Tampoco
tengo fantasías cuando estoy en la cama con un hombre, sino que me
concentro totalmente en tratar de conducirlo hasta el éxtasis o en disfrutar de
lo que él me hace. Las fantasías son esenciales cuando me masturbo para
alcanzar el orgasmo.
Muchas de mis fantasías tratan de hombres que conozco por el trabajo,
antiguos profesores de universidad o conocidos por los que me siento atraída
sexualmente, y a los que seduzco o excito. Tengo unos pechos enormes que
han sido motivo de preocupación durante la mayor parte de mi vida, porque la
ropa no me sienta nunca bien. A medida que he ido creciendo, esto se ha
convertido en una ventaja, porque muchos hombres se excitan al ver grandes
tetas y, créeme, ¡a menudo los he pillado mirándome! Mi nuevo jefe también
se excita con mis tetas, y eso me pone a cien. Siempre está encontrando
excusas para venir a mi despacho. Debido a su evidente interés, llevo siempre
escotes muy generosos y me inclino ante él cuando está sentado. Me aprieto
contra él cuando está de espaldas y se presenta la ocasión, y otras cosas
semejantes. Créeme, ¡me mira! Su mujer también está en la oficina, así que
probablemente no intentará nada, pero como se pasa el día mirándome las
tetas, estoy en un estado de excitación permanente. Creo que me mira más los
pezones (que suelen estar erectos cuando hablo con él porque sé que los está
mirando) que los ojos. No puedo evitar imaginar que voy a su despacho y lo
encuentro jugando con su enorme verga (a través de los pantalones ¡parece
tener un buen tamaño!). No llevo ropa interior, así que me siento sobre esa
hermosa herramienta y follamos encima de su silla mientras él me chupa las
tetas. Apenas puedo soportar estar cerca de ese hombre. Tengo el deseo
constante de cogerle la polla y masturbarle, pero no puedo porque adoro a su
mujer. Pero si alguna vez intenta tocarme una teta, créeme, no lo detendré.
Cada día, después del trabajo, me apresuro a volver a casa para masturbarme
y tener dos o tres deliciosos orgasmos.
En otra de mis fantasías mi «marido» (el hombre por el que me sienta
fuertemente atraída en ese momento), un amigo suyo y yo estamos en un
discreto reservado de un pequeño y acogedor restaurante. Mi marido y yo nos
tocamos por debajo de la mesa; yo le meneo la polla mientras él me frota el
clítoris (no llevo ropa interior). El amigo de mi marido está en el lavabo (más
tarde me entero de que ha ido a masturbarse porque se ha excitado

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sobremanera viendo mis tetas, que no dejo de mostrarle cuando me inclino a
causa del gran escote de mi vestido, y por lo que ocurre bajo la mesa).
Cuando está en el lavabo, dejo caer mi servilleta. Me inclino para recogerla y
me caigo al suelo. Justo en ese momento vuelve el amigo. Pregunta dónde
estoy y mi marido contesta que también yo he ido al lavabo. Entonces le
pregunta a mi marido si puede hablar sobre un asunto personal que estaba
deseando tratar. Le cuenta cuánto lo he excitado y que ha tenido que ir a
masturbarse al lavabo, y se ofrece para un posible ménage à trois. Finalmente,
pregunta qué tal soy en la cama y si hago buenas mamadas (lo que me encanta
hacer). Antes de que mi marido pueda responder, ya le he bajado la bragueta a
su amigo y he empezado a chuparle la enorme polla en respuesta a su
pregunta. Él se limita a gemir calladamente como reacción porque, después de
todo, estamos en público. Desde luego, y para que mi marido no se sienta
marginado también le hago una mamada como a él le gusta. Todos estamos
como una moto, así que pagamos la cuenta y nos vamos a nuestra casa para
un libertino y formidable ménage à trois.

Iris
Tengo veintitrés años, soy blanca, soltera y la mayor de cinco hijos.
Tengo un título universitario en psicología, trabajo en el mundo empresarial y
soy bastante obesa.
Tengo continuas fantasías. Me masturbo a menudo durante la semana, y
habitualmente durante varias horas los días de fiesta. No empecé a
masturbarme hasta los catorce años, después de la primera regla. Sólo tuve
dos incidentes antes de ese momento, el primero de ellos con un vecino
mayor que yo. Yo tenía cinco o seis años, y él, once o doce. Estábamos
nadando y él quería que me quitara el traje de baño para verme el coño. Me
dijo que luego me enseñaría el pene. Yo salí corriendo. Aún hoy tengo
fantasías sobre ese chico. En segundo lugar, me cogieron jugando a médicos
con unos amigos. Tenía unos siete años. Mis demás experiencias de los diez a
los trece años se produjeron con amigas. Cuando dormíamos juntas nos
bajábamos las bragas y nos acariciábamos el coño mutuamente. Otra amiga y
yo hacíamos de bailarinas de striptease por turnos. O bien íbamos al cuarto de
baño, nos quitábamos las bragas y abríamos las piernas para examinarnos la
una a la otra.
En mi adolescencia era obesa. No tenía novios ni salía con chicos. Al
principio sólo me tocaba los pechos. Eso sirvió durante una temporada. Luego

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empecé a llevarme las manos al coño. Todo esto lo hacía cuando estaba en la
cama, por supuesto. Me acariciaba y frotaba los lugares que me producían
alguna sensación. Luego me frotaba contra la almohada. Era una estimulación
real y solía tener orgasmos, a menudo múltiples. Luego intenté meterme
pequeños objetos parcialmente, empujándolos dentro y fuera, cosas como
tubos de crema, pero pronto quise ir más allá y empecé a usar un cepillo para
el pelo. Utilizaba el mango. Adoptaba diferentes posturas para sentirlo dentro
de mí de diferentes maneras: de pie, en cuclillas, a horcajadas, de lado,
tumbada boca arriba y boca abajo e incluso al estilo perruno. Lo probé con
toda clase de objetos, como juguetes, palos, tubos de pasta dentrífica,
zanahorias y cualquier otra cosa que me pareciera adecuada. Unas personas
para las que solía trabajar de canguro tenían un vibrador. Era tan grande y
gordo que creía que no me serviría, pero sí me sirvió y me encantó además,
pues me produjo un orgasmo tras otro. Era fantástico. Más tarde tuve una
breve relación con un hombre mayor que yo. Yo tenía diecisiete años y él
veintiocho. No follamos. No le hubiera dejado. Le retuve el pene todo el
tiempo, evitando que me penetrara. Me comió el coño y fue fantástico. Fue
también la primera vez que mamé una polla. En realidad, no sabía qué hacer
con ella en la boca, pero él pareció disfrutar.
Me encantaba hacerlo cuando no había nadie en casa, porque entonces
podía quitarme toda la ropa y masturbarme ante las ventanas, en diferentes
habitaciones, mientras miraba la televisión, jugueteando durante horas. Más
adelante encontré un libro que incluía un capítulo sobre lesbianas, ¡que me
puso cachonda! Lo volví a leer una y otra vez cuando no había nadie en casa
y, mientras lo leía, me masturbaba.
Tengo fantasías sobre médicos follándome encima de una silla de
ginecólogo o un hombre follándome en una motocicleta, sobre estar atada a
una cama o ser follada una y otra vez en una playa nudista, sobre follar con
dos hombres, o un hombre y una mujer, en el patio interior de un edificio de
apartamentos de varias plantas o delante de una puerta de cristal corredera
con las cortinas abiertas. También imagino que estoy en un cine al aire libre
follando, mientras nos contemplan las personas que hay a nuestro alrededor, o
follando con alguien mientras mi novio nos mira, o dentro de un camión
volquete con el sucio conductor, o con un camionero al que recojo en un área
de servicio local.
Tengo fantasías en las que llevo una minifalda realmente mini que me
permite enseñar el coño cuando camino y cuando estoy sentada, o blusas que
muestran mis grandes pechos e incluso mis pezones.

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Y también otras tratan de alguien que me hace fotografías pornográficas
con todo tipo de atuendos, en todo tipo de lugares y con todo tipo de hombres.
Me encanta mostrar el pecho a los hombres. Siendo obesa, me es
imposible llevar minifalda, pero es fácil dejarles ver mis tetas. Me gusta
acariciármelas casualmente delante de algunos hombres. Y provocar
erecciones repentinas.

Edie
Tengo dieciséis años de edad y estoy en el penúltimo curso del instituto.
Mis padres han sido siempre muy indulgentes conmigo, así que no tengo
obsesiones sexuales.
Por ahora, sólo he salido con hombres, pero últimamente suelo tener
fantasías lesbianas cuando me masturbo. (Por supuesto nunca le contaría esto
a nadie excepto a ti, porque no te conozco.)
En una ocasión, durante una fiesta, un chico puso una película porno en el
vídeo y encendió la televisión. Estuve de acuerdo con las otras chicas en que
era grosera y repugnante, pero todos la vimos. Creo que todos los que
estábamos en la habitación teníamos ganas de masturbarnos, pero, por
supuesto, nadie lo hizo. En mis fantasías nos masturbamos todos juntos en la
habitación.
A menudo me pregunto si mis fantasías son normales. Algunas veces
imagino que le muestro mi cuerpo a un tío muy atractivo sin necesidad de
follar. Me gustaría exhibir de alguna manera lo que tengo y dejar que el
espectador crea que no sé que lo estoy mostrando. Cuando me masturbo
imagino a menudo a otra persona que me está viendo desnuda y que se
masturba pensando en mí.
También tengo fantasías en las que veo a otras personas masturbándose.
Me gustaría ver a un hombre o a una mujer haciéndolo. Sin embargo, soy
demasiado tímida para pedírselo a alguien. En la película porno vi a una
mujer que se frotaba el coño con un vibrador, y me gustaría poder espiar a
alguien que lo hiciera en la realidad. También estoy interesada en ver cómo se
masturba un hombre y qué aspecto tiene cuando se corre. Quiero decir que he
tenido relaciones sexuales varias veces, pero lo que me gustaría es ver a un tío
atractivo jugando con su propia polla porque está tan caliente que no puede
evitarlo. El concepto de masturbación en sí me excita. La practico un par de
veces al día, a menos que esté muy ocupada.

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Monica
Soy una estudiante de segundo curso de medicina. Tengo veintiséis años y
estoy soltera. He decidido hacer una nueva pausa en el estudio nocturno y
contarte una fantasía sexual que tengo con frecuencia. Parte de una
experiencia real. Hace aproximadamente un año me encontré con un hombre
llamado Ron en una fiesta. Lo conocía muy poco, pero disfruté de su charla
aquella noche. La bebida corría abundantemente y los canutos circulaban de
mano en mano. Cuando estaba a punto de irme. Ron se ofreció a llevarme, a
pesar de que vivía tan sólo a media manzana calle abajo. Le pedí que entrara a
tomar una copa y nos sentamos en el sofá para beber y charlar. Estaba lo
suficientemente colocada como para sentirme audaz, así que le dije que estaba
caliente y me quité el suéter. Él sonrió y me atrajo hacia él, me sacó el
sujetador y me chupó los pezones, mientras yo me bajaba la cremallera de los
tejanos. Él me quitó las bragas y me llevó a mi dormitorio. Estuvimos
follando toda la noche hasta que empezó a amanecer. Yo tengo una gran
facilidad para el orgasmo, lo cual le excitaba mucho. También me encanta
masturbarme delante de un hombre y luego decirle explícitamente lo que
quiero que me haga y lo que yo le voy a hacer. Bien, mis «maneras en la
cama» excitaban a Ron. No dejaba de decir «Dios, no había oído nunca estas
cosas a una mujer», y lo guapa que yo era y lo grande que se ponía mi clítoris
y cómo le gustaba follar mi abultado coño.
Ahora viene la fantasía. Estoy sentada en la sala de estar cuando oigo que
llaman a la puerta. Al abrir la puerta me encuentro con Ron, acompañado por
un alto y atractivo negro. Él (Ron) lleva lo que parece una cámara. Los invito
a entrar, aunque estoy algo nerviosa. Ron me explica que ha estado
hablándole de mí a su amigo negro y que ese amigo está ansioso por
probarme. Yo empiezo protestando, pero el amigo viene derecho hacia mí y
me dice que tiene la intención de meterme la polla en el coño tanto si me
gusta como si no, así que más vale que lo disfrute. Tras estas palabras, me
lleva hasta el dormitorio, me echa sobre la cama y se saca la polla para
enseñármela. «Esta pequeña maravilla —dice— va a realizar una larga
cabalgada contigo». Es enorme y dura. Él me desviste, haciendo grandes
elogios de mi cuerpo. Ahora me doy cuenta de que Ron está en la habitación,
sobre la cama, filmando con la cámara. Es como si dirigiera una película y le
diera instrucciones al negro. «Ábrele los labios… Chúpale el coño… Oblígala
a que te chupe la polla» y otras órdenes parecidas. La idea de follar con este
atractivo negro y «actuar» para Ron ante una cámara me resulta muy
excitante. Me gustan los hombres que son dominantes en la cama. La erección

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del negro dura largo tiempo y me provoca orgasmo tras orgasmo, follándome
por detrás, con él encima, conmigo arriba, etcétera.

Helga
Cuando oí hablar por primera vez de Men in Love pensé: «¡Nancy Friday
es tan freudiana!» Y teniendo en cuenta todo el daño que Freud ha causado a
la sexualidad de las mujeres con sus ridículas nociones sobre los orgasmos
vaginales y la envidia del pene, al principio era reacia a leer tu libro. Pero la
curiosidad y el deseo de comprender mejor la mente del hombre me
vencieron. Bien, después de todo, debo decir que disfruté mucho con tu libro
y, para mi sorpresa, disfruté más incluso con tus interpretaciones que con las
fantasías. Resumiendo, has conseguido devolverme la fe en que Freud no era
tan malo.
Crecí pensando que el sexo era para los hombres y, si ellos lo deseaban,
sin duda no tenían por qué sentir culpa alguna. Era de las mujeres de quienes
se suponía que no debían desear el sexo y que debían sentirse culpables, o
anormales, si lo deseaban. Aprendí que la masturbación era algo que hacían
los chicos (aunque yo también lo hacía), y, lo que es más, que todos ellos la
aprobaban en sí mismos y en los demás porque tenían penes y eso es lo que se
hace con un pene.
Cuando era pequeña (mis recuerdos más antiguos se remontan al tercer
curso del colegio) tenía fantasías sexuales (que mi iglesia llama
«pensamientos impuros») y me masturbaba a cada momento. A pesar de que
creía sinceramente que era la única que hacía semejantes cosas, sentía una
mínima culpa. En mi vida posterior, la masturbación quizá me ha hecho sentir
solitaria o triste, pero nunca culpable. Lo mismo ocurre con mis fantasías. Soy
una mujer menuda y delgada que suele vestirse de manera conservadora y a la
que probablemente el hombre de la calle no consideraría sexy a causa de su
pequeña estatura, tetas pequeñas y aspecto poco provocativo. No soy de las
que tratan de llamar la atención (es decir, soy una «buena chica»). Sin
embargo, uno de mis temas favoritos en las fantasías es el exhibicionismo.
Muchas veces, mientras hago el amor, en especial cuando noto que estoy a
punto de alcanzar el orgasmo, imagino que nuestra sesión está siendo filmada
o contemplada por muchos hombres que se están masturbando a causa de la
excitación. En ocasiones, imagino que estoy posando para una revista de
hombres o que me estoy masturbando mientras soy observada a través de la
ventana por un vecino.

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Mis fantasías se vuelven viejas enseguida, y estoy obligada a idear otras
que las reemplacen. Afortunadamente, tengo una viva imaginación y consigo
muchas variaciones sobre mis temas favoritos. Durante la masturbación
fantaseo todo el tiempo, y también durante el acto sexual, cuando quiero
correrme. En otras ocasiones, cuando estoy haciendo el amor, me limito a
disfrutar del momento y a concentrarme en mi pareja y en las cosas
maravillosas que me está haciendo. Pero, para mí, el orgasmo supone un
esfuerzo, no es como caerse de una rama (ni siquiera en la masturbación), y
requiere de mí una total participación de mente y cuerpo (es decir, necesito
estimulación mental en forma de fantasías).
Soy una mujer blanca de treinta años. Me considero feminista, pero
moderada. Me educaron como católica, aunque nunca estuve de acuerdo con
los dogmas de la Iglesia, ni siquiera de niña. Tengo educación universitaria y
desempeño una labor profesional.

Faith
Ya hace varios años que disfruto desvistiéndome delante de la ventana de
mi dormitorio. El vecino de al lado, un hombre mayor, emplea a jóvenes de
dieciséis a veintiocho años para que le hagan pequeños trabajos en la casa.
Siempre están pasando por mi ventana, así que estoy segura de que me ven.
A mis dieciocho años tengo una bonita figura. Mis medidas son 96-63-96,
lo que no está nada mal, aunque siempre he tenido la impresión de que tengo
los muslos gordos, especialmente porque padezco del problema común de las
mujeres: la celulitis. En la actualidad, estoy en el primer curso en la
universidad.
Técnicamente sigo siendo virgen, porque nunca he permitido a nadie que
me penetrara, pero mi novio y yo nos hemos explorado a fondo el uno al otro,
así que no soy sexualmente frígida en ningún sentido. Tan sólo quiero
asegurarme de encontrar al hombre adecuado con quien compartirlo todo.
Imagino que estoy en mi habitación con las cortinas abiertas para ofrecer
una buena vista. Acabo de llegar a casa después de haber salido esa noche.
Empiezo a desvestirme para meterme en la cama. Lentamente, me quito la
falda para descubrir mis suaves piernas y las bragas de encaje. Sin darme
prisa, me desabrocho la blusa para revelar mis grandes tetas mientras me
contemplo en el espejo. Tengo el estómago muy plano, porque he estado
durante años en una compañía de ballet, y mi piel es blanca como la nieve y
aterciopelada y suave como el satén.

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Despacio, me acaricio el estómago, jugueteando con el ombligo, que es
profundo y suave. Suavemente, mi mano se mueve hacia arriba para encontrar
el pecho. Noto el encaje del sujetador bajo los dedos. Busco el cierre y lo dejo
caer al suelo. Mis pezones son grandes y rosados. Aún no están erectos. Me
lamo los dedos y aprieto un pezón entre el pulgar y el índice. No estoy
suficientemente lubrificada, así que deslizo las manos hacia las bragas de
color rosa, que están mojadas por mis jugos. Noto la presencia de un hombre
mirándome a través de la ventana.
La imagen del espejo es muy hermosa. Al quitarme las bragas, revelo el
vello espeso y oscuro, que es tan suave como una nube sobre mi cielo. Me
arrodillo. Mirándome en el espejo, me separo los labios con los dedos para
encontrar el clítoris. Lo excito, frotándolo suavemente de atrás adelante.
Utilizo una mano para jugar con mis ahora erectos pezones, y con la otra
recorro el coño. Estoy muy caliente, sueño con sentir a un hombre dentro de
mí cuando mi dedo corazón penetra en mi húmedo cielo. Justo cuando estoy a
punto de correrme, un hombre entra en mi habitación, el hombre atractivo de
la ventana. Tiene una intensa mirada que me penetra hasta el alma. Está
ligeramente sucio y sudoroso por el trabajo, pero es muy guapo. Sus músculos
son poderosos: se acerca a mí y se arrodilla detrás mío. Se quita la camisa y
compruebo que sus tetillas están tan duras como mis pezones. Las oprimo
contra mi espalda y empieza a acariciarme las tetas. Sus manos son grandes y
fuertes. No puedo evitar respirar rápidamente porque me excita más allá de lo
imaginable.
Sus labios me besan la nuca y pronto encuentran mis orejas. Oigo su
respiración también rápida y pesada cuando me mete la lengua en el oído.
Giro la cabeza para encontrar sus labios. Son tan suaves como pétalos de rosa.
Mis manos desabrochan sus tejanos. Descubro entonces su polla, que no es
demasiado larga pero sí gruesa, y la cojo entre mis manos. Caemos juntos al
suelo. Ahora puedo sentir el calor de todo su cuerpo. Mis piernas se deslizan
contra las suyas, al tiempo que mis manos exploran su pecho y se mueven
después hacia su polla. La piel es increíblemente suave. Paso los dedos por el
glande, en el que asoma una gota de semen. Me lamo el dedo; tiene un sabor
dulce. Luego vuelvo a cogerle la polla y la deslizo hacia mi coño.
Noto su tremenda fuerza y su corazón latiendo. Mis dedos empiezan a
notar un hormigueo. Él está temblando como un chiquillo. De repente, siento
que está llegando al orgasmo. Me siento llena de placer.
Me aprieta contra él y me besa el rostro. Pero sus labios pronto se deslizan
hacia mis tetas. Las lame con ternura y me chupa los pezones. Con gran

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excitación, le empujo hacia abajo y levanto las caderas.
Su boca busca mi coño y alcanza el ombligo y lo besa. Sus labios
suavizan mi coño con besos y sus dedos se engarzan en el vello, palpando la
piel. ¡Dios, es tan agradable! Me separa los labios y, con la lengua, explora el
coño. Siento mi piel estremecerse bajo sus chupadas. Su lengua entra en mi
vagina. ¡Oh, no puedo soportarlo! Luego sube buscándome el clítoris. Yo
muevo las caderas rítmicamente aplastando el coño contra su cara, pero a él le
encanta. Le amo. Cuando me corro, mis jugos le mojan el rostro. Me lo lame
todo. Entonces lo levanto para poder saborear los dulces jugos de mi coño en
sus labios.
Nunca olvidaré nuestra experiencia, y siempre, desde ese momento, dejaré
las cortinas abiertas y bailaré especialmente para él.

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CAPÍTULO DOS

MUJERES CON MUJERES

ay algo singularmente satisfactorio en el cuerpo de una mujer que

H no puede tener el de un hombre. Por muy excitante sexualmente


y elegante que pueda ser el cuerpo de un hombre, carece de los
atributos físicos de nuestra primera fuente de amor: la madre. No son sólo los
pechos, es la textura de la piel, el olor, toda el aura misteriosa de ese primer
cuerpo contra el que yacemos, que nos alimenta, nos calienta y nos envuelve
con su fuerza. Nosotras amamos su fuerza, envidiamos su fuerza, porque era
potestad suya ofrecerla o retirarla en cualquier momento. ¿Cómo podemos
ninguno de nosotros, hombre o mujer, olvidar esa relación?
No podemos olvidarla. En nuestro recuerdo la añoramos y sigue siendo
muy importante para nuestro sentido del bienestar. Ansiamos ser amados,
nutridos y adorados. Es un anhelo tan primitivo y obviamente asociado con la
infancia que muchos de nosotros lo reprimimos por un sentido de vergüenza,
porque pensamos que son necesidades de bebé. Aunque los tipos duros
negarán a qué responden cuando reclinan la cabeza contra los pechos de una
mujer, le chupan los pezones o exploran esa zona misteriosa entre sus piernas,
los hombres siempre han podido recrear aquella temprana satisfacción madre-
niño cada vez que se acuestan con una mujer. No necesitan saber que lo que
aún desean es el pecho de su madre; no necesitan poner un nombre a su
frustración, porque está satisfecha —sin culpa, sin vergüenza, fácilmente, sin
tener que pedir esa satisfacción— cada vez que toman a una mujer en sus
brazos.
El camino del desarrollo psicosexual de un hombre es más directo que el
de una mujer. Para los dos sexos el primer amor es el mismo, pero los
hombres siguen amando el sexo de su madre —las mujeres— toda la vida.

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Una mujer ha de atravesar esa línea. La nueva atracción por el hombre
significa una ruptura con el pasado, una pérdida de contacto con esas
tempranas, cálidas y revitalizantes satisfacciones. En el fondo del
inconsciente de todos está el recuerdo del paraíso: el cuerpo y el pecho de la
madre.
Sea cual fuere el placer sexual que pueda encontrar una mujer en un
hombre, no puede llegar con él a esa primitiva condición física. Se ha dicho
que los hombres no son lo bastante tiernos al hacer el amor, pero ni el más
tierno de los hombres puede ofrecer la satisfacción única que ofrece el cuerpo
de una mujer. Y tampoco se debería esperar eso de él. Cuando las mujeres
intentan convertir la intimidad hombre-mujer en una relación madre-hijo,
están condenadas a la decepción.
La sociedad siempre ha tolerado con una sonrisa la facilidad con la que las
mujeres se tocan, se abrazan y se besan. Tal vez esta permisividad proviene
de la conciencia de que las mujeres sufren cierta carencia en el apareamiento
de los sexos. El pene sólo puede llegar hasta un punto determinado, pero no
puede sustituir lo que ofrecen los pechos. Y así vemos mujeres tumbadas
juntas en las orillas de los ríos, caminando con los brazos entrelazados,
miramos incontables obras de arte de mujeres desnudas en lánguidos e incluso
sugestivos grupos, y aceptamos lo que vemos.
Pero siempre ha habido mujeres que desean y necesitan más que el
ocasional abrazo de otra mujer. A juzgar por mi investigación, hoy en día hay
muchas más mujeres así que en ningún otro momento de la historia moderna.
Sus voces empezaron a oírse en los años setenta, cuando se animó a las
mujeres a observarse unas a otras para aceptarse, para autodescubrirse, para
todo, a veces incluso para excluir al hombre. Hay muchas cosas que dejamos
atrás en los setenta y en los ochenta. Mientras otros temas se reflejaban en los
titulares, los recuerdos de grupos de mujeres concienciadas y abiertas a
experiencias físicas parecieron ir menguando con la integración en el «ahora».
Pero las voces de las mujeres de este capítulo y de todo el libro dicen, en su
insistencia y carencia de timidez, que las mujeres nunca han abandonado esa
actitud emocional y sexual de observarse unas a otras que comenzó hace
veinte años.
Estoy tan acostumbrada a la imagen de las mujeres abrazándose que hasta
que comencé esta investigación he estado ciega a lo que hay bajo la
superficie, al hirviente intercambio de deseos y necesidades que muchas
mujeres de hoy en día sienten que sólo puede realizarse con otra mujer. Es
algo que va más allá de la homosexualidad. A la mujer le falla el hombre, le

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falla la sociedad, se falla a sí misma al haber creado nuevos roles en los que
no se siente tan femenina como se sentía su madre en su papel. Se siente fría,
incapaz de dar el tradicional calor e incapaz también de encontrar con los
hombres la ternura y el amor que siempre ha deseado.
En una canción con letra de Dory Previn, la cantante le pide ansiosamente
al hombre que acaba de conocer que se quede esa noche y «le salve la vida».
¿Suena esto a que lo que ella quiere es sexo? ¿Es que tiene en mente un
orgasmo apocalíptico? No lo creo. Las mujeres de este capítulo saben quién
puede, más apropiadamente, «salvarles la vida»; quieren sexo, sí, pero
también tienen un oscuro recuerdo de un tipo de contacto físico perdido,
suavidad, pechos, olores, una voz femenina, ternura, abrazos y caricias
especiales.
«Las mujeres saben cómo hacerle el amor a otra mujer, siempre, no sólo
cuando llega el momento de ir a la cama, cuando llega el momento del clímax
—dice June—. Los hombres suelen pasar por alto este importante hecho,
aunque las mujeres les digan “necesito que me abraces y me toques y me
beses sin necesidad de llegar al clímax cada vez”. Se llama ternura, cuidado,
amor, compartir.»
¿Hasta qué punto interviene la venganza contra el hombre en estas
fantasías femeninas de la experiencia sexual con otra mujer? La mayoría de
estas mujeres no lo expresan así, pero es algo implícito: «Ya que un hombre
no me dará lo que quiero, acudiré a un experto, a alguien que realmente sepa
complacer a una mujer.»
Yaciendo en los brazos de otra mujer, una mujer se rebela al hombre al
usurpar su posición. Ella también tendrá una mujer. Robará algo de ese calor
femenino que él pensaba que le pertenecía. Ella se imagina una relación
sexual con otra mujer y se las arregla muy bien sin él. Algunas mujeres me
han contado sus fantasías sexuales con la mujer por la cual las dejó un
hombre. En estas fantasías, el hombre las mira a las dos hacer el amor. Las
dos mujeres no son enemigos, son amantes. Y él es el excluido.
Incluso las mujeres de este capítulo a las que les gustan exclusivamente
los hombres se dan cuenta de que hay cosas que un hombre no puede darles.
Los años de pasividad, de espera mientras él sale con varias mujeres también
llevan al odio. Se le puede llamar «follar por despecho». Pero una razón más
contemporánea para tener a otra mujer, aunque sólo sea en la fantasía, es el
propio placer. «¿Furiosa yo? —dicen estas mujeres—. No estoy furiosa, es
simplemente que una mujer puede darme el mejor orgasmo del mundo, y él

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no.» Estas fantasías le indican al hombre exactamente dónde le sitúa la mujer
en la escala de los «grandes amantes»: al final.
Durante los años en que las mujeres de este libro me escribían y hablaban
conmigo, se publicó una serie de libros que insistían en la crítica a los
hombres que no dan a las mujeres lo que éstas necesitan: No Good Men (No
hay hombres buenos), Men Who Can’t Love (Hombres que no pueden amar),
Men Who Hate Women and the Women Who Love Them (Los hombres que
odian a las mujeres, y las mujeres que los aman), Women Men Love, Women
Men Leave (Las mujeres a quienes aman los hombres, las mujeres a quienes
abandonan los hombres), por nombrar algunos. Desde los años setenta, y
hasta la fecha, las revistas de mujeres, junto con el mundo editorial, han
atacado ferozmente a los hombres por sus insuficiencias.
Frente a este desencanto causado por los hombres, está la hermandad
femenina, gente que comprende las necesidades de una mujer en una época en
que las vidas de las mujeres están cambiando como en ningún otro momento.
Los manifiestos de los muchos grupos femeninos son como menús gigantes
que ofrecen todo aquello que muchas han soñado toda su vida. Aquí está, dice
el menú, y está bien; de hecho, es bueno para ti. Sí, responden estas mujeres,
aquí está y yo ni siquiera sabía que lo deseaba o que estaba bien tenerlo.
La referencia al menú es intencional: hay más gratificación oral en estas
fantasías que las que se insinuaban siquiera en Mi jardín secreto. Incluso las
fantasías masculinas, con los altos coros en alabanza por el orgasmo oral,
palidecen en comparación con estas nuevas mujeres. «Más ternura, más piel
suave, más abrazos, más pechos, ¡por favor!» Estas mujeres exponen sus
exigencias, y en cuanto al sexo oral, bueno, es evidente que se requiere otra
mujer para hacerlo bien.
Si las mujeres están cansadas de esperar a los hombres, más cansadas
están de esperar la satisfacción sexual. Lo que más ha cansado a las mujeres
es tener que fingirla. El debate sobre el orgasmo clitorídeo contra el orgasmo
vaginal sigue vigente. Aparte de todo lo demás que haya hecho en pro de la
sexualidad humana, toda esta charla ha conseguido algo monumental. Ha
convencido a las mujeres de que el orgasmo existe, de que otras mujeres lo
tienen, no sólo sin culpabilidad, sino como un deber; ¡otras mujeres tienen
una vida sexual tan plena que incluso discuten qué tipo de orgasmo prefieren!
De esto surge el mensaje final: el orgasmo clitorídeo está garantizado, si estás
con alguien que sabe hacerlo bien.
La mayoría de los hombres no saben dónde está el clítoris de una mujer.
No es sorprendente, si nos paramos a pensar que la mayoría de las mujeres

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tampoco lo saben. Todas sabemos la localización en general, por supuesto,
pero cada mujer es ligeramente distinta. Una mujer puede perder la esperanza
en la habilidad de un hombre para localizar su botón mágico, pero cree que
otra mujer debe saber dónde está. Otra mujer lo ha de saber siempre todo.
Cuando una mujer abandona el sueño de que un caballero andante encuentre
su Grial, tiene la fantasía de que otra mujer podrá hacerlo.
Pero me estoy adelantando. Lo primero es lo primero: todas las fantasías
con otra mujer comienzan y terminan con ternura. Cuando las mujeres están
con mujeres, la relación sexual no es ruda. Por muy agresiva que pueda
tornarse después, comienza con una lenta seducción.
«Ella es muy tierna, tanto que no puedo soportarlo —dice Paula—.
Estamos tumbadas en el sillón, abrazándonos con fuerza, pero con una ternura
que nunca he sentido con nadie.» Ciertamente, no con un hombre, tal vez no
sólo porque no es tierno, sino porque la cualidad de la ternura que se busca es
una cercanía que precede a la entrada del hombre en la vida de la mujer. Un
hombre no sólo no puede dar este tipo de cercanía maternal, sino que la mujer
puede considerar que no sería viril que él lo intentara.
La fantasía de Lindsay de llegar al orgasmo a partir de esa cercanía me
recuerda las relaciones sexuales no consumadas en las cálidas noches de mi
adolescencia: horas y horas de abrazos y besos, las ventanillas del coche
cubiertas de vaho, la romántica música de la radio elevándonos al muchacho y
a mí a una desconsoladora unidad. Finalmente, yo volvía a casa con las bragas
blancas de encaje mojadas, pero sin que me hubieran tocado un pecho (y
mucho menos la zona sagrada entre las piernas). «Allí, en el sofá, las dos
sentimos con tal intensidad emocional y física —dice Lindsay— que ambas
tenemos un explosivo orgasmo… totalmente vestidas. Fin de la fantasía.»
¿Éramos las chicas lo que se llama «calientabraguetas»? Siempre he
pensado que aquellas extraordinarias noches de pasión en los coches
aparcados no eran del todo placenteras para ellos. Nosotras encontrábamos en
sus brazos un virginal éxtasis orgásmico que habíamos estado esperando
desde que abandonamos los brazos de nuestra madre, basado en parte en el
contacto físico sexual, pero que tiene mucho más que ver con la recreación
emocional de la unidad simbiótica, la pérdida de uno mismo en otro. Las
mujeres nunca llegan a superar este deseo de unidad romántica, que a muchos
hombres les da miedo y a otros los aburre.
Puede que la ternura no sea lo único deseado en estas fantasías, pero
después de que se ha dado el último mordisco al pezón, se han tragado los
últimos jugos de su «dulce coño empapado» y se ha metido el último

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consolador en su «delicioso ojete rosa», entonces las mujeres vuelven a algo
de suma importancia, a estrecharse la una a la otra. «Vuelvo a rodearla con
los brazos para atraerla a mí todo lo que puedo —dice Gemma—. Nos
dormimos abrazadas.»
Aunque los hombres han sido excluidos de estas fantasías, podrían
aprender algunas cosas de estas mujeres que tanto insisten en su anhelo de
ciertas demostraciones de amor y deseo. Tomemos, por ejemplo, el énfasis
puesto en los primeros pasos de la seducción, en la importancia del ambiente,
tal como lo describe Paula. La conquista de la amada mediante la
conversación crea confianza. Sólo entonces llega la gratificación sexual, el
placer oral (descrito aquí tan vívida y expertamente), la pasión, la insistencia
en el placer mutuo, el hecho de que cada compañera debe quedar satisfecha
antes del desenlace. Luego se vuelve al importantísimo preludio de ternura, al
abrazo final, absolutamente ajeno a esa fría e insensible actitud de darse la
vuelta y quedarse dormido dejando a la compañera sola en el viaje de vuelta a
la tierra, abandonada, mirando al techo.
Estas románticas situaciones no son del gusto de todos los hombres, pero
suponen una guía para cualquiera interesado en saber qué quieren las mujeres
sexualmente, y muchos aspectos son adaptables a un amante masculino. El
hombre tiene auténticos problemas mentales y físicos con el deseo de la mujer
de prolongar el juego previo al amor: físicamente su pene lleva erecto lo que
les parecen horas, y mentalmente se siente más viril embistiendo que
abrazando, cosa que asocia con los brazos maternales que abandonó para
descubrir su masculinidad.
Aun así, me gustaría conminar a los hombres a superar el mito de que han
dormido demasiado tiempo en brazos de las mujeres. Aunque en estas
fantasías hay un componente de ira contra los hombres, lo que la mayoría de
las mujeres están diciendo es que los hombres no hacen ni siquiera un
esfuerzo por comprender sus necesidades sexuales y emocionales.
Entiendo que las mismas mujeres no siempre son expertas amantes, pero
si yo fuera un hombre me tomaría muy en serio estas fantasías, con todas sus
espléndidas sugerencias.
Al mismo tiempo, las mujeres podrían beneficiarse de una mejor
comprensión de las ansiedades sexuales de los hombres, y de una parte de su
ira por haber vivido el mundo tal como lo conocieron sus padres, cabeza
abajo.
Un hombre se pasa la vida demostrando su virilidad. «¡Tienes que ser un
hombre!», le dice el padre a su hijo de cuatro años, con la misma severidad

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con la que el sargento le ordenará tomar una cabeza de playa veinte años
después. Una mujer nunca tiene que demostrar que es una mujer.
En sus fantasías, las mujeres pueden sentirse excitadas por otra mujer,
pueden sentir amistad, ridículo, alegría o una sensación erótica. Pueden
aceptar las fantasías homosexuales como una expresión de afecto, curiosidad
y exploración, mientras que estas mismas fantasías despiertan en los hombres
un enorme miedo y ansiedad. En estas fantasías, las mujeres no tienen nada
que perder. Para decirlo de otra forma: si una mujer no llega al orgasmo en
una relación ordinaria, no deduce que eso significa que es lesbiana. Pero si un
hombre no consigue tener una erección en el momento preciso, cae
inmediatamente presa del miedo a la impotencia, a la debilidad y sobre todo a
la homosexualidad. Yo me quedo con el convencimiento de que las mujeres
están más convencidas de su identidad sexual que el hombre.
Las fantasías sexuales de otras mujeres no pueden ser comprendidas si no
reconocemos que el sexo femenino es un misterio para sí mismo, más incluso
que para el hombre. Al cabo de siglos de darlo todo por sentado, las mujeres
han abierto los ojos al misterio que es una mujer; las mujeres descubren que
no se conocen unas a otras en absoluto. Se miran entre ellas como si se
miraran al espejo; ven, pero no pueden tocar. Si la mujer es básicamente
heterosexual, como lo es la gran mayoría en este libro, es probable que haya
examinado y conocido más cuerpos masculinos y más de cerca que el de
ninguna mujer. Pero lo desconocido es la esencia del romance.

Brett
Es un alivio y una alegría saber que no soy la única mujer que ha
cometido el ultraje de tener fantasías eróticas o que se masturba pensando en
ellas con regularidad. Tengo veintiún años y llevo casi uno casada con un
hombre al que quiero mucho; no tengo hijos (gracias a Dios). Soy modelo, me
consideran muy bonita, tengo un alto cociente intelectual y disfruto de
muchos, hobbies como escribir, pintar, tocar el piano, dibujar. Soy «super».
Tengo un ardiente deseo de verlo y hacerlo todo en la vida, de vivir todas las
fantasías y alcanzar todos los sueños. Crecí con mi madre y mi hermana,
porque mi padre se marchó cuando yo estudiaba cuarto. Me considero
bastante liberada y desinhibida.
Creo que mi fascinación por los genitales masculinos comenzó cuando
tenía cinco años. Estaba ojeando el How and Why Wonder Book of the Human
Body (El libro del cómo y el porqué del cuerpo humano). Ya sabía que el

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esperma debe llegar al óvulo para hacer un niño y todo eso, pero no tenía ni
idea de cómo podían encontrarse. Pensaba bastante en ello y no podía dar con
una respuesta satisfactoria. Así que se lo pregunté a mamá. Tenía cinco años.
Ni que decir que ella me lo explicó con términos totalmente adultos. Pene,
vagina y todo eso. Mis padres nunca nos hablaron a mi hermana y a mí como
si fuéramos bebés. Le pregunté a mamá cómo era el pene de papá y ella le
dijo que me lo enseñara. Recuerdo haber visto un enorme apéndice duro y
púrpura sobresaliendo por debajo de su toalla. Cuando ahora lo pienso me doy
cuenta de que no estaba viendo el pene de mi padre fláccido. Naturalmente,
entonces no podía saberlo. Estaba fascinada. ¡Guau! De modo que así se
hacían los niños. Sorprendente. Con ocho o nueve años solía coger
furtivamente sus Penthouse y Forum. Tocarme era considerado tabú por mi
madre, estricta católica, pero yo lo hacía de todas formas. Aunque no hubo
resultados estremecedores hasta mucho más tarde.
Lo que más me divertía cuando leía los Penthouse de papá eran las
descripciones que hacían hombres y mujeres de los cuerpos y reacciones
femeninos. Me pasaba horas mirando los voluptuosos cuerpos de mujeres y
terminaba sintiendo ese hormigueo en los genitales. Me ponía tan caliente que
hacía que mi hermana se me echara encima y apretara su pelvis contra la mía.
Aquello era exquisito. Pero fue lo único que hicimos, nunca pasamos de ahí,
probablemente porque seguía habiendo entre nosotras la típica enemistad de
hermanas. Sin embargo, mi primo y yo solíamos «copular en seco» cada vez
que teníamos ocasión.
Mi marido, Justin, es un hombre cariñoso y considerado. Es magnífico en
lo que se refiere al sexo, pero la penetración nunca me ha excitado. Siempre
he tenido bastantes «problemas de mujeres», y tal vez ésa sea la razón. Pero
me corro cuando me chupa, aunque sólo si fantaseo. A los dieciséis años
empecé a fantasear con mujeres mucho más que con hombres, y tenía
orgasmos salvajes. Mis manos son el mejor amante que he tenido nunca. Sólo
llego al orgasmo por estimulación del clítoris.
Mis fantasías eran excelentes. En ellas aparecían mujeres de muchos
tipos, en su mayoría negras y feas (obscenas), que me forzaban a comerme
sus coños empapados y a mamar de sus enormes pechos caídos. También
tengo otras fantasías en las que una despampanante belleza rubia me seduce, y
yo a ella. Pero lo que me excita es pensar en mujeres.
Y ahora por fin estoy a punto de tener a mi primera mujer. No se parece a
las mujeres de mis fantasías. Es de aspecto varonil y lleva meses detrás de mí,
escribiéndome y llamándome por teléfono; la conocí hace pocos meses. Vive

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a unas tres horas de distancia y, tanto en su mente como en la mía, me ha
seducido una y otra vez. La veré dentro de un mes. Me tiene obsesionada.
Amo a mi marido y tenemos una vida conyugal magnífica, pero esta mujer
me excita de una forma increíble.
Ahora, una fantasía. Está basada en una mujer que conocí cuando vendía
cosméticos de puerta en puerta; ella era una cliente. Cuando apenas hacía dos
horas que nos conocíamos, admitió que era bisexual y le encantaba chupar a
las mujeres. ¡Si yo le hubiera dado pie! Pero en aquel tiempo pensaba que le
haría daño a mi marido, del que estaba enamorada.
Me acerco a la puerta y llamo suavemente. Es un día frío y limpio y la
brisa endurece mis pezones. No llevo bragas bajo la falda, sólo un liguero y
medias. Y tampoco llevo sujetador bajo la decente blusa de seda abotonada
hasta el cuello. Abre la puerta una mujer negra, alta, de labios gruesos, joven
y muy bonita. Intercambiamos saludos y me invita a entrar en su casa.
Mientras me presento, advierto que me mira las tetas, de un blanco lechoso,
ceñidas por la blusa. Me ofrece un porro. Nos colocamos y nos relajamos un
poco. Veo su boca brillante y la lengua rosa y empiezo a excitarme. Su
camiseta escotada me permite ver sus maravillosos pechos. Estiro el cuello
para verle los pezones. Nada. Su enorme perro pastor entra corriendo y viene
hacia mí. Mete la cabeza bajo mi falda, como suelen hacer los perros, y
empieza a olisquear mi almizcleña femineidad, dando algunos lengüetazos
con su larga y pegajosa lengua. Me agito. Estoy muy caliente, pero intento
hacerlo pasar por vergüenza. La mujer le regaña y el perro se va. Veo que mi
olor le ha excitado, y tiene distendida la polla, larga y roja. Intento aparentar
tranquilidad cuando en realidad estoy tan caliente que me muero. Sigo
presentándome. Ella dice que no me oye bien con el ruido de la calle, de
modo que se sienta junto a mí en el sofá. Ahora veo el sudor entre sus tetas, el
lunar en el cuello, la suavidad recién depilada de sus piernas de ébano. Se
inclina ligeramente como para oírme mejor, pasando el brazo por el respaldo
del sillón (yo soy una de esas mujeres a las que le gusta seducir muy, muy
lentamente, hasta que creen que me han atrapado; creo que esto se refleja en
mis fantasías). Le digo que tengo la boca seca, y ella va a prepararme un
refrescante vaso de sangría. Mientras está en la cocina, el perro ve su ocasión
y comienza de nuevo a lamerme el clítoris. Me reclino y abro ligeramente las
piernas para facilitarle el acceso. Ahora me chupa más lentamente,
perezosamente, como si estuviera bien versado en el delicioso arte de
acariciar a una mujer.

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Me aprieto contra él, pidiéndole mentalmente que chupe más deprisa. Me
agito contra él jadeando, apretando los dientes, sintiendo las primeras oleadas
del orgasmo. Me acaricio las tetas bajo la blusa. La falda se me ha subido,
dejando a la vista el coño. Oigo un aliento contenido y alzo la vista,
totalmente horrorizada al verla allí con la boca abierta, mirando como su
perro me come. Me recompongo frenéticamente y de pronto ella exclama:
«¡Siéntate!» Yo obedezco, demasiado conmocionada para replicar. Ella se
arrodilla ante mis piernas, todavía abiertas, me abre los labios y viene la
sangría fría sobre mi coño ardiente. «¡Eso te enseñará a follarte a mi perro,
asqueroso coño!» Empieza a lamer los jugos que caen por mis muslos y de
nuevo me enciendo. La cojo por los suaves cabellos y le llevo la cara a mi
coño. «¡Oh, por favor, cómeme, chúpame, haz que me corra!» De pronto ella
se levanta, dejándome insatisfecha. Se levanta la falda y tira de mi cabeza
hacia ella. Yo meto la lengua en su coño húmedo, saboreando la suave y
almibarada humedad. Ella se corre casi al instante. «Y ahora vamos a
divertirnos de verdad», dice. Me coge de la muñeca y me levanta de un tirón
para entrar en el dormitorio.
Me ata, abierta de brazos y piernas, a su enorme cama de cuatro postes.
Yo sigo vestida, con la falda subida hasta la cintura y la blusa a medio
desabrochar. Se desnuda lentamente, disfrutando de mi indefensión. Luego se
arrodilla sobre mi cara. «¡Otra vez!», me ordena. Empiezo a chuparla otra
vez, lamiendo furiosamente, sintiendo cómo se le tensan los músculos con los
espasmos del orgasmo. Sus jugos se vierten en mi cara. Siento al perro otra
vez entre las piernas. Cuando estoy a punto de correrme, ella le ordena
detenerse. Se levanta e intercambia posiciones con el perro. Me dice que le
deje follarme en la boca. El perro me mete la verga en la boca. Huelo su
masculinidad y siento cómo sus peludos y negros testículos me abofetean la
cara. Mientras tanto, ella me chupa. ¡Pero no me deja correrme! Me siento
incendiada de deseo. El perro me folla en la cara furiosamente, su semen me
corre por la garganta, y está en erección otra vez. «Muy bien, zorra, ¿quieres
follarte a mi perro?» Yo no puedo contestar porque tengo la boca llena de él.
Sí, sí, sí. Manda al perro que se ponga de nuevo entre mis piernas. «¡Ahora
dile que te folle!» Yo se lo digo, se lo pido, se lo suplico. Él se coloca sobre
mí y me penetra, embistiéndome como un loco. Es como si intentara meterse
dentro todo él. Los pechos de ella cuelgan sobre mí. Yo le chupo
ansiosamente los pezones y de pronto me corro y me corro y me corro.
Cuando era pequeña vivíamos cerca de una piscina pública. Yo tenía diez
u once años y recuerdo a una hermosa mujer que se paseaba por la piscina

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casi todo el día en verano. Las niñas que yo conocía eran de lo más cotilla, y
siempre andaban diciendo cosas de todo el mundo. Recuerdo una vez que
estaba junto a la máquina de Pepsi y una de estas estúpidas niñas me dijo que
aquella belleza era lesbiana; todo esto dicho entre susurros horrorizados, se
entiende. A partir de entonces, me quedaba horas mirándola, increíblemente
fascinada de que aquella imponente criatura fuera lesbiana. Nunca supe si
aquello era cierto o no, pero esa mujer ha estado en mis fantasías desde
entonces. Me pregunto si en realidad su aspecto era tan fabuloso como me
dice mi memoria, o si los años han ensalzado el objeto de mi más antigua y
querida fantasía.
Mis fantasías con ella son muy adultas, aunque mis primeras reacciones
hacia ella son infantiles. Posiblemente porque yo era muy joven cuando la
conocí. De cualquier forma…
En mi fantasía, estoy tumbada tomando el sol junto a la piscina. Hace
calor, mucho calor. Recuerdo aquella piscina con mucho detalle. El caso es
que ella entra por la verja, con un minúsculo bikini de corte francés que deja
al descubierto su ondulante (sí, ondulante) cuerpo perfecto. Siempre me
encantaron sus piernas, muy largas y torneadas y morenas. ¡Muy sexy! La
piscina está atestada, y ella quiere tomar el sol, y el único sitio libre está a mi
lado, por supuesto.
Es curioso, ¿verdad?, cómo resuelven las cosas las fantasías. Ella extiende
la toalla, se tumba de espaldas y cierra los ojos. Yo sigo mirándola a
hurtadillas. Tiene una pelusilla rubia en el vientre, bajo el ombligo. Me
inquieto, y a falta de otra cosa mejor que hacer, empiezo a untarme aceite en
las piernas. También intento en vano untármelo en la espalda. Ella ve mis
dificultades y se ofrece a ayudarme. Dios mío, su voz es tan grave y ronca…
Le doy las gracias y me tumbo boca abajo. Empieza a untarme el aceite con
largos y esbeltos dedos, trazando pequeños y lentos círculos. Siento que me
estoy mojando. Siento cómo sube y baja las manos por mis costados y rozan
brevemente los lados de mis grandes pechos. No lo tomo como una señal;
podría haber sido accidental. Ahora me frota la parte de abajo de la espalda,
las piernas, con los mismos enloquecedores movimientos lentos. Ahora los
muslos, la parte interior. Con los dedos me presiona ligera pero firmemente
los labios del coño a través de la tela de mi bañador. Una vez. Dos veces. Una
vez más. Me estoy volviendo loca intentando fingir que no advierto sus
deliberadas caricias.
«¡Ahora tú!» Me sonríe y me tiende el bote. Sus ojos verdes chispean
diabólicos. Se tumba boca abajo y yo me entrego a mi deliciosa tarea,

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tocándola como ella me tocó a mí. Quisiera inclinarme y besarle el cuello, las
rodillas, lamerle los muslos y chuparle el clítoris. Pero aparento estar
tranquila. De pronto advierto que tiene el bikini empapado en la entrepierna.
Ahora casi reviento de lujuria. Ella dice que hace calor y me sugiere un té
helado. «Claro», digo yo. Y vamos a su casa.
Dentro se está fresco, hay brisa y mis pezones están erectos. Los suyos
también. No puedo evitar mirar. Nos sentamos en el sofá charlando. Ella se
levanta a hacer té, yo me ofrezco a ayudarla. Ella esboza aquella sonrisa
gatuna. Voy tras ella a la diminuta cocina. Se inclina para coger algo y su
magnífico culo se marca en el traje. Estoy fascinada. Alza la vista, me ve
mirando, sonríe. Volvemos al salón. El aire está cargado de la tensión de dos
coños ardientes.
Me da el té y sus dedos se demoran ligeramente sobre los míos. Pienso
que debe ser mucho mayor que yo, por su confianza y su actitud serena. Yo
me siento agitada y nerviosa, como una niña pequeña y ella tan tranquila y tan
cortés. Sonríe enigmáticamente y se inclina para besarme lentamente, como
para no asustarme. Sus labios son suaves y excitantes. Abro la boca y nos
besamos ligeramente, aunque con pasión. Y entonces me hace el amor una y
otra vez.
En mi fantasía, me maravilla su rostro, su cuerpo, sus pechos. Es muy
hermosa, casi etérea.
Mis fantasías, como puedes ver, son sobre mujeres y perros. Antes me
preocupaban, pero principalmente porque tenía miedo de lo que pensaría la
gente de mí si fuera lesbiana, cosa que no soy. Los hombres me fascinan y
amo con locura a mi marido.
Pero en los últimos seis meses se ha acercado a mí muchas veces esa
mujer que he mencionado, que sí es lesbiana. Naturalmente he fingido que no
estoy del todo disponible, pero me reuniré con ella dentro de un mes, cuando
mi marido se vaya a California durante unos meses por asuntos de trabajo. Le
voy a echar mucho de menos, pero tengo muchas ganas de estar con esta
mujer. Después de mucho analizarme, me he dado cuenta de que soy bisexual,
y espero con ansia mi primer encuentro con una mujer. Ahora he descubierto
que ciertas mujeres me han atraído, y que mi «yo» moral puso excusas para
apartarme de ellas. Ahora mi «yo» sexual me está dando por ello de patadas
en el culo.

Natalie

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Tengo veintiocho años, soy soltera, pero estoy comprometida (me casaré
en septiembre), y soy heterosexual (al menos en la práctica, porque en mis
fantasías…). Soy del Este, pero llevo tres años viviendo en San Luis. Soy
licenciada en Sweet Briar, tengo un trabajo de graduado en Psicología de un
año en la Universidad de Michigan y un graduado en Derecho en Michigan.
Actualmente trabajo en el departamento jurídico de una corporación
multinacional, pero pronto lo dejaré para unirme a mi prometido en Denver.
David también es abogado. Es cinco años mayor que yo, divorciado (sin
hijos), y un hombre y amante maravilloso. Yo soy lo que se dice de «tipo
medio», tal vez algo más (¿un «seis y medio»?), uno sesenta, delgada, pero no
flacucha, pelo castaño oscuro, ojos verdes, buen cutis, aspecto sano y
agradable, aunque no soy de esas que atraen las miradas. He tenido varios
amantes en el instituto y después, pero no me acuesto con cualquiera. Hasta
ahora no me he casado por decisión propia, y me casaré también por decisión
propia, ya que me va bien sin necesidad de casarme. Aparte del normal
toqueteo entre niñas, nunca he tenido una experiencia sexual con una mujer.
No es que me niegue en principio a ellas, pero tendría que darse la situación,
y de momento no se ha dado.
Probablemente, toda mujer se cree sexualmente superdotada, pero en mi
caso se convirtió en un factor a tener en cuenta en la elección de mi carrera.
No me llevó al Derecho, pero me hizo dejar la Psicología. Me veía demasiado
«interesada» en las historias de los casos que leía. Creo que soy lo que
llamarías una «voyeur psicológica».
La masturbación de una persona parece algo tan, bueno, tan «secreto». Es
la cosa más íntima que hay, la que más revela el «yo» oculto de cada uno. Mis
fantasías tienen que ver con la masturbación (observar o ser observada o
masturbarme con alguien). Muy a menudo, de hecho generalmente, son con
otras mujeres, mujeres a las que conozco o a las que he visto alguna vez, o
bien mujeres de mi pasado. Me masturbo dos o tres veces a la semana,
siempre de noche para poder dormirme después de correrme, y nunca en el
trabajo. En el instituto era más aventurera en cuanto a momentos y lugares, y
en el año de mi graduación perdí por completo la vergüenza. Ahora, como
abogada, soy más recatada, pero disfruto de ello como siempre. Estoy segura
de que nunca dejaré de hacerlo. A David le gusta verme masturbarme y a mí
me gusta que me miren, pero eso no es más que otra forma de juego sexual,
no es algo que pueda sustituir a mis masturbaciones en privado. Mis fantasías
son mías y quiero que lo sigan siendo, aunque me excita bastante la
posibilidad de contártelas.

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Una de mis fantasías favoritas, de la que todavía disfruto muy a menudo,
arranca de mi formación en Psicología. Estoy tumbada en el diván de un
psiquiatra y tú o alguien como tú (una entrevistadora o una psicóloga, no
estoy segura) me pide que le describa con detalle mis fantasías sexuales. La
psicóloga está sentada en una silla detrás de mí, con el cuaderno en la mano, y
apunta todo lo que digo. Yo no la veo, pero sé que lleva un traje y que está
sentada muy profesionalmente con las piernas cruzadas, escuchando con
atención mis palabras. Me siento violenta y al mismo tiempo extrañamente
excitada mientras cuento los detalles de mis fantasías y mis masturbaciones.
Siento que me estoy mojando y descubro que tengo un incontrolable deseo de
masturbarme allí mismo. Le pregunto a la psicóloga si le importa que lo haga
y ella dice: «No, claro que no. Adelante, por favor.» Al principio me siento
tímida y me limito a desabrocharme los pantalones y deslizar la mano por
debajo, pero pronto me excito tanto que me quito a la vez los pantalones y las
bragas y me masturbo como lo haría si estuviera sola. De hecho, hasta actúo
un poco. Y, mientras tanto, sigo contando mis fantasías, que supongo que la
psicóloga está apuntando. Pero me da una corazonada y miro por encima del
hombro. Y veo que ella (tú) se ha levantado la falda y también se está
masturbando. Por lo general me corro al llegar aquí, de modo que mi fantasía
no continúa con una relación abiertamente lesbiana. No creo que esté
reprimiendo mi secreta homosexualidad, aunque hay ciertamente algo de ella
en mi fantasía. Lo principal es reconocer que me masturbo y que me gusta
que me miren mientras lo hago (y mirar yo a mi vez). Lo único que
necesitaría para completar esta fantasía sería saber que te has masturbado al
leerla.
Mi fascinación por la masturbación, mía o de otras personas, se remite a
algunas experiencias de mi adolescencia que todavía utilizo como materia de
fantasía. Describiré estas experiencias, puesto que las fantasías no son más
que variaciones sobre ellas.
La primera data de cuando tenía trece años y estudiaba séptimo. Mi amiga
Cindy y yo dormíamos muchas veces la una en casa de la otra y hablábamos
de chicos y de sexo, cosas sobre las cuales éramos muy ignorantes. Recuerdo
cómo nos desnudábamos rápidamente una delante de la otra y dirigíamos
furtivas miradas al coño de la otra para ver quién tenía más pelo (era yo).
Luego juntábamos las camas y nos pasábamos horas contándonos entre risitas
lo que habíamos oído sobre el sexo (ninguna de nosotras sabía nada de
primera mano). Una de esas noches descubrimos la masturbación. Cindy
había visto por primera vez una polla en erección, y me la estaba

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describiendo. Recuerdo que me sentía muy «agitada» oyéndola y de forma
instintiva bajé la mano a mi entrepierna hasta que al final, para mi asombro,
me corrí entre un coro de gemidos. Cindy estaba atónita y me pidió que le
explicara cómo se sentía una y cómo se hacía. Yo no se lo sabía explicar, y
entonces me dijo que encendiera la luz, me levantara el camisón y se lo
enseñara. Recuerdo como si fuera ahora que estaba sentada en la cama, con
las piernas abiertas, intentando encontrar de nuevo aquel punto para
enseñárselo a Cindy. Nadie me había mirado el coño tan intensamente como
Cindy, ni siquiera hasta el día de hoy. Le cogí la mano y se la puse en mi
clítoris («Mi botón del amor», pensé entonces) para que supiera lo que debía
buscar. Entonces ella abrió las piernas y estuvimos toqueteando hasta que
dimos con su clítoris, que era más grande que el mío. Ella también estaba
entonces mojada (ninguna de las dos sabíamos nada de eso; ¿quién nos lo
habría contado?), y yo la miré y me masturbé hasta llegar de nuevo al
orgasmo (¡ya era toda una veterana!), mientras ella se acariciaba hasta
correrse también. Creo que en total debimos masturbarnos seis o siete veces
esa noche, incluyendo dos masturbaciones mutuas que las dos disfrutamos
tremendamente, aunque nos hicieron sentirnos un poco culpables. Pasamos
otras noches así al año siguiente, antes de que Cindy se mudara de casa.
La otra experiencia adolescente sobre la que me gusta fantasear se refiere
a un verano que pasé como ayudante de monitora en un campamento
femenino en Vermont. La monitora para la que trabajaba era una estudiante
suiza en intercambio que se llamaba Uta y que estudiaba en Bennington.
Tenía unos veinte años, y yo ocho. Todas idolatrábamos a Uta, que era alta,
de cuerpo atlético (aunque no musculoso realmente) y muy europea hasta en
su costumbre de no depilarse los sobacos (aunque sí las piernas). Mi litera
estaba justo al lado de la de Uta, así que aparte de todas las ocasiones
normales de verla desnuda (en las duchas y esas cosas), la veía vestirse y
desnudarse todos los días. Creo que hasta hoy no he visto un cuerpo más
perfecto o más sensual. Uta era como una espléndida hembra animal, con
todos los olores, pelo y secreciones de la femineidad. Era evidente que a ella
también le gustaba su cuerpo (las cosas que podía hacer, los placeres que le
daba, los sabores, todo). Estaba hecha para el sexo, pero por desgracia no
había mucho de eso en un campamento femenino en los bosques de Vermont
(Uta era estrictamente heterosexual). En parte para aliviarse, pero creo que
también porque le gustaba sentir cualquier tipo de sensualidad, Uta se
masturbaba cada dos o tres noches, cuando pensaba que todas estábamos
dormidas. Las otras puede que sí, pero yo no dormía, aunque lo fingía. Me

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tumbaba boca abajo con la cabeza vuelta hacia Uta y la mano debajo de mí,
entre las piernas, y me quedaba allí esperando durante lo que parecía una
eternidad hasta que Uta empezaba. Uta dormía desnuda, pero generalmente
bajo una sábana, de modo que lo que yo solía ver era el perfil de sus piernas
abiertas y ligeramente alzadas y los movimientos del brazo entre ellas. Uta
intentaba ser lo más silenciosa posible (no creo que fuera porque sintiera
vergüenza ante la masturbación —seguro que no—, sino porque no parecía
algo de lo que debieran enterarse unas niñas de ocho años). Pero por
silenciosa que fuera, no podía evitar agitarse un poco cuando se corría, y yo
aprendí a seguir sus movimientos y a hacer coincidir mi orgasmo con el suyo.
Las mejores noches eran aquellas en que hacía tanto calor que Uta apañaba la
sábana y yacía allí desnuda bajo la luz de la luna. Parecía una especie de diosa
con todo el cuerpo plateado y relumbrando de sudor. Esas noches se movía
con más libertad, y a veces se volvía de lado (¡hacia mí!) y alzaba la pierna
izquierda de modo que todo su coño era visible bajo la luz de la luna. Su vello
púbico, que a la luz del día era castaño rubio, parecía de plata. Esas noches
eran para mí una agonía porque yo quería mirarla, pero me daba miedo abrir
los ojos por si ella se daba cuenta de que estaba despierta. También tenía
miedo de que advirtiera los movimientos de mi mano debajo de mí. Aprendí a
mirar de soslayo y a correrme con los más delicados e inapreciables
movimientos del índice sobre el clítoris. Cuando fantaseo acerca de aquellas
noches, cambio el escenario un poco y me imagino más atrevida. Yo también
me quito la sábana y me tumbo de cara a Uta con la pierna derecha levantada,
y las dos nos masturbamos mirándonos mutuamente. Ahora, a veces, en las
noches del verano en que estoy sola, revivo aquellos tiempos torciendo mi
espejo para que apunte hacia la cama. Me miro al espejo mientras me
masturbo con sensualidad y finjo que soy Uta mirándome, o que estoy
mirando a otra mujer. La luz de la luna lo hace todo hermoso y surreal; y
también elimina toda culpabilidad. Estoy segura que haría realidad esta
fantasía sin pensármelo dos veces de presentarse la ocasión. A veces, en mi
fantasía, sustituyo a Uta por una de mis amigas, o por una actriz como
Dominique Sanda (¿has visto Dulce viaje?).
La siguiente fantasía es mi favorita en la actualidad. Mi amiga y yo vamos
en bicicleta por el bosque. Es un hermoso día de junio y llevamos el almuerzo
y una botella de vino y vamos por un camino poco transitado. Hemos pasado
un día estupendo, pero de camino a casa nos entran ganas de ir al baño.
Todavía nos faltan unos cinco kilómetros, pero, por pudor, yo decido esperar.
Ann dice que ella no puede más, de modo que nos salimos del camino,

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encontramos un lugar escondido y Ann se adelanta, se baja los pantalones y
las bragas y se agacha para hacer pis. Me está dando la espalda, y yo me
siento en el suelo cubierto de agujas de pino y veo cómo el chorro desciende
desde ese lugar secreto entre sus piernas. Nunca he visto a Ann desnuda y me
sorprende lo bonito que es su culo.
El chorro se detiene con un goteo y yo me levanto, pero Ann me dice que
espere un momento. Baja el culo y empieza a empujar. Yo veo su ano abrirse
y cerrarse y volverse a abrir, y un largo zurullo desciende lentamente hacia el
suelo. Ann me mira por encima del hombro y se echa a reír como pidiendo
perdón. «Espero no estar escandalizándote.» Yo no respondo. No puedo.
Nunca había pensado que me excitara ver a alguien defecar, y mucho menos a
otra mujer. Pero ahí estoy, excitada sin lugar a dudas. Siento la humedad entre
las piernas (esto se está poniendo muy difícil de escribir). Ann vuelve a
empujar y caen otros dos zurullos. Yo estoy deseando tocarme, pero no lo
hago por miedo a que Ann se dé la vuelta. No creo que haya estado nunca tan
excitada. No soy aficionada a los juegos de lavabo ni nada de eso, y no tengo
ningún deseo de limpiar a Ann (en mi fantasía ella es muy limpia, y sin
olores). Lo que me excita es la intimidad que implica mirarla. Lo que está
haciendo es un acto totalmente privado, que por lo general se hace a solas con
la puerta cerrada, no allí en el bosque en un hermoso día soleado.
Ann termina y se sube las bragas y los vaqueros. «¿Estás lista?», pregunta.
Pero ahora soy yo la que necesita ir (o más bien quiero). Quiero que Ann me
vea. Quiero abrirme al sol y a los árboles. Le digo que espere y me vuelvo
hacia ella. Al bajarme las bragas veo que me mira el vientre, luego el vello
púbico y luego el coño. Nuestras miradas se cruzan y ella se sonroja un poco.
Me agacho de frente a ella y empiezo a hacer pis. Baja la vista hacia mi coño
y esta vez no hay ninguna vergüenza, sólo interés y deseo. «¿Te importa que
mire?» Sonríe. Se arrodilla a pocos centímetros de mí, y yo, como respuesta,
abro más las rodillas y me abro los labios del coño con los dedos para que
pueda verlo todo. Mi clítoris está en erección, como ahora, y me gustaría que
ella lo tocara, pero no lo hace. Termino de hacer pis, pero sigo agachada.
«Eso no es todo, ¿verdad?», susurra Ann. «No», respondo. Tenso los
músculos y empujo y mis intestinos se vacían totalmente en el suelo. Ann se
pone detrás de mí y se queda allí un minuto más o menos. Ahora recuerdo
cómo me miraba por detrás y me excita que me mire. Siento en los riñones un
escalofrío, como un pequeño orgasmo. (Muy bien, lo reconozco, ahora me
estoy masturbando entre frases. Ojalá pudiera escribir a máquina con una
mano.)

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Ann vuelve delante de mí, se inclina y me besa con ternura en los labios.
Luego se desnuda totalmente de cintura para abajo. Se sienta frente a mí con
las piernas cruzadas. Tiene el coño abierto y entre el maravilloso vello
castaño le veo el clítoris y el brillo de su humedad. «¿Hay más?», pregunta.
Yo asiento. «¿Te importa que me masturbe mientras te miro?» Yo susurro que
no, pero eso apenas expresa lo que siento. Ann mueve los dedos lenta y
rítmicamente sobre su clítoris. Entonces me los tiende y yo aspiro su olor. Me
llevo su mano a la nariz y a los labios y aprieto otra vez. Ya he terminado,
pero también acabo de empezar. «Oh, Ann, házmelo a mí también», suplico.
Ann vuelve a llevarse la mano derecha al clítoris y con la izquierda me toca el
mío. Yo contengo el aliento. Ahora está a punto de correrse y yo devoro cada
detalle de sus movimientos y los ruidos que hace. Tiene los labios abiertos y
los ojos entornados. Ahora se frota el clítoris rápidamente. Yo también estoy
a punto de llegar, y pongo la mano sobre la suya para tomar el ritmo que
necesito. Nos corremos y nuestros labios se encuentran de nuevo y enlazamos
nuestros cuerpos mientras nos corremos, frotándonos en todos los rincones.
Al final ya no usamos las manos, sino que estamos enlazadas y nuestros
coños se tocan, clítoris contra clítoris.
Bueno, ahora tendré que terminar de masturbarme. Me sorprende haber
aguantado tanto. Supongo que he disfrutado tanto describiendo mis fantasías
que me siento un poco culpable.

Marla
Soy una lesbiana de veinticuatro años y actualmente vivo en Japón. Me
gradué en Vassar, en japonés y estudios asiáticos, y trabajo como traductora
intérprete para una gran compañía japonesa. Siempre he sabido que era
lesbiana, desde que estudiaba octavo, pero nunca tuve relaciones sexuales con
una mujer hasta llegar al instituto. Todo lo que la gente dice sobre las
lesbianas es mentira. Yo tuve una infancia muy feliz con mis padres, que
también eran felices. Contemplo con orgullo mi lesbianismo, aunque todavía
lo mantengo en secreto, más que nada por razones económicas (aunque
también porque pienso que la vida sexual de cada uno es un asunto privado).
Mi amante sigue en Estados Unidos. Pensamos vivir juntas para siempre.
Nunca me ha interesado ninguna otra persona.
La mayoría de mis fantasías tienen que ver con el poder. En una de mis
favoritas soy la soberana absoluta de un diminuto reino del Oriente Medio en
el que las mujeres lo controlan todo y los hombres son criados. Algunas

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mujeres son heterosexuales y se les permite libremente casarse con hombres.
A mí me encanta disfrutar de grandes festines con cordero, vino y platos
picantes. Después de una estupenda comida, me enamoro profundamente de
una mujer, una gran artista del reino. Ella acaba de mostrarme mi retrato
oficial. Yo la cojo de la mano y la beso con pasión, y ella responde. Es un
largo beso. Tomamos más vino y le ordeno a un criado que toque el arpa
mientras hacemos el amor. Ella me besa una y otra vez, y yo a ella. Luego
tomamos más vino y yo acaricio suavemente su hermoso cuerpo desnudo.
Otra fantasía es en la Edad Media. Esta vez soy cardenal de la Iglesia
Católica (sólo las mujeres pueden ser sacerdotisas. A propósito, yo sigo
siendo católica). Como el matrimonio está prohibido, a las mujeres se les
permite tener apasionadas historias de amor, que sólo son pecaminosas si no
son en realidad historias de amor. Después de una ceremonia que yo oficiaba
para decapitar a un hombre que quería adquirir poder en la Iglesia, me
conducen de nuevo a mi castillo, en un trono llevado por varias mujeres
adorables: todas tienen el pelo rubio y rasgos fuertes. Me llevan a una sala
llena de cojines de seda y me dejan con suavidad. A lo lejos se oye un laúd y
una flauta. La más hermosa de las mujeres me quita lentamente la capa y la
capucha, mientras las demás me acarician los muslos y los pechos con las
manos y la boca. Traen comida (un gran pavo, uvas y cordero). Ella trincha la
carne y comemos, tocándonos la una a la otra y susurrando frases de amor.
Después de comer, nos besamos y yo me tumbo sobre ella. La acaricio por
todo el cuerpo hasta que llega al orgasmo, y ella hace lo mismo conmigo.
Entonces entra otra mujer y todas hacemos el amor. Entra un hombre
ciego con más comida. Creo que la comida es muy sexual; después de una
buena comida, la relación sexual es siempre magnífica. Dos mujeres artistas
me muestran los últimos manuscritos ilustrados que han hecho para mí. Uno
es muy erótico; la historia de Safo y su comunidad poética. Le doy a la artista
una bolsa de monedas de oro como pago y ella se arrodilla y me besa el anillo
como gesto de gratitud. La otra mujer me enseña un cáliz de oro con una cruz
engarzada de rubíes. Le doy una bolsa de monedas de plata. De pronto declara
su amor por mí y nos vamos a una sala privada a charlar durante largo rato.
Hablamos de arte y del amor entre mujeres, y al final hacemos el amor. Le
doy un masaje en la espalda y luego le beso los hombros y el cuello. Besar el
cuello siempre me excita. Tiene el pelo largo y suave, y me cae en la cara
cuando ella se tumba de lado. Susurra que nunca se ha acostado con una
mujer, y a mí me excita ser la primera que le haga el amor.

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Bueno, estas fantasías tienen muchas variaciones, pero me gustan las
costumbres medievales y el Oriente Medio. Es raro, pero nunca he tenido
fantasías sobre Japón. Las mujeres de aquí no me atraen en absoluto, no
tienen una pasión fiera en los ojos.
Creo que los hombres no tienen ni idea de lo maravilloso que es el amor
entre mujeres. ¡Creen que todas soñamos con ser dominadas por ellos! En
realidad, mi amiga lesbiana y yo soñamos a menudo con gobernar el mundo,
al tiempo que seguimos teniendo relaciones dulces y amorosas con las
mujeres. No me gustan las perversiones y no me gusta demasiado el sexo oral,
pero me encanta el calor de la intimidad con otra mujer. Me excita incluso
tener una maravillosa conversación intelectual con otra mujer. El amor sin
conversación no es nada.
Es raro ver hombres y mujeres enamorados charlar sinceramente. Los
hombres sólo quieren que las mujeres los escuchen y admiren. Incluso mis
amigas normales —las pocas que saben que soy gay— me dicen a veces que
tienen envidia de las mujeres homosexuales, porque pueden estar muy cerca
de otra mujer. Mis amigas normales dicen que, aunque les gustan los
hombres, siguen estando lejos de ellos, no son iguales a ellos. Algún día todas
las mujeres descubrirán la alegría y la paz del amor entre mujeres. Sólo
cuando aprendamos a amarnos y a confiar unas en otras, podremos superar la
estructura patriarcal que viene durando siglos.
Creo que en tus libros intentas ser justa y comprensiva, pero percibo tu
ansiedad interior con respecto a la homosexualidad. Si piensas en la violencia
a que los hombres someten a las mujeres —lanzándose encima de ellas para
meter el pene en un agujero—, puede que veas que la relación sexual lesbiana
es tal vez más suave y más humana. Cuando las mujeres aprendan a vivir sin
los hombres, habremos ganado en libertad y confianza. Mientras nos
acostemos con ellos, les estamos dando ayuda y comodidad. Creo que si las
mujeres pensaran en las implicaciones políticas de las relaciones sexuales con
los hombres, se lo pensarían dos veces antes de meterse en la cama con ellos.

Stacy
Soy una chica de diecinueve años, alumna de instituto, soltera, de clase
media alta, heterosexual (creo). Me preocupa mucho el sexo, pienso mucho
en ello y lo practico siempre que puedo. Me encanta masturbarme, incluso
cuando tengo una pareja estable. A veces creo que voy camino de ser una
ninfómana. Parece que mi aspecto inocente atrae a los hombres, y les encanta

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descubrir que soy una tigresa en la cama. Me encanta llevar pantalones
ajustados de cuero negro. Dejo que las tetas se me salgan prácticamente de la
camisa, y ellos me miran e intentan llevarme a su casa.
Mi primer encuentro sexual fue con mi prima. Las dos teníamos siete
años. Jugábamos a los «médicos» cada vez que teníamos ocasión. Ella se
tumbaba boca abajo y yo le exploraba el ano y el pubis sin pelo, y luego ella
hacía lo mismo conmigo. Más tarde, cuando tenía unos trece años, mi amiga,
una niña de diez, me preguntó si sabía lo que era un beso francés. Se puso
encima de mí y estuvimos «jugando» durante horas. Una vez me masturbé
bajo las mantas mientras nos estábamos besando.
Supongo que mis fantasías del presente se basan en aquellas tempranas
experiencias lesbianas. Es curioso, pero me repele la idea de tener contacto
sexual real con una mujer, aunque no hago más que fantasear sobre ello. Cada
vez que me masturbo pienso: estoy haciendo autoestop en una carretera
solitaria y me recoge una chica sexy y despampanante. Intento dejar de
mirarle los pezones duros y los labios, llenos y sedosos. Ella me dice que me
quede en su casa. Llegamos minutos después. Me da un biquini y me dice que
vaya a bañarme, que ella saldrá enseguida. El biquini apenas me cubre el coño
y el culo. La parte de arriba es prácticamente inexistente. Me meto en la
piscina climatizada y me toco el coño. Está húmedo con mis jugos. Entonces
aparece la chica con un biquini como el mío. Después de nadar un rato, me
doy cuenta de que ella no comparte mis ideas eróticas e intento pensar en
otras cosas. Finalmente pasa junto a mí rozándome suavemente y luego se
ofrece a untarme con aceite. Comienza con mis hombros. Me está dando un
masaje de lo más sensual. Luego me baja los dedos por la espalda, frotando y
apretando ligeramente. Baja más las manos a los muslos. ¡Yo ardo en deseos
de volverme! Pero no me muevo, por miedo a que se detenga. Siento sus
manos acercarse muy lentamente a mi culo; finalmente un dedo se desliza en
la raja. Sus labios me besan suavemente el cuello. Ya no puedo soportarlo
más y me vuelvo lentamente. «Vamos a secarnos», me dice. La sigo,
preguntándome si no lo habré estropeado todo. De camino a la habitación,
coge dos esponjosas toallas. «Túmbate en la cama —dice—, que te voy a
secar.» Enseguida siento sus exquisitas manos desabrochándome el sostén.
Sigue torturándome lenta y dulcemente con las manos y los labios hasta que
me dice: «Vuélvete.» Baja los labios hasta la parte interior de mis muslos y
me acaricia con ellos el coño. Estoy loca por sentir su lengua. Cojo su cabeza
rubia y la presiono contra mí. ¡Es maravilloso! Al llegar a este punto de mi
fantasía, me corro.

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June
Soy lesbiana, no bisexual. En general no odio a los hombres, pero desde
luego no me acostaría con ninguno. Ya he pasado por eso, soy viuda. Mi caso
es típico: me educaron para no pensar en el sexo. Si hubiese tenido esa
libertad, nunca me habría casado; habría tenido a mi hijo y me habría ido a
vivir con una mujer. Tengo cuarenta y tres años, y mi hijo, diecisiete.
Una mujer sabe cómo hacerle el amor a otra, continuamente, no sólo
cuando llega el momento de irse a la cama o cuando llega el momento del
clímax. Los hombres suelen pasar por alto este importante hecho, aunque las
mujeres les digan «necesito que me abraces y me acaricies y me chupes sin
necesidad de llegar siempre al clímax». Se llama ternura, cariño, amor,
compartir.
Y ahora mi fantasía. Creo que tal vez te interese leer una fantasía nada
salvaje. Soy una lesbiana varonil que ama a su compañera. Intentamos
satisfacemos la una a la otra. Yo puedo llegar al clímax cuando estoy sola
imaginándome que hago el amor con ella. Llego al orgasmo masturbándome
y pensando en chuparle los pechos o el coño, pensando en sus respuestas a
mis caricias y las que ella me da. Generalmente llego al orgasmo haciendo
que llegue ella, pero entonces ella empieza a hacerme el amor, tocándome y
besándome. Es fantasía cuando me pongo muy caliente y ella no está y
obtengo el orgasmo con ella en mi cabeza. Pero también es realidad la mayor
parte de la veces, así que tal vez no es una «fantasía» propiamente dicha.
Supongo que la auténtica fantasía fue hacer el amor con una mujer cuando
estaba casada. Esta fantasía es un sueño hecho realidad.
Me educaron como blanca anglosajona y protestante en Connecticut,
¡pero renegué de ello! Estoy graduada como técnico electricista; siempre me
han gustado las mujeres, desde que puedo recordar, pero nunca hice nada al
respecto hasta que murió mi esposo. Ahora soy más feliz que nunca. En cierto
modo, es terrible que hiciera falta que alguien muriera para ser libre.

Sandy
Tengo veintiún años. Estoy soltera y soy heterosexual.
Me crié en una familia de la clase media en Canadá. Era hija única y
disfruté de la exclusiva atención de mi madre, que ha sido muy generosa con
su amor y su tiempo. Es una mujer inteligente y abierta, y yo me considero

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muy afortunada de que sea mi madre. Nunca me ha cerrado ninguna puerta;
de hecho, me ha abierto muchas.
Por otra parte, mi padre es un hombre de mente cerrada con el que es muy
difícil comunicarse. No puedo recordar que le quisiera mucho, aunque me han
dicho que en el período preadolescente, mi padre era el centro de mi mundo.
Cuando tenía dieciséis años, me escapé de casa para huir del autoritarismo
de mi padre. Me fui a vivir con un hombre al que considero la más positiva
influencia de mi vida (después de mi madre). Pensábamos vivir juntos una
excitante vida llena de aventuras y fantasía.
Me he preguntado qué significado tendrán mis fantasías, pero nunca me
he sentido culpable por fantasear ni por el contenido de mis fantasías. Tengo
la suerte de amar a un hombre que me aprecia en mi totalidad. Está interesado
en cada faceta de mi ser, incluidas mis fantasías.
Todas mis fantasías giran en torno a un tema central: mis relaciones
sexuales con otras mujeres.
Cuando era pequeña tuve varios encuentros sexuales con mis compañeras.
Recuerdo que me sentía muy estimulada durante estas poco frecuentes
aventuras.
A los dieciséis años tuve mi primera y única experiencia homosexual
desde mis aventurillas infantiles. Resultó ser un encuentro aburrido y nada
excitante. Como resultado de ello, he rehusado desde entonces invitaciones
similares. Sin embargo, tengo frecuentes y estimulantes fantasías «lésbicas».
Fantaseo cuando me masturbo, y en pocas ocasiones lo he hecho mientras
hacía el amor.
Mi fantasía más recurrente empieza en un bar de gays. Voy vestida con
una falda negra abierta por delante y una pequeña camiseta ceñida negra.
Se me acerca una hermosa y exótica mujer y me pregunta si quiero bailar.
Me vuelvo hacia ella, advirtiendo sus magníficas curvas, y acepto su
invitación. Comenzamos una danza lenta y sensual. Nuestros cuerpos se unen
lentamente hasta que me embriaga su olor. Le pongo las manos húmedas en
su delicada cintura y ella me posa las suyas delicadamente en los hombros.
Nos miramos a los ojos y yo siento el hormigueo de la ansiosa expectación.
Seguimos bailando. Yo deslizo la mano derecha hacia su entrepierna y
jugueteo con la abertura frontal de su falda. Ella emite un ronco gemido
cuando abro con la mano el telón de tela y le empiezo a acariciar el pubis con
los dedos. Entonces dejo deslizar el índice hacia su hendidura. Cuando
entierro el dedo en su humedad, se hace evidente mi propia excitación y
siento un insistente palpitar en el coño.

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Le exploro el coño empapado abriéndole los labios y acariciándolo.
Muevo el dedo hasta el clítoris y lo excito y acaricio. Con la mano libre le
saco los pechos y pongo la boca ansiosamente sobre un pezón duro.
Después de hacer que llegue al orgasmo, dejo que ella corresponda. Mete
su mano fría bajo mi camiseta y me acaricia suavemente los pechos con los
dedos. Tantea más decididamente y me acaricia y pellizca el pezón, hasta que
yo, buscando alivio, le guío la mano hacia mi entrepierna.
Se arrodilla delante de mí, me abre la falda con las manos y empieza a
frotar delicadamente la nariz contra mi pubis. Le acaricio los cabellos,
oscuros y sedosos, mientras ella me hunde la lengua en el coño. Le presiono
la cabeza contra mí. Y mientras me llega el orgasmo, abro los ojos para
mirarla. Siento las primeras oleadas del orgasmo, contengo el aliento y jadeo
mientras crece la sensación. Mi orgasmo llega a la cima, y yo exploto en su
boca.

Priscilla
Estoy en último curso de instituto, en un programa de intercambio con
Inglaterra. Asisto a lo que debe de ser un típico instituto norteamericano
suburbano, en el que la mayoría de los alumnos son chicos de clase media,
pero es muy distinto de mi instituto público femenino de Sussex. Provengo de
una familia de clase media del sur de Inglaterra. Mis padres se dedican los dos
al teatro.
Me han atraído las chicas desde mi más temprana adolescencia, de modo
que supongo que soy bisexual, pero no me preocupan las etiquetas. Creo que
la mayoría de las personas tienen fantasías con gente de su propio sexo, pero
que rara vez las llevan a la práctica.
Me gustaría describir una temprana experiencia sexual. Cuando tenía
catorce años, me fui con mi mejor amiga y su familia a su casa de vacaciones
en el sur de Francia. Ella tenía un hermano y una hermana más pequeños y
una hermana mayor, Mary, que tenía unos diecinueve años.
Una tarde, la familia se fue al cine, pero Mary y yo nos quedamos en casa.
Era una noche fría y lluviosa. Nos sentamos frente a un gran fuego en el salón
de aquella casa rústica. Cogimos sendos libros, y Mary fue a por vino. Volvió
con dos vasos, sirvió el vino y seguimos leyendo. Al cabo de un rato, alcé la
vista sorprendida y vi a Mary verdaderamente agitada. Me acerqué, y ella dijo
que había leído algo que le recordó a su exnovio, que acababa de dejarla.
Estaba muy conmovida, y la rodeé con mis brazos.

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Ella empezó a describir a aquel tipo y me contó lo cariñoso y cálido que
era. Se estaba muy a gusto frente al fuego, y el vino empezaba a subírseme a
la cabeza. Sentía su aliento en el cuello y su cabeza apoyada en mi hombro.
Me contó lo maravilloso y dulce que era el chico y lo que le hacía cuando
hacían el amor. Yo sentía su pecho contra mi brazo. Y curiosamente, me
excité. Era un sentimiento maravilloso, pero, como puedes imaginar, estaba
muy confusa. No podía explicarme mis emociones, pero el cálido hormigueo
entre mis piernas era muy real.
Mary se levantó para volver a llenar los vasos y, cuando volvió, se sentó
muy cerca de mí. Se le subió ligeramente la falda, y pude vislumbrar sus
bragas, cosa que realmente me enloqueció. No podía comprender mis
emociones, pero me sentía muy atraída hacia ella. Mary no llevaba sujetador,
y se le veían los pechos a través de la fina blusa. Yo sentía la urgencia
instintiva de tocarlos. Mary me preguntó con voz ronca si sabía lo que era un
beso de verdad. Y, sin esperar mi respuesta, se acercó más, me abrió los
labios trémulos con su lengua cálida y húmeda, y en ese momento casi me
muero de placer. Fue una sensación maravillosa. Estuvimos besándonos una
eternidad. Entonces me desabrochó la blusa y me besó y acarició los pechos.
Yo me sentía en el cielo. Mary quería ir más allá, pero yo estaba asustada.
Aunque no ocurrió nada más, este suceso sigue muy vivo en mí, y es la base
para una fantasía recurrente. Ahora que estoy segura de lo que soy y de lo que
quiero, sueño muchas veces que le hago el amor a Mary.
La mayoría de mis fantasías se refieren a chicas de mi edad, pero en el
instituto hay una profesora que me resulta muy atractiva. Es la típica rubia
norteamericana, muy atlética, muy bonita. Muchas veces me pregunto si me
haría el amor. Me encantaría besarla. Sin embargo, lo más probable es que no
pase nada, pero me gustaría que intentara seducirme. Ayer me senté con las
piernas ligeramente abiertas para que pudiera verme. Imagino que eso la
distrajo un poco de la clase. Me pregunto si la perturbó. Espero que eso
despertara su interés, porque no hay forma de que yo de el primer paso.
Tengo las piernas largas y una buena figura. Soy bailarina y hago aerobic
todos los días. Me encanta sentir unos leotardos ajustados sobre mi cuerpo.
Creo que el perfil de un esbelto cuerpo de mujer es muy hermoso. Juego al
squash con regularidad y siempre llevo una blusa blanca y una falda corta
plisada. Me encanta ver cómo aletea la falda, dejando al descubierto las
bragas blancas, de modo que me paso mucho tiempo mirando a las chicas
jugar al squash.

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Me entusiasma la ropa interior, y siempre llevo la más sutil y lujosa. Me
suelo preguntar qué llevarán debajo las chicas que visten vaqueros anchos y
enormes jerseys, y si se sentirán igual que yo con respecto a la ropa interior.
Cuando alguien me atrae, intento imaginar lo que lleva debajo (siempre miro
las marcas de las bragas), y luego me imagino que la desnudo lentamente y le
dejo tocar mi lencería de seda. A veces esto puede conducir a las caricias y
los besos.
Muchas veces me pregunto por qué la ropa es tan erótica para mí. Por
ejemplo, a veces, cuando me muevo en la silla en clase, la ligera presión del
nailon en mi pubis me provoca una maravillosa sensación, sobre todo si da la
clase la profesora de la que te hablaba.
Me gustaría contarte un incidente en el que pienso muy a menudo. Una
noche del año pasado estaba en mi habitación y llamaron a la puerta. Era una
de las chicas del equipo de squash. No es que fuéramos muy amigas, pero a
mí me gustaba y, para ser franca, fantaseaba un poco con ella. Quería saber si
podía dejarle una falda y una blusa para un importante partido que había al
día siguiente. Yo saqué la ropa, y le dije que se quitara el uniforme y se la
probara en mi cuarto.
Ella se quitó la blusa y la falda y se quedó en bragas y sostén (un pequeño
sostén de encaje). Estaba muy bonita. Le dije que se probara uno de mis
sostenes deportivos. Ella me pidió que la ayudara, y yo le desabroché el suyo
lentamente. Cuando le cayó el sostén de los hombros, se dio la vuelta y las
dos nos quedamos frente a frente, mirándonos. Tenía unos hermosos pechos
tostados, y sus pezones estaban erectos. Yo estaba muy excitada y tenía la
boca seca. No sabía qué hacer. Pero ella se acercó a mí lentamente.
Antes de darnos cuenta de lo que pasaba, nos estábamos besando, al
principio vacilantes, pero luego lenta y profundamente. Le acaricié el cuerpo
con las manos y me estremecí al sentir su piel suave. Le acaricié los muslos,
la espalda y luego el vientre. Tracé la línea de las bragas, frotando la tela
sedosa contra el pubis. Sentí que se humedecía y que su aliento se
entrecortaba. Metí el dedo bajo el elástico y luego dentro de ella. Estaba
empapada. A propósito, me estoy poniendo muy caliente con esto; estoy
escribiendo con una mano, porque la otra la tengo bajo el vestido. Con la otra
mano le acariciaba el culo. La llevé a la cama. Me coloqué entre sus piernas,
le puse las manos bajo el culo y empecé a lamer la parte interior de sus
muslos. Fui subiendo lenta, muy lentamente, hasta que llegué al pubis.
Encontré el clítoris con la lengua y empecé a chuparlo, hasta que tuvo más
orgasmos de los que pude contar. Hemos sido amantes desde entonces.

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Aquí van algunas fantasías:
Soy la encargada de dormitorio de un colegio. Tengo que comprobar que
las chicas nuevas lleven la ropa interior reglamentaria. Cuando descubro que
tres de ellas llevan eróticas bragas de alta lencería en lugar de las bragas del
colegio, las hago ir a mi estudio y las desnudo y me masturbo, mientras una
de ellas me mete el dedo.
Soy profesora en una clase de aerobic. En la clase hay un guapo
muchacho muy femenino de unos dieciséis años. Le digo que se ponga en
primera fila. Al verme hacer los ejercicios, no tarda en tener una erección,
visible a través de las ajustadas mallas. Despido al resto de la clase. Me lo
llevo a casa, le visto con una falda y unas bragas y luego se la chupo hasta
que se corre. Después él me quita los leo tardos y me folla por el culo.
Una amiga y yo vamos a salir con dos chicos muy aburridos. Durante la
cena, me quito los zapatos por debajo de la mesa y comienzo a acariciar
lentamente la parte interior de las piernas de mi amiga. Subo lentamente hacia
los muslos y le froto el pubis con los dedos del pie. Es evidente que ella está
disfrutando, pero no sabe que soy yo. Al día siguiente, me cuenta lo que le
hizo uno de los chicos y cómo disfrutó. Le digo que era yo.
Me gustaría ser seducida por una hermosa mujer negra con un cuerpo
fantástico. Me encantaría que me hiciera el amor en la playa y, después, me
llevara a su casa y me afeitara el pubis. Luego se pondría a horcajadas sobre
mí, me abriría las piernas y empezaría a chuparme con su cálida lengua rosa.
Lo único que yo vería sería su culo bajo unas bragas de nailon.

