Mujeres Arriba - Nancy Friday
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Nancy Friday
Mujeres arriba
ePub r1.0
Titivillus 01.05.2019
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Título original: Women on Top
Nancy Friday, 1991
Traducción: Sonia Tapia & Gemma Moral Bartolomé
Digitalizador: lvs008
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
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A Mary, de Lexington, Kentucky,
y a mi querido Norman
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Sin jugar con la fantasía ninguna obra creativa habría
visto la luz. Nuestra deuda con el juego de la
imaginación es incalculable.
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PRIMERA PARTE
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este primer libro que les hizo cobrar valentía, y estas mujeres aceptan sus
fantasías sexuales como una extensión natural de sus vidas. ¿Y cómo podría
ser de otra forma, dado que crecieron en ese período tan singular de la historia
de la mujer?
Para ellas, las emociones explosivas que se liberaron en los años setenta
están todavía vivas. Nunca ha habido una laguna sexual, un período de
enfriamiento. El sexo es algo dado, una energía que no puede postergarse en
pro de «cosas más importantes». Sus fantasías sexuales son asombrosos
reflejos de su determinación a no renunciar a nada.
Aquí tenemos una imaginación colectiva que no podía haber existido hace
veinte años, cuando las mujeres no tenían el vocabulario ni la licencia para
expresarse libremente, y no compartían una identidad que les permitiera
describir sus sentimientos sexuales. Aquellos primeros testimonios fueron
nuevas tentativas y estaban cargados de sentimientos de culpa, no por haber
hecho algo, sino simplemente por atreverse a admitir lo inadmisible: que eran
mujeres que tenían pensamientos eróticos que sexualmente las excitaban.
Más que cualquier otra emoción, la culpabilidad determinó el hilo
narrativo de las fantasías que se recogen en Mi jardín secreto. Estábamos ante
cientos de mujeres que inventaban trucos para superar su miedo a que el
deseo de alcanzar el orgasmo las convirtiera en «niñas malas». Y todo en la
intimidad de su mente, que nadie podía conocer. Pero la madre conoce la
mente del niño con el que mantiene una relación simbiótica. La hija podría
crecer y tener sus propios hijos, pero si nunca se había separado
emocionalmente de esa primera persona que la controló por completo, ¿cómo
iba a saber cuál era la opinión de la madre y cuál la suya propia? Era como si
la madre siguiera decidiendo a través de la vida de su hija, blandiendo el dedo
ante cada movimiento y pensamiento sexual de su hija.
El truco más popular para evitar la culpabilidad es la llamada fantasía de
violación, y digo «llamada» porque en la fantasía no tenía lugar ninguna
violación, ni daño físico ni humillación. Simplemente había que entender que
lo que sucedía era contra la voluntad de la mujer. Decir que era «violada» era
la forma más expeditiva de dejar de lado el gran «no» al sexo que estaba
impreso en su mente desde la más tierna infancia. (Quiero añadir que las
mujeres insistían en que aquéllos no eran deseos reprimidos; jamás conocí a
una mujer que dijera que realmente quería ser violada.)
El anonimato también ayudaba. Los hombres de esas fantasías eran
desconocidos sin rostro, inventados para impedir de cualquier forma que la
mujer se involucrara, se responsabilizara, para impedir la posibilidad de una
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relación. Esos hombres hacían su trabajo y se marchaban. El hecho de que las
jodiera un desconocido sin rostro lo dejaba bien claro: «¡Este placer no es
culpa mía! Yo sigo siendo una niña buena, mamá.»
Desde luego, la culpabilidad sexual no ha desaparecido, ni la fantasía de
la violación. Hay algo muy digno de confianza en los tradicionales violadores
y delincuentes, cuya intratable presencia permite a la mujer llegar a su
objetivo: el orgasmo. Pero la mayoría de las mujeres de este libro toman la
culpa como algo dado, como el peligro de una carrera de coches. Han
descubierto que la culpabilidad viene de fuera, de la madre, de la iglesia. El
sexo sale de dentro, y ésa es su acreditación. Por tanto, la culpabilidad debe
ser controlada, dominada y utilizada para aumentar la excitación. Si todavía
existe la fantasía de la violación, en la mujer de hoy es simplemente para
preparar un escenario en el cual ella supera y viola al hombre. Esto no ocurría
en Mi jardín secreto.
La fantasía es donde los impulsos sexuales batallan con emociones
encontradas, la selección de las cuales surge de nuestras vidas individuales, de
nuestras más tempranas historias sexuales. ¿Cuáles fueron los sentimientos
prohibidos que fuimos asumiendo mientras crecíamos? En estas nuevas
fantasías, las emociones que generalmente dictaban el curso de las historias
son la ira, el deseo de control y la determinación a experimentar la descarga
sexual más plena.
Admitir la ira es algo nuevo para la mujer. En los días de Mi jardín
secreto, las mujeres decentes no expresaban la ira. La ahogaban en su interior
y la dirigían contra sí mismas.
En realidad, sigue siendo difícil que una mujer exprese ira, principalmente
porque no la hemos expresado en esa primera y fundamental relación, en
oposición a la madre. Pero, al menos, la mujer de hoy sabe que tiene derecho
a la ira, y la fantasía es un campo de juego seguro en el que puede mostrar ira
ante todos los obstáculos que se interponen en su camino, comenzando con la
ira ante la enorme dificultad de ser sexualmente activa, además de todas las
otras cosas que debe ser la mujer de hoy. Esta nueva mujer no tiene modelos,
no tiene anteproyectos. Tiene que hacerse a sí misma. Y uno de los medios de
que se vale para intentar asumir nuevos papeles son los sueños eróticos.
No quiero que se me malinterprete; esto no es simplemente un libro sobre
mujeres enfadadas. Son testimonios de mujeres que por fin manejan el léxico
completo de las emociones humanas, las imágenes y el lenguaje sexual. La ira
va inextricablemente unida a la lascivia, tanto en la realidad como en la
imaginación erótica. Las fantasías sexuales de los hombres también están
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llenas de ira en conflicto con el erotismo. Toman un hilo narrativo muy
distinto al de las mujeres, sobre todo a causa de las más tempranas
experiencias del hombre con la mujer-madre. Pero la ira es una emoción
humana, y aunque hasta ahora la historia nos haya dicho lo contrario, no es
exclusiva de un sexo.
Nunca olvidaré a estas mujeres, porque me han arrastrado con su
entusiasmo y también me han enseñado. «¡Toma!», dicen utilizando su
músculo erótico para seducir o sojuzgar a cualquier persona o cosa que se
interponga en el camino del orgasmo. Utilizan el conocimiento logrado por
una anterior generación de mujeres que no pudieron emplearlo, al estar
todavía demasiado cerca de los tabúes contra los cuales se rebelaban. Estas
mujeres miran a la madre directamente a la cara y llegan al orgasmo.
Siempre he creído que nuestras fantasías eróticas son la verdadera
radiografía de nuestra alma sexual, y que, al igual que los sueños, cambian a
medida que entran en nuestras vidas nuevas personas o nuevas situaciones,
para ser representadas contra el telón de fondo de nuestra infancia. Un
analista recoge los sueños de sus pacientes como monedas de oro. Nosotros
deberíamos valorar de igual forma nuestros ensueños eróticos, porque son las
expresiones complejas de lo que conscientemente deseamos e
inconscientemente tememos. Conocerlos es conocernos mejor a nosotros
mismos.
Igual que una radiografía de un hueso roto puesta a la luz, una fantasía
revela la sana línea del deseo sexual humano y muestra dónde el deseo
consciente de sexualidad ha sido roto por un temor tan viejo y ominoso que se
ha convertido en una presión inconsciente. De niños temíamos que el impulso
sexual nos hiciera perder el amor de alguien de quien dependíamos
vitalmente; la culpabilidad, honda y tempranamente implantada, crecía
porque no queríamos que desapareciera el impulso sexual. Ahora, la tarea de
la fantasía es hacernos superar el miedo-culpabilidad-ansiedad. Los
personajes y las historias que imaginamos toman lo más prohibido, y, con la
omnipotente fuerza de la mente, hacen que lo prohibido actúe en nuestro
favor, de modo que por un momento podamos llegar al orgasmo y
descargarnos.
Aquí, por primera vez, los testimonios de estas mujeres dejan
innegablemente claro que nuestras fantasías eróticas han cambiado en
yuxtaposición a lo que ha ocurrido en los últimos años; no son simplemente
diversiones masturbatorias, actos inspirados en el Playboy, sino brillantes
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observaciones de lo que motiva la vida real, señas de nuestra identidad tan
valiosas como los sueños nocturnos.
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femenina ni en la Biblioteca Pública de Nueva York ni en la Biblioteca de la
Universidad de Yale ni en la del Museo Británico, que cuenta con millones y
millones de libros; no había ni una palabra de la imaginación sexual de las
mentes de la mitad del mundo.
Sin embargo, los editores estaban intrigados, porque era un momento de la
historia en el que el mundo sentía una repentina curiosidad por el sexo, y por
la sexualidad femenina en particular. Los editores estaban ansiosos por
contratar a cualquier escritor que pudiera arrojar alguna luz sobre ese
continente desconocido que era la mujer.
Recuerdo vivamente al primer editor que rechazó Mi jardín secreto.
Cuando mencioné la reseña que había redactado con extractos de fantasías, se
le hizo la boca agua. «¡Fantasías sexuales de mujeres!», exclamó
lúbricamente, tras lo cual me suplicó que se las enviara pronto a su oficina,
¡lo antes posible! Antes de que terminara el día, me las había devuelto,
doblemente precintadas. ¿Qué es lo que esperaba? Nunca lo sabré, pero aquel
ritual se repitió con casi todos los editores de Nueva York. Me apresuro a
añadir que las editoras detestaron igual que los hombres la evidencia que
suponían en realidad las fantasías sexuales femeninas.
No era una cuestión de inocencia; simplemente no deseaban que les
dijeran algo que siempre habían sabido en el fondo: que las mujeres
fantaseamos igual que los hombres, y que las imágenes no siempre son
bonitas. Lo sabemos todo mucho antes de estar preparados para saberlo, y así
nos aferramos a nuestro rechazo.
En cuanto al mundo conductista, las docenas de psicólogos y psiquiatras a
los que entrevisté me dijeron que estaba en un callejón sin salida. «Sólo los
hombres tienen fantasías sexuales», me decían. En junio de 1973, en el mismo
mes en que fue publicado Mi jardín secreto, la permisiva revista
Cosmopolitan publicó un escrito del eminente e igualmente permisivo doctor
Alian Fromme, que afirmaba que «las mujeres no tienen fantasías sexuales
[…]. La razón es obvia: a las mujeres no las han educado para disfrutar del
sexo (…) las mujeres carecen totalmente de fantasía sexual».
Las mujeres a las que entrevisté inicialmente confirmaban la declaración
de Fromme. «¿Qué es una fantasía sexual?», preguntaban; o bien «¿Qué
quieres decir al sugerir que tengo fantasías sexuales? ¡Yo amo a mi esposo!»;
o «¿Fantasía para qué? Mi vida sexual real es estupenda». Incluso a las
mujeres con una vida sexual muy activa, que deseaban formar parte de la
investigación, les costaba entender esto y luego movían la cabeza.
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Entonces descubrí que los testimonios de otras mujeres tienen el poder de
autorizar a las demás a presentar los suyos. Sólo cuando yo les conté mis
propias fantasías empezaron a reconocer las suyas. Ningún hombre, y el
doctor Fromme menos que nadie, podía haber persuadido a estas mujeres a
apartar el velo del nivel preconsciente (ese nivel de conciencia entre el
inconsciente y la conciencia plena) y revelar la fantasía que repetidas veces
habían disfrutado y luego negado. Sólo mujeres pueden liberar a otras
mujeres; sólo los testimonios de mujeres las autorizan a ser sexualmente
activas, y libres de ser lo que quieran.
Finalmente, al cabo de tres años de lenta investigación (entrevistas
individuales, artículos en revistas que invitaban a las mujeres a contribuir,
anuncios en todas partes, desde el Village Voice hasta el Times de Londres)
(el New York Magazine era demasiado virginal para publicar el anuncio), se
publicó Mi jardín secreto en 1973. Tras la publicación hubo una salva final
por parte de los medios de comunicación, que me acusaron de haberme
inventado todo el libro, todas las fantasías. (El Plain Dealer de Cleveland
hizo una reseña del libro en las páginas de deportes, como una última risotada
defensiva.)
Pero al cabo de unos meses, parecía que los sueños eróticos de las mujeres
habían estado siempre entre nosotros, tanto, que los publicistas utilizaban la
fantasía como una herramienta de venta antes de que terminara el año. Hoy en
día, las revistas de mujeres, las películas, los libros, la televisión, emplean
automáticamente la fantasía para explicar y hacer real un personaje femenino.
Es asombroso, cuando uno lo piensa, ver lo rápidamente que las fantasías
femeninas han sido incorporadas a nuestro entendimiento universal de la
mujer.
El punto clave es el tiempo. Cuando hay una absoluta necesidad de
conocer algo, cuando debe llenarse un vacío intelectual, aceptaremos lo que
unos momentos antes habíamos estado rechazando durante siglos. En 1973
confluyeron varias corrientes sociales y económicas, y las mujeres se vieron
obligadas a comprenderse a sí mismas y a cambiar sus vidas. La identidad
sexual era un eslabón perdido fundamental. Era el momento adecuado para
acabar con la represión de las fantasías sexuales de la mujer.
Cuatro años después pasaría exactamente lo mismo con My Mother / My
Self (Mi madre / Yo misma), el libro que fue la consecuencia inmediata de la
pregunta que planteaba Mi jardín secreto: ¿cuál es el origen de la terrible
culpabilidad de las mujeres respecto al sexo? En principio, este último libro
fue rechazado de plano tanto por los editores como por los lectores. «¡He
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tirado su libro contra la pared!», «¡La hubiera matado!» eran los típicos
comentarios de los lectores. Pero lo que vino después fue una aceptación
creciente, a medida que las mujeres iban recomendándose unas a otras la
lectura del libro y comentaban lo inmencionable: la relación madre-hija (otro
tema sobre el que no había una palabra en las bibliotecas). Si teníamos que
cambiar el repetitivo patrón de las vidas de las mujeres, teníamos que aceptar
honestamente lo que era la relación madre-hija. Cuestión de tiempo.
¿Qué era tan amenazador para nuestro entendimiento de la psicología
humana, que habíamos negado la posibilidad de que la mujer tuviera una
fuerte identidad sexual, una memoria erótica privada?
La respuesta es tan vieja como la mitología antigua: el miedo a que el
apetito sexual de la mujer pudiera ser igual —o incluso superior tal vez— al
del hombre. En la mitología griega, Zeus y Hera debaten el tema, y Zeus, que
postula que la sexualidad de la mujer aventaja a la del hombre, gana al
presentar a un viejo augur, que en anteriores vidas ha sido hombre y mujer.
En el mundo real somos igualmente reacios a hablar directamente de la
potencia sexual del hombre, su fuerza y su supremacía. El hombre «necesita»
el sexo, decimos, y la mujer, no. Naturalmente, esto es absurdo. Era la
sociedad patriarcal la que necesitaba creer, para su establecimiento y
supervivencia, en la supremacía sexual masculina, o, más exactamente, en la
asexualidad de la mujer. ¿Cómo podía el hombre luchar en sus guerras y
arrimar el hombro a la rueda industrial si con la mitad de su mente temía ser
un cornudo, temía que la mujercita que estaba en casa —o, lo que era peor,
que no estaba en casa— satisficiera su insaciable lujuria? Incluso su mano o
su propio cuerpo irritaban sus sospechas, al despertar el fuego que temía no
poder aplacar nunca.
Si el hombre no hubiese tenido tanto miedo de la sexualidad femenina,
¿por qué la habría suprimido, condenándose así a acudir a las prostitutas para
disfrutar del sexo? Combinar en una mujer el sexo y el amor familiar la
habrían hecho demasiado poderosa, y al hombre demasiado pequeño.
Las mujeres estábamos tan totalmente absorbidas por la evaluación
masculina de nuestra sexualidad que llegamos a juzgarnos a nosotras mismas
según sus necesidades: cuanto menos activa sexualmente fuera una mujer,
más «decente» sería. Asumimos su propia política y nos convertimos en
carceleras unas de otras.
Es una ironía que nosotras mismas hiciéramos posible que la sociedad nos
creyera las bellas durmientes que sólo podrían ser despertadas por el beso de
un hombre. Es éste un cuento de hadas con el que nos hemos criado, un mito
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a través del cual mitigar el terrible miedo que nos daba no estar dormidas sino
totalmente despiertas, calientes, hambrientas de sexo, con unos apetitos tan
insaciables que podríamos socavar el sistema económico, la ética protestante,
la fibra social, para tener finalmente a los hombres exhaustos, acabados,
totalmente bajo nuestro poder.
Y así las mujeres quedaron divididas en vírgenes y putas. Las primeras
destinadas a casarse y convertirse en madres, y las otras, a follar. Los
hombres pueden imaginar mujeres sexualmente voraces (es su fantasía
favorita), pero cuando el sueño se convierte en realidad —como sucedió
brevemente en los años setenta—, y tienen delante a esa mujer con los brazos
en jarras, echándoles el coño a la cara, se levantan sus peores temores: ¿podrá
satisfacerla, o terminará siendo tan pequeño e indefenso como lo fue una vez
en oposición a su primer gran amor, su madre, «la nodriza gigante»?
Las mujeres vivieron en esa división «niña buena»/«niña mala» hasta que
de las fuerzas económicas de los sesenta nacieron el movimiento femenino y
la revolución sexual. Tan inmediatos fueron estos dos fenómenos sociales que
pareció que la mujer había estado siglos esperando a levantar el vuelo,
confinada, frustrada, con todas sus enormes energías apenas controladas.
En el breve tiempo transcurrido entre los años setenta y los primeros
ochenta, muchas mujeres parecían disfrutar del sexo y el trabajo. Me gustaría
poder recrear cómo eran exactamente, para todas aquellas que sois demasiado
jóvenes para haber conocido esos años y para las que los habéis olvidado. Se
llamó «revolución sexual», y las que tomamos parte en ella estábamos
convencidas de que lo que hacíamos y decíamos eran actos de libertad sexual
que destruían para siempre los cánones de nuestros padres, erigidos sobre la
culpabilidad, y en los que nos habíamos educado.
Poco sabíamos lo breve que sería el momento, poco sabíamos el tiempo
que hace falta para cambiar unos tabúes sexuales tan hondamente inculcados,
como los que nuestros padres habían aprendido de sus padres. Poco sabíamos
lo pronto que se retirarían muchos de los miembros de nuestro grupo
revolucionario para retractarse y olvidar.
Ahora miramos desvaídas fotografías de nosotras mismas bailando en el
escenario en Hair, marchando en líneas de seis «Por el Amor» o «Contra la
Guerra», con los pezones altos y desafiantes, y nos reímos ante nuestras
imágenes de los veinte años. Algunas de nosotras nos sonrojamos cuando
nuestros hijos preguntan: «¿Ésa eres tú, mamá?»
¿Por qué negamos esos años considerándolos como una aberración, una
prolongada fiesta salvaje en la que bebimos demasiado o seguramente no nos
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habríamos quedado tanto tiempo ni habríamos hecho lo que hicimos? «Mira,
mamá —dicen nuestras acciones—. El alcohol, las drogas me obligaron a
hacerlo. Pero todavía soy una niña buena.»
El hecho es que nos hemos convertido en nuestros propios padres. No los
padres a los que amábamos, sino en aquella parte de nuestros padres que
odiábamos: negativa, culpable y asexuada.
Y así las mujeres se toman más en serio su trabajo, ser madre está otra vez
de moda, y el candente tema de la sexualidad no se discute. Ahora, cuando se
forma una pareja, sus fantasías se refieren a la casa, a comprar coches, a
adquirir bienes materiales. Incluso en los campus universitarios, los estudios
muestran que la carrera futura del compañero supera en mucho la
compatibilidad sexual. En algunos estudios, ni siquiera aparece el sexo.
En un momento pareció que el movimiento de la mujer en pro de la
igualdad económica y política y la revolución sexual fueron un único
movimiento. Pero no fueron más que fenómenos simultáneos. La sociedad se
adaptó más fácilmente a la entrada de la mujer en el mundo del trabajo que a
la aceptación plena de su sexualidad. Aunque apenas se menciona, es cierto
que la igualdad económica es menos amenazadora para el sistema que la
igualdad sexual.
No podemos dejar de lado el tema de la recompensa, el aplauso, la
aceptación: el perseverar para lograr el éxito económico no hace de una mujer
una «niña mala». Nuestra almidonada columna vertebral puritana, que no
puede aceptar la humanidad de la sexualidad, aplaude firmemente el trabajo,
incluso el trabajo de la mujer en lo que una vez se llamó «el mundo
masculino». Pero al contrario de esto, trabajar por la sexualidad propia, una
vez terminada la fiesta, hace que una mujer sea, si no «mala», desfasada (una
hippie retrasada, un objeto de resentimiento y envidia para otras mujeres).
Naturalmente, todavía sigue habiendo una injusta disparidad económica
entre el salario de un hombre y el de una mujer por el mismo trabajo. Y, con
mucha frecuencia, cuando las mujeres compiten con los hombres, pierden. Y
lo que es peor, sigue habiendo división entre las mujeres. Ahora empezamos a
oír hablar de la alienación de la mujer tradicional durante los años en que los
medios y la atención mundial estaban centrados en las mujeres trabajadoras.
A medida que más y más mujeres intentan integrar la familia y el trabajo en
una vida ya de por sí ajetreada, es comprensible que muestren poca simpatía
por sus hermanas, que nunca abandonaron los viejos valores. Pero ocurra lo
que ocurra, la opción de trabajar fuera de casa es una batalla definitivamente
ganada.
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No puede decirse lo mismo de la revolución sexual. La corriente
jurídicosocial está arrastrando, lenta e inexorablemente, a las mujeres de
vuelta a la esclavitud sexual, privándonos del derecho a controlar nuestros
cuerpos. Aunque marchemos lentamente hacia la igualdad económica, la
pérdida de nuestra sexualidad será el medio con el que la sociedad nos
mantendrá «en nuestro sitio». Se trata de la comodidad de la sociedad, y la
nuestra prefiere la postura del misionero.
Las revoluciones, por naturaleza, pierden terreno en cuanto se desvanece
el impulso inicial. Esto es cieno especialmente en una lucha por la igualdad
sexual de la mujer, que nos da miedo. El cuidado de los hijos y las presiones
económicas son hechos dados para las mujeres trabajadoras y las amas de
casa. Sólo hay otra cosa que exige tiempo y energía, y que nunca ha sido
aceptada. El sexo. Tal vez es que el día no tiene bastantes horas. Mantenerse
económicamente requiere mucha energía. Y lo mismo hay que decir del
continuo esfuerzo por conservar una sexualidad ganada tardíamente. Y los
treinta años, los veinte, o incluso la adolescencia, es ya una edad tardía. Si
algo debe abandonarse, ha de ser la libertad sexual, con la que nunca nos
hemos sentido cómodas (o habríamos utilizado los anticonceptivos que
hicieron posible nuestra revolución).
Quiero hacer hincapié en que, para que se mantenga el sistema patriarcal,
es necesario el apoyo de los dos sexos. En los setenta se tambaleó sólo porque
un cierto número de mujeres se unieron y pidieron en voz alta un cambio.
Pero esa alianza no duró. Perdimos gran parte del potencial que podríamos
haber tenido como unidad. Las feministas iracundas, que pocas simpatías
despertaban entre los hombres o entre las mujeres que amaban a los hombres,
alzaron la nariz ante la revolución sexual. Y ambos bandos alienaron a la
mujer tradicional que se había quedado dentro de la unidad familiar, y cuyos
valores, necesidades, y cuya misma existencia incluso, eran ignorados.
Si no hubiese habido entre nosotras tantas escisiones, probablemente
ahora tendríamos igualdad de salarios y cualquier otra cosa que hubiéramos
querido. Culpamos a los hombres de todas las injusticias que sufrimos, porque
es más fácil eso que reconocer nuestro miedo y nuestra ira contra la mujer-
madre. Es la nueva guerra entre las mujeres lo que ha levantado las
fortificaciones para el viejo sistema.
Lo que yo desearía es más tiempo y una oportunidad para que los hombres
y las mujeres encuentren una distribución de poder equitativa, un mejor trato
sexual entre nosotros que el que tuvieron nuestros padres, el cual, con todos
sus defectos, al menos funcionó durante mucho tiempo. Los hombres eran los
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que solucionaban los problemas, los que mantenían la casa, los que tenían
sexualidad, y las mujeres… bueno, todas sabemos lo que se suponía que
tenían que ser y hacer las mujeres. Al final, «las reglas» se aplicaban a todos.
Y ello suponía cierta comodidad. Oneroso como era el doble estándar, lo que
lo mantenía era la honda convicción de que existía. Lo que la sociedad decía
era lo que la sociedad quería, tanto conscientemente como al nivel más
profundamente inconsciente.
Pero, aunque este acuerdo ya no funciona, las nuevas opciones y
definiciones no son tan profundamente aceptadas. Para ello hace falta el paso
de generaciones. Y sin la honda aceptación social, ¿cómo pueden las madres
—incluso aquellas que lucharon por la libertad sexual— transmitir a sus hijas
estas nuevas ideas sobre lo que una mujer puede ser y hacer? Las madres son
las guardianas de lo que está bien y lo que está mal. Si la sociedad ya no cree
en la igualdad sexual, ¿cómo se puede esperar que una madre ponga a su hija
en peligro?
No ha pasado bastante tiempo tras nuestras recientes luchas para que
queramos abandonar el mito de la supremacía del hombre. (¿Cómo puedo
explicar lo que me ha costado abandonar mi propia necesidad de creer que el
hombre me cuidaría, a pesar de ser una mujer perfectamente capaz de
cuidarme de mí misma y cuidar también de un hombre?)
En contraste con estas abrumadoras predicciones, nace una nueva
generación cuyas fantasías llenan este libro. Entre sus ídolos están las
exhibicionistas actrices y cantantes de la televisión. Ahí está Madonna, con la
mano en la entrepierna, predicando a sus hermanas: masturbaos. Madonna no
es una fantasía masturbatoria masculina, es un símbolo-modelo sexual para
otras mujeres. Tampoco es simplemente una fantasía lesbiana (que lo es
también), sino que encarna a la mujer trabajadora sexual, y creo que también
podría incluirse ahí a la madre. Puedo imaginar a Madonna con un niño en los
brazos y, sí, sin quitarse la mano de la entrepierna.
Dudo de que los hombres sueñen con Madonna cuando se masturban,
como no sea una fantasía en que la dominan, la subyugan, la clavan al suelo
para demostrarle «lo que es un hombre de verdad». No, es demasiado mujer
para la mayoría de los hombres. Hace diez años, cuando se publicó Men in
Love (Hombres enamorados), mi libro sobre fantasías sexuales masculinas,
una de las fantasías favoritas que aparecían era la imagen de una mujer
masturbándose hasta llegar al orgasmo. Eran aquellos hombres que crecieron
durante los años cincuenta y sesenta, hombres que deseaban —al menos en la
seguridad de la fantasía— mujeres menos intimidadas sexualmente que Doris
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Day. Entonces era ridículo pensar en una mujer que tuviera una secreta vida
sexual propia, una mujer que pudiera compartir la responsabilidad del sexo.
Para los hombres era excitante porque iba totalmente en contra de la realidad.
Hoy muchos jóvenes me dicen que la nueva mujer da miedo, es
demasiado exigente; lo quiere todo, y lo conseguirá todo. El pobre muchacho,
el hombre intimidado; no quiero ni por un momento minimizar su terror
ancestral por el apetito sexual desatado de la mujer. Su raíz más profunda
yace en su infancia dominada por la hembra, igual que ocurrió con su padre y
el padre de su padre, una época en que la mujer tenía todo el poder del mundo
sobre su vida y que él nunca olvidará. Lo irónico es que el hombre siente la
necesidad de «mantenernos en nuestro sitio», porque cree más que nosotras
en nuestro poder.
Si tuviera que determinar el momento en que quedó cortada la corriente
sexual, no sería el terrible asalto del sida. Esta siniestra epidemia se ha
convertido en el más triste chivo expiatorio de la intolerancia y la regresión
sexual que ya estaba vigente. No, aunque desde luego el sida aceleró el
fallecimiento de la sana curiosidad sexual, fue la codicia de los años ochenta
lo que le dio el golpe de gracia.
El sexo es la antítesis de la codicia material. La codicia, por definición, es
un apetito insaciable que requiere alimento constante. Aunque tenga más de
lo que necesita, más de lo que puede consumir en toda una vida, el codicioso
no puede relajar su férrea determinación de poseer más y más. La rigidez, ese
ojo vigilante siempre ansioso, es el secuaz de la codicia, el enemigo del sexo
que pide apertura, calma, rendición. Para que comience siquiera el juego del
apareamiento, el animal debe abandonar, al menos momentáneamente, la
búsqueda de frutos secos y bayas para captar el olor erótico. En pocas
palabras, en un mundo materialmente codicioso, no hay tiempo para el sexo.
Por eso es extraño escribir sobre sexo en esta época. Aquí sentada,
después de haber pasado la velada con los creadores de la opinión pública, los
magnates de la industria (que se sonrojarían si les recordara a algunos de ellos
que una vez bailaron medio desnudos en el escenario en Hair), me siento
como uno de esos soldados perdidos en la selva, luchando en una guerra que
ha terminado hace años.
No quiero decir que espero que este libro pase inadvertido. Conozco a mi
audiencia. Aunque vosotras y yo no seamos mayoría, somos muchas.
Teniendo en cuenta la edad de las mujeres de este libro, puedo imaginar que
la mayoría de vosotras no habéis cumplido los cuarenta. Aunque la
colaboradora más joven tiene catorce años y la de más edad sesenta y dos, la
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mayoría de las que me habéis hablado y escrito sobre vuestras fantasías
sexuales estáis entre los veinte y los treinta años. Sólo el tiempo dirá si la
edad, el matrimonio, la maternidad, la carrera —las puertas que generalmente
se cierran sobre el sexo— inhibirán vuestra sexualidad. Pero yo creo que
vuestra vida sexual tomará un curso diferente al de anteriores generaciones de
mujeres.
Vosotras sois las primeras que habéis crecido en un mundo empapelado
de sexo. Carteles, libros, películas, vídeos, la televisión, la publicidad, nos
dicen incesantemente que el sexo es algo dado, y, por lo tanto, bueno. ¿Cómo
no os iba a ser más fácil? Habéis pasado la vida en una cultura que inventó el
sexo como herramienta de venta en el apogeo de la revolución sexual.
Aunque los mismos inventores se hayan retirado personalmente a las reglas
asexuales de sus padres contra las que una vez se rebelaron, nosotros somos la
mayor sociedad consumista del mundo, y por tanto somos reacios a
abandonar cualquier cosa que venda.
Lo que determina el éxito que podáis lograr en mantener vuestra actual
actitud ante el sexo, vuestra decisión de integrar la sexualidad en vuestra vida,
es la certeza de que la sociedad miente. No hubiera sido posible cambiar
nuestras más hondas creencias sobre el sexo en una generación. Detrás del
obvio bombardeo erótico de los medios que conscientemente habéis asumido,
hay otro mensaje que dice que el sexo, por puro placer, está mal, es malo,
inmoral. Si os mantenéis alerta ante esta sirena inconsciente que os conmina a
ser la niña buena de mamá, tal vez transmitáis a vuestros hijos un mensaje
menos turbio. Si no creéis en otra cosa, creed que la represión sexual nunca
duerme, sobre todo la represión sexual de la mujer.
Yo misma me he visto atrapada por ello durante un tiempo. Tenía la
intención de reanudar esta investigación sobre las fantasías sexuales hace
cinco años, cuando terminé mi último libro, Jealousy (Celos). Pero cuando
salí del estudio después de años de batallar con la envidia, el resentimiento, el
miedo al abandono, la ira y la codicia —todos términos relativos a los celos
—, era ya el final de la década de los ochenta, y me vi desviada por sus
valores.
Recuerdo una noche que cenaba junto a un presentador de televisión aquí,
en Key West, donde ahora escribo. Estaba pescando en los cayos y mencionó
que había leído Mi jardín secreto. Antes de que yo pudiera decir nada, se
apresuró a explicar que se había encontrado el libro en la casa de verano que
su esposa y él habían alquilado en Martha’s Vineyard. «Estaba allí, en la casa,
era suyo…» Tenía miedo de que yo pensara que había comprado mi libro y
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luego se había ido a casa a masturbarse, él, un creador de opinión pública que
aparecía todas las noches en millones de pantallas de televisión.
Empecé a pensar que la gente ya no se interesaba por el sexo. No, eso no
es cieno. Lo que realmente ocurrió es que yo quería que el presentador me
tomara en serio, que admirara mi trabajo. Mi temporal desvalorización del
sexo no fue una decisión consciente. Simplemente caí, sin darme cuenta, entre
los enemigos del sexo, y durante unos años retrocedí. Quería ser aceptada no
por vosotros, las personas que admiráis mi trabajo, sino por ellos.
En este momento estoy más cerca de vosotros que de mis compatriotas de
hace veinte años. Porque la mayoría de ellos no lee mis libros. Dos de mis
mejores amigas me dicen que no tienen fantasías sexuales, lo cual es decir
que soy un bicho raro, o que lo son ellas, depende del punto de vista. No
pueden comprender mi deseo de escribir lo que una de ellas denomina «otro
de tus libros masturbatorios, Nancy».
Eso no es nada amable, pero en ningún sitio está escrito que los amigos
han de ser siempre amables, sobre todo las mujeres cuando se trata de asuntos
sexuales. ¿Cuántas de vosotras me habéis dicho que vuestros amigos no
tolerarían saber que os masturbáis, y mucho menos que tenéis fantasías
sexuales? Simplemente algunas mujeres son así. Está bien si todas las mujeres
son sexualmente activas o si ninguna lo es, pero es inaceptable que una
disfrute del sexo mientras que las demás se pasan sin él. ¿Recordáis las
«reglas» de cuando éramos pequeñas? Nadie las ha dicho en voz alta, pero
todas las niñas saben lo que aceptan los demás y lo que nos condenaría al
ostracismo.
Las «reglas» siguen existiendo. Las chicas de hoy no aniquilan a la que
disfruta del sexo, pero sí a la que se acuesta con dos hombres mientras que
ellas tienen uno solo. Tal vez aceptan el sexo, pero todavía se controlan unas
a otras para asegurarse de que ninguna obtiene más que ellas. En ningún
momento somos las mujeres más infantiles que cuando nos negamos a tomar
precauciones anticonceptivas. ¿Cómo se les puede decir a las mujeres que si
perdemos el poder de nuestra sexualidad, si no logramos inculcarlo en
nuestras hijas, habremos ganado la batalla pero habremos perdido la
revolución?
Este ojo malvado y resentido que no puede soportar ver en otra persona el
placer, sobre todo el placer sexual, se llama envidia. Así es como he llegado a
entender y a ser capaz de asumir los despectivos comentarios de mi amiga
sobre mis «libros masturbatorios». Ella me envidia por escribir sobre el sexo
(aunque lo negará con todas sus fuerzas), y así denigra mi trabajo. Se me
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permite que escriba sobre madres e hijas, sobre los celos y la envidia, o tal
vez una nueva novela, pero no que escriba acerca de la sexualidad.
¿Es acaso porque el sexo es una pérdida de tiempo, algo sin sentido y sin
valores redentores?
Hace unos años estaba en Lexington, Kentucky, en un cóctel del club de
campo, cuando se me acercó una joven que no formaba parte de nuestro
grupo. Se presentó tímidamente y me preguntó si estaba trabajando en un
nuevo libro sobre las fantasías sexuales femeninas. ¿Habían cambiado?,
preguntó. ¿Había nuevas ideas e imágenes en las mentes de las mujeres,
escenarios que no hubieran aparecido en mis libros anteriores?
Desde luego, le dije, se había abierto todo un mundo nuevo en el erotismo
femenino como respuesta y efecto de los cambios reales que habían
experimentado las vidas de las mujeres.
Mientras le explicaba las nuevas ideas, veía lo ansiosa que estaba, el
alivio que sentía al no ser «la única» en tener fantasías que no se
mencionaban en Mi jardín secreto. En cieno momento me volví y me di
cuenta de que todos los asistentes se habían congregado en torno a nosotras y
escuchaban ávidamente.
«En mi mundo, siempre nos enfrentamos a gente ansiosa de información
—dijo un editor periodista que estaba cerca—, pero nunca he visto tanta
urgencia.»
Esa joven de Lexington se llamaba Mary, y le he dedicado este libro
porque me recordó que no debo permitir que los creadores de opinión juzguen
la importancia de la sexualidad. La mayoría de la gente que conozco ha sido
mucho menos capaz que Mary de integrar la aceptación sexual en sus vidas,
tal vez porque son mayores, han triunfado más o están más embutidos en los
esquemas de sus padres, que siempre se habían guardado en la manga por si la
revolución fracasaba.
Cuando negamos nuestras fantasías, ya no tenemos acceso a ese
maravilloso mundo interior que es la esencia de nuestra singular sexualidad.
Lo cual constituye, naturalmente, el objetivo de los que odian el sexo, que no
se detendrán ante nada, citando versos y escrituras para localizar esa área
sensible en cada uno de nosotros. Tened cuidado con ellos, amigas mías,
porque son hábiles vendiendo culpabilidad. Vuestra mente os pertenece sólo a
vosotras. Vuestras fantasías, igual que los sueños, nacen de vuestra historia
personal, de los primeros años de vuestra vida, así como de lo que pasó ayer.
Si pueden condenarnos por nuestras fantasías, también pueden encarcelarnos
por los actos que cometemos en sueños.
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La intención de los groseros comentarios de mi amiga sobre mis libros de
sexualidad es que debería dejar de escribirlos por vergüenza. En la vida, no
todo el mundo aceptará vuestra sexualidad. Recordad la envidia, sobre todo
entre mujeres, en materia sexual. No asumáis su vergüenza ni sometáis
vuestra sexualidad para que puedan descansar más tranquilas. Separación
entre sexo y amor: una alabanza de la masturbación.
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SEGUNDA PARTE
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autonomía, y nadie quería que las mujeres tuvieran tanto control sobre ellas
mismas.
La mayoría de las mujeres de este libro dicen no tener estas emociones
negativas. Tratan con tal naturalidad el tema de la masturbación que es un
placer oírlo, con un vocabulario tan amplio en la descripción de cuándo y
cómo se masturban que me asombra. Sus fantasías sexuales se remontan a un
reino de aventura que hace que la mayoría de los sueños de Mi jardín secreto
sean vacilantes aproximaciones.
Y en efecto, aquellas tempranas expresiones del mundo interior erótico
femenino eran vacilantes aproximaciones. La mujer de hoy en día no puede
saber lo difícil que les resultó hablar a aquellas primeras mujeres que no
tenían un vocabulario familiar, ni una actitud natural ante la masturbación ni
ante la expresión de algo que ninguna otra mujer había dado permiso para
decir.
Si hubiese entendido entonces el cercano parentesco entre la masturbación
y la fantasía, habría desvelado con más facilidad el reprimido mundo de los
sueños eróticos femeninos mientras desarrollaba aquel primer libro. Habría
comenzado mis entrevistas con lo que al menos se conocía —
aproximadamente la mitad de las mujeres de Kinsey admitieron haberse
masturbado—, y luego hubiera preguntado a mis entrevistadas en qué
pensaban mientras se masturbaban. Pero todavía no había descubierto que es
raro que una mujer se masturbe sin fantasías. Simplemente no se me había
ocurrido que las mujeres podían sentirse más culpables por lo que estaban
pensando que por lo que estaban haciendo.
La mano en los genitales no es la culpable. La mano puede estar haciendo
algo prohibido, pero la mano es algo obvio, externo. Es la mente la que porta
la génesis de la vida sexual, la que nos inhibe para el orgasmo o nos libera. El
fuego y la vida de la masturbación provienen de la chispa que produce la
mente. Los dedos pueden moverse indefinidamente sobre el clítoris sin que se
llegue al orgasmo; sólo cuando la mente estructura la imagen correcta, un
escenario con significado y con fuerza por sí mismo, porque nos hace superar
todos los miedos a las represalias para llevarnos a ese prohibido mundo
interior que es nuestra psique sexual, sólo entonces llega el orgasmo.
Después de que se publicara Mi jardín secreto, hubo una respuesta de las
mujeres que se convirtió en un coro: «Gracias a Dios que has escrito el libro.
Pensaba que era la única […] un monstruo de la naturaleza […] una
pervertida […].» Tener sueños eróticos, imaginar el sexo en lugares
prohibidos con personas prohibidas…, ¡qué sucia, qué vil debo ser, no como
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las «niñas buenas» que nunca se masturban! Hacia finales de los años setenta,
este culpable suspiro de alivio fue decreciendo a medida que más y más
mujeres empezaron a asumir las libertades sexuales. Desde luego no
desapareció la fantasía de la violación, ni desaparecerá nunca, dadas las
diversas e intrincadas fuentes de placer que proporciona.
Pero a principios de los ochenta apareció una nueva clase de mujer que no
se identificaba con el sentimiento de culpabilidad de las mujeres de Mi jardín
secreto. «¿De dónde han salido estas mujeres? —exclamaba esta nueva clase
—. Yo no me siento culpable. Amo mi cuerpo. Me masturbo cuando me
apetece. Me tumbo en la bañera bajo el grifo abierto o utilizo mi magnífico
vibrador o la mano, y esto es lo que imagino mientras me voy acercando al
orgasmo.» Incluso los testimonios de hombres palidecen en comparación con
la jactancia de algunas de estas mujeres.
La mayoría de ellas están a medio camino entre los veinte y los treinta.
Han crecido en un clima en el que las mujeres hablaban y escribían con
excitación y exuberancia sobre la sexualidad. Tanto si sus madres las
reprendían verbalmente por tocarse, les ponían la mano sobre una llama o no
decían nada —que es casi lo que más daño hace—, estas mujeres continuaron
comportándose según la premisa de que su sexualidad les pertenecía sólo a
ellas. Tal vez han asumido parte de la culpabilidad de la madre, pero las voces
que más han oído son las voces de su tiempo, y esas voces decían que la
madre estaba pasada de moda, anticuada.
Este sentido de rectitud es el legado de los años setenta, cuando la
masturbación salió del cuarto de baño. En 1972, la American Medical
Association declaró que la masturbación era «normal». Masters y Johnson la
ensalzaron como un tratamiento para la disfunción sexual. Por primera vez, se
publicaban libros populares que les decían a las mujeres que era bueno
masturbarse y cómo hacerlo. Nuevos estudios sostenían que a las mujeres que
se masturbaban a temprana edad no sólo les era más fácil alcanzar el orgasmo
en las relaciones sexuales posteriores, sino también que tenían orgasmos más
potentes.
Recuerdo a una mujer que pintaba enormes cuadros de vaginas y daba
clases de masturbación. Aunque la imagen de varias mujeres descubriendo
sus clítoris sentadas en grupo pueda parecer tan lejana y remota como la de
hippies desnudos bailando bajo la lluvia en Woodstock, de estos extremismos
surge la pequeña parcela de terreno que apoya a las mujeres de este libro. Era
una época diferente… Y ahora me parece que han pasado siglos.
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En qué mundo tan restringido y tan dominado por la culpa vivíamos. Y no
hace tanto, no está tan lejos que no podamos volver; de hecho, ya hemos
empezado a retroceder. En la naturaleza humana existe el deseo de volver a lo
más conocido y familiar, aunque eso conocido sea cruel y duro. Igual que un
niño apaleado rechazaría unos amantes padres nuevos para volver con los que
le maltratan, una pareja adulta, en un matrimonio destrozado, generalmente
permanece unida porque la ira y el resentimiento es lo cómodo, lo familiar.
Queda abierta la cuestión de cuántas de sus libertades sexuales
conservarán las jóvenes mujeres de este libro, de en qué medida las han
incorporado. Me gustaría pensar que ya no podemos volver a aquel mundo
atrofiado, antisexual, en el que las mujeres vivieron una vez, igual que no se
las podrá echar del mundo laboral y hacer que vuelvan a casa. Pero esto
último es un tema económico, una necesidad para la mayoría de las mujeres.
Las reglas contra la libertad sexual de las mujeres se enraízan ya en la
sociedad más primitiva, cuando los hombres temían los misterios de la
sexualidad femenina y el poder de la reproducción. Para asegurarse la
supremacía sexual, el hombre de la Edad Media inventó el cinturón de
castidad. Para controlar el prodigioso apetito sexual de la mujer —que temían
fuera insaciable—, en algunas culturas se convirtió en costumbre extirpar el
clítoris, matando así la fuente de placer sexual y convirtiendo a la mujer en
propiedad del hombre. La operación se llama clitoridectomía. Cuando se
estimaba necesario limitar aún más a la mujer (para reafirmarse el hombre),
quitaban también los labios. La operación se sigue practicando hoy en día en
algunas zonas de África y Oriente Próximo, donde muchas mujeres no se
consideran dignas del matrimonio hasta que no han sido mutiladas de esta
forma, allí llamada circuncisión.
A la mente occidental contemporánea esto le parece ciencia ficción mala y
sádica. Pero en este país se realizaban clitoridectomías a principios de siglo,
en la época de vuestras abuelas o bisabuelas, cuando algunos de los más
eminentes cirujanos cogían rutinariamente el bisturí y hábilmente extirpaban
varias partes de los genitales de una mujer por razones de locura, histeria y,
¡ah, sí!, higiene.
Se consideraba que la masturbación era la causa de estos desórdenes
femeninos, y que la extirpación del clítoris atacaba el problema de raíz. Los
informes muestran que las clitoridectomías seguían realizándose en
determinados sanatorios mentales incluso en la década de los años treinta.
Con el tiempo, las clitoridectomías dejaron de ser necesarias en este país.
Los hombres descubrieron que no tenían que hacer nada. Las mujeres
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habíamos asumido de un modo tan absoluto la actitud masculina hacia la
sexualidad femenina que nos juzgábamos según sus propias necesidades. A
ninguna «mujer decente» se le ocurriría tocarse, explorar su sexualidad.
Cuanto menos activa sexualmente fuera una mujer, tanto más decente. Las
madres educaban concienzudamente a sus hijas en el arte de evitar la
sexualidad. Las mujeres aprendían a detestar sus genitales. El sexo no era un
placer, sino una obligación. Éstos eran los tiempos de vuestras madres o
abuelas. No hace tanto tiempo. No hace nada.
Parecería imposible olvidar algo tan absoluto como la certeza que tienen
las mujeres de este libro de que sus cuerpos les pertenecen. La prueba
definitiva llegará cuando se casen y tengan que establecer reglas para sus
propios hijos. El matrimonio tiende a hacernos retroceder, confrontándonos
con imágenes de cómo eran nuestros padres como marido y mujer.
Conscientemente disfrutamos imitando las características de los seres que más
amamos; inconscientemente solemos convertirnos en lo que menos nos
gustaba de nuestros padres, en personas rígidas, obsesionadas con lo que
pensarán los vecinos, asexuales. Luego tenemos nuestros propios hijos y todo
esto se intensifica.
Cuando las mujeres de esta nueva generación se conviertan en madres,
¿seguirán recordando el gozo de controlar su propio destino sexual?
¿Enseñarán a sus hijas a amar sus cuerpos? ¿Les permitirán masturbarse,
descubrir su propia sexualidad? ¿O retrocederán, diciéndose lo que han creído
generaciones de madres bien intencionadas: que al limitar la sexualidad de su
hijita están protegiéndolas por su propio bien?
Cuando perdemos interés en el sexo y no toleramos en otros lo que una
vez disfrutamos nosotras mismas, estamos reaccionando ante algo más que las
voces de advertencia de nuestros padres; ésta es una voz cultural, es nuestra
herencia, que nunca se sintió a gusto con el sexo y que ha abominado en
particular de la masturbación. Aunque las mujeres de este libro hayan podido
crecer con un apoyo para su libertad sexual, el «sentimiento» auténtico y
profundo de este país, la fibra y el carácter de la gente, está modelado sobre
una ética calvinista con una inherente actitud puritana hacia el sexo. Sería una
locura pensar que unas pocas décadas de festejo y tolerancia sexual pudieran
alterar de un modo significativo nuestra naturaleza antisexual.
Esto es importante saberlo, tenemos que recordárnoslo continuamente si
queremos que haya alguna esperanza de que estas jóvenes eduquen a sus hijas
en una era menos oscura. El conocimiento es poder. Y por tanto, deberíamos
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preguntarnos por qué este simple acto de la masturbación ha sido objeto de
tanto miedo y castigo.
Tal vez la respuesta sea que no es en absoluto un acto simple. Un antiguo
dios egipcio, según reza el mito, se masturba y se mete el semen en la boca, y
luego lo escupe creando una nueva raza de hombres. Un hombre o una mujer
cualquiera llega al orgasmo y en un acto solitario experimenta un
resurgimiento de la identidad propia, el gozo del poder. La masturbación,
mítica o real, es libertad sexual.
Soportar la idea de que otros son más solventes económicamente que
nosotros nos resulta mucho más fácil que tolerar que otros tengan mayor
libertad sexual. El dinero es poder y engendra envidia, pero la libertad sexual
debe suponer un poder aún mayor, puesto que la persona envidiosa no puede
descansar hasta haber metido la nariz en las áreas más íntimas de la vida de la
persona envidiada, arrancando todo aquello que causa ese intolerable
resentimiento hasta convertirla en alguien tan disminuido y asexual como la
persona envidiosa.
Es comprensible que la masturbación y la fantasía sexual fueran
calificadas de «normales» casi en el mismo momento de la historia. Son dos
buenas amigas que van codo a codo, y por eso he decidido por fin escribir
sobre la masturbación. La una revela a la otra. La masturbación sin fantasía se
sentiría demasiado sola.
UN POCO DE HISTORIA
Los historiadores están siempre buscando nuevas lentes a través de las
cuales ver y comprender el pasado. La historia moderna del sentimiento
popular hacia la masturbación ofrece una fascinante perspectiva de nuestra
propia cultura. Teniendo una idea de la profundidad del sentimiento contra la
masturbación en general y la masturbación femenina en particular, podemos
comprender mejor por qué las mujeres han tardado tanto en aceptar sus
fantasías sexuales. En la medida en que se les negó la masturbación, se les
negó su propia vida interior erótica.
A veces, las aseveraciones históricas sobre la masturbación parecen
demenciales, más propias del teatro del absurdo que del pensamiento real y el
comportamiento de nuestros antecesores. Y al mismo tiempo, hay un vago
reconocimiento.
Tomemos por ejemplo la popular teoría de que el semen de un hombre era
limitado y representaba su única fuente de energía. Cada vez que eyaculaba,
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perdía parte de su virilidad y hombría. Un hombre sabio gasta su semen tan
frugalmente como el dinero que tiene en el banco. Hubo un tiempo en que los
médicos advertían a los pacientes que evitaran el sexo antes de grandes
eventos como actos militares, competiciones deportivas e importantes
conferencias de negocios. (Cuando se lo conté a mi marido, insistió en que
muchos hombres siguen creyendo en el mito y actúan en consecuencia.) En
las postrimerías del siglo XIX, se pensaba que las copulaciones nocturnas eran
un desperdicio tan terrible que los médicos recomendaban aplicar enemas de
agua fría antes de acostarse.
