S - Violeta Friedman TC - 214-1991 PDF
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Sentencia
Sala Primera. STC 214/1991, de 11 de noviembre de 1991 (BOE núm. 301, de 17 de diciembre de
1991).
STC 214/1991
La Sala Primera del Tribunal Constitucional, compuesta por don Francisco Tomás y Valiente, Presidente,
don Fernando García-Mon y González-Regueral, don Carlos de la Vega Benayas, don Jesús Leguina Villa, don
ha pronunciado
EN NOMBRE DEL REY
la siguiente
SENTENCIA
En el recurso de amparo núm. 101/90, promovido por doña Violeta Friedman, representada por el
Procurador de los Tribunales don José Luis Ortiz-Cañavate y Puig-Maurí y asistida del Letrado don Jorge Trias
Sagnier, contra Sentencia de 5 de diciembre de 1989 de la Sala Primera del Tribunal Supremo, dictada en el
recurso de casación núm. 771/88, dimanante del juicio sobre protección civil del derecho al honor seguido en
el Juzgado de Primera Instancia núm. 6 de Madrid. En el proceso de amparo han comparecido el Ministerio
Fiscal y don León Degrelle, representado por el Procurador don Francisco de las Alas Pumariño y Miranda y
asistido por el Letrado don Juan Servando Balaguer Pareño. Ha sido Ponente el Magistrado don Vicente
1. Por escrito que tiene entrada en este Tribunal el 12 de enero de 1990, presentado en el Juzgado
de Guardia el día anterior, el Procurador de los Tribunales don José Luis Ortiz-Cañavate y Puig-Maurí
interpone, en nombre y representación de doña Violeta Friedman, recurso de amparo contra Sentencia de 5
de diciembre de 1989 de la Sala Primera del Tribunal Supremo, que declaró no haber lugar al recurso de
casación por ella interpuesto contra Sentencia de 9 de febrero de 1988 de la Sala Primera de la Audiencia
Territorial de Madrid, confirmatoria de la dictada, en fecha 16 de junio de 1986, por el Juzgado de Primera
Instancia núm. 6 de Madrid en los autos núm. 1284/85. 2. El recurso de amparo se contrae, en síntesis, a
1985, publicó un reportaje titulado «Cazadores de nazis vendrán a España para capturar a Degrelle», en el
que se recogían unas declaraciones realizadas a la revista por don León Degrelle, ex Jefe de las Waffen S.S.,
en relación con la actuación nazi con los judíos y con los campos de concentración, quien entre otros
«¨Los judíos? Mire usted, los alemanes no se llevaron judíos belgas, sino extranjeros. Yo no tuve
nada que ver con eso. Y evidentemente, si hay tantos ahora, resulta difícil creer que hayan salido tan vivos
«Falta un líder; ojalá que viniera un día el hombre idóneo, aquél que podría salvar a Europa... Pero
«Han sacado los huesos y hasta los dientes de Mengele... "Hasta dónde llega el odio! A mi juicio, el
doctor Mengele era un médico normal y dudo mucho que las cámaras de gas existieran alguna vez, porque
hace dos años que hay una recompensa en los EE.UU., para aquel que aporte pruebas de las cámaras de
civil del derecho al honor, al amparo de lo dispuesto en la Ley 62/1978, de 26 de diciembre, contra don León
Degrelle, por haber proferido las declaraciones antes transcritas, y contra don Juan Girón Roger, periodista y
autor del reportaje publicado, y don Julián Lago, Director de la revista «Tiempo», cuyo conocimiento
correspondió al Juzgado de Primera Instancia núm. 6 de Madrid (autos núm. 1284/85). En la demanda se
alegaba, en síntesis, que las citadas declaraciones habían lesionado el honor de la actora judía, quien estuvo
internada en el campo de exterminio de Auschwitz, donde murió gaseada toda su familia por orden de un
médico citado en las declaraciones, por cuanto que con tales afirmaciones el demandado no sólo
tergiversaba la Historia, sino que, además, llamaba mentirosos a quienes, como la demandante, padecieron
Tras la pertinente tramitación, el Juzgado dictó Sentencia el 16 de junio de 1986, en la que estimó la
excepción de falta de legitimación activa aducida por la parte demandada y absolvió de la demanda a los
demandados. En los fundamentos de Derecho, el Juez razona, de una parte, que la actora no está legitimada
para la protección de su honor no atacado en el reportaje porque ninguna de las expresiones se referían
concretamente a ella, pues ni se le nombraba ni aludía personalmente, sin cuyo requisito de determinación
de la persona no cabe la protección que concede la Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo, ni la misma podía
arrogarse la defensa de una etnia, raza o pueblo. Y, de otra parte, que las declaraciones del señor Degrelle
estaban amparadas por el derecho a la libertad de expresión consagrado en el art. 20.1 de la C.E.
c) Contra la citada Sentencia interpuso la actora recurso de apelación ante la Sala Primera de lo Civil
de la Audiencia Territorial de Madrid (recurso núm. 572/86). Por Sentencia de 9 de febrero de 1988, la Sala
desestimó el recurso y confirmó la Sentencia impugnada al considerar que «las declaraciones denunciadas
como intromisiones ilegítimas en el ámbito personal de la demandante, no pueden reputarse de tales porque
ajena».