Paula
Tengo diecisiete años.
Siempre he sido gay. Digo «gay» porque la palabra lesbiana me asquea.
Acabo de graduarme en el instituto, como estudiante de honor.
Recurro a esta fantasía cuando estoy en la ducha, y me hace llegar al
orgasmo por sí sola, sin necesidad de contacto físico. Me atraen mucho las
mujeres. Mi fantasía favorita se centra en una famosa cantante de rock (no
diré quién es, porque no quiero que se sienta incómoda si alguna vez lee esto).
Si es posible estar enamorada de alguien que no conoces, entonces estoy
enamorada hasta la médula. Esta es mi fantasía:
Acabo de asistir a un concierto de rock en el que la estrella es mi ídolo.
Después del concierto, me las arreglo para poder verla, y hacemos migas de
inmediato. Ella es exactamente como yo la imaginaba. Después de hablar con

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ella lo que parece una eternidad, decidimos que queremos volver a vernos.
Ella me dice que tiene una semana libre y le gustaría salir el fin de semana.
Decide alquilar una cabaña e ir a la montaña. Yo me pongo muy nerviosa
cuando me pide que la acompañe. La cabaña está lejos. Cuando llegamos, está
nevando. Para mí es un entorno de lo más romántico. Deshacemos las
maletas, después de comprobar que sólo hay una cama (por suerte para mí).
Después de instalarnos y hacernos a la idea de dormir juntas (cosa que no me
preocupa en absoluto), preparo una magnífica cena regada con vino (es
evidente que intento seducirla). Cuando las dos estamos un poco «alegres»,
nos vamos al sillón frente al fuego. La conversación gira en torno a nuestras
experiencias sexuales. Ella se sorprende cuando descubre que soy virgen
(probablemente la única que queda con diecisiete años). Después de beber un
poco más de vino, veo que está tan caliente como yo. Estoy sentada mirando
el fuego, y me sorprendo (agradablemente) cuando ella se inclina y me besa
apasionadamente en la boca. Sonrío y veo que le gusta. Volvemos a besarnos
y nos tumbamos en el sillón, abrazándonos con fuerza, pero con una ternura
que nunca he experimentado con nadie. Ella dice con voz queda que vayamos
al dormitorio. Al principio tengo ciertas reservas, porque nunca he hecho el
amor con una mujer. Me dice que no tenga miedo, que ella me enseñará qué
debo hacer para darle el máximo placer. Entramos en el dormitorio y
empezamos a desnudarnos lentamente la una a la otra, deteniéndonos de vez
en cuando para acariciarnos y besarnos. Nos metemos entre las frías sábanas,
una en brazos de otra. Ella es muy tierna, tanto que no puedo contenerme. La
beso, pero entonces ella se pone más agresiva. Aprieta los labios contra los
míos y me los abre con la lengua. Yo empiezo a dejarme llevar por mi
intuición, y la acaricio y le beso los pechos. Ella gime. Muevo la lengua en
sus pezones y se los chupo. Mi aliento caliente la excita todavía más. Me dice
que la bese por todas partes, y yo me siento feliz de hacer lo que dice. Le beso
los labios, luego le acaricio con besos húmedos los párpados y la nariz, y
luego, la oreja. Voy bajando y le beso el vientre, antes de llegar a su hermoso
pubis. Paso por encima y desciendo hacia los pies. Empiezo a besárselos y a
chuparle los dedos mientras le froto los muslos. Le chupo la parte interior de
las piernas, y finalmente, le abro los labios y le acaricio el clítoris. Ella me
pide que se lo bese y se lo chupe. Yo se lo acaricio con la lengua. Ella suspira
hondamente y se corre. Sigo chupando y metiéndole la lengua. Al mismo
tiempo, le acaricio el pecho. Paso el dedo por su pezón erecto. Aumento la
velocidad de la lengua; ella tiene un orgasmo, al mismo tiempo que yo. Se
queda tumbada en la cama, totalmente exhausta, rodeándome con fuerza con

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los brazos. Lentamente, me acaricia el pelo con las manos y me besa
suavemente la cara y el cuello. Luego me acaricia la nuca. Tengo escalofríos
en todo el cuerpo. Sale de la cama para entrar en el baño. Oigo que abre la
ducha, y luego vuelve y me lleva a la ducha de la mano. El agua está caliente
y me relajo. Me abraza y hunde la cara en mis hombros. Coge el jabón y
empieza a enjabonarme. Estoy muy excitada, y sólo de pensarlo me pongo
aún más caliente. Luego la enjabono yo, demorándome mucho tiempo en sus
hermosos y firmes pechos. El calor del agua combinado con sus caricias me
lleva a un clímax que nunca podrá ser igualado. Salimos de la ducha y nos
secamos mutuamente. Luego volvemos a la cama y nos dormimos una en
brazos de otra.
Lo más importante es darle placer a ella.

Suzanne
Tengo veinte años y estoy casada desde los diecisiete. Nunca he podido
llegar al orgasmo durante una relación sexual, y las mantengo desde que tenía
quince años. Sólo llego al orgasmo cuando me masturbo.
Tengo muchas fantasías lesbianas. Nunca me ha chupado una mujer, pero
creo que me encantaría. ¡Y seguro que me correría! ¡Uau! Sin embargo, sí he
chupado a otra mujer, y me encantó hacer que se corriera. Recuerdo cómo era
y a qué sabía. Me gustaría contártelo. ¡Y espero que alguien pueda disfrutar
también con ello!
Joan había venido a casa a verme. Empezamos a beber (Joan, mi marido y
yo) y terminamos muy borrachos. Joan me pidió que le sacara la polla a mi
marido y se la chupara. Incluso se ofreció a ayudarme.
Yo accedí entre risas. Pero antes de que me diera cuenta, estaba
chupándolo y lamiéndolo, mientras ella lo sostenía. Mi marido se corrió
encima de Joan y en mi cara. Entonces se lo ofrecí a Joan, y los vi follar hasta
que ella gritó. Luego mi marido empezó a chuparle las tetas, y yo no podía
apartar los ojos de su hermoso coño. No pude resistirlo más y me acerqué. Le
abrí las piernas y se las coloqué sobre mis hombros. Le abrí totalmente los
labios del coño y se lo chupé como me habría gustado que me chupara ella a
mí. Le metí los dedos en el coño, primero uno, luego dos, luego tres. ¡Y a ella
le encantó! ¡Y cuando se corrió, me puse de lo más caliente! Me cogió la
cabeza entre sus manos y se incorporó para buscar mi lengua.
Este trío estuvo funcionando durante meses. A veces mi marido me
follaba, mientras yo le chupaba el coño a Joan. O ella le chupaba la polla a mi

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marido, mientras yo la poseía. Nunca me chupó a mí, no podía hacerlo, pero a
menudo, mientras me masturbo, me imagino que me come el coño.
Con mi marido finjo orgasmos. Ya sé que está mal, pero no quiero que
piense que es porque no es bueno. Sé que lo es. Ni siquiera disfruto cuando
me chupa, porque es un poco rudo y, ¡demonios!, no es lo mismo.

Kerry
Soy una mujer negra. Me casé a los dieciséis años y tuve mi primer hijo a
los diecisiete. Ahora ya he cumplido los cincuenta y tengo tres hijos. Dos de
ellos son adolescentes.
Aparte de mi marido, sólo he estado con otro hombre, y fue cuando tenía
catorce años. (A propósito, me da un poco de vergüenza utilizar palabras
como coño, polla, etcétera.) Lo creas o no, apenas sé nada sobre sexo, juegos
preliminares ni nada de eso, aunque llevo casada más de treinta años y he
tenido tres hijos.
Me explicaré: soy una esposa maltratada, y lo he sido durante todo mi
matrimonio. Voy a intentar ser sincera contigo, aunque nunca he podido serlo
con nadie. Casarme fue el peor error de mi vida. Mi marido ni siquiera me
atraía sexualmente. Incluso hoy, sigo sin tener la menor idea de por qué nos
casamos. Aunque él dice que me ama, la forma que tiene de tratarme me hace
dudarlo. Después de todos estos años le sigo atrayendo sexualmente, aunque
no sé por qué. Tenemos relaciones casi cada noche. Siempre lleva él la
iniciativa, porque si no, nos las tendríamos.
No sé cómo excitarle. Supongo que es porque en el fondo no lo deseo. No
quiero que me toque ni tocarle yo. Se podría decir que he estado fingiendo
todo este tiempo. Teníamos terribles peleas, y, al día siguiente, yo me
levantaba toda entumecida y amoratada. Su modo de pedir perdón era a través
del sexo. Y eso me disgustaba todavía más, pero nunca me negaba. Una vez
lo hice, pero él me acusó de estar con otros o desear a otros hombres. Él
siempre se corre, pero yo tengo que fantasear para llegar al orgasmo. Él lo
intenta todo para excitarme, desde chuparme el coño hasta el sexo anal (que
duele horriblemente).
Descubrí la masturbación cuando tenía doce años. Empezamos a
masturbarnos juntas varias chicas. Y cuanto más lo hacíamos, más nos
gustaba. Entonces descubrí que me excitaba mirar los pechos de una mujer.
Nunca le he tocado el pecho a otra mujer, pero sueño con ello.

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Conocí a mi marido a los quince años. Me despreciaba por el hecho de no
haber sido él el primero, pero, aún así, quería casarse conmigo. Me vida con
él ha sido un infierno. Él dice que ya no me chupará más, porque podría llegar
a desear que me chupe el coño otra mujer. No me deja tener amigas por la
misma razón. No tengo ni amigas ni amigos.
Te voy a contar una cosa que me viene preocupando desde hace algún
tiempo. Cuando me masturbo, tengo fantasías sobre mujeres. Las mujeres
parecen ser siempre tiernas, y los hombres, todo lo contrario. En una fantasía
estoy sentada en el regazo de una negra muy gorda de enormes pechos. Está
completamente desnuda; me desviste como si fuera un bebé, y me acuna entre
sus brazos y me mete su enorme pezón en la boca. Y mientras lo estoy
chupando, me abre las piernas y me acaricia el coño hasta que está caliente y
mojado. Me lo sigue acariciando y me acuna en sus brazos como un bebé.
Después me limpia y me mete en la cama. No creo ser homosexual, en todo
caso, bisexual.

Renee
Tengo dieciocho años. Nací bajo el triple cuerno de Tauro, lo cual me ha
hecho fuerte de mente, tremendamente terca, muy sensual, temeraria y
supongo que un poco extremista. Soy modelo, mido 1,70 y tengo el pelo
castaño rubio, los ojos verdes y los labios gruesos. Soy norteamericana, pero
de ascendencia italiana.
De adolescente era curiosa y tenía ideas propias, para desmayo de mis
padres, pertenecientes a un suburbio de clase media. Fui a un instituto,
después de que me expulsaran del colegio público al mes de empezar mi
primer curso, por saltarme las clases y pelearme.
Empecé a tener relaciones sexuales hacia finales del verano anterior a mi
ingreso en el instituto, pero de niña había sido violada por mi abuelastro y se
me habían acercado muchos hombres mayores antes de cumplir los diez años.
Lo de mi abuelo también terminó por esa época. Para entonces (después de
varios años), empecé a protestar y a gritar y a llorar. (Mi madre se quedó
embarazada de su abuelo a los catorce años, y su madre, es decir mi abuela,
también fue forzada de niña por su abuelo.) ¿Destino? ¿Coincidencia?
¡Menuda mierda! En realidad, nunca fui virgen. Lo que más me duele es que
pensar ahora en ello me inquieta más que entonces.
De modo que fui al instituto, al otro lado de la ciudad. Terminé fumando
grandes cantidades de cocaína durante un año y medio, más o menos. Estaba

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muy confusa, anémica (pesaba 50 kilos y medía 1,70) y lo odiaba todo y a
todos, pero sobre todo a mí misma. Intenté suicidarme. En la sala de
urgencias me di cuenta de que sólo quería matar a la bestia en la que me había
convertido. Tuve una visión: una calle de París, y yo bebiendo vino en la
bonita terraza de un café. En aquel momento sentí la felicidad de mi último
objetivo: ser capaz de tomar mis propias decisiones para llenar mi vida como
modelo (acababa de empezar a meterme en el mundo de la moda).
Salí del instituto tres meses y medio después, con el equivalente a un
diploma de graduado. Unas tres semanas más tarde, llegué a casa a las dos de
la mañana, colocada, y encontré a mi madre despierta y borracha. Terminé
contándole lo de mi abuelo (que vive en casa y con el que es imposible
convivir). Le dije que si le decía a mi padre que su padre me había violado, no
podría soportarlo. Dos días más tarde, me dijo que se lo había dicho. Yo no
dije ni una palabra, pero me marché esa tarde. Me fui a la ciudad e intenté
dejar las drogas y convertirme en modelo profesional. Mi novio —un
fotógrafo— me metió en uno de los hoteles más sórdidos de la ciudad. No
teníamos dinero. Yo conseguí un par de buenas pagas como modelo y le dejé.
Tengo fantasías desde que era pequeña. Debía tener unos tres o cuatro
años cuando tuve mi primera fantasía. Jugaba con unas amigas e imaginaba y
fingía todo tipo de cosas y situaciones. Cuando tenía once o doce años
empecé a hacerme pajas con el teléfono de la ducha. Tenía orgasmos
gloriosos con ese método. Con mis amantes soy yo siempre la que consigo
«polvazos» (tengo que añadir que muchas mujeres compartimos este talento).
Durante la relación fantaseo para excitarme y para que el tipo en cuestión
tenga una experiencia memorable. Siento parecer muy vanidosa con respecto
al sexo, pero soy una auténtica hembra caliente.
Descubrí que me encama chupar pollas, y para mi sorpresa, tragarme el
semen… ¡Mmmmmm!
Siempre he tenido tendencias lesbianas, que expresaba vagamente con mi
compañera de habitación, en un amor obsesivo de tipo maternal. Mis fantasías
favoritas, las más excitantes, son con mujeres. Me encanta el contacto de una
mujer, es muy eléctrico y, al mismo tiempo, ultrasuave.
Me imagino que voy en un avión y se me acerca una de las azafatas, una
hermosa pelirroja con adorable acento británico y perfecta figura. Me dice
que le encanta la sombra de ojos que llevo y me pide que le enseñe cómo me
la pongo. Entramos en uno de esos pequeños cuartos de baño y, naturalmente,
terminamos echando un polvazo (¡con sólo escribirlo me pongo caliente!).

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He tenido sueños y fantasías sobre una hermosa lesbiana supermasculina,
que me rescata cuando me van a violar un puñado de matones en un callejón.
¡Pero acabo yo violándola a ella! Está maniatada y me suplica que no le haga
daño. Yo le digo que cierre su puta boca y que veo las cicatrices que se ha
hecho por pelear y por ser una mala puta. La acaricio y le pregunto qué siente
una mujer que desempeña el papel de mujer en contra de su voluntad. Al
llegar a este punto, estoy tan caliente que apenas puedo concentrarme.
Supongo que en esta fantasía el eje central es convertir en víctima a la brutal
marimacho que me ha salvado.
Me encanta fantasear que desfloro a jovencitas, aunque en la vida real no
tengo paciencia para salir con vírgenes de ningún sexo. Dejé de hacerlo. Es
excitante, pero al final me dejan con el coño caliente y con dolor de cabeza.

Gemma
Tengo veintitrés años, soy católica y provengo de una familia de clase
media alta. Fui a la escuela parroquial hasta el octavo grado, y salí con toda
una serie de ideas acerca de cómo debía ser el mundo. Aunque me educaron
decentemente, había algunas cosas que me preocupaban. La primera es que
hace poco reconocí y acepté mi homosexualidad, y como es algo que la
Iglesia no tolera, tuve que hacer muchos reajustes. Otro problema (un miedo
que tengo) es que nunca he aprendido a manifestar ningún tipo de afecto. En
mi familia, las únicas emociones que se demostraban eran el enfado (la cólera
nunca) y la diversión. Empecé a preocuparme; temía ser «un pez frío», pero
como espero que demuestre la siguiente fantasía, ese temor es infundado.
Un poco de información. Mi fantasía se refiere a Liz, la primera mujer que
me dijo que era gay, y a su amante, Camille. Yo trabajaba con Liz, y cuando
superé el sentido de culpabilidad por ser gay, las tres empezamos a salir de
bares y a divertirnos juntas. (Ahora ellas se han mudado.) Por desgracia, me
enamoré perdidamente de Camille, y aunque las dos conocen mis
sentimientos hacia ella, nuestra relación apenas ha cambiado. En todo caso, se
ha hecho más fuerte. Todavía nos vemos de vez en cuando.
Bueno, vayamos a la fantasía:
Voy a ver a Liz y a Camille a su apartamento. Liz se marcha. Nunca he
inventado una razón por la que tenga que marcharse, pero sabemos que estará
un rato fuera. El caso es que Camille y yo estamos sentadas en el sillón; no
hacemos gran cosa, ver la tele o leer un libro. Camille se inclina y me da un
ligero beso en la mejilla. Yo le dirijo una mirada de desaprobación, que dice

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claramente «No puedo creer que hayas hecho eso». Seguimos viendo la tele o
leyendo, y al cabo de un rato, vuelve a besarme. En lugar de reaccionar como
antes, le doy un beso también en la mejilla. Ella me pone las manos en los
hombros y me besa suavemente en los labios. Entonces yo la rodeo con los
brazos y le devuelvo todos sus besos. Pronto estamos tumbadas en el sillón,
explorándonos las caras con suaves besos y caricias. Parece algo muy natural
abrazarnos, y nos damos cuenta de que en realidad queremos estar más cerca.
Nos vamos al dormitorio.
Nos desnudamos y nos tumbamos de nuevo una en brazos de otra. Yo
empiezo a hacerle el amor, recorriendo suavemente con los dedos la línea de
sus cejas, los ojos, la boca y la mejilla. Los besos siguen a los dedos, y la beso
suavemente en las cejas, en la nariz, y tiro suavemente de su labio inferior
antes de darle un largo beso. Luego le paso los dedos por los hombros y los
brazos. La rodeo con los brazos y la estrecho contra mí todo lo posible, en un
esfuerzo por hacernos inseparables. Luego le cojo las manos y froto sus dedos
contra mi cara. Tiene las manos muy pequeñas y delicadas. Le beso la punta
de los dedos y la palma de la mano. Luego le acaricio los muslos, las piernas
y los pies muy suavemente, apenas rozándole la piel. Camille sigue
abrazándome y besándome. Después le pongo la mano sobre el pubis y dirijo
mis besos hacia sus pechos. Le acaricio los pezones con la lengua hasta
ponerlos erectos, mientras sigo aumentando la presión de la mano. Trazo una
línea con la lengua hasta su ombligo, lo rodeo y le beso el vientre. Sigo
bajando hasta llegar a los labios vaginales. Los separo lentamente. Beso y
rodeo el clítoris con la lengua. Después de acariciarla así un rato, le meto la
lengua en la vagina. Empiezo a mover la lengua lentamente, dentro y fuera.
Sigo acariciándole las piernas y el vientre con los dedos, mientras acelero la
velocidad de la lengua. De pronto, ella se corre, mientras yo sigo
acariciándola con la boca. Me bebo todo el flujo que puedo. Cuando deja de
moverse, yo me detengo y vuelvo a subir hasta su boca, para reanudar los
besos y las suaves caricias. Ella me besa dulcemente y me muerde con
suavidad el labio inferior. Yo vuelvo a abrazarla lo más fuerte que puedo. Nos
dormimos, una en brazos de otra.
Como ya he dicho, tanto Liz como Camille conocen mi amor por ésta.
Ellas prefieren llamarlo «capricho», pero yo mantengo que es amor. Creo que
se sorprenderían de saber cuánto y con qué viveza fantaseo sobre Camille. La
amo.

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Lindsay
Soy una mujer atractiva y atlética de treinta y un años, graduada en el
instituto y con algunos años de universidad. Llevo dos años y medio casada y
no tengo hijos. Actualmente, me he tomado un descanso de mi trabajo de
secretaria, y disfruto siendo ama de casa y recibiendo clases de gimnasia y
arte.
Me masturbo desde los catorce años. También tengo una vida plena de
fantasía, sobre todo ahora que no trabajo y tengo tiempo para pensar en mis
deseos y sentimientos. Fui una adolescente solitaria e introvertida, sin amigos
y con muchos pensamientos secretos. Creía que era la única chica del mundo
que tenía pensamientos «sucios» y que se tocaba hasta llegar a esa deliciosa y
maravillosa explosión «ahí abajo». Era un placer, acompañado de un marcado
sentimiento de culpa, porque pensaba que estaba condenada al infierno, pero,
aun así, no podía parar.
Las mujeres mayores me atraían más que los chicos. Fantaseaba con
acercarme a mi profesora, a las amigas de mi madre y, más tarde, a mis
compañeras de trabajo. A los chicos les gustaba porque era guapa, pero yo
quería estar con una mujer, e iba de ruptura en ruptura.
Mi primera relación sexual fue con una chica un año mayor que yo,
cuando yo tenía dieciocho. Nos conocimos en la iglesia. Ella acababa de
llegar a la ciudad y vivía con su hermano. Yo me quedé en seguida prendada
de ella. Sus intensos y penetrantes ojos verdes me impresionan tanto que no
podía mirarla directamente por miedo a que supiera lo que estaba pensando.
Deseaba con todas mis fuerzas besarla en la boca y acariciar sus grandes
pechos. Nos hicimos amigas. De vez en cuando se quedaba a dormir en mi
casa (yo todavía estaba con mis padres), y compartíamos mi habitación al
principio… y, muy pronto, mi cama. Por la noche nos tocábamos, y cada vez
llegábamos un poco más lejos. Bajo el pretexto de que teníamos que
conocernos y así ella me enseñaría cosas de las mujeres que yo desconocía, ya
que yo no tenía hermanas, pude hacer realidad mis fantasías, y ella también.
Me dijo que fingiera que yo era su bebé y le chupara los pezones y le
acariciara los pechos, cosa que yo hice de mil amores. Una noche, después de
pasar semanas al límite, tuve un orgasmo (me había estado acariciando el
coño). Las dos nos asustamos, porque en realidad no queríamos hacerlo. Yo
pedí perdón y dije que no había podido evitarlo, y las dos nos abrazamos con
fuerza. Después, hizo que me corriera cada noche (nunca olvidaré la
sensación de sus grandes y suaves tetas restregándose contra mi pecho y sus
caricias en mi coño). Por alguna razón que nunca supe, pasaron meses antes

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de que me dejara hacer que se corriera ella. Para entonces, por supuesto,
éramos más que profesora y alumna, estábamos verdaderamente enamoradas,
obsesionadas la una con la otra. Aún hoy no sé cómo mis padres no se dieron
cuenta de nada. ¡Si hubiesen sabido lo que ocurría en mi habitación…! Para
nosotras era muy difícil encontrarnos con ellos por la mañana y actuar con
naturalidad. Las dos nos sentíamos muy culpables.
Finalmente, conseguimos trabajo y un apartamento y estuvimos viviendo
como lesbianas durante nueve años, amándonos, protegiéndonos del mundo
cruel que no comprende en absoluto a la gente como nosotras. Fueron nueve
años de vertiginosas alturas y abismos, felicidad e infierno. Todo terminó
cuando ella se sintió atraída por una mujer mayor con la que trabajaba y me
dejó por ella. Durante meses, no pasaba un solo día sin que me desmoronara,
y lo peor fue que no podía compartir mi pena con mis compañeros de trabajo
ni con mi familia. Pero las heridas sanaron, y nunca olvidaré los años que
pasé con ella.
Ahora estoy casada con un hombre maravilloso, tres años y medio más
joven que yo. El nuestro es un matrimonio feliz, tranquilo, y lo llevamos muy
bien. Lo único que no es tan magnífico como yo quisiera es nuestra vida
sexual. Antes de casarnos, él me introdujo en los placeres de la
heterosexualidad, ¡y yo enloquecí! Era insaciable, y llegué a tener orgasmos
múltiples. Pero después del matrimonio, su ardor se fue apagando lentamente,
y ahora casi ha desaparecido. Nuestro matrimonio es más de compañeros y
amigos que de amantes. Él está satisfecho, no me engaña y le gusta estar en
casa. Está bien conmigo, pero yo me siento bastante frustrada, porque soy
muy sensual y necesito el sexo. No importuno a mi marido al respecto, porque
es estupendo en todo lo demás. De modo que he resucitado mi vida de
fantasías, y de nuevo empiezo a sentirme atraída por mujeres mayores.
Actualmente recibo clases de arte, y mi profesora me anima a seguir con
ellas. Debe de rondar los sesenta e irradia vida y entusiasmo. Cuando miro sus
ojos oscuros (maquillados con gusto) siento esa familiar excitación en el
cuerpo y la mente. Ella es muy ocurrente, y yo también. Me pregunto si
nuestros duelos verbales la dejan tan excitada como a mí.

Ésta es mi fantasía:
Después de la clase, me pide que la lleve a casa (no tiene coche), y yo me
apresuro a decir que sí (¡cielos, la llevaría en brazos si me lo pidiera!).
Cuando llegamos a su casa, me invita a pasar a ver sus cuadros. El corazón

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me da brincos en el pecho, me siento un poco ebria y apenas puedo
concentrarme en los cuadros. Apoya en mí el hombro y el brazo e inclina la
cabeza hacia mí. Su boca está a pocos centímetros de la mía. Casi no puedo
resistirlo. Entonces veo el piano que tiene en otra habitación. Me acerco
corriendo a él y me pongo a tocar, suavemente al principio, pero luego sin
inhibiciones, dejando que mis emociones se expresen en la música. Y el
torbellino de sentimientos de amor, deseo, miedo, tormento y excitación se
vuelca, llenando la casa de intensos y hermosos sonidos. Toco hasta casi
entrar en trance, y cuando regreso a la tierra y me paro, hay un silencio de
muerte en la habitación. Me vuelvo y veo a mi amada mirándome, sentada en
el sillón, con una expresión en los ojos que me hace correr hacia ella. Tiende
los brazos, con las mejillas llenas de lágrimas, y de pronto me encuentro entre
sus brazos, besándole el rostro y la boca, acariciándola, llorando las dos
mientras mana nuestro amor. Sentimos tal intensidad física y emocional que
tenemos un orgasmo atronador… totalmente vestidas. Fin de la fantasía.
Desearía con todo mi corazón que esta fantasía se hiciera realidad, pero
me temo que su interés por mí es puramente profesional, y no quiero
escandalizarla ni asustarla con una actitud directa. Así que supongo que
tendré que conformarme con soñar con ella. Pero es muy difícil actuar en
clase con naturalidad. Cuando me mira con sus penetrantes ojos oscuros, creo
leer en ellos más de lo que realmente hay, y es muy difícil mantener la
mirada.

Deidre
Tengo diecinueve años, pelo rubio, ojos azules, una figura de 91-68-91,
peso cincuenta y ocho kilos y soy bisexual, aunque sólo he estado una vez con
una mujer. Me masturbo desde los once años, cuando descubrí el placer de
darme largas duchas, con el vibrador de mi madre.
En cuanto a mi educación, mamá y papá se divorciaron cuando yo tenía
diez u once años. No lo recuerdo muy bien, pero eran de mente bastante
abierta. He estado saliendo y tomando drogas desde los doce años. El sexo
nunca fue un tema tabú en casa. Me enteré de aquello de las flores y las abejas
cuando tenía seis o siete años, cuando mamá se lo explicaba a mi hermana
mayor. Aprendí gran parte del resto en la colección de revistas de papá, como
Playboy, Penthouse, etc., que leía siempre que podía. Cuando cumplí los
quince años, mamá y yo empezamos a hablar de sexo. Quiero decir que
hablábamos de distintas cosas que se podían hacer y formas distintas de

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hacerlo, desde la relación de pareja heterosexual a la relación lesbiana o a los
tríos. Y he tenido muchas fantasías.
En realidad, no empecé a tener fantasías muy detalladas hasta que mi
primer marido me escribió una. Yo le contesté, y desde entonces he tenido
muchas y muy variadas fantasías. A mi actual marido le gusta oír mis
pensamientos eróticos, pero sólo hemos llevado a la práctica dos de ellos. Una
vez incorporamos a otro hombre, y en otra ocasión, a otra mujer. Pero el tipo
no reaccionó del modo que yo esperaba. Verás, yo tengo una fantasía en la
que Mark se la está chupando o está follando con otro tío, y otra en la que se
la chupa o le folla otro tío. Pero ninguna de estas fantasías se ha hecho
realidad. El dice que es más natural que yo esté con otra mujer, y no que él
esté con otro hombre. Pero yo no veo la diferencia. En cualquier caso, mi
fantasía preferida es ésta:
Hay una cantante llamada Tiffany (supongo que a estas alturas habrás
oído hablar de ella), y la primera vez que Mark la ve, la desea con lascivia.
Hace poco le escribí una carta contándole que me gustaría que nos lo
montáramos para poder estar juntas ella y yo y darle un espectáculo, mientras
él se esconde en el armario para que ella no sepa que está allí. Así es como se
desarrolla la historia en mi cabeza: Mark me ha traído un «juguete» nuevo,
uno de esos que vibran, giran y demás. Yo ya tengo una colección entera de
«juguetes»: grandes, pequeños, de dos cabezas… Mark está en el armario,
desde donde goza de una visión perfecta del sillón donde la cantante y yo
actuaremos para él. Mark tiene un vídeo y dos cintas, una sobre dos chicas
que comparten apartamento con un tío y otra sobre dos chicas a las que sus
novios habían dejado plantadas. Tiffany todavía no ha llegado, pero yo pongo
la cinta de las compañeras de piso y cojo mi «juguete», mientras me pongo a
ver cómo una despampanante oriental devora a una deliciosa rubia de la
cabeza a los pies. Ver cómo se lo chupa a la rubia me pone tan mojada y
caliente, que empiezo a frotarme el coño. Meto dos dedos en mis jugos y me
los chupo mientras miro a Mark, que está escondido en el armario. Le encanta
ver cómo lamo mis propios jugos.
Entonces cojo mi juguete nuevo y me pongo a gatas, con el culo en pompa
en dirección a Mark. Unto de aceite el consolador y me meto la punta vibrante
en el culo. Lo voy metiendo, muy poco a poco, y luego empiezo a meterlo y
sacarlo, dejando que Mark lo vea desaparecer en las profundidades de mi
culo. Me doy la vuelta y abro bien las piernas, y mientras el consolador me
zumba en el culo, me abro los labios empapados y dejo que Mark vea cómo
me hundo dos dedos en el coño, mientras me acaricio el clítoris.

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Justo cuando estoy a punto de llegar a un tremendo orgasmo, suena el
timbre. Sé que es Tiffany, y tengo que dejar lo que estoy haciendo para que
no sospeche nada. Entra y me pregunta qué hago. Yo contesto: «Me disponía
a probar mi nuevo juguete.»
«¿Qué juguete?»
Se lo enseño. «¿Quieres probarlo tú también? Te lo pondré a ti primero.»
Dice que vale, y nos sentamos en el sofá y vemos cómo las dos chicas follan
con un consolador doble. A medida que pasa el tiempo nos ponemos más y
más calientes.
Me arrodillo frente a ella, le desabrocho la blusa y la falda y se las quito.
Se queda en sostén de encaje y tanga. Le beso suavemente los labios y le
acaricio el pecho y el vientre. Le beso la oreja y el cuello y los hombros,
bajando lentamente hacia el pecho. Le desabrocho el sostén y dejo al
descubierto sus pechos firmes y sus erectos pezones. Atrapo uno con la boca,
lo acaricio con los dientes y paso la lengua por la punta, mientras con la mano
le acaricio el otro pecho. Luego bajo hasta sus pies, y se los beso y le chupo
los dedos. La acaricio con la cara y le beso la parte interior de los muslos. Ella
se agita y alza el culo, intentando que le bese el coño. Muy suavemente, le
quito las bragas y la coloco en el borde del sillón.
Meto los pulgares por su hendidura y le abro los labios interiores, dejando
al descubierto su jugosa humedad rosácea para que Mark la disfrute. Le
acaricio los labios con la punta de la lengua, y luego la lamo con toda la
lengua empezando por el culo y los labios, hasta llegar al clítoris hinchado.
Lo bordeo con lentos círculos y luego lo atrapo con la boca, acariciándolo y
chupándolo suave pero firmemente, tal como a mí me gusta que me coman.
Entonces empiezo a acariciarle con los dedos los labios y el culo, y pronto
enrosca las piernas en torno a mi cabeza y me suplica que la folle con el
«juguete» nuevo. Yo meto dos dedos en la entrada de su agujero del amor,
sólo lo justo para que me suplique más. «¡Por favor! No te pares. ¡Fóllame,
por favor!»
Le meto más los dedos y ella alza las caderas para responder a mi ritmo.
Sigo acariciándole el clítoris con la boca, y ella se corre en mi cara y mi mano
con un «¡ohhh…!». Pero yo no me detengo. Sigo metiéndole el dedo y
chupándola, y pronto está a punto de correrse otra vez. Pero justo cuando va a
alcanzar el orgasmo, me detengo un momento. Sólo un instante para coger mi
«juguete» y meterle la punta. Ella arquea la espalda pidiendo más, pero yo le
digo que se tumbe y se relaje, y luego, lentamente, centímetro a centímetro, lo
introduzco en su túnel hasta el fondo. Lamo los jugos de los labios del coño y

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vuelvo a subir hacia la oreja. Le pongo los dedos en la boca para que saboree
su propio jugo.
«¿Te gusta tener el juguete dentro?»
«¡Sí! ¡Oh, sí! ¡No pares, por favor!»
«Espera y verás qué otras cosas puede hacer.»
Entonces conecto el vibrador y ella grita de placer.
«Tú relájate. Aún hay más. Relájate y disfruta.»
Vuelvo a arrodillarme y empiezo a chuparle de nuevo el clítoris mientras
la folio con el consolador. Cuando empieza a agitarse, ya a punto de correrse,
pongo el «juguete» a la potencia máxima. Ahora ella tiene dentro una «polla»
que vibra y gira y entra y sale de su jugoso coño, mientras con la boca le sigo
lamiendo el clítoris.
«¡Oh, Dios mío! ¡Es maravilloso que te follen y te chupen a la vez! ¡Por
favor! ¡Por favor! ¡No te pares!»
Y yo no me paro. Voy aumentando lentamente la presión y el ritmo, y ella
grita: «¡Más fuerte! ¡Más deprisa! ¡Oh, Dios, fóllame! ¡Por favor! ¡Quiero
correrme!»
Yo la folio y le chupo el clítoris con toda mi alma, y al mismo tiempo me
acaricio el coño con un dedo. De pronto, empieza a dar botes y, apretando el
coño contra el consolador y contra mi cara, grita: «¡Me estoy corriendo! ¡Oh,
Dios! ¡Me corro!»
Y yo me corro en mi mano con sólo oírla y sentir sus jugos.
Descansamos un momento y luego la mando al dormitorio a buscar otros
«juguetes» que podamos utilizar. Mientras tanto, lío un porro, y cuando
vuelve le propongo ir a la cocina para que Mark pueda salir un rato.
Cuando volvemos, pongo la cinta de las chicas a las que habían plantado y
enciendo el porro. Nos relajamos y hablamos, y cuando terminamos de fumar
ella dice: «¿Y para qué necesitamos a un tío? Tenemos esto.»
Y saca mi consolador doble. Me hace reclinarme en el sillón y me quita la
bata. Luego se sienta y me acaricia los pechos y el vientre, y me toca
ligeramente el pubis. Se inclina y me besa el pecho derecho, pasando la
lengua por el pezón antes de metérselo en la boca. Después sube hacia el
cuello y las orejas y me susurra: «Voy a darte un orgasmo que no olvidarás
nunca.» Y vuelve a bajar a mi vientre. Me chupa el borde del pubis hasta la
parte interior de los muslos. Yo abro las piernas ansiosamente. Pero ella va
muy despacio, besando mi suave piel hasta llegar por fin a mi hendidura.
Abre los labios con la lengua y me chupa y acaricia el clítoris con los dientes,
mientras mete el dedo en mi ardiente agujero. Está un rato lamiendo,

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chupándome y metiéndome el dedo, y a veces metiéndome la lengua
profundamente, mientras me acaricia el ojete.
Luego coge el consolador y me lo mete hasta el fondo, dejando que vibre
y gire dentro de mí, mientras vuelve a acariciar con la boca mi lugar secreto.
Y, desde luego, sabe cómo besarme. Supongo que una mujer siempre lo sabe.
Pronto le suplico que me folle, que me folle con fuerza, que me folle
deprisa, que me folle bien hondo, y entonces me corro en su mano y su cara.
Pero ella no se detiene. Saca el consolador y comienza a jugar de nuevo con
mi ojete. Lo chupa y lo acaricia, metiéndome suavemente el dedo corazón,
abriéndolo para no hacerme daño. Luego unta de aceite el consolador doble y
me lo mete lentamente en el prieto agujero, sólo la cabeza, deteniéndose para
que mis músculos se acostumbren al ensanchamiento. Me acaricia el coño con
la mano libre, mientras me mete el consolador más adentro. Luego se mete el
otro extremo en el coño, y nuestros clítoris se frotan y sus pechos presionan
los míos mientras nos besamos. Entonces nos ponemos a gatas, y yo veo a
Mark en el armario.
«¿Qué te parece?», le susurro. Él responde abriendo un poco la puerta
para que yo le vea acariciarse la polla palpitante y erecta, que está escarlata
por la presión de la eyaculación que se le está formando en los testículos. Yo
empiezo a acariciar con un dedo el clítoris de Tiffany, y en ese momento
Mark lanza espesas descargas blancas. Y al verlo, sabiendo que lo que lo ha
provocado es el verme con Tiffany, me corro como no me he corrido nunca, y
eso enloquece a Tiffany, que se corre también al mismo tiempo que nosotros,
con una felicidad delirante. Tiffany y yo nos vamos a dormir, y Mark sale
para llamar por teléfono y decir que va para casa. Nos vestimos, y cuando
Mark llega, ella no sospecha nada. Pero Mark y yo sí lo sabemos, y siempre
nos alegraremos de que venga de «visita» para experimentar con mis
juguetes.
Me gustaría de verdad estar con esta chica y hacer estas cosas, y no
necesariamente con Mark mirando.

«¿SOY GAY?»
Freud fue el primero en documentar la sexualidad de la infancia más
temprana, los años edípicos que van más o menos desde los cuatro a los siete.
Y por este «descubrimiento», los miembros de su profesión prácticamente le
condenaron al ostracismo. Antes de Freud se daba por sentado que no había
impulsos sexuales hasta la pubertad. Nadie quería pensar que los niños de

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cuatro años tuvieran sensaciones sexuales; mucha gente se resiste aun hoy a la
idea, sobre todo cuando se trata de sus propios hijos, que necesitan
encarecidamente el reconocimiento paternal de lo que están atravesando.
Como muchas de las mujeres de este capítulo, una de las que me escribió
recuerda muy vívidamente su primer encuentro sexual, a la edad de siete
años, con su prima, y luego otro con otra chica, a los trece años. «Supongo
que mis fantasías presentes han surgido de aquellas tempranas experiencias
sexuales», dice. Aunque siente «repugnancia ante la idea de tocar
sexualmente, en realidad, a una mujer… fantaseo continuamente sobre ello».
Estos recuerdos de temprana exploración sexual con otra niña son la
semilla de la que nacen las fantasías eróticas del presente. Estas aventuras son
muy usuales en los sueños de las niñas, pero suelen ser olvidadas o
reprimidas. Sin embargo, para muchas de las mujeres de este capítulo, el
incidente permanece como un importante indicio de su identidad sexual.
Priscilla tenía catorce años cuando tuvo su primera experiencia sexual con
otra niña. Se besaron y se tocaron los pechos inocentemente, «pero el cálido
hormigueo entre mis piernas era muy real», dice Priscilla, y «aunque no
ocurrió nada más, este suceso sigue muy presente y es la base de una fantasía
recurrente».
Al ser los primeros pasos en nuestra propia sexualidad y hacia la
independencia de las reglas paternas, estas tempranas experiencias sexuales
tienen la emoción de lo prohibido y pueden tener en la memoria una energía
explosiva, que dure toda una vida. Lo más normal es que nada vuelva a ser
tan excitante como aquel primer despertar. Si ha sido con alguien del mismo
sexo, puede ser un recuerdo muy querido, como les ocurre a muchas mujeres
de este capítulo, o puede conservar para siempre su original «excitación y
sentimiento de culpa», como ya hemos visto.
Parece que para las mujeres es mucho más fácil que para los hombres
vivir con el recuerdo de sus juveniles experiencias sexuales con gente de su
mismo sexo. Para muchos hombres, los primeros encuentros sexuales con
otro chico, más que recuerdos excitantes con los que crear fantasías adultas,
son una pesadilla. Y por muchas mujeres que el hombre seduzca o por
muchos años que hayan pasado desde aquel incidente infantil, la etiqueta
puede permanecer indeleblemente grabada en la memoria: «homosexual».
El joven muchacho puede no saber nada de la homofóbica preocupación
de nuestra sociedad, pero lo aprende con rapidez y se etiqueta a sí mismo.
Tomemos por ejemplo un artículo del New York Times publicado en 1984 y
titulado «Fantasías Sexuales: ¿Cuál es su significado oculto?» En el artículo,

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el escritor se refería a un escrito de la American Psychoanalytic Association.
El doctor que redactaba el escrito sostenía que «una persona que tiene
fantasías homosexuales, aunque no practique activamente la homosexualidad,
es homosexual (…) aunque sus fantasías homosexuales sean inconscientes».
Mientras escribo tengo delante la amarillenta hoja del periódico marcada
con mis signos de exclamación e interrogación. Me sorprende y me enfurece
que alguien que se hace llamar «doctor» pudiera decir algo así. ¿Cómo
podemos calificar a alguien de homosexual por lo que piensa? Es el estado
policial llevado al último extremo.
Las fantasías femeninas con otras mujeres son uno de los temas más
presentes en mi investigación desde Mi jardín secreto, donde apenas eran un
murmullo. Empezaron a cobrar vigor a comienzos de los ochenta, y han
seguido siendo una fantasía favorita —aparte de los otros temas con los que la
mujer pueda disfrutar en sus fantasías— hasta el día de hoy. Y dudo que
desaparezca, ya que ofrece a muchas mujeres, no sólo excitación sexual, sino
también un espejo en el que mirarse ellas mismas.
Hace veinte años me sorprendí de que mi investigación no descubriera
más de estas fantasías de mujeres con mujeres. Sabía que los hombres
disfrutan mirando o estando con dos mujeres, tanto en la realidad como en la
fantasía. Y sabía que con frecuencia las mujeres han tenido tempranas
experiencias sexuales con niñas. Pero la fantasía sexual de una mujer con otra
no emergió y despegó hasta que las mujeres obtuvieron el apoyo real de otras
mujeres, hasta que se unieron para apoyarse, para identificarse, para todo.
Sin embargo, sería un error decir que ninguna mujer de este capítulo se
siente amenazada por estas ideas. La nuestra es una cultura obsesionada con
etiquetarlo todo y a todos. Y los que colocan las etiquetas intentan imponer un
punto de vista inhibidor y limitado, para disuadir a otros de una exploración
que podría enriquecer sus vidas. Las etiquetas existen porque pueden hacer la
vida tolerable para los que ya se han atrincherado en una vida estrecha y
segura; este tipo de persona puede vivir con su vida diminuta, a salvo del
miedo de intentar nada nuevo, sólo si puede impedir que otros lleven una vida
que le recordaría lo aburrida e insulsa que es la suya propia. Las etiquetas,
sobre todo las despectivas, permiten al envidioso dormir por la noche.
De modo que no es sorprendente que algunas de estas mujeres se
etiqueten por miedo de lo que otros puedan pensar de ellas. «Yo digo que soy
bisexual —dice Molly—, pero esto es realmente un tecnicismo para una
sociedad que insiste en que todos deben llevar una etiqueta. A mí me gustan
mucho más las mujeres, pero también te lo puedes pasar bien con un hombre

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en la cama. Soy una romántica incurable y para el romance, para el amor,
prefiero a las mujeres».
Creo que empezamos a vivir con la capacidad de sentirnos sexualmente
atraídos por ambos sexos. Con el tiempo, la mayoría de nosotros somos
orientados hacia un sexo u otro. Aunque a mí nunca me han atraído
sexualmente las mujeres, es algo que podría ocurrir una bonita noche de
verano; pensar de otra forma sería limitar la vida. Todos tenemos algo
«latente». Escuchemos a Maya, intentando averiguar si tiene esto o aquello
latente (y ¿para quién?: para los etiquetadores): «En realidad no me considero
homosexual, porque no prefiero las mujeres a los hombres —dice—. Supongo
que me gustan igual, aunque pueda parecer que me gustan más las mujeres.
Pero no es así necesariamente, es simplemente que las cosas han surgido de
esa forma. Supongo que no me equivoco al decir que soy bisexual, porque
creo que, dadas las circunstancias apropiadas, volvería a estar con una
mujer».
He decidido no clasificar este material como fantasías heterosexuales,
bisexuales y lesbianas. Muy a menudo las mismas mujeres no saben cómo
calificarse. «Tengo muchas veces esta fantasía y a veces me preocupa la idea
de que tal vez sea una lesbiana reprimida o algo así», dice Gwynne. Ya que
ella, y otras mujeres de este libro, se preocupan sin necesidad, llamaré a estas
fantasías «mujeres con mujeres», y dejaré que ellas hablen por sí mismas. Lo
que dicen las mujeres de este capítulo sobre su vida real es que el 70 por 100
de ellas han tenido una experiencia sexual con otra mujer o les gustaría
tenerla. En cuanto a la culpa y la ansiedad, se expresaban con más frecuencia
a principios de los ochenta, como ocurre con Libby: «Cuando pienso en el
apareamiento de dos personas del mismo sexo, generalmente me dan ganas de
vomitar. No me siento homosexual, ni siquiera bisexual. ¡Lo único que quiero
es tener un contacto amoroso con esa chica maravillosa!» En 1985 la mayor
parte de la culpa y ansiedad que provoca la etiqueta han desaparecido.
Para algunas mujeres es de vital importancia establecer en su fantasía si
ellas llevan la iniciativa sexual o son el sujeto pasivo que recibe. Por ejemplo,
para esas mujeres preocupadas de que sus fantasías sexuales con otras
mujeres puedan etiquetarse de «lesbianas», la ansiedad desaparece por arte de
magia cuando la otra mujer asume claramente el papel de agresor, de la que
lleva la iniciativa. «Tengo muchas veces esta fantasía y a veces me preocupa
la idea de ser una lesbiana reprimida», dice Gwynne. Puesto que la fantasía es
creación suya sobre la cual tiene absoluto control, Gwynne inventa una mujer

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«que me conoce muy bien, sabe cómo besarme, y yo sé que puede hacer que
me rinda. Quiero que me tome…»
El propósito de la fantasía es excitarnos, hacernos traspasar las barreras
que inhiben la rendición sexual. La mente, que es una maravillosa fuerza
creativa, conoce nuestras necesidades sexuales y nuestros miedos primitivos
antes de que nosotros seamos conscientes de ellos. Estas mujeres no hablan de
sus fantasías como obras de ficción que crean conscientemente sentadas ante
un papel y con una pluma en la mano; las fantasías, como los sueños
nocturnos, siguen un hilo narrativo que proviene del inconsciente. Cuando
estas mujeres cierran los ojos mientras se masturban, lo que surge a la
conciencia puede derivar en parte de sucesos recientes o nuevas amistades,
pero el exquisito obstáculo que se ha de superar, los ingredientes prohibidos
que le dan la chispa a las fantasías, provienen generalmente de la más
temprana infancia, y son la mayoría de las veces inconscientes.
Lilly vive su vida sexual con hombres, pero sus fantasías se refieren sólo a
una mujer «que me hace todo lo que podría hacerme un tío (menos follar),
pero mejor, porque es muy dulce y cariñosa». La necesidad que tiene Lilly de
amor y ternura es anterior a la entrada del hombre en su vida, pero la fantasía
la asusta porque «si mis padres descubrieran lo que pienso, me desheredarían,
y mis amigos me rehuirían». La ansiedad de ser amada por una mujer queda
mitigada por la distinción creativa de que es la otra mujer la que «viola mi
cuerpo», es la otra mujer la que asume la responsabilidad de la tímida
seducción de Lilly.
En cierto modo, esta asignación del papel pasivo y del agresivo me
recuerda las tradicionales fantasías de violación con hombres, donde era
esencial estipular que la mujer estaba siendo forzada en contra de su voluntad.
En la fantasía de Georgina, por ejemplo, «una lesbiana varonil, pero muy
atractiva, me convence para que vaya a su casa». Entonces empieza a
desnudarla agresivamente, le ordena que se masturbe, le pega, la ridiculiza.
«¡Venga, coño, a ver cómo te corres!» Y ella se corre «con grandes
espasmos». Al fin y al cabo, no tiene elección: la enorme mujer mala ha
hecho que se corra.
En la realidad, Georgina se describe como «una persona muy digna y
orgullosa. Nunca me permitiría “dejarme ir” así, ¡y mucho menos con otra
mujer!». Pero en la vida real, Georgina no puede dejarse ir de ninguna
manera, ni con el hombre mayor, tradicional y conservador con quien tiene
relaciones; sólo en la seguridad de su fantasía, donde el inconsciente responde

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a sus necesidades, se crea su necesaria compañera sexual, una mujer mayor y
agresiva que no le deja más elección que someterse y llegar al orgasmo.
Con mucha frecuencia, estas mujeres especifican que la mujer de su
fantasía es «mayor que ellas». Cuando Carolina pide «una mujer cálida y
amistosa que quiera acogerme bajo su ala», no está pidiendo a alguien de su
edad para satisfacerla sexualmente, sino el pecho de una mujer maternal «de
mediana edad». «Sé lo bien que debe de sentirse un hombre cuando chupa los
pezones de una mujer, y yo también quiero experimentar esa sensación», dice.
¿Por qué no? Para algunas personas, la idea de ser tratados con cariño
maternal es anatema para la excitación sexual; para otros, es el mayor placer
sexual, si se deja claro que la otra persona ha iniciado el acto y ha asumido
toda la responsabilidad.
Es evidente el paralelismo con esa madre poderosa de nuestra infancia. A
veces, en la fluidez de la fantasía, la mujer pasa de ser amada/disciplinada
maternalmente a asumir ella misma el papel de madre, igual que hace un niño
pequeño en la terapia de los juegos.
Las que más énfasis ponen en su papel son las agresoras, las mujeres para
las que llevar la iniciativa lo es todo. «Quiero sentir que controlo la situación
o a la mujer —dice Marybeth, que se califica de lesbiana—. Quiero ser la que
manda. Me gusta verlas cuando quiero yo, no cuando quieren ellas.» En su
caso, la fantasía imita la realidad. Pero para muchas mujeres entrevistadas por
mí, cuyo «mayor miedo es el miedo al rechazo» en la vida real, la fantasía se
convierte en el lugar en el que pueden, sin riesgo, ser «la agresiva». Al
imaginarse dando a sus compañeras todo el placer posible, no sólo llegan al
orgasmo, sino que lo hacen jugando el papel que más les gustaría asumir en la
realidad: el de la seductora que nunca es rechazada.
Naturalmente, sería muy optimista por mi parte deducir de mis
investigaciones que las mujeres se niegan ya a llevar las homofóbicas
etiquetas de la sociedad. Las mujeres de este capítulo son el grupo más joven
del libro, con una edad media de poco más de veinte años. Todavía no
sabemos si mantendrán su autoaceptación y la tolerancia hacia los demás
cuando entren en los años más conservadores del matrimonio, la maternidad y
el asentamiento de su carrera.
Lo más interesante será ver si las tradicionales fantasías masculinas sobre
mujeres con mujeres siguen siendo tan populares como lo eran en Men in
Love, donde a los hombres les encantaba la imagen, tanto en la fantasía como
en la realidad, de dos mujeres disfrutando mutuamente de sus cuerpos,
dándose expertos orgasmos, introduciéndose consoladores con un entusiasmo

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que aseguraba al hombre que a la mujer le gustaba el sexo tanto como a él.
Aquello era antes de que la mujer hubiera adquirido su fuerza económica y la
independencia sexual. Pero dado que la mujer de hoy quiere el trabajo del
hombre y también su amor, ¿están estas fantasías destinadas a excitar o a
apagar la libido masculina?

Georgina
Soy una mujer de veintitrés años, lectora y estudiante de doctorado en una
gran universidad canadiense. Y ya basta de vida real, ahora vamos al sexo y a
las fantasías sexuales.
Sólo he tenido cuatro compañeros, todos hombres mayores, muy
tradicionales y convencionales. La masturbación y el orgasmo son dos cosas
que descubrí durante los últimos cinco meses, más o menos. Las fantasías que
tengo cuando me masturbo varían constantemente. Tratan de simples
encuentros con hombres que conozco y que me atraen, o bien de la
dominación a manos de un hombre imaginario, o —más a menudo— de una
mujer. Voy a narrar una fantasía completa, aunque sólo con imaginar alguna
parte ya puedo correrme.
Una lesbiana varonil pero muy atractiva me ha convencido para que me
vaya a su casa. De camino, nos detenemos en unos almacenes y me obliga a
probarme ropas de su elección. Ella me mira mientras me las pruebo. Me trae
una delicada camisola beige y me dice que me la pruebe sin el sujetador. Yo
obedezco. Ella está detrás de mí, frente al espejo, y de pronto me pone una
mano en el pecho y otra en el pubis y me besa en el cuello. Luego me ordena
que me ponga mi ropa sobre la camisola; me está obligando a robar.
Llegamos a su apartamento, en un rascacielos. Cogemos el ascensor (vive
en uno de los pisos más altos), y cuando se cierran las puertas me mete la
mano agresivamente bajo la falda y me agarra el coño obscenamente (en los
almacenes me ha quitado las bragas) y me mete la lengua en la boca. Su
cuerpo me presiona contra la pared del ascensor. Yo protesto. «Chris —suelo
llamarla Chris—, ¡todavía no! ¿Y si entra alguien?»
«Pensarán que eres una tortillera, como yo. Todo el mundo sabe que lo
soy.» Me arrastra a su apartamento, tirándome del brazo. Cuando entramos,
me aplasta la cara contra la pared mientras se quita sus zapatos primero y
luego me quita los míos. Me empuja hacia el salón y allí me acaricia y me
provoca antes de servirse un aperitivo. Luego se sienta en el sillón.

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«Quítate la ropa», me ordena. Yo estoy de pie delante de ella. Me quito la
ropa hasta quedarme sólo con la erótica camisola. «¡Date la vuelta!» Yo
obedezco tímidamente. (Tengo un aspecto muy tímido y femenino allí de pie,
medio desnuda, con mi largo pelo rizado atado en la nuca.) Ella hace rudos
comentarios de admiración sobre mi culo y mis piernas.
«Ahora agáchate. Tócate los pies.» Yo lo hago. Me siento muy humillada,
muy vulnerable.
Luego me dice que me dé la vuelta y que juguetee conmigo misma. Yo
suspiro hondamente, pero por fin obedezco, totalmente humillada.
«Ven aquí. Arrodíllate.» Yo obedezco y ella me sonríe con perversión.
«¿No sabes que no está bien tocarse así?, ¿no lo sabes?» Me tumba sobre sus
rodillas y empieza a darme azotes, al tiempo que me frota el clítoris con la
otra mano. Yo estoy cada vez más cerca del orgasmo, y ella me insulta por
eso. (Variaciones: A veces me ata las muñecas con la cinta que llevo en el
pelo, y otras veces me obliga a beber de golpe su copa, y lame el licor
derramado por mi cuello y barbilla.)
Se cansa de pegarme antes de que yo me pueda correr, y me hace
arrastrarme al dormitorio, donde me obliga a desnudarla como si yo fuera su
esclava (desabrochándole el sostén con los dientes, etc…). Me pone un collar
de perro y me ata las manos y los pies con unas correas que pueden atarse
entre sí o a los cuatro postes de su gran cama. Yo me arrodillo dócilmente a
los pies de la cama, con las muñecas atadas al poste que hay detrás de mí, y
ella está de pie ante mí, restregándome el coño por toda la cara. Luego me
ordena chuparla. Y continuamente me amenaza con castigarme si no lo hago
bien. Yo lo hago lo mejor que puedo, y ella se corre dos o tres veces,
empapándome la cara. Ya satisfecha, se arrodilla y lame sus propios jugos de
mi cara. Me dice suavemente que, aunque he hecho lo que he podido, no ha
sido bastante, y debe castigarme. Me abofetea, tengo la cara cubierta de saliva
y jugos genitales, y luego vuelve a atarme las muñecas, una a cada barrote del
pie de la cama, de modo que estoy de rodillas en el suelo con los brazos
extendidos, de cara a la cama. Pone un otomán de piel entre la cama y yo,
dejándome incómodamente estirada. Luego coge una porra dura de cuero, me
frota la cara con ella, me obliga a besarla, me masturba un poco con ella y me
obliga a lamer mis jugos. Yo acabo suplicándole que me pegue con ella, cosa
que al fin hace. Me obliga a pedírselo una y otra vez. Sus rudos comentarios
humillantes me excitan muchísimo. Y la fuerza de sus golpes me hace pegar
el coño al otomán. Yo intento frotarme furtivamente contra él. Ella lo advierte
y me insulta cruelmente. «¡Coño asqueroso! ¡Te estás follando una puta silla!

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Puta calentorra. Ven, que te voy a ayudar a follarte a tu silla», dice. Entonces
tira la porra y me embiste el culo con el coño. Sigue con sus crudos
comentarios y me pellizca los pezones, mientras me empuja contra el otomán.
«¡Venga, coño, a ver cómo te corres! ¡Quiero oír como te corres follándote a
esa silla!» Por su tono de voz sé que está también al borde del clímax. Intento
desafiarla y contenerme, pero es inútil. Me corro con grandes espasmos, y ella
me pega el coño al culo, corriéndose conmigo. Me deja atada mientras
descansa.
Generalmente, éste es el final de la fantasía, pero a veces la continúo, para
variar. La imagino sentada sobre mi cara, yo estoy atada a la cama con los
brazos y las piernas abiertos. O me arrastro delante de ella de rodillas y ella
me conduce (con una correa atada al collar que llevo al cuello) ante unos
ventanales. Luego vuelve a atarme a la cama y me hace llegar al borde del
orgasmo usando varias formas de humillación, como su pie, su pezón, la
porra, hasta que yo pierdo toda dignidad y le suplico que me deje correrme.
Finalmente, se tumba sobre mí y hace que me corra con su muslo. Ella
también se corre.
Observaciones: En esta fantasía sólo se me permite correrme cuando hay
desprecio o humillación, bien durante el castigo físico o después de haberlo
suplicado.
En la vida real no he hecho nada ni remotamente cercano a lo que ocurre
en la fantasía. Nunca he intentado hacerla realidad; soy una persona bastante
digna y orgullosa. Nunca me permitiría «dejarme ir» de esa manera, ¡y mucho
menos con otra mujer!

Yolanda
Tengo diecinueve años, un año y medio de universidad a las espaldas más
una corta experiencia en un grupo de rock. Ahora me he enrolado en el
ejército. Soy soltera.
Me masturbo desde los cuatro años. Sigo haciéndolo igual, y de momento
es algo que me ha dado intensos, múltiples y tempranos orgasmos. Por eso me
resulta tan difícil imaginar lo que es una mujer frígida incapaz de llegar al
orgasmo. Consigo mis orgasmos leyendo extractos eróticos de libros y
revistas, y fantaseando sobre encuentros sexuales de la vida real, mientras
cruzo las piernas, las tenso y las relajo después. Cuando se acerca el orgasmo,
acelero mis movimientos. Siento un gran placer en el clítoris. Sé que esto es
como «follar» conmigo misma. Siempre ha sido mi modo de aliviarme, de

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relajarme antes de irme a dormir, etc. Normalmente siento tensión sexual una
semana más o menos antes de que me empiece la regla, lo que no quiere decir
que no esté caliente todo el tiempo: es difícil estar soltera, y mi entrepierna lo
nota.
Tuve mi primer encuentro sexual a los cinco años. Entonces no sabía lo
que era el sexo, pero recuerdo que me veía de vez en cuando con un
muchacho rubio. Nos subíamos a una tapia y nos íbamos bastante lejos, al
viejo garaje-granero de un vecino. Allí nos toqueteábamos u orinábamos a la
vez. Sentíamos una extraña excitación al mirarnos, y era una excusa inocente
para examinarnos mutuamente.
Mis padres me pillaron tumbada en una mesa «tensando las piernas», y
me dijeron que no lo hiciera más. Ahora pienso que se dieron cuenta de que
estaba experimentando un placer sexual, aunque yo era demasiado joven para
comprenderlo (entonces yo pensaba que era algo muy raro, pero como las
sensaciones eran «ahí abajo», me sentía algo avergonzada y culpable).
Aquélla fue mi primera lección de que lo que hacía era «malo», «anormal» y
reprobable. Sin embargo lo hacía, y siempre me he concedido mis caprichos
de placer sexual. A veces me pregunto si es la razón de que me haya vuelto
tan promiscua. Cuando tenía nueve años, un chico me sorprendió agitándome
en mi asiento y dijo lo mismo que habían dicho mis padres: «No tenses las
piernas.» Pero no creo que comprendiera lo que estaba haciendo.
Me doy cuenta de que a los nueve años, igual que hoy en día, ya debía
tener tendencias lesbianas. Una vez me llevé a una niña más pequeña que yo
debajo de unos arbustos e intenté seducirla. «Yo te dejo ver lo que tengo “ahí
abajo”, si tú me dejas ver el tuyo.» Ella se negó. Otra vez subí a una colina
con una amiga rubia, muy guapa, y cuando llegamos a la cima me dijo si
quería «besarla ahí abajo». Recuerdo que la idea me excitó, pero me parecía
una cosa demasiado mala y dije que no.
Perdí la virginidad a los dieciséis años. Fue en un bonito Fiat rojo oscuro,
con un fuerte y robusto aficionado al tenis. También me chupó; fue muy
excitante, yo era muy joven y era la primera vez. Pero recuerdo que no llegó
hasta el final, y me dolió tanto que pensé en una dulce chica lesbiana que me
«salvara» de eso, aunque al mismo tiempo estaba muy excitada. (Para mí el
sexo es algo muy confuso e hipócrita.) En fin, el caso es que muy raras veces
digo que no.
A veces me da vergüenza decir que he tenido unos veinte amantes (la
mayoría de una sola noche). Supongo que no soy una «niña buena». Siempre
me ha parecido que debo coger todo lo que pueda. No es que sea fea, de

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hecho soy bastante atractiva, voy a la moda y supongo que a veces soy un
poco narcisista.
En la mayoría de mis fantasías soy lesbiana; supongo que más que nada
porque el lesbianismo es una inclinación sexual que me gusta y que hasta
ahora no he satisfecho. Es como el que tiene cosas, pero siempre quiere más,
porque no las puede tener con facilidad. He estado con un negro; era un
intercambio racial que quería tener. Pero fue absolutamente igual. El sexo es
siempre sexo… Yo sólo quería rebelarme contra la condena de la sociedad,
además de contra mi propia diferencia de color. Me encantó su pecho negro,
casi de terciopelo, y su cuerpo suave…
En fin, suelo fantasear sobre mi amiga Jeanne. Una vez, después de fumar
hierba, su novio y yo intentamos seducirla, pero no se dejó. Bueno… tengo la
impresión de que le gustaría hacerlo conmigo. Siempre hablamos de sexo y
leemos sobre el tema en voz alta, y ella siempre me dirige miradas muy
«expresivas»… Creo que hay algo… Tal vez algún día…
También sueño con personajes famosos, entre ellos Deborah Harry, Diane
Keaton, Jane Fonda, Brenda Vaccaro, Manarme Faithtull. Britt Ekland,
Donna Mills, Xaviera Hollander… Generalmente imagino dulces y emotivos
momentos en casa de alguien, en la playa, en una sauna. Me gustaría poder
cerrar los ojos y hacerlas aparecer como amantes ansiosas. Suelo imaginar
abrazos, besos apasionados, cunnilingus, baños. El ménage à trois también
me excita.
Me encanta el sexo lascivo, ruidoso, apasionado. Me gusta oír que mi
coño suena como el filtro de un acuario, palpitando. Quiero comerme un
coño. También he pensado en entrar en un bar de mujeres de Montreal (en el
que ya he estado) y que las bailarinas que hacen destape se exciten conmigo.
Entro en el baño, y una o más me siguen. Advierten mi femineidad en
contraste con la rudeza de los hombres y me dan la bienvenida, me tocan, me
acarician suavemente con los labios, y dicen que les encantan las mujeres. La
multitud de hombres silba y sisea; quieren otra actuación, pero ésta se demora
por mi culpa. (Otra versión de esta fantasía va más allá, hasta el punto de ser
yo una de las bailarinas; me han convertido en una de ellas y me enseñan a
moverme, vestirme y bailar).

Molly
Soy una licenciada bisexual, soltera, de veintitrés años. Me educaron unos
padres conservadores, pero aun así indulgentes y comprensivos, como hija

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única, en un pequeño pueblo. Mis padres conocen mis preferencias sexuales,
pero nuestra relación sigue siendo buena y fuerte.
Digo que soy bisexual, pero esto no es más que un tecnicismo para una
sociedad que insiste en que todos llevemos una etiqueta. Prefiero con mucho a
las mujeres, pero con los hombres también se puede pasar un buen rato en la
cama. Soy una incurable romántica, y para el romance, para el amor, prefiero
a las mujeres.
En mi fantasía aparece una joven con la que trabajo. Es muy bonita; pelo
rubio dorado, ondulado, largo hasta los hombros, mejillas altas, ojos turquesa
y una figura de morirse. En realidad, con sólo verla con una falda ajustada y
una blusa a medida se me acelera el pulso y mojo las bragas. Ella es
heterosexual.
Pero volvamos a la fantasía. Karen viene conmigo a mi apartamento para
coger unos libros que voy a prestarle. Está nevando de tal forma que las tres
últimas calles son impracticables, y tenemos que dejar el coche y recorrer a
pie dos o tres manzanas. Entramos en casa, nos quitamos los abrigos y los
zapatos y calcetines mojados. Yo enciendo unas velas y abro una botella de
vino. (Esto no es un intento de crear un ambiente de seducción. Sé que ella es
heterosexual. Pero es mi ambiente favorito para charlar tranquilamente con
una amiga.) Enciendo el fuego en la chimenea y nos sentamos frente a ella
sobre grandes cojines. Ella parece distraída mientras charlamos, pero yo lo
atribuyo al tiempo, que la retiene allí, sin más opción. Entonces, de pronto,
deja de hablar y se me queda mirando, con ojos solemnes e inseguros. Le
pregunto qué pasa y ella responde: «Bueno, no sé muy bien cómo decirlo,
pero… quiero que me hagas el amor. He pensado en ello desde que supe que
te gustaban las mujeres y… bueno… si no quieres…» Baja la vista y yo le
cojo la mano y le levanto suavemente la barbilla hasta que se cruzan de nuevo
nuestras miradas.
«¿Estás segura?», le pregunto, porque por mucho que la desee, más fuerte
es el deseo de no hacerle daño ni asustarla. (En realidad no sólo es
heterosexual, sino que también es virgen.) Ella asiente, de modo que yo me
acerco y la cojo en mis brazos, acariciándole la espalda. Al cabo de un
momento echo atrás la cabeza y vuelvo a mirarla a los ojos. Y entonces la
beso, suavemente, pero con firmeza. Nos desnudamos la una a la otra sin
dejar de besarnos, y yo la hago tumbarse sobre los cojines. Le beso los labios,
las orejas y el cuello mientras acaricio con las manos su hermoso cuerpo, sus
pequeños y firmes pechos redondos y el suave vello entre las piernas. Mis
dedos la van penetrando lentamente y veo que está caliente y húmeda. Mi

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boca baja hacia el pubis, deteniéndose a besar los pechos y aprovechando para
plantar un beso y un lametón en el vientre. Al llegar a la entrepierna, le separo
los labios y entierro la cara en su vulva. Tengo la nariz entre su vello púbico,
con los labios chupo el clítoris y la lengua entra y sale de su vagina. Ella se
agita y gime con creciente excitación, hasta que finalmente tensa los
músculos y arquea la espalda, y yo hundo más la cara en su coño caliente
mientras se corre.
Cuando vuelve a relajarse, lamo el resto de sus jugos y me tumbo junto a
ella y la cojo entre mis brazos. Ella me mira a los ojos y sonríe. «Ahora tú»,
susurra, y comienza a darme el mismo tratamiento. Unos suaves dedos
acarician mis pechos, unos labios cálidos besan mi clítoris, y sus sedosos
cabellos se deslizan por mis muslos. Tengo un orgasmo estremecedor durante
lo que parece una eternidad. Luego vuelve a mis brazos. Nos estrechamos y
nos quedamos dormidas a la luz del fuego mientras fuera cae la nieve
silenciosamente.
Cuando me masturbo fantaseando, siempre tengo un orgasmo
maravilloso, y luego me quedo dormida muy cálida y satisfecha.

Robin
Tengo diecinueve años y soy estudiante de segundo curso en una
universidad femenina. Soy muy tímida, sobre todo con los chicos, aunque soy
razonablemente bonita y tengo un cuerpo esbelto que siempre han envidiado
las otras chicas.
¡Si los hombres y los muchachos supieran las mentes tan sucias que tienen
algunas chicas! Se sentirían mucho mejor con sus propias mentes sucias. Yo
fantaseo sobre el sexo una gran parte del tiempo, cuando estoy en una clase
aburrida, o en la iglesia, o mirando a los hombres (discretamente, por
supuesto) en una tienda, y naturalmente cuando me masturbo.
Suelo masturbarme por lo menos una vez a la semana, o incluso más,
desde que tenía quince años. A veces lo hago varias veces al día. Mi método
más utilizado es tumbarme boca abajo en la cama y frotar el coño desnudo
contra la sábana. (Con este método se puede fingir estar dormida si entra
alguien en la habitación.) Puedo tener así orgasmos muy intensos, sobre todo
si no lo hago muy a menudo y si me hago llegar al borde del orgasmo una y
otra vez antes de dejar finalmente que llegue el clímax.
Tuve el primer orgasmo con quince años, inspirándome en una postal que
vi en Bloomingdale’s (¡de verdad!): Me reclino sobre los codos en la bañera,

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con las piernas abiertas y enroscadas en torno al grifo, mientras se vierte un
chorro de agua caliente en mi clítoris. De esta forma tengo orgasmos muy
intensos, y distintos de los que tengo con el método de la cama. También son
distintos los que tengo acariciándome con un dedo untado de aceite (menos
intensos).
Sigo siendo virgen, aunque estuve a punto de perder la virginidad con un
vecino cuando tenía once años y él uno más. Habíamos pasado de «jugar a los
médicos» con seis o siete años, al sexo oral y anal, y cuando él llegó a la
pubertad intentamos la penetración vaginal. Éramos muy ignorantes. Ahora
me asusta pensar lo cerca que estuve de la posibilidad de quedarme
embarazada si él hubiese conseguido follarme «de verdad». Los dos
conocíamos básicamente los «hechos de la vida», pero de una forma muy
confusa.
El primer placer sexual consciente que recuerdo haber tenido fue un día
que el chico me estaba chupando el coño (yo tenía unos diez u once años), y
yo empecé a sentir aquella placentera sensación; instintivamente intenté
guiarle verbalmente a ese punto en que sentía más placer, aunque hasta años
después no supe lo que era el clítoris.
También solíamos hacer pis el uno delante del otro, pero no recuerdo que
aquello me excitara. Recuerdo haberme excitado mucho con una foto de una
revista porno que encontramos, en la que aparecía una mujer agachada
haciendo pis en una copa alta en la que había cubitos de hielo y una rodaja de
limón en el borde.
Todo esto lleva a que cuando me masturbo siempre pienso en mujeres
orinando.
Otra cosa que me excita mucho cuando me masturbo es fantasear sobre la
relación sexual lesbiana. Pero no creo ser lesbiana, porque las mujeres que me
rodean cotidianamente no me excitan en lo más mínimo. Sólo me excitan las
mujeres imaginarias. Creo que me gustaría tener alguna vez una relación
sexual con otra mujer. Tal vez soy bisexual, pero es una idea que no me
preocupa en absoluto. De hecho, creo que sería divertido. También me gusta
fantasear acerca de hombres heterosexuales seducidos por gays.
Y por fin llegamos a mi fantasía actual:
La mujer estaba tumbada con las piernas muy separadas y los
deslumbrantes labios rosa de su coño bien abiertos. Tenía el vello púbico
denso y oscuro y enormes tetas con grandes pezones duros. Llevaba un
liguero de encaje blanco y medias blancas de seda, guantes blancos a la altura
del codo y zapatos blancos de tacón de aguja. Se tocó el pubis con la mano y

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se pasó el dedo entre los labios del coño, mientras con la otra mano se
acariciaba los pechos, llenos y redondos, demorándose en los duros pezones.
Una chica rubia estaba en la cama de rodillas, vestida sólo con unas bragas
blancas de seda. El vello púbico asomaba por los bordes de las bragas, y los
labios del coño quedaban claramente perfilados en la fina seda. Tenía unas
tetas altas y firmes, de pequeños pezones duros.
—Mea para mí —dijo la mujer—. Quiero ver cómo te mojas las bragas.
Méate en las bragas, y te dejaré esto —dijo, acariciándose el clítoris y
abriendo mucho las piernas para que la chica pudiera verle mejor el coño.
La chica se agitó de deseo, y se incorporó sobre las rodillas, con las
piernas muy abiertas y las caderas algo adelantadas. Su pubis destacaba
tentador bajo las bragas. Orinó un poco, lo suficiente para hacer una mancha
en la entrepierna. La mujer sonrió. Luego orinó un poco más, y la mancha de
humedad creció.
—Más —susurró—. ¡Empápate las bragas! Quiero ver el pis amarillo
corriendo por tus muslos.
La chica siguió goteando pis en las bragas hasta mojar bien la seda. Pero
se contenía, observando a la mujer acariciarse el clítoris hinchado más y más
deprisa. Le excitaba ver el jugoso y brillante coño de la mujer, cada vez más
mojado a causa de la adorable y cálida humedad de sus propias bragas.
Volvió a orinar, esta vez más, y sintió que la orina empapaba las bragas y le
corría por los muslos en un cálido reguero. Pero todavía estaba casi llena,
seguía sintiendo presión en la vejiga. Se cogió los pechos con las manos y se
pellizcó con fuerza los pezones duros; se pasó los dedos por el vientre hasta el
borde de las bragas y metió un dedo bajo el elástico para acariciarse el vello
púbico.
La mujer gimió de deseo y arqueó la espalda.
—Oh, Dios, hazlo, hazlo, ¡suéltalo todo!
La chica obedeció. Se inclinó un poco hacia atrás, lanzó adelante las
caderas y soltó un torrente de orina. Gimió cuando el cálido chorro saltó de su
entrepierna a la colcha blanca que cubría la cama. La orina le caía por los
muslos en regueros dorados y formaba charcos en la colcha. Cuando terminó
de orinar, con el vello todavía goteante, se bajó las bragas empapadas y pegó
su coño palpitante a la boca de la mujer, al tiempo que pegaba la suya al coño
caliente y húmedo que la esperaba. Se chuparon el coño frenéticamente,
lamiéndose el clítoris, los labios, pellizcándose las tetas, hasta que explotaron
juntas en un increíble orgasmo. Se quedaron tumbadas unos momentos. La

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chica saboreaba la humedad de su orina, la mancha amarilla de sus bragas y el
fiero calor de su coño.

Heather
Tengo pensamientos y sentimientos de culpa que a estas alturas están ya
totalmente fuera de mi control.
Tengo veintidós años, me he casado hace un mes y espero un hijo. Vengo
de una familia rota (mis padres se divorciaron cuando tenía dieciséis años) y
soy hija única. Mamá era una alcohólica, papá, un fanático del trabajo.
¡Evidentemente mi apoyo no estaba en casa!
Mis fantasías siempre han sido sobre experiencias heterosexuales, y
todavía lo son, pero han cobrado un giro que ha supuesto una dificultad para
mi vida cotidiana: tienen un origen homosexual. Recuerdo que cuando tenía
dieciséis años estaba practicando el sexo oral con mi novio, cuando de pronto
vi delante de mí un coño en lugar de una polla. Me aterroricé de tal manera
que le dije que se fuera, y pasé dos semanas atormentada intentando
explicarme aquello. Pero no volvió a ocurrir, hasta que hace unos ocho meses
fui a visitar a mi padre para conocer a su novia. Era muy hermosa, y recuerdo
que me puse muy nerviosa porque me di cuenta de que la estaba «mirando»
de un modo especial. Después de eso nunca he pensado en ninguna mujer,
pero comenzaron a aparecer en sueños e incluso en mis fantasías cuando me
masturbaba. Durante el día miro a las mujeres para ver si me excitan, porque
estoy muy confusa. Les miro la entrepierna para ver si pasa algo. He
consultado a psicólogos y, naturalmente, lo único que queda claro en todo
esto es que «ser gay es una decisión consciente, no algo que ocurre sin tu
consentimiento». Sí, es cierto. Yo no quiero ser gay, ¡pienso que me
suicidaría si ocurriera! He hablado de esto abiertamente con mi marido, y
siempre me tranquiliza. Dice que es natural. Dice que él ha pensado en cosas
así, pero que sabe que nunca ocurrirán. Pero yo me siento muy avergonzada
de pensar una y otra vez: «¿Y si soy gay, y estoy casada y esperando un
hijo?» A veces parece ridículo, y otras veces parece probable.
Me parecía necesario explicar que no acepto mis fantasías, y seguro que
muchas mujeres sienten lo mismo: vergüenza por sus pensamientos, en lugar
de tranquilidad. Bueno, mis fantasías son de tres tipos.

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Fantasía 1
Estoy en la consulta del médico, esperando que llegue el ginecólogo para
reconocerme. Entra con la enfermera (no es el procedimiento habitual). Es
muy cordial. Me presenta a la enfermera. Yo me he puesto la sábana en torno
a la cintura, intentando taparme todo lo que puedo. Él me dice que me tumbe
y me relaje. Me dice que ponga las piernas en los estribos, enfoca la luz
directamente sobre mi coño, acerca el taburete y comienza. Me pregunta
cómo va todo mientras su enfermera le observa trabajar. Me pone los dedos
en el clítoris, lo presiona ligeramente y dice:
—Bueno, primero vas a sentir mis dedos. —Entonces empieza a frotar en
círculos y dice que está comprobando si todo está bien. Yo comprimo las
nalgas y los muslos para crear esa sensación tan familiar que me creo en la
cama. Siento que me humedezco, y no comprendo qué tipo de reconocimiento
es ése, pero no digo nada porque estoy extasiada. De pronto desaparece la
cabeza del médico entre mis piernas alzadas y siento su aliento caliente muy
cerca del coño, mientras me dice que tiene que acercarse para observar todos
los movimientos y para ver si ha habido algún cambio desde la última vez.
Mientras respira, siento en el clítoris un contacto suave y húmedo. Es tan
ligero que no puedo saber si ha sido su lengua o su dedo. Pero luego no hay
posibilidad de error. Me abre los labios y una lengua húmeda y caliente me
penetra, mientras me chupa el clítoris suavemente. Sabe lo sensible que es y
sabe cómo hacerlo. Entonces le dice a su enfermera que se acerque a ver si
cree que todo está bien. Ella mira, pero no puede resistirse a poner la boca en
mi coño empapado, y me chupa. Justo antes de correrme, gimo y digo que es
maravilloso y le pido al médico que me folle. Él aparta la lengua de mi
clítoris y se levanta con la polla saliéndole por la bragueta (se ha estado
masturbando y también está listo), y la mete en mi pequeño coño. Me
desgarra, y yo grito de placer, y la enfermera va a la puerta a mirar y luego
vuelve a cerrarla. Se quita la ropa y se pone encima de mi cara, arqueando su
esbelto cuerpo, y hace que le chupe el coño. Yo me siento en el cielo, y aquí
termina la fantasía.

Fantasía 2
En realidad, esta fantasía me la ha creado mi marido, que suele hablarme
y contarme historias en el juego amoroso previo al coito. Empieza con que él
está en la habitación de un hotel, y yo estoy en el cuarto de al lado. El espejo

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entre las habitaciones es transparente para mí, pero él no puede verme. Él dice
que oye llamar a la puerta y yo le veo ir a abrirla. Son dos chicas. Una de
largos cabellos rubios (naturalmente) y una mulata de largo pelo oscuro.
Entran y beben unas copas de champán. Las mujeres empiezan a desnudar a
mi marido. Su polla crece lentamente, y yo lo veo todo a través del espejo
transparente. Empiezan a chupársela por turnos y, cuando está preparado, se
desvisten hasta quedarse en sostén y bragas. Él les quita la ropa interior
lentamente y empieza a chuparles los pezones, que están duros como piedras.
Luego las coloca de cara a la pared, junto a la cabecera de la cama, con el
tronco inclinado hacia delante y el culo apuntando hacia él. Le abre a una el
culo y empieza a chuparle el ojete, y ella se corre entre gemidos. Luego hace
lo mismo con la otra, pero a ésta le acaricia el clítoris mientras le chupa el
culo. Ahora las mujeres están tumbadas, y él les pone la boca en el clítoris, a
una detrás de otra, y se los lame hasta que se corren. Mientras tanto, yo estoy
tan caliente que empiezo a masturbarme. No puedo soportarlo más y llamo a
la puerta. Él contesta diciendo: «Sabía que estabas mirando. Entra y
desnúdate.»
Me mira como si me amara, aunque ni siquiera me conoce. Yo me quito la
ropa, y él toma mi cabeza entre sus manos y la conduce hacia su polla
hinchada, y yo se la chupo hasta que llega al clímax y me detengo para que no
se corra… todavía. Luego me dice que me tumbe con las piernas abiertas y les
dice a las chicas que me chupen el coño y las tetas. Yo estoy en éxtasis.
Entonces se pone detrás de la que me está chupando y le da por el culo. Ella
grita, disfrutando de la sensación anal mientras me chupa. Luego la otra se
sienta encima de mí y me frota el coño empapado por toda la cara, y yo se lo
lamo como un perro. Entonces mi marido me limpia la cara de los jugos
vaginales y manda a las chicas a casa. Luego me hace el amor con dulzura y
nos amamos para siempre.

Fantasía 3
Esta última fantasía no es muy imaginativa, pero me hace llegar al
orgasmo cuando pienso en ella. Cuando mi marido y yo hacemos el amor,
entra un hombre y nos mira. Se acerca y nos acaricia el cuerpo con las manos,
sintiendo mi coño húmedo y la verga de mi marido. Luego folla a mi marido
por el culo. Al principio, a mi esposo no le gusta, y luego se relaja cuando le
decimos que es natural sentirse excitado, aunque sea con otro hombre. Luego,
el hombre se da la vuelta y se la chupa a mi marido hasta que se corre en su

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boca. Me excito mucho cuando pienso en la relación entre dos hombres.
Supongo que es porque quiero que mi marido conozca la sensación de ser
follado.

Maribeth
Estaba leyendo tu libro y me preguntaba qué tendría que decir sobre las
fantasías sexuales alguien como yo. Soy asistenta social y he trabajado en
hogares de niños, como monitora en uno y como consejera en otro. Ahora he
vuelto a la universidad. Provengo de una reserva india. Me he criado en
reservas casi toda mi vida, a excepción de los dos años que viví en California.
Soy una «heterosexual secreta», como me han calificado algunas amigas
gays. Creo que eso me describe perfectamente.
Apenas tenía diecinueve años cuando tuve mi primera relación
homosexual. Duró dos años. Ella era una negra, estudiante de enfermería, que
conocí en California. Ha sido el compromiso más fuerte que he tenido. Al
mismo tiempo las dos salíamos con otra gente. Ella tenía novio, y yo también.
Y también salí con otra chica. Le hice proposiciones una noche en que me
sentía sola, herida y furiosa. Todavía tenía diecinueve años. Ahora tengo
veinticuatro y voy por la número siete. Creo que seis de las siete creían que
eran heterosexuales. Y creo que tres de ellas habían tenido alguna otra amante
antes de mí. ¡Pero siguen siendo heterosexuales! Sólo para tres de ellas fui la
primera. Es muy divertido conseguir que una mujer de las que se califican de
«heterosexuales» acabe estando conmigo. Es todo un reto. También un
refuerzo para el ego.
Supongo que en ese aspecto, mis sentimientos están bien. Pero luego
surge la ira. Es como si avanzara por etapas. He sentido la rabia, el dolor de
darse una cuenta de lo que ha pasado, la culpa… todo el viaje. Es muy
predecible. Las personas suelen pasar todo ese dolor. Las mujeres quieren
compromisos y promesas. Las que han estado conmigo tenían la necesidad de
confiar en mí para saber qué hacer, de sentirse cerca de mí antes de que la
relación fuera sexual. No creo que las mujeres puedan ser indiferentes como
muchos hombres. Para mí, es como si tuvieras que ser capaz de llegar a su
mente, a su lado emocional, antes de que te permitan hacer el amor. Hablar
mucho.
Hay una mujer con la que tengo una fantasía. Me la presentó una amiga
común (que después averigüé que pensaba que si alguien podía seducirla sería
yo). Pasamos toda la tarde charlando. Yo le hablé de mi trabajo con niños y

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de por qué lo considero tan valioso. No intenté ligármela. La volví a ver unos
siete meses más tarde. Ella sabía que estaba en la ciudad, y mi mejor amiga la
llamó. Ella dijo que por supuesto, que vendría a tomar unas copas. Estaba
muy guapa. Supongo que tengo debilidad por las rubias de buena presencia.
Mi mejor amiga también la deseaba, y desde hacía más tiempo que yo.
En mi mente vuelvo a vivir lo que ocurrió. Mi fantasía/realidad:
Mi amiga se pasa toda la tarde tratando de conseguir a Daisy. Yo me río y
observo en la agonía. Ella se comporta a la perfección. Las tres nos reímos
mucho. Pasamos un rato estupendo. Yo, hasta ahora, no he dado ningún
indicio de que me guste Daisy. Me limito a ser dulce. Más tarde nos
acercamos al jukebox para poner música. Ella está de pie mirando los
nombres de las canciones muy cerca de mí. Ahora comprendo lo que es
sentirse físicamente atraída. Es muy sensual. Sigo experimentando esa
sensación aún hoy, un año después.
Nos llevamos a Daisy a nuestro apartamento. Mi mejor amiga sigue
tratando de ganarse su amor. Yo no sólo quiero su cuerpo, sino a ella. Mi
mejor amiga tiene que entrar por una ventana para abrirnos. Mientras
esperamos en la puerta, le digo que «ella no es la única que te desea». Ella
sonríe, le da un sorbo al vino y dice: «Brindo por eso.» Mi mejor amiga nos
abre la puerta. Por primera vez le preguntamos a Daisy cómo es que está con
nosotras. Es curioso, todas nos reímos, pero ni mi mejor amiga ni yo le hemos
hecho nunca esto a una mujer. Daisy se está riendo, diciéndonos que
parecemos dos tíos intentando ligársela. Dice que sabía en lo que se metía al
estar con nosotras. Dice que sabía hacía tiempo lo que éramos y que tendría
que tratar con nosotras de una en una. Dice que nunca ha hecho nada de esto
antes.
Yo le digo a Daisy que no pierda el tiempo con mi mejor amiga, porque
yo soy la que le conviene. Ella nos dice que no a las dos, pero su cuerpo nos
dice que sí. Yo creo que el lenguaje del cuerpo dice mucho más que las
palabras. Finalmente, mi mejor amiga se rinde y sale de la habitación. Me
quedo a solas con Daisy. Sigo hablando. Ella me dice que no sabe si podrá
manejar una situación así. Yo estoy enamorada de una desconocida. Le digo a
Daisy que quiero abrazarla. Eso es todo, sólo abrazarla. Ella se levanta de un
salto, dice que tiene que irse, y yo me doy cuenta de que, de pronto, está muy
asustada. Le digo que no quiero que se marche, que se quede a charlar
conmigo. Le pido por favor que no se vaya. Ella se sienta, para mi sorpresa,
porque es libre de marcharse cuando quiera, ya que nadie la detendrá.

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Habla mucho. Estamos muy cerca. Yo deseo con todas mis fuerzas
abrazarla. Se lo digo. Estoy muy cerca de ella. Me siento muy valiente y le
digo que quiero besarla. Daisy no ha dejado de protestar suavemente,
diciendo que nunca ha hecho nada de eso… Yo vuelvo a decirle que quiero
besarla. Ella dice: «No, podría gustarme.» ¡Eso me impacta! Es todo un «sí».
De modo que paso a la acción. Sé que las palabras no servirán de nada, sólo
los hechos. Me deja que la bese. Y responde. Es tan bueno como yo pensaba
que sería. Me siento muy bien. Ella me besa y me estrecha. Y yo no me hago
la tonta. ¡Hago lo que ella quiere! Éxito. No necesito más que la certeza de
que he ganado, de que me está besando a mí y no a mi mejor amiga.
Le digo a Daisy que sé que está asustada y que yo también lo estoy. Y no
hay más palabras, sólo besos. Y sentirnos bien. Sé que siente lo mismo que
yo. Incluso es más dulce cuando entra mi mejor amiga y ve que Daisy me está
besando y me abraza. Daisy se aparta de pronto y se acerca a mi mejor amiga.
Si tuviera una fantasía hecha realidad, tendría que ser ésta, una y otra vez.
Como lo hicimos en realidad. Poder vivirlo otra vez con Daisy. Todo
sensualidad, nada más físico de lo que fue.
Y podría haber habido algo más entre nosotras, pero había otra gente que
deseaba con todas sus fuerzas que Daisy «cambiara de bando». Yo deseo a
Daisy. Sé que la gente ha abusado de ella, que la han utilizado y que le han
hecho daño. Me gustaría que supiera lo que es que te traten bien. Y yo sé
cómo tratar a una persona. Con respeto, cariño y dulzura.
En cuanto a las demás mujeres, siempre he deseado comprobar si podía
seducirlas. Para alimentar mi ego. Me siento muy orgullosa de ello. Creo que
mi actitud no se lleva muy bien con las otras. No puedo soportar a una mujer
que me domine, a no ser que sea alguien como Daisy, y creo que ni siquiera a
ella le permitiría llegar muy lejos. Quiero sentir que tengo el control de la
situación/mujer. Quiero ser la que manda. Me gusta verlas cuando yo quiero,
no cuando quieren ellas.
He tenido tres amantes sexualmente agresivas, y ha sido muy difícil
dormir con ellas porque a veces me siento amenazada. Necesito espacio.
Necesito mantener cierta distancia, porque no quiero implicarme demasiado y
que me hagan daño. Las mujeres son muy peligrosas. Pueden abrirse paso
derritiendo muros, y, si quieren, pueden destrozar a una persona. Las mujeres
son algo muy hermoso, y hay muchas. Algún día mi fantasía se hará realidad,
Daisy, algún día.

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Mickey
Soy una estudiante universitaria de veintidós años, con una activa vida
sexual. Estoy saliendo con un hombre con el que pienso casarme cuando me
gradué (tiene veintiséis años), pero antes de esta relación he tenido muchos
amantes. Siempre me han dicho que era una buena amante, casi siempre «la
mejor que han tenido», de modo que me siento muy segura sexualmente, pero
admito que tengo fantasías que nunca he podido llevar a la realidad.
Una de las fantasías más frecuentes que tengo cuando me masturbo
(cuando estoy con otra persona no fantaseo) es que practico el sexo con otra
mujer.
Es una desconocida, generalmente esbelta y morena, de aspecto exótico,
con largos cabellos negros y pechos pequeños. Yo estoy sola en mi
apartamento, y voy vestida con unos pantalones muy conos y provocativos y
una camiseta sin sujetador debajo (tengo los pechos grandes y llenos). La
mujer es una conocida, y llama a mi puerta. La dejo pasar y nos ponemos a
hablar. Lía un porro, nos lo fumamos y yo me quejo de la tensión muscular de
la espalda y los hombros. Se ofrece a darme un masaje. El masaje es muy
estimulante. Estoy tumbada boca abajo y ella está a horcajadas sobre mi culo
y me frota la espalda con los dedos. Le digo que es estupendo, y que estoy
tensa por todas partes, incluyendo mis pechos llenos y doloridos.
Inmediatamente me da la vuelta, me quita la camiseta y empieza a masajear
suavemente mis pechos, montada sobre mis caderas. ¡Oooh, es estupendo!
Tiene unas manos mágicas, y yo me mojo de excitación. Abre diestramente la
bragueta de los pantalones cortos y mete un dedo en mi hendidura húmeda
(no llevo nada debajo del pantalón). Mis caderas empiezan a ondular con el
movimiento del dedo, y yo gimo. Con la otra mano me acaricia el clítoris, y
se detiene justo cuando estoy al borde del orgasmo. Las dos jadeamos
mientras ella me sigue follando con el dedo y jugando con el clítoris. Ahora
mete y saca cuatro dedos, mientras me frota rítmicamente el clítoris con la
otra mano hasta que me corro entre gritos.
Pero no hemos terminado todavía. Me quita los pantalones y se desnuda
ella también. Luego entierra la cara en mi coño y empieza a chupármelo.
¡Dios, se me va la cabeza! Mueve el culo y el coño sobre mi cara mientras yo
la lamo con furia… Ahora tengo que parar y masturbarme… ¡Estoy muy
caliente!
Nunca he tenido una aventura lesbiana, aunque es algo que me intriga. Si
conociera a una hermosa mujer gay como la de mi fantasía, seguramente lo

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intentaría. Probablemente tengo tendencias bisexuales, pero no me importa; es
algo que me excita y hace que me corra. Y de eso se trata, ¿no?

Caroline
Tengo veintidós años. Estoy casada y separada, con dos hijos. Tengo el
graduado escolar.
Mi fantasía es irme a la cama con una mujer. No me entiendas mal, me
encanta practicar el sexo con los hombres, pero entiendo lo bien que debe de
sentirse un hombre cuando le chupa los pezones a una mujer, y yo también
quiero sentirlo. Quiero una compañera que sea de mediana edad, el color no
me importa. Cuando nos conozcamos, yo seré muy tímida. Luego iremos a su
casa y charlaremos ante un vaso de vino. Una vez allí, la escena se
desarrollará del siguiente modo: Ella se acerca y empieza a besarme. Yo me
muestro muy tímida. Luego me desabrocha la blusa, me la baja por los
hombros y me besa el cuello y los hombros. Mis pezones están duros y
dispuestos. Le paso los dedos por el pelo. Estoy lista para devolverle su
cariño. Nos desnudamos la una a la otra y nos tumbamos en el suelo. Me
acaricia el cuello con la lengua. Me chupa el coño y yo le meto el dedo en el
culo.
Quiero conocer a una mujer cálida que quiera esconderme bajo su ala.

Beverley
Soy una estudiante universitaria de diecinueve años. He sido sexualmente
activa desde los quince. Me masturbo con regularidad. Empecé a
masturbarme cuando tenía unos ocho o nueve años. Solía frotarme contra el
pene de mi perro hasta que me corría. También me ponía mantequilla o
mahonesa en el clítoris y los pezones para que el perro los lamiera.
Cuando crecí, perdí mucho interés por el perro. Entonces me masturbaba
con la mano mientras leía algo erótico. También lo hacía con un chorro de
agua o me frotaba contra las almohadas para llegar al orgasmo.
Mi recuerdo sexual más vívido es haber visto a mi hermano
masturbándose. Recuerdo claramente cómo me escondí y le vi frotar su pene
largo y amoratado. Me excitó tanto aquel incidente que me corrí mientras le
miraba.

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Tengo muchas fantasías sexuales. Mis favoritas suelen ser entre otra
mujer y yo. No soy lesbiana, de ningún modo. Soy totalmente heterosexual.
Pero siento mucha curiosidad acerca de lo que debe de ser estar con otra
mujer. Mi fantasía es la siguiente:
Soy una estudiante; participo en un intercambio académico y estoy en
Francia. Vivo con una familia francesa muy rica. Mi habitación está muy
cerca de la habitación de las doncellas, y sé que son lesbianas porque a veces
las oigo cuando tienen relaciones sexuales.
Una noche que estoy durmiendo, viene a mi habitación una de las
hermosas doncellas y se tumba junto a mí. Yo no la veo porque estoy de cara
a la pared. Finjo que estoy dormida. Ella empieza a acariciarme el brazo.
Luego me levanta el camisón de seda y me frota la espalda. Yo me estoy
excitando mucho. La dejo hacer lo que quiere. Ahora me acaricia el vientre.
Pronto me toca los pechos. Se me acelera la respiración. Ella frota el pubis
contra mis nalgas. Yo deseo con todas mis fuerzas tocarla. Entonces ella
empieza a acariciarme el pubis. Encuentra el punto exacto y me masturba. Yo
no puedo soportarlo más. Me doy la vuelta y le chupo los pechos, el vientre y
pronto la estoy lamiendo hasta que se corre. Ella gime y se agita en la cama.
Me atrae hacia arriba y frotamos un clítoris contra otro y nos corremos. Luego
ella se desliza por mi cuerpo y me chupa. Yo me corro y me corro. No creo
que haya nada malo en la masturbación. ¡A mí me encanta! Me encanta
acariciar mi cuerpo y sentirme bien.
No creo que nunca le cuente a nadie mis fantasías. Es algo muy privado.