En cuanto a las mujeres, se nos ha considerado vampiresas que a la menor
oportunidad vaciaríamos al hombre de sus preciosos fluidos corporales. (Por
otra parte, y al mismo tiempo, según esa mentalidad de la división entre putas
y vírgenes, también se veía a la mujer como alguien que odiaba el sexo y que
se sometía a él para llegar a la mucho más satisfactoria emoción maternal.)
Durante la mayor parte del siglo, la única actividad sexual aceptable en la
que se podía gastar el precioso semen era la procreación, y nada, nada era más
deplorable y peligroso, nada suponía un desperdicio mayor que la
masturbación, que supuestamente podía causar epilepsia, ceguera, vértigo,
sordera, jaqueca, impotencia, pérdida de memoria, raquitismo y disminución
del tamaño del pene, por mencionar unas pocas afecciones.
En este país nadie ha tipificado este tipo de pensamiento maníaco mejor
que los dos héroes norteamericanos del siglo XIX, Sylvester Graham y John
Harvey Kellogg. Este último odiaba el sexo tan profundamente que nunca
consumó su largo matrimonio. Pero al igual que muchos denostadores de la
pornografía, estaba obsesionado con el tema del sexo en general y decidido a
eliminarlo de las vidas de otros individuos.
Siendo un respetado médico, Kellogg convenció a una amplia gama de
sus lectores de sus puntos de vista sobre la masturbación; la circuncisión era
su remedio para el masturbador crónico, la circuncisión «sin anestesia, ya que
el breve dolor durante la operación tendrá un efecto saludable sobre la mente,
sobre todo si está asociado a la idea de castigo».
Graham y Kellogg compartían la aversión por la masturbación, y los dos
creían en una misteriosa conexión entre la comida y el sexo. Aplicando una
cierta ingenuidad yanqui a su fanatismo, cada uno sacó en su momento un
popular alimento antimasturbatorio: Graham inventó la galleta integral y
Kellogg sus famosos copos de maíz, que garantizaban acabar con el deseo del
«pecado secreto» del autoabuso.
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Este tipo de pensamiento engañoso no desapareció al entrar en el ilustrado
siglo XX. A continuación, cito la descripción de alguien que se masturba,
tomada de un librito publicado en dieciocho ediciones por la YMCA y de
lectura recomendada para los Boy Scouts en 1927:
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consejo de padres y directores espirituales en caso de tener «fuertes
sentimientos» con respecto a lo que ocurría con sus cuerpos. Tampoco ofrecía
ninguna explicación de cuáles podían ser estos sentimientos.
No he mencionado el Manual de las Girl Scouts porque en él no se hace
referencia a la masturbación. Ni una palabra. ¿Tenemos que suponer que la
sociedad patriarcal no se preocupaba/preocupa de la masturbación femenina?
La omisión dice más que las palabras.
El hombre de principios de siglo vivía con una confusa y mareante actitud
hacia la sexualidad de las mujeres. Necesitaba considerar a la mujer casta,
pasiva, espiritual, tan cerca del cielo que pudiera salvarle el alma después de
un penoso día de competitividad en la nueva sociedad industrial. Esto se
conocía como «el culto a la monja doméstica».
Mientras tanto, el otro hemisferio del cerebro del hombre estaba
embrutecido por imágenes de mujeres devoradoras de hombres,
desenfrenadamente hambrientas de su cuerpo. Un eminente médico advertía
que la masturbación femenina llevaba a la ninfomanía, «que generalmente
afecta más a las rubias que a las morenas».
Había una popular escuela de pintura en este siglo que alimentaba esta
visión dividida que tenía el hombre de la mujer. Eran grandes cuadros que
mostraban mujeres desnudas, generalmente en escenas pastorales, y permitían
que un hombre las mirara durante horas, satisfaciendo sin miedo sus fantasías
voyeuristas. Estas mujeres siempre tenían los ojos cerrados y parecían
cercanas a la muerte, o tan evidentemente exhaustas que no estaban en
posición de exigir nada de los preciosos fluidos corporales del hombre. Y se
sobreentendía por qué estaban tan agotadas; sus manos sinuosas, tan
cuidadosamente pintadas, yacían sospechosamente cerca de la zona prohibida
entre las piernas. Generalmente aparecían en grupo, entrelazadas, con la
cabeza sobre los pechos de otra. Un hombre podía imaginar fácilmente qué
era lo que habían estado haciendo, podía pensar que si se nos deja solas, las
mujeres pronto nos animaremos unas a otras a la práctica «criminal» de la
masturbación. Los médicos advertían que los internados femeninos eran
auténticos hervideros de jóvenes proselitistas, ansiosas de tentarse unas a
otras a la práctica de la masturbación.
Con estas dos mitades de la mujer llegamos a 1950, cuando Hollywood
crea a Doris Day y a Marilyn Monroe, que satisfacían los dos extremos del
apetito del hombre. Uno no se puede imaginar a Doris con la mano entre las
piernas; y Marilyn, pobre víctima de su propio apetito sexual, murió joven.
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LO QUE GANAMOS CON LA MASTURBACIÓN
¿Podrían las mujeres de este libro renunciar al placer de la masturbación?
Siempre existe el riesgo. ¿Podrían renunciar los hombres? Nunca. El hecho de
que los hombres se masturban es algo dado, tan obvio como el pene entre las
piernas. Puede que a una madre no le guste que su hijito se toque el pene;
chascará la lengua y le apartará la mano, pero en realidad, no querrá interferir
en el proceso de que su hijo se haga un hombre. ¿Qué sabe ella de los
hombres? Si anatomía significa destino, entonces el hombre está destinado a
masturbarse. Podrá hacerlo con sentimiento de culpa y los tormentos del
infierno palpitándole en las orejas, pero lo hace de todas formas. Así son los
hombres, nos decimos encogiéndonos de hombros, animales, dominados por
su testosterona.
La sociedad dice que las mujeres no son así. Desde el principio de los
tiempos, una «buena madre» aparta a su hija la mano de la vagina con mucha
más determinación que la que aplica a su hijo y a su pene. Las madres saben
todo lo que hay que saber de ser mujer: la «mujer decente» no se masturba.
Por eso las mujeres de este libro tienen tanta significación histórica.
Pertenecen a la primera generación que ha crecido con un atisbo de
aceptación sexual, con cierta naturalidad hacia la masturbación. ¿Les darán a
sus hijas un punto intermedio entre la virgen y la puta? ¿Cambiarán el curso
de la historia sexual de la mujer? No hay duda de que lo harán.
El sexo y la economía están inextricablemente ligados. La supremacía
económica del hombre está hoy en peligro. Hay una solución probada que nos
haría volver a los buenos viejos tiempos que una parte de nuestro inconsciente
todavía anhela porque fue el modo en que crecieron nuestros padres y los
padres de nuestros padres: apartar a la mujer del sexo, hacer que la mujer
vuelva a su tradicional papel asexual, privarnos del derecho a nuestro propio
cuerpo, privarnos de los derechos de la anticoncepción y el aborto, hacer del
sexo la penosa obligación que fue una vez. Entonces iremos cuesta abajo y
con los pies atados. Podremos ganar buenos sueldos y seguiremos siendo
castas.
Tal vez esto suene muy radical. Pero yo creo que es realidad. No culpo
sólo a los hombres de esta creciente marea que puede hacer finalmente que las
mujeres retrocedan a una nueva forma de esclavitud sexual; hay tantas
mujeres como hombres a las que les gustaría que volviéramos a esos tiempos
en que todas las mujeres eran pasivas en el sexo.
Cuando comencé este ensayo, no veía la masturbación femenina como el
poderoso símbolo que ahora creo que es. Hasta que vi una grotesca imagen de
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los genitales de una mujer antes y después de una clitoridectomía, no había
imaginado hasta dónde se podía llegar para mantener a la mujer «en su sitio».
Se extirpa quirúrgicamente todo rastro de sexo de entre las piernas de la
mujer, se limpia para que no quede más que una herida, una cicatriz, y,
maravilla de las maravillas, el mundo puede descansar.
Hoy, que somos gente más «ilustrada», bastará con una clitoridectomía
mental. Si a una chica se le inculcan ciertas ideas a una edad suficientemente
temprana, la «fea» hendidura entre las piernas será tan intocable como una de
las vaginas destrozadas por los eminentes médicos de tiempos pasados.
Puesto que el tabú contra la masturbación femenina está tan hondamente
arraigado, tenemos que pensar la manera de no perder el terreno tan
recientemente ganado que expresan las mujeres de este libro. Nuestra mejor
defensa es ser muy conscientes de que la masturbación representa para las
mujeres algo que no podemos dejar que se nos escape:
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EL PACTO ENTRE MADRE E HIJA
La masturbación es una gran maestra.
Una maestra que, por desgracia, yo no tuve. Nadie que yo conociera la
admitía ni hablaba de ella. Aparte de lo confusas y a menudo incorrectas que
eran nuestras ideas sobre el sexo con chicos, el vocabulario y el lenguaje del
sexo en solitario no existía. Ni siquiera recuerdo castigos ni advertencias en
contra de la masturbación. Renunciar al derecho de tocarme fue un sacrificio
que hice tan incuestionablemente como —estoy segura— lo hizo mi madre.
Como muchas jóvenes bien educadas de hoy en día, no utilicé ningún método
anticonceptivo en mi primera relación sexual. Y no tengo ninguna duda de
que las dos cosas están relacionadas.
Yo era la líder de mi grupo, la intrépida que se atrevía a todo, trepaba las
tapias más altas, me subía a la parte trasera de los carros de helado tirados por
caballos, exploraba la casa en ruinas del otro lado de la calle, hasta robaba en
los almacenes Belk.
Rompí todas esas reglas en lo que ahora entiendo que era mi adolescente
determinación de aprender a ser valiente, a no estar nunca asustada, tal como
percibía que era mi madre. ¿Por qué no exploré entonces mi propio cuerpo?
Desde luego, un mapa me habría ayudado mucho, dado que los genitales
femeninos parecían diseñados por el mismo Houdini. Guardo una imagen
mental, mi más temprano recuerdo de una masturbación no consumada: estoy
tendida en la cama y es verano. Estoy pensando en el baloncesto y muevo la
mano inconscientemente entre mis piernas. Tengo unos once años, no más
porque recuerdo la casa en la que vivíamos, la glicina al otro lado de la
ventana. ¿De dónde venía el placer que estaba sintiendo y por qué no continué
hasta encontrar el clítoris, oculto, sí, pero no tan oculto?
Mi respuesta es que ya había hecho un trato con mi madre. Lo había
hecho hacía mucho tiempo y en el momento en que era más vulnerable —
probablemente durante el primer año de vida—, de modo que se me había
quedado grabado en el alma, igual que cuando se hace un corte profundo en
un árbol joven la marca queda para siempre. El trato no fue nunca
verbalizado, nunca se me hizo consciente hasta que me convertí en escritora y
empecé a buscar respuestas a los enigmas de mi vida.
En algún momento muy temprano de mi vida había prometido
inconscientemente a mi madre no masturbarme si ella me quería tal como yo
deseaba que me quisiera. ¿Cómo advertí la gravedad que para ella tenía este
asunto de tocarme? ¿Fue por la dolida expresión de su rostro, por la mueca,
por el aliento contenido que yo había llegado a asociar a su ansiedad? Me
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rendí fácilmente. Al fin y al cabo, dependía de ella para todo, mi misma vida
dependía de ella.
El hecho de que ella no cumpliera su parte del trato, de que nunca me
quisiera como yo deseaba, no significaba que yo pudiera a mi vez violar el
trato; los niños, como mecanismo de defensa, se culpan a sí mismos por los
fallos e incompetencias de la madre. Era evidente que la culpa era mía, y si
hubiera sido una niña mejor, ella me habría querido más.
Enterré mi ira hacia ella. Y no me masturbé, aunque podría haberlo hecho
en la intimidad de mi habitación, y ella no tendría por qué haberse enterado.
Pero en la mente del niño simbiótico, todavía enlazada con la madre mediante
la ira y el amor, ella lo habría sabido. No está clara la línea divisoria entre
nosotros y ella, y en esa zona gris, ella vive en nuestra mente, sabiendo lo que
pensamos, lo que hacemos, juzgándonos, amenazándonos con abandonarnos.
Los niños crecen y tienen hijos a su vez, y algunos siguen aferrados al
deseo de aceptación y amor que tenían de pequeños, porque los asuntos
pendientes con su madre siguen ocultos bajo protectoras capas de ira
enterrada. No importa el hecho de que si hoy nos abandonara no nos
moriríamos: para la persona que todavía no se ha separado, el tabú contra la
masturbación sigue cargado de calamitosas consecuencias.
Quiero añadir que, a su vez, la madre experimenta la misma identidad con
la hija. La definición biológica de simbiosis es la de dos organismos que se
aprovechan el uno del otro. Nunca pensarán en la separación.
Cuando estaba escribiendo My Motber/Myself (Mi Madre/Yo Misma),
mencioné que el hecho de que las madres suelen vestir a sus hijas pequeñas
con el mismo tipo de ropa que se ponen ellas mismas es un ejemplo
significativo de cómo la simbiosis borra la línea de separación entre madre e
hija. Este tipo de ropa no se veía en los años setenta y ochenta. Ahora ha
vuelto. ¿Significa eso que las madres están también leyendo los diarios de sus
hijas, escuchando sus llamadas telefónicas y violando de otras formas las
leyes de la intimidad porque la hija no tiene intimidad, no tiene vida separada
de la madre?
Cuando crecimos y nos enamoramos, hicimos tratos con los hombres,
basados en el que habíamos hecho con nuestra madre. Nuestras expectativas
adultas del ser amado nacían y estaban en relación con aquella primera y más
importante experiencia amorosa. No nos gusta pensar que nuestras vidas
sexuales adultas tengan nada que ver con nuestra infancia, pero no hay otra
manera de explicar o entender los pactos que se establecen entre hombres y
mujeres.
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Los contratos entre amantes, como el que se estableció con la madre, son
demasiado cruciales para la experiencia amorosa para expresarlos en voz alta.
Los términos en letra pequeña bajo los hermosos votos de amor ni siquiera
son conscientes: «Promete que me cuidarás, que me amarás
incondicionalmente y que nunca provocarás en mí el miedo al abandono, ni
celos, ni pérdida de prestigio ni la sospecha de que ninguno de los muchos
sacrificios que he hecho por ti han sido en vano. A cambio, yo me ofrezco a
ti. Seremos como un solo ser. Si rompes el trato, yo me moriré (o te mataré).»
¿Cómo puede uno decir algo así? La mezquindad del contrato hablado
rompería la burbuja de romanticismo. Además, las palabras muestran nuestra
dependencia, el sentido infantil de omnipotencia, la falta de confianza, las
represalias que tomaríamos si nuestro ser amado rompiera el trato. Es mejor
no pronunciar las palabras, y ni siquiera hacernos conscientes de ellas.
Hasta que él mira a otra mujer de esa forma especial que está reservada
sólo para nosotras. Entonces nuestra reacción es desproporcionada, nuestra ira
tiene un tinte suicida-asesino, no sólo a causa de la otra mujer —en realidad
ella no tiene ninguna importancia—, sino por lo que se ha removido, por una
ola de antigua ira y decepción que comenzó en aquel primer contrato que
establecimos con la madre y que ha heredado él.
Los hombres no exigen de las mujeres que se enamoren de esa peculiar y
femenina manera de «si me dejas me moriré», que es la antítesis del sexo, ya
que es el modo en que un bebé experimenta la necesidad, y no la forma en
que un adulto vive el amor. No, nosotras renunciamos al sexo y nos perdemos
en la dependencia porque ésa es la experiencia amorosa que mejor
conocemos, con la que nos han criado. El tipo de amor que vivíamos con
nuestra madre aborrecía el sexo. Pero nunca podremos sentir ira hacia ella, de
hecho ni siquiera conocemos la auténtica fuente de nuestra ira. Pero sí
podemos sentir ira hacia los hombres. Volcamos sobre ellos la ira que nunca
nos atreveremos a expresar contra la madre.
Los hombres también establecen sus contratos, igualmente enraizados en
la infancia, pero ellos no rinden su independencia, su identidad, como parte
del intercambio amoroso adulto. No abandonan su sexualidad en un esfuerzo
por recuperar el contrato asexual que tuvieron una vez con mamá. Pueden
perder el interés sexual por nosotras, viéndonos como madre y esposa, pero
seguirán conservando su centro sexual, bien para invertirlo en sí mismos —
masturbación— o con otra mujer.
Quisiera contar una historia adulta sobre masturbación, amor y odio,
explicar cómo los asuntos no resueltos entre la madre y la hija aparecen entre
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el hombre y la mujer. Es mi propia historia.
¿He dicho que no me masturbé hasta los veintidós años? Coincidió con mi
primera fantasía sexual consciente. A esa edad estaba saliendo con un hombre
extraordinario a quien yo consideraba mi emancipador sexual. Gracias a él
tiré mi medalla de urbanidad, mis guantecitos blancos y mi sujetador. El
hecho es que trasmitía la serenidad de un gran maestro, tenía una seguridad en
sí mismo y una sabiduría que encontraban resonancia en las más tempranas
etapas de mi vida: hablaba con la lengua de los ángeles y emanaba un
dominio sexual que decía «confía en mí». Y yo lo hice. Deseosa,
ansiosamente, le seguí en la aventura sexual en la que estaba inmerso cuando
nos conocimos.
Una noche, al principio de nuestra relación, estábamos en su casa de la
playa (que se había construido él mismo) y cuando me desperté vi que él se
había levantado. Entré en el salón y le vi bajo la temprana luz del amanecer
tumbado en el sillón, masturbándose mientras yo estaba allí, disponible, como
si me rechazara. Hoy en día diría en cambio que mi ira tenía mucho más que
ver con la súbita toma de conciencia, al verle a punto de llegar él solo al
orgasmo, de que tenía una vida aparte de mí, de que no estaba atado a mí de la
misma forma que yo a él. Estaba celosa de su mano.
Aquélla era la única forma que yo conocía de enamorarme:
simbióticamente, la entrega de la identidad al amado. (Quiero añadir que no
era así como yo me presentaba, como el mundo me veía. Yo representaba
todo un papel de agresividad sexual e independencia económica. Incluso creía
en ello… hasta que me enamoré.) Ah, el amor, la gran identidad. El gozo de
sentir que te cuidan, de sentirte sin peso, dependiente como sólo un niño
depende de su madre. ¿Cómo se atrevía él a romper esa unión, recordándome
que me moriría —al menos es lo que sentía— si me dejaba, aunque sólo fuera
en los espasmos de su propio orgasmo?
No digo con esto que se masturbara sin sentimiento de culpabilidad o,
para decirlo más claramente, que la masturbación perdió alguna vez ese
excitante matiz de desafío. El amante de aquel verano de mis veintidós años
empezó a vivir con una madre que le apañaba la mano del pene. Lo que
ocurría es que en los años sesenta, cuando nos conocimos, estaba
absolutamente decidido a separarse para siempre de las reglas sexuales de la
mujer.
Había imaginado, el pobre, que tenía una compañera en su aventura
sexual, cuando en realidad lo que tenía era una responsabilidad: yo. Nada
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puso más de manifiesto que no experimentábamos el amor y el sexo de la
misma manera que la diferencia de nuestras actitudes ante la masturbación.
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competir para ver quién dispara más lejos, de ser malo, de ser sucio —¡y no
se permiten chicas!— se convierte en un rito preadolescente en el camino de
alejarse de la mujer para convertirse en hombre.
Un hombre me decía en una entrevista que cuando tenía doce años se
masturbaba en el baño de su madre, a pocos metros de donde su familia
estaba cenando. Podía haberse ido al piso de arriba, donde no podría oírlos y
donde ellos no podrían oírle a él. Pero por pavoroso que fuera, necesitaba
desafiar las reglas excluyentes de la sexualidad de su madre, necesitaba tener
el orgasmo en el territorio de ella, en su cuarto de baño.
Sí, también habría despertado las iras de su padre si le hubiesen
descubierto. Pero las reglas de su padre hacía muy poco que habían entrado
en su vida ya casi adolescente. No fue su padre el que le bañó, alimentó y
amó los primeros años de su vida. No había sido su padre el que le besaba
amorosamente el pene después de un baño caliente para momentos después
apañar de él la mano del niño. Las madres piensan que estos actos son
inocentes, pero sobre esa «inocencia» (por la cual sería encarcelado un
hombre que bañara así a su hija) se edifica la confusión de por vida que siente
el hombre ante la adoración y rechazo de la mujer por sus genitales. Al fin y
al cabo, ¿de quién es el pene? En su desafiante masturbación, el niño deja
totalmente claro el asunto de la propiedad.
La jerga dura, masculina, para referirse a la masturbación aumenta la
separación. «Meneársela», «pelársela», «cascársela»… todas las palabras
sucias y distintas del «lenguaje de chica» se utilizan una y otra vez.
Para el niño tal vez el vocabulario no es un objetivo en sí, pero quiere una
palabra sucia para el acto sucio. Otro hombre me decía que cuando tenía ocho
o nueve años, sus amigos y él solían pararse en un solar desierto que había de
camino al colegio para defecar. Decían que estaban creando el Club de Joder.
Lo único que sabían era que estaba mal. Si la historia ofende vuestra
sensibilidad de «niñas buenas», es justamente lo que pretendía el Club de
Joder.
¿No estaré haciendo un idilio romántico de la masturbación masculina
infantil, de aquellos felices días de pajas en grupo? Cuando le leo estas
páginas a mi marido, me recuerda que no todos los chicos tienen buenos
recuerdos de sus masturbaciones, en grupo o en solitario. ¿Pero cómo puede
un hombre entender lo que es esto para nosotras las mujeres? Seguramente es
algo relativo. Sólo muy recientemente he comenzado a encontrar jóvenes que
disfrutaron de la liberadora experiencia de masturbarse en grupo con otras
muchachas. Sí, comprendo la culpabilidad que siente el niño/hombre; he leído
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miles de fantasías masturbatorias que reflejan la culpabilidad, pero lo hacen,
se masturban de todas formas y a pesar de esa culpa. Y cada vez que lo hacen,
descubren una vez más la descarga eléctrica del orgasmo, aprenden que están
sexualmente vivos y por sí mismos.
Cuando las jóvenes entran en la vida del muchacho, tan bruscamente
como un impresionante y hermoso día de primavera temprano, él se siente
abrumado por una mezcla de emociones. Su deseo tiene una intensidad que le
aparta de la camaradería de los chicos de la cual había llegado a depender; los
antiguos camaradas se convierten ahora en rivales. Desea a la chica, pero no
quiere perder su independencia, todavía fresca.
Parte de lo que siente cuando camina con la chica bajo la luz de la luna es
un arrebato romántico, un deseo humano que no es exclusivo de ninguno de
los dos sexos. Pero para el chico, el romance amenaza con hacerle retroceder
a aquella unidad dominada por la hembra de la que acaba de escapar. El
romance es un misterio.
Pero la sensación sexual no. Cuando rodea a la chica con el brazo y la
besa, el arrebato que siente es conocido, no es ningún misterio. Es una
sensación que reconoce porque su pene está en erección. Por mucho miedo
que le pueda dar el intercambio sexual, incluso aunque no esté preparado para
ello, sabe que lo que está sintiendo es exactamente lo mismo que siente
cuando se masturba.
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primeras agitaciones sexuales. La chica no tiene palabras para lo que está
sintiendo, y tampoco desea conocer las palabras «sucias» puesto que a estas
alturas ya ha obtenido la recompensa por ser la guardiana del bien, al blandir
el dedito ante su hermano travieso. Cuando llega a la adolescencia, la chica
está convencida de que todas las sensaciones de «ahí abajo» tienen que ver
con el amor.
Ahora, cuando el muchacho la besa, despierta esas sensaciones que ella ha
llegado a asociar con la música suave, los pasajes románticos de las novelas o
las escenas de amor de las películas. Durante años, ella y otras chicas se han
sentado en cines oscuros compartiendo un sentimiento común más cercano al
desmayo que al sexo. Mientras que el muchacho ha estado aprendiendo a ser
valiente e independiente fuera de casa, la niña ha estado dentro practicando el
compañerismo, aprendiendo a bailar con otras niñas, peinándole el pelo a
otra, explorando la cálida cercanía de los ensueños. En estas estrechas
amistades, la niña retiene la unidad simbiótica que tenía con la madre, la
mantiene caliente practicándola una y otra vez hasta que tiene disponibles a
los muchachos. Y si una de estas cerradas amistades tiene un tropiezo, el
dolor de la traición no se distingue del que siente un niño cuando es
abandonado por su madre.
La traición nos enseña una valiosa lección para la independencia: que es
bueno tener una identidad en la que apoyarse. ¿Qué sabe la niña de una
identidad separada? Toda su vida ha sido recompensada por quedarse, por
conservar las relaciones.
Así que ahí están bajo la luz de la luna, el chico y la chica. Él piensa,
pobre inocente, que ella siente lo mismo que él, que se ha masturbado igual
que él. ¿Qué saben los muchachos de las chicas? Tiene un brazo en torno a
ella y aventura a bajar el otro entre sus piernas. Ella retrocede. Le dice que es
malo, llora. ¿Cómo ha podido tomarla por esa clase de chica? ¿Cómo puede
no respetarla después de todo lo que ha sacrificado a las «reglas de la niña
buena»? Él tenía que ser su recompensa, no su perseguidor. Lo que es más, él
ha roto la burbuja romántica, la maravillosa sensación de unidad que ella
sentía entre sus brazos.
Tendrá que pagar por lo que ha hecho. Si vuelve a rodearla alguna vez con
los brazos, será según los términos de ella. Es la primera lección de la mujer
en el establecimiento de contratos, el primer indicio de que mantener el sexo a
raya puede ser su mayor poder.
El muchacho por su parte reconoce que ahora será ella la que decida si
habrá o no habrá sexo. Es un brusco recordatorio del poder total que tuvo una
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vez sobre él la mujer, y mientras siga deseando a la chica, se sentirá agraviado
por el contrato. Y así se establece el terreno para el pacto no hablado. Así
comienza la Guerra de los Sexos.
¿Cambiaría esto en algo si la mujer creciera aprendiendo de su propio
cuerpo que es una persona sexualmente activa en sí misma? Puede que la
masturbación no resuelva nada, ¿pero qué mejor forma de aprender la
importante lección sobre la separación entre amor y sexo y de asimilar que
son igual de importantes?
A menos que de pequeña se le haya permitido perseguir el sentido de
propiedad sobre su propio cuerpo, cuando la chica llega a la adolescencia es
posible que ya no quiera explorar el solitario placer de la masturbación. A
estas alturas ya está embotada con los sentimientos de
amor/ansia/agonía/queja que acompañan a la sexualidad, pero para ella
forman una unidad indiferenciada. La idea de vivir el sexo en solitario va en
contra de toda una vida de formar parte de una relación, un papel que ella
identifica con la madre, que nunca se masturbaría. ¿Ser sexualmente activa
por sí misma? ¡Antes morir! No, hacerla sexualmente activa, traerla a la vida,
es tarea del muchacho. Pero primero, primero debe hacer que se sienta
querida, que se sienta enamorada, que se sienta una con él. Ella quiere
sentirse «arrebatada».
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realizados en mujeres blancas, aunque las mujeres negras e hispánicas tienen
una tasa de abono más alta. Después de dieciocho años de recesión de
alumbramientos en adolescentes, ha habido un brusco retroceso en las
postrimerías de los años ochenta —un sorprendente aumento de un diez por
ciento tan sólo en el período de 1986 a 1988—. Y según las estadísticas de los
años noventa, más de la mitad de los embarazos no han sido deseados.
La aparente contradicción entre las mujeres de este libro y las estadísticas
no es en absoluto una contradicción. Es posible ser sexualmente consciente,
sexualmente activa, y seguir controlada por una necesidad más poderosa,
aunque inconsciente, de ser cuidada. Aunque estas mujeres hablan y actúan
como una nueva y valiente raza, lo que más me interesa son sus sentimientos
inconscientes con respecto al sexo, ya que los profundos sentimientos que
heredamos de nuestros padres sobre lo que está bien y lo que está mal nos
motivan con mucha más fuerza, y su cambio es mucho más lento.
Sería absurdo sugerir que la masturbación por sí sola habría enseñado a
estas mujeres a tomar medidas anticonceptivas, a conocer la diferencia entre
el sexo y el amor. En una joven que se permite quedarse embarazada actúan
muchas presiones. Pero yo no conozco lección mejor ni más duradera que la
que enseña la masturbación.
Para decirlo de otra forma, si las mujeres se sienten culpables de
masturbarse, serán reacias a utilizar un anticonceptivo que implique tocarse
los genitales. Como establecía un artículo publicado en el Journal of Sex
Research en 1985, «el sentimiento de culpabilidad referido a la masturbación
parece tener un papel significativo en la reticencia a utilizar el diafragma
como método anticonceptivo».
No tengo medio de saber si las mujeres de este libro son sexualmente
responsables. La mayoría recuerdan haber experimentado una actitud crítica
hacia la masturbación cuando eran pequeñas. O recuerdan el silencio, que
abre paso a una eternidad de recriminaciones. Pero hoy se masturban a pesar
de lo que la madre decía o sentía.
«Cuando era pequeña (de unos seis o siete años), tuve mi primer orgasmo
a través de la masturbación —escribe una mujer de veintiséis años—. Mi
madre siempre ocultó su sexualidad y me habría pegado de haberme
sorprendido masturbándome. Sin embargo, yo seguí masturbándome en
secreto.» En su fantasía, esta mujer posa desnuda para un joven y guapo
fotógrafo que no sólo aprueba sus genitales, sino que los adora cuando ella se
masturba. En la fantasía sexual, esta mujer reescribe la historia.
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La nueva mujer tiene más en común con su hermana tradicional de lo que
probablemente se dé cuenta; no ha pasado bastante tiempo para saber si las
libertades expresadas por las mujeres de este libro se mantendrán. No
sabemos qué efectos tendrán los tiempos cada vez más restrictivos en los que
vivimos sobre la aceptación sexual que sienten estas mujeres.
En la adolescencia somos como gente procedente de dos planetas
distintos. Establecemos tratos no hablados dentro de esas primeras relaciones
basadas en una necesidad común, pero en sentido diametralmente opuesto,
pasamos experiencias y expectativas sexuales. Años más tarde podemos
acostarnos juntos con el mismo objetivo consciente —el placer sexual—, pero
la unión vuelve a despertar viejas necesidades: una vez terminada la unión
sexual, él se da la vuelta satisfecho, ella se queda allí, deseando
desesperadamente que siga la unión. Ella piensa que él es frío, él teme que
ella quiera poseerlo.
Cuando ella se queda embarazada, el médico pregunta: «¿Por qué no
utilizó un anticonceptivo?»
«No podía. No quería levantarme y entrar en el cuarto de baño y echar a
perder el momento. Quería sentirme arrebatada.»
¿Qué significa «arrebatada»? No estamos ante un discurso adolescente,
sino ante el de una mujer adulta que paga el alquiler, tiene una
responsabilidad en el trabajo y se cuida a sí misma. En todos los aspectos
menos en el sexual. Cuando se trata de ser besada y abrazada y permitir que
un hombre penetre su cuerpo, la entrega de sí misma se convierte en eso, no
en un intercambio mutuo, sino en un trato, una palabra dura tal vez, pero aquí
no estamos hablando de amor, estamos hablando de sexo.
El hombre también quiere perderse en la experiencia sexual, pero es una
pérdida voluntaria y temporal del control que por otra parte debe ejercer en la
vida cotidiana para probar su hombría. En cuanto ha llegado al orgasmo, sabe,
por otras experiencias sexuales masturbatorias o de intercambio, que se
serenará, que volverá a ese nivel conocido en el que vive.
Nunca he oído que un hombre explicara el sexo como el deseo de ser
«arrebatado». Para ellos, el hombre debe realizar demasiadas tareas durante el
intercambio sexual que automáticamente eliminan cualquier posibilidad de
perder la conciencia: debe orquestar la seducción, excitar a la mujer y
procurar contenerse hasta que ella se acerque al orgasmo. No todos los
hombres son tan considerados, pero aunque el principal objetivo del ejercicio
sea llegar a su propio orgasmo, no va a llegar a él esperando a que la mujer le
arrebate.
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No, el «fenómeno del arrebato» es exclusivo de las mujeres, que se han
criado pensando que el sexo no es responsabilidad suya, no es algo en lo que
quieran tomar parte activa. ¿Formar parte de la propia seducción? ¿Decirle al
hombre qué es lo que queremos, darle alguna guía sobre lo que deseamos,
sobre lo que nos excita, decirlo con palabras? ¡De ninguna manera!
La preparación contra el embarazo va en contra de toda una vida de
adicción al amor, un estado mental que incluye el sentimiento sexual pero que
nunca ha sido diferenciado de él.
¿Es el amor-romance lo que queremos, o es sexo? ¿No sería útil saberlo y
saber también que podemos tener lo uno sin lo otro? Tal vez es preferible
amar a la persona con la que uno disfruta del sexo, pero no es siempre
necesario. A veces está bien disfrutar del sexo con un simple amigo; a veces
está bien masturbarse.
¿Parece esto propio del hombre? La idea de que los hombres se masturban
y/o se acuestan con desconocidas (putas) porque los hombres tienen una
necesidad sexual que no experimentan las mujeres, porque son animales,
predadores, lleva a la idea de que las mujeres son las pobres víctimas que
ellos acechan. Esto se convierte en una profecía que se hace realidad a sí
misma.
Lo cierto es que algunos nacemos con libidos más altas que otros; algunos
de los más bajos niveles pertenecen a hombres, y algunos de los más altos, a
mujeres. ¿No estaría bien saber cuál es nuestro auténtico apetito sexual?
Nadie puede decírnoslo mejor que nuestro propio cuerpo.
Cuando nos emparejamos o nos casamos, nos elegimos unos a otros por
razones tan diversas como la mutua afición al baile, a los paseos por el bosque
o a la comida china. ¿No sería más sensato elegir a un compañero que tenga
un común interés o desinterés por el sexo?
Sea cual sea nuestra libido, el sexo es energía, una fuente de vida que hay
que sentir, disfrutar y utilizar también para recargar y alimentar otras áreas de
nuestra vida —social, intelectual, abstractas al igual que físicas—. Algunos de
nosotros somos menos sociables o menos intelectuales que otros; esto lo
sabemos y en consecuencia volcamos nuestros esfuerzos en otras cosas para
poder disfrutar más de la vida. No aprender de nuestros cuerpos el auténtico
nivel de interés sexual para poder conocernos mejor es un desperdicio vital.
Hemos sido educadas para creer que sólo nos despertamos sexualmente
cuando alguien «de fuera» nos enciende, y utilizamos el sexo para conseguir
lo que queremos, para cazar a un hombre, para hacer que nos ame. El sexo se
convierte en un medio para lograr un fin. Cuando se acaba la luna de miel, no
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comprendemos por qué ya no nos interesa el sexo. Nos despertamos diez años
después y preguntamos: ¿esto es todo? Nos apartamos del sexo, furiosas, sin
ser conscientes siquiera de que la persona a la que más daño podemos estar
haciendo es a nosotras mismas. ¿Cómo podíamos saberlo? El sexo se ha
convertido en algo externo que nosotras hemos utilizado, como el dinero.
Decimos que los hombres son insensibles, cuando en realidad un hombre
sabe exactamente lo que está sintiendo. Sabe que anoche hubo sexo y esta
mañana se siente estupendamente, pero no es (o era) amor. Decimos que los
hombres son fríos porque no se «comprometen», una palabra terrible que
suena a cárcel, que es justamente como siente el hombre la idea que tiene la
mujer de «compromiso».
Nos sentimos agraviadas porque el hombre puede disfrutar de una
extraordinaria noche de sexo y luego sale de la cama por la mañana
refrescado, con nuevas energías, más independiente que nunca. Tendrá un día
mejor en el trabajo gracias a su maravillosa aventura erótica con nosotras. A
nosotras también nos encanta la noche de sexo, pero por la mañana somos
reacias a levantarnos de la cama; nos quedamos allí esperando que él deje de
silbar por el dormitorio y venga a sentarse a nuestro lado, a tocarnos, a volver
a establecer el contacto. Queremos que diga lo que dijo anoche, que diga
cuándo volveremos a estar juntos. No tenemos un día mejor en el trabajo;
estamos menos concentradas en él porque estamos atentas al teléfono, a su
voz, a las palabras que dirá y cuándo y dónde. Lejos de sentirnos recargadas
de energía por una noche de sexo, estamos debilitadas al haber dejado parte
de nosotras mismas en esa cama.
Los hombres no son más crueles que las mujeres, es simplemente que
consideran el sexo y el amor desde un punto de vista diferente. Digamos que
el hombre espera cuatro días para llamar por teléfono. No porque la noche
fuera como cualquier otra, sino precisamente porque fue muy especial.
Necesita recuperar su sentido de independencia, de separación, no porque no
le gustemos o no nos ame, sino porque se ha acercado mucho a esas
emociones. Los hombres exageran el papel del vaquero solitario porque las
mujeres exageran su papel de seres emocionales, de sirenas que anhelan
envolverlos en sus brazos y no dejarlos ir jamás. O eso creen ellos.
¿Quién podría no querer trascender el sexo? Disfrutar de esa profunda y
poderosa sensación de perderse en la otra persona, de ser capaz por unos
momentos de relajar los férreos controles con los que vivimos es un deseo
humano que no es exclusivo de ningún sexo. Pero sólo la persona con un
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fuerte sentido de identidad puede emerger entera y alejarse felizmente del
arrebato de la trascendencia.
Para muchas mujeres, no es cuestión de elección. No podemos emerger
del hondo pozo de la unidad. Es como si en realidad nunca hubiésemos salido
de este dulce lugar. Él se ha ido, pero incluso sin él podemos mantenernos en
trance. Escuchamos música romántica, lo que más nos apetece son
desgarradoras canciones de desesperado anhelo; los trémulos violines, las
voces que se rompen bajo el peso de emotivas palabras reflejan exactamente
lo que sentimos y nos mantienen en contacto con él y con esa noche.
Lo que queremos recrear no son los sonidos, el olor y el sudor del sexo,
sino la unión, la identidad, el romance, el amor. Bebemos un coñac,
encendemos otro cigarrillo y nos entregamos a ello, nos revolcamos en ello:
sin ti me moriré, dice la música. Y es cierto, o al menos así lo sentimos.
«Es mejor no liarse con hombres —dicen hoy muchas mujeres—. Me
encuentro bien con mi vida y cada vez que empiezo a salir con un chico, eso
lo pierdo. ¿Quién necesita un hombre?»
Ya no necesitamos a los hombres como antes. Muchas de nosotras no los
necesitamos para que nos cuiden o nos proporcionen comida y techo. No los
necesitamos para tener una identidad o un lugar en la comunidad. La
independencia económica es excitante. Descubrimos a los veinte años, o más
tarde, que podemos arreglárnoslas solas.
Cuando estaba escribiendo My Mother/Myself, hace quince años, creía que
la independencia económica, más que cualquier otra cosa, ayudaría a las
mujeres adultas a desprenderse de la necesidad emocional de perderse en las
relaciones. Idealmente, la separación emocional e individuación es algo que
debería ser aprendido y practicado durante el primer año de vida. Pero si no lo
hicimos entonces, no todo está perdido. Más tarde es más difícil, pero
podemos aprenderlo por nosotras mismas.
Pero lo que no advertí a mediados de los años setenta fue que la mujer
confundiría la independencia económica con la separación emocional. ¿Qué
grado de separación tenemos si no podemos arriesgarnos a establecer una
relación con un hombre sin miedo a ser esclavizadas por el romance-amor?
Nos preocupa que el sexo con un hombre se convierta en ese desesperado «te
necesito» que destruye nuestro control sobre nuestra vida. Antes de que nos
demos cuenta, habrá una pelea y él se irá con un portazo dejándonos de nuevo
junto al teléfono mientras él vaga por las calles ligando en los bares o incluso
yéndose con una puta. Lo más probable es que no haga nada de esto, ya que
está enamorado igual que nosotras. Pero podría hacerlo. Podría tener una
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relación sexual fruto de la ira, podría tenerla por el puro placer del sexo, ya
que no lo confunde con el amor.
Denigramos a los hombres por ir con putas, por alimentar sus fantasías
masturbatorias con revistas pornográficas. ¿No podría ser una parte de nuestro
reproche fruto de la envidia, porque ellos tienen acceso a una vida de la que
nos sentimos privadas? La envidia es una emoción amarga y destructiva; la
comparación envidiosa hace que nuestra vida parezca miserable, vacía. No
podemos soportar que la persona envidiada tenga determinadas libertades,
poder o placeres que para nosotros son inaccesibles. Una parte de nuestra
psique desea, espera que la persona envidiada acabe mal. Sólo entonces
nuestra vida recuperará parte de su placer.
La envidia es una emoción tan destructiva que la mayoría de nosotras la
negamos. «¿Que yo envidio a los hombres?», decimos. ¡En absoluto! Los
hombres son fríos, enloquecidos por el poder, son sólo animales competitivos
guiados por el instinto sexual y que degradan a las mujeres. Decimos que el
problema es que no hay más mujeres con poder, porque eso haría del mundo,
automáticamente, un lugar mejor.
Y así castigamos a los hombres con un corazón libre de culpabilidad, tan
seguras estamos de nuestra virtud en oposición al Bruto; apartamos a los
hombres del acto de la creación, el acto más poderoso de la vida humana:
tenemos los hijos solas. Decimos que no es bueno que se acerque ningún
hombre, cuando en realidad nos estamos vengando de ellos. No estamos
pensando en el niño; estamos pensando en nosotras mismas.
Controlamos nuestras vidas sólo si excluimos al hombre. Tal vez en el
mundo laboral podamos vernos como iguales a ellos; aunque aún no hayamos
logrado la igualdad económica, podemos competir por ella. Pero cuando se
trata de sexo, no somos en absoluto iguales. Él no es un esclavo del amor. Es
dueño de su propia sexualidad y nosotras no.
Éste es el fondo del asunto, el tema central de este ensayo y lo que
debemos asumir si queremos que la próxima generación de mujeres sea más
independiente y más responsable sexualmente. Podemos aprender a ser
económicamente independientes en cualquier momento, pero la edad tiene
mucho que ver para que aprendamos a creer en la propia independencia
sexual, para que aprendamos la diferencia entre amor y sexo. El dinero con el
que se paga el alquiler un mes detrás de otro, un año tras otro, se conviene en
un frío hecho vital que le dice a la más «débil» de las mujeres que no necesita
que nadie la mantenga. Pero es muy, muy difícil aprender a creer que somos
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una entidad sexual, que somos responsables de nuestra sexualidad cuando ya
es demasiado tarde. Y en la adolescencia ya es tarde.
La mejor época para esto son los primeros años de vida, y la mejor
maestra es la madre. No hay mejor forma de aprender la lección que enseña la
masturbación que como la aprende un bebé, desde el principio. Si la madre no
nos permite creer que nuestro cuerpo nos pertenece sólo a nosotras, que es
nuestro y que por tanto somos responsables de él, entonces todo lo que
hagamos con nuestro cuerpo más tarde se remitirá a ella y volverá a despertar
nuestra necesidad de ella, reavivando sus actitudes, sus juicios. Y entonces
mantendremos relaciones sexuales y no nos protegeremos, seremos «niñas
malas».
Aquí transcribo dos cartas que recibí de lectores de My Mother/My Self.
Ellas expresan de un modo muy personal y a mi juicio encantador hasta qué
punto está presente la madre en nuestros más íntimos momentos sexuales.
La primera carta es de una mujer holandesa:
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La segunda carta es un poema que me envió un hombre.
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nos despertamos en la cama del desconocido, después de una noche de
abandonarnos al sexo, nos sentimos sucias, culpables No comprendemos por
qué. No hemos tenido en cuenta el intratable inconsciente.
Nuestro código moral, el más profundo e inconsciente sentido de lo que
está bien y lo que está mal, lo heredamos de nuestros padres, que a su vez lo
heredaron de los suyos. Por ejemplo, cuando las mujeres que se creen
sexualmente independientes y responsables se quedan embarazadas, pueden
estar reconociendo su culpabilidad inconsciente, pueden estar reconociendo
que lo que hicieron estaba mal. Tal vez no tuvieron en cuenta el tercer nivel
de cambio.
En mi ansia por defender la masturbación como un acto sano, placentero y
pedagógico, no quiero sugerir que deba tomar el lugar de la intimidad con
otra persona. Algunas de las mujeres de este libro que dicen masturbarse tres
o cuatro veces al día pueden ser tachadas de compulsivas por aquellos a los
que les gusta etiquetar (aunque esa masturbación sea más revitalizadora que
las cinco horas diarias de televisión que admite ver la mayor parte de la
sociedad).
Tampoco quiero establecer una línea de conducta para las mujeres que
eligen no masturbarse. La palabra clave es elección. Pongámoslo de esta
forma: puedo imaginar a una mujer responsable sexualmente que no se
masturba, pero me parece muy improbable.
Tocarnos es la lección primordial de anatomía. El aprender lo que hay
«ahí abajo» nos hace dueñas inteligentes, al controlar más lo que es nuestro.
(Es triste, aunque no sorprendente, que muchas mujeres digan que no utilizan
el diafragma porque tienen miedo de tocarse.) El ser capaces de llegar al
orgasmo por nosotras mismas es independencia sexual; aunque está bien tener
un compañero, es importante saber que no es estrictamente necesario para
disfrutar del sexo. El llegar al orgasmo por nosotras mismas es el equivalente
sexual de ser capaces de pagar nuestro alquiler.
EL CONCEPTO CLOACA
Lo que hace que sea tan difícil aprender a masturbarnos en una época
tardía es que hemos sido educadas en la creencia de que la zona entre nuestras
piernas es intocable, sucia. Hemos llegado a detestar la vista y el olor de
nuestros genitales, que sólo son tocados en el proceso de asearnos. Es una
repulsión antinatural y adquirida que ha sido hondamente asumida como parte
del temprano intercambio de amor entre madre e hija. No se dijo nada, no era
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necesario decir nada. La clitoridectomía mental se realiza en nombre del amor
de la madre y con el absoluto apoyo de la sociedad.
Con el tiempo, la vista y el olor de la menstruación (la humillación de
poder manchar la ropa anunciando públicamente lo que siempre hemos
sentido, que nuestros cuerpos son sucios) refuerzan nuestra repugnancia. La
forma secreta y plegada de nuestros genitales acentúa aún más nuestra certeza
de que no debemos explorar esa zona. Jamás resolvemos el simple
rompecabezas de nuestra hermosa constitución porque hemos asumido el
juicio de la primera persona que nos apartó nuestros deditos, que nos enseñó a
asearnos, y cuyo cuerpo es igual que el nuestro. Y, de nuevo, no fue lo que
ella dijo, sino lo que ella sentía. A ella no le gustaba la vista y el olor de
nuestros genitales, como no le gustaba la vista y el olor de los suyos propios.
Cuando un chico entra en nuestra vida y quiere tocarnos allí, es
naturalmente impensable. Nosotras no podemos hacer una cosa así. ¿Por qué
iba a hacerlo él? ¿Por qué iba a querer? Que un hombre sueñe con abrir
nuestros labios con los dedos y mirar y poner ahí la boca es tan perturbador
para algunas mujeres que la dulce lengua de un amante no podrá convencerlas
de lo contrario. El clítoris, la uretra, la vagina y el ano han llegado a ser
considerados como una sucia e indistinguible masa «ahí abajo». Este modo de
pensar se denomina el concepto cloaca.
No recuerdo quién fue el primer doctor o analista que utilizó el término
concepto cloaca, pero recuerdo que para mí fue como un descubrimiento.
Estaba reuniendo material para Mi jardín secreto, y presentía que las mujeres
que estaban colaborando —tan vacilantemente— con mi investigación hace
veinte años sentían justo eso con respecto a sus genitales (que eran una
cloaca, algo que debía ser tocado con todas las precauciones).
En aquellos días, nos sentíamos culpables con respecto al sexo,
actuábamos con sentimiento de culpa, y nuestras fantasías sexuales, centradas
en su mayoría en ser violadas y forzadas, reflejaban nuestros más profundos e
inconscientes sentimientos de culpa. Yo estaba tan perturbada por la cantidad
de culpa de Mi jardín secreto que, el día en que terminé, escribí una reseña
para My Mother/My Self que en el primer borrador se llamó The First Lie (La
primera mentira). No había dudas respecto a lo que escribiría a continuación:
tenía que conocer la fuente de la terrible ansiedad que sentían las mujeres no
con respecto a algo que habían hecho, sino por las imágenes que había
grabadas en sus mentes. ¿Quién podía saber lo que estaban pensando?
Y enseguida di con la madre. No era un ogro ni una mala persona (aunque
algunas lo sean), sino una hija también. La madre suele transmitir la sabiduría
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de su propia madre.
Si tuviera que escribir hoy My Mother/My Self i pondría un gran énfasis
en el papel que la masturbación podría jugar en nuestras vidas, cómo podría
ser uno de los actos de separación de la madre y de asunción de nuestra propia
identidad. Explicaría cómo el ejercicio de tocarse afecta a la autoestima, que
significa tener una buena opinión de uno mismo. ¿Cómo podemos pensar bien
de nosotros mismos si albergamos una cloaca?
Pero hace quince años no podía escribir sobre la masturbación porque
todavía no sabía lo que las mujeres de este libro me han enseñado.
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mujer? No es necesaria ninguna lección de geografía. No es necesario romper
el hechizo dando frías instrucciones: «Tócame aquí, besa esto, chupa
aquello.» Ella ya lo sabe. Tampoco hay ningún sentimiento de vergüenza, ni
de ansiedad con respecto al olor o al sabor; para ella es algo familiar. Y ella es
tierna. Nos cuidará como no lo puede hacer ningún hombre, al menos en la
fantasía.
No es sorprendente pues que la fantasía de la relación sexual con otra
mujer sea el nuevo tema popular que ha emergido desde la publicación de Mi
jardín secreto.
Las mujeres que se dicen heterosexuales, bisexuales o lesbianas ven algo
particularmente excitante en las fantasías referidas a estar acostadas junto a
otra mujer y disfrutar a veces de una relación sexual tierna, pero muy a
menudo tan desenfrenada como cualquier relación imaginada con un hombre.
Cuando preparaba la investigación para Mi jardín secreto, había muy
poco material para el capítulo del sexo entre mujeres. Creo que la gran
popularidad que tiene hoy esta fantasía refleja la creciente complejidad del
mundo real de la mujer, en el que ya no sabemos lo que queremos ni lo que es
una mujer; y los hombres, que saben aún menos que nosotras, no consiguen
responder a nuestras expectativas, cada vez más furiosas. Es como si, en
alguna de estas fantasías, nos estuviéramos mirando al espejo, intentando
encontrarnos en el cuerpo de otra mujer. En parte como búsqueda de solaz y
confirmación de nuestra femineidad, y en parte también como un furioso
rechazo del hombre, nos volvemos hacia las personas que son como nosotras
para la descarga sexual.