d) Contra la última de las Sentencias citadas interpuso la actora recurso de casación por infracción de
ley ante la Sala Primera del Tribunal Supremo (recurso núm. 771/88), alegando, como único motivo, la
violación del art. 7, apartado 7, de la L.O. 1/1982, de 5 de mayo, sobre protección civil del derecho al honor,
a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen, en relación con los arts. 10.2, 18.1 y 29 de la
libre expresión de pensamientos, ideas y opiniones que consagra el art. 20.1 a) de la Constitución, no
implican ofensa al honor de persona física concreta o de su familia, aun cuando puedan originar aflicción e
incluso sufrimiento a personas naturales e incluso colectivos o grupos sociales (fundamento 4). Y, de otra
parte, que el derecho al honor, según la Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo, es algo personal e
intransferible, patrimonio del sujeto, y en todo caso de su familia si a ella afectase el descrédito o
menosprecio, razón por la cual la recurrente no se encuentra en esa posición que la legitimatio ad causan y
ad procesum exige para apreciar lesión (fundamento 5). 3. La representación de la recurrente basa la
solicitud de amparo en la vulneración del derecho al honor de la recurrente consagrado en el art. 18.1 de la
Constitución, puesto en relación con los arts. 20.4 y 10.2 de la propia norma fundamental. Al respecto alega,
en contra de lo mantenido en las Sentencias impugnadas, que la recurrente posee legitimación para exigir
responsabilidades, ya que, acudiendo a categorías del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, es una
«víctima indirecta». El hecho de no ser citada expresamente en las declaraciones causantes de la lesión, en
las que se hace referencia a un colectivo, no puede entenderse ni como causa de la falta de legitimación, ni
como inexistencia de lesión en el honor. En este sentido aduce que las afirmaciones de las Sentencias de que
en estos supuestos deben actuar asociaciones o instituciones, pero que las instituciones públicas no son
Por lo expuesto, solicita de este Tribunal que otorgue el amparo solicitado y, en su virtud, declare la
nulidad de la Sentencia dictada el 5 de diciembre de 1989 por la Sala Primera del Tribunal Supremo. 4. Por
providencia de 1 de febrero de 1990, la Sección Segunda de la Sala Primera acuerda tener por interpuesto
recurso de amparo por doña Violeta Friedman y por personado y parte, en su nombre y representación, al
Procurador don José Luis Ortiz-Cañavate y Puig-Maurí. Asimismo, y a tenor de lo dispuesto en el art. 50.3 de
la Ley Orgánica del Tribunal Constitucional, conceder un plazo común de diez días al Ministerio Fiscal y a la
solicitante del amparo para que, dentro de dicho término, aleguen lo que estimen pertinente en relación con
la posible existencia del siguiente motivo de inadmisión: Carecer la demanda manifiestamente de contenido
que justifique una decisión por parte de este Tribunal Constitucional, de conformidad con lo prevenido en el
Fiscal solicita que se dicte Auto acordando la inadmisión, en aplicación del art. 50.1 c) de la LOTC. Y ello
porque, en primer término, los órganos jurisdiccionales han declarado la falta de legitimación de la
demandante Para accionar al amparo de la Ley orgánica 1/1982 de manera ampliamente motivada y este
Tribunal tiene declarado que, en principio, las cuestiones de legitimación en el proceso judicial subyacente
son de mera legalidad, no revisable en amparo sino en los casos que directamente afecten a un derecho
fundamental (así el ATC 742/1984). Y, en segundo lugar, porque tampoco puede alegarse que la
legitimación afecta directamente al derecho fundamental al honor, ya que para poder accionar en amparo no
basta el mero hecho de haber sido parte en el proceso judicial precedente, sino que la legitimación para
recurrir en amparo corresponde a la persona directamente afectada, esto es, al titular del derecho vulnerado
(STC 141/1985). Es patente, por ello, que la solicitante de amparo no es persona directamente afectada y
por tanto no puede invocar el art. 20.1 de la Constitución, pues una cosa es sentirse afectado y otra bien
distinta haberlo sido realmente, requisito que no concurre en el caso de autos. 6. La representación de la
amparo. En primer término precisa que la pretensión de amparo se dirige contra la Sentencia de casación del
Tribunal Supremo y las resoluciones judiciales anteriores, invocando formalmente como infringido el art.
24.1 de la C.E. (si bien por un error mecanográfico se indicó el art. 20.4) en cuanto que consagra, no sólo el
derecho al proceso debido, sino el seguimiento del mismo a través del correcto juego de los instrumentos
procesales, en relación con el art. 18.1, que garantiza el derecho al honor, intimidad personal y familiar y a
la propia imagen, e implícitamente el art. 14 que proclama la igualdad de los españoles ante la Ley. En
segundo término alega que las Sentencias impugnadas han vulnerado los derechos fundamentales antes
citados al no haber obtenido la recurrente una valoración jurídica de la argumentación vertida en los
distintos procesos y en contra de las manifestaciones del demandado León Degrelle. En este sentido reitera,
en términos similares a los del escrito de demanda, que la recurrente posee legitimación para exigir
responsabilidades por las declaraciones del demandado, no obstante no haber sido citada expresamente en
las mismas, por ser víctima indirecta. 7. Por providencia de 22 de marzo de 1990, la Sección acuerda admitir
a trámite la demanda de amparo formulada por doña Violeta Friedman, sin perjuicio de lo que resulte de los
lo CM del Tribunal Supremo y a la Audiencia Provincial de Madrid, antigua Sala Primera de lo Civil de la
Audiencia Territorial, para que, en el término de diez días, remitan, respectivamente, testimonio del recurso
de casación 771/88 y del rollo de apelación 572/86, interesando al propio tiempo el emplazamiento de
cuantos han sido parte en el proceso judicial, excepto la recurrente de amparo, para que, en el plazo de diez
días, comparezcan en el presente proceso constitucional. 8. Por sendos escritos presentados los días 9 y 24
de abril de 1990, el Procurador de los Tribunales don Francisco de las Alas Pumariño y Miranda se persona,
en nombre y representación de don León Degrelle, en el presente recurso de amparo, solicitando que se
entiendan con él las sucesivas diligencias. 9. La Sección, por providencia de 18 de mayo de 1990, acuerda
tener por recibidas las actuaciones solicitadas y por personado y parte, en nombre y representación de don
León Degrelle, al Procurador don Francisco de las Alas Pumariño y Miranda. Asimismo, a tenor de lo
dispuesto en el art. 52 de la LOTC, acuerda dar vista de todas las actuaciones del presente recurso, por un
plazo común de veinte días, al Ministerio Fiscal y a los Procuradores señores Ortiz- Cañavate y Alas Pumariño
y Miranda para que, dentro de dicho término, puedan presentar las alegaciones que a su derecho
convengan.
Posteriormente, por providencia de 11 de junio de 1990, la Sección acuerda prorrogar por cinco días
más el plazo al Ministerio Fiscal, tal como había solicitado para poder elevar consulta a la superioridad. 10. El
Fiscal General del Estado, en escrito presentado el 12 de junio de 1990, alega que ninguna de las Sentencias
impugnadas entra en el fondo del asunto -la posible vulneración del honor de la recurrente-, sino que todas
demanda -y los posteriores recursos- por razones formales. La primera consecuencia que de ello se deriva es
la imposibilidad de que este Tribunal entre a conocer de la alegada quiebra del art. 18.1 (o del 20.4) de la
Constitución, dado el carácter subsidiario y último del recurso de amparo. Lo más que podría efectuarse es
una declaración de que los órganos judiciales debieron entrar en el fondo del asunto planteado. Pero ello no
afectaría al art. 18.1, sino al 24.1 de la Constitución, por falta de tutela judicial efectiva: la estimación -en su