Libby
Tengo diecinueve años, soy soltera y trabajo como agente comercial, tras
graduarme en el instituto.
He tenido relaciones con un hombre maravilloso durante un año y medio.
Ahora lleva tres meses en otro país, y todavía estará allí otros tres.
He descubierto que me asquea pensar en la homosexualidad de otras
personas. Cuando pienso en la relación entre dos personas del mismo sexo me
dan ganas de vomitar.
Pero tengo una amiga y compañera de trabajo con la que he hablado muy
íntimamente sobre el sexo. De hecho, me encanta hablar de sexo… con
cualquiera que quiera escuchar.
El caso es el que otro día hablábamos de pechos, y yo le pregunté si un
pecho le colgaba más bajo que el otro. Ella contestó que sí, y cuando

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empezamos a hablar de pezones, dijo que su novio se burlaba de que los
pezones le apuntaran hacia abajo. Esto me parece algo horrible, porque los
pechos son algo hermoso y maternal. Eso fue hace unos cinco o seis meses,
creo. En fin, desde entonces he pensado en mis fantasías y me he dado cuenta
de que en una de ellas beso a esta chica y le chupo y le toco los pechos y los
pezones.
No creo ser bisexual ni homosexual. ¡Sólo quiero tener un contacto con
esta maravillosa mujer!

Gwynne
Tengo dieciséis años y pronto cursaré el último año de instituto. Nunca he
follado con nadie, pero pienso mucho en ello y me pregunto cómo será. Me
masturbo cuando estoy caliente, cosa que sucede muy a menudo, y el sexo me
fascina (¿obsesiona?).
Una vez le hice una mamada a un tío y pensé que era estupendo. Me
gustaba sentir aquella verga caliente en la boca. Creo que me gustaría que un
tío me chupara el coño, pero no he tenido la oportunidad.
En fin, la fantasía que quiero contarte es sobre mi mejor amiga. Es una
fantasía que tengo muy a menudo, y a veces me preocupa ser una especie de
lesbiana reprimida o algo por el estilo. Bueno… es así:
Mi mejor amiga acaba de romper con su novio por teléfono, en su
dormitorio, y yo entro y me la encuentro sentada en la cama llorando. Ella no
me ve, y yo vacilo en la puerta. No sé muy bien qué hacer. Nunca la he visto
llorar. Finalmente me acerco y le paso tímidamente el brazo alrededor de los
hombros. Ella me rodea con los brazos, llorando, y al cabo de un rato su
llanto va disminuyendo. Yo intento pensar en algo que decir, pero ella se
aparta y me mira a los ojos durante lo que parece una eternidad. No puedo
describir su mirada, pero me hace «mojar de crema los pantalones». Ella sabe
lo que está pasando y, sin más palabras, me dice que está bien. Acerca su cara
a la mía lentamente… y antes de que yo pueda pensar lo que está pasando, me
besa. ¡Oh, Dios mío!, sus labios son suaves, cálidos y húmedos… yo no
puedo evitarla… y la beso a mi vez. Ella me conoce muy bien, sabe cómo
besarme, y sabe que puede hacer que me rinda. Yo quiero que me tome…
Nunca he llegado más lejos en esta fantasía. Creo que tengo miedo de
desear que se haga realidad. ¿Quién sabe?

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Maya
Tengo veintidós años, estoy soltera y vivo sola. He salido con tres mujeres
(dos de ellas estrictamente gays) y con un hombre, con el que estoy
actualmente. En realidad no me considero homosexual, porque no me gustan
más las mujeres que los hombres. Supongo que me gustan igual, aunque
pueda parecer que prefiero a las mujeres. Supongo que no me equivocaría al
decir que soy bisexual, porque creo que, dada la ocasión, volvería a salir con
una mujer.
Mi fantasía favorita es sobre una mujer, una mujer muy concreta, para ser
exactos: Rita Mae Brown, una novelista. He leído todas las obras suyas que
han caído en mis manos, y estoy fascinada por esta mujer. En mi fantasía soy
mayor, más rica, más poderosa, una mujer de éxito y hermosa. Estoy sola en
un ascensor y ella entra. No decimos gran cosa porque no nos conocemos (yo
no la he reconocido). El ascensor se para y nos quedamos atrapadas entre dos
pisos. Las dos estamos muy molestas porque tenemos reuniones que atender.
Nos informan por el teléfono de emergencia de que tardarán un rato en
sacamos, de modo que nos lo tomamos con calma y nos ponemos a charlar
para conocernos. La conversación es relajante y reveladora, y nos hablamos
como si hubiésemos sido amigas íntimas durante mucho tiempo. Lentamente,
la conversación va tomando un tono sugerente, y quedamos en cenar juntas en
cuanto tengamos ocasión.
Pasa el tiempo y por fin quedamos para cenar, y como estoy fuera de la
ciudad en un viaje de negocios, la invito al lujoso ático en el que me hospedo.
Cuando llega, volvemos a enzarzarnos en una conversación sugerente.
Finalmente se ve claro que los comentarios sugerentes no son totalmente
casuales, y que hay una atracción mutua entre nosotras. Al fin ella me toca, y
la electricidad que palpita en mi cuerpo es increíble. Se acerca más y yo le
toco la cara. Gimo de expectación. Nuestros labios están a pocos centímetros
y nos besamos, suavemente al principio, luego con fiera pasión. Le paso los
dedos por el pelo y me aferró a su nuca, como prohibiéndole romper nuestra
unión. Me acaricia suavemente el cuerpo con las manos, pasando por los
pechos y la parte interna de los muslos. Se aparta, y yo la llevo hasta el
dormitorio. Empezamos a hacer el amor, explorando nuestros cuerpos a
fondo, con los ojos, las manos y la lengua. Me provoca un orgasmo con sólo
tocarme, pero esta primera explosión de placer no puede ni compararse al
orgasmo que tengo cuando me chupa. Me besa hasta el alma, como no lo ha
hecho nadie. Esta mujer sabe exactamente dónde besar, lamer y tocar para

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hacerme gritar de placer. Luego me toca a mí. Seguimos así toda la noche
hasta quedarnos exhaustas, y nos dormimos abrazadas.
La parte que prefiero de la fantasía es, sorprendentemente, cuando nos
separamos prometiéndonos seguir en contacto. Ella me da un papel y me dice
que lo lea más tarde. Es una hermosa poesía que ha escrito para mí. Está tan
llena de emoción y sentimientos que casi me echo a llorar al pensar que
alguien me quiere hasta ese punto. Me gustaría volver a leer su poesía
auténtica y fingir que la ha escrito para mí, pero por desgracia hace mucho
que no leo nada de eso porque no puedo encontrar sus libros en ninguna parte.
Así que si por casualidad estás leyendo esto, Rita, aquí hay alguien que
quisiera desesperadamente saber dónde escondes tus libros.

Meg
Tengo veintidós años. Estoy casada desde hace poco más de un año. Soy
ama de casa y soy feliz. Tuve mi primer orgasmo hace unos seis meses. Pasé
mucho tiempo deprimida, y pensaba que nunca podría tener un orgasmo
porque no me gustaba mucho el sexo. Finalmente decidí intentar seriamente
masturbarme. Elegí un día que estaba sola en casa y no tendría interrupciones.
Me quité la ropa y me tumbé en la cama con un espejo, un tubo de vaselina y
algunos objetos que pensé que podría meterme en el coño. Cogí una de las
«revistas de chicas» de mi marido y leí un poco y miré las fotografías, los
bonitos coños de las chicas, y luego me miré el coño en el espejo. Cogí la
vaselina y me la unté por todo el coño. Encontré el clítoris por primera vez,
estaba muy suave con la vaselina. Me lo froté y descubrí que los músculos
vaginales se contraían y que me mojaba. (Lo más importante: me tomé mi
tiempo y estaba relajada.) Me metí en el coño la punta de un pepino y seguí
frotándome el clítoris. Me puse boca abajo y sentí la urgencia de metérmelo
más y con más fuerza y tuve mi primer orgasmo.
Desde ese día aprendí que mi cuerpo es hermoso y que la masturbación es
un acto natural y hermoso. También me he dado cuenta de que puedo tener
orgasmos siempre que me acaricien el clítoris. Mi vida sexual ha mejorado.
Tengo muchas fantasías cuando me masturbo, pero la favorita es como
sigue:
Una amiga mía me habla de una mujer que conoce, mayor y casada, que
nunca se ha masturbado ni ha llegado al clímax y que está muy perturbada por
ello. Como a mí me encantan los cuerpos femeninos, me ofrezco a ayudarla.
Ella viene y hablamos un rato. Yo le toco el muslo suavemente y ella sonríe.

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Le digo que vayamos al dormitorio. Luego hago que se desnude y se tumbe
en la cama, y yo hago lo mismo. Le hago mirar mi bonito coño y le explico
que mi coño, igual que el suyo, es algo hermoso que puede dar mucho placer.
Luego le chupo un poco las tetas y le acaricio los muslos. Finalmente, llego al
coño. Le abro bien las piernas y le digo lo bonito que es su coño mientras lo
unto de crema. Le meto el dedo y ella se agita un poco. Luego le chupo
suavemente el clítoris y mi amiga gime. Le digo que tengo una sorpresa para
ella y saco mi gran vibrador; lo unto también de crema y le acaricio el clítoris,
mientras le meto lentamente el consolador, que zumba enloquecido. A ella le
encanta y, finalmente, después de follarla y acariciarle el clítoris durante un
largo y sincero rato, mi chica se corre, y me besa entre lágrimas, dándome las
gracias.
He de decir que nunca he estado con una mujer y que quiero mucho a mi
marido, pero desde que he aprendido a masturbarme deseo darle un orgasmo a
alguna mujer que lo necesite. Hasta entonces me masturbaré con mi vibrador,
que creo que es algo que toda mujer debería tener. (Es muchísimo mejor que
el agua en el coño. Si puedes tocarte el clítoris y meterte un gran consolador
en el coñito, el orgasmo es mucho mejor.) Y seguiré soñando con una mujer
que me deje provocarle un orgasmo.
Quiero que las mujeres sepan por mí, una mujer normal y corriente, que
está bien masturbarse. Estad en contacto con vuestro cuerpo y os sentiréis
muy bien.

Chris
Voy a hablar un poco de mí antes de contar mis fantasías sexuales. Tengo
veintitrés años y acabo de licenciarme en la universidad. Crecí en una ciudad
no muy grande con mi madre y dos hermanas mayores. Sexualmente maduré
muy tarde, y no tuve pelo en el pubis hasta los dieciocho años. Fui virgen
hasta los diecinueve y experimenté el primer orgasmo a los veinte; y, a
propósito, fue masturbándome. Desde entonces, la masturbación ha
desempeñado un papel importante en mi vida, y me masturbo al menos una
vez al día. Mis fantasías entran en escena durante mis sesiones privadas de
masturbación.
La mayoría de mis fantasías sexuales son sobre relaciones lésbicas. He
tenido una sola en mi vida, y me gustó mucho. Fue en la universidad, y si
hubiese vuelto a tener ocasión, me habría lanzado a ello, aunque nunca lo he
buscado.

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En mi primera fantasía estoy en unos grandes almacenes, comprando
lencería erótica. Termino comprando un liguero, medias, un par de bragas
francesas y el sujetador a juego. La vendedora, que ronda los treinta años y es
muy atractiva, me pregunta si quiero probármelo antes de comprarlo. Pienso
que es buena idea y la sigo hasta los probadores. Se marcha cuando empiezo a
desnudarme. Y en cuanto me he puesto la ropa interior, oigo que me pregunta
si me queda bien desde el otro lado de la cortina. Siento que el coño se me
hace agua y le digo que el sujetador me queda algo ajustado. La vendedora
entra en el probador con el pretexto de ayudarme. Me desabrocha el sostén y
me dice que me lo quite.
Mientras lo ajusta, dice que el conjunto es muy bonito y que ella tiene uno
igual. Yo le pregunto si cree que me queda bien, y ella responde que sí. Le
pregunto si tuvo algún problema con ese conjunto, y ella, sin decir una
palabra, se baja la cremallera del vestido y lo deja caer al suelo. Veo, para mi
sorpresa, que lleva el conjunto puesto. Pero sin bragas. Me quedo allí quieta y
ella dice que no, que nunca tuvo problemas. También comenta que nunca
lleva bragas porque le gusta masturbarse en las horas libres. Y entonces yo
empiezo a acariciarme las tetas. Ella me dice que me siente en la silla, que me
hará un favor. Ve lo excitada que estoy.
Me siento, y la vendedora me quita las bragas y dice que mi coño es muy
bonito. Yo quiero ofrecerle una buena vista y me abro los labios con las
manos todo lo posible. La mujer se arrodilla en el suelo y empieza a
explorarme el coño empapado. Le suplico que me chupe, y, sin más
preguntas, empieza a lamerme el clítoris. Mientras me chupa el botón del
amor, me mete dos largos dedos en el agujero del culo. Yo le miro su
hermoso coño y advierto que se está frotando el clítoris mientras me chupa.
Al verla tocándose el coño, casi llego al orgasmo. Ella se da cuenta y, de
pronto, aparta los dedos de mi ano y me mete uno en el coño. Yo alcanzo un
violento orgasmo y las dos nos vestimos y nos marchamos. Yo le doy las
gracias, y ella responde que vuelva cuando quiera.
No sabes cómo me estoy poniendo al escribir esto. Antes de seguir voy a
tener que masturbarme.
Ya me he masturbado hasta tener dos maravillosos orgasmos. Una vez
con los dedos y otra con el vibrador. Me he pasado años masturbándome sólo
con los dedos, pero acabo de descubrir el placer de los consoladores, las
botellas y el cepillo del pelo. A veces me meto el objeto en la vagina con una
mano mientras me acaricio el clítoris con la otra.

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La segunda fantasía que me gustaría contarte incluye la masturbación. La
fantasía comienza con un grupo de diez mujeres que quieren aprender a tener
orgasmos. Yo no soy la profesora, sino una alumna más. Todas las mujeres
están desnudas, incluso la profesora y yo. Estamos en una habitación con una
cama doble y varias sillas alrededor. Todas las mujeres están ansiosas por
aprender a tener un orgasmo y quieren ver una demostración. La profesora me
dice que me tumbe en la cama y abra las piernas. Luego les señala a las demás
mi clítoris y el coño. Y luego tengo que enseñarles cómo me corro
masturbándome. Con una mano me acaricio el clítoris y con la otra me meto
los dedos en el coño. Arqueo la espalda para que todas puedan verme bien el
coño. Cuando llego al orgasmo, las mujeres me vitorean y quieren intentarlo
ellas. La profesora les dice que se tumben en el suelo y abran las piernas.
Mientras ellas juegan con sus coños, la profesora y yo vamos comprobando
que todas se masturban correctamente. Las ayudamos a encontrarse el clítoris
y a veces las orientamos acariciándoselo y metiéndoles los dedos.
Normalmente me corro al llegar a este punto y la fantasía termina.
Creo que podría seguir durante horas, pero tengo que masturbarme otra
vez. Aunque antes debo darte las gracias por tus libros anteriores y por
permitir que te cuente mis fantasías. Ha sido un alivio saber que la mujer
puede hablar abiertamente del sexo. Tengo muchas amigas que dicen que no
se masturban ni fantasean. Yo, por mi parte, les he contado a muchas de mis
amigas mis fantasías e incluso he admitido ante ellas que me masturbo.
Estoy muy orgullosa de mi sexualidad, y si mis amigas, u otras mujeres,
no se masturban ni fantasean, lo siento por ellas, porque no saben lo que se
pierden.

Lilly
Soy muy tímida. Si mis padres descubrieran lo que pienso, seguramente
me desheredarían y mis amigos me evitarían. Cuando iba al psicólogo y le
contaba lo que voy a contarte ahora, me dijo que era una «etapa que estaba
pasando, y que puesto que sólo eran fantasías, no pasaba nada».
Tengo fantasías sexuales, como todo el mundo. Normalmente tratan de lo
mismo: mi relación sexual con otra mujer, bien con alguien que conozco y me
gusta y me atrae físicamente, bien con una atractiva desconocida. Los sueños
son tan intensos que a veces me pregunto qué sexo prefiero. Me da miedo,
porque llevo saliendo con chicos desde hace once años, y aunque me atraen

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los hombres, nunca tengo fantasías sexuales que traten sobre ellos, ni siquiera
sobre desconocidos.
Normalmente adopto un papel pasivo al hacer el amor, y mi compañera
disfruta de mi cuerpo. Me hace todo lo que me haría un tío (excepto follar),
solo que mejor, porque es muy dulce y cariñosa. Nunca he llevado la
iniciativa en el sexo; mis novios me «ayudaban» (por ejemplo,
desnudándome, acariciándome los pechos, etc…), porque soy muy tímida y
reservada, aunque me gusta mostrar afecto por la gente hacia la que siento
algo. Cuando disfruto tomando un papel activo (por ejemplo, participando en
el sexo y no sólo «quedándome tumbada»), me encanta que saboreen mi
cuerpo, poder dejarme ir, sin tener en cuenta si alcanzo el clímax o no.
En estas fantasías, siempre llego al orgasmo, porque me excitan
muchísimo. Las fantasías no se han hecho realidad porque: 1) no puedo
acercarme a mis amigas o a una desconocida que me atraiga para satisfacer mi
curiosidad y deseo; 2) temo que me guste y elija ese modo de vida para
siempre; y 3) porque tengo miedo. Pura y simplemente. Punto final.
En mis fantasías me siento segura, porque es un mundo propio y privado
en el que nadie puede meterse. Me encantaría hacer realidad mis fantasías,
pero tengo mucho miedo.
Por cierto, tengo veintiséis años, soy soltera y salgo con algunos chicos
que me gustan de verdad. Nunca le he dicho a nadie lo que acabo de contar.

LA OTRA MUJER COMO ESPEJO


Después de sugerir que los hombres podrían aprender de estas fantasías lo
que las mujeres desean, permítaseme añadir que no es una casualidad que las
mujeres hayan dejado a los hombres totalmente fuera de sus fantasías. Sería
un reduccionismo decir que las mujeres se vuelven hacia las mujeres
simplemente porque los hombres las decepcionan sexualmente. Al fin y al
cabo, la magia de la fantasía es que podemos controlarlo todo. ¿Por qué no
imaginar a un hombre con la boca y la lengua de un ángel si lo único que se
desea es la satisfacción oral? ¿Por qué atar un consolador a una mujer si lo
único que se desea es tener un objeto fálico en la vagina o el ano? No, por
razones conscientes o inconscientes, una mujer escoge a otra mujer como
compañera en su fantasía en lugar de un hombre porque se desea algo que
sólo una mujer puede dar.
Dottie dice que ninguno de sus amantes masculinos se ha tomado el
tiempo de estimularla hasta llevarla al orgasmo. Aunque piensa casarse y

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tener hijos algún día, ¿es a su «soñado» marido al que conjura en su fantasía
para que bese su «fiero agujero», para que meta su lengua cálida «en mi
palpitante botón»? En absoluto. Lo que ella crea es una mujer «muy hermosa
y armoniosa, femenina, aunque viril… Me abre los labios y presiona la boca
contra mi clítoris hinchado… ¿Quién podría saber mejor cómo chuparme que
otra mujer?»
El tema recurrente de este capítulo es la afirmación de Dottie de que
«nadie puede satisfacer a una mujer como otra mujer». ¿Pero implica esto que
cualquier mujer podría hacerlo? Estas mujeres tienen en mente un tipo muy
específico de mujer, alguien que está en contacto con su propio cuerpo, en
íntima relación con las eróticas grietas y rendijas de sus genitales, con sus
pechos y, para muchas de ellas, también con el ano. ¿Cuántas mujeres hay
que se amolden a esta descripción?
O estas mujeres son muy optimistas con respecto a lo que las personas de
su propio sexo desean y pueden ofrecer, o simplemente están demasiado
decepcionadas con los hombres. Sería muy simplista sugerir que las mujeres
sólo pueden satisfacerse con mujeres; en realidad, cada mujer, con sus
necesidades propias e individuales, tiene en mente a su propia mujer
fantástica. La relación sexual con esa determinada mujer, imaginada mientras
con la mano exploran su propio cuerpo, se convierte en una vía de
autoconocimiento, una manera de verse a sí mismas y descubrir su propia
sexualidad.
Las mujeres siempre han tenido esta necesidad, pero en el pasado ha
quedado insatisfecha. ¿Quién podía mirar a una mujer en la vida real o en la
imaginación? ¿Cómo se iba a mirar, si no había permiso para el voyeurismo,
para sentir y tocar otro cuerpo como el propio, y obtener de esa observación
algún indicio de la sexualidad femenina?
El modelo de la madre quedaba fuera de cuestión. Aunque la madre
tuviera un ápice de impulsos sexuales, estaba el tabú familiar que prohibía ver
a los padres bajo un punto de vista sexual. Antes de los años setenta, el
modelo de femineidad que la madre presentaba a su hija era el de una decente
mujer asexual. Y las chicas del vecindario, la mujer de una comunidad mayor,
eran una réplica de la madre. Estaban, naturalmente, Marilyn Monroe y
Elizabeth Taylor, y otras mujeres fatales, pero eso es lo que eran: mujeres
fatalmente imperfectas, destinadas a excitar a los hombres, pero a vivir en esa
comunidad prohibida, excluidas del grupo de las «mujeres decentes».
Las jóvenes de este capítulo forman parte de la primera generación que da
por garantizado que la sexualidad es parte de la identidad de la mujer; por

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tanto, deben crearse, literalmente, deben inventarse a sí mismas. No hay
patrones con los que modelarse como mujeres sexual y económicamente
independientes, mujeres que a veces son también esposas y madres.
Hoy el modelo de la madre es más complicado que nunca. Aunque la
imagen de la madre como proveedora que trabaja fuera de casa puede ser útil,
su imagen como persona con impulsos sexuales puede resultar tan
amenazadora como en el pasado; el viejo tabú familiar sigue existiendo. ¿Y si
tiene demasiados impulsos sexuales? Muchas de estas mujeres fueron
educadas por madres separadas o divorciadas; el tema de la competición
sexual entre madres e hijas es más real que nunca, pero sigue siendo una de
las áreas todavía inexploradas e ignoradas de la identidad de la mujer.
¿Quién puede ofrecer entonces un modelo a la joven mujer, un
sentimiento de sexualidad femenina en este primer período de la historia, en
el que es correcto que una mujer reconozca su sexualidad, además de ser todo
lo que debe ser la mujer de hoy? Aquí entra la otra mujer de la fantasía, a
menudo mayor, que le abre los brazos y desnuda su pecho. ¿Qué lugar más
seguro e íntimo para investigar a otra mujer «cuyo cuerpo es como el mío»?
«Me gusta el contacto con su cuerpo, y mi habilidad para excitarla parece
acercarme a mis sentimientos como mujer —dice Eve—. Me siento muy
femenina al poner mi boca caliente sobre su clítoris hinchado.»
La edad media de las mujeres de este capítulo es veintidós años. Han
crecido en una cultura y unos medios de comunicación que pretendían
aplaudir la sexualidad femenina; muchas de ellas han sido educadas por las
feministas que dominaban muchos campus universitarios. Las han llevado a
esperar mucho, no sólo en su vida sexual, sino también en su papel como
profesionales y madres. Desde los años ochenta hasta la fecha, todos los
estudios que he leído indican que las mujeres de esta nueva generación están
convencidas de que tendrán éxito en sus carreras, tendrán dinero y
encontrarán maridos partidarios de la igualdad, que compartirán con ellas el
trabajo de la casa y la educación de los niños.
Y aquí es donde el realismo empieza a hacer entrada. Mientras que los
jóvenes universitarios pueden elegir a su futura esposa tanto por su capacidad
de ganar dinero como por su belleza, el hombre se siente acosado si la esposa
compite más que él; si ella gana más que él, la relación suele tener problemas.
Muchos de los rasgos con los que definimos la masculinidad tienen que ver
todavía con ser un buen proveedor, mejor que ella.
El éxito profesional, si es que ella consigue al menos algo de lo que
esperaba, estimula, pero no hace que una mujer se sienta más femenina. El

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hombre de hoy está tan confuso en cuanto a su propio papel como hombre
que no puede satisfacer el lado tierno, femenino, de la mujer. Pero otra mujer
sí puede hacerlo, y lo hará mejor por ser precisamente una mujer.
Esta necesidad de ver la propia femineidad sexual en el cuerpo de otra
mujer se hizo muy popular en las fantasías de los primeros años ochenta,
cuando las mujeres cubrieron literalmente su femineidad con el masculino
traje-del-éxito, alzando ante los hombres consignas que decían que no eran
mujeres —«Trátame como a un tío, por favor»—, al tiempo que lanzaban
también consignas para sus adentros. Paralelamente, las mujeres estaban
aprendiendo a marcarse su propio rumbo, a abrir sus propias puertas y a
competir con el hombre en el trabajo. ¿Cómo iba a saber la mujer que no
había perdido su esencia femenina, que pedía a gritos alimentar y ser
alimentada?
Aquí entra en escena el pecho, el símbolo y sustancia de este capítulo.
Cuando estas mujeres hablan de pechos, no hay duda de que lo que se
busca en la relación amorosa con otra mujer es algo más que la satisfacción
genital. Aparte de todo lo demás, el pecho es el tema central. «Sus pechos no
me caben en la mano porque son demasiado grandes —dice Jenna—, y los
pezones marrones están tan altos que casi puede alcanzarlos con la lengua,
con la que ahora acaricia mis propios pechos a través de mi blusa de seda.»
Los pechos no se juzgan sólo por el tamaño; lo que se desea son unos
«buenos pechos». Aunque la fantasía de Jessie se centra principalmente en la
excitación clitoridea, todo comienza, como siempre, con el pecho: «Me saca
los pechos del sujetador negro y empieza a mamármelos. Hace que me tumbe
en el suelo, y me arranca las bragas para dejar al descubierto mi coño en toda
su húmeda y jugosa gloria. “Ah, la vía principal”, gime, y se inclina hacia él.»
Cuando empecé a escribir hace veinte años, los entendidos del mundo
conductista me dijeron que la razón de que sexualizáramos nuestras
«necesidades infantiles» es que nos avergüenzan; la sexualización es un
disfraz. Tal vez esto sea cierto para el hombre, que debe defender su hombría
casi a cada momento. Pero estas mujeres no parecen en absoluto
avergonzadas al exponer sus «necesidades infantiles». No dan ningún rodeo
para enmascarar su necesidad de mamar; tampoco utilizan ningún eufemismo
cuando hablan de mamar y chupar los hermosos pechos que han creado.
La mujer fantástica de Jenna está sentada en su regazo mientras otra mujer
le da unos azotes y finalmente «me folla el coño con el enorme consolador
que se ha colocado». Es algo prohibido y delicioso. Ella me dice: «Quieres
que te follen, ¿verdad, pequeña? Te gusta que te folle con fuerza y hasta el

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fondo. Tu coñito virgen está ahora abierto del todo, nena. Diles a todos que
eres una niña mala, ¡díselo!».
Estas fantasías ponen en claro hasta qué punto nuestra sexualidad adulta
está enraizada en los primeros años de vida. Muchos de los problemas de la
mujer se retrotraen a los difíciles años de la infancia, cuando la madre le
enseñó a creer que los genitales eran algo sucio, intocable. Y hoy, para creer
que su vagina y su ano son aceptables, incluso hermosos, vuelve a ese
problema del segundo año de vida; reescribe la historia con otra mujer.
Siempre he creído que el desarrollo sexual de una mujer sería mucho más
fácil si en esos primeros años de vida participara un hombre, además de una
mujer, tanto en la educación como en el cariño. Los hombres son menos
rígidos en la educación del aseo, menos intransigentes con los «malos» olores
e imágenes que las mujeres asocian a las funciones corporales.
Hay una propensión en la estructura familiar que merece la pena estudiar,
puesto que se refiere a la carencia de calor y ternura no sólo entre mujeres y
hombres, sino también entre padres e hijos. Si la mujer piensa que el hombre
es incapaz de dar un afecto cálido, ¿cómo puede creer que el hombre puede
cumplir a la hora de criar a un bebé, cosa para la que las mujeres dicen
necesitar desesperadamente a los hombres, aunque son reacias a renunciar a
su territorio?
En ciertos momentos de ansiedad, las mujeres dicen que al acostarse con
un hombre, buscan la satisfacción genital/sexual. Lo que en realidad desean es
una relación maternal, esa cercanía y unidad primitiva que tuvieron de niñas.
Esto es algo que, según diría la rígida teoría psicoanalítica y algunas mujeres
igualmente rígidas, sólo puede proporcionar una mujer. Pero esto es una idea
innecesariamente sexista. No todas las mujeres son buenas madres. Lo que en
este período se necesita queda compendiado en el concepto psicoanalítico de
una «buena madre». No es la madre perfecta, ni siquiera la madre autentica,
sino alguien que pueda cumplir esa función.
La idea va más allá del sexo masculino o femenino. Es un cierto tipo de
amor y ternura que, sí, pueden ofrecer tanto un hombre como una mujer.
Tanto un hombre como una mujer pueden dárselo a un bebé o a un amante en
la cama; yo creo que un hombre que tenga esta capacidad puede criar a un
niño mejor que una mujer que no la tenga. Con el tiempo, ese niño se
convertirá en un adulto al que no incomodará la idea de un hombre como
amante apasionado y a la vez tierno.
El mito que se ha creado sobre las mujeres, según el cual todas son buenas
madres, es similar a la imagen irreal y falsa que se tiene del pene, que siempre

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ha de estar erecto. Las salas de los psicoanalistas están llenas de personas que
se sienten inferiores porque no han cumplido estas férreas estructuras. En
lugar de esto, deberíamos replantearnos estos mismos esquemas.
A medida que sigan cambiando los papeles familiares, tendremos que
dejar de usar la palabra «maternal» en su significado reduccionista, referido
sólo a la mujer, o bien inventar una palabra nueva que no excluya al hombre.
No estoy preconizando que los hombres deban ser como las mujeres, igual
que no digo que la mujer deba ser como el hombre. Se trata de un equilibrio;
si la mujer va demasiado lejos en su deseo inconsciente de hacer del hombre
alguien cálido que la acune y conforte, habrá ganado una madre, pero habrá
perdido un hombre.
La capacidad de ser un padre cariñoso y emocional se encuentra tanto en
hombres como en mujeres. Hay ciertos atributos físicos, naturalmente, que
sólo tienen las mujeres, y viceversa. Pero también hay emociones que no
están divididas según el sexo y que pueden ser expresadas por ambos. Hemos
pasado por alto la idea de que lo que da la sal al guiso es el trato masculino;
de hecho, hemos aprendido a disfrutar sólo de la mujer. Deberíamos superar
la idea de que la capacidad de ser una «buena madre» es una prerrogativa de
la mujer. Sólo entonces encontrará la mujer en el hombre la ternura, junto con
la satisfacción sexual, que afirman poder encontrar sólo en otra mujer.
Si se separa a un patito de su madre antes de que abra los ojos, quedará
«impresionado» con el primer ser viviente que vea y podrá seguir a todas
partes a un perro o un gato. Si un perro puede criar a un pato, ¿no es posible
pensar que un padre emocionalmente flexible puede ser una «buena madre»
para un niño? ¿O para una mujer que le necesite en ese papel de vez en
cuando?
Hace veinte años éramos reacios a aceptar que nuestra sexualidad
comienza con la relación madre-hija, pero las mujeres de la generación de
Jenna se han educado en esa certeza, que ha sido asimilada por la cultura.
Jenna tiene ahora veintitrés años, está enamorada de un hombre y no la
violentan en absoluto sus sueños eróticos, en los que es una «niña mala».
Dado su entusiasmo por «indecentes fotografías en las que las mujeres se
chupan mutuamente los pechos y se penetran suavemente los coños rosados
con los dedos», es posible que haya visto las películas Entre Nous y
Emmanuelle, que tratan gráficamente del sexo entre mujeres y fueron muy
populares en los años ochenta.
En aquella década surgió una nueva corriente de películas y libros de
mujeres. La sabia idea de los años setenta de que las mujeres debían volverse

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unas a otras para la comprensión y la identificación, comenzó con la
camaradería de los grupos de concienciación y rápidamente llevó a las
relaciones sexuales. «Aunque seas heterosexual —rezaba la consigna del
partido—, y prefieras sexualmente a los hombres, las mujeres también
necesitan a otra mujer.» Para la mujer que necesita este tipo de estimulación,
esto forma parte de la cultura de hoy.
Las mujeres de este libro se reirían de las teorías conductistas que
establecen categóricamente que a las mujeres no les excita ver escenas
sexuales. Estas mujeres hablan muy a menudo de la excitación que sienten al
ver películas pornográficas y fotos de mujeres desnudas en las revistas. Y
para ellas la masturbación que suele acompañar a estas escenas es algo
natural. Son la primera generación de mujeres que saben que la estimulación
del clítoris garantiza el orgasmo. Y cuando cierran los ojos y se masturban, es
mucho más tierno y excitante imaginar que no es su propia mano la que las
lleva al orgasmo, sino la boca de otra mujer.
Para las mujeres, el sexo oral, tanto en la realidad como en la fantasía,
cobró vida a finales de los setenta y en los ochenta. Los estudios sobre la
sexualidad femenina publicados en los últimos años indican una y otra vez la
preferencia de la mujer por el sexo oral. ¡Ah, el milagro del cambio!, porque
yo recuerdo a las mujeres de Mi jardín secreto, a las que aterrorizaba la
pérdida de control que implica el sexo oral; y recuerdo a los hombres de Men
in Love, que soñaban que sus mujeres les permitieran practicar el sexo oral.
Las «mujeres decentes», educadas para no perder nunca el control, temían que
si se dejaban ir en ese viaje infinito del orgasmo clitorídeo, «morirían», no
volverían a recuperar la conciencia.
Hoy en día, las mujeres desearían que los hombres de la realidad tuvieran
la lengua experta de las mujeres de su fantasía. Los hombres podrían aprender
si las mujeres les dijeran exactamente lo que quieren. Pero las mujeres
detestan darles instrucciones, decirles lo que deben hacer, explicarles lo que
quieren; al implicarse en su propia seducción se hacen demasiado
responsables, rompen el «arrebato». En lugar de eso, sueñan con una mujer a
la que no hay que decirle nada, una mujer creada a propósito: «Le pongo la
boca en el coño vacilantemente —dice Dana—, y bebo sus hermosos jugos.
Ella se abre los labios con una mano mientras yo le lamo el clítoris de arriba
abajo, en largos lengüetazos que cubren todo el coño. La chupo desde la
ardiente vagina hasta el último extremo del coño, una y otra vez, más y más
deprisa.»

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Una vez más, cualquiera que sea la habilidad «natural» de la mujer en el
sexo oral, es significativo que estas mujeres prefirieran inventar una mujer y
no un hombre. Lo que ofrecen estas compañeras sexuales fantásticas, además
del orgasmo, es una imagen idealizada de la creadora de la fantasía. Una
mujer fantástica es inventada para encarnar las características que desea la
mujer. Elizabeth, por ejemplo, está «muy insegura» de su aspecto; pues bien,
la mujer de su fantasía es esbelta y hermosa. Jackie cree que tiene los pechos
demasiado pequeños, pero, en su fantasía, los pechos de la otra mujer «son las
tetas más grandes que podría chupar».
En una sociedad como la nuestra, a la que cautivan los pechos grandes y
que iguala delgadez a belleza, no es sorprendente que estas mujeres prefieran
verse reflejadas en el espejo de sus «otras», creadas como mujeres esbeltas de
pechos perfectos. A veces, las fantasías son como cuentos de hadas: la mujer
«imperfecta» cierra los ojos y se imagina transformada en una hermosa
princesa a la que entonces procede a hacer el amor con adoración.
«Bajo hasta sus pechos y siento su belleza —dice Debbie, haciéndole el
amor a una mujer que ella misma quisiera ser—, recibiendo todo el placer
como si fuera mi propio cuerpo el que tocara.» Esto no es más que un rodeo
de una fantasía narcisista, con la que podría sentirse violenta amándose a sí
misma o exhibiéndose. Al quedar sustituida por un alter ego, se supera el
tabú. Y lo que es más importante, amar a la otra mujer —mientras ella se
masturba, se toca— se convierte en una exploración, en la investigación de un
misterio: «Besándole el vientre lentamente, dedicándome a todo su cuerpo,
descubriendo, siempre descubriendo.»
En el pasado, cuando la mujer ponía en el hombre su seguridad
económica, y con ello también su identidad, las mujeres miraban a sus
hombres a los ojos para verse a sí mismas. «Háblame de ella», les decían
refiriéndose a la mujer que hubo antes que ellas, que era un indicio de lo que
era él, así como de lo que eran ellas mismas.
Estas nuevas mujeres son distintas, y aunque la mayoría no expresan con
palabras su ira hacia el hombre, en su rechazo del hombre como compañero
en la fantasía se insinúa que los hombres les han fallado en cieno modo. Estas
mujeres son la generación de la transición. En su comprensible confusión y
decepción hacia los hombres, ¿no les estarán castigando excluyéndolos de sus
fantasías, igual que en la vida real algunas mujeres excluyen al hombre del
acto de la procreación, prefiriendo acudir a un banco de esperma antes que
relacionarse con el hombre «no adecuado»?

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Las fantasías de este capítulo están llenas de fuerza femenina. A lo largo
de este libro me he estado preguntando cómo reaccionarán los hombres ante
esta desnuda exhibición de poder sexual. ¿Quedarán agradablemente
sorprendidos? ¿O más bien dirán: «Siempre lo he sabido… Esas brujas
quieren controlarnos, ¡incluso excluirnos!»?
Sea cual sea la reacción de los hombres, las mujeres deben decidir cuánta
compasión quieren demostrarle al hombre. Somos el sexo más fuerte. Las
primeras feministas se negaban incluso a tener en cuenta el punto de vista del
hombre, y eso perjudicó a su causa, porque perdieron el apoyo de la mayoría
de las mujeres que deseaban vivir en un mundo con hombres.
A la mujer siempre le ha resultado más fácil enfurecerse con los hombres
que con las mujeres. Creo que también le resulta más fácil competir
profesionalmente con los hombres que con las mujeres. ¿No es hora de que
las mujeres reconozcan que una parte de este nuevo entusiasmo erótico por
otra mujer es un modo de negar la ira hacia los hombres y la competitividad?
Irónicamente, algunas fantasías en las que se hace el amor con otra mujer
comienzan con el miedo a competir con ella. Adviértase las muchas veces que
se comenta la belleza de la otra mujer, esa zona de competición entre mujeres
que no tiene ni principio ni fin. Si no podemos derrotarla, nos unimos a ella,
sexual y literalmente. «No estoy furiosa contra ti —dicen estas fantasías—.
De hecho, te amo; déjame chupar y besar cada rincón de tu cuerpo.»
En este libro están dispersas fantasías de mujeres que llegan al orgasmo
imaginando a su hombre con otra mujer. Ellas se apartan del cuadro para no
tener que competir con la rival. En cierto sentido, son ella.
En estos tiempos de permisividad sexual, las mujeres siguen siendo el
último corazón de las tinieblas. En sus fantasías se exploran por fin unas a
otras, y a través de esto, a sí mismas. Igual que las mujeres que observan con
tanto detalle a las mujeres desnudas de las revistas para hombres, viendo la
oportunidad de satisfacer su curiosidad sobre las zonas sexuales de otras
mujeres, las fantasías con otra mujer abren puertas secretas que se habían
cerrado desde los tiempos en que, señalando el cuerpo desnudo de su madre,
preguntaban: «¿Eso qué es?»
Estas fantasías permiten que la mujer sienta la piel de una mujer, sus
deseos y necesidades sexuales y pueda comparar sus apetitos. Estas fantasías
le dicen a la mujer que no está sola. El contacto con la otra mujer es
doblemente atractivo, familiar y tranquilizador, aunque erótico y lleno de
tabúes. Con ella, la mujer se da permiso para actuar tan libremente en la
realidad como lo hace en la fantasía.

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Al final, esas imágenes soñadas de hermosas y eróticas mujeres desnudas
se convierten en una especie de ideal, en un adorable espejo de la propia
mujer, en el que se ve como ella desearía ser. Son imágenes de su
secretamente esperada femineidad, imágenes que su madre, de la que una vez
necesitó recibir el permiso sexual, pensaba tercamente que debía negar.
Incluso una mujer que se sienta sexualmente segura de sí misma y que pueda
dar sensatos y liberales consejos sexuales a la hija de otros, no suele sentirse
libre para hacer lo mismo con su propia hija.
En estas fantasías, la mujer es a la vez madre e hija, la rival y ella misma.
Como por arte de magia, son maravillosas, ven que ellas son iguales y ven
que las otras no se enfurecen ante el hecho de ser rivales. En estas secretas
fantasías infantiles, la madre vuelve a sonreír, mientras ella reclina la cabeza
sobre su pecho. Y esta vez la madre dice «sí». En lugar del ceño fruncido ante
la sexualidad despertada en el pasado, en el rostro de la madre están ahora
«los contornos del deseo satisfecho» de los que tan místicamente escribía
William Blake y que ella espera tener algún día cuando sea mayor.
En estas fantasías de mujeres con mujeres hay, naturalmente, mucho más
que el inevitable retorno psicoanalítico a la madre. Yo creo que uno de los
deseos que expresan es el de aprender de otras mujeres cómo podríamos vivir
con los hombres más felizmente.

Elizabeth
Soy una chica negra de veintidós años, virgen. Aunque soy virgen, nada
me gustaría más que sentir una gran polla caliente entrando y saliendo de mi
coño húmedo. Siempre he sido muy tímida, aunque todo el mundo me diga
que soy bonita, y siempre he estado muy insegura de mi aspecto y no he
salido con muchos chicos, aunque me han hecho varias proposiciones.
Supongo que empecé a descubrir mi sexualidad cuando tenía unos seis
años. Una compañera y yo nos frotábamos el coño juntas, y nos mojábamos y
excitábamos. Era una sensación muy agradable. Unos cinco años después, mi
familia se mudó, y yo dejé de ver a mis antiguas amigas y dejé de
masturbarme, pero empecé a leer pornografía que escondían mis hermanas y
mi hermano debajo de los colchones y en los armarios. Como resultado de
estos libros y revistas, a los dieciséis años empecé a masturbarme otra vez,
pero ahora metiéndome cosas en el coño, como botellas, pepinos, plátanos,
vibradores y velas.

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Casi nunca fantaseo cuando me masturbo, pero tengo fantasías para
ponerme a tono. Durante el mismo acto, me gusta leer libros sucios y mirar
fotos de desnudos. Me excito sobre todo si en las fotos hay dos mujeres
haciendo el amor.
Nunca he estado con una mujer, pero ésta es una de mis fantasías favoritas
y me encantaría vivirla algún día. La mayoría de mis fantasías son sobre
mujeres blancas, esbeltas y hermosas (yo peso actualmente quince kilos de
más).
En mi fantasía favorita estoy con dos compañeras de habitación, que
llamaré Sherrie y Laurie. Estamos viendo «1001 Historias Eróticas», en el
Canal Play Boy, donde tres chicas del harén están haciendo el amor entre sí
delante del jeque. Después nos ponemos a comentar lo que hemos visto y
descubrimos que las tres tenemos fantasías en las que lo hacemos con otra
mujer. Cuando termina la película, subimos a mi dormitorio y comentamos
cómo sería el sexo con otra mujer y decidimos experimentarlo nosotras
mismas.
Nos sentamos en la cama después de desnudarnos, sin saber muy bien qué
hacer. Entonces yo tomo la iniciativa, me inclino a la izquierda y beso a
Sherrie en los labios mientras cojo la mano de Laurie; luego me inclino a la
derecha y beso a Laurie apasionadamente. Después, Laurie y Sherrie se
besan, mientras yo le chupo las tetas a Sherrie y le meto el dedo en el coño
hasta que se corre, al tiempo que Laurie me hace lo mismo a mí. Estamos en
un frenesí de pasión y pronto nos lamemos y chupamos el coño unas a otras,
alcanzando un orgasmo tras otro. Luego cojo un gran vibrador en forma de
pene que tengo escondido, me lo coloco y me pongo a follar a Sherrie,
mientras ella gime de placer y le chupa el coño a Laurie. Cuando se corre,
folio a Laurie con el vibrador, metiéndolo y sacándolo de su coño caliente y
húmedo más y más deprisa. Mientras, Sherrie se sienta sobre su cara para que
le chupe el coño. Sherrie y yo estamos cara a cara, y nos besamos
apasionadamente y nos chupamos las tetas. Yo se las muerdo de vez en
cuando. A ella le encanta y se corre a causa de mis caricias y de la lengua de
Laurie en el coño.
Yo aparto la boca de las tetas de Sherrie y me concentro en que Laurie se
corra. Muevo la polla de goma más y más deprisa y bajo la vista para ver
cómo entra y sale de su vagina. La polla de goma está empapada con sus
jugos, que también le empapan los pelos del coño y le resbalan por el culo.
Finalmente, cuando ya está a punto de estallar, empiezo a tocarle el clítoris.
Se corre con una violencia que nunca hubiera creído posible.

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Luego me toca a mí. Sherrie me desata de la cintura la polla de goma y se
la pone ella. Mientras tanto, Laurie me besa por todas partes. Llega hasta el
coño, que me arde de pasión, y empieza a lamérmelo. Justo cuando ya no
puedo soportarlo más, empieza a comerme con un fervor que nunca había
conocido, y a mí me encanta.
Entonces Sherrie se pone entre mis piernas y me mete los veinte
centímetros de polla de un golpe y me folla como nunca me ha follado ningún
hombre. Tengo la cabeza sobre una almohada y hay espejos en las paredes y
el techo, de modo que la veo metiéndome la polla de goma desde todos los
ángulos. Mientras Sherrie y yo follamos, Laurie sale de la habitación y vuelve
con una serie de objetos eróticos, entre ellos un consolador de dos cabezas. Se
pone una polla de goma de unos quince centímetros y hace que nos demos la
vuelta, de modo que quedo boca abajo encima de Sherrie, que me sigue
follando mientras presiono el coño empapado sobre la gran verga de goma
que tiene atada a la cintura. Ahora Laurie está poniendo vaselina en la polla
que tiene puesta, me la mete en el ojete y la introduce lentamente. Me están
follando dos hermosas mujeres blancas, y a mí me encanta. Estoy en el cielo.
Cuando nos acercamos al orgasmo, el ritmo se acelera. Follamos tan deprisa
que creo que se me va la cabeza de placer. Entonces me corro mientras
Sherrie me folla por el coño y Laurie por el culo. Si Dios me hubiese matado
en ese momento, habría muerto con una sonrisa en el rostro.
Soy licenciada universitaria y trabajo de encargada en una gran cadena de
almacenes.

Jenna
Tengo veintitrés años, soy soltera, y he sido educada en un estricto
catolicismo. Tengo un novio muy guapo al que adoro… y un montón de
fantasías, muchas de las cuales incluyen a otra mujer. No me siento lesbiana
porque me gusta tanto mi hombre que no tengo ningún deseo de una mujer
masculina, pero decididamente me gusta soñar despierta con mujeres.
Fui virgen hasta los veinte años y desde entonces he compartido mi
cuerpo generosamente con mi novio. Es muy experto y tiene el cuerpo de un
dios griego y el corazón de un santo.
En fin, como soy una persona muy creativa, pensé que sería interesante y
emocionante escribir una fantasía sexual. Me pone muy nerviosa que alguien
se entere de que he escrito esto.

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Mis fantasías son muy vívidas y gráficas (soy una buena artista, además
de hija de un alcohólico, y he oído que esto puede ser causa de un rico mundo
de fantasía, supongo que por escapismo). Me encanta ver fotos sucias de
mujeres chupándose los pechos y metiéndose los dedos entre los labios del
coño, damas de labios pintados cuyas lenguas saborean profundamente los
jugos femeninos.
Una fantasía es que voy en avión de Italia a Irlanda, haciendo escala en
Alemania, y que en Alemania el avión no puede despegar, así que la línea nos
paga la noche allí. Nadie me conoce en este país, de modo que me siento muy
aventurera y entro en un club de lesbianas. En realidad soy modelo, así que
me imagino maquillada, con el pelo rizado. Sé que en esa situación sería muy
tímida, de modo que me veo rondando a una hermosa rubia de grandes pechos
y culo redondeado hasta que me invita a seguirla. Entramos en una sala
grande llena de mujeres amándose. Como no hablo su lengua, me hace señas
para que me siente y mire. Ella se abre de piernas, me coge las manos y me
indica que la desnude. Primero le acaricio los pezones a través del jersey, y es
evidente que no lleva sujetador porque aparecen dos puntos duros cuando los
acaricio con dos dedos. Luego le subo el jersey, y su cuerpo queda al
descubierto. Sus pechos no me caben en la mano porque son demasiado
grandes, y los pezones marrones están tan altos que casi se los alcanza con la
lengua, con la que ahora me acaricia a mí los pechos a través de mi blusa de
seda.
Ahora coge el vaso de agua helada que tiene al lado y lentamente me lo
vierte sobre la blusa; mis tetas se yerguen con el frío, deseando que las
chupen, cosa que no hace todavía. Ahora las mujeres nos rodean, mirando y
jugando entre ellas, sabiendo que soy nueva y joven y deseando observar
nuestro juego de amor. Ella me sienta en su regazo, me sube la falda para que
todo el mundo me vea la ropa interior, y me huele el pubis. Entonces coge el
dedo corazón de otra chica y me lo frota contra el clítoris a través de las
bragas, que ahora están empapadas. La chica se relame sus hermosos y
gruesos labios; es muy joven, de unos dieciséis años, y le encanta su
sexualidad. Lleva una camisa arremangada sobre sus jóvenes pechos, de
modo que todos le vemos los pechos redondos y los grandes pezones. Se
arrodilla delante de mi silla, me aparta las bragas a un lado y pega la teta a los
labios de mi coño, estimulándolos con el pezón. Otra mujer más mayor le
mete el dedo, empapado con sus jugos vaginales, en la boca y hace que la
chica los chupe mientras juega con su teta en mi coño.

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La rubia me quita la blusa y me pone la mano bajo el pecho,
balanceándolo arriba y abajo, con la vista fija en sus movimientos. Sigue
debajo de mí. Hace que se acerquen dos gemelas negras para que me chupen
cada una un pecho. Me quitan las bragas con lascivia y siento los dedos de
dos mujeres en el coño, que está tan empapado que meten un tercer dedo. Me
aplican al clítoris un vibrador. La mujer que tengo debajo ha mojado el dedo
en el coño de otra chica y ahora me lo mete por el culo, mojándomelo con los
jugos vaginales de otra hermosa chica. Yo me corro una y otra vez y luego
quiero chupar a otras mujeres. Una me da unos azotes y me dice, en mi
idioma, que soy una «mala chica», luego hace que me arrodille delante de ella
con las piernas tan abiertas que puede contarme los pelos del coño. Se sube el
vestido y me pide que describa gráficamente lo que veo. Yo digo: «Te veo los
labios del coño, los veo claramente, con pelos rubios que me atraen,
ocultando e invitándome a esos labios gordos y rosados.» Ella pone las
piernas en una silla, de modo que tiene el coño totalmente abierto. «Ahora te
veo el coño muy claramente. Es todo rosa, con un clítoris marrón que
sobresale.» Me dice que me incline. Yo obedezco, y antes de darme cuenta,
me está follando con un enorme consolador que se ha puesto. Es algo sucio y
delicioso. «¿Quieres que te folle?, ¿verdad, pequeña?», me dice. «Te gusta
que te folle hondo y con fuerza. Tu coñito virgen está bien abierto, nena. Dile
a todo el mundo lo mala que eres, ¡díselo!»

Jessie
Tengo veintiún años, soy soltera (y lo prefiero así), soy músico y
cantautora, y he recibido una educación muy estricta. Mis padres son muy
jóvenes (aún no han cumplido los cuarenta), pero tienen una actitud contraria
hasta el fanatismo a las relaciones prematrimoniales. Sin embargo, soy una
persona muy inclinada al sexo y me he acostado hasta ahora con veinte
hombres. Perdí la virginidad a los diecisiete años en el asiento trasero de un
gran Toyota con un chico llamado Jim. El muchacho me importaba muy
poco, pero necesitaba desesperadamente descubrir lo que era el sexo. Tuve un
orgasmo fugaz y me quedé diciendo «¿Esto qué es?».
Cuando se lo conté a mi madre, me dijo que era una puta, una zorra, me
dijo de todo. De modo que a partir de entonces, me guardé para mí mis
hazañas sexuales. (Sólo se las cuento a mis dos mejores amigos.)
Soy heterosexual, pero cuando me pongo caliente, casi siempre fantaseo
con hacer el amor con otra mujer. Lo más probable es que si me ofrecieran un

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revolcón en la paja con una mujer (cosa que ha ocurrido), rehusaría. Pero es
algo excitante… Así que vamos a la fantasía, ¿de acuerdo?
Me veo actuando en un club nocturno donde la mayor parte del público se
compone de hombres con cadenas de oro y mujeres de la noche. (Siempre he
mirado con respeto a las mujeres que cobran por hacerlo.)
Estoy cantando Buming Up, de Madonna (el caso es que me parezco
mucho a ella cantando, aunque tiendo un poco al heavy), cuando una hermosa
criatura «marilynesca» me tiende su número de teléfono y dice que arde en
deseos de comerme. Yo termino rápidamente la actuación. Ella me espera
fuera. Dejamos el palacio de placer para ir a casa, a la mía.
La mujer es hermosa (rubia platino, grandes pechos y un cuerpo muy
esbelto). Yo estoy temblando. Casi me corro con sólo pensar en tener en mis
labios vaginales sus labios pintados de rojo. Ella me dice «Tengo hambre», y
empieza a besarme.
Me besa lentamente el cuello y yo empiezo a empaparme, rezumando
jugos sexuales. Me quito la blusa y los vaqueros y ella hace lo mismo
ansiosamente. Volvemos a besarnos, y ella me saca el pecho del sostén negro
y empieza a mamármelo. Yo gimo de placer. Me empuja al suelo y me
arranca las bragas, dejándome el coño al descubierto en toda su empapada y
jugosa gloria. «¡Ah, la vía principal!…», gime, y se inclina hacia él.
Sabe muy bien lo que se hace, y me abre con abandono. Yo grito:
«Cómetelo… ¡Cómetelo!» Tiene la lengua muy larga y al principio me excita
acariciándome el clítoris y luego me folla con todas sus fuerzas con su larga
lengua maravillosa. Me chupa y me la mete en el coño cada vez más deprisa
hasta que me retuerzo de placer. Grito a pleno pulmón y le vierto en su
hermosa cara y su cuello de cisne mi poción de amor. Le digo que se ponga a
cuatro patas, y ella lo hace sin discutir. Me ofrece su culo en pompa, y yo la
abro y le chupo el clítoris como si llevara años haciéndolo. Introduzco mi
lengua en su «vasija sagrada», metiéndola y sacándola y agitando la cabeza lo
más deprisa que puedo. Le meto el dedo en el culo y, al instante, se corre. ¡Oh
Dios mío, sabe de maravilla! Sus jugos vaginales me corren por el cuello y
por las tetas. La limpio a lengüetazos, me deslizo hasta el suelo y hacemos un
«sesenta y nueve» hasta que ya no podemos corrernos más. Después nos
separamos, pero ella promete volver a oírme «cantar».
Ahora estoy empapada. Si mi madre supiera… Esta noche voy a soñar con
la «última cena» de Marilyn.

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P. D.: Quiero decir que tengo una vida sexual muy sana y activa con
hombres, y que los hombres me gustan mucho. Me gusta sentir una polla en
mi coño y me encanta hacer mamadas. Pero me gusta más que me chupen que
follar. También tuve un abono hace unos años, y por eso creo que el sexo oral
con una mujer es una idea agradable para mí, porque así no me puedo quedar
embarazada; además, me encanta sentir que me lamen el coño, que me lo
chupan y acarician.

Dana
Esta fantasía me calienta en mis noches solitarias en la gran ciudad.
Voy con Laurie, mi mejor amiga, a la playa. Es una playa muy especial,
porque es nudista. Cuando llegamos hay muy poca gente, sólo un mar azul
oscuro, un cielo azul brillante, el sol caliente y una gran extensión de arena.
Nos tumbamos juntas en mi toalla grande y mullida, y el sol nos calienta.
A medida que penetra en mi piel voy teniendo más y más calor y decido
quitarme el bañador. Entonces me quedo totalmente desnuda y siento un
escalofrío al darme cuenta, una vez más, de lo mucho que deseo a mi querida
amiga.
Ella capta mis vibraciones, comenta lo que calienta el sol y se quita
también el bañador. La playa está desierta.
Estamos allí tumbadas a pocos centímetros de distancia, y le pido que me
ponga crema en la espalda. Me doy la vuelta y siento su mano suave
acariciarme la columna, untando mi piel con crema caliente. Se inclina sobre
mí y me masajea los hombros, los omóplatos, las costillas y la parte baja de la
espalda.
De pronto siento el peso de su cuerpo sobre mis muslos. Se ha sentado
sobre mis piernas y me frota el culo con más crema, levantando suavemente
las nalgas con las manos. Tengo el coño cada vez más mojado, y me tumbo
boca arriba. Nos miramos, y veo lo excitada que está. Me pregunta si quiero
crema también por delante, y yo asiento.
Vierte el aceite lentamente sobre los pechos y el vientre y lo frota
suavemente, acariciándome en círculos. Mientras, yo le froto la espalda con
aceite. Ella se inclina y me besa amorosamente, metiéndome la lengua en la
boca. Yo respondo, y nos besamos largamente. Frota su cuerpo contra el mío
y yo siento la presión de sus pechos.
Tiene un cuerpo muy hermoso, y ahora resbala maravillosamente en el
charco de aceite de nuestros cuerpos. Se desliza sobre mí, besándome

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hambrienta, y yo bajo la mano y le acaricio la vulva. Está más mojada de lo
que nunca habría imaginado, y cuando empiezo a acariciarla, se tumba y me
invita a ponerme encima. Yo voy deslizando el cuerpo hacia abajo hasta
besarle el estómago, los muslos y el pubis.
Ella abre mucho las piernas y me suplica que la chupe. Me pongo aceite
en la mano y se lo extiendo por los muslos, las nalgas, el coño. Sus jugos se
vienen furiosamente, y, cuando alzo la vista, veo que tiene los hermosos
pezones erectos.
Le pongo la boca en el coño y bebo sus exquisitos jugos. Ella se abre los
labios con una mano mientras yo le chupo el clítoris de arriba abajo, en largos
lametones que abarcan todo el coño. Lamo una y otra vez, desde la ardiente
vagina hasta la parte superior del coño, cada vez más deprisa. Ella respira
pesadamente ahora. Mueve y agita la pelvis, y sus labios se abren con un
grito. Con la boca enterrada en el pubis, siento cómo sus jugos me empapan la
cara y se deslizan por su culo. Mis propias caderas se contraen.
Ella se aparta y, de pronto, me lanza al suelo. Ahora está encima de mí,
deslizándose sobre mi cuerpo, metiéndome la lengua en la boca hasta el
fondo. Saca un consolador enorme (¡casi veinte centímetros!) que lleva en el
bolso y me lo mete dentro; estoy tan mojada que casi se escurre.
Me lo va metiendo mientras juega con mi clítoris. Entonces me hace
poner de lado y saca otro consolador más pequeño y me lo mete por el culo.
Yo apenas puedo soportarlo.
El ritmo va creciendo, el consolador se mete más hondo y más deprisa en
mi vagina. Entonces lo saca, me hace tumbar de espaldas y entierra la cara en
mi coño. Yo levanto las piernas y ella me cubre todo el coño de lengüetazos,
besos y mordiscos, moviendo la lengua en círculos en torno al clítoris hasta
que ya no puedo aguantar más y me corro y me corro y me corro, gritando
violentamente.
Luego ella se masturba hasta llegar al orgasmo, metiéndose y sacándose el
consolador mientras se acaricia el clítoris en círculos con los dedos. Es rápido
y violento. Luego nos acurrucamos en la toalla la una en brazos de la otra.
Nos quedamos dormidas bajo el sol.
Tengo veintiséis años, soy soltera y ávida heterosexual. Nunca he hecho el
amor con una mujer, pero pienso muy a menudo en ello. Mi maravilloso
novio está buscando a una mujer para hacer un ménage, y yo también. Ansío
que llegue el día en que pueda hacer realidad mi fantasía.
Tengo que decir que me crié con una familia muy expresiva y cariñosa y
que me masturbo libremente desde los catorce años.

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Tracey
Tengo veintiséis años, soy caucasiana, de ojos azul claro, soltera y
lesbiana. Crecí en una familia con un hermano (cuatro años mayor que yo),
una madre pasiva y un padre alcohólico que abusaba de nosotros física y
verbalmente, aunque el abuso no incluía la agresión sexual.
La siguiente es una fantasía que tuve hace poco mientras me masturbaba
con el vibrador (de los que no se insertan). En realidad, he estado con una
mujer a la que llamaré Ann, y aunque no es una belleza, me excita
muchísimo. Cuando la conocí, ella hablaba con acento alemán ¡y tenía la voz
tan suave que me empapé! Me preguntó algo, pero yo estaba tan excitada que
no oí ni una palabra de lo que me decía. Al ver que no contestaba, me
preguntó si me pasaba algo y yo respondí: «Estoy muy aturdida.» No era la
respuesta más apropiada, sobre todo la primera vez que nos veíamos, pero eso
sirvió para que entabláramos conversación con mucha facilidad. Tenía una
amante lesbiana y, por lo que me dijo, no soy la única que tiene problemas de
relación que parecen insolubles. La fantasía es como sigue:
Estamos saliendo de un club social al que vamos las dos, y Ann se ofrece
a llevarme a casa. Yo llevo toda la tarde fantaseando con ella y me apresuro a
aceptar. En el coche mantenemos una conversación superficial: hablamos del
tiempo de Wisconsin, de lo bien que ha ido la reunión y, finalmente, ella lleva
la conversación a niveles más profundos al comentar que es muy desgraciada
en su relación. Yo le digo que también tengo problemas con la mía. Pasamos
junto a un restaurante y, aunque estamos cerca de mi casa, ella sugiere que
paremos a tomar un café. El lugar está atestado y, como las paredes oyen, nos
marchamos hacia mi casa. Cuando ella lo ha sugerido, a mí se me ha
acelerado el corazón, pero intento aparentar calma y tranquilidad, sin mostrar
ningún signo externo de la pasión que siento por ella. Cuando llegamos a mi
apartamento, sintonizo una emisora de música clásica, en la que, por suerte,
están poniendo música romántica con muchos violines. Yo le digo que se
ponga cómoda y le ofrezco un café. Ella acepta.
Seguimos hablando de los problemas que tenemos con nuestras parejas
hasta que, cansadas del tema, le pregunto si alguna vez ha tenido una
aventura. Ella me responde que no. Entonces le pregunto si ha pensado en
tener una. Ella, a su vez, me pregunta: «¿Contigo?» Y yo respondo
acercándome a ella, tocándole la mejilla y besándola en los labios, con toda la
pasión de que soy capaz. Cuando me aparto, parece sorprendida. «Ann, te
deseo con todas mis fuerzas», le digo. Y vuelvo a besarla, esta vez rodeándola
con los brazos y estrechándola contra mí. Y para mi alegría, ella me besa a su

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vez y pronto estoy sobre ella, besándole las mejillas, la frente y
mordisqueándole la oreja, metiéndole la lengua, hasta que ella sugiere que nos
pongamos más cómodas.
La cojo de la mano y la llevo al dormitorio. Tumbadas sobre la cama, nos
acariciamos durante una eternidad, totalmente vestidas. Ella me acaricia
ligeramente el cuello con la cara y yo me corro presionando la entrepierna
contra sus muslos y gimiendo. «Oh, Ann, oh, qué bien, ¡oh, Dios mío!»
Entonces me chupa las orejas, metiendo y sacando la lengua suavemente,
como un pene en una vagina. Yo me corro otra vez, y a ella le parece
increíble lo sensibles que tengo el cuello y las orejas. Dándome cuenta de que
la estoy descuidando, me pongo sobre ella, lamiéndola hasta la hendidura
entre los pechos, por dentro y en tomo al sujetador. No puedo soportarlo más
y le desabrocho la blusa rápidamente y le abro el sujetador con un rápido
movimiento. Entierro la cara en su suculento pecho lamiendo y chupando con
fuerza, y ella empieza a gemir. Le junto los pechos, suavemente, para no
hacerle daño, y los lamo de lado a lado, chupando los dos pezones a la vez.
Ella se agita y frota la entrepierna contra el muslo que tengo entre sus piernas,
empapado en sus jugos. Le quito los vaqueros y las bragas, le separo las
piernas y respiro suavemente junto a su clítoris. Luego se lo lamo con la punta
de la lengua. Ella se agita arriba y abajo, y yo le agarro las caderas, sin perder
nunca contacto con su fruta de la pasión. Ahora respira en rápidos «Oh, oh,
oh…», mientras yo aumento la velocidad, pero no la ligera presión, y pronto
tengo la cara empapada con lo que ella me da. Sigo lamiendo, desviándome
ocasionalmente hacia los labios, y cuando ella baja las manos para atraerme
dice: «Oh, Dios mío, ¡no puedo creerlo!», y se corre otra vez. Finalmente,
exhaustas las dos, acerco mi cara, todavía empapada en sus jugos, a su cara y
nos besamos. Nos dormimos satisfechas, abrazadas.

Debbie
La única fantasía que tengo es una fantasía lesbiana…
Se llama Stevie, y es muy bonita. Está en el salón, muy sexy con su largo
pelo rubio, vestida con ajustados vaqueros y una blusa abotonada por delante.
(Es una buena amiga. No tiene ni idea de que me atrae sexualmente, pero es
tan hermosa por dentro y por fuera que sospecho que ha tenido o tiene
inclinaciones lesbianas; pero no quiero poner en peligro nuestra amistad
tomando la iniciativa.)

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Se da la vuelta y me sonríe. Yo estoy en una esquina, mirándola. Me
pregunta si me apetece darme un baño caliente con ella. Yo accedo, y cuando
voy a ponerme el traje de baño, ella me dice que deberíamos meternos en el
agua desnudas. Nos metemos. (Junto a la bañera hay vino y un poco de
hierba.) Primero nos tomamos un vaso de vino y fumamos un poco, y luego
nos ponemos a charlar. Todo es muy emotivo. Las dos nos deseamos
mutuamente. Ella se inclina y me besa. Intento decir: «Yo nunca…», pero ella
me pone el dedo en la boca y me dice que no hable. Suavemente, me saca de
la bañera y me lleva al dormitorio, donde hay una gran cama redonda con
brillantes sábanas de satén rojo. Nos tumbamos, y ella toma el papel
dominante, pero quiero ser yo quien le haga el amor. Me siento y le pido que
se tumbe y me deje admirar su cuerpo, y le aseguro que sólo quiero
explorarla. Ella se relaja y me deja descubrirla.
Cuando la toco, le pregunto qué siente aquí y allá, cuándo empezaron a
interesarle sexualmente las mujeres, y cosas así. (La posibilidad de ser
lesbiana me hace sentir culpable y avergonzada. A veces, cuando me
masturbo, me detengo de pronto porque estoy pensando en mujeres.) Luego
nos besamos larga y amorosamente. La acaricio lentamente con la mano,
mientras bajo hacia sus pechos, sintiendo su belleza, recibiendo todo el placer
como si me estuvieran tocando a mí. Le beso el vientre, cubriéndole
lentamente todo el cuerpo y descubriéndolo. Le abro las piernas y siento la
humedad de su «parte privada». Coloco la cara entre sus muslos, pero no la
chupo, sólo la miro. La miro agitarse bajo las caricias de mis dedos. Entonces
la chupo lentamente, sintiendo la suavidad de un coño de mujer en lugar de la
dureza de la polla de un hombre. La acaricio con los dedos, desde el coño
hasta el culo. Ella se corre, y por fin saboreo sus dulces jugos en lugar de la
acidez del semen masculino.
Aunque realmente me gustaría que una mujer me hiciera el amor, me
parece algo imposible. No sé por qué, pero no puedo.
Después de leer lo que he escrito, he descubierto que estos sentimientos
no son sólo una fantasía. Realmente deseo la ternura de una mujer.

Deena
Acabo de entrar en la universidad, dentro de unas semanas cumpliré
dieciocho años, y estoy comprometida para casarme con un hombre de
veintiocho años de ascendencia italiana, al que quiero mucho. Es el único tío
con el que me he acostado. Antes me sentía como si me privara de algo —

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bueno, el mundo está lleno de tíos maravillosos y yo sólo había probado uno
—, pero finalmente me di cuenta de que Dan es el único con el que quiero
acostarme por ahora.
Tengo fantasías en las que aparecemos Dan, yo y Elena, mi mejor amiga.
La mayoría de estas fantasías las tenía cuando empezaba a iniciarme en el
sexo. Elena y yo teníamos tal intimidad que yo estaba tumbada con Dan
dentro de mí y pensaba: «¡Uau! Ella es estupenda, debería estar sintiendo
esto.» En la fantasía, ella está experimentándolo y yo estoy en la cama junto a
ella, observando la expresión de su rostro y sus reacciones. Es como verme a
mí misma haciendo el amor, pero pudiendo compartirlo con otra mujer. (No
creo tener tendencias lesbianas. Es curioso, la idea no me seduce en absoluto.)

Jackie
Me he casado y divorciado dos veces. Tengo veintiocho años. Ahora
tengo un novio cuatro años más joven que yo. Tenemos una estupenda vida
sexual. Él me pone muy caliente (y me satisface). Me encanta chuparle la
polla, los testículos y el culo. A él no le gusta que le chupe el culo. No
entiendo por qué. Él folla muy bien. De hecho, tengo el coño empapado ahora
mismo, con sólo pensarlo. Me gustaría contarte algo que me muero de ganas
de hacer. No sé cómo hacerlo ni adonde acudir ni a quién pedírselo. Quiero
tener una relación sexual con una mujer. Quiero que tenga las tetas grandes
para poderlas chupar. Quiero saber a qué sabe un coño. No soy lesbiana, tan
sólo una mujer curiosa. También quiero que una mujer me chupe las tetas y el
coño. Me gustaría frotar nuestros pubis. Me gustaría tener un vibrador doble,
para que pudiera estar en mi coño y en el suyo mientras nos abrazamos y nos
chupamos las tetas. ¿Adónde puedo acudir?, ¿a quién puedo preguntar? Me da
un poco de vergüenza. He estado pensando en contestar a uno de esos
anuncios de las revistas pornográficas.
Tengo el pelo negro y mido 1,55 de estatura, 90 cm de pecho, 65 de
cintura y 91 de caderas. Tengo los pezones más grandes que los dólares de
plata. Excito a muchos hombres, aunque tengo las tetas pequeñas (o a mí me
lo parece). Creo que ésa es una de las razones por las que quiero estar con una
chica que tenga tetas grandes. Daría cualquier cosa por tener la oportunidad
de follar con una mujer.

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Eve
Tus escritos me han permitido abrir mi subconsciente, ya que siempre he
tendido a suprimir mis deseos físicos en presencia de otros. Siempre pensé
que era la única mujer que se masturbaba con el agua del grifo de la ducha.
Qué maravilloso despertar.
Tengo veintitrés años y estoy soltera. Vengo de una familia rota. Mi padre
se ha casado tres veces. Mi última madrastra era muy insegura, hasta el
extremo de que interpretaba la cercana relación padre-hija que manteníamos
papá y yo como una relación incestuosa. Esta idea suya no puede estar más
lejos de la verdad. Ella era víctima de la inseguridad y los celos que le
causaba su baja autoestima. El incesto estaba sólo en su imaginación. Yo era
la niñita de papá, que creía en su mundo. Sin embargo, esta idea suya generó
en mí una extraña sensación de culpa que perjudicó toda mi identidad sexual.
Por otro lado, mis innatos deseos sexuales no han permanecido ocultos.
Tengo recuerdos de los seis años, cuando me frotaba mi osito de peluche
contra la zona genital, e incluso intentaba hacerlo con mi perra cuando estaba
tumbada. Nadie me enseñó a hacer estas cosas, que siempre fueron iniciativa
propia.
He practicado un consistente y satisfactorio método de masturbación
desde los once años. Me tumbo en la bañera, acerco la entrepierna hasta el
borde, justo debajo del grifo, y dejo que el agua gotee, chorree o se vierta
(depende de lo caliente que esté) sobre el clítoris y sobre toda la zona genital.
Así he tenido orgasmos mucho mejores que los que haya podido sentir con un
hombre. Un pene sólo me pone cachonda de verdad cuando acaba de eyacular
y está caliente y pringado de esperma. Entonces me gusta pasármelo por los
genitales y el clítoris hasta que alcanzo el éxtasis.
Me tumbo y dejo que el agua caliente haga su efecto. Y entonces entra en
juego la fantasía. Aunque no soy lesbiana, no desaprovecharía la ocasión de
acostarme con alguien de mi mismo sexo si se presentara.
Imagino que estoy practicando el «sesenta y nueve» con una atractiva
mujer (generalmente famosa), a la que admiro. Me gusta la sensación de su
cuerpo, y mi habilidad para excitarla me pone más en contacto con mis
sentimientos de mujer. Me siento muy femenina cuando pego la boca a su
clítoris agrandado y cuando lo lamo vertical y horizontalmente con la lengua,
muy despacio. Ella está haciéndome lo mismo en el clítoris, y yo aumento la
intensidad. Estamos completamente absorbidas la una en la otra, y no hay
modo de volver atrás; el clímax nos alcanza a la vez, y apoyamos la boca en

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el palpitante clítoris de la otra, para lamernos lentamente los genitales y
saborear nuestros rezumantes jugos.

Dottie
Gracias a tus libros me he dado cuenta de que soy normal. Me masturbo
mucho, siempre hasta el orgasmo y generalmente con los dedos (una vez lo
hice con una vela y en algunas ocasiones con uno de esos maravillosos
pepinos gordos). Siempre fantaseo cuando me masturbo, cosa que nunca hago
cuando estoy con un hombre. Soy blanca, soltera, tengo veinticinco años y he
ido a la universidad. Me he acostado con ocho hombres, y perdí la virginidad
el día que cumplí veintidós años con un hombre de cuarenta y seis (pasé un
rato maravilloso).
Mi primera experiencia con la masturbación tuvo lugar en el quinto curso,
con mi mejor amiga. Solíamos quedarnos a dormir en su casa, en una cama
grande, y nos tumbábamos muy juntas boca arriba, nos cogíamos el índice y
nos guiábamos la una a la otra por nuestros respectivos coños. Ella frotaba mi
dedo en torno a su clítoris y a los labios, y se lo metía un poco. Lo llamaba
«dar una vuelta», y le hablaba a mi dedo mientras lo movía entre los pliegues
de su coño.
Nunca he tenido un orgasmo practicando el sexo; de hecho, nunca he
tenido un orgasmo con un hombre. Soy muy tímida para verbalizar mis
necesidades, y apenas digo más que el nombre de mi amante algunas veces y
gimo de placer cuando le siento dentro de mí. Pero ninguno de mis amantes se
ha tomado el tiempo de estimularme hasta el orgasmo. A veces ardo en
deseos de que se marche para poderme tumbar donde él estaba y meterme el
dedo en el agujero y frotarme el clítoris mientras pienso en una de mis
fantasías favoritas. A veces leo algún extracto de uno de tus libros y la
fantasía surge por sí sola.
Casi todas mis fantasías surgen de ideas lesbianas. Pensar que una mujer
me toca y me chupa, y pone la cara en mi fiero agujero y la lengua en mi
botón palpitante me enloquece y me empapa (¡ahora ya estoy empapada!).
Estas son algunas de mis fantasías favoritas:

1. Muchas veces me pongo desnuda ante el espejo y me toco los pezones,


mientras imagino que me están fotografiando para la página central de
Pentbouse. Me inclino y me abro los labios vaginales desde atrás para
poder ver la silueta de mis labios en el espejo. Generalmente me corro,

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y observo con detalle mi cara mientras mi cuerpo se agita con el
orgasmo.
2. Voy a tener mi primera experiencia lesbiana con una mujer muy
hermosa y armoniosa, femenina, pero con aspecto agresivo. Ella sabe
que será mi primera experiencia. Es muy experta, y yo estoy muy
inhibida. Me habla suavemente y me dice que me relaje y me ponga
cómoda. Me pongo un negligée muy ceñido y sexy con unas bonitas
bragas; se me transparentan las tetas, hermosas y firmes. Ella se quita
el abrigo y veo que lleva un negligée de una pieza, sin entrepierna. Se
me acerca y me abraza por detrás, acariciándome los pezones mientras
presiona contra mí su entrepierna. Yo echo hacia atrás la cabeza y
muevo las caderas al ritmo de sus movimientos. Estoy chorreando y
tengo el coño empapado. Ella acerca las manos a mi humedad y me
presiona el clítoris para excitarme. Me da la vuelta y hace que me
tumbe en la cama. Se me sienta a horcajadas sobre el vientre y siento
sus jugos fluir sobre mí. Entonces desmonta y me da un beso largo,
profundo, fieramente apasionado. Lame sus jugos de mi vientre y
vuelve a besarme. Me dice que estoy caliente y cremosa y que me
prepare para un orgasmo explosivo. Me abre los labios y pone la boca
en mi clítoris hinchado. Lo acaricia en círculos expertamente y me
dice que mi sabor es maravilloso. Su lengua entra y sale de mí, y
siento llegar el orgasmo. Lo contengo mientras ella se arrodilla junto a
mi cabeza y me acerca al coño un gran consolador. Me frota el clítoris
con la punta del vibrador, y cuando le digo que me estoy corriendo, me
lo mete de golpe mientras me estimula el clítoris con la otra mano, sin
dejar en ningún momento de mirarme a la cara. Me dice que estoy muy
sexy cuando me corro y luego me limpia con la lengua. Nos pasamos
el día follando, hasta que puedo decirle sin inhibiciones lo que quiero.

En la vida real me pondría muy nerviosa tener una relación lesbiana


(enseguida se sabría), pero sería estupendo. ¿Quién podría saber cómo darme
un orgasmo mejor que otra mujer? Algún día pienso casarme y tener una
familia. Intentaré superar mis inhibiciones cuando encuentre al hombre con el
que pienso casarme. Hasta entonces, seguiré arreglándomelas sola para tener
maravillosos orgasmos, a menos que algún amante sea franco conmigo y me
anime a guiarle para poderme correr.

Alexis

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He descubierto que la mayoría de las mujeres jóvenes y liberadas se
quedan perplejas al descubrir que las mujeres mayores sin pareja no sólo
pensamos, fantaseamos y soñamos con seguir practicando el sexo idílico antes
de que se acabe la vida, sino que también algunas de nosotras nos damos
placer masturbándonos, leyendo el Playgirl y a Anais Nin, y viendo las
humeantes ofertas de madrugada de la televisión por cable.
Te voy a dar una resumida versión de la historia de mi vida. Soy una
viuda de sesenta y un años, vivo sola y no trabajo, pero considero que estoy
«perfeccionando el arte del ocio».
Mi marido murió hace trece años, cuando llevábamos casi treinta de
casados. Nos casamos cuando eran muy comunes los matrimonios de guerra;
yo tenía diecinueve años, y él, veintiséis. Su única experiencia sexual anterior
fue una «visita» a una prostituta poco antes de nuestra boda; yo sospecho que
le animaron a ir sus compañeros de la Fuerza Aérea para que no se sintiera
violento conmigo, ya que yo me casé a los diecisiete, me divorcié a los
dieciocho y tenía ya un hijo cuando nos conocimos.
Yo no supe que tenía clítoris hasta siete u ocho años después de mi
segundo matrimonio. Entonces decidí que debía estar perdiéndome algo, de
modo que compré ese manual básico del matrimonio de Van de Velde: Ideal
Marriage (Matrimonio ideal). Muy pronto descubrí que tenía orgasmos
múltiples, y la cama de matrimonio se convirtió en un delicioso ruedo.
Cuando mi marido tenía cuarenta y ocho años, tuvo un grave ataque
cardíaco que terminó con nuestra idílica vida sexual. Él perdió todo interés en
hacerme el amor, se convirtió en un ser retraído, poco comunicativo y
depresivo, y a partir de entonces y hasta su muerte por enfermedad coronaria,
ocho años después, mi vida con él se convirtió en un infierno de frustración y
tormento. Le deseaba y sentía la pérdida de su deseo como un rechazo hacia
mí, y aun así le seguía siendo fiel porque todavía le amaba y porque había
prometido ser suya «en la salud y en la enfermedad». Sé que esto puede sonar
muy anticuado ahora, pero fue mi decisión entonces.
Me sentía tan herida y amargada por lo que entonces interpretaba como un
rechazo hacia mí (aunque ahora comprendo perfectamente lo que había
detrás), que después de su muerte decidí no dar cabida a ningún otro hombre
en mi vida («Se acabó el sentirme herida y vulnerable», pensé). Durante doce
años reprimí mi sexualidad, levantando un muro en torno a ese aspecto de mi
personalidad, enterrándome en otros intereses y convirtiéndome en un ser
asexual de género neutro.

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Hasta que, la primavera pasada, me ocurrió algo maravilloso: no se puede
negar la naturaleza para siempre, de modo que me enamoré. Para mí fue como
un shock —¡yo, que me creía inmune!— descubrir que me sentía fuertemente
atraída hacia un vecino mucho más joven (treinta y siete años) al que hasta
entonces veía como un simple amigo. Parecía que todo el deseo y la pasión
que con tanto éxito había reprimido volvían de pronto con tal fuerza que me
sentía tan caliente como una chica de veinte años. Al cabo de unos meses le
ofrecieron un trabajo mejor en otra ciudad y se marchó.
Ahora me permito de nuevo ser una persona sexual, una mujer completa.
Esos años en los que todo permaneció latente, en los que estaba medio viva
(que también quiere decir «medio muerta») se han terminado y no volverán
nunca. Aunque no tengo un compañero, soy, o me considero, sexualmente
activa, porque por fin domino el arte de la masturbación, a mis sesenta y un
años, y eso me ha dado un fabuloso sentido de mi valía y de mi propia
sexualidad. Ahora estoy «rejuveneciendo», como dice Sondra Ray, en lugar
de envejecer. Una nueva amiga le comentaba a mi hija que soy «la persona
más joven que ha conocido desde que llegó a la ciudad». ¡Nunca me he
sentido mejor conmigo misma y con mi vida!
Mis fantasías sexuales comenzaron a los diez años, cuando una tía mía y
una prima mayor, sospechando que mi puritana madre nunca me contaría «las
verdades de la vida», asumieron la tarea de proveerme de montones de las
viejas revistas True Story (La historia verdadera) y True Confessions
(Confesiones auténticas). Aunque según los estándares de hoy son insípidas,
entonces fueron para mí una provocación; me excitaban con todo tipo de
promesas de arrebatos futuros, y yo me enterré entre sus páginas durante todo
un verano, convirtiéndome, en mi imaginación, en la protagonista de mis
historias favoritas.
Durante mis años de colegio y en los años que trabajé he debido de
fantasear con cientos de chicos y hombres (compañeros de estudios, de
trabajo, bibliotecarios, ministros, profesores, amigos), preguntándome cómo
sería estar con ellos, aunque le seguía siendo fiel al hombre que amaba en
cada momento. Sólo he practicado el sexo con tres hombres, dos de ellos
esposos míos, aunque he estado con cientos de ellos en mis sueños y
fantasías.
Últimamente, como la mayoría de mis nuevas amigas son lesbianas, y
aunque nunca he tenido una experiencia sexual con otra mujer, he empezado a
fantasear sobre ellas o sobre alguna mujer joven que podría conocer a través
de ellas. Dados los obstáculos con los que se encuentra una mujer selectiva de

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mi edad para encontrar un compañero (el tabú de la edad, por un lado, y que
muchos están casados o son gays o tienen una mujer más joven… o ya están
muertos), creo que una relación lesbiana es una opción prometedora para las
mujeres mayores, aunque nunca perderé el interés por los hombres. Yo creo
que lo que importa es tener una relación íntima y amorosa, sin tener en cuenta
el sexo. Mi hija es lesbiana, y yo he tenido muchos amigos gays en mi vida
adulta, tanto hombres como mujeres, de modo que no me incomoda
considerar para mí misma esa relación sexual alternativa.
Me pregunto cuántas mujeres de más de sesenta años fantasean como yo,
o cuántas siguen sufriendo los efectos de las actitudes victorianas de su
infancia, que no permitían que su imaginación se soltara sin cometer con ello
un pecado.

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CAPÍTULO TRES

MUJERES INSACIABLES: EL
RITO DE «¡MÁS!»

Siempre he sospechado que las mujeres tienen


fantasías más ricas y salvajes que los hombres… Los
hombres están sólo empezando a percibir la auténtica
naturaleza de la mujer. Han creado una imagen falsa
de ella. La mujer no es un ángel ni una zorra caliente.
Si ya no es un enigma, es ciertamente una eterna
fuente de maravilla, rica en posibilidades
inexploradas en todos los ámbitos de la vida.

HENRY MILLER, 1973

uando Henry Miller me escribió estas palabras en una carta

C después de leer Mi jardín secreto, estaba formulando una


sospecha que la sociedad patriarcal había intentado ocultar desde
sus comienzos: que el apetito sexual de la mujer puede ser prodigioso, más
allá de la comprensión del hombre y de su capacidad para satisfacerlo. Siento
mucho que Henry Miller no viva para comentar las fantasías de este capítulo;
aquella primera recopilación expresaba unos apetitos muy delicados

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comparados con los de estas nuevas mujeres, cuya búsqueda voraz de más y
más estímulos eróticos plantea muchas cuestiones, entre ellas ésta: ¿qué se
puede hacer con una mujer para la que no basta un solo hombre, cuya
identidad sexual se estructura sobre la ruptura de las reglas y el desafío a la
autoridad?
Naturalmente, esto no son más que fantasías, pero me gustaría señalar
cuántas de ellas se han vivido y cuántas dicen las mujeres que se alegrarían de
experimentar. Al escuchar estas sonoras voces, aquí sentada, escribiendo en
un mundo todavía fuertemente fortificado contra la sexualidad de la mujer, no
puedo evitar preguntarme cómo se defienden estas mujeres en la ruptura
cultural en que vivimos. Aunque hablen de practicar el sexo con cuatro
hombres, deben saber tan bien como yo que hay una persistente y anclada
parte de nuestra sociedad que se niega a admitir que ellas existen. Pero tal vez
eso forma parte de la excitación de ser la «chica mala» del vecindario,
mientras que en torno a ella las «niñas buenas» (la madre) fruncen sus labios
asexuales. No hay que subestimar la emoción de lo prohibido.

LA EMOCIÓN DE LO PROHIBIDO
Mis propias fantasías tienden a esto; siempre se han centrado en torno al
desafío de la autoridad, corriendo un enorme riesgo al salir clandestinamente
del papel de «niña buena» por el que sigo definiéndome. Mis fantasías juegan
con el sentimiento de culpa, como un ovillo de hilo de seda que se extendiera
desde mi placer para cosquillearme con deleite. No tengo duda alguna de que,
para mi separación emocional de mi madre y para encontrar mi propia
identidad, fue esencial romper las reglas, arriesgarme a perder mi status de
«niña buena». El hecho de que este tema de fantasía haya permanecido
conmigo toda la vida —a pesar de la identidad que he establecido en la
realidad— indica hasta qué punto seguimos siendo hijas de nuestra
madre/sociedad, o por decirlo de otra manera, hasta qué punto es crucial el
papel de la sexualidad para nuestra identidad plena y, por tanto, lo
cuidadosamente que debe ser desarrollado desde los años más tempranos. De
haber sentido cuando éramos pequeñas que nuestra sexualidad, nuestro
cuerpo, nuestros genitales eran hermosos, que tenían tanto valor como los
buenos modales o las buenas notas en el colegio y que, concretamente, la
masturbación era aceptable, ¿habríamos tenido que luchar tanto y romper
tantas reglas para superar la culpa y recuperar lo que es nuestro?

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Mis fantasías, como las de Cara, suelen tener lugar en sitios públicos;
tienen como elemento constante el tiempo que pasa y la posibilidad de ser
sorprendida, antes del orgasmo, naturalmente. La emoción masturbatoria de
Cara de atreverse a chupársela a un hombre en un restaurante público tiene
claramente sus orígenes en su desafío a las actitudes paternas en cuanto al
sexo. En realidad Cara no ha hecho nada; es decir, tiene veintidós años y es
virgen. Pero se siente profundamente culpable con respecto a su sexualidad, y
lucha contra ello en sus fantasías.
Algunos hombres encuentran muy excitante llevar a la práctica las
fantasías que tenemos las mujeres como yo. Para algunos hombres, lo más
excitante del mundo son las mujeres que se aventuran, que corren riesgos.
Otros no nos tocarían ni con pinzas, porque somos lo contrario de lo que
esperan, porque, en una palabra, eso no es propio de una dama.
Un escultor que descubriera un defecto en un bloque de piedra cambiaría
su diseño a mitad del proceso para que la grieta, en principio intratable,
quedara incorporada a una más amplia concepción de la obra, dándole una
sensación de espontaneidad. La ingenuidad de las mujeres de este capítulo —
y de todo el libro— convierte el obstáculo del riesgo y el peligro sexual en
una ventaja para la excitación sexual.
Nuestro deseo por los tabúes nace de las emociones abandonadas en la
época en que entramos en conflicto con la primera autoridad: la madre. Ella
nos enseñó que no debíamos mojar la cama, que debíamos controlar nuestras
frustraciones infantiles. Si ella venció entonces, ahora vamos a imperar
nosotras. Incluso de pequeños, los mejores juegos implicaban la emoción de
salir impunes. En la fantasía, la emoción es especialmente intensa cuando la
persona a la que burlar o eludir es una figura autoritaria, como ocurre en la
fantasía de Sheila, donde sólo tiene que pensar en las cosas «mojigatas» y
antisexuales que le decía su madre para tener «un gran clímax».
Generalmente no consideramos a nuestra madre una mujer como nosotras,
sino una mojigata. ¿Por qué? La madre se ha esforzado tanto en mantener
sobre nosotras los frenos sexuales, que se ha convertido a nuestros ojos en
una especie de ser vegetativo. Sin pensarlo, la mujer joven ya lo ha pensado y
ha decidido inconscientemente que la vida sexual de su madre terminó hace
tiempo, en un pasado tan lejano y distante que mamá ya no puede recordar ni
comprender la vibrante excitación que está sintiendo su hija. Para nosotros es
muy difícil, a cualquier edad, imaginar a nuestros padres en el acto sexual. Si
no lo crees, cierra los ojos ahora mismo e intenta suscitar la imagen.

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Si parte de la emoción de lo prohibido es el desafío a la autoridad de otro,
otra parte más positiva está basada en el deseo contrario de establecer nuestra
propia autoridad. Realizar lo prohibido es un modo de luchar para crecer, para
conseguir autonomía. Llegar a lo que nos han dicho que está fuera de nuestro
alcance es un modo de probar nuestros límites. Estamos decididas a controlar
nuestras propias circunstancias.
Para Andrea, lo más excitante es desafiar en secreto las mismas
instituciones públicas en las que se ha educado y ahora trabaja; Ann se
masturba por la noche «en mi propio espacio público/privado»: una biblioteca
vacía, una sala de conciertos o un museo.
La rebelión de Sue Ellen contra la autoridad temprana se expresa primero
en su fantasía de sexo con otra mujer, que no tarda en incluir un perro, un
cura y una monja. Los hombres siempre se han sentido libres de utilizar
prohibidos símbolos religiosos en sus descripciones escritas de aventuras
sexuales. Así, Sade describe a menudo escenas de vírgenes violadas por
monjes y curas. Y los escritos de Casanova abundan en historias de sexo con
monjas. Por el contrario, la mujer sólo pensaba en los símbolos religiosos en
su contexto más sacrosanto. Tradicionalmente, la mujer necesitaba la
autoridad de la Iglesia para que la ayudara a amansar al hombre. Muchas
mujeres de hoy en día quieren ser menos mansas.
Fantasías como las de Sue Ellen muestran un nuevo deseo por parte de la
mujer de rechazar a la Iglesia como una autoridad de represión sexual. Su ira
contra esa autoridad aparece en el modo cruel en que incluye a los personajes
religiosos en su fantasía. Sue Ellen los obliga a realizar actos sexuales en
contra de su voluntad, y cuando descubren que, a pesar de ellos mismos,
disfrutan con ello, Sue Ellen es perdonada por disfrutar también de la
sensación.
La religión nos pone en conflicto con nuestros deseos sexuales; según la
forma en que la mayoría de nosotros ha experimentado la enseñanza religiosa,
el sexo es algo sucio o sagrado. En cualquiera de los casos, no debemos
practicarlo, lo cual nos enfurece a muchos. La gente como Sue Ellen no
seguirá sufriéndolo sin protestar. En fantasías como la suya, vemos mujeres
probando su nueva determinación de tomar el control en áreas de conducta
que se le han negado. Si una parte de la emoción de las fantasías de Sue Ellen
es la burla infantil hacia la autoridad, otra parte es la expresión de una mujer
adulta que se da permiso para impedir que otros le digan cómo vivir su vida.
Las mujeres sentían que si se eliminaban los refuerzos de la represión
sexual (como la religión y el matrimonio) y el sexo era psicológica y

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económicamente libre, no tendrían nada que ofrecer. Nuestro sexo, nuestra
virginidad eran «nuestro mayor tesoro». Después del matrimonio, la
continencia sexual se convertía en nuestra mayor fuerza. En un mundo de
libertad sexual, sin un compañero al que pertenecer y que nos perteneciera,
teníamos miedo de ser invisibles, devaluadas. En lugar de eso, la libertad
sexual ha sido nuestra salvación. Hemos aprendido que nuestro valor está en
el mundo, no en el papel de inhibidoras sexuales.
Escritores como Dickens, Proust y Dostoyevsky tuvieron la agudeza de
penetrar intuitivamente las barreras de culpa y descender a las más hondas
capas del inconsciente. Muchas de las mujeres de este capítulo no retroceden
ante la densa jungla de emociones que encuentran allí. Si Dostoyevsky podía
mirar dentro de sí y reconocer las emociones del patricidio y la pederastía,
estas mujeres no tienen miedo de enfrentarse a sus propios deseos de
dominación sexual, incesto o pedofilia.
Solíamos preguntarnos por qué las mujeres no realizaban obras de arte
comparables a Los hermanos Karamazov. Gran parte de la respuesta era un
evidente condicionamiento social. En el pasado, los objetivos aceptados
culturalmente para la mujer no incluían la exploración de emociones
impropias de mujeres con las que trata la literatura. «Anónimo es una mujer»,
decía Virginia Woolf. Era su respuesta a por qué una parte de la poesía que ha
llegado hasta nosotros a través de los siglos estaba sin firmar.
Se acabó. Al haber desaparecido los límites económicos, intelectuales,
espirituales y, sí, sexuales, cada vez más mujeres tienen acceso al pozo
ilimitado de energía que es el espíritu creativo.
He oído definir el bloqueo de un escritor como «la madre sentada en el
inconsciente con un lápiz azul». Ella sigue allí sentada, pero ahora que
tenemos nuestra identidad, podemos mirarla a los ojos y decidir cuáles son
sus juicios sobre lo que es bueno y lo que es malo, y cuáles son los nuestros.
No quiero que se me malinterprete; estas fantasías no son literatura. Pero
cada una es la huella individual de una mujer, un estallido de energía creativa,
una forma de la autoaceptación con la que debe comenzar la literatura.