Sólo cuando las mujeres de este libro tengan hijos a su vez veremos hasta
qué punto creen en su derecho a la libertad sexual en general y a la
masturbación en particular. ¿Serán lo bastante generosas para desearles a sus
hijas algo mejor que lo que ellas tuvieron? En toda la vida humana, nadie
tiene más poder sobre otra persona que una madre sobre su hijo.
Las madres no tienen que ser perfectas. Nadie lo es. Aprendemos a
masturbarnos por nosotros mismos. Las únicas reglas que deben ser
aprendidas son las de la intimidad.
Pero tal vez el acto más generoso es que una madre deje libre a su hija
para que descubra su propio camino sexual, para que se diferencie de ella,
para que copie y emule a otra mujer. El hecho de diferenciarse de la madre se
sentirá siempre como una traición, a menos que la madre lo crea de corazón
cuando dice: «Eres mi hija, seas buena o mala. Eres mi hija te masturbes o
no.» Y debe ser dicho en voz alta La hija ya sabe lo que siente su madre con
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respecto a todo. Lo que la libera es el coraje y la generosidad, la honestidad
de la madre al pronunciar las palabras. Nada nos ata más a la madre que las
mentiras.
El mensaje podría ser algo así:
«Yo tengo problemas con el asunto del sexo, cariño. Eso lo sabes. Ya
sabes cómo me educaron. Pero quiero que tu vida sexual sea maravillosa, y
porque te quiero, deseo que cuides de ti misma. La masturbación puede
enseñarte mucho. Disfruta de esa parte de tu vida. Tienes mi bendición.»
Madre, deja que tu hijita se masturbe.
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TERCERA PARTE
Las Fantasías
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con los otros hedonistas en Sandstone o en Plato’s Retreat, por lo menos sabía
que esas ideas y lugares existían.
Tras generaciones enteras de límites, súbitamente desaparecieron. La
libertad sexual era reciente y creíble, y las mujeres confiaban en las nuevas
imágenes y palabras de otras mujeres, afirmando que era correcto tener el
control y el poder de la propia sexualidad. «Descubrid vuestra verdadera
naturaleza sexual —decían las voces—; nosotras, vuestras hermanas, os
prometemos apoyo maternal y os recogeremos si caéis.» Las mujeres de este
libro oyeron esas nuevas voces declarar que «no había reglas», y de ese
carácter erótico inestructurado e ilimitado nació la fantasía de la «gran
seductora».
El deseo de iniciar y controlar el sexo (en realidad de seguir haciendo el
amor hasta satisfacer completamente el apetito sexual de la mujer) es el tema
subyacente en esas nuevas fantasías. Existen otras ideas, capítulos temáticos
completos que se podrían haber incluido aquí, tales como chicos jóvenes,
incesto, sado, la necesidad de aprobación, interludios románticos, lluvias de
oro, vivir fuera de las fantasías… Y, por supuesto, también existe la fantasía
de ser violada o forzada, que sigue siendo un tema fundamental, junto con su
opuesto y nueva contrapartida, la fantasía de violar o forzar a un hombre.
Estos temas están estudiados en profundidad en Mi jardín secreto y
Forbidden Flowers.
Los temas que se exponen en este libro no sólo son nuevos, sino también
los más destacados de mi investigación. Reflejan cambios en las vidas reales
de las mujeres y pulsan una firme realidad que revela la profundidad y
amplitud de la naturaleza erótica de las mujeres, que la sociedad se resiste aún
a reconocer.
Aunque las fantasías que incluyo aquí tienden a ser largas, no penséis que
una fantasía no es por definición un intricado argumento. Es posible, y de
hecho inevitable, disfrutar breves imágenes eróticas a lo largo del día. El olor
o la visión de algo que estimule la imaginación provoca una imagen sexual en
la mente. Sólo cuando nos disponemos a hablar o a escribir de esas imágenes
surge la acumulación de detalles.
Muchas de estas mujeres han llevado vidas tranquilas, incluso
conservadoras. Algunas han tenido muy poca experiencia sexual real. Es en
sus fantasías donde tratan de liberar su sexualidad de las férreas normas que
han estado reprimiendo el indómito erotismo femenino, para evitar que
amenazara las supuestas necesidades del hombre y la sociedad, hasta hace
poco sinónimos. Sobre todo en sus fantasías, desean escapar por fin de la
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culpa con la que ha tenido que cargar la mujer erótica que satisfacía su
naturaleza. Aunque la mayoría afirman haber tenido un aprendizaje sexual
más amplio que el de sus madres, ninguna de ellas olvidará nunca la
humillación y el miedo de que esas mismas madres las avergonzaran por su
primera manifestación de deseo sexual.
Hasta ahora, hasta esta generación, no existía, desde el punto de vista
convencional, algo llamado lascivia femenina. La sabiduría de los vestuarios
masculinos (y también la de muchas consultas de psiquiatras) afirmaba que
sólo los hombres podían separar el sexo de los sentimientos; que las mujeres
sólo podían disfrutar del sexo dentro del contexto de una relación emocional.
Estas mujeres, de todas las edades y clases socioeconómicas, dicen lo
contrario: su argumento erótico favorito no se desarrolla con sus maridos o
amantes, sino con un hombre al que nunca vuelven a ver, alguien con quien
no tienen relación.
Las mujeres quieren cambiar; una pequeña parte de las más valientes
están cambiando. Los hombres, no. Las mejores mujeres de hoy se encuentran
solas en la frontera sexual, porque los hombres que deberían estar explorando
ese lugar excitante y desconocido junto a ellas son todavía reacios a
abandonar su posición del misionero y todo lo que ésta representa. A pesar de
que estos hombres saben lo limitada y sofocante que puede ser la vida con
una mujer sumisa, no están seguros de lo que la nueva mujer exige de ellos.
La resistencia del hombre al cambio no carece de razón, dada la confusión de
las mismas mujeres sobre su identidad sexual. A causa de esta parálisis ha ido
creciendo un resentimiento hostil entre los sexos.
Como iniciadoras de la revolución sexual, las mujeres son también las
responsables de terminar la tarea, de definir exactamente qué es lo que
queremos, y hacerlo en los términos sexuales más concretos. Para que pueda
darse el siguiente paso, los hombres deben dejar de ver a las mujeres como
una banda amorfa y agraviada de personas infelices con un montón de
exigencias difusas y sin satisfacer. Por el contrario, las mujeres deben ampliar
su propia concepción de sí mismas, de tal manera que los hombres cambien
de buen grado los falsos beneficios para su ego de la «superioridad
masculina», a cambio de la satisfacción real de una vida sexual con un tipo de
mujeres sorprendente.
Al reconocer que ganarían más con el refuerzo mutuo y el
autorreconocimiento que con los sentimientos seculares de rivalidad, las
mujeres de este libro han establecido una comunidad sexual. Ellas no se ven
unas a otras como amenazas, sino como personas que están ampliando la
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definición y los límites de su sexo. Saben que su búsqueda de lo que significa
ser mujer es algo que comparten otras mujeres. «¡Gracias a Dios, no estoy
sola, no soy la única!» Aunque la mayoría de mujeres tienen aún miedo de
usar las nuevas libertades que estas pioneras han ganado, hoy en día no hay
una sola mujer con un mínimo de cultura que no sea consciente de que es su
propia elección la que mantiene esas libertades fuera de su alcance, y de que,
si bien ello sigue temiéndolas, lo más probable es que su hija no las tema.
Las mujeres de este libro están buscando elecciones eróticas en sus vidas
reales, tratando de entender qué les impide darse cuenta plenamente de esas
posibilidades. Sus fantasías sexuales, sin inhibiciones sociales ni eufemismos,
tratan de las diversas estrategias que han desarrollado para superar lo que en
una parte de sus vidas les impidió explorar los límites de su verdadero
erotismo.
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CAPÍTULO UNO
MUJERES SEDUCTORAS,
ALGUNAS VECES SÁDICAS Y
SEXUALMENTE DOMINANTES
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¿Habéis seducido a algún hombre, o pensado en ello? Quizá la idea no sea
atractiva. Ser la persona que se encarga de todo no es una fantasía universal,
ni siquiera atrayente para todos los hombres, a pesar de que ellos deben
seducir, al menos en la realidad, o fracasar como «auténticos hombres».
El chico tímido por naturaleza o temperamento, o que sencillamente no
tiende a la seducción por el entorno en el que ha crecido, se enfrenta con un
hecho terrible cuando irrumpe en la adolescencia: hacer el primer
movimiento, levantar el teléfono y arriesgarse a padecer la tortura de ser
rechazado. Llegado el momento, tendrá que llevar a una mujer a lo que él
espera será un restaurante adecuado, donde tendrá que pagar antes de
arreglárselas hábilmente para que ella suba a un coche, luego a un
apartamento, y que se tumbe en un sofá, eventualmente en una cama, donde,
cuidadosa y expertamente deberá seducir a una persona educada para decir
«no» aunque quiera decir «sí».
Recuerdo a uno de esos chicos tímidos de mi primera adolescencia. Medía
por lo menos diez centímetros menos que yo, y su madre le había ordenado
que me llevara a mi primer baile de las regatas del Yacht Club. Durante meses
yo había estado soñando constantemente que otro chico, Malcolm, sería mi
pareja. Malcolm, un líder nato al que los otros chicos seguían, tan
naturalmente como las chicas me seguían a mí como capitán de su equipo y
presidente de la clase, la marimacho que las llevaba a las copas de los más
altos árboles.
Tengo un recuerdo anterior de una fiesta en la playa y un juego al que
chicas y chicos habíamos jugado incontables veces. El juego se llamaba Red
Rover y consistía en que cuando se decía tu nombre tenías que correr por la
playa hacia el equipo contrario, que esperaba con los brazos fuertemente
entrelazados, e intentar romper su línea. No era la primera vez que rompía la
línea por pura resolución, impropia de una chica, pero lo que aquella noche de
mi adolescencia sentí fue un extraño impulso, un deseo sexual de reclamar y
capturar al chico de mis sueños, y llevarlo victoriosamente a mi equipo.
Escogí a Malcolm, por supuesto.
Y también le hubiera escogido alegremente para aquel maldito baile del
Yacht Club; le hubiera llamado sin dudarlo, sí, aun arriesgándome a recibir
una negativa. Yo tenía el corazón de un líder, ya acostumbrado a las victorias
y derrotas en las pruebas de la infancia.
A pesar de que suspiraba por reclinar mi cabeza sobre su hombro en el
primer baile, hubiera aceptado mi parte de responsabilidad en explorar la
misteriosa atracción que había sentido por él en aquella playa bajo las
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palmeras. No estoy hablando de relaciones sexuales, para las que no estaba
preparada, sino de los primeros pasos inocentes del ritual de apareamiento, en
el cual estaba dispuesta a ser un igual.
Pero las reglas de la adolescencia no me permitieron seguir mis impulsos
naturales. La noche del baile retrocedí mi primer paso hacia la pasividad, un
estado de aquiescencia ajeno a mi personalidad. Fui al Yacht Club con aquel
pobre chico tímido, que era tan desgraciado como yo. Me dejó allí una hora
después de que llegáramos, y yo me quedé reclinada sobre la pared viendo
cómo bailaban las chicas de las que yo había sido líder. La única acción que
emprendí de acuerdo con mi naturaleza fue la de rechazar una retirada al
lavabo de señoras hasta que el padre de alguien me llevara a casa.
Con una voluntad férrea y una gran necesidad del amor de los chicos,
aprendí rápidamente a meterme en las estrecheces del pequeño papel
femenino estereotipado. Me mordí la lengua, ralenticé el paso, aprendí a
esperar, y esperé. No había lugar en el molde de la «buena chica» para la
mayor parte de las habilidades que había perfeccionado durante mis primeros
once años.
Dejé lo mejor de mí misma al inicio de mi adolescencia: la chica
arriesgada, agresiva y confiada que creía en una personalidad creada por ella
misma. Cuando llegó el día en que hubo sexo, no actúe según mi verdadera
naturaleza responsable, sino con la falsa personalidad que había construido
para adaptarme a las «reglas» de la adolescencia femenina: no utilicé ningún
tipo de anticonceptivo, permitiendo así que otra persona fuera responsable de
mi vida sexual, de mi vida.
Soy consciente de que las cosas han cambiado y de que los adolescentes
de hoy ya no se tratan como extraños, lo cual es bueno. Pero el aumento
alarmante de embarazos entre las adolescentes indica que en sus vidas
sexuales están tan confusas como lo estábamos nosotras. Se castigan a sí
mismas no utilizando métodos anticonceptivos, y nosotros, los adultos, los
castigamos por no ser capaces de descubrir cómo vivir en una sociedad que
está descaradamente abocada al sexo en lo externo, y es profundamente
puritana y retorcida en su interior.
Técnicamente seguí siendo virgen hasta que cumplí los veintiuno. Fue la
suerte de los tontos que no me quedara preñada, considerando los juegos
sexuales que practiqué, gustando de la pasión por el sexo, en el que cabía todo
menos la penetración total. Aterrorizada por la posibilidad de quedarme
preñada, temiendo un matrimonio demasiado temprano que frustraría mi
sueño de ver mundo, lo arriesgué todo una y otra vez. Adicta a los hombres,
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me despojaba de mi ser responsable cada vez que me despojaba de la ropa
para yacer junto a ellos y permitirme a mí misma ser «tomada», no como una
mujer, sino como una muchacha estúpida y condescendiente.
Vi mundo y, al mismo tiempo, aprendí a usar primero el diafragma, y
luego, la píldora. Pero no fue hasta convertirme en escritora que empecé a
comprender que mis destructivas relaciones con los hombres seguían el
patrón de lo que había deseado tener con mi madre. Al entregarles mi
personalidad, sin protección contraceptiva, les estaba pidiendo que se hicieran
cargo de mí como ella nunca lo había hecho, del mismo modo que un bebé
necesita que lo cuiden.
Cuando escogí escribir sobre los temas prohibidos de la sexualidad,
madres e hijas, celos y envidia, estaba tratando de recuperar parte de aquel
valor primero que formaba parte de mi carácter, y que tanto había trabajado
para reprimir. Ahora disfruto de la mejor época de mi vida. Siento que por fin
he completado el círculo al haber recuperado a la valiente chica de once años
que fui.
Os he contado mi historia porque creo que hay millones de mujeres que
inician sus vidas con tanto coraje como sus hermanos. Las mujeres de este
capítulo representan una generación que no se ha sentido obligada a negar su
agresividad, el deseo de iniciar y controlar el placer sexual, aunque sea en la
imaginación. Cuando el hombre que Mary desea no la corresponde en la
realidad, «su rechazo aumenta mi resolución de gozar de él sexualmente…
Pero, en mi fantasía, soy yo la que tiene el control y le domina. Exploro cada
centímetro de su cuerpo y le hago todas las cosas placenteras imaginables…
Yo soy la que da placer».
Las reglas de la sociedad no rompen el corazón de la que acepta los
riesgos, de la responsable, la «gran seductora», tan sólo permanece en silencio
y a la espera de oír las voces de otras mujeres, quizá la mía y la de aquellas
que presento aquí, para reafirmarse. Mujeres como Celia, aún demasiado
tímida para seducir en la realidad, practican en su imaginación: «Le estiro la
camisa, arrancando unos cuantos botones en mi precipitación —explica—.
Soy como un animal; soy diferente de como él me ha visto siempre. Inspirado
por mi ansia, se deja llevar por la lujuria.»
A pesar de ser normalmente más altos y fuertes, los hombres no tienen el
monopolio del valor. No sé dónde aprendieron a practicar el valor estas
nuevas seductoras, pero si consiguen que llegue a formar parte de sus
naturalezas confiadas, quizá se lo transmitan a sus hijas. Y si las madres
educan a sus hijas para que tomen la iniciativa en lugar de esperar, quizá
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llegue el día en que tendremos una generación de mujeres responsables de su
vida sexual. Cuando pones los ojos en el hombre que deseas, sabes por qué lo
deseas y aceptas que puede rechazarte, ya eres más responsable de ti misma
que la mujer que espera ser elegida, como una galleta en una bandeja.
Si una mujer tiene la seducción en el pensamiento cuando inicia una
velada, es más probable que lleve encima el diafragma, además del bolso y las
llaves.
La mayoría de los acontecimientos significativos vienen precedidos por
una fantasía de lo que va a ocurrir. Si la fantasía es la de ser elegida, ser
besada, ser conducida de la mano, como un ciego, a una habitación en la que,
mágicamente, se consigue el romántico sentimiento de la rendición, ¿cómo
puede una mujer romper el hechizo introduciendo el acto sexualmente
responsable de levantarse e ir al cuarto de baño para ponerse el diafragma?
Sin embargo, si la fantasía empieza con: primero voy a llamarlo, y, si dice
sí, le sugeriré ese agradable restaurante, seguido de sexo, hábilmente dirigido
por mí. En ese caso, claro está, llevaré puesto el diafragma porque no quiero
quedarme embarazada, ni tener que abortar o terminar mi aventura como la
«gran seductora».
«Los tíos más jóvenes son mucho más receptivos a las mujeres agresivas,
al haber crecido con el movimiento de liberación de la mujer —afirma Cassie,
quien traduce en tensión sexual su rivalidad con un hombre en el trabajo—.
Mis sucesivas ascensiones en la escala jerárquica provocaron fantasías
increíblemente vividas en las que sometía a mi rival y le hacía el amor
firmemente, pero con ternura. Sé que parecerá una locura, ¡pero experimenté
el orgasmo por primera vez durante esas fantasías!» Como atestiguan las
mujeres en este capítulo, ser el que manda puede suponer una gran ventaja;
tanto es así que Cassie ha seducido en realidad a un hombre más joven con el
que trabaja. «Mi seducción fue maternal y educativa, no sádica —asegura—,
y él se preocupó realmente por darme placer. Nuestra libertad para invertir los
papeles y expresar nuestras personalidades verdaderas aumentó nuestra
intimidad.»
Me pregunto cuántos hombres aceptarían estas fantasías, ya que a menudo
sueñan con una mujer con un apetito sexual como el suyo que, para variar, se
haga cargo de la seducción del hombre, su orgasmo, en fin, todo. Por
supuesto, el hombre controla su propia fantasía, lo cual le permite dejarse ir
en las manos de tan poderosa mujer. Idealmente, el sexo «es una experiencia
mutua —dice Liz, y prosigue con su fantasía sobre la seducción de un hombre
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—: Me besa agradecido y yo lo beso con igual gratitud». En estas felices
fantasías, también el poder es finalmente lo que hace que la mujer se corra.
He dejado para el final el comentario sobre la fantasía de Gabby: iniciar a
su hijo en el sexo, porque es la única madre de mi investigación que ha
admitido haber tenido esta idea, aunque supongo que se trata de algo común
pero rápidamente reprimido. Los padres tienen una relación cotidiana con sus
hijas mucho menor que las madres con los hijos, y, no obstante, estamos
mucho más dispuestos a admitir las fantasías incestuosas de un hombre; una
idea, por otra parte, ampliamente tratada en la literatura. Quizá la fantasía del
incesto en las madres se escuche rara vez como justificación de su
alejamiento emocional y físico de los hijos varones, pero la madre no se aleja
ni se retira nunca.
Una madre tiene un acceso físico y psicológico total sobre su hijo
mientras éste vive bajo su techo. Algunos hombres me han hablado de madres
que se metían en sus camas para dormir junto a ellos; madres que los besaban,
tocaban y abrazaban siempre que querían y como querían. No era una relación
sexual, pero si una completa seducción. Muchos hombres no escapan nunca
del dominio de sus madres, aunque tanto madre como hijo se resistirían a
llamarla dominio sexual. Sin duda ella protagoniza siempre, bajo disfraces
diferentes, sus fantasías.
Un chico no puede decirle a su madre dónde poner el límite, una parte de
él no quiere que ella lo haga en realidad. Tampoco la sociedad le recrimina
actos que, cometidos por un padre con su hija, lo llevarían a la prisión. Sólo la
madre puede trazar esa línea, que, probablemente, aún sea más difícil de
trazar en familias sin padre. Pero debe hacerlo, pues, de lo contrario, su amor
puede convertirse en una invasión de la intimidad, una intrusión erótica que
deforme el crecimiento del chico hasta que alcance una sexualidad propia sin
ella, su primera «gran seductora», a la que ninguna mujer futura podrá
compararse.
Cassie
Creo que mis fantasías son especialmente liberadoras, porque se refieren a
mi agresividad. Pero primero, algunos datos sobre mí. Edad: 29; ocupación:
subdirectora de una firma asesora de inversiones; estado: soltera; educación:
MBA[2].
Mis fantasías empezaron realmente a medida que fui subiendo puestos en
la escala corporativa y empecé a competir con hombres. Con mi MBA no
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tuve problemas para encontrar trabajo, elegí la oferta que me parecía más
interesante. Bien, muy pronto me vi en la, para mí, nueva situación de
competir con hombres y supervisarlos. Éste es un tema cada vez más común y
complejo en el mundo profesional y de los negocios de hoy en día, como
sabes. Déjame que escriba sobre cómo (para mi sobresalto) me afectó
sexualmente. Descubrí que, cuando me hallaba en una situación competitiva o
de supervisión de los tíos, se creaba una tensión sexual real. Empecé a
imaginar la situación en términos sexuales. Si un tío de mi edad, o más joven,
y yo competíamos por una designación o un ascenso, me imaginaba que
teníamos un encuentro sexual en la cama (si el tío era atractivo).
Simbolizábamos nuestra competición luchando cada uno de nosotros por
ponerse «arriba» para realizar el acto sexual.
¡Mis sucesivos ascensos en la escala jerárquica provocaron fantasías
increíblemente vividas en las que sometía a mi rival y le hacía el amor
firmemente, pero con ternura! Sé que parecerá una locura, ¡pero experimenté
el orgasmo por primera vez durante esas fantasías! Me volví audaz y descubrí
que podía tener varios orgasmos si quería; un descubrimiento que al principio
me asustó. ¡No tenía la menor idea de que pudiera tener semejante apetito
sexual! Leyendo tus libros y otros supe que la sexualidad femenina era buena,
¡incluso positiva! Apareció una fantasía complementaria cuando supervisaba
a los hombres, en su mayoría tíos recién salidos de la universidad y más
jóvenes que yo. Esta nueva situación se reflejó en fantasías de tíos «bajo» mi
tutela sexual. ¡Cuanto más agresivo era mi papel en estas fantasías, más me
excitaba!
También en la oficina me ocurría. Estaba enseñando a un hombre sus
deberes profesionales, cuando sentí esa oleada de placer sexual. ¡Era
fantástico! No pude esperar a llegar a casa para masturbarme. ¡No me sentí
culpable! Bueno, sólo quedaba una cosa por explorar: ¡exteriorizar mis
fantasías! ¿Tenía valor para hacerlo? No con mi conservadora educación, pero
es bien sabido que la atracción romántica sexual la vuelve a una más audaz.
Normalmente pensamos que sólo les ocurre a los hombres, pero también a las
mujeres les sucede. Es la manera que tiene la naturaleza de unir a las
personas.
Bien, le tomé especial cariño a un auxiliar más joven que yo, muy tímido
y respetuoso conmigo. Los tíos jóvenes son mucho más abiertos a las mujeres
agresivas, puesto que han crecido con el movimiento de liberación de la
mujer. Este tío era tan dulce, que prácticamente tuve que ordenarle que me
llamara por mi nombre de pila en lugar de miss Blake. Realmente nos
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gustábamos, a la deliciosa manera de una hermana mayor y un hermano más
joven. Yo tomé la iniciativa, pidiéndole que fuéramos a comer para hablar de
trabajo, y él pareció asombrarse de mi poder (y de mi tarjeta American
Express), del mismo modo que las mujeres tradicionalmente suelen rendirse
ante los hombres de éxito. Ni qué decir tiene que hasta entonces yo nunca
había sido el objeto de la adoración de un hombre, y me encantó. Tomé
también la iniciativa de nuestro romance, ¡y le encantó! Cuando le daba un
abrazo afectuoso alrededor de los hombros podía sentir cómo temblaba.
Gradualmente aumentó nuestra intimidad, más y más, a mi ritmo. Y me
refiero a una verdadera intimidad, no sólo a la sexual. ¡Hay una gran
diferencia como sabes! En la cama, mi seducción fue maternal y educativa, no
sádica, y él se preocupó realmente por darme placer. Nuestra libertad para
invertir los papeles y expresar nuestras personalidades verdaderas aumentó
nuestra intimidad. En cualquier caso, seguimos juntos a pesar de que yo gano
el doble que él. ¡No nos importa! El aspecto de hermana mayor-hermano
pequeño es maravilloso. Yo soy su memora, y él me adora.
Mary
Por un impulso y sintiendo que no tenía nada que perder, le di mi fantasía
a leer al hombre de mis fantasías.
Antes de dársela le expliqué que era sólo mi fantasía, y que esperaba que
no se enfadaría ni se disgustaría conmigo después de leerla. Con una amplia
sonrisa en la cara me aseguró que no lo haría.
Ni qué decir tiene que el resto del día y toda la noche estuve nerviosa y
sobreexcitada. Imaginé su reacción ante mi fantasía y ante mí, y sus
comentarios sobre lo descriptiva que era mi fantasía. Cuando fui a recoger mi
largo texto, estaba muy excitada sexualmente y esperaba que él haría mi
fantasía realidad. Pero guardó las formas y mantuvo el control, aunque se
sentía muy halagado. Yo abandoné su despacho sumida en la decepción.
Le expliqué que, sabiendo que había leído mi fantasía, me sentía menos
obsesionada por querer hacer el amor con él. Le dije que me sentía más
relajada, ya que en mi mente había hecho el amor con él, de la única manera
que él permitía.
Pero, ¡Dios mío!, todavía me consumo por él y lo deseo cada vez que lo
veo. He notado un cambio en su actitud hacia mí. Ahora es más reservado y
no me ha vuelto a guiñar el ojo. Pero no voy a rendirme porque estoy segura
de que, si espero, un día llegará el momento adecuado.
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Tengo treinta y dos años, soy licenciada en la universidad y madre de un
niño de nueve años. Hace once años que estoy casada. Los últimos cinco años
han sido muy felices y satisfactorios.
Nací en Georgia y cuando tenía diez años mis padres, mis dos hermanas y
yo nos mudamos a Florida. Soy una buena chica del viejo Sur, y aunque he
perdido casi completamente mi acento sureño, todavía se nota, y se vuelve
más pronunciado cuando me excito. Mis raíces, acento y lazos familiares
sureños, creo, son los responsables de mi forma de ser.
Por mi apariencia física soy lo que algunos hombres y mujeres
describirían como «mona». Tengo los huesos muy pequeños, soy menuda y
de cuerpo atlético. Mido ;1 metro 52 centímetros y peso 44 kilos. Soy
morena, y mi piel es de un color caramelo bronceado. Tengo los ojos castaños
y el pelo corto y castaño con mechas doradas. Ser menuda de estatura nunca
me ha ocasionado graves problemas psicológicos. Si algún efecto ha tenido,
incluso en mi vida adulta, ha sido el de atraer sobre mí una atención positiva y
favorable. Irónicamente, no soy el tipo de persona tímida, dependiente e
insegura que uno atribuiría a alguien protegido por los demás. Soy muy
sociable, hago amigos con facilidad y disfruto con la gente y trabajando de
cara al público.
Al parecer, los hombres suelen interesarse por mí porque malinterpretan
mi simpatía y creen que trato de «ligar» con ellos. Si me gusta una persona
expreso mis sentimientos tocándola y abrazándola, porque me encanta el
contacto corporal. Sin embargo, mis signos externos de afecto son
normalmente asexuales. Soy muy selectiva, y físicamente, sólo me he sentido
atraída hacia cuatro o cinco hombres en mi vida adulta. Cuando los hombres,
y también unas cuantas mujeres, malinterpretan mi afabilidad y se vuelven
sexualmente agresivos hacia mí, siempre me sorprendo, y resulta embarazoso
tratar de aclarar el malentendido. Me encanta la sensación de ser la «que
controla» en este tipo de situaciones.
Todo ello me conduce a mi fantasía más frecuente, mi preferida. La
utilizo una y otra vez siempre que me masturbo con la mano (varias veces al
día), o cuando uso mi teléfono de ducha y masaje. Todo lo que tengo que
hacer es cerrar los ojos y concentrarme en el hombre de mis fantasías, e
inmediatamente me excito y tengo que tocarme el coño ya húmedo.
El hombre de mi fantasía es una persona real con la que mantengo una
amistosa relación de trabajo. Es unos años mayor que yo, un profesional de
elevada estatura y algo barrigudo. No tiene nada de Romeo y no es ni ligón ni
agresivo con las mujeres. No irradia atracción sexual, como algunos hombres,
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así que no todas las mujeres se sienten atraídas por él como si fuera un imán.
Excepto yo. Desde que lo conocí me he sentido atraída por él tanto física
como emocionalmente. A mí me resulta extremadamente sexy, con su encanto
tímido y adolescente y sus grandes ojos castaños. Cuando me mira me hace
sentir como si estuviera desnuda. Eso es todo lo que ha hecho: mirarme.
Siempre he sido muy abierta y explícita en mis intentos por seducirlo, pero yo
no le intereso lo más mínimo en lo que respecta al sexo. Le halagan mi interés
y mi deseo por él, pero no le interesa tener una relación física conmigo. Su
rechazo me incita aún más a tener relaciones sexuales con él, y estoy
obsesionada por mi deseo.
Mis instintos de mujer me dicen que tengo un efecto positivo sobre él, que
se siente atraído por mí, y que probablemente quiere follarme bien follada,
aunque sólo sea para comprobar si soy tan buena amante como parezco. Sólo
tengo que verlo, sólo tiene que guiñarme un ojo al pasar junto a mí, para
empezar a sentir un hormigueo en el coño y que las bragas se me empapen
por completo. Nunca me ha hecho ni dicho nada, siempre procura no
incitarme. Tener su polla dura dentro de mí, deseándome, sería lo máximo
para mí. Pero, por mucho que lo intento, no puedo conseguir que ceda. Es
demasiado fuerte para mí, y tiene un gran autocontrol.
Así que me contengo cuando mi mente y mi cuerpo me piden que vaya y
le meta mano en la entrepierna hasta que su polla esté dura como una roca y
lista para estallarle en los pantalones. Pero en mi fantasía soy yo la que tiene
el control y le domina. Exploro cada centímetro de su cuerpo, y le hago todas
las cosas placenteras imaginables. En mi fantasía disfrutamos de horas del
sexo puro, físico y salvaje que tanto deseo.
En mi fantasía, el hombre está en mi casa, estamos solos, bebiendo vino y
sosteniendo una conversación informal. Tenerlo todo para mí, sin
interrupciones externas y tan cerca ha vuelto locas mis hormonas. Él me habla
de una antigua lesión y del dolor que le produce cuando se aviva. Me confía
que la espalda le está doliendo en ese momento. Tras otro vaso de vino le
convenzo de que me deje darle un masaje en la espalda y le prometo que no le
atacaré sexualmente. Él se muestra escéptico, duda, pero me sigue al cuarto
de los invitados en el que tengo una cama con cuatro columnas. Él tira de su
camisa y se la sube hasta la mitad del pecho. Sé que se siente nervioso por
estar en mi casa, solo conmigo, y por el hecho de que pronto estaré tocando su
cuerpo. Sé que se pregunta si podrá controlarse y mantener las emociones al
margen. Se tumba sobre su estómago, quejándose de que realmente no
debería estar allí. Empiezo a masajear su espalda con mis fuertes manos
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untadas de loción, que se sienten seguras moviéndose arriba y abajo desde los
omoplatos hasta los riñones. Siento que se relaja, sus músculos pierden la
tensión, y los movimientos de mis manos firmes se vuelven deliberadamente
lentos. Pronto noto que su respiración se hace más pesada, y sé que se ha
quedado dormido, gracias al vino y a mi masaje reparador. En silencio busco
bajo la cama y saco cuatro largas bufandas que había escondido antes para
utilizarlas en esta ocasión. Hábilmente, le ato las muñecas y los tobillos a las
columnas de la cama, asegurándome de que las bufandas le permitirán
levantarse y mover los miembros.
Me subo sobre su espalda y continúo el masaje, sabiendo muy bien lo
enfadado que estará cuando se despierte, pero sin que me importe en realidad.
Por supuesto, se despierta al sentir el peso de mi cuerpo sobre su espalda.
Sigo con el masaje, oyéndolo reír (porque al principio le parece cómico), y
luego quejándose de que le haya atado. Me dice que la broma se ha acabado y
que haga el favor de desatarle, pero no está enfadado ni disgustado conmigo
como yo creía. Lucha por liberar los brazos, pero se da cuenta de que su
empeño es fútil, pues lo he atado fuerte y diestramente. Le digo que no se
resista, que me deje hacer lo que quiero hacer y le prometo que le desataré,
pero tiene que ser un buen chico. Además, ya que está atado, le digo que es
mejor que se relaje y disfrute de todas las cosas deliciosas que le voy a hacer.
Le recuerdo que soy yo quien controla la situación ahora, y no él. Luego le
quito los zapatos y los calcetines.
Empiezo a darle un masaje en el pie izquierdo, frotándole los dedos
ligeramente, y rascándole alrededor del tobillo. Noto que se relaja un poco.
Todavía no confía en mí. Acerco mi boca a sus pies y empiezo a lamer y
chupar cada uno de sus dedos, moviendo la boca arriba y abajo, como si cada
uno de sus dedos fuera un pequeño pene. Gime un poco y me pregunta por
qué quiero hacer eso. Yo le contesto que adoro sus pies y que me excita
mucho. «Oh Dios —me dice—, nunca nadie me había hecho esto antes; no
puedo creer que sea tan agradable.» Estoy al menos diez minutos amando su
pie y su tobillo, haciendo ruidos de chupeteo al subir la boca lentamente por
su pierna, alzando la pernera del pantalón a medida que exploro. Sintiéndome
más segura, y no oyendo ningún comentario negativo por su parte, busco
debajo de él, le desato el cinturón y le desabrocho los pantalones. Estoy tan
excitada ahora que las manos me tiemblan visiblemente, pero a pesar de lo
grande que es, consigo bajarle los pantalones hasta los tobillos. Una vez más
me siento sobre él y empiezo a acariciarle los riñones y, con movimientos de
mariposa, a masajearle las nalgas y los muslos. Empiezo a besarle la espalda
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junto al culo, lamiéndolo y mordisqueándolo al bajar hasta las nalgas y luego
los muslos, que mantiene unidos con fuerza. Le araño los muslos, rascándolos
muy suavemente, y empiezo a mover la lengua por entre sus piernas que aún
están firmemente unidas. Me doy cuenta de que abre las piernas un par de
centímetros, y puedo meter mi lengua errante más profundamente. Lleva unos
calzoncillos largos tipo boxeador que yo desabrocho y bajo muy lentamente.
Él levanta las caderas para ayudarme. ¡Oh, Dios mío! Veo sus nalgas
desnudas, magníficas, como mejillas rechonchas, por primera vez, y me
excitan tanto que grito de placer. Siento mis jugos fluir y resbalar por la
entrepierna. Es una sensación pegajosa, pero me encanta. Me digo a mí
misma que he de calmarme, que soy la que da placer, que, luego, si todo
resulta como yo he imaginado, obtendré tanto como estoy dando.
Le cojo y aprieto las nalgas y entierro mi rostro en su culo, lamiéndolo y
besándolo por todas partes. Cuando saco la lengua y le lamo la entrepierna,
suavemente al principio, luego con más fuerza, empieza a gemir de placer y a
menearse. Meto la lengua en su ano y luego voy bajando hasta los firmes
testículos. Tomo cada testículo en mi boca chupándolos con suavidad y
lamiéndolos de arriba abajo con la lengua. Está cubierto de mi saliva y yo la
uso para masajear delicadamente la zona entre el ano y los testículos. Ahora,
él está sobre las rodillas, tan excitado que mueve el cuerpo adelante y atrás.
Como soy menuda consigo meterme debajo de él a pesar de estar aún atado.
Empiezo a lamer sus tetillas, que ya están erectas, tirando levemente de ellas
con los dientes. Él se echa sobre mí y puedo sentir su polla dura y
completamente erecta oprimiéndome el estómago. Me pide que le desate las
muñecas para poder tocar y acariciar mis tetas. Aún no me ha besado, pero
nuestros rostros están tan cerca que me muero por saborearlo, chupar su
lengua y, llegado el momento, paladear mis jugos en su boca. Me dice que le
desate para poder tocarme el coño, para ver si estoy húmeda, si estoy
preparada. Así que me ablando y le suelto, no sólo las muñecas, sino también
los tobillos. Con las manos libres lo primero que hace es sacarme la fina
camiseta por la cabeza y descubrir mis bronceados, plenos y erectos pechos y
pezones. Jadea cuando se apodera de uno de mis pechos, abarcándolo con la
mano y frotando la punta de mi pezón con el pulgar. Se lleva el pecho a la
boca, chupándolo con tanta fuerza que casi grito de dolor. Me tira sobre la
cama. Ahora está verdaderamente excitado, jadea, sus ojos están llenos de
deseo por mí. Se desliza hacia abajo, baja la cremallera de mis pantalones
cortos y tira de ellos, sacándomelos. Ahora sus manos me acarician el coño,
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suavemente al principio, con más fuerza después. Me dice lo mucho que le
gusta la firmeza de mi cuerpo, tan atlético, y aun así femenino.
Muevo las caderas atrás y adelante, sintiendo su capullo sobre mi clítoris
hinchado. Noto todo su cuerpo tenso y su corazón latiendo alocadamente a
causa de su ansia por mí, pero no estoy preparada para él. Todavía soy la que
da placer, y quiero chupar y saborear su polla antes de que derrame su semen
dentro de mí. Me desliza hasta que mi coño está en contacto directo con su
herramienta de amor hinchada y dispuesta. Yo me escapo de su presa y
muevo la cabeza hasta alcanzar su vientre. Empiezo a lamer y chupar
alrededor de su ombligo, metiendo la lengua hasta dentro, escarbando en él,
clavándola en él. Luego me pongo a besar su vello púbico, asegurándome de
no tocarle la polla, que ha estado dura casi una hora y él empieza a estar
impaciente. Sé que ya no puede aguantar más, así que le lamo rápidamente el
capullo con la lengua. Él grita de placer, me agarra la cabeza con sus dos
fuertes manos y la empuja sobre su pene dispuesto a correrse. Me gusta decir
guarradas cuando folio, así que le digo lo mucho que me gusta su polla, lo
bien que sabe y cuánto he esperado este día, este momento, durante tanto
tiempo. Siento su polla crecer aún más dentro de mi boca y sé que está a
punto de derramar su leche espesa en mi garganta, mientras le como la polla.
Cuando le llega el orgasmo se corre en espasmos que hacen estremecer todo
su cuerpo. Me gusta el sabor de su semen, justo como había soñado que sería,
y también el modo en que mana de él y chorrea por mi garganta. Cuando se
ha calmado, lamo todo lo que aún rezuma, porque lo quiero todo.
Su respiración se tranquiliza y sus músculos se aflojan, todos excepto uno,
su polla. Yo me tumbo sobre él, cubriéndolo con mi cuerpo, enterrando mi
cabeza en su cuello y su hombro. Empiezo a chuparle la oreja con la lengua.
Le digo lo mucho que lo deseo, cuánto ansío sentirlo dentro de mí,
llenándome por completo. Cuando estoy mordiéndole y chupándole el cuello,
toma mi rostro en sus manos con mucha suavidad y deposita su boca abierta
sobre la mía. Su lengua recorre todo mi rostro, incluso mete la punta en mis
ventanas nasales, y alrededor de los ojos. ¡Me encanta! En cada nervio de mi
cara siento un hormigueo como si estuviera vivo. Mi coño empieza a palpitar
y a contraerse.
Estoy tan caliente que a duras penas puedo soportarlo. Él lo sabe porque
no puedo dejar de mover las caderas. Rodeo sus caderas con mis firmes
muslos y coloco el coño de manera que pueda penetrarme. Me acerco más y,
con mayor determinación, empujo hasta que su polla me penetra. Cuando ya
está dentro de mí, él empuja más fuerte para hacerme sentirlo todo. Mueve su
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polla dentro y fuera lentamente, atormentándome. No puedo soportarlo, y le
pido que me folle. «Por favor, cielo, fóllame con todas tus fuerzas; méteme
esa polla dulce y dura hasta dentro, hasta el corazón.» Empieza a moverse con
mayor rapidez, clavando su polla cada vez más profundamente. Me gusta
tanto que levanto las rodillas hasta colocarlas sobre mis hombros. Estoy
completamente abierta para su máquina folladora grande y dura, y nuestros
cuerpos se mueven acompasados. El sonido de nuestros muslos chocando
unos con otros y el contacto de sus testículos contra mí me vuelven loca.
Cuando grito que me corro, introduce su polla con más rapidez y con más
fuerza, más rápido y más profundo, y yo tengo mi primer orgasmo
desgarrador. Él sigue cabalgándome, buscando su segundo orgasmo. Yo no
dejo de decirle lo buen follador que es, cuánto me gusta su verga dura,
besándolo, lamiéndolo, amándolo. Lo tumbo sobre la espalda y me siento a
horcajadas sobre él, manteniendo su polla a punto de reventar dentro de mí,
no permitiendo que se salga. Empiezo a «masturbar» su pene con mis
músculos vaginales, apretándolo y dejando que se deslice dentro y fuera. Lo
hago varias veces con mi coño abriéndose y cerrándose. A la tercera vez grita
y tiene el segundo orgasmo. Siento su semen saliendo a chorro dentro de mí.
Ahora estoy dispuesta a un segundo orgasmo, y empiezo a mover las caderas
pero, al hacerlo, noto que su polla se ha salido. Me reclino para lamérsela y
para lamer y saborear mis jugos vaginales. Estamos haciendo el 69, y siento
su lengua sobre mi clítoris hinchado. Siento también su lengua
introduciéndose en mí, penetrándome como un pequeño pene. Empieza a
chupar y lamer mi coño, chupando su propio semen. Levanta mis piernas
sobre sus hombros, enterrando su cabeza en mí. Me mordisquea, me muerde y
me chupa hasta que grito que me voy a correr. ¡Oh, Dios mío, es tan
placentero que no puedo aguantarlo! Me lame después de haberme corrido, y
después yo lo abrazo. Yacemos el uno en brazos del otro, saboreando el
momento, abrazados. Sabemos que esta tarde, por fantástica que haya sido,
será la última juntos. Tendrá que vivir en nuestra memoria. No hablamos de
ello, pero los dos lo sabemos. Teníamos que estar juntos, experimentarnos
mutuamente, para poder seguir viviendo. Al acompañarle hacia la puerta, se
da la vuelta y me abraza. Me pregunta cómo aprendí a hacer eso con el coño,
que ninguna otra mujer se lo había hecho antes, masturbarle el pene. Yo le
sonrío y le digo: «Ya te había dicho que era buena, y después de haber estado
una vez conmigo, me llevarás en la sangre.» Me guiña el ojo y mira en las
profundidades de mis ojos. Yo siento esa palpitación y esa contracción
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familiares en mi coño que creía que iban a desaparecer después de esa tarde
juntos.
Lynn
Tengo diecisiete años y pronto iniciaré mi último año en el instituto. Perdí
la virginidad a los quince años, lo cual parece ser norma general entre las
chicas de mi instituto.
Cuando el sexo en sus muchas formas gloriosas era nuevo para mí, mis
fantasías eran meras repeticiones de mis más recientes encuentros sexuales.
Ahora tengo un segundo amante, también de diecisiete años, al cual tuve la
satisfacción de pervertir, y los dos disfrutamos de la búsqueda de nuevos
placeres. Hemos descubierto, por ejemplo, que un «juguete» ocasional, como
el hielo o pastel de cerezas, puede sazonar nuestros actos sexuales. (Nos gusta
pensar que sexualmente estamos un paso por delante de nuestros compañeros,
que aún luchan con cremalleras y complejos de culpabilidad en oscuros y
estrechos asientos traseros.)
Hay algo delicioso en la idea de dormir con el profesor, ese modelo
respetado, ese pilar erigido por la sociedad para representar todo lo que es la
«moral» frente a la corruptible juventud de hoy en día. Algunos profesores
varones poseen cierto atractivo sexual cerebral que te tienta a follar, no sólo
con sus cuerpos, sino también con sus mentes académicas, como si pudieran
simultáneamente llenarte el coño de semen y la cabeza de sabiduría.
Educación indirecta. No me gustaría que esta fantasía se hiciera realidad por
los problemas evidentes que supondría cuando se fueran a entregar los
diplomas el día de la graduación.
Otra de mis fantasías trata del tema mentor-pupilo, y yo desempeño
cualquiera de los dos papeles con igual satisfacción. Como pupila, creo un
atractivo hombre mayor que me lo enseña todo sobre literatura, filosofía,
historia del arte, política, problemas sociales universales, todo; incluyendo,
por supuesto, el sexo. Cuando yo soy la memora, me imagino a mí misma
como una mujer en la veintena o la treintena, a quien jóvenes hombres
vírgenes en busca de una introducción al sexo, excitante pero afectuosa,
podrían acudir para obtener una instrucción paciente y personal. Por supuesto,
estaría muy solicitada, pero no aceptaría dinero por mis servicios. Tras
seleccionar al nuevo alumno al que deseo educar, le hablo de todo tipo de
cosas, permitiéndole tantear el terreno, sentirse a gusto conmigo. Cuando se
hubiera establecido una relación, procedería a introducirlo en el tema físico:
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besos, caricias, masajes, baños de burbujas compartidos. Y luego pasaríamos
a lo sexual: masturbación mutua, sexo oral, acto. Al principio yo le guiaría y
luego dejaría que tomara la iniciativa. Por fin, le daría una patada en el culo y
le echaría al mundo con un mayor conocimiento sexual y emocional de las
mujeres que el de muchos hombres.
Una de mis fantasías recientes surgió para entretener a mi amante. No
estoy segura de dónde salió la idea:
Un hombre (que no tiene rostro y, por lo tanto, es intercambiable) está a
punto de pronunciar un discurso en un gran auditorio lleno de gente. Es un
discurso importante que él ha preparado con gran esfuerzo. El público espera
ávidamente escucharlo. Él se acerca al estrado. Habla seriamente durante
unos cinco minutos y, luego, lentamente, se da cuenta de que un par de
manos, cálidas y suaves, están tirando de la cremallera y bajándole los
pantalones. Trata de apartarse del estrado, pero yo sujeto su pierna. Para
evitar que se note algo extraño se queda. Mis manos continúan su trabajo.
Atrapado, se le pone dura. Ahora no osaría apañarse del estrado ni un paso.
Libero su polla y me la meto en la boca. Mi lengua, mis labios y mis
manos trabajan mejor que nunca. Él lucha por parecer tranquilo cuando se
acerca al punto álgido. Tiene el rostro encendido y suda abundantemente,
pero continúa hablando. El público está cautivado. Sus caderas empiezan a
introducir activamente su ansiosa polla en mi boca, buscando sensaciones aún
mayores. Más rápido. Ya no puede contenerse. Se corre, gritando las últimas
palabras de su discurso, y el público enloquece, poniéndose en pie para
ovacionar(nos)le.
Liz
Tengo veintidós años y soy licenciada en empresariales. Ya me he
divorciado, pero vivo felizmente con mi novio.
Hace sólo diez minutos me he sentado en mi escritorio, arrellanada en la
silla, he metido el brazo derecho debajo del escritorio, me he subido un poco
la falda tejana del lado derecho, y, gracias al bonito corte en la parte de
delante y a que no llevo ropa interior, me he masturbado con los dedos
mientras pensaba en un profesor de cuando estudiaba en el instituto. Era
moreno y de aspecto viril y tenía un voluptuoso bigote. Yo sabía que se sentía
atraído por mí; bromeábamos y reíamos todo el tiempo, con insinuaciones
sexuales en nuestro contacto visual y nuestras risas excitadas. Este profesor
tenía una mezcla de almacén y despacho al que iríamos y él cerraría la puerta.
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Bromearíamos y reiríamos y finalmente él se acercaría por detrás y jugaría
con mis pechos y estiraría de mis pezones para ponerlos erectos. Nos
restregaríamos el uno contra el otro, nos pondríamos calientes y nerviosos. En
realidad, nunca hicimos todo eso en su despacho, él tenía miedo de que nos
encontraran, pero créeme, estoy segura de que yo lo deseaba tanto como él.
Una de mis fantasías se desarrolla en un lavabo público, del tipo que tiene
un lavamanos y un retrete. Desde la ventana de mi despacho veo un grupo de
trabajadores de la construcción que cruza la calle desde el edificio. Están
poniendo una acera de cemento. Todos son muy musculosos y naturalmente
visten pantalones tejanos rotos y agujereados y no llevan camisa. Se dan
cuenta de que estoy mirándolos desde la ventana, lanzan algunos silbidos y
chanzas, pero no me preocupan porque estoy interesada en un tío en
particular. Es un ejemplar magnífico como parecen serlo la mayoría de
trabajadores de la construcción, de un bronceado dorado, músculos
sobresalientes, hermoso culo, cabellos dorados y rizados y rasgos duros y
fuertes. Él no deja de mirar en dirección a mi ventana, y yo sigo
contemplándolo mientras trabaja. Lo mismo se repite varios días. Lo saludo
cuando el equipo llega por la mañana. Lo contemplo numerosas veces durante
el día. Por la tarde, cuando paso por su lado con el coche, lo saludo y él me
mira y me saluda lentamente, con segundas intenciones (o por lo menos así lo
imagino yo). Bien, finalmente, un día detiene el coche y me pregunta cómo
me llamo. Se lo digo y me entero a mi vez de que se llama Wayne. Sugiero
que comamos juntos un día. Seguro que al día siguiente viene a buscarme.