caso indebida- de una causa formal que impide entrar en el estudio de los aspectos materiales planteados en
el pleito civil por la hoy demandante. Y aunque en la demanda de amparo no se razona en qué medida ha
sido vulnerado el art. 24.1 de la Constitución por la Sentencia del Tribunal Supremo al no reconocer a la
recurrente de amparo legitimación para demandar en virtud de lo dispuesto en la Ley 1/1982, de 5 de mayo,
sobre protección civil del derecho al honor, sí se cita como vulnerado dicho precepto constitucional en los
fundamentos de Derecho al razonar sobre la jurisdicción y competencia. Con ello puede considerarse
cumplida la exigencia establecida en el art. 49.1 de la LOTC de que en la demanda se determine el objeto
del proceso, citando los preceptos constitucionales que se estimen infringidos, y se fije con precisión el
existencia o no de legitimación en el proceso subyacente es una cuestión de mera legalidad, que si ha sido
estudiada y decidida por los órganos jurisdiccionales en forma motivada y no arbitraria, carece de contenido
constitucional, pero que si ha sido erróneamente negada podría determinar la denegación de la tutela
judicial efectiva y, con ello, la vulneración del art. 24.1 de la Constitución. El Fiscal en su escrito de 15 de
febrero último, evacuando el traslado conferido sobre inadmisión, había entendido conforme a una doctrina
antigua y bien consolidada de este Tribunal, recogida en el ATC 742/1984, y en la STC 141/1985, que en
principio las cuestiones de legitimación en el proceso judicial subyacente son de mera legalidad ordinaria, no
revisable en amparo, sino en los casos que directamente afecten al derecho fundamental. Esa doctrina,
reiterada en la reciente STC 93/1990, debiera haber conducido, de entender el Tribunal que era aplicable a
este caso, a la inadmisión del recurso por falta de contenido constitucional. Ahora bien, la admisión a trámite
del recurso es indicio de que el Tribunal, no aceptando el criterio del Fiscal, consideró que, en principio, la
denegación de la legitimación podría afectar al derecho fundamental invocado o bien, siendo arbitraria,
considerarla como una denegación de tutela judicial efectiva. En este caso, de los propios razonamientos de
la demanda y escritos de la recurrente puede inferirse que doña Violeta Friedman sí fue afectada
personalmente por las manifestaciones de la persona contra quien dirigió su demanda, ya que estuvo
recluida en Auschwitz, por lo que formaba parte del colectivo que sufrió la persecución y males cuya
existencia aquél negaba y, por tanto, personalmente se siente invadida en los derechos alegados y estaba
legitimada por ello para obtener de los Tribunales de Justicia una resolución sobre esa cuestión que le afecta,
En consecuencia, el Fiscal interesa que, de acuerdo con lo dispuesto en los arts. 86.1 y 80 de la
LOTC, en relación con el 372 de la LEC, se dicte Sentencia resolviendo: 1.º) Denegar el amparo en orden a
la vulneración de los arts. 18.1 y 20.4 de la Constitución. 2.º) Conceder el amparo del derecho a la tutela
judicial efectiva del art. 24.1 de la propia Constitución declarando la nulidad de la Sentencia de la Sala
Primera de lo Civil del Tribunal Supremo, de 5 de diciembre de 1989. 11. La representación de la recurrente,
en escrito presentado el 13 de junio de 1990, luego de reiterar los hechos en los que basa el recurso, alega
que la pretensión que se solicita es el amparo judicial del derecho a la tutela judicial efectiva garantizado por
el art. 24.1 del Texto Constitucional, que se estima vulnerado por la Sentencia de la Sala Primera del
Tribunal Supremo, de 5 de diciembre de 1989, así como originaria y sucesivamente por las resoluciones
judiciales del Juzgado de Primera Instancia núm. 6 de Madrid, de 16 de junio de 1986, y de la Sala Primera
de lo Civil de la Audiencia Territorial, de esta capital, de 9 de febrero de 1988, dado que al estimar la falta
de legitimación de la recurrente la cual es totalmente infundada, ha impedido una decisión de fondo sobre la
declaraciones vertidas por don León Degrelle. A tal efecto aduce que, como ha señalado este Tribunal en
muy reiteradas ocasiones, el derecho a la tutela judicial efectiva que garantiza el art. 24.1 supone no sólo
que todas las personas tienen derecho al acceso a los Tribunales para el ejercicio de sus derechos e
intereses legítimos, sino también que dichas personas tienen derecho a obtener una resolución fundada en
Derecho; resolución que, generalmente, será de fondo, sea o no sea favorable a las pretensiones o intereses
formulados, aunque también podrá ser de inadmisión o de desestimación por algún motivo formal cuando
concurra causa de inadmisibilidad y así lo acuerde el Juez o Tribunal en aplicación razonada de la misma.
Pues bien, en el presente caso, ha sido infringido el derecho fundamental a la tutela judicial efectiva
del art. 24.1 de la Constitución, en relación al derecho al honor (art. 18), por la Sentencia de la Sala Primera
de lo Civil del Tribunal Supremo, de 5 de diciembre de 1989, por cuanto que en la misma no se entra a
intimidad personal y familiar y en su honor suscitada por las declaraciones de León Degrelle, al estimar la
excepción de falta de legitimación activa de la misma. La citada resolución judicial razona, de una parte, esa
falta de legitimación de mi mandante, en la «ausencia del hecho o acto respecto del que se precisa ocupar la
posición en que la legitimación consiste, esto es, el ataque al honor dado que en este caso no se ha
producido», al afirmar que las manifestaciones de Degrelle, aun reconociendo que por desafortunadas,
podrían ser objeto de crítica y reproche moral, por parte de quienes se sintieran afectados, no implican
ofensa al honor de persona física concreta o de su familia, y que podrían originar aflicción e incluso
sufrimiento a personas naturales e incluso colectivos o grupos sociales, pero que son manifestaciones de una
voluntad, la del demandado, sobre unos hechos que hoy son historia y que por virtud del derecho
fundamental a la libre expresión de pensamientos, ideas y opiniones que consagra el art. 20.1 a) de la
Constitución, desafortunadas como se ha dicho mas no ofensivas para el honor de ninguna persona natural,
ni siquiera colectiva.
Postura ésta equivocada toda vez que, aun reconociendo la importancia de la protección de un
supone olvido de que hasta el propio Texto constitucional, de una forma expresa en su art. 20.4, determina
que las libertades de que en ese precepto se trata, entre ellas la de expresar y difundir libremente los
pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción,
«tiene un límite en el respeto de los derechos reconocidos en este Título..., especialmente en el derecho al
honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia». Por ello puede
decirse que hasta la propia Constitución no tolera la libertad de expresión en forma tan amplia como la
problema de conflicto entre ambos derechos del que no es ajeno el Tribunal Constitucional, y que debe
resolverse, obviamente, de conformidad con la doctrina constitucional establecida, entre otras, en las SSTC
51/1985, 104/1986, 165/1987, 6/1988 y 107/1988. Y aplicada la doctrina expuesta a las manifestaciones y
expresiones concretas de León Degrelle, las cuales son juicios de valor dichos por un particular emitidos en
el curso de una entrevista periodística, que operan sobre unos hechos tan notorios como execrables -los
campos de exterminio nazis- conteniendo además expresiones objetivamente difamatorias contra personas o
grupos de personas, cuya identificación no deja lugar a dudas, aquellas que como la recurrente y su familia
sufrieron los horrores y padecimientos de los mismos, atribuyéndoles un comportamiento de falsedad, que
les hace desmerecer del público aprecio y respeto. Realizada esta comprobación resulta evidente que la
legitimación para reclamar contra la intromisión ilegítima suscitadas por las declaraciones y expresiones de
León Degrelle y, en consecuencia, la violación del derecho a la tutela judicial efectiva consagrado en el art.