Andrea
Tuve mi primer orgasmo a los dos años y medio. Lo sé porque nos
mudamos de casa poco después y la fantasía que dio lugar a aquel
emocionante descubrimiento tuvo lugar en nuestra primera casa. Era un
apartamento oscuro y pequeño en el corazón de una ciudad industrial. Un día

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que salimos había visto unas vacas en el campo y el granjero me había
llevado a la ordeñadora. Yo observé a los animales masticando lo que fue
descrito como «galleta de vaca». Yo veía su aliento, olía la leche, el estiércol
y la paja, escuché su satisfecho masticar y el siseo de las bombas de ordeño, y
sentí el calor penetrante de sus cuerpos. Fueron la maquinaria, el pulido
aparato ordeñador de acero, los largos tubos de goma rosa, la palpitante
aspiradora y la suave absorción de las bombas que estaban fijas a las «ubres»
(la sola palabra me hace estremecer). Me excitaron. Cuando llegué a casa, el
recuerdo de las vacas y la ordeñadora me alteraba. Pensé que debía de ser
muy agradable ser una vaca, y terminé fingiendo que me estaban ordeñando,
cada vez más excitada. Robé de la despensa unas galletas de trigo y las
desmigajé para imitar la «galleta de vaca». Las metí debajo de la almohada
hasta que se hizo de noche y me las comí sin emplear las manos. Me imaginé
que tenía el frío dispositivo de succión de acero en los genitales. Recordé los
olores, los sonidos y el calor y me corrí Ni siquiera me toqué, sino que me
cimbreé suavemente como un animal en un establo.
Mi segunda fantasía vino más tarde, cuando tenía unos cuatro o cinco
años, al descubrir y dominar el arte de la masturbación. Las vacas fueron
sustituidas por caballos. Me convertí en un caballero entrando en batalla. Un
joven valiente y apuesto. Me imaginaba a mis escuderos preparándome para
la batalla, lavándome con aceite y bálsamos, envolviéndome con suaves ropas
interiores como vendajes y luego afianzando sobre mí la fría armadura de
metal. Era de protección, muy pesada, pero estaba hermosamente engastada
con águilas y grifos de oro y plata. La armadura protegía, al tiempo que
realzaba, mi joven cuerpo. Me convertía en un poderoso héroe. Me ponían
sobre mi relumbrante corcel negro, colocaban en su sitio la lanza, el escudo y
la espada, y yo partía al frente del ejército. El caballo volaba hacia el
enemigo, más y más deprisa, hasta que yo me embriagaba de miedo y
excitación. Naturalmente, caía con la primera lluvia de flechas, con una
atravesada en el corazón. Mi caballo caía conmigo, jadeando y resoplando
con estertores de muerte. Yo yacía herida, sintiendo correr mi sangre caliente
por el pecho, con los brazos aprisionados por la armadura. Antes de morir, un
joven caballero se detenía a mi lado, me levantaba la visera y me soltaba el
peto. Me besaba, tapándome la herida con las manos desnudas. Pero era
demasiado tarde. La muerte era el orgasmo.
Ahora es más difícil. He intentado la violencia, la violación, la lascivia de
puta, el destape y todas las combinaciones imaginables. Me queda mi

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imaginación y sus impredecibles e infrecuentes destellos. Tal vez sé
demasiado. Tal vez he experimentado demasiadas cosas.
Pero si voy muy tarde a un lugar vacío, un museo, una vieja aula escolar,
una biblioteca, una sala de conciertos o una casa vacía, cualquier lugar donde
normalmente haya gente o donde ha habido gente, entonces puedo
masturbarme en mi propio espacio público/privado. Allí estoy, delante de
todo un auditorio, oculta tras los estantes de una seria biblioteca o delante de
mi cuadro favorito o de un profesor querido. Es una afirmación ritual de lo
que todos tenemos, pero que sólo descubriremos por nosotros mismos. La
perfecta unidad.
Tengo cuarenta años. Soy inglesa, nacida y educada en el frío norte. He
vivido en la ciudad toda mi vida, hasta hace poco. Estudié historia del arte y
teatro y estuve entusiasmada por las máquinas de guerra de la Edad Media
durante un tiempo, antes de convertirme en restauradora de arte, directora de
museo y luego en un camaleón de técnicas falsas: pintora.

Sheila
Tengo veinte años, me masturbo varias veces al día y no tengo ningún
problema para llegar a un maravilloso orgasmo en cuestión de minutos. Pero
tengo dos amigas que no sólo no se masturban, sino que cambian de tema
cada vez que intento hablar de ello. Ninguna ha tenido nunca un orgasmo.
Una de ellas es virgen, pero la otra, Karen, ha practicado el sexo con un
hombre en varias ocasiones, y nunca se ha masturbado ni ha tenido un
orgasmo. Ni siquiera puede ponerse un tampón, de modo que usa compresas.
Creo que tus libros pueden ayudar a mujeres como mis dos amigas a ser
conscientes del fantástico placer que pueden darles sus cuerpos.
Cuando estoy con un tío apenas fantaseo, pero cuando me masturbo me
encanta hacerlo. Mis fantasías realzan mucho mis orgasmos y nunca son
aburridas, ya que siempre puedo inventar algo nuevo cuando me canso de las
habituales. Mi madre es una mojigata en todo el sentido de la palabra. Si se
entera de que una chica ha dejado que un tío le toque el pecho, ya la tacha de
puta. Por demencial que parezca, puedo llegar a un gran clímax simplemente
pensando en las cosas más estúpidas y puritanas que me ha dicho mi madre.
En la vida real, esas cosas que dice me producen náuseas, y creo que siento
tanto placer con el orgasmo porque estoy pensando: «¡Ja ja!, tú me pones
enferma, pero mira cómo disfruto», o algo así, como si estuviera

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«enseñándole algo». En fin, no sé, ya no me preocupa. Todo lo que dé
resultado está bien.
Me encanta el sexo, los libros de sexo, las películas, y todo lo relacionado
con ello, y tengo tal impulso sexual que necesito correrme varias veces al día.
Me gustaría que nuestra sociedad fuera diferente y que las mujeres tuvieran
un papel diferente. Se supone que los hombres pueden disfrutar de todo y las
mujeres de nada. A mí me encanta hacer de todo con un hombre sexy y
atractivo, pero la mayoría de ellos se cortan al ver cómo disfruto y creen que
me han quitado algo, que me han utilizado. No comprendo por qué piensan
que nadie utiliza a nadie o por qué no se les ocurre que puedo ser yo la que
los utiliza a ellos. Espero que el mundo cambie pronto, o al menos que
encuentre por fin hombres que no piensen que son los únicos a quienes les
gusta el sexo.

Sue Ellen
Tengo veinticuatro años y llevo tres casada. Como la mayoría de las
mujeres de tu libro Mi jardín secreto, he mantenido ocultas mis fantasías.
Puesto que son mi propio «jardín secreto» personal, quiero compartirlas sólo
contigo. Después de leer tu libro, me sentí aliviada al ver que no soy distinta
ni una pervertida. Estoy confusa con respecto a mi sexualidad, aunque sólo he
mantenido relaciones heterosexuales. Ahora vayamos a mis fantasías.
Todas empiezan con que voy conduciendo una furgoneta por la costa del
Pacífico. Siempre recojo a la misma mujer, muy guapa, que hace autostop. En
una de mis fantasías favoritas, después de recogerla le digo que puede asearse
y cambiarse en la parte trasera de la furgoneta. Ella se va detrás y se desnuda.
Tiene un cuerpo magnífico (yo estoy mirando por el espejo retrovisor).
Cuando empieza a lavarse el pubis, yo me excito y empiezo a masturbarme.
Ella me ve y me dice que no malgaste un orgasmo a solas, que le gustaría
compartirlo conmigo. Yo aparco la furgoneta a un lado de la autopista y nos
vamos a un campo de flores y altas hierbas. Ella me levanta la falda y me dice
que tengo un coño muy bonito y que está hambrienta. Entonces empieza a
chuparme y a lamerme el clítoris. Las dos estamos desnudas entre las hierbas
y devoramos nuestros jugos haciendo un sesenta y nueve.
Sin que nosotras lo sepamos, nos observa un chico joven de buen aspecto
que lleva un pastor alemán y que gime con deleite. Masturba al perro hasta
que está a punto de correrse y lo pone detrás de mi amiga, que está encima de
mí. Yo veo la punta roja de la polla del perro cuando el chico lo monta sobre

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mi compañera, que no se ha dado cuenta de su presencia. Finalmente, ella
advierte lo que está pasando y chilla de placer. Yo aparto la boca de su coño
húmedo y empiezo a lamer los testículos del perro, que cuelgan sobre mi cara.
Mientras, el muchacho se quita los pantalones dejando al descubierto un
enorme pene, se arrodilla delante de mi compañera y se lo mete lentamente en
su boca espumeante. Por algún milagro, todos nos corremos a la vez.
Otra fantasía que tengo bastante a menudo es que estoy en la furgoneta
aparcada cerca de la playa con la misma mujer. Después de masturbarnos
mutuamente, ella dice que necesita echar un buen polvo con un hombre, de
modo que miramos por la ventana a ver qué hay. Dos chicos de veinte años
con sendas tablas de surf aparecen de detrás de una duna. Los invitamos a la
furgoneta, les ofrecemos vino, nos quitamos los biquinis y comenzamos a
juguetear la una con la otra. Vemos que los chicos están excitados por el bulto
de sus bañadores. Enseguida elegimos cada una al «nuestro», los sentamos
juntos y empezamos a chupársela hasta que explotan en nuestra boca. Poco
después, nos llenan el coño con su joven semen. Cuando los chicos han
terminado y deciden marcharse, mi amiga les dice que la fiesta no ha
terminado, y que ahora les toca a ellos divertirnos a nosotras. Para mi
sorpresa, saca una pistola y amenaza con matarlos si no cooperan. Ellos están
muertos de miedo. Les dice que hagan un 69 entre los dos. Para que no nos
engañen, ella y yo los masturbamos mientras se la chupan. Así estamos
seguras de que se correrán el uno en boca del otro. Tengo múltiples orgasmos
cuando veo la polla de «mi» chico palpitando y escupiendo, y observo la
perpleja expresión de su cara de niño.
Me he dejado la mejor para el final. En esta recojo a un cura y a una
monja en una parada de autobús. Cuando vamos por la autopista, mi hermosa
amiga rubia saca la pistola y les obliga a ponerse unas esposas el uno al otro,
con las manos a la espalda. Vamos a una zona desierta de la playa y los
desnudamos. El cura está desnudo, pero la monja tiene puesto el tocado en la
cabeza. Entonces la obligamos a sentarse en una tabla con las piernas
flexionadas y los tobillos contra los muslos. Le atamos las manos a los
tobillos por detrás de la espalda, dejando totalmente al descubierto su coño
virgen. Mi amiga le hace un cunnilingus hasta que ya no puede resistirlo más,
mientras yo le hago una felación al cura para dejarlo listo. Cuando ya tiene la
polla dura como una piedra, le conducimos junto a la tabla, y yo le guío hasta
el coño húmedo de la monja mientras mi compañera le empuja por detrás. La
monja empieza a gemir en un callado éxtasis mientras yo le chupo los

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pezones duros, y mi amiga empuja al cura lentamente dentro y fuera de ella,
asiéndolo de sus caderas.
El cura intenta contenerse, pero no puede y cuando se ha corrido yo
termino con la monja a base de lengua, bebiéndome el líquido todavía caliente
que él le ha dejado.
Tengo otras muchas fantasías, pero ahora tengo que parar porque tengo
las bragas empapadas (ya sabes lo pegajosas que se ponen), y tengo que
«ocuparme de mí».

Lititia
Estoy tumbada en la cama en una sensual tarde de sábado; y digo sensual
porque tu libro me ha excitado.
Tengo treinta y un años, y soy alta y rubia y de largas piernas. Tengo una
vida de fantasía muy activa, aunque me resulta difícil encontrar hombres con
los que realmente me apetezca follar. Por lo general, mis amantes son
extranjeros o de distinta raza. Nunca he estado casada y no tengo hijos. Vivo
en los suburbios de una ciudad de la costa Este y he ido a la universidad.
Originariamente soy del «Cinturón de la Biblia[6]», donde de niña era la más
religiosa de mi familia de «buenos chicos blancos racistas». Era muy beata.
Era muy escrupulosa y decorosa, acudía a la escuela dominical y a la
religiosa, y estaba debidamente «salvada».
Fui virgen hasta los veintidós años, cuando me fui a la ciudad y le pedí al
primer hombre que encontré que me enseñara a follar. Él me complació, y
pasamos un rato estupendo. El siguiente hombre con el que salí era también
muy religioso y me juzgaba mal por haber perdido la virginidad. El caso es
que concentré toda mi energía sexual (y tengo mucha; soy realmente la
«mujer Afrodita») en seducirlo, y naturalmente lo conseguí. Después fui
probando muchos hombres diferentes y tuve varias relaciones. He estado en
terapia para superar el miedo a la intimidad emocional y el residuo de
fundamentalismo que todavía me avergüenza. De modo que hoy me acepto y
me amo tal como soy, con mis muchas fantasías de los días fundamentalistas:
Tengo unos catorce años, soy alta y flaca, con pequeñas tetas altas y
redondas y un coño ardiente que no sé cómo manejar. Soy miembro de una
pequeña parroquia en las afueras de la ciudad, y hoy es el día de la limpieza
de primavera. De modo que voy a la iglesia, donde la bonita mujer del
párroco me asigna el cuarto del segundo piso. Yo estoy muy caliente, y
mientras clasifico las pilas de libros viejos y papeles, empiezo a juguetear con

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mis pezones, sintiendo cómo se ponen duros, y me froto el clítoris a través de
mis vaqueros ceñidos. ¡De pronto me doy cuenta de que la mujer del párroco
me está mirando! Me detengo horrorizada, pero ella se acerca y me pone la
mano en el hombro. «No te preocupes, cariño —me dice—, tenemos la
solución para esos problemas de lascivia.» Me dice que vuelva el domingo a
las tres de la tarde, e insiste en que es muy importante que vaya toda de
blanco.
Así que el domingo a las tres entro en la silenciosa iglesia, donde el
predicador ha soltado un encendido y fervoroso sermón pocas horas antes. Me
he puesto un vestido blanco muy conservador, guantes blancos, un sombrero
blanco, sostén y bragas de encaje blanco, calcetines blancos y zapatos blancos
de tacón alto. Mi pelo rubio y largo brilla. Yo entro a buscar a Natalie, la
esposa del párroco. Ella me saluda. Es una mujer alta y delgada de rasgos
angulosos y pelo oscuro, con aspecto casi masculino. «El reverendo nos
espera», me dice. «Oh, Dios mío, —pienso—, ¡le ha contado mi problema!»
Entramos en el estudio del párroco, atestado de parafernalia religiosa y
libros sagrados. Él lleva la larga sotana con la que predica. Es alto y
corpulento y tiene los ojos azules y el pelo rubio (¡como el ministro que tenía
a los dieciséis años!, y que sé que se sentía atraído por mí. ¡Ah, las
oportunidades perdidas…!).
Los dos están entre los treinta y los cuarenta años. Natalie le cuenta a
Andrew mi problema de lascivia. Él enarca una ceja y luego me pregunta si
dejo que los chicos me toquen. «Claro que no», respondo. Entonces me
explica que con su educación como ministro religioso, está cualificado para
ayudarme a liberar la lujuria de mi cuerpo y acabar con ella, pero yo debo
desear esa ayuda con todo mi ser. Él debe «examinarme» para ver la gravedad
del problema. Le dice a Natalie que me desabroche el vestido y él mismo me
quita el sombrero. Natalie me desnuda y yo me quedo ante él en ropa interior.
Empiezo a respirar pesadamente mientras sus ojos examinan todo mi cuerpo,
deteniéndose en las tetas y luego continuando hacia abajo. Siento que mi coño
«cobra vida»: y se me hincha el clítoris y el agujero me empieza a arder. Con
solo sentir su mirada, se me endurecen los pezones, que se marcan contra la
fina transparencia del sostén. «Quítale el sostén.» Natalie obedece. Él me
coge los pezones con los dedos y yo contengo el aliento. Siento las oleadas de
la excitación. Él parece estar explorando cada pezón, cada vez más de cerca,
hasta que siento su lengua, lamiendo y chupando. Natalie está mirando, y oigo
que su respiración se acelera. Él pasa lentamente las manos por mis caderas,
sin dejar de chuparme las tetas, y empieza a quitarme las medias blancas. Yo

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me quito los zapatos, y las medias caen. Ahora estoy delante de él, con las
pequeñas braguitas de encaje como única prenda. Él mete la punta del dedo
bajo la goma de las bragas y tira ligeramente hacia abajo, lo justo para dejar al
descubierto el hueso pélvico y besármelo con suavidad. Veo que Natalie está
tendida en el sofá con el vestido subido, frotándose el clítoris como una loca.
«¿Ves?, nos vas a ayudar a todos con nuestra lascivia», dice él suavemente.
De pronto siento sus manos, grandes y fuertes, por dentro de las bragas,
tocando mis partes húmedas y mojadas. Hunde los dedos en mi agujero y yo
gimo. Luego me frota el clítoris, duro como una piedra. Natalie se corre
ruidosamente. Entonces él le dice que se acerque, mientras me quita las
bragas. Hace que me abra de piernas, se arrodilla y me mira el coño. Natalie
está detrás de mí y me rodea con los brazos, acariciándome los pezones. Él le
dice que me abra los labios del coño para poder verme mejor. Ella obedece, y
mi clítoris sobresale todavía más. Él se acerca lentamente y empieza a
chuparme el coño. Pasa los dedos por mi vello púbico rubio, me mete dos
dedos en el húmedo agujero, luego saca uno y me lo mete en el culo. Natalie
me hace subir y bajar sobre su dedo, mientras él me chupa el clítoris. Tengo
las piernas prácticamente en torno a su cabeza. Sin dejar de chuparme, le dice
a Natalie que me chupe el ojete y me meta también los dedos. Cuando siento
su lengua en el culo y la de él en el clítoris, me corro con tanta fuerza que
siento el cuerpo salir proyectado hacia el cielo.
A veces esta fantasía basta para que me corra. Tengo otras variaciones: el
ministro me folla por el culo para mantener mi virginidad; folla a su mujer
mientras me chupa; le enseña a un adolescente a «aliviar mi lascivia»; me
tumba en el altar y me chupa hasta que me corro; me folla en su mesa; me
dice que vuelva cuando no esté Natalie… ¡Y todo ello en nombre de la
religión!
¡Por culpa del sentimiento de culpa que me inculcó la iglesia, no me
masturbé hasta los treinta años! ¡Una locura! En esas iglesias hay un montón
de gente frustrada. Yo estoy muy contenta de haber despertado. Hoy en día
estoy haciendo el doctorado en psicología femenina. Tal vez todavía haya
esperanzas de desafiar las viejas actitudes, al menos en mí.

Cara
Soy soltera, de veintidós años, blanca y católica. Acabo de empezar en la
escuela de enfermería. También he ido dos años a la universidad. Prefiero a
los hombres, pero tengo fantasías con mujeres, aunque nunca he estado con

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ninguna. Creo que si se diera la ocasión, lo haría. También quiero decir que
soy virgen. Lo más que he hecho con un tío es masturbarle y quedarme
frustrada. Me crié en una familia de clase media, y casi todo lo que quería, lo
obtenía. De modo que supongo que se me puede calificar de niña malcriada.
Mi primer recuerdo de un encuentro sexual se remonta a los seis años.
Tenía una amiga íntima y nos desnudábamos y nos acariciábamos y
besábamos. No sabíamos lo que estábamos haciendo, pero era muy agradable.
Cuando tenía unos nueve años, hacía lo mismo con un chico que vivía en la
casa de al lado. Desde siempre que yo recuerde, me he sentido culpable por
aquellos encuentros, y rezaba para no volver a ver a aquellas dos personas por
miedo a que pudieran sacar el tema. Por suerte, ya no me siento así y me
encantaría hablar con ellos para ver qué sienten al respecto.
Hasta que leí Men in Love creía que a los hombres no les gustaba chupar a
una mujer. Me alegro de haber estado equivocada. Aunque a mí nunca me lo
han hecho (excepto mi perro), la idea de que un tío me chupe y me lama me
enloquece. Me masturbo muchísimo, y el tema central de mis fantasías suele
ser el sexo oral. También me gusta la idea de chupársela a un tío. Tampoco lo
he hecho nunca, y ni siquiera estoy segura de saber cómo hacerlo, pero si
alguien me enseñara, seguro que sería una alumna aventajada. Mi único
problema con respecto al sexo oral es el miedo a que me huela el coño. Yo he
olido mis jugos y los he probado, y a mí no me entusiasman. Pero después de
leer lo que decías de que a los hombres suele gustarles por naturaleza, deseo
creerte. De modo que cuando llegue la ocasión y el tío esté dispuesto, no
dudaré.
A mí me gustan los orientales. Todo empezó con los indios
norteamericanos. No sé por qué, pero esos zorros oscuros hacen fluir mis
jugos. Desde que era pequeña, cada vez que veía una película del oeste, me
quedaba pegada a la tele esperando a que apareciera algún indio. Mi padre
creía que estaba interesada en la historia de la América de los indios, en la
figura del «noble salvaje». Me compraba un montón de libros sobre el tema.
La verdad es que nunca leí esos libros, pero si había una foto de un indio en la
cubierta, me veía el coño más de lo que me lo ha visto nadie. (¡Si mi padre
supiera lo que hacía con esos libros!)
Después de los indios, mi atención se centró en los japoneses, los
coreanos, los chinos, etc. Y he llegado al punto en que cualquier tío de
aspecto decente que tenga un remoto aire oriental o indio me provoca un
estremecimiento en la espalda que me llega hasta el coño. Tengo una fantasía
principal.

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Voy a salir con el mejor amigo de mi hermano, con quien he estado
flipada desde que recuerdo. Estamos en un lugar muy recogido, sentados en
una mesa cubierta con un mantel. P. está sentado frente a mí, y lleva un
esmoquin que le sienta estupendamente. Yo llevo un vestido negro sin
tirantes, muy corto, y zapatos negros de aguja. Después de pedir la comida, y
mientras bebemos vino y charlamos, yo me quito el zapato y le pongo el pie
en la entrepierna. Él se queda muy sorprendido y me mira buscando una
explicación. Yo sonrío y le acaricio con el dedo del pie el bulto de su
pantalón. En ese momento viene el camarero con lo que hemos pedido, pero
eso no me preocupa en absoluto, y sigo con lo mío. P. está pasando un
momento muy comprometido, intentando no cambiar la cara y se mueve un
poco en la silla para que nadie me vea el pie. Cuando el camarero se marcha,
P. se abre la cremallera y yo sigo acariciándole con el pie. Al cabo de un rato,
P. está a punto de saltar de la silla, de modo que yo dejo caer
«accidentalmente» una cuchara al suelo y me meto debajo de la mesa a
buscarla. Nadie me ve meterme allí debajo y todos piensan que he ido al
servicio. Mientras tanto, le hago a P. la mejor mamada que le han hecho
nunca. En mi fantasía soy yo la que controlo la erección y las expresiones
de P. mientras se la chupo. Me enloquece la idea de que intente parecer
normal, comiendo y bebiendo, mientras yo estoy debajo de la mesa con su
polla en la boca.

Connie
Tengo dieciocho años. Conocí a mi novio en el quinto curso, y nos
enamoramos al instante. Este junio pasado los dos nos graduamos en el
instituto. Hemos estado juntos siempre, y nunca ha salido ni ha follado con
nadie más, ni yo tampoco. Fui la primera para él, y él, el primero para mí.
Mientras estuvimos en el instituto nos deseamos, pero no follamos hasta
llegar al décimo curso. Yo tenía quince años, y él diecisiete (ahora tiene
veinte). Vive con sus abuelos, y la primera vez que lo hicimos era un
miércoles por la tarde, en el cobertizo del jardín de su abuelo (junto al
fertilizador y la cortadora de césped). Teníamos un bote de aceite para niños
con el que nos embadurnamos, y nos masturbamos mutuamente y practicamos
el sexo oral. ¡Fue fantástico!, pero suficiente por aquel día. No follamos
realmente hasta el día siguiente, en el sofá de mis padres. Desde entonces
hemos tenido una vida sexual muy feliz, y nuestra relación siempre ha sido
buena. Nunca nos cansamos el uno del otro. A lo largo de los años de

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instituto, follábamos en el coche, en casa de algún amigo en las fiestas o en un
motel.
La primera vez que hablamos abiertamente de la masturbación fue muy
excitante. Yo me masturbo desde que tenía tres o cuatro años (o tal vez no tan
pronto, pero sé que fue antes de ir al jardín de infancia). Solíamos establecer
una hora, por ejemplo las diez y media o las once de la noche, y cuando los
dos estábamos en la cama (cada uno en su casa), nos masturbábamos y al día
siguiente nos lo contábamos por carta.
Yo me excitaba y me mojaba tanto que tenía que meterme en el servicio y
limpiarme los jugos del coño para que no me empaparan las bragas. Cuando
empezamos a hacer el amor, él admitía que no se masturbaba tanto, pero yo
sigo haciéndolo, y me gusta incluso más que a él. A veces se lo hago sólo por
que sí. ¡Me encanta chupársela! Incluso cuando no le apetece, le pido y le
suplico que me deje desabrocharle la cremallera y chuparle hasta dejarle seco.
Me encanta hacerlo.
Esta es mi fantasía:
Cuando veo a cualquier policía, me mojo, me pongo caliente y me siento
ávida de sexo salvaje. Los negros no me excitan particularmente, pero si un
hombre lleva un uniforme y conduce un coche blanco con luces azules en el
techo, no importa el color. (No es que quiera tirarme a un policía, pero la idea
me excita.) En mi fantasía, voy conduciendo por una larga carretera desierta,
con bosques a ambos lados. Llevo el techo abierto y la música muy alta. No
me doy cuenta de que rebaso en 30 km/h el límite de velocidad. De pronto
veo de reojo el destello de unas luces azules en el retrovisor. «¡Mierda!»,
exclamo. Salgo al arcén y me detengo. El (Dios mío, me estoy poniendo muy
caliente escribiendo esto) sale del coche, a un par de metros detrás del mío, y
se acerca lentamente, moviendo la cabeza en señal de desaprobación.
«Señorita, ¿no se ha dado cuenta de que va a más de cien por hora en una
zona limitada a setenta y cinco?»
Lo único que yo veo es mi reflejo en sus gafas de sol, y no sé adonde está
mirando. Podría estar saboreando la firme redondez de mis tetas o las
tentadoras curvas de mis suaves muslos bronceados, apenas cubiertos por mi
ceñida falda blanca.
Me pongo a temblar de lo asustada que estoy. Él está totalmente pegado a
la puerta del coche (me pregunto si lo hace a propósito), y mirándome con la
cabeza ladeada y los brazos cruzados, con el bulto del pantalón asomando
sobre el metal de la puerta (la ventanilla está bajada). Me dice que tiene que
arrestarme y registrarme. Me abre la puerta del coche (¡qué gentil!) y yo salgo

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lentamente, enseñando toda la pierna hasta mi dulce entrepierna. Él se ha
quitado las gafas, de modo que veo adonde mira. Su mirada empieza en las
delicadas curvas de mis zapatos de tacón alto, sube por mis tersas y
bronceadas piernas, pasa de mala gana sobre mi minifalda blanca y el vientre
y se detiene en el canal entre mis tetas. Yo me pregunto qué estará pensando,
y empiezo a excitarme. Salgo del todo del coche.
«Dese la vuelta y apóyese en el coche con los brazos y las piernas
abiertos», me dice. Yo obedezco. Mis bragas de encaje apenas tapan mi culo
rosado, y mis adorables jugos se pegan al encaje. El clítoris empieza a
hormiguearme y arderme. Él se inclina lentamente, me pone las manos en
torno a los tobillos y empieza a subir, presionando con más fuerza al llegar a
los muslos. Pasa la mano por delante, me aparta suavemente las bragas y me
cosquillea el clítoris, hinchado y mojado como una canica en aceite. Oigo su
respiración pesada y siendo su polla rígida contra el culo. Él presiona más y
más. Me pone las manos en las tetas y me las aprieta. Mis pezones se
endurecen bajo sus palmas. Me dice que me meta en su coche. Me coge las
manos y me las pone a la espalda, y yo siento unas frías manillas de acero
alrededor de las muñecas. Luego me acerca a su coche y abre la puerta
trasera. Yo me meto y saboreo el dulce y penetrante olor del cuero mientras
miro mi coche a través de la rejilla negra del coche policial. Me empuja al
otro lado del asiento, se pone detrás de mí y me obliga a tumbarme boca
arriba. Me quita los zapatos y me separa las piernas, dejando al descubierto
mi bote de miel, apenas oculto. Luego me sube la falda, coge una navaja del
suelo y suavemente corta las bragas de encaje por la costura de la cadera. Me
las quita y me pone la lengua en el coño, separándome los labios para
encontrar el clítoris. Me chupa con fuerza mientras baja la mano y se saca la
polla. Yo me agito de placer. Él se detiene, me quita el resto de la ropa y se
pone sobre mí, metiéndome en la vagina su polla palpitante. Yo alzo las
caderas para acoplarme a su ritmo. Él presiona su pelvis con fuerza contra mi
clítoris, y eso me hace delirar de placer. Me rasga la blusa y me chupa los
pezones desnudos. Siento la corriente eléctrica subir y bajar por mi cuerpo
mientras él se tensa. Siento sus testículos golpeando locamente contra mi
culo, más y más deprisa mientras me penetra. Se me tensan los músculos, le
oigo gemir y siento su polla palpitar dentro de mí. Su cálida eyaculación
salpica las paredes de mi vagina. Entonces siento que me llega el orgasmo en
una ola de placer y alivio. Mi dulce jugo le cubre la polla y los testículos.
Me desata las manos y nos limpiamos.

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Entonces me besa suavemente y me dice: «Tal vez esto te enseñe a
obedecer las leyes de tráfico.» Luego nos vamos cada uno por su lado.
Tengo el carnet desde hace casi un año y nunca me ha parado la policía.
Cada vez que estoy cerca de algún policía en un semáforo en rojo o algo así, y
él me mira casualmente, yo sonrío diabólicamente, deseando que me lea el
pensamiento.

Kimberly
Tengo diecinueve años, perdí la virginidad a los dieciocho (en la
universidad), soy soltera (pero salgo con un tío maravilloso), y políticamente
conservadora. Comento esto último porque me parece extraño ser a la vez tan
liberal con los pensamientos que me corren por la cabeza.
Mi familia se compone de mi padre, que tiene más de cincuenta y cinco
años; mi madre, que tiene cuarenta y cinco; un hermano que pronto cumplirá
los treinta (está casado y no vive en casa), y yo. Mis padres son muy
religiosos, cosa que a veces puede ser enervante (por ejemplo, cuando voy a
desayunar con una sonrisa después de tener una maravillosa fantasía y ellos
empiezan a rezar; es la hora de sentirse culpable). Supongo que ésa es la
razón de que nunca le haya contado a nadie mis fantasías. Prefiero disfrutarlas
a solas.
En cuanto a mis preferencias sexuales, siempre he sido heterosexual. El
cuerpo masculino me parece sobradamente estimulante para tener que buscar
otra cosa.
Empecé a tener fantasías sexuales cuando tenía unos diez años. Estaba en
quinto curso, acababa de tener la primera regla y estaba físicamente más
desarrollada, por así decirlo, que las otras niñas de mi clase. Los chicos de la
clase se burlaban de mí porque me crecía el pecho y tenía pelo en las axilas y
las piernas y porque empezaban a marcárseme las caderas. Cuando ellos
hacían comentarios al respecto, yo iba a casa e intentaba pensar cómo me
sentiría si un objeto inanimado explorara mi cuerpo. Esto es lo que
fantaseaba:

Fantasía 1
Estoy tumbada en una plancha de acero, totalmente desnuda, y avanzo
sobre una cinta transportadora. No hay nadie, sólo yo y la máquina, que tiene

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una abertura rectangular (por la que pasan las correas) y un botón para
conectarla y desconectarla, pero aparte de eso, no tiene nada más. Cuando
finalmente entro en ella, una mano mecánica me toca la vagina y se enciende
una luz verde que hay encima de la mano, lo cual quiere decir que he pasado
la prueba y que tengo bien la vagina. El segundo brazo me manipula el clítoris
y vuelve a encenderse la luz verde. Un tercer brazo me mete en el ano un frío
cilindro amarillo, y la luz verde se enciende. (Todo el tiempo voy avanzando
sobre la cinta transportadora.) Un cuarto y último brazo me palpa los pechos.
Ahora se enciende una luz roja y el brazo vuelve a tocarme más. Entonces veo
que la luz sigue encendida y el brazo me sigue tocando. Al llegar a este punto,
generalmente me había dormido, ya que siempre fantaseaba al acostarme.
Creo que debo mencionar que en esa etapa de mi vida no me masturbaba ni
había tenido aún un orgasmo. Me limitaba a pensar. Debido a mi estricta
educación, pensaba que la masturbación era «mala, pecaminosa, perniciosa»,
y ni siquiera sabía lo que era un orgasmo, ya que mis padres no pronunciaron
nunca la palabra «sexo» ni me dijeron cómo era mi cuerpo (ni para qué
servía).
Luego empezaron los años de instituto. En aquella época no salía mucho
con chicos, y si lo hacía, rara vez salía dos veces con el mismo. Me resigné al
hecho de que los chicos «atractivos» estaban ocupados, y a tener que
ingeniármelas por mi cuenta. ¡Y ya lo creo que me las ingenié!

Fantasía 2
John, un chico al que encuentro muy atractivo, me invita a un guateque.
John es mayor que yo y tiene coche, de modo que puede llevarme a la fiesta,
en lugar de tener que ir en el coche de sus padres. John llega en un Mustang
rojo (es raro, porque odio los Mustang). Se acerca al porche para recogerme y
acompañarme hasta el coche. Mis padres están perplejos de que sea tan
cortés. Cuando llegamos al baile, la banda empieza a tocar una pieza muy
lenta. Yo llevo un vestido rosa casi transparente, sin mangas y muy corto. Él
lleva un traje negro y un enorme abrigo encima. Bailamos muy pegados, y él
me pone la mano por delante y empieza a juguetear con mis pezones hasta
que se ponen muy duros. Yo me froto contra él y siento el tenso bulto de sus
pantalones. Me estrecha contra sí, echa el abrigo por encima de los dos para
taparnos y me baja las bragas para acariciarme el clítoris, mientras yo le
desabrocho los pantalones y jugueteo con su pene erecto. Cuando por fin
termina el tema lento, John y yo estamos tan a punto de corrernos que

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ninguno quiere parar. Pero debemos hacerlo, al menos de momento, porque al
mirar a nuestro alrededor nos damos cuenta de que estamos solos en la pista
de baile y todos nos miran de una forma extraña. Nos abrochamos, nos
arreglamos la ropa y salimos de estampida hacia el aparcamiento. Nos
metemos en su coche y miramos alrededor para asegurarnos de que no hay
nadie cerca. Luego nos desnudamos. Estamos en el asiento de atrás. Él me
acaricia el clítoris y los pechos, y yo le masturbo. Seguimos haciéndolo hasta
que yo empiezo a proferir sonoros gemidos (en la vida real soy muy ruidosa
cuando me corro), y él me dice que también está a punto de correrse. Arqueo
la espalda cuando sus dedos encuentran su objetivo y grito de éxtasis mientras
él me eyacula en la mano. Se limpia el pene, me lava la mano y el coño, muy
despacio. Me lleva a casa y mis padres me comentan que he hecho una gran
elección con ese chico. Yo miro a John, luego a mis padres, y digo: «Sí, salir
con John puede ser muy excitante.»
Ésta fue la primera vez que tuve (¡sí!) un orgasmo en mis fantasías.
Todavía recuerdo la maravillosa sensación… Y eso que sólo estaba
imaginando. Ya dicen que la mente es un instrumento muy poderoso.
En los años de universidad, mi mundo real pasó a ser casi tan excitante
como el mundo de la fantasía. Recuerdo que la primera semana de clase, un
tío se me acercó y me dijo que le encantaría oírme gemir mientras me comía.
¡Caramba, pensé, la vida en la universidad va a ser fantástica!
La universidad fue el primer sitio en que me masturbé. Estaba más lejos
de mis padres y supongo que la nueva libertad de que disfrutaba me facilitó
las cosas. Cinco amigos y yo (tres chicos, dos chicas y yo) fuimos a ver una
película llamada Doble cuerpo, que tiene algunas escenas en las que una
mujer se masturba. Tengo que decir que durante toda la película tuve el coño
empapado. Naturalmente, los chicos hacían comentarios sobre lo grandes que
tenía «los labios del coño» y cómo «le bamboleaban las tetas», ¡y aquello no
contribuía precisamente a bajarme la calentura! Cuando terminó la película, a
eso de las once, me marché con la excusa de que estaba muy cansada y quería
acostarme. Bueno, cuando me metí en la cama, decidí intentar la «técnica»
que acababa de ver. Me tumbé y me puse dos almohadas debajo de la pelvis.
Me quité la ropa y empecé a acariciarme el clítoris con la mano derecha.
Cielos, era tan bueno que decidí frotarme un poco el coño también. Cuando
finalmente me puse la palma de la mano sobre el clítoris y me metí en el coño
los dedos índice y anular, la sensación fue fabulosa. Al cabo de unos minutos,
tuve un orgasmo increíble, y me corrí en mi mano. Me quedé tan relajada que
me dormí tal como estaba, desnuda, y me desperté a la mañana siguiente con

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una diabólica sonrisa. Ahora me masturbo (siempre hasta el orgasmo, por
suene) casi a diario.
Y ahora es el momento de contar una de mis fantasías favoritas.

Fantasía 3
En esta aparece un tío atractivo, Charlie, el que me dijo que le encantaría
chuparme. En mi fantasía, nunca lo ha hecho, aunque me ha tocado por todas
partes. Charlie entra en mi dormitorio y me dice que me reúna con él en el
pasillo. A mí me parece bastante raro, puesto que el pasillo está atestado de
hermanas de la fraternidad (yo estaba en una fraternidad) y no se puede hablar
porque no se oye nada. De todas formas, le sigo, y él le dice a todo el que
quiera oírlo que me va a follar en el pasillo y no le importa que lo sepan o que
miren. Me grita que me quite la ropa, cosa que hago de mil amores. Carol, mi
compañera de cuarto, está atónita de que sea tan descarada, pero anda por el
pasillo de arriba abajo ocupada en sus cosas. Karen, otra hermana, le pregunta
a Charlie si quiere algunos cojines para subirme las caderas o una manta para
tumbarnos; él dice que sí y Karen trae cojines y sábanas de raso y los extiende
cuidadosamente. (Esto es muy raro, ya que Karen es lesbiana y no le gustan
para nada los hombres.) Otras dos hermanas, Brenda y Cassie, empiezan a
arrancarle la ropa a Charlie, para su deleite. Las hermanas forman un círculo
en torno a nosotros. Algunas miran y otras siguen andando por el pasillo.
Charlie les dice que observen con detalle, que van a ver a un «genio»
haciendo su mejor obra. Me separa las piernas de modo que me parece que va
a romperme en dos. Luego se pone a gatas y me frota el clítoris con la nariz
(la tiene bastante larga). Luego me lo acaricia agitando la lengua y me la mete
en el coño. Mientras tanto Karen le está masturbando (muy raro también).
Entonces Charlie se reclina un poco sobre Karen, para tener una mano libre
con la que acariciarme el coño y meterme el meñique en el ano. Yo empiezo a
tocarme los pechos (que son bastante grandes), y cuando bajo la vista, veo la
cara de Charlie que se acerca y luego se aleja de mí. Le digo a Karen que
pare, porque quiero tener a Charlie para mí sola. Ella me complace, y yo le
pido a Charlie que se siente con las piernas abiertas. Entonces bajo sobre su
pene erecto y le atraigo la cara hacia mis pezones, pidiéndole que me los
chupe suavemente. Aprieto contra él las caderas, el corto y el clítoris y
embisto y embisto y embisto. Charlie me pide que pare un momento;
podemos sentir la sangre correr por nuestro cuerpo. Yo me paro, pero
enseguida tengo que empezar a moverme otra vez. Entonces Charlie me

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agarra, y los dos sabemos que nos vamos a correr pronto. Cuando descarga en
mí su semen caliente, siento los músculos del estómago como si fueran a
estallar y, en un instante, mi corrida le empapa la polla. Cuando nos besamos
en la boca con dulce abandono, nos damos cuenta de que estamos solos en el
pasillo. Nos miramos y sonreímos.

Me he masturbado sola en mi habitación, en la ducha (nunca he podido


tener un buen orgasmo con el chorro de agua), viendo la tele, yendo en coche
al trabajo (qué forma de empezar el día) y hablando con hombres por
teléfono. Suelo adaptar las fantasías a mi estado de ánimo. No me gusta
masturbarme sin fantasear, de modo que tengo un amplio negativo para cada
momento. Una vez le hablé a un tío un poco sobre mis fantasías y él me dijo
que era una «puta obsesionada con el sexo», así que no hace falta decir que
ahora mantengo la boca cerrada. Tal vez algún día encuentre a un hombre con
la mente lo bastante abierta para compartir mis fantasías y revelarme las
suyas, pero hasta entonces seguiré disfrutando yo sola de lo que me pasa por
la mente.
Escribir esto me ha absuelto de la culpa que durante tanto tiempo he
arrastrado a causa de mis sueños. Incluso he sonreído un poco al saber que
«estaba dentro de mí» (lo que he escrito, quiero decir).

MUJERES CON MAYORES APETITOS QUE SUS HOMBRES


En este capítulo las mujeres dicen cosas que sacuden el sistema patriarcal
desde sus cimientos. «Presiento que las mujeres son mucho más calientes que
los hombres y desean más el sexo», dice Sophie en el tono que en los años
ochenta era característico de la mujer que aceptaba sus auténticos apetitos
sexuales. Sea cual sea la época histórica en la que estés leyendo estas
palabras, recuerda que las fantasías sexuales no tienen fecha; toda la literatura
erótica —La historia de O, los libros de Anais Nin y Henry Miller— sigue
siendo excitante porque no hay nada nuevo en la sexualidad humana; sólo las
subidas y caídas del telón de la represión.
Las mujeres sexualmente aventureras como las que a continuación
cuentan sus fantasías siempre han existido. Pero nunca en tan gran número y
con la diferencia de que nunca han expresado sus inquietudes verbalmente.
Estas mujeres hablan apoyándose en el conocimiento de que no están solas en
su curiosidad sexual. Empezaron a «salir a la luz» en los setenta, como

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respuesta a la permisividad sexual afirmada específicamente por las mujeres.
La identificación que encontraron en las palabras e imágenes de la sexualidad
de otra mujer marcó un precedente histórico: por primera vez, las mujeres no
eran castigadas, sino reconocidas por su inventiva sexual. Para comprender
hasta qué punto es esto revolucionario, no hay más que atender al cine de los
últimos tiempos, donde encontramos incontables versiones de mujeres
«díscolas» como Anna Karenina, aplastada bajo las ruedas de un tren por
transgresiones sexuales. Por muy simpática que fuera la heroína, si era
adúltera, moría. El cambio no se produciría hasta los años sesenta, cuando
Hollywood, guardián de nuestra moral, empezó a aceptar guiones en los que
las adúlteras sobrevivían.
¿Podrían la censura y la represión hacer retroceder de nuevo a la mujer
hasta el destino de Emma Bovary? La lógica diría que el nuevo poder
económico de la mujer elimina el doble estándar sexual, que lo que hemos
pasado en los últimos veinte años no es sólo una fase, sino una etapa
evolutiva que, al igual que la oleada de mujeres que siguen entrando en el
mundo laboral —de cuya base económica surgió este fenómeno sexual—, es
irreversible.
Pero la represión sexual no es lógica. Si la mujer dejara de controlar sus
derechos de reproducción, sólo eso bastaría para mantenerla «en su lugar».
Los hombres, y muchas mujeres, no tienen ni idea del alcance de las
necesidades sexuales femeninas; la cultura estaba creada para mantenernos en
la ignorancia. Los hombres siguen planteándose la pregunta de Freud, «¿Qué
quieren las mujeres?», con divertida resignación, como si la respuesta fuera
«Un sombrero nuevo». El tímido hombrecillo que se esconde de su autoritaria
mujer en los dibujos de James Thurber, difícilmente sugiere que tal vez lo que
quiere de él es «¡más sexo!».
La sociedad patriarcal se define a sí misma con la postura del misionero
porque sólo poniendo debajo a la mujer podían estar los hombres arriba, ser
superiores. Cuando mujeres como Bootsie luchaban en los ochenta por salir
de debajo de sus maridos, sexualmente aburridos, y desentumecer algunos
músculos eróticos, no estaban muy seguras de que hubiera otras mujeres
como ellas: «Tenemos un problema muy poco corriente… o tal vez no, no lo
sé —confiesa Bootsie—, porque a mí me interesa más el sexo que a mi
marido… ¡A mí simplemente me gusta! En cambio, él no destaca por su
impulso sexual…»
Pero la voz se extendió muy deprisa en los ochenta. Fue una década de
información sexual, así como de exceso, y hacia mediados de los ochenta, a

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las mujeres con maridos de baja libido ya no les preocupaba ser las únicas
«niñas malas» que querían descarriarse. Desde luego, el sentimiento de
culpabilidad nunca desapareció y nunca desaparecerá. Pero las mujeres
empezaban a asumir un cieno grado de culpa como parte de sus vidas; a
medida que iban surgiendo más figuras infieles a principios de los ochenta,
más mujeres aprendían que simplemente pensar en algo «ilegal» era un
deleite que las encumbraba. «Me encanta el sexo, pero a mi marido nunca le
ha interesado realmente», dice Joyce, cuya fantasía «ha sido siempre hacer el
amor perversamente, todo el día y toda la noche». Siguiendo su naturaleza
«agresiva», convierte su fantasía en realidad. Tiene una aventura con su
ministro religioso, lo cual supongo que solventa el problema de la culpa.
Bernard Shaw advirtió una vez que la razón de la popularidad del
matrimonio era que combinaba el máximo de tentación con el máximo de
posibilidades. Algo muy curioso en la puritana época de Shaw. Casados o no,
los Victorianos sentían que debía haber algo perverso en el sexo, puesto que
era tan placentero. Pero, hoy en día, el matrimonio combina a menudo el
máximo de posibilidades con el mínimo de sexo. Todos conocemos el tópico
de la pareja que vivía felizmente en pecado y cuya vida sexual se fue al traste
el día en que se casaron legalmente. Muchos de nosotros hemos leído también
los estudios que indican que en nuestra sociedad el estado de casado favorece
más al hombre que a la mujer. No es extraño que a medida que las mujeres
van creando su propia identidad, sean más reacias al matrimonio.
Dada la nueva fascinación de la mujer por el tabú del sexo, hay una
infinita curiosidad en su mente hacia el próximo hombre, incluso si ya tiene
pareja. Crece en ella la emoción por el desconocido prohibido, abandonada
desde la infancia. Aunque conscientemente yo no desee otro hombre, y mi
marido y mi trabajo llenen mi vida, todavía tengo fantasías sobre ese
misterioso desconocido. Estas fantasías casi me impidieron casarme, tan
convencida estaba de que nunca podría ser fiel.
La monogamia no es algo que nos haya impuesto la sociedad, sino un
acuerdo libre entre dos personas, un acuerdo que millones de personas han
elegido durante siglos, de modo que debe tener una atracción muy poderosa y
satisfacer necesidades humanas reales. En lo que a mí respecta —y creo que
esto es cieno para otras muchas mujeres también—, sigo siendo felizmente
fiel, saludablemente monógama, porque en mi mente soy libre de follar con
quien quiera. Si me privaran de mi fantasía sexual, si me «tratara» un médico
para que sólo pensara en mi marido cuando practicamos el sexo o cuando me

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masturbo, la monogamia no me parecería un ideal sino un ahogo, o una razón
para evitar el matrimonio.
Sería un error decir que este capítulo trata sólo de mujeres frustradas
cuyos hombres no las satisfacen. Muchas tienen vidas sexuales plenas, con
hombres que las hacen felices y las satisfacen. Aun así, tienen fantasías con
más sexo, películas y películas de imaginería sexual, cantidades de sexo que
generalmente poco tienen que ver con la razón o la realidad.
De hecho, si una mujer se encontrara en una isla desierta con diez
hombres desnudos, guapos y dispuestos, lo más normal es que quedara
satisfecha con uno y les dijera a los otros: «¿Por qué no os vestís y os vais a
coger unos cocos? Harry y yo nos las arreglamos muy bien.»
Pero en estas fantasías, encontramos mujeres que desean dos, seis, diez y
veinte hombres a la vez, mujeres que no sólo se deleitan con una simple
fantasía, sino que tienen docenas de ellas que las llevan al éxtasis. Se revelan
vastos apetitos, un hambre que se alza muy por encima de lo que cualquier
mujer podría manejar en la realidad. Estas fantasías expresan una necesidad
psíquica, un deseo de experimentar todas las posibilidades y deseos del propio
cuerpo, de recuperar el tiempo perdido. Las mujeres, durante tanto tiempo
limitadas, desean encontrar sus propios y auténticos límites. Sus fantasías de
dos, tres o cuatro hombres sugieren que no los han encontrado todavía.
Tal vez la imagen de la «última polla gigante», más que ninguna otra, es
una metáfora del deseo que tienen algunas mujeres de una vida más plena. Al
titular este capítulo «El grito de: ¡Más!», quería decir más de todo.
El sexo no está separado del resto de la vida. Es un símbolo de lo que pasa
en la realidad, y la actitud de una mujer con respecto al sexo tiene relación
con lo que piensa y siente sobre ella misma en la sociedad. La mujer de hoy
en día siente que tiene derecho a todo, cosa que hasta hace poco no podía ni
admitir que pensaba. Si una mujer no es feliz con su marido, tiene derecho a
divorciarse. Si está aburrida de trabajar en casa, tiene derecho a salir y buscar
trabajo, y si eso no da resultado, tiene derecho a volver al trabajo tradicional.
Si siente que la sociedad ha puesto límites a su sexualidad, tiene derecho a
romperlos.
Estas fantasías de tener más de un hombre al mismo tiempo son sobre
todo una reacción al tradicional papel pasivo adjudicado a la mujer. En lugar
de esperar ociosamente a que un hombre la llame por teléfono, crea una
situación en la que tiene una docena de hombres disponibles para elegir.
Independientemente de lo que suceda, en la fantasía ella es el foco central.
Después de inventar el escenario y asignar los papeles a los actores, es sólo

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ella la que decide lo que sucederá. La naturaleza básica de la fantasía es que
ella la ha creado para satisfacer sus propias necesidades específicas.
Tomemos por ejemplo la fantasía de Verónica, en la que está con cuatro
hombres. Tiene veintiún años, y se halla prácticamente en vísperas de su
boda. En realidad, Verónica tiene una aventura con el prometido de su mejor
amiga. Su fantasía favorita es que está no sólo con ellos dos, sino al mismo
tiempo con dos de los padrinos de su amiga. Tiene sus «dos lúbricos agujeros
llenos de la crema de los mayores amantes de mi vida, lo cual me da el mayor
orgasmo que jamás he experimentado». Verónica dice que cuando se case
hará borrón y cuenta nueva; quiere ser una esposa fiel. Tal vez la fantasía en
la que está con su prometido y su mejor amiga, en la cual no hay celos ni
reproches, no es sólo excitante, sino que significa también la absolución de su
infidelidad. ¿Pero por qué incluir dos hombres más? Para satisfacer otra de las
necesidades de Verónica: el voyeurismo; ésta es, al fin y al cabo, su despedida
de soltera. Mientras dos hombres la follan, ella puede mirar a los otros dos
«haciendo un sesenta y nueve. Esto me excita realmente, porque nunca he
visto a dos tíos así».
Pocas mujeres lo han visto, que yo sepa. El espectáculo de dos o más
mujeres entrelazadas siempre ha deleitado a los hombres, pero ni las murallas
de Pompeya, ni el Kama Sutra, ni los murales de los jardines de Jayuraho, ni
ninguna de las ilustraciones de los antiguos ritos sexuales de la humanidad
presentan a los hombres follando entre sí para el deleite de la audiencia
femenina. La razón evidente, supongo, sería que esos primeros testimonios
verbales y pictóricos del placer sexual humano fueron creados por hombres y
para los hombres.
Desde luego, nada le ha abierto más los ojos a la mujer que la televisión,
el cine y la creciente producción de películas para adultos. En este capítulo se
mencionan los muchos libros de sexualidad publicados en los últimos años,
pero una imagen vale más que mil palabras en lo que se refiere a educación
sexual. No hay más que entrar en el videoclub más próximo. Estas mujeres
describen sus apetitos sexuales como si estuvieran haciendo un pedido en un
catálogo gigante. La vida les ha enseñado que un hombre se cansa muy
deprisa. Quieren hombres «extra», y con grandes, enormes pollas. Muchas de
ellas insisten fielmente en que el tamaño del pene de su marido está bien, pero
si vamos a crear un amante de fantasía, ¿por qué no imaginarlo con
espléndidas proporciones, de modo que pueda producir «litros» de semen, los
suficientes para que nos podamos bañar en él?

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Aunque el tamaño no sea un punto central de la fantasía, rara vez se
menciona un pene sin añadirle los adjetivos grande, enorme, gigantesco.
Detrás de este deseo de quedar satisfecha, totalmente llena con una polla
gigante, abrumada por una desmesurada experiencia sexual, hay una famosa
máxima de Freud: «Detrás de cada pene hay un pecho.» Esto significa que la
mujer desea un pene para chuparlo, para que la penetre, un pene gigante sólo
suyo con el que sustituir el amor, la atención, el calor, la dulzura, la ternura, la
leche y los pechos maternos que no tuvo de pequeña. Cuando un hombre
intenta encontrar en el cuerpo de una mujer todo el calor que recibía de la
madre —o que deseaba de ella—, comprendemos que se centren en el pecho.
Todos empezamos a vivir dependiendo del cuerpo de una mujer, y si una
mujer adulta siente que ha perdido algo grande, maravilloso y cálido y
desplaza esa sensación de pérdida y la sexualiza, posiblemente lo que desea es
una polla gigante.
La mayoría de los hombres acaban con toda la ternura y el afecto, no sólo
después de follar, sino también antes y durante el acto. Separan el sexo del
afecto. Por eso tantas mujeres se sienten frustradas con las experiencias
sexuales; aunque hayan tenido orgasmos múltiples, si el sexo no satisface su
necesidad de cercanía y calor es incompleto. Follamos con algo más que
nuestro cuerpo. Nuestras emociones también deben ser satisfechas. Algunas
de estas mujeres dicen que, si las penetrara un hombre que la tuviera más
grande que su marido, no podrían aguantarlo físicamente; pero la polla
gigante con la que sueñan es muy satisfactoria a muchos niveles.
Tal vez haya también un sentido de omnipotencia y confirmación de
feminidad en esas fantasías, sobre todo hoy en día, cuando la mujer está
intentando redefinirse como una «auténtica mujer». La creadora de la fantasía
se ve tan femenina, tan sexualmente poderosa, que puede coger a un hombre
ordinario y convertirlo en Superman, demostrando así que ella es
Superwoman. Hay aquí cierta jactancia —casi la misma que cuando un
hombre se vanagloria de su tamaño—, ya que establece que ella es una mujer
de tal capacidad que ningún hombre es demasiado grande para ella.
Tendríamos que preguntarnos por qué las mujeres de este capítulo no
fantasean directamente sobre la vida real. Quieren algo que se salga de lo
ordinario y cotidiano, algo tan radicalmente distinto de todo que incluso saben
que las llevaría más allá de sus límites y les quitaría la vida. ¿Por qué este
deseo de trascendencia encuentra su expresión a través de la imaginería
sexual? Tal vez porque no pueden sentirse identificadas con las heroínas de la
televisión y las revistas de mujeres; ¿qué saben ellas de grandes riquezas y

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enormes éxitos profesionales? Sin embargo, sí que han experimentado el
sexo. Aunque sus hombres fallen, ellas son artistas de la masturbación.
Dominan el orgasmo.
Hasta la mujer más tímida puede educarse en la librería y el videoclub del
barrio. «Con la ayuda de una biblioteca llena de libros (mi favorito era Free
and Female) —dice Odette ya en 1980—, una docena de tíos calientes y una
partida de anticonceptivos de la clínica de planificación de la universidad,
aprendí todo lo que pude sobre el sexo.»
Hasta el día de hoy el Playboy y el Penthouse siguen siendo para las
mujeres una fuente inagotable de placer voyeurístico y de información.
Mientras que la idea de un hombre examinando ávidamente fotografías de
otros hombres no cuadra, la mujer es mucho más flexible y puede excitarse en
cualquier momento con imágenes de cualquier sexo. Y entonces nos
preguntamos por qué los hombres necesitan reprimir la sexualidad de la
mujer.
El mercado del vídeo casero, más que ningún otro medio, le ha abierto
literalmente los ojos a la mujer al maravilloso mundo de las posibilidades
sexuales. La vida no volverá a ser lo mismo desde la invención del vídeo. En
1980 se habían vendido 805 000 aparatos; en 1990 había vídeos en 65
millones de hogares. Y no es sólo que las mujeres pudieran llevarse a casa
películas como Nueve semanas y media o Terciopelo azul para estudiarlas con
más detalle y repetir las imágenes, sino que a medida que los ochenta
avanzaron y dejaron paso a la década de los noventa, las películas X se fueron
haciendo más explícitas, más disponibles y cada vez más enfocadas hacia el
público femenino. El entusiasmo de las mujeres por el voyeurismo y el
exhibicionismo ha conducido también al último mercado del vídeo: películas
caseras eróticas producidas por aficionados. Cuando se inició la crisis
económica en el mundo editorial a principios de los noventa, que obligó a
cerrar muchas publicaciones, la categoría más popular de nuevas
publicaciones fue la revista pornográfica. Con títulos como Erotic Lingerie
(«Lencería erótica»), Sexual Secrets («Secretos sexuales») y WetLips
(«Labios mojados»), ¿qué mujer podía resistirse a echar una ojeada?
A principios de los años ochenta, las mujeres como Pauline estaban muy
preocupadas por conocer el alcance de sus apetitos sexuales. «¿Terminaré
pareciendo un personaje de La historia de O? —se pregunta, dadas sus
experiencias reales junto con sus fantasías de dominación y sexo en grupo
como modelo favorita de un magnate de Hugh Hefiner—. Me pregunto qué

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pasará dentro de unos años. Al fin y al cabo, no hace tanto que era una niña
buena y católica del Este.»
Luego llega la publicación de The G Spot (El punto G), la reedición de los
libros de Anais Nin, la publicidad aún más erótica de Calvin Klein, hasta
llegar a los noventa y a mujeres como Laurie que está tan avanzada que en su
fantasía aparece su vídeo casero: «Que te follen dos mujeres es una
experiencia de lo más “cremosa” (mientras se ven) películas porno lesbianas
(y) se utiliza un consolador de tres cabezas.» Finalmente, Laurie, una mujer
moderna, crea su propio vídeo casero y «saco palomitas, abro tres cervezas y
me siento entre las dos para ver nuestra actuación».
Tanto si uno cree que estas mujeres son representativas o piensa que son
simplemente una minoría de exhibicionistas que quieren ver impresas sus
fantasías, sus preferencias sexuales son elecciones conscientes que toda mujer
puede hacer. La información y el permiso están ahí. La censura no convertirá
a Laurie en la «niña buena» que su madre quería que fuera. El hecho es que la
madre de Laurie no le dio ninguna información sobre el sexo cuando era niña,
no la preparó para la pubertad, no le dijo más que: «Las niñas buenas no
hacen eso.» Ya basta de prohibiciones. Como muchas de nosotras, a Laurie le
excita sexualmente lo que le prohibía su madre, más que cualquier cosa que
pudiera aparecer en el videoclub.
Las mujeres de este capítulo no sólo son sexualmente iguales a los
hombres, sino que están más hambrientas que sus maridos, a quienes suelen
amar pese a que no las satisfacen sexualmente. Están tan hambrientas que
ningún hombre podría bastarles. Muchas de estas mujeres no sólo quieren que
las follen por un orificio, quieren tener también lleno el ano, y tener algo en la
boca y las dos manos ocupadas, y no sólo de un sexo, sino hombres y mujeres
a la vez. Y lo quieren todo al mismo tiempo. Están verdaderamente
hambrientas.
Han convertido en un chiste el anticuado doble estándar. Estas mujeres
son tan distintas y opuestas a la sexualidad inerte del tipo Doris Day —
durante tanto tiempo el ideal norteamericano— que la cuestión surge por sí
misma: ¿esa mujer insaciable ha existido siempre, reprimida por las reglas
sociales y las cortas riendas sexuales que la han controlado tradicionalmente?
Yo creo que el único ingrediente nuevo es la permisividad. Las mujeres
sienten que ahora pueden expresarse, y eso les da una sensación de poder, una
palabra que utilizan muy a menudo.
Tradicionalmente, la mujer no se quejaba. Pero Holly ha estado tanto
tiempo «complaciendo a los hombres», que ahora quiere que le presten un

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poco de atención a ella. «Yo sólo sé dar placer, no obtenerlo», dice Denise.
Hace veinte años, estas mujeres habrían callado su frustración, habrían tenido
migraña o úlcera, o se habrían tomado una copa. No había alternativa, no
había ninguna otra mujer que hubiera dado permiso, no quedaba más remedio
que seguir complaciendo a otros estoicamente.
La sabiduría popular decía, antes de los años setenta, que los hombres
eran animales que necesitaban el sexo, y las mujeres, no. Esto servía al
sistema patriarcal para establecer que los hombres eran los seres activos y, por
tanto, los más fuertes, al tiempo que establecía unos papeles destructivos tanto
para hombres como para mujeres, haciendo del sexo no un lazo sino una
batalla. Para aquellos hombres incapaces de tener siempre una erección, el
papel era un infierno. Mientras el sexo fuera iniciado y dominado por
hombres educados para creer que una «mujer decente» tenía aprensiones
virginales, aquellas lecciones infantiles se convenían en profecías que se
autoalimentaban: se sentía que el sexo iba siempre en contra de la voluntad de
la mujer (a menos que el hombre acudiera a una puta con la que su fantasía
favorita, como es lógico, era ser dominado, para variar).
Naturalmente, el sexo desaparecía del matrimonio en cuanto se acababa la
luna de miel. Para las mujeres, desilusionadas al descubrir que el sexo no era
la romántica unidad simbiótica con la que soñaban, se convirtió en una
moneda de cambio. Se decía que la continencia sexual era «el mayor poder de
la mujer», y eso significaba que ella lo otorgaba cuando quería algo, como
unas vacaciones, y lo negaba cuando estaba enfadada, cosa que sucedía a
menudo (aunque se ocultaba).
Estas nuevas mujeres se burlan de aquella pasividad. Están muy en
contacto con sus necesidades sexuales y pintan a sus maridos como si fueran
ellos los que ponen el sexo al final de la lista, después de la colada y el pago
de las cuentas. El marido de Allie no es desde luego el primer hombre que
quiere que la relación sexual con su esposa «sea dulce y suave. Sé que desea a
otras mujeres y compra revistas para hombres y fantasea con otras mujeres.
Así que, ¿por qué no puede echarme a mí un buen polvazo como se imagina
que hace con ellas?», se queja Allie. Tal vez la madre de Allie podría soportar
que su marido tuviera el tradicional problema de la puta/virgen, pero Allie no,
ni Janie, cuyo amante se cansa antes que ella: «Yo puedo seguir después de
cuatro horas», admite, antes de acudir al refuerzo de la fantasía, no con un
hombre, sino con dos «que me follan hasta que ya no puedo más».
Siempre he pensado que la fantasía presta una gran ayuda a la
monogamia, porque nos permite permanecer fieles de hecho, mientras

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transmitimos a la persona con la que estamos toda la excitación encendida por
nuestra imaginación. En nuestras relaciones amorosas reales, a menudo
llegamos a conocernos tanto el uno al otro que es como si estuviéramos en la
piel del otro; la intimidad puede dar mucha seguridad a un nivel muy
profundo, ¿pero es excitante sexualmente que la mano derecha acaricie a la
izquierda? Para que se encienda la chispa del fuego sexual, se necesita
distancia. Por eso es tan excitante el encuentro sexual con el desconocido:
porque no hay relación; es el sexo sin ataduras. Yo reivindico la fantasía
como una ayuda a la fidelidad y me sobresalto al leer —como leí una vez en
un informe escolar— a terapeutas que consideran que sus pacientes están
«curados» cuando sólo piensan el uno en el otro mientras practican el sexo.
Es una prescripción tan medieval como la aseveración de los viejos tiempos
que establecía categóricamente que las mujeres no tenían fantasías sexuales.
Las mujeres de este capítulo saben que si sus maridos, sexualmente
perezosos, dejan sin atender ciertas áreas, hay dos o tres hombres en la tierra
de la fantasía que saben complacerlas. La mayoría de las mujeres saben que lo
mejor es guardarse para sí estos amantes «expertos», porque contar una
fantasía es algo muy arriesgado. En primer lugar, puede perder su chispa al
ser aireada; en segundo lugar, tal vez nuestro compañero no quiera saber que
soñamos con su(s) mejor(es) amigo(s); en tercer lugar, pensar que nuestro
amante debería aceptar nuestra fantasía como una prueba de amor, es hacer
chantaje. Por último, yo aconsejaría a todo el que quiera llevar a la práctica
una fantasía, que recordara que en la realidad no podemos controlar las cosas
como lo hacemos en la imaginación.
Tal vez las mujeres se están haciendo más sabias a este respecto. En un
estudio de la revista Esquire, una aplastante mayoría de esposos admitían que
lo que no conocían de sus mujeres eran las fantasías sexuales. A menos que
una cierta fantasía esté pidiendo a gritos la realización, como es el caso del
sexo oral, mi consejo es que antes de compartir una fantasía sexual hay que
pensárselo dos veces, y luego volvérselo a pensar.

Sophie
Creo que las mujeres son mucho más calientes que los hombres y desean
más el sexo que ellos. Hablo prácticamente por mis propios deseos, pero al
hablar con algunas amigas me da la impresión de que ellas también son muy
calientes y que sus maridos o amantes no les dan todo el sexo que necesitan.
Mi marido ha llegado a decir que se alegra de llevar él la iniciativa en la vida

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sexual, porque si lo hiciera yo, practicaríamos el sexo una vez al día. Me
parece que debe haber muchas mujeres con un interés muy limitado por el
sexo, pero por una buena razón. Sospecho que sus vidas sexuales son oscuras,
sin imaginación, y sin duda incluyen pocos juegos previos, que son la clave
para una buena relación sexual.

Laurie
Soy una profesional con un máster terminado. Soy rubia, de ojos azules,
menuda y bien proporcionada y estoy en la treintena. Soy soltera por decisión
propia.
Experiencias de la infancia:
Mis primeros recuerdos sexuales giran en torno a los cuatro años. Tenía
primos mayores que jugaban a «papas y mamás» o a los «médicos», y yo los
observaba mientras se miraban y se tocaban unos a otros.
Cuando estaba en tercer grado, mi vecino Steve, que tenía un año más que
yo, quería siempre tocarme por todas partes. Me cepillaba los largos cabellos
rubios y me besaba en la cara, el cuello, el pecho y los pies. Durante esta
época me amenazaba con contarles a mis padres una mentira que yo había
dicho a menos que cuando cumpliera once años le dejara hacerme pis encima
con las bragas bajadas. Para mí fue un shock, pero al mismo tiempo me
excitó. Antes de que llegara «la edad adecuada», su familia se había mudado.
A los once años, más o menos, tuve la primera y única experiencia «mujer
con mujer». Fue con una prima mayor (de doce años). Se había quedado a
pasar la noche conmigo y habíamos charlado largamente sobre chicos y sexo
(es decir, de lo que sabíamos al respecto). Yo estaba preguntándome qué se
debía sentir cuando ella se puso encima de mí y empezó a besarme y a frotar
su cuerpo contra el mío. Nos detuvimos ahí porque era todo lo que sabíamos.
Yo no tenía los conocimientos sexuales de ella. Mi madre nunca me habló de
sexo ni de sensaciones sexuales, excepto para decir que «las niñas buenas no
hacen eso». Ni siquiera me preparó para la pubertad. Me vino la regla en
quinto curso. Fui la primera de mi clase. Pero una vez más, mi madre lo único
que dijo fue que «las niñas buenas no hacen eso», y yo no lo hice.
Mi entrenamiento sexual no comenzó hasta el duodécimo curso. Mis
amigos, tanto chicos como chicas, descubrieron lo inocente e ingenua que era.
Mi instrucción consistió en leer The Happy Hooker («La puta feliz»),
Everything You Always Wanted to Know About Sex («Todo lo que siempre
quiso usted saber sobre el sexo»), y ver la película El último tango en París.

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Ésta fue la información que me proporcionaron mis amigos. Mis amigas me
contaron sus experiencias con chicos y me dijeron cómo actuar y responder.
Pero, aun con todo esto, yo seguía siendo una «niña buena».
La vida universitaria fue una excitación continua. Tuve relaciones con
varios tíos; uno de ellos un estudiante casado, con una polla enorme. Pero la
relación más sensual fue con el novio de mi mejor amiga (ahora están
felizmente casados).

Mujer con mujer


Aunque no soy lesbiana, a menudo me pregunto qué se sentirá,
generalmente cuando me masturbo con mi consolador y veo a dos mujeres
«comiéndose» mutuamente en una película porno (las películas porno me
ponen caliente enseguida).
Mi fantasía es que he terminado con mi novio. Le he pescado con otra
mujer. Decido acercarme a ella en su propio terreno. La llamo y ella me dice
que vaya a su casa. Cuando llego ella me abre la puerta vestida únicamente
con unas bragas negras sin entrepierna y un quimono transparente. Es muy
voluptuosa, con unos pechos de la talla noventa y cinco, y tiene el vello del
pubis negro, como sus largos cabellos. Es justo lo contrario que yo, que soy
pequeña, rubia, de ojos azules y tetas pequeñas. No puedo evitar quedármela
mirando. No sé si es por envidia, lascivia o un poco por ambas cosas. Ella
adviene mi reacción y comienza a poner en práctica su plan. Me hace sentar
en un sofá para dos y ella se sienta a mi lado. Me dice que siente mucho lo de
mi novio y que no me preocupe porque no está enamorada de él ni de nadie.
Tiene muchos amantes, tanto hombres como mujeres. Mi exclamación de
sorpresa la hace reír. Me pregunta si he follado alguna vez con otra mujer. Yo
le digo que no. Me pregunta si me repugna la idea, y yo vuelvo a responder
que no. «Bien», dice ella. Entonces empieza a besarme y me mete la mano
bajo la blusa para tocarme los pechos. Yo siento algo que no he sentido nunca
con mi novio. Es como un hormigueo cálido y erótico. Eso es. Nunca me he
sentido «erótica». Estoy totalmente desnuda, y ella está entre mis piernas
lamiéndome los dulces jugos. Su lengua entra en sitios «en los que no ha
estado ningún hombre». Y yo tengo un orgasmo detrás de otro. Entonces saca
un consolador y me folla con él. Yo me levanto, y ella me come por debajo.
Me toca el clítoris como nadie lo había hecho, y tengo como unos veinte
orgasmos. Antes de que me siente, me penetra al estilo perro con el
consolador, mientras me chupa y me mete la lengua en el culo. Yo me

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sorprendo de que me guste tanto la sensación de su lengua entrando y
saliendo rápidamente de mi culo. Entonces ella saca un tipo distinto de
consolador que tiene tres partes: una para el clítoris, otra para la vagina y una
más delgada para el ano. Es casi más de lo que puedo soportar, pero entonces
me mete en la boca uno que suelta jugos parecidos al esperma. Mientras tanto,
me chupa y me lame las tetas. Yo pienso que me voy a morir para subir a un
cielo de erotismo. No puedo soportarlo más y grito: «¡Para! ¡Me encanta!»
Ella saca un consolador doble con el que follamos y follamos y follamos…
Ahora me toca a mí, pero estoy nerviosa. Ella me dice que lo puede arreglar.
Tiene otro artilugio llamado «vibrador de mariposa de Venus», y me lo pone
entre las piernas. Tiene unas correas como unas ligas y se me ajusta
cómodamente al coño. Lleva un mando a distancia por pilas que controla ella.
Esta pequeña mariposa hace que mi «crema» fluya a chorros. De modo que,
mientras yo la chupo, ella mantiene activada la «mariposa», que me hace
olvidar mi inexperiencia. Me limito a intentar hacer que ella sienta lo que
siento yo. Y ella dice que debo sentir mucho placer. Veinticuatro horas más
tarde, me marcho. Menos dos horas de sueño, hemos estado follando sin parar
al estilo femenino. En realidad, al separarnos no sé si volveré a verla, pero dos
semanas más tarde me pide que vaya a conocer a otra amiga suya. Yo voy. El
trío es también muy erótico. Más cosas para probar.
Follar con una mujer es una experiencia de lo más «cremosa». También
vemos películas porno mientras utilizamos un consolador de tres cabezas, tres
polvos de una sentada.
Finalmente, conozco a otro hombre y empiezo a salir con él, pero antes de
que Meg y yo dejemos de vemos, viene a hacer un trío con mi nuevo novio y
yo. Meg trae un consolador para el culo, se lo ata a la cintura y folla a mi
novio.
Otra fantasía lesbiana que tengo: Estoy viendo una película porno con un
consolador de tres cabezas o con dos chicas. Llamo a la Línea de Acción
Lesbiana para que describan con detalle lo que me harían de estar presentes.

Amor animal
De vez en cuando tengo una fantasía en la que folio a cuatro patas, como
los perros, con un perro de verdad. Normalmente con un pastor alemán. La
fantasía es así: una de mis amigas y yo nos estamos masturbando. Entonces
entra su perro, la huele y empieza a lamerle el coño. Luego intenta follarle la
pierna. Ella se da la vuelta y entonces el perro la monta. Tiene una polla

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enorme de veinte centímetros, y la mantiene empinada durante más de veinte
minutos. Mi amiga está totalmente empapada en sudor de tanto correrse, y yo
estoy muy caliente sólo de mirar. Siguen haciendo lo mismo una media hora
más. Yo me masturbo con un consolador mientras los miro. Finalmente se
detienen y el perro se tumba para un merecido descanso. Al cabo de unos diez
minutos mi amiga dice que es mi turno. Se acerca y empieza a comerme el
coño, lo justo para que empiece a chorrearme. Luego se folla con un
consolador y me frota sus jugos en las tetas. Llama a Rex (el perro porno).
Capta el olor de su ama en mis tetas y empieza a chupármelas. Luego baja
hacia el pubis y me chupa hondamente con su enorme y seca lengua. Le
sobresale la polla, toda roja. Mi amiga le pone las patas delanteras sobre mi
vientre de modo que yo no sólo lo sienta, sino que también lo vea todo. La
polla de Rex es única, caliente, palpitante, enorme y sin fin. Todos nos
corremos una y otra vez. Mantenemos a Rex ocupado durante horas. Después
le damos un baño caliente y le chupamos la polla. Los tres nos quedamos
tumbados en la cama, demasiado exhaustos para movernos.

Fantasías con adolescentes


Tengo una amiga que se casó con un hombre que tenía dos hijos, el mayor
de diecisiete años y el pequeño de quince. Todos estamos acostumbrados a
besar a los niños para saludarlos y despedirlos. Kevin, el de quince años,
siempre se excita cuando le toco. Y su padre (Gordon) también. Gordon me
hace una extraña petición. Parece que su esposa y Harry (el chico mayor) van
a salir el fin de semana. Él quiere que le enseñe a Kevin «las cosas de la
vida». Yo estoy en su casa cuando me lo sugiere. Hacemos un trato. Kevin ha
salido de campamento, de modo que tenemos la casa para nosotros solos.
Gordon me dice que podemos hacer prácticas para el día siguiente, y yo
accedo. El padre se va a esconder en su habitación con una cámara de vídeo,
aquello va a ser una especie de «cinta educativa». Kevin llega a casa y se
alegra mucho de verme. Piensa que estamos solos. Yo sugiero que vayamos a
bañarnos a la piscina. Me pongo mi tanga nuevo (negro y rosa fucsia). Estoy
flotando en un colchón de agua cuando Kevin se me pone entre las piernas.
Yo le atrapo y dejo que me chupe por encima del bikini. Entonces él me
empieza a chupar los dedos de los pies y de las manos y las orejas. Yo me
quedo «accidentalmente» sin la parte de arriba del bikini. Él está ansioso por
chuparme los pechos. Yo se lo permito un rato y luego me echo a reír y le
digo: «Adelante.» Le empujo la cabeza entre mis piernas. Me he bajado la

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braga del bikini para dejar al descubierto el pubis (que su padre me ha
afeitado la noche antes). Kevin lo chupa y lo chupa hasta quitarme la
respiración. Le aparto y me quito el bikini. Kevin no necesita instrucciones.
Se quita también el bañador. Para mi placer, veo que tiene una polla de buen
tamaño, no como su padre, todavía, pero vaya, se le va pareciendo. Me quedo
en el colchón, y él entrelaza las piernas con las mías. Estamos follando así
unos veinte minutos. Cuando se corre por primera vez, casi pienso que se va a
ahogar. Yo también tengo un intenso orgasmo, casi me caigo del colchón.
Después del polvo salimos de la piscina. Él envuelve su hombría en una toalla
y me da otra a mí. Me coge en brazos y me tumba sobre una hamaca. Allí
follamos de cinco formas diferentes. Kevin arriba, yo arriba, sentados cara a
cara, a cuatro patas y haciendo el 69. Dentro de la casa, en el sofá, le enseño a
comer coños. Su lengua se convierte en algo diabólico. Puede meterla y
sacarla muy deprisa, meterla muy hondo, o lamer en la superficie o abarcar
toda la vulva hasta el ano. Le encanta el sabor. Luego le enseño cómo me
masturbo, lo que le impulsa a hacer lo mismo. Luego nos chupamos el uno al
otro hasta quedarnos «secos». Le enseño muchos dispositivos eróticos, sobre
todo mis consoladores. Aprende a aplicármelos. Incluso le meto un
consolador pequeño por el culo. Le pongo en la boca el consolador que
escupe jugos parecidos al semen para que pueda sentir lo que yo siento.
Luego le llevo al dormitorio y le chupo los testículos. Le hago el «aleteo de
mariposa», el «remolino de seda», la «mamada», hasta se los muerdo y
mastico. Luego le echo caramelo por encima, y también sobre mí, y nos
vamos comiendo hasta que acabamos chupándonos los genitales. Luego nos
damos un baño de espuma. Después nos dirigimos a su dormitorio, para que
le dé un masaje. Yo llevo unas bragas negras sin entrepierna y borlas rojas en
las tetas. A él le gusta jugar con las borlas. También le gusta mi ropa interior.
Su padre, Gordon, que nos ha estado mirando desde su dormitorio, con la
cámara de vídeo, decide dejar que Kevin se vea en la cinta. Kevin está
encantado. Gordon y yo vamos arriba. Estamos tan excitados que no oímos
entrar a Kevin. Nos ha estado filmando un rato. Cuando su padre lo ve, Kevin
esboza esa amplia sonrisa suya. «Sonreíd. Estáis en Objetivo indiscreto».
Gordon y yo estamos excitados al máximo. Gordon me guiña el ojo y le dice
a Kevin: «Ven, hijo, vas a ver por experiencia propia cómo dos hombres
pueden follar a una mujer.» Kevin conecta la cámara y se acerca. Mira cómo
su padre me folla, mientras él me chupa las tetas y yo le chupo la polla. Luego
Kevin me come el coño mientras yo le hago a la polla de su padre una
«garganta profunda». Al cabo de una hora, Kevin se marcha con la cámara

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para ver su «cinta educativa». Gordon prepara unas palomitas, abre tres
cervezas y yo me siento entre los dos para ver nuestra actuación.

Odette
Soy una secretaria soltera de veintitrés años, aspirante a escritora. Tengo
una licenciatura en radiodifusión y estoy en segundo curso de composición
creativa. Los últimos dos meses he estado trabajando en un despacho de
abogados dedicado a la conservación del medio ambiente.
Mis padres nunca me dijeron nada sobre el sexo cuando crecí, y yo
interpreté que aquella falta de dirección significaba que pensaban que era lo
bastante inteligente como para tomar mis propias decisiones. Aunque
hubiesen sido más puritanos, me da la impresión de que no les habría hecho
mucho caso. Siempre fui muy independiente, una niña precoz con ideas
propias. La idea de ser controlada por otra persona me incomoda. Mi madre
siempre ha trabajado, y yo aprendí desde muy temprano lo que era la
autosuficiencia.
Tú has escrito que «los hombres siempre huyen del aburrimiento […] del
sexo de meterla y salir corriendo». Esto es muy cierto, pero no sólo los
hombres, sino también las mujeres como yo, que han llevado una vida sexual
activa y sin represiones. Antes de los veinte años atravesé un periodo de
promiscuidad que yo llamaba mi «mayoría de edad sexual». Con la ayuda de
una biblioteca llena de libros (Free and Female era mi favorito), una docena
de tíos calientes y una buena provisión de anticonceptivos del centro de
planificación de la universidad, me puse a aprender todo lo que pude sobre el
sexo.
Aquel concienzudo aprendizaje, a los dieciocho años, todavía me divierte.
A los veintitrés, me considero experta en sexo, pero en amor… bueno, ése es
un tema totalmente distinto. A pesar de mi fingido aire desenvuelto, de haber
estado en todas partes y haber hecho de todo, en realidad nunca he estado
enamorada. Supongo que nunca me consideré bastante madura para
comprometerme en una relación seria; pero puede que eso cambie a medida
que me haga mayor.
Muchos de mis amigos (tanto chicos como chicas) que hace un par de
años se follaban a cualquier cosa que llevara unos vaqueros, ahora se están
estableciendo en relaciones monógamas. Muchos, yo incluida, prefieren
guardar abstinencia durante varios meses, o un año, entre una pareja y otra (o,

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en mi caso, mientras intento averiguar qué es lo que quiero realmente de un
hombre).
Lo que yo quisiera es tener una relación con un hombre con quien el amor
pueda ser un juego muy erótico. Quiero reír con alguien, abrazarle, pelear y
jugar al Frisbee. No quiero un hombre que me complemente, porque llevo
demasiado tiempo sola para desear una «mamá», sino uno que pueda
enriquecer mi vida, realzarla. Y estoy dispuesta a esperar.
Me masturbo una vez a la semana, más o menos, y disfruto
inmensamente, con o sin fantasía. Cuando fantaseo pienso en un hombre al
que veo todos los días: mi jefe, Michacl. Tiene treinta y ocho años, está
divorciado y es una divertida y cálida mezcla de atleta de aire libre y de serio
abogado. Su trabajo consiste entre otras cosas en proteger los derechos legales
de las especies en peligro. Tenemos una relación amistosa con la justa
cantidad de atracción sexual para impedir que me aburra. Le admiro y le
respeto.
Esta es mi fantasía: intercambiamos secretos sexuales, cuanto más
excéntricos mejor. Yo le digo que me gustaría hacerlo con un negro y un
blanco al mismo tiempo, con un collie en un colchón de agua, o con otra
mujer en el escenario del Teatro Griego de Berkeley. Él me dice que le
gustaría darle su primera experiencia sexual a una niña inocente. Yo decido,
para su sorpresa, ayudarle a hacer realidad su fantasía.
Le pido a mi prima el viejo uniforme del Convento del Sagrado Corazón y
lo llevo puesto al trabajo. Cuando entro al despacho, él abre mucho los ojos.
«¡Me encanta! —dice riendo a mandíbula batiente—. Aparentas quince
años.» Yo me doy la vuelta, descubriendo mis piernas bajo la corta falda y me
siento de un salto en su regazo. Me acaricia la pantorrilla y mete la mano bajo
el elástico del calcetín.
«Estás loca, ¿lo sabes?», me dice. Yo llevo una blusa blanca de algodón,
una falda plisada y un jersey azul marino donde está escrito «Curso del 74».
Me mete la mano bajo la falda, tira del elástico de las bragas y me las baja
hasta los tobillos. Sus cálidas manos juguetean entre mis muslos.
«Un coño virgen —le digo—, y es todo tuyo». Él me acaricia suave,
delicadamente, con un dedo. Yo gimo y me agito contra él, abandonándome
al calor que me sube desde el vientre hasta las mejillas ruborizadas. Él mueve
la mano rítmica, suavemente. Se me tensa el cuerpo y me corro, acurrucada
en su regazo, en la gran silla giratoria. Cuando se desvanecen mis
contracciones, le miro, y los dos sonreímos.

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Joyce
Tengo treinta y dos años, estoy casada y tengo dos hijos. Me casé a los
quince años; mi marido tenía dieciocho. Hemos vivido por todo el sureste de
Estados Unidos, y pasamos tres años en Europa cuando mi marido hacía el
servicio militar. Volvimos al Este, donde nos criamos. Mi marido es un
trabajador cualificado y gana de treinta a treinta y cinco mil dólares al año.
Yo trabajo media jornada como asistenta social. Tengo unos años de
universidad y me gustaría graduarme en economía doméstica y psicología y
trabajar como consejera familiar. Tenemos un coche nuevo y una vieja
furgoneta para ir de camping. Supongo que básicamente somos la «típica»
familia joven, pero odio el estereotipo. Hemos asistido a la iglesia con
regularidad, pero ya hablaré de ello más tarde.
Mi fantasía ha sido siempre hacer el amor deliciosa y perversamente
durante todo el día y toda la noche. Me encanta el sexo. Siempre he pensado
en el sexo como algo deseable. Me crié con tres hermanos mayores. A dos de
ellos les encantaba tener una hermana pequeña con la que jugar, aunque sólo
me utilizaban para excitarse y masturbarse, y apenas me tocaban. A mí me
gustaba. Y sabía que no debía decírselo a nadie, cosa que nunca he hecho (tú
eres la primera). En realidad, no recuerdo gran cosa, excepto que ocurrió.
Recuerdo que uno de mis hermanos me pidió que le chupara el pene, pero yo
no lo hice. Por raro que parezca, ninguna de estas cosas me «preparó» para lo
que ocurriría cuando finalmente tuve relaciones sexuales con mi futuro
marido. Vi orgasmos de mis hermanos, y aun así no supe lo que pasaba la
primera vez con mi marido. De hecho, ni siquiera sabía lo que era una
erección.
Mi fantasía es simplemente practicar intensamente el sexo, cosa de la que
mi marido nunca se ha preocupado. Desde luego que le gusta, pero no como a
mí. Yo siempre he llevado la iniciativa en nuestra relación. Incluso con mis
ingenuos catorce años, sabía que me iba a hacer el amor la noche que ocurrió.
Yo nunca he decepcionado sexualmente a mi marido, pero él me decepciona
con regularidad.
Me masturbo desde que era adolescente, pero creo que nunca llegué al
orgasmo. Creo que mi primer orgasmo fue después de tener el segundo hijo,
después de leer The Sensuous Wornan («La mujer sensual») y comprar un
vibrador. Ahora me masturbo con frecuencia, siempre con un vibrador. No
puedo pasar sin él. Mi marido puede provocarme un orgasmo con los dedos,
la lengua o el pene.

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Hace unos tres años tuvimos los problemas habituales del matrimonio:
construir una casa, los niños, el trabajo, etc., y el sexo siempre quedaba
relegado al último lugar. Yo recurrí a otro hombre. Era nuestro ministro
religioso. Él sentía por el sexo lo mismo que yo: que cuanto más, mejor. Le
excitó verdaderamente mi actitud activa; nunca le habían hecho
proposiciones. Siempre le practicaba el sexo oral, y él me provocaba el
orgasmo con la mano. Siempre sentí que yo daba más que recibía. Pero lo que
más nos excitaba era nuestra mutua fantasía de un día y una noche de sexo,
aunque eso nunca ocurrió. Le flipaba realmente que se la chupara; creo que
era su fantasía antes de conocerme. Su esposa se había negado a ello después
de una discusión.
Mi fantasía favorita tiene que ver con mi amigo sacerdote. La primera vez
que nos dimos cuenta de nuestro deseo mutuo, asistíamos juntos a una
conferencia. Fuimos a mi habitación del hotel para ver una película de
madrugada y nos enzarzamos en una infantil guerra de cosquillas. No pasó
nada y no dijimos nada, pero los dos sabíamos lo que pensaba el otro. Esa
noche, cuando se marchaba de mi habitación, le rodeé con los brazos y le di
un largo y apasionado beso (al menos, así es como lo recuerdo). Entonces se
marchó. Mi fantasía es que él no se marcha, sino que nos pasamos toda la
noche haciendo el amor.
No sé lo que esto significa, pero esto es lo que he analizado de mis
fantasías: cuando aparece mi marido, es él quien me hace cosas; cuando es el
predicador, le hago cosas yo a él.
Me gustaría mucho hacerlo con una mujer, pero me gustaría que estuviera
también mi marido. A veces le chupo el vientre y me imagino que es el pubis
de una mujer. Me gustaría hacer un trío con otra mujer. De vez en cuando
fantaseo con dos hombres. Me encanta chupar penes. Me gustaría chupársela
a un hombre mientras tengo a otro en la vagina.
Tengo una teoría que explica por qué una mujer desea hacer el amor con
otra mujer. Mi marido es estupendo en la cama pero, como ya he dicho, no
siempre está tan ansioso como yo. Creo que otra mujer sería tan ávida como
yo. No una jovencita inocente, sino alguien con mi misma experiencia. Ella
no me decepcionaría, sabría qué hacer y cómo hacerlo porque sentiría lo
mismo que yo. Dudo que lleve a la práctica alguna vez mi fantasía del trío,
pero me excito con sólo pensar en ello.
Aunque mi marido y yo nos casamos muy jóvenes y ha habido una
aventura fuera del matrimonio, nos va bien. Nos amamos. Y somos gente

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inteligente y ambiciosa. No nos gusta ser del montón, sino «especiales». Otra
cosa, todo esto es verdad… excepto las fantasías.

Pauline
Tengo veintitrés años y estoy estudiando derecho en una escuela de
mucho prestigio. Puede que en esta carta divague un poco. Estoy intentando
desembrollar la historia de mis fantasías.
Descubrí mi clítoris a los doce años, pero hasta que tuve dieciséis sólo me
masturbaba frotándome el pubis contra unas bragas arrugadas o contra la
almohada. Aquello me hacía daño en la pelvis, de modo que dejé de hacerlo.
Cuando vi que no podía tener orgasmos vaginales con mi primer amante, me
convencí de que si podía provocarme a mí misma orgasmos clitorídeos, algún
tipo de magia freudiana podría convertirlos en orgasmos vaginales durante la
relación sexual. Aquello nunca ocurrió (aunque puedo tener orgasmos
vaginales con la mayoría de los hombres), pero mi vida de fantasía empezó
realmente entonces.
Casi siempre fantaseo cuando me masturbo, o al menos entonces es
cuando hago lo que considero fantasear. Frecuentemente durante el día
imagino estar en la cama con un determinado amante pasado, presente (si
tengo suerte) o futuro, y pienso cómo era/es/sería hacer el amor con él.
Normalmente no tengo fantasías con hombres conocidos. Mi fantasía favorita
es toda una vida que he creado, en la que puedo meterme en ella en cualquier
momento (desde que tenía unos quince años) cuando me masturbo. Allá va
(no sé por qué, tiendo a pensar casi siempre en esto en tercera persona, pero el
sexo suele suceder en primera persona, de modo que iré de un lado a otro).
Ella se crió con su padre y un hermano mayor; la madre está muerta o
divorciada. Siempre ha sido muy madura y sexy, y a los nueve años, más o
menos, uno de los amigos de su padre (o a veces su profesor de piano) la
introduce en los secretos del sexo. Para cuando llega al instituto, se ha follado
a todos los amigos de su hermano. En el instituto, se acuesta con todos sus
profesores para aprobar las asignaturas, y en la universidad pasa mucho
tiempo follándose a los estudiantes. A veces se tira a toda una fraternidad o a
un equipo de deporte (me tumbo boca arriba con las piernas abiertas y hacen
cola para follarme. Cuando un tío se corre, se pone al final de la cola, y si
cuando le vuelve a tocar no se le ha puesto dura, queda «eliminado»). El tío
que más aguante se queda conmigo el resto de la noche. (Una variación de

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esto —generalmente con un grupo de rock— es que se la chupo al siguiente
tío de la cola para que la tenga mucho más dura.)
Cuando tiene quince años, sale de compras y conoce al hombre de su vida.
No tiene nombre. Está perennemente en la cuarentena, y tiene el pelo de la
cabeza y del pecho rizado y de color gris acero, los ojos azul grisáceo y la
nariz griega, y un cuerpo musculoso en muy buena forma para su edad,
aunque su aspecto no está claramente definido. Es el director de un gran
emporio comercial, que incluye una revista de tipo Playboy y varias
empresas. Todas operan en el mismo rascacielos, que también es suyo. El
caso es que ella y el hombre tienen una aventura que dura el resto de la
fantasía, aunque ninguno de los dos es fiel de ninguna manera. El día que
cumplo dieciocho años, monta todo el equipo de fotografía, me folla sobre
sábanas de raso y luego me hace una foto para el póster de su revista. Después
me lleva al lujoso ático de su edificio y me presenta a sus socios como su
amante. Todos son parecidos: de mediana edad y dominantes. En un
encuentro típico, me empujan a la cama, el hombre se arrodilla sobre mí, me
ata o me agarra y yo le chupo la polla. Esto me excita tanto como a él, y
cuando me pone la mano en el coño descubre lo mojada y caliente que estoy.
Sin más preliminares, me mete la polla y me folla. Yo me corro con cada
embestida.
Durante este periodo de mi vida, también soy modelo de anuncios de alta
costura. Anuncios de un sexy seudoviolento. Me paso el día acariciando al
hombre con el que poso y frotándome contra él. La última imagen suelo ser
yo con un abrigo de pieles y sin nada debajo. Me las arreglo para tocarle la
polla mientras sacan las últimas fotos, y se la chupo. Luego él me folla,
todavía con el abrigo puesto. El fotógrafo no deja de hacer fotos.
Básicamente hasta aquí he llegado, aunque hay variaciones sobre el
mismo tema. Hasta hace unos meses, esto habría sido el final de la carta, pero
he conocido a un hombre con el que no tengo literalmente nada en común,
excepto el sexo. Con él he tenido la oportunidad de representar algunas
fantasías en un entorno en el que me sentía segura, donde sentía que podía
controlar la situación sin ningún bagaje emocional que me obstaculizara. Esto
ha sido enormemente liberador. Me gusta que me dominen; me gusta que me
follen, sin preliminares, atada a la cabecera de la cama. Una vez pude llevar a
la práctica la fantasía de estar con dos hombres —una polla en la boca y otra
en el coño—, con este hombre y un socio suyo al que nunca había visto antes
ni he vuelto a ver. Esto ha provocado un montón de recientes fantasías; quiero

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volver a hacerlo. Esta es la primera vez que he fantaseado sobre un hombre al
que conozco.
Tengo ciertos conocimientos de psicología (¡de hecho, solía trabajar con
psicópatas sexuales!), y he oído infinitas veces que cualquier fantasía está
bien, que lo que puede traer problemas es llevarlas a la realidad. De modo que
yo no tengo ningún problema con mis fantasías, pero dudo ahora que puedo
llevarlas a la práctica. ¿Estoy enferma? ¿Acaso el hecho de empezar a tener
relaciones sexuales a los dieciséis años y haber tenido un montón de amantes
significa que, para sentirme llena, tengo que hacer continuamente cosas cada
vez más extravagantes y que nunca podré quedar satisfecha con un hombre?
¿Terminaré pareciendo un personaje de La historia de O? De momento, estas
cuestiones no me preocupan demasiado, pero me pregunto qué pasará dentro
de unos años, de seguir así. Al fin y al cabo, no hace tanto tiempo que no era
más que una «niña buena y católica del Este».