Disfrutamos de una agradable comida en la cafetería de al lado y hablamos de
nosotros mismos, lo normal: familia, aficiones, etcétera. Descubro que
realmente me he puesto caliente sólo por sentarme junto a este tío y empiezo
a moverme inquieta en el asiento al notar que se extiende mi humedad. Alarga
el rostro por encima de la mesa para acercarlo al mío y respira pesadamente al
mismo tiempo que me pone la mano sobre el muslo por debajo de la mesa (o
bien sus brazos son inusualmente largos o la mesa muy estrecha… bueno, es
una fantasía…). Acerca más su silla a la mesa, de modo que alcanza a palpar
con los dedos la humedad que provocan mis jugos vaginales. Todo el tiempo
se ríe entre dientes al observar mis esfuerzos por seguir comiendo. Le sugiero
que volvamos a mi despacho por la «parte de atrás», que es un pasillo largo y
desierto en el que están los lavabos. Me detengo frente al de señoras y digo
que tengo que entrar. Él se ofrece para ayudarme con la cremallera, y con
risas atravesamos atropelladamente el umbral. Una vez en el servicio, nos
besamos y fundimos el uno en el otro. Me da la vuelta, me levanta la falda y
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se saca la polla de los pantalones. Desde detrás desliza su miembro por la raja
del culo y por mi coño húmedo. Yo estoy inclinada con una mano sobre la
rodilla y la otra apoyada en la pared. Apenas puedo contener la excitación,
sabiendo que en cualquier momento sumergirá su verga palpitante en mi coño
ansioso que se contrae. En ese momento, ¡me penetra! ¡Es el éxtasis! Bombea
y aprieta en un movimiento circular y luego pasa a intensas arremetidas. No
tardamos demasiado tiempo en corrernos los dos, ya que ha estado
frotándome el clítoris al mismo tiempo. Nos estremecemos y nos aferramos a
la vida mientras nuestros abdómenes se ponen rígidos, estiramos las piernas y
nuestras espaldas se arquean a la vez que gemimos de placer. En silencio,
salvo por nuestras respiraciones pesadas y contenidas y por nuestros suspiros
de alivio, nos vestimos mutuamente, acariciándonos con detenimiento. Me
besa agradecido y yo lo beso con igual gratitud, porque ha sido una
experiencia compartida. Caminamos hacia mi despacho y me deja en la puerta
con una mirada de lujuria que me promete más comidas deliciosas en el
futuro.
Gabby
Mi reacción más fuerte ante tu libro Men in Love se produjo cuando leí el
último capítulo. De repente empecé a llorar. Estaba sorprendida, puesto que
soy asistenta social psiquiátrica con muchos años de terapia. ¿Por qué
lloraba?
Bueno, por una razón: estaba furiosa por haber sido virgen durante tanto
tiempo. Me educaron en la represión sexual. Nací en 1936 como hija
primogénita de una rígida familia protestante, y lo más importante en la casa
era evitar que me «hicieran un bombo». Se suponía además que tenía que
casarme «bien» y de acuerdo con mi condición social. Aunque me enseñaron
que el sexo tenía consecuencias negativas, sobre todo un embarazo no
deseado, no tardé en percatarme también de que ¡mi vagina era mi poder!
¡Nadie armaba tanto jaleo por mi coeficiente de inteligencia! Ahora soy una
mujer hermosa y sensual que ha luchado por sus derechos sexuales y su
libertad para disfrutar lo que tanto tiempo le ha sido negado: el placer sexual.
¡Ha sido una dura lucha, pero ha valido la pena!
Me recuerdo como una adolescente virgen que tenía miedo, pero se moría
de ganas de saber por qué se armaba tanto revuelo al respecto, y ahora, yo
misma tengo tres hijos adolescentes, guapos y sensuales. Supongo que los tres
son vírgenes, pero ¿quién sabe? El de dieciséis años ha tenido oportunidades,
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estoy segura. Estoy convencida de que los dos de catorce años lo son aún,
aunque demuestran una actitud sana hacia sus jóvenes novias, y las tocan y
provocan abiertamente delante de sus padres (nosotros). Probablemente
porque mi marido y yo nos tocamos y mostramos nuestro afecto abiertamente
delante de nuestros hijos, en contra de lo que yo observaba en mi casa cuando
estaba creciendo. (También forma parte de mi lucha que mis hijos no adopten
estos modelos.) En cualquier caso, siento que mis hijos son los chicos de tus
páginas, con deseos y ansias similares. ¿Cómo podemos nosotros, los adultos,
facilitarles las cosas? ¿Cómo puedo convencer a mis hijos de que serán lo
bastante buenos, de que serán maravillosos y deseables? ¿Cómo puedo
explicarles que me gustaría ayudarles de alguna manera? Que me siento
incapaz de enseñarles más de lo que ya les he enseñado. Me gustaría
instruirlos sobre el acto sexual. En mi fantasía les enseño a ser amantes y a
disfrutar de ese aspecto de la vida, igual que les he enseñado a comer, a ir al
lavabo, a contestar el teléfono, a cerrar la puerta, a construir castillos en la
arena, a nadar y a mirar a la gente a los ojos cuando saludan. ¿Por qué
dejamos esas cosas tan importantes al azar? Sé que mis hijos son sanos
emocionalmente y que elegirán bien en el sexo. Éste es un asunto en el que
como madre tengo la puerta cerrada. Acepto que ha de ser así, para que ellos
puedan dejarme y relacionarse con las mujeres convenientes de su edad. Pero
en mi fantasía yo soy su profesora y los inicio en el sexo, notando lo mucho
que han crecido sus penes desde que eran pequeños y asegurándoles que
tienen el tamaño adecuado y ya pueden competir con papá. ¿Quién sabe, sin
medirlos realmente, si quizá no le sobrepasan incluso? Yo les aseguro que
tienen el tamaño adecuado y consigo que se libren de esa fijación mental en
concreto. Luego —en realidad lo hacemos por turnos para que no haya
rivalidad— ensayamos todo tipo de posturas. Llegan a conocer el sabor y el
olor de una mujer a través del sexo oral, aunque no les interesa tanto como la
penetración con el pene. Les aseguro que el sexo oral es una delicia para la
mujer, aunque algunas, al principio, se muestran reacias hasta que lo prueban
y les gusta.
Entonces le hago una felación al que está conmigo en ese momento. Le
gusta y comprende la delicia de ser pasivo y recibir placer de otra persona.
Así elimino otra fijación mental. Después intentamos el coito anal con
suavidad, porque para mí es difícil, ya que de niña me pusieron muchas
lavativas. Les explico que puede ser muy excitante pero que a menudo es
doloroso, y que precisa de lubrificación con productos como la vaselina.
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Exploramos todos los lugares que no están normalmente a la vista. Les
explico qué es la vulva, los labios, el clítoris, la vagina, y cuáles de estas
partes tienen sensibilidad. Les enseño un vibrador y les explico cómo
funciona y cómo puede utilizarse como aditamento para el placer sexual.
Todo ello de una manera muy natural y liberada, y ellos lo aprenden con tanta
facilidad como aprendieron las primeras letras. Les digo que, a pesar de ser su
profesora, no soy su mujer. Tendrán que encontrar una por ellos mismos.
Confío en que ahora les será más fácil porque saben mucho más sobre las
mujeres. Podrán ayudar a la mujer (o a la chica) a ser más libre y a disfrutar.
Me gustaría que todo esto se convirtiera en realidad, pero no será así
porque tengo demasiado miedo a las posibles consecuencias negativas y a que
la libido de mis hijos dependa de mí. Confío en que mi fantasía y el deseo de
que sean libres y capaces de dejarme se transmitirá inconscientemente.
También me imagino a mi marido tomando parte en esta educación, quizá
follándome delante de ellos al final, para asentar su propia hombría y
restablecer los límites generacionales. Sé que querría formar parte de esto, ya
que es un padre muy especial. Ha sido un componente activo de su crianza, y
no se ha desentendido de ellos mandándomelos a mí con un «toma, tú te
encargas de educarlos» (que yo no hubiera permitido).
Quiero explicarte una experiencia real que tuve y que ilustra lo difícil que
es educar sexualmente a tu hijo en la vida real.
Un día me dirigía a la habitación de uno de mis hijos para recoger su cesta
de ropa sucia y, cuando entré, se estaba masturbando. Rápidamente cogí la
cesta y me apresuré a salir. Pero una voz dentro de mí me gritó: «No huyas,
idiota, enfréntate con la situación. ¡No salgas corriendo al ver su pene!» Así
que me detuve en la puerta, me di la vuelta y caminé hacia la cama donde
estaba tumbado. Ya se había cubierto el cuerpo desnudo con las sábanas y
parecía incómodo. Me senté a su lado y le dije (con una sonrisa y voz
despreocupada):
—Bueno, supongo que he entrado cuando te estabas masturbando. ¡Es
muy excitante! —Los ojos se le abrieron como platos—. Quiero decir que
éste es el principio de tu vida sexual. Más adelante harás otras cosas, pero por
ahora, es algo muy saludable. De hecho, todo el mundo lo hace, ¡incluso papá
y yo! —Pareció sorprendido por la idea. No sabía cómo proseguir. Sólo tenía
trece años—. En cualquier caso, quiero que te sientas libre de hacerlo.
Mastúrbarte y que disfrutes. Me gustaría que pudiéramos hablar de sexo
cuando te apetezca.
Entonces él me respondió:
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—No me apetece.
Esta respuesta me cortó las alas.
—Bueno, a mí sí me gustaría, pero respetaré tu derecho a la intimidad y te
dejaré solo para que puedas terminar —repliqué yo.
—Bueno, he leído esto —dijo y me mostró su ejemplar de Love and Sex
in Plain Language (Amor y sexo al alcance de todos) que yo ya sabía que
estaba leyendo.
Le pregunté si le gustaría que yo lo leyera y que habláramos de él, y
contestó que sí. Luego salí de la habitación. A partir de aquel momento siguió
masturbándose con la puerta cerrada, y yo volví a entrar sin querer mientras
lo hacía, pero en realidad nunca llegamos a hablar demasiado sobre sexo.
Ahora hace un año que lo descubrí masturbándose. Tras un período de
distanciamiento de su padre y de mí, ha empezado a contarme que tiene
mucho éxito con las chicas. También ha empezado a cerrar la puerta con
llave. Se pasa horas enteras peinándose y desarrollando los músculos. Recibe
montones de llamadas de teléfono, así que imagino que no tiene demasiado
miedo de su sexualidad (como yo lo tenía), pero no le gusta hablar de ello…
al menos no conmigo.
P. D. Tengo cuarenta y cuatro años, soy blanca, mujer, casada desde hace
diecinueve años con el mismo hombre, y tengo tres hijos varones (dos
mellizos). Salí del instituto en 1958 con un BS[3]. En 1978 obtuve el título de
asistente social médico, y acudí a un instituto psicoanalítico en otoño. Soy
asistenta social psiquiátrica y tengo una consulta privada en
Ellen
Me gustaría explicar ciertos detalles acerca de mi trabajo, ya que
proporcionan un contexto muy enriquecedor a gran parte de mi vida sexual y
de mis fantasías.
Soy una mujer blanca, de veintisiete años y con educación universitaria.
Aunque mi marido me importa y somos relativamente felices, le considero tan
sólo un amigo. Es químico, y aunque es muy bueno conmigo, su personalidad
me parece muy seca. Durante algún tiempo he estado trabajando de
vendedora en una firma embotelladora de Pepsi-Cola. Soy la única persona
que vende el producto premezclado y posmezclado en tanques. Hay seis
conductores que entregan la mercancía que yo vendo. Como parte de mi
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aprendizaje tuve que hacer una ruta del día con uno de los conductores. Kevin
tiene veinticuatro años y hace sólo diez meses que se ha casado. Cuando nos
pusieron juntos apenas nos conocíamos, salvo de vista. A mí me consideran
muy guapa y desenvuelta, mientras que él es algo tímido y tiene poca
experiencia de la vida.
Tras varias horas de experimentar el estímulo físico de balancearme de un
lado a otro en un camión y estar tan cerca de un hombre que me atraía
sobremanera, mi nerviosismo empezó a hacerse evidente. No podía dejar de
mirar la barba de Kevin y la masa de vello rubio y rizado que asomaba por el
cuello de su camisa. Estuvimos bromeando todo el día e intercambiando
información sobre nuestras vidas respectivas. Empecé a hacerme ilusiones
cuando él comenzó a hacer preguntas que le darían una idea de cuán infeliz
era en mi matrimonio.
Durante el día, mis conductores me llaman cuando tienen problemas de
reparto o alguna pregunta. También yo puedo ponerme en contacto con ellos
por radio a lo largo del día. Kevin empezó a llamarme con frecuencia, y yo
apenas podía mantener el hilo de mis pensamientos. Con regularidad, dos
conductores se detenían en mi despacho al final del día, y Kevin nos
observaba para comprobar si estaba interesada en alguien más. Mi expresión
no demostraba nada, aunque mi fantasía se desboca ante ese tipo de
situaciones.
Me imagino que estoy sentada en el despacho y que dos de mis jóvenes y
atractivos conductores entran en él para discutir una cuenta conmigo. Tienen
que esperar, porque yo estoy hablando por teléfono. Uno dirige su mirada
hacia mis pies. Llevo pantalones, pero mis calcetines son de seda negra y los
tacones de los zapatos de quince centímetros. Tengo las uñas de los pies
pintadas de oscuro carmesí, con una diminuta estrella dorada en la uña del
dedo gordo. Uno le comenta al otro lo largas y bonitas que son mis piernas, y
que piensa que tengo unos pies muy sensuales. Me reclino un poco más en el
asiento, sin dejar de mantener la conversación telefónica. Me percato de la
erección haciéndose evidente en los pantalones de Dave. Me muevo hacia él
para estar más cerca. Nuestros ojos se encuentran y él esboza una medio
sonrisa. Sus labios me rozan el cuello y mi coño empieza a humedecerse.
Mientras pasa la mano por mis cabellos inclina la cabeza sobre mi camisa de
escote bajo y me besa el pecho bronceado justo al inicio de los senos. Todos
sus movimientos son tan suaves que apenas puedo soportarlo. Como estoy a
la altura de su cintura, pongo la mano sobre su firme y joven culo,
abriéndome camino hacia delante. Phil me pregunta si debe marcharse, y yo
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niego con la cabeza. Mis brazos están desnudos. Phil extiende el brazo que no
sostiene el teléfono y me besa dulcemente desde la muñeca hasta el hombro,
haciéndome estremecer en la silla. Dave abarca uno de mis pechos con la
mano y me dice lo firme y bonito que es. Con mi mano a su alrededor
empiezo a masturbarle la polla a través de los pantalones del uniforme, al
tiempo que él excita mi clítoris a través de la costura de mis ajustados
pantalones. Phil observa y sonríe. Me siento tan desamparada, completamente
incapaz de seguir la conversación al teléfono. Cuando me aproximo al
orgasmo, el interlocutor me recuerda que le prometí un masaje en la espalda.
Yo me retuerzo en la silla y contesto: «Ven a mi despacho cuando llegues y te
daré un masaje, Kevin.»
En la vida real, Kevin y yo nos hemos sentido tan estimulados por nuestro
contacto diario que después de unas tres semanas nos citamos para ir a tomar
unas copas un sábado. A pesar de sentirse atraído por mí, dudaba, porque
temía que nos descubrieran. Nos sentamos en la mesa mirándonos a los ojos.
Después de varias copas me sentía muy agresiva y decidí que, en apariencia,
me correspondía a mí dar el primer paso. Le acaricié el rostro y la barba. Le
dije que me gustaba. Él me invitó a ir a su Scout. Una vez en el coche, me
besó apasionadamente. El sabor a tabaco y la fragancia de su loción de afeitar
eran tremendamente excitantes. Pensé que iba a morir de deseo si no sentía su
polla contra mí enseguida. El salpicadero estorbaba y nos sentíamos
incómodos. Casi me tenía encima del regazo. Me explicó que no entendía qué
podía ver yo en él. Le parecía que yo ya lo tenía todo. Quizá lo que me
estimula es tener a alguien con un estilo de vida diferente del mío. Bajar un
poco en la escala social me parece muy excitante. También me excita la
posibilidad de enseñarle a este joven unos cuantos trucos que puedan gustarle.
Ambos gemíamos ya cuando su mano y sus labios se posaron sobre mis
pechos. Quizá resulte difícil de creer, pero pareció incapaz de seguir adelante.
Creo que me temía. Nos separamos en semejante condición, con la promesa
de salir de nuevo. Aún no ha ocurrido, pero Kevin me llama varias veces al
día y siempre está en mi despacho. Supongo que se debate entre el amor por
su mujer y la emoción de que yo le haya escogido como amante. Yo estoy
sentada aquí, esperando lo inevitable.
Pat
Tengo 25 años, soy soltera, vivo sola y he tenido pocas relaciones con
hombres, ninguna de ellas ha sido satisfactoria. Nunca he tenido un orgasmo
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con un hombre, a menos que yo lo provocara (masturbándome mientras
follábamos). Sin embargo, tengo la esperanza de que conseguiré tener una
relación de afecto mutuo, confianza y placer, que sea sexualmente
satisfactoria y excitante. Una de mis fantasías es convertir en realidad mis
fantasías sexuales y conservar la «seguridad» de una buena relación de
compromiso.
Ésta es mi fantasía más reciente (y que más me ha compensado).
Hay un hombre que me atrae y que trabaja en un pequeño restaurante de
la ciudad. Me he citado con él después del trabajo para enseñarle algunos
dibujos para una nueva carta y un nuevo diseño del nombre del restaurante.
Llevo los dibujos en el coche, en la parte de atrás, a la cual se accede por la
puerta trasera. Él sale para ayudarme a transportar los dibujos. Llevo unas
medias sujetas por ligas, además de una braga tanga de encaje negro, bajo una
falda muy corta. Con él a mis espaldas, abro la puerta de atrás del coche y me
agacho para recoger los materiales de presentación. Naturalmente, la falda se
me sube, lo suficiente para que él pueda ver mi culo desnudo. Le oigo jadear
ante la visión, pero finge que no pasa nada y se pone a recoger los dibujos. Es
ya muy tarde y no hay nadie en la calle. Sin embargo, la parte delantera del
restaurante es de cristal y la posibilidad de que alguien pase por allí y vea lo
que sigue me provoca ansiedad y una gran excitación.
Llevo los dibujos adentro y procedo a alinearlos en el suelo, apoyándolos
contra una pared. Me inclino por la cintura con las piernas ligeramente
abiertas para así exponer mi coño, que ahora brilla por la humedad de mis
jugos. El hombre (le llamaré David) balbucea que le gusta mucho mi trabajo,
y yo sé por su respiración que se está excitando, pero es demasiado tímido
para actuar en consecuencia. Yo soy la que controla la situación.
Me doy la vuelta y percibo que se ha quitado el delantal, que previamente
se había atado a la cintura, y lo mantiene en un curioso ángulo para ocultar el
bulto de sus pantalones. Entonces me siento en el suelo con las piernas
estiradas y el coño plenamente a la vista, o bien me siento al revés en una silla
con las piernas bien abiertas. Hablo sobre el trabajo, fingiendo que no está
pasando nada anormal, pero estoy tan caliente que apenas puedo soportarlo.
Bajo la blusa tengo los pezones erectos, mi coño está, ¡oh, tan mojado!, y
todo lo que quiero es follar. Me levanto de la silla y me dirijo al bar, donde
está la caja registradora y demás, y me subo a la barra para sentarme con las
rodillas levantadas y las piernas abiertas. La falda apenas me tapa. Junto a mí
hay un pastel de chocolate. Sumerjo el dedo en el azúcar glaseado y luego lo
lamo lentamente hasta terminarlo, preguntándole a David cuál es su sabor
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preferido. No me ha quitado los ojos de encima en todo ese tiempo. Abre la
boca y jadea: «Chocolate.» Esta vez vuelvo a llenarme el dedo de pastel, me
levanto la falda, lo extiendo sobre mi clítoris palpitante y le invito a probarlo.
El tira el delantal, dejándome ver la abultada entrepierna. Se acerca a mí en
tres zancadas y procede a untar su boca y la mía con más pastel. Me agarra
furiosamente y me besa con ansia (su timidez ha desaparecido). Yo le
devuelvo el beso y le meto la lengua con igual frenesí. Echo la cabeza hacia
atrás y él me besa el cuello. A mí me encanta. También me besa y me chupa
las orejas. Me rasga la blusa y cae sobre mis pequeñas tetas exclamando todo
el tiempo lo mucho que le gustan. Le dejo que continúe hasta que, al llegar a
un cierto momento, le levanto la cabeza y le digo que mi coño está esperando.
Él no lo duda ni un instante y sumerge su lengua en mi clítoris, lamiendo
ruidosamente todo el chocolate glaseado, mordisqueando y chupando con
gran destreza. Nunca me había puesto tan caliente. Me estremezco y gimo
sobre la barra con su encantadora cabeza enterrada en mi vello púbico. Saco
un pequeño vibrador del bolsillo y me lo meto entre sus chupadas y
mordisqueos. En unos segundos me corro de una manera increíble, gritando y
jadeando. Ahora es su turno; me deslizo hasta el suelo y le desabrocho los
pantalones, bajándole la cremallera para liberar su ansiosa verga. Es hermosa,
sobresaliendo de los pantalones con un encantador capullo y un tono rojo
púrpura. Extiendo la mano hasta el mediado pastel de chocolate y cojo un
trozo para untarle la polla con él. Después empiezo a chupársela y lamérsela,
diciéndole lo hermosa que es su polla y que se la voy a mamar hasta que
explote. Él mueve el culo para empujar su polla dentro y fuera de mi boca,
mientras me sujeta la cabeza con las manos. Se corre con un alivio rayano en
el éxtasis, y yo me trago toda su leche dulce, que se mezcla con el sabor del
chocolate.
Pero aún no hemos terminado. Me levanta y me lleva a la cocina. Me
coloca sobre la mesa y vuelve a chuparme el coño, mientras me folla con una
zanahoria que luego se usará para la ensalada de algún alma cándida. Yo
quiero que él me folle por detrás, así que me doy la vuelta en la mesa, me
pongo a cuatro patas y le excito separándome los labios con los dedos. Él
salta encima de la mesa y me penetra de una acometida; luego empieza a
bombear sobre mí vigorosamente, con las manos en mis caderas y sus
testículos golpeándome. Los ruidos que se hacen follando me excitan
sobremanera, y nosotros somos muy ruidosos. Me masturbo a mí misma
mientras él sigue follándome como un loco, algunas veces sacándola casi
completamente y luego metiéndola hasta el fondo. Folla con todas sus
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fuerzas, aullando como un perro y diciéndome que estamos follando como los
perros. Yo me corro una y otra vez. Parece no terminar nunca.
Sandra
Tengo veintiún años. Mi novio estable y yo somos estudiantes
universitarios de tercer curso. Hace un año que salimos juntos y pensamos
casarnos dentro de los próximos tres años.
Para empezar, nuestra vida sexual es fantástica. Hacemos el amor tan a
menudo como podemos. Para serte sincera, nunca había estado tan satisfecha
sexualmente. Mis anteriores amantes y yo nunca fuimos compatibles. Sin
embargo, yo soy la primera compañera sexual de mi novio. Él era virgen
cuando lo conocí. Aunque no ha tenido experiencias sexuales previas, sabe
exactamente cómo captar mi interés, ¡y mantenerlo, además! Es como si
sexualmente estuviéramos hechos el uno para el otro. Nuestra relación es muy
abierta, así que podemos hablar de nuestras fantasías y deseos sexuales.
Mi fantasía favorita: Acabo de conocer a un tío estupendo. Es galante,
sexy y, sobre todo, ingenuo. Me encantan los hombres con cara de niño y
aspecto inocente. Tienen esa apariencia pura y virginal. En cualquier caso,
Tom (el nombre de mi novio actual) es virgen. Por lo tanto, secretamente trato
de seducirlo. Intimamos gracias a varias cenas y salidas para ir a tomar unas
copas. Él bebe vino sensualmente y, como por casualidad, me mira a los ojos,
poniéndome cachonda. Estoy impaciente por volver a mi apartamento.
Cuando abandonamos el restaurante me invita a una última taza de café en su
casa. El trayecto me parece interminable y empiezo a revolverme inquieta en
el asiento. Al llegar al pie de las escaleras de la casa, se saca las llaves del
bolsillo torpemente y las deja caer al suelo. Se inclina para recogerlas
mostrándome la más maravillosa de las visiones: su culo está justo delante
mío. Mi corazón da un brinco en el pecho y mis manos tocan casualmente sus
firmes y redondeadas nalgas. Él se estremece bajo mi mano y yo sé que le ha
encantado mi gesto. Entramos en la casa y se dirige directamente al
dormitorio sin siquiera mirar hacia atrás. Por supuesto, yo lo sigo. Con
presteza se sienta sobre la cama y me indica mediante gestos que me acerque.
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Me besa apasionadamente y, para mi sorpresa, recorre mis pechos con sus
cálidas manos. Todavía estoy de pie así que veo claramente el bulto que se
endurece bajo sus pantalones. Con lentitud empiezo a desvestirlo (me encanta
desvestirlo cuando lleva traje, ¡es un proceso lento y sensual!). Aún está
sentado sobre el borde de la cama, pero ahora está completamente desnudo.
Su polla dura y virginal me mira hermosa, atrayéndome. Me desea. Quiere
sentir la estrechez de mi coño húmedo. Me meto su polla caliente en la boca y
empiezo a chuparla con suavidad mientras mis dedos se detienen acariciantes
en sus testículos. Le paso la lengua por toda la zona genital. Me doy cuenta de
que está disfrutando. Ahora Tom está tumbado sobre la cama con los pies
colgando sobre el borde. Yo estoy arrodillada a sus pies y la simple visión de
su verga, testículos y ano me ponen a cien. Lentamente me levanto y me
siento con ardor sobre su polla. Él gime y jadea a causa de la excitación.
Empiezo a bombear arriba y abajo sobre su polla, cada vez más rápidamente.
Mi coño ya está mojado y caliente. Le estoy empapando el vello púbico con
mis jugos. Empieza a gemir más fuerte y pronto grita: «¡Me encanta ser
ruidoso cuando hago el amor!» Aumento la intensidad de mis movimientos.
Realmente, Tom está disfrutando este primer polvo y yo siento como si mi
cabeza fuera a estallar. De repente, empuja la polla para introducirla aún más
dentro de mí, y grita: «¡Me corro, me corro!», al tiempo que su polla lanza su
leche cálida en mi vagina. Casi simultáneamente me corro sobre su polla
temblorosa. Nuestros jugos empiezan a chorrear desde la punta de su ahora
reluciente pene. Me levanto y empiezo a chuparle el capullo de su rojo y
palpitante órgano. Él alcanza el éxtasis. Ahora me doy cuenta de que acabo de
follarme a un joven inexperto, inocente y virgen y, ¿sabes?, ¡es la mejor
sensación del mundo!
Sue
Tengo treinta y cuatro años, hace trece que estoy casada y tengo tres hijas.
Soy topógrafa y trabajo exclusivamente con hombres. He descubierto que los
machos escasean en realidad, y que la mayoría de los hombres quieren gustar.
He descubierto también que una cálida sonrisa y unas dos palabras ablandan
al «macho» más duro. Me gustan los hombres. Como grupo, tienen un sentido
del humor que es una gran fuente de diversión en el trabajo. También he
aprendido a apreciar el sentido masculino de la autoestima. Pueden ser
caseros, viejos, feos, o estar sucios tras la jornada laboral, pero no se muestran
nunca remisos a intentar llamar la atención de una mujer. Los hombres
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parecen gustarse a sí mismos mucho más de lo que las mujeres se gustan a sí
mismas. Yo he aprendido a valorarme a mí misma mucho más después de
trabajar con hombres en esta carrera tan poco convencional que he escogido.
Esta fantasía es cierta a medias:
Estamos estudiando el terreno en una región maderera. Soy la única mujer
del grupo. Estamos a unos 40 kilómetros de la ciudad. Hemos alcanzado un
punto en el bosque en el que hemos instalado el equipo y ha llegado la hora
de comer. Los otros tres miembros del grupo vuelven a los camiones para
comer y echar una cabezada. Yo me quedo con el equipo y también con otro
miembro del grupo. Físicamente es muy atractivo. Cerca de los cuarenta, muy
velludo, con pelo en pecho, cuello y espalda, y una espesa barba. Tiene una
mirada intensa, con arrugas alrededor de los ojos cuando parpadea a la luz del
sol. Empieza a quitarse la camisa, las botas y los tejanos, bajo los cuales lleva
unos pantalones con las perneras cortadas. Es muy moreno, no es Míster
Universo, pero tiene un cuerpo bien formado, con largas piernas musculosas,
brazos fuertes y manos especialmente hermosas. Las cuida bien. Siempre me
fijo en las manos de los hombres. Me gustan las manos bien formadas, con
uñas limpias y bien arregladas. Deja caer las prendas en el suelo y se enrolla
los pantalones cortos hasta las caderas, justo por encima del vello púbico.
Creo que le gusta exhibirse deliberadamente ante mí. Bromeamos sobre su
aspecto similar al de un oso o al de Bigfoot. Sonríe, mostrando unos dientes
blancos y cuadrados. Nunca me ha hecho insinuaciones. Siempre me ha
tratado como a un igual y una amiga, pero es muy erótico. Siempre que
trabajamos juntos se quita la camisa y suele llevar pantalones cortos. Yo me
quito las botas y los calcetines, me subo la pernera de los tejanos y la
camiseta para tomar el sol en la espalda y las piernas. Él dice que le gustaría
quitarse los pantalones cortos. Yo replico: «Adelante, no miraré… ¡Oh, sí, sí
miraré!» Nos reímos. Luego digo: «No te preocupes, estás a salvo conmigo.»
Él contesta: «¿Pero estás tú a salvo conmigo?» Se tumba para tomar el sol.
Ahora empieza la fantasía:
Está tumbado de espaldas y cierra los ojos. Yo estoy sentada sobre un
tocón y lo contemplo. Es muy moreno, y el sudor brilla en su vello. Los
pantalones cortos muestran un gran bulto, pero no es a causa de una erección,
sino de su prominente aparato. Lo miro durante un rato y él lo sabe. Me
acerco a él, me agacho y lo beso con mucha suavidad. Él se muestra dócil. Lo
beso y le meto la lengua en la boca, guiándolo en un beso de tomillo. Él gime
y dice: «¡Oh, no! ¿Estás segura de que es esto lo que quieres?» Yo contesto:
«Sí.»
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Sigue tumbado. Recorro su cuerpo velludo y sudoroso con mi boca. Le
estiro del vello de los brazos. Le echo la cabeza hacia atrás y le muerdo el
cuello y el pecho. Por alguna razón, en esta fantasía no se muestra activo
sexualmente. Soy yo quien domina, haciendo todo el trabajo, y él es pasivo.
Tiene la libido bastante baja y yo se la levanto con mi fuerza. Su polla es
grande por naturaleza y sus erecciones son únicas, pero hoy, en el bosque y al
mediodía, tiene una erección como no había tenido nunca. Yo me subo
encima y me hundo en su polla de una sola acometida. Él gime, sobresaltado.
Me siento sobre ella, sujetándole los brazos con los pies y las piernas con los
brazos, y le folio como nunca le habían follado antes. Está fuera de control.
Los ojos le giran en las órbitas. Gime y se retuerce. Cuando se corre, su rostro
se contorsiona en una expresión mezcla de éxtasis y dolor. Mi placer está en
el abandono que él ha experimentado, en ver cómo pasa de ser un macho frío
y refinado a un hombre en la angustia del alivio sexual. Después se queda
pálido y tembloroso. Tiene que recobrarse antes de que vuelva el resto del
grupo. Su rostro me revela todo lo que necesito saber. Fin de la fantasía.
Aunque estoy felizmente casada con un marido maravilloso y tengo una
increíble vida sexual, me gustaría que esta fantasía se conviniera en realidad.
Brenda
Acabo de leer tu libro, Men in Love, el primero de los tuyos que leo. Qué
seres más dulces y sensuales parecen los hombres a través de sus fantasías,
mientras que en la realidad son aún más mojigatos que las mujeres.
Tengo treinta y dos años, soy blanca, de clase media y vivo en mi ciudad
natal, en el sudoeste. Tengo un título universitario, un aburrido y seguro
trabajo profesional, vivo con mi madre, también mujer de carrera, y estoy
soltera. Disfruto de la situación, pero también me avergüenza un poco. He
viajado mucho por Estados Unidos y Europa, me encanta leer y ver cine, pero
odio los deportes y la mayoría de las actividades en grupo. Sexualmente
hablando, soy la típica mujer sureña, muy sensual, pero exteriormente una
monja. Soy medio virgen, me encanta la felación, estoy dispuesta a practicar
el sexo anal y cualquier otra cosa, pero no he tenido una cita desde hace diez
años. No puedo comprenderlo, porque soy realmente bonita, bien formada y
sociable.
Como puedes imaginar, la fantasía y la masturbación son dos de los
principales componentes de mi vida, pues todo anhelo de cualquier otra cosa
parece preñado de peligros: los bares para solteros (Mr. Goodbar, herpes,
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SIDA) y el matrimonio (deudas, alcoholismo, palizas del marido). Me encanta
el sexo y el aspecto y el tacto del cuerpo masculino, si está razonablemente
desarrollado, aunque la visión de los hombres musculosos en exceso me
horroriza.
Mi fantasía más vívida y completa se inició este año. La he desarrollado
con gozo hasta el último detalle, pero consiste principalmente en una sola
situación. Transcurre en 1942 y yo tengo dieciséis años (mi año y mi edad
favoritos). Soy doncella y camarera durante el verano en un hotel de una
pequeña ciudad en la cual están rodando una película. El protagonista es mi
actor favorito, una gran estrella masculina de la década de los cuarenta,
guapo, viril, con talento… un caballero. También es amable, alto, muy bien
dotado y adorado por las mujeres, e incluso por los auténticos hombres, a
causa de su perfección. El hotel está lleno y la protagonista femenina (una
joven actriz principiante típicamente norteamericana, del tipo tan popular en
los cuarenta) sugiere que me aloje en su habitación para que pueda estudiar si
doy el tipo para el personaje que ella recrea en la película.
Un mediodía, me apresuro a cambiarme de uniforme y entro en el cuarto
de baño justo cuando él está allí, desnudo, y aunque casi me desmayo por la
vergüenza, es un amor a primera vista. Él se muestra divertido, pero yo estoy
fascinada por su maravilloso cuerpo y más aún por su espléndida polla. El
encantador accidente de hallarse en el cuarto de baño, me explica, se debe a
que, por la escasez de habitaciones, tiene que compartir una suite con la
protagonista femenina. Se muestra muy dulce cuando le pido disculpas por mi
intromisión. Camino como en una nube durante el resto del día y,
afortunadamente, la osada y experimentada protagonista femenina se
compadece de mí y le sugiere que yo puedo ser un interesante pasatiempo. En
realidad, ella está ansiosa por acostarse con él, pero no puede hacerlo y
concentrarse en su papel a un tiempo.
Cuando nuestro romance da comienzo, y a medida que prosigue a lo largo
de ese mes, paso del terror del rechazo al amor confiado, a amarlo y a tener
también un completo poder sobre él. La primera vez que me penetra se
desarrolla así: Estamos los dos desnudos. La sangre me golpea las sienes.
Estoy tumbada boca arriba sobre la cama con los ojos cerrados. Coloca su
mano, grande y cálida como su pene, entre mis piernas, tocándome con
suavidad al principio, y luego con mayor fuerza, hasta que empiezo a gemir.
Me dice que me relaje y, al notar la humedad entre mis piernas, salta sobre
mí. Entonces puedo sentir su pene desnudo entre mis muslos, acariciándolos,
y es una sensación maravillosa. Instintivamente separo las piernas tanto como
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puedo y levanto el pubis, arqueando la espalda. El susurra ahora y desliza las
manos bajo mi espalda. «Eres mía, ahora eres mía», murmura. Su polla se
mueve siempre levemente, con el capullo, la verga entera, buscando mi raja.
Yo deslizo mis brazos alrededor de su espalda, oliendo su aroma. Entonces
me penetra con su polla enorme, pero yo la recibo gustosa. Inmediatamente,
el dolor se convierte en placer. El susurra: «Eres tan pequeña, eres perfecta.»
Aún no la ha metido del todo, así que me besa y acaricia hasta que me relajo
completamente y la introduce hasta el fondo. Yo jadeo, casi en un desmayo,
porque su polla tiene treinta centímetros de largo. Suspiro, abrazándolo contra
mí, triunfante por saber que está dentro de mí. Él quiere comportarse con
suavidad, pero se ve transportado por la excitación que le causa mi tamaño, y
se corre una y otra vez, hasta caer exhausto sobre mí, que le acuno entre mis
pechos.
Al día siguiente se siente muy culpable porque es casado y por la
diferencia de edad entre nosotros (yo no era virgen). Sin embargo, la
protagonista femenina me ha aconsejado ciertas técnicas de seducción, y yo
consigo llevarlo de nuevo a la cama y que sucumba ante mí durante toda la
noche. Después de este encuentro, nos sumergimos en semanas de sexo de
todo tipo, siendo el coito anal el más excitante para mí. Deseo poder de
alguna forma hacerle sentir lo mismo, esa rendición total y desvalida.
El incentivo llega cuando su amante, un productor, se presenta en el plato
para presenciar el último día de rodaje y dar una fiesta a todo el personal.
Este productor es famoso, bisexual, muy influyente, y es el motor
principal de la carrera de la estrella masculina. También es excitantemente
guapo a su manera, pero muy cruel. Sin embargo, ama sincera y celosamente
a la estrella, quien prefiere en realidad a las mujeres y, después de este mes,
sexualmente me prefiere a mí por encima de todas las demás. Durante la
fiesta del personal se acuestan juntos y la estrella, según admite ante mí más
tarde, sintiéndose culpable, disfruta intensamente. La estrella abandona la
fiesta, entra furioso en mi habitación, me golpea y rompe en sollozos,
admitiendo que aún está bajo el hechizo del productor. Yo lo consuelo y, por
suerte, recuerdo la excitante frase que he captado ese día en la conversación
de alguien: «joder con el puño»; deduzco su significado y procedo, con ayuda
de vaselina, a follarlo con mi brazo, sin producirle dolor, ya que mis manos
son muy pequeñas. A él le encanta y yo sigo y sigo, mientras él se corre una y
otra vez. Finalmente, después de lavarnos, caemos el uno en brazos del otro,
yo abrazándolo muy tiernamente, y nos dormimos. Tengo veinticinco años,
soy negra, de clase media y soltera. He pasado un verano estupendo con
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Derek, un año mayor que yo. Ahora va a casarse, pero aún pienso mucho en
él. Algunas veces imagino que tenemos relaciones sexuales en lugares
insólitos.
En el Metropolitan Opera House, en el aparcamiento, hay dos lavabos,
uno para hombres y otro para mujeres. Yo he ido a menudo y no he visto que
nadie se encargue de vigilarlos. Él no sabe adónde vamos y parece
sorprendido cuando le empujo al interior del lavabo de mujeres. (No sé si el
de hombres tiene retretes con puertas.)
Una vez dentro de uno de los retretes empezamos a abrazarnos
frenéticamente. Le tiro de la camisa, arrancándole algunos botones en mi
premura. Lleva camiseta debajo y no protesta cuando empiezo a rasgarla. Se
rompe con un gratificante sonido de desgarro. Me siento como un animal; soy
diferente de como él siempre me había visto. Se siente excitado por mi ansia y
se deja llevar por la lujuria. Abandonando toda restricción, me baja el vestido.
Llevo uno de esos pequeños sostenes de encaje negro. Recorre con la lengua
todo el borde del sostén, chupando además los pezones a través del encaje.
Me encanta la sensación. Deslizo las manos por su espalda, metiéndolas en
sus pantalones y apretándole las nalgas (¡tan hermosas!). Me baja el sostén
con los dientes, dejándolo enrollado alrededor de los brazos. Me mordisquea
muy suavemente los pezones. Es suficiente para hacerme jadear, pero no para
causarme dolor. No tenemos mucho tiempo, pues alguien podría entrar. Mis
manos se apresuran a bajarle los pantalones. Él está ansioso por ayudarme,
asiendo mis nalgas con fuerza y alzándome hasta su pene erecto y duro como
una roca. Lo introduce en mí de una súbita acometida, haciéndome gritar.
Aún no estoy lo bastante mojada, así que tiene que insistir más de lo habitual
para meterla. Pero no me importa, es lo que deseo. Estando de pie, apenas hay
sitio suficiente para moverse. El estrecho espacio hace que golpeemos las
paredes, al arquear al unísono nuestros cuerpos, resbaladizos por el sudor.
Ambos estamos fuera de control, emitimos gritos ahogados y nos besamos
con frenesí. Mis piernas rodean fuertemente su cintura; no podría apañarme
de él aunque quisiera. Quiero tener su polla dentro de mí. «Más, más, más
fuerte», le susurro al oído. Me hace callar con un beso, pero sus acometidas se
vuelven más fieras si es posible.
Apartando el pelo hacia atrás para verme el cuello, lo llena de besos,
volviendo luego a mis pechos. Bajo la mano y cojo su polla cuando sale
parcialmente de mi coño. Levanto mis dedos chorreando mis propios jugos y
los restriego por los pezones. Él los rodea con la boca, tomando de mi carne
todo lo que puede, chupándolos como si fuera a tragarme. Yo jadeo, casi
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sollozo de placer. Él gemía mi nombre en voz alta; ahora sólo gime. Nos
resulta muy difícil mantenernos silenciosos, a pesar de que comprendemos la
necesidad de serlo. Me besa intensamente, metiendo su lengua hasta mi
garganta (¡sin duda ahora somos más silenciosos!). Nos corremos casi al
mismo tiempo; él continúa follándome con ansia, rogándome que le ayude.
Me retuerzo para apretarme contra él y siento más orgasmos que me
estremecen. Finalmente se corre, con el cuerpo rígido oprimiéndome contra la
puerta del lavabo. Casi nos caemos, ambos exhaustos por nuestro violento
juego amoroso. Nos vestimos mutuamente, nos limpiamos con papel
higiénico y salimos calladamente del lavabo. Aun sabiendo que nos espera
más en casa, no disminuye nuestra satisfacción.
Annette
Soy una mujer WASP[4] de treinta y tres años, hija única, con estudios de
psicología. Mido ;1 metro 67 centímetros y tengo un rostro agraciado, un
cuerpo aceptable y piernas muy bonitas. Nunca he estado casada, ni nadie me
lo ha pedido. Sólo he tenido un amante (en secreto), porque mi familia
(conservadora) está totalmente en contra del sexo fuera del matrimonio.
Mis fantasías se desenvuelven principalmente en torno a pollas, pero no
cuando me masturbo. Mis fantasías me acompañan allá donde vaya durante el
día, por ejemplo, al trabajo, a la hora de comer, etc., aunque sin dejar que sea
patente. Empezaré con mi primer recuerdo de ese magnífico instrumento, el
pene.
Tenía seis años y el hermano de mi amiga tenía tres o cuatro. Pasé un fin
de semana en su casa. Nos bañábamos juntos y allí vi por primera vez a un
chico desnudo. Me gustó tanto su pene que cuando jugábamos al escondite en
su dormitorio nos escondimos detrás de la cama y conseguí que se abriera la
cremallera para enseñármelo.
Unos años más tarde, cuando estaba en quinto curso, hicimos una lectura
en clase del cuento de Peter Pan. (En las películas y los libros se le presenta
habitualmente como un ser sin sexo, pero en mi mente es un chico con todos
sus atributos.) Recuerdo que una noche soñé que era la chica algo mayor que
tenía que cuidar de él. Él se había caído de un árbol y se había hecho daño en
el pene. Yo tenía que frotarlo suavemente para aliviarle el dolor, y conseguía
que se corriera.
De vez en cuando, a lo largo de mis años de instituto y de universidad,
tuvimos una educación sana con libros ilustrados y conferencias sobre Freud
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y el sexo. Pero no vi un auténtico pene de hombre hasta que tuve veinticinco
años. El hombre al que amaba era casi veinte años mayor que yo y tenía
mucha experiencia; incluso había sido amante a sueldo en una clínica de
terapia sexual. Era muy paciente y gentil conmigo, y se sorprendió mucho al
enterarse de que era «completamente» virgen. Quiero decir con esto que
nunca me había tocado a mí misma «ahí abajo», ni había hecho cosas con
chicos, excepto besarnos. Nunca nadie me había tocado mental, física o
moralmente. Él me habló de sexo y del concepto de que todo el cuerpo de una
persona es su órgano sexual, y que nada que se exprese es malo, mientras sea
limpio y agradable.
La primera vez que lo vi desnudo estaba tumbado junto a mí y me dijo
que lo mirara bien y tocara cuanto quisiera. Tras unos momentos de timidez le
toqué el pene, por supuesto. Me contó cuáles eran su longitud y diámetro y el
promedio de medidas de otros hombres. Me apretó contra sí y se masturbó
para que pudiera sentir su excitación. Eyaculó mientras yo miraba con ávido
interés. Sugirió que recogiera un poco con la mano y lo probara. Su semen era
como mis propias secreciones, no era diferente.
No realizamos el coito hasta pasados seis meses, porque yo no quería
perder mi preciosa virginidad, pero aprendí mucho sobre sexo oral, con el que
disfruto de lo lindo. Ahora ya no tengo amante, pero sí dos fantasías
predilectas que quiero compartir con el próximo hombre de mi vida:
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arrodillarme bajo la mesa y mamarle la polla. Él está de acuerdo y
empezamos. Al poco rato ya no puede aguantar más y quiere follarme,
así que deja de comer. Dejo de chupársela y le digo que debe terminar
toda la comida que he preparado especialmente para él, porque si no,
no le mantendré la polla dura. Sigue comiendo y yo le lamo el capullo,
la polla y los testículos. Finalmente acaba la comida y se recuesta
sobre la silla para mirarme. Me levanto, me siento en su regazo,
dándole la cara, recibo su polla dura dentro de mí y empiezo a
moverme arriba y abajo hasta el frenesí y el orgasmo. (No sé si sería
tan fácil en una silla, pero lo intentaría.)
Elaine
He tenido fantasías sexuales desde siempre, hasta donde puedo recordar, y
tuve mi primera experiencia memorable cuando jugaba con la manguera a la
edad de cuatro años. A partir de aquella agradable sorpresa fui progresando
hasta llegar a los juegos acuáticos en la bañera, pero era consciente desde el
principio de que mis padres lo desaprobarían. Ellos siguen siendo muy
mojigatos y dan la impresión de que el sexo, excepto en un puritano estado
marital, es completamente amoral. Este tipo de educación ha contribuido
quizás a formar mis tendencias sexuales más salvajes e intensas. Quizá sea mi
deseo por rebelarme del modo que ellos más reprobarían.
Tengo treinta y cuatro años, estoy casada desde hace doce y tengo tres
hijos. Soy una maestra de escuela pública retirada. Mi marido no admitiría
tener fantasías sexuales más allá del sexo oral y de follar. Tampoco puedo
contarle mis fantasías más salvajes, ¡por temor a asustarlo! No creo que le
gustara saber que quiero follar con otros hombres. Fui virgen hasta los
dieciocho y sólo con él me he pegado el lote y he follado, así que, después de
dieciséis años de tenerlo sólo a él y su falta de imaginación, ¡tengo muchas
fantasías! Esto le heriría y le volvería aún más celoso de lo que es. También
tengo miedo de que deje de hacer el amor conmigo por esta causa. Yo
siempre estoy caliente y dispuesta a follar o a intentar cualquier novedad, y él
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es siempre el mismo tipo familiar y predecible a quien le gusta la misma vieja
y predecible jodienda («zis, zas, gracias, señora»). En mi opinión, la variedad
es la clave del sexo, y toda la que tenemos nosotros es gracias a mi
insistencia. Nunca he tenido un amante, pero si no fuera por mi temor a las
represalias divinas, ¡tendría uno en menos que canta un gallo! (Gracias, mamá
y papá, lo hicisteis de maravilla conmigo; tengo conciencia y ¡ojalá no la
tuviera!)
Uno de los temas de mis fantasías es el de ser follada por animales, que
me permiten mostrar una desinhibición tan total en el sexo como la que ellos
muestran. He dejado que me chuparan el coño y el ano, y he chupado la polla
de un perro en un intento fútil de que se excitara lo bastante para desear
follarme. Le hice rodar sobre el lomo, descubrí su pene y lo chupé y lamí
hasta que mis jugos corrieron piernas abajo en mi deseo de follarlo. El animal
disfrutó con mi atención, pero no captó el mensaje de follarme, así que
finalmente me monté a horcajadas sobre él y deslicé su pene dentro de mi
coño, cabalgándolo como una posesa. Alcancé el orgasmo, pero fue más por
imaginación que por la verdadera sensación de una polla de perro follándome.
En mis fantasías me imagino en una sala de exhibición para experimentos
científicos, donde se me dice que incite a un gorila macho a que me folle para
poder rodar un documental sobre el tema. Me dejan desnuda en una
habitación, que es como una jaula del zoo. El gorila me contempla, tomando
mi desnudez por cosa natural. Yo me pongo en cuclillas y me acerco
centímetro a centímetro. El parece reaccionar a esa posición, así que me doy
la vuelta y levanto el culo para que vea mi coño por detrás. Lo miro por entre
las piernas y veo cómo extiende un dedo para tocar y probar mi coño. Se
huele el dedo y se lo lleva a la boca para probar mis jugos, luego me toca otra
vez con interés creciente. Yo permanezco quieta, pero le observo meter la
cabeza entre mis piernas dobladas para mirar mi coño más de cerca y olerlo.
Me toca repetidamente y chupa mis jugos como hurgando en un pote de miel.
Veo que su enorme y peluda polla se pone cada vez más dura y erecta, y
cuando me chupa el coño y me mete la lengua en la raja, estoy a punto de
querer gritar: «¡Fóllame, por favor, fóllame!» Pero no digo palabra porque sé
que podría asustarse y hacerme daño, o arruinar el experimento. Alrededor de
una docena de científicos nos contemplan desde el otro lado del espejo,
tomando notas y asintiendo con la cabeza cuando el primate me coge por la
cintura desde atrás y se lleva mi coño hasta la cara. Chupetea y lame mi coño
como si nunca fuera a tener bastante. Finalmente, ojeo el reloj de la pared
exterior y veo que ha estado chupando y lamiendo mi agujero durante más de
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dos horas, durante las cuales me he corrido una y otra vez hasta quedar
agotada. Los científicos anotan la tremenda erección del primate que es de
treinta centímetros de largo y cinco centímetros de diámetro. Hago una señal
de que me gustaría hacer una pausa para ir al lavabo, pero los doctores temen
que el gorila se ponga frenético si me voy cuando está tan excitado. El gorila
ha sido incapaz de aparearse con una gorila hembra por sí solo, y están
tratando de enseñarle cómo hacerlo, usándome como sustituta. Sacarán su
semen de mi vagina y lo inseminarán en una gorila hembra, si el experimento
tiene éxito y me folla. Yo soy muy profesional y adoro mi trabajo, así que
comprendo que debo aliviar mi necesidad como pueda con el gorila
abrazándome y metiéndome la lengua en la vagina cada pocos segundos.
Necesito mear urgentemente, así que decido dejar caer un chorrito la próxima
vez que el primate saque la lengua de mi coño. Al dejar caer unas pocas gotas
sobre el suelo me escuece la zona genital y comprendo que el gorila me ha
chupado los labios del coño hasta irritarlos, pero veo su polla erecta y sé que
cuando me folle lo recordaré el resto de mi vida. A medida que aumenta el
charco de pipí, el gorila empieza a husmearlo y a observar cuidadosamente
entre mis piernas para ver de dónde sale. Cuando sale el último chorro me
chupa con cuidado el pequeño agujero de mear y me limpia la orina. Me iza
con un brazo y me lleva a una esquina de la habitación, ocultándome a los
científicos y a la cámara. Sé que debo cambiar de posición para que todos
puedan ver mi coño cuando el gorila me penetre. También sé que debo
lubricar de algún modo ese enorme pene y mi coño, o la penetración no tendrá
la menor posibilidad de éxito. En la pared se ha dispuesto una abertura
especial llena de pomadas al efecto, y un técnico del laboratorio espera al otro
lado para ayudarme y para fotografiar primeros planos de mi vagina tal como
esté después de que el gorila haya terminado las primeras etapas del juego
amoroso. Me acerco más a la pared y el gorila me sigue, sin apartar los ojos
de mí. Se queda observando mientras la abertura similar a una ventana se
desliza para permitir al ayudante meter las manos en la habitación al tiempo
que yo le presento mi culo. (El ayudante de laboratorio, Sandy, es un mocoso
que me ha deseado desde que llegó y que odia la idea de que yo deje que el
gorila me folle y me coma, pero empieza a tocarme y a lubricarme para la
acometida del gorila, y se aprovecha de ello.) Suave y delicadamente me unta
el coño con la pomada cálida y de olor afrutado, y la extiende por el pubis y el
ano. ¡No puede evitar meterme el dedo enguantado en el ano y acariciarme el
clítoris bajo el pretexto de prepararme para el experimento! El gorila no se ha
entretenido demasiado en mi clítoris ni en mi ano, y yo me siento relajada,
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mientras me pregunto cuántos dedos usará Sandy antes de acabar con la
paciencia del gorila. El gorila sigue observándome y ha empezado a
masturbarse lentamente. Los científicos están muy ocupados anotando este
dato, así como observando un monitor en el que se muestra un primer plano
del pene del gorila, con una ventana en la que se muestra un primer plano de
mi coño abierto.
Sandy ha metido tres dedos lubricados suave y lentamente en mi ano y los
hace girar en círculos. Me doy la vuelta y me levanto muy despacio, oprimo
mi pubis contra la abertura en la pared. Sandy sumerge rápidamente su boca
en mi clítoris y lo lame con la lengua. Yo siento su saliva caliente
corriéndome por los labios del coño, mezclándose con la pomada desde el ano
hasta la línea superior del vello púbico. Sé que Sandy tendrá problemas por
haberme comido y tocado el coño para su propia satisfacción durante un
experimento de tal magnitud, ¡pero odio hacer que se detenga! Veo la luz roja
de aviso encima de mi cabeza que me indica que debo volver a mi incitación
del gorila, el cual se acerca arrastrándose hacia mí con la erección más grande
que nunca he visto. No sobrepasa los treinta centímetros de antes, pero ha
alcanzado los siete centímetros y medio de diámetro ¡y da la impresión de
tener un par de pequeños cocos en lugar de pelotas! Empiezo a temerlo, pero
no debo demostrarlo o podría hacerme daño. Vuelvo a ponerme en cuclillas,
le presento mi culo y veo agrandarse sus ojos cuando descubre el coño. Ya no
vacila, sabe lo que quiere y va a por ello, babeando, con su atributo
sobresaliendo en todo su esplendor de macho. Los científicos contienen la
respiración cuando el primate me alcanza y me abre el coño con los labios y
la lengua, y me lo come con renovado vigor. Cuando su nariz topa con el olor
frutal, sin embargo, se queda confuso y empieza a pellizcar y morder, y luego
a mordisquearme el ano. No me hace daño, pero estoy asustada al tiempo que
excitada cuando mete su lengua en mi ano donde los dedos de Sandy han
untado la pomada con aroma frutal. Los científicos discuten este giro
inesperado de los acontecimientos y anotan que comer el ano no es usual en
los gorilas.
En este momento estoy excitada hasta tal punto que quiero sentir esa gran
polla en mi coño, sin importar lo que tenga que hacer para que me folle. No
obstante, no tiene la menor idea de lo que hacer con esa parte, así que tendré
que guiar su verga si quiero que se produzca un apareamiento. Busco y
localizo su polla, cogiéndola suave pero firmemente. Al notar esa nueva
sensación deja de comerme y chuparme la entrepierna y espera a ver lo que
hago. Cojo la pequeña bolsa de vaselina que me ha dado Sandy y empiezo a
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untar su capullo tan espesamente como puedo. También paso rápidamente la
mano por mi coño para conseguir una mayor oportunidad de penetración. El
gorila está sentado y yo me doy la vuelta para montar sobre él a horcajadas,
esperando poder alcanzar su polla y utilizar el peso de mi cuerpo para meterlo
dentro de mi coño. Extiende el brazo y me acaricia el clítoris; luego se inclina
para mordisquearlo suavemente. Le dejo que chupe la pomada frutal antes de
coger su pene con ambas manos y menearlo. Gruñe y arquea la espalda y yo
consigo alcanzar también sus testículos. Él está preparado y yo también y,
ante un gesto de asentimiento de los científicos, desciendo el coño hasta la
punta de su polla, frotándola con la raja de mi coño. Noto su fluido lubricante
saliendo de la punta de su pene, ¡y empiezo a empujar su gran polla dentro de
mi coño! Debo trabajar despacio y gradualmente mientras me concentro en
relajar los músculos del coño para poder recibirlo. Él está muy quieto, pero
noto su tensión y su gran poder. Su polla me está llenando y mi coño está tan
caliente que estoy más ansiosa que nunca de que me folle. Me asombra sentir
mi coño extendiéndose para recibir la enorme polla del gorila, sin desgarrarse.
La sensación de sentirme tan completamente llena me hace sentir como si el
gorila y yo nos estuviéramos fundiendo en un solo ser en lugar de dos. Su
polla es demasiado larga para que yo pueda abarcarla completamente; ya he
alcanzado el máximo que puedo contener, así que comienzo a empujar sobre
su pene, dentro y fuera, dentro y fuera. Los científicos vitorean y aplauden y
se felicitan entre ellos por el éxito de mi polvo con el gorila. Estoy teniendo el
polvo de mi vida y lo sé, ¡así que no me sorprende que el gorila también lo
disfrute! Tras quince o veinte minutos estoy exhausta, pero el primate aún no
se ha corrido dentro de mí y sé que debo seguir cabalgándolo hasta que se
corra. Mi coño está muy mojado e irritado, así que decido cambiar de
posición. El gorila cree que intento escapar de él y me coge por detrás
haciéndome caer de rodillas. Sus manos han encontrado mis pechos y los
aprieta en su pasión por abrazarme a él y satisfacer su lujuria. La cámara se
está quedando sin película y los hombres están recargando una segunda y una
tercera cámara por si acaso seguimos follando durante varias horas. Estoy
exhausta, pero me siento más mujer que cualquier otra sobre la tierra, y estoy
orgullosa de mí misma por el trabajo cumplido. El pene del gorila palpita con
fuerza cuando su semen fluye a grandes borbotones en mi coño. Sonrío y me
concentro en sentirlo dentro de mí, sabiendo que ésta es la recompensa que
los científicos esperan ansiosos. Satisfecho ahora, el pene del gorila se reduce
y éste lo saca, lamiendo con suavidad mi coño hinchado, húmedo y lleno de
su semen. Su lengua me produce una sensación sumamente agradable en mi
Jane
Tengo cuarenta y tres años de edad, estoy en trámites de divorcio del que
ha sido mi marido durante veintidós años, y soy madre de tres hijos.
Tengo un título universitario de una profesión relacionada con la salud y
estoy estudiando para obtener un segundo título en psicología experimental
del comportamiento. Mis mayores aficiones son el periodismo, la fotografía y
las artes gráficas.
Beatrice
Tengo diecinueve años, estudio la especialidad de psicología en la
universidad y soy bastante atractiva (recibo montones de segundas miradas,
silbidos y proposiciones), aunque no deslumbrante. Tengo intención de
convertirme en terapeuta sexual y también soy feminista, pero creo que
también los hombres tienen mucho que ganar si ayudan a conseguir la
igualdad de los sexos, y no me gusta herirlos o acusarlos injustamente para
ayudar a las mujeres a avanzar. Mis amigos dicen que soy una persona
considerada, sociable y sensible, y nunca he hecho daño a nadie a sabiendas.
En mis fantasías no provoco dolor en mi amante, tan sólo disfruto
controlándolo todo.
Me masturbo desde que llevaba pantalones de chándal cuando era
pequeña y, después de que me enseñaran que era «malo», continué en
Maud
Tengo treinta años, soy soltera y estoy loca por los hombres.
Hace unos cuatro años tuve un novio a quien le gustaba ponerse mis
camisones para dormir. Yo disfrutaba complaciéndole y cooperando con él,
así que le compré uno de una talla mayor para que le sentara bien. También
provocó mi propio interés latente por las «desviaciones» sexuales; ¡era algo
nuevo, diferente, excitante! Le compré además otras prendas femeninas.
Pronto llegué a tener un mayor interés por el travestismo que él mismo, y
después de que rompiéramos, busqué activamente otros travestidos más
auténticos. Sólo conseguí ponerme en contacto con ellos a través de anuncios
personales en publicaciones especializadas, pero lo hice. En su mayoría
estaban desesperados por encontrar una mujer que aceptara al menos su
desviación en el vestir, aunque no se sintiera excitada por ello. Después de
cuatro años de poner y contestar anuncios puedo disponer de una red de todo
tipo de amigos desviados de costa a costa, y algunos en el extranjero.
Pasé del travestismo al sadomaso (con dominio de la mujer) a través de
contactos con travestidos sumisos. Me costó un poco sentirme cómoda en el
papel dominante (me educaron para ser el ideal de la anticuada señora
Johana
Soy un ama de casa de veintiséis años con un título universitario en
ciencias, dos hijos y un marido al que adoro. Mi marido es geólogo y a
menudo pasa meses seguidos en lugares donde se realizan prospecciones
petrolíferas.
Recientemente ocurrió que deseaba con desespero hacer el amor con mi
marido, pero él estaba fuera, así que me senté y le escribí un relato minucioso
de lo que me gustaría hacer sexualmente con él. Nunca había escrito una
carta X y estaba nerviosa por su posible reacción. Bueno, le encantó, y ahora
me escribe cartas sexys. Creo que le puso caliente saber que tenía algo más en
la cabeza que cocinar bizcochos de chocolate y nueces. Me hace sentir en
plena forma saber que él tiene esas maravillosas fantasías con respecto a mí.
Aquí relato una fantasía que mi marido y yo pensamos poner en práctica
tan pronto como vuelva. Es lo máximo para mí.
Me pongo ropa interior sexy. Le he preparado un baño frío. (Él dice que el
frío le encoge el pene, lo cual hace más delicioso para los dos el hacer que
crezca.) Lo baño con ternura. Lo guío hasta el dormitorio y le digo que se
tumbe sobre la toalla. Le explico que tengo que afeitarle el vello (púbico)
porque se supone que los bebés no tienen vello. Extiendo la espuma de afeitar
de un agradable olor sobre su vello. Mientras lo afeito, lo acaricio
ocasionalmente para estimularlo. Cuando he terminado el afeitado, coloco una
toalla fresca bajo su cuerpo y con un recipiente lleno de agua y una esponja,
le lavo suavemente su colita. Luego le unto el pene de vaselina con olor a
fresa, arriba y abajo por la raja del culo y sobre las nalgas, y luego le echo
polvos de talco. Antes de ajustarle el pañal le digo lo dulce que es el olor de la
vaselina, me saco las tetas sucesivamente del negligé y me doy un masaje en
los pezones con su pene. Mientras lo hago, le digo que tengo los pezones muy
duros por haberle dado de mamar y que tengo que suavizarlos con la vaselina.
Luego lo envuelvo en el pañal. Después, separo mis rodillas dobladas y me
deslizo seductoramente sobre su cuerpo hasta que mis pechos están sobre sus
labios. Entonces digo: «Te dan ganas de comer cuando ves mis tetas
colgando, ¿no es cierto?» Le meto una teta en la boca, él la chupa durante
unos segundos y la rechaza. Lo intento con la otra, pero ocurre lo mismo. Me
levanto, oprimo mis tetas y descubro que se me ha secado la leche. Le ordeno
Theresa
Hace unos cuantos años yo era, literalmente, una persona diferente. Me
gusta pensar que mi historia es una metáfora de lo que tienen que encarar
tantas mujeres hoy en día. Mi historia empieza conmigo como monja maestra,
sí, ¡monja! Era maestra en un instituto católico. Tuve una educación católica
estricta y la decisión fue natural. Varias amigas también se hicieron monjas.
Lo que me llevó afuera del convento fueron mis inquietudes sexuales. Me
horrorizó descubrir mi sexualidad, intensamente, después de haber entrado en
el convento. Hasta aquel momento tan sólo había conseguido «sufrir» escasas
citas adolescentes y bailes, y estaba embebida en la teología de que las
«buenas chicas» no piensan en eso. Si hubiese tenido esos sentimientos antes,
nunca me hubiera convertido en monja. Tal como ocurrió, mi sexualidad me
golpeó como una bomba en mi veintena. Descubrí que tenía fantasías
sexuales con mis alumnos varones. Me sentí aterrorizada y llena de culpa,
pero intentar reprimirlas fue una batalla perdida. Eran demasiado placenteras.
Empecé a masturbarme por primera vez en mi vida. Mis fantasías se
centraban en torno a un adolescente de quince años llamado Mark. Era muy
guapo, como sólo los adolescentes pueden serlo, y el niño bonito de la clase.
Carol
Me han llamado «enigma», y, aunque esto me hace poner a la defensiva,
creo que es cierto. Soy una mujer contradictoria, de treinta y cuatro años, que
sigue su propio camino. No hay nada malo en ello, pero deja perplejas a las
personas que me rodean. Yo comprendo su perplejidad. Me enterré en las
profundidades de mí misma durante más de una década. Cuando la farsa
amenazó mi vida empecé a dar pasos vacilantes para escapar a ella. Mis pasos
fueron creciendo en amplitud y velocidad hasta que reuní el valor necesario
para decirle a mi marido: «Odio ser ama de casa. Odio el sometimiento. Odio
el modo en que vivimos. Este matrimonio ha sido un desastre durante años;
Gale
He tenido fantasías sexuales desde los seis años. El mes próximo voy a
cumplir veinte. Durante un corto intervalo de tiempo (mi último año en el
instituto), traté de encaminar mi vida hacia Cristo y lo pasé realmente mal
esforzándome por conciliar mis escapadas nocturnas con la almohada entre
las piernas con mi búsqueda de una espiritualidad más elevada. Luego decidí
desechar toda culpa. Creo que masturbarse y fantasear es absolutamente
normal, y no me impide tratar a los demás como me gustaría ser tratada, o
amar al prójimo como a mí misma. Probablemente consigue que juzgue
menos a los demás.
Cuando estaba en los últimos años de colegio bebía alcohol en las
reuniones sociales (fiestas sin carabina), pero cualquier otro tipo de drogas
(marihuana y LSD) chocaba con un inamovible «¡No!» dentro de mi mente.
Lo mismo ocurría con el sexo. Para mí las chicas que no eran vírgenes eran
«fáciles», o unas «guarras», del mismo modo que creía que el consumo de
drogas prohibidas era sólo para perdedores. Esperaba casarme porque era lo
«cristiano», lo que imponía la «moral». Para mí sólo había blanco o negro.
En el instituto seguí bebiendo, pero no tomé ninguna otra droga. Tenía
amigos que fumaban hierba, pero no los consideraba perdedores.
Sencillamente, no podía comprender cómo podían hacerlo, y sabía que no era
para mí. Había chicas en el instituto que practicaban el sexo como una
debilidad. Yo siempre he sido una persona independiente. Siempre digo lo
que pienso, sin renunciar a ser quien soy, tratando de no fingir nunca. Todo
ello, para mí, forma parte de ser «fuerte». Yo me enorgullezco de ser fuerte.
Vi que las chicas practicaban el sexo porque «estaba de moda», porque
Fantasía número 1
Quizá se deba a que tradicionalmente los hombres han tenido más poder,
pero sea cual sea la razón, algunas veces encuentro placer en imaginar que
soy un tío. Algunas veces un tío famoso: Sting, David Bowie, etcétera. Otras,
un tío puramente inventado. En cualquier caso, todas las mujeres están a mi
servicio. Tienen que hacer todo lo que yo les ordeno.
Fantasía número 2
El poder esencial consiste, por supuesto, en ser una deidad. En esta
segunda fantasía yo soy una diosa de una de las sociedades que adoraban a la
arcaica Diosa Madre, como la Anatolia. Me encarno en una mujer para
asombro de sus ciudadanos. Aparezco en el templo dedicado a mi adoración,
que alberga mi trono de mármol.
Erguida ante ellos hago una señal para imponer silencio. «He venido para
conferiros los dones de mi sabiduría. Viviré entre vosotros como uno de
vosotros, pero debéis respetar mi envoltorio carnal y protegerlo de todo daño.
El primer don es la oportunidad de beber de mis aguas primigenias. Los
Alison
Danielle
Tengo veinte años y estoy en el penúltimo curso de una universidad
católica privada. Soy la cuarta de una familia de cinco hijos, y la encarnación
de la inocencia y la pureza para mi familia y la mayoría de mis amigos.
Recientemente, en la universidad, estando mis amigos y yo algo bebidos,
empezamos a charlar sobre nuestras experiencias sexuales. Todo el mundo se
Samantha
Tengo dieciocho años y estoy soltera. Soy virgen, universitaria y vivo en
la casa familiar. Podría decirse que he llevado una vida protegida, pero de
ningún modo estricta. Mi madre murió cuando yo tenía seis años y mi padre
nos crió a mí y a mis hermanos y hermanas él solo. Mi padre no era estricto
en general, pero todos teníamos que realizar nuestras tareas. Soy una persona
muy callada y casera, y algo tímida. Aun así, contradiciéndome a mí misma,
algunas veces soy audaz y agresiva.
Sexualmente, como ya he explicado antes, permanezco «incólume». Sin
embargo, en mis fantasías soy cualquier cosa menos eso. Desperté a la
sexualidad un poco tarde, alrededor de los catorce años. Mi padre no me
contó nada cuando entré en la pubertad (supongo que se sentía incómodo), así
que yo aprendía de las revistas y los libros. (Era demasiado tímida para
preguntar a las amigas, y en la escuela no nos enseñaban nada de eso.)
Recuerdo con diversión, y un poco de amargura, mi primera regla: pensé que
me estaba muriendo e hice testamento. Cuando finalmente fui consciente de
mi sexualidad empecé a masturbarme (tan sólo me froto el clítoris, no me
meto nada en el coño, no lo necesito) con fantasías de acompañamiento.
Mi fantasía favorita procede de una experiencia real. Una vez, estando en
la biblioteca, me dirigí al fondo de la sala en busca de un viejo libro que
quería leer. Mientras lo buscaba oí unos jadeos. Curiosa, avancé unos pasos
entre las estanterías y descubrí a un hombre sentado en el suelo, con una
revista erótica desplegada frente a él, masturbándose. Salí corriendo con las
mejillas encendidas de vergüenza. Pero tengo fantasías sobre ese hombre. Me
imagino a mí misma acercándome y masturbándolo yo misma, o metiéndome
su polla en la boca y lamiéndole el capullo y luego chupándosela entera.
Mientras tanto, mis manos le acarician los testículos. Le penetro el ano con un
dedo. Él me agarra la cabeza, introduce el pene más profundamente en mi
boca y, al llegar al punto culminante, gime mientras se corre. Continúo
Judith
Soy una chica de diecisiete años en el último curso de la escuela. Mis
padres se divorciaron cuando yo era muy pequeña y vivo con mi madre.
Cuando tenía trece años estudiaba en un internado durante los cinco días
de colegio y tenía relaciones lesbianas con una chica de mi misma edad. No
estábamos «enamoradas» ni nada parecido, nuestra relación era puramente
sexual. A pesar de todo, no llegamos a hacer gran cosa. Nos frotábamos las
vaginas una contra otra y nos besábamos por todas partes, pero nunca nos
chupamos mutuamente los coños, tan sólo las tetas y los pezones. Cuando
cumplí los catorce me mandaron a un internado de chicas, situado entre dos
colegios de chicos, en el que aún estoy.
Me convertí en una auténtica «ligona», y me hice muy popular en las dos
escuelas vecinas. Perdí la virginidad a los quince. Desde entonces no he
Beth
Pronto cumpliré los veinte años. Soy blanca, de clase media, y con un
curso universitario a mis espaldas. Procedo de una familia rota (de padres
divorciados y ambos casados por segunda vez) y vivo bajo el techo materno.
En casa de mi madre el sexo provoca un gran sentimiento de culpa, no
expresada con palabras, combinada con el «no», expresado y persistente, de
mi madre. Desde que tenía diecisiete años, edad que marcó el principio de mi
actividad sexual, he estado luchando con la moral de lo «correcto y lo
erróneo» en términos de experiencia sexual plena. Actualmente no salgo con
nadie, tan sólo espero poder separarme de la familia y, por fin, tomar mis
propias decisiones con respecto al sexo, sin una voz autoritaria (en mi
subconsciente) retumbando sobre mi hombro.
Quizá debería añadir que, mientras intentaba «separarme» a los diecisiete
años, mi madre escuchó a escondidas una conversación telefónica en la que
discutía con una amiga acerca de la importancia de la virginidad, o más bien,
de perderla, y si debía seguir adelante y «ceder», o seguir siendo la «buena
chica». En fin, ese tipo de cosas. Creo que esa intrusión me ha preocupado
más que la afirmación de que masturbarse es asqueroso. No sé por qué, pero
me pareció injusto ser violada de esa manera.
En la actualidad todavía soy virgen.
Una de mis fantasías: Decido consentir en pasar la noche con el hermano
(de veintitrés años de edad) de mi mejor amiga. Es en la planta baja. El sofá
Kay
Tengo veintiún años y estoy soltera. Por el tipo de educación que recibí,
siempre me intimidaron (y todavía me intimidan) los hombres y las
(aparentes) libertades que tienen en sus vidas. Recientemente he descubierto
las diferencias y semejanzas entre mi madre y yo. Mi madre y su hermana
mayor criaron a sus hijos con la idea de que debían ser vistos, pero no
escuchados, en especial si se trataba de una niña. Creciendo bajo esa
influencia y teniendo en cuenta que todos mis primos, menos dos, son
hombres, he sufrido mucho tratando de encontrar mi identidad como
mujer/hembra. Yo era un marimacho que se burlaba siempre de los juegos
con muñecas y cosas parecidas para «blandengues». Así que yo jugaba con mi
hermano mayor y sus amigos.
Era una niña muy tímida, al menos emocionalmente, cuando empecé a ir
al colegio. Era alta y bastante rellenita para mi edad, y tenía una aguda
conciencia de ello. Los chicos siempre andaban burlándose de mí, hasta que
aprendí a luchar contra sus provocaciones con mi «muro de indiferencia».
Me alegra el modo en que mis padres me educaron, salvo en cuanto a la
expresión de las emociones. Rara era la vez en que me besaban o abrazaban,
Louellen
Me encanta leer tus libros antes de irme a dormir. Me relaja totalmente y
en ocasiones provoca en mí sueños muy placenteros.
Soy una mujer soltera de veinte años. Me educaron en la religión católica
y sigo acudiendo a la iglesia cuando puedo, aunque no creo en todo lo que la
Iglesia Católica Romana propugna (como el rechazo de las madres de
alquiler, la inseminación artificial, etc.). Mi novio y yo tenemos relaciones
sexuales tan frecuentes como nos es posible. Me encanta. Algunas veces me
ata e imagino que me está violando. (¡No se puede culpar a las «buenas
chicas» católicas por tal placer!) Aquí está una de mis fantasías favoritas:
Me convierto en una mujer de carrera con éxito. Tengo un horario de
nueve a cinco, poseo un gran coche deportivo y una bonita casa en una zona
no demasiado populosa. Mis amigos y mi familia se preguntan por qué no
salgo más a menudo, aunque creen que trabajo demasiado y que luego voy a
casa a tumbarme exhausta. ¡Nada más lejos de la realidad! Poco se imaginan
que tengo quince empleados domésticos varones. Unos son rubios, otros
morenos, algunos italianos, e incluso hay un par de negros. En su variedad
todos son espléndidos, de cuerpos bien formados y muy bien dotados. Mis
empleados domésticos sólo llevan una corbata negra. Están siempre
impacientes por que vuelva a casa y se preparan para ese momento durante
todo el día. Cuando llego del trabajo se ponen en fila para saludarme. Yo
recorro la fila besándolos y acariciando sus cuerpos. La mayoría la tienen ya
dura y palpitante. Me suplican que los escoja para esa noche, porque sólo
escojo a tres cada día para divertirme con ellos, y el resto tiene que volver a
sus tareas domésticas. Elijo a uno para servirme la cena, a otro para darme un
masaje y relajarme y a otro para compartir con él la cama durante la noche.
Después de haber escogido a mis tres compañeros de juegos para la
noche, los otros tres domésticos vuelven a sus monótonos deberes, mientras
los tres elegidos se recrean en su victoria, alardeando de ella («Bueno, quizá
la tengas mañana, ¡si tienes suerte!»).
Cuando la cena está preparada, el primer hombre elegido me levanta en
brazos y me lleva hasta la mesa. No hay nadie más. El comedor está siempre
iluminado por la luz de unas velas. Como un par de bocados, y mi «doncella»
se queda de pie con su gran erección esperando mi siguiente orden. Algunas
Jenne
Linda
Soy una mujer soltera de veintiséis años, educada por mis padres para
pensar que el sexo no era para las buenas chicas. Mi experiencia sexual ha
sido limitada y siento una cierta ira contra los hombres. Soy heterosexual y
disfruto contemplando fotos de hombres desnudos o haciéndolas yo misma.
Erma
Déjame que empiece con una corta autobiografía. Tengo veintisiete años
de edad, estoy soltera (aunque no por mucho tiempo), tengo tres años de
universidad, soy blanca, católica y trabajo en el campo de la medicina. Nací
en San Francisco de padres inmigrantes. Mi padre murió cuando yo tenía tres
años, y mi madre no volvió a casarse ni a salir con hombres. Asistí a una
escuela católica para chicas durante cuatro años. Después estuve en un
colegio católico mixto. Finalmente acudí a un instituto público. Tengo una
hermana mayor. Ambas tuvimos una educación muy estricta. A ninguna de
las dos se nos permitió salir con chicos hasta los diecisiete años, lo cual
estuvo muy bien, porque a mí no me gustaban los chicos en el instituto, y los
universitarios me asustaban (¿debido quizás a la falta de una imagen
masculina durante la adolescencia?).
Mi madre no habló nunca de sexo en realidad, salvo en sentido negativo.
Cuando estaba en la escuela tuve clases de educación sexual. La teoría de mi
Mandy
Tengo veintitrés años, soy soltera y vivo sola desde hace dos años, desde
que me marché de casa de mi amante. No recuerdo nada relacionado con el
sexo de cuando era pequeña. Perdí la virginidad con mi mejor amigo y él
conmigo, cuando ambos teníamos quince años. Lo pasamos bien tratando de
descubrir cómo se follaba. Ahora pienso a menudo en seducir a un escolar de
unos quince años. Tengo a uno de vecino, así que quizás algún día… Las
fantasías me han mantenido viva durante estos dos años en los que no he
tenido ninguna relación sexual. Mi fantasía favorita se refiere a un cantautor
llamado Peter. Soy fan de Peter desde hace unos ocho años y me he
masturbado con fantasías sobre él durante todo este tiempo.
En cualquier caso, aquí está mi fantasía: Peter y yo somos amigos.
Cuando está en la ciudad se deja caer por mi casa para ir a cenar y charlar.
Peter no compone canciones tópicas como baladas de amor, sino cosas que
realmente siente de verdad. Nuestra charla deriva hacia un artículo de
periódico sobre la violación. Él me dice que le preocupa profundamente, pero
que nunca podría componer una canción sobre ello porque nunca ha sido
violado y, como hombre, nunca lo será. La conversación prosigue y, cuando
se hace tarde, me desea buenas noches y se va. Durante ese tiempo yo he
estado ideando un plan.
A la noche siguiente, cuando estoy segura de que él no está, me cuelo en
su habitación de hotel y me oculto en el armario. Cuando él llega, espero a
que se meta en el cuarto de baño para salir del armario. Cuando él sale del
lavabo, me deslizo detrás de él y le apoyo un cuchillo sobre la garganta
avisándole de que si hace lo que le digo, nadie saldrá herido. Le obligo a
tumbarse sobre la cama y le ato brazos y piernas a las columnas de la cama.
Él no sabe quién soy porque voy toda vestida de negro y llevo un
pasamontañas. Al principio cree que estoy bromeando, pero pronto se da
cuenta de que mis intenciones no son honorables en absoluto. Empieza a
Kelly
Tengo dos fantasías en especial, pero primero te hablaré de mí misma.
Tengo dieciséis años y aún soy virgen. Estoy orgullosa de mi virginidad. Una
amiga «gastó» la suya en una basura de tío y yo no estoy dispuesta a hacer lo
mismo. Sin embargo, hay un tío con el que me gustaría perderla (¡y pronto!).
Mi fantasía es que descubro a mi novio en su cama con otra chica. Yo voy
vestida como una domadora de fieras del circo, con un body de lentejuelas,
botas y un látigo. Cojo a la chica y la ato a la cama con brazos y piernas
separados. Luego le ato los brazos a la espalda a mi novio y lo dejo tumbado
junto a ella. Así tiene ocasión de contemplar cómo humillo a su putita. Me ato
un pene artificial a las caderas y me pongo encima de ella. Le froto el coño
caliente con el pene artificial. Ella lo desea. La acaricio durante un rato y
luego, de repente, se lo clavo, pero lo saco antes de que se haya dado cuenta
de lo sucedido. Ella empieza a llorar. Le azoto una pierna con el látigo. Me
doy la vuelta para comprobar que mi novio está completamente excitado. Por
las dimensiones de su erección, da la impresión de estar preparado para su
Paloma
Tengo veintinueve años, estoy felizmente casada y tengo cuatro hijos de
edades comprendidas entre dos y nueve años.
Nunca he compartido mis fantasías con nadie, ni siquiera con mi marido.
Considero que son exclusivamente mías, de mi pequeño mundo privado fuera
de la realidad. Si las compartiera con mi marido, me daría la impresión de no
tenerlas bajo mi control para poder utilizarlas cuando me plazca. Compartirlas
contigo parece diferente.
He tenido una aventura con otro hombre durante mis diez años de
matrimonio. No ha sido una aventura regular. Éramos buenos amigos de
jóvenes. Supongo que iniciamos el romance como una forma de recuperar la
audacia de la juventud, o para probarnos que aún éramos atractivos para
alguien más que nuestros respectivos cónyuges (también él lleva diez años
casado). No podía durar demasiado, porque él no está muy bien dotado, no es
tan romántico como mi marido y no es demasiado original. Vaya, no sé
siquiera por qué me interesé por él (salvo porque el juego amoroso y los
preliminares eran divertidos), arriesgándome a ser descubierta y arriesgando
también mi personalidad. ¿Para qué?: ¡para un amante de pena!
Bien, volviendo a mis fantasías, supongo que me sirven de vía de escape.
No las utilizo para masturbarme. Pero me gusta usarlas cuando mi marido me
come el coño. Me gusta quedarme en la cama por la mañana, antes de
levantarme, e imaginar una agradable fantasía. O por la noche, cuando no
puedo dormir, con el cálido cuerpo de mi marido al lado, me imagino en
situaciones maravillosamente excitantes. Por supuesto, si él quiere hacer el
amor, ¡estoy caliente y dispuesta! Una de mis fantasías trata de un hombre de
iglesia. Tiene unos cincuenta años, es algo estúpido, una especie de «gallina
clueca». Viene a mi casa cuando no hay nadie más y me confiesa que desea
meter la polla en mi boca y correrse. Me pide que lo perdone y me dice que
debería castigarlo. Me dice que debería azotarle el trasero desnudo, así que se
Anna
Dawn
Ésta es mi historia. Edad: veintidós años. Educación: secundaria. Además,
he hecho cursillos de puericultura, cuidado de ancianos, etc. Estado civil:
soltera. Ocupación laboral: he tenido muchos empleos temporales; en la
actualidad dirijo una guardería parroquial y trabajo de canguro para dos
familias.
Otras observaciones: Soy la mayor de tres hermanos y la única chica de
los tres. Abusaron de mí cuando tenía trece años. Conocía al hombre de toda
la vida y nunca se lo había dicho a nadie hasta hace poco. Se lo solté a una
amiga íntima que me creyó, lo aceptó y me consoló. Por ahora he decidido no
contárselo a nadie más; ese hijo de puta está muerto y, salvo lo que me hizo a
mí, no sé que haya hecho nada malo. No bebía, ni engañaba ni ninguna otra
cosa horrible, y mantuvo a una familia que ni tan siquiera era suya (los niños
eran sus hijastros).
P. D. Los niños a los que me refiero tienen tres o cuatro años, si la edad
importa.
Susie
Mi nombre es Susie y cumpliré diecisiete años el próximo 14 de octubre.
Perdí la virginidad cuando tenía quince años. Puesto que todo el mundo
«lo hacía», yo quería que mi primer hombre fuera alguien al que no
conociera. Quería a alguien que no pudiera ir después alardeando por ahí de
haber sido el primero. Escogí un marine. Tan sólo lo había visto una vez
antes. Me contó muchas cosas de él, sin dejar de preguntarme todo el rato si
no había cambiado de opinión. No podía comprender por qué trataba de
desanimarme. Pero no pudo conseguir que cambiara de opinión, además,
supongo que pensó que si no era él, sería otro… y así me introdujo en el
mundo de los adultos. Realmente intimamos y sé que me quería, aunque
ahora me dice que tan sólo fui su putita durante seis meses.
¡Ah, se lo que estás pensando! Piensas lo mismo que cualquier otro
adulto. Estás pensando «¿Qué demonios sabe una adolescente de dieciséis
años sobre el amor?» Estás pensando en lo estúpidos que somos los
adolescentes. ¿No es cieno? No lo niegues… porque eso es lo que pensáis
Tina
Tengo dieciséis años, soy caucasiana y estoy en el penúltimo curso de
instituto. Vivo en una pequeña ciudad de Canadá. He estado saliendo con
chicos desde hace casi dos años. Mi madre es muy liberal con respecto al
sexo, pero no quería que ninguna de sus hijas empezara a salir con chicos
hasta que ella creyera que emocionalmente estábamos preparadas para tener
novio.
Mis experiencias sexuales dieron comienzo cuando tenía unos nueve años.
Me masturbé, con mi hermana, con perros, etc., hasta los once años. Luego
me di cuenta de que esas cosas no eran aceptables en nuestra sociedad.
Desgraciadamente, o afortunadamente, me enamoré del hombre adecuado
siendo demasiado joven; los dos lo éramos. Fue mi primer novio y nuestra
relación duró alrededor de año y medio. Nos lo pasamos muy bien. Perdimos
la virginidad el uno con el otro y nunca lo he lamentado. He hablado con otras
chicas que desearían ser aún vírgenes, y me apena que tuvieran una
experiencia tan pobre la primera vez.
Las adolescentes de mi edad viven angustiadas por estar «a la moda». En
ella se incluyen las drogas, el alcohol y el sexo. Lo que una persona piensa de
sí misma se refleja en sus acciones. La masa que sigue la moda suele abarcar
Debby
Soy una mujer casada de veintiún años y procedo de una familia de clase
media baja. He estudiado tres años y medio en la universidad y tengo una
limitada experiencia laboral como administrativa. Ahora estoy en el paro y
estoy embarazada de siete meses y medio de mi primer hijo.
Crecí en un ambiente en el que cualquier forma de sexualidad se reprimía
de una manera tácita. Me hallo dentro de ese grupo tan típico de mujeres a las
que se ha condicionado a igualar el sexo al amor y a no considerar nunca que
el sexo pueda ser una actividad placentera. Esto ha motivado que me haya
vuelto una persona siempre insegura de mi propia sexualidad, a pesar de que
mi marido es muy tierno, afectuoso y apasionado.
Hasta la edad de veinte años no había tenido ninguna experiencia sexual.
Perdí la virginidad a manos de un violador. Fueran los que fueran los
sentimientos que me movieron a hacerlo, me pasé los meses siguientes a ese
suceso de bar en bar con una amiga que se considera ninfómana. Ella se
Wendy
Estoy harta de ocultar mis sentimientos. Los llamo «mi lado secreto».
Tengo veinticinco años y hace tres que salí de la universidad especializada
en arte. Trabajo como ayudante del vicepresidente de desarrollo de productos
de una pequeña compañía. Soy soltera, sin personas a mi cargo; no me he
casado nunca y tengo exceso de peso.
Mis fantasías sexuales se desenvuelven en situaciones de las que me
avergüenzo. En ellas soy una muchacha esclava desamparada, pero rebelde y
obstinada. La idea de esta fantasía me la dieron las novelas de «Gor» escritas
por John Norman. A veces me imagino a mí misma como una hermosa mujer
de cabellos rubios, ojos verdes, alta, delgada y saludable.
Me capturan aquí en la Tierra y me llevan al planeta Gor, en el cual me
revisan, me ponen un collar de esclava y me marcan a fuego. Luego, un
guardián, o alguien a quien pertenezco, me obliga a acostarme con él. Me
hacen trabajar, me entrenan, me golpean, me aman, pero yo sigo siendo
rebelde y tienen que doblegarme hasta la sumisión.
Sólo he hecho el amor dos veces en mi vida, una cuando tenía diecinueve
años y otra a los veintitrés. Por alguna razón me da miedo. Pero, por favor, no
pienses que no me gustan los hombres. He salido con hombres y ahora mismo
salgo con uno. Aunque hasta que conocí al chico con el que estoy ahora (que
tiene seis años menos que yo), no me habían abrazado ni besado demasiado.
Los otros temían (o parecían temer) a las mujeres. Es comprensible porque
normalmente yo era la primera mujer de su vida. También entonces me
mostraba agresiva, en el sentido de que yo los elegía y era yo quien provocaba
todo contacto físico. Por el contrario, en esta ocasión fue él quien alentó el
asunto. Digo «asunto» porque no tengo un interés romántico por él. Creí estar
enamorada de los otros; éste es tan sólo un amigo. Él es la parte agresiva, lo
cual me hace poner en guardia. No estoy acostumbrada a que me toquen o me
Terri
Siempre me ha preocupado que mis fantasías (de las que no he sido
consciente hasta los veinte años) no fueran las «típicas» que imaginaba que
tendrían las demás. La razón es que un 95% de mi excitación sexual procede
de la excitación del hombre y no de la mía. La mayoría de mis fantasías
consisten en ver a un hombre (que suele ser conocido) excitarse sexualmente
de manera progresiva, hasta perder toda inhibición y alcanzar un orgasmo
realmente dramático. Supongo que me gusta la idea de ser capaz de excitar a
un hombre hasta el punto de hacerle perder el control. Mis fantasías tienen el
único propósito de alcanzar el orgasmo cuando me masturbo. Durante el coito
real (u otra actividad sexual) no me parece deseable fantasear, porque me
Chere
Leo novelas sexuales desde que tenía trece o catorce años. En realidad, no
estaba interesada en tener relaciones sexuales con alguien (ni siquiera creía
que fuera a encontrar algún día a alguien que lo deseara) hasta que cumplí los
dieciséis o diecisiete y conocí a un hombre que me gustaba y era especial.
Soy una mujer realmente atractiva, pero cuando estaba en el instituto no
salía con chicos. Tengo ahora veinte años, soy blanca y acaban de deshacerse
de mí (o abusar) de nuevo. Está muy bien que a una mujer le guste tener
relaciones sexuales con alguien a quien quiera, a quien desee y en quien
confíe, pero no es el tipo de mujer con el que un hombre se casa.
Supongo que creía en esos libros en los que la heroína es independiente,
demuestra su apetito sexual y el hombre se casa con ella. ¡Ja!, hoy sabemos
todos que el hombre la utilizaría y luego la tiraría como a un juguete. Ésta es
mi fantasía:
Soy una belleza norteamericana de visita en Inglaterra. Gracias a mis
cualidades de honestidad y franqueza, empiezo a ampliar mi círculo social
hasta llegar a relacionarme con la flor y nata de la nobleza. Un hombre rubio,
de ojos azules, muy atractivo y sexy se siente intrigado por mi honestidad y
belleza inusuales. Tengo veinte años, cabellos castaños y bonitos ojos color
avellana. Estoy orgullosa de mi sexualidad, aunque mis relaciones terminan
de manera infeliz para mí (pero no para mis novios, puesto que son ellos los
que me dejan). Este hombre (Jason) podría tener a cualquier belleza de
Inglaterra si lo deseara, pero yo tengo las cualidades de las que esas bellezas
carecen: respeto, amo y digo la verdad. Él se acerca a mí abriéndose paso
entre una multitud de admiradores, para llevarme consigo. Sugiere que
Ruth
Tengo veintiún años, estoy en el último año de universidad y doy clases.
Tengo una magnífica fantasía que he convertido en realidad.
Uno de mis alumnos con peores modales es un chico de quince años. Es
un terror entre las chicas, con las que coquetea y a las que toma el pelo
continuamente. No me gustaba, y tuve que reprenderle a menudo, pero por
alguna extraña razón me atraía sexualmente. Quizá no sea tan extraño; es
andrógino, una especie de Mick Jagger. Descubrí que me gustaba castigarlo
cuando les tomaba el pelo a las chicas, como si yo fuera una chica a la que no
pudiera fastidiar. Tratar con este chico provocaba en mí una gran tensión
sexual. También descubrí que realmente disfrutaba humillándole delante de
Nina
Susan
Soy una mujer de veintiocho años con estudios universitarios (aunque en
la actualidad sólo me dedico a las tareas de la casa y a cuidar a mis dos hijos)
y estoy casada desde hace casi seis años.
Mis experiencias sexuales se iniciaron cuando tenía dieciséis años y un
mes. Fue un desastre total; Mark tenía sólo un año más que yo y la misma
experiencia. Sólo consiguió meterme el pene un par de centímetros y se
corrió. Tuve una verdadera decepción. Imaginaba que si «llegaba hasta el
final», tendría que escuchar un repique de campanas o algo parecido como
mínimo, pero sólo me sentí utilizada e insatisfecha. Acabamos rompiendo, y
entonces conocí al hombre que me abrió las puertas del sexo.
Shelly
Me excita el exhibicionismo involuntario e «inocente» y casi todas mis
fantasías tratan de alguien que descubre mis encantos al desnudo y se vuelve
loco de lujuria ante semejante visión.
Mi vida real parece sacada de los sueños de cualquier mujer. Primero y
más importante, hace diez maravillosos años que estoy casada con un hombre
afectuoso y fiel y nuestra relación parece mejorar con el tiempo. Me maravilla
constantemente lo afortunada que soy por haber encontrado a un hombre tan
maravilloso a tan temprana edad (nos casamos cuando yo sólo tenía veintidós
años). Mi marido está siempre dispuesto y preparado para hacerme el amor.
Es muy desinteresado y parece obtener su mayor placer de mirar cómo grito,
jadeo y tiemblo en un éxtasis sexual al tener orgasmo tras orgasmo. Hacemos
el amor casi a diario, a cualquier hora y en cualquier lugar.
Me encanta estar caliente y fantasear para ponerme a cien. Vivimos en
una finca campestre muy aislada y retirada, así que puedo llevar ropas muy
provocativas en casa (o no llevar nada) sin miedo a posibles intrusiones.
Algunas veces, mis fantasías y/o mi ropa sexy me ponen tan caliente que
tengo que masturbarme cuando mi marido no está en casa, pero la mayor
parte de las veces intento contenerme hasta que él vuelve a casa para que
ambos podamos aprovechar mi excitación y practicar el sexo provocativo y
desinhibido juntos.
Al parecer, también atraigo la atención donde quiera que voy. Mis amigos
siempre se burlan de mí por ello. Sin embargo, a mis treinta y dos años sigo
siendo tímida, y nunca me visto o actúo de manera que pueda atraer
intencionadamente la atención. Aun así, los hombres se detienen y me miran
Bea
Soy una atractiva mujer divorciada de cuarenta y dos años con dos hijos
en la universidad. Antes de divorciarme estuve casada veintidós años. Mis
primeros contactos sexuales se produjeron cuando tenía cinco o seis años en
un caluroso día de verano. Mi madre no nos había hecho poner las bragas
durante ese verano a causa del calor. Debía llevar unos pantalones cortos
holgados, porque, mientras esperaba a mi amiga, su cachorro se acercó ¡y me
chupó el pequeño coño varias veces! Desde aquel día buscaba la ocasión de
que se repitiera, pero no volvió a ocurrir (siendo yo pequeña al menos).
También recuerdo otro día (debía hacer calor porque llevaba el mismo tipo de
pantalón), en el que unos cuantos chicos de la vecindad y yo estábamos
sentados en el suelo con las piernas abiertas y jugando. Los chicos que tenía
delante empezaron a reír tontamente y a mirarme con fijeza. Tardé un rato en
darme cuenta de que ¡podían verme perfectamente el pequeño coño!
Recuerdo haber sentido la misma excitación que en el incidente con el
cachorro. Recuerdo además una ocasión en la que estaba sentada en una gran
silla junto a un niño (el vecino de al lado), deseando que me tocara el coño,
pero, ¡claro!, él no tenía ni idea de lo que yo estaba pensando. Aún pienso en
estas cosas cuando me masturbo. Me imagino trabajando en el jardín, sin ropa
interior; me agacho y soy consciente de que los niños de la casa de al lado
pueden verme el coño, ¡el primero de su vida!
Una de mis fantasías favoritas incluye a agradables hombres mayores, de
esos que han estado casados con la típica ama de casa, robusta y bonachona,
durante largos años, pero que aún se divierten mirando, aunque ya sin
oportunidad de volver a tener a una mujer joven. Me imagino entonces a mí
Toby
Tengo veinticuatro años y soy virgen, no por elección, sino por las
circunstancias. Vivo con mis dos hermanas menores y mis padres, a falta de
un trabajo de profesora estable y de dinero. No tengo novio en este momento,
pero salgo ocasionalmente con chicos. Tengo un ligero exceso de peso, razón
a la que atribuyo el que no tenga novio. Quizás estoy frustrada sexualmente
debido a la falta de experiencias sexuales.
Me considero una persona con un fuerte apetito sexual. Necesito estar con
alguien de forma regular, puesto que siempre estoy caliente. Cuando estaba en
la universidad me veía con mi novio todas las noches, y no me cansaba nunca
de ello. Cuando estábamos juntos, hacíamos de todo durante horas menos el
coito. Y no porque él no lo intentara. Me lo pedía noche tras noche y me
excitaba mucho, pero yo siempre he tenido ese estúpido sueño infantil de que
una buena chica ha de esperar a estar casada, y yo siempre he sido una «buena
chica». Ahora siento no haber seguido mis sentimientos. Al paso que voy,
puede que no me case nunca.
Como he mencionado antes, soy una persona con un gran apetito sexual.
Pienso mucho en el sexo y me pongo caliente ante la sola mención de la
palabra adecuada, un sonido o una indirecta. Me masturbo al menos una vez
al día y algunos días tres, cuatro o más veces. Nunca intenté masturbarme
hasta que llegué al segundo curso de universidad. No sé si antes no sabía
cómo hacerlo o cuál era el motivo, pero hasta entonces nunca lo había
intentado. Siempre he usado la mano hasta hace poco. Tenía un aparato para
masajear los músculos que tenía la cabeza parecida a un glande. Cuando me
Iris
Tengo veintitrés años, soy blanca, soltera y la mayor de cinco hijos.
Tengo un título universitario en psicología, trabajo en el mundo empresarial y
soy bastante obesa.
Tengo continuas fantasías. Me masturbo a menudo durante la semana, y
habitualmente durante varias horas los días de fiesta. No empecé a
masturbarme hasta los catorce años, después de la primera regla. Sólo tuve
dos incidentes antes de ese momento, el primero de ellos con un vecino
mayor que yo. Yo tenía cinco o seis años, y él, once o doce. Estábamos
nadando y él quería que me quitara el traje de baño para verme el coño. Me
dijo que luego me enseñaría el pene. Yo salí corriendo. Aún hoy tengo
fantasías sobre ese chico. En segundo lugar, me cogieron jugando a médicos
con unos amigos. Tenía unos siete años. Mis demás experiencias de los diez a
los trece años se produjeron con amigas. Cuando dormíamos juntas nos
bajábamos las bragas y nos acariciábamos el coño mutuamente. Otra amiga y
yo hacíamos de bailarinas de striptease por turnos. O bien íbamos al cuarto de
baño, nos quitábamos las bragas y abríamos las piernas para examinarnos la
una a la otra.
En mi adolescencia era obesa. No tenía novios ni salía con chicos. Al
principio sólo me tocaba los pechos. Eso sirvió durante una temporada. Luego
Edie
Tengo dieciséis años de edad y estoy en el penúltimo curso del instituto.
Mis padres han sido siempre muy indulgentes conmigo, así que no tengo
obsesiones sexuales.
Por ahora, sólo he salido con hombres, pero últimamente suelo tener
fantasías lesbianas cuando me masturbo. (Por supuesto nunca le contaría esto
a nadie excepto a ti, porque no te conozco.)
En una ocasión, durante una fiesta, un chico puso una película porno en el
vídeo y encendió la televisión. Estuve de acuerdo con las otras chicas en que
era grosera y repugnante, pero todos la vimos. Creo que todos los que
estábamos en la habitación teníamos ganas de masturbarnos, pero, por
supuesto, nadie lo hizo. En mis fantasías nos masturbamos todos juntos en la
habitación.
A menudo me pregunto si mis fantasías son normales. Algunas veces
imagino que le muestro mi cuerpo a un tío muy atractivo sin necesidad de
follar. Me gustaría exhibir de alguna manera lo que tengo y dejar que el
espectador crea que no sé que lo estoy mostrando. Cuando me masturbo
imagino a menudo a otra persona que me está viendo desnuda y que se
masturba pensando en mí.
También tengo fantasías en las que veo a otras personas masturbándose.
Me gustaría ver a un hombre o a una mujer haciéndolo. Sin embargo, soy
demasiado tímida para pedírselo a alguien. En la película porno vi a una
mujer que se frotaba el coño con un vibrador, y me gustaría poder espiar a
alguien que lo hiciera en la realidad. También estoy interesada en ver cómo se
masturba un hombre y qué aspecto tiene cuando se corre. Quiero decir que he
tenido relaciones sexuales varias veces, pero lo que me gustaría es ver a un tío
atractivo jugando con su propia polla porque está tan caliente que no puede
evitarlo. El concepto de masturbación en sí me excita. La practico un par de
veces al día, a menos que esté muy ocupada.
Helga
Cuando oí hablar por primera vez de Men in Love pensé: «¡Nancy Friday
es tan freudiana!» Y teniendo en cuenta todo el daño que Freud ha causado a
la sexualidad de las mujeres con sus ridículas nociones sobre los orgasmos
vaginales y la envidia del pene, al principio era reacia a leer tu libro. Pero la
curiosidad y el deseo de comprender mejor la mente del hombre me
vencieron. Bien, después de todo, debo decir que disfruté mucho con tu libro
y, para mi sorpresa, disfruté más incluso con tus interpretaciones que con las
fantasías. Resumiendo, has conseguido devolverme la fe en que Freud no era
tan malo.
Crecí pensando que el sexo era para los hombres y, si ellos lo deseaban,
sin duda no tenían por qué sentir culpa alguna. Era de las mujeres de quienes
se suponía que no debían desear el sexo y que debían sentirse culpables, o
anormales, si lo deseaban. Aprendí que la masturbación era algo que hacían
los chicos (aunque yo también lo hacía), y, lo que es más, que todos ellos la
aprobaban en sí mismos y en los demás porque tenían penes y eso es lo que se
hace con un pene.
Cuando era pequeña (mis recuerdos más antiguos se remontan al tercer
curso del colegio) tenía fantasías sexuales (que mi iglesia llama
«pensamientos impuros») y me masturbaba a cada momento. A pesar de que
creía sinceramente que era la única que hacía semejantes cosas, sentía una
mínima culpa. En mi vida posterior, la masturbación quizá me ha hecho sentir
solitaria o triste, pero nunca culpable. Lo mismo ocurre con mis fantasías. Soy
una mujer menuda y delgada que suele vestirse de manera conservadora y a la
que probablemente el hombre de la calle no consideraría sexy a causa de su
pequeña estatura, tetas pequeñas y aspecto poco provocativo. No soy de las
que tratan de llamar la atención (es decir, soy una «buena chica»). Sin
embargo, uno de mis temas favoritos en las fantasías es el exhibicionismo.
Muchas veces, mientras hago el amor, en especial cuando noto que estoy a
punto de alcanzar el orgasmo, imagino que nuestra sesión está siendo filmada
o contemplada por muchos hombres que se están masturbando a causa de la
excitación. En ocasiones, imagino que estoy posando para una revista de
hombres o que me estoy masturbando mientras soy observada a través de la
ventana por un vecino.
Faith
Ya hace varios años que disfruto desvistiéndome delante de la ventana de
mi dormitorio. El vecino de al lado, un hombre mayor, emplea a jóvenes de
dieciséis a veintiocho años para que le hagan pequeños trabajos en la casa.
Siempre están pasando por mi ventana, así que estoy segura de que me ven.
A mis dieciocho años tengo una bonita figura. Mis medidas son 96-63-96,
lo que no está nada mal, aunque siempre he tenido la impresión de que tengo
los muslos gordos, especialmente porque padezco del problema común de las
mujeres: la celulitis. En la actualidad, estoy en el primer curso en la
universidad.
Técnicamente sigo siendo virgen, porque nunca he permitido a nadie que
me penetrara, pero mi novio y yo nos hemos explorado a fondo el uno al otro,
así que no soy sexualmente frígida en ningún sentido. Tan sólo quiero
asegurarme de encontrar al hombre adecuado con quien compartirlo todo.
Imagino que estoy en mi habitación con las cortinas abiertas para ofrecer
una buena vista. Acabo de llegar a casa después de haber salido esa noche.
Empiezo a desvestirme para meterme en la cama. Lentamente, me quito la
falda para descubrir mis suaves piernas y las bragas de encaje. Sin darme
prisa, me desabrocho la blusa para revelar mis grandes tetas mientras me
contemplo en el espejo. Tengo el estómago muy plano, porque he estado
durante años en una compañía de ballet, y mi piel es blanca como la nieve y
aterciopelada y suave como el satén.
Brett
Es un alivio y una alegría saber que no soy la única mujer que ha
cometido el ultraje de tener fantasías eróticas o que se masturba pensando en
ellas con regularidad. Tengo veintiún años y llevo casi uno casada con un
hombre al que quiero mucho; no tengo hijos (gracias a Dios). Soy modelo, me
consideran muy bonita, tengo un alto cociente intelectual y disfruto de
muchos, hobbies como escribir, pintar, tocar el piano, dibujar. Soy «super».
Tengo un ardiente deseo de verlo y hacerlo todo en la vida, de vivir todas las
fantasías y alcanzar todos los sueños. Crecí con mi madre y mi hermana,
porque mi padre se marchó cuando yo estudiaba cuarto. Me considero
bastante liberada y desinhibida.
Creo que mi fascinación por los genitales masculinos comenzó cuando
tenía cinco años. Estaba ojeando el How and Why Wonder Book of the Human
Body (El libro del cómo y el porqué del cuerpo humano). Ya sabía que el
Natalie
Marla
Soy una lesbiana de veinticuatro años y actualmente vivo en Japón. Me
gradué en Vassar, en japonés y estudios asiáticos, y trabajo como traductora
intérprete para una gran compañía japonesa. Siempre he sabido que era
lesbiana, desde que estudiaba octavo, pero nunca tuve relaciones sexuales con
una mujer hasta llegar al instituto. Todo lo que la gente dice sobre las
lesbianas es mentira. Yo tuve una infancia muy feliz con mis padres, que
también eran felices. Contemplo con orgullo mi lesbianismo, aunque todavía
lo mantengo en secreto, más que nada por razones económicas (aunque
también porque pienso que la vida sexual de cada uno es un asunto privado).
Mi amante sigue en Estados Unidos. Pensamos vivir juntas para siempre.
Nunca me ha interesado ninguna otra persona.
La mayoría de mis fantasías tienen que ver con el poder. En una de mis
favoritas soy la soberana absoluta de un diminuto reino del Oriente Medio en
el que las mujeres lo controlan todo y los hombres son criados. Algunas
Stacy
Soy una chica de diecinueve años, alumna de instituto, soltera, de clase
media alta, heterosexual (creo). Me preocupa mucho el sexo, pienso mucho
en ello y lo practico siempre que puedo. Me encanta masturbarme, incluso
cuando tengo una pareja estable. A veces creo que voy camino de ser una
ninfómana. Parece que mi aspecto inocente atrae a los hombres, y les encanta
Sandy
Tengo veintiún años. Estoy soltera y soy heterosexual.
Me crié en una familia de la clase media en Canadá. Era hija única y
disfruté de la exclusiva atención de mi madre, que ha sido muy generosa con
su amor y su tiempo. Es una mujer inteligente y abierta, y yo me considero
Priscilla
Estoy en último curso de instituto, en un programa de intercambio con
Inglaterra. Asisto a lo que debe de ser un típico instituto norteamericano
suburbano, en el que la mayoría de los alumnos son chicos de clase media,
pero es muy distinto de mi instituto público femenino de Sussex. Provengo de
una familia de clase media del sur de Inglaterra. Mis padres se dedican los dos
al teatro.
Me han atraído las chicas desde mi más temprana adolescencia, de modo
que supongo que soy bisexual, pero no me preocupan las etiquetas. Creo que
la mayoría de las personas tienen fantasías con gente de su propio sexo, pero
que rara vez las llevan a la práctica.
Me gustaría describir una temprana experiencia sexual. Cuando tenía
catorce años, me fui con mi mejor amiga y su familia a su casa de vacaciones
en el sur de Francia. Ella tenía un hermano y una hermana más pequeños y
una hermana mayor, Mary, que tenía unos diecinueve años.
Una tarde, la familia se fue al cine, pero Mary y yo nos quedamos en casa.
Era una noche fría y lluviosa. Nos sentamos frente a un gran fuego en el salón
de aquella casa rústica. Cogimos sendos libros, y Mary fue a por vino. Volvió
con dos vasos, sirvió el vino y seguimos leyendo. Al cabo de un rato, alcé la
vista sorprendida y vi a Mary verdaderamente agitada. Me acerqué, y ella dijo
que había leído algo que le recordó a su exnovio, que acababa de dejarla.
Estaba muy conmovida, y la rodeé con mis brazos.
Paula
Tengo diecisiete años.
Siempre he sido gay. Digo «gay» porque la palabra lesbiana me asquea.
Acabo de graduarme en el instituto, como estudiante de honor.
Recurro a esta fantasía cuando estoy en la ducha, y me hace llegar al
orgasmo por sí sola, sin necesidad de contacto físico. Me atraen mucho las
mujeres. Mi fantasía favorita se centra en una famosa cantante de rock (no
diré quién es, porque no quiero que se sienta incómoda si alguna vez lee esto).
Si es posible estar enamorada de alguien que no conoces, entonces estoy
enamorada hasta la médula. Esta es mi fantasía:
Acabo de asistir a un concierto de rock en el que la estrella es mi ídolo.
Después del concierto, me las arreglo para poder verla, y hacemos migas de
inmediato. Ella es exactamente como yo la imaginaba. Después de hablar con
Suzanne
Tengo veinte años y estoy casada desde los diecisiete. Nunca he podido
llegar al orgasmo durante una relación sexual, y las mantengo desde que tenía
quince años. Sólo llego al orgasmo cuando me masturbo.
Tengo muchas fantasías lesbianas. Nunca me ha chupado una mujer, pero
creo que me encantaría. ¡Y seguro que me correría! ¡Uau! Sin embargo, sí he
chupado a otra mujer, y me encantó hacer que se corriera. Recuerdo cómo era
y a qué sabía. Me gustaría contártelo. ¡Y espero que alguien pueda disfrutar
también con ello!
Joan había venido a casa a verme. Empezamos a beber (Joan, mi marido y
yo) y terminamos muy borrachos. Joan me pidió que le sacara la polla a mi
marido y se la chupara. Incluso se ofreció a ayudarme.
Yo accedí entre risas. Pero antes de que me diera cuenta, estaba
chupándolo y lamiéndolo, mientras ella lo sostenía. Mi marido se corrió
encima de Joan y en mi cara. Entonces se lo ofrecí a Joan, y los vi follar hasta
que ella gritó. Luego mi marido empezó a chuparle las tetas, y yo no podía
apartar los ojos de su hermoso coño. No pude resistirlo más y me acerqué. Le
abrí las piernas y se las coloqué sobre mis hombros. Le abrí totalmente los
labios del coño y se lo chupé como me habría gustado que me chupara ella a
mí. Le metí los dedos en el coño, primero uno, luego dos, luego tres. ¡Y a ella
le encantó! ¡Y cuando se corrió, me puse de lo más caliente! Me cogió la
cabeza entre sus manos y se incorporó para buscar mi lengua.
Este trío estuvo funcionando durante meses. A veces mi marido me
follaba, mientras yo le chupaba el coño a Joan. O ella le chupaba la polla a mi
Kerry
Soy una mujer negra. Me casé a los dieciséis años y tuve mi primer hijo a
los diecisiete. Ahora ya he cumplido los cincuenta y tengo tres hijos. Dos de
ellos son adolescentes.
Aparte de mi marido, sólo he estado con otro hombre, y fue cuando tenía
catorce años. (A propósito, me da un poco de vergüenza utilizar palabras
como coño, polla, etcétera.) Lo creas o no, apenas sé nada sobre sexo, juegos
preliminares ni nada de eso, aunque llevo casada más de treinta años y he
tenido tres hijos.
Me explicaré: soy una esposa maltratada, y lo he sido durante todo mi
matrimonio. Voy a intentar ser sincera contigo, aunque nunca he podido serlo
con nadie. Casarme fue el peor error de mi vida. Mi marido ni siquiera me
atraía sexualmente. Incluso hoy, sigo sin tener la menor idea de por qué nos
casamos. Aunque él dice que me ama, la forma que tiene de tratarme me hace
dudarlo. Después de todos estos años le sigo atrayendo sexualmente, aunque
no sé por qué. Tenemos relaciones casi cada noche. Siempre lleva él la
iniciativa, porque si no, nos las tendríamos.
No sé cómo excitarle. Supongo que es porque en el fondo no lo deseo. No
quiero que me toque ni tocarle yo. Se podría decir que he estado fingiendo
todo este tiempo. Teníamos terribles peleas, y, al día siguiente, yo me
levantaba toda entumecida y amoratada. Su modo de pedir perdón era a través
del sexo. Y eso me disgustaba todavía más, pero nunca me negaba. Una vez
lo hice, pero él me acusó de estar con otros o desear a otros hombres. Él
siempre se corre, pero yo tengo que fantasear para llegar al orgasmo. Él lo
intenta todo para excitarme, desde chuparme el coño hasta el sexo anal (que
duele horriblemente).
Descubrí la masturbación cuando tenía doce años. Empezamos a
masturbarnos juntas varias chicas. Y cuanto más lo hacíamos, más nos
gustaba. Entonces descubrí que me excitaba mirar los pechos de una mujer.
Nunca le he tocado el pecho a otra mujer, pero sueño con ello.
Renee
Tengo dieciocho años. Nací bajo el triple cuerno de Tauro, lo cual me ha
hecho fuerte de mente, tremendamente terca, muy sensual, temeraria y
supongo que un poco extremista. Soy modelo, mido 1,70 y tengo el pelo
castaño rubio, los ojos verdes y los labios gruesos. Soy norteamericana, pero
de ascendencia italiana.
De adolescente era curiosa y tenía ideas propias, para desmayo de mis
padres, pertenecientes a un suburbio de clase media. Fui a un instituto,
después de que me expulsaran del colegio público al mes de empezar mi
primer curso, por saltarme las clases y pelearme.
Empecé a tener relaciones sexuales hacia finales del verano anterior a mi
ingreso en el instituto, pero de niña había sido violada por mi abuelastro y se
me habían acercado muchos hombres mayores antes de cumplir los diez años.
Lo de mi abuelo también terminó por esa época. Para entonces (después de
varios años), empecé a protestar y a gritar y a llorar. (Mi madre se quedó
embarazada de su abuelo a los catorce años, y su madre, es decir mi abuela,
también fue forzada de niña por su abuelo.) ¿Destino? ¿Coincidencia?
¡Menuda mierda! En realidad, nunca fui virgen. Lo que más me duele es que
pensar ahora en ello me inquieta más que entonces.
De modo que fui al instituto, al otro lado de la ciudad. Terminé fumando
grandes cantidades de cocaína durante un año y medio, más o menos. Estaba
Gemma
Tengo veintitrés años, soy católica y provengo de una familia de clase
media alta. Fui a la escuela parroquial hasta el octavo grado, y salí con toda
una serie de ideas acerca de cómo debía ser el mundo. Aunque me educaron
decentemente, había algunas cosas que me preocupaban. La primera es que
hace poco reconocí y acepté mi homosexualidad, y como es algo que la
Iglesia no tolera, tuve que hacer muchos reajustes. Otro problema (un miedo
que tengo) es que nunca he aprendido a manifestar ningún tipo de afecto. En
mi familia, las únicas emociones que se demostraban eran el enfado (la cólera
nunca) y la diversión. Empecé a preocuparme; temía ser «un pez frío», pero
como espero que demuestre la siguiente fantasía, ese temor es infundado.
Un poco de información. Mi fantasía se refiere a Liz, la primera mujer que
me dijo que era gay, y a su amante, Camille. Yo trabajaba con Liz, y cuando
superé el sentido de culpabilidad por ser gay, las tres empezamos a salir de
bares y a divertirnos juntas. (Ahora ellas se han mudado.) Por desgracia, me
enamoré perdidamente de Camille, y aunque las dos conocen mis
sentimientos hacia ella, nuestra relación apenas ha cambiado. En todo caso, se
ha hecho más fuerte. Todavía nos vemos de vez en cuando.
Bueno, vayamos a la fantasía:
Voy a ver a Liz y a Camille a su apartamento. Liz se marcha. Nunca he
inventado una razón por la que tenga que marcharse, pero sabemos que estará
un rato fuera. El caso es que Camille y yo estamos sentadas en el sillón; no
hacemos gran cosa, ver la tele o leer un libro. Camille se inclina y me da un
ligero beso en la mejilla. Yo le dirijo una mirada de desaprobación, que dice
Ésta es mi fantasía:
Después de la clase, me pide que la lleve a casa (no tiene coche), y yo me
apresuro a decir que sí (¡cielos, la llevaría en brazos si me lo pidiera!).
Cuando llegamos a su casa, me invita a pasar a ver sus cuadros. El corazón
Deidre
Tengo diecinueve años, pelo rubio, ojos azules, una figura de 91-68-91,
peso cincuenta y ocho kilos y soy bisexual, aunque sólo he estado una vez con
una mujer. Me masturbo desde los once años, cuando descubrí el placer de
darme largas duchas, con el vibrador de mi madre.
En cuanto a mi educación, mamá y papá se divorciaron cuando yo tenía
diez u once años. No lo recuerdo muy bien, pero eran de mente bastante
abierta. He estado saliendo y tomando drogas desde los doce años. El sexo
nunca fue un tema tabú en casa. Me enteré de aquello de las flores y las abejas
cuando tenía seis o siete años, cuando mamá se lo explicaba a mi hermana
mayor. Aprendí gran parte del resto en la colección de revistas de papá, como
Playboy, Penthouse, etc., que leía siempre que podía. Cuando cumplí los
quince años, mamá y yo empezamos a hablar de sexo. Quiero decir que
hablábamos de distintas cosas que se podían hacer y formas distintas de
«¿SOY GAY?»
Freud fue el primero en documentar la sexualidad de la infancia más
temprana, los años edípicos que van más o menos desde los cuatro a los siete.
Y por este «descubrimiento», los miembros de su profesión prácticamente le
condenaron al ostracismo. Antes de Freud se daba por sentado que no había
impulsos sexuales hasta la pubertad. Nadie quería pensar que los niños de
Georgina
Soy una mujer de veintitrés años, lectora y estudiante de doctorado en una
gran universidad canadiense. Y ya basta de vida real, ahora vamos al sexo y a
las fantasías sexuales.
Sólo he tenido cuatro compañeros, todos hombres mayores, muy
tradicionales y convencionales. La masturbación y el orgasmo son dos cosas
que descubrí durante los últimos cinco meses, más o menos. Las fantasías que
tengo cuando me masturbo varían constantemente. Tratan de simples
encuentros con hombres que conozco y que me atraen, o bien de la
dominación a manos de un hombre imaginario, o —más a menudo— de una
mujer. Voy a narrar una fantasía completa, aunque sólo con imaginar alguna
parte ya puedo correrme.
Una lesbiana varonil pero muy atractiva me ha convencido para que me
vaya a su casa. De camino, nos detenemos en unos almacenes y me obliga a
probarme ropas de su elección. Ella me mira mientras me las pruebo. Me trae
una delicada camisola beige y me dice que me la pruebe sin el sujetador. Yo
obedezco. Ella está detrás de mí, frente al espejo, y de pronto me pone una
mano en el pecho y otra en el pubis y me besa en el cuello. Luego me ordena
que me ponga mi ropa sobre la camisola; me está obligando a robar.
Llegamos a su apartamento, en un rascacielos. Cogemos el ascensor (vive
en uno de los pisos más altos), y cuando se cierran las puertas me mete la
mano agresivamente bajo la falda y me agarra el coño obscenamente (en los
almacenes me ha quitado las bragas) y me mete la lengua en la boca. Su
cuerpo me presiona contra la pared del ascensor. Yo protesto. «Chris —suelo
llamarla Chris—, ¡todavía no! ¿Y si entra alguien?»
«Pensarán que eres una tortillera, como yo. Todo el mundo sabe que lo
soy.» Me arrastra a su apartamento, tirándome del brazo. Cuando entramos,
me aplasta la cara contra la pared mientras se quita sus zapatos primero y
luego me quita los míos. Me empuja hacia el salón y allí me acaricia y me
provoca antes de servirse un aperitivo. Luego se sienta en el sillón.
Yolanda
Tengo diecinueve años, un año y medio de universidad a las espaldas más
una corta experiencia en un grupo de rock. Ahora me he enrolado en el
ejército. Soy soltera.
Me masturbo desde los cuatro años. Sigo haciéndolo igual, y de momento
es algo que me ha dado intensos, múltiples y tempranos orgasmos. Por eso me
resulta tan difícil imaginar lo que es una mujer frígida incapaz de llegar al
orgasmo. Consigo mis orgasmos leyendo extractos eróticos de libros y
revistas, y fantaseando sobre encuentros sexuales de la vida real, mientras
cruzo las piernas, las tenso y las relajo después. Cuando se acerca el orgasmo,
acelero mis movimientos. Siento un gran placer en el clítoris. Sé que esto es
como «follar» conmigo misma. Siempre ha sido mi modo de aliviarme, de
Molly
Soy una licenciada bisexual, soltera, de veintitrés años. Me educaron unos
padres conservadores, pero aun así indulgentes y comprensivos, como hija
Robin
Tengo diecinueve años y soy estudiante de segundo curso en una
universidad femenina. Soy muy tímida, sobre todo con los chicos, aunque soy
razonablemente bonita y tengo un cuerpo esbelto que siempre han envidiado
las otras chicas.
¡Si los hombres y los muchachos supieran las mentes tan sucias que tienen
algunas chicas! Se sentirían mucho mejor con sus propias mentes sucias. Yo
fantaseo sobre el sexo una gran parte del tiempo, cuando estoy en una clase
aburrida, o en la iglesia, o mirando a los hombres (discretamente, por
supuesto) en una tienda, y naturalmente cuando me masturbo.
Suelo masturbarme por lo menos una vez a la semana, o incluso más,
desde que tenía quince años. A veces lo hago varias veces al día. Mi método
más utilizado es tumbarme boca abajo en la cama y frotar el coño desnudo
contra la sábana. (Con este método se puede fingir estar dormida si entra
alguien en la habitación.) Puedo tener así orgasmos muy intensos, sobre todo
si no lo hago muy a menudo y si me hago llegar al borde del orgasmo una y
otra vez antes de dejar finalmente que llegue el clímax.
Tuve el primer orgasmo con quince años, inspirándome en una postal que
vi en Bloomingdale’s (¡de verdad!): Me reclino sobre los codos en la bañera,
Heather
Tengo pensamientos y sentimientos de culpa que a estas alturas están ya
totalmente fuera de mi control.
Tengo veintidós años, me he casado hace un mes y espero un hijo. Vengo
de una familia rota (mis padres se divorciaron cuando tenía dieciséis años) y
soy hija única. Mamá era una alcohólica, papá, un fanático del trabajo.
¡Evidentemente mi apoyo no estaba en casa!
Mis fantasías siempre han sido sobre experiencias heterosexuales, y
todavía lo son, pero han cobrado un giro que ha supuesto una dificultad para
mi vida cotidiana: tienen un origen homosexual. Recuerdo que cuando tenía
dieciséis años estaba practicando el sexo oral con mi novio, cuando de pronto
vi delante de mí un coño en lugar de una polla. Me aterroricé de tal manera
que le dije que se fuera, y pasé dos semanas atormentada intentando
explicarme aquello. Pero no volvió a ocurrir, hasta que hace unos ocho meses
fui a visitar a mi padre para conocer a su novia. Era muy hermosa, y recuerdo
que me puse muy nerviosa porque me di cuenta de que la estaba «mirando»
de un modo especial. Después de eso nunca he pensado en ninguna mujer,
pero comenzaron a aparecer en sueños e incluso en mis fantasías cuando me
masturbaba. Durante el día miro a las mujeres para ver si me excitan, porque
estoy muy confusa. Les miro la entrepierna para ver si pasa algo. He
consultado a psicólogos y, naturalmente, lo único que queda claro en todo
esto es que «ser gay es una decisión consciente, no algo que ocurre sin tu
consentimiento». Sí, es cierto. Yo no quiero ser gay, ¡pienso que me
suicidaría si ocurriera! He hablado de esto abiertamente con mi marido, y
siempre me tranquiliza. Dice que es natural. Dice que él ha pensado en cosas
así, pero que sabe que nunca ocurrirán. Pero yo me siento muy avergonzada
de pensar una y otra vez: «¿Y si soy gay, y estoy casada y esperando un
hijo?» A veces parece ridículo, y otras veces parece probable.
Me parecía necesario explicar que no acepto mis fantasías, y seguro que
muchas mujeres sienten lo mismo: vergüenza por sus pensamientos, en lugar
de tranquilidad. Bueno, mis fantasías son de tres tipos.
Fantasía 2
En realidad, esta fantasía me la ha creado mi marido, que suele hablarme
y contarme historias en el juego amoroso previo al coito. Empieza con que él
está en la habitación de un hotel, y yo estoy en el cuarto de al lado. El espejo
Fantasía 3
Esta última fantasía no es muy imaginativa, pero me hace llegar al
orgasmo cuando pienso en ella. Cuando mi marido y yo hacemos el amor,
entra un hombre y nos mira. Se acerca y nos acaricia el cuerpo con las manos,
sintiendo mi coño húmedo y la verga de mi marido. Luego folla a mi marido
por el culo. Al principio, a mi esposo no le gusta, y luego se relaja cuando le
decimos que es natural sentirse excitado, aunque sea con otro hombre. Luego,
el hombre se da la vuelta y se la chupa a mi marido hasta que se corre en su
Maribeth
Estaba leyendo tu libro y me preguntaba qué tendría que decir sobre las
fantasías sexuales alguien como yo. Soy asistenta social y he trabajado en
hogares de niños, como monitora en uno y como consejera en otro. Ahora he
vuelto a la universidad. Provengo de una reserva india. Me he criado en
reservas casi toda mi vida, a excepción de los dos años que viví en California.
Soy una «heterosexual secreta», como me han calificado algunas amigas
gays. Creo que eso me describe perfectamente.
Apenas tenía diecinueve años cuando tuve mi primera relación
homosexual. Duró dos años. Ella era una negra, estudiante de enfermería, que
conocí en California. Ha sido el compromiso más fuerte que he tenido. Al
mismo tiempo las dos salíamos con otra gente. Ella tenía novio, y yo también.
Y también salí con otra chica. Le hice proposiciones una noche en que me
sentía sola, herida y furiosa. Todavía tenía diecinueve años. Ahora tengo
veinticuatro y voy por la número siete. Creo que seis de las siete creían que
eran heterosexuales. Y creo que tres de ellas habían tenido alguna otra amante
antes de mí. ¡Pero siguen siendo heterosexuales! Sólo para tres de ellas fui la
primera. Es muy divertido conseguir que una mujer de las que se califican de
«heterosexuales» acabe estando conmigo. Es todo un reto. También un
refuerzo para el ego.
Supongo que en ese aspecto, mis sentimientos están bien. Pero luego
surge la ira. Es como si avanzara por etapas. He sentido la rabia, el dolor de
darse una cuenta de lo que ha pasado, la culpa… todo el viaje. Es muy
predecible. Las personas suelen pasar todo ese dolor. Las mujeres quieren
compromisos y promesas. Las que han estado conmigo tenían la necesidad de
confiar en mí para saber qué hacer, de sentirse cerca de mí antes de que la
relación fuera sexual. No creo que las mujeres puedan ser indiferentes como
muchos hombres. Para mí, es como si tuvieras que ser capaz de llegar a su
mente, a su lado emocional, antes de que te permitan hacer el amor. Hablar
mucho.
Hay una mujer con la que tengo una fantasía. Me la presentó una amiga
común (que después averigüé que pensaba que si alguien podía seducirla sería
yo). Pasamos toda la tarde charlando. Yo le hablé de mi trabajo con niños y
Caroline
Tengo veintidós años. Estoy casada y separada, con dos hijos. Tengo el
graduado escolar.
Mi fantasía es irme a la cama con una mujer. No me entiendas mal, me
encanta practicar el sexo con los hombres, pero entiendo lo bien que debe de
sentirse un hombre cuando le chupa los pezones a una mujer, y yo también
quiero sentirlo. Quiero una compañera que sea de mediana edad, el color no
me importa. Cuando nos conozcamos, yo seré muy tímida. Luego iremos a su
casa y charlaremos ante un vaso de vino. Una vez allí, la escena se
desarrollará del siguiente modo: Ella se acerca y empieza a besarme. Yo me
muestro muy tímida. Luego me desabrocha la blusa, me la baja por los
hombros y me besa el cuello y los hombros. Mis pezones están duros y
dispuestos. Le paso los dedos por el pelo. Estoy lista para devolverle su
cariño. Nos desnudamos la una a la otra y nos tumbamos en el suelo. Me
acaricia el cuello con la lengua. Me chupa el coño y yo le meto el dedo en el
culo.
Quiero conocer a una mujer cálida que quiera esconderme bajo su ala.
Beverley
Soy una estudiante universitaria de diecinueve años. He sido sexualmente
activa desde los quince. Me masturbo con regularidad. Empecé a
masturbarme cuando tenía unos ocho o nueve años. Solía frotarme contra el
pene de mi perro hasta que me corría. También me ponía mantequilla o
mahonesa en el clítoris y los pezones para que el perro los lamiera.
Cuando crecí, perdí mucho interés por el perro. Entonces me masturbaba
con la mano mientras leía algo erótico. También lo hacía con un chorro de
agua o me frotaba contra las almohadas para llegar al orgasmo.
Mi recuerdo sexual más vívido es haber visto a mi hermano
masturbándose. Recuerdo claramente cómo me escondí y le vi frotar su pene
largo y amoratado. Me excitó tanto aquel incidente que me corrí mientras le
miraba.
Libby
Tengo diecinueve años, soy soltera y trabajo como agente comercial, tras
graduarme en el instituto.
He tenido relaciones con un hombre maravilloso durante un año y medio.
Ahora lleva tres meses en otro país, y todavía estará allí otros tres.
He descubierto que me asquea pensar en la homosexualidad de otras
personas. Cuando pienso en la relación entre dos personas del mismo sexo me
dan ganas de vomitar.
Pero tengo una amiga y compañera de trabajo con la que he hablado muy
íntimamente sobre el sexo. De hecho, me encanta hablar de sexo… con
cualquiera que quiera escuchar.
El caso es el que otro día hablábamos de pechos, y yo le pregunté si un
pecho le colgaba más bajo que el otro. Ella contestó que sí, y cuando
Gwynne
Tengo dieciséis años y pronto cursaré el último año de instituto. Nunca he
follado con nadie, pero pienso mucho en ello y me pregunto cómo será. Me
masturbo cuando estoy caliente, cosa que sucede muy a menudo, y el sexo me
fascina (¿obsesiona?).
Una vez le hice una mamada a un tío y pensé que era estupendo. Me
gustaba sentir aquella verga caliente en la boca. Creo que me gustaría que un
tío me chupara el coño, pero no he tenido la oportunidad.
En fin, la fantasía que quiero contarte es sobre mi mejor amiga. Es una
fantasía que tengo muy a menudo, y a veces me preocupa ser una especie de
lesbiana reprimida o algo por el estilo. Bueno… es así:
Mi mejor amiga acaba de romper con su novio por teléfono, en su
dormitorio, y yo entro y me la encuentro sentada en la cama llorando. Ella no
me ve, y yo vacilo en la puerta. No sé muy bien qué hacer. Nunca la he visto
llorar. Finalmente me acerco y le paso tímidamente el brazo alrededor de los
hombros. Ella me rodea con los brazos, llorando, y al cabo de un rato su
llanto va disminuyendo. Yo intento pensar en algo que decir, pero ella se
aparta y me mira a los ojos durante lo que parece una eternidad. No puedo
describir su mirada, pero me hace «mojar de crema los pantalones». Ella sabe
lo que está pasando y, sin más palabras, me dice que está bien. Acerca su cara
a la mía lentamente… y antes de que yo pueda pensar lo que está pasando, me
besa. ¡Oh, Dios mío!, sus labios son suaves, cálidos y húmedos… yo no
puedo evitarla… y la beso a mi vez. Ella me conoce muy bien, sabe cómo
besarme, y sabe que puede hacer que me rinda. Yo quiero que me tome…
Nunca he llegado más lejos en esta fantasía. Creo que tengo miedo de
desear que se haga realidad. ¿Quién sabe?
Meg
Tengo veintidós años. Estoy casada desde hace poco más de un año. Soy
ama de casa y soy feliz. Tuve mi primer orgasmo hace unos seis meses. Pasé
mucho tiempo deprimida, y pensaba que nunca podría tener un orgasmo
porque no me gustaba mucho el sexo. Finalmente decidí intentar seriamente
masturbarme. Elegí un día que estaba sola en casa y no tendría interrupciones.
Me quité la ropa y me tumbé en la cama con un espejo, un tubo de vaselina y
algunos objetos que pensé que podría meterme en el coño. Cogí una de las
«revistas de chicas» de mi marido y leí un poco y miré las fotografías, los
bonitos coños de las chicas, y luego me miré el coño en el espejo. Cogí la
vaselina y me la unté por todo el coño. Encontré el clítoris por primera vez,
estaba muy suave con la vaselina. Me lo froté y descubrí que los músculos
vaginales se contraían y que me mojaba. (Lo más importante: me tomé mi
tiempo y estaba relajada.) Me metí en el coño la punta de un pepino y seguí
frotándome el clítoris. Me puse boca abajo y sentí la urgencia de metérmelo
más y con más fuerza y tuve mi primer orgasmo.
Desde ese día aprendí que mi cuerpo es hermoso y que la masturbación es
un acto natural y hermoso. También me he dado cuenta de que puedo tener
orgasmos siempre que me acaricien el clítoris. Mi vida sexual ha mejorado.
Tengo muchas fantasías cuando me masturbo, pero la favorita es como
sigue:
Una amiga mía me habla de una mujer que conoce, mayor y casada, que
nunca se ha masturbado ni ha llegado al clímax y que está muy perturbada por
ello. Como a mí me encantan los cuerpos femeninos, me ofrezco a ayudarla.
Ella viene y hablamos un rato. Yo le toco el muslo suavemente y ella sonríe.
Chris
Voy a hablar un poco de mí antes de contar mis fantasías sexuales. Tengo
veintitrés años y acabo de licenciarme en la universidad. Crecí en una ciudad
no muy grande con mi madre y dos hermanas mayores. Sexualmente maduré
muy tarde, y no tuve pelo en el pubis hasta los dieciocho años. Fui virgen
hasta los diecinueve y experimenté el primer orgasmo a los veinte; y, a
propósito, fue masturbándome. Desde entonces, la masturbación ha
desempeñado un papel importante en mi vida, y me masturbo al menos una
vez al día. Mis fantasías entran en escena durante mis sesiones privadas de
masturbación.
La mayoría de mis fantasías sexuales son sobre relaciones lésbicas. He
tenido una sola en mi vida, y me gustó mucho. Fue en la universidad, y si
hubiese vuelto a tener ocasión, me habría lanzado a ello, aunque nunca lo he
buscado.
Lilly
Soy muy tímida. Si mis padres descubrieran lo que pienso, seguramente
me desheredarían y mis amigos me evitarían. Cuando iba al psicólogo y le
contaba lo que voy a contarte ahora, me dijo que era una «etapa que estaba
pasando, y que puesto que sólo eran fantasías, no pasaba nada».
Tengo fantasías sexuales, como todo el mundo. Normalmente tratan de lo
mismo: mi relación sexual con otra mujer, bien con alguien que conozco y me
gusta y me atrae físicamente, bien con una atractiva desconocida. Los sueños
son tan intensos que a veces me pregunto qué sexo prefiero. Me da miedo,
porque llevo saliendo con chicos desde hace once años, y aunque me atraen
Elizabeth
Soy una chica negra de veintidós años, virgen. Aunque soy virgen, nada
me gustaría más que sentir una gran polla caliente entrando y saliendo de mi
coño húmedo. Siempre he sido muy tímida, aunque todo el mundo me diga
que soy bonita, y siempre he estado muy insegura de mi aspecto y no he
salido con muchos chicos, aunque me han hecho varias proposiciones.
Supongo que empecé a descubrir mi sexualidad cuando tenía unos seis
años. Una compañera y yo nos frotábamos el coño juntas, y nos mojábamos y
excitábamos. Era una sensación muy agradable. Unos cinco años después, mi
familia se mudó, y yo dejé de ver a mis antiguas amigas y dejé de
masturbarme, pero empecé a leer pornografía que escondían mis hermanas y
mi hermano debajo de los colchones y en los armarios. Como resultado de
estos libros y revistas, a los dieciséis años empecé a masturbarme otra vez,
pero ahora metiéndome cosas en el coño, como botellas, pepinos, plátanos,
vibradores y velas.
Jenna
Tengo veintitrés años, soy soltera, y he sido educada en un estricto
catolicismo. Tengo un novio muy guapo al que adoro… y un montón de
fantasías, muchas de las cuales incluyen a otra mujer. No me siento lesbiana
porque me gusta tanto mi hombre que no tengo ningún deseo de una mujer
masculina, pero decididamente me gusta soñar despierta con mujeres.
Fui virgen hasta los veinte años y desde entonces he compartido mi
cuerpo generosamente con mi novio. Es muy experto y tiene el cuerpo de un
dios griego y el corazón de un santo.
En fin, como soy una persona muy creativa, pensé que sería interesante y
emocionante escribir una fantasía sexual. Me pone muy nerviosa que alguien
se entere de que he escrito esto.
Jessie
Tengo veintiún años, soy soltera (y lo prefiero así), soy músico y
cantautora, y he recibido una educación muy estricta. Mis padres son muy
jóvenes (aún no han cumplido los cuarenta), pero tienen una actitud contraria
hasta el fanatismo a las relaciones prematrimoniales. Sin embargo, soy una
persona muy inclinada al sexo y me he acostado hasta ahora con veinte
hombres. Perdí la virginidad a los diecisiete años en el asiento trasero de un
gran Toyota con un chico llamado Jim. El muchacho me importaba muy
poco, pero necesitaba desesperadamente descubrir lo que era el sexo. Tuve un
orgasmo fugaz y me quedé diciendo «¿Esto qué es?».
Cuando se lo conté a mi madre, me dijo que era una puta, una zorra, me
dijo de todo. De modo que a partir de entonces, me guardé para mí mis
hazañas sexuales. (Sólo se las cuento a mis dos mejores amigos.)
Soy heterosexual, pero cuando me pongo caliente, casi siempre fantaseo
con hacer el amor con otra mujer. Lo más probable es que si me ofrecieran un
Dana
Esta fantasía me calienta en mis noches solitarias en la gran ciudad.
Voy con Laurie, mi mejor amiga, a la playa. Es una playa muy especial,
porque es nudista. Cuando llegamos hay muy poca gente, sólo un mar azul
oscuro, un cielo azul brillante, el sol caliente y una gran extensión de arena.
Nos tumbamos juntas en mi toalla grande y mullida, y el sol nos calienta.
A medida que penetra en mi piel voy teniendo más y más calor y decido
quitarme el bañador. Entonces me quedo totalmente desnuda y siento un
escalofrío al darme cuenta, una vez más, de lo mucho que deseo a mi querida
amiga.
Ella capta mis vibraciones, comenta lo que calienta el sol y se quita
también el bañador. La playa está desierta.
Estamos allí tumbadas a pocos centímetros de distancia, y le pido que me
ponga crema en la espalda. Me doy la vuelta y siento su mano suave
acariciarme la columna, untando mi piel con crema caliente. Se inclina sobre
mí y me masajea los hombros, los omóplatos, las costillas y la parte baja de la
espalda.
De pronto siento el peso de su cuerpo sobre mis muslos. Se ha sentado
sobre mis piernas y me frota el culo con más crema, levantando suavemente
las nalgas con las manos. Tengo el coño cada vez más mojado, y me tumbo
boca arriba. Nos miramos, y veo lo excitada que está. Me pregunta si quiero
crema también por delante, y yo asiento.
Vierte el aceite lentamente sobre los pechos y el vientre y lo frota
suavemente, acariciándome en círculos. Mientras, yo le froto la espalda con
aceite. Ella se inclina y me besa amorosamente, metiéndome la lengua en la
boca. Yo respondo, y nos besamos largamente. Frota su cuerpo contra el mío
y yo siento la presión de sus pechos.
Tiene un cuerpo muy hermoso, y ahora resbala maravillosamente en el
charco de aceite de nuestros cuerpos. Se desliza sobre mí, besándome
Debbie
La única fantasía que tengo es una fantasía lesbiana…
Se llama Stevie, y es muy bonita. Está en el salón, muy sexy con su largo
pelo rubio, vestida con ajustados vaqueros y una blusa abotonada por delante.
(Es una buena amiga. No tiene ni idea de que me atrae sexualmente, pero es
tan hermosa por dentro y por fuera que sospecho que ha tenido o tiene
inclinaciones lesbianas; pero no quiero poner en peligro nuestra amistad
tomando la iniciativa.)
Deena
Acabo de entrar en la universidad, dentro de unas semanas cumpliré
dieciocho años, y estoy comprometida para casarme con un hombre de
veintiocho años de ascendencia italiana, al que quiero mucho. Es el único tío
con el que me he acostado. Antes me sentía como si me privara de algo —
Jackie
Me he casado y divorciado dos veces. Tengo veintiocho años. Ahora
tengo un novio cuatro años más joven que yo. Tenemos una estupenda vida
sexual. Él me pone muy caliente (y me satisface). Me encanta chuparle la
polla, los testículos y el culo. A él no le gusta que le chupe el culo. No
entiendo por qué. Él folla muy bien. De hecho, tengo el coño empapado ahora
mismo, con sólo pensarlo. Me gustaría contarte algo que me muero de ganas
de hacer. No sé cómo hacerlo ni adonde acudir ni a quién pedírselo. Quiero
tener una relación sexual con una mujer. Quiero que tenga las tetas grandes
para poderlas chupar. Quiero saber a qué sabe un coño. No soy lesbiana, tan
sólo una mujer curiosa. También quiero que una mujer me chupe las tetas y el
coño. Me gustaría frotar nuestros pubis. Me gustaría tener un vibrador doble,
para que pudiera estar en mi coño y en el suyo mientras nos abrazamos y nos
chupamos las tetas. ¿Adónde puedo acudir?, ¿a quién puedo preguntar? Me da
un poco de vergüenza. He estado pensando en contestar a uno de esos
anuncios de las revistas pornográficas.
Tengo el pelo negro y mido 1,55 de estatura, 90 cm de pecho, 65 de
cintura y 91 de caderas. Tengo los pezones más grandes que los dólares de
plata. Excito a muchos hombres, aunque tengo las tetas pequeñas (o a mí me
lo parece). Creo que ésa es una de las razones por las que quiero estar con una
chica que tenga tetas grandes. Daría cualquier cosa por tener la oportunidad
de follar con una mujer.
Dottie
Gracias a tus libros me he dado cuenta de que soy normal. Me masturbo
mucho, siempre hasta el orgasmo y generalmente con los dedos (una vez lo
hice con una vela y en algunas ocasiones con uno de esos maravillosos
pepinos gordos). Siempre fantaseo cuando me masturbo, cosa que nunca hago
cuando estoy con un hombre. Soy blanca, soltera, tengo veinticinco años y he
ido a la universidad. Me he acostado con ocho hombres, y perdí la virginidad
el día que cumplí veintidós años con un hombre de cuarenta y seis (pasé un
rato maravilloso).
Mi primera experiencia con la masturbación tuvo lugar en el quinto curso,
con mi mejor amiga. Solíamos quedarnos a dormir en su casa, en una cama
grande, y nos tumbábamos muy juntas boca arriba, nos cogíamos el índice y
nos guiábamos la una a la otra por nuestros respectivos coños. Ella frotaba mi
dedo en torno a su clítoris y a los labios, y se lo metía un poco. Lo llamaba
«dar una vuelta», y le hablaba a mi dedo mientras lo movía entre los pliegues
de su coño.
Nunca he tenido un orgasmo practicando el sexo; de hecho, nunca he
tenido un orgasmo con un hombre. Soy muy tímida para verbalizar mis
necesidades, y apenas digo más que el nombre de mi amante algunas veces y
gimo de placer cuando le siento dentro de mí. Pero ninguno de mis amantes se
ha tomado el tiempo de estimularme hasta el orgasmo. A veces ardo en
deseos de que se marche para poderme tumbar donde él estaba y meterme el
dedo en el agujero y frotarme el clítoris mientras pienso en una de mis
fantasías favoritas. A veces leo algún extracto de uno de tus libros y la
fantasía surge por sí sola.
Casi todas mis fantasías surgen de ideas lesbianas. Pensar que una mujer
me toca y me chupa, y pone la cara en mi fiero agujero y la lengua en mi
botón palpitante me enloquece y me empapa (¡ahora ya estoy empapada!).
Estas son algunas de mis fantasías favoritas:
Alexis
MUJERES INSACIABLES: EL
RITO DE «¡MÁS!»
LA EMOCIÓN DE LO PROHIBIDO
Mis propias fantasías tienden a esto; siempre se han centrado en torno al
desafío de la autoridad, corriendo un enorme riesgo al salir clandestinamente
del papel de «niña buena» por el que sigo definiéndome. Mis fantasías juegan
con el sentimiento de culpa, como un ovillo de hilo de seda que se extendiera
desde mi placer para cosquillearme con deleite. No tengo duda alguna de que,
para mi separación emocional de mi madre y para encontrar mi propia
identidad, fue esencial romper las reglas, arriesgarme a perder mi status de
«niña buena». El hecho de que este tema de fantasía haya permanecido
conmigo toda la vida —a pesar de la identidad que he establecido en la
realidad— indica hasta qué punto seguimos siendo hijas de nuestra
madre/sociedad, o por decirlo de otra manera, hasta qué punto es crucial el
papel de la sexualidad para nuestra identidad plena y, por tanto, lo
cuidadosamente que debe ser desarrollado desde los años más tempranos. De
haber sentido cuando éramos pequeñas que nuestra sexualidad, nuestro
cuerpo, nuestros genitales eran hermosos, que tenían tanto valor como los
buenos modales o las buenas notas en el colegio y que, concretamente, la
masturbación era aceptable, ¿habríamos tenido que luchar tanto y romper
tantas reglas para superar la culpa y recuperar lo que es nuestro?
Andrea
Tuve mi primer orgasmo a los dos años y medio. Lo sé porque nos
mudamos de casa poco después y la fantasía que dio lugar a aquel
emocionante descubrimiento tuvo lugar en nuestra primera casa. Era un
apartamento oscuro y pequeño en el corazón de una ciudad industrial. Un día
Sheila
Tengo veinte años, me masturbo varias veces al día y no tengo ningún
problema para llegar a un maravilloso orgasmo en cuestión de minutos. Pero
tengo dos amigas que no sólo no se masturban, sino que cambian de tema
cada vez que intento hablar de ello. Ninguna ha tenido nunca un orgasmo.
Una de ellas es virgen, pero la otra, Karen, ha practicado el sexo con un
hombre en varias ocasiones, y nunca se ha masturbado ni ha tenido un
orgasmo. Ni siquiera puede ponerse un tampón, de modo que usa compresas.
Creo que tus libros pueden ayudar a mujeres como mis dos amigas a ser
conscientes del fantástico placer que pueden darles sus cuerpos.
Cuando estoy con un tío apenas fantaseo, pero cuando me masturbo me
encanta hacerlo. Mis fantasías realzan mucho mis orgasmos y nunca son
aburridas, ya que siempre puedo inventar algo nuevo cuando me canso de las
habituales. Mi madre es una mojigata en todo el sentido de la palabra. Si se
entera de que una chica ha dejado que un tío le toque el pecho, ya la tacha de
puta. Por demencial que parezca, puedo llegar a un gran clímax simplemente
pensando en las cosas más estúpidas y puritanas que me ha dicho mi madre.
En la vida real, esas cosas que dice me producen náuseas, y creo que siento
tanto placer con el orgasmo porque estoy pensando: «¡Ja ja!, tú me pones
enferma, pero mira cómo disfruto», o algo así, como si estuviera
Sue Ellen
Tengo veinticuatro años y llevo tres casada. Como la mayoría de las
mujeres de tu libro Mi jardín secreto, he mantenido ocultas mis fantasías.
Puesto que son mi propio «jardín secreto» personal, quiero compartirlas sólo
contigo. Después de leer tu libro, me sentí aliviada al ver que no soy distinta
ni una pervertida. Estoy confusa con respecto a mi sexualidad, aunque sólo he
mantenido relaciones heterosexuales. Ahora vayamos a mis fantasías.
Todas empiezan con que voy conduciendo una furgoneta por la costa del
Pacífico. Siempre recojo a la misma mujer, muy guapa, que hace autostop. En
una de mis fantasías favoritas, después de recogerla le digo que puede asearse
y cambiarse en la parte trasera de la furgoneta. Ella se va detrás y se desnuda.
Tiene un cuerpo magnífico (yo estoy mirando por el espejo retrovisor).
Cuando empieza a lavarse el pubis, yo me excito y empiezo a masturbarme.
Ella me ve y me dice que no malgaste un orgasmo a solas, que le gustaría
compartirlo conmigo. Yo aparco la furgoneta a un lado de la autopista y nos
vamos a un campo de flores y altas hierbas. Ella me levanta la falda y me dice
que tengo un coño muy bonito y que está hambrienta. Entonces empieza a
chuparme y a lamerme el clítoris. Las dos estamos desnudas entre las hierbas
y devoramos nuestros jugos haciendo un sesenta y nueve.
Sin que nosotras lo sepamos, nos observa un chico joven de buen aspecto
que lleva un pastor alemán y que gime con deleite. Masturba al perro hasta
que está a punto de correrse y lo pone detrás de mi amiga, que está encima de
mí. Yo veo la punta roja de la polla del perro cuando el chico lo monta sobre
Lititia
Estoy tumbada en la cama en una sensual tarde de sábado; y digo sensual
porque tu libro me ha excitado.
Tengo treinta y un años, y soy alta y rubia y de largas piernas. Tengo una
vida de fantasía muy activa, aunque me resulta difícil encontrar hombres con
los que realmente me apetezca follar. Por lo general, mis amantes son
extranjeros o de distinta raza. Nunca he estado casada y no tengo hijos. Vivo
en los suburbios de una ciudad de la costa Este y he ido a la universidad.
Originariamente soy del «Cinturón de la Biblia[6]», donde de niña era la más
religiosa de mi familia de «buenos chicos blancos racistas». Era muy beata.
Era muy escrupulosa y decorosa, acudía a la escuela dominical y a la
religiosa, y estaba debidamente «salvada».
Fui virgen hasta los veintidós años, cuando me fui a la ciudad y le pedí al
primer hombre que encontré que me enseñara a follar. Él me complació, y
pasamos un rato estupendo. El siguiente hombre con el que salí era también
muy religioso y me juzgaba mal por haber perdido la virginidad. El caso es
que concentré toda mi energía sexual (y tengo mucha; soy realmente la
«mujer Afrodita») en seducirlo, y naturalmente lo conseguí. Después fui
probando muchos hombres diferentes y tuve varias relaciones. He estado en
terapia para superar el miedo a la intimidad emocional y el residuo de
fundamentalismo que todavía me avergüenza. De modo que hoy me acepto y
me amo tal como soy, con mis muchas fantasías de los días fundamentalistas:
Tengo unos catorce años, soy alta y flaca, con pequeñas tetas altas y
redondas y un coño ardiente que no sé cómo manejar. Soy miembro de una
pequeña parroquia en las afueras de la ciudad, y hoy es el día de la limpieza
de primavera. De modo que voy a la iglesia, donde la bonita mujer del
párroco me asigna el cuarto del segundo piso. Yo estoy muy caliente, y
mientras clasifico las pilas de libros viejos y papeles, empiezo a juguetear con
Cara
Soy soltera, de veintidós años, blanca y católica. Acabo de empezar en la
escuela de enfermería. También he ido dos años a la universidad. Prefiero a
los hombres, pero tengo fantasías con mujeres, aunque nunca he estado con
Connie
Tengo dieciocho años. Conocí a mi novio en el quinto curso, y nos
enamoramos al instante. Este junio pasado los dos nos graduamos en el
instituto. Hemos estado juntos siempre, y nunca ha salido ni ha follado con
nadie más, ni yo tampoco. Fui la primera para él, y él, el primero para mí.
Mientras estuvimos en el instituto nos deseamos, pero no follamos hasta
llegar al décimo curso. Yo tenía quince años, y él diecisiete (ahora tiene
veinte). Vive con sus abuelos, y la primera vez que lo hicimos era un
miércoles por la tarde, en el cobertizo del jardín de su abuelo (junto al
fertilizador y la cortadora de césped). Teníamos un bote de aceite para niños
con el que nos embadurnamos, y nos masturbamos mutuamente y practicamos
el sexo oral. ¡Fue fantástico!, pero suficiente por aquel día. No follamos
realmente hasta el día siguiente, en el sofá de mis padres. Desde entonces
hemos tenido una vida sexual muy feliz, y nuestra relación siempre ha sido
buena. Nunca nos cansamos el uno del otro. A lo largo de los años de
Kimberly
Tengo diecinueve años, perdí la virginidad a los dieciocho (en la
universidad), soy soltera (pero salgo con un tío maravilloso), y políticamente
conservadora. Comento esto último porque me parece extraño ser a la vez tan
liberal con los pensamientos que me corren por la cabeza.
Mi familia se compone de mi padre, que tiene más de cincuenta y cinco
años; mi madre, que tiene cuarenta y cinco; un hermano que pronto cumplirá
los treinta (está casado y no vive en casa), y yo. Mis padres son muy
religiosos, cosa que a veces puede ser enervante (por ejemplo, cuando voy a
desayunar con una sonrisa después de tener una maravillosa fantasía y ellos
empiezan a rezar; es la hora de sentirse culpable). Supongo que ésa es la
razón de que nunca le haya contado a nadie mis fantasías. Prefiero disfrutarlas
a solas.
En cuanto a mis preferencias sexuales, siempre he sido heterosexual. El
cuerpo masculino me parece sobradamente estimulante para tener que buscar
otra cosa.
Empecé a tener fantasías sexuales cuando tenía unos diez años. Estaba en
quinto curso, acababa de tener la primera regla y estaba físicamente más
desarrollada, por así decirlo, que las otras niñas de mi clase. Los chicos de la
clase se burlaban de mí porque me crecía el pecho y tenía pelo en las axilas y
las piernas y porque empezaban a marcárseme las caderas. Cuando ellos
hacían comentarios al respecto, yo iba a casa e intentaba pensar cómo me
sentiría si un objeto inanimado explorara mi cuerpo. Esto es lo que
fantaseaba:
Fantasía 1
Estoy tumbada en una plancha de acero, totalmente desnuda, y avanzo
sobre una cinta transportadora. No hay nadie, sólo yo y la máquina, que tiene
Fantasía 2
John, un chico al que encuentro muy atractivo, me invita a un guateque.
John es mayor que yo y tiene coche, de modo que puede llevarme a la fiesta,
en lugar de tener que ir en el coche de sus padres. John llega en un Mustang
rojo (es raro, porque odio los Mustang). Se acerca al porche para recogerme y
acompañarme hasta el coche. Mis padres están perplejos de que sea tan
cortés. Cuando llegamos al baile, la banda empieza a tocar una pieza muy
lenta. Yo llevo un vestido rosa casi transparente, sin mangas y muy corto. Él
lleva un traje negro y un enorme abrigo encima. Bailamos muy pegados, y él
me pone la mano por delante y empieza a juguetear con mis pezones hasta
que se ponen muy duros. Yo me froto contra él y siento el tenso bulto de sus
pantalones. Me estrecha contra sí, echa el abrigo por encima de los dos para
taparnos y me baja las bragas para acariciarme el clítoris, mientras yo le
desabrocho los pantalones y jugueteo con su pene erecto. Cuando por fin
termina el tema lento, John y yo estamos tan a punto de corrernos que
Fantasía 3
En esta aparece un tío atractivo, Charlie, el que me dijo que le encantaría
chuparme. En mi fantasía, nunca lo ha hecho, aunque me ha tocado por todas
partes. Charlie entra en mi dormitorio y me dice que me reúna con él en el
pasillo. A mí me parece bastante raro, puesto que el pasillo está atestado de
hermanas de la fraternidad (yo estaba en una fraternidad) y no se puede hablar
porque no se oye nada. De todas formas, le sigo, y él le dice a todo el que
quiera oírlo que me va a follar en el pasillo y no le importa que lo sepan o que
miren. Me grita que me quite la ropa, cosa que hago de mil amores. Carol, mi
compañera de cuarto, está atónita de que sea tan descarada, pero anda por el
pasillo de arriba abajo ocupada en sus cosas. Karen, otra hermana, le pregunta
a Charlie si quiere algunos cojines para subirme las caderas o una manta para
tumbarnos; él dice que sí y Karen trae cojines y sábanas de raso y los extiende
cuidadosamente. (Esto es muy raro, ya que Karen es lesbiana y no le gustan
para nada los hombres.) Otras dos hermanas, Brenda y Cassie, empiezan a
arrancarle la ropa a Charlie, para su deleite. Las hermanas forman un círculo
en torno a nosotros. Algunas miran y otras siguen andando por el pasillo.
Charlie les dice que observen con detalle, que van a ver a un «genio»
haciendo su mejor obra. Me separa las piernas de modo que me parece que va
a romperme en dos. Luego se pone a gatas y me frota el clítoris con la nariz
(la tiene bastante larga). Luego me lo acaricia agitando la lengua y me la mete
en el coño. Mientras tanto Karen le está masturbando (muy raro también).
Entonces Charlie se reclina un poco sobre Karen, para tener una mano libre
con la que acariciarme el coño y meterme el meñique en el ano. Yo empiezo a
tocarme los pechos (que son bastante grandes), y cuando bajo la vista, veo la
cara de Charlie que se acerca y luego se aleja de mí. Le digo a Karen que
pare, porque quiero tener a Charlie para mí sola. Ella me complace, y yo le
pido a Charlie que se siente con las piernas abiertas. Entonces bajo sobre su
pene erecto y le atraigo la cara hacia mis pezones, pidiéndole que me los
chupe suavemente. Aprieto contra él las caderas, el corto y el clítoris y
embisto y embisto y embisto. Charlie me pide que pare un momento;
podemos sentir la sangre correr por nuestro cuerpo. Yo me paro, pero
enseguida tengo que empezar a moverme otra vez. Entonces Charlie me
Sophie
Creo que las mujeres son mucho más calientes que los hombres y desean
más el sexo que ellos. Hablo prácticamente por mis propios deseos, pero al
hablar con algunas amigas me da la impresión de que ellas también son muy
calientes y que sus maridos o amantes no les dan todo el sexo que necesitan.
Mi marido ha llegado a decir que se alegra de llevar él la iniciativa en la vida
Laurie
Soy una profesional con un máster terminado. Soy rubia, de ojos azules,
menuda y bien proporcionada y estoy en la treintena. Soy soltera por decisión
propia.
Experiencias de la infancia:
Mis primeros recuerdos sexuales giran en torno a los cuatro años. Tenía
primos mayores que jugaban a «papas y mamás» o a los «médicos», y yo los
observaba mientras se miraban y se tocaban unos a otros.
Cuando estaba en tercer grado, mi vecino Steve, que tenía un año más que
yo, quería siempre tocarme por todas partes. Me cepillaba los largos cabellos
rubios y me besaba en la cara, el cuello, el pecho y los pies. Durante esta
época me amenazaba con contarles a mis padres una mentira que yo había
dicho a menos que cuando cumpliera once años le dejara hacerme pis encima
con las bragas bajadas. Para mí fue un shock, pero al mismo tiempo me
excitó. Antes de que llegara «la edad adecuada», su familia se había mudado.
A los once años, más o menos, tuve la primera y única experiencia «mujer
con mujer». Fue con una prima mayor (de doce años). Se había quedado a
pasar la noche conmigo y habíamos charlado largamente sobre chicos y sexo
(es decir, de lo que sabíamos al respecto). Yo estaba preguntándome qué se
debía sentir cuando ella se puso encima de mí y empezó a besarme y a frotar
su cuerpo contra el mío. Nos detuvimos ahí porque era todo lo que sabíamos.
Yo no tenía los conocimientos sexuales de ella. Mi madre nunca me habló de
sexo ni de sensaciones sexuales, excepto para decir que «las niñas buenas no
hacen eso». Ni siquiera me preparó para la pubertad. Me vino la regla en
quinto curso. Fui la primera de mi clase. Pero una vez más, mi madre lo único
que dijo fue que «las niñas buenas no hacen eso», y yo no lo hice.
Mi entrenamiento sexual no comenzó hasta el duodécimo curso. Mis
amigos, tanto chicos como chicas, descubrieron lo inocente e ingenua que era.
Mi instrucción consistió en leer The Happy Hooker («La puta feliz»),
Everything You Always Wanted to Know About Sex («Todo lo que siempre
quiso usted saber sobre el sexo»), y ver la película El último tango en París.
Amor animal
De vez en cuando tengo una fantasía en la que folio a cuatro patas, como
los perros, con un perro de verdad. Normalmente con un pastor alemán. La
fantasía es así: una de mis amigas y yo nos estamos masturbando. Entonces
entra su perro, la huele y empieza a lamerle el coño. Luego intenta follarle la
pierna. Ella se da la vuelta y entonces el perro la monta. Tiene una polla
Odette
Soy una secretaria soltera de veintitrés años, aspirante a escritora. Tengo
una licenciatura en radiodifusión y estoy en segundo curso de composición
creativa. Los últimos dos meses he estado trabajando en un despacho de
abogados dedicado a la conservación del medio ambiente.
Mis padres nunca me dijeron nada sobre el sexo cuando crecí, y yo
interpreté que aquella falta de dirección significaba que pensaban que era lo
bastante inteligente como para tomar mis propias decisiones. Aunque
hubiesen sido más puritanos, me da la impresión de que no les habría hecho
mucho caso. Siempre fui muy independiente, una niña precoz con ideas
propias. La idea de ser controlada por otra persona me incomoda. Mi madre
siempre ha trabajado, y yo aprendí desde muy temprano lo que era la
autosuficiencia.
Tú has escrito que «los hombres siempre huyen del aburrimiento […] del
sexo de meterla y salir corriendo». Esto es muy cierto, pero no sólo los
hombres, sino también las mujeres como yo, que han llevado una vida sexual
activa y sin represiones. Antes de los veinte años atravesé un periodo de
promiscuidad que yo llamaba mi «mayoría de edad sexual». Con la ayuda de
una biblioteca llena de libros (Free and Female era mi favorito), una docena
de tíos calientes y una buena provisión de anticonceptivos del centro de
planificación de la universidad, me puse a aprender todo lo que pude sobre el
sexo.
Aquel concienzudo aprendizaje, a los dieciocho años, todavía me divierte.
A los veintitrés, me considero experta en sexo, pero en amor… bueno, ése es
un tema totalmente distinto. A pesar de mi fingido aire desenvuelto, de haber
estado en todas partes y haber hecho de todo, en realidad nunca he estado
enamorada. Supongo que nunca me consideré bastante madura para
comprometerme en una relación seria; pero puede que eso cambie a medida
que me haga mayor.
Muchos de mis amigos (tanto chicos como chicas) que hace un par de
años se follaban a cualquier cosa que llevara unos vaqueros, ahora se están
estableciendo en relaciones monógamas. Muchos, yo incluida, prefieren
guardar abstinencia durante varios meses, o un año, entre una pareja y otra (o,
Pauline
Tengo veintitrés años y estoy estudiando derecho en una escuela de
mucho prestigio. Puede que en esta carta divague un poco. Estoy intentando
desembrollar la historia de mis fantasías.
Descubrí mi clítoris a los doce años, pero hasta que tuve dieciséis sólo me
masturbaba frotándome el pubis contra unas bragas arrugadas o contra la
almohada. Aquello me hacía daño en la pelvis, de modo que dejé de hacerlo.
Cuando vi que no podía tener orgasmos vaginales con mi primer amante, me
convencí de que si podía provocarme a mí misma orgasmos clitorídeos, algún
tipo de magia freudiana podría convertirlos en orgasmos vaginales durante la
relación sexual. Aquello nunca ocurrió (aunque puedo tener orgasmos
vaginales con la mayoría de los hombres), pero mi vida de fantasía empezó
realmente entonces.
Casi siempre fantaseo cuando me masturbo, o al menos entonces es
cuando hago lo que considero fantasear. Frecuentemente durante el día
imagino estar en la cama con un determinado amante pasado, presente (si
tengo suerte) o futuro, y pienso cómo era/es/sería hacer el amor con él.
Normalmente no tengo fantasías con hombres conocidos. Mi fantasía favorita
es toda una vida que he creado, en la que puedo meterme en ella en cualquier
momento (desde que tenía unos quince años) cuando me masturbo. Allá va
(no sé por qué, tiendo a pensar casi siempre en esto en tercera persona, pero el
sexo suele suceder en primera persona, de modo que iré de un lado a otro).
Ella se crió con su padre y un hermano mayor; la madre está muerta o
divorciada. Siempre ha sido muy madura y sexy, y a los nueve años, más o
menos, uno de los amigos de su padre (o a veces su profesor de piano) la
introduce en los secretos del sexo. Para cuando llega al instituto, se ha follado
a todos los amigos de su hermano. En el instituto, se acuesta con todos sus
profesores para aprobar las asignaturas, y en la universidad pasa mucho
tiempo follándose a los estudiantes. A veces se tira a toda una fraternidad o a
un equipo de deporte (me tumbo boca arriba con las piernas abiertas y hacen
cola para follarme. Cuando un tío se corre, se pone al final de la cola, y si
cuando le vuelve a tocar no se le ha puesto dura, queda «eliminado»). El tío
que más aguante se queda conmigo el resto de la noche. (Una variación de
Vana
Mis fantasías sexuales han empezado a cambiar últimamente, y le doy la
bienvenida a la oportunidad de explorar los cambios.
Tengo treinta y siete años, estoy casada y soy licenciada. Mi marido y yo
llevamos juntos seis años. Cuando nos casamos, todo marchaba a la
perfección; mental, física y emocionalmente. Nuestra vida sexual era la mejor
que he conocido. Yo tenía orgasmos con regularidad, bien por estimulación
manual u oral, aunque rara vez por el coito. Antes de conocer a mi marido, no
había tenido muchos orgasmos con hombres, pero siempre me corría si
fantaseaba cuando me masturbaba. En mis fantasías de masturbación, yo era
dominada y forzada a tener relaciones sexuales con hombres sin rostro y a
veces con mujeres sin rostro. (Mis experiencias reales han sido
exclusivamente con hombres.) Con mi marido podía correrme con regularidad
si utilizaba mis viejas fantasías de sumisión.
El caso es que, hace un par de años, nuestra vida sexual empezó a
deteriorarse. Poco a poco llegó a un punto en que mi marido ya no podía
mantener una erección, y dejamos de tener relaciones por completo. Yo lo
intenté todo, desde eróticos camisones y cenas a la luz de las velas hasta
rogarle que acudiéramos a un consultor matrimonial. Durante un año, mi
marido se negó siquiera a considerarlo, y luego accedió de mala gana a acudir
a uno cuando amenacé con abandonarle.
Fantasía 1
Brian me propone que nos encontremos después de clase en un parque
cercano a la escuela. Nos encontramos y me dice que no puede soportarlo
más, que sueña conmigo, que fantasea conmigo constantemente. Ha intentado
luchar contra ello porque él también está casado, pero tenía que decírmelo.
Nos besamos apasionadamente y empezamos a explorar mutuamente nuestros
cuerpos con avidez. Él me quita la camisa y el sujetador y empieza a
chuparme los pezones, hasta que me siento como si hubiese muerto y subido
al cielo. Poco a poco va bajando y me estimula suavemente el clítoris (me
estoy empapando) hasta que yo exploto en un orgasmo. Le acaricio el pene
(es maravilloso), y le digo que le deseo. Cuando me penetra, llego al clímax
de nuevo, y cuando él se corre con una gozosa y ruidosa embestida, tengo el
tercer orgasmo.
Holly
Tengo veintidós años y soy madre soltera de una niña. Dejé el instituto
durante el último año a causa de las drogas. Desde entonces me he
desintoxicado, y ahora hace unos cinco años que no tomo nada. Tengo una
vida sexual muy activa y las cosas me van bastante bien. Por lo que respecta a
mis fantasías, tengo una que me ronda a menudo por la cabeza. A propósito,
Denise
Soy una estudiante universitaria de veintidós años, soltera, a punto de
licenciarme en ciencias de la conducta. Soy cristiana (no religiosa; no es lo
mismo), y he tenido una educación muy católica. Sin embargo, con respecto
al sexo, no asumo el punto de vista del «no debes». No soy partidaria de ir
acostándome con cualquiera ni del adulterio, pero creo que Dios debe
comprender las relaciones prematrimoniales con alguien con quien estás
comprometida. En cualquier caso, no creo arder en las llamas del infierno por
fantasear o practicar el sexo.
Sólo he tenido un amante, aunque he salido con algunos hombres.
Entonces yo tenía diecinueve años, y él, treinta. Él estaba enamorado de mí
(al menos durante un tiempo), y aunque yo no sentía lo mismo por él, le
deseaba. Yo estaba en un momento en que ansiaba saber lo que era el sexo, y
como era uno de mis mejores amigos, era el único en el que confiaba para
hacerlo por primera vez. Tuvimos una breve aventura que terminó por mutuo
acuerdo, porque nuestra amistad estaba en grave peligro. No éramos buenos
amantes. Por suerte, rompimos a tiempo y hoy seguimos siendo tan amigos
como siempre.
Bootsie
Tengo treinta y dos años y soy madre de dos hijos. Llevo quince años
casada, pero mi matrimonio se tambalea desde hace dos. Tenemos un
problema muy poco común —o tal vez no, no lo sé—: a mí me interesa más
el sexo que a mi marido. De modo que muchos de nuestros problemas giran
Allie
Soy una mujer heterosexual de treinta y un años, casada hace seis con un
hombre cuatro años mayor que yo. Tenemos una hija de cuatro años, y yo
llevo tres años de ama de casa. Empezaré a ir a la facultad de medicina el
próximo julio; mi marido es médico.
Los dos fuimos educados en familias muy religiosas y extremadamente
represivas. En casa de mis padres no se habló nunca ni del sexo ni del
Janie
Tengo veintiún años, soy soltera, pero vivo con un hombre al que quiero.
Intento ir a la universidad media jornada y trabajar jornada completa.
Fui virgen hasta los dieciocho años, y desde entonces no me he
arrepentido de nada. Desde el primer día de universidad he estado
sexualmente activa. Me gusta tanto el sexo que a lo largo de toda la carrera
nunca he estado sin novio.
Me he acostado con todo tipo de tíos, con pollas de todos los tamaños. El
viejo mito de que el tamaño cuenta es una mentira, lo que cuenta es lo que
haga un hombre con lo que tiene, con las manos, la boca, la lengua y, por
supuesto, el pene.
Tengo muchas fantasías en que pensar mientras me masturbo. No es que
no esté satisfecha y necesite hacerlo, sino más bien al contrario. Cuando estoy
caliente y estoy con mi novio, puedo quedar satisfecha siempre que lo desee.
Pero cuando él está en el trabajo y yo he visto por ahí a algún tío sexy o algo
así, me masturbo.
Eileen
Yo ni soñaría con contarle a mi marido alguna de mis fantasías. Es un
auténtico «misionero», hasta el punto de que he empezado a pensar, en los
últimos diez años, que tiene un auténtico y profundo problema con el sexo.
Apenas me deja tocarle el pene, y rara vez pasa de tocarme los pechos.
Cualquiera que pueda reducir el sexo a un anuncio de tres minutos de Johnny
Carson necesita ayuda, según yo lo veo. Una amiga me recomendó comprar el
libro The Joy of Sex («La alegría del sexo»). Después de echarle una ojeada,
decidí no comprarlo de ninguna manera. El necesita ir al jardín de infancia
antes de aprender el ABC. Tal vez el problema no sea más que su falta de
experiencia. Llevamos casados veintidós años (desde que teníamos
diecinueve), y yo no sé si ha estado con alguna otra mujer; sospecho que no.
Yo he tenido varias aventuras extramatrimoniales, la mayoría de ellas
durante los últimos diez años, y me alegro de ello. Hace nueve años, un
hombre muy sensual de cincuenta y nueve años me hizo sexualmente
consciente de mí misma, y fue como cobrar vida y admitir lo que realmente
era. El único problema es que ahora soy aún más consciente de las
deficiencias de mi matrimonio.
En consecuencia, fantaseo mucho más, me masturbo mucho más, estoy
mirando continuamente las entrepiernas siempre buscando un posible
Zoé
Perdona la mala sintaxis, pero si no echo esto al correo ahora, lo cambiaré
y no quiero.
Tengo un CI de 158-165 (depende del test). Soy estudiante universitaria y
estoy terminando los estudios de teatro (técnica) y empezando los de arte.
Tengo veintidós años, estoy soltera, era virgen hasta hace cuatro meses y
todavía estoy saliendo con mi primer amante. Me han acusado muchas veces
de vivir en un mundo de fantasía. Mis fantasías favoritas son sobre perros y
chicos jóvenes, y a veces mujeres, aunque debido a mi «moral» y por razones
legales, no pasan de ser fantasías. He descubierto que soy sexualmente
insaciable, aunque monógama, y también he descubierto que podría
acostarme con casi cualquier hombre. Mis ideas románticas de un solo
hombre para toda la vida parecen haber desaparecido junto con mi virginidad.
Pienso y fantaseo mucho en cómo serán los penes de otros hombres y qué les
gustaría hacerme con ellos. Tengo muchos amigos íntimos y los abrazos son
algo cotidiano. Me encanta deslizar la pierna entre los muslos de un tío
Fantasía 1
Conozco a un hombre, Joe, que está paseando a su perrazo, Butch. Es alto,
de hombros anchos y pelo negro. Nos ponemos a charlar, y el perro no deja de
olisquearme. Su dueño le regaña y dice que no está mal educado, pero que es
un semental y hace tiempo que no ha hecho nada. Ha estado con perras en
celo y se ha excitado mucho, pero no le han dejado correrse, de modo que está
cargado y probablemente muy incómodo. A esas alturas, el perro ha estado
lamiéndose y olisqueándome con auténtica fuerza y gimiendo. Yo también
estoy excitada, al ver esa puntita rosa y caliente saliendo y metiéndose, cada
vez más grande y mojada. Joe dice que debe desearme realmente —ya se lo
ha hecho antes con mujeres—, que es parte de su entrenamiento, y me
pregunta si estaría interesada. Ahora es casi insoportable el lento palpitar de
mi entrepierna, de modo que vamos a su casa y allí el hombre me dice que
debo prepararme ya que el animal la tiene enorme. Debo lubricarme bastante
para que entre de una sola embestida, sin que sufran daño sus «cualidades de
semental». Me tumbo en un colchón con las caderas en el borde y las piernas
muy abiertas. Cuando Butch se me acerca, su enorme polla rosa y húmeda
sale y entra en su vaina, y le cuelga casi hasta el suelo por el congestionado
peso de su carga.
Joe retira la piel que cubre la enorme y palpitante verga, y el órgano
tiembla, vertiendo unas gotas de espeso semen, que salen expedidas por la
expectación del perro. Después de un superficial olisqueo, Butch empieza a
husmear y a lamer mi radiante agujero; su enorme lengua entra y sale,
caliente, húmeda y larga. Luego me pone su morro frío en el clítoris
palpitante. Joe se asegura de que estoy mojada y lista para la verga. Entonces
comenta que ha «olvidado decirme» que el perro está entrenado para no
correrse hasta que me haya corrido yo. Y al decir esto, suelta la pelvis del
animal, y Butch me penetra con aquella polla caliente y larga y me embiste
Fantasía 2
Más tarde (si estoy lista otra vez), el dueño de Butch está tan excitado por
la escena que también quiere lo suyo. Me lame los pezones, chupándolos
lentamente y mordiéndolos con suavidad. Entonces se incorpora y se
desabrocha la cremallera de sus abultados tejanos, de forma que le sobresale
la punta de la polla, casi púrpura y ya pegajosa de sudor y semen. Yo lamo
lentamente los bordes del capullo y acaricio el agujero con la lengua. Él gime,
y yo le bajo los pantalones con la boca mientras se le va poniendo más dura y
más grande. Se tumba sobre mí y me la mete lentamente, sólo un poquito, y
luego me excita el clítoris con la punta, preguntándome si la quiero. Me excita
casi hasta las lágrimas y finalmente me embiste con un gemido. Butch, ya
descansado, se acerca con una erección mucho más leve, y su dueño baja la
mano, empapa los dedos en mi crema y se la unta en el ojete. Es evidente que
Butch sabe lo que hay que hacer, de modo que le mete la polla y empieza a
embestir, cada vez más hondo, hasta que Joe grita y me bombea dentro su
espesa y caliente corrida. Al mismo tiempo Butch se corre, vertiendo su
semen caliente y acuoso de perro sobre los cojones de Joe, y yo me vuelvo a
correr. Luego, una vez más, se limpia y nos limpia a nosotros a lametones.
3
Ahora hay tres niños pequeños, de doce, trece o tal vez catorce años.
Todos se están masturbando; tienen pequeñas erecciones. Yo me acerco y los
acaricio sonriendo. Ellos sonríen tímidamente, esperando cada uno ser el
elegido. Yo elijo a un joven y hermoso Adonis, el David de Miguel Ángel en
vaqueros, que pronto le quito. Vamos al futón del centro de la habitación. Yo
me arrodillo sobre él, besándole y acariciándole, mientras los otros se
masturban, a veces con rudeza. Me desean sólo a mí y se preguntan cuál de
ellos será el próximo, si es que hay próximo. El elegido me toca, tímida y
April
Tengo veintidós años, me licenciaré en la universidad dentro de unas
semanas, soy soltera y la más pequeña de cuatro hermanos católicos y
heterosexuales. Provengo de una típica familia de clase media; mis padres
están divorciados (después de veinticinco años de matrimonio desgraciado).
Tengo una hermana y dos hermanos.
Comencé a tener relaciones sexuales después del instituto. Previamente
había tenido un novio durante más de un año. Lo habíamos hecho todo menos
«eso». (¡Los dos éramos buenos chicos católicos!) Cuando llegué a la
universidad, «me solté el pelo». Tuve algunos «amantes de una noche» y vi
que no era lo que quería. Entonces estuve saliendo un tiempo con un chico,
muy en serio. Cuando rompimos (yo ya estaba a mitad del tercer curso de la
universidad), empecé a salir con varios tíos a la vez. ¡Me lo estaba pasando
como nunca! Sólo me acostaba con uno de ellos, curiosamente el único que
no estaba realmente disponible. Era camarero en un bar local y tenía una
novia formal. Venía a mi casa después del trabajo (en torno a las dos de la
mañana), y juntos aliviábamos nuestras tensiones. Al cabo de un tiempo me
harté de los hombres en general, ¡y terminé con todos! Para ser sincera, desde
entonces he estado bastante sola. Ha habido un par de «amantes de una
Tanya
Siempre he tenido fantasías y me masturbo desde que tengo memoria, y es
estupendo saber que no estoy sola ni mucho menos. Tengo veintidós años,
soy estudiante en una universidad muy prestigiosa, soltera (actualmente tengo
un novio fijo y un amante; mi novio también tiene una amante) y básicamente
heterosexual. Digo básicamente porque fantaseo con tener relaciones sexuales
Veronique
Tengo treinta y dos años y me crié en el Sur, en una familia de clase
media, blanca, anglosajona y protestante, con unos padres muy «liberales»
aunque estrictos. Durante mis años de desarrollo estuve muy protegida y
controlada, con el mito de la proverbial «belleza del sur» muy embutido en mi
cabeza. Conseguí acabar mis estudios universitarios y he tenido mucho éxito
en mi carrera.
Mi mayor problema cuando crecí puede parecer tonto: ¡era demasiado
guapa! He tenido que luchar casi toda mi vida para que los hombres me
acepten como una persona inteligente y vean en mí algo más que una figura
de reloj de arena con ojos azules y cabello rubio. Durante los años setenta fui
una feminista activa, que expresaba su resentimiento hacia los hombres en
general, y en particular hacia el trato que me habían dado como objeto sexual,
de una forma bastante inmadura, jugando su juego a la inversa: hacía que se
enamoraran locamente de mí y luego los tiraba como patatas calientes. Los
utilizaba a ellos como objetos sexuales, para variar.
Bueno, ya con esto superado y en el proceso de maduración, he llegado a
la conclusión de que amo a los hombres, y he intentado desde entonces
«liberarlos» y construir relaciones duraderas. Dios sabe que necesitan una
liberación de sus estereotipos, igual que la necesitamos nosotras (o
necesitábamos).
A algunos puede parecerles egoísta, pero considero que mis fantasías son
demasiado íntimas, demasiado personales, y creo que en el fondo tengo miedo
de que, contándoselas a un compañero, pueda echar a perder esa zona privada
y especial que es totalmente mía, un pequeño espacio creado, elaborado y
construido sólo por y para mí. Aparte de una ligera vergüenza por sacar a la
luz estos pensamientos, tengo miedo de que él siempre sepa lo que estoy
pensando en ciertos momentos, destruyendo así el gusto del «fruto
prohibido», convirtiéndose en un intruso, si quieres, en una especie de voyeur
psíquico.
Creo que nuestras fantasías se enraízan en las experiencias de la infancia.
(Recuerdo que me masturbé de los cuatro a los seis años, aunque no creo que
me corriera nunca. Luego perdí interés en ello, hasta los trece años
aproximadamente.) Siempre hay un elemento de aquel primer
«conocimiento» o inocencia que permanece en mis fantasías. Al pensar en
Fantasía 1
Tengo trece años y sigo siendo técnicamente virgen (perdí la virginidad a
los catorce), pero tengo muy buena figura y soy jefa de animadoras. Mi mejor
amigo, que es unos años mayor y gay, me lleva a casa después de un partido,
y decidimos aparcar un rato en una zona apartada. Bebemos cerveza, tal vez
nos fumamos un porro y escuchamos rock duro a toda pastilla. Yo me siento
atrevida y le digo que me cuente cosas de sus aventuras, porque no puedo
comprender qué pueden hacer juntos dos chicos. Él no quiere hablar de ello,
pero se va al asiento de atrás y me dice que me una a él. (Hasta aquí, todo es
verdad.) Me pide que me recline sobre el asiento delantero. Yo lo hago, sin
tener ni idea de lo que tiene en la cabeza. Entonces él empieza a bajarme
lentamente las bragas de encaje, hasta las rodillas, y empieza a lamerme y a
chuparme el culo, procurando no tocarme el pubis, que está empapado hasta
chorrear (como lo tenía en la realidad). La excitación me vuelve loca, y le
suplico que me «toque ahí», pero él se niega y continúa hasta que me corro y
Fantasía 2
Soy una chica negra, africana, y vivo en una típica cabaña de barro con
muchas hermanas de todas las edades, nuestro padre, nuestra madre, un tío y
el abuelo. Todos los chicos tienen que vivir separados de nosotras, en otra
aldea, hasta que se casen. Como estamos cerca del Ecuador, es insoportable
llevar ropa a causa del calor, de modo que normalmente vamos desnudas, con
sólo algunas cuentas o adornos. Todas las chicas están totalmente al cuidado
de los miembros masculinos más mayores de la familia, cuya responsabilidad
es preparar a las chicas para una gozosa vida sexual sin miedos ni
inhibiciones, asegurando así la fertilidad y la continuidad del clan. Hay
muchas ceremonias públicas en las que los hombres pintan, adornan y
acarician a sus chicas (generalmente con plumas sobre los genitales, etc.).
Desde muy temprana edad, mantienen a las niñas en un estado de excitación
sexual casi constante. Las animan a jugar consigo mismas y con las demás, y
los hombres pueden hacerles de todo, menos penetrarlas, cosa que está
reservada sólo para sus esposos. En nuestra cabaña, los hombres manipulan a
su antojo los pubis sin pelo, y duermen muy a menudo con las pollas erectas
entre nuestras piernas o contra nuestras nalgas. Cuando un hombre de otra
familia entra en la cabaña, empieza el espectáculo. El tío o el abuelo nos abre
el coño a alguna de nosotras para que el hombre lo vea, y nos acaricia el
clítoris agrandado hasta que nos corremos. Los hombres ríen y nos tocan
constantemente. A los nueve años, las niñas asisten a una ceremonia en la que
las drogan, las atan con los miembros extendidos delante de la tribu y luego
les estimulan el clítoris con plumas hasta que lo tienen totalmente erecto. El
chamán oficial se acerca vestido con una piel de leopardo y le chupa el
botoncito justo hasta el borde del orgasmo, y luego lo rodea con una diminuta
Ellie
Hannah
Escribiré todo esto como si le estuviera escribiendo a él mis fantasías:
Primer escenario
Espero que podamos ir este fin de semana. Ardo en deseos de frotar el
coño contra la arena mientras me imagino que estoy cabalgando a pelo,
restregando el coño contra el peludo lomo del caballo… sintiendo que crece
la humedad, dándome cuenta de que tengo las bragas empapadas, deseando
que me folle.
Viajando resulta fácil escapar a un mundo de fantasía y pensar y revivir
algunos escenarios de la infancia. Escenarios en los que llego a un claro. Tú
estarías allí esperando, naturalmente, mientras yo me arrodillo bajo el caballo
para acariciar su enorme verga, chuparle el gigantesco capullo y masajear sus
grandes testículos. Y cuando tuviera la polla en toda su extensión, dura como
el acero y palpitante, tú me ordenarías ponerme a gatas, y apuntarías esa verga
de acero directamente hacia mi coño, mientras animarías al animal a empujar
Segundo escenario
Después de descansar un rato y echar un trago, Sylvia y yo estamos de
acuerdo en que Scott y tú merecéis un trato especial.
Al vernos actuar, metiéndonos un consolador la una a la otra,
ahogándonos mutuamente en nuestros jugos, folladas por nuestro perro Wolf
y bebiendo su semen, tu adorable polla y la de Scott se han hinchado tanto
que parece que os van a estallar las venas. Tienes el capullo púrpura. La polla
de Scott palpita. Las dos están duras como el acero, y les vendría bien una
mano… o sea, nuestras manos.
Scott y tú estáis sentados en el sofá, completamente desnudos (al vernos
actuar, os ha subido la temperatura del cuerpo), con las piernas abiertas.
Sylvia y yo nos arrodillamos delante del sofá. Ella delante de Scott, y yo
entre tus piernas. Y empezamos a mordisquearos y a acariciaros los testículos
y la polla con los labios, y a lamerlos subiendo hasta la punta de la verga y
bajando otra vez.
Scott y tú habéis convenido previamente que no os correréis en nuestra
boca, sino sobre los pliegues de la vulva, de modo que cuando estáis a punto,
cuando las dos pollas parecen a punto de explotar, Sylvia y yo nos damos la
vuelta, a gatas, con el culo alzado, y después de acariciaros la polla entre
nuestra raja, lanzáis chorros de semen cremoso y pegajoso en nuestros ojetes.
Luego Scott y tú nos frotáis el semen por las nalgas y los labios del coño,
y lo que os queda en las manos nos lo untáis por la cara.
Tercer escenario
¿Qué tal has pasado el fin de semana?
Yo, el viernes, alquilé cuatro películas. Una de ellas era Orquídea salvaje.
Mickey Rourke me excita muchísimo. Me recuerda a ti. De hecho, mientras
veía la película, pensaba en ti. Pero comparada con Nueve semanas y
media…, bueno, yo prefiero Nueve semanas y media. En fin, el caso es que
después de la escena de la mujer y el negro, y durante la escena, naturalmente,
mis dedos estaban muy activos, y en la escena final, tenía el coño ardiendo,
como el de la chica.
Ayer, en casa, tuve ocasión de ver la cinta que me diste.
Mientras veía la última escena del primer volumen, la de la chica de pelo
negro, estaba perdiendo del todo el control, pensando en chuparte la polla, en
que me follaras…
Cuarto escenario
Estoy atada a la cama con un consolador en el coño y otro en el culo, y tú
estás en la otra habitación. Mis bragas mantienen en su sitio los consoladores,
y cuando yo me agito y me muevo un poco, los consoladores se meten un
poco más. Siento la humedad dentro del coño, y allí tumbada, indefensa,
espero que vuelvas para que me ensartes los consoladores, fuerte y deprisa,
como hiciste una vez en la gran sala de conferencias conmigo a gatas.
Quinto escenario
Mientras volvía a casa el viernes, pensé en el jueves y me pregunté cómo
podía haber sido más «notable». Si el tiempo lo hubiese permitido, tal vez
follándome las tetas; si el tiempo lo hubiese permitido, tal vez dejando que
me arrodillara frente de ti y te chupara los huevos o lamiera tu verga dura; si
el tiempo lo hubiese permitido, tal vez lanzando tu chorro de semen en mi
lengua. Sin embargo, fue placentero, estando casi desnuda, una condición en
la que me habría encantado verte, de pie delante de la puerta mientras yo
estoy sentada en tu silla y miro cómo te bajas los pantalones y te quitas los
calzoncillos, dejando al descubierto tu hermosa polla.
El sábado por la mañana estaba sola. Hice lo de siempre. Después de
ducharme, desayuné viendo las noticias de la guerra, y luego siguió una
Yvette
Nombre: Yvette (puramente mitológico por razones que explico más
adelante).
Cabello: Pelirrojo.
Altura: 1,62 m.
Edad: Cuarenta y seis años (la segunda de cuatro hermanos).
Estado civil: Divorciada, después de veinte años de matrimonio con un
alcohólico.
Hijos: Dos hijas, de veinticinco y veinte años, respectivamente.
Ciudadanía: Nacida en Canadá. Nacionalidad estadounidense.
Educación: Graduación en el instituto, dos años de formación profesional,
dos años de universidad.
Trabajo: Asistente de mánager de sistemas en una firma de arquitectura.
Todos los demás empleados de mi departamento son hombres. También
escribo algo como free lance.
Me casé con un norteamericano del que me enamoré a primera vista.
Debía llevar anteojeras, porque durante muchos años no vi cómo el problema
Trudi
Número 1
Un día estaba tumbada en el sofá del salón, vestida sólo con una bata (me
acababa de duchar). Me aburría y metí una cinta porno en el vídeo y me
tumbé a disfrutarla. Me estaba excitando mucho, y aunque era media mañana
pensé: «¡Qué demonios!» Me abrí la bata y dejé que mis manos acariciaran
mi cuerpo, que todavía estaba húmedo de la ducha. Me toqué los pechos, que
siempre he tenido muy sensibles. Me acaricié los pezones hasta que
sobresalieron como lanzas. Luego mis manos pasaron sobre mi vientre plano
hasta el pubis. Aparté el suave vello rubio hasta tocarme el coño caliente, ya
húmedo y anhelante. Me cubrí el pubis con la mano mientras doblaba el dedo
corazón y me lo hundía en el coño. Froté la palma de la mano contra el
clítoris. Me acariciaba cada vez más deprisa, a medida que la acción de la
película se iba calentando. De pronto alcé la vista. Había una chica por
encima de mí. Tenía el pelo oscuro, y era pequeña, pero de grandes pechos.
Me sonrió, se desabrochó la blusa y dejó caer la falda. Estaba delante de mí
tan sólo con unas medias negras, mirando cómo me masturbaba. Yo gemí y le
sonreí a mi vez. No tardó en ponerse encima de mí, y yo seguí
masturbándome mientras ella me besaba y acariciaba los pechos. Estaba
cubierta de sudor. Sacó de la nada un plátano y me lo metió en el coño. Yo
estaba a punto de correrme mientras ella lo metía y lo sacaba, lo metía y lo
sacaba. Entonces bajó y empezó a comerse el plátano. Aquello me
Número 2
Estoy tumbada boca abajo sobre una toalla, junto al borde de una piscina.
Llevo sólo la parte baja del bikini. Estoy mirando a un hombre muy guapo
que está nadando en la piscina. No se da cuenta de que estoy ahí. Cuando me
ve, sale de la piscina y se acerca para ofrecerse a ponerme aceite en la
espalda. Yo me doy la vuelta para dejar al descubierto mis pechos y le digo
sonriendo: «¿Y si tú…?», pero no tengo ocasión de terminar la frase. Se deja
caer de rodillas y empieza a besarme. Su lengua cálida me entra hasta la
garganta. Me quita las bragas, ensarto los pulgares en su bañador y se lo
arranco. Baja la boca hasta mis tetas, me muerde los pezones, y coloca la
mano en mi coño. Empieza a mover la mano entre mis piernas y luego me
chupa el coño vorazmente. Me chupa el clítoris, volviéndome loca de pasión.
Siento rayos de sensación que me atraviesan el cuerpo mientras embisto,
follándole la cara. Yo sé lo que desea… Le hago tumbar y le monto, sin
meterme la polla todavía, excitándole. Le beso apasionadamente, y él me
coge de las caderas y me levanta para colocarme sobre su pene erecto. Estoy
Cynthia
Tengo cuarenta y dos años, y estoy casada y con dos hijos. Me gustaría
compartir contigo mi fantasía. Creo que es un ejemplo de cómo creamos
situaciones para satisfacer nuestras necesidades. La primera vez que apareció,
atravesaba un período de muy baja autoestima.
Soy una persona anónima. Paso la mitad del día en la suite de un hotel,
amueblada según mis indicaciones. No hay ventanas, y sólo tiene una puerta.
Vista desde arriba, parece una urna griega, una serie de cajas sin tapa en
forma de U. Pero las cajas son de madera contrachapada, sin pintar. En la
parte exterior de la base de cada U hay una silla de respaldo recto. En la parte
interior hay una montura diseñada para que una mujer abra las piernas en
torno a la base y dentro de la caja. A la altura de la boca hay un orificio
acolchado para lenguas (no se permiten pollas). No hay cortinas que cubran
las cajas, porque se trata de una galería especial. Se miran todos los coños y
se elige uno. Dentro, las mujeres no podemos ver nada más que a nosotras
mismas. Nos describimos mutuamente nuestras sensaciones en voz baja, para
Martha
Tengo diecinueve años, me he graduado en el instituto y actualmente
estoy cuidando de una abuela inválida. Tengo el pelo negro, los ojos azules,
mido un metro sesenta y cuatro centímetros y peso sesenta y cinco kilos.
Suelen decirme que soy excepcionalmente bonita, pero nunca he juzgado mi
propio aspecto. Un amigo íntimo me describió una vez como una «amazona
reticente», un cumplido que aprecio.
Sólo he tenido relaciones sexuales dos veces, siempre con el mismo
hombre. Las dos veces me encantó, y si viera a ese hombre más a menudo
(nos separan veinte kilómetros), estoy segura de que follaríamos siempre que
tuviéramos ocasión. Me masturbo a menudo; al menos cuatro veces por
semana. La primera vez que me masturbé debía de tener unos cuatro años.
Solía tumbarme en la cama, frotándome y acariciándome suavemente toda la
zona genital. En torno a los siete años, intenté que mi hermano pequeño me
metiera el dedo en el culo, pero no quiso. A los once años tenía un perro de
lanas al que le encantaba lamerme el coño. Durante los siguientes cinco años,
aquel perro fue mi único método de masturbación. Tenía ya dieciséis años
cuando descubrí qué era la vagina (fue cuando descubrí las velas). Recuerdo
que una vez me puse tan caliente que utilicé una salchicha congelada, pero
estaba demasiado fría y el frío apagó pronto mis fuegos genitales. Ahora,
cuando me masturbo, saco dos Playgirl muy especiales. Leo una página o dos
de escritos eróticos y luego empiezo a meterme la vela vigorosamente. He
roto más de una vela.
Cuando veo a un tío atractivo que encuentro apetecible, pienso: «Dios
mío, cómo me gustaría meterle mano a ése», pero nunca fantaseo con
desconocidos, por atractivos que sean. Sólo puedo fantasear con alguien con
quien tenga algún tipo de compromiso emocional, por nimio que éste sea;
Maria
¡Dios mío!, qué alivio saber que hay miles de mujeres de todas las edades
que tienen fantasías, y que muchas han hecho las mismas cosas que yo.
Penny
Me embarqué en el camino del sexo activo bastante pronto —eso lo puedo
decir ahora mirando atrás—, porque no tuve ninguna relación con mi madre,
de mujer a mujer. Ella nunca mostró sentimientos ni actitudes referentes al
sexo hasta hace poco, cuando aprendió a disfrutar de ello sin vergüenza. Es
que le pasé tu libro cuando yo lo terminé. Eso fue hace seis años. Después de
acudir a un consejero matrimonial y de mucha paciencia por parte de mi
padre, ahora puede explorar sus sentimientos sexuales y los de los demás sin
vergüenza.
Pero volvamos a mí misma. Siempre me ha encantado el erotismo. Una
vez encontré un libro llamado Orgía 2000 o algo así. Mis amigas y yo nos
sentamos en el patio y lo fuimos leyendo en voz alta por turnos. A mí me dio
mucha vergüenza leer en voz alta, pero me encantó la excitación sexual que
sentí. Nunca participé en juegos sexuales durante aquel período. Tal vez nos
habían enseñado a avergonzarnos de ellos. No teníamos más que ocho o diez
años. Ni siquiera supe aliviar la tensión con la masturbación hasta que cumplí
dieciséis años, aunque había vivido mucho erotismo. Mi hermano mayor, que
era demasiado joven para comprar Penthouse y Playboy, tenía toda una
colección de estas revistas en su cajón. Me las enseñó y yo le birlé unas
cuantas y me las llevé a mi cuarto para leerlas por la noche. Las fotografías
eran interesantes, pero los relatos de ficción eran maravillosos. Así que un día
intenté masturbarme y lo encontré muy agradable. Tenía orgasmos, pero no
supe lo que eran hasta al cabo de mucho tiempo. Ardía en deseos de que se
acabara el colegio para volver a casa e intentarlo otra vez.
Entonces empecé a estimularme el clítoris con la ducha. Mi madre nunca
me dijo nada, pero probablemente se preguntaba por qué tardaba tanto en la
ducha. A mí me daba miedo que me descubrieran haciendo esto, aunque no
Lydia
Me llamo Lydia, tengo veinticinco años, y soy una mujer negra, de clase
media y soltera. Desde que me dejó mi novio, he tenido diversas y excitantes
fantasías sobre él. Antes de conocerle nunca había tenido fantasías. Bueno, sí,
pero los personajes no tenían cara ni nombre, ni yo obtenía mucho placer. ¡Si
él supiera lo que se está perdiendo…!
Estamos en mi cama, totalmente vestidos, besándonos locamente y
abrazándonos con fuerza. El beso francés —él es muy bueno en eso— es una
de las cosas que me enseñó. Cuando intento desnudarle, me susurra que
espere. Me quita el ceñidor del vestido y me propone vendarme los ojos con
él. La perspectiva es excitante, pero me da un poco de miedo. ¿Qué va a
hacer? Finalmente acepto, y él me lo pone en torno a la cabeza. Me pone algo
por la zona de la nariz para que no pueda ver por debajo. Cuando estoy
totalmente cegada, empieza a desnudarme. Sus dedos se pasean por mi piel,
dejando fieras huellas a su paso. Es muy excitante no saber dónde me va a
tocar. Me pasa las manos por los brazos y me los coloca sobre la cabeza.
Siento algo frío en las muñecas y oigo un ruido metálico. De pronto me
sobresalto al darme cuenta de que me ha esposado a la cama. Pero oigo su
voz, que me dice que no va a hacerme daño. Me pasan los pensamientos más
salvajes por la mente. Ya no tengo ningún miedo, pero mi curiosidad y mi
deseo son casi incontrolables. Me desabrocha la blusa y pasa los dedos por
mis pezones desnudos hasta que se ponen duros. ¡Oh, hace daño, pero es un
dolor exquisito…! Con un hondo gemido, arqueo la espalda hacia él para que
los coja con la boca. Él me empuja, rechazando mi necesidad. Salvo su
respiración, ni siquiera puedo oírle. Me ha estado tocando muy suavemente, y
Bets
Soy una calentorra y me encanta leer sobre experiencias sexuales y
fantasías.
Me encanta masturbarme y lo hago a menudo. Me estoy poniendo caliente
y mojada sólo con escribirte. Nunca pensé que escribiría mis propias fantasías
y experiencias sexuales.
Soy blanca, tengo cincuenta años, soltera y virgen, y me encanta jugar con
mis tetas y mi clítoris.
Cuando tenía siete años, un vecino y yo nos exploramos los genitales
mutuamente. A él le encantaba meterme el dedo entre los labios vaginales y
hacerme cosquillas ahí. Encontramos muchos rincones secretos donde él
podía jugar con mi clítoris.
Cuando estaba en la universidad, descubrí la masturbación. Aprendí a
estimularme las tetas y el clítoris. Encontré el botón mágico y me llevaba
hasta el éxtasis. Me excitaba verme masturbarme en un espejo. Por fin me
sentía una mujer.
Y ahora mi fantasía:
Voy en un autobús, y un hombre se sienta a mi lado. Saca un Playboy y
me deja mirar las fotografías de desnudos. Yo estoy cada vez más mojada. Él
se inclina y me pregunta si puede ponerme la mano en el coño. Yo le digo que
sí, y él me mete la mano por el pantalón y por debajo de las bragas.
Me acaricia los pelos del coño y suavemente se mete dentro. Me mete el
dedo en la vagina y empieza a estimularme el clítoris. Mete la otra mano por
Daisy
Tengo treinta y cuatro años, peso varios kilos de más, estoy casada hace
diez años y tengo tres hijos de ocho, seis y tres años. Mi marido es el segundo
hombre con el que me he acostado. Ni mi primera experiencia, a los
diecinueve años (con un aborto a los veinte), ni mi marido han podido
hacerme llegar al clímax. No tuve un orgasmo hasta que nació mi tercer hijo,
cuando decidí ponerme un vibrador en el clítoris. Casi se me va la cabeza. Lo
Fantasía 1
A la vuelta del supermercado, unos desconocidos me raptan y me llevan a
una lujosa mansión. Después de seis meses de ejercicio forzoso y régimen
obligado, con cirugía plástica para completar el trabajo, me convierten en una
hermosa puta de lujo para un hombre que celebra orgías día y noche. Al
principio, dejo que me folle todo el que quiera, ya que no siento nada con
nadie. Entonces alguien se da cuenta de mi problema y me practica una
operación menor de vagina, reconectando mis terminaciones nerviosas. Lo
que sucede entonces me hace mojarme con sólo pensarlo. La primera vez que
salgo, después de la operación, tengo una experiencia enloquecedora. El
amable doctor decide ponerme en contacto con mis nuevas sensaciones.
Después de quitarme el vestido (no se me permite llevar ropa interior), me
tumba en la cama y me acaricia el cuerpo muy suavemente. Me dice que me
quede quieta, y yo le dejo hacer. Me estruja los pechos y luego los chupa
hasta ponerlos duros. Va bajando por mi cuerpo hasta llegar al coño. Me abre
suavemente los labios y explora con los dedos. Cuando me tiene toda mojada,
baja la cabeza y empieza a besar, chupar y lamer el clítoris hasta que yo grito
de éxtasis. Yo me muevo y me agito muy impaciente. Él acerca la polla muy
lentamente a la abertura de mi coño y me penetra con extrema ternura. Ahora
tengo sensaciones que no había experimentado antes, y estoy a punto de morir
de éxtasis. Él se sigue moviendo dentro de mí muy suavemente, de modo que
me provoca un orgasmo casi con cada movimiento. A medida que me
acostumbro a estas sensaciones, él empieza a meterla más hondo y con más
fuerza, y finalmente nos corremos a la vez en una explosión. Yo estoy
exhausta y me quedo dormida. Cuando me despierto, veo que me han puesto
sobre una magnífica mesa de comedor como centro durante una fiesta. Los
hombres me follan durante toda la noche. La siguiente noche es la noche oral,
y yo les hago mamadas, y ellos me chupan y lamen. Finalmente llegamos a la
«Noche de las damas». La idea de hacerlo con otra mujer me da náuseas, pero
me aseguran que no tendré que hacer nada, sino que me lo harán a mí. Mi
primera experiencia con una mujer es deliciosa. Al ser mujer, sabe lo que me
gusta, y me lleva a unas alturas que no he conocido antes. Me separa
tiernamente los labios y explora con los dedos cada pliegue y grieta de mi
coño. En unos segundos, tiene los dedos empapados con mis jugos, y me frota
Fantasía 2
Estoy atascada en un ascensor con otra persona, un psiquiatra muy guapo.
Pasamos mucho tiempo charlando, y poco a poco llegamos al problema de mi
incapacidad de tener orgasmos. A él le parece que es cuestión de saber follar.
Se ofrece a enseñarme. Nos desnudamos rápidamente y empezamos a hacer el
amor. Yo estoy comprensiblemente nerviosa, porque tengo miedo de quedar
decepcionada otra vez. Él me acaricia con cuidado el coño y me trabaja el
clítoris hasta que me corro, y antes de que pueda recuperar el aliento me dice
que me ponga a cuatro patas, y penetra en mi vagina, apuntando justo al
punto G, mientras yo contengo el aliento y el coño se me hace agua. Él se sale
antes de que nos corramos y me mete la polla en el culo —¡es magnífico!—,
y de nuevo, antes de que nos corramos, la saca y me la vuelve a ensartar en el
coño; al cabo de unos minutos nos corremos juntos con grandes orgasmos.
Nos vestimos rápidamente, exhaustos, y el ascensor empieza a moverse.
Cuando se detiene, salimos como si nada hubiese pasado.
Erica
Llevo veinticinco años felizmente casada con un hombre muy torpe, de
modo que fantaseo mucho, cosa que me ayuda a excitarme antes de la
relación sexual. La única forma de llegar al clímax es con el sexo oral, que a
mi marido le gusta, de modo que me tiene satisfecha. Su impulso sexual es
muy bajo, de modo que muchas veces me chupa hasta que me corro y luego
se echa a dormir; o me acaricia con los dedos y me come el coño antes de irse
a trabajar. Por la noche también jugamos a «amamantarnos», y me chupa los
pechos siempre que quiero. Nuestros tres hijos están en la universidad, lejos
de casa, y ahora podemos disfrutar de intimidad y libertad. Después de la cena
nos duchamos juntos y luego vemos algún programa de la tele, mientras él me
chupa los pechos (durante los anuncios y los ratos aburridos) y yo le acaricio
la polla. No hay que decir que me gustan los fines de semana y las
vacaciones.
Siempre me ha dado vergüenza mencionar esto, pero cuando se me
empezaron a desarrollar los pechos, cuando tenía diez años, mis dos hermanos
me los acariciaban y chupaban (nos educaron duchándonos y bañándonos
juntos). Nunca me follaron con la polla, pero practicábamos el sexo oral.
Hasta que fui a la universidad, siempre tuve miedo de que, al estimularme los
pechos y el clítoris, creciera el tamaño de mis pechos y mi necesidad de sexo.
Esta es sólo una de mis múltiples fantasías:
Salimos de la ducha y él se arrodilla, me abre los labios del coño y pasa la
lengua por mis genitales, adelante y atrás, adelante y atrás… Vamos al
dormitorio. Yo estoy de pie frente al espejo, y él contempla por encima de mi
hombro la imagen de mis grandes pechos a lo Dolly Parton, mientras desliza
la mano arriba y abajo por mi vientre, me acaricia las tetas en torno a los
duros pezones, me pone la mano bajo los pechos para alzármelos y me
pellizca los pezones con los dedos… Luego baja sus grandes manos hasta mi
coño y lo abre y lo cierra, lo abre y lo cierra. Todavía detrás de mí, se
arrodilla y me chupa y acaricia las nalgas y la raja, mientras me acaricia la
parte interna de los muslos y la entrepierna. Luego me da la vuelta, me abre
los labios del coño y me chupa de nuevo los genitales, pasando la lengua de
arriba abajo, de arriba abajo… lamiendo sin cesar. Se levanta lentamente y
me chupa los labios y me besa… Yo le succiono la lengua. Él se sienta en un
Tara
Mi fantasía favorita es muy detallada y elaborada, y me moriría feliz si
pudiera encontrar al hombre que la satisficiera. En la realidad, me he hecho
esto cientos de veces, generalmente cada dos fines de semana, cuando me
quedo en casa sola y tengo por lo menos dos horas libres. Una vez me pasé
cinco horas masturbándome antes de dejarme llegar al orgasmo. Durante ese
tiempo, hablo en voz alta, diciendo tanto mi parte como las palabras de mi
amante. Utilizo dos tipos de vibrador: uno gordo, de veinticinco centímetros,
para excitarme el clítoris y metérmelo por el culo mientras me acerco al
orgasmo, y otro grande, en forma de U con pequeños bultos de fricción, que
utilizo cuando por fin me corro. Una punta me la meto en el culo y la otra en
el coño. No sé por qué me ha llegado a gustar el sexo anal, pero me gusta de
verdad. Durante esta fantasía, me hago muchas fotos Polaroid. Mis favoritas
son las que me hago con las piernas separadas y en el aire, el coño abierto, y
el vibrador de veinticinco centímetros metido en el culo, con crema blanca
rezumando alrededor. Siempre me masturbo en el suelo, delante de un espejo
de cuerpo entero para poder verme el ojete todo el rato. Pero basta… ¡Vamos
a la fantasía!
En mi fantasía, finjo que no me gusta el sexo anal. Lo que deseo son
suaves y dulces caricias y que me chupen el clítoris hasta que me corra. Mi
amante lo hace de maravilla, pero a él le encanta el sexo anal, y no me da lo
que yo deseo hasta que al final yo accedo a que me folle por el culo. Una
noche, después de cenar, estoy excepcionalmente caliente y empiezo a
arrimarme a él en el sofá. Él sugiere que me dé un baño de espuma, y dice que
luego se unirá a mí y me obsequiará con una noche inolvidable si permito que
me dé por el culo. Finalmente accedo, y ciertamente me da un trato
superespecial, y cuando finalmente me corro, es como un castillo de fuegos
artificiales.
Me sigue acariciando y abrazando mientras me recobro. Finalmente, es su
turno; me hace tumbarme de lado, con las rodillas dobladas en el pecho, y se
marcha un momento. Al cabo de un rato vuelve con un tubo de vaselina y
guantes de goma. Me dice, mientras se pone los guantes, que me abra las
Tengo treinta y seis años, soy soltera, licenciada en artes, y gano sesenta y
dos mil dólares en el campo de las relaciones públicas.
Trish
Tengo treinta y dos años. Procedo de una familia que padece la
enfermedad del alcoholismo. Mi padre es el «paciente identificado», es decir,
Lillian
Mi historia: tengo veintiún años, soy estudiante universitaria, blanca, y
procedo de una familia de clase media de zona residencial (aunque algo más
pobre desde que mis padres se divorciaron cuando estaba en el penúltimo
curso del instituto). Mi padre es profesor universitario. Está chapado a la
antigua (tiene sesenta y un años) y odia a las mujeres desde que mi madre se
divorció de él. Ella es una mujer de cincuenta años, muy fría como madre,
con título universitario, y da clases en un centro preescolar en la universidad a
la que acudo. (Baste con decir que cuando ella consiguió un título medio en
psicología y un título superior en educación preescolar, aprendí mucho de sus
libros de texto.) Soy estudiante de primer curso, sin especialidad aún, en la
Universidad de Indiana.
Experiencias reales
Un mes antes de cumplir dieciocho años fui a un bar del centro de la
ciudad con una amiga negra y me follaron por primera vez. Fue un tío negro
por el que me dejé ligar. Esa primera noche hice todo lo que había leído.
Algunas cosas me desagradaron moderadamente, pero me sentía secretamente
emocionada por haberlas hecho al fin. Con todo, sufrí una decepción porque
nada de lo que hicimos (oral, anal, normal y masturbación mutua) consiguió
llevarme al éxtasis liberador que yo podía darme a mí misma. Pensé que
quizás el sexo con los tíos no era tan bueno como la masturbación. Sin
embargo, resultó agradable ser abrazada después de una larga y fría
adolescencia.
Dos meses más tarde conocí a mi «primer amor», Jonny. No me folló la
primera noche, sino que lo hicimos por primera vez dos semanas después,
pero me excitaba tanto con sus manos y su boca que supongo que me
enamoré de él o del sexo como una actividad que no tenía rival en hacerme
sentir bien. Fue el primer tío que me llevó a orgasmos parecidos a los que yo
Blythe
Tengo treinta y nueve años, y un hijo de mi primer matrimonio, y ahora
estoy criando a los cuatro hijos de mi segundo marido. Nuestro matrimonio es
muy sólido, porque ambos creemos en el compromiso y somos practicantes
muy respetados en nuestra iglesia y en nuestra comunidad. Tengo un título
universitario en empresariales y en la actualidad trabajo en la dirección de una
firma local. Aparte de mis más íntimos amigos, nadie sabe que secretamente
tengo un apetito insaciable por los hombres.
Empezó a manifestarse cuando era pequeña, probablemente a los ocho o
nueve años. No puedo recordar época alguna en la que no estuviera liada al
menos con uno, cuando no dos, tres o cuatro hombres a la vez. Parecía
sentirme atraída por hombres de todos los tipos, edades, razas y
personalidades. Y ellos parecen atraídos por mí. Muchas de mis relaciones
con hombres han estado llenas de amor y afecto mutuos, sentimientos que
parecen perdurar a lo largo de los años, aunque por una razón u otra
decidiéramos separar nuestros caminos. Recuerdo que, siendo adolescente,
practicaba posturas y miradas sexys delante del espejo, aprendiendo a atraer a
los hombres de manera sutil.
A medida que crecí, comprendí que era muy atractiva, así que dejé de
preocuparme por atraer a los hombres con la mirada. Me esforcé más por
llegar a ellos emocionalmente. El problema era que, una vez que había
llegado a ellos emocionalmente, ya estaba buscando al siguiente hombre con
el que jugar. Adoro los rituales de emparejamiento por los que pasan hombres
y mujeres antes de consumar su relación. La tensión sexual que aparece
progresivamente entre dos personas es para mí motivo de la mayor excitación.
Pero también es sólo cuestión de tiempo, tras haber consumado la relación
sexualmente, que me aburra y empiece a buscar uno nuevo. Muchos de mis
Cheryl
Tengo casi diecinueve años, estoy soltera, soy bonita y estoy segura de mí
misma. Estudio en una prestigiosa universidad y he crecido en el seno de una
familia de clase media-alta. Sin embargo, mis padres son cualquier cosa
menos tradicionales y conservadores; excéntricos sería la mejor palabra para
definirlos. No me siento totalmente a gusto hablando de sexo con ellos, pero
mi madre dice que esto es muy natural. No obstante, sé que me ofrecería toda
la ayuda que le pidiera a ese respecto. Ella lo ve de este modo: si está
prohibido, lo deseas más y alcanzas altos grados de estupidez para
conseguirlo. Por lo tanto, el sexo nunca ha sido un gran tabú para mí.
A la edad de dieciséis años, cuando tuve mi primer amante, mi madre
imaginó que nos acostábamos juntos (a menudo lo hacíamos en mi casa,
aunque estuvieran mis padres). Se limitó a decirme: «Si te avergüenza ir a una
Fantasía número 1
Estoy tumbada en la cama vestida con un camisón de seda y con los
cabellos cayendo en suaves rizos sobre los hombros. Oigo un ruido de pasos
en el pasillo y me incorporo sobresaltada. Tres hombres con pasamontañas
derriban mi puerta justo cuando salto de la cama para esconderme en el
armario. Me encuentran y me sacan a rastras ordenándome: «Recoge tus
cosas.» Lo hago, y entonces me llevan, gritando y luchando, hasta una
limusina aparcada fuera, donde me inyectan un tranquilizante.
Me despierto en una extraña y lujosa habitación. En el otro extremo está
sentado un hispano (o un negro o lo que sea) con la camisa desabotonada, una
bebida en la mano y un cigarrillo colgando descuidadamente de los labios. Me
doy cuenta de que estoy encima de una cama vestida con un camisón rojo.
También reconozco al hombre como un infame y poderoso narcotraficante (u
otro criminal de altos vuelos). Soñolienta, pregunto: «¿Qué hago aquí?» Él
contesta: «Ahora eres mía. Cuando veo algo que me gusta, lo cojo.» En el
momento en que se acerca a grandes zancadas, con el cigarrillo en la boca y la
bebida en la mano, le escupo a la cara y le llamo cabrón o hijo de puta u otro
insulto similar. El ríe, confiado, y deja a un lado cigarrillo y bebida. Me coge
por el camisón y me levanta para besarme ardientemente. Yo lucho, pero su
abrazo indolente me tiene aprisionada. Me tira sobre la cama y se desviste.
Fantasía número 2
En esta fantasía soy rica y mimada. Entre el servicio de la casa hay un
jardinero. Tiene largos cabellos oscuros y fuertes brazos. Aunque es un mero
trabajador, es también inteligente y orgulloso. Cuando él trabaja en el jardín,
me paseo por los alrededores con actitud aburrida e indiferente, bostezando o
fingiendo que voy a buscar el correo o a pasear a mi perro, escasamente
vestida con un vaporoso salto de cama de color púrpura. Pero él me pilla a
menudo mirándolo. Permanezco indiferente todo el tiempo. Cuando ha
terminado con nuestro jardín, después de varios días de trabajo, se marcha.
Algunos días más tarde me pongo a buscarlo y descubro que trabaja en una
fábrica o algo parecido. Como excusa para abordarlo llevo unos guantes que
finjo creer que se dejó en nuestro jardín. Me mira con suspicacia cuando le
tiendo los guantes. «Señorita Tal —dice con voz profunda y maliciosa—, creo
que sabe perfectamente que éstos no son mis guantes, ni tampoco ha venido
aquí por eso.» Yo me siento turbada y humillada, así que lo abofeteo en la
cara con los guantes. Cuando vuelvo a casa encuentro una motocicleta en el
garaje. Al entrar me lo encuentro, fumando un cigarrillo, sentado a la mesa de
la cocina. Como si no le interesara lo más mínimo, se levanta y, sin dudarlo,
me coge por el cuello y me besa con fuerza. Yo me aparto y le digo que voy a
gritar. «Lo dudo —replica, suspirando—. De hecho, creo que lo has
preparado todo para que nadie nos moleste.» Lentamente se coloca detrás mío
y aplasta su pecho y estómago contra mí. Yo trato desesperadamente de
desasirme, pero él me empuja por la espalda, obligándome a apoyarme sobre
la mesa de la cocina. Me levanta la falda y me acaricia el interior de los
muslos y los labios vulvares, comentando lo húmedo que está mi coño.
Luego, sujetándome aún se saca la polla y me la mete hasta el fondo, mientras
yo grito de dolor y de placer.
Fantasía número 3
Éstas son sólo unas pocas y cada una de ellas tiene numerosas variaciones.
Todas mis fantasías tratan de una pugna de voluntades en la que yo estoy
acostumbrada a ganar, pero que pierdo con el hombre de la fantasía. Se trata
siempre de un hombre fuerte, poderoso y arrogante. También yo lo soy, pero
no tengo tanta fuerza como él. Me seduce o me fuerza, pero yo siempre lo
deseo, aunque finjo repugnancia, odio o indiferencia. Muchas fantasías parten
del tema de «la fierecilla domada», y en ellas soy una bruja de un carácter tan
endiablado que un tío decide conseguir lo imposible: ¡conquistarme y hacer
que me someta a él! Hacer que me corra es una gran hazaña para el hombre
de mi fantasía, porque mi sumisión significa que tiene poder sobre mí. En la
realidad, creo que es la mujer quien provoca su propio orgasmo, en la mayoría
de los casos. Mi primer amante creía que me había «enseñado» a correrme. La
verdad es que he estado provocándome orgasmos desde hace casi diez años.
Babs
Tengo cuarenta años, estudios secundarios, y he estado casada durante
veinticuatro. Tengo dos hijos ya adultos y uno de catorce años que aún vive
en casa. Durante trece años he estado casada sólo de apariencia, pero no me
separé hasta hace un año, cuando conocí al hombre al que amo y con el que
pienso casarme en breve. En este momento está en una prisión federal.
Toda mi vida he sido una soñadora y una intelectual. Nunca había sabido
lo que era una auténtica relación entre un hombre y una mujer hasta hace algo
más de un año. Pero siempre tuve mis fantasías, muchas de las cuales se han
convenido en realidad desde aquel día memorable en que me liberé de la
imagen «buena, decente y respetable» que me había sido impuesta desde la
infancia. Crecí en una familia muy estricta. En el colegio siempre sacaba muy
Hay una orgía en mi casa. Pueden ser personas a las que conozco,
extraños o una mezcla. Hay unas veinte personas de las cuales la mayoría son
hombres. Todo el mundo está desnudo, y yo siento un increíble placer viendo
todos esos penes erectos de todas las formas y tamaños. Las parejas están
follando en todas las posturas posibles, y un par de tíos están masturbándose
mientras las contemplan. Yo disfruto viendo cómo se corren. Entro en la
cocina y encuentro a un tipo corpulento que le dice a otro con aspecto de
marica que se incline sobre la mesa, lo que éste hace, sujetándose a la misma.
El tipo corpulento le mete la polla en el ano al marica, que le pide que no le
haga daño. El tipo corpulento se la mete hasta el fondo a pesar de las protestas
del marica. Sin duda, ambos están disfrutando. Yo los contemplo follar con
los rostros tensos, y luego vuelvo a la sala de estar. El tipo corpulento se corre
y se oyen sus gruñidos de satisfacción. Entonces, un tipo que estaba en la sala
de estar se apodera del marica, le obliga a ponerse de rodillas delante de él y
le ordena que se la coma. Tiene un pene de tamaño medio, que introduce
hasta el fondo en la boca del marica, agitando las caderas de delante atrás. De
repente, el marica empieza a emitir todo tipo de gruñidos, y su larga y delgada
polla da sacudidas. El marica empieza a correrse sobre el suelo. Yo deseo
correr hacia él, cogerle la polla y sentir cómo se corre, pero estoy paralizada y
todo lo que puedo hacer es quedarme allí y mirar cómo eyacula. En este
punto, me corro yo misma.
Se trata de nuevo de ver cómo un hombre pierde el control.
Sage
Siempre se ha sabido que las mujeres son más románticas que los
hombres, así que es realmente difícil creer que pueda pensarse que no
deberíamos tener o no tenemos fantasías. Fue precisamente porque tenía
fantasías que leí románticos libros sobre piratas que raptaban mujeres que
luego se enamoraban de ellos. Es una fantasía con la que puedo sentirme
identificada, e incluso vivirla en parte mientras leo. Me gusta ser dominada y
dominar, pero no causando daño. Es placer lo que busco.
Tengo veintiocho años, hace once que estoy casada y tengo un hijo.
Siempre he tenido fantasías. Creo que todo el mundo las tiene en realidad,
pero no considera que lo sean. Inicié mi actividad sexual hacia los catorce
años sin que fuera totalmente por elección propia, ya que fue mi hermanastro
de quince años quien abusó de mí. Tuve varios amantes antes de casarme a
los diecisiete años. Nunca mostré desviaciones sexuales hasta después de un
año, cuando mi marido y yo empezamos a hablar de chicas. Me excitaba
mucho. Nunca antes había deseado a una chica conscientemente, pero había
jugado a médicos con chicas. Necesito un hombre, pero las mujeres son puro
disfrute y ¡tienen un tacto tan suave! Yo ya le había tocado las tetas a una
chica. Desde que mi marido y yo empezamos a hablar de chicas se han metido
en mis sueños. El acto real no ha sido tan bueno como prometían las fantasías.
En unas pocas ocasiones lo hemos hecho con chicas. Una vez, al principio,
tuve a una para mí sola, y eso fue lo mejor. Mi marido parece tomar el mando
cuando somos tres. Pero cuando se nos une otro tío siempre quiere terminar
en cuanto él está satisfecho. Mi marido no toca nunca al hombre, sólo mira y
me folla. Así que yo imagino que estamos el otro tipo y yo, y que él me ama y
me desea y me folla lentamente hasta que se corre dentro de mí y grita que me
Victoria
Tengo veinte años de edad. Me casé a los dieciocho con un hombre con el
que trabajaba mientras hacía el servicio militar y tenemos un hijo de casi un
año de edad. Nuestro matrimonio y nuestra vida sexual son satisfactorios. Fui
la primera mujer con la que mi marido (le llamaré David) tuvo relaciones
sexuales, aunque había practicado el sexo oral con varias mujeres antes de
conocernos.
Yo siempre he sido promiscua. Recuerdo que a los once o doce años me
masturbaba con una zanahoria (no teníamos nada más en casa para hacerlo)
Steph
Rob y yo nos casamos ante un juez de paz en enero. No nos hemos visto
desde el 7 de marzo, día en que arrestaron a Rob. Le han condenado por
posesión de mercancía robada, gracias a un «amigo» que volvió las pruebas
del fiscal contra él. Quiero que comprendas que Rob no es en absoluto una
mala persona. Lo único que hizo fue estar en el lugar equivocado en el
momento equivocado. En cualquier caso, lo condenaron a tres años en la
prisión del condado.
Nos escribimos a diario, en ocasiones hasta dos y tres veces. También me
llama por teléfono día sí día no (en ocasiones dos o tres veces al día).
Bien, después de estar tres meses separados, recibí una carta suya muy
interesante. Me decía cuánto necesitaba follarme, en qué posturas me follaría
y me detallaba cada paso. Quería que le contestara de la misma forma. Yo soy
una persona muy tímida en cuanto al sexo (timidez que he superado en gran
medida desde que conocí a Rob) y al principio me cortaba un poco escribir
ese tipo de cosas, pero tras unas cuantas cartas empecé a disfrutar. Era el
único modo de que Rob y yo satisfaciéramos nuestro apetito sexual sin ser
infieles. Aún me estoy riendo del modo en que él lo definió: «polvos a larga
distancia». Realmente funcionó. Yo me iba siempre a mi habitación con su
carta, me quitaba la ropa y realizaba los movimientos con las manos, tal como
él los describía. Me excitaba sexualmente imaginando que él estaba allí
conmigo. Me dijo que siempre se le ponía dura cuando leía mis cartas y que
era muy embarazoso, porque estaba rodeado de tíos y él tenía que pasearse
con la erección, pero aun así le gusta leer mis cartas.
Bueno, las cartas mejoraron cada vez más. Todavía siguen llegando a
diario. Ahora hemos incluido a otras parejas en nuestras fantasías. Esto fue
algo que tardé en aceptar, porque a mi mente ingenua le costaba un gran
esfuerzo. Rob había estado con otras parejas en su primer matrimonio (que
duró diez años). Cuando me preguntó si me gustaría hacerlo alguna vez, para
mí fue una verdadera conmoción. No he «estado» con otros hombres u otras
mujeres al mismo tiempo, pero con nuestras cartas y mi marido escribiendo
sobre ello constantemente, cada vez me siento más excitada por la posibilidad
de probarlo. Quiero contarte una de mis fantasías sexuales favoritas, que he
Día de mudanza
Rob y yo hemos encontrado por fin la «casa de nuestros sueños» y
estamos de mudanza. «La casa de nuestros sueños» tiene dos plantas y cuatro
habitaciones con un jacuzzi junto al dormitorio de la planta baja y un bonito
lago detrás de la casa.
Compartimos esta casa con otra pareja (llamémoslos Frank y Trish), que
nos está ayudando a hacer la mudanza. Son los dos muy atractivos, y yo ya he
percibido el considerable tamaño de la entrepierna de él. Pienso que será
realmente agradable vivir con Frank y Trish. Será como compartir la casa con
tus compañeros de juegos.
Hemos estado de mudanza toda la mañana y nos hemos conocido mucho
mejor. Decidimos tomar un descanso para comer y probar el jacuzzi.
Encargamos una pizza y nos dirigimos al jacuzzi. Este se encuentra en medio
de una habitación de techo ornamentado. Convenientemente situado al
alcance del jacuzzi hay un bar bien abastecido. Empezamos a desnudarnos
todos lentamente. Veo de reojo el cuerpo musculoso de Frank y confirmo mi
idea anterior de que tiene una gran polla. (En mis fantasías me gusta siempre
que los hombres tengan grandes pollas, y Rob conoce mis gustos.) ¡Oh, sí!
Anhelo con todas mis fuerzas sentir esa polla dentro de mí. Rob se ocupa de
mezclar vodka y zumo de naranja para Trish y para mí. Le lanza una cerveza
a Frank y coge otra para él. Nos metemos todos en el jacuzzi. Yo me siento
frente a Frank, y Rob, frente a Trish. Estamos disfrutando de la íntima
compañía mientras bebemos y comemos pizza. Nos reímos cuando las
burbujas nos suben por entre las piernas, provocándonos un excitante
hormigueo en todo el cuerpo. Entonces siento un nuevo estremecimiento al
notar que Frank desliza lentamente su pie entre mis muslos. Empieza a mover
el pie arriba y abajo alrededor de mi coño y, de tanto en tanto, me mete el
dedo gordo en el coño y me acaricia el clítoris, enviando espasmos de
excitación a través de mi cuerpo. Lo miro fijamente, pero si alguien me
mirara el rostro no vería el menor indicio del placer que me está causando,
acercándome más a lo que he estado deseando todo el día.
Estoy sentada sobre su regazo de cara a él y con una pierna a cada lado de
las suyas, fuertes y musculosas. Baja la mano hasta mi coño peludo y caliente,
y empieza a acariciarme el pubis. Luego me acaricia el clítoris con los dedos.
Sarah Jane
Empecé a masturbarme cuando tenía cinco o seis años. Supongo que mis
experiencias sexuales durante los años de colegio e instituto fueron las
normales. Ya sabes, magreos, meterme dedos en el coño, etc., pero no
practiqué nunca el coito.
Hasta el año pasado, en que conocí a un tío realmente fantástico del que
me enamoré y con el que me pareció que estaría bien tener relaciones
sexuales. Él es el único con el que me he acostado desde entonces. Aún lo
amo y juntos disfrutamos realmente del sexo (creo).
Uno de nuestros mayores problemas es que mi familia es muy religiosa y
no podemos permitir que descubran nuestra vida sexual hasta que nos
casemos (lo cual pensamos hacer en su momento). Su padre lo mataría si
supiera que nos acostamos juntos. Así que tenemos que follar montones de
veces en el coche, aparcado en alguna parte de la casa de un amigo, o en la
escuela después de las horas de clase, en mi casa cuando mis padres no están,
en las excursiones, etc. En ocasiones conseguimos hacerlo en una cama y es
realmente especial.
Pero, aparte de los extraños lugares en los que tenemos que follar,
tenemos una vida sexual relativamente libre. He aprendido a hacerle
mamadas, y a él le gusta comerme el coño. Follamos en todas las posturas
posibles, pero creo que la que nos va mejor de todas es conmigo arriba. A él
le gusta verme masturbándome y, aunque nunca lo he conseguido, me
gustaría verle mientras se masturba. Él no quiere follarme cuando tengo la
regla, aunque es entonces cuando yo estoy más caliente. Somos únicos en
polvos de cinco minutos (¡es comprensible!).
Nunca le he contado a él ninguna de mis fantasías, pero casi he terminado
de leer Forbidden Flowers y cuando acabe tengo la intención de dárselo para
Mi novio tiene un gran amigo que es una verdadera mole. ¡Estoy hablando
de dos metros y medio de estatura! Imagino que mi novio lo trae a mi casa
por sorpresa un día en que mis padres no están. Yo estoy tumbada sobre el
sofá mirando los seriales de la tele cuando ellos entran. Desgraciadamente (?)
no llevo puesto nada más que un salto de cama transparente. Sin una sola
palabra, mi novio me coge de la mano y me lleva a mi habitación, haciendo
señas a su amigo de que nos siga. Me tira sobre la cama y me rasga el salto de
cama (bajo el que no llevo nada más). Con un rápido movimiento, hunde el
rostro en mi coño, ya húmedo, y empieza a lamerme el clítoris. Con cada
nuevo lametón sobre mi agujero me pongo más y más caliente, hasta que
jadeo de placer. Entonces me doy cuenta de que su amigo está junto a la cama
mirándonos y que tiene una gran erección. Con los ojos le indico que me la
meta en la boca. Se baja la cremallera del pantalón y su polla monstruosa
irrumpe a través de la bragueta abierta. Se quita los pantalones y hunde su
polla palpitante en mi boca. Cuando empiezo a chupársela con gran habilidad,
él coge la polla de mi novio y empieza a masturbarlo. De repente, siento los
cálidos chorros de semen en mi garganta, y mi novio, que todavía me está
comiendo el coño chorreante, me hace correrme en oleadas de placer mientras
también él descarga su semen sobre mi coño y mis muslos.
Tras un breve descanso, terminamos con la fantasía número tres…
Mary Lee
Tengo treinta años de edad y trabajo como enfermera diplomada. Tengo
un título universitario y hace siete años que estoy felizmente casada. Aquí
está mi fantasía:
Mi marido y yo estamos de vacaciones en el Caribe. Estamos cenando en
un acogedor pero abarrotado restaurante, cuando el maître nos pregunta si nos
importaría compartir la mesa con otra pareja. Disfrutamos de cena, copas,
conversación y baile con esta atractiva y bronceada pareja. Cuando
abandonamos el restaurante descubrimos que nos han robado el coche de
alquiler, pero la otra pareja se ofrece a llevarnos a la comisaría de policía para
que demos parte. Agradecidos, nos subimos a su coche, ¡para ser raptados y
conducidos a un apartado rincón de la isla! Cuando llegamos, nos separan a
mi marido y a mí y nos llevan a diferentes habitaciones. Una mujer me escolta
hasta una habitación, en la que ya hay dos mujeres esperando. Me ordenan
que me quite la ropa. Estoy asustada al principio, pero me relajo cuando
compruebo que sólo me bañan, me hacen la manicura, me peinan, me hacen
una limpieza de cutis. Luego me tumban sobre una mesa para darme un
masaje, pero el masaje se extiende a algo más que a mis músculos cansados
por el baile. (Yo no me doy cuenta, pero hay un espejo que refleja mi imagen
y a través del cual mi marido me está mirando desde la habitación contigua.)
El masaje se convierte en un ménage à quatre femenino. Entonces, mi marido
y otros tres hombres (con las pollas duras por haber estado mirando) entran en
la habitación y se unen a nosotras. Hay un montón de mamadas y polvos, y yo
Jeanne
Tengo veinte años y estoy en mi segundo curso de la universidad. Fui
virgen hasta los diecinueve (el día de mi cumpleaños concretamente), edad en
la que sucumbí a los deseos de mi primer novio formal. Después rompimos, y
sólo ahora estoy consiguiendo superar el trauma de haber sido rechazada.
Cuando me «di» a mí misma, fue una ofrenda total. Nunca pensé que
terminaría. Mi primera y única relación fue buena (obviamente, no tengo nada
con que compararla), pero al leer la literatura erótica más reciente me he dado
cuenta de que fuimos bastante arriesgados.
En cuanto a mis fantasías (quizá parezca un salto incoherente, pero quiero
empezar desde el principio, es decir, desde que tuve mis primeros «sueños»).
Cuando era muy pequeña (cinco o seis años, creo) solía sentir un gran placer
al desvestirme por la noche (siempre llevaba esos pijamas de fino nailon) y
notar las frías sábanas sobre mi cuerpo. Moviéndome por la cama tenía las
más increíbles sensaciones.
Cuando fui mayor, pasé a colocar una almohada (o algo pesado) sobre mi
cuerpo con las piernas abiertas. Entonces solía imaginar que yo era la cautiva
de un jefe piel roja o de un sultán, y que él me tocaba rudamente con sus
manos. Me enseñaría a menudo a sus amigos. Charlarían sobre la forma y
firmeza de mi cuerpo (en particular muslos y nalgas). Continué así durante
muchos años cambiando la historia sólo ligeramente. Por cierto, a menudo,
cuando pensaba en mis fantasías con gran concentración, me quedaba
dormida, y mis sueños (o la base de mis sueños) continuaban sin mi control.
Me despertaba entonces húmeda por la excitación, frecuentemente moviendo
las caderas sin saber por qué y con la más increíble palpitación en la vagina.
Cuando llegué a la adolescencia, las fantasías cambiaron y, para ser
franca, apenas recuerdo la mayoría de ellas. En una de mis favoritas y más
frecuentes me despertaba para encontrarme atrapada dentro de una máquina
que tenía completamente pegada al cuerpo. Era fría y dura y tenía incluso
protuberancias que se metían entre mis piernas. Entonces, la escena cambiaba
a una sala de reuniones con una larga mesa, a cada lado de la cual había una
docena de sillas. La sala estaba llena de hombres elegantemente vestidos que
charlaban de los últimos valores del mercado. La mayoría eran hombres de
mediana edad. Uno de ellos, el más distinguido, se sentaba a la cabecera de la
Diane
Tengo veintiocho años, estoy divorciada y tengo una hija de un año y
medio. Asistí a la facultad de estudios bíblicos durante dos años y medio y
obtuve una doble licenciatura en teología e inglés.
Era virgen cuando me casé, y nunca engañé a mi marido.
Ahora tengo un amante de diecinueve años. Es una persona muy especial
para mí, y juntos disfrutamos tremendamente del sexo. Él es muy abierto y a
menudo me deja llevar la iniciativa, lo que me encanta.
Siempre he querido probar un ménage à trois, pero a él no le hace gracia
la idea, al menos no de momento. Ya veremos.
En cualquier caso, lo que escribiste respecto a que las mujeres no tienen
fantasías de dos hombres haciendo el amor, no es cierto; yo por lo menos sí
las tengo.
Mia
Aunque he tenido una vida sexual bastante activa durante los últimos siete
años, he estado reprimiendo la mayoría de mis fantasías sexuales (sin ser
siquiera consciente de ello) por miedo a ser «desleal» con mi pareja o
«anormal». Ahora tengo una rica y satisfactoria vida imaginativa gracias a tu
liberador libro, así que te devolveré el favor con algunos datos para tu
investigación.
Tengo veintiún años de edad, soy estudiante de último curso en una gran
universidad del Este. Perdí la virginidad a los catorce años con un rudo y
brutal novio. Crecí en una familia blanca, de clase media y zona residencial
norteamericana. Aparte de mi activa vida sexual (en su mayor parte con una
sola pareja) y el consumo ocasional de marihuana, era (y probablemente aún
lo soy) una hija modelo («¡una chica tan buena…!»). Hace dos años y medio
que salgo con el mismo hombre y tenemos una relación muy íntima, aunque
ocasionalmente busco el sexo en otra parte.
II. Con frecuencia revivo una maravillosa experiencia sexual que tuve
el placer de experimentar hace unos meses. Un buen amigo (y
algunas veces amante) se graduaba y sus hermanos pequeños
habían acudido a la ceremonia de entrega de títulos. Mi amigo, J.,
tenía veintidós años, sus hermanos, A. y K., diecinueve y diecisiete
años respectivamente. Tras una divertida noche de fiesta e íntima
conversación (no sexual), decidimos que la familia M. debería
adoptarme. J. era mi mejor amigo y a mí me gustaban A. y K. tanto
Clair
Tengo treinta y ocho años, y estoy divorciada por partida doble, y con dos
hijos pequeños a mi cargo. Mi primer matrimonio careció de vida sexual y fue
muy aburrido. Yo era demasiado joven (veinte años) y muy inmadura. Tuve
un amante que me doblaba la edad y terminó con mi matrimonio. Con este
amante me di cuenta de lo que era la auténtica pasión con alguien que te
importara. Mi segundo matrimonio duró trece años y dio como fruto un par de
niños encantadores. Desgraciadamente carecía también de esa pasión que yo
ansío y a él le gustaba mucho más la compañía de una botella que la mía.
Ahora mantengo una maravillosa relación con un hombre quince años mayor
que yo, a quien le encanta llevar a la práctica mis fantasías, de modo que
nuestra vida sexual es increíble. Estamos comprometidos el uno con el otro.
También me he dado cuenta de que siento curiosidad por la bisexualidad. Si
llegaré algún día a tener una experiencia bisexual o no, es otra cuestión.
Nunca había pensado escribir sobre mis fantasías hasta ahora. Este sueño
es uno de mis favoritos:
Natassia
Soy una mujer blanca, de veinte años de edad, soltera y estudiante
universitaria de enfermería. Trabajo como salvavidas y enseño a nadar a
tiempo parcial.
Cuando era pequeña no se hablaba de sexo en mi familia y no recuerdo
haber tenido emociones sexuales hasta cerca de los quince años. Perdí la
virginidad a los dieciséis, lo que me pareció una edad muy temprana en aquel
momento (y de hecho aún me lo parece). Desde entonces he tenido relaciones
sexuales con regularidad (con el mismo tío), pero no he alcanzado nunca el
orgasmo durante el coito. Descubrí la masturbación a los diecisiete años y
tuve mi primer orgasmo poco después.
A pesar de que todavía no he alcanzado el orgasmo en mis relaciones
sexuales, obtengo un gran placer con ellas. Me encanta chuparle, lamerle y
besarle la polla y los testículos a mi novio hasta que se corre en mi boca. Me
proporciona un gran placer darle esa satisfacción.
Supongo que no hay demasiadas mujeres que tengan fantasías sobre dos
hombres haciéndolo porque esa idea puede resultar amenazadora para la
mujer.
Bueno, supongo que formo parte de una minoría, pero mi fantasía favorita
trata de dos hombres juntos. Me excita enormemente el sexo masculino y me
encanta fantasear no sólo sobre uno sino sobre dos, tres, cuatro o más cuerpos
Bonnie
Soy una mujer de veintiséis años de edad que se autodefine como
lesbiana, aunque algunas personas preferirían decir que soy bisexual. No voy
a engañarme a mí misma diciendo que nunca me siento atraída por los
hombres; de hecho, reacciono ante los hombres mucho más que en el pasado,
bien porque los hombres han mejorado, o sencillamente porque he empezado
a conocer al tipo de hombre que me interesa. Tengo una licenciatura en
historia, que es completamente inútil, y trabajo temporalmente como
Lisa
Otras mujeres también tienen fantasías y yo no soy rara ni estoy enferma.
¡Es maravilloso saberlo!
Crecí en el seno de una familia muy religiosa. El sexo no se mencionaba
nunca y las preguntas que se hacían sobre ese tema se ridiculizaban. Mi padre
era un hombre muy rígido y solía pegarnos. Estudié en una pequeña
universidad financiada por la Iglesia y ahora soy periodista. Tengo veinticinco
años y me considero una persona de mente abierta y creativa. Hace casi cinco
años que vivo con mi amante actual y no he tenido demasiada experiencia con
Mona
Tú has escrito que las mujeres no se excitan ante la idea de dos
homosexuales y que se sienten amenazadas por ellos porque no querrían tener
que competir con otras mujeres y con hombres por otros hombres.
Si ése es el caso, entonces yo debo ser una mujer única. El pensamiento
de dos hombres haciendo el amor me excita sobremanera. Creo que fantaseo
sobre dos hombres porque estoy hastiada y aburrida de ver que las mujeres
Jenny
Soy una feminista de dieciséis años y heterosexual. Vivo en una pequeña
ciudad de la Costa Este, donde estudio. No soy especialmente popular en mi
clase porque soy una de las «empollonas» y no tengo un gran atractivo físico,
Kristin
Tengo diecinueve años y soy bisexual. Vivo actualmente con mi amante y
mejor amiga desde hace cuatro años. La quiero mucho. ¡Estamos tan unidas y
somos tan sinceras!
Soy una persona con un increíble apetito sexual. Sólo he tenido relaciones
sexuales con un hombre en una ocasión; en realidad no considero que haya
tenido relaciones sexuales con él, pero supongo que técnicamente sí las hubo.
Trabajábamos juntos en una tienda de comida naturista. Él tenía veintidós
años, y yo diecisiete. Era verano y yo vivía ya con mi amante, Anne. Él lo
sabía. Una noche después del trabajo vino a casa. Anne se quedó dormida. Él
Chloe
Soy blanca, tengo veinticuatro años, estoy casada y tengo un hijo. Acabé
mis estudios secundarios con honores (la número 28 en una clase de unos
cuatrocientos cincuenta alumnos) y fui a la universidad, pero me casé durante
Fran
Soy una chica de raza caucasiana, de catorce años de edad y vivo en un
ambiente familiar represivo. La mayoría de mis antiguas actividades sexuales
me hacen sentir culpable y avergonzada. Necesito una vía de escape para
confesarlas.
Me encanta estar con chicos, pero, que yo recuerde, siempre he querido
ser un chico, con erecciones, fantasías, placeres y músculos masculinos. Esto
me preocupa. No deseo ser homosexual. No tengo ni idea de por qué quiero
ser un chico. No deseo en modo alguno ser un chico para poder acostarme con
otras chicas. Sólo deseo experimentar lo que los chicos tienen la suerte de
sentir, pero el sexo con chicas no me excita lo más mínimo.
Cuando tenía el pecho plano, ansiaba tener la casa para mí sola y poder
disfrutar de una íntima orgía de placer. Fingía ser un chico poniéndome bultos
de tela bajo las bragas más sencillas que tuviera para imitar el pene y los
testículos. Después añadía más trozos de ropa para simular una erección, me
ponía unos tejanos y admiraba el bulto de la entrepierna en un gran espejo.
Era muy excitante.
Siguiendo esta inusual, pero «sagrada» ceremonia, me masturbaba. (Claro
está que también tenía que deshacerme de mis atributos masculinos simulados
tirándolos al retrete.) Hasta hoy, por mucho que lo he intentado, no he
conseguido nunca llegar al orgasmo masturbándome. Lo único que me
excitaba era ser un chico. Disfrutaba fingiendo serlo, a pesar de sentirme
Pam
Soy una mujer caucasiana de treinta y cuatro años de edad. Hace cuatro
que me casé por tercera vez (es el segundo matrimonio de mi marido). Entre
los dos tenemos cinco hijos de ocho a diecinueve años y un nieto. Mi marido
es un profesional, y yo me «retiré» hace tres años para convertirme en una
«mamá casera».
No recuerdo haber tenido ningún tipo de sentimiento sexual hasta que a
los diecinueve años de edad una amiga me prestó un libro cuyo título no
recuerdo. Yo era muy ingenua, por no decir otra cosa, y había crecido además
en una casa que padecía un constante trastorno. Yo era también la típica
«amiga» de todos, pero «novia» de nadie… Ahora comprendo que mi
inexperiencia se debía en gran medida a la falta de oportunidades.
Sin mis fantasías temo que mi vida sexual me resulte muy frustrante. Se
las conté a mi marido y su reacción fue de total indiferencia, como si no
pudiera imaginar cómo demonios podían excitarme esas cosas. Sin embargo,
espera por su parte que sus fantasías me lleven al éxtasis absoluto, cosa que
no consiguen, aunque comprendo que a él le fascinen. Nunca tengo fantasías
durante el acto sexual; francamente, no es el momento.
Lally
Tengo veintisiete años, soy soltera, heterosexual y he crecido en un
agradable ambiente familiar. Tengo un doctorado y un buen nivel económico
(tengo mi propia casa, etc., en San Diego). Tengo también un amante más o
menos una vez por semana y me masturbo unas tres veces en ese mismo
intervalo. Tengo una hermana gemela, idéntica a mí. Siempre hemos estado
muy unidas, pero no hemos compartido experiencias sexuales. No me
masturbé hasta los veintidós años, cuando me sentía sola y desgraciada en la
facultad y ¡encontré un folleto que explicaba cómo hacerlo! (Hasta entonces,
coincidía con mi amiga, que llevaba once años casada, en que el orgasmo
Allegra
Hace siete años que me divorcié y tengo una hija. Me crié en una granja y
supongo que todas mis fantasías sobre orinar proceden de aquella época,
cuando contemplaba a los animales mear, especialmente a los caballos. En mi
época del instituto asistía con frecuencia a fiestas en las que mis amigos
bebían alcohol (sobre todo cerveza) y tengo vividos recuerdos de estar
contemplando a los chicos mientras orinaban.
Me fascina increíblemente contemplar cómo orinan los hombres o la
erección de los penes. Obviamente, tengo envidia del pene y siempre he
deseado haber nacido con uno, además de la vagina, por supuesto. Mi fantasía
consiste en contemplar a un hombre bronceado, musculoso y de agradables
proporciones mientras orina (prefiero llamarlo «hacer aguas») con las piernas
abiertas y mirándose el pene duro y prominente, en una cálida noche de
verano con luna, a campo abierto, completamente desnudo y solo. La vejiga
se le ha llenado hasta un punto increíble y no puede contener una gota más.
Me encanta mirarlo desde todos los ángulos (por delante, por detrás y por los
lados). A él le excita mucho mi presencia y mi voluntad de participar. Yo
desearía que no dejara nunca de hacer aguas. Camino hacia él por detrás y le
rodeo la cintura con el brazo para alcanzar ese duro pene y ayudarle a hacer
pipí, mientras yo lo sostengo y masajeo, extendiendo un dedo con frecuencia
para notar el cálido chorro. Él extiende el brazo hacia atrás para acariciarme
el coño húmedo y palpitante con las suaves puntas de sus dedos, mientras yo
estoy detrás de él, asomándome por un lado para verle mear. Mi vejiga
también está llena, pero aprieto los músculos para evitar que explote hasta que
él haya terminado. Cuando acaba de hacer aguas, se da la vuelta y continúa
acariciándome mientras me abro de piernas (de pie) y meo para él. Tardo
Marge
Muchas veces tengo fantasías sobre un tío al que violan. Siempre es un
mal tipo y recibe lo que se merece. Se trata siempre de un grupo y le humillan
al excitarlo y hacer que eyacule. Imagino que la polla se le pone dura, aunque
no se la tocan. Algunas veces es aún mejor porque se vuelve loco porque le
toquen. En raras ocasiones imagino que me violan a mí, pero cuando lo hago
siempre hay después una brutal venganza o cogen al hombre y lo mandan a la
prisión, donde lo violan de la manera que he descrito.
Cuando pienso en mi propio amante soy un poco retorcida, pero nunca
cruel. Mi fantasía más reciente tiene que ver con su culo. Me encanta tocarlo.
Está apoyado sobre el lavamanos en el cuarto de baño. Yo estoy sentada en
una silla detrás de él. Le paso las manos por las piernas y las nalgas. Luego
recorro el interior de sus muslos con la lengua. Me gusta especialmente la
suave zona que hay entre sus testículos. Con la lengua le muevo los testículos
arriba y abajo. En la realidad, me encanta contemplarlo mientras se masturba.
En la fantasía empieza a acariciar el monstruo lenta y hábilmente. Yo le doy
masajes en las nalgas y se las separo para hundir la lengua profundamente en
su culo. Yo le masturbo mientras él se masturba. La punta de mi lengua es un
Daphne
El tema de mis fantasías favoritas consiste en ser el hombre. Por ejemplo,
yo (en el papel de mi marido) estoy sentado junto a una «pasarela» de un local
de striptease. Aparece una mujer caminando provocativamente con grandes
tetas asomando por encima del sostén. Las agita alegremente ante mi cara y
dice: «¿Quién las quiere?» Abre el sostén por delante para mostrar unos
pechos grandes y redondos, luego se acerca a mí y me acaricia el rostro con
ellos mientras yo se los manoseo. Quiero levantarme, pero debo permanecer
sentado porque otra mujer (alguien a quien imagino que mi marido desea
secretamente) está arrodillada entre mis piernas y me está chupando la polla
dura como la piedra y terriblemente excitada. No paro de decirle (por entre las
grandes tetas) que me chupe con más fuerza. Finalmente me corro.
Hay variaciones sobre este argumento. Algunas veces estoy de pie y le
chupo las tetas. Otras veces yo soy el barman, y la mujer me está follando
mientras yo charlo con los clientes que nada sospechan. (Mis fantasías
normalmente no tienen nada que ver con nuestra postura sexual real.)
También me excito con lo siguiente:
Karen
Soy una mujer casada de veinticuatro años de edad con un hijo de dos
años. He estudiado tres años de carrera y tengo intención de finalizarla algún
día. Mi marido está estudiando todavía, y yo mantengo a la familia.
De nuevo soy un hombre, pero esta vez algo mayor. Vuelvo a estar
sentado en un sofá leyendo el periódico. Junto a mí está mi sobrina, una chica
entre doce y dieciséis años, más o menos. (Varía.) Está sentada en el suelo
frente a mí, coloreando dibujos o leyendo, pero no deja de inclinarse delante
de mí y al vislumbrar su trasero oculto bajo las bragas blancas, me resulta
cada vez más difícil seguir leyendo.
Tras unos cuantos minutos le digo a la niña que se acerque y se siente
sobre mi regazo. Entonces la fantasía puede tomar dos direcciones. La más
corta consiste en que ella se sienta sobre mi regazo, yo le digo que menee el
culo y me corro en los pantalones. La otra versión es más larga. Empiezo a
acariciarle la parte interior de los muslos, mientras le explico que soy médico
y que su mamá me ha pedido que la examine. Ella accede y yo le digo que se
quite las bragas. Sigo acariciándole los muslos con suavidad, moviéndome
lentamente hacia el coño. Le pido que me cuente lo que siente cuando le hago
esas cosas. Noto que su respiración es ahora más rápida, empiezo a meterle
los dedos en el pequeño y suave coño y algunas veces me pongo de rodillas y
se lo como. Ella encuentra extrañas esas nuevas sensaciones, pero también
maravillosas. Finalmente, me bajo la cremallera de los pantalones dejando
que la polla erecta asome por detrás de su culo. Le acaricio los pechos y
continúo masturbándola con los dedos. Ella empieza a retorcerse y jadear
sobre mi regazo. Noto los espasmos de su coño alrededor de mi dedo. Está
realmente húmeda. Le digo que tengo que meterle algo más, pero que será
parecido a los dedos. Ella asiente con la cabeza en silencio y yo la muevo de
manera que pueda deslizar mi polla dentro de ella. Está muy tensa, pero una
vez que he metido la cabeza el resto entra con facilidad. Por el modo en que
comienza a menear las caderas instintivamente, sé que le gusta y a menudo
tardo un minuto o poco más en eyacular dentro de ella. Otras veces saco la
polla y me corro sobre su trasero. Hay otras ligeras variaciones, demasiadas
para describirlas todas.
la T) <<