24.1 de la Constitución por la Sentencia de la Sala Primera del Tribunal Supremo de 5 de diciembre de 1989,
sobre todo cuando esa legitimación para reclamar, como persona directamente afectada por tales
declaraciones, le es dable añadir la concepción acuñada por el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de
«Víctima indirecta», conforme a la que se otorga protección y legitimación activa a personas que en principio
no la tendrían, como por ejemplo, el asunto «Becker» (S. 7011/1975, de 3 de octubre), en el que se
reconoce el carácter de víctima indirecta al tutor de un grupo de huérfanos; o el asunto «Bel» C 7467/1976,
8416/1979, contra el Reino Unido, de 13 de mayo de 1980, en la que se reconoce el carácter de Víctima al
Por último, cabe argüir la situación de indefensión que comporta esa misma estimación del
presupuesto procesal de falta de legitimación de la recurrente, impidiendo una resolución de fondo sobre su
hacerlo individualmente, cuando menos a través de un colectivo, dado el matiz tradicional personalista, en el
sentido de estar referidos a la persona individual, de los derechos fundamentales consagrados en el art. 18.1
de la Constitución, entre ellos el del honor -según la doctrina de ese Excmo. Tribunal (STC 107/1988), o del
Tribunal Supremo (SSTS de 24 de octubre de 1988 y 9 de febrero de 1989). De lo que se desprende que las
personas jurídicas no se hallan legitimadas para reclamar la protección del derecho fundamental del honor,
referido tan solo a personas físicas o naturales, si bien, la más reciente Sentencia del Tribunal Supremo de 5
personas jurídicas caracterizadas por la prevalencia del substrato patrimonial (universitates bonorum),
Por todo lo cual, solicita de este Tribunal que dicte en su día Sentencia, por la que se conceda el
amparo solicitado, por violación del derecho a la tutela judicial efectiva consagrado en el art. 24.1 de la
las actuaciones a la Sala para que dicte Sentencia sobre el fondo de la pretensión suscitada en la vía judicial
ordinaria. 12. Por escrito presentado el 1 de junio de 1990, la representación de don León Degrelle evacua el
trámite de alegaciones. En primer término manifiesta, de una parte, que el demandado no hizo las
declaraciones objeto del debate por iniciativa propia, sino que fue insistentemente requerido para ello por la
revista «Tiempo» a raíz de las manifestaciones de un representante del Centro Wisental sobre que «el dinero
de que disponía para localizar al Dr. Mengele lo iba a destinar ahora a la caza y captura de Degrelle», y, de
otra, que tampoco es lícito analizar las frases que el escrito de recurso transcribe aisladas del resto de la
entrevista, sacándolas del contexto general, como reiteradamente mantiene el Tribunal Supremo
(Sentencias de 3 de julio de 1987 y 4 de noviembre de 1986). Para acreditar que el demandado, fundador
en su día de un partido, el rexista, de inspiración católica y con diputados judíos en su seno, no fue nunca ni
es racista, basta transcribir otra fase del mismo texto: «No soy racista, creo en la raza europea y nunca
admití los superhombres. Eso es complejo de inferioridad, porque en Europa todos somos iguales».
En segundo término aduce que la actora no acreditó nunca que fuera judía, ni que estuvo en
Auschwitz, ni que sus familiares fueron asesinados allí, aunque reconoce que probar fehacientemente todo
ello no resulta nada fácil, y solamente con esto ya bastaría para concluir que carece de legitimación activa
para ejercitar la acción que ejercitó. En todo caso, lo que es más importante, en las repetidas declaraciones
no se contiene ningún insulto, ni frase calumniosa o injuriosa, ni ofensa, ni ataque al honor de un colectivo,
etnia o grupo y, desde luego, mucho menos un ataque personal para la recurrente, que ni siquiera se cita,
pues, obviamente, era desconocida para el demandado. En efecto, en la entrevista, el Sr. Degrelle no afirma
ni niega nada categóricamente. Ni siquiera declara que no existieran los campos de concentración o que en
los mismos no se cometiera ningún asesinato. Se limita a expresar unas dudas sobre determinados
aspectos, como es la existencia de las cámaras de gas. Se quedó mucho más corto que múltiples
historiadores de diversos países que los niegan rotundamente, como Roques, Staglich, Thion, Roth,
Hoffman, Bochaca, Ferraro, Matogno, Faurisson, Rasinier, etcétera. Además, es absolutamente legítimo
emitir una opinión, y más en sentido de duda, sobre hechos históricos. Podrá gustar o no, suscitará en
muchos indignación, provocará en otros irritación, se tratará de un tema más o menos politizado, pero nadie
puede privar a nadie del derecho a opinar sobre acontecimientos acaecidos, lejanos o próximos en el tiempo.
En consecuencia a lo anterior, estima que la actora carece de legitimación activa para ejercitar la
acción derivada de la Ley sobre protección civil del derecho al honor, y, por tanto, no es procedente en
absoluto el recurso de amparo interpuesto. Asimismo es claro que no se violaron los derechos contenidos en
los arts. 18.1, 20.4 y 10.2 de la Constitución, ni los demás citados del Convenio Europeo y de la Declaración
Universal de los Derechos Humanos, como se razona en los argumentos jurídicos contenidos al respecto en
la magnífica Sentencia del Tribunal Supremo que de contrario se critica. En definitiva, no se contiene ofensa,
insulto, ataque a ningún colectivo, grupo, etnia o raza en las declaraciones del demandado, que no es lícito
analizar además desligadas y sacadas de su contexto general. Las mismas tampoco contienen afirmaciones o
negaciones rotundas y categóricas sino dudas, y por tanto, tampoco ataque personal, ni directo ni indirecto a
doña Violeta Friedman, que, por ello, carece de legitimación para ejercitar la acción en cuestión, por lo que,
siendo ajustadas a Derecho las Sentencias dictadas en el procedimiento, no cabe anularlas admitiendo el
recurso de amparo interpuesto. 13. Por providencia de 31 de enero de 1991, la Sección acuerda interesar del
Juzgado de Primera Instancia núm. 6 de Madrid la remisión de testimonio del juicio incidental núm. 1284/85,
así como el emplazamiento de cuantos han sido parte en el procedimiento, excepto los ya comparecidos,
para que en el plazo de diez días puedan comparecer en el presente proceso constitucional. Una vez
recibidas las actuaciones solicitadas, la Sección, por providencia de 11 de abril de 1991, acuerda dar vista de
todas las actuaciones, por un plazo común de diez días, al Ministerio Fiscal y a los Procuradores Sres. Ortiz-
Cañavate y Puig-Mauri, y Alas Pumariño Miranda, para que dentro de dicho término puedan ampliar las
alegaciones que a su derecho convengan. 14. El Fiscal General del Estado, en escrito de 22 de abril de 1991,
reitera un escrito de alegaciones y solicita que se dicte Sentencia otorgando el amparo en términos allí
solicitados. 15. Por Auto de 16 de julio de 1989, dictado en la pieza separada de suspensión, la Sala acordó
denegar la petición de suspensión de la ejecución de la Sentencia de la Sala Primera del Tribunal Supremo
de 5 de diciembre de 1989. 16. Por providencia de 5 de noviembre de 1991 se señaló el día 7 del mismo
1. Aun cuando el presente recurso de amparo formalmente se haya dirigido exclusivamente contra la
Sentencia de la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo, de 5 de diciembre de 1989, al haber dicha resolución
Territorial de Madrid, de 9 de febrero de 1988, que, a su vez, desestimó el recurso de apelación contra la
Sentencia, de 16 de junio de 1986, dictada por el Juzgado de Primera Instancia, de conformidad con una
reiterada jurisprudencia de este Tribunal (SSTC 211/1989, 213/1989, 216/1989 y 218/1989, por citar
algunas), ha de estimarse dirigido contra todas y cada una de las citadas resoluciones judiciales en la
medida en que, según la opinión del recurrente, no ha procedido a restablecer su derecho fundamental
vulnerado.
Tales resoluciones han supuesto, a juicio de la recurrente, la vulneración de los arts. 18.1, 24.1 y
10.2 de la Constitución, así como de los arts. 10 del Convenio Europeo de Protección de los Derechos
A la vista de esta invocación y para fijar con precisión la cuestión a resolver, se imponen con carácter
previo algunas acotaciones iniciales sobre el objeto de este proceso. Conviene así advertir, en primer
término, que no le corresponde a este Tribunal, al conocer un recurso de amparo, examinar la observancia o
inobservancia, per se, de textos internacionales, sino comprobar el respeto o la infracción de los preceptos
constitucionales que reconocen derechos fundamentales y libertades públicas susceptibles de amparo (arts.
53.2 C.E. y 49.1 LOTC), sin perjuicio de que por mandato del art. 10.2 C.E. deban tales preceptos ser
interpretados «de conformidad con la Declaración Universal de Derechos Humanos y los tratados y acuerdos
internacionales sobre las mismas materias ratificados por España». En segundo término, el juicio
constitucional ha de referirse al conflicto, suscitado entre particulares, entre la libertad de expresión del art.
20.1 a) y el derecho al honor del art. 18.1, ambos de la C.E., con respecto al cual los Tribunales ordinarios
no han apreciado vulneración alguna del segundo de los enunciados derechos constitucionales. Ahora bien,
dado que el derecho al honor y otros de los derechos reconocidos en el art. 18. C.E. aparecen como
persona» que reconoce el art. 10 C.E., el análisis a realizar en el presente caso ha de tener en cuenta,
aparte el derecho al honor de la hoy recurrente, otros principios y derechos constitucionales vinculados
directa o indirectamente al derecho al honor (art. 18.1 C.E.), pues sólo así es posible determinar la
tres son las cuestiones que suscita el presente recurso de amparo: en primer lugar, hay que determinar si la
recurrente ostenta o no legitimación activa para la interposición de este recurso; en segundo, y dilucidado lo
las referidas manifestaciones del demandado excedieron o no los límites constitucionales del derecho a la
libertad de expresión.
De todas estas cuestiones, naturalmente la primera de ellas, en un orden lógico, reviste carácter
preferente, pues, si, tal y como ha acontecido en cada una de las instancias de la jurisdicción ordinaria, se
constatara la ausencia de la legitimación activa, la solución de este recurso de amparo habría de ser
activa, por cuanto el art. 12.1.º de la Ley 62/1978, de Protección Jurisdiccional de los Derechos
Fundamentales de la Persona, atribuye dicho carácter a las «personas naturales o jurídicas titulares de un
derecho SUBJETIVO (sic) que les faculte para obtener la declaración judicial pretendida». Siendo así que, ni
se ofendió a la Sra. Friedman, ni a un colectivo, etnia o raza, cuya representación oficial no puede arrogarse
Este Tribunal no puede compartir la anterior argumentación. Si el acto presun- tamente lesivo
correspondientes (fundamentos jurídicos 6.º y 7.º), debiéndose aquí tan sólo comprobar si la demandante
cumple o no con la obligada adecuación que, por imperativo constitucional, todo recurrente en amparo ha de
observar con el objeto procesal a fin de que este Tribunal pueda entrar a conocer sobre la lesión del derecho
fundamental.
Pues bien, en nuestro ordenamiento constitucional, la norma determinante de dicha relación o, lo que
es lo mismo, de la legitimación activa no la constituye el referido precepto de la Ley 62/1978, sino el art.
162.1 b) de la Constitución, en cuya virtud «están legitimados para interponer el recurso de amparo, toda
persona natural o jurídica que invoque un interés legítimo». A diferencia, pues, de otros ordenamientos,
tales como el alemán o el propio recurso individual ante la Comisión Europea de Derechos Humanos [art.
25.1 a) CEDH], nuestra Ley fundamental no otorga la legitimación activa exclusivamente a la «víctima» o
titular del derecho fundamental infringido, sino a toda persona que invoque un «interés legítimo», por lo
legitimación activa, lo único que hay que comprobar en el presente recurso de amparo es si ostenta dicho
interés legítimo para solicitar el restablecimiento del derecho fundamental que afirma vulnerado.
En este sentido, este Tribunal ha tenido ocasión de declarar que, si bien la citada norma
constitucional no posibilita fenómeno alguno de ejercicio de la «acción popular» -así ATC 399/1982-,
tampoco cabe confundir dicho interés legítimo con el «directo» (SSTC 62/1982, 62/1983, 257/1988,
123/1989 y 47/1990), pues, a los efectos del recurso de amparo, no siempre es necesario que los ulteriores
efectos materiales de la cosa juzgada hayan de repercutir en la esfera patrimonial del recurrente, siendo
suficiente que, con respecto al derecho fundamental infringido, el demandante se encuentre en una
Naturalmente esa situación jurídico-material, exigida por la Constitución y la LOTC [art. 46.1 b)], no
puede ser considerada en abstracto, sino que, como tiene declarado este Tribunal (STC 7/1981, ATC
942/1985), se encuentra también en función del derecho fundamental vulnerado. Tratándose, en el presente
caso, de un derecho personalísimo, como es el honor, dicha legitimación activa corresponderá, en principio,
legitimación por sucesión de los descendientes, contemplada en los arts. 4 y 5 de la L.O. 1/1982, de
protección del derecho al honor), ni que haya de considerarse también como legitimación originaria la de un
miembro de un grupo étnico o social determinado, cuando la ofensa se dirigiera contra todo ese colectivo, de
tal suerte que, menospreciando a dicho grupo socialmente diferenciado, se tienda a provocar del resto de la
comunidad social sentimientos hostiles o, cuando menos, contrarios a la dignidad, estima personal o respeto
al que tienen derecho todos los ciudadanos con independencia de su nacimiento, raza o circunstancia
En tal supuesto, y habida cuenta de que los tales grupos étnicos, sociales e incluso religiosos son, por
lo general, entes sin personalidad jurídica y, en cuanto tales, carecen de órganos de representación a
quienes el ordenamiento pudiera atribuirles el ejercicio de las acciones, civiles y penales, en defensa de su
honor colectivo, de no admitir el art. 162.1 b) C.E., la legitimación activa de todos y cada uno de los tales
miembros, residentes en nuestro país, para poder reaccionar jurisdiccionalmente contra las intromisiones en
el honor de dichos grupos, no sólo permanecerían indemnes las lesiones a este derecho fundamental que
sufrirían por igual todos y cada uno de sus integrantes, sino que también el Estado español de Derecho
igualdad, que es uno de los valores superiores del ordenan-tiento jurídico que nuestra Constitución proclama
(art. 1.1 C.E.) y que el art. 20.2 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos expresamente
proscribe («toda apología del odio nacional, racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, la
hostilidad o la violencia estará prohibida por la ley»).4. En el caso que nos ocupa, tal y como aduce el escrito
de alegaciones del Ministerio Público y se deduce de los antecedentes de hechos de la Sentencia dictada en
la primera instancia, resulta acreditado que la demandante es judía y que, desde la ocupación alemana de su
ciudad natal (Marghita, Transilvania), se le impuso la estrella de David, fue sacada de su hogar con toda su
familia y conducida con otros ciudadanos judíos a Auschwitz, en donde la misma noche de su llegada fue
Pues bien, desde su doble condición, de ciudadana de un pueblo como el judío, que sufrió un
auténtico genocidio por parte del nacionalsocialismo, y de la de descendiente de sus padres, abuelos
matemos y bisabuela (personas todas ellas que fueron asesinadas en el referido campo de concentración),
forzoso se hace concluir que, sin necesidad de apelar aquí a la referida legitimación por «sucesión» procesal
del derecho subjetivo al honor de sus parientes fallecidos (al amparo de los arts. 4.2 y 5 de la L.O. 11/1982,
de protección del derecho al honor), que también cumpliría la recurrente, la invocación del interés que la
demandante efectúa en su escrito de demanda en relación con las declaraciones del demandado, negadoras
del referido exterminio y atributivas de su invención al pueblo judío, merece ser calificado de «legítimo» a
los efectos de obtener el restablecimiento del derecho al honor de la colectividad judía en nuestro país, de la
que forma parte la recurrente, por lo que, de conformidad también con nuestra doctrina sobre el derecho de
tutela, ha de merecer de este Tribunal un examen de la totalidad del fondo del asunto.5. A esta última
conclusión se opone, sin embargo, la alegación efectuada por el Ministerio Fiscal, para quien la estimación
por los Tribunales ordinarios de la «excepción» de falta de legitimación activa impide entrar en el fondo
sobre la pretensión deducida por la actora en todo lo referente al derecho al honor. En opinión de este
representante público la concesión del amparo debiera limitarse, de un lado, a declarar la nulidad de la
Sentencia del Tribunal Supremo impugnada, por violación del derecho a la tutela del art. 24.1, y a reenviar,
de otro, la decisión de fondo a dicho Tribunal a fin de que se pronuncie sobre la vulneración del derecho al
honor.
Dicha petición no puede ser acogida, toda vez que la legitimación, en puridad, no constituye
excepción o presupuesto procesal alguno que pudiera condicionar la admisibilidad de la demanda o la validez
del proceso. Antes bien, es un requisito de la fundamentación de la pretensión y, en cuanto tal, pertenece al
fondo del asunto; ésta es la razón por la cual la propia jurisprudencia de la Sala Primera del Tribunal
Supremo, con anterioridad a la reforma del recurso de casación operada por la Ley 34/1984, ya había
reiteradamente declarado que la falta de legitimación no debía invocarse como motivo de casación por
quebrantamiento de forma (concretamente al amparo del antiguo art. 1.693.2.º), sino como motivo de
infracción de ley (esto es, como recurso de fondo, al amparo del derogado art. 1.692). Y es que la
legitimación, en tanto que relación jurídico-material que liga a las partes con el objeto procesal, pertenece al
fondo del asunto, por lo que no puede causar extrañeza alguna que, aun cuando todas y cada una de las
confirmado una Sentencia de instancia que, en principio, goza de todos los efectos materiales de la cosa
juzgada.
desprende que este Tribunal de casación ha tomado en consideración, tanto las declaraciones del
demandado, como su hipotética lesión al derecho al honor de la recurrente, para concluir, de conformidad
con su propia doctrina en torno a la naturaleza personal de dicho derecho, que no existe ofensa o ataque al
honor.
Por consiguiente, si tanto la Sentencia del Tribunal Supremo, como las dictadas en apelación y en
primera instancia aparecen ampliamente motivadas, sin que puedan merecer el calificativo de Sentencias
absolutorias en la instancia (porque todas ellas han entrado a conocer del conflicto entre la libertad de
expresión y el derecho al honor), ningún reproche de inconstitucionalidad cabe formular, desde el ángulo del
derecho a la tutela, a tales resoluciones judiciales motivadas y de fondo.6. Según reiterada doctrina de este
Tribunal, en el conflicto entre las libertades reconocidas en el art. 20 C.E., de expresión e información, por
un lado, y otros derechos y bienes jurídicamente protegidos, no cabe considerar que sean absolutos los
derechos y libertades contenidos en la Constitución, pero tampoco puede atribuirse ese carácter absoluto a
las limitaciones a que han de someterse esos derechos y libertades (por todas, STC 179/1986). Asimismo,
ha de considerarse que las libertades del art. 20 de la Constitución no sólo son derechos fundamentales de
cada ciudadano, sino también condición de existencia de la opinión pública libre, indisolublemente unida al
pluralismo político, que es un valor fundamental y requisito de funcionamiento del Estado democrático, que
por lo mismo trascienden el significado común y propio de los demás derechos fundamentales.
20.1 de la C.E., resulte afectado el derecho al honor de alguien, el órgano jurisdiccional está obligado a
realizar un juicio ponderativo de las circunstancias concurrentes en el caso concreto, con el fin de determinar
si la conducta del agente está justificada por hallarse dentro del ámbito de las libertades de expresión e
información, y, por tanto, en posición preferente, de suerte que, si tal ponderación falta o resulta
(SSTC 104/1986, 107/1988 y 51/1989, entre otras). No obstante lo dicho, el valor preponderante de las
libertades del art. 20 de la Constitución sólo puede ser apreciado y protegido cuando aquéllas se ejerciten en
conexión con asuntos que son de interés general, por las materias a que se refieren y por las personas que
en ellos intervienen, y contribuyan, en consecuencia, a la formación de una opinión pública, libre y plural,
alcanzando entonces un máximo nivel de eficacia justificada frente a los derechos de la personalidad
garantizados por el art. 18.1 C.E., en los que no concurre esa dimensión de garantía de la opinión pública
libre y del principio de legitimidad democrática (así, por ejemplo, SSTC 107/1988, 51/1989 y 172/1990).
Aunque tal ponderación ha de hacerla, en principio, el órgano jurisdiccional que conozca de las
alegadas vulneraciones o intromisiones del derecho al honor, corresponde a este Tribunal Constitucional
revisar la adecuación de la ponderación realizada por los Jueces y Tribunales ordinarios, con el objeto de
determinar si el ejercicio de la libertad reconocido en el art. 20 cumple con las exigencias del principio de
proporcionalidad y se manifiesta o no constitucionalmente legítimo (por todas, SSTC 107/1988, antes citada,
y 105/1990). A tal fin, en la jurisprudencia constitucional se han ido perfilando varios criterios para llevar a
cabo esa ponderación. Y, por lo que respecta al presente recurso, conviene subrayar los siguientes:
según se trate de libertad de expresión (en el sentido de la emisión de juicio y opiniones) y libertad de
formulación de opiniones y creencias personales, sin pretensión de sentar hechos o afirmar datos objetivos,
dispone de un campo de acción que viene sólo delimitado por la ausencia de expresiones indudablemente
injuriosas que se expongan y que resulten innecesarias para la exposición de las mismas, campo de acción
que se amplia aún más en el supuesto de que el ejercicio de la libertad de expresión afecte al ámbito de la
libertad ideológica garantizada por el art. 16.1 C.E., según señalamos en nuestra STC 20/1990. En este
sentido, los pensamientos, ideas, opiniones o juicios de valor, a diferencia de lo que ocurre con los hechos,
no se prestan, por su naturaleza abstracta, a una demostración de su exactitud, y ello hace que al que
por tanto, respecto del ejercicio de la libertad de expresión, no opera el límite interno de veracidad (por
todas, STC 107/1988). Por el contrario, cuando se trate de comunicación informativa de hechos, no de
que no puede, obviamente, exigirse de juicios o evaluaciones personales y subjetivas. Ello no significa, no
obstante, que quede exenta de toda protección la información errónea o no probada, pues el requisito
informativa, excluyendo invenciones, rumores o meras insidias (por todas STC 105/1990).
el honor es valor referible a personas individualmente consideradas, lo cual hace inadecuado hablar del
honor de las instituciones públicas o de clases determinadas del Estado, respecto de las cuales, y sin negar
que en algunos casos puedan ser titulares del derecho al honor (y así lo ha reconocido el TEDH, por ejemplo,
con respecto al «Poder Judicial»: asunto Barfod, S. 22 de febrero de 1989), es más correcto desde el punto
de vista constitucional emplear los términos de dignidad, prestigio y autoridad moral, que son valores que
merecen la protección penal que les dispense el legislador, pero en su ponderación frente a la libertad de
expresión debe asignárseles un nivel más débil de protección del que corresponde atribuir al derecho al
Ahora bien, lo anterior no ha de entenderse en sentido tan radical que sólo admita la existencia de
lesión del derecho al honor constitucionalmente reconocido cuando se trate de ataques dirigidos a persona o
personas concretas e identificadas, pues también es posible apreciar lesión del citado derecho fundamental
en aquellos supuestos en los que, aun tratándose de ataques referidos a un determinado colectivo de
personas más o menos amplio, los mismos trascienden a sus miembros o componentes siempre y cuando
éstos sean identificables, como individuos, dentro de la colectividad. Dicho con otros términos, el significado
personalista que el derecho al honor tiene en la Constitución no impone que los ataques o lesiones al citado
derecho fundamental, para que tengan protección constitucional, hayan de estar necesariamente perfecta y
debidamente individualizados ad personam, pues, de ser así, ello supondría tanto como excluir radicalmente
la protección del honor de la totalidad de las personas jurídicas, incluidas las de substrato personalista, y
admitir, en todos los supuestos, la legitimidad constitucional de los ataques o intromisiones en el honor de
personas, individualmente consideradas, por el mero hecho de que los mismos se realicen de forma
suscitado en el presente caso para comprobar, de un lado, si ha habido o no la necesaria ponderación de los
derechos fundamentales en conflicto por los órganos judiciales, y, de otro, en caso afirmativo, si la
ponderación efectuada se acomoda o no a los criterios perfilados por la jurisprudencia constitucional. Pues
bien, en primer término, basta la lectura de las Sentencias ahora impugnadas para comprobar que éstas sí
cumplen el exigible requisito de ponderación, pues, como antes quedó dicho (fundamento jurídico 4.º), aun
cuando todas y cada una de las resoluciones judiciales impugnadas hayan apreciado la «excepción» de falta
de legitimación activa, lo han hecho entrando en el conocimiento del fondo del asunto. En este sentido, tanto
la Sentencia de instancia como la de casación, entre otros razonamientos, parten de la consideración de que
las declaraciones efectuadas por el demandado estaban amparadas por el derecho a la libertad de expresión
de pensamientos, ideas y opiniones que consagra el art. 20.1 a) de la C.E., para concluir que las
declaraciones en cuestión no implicaban ofensa al honor de la actora o de su familia. Ello conduce, además,
como también quedó antes expuesto, a desestimar el motivo del amparo basado en la vulneración del
implícitamente realizada, cabe precisar que las declaraciones efectuadas en su día por el demandado, Sr.
Degrelle, han de incardinarse, antes que en la libertad de información, dentro del ejercicio de la libertad de
expresión (art. 20.1 C.E.), en relación con la libertad ideológica (art. 16.1 C.E.), puesto que, si bien en las
mismas el demandado hace referencia a hechos históricos (en concreto respecto de la actuación nazi con los
judíos durante la Segunda Guerra Mundial y de los campos de concentración), se limita a expresar su
opinión y dudas sobre esos concretos acontecimientos históricos. Y en este sentido, aun cuando se
suministre información sobre hechos que se pretenden ciertos ya la protección constitucional sólo se
extiende a la información veraz, este requisito de veracidad no puede, como es obvio, exigirse respecto de
juicios o evaluaciones personales y subjetivas, por equivocados o mal intencionados que sean, sobre hechos
históricos.
Es claro, por ello, que rechazado por inexigible el requisito de veracidad, nuestro análisis, en orden a
pronunciarnos sobre la corrección o no de la ponderación judicial efectuada acerca del conflicto de derechos
amparadas por el derecho a la libertad de expresión o si, por el contrario, las mismas vulneran otros
derechos constitucionales, pues, en este último supuesto y de conformidad con la doctrina antes citada, la
libertad de expresión no jugaría como causa de justificación.8. Pues bien, del examen de la totalidad de
declaraciones del demandado publicadas, no sólo de las parcialmente transcritas en el escrito de demanda,
es indudable que las afirmaciones, dudas y opiniones acerca de la actuación nazi con respecto a los judíos y
a los campos de concentración, por reprobables o tergiversadas que sean -y ciertamente lo son al negar la
evidencia de la historia-, quedan amparadas por el derecho a la libertad de expresión (art. 20.1 C.E.), en
relación con el derecho a la libertad ideológica (art. 16 C.E.), pues, con independencia de la valoración que
de las mismas se haga, lo que tampoco corresponde a este Tribunal, sólo pueden entenderse como lo que
manifestar sus dudas sobre la existencia de cámaras de gas en los campos de concentración nazis, sino que
en sus declaraciones, que han de valorarse en sus conjunto, efectuó juicios ofensivos al pueblo judío («... si
hay tantos ahora, resulta difícil creer que hayan salido tan vivos de los hornos crematorios...»; «... quieren
ser siempre las víctimas, los eternos perseguidos, si no tienen enemigos, los inventan...»), manifestando,
además, expresamente su deseo de que surja un nuevo Führer (con lo que ello significa en cuanto al pueblo
judío a la luz de la experiencia histórica). Se trata, con toda evidencia, de unas afirmaciones que
manifiestamente poseen una connotación racista y antisemita, y que no pueden interpretarse más que como
una incitación antijudía, con independencia de cualquier juicio de opinión sobre la existencia de hechos
históricos. Esta incitación racista constituye un atentado al honor de la actora y al de todas aquellas
personas que, como ella y su familia, estuvieron internadas en los campos nazis de concentración, puesto
que el juicio que se hace sobre los hechos históricos, desgraciados y aborrecibles, por ella sufridos y
personales de la historia sobre la persecución de los judíos, dando una dimensión histórica o moral sino
propias víctimas, esto es, las integrantes del pueblo judío que sufrieron los horrores del nacionalsocialismo y,
dentro de ellas, la hoy recurrente, razón por la cual exceden del ámbito en el que debe entenderse
prevalente el derecho a expresar libremente los pensamientos, ideas y opiniones consagrados en el art. 20.1
C.E.
De otra parte, y en relación con lo anterior, ni la libertad ideológica (art. 16 C.E.) ni la libertad de
expresión (art. 20.1 C. E.) comprenden el derecho a efectuar manifestaciones, expresiones o campañas de
carácter racista o xenófobo, puesto que, tal como dispone el art. 20.4, no existen derechos ilimitados y ello
es contrario no sólo al derecho al honor de la persona o personas directamente afectadas, sino a otros
bienes constitucionales como el de la dignidad humana (art. 10 C.E.), que han de respetar tanto los poderes
públicos como los propios ciudadanos, de acuerdo con lo dispuesto en los arts. 9 y 10 de la Constitución. La
dignidad como rango o categoría de la persona como tal, del que deriva y en el que se proyecta el derecho al
honor (art. 18.1 C.E.), no admite discriminación alguna por razón de nacimiento, raza o sexo, opiniones o
creencias. El odio y el desprecio a todo un pueblo o a una etnia (a cualquier pueblo o a cualquier etnia) son
incompatibles con el respeto a la dignidad humana, que sólo se cumple si se atribuye por igual a todo
hombre, a toda etnia, a todos los pueblos. Por lo mismo, el derecho al honor de los miembros de un pueblo o
etnia, en cuanto protege y expresa el sentimiento de la propia dignidad, resulta, sin duda, lesionado cuando
se ofende y desprecia genéricamente a todo un pueblo o raza, cualesquiera que sean. Por ello, las
expresiones y aseveraciones proferidas por el demandado también desconocen la efectiva vigencia de los
valores superiores del ordenamiento, en concreto la del valor de igualdad consagrado en el art. 1.1 de la
Constitución, en relación con el art. 14 de la misma, por lo que no pueden considerarse como
constitucionalmente legítimas. En este sentido, y aun cuando, tal y como se ha reiterado, el requisito
constitucional de la veracidad objetiva no opera como límite en el ámbito de las libertades ideológica y de
expresión, tales derechos no garantizan, en todo caso, el derecho a expresar y difundir un determinado
entendimiento de la historia o concepción del mundo con el deliberado ánimo de menospreciar y discriminar,
al tiempo de formularlo, a personas o grupos por razón de cualquier condición o circunstancia personal,
étnica o social, pues sería tanto como admitir que, por el mero hecho de efectuarse al hilo de un discurso
más o menos histórico, la Constitución permite la violación de uno de los valores superiores del
ordenamiento jurídico, como es la igualdad (art. 1.1 C.E.) y uno de los fundamentos del orden político y de
personas, se hace obligado afirmar que ni el ejercicio de la libertad ideológica ni la de expresión pueden
contra determinados grupos étnicos, de extranjeros o inmigrantes, religiosos o sociales, pues en un Estado
como el español, social, democrático y de Derecho, los integrantes de aquellas colectividades tienen el
derecho a convivir pacíficamente y a ser plenamente respetados por los demás miembros de la comunidad
social.
cuestión realizadas por el Sr. Degrelle estaban incluidas en el ámbito de la libertad de expresión, otra parte
de ellas -las antes mencionadas no quedan justificadas por el art. 20.1 C.E., por lo que procede declarar la
conformidad con lo dispuesto en los arts. 1.1, 10.1 y 18.1 C.E. Por tanto, y en congruencia con el petitum
contenido en el suplico de la demanda, procede el otorgamiento del presente recurso de amparo, anulando
Ha decidido
1.º Declarar nulas las Sentencias de 5 de diciembre de 1988, de la Sala Primera del Tribunal
Madrid, y de 16 de junio de 1986, del Juzgado de Primera Instancia núm. 6 de esta capital, dimanantes
todas ellas de los autos incidentales núm. 1284/85, sobre protección civil del honor.
Publíquese esta Sentencia en el «Boletín Oficial del Estado» Dada en Madrid, a once de noviembre de
Voto particular que formula el Magistrado don Fernando García-Mon y Gónzalez- Regueral respecto
1.ª Entiendo que, como señala el Fiscal General del Estado en sus alegaciones, por no entrar la
Sentencia dictada por la Sala de lo Civil del Tribunal Supremo en los problemas de fondo planteados en el
proceso antecedente de este recurso de amparo -lo mismo que hicieron las Sentencias por ella confirmadas-,
por estimar la excepción de falta de legitimación activa para promoverlo, nuestra función de amparo
constitucional debió de limitarse, desde la perspectiva del art. 24.1 de la Constitución invocado por la
integridad de aquel derecho para lo cual habrían de remitirse las actuaciones a la Sala Primera del Tribunal
Supremo, con el fin de que por ésta se decidieran con libertad de criterio, una vez admitida la legitimación
de la actora, los problemas de fondo suscitados en el recurso de casación que fue desestimado por razones
formales, aunque, ciertamente, algunas de ellas afectaran, más o menos directamente, a los otros derechos
fundamentales denunciados en el recurso de amparo, es decir, a los derechos reconocidos por los arts. 18.1
y 20.4 de la Constitución.
Estoy, pues, conforme con lo razonado en nuestra Sentencia en lo relativo a que doña Violeta
Friedman tenía interés legítimo merecedor de un pronunciamiento de fondo. Quien sufrió los horrores de un
campo de exterminio nazi, en su propia persona y en la de sus ascendientes, no puede estar impedida de
reaccionar ante los Tribunales de Justicia frente a quien, despectivamente, niega la realidad de tan
execrables crímenes. Suscribo, por tanto, íntegramente los razonamientos que a este respecto se hacen en
la Sentencia dictada en este recurso. Pero entiendo que ahí terminaba la función del amparo constitucional.
Su naturaleza subsidia tan reiteradamente afirmada por nuestra jurisprudencia, no permitía, en mi criterio,
dar los siguientes pasos por los que discurre la Sentencia de la que discrepo.
2.ª Y es esa, precisamente, la segunda consideración que me permito hacer frente al criterio de la
mayoría. La limitación del recurso de amparo viene impuesta por la potestad jurisdiccional que a los
Con base en la Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo, de Protección Civil del Derecho al Honor, se
formuló demanda por doña Violeta Friedman en la que solicitó se dictara Sentencia declarando: I. Que el
demandado cometió una agresión ilegítima al honor de la demandante y que dicha agresión te ha
ocasionado graves daños que deben ser reparados por aquél. II. Que se le condene a que se abstenga en lo
sucesivo de forma perpetua a realizar manifestaciones semejantes. III. Que se inserte en la revista
«Tiempo», a costa del demandado, el texto literal de la Sentencia que dicte el Juzgado. IV. Que se
reproduzca, asimismo, en el primer canal de la segunda edición del Telediario de TVE, el texto de la
Sentencia; y V. Que el demandado indemnice a la actora en concepto de reparación por el daño moral que le
Pues bien, todas esas pretensiones de la actora ejercitadas en el proceso antecedente de este
recurso de amparo, han quedado sin el debido enjuiciamiento y sin la correspondiente decisión de los
Tribunales de Justicia. La Sentencia de amparo no podía entrar en ellos -y no lo hace- por tratarse de
cuestiones que exceden del marco del recurso, conforme dispone el art. 41.3 de nuestra Ley Orgánica: «En
el amparo constitucional -dice este precepto- no pueden hacerse valer otras pretensiones que las dirigidas a
restablecer o preservar los derechos o libertades por razón de las cuales se formuló el recurso». Mas los
Tribunales de Justicia y, concretamente, en este caso la Sala Primera del Tribunal Supremo, sí podían y
debían resolver en uno u otro sentido sobre todas las pretensiones de la señora Friedman. Ese tenía que
haber sido el sentido de nuestra Sentencia, una vez reconocida la legitimación de aquélla para formular la
demanda rectora del proceso principal y respecto de la cuál se debieron decidir, por imponerlo así, entre
otras normas de nuestro ordenamiento jurídico, el principio de la tutela judicial efectiva que consagra el art.
24.1 de la Constitución que, según mi opinión, es el único precepto constitucional que resultaba infringido
recurrente, previa declaración de nulidad de las Sentencias impugnadas, no ofrece a aquélla la decisión
jurisdiccional -al margen de cuál fuera su sentido a que tenía derecho respecto de todas y cada una de las
exclusivamente la infracción del art. 24.1 de la Constitución, determinar las consecuencias inherentes a tal
vulneración.