Vana
Mis fantasías sexuales han empezado a cambiar últimamente, y le doy la
bienvenida a la oportunidad de explorar los cambios.
Tengo treinta y siete años, estoy casada y soy licenciada. Mi marido y yo
llevamos juntos seis años. Cuando nos casamos, todo marchaba a la
perfección; mental, física y emocionalmente. Nuestra vida sexual era la mejor
que he conocido. Yo tenía orgasmos con regularidad, bien por estimulación
manual u oral, aunque rara vez por el coito. Antes de conocer a mi marido, no
había tenido muchos orgasmos con hombres, pero siempre me corría si
fantaseaba cuando me masturbaba. En mis fantasías de masturbación, yo era
dominada y forzada a tener relaciones sexuales con hombres sin rostro y a
veces con mujeres sin rostro. (Mis experiencias reales han sido
exclusivamente con hombres.) Con mi marido podía correrme con regularidad
si utilizaba mis viejas fantasías de sumisión.
El caso es que, hace un par de años, nuestra vida sexual empezó a
deteriorarse. Poco a poco llegó a un punto en que mi marido ya no podía
mantener una erección, y dejamos de tener relaciones por completo. Yo lo
intenté todo, desde eróticos camisones y cenas a la luz de las velas hasta
rogarle que acudiéramos a un consultor matrimonial. Durante un año, mi
marido se negó siquiera a considerarlo, y luego accedió de mala gana a acudir
a uno cuando amenacé con abandonarle.

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Para no alargar la historia: al cabo de algunas sesiones con el terapeuta,
reanudamos de alguna manera nuestra vida sexual, y al cabo de un mes,
habíamos abandonado una vez más el sexo. Yo sigo queriendo mucho a mi
marido y no quiero divorciarme de él, pero su abandono sexual me hace sentir
muy deficiente como mujer. Yo no pensaba que mi autoestima era tan
precaria, pero es que nunca he amado a nadie como le amo a él. Y lo creas o
no, en todos los demás aspectos es un marido estupendo.
La última primavera conocí a un hombre en una de mis clases de la
escuela. Brian me llamó la atención en primer lugar porque me gustó su
aspecto: alto, delgado, pelo rubio y ojos azules. Cuanto más lo iba
conociendo, más me gustaba su inteligencia, su sentido del humor, etc. Y le
encuentro increíblemente sexy. Cuando estoy sentada junto a él en la clase, le
siento en cada poro de mi cuerpo. No creo haber sido tan físicamente
consciente de ningún otro ser humano (aunque probablemente se deba a mi
estado de privación). Muchas veces he vuelto de la escuela con las bragas
empapadas sólo por haber estado cerca de él.
En cuanto a los cambios en las fantasías, en los últimos dos meses han
variado las fantasías con las que me he masturbado toda la vida. Se acabaron
los hombres sin rostro que me obligaban a hacer cosas que en la realidad
nunca querría hacer. Ahora simplemente imagino a Brian haciéndome el amor
como realmente me gustaría que ocurriera en realidad, y tengo orgasmos
increíbles.

Fantasía 1
Brian me propone que nos encontremos después de clase en un parque
cercano a la escuela. Nos encontramos y me dice que no puede soportarlo
más, que sueña conmigo, que fantasea conmigo constantemente. Ha intentado
luchar contra ello porque él también está casado, pero tenía que decírmelo.
Nos besamos apasionadamente y empezamos a explorar mutuamente nuestros
cuerpos con avidez. Él me quita la camisa y el sujetador y empieza a
chuparme los pezones, hasta que me siento como si hubiese muerto y subido
al cielo. Poco a poco va bajando y me estimula suavemente el clítoris (me
estoy empapando) hasta que yo exploto en un orgasmo. Le acaricio el pene
(es maravilloso), y le digo que le deseo. Cuando me penetra, llego al clímax
de nuevo, y cuando él se corre con una gozosa y ruidosa embestida, tengo el
tercer orgasmo.

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Fantasía 2
Ahora que hemos emprendido nuestra aventura, empezamos a
encontramos regularmente en moteles, apartamentos de amigos, etc. Una
noche, mientras me chupa los pezones, murmura que le gustaría estar
haciéndolo durante horas. Yo le digo que adelante. Al cabo de unos diez
minutos de sentir su exquisita boca, tengo un orgasmo sólo por estimulación
de los pechos (esto nunca ha ocurrido en la realidad). Luego le hago
amorosamente una felación hasta que se corre en mi boca, y yo me trago feliz
su semen (algo que nunca había imaginado hacerle a nadie). Él me dice que le
encanta comerme, y me hace un cunnilingus hasta que tengo cinco o seis
orgasmos. Lo hacemos y lo probamos todo, nos metemos el dedo en el culo,
practicamos el sexo anal: todo. Los dos somos muy expresivos y nos decimos
durante y después del sexo cómo nos gusta follar, comernos, etc. Nos
contamos los sueños y fantasías sexuales que tenemos el uno sobre el otro, y
realizamos cada una de ellas. Después de follar, él siempre se queda dentro de
mí y al cabo de quince o veinte minutos se le vuelve a poner dura y
empezamos a follar de nuevo. A veces, en la clase, se inclina sobre mí y me
susurra que arde en deseos de hacerme el amor esa noche. O se lo digo yo a
él. Pero lo importante es que me desea tanto como yo a él.

Finalmente he decidido intentar hacer realidad estos sueños. Estoy segura


de que Brian se siente atraído por mí, pasa todo el tiempo que puede conmigo
en la escuela, se sienta lo más cerca de mí que puede, almorzamos juntos, etc.
No sé qué pasará con su matrimonio —hablamos de todo menos de nuestras
parejas—, pero supongo que se está conteniendo porque los dos estamos
casados. Todavía no sé exactamente lo que voy a hacer, ¡pero deseo a ese
hombre! Quiero explorar con él todas mis fantasías sexuales.

Holly
Tengo veintidós años y soy madre soltera de una niña. Dejé el instituto
durante el último año a causa de las drogas. Desde entonces me he
desintoxicado, y ahora hace unos cinco años que no tomo nada. Tengo una
vida sexual muy activa y las cosas me van bastante bien. Por lo que respecta a
mis fantasías, tengo una que me ronda a menudo por la cabeza. A propósito,

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no me masturbo. Creo en ello de todo corazón, pero simplemente no lo
necesito.
Mi fantasía: estoy sola en mi casa, las luces son tenues, la música, baja.
De pronto, tengo delante un hombre de unos treinta años, atractivo,
totalmente desnudo. Me coge en brazos suavemente, me lleva al dormitorio y
me desnuda. Cuando empieza a acariciarme, entra en la habitación otro
hombre mucho más joven, de unos dieciocho años (¡me gustan jovencitos!),
también desnudo, y empieza a acariciarme también. Yo estoy cada vez más
caliente. Entonces entra otro hombre, de unos diecinueve o veinte años, y los
tres empiezan a hacer de todo para que yo me corra. El mayor me está
follando, el de dieciocho años me deja chuparle la polla y el de diecinueve me
toca los pechos. Los tres me dicen lo guapa que soy y cuánto me quieren y me
desean. Entonces todos nos corremos a la vez y nos quedamos tumbados,
exhaustos. Por la mañana volvemos a hacer lo mismo, cambiando de lugar.
He estado tanto tiempo complaciendo a los hombres que por una vez me
gustaría que algunos de esos hombres me dieran placer a mí tal como yo
quiero.

Denise
Soy una estudiante universitaria de veintidós años, soltera, a punto de
licenciarme en ciencias de la conducta. Soy cristiana (no religiosa; no es lo
mismo), y he tenido una educación muy católica. Sin embargo, con respecto
al sexo, no asumo el punto de vista del «no debes». No soy partidaria de ir
acostándome con cualquiera ni del adulterio, pero creo que Dios debe
comprender las relaciones prematrimoniales con alguien con quien estás
comprometida. En cualquier caso, no creo arder en las llamas del infierno por
fantasear o practicar el sexo.
Sólo he tenido un amante, aunque he salido con algunos hombres.
Entonces yo tenía diecinueve años, y él, treinta. Él estaba enamorado de mí
(al menos durante un tiempo), y aunque yo no sentía lo mismo por él, le
deseaba. Yo estaba en un momento en que ansiaba saber lo que era el sexo, y
como era uno de mis mejores amigos, era el único en el que confiaba para
hacerlo por primera vez. Tuvimos una breve aventura que terminó por mutuo
acuerdo, porque nuestra amistad estaba en grave peligro. No éramos buenos
amantes. Por suerte, rompimos a tiempo y hoy seguimos siendo tan amigos
como siempre.

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Este hombre (le llamaré Keith) es encantador y muy versado en lo
referente al sexo. Me enseñaba lo que tenía que hacer, siempre con mucha
paciencia y comprensión, porque era consciente de que yo no sabía mas que
lo que había leído en los libros.
El único defecto de Keith es que es un poco egocéntrico en lo referente al
sexo. Cada vez que hacíamos el amor, lo primero era que yo le hiciera una
felación hasta que se corría en mi boca; luego me follaba (siempre dos veces),
y nos quedábamos en la cama unas horas y luego yo me iba a casa. No me
dejó quedarme toda la noche después de la primera vez, cosa que siempre le
he reprochado. Me sentí engañada.
Como Keith estaba más preocupado por su placer que por el mío, mi
fantasía de «placer» siempre se refiere a dos hombres cuyo único deseo es
provocarme un orgasmo detrás de otro. En esta fantasía hay varios «equipos»,
pero para contarla me centraré en los dos hombres con los que la imaginé por
primera vez, una pareja de actores cómicos: Tom Hanks y Peter Scolari. Tom
es alto y moreno, y Peter, rubio, bajo y fornido. Los dos son encantadores,
con cuerpos estupendos. Intentaré explicar mi fantasía lo mejor que pueda.
Yo soy una famosa guionista, y vivo en una casa maravillosa en
Hollywood (algún día me gustaría escribir para el cine). Tom y Peter han
venido a hablar de un guión. Empiezan a seducirme en alguna habitación, casi
siempre en la cocina. Los dos se ponen a besarme y Tom me lleva al
dormitorio. Peter viene detrás y me susurra también lo mucho que me desea.
La fantasía empieza realmente cuando estamos los tres en la cama. Yo
estoy desnuda bajo las sábanas frescas. Los dos hombres sólo llevan vaqueros
ceñidos. Empiezan besándome y acariciándome: la cara, el cuello, los pechos,
los hombros. Seguimos así un rato. (Keith nunca pasaba mucho tiempo con el
juego previo.) En mi fantasía, sólo esto hace que me corra.
De pronto, Peter se para. Le miro ir a los pies de la cama. Quita la sábana
y se pone a gatas entre mis pies. «Abre las piernas», me dice suave,
cariñosamente. Yo obedezco, y él se suelta el cinturón de cuero, se
desabrocha los vaqueros y se los quita. (No lleva ropa interior, naturalmente.)
Está desnudo, con su maravillosa polla completamente erecta. Empieza a
ponerse en posición para hacerme el cunnilingus.
Yo me asusto. No sé cómo recibir placer, sólo sé darlo. «No puedo… no
puedo», digo y empiezo a incorporarme. Pero Tom me empuja suavemente,
besándome y tranquilizándome: «No te preocupes, nena. Él sabe cómo
hacerlo. Tú déjale que te lleve al orgasmo.» Yo estoy asustada, pero Tom no
deja de hablarme y acariciarme.

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Peter me pone cuidadosamente la lengua en el clítoris. Al principio me
tenso, pero a medida que me acaricia —rodeando en círculos mi clítoris y
metiéndome la lengua en la vagina—, empiezo a relajarme. Desde luego, sabe
cómo hacerlo; Tom tenía razón. La caricia favorita de Peter es agitar la lengua
rápidamente sobre el clítoris o rodearlo con agónicos y lentos círculos, o pasar
sobre él. Yo me las arreglo para contener el orgasmo un rato, y cuando
finalmente me corro, arqueo la espalda, echo la cabeza hacia atrás en
completo éxtasis y grito de tal manera, que después lo único que puedo hacer
es quedarme allí tumbada, temblando.
Tom ocupa el lugar de Peter. Ahora le toca a él besarme y acariciarme.
Tiene la polla tan fabulosa como la de Peter. Tom se sienta entre mis piernas
y me acaricia los muslos mirándome con sus chispeantes ojos castaños y
susurrando: «Eres muy hermosa. Eres una mujer increíble. Te deseo, nena.
Quiero darte placer.» Una vez más, estos simples actos de afecto bastan para
que me corra.
Por fin, Tom se tumba sobre mí. Me besa la cara y el cuello, me acaricia
los pechos y me los besa también. (Mientras, Peter me acaricia amorosamente
el pelo.) Al cabo de unos exquisitos momentos, Tom me penetra. Sus
embestidas tienen un ritmo perfecto: largas y lentas al principio, y luego
intensificándose a medida que yo me uno a su ritmo, hasta que finalmente me
penetra con todo su ser, todo su fabuloso cuerpo concentrado en su polla. De
nuevo tengo un orgasmo total con un atronador grito de éxtasis.
Después se quedan toda la noche en la cama conmigo, besándome y
acariciándome, susurrándome su amor por mí. A veces imagino que les hago
una felación, una práctica que me gusta pero que me provoca dolorosos
recuerdos, ya que Keith estaba obsesionado con ella. Pero en la fantasía es
como un regalo que les hago a esos hombres maravillosos, y es algo que me
llena sexualmente.
Por lo que he escrito, parece como si Keith fuera una especie de monstruo,
y no es eso lo que quiero decir. Es un hombre muy dulce, y creo que de
verdad me amaba. Me alegro de que hiciéramos lo que hicimos y de que mi
primera vez fuera con él. Pero es que no estaba preparado para tener una
relación conmigo, y yo quiero a un hombre que lo esté, y lo primero es que se
preocupe tanto de mi placer como del suyo.
Mis amantes imaginarios cumplen todos estos requisitos. Tal vez si me
preparo para él en la fantasía, no tendré miedo cuando aparezca en la realidad
mi «otorgador de placer».

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Verónica
Tengo veintiún años, soy blanca y me voy a casar dentro de tres semanas.
Mi prometido (al que llamaré Dan) fue mi primer amante (y yo su primera
amante), cuando tenía dieciséis años. Antes de conocer a Dan yo conocía la
felación y la masturbación mutua. El sexo era, y es, algo estupendo, pero
normalmente parece que yo lo deseo más que él.
Hace cuatro años, cuando Dan se marchó a la universidad, yo me dejé
seducir por Jack, su mejor amigo; yo deseaba en realidad que Jack me follara,
de modo que supongo que fue una seducción mutua. Jack tiene la polla más
pequeña que Dan, lo que me hizo más fácil practicar la felación. Finalmente,
Dan volvió de la universidad y volvimos a estar juntos. Le conté lo de Jack.
Se enfadó mucho, pero seguimos juntos.
Los últimos cuatro años lo he estado haciendo con Jack cada dos meses,
sin que Dan sepa nada. Jack es mucho más experto, y tenemos grandes
experiencias llevando a la práctica nuestras fantasías.
Hace poco Dan se fue al servicio militar, y nos comprometimos.
He estado viendo a Jack muy a menudo porque los dos sabemos que
nuestra relación terminará pronto. Sexualmente soy mucho más feliz con
Jack, porque hacemos el amor y nos preocupamos el uno del otro. Lo que
ocurre es que yo estoy preparada para el compromiso, y él no. La idea de una
relación permanente le asusta. En cuanto una de sus relaciones se convierte en
algo serio, se aleja de la chica. Yo no estoy celosa de sus novias, pero él está
celoso de Dan; al menos un poco.
Hace poco probamos el sexo anal; a mí me encantó, ¡y a él también! Dan
la tiene demasiado grande para metérmela en el culo, pero la polla de Jack es
del tamaño justo. Jack y yo planeamos tener una última noche de sexo loco y
salvaje una semana antes de mi boda. Quiero ser una esposa fiel, de modo que
será mi último escarceo con un amante ilícito.
Esta es mi fantasía: después de la recepción de la boda, Dan y yo nos
metemos en un lujoso hotel. Yo le pido que se marche un momento para
poder «ponerme algo más cómodo». Él se marcha y yo me pongo un camisón
de raso de encaje negro. Me queda ceñido, y el contraste es muy efectivo con
mi pelo rubio y la piel clara. Apago las luces y me siento junto al enorme
ventanal que domina la ciudad desde el piso cincuenta. Oigo que llaman a la
puerta y me levanto a abrir.
Abro la puerta y veo a mi marido y a tres de los padrinos, todavía con el
esmoquin. (En mi fantasía, Jack es uno de los padrinos, ¡pero también lo será
en la realidad!) Me siento ligeramente violenta, pero les dejo entrar.

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Nos sentamos en la enorme cama y bebemos champán y contamos chistes
verdes. Pronto estamos todos borrachos y muy calientes. Yo los desnudo a
todos y ellos me quitan el camisón de satén negro. Jack me vierte champán
por todo el cuerpo y los cuatro empiezan a chupármelo. Jack y Dan me besan
la cara, el cuello y los pechos, y Jim y Tom me besan los pies. Luego me
cogen y me llevan a la mesa redonda que hay junto a la ventana. De pronto
me doy cuenta de que sólo me están besando Jack y Dan. Miro al suelo y veo
que Tom y Jim están haciendo un 69. Esto me excita verdaderamente, porque
nunca he visto a dos tíos así.
Mientras, Dan me está chupando y besando el coño y Jack me mete la
polla a la fuerza en la boca.
De pronto, la polla de Jack empieza a palpitar y me la saca de la boca y se
corre sobre la ventana. Miro al suelo justo a tiempo de ver a Tom metiéndole
la polla en el ojete a Jim.
Me vuelvo a Dan y le grito: «¡Fóllame! ¡Métemela, por favor!» Dan me
lleva a la cama y me tumba boca abajo. Me pone debajo una almohada para
alzar mi culo. Finalmente me monta por detrás y desliza la polla por mi coño
esparciendo mis jugos por todo el culo y el perineo. Va metiendo la polla
lentamente (los veinte centímetros) en mi coño palpitante. Jack se acerca a mi
cara y yo me meto su polla en la boca para ponérsela dura otra vez.
Dan se sale de mi coño y se pone debajo de mí. Yo monto a Dan y me
empalo en su verga dura. Jack se pone detrás de mí y me mete la polla muy
lentamente en el culo. Mientras Dan la mueve dentro de mi coño, Jack va
sacando su polla de mi culo muy lentamente. Es un polvo lento y maravilloso.
Dan me pellizca los pezones con los dedos y Jack me acaricia el clítoris. Tom
se pone detrás de Jack y empieza a chuparle el culo, y Jim me chupa y me
lame los dedos de los pies. Finalmente, Dan empieza a correrse, y eso
provoca el orgasmo de Jack. Al sentir mis dos suculentos agujeros llenos de la
crema de los mayores amantes de mi vida, tengo el orgasmo más intenso que
he experimentado.
¡Uau, menuda fantasía!

Bootsie
Tengo treinta y dos años y soy madre de dos hijos. Llevo quince años
casada, pero mi matrimonio se tambalea desde hace dos. Tenemos un
problema muy poco común —o tal vez no, no lo sé—: a mí me interesa más
el sexo que a mi marido. De modo que muchos de nuestros problemas giran

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en torno a este hecho. ¡A mí es que simplemente me gusta! En cambio, él no
tiene mucho impulso sexual, cosa que siempre me ha costado racionalizar
porque es muy guapo y de aspecto muy varonil. De puertas afuera somos la
pareja «ideal». Nos las arreglamos muy bien económicamente, y tenemos una
casa preciosa y unos hijos maravillosos. Viajamos mucho y somos muy
activos en nuestras respectivas carreras. Mi marido es uno de esos tipos que
quisieron ser millonarios antes de los treinta, ¡y lo consiguió! Pero a pesar de
todo, seguimos teniendo una vida sexual muy desgraciada. Pero él no se da
cuenta de la gravedad del problema.
He iniciado una aventura con un hombre más joven. Con él he pasado los
dos años más felices de mi vida. Yo estaba ávida de afecto, amor y sexo, y
ahora lo tengo. Conocía a este hombre desde hace varios años, y la
posibilidad siempre estuvo ahí. Me sentía muy atraída hacia él y esperaba que
él sintiera lo mismo por mí, pero, en realidad, nunca lo supe. Tampoco podía
imaginar que le interesara alguien nueve años mayor, de modo que me
limitaba a disfrutar de su amistad.
Puede que esto suene totalmente ridículo, pero es como si fuéramos dos
mitades de la misma persona. Tan perfecta y satisfactoria es nuestra vida
sexual. Él ha tenido muchas relaciones duraderas antes que yo, pero dice que
no se parecían a lo que nosotros tenemos. Verdaderamente puedo imaginarme
viviendo con esta persona hasta que seamos viejos decrépitos. Eso es lo que él
quiere. Me ha dicho que esperará hasta que yo decida cómo terminar mi
matrimonio. La verdad es que le amo realmente. Ahora es más fuerte que
antes. Él es mi fuerza, y yo me apoyo en él. Mi marido no me permite nunca
necesitar apoyo emocional. Es un buen hombre, y odio que tengamos una
diferencia, al parecer insalvable, en nuestras necesidades sexuales y
emocionales. En fin, todo esto puede ayudar a explicar mi fantasía sexual.
Nunca había tenido ninguna hasta hace dos años. Mis experiencias sexuales
eran muy limitadas (era virgen cuando me casé), porque mi marido sólo
practicaba la postura del misionero después de algunos besos y una escasa
estimulación del clítoris con el dedo. A causa de esto, no sabía realmente
cómo fantasear ni en qué pensar. Tenía sueños sexuales muy vagos, pero
cuando despertaba nunca recordaba muy bien quién había sido mi compañero
ni qué habíamos hecho.
El caso es que mi amante me enseñó todas las cosas que nunca había
tenido. La lista de privaciones era muy larga. Nunca me habían estimulado
hasta desear el sexo… hasta morirme de ganas; nunca me habían chupado;
nunca se la había mamado a nadie; nunca había practicado otra postura que no

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fuera la del misionero; nunca había hecho el amor en ningún sitio que no
fuera la cama. Mi amante tiene un gran impulso sexual. Los primeros seis
meses lo hacíamos unas treinta o cuarenta veces a la semana. En serio. Nos
pasábamos los días en la cama, literalmente. Incluso ahora nos acostamos
ocho o diez veces a la semana. De modo que ahora tengo algo en que pensar,
y lo hago. Éstos son mis pensamientos sexuales. Los tengo cuando no puedo
estar con mi amante durante varios días. Es algo que me deprime
profundamente, de modo que me concentro en los sueños sexuales sobre
nosotros, o pienso en ello para poder dormir.
Cada vez que veo a un tipo que me recuerda de alguna forma a mi amante,
bien por el pelo, la cara, el olor, la risa o cualquier otra cosa, me siento
fascinada por esa persona. Y entonces, en los momentos tranquilos, tengo
fugaces fantasías sobre qué sentiría si me chupara o si le chupara yo a él. Mi
amante dice que eso es algo de lo que nunca se cansa un hombre. Mi amante
también me ha hecho consciente de la belleza de mi cuerpo. Ahora imagino
que se lo enseño a desconocidos. Como ya he dicho, mi amante me dijo en
cierta ocasión que un amigo suyo le había dicho que le encantaría follarme.
Bueno, también fantaseo con eso. Este otro tipo se llama Craig. Mi amante
dijo una vez: «Craig está obsesionado con las tetas. Siempre está hablando de
tetas y me ha dicho muchas veces que le gustaría ver si las tuyas son tan
grandes como él cree. Ojalá pudiera vénetas. Se correría en los pantalones. Se
las está imaginando desde que te vio en el club con los pantalones conos y la
camiseta ceñida.» Esta generosidad masculina me sorprende. Parece que mi
amante desea que todo el mundo sepa lo magnífica que es nuestra relación
sexual, de modo que muchas veces imagino que él me está mirando mientras
yo me desnudo delante de alguien, o que me ve mientras estoy haciendo cosas
con otro. En cualquier caso, en mis fantasías siempre aparece él o las cosas
que me ha enseñado. Siempre le digo que era prácticamente virgen antes de
conocerle.

Allie
Soy una mujer heterosexual de treinta y un años, casada hace seis con un
hombre cuatro años mayor que yo. Tenemos una hija de cuatro años, y yo
llevo tres años de ama de casa. Empezaré a ir a la facultad de medicina el
próximo julio; mi marido es médico.
Los dos fuimos educados en familias muy religiosas y extremadamente
represivas. En casa de mis padres no se habló nunca ni del sexo ni del

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embarazo, ni de ninguna otra función corporal. Cuando me gradué en la
universidad y me fui de casa, empezó mi vida. Me encantaba mi trabajo y me
di cuenta de que yo podía gustar y que era una persona agradable. Fui virgen
hasta los veintidós años y nunca había tenido la oportunidad de explorarme o
masturbarme hasta que me casé. No tenía muchas relaciones cuando estaba
soltera, pero disfrutaba de ellas.
Mi marido y yo estamos yendo a un consejero matrimonial por varias
razones, una de ellas el sexo. Mi marido quiere que entre nosotros todo sea
dulce y suave. Yo sé que desea a otras mujeres y que compra revistas para
hombres y fantasea, así que ¿por qué no puede echarme a mí un buen polvazo
como imagina que hace con ellas? Yo no siempre le respondo bien, pero no
conozco a nadie que disfrute tumbada debajo de un hombre durante unos tres
minutos mientras él se complace sólo a sí mismo. Cada vez que sugiero algo
nuevo o me comporto de alguna forma que no sea «encantadora», él se
detiene fríamente.
Uno de los consejeros es un hombre que debe rondar los cuarenta y,
aunque no es precisamente guapo, yo le encuentro muy atractivo. Él me dijo
que tener fantasías no va necesariamente en detrimento de la relación. Yo
supongo que me atrae porque le estoy agradecida por darme «permiso» para
fantasear. El caso es que aparece en mis fantasías, que son las primeras que he
tenido en las que no aparece mi pareja.
Son como siguen: Estoy en su despacho, en una sesión. Él me pregunta
sobre nuestras prácticas sexuales y se queda consternado cuando le hablo de
que mi marido no comprende ni se preocupa por mis necesidades. Me dice
que me encuentra muy deseable y me da un intenso beso. Me busca los
pezones con las manos y me los pellizca. Yo tiendo la mano hacia su cinturón
y se lo quito y le desabrocho la cremallera. Su pene está duro como una
piedra. Me desabrocha la blusa y me chupa y me muerde los pezones. Me
levanta la falda y me baja las bragas, aspirando mi olor. Me lame y me
succiona el clítoris, que está tan erecto como mis pezones. Me pasa la lengua
por el coño y luego me la mete dentro. (Me encantaría experimentar esto en la
vida real, pero a mi marido le parece muy desagradable y rara vez me lo hace.
De todas formas es igual, porque cuando lo hace, es un inepto.) Casi me corro
entonces, y necesito sentirle dentro de mí. Le hago sentarse en la silla de
cuero y me deslizo sobre su maravillosa polla. Nos movemos al unísono un
ratito, y entonces me lleva al suelo. Y todo el tiempo me está diciendo lo bien
que huelo, lo mojada y lo prieta que estoy y cuánto me desea. Me excita
metiéndome sólo la punta de la polla y frotándola contra los bordes de la

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vagina. Yo la deseo entera, cada centímetro, y arqueo la espalda para ir hacia
él, pero él se aparta siempre, manteniendo sólo la punta dentro. Yo le digo
que quiero que me la meta. («¡Fóllame por favor!») Él me introduce toda su
verga, lentamente al principio, luego más y más deprisa. Yo tengo que
morderme los labios para no gritar al correrme. Cuando siente el último de
mis espasmos, se corre él también y me llena de cálida crema. Descansamos
un minuto, luego me limpia con un paño caliente. Me abrocha la blusa y me
sube las bragas; yo le arreglo la ropa a él. Nos sonreímos y esperamos
ansiosos volver a vernos a la semana siguiente.
Tal vez la semana siguiente me ate a una mesa, o en el suelo, o en su silla,
y acaricie mi cuerpo desnudo. Tal vez utilice una pluma, o alguna tela sedosa,
o un cubito de hielo, o sus manos, o su pecho, o su polla, o algo áspero o
caliente. Cualquier cosa me dará placer, cualquier cosa que desee. Me
encantaría que mi marido me tratara así, y espero sinceramente que las
sesiones le abran la mente a estas posibilidades. No sé cómo reaccionaría el
consejero si le contara mis deseos, pero dudo de que se los cuente (a menos
que me pregunte directamente por mis fantasías).
He comprado un ejemplar de Forbidden Flowers y se lo he puesto a mi
marido debajo de la almohada. ¡Cruza los dedos por mí!

Janie
Tengo veintiún años, soy soltera, pero vivo con un hombre al que quiero.
Intento ir a la universidad media jornada y trabajar jornada completa.
Fui virgen hasta los dieciocho años, y desde entonces no me he
arrepentido de nada. Desde el primer día de universidad he estado
sexualmente activa. Me gusta tanto el sexo que a lo largo de toda la carrera
nunca he estado sin novio.
Me he acostado con todo tipo de tíos, con pollas de todos los tamaños. El
viejo mito de que el tamaño cuenta es una mentira, lo que cuenta es lo que
haga un hombre con lo que tiene, con las manos, la boca, la lengua y, por
supuesto, el pene.
Tengo muchas fantasías en que pensar mientras me masturbo. No es que
no esté satisfecha y necesite hacerlo, sino más bien al contrario. Cuando estoy
caliente y estoy con mi novio, puedo quedar satisfecha siempre que lo desee.
Pero cuando él está en el trabajo y yo he visto por ahí a algún tío sexy o algo
así, me masturbo.

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Un miembro de mi familia abusó sexualmente de mí cuando yo tenía trece
años, y a los dieciocho me violaron, pero sigo pensando que el sexo es
estupendo y que no todos los hombres son como los dos que abusaron de mí.
Hay gente a la que le sorprende que todavía pueda considerar el sexo como
algo maravilloso y hermoso, pero, como ya he dicho, yo soy así.
Una de mis fantasías favoritas —que todavía tiene que hacerse realidad—
es sobre mi novio, Jack, y un amigo mío que me atrae mucho, Ben. Jack y
Ben deciden darme una sorpresa para mi cumpleaños y llevarme a una casita
de campo en el lago cercano a mi casa a pasar el fin de semana. Estaremos los
tres solos durante todo el fin de semana. Nos pasamos la mayor parte del día
bañándonos y tumbados en la silla. Cuando volvemos a la casa, Jack me dice
que Ben y él tienen otra sorpresa para mí. Me van a excitar y a follar hasta
que ya no pueda más. (Verás, normalmente yo aguanto mucho, lo cual
significa que Jack se cansa primero; yo puedo seguir después de cuatro horas,
pero él no. Por eso, en mi fantasía, a Jack y Ben se les ocurre que, doblando el
placer, me cansaré antes, al mismo tiempo que ellos.)
Así que entramos en la casa y nos sentamos frente a la chimenea.
Bebemos champán que ha traído Ben y charlamos. Entonces Jack dice:
«Vamos a jugar al strip poker, y el perdedor no sólo tiene que quitarse una
prenda de ropa, sino que también tiene que besar a alguien —los tíos a mí, y
yo, a ellos— en cualquier parte del cuerpo.» Ben y yo estamos de acuerdo, y
comienza el juego. No hay que decir que para cuando termina la partida (sin
ropa), los tres estamos tan calientes que no pensamos más que en follar y
pasar un rato estupendo.
Así pues, mientras yo beso a Jack y él juguetea con mis pezones, Ben va
besando cada centímetro de mi cuerpo, acercándose al coño. Jack me besa los
pechos y me dice lo hermosa que soy, y Ben me chupa el coño con sonoros
lametones. Entonces alza la vista, se detiene y sonríe, y luego vuelve a bajar.
Yo me estoy volviendo loca. Tengo a un hombre chupándome las tetas y a
otro chupándome el coño. Cuando estoy a punto de correrme, me agito en el
suelo, pero los dos siguen dando lengüetazos. ¡Y menudo orgasmo tengo!
Todo mi cuerpo cobra vida, sintiendo las caricias de cuatro manos y dos
bocas.
Ben se tumba de espaldas para recuperar el aliento. Yo me doy la vuelta,
me pongo a gatas y cojo entre mis manos su maravillosa polla dura y
palpitante y se la chupo por todas partes. Mientras yo me dedico en cuerpo y
alma a mamársela, Jack se pone detrás de mí y me penetra, cosa que
realmente me excita. Mientras Jack mete y saca la polla de mi coño

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empapado, yo le chupo la polla a Ben con fruición. Al ver a Ben en las
puertas del orgasmo, yo me caliento aún más. De modo que cuando empieza a
llenarme la garganta con su deliciosa corrida, me corro yo también,
aprisionando la polla de Jack, y mi coño mojado y caliente le lleva hasta el
límite, y los tres estallamos en un tremendo orgasmo.
La idea de que estos dos hombres, a los que quiero mucho, me compartan
y me amen a la vez es lo que más puede excitarme. Nadie sabe nada de esto
todavía. Probablemente se lo cuente pronto a Jack, a ver qué piensa.
Los hombres no son los únicos que pueden disfrutar y hablar de sexo.
Además, si hubiese más mujeres que disfrutaran y hablaran de sexo, habría
más hombres felices (y más mujeres también). Los hombres se relajarían y
sabrían que no son los únicos, y que el placer es bilateral.

UNA MUJER, MUCHAS FANTASÍAS


No sé si la mayoría de los hombres sabrían manejar la enciclopédica
variedad de imágenes sexuales que abrigan estas mujeres. Hubo un tiempo en
que las mujeres eran tan fíeles a una fantasía estándar como lo eran a sus
maridos en la realidad. Al principio de los ochenta, la pantalla de una sola
imagen se convirtió en una caleidoscópica amalgama de fabulaciones
eróticas. Ahora que la aventura sexual en el mundo real es cada vez más
peligrosa, las mujeres parecen estarlo compensando con la fantasía. Habiendo
saboreado la auténtica libertad de elección, han desplazado su afición a la
variedad a múltiples imágenes eróticas. Una sola mujer puede recorrer la
gama desde el voyeurismo al exhibicionismo, animales, sexo en grupo,
hombres más jóvenes, otras mujeres, hasta incluso tener la fantasía de ser un
hombre.
(Un comentario entre paréntesis sobre el mejor amigo de la mujer, el
pastor alemán. Los que se sienten ofendidos por las fantasías con animales se
alegrarán de saber que no son tan populares como lo fueron en otro tiempo.
Mi explicación es que ha crecido la libertad sexual de la mujer, que ya no
tiene tanta necesidad de acudir, en la realidad y en la fantasía, a la mascota
familiar. Hace veinte años, el perro Fido servía al mismo propósito que el
anónimo desconocido: no le iba a reprochar nada a la mujer, no iba a juzgarla
ni a esperar más compensación que tal vez un hueso extra. Pero este bien
dotado perro no desaparecerá nunca de la fantasía, en primer lugar, porque es
una idea que muy a menudo se enraíza en la infancia, cuando el curioso morro
de un perro le dio a la niñita su primera sensación sexual. Hasta que podamos

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enseñar a Boby a meter el hocico en sus asuntos, siempre habrá mujeres que
lo incluyan en el desfile erótico, junto a todo lo demás.)
Finalmente, hay un gran sentido de poder en estas fantasías
multitemáticas. Por ejemplo, ¿por qué una mujer obstinada tiene la fantasía de
ser dominada? En primer lugar, como escribía una mujer, le gustan «los
polvos intensos y rudos» en la realidad, un recordatorio, para esas feministas
que quisieran eliminar todo el dolor del sexo, de que sin el rudo abandono
animal —arañazos, mordiscos, embestidas—, el sexo es aburrido para
muchos hombres y mujeres. Pero esta mujer disfruta de una fantasía agresiva
porque, como ella dice, «creo que quiero que me fuercen para poder hacer lo
que quiero hacer». Al hacer que el hombre la fuerce sexualmente, está
viviendo el sexo agresivo que le gusta. Esta habilidad de transformarnos en
seres sin poder al tiempo que recibimos lo que deseamos también es poder.
Luego, «en un abrir y cerrar de ojos… como sólo puede hacerse en la
fantasía», comenta April, estas mujeres cambian de posición, cambian las
fantasías, y pasan poderosamente de ser «tomadas» a tomar lo que desean.

Eileen
Yo ni soñaría con contarle a mi marido alguna de mis fantasías. Es un
auténtico «misionero», hasta el punto de que he empezado a pensar, en los
últimos diez años, que tiene un auténtico y profundo problema con el sexo.
Apenas me deja tocarle el pene, y rara vez pasa de tocarme los pechos.
Cualquiera que pueda reducir el sexo a un anuncio de tres minutos de Johnny
Carson necesita ayuda, según yo lo veo. Una amiga me recomendó comprar el
libro The Joy of Sex («La alegría del sexo»). Después de echarle una ojeada,
decidí no comprarlo de ninguna manera. El necesita ir al jardín de infancia
antes de aprender el ABC. Tal vez el problema no sea más que su falta de
experiencia. Llevamos casados veintidós años (desde que teníamos
diecinueve), y yo no sé si ha estado con alguna otra mujer; sospecho que no.
Yo he tenido varias aventuras extramatrimoniales, la mayoría de ellas
durante los últimos diez años, y me alegro de ello. Hace nueve años, un
hombre muy sensual de cincuenta y nueve años me hizo sexualmente
consciente de mí misma, y fue como cobrar vida y admitir lo que realmente
era. El único problema es que ahora soy aún más consciente de las
deficiencias de mi matrimonio.
En consecuencia, fantaseo mucho más, me masturbo mucho más, estoy
mirando continuamente las entrepiernas siempre buscando un posible

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compañero sexual. No sé si estoy frustrada (sospecho que sí) o si el sexo me
obsesiona.
Mis fantasías son magníficas; generalmente sobre hombres a los que les
tengo echado el ojo en ese momento, pero también aparece un abuelastro que
tuve que me obligó a chupársela cuando yo tenía diez años y no sabía nada de
sexo (esto es real), un perro, otra mujer, tríos, grupos, y mi favorita es que un
hombre y yo nos ponemos tan calientes por teléfono que nos masturbamos y
nos lo vamos contando. Lo curioso de esta última fantasía es que el último
mes he recibido muchas, muchas llamadas equivocadas de una línea erótica
cuyo número telefónico sólo se diferencia en un dígito del nuestro. Algunos
de los tíos no dicen ni hola, sino que empiezan a contarte cómo te van a follar.
Aunque esas llamadas son un incordio, algunas me excitan, y mis fantasías se
disparan. Algún día que reciba una de esas llamadas y esté sola, creo que
llevaré a la práctica mi fantasía.
No tengo ni idea de qué pasará con mi matrimonio. De momento me basta
con mis fantasías y las pequeñas aventuras. En algún momento perdí toda la
sensación de culpa, y ahora intento satisfacerme lo mejor que puedo. Me doy
cuenta de que no soy un monstruo ni una pervertida, como pensaba antes. No
pretendo ser una monja el resto de mi vida (tengo cuarenta y dos años y me
han dicho que soy bastante guapa).

Zoé
Perdona la mala sintaxis, pero si no echo esto al correo ahora, lo cambiaré
y no quiero.
Tengo un CI de 158-165 (depende del test). Soy estudiante universitaria y
estoy terminando los estudios de teatro (técnica) y empezando los de arte.
Tengo veintidós años, estoy soltera, era virgen hasta hace cuatro meses y
todavía estoy saliendo con mi primer amante. Me han acusado muchas veces
de vivir en un mundo de fantasía. Mis fantasías favoritas son sobre perros y
chicos jóvenes, y a veces mujeres, aunque debido a mi «moral» y por razones
legales, no pasan de ser fantasías. He descubierto que soy sexualmente
insaciable, aunque monógama, y también he descubierto que podría
acostarme con casi cualquier hombre. Mis ideas románticas de un solo
hombre para toda la vida parecen haber desaparecido junto con mi virginidad.
Pienso y fantaseo mucho en cómo serán los penes de otros hombres y qué les
gustaría hacerme con ellos. Tengo muchos amigos íntimos y los abrazos son
algo cotidiano. Me encanta deslizar la pierna entre los muslos de un tío

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desprevenido y frotar la cadera contra él para provocarle una instantánea
erección. Luego lamerle la oreja —mmm, mmm— y marcharme; no para
dejarle violento, sino para que me desee. Mi amante no sabe nada de mis
fantasías. Algún día me gustaría convencerle para que me unte miel o
chocolate por todo el cuerpo y me lo chupe. Tengo una fijación con el sexo
oral, pero a él no parece preocuparle. Nunca se la había chupado a nadie
antes, pero él dice que nunca había sentido nada igual: «Todo da vueltas» (y
él también pone de su parte).

Fantasía 1
Conozco a un hombre, Joe, que está paseando a su perrazo, Butch. Es alto,
de hombros anchos y pelo negro. Nos ponemos a charlar, y el perro no deja de
olisquearme. Su dueño le regaña y dice que no está mal educado, pero que es
un semental y hace tiempo que no ha hecho nada. Ha estado con perras en
celo y se ha excitado mucho, pero no le han dejado correrse, de modo que está
cargado y probablemente muy incómodo. A esas alturas, el perro ha estado
lamiéndose y olisqueándome con auténtica fuerza y gimiendo. Yo también
estoy excitada, al ver esa puntita rosa y caliente saliendo y metiéndose, cada
vez más grande y mojada. Joe dice que debe desearme realmente —ya se lo
ha hecho antes con mujeres—, que es parte de su entrenamiento, y me
pregunta si estaría interesada. Ahora es casi insoportable el lento palpitar de
mi entrepierna, de modo que vamos a su casa y allí el hombre me dice que
debo prepararme ya que el animal la tiene enorme. Debo lubricarme bastante
para que entre de una sola embestida, sin que sufran daño sus «cualidades de
semental». Me tumbo en un colchón con las caderas en el borde y las piernas
muy abiertas. Cuando Butch se me acerca, su enorme polla rosa y húmeda
sale y entra en su vaina, y le cuelga casi hasta el suelo por el congestionado
peso de su carga.
Joe retira la piel que cubre la enorme y palpitante verga, y el órgano
tiembla, vertiendo unas gotas de espeso semen, que salen expedidas por la
expectación del perro. Después de un superficial olisqueo, Butch empieza a
husmear y a lamer mi radiante agujero; su enorme lengua entra y sale,
caliente, húmeda y larga. Luego me pone su morro frío en el clítoris
palpitante. Joe se asegura de que estoy mojada y lista para la verga. Entonces
comenta que ha «olvidado decirme» que el perro está entrenado para no
correrse hasta que me haya corrido yo. Y al decir esto, suelta la pelvis del
animal, y Butch me penetra con aquella polla caliente y larga y me embiste

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una y otra vez, soltando un poco de su semen claro, salpicándome con sus
secreciones. Cuando Joe dice «se le está poniendo enorme… te la va a meter
toda», y el perro gime, yo me corro, intensamente, y vuelvo a correrme
cuando el gigantesco animal vacía en mí su carga. Luego sale y se lame para
limpiarse. Y yo me corro otra vez cuando me limpia a mí su semen caliente a
lengüetazos.

Fantasía 2
Más tarde (si estoy lista otra vez), el dueño de Butch está tan excitado por
la escena que también quiere lo suyo. Me lame los pezones, chupándolos
lentamente y mordiéndolos con suavidad. Entonces se incorpora y se
desabrocha la cremallera de sus abultados tejanos, de forma que le sobresale
la punta de la polla, casi púrpura y ya pegajosa de sudor y semen. Yo lamo
lentamente los bordes del capullo y acaricio el agujero con la lengua. Él gime,
y yo le bajo los pantalones con la boca mientras se le va poniendo más dura y
más grande. Se tumba sobre mí y me la mete lentamente, sólo un poquito, y
luego me excita el clítoris con la punta, preguntándome si la quiero. Me excita
casi hasta las lágrimas y finalmente me embiste con un gemido. Butch, ya
descansado, se acerca con una erección mucho más leve, y su dueño baja la
mano, empapa los dedos en mi crema y se la unta en el ojete. Es evidente que
Butch sabe lo que hay que hacer, de modo que le mete la polla y empieza a
embestir, cada vez más hondo, hasta que Joe grita y me bombea dentro su
espesa y caliente corrida. Al mismo tiempo Butch se corre, vertiendo su
semen caliente y acuoso de perro sobre los cojones de Joe, y yo me vuelvo a
correr. Luego, una vez más, se limpia y nos limpia a nosotros a lametones.

3
Ahora hay tres niños pequeños, de doce, trece o tal vez catorce años.
Todos se están masturbando; tienen pequeñas erecciones. Yo me acerco y los
acaricio sonriendo. Ellos sonríen tímidamente, esperando cada uno ser el
elegido. Yo elijo a un joven y hermoso Adonis, el David de Miguel Ángel en
vaqueros, que pronto le quito. Vamos al futón del centro de la habitación. Yo
me arrodillo sobre él, besándole y acariciándole, mientras los otros se
masturban, a veces con rudeza. Me desean sólo a mí y se preguntan cuál de
ellos será el próximo, si es que hay próximo. El elegido me toca, tímida y

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suavemente, con curiosidad y avidez. Se pone a prueba; me lame tímidamente
los pezones y me besa, me besa suavemente la boca, metiéndome su lengua
cálida, y me acaricia con sus manos por todas partes. Los dos contenemos el
aliento. Yo susurro: «He hecho la mejor elección». Nos unimos y nos
abrazamos con fuerza, mientras él se agita en mi interior. Luego se pone
encima de mí, sus largos cabellos negros en torno a su cara, su boca en la mía.
Sale, y la mojada y caliente punta de su pequeña y perfecta hombría se agita
en mi pequeño y erecto clítoris, suavizando un poco su joven polla para
acariciarme una y otra vez. Yo le cosquilleo por debajo y él gime, se tensa, y
mientras le acaricio ligeramente los testículos, nos corremos a la vez
intensamente. Luego se acurruca y se queda dormido con la mano y la boca
en mis pechos.
He descubierto que, aunque mi amante puede provocarme maravillosos
orgasmos (que prefiero a los orgasmos solitarios), yo sola puedo correrme con
más intensidad y rapidez; y a veces incluso por más tiempo.
Al releer esto supongo que debo tener una tendencia bastante fuerte al
voyeurismo… y al exhibicionismo también, ¿no?

April
Tengo veintidós años, me licenciaré en la universidad dentro de unas
semanas, soy soltera y la más pequeña de cuatro hermanos católicos y
heterosexuales. Provengo de una típica familia de clase media; mis padres
están divorciados (después de veinticinco años de matrimonio desgraciado).
Tengo una hermana y dos hermanos.
Comencé a tener relaciones sexuales después del instituto. Previamente
había tenido un novio durante más de un año. Lo habíamos hecho todo menos
«eso». (¡Los dos éramos buenos chicos católicos!) Cuando llegué a la
universidad, «me solté el pelo». Tuve algunos «amantes de una noche» y vi
que no era lo que quería. Entonces estuve saliendo un tiempo con un chico,
muy en serio. Cuando rompimos (yo ya estaba a mitad del tercer curso de la
universidad), empecé a salir con varios tíos a la vez. ¡Me lo estaba pasando
como nunca! Sólo me acostaba con uno de ellos, curiosamente el único que
no estaba realmente disponible. Era camarero en un bar local y tenía una
novia formal. Venía a mi casa después del trabajo (en torno a las dos de la
mañana), y juntos aliviábamos nuestras tensiones. Al cabo de un tiempo me
harté de los hombres en general, ¡y terminé con todos! Para ser sincera, desde
entonces he estado bastante sola. Ha habido un par de «amantes de una

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noche», cuando la tensión crecía demasiado, pero aparte de eso, nadie
interesante. De hecho, creo que mis hormonas están muertas ¡o al menos
hibernando! Estaría convencida de esto de no ser por una cosa: ¡mis fantasías
están descontroladas!
Me masturbo desde edad muy temprana, y mis primeras fantasías eran
sobre grupos de hombres que me obligaban a practicar el sexo mientras otros
miraban o participaban. Este ha sido un tema recurrente hasta ahora. A veces
el grupo de tíos entra en mi habitación y me dicen que sólo quieren verme los
pechos (que son bastante grandes). Entonces se excitan y empiezan a tocarme
por todas partes. Generalmente me acuesto con todos ellos ¡y llego al
orgasmo con el último y mejor dotado! Otras veces soy la única mujer en una
partida de cartas. Terminamos jugando al strip poker y yo pierdo,
naturalmente. De modo que empezamos a jugarnos favores sexuales. Dos tíos
y yo acabamos en el dormitorio. En esta fantasía, imagino que me arrodillo
sobre los dos (están boca arriba), y los monto por turnos muy lentamente. Me
gusta ver cómo me penetran, puesto que, como siempre, están muy bien
dotados y la tienen dura como una piedra. En un abrir y cerrar de ojos, cambia
nuestra posición (como sólo se puede hacer en la fantasía). Yo estoy a gatas,
chupándosela a uno de ellos mientras el otro me penetra por detrás, pero no
analmente. (Nunca fantaseo con el sexo anal.) Todos nos corremos a la vez.
Podría seguir, tengo cientos de fantasías, desde ser una bailarina de
destape o una camarera hasta estar tumbada en una playa y ser «tomada» por
un desconocido cubierto con un tanga. En muchas de ellas permanece el
«misterio», pues nunca reconozco una cara, aunque consiga verla. Muchas
fantasías tienen que ver con la violación, pero nunca con el dolor. Siempre
disfruto con lo que me hacen los hombres de mi fantasía, y casi nunca hay
resistencia por mi parte. Me gusta el sexo, aunque hasta ahora me ha resultado
muy difícil llegar al orgasmo con un hombre dentro de mí. Claro que nunca
dejo que surjan mis fantasías cuando estoy con un hombre. Voy a ponerle
remedio a eso.

Tanya
Siempre he tenido fantasías y me masturbo desde que tengo memoria, y es
estupendo saber que no estoy sola ni mucho menos. Tengo veintidós años,
soy estudiante en una universidad muy prestigiosa, soltera (actualmente tengo
un novio fijo y un amante; mi novio también tiene una amante) y básicamente
heterosexual. Digo básicamente porque fantaseo con tener relaciones sexuales

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con mujeres, aunque nunca lo he hecho. Soy la mayor de dos hermanos; en
casa hemos recibido una educación laica, pero sin embargo bastante represiva
sexualmente. Como ya he dicho, me masturbo desde la más tierna infancia.
Mi madre me sorprendió varias veces, bien durante «el acto» o después («Te
huelen las manos a jugos sucios»), y me dijo que aquello era sucio,
repugnante, malo, etc.
Cuando estaba en el colegio, antes del tercer curso, tenía una amiga muy
íntima. Solíamos ir a su habitación, cerrábamos la puerta y nos contábamos
situaciones sexuales, del tipo: «Si un hombre te preguntara si puede tocarte y
te pusiera la mano en las bragas y empezara a tocarte y a tocarte y a
tocarte…», mientras nos mas turbábamos. Cuando cumplí los diez años, me
follaba con todo lo que podía: linternas, lápices grandes, tampones (con el
aplicador), mis dedos… También me daba duchas o enemas. Cuando tenía
doce años, me regalaron un gran muñeco de peluche, más grande que yo, con
una cola increíble, ¡y ya puedes imaginar lo que hacía yo con aquella cola!
Creo que me follé a aquel muñeco de peluche por lo menos una vez al día
desde los doce años hasta los diecisiete, generalmente con una de estas tres
fantasías:
La primera es que yo era una niña inocente a la que tenían encerrada unas
malvadas mujeres mayores, casi siempre monjas (?), que querían castigarme.
Me mandaban a un hombre (un tío encantador, casi siempre algún jugador de
hockey), que se apiadaba de mí y me follaba maravillosamente.
En la segunda fantasía, yo era una experimentada mujer y estaba
encerrada en una celda (no me había encerrado nadie en concreto) con uno de
mis hombres. Él estaba herido, y yo le salvaba la vida. No sé cómo, me
encontraba de repente inclinada sobre él, dejando que me desnudara el pecho
y me besara el pezón. Eso me enloquecía y pronto nos poníamos a follar,
llevando yo la iniciativa.
La tercera fantasía es que soy el hombre de la segunda fantasía, y la
excitación es mutua, nadie lleva la iniciativa. Me imagino chupándome mis
propios pezones y el clítoris; luego vuelvo a adoptar el papel femenino
cuando al pene le toca entrar en juego.
¡Uf! Esto arde.
Cuando tenía diecisiete años fui a la universidad y tuve el primer novio de
verdad y mi primera experiencia sexual. Me enamoré locamente del sexo, y
sigo así por el momento. He tenido unos doce o catorce amantes, incluyendo
los dos actuales. Me encanta definitivamente la novedad en el sexo, o sea,
acostarme con alguien por primera vez. El olor de un hombre nuevo, la

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sensación de unas manos nuevas, nuevos labios, una nueva polla… ¡Con sólo
pensar en ello me excito! Soy ávida observadora de entrepiernas y culos.
Cuando fantaseo, suelo escribirlo todo mientras me masturbo. Así se hace
mucho más largo. (Generalmente, cuando me masturbo, puedo pasar de la
frialdad al clímax en sólo cinco minutos.) Cuando estoy satisfecha, arrugo el
papel hasta dejarlo suave, me limpio con él y lo quemo o me desembarazo de
él.
Mi fantasía favorita requiere algunos preliminares. Bajo las luces y me
pongo mi vestido más provocativo y los tacones más altos, sin ropa interior.
Soy la única mujer en una fiesta increíblemente elegante, y he decidido
robarle el hombre más encantador de la fiesta a su esposa y follármelo. Paseo
un rato por la casa, imaginando la escena y a los invitados y caminando
provocativamente. Finalmente veo a mi presa. Ya tengo el coño empapado.
En la cena estamos sentados frente a frente. Adopto mi aire más voluptuoso y
me cuido de inclinarme hacia delante para que pueda ver mis hermosos
pechos y los ardientes pezones. Sé que la tiene dura como una piedra y que
arde en deseos de llegar al postre. Después de la cena, me levanto y vago un
poco por la casa a solas, sabiendo que me seguirá. Estoy asomada a un balcón
y oigo pasos detrás de mí. No me doy la vuelta. De pronto, una mano cálida
entra en mi vestido y me coge una teta, pellizcándome el pezón. Siento otra
mano en el muslo y un inconfundible bulto contra el culo. Sin volverme me
reclino sobre él. Mete una mano bajo mi vestido y descubre mi hendidura
mojada. Me introduce dos dedos en el coño, mientras con el pulgar en el
clítoris me provoca un rápido orgasmo. Ahora me vuelvo hacia él y nos
besamos intensamente. Yo toco su maravilloso y prieto culo, luego le
desabrocho los pantalones y acaricio sus cálidos testículos, y finalmente su
polla suave y dura. Me agacho y la admiro, empiezo a chuparla suavemente
por los lados, tomándome mi tiempo antes de llegar a la parte más sensible.
La engullo todo lo que da de sí mi boca, acariciándola con la lengua. Luego
vuelvo a bajar y le chupo los testículos (¡me encantan los testículos!), y los
lamo hasta que gime y sé que está a punto de estallar. Se sienta en una silla
sin brazos y yo le monto, bajando lentamente sobre su verga ansiosa. Se la
estrecho con los músculos del coño y empiezo a follarle lenta, muy
lentamente al principio, y luego más y más deprisa a medida que me voy
calentando, hasta que nos corremos juntos en un sudoroso e increíble
orgasmo.
A veces esta fantasía termina cuando el hombre me provoca un orgasmo
con la mano. Entonces me besa en el cuello y se marcha, y yo no llego a saber

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quién ha sido.

Veronique
Tengo treinta y dos años y me crié en el Sur, en una familia de clase
media, blanca, anglosajona y protestante, con unos padres muy «liberales»
aunque estrictos. Durante mis años de desarrollo estuve muy protegida y
controlada, con el mito de la proverbial «belleza del sur» muy embutido en mi
cabeza. Conseguí acabar mis estudios universitarios y he tenido mucho éxito
en mi carrera.
Mi mayor problema cuando crecí puede parecer tonto: ¡era demasiado
guapa! He tenido que luchar casi toda mi vida para que los hombres me
acepten como una persona inteligente y vean en mí algo más que una figura
de reloj de arena con ojos azules y cabello rubio. Durante los años setenta fui
una feminista activa, que expresaba su resentimiento hacia los hombres en
general, y en particular hacia el trato que me habían dado como objeto sexual,
de una forma bastante inmadura, jugando su juego a la inversa: hacía que se
enamoraran locamente de mí y luego los tiraba como patatas calientes. Los
utilizaba a ellos como objetos sexuales, para variar.
Bueno, ya con esto superado y en el proceso de maduración, he llegado a
la conclusión de que amo a los hombres, y he intentado desde entonces
«liberarlos» y construir relaciones duraderas. Dios sabe que necesitan una
liberación de sus estereotipos, igual que la necesitamos nosotras (o
necesitábamos).
A algunos puede parecerles egoísta, pero considero que mis fantasías son
demasiado íntimas, demasiado personales, y creo que en el fondo tengo miedo
de que, contándoselas a un compañero, pueda echar a perder esa zona privada
y especial que es totalmente mía, un pequeño espacio creado, elaborado y
construido sólo por y para mí. Aparte de una ligera vergüenza por sacar a la
luz estos pensamientos, tengo miedo de que él siempre sepa lo que estoy
pensando en ciertos momentos, destruyendo así el gusto del «fruto
prohibido», convirtiéndose en un intruso, si quieres, en una especie de voyeur
psíquico.
Creo que nuestras fantasías se enraízan en las experiencias de la infancia.
(Recuerdo que me masturbé de los cuatro a los seis años, aunque no creo que
me corriera nunca. Luego perdí interés en ello, hasta los trece años
aproximadamente.) Siempre hay un elemento de aquel primer
«conocimiento» o inocencia que permanece en mis fantasías. Al pensar en

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ello, descubro en ellas un patrón definitivo. Cuando militaba, fantaseaba casi
exclusivamente sobre mujeres (aunque nunca he tenido una experiencia
homosexual), y cuando me salí de aquello, fantaseaba sólo sobre encuentros
heterosexuales. ¡Supongo que las hormonas me la estaban jugando!
He tenido una gran variedad de amantes, por lo que a cultura, raza y edad
se refiere. He estado casada, pero me divorcié y no tengo hijos. No obstante,
mi vida está lejos de ser vacía. Mi actual amor me ha abierto todo un mundo
nuevo, sexualmente hablando, y no podría ser más feliz. La primera vez que
me pidió que compartiera mis fantasías, le dije que probablemente la más
notable era hacer el amor en el sitio más inusual. Él dijo que le encantaría
satisfacer mi deseo, pero que debo estar preparada en todo momento. Hasta
ahora, lo hemos hecho en cada cuarto, baño o rincón donde hemos estado, a
solas o en público. Muy a menudo hay mucha gente en el lugar, y como yo
tiendo a elevar mis gritos cuando me mete por detrás sus veinte centímetros,
normalmente mete uno o dos dedos en mi boca para mantenerme en silencio
cuando me corro a chorros. Para mí es de lo más excitante estar siempre a su
disposición cada vez que siente la necesidad, ¡cosa que sucede muy a
menudo!
Vamos al país de las fantasías. Recurro a ellas cuando me masturbo o
cuando él me come o juega conmigo, o simplemente para mantenerme bien
lubricada durante el día, cuando él está conmigo.

Fantasía 1
Tengo trece años y sigo siendo técnicamente virgen (perdí la virginidad a
los catorce), pero tengo muy buena figura y soy jefa de animadoras. Mi mejor
amigo, que es unos años mayor y gay, me lleva a casa después de un partido,
y decidimos aparcar un rato en una zona apartada. Bebemos cerveza, tal vez
nos fumamos un porro y escuchamos rock duro a toda pastilla. Yo me siento
atrevida y le digo que me cuente cosas de sus aventuras, porque no puedo
comprender qué pueden hacer juntos dos chicos. Él no quiere hablar de ello,
pero se va al asiento de atrás y me dice que me una a él. (Hasta aquí, todo es
verdad.) Me pide que me recline sobre el asiento delantero. Yo lo hago, sin
tener ni idea de lo que tiene en la cabeza. Entonces él empieza a bajarme
lentamente las bragas de encaje, hasta las rodillas, y empieza a lamerme y a
chuparme el culo, procurando no tocarme el pubis, que está empapado hasta
chorrear (como lo tenía en la realidad). La excitación me vuelve loca, y le
suplico que me «toque ahí», pero él se niega y continúa hasta que me corro y

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me corro y me corro. Normalmente ése es el final, pero si no basta… él me
toca el clítoris, acariciándolo como si fuera una pequeña polla, siempre con
cuidado de evitar mi coño. Más tarde, cuando llego a casa, mi padrastro me
está esperando levantado. Llego mucho más tarde de la hora y hecha un
desastre. Él está sentado en un otomán y me atrae con un brusco tirón, me
pasa los dedos por la cara interna de los muslos y ve que estoy chorreando
jugos de amor. Me pone furioso sobre sus rodillas y me da la mayor paliza de
mi vida (en realidad nunca me han dado ninguna), primero sobre las bragas, y
luego con las bragas bajadas. Yo me niego a llorar, y eso lo enfurece más,
pero noto bajo el estómago cómo se le va poniendo cada vez más dura…

Fantasía 2
Soy una chica negra, africana, y vivo en una típica cabaña de barro con
muchas hermanas de todas las edades, nuestro padre, nuestra madre, un tío y
el abuelo. Todos los chicos tienen que vivir separados de nosotras, en otra
aldea, hasta que se casen. Como estamos cerca del Ecuador, es insoportable
llevar ropa a causa del calor, de modo que normalmente vamos desnudas, con
sólo algunas cuentas o adornos. Todas las chicas están totalmente al cuidado
de los miembros masculinos más mayores de la familia, cuya responsabilidad
es preparar a las chicas para una gozosa vida sexual sin miedos ni
inhibiciones, asegurando así la fertilidad y la continuidad del clan. Hay
muchas ceremonias públicas en las que los hombres pintan, adornan y
acarician a sus chicas (generalmente con plumas sobre los genitales, etc.).
Desde muy temprana edad, mantienen a las niñas en un estado de excitación
sexual casi constante. Las animan a jugar consigo mismas y con las demás, y
los hombres pueden hacerles de todo, menos penetrarlas, cosa que está
reservada sólo para sus esposos. En nuestra cabaña, los hombres manipulan a
su antojo los pubis sin pelo, y duermen muy a menudo con las pollas erectas
entre nuestras piernas o contra nuestras nalgas. Cuando un hombre de otra
familia entra en la cabaña, empieza el espectáculo. El tío o el abuelo nos abre
el coño a alguna de nosotras para que el hombre lo vea, y nos acaricia el
clítoris agrandado hasta que nos corremos. Los hombres ríen y nos tocan
constantemente. A los nueve años, las niñas asisten a una ceremonia en la que
las drogan, las atan con los miembros extendidos delante de la tribu y luego
les estimulan el clítoris con plumas hasta que lo tienen totalmente erecto. El
chamán oficial se acerca vestido con una piel de leopardo y le chupa el
botoncito justo hasta el borde del orgasmo, y luego lo rodea con una diminuta

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banda de oro, que cierra. Eso ha de mantener el clítoris a la vista y erecto
continuamente, aumentando su sensibilidad y su belleza. (A estas alturas
normalmente me he corrido varias veces, pero si no…) Mi hermana mayor y
yo salimos furtivamente una tarde para satisfacer nuestra curiosidad sobre el
campamento de los chicos. Está tan lejos que cuando llegamos ya ha
oscurecido bastante y no vemos más que la hoguera. Al acercarnos sin que
nos vean, advertimos que están celebrando una especie de festival: se están
pasando una pipa de uno a otro y danzan muy sensualmente, de uno en uno,
desnudos. Cuando uno termina de danzar, un chico mayor se lo lleva de la
mano, le pone a gatas y empieza a chuparle los testículos y el culo por detrás,
a veces tirándole del pene, a veces penetrándole como un perro y embistiendo
locamente.
Fin.

«MÁS SEXO ORAL, POR FAVOR.»


Si los hombres han decepcionado a las mujeres de este libro, en nada han
fallado tanto como en el sexo oral, donde las mujeres han cumplido por fin la
mayoría de edad. Ahora que lo han descubierto, nunca tienen bastante. Es un
fascinante giro de acontecimientos, dados los problemas que tradicionalmente
han tenido las mujeres ante la idea de que un hombre les ponga la boca entre
las piernas.
Hace veinte años, los terapeutas sexuales se referían a la masturbación
como el gran tabú de la mujer. Si a la mujer se la educaba para pensar que
cualquier cosa fuera de una relación era una amenaza, ¿cómo se iba a
provocar ella misma un orgasmo? Aunque supiera dónde tenía el clítoris,
¿cómo iba a explorar la «cloaca», que era el término que aplicaba a todo lo de
«ahí abajo»? Si no podía tocarlo, desde luego no iba a desear que un hombre
lo mirara, lo oliera, ¡y mucho menos que lo chupara!
Pero cuando la mujer empezó a aprender a respetar sus genitales y
descubrió el placer de la masturbación, el siguiente paso, obviamente, era el
sexo oral. No sólo lo disfrutaban: esperaban que un hombre amara, besara y
chupara todo lo que tenían entre las piernas. Las mujeres de este capítulo
hablan de sus secreciones como si de ambrosía se tratara.
Irónicamente, ahora son algunos hombres los que piensan que la «cloaca»
huele y sabe mal. El marido de Ellie no sólo se niega a chupárselo, sino que
cuando le provoca un orgasmo manualmente, se limpia luego la mano con un
kleenex. Sus malos modales en la cama sólo los sobrepasan algunos de los

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maridos de estas mujeres, que disfrutan de la felación que ellas les hacen,
pero se niegan a devolver el favor.
Durante generaciones, el pene ha disfrutado de una situación privilegiada
—en las mentes de las mujeres y en las de los hombres—, como el genital
poderoso y hermoso. Como era externo y estaba a la vista para que todo el
mundo lo admirara, para una niña era fácil pensar que su hermano podía
controlar su cuerpo mejor que ella y así complacer a la madre en la difícil
etapa de «entrenamiento de aseo» (donde empiezan tantos problemas sexuales
de nuestra vida adulta); al ser visibles, al estar al descubierto, los genitales
masculinos debían de ser también más limpios que los genitales ocultos y
húmedos de la mujer. Ya de adulta —y todavía sin haberse visto o tocado los
genitales, excepto para asearse—, la mujer podía hacer acopio de valor,
contener el aliento y envolver el pene de un hombre entre sus delicados labios
—aunque no tan a menudo como él quisiera—, pero a él le apartaba la cabeza
con determinación férrea cuando quería acercarla a sus partes privadas.
Esa era la mujer tradicional. Cuando realizaba la investigación de Men in
Love, las fantasías de mis colaboradores estaban llenas de heroínas
imaginarias que hacían lo que no querían hacer sus mujeres: no sólo les
encantaba chupársela a un hombre, sino que lamían su semen con deleite. Al
poner la boca en su pene, provocando una erección, y luego —y este es el
punto más importante— tragarse su precioso fluido, la mujer de la fantasía
revertía la repugnancia que el hombre pensaba que sentía la mujer hacia esa
parte de su cuerpo que nunca había sido aceptada. Como los hombres
deseaban de tal forma practicar el sexo oral, no podían comprender por qué en
la realidad, aunque una mujer pudiera darlo, se negaba a recibirlo. ¿Cómo
podía el hombre saber que, a diferencia de él, la mujer había llegado a
identificarse con la repugnancia de la madre hacia todos los genitales, que se
había convertido en su propia madre?
Se acabó. Ahora lo que oigo son coros de mujeres que desean el sexo oral,
que les suplican a sus hombres que las chupen. Por poca confianza que
merezcan las estadísticas sobre sexo, no hay duda de que ahora hay más
hombres y mujeres que dan y reciben sexo oral. El hecho de que las mujeres
de este libro no reciban tanto como desean, no refleja necesariamente un
estado de hambruna nacional; mis colaboradoras se han seleccionado por un
ávido interés por el sexo. Pero si hay más mujeres insatisfechas con el sexo
oral que reciben, la razón podría ser que los hombres no están dispuestos a dar
a las mujeres lo que desean por la misma razón por la que las mujeres se
daban la vuelta en la cama y negaban el sexo al hombre: consciente o

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inconscientemente, los hombres están expresando su ira por la balanza de
poder fuera del dormitorio.
En la mente de algunos hombres, la escala se está inclinando
peligrosamente en favor de la mujer. Si los hombres tienen más jaquecas que
nunca, podría ser por que la continencia del sexo ya no es un poder que sea
monopolio de la mujer. El hombre sigue llegando al orgasmo durante la
penetración; pero chupárselo a una mujer… bueno, se siente más cerca de un
alfeñique que de King Kong.
El permiso ha podido venir de los libros, los vídeos o los artículos de las
revistas femeninas; el caso es que las mujeres han aprendido que no hay
orgasmo garantizado como el clitorídeo, alcanzable con la propia mano o con
una máquina moderna, pero mucho más dulce si es por medio de una boca
cariñosa y cálida. La práctica ha enseñado a la mujer que la pérdida de control
que una vez temió no es peligrosa, sino deliciosa. Y la mujer trabajadora de
hoy tiene muchas más razones para querer escapar, durante unos preciados
momentos, a las disciplinas y responsabilidades que se le exigen.
Sólo se puede confiar en que se dejen llevar por el orgasmo cuando
experimenten una y otra vez. Cuando las mujeres no tenían control real sobre
sus vidas, la perspectiva de dejarse ir sexualmente implicaba terror. Ahora
que han visto las arrebatadas expresiones durante el orgasmo en las caras de
otras mujeres, en películas y vídeos, también ellas quieren relajar el control
férreo sobre la realidad. Se preguntan: «¿Por qué no yo?» Leen las detalladas
descripciones de cómo dar y recibir sexo oral y están ansiosas por probarlo: si
me amas, dicen, cómeme como si fuera un melocotón.
¿Acaso hay mejor regalo sexual que ese beso íntimo? Si una mujer tiene
dudas sobre esa infamia del mal olor y sabor, sólo hace falta un hombre como
es debido para demostrarle que todo son imaginaciones. Un hombre o una
mujer. Las mujeres de este libro nunca se entusiasman tanto como cuando
describen el sexo oral. El marido de Erica es «un hombre maravilloso… pero
torpe», de modo que ella fantasea que otro hombre «me folla con el dedo, me
retuerce los pezones y me chupa el coño. Al cabo de unos sesenta segundos
(sesenta maravillosas chupadas) echan a volar por mi cuerpo al menos cien
mil alas de codorniz cuando me corro y él me sigue metiendo el dedo,
frotando, succionando y chupando».
Algunas de estas mujeres están tan ansiosas de que las coman que atacan
las bocas de sus amantes con los genitales: «Me atraviesan el cuerpo rayos de
sensación mientras embisto… follándole la cara…», dice Trudi, que hace
oscilar sus fantasías de las mujeres a los hombres. «Ella empieza a girar las

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caderas contra mi cara, y su clítoris me golpea la lengua. Gime. ¡Chúpame
ahí! Me empuja la cabeza, haciendo que su coño casi me trague… Le arde la
vulva, follándome la cara con todas sus fuerzas.»
Para muchas de estas mujeres, una boca, una lengua no basta. «Después
de dos años de estar juntos (mi marido) me confiesa que en realidad no le
gusta el sexo oral ni la masturbación —dice Penny—. A mí me encanta el
sexo oral, y si no me masturbara, me volvería loca. (…) Ahora me da miedo
pedirle que me chupe, que es lo que más deseo.» Penny resuelve todos sus
problemas con una fantasía: primero se imagina que, durante la cena, un
hombre se ha metido debajo de la mesa para comerla. Luego, para calmar su
ansiedad, incluye a otra pareja que la animan a no sentir vergüenza, sino a
disfrutar. «Se levantan y se ponen a acariciarme suavemente los pechos. Yo
suspiro mientras el hombre de debajo de la mesa comienza a besarme el coño
húmedo, suavemente al principio, y luego con más ardor. Yo empiezo a gemir
y mis amigos se inclinan para besarme los pezones.» Al final, Penny chupa
agradecida a la otra mujer y «nos corremos uno detrás de otro entre los
aplausos de la multitud», que le da así la aceptación por su lascivia oral, que
su marido, pobre de espíritu, había desbaratado.
En su búsqueda de sensaciones nuevas, estas creativas mujeres incluyen
en el sexo oral el placer anal además del clitorídeo. La idea es que, si es
placentero que exciten un orificio, ¿por qué no todos? (algo que requiere de
algunos ingeniosos consoladores de dos cabezas y vibradores giratorios). «No
sé por qué me ha llegado a gustar la cosa anal, pero me gusta de verdad», dice
Tara, una imaginativa mujer que disfruta de la fantasía de ser forzada a
practicar el sexo anal mientras en la realidad utiliza dos vibradores, uno «para
excitarme el clítoris y metérmelo por el culo mientras me acerco al clímax, y
otro grande en forma de U con pequeñas protuberancias de fricción (para
cuando) finalmente me voy a correr». Y, mientras, está tumbada ante un
espejo grande por placer voyeurista, «de modo que puedo verme el culo todo
el tiempo».
El sexo anal es un gusto adquirido, como se lamentan algunas de estas
mujeres a las que les gusta más que a sus maridos. A lo largo de este libro, me
ha sorprendido la gran curiosidad y falta de vacilación que muestran estas
mujeres al explorar las posibilidades del sexo anal. Casi todas están en la
veintena, y llevan la falta de vergüenza y asco de su generación hasta lo que
ellas asumen que es otra posición, otra zona erógena por explorar. No sólo lo
desean para sí mismas, sino que están igualmente ansiosas de ver, tocar,
besar, oler, acariciar el ano de su hombre. Pero, una vez más, los hombres se

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cierran de nalgas con la nerviosa presteza de una doncella protegiendo su
virginidad.
Para muchos hombres, el sexo anal representa la homosexualidad. ¿Y si
les gustara? Sí, es posible que sea una mujer la que los excite, pero en su
mente, en su fantasía, ¿qué pasa si de pronto el hombre imagina que no es el
dedo de ella sino el pene de otro hombre? Instintivamente, para protegerse, le
aparta la boca y la mano.
Irónicamente, yo creo que es la misma lógica que ha inspirado a muchas
de estas mujeres a pensar en los placeres del sexo anal. Antes del sida, hubo
un período en que estaba de moda la homosexualidad, estaba de moda en su
manifestación más fuerte y penetrante. Las mujeres que tenían amigos
homosexuales, que veían películas de homosexuales en el cine y la televisión,
tenían que preguntarse a la fuerza qué hacían aquellos atractivos hombres
cuando estaban juntos. «En realidad —dice Madonna en una entrevista de
Vanity Fair—, sería estupendo tener ambos sexos. Los hombres afeminados
me intrigan más que nada en el mundo. Los veo como mi alter ego. Me siento
muy atraída hacia ellos. Yo pienso como un gay, pero soy una mujer. De
modo que salgo con hombres femeninos.» A lo largo de este libro, las
mujeres, en sus fantasías, han observado a hombres gay practicando el sexo,
plasmando tanto la excitación como la ternura que, imaginan, deben de
experimentar dos hombres juntos.
Para las mujeres, el sexo anal se ha convertido en una parte de sus sueños
eróticos de gratificación total. Sin embargo, sería erróneo sugerir que la nueva
fascinación de la mujer por el sexo anal deriva sólo de su curiosidad por la
homosexualidad; el ano es una zona muy erógena por sí misma, y
probablemente estaría más incluido en la actividad heterosexual si no
estuviera originariamente asociado a «malos» olores, «malas» imágenes,
«malos» recuerdos. Antes de que descubriéramos que nuestra madre daba un
respingo ante nuestros excrementos, era uno de los primeros regalos que le
hacíamos. Nuestra necesidad de su amor junto con el miedo a su rechazo hizo
que esa pequeña zona entre nuestras piernas se convirtiera en campo de
batalla de nuestros primeros esfuerzos por complacerla y retener un atisbo del
recuerdo de lo que una vez fuera una sensación agradable «ahí abajo». Lo que
es definitivamente nuevo en esta investigación es cómo muchas mujeres han
borrado una capa más de «decencia».

Ellie

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Tengo veintisiete años, y llevo casada uno y medio. Mi marido tiene
veinticuatro. Nuestro matrimonio es muy satisfactorio para mí, excepto en lo
referente al sexo. No me malinterpretes, él y yo hacemos el amor
maravillosamente… cuando lo hacemos. La media es de 1,5 veces por
semana, que él dice que encuentra satisfactoria. Yo estaría más contenta con
tres o cuatro veces a la semana. Como resultado, me masturbo mucho.
Mi marido es muy tierno y cariñoso en la cama, pero no me hace el
cunnilingus. Una vez tuve un novio que disfrutaba mucho haciéndome así el
amor, pero mi marido no quiere ni intentarlo. Le encanta que yo se la chupe,
naturalmente, pero no quiere ni mirar mis «partes malas», ni mucho menos
besarlas. Me provoca el orgasmo manualmente, pero en cuanto me he corrido,
se limpia la mano con un kleenex. ¡Arrg!
Peso unos quince kilos de más, y ya me cuesta bastante trabajo pensar que
soy deseable y sexy sin que mi marido rechace mi parte más femenina. Como
resultado de todo esto, mi fantasía favorita es fingir que mi mano es la boca
de mi marido provocándome un orgasmo.
Espero y rezo porque algún día descubra que no tengo mal olor ni mal
sabor.

Hannah
Escribiré todo esto como si le estuviera escribiendo a él mis fantasías:

Primer escenario
Espero que podamos ir este fin de semana. Ardo en deseos de frotar el
coño contra la arena mientras me imagino que estoy cabalgando a pelo,
restregando el coño contra el peludo lomo del caballo… sintiendo que crece
la humedad, dándome cuenta de que tengo las bragas empapadas, deseando
que me folle.
Viajando resulta fácil escapar a un mundo de fantasía y pensar y revivir
algunos escenarios de la infancia. Escenarios en los que llego a un claro. Tú
estarías allí esperando, naturalmente, mientras yo me arrodillo bajo el caballo
para acariciar su enorme verga, chuparle el gigantesco capullo y masajear sus
grandes testículos. Y cuando tuviera la polla en toda su extensión, dura como
el acero y palpitante, tú me ordenarías ponerme a gatas, y apuntarías esa verga
de acero directamente hacia mi coño, mientras animarías al animal a empujar

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hasta tirarme de bruces contra el suelo. Cuando yo ya estuviera tumbada boca
abajo, me pondrías un collar al cuello y así podrías tirar de mi cabeza con la
correa, haciéndome poner a gatas mientras la polla ansiosa vuelve a embestir
mi coño. Ahora me está embistiendo y yo me esfuerzo por mantenerme a
gatas.
Al darte cuenta de que estoy exhausta y que el caballo está a punto de
lanzar su carga, me haces poner boca arriba justo a tiempo de recibir el semen
del caballo —rociada tras rociada—, hasta que soy una puta pegajosa,
cubierta de semen, con semen de caballo en las tetas, el vientre, el coño y los
muslos.
Tu polla estaba caliente y llena, y el único sitio apropiado para depositar
tu tesoro era mi cara. Cae en mi cara un chorro tras otro, cubriéndome los
ojos, la nariz, las mejillas, los labios y la barbilla.
Eso es lo que he imaginado que pasaría si fuéramos a montar.

Segundo escenario
Después de descansar un rato y echar un trago, Sylvia y yo estamos de
acuerdo en que Scott y tú merecéis un trato especial.
Al vernos actuar, metiéndonos un consolador la una a la otra,
ahogándonos mutuamente en nuestros jugos, folladas por nuestro perro Wolf
y bebiendo su semen, tu adorable polla y la de Scott se han hinchado tanto
que parece que os van a estallar las venas. Tienes el capullo púrpura. La polla
de Scott palpita. Las dos están duras como el acero, y les vendría bien una
mano… o sea, nuestras manos.
Scott y tú estáis sentados en el sofá, completamente desnudos (al vernos
actuar, os ha subido la temperatura del cuerpo), con las piernas abiertas.
Sylvia y yo nos arrodillamos delante del sofá. Ella delante de Scott, y yo
entre tus piernas. Y empezamos a mordisquearos y a acariciaros los testículos
y la polla con los labios, y a lamerlos subiendo hasta la punta de la verga y
bajando otra vez.
Scott y tú habéis convenido previamente que no os correréis en nuestra
boca, sino sobre los pliegues de la vulva, de modo que cuando estáis a punto,
cuando las dos pollas parecen a punto de explotar, Sylvia y yo nos damos la
vuelta, a gatas, con el culo alzado, y después de acariciaros la polla entre
nuestra raja, lanzáis chorros de semen cremoso y pegajoso en nuestros ojetes.
Luego Scott y tú nos frotáis el semen por las nalgas y los labios del coño,
y lo que os queda en las manos nos lo untáis por la cara.

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Hay que actuar otra vez. Primero Sylvia se arrodilla detrás de mí y me
lame tu semen de la vulva y las nalgas. Yo le hago lo mismo a ella, y nos
comemos mutuamente el coño, saboreando el semen que nos cubre los labios.
Ella disfruta del sabor de tu semen, y yo satisfago mi hambre con los
jugos de Scott.
Después de limpiarnos mutuamente, nos lamemos el semen de la cara. Yo
lamo el suyo, y ella, el mío. Somos como animales hambrientos, buscando
más. Entonces advenimos que tenéis la polla dura otra vez, pero ahora Scott y
tú nos pedís que nos arrodillemos y que apoyemos en el sofá la parte superior
del cuerpo, manteniendo las piernas muy abiertas y abriéndonos las nalgas
con las manos para que podáis follarnos por el culo.
Scott no tiene dificultad en meterle a Sylvia su verga tiesa por el ojete; se
desliza fácilmente y él la introduce de golpe, agarrándola por las caderas. La
mete y la saca mientras ella grita de placer.
A ti te cuesta un poco más penetrar mi abertura con tu polla hinchada,
pero en cuanto metes la punta y la sacas varias veces es más fácil, y pronto
tienes la polla totalmente hundida dentro de mí, y lo único que yo puedo hacer
es gemir y suplicarte que me folles con fuerza, que me partas en dos si
quieres, pero que no te pares. Y tú me complaces felizmente, montando mi
culo como si montaras un caballo, abofeteándome las nalgas con cada
profunda embestida, hasta que empiezo a temblar, sintiendo la erupción de tu
polla que llena mi oscura caverna de crema blanquecina.

Tercer escenario
¿Qué tal has pasado el fin de semana?
Yo, el viernes, alquilé cuatro películas. Una de ellas era Orquídea salvaje.
Mickey Rourke me excita muchísimo. Me recuerda a ti. De hecho, mientras
veía la película, pensaba en ti. Pero comparada con Nueve semanas y
media…, bueno, yo prefiero Nueve semanas y media. En fin, el caso es que
después de la escena de la mujer y el negro, y durante la escena, naturalmente,
mis dedos estaban muy activos, y en la escena final, tenía el coño ardiendo,
como el de la chica.
Ayer, en casa, tuve ocasión de ver la cinta que me diste.
Mientras veía la última escena del primer volumen, la de la chica de pelo
negro, estaba perdiendo del todo el control, pensando en chuparte la polla, en
que me follaras…

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Luego, en el segundo volumen, una chica tiene dos pollas de las que
disfrutar —¡y disfruta de lo lindo!—, va de un tío a otro, lamiendo y
chupándoles los cojones y las enormes pollas.
Uno de los tíos me recordaba a Charlie, así que me dejé llevar por la
fantasía y estuve disfrutando de Charlie y de ti.
Pronto me estaban follando por detrás mientras chupaba una de las pollas,
y luego los dos estabais cada uno a un lado y yo os la chupaba salvajemente.
Yo estaba en el suelo, de costado, mientras Charlie me follaba y tú me
metías en la boca tu polla tiesa, y finalmente conseguí mi recompensa; la boca
y la cara llena de cálido semen pegajoso, en grandes cantidades, una gran
sonrisa en el rostro y dos pollas secas y felices.
Me corrí muchas veces, con tres dedos entrando y saliendo de mi coño
caliente y mojado, y utilizando una botella de champán.
Imaginé lo que sería estar fuera de control, que me dieran placer hasta el
delirio y me violaran, tirándome del pelo, dándome azotes en el culo,
pinchándome las tetas y con el coño follado en todas las posiciones hasta estar
chorreando como una puta incontrolable que todavía quiere más y más.
¿Por qué me recuerdas a Rourke? Bueno, oír tus fantasías me hace
mojarme y me excita hasta la locura… Te deseo con todas mis fuerzas. Siento
tu hermosa polla y quiero más. Tú me acaricias, me excitas y siempre me
provocas más deseos, incluso después de un delicioso festín, porque anhelo
lamer cada gota, chupar tus peludos huevos; deseo bordear tu pequeño botón
arrugado, deseo que me estreches con un gran abrazo, deseo que me folles
con el puño, pero sobre todo deseo dañe placer, de modo que me contengo
pero no dejo de desear llegar a perder el control algún día contigo, perder la
cabeza.
Sí, he dicho que quería que abusaran de mí, que me humillaran, me
degradaran, y yo sería obediente, sumisa, cooperaría. Pero necesito también la
otra cara de la moneda: escenarios en los que sólo estemos tú y yo, sólo tú y
yo y un amigo especial. Peter, Charlie o Scott; atención, dulzura y semen,
todo el que puedas dar.
No me estoy quejando de ti. Algunos días me siento más sola que otros,
algunos días desearía que cierta gente no existiera. Algunos días estoy
deprimida. Pero por lo demás, estoy bien.
En este momento estoy pensando en ti, en tu maravillosa polla. Qué
hermosa estaba el viernes, y cómo la deseaba ayer por la tarde.
Tu adoradora esclava, puta chupadora, folladora de perros, hambrienta
perra caliente que ama tu semen, que cree que eres maravilloso, que te echaba

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de menos ayer.
Ahora imagíname vestida sólo con un négligée negro, tacones altos y un
tanga negro, por supuesto. Estoy rodeada por un grupo de amigos tuyos,
incluyendo algunas caras conocidas; sus pollas les sobresalen por los
pantalones, mientras yo me arrastro de rodillas de uno a otro, para excitarlos.
Uno de tus amigos me dice que me arrastre hasta él e intente cogerle la
polla con la boca sin usar las manos. Me dice lo llenos que tiene los huevos.
Me hace que le suplique, me coge del pelo y me la hunde en la boca,
metiéndola y sacándola como si fuera mi coño caliente.
Tengo mi gordo culo alzado mientras me follan por la boca. Otro amigo
tuyo se acerca por detrás y me ensarta su enorme polla en el coño, metiéndola
y sacándola salvajemente como si montara a un caballo.
El amigo que me follaba la cara se corre sobre ella y el que me follaba el
coño se corre también, llenándome de su crema, tanta que me resbala por los
muslos.
Tus otros amigos disfrutan mirando y empiezan a acariciarse la polla, y yo
deseo locamente más semen. Me levanto y empiezo a arrastrarme hacia otro,
pero me obligan a tumbarme boca arriba. Sacan de algún sitio un gran
consolador negro eléctrico. Me lo ensartan —yo con las piernas muy abiertas
—, y me ordenan que me masturbe.
Mientras yo lo hago, todos tus amigos se menean la polla hasta tenerla
dura como el acero y a punto de reventar, y uno a uno lanzan su carga sobre
mi cuerpo, sobre mi cara, sobre mi coño, hasta que no soy más que un enorme
bulto pegajoso, revoleándome en un cenagoso charco de semen como un
puerco en el barro, y mi cuerpo se agita con un orgasmo bestial.
Tengo el pelo pringoso, las tetas resbaladizas… soy una puta cubierta de
semen.
Después, tus amigos se marchan uno a uno, y tú y yo nos quedamos solos.

Cuarto escenario
Estoy atada a la cama con un consolador en el coño y otro en el culo, y tú
estás en la otra habitación. Mis bragas mantienen en su sitio los consoladores,
y cuando yo me agito y me muevo un poco, los consoladores se meten un
poco más. Siento la humedad dentro del coño, y allí tumbada, indefensa,
espero que vuelvas para que me ensartes los consoladores, fuerte y deprisa,
como hiciste una vez en la gran sala de conferencias conmigo a gatas.

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Tengo frío y empiezo a temblar. Cuando se abre la puerta, vuelvo la
cabeza y veo a Charlie junto a mí, sorprendido por lo que ve, sorprendido al
ver que me han dejado sola, atónito ante la patética imagen: yo intentando
llegar al orgasmo moviéndome adelante y atrás con los consoladores metidos
por mis orificios.
Me pregunta por qué estoy así. Yo respondo que disfruto cuando abusan
de mí, cuando me humillan y me degradan, y que realmente me siento muy
humillada de que me haya visto así.
A Charlie no le gusta mi situación. Le parece que debería desatarme y
darme la oportunidad de relajarme unos minutos y poder reanimarme, de
modo que se pone a prepararme una copa —brandy— y empieza a frotarme
lentamente las piernas, los hombros, la espalda, el vientre y las tetas para
hacerme entrar en calor. Sus manos son suaves y dulces mientras se deslizan
por mi cuerpo, tocándome las tetas muy sensualmente y haciendo que mis
pezones se pongan erectos. Empieza a lamérmelos con la punta de la lengua,
primero uno, luego el otro, y luego me los chupa con toda la boca, mientras
sus manos acarician mi espalda, mis caderas y mis muslos, y sus dedos me
rozan los labios del coño.
Es muy excitante. Me estoy corriendo y él todavía no ha hecho nada,
aunque yo ya estaba caliente antes. Me siento de maravilla. Le deseo.
Mientras me chupa las tetas y sus manos recorren mi cuerpo, me dice que
no importa que yo sea mayor que él, que no piensa que esté gorda; pero no me
importa nada, sólo quedar llena, experimentar la sensación última, ser follada
por el culo. Yo le digo que nunca he experimentado ese placer, y él me hace
ponerme a gatas. Tengo el culo en pompa, el coño chorreando jugos, los
muslos mojados, y puedo sentir el calor de su cuerpo cuando me acomete por
detrás. Siento su dureza cuando desliza su polla tiesa entre mis nalgas, y mi
excitación incrementa el fluido de mis jugos cuando me la clava en el coño
sólo para humedecérsela, antes de ensartármela en el ojete.
En ese momento se conviene en un animal al meterme en el culo su polla
dura, prácticamente partiéndome en dos. Yo grito, pero él no hace caso de mis
súplicas de que se detenga. Las embestidas se intensifican. Es como sentir un
atizador al rojo, y las nalgas me arden mientras él las golpea con cada
embestida en mi culo prieto.
Tiene el aguante de un toro, y la intensidad de sus arremetidas va en
aumento. Yo siento dolor, pero, al mismo tiempo, experimento algo más, y
pienso en ti. Te deseo más que a ninguna otra cosa —más que a la vida misma
—, y tú estás en la otra habitación.

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Pienso en tu maravillosa polla descansando en mis labios, mientras mi
lengua traza círculos alrededor del capullo; pienso en el delicioso sabor de tu
semen… y justo entonces siento dentro la descarga de Charlie. Se corre por el
agujero y chorrea por mis piernas cuando yo me desplomo en la cama, con él
encima.
Así nos encuentras cuando entras en la habitación, diciendo que tienes una
sorpresa para mí: otra polla de la que disfrutar, otra polla a la que le encanta
dar por culo y que desea ensartar el mío.
Yo ruego y suplico que me dejéis en paz, que aquello duele, pero tú
insistes en que una insaciable y voraz puta comedora de semen merece más,
merece todo lo que pueda caber en sus agujeros. Y, sin vacilar, me pones otra
vez a gatas, me hundes los dedos en el coño, que salen empapados de mis
cremosos jugos, y me los pones ante la boca para que te los chupe y los
limpie. Luego vuelves a ensartarlos en mi agujero caliente, levantándome de
la cama.
Tengo el culo alzado y el coño palpitando. Me metes a la fuerza un
consolador más grande —no es sólo un consolador, es un vibrador—, y lo
pones a la máxima potencia hasta que me pongo a temblar
incontrolablemente. Tengo el culo muy dilatado, y esta vez la polla se desliza
fácilmente en mi interior. El vibrador entra y sale, y de vez en cuando se
desliza sobre los labios de mi coño y el clítoris. Y mientras me agarras por los
pelos, tu polla hinchada invade mi boca, de modo que no puedo gritar. Yo
estoy en éxtasis. No podría ser mejor, ¿verdad? Pienso en ti. Tu semen me
llena la boca, y yo me quedé llena de nuevo y ardiendo.

Quinto escenario
Mientras volvía a casa el viernes, pensé en el jueves y me pregunté cómo
podía haber sido más «notable». Si el tiempo lo hubiese permitido, tal vez
follándome las tetas; si el tiempo lo hubiese permitido, tal vez dejando que
me arrodillara frente de ti y te chupara los huevos o lamiera tu verga dura; si
el tiempo lo hubiese permitido, tal vez lanzando tu chorro de semen en mi
lengua. Sin embargo, fue placentero, estando casi desnuda, una condición en
la que me habría encantado verte, de pie delante de la puerta mientras yo
estoy sentada en tu silla y miro cómo te bajas los pantalones y te quitas los
calzoncillos, dejando al descubierto tu hermosa polla.
El sábado por la mañana estaba sola. Hice lo de siempre. Después de
ducharme, desayuné viendo las noticias de la guerra, y luego siguió una

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sesión con mi botella de champán. Había pensado tanto en ti la noche anterior
al sábado que necesitaba desesperadamente alivio. De modo que pensé en ti,
en tu adorable polla hinchada repleta de vida, y me la imaginé entre mis
piernas, mientras me toca el clítoris con la punta. El cuello de la botella
descansaba entre los carnosos y suaves labios de mi coño, se metía; mis
muslos la aferraban con fuerza mientras yo me movía y me retorcía con los
ojos cerrados, pensando que lo que llenaba mi agujero era tu polla palpitante.
Cogí la base de la botella y me la metí y saqué con la mano izquierda,
mientras los dedos de la derecha se ocupaban de mi clítoris, masajeándolo,
apretándolo y retorciéndolo.
Luego, con las dos manos, me sobé las tetas hasta que tuve los pezones
erectos, mientras me balanceaba suavemente, sintiendo la botella bien
adentro.
La sensación de la botella en mi interior, junto con el masaje en el clítoris
me provocaron un agradable orgasmo. En ese punto pensé en ti explotando
sobre mí, sobre mis tetas, mi vientre y mi coño.
Después, apartada la botella, yací tranquilamente en la cama, sintiendo
palpitar mi coño. Estaba hinchado.
Seguí pensando en ti.

Yvette
Nombre: Yvette (puramente mitológico por razones que explico más
adelante).
Cabello: Pelirrojo.
Altura: 1,62 m.
Edad: Cuarenta y seis años (la segunda de cuatro hermanos).
Estado civil: Divorciada, después de veinte años de matrimonio con un
alcohólico.
Hijos: Dos hijas, de veinticinco y veinte años, respectivamente.
Ciudadanía: Nacida en Canadá. Nacionalidad estadounidense.
Educación: Graduación en el instituto, dos años de formación profesional,
dos años de universidad.
Trabajo: Asistente de mánager de sistemas en una firma de arquitectura.
Todos los demás empleados de mi departamento son hombres. También
escribo algo como free lance.
Me casé con un norteamericano del que me enamoré a primera vista.
Debía llevar anteojeras, porque durante muchos años no vi cómo el problema

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de la bebida le estaba afectando a él, a mí y a las niñas. Cuando me di cuenta
de ello, terminé con mi matrimonio.
De pequeña nunca me sentí querida. Desde que yo recuerdo, mi hermana
mayor causaba estragos en la casa, y hacía mucho daño a mis padres. Yo
llegué al matrimonio con una autoestima muy baja.
No era virgen cuando me casé. Había tenido relaciones sexuales con
cuatro hombres al menos, incluyendo a mi marido.
Mi primera relación, cuando se terminó el matrimonio, fue después de
dieciocho meses de abstinencia sexual. El individuo en cuestión, al que estuve
viendo durante seis meses, resultó estar casado. Aquello fue un shock para mí,
ya que nos veíamos casi todos los días después del trabajo y salíamos varias
veces a la semana, además de pasar varios fines de semana en la playa, etc.
Desde entonces he tenido el placer de la compañía de diversos amantes.
Con algunos he mantenido relaciones prolongadas (de siete meses a un año),
y sigo en contacto con algunos de ellos.
Mi marido no estaba muy bien dotado, pero era increíblemente bueno en
el sexo oral. Creo que era un modo de compensar el complejo que tenía por el
tamaño de su pene. Al principio, me costó dos meses dejar que me practicara
el sexo oral. Pero una vez que lo experimenté, me encantó, y ahora nunca
tengo bastante.
Mi marido me dijo que era una ninfómana porque siempre quería sexo.
Después de tener relaciones con él, deseaba seguirle a todas partes,
agradecidísima, durante varios días, hasta que el ciclo se repetía, hasta que
finalmente teníamos relaciones.
Un amigo me dijo hace poco que, en su opinión, las mujeres se dividen en
«chupadoras» y «folladoras», según su habilidad para una cosa o la otra. A mí
me incluyó en la categoría de «chupadora» después de experimentar todos
mis talentos sexuales. Creo que tiendo al sexo oral, tanto a darlo como a
recibirlo. Tenía la necesidad de demostrarle que también era una «folladora»,
y así lo hice, succionándole la polla varias horas con mi coño. Siempre me
han gustado los retos.
En el pasado, he atravesado largas temporada sin sexo, porque no deseaba
mostrar a otra gente (hombres) lo mucho que en realidad lo necesito. Mi
orgullo me ha hecho contenerme. El período más largo duró más de cuatro
años. Había circunstancias atenuantes: un tío con el que estuve saliendo un
año me contagió un herpes genital, y cuando descubrí que tenía la enfermedad
sentí que se había terminado mi vida sexual. Siempre hago que mi compañero

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use condón si se que hay algún tipo de riesgo de enfermedad. A algunos
hombres les sienta realmente mal tener que ponerse un condón.
Hace poco, un hombre me confesó que le excitaban las mujeres que
sabían ponerle a un hombre un condón con la boca. Estoy pensando en
practicar con mi consolador.
Me encanta el sexo. Me excita la vulgaridad en la cama, cosa que hace
poco experimenté por primera vez. No estoy en la menopausia todavía, pero
estoy tan totalmente inmersa en las sensaciones sexuales que he pensado en
pedirle algo a un médico para mitigar el deseo. Me masturbo con frecuencia,
incluso varias veces al día.
Hace poco tuve una maravillosa experiencia sexual con un hombre
llamado Robert, que vive y trabaja en el Este. Pasé once días con él, durante
los cuales dormimos en total unas diez horas. Fuimos al teatro, salimos a
comer, a bailar, charlamos, hicimos el amor durante horas. Cuando se
marchó, me derrumbé. Ahora mi esperanza es que él también quiera continuar
con nuestra relación.
Cuando estoy con Robert el tiempo desaparece. Le fascina la cantidad de
jugos que produzco. No es el único hombre que me lo ha comentado. Me
chupa durante horas, satisfaciendo totalmente mi necesidad de sexo oral.
Con él he chupado más polla que en toda mi vida. Me trago su corrida y
he aprendido a meterme hasta la garganta su larga polla. Me enseñó a hacerlo
delante de un espejo, y yo veía el éxtasis en su rostro mientras le practicaba la
felación. Y la imagen del espejo me excitaba todavía más. Suelo correrme
cuando se la chupo a un hombre.
Ha sido la más completa experiencia sexual y de amistad que he tenido
nunca, y ahora siento que nunca más será lo mismo con ningún otro hombre.
Tengo dos fantasías que me gustaría compartir:
Una vez vi un fotograma de una película en Playboy, donde aparecía una
enorme polla, tamaño «Gulliver», sobre ruedas, atada por muchas cuerdas,
con las que diminutos «liliputienses» de coloridas ropas, tiraban de ella. La
referencia al personaje es la mejor descripción de lo que vi en esa foto. Se me
quedó grabado en la cabeza. Es la «polla suprema», y cuando me masturbo,
aquella diminuta gentecilla me trae esa polla para satisfacer por fin todos mis
deseos y necesidades.
Mi segunda fantasía se creó cuando arrestaron a un amigo por conducir
borracho. Cuando iba en el coche a recogerle, me puse a fantasear sobre la
cárcel y los hombres calientes que albergaba tras sus muros.

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Imaginé las celdas en torno a un patio de ejercicios. Todos los internos
tienen los pantalones bajados hasta los tobillos y se masturban mirando lo que
hay en el patio. Es otra celda, con barrotes por todos lados, pero a la vista de
todos. En esa celda estoy yo, con una diminuta pieza de lencería y
masturbándome delante de ellos. No pueden tocarme, pero me ven
acariciarme los pechos y frotarme el clítoris. Me lo restriego con vigor,
viendo su excitación, escuchando sus exclamaciones de «Puta salida»,
«Coño», etc., y me provoco un clímax atronador mientras ellos se corren y
disparan hacia mí su esperma.
Me pregunto si esta fantasía tiene que ver con los meses que pasé
masturbándome cuando descubrí que tenía herpes. Se mira, pero no se toca.

Trudi

Número 1
Un día estaba tumbada en el sofá del salón, vestida sólo con una bata (me
acababa de duchar). Me aburría y metí una cinta porno en el vídeo y me
tumbé a disfrutarla. Me estaba excitando mucho, y aunque era media mañana
pensé: «¡Qué demonios!» Me abrí la bata y dejé que mis manos acariciaran
mi cuerpo, que todavía estaba húmedo de la ducha. Me toqué los pechos, que
siempre he tenido muy sensibles. Me acaricié los pezones hasta que
sobresalieron como lanzas. Luego mis manos pasaron sobre mi vientre plano
hasta el pubis. Aparté el suave vello rubio hasta tocarme el coño caliente, ya
húmedo y anhelante. Me cubrí el pubis con la mano mientras doblaba el dedo
corazón y me lo hundía en el coño. Froté la palma de la mano contra el
clítoris. Me acariciaba cada vez más deprisa, a medida que la acción de la
película se iba calentando. De pronto alcé la vista. Había una chica por
encima de mí. Tenía el pelo oscuro, y era pequeña, pero de grandes pechos.
Me sonrió, se desabrochó la blusa y dejó caer la falda. Estaba delante de mí
tan sólo con unas medias negras, mirando cómo me masturbaba. Yo gemí y le
sonreí a mi vez. No tardó en ponerse encima de mí, y yo seguí
masturbándome mientras ella me besaba y acariciaba los pechos. Estaba
cubierta de sudor. Sacó de la nada un plátano y me lo metió en el coño. Yo
estaba a punto de correrme mientras ella lo metía y lo sacaba, lo metía y lo
sacaba. Entonces bajó y empezó a comerse el plátano. Aquello me

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enloqueció. Cuando terminó con él, se puso a comerme a mí. Me agarró el
culo mientras yo alzaba las caderas del sillón y acercó más la cara a mi coño.
Ella me chupaba el clítoris con fuerza y al mismo tiempo se frotaba contra mi
pierna. Me corrí salvajemente, gritando como no había gritado nunca, con un
increíble placer. Ella sacó un bote de nata. Se la untó por todo el pecho, y yo
se la chupé ansiosamente. Empecé a lamerle los labios del coño a través del
nailon de sus medias, deseando arrancárselas. Ella empezó a frotar las caderas
contra mi cara, y el clítoris contra mi lengua. «¡Ahí! ¡Chúpame ahí!» Me tiró
de la cabeza, casi haciéndome tragar su coño. La muy puta estaba ardiendo,
follándome la cara con todas sus fuerzas. Yo ansiaba que me metiera algo,
cualquier cosa, por el coño. De pronto, sintiendo mi necesidad, se ató un
gigantesco consolador —de treinta centímetros de largo por siete de ancho—,
y me colocó boca abajo. Yo me puse a gatas, esperando y agitándome.
Entonces ella me lo metió entero en el coño y empezó a moverlo dentro y
fuera, introduciéndomelo hasta el mango cada vez. Luego llevó una mano a
mi clítoris, provocándome un orgasmo tras otro, mientras se masturbaba con
la otra mano, hasta que las dos nos corrimos una última vez y nos
desplomamos. Cuando volví en mí, ella había desaparecido. La única prueba
de que no había sido un sueño era una piel de plátano en la mesa del café,
empapada en mis jugos.

Número 2
Estoy tumbada boca abajo sobre una toalla, junto al borde de una piscina.
Llevo sólo la parte baja del bikini. Estoy mirando a un hombre muy guapo
que está nadando en la piscina. No se da cuenta de que estoy ahí. Cuando me
ve, sale de la piscina y se acerca para ofrecerse a ponerme aceite en la
espalda. Yo me doy la vuelta para dejar al descubierto mis pechos y le digo
sonriendo: «¿Y si tú…?», pero no tengo ocasión de terminar la frase. Se deja
caer de rodillas y empieza a besarme. Su lengua cálida me entra hasta la
garganta. Me quita las bragas, ensarto los pulgares en su bañador y se lo
arranco. Baja la boca hasta mis tetas, me muerde los pezones, y coloca la
mano en mi coño. Empieza a mover la mano entre mis piernas y luego me
chupa el coño vorazmente. Me chupa el clítoris, volviéndome loca de pasión.
Siento rayos de sensación que me atraviesan el cuerpo mientras embisto,
follándole la cara. Yo sé lo que desea… Le hago tumbar y le monto, sin
meterme la polla todavía, excitándole. Le beso apasionadamente, y él me
coge de las caderas y me levanta para colocarme sobre su pene erecto. Estoy

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tan mojada que se desliza fácilmente en mi coño. Le miro a los ojos mientras
me ensarto en su polla, y él me soba los pechos. Empieza a gemir, se une a mi
ritmo, y pronto se corre, escupiendo dentro de mí chorros de semen. Yo
todavía no he llegado al orgasmo, pero me saco su polla fláccida y me tumbo
junto a él, masturbándome con el dedo y deseando tener un consolador.
De pronto, siento una lengua en el coño. Me vuelvo un poco y me
sorprendo al ver a un gran pastor alemán. Asustada, pero excitada, me doblo
más y le dejo lamer mi insaciable coño y mi culo. Pronto intenta montarme.
Yo tengo que ayudarle y guiarle la verga, pero no tarda en metérmela hasta el
fondo. Y yo casi me desmayo por correrme tantas veces. El perro se corre,
nos separamos y se marcha. Yo me doy la vuelta, por fin satisfecha, y el
hombre y yo nos besamos y nos dormimos.

Éstas son mis dos fantasías principales. En realidad, si no estoy muy


caliente y masturbándome —cosa que sucede a menudo—, el rollo lesbiano
me pone a cien. Me encanta el dominio femenino, la esclavitud al macho
dominante y el estilo perro. Me encanta hacer mamadas, pero eso lo dejo para
la vida real. Por cieno, tengo dieciocho años.

Cynthia
Tengo cuarenta y dos años, y estoy casada y con dos hijos. Me gustaría
compartir contigo mi fantasía. Creo que es un ejemplo de cómo creamos
situaciones para satisfacer nuestras necesidades. La primera vez que apareció,
atravesaba un período de muy baja autoestima.
Soy una persona anónima. Paso la mitad del día en la suite de un hotel,
amueblada según mis indicaciones. No hay ventanas, y sólo tiene una puerta.
Vista desde arriba, parece una urna griega, una serie de cajas sin tapa en
forma de U. Pero las cajas son de madera contrachapada, sin pintar. En la
parte exterior de la base de cada U hay una silla de respaldo recto. En la parte
interior hay una montura diseñada para que una mujer abra las piernas en
torno a la base y dentro de la caja. A la altura de la boca hay un orificio
acolchado para lenguas (no se permiten pollas). No hay cortinas que cubran
las cajas, porque se trata de una galería especial. Se miran todos los coños y
se elige uno. Dentro, las mujeres no podemos ver nada más que a nosotras
mismas. Nos describimos mutuamente nuestras sensaciones en voz baja, para

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que los que lamen no puedan oírnos. Así nos mantenemos húmedas y somos
más deseables.
Yo tengo mis lamedores favoritos, y uno de mis habituales chupadores de
coño me visita al menos una vez por semana. Cuando me toca, me pongo a
chorrear. Yo sé inmediatamente de quién se trata, y cada vez que viene quiero
más, hasta que me parece que voy a estallar por tener que seguir en el
anonimato.
Después de varios meses, el director de la galería me permite por fin
satisfacer mi secreto deseo. El lamedor le ha ofrecido lo que quiera por tener
mi cuerpo una o dos horas. Yo estoy asustada, pero accedo. Al fin y al cabo,
es mi propia decisión. Pero ¿y si el lamedor es feo o huele mal?, me pregunto.
¿Y si al lamedor no le gusto fuera de mi caja?
Estoy en un cubículo, sobre un jergón. El lamedor abre la puerta. Yo sólo
veo una sombra; es tan hermosa que no puedo dejar de mirarla. Es sofisticada,
y tiene la voz cálida y aterciopelada que corresponde a su diestra lengua. Se
desnuda lentamente, doblando la ropa con cuidado y colgando el vestido en la
única silla de la habitación. Y entonces se pone encima de mí. Su piel es
suave y dulce, sus pezones están erectos, anticipando el placer. Es mágica.
Me besa suave y dulcemente hasta que no queda ni un rincón por explorar,
ninguna parte de su cuerpo que yo no haya lamido y besado. Nos corremos
juntas, por separado, de todas las formas imaginables, y aun así no me canso
nunca de ella. No hay prisa. Es el erotismo llevado a su máxima expresión.
Somos la materia de los sueños.
Siempre he aceptado mis fantasías como una parte de mí misma. También
las he mantenido en secreto. Son mis historias personales, escritas, dirigidas,
producidas y revisadas por mí. Yo soy la protagonista, pero también el
público. Las veo como películas en las que sumergirme siempre que quiero.
Puedo cambiarlas sin consultar a nadie. A veces pienso en ellas cuando estoy
sola. O cuando me folla mi marido; entonces las necesito. Tengo una gran
filmoteca en la cabeza. Basta con girar el botón y ya tengo una película según
mis necesidades. La excepción es la primera fantasía que te he contado.
Cuando mi marido se mete entre mis piernas, siempre es mi vieja amiga.
También tengo otras versiones. La siguiente variación de la anterior
fantasía se ha desarrollado en el último año. La utilizo como antesala de las
otras cuando me siento bien.
Fuera de la suite destellan anuncios de neón, uno por cada escaparate de
cristal que flanquea la puerta: «Restaurante de Mamá». En la puerta, debajo
del timbre, cuelga un cartelito que reza: «Especialidad de la casa: almuerzo

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dietético.» Dentro, en cada caja, hay una mesa para dos con un mantel rojo a
cuadros. En cada mesa hay una botella de chianti, un vaso y una servilleta.
Detesto a los hombres gordos, pero siempre me he preguntado qué
aspecto tendrá un hombre gordo desnudo. (Sombras del pasado; de pequeña
estaba gorda.) No voy a descubrirlo. Mi cliente favorito se está atando la
servilleta al cuello. Coge la silla y se sienta, y sus grandes nalgas le cuelgan
por los bordes. Tiene las mejillas caídas; no está satisfecho. Preferiría que se
la chuparan, pero nadie lo hará. No podría pagarlo. Está asquerosamente
gordo. Mi hombre desesperado ha recurrido a Mamá. Ella es la única
oportunidad que le queda de adelgazar. Almuerza aquí cada día. Sólo su coño
toca sus labios a mediodía. (En cuanto al resto del día, no se atrevería a comer
de más. Mamá le escribió una nota con una advertencia: si no perdía peso
regularmente durante el próximo año, no se le permitiría la entrada al
restaurante.)
Viene cada día y se marcha totalmente satisfecho. Mamá le controla mes
tras mes. Se ha tenido que comprar ropa nueva varias veces. Se hace evidente
que será un hombre muy guapo. Ella le escribe otra nota. «Ejercicio. Sé quién
eres, y me voy a asegurar de que lo haces. Nos veremos en algún momento,
mi adorable lamedor, mi futuro Adonis. Sé lo duro que ha sido, pero no
permitas que se preocupe la polla Robin. De Mamá con cariño…»
Un año y medio después. Cuando el que antes era un hombre gordo viene
a almorzar, hay una vieja balanza junto a la mesa. La nota que hay en el
espejo reza: «Ponte encima, amado. Mamá quiere comprobar tu peso…» Él
mira a su alrededor. No hay nadie. Hace lo que le han dicho. La aguja salta,
oscila a un lado y otro, y luego se detiene en el noventa. Dos kilos más y todo
habrá terminado. Come y se limpia la cara. Mamá rompe el silencio. «Te
quedan dos, mi adorado. ¡Date prisa! Mamá no puede esperar.»
Finalmente, llega el día. Mi hombre está delgado y en excelentes
condiciones físicas. Mamá le espera. Se sienta a la mesa, vestida de punta en
blanco. Está bebiendo un vaso de vino, con las piernas cruzadas y una falda
hasta las rodillas. Él da la vuelta a la esquina y la ve. «¡Tú!», dice atónito.
«¿Quién si no?» Mamá deja el vaso en la mesa. (Mamá ha sido su
compañera de footing desde que comenzó el programa de ejercicios. Ávida
observadora de entrepiernas, se asegura de que sus encuentros terminen con
una mirada a la suya. Nunca le deja hasta que tiene una erección gigante.
Forma parte de su filosofía. Mamá hace cuerpos fuertes en todos los
sentidos.) «¿Crees que te iba a dejar suelto? Me encanta ser tu fantasía
mientras almuerzas. Tú vienes a Mamá, pero Mamá llega primero.»

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Mama le da unas palmadas en su erección. «Vamos. Tenemos reservado.»
Se lo lleva del brazo. Van a almorzar (ensalada; ¿qué, si no?). A la hora
del postre, mientras él come pastel de queso, Mamá toma «sus dulces» debajo
de la mesa… Mamá siempre vigila su propio peso. Tú también puedes
comerte «tu pastel».

De Mamá con cariño.

Martha
Tengo diecinueve años, me he graduado en el instituto y actualmente
estoy cuidando de una abuela inválida. Tengo el pelo negro, los ojos azules,
mido un metro sesenta y cuatro centímetros y peso sesenta y cinco kilos.
Suelen decirme que soy excepcionalmente bonita, pero nunca he juzgado mi
propio aspecto. Un amigo íntimo me describió una vez como una «amazona
reticente», un cumplido que aprecio.
Sólo he tenido relaciones sexuales dos veces, siempre con el mismo
hombre. Las dos veces me encantó, y si viera a ese hombre más a menudo
(nos separan veinte kilómetros), estoy segura de que follaríamos siempre que
tuviéramos ocasión. Me masturbo a menudo; al menos cuatro veces por
semana. La primera vez que me masturbé debía de tener unos cuatro años.
Solía tumbarme en la cama, frotándome y acariciándome suavemente toda la
zona genital. En torno a los siete años, intenté que mi hermano pequeño me
metiera el dedo en el culo, pero no quiso. A los once años tenía un perro de
lanas al que le encantaba lamerme el coño. Durante los siguientes cinco años,
aquel perro fue mi único método de masturbación. Tenía ya dieciséis años
cuando descubrí qué era la vagina (fue cuando descubrí las velas). Recuerdo
que una vez me puse tan caliente que utilicé una salchicha congelada, pero
estaba demasiado fría y el frío apagó pronto mis fuegos genitales. Ahora,
cuando me masturbo, saco dos Playgirl muy especiales. Leo una página o dos
de escritos eróticos y luego empiezo a meterme la vela vigorosamente. He
roto más de una vela.
Cuando veo a un tío atractivo que encuentro apetecible, pienso: «Dios
mío, cómo me gustaría meterle mano a ése», pero nunca fantaseo con
desconocidos, por atractivos que sean. Sólo puedo fantasear con alguien con
quien tenga algún tipo de compromiso emocional, por nimio que éste sea;

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puede tratarse de un amigo, un vecino, un profesor. Tengo que conocer y me
tiene que gustar la persona con la que me imagino follando.
Tiendo mucho al sexo oral, y si el beso de un hombre no puede excitarme,
entonces no hay necesidad de que la relación vaya más allá. Es raro pasarse
horas y horas de sensuales caricias y besos con un superbesador sin que haya
sexo, pero si alguna mujer tiene la oportunidad, más le vale aprovecharla. Yo
sólo la he tenido una vez, y debo admitir que la sesión de besos y caricias me
dejó mucho más satisfecha que follar o masturbarme.
La idea de hacerle una mamada al hombre que quiero me pone muy
caliente. No podría hacerle una mamada a cualquiera, pero si me gustara de
verdad el tío, no tendría ni que pedirme que se la chupara… porque ya se la
estaría chupando. El hombre con el que follé por primera vez me enseñó lo
que era una mamada, y se la he chupado muchas veces. Creo que saco tanto
placer con ello como él. Creo que tragarte la corrida de tu amante te conviene
realmente en su mujer. Me encanta el olor de la polla y los huevos de un
hombre. Si aspiro hondamente, me embriagan. Siempre he querido meterle el
dedo en el culo a mi amante, pero me da miedo que lo encuentre ofensivo. Si
él me diera alguna indicación de que eso le gustaría, no vacilaría en hacerlo.
Tampoco me ha comido nunca ningún tío. Sé que disfrutaría
tremendamente, pero sólo si estuviera limpia. La limpieza en el acto sexual es
extremadamente importante para mí.
Supongo que podría decirse que soy una chica excepcionalmente caliente,
esperando que aparezca el «hombre adecuado» para poder compartir una
noche tras otra de hermoso y cariñoso sexo; pero al mismo tiempo quiero que
sea salvaje, sólo para darle un poco de sabor.
Ahora vamos a una de mis fantasías favoritas:
Doug y yo estamos sentados en el sofá, oyendo a AC/DC (un grupo muy
sexual) y fumando un par de porros. Personalmente, pienso que la hierba es
muy afrodisíaca. Estamos cogidos de la mano y dejamos que la hierba vaya
penetrando lentamente en nuestras mentes y nuestros cuerpos. No hay prisa;
queremos posponer lo inevitable. Yo vuelvo la boca hacia él, vacilante,
esperando ese importante primer beso que siempre me deja débil. A medida
que los besos se hacen más intensos, bajo suavemente por su cuello, dejando
un rastro de lo que yo llamo «chupadas de amor» (no tan fuertes que dejen
marca). Cuando llego a la cremallera de Doug, él me mete la mano bajo la
blusa y me acaricia suavemente los pezones ya erectos. Yo ya tengo su polla
rígida entre las manos, anticipando el momento en que tenga su hermosa
verga en mi ansiosa boca. Tiernamente, le acerco la cabeza a la mía para

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darnos otro beso. Luego me pongo de pie, miro primero sus ojos azules de
párpados caídos (a causa de la hierba o de la calentura, no lo sé), y luego su
maravillosa polla, que se yergue hacia mí tentadora. Me doy cuenta de que me
estoy relamiendo porque sé lo que va a pasar muy pronto. Me arrodillo junto a
él y cojo su vara ardiente entre mis manos. Le acaricio tiernamente los
huevos, y con voz ronca y susurrante le digo: «Doug, ¡dime qué quieres que
te haga!» Él me coge del pelo y acerca mi boca hambrienta a la suya.
Entonces me besa con tal abandono, con una sexualidad tan brutal, que me
corro al instante. Todo el tiempo me está pellizcando y acariciando las tetas, y
yo sigo frotando y acariciando ese hermoso pedazo de carne. Me aparto de la
lengua de Doug y empiezo a bajar, dándole besos. Le quito la camisa y le
chupo los pezones mientras sigo bajando. Le quito también los zapatos y le
tiro de los pantalones. Él alza las caderas para que yo pueda bajárselos. Ya no
puedo resistir, y me inclino para besar la cabeza de su maravillosa polla.
Doug está totalmente desnudo, y yo le dedico un striptease. Doug tiene la
polla tan hinchada que me parece que le va a estallar. Le miro, sonrío y le
digo una vez más: «Dime, Doug…» Él me contesta: «Chúpamela, Martha.
Chúpamela. Métetela en tu boquita caliente y enséñame lo mujer que eres.»
Yo me meto la punta de su polla entre mis ansiosos labios. La trato como si
fuera una especie de joya rara, digna de ser cuidada y admirada. Lo único que
me importa en este momento es darle placer. Paso la lengua, adelante y atrás,
sobre el suave y aterciopelado capullo. Mi lengua oscila sobre el borde con
malicia, y de pronto meto la punta en la hendidura. La deslizo arriba y abajo y
Doug gime en voz alta. Luego me meto en la boca todo lo que puedo sin que
me provoque una náusea refleja (por desgracia no puedo hacer «garganta
profunda»). Mi lengua acaricia y gira en torno a su verga. Le acaricio
suavemente los huevos y aparto la boca de su carne palpitante el tiempo justo
para besarlos y chuparlos. Le estoy pasando los dedos por los testículos
cuando le oigo decir: «Quiero que me metas el dedo en el culo.» Me inclino
un poco para aspirar profundamente el olor de sus sensacionales genitales. Le
envuelvo la polla con los labios una vez más y empiezo a chupársela,
suavemente al principio, pero, a medida que me voy poniendo más caliente,
no puedo evitar aumentar la velocidad. Siento que su verga palpita entre mis
labios, y tal como Doug me ha pedido, le meto suavemente el dedo en el culo.
Doug arquea la espalda de pronto, casi ahogándome, ¡pero no quiero que se
corra todavía! Mientras muevo el dedo suavemente, empiezo a sentir las
convulsiones de su polla. Sé que se está corriendo y me preparo para la
rociada. De pronto siento los calientes y espesos chorros de su semen en la

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garganta, inundándome las amígdalas con su rica y lechosa dulzura. Sigo
chupándosela hasta que noto cómo su verga se va quedando fláccida en mi
boca. Me dejo caer exhausta a los pies de Doug. Mientras recupero el aliento,
siento que Doug me separa las piernas. No hay que decir que no pongo
ninguna objeción. Cuando siento su cálido aliento en el coño, me pongo
rígida de expectación. Y cuando su lengua acaricia mi tierna vulva, no puedo
evitar lanzar un grito de placer. Enrosco las piernas en torno a su cabeza,
apretando su cara contra mi ardiente conejo. No puedo controlarlas. Él me
mete la lengua en el agujero como si fuera una polla en miniatura. Y
entonces, como si me estuviera besando en la boca, Doug me besa el coño
con toda su alma. Me corro cuatro veces antes de desplomarnos los dos,
exhaustos una vez más.
Después de recobrarnos un poco, nos sentamos, apoyados el uno sobre el
otro, y nos fumamos otro porro. Cuando terminamos, estamos listos para otro
asalto. Esta vez los besos son brutales y como de animales. Doug araña y
pellizca mis ansiosas tetas. Yo tengo los dedos entrelazados en su pelo,
cuando él me deposita suavemente en el suelo. Le agarro las nalgas,
apretándolas y pellizcándolas, intentando acercarle más a mí. Me monta
rudamente. Yo le grito que me folle con más fuerza. Tengo las piernas
totalmente fuera de control, las manos no dejan de moverse y mis dedos le
tiran del pelo y luego recorren sus hombros y le dejan marcas de arañazos en
la piel. Nuestras bocas están pegadas vorazmente. Cuando llegamos al
orgasmo al unísono, mi coño se cierra sobre la verga de Doug mientras le
sorbo el semen. Nos abrazamos con fuerza hasta que recuperamos el aliento.
Entonces le hago tumbarse boca arriba. Y en agradecimiento por la noche de
amor que acaba de darme, se la vuelvo a chupar, lamiendo suavemente los
restos entremezclados de nuestros jugos de amor. Doug no quiere ser menos y
hace lo mismo por mí. Nos vamos a la cama, pero todavía sentimos la resaca
de lo que acaba de pasar, y el sueño tarda en llegar. Hablamos abrazados, pero
de cosas sin importancia. El estar juntos crea una paz tan pura y especial que
las palabras podrían echar a perder la noche. Nos quedamos dormidos,
todavía abrazados, y cuando nos despertamos con la luz de la mañana en la
cara, seguimos entrelazados.

Maria
¡Dios mío!, qué alivio saber que hay miles de mujeres de todas las edades
que tienen fantasías, y que muchas han hecho las mismas cosas que yo.

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Tengo treinta años, llevo seis casada y tengo una hija de siete. Tuve a mi
hija con veintidós años, fuera del matrimonio. Soy norteamericana-mexicana
y fui educada en un hogar católico muy estricto, por unos padres que nunca
me hablaron del sexo. Crecí en una comunidad blanca (pequeña y racista) de
Nuevo México. La gente aquí cree que las chicas mexicanas, no importa la
edad, somos siempre «putas calentorras». Yo era la única chica de cinco
hermanos. Tengo varios años de universidad y podríamos ser considerados la
típica familia norteamericana de clase media, con una casa, niños y animales
domésticos. Estoy decidida a que mi hija crezca orgullosa de su cuerpo y que
nunca sienta repugnancia por sus funciones y olores femeninos, como me
sucedió a mí.
Quiero mucho a mi marido, y le deseo continuamente. Es sorprendente
cómo le deseo todavía después de tanto tiempo. Estoy sexualmente frustrada
porque a él no le interesa el sexo tanto como a mí. Como mucho lo
practicamos una o dos veces a la semana, si hay suerte. Además, rara vez me
corro durante el coito. Cuando me folla, se corre tan deprisa que tiene que
provocarme el orgasmo chupándome el coño, cosa que me encanta. Me
gustaría que empleara más tiempo con los juegos previos y que fuera más
imaginativo. Su falta de interés por el sexo (¿o debería decir escaso deseo de
chuparme y follarme?) me ha obligado a tener aventuras y amantes de una
noche. Me gustan mis escarceos porque tengo la impresión de ejercer un
control sobre el hombre. Le folio a base de bien y le provoco orgasmos largos
e intensos. Pero siempre me abruma la sensación de culpa.
Nunca he tenido problemas para llamar la atención de los hombres, sólo la
de mi marido. Mi marido es extremadamente atractivo, muy sexy, con una
enorme polla y una lengua maravillosa. Pero me vuelve loca cuando no me da
lo que deseo, de modo que necesito un escape.
Descubrí el orgasmo por primera vez cuando tenía cinco o seis años. Mis
padres me habían llevado a ver a mis abuelos. Yo estaba jugando en el patio
trasero y decidí jugar detrás del aparato de aire acondicionado. Mis abuelos
tenían un perro que se vino conmigo. Yo me senté y él se puso a olisquearme
entre las piernas. Recuerdo que era muy agradable, y algo me impulsó a
apartar las bragas a un lado para ver qué hacía el perro. Para mi sorpresa, él
acercó lentamente su morro cálido y húmedo a mi pubis sin vello. Su cálido
aliento me producía escalofríos, y lentamente empezó a frotar el morro en mi
humedad, ¡y se puso a chuparme! ¡El orgasmo que tuve fue increíble!
Recuerdo que me pitaban los oídos, se me nubló la vista y el clítoris me
palpitaba intensamente. Por alguna razón, sabía que no debía estar haciendo

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aquello. De pronto sentí una presencia y me di la vuelta. Mierda, era mi
abuelo, allí de pie, con una desolada y conmocionada expresión en el rostro.
Yo intenté rápidamente fingir que el perro me había mordido, pero él fue
corriendo a avisar a mi padre. Vino papá y unos minutos después me dijo que
el perro era muy sucio y hacía cosas indecentes. Yo me sentí muy
avergonzada, y todos estos años me ha atormentado haber sido sorprendida de
aquella manera. El sentimiento se fue intensificando cuando me hice mayor y
supe de qué iba todo aquello, pero yo seguí dejando que mi propio perro me
comiera.
Puedo fantasear en cualquier lugar y en cualquier momento. Pero cuando
quiero olvidarme del presente y de mi situación, me masturbo en el baño con
el agua y pienso en esto:
Me han hecho prisionera unos piratas. Tienen un barco de esos antiguos,
con grandes velas hinchadas y suelo de planchas de madera que huele a cedro
viejo. Los piratas tienen un aspecto horrible, vestidos de andrajos y con barba
de dos días. Huelen a sudor rancio y a whisky. Se acerca una gran tormenta, y
el barco empieza a crujir y a bambolearse a causa del viento y las olas. Yo
estoy atada en la cubierta a uno de los mástiles, pero con las manos y las
piernas sueltas. Llevo un vestido largo azul, con un escote muy bajo, y casi se
me salen las tetas. Me han desgarrado la falda hasta la cintura, y mis enaguas
y medias están en el suelo, en un montón a mi lado. Los sucios piratas han
formado un círculo en torno a mí. Les brillan los ojos, y se relamen
rudamente mientras deciden quién tendrá el privilegio de ser el primero.
Finalmente se deciden; le toca a un pirata gordo que babea de expectación. Se
pone de rodillas y se arrastra hacia mí. Me aparta la falda lentamente y
empieza a husmearme los muslos hasta el pubis. Su lengua húmeda lame
lentamente mis labios exteriores. Yo le oigo olisquear la erótica fragancia de
mi pubis. Entonces desliza la lengua entre los pliegues de los labios,
lamiéndome muy lentamente. Yo me quedo sin aliento. Entonces me mete la
lengua rápidamente en el agujero. ¡Y yo me pregunto cómo una dama como
yo puede responder a eso! De pronto me pone la boca entre los labios internos
y los chupa junto con mi clítoris, a un ritmo regular. De vez en cuando,
vuelve al agujero. Cuando llego a este punto de la fantasía, normalmente ya
he tenido un orgasmo. Este hombre me ha vuelto loca de éxtasis. Los hombres
del círculo tienen la polla fuera. La tormenta arrecia, y el barco se bambolea
cada vez más. Tienen la consideración de dejar descansar mi coño palpitante
antes de que se acerque un segundo pirata, con la polla en forma de gancho.
Se acerca igual que el primero, pero a éste le gotea la baba por la barbilla

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como si fuera semen. ¡Y eso me pone aún más caliente! Me separa todavía
más las piernas bronceadas y dirige su lengua caliente a mi ojete, le da
rápidos y húmedos lametones, y luego la desliza hasta mi clítoris erecto.
Mientras el barco oscila con un ritmo intenso, él me provoca un orgasmo
estremecedor. Estalla un trueno. Los hombres están gritando y
masturbándose, porque ya no aguantan más. Yo agito la pelvis
indecentemente y abro las piernas más todavía, y grito pidiendo más.
Como ves, prefiero el sexo oral, pero me gustaría que me resultara más
fácil correrme follando.

Penny
Me embarqué en el camino del sexo activo bastante pronto —eso lo puedo
decir ahora mirando atrás—, porque no tuve ninguna relación con mi madre,
de mujer a mujer. Ella nunca mostró sentimientos ni actitudes referentes al
sexo hasta hace poco, cuando aprendió a disfrutar de ello sin vergüenza. Es
que le pasé tu libro cuando yo lo terminé. Eso fue hace seis años. Después de
acudir a un consejero matrimonial y de mucha paciencia por parte de mi
padre, ahora puede explorar sus sentimientos sexuales y los de los demás sin
vergüenza.
Pero volvamos a mí misma. Siempre me ha encantado el erotismo. Una
vez encontré un libro llamado Orgía 2000 o algo así. Mis amigas y yo nos
sentamos en el patio y lo fuimos leyendo en voz alta por turnos. A mí me dio
mucha vergüenza leer en voz alta, pero me encantó la excitación sexual que
sentí. Nunca participé en juegos sexuales durante aquel período. Tal vez nos
habían enseñado a avergonzarnos de ellos. No teníamos más que ocho o diez
años. Ni siquiera supe aliviar la tensión con la masturbación hasta que cumplí
dieciséis años, aunque había vivido mucho erotismo. Mi hermano mayor, que
era demasiado joven para comprar Penthouse y Playboy, tenía toda una
colección de estas revistas en su cajón. Me las enseñó y yo le birlé unas
cuantas y me las llevé a mi cuarto para leerlas por la noche. Las fotografías
eran interesantes, pero los relatos de ficción eran maravillosos. Así que un día
intenté masturbarme y lo encontré muy agradable. Tenía orgasmos, pero no
supe lo que eran hasta al cabo de mucho tiempo. Ardía en deseos de que se
acabara el colegio para volver a casa e intentarlo otra vez.
Entonces empecé a estimularme el clítoris con la ducha. Mi madre nunca
me dijo nada, pero probablemente se preguntaba por qué tardaba tanto en la
ducha. A mí me daba miedo que me descubrieran haciendo esto, aunque no

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hacía ningún esfuerzo por disimular mi comportamiento. Deseaba haber
podido contar con otra mujer, mayor y de mente abierta, con la que compartir
aquellos deseos y aprensiones. Tal vez podría haber esperado un poco más
para descubrir quién era yo antes de tener relaciones sexuales y necesitar a un
hombre para definirme.
Ahora estoy casada, tengo veintitrés años y sigo luchando para definirme
como Penny, no como la hija o la esposa de alguien. Si ya es difícil a los
quince años, más difícil es cuando tienes la edad de mi madre.
Cuando conocí a mi marido, supo que había encontrado una mujer de
intensos deseos, y disfrutó del sexo conmigo. Yo también lo disfrutaba. No
pretendo hablar de esto en pasado. Todavía disfrutamos en la cama, y nuestra
relación sexual es plena. Pero al principio de nuestro compromiso, él era
mucho más creativo. Sabía cómo complacerme manual y oralmente. Me
mordía y excitaba, y con él experimenté las sensaciones más exquisitas.
Ahora, después de dos años de estar juntos, me confiesa que en realidad no le
gusta el sexo oral ni la masturbación. A mí me encanta el sexo oral, y si no
me masturbara, me volvería loca. Me entristece pensar que para él la
masturbación es sólo el último recurso cuando no puede disponer de una
mujer.
Se diría que después de vivir ocho meses con un hombre, lo has conocido
lo bastante para saber si es tu tipo o no. ¿Cómo es posible, pues, que haya
tardado todo este tiempo en descubrir una cosa tan triste? Ahora me da miedo
pedirle que me chupe, que es lo que más deseo. Estamos empezando a caer en
un abismo de aburrimiento. Estoy desesperada y tengo que hacer algo. El
sexo es lo más importante en mi vida, pero también quiero a mi marido.
Ésta es una de mis fantasías más excitantes:
Estoy en una mansión, vestida con un traje de noche de ancha falda y
ajustado corpiño. Tengo los pechos abultados por el corsé. Es un baile, y
estamos todos bailando. Yo estoy sentada a una mesa con varias parejas,
enzarzada en una conversación superficial. De pronto, siento una mano suave
y unos labios recorriéndome el muslo. Intento no dar señales de que hay un
intruso debajo de la mesa, pero las sensaciones me dejan húmeda
inmediatamente. Mi desconocido amante es cada vez más ardiente en sus
caricias, y yo abro las piernas todo lo que puedo para que meta la cabeza
mientras me besa los muslos y me acaricia el coño, ahora tembloroso y
mojado. Me parece que voy a gritar mientras el hombre me acaricia debajo de
la falda, y en ese momento veo que un hombre de la mesa y su compañera se
han dado cuenta. Me dicen que no tenga vergüenza y que disfrute. Se levantan

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y se ponen a acariciarme suavemente los pechos. Yo suspiro, mientras el
hombre de debajo de la mesa empieza a besarme el coño húmedo, suavemente
al principio y luego con más ardor. Yo gimo, y mis amigos se inclinan para
besarme los pezones. Yo estoy en éxtasis, y entonces me excito todavía más
al sentir que me mete en el culo un dedo empapado de mis jugos vaginales.
Su lengua me estimula el coño y el clítoris hasta que yo grito: «¡Fóllame, oh,
por favor!» Me siento en el suelo y él se saca una maravillosa polla erecta
para que todos la vean y admiren. Al tiempo que él me taladra me monta otra
mujer, que me pide que le chupe el coño. Yo obedezco mientras me follan y
otro hombre me acaricia las tetas. Y nos corremos uno detrás de otro entre los
aplausos de la multitud.

Lydia
Me llamo Lydia, tengo veinticinco años, y soy una mujer negra, de clase
media y soltera. Desde que me dejó mi novio, he tenido diversas y excitantes
fantasías sobre él. Antes de conocerle nunca había tenido fantasías. Bueno, sí,
pero los personajes no tenían cara ni nombre, ni yo obtenía mucho placer. ¡Si
él supiera lo que se está perdiendo…!
Estamos en mi cama, totalmente vestidos, besándonos locamente y
abrazándonos con fuerza. El beso francés —él es muy bueno en eso— es una
de las cosas que me enseñó. Cuando intento desnudarle, me susurra que
espere. Me quita el ceñidor del vestido y me propone vendarme los ojos con
él. La perspectiva es excitante, pero me da un poco de miedo. ¿Qué va a
hacer? Finalmente acepto, y él me lo pone en torno a la cabeza. Me pone algo
por la zona de la nariz para que no pueda ver por debajo. Cuando estoy
totalmente cegada, empieza a desnudarme. Sus dedos se pasean por mi piel,
dejando fieras huellas a su paso. Es muy excitante no saber dónde me va a
tocar. Me pasa las manos por los brazos y me los coloca sobre la cabeza.
Siento algo frío en las muñecas y oigo un ruido metálico. De pronto me
sobresalto al darme cuenta de que me ha esposado a la cama. Pero oigo su
voz, que me dice que no va a hacerme daño. Me pasan los pensamientos más
salvajes por la mente. Ya no tengo ningún miedo, pero mi curiosidad y mi
deseo son casi incontrolables. Me desabrocha la blusa y pasa los dedos por
mis pezones desnudos hasta que se ponen duros. ¡Oh, hace daño, pero es un
dolor exquisito…! Con un hondo gemido, arqueo la espalda hacia él para que
los coja con la boca. Él me empuja, rechazando mi necesidad. Salvo su
respiración, ni siquiera puedo oírle. Me ha estado tocando muy suavemente, y

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de pronto me coge las bragas con los dedos y me las arranca. La violencia es
tan inesperada que me quedo sin aliento. Me abre las piernas todo lo posible y
luego me acaricia los muslos de arriba a abajo con los dedos. Me coge los
tobillos y me los ata al otro extremo de la cama. Estoy totalmente indefensa.
Las ataduras me permiten moverme un poco, pero sólo lo justo para agitarme
en vano debajo de él. El controla la situación; yo no puedo hacer nada para
detenerlo. Durante unos minutos, se entretiene en lamer y chupar distintas
partes de mi cuerpo. Yo contengo el aliento y gimo. La cama se mueve debajo
de mí. El sale de la habitación. No sé lo que va a hacer, pero me hormiguea la
piel como si me hubiesen vertido ácido en los nervios. Espero impaciente que
vuelva, pero me resisto a llamarle. Enseguida siento su presencia junto a mí;
ha entrado sin que yo le oiga. Extiende algo frío sobre los pechos y el vientre
(¿mermelada?, ¿nata?, ¿salsa mayonesa?) y luego lo va lamiendo lentamente.
Cuando se agacha entre mis piernas, siento su piel desnuda, pero no sé si está
desvestido del todo. Me agarra las nalgas con las dos manos, me alza la
cadera y me pone la boca sobre el coño húmedo. Yo grito y me agito de tal
modo que casi me suelta. Pero él aguanta y mete la lengua en mi raja caliente.
Yo alzo el cuerpo hacia él, todo lo que me permiten las ataduras. Tan pronto
hunde su lengua dentro de mí, acariciando mis paredes internas, como
acaricia y juega con mi clítoris con la punta de la lengua o me lame los labios
externos. ¡Oh, Dios mío, es demasiado! Podría correrme en cualquier
momento, pero él se detiene antes de que yo termine. Le suplico que me deje
terminar; deseo su polla, deseo tener dentro de mí su largo y duro miembro.
La desesperación me hace agitarme vanamente y maldecir como un marinero.
Él se pone encima de mí y me besa fieramente en la boca, pero retrocede al
cabo de un momento, torturándome de nuevo. De pronto siento algo en mi
coño empapado. Me penetra lentamente, haciéndome gemir. Parece… no, no
es. Enseguida sé que no es su polla, sino otra cosa, dura y rígida también,
aunque cede un poco. Contengo el aliento y me estremezco, porque es más
grande que su polla. Lenta, inexorablemente, me la va metiendo. Mi cuerpo
comienza a agitarse una vez más. Estoy tan caliente que el placer es bien
recibido, sin importar su fuente. Su chupada me ha dejado tan mojada que el
objeto se desliza hacia dentro con un mínimo de dificultad. Pero cabe tan
justo que la sensación está en el umbral del dolor, aunque no llega a
atravesarlo. Él deja de empujar y me pregunta si me duele; yo apenas tengo
voz para decirle que siga. «No te pares —suplico—, por favor, no te pares.»
Retira el objeto lentamente y me lo vuelve a meter de golpe en el coño. De
nuevo se me arquea la espalda como si se fuera a romper. Yo grito de éxtasis

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y mi cuerpo sacude la cama con sus espasmos. Ahora que ha visto que esa
cosa me cabe entera, la utiliza como si fuera un auténtico pene. La mete y la
saca, la mete y la saca. En un momento, la saca y juega con la punta en torno
a mi clítoris y los labios externos (¿qué es?). Cuando grito que me voy a
correr, me la deja dentro y se tumba sobre mí, abrazándome con todas sus
fuerzas. Me cabalga y acaricia mi cuerpo suavemente mientras yo me quedo
temblando en sus brazos. Pero todavía no me desata. Vuelve a utilizar los
dedos, sacándome el objeto del coño. Al sentirlo salir tengo que apretar los
dientes. Siento que el deseo crece de nuevo como una marea; él advierte mi
reacción y presiona las dos manos contra mi anhelante coño. Siento sus dedos
pegajosos extender mis jugos sobre mis pechos. Y me lame las tetas
vorazmente, casi mordiéndolas en su ansiedad de saborearme. Susurra que
quiere beber todos mis jugos: los vaginales, la saliva, el sudor. Yo no puedo
creer lo que estoy oyendo. Ahora está listo, y me mete la polla, la polla
auténtica. Me monta, a veces irguiéndose, a veces aplastando todo el cuerpo
contra mí. Nos estrechamos uno contra otro. Su cuerpo está ahora más
prisionero que el mío. Entrelaza sus piernas con las mías y me gime al oído.
Palabras sin sentido, suspiros, hondos gemidos, obscenidades, todo mezclado
con ruegos para ayudarle a llegar. Algunas palabras son mías, pero no sé
cuáles. La oscuridad en la que he estado desde el principio ya no importa; es
como si siempre hubiese sido así, un desconocido sin rostro suplicándome, a
merced de mi cuerpo. Está a mi merced, porque tiene que embestir mi cuerpo
anhelante, tiene que contrarrestar mis movimientos impedidos. Mi
imaginación pinta su cuerpo, sus tensos músculos, sus rasgos sudorosos, la
boca abierta y las prietas nalgas. Con una embestida final y un grito rasgado
se corre y se corre y se corre. Sus brazos se cierran en torno a mí en el
momento del clímax, y yo también me corro; mi voz es tan ronca que ya no
puedo gritar, sólo gemir. Aunque su tormento ha terminado, parece que el
chorro de semen no acabará nunca. Pero termina lentamente. Y también
lentamente me desata y me frota tiernamente las muñecas y los tobillos.
Las sábanas están retorcidas y manchadas de sudor, pero no nos importa.
A veces me lo imagino haciéndome el amor sólo con palabras. Tengo los
ojos tapados también y estoy desnuda, pero de pie. Él, vestido aún, camina en
estrechos círculos en torno a mí, a veces tocándome y a veces no.
MlKE: Tienes las tetas preciosas. (Me las coge por detrás). Me encanta
cogerlas, son como frutas cálidas y maduras… ¿Melocotones? ¿Caquis? (Yo
intento reclinarme contra él, pero me rechaza). No te muevas, no te he dicho
que te muevas. Quédate quieta. Tienes pelitos en torno a los pezones, ¿lo

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sabías? Seguro que pensabas que no me había dado cuenta. Cada vez que los
beso, se me quedan pelos en los dientes. (Risa). ¿Te hace gracia? ¿Qué te
parece esto? Te voy a pellizcar las tetas, te las voy a lamer por todas partes,
sobre todo tus peludos pezones. Voy a quitarte los pelos con los dientes, hasta
que no queden más. Te los voy a apretar tan fuerte con los labios que te vas a
creer que te los arranco de un mordisco. Eso te gustará, ¿eh? Ya veo que sí;
estás temblando; tu corazón martillea bajo mis manos. A lo mejor no lo hago,
a lo mejor empiezo a jugar con tu ombligo. Me gustaría meter la lengua en él
y agitarla. Tienes el ombligo más excitante que he visto, es tan profundo que
es como otro coño. Me gustaría meter la polla en él. Tal vez lo haga, si eres
buena. Sientes mi polla detrás de ti, ¿verdad? Está dura como una piedra,
cariño, suplica piedad. La quieres dentro, ¿no? Venga, dilo. Pídela.
YO: (Susurros.) Sí. Por favor.

Bets
Soy una calentorra y me encanta leer sobre experiencias sexuales y
fantasías.
Me encanta masturbarme y lo hago a menudo. Me estoy poniendo caliente
y mojada sólo con escribirte. Nunca pensé que escribiría mis propias fantasías
y experiencias sexuales.
Soy blanca, tengo cincuenta años, soltera y virgen, y me encanta jugar con
mis tetas y mi clítoris.
Cuando tenía siete años, un vecino y yo nos exploramos los genitales
mutuamente. A él le encantaba meterme el dedo entre los labios vaginales y
hacerme cosquillas ahí. Encontramos muchos rincones secretos donde él
podía jugar con mi clítoris.
Cuando estaba en la universidad, descubrí la masturbación. Aprendí a
estimularme las tetas y el clítoris. Encontré el botón mágico y me llevaba
hasta el éxtasis. Me excitaba verme masturbarme en un espejo. Por fin me
sentía una mujer.
Y ahora mi fantasía:
Voy en un autobús, y un hombre se sienta a mi lado. Saca un Playboy y
me deja mirar las fotografías de desnudos. Yo estoy cada vez más mojada. Él
se inclina y me pregunta si puede ponerme la mano en el coño. Yo le digo que
sí, y él me mete la mano por el pantalón y por debajo de las bragas.
Me acaricia los pelos del coño y suavemente se mete dentro. Me mete el
dedo en la vagina y empieza a estimularme el clítoris. Mete la otra mano por

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debajo de mi blusa y me saca la teta y me pellizca el pezón, y yo me corro
fácilmente. Entonces saca la mano y se chupa los jugos de los dedos, uno a
uno. Yo estoy loca de deseo.
Paramos a almorzar, y corremos a un lavabo de la gasolinera. Él se quita
los pantalones y me quita también los míos rápidamente. Se inclina sobre el
lavabo y me la mete por detrás. Es un experto en contenerse.
Me folla durante más de diez minutos. Me estimula con pericia el clítoris,
de modo que los dos nos corremos en una explosión. Luego me sienta en el
retrete, me abre las piernas y me chupa, cada vez más deprisa. Su lengua es
mágica. Entra y sale de mi vagina. Yo me corro una y otra vez. Me estoy
volviendo loca. Estoy en la gloria. Se termina el almuerzo y volvemos al
autobús.
Otra fantasía tiene que ver con salchichas. Después de una barbacoa en
casa de unos amigos, las salchichas que quedan se enfrían, y decidimos
probar qué se siente metiéndonoslas en la vagina. Nos la metemos por turnos,
y finalmente nos las sacamos y empezamos a comérnoslas. Nunca lo he
hecho, pero qué placer sería.
Creo que el sexo y todo lo que estimule el deseo sexual contribuye a que
estemos sanos y bien. Cuanto más me masturbo, mejor me siento. Me he
masturbado dos o tres veces mientras pensaba en qué escribir, y ahora estoy
tan mojada que no puedo esperar para meterme los dedos entre los labios y
explorar ese lugar oculto y glorioso.
No he sentido la necesidad del coito con un hombre, pero si se da la
posibilidad, mi coño está dispuesto y ansioso por recibir su pene.

P. D.: Me siento muy bien al compartir mis experiencias y fantasías


sexuales contigo. Me siento muy libre, muy mujer. La masturbación es
estupenda.

Daisy
Tengo treinta y cuatro años, peso varios kilos de más, estoy casada hace
diez años y tengo tres hijos de ocho, seis y tres años. Mi marido es el segundo
hombre con el que me he acostado. Ni mi primera experiencia, a los
diecinueve años (con un aborto a los veinte), ni mi marido han podido
hacerme llegar al clímax. No tuve un orgasmo hasta que nació mi tercer hijo,
cuando decidí ponerme un vibrador en el clítoris. Casi se me va la cabeza. Lo

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he estado utilizando desde entonces. He intentado la masturbación vaginal
(con los dedos, pepinos, mangos de martillo, bastones, etc.), pero nada.

Fantasía 1
A la vuelta del supermercado, unos desconocidos me raptan y me llevan a
una lujosa mansión. Después de seis meses de ejercicio forzoso y régimen
obligado, con cirugía plástica para completar el trabajo, me convierten en una
hermosa puta de lujo para un hombre que celebra orgías día y noche. Al
principio, dejo que me folle todo el que quiera, ya que no siento nada con
nadie. Entonces alguien se da cuenta de mi problema y me practica una
operación menor de vagina, reconectando mis terminaciones nerviosas. Lo
que sucede entonces me hace mojarme con sólo pensarlo. La primera vez que
salgo, después de la operación, tengo una experiencia enloquecedora. El
amable doctor decide ponerme en contacto con mis nuevas sensaciones.
Después de quitarme el vestido (no se me permite llevar ropa interior), me
tumba en la cama y me acaricia el cuerpo muy suavemente. Me dice que me
quede quieta, y yo le dejo hacer. Me estruja los pechos y luego los chupa
hasta ponerlos duros. Va bajando por mi cuerpo hasta llegar al coño. Me abre
suavemente los labios y explora con los dedos. Cuando me tiene toda mojada,
baja la cabeza y empieza a besar, chupar y lamer el clítoris hasta que yo grito
de éxtasis. Yo me muevo y me agito muy impaciente. Él acerca la polla muy
lentamente a la abertura de mi coño y me penetra con extrema ternura. Ahora
tengo sensaciones que no había experimentado antes, y estoy a punto de morir
de éxtasis. Él se sigue moviendo dentro de mí muy suavemente, de modo que
me provoca un orgasmo casi con cada movimiento. A medida que me
acostumbro a estas sensaciones, él empieza a meterla más hondo y con más
fuerza, y finalmente nos corremos a la vez en una explosión. Yo estoy
exhausta y me quedo dormida. Cuando me despierto, veo que me han puesto
sobre una magnífica mesa de comedor como centro durante una fiesta. Los
hombres me follan durante toda la noche. La siguiente noche es la noche oral,
y yo les hago mamadas, y ellos me chupan y lamen. Finalmente llegamos a la
«Noche de las damas». La idea de hacerlo con otra mujer me da náuseas, pero
me aseguran que no tendré que hacer nada, sino que me lo harán a mí. Mi
primera experiencia con una mujer es deliciosa. Al ser mujer, sabe lo que me
gusta, y me lleva a unas alturas que no he conocido antes. Me separa
tiernamente los labios y explora con los dedos cada pliegue y grieta de mi
coño. En unos segundos, tiene los dedos empapados con mis jugos, y me frota

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con ellos el clítoris y el ano. Sigue acariciándome el clítoris con el pulgar,
mientras me mete el dedo en la vagina. Empapa la otra mano en mis jugos y
me masajea el ano. De pronto me mete dos dedos. Yo grito de dolor,
diciendo: «Tengo que cagar», pero en lugar de cagar, sólo siento placer. Con
los dedos todavía metidos en el culo, empieza a comerme el coño con su
lengua experta, chupando, lamiendo, mordiendo. Su larga lengua entra y sale
de mi vagina. Después de muchos orgasmos, le grito que se detenga porque
ya no puedo más. Entonces descubro que puedo dar lo que he recibido, y
estoy dispuesta a llevarla a ella a las mayores alturas del éxtasis. Lo hago
durante toda la noche. Mi fantasía suele terminar aquí porque tengo que sacar
el vibrador para aliviarme.

Fantasía 2
Estoy atascada en un ascensor con otra persona, un psiquiatra muy guapo.
Pasamos mucho tiempo charlando, y poco a poco llegamos al problema de mi
incapacidad de tener orgasmos. A él le parece que es cuestión de saber follar.
Se ofrece a enseñarme. Nos desnudamos rápidamente y empezamos a hacer el
amor. Yo estoy comprensiblemente nerviosa, porque tengo miedo de quedar
decepcionada otra vez. Él me acaricia con cuidado el coño y me trabaja el
clítoris hasta que me corro, y antes de que pueda recuperar el aliento me dice
que me ponga a cuatro patas, y penetra en mi vagina, apuntando justo al
punto G, mientras yo contengo el aliento y el coño se me hace agua. Él se sale
antes de que nos corramos y me mete la polla en el culo —¡es magnífico!—,
y de nuevo, antes de que nos corramos, la saca y me la vuelve a ensartar en el
coño; al cabo de unos minutos nos corremos juntos con grandes orgasmos.
Nos vestimos rápidamente, exhaustos, y el ascensor empieza a moverse.
Cuando se detiene, salimos como si nada hubiese pasado.

En cuanto a mi historia sexual, recuerdo vagamente que una amiga y yo


jugábamos en su casa cuando yo tenía diez años. Recuerdo que
experimentábamos la una con la otra metiéndonos lápices en la vagina,
frotándonos Vicks Vaporub en el clítoris, que se quedaba tenso y palpitante.
También nos pellizcábamos el clítoris. No recuerdo si nos corríamos, pero era
muy agradable. Más tarde, ya más mayor, jugaba conmigo misma, pero nunca
he hecho nada con una mujer. Mi marido me chupa algunas veces, pero no

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durante mucho tiempo, porque no le gusta el sabor ni el olor. En cambio, le
encanta que yo le haga mamadas.

Erica
Llevo veinticinco años felizmente casada con un hombre muy torpe, de
modo que fantaseo mucho, cosa que me ayuda a excitarme antes de la
relación sexual. La única forma de llegar al clímax es con el sexo oral, que a
mi marido le gusta, de modo que me tiene satisfecha. Su impulso sexual es
muy bajo, de modo que muchas veces me chupa hasta que me corro y luego
se echa a dormir; o me acaricia con los dedos y me come el coño antes de irse
a trabajar. Por la noche también jugamos a «amamantarnos», y me chupa los
pechos siempre que quiero. Nuestros tres hijos están en la universidad, lejos
de casa, y ahora podemos disfrutar de intimidad y libertad. Después de la cena
nos duchamos juntos y luego vemos algún programa de la tele, mientras él me
chupa los pechos (durante los anuncios y los ratos aburridos) y yo le acaricio
la polla. No hay que decir que me gustan los fines de semana y las
vacaciones.
Siempre me ha dado vergüenza mencionar esto, pero cuando se me
empezaron a desarrollar los pechos, cuando tenía diez años, mis dos hermanos
me los acariciaban y chupaban (nos educaron duchándonos y bañándonos
juntos). Nunca me follaron con la polla, pero practicábamos el sexo oral.
Hasta que fui a la universidad, siempre tuve miedo de que, al estimularme los
pechos y el clítoris, creciera el tamaño de mis pechos y mi necesidad de sexo.
Esta es sólo una de mis múltiples fantasías:
Salimos de la ducha y él se arrodilla, me abre los labios del coño y pasa la
lengua por mis genitales, adelante y atrás, adelante y atrás… Vamos al
dormitorio. Yo estoy de pie frente al espejo, y él contempla por encima de mi
hombro la imagen de mis grandes pechos a lo Dolly Parton, mientras desliza
la mano arriba y abajo por mi vientre, me acaricia las tetas en torno a los
duros pezones, me pone la mano bajo los pechos para alzármelos y me
pellizca los pezones con los dedos… Luego baja sus grandes manos hasta mi
coño y lo abre y lo cierra, lo abre y lo cierra. Todavía detrás de mí, se
arrodilla y me chupa y acaricia las nalgas y la raja, mientras me acaricia la
parte interna de los muslos y la entrepierna. Luego me da la vuelta, me abre
los labios del coño y me chupa de nuevo los genitales, pasando la lengua de
arriba abajo, de arriba abajo… lamiendo sin cesar. Se levanta lentamente y
me chupa los labios y me besa… Yo le succiono la lengua. Él se sienta en un

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taburete alto, poniendo la boca al nivel de mis tetas. Vuelve a señalar el
espejo, y yo miro, mientras él empieza a lamerme los pezones. Me acaricia
los pechos y los junta suavemente, y luego, con la lengua plana, me lame un
pezón, moviendo la cabeza arriba y abajo. Luego va al otro pezón y me lo
lame también arriba y abajo, arriba y abajo, mientras su saliva me cubre el
pecho y se desliza muy lentamente hacia mi vientre. Luego va de uno a otro
pezón, chupándolos alternativamente durante una eternidad, hasta que tengo
las tetas hinchadas y palpitando de placer y excitación. Me oigo suplicar:
«¡Por favor succiónalas, succiónalas, succiónalas, por favor…!» Él se mete el
pezón en la boca y succiona, mientras pasa la lengua alrededor. Lleva la boca
al otro pezón, pero sigue acariciando con los dedos el que ha dejado. Me los
chupa y frota sucesivamente, mientras con la otra mano me acaricia la parte
interna de los muslos, hasta que por fin, por fin, un dedo se desliza en mi coño
caliente, unos cinco centímetros… y se mueve, dentro y fuera, dentro y fuera,
y en torno a la abertura. Advierte mis temblores y me hace sentar a los pies de
nuestra cama baja de gran tamaño. Luego se arrodilla entre mis piernas
abiertas. Me lame y succiona las tetas un largo rato antes de reclinarme en
unos cojines, tocándome los hombros y moviéndose para mirar en el espejo, o
bajando la vista para ver lo que va a suceder a continuación. Me pone las
manos en torno a los tobillos, me levanta las piernas, dobladas por las
rodillas, y me las abre del todo. Se relame los labios, saca la lengua rígida y
afilada y me empieza a follar el coño con ella, metiéndola y sacándola…
metiéndola y sacándola, y luego dando vueltas y vueltas, y luego metiéndola
hasta el fondo y agitándola, hasta que la sustituye con un dedo y utiliza la
lengua para chuparme el clítoris. Con la otra mano pasa sobre mi vientre y
empieza a pellizcarme el pezón entre dos dedos. Siento una corriente eléctrica
desde el pezón al coño y del coño al pezón… ¡Es maravilloso! Cuando no
puedo soportarlo más, grito: «¡Por favor, chúpamelo!» Y él empieza a
follarme con el dedo, y a pellizcarme el pezón y a chuparme el coño
simultáneamente. Después de sesenta segundos (sesenta maravillosas
chupadas), siento en mi cuerpo al menos cien mil alas de codorniz levantando
el vuelo mientras me corro, él me sigue metiendo el dedo, pellizcando,
acariciando y chupando. Le suplico que me deje descansar un momento, y me
alza por los brazos para sentarme, y me succiona y acaricia las tetas. Entonces
nos levantamos, nos besamos, y él se sienta en la cama y se reclina sobre las
almohadas con su polla grande y gorda erecta y palpitante… Por mi mente
pasa la expresión «sexualmente activa». Me arrodillo ante él y le acaricio la
parte interna de los muslos, y empiezo a lamerle los huevos muy suavemente,

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besándolos y succionándolos, y luego le chupo la polla desde la base hasta la
punta, que acaricio en círculos con la lengua… Lenta, muy lentamente, bajo
hasta la base de su larga polla, para regresar sin prisas a la punta. Empiezo a
chuparle el caliente capullo, y sigo lamiéndolo, dejando correr la saliva por
todas partes, hasta que él gime: «Cariño, por favor, succiónala, succiónala.»
Yo abro los labios mucho más y me meto su gruesa polla todo lo que puedo y
empiezo a succionar y succionar, hasta que le vacío.
Cuando vuelvo del baño, veo que está dormido en la cama, de cara al
espejo. Su polla, antes gruesa y palpitante, está fláccida, como un gordo dedo
sin hueso. Me meto en la cama lentamente para no despertarle… esta vez con
la cabeza hacia los pies de la cama. Me tumbo de lado, me meto su polla
fláccida en la boca y también me quedo dormida. De repente, siento que me
levantan las piernas y me meten una almohada doblada entre las rodillas para
mantenérmelas abiertas. Me abre el coño con los dedos otra vez y me mete la
lengua, y, entrelazados de este modo, volvemos a dormirnos. Cuando me
despierto, le estoy chupando y succionando la polla, y él me está pasando la
lengua por los genitales y succionando también. Me dice que me ponga a
gatas para que pueda chuparme mis grandes tetas colgantes, cosa que me
gusta increíblemente. Mientras me chupa, me mete el dedo en el coño jugoso;
se incorpora de pronto y empieza a follarme por detrás. Tengo el culo en
pompa y la cabeza apoyada en la cama, y estoy de cara al espejo, de modo
que puedo ver cómo su polla húmeda entra y sale de mi coño caliente. Se
detiene un momento y me acaricia las tetas y me estimula el clítoris… y
vuelve a entrar y salir lentamente… lentamente. Luego se tumba boca arriba,
y yo monto sobre sus caderas y subo y bajo sobre su polla mientras él mira…
arriba y abajo… arriba y abajo, hasta que me inclino y apoyo los pezones
duros sobre su pecho. Luego giro hacia sus pies, todavía a caballo sobre sus
caderas, e inclino el tronco hasta descansar los hombros y los pechos sobre
sus piernas. Me muevo arriba y abajo sobre su polla, mientras él la ve entrar y
salir… entrar y salir… arriba y abajo. Me acaricia las nalgas mientras yo
aumento poco a poco la velocidad, hasta que tengo un orgasmo vaginal
atronador. Normalmente puedo llegar al clímax mientras él me chupa y
acaricia el clítoris, pero a veces puedo alcanzar el orgasmo también en esta
posición. Me levanta y me folla en la postura del misionero, hasta que se
corre y grita que se está corriendo. Después, nos tumbamos cara a cara, y él
me chupa los pezones y me mete el dedo en el coño, que está cubierto de su
corrida, hasta que nos dormimos. Me despierto al amanecer y voy al baño, y
cuando vuelvo nos tumbamos en posición de «sesenta y nueve» y nos

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«amamantamos» el uno al otro hasta la mañana. Este juego de «amamantar»
se ha practicado en la familia durante generaciones. Es una forma tranquila e
íntima de dormir, que te hace sentirte amada y lista para poder chupar y
succionar y follar otra vez.

Tara
Mi fantasía favorita es muy detallada y elaborada, y me moriría feliz si
pudiera encontrar al hombre que la satisficiera. En la realidad, me he hecho
esto cientos de veces, generalmente cada dos fines de semana, cuando me
quedo en casa sola y tengo por lo menos dos horas libres. Una vez me pasé
cinco horas masturbándome antes de dejarme llegar al orgasmo. Durante ese
tiempo, hablo en voz alta, diciendo tanto mi parte como las palabras de mi
amante. Utilizo dos tipos de vibrador: uno gordo, de veinticinco centímetros,
para excitarme el clítoris y metérmelo por el culo mientras me acerco al
orgasmo, y otro grande, en forma de U con pequeños bultos de fricción, que
utilizo cuando por fin me corro. Una punta me la meto en el culo y la otra en
el coño. No sé por qué me ha llegado a gustar el sexo anal, pero me gusta de
verdad. Durante esta fantasía, me hago muchas fotos Polaroid. Mis favoritas
son las que me hago con las piernas separadas y en el aire, el coño abierto, y
el vibrador de veinticinco centímetros metido en el culo, con crema blanca
rezumando alrededor. Siempre me masturbo en el suelo, delante de un espejo
de cuerpo entero para poder verme el ojete todo el rato. Pero basta… ¡Vamos
a la fantasía!
En mi fantasía, finjo que no me gusta el sexo anal. Lo que deseo son
suaves y dulces caricias y que me chupen el clítoris hasta que me corra. Mi
amante lo hace de maravilla, pero a él le encanta el sexo anal, y no me da lo
que yo deseo hasta que al final yo accedo a que me folle por el culo. Una
noche, después de cenar, estoy excepcionalmente caliente y empiezo a
arrimarme a él en el sofá. Él sugiere que me dé un baño de espuma, y dice que
luego se unirá a mí y me obsequiará con una noche inolvidable si permito que
me dé por el culo. Finalmente accedo, y ciertamente me da un trato
superespecial, y cuando finalmente me corro, es como un castillo de fuegos
artificiales.
Me sigue acariciando y abrazando mientras me recobro. Finalmente, es su
turno; me hace tumbarme de lado, con las rodillas dobladas en el pecho, y se
marcha un momento. Al cabo de un rato vuelve con un tubo de vaselina y
guantes de goma. Me dice, mientras se pone los guantes, que me abra las

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nalgas con las manos. Luego me pide que empuje como si fuera a ir de
vientre. Cuando lo hago, me mete en el culo el dedo corazón, untado de
vaselina, hasta el fondo. Mi esfínter se cierra, y él deja la mano quieta. De
pronto, empieza a mover el dedo de dentro afuera, y me dice disgustado que
estoy «llena». Yo le juro que he ido de vientre antes, pero él replica que no
puede meterme toda su polla a menos que me limpie, de modo que vamos al
baño. Me echo en el suelo, a gatas, con el culo alzado, y dejo que me ponga
una lavativa. Me llena varias veces, hasta que el agua que sale disparada de
mi culo a la taza ya no contiene mierda. Volvemos al dormitorio y él
«prepara» la cama con una sábana de plástico y varios pañales absorbentes
apilados, donde yo tendré el culo. Yo me dispongo a tumbarme, pero él dice
que no está preparado y saca del armario su «armazón» casero. Yo le suplico
que no lo utilice, pero no me hace caso. Es un armazón que se asienta en el
suelo, pero se arquea sobre los pies de la cama. Me ata las piernas a los
estribos y luego aparta el armazón un poco para separar mi culo de la cama.
Me pone una almohada bajo las caderas para que esté cómoda. Ahora se
sienta en una silla a los pies de la cama, con los ojos al nivel de mi ojete. La
altura es perfecta, de modo que cuando está listo para meterme la polla, no
tiene más que levantarse. Yo le suplico que no utilice el armazón, y le
prometo hacer todo lo que él me diga. Pero él me recuerda que la última vez
que follamos a lo perro yo no mantuve el culo alzado el tiempo suficiente. Yo
me echo a llorar, y él me consuela y me promete ser suave y utilizar sólo un
poco de crema para lubricarme. Empieza a acariciarme el clítoris con el dedo
y a morderme los pezones, y pronto estoy caliente otra vez y me tumbo en la
cama. Entonces él me levanta las piernas y me ata. Estoy cómoda, pero
totalmente a su merced, con el coño y el culo abiertos por completo y sin
poder moverme. Una pantalla me impide ver nada de lo que está haciendo.
Tampoco puedo cubrirme con las manos. Él se marcha de la habitación y
vuelve con un carro con todos sus «objetos» y lo pone junto a su silla. Yo veo
que contiene varios litros de loción blanca y me entra el pánico. Le digo que
me ha prometido no hacer eso, pero él me responde suavemente: «Pero nena,
tú sabes qué es lo que necesita papá, y si haces todo lo que te diga en lugar de
oponerte a mí, te gustará.» Empieza a sobarme las nalgas y a chuparme el
clítoris para excitarme otra vez. Luego me abre más el culo y me dice que
empuje. Cuando lo hago, me mete la lengua en el agujero. De vez en cuando
me pone un vibrador justo encima del clítoris para mantenerme excitada, pero
siempre lo retira antes de que me pueda correr. Le oigo poner crema en un
bote más pequeño que tiene una punta estrecha en la boca. Me vierte un par

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de gotas en el ojete, y yo contengo el aliento porque está frío como el hielo.
Ha tenido la crema en la nevera del garaje varios días. Me extiende un poco
de crema y me mete un dedo en el culo. Lo saca, me acaricia el ojete con dos
dedos y me dice que empuje. Cuando lo hago, me mete un centímetro del
tubo de cinco centímetros en el ano y me dice que lo «aguante» y que apriete
fuerte. Eso significa que quiere que apriete el culo como si intentara evitar ir
de vientre. Durante toda la noche, ésas son las únicas instrucciones que
recibo: o empujar o apretar. Cuando lo hago, empieza a apretar lentamente el
bote y siento la crema helada entrar en mi recto. Después de meterme todo el
bote lentamente, saca el tubo y vuelve a jugar con mi clítoris, excitándome
otra vez. «Ahora tenemos que ensancharte el ojete para que te quepa toda mi
polla.» Me pide que empuje y me mete un suave y estrecho consolador. Se me
cierra el esfínter y él grita: «¡Empuja! ¡Empuja! ¡Empuja!» Yo lo hago, y él
mete y saca el consolador una y otra vez, lentamente. De pronto me da un
calambre y le digo que no puedo aguantar más. Igual que con la lavativa, de
pronto te das cuenta de que todo va a salir con una explosión de tu culo, y
sabes que no podrás impedirlo. Él mete el consolador y me dice que apriete
fuerte y aguante. Finalmente, el espasmo remite. Me saca el consolador
lentamente y siento la crema rezumándome por el agujero. Vuelve a llenar la
botella y empieza otra vez. Esta vez no puedo aguantar, y cuando relajo el
culo y me rindo, mi amante mete y saca el consolador lo más deprisa que
puede. Cuando termina, le suplico que no lo haga más, pero él dice: «Lo estás
haciendo muy bien, nena. Cada vez puedes aguantar más. Cuanto antes hagas
lo que te digo, mejor te sentirás. A papá le encanta ver cómo rezuma la crema
de tu ojete, y ardo en deseos de darte mi polla, nena. Pero necesito que puedas
aguantar cinco litros de crema, para que cuando por fin mi polla caliente esté
follando ese hermoso culo que tienes, sienta toda esa crema fresca y limpia.»
De modo que quita el pañal empapado de crema, me limpia el culo con un
paño caliente y empieza otra vez. Este proceso dura horas. A medida que
progresamos, aumenta el tamaño de los consoladores, que son suaves para
que no me irriten antes de que él me folle. Su polla mide veinticinco
centímetros de largo, y es tan gorda que apenas puedo rodearla con los dedos,
y tiene la cabeza muy gorda. El proceso parece no acabar nunca, pero él no se
impacienta. Constantemente me dice que lo estoy haciendo muy bien y sigue
jugando con un vibrador en mi clítoris para mantenerme excitada. Yo cago
cantidades de crema, por lo menos diez veces, pero cada vez puedo aguantar
más y resistir más tiempo. Finalmente estoy llena de crema y sólo me queda
aguantar otro bote más para tener cinco litros, cuando siento otro apretón. Mi

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amante me da instrucciones y me ayuda, apretándome las nalgas. «Venga,
nena, ya casi lo has conseguido, aprieta, aprieta, aguanta. ¡Fuerte! ¡Fuerte!»
Poco a poco remite el apretón, y me mete el último tubo. «Muy bien, nena, lo
estás haciendo muy bien. Tú sabes que esto es lo que quiere papá. Tengo la
polla dura como una piedra, y tú sabes que también lo deseas.» Habla con
mucha suavidad todo el tiempo, como si yo fuera una niña. Se levanta y me
frota la polla contra el ojete. Yo estoy delirante por haber acabado con eso, y
estoy justo al borde del clímax. «Haz todo lo que yo te diga, nena, y te
encantará. Pero tienes que escucharme y hacer exactamente lo que yo diga, o
si no te va a doler, ¿de acuerdo?», me dice. Yo asiento. «Tengo la punta de la
polla sobre tu ojete, y tú estás muy ensanchada, pero el enorme capullo de
papá no entrará a menos que empujes. Tienes que hacerlo muy despacio, para
no echar fuera toda la crema.» Él aumenta la presión y empuja contra mi culo,
y yo relajo los músculos, muy lentamente, y empujo suavemente. De pronto
su enorme cabeza pasa por el esfínter y ya está dentro, y yo siento rezumar la
crema por todas partes. «¡Aguanta! —me grita—, ¡aguanta!, ¡aguanta!
Aprieta con fuerza, nena, con todas tus fuerzas.» Mientras yo recupero el
control, él se queda muy quieto y no empuja más. Luego me acaricia
suavemente el clítoris. Cuando crece mi excitación, empieza a meter más la
polla, muy lentamente. Yo empiezo a tensarme, y él de nuevo me da
instrucciones para que aguante. Finalmente me mete los veinticinco
centímetros y yo siento sus huevos contra las nalgas. «Has hecho muy feliz a
papá, nena. ¿Te gusta tener la gran polla de papá en el culo?» Entonces me
unta crema por todo el clítoris y empieza a acariciarlo en círculos con el
vibrador. «Aguanta, nena. Papá quiere que su nena se corra con mucha
intensidad.» Cuando se acerca el clímax, él empieza a embestir contra mi
culo. No mueve la polla adentro y afuera, sino que la mete más hondo, más
hondo, más hondo, embistiendo contra mí. Cuando estoy a punto de correrme,
empieza a meter y sacar la polla lentamente, y siento de nuevo el apretón.
Grito: «Me voy a cagar, me voy a cagar, para por favor.» Pero él sigue
metiendo y sacando la polla lentamente, y dice: «Aguanta, nena, aguanta
hasta que te corras. Te vas a correr.» Y cambia la intensidad del vibrador, de
mínimo a máximo, a la máxima vibración. Y eso es suficiente. Yo empiezo a
gritar en el clímax y él grita: «¡Empuja! ¡Empuja! ¡Empuja!» Yo lo hago, y al
abrirse mi culo, por fin tiene él espacio para follarme. Saca la polla unos
quince centímetros y luego me la vuelve a meter lo más deprisa que puede,
sin dejar de gritar: «¡Empuja! ¡Empuja! ¡Empuja!» Yo todavía me estoy
corriendo, y de pronto siento otro apretón. Y ahora me dejo ir con un enorme

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«espasmo intestinal» de crema blanca. Eso me abre más el culo, y mi amante
se corre, follándome lo más fuerte y deprisa que puede. El clímax dura por lo
menos cinco minutos, y cuando se acaba, estoy totalmente exhausta.

Tengo treinta y seis años, soy soltera, licenciada en artes, y gano sesenta y
dos mil dólares en el campo de las relaciones públicas.

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DEVORAR CON LOS OJOS
El poder del que da placer. Muchas de estas mujeres lo han sentido y
saboreado (pues se trata de una excitante conciencia de poder) y sueñan con
volver a usar su magia de nuevo sobre un hombre. Sueñan con amarlo con la
boca y contemplar luego su obra, el pene exprimido, el semen derramado y el
macho exhausto. Es el poder del voyeur.
Pero éste no es un capítulo sobre las sádicas, sino sobre las mujeres que se
complacen en saborear los genitales masculinos. Ellas son la respuesta a la
fantasía fundamental de cualquier hombre: una mujer que toma la iniciativa,
disfruta con el sexo oral y luego, sabiendo que un hombre necesita un breve
descanso entre sesiones, lo baña y da una cabezada hasta que él está listo de
nuevo. ¿Incluirían los hombres esta cualidad de la amorosa paciencia en sus
propias fantasías? La magia consiste en que la imaginación erótica crea una
fantasía que cubre todas las posibilidades, sin que tengamos que ser siquiera
conscientes de nuestros miedos.
Intuitivamente, las mujeres con un gran apetito sexual crean sus propios
guiones recíprocos, en los que felizmente se preocupan por ellas mismas y
también por el hombre. «Hacíamos el amor tres o cuatro veces seguidas —
explica Babs—. Luego él se quedaba dormido, y yo me levantaba para ir al
cuarto de baño y lavarme. Entonces volvía, le lavaba los genitales, le secaba y
me acurrucaba entre sus brazos para dormir…» hasta la siguiente tanda. Si en
estas fantasías hay un cierto matiz de poder maternal (en el que la mujer es la
todopoderosa madre en contraposición al hombre-niño) es porque nuestras
necesidades sexuales están profundamente enraizadas en nuestras sensaciones
orales, anales y genitales más tempranas.
¡Con qué concentración y placer observa Lillian cómo se masturba y se
corre un hombre! Ampliada, la idea se convierte en una fantasía de dos
hombres «follándome por los dos agujeros al mismo tiempo», que va más allá
y acaba en la contemplación de «dos tíos follando», una fantasía que nunca
había oído antes de emprender este nuevo estudio. Precisamente por lo nuevo
y fascinante del tema (es la única fantasía que tienen algunas mujeres) he
incluido una breve sección sobre el tema más adelante. Por ahora, para
Lillian, una fantasía de «dos tíos follándose y chupándosela mutuamente. Es
como mirar a un tío que se está masturbando, como si yo no estuviera
presente, sino sólo mirando».

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¿Sólo mirando? Ella es quien tiene el poder. El poder de atrapar al hombre
bajo su mirada. «No me interesan las fotos —dice Blythe—. Quiero ver la
realidad. Me paso el día mirando entrepiernas, esperando ver una erección, ya
que no tengo la suerte de pillar a un hombre masturbándose.» Babs coincide
en que se ha alcanzado la madurez del voyeurismo femenino y lo resume así:
«Me encanta la visión del cuerpo masculino, eso es todo. No comprendo por
qué durante años los artículos sobre el sexo decían siempre que el macho es el
único que realmente se excita al ver el cuerpo desnudo del sexo contrario.
Quien escribió esa basura no me conoce…»
Ésta es la excitación que sienten las mujeres al mirar a los hombres, el
poder de ser capaces de devorar a un hombre con los ojos, tras años de
bajarlos y evitar algo tan poco femenino como una mirada fija. Se trata del
mismo poder que ofendía a las mujeres en aquellos hombres que las miraban
y las reducían así a «objetos sexuales». Sin embargo, me gustaría repetir que
no todas las mujeres se sienten molestas ante una mirada. La exhibicionista,
por ejemplo, tiene su propia forma de poder, que ejerce cuando solicita la
atención del hombre y luego controla su mirada y la temperatura de su cuerpo
con lo que ella hace y muestra. La voyeuse y la exhibicionista, como la sádica
y la masoquista, intercambian a menudo los papeles, disfrutando del poder
que cada uno de ellos representa.
Los hombres de hoy en día dicen que les gusta que las mujeres los miren
si es «de una manera correcta», pero no les gusta que los miren «como si
fueran un trozo de carne». Hablan igual que las mujeres. Nadie, ni hombre ni
mujer, disfruta sintiéndose indefenso.
El poder, esa sensación de sentir que se controla la sexualidad propia, es
el núcleo de este libro. Las mujeres de este capítulo se refieren a áreas de
poder nunca antes abiertas a las mujeres. El poder es excitante y estimulante,
en especial cuando lo generamos por nosotros mismos. «Creo que es la mujer
la que se provoca el orgasmo a sí misma —dice Cheryl—. Mi primer amante
creyó que me había “enseñado” a correrme. Lo cierto es que he estado
haciéndome correr a mí misma durante casi diez años…» Saber que controla
su propia sexualidad evita que Cheryl imagine conscientemente lo que yo
llamo la «nueva» fantasía de la violación. En la antigua versión, las mujeres
no se imaginaban violadas en el auténtico sentido de la palabra, pero veinte
años atrás no sabían por qué tenían esa fantasía, que a menudo las asustaba, a
pesar de excitarlas también.
Por otro lado, Cheryl no pierde nunca de vista el hecho de que ella
controla las motivaciones de su fantasía. Sabe exactamente por qué imagina

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lo que imagina. «Todas mis fantasías tratan de una pugna de voluntades —
declara—, en la que yo estoy acostumbrada a ganar, pero que pierdo con el
hombre de la fantasía… Me seduce o me fuerza, pero yo siempre lo deseo, a
pesar de fingir asco, odio o indiferencia… Se trata de mi fantasía y ¡yo
impongo las reglas!»
Cuando dependemos de los demás para todo, como solía ocurrirles a las
mujeres, nuestras mentes están cerradas al autoanálisis. Creemos que el
conocimiento no es revelador, sino que amenaza la unidad simbiótica a la que
estamos acostumbrados y sin la que pensamos que no podemos existir. La
perspectiva de la comprensión y el poder que ésta conlleva no son atrayentes,
sino que deben evitarse, porque todo poder ejercido por nosotros le dice a la
«otra» persona de la cual dependemos: «No te necesito.»
Las mujeres de este capítulo no «necesitan» a otra persona de esa manera
tan desesperada. Han aprendido que no pierden nada con el conocimiento y la
comprensión. Muy al contrario: el conocimiento les da la fortaleza que no
pensaban poseer. Por supuesto, quieren saber más. Contemplan su sexualidad
y la analizan de una manera inédita para las mujeres.
Trish leyó en Mi jardín secreto que a menudo las fantasías tienen su
génesis en la infancia. Esta idea le recordó un agitado fragmento de su propia
infancia. Ese recuerdo constituyó el germen de su versión del mito de
Prometeo. En el inicio de su adolescencia, sus padres la avergonzaron por lo
que era de hecho un acto de inocente curiosidad sexual. El recuerdo de tal
humillación no muere nunca, en especial cuando procede de las personas a las
que más queremos y de las que dependemos. Trish comprende que es su
elevado intelecto en lucha con sus inhibiciones sexuales y la culpa implantada
en ella largo tiempo atrás lo que ha creado una imaginada competición con su
oponente en la que sólo ella parece perder: «Mi voluntad está totalmente
quebrada […], me quedo temblando y ansiando más y no soy más que lujuria
desnuda e impotente.»
Estas mujeres comprenden sus vidas y ello les da el suficiente poder para
mirar a los hombres, para contemplarlos mientras se masturban, para utilizar
unas palabras y un lenguaje que haría enrojecer a sus madres, para disfrutar
con el olor del sexo, o incluso para excitarse ante los sonidos sexuales.
Sonidos como el de los testículos de un hombre golpeando sus nalgas, el de
sus tetas golpeando el pecho masculino o el de un hombre al chuparles el
coño. Las mujeres solían acobardarse ante esos sonidos y palabras porque
pertenecían al sucio mundo de los hombres y les recordaban que ellas no
poseían ese poder y estaban desamparadas.

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¿Dónde aprendieron las mujeres a expresarse como lo hacen en este libro?
No aprendieron de los hombres, quienes, en su mayoría, no parecen tan
interesados en los detalles ni en descubrir la meticulosa y onomatopéyica
esencia del sexo. «Me […] encanta decir obscenidades y que me digan lo que
debo hacer, sexualmente hablando, con todas las letras», dice Betsy. ¡Qué
lengua tienen estas mujeres para expresarse! ¡Y qué oído! Sólo escuchar a su
marido cuando «ocasionalmente se masturba en la cama creyendo que estoy
dormida —provoca el orgasmo en Blythe— sin que tenga que estimularme
físicamente».
La mayoría, tanto las que tienen estudios universitarios como las que no,
tiene gran facilidad para utilizar un completo léxico de imaginería sexual, el
cual parece haberse saltado, no una, sino tres o cuatro generaciones desde que
publiqué Mi jardín secreto. El habla es el poder. A menos que estemos
realizando posturas acrobáticas, nuestro aspecto y lo que decimos son dos
medios primordiales de atraer la atención hacia nosotros mismos, haciendo
que nos «vean». Hasta cierto punto, todos queremos ser vistos. Es parte de
nuestra condición de seres vivientes. Las niñas hablan antes y con mayor
soltura que los niños. Cuando tienen cuatro, seis, ocho o diez años, mamá y
papá muestran sus pequeños tesoros parlantes con orgullo. Solía ocurrir que
las niñas abandonaban su natural soltura cuando llegaban a la adolescencia.
Las adolescentes que querían recibir la aprobación masculina aprendían a
callar. Utilizo el tiempo pasado a pesar de ser consciente de que no todo ha
cambiado: muchas mujeres jóvenes aún vacilan a la hora de hablar y, con el
tiempo, al igual que sus madres antes que ellas, aprenderán a no expresar sus
pensamientos. No confiarán en su soltura. Hablar requiere práctica y uso, de
manera que el circuito de cognición y articulación entre la mente y la lengua
no se oxide.
Quizá las mujeres que presento no demuestren siempre una correcta
gramática, pero nunca diríamos que están «oxidadas». Tienen una idea, una
imagen que conocen. Se sienten más vivas y visibles porque la han expresado.
Cuando lean sus propias palabras en este libro se sentirán incluso más
identificadas. Se trata de ser «vistas», y ésta es una de las razones por las que
hablaron conmigo o me escribieron.

Trish
Tengo treinta y dos años. Procedo de una familia que padece la
enfermedad del alcoholismo. Mi padre es el «paciente identificado», es decir,

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el alcohólico. Anteriormente estuve casada durante seis años. Intenté
masturbarme a partir de la época en que inicié los estudios universitarios, pero
me resultó siempre frustrante y aburrido. A los veintitrés conocí a mi actual
exmarido y tuve mi primer orgasmo haciendo el amor con él. Siempre fue
muy fácil llegar al orgasmo con él en el coito durante nuestros seis años de
matrimonio. Sin embargo, en todos los demás aspectos nuestra vida sexual era
aburrida. Se ponía a la defensiva si yo sugería algo distinto del coito. Seis
años después de conocernos, lo dejé a causa precisamente de este problema.
Hasta que tuve mi primer orgasmo pensaba que yo era anormal por no
tenerlos. Después de tenerlos con mi marido durante el coito pensaba que era
rara porque no podía alcanzar el orgasmo con la masturbación. Gracias a Self-
Love and Orgasm de Betty Dodson, libro que leí hace un año (dos años y tres
relaciones después de dejar a mi marido), compré el vibrador eléctrico más
potente que encontré y he disfrutado de orgasmos con él casi todas las noches
desde entonces. Esta experiencia ha sido liberadora, porque me disgustaba
depender estrictamente de los hombres para correrme. Aún no he conseguido
llegar al orgasmo mediante estimulación manual, pero ahora ya no me
preocupa excesivamente. No quiero entrar en el círculo vicioso de la
expectación y consiguiente frustración. El progreso que ya he hecho me da
ánimos.
Mi madre me explicó los meros hechos anatómicos del sexo tan pronto
como tuve edad suficiente para entender las palabras. Recuerdo que ella se
sentó en mi cama para explicarme que el hombre mete el pene en la vagina de
la mujer. Yo pregunté:
—¿Papá lo hace contigo?
—Sí —contestó ella.
—¿Le gusta hacerlo?
—Sí —replicó, con sorpresa—. Sí, le gusta.
Es increíble que pueda recordar aún estas cosas.
Cuando me acercaba a la pubertad, mi mejor amiga y yo hicimos unos
dibujos: secciones transversales de penes eyaculando en vaginas y otras cosas
parecidas. Mi madre y/o mi padre los encontraron y los colgaron sobre la
nevera para avergonzarnos. Sé que fue una decisión conjunta, porque
recuerdo que mi padre le dijo a mi madre: «¿Has colgado ya la obra de arte?»
Y ella contestó: «Sí.» Lo arranqué de un tirón nada más verlo, por supuesto.
Nunca me había sentido tan avergonzada. Aún me enfurezco cuando pienso
en lo horrible que fue hacerle eso a una sexualidad que empezaba a nacer.

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También recuerdo de mi época cercana a la pubertad que mi madre dijo
durante el curso de una conversación que he olvidado: «Bueno, de todas
maneras, tampoco es que el sexo me vuelva loca…» Esta frase me sorprendió.
Sé que justo en ese momento y en ese lugar tomé una decisión —al principio
de forma inconsciente, creo—, y fue que nunca iba a ser como ella. Como
había Dios que yo iba a disfrutar del sexo. Para ello ha sido necesaria la
inquebrantable resolución de no «conformarme con…» como sospecho que
hacen la mayoría de las mujeres.
Siempre he sido una ávida lectora. Un día, cuando tenía unos ocho años,
estaba enferma y no había podido ir al colegio. Leí un relato resumido del
mito de Prometeo. Lo que me ha quedado grabado en la mente de aquella
historia es que Prometeo dio el fuego a la fría arcilla de la humanidad, acto
por el que fue castigado a ser encadenado a un acantilado para siempre, según
recuerdo. Todos los días, dos águilas volaban hasta él y le comían el hígado,
pero, al ser inmortal, le volvía a crecer al instante.
Por alguna extraña razón, esa historia me producía una fuerte excitación
sexual —aunque en aquella época no tenía ni idea de lo que era esa extraña
sensación—, la primera que recuerdo. Después de leerla, me levanté de la
cama y desde lo alto de la escalera llamé a mi madre para que me confirmara
la historia:
—Mamá, ¿se comieron las águilas el hígado de Prometeo?
—Sí.
—¿Todos los días?
—Sí.
Al evocar ahora la imagen, muy importante y arquetípica, de un gigante-
dios semejante a Cristo, no me sorprende que tuviera un poderoso efecto
sobre mi imaginación. El tema del castigo «por hacer el bien» tiene que ver
con mi papel dentro de una familia alcohólica de la «buena chica salvadora»
(también un tópico femenino). El sentimiento de culpa ha sido siempre una de
mis emociones preferidas. Intelectualmente comprendo que el castigo es a la
culpa lo que el rascarse al picor.
Sin embargo, hasta que leí Mi jardín secreto (lo acabé ayer) y llegué a la
parte en la que se explica que las fantasías adultas tienen su origen en la
infancia, había borrado ese recuerdo de mi memoria, creyendo que era una
especie de bestia enferma en mi mente. Pero ahora he tenido el valor para
explorar y ampliar esa fantasía, que hasta hoy sigue siendo la que provoca en
mí la excitación más directa y la que me lleva al orgasmo con mayor rapidez
que cualquier otra fantasía. Mi repertorio es, por tanto, limitado. No empecé a

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tener fantasías hasta que me compré el vibrador. Estaba en una etapa en la que
mis pocas fantasías se estaban volviendo trilladas, y en la que nada nuevo
parecía divertido. No obstante, creo que esta idea prometeica me ha abierto
una nueva puerta.
Ésta es mi ampliación de la fantasía:
Algunas veces yo soy Prometeo, otras, soy un águila, y otras, una
combinación de ambos o bien un observador.
El Prometeo gigante-dios-titán, inmortal, hermoso, primitivo, instintivo y
animal está encadenado al solitario risco, como castigo por interesarse por la
frágil raza humana que sobrevive a duras penas. Por el momento, la
humanidad no es nada. El mundo es nuevo y puro. Los dioses no se
preocupan por nada más que por su propio poder bruto y su propia
satisfacción.
Durante todo el día, el ardiente sol le tuesta sobre la roca desnuda, y por la
noche, todo lo que tiene para ocupar su mente es la espera de la llegada de las
águilas, sus implacables torturadoras.
Luego las divisa a través del vacío desierto, como puntos negros en un
principio, creciendo después lentamente al acercarse a su legítima comida
(puesto que les está destinada diariamente), esa deliciosa carne inmortal
arrancada de un pecho perfecto. (Dios, incluso aquí me estoy poniendo
cachonda, en el ordenador de la oficina, haciendo horas extra. Estoy
impaciente por volver a casa y masturbarme, una gratificación agradable y
aplazada.)
Sin prisa, las predadoras de ojos severos aterrizan sobre sus hombros y
brazos. Tienen todo el tiempo del mundo. Saben que la comida está allí para
ellas. El titán no puede evitar retorcerse en sus ligaduras, anticipando la
agonía diaria en un vano intento por escapar. Cuando han descansado un rato
de su vuelo, las águilas rasgan el pecho, exponiendo los órganos vitales al
ardiente sol. El hígado de color rojo oscuro las aguarda. La sangre mana de la
abertura del pecho. Lentamente y con frialdad, las águilas inician la tarea de
atracarse, tomándose su tiempo y haciendo que dure hasta que estén ahítas.
Saben que cuando el hígado se acabe tendrán que esperar al día siguiente para
darse otro festín.
Prometeo, en agonía, sólo puede pensar en cuánto ansia que esta sesión se
acabe. Quiere que se apresuren, acelerando el dolor si es necesario, que se
harten y se vayan, pues entonces él pasará un rato en un estado de sueño, que
no muerte, del inmortal al que falta un órgano vital.

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Pero, incluso mientras están comiendo, el hígado inmortal se reproduce
lentamente, extendiendo así la comida. Las águilas detienen su festín
frecuentemente, saboreándolo como las personas durante una cena festiva,
haciendo pausas para arreglarse las plumas, hacer ruidos sordos con el pico y
tragarse la sangre. Como aves de presa, no les importa lo más mínimo el
sufrimiento. La agonía de Prometeo es mayor que la soportada por cualquier
otro mortal, porque un mortal hubiese muerto mucho antes.
Horrible pensamiento; quizás hoy alargarán tanto el festín que dejarán
algo del hígado y no habrá, por tanto, respiro, ¡o quizá no se irán nunca!
(Pero, claro, eso no ocurre porque yo siempre me corro, aunque algunas veces
cambio a otra parte de la fantasía.)
Finalmente, las águilas, llenas, saturadas y ahítas, tan indiferentes como
las piedras y sin haber dejado ni un fragmento del cálido y tembloroso hígado,
se alejan volando lentamente por donde llegaron. Volverán mañana.
Mientras tanto, el encadenado, que debería estar muerto, puede sentir la
no deseada sensación de la fuerza de la vida reparando su cuerpo
inconmensurablemente fuerte e inextinguible, contra su voluntad. No hay sino
más dolor en el proceso de reconstrucción, al final del cual sólo le queda otear
el horizonte, esforzándose por ver aquellos puntos negros acercándose
lentamente.
Creo ahora que mis otras fantasías pueden proceder de la fantasía de
Prometeo, aunque «descubrí» estas fantasías más realistas (?) antes que la de
Prometeo. Son las siguientes:
Estoy atada, sin poder moverme, sobre una camilla de exploración
médica. Se va a realizar un experimento conmigo para comprobar si se puede
conseguir que una mujer muera a causa de los orgasmos. El científico o
médico da las instrucciones pertinentes al hombre de mi fantasía (alguien con
un cuerpo espléndido; en este momento un compañero de trabajo que es
campeón de culturismo) para que me excite. Me mete su enorme y duro pene
lentamente; sus venas palpitan y su miembro, cubierto de mis jugos, brilla
cuando lo saca; lo vuelve a meter cada vez con mayor rapidez, jurando: «Haré
que te corras, zorra», y cosas parecidas. Pero empieza a excitarse y da la
impresión de ir a correrse. No quiere parar. El científico le ordena que vaya
más lento, y él le obedece durante un instante, pero no lo suficiente. Así que
el científico manda a dos lacayos sin rostro extraordinariamente fuertes para
arrancarlo de mí, lo cual hacen, después de una tremenda lucha. Entonces, el
científico empieza a follarme. Mientras tanto, el otro follador tiene una
increíble erección. Maldice, lucha y echa espumarajos por la boca por

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conseguirme. Pide masturbarse para poder descargar. La excitación es
insoportable y me desea locamente, pero los lacayos le han sujetado los
brazos y no le sueltan.
Finalmente consigue librarse de ellos y aparta al científico de mí,
repitiendo las obscenidades y la actuación de antes, sudando y tenso. Lo
anterior se repite a menudo y con fuerza creciente hasta que me corro, algunas
veces con el hombre de mis fantasías dentro de mí y otras mientras se retuerce
de frustración mirando cómo me corro con el científico.
Algunas veces me imagino que estoy atada desnuda en una mazmorra,
esperando ser quemada en la pira como bruja, pero un hombre (un
gentilhombre o un caballero con armadura) se ha encaprichado de mí y viene
ocasionalmente para darme un poco de pan y agua. Estoy tan agotada
físicamente que todas mis defensas están rendidas y me excito ante la más
ligera provocación, ya que mi voluntad está quebrada. El hombre
(completamente vestido excepto el pene, que está al descubierto) se regodea
atormentándome sexualmente. Sin excitarse él mismo en demasía, me lame el
coño y, pausadamente, me lleva casi hasta el orgasmo, algunas veces
corriéndose él de una manera bastante aburrida sin preocuparse por si yo me
corro o no (aunque en realidad yo me quedo satisfecha), y marchándose
luego, de modo que yo me quedo temblando y ansiando más y no soy más
que lascivia desnuda e impotente.
No he compartido la fantasía de Prometeo con mi amante, por la razón
que tú has sugerido: ¡no quiero que pierda su influencia! Espero que nuestra
vida sexual sea tan intensa que no deba temer tal posibilidad.

Lillian
Mi historia: tengo veintiún años, soy estudiante universitaria, blanca, y
procedo de una familia de clase media de zona residencial (aunque algo más
pobre desde que mis padres se divorciaron cuando estaba en el penúltimo
curso del instituto). Mi padre es profesor universitario. Está chapado a la
antigua (tiene sesenta y un años) y odia a las mujeres desde que mi madre se
divorció de él. Ella es una mujer de cincuenta años, muy fría como madre,
con título universitario, y da clases en un centro preescolar en la universidad a
la que acudo. (Baste con decir que cuando ella consiguió un título medio en
psicología y un título superior en educación preescolar, aprendí mucho de sus
libros de texto.) Soy estudiante de primer curso, sin especialidad aún, en la
Universidad de Indiana.

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En primer lugar, me gustaría decir que me gustan los hombres. Realmente
me fascinan y trato de comprender su modo de pensar sobre la vida, el amor,
las mujeres y el sexo con todas mis fuerzas. De mis cinco amistades íntimas,
cuatro son hombres. No les cuento todo de mí, pero ellos conocen mejor mi
vida personal y sexual que mi amiga. Encuentro mucho más fácil ser
totalmente franca (y algunas veces alegremente soez) con mis amigos del
sexo masculino.
Me masturbo desde la época a la que se remontan mis más antiguos
recuerdos, pero no creo que alcanzara el orgasmo hasta los diez u once años.
Todo lo que sabía sobre sexo entonces (que era mucho) procedía de libros de
una biblioteca local. Empecé a leer sobre el sexo cuando tenía nueve años.
Sacaba los libros de sexo para niños y adolescentes de la biblioteca con el
carnet de mi madre. Nunca puso objeción alguna y no creo que mi padre lo
supiera. Creo que para mi madre supuso un gran alivio que yo obtuviera la
información que quería de libros decentes (la pillé echándoles un vistazo en
un par de ocasiones), de manera que no tuviera que hacerle a ella preguntas
espinosas. Me sentí muy aliviada cuando leí que la masturbación era
totalmente normal, porque siempre la había practicado, no para correrme sino
tan sólo porque era agradable. Pero tenía que compartir la habitación con
alguna de mis tres hermanas (en ocasiones con todas), así que solía hacerlo en
la bañera. A los once años conseguí por fin mi propia habitación.

Mis recuerdos más tempranos de sexualidad/sensualidad


No sé qué edad tendría, pero cuando una de nosotras estaba enferma, mi
madre la ponía en el sofá cama de la sala de estar para que las otras no se
contagiaran. Era agradable tenerla todo el día para ti cuando las demás
estaban en el colegio. Recuerdo perfectamente un día que me tomó la
temperatura por el ano. Me gustó mucho la sensación de tener algo en el ano.
Siempre me ha gustado desde entonces.
Cuando tenía nueve años, el chico que se sentaba a mi lado en clase
(ambos tapados por una estantería de libros) me enseñó su «cosa», y yo
conseguí bajarme la cremallera del pantalón y las bragas lo suficiente para
enseñarle el clítoris.
También ese año besé a su mejor amigo en la parte de atrás de la escuela.
Fue un beso muy inocente y dulce.
Cuando tenía once o doce años, una mañana de domingo, cogí una
llamada telefónica para mi madre. Cuando fui a avisarla a la habitación de

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mis padres, abrí la puerta sin pensar en llamar primero. Asombrosamente, mi
madre estaba encima de mi padre en camisón y emitiendo sonidos de placer.
Cerré la puerta, transmití el mensaje y volví a la cama con esa imagen
imborrable en mi mente. (Sabía como se practicaba el sexo, pero nunca lo
había visto antes.) En aquella época, mis padres se peleaban continuamente,
así que, cuando mi madre vino a preguntarme si estaba «bien», todo lo que
pude decir fue: «¡Pensaba que os odiabais!»
En algún momento entre los once y los doce años me masturbé hasta
conseguir mi primer orgasmo. Debido a mi timidez durante los años de
instituto (timidez que persiste en la actualidad) y a que también era algo
rechoncha, me volví una adicta de la masturbación.
En aquel tiempo mis fantasías eran románticas en su mayoría. Imaginaba
que algún chico me pedía por fin que saliera con él, que bailaríamos muy
juntos y que él me besaría y entonces tendría novio. Después de que me
viniera el periodo a los catorce años, empecé a tener problemas con mis flujos
vaginales y pensaba que todo el mundo los olería si no mantenía las piernas
cruzadas. Nunca se lo dije a mi madre, porque me sentía demasiado
avergonzada. Creo que probablemente se trataba de repetidas infecciones por
hongos. Hace varios años que visito al ginecólogo y sé lo que son. Pero en
aquel tiempo pensaba que algo raro me sucedía.

Experiencias reales
Un mes antes de cumplir dieciocho años fui a un bar del centro de la
ciudad con una amiga negra y me follaron por primera vez. Fue un tío negro
por el que me dejé ligar. Esa primera noche hice todo lo que había leído.
Algunas cosas me desagradaron moderadamente, pero me sentía secretamente
emocionada por haberlas hecho al fin. Con todo, sufrí una decepción porque
nada de lo que hicimos (oral, anal, normal y masturbación mutua) consiguió
llevarme al éxtasis liberador que yo podía darme a mí misma. Pensé que
quizás el sexo con los tíos no era tan bueno como la masturbación. Sin
embargo, resultó agradable ser abrazada después de una larga y fría
adolescencia.
Dos meses más tarde conocí a mi «primer amor», Jonny. No me folló la
primera noche, sino que lo hicimos por primera vez dos semanas después,
pero me excitaba tanto con sus manos y su boca que supongo que me
enamoré de él o del sexo como una actividad que no tenía rival en hacerme
sentir bien. Fue el primer tío que me llevó a orgasmos parecidos a los que yo

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obtenía por mí misma. Me hacía de todo, y a mí me encantaba. Me parecía
que me lamía y chupaba durante horas. También me metía la lengua y los
dedos en el ano. Encontramos mi punto G y conseguí eyacular. Acabó por
encantarme el sexo anal, y a él le encantaba cuando le metía el dedo en el ano
y acariciaba la glándula de la próstata mientras le comía la polla. Me compró
un vibrador y lo utilizábamos el uno con el otro, o para follarme por los dos
agujeros al mismo tiempo. Como he dicho, me había enamorado del sexo anal
tal como él me lo hacía, follándome el culo y frotándome el clítoris a un
tiempo, o utilizando el vibrador en mi coño mientras me follaba el culo.
Realmente era una masturbación mental y nunca tenía bastante. También
aprendí a hacer buenas mamadas y, desde que Jonny y yo rompimos hace
aproximadamente un año, todos a los que les he hecho una mamada dicen que
soy fantástica. No se lo he hecho a todos los hombres con los que me he
acostado desde entonces, porque no quiero dárselo a cualquiera. (Antes de
hacerles una mamada tengo que saber si les gusta comer el coño, y tienen que
ser mejores que la media de novatos. De lo contrario, lo que quieren es que
les chupes la polla durante veinte minutos para luego follarte durante cinco.
¡Y esperan que lo pases bien así!)
Permíteme que haga una digresión sobre el sexo oral. Me encanta
sentirme como perdida en el espacio, totalmente pasiva, tumbada allí mientras
alguien me chupa el clítoris y me masturba con la lengua y los dedos durante
largo tiempo. Pero también me encanta hacérselo a los tíos. Me encanta
saborear la polla de un tío con la boca y la lengua y oír que a él le gusta.
Parecerá estúpido, pero siento el calor de la excitación en mi interior cuando
masturbo oralmente a un tío que se limita a recibirlo pasivamente. Es una
especie de poder el escuchar a un tío suplicándote que no pares de chuparle la
polla.
Otra de las cosas que me encanta es ver a un tío masturbándose. Me excita
mucho. Jonny ha sido el único al que he llegado a ver masturbándose hasta
alcanzar el orgasmo (muchas veces). Es fantástico mirar, como si él estuviera
en su propio mundo y yo no estuviera allí. Algunas veces me masturbaba al
mismo tiempo. Pero la mayoría de veces me limitaba a mirar y a esperar a que
él la tuviera dura y me follara. Para conseguir que se masturbara delante mío,
precisaba grandes dosis de paciencia y persuasión. Él pensaba que se rebajaba
ante mis ojos. ¡Pero era todo lo contario! Me encantaba, y algunas veces,
cuando estaba a punto de correrse, le rodeaba el glande con la boca y chupaba
y tragaba mientras se corría.

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La mayoría de tíos parecen cortarse un poco cuando les tocas el ano, a
menos que les estés mamando la polla al mismo tiempo. Aunque en una
ocasión, también con Jonny, en que me estaba proporcionando un gran placer
follándome y yo tenía la mano en su hermoso culo, deslicé dos dedos entre las
nalgas y le froté el ano al ritmo de nuestro polvo. Le encantó y me folló aún
con mayor fuerza. Una de las cosas que hago al inicio de una buena sesión de
felación es separar las piernas del tío y darle unos cuantos lametones desde el
ano, pasando por los testículos, hasta la polla y el glande. También esto
parece encantarles. Da la impresión de que a esos tíos les gusta que le preste
atención a todo lo que tienen entre las piernas y no sólo a la polla.
Siempre he tenido la fantasía de dos tíos follándome por los dos agujeros
al mismo tiempo, pero sólo lo he visto en las películas porno. Quizás algún
día lo experimente en la realidad, pero por ahora tengo demasiado miedo al
sida para ponerme a buscar concretamente tíos que hagan ese tipo de cosas.
Nunca le he contado esta fantasía a ninguno de los tíos con los que he follado.
Con Jonny descubrí además que a menudo lo que te gusta en las fantasías no
es lo mismo en la vida sexual real. En una ocasión le pedí que me atara,
porque había tenido siempre fantasías de ese tipo. Pero cuando lo hicimos no
resultó tan bueno. Quizá fuera porque se sentía inseguro y temía hacerme
daño. También tengo frecuentes fantasías sobre dos tíos follándose. Lo he
visto en películas porno bisexuales y me excitó muchísimo ver a esos dos tíos
follándose y chupándosela el uno al otro. Es como mirar a un tío que se está
masturbando, como si yo no estuviera presente, sino sólo mirando. Tengo la
sensación de que en la vida real no me quedaría sólo mirando. Pero, por el
momento, no tengo un deseo real de meterme en la cama con dos tíos sólo
para ver de cerca cómo se masturban mutuamente. Sin embargo, sigue
presente en mi fantasía.
Creo que también tengo muchas fantasías sobre la dominación, cosas del
tipo de Nueve semanas y media (el libro es mucho más explícito y
sexualmente desviado que la película) e Historia de O. Una de las cosas que
me excitó de esos libros cuando los leí fue el ser azotada y golpeada y estar
encadenada como una esclava, como si la única razón para vivir fuera ser
follada por cada orificio y del modo que le plazca al tío en cuestión. Nadie me
ha pegado todavía, excepto Jonny una vez, y realmente me excitó. No fue una
paliza «real», ni tampoco dolorosa, sólo juguetones azotes en el culo.
También imagino que me voy a la cama con una mujer y pienso en cómo
le comería el coño y haría que se corriera. Pero, en realidad, me asustan las
lesbianas de la universidad (estudio en una gran universidad a la que

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diariamente asisten a clase personas de todas las razas y orientaciones
sexuales que puedan imaginarse). Creo que tengo miedo de que me gustara
demasiado hacerlo con una mujer, pero si no fuera por las actitudes sociales,
creo que me gustaría tener un amante hombre y otra mujer. Una de mis
primas es/era lesbiana. Creo que ahora no está segura. Cuando se trata de
mujeres, siempre pienso en penes artificiales y en vibradores y cómo podría
utilizarlos con una chica, o viceversa, pero no sé si es así realmente como las
lesbianas practican el sexo, o si es sólo lo que las personas que hacen
películas porno creen que los demás quieren ver.

Blythe
Tengo treinta y nueve años, y un hijo de mi primer matrimonio, y ahora
estoy criando a los cuatro hijos de mi segundo marido. Nuestro matrimonio es
muy sólido, porque ambos creemos en el compromiso y somos practicantes
muy respetados en nuestra iglesia y en nuestra comunidad. Tengo un título
universitario en empresariales y en la actualidad trabajo en la dirección de una
firma local. Aparte de mis más íntimos amigos, nadie sabe que secretamente
tengo un apetito insaciable por los hombres.
Empezó a manifestarse cuando era pequeña, probablemente a los ocho o
nueve años. No puedo recordar época alguna en la que no estuviera liada al
menos con uno, cuando no dos, tres o cuatro hombres a la vez. Parecía
sentirme atraída por hombres de todos los tipos, edades, razas y
personalidades. Y ellos parecen atraídos por mí. Muchas de mis relaciones
con hombres han estado llenas de amor y afecto mutuos, sentimientos que
parecen perdurar a lo largo de los años, aunque por una razón u otra
decidiéramos separar nuestros caminos. Recuerdo que, siendo adolescente,
practicaba posturas y miradas sexys delante del espejo, aprendiendo a atraer a
los hombres de manera sutil.
A medida que crecí, comprendí que era muy atractiva, así que dejé de
preocuparme por atraer a los hombres con la mirada. Me esforcé más por
llegar a ellos emocionalmente. El problema era que, una vez que había
llegado a ellos emocionalmente, ya estaba buscando al siguiente hombre con
el que jugar. Adoro los rituales de emparejamiento por los que pasan hombres
y mujeres antes de consumar su relación. La tensión sexual que aparece
progresivamente entre dos personas es para mí motivo de la mayor excitación.
Pero también es sólo cuestión de tiempo, tras haber consumado la relación
sexualmente, que me aburra y empiece a buscar uno nuevo. Muchos de mis

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antiguos amantes son ahora mis amigos más íntimos y seguimos teniéndonos
afecto, pero la relación sexual se ha terminado. Utilizo mi matrimonio como
excusa, porque a ellos les gustaría prolongar nuestra relación sexual. Mi
marido cree simplemente que no estoy interesada por el sexo. No podría
decirle nunca que estoy siempre salida, pero no por él.
Las mujeres no me interesan en absoluto, sólo pienso en los hombres.
Únicamente tengo un puñado de amigas. Tampoco tengo fantasías sobre
esclavitud, dolor, orina o defecación. En mis fantasías contemplo cómo se
masturban hombres a los que no conozco, o bien folio con hombres a los que
sí conozco. Algunas de mis fantasías son recordatorios de cosas que me
sucedieron realmente en el pasado, pero con hombres diferentes.
Por ejemplo, uno de mis antiguos amantes llevaba siempre calzoncillos de
boxeador en lugar de slips. Descubrí que el tacto del algodón alrededor de un
pene erecto me excitaba mucho sexualmente. Mi amante se tumbaba de
espaldas con sus calzoncillos de boxeador. Yo me sentaba junto a él y le
frotaba suavemente el tejido alrededor del pene, mientras se le ponía cada vez
más duro. Continuaba así durante varios minutos y me encantaba oír sus
gemidos y su pesada respiración. Finalmente, cuando empezaba a retorcerse
en éxtasis, dejaba asomar su pene a través de la abertura de los calzoncillos y
comenzaba a meneárselo con fuerza creciente, hasta que él ya no podía
soportarlo y se abalanzaba sobre mí para follarme salvajemente. Nos
corríamos juntos en un par de minutos, porque el deseo contenido era
demasiado intenso para que lo pudiéramos controlar. Después descansábamos
un rato, para volver a follar, esta vez con mayor lentitud y suavidad, al tiempo
que nos susurrábamos palabras amorosas. He descubierto ahora que en mis
fantasías los hombres siempre llevan calzoncillos de boxeador.
En cualquier caso, también he notado que gran parte de mis fantasías
tratan sobre hombres que se masturban. El mero pensamiento de ver a un
hombre con su pene erecto en la mano, haciéndose una paja, mostrando en el
rostro el placer que siente, es suficiente para ponerme tan caliente que me
corro enseguida masturbándome. Me gusta además escuchar los sonidos de la
mano frotando el pene durante la masturbación. Mi marido se masturba
ocasionalmente en la cama cuando cree que estoy dormida, y los sonidos que
produce son suficientes para provocarme un orgasmo sin que tenga que
excitarme manualmente.
Entre mis fantasías sobre hombres que se masturban están la siguientes:

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Conozco a un hombre que está comprando alcohol en una tienda. Se trata
de un hombre mayor, digamos en la sesentena, o bien de un hombre obeso en
la treintena. Está ya ebrio y me come con los ojos. Empieza a hablarme y a
decirme lo atractiva que soy. Le pregunto si le apetece invitarme a tomar una
copa en su casa, a lo que contesta: «¡Por supuesto!» Vamos a su casa, y al
llegar, se quita inmediatamente la camisa y los pantalones y se sienta en el
sofá en calzoncillos de boxeador. Me siento junto a él, bebemos a sorbos
nuestras copas y charlamos durante un rato. Me pasa el brazo alrededor y
pronto noto que su respiración se vuelve cada vez más pesada. Bajo la vista y
veo el bulto que forma su pene erecto bajo los calzoncillos. Me excito tanto
que no puedo evitar tocárselo. Así que empiezo a acariciarle el pene, y él se
excita cada vez más. Él quiere follar, pero yo me niego, explicándole que
acabamos de conocernos y que no quiero follar con alguien a quien no
conozco. Pero le digo también que me encantaría ver cómo se masturba. Le
digo que se tumbe en el suelo, mientras yo me quedo de pie por encima de él
viéndole meneársela con la mano. Me apaño los labios de la vagina para que
pueda verme el coño y uso la otra mano para jugar con él. Él extiende la mano
y me mete los dedos en el coño. Empiezo a moverme al ritmo de sus
movimientos, follándome con sus dedos. Se excita tanto viéndome que acaba
jadeando pesadamente y su mano empieza a moverse frenética sobre el pene.
Lo masturba intensamente, hasta que todo su cuerpo se estremece en
espasmos y se corre lanzando chorros al aire. Entonces cae en un desmayo.
Espero unos minutos y luego empiezo a jugar con su pene, para tratar de
ponerlo duro otra vez. Es muy difícil conseguirlo, puesto que se ha
desmayado, pero trabajo frenéticamente hasta que se le pone dura. No se
despierta, pero tras unos cuantos minutos masturbándolo, acaba por correrse y
yo me río para mis adentros cuando gime en sueños. Luego me voy.
Conozco a un hombre en un bar. No es un hombre particularmente
atractivo. Creo que los hombres con un aspecto normal habitualmente son
mucho más sensuales que los hombres verdaderamente atractivos. Los
«guaperas» a menudo son demasiado engreídos para permitir que una mujer
entre en su vida. En cualquier caso, él se siente sin duda atraído por mí.
Durante la conversación, noto que sus ojos se desvían frecuentemente hacia
mis tetas y mis piernas. Llevo una falda muy corta y una blusa de generoso
escote, sin bragas ni sujetador. Suena la música y le pido que baile conmigo.
Nos dirigimos a la pista de baile. Yo me aprieto contra él, frotándome las
tetas contra su pecho. Pronto empieza a acariciar una de mis tetas con la
mano, mientras con la otra me tiene cogido el culo y me oprime contra su

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pene, duro como una piedra. Yo restriego el cuerpo contra su polla, y él deja
escapar un gemido. La música termina y volvemos a la barra. Me dice que
quiere ir a algún sitio donde estemos solos. Yo le contesto que quiero ir a ver
una película en el cine porno local. Él se muestra de acuerdo en llevarme allí,
porque yo soy demasiado tímida para ir sola a verla. Cuando llegamos, soy la
única mujer en la sala. Los hombres no se dan cuenta de que he entrado. En la
pantalla se ve una escena en la que una mujer está tumbada de espaldas con
las piernas en el aire y el coño plenamente expuesto a la visión de los
espectadores, mientras un hombre la folla, primero con los dedos y luego con
el pene. La cámara se centra en la imagen del pene entrando y saliendo y en la
vagina de la mujer que se abre para recibirlo y se cierra a su alrededor. Oigo
que los hombres de la sala empiezan a respirar entrecortadamente. Algunos de
ellos se retuercen en los asientos. Escucho también un par de gemidos
ahogados. El hombre que hay delante mío se busca la bragueta y oigo el
sonido de la cremallera bajándose. Veo que alarga el brazo para cogerse el
pene al tiempo que se retuerce para conseguir sacarlo de los pantalones.
Luego veo que empieza a hacerse una paja y oigo los sonidos que produce la
mano al frotar el pene arriba y abajo. Yo me sitúo de pie detrás de él y le
contemplo mientras sigue jugando con el pene. No quiere correrse enseguida,
así que de tanto en tanto va más despacio, pero pronto la excitación es más
fuerte que él, y trata de reprimir los jadeos cuando se corre en la mano.
Después de ver esto, estoy a punto de explotar. Me levanto la falda para que
mi compañero pueda jugar con mi coño. Me acaricia el clítoris con un dedo
durante unos instantes y me corro en su mano. Luego se desabrocha los
pantalones para liberar el pene que tiene ya erecto. Lo coge con la mano y
empieza a acariciárselo. Quiere que yo le haga una paja hasta que se corra, así
que me coge la mano y trata de obligarme a cogerle el pene. Burlonamente,
rehúso cogérselo. Está tan excitado que el glande rezuma semen, y esta visión
me vuelve loca. Ya no puedo evitar cogérselo y pajearlo hasta que se corre en
mi mano.

A menudo imagino que alquilo la habitación sobrante de mi casa a un


hombre de unos diecinueve a veintitrés años. La habitación alquilada tiene
una pared que da justo al lado del armario de mi dormitorio, donde he
instalado un espejo especial a través del cual yo puedo verlo, pero él no puede
verme a mí. En la habitación he colocado previamente unos cuantos libros y
fotos pornográficos para que los descubra. Cuando está dentro de la

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habitación, lo contemplo a través del espejo mientras se masturba mirando las
fotos porno. Por la noche dejo la puerta de mi dormitorio entreabierta para
que, vea que estoy en la cama con el culo al aire. Una mañana cruza el pasillo
y mira dentro de mi habitación. Descubre que estoy desnuda de cintura para
abajo, con el coño a la vista. Se queda parado en el umbral, mirándome. Finjo
dormir y pronto oigo que se baja la cremallera de los pantalones. Oigo
también el sonido de su mano frotándose la polla. Se masturba cada vez más
rápido, y yo me excito cada vez más hasta abrir los ojos y contemplarlo.
Empiezo a jugar con mi clítoris, y cuando ya me meneo como si estuviera
follando a alguien, él se acerca para verme mejor. Menea furiosamente las
caderas con la mano en la polla y las piernas se le doblan. Grito y me retuerzo
en la cama al correrme, lo cual le provoca el orgasmo y hace que derrame su
semen en la mano.

Voy a trabajar a un sex-shop en el que unas chicas bailan en una cabina


protegida por un cristal. El dueño me dice que un cliente quiere utilizar una de
las cabinas y que debo excitarlo. Tomo asiento en un taburete detrás del
cristal de una cabina. Al poco, entra el cliente y se sienta al otro lado.
Empieza a sonar la música, algo similar al Bolero de Ravel. Yo me levanto y
empiezo a menear las caderas, mientras me acaricio todo el cuerpo.
Lentamente me despojo de la falda y la blusa, descubriendo el sexy sujetador
y las bragas. El cliente tiene los ojos fijos en mí y respira ya con dificultad.
Me meto la mano entre las bragas y empiezo a jugar con el coño. Tengo los
ojos cerrados y le demuestro que estoy verdaderamente excitada. Abro los
ojos y los poso en la entrepierna del cliente. En los pantalones tiene un
enorme bulto que no deja de oprimirse con la mano. Me quito el sujetador
para acariciarme los pechos, jugando con los pezones. Se remueve inquieto en
la silla, porque el bulto de la entrepierna le incomoda cada vez más. Me quito
también las bragas, me siento con las piernas separadas y los pies en alto,
apoyados contra el cristal, y empiezo a masturbarme con los dedos. Él se
levanta para acercarse al cristal y se baja la cremallera de los pantalones,
sacándose el pene palpitante. Va frotando el glande contra el cristal, mientras
contempla cómo me masturbo. Lo frota arriba y abajo, y el semen que brota
de la punta salpica el cristal. Comienzo a subir y bajar las caderas como si
estuviera follando con él. Él empieza a frotarse el pene arriba y abajo con
rapidez creciente, jadeando pesadamente hasta que se corre encima del cristal
y yo me corro en la mano. Su tiempo ha terminado y el cliente se va.

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El pene de un hombre me excita sobremanera. No me interesan las fotos,
quiero verlo en la realidad. Me paso el día mirando entrepiernas, esperando
descubrir una erección, ya que no tengo la suene de pillar a alguien
masturbándose.
Como ya he mencionado, cuando en mis fantasías hay coito, se trata de
alguien a quien conozco y con quien tengo una íntima relación. Hago amigos
entre los hombres con mucha facilidad, y cuando inicio una amistad atravieso
siempre por una etapa en la que sueño constantemente con nuestro primer
polvo mientras me masturbo. Puedo llevar la fantasía a tal punto que siento
casi el pene del hombre dentro de mí cuando levanto las caderas y juego con
mi clítoris. De este modo puedo conseguir orgasmos salvajes. Sé que a
muchos de estos hombres los excito tanto como ellos a mí. Me encanta
pillarlos cuando me están mirando las tetas o las piernas. Si no fuera porque
estoy casada y la mayoría de los hombres que conozco también lo están, sin
duda tendría numerosos amantes entre los que elegir.
No puedo creer que haya escrito tanto, pero realmente me ha gustado
llevar al papel estas fantasías. Nunca antes lo había hecho. Mientras escribía
he ido excitándome y he vuelto atrás en varias ocasiones para leer lo que
había escrito. Ahora estoy muy caliente y probablemente me pasaré el resto
del día soñando con hombres que se masturban y con follar con algún
conocido hasta el éxtasis.

Cheryl
Tengo casi diecinueve años, estoy soltera, soy bonita y estoy segura de mí
misma. Estudio en una prestigiosa universidad y he crecido en el seno de una
familia de clase media-alta. Sin embargo, mis padres son cualquier cosa
menos tradicionales y conservadores; excéntricos sería la mejor palabra para
definirlos. No me siento totalmente a gusto hablando de sexo con ellos, pero
mi madre dice que esto es muy natural. No obstante, sé que me ofrecería toda
la ayuda que le pidiera a ese respecto. Ella lo ve de este modo: si está
prohibido, lo deseas más y alcanzas altos grados de estupidez para
conseguirlo. Por lo tanto, el sexo nunca ha sido un gran tabú para mí.
A la edad de dieciséis años, cuando tuve mi primer amante, mi madre
imaginó que nos acostábamos juntos (a menudo lo hacíamos en mi casa,
aunque estuvieran mis padres). Se limitó a decirme: «Si te avergüenza ir a una

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tienda a comprar algún método anticonceptivo, me alegrará proporcionártelo
yo mismas». En aquel momento resultó una situación embarazosa, pero ahora
estoy muy orgullosa de ella porque estoy segura de que se trata de algo muy
difícil de afrontar para una madre.
Empecé a masturbarme y a fantasear cuando tenía ocho años. En las
primeras fantasías que puedo recordar, mi amiga de doce años me pegaba. Me
inclinaba sobre una silla para poder imaginarlo mejor. Desde entonces,
raramente he vuelto a tener fantasías sobre mujeres, pero la idea de tener
relaciones sexuales con una mujer me fascina y tengo intención de probarlo
algún día. La mayor parte de mis fantasías se desarrollan con hombres negros,
hispanos e indios. (Sólo he visto indios en las películas.) Solía sentirme
culpable por las cosas que imaginaba y los sentimientos que tenía. ¡Ahora
creo que es bueno para mí! Creo que mis mejillas tienen un color más
hermoso y brillante después de varios orgasmos. Las siguientes son algunas
de mis fantasías actuales. El hombre no tiene rostro, o bien es el último
hombre del que me he encaprichado.

Fantasía número 1
Estoy tumbada en la cama vestida con un camisón de seda y con los
cabellos cayendo en suaves rizos sobre los hombros. Oigo un ruido de pasos
en el pasillo y me incorporo sobresaltada. Tres hombres con pasamontañas
derriban mi puerta justo cuando salto de la cama para esconderme en el
armario. Me encuentran y me sacan a rastras ordenándome: «Recoge tus
cosas.» Lo hago, y entonces me llevan, gritando y luchando, hasta una
limusina aparcada fuera, donde me inyectan un tranquilizante.
Me despierto en una extraña y lujosa habitación. En el otro extremo está
sentado un hispano (o un negro o lo que sea) con la camisa desabotonada, una
bebida en la mano y un cigarrillo colgando descuidadamente de los labios. Me
doy cuenta de que estoy encima de una cama vestida con un camisón rojo.
También reconozco al hombre como un infame y poderoso narcotraficante (u
otro criminal de altos vuelos). Soñolienta, pregunto: «¿Qué hago aquí?» Él
contesta: «Ahora eres mía. Cuando veo algo que me gusta, lo cojo.» En el
momento en que se acerca a grandes zancadas, con el cigarrillo en la boca y la
bebida en la mano, le escupo a la cara y le llamo cabrón o hijo de puta u otro
insulto similar. El ríe, confiado, y deja a un lado cigarrillo y bebida. Me coge
por el camisón y me levanta para besarme ardientemente. Yo lucho, pero su
abrazo indolente me tiene aprisionada. Me tira sobre la cama y se desviste.

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Me sujeta los brazos contra la cama, besándome el cuello y la cara. Gimoteo,
y él se ríe entre dientes. «Voy a enseñarte, porque sé que lo deseas.» Me mete
los dedos en el coño y luego la lengua (no llevo ropa interior). Mi capacidad
de lucha se desvanece. Entonces me folla lentamente como si fuera algo
calculado.

Fantasía número 2
En esta fantasía soy rica y mimada. Entre el servicio de la casa hay un
jardinero. Tiene largos cabellos oscuros y fuertes brazos. Aunque es un mero
trabajador, es también inteligente y orgulloso. Cuando él trabaja en el jardín,
me paseo por los alrededores con actitud aburrida e indiferente, bostezando o
fingiendo que voy a buscar el correo o a pasear a mi perro, escasamente
vestida con un vaporoso salto de cama de color púrpura. Pero él me pilla a
menudo mirándolo. Permanezco indiferente todo el tiempo. Cuando ha
terminado con nuestro jardín, después de varios días de trabajo, se marcha.
Algunos días más tarde me pongo a buscarlo y descubro que trabaja en una
fábrica o algo parecido. Como excusa para abordarlo llevo unos guantes que
finjo creer que se dejó en nuestro jardín. Me mira con suspicacia cuando le
tiendo los guantes. «Señorita Tal —dice con voz profunda y maliciosa—, creo
que sabe perfectamente que éstos no son mis guantes, ni tampoco ha venido
aquí por eso.» Yo me siento turbada y humillada, así que lo abofeteo en la
cara con los guantes. Cuando vuelvo a casa encuentro una motocicleta en el
garaje. Al entrar me lo encuentro, fumando un cigarrillo, sentado a la mesa de
la cocina. Como si no le interesara lo más mínimo, se levanta y, sin dudarlo,
me coge por el cuello y me besa con fuerza. Yo me aparto y le digo que voy a
gritar. «Lo dudo —replica, suspirando—. De hecho, creo que lo has
preparado todo para que nadie nos moleste.» Lentamente se coloca detrás mío
y aplasta su pecho y estómago contra mí. Yo trato desesperadamente de
desasirme, pero él me empuja por la espalda, obligándome a apoyarme sobre
la mesa de la cocina. Me levanta la falda y me acaricia el interior de los
muslos y los labios vulvares, comentando lo húmedo que está mi coño.
Luego, sujetándome aún se saca la polla y me la mete hasta el fondo, mientras
yo grito de dolor y de placer.

Fantasía número 3

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La parte inicial de esta fantasía varía siempre, pero sea como sea descubro
que un hombre (un profesor, un pariente lejano, un extraño, o lo que sea) es
un vampiro. Él sabe que conozco su secreto, así que entra volando por la
ventana de mi dormitorio. Me espeta: «¿Cómo osas, bella mortal, conocer mi
secreto? Podría matarte con mis manos desnudas…» Como en la mayoría de
mis fantasías, me comporto de una forma arrogante y provocativa. «No te
tengo miedo. No temo a nadie.» Siempre me coge del pelo, pero varía la
forma de hacerlo. A menudo, me agarra por el pelo para acercar mi cara a la
suya y decirme que debería matarme, pero que soy tan hermosa que, en lugar
de eso, me convertirá en su amante. Asiéndome todavía por los cabellos, me
arrastra hasta el suelo, de manera que quedo de rodillas a sus pies.
Levanto la vista y veo que sólo lleva una larga capa negra y que su verga
es monstruosamente larga y erecta. «Quítate la ropa, zorra», me ordena. Yo
me desvisto. Me dice que me ponga de rodillas y que le suplique por mi vida.
Me niego, y él replica: «Entonces, cuando te folle, haré que te duela.» Me tira
de espaldas y me lame, chupa y mordisquea el coño y los grandes pechos.
Luego me pongo a cuatro patas con gusto y me folla violentamente por detrás
y me muerde el cuello. Este mordisco me hace suya y me confiere poderes
especiales. Después de esto, debo seducir a jóvenes vírgenes (chicos y chicas)
para conservar mis poderes. Por cierto, algunos de mis amigos me dijeron que
los verdaderos vampiros no pueden tener relaciones sexuales con los
mortales, o que no pueden tener relaciones sexuales en absoluto, pero se trata
de mi fantasía y ¡yo impongo las reglas!

Éstas son sólo unas pocas y cada una de ellas tiene numerosas variaciones.
Todas mis fantasías tratan de una pugna de voluntades en la que yo estoy
acostumbrada a ganar, pero que pierdo con el hombre de la fantasía. Se trata
siempre de un hombre fuerte, poderoso y arrogante. También yo lo soy, pero
no tengo tanta fuerza como él. Me seduce o me fuerza, pero yo siempre lo
deseo, aunque finjo repugnancia, odio o indiferencia. Muchas fantasías parten
del tema de «la fierecilla domada», y en ellas soy una bruja de un carácter tan
endiablado que un tío decide conseguir lo imposible: ¡conquistarme y hacer
que me someta a él! Hacer que me corra es una gran hazaña para el hombre
de mi fantasía, porque mi sumisión significa que tiene poder sobre mí. En la
realidad, creo que es la mujer quien provoca su propio orgasmo, en la mayoría
de los casos. Mi primer amante creía que me había «enseñado» a correrme. La
verdad es que he estado provocándome orgasmos desde hace casi diez años.

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Betsy
Tengo veintiún años, soy blanca, soltera y tengo un año de universidad.
En la actualidad soy una contable en paro. Procedo de la Costa Este, pero
vivo en el Medio Oeste.
Mi primera experiencia sexual fue la masturbación, que empecé a
practicar a los tres años. Solía hacerlo durante la hora de la siesta en la
guardería. No recuerdo si entonces llegaba al orgasmo. Solía frotarme por
encima de las bragas. A medida que crecí pasé a masturbarme el coño
desnudo y a usar fantasías. Mi primera fantasía (no estoy segura de si fue a
los ocho años) consistía en que un hombre o un chico desconocidos me
acariciaran contra mi voluntad. Me imaginaba que mis manos eran las manos
de ese extraño cuando me tocaba las tetas y el coño. A esa edad nunca pensé
en el coito. También recuerdo que a la edad de cuatro años un chico de mi
clase de preescolar y yo solíamos jugar a «yo te enseño lo mío y tú me
enseñas lo tuyo». Yo siempre le enseñaba lo mío y entonces él se negaba a
enseñarme lo suyo. Una atenta maestra puso fin al juego. También en esta
clase, y durante la hora de la siesta, me masturbaba bajo la colcha. La
maestra, notando mis movimientos, se acercaba y me acariciaba la espalda.
Me gustaba especialmente cuando me pasaba la mano por el culo. A menudo
daba vueltas en la cama y me ponía boca abajo para que me acariciara. Me
crió mi padre, así que quizá quería que me mimara una mujer.
Durante mis años de adolescencia aprendí a darme el lote con un chico,
pero nunca llegué al orgasmo. Mis tetas eran muy pequeñas (y aún lo son), y
yo nunca dejé que un chico me las tocara hasta que tuve mi primer amante a
los diecisiete años. Era un amante aceptable y muy bueno comiéndome el
coño. Física y mentalmente era una persona muy dominante, pero no en la
cama.
He tenido dos amantes más desde entonces y ahora vivo con mi último
novio desde hace un año. Estamos muy enamorados y espero casarme pronto
con él. Nunca había disfrutado tanto el sexo como con él. Lo que me gusta
más es chuparle la polla. Tiene unos dieciocho centímetros de largo, y su
glande es tan suave como un pétalo de rosa. Si me dejara, le chuparía la polla
varias veces al día. También me encanta lamerle y chuparle los testículos. Me
encanta su olor. Me gustaría lamerle las nalgas y la raja (del ano no estoy
segura). Tiene el culo pequeño, pero redondo y firme. Le gusta utilizar
espejos para hacer el amor, y a mí también. Nuestra postura favorita es al
«estilo perruno». Me encanta ser dominada. Me gusta un buen polvo, fuerte y
rudo. Me gustaría que me atara a la cama con brazos y piernas abiertos y que

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me dominara. El dolor me bajaría la libido y nunca tengo fantasías de ese
tipo. Tampoco me gustaría que me insultara o me humillara. Creo que quiero
tan sólo que me obligue a hacer lo que de todas maneras quiero hacer. Me
gusta además decir cosas obscenas y que me diga lo que vamos a hacer
sexualmente con todas las letras.
Mis fantasías más recientes se refieren a los amigos de mi novio. Imagino
que mi novio está trabajando y uno de sus amigos se deja caer por casa. Le
hago entrar y charlamos. Algunas veces está borracho y me viola. Otras me
cuenta lo pobre que es su vida sexual con su mujer o que ella nunca le chupa
la polla. Yo le digo que a mí me gusta mucho chupar pollas y él tiene una
erección. Nos enfrascamos en preliminares y sexo oral, y luego me folla
salvajemente. Otra fantasía consiste en que espío a un hombre mientras se
masturba sin que él lo sospeche. En ocasiones se trata de un adolescente.
Sueño a menudo que seduzco a un chico de trece a dieciséis años. Quiero
hacerle sentir lo que nunca antes ha sentido. Algunas veces, pero escasas,
tengo fantasías sexuales con mujeres. En realidad, suelen aparecer en mis
sueños con mayor frecuencia. No es nunca una persona a la que conozca. Es
una mujer muy femenina y bella. Nunca he tenido experiencias lesbianas en la
realidad, y dudo que llegue a tenerlas porque fuera de la fantasía pierdo todo
interés. También imagino que hago el amor con dos hombres a la vez, pero no
lo he hecho nunca. Me gustan las películas X y leer sobre sexo. Creo que en
el fondo soy una voyeuse.
Me gustaría también ver a dos hombres follando. Dos hombres atractivos
y viriles. Los maricas del tipo femenino me cortan la libido totalmente.

Babs
Tengo cuarenta años, estudios secundarios, y he estado casada durante
veinticuatro. Tengo dos hijos ya adultos y uno de catorce años que aún vive
en casa. Durante trece años he estado casada sólo de apariencia, pero no me
separé hasta hace un año, cuando conocí al hombre al que amo y con el que
pienso casarme en breve. En este momento está en una prisión federal.
Toda mi vida he sido una soñadora y una intelectual. Nunca había sabido
lo que era una auténtica relación entre un hombre y una mujer hasta hace algo
más de un año. Pero siempre tuve mis fantasías, muchas de las cuales se han
convenido en realidad desde aquel día memorable en que me liberé de la
imagen «buena, decente y respetable» que me había sido impuesta desde la
infancia. Crecí en una familia muy estricta. En el colegio siempre sacaba muy

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buenas notas y me casé a los dieciséis años conforme a lo que se esperaba de
mí. Pero incluso entonces, dentro de los confines de mi severamente
reglamentada vida, vivía en un mundo de locas fantasías. Apenas puedo creer
que sea ahora la misma persona. Estoy locamente enamorada de Jim, y él es
tan apasionado y mundano como yo, así como dulce, afectuoso y muy
sensible. Bendigo el día en que lo conocí. Esta separación es un infierno para
nosotros, pero nuestras fantasías nos ayudan enormemente. Enumeraré tan
sólo unas cuantas de mis favoritas:

Estoy en un camión con cuatro hombres, todos de veinte y muchos de


poco más de treinta. Nos quitamos la ropa, y yo me excito como una loca al
ver todos esos penes erectos que me esperan. Cabalgo sobre uno de ellos, le
lamo y le chupo la polla a otro, masturbo al tercero con la mano hasta que
alcanza el orgasmo, mientras un cuarto me penetra por detrás (algo que aún
no he experimentado, pero que haré en cuanto liberen a mi amante). O bien
tengo las piernas levantadas, mientras uno de ellos me hunde la polla hasta las
pelotas, otro está sentado sobre mi pecho mientras yo le mamo la polla y el
tercero está follando al cuarto por el trasero y masturbándole al mismo
tiempo. Las variaciones son infinitas, pero siempre estoy con cuatro tipos. Lo
que realmente me excita es la idea de que todos ellos dependen de mí para
alcanzar el orgasmo. Supongo que me da una sensación de poder. Me encanta
ver cómo pierden el control, sabiendo que yo soy la responsable. El aspecto
visual me excita hasta el delirio.
Me encanta la visión del cuerpo masculino, eso es todo. No comprendo
por qué, durante años, los artículos sobre sexo decían siempre que el macho
es el único en excitarse realmente al ver un cuerpo desnudo del sexo
contrario. Quien fuera que escribió esa basura no me conoce, y debe de haber
otras mujeres como yo en todo el mundo. ¡Joder!, me he pasado la vida
«mirando entrepiernas». He estado acostándome con Jim durante más de un
año, y sólo vislumbrar su cuerpo desnudo me fascinaba. Nos duchábamos
juntos y dormíamos desnudos todas las noches, pero siempre resultaba nuevo
y excitante para mí. Solía despertarme en medio de la noche y contemplarlo
silenciosa. Y siempre que pasaba junto a mí desnudo tenía la misma
sensación.
Cuando estaba bajo fianza en espera de condena y nuestro tiempo juntos
era tan breve y precioso, hacíamos el amor tres o cuatro veces seguidas.
Luego, cuando él se quedaba dormido, yo me levantaba para ir al cuarto de

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baño a lavarme, y al volver, le lavaba los genitales, le secaba y me acurrucaba
entre sus brazos para dormir. Me despertaba al menos dos veces cada noche
tan sólo para abrazarme más a él. Me quedaba tumbada, pensando en cuánto
lo amaba y preguntándome cuánto tiempo tardaría en volver a casa para vivir
juntos. Le acariciaba las cejas y los labios con las puntas de los dedos, le
besaba el pecho muy dulcemente y luego me dormía otra vez. Cuando me
despertaba por la mañana lo veía inclinado sobre mí con amor en los ojos, y
sabíamos que estábamos un día más cerca de la condena. La razón por la que
te cuento todo esto es porque sé que si no le amara tanto no sentiría esa
fascinación y asombro por su cuerpo. Los cuerpos masculinos me excitan por
sí mismos, pero el suyo es familiar, querido y precioso porque lo amo todo de
él, por dentro y por fuera. Su cuerpo es tan mío como él. Otra de mis
fantasías:

Hay una orgía en mi casa. Pueden ser personas a las que conozco,
extraños o una mezcla. Hay unas veinte personas de las cuales la mayoría son
hombres. Todo el mundo está desnudo, y yo siento un increíble placer viendo
todos esos penes erectos de todas las formas y tamaños. Las parejas están
follando en todas las posturas posibles, y un par de tíos están masturbándose
mientras las contemplan. Yo disfruto viendo cómo se corren. Entro en la
cocina y encuentro a un tipo corpulento que le dice a otro con aspecto de
marica que se incline sobre la mesa, lo que éste hace, sujetándose a la misma.
El tipo corpulento le mete la polla en el ano al marica, que le pide que no le
haga daño. El tipo corpulento se la mete hasta el fondo a pesar de las protestas
del marica. Sin duda, ambos están disfrutando. Yo los contemplo follar con
los rostros tensos, y luego vuelvo a la sala de estar. El tipo corpulento se corre
y se oyen sus gruñidos de satisfacción. Entonces, un tipo que estaba en la sala
de estar se apodera del marica, le obliga a ponerse de rodillas delante de él y
le ordena que se la coma. Tiene un pene de tamaño medio, que introduce
hasta el fondo en la boca del marica, agitando las caderas de delante atrás. De
repente, el marica empieza a emitir todo tipo de gruñidos, y su larga y delgada
polla da sacudidas. El marica empieza a correrse sobre el suelo. Yo deseo
correr hacia él, cogerle la polla y sentir cómo se corre, pero estoy paralizada y
todo lo que puedo hacer es quedarme allí y mirar cómo eyacula. En este
punto, me corro yo misma.
Se trata de nuevo de ver cómo un hombre pierde el control.

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GRUPOS
Las mujeres tienen una expresión de poder completamente nueva que
pertenece a este capítulo. Según los manuales de sexo, cualquier número
mayor de tres (el ménage à trois) constituye un grupo, y cualquier número por
encima de siete, una orgía. La teoría que más a menudo me repitieron en el
pasado los terapeutas y analistas sexuales era que el grupo sexual era siempre
idea del hombre. Cuando las mujeres se prestaban a ello era para complacer al
hombre o por miedo a perderlo si iba sin ella. No se trataba de una premisa
ilógica si tenemos en cuenta la tradicional y total dependencia de la mujer con
respecto al hombre.
Con la revolución sexual, las mujeres empezaron a participar en el sexo en
grupo con entusiasmo. Incluso hoy en día, a pesar de la legítima preocupación
por las enfermedades de transmisión sexual, la Lifestyles Organization
sostiene que hay más de doscientos clubes de sexo en grupo en Estados
Unidos. Los clubes se definen como una «casa o instalación de reunión a la
que acuden las personas para realizar actividades sexuales con alguien, en
lugar de la primitiva pareja o además de ella».
También en sus fantasías, mujeres como Mary Lee, Sage o Sarah Jane
tienen una profunda y constante curiosidad sobre uno de los principios del
placer: si un hombre es excitante, ¿no se doblaría o triplicaría la excitación
con dos o tres hombres y también con otra mujer? Estos grupos sexuales
constituyen la fantasía de la mujer en la que ella lo controla todo, sabiendo
como sabe que las cosas pueden salirse de madre en un grupo, a menos que
alguien tenga el mando. Es esta sensación de tener el mando la que excita a la
mujer, tanto como lo que se está haciendo. «Las variaciones son infinitas,
pero siempre estoy con cuatro hombres —dice Babs, cuya fantasía hemos
leído antes—. Lo que me excita realmente es la idea de que todos ellos
dependen de mí para correrse. Supongo que me da una sensación de poder.
Me encanta contemplarlos cuando pierden el control, sabiendo que yo soy la
responsable.»
A pesar de sentirse atraídas por la variedad, las mujeres no quieren que
sus hombres se exciten demasiado con otra mujer, ni siquiera en la
imaginación. Por muchas reglas que se establezcan en un grupo sexual real,
no hay manera de controlar la posibilidad de que aparezcan los celos y la
envidia. En la imaginación, la mujer se asegura de que estas emociones
negativas no se presenten nunca. A Sarah Jane le encanta la excitación
complementaria de imaginarse a su novio con su mejor amiga. Los quiere a
los dos y, por tanto, puede identificarse con lo que la otra mujer siente. Pero

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cuando llega el momento final (cuando Sarah Jane está cerca del orgasmo al
masturbarse) devuelve la polla de su novio al lugar que pertenece, dentro de
ella. Entonces, gracias a la magia de la fantasía, convierte a su novio en el
novio de su mejor amiga. ¿Complejo? En absoluto, siempre que sea una
fantasía.
Incluso en la imaginación, el adulterio puede resultar angustioso si no está
cuidadosamente dirigido. No sólo hay que contar con la propia ansiedad
culpable de la mujer, sino también con la dolida reacción del marido ante su
infidelidad. Victoria ama a su marido, pero sólo puede alcanzar el orgasmo
durante la masturbación cuando imagina a quince hombres con pollas de
treinta a treinta y cinco centímetros dándole placer. Para mitigar la sensación
de una preferencia desleal por hombres con «enormes pollas, mientras que la
de mi marido sólo alcanza la mitad», incluye a su marido en la fantasía. ¿Se
siente él celoso porque lo ha abandonado o siente envidia de esos otros
hombres? En absoluto. «Estoy segura de que la presencia de mi marido en la
fantasía es simbólica […] —explica, y añade luego—: En la fantasía él no
siente repulsión. Está callado, sin dar su opinión.» Debido a que hay ciertas
lealtades que es preciso mantener, incluso en un grupo, Victoria sólo permite
a los quince hombres que se acerquen a su boca y a su ano. Su marido es «el
único hombre que llega hasta mi vagina». A eso se le llama fidelidad.
Es también un tributo al poder de la mente. Las personas y las cosas no se
manipulan tan fácilmente cuando las fantasías se ponen en práctica,
especialmente cuando se trata de escenas de grupo. Sage lo descubrió así: «Mi
marido parece tomar el mando cuando somos tres (dos mujeres y él). Pero
cuando se nos une otro tío, siempre quiere terminar cuando él ya está
satisfecho.» Poco deportivo por su parte. Para compensarlo, Sage inventa una
fantasía que le permite follar con otro hombre y, de repente, justo cuando el
hombre de la fantasía está a punto de correrse «grita que me quiere; mi
marido lo oye y me perdona, porque sabe que necesito mucho amor y que eso
no será un obstáculo entre nosotros».
¿Necesita Sage mucho amor o mucho sexo? Los hombres solían tratar de
justificar su infidelidad como «sólo un ligue de una noche», significando que
sólo había sexo, pero no amor. Eran las mujeres quienes confundían amor y
sexo. Quizás aún lo hagan y por ese motivo muchas elijan vivir solas, sin
hombres, temiendo que incluso una noche de sexo pueda esclavizarlas o
enamorarlas del amor.
¿Cómo combinar el sexo con amor de las mujeres y el sexo sin ataduras
de los hombres? A principios de los años ochenta, antes de la plaga de las

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enfermedades venéreas en general y del sida en particular, las mujeres se
dedicaron a experimentar con esa combinación, viviendo sus adulterios en la
seguridad de la fantasía como nunca antes lo habían hecho. En la actualidad
siguen tratando de hallar el terreno sexual neutral que siempre ha separado a
hombres y mujeres. En la intimidad de sus mentes les ha sido posible
combinar las aventuras de los hombres de «echar un polvo y marcharse» con
su propia y profunda necesidad femenina de calor y ternura. «Nadie ha cogido
nunca nada por hacer el amor con un hombre distinto cada noche en la
imaginación», afirma Sage.

Sage
Siempre se ha sabido que las mujeres son más románticas que los
hombres, así que es realmente difícil creer que pueda pensarse que no
deberíamos tener o no tenemos fantasías. Fue precisamente porque tenía
fantasías que leí románticos libros sobre piratas que raptaban mujeres que
luego se enamoraban de ellos. Es una fantasía con la que puedo sentirme
identificada, e incluso vivirla en parte mientras leo. Me gusta ser dominada y
dominar, pero no causando daño. Es placer lo que busco.
Tengo veintiocho años, hace once que estoy casada y tengo un hijo.
Siempre he tenido fantasías. Creo que todo el mundo las tiene en realidad,
pero no considera que lo sean. Inicié mi actividad sexual hacia los catorce
años sin que fuera totalmente por elección propia, ya que fue mi hermanastro
de quince años quien abusó de mí. Tuve varios amantes antes de casarme a
los diecisiete años. Nunca mostré desviaciones sexuales hasta después de un
año, cuando mi marido y yo empezamos a hablar de chicas. Me excitaba
mucho. Nunca antes había deseado a una chica conscientemente, pero había
jugado a médicos con chicas. Necesito un hombre, pero las mujeres son puro
disfrute y ¡tienen un tacto tan suave! Yo ya le había tocado las tetas a una
chica. Desde que mi marido y yo empezamos a hablar de chicas se han metido
en mis sueños. El acto real no ha sido tan bueno como prometían las fantasías.
En unas pocas ocasiones lo hemos hecho con chicas. Una vez, al principio,
tuve a una para mí sola, y eso fue lo mejor. Mi marido parece tomar el mando
cuando somos tres. Pero cuando se nos une otro tío siempre quiere terminar
en cuanto él está satisfecho. Mi marido no toca nunca al hombre, sólo mira y
me folla. Así que yo imagino que estamos el otro tipo y yo, y que él me ama y
me desea y me folla lentamente hasta que se corre dentro de mí y grita que me

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quiere. Mi marido lo oye y me perdona, porque sabe que necesito mucho
amor y que no será un obstáculo para nosotros.
Mi principal fantasía está basada en la realidad. Él es mi amante y su
mujer está embarazada. Vivo con ellos y hago el amor con ellos. Él es mío,
ella es mía y el bebé es mío en parte. Abrazo a la mujer de mi amante y le
acaricio el hermoso vientre hinchado, notando que nuestro bebé da patadas.
Dormimos todos juntos con ella en medio, y mi amante y yo la abrazamos y
la amamos. Cuando él le hace el amor, también me lo hace a mí. Somos uno,
y ella es nuestra. Y cuando él me hace el amor lenta y dulcemente, ella me
acaricia y me ama, y él siembra su semilla en mí. Y me ama. Sueño con él
cada vez que estoy inquieta. Está ahí, esperando que yo sea libre.
Lloré realmente cuando se casó. Sentí que ya no estaba allí. Pero sigo
imaginando que se casó con ella porque yo no era libre, y que si yo lo deseo,
él todavía me desea. Si alguna vez me pidiera que tuviéramos relaciones
sexuales sin que interfiriera en mi matrimonio, ¡aceptaría! A pesar de que sé
por experiencia que haríamos daño a otras personas. Tuve un lío con mi
cuñado y con la aprobación inicial de mi marido. Pero estuvo a punto de
rompernos el corazón a todos y de arruinar tanto mi matrimonio como el de
mi cuñado.
Las fantasías pueden ser muy poderosas una vez llevadas a la vida real.
Así que ahora tengo mucho cuidado en no perder de vista mi matrimonio y mi
amor por mi marido y mi hijo. Las fantasías son muy normales en mí y están
libres de riesgos, siempre que permanezcan en mi mente, donde nada ni nadie
está fuera de mi alcance. Cuando la vida real me falla, exploro los límites
externos de mi mente en los que nadie puede decirme que no. Debería añadir
también que las fantasías son sexo seguro; nadie ha cogido nada haciendo el
amor con un hombre distinto cada noche en la imaginación.

Victoria
Tengo veinte años de edad. Me casé a los dieciocho con un hombre con el
que trabajaba mientras hacía el servicio militar y tenemos un hijo de casi un
año de edad. Nuestro matrimonio y nuestra vida sexual son satisfactorios. Fui
la primera mujer con la que mi marido (le llamaré David) tuvo relaciones
sexuales, aunque había practicado el sexo oral con varias mujeres antes de
conocernos.
Yo siempre he sido promiscua. Recuerdo que a los once o doce años me
masturbaba con una zanahoria (no teníamos nada más en casa para hacerlo)

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mientras leía los libros porno de mi padre. Él solía esconderlos en una caja en
su dormitorio, y yo ocultaba libro y zanahoria debajo del colchón hasta que lo
terminaba y lo cambiaba por otro. Mi padre me pilló finalmente y me dijo que
lo comprendía, pero que mi madre no debía enterarse. Nunca me dijo que no
dejara de hacerlo y no volvió a mencionar el tema ni tampoco hizo nada más.
Yo siempre me sentí demasiado avergonzada para sacar ese tema, pero
continué con mi actividad durante largo tiempo.
Perdí la virginidad alrededor de mi decimotercer cumpleaños con el novio
de una amiga. Lo hicimos tres veces ese día y no volvimos a encontrarnos. Él
tenía quince años. Yo no sentí nada en realidad, así que me atuve a las
zanahorias durante un año más.
Entonces lo hice con uno de los monitores del Club Scout de mi hermano
pequeño en una caravana (aparcada delante de su casa en una transitada
calle). En esta ocasión (él tenía treinta años), sí lo sentí. Su pene era mucho
más grande que el del chico de quince años. Después de eso, lo hice siempre
con hombres, no con chicos. Quería ser discreta, y los chicos son unos
fanfarrones. Ningún hombre en su sano juicio alardearía de sus relaciones con
una menor.
Creo que tuve una gran actividad sexual a tan temprana edad porque
estaba necesitada de afecto. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía doce
años, y me quedé con mi madre, que era una auténtica bruja. Solía rebajar a
los hombres en conjunto, y supongo que ésa fue la razón por la que yo
deseaba el afecto de los hombres.
Aunque mi vida sexual con mi marido es excelente, no me pongo caliente
como solía hacerlo antes de dar a luz. De hecho, algunas veces sólo lo hago
porque no quiero que mi marido mire hacia otra parte.
Habitualmente llego al orgasmo sólo gracias a las fantasías que tengo
mientras hago el amor con mi marido. Nunca había tenido que fantasear antes
de dar a luz. Todo lo que tenía que hacer para correrme era pensar en lo que
estábamos haciendo, en lo que sentía con mi marido dentro de mí y en lo
mucho que disfrutaba. El tema básico de mis fantasías es el siguiente:
Estoy en una habitación haciendo el amor con mi marido sobre la cama.
Yo cabalgo sobre él, y él tiene la polla (odio ser vulgar en la realidad, pero
mis fantasías lo son, así que me adaptaré) dentro de mi coño. Nos lo estamos
pasando muy bien. Entonces la fantasía continúa de varias maneras:

1. Un gran pastor alemán macho entra en el dormitorio y empieza a


lamerme el ano. Se excita y me penetra el ano con su enorme polla de
perro. Mi marido y yo no podemos detenerlo. En la fantasía no siento

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ningún dolor, pero estoy segura de que sí lo sentiría en la realidad. El
perro me folla por el ano mientras mi marido y yo seguimos haciendo
el amor. El dueño del perro entra también en busca de su perro y me
informa que, una vez que ha comenzado, no hay modo de pararlo.
Entonces sugiere que yo le chupe la polla mientras espera. Me meto su
polla entera en la boca (algo que no puedo hacer en la realidad) hasta
que nos corremos todos. En la realidad, al llegar a este punto, me
corro.
2. Un italiano atractivo y fornido y otros catorce hombres entran en la
habitación. El italiano es quien tiene la polla más grande, de unos
treinta y cinco centímetros de largo y muy gruesa, así que es el jefe.
Me dice que me la va a meter por el culo y lo hace (tampoco me
duele). Todos los demás hombres tienen pollas de al menos treinta
centímetros. Se masturban todos, frotando la polla sobre mi espalda.
Uno de ellos, un negro, me obliga a chupársela hasta el fondo
(físicamente imposible con treinta centímetros o más), y el italiano me
explica que debo complacer a cada uno de ellos al menos tres o cuatro
veces. Cuando los hombres que se están masturbando sobre mi espalda
están a punto de correrse, me van metiendo la polla por turnos en la
boca, junto con la del negro, y eyaculan dentro. Esto aumenta mi
excitación. Durante todo el tiempo que ocurre esto, el italiano no deja
de decirme los litros de semen que va a descargar en mi culo y lo
mucho que me va a gustar. Entonces, los tres hombres se corren al
mismo tiempo y yo me corro en la realidad.

Estoy segura de que la presencia de mi marido en la fantasía es


simbólica, aunque él no está muy bien dotado (sólo tiene dieciséis
centímetros de largo y siete de grosor). En realidad, es el único hombre
con el que he alcanzado el orgasmo (y he tenido muchas oportunidades
para lo contrario), y en la fantasía él no siente repulsión. Está callado,
sin dar su opinión. También es el único hombre que me penetra por la
vagina.
Nunca le he contado estas fantasías a mi marido, porque sé que a
mí me dolería descubrir que él tiene fantasías sobre otras mujeres. No
he mencionado nunca nada. Estoy convencida de que no le gustaría
descubrir que imagino que tres hombres me follan al mismo tiempo,
mientras otros esperan su turno, o que un perro me folla por el culo.
También me doy cuenta de que en mis fantasías los hombres tienen
pollas enormes, mientras que la de mi marido tiene tan sólo un tamaño

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medio. Quiero que sepas que no soy muy profunda y que ¡mi marido
es todo lo que puedo admitir! ¡Para mí, la suya es enorme!

Steph
Rob y yo nos casamos ante un juez de paz en enero. No nos hemos visto
desde el 7 de marzo, día en que arrestaron a Rob. Le han condenado por
posesión de mercancía robada, gracias a un «amigo» que volvió las pruebas
del fiscal contra él. Quiero que comprendas que Rob no es en absoluto una
mala persona. Lo único que hizo fue estar en el lugar equivocado en el
momento equivocado. En cualquier caso, lo condenaron a tres años en la
prisión del condado.
Nos escribimos a diario, en ocasiones hasta dos y tres veces. También me
llama por teléfono día sí día no (en ocasiones dos o tres veces al día).
Bien, después de estar tres meses separados, recibí una carta suya muy
interesante. Me decía cuánto necesitaba follarme, en qué posturas me follaría
y me detallaba cada paso. Quería que le contestara de la misma forma. Yo soy
una persona muy tímida en cuanto al sexo (timidez que he superado en gran
medida desde que conocí a Rob) y al principio me cortaba un poco escribir
ese tipo de cosas, pero tras unas cuantas cartas empecé a disfrutar. Era el
único modo de que Rob y yo satisfaciéramos nuestro apetito sexual sin ser
infieles. Aún me estoy riendo del modo en que él lo definió: «polvos a larga
distancia». Realmente funcionó. Yo me iba siempre a mi habitación con su
carta, me quitaba la ropa y realizaba los movimientos con las manos, tal como
él los describía. Me excitaba sexualmente imaginando que él estaba allí
conmigo. Me dijo que siempre se le ponía dura cuando leía mis cartas y que
era muy embarazoso, porque estaba rodeado de tíos y él tenía que pasearse
con la erección, pero aun así le gusta leer mis cartas.
Bueno, las cartas mejoraron cada vez más. Todavía siguen llegando a
diario. Ahora hemos incluido a otras parejas en nuestras fantasías. Esto fue
algo que tardé en aceptar, porque a mi mente ingenua le costaba un gran
esfuerzo. Rob había estado con otras parejas en su primer matrimonio (que
duró diez años). Cuando me preguntó si me gustaría hacerlo alguna vez, para
mí fue una verdadera conmoción. No he «estado» con otros hombres u otras
mujeres al mismo tiempo, pero con nuestras cartas y mi marido escribiendo
sobre ello constantemente, cada vez me siento más excitada por la posibilidad
de probarlo. Quiero contarte una de mis fantasías sexuales favoritas, que he

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escrito para mi marido. En nuestras cartas ambos empezamos por describir el
escenario para conseguir así un efecto más realista. Aquí está:

Día de mudanza
Rob y yo hemos encontrado por fin la «casa de nuestros sueños» y
estamos de mudanza. «La casa de nuestros sueños» tiene dos plantas y cuatro
habitaciones con un jacuzzi junto al dormitorio de la planta baja y un bonito
lago detrás de la casa.
Compartimos esta casa con otra pareja (llamémoslos Frank y Trish), que
nos está ayudando a hacer la mudanza. Son los dos muy atractivos, y yo ya he
percibido el considerable tamaño de la entrepierna de él. Pienso que será
realmente agradable vivir con Frank y Trish. Será como compartir la casa con
tus compañeros de juegos.
Hemos estado de mudanza toda la mañana y nos hemos conocido mucho
mejor. Decidimos tomar un descanso para comer y probar el jacuzzi.
Encargamos una pizza y nos dirigimos al jacuzzi. Este se encuentra en medio
de una habitación de techo ornamentado. Convenientemente situado al
alcance del jacuzzi hay un bar bien abastecido. Empezamos a desnudarnos
todos lentamente. Veo de reojo el cuerpo musculoso de Frank y confirmo mi
idea anterior de que tiene una gran polla. (En mis fantasías me gusta siempre
que los hombres tengan grandes pollas, y Rob conoce mis gustos.) ¡Oh, sí!
Anhelo con todas mis fuerzas sentir esa polla dentro de mí. Rob se ocupa de
mezclar vodka y zumo de naranja para Trish y para mí. Le lanza una cerveza
a Frank y coge otra para él. Nos metemos todos en el jacuzzi. Yo me siento
frente a Frank, y Rob, frente a Trish. Estamos disfrutando de la íntima
compañía mientras bebemos y comemos pizza. Nos reímos cuando las
burbujas nos suben por entre las piernas, provocándonos un excitante
hormigueo en todo el cuerpo. Entonces siento un nuevo estremecimiento al
notar que Frank desliza lentamente su pie entre mis muslos. Empieza a mover
el pie arriba y abajo alrededor de mi coño y, de tanto en tanto, me mete el
dedo gordo en el coño y me acaricia el clítoris, enviando espasmos de
excitación a través de mi cuerpo. Lo miro fijamente, pero si alguien me
mirara el rostro no vería el menor indicio del placer que me está causando,
acercándome más a lo que he estado deseando todo el día.
Estoy sentada sobre su regazo de cara a él y con una pierna a cada lado de
las suyas, fuertes y musculosas. Baja la mano hasta mi coño peludo y caliente,
y empieza a acariciarme el pubis. Luego me acaricia el clítoris con los dedos.

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Puedo sentir el gran bulto de su polla creciendo cada vez más y poniéndose
dura contra mi estómago. Al mismo tiempo que me mete un largo dedo en el
coño, mete también su enorme lengua dentro de mi boca, ahogando mi grito
de placer.
Miro de reojo a Rob y veo que está sentado junto a Trish y le explora la
boca con la punta de la lengua, mientras una de sus manos está debajo del
agua explorando las profundidades de su coño.
Frank me levanta un poco por encima del agua con las manos alrededor de
mis nalgas. Me coloca sobre su gran verga y empieza a bajarme lentamente
sobre ella. Me muerdo el labio para reprimir un grito cuando el glande de su
enorme polla penetra mi caliente y apretado coño. Por un instante, creo que
no va a poder entrar en mí, porque siento como si me estuviera rompiendo,
pero ese breve momento de dolor se convierte en puro placer cuando me
penetra hasta el fondo y me obliga a subir y bajar sobre su larga polla.
Mientras tanto, Rob y Trish siguen junto a nosotros. Ahora ella tiene la
mano bajo el agua, cuya superficie se remueve al tiempo que la mano de ella
le hace una paja a Rob. Sus rostros demuestran el placer que sienten.
Entonces, mientras Frank sigue subiéndome y bajándome sobre su polla,
gimiendo los dos en un puro éxtasis, Rob y Trish se deslizan fuera del jacuzzi
y se van a la habitación contigua. Nos dejan a Frank y a mí en nuestro propio
mundo de fantasía. Siento cada latido de su polla cuando me penetra cada vez
más profundamente. Siento también mi coño palpitar cuando nos corremos al
mismo tiempo. Me sube una última vez y me clava de nuevo hasta el fondo de
su polla al tiempo que se mezclan su semen y mis jugos. Entonces me separo
y descansamos un rato, escuchando a Rob y Trish alcanzar su propio
orgasmo.
Frank y yo nos trasladamos también a la habitación para unirnos a Rob y
Trish. Están tumbados el uno junto al otro. Trish tiene el coño muy velludo,
como le gusta a Rob. Sus pechos se elevan cada vez que toma aire
profundamente.
Me acerco a ella y meto la cabeza entre sus piernas. Empiezo a lamerle el
clítoris, saboreando sus jugos mezclados con el sabor familiar del semen de
Rob. Luego me pongo en la posición del 69 para que también ella saboree la
humedad entre mis piernas. Cuando siento que estoy a punto de tener otro
orgasmo, me separo de ella y me acerco a Rob, deseando su polla dentro de
mí más que nunca. Me tumbo de espaldas y él me monta y me mete la polla
con tal fuerza que no puedo contener un grito de placer. Mientras me folla,
Trish se coloca junto a nosotros y se pone a lamerle la polla a Rob y a mí el

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húmedo coño mientras Rob la mete y la saca. Frank está a nuestro lado
masturbándose y gozando con la escena que contempla. Se acerca a mi boca y
me mete la polla cuando está a punto de correrse. Trish tiene el coño sobre mi
boca y la polla de Frank se mueve arriba y abajo, frotando su coño mientras
yo se la chupo. Alcanzamos todos ese punto maravilloso sin retorno. Saboreo
los fluidos calientes de Frank y Trish sobre mi cara y el semen de Rob se
desliza por mis muslos.
Nos tumbamos sobre la cama y gozamos del júbilo sexual de haber
cumplido nuestras fantasías íntimas.

Sarah Jane
Empecé a masturbarme cuando tenía cinco o seis años. Supongo que mis
experiencias sexuales durante los años de colegio e instituto fueron las
normales. Ya sabes, magreos, meterme dedos en el coño, etc., pero no
practiqué nunca el coito.
Hasta el año pasado, en que conocí a un tío realmente fantástico del que
me enamoré y con el que me pareció que estaría bien tener relaciones
sexuales. Él es el único con el que me he acostado desde entonces. Aún lo
amo y juntos disfrutamos realmente del sexo (creo).
Uno de nuestros mayores problemas es que mi familia es muy religiosa y
no podemos permitir que descubran nuestra vida sexual hasta que nos
casemos (lo cual pensamos hacer en su momento). Su padre lo mataría si
supiera que nos acostamos juntos. Así que tenemos que follar montones de
veces en el coche, aparcado en alguna parte de la casa de un amigo, o en la
escuela después de las horas de clase, en mi casa cuando mis padres no están,
en las excursiones, etc. En ocasiones conseguimos hacerlo en una cama y es
realmente especial.
Pero, aparte de los extraños lugares en los que tenemos que follar,
tenemos una vida sexual relativamente libre. He aprendido a hacerle
mamadas, y a él le gusta comerme el coño. Follamos en todas las posturas
posibles, pero creo que la que nos va mejor de todas es conmigo arriba. A él
le gusta verme masturbándome y, aunque nunca lo he conseguido, me
gustaría verle mientras se masturba. Él no quiere follarme cuando tengo la
regla, aunque es entonces cuando yo estoy más caliente. Somos únicos en
polvos de cinco minutos (¡es comprensible!).
Nunca le he contado a él ninguna de mis fantasías, pero casi he terminado
de leer Forbidden Flowers y cuando acabe tengo la intención de dárselo para

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que lo lea. Me pregunto si le excitará tanto como a mí. ¡Me pongo cachonda
siempre que lo leo! Quizá cuando acabe esta carta se la deje leer. No es que
me sienta avergonzada, pero no quiero que se enfade conmigo.
Nunca tengo fantasías cuando estamos follando, aunque sepa que no me
voy a correr (porque algunas veces no me corro, no me preguntes por qué,
¡porque mi novio es un gran follador!). Mi novio es el único hombre al que
realmente deseo.
En general, pienso en mis fantasías cuando me voy a dormir o cuando
estoy esperando que venga a recogerme para salir y poder follar.
Mis tres fantasías principales son:

Mi novio está fuera en un partido de fútbol americano en su ciudad natal


de Florida. Yo voy hasta allí en coche para darle una sorpresa, pero cuando
me acerco a la puerta de su habitación en el hotel, oigo unos gemidos que
proceden de la cama. Entro en la habitación, ocultándome para que no me
vean, e intento averiguar lo que ocurre. Aparentemente, mi novio se ha
encontrado con una chica (la otra chica con la que había follado antes que
conmigo), y una cosa ha llevado a la otra. Tan pronto como mis ojos se
acostumbran a la penumbra veo que ella está sentada sobre su cara y él le está
comiendo el coño. Ella arquea la espalda y se menea sobre su cara. Yo casi
siento su lengua en mi clítoris, como tantas veces antes, y empiezo a notar la
humedad mojando mis bragas de encaje. De repente, la espalda de ella se
tensa y yo sé que ella está teniendo un orgasmo estremecedor. Entonces me
doy cuenta de que la polla de mi novio está dando sacudidas sobre su
estómago en su deseo por entrar en un coño húmedo y jugoso. Hago lo
posible por contenerme y no correr hacia él para meterme su polla en la boca.
La chica empieza a deslizarse por el cuerpo de mi novio hasta que sus labios
alcanzan la punta de su polla palpitante, que se mete en la boca hasta el fondo
(cosa que yo no puedo hacer). Los dedos de los pies de mi novio me indican
que está disfrutando cada minuto de esa mamada. Justo cuando él está a punto
de correrse en su boca, ella levanta la cabeza y desliza la cara y las tetas por
su polla. Supongo que no he visto la señal de mi novio a causa de mi creciente
excitación, pero súbitamente ella se levanta y se sienta sobre su polla. Para
entonces yo ya he deslizado la mano hacia mi húmedo coño. Cuando ella
empieza a cabalgar sobre su polla y él a acariciarle las tetas y tironearle los
erectos pezones, ya no puedo soportarlo más, corro hacia la cama y, antes de
que pueda ver siquiera de quién se trata, pongo el coño desnudo sobre la boca

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de mi novio. Cuando su lengua se lanza sobre mi agujero y alrededor de mi
hinchado clítoris, no puedo más y me corro en espasmos de placer, al tiempo
que él se corre en el coño de la chica.

Mi novio tiene un gran amigo que es una verdadera mole. ¡Estoy hablando
de dos metros y medio de estatura! Imagino que mi novio lo trae a mi casa
por sorpresa un día en que mis padres no están. Yo estoy tumbada sobre el
sofá mirando los seriales de la tele cuando ellos entran. Desgraciadamente (?)
no llevo puesto nada más que un salto de cama transparente. Sin una sola
palabra, mi novio me coge de la mano y me lleva a mi habitación, haciendo
señas a su amigo de que nos siga. Me tira sobre la cama y me rasga el salto de
cama (bajo el que no llevo nada más). Con un rápido movimiento, hunde el
rostro en mi coño, ya húmedo, y empieza a lamerme el clítoris. Con cada
nuevo lametón sobre mi agujero me pongo más y más caliente, hasta que
jadeo de placer. Entonces me doy cuenta de que su amigo está junto a la cama
mirándonos y que tiene una gran erección. Con los ojos le indico que me la
meta en la boca. Se baja la cremallera del pantalón y su polla monstruosa
irrumpe a través de la bragueta abierta. Se quita los pantalones y hunde su
polla palpitante en mi boca. Cuando empiezo a chupársela con gran habilidad,
él coge la polla de mi novio y empieza a masturbarlo. De repente, siento los
cálidos chorros de semen en mi garganta, y mi novio, que todavía me está
comiendo el coño chorreante, me hace correrme en oleadas de placer mientras
también él descarga su semen sobre mi coño y mis muslos.
Tras un breve descanso, terminamos con la fantasía número tres…

Vuelvo en mí tras haber caído en un auténtico trance de placer y me doy


cuenta de que alguien está llamando a la puerta. Digo que entren en voz alta y
sacudo a mis compañeros para que se despierten. Tan pronto como mi mejor
amiga entra por la puerta, mi novio tiene una erección instantánea. No puedo
creerlo, así que le doy un codazo y le digo que tome lo que quiera. Yo me
quedo tumbada con el otro tío, acariciándome el coño mientras contemplo
cómo mi novio desviste a mi amiga y empieza a chuparle las tetas. Cuando se
han convertido en dos pedazos de carne palpitante, él empieza a descender
más y más hasta que su rostro alcanza el coño desnudo. Con dos lametones de
su lengua maravillosa hace que ella se corra. Aún me estoy preguntando por
qué se ha movido tan rápido, cuando veo que se tumban en el suelo, que él le

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separa las piernas y le abre sus labios vulvares para meterle la polla dura
como una piedra. Cuando él empieza a follarla y darle placer, me agita el
deseo de que esa polla esté dentro de mí. Mis caderas se mueven al compás de
los tres dedos del otro tío, y empiezo a correrme lentamente. Antes de acabar,
noto que los dedos se separan de mi coño palpitante y, no queriendo que
termine, palpo a mi alrededor en busca de algo para meterme en mi ardiente
coño. Cuando mi mano se cierra sobre una polla la guío hasta mi agujero y
empezamos a follar. Cuando noto que el cálido semen me inunda el coño,
alcanzo el orgasmo entre gemidos de excitación. Entonces me doy cuenta de
que, de algún modo, mi novio había dejado a mi amiga para llegar hasta mí y
que su amigo y mi amiga al orgasmo en el suelo, mientras nosotros lo
hacíamos sobre la cama. Vuelvo a correrme.

Mary Lee
Tengo treinta años de edad y trabajo como enfermera diplomada. Tengo
un título universitario y hace siete años que estoy felizmente casada. Aquí
está mi fantasía:
Mi marido y yo estamos de vacaciones en el Caribe. Estamos cenando en
un acogedor pero abarrotado restaurante, cuando el maître nos pregunta si nos
importaría compartir la mesa con otra pareja. Disfrutamos de cena, copas,
conversación y baile con esta atractiva y bronceada pareja. Cuando
abandonamos el restaurante descubrimos que nos han robado el coche de
alquiler, pero la otra pareja se ofrece a llevarnos a la comisaría de policía para
que demos parte. Agradecidos, nos subimos a su coche, ¡para ser raptados y
conducidos a un apartado rincón de la isla! Cuando llegamos, nos separan a
mi marido y a mí y nos llevan a diferentes habitaciones. Una mujer me escolta
hasta una habitación, en la que ya hay dos mujeres esperando. Me ordenan
que me quite la ropa. Estoy asustada al principio, pero me relajo cuando
compruebo que sólo me bañan, me hacen la manicura, me peinan, me hacen
una limpieza de cutis. Luego me tumban sobre una mesa para darme un
masaje, pero el masaje se extiende a algo más que a mis músculos cansados
por el baile. (Yo no me doy cuenta, pero hay un espejo que refleja mi imagen
y a través del cual mi marido me está mirando desde la habitación contigua.)
El masaje se convierte en un ménage à quatre femenino. Entonces, mi marido
y otros tres hombres (con las pollas duras por haber estado mirando) entran en
la habitación y se unen a nosotras. Hay un montón de mamadas y polvos, y yo

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acabo siendo follada por delante y por detrás por dos hombres a la vez. (Uno
de los tíos es negro, musculoso y con una enorme polla.)

Jeanne
Tengo veinte años y estoy en mi segundo curso de la universidad. Fui
virgen hasta los diecinueve (el día de mi cumpleaños concretamente), edad en
la que sucumbí a los deseos de mi primer novio formal. Después rompimos, y
sólo ahora estoy consiguiendo superar el trauma de haber sido rechazada.
Cuando me «di» a mí misma, fue una ofrenda total. Nunca pensé que
terminaría. Mi primera y única relación fue buena (obviamente, no tengo nada
con que compararla), pero al leer la literatura erótica más reciente me he dado
cuenta de que fuimos bastante arriesgados.
En cuanto a mis fantasías (quizá parezca un salto incoherente, pero quiero
empezar desde el principio, es decir, desde que tuve mis primeros «sueños»).
Cuando era muy pequeña (cinco o seis años, creo) solía sentir un gran placer
al desvestirme por la noche (siempre llevaba esos pijamas de fino nailon) y
notar las frías sábanas sobre mi cuerpo. Moviéndome por la cama tenía las
más increíbles sensaciones.
Cuando fui mayor, pasé a colocar una almohada (o algo pesado) sobre mi
cuerpo con las piernas abiertas. Entonces solía imaginar que yo era la cautiva
de un jefe piel roja o de un sultán, y que él me tocaba rudamente con sus
manos. Me enseñaría a menudo a sus amigos. Charlarían sobre la forma y
firmeza de mi cuerpo (en particular muslos y nalgas). Continué así durante
muchos años cambiando la historia sólo ligeramente. Por cierto, a menudo,
cuando pensaba en mis fantasías con gran concentración, me quedaba
dormida, y mis sueños (o la base de mis sueños) continuaban sin mi control.
Me despertaba entonces húmeda por la excitación, frecuentemente moviendo
las caderas sin saber por qué y con la más increíble palpitación en la vagina.
Cuando llegué a la adolescencia, las fantasías cambiaron y, para ser
franca, apenas recuerdo la mayoría de ellas. En una de mis favoritas y más
frecuentes me despertaba para encontrarme atrapada dentro de una máquina
que tenía completamente pegada al cuerpo. Era fría y dura y tenía incluso
protuberancias que se metían entre mis piernas. Entonces, la escena cambiaba
a una sala de reuniones con una larga mesa, a cada lado de la cual había una
docena de sillas. La sala estaba llena de hombres elegantemente vestidos que
charlaban de los últimos valores del mercado. La mayoría eran hombres de
mediana edad. Uno de ellos, el más distinguido, se sentaba a la cabecera de la

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mesa frente a un panel de interruptores. Entonces anunciaba su último
pasatiempo. Se deslizaban unas placas de una pared y aparecía ese artilugio
metálico conmigo dentro, moviéndose casi desde el techo y atravesando la
sala hasta situarse justo encima de la mesa. Todos los hombres levantaban la
vista y quedaban boquiabiertos, algunos se excitaban inmediatamente y
pedían tocarme. Mientras tanto, yo tenía una sobrecogedora sensación de
estar colgando. La máquina me sujetaba, pero sentía como si tuviera un peso
sobre la espalda que me empujara hacia abajo; obviamente, los pechos me
colgaban. Mediante una serie de interruptores, el hombre podía hacer que
cualquier parte de mi cuerpo quedara justo encima del rostro de cualquiera de
los otros. Al llegar a este punto me excitaba en la realidad, aunque no llegaba
al orgasmo, sencillamente porque utilizaba un embudo o cualquier otro objeto
para metérmelo en la vagina, sin conocer el potencial de mi clítoris. En la
actualidad he desarrollado esa escena, de modo que los hombres me estimulen
todas las partes del cuerpo mientras yo me retuerzo, aunque, por supuesto, me
encanta.
Las fantasías me ayudan ahora a mantenerme en mi sano juicio e incluyen
también animales (en especial grandes perros) y sexo en grupo. En ellas me
dominan siempre y me tocan por todas partes. Soy consciente de que muchas
de mis fantasías tienen la dominación como tema, porque me siento culpable.
No pretendo realizar un psicoanálisis pero me doy cuenta de que una gran
parte de todo ello tiene que ver con una horrible escena que ocurrió hace
mucho tiempo (cuando tenía unos diez años). Mi madre me pilló
masturbándome (yo estaba tan abstraída que no me di cuenta siquiera de que
ella había entrado en la habitación). Me detuvo, me apañó las manos de la
vagina y me dijo ¡que era una guarra y que era demasiado mayor para hacer
eso! Esta escena ha influido en mí. Una de las razones por las que me dejó mi
novio fue que le parecía que a mí me daban asco sus sugerencias. Sé que daba
esa impresión, pero al mismo tiempo imaginaba cosas que le hubieran
asombrado totalmente.
He llegado a darme cuenta de que no soy rara ni una guarra en ningún
sentido, sólo soy normal. Espero, cuando vuelva a la universidad, encontrar a
alguien que me ayude a olvidar mi sentimiento de culpa y a disfrutar del sexo
a tope, fantasías incluidas. Hasta entonces, tengo mis «sueños».

MIRAR A DOS HOMBRES QUE FOLLAN

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A medida que la monogamia y la castidad se convierten en alternativas a
la experimentación sexual, se plantea la cuestión de qué hacemos con toda la
información, la estimulación y todo lo demás que aprendimos en los últimos
veinte años. Serán las mujeres en gran parte quienes decidan lo que debemos
asimilar del pasado y lo que debemos rechazar, ya que son ellas las que
siempre han tenido la llave del sexo con su todopoderoso «no». Ahora, las
mujeres toman la iniciativa en el sexo y constituyen también una importante
fuerza económica. Cuando los tiempos se ponían difíciles en el pasado, los
hombres trabajaban más duramente y las mujeres alargaban las faldas. Debido
a que una gran parte de la identidad del hombre se basaba en ser un «buen
proveedor», trabajar más duramente no suponía mayor tensión para su sentir
individual como un auténtico hombre que ir a la guerra.
Pero la identidad de las mujeres sólo procede en parte de su papel
económico, en la misma proporción que procede de una vida familiar
gratificante (según una encuesta Roper). La parte de su identidad que procede
de la sexualidad aún está cambiando. En pocas palabras, las mujeres tienen
mucho que ganar como pioneras sexuales del futuro.
Por lo tanto, cuando digo que la aventurera sexual está sola en la frontera,
no pretendo que se interprete como una crítica a los hombres. La mayoría de
ellos han permanecido al margen, contemplando el desarrollo sexual de las
mujeres en los últimos años. Algunos disfrutaban con lo que veían, otros se
asustaban, pero creo que la mayoría se atuvieron a sus caducos sueños de
macho dominante a causa de su inseguridad sobre lo que la nueva mujer en
desarrollo sugería para reemplazar la doble moralidad. Quizás en el aspecto
sexual el estado de cosas no era el mejor, creían estos hombres, pero sigue
sirviéndoles. ¿Por qué iban a cambiar? Quizá si no hacían nada, si dejaban
que las mujeres lo estropearan todo, como suelen hacer, las cosas volverían a
ser como antes.
Mientras tanto, una pequeña fracción de las mujeres más valientes
continúan experimentando nuevos papeles, posibilidades y satisfacciones
eróticas, tanto para los hombres como para las mujeres. Muchas de las
mujeres que aparecen en este libro están solas, y la masturbación es su único
escape sexual. Aunque los hombres les hayan fallado, aunque estén furiosas
con ellos, no comparten la destructiva actitud feminista de «¡a la mierda con
los hombres!» iniciada veinte años atrás. Estas mujeres creen que si han de
vivir en un mundo con hombres, deberían comprenderlos mejor. Quizá
comprendiéndolos mejor conseguirán conocerse mejor a sí mismas.

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¿Qué quieren los hombres? ¿Cómo son sexualmente? ¿Por qué no puede
un hombre ser más parecido a una mujer, más afectuoso, más amante, más
tierno? En ningún otro tipo de fantasía investigan las mujeres con mayor
descaro y más de cerca la sexualidad masculina como en las fantasías en las
que contemplan a los hombres manteniendo relaciones sexuales entre ellos.
La satisfacción que sienten los hombres al contemplar mujeres en
actitudes sexuales es muy diferente en calidad y propósito de estas fantasías.
Las mujeres ponen un interés sin precedentes en la investigación minuciosa
de la sexualidad masculina en esta novísima categoría de imaginación
«voyeurística», no ya como un modo de alcanzar el orgasmo, sino en busca de
un indicio de lo que excita a los hombres. Estas mujeres utilizan su afamado
talento para tratar de unir a las personas, curar las heridas emocionales y, sí,
también para gozar.
Al contemplar cómo dos hombres hacen el amor, algunas veces como
participante pero más a menudo como observador externo, estas mujeres
buscan emociones, visiones y sonidos en el sexo entre dos hombres que le
permitan descubrir lo que falta en sus propias relaciones heterosexuales.
«Creo que tengo fantasías sobre dos hombres juntos porque estoy harta y
aburrida de ver que las mujeres son tan cariñosas, expresivas y afectuosas y
los hombres tan fríos, lejanos y desdeñosos ante las emociones», afirma
Mona.
Muchas de estas mujeres me recuerdan que en Men in Love dije que a las
mujeres no les excita la imagen de una relación sexual entre hombres. Bien,
en aquella época nunca había oído nada parecido. Hace diez años, a las
mujeres no les gustaba pensar siquiera que sus hombres se masturbaran sin
ellas, porque suponía una grave amenaza. Pero las fantasías cambian con los
tiempos, y las mujeres de los noventa como Bonnie creen «que es maravilloso
cuando dos hombres a los que conozco bien son abiertos, vulnerables y
tiernos el uno con el otro. Es un síntoma de un nuevo tipo de masculinidad, la
de hombres que tienen la suficiente seguridad en su hombría como para poder
mostrar una emoción íntima en presencia de otro hombre… Me hace concebir
esperanzas en el futuro. Mi clítoris también está de acuerdo; es un órgano
optimista».
En el capítulo de las fantasías de las mujeres sobre otras mujeres he
mencionado que, con frecuencia, ellas afirmaban que «nadie sabe complacer a
una mujer como otra mujer». De igual manera, en una fantasía sobre dos
hombres una mujer aprende cómo dos hombres provocan expertamente el
orgasmo recíproco. Esta lección puede después trasladarla a su propia cama

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con su hombre. Para Natassia, cuyo amante no quiere comerle el coño, la
fantasía se convierte en la forma de cumplir un deseo, en el que dos hombres
se provocan el orgasmo que ella ansia.
En la realidad, las mujeres no llegan a adorar el cuerpo masculino, ni
tampoco ven que el cuerpo masculino sea adorado. Una fantasía en la que otra
mujer adorara a un hombre despertaría rivalidades, pero tratándose de dos
hombres, la mujer puede relajarse, mirar y adorar. Entre tanto, por supuesto,
bien «disponiendo a los dos hombres según mis deseos», como dice Chloe, o
bien manteniéndolos bajo su omnipotente mirada, la mujer disfruta del poder
del voyeur. «Encuentro hermosos a los hombres —declara Diane—, sin
excluir sus órganos sexuales, sino con ellos como una increíble parte de su
persona, con cuya contemplación a menudo disfruto. Debido al placer que me
causa algunas veces casi la adoro.»
En estas fantasías sobre hombres juntos, no toda la excitación procede
simplemente del voyeurismo. A algunas mujeres la idea de darle a su marido
la oportunidad de excitar a otro hombre en la fantasía también las excita.
Sabiendo que su mente ya no es una hoja en blanco sobre la que su
subconsciente garabatea de forma involuntaria mensajes eróticos, una mujer
de hoy acepta sus fantasías como fuentes de placer sexual y de importante
información biográfica. Es en nuestras fantasías donde aprendemos cosas
sobre nosotras mismas, desde la más temprana infancia hasta el último acto
desvergonzado antes de cerrar los ojos para dormir.

Diane
Tengo veintiocho años, estoy divorciada y tengo una hija de un año y
medio. Asistí a la facultad de estudios bíblicos durante dos años y medio y
obtuve una doble licenciatura en teología e inglés.
Era virgen cuando me casé, y nunca engañé a mi marido.
Ahora tengo un amante de diecinueve años. Es una persona muy especial
para mí, y juntos disfrutamos tremendamente del sexo. Él es muy abierto y a
menudo me deja llevar la iniciativa, lo que me encanta.
Siempre he querido probar un ménage à trois, pero a él no le hace gracia
la idea, al menos no de momento. Ya veremos.
En cualquier caso, lo que escribiste respecto a que las mujeres no tienen
fantasías de dos hombres haciendo el amor, no es cierto; yo por lo menos sí
las tengo.

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Mi fantasía se inició a raíz de un comentario que mi novio hizo sobre la
congelación (¿no es divertido?). Él está en el ejército y le dijeron allí que
cuando se te congela la cara no debes frotártela, sino ponerla en el lugar más
caliente que puedas, como debajo del brazo o, si hay otra persona al lado, en
la entrepierna del otro (porque es una de las partes más calientes del cuerpo).
Ya supondrás adonde me lleva esto.
Imagino que mi novio Marty (es alto, delgado, de piel blanca y pecosa,
pelirrojo y de ojos azules) padece un grave caso de congelación y que está
con otro soldado, moreno, de ojos castaños, alto, pero un poco más fornido.
Deciden que será mejor probar la solución de la entrepierna porque hace
mucho frío y les duele la cara, así que encuentran un lugar resguardado y se
enroscan juntos con los rostros hundidos en la entrepierna del otro. Así
empiezan a calentarse.
El problema es que no sólo la cara se les está calentando. El dulce rostro
entre sus piernas resulta agradable y cálido, y tan próximo a sus pollas que
pueden notar la respiración del otro a través del tejido de los pantalones. A
ambos se les empieza a poner dura. ¿Cómo evitarlo?
Uno de ellos se siente avergonzado y trata de cambiar de posición su
hinchada polla, pero sólo consigue que se acerque más a la boca de su
camarada y que los muslos le acaricien las mejillas. Claro está, Marty se
estremece ante el roce y lo mismo le ocurre a su amigo.
Es tan agradable que su amigo abre la boca y, poniéndola suavemente
sobre el bulto en los pantalones de Marty, exhala aire caliente sobre el pene
de Marty. Ahora los dos respiran pesadamente y tienen una clara conciencia
sexual mutua, estremeciéndose y frotándose el uno contra el otro. Finalmente,
este íntimo y prolongado contacto entre ellos los sobrepasa. Cada uno saca
rápidamente el pene palpitante del otro de los pantalones y chupa y chupa
hasta que los dos se corren en la boca del otro. Me estremezco toda al escribir
esto.
A menudo me he preguntado por qué casi nadie, ni hombres ni mujeres, se
siente amenazado por las lesbianas y, sin embargo, sí temen a los hombres
que aman a otros hombres. A lo largo de nuestra vida nos enseñan que las
mujeres son hermosas, deseables y sexys. Incluso las mujeres mismas lo
piensan de otras mujeres, y ¿a quién podría sorprenderle? Para mí, el cuerpo
desnudo de una mujer es tan excitante como el de un hombre. Nunca he
tenido relaciones sexuales con mujeres, pero me ha pasado la idea por la
cabeza con unas cuantas mujeres a las que he conocido y que realmente me
gustaban, aunque deseché la idea como impracticable y como algo que en

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realidad no deseaba. Sin embargo, la homosexualidad no me asusta ni me
repugna como a mi novio y a tantos hombres.
Una película con mujeres desnudas tiene la calificación de R[7], una
película con hombres desnudos, en cambio, tiene la calificación de X (¿junto
con las películas demasiado violentas para los niños?). ¿Son más obscenos los
cuerpos de los hombres? Para mí los hombres son hermosos, sin excluir sus
órganos sexuales, sino con ellos como una parte maravillosa de su persona,
con cuya contemplación a menudo disfruto. Debido al placer que me
proporciona algunas veces, casi la adoro.
Incluso a mi novio, que me conoce bien, le resulta difícil aceptarlo. Como
a tantos otros hombres, le resulta difícil asumir que su cuerpo y su aparato
sexual no sólo son correctos, sino también fantásticos. Los amo tanto como a
él.
Es triste. La homosexualidad no es para mí, pero no la temo ni me
repugna. Me encanta el sexo anal, ¿por qué no le puede gustar a un hombre?
Me gustaría meterle los dedos a mi novio, pero él lo considera una amenaza a
su masculinidad, algo que «sólo hacen los gays». ¡Qué pena! Hay demasiadas
pocas cosas realmente extraordinarias en este mundo como para que los
hombres rechacen tantas porque las consideran obscenas. No todas las
mujeres piensan así. Yo nunca lo he hecho. Espero que aprendan algún día.
Ojalá pudiera enseñarles a todos, pero soy la única. ¡Qué pena!

Mia
Aunque he tenido una vida sexual bastante activa durante los últimos siete
años, he estado reprimiendo la mayoría de mis fantasías sexuales (sin ser
siquiera consciente de ello) por miedo a ser «desleal» con mi pareja o
«anormal». Ahora tengo una rica y satisfactoria vida imaginativa gracias a tu
liberador libro, así que te devolveré el favor con algunos datos para tu
investigación.
Tengo veintiún años de edad, soy estudiante de último curso en una gran
universidad del Este. Perdí la virginidad a los catorce años con un rudo y
brutal novio. Crecí en una familia blanca, de clase media y zona residencial
norteamericana. Aparte de mi activa vida sexual (en su mayor parte con una
sola pareja) y el consumo ocasional de marihuana, era (y probablemente aún
lo soy) una hija modelo («¡una chica tan buena…!»). Hace dos años y medio
que salgo con el mismo hombre y tenemos una relación muy íntima, aunque
ocasionalmente busco el sexo en otra parte.

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A pesar de haber tenido relaciones sexuales regulares desde los quince
años, nunca tuve un orgasmo hasta los diecisiete o dieciocho años, cuando
una amiga me habló de su vida sexual y después de oírla traté
desesperadamente de conseguirlo. Mi novio actual, Steve, me compró un
vibrador cuando yo tenía diecinueve años, y con él lo conseguí por fin. Creo
que es un crimen que yo no supiera siquiera que las mujeres podían tener
orgasmos. No es más que otra forma de la opresión con la que debemos
enfrentarnos. Éstas son mis fantasías:

I. La cadena humana. Estoy tumbada en el suelo con las piernas


abiertas. Un amigo (hombre o mujer, pero siempre alguien a quien
conozco) está de rodillas lamiéndome animadamente el clítoris y
metiéndome los dedos en la vagina y el ano (o cualquier objeto con
forma de falo en lugar de los dedos). Un amigo mío homosexual
está de rodillas detrás de esa persona, con la polla dentro del ano de
él o ella. Mientras tanto, yo acaricio gustosa los pechos de una
amiga, mientras un hombre le penetra la vagina por detrás. La
cadena continúa con la manipulación de los genitales de todos de
una u otra manera y cada vez más personas uniéndose a ella. El
orden exacto de las personas y de lo que hacen varía, pero hay
ciertas cosas que son siempre iguales: 1) Yo siempre estoy al
menos con un hombre y una mujer. 2) Yo estoy chupando tetas o
dejando que otra mujer me chupe las mías. 3) Un hombre penetra a
otro hombre. 4) Todo el mundo está disfrutando enormemente. 5)
Todos son personas concretas a las que conozco.
Esta cadena puede ser muy larga, dependiendo del tiempo que yo
tarde en alcanzar el orgasmo, pero en mi mente siempre vuelvo a
mí misma como participante principal. A menudo se cierra sobre sí
misma conviniéndose en un círculo.

II. Con frecuencia revivo una maravillosa experiencia sexual que tuve
el placer de experimentar hace unos meses. Un buen amigo (y
algunas veces amante) se graduaba y sus hermanos pequeños
habían acudido a la ceremonia de entrega de títulos. Mi amigo, J.,
tenía veintidós años, sus hermanos, A. y K., diecinueve y diecisiete
años respectivamente. Tras una divertida noche de fiesta e íntima
conversación (no sexual), decidimos que la familia M. debería
adoptarme. J. era mi mejor amigo y a mí me gustaban A. y K. tanto

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como yo a ellos, o sea, mucho. Tras jurarnos mutuo amor y
aprobación completa, nos apretujamos todos en la cama riendo. No
estoy segura de cómo empezaron las cosas después de eso, pero
pronto los tres hermanos M. me estaban desvistiendo. Aún
recuerdo el estremecimiento de mi cuerpo y el clítoris hinchándose
por la excitación. Al poco, J. estaba chupándome las tetas, A. me
penetraba por la vagina con el pene y K. me estimulaba
vigorosamente el ano con un dedo. Yo me retorcía de placer en el
suelo, buscando a tientas el pene de J. para chupárselo. Tenía un
sabor delicioso cuando finalmente conseguí probarlo. Entonces
cambiaron las tornas: J. empezó a masturbarse el pene entre mis
tetas (tengo las tetas muy grandes), K. me penetró por la vagina y
A. me metió los dedos en el ano mientras miraba todo lo demás y
se hacía una paja. Después de que J. se corriera en mis pechos, los
tres hermanos se lo bebieron a lengüetazos mientras yo suplicaba
que me follaran, con el coño anhelante. Al final de la noche cada
hermano había tenido su turno para follarme por la vagina al menos
una vez y se había hecho una paja mientras yo miraba al menos una
vez. Tuve docenas de orgasmos (bueno, en la vida real sólo tuve
cuatro o cinco). Esto ocurrió realmente y desde entonces lo revivo a
menudo en mis fantasías.

III. La homosexualidad masculina me interesa mucho. A menudo


imagino a dos hombres chupándose la polla mutuamente o
practicando el sexo anal. Tengo un buen amigo (S.) homosexual y
yo suelo imaginármelo con otro tío, habitualmcnte mi novio, Steve.
Acostumbro imaginar que Steve le mete el pene por el ano a S.
Recientemente viajé a la ciudad en la que viven mis tres hermanos
adoptivos para visitarlos y A. me contó que, cuando ellos eran más
jóvenes, A.y J. se mamaban la polla mutuamente con frecuencia y
también se follaban. Desde entonces he imaginado a menudo tal
escena y tengo intención de pedirles que me hagan una
demostración.

IV. Aunque soy principalmente heterosexual, tengo una mente abierta y


osada sexualmente hablando. No había pensado demasiado en
relaciones sexuales con otras mujeres, salvo unos cuantos sueños
que me preocuparon en su momento. El verano pasado, una amiga
mía, W., también heterosexual pero muy aventurera y
experimentada, me hizo proposiciones. Mi primera reacción fue

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negarme, pero en realidad me excitó de un modo que nunca había
sentido. Una noche accedí a dormir en su casa y mientras
hablábamos de sexo me confesó que estaba muy excitada y yo le
respondí lo mismo. Liberada, se tumbó conmigo en la cama.
Pasamos varias horas acariciándonos suavemente el clítoris y
chupándonos las tetas. Aquella noche las dos tuvimos varios
orgasmos. Me resultó prácticamente imposible no imaginar que se
trataba de ella cuando Steve me hacía un cunnilingus. W. y yo
tuvimos relaciones sexuales posteriores, en varias ocasiones con
otras personas (J. y otros amigos). Casi invariablemente, ella
aparece en mis fantasías, aunque a veces sólo como espectadora. A
menudo imagino su lengua dándome largos y húmedos lametones
por toda la zona genital, en especial el clítoris, mientras me mete
algo en la vagina (un vibrador, por ejemplo) y los dedos en el ano.
También imagino con frecuencia que yo le hago a ella lo mismo,
mientras gime y se estremece de placer. Algunas veces imagino que
Steve la folla mientras ella me lame el coño y me mete la lengua en
el ano. Cualquier combinación entre los tres sirve.
En general interpreto mi disfrute homosexual como una manera de
aceptar mi propio cuerpo y mi identidad como mujer. Conocí el
movimiento feminista más o menos por aquel tiempo y desde
entonces me he vuelto muy radical en mis ideas feministas. Tener
relaciones sexuales con una mujer en un ambiente relajado y
encantador me ayudó mucho a desarrollar mi sentido de la igualdad
femenina. ¡Amar a otras mujeres es amarme a mí misma! No niego
que yo sea «bisexual» o lo que sea. Creo sencillamente que tal
etiqueta es innecesaria y equívoca. Creo que incluso llamarme a mí
misma «heterosexual» es estúpido.

V. La única fantasía que he tenido que podría considerarse violenta


(en realidad me inquieta un tanto) apareció en una ocasión en la
que estaba de excursión por la montaña. Estaba completamente
sola, así que me quité todo menos las botas de montañismo para
experimentar verdaderamente esa aventura al aire libre. Al llegar a
la cima de la montaña me tumbé sobre una gran piedra y admiré el
cielo. Al poco empecé a acariciarme el clítoris suavemente. A
medida que me iba excitando tuve esta fantasía:
Levanto la vista y veo que me contempla un fornido y musculoso
cazador vestido con una camisa a cuadros negros y rojos. Tiene la
bragueta abierta por la que asoma un enorme pene erecto que se

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masturba con una mano, apuntando en dirección a mí. Complacida
por tener público, le permito que siga mirando mientras me acaricio
el clítoris cada vez con mayor intensidad y rapidez. Él se está
masturbando violentamente, con una expresión dolorida en el
rostro, hasta que finalmente derrama su semen sobre las secas hojas
caídas del bosque. Esta visión me excita terriblemente. Le hago
señas con la mano y él se acerca lentamente a mí, con el húmedo
pene empezando a disminuir de tamaño. Me tumbo sobre la roca,
con las piernas abiertas y las rodillas dobladas, los dedos aún
acariciando el clítoris y el coño húmedo completamente abierto.
Entonces él me mete la escopeta en el coño y me folla con ella
mientras yo me masturbo con los dedos y finalmente me corro.
Claro está que él no aprieta el gatillo ni nada parecido, pero sigo
pensando que se trata de una fantasía inquietantemente violenta,
casi como el deseo de suicidarse. Quizá sea sólo el anhelo de
experimentar algo «peligroso», no lo sé. Ahora pensar en esta
fantasía me repugna. Sólo la tuve en esa única ocasión, por la
mañana.

Clair
Tengo treinta y ocho años, y estoy divorciada por partida doble, y con dos
hijos pequeños a mi cargo. Mi primer matrimonio careció de vida sexual y fue
muy aburrido. Yo era demasiado joven (veinte años) y muy inmadura. Tuve
un amante que me doblaba la edad y terminó con mi matrimonio. Con este
amante me di cuenta de lo que era la auténtica pasión con alguien que te
importara. Mi segundo matrimonio duró trece años y dio como fruto un par de
niños encantadores. Desgraciadamente carecía también de esa pasión que yo
ansío y a él le gustaba mucho más la compañía de una botella que la mía.
Ahora mantengo una maravillosa relación con un hombre quince años mayor
que yo, a quien le encanta llevar a la práctica mis fantasías, de modo que
nuestra vida sexual es increíble. Estamos comprometidos el uno con el otro.
También me he dado cuenta de que siento curiosidad por la bisexualidad. Si
llegaré algún día a tener una experiencia bisexual o no, es otra cuestión.
Nunca había pensado escribir sobre mis fantasías hasta ahora. Este sueño
es uno de mis favoritos:

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Con nuestros horarios de trabajo y los niños, Nick y yo no tenemos
demasiado tiempo para salir fuera, pero conseguimos escaparnos un fin de
semana de otoño. No hay teléfonos ni prisas y el tiempo otoñal es hermoso.
Nos registramos en un encantador y tradicional hotel. Mientras yo estoy
sentada esperando pacientemente a Nick, noto que un joven botones en la
veintena me mira las piernas. Me lo paso muy bien coqueteando con él
cuando me doy cuenta de que tengo el vestido desabrochado hasta la mitad de
los muslos. Ha sido un largo viaje en coche y he olvidado volver a abotonarlo
antes de entrar en el hotel. Cuando me he sentado cruzando las piernas, poca
cosa he dejado a la imaginación. El joven se queda junto a Nick, mientras él
hace las gestiones necesarias. En una pausa de todo el papeleo, Nick nota que
el botones tiene la vista fija en mí y se ríe entre dientes cuando el joven se
hace cargo de nuestro equipaje, no sin esfuerzo. Cogemos los tres el ascensor
hasta el quinto piso. Estando en la estrecha cabina arrimo el culo a la polla de
Nick, haciéndole saber cuánto lo deseo. Él me acaricia suavemente el trasero
y me besa en el cuello. Tenemos todo un fin de semana por delante que
ambos ansiamos disfrutar plenamente. Lo que no sé es que Nick tiene algunas
ideas interesantes en la cabeza para pasarlo bien.
Nuestra habitación es bonita y completa, con una gran cama. Me acerco a
los amplios ventanales para gozar de la vista, mientras Nick habla con el
botones y le da propina. Sé que está tardando más de lo normal, pero no
presto en realidad demasiada atención. Decidimos tomar un largo baño
caliente para relajarnos mientras bebemos una copa. Tras una corta siesta,
Nick encarga una agradable cena que servirán en la intimidad de nuestra
habitación. Después de comer me parece extraño que Nick no reaccione ante
mis avances, pero supongo que él desea prolongar la velada y quiere
tomárselo con calma. Después de todo, ¿cuántas veces hemos tenido
oportunidad de tomarnos unas pequeñas vacaciones? Al poco oigo que
alguien llama a la puerta. Me decepciona que nos molesten, pero Nick esboza
una gran sonrisa. Para mi sorpresa, aparece el botones en el umbral de la
puerta y Nick se pone a charlar con él. Le invita a entrar y me lo presenta
como Adam. Parece muy nervioso, pero se controla. Nick se acerca a mí y me
susurra que Adam quiere besarme y tocarme las tetas y luego quiere que le
chupe la polla mientras él mira. Semejante perspectiva me excita tanto que
estoy impaciente por empezar. Nick me da instrucciones de que me quite la
ropa y luego desvista a Adam. Se sientan sobre la cama y Nick me pide que le
chupe la polla a Adam mientras le acaricio a él. Nick sabe que me estoy
excitando mucho y decide pasar a la acción. Me sienta sobre la cama y

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procede a lamerme el clítoris. Al mismo tiempo que me pasa la lengua por el
ya húmedo coño, me mete los dedos en el ano. Sabiendo que me voy a correr
enseguida, le dice a Adam que me acaricie las tetas y que me bese. Voy a
correrme para él. Me siento en la gloria mientras él me masturba. Estoy tan
excitada que me pongo a acariciarle la polla a Adam. Nick me tira de las
piernas hasta que alcanzo su altura y me acerca la cabeza a la polla de Adam
para que se la chupe. Adam se vuelve loco cuando mis suaves labios la tocan.
Nick y yo se la chupamos y masturbamos hasta que está a punto de correrse.
Al final, permito que Adam se corra en mi boca. Entonces, Nick me besa
apasionadamente, me acaricia y empieza a follarme con vigor. Es
maravillosamente fuerte y sus movimientos son seguros. Nos corremos al
unísono, como parece ocurrimos siempre, mientras Adam me chupa las tetas.
Se tumba después con nosotros durante un rato y luego, excusándose, vuelve
a su trabajo. Es un maravilloso fin de semana y una fantasía perfecta. Quizás
algún día se convierta en realidad.

Natassia
Soy una mujer blanca, de veinte años de edad, soltera y estudiante
universitaria de enfermería. Trabajo como salvavidas y enseño a nadar a
tiempo parcial.
Cuando era pequeña no se hablaba de sexo en mi familia y no recuerdo
haber tenido emociones sexuales hasta cerca de los quince años. Perdí la
virginidad a los dieciséis, lo que me pareció una edad muy temprana en aquel
momento (y de hecho aún me lo parece). Desde entonces he tenido relaciones
sexuales con regularidad (con el mismo tío), pero no he alcanzado nunca el
orgasmo durante el coito. Descubrí la masturbación a los diecisiete años y
tuve mi primer orgasmo poco después.
A pesar de que todavía no he alcanzado el orgasmo en mis relaciones
sexuales, obtengo un gran placer con ellas. Me encanta chuparle, lamerle y
besarle la polla y los testículos a mi novio hasta que se corre en mi boca. Me
proporciona un gran placer darle esa satisfacción.
Supongo que no hay demasiadas mujeres que tengan fantasías sobre dos
hombres haciéndolo porque esa idea puede resultar amenazadora para la
mujer.
Bueno, supongo que formo parte de una minoría, pero mi fantasía favorita
trata de dos hombres juntos. Me excita enormemente el sexo masculino y me
encanta fantasear no sólo sobre uno sino sobre dos, tres, cuatro o más cuerpos

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masculinos juntos en un éxtasis sexual. Los dos hombres no son nunca
hombres que conozca (y nunca querría pensar en mi novio en esa situación),
sino completos extraños.
Los dos gays de mi fantasía se conocen en un bar gay. Uno se aproxima al
otro y le pregunta si le gustaría bailar. Bailan un rato con los cuerpos
estrechamente unidos, tocándose los traseros y sintiendo las respectivas pollas
hasta excitarse totalmente. Después abandonan la pista de baile en dirección a
los lavabos. Uno de ellos lleva pantalones de chándal y la polla le sobresale
de manera patente. Se tocan el trasero mientras atraviesan la sala. Una vez en
el lavabo uno de ellos le baja instantáneamente los pantalones al otro y la
polla erecta salta hacia delante. Entonces se la mete en la boca y se la chupa
larga e intensamente, hasta que le llena por completo. El otro mueve las
caderas adelante y atrás, manteniendo la cabeza del que se la chupa pegada a
él. Bombea cada vez más rápido hasta que, con una última embestida, se corre
en su boca. Después de tragarse todo el semen, el otro se levanta. Mientras le
chupaba la polla, se estaba masturbando la suya. Ahora el otro se inclina y él
se la mete por el culo, más y más fuerte hasta que también él se corre. Fin de
la fantasía. Puede adquirir otras formas, pero siempre trata de dos o más
hombres en varios actos sexuales.
Siempre me corro sin problemas cuando fantaseo. Creo que tendría más
suerte en alcanzar el orgasmo con mi novio si él quisiera comerme el coño,
pero cada vez que lo menciono no le da importancia y me dice que no cree
que le gustara. Creo que se siente culpable porque hace todo lo imaginable,
menos eso, por complacerme, y estoy segura de que algún día estará dispuesto
a probarlo. No me preocupa en exceso. Dicen que un montón de mujeres
tienen problemas en alcanzar el orgasmo cuando son jóvenes. Sin embargo,
sigo esperando el día en que tenga mi primer orgasmo oral.

Bonnie
Soy una mujer de veintiséis años de edad que se autodefine como
lesbiana, aunque algunas personas preferirían decir que soy bisexual. No voy
a engañarme a mí misma diciendo que nunca me siento atraída por los
hombres; de hecho, reacciono ante los hombres mucho más que en el pasado,
bien porque los hombres han mejorado, o sencillamente porque he empezado
a conocer al tipo de hombre que me interesa. Tengo una licenciatura en
historia, que es completamente inútil, y trabajo temporalmente como

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administrativa. Actualmente comparto mi vida con John, un bisexual de
treinta y cinco años.
Debido a mis relaciones con hombres gays y bisexuales me tildaron hace
ya años de fag bag[8], apelativo que llevo ahora con orgullo. En ocasiones me
pregunto si no decidí mis preferencias sexuales de modo que adquiriera unas
credenciales por estar siempre rodeada de homosexuales que no supusieran
una amenaza (es decir, «soy lesbiana y no voy detrás de ti; soy una fag hag y
no tienes por qué preocuparte»). Por otro lado, me siento atraída por las
mujeres.
Tú afirmas que las mujeres no se excitan (o, más bien, que no tienes
constancia de que se exciten) ante la visión de dos hombres haciendo el amor.
A mí me excita tanto el concepto como el hecho. Cuando veo a dos hombres
enlazados caminando por la calle, me excito, especialmente si se trata de un
vecindario no demasiado gay. Se necesitan pelotas para hacerlo, y a mí me
excita ese tipo de valor. También me he puesto caliente las pocas veces que
he visto a dos hombres abrazarse, besarse y chuparse las pollas. Creo que es
maravilloso que dos hombres a los que conozco bien sean abiertos,
vulnerables y tiernos el uno con el otro. Es síntoma de un nuevo tipo de
masculinidad, de que los hombres están lo suficientemente seguros de su
hombría para demostrar una profunda emoción en presencia de otro hombre y
sin necesidad de rivalizar con él. Realmente disfruto con este tipo de
hombres. Algunas veces imagino a hombres que conozco haciendo el amor, o
a personajes masculinos de ficción cuya homosexualidad no ha sido
establecida en absoluto (como el capitán Kirk y el señor Spock de Star Trek)
teniendo una relación gay. Imaginar a hombres amándose más libre y
abiertamente que en el pasado me hace concebir esperanzas sobre el futuro.
También mi clítoris está de acuerdo. Es un órgano optimista.

Lisa
Otras mujeres también tienen fantasías y yo no soy rara ni estoy enferma.
¡Es maravilloso saberlo!
Crecí en el seno de una familia muy religiosa. El sexo no se mencionaba
nunca y las preguntas que se hacían sobre ese tema se ridiculizaban. Mi padre
era un hombre muy rígido y solía pegarnos. Estudié en una pequeña
universidad financiada por la Iglesia y ahora soy periodista. Tengo veinticinco
años y me considero una persona de mente abierta y creativa. Hace casi cinco
años que vivo con mi amante actual y no he tenido demasiada experiencia con

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otros hombres. Mi vida sexual es buena, mis fantasías son ricas y variadas y
constituyen una fuente de extremo consuelo.
No recuerdo ninguna época en la que no tuviera fantasías sexuales; desde
luego las tuve mucho antes de saber lo que era el sexo. Uno de los temas
recurrentes en mis fantasías ha sido el de hombres que son físicamente
agradables con otros hombres. A medida que he ido creciendo y he conocido
la homosexualidad, mis fantasías han empezado a desenvolverse alrededor de
un argumento central.
En ellas hay un hombre, joven y de un atractivo muy femenino. Se
convierte en propiedad de dos hombres mayores, mucho más altos y fornidos
que él. A ellos les intriga su nueva «propiedad» y le dicen que debe aprender
a satisfacer sus necesidades sexuales. Lo desvisten y acarician, siempre con
amabilidad y consideración. Ambos tratan de excitarlo al tiempo que ellos se
excitan. Finalmente, uno de ellos le sujeta firmemente y le consuela mientras
el otro le penetra. En este punto normalmente me estoy masturbando y la
fantasía me parece más vívida. Imagino cómo debe sentirse el muchacho con
un hombre follándolo y otro acariciándole el cabello. El primero se corre y
entonces cambian de posición y el otro penetra al muchacho aún mejor que el
primero. En mi fantasía, el muchacho siente siempre un gran placer durante el
polvo y se corre una vez al menos. (Y yo también.) Después de que ambos
hombres hayan terminado con el muchacho, le abrazan, le besan y le hacen
sentir muy seguro y amado.
La fantasía puede cambiar según mis necesidades. Algunas veces yo estoy
allí y los tres hombres me tocan y me follan. Otras veces han abusado
horriblemente del muchacho y los dos hombres le cuidan tiernamente.
No debemos olvidar que las mujeres son tan humanas como los hombres y
que también sentimos lujuria. No es nada malo. Espero que si alguna vez
tengo hijas podré hablarles de la importancia de sentirse a gusto con las
necesidades y emociones propias.

Mona
Tú has escrito que las mujeres no se excitan ante la idea de dos
homosexuales y que se sienten amenazadas por ellos porque no querrían tener
que competir con otras mujeres y con hombres por otros hombres.
Si ése es el caso, entonces yo debo ser una mujer única. El pensamiento
de dos hombres haciendo el amor me excita sobremanera. Creo que fantaseo
sobre dos hombres porque estoy hastiada y aburrida de ver que las mujeres

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son tan afectuosas, cariñosas y libres con sus emociones y los hombres son
fríos, distantes y se toman a risa los sentimientos.
Por eso me gusta Star Trek. El capitán Kirk y el señor Spock se aman (no
necesariamente como homosexuales, sino como amigos) y generalmente no
temen mostrar sus recíprocos sentimientos. Invento con frecuencia fantasías
en las que dos hombres por los que siento afecto son homosexuales. Ambos
están desnudos, de pie junto a una cama con la luz del atardecer entrando por
las persianas a medio cerrar, abrazándose dulcemente. El hombre dominante
atrae al otro más cerca de sí y lo besa, notando que el otro se estremece con
una mezcla de pasión y temor. Entonces el dominante mira sus ojos azul cielo
llenos de lágrimas y, al tiempo que le enjuga una lágrima, le dice: «No voy a
hacerte daño.» Y el otro susurra como respuesta: «Lo sé.»
El dominante deposita al otro amablemente sobre la cama, luego se pone
encima y empieza a mover la pelvis en rotación sobre el otro. Se sonríen
cuando empiezan a excitarse. Después de hacer esto y de besarse durante un
rato, el dominante le da la vuelta al otro, se sienta sobre sus nalgas y le da un
masaje en la espalda con aceite para niños. Pronto se mueve para darle un
masaje en las nalgas, metiéndole después el dedo índice en el culo. El otro
gime quedamente y abraza con fuerza una almohada. Se excita tanto que se
levanta sobre las rodillas y le pide al dominante: «Lámeme, por favor.» El
dominante le lame ligera y provocativamente el ano y los testículos. Entonces
se levanta y lentamente empuja el pene dentro del otro. Las lágrimas aparecen
enseguida en los ojos del otro cuando le penetra, pero el dolor pronto se
convierte en placer.
El dominante bombea lentamente al principio, y más rápido después, a
medida que nota la excitación quemándole el cuerpo. El placer pronto se
apodera de sus cuerpos, y ambos se corren. El otro se tumba sobre la cama,
sintiendo el calor de su semen en las sábanas y las lágrimas del dominante
cuando le besa la espalda.
Soy estudiante de primer año de matemáticas en la universidad, tengo
dieciocho años y soy negra.

Jenny
Soy una feminista de dieciséis años y heterosexual. Vivo en una pequeña
ciudad de la Costa Este, donde estudio. No soy especialmente popular en mi
clase porque soy una de las «empollonas» y no tengo un gran atractivo físico,

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a menos que a uno le gusten los rasgos faciales originales, lo cual no sucede
en mi escuela.
Por alguna razón cualquier contacto entre hombres me excita
terriblemente, salvo si contiene elementos sádicos, que me repelen en
cualquier caso. Me excito con los besos, abrazos, caricias y/o mamadas entre
dos hombres.
Tengo fantasías sexuales constantemente, pero no sé por qué, no puedo
imaginarme a mí misma haciéndolo con ninguno de los hombres que
conozco. Imagino a dos hombres, adolescentes quizás, abrazándose y
besándose tiernamente. A menudo se trata de dos buenos amigos, uno de ellos
gay y el otro bisexual, inclinado hacia el lado heterosexual. El bisexual se
tumba sobre una cama y su amigo le acaricia el pecho, besando y chupándole
las tetillas ocasionalmente, y provocando en el otro gimoteos de placer. El
homosexual se tumba entonces a su lado y se besan de nuevo. El homosexual
le separa las piernas al amigo y le chupa la polla acariciándole los testículos.
Continúa así hasta que su amigo gime extasiado y el semen sale a chorros con
tanta fuerza que el pene está a punto de explotar. El homosexual se traga todo
el semen y alza la cabeza para besar al amigo. Tiene restos en los labios, que
el amigo chupa, y se besan de nuevo pasando el semen de uno a otro.
Después, el bisexual le chupa igualmente la polla al amigo y también se traga
su corrida. Tumbados uno en brazos del otro, se besan y acarician el pecho y
la espalda. Esta fantasía tiene muchas variaciones y utilizo una diferente cada
vez.
Quiero que la gente sepa que los adolescentes de dieciséis años tienen
fantasías sexuales, y que los «empollones» piensan en otras cosas además de
las moléculas de ADN y del teorema de Pitágoras.

Kristin
Tengo diecinueve años y soy bisexual. Vivo actualmente con mi amante y
mejor amiga desde hace cuatro años. La quiero mucho. ¡Estamos tan unidas y
somos tan sinceras!
Soy una persona con un increíble apetito sexual. Sólo he tenido relaciones
sexuales con un hombre en una ocasión; en realidad no considero que haya
tenido relaciones sexuales con él, pero supongo que técnicamente sí las hubo.
Trabajábamos juntos en una tienda de comida naturista. Él tenía veintidós
años, y yo diecisiete. Era verano y yo vivía ya con mi amante, Anne. Él lo
sabía. Una noche después del trabajo vino a casa. Anne se quedó dormida. Él

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y yo estábamos realmente borrachos y cuando estoy borracha soy una
auténtica puta, me pongo tan caliente que no puedo decir que no. Antes de
que nos diéramos cuenta nos estábamos besando y acariciando, húmedos y
calientes. Llevaba una camisa con cremallera por delante que acabó
abriéndose totalmente, y, fervorosamente, él me besó, lamió y enterró el
rostro entre mis enormes tetas. Estábamos tumbados de lado, cara a cara, y yo
empecé a desabrocharle la bragueta de botones. Ávidamente le froté la
entrepierna por encima de los tejanos, notando el pene estallando por dentro.
Pronto conseguí bajarle los pantalones. Lo excité jugando con el elástico del
calzoncillo y acariciándole la entrepierna sobre el tejido de algodón,
apretando y amasando. Él emitió un gemido torturado cuando finalmente
encontré su carne palpitante, y me empujó, tumbándome de espaldas. Me
lamió y besó lentamente, bajando cada vez más y suplicándome que le dejara
«saborearme». Yo me negué, porque pensaba que era un privilegio sagrado
para mi amante, Anne. Finalmente accedí, aunque sólo por un minuto. Fue
suficiente para que los jugos humedecieran mi coño. Entonces yo me metí su
polla en la boca. Llegó después el momento de follar. Me tumbé de espaldas y
él trato de penetrarme, pero yo estaba demasiado tensa. Por fin me puso las
piernas sobre sus hombros para que las caderas se elevaran hasta el ángulo
perfecto. Entonces me penetró con suma lentitud. Yo le suplicaba que no se
corriera dentro de mí y estaba casi demasiado paranoica como para
disfrutarlo. Después de unas cuatro embestidas, la sacó y derramó su semen
por mi trasero y mi espalda.
En realidad, no pretendía dedicar tanto espacio a esa historia. Yo no me
corrí. He tenido en cambio tantos y tan buenos orgasmos con mi amante…
Me sentí tan culpable por haberlo hecho con él en nuestro apartamento que lo
despedí enseguida y después pasé diez buenos minutos lavándome el coño.
Me metí en la cama sollozando, desperté a Anne y se lo conté todo. Me sentía
horriblemente mal. Ella fue muy dulce y comprensiva. Ella también es virgen
y ahora tiene veinticinco años. Íbamos a perder la virginidad en un ménage à
trois con un tío (algún día). Me sentía muy culpable por haber arruinado esos
planes.
En cualquier caso, yo quería contarte mis fantasías. Ojalá tuviera un
vibrador. Siempre me estoy metiendo botes de cosméticos o utensilios para
escribir cuando tengo mis fantasías, pero sé que es peligroso. Ocurre que me
da mucha vergüenza ir a comprar un vibrador.
Siempre he tenido fantasías sobre un profesor que me tomara ruda pero
apasionadamente, en especial un profesor de gimnasia. Imagino que estoy en

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el gimnasio sola. Me he quedado la última y me estoy duchando. Un fornido
entrenador entra y me ve lavándome las enormes tetas. No puede soportarlo,
así que se acerca. Se quita los pantalones cortos y se mete debajo del agua
diciéndome que le lave la polla. Fascinada por su gran erección, lo hago lenta
y tímidamente. El empieza a gemir y a pasarme el dedo por los labios del
coño. Yo empiezo también a gimotear de placer (me excita tanto escribir esto
que he empezado a tocarme). Me inclino hasta alcanzar su polla y empiezo a
chupársela. Él gime y me acaricia las nalgas. Se chupa el dedo índice y
lentamente lo introduce en mi ano. Yo jadeo y tiemblo de placer. Alza mi
cabeza y, cuando me incorporo, me pide que no me mueva. Me separa las
piernas y se arrodilla en el suelo. Me separa los labios del coño con los dedos
y desliza su cálida lengua en el interior. Me muero de placer en cuanto vuelve
a deslizar el dedo por mi ano. Empiezo a jadear y me aproximo al orgasmo.
Me sienta en el suelo (el agua de la ducha sigue cayendo sobre nosotros). Me
tumba de espaldas y me penetra. Iniciamos el movimiento rítmico mientras
jadeo: «¡Oh Dios, oh Dios!» Se retira y me obliga a ponerme a cuatro patas.
Entonces me folla al estilo perruno con embestidas frenéticas en un ritmo al
unísono. Mientras follamos, desliza un dedo en mi ano, metiéndolo y
sacándolo alternativamente. Me muero, él está a punto de correrse y entonces
entra un enorme entrenador negro. Se desnuda mientras el primer entrenador
y yo nos corremos. El fuerte y atractivo entrenador negro empieza a
masturbarse la polla entre mis tetas. Cuando la tiene realmente dura, le
suplico que me folle y él contesta: «Sí, pequeña, te voy a follar bien follada,
nunca tendrás una polla como ésta.» Alaba mi húmedo y rosado coño y me
penetra. Rodamos, y yo me quedo encima de él, cabalgándole. El otro
entrenador la tiene otra vez dura. Yo me pongo a cuatro patas y el negro me
folla y me mete un suave, húmedo y caliente vibrador en el culo. Después le
como la polla al primer entrenador, mientras él me mete el dedo en el ano.
Los dos llegan después a masturbarse mutuamente, y yo los miro encantada.
Uno de ellos me come el clítoris, metiéndome los dedos en el coño y en el
ano, mientras se folla al otro tío por el culo. ¡Dios mío, sería fantástico!
He tenido que ir a masturbarme al releer esta carta.

Chloe
Soy blanca, tengo veinticuatro años, estoy casada y tengo un hijo. Acabé
mis estudios secundarios con honores (la número 28 en una clase de unos
cuatrocientos cincuenta alumnos) y fui a la universidad, pero me casé durante

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el primer trimestre. Mido un metro setenta, soy atractiva y tengo exceso de
peso (¡pero estoy trabajando para rebajarlo!). He tenido una activa vida sexual
desde los trece años. Fue entonces cuando me rebelé contra la decisión de mis
padres de no dejarme salir con un tío de veintiún años. Por supuesto, ellos
sabían que dejarme salir con él era también concederle mi virginidad. Así que
ocurrió lo inevitable. Deliberadamente, me acosté con él.
Conocí a mi marido en la universidad. Era amigo del novio de mi
hermana. Ellos nos presentaron, esperando que nos gustaría salir en parejas.
Mi hermana y su novio creían que nosotros (Mark y yo) éramos demasiado
tímidos, y por eso nos juntaron de esa manera.
Cuando llegó el día, me sentía fatal y creí que debía espabilar a Mark. Él
era realmente, y aún es, muy tímido. Le sugerí un paseo por el parque, me
senté con él y le pregunté si quería hacerlo conmigo. Él contestó que sí, pero
ni siquiera me cogió de la mano durante tres semanas. A los tres meses, nos
fugamos para contraer matrimonio.
A menudo tengo fantasías sobre dos hombres haciendo el amor (felación y
coito anal), acariciándose, besándose, etc. Con mucha frecuencia uno de ellos
es mi marido. Está en una base militar en el período de instrucción, creo.
Como sé que a él no le interesa el sexo con otro hombre, o bien a) está
desesperadamente salido, o bien b) acaba de darse cuenta de que el cuerpo
masculino le resulta tan atractivo como el femenino. Cada vez que tengo esta
fantasía, imagino diferentes actos sexuales. Algunas veces mi marido está de
permiso y yo formo parte de un trío con él y otro hombre. En este caso, no
suelen penetrarme, excepto oralmente, pero tengo libertad para tocar y
disponer de los dos hombres a mi antojo. Sé también que no soy la única que
tiene este tipo de sueños, porque mi mejor amiga, una chica de mi edad a la
que conozco desde hace diecinueve años, me ha confesado recientemente su
secreto deseo de ver a dos hombres haciendo el amor. Mi marido está
arreglando este asunto con un amigo nuestro que es gay.
Mis fantasías sexuales hasta los dieciséis años se limitaban a la típica
postura del misionero.
Mi persistente deseo por ver a dos hombres haciéndolo se inició en una
época en la que creí que no podía respetar ya a mi marido.
Soy una mujer joven y bien adaptada, enamorada del sexo. Me alegra
comprobar que cada vez más mujeres disfrutan realmente con el sexo y las
fantasías, sin sentir la culpa que tantas de nosotras tuvimos que soportar
durante nuestra adolescencia, incluyéndome a mí misma.

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SI YO TUVIERA UN PENE
¿Quién no admiraría el diseño del pene, merecedor del premio Leonardo
da Vinci por su belleza y versatilidad, forma y función?
La envidia tiene su origen en la admiración. Hay un momento, antes de
que la admiración se convierta en agrio resentimiento, en el que emitimos un
¡ah! de reconocimiento.
¡Ay!, las páginas de Men in Love estaban llenas de los lamentos de
hombres cuyas mujeres no querían siquiera mirar sus encantadores penes, y
mucho menos depositar sobre ellos el ansiado beso de aceptación. En sus
fantasías los hombres soñaban con mujeres que adoraban sus penes.
Ahora sus sueños se han convertido en realidad. Son las mujeres quienes
ahora se enfurecen porque a sus hombres les interesa menos la felación que a
ellas. Estas mujeres jóvenes obtienen un placer epicúreo en acariciar el pene,
en metérselo en la boca hasta la profundidad de su garganta, en tragar su
maravilloso y espeso fluido y, por tanto, no debería extrañarnos que algunas
veces imaginen que poseen uno de esos asombrosos instrumentos.
Ya han superado la errónea suposición de Freud de que las mujeres
consideran que sus genitales están mutilados y envidian por consiguiente el
pene. Ellas no quieren renunciar a sus encantadoras vaginas, no quieren
renunciar a nada. De hecho, acarician la idea de que el clítoris, durante la
masturbación, «crece y crece hasta alcanzar el tamaño de un pene —como
dice Lally—. Imagino que puedo sentir lo que siente un hombre durante el
coito. También que estoy follando al hombre». ¿Por qué no?
En un famoso artículo publicado en 1943 y titulado «Women and Penis
Envy» («Las mujeres y la envidia del pene»), Clara Thompson enmendó el
equívoco: «La actitud denominada “envidia del pene” es similar a la actitud
de un grupo sin privilegios hacia los que están en el poder.» A partir de ese
momento se ha comprendido el simbolismo de la envidia del pene como una
racionalización de los sentimientos de la mujer en cuanto a su insuficiencia en
una sociedad patriarcal.
Sin embargo, estas nuevas mujeres dan un paso más allá. Apartan los
símbolos a un lado y no piden perdón por imaginarse a sí mismas con el pene
real. A lo largo de este libro las mujeres se han colocado penes artificiales,
tanto en la fantasía como en la realidad. ¿Por qué no imaginar lo que es tener
de verdad uno de esos fascinantes apéndices sobre los que se puede realmente
poner la mano, moverlo de esta manera y de esta otra, escribir tu nombre en la
nieve, frotarlo hasta que se hace grande como el de un caballo y luego lanzar
el semen por toda la habitación?

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Una vagina tiene sus privilegios, pero ¡maldita sea!, hay algo muy
agresivo y teatral en el pene. A pesar de que tener uno dentro, atraparlo
diestramente con los músculos vaginales y jugar con él como con una flauta
hasta que el hombre no puede aguantarse más y explota es como estar en la
gloria. ¿Cómo puede la mente resistirse a imaginar lo que debe sentirse siendo
el follador cuyo «monstruo» te está llenando?
Chicas jóvenes como Fran envidian aún el poder simbólico del pene.
«Secretamente me ofende tener que ser una chica que se preocupa por no
quedarse embarazada, por el dolor de la primera vez, por tener una buena
reputación, etc. —se lamenta—. Creo que los chicos son afortunados por estar
tan libres de preocupaciones.» Pero luego vacila en su deseo de ser un chico
cuando recuerda el nuevo placer de «magrearse con chicos». Fran tiene
catorce años.
Sin embargo, mujeres mayores que ella valoran su propia vida, estudian
de cerca el pene y ven lo que es: un pene es un pene. «¡Mira, holgazán! —
parece decirle Pam a su sexualmente aburrido y poco original marido—, te
voy a enseñar lo que haría yo si tuviera una polla. No sabes siquiera cómo
usarla.» En su fantasía, Pam coge su «polla erecta» con ambas manos y
admira su «masculinidad en el espejo (estamos hablando de una polla de
veinticinco centímetros de largo y veinte de circunferencia)». Luego, como si
quisiera vengarse de todos los hombres sexualmente reprimidos que ha
conocido, no se ofrece a follar a nadie con su hermosa polla. En cambio,
«pienso en todos esos coños que suspiran por mi enorme polla y en lo
estúpidos que son porque a mí me encanta masturbarme y nadie puede hacer
que me corra como mi mano». Esto es pura venganza y no un cambio de sexo.
En su fantasía, Pam conserva sus grandes tetas además de tener polla.
¿Acaso las mujeres no hemos tratado de emular a los hombres en todos
los aspectos durante años? Nos reinventamos cada día, imitando el trabajo, la
actitud, el comportamiento e incluso la ropa del hombre. Dejando a un lado la
cuestión de la igualdad, hemos usurpado sus trabajos, sus clubes
exclusivamente para hombres, sus americanas cruzadas, sus zapatos de
cordones. Nos hemos cortado incluso el pelo, lo hemos peinado hacia atrás y
nos hemos colocado sus sombreros en un incansable esfuerzo (en nombre de
la moda) por robarles su magia. La pregunta se plantea entonces por sí sola:
¿puedo pedirte prestada también tu polla? Sólo por una noche, sólo en la
fantasía, sólo para experimentar cómo te sientes bajando la cremallera de tus
elegantes pantalones Ralph Lauren y, como dice Pam, verla «saltar fuera».

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Quejas y más quejas; las mujeres sólo sabemos quejarnos, cuando a veces
pienso que una nota de compasión podría ayudarnos mucho más a conseguir
lo que queremos. Pensemos en cómo deben sentirse los hombres viendo que
nos apoderamos de su mundo. En un momento determinado estamos
compitiendo con ellos en la oficina, llevando sus pantalones, y al siguiente
estamos tumbadas seductoramente embutidas en nuestro minúsculo body,
todas calor y seducción y con la húmeda vagina esperando ser tomada. No
tenemos ni idea de la envidia de los senos y del útero que tienen los hombres,
que, además, pueden permitirse el lujo de hablar y ser incluso conscientes de
ello. Nunca escaparon por completo al poder de la madre, puesto que todas las
mujeres que aparecen después de ella amenazan con absorberlo de nuevo.
Tampoco somos sinceras sobre el poder de la mujer, sobre la magia de la
que lleva en su vientre al niño, da a luz y lo cría. Por el contrario, preferimos
pintar el papel de la madre con los oscuros tintes de la pesada responsabilidad
y el sacrificio. Negamos que pueda tener poder alguno y, al mismo tiempo,
mantenemos con asiduidad nuestro incuestionable control sobre los primeros
diez a quince años de toda la raza humana, consiguiendo implantar en el alma
del niño la ambivalencia del amor materno.
No, aparte de travestidos, transexuales y algunos homosexuales, los
hombres deben negar su deseo de tomar o imitar cualquier parte femenina.
Desdeñan sentir el deseo de ser como nosotras y para reforzar su negativa y
defenderse del conocimiento consciente de su envidia de las tetas y la vagina,
exageran las características brutales y agresivas que las mujeres
despreciamos, pero que secretamente soñamos con imitar. Marge, por
ejemplo, sexualiza su auténtica ira contra los hombres imaginando que los
chicos malos son violados por un grupo. Incluso la fantasía de su propia
violación es un medio encaminado a un fin: el de castigar a los hombres,
herirlos y humillarlos para vengarse de ellos.
Cuando una mujer como Marge se harta de imaginar que tiene un pene
con el que puede penetrar realmente a su amante, puede cambiar de
personalidad y volver a su papel femenino. Su amante «es muy comprensivo
con mi deseo de tener un pene». ¿A cuántas mujeres, en la situación inversa,
les gustaría que su amante soñara con tener vagina, útero, tetas y llevar
vestido, tacones altos y maquillaje? Los hombres no tienen la opción de
trabajar un año o dos y luego encontrar a alguien que los mantenga. Ser un
hombre y probarlo es una tarea que requiere dedicación completa. En otras
palabras, renunciar a la propia hombría, aunque sólo sea durante unos
instantes y en la imaginación, puede ser terrible.

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El poder del pene se ha exagerado fuera de toda medida, no sólo porque
los hombres tuvieran fe en él, sino también para compensar su envidia por los
senos, el útero y el poder de las mujeres. El pene tiene que ser grande,
enorme, el más grande, porque el útero/pecho de la mujer es mayor. Ya que
los hombres no pueden decir estas cosas, las mujeres que los aman deberían al
menos saberlas.
Mi propia envidia del pene se traduce en lo siguiente: Estoy en la cubierta
de popa de mi yate, vestida con una chaqueta deportiva Hermès y pantalones
de franela, fumando un cigarro y meando indiferente en forma de alto arco
contra el dulce aire veraniego de Cap d’Antibes… en lugar de tener que irme
corriendo abajo y medio desvestirme para mear en la taza de un cubículo
cerrado, oyendo las risas de los que se han quedado arriba, quienes, sin
derramar una gota de martini o de pipí, terminan de oír el chiste que yo no
puedo disfrutar.

Fran
Soy una chica de raza caucasiana, de catorce años de edad y vivo en un
ambiente familiar represivo. La mayoría de mis antiguas actividades sexuales
me hacen sentir culpable y avergonzada. Necesito una vía de escape para
confesarlas.
Me encanta estar con chicos, pero, que yo recuerde, siempre he querido
ser un chico, con erecciones, fantasías, placeres y músculos masculinos. Esto
me preocupa. No deseo ser homosexual. No tengo ni idea de por qué quiero
ser un chico. No deseo en modo alguno ser un chico para poder acostarme con
otras chicas. Sólo deseo experimentar lo que los chicos tienen la suerte de
sentir, pero el sexo con chicas no me excita lo más mínimo.
Cuando tenía el pecho plano, ansiaba tener la casa para mí sola y poder
disfrutar de una íntima orgía de placer. Fingía ser un chico poniéndome bultos
de tela bajo las bragas más sencillas que tuviera para imitar el pene y los
testículos. Después añadía más trozos de ropa para simular una erección, me
ponía unos tejanos y admiraba el bulto de la entrepierna en un gran espejo.
Era muy excitante.
Siguiendo esta inusual, pero «sagrada» ceremonia, me masturbaba. (Claro
está que también tenía que deshacerme de mis atributos masculinos simulados
tirándolos al retrete.) Hasta hoy, por mucho que lo he intentado, no he
conseguido nunca llegar al orgasmo masturbándome. Lo único que me
excitaba era ser un chico. Disfrutaba fingiendo serlo, a pesar de sentirme

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culpable, perversa y anormal. Me repugnaba totalmente el placer que me
proporcionaba hacer algo tan «indecente».
Al llegar a los doce años resolví hacer todo lo posible por abstenerme de
ese ritual clandestino.
Cuando empecé a parecer más una mujer casi me gustó sentirme femenina
con mi primera menstruación.
Ahora disfruto el placer de pegarme el lote con chicos, pero cuando
acaricio sus genitales sigo sintiendo envidia. Me gustan mucho los chicos e
incluso probé a hacer el amor con uno que era especial. A él le gustó su
primera vez, pero a mí no. Secretamente odio ser una chica que tiene que
preocuparse por no quedarse embarazada, por el dolor de la primera vez, por
tener una buena reputación, etc. Creo que los chicos son afortunados por estar
tan libres de preocupaciones. Ojalá pudiera volver a nacer como chico.
Quisiera sentir cómo crezco hasta convenirme en un hombre porque los
chicos adolescentes me excitan mucho y sentir lo que ellos sienten por mí
misma sería fantástico.
Estoy muy avergonzada de lo que he escrito. Espero que quien lea esto me
comprenda y no se ría. Ya es bastante malo pensar que soy una pervertida. No
quiero que otras personas también lo piensen.
He escrito esto principalmente para no sentirme reprimida. Soy consciente
de que quizás otras personas puedan identificarse con mis sentimientos. De
este modo no me sentiré tan sola en el mundo como me he sentido hasta
ahora.

Pam
Soy una mujer caucasiana de treinta y cuatro años de edad. Hace cuatro
que me casé por tercera vez (es el segundo matrimonio de mi marido). Entre
los dos tenemos cinco hijos de ocho a diecinueve años y un nieto. Mi marido
es un profesional, y yo me «retiré» hace tres años para convertirme en una
«mamá casera».
No recuerdo haber tenido ningún tipo de sentimiento sexual hasta que a
los diecinueve años de edad una amiga me prestó un libro cuyo título no
recuerdo. Yo era muy ingenua, por no decir otra cosa, y había crecido además
en una casa que padecía un constante trastorno. Yo era también la típica
«amiga» de todos, pero «novia» de nadie… Ahora comprendo que mi
inexperiencia se debía en gran medida a la falta de oportunidades.

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Me casé con mi primer marido a los veintiún años, «guardándome» para
la noche de bodas. El sexo con mi marido era «para él». Si le pedía que
probáramos algo nuevo, como que me masturbara oralmente, dejaba de
hacerme el amor para evitar oír mis quejas. Nuestro matrimonio duró dos
años. Mi segundo marido resultó algo mejor en cuanto a capacidad amatoria,
pero yo era el objeto constante de sus críticas (quería que tuviera las tetas
pequeñas y firmes, pero las tengo bien grandes, caídas y con estrías). Ese
matrimonio también duró dos años. Desde los veintiún años hasta los treinta,
edad en la que me casé con mi actual marido, tuve tres orgasmos. Una media
no demasiado buena. Sin embargo, a pesar de que no soy atractiva, entre mis
dos últimos maridos follé con más de cien hombres. No me considero una
mojigata. Nunca había tenido fantasías ni me había masturbado hasta los
veinticinco años, cuando mi jefe mormón me regaló inesperadamente un
vibrador.
Mi marido era mejor amante antes de casarnos y cuando yo era
«preorgásmica». Follábamos varias veces al día y nos deleitábamos en largos
preliminares. Él no parecía «aburrirse» nunca de mí. Ahora, el sexo se limita
en su mayor parte a los sábados y/o domingos por la mañana y dura quince
minutos como máximo. Ha descubierto cómo hacer que alcance el orgasmo y
se dirige directamente al coño o al clítoris. Muy raramente consigo
«excitarme» de verdad. Sin embargo, ansío un poco de esa insoportable
picazón, pero no tengo demasiadas esperanzas, puesto que sé que a mi marido
no le interesa saber lo que a mí me excita.
En cuanto a mis fantasías, debería decir que sólo me masturbo una o dos
veces por semana. Algunas veces en la cama junto a mi marido, tratando de
dormir, pero la mayoría de las veces por la mañana temprano, después de que
todos se hayan ido al trabajo o al colegio. Mis fantasías ilustran una fuerte
envidia del pene.

I. Mi favorita: Soy un hombre en lugar de una mujer (aunque a veces


tengo también enormes tetas además de polla). Adoro
absolutamente mi cuerpo, y cuando se presenta la oportunidad me
abro la bragueta y dejo que mi polla salte fuera. Me desnudo y me
contemplo en un espejo de cuerpo entero que hay en mi habitación.
Admiro mi cuerpo, pero en especial mi enorme polla (estamos
hablando de veinticinco centímetros de largo y veinte de
circunferencia). También tengo los testículos muy grandes y
peludos. Los cojo con las manos y los aprieto contra la polla, que

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ya se ha puesto muy dura. ¡Oh, cómo me gusta sentir mi polla
palpitante y creciente! Siento la premura de terminar la faena. Me
cojo la polla con ambas manos y admiro mi masculinidad en el
espejo. Ya no puedo resistirlo más y empiezo a hacerme una paja.
Pienso en los coños que ansían mi enorme polla y en lo estúpidos
que son porque a mí me encanta masturbarme y nadie puede hacer
que me corra como mi mano. Estoy ahí de pie con las piernas
separadas, masturbándome hasta que exploto. En la realidad tengo
un orgasmo tan intenso que tiemblo de pies a cabeza.

II. Tengo mi verdadera edad, pero, al contrario de como soy en


realidad, tengo unas maravillosas curvas y soy muy sexy, con tetas
muy grandes y enormes pezones. Me cito con un adolescente que
conozco y un par de amigos suyos en un sitio apartado. Cuando
llego al lugar me encuentro con unos diez adolescentes, todos entre
quince y dieciséis años de edad. Voy sucintamente vestida, de
modo que muestro un generoso escote y llevo los suaves muslos al
descubierto. Camino por entre los muchachos admirando sus
cuerpos, aunque están completamente vestidos. Sólo les toco las
caras. Muchos aún no se afeitan. Me apoyo sobre uno de los coches
que hay allí con todos ellos a mi alrededor y les anuncio que están
allí para darme placer. Me subo encima del coche, pongo un poco
de música sexy y empiezo a hacer un seductor striptease. Observo a
los chicos y compruebo que ninguno se atreve siquiera a hablar, por
miedo a romper la magia del momento. Veo que tienen las
entrepiernas abultadas y apenas puedo contener la impaciencia. Al
quitarme el sujetador y las breves bragas de encaje les anuncio que
pronto empezará el folleteo, pero para establecer el orden en que
follaré con ellos tienen que bajarse la bragueta y sacar sus pollas
erectas y los testículos, pero no pueden bajarse todavía los
pantalones. Inspecciono el círculo de chicos mientras continúo mi
baile de seducción. Hay diez pollas erectas de diversos tamaños,
pero todas anhelando descargar su contenido. Les digo que deben
realizar una competición masturbatoria mientras yo sigo bailando.
El que más dure será el primero en follarme, y así sucesivamente.
Todos se cogen las pollas con la mano y empiezan a bombear. Me
asombran y excitan algunos de los métodos que utilizan. Estoy
terriblemente excitada y ya desnuda. Juego con mis grandes tetas y
deslizo las manos hacia mi húmedo coño. Luego saco la mano y les
muestro a los chicos lo mojada y pegajosa que la tengo. La mayoría
se corre en ese momento.

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Elijo a uno de ellos que tiene unos diecisiete años. Me tumbo sobre
el capó del coche y hago que me coma el coño. Aunque no lo había
hecho nunca, resulta excelente, y en unos pocos minutos me tiene
suplicándole que me folle. En algún punto entre el primer y el
tercer polvo alcanzo el orgasmo.

III. Tengo la fantasía de enseñar a mi hijastro de quince años el


delicado arte de la masturbación y el sexo oral.

IV Otra de mis fantasías trata principalmente de la esclavitud. Yo estoy


atada sobre un «potro» con almohadillas acolchadas en cada muslo
para separarme los labios vulvares. Una vez abierta, un extraño me
excita con su enorme polla. Entonces se abre la puerta y entra una
mujer de hermosa figura, se desnuda y empieza a comerme el coño.
Le encanta mi clítoris cuando empieza a crecer, como un pequeño
pene. Lo chupa, lame y acaricia hasta que me corro en oleadas de
placer. Luego se aparta mientras la enorme polla me folla. Esta
fantasía me provoca un intenso orgasmo.

Sin mis fantasías temo que mi vida sexual me resulte muy frustrante. Se
las conté a mi marido y su reacción fue de total indiferencia, como si no
pudiera imaginar cómo demonios podían excitarme esas cosas. Sin embargo,
espera por su parte que sus fantasías me lleven al éxtasis absoluto, cosa que
no consiguen, aunque comprendo que a él le fascinen. Nunca tengo fantasías
durante el acto sexual; francamente, no es el momento.

Lally
Tengo veintisiete años, soy soltera, heterosexual y he crecido en un
agradable ambiente familiar. Tengo un doctorado y un buen nivel económico
(tengo mi propia casa, etc., en San Diego). Tengo también un amante más o
menos una vez por semana y me masturbo unas tres veces en ese mismo
intervalo. Tengo una hermana gemela, idéntica a mí. Siempre hemos estado
muy unidas, pero no hemos compartido experiencias sexuales. No me
masturbé hasta los veintidós años, cuando me sentía sola y desgraciada en la
facultad y ¡encontré un folleto que explicaba cómo hacerlo! (Hasta entonces,
coincidía con mi amiga, que llevaba once años casada, en que el orgasmo

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femenino no existía, ¡sino que era un completo engaño ideado por las mujeres
para atraer a los hombres!)
Tengo mi fantasía cuando me masturbo. Me ayuda a alcanzar la plena
satisfacción.
Mientras me acaricio el clítoris imagino que crece más y más hasta
adquirir el tamaño de un pene. Imagino que puedo sentir las sensaciones de
un hombre durante el coito. También imagino que este hombre está follando
conmigo.
Por lo tanto, imagino que puedo tener las sensaciones de los dos al mismo
tiempo.

Allegra
Hace siete años que me divorcié y tengo una hija. Me crié en una granja y
supongo que todas mis fantasías sobre orinar proceden de aquella época,
cuando contemplaba a los animales mear, especialmente a los caballos. En mi
época del instituto asistía con frecuencia a fiestas en las que mis amigos
bebían alcohol (sobre todo cerveza) y tengo vividos recuerdos de estar
contemplando a los chicos mientras orinaban.
Me fascina increíblemente contemplar cómo orinan los hombres o la
erección de los penes. Obviamente, tengo envidia del pene y siempre he
deseado haber nacido con uno, además de la vagina, por supuesto. Mi fantasía
consiste en contemplar a un hombre bronceado, musculoso y de agradables
proporciones mientras orina (prefiero llamarlo «hacer aguas») con las piernas
abiertas y mirándose el pene duro y prominente, en una cálida noche de
verano con luna, a campo abierto, completamente desnudo y solo. La vejiga
se le ha llenado hasta un punto increíble y no puede contener una gota más.
Me encanta mirarlo desde todos los ángulos (por delante, por detrás y por los
lados). A él le excita mucho mi presencia y mi voluntad de participar. Yo
desearía que no dejara nunca de hacer aguas. Camino hacia él por detrás y le
rodeo la cintura con el brazo para alcanzar ese duro pene y ayudarle a hacer
pipí, mientras yo lo sostengo y masajeo, extendiendo un dedo con frecuencia
para notar el cálido chorro. Él extiende el brazo hacia atrás para acariciarme
el coño húmedo y palpitante con las suaves puntas de sus dedos, mientras yo
estoy detrás de él, asomándome por un lado para verle mear. Mi vejiga
también está llena, pero aprieto los músculos para evitar que explote hasta que
él haya terminado. Cuando acaba de hacer aguas, se da la vuelta y continúa
acariciándome mientras me abro de piernas (de pie) y meo para él. Tardo

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largo rato en acabar. Se excita tanto que no puede evitar masturbarse. Le
suplico que se corra dentro de mí.
Imagino que mi amante hace aguas dentro de mí, sobre mí y que yo
también meo encima de él. Me encanta mirarlo cuando dobla el músculo del
pene después de mear, haciendo que se levante y oscile, al tiempo que él lo
estira y relaja una y otra vez. Me encanta contemplar a un hombre que camina
con el pene erecto, balanceándose de un lado a otro.
Me fascina igualmente contemplar a un caballo con el pene erecto
colgando y las patas traseras separadas para mear. Me encantan las erecciones
de los caballos cuando doblan el pene haciendo que se balancee de un lado a
otro.
Siempre he querido tener una foto de un hombre y de un caballo haciendo
aguas para poder usarlas cuando me masturbo. Me masturbo regularmente
con un vibrador. También utilizo los dedos o un bote de plástico lleno de agua
caliente que sostengo sobre mí para hacer que el agua caiga sobre mi coño
mientras estoy tumbada en la bañera con las piernas separadas. Utilizo
también dedos de goma acanalados (de los que usan las secretarias para
archivar documentos), salchichas y animales de juguete de goma.

Marge
Muchas veces tengo fantasías sobre un tío al que violan. Siempre es un
mal tipo y recibe lo que se merece. Se trata siempre de un grupo y le humillan
al excitarlo y hacer que eyacule. Imagino que la polla se le pone dura, aunque
no se la tocan. Algunas veces es aún mejor porque se vuelve loco porque le
toquen. En raras ocasiones imagino que me violan a mí, pero cuando lo hago
siempre hay después una brutal venganza o cogen al hombre y lo mandan a la
prisión, donde lo violan de la manera que he descrito.
Cuando pienso en mi propio amante soy un poco retorcida, pero nunca
cruel. Mi fantasía más reciente tiene que ver con su culo. Me encanta tocarlo.
Está apoyado sobre el lavamanos en el cuarto de baño. Yo estoy sentada en
una silla detrás de él. Le paso las manos por las piernas y las nalgas. Luego
recorro el interior de sus muslos con la lengua. Me gusta especialmente la
suave zona que hay entre sus testículos. Con la lengua le muevo los testículos
arriba y abajo. En la realidad, me encanta contemplarlo mientras se masturba.
En la fantasía empieza a acariciar el monstruo lenta y hábilmente. Yo le doy
masajes en las nalgas y se las separo para hundir la lengua profundamente en
su culo. Yo le masturbo mientras él se masturba. La punta de mi lengua es un

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pequeño y agradable pene. Él empieza a masturbarse con más fuerza, y yo me
adapto a su ritmo. Las rodillas le flaquean y la polla le crece aún dos
centímetros más. Cuando empieza a correrse es como si todo su semen tratara
de salir al mismo tiempo. Cae al suelo. Después de correrse, la punta de la
polla es tan suave como la seda y me encanta tocársela. Me arrodillo, meto la
cabeza entre sus piernas y le lamo hasta la última gota de semen con la punta
de la lengua. (No porque no quiera tocársela, sino porque está demasiado
sensible.)
Es el mejor amante que nunca he tenido. Es muy comprensivo con mi
deseo de tener un pene. Algunas veces hacemos el amor conmigo encima de
él y le folio. Siempre levanta las piernas y dice «obscenidades». Y yo siempre
tengo eyaculaciones precoces. ¡Ojalá pudiera hacer que se corriera en esa
postura! (Los brazos me fallan.) No sé cómo, pero creo que mi cuerpo
encontraría la manera de correrse dentro de él.

Daphne
El tema de mis fantasías favoritas consiste en ser el hombre. Por ejemplo,
yo (en el papel de mi marido) estoy sentado junto a una «pasarela» de un local
de striptease. Aparece una mujer caminando provocativamente con grandes
tetas asomando por encima del sostén. Las agita alegremente ante mi cara y
dice: «¿Quién las quiere?» Abre el sostén por delante para mostrar unos
pechos grandes y redondos, luego se acerca a mí y me acaricia el rostro con
ellos mientras yo se los manoseo. Quiero levantarme, pero debo permanecer
sentado porque otra mujer (alguien a quien imagino que mi marido desea
secretamente) está arrodillada entre mis piernas y me está chupando la polla
dura como la piedra y terriblemente excitada. No paro de decirle (por entre las
grandes tetas) que me chupe con más fuerza. Finalmente me corro.
Hay variaciones sobre este argumento. Algunas veces estoy de pie y le
chupo las tetas. Otras veces yo soy el barman, y la mujer me está follando
mientras yo charlo con los clientes que nada sospechan. (Mis fantasías
normalmente no tienen nada que ver con nuestra postura sexual real.)
También me excito con lo siguiente:

I. Mientras mi marido me está follando, un amigo nuestro se desliza


por detrás suyo y empieza a darle por el culo, diciéndole cuánto

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tiempo había estado deseando hacerlo, utilizando un lenguaje
obsceno para describir su placer. Por supuesto, mi marido estaba
tan cerca del orgasmo cuando ha entrado nuestro amigo que no
puede parar para protestar. Nos corremos todos juntos.

II. Mi marido y nuestro amigo me están follando al mismo tiempo,


uno por el coño y otro por el culo. (El sexo anal ha demostrado ser
demasiado incómodo para valer la pena, así que no lo probamos
más, pero yo sigo sacándole mucho jugo en la imaginación.) El
amigo le dice a mi marido cuánto tiempo ha deseado mi coño.
Charlan entre ellos de lo agradables que son mis orificios como si
yo no estuviera allí. Me siento deseada primitiva y totalmente. Nos
corremos todos, por supuesto, y caemos exánimes.

III. En ésta yo soy un hombre, ninguno en particular, yo misma pero


con polla. Tengo las brazos y piernas abiertos y atados a los lados
de una puerta. Aparecen tres hombres anónimos y todos estamos
muy excitados. Uno me folla por el trasero, el segundo me chupa la
polla y el tercero mira mientras se masturba y ordena a todos los
demás que no se corran hasta que él lo haga. Sin embargo, yo no
obedezco con demasiado entusiasmo, porque también soy el
observador al mismo tiempo. ¡Ah, la magia de la fantasía!

Nunca he sido capaz de alcanzar el orgasmo utilizando mi mano (ni la de


ningún otro). Siempre me he masturbado cruzando las piernas y apretando,
utilizando la presión para provocar el orgasmo. De esta manera tardo menos
de un minuto en correrme, y los orgasmos son muy satisfactorios. Puedo
masturbarme en una habitación llena de gente ¡y nadie se entera!
Durante el coito, nos ponemos de lado, con mi marido detrás de mí, y mis
piernas cruzadas entre las suyas. (Tengo un pie trabado en el otro tobillo todo
el tiempo.) Suena raro, pero es delicioso.

Karen
Soy una mujer casada de veinticuatro años de edad con un hijo de dos
años. He estudiado tres años de carrera y tengo intención de finalizarla algún
día. Mi marido está estudiando todavía, y yo mantengo a la familia.

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He leído tus libros de fantasías y he disfrutado mucho con ellos. Sin
embargo, me preocupó el hecho de que me excitaran terriblemente la mayoría
de las fantasías de los hombres, mientras que, en general, las fantasías de las
mujeres sólo resultaron fascinantes.
Desde que era muy joven he deseado de vez en cuando ser un hombre,
aunque disfruto enormemente siendo mujer. Estar embarazada y dar de
mamar fueron experiencias excitantes, y me gusta contemplarme en el espejo
cuando voy muy maquillada y llevo vestidos ceñidos. Saber que tengo un
aspecto sexy me hace sentir bien. No me importa si me miran los hombres o
las mujeres.
Algunas veces las cosas que leo me sugieren que mi marido y yo no
somos demasiado típicos en nuestros actos sexuales. Él es muy remilgado y
me ha costado casi seis años poder hablar con él para que me dejara chuparle
la polla. Además, se enfurece cuando le sugiero que se corra en mi boca. Esta
es la única cosa algo pervertida que hacemos. A él le gusta que yo me ponga
encima de él, pero yo lo detesto.
A mí me excitan extrañas historias sexuales. Me gustaría probarlo casi
todo. Supongo que soy bisexual. Me excitan más las fotos de Playboy que los
hombres desnudos (¡aunque rara vez tengo oportunidad de verlos!). Sólo en
una ocasión tuve una experiencia sexual con una mujer y fue muy breve.
Desearía saber cómo encontrar a una hermosa mujer con un gran apetito
sexual a quien le gustara estar conmigo.
Sexualmente estoy empezando a aburrirme mucho con mi marido. Quizás
acabemos divorciándonos por este motivo y por otros muchos.
Nunca le he sido infiel, aunque no creo que me sintiera culpable si tuviera
un lío con una lesbiana. ¡Sólo pensar en acariciar unos encantadores pezones
y un suave coño de fragante olor me pone cachonda! Las mujeres son suaves
y sedosas. (La higiene personal de mi marido deja mucho que desear.)
No quiero decir que no me exciten los hombres. La mayoría de mis
fantasías son heterosexuales. Aquí van unas cuantas:

I. Desoyendo los consejos de mis amigos voy sola a un bar de


motoristas. Llevo una camiseta muy ajustada que realza mis tetas
firmes y redondeadas. Los pezones sobresalen. Llevo también unos
tejanos tan ajustados que se meten en la raja del culo y dibujan mi
coño con todo detalle. (En realidad tengo unas tetas muy grandes y
caídas, aunque soy muy delgada, y suelo vestir de manera

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conservadora.) Pido un White Russian y me siento a bebérmelo.
Siento que todos los ojos están clavados en mí. Levanto la vista y
me encuentro rodeada de hombres que llevan cazadoras de cuero
negro sobre desnudos pechos peludos. Todos huelen ligeramente a
grasa y muestran enormes bultos en sus pantalones.
De repente, uno de los hombres pone una mano sobre una de mis
tetas. Yo sonrío. Entonces empiezan todos a tocarme con sus
grandes manos. Me bajan la cremallera del pantalón y me acarician
el culo y el coño. Pronto hunden una enorme polla dentro de mi
boca y me bombean con ella varias veces. Me colocan boca abajo
sobre una almohada en el suelo y me meten una segunda polla en el
culo. Tras un rato me vuelvo loca de excitación.
Todos los hombres me rodean en círculo con los pantalones bajados
y sus (enormes) pollas apuntando hacia mí. Uno de ellos me monta
y me folla por el coño con furia, mientras los demás se masturban.
Finalmente, se corre, yo me corro y el resto también. Yo estoy en la
gloria y exhausta. Todos ellos se han corrido sobre mí. ¡Dios mío,
qué excitante!

II. Se ha congregado un numeroso público en una amplia sala de


conciertos para oírme. (Soy una aficionada bastante dotada.) Salgo y
canto un aria. Aplauden. Un alto y atractivo barítono aparece
entonces en el escenario para cantar un dúo. Más aplausos.
Entonces, mientras la orquesta toca una obertura, nos desnudamos,
posamos desnudos para el público y luego nos ponemos a follar
salvajemente ante ellos. El público se queda boquiabierto, pero
pronto empieza a aplaudir gritando «¡bravo!» y «¡otra!» Cuando nos
corremos y nos levantamos para saludar, comprobamos que muchas
personas del público se han excitado tanto que también se han
desnudado y se están masturbando o están follando.
Una buena noche en la ópera, ¿no te parece?

Tengo también lo que considero fantasías «excéntricas». Me gusta pensar


que tengo una enorme polla y que folio a una mujer o a un hombre. Y a
menudo desearía poder ver a dos gays haciendo el amor. Probablemente
suene extraño, pero me gusta imaginar labios con bigote tocándose, o dos
pollas frotándose una contra otra. Los homosexuales son casi los únicos
hombres que demuestran un amor mutuo. Esta fantasía es la que suele
protagonizar mi marido. Tiene una polla grande y aspecto de macho y yo me

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excito imaginando que hace el amor tiernamente con otro hombre. Se moriría
si lo supiera, porque él cree que los gays no son del todo humanos. También
me gusta imaginar a la perfecta amante lesbiana. En ocasiones es una mujer a
la que conozco y de la cual sospecho (y espero locamente) que sea gay. Si lo
es, quizá podría estar con ella algún día. Además imagino escenas sexuales
convencionales con dos o tres hombres a los que conozco y por los que me
siento atraída.
Un querido amigo mío es uno de los hombres más sexys que he conocido.
Si llego a divorciarme, le suplicaré que me folle. Ya sé que él también se
siente atraído por mí, pero se contiene porque estoy casada.
Algunas veces tengo una fantasía que más o menos transcurre así: Estoy
divorciada y voy a casa de Ed (no es su verdadero nombre). Le digo que le
quiero y le pido que me folle. Él me besa y me dice que también me quiere,
pero que es gay y que va contra sus principios tener relaciones sexuales con
una mujer. Me explica también que está esperando a su amante. Le convenzo
para que me deje mirar. Su amante también es un buen amigo mío. Cuando se
desvisten, yo también lo hago. Ambos me besan tiernamente y luego se
dedican el uno al otro. Cuando empiezan a follar, acaricio sus cuerpos.
Cabalgan uno sobre el otro por turnos, luego adoptan la postura de 69 y se
chupan la polla durante un rato. Finalmente se ponen cara a cara y se besan
dulcemente en la boca hasta que se corren los dos sobre el estómago y el
pecho. Me abrazan estrechamente mientras me restriegan el semen por la piel
y se besan y me besan. Luego me dicen que ahora qué saben que no voy a
intentar cambiarlos, les gustaría incluirme en su relación amorosa y los tres
acabamos follando. Yo me siento increíblemente feliz.
La verdad es que es una chifladura, porque ni siquiera estoy segura de que
Ed sea bisexual.
En otras fantasías soy la dueña de un gran harén de hombres y mujeres,
todos esclavos, y tengo el poder de hacer que cualquiera de ellos folle a otro o
me folle a mí, que se pasee desnudo por el centro de la ciudad o que se
acueste con una negra (me fascinan Lola Falana y Diahann Carroll).
Me gustaría que un hombre me atara y me follara rudamente, jurando y
gritándome insultos. O hacerlo yo misma.
Debería añadir que el lenguaje obsceno me pone a cien. Por eso he sido
tan directa en esta carta. Raras veces consigo persuadir a mi marido de que
hable así, y él odia que yo lo haga. ¡En fin!

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Bliss
Soy una mujer de veintitrés años. Actualmente estoy en una escuela de
informática, pero quisiera llegar a escribir e ilustrar un libro. Soy una persona
muy creativa y bastante rara en todos los aspectos en que se puede ser rara.
Mis padres no eran unos puritanos (tan sólo se habían quedado antiguos).
Cuando era niña me masturbaba libremente e incluso tenía un cachorro de
perro que me lamía los genitales a menudo.
Me ha costado la mitad de mi vida conseguirlo, pero ahora me siento muy
a gusto con mi sexualidad. (Hubo una época en la que pensé que era gay.) No
vacilo en admitir que me siento atraída tanto por hombres como por mujeres.
Sencillamente me encanta el sexo. Sólo he tenido un fugaz encuentro
lesbiano, pero me gustaría seguir experimentando.
Tengo un voraz apetito sexual y no he encontrado a demasiados hombres
que consiguieran seguir mi ritmo. Soy muy buena en la cama y he sorbido el
seso (y la polla) a unos cuantos. Solía tratar a los hombres como conquistas,
pero hace un año más o menos que trato de sentar la cabeza. Estuve casada
una vez, pero no funcionó. Tras cuatro años de matrimonio me di cuenta de
que ni siquiera me gustaba aquel estúpido bruto.
Estoy dispuesta a probarlo todo (o casi todo) y, si me gusta, a seguir
haciéndolo hasta caer exhausta. Tengo tendencia a desviarme ligeramente
hacia el lado pervertido (pepinos, vibradores, cuero, gafas de sol, orina e
incluso sangre en ocasiones) y me resulta difícil encontrar hombres dispuestos
a seguirme. Algunas veces no puedo creer lo inhibidos que llegan a ser los
hombres. No me gusta nada que pueda llegar a causar verdadero daño. Lo
peor, supongo, es que me gusta que me muerdan con cierta intensidad en el
cuello y los pechos. También me gusta devolver los mordiscos, pero a ellos
(los hombres) no suele entusiasmarlos la idea. He descubierto además que
algunos hombres no quieren morderme por mucho que se lo ruegue. (Me hace
correrme.) ¡Ah!, a propósito, cuando antes he mencionado la sangre me
refería a que me gusta dar sangre y plasma. Todo el proceso de la aguja
entrando en mi piel me excita. (Ya lo sé, es raro.)
Ahora estoy envuelta en una gran y profunda relación con un hombre de
treinta años. Lo amo con todo mi corazón. Es bueno en la cama, le gusta
morder y también tiene un voraz apetito sexual. Estoy en la gloria con él, por
no decir más. ¡Si consiguiera que me follara llevando un abrigo de cuero y
gafas de sol sería el colmo! Él ha estado casado antes y su mujer era una
auténtica mojigata. (Pensaba que era una perversión follar con la ropa interior

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puesta.) Yo he sido su primera relación seria desde que se divorció. Le hice
perder la cabeza.
Me encanta el sexo y soy muy buena en ese aspecto, pero también
considero que es una cosa sagrada y maravillosa. Sé por experiencia propia
que el sexo es mejor con alguien a quien realmente amas.
Tengo un buen puñado de fantasías en la cabeza, y las siguientes son las
que uso más a menudo:
Soy un hombre de veinticinco a treinta años que está casado, tiene una
casa y se aburre extraordinariamente en su vida sexual. Mi mujer y yo hemos
contratado recientemente a una chica de dieciséis años para que nos ayude en
las tareas de la casa. Cuando vuelvo del trabajo por la tarde me doy cuenta de
que la chica lleva siempre minifaldas muy cortas sin nada debajo. Se inclina
delante de mí para que pueda verle bien el peludo y húmedo coño. (Me gusta
el vello.) Pero yo nunca la toco, aunque tengo la polla dura todo el tiempo. Se
inclina para depositar una bandeja sobre la mesita y me ofrece una
maravillosa visión de su suave coño. Me siento y la contemplo desde mi
cómodo sofá en la sala de estar. Mi polla palpita salvajemente, mientras trato
de guardar la compostura.
De repente, ella se va a la nevera en busca de un largo y hermoso pepino.
Yo me quedo perplejo y agito con nerviosismo el periódico, a la expectativa.
Entonces se apoya sobre el mármol de la cocina y desliza el pepino por su
coño cálido y palpitante. (Yo estoy ya haciéndome una paja.) Se detiene un
segundo y me dedica una sonrisa perversa, para volver luego a su querida
vagina. Finalmente, ya no puedo soportarlo más, me levanto y me coloco
detrás suyo. Ella sabe que estoy allí y cuando me acerco a su redondo y suave
trasero, se da la vuelta y deja escapar un gemido lascivo. Yo siento tal
ansiedad por follarla que creo que voy a estallar.
Ella deja el pepino y contonea el culo ante mí. Yo lo cojo con ambas
manos y lo saboreo como si fuera un animal hambriento. Gruño. Ella ríe
tontamente y adelanta aún más el culo. Al final la penetro con mi polla dura
como una piedra. ¡Es absolutamente maravilloso! ¡Su coño es como un torno!
Me temo que no duro demasiado dentro de ella. Cuando la estoy follando
como un toro furioso oigo llegar el coche de mi mujer por el sendero. La
chica jadea y empuja para clavarse con más fuerza en mi polla. Me corro
dentro suyo al tiempo que oigo cerrarse la puerta del coche. Sé que mi mujer
está a punto de pillarme follando a esta chica, ¡pero me importa un bledo!

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Al llegar a este punto ya he alcanzado el orgasmo. (¡Dios mío, estoy tan
caliente!) Pero debo continuar. Mi segunda fantasía es como sigue:

De nuevo soy un hombre, pero esta vez algo mayor. Vuelvo a estar
sentado en un sofá leyendo el periódico. Junto a mí está mi sobrina, una chica
entre doce y dieciséis años, más o menos. (Varía.) Está sentada en el suelo
frente a mí, coloreando dibujos o leyendo, pero no deja de inclinarse delante
de mí y al vislumbrar su trasero oculto bajo las bragas blancas, me resulta
cada vez más difícil seguir leyendo.
Tras unos cuantos minutos le digo a la niña que se acerque y se siente
sobre mi regazo. Entonces la fantasía puede tomar dos direcciones. La más
corta consiste en que ella se sienta sobre mi regazo, yo le digo que menee el
culo y me corro en los pantalones. La otra versión es más larga. Empiezo a
acariciarle la parte interior de los muslos, mientras le explico que soy médico
y que su mamá me ha pedido que la examine. Ella accede y yo le digo que se
quite las bragas. Sigo acariciándole los muslos con suavidad, moviéndome
lentamente hacia el coño. Le pido que me cuente lo que siente cuando le hago
esas cosas. Noto que su respiración es ahora más rápida, empiezo a meterle
los dedos en el pequeño y suave coño y algunas veces me pongo de rodillas y
se lo como. Ella encuentra extrañas esas nuevas sensaciones, pero también
maravillosas. Finalmente, me bajo la cremallera de los pantalones dejando
que la polla erecta asome por detrás de su culo. Le acaricio los pechos y
continúo masturbándola con los dedos. Ella empieza a retorcerse y jadear
sobre mi regazo. Noto los espasmos de su coño alrededor de mi dedo. Está
realmente húmeda. Le digo que tengo que meterle algo más, pero que será
parecido a los dedos. Ella asiente con la cabeza en silencio y yo la muevo de
manera que pueda deslizar mi polla dentro de ella. Está muy tensa, pero una
vez que he metido la cabeza el resto entra con facilidad. Por el modo en que
comienza a menear las caderas instintivamente, sé que le gusta y a menudo
tardo un minuto o poco más en eyacular dentro de ella. Otras veces saco la
polla y me corro sobre su trasero. Hay otras ligeras variaciones, demasiadas
para describirlas todas.

¡Ah, la mente es algo maravilloso!


Tengo muchas fantasías sobre mi novio. En mi favorita le hago una
mamada que lo tumba de espaldas. También imagino sexo en grupo, en

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público, en cementerios (donde lo he hecho en numerosas ocasiones) y con
una larga cadena de hombres, uno detrás de otro (algunas veces son monjes u
obreros de la construcción). Le hago una mamada al mejor amante de todos.
Sin duda alguna no soy gay. Me gustan las pollas, las vergas, las pichas,
¡como quieras llamarlas! Me gusta ponérsela dura a mi novio sólo para
admirarla y jugar con ella. Me gusta explorar todos los lugares oscuros,
cálidos y escondidos del cuerpo, mientras los chupo, lamo y mordisqueo.
¡Oh, si pudiera hacerlo todo el día!
¡Bueno, ha sido un verdadero polvo!

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UNA INVITACIÓN DE NANCY FRIDAY PARA TODAS LAS
MUJERES

Mi investigación sobre la interacción entre las vidas reales de las mujeres


y sus fantasías sexuales no se detiene aquí. Si deseas contribuir, por favor,
escríbeme a la dirección que se detalla más adelante. Incluye la información
biográfica que consideres relevante en tu desarrollo sexual, como por ejemplo
la relación con tu madre o tu padre, la historia de tus masturbaciones, la
pérdida de la virginidad o las primeras fantasías sexuales. También estoy
interesada en tu historia contraceptiva, es decir, si utilizas, y cuándo
empezaste, métodos anticonceptivos y por qué lo hiciste o no lo hiciste.
Indica también si has tenido o no algún aborto. Cualquier reflexión personal
sobre los posibles motivos que han originado tus fantasías sexuales me será
útil.

UNA INVITACIÓN PARA LOS HOMBRES


Si deseas contribuir a mi continua investigación, debes incluir un
relato de tus fantasías sexuales, así como cualquier información
biográfica que, en tu opinión, haya influido en tu desarrollo sexual y en
la naturaleza y evolución de tus fantasías. Esta información podría
incluir la actitud de tus padres hacia tu primera sexualidad, la edad en la
que te masturbaste por primera vez, así como la práctica actual, además
de un relato de cómo tu adolescencia influyó en tu vida física y
emocional. También serían interesantes tus ideas u opiniones sobre
cómo los actuales cambios económicos en la vida de hombres y mujeres
han influido en el modo en que se relacionan.

Dirección:
Nancy Friday
P.O. Box 1371
Key West, Florida 33041

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ANONIMATO GARANTIZADO

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QUERIDA SUPERLADY DEL SEXO
SUSAN CRAIN BAKOS

Un libro sobre miedos, placeres y


sentimientos sobre el sexo, la atracción
y el amor.

a autora que durante cinco años estuvo a cargo del consultorio

L sexual de la revista Penthouse ha acumulado una gran experiencia


sobre las actitudes de ambos sexos y cómo llegar a una buena
aproximación entre ellos. Hay tres formas de hablar del sexo: la asexuada, la
femenina y la masculina. A los hombres el lenguaje femenino les suena a
hipocresía y en cuanto a su propio lenguaje los hombres se reconocen
intimidados por el poder sexual que las mujeres ejercen sobre ellos.
La revolución sexual ha invertido los papeles en el juego de la seducción
y la incorporación de la mujer al trabajo ha desequilibrado la relación de
poder.
Querida superlady del sexo es un libro revelador y explosivo que incluso
puede resultar chocante para los ojos más liberales.

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GUÍA PARA LAS MUJERES SOBRE LOS
HOMBRES Y EL SEXO
Br. ANDREW STANWAY

Por una nueva sexualidad

¿S abes cómo despertar el deseo de tu pareja? El miedo al sida,


¿te quita el placer del sexo? Esta guía sexual para mujeres
responde y aclara las dudas que puedan tener sobre la
sexualidad. Define el comportamiento sexual que el hombre espera de la
mujer y ésta del hombre.
Ante el nuevo papel de la pareja resuelve los problemas de una sexualidad
sin prejuicios ni tabúes.

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NANCY FRIDAY (Pittsburgh, Pensilvania, EE. UU., 27 de agosto de 1933 -
Manhattan, Nueva York, EE. UU., 5 de noviembre de 2017), hija de Walter
F. Friday y Jane Colbert Friday (más tarde Scott).
Ella creció en Charleston, Carolina del Sur, y asistió a la única escuela local
preparatoria para la universidad, Ashley Hall, donde se graduó en 1951.
Luego asistió a Wellesley College en Massachusetts, donde se graduó en
1955.
Trabajó brevemente como periodista para el San Juan Island Times y
posteriormente se estableció como periodista de revistas en Nueva York,
Inglaterra y Francia antes de dedicarse a escribir a tiempo completo.
Su primer libro, publicado en 1973, fue My Secret Garden, una compilación
de sus entrevistas con mujeres que hablan sobre su sexualidad y fantasías, que
se convirtió en un éxito de ventas. Friday regresó regularmente al formato de
entrevista en sus libros subsiguientes sobre temas que van desde madres e
hijas hasta fantasías sexuales, relaciones, celos, envidia, feminismo, BDSM y
belleza.
Después de la publicación de The Power of Beauty (lanzada en 1996, y luego
renombrada y reeditada en edición de bolsillo en 1999), escribió poco,
contribuyendo con una entrevista de la estrella porno Nina Hartley a XXX: 30

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Porn Star Portraits, un libro publicado en 2004 por el fotógrafo Timothy
Greenfield-Sanders, con su libro final titulado Beyond My Control: Forbidden
Fantasies in a Uncensored Age, publicado en 2009.
A lo largo de los años 80 y principios de los 90, fue una invitada frecuente en
programas de radio y televisión como Politically Incorrect, Oprah, Larry
King Live, Good Morning America y Talk of the Nation de NPR.
También creó un sitio web a mediados de la década de 1990, para
complementar la publicación de The Power of Beauty. Inicialmente concebido
como un foro para el desarrollo de nuevos trabajos e interacción con su
diversa audiencia, no se actualizó en años posteriores.
A pesar del juicio de la revista Ms. («Esta mujer no es feminista»), predijo su
carrera en la creencia de que el feminismo y la apreciación de los hombres no
son conceptos mutuamente excluyentes.

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Notas

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[1] En holandés hay una vieja palabra que significa «bolso» y que también se

utiliza en argot para referirse a la vagina. (N. de la A.) <<

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[2] Título de Agente de Bolsa. (N. de la T.) <<

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[3]
Bachelor of Science, título que se concede en Estados Unidos y que
equivale al título de bachiller español en la rama de ciencias. (N. de la T.) <<

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[4] White Anglo-Saxon Protestant, «blanca, anglosajona y protestante». (N. de

la T) <<

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[5] En italiano en el original. Significa «tonta, imbécil». (N. de la T.) <<

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[6]
The Bible Belt, región del suroeste de EE. UU. donde prevalecen las
creencias religiosas de los fundamentalistas protestantes. (N. de la T.) <<

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[7] De restricted (restringida), calificación que se da en Estados Unidos a las

películas no aptas para menores de 17 años, salvo que vayan acompañados


por adultos. (N. de la T) <<

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[8] Expresión del argot norteamericano, sin correspondencia en castellano, que

designa a la mujer heterosexual que busca o prefiere a los hombres


homosexuales. (N. de la T.) <<

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