La Amistad y El Enamoramiento, Vocación, Comunidad de La Cruz

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LA AMISTAD Y EL ENAMORAMIENTO

¿Saben que es hermoso? Que ustedes mismos den inicio a esto que les voy a compartir. Porque
cuando uno tiene ganas de mostrar secretos en su alma, deciden confesarlos al mejor amigo y esa
persona hoy es Jesús, en la oración y en el sacramento de la reconciliación. Tan humano y tan
divino como para ser el amigo que realmente nunca te va a fallar.

Hoy quiero compartirles algo que a mí me apasiona, que es la amistad. ¿Por qué me apasiona?
Porque la amistad es un don que trasciende desde hace muchos años en las primeras experiencias
entre Dios y Abraham, Moisés podía tener a Dios frente a frente. Pero me emociona más aún, que
en el mismo Evangelio de Juan (15) Jesús nos dice claramente que él no nos llama sus siervos
sino sus amigos. ¡Eso hace que la amistad tenga un valor sublime! ¡Algo que debemos mirar con
mucha inteligencia y cuidado! Pero, no es fácil en estos tiempos la amistad, porque primero están
las redes sociales, que creen que la amistad es simplemente estar likeados o no dejarse en visto
¿cierto? (2500 amigos en fb)

Bueno, para Jesús y para mí la palabra AMIGO tiene un sentido más profundo, pero
lamentablemente no es así, estamos en la “época” donde las personas estamos usada “para” y a
eso algunos lo quieren llamar amistad, no eso es muy utilitarista. ¿Saben por qué?

Porque la amistad es como una cajita de cristal; pequeña, transparente, donde guardas allí todos
tus pensamientos, ideas, cariño y amor.

Un cristal fino donde tú te reflejas, material en el que están hechos todos tus sueños. Son porciones
de tu corazón que intentas que no se rayen nunca. Y un amigo más que una persona, es algo no
físico, algo que siempre llevas, que vas recogiendo en el camino y lo guardas en esa cajita de
cristal, cuidadosamente acomodándolo en su interior.

Ahora, ¿Cómo descubres quien te conviene en tu relación diaria? Más simple ¿Cómo yo sé si esa
persona es buena amiga o amigo? Porque ciertamente uno tiene que construir relaciones con
personas que nos ayuden a crecer. Eso que quiere decir, no ser amigo de cualquiera. Lo digo
porque muchas veces nos dejamos deslumbrar por apariencias, por el dinero, es popular, es guapo
o guapa ¡Qué chévere que me vean con el o ella! Así no es.

Es fundamental 5 cosas en una amistad. 5 cosas que yo le pido a la persona a quien yo le voy a
entregar mi corazón y ojo! No estoy hablando todavía de noviazgo aún.

No, estamos hablando de llaves, de amigos; eso no significa que yo te imagine esto…y tú te
imagines aquello… Insisto en ello porque todo se ha vuelto “con derecho”, esa expresión “amigos
con derecho” “amigos especiales” ¿Con derecho a qué? ¿A usarte? ¿A faltarte el respeto?
¿A satisfacer mis necesidades sin importarme romper tu alma ni tu corazón? Estos términos son
tan maquillados para que no se vea tan feo lo que realmente quiere hacer que es usar a la personar
y dejarte usar.

Estos términos me fastidian ¿saben por qué? Porque la amistad es tan sagrada que no se puede
manipular de esa manera. Pues como Jesús también dice el libro de Sirácida 6, 7:” Quien ha
encontrado un amigo, ha encontrado un tesoro”

1. Amigo te ama incondicionalmente: Me acepta con mis debilidades y fortalezas, se


preocupa genuinamente por mí. Yo tengo defectos físicos, características diferentes. Un
amigo te acepta con tus momentos de rabia, con tus gustos, con mis gestos “me gusta
mezclar lo dulce con lo salado” “no me gusta peinarme” “me gusta usar medias con
chanclas”. Y no estoy hablando de cosas dañinas o malas “ah, yo soy grosero, aceptame
así” No. Eso es otra cosa, me refiero a las características que definen mi estructura como
persona. No solo te acepta, sino te ama y te ayuda a mejorar.

2. Hablan bien de mí: Me representan bien ante los demás, la persona leal siempre pinta un
cuadro positivo de su persona ante los demás, puede confrontarlo en privado o hacerlo
responsable de algo, pero nunca criticarlo en frente de todos. ¡Olvídate, para eso están lo
enemigos, que uno ya tiene bastantes! Gente que hable bien con la verdad, sin alcahuetear
tus malas acciones. Habrá momentos donde te dirán que no le gusta lo que hiciste, con el
amor y la tranquilidad del mundo, no con los ánimos de pisotearte.

3. Puede reír, llorar durante el viaje de la vida: Dispuesto a hacer menos atroz tus penas y a
estar orgulloso de tus logros sin envidias. Es capaz de recordarte la canción que cantaba
tu alma cuando a ti se te haya olvidado la letra.

4. Te acerca más a los brazos de Dios: Aquella persona que te presenta a Dios y propicia
espacios para siempre tengas algún encuentro con Él, aunque muchas veces tú no lo
quieras por el estado en el que te encuentres o porque olvidaste cómo hacerlo, pero se las
ingenia usando algún poema, alguna canción, dibujo o algo que sabe que te gusta; es un
amigo de verdad porque te está deseando el cielo desde su corazón.

5. Intercede por ti: La primera muestra de amor más grande es dar la vida por alguien y la
segunda más grande es orar por alguien. Un amigo, te guarda, le habla y le pide a Dios
por ti, porque sabe muy bien que la oración sostiene. Cuanto te sorprenda salir victorioso
de ese problema que parecía imposible resolverse, recuerda que detrás de todo ello estaba
tu amigo en el silencio de la oración sosteniendo tu pesada cruz junto a Jesús.

Ahora, esta amistad con el tiempo puede fortalecerse y mantenerse o también si Dios lo quiere
para ti, puede iniciar una nueva etapa la cual llamamos enamoramiento.

Ahora, ¿cómo es el enamoramiento cristiano? Que no es lo mismo que el noviazgo, ya que


éste en sí es la preparación próxima o inmediata al matrimonio.

Lo primero que les diré es lo que NO es el enamoramiento cristiano:

- Es profundamente CONTRACULTURAL, no tiene nada que ver, repito no estoy


diciendo “tiene algo que ver” o “tiene poco que ver”; no; NO TIENE NADA QUE VER
con los modelos que nos plantea hoy el mundo. Recuerdo escuchar el comentario de un
hermano sobre una película americana que salió hace más de 15 años atrás (totalmente
vulgar y despreciable, por cierto) y que era una película cómica de jóvenes que se llamaba
“Virgen a los 18” como si fuera una rareza, una curiosidad, como decir “un gato azul de
dos cabezas y 6 patas” ¿Cómo vamos a confiar en esta cultura? Que nos hace un
trasbordo, esta introducción inadvertida, digamos subliminal también, porque va por el
subconsciente a través de esta cultural. Sino abiertamente los mal llamados “programas
de educación sexual” que son muy populares. Recientemente un médico argentino
describía a estos programas de la siguiente manera: “Sintetizo el contenido de estos
programas en lo que puedo llamar 3 puntos:
1. Cómo tener relaciones sexuales sin escrúpulos, es decir; que las relaciones sexuales
no tengan ningún sentido, presentándolos como una pura diversión, un momento de
entretenimiento que no tiene consecuencia, más que solo unos segundos de placer,
porque literalmente, solo son unos segundos...”

¿Por qué creen ustedes que dice esto el doctor? Porque el mundo nos quiere engañar
respecto a la naturaleza auténtica, de las relaciones sexuales. Las relaciones sexuales han
sido creadas por Dios como un medio fundamentalmente de procreación, pero también
de profunda adhesión para que ayuden a fortalecer una vida de dos personas que están
llamadas a convertirse en un solo cuerpo. Es decir, es como una poderosa cinta adhesiva.
¿Qué pasa cuando una poderosa cinta adhesiva está pegada a nuestro brazo y luego la
arrancamos? Al momento de arrancarlo se va a llevar, pedazos superficiales de piel,
vellos, etc. Y va a doler como duelen y dejan sus consecuencias las relaciones sexuales
que no se hacen en el contexto de una adhesión permanente. Pero, ¿qué cosa pasa con
ésta cinta? La siguiente vez, también se va a pegar y también va a arrancar al de la
superficie a la cual se ha adherido, pero menos y mientras más veces se pega, más
elementos pequeños quedan en la superficie hasta que en algún momento la cinta pierde
la capacidad total de adherirse. ¿Y porque al mismo tiempo que se han multiplicado las
relaciones sexuales casuales y tempranas, se han multiplicados los divorcios? ¿No serán
porque las personas (varones y mujeres) por este sexo entretenimiento están mutilando,
matando, marchitando su capacidad de adhesión?

2. “Como tener relaciones sin enfermarse, como si el único problema en tener relaciones
sexuales fuese la transmisión de enfermedades
3. Como tener enfermedades sin quedar embarazada. Y eso es todo.

Pero no hay contenido como la educación en el amor, en la fidelidad, en el respeto, en la


abstinencia, en los matrimonios estables, en los hogares luminosos y alegres y por eso
prima la peste del divorcio, de la violencia familiar, del permisivismo moral y el
relativismo ético. Es por esto que los jóvenes posponen el matrimonio o simplemente
conviven o son promiscuos, no les interesa tener hijos y educarlos, viven solo para sí
mismo para su hedonismo antinatalista y egocéntrico.”

De esta manera tan radical y clara muestra cual es el problema con las relaciones sexuales
fuera del matrimonio y como contamina la relación entre un varón y una mujer y sobre
todo cuando son jóvenes como ustedes y cuando obviamente por razones propia de la
edad existe una enorme efervescencia que muchas veces se confunde con el amor. Pero
el amor no es atracción, ¿cuáles son las características del amor?

El amor no es simplemente atracción apasionada que me hace desear el objeto a cualquier


costa, porque eso es egoísmo. Y cuando nosotros decimos “Es que yo la amo, por eso me
vuelvo loco de celos.” Una persona que es celosa, no ama, solo está pensando en el o en
ella. (1 Corintios, 13: 4-7)

El primer signo del amor, es el respeto. Sin un varón no respeta a una mujer, si una mujer
no se hace respetar o no le enseña a respetar al varón, o no respeta al varón, entonces
estamos comenzando mal, porque empezamos con actitudes que te llevan al egoísmo solo
por placer en vez del respeto, que significa sacrificio, o sea yo pospongo ello, pero a esta
persona la respeto aplico lo que realmente caracteriza a un mujer o varón. ¿Porque que
es lo que la publicidad muestra al varón? Nos quiere presentar al varón como el macho
prepotente, muñequito ken, que resulta irresistible para las mujeres, ya sea por la colonia,
el desodorante, la ropa que usa o por los tatuajes o porque es guapo, etc. ¿Y qué es lo que
nos quiere mostrar de una mujer? Que simplemente es un objeto sensual de satisfacción
sexual con pies, caminando, nada más. Con toda la moda, el maquillaje, los cantantes,
actores, conspiran también para darnos esta idea.
Cuando el varón debe ser modelo de respeto y caballerosidad, y para eso es capaz de
someter sus sentimientos de placer para ennoblecer a la mujer y para cumplir aquella
frase que decían “a la mujer ni con el pétalo de una rosa” no solo en el aspecto físico, sino
respetarla profundamente en vistas al matrimonio, porque si no hay ese respeto estamos
“secando la goma” que va a unir un matrimonio y en el caso de la mujer, la característica
es la de ser pura e inspirar pureza, en su forma de ser, en sus hábitos.

Si un chico o una chica no está interesado en explorar esa posibilidad de que esa sea a
quien Dios ha llamado para compartir la vida hasta que la muerte los separe como señala
en el sacramento matrimonial, entonces es preferible que quedes en un plan de amistad,
de diálogo, de compartir. Porque el varón y la mujer que están llamados a la vocación
específica del matrimonio no deben ser objeto mutuo de placer sino de profundo respeto
y esas son las columnas principales por las cuales reposa un enamoramiento católico
cristiano.

Recuerda esto: Tú eres un ser individual, esto quiere decir que tú no naciste a medias como
para encontrar a tu “media naranja”, tú fuiste creado completito, a imagen y semejanza de
Dios. La persona que llegue a tu vida no es para que complete tu felicidad, pues tú antes tienes
que haber aprendido a ser feliz solo o sola en la unión de Jesús, para que luego con este
compañero o compañera de vida que también tiene que haber aprendido a ser feliz; puedan
compartir y engrandecer este precioso regalo de la unión en pareja.
LA VOCACIÓN

De repente cuando solemos escuchar la palabra “VOCACIÓN”, usualmente lo


relacionamos con las monjas y los sacerdotes. No es que la vocación religiosa no sea
importante (al contrario, necesitamos muchas más) pero los que estamos llamados a ser
simples laicos corremos el riesgo de perder de vista el sentido de diferente, la vocación
profesional en medio del mundo.
También los laicos estamos llamados a la santidad. A veces nos hablan de santos que
fueron al otro lado del mundo a predicar el Evangelio, que arriesgaron su vida cuidando
a enfermos contagiosos y despreciados por la sociedad o que murieron mártires. Nos
conmueve su testimonio, queremos seguir su ejemplo heroico… y al día siguiente, muy
de mañana, suena el despertador y tenemos que ir al trabajo, o al instituto, o a la
universidad. Estamos cansados. El profesor está especialmente aburrido hoy, los clientes
preguntan tonterías y hay un compañero que no terminó esa parte del trabajo que
necesitábamos para hoy. Al final del día, nos preguntamos qué ha sido de todos esos
ideales heroicos, si muchas veces nuestro día a día está repleto de rutina y
aburrimiento. Quizás algún día Dios nos llame a la vida heroica de estos santos, pero de
momento el panorama no tiene mucho que ver.
Todos tenemos unos dones, regalo de Dios. Dones para el trabajo manual, para el estudio,
para la originalidad, para hacer reír… Con nuestros talentos naturales podemos
(¡debemos!) hacer un gran servicio a la Iglesia y a nuestros hermanos, a través del
apostolado y de la vida parroquial, pero también en medio del mundo, de los que no creen
o no practican su fe, de nuestros compañeros y vecinos, de nuestra rutina. Los estudiantes
nos preparamos para ello, y llega el momento en el que tenemos que elegir una carrera.
En nuestro tiempo libre, a veces fantaseamos con todo lo que haremos cuando hayamos
terminado “la carrera de nuestros sueños”. Necesitamos médicos comprometidos de
verdad con el bienestar de los pacientes, empresarios que se preocupen de unos negocios
más justos y no exploten a los trabajadores, científicos que busquen la cura contra el
cáncer y no la fama o el dinero… En medio del idealismo, criticamos nuestro mundo y
soñamos con otro mejor, más honrado y cristiano.
Sin embargo, no todos tienen la posibilidad de ganarse la vida en el trabajo de sus sueños,
y otros tantos han perdido la ilusión con el paso del tiempo; la rutina y las dificultades del
trabajo y de la vida han nublado sus ideales de universitarios. Pero, en cierto modo, son
esos los ideales a los que san Pablo invitaba en la Carta a los Colosenses.
«Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los
hombres, conscientes de que el Señor os dará la herencia en recompensa»
(Col 3,23).
Todo trabajo puede servir para hacer un bien a los demás, no solo los médicos o los
empresarios. Un simple maestro puede ser un gran apoyo para niños y adolescentes que
no encuentran su lugar en el mundo, que pasan por problemas familiares o que,
simplemente, necesitan paciencia y cariño para poder entender una asignatura y pasar de
curso. Un maestro que sigue a Cristo no puede dejar pasar esa oportunidad, ser un simple
funcionario que no se preocupe por las personas que tiene entre manos. Un dependiente,
un panadero, un barrendero… tienen trabajos humildes, pero también ellos pueden
ofrecer algo a los demás, pequeñeces, que son las que poco a poco pueden cambiar el
mundo a nuestro alrededor, porque «un poco de levadura fermenta toda la masa» (Gal
5,9). No tienen que ser grandes cosas: trabajo bien hecho y no con desgana, porque
alguien lo comprará o se beneficiará de él, y en ese alguien está Cristo; un poco de tiempo
dedicado a explicarle el tema a un compañero; paciencia y buen humor con los clientes
difíciles o el jefe huraño; ofrecer nuestras dificultades al Señor. Así, poco a poco, nos
iremos santificando en las cosas pequeñas de nuestra rutina, y con nuestro ejemplo
estaremos en condiciones de llevar a Cristo a los demás.
«Es precisamente viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio cristiano en
las ocupaciones de cada día que estamos llamados a ser santos. Y cada uno en las
condiciones y en el estado de vida en el que se encuentra. ¿Eres consagrado,
consagrada? Sé santo viviendo con alegría tu donación y tu ministerio. ¿Estás
casado? Sé santo amando y cuidando a tu marido o a tu mujer, como Cristo ha
hecho con su Iglesia. ¿Eres un bautizado no casado? Sé santo cumpliendo con
honestidad y competencia tu trabajo ofreciendo tiempo al servicio de los hermanos.
‘Pero padre, yo trabajo en una fábrica, yo trabajo como contable, siempre con los
números, allí no se puede ser santo’. ¡Sí, se puede! Allí donde trabajas, puedes ser
santo. […] En tu casa, en la calle, en el trabajo, en la iglesia, en ese momento, en
el estado de vida que tienes se ha abierto el camino a la santidad. No os desaniméis
de ir sobre este camino, es precisamente Dios quien te da la gracia. Y lo único que
pide el Señor es que estemos en comunión con Él y al servicio de los hermanos»
(Papa Francisco, Audiencia General. 19 de noviembre de 2014).
Podemos hacer un momento de silencio y pensar en las personas que nos rodean, en el
trabajo, en los estudios, en la rutina del día a día, cualquiera que esta sea. ¿Cómo podemos
hacer algo por ellos? ¿Nos tomamos en serio los estudios y el trabajo? ¿Cómo podemos
explotar los talentos que Dios nos ha dado para servir a los demás? De nuestra respuesta
dependerá que sepamos vivir como cristianos también en nuestras ocupaciones del día a
día.
Todo cristiano por el hecho de serlo está llamado a vivir imitando a Cristo, pero el
religioso lo vive con radicalidad, no de una manera afectiva solamente, como se pide a
todo seguidor de Cristo, sino de una manera efectiva.

La vida religiosa es y se define como: SEGUIR A CRISTO, y seguirle en estos


aspectos:

a) SIENDO ANTE TODO LLAMADOS POR EL = VOCACION

Recordando que la iniciativa es suya, no hay mérito propio por lo que todo supone
gratuidad infinita, absoluta, que depende directamente de su voluntad. Así lo afirma:
Mc 3,13 " subió al monte y llamó a los que el quiso para que estuvieran con El"
Jn 15,16 " No me habéis elegido vosotros a mi, sino soy yo quien os ha elegido a
vosotros".

El llamado de Dios es para todos los hombres, y es un llamado a la salvación, a la


santidad. Este es un llamado universal, pero el llamado a la vida religiosa es un llamado
personal.

Un llamado que resuena en el corazón del hombre y


que demanda de este una respuesta.

La vocación por naturaleza es un DON antes de ser una exigencia a vivir. Es gratuidad
de amor infinito de parte de Dios que nos llama a vivir solo para El. Amor definitivo e
irrevocable. Rom 11,29 : " los dones y la vocación de Dios son irrevocables". Don
personal que implica vivirlo en comunidad, que es la convocación de aquellos que han
recibido la misma gracia.

En Dios llamar es DAR. Es decir que crea en nosotros la capacidad de responder a su


llamada. La vocación es principio de otros dones, es un don dinámico, es decir que
crece que es activo nunca rutinario, que exige crecimiento en la fidelidad. La vocación
se consciente se crece en ella y se acoge con fe diariamente.

NO SOMOS NOSOTROS OPTANDO POR CRISTO,


ES EL OPTANDO POR NOSOTROS

Para Poder responder hay que recordar que Jesús es fiel y que nunca se arrepiente de sus
dones, ni siquiera cundo le somos infieles. 2 Tm 2,13 " si somos infieles Dios
permanece fiel, no puede negarse a sí mismo.

b) SEGUIR A CRISTO ES VIVIR CON EL , VIVIENDