Schopenhauer. La Voluntad de Vivir
Schopenhauer. La Voluntad de Vivir
Schopenhauer. La Voluntad de Vivir
Para Schopenhauer, no nos damos cuenta, pero detrás de todos nuestros actos hay siempre
una fuerza que él llama “voluntad de vivir”1. Se trata de un querer, de una fuerza deseante
que moviliza y controla a todos los individuos desde lo más profundo de su ser sin que estos
se den cuenta. Y este deseo nos lleva a todos a buscar lo mismo: seguir viviendo. Esto significa
básicamente dos cosas: conservar la vida individual y multiplicarla.
Pero es importante visualizar esto de la siguiente manera. No es que yo soy yo y aparte está
la voluntad como algo en mí. Yo soy la voluntad hecha cuerpo2. Por eso, en rigor, la voluntad
solo busca mantenerse a sí misma en la individualidad que encarna (y que yo erróneamente
considero mía o propia) y posteriormente reproducirse en una nueva individualidad en la cual
podrá seguir existiendo. En este sentido, todos somos meras expresiones de la voluntad,
ninguno más especial que otro. Estos cuerpos son transitorios, la voluntad es lo único que
permanece.
En cuanto al conocimiento que nosotros los individuos podemos llegar a tener de esta
voluntad, Schopenhauer nos dice que, en un sentido estricto, nunca llegamos a estar cara a
cara con ella, nunca “la vemos frente a frente”. La voluntad de vivir adquiere, sin embargo,
su mayor visibilidad en situaciones de vida o muerte que ponen en juego nuestra supervivencia
y también en el momento preciso del coito. Ahí atisbamos algo de esa voluntad, de su poder
y su identidad con el cuerpo, como si levantáramos ligeramente el telón de nuestra existencia
y viéramos por un breve momento un reflejo borroso de lo que está detrás.
1
El modo en que Schopenhauer llega a esta afirmación es el siguiente: el hombre puede ver el lado exterior de las cosas del mundo,
pero de sí mismo puede ver además del exterior también el interior. Y al echar una mirada hacia el interior, sobre todo en ciertos
momentos de la vida, puede atisbar la existencia de una fuerza más grande que él mismo: la voluntad de vivir. Schopenhauer saca
entonces su idea central de una intuición de sí mismo, de un movimiento introspectivo. Más tarde, Freud retomará algunas de las
ideas de Schopenhauer y construirá en torno a la idea de voluntad su propio concepto de “inconsciente”.
2
Esto se refleja ya, como veremos más adelante, en nuestra conformación anatómica.
ladera de una montaña y se agarra de cualquier cosa con tal de evitar su muerte. Los
movimientos son atolondrados, desesperados, todo el ser está al servicio de la supervivencia.
Por otra parte, en el momento del coito se revela también la fuerza de la voluntad. En esos
momentos, uno es cuerpo, es deseo y nada más importa. Schopenhauer dice que en estas
circunstancias, la voluntad busca materializarse en un nuevo ser, señalando que el sentido
último del acto sexual está puesto en la reproducción. Por supuesto, ni el hombre ni la mujer
lo saben: son como juguetes de la voluntad. De hecho, como veremos más adelante, la
voluntad es la que “va tejiendo” todo eso que llamamos “amor”.
Según Schopenhauer, el deseo funciona en todos los casos de la misma manera: desear es
desear algo, que puede ser la mera supervivencia o un juguete nuevo. La insatisfacción de
ese deseo, mientras más se prolonga, más dolorosa resulta. Entonces, desear implica sufrir.
Finalmente, el tener lo deseado implica el cese del sufrimiento. Schopenhauer llama placer a
este cese del sufrimiento (en la misma clave que Epicuro). Pero eso no es todo.
Eventualmente, surgirá otro deseo y la rueda girará otra vez. Esto, en el mejor de los casos,
dice Schopenhauer. Porque puede ocurrir que luego de la satisfacción del deseo no surja
rápidamente ningún deseo y es en esos casos donde el hombre cae en el aburrimiento, que de
prolongarse excesivamente se convierte en tedio: una falta de interés por la vida.
El amor es otro de los fenómenos que Schopenhauer explica a partir de su idea de voluntad
de vivir. Según él, y esto es sobre todo manifiesto en los “grandes amores” como el de Romeo
y Julieta, los primeros movimientos de seducción, curiosidad e interés manifestados entre los
todavía futuros amantes, ya encierran “la idea de un nuevo ser”.
¿Por qué se ven atraídos de este modo un hombre y una mujer? Porque, aunque ellos no lo
saben aún, entre los dos podrían dar lugar a una cría superior a las partes: de modo
inconsciente, la mujer reconoce en el hombre ciertas características que podrían compensar
sus propias debilidades (defectos físicos y psíquicos). Lo mismo ocurre con el hombre.
Entonces ese enamoramiento no es casual. La voluntad los unirá y los guiará hacia la
reproducción porque ya se ha comprobado su mutua compatibilidad. Entre los dos pueden
engendrar un hijo sin las debilidades de sus progenitores.
Y esta atracción es tan fuerte que, en el caso de esos grandes amores, la imposibilidad de
satisfacer el anhelo de la voluntad, puede llevar a que los individuos opten por el suicidio.
Entonces, detrás de todas las cenas románticas, los regalos, las flores, las serenatas, los
versos, los peluches y los bombones, la voluntad va acercándose a su cometido.
Aristóteles sostenía la primacía del intelecto sobre la voluntad. El creía firmemente que el
intelecto bien educado, virtuoso, podía llegar a dominar la voluntad del hombre.
Para Schopenhauer, el cuerpo es una expresión de la voluntad de vivir. Esto significa que
está diseñado para satisfacer los mandatos de esta voluntad: la boca con sus dientes, la ingle
y sus genitales. Pero además, la razón o el intelecto también están al servicio de la voluntad.
Es el intelecto el que detecta en el otro a un “candidato perfecto para una cría más
equilibrada”, es el intelecto el que permite desarrollar una sociedad para proteger al
individuo, es el intelecto el que me permite obtener lo que deseo señalándome lo medios, es
el intelecto el que proporciona las estrategias para seducir al amante deseado.
Para Schopenhauer, la voluntad de vivir es precisamente la fuente del sufrimiento. ¿Por qué?
Uno no sufriría de amor si no tuviese voluntad de vivir. Tampoco buscaría riquezas, ni
lastimaría a los demás para lograr lo que desea. El mundo es un lugar lleno de dolor porque
Para Schopenhauer hay tres modos de liberarse de esta voluntad insaciable y de este mundo
horrible. El primero es el estético: el arte puede llevar, no solo al artista sino también al
espectador, a un momentáneo cese de los movimientos de su voluntad. El hombre abstraído
en el sonido de una melodía se desconecta de su realidad empírica y se olvida por un momento
de sus padecimientos y anhelos para convertirse tan solo en un puro sujeto de conocimiento:
un individuo que solo escucha o ve, cuyo ego ha quedado de lado. El punto débil de este
camino es que solo trae un alivio momentáneo. Termina la canción o dejamos de ver el
amanecer y nuestros deseos retornan.
Schopenhauer revela también que en este mundo, a lo largo de la historia, muchos se han
dado cuenta de que la voluntad es la fuente del sufrimiento. Las personas que ven con
claridad esto comienzan a actuar con compasión: dejan de ser individualistas y comienzan a
sentir tristeza por lo que le pasa al resto de las personas y a la naturaleza en general. Se dan
cuenta de que todos estamos en la misma y dejan de buscar el beneficio propio.
Por otro lado, en esta historia, también han habido hombres que han dado incluso un paso
más allá: negar la voluntad, apagarla. Se trata de casos aislados, pero que están bien
retratados en figuras como San Francisco de Asís y Siddhartha Gautama: estos personajes,
a fuerza de autocontrol e incluso auto-torturas y auto-flagelación han alcanzado un estado
de noluntad (no voluntad). Schopenhauer dice que no se puede hablar de qué sea el mundo
para esas personas “iluminadas” y simplemente se limita a afirmar que esas personas han
entrado en “el mundo de la nada”.