Schopenhauer. La Voluntad de Vivir

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FILOSOFÍA

Arthur Schopenhauer nació el 22 de febrero de 1788 en el seno de una acomodada familia de


Danzig. El padre de Arthur, Heinrich Schopenhauer, fue un próspero comerciante que inició
a su hijo en el mundo de los negocios, haciéndole emprender largos viajes por Francia e
Inglaterra. Su madre, Johanna Trosenier, fue una escritora que alcanzó cierta notoriedad al
organizar veladas literarias en la ciudad de Weimar. En 1793 se mudan a Hamburgo y ese mismo
año muere su padre, presumiblemente por suicidio. Poco antes de cumplir los veinte años de
edad, Schopenhauer decidió abandonar definitivamente el negocio familiar para emprender
estudios universitarios en Berlín. En 1818 aparecería su obra El mundo como voluntad y
representación. A pesar de las grandes expectativas que Schopenhauer había cifrado en su
obra, ésta resultó un rotundo fracaso. En el verano de 1819, a raíz de una crisis financiera,
se vio obligado a dar clases en la universidad, pero no duro más de 6 meses. En 1831, huyendo
de una epidemia de cólera (que ese mismo año habría de cobrarse la vida de Hegel),
Schopenhauer se radicó en Fráncfort, donde llevó una vida apacible y recluida durante los
últimos 28 años de su vida. Murió como consecuencia de un paro cardiorrespiratorio el 21 de
septiembre de 1860.

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FILOSOFÍA

Para Schopenhauer, no nos damos cuenta, pero detrás de todos nuestros actos hay siempre
una fuerza que él llama “voluntad de vivir”1. Se trata de un querer, de una fuerza deseante
que moviliza y controla a todos los individuos desde lo más profundo de su ser sin que estos
se den cuenta. Y este deseo nos lleva a todos a buscar lo mismo: seguir viviendo. Esto significa
básicamente dos cosas: conservar la vida individual y multiplicarla.

La voluntad de vivir se manifiesta principalmente entonces de dos maneras en el individuo:


como instinto de supervivencia individual (deseo de conservar la vida individual, de
protegerla, de resguardarla) y como instinto de supervivencia de la especie (deseo de
reproducir esta vida que soy en un nuevo individuo). Estos dos instintos guían la totalidad
de la vida del individuo, aunque este no lo sepa. Schopenhauer destruye totalmente la imagen
del hombre como un ser dueño de su vida, perfectamente consciente del sentido de sus
acciones, hacedor de su existencia.

Pero es importante visualizar esto de la siguiente manera. No es que yo soy yo y aparte está
la voluntad como algo en mí. Yo soy la voluntad hecha cuerpo2. Por eso, en rigor, la voluntad
solo busca mantenerse a sí misma en la individualidad que encarna (y que yo erróneamente
considero mía o propia) y posteriormente reproducirse en una nueva individualidad en la cual
podrá seguir existiendo. En este sentido, todos somos meras expresiones de la voluntad,
ninguno más especial que otro. Estos cuerpos son transitorios, la voluntad es lo único que
permanece.

En cuanto al conocimiento que nosotros los individuos podemos llegar a tener de esta
voluntad, Schopenhauer nos dice que, en un sentido estricto, nunca llegamos a estar cara a
cara con ella, nunca “la vemos frente a frente”. La voluntad de vivir adquiere, sin embargo,
su mayor visibilidad en situaciones de vida o muerte que ponen en juego nuestra supervivencia
y también en el momento preciso del coito. Ahí atisbamos algo de esa voluntad, de su poder
y su identidad con el cuerpo, como si levantáramos ligeramente el telón de nuestra existencia
y viéramos por un breve momento un reflejo borroso de lo que está detrás.

En circunstancias en que la continuidad de la vida del individuo es puesta en jaque, se


observa una fuerza que empuja hacia la supervivencia. Por ejemplo, si una persona se
encuentra en el interior de su casa y comienza un terremoto, la persona saldrá disparada
hacia afuera. Otro ejemplo sería el de la persona que se despeña yendo con su moto por la

1
El modo en que Schopenhauer llega a esta afirmación es el siguiente: el hombre puede ver el lado exterior de las cosas del mundo,
pero de sí mismo puede ver además del exterior también el interior. Y al echar una mirada hacia el interior, sobre todo en ciertos
momentos de la vida, puede atisbar la existencia de una fuerza más grande que él mismo: la voluntad de vivir. Schopenhauer saca
entonces su idea central de una intuición de sí mismo, de un movimiento introspectivo. Más tarde, Freud retomará algunas de las
ideas de Schopenhauer y construirá en torno a la idea de voluntad su propio concepto de “inconsciente”.
2
Esto se refleja ya, como veremos más adelante, en nuestra conformación anatómica.

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ladera de una montaña y se agarra de cualquier cosa con tal de evitar su muerte. Los
movimientos son atolondrados, desesperados, todo el ser está al servicio de la supervivencia.

Según Schopenhauer, este deseo de supervivencia individual está también detrás de la


formulación y aceptación de las leyes de la sociedad. Quizás nos moleste tener que
conformarnos a una ley exterior, pero estas están pensadas precisamente para prevenir la
desaparición de nuestra individualidad, para protegerla de posibles ataques o agresiones de
otros.

Por otra parte, en el momento del coito se revela también la fuerza de la voluntad. En esos
momentos, uno es cuerpo, es deseo y nada más importa. Schopenhauer dice que en estas
circunstancias, la voluntad busca materializarse en un nuevo ser, señalando que el sentido
último del acto sexual está puesto en la reproducción. Por supuesto, ni el hombre ni la mujer
lo saben: son como juguetes de la voluntad. De hecho, como veremos más adelante, la
voluntad es la que “va tejiendo” todo eso que llamamos “amor”.

Schopenhauer nos dice que el instinto de supervivencia (individual y de especie) es la


manifestación fundamental de la voluntad. Pero, ¿qué pasa con la voluntad cuando la
supervivencia está asegurada? ¿Qué pasa cuando no estoy luchando por mi existencia ni
buscando con quien acostarme? Podemos pensar que en los orígenes de la especie humana,
la lucha por la vida formaba parte del quehacer cotidiano. Pero en nuestras sociedades
modernas, salvo aquellos grupos sociales que se encuentran en la parte más baja de la escala
social, el resto no se pasa el día luchando por sobrevivir. Schopenhauer nos dice que en estos
casos, la voluntad no se detiene, sino que comienza a desear otras cosas, cosas que no son,
estrictamente hablando, fundamentales para la supervivencia: un auto, una casa más grande,
un mejor trabajo, un viaje, un par de zapatos, el reconocimiento social, etc. Todo deseo
resulta ser entonces una expresión de la misma voluntad fundamental.

Según Schopenhauer, el deseo funciona en todos los casos de la misma manera: desear es
desear algo, que puede ser la mera supervivencia o un juguete nuevo. La insatisfacción de
ese deseo, mientras más se prolonga, más dolorosa resulta. Entonces, desear implica sufrir.
Finalmente, el tener lo deseado implica el cese del sufrimiento. Schopenhauer llama placer a
este cese del sufrimiento (en la misma clave que Epicuro). Pero eso no es todo.
Eventualmente, surgirá otro deseo y la rueda girará otra vez. Esto, en el mejor de los casos,
dice Schopenhauer. Porque puede ocurrir que luego de la satisfacción del deseo no surja
rápidamente ningún deseo y es en esos casos donde el hombre cae en el aburrimiento, que de
prolongarse excesivamente se convierte en tedio: una falta de interés por la vida.

3|Schopenhauer. La voluntad de vivir


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El amor es otro de los fenómenos que Schopenhauer explica a partir de su idea de voluntad
de vivir. Según él, y esto es sobre todo manifiesto en los “grandes amores” como el de Romeo
y Julieta, los primeros movimientos de seducción, curiosidad e interés manifestados entre los
todavía futuros amantes, ya encierran “la idea de un nuevo ser”.

¿Por qué se ven atraídos de este modo un hombre y una mujer? Porque, aunque ellos no lo
saben aún, entre los dos podrían dar lugar a una cría superior a las partes: de modo
inconsciente, la mujer reconoce en el hombre ciertas características que podrían compensar
sus propias debilidades (defectos físicos y psíquicos). Lo mismo ocurre con el hombre.
Entonces ese enamoramiento no es casual. La voluntad los unirá y los guiará hacia la
reproducción porque ya se ha comprobado su mutua compatibilidad. Entre los dos pueden
engendrar un hijo sin las debilidades de sus progenitores.

Y esta atracción es tan fuerte que, en el caso de esos grandes amores, la imposibilidad de
satisfacer el anhelo de la voluntad, puede llevar a que los individuos opten por el suicidio.

Entonces, detrás de todas las cenas románticas, los regalos, las flores, las serenatas, los
versos, los peluches y los bombones, la voluntad va acercándose a su cometido.

Aristóteles sostenía la primacía del intelecto sobre la voluntad. El creía firmemente que el
intelecto bien educado, virtuoso, podía llegar a dominar la voluntad del hombre.

Schopenhauer amplía ese concepto de voluntad de modo considerable: la voluntad se


expresa en los deseos particulares (como en Aristóteles), pero es antes que nada una fuerza
que empuja de modo solapado al individuo a su conservación y a su reproducción. Hay una
parte “visible” de la voluntad” y una “invisible”.

Para Schopenhauer, el cuerpo es una expresión de la voluntad de vivir. Esto significa que
está diseñado para satisfacer los mandatos de esta voluntad: la boca con sus dientes, la ingle
y sus genitales. Pero además, la razón o el intelecto también están al servicio de la voluntad.
Es el intelecto el que detecta en el otro a un “candidato perfecto para una cría más
equilibrada”, es el intelecto el que permite desarrollar una sociedad para proteger al
individuo, es el intelecto el que me permite obtener lo que deseo señalándome lo medios, es
el intelecto el que proporciona las estrategias para seducir al amante deseado.

Para Schopenhauer, la voluntad de vivir es precisamente la fuente del sufrimiento. ¿Por qué?
Uno no sufriría de amor si no tuviese voluntad de vivir. Tampoco buscaría riquezas, ni
lastimaría a los demás para lograr lo que desea. El mundo es un lugar lleno de dolor porque

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es un mundo de voluntades escindidas, egoístas, cada una de ellas buscando su propia


satisfacción, su propia afirmación. Sufrimos por no tener lo que la voluntad desea y los demás
sufren a causa de la satisfacción de mi voluntad. Schopenhauer llega a decir que si este
mundo es la creación de un dios, este dios es un ser profundamente perverso que disfruta
ese tormento de sufrimiento y aburrimiento que es la vida.

Para Schopenhauer hay tres modos de liberarse de esta voluntad insaciable y de este mundo
horrible. El primero es el estético: el arte puede llevar, no solo al artista sino también al
espectador, a un momentáneo cese de los movimientos de su voluntad. El hombre abstraído
en el sonido de una melodía se desconecta de su realidad empírica y se olvida por un momento
de sus padecimientos y anhelos para convertirse tan solo en un puro sujeto de conocimiento:
un individuo que solo escucha o ve, cuyo ego ha quedado de lado. El punto débil de este
camino es que solo trae un alivio momentáneo. Termina la canción o dejamos de ver el
amanecer y nuestros deseos retornan.

Schopenhauer revela también que en este mundo, a lo largo de la historia, muchos se han
dado cuenta de que la voluntad es la fuente del sufrimiento. Las personas que ven con
claridad esto comienzan a actuar con compasión: dejan de ser individualistas y comienzan a
sentir tristeza por lo que le pasa al resto de las personas y a la naturaleza en general. Se dan
cuenta de que todos estamos en la misma y dejan de buscar el beneficio propio.

Por otro lado, en esta historia, también han habido hombres que han dado incluso un paso
más allá: negar la voluntad, apagarla. Se trata de casos aislados, pero que están bien
retratados en figuras como San Francisco de Asís y Siddhartha Gautama: estos personajes,
a fuerza de autocontrol e incluso auto-torturas y auto-flagelación han alcanzado un estado
de noluntad (no voluntad). Schopenhauer dice que no se puede hablar de qué sea el mundo
para esas personas “iluminadas” y simplemente se limita a afirmar que esas personas han
entrado en “el mundo de la nada”.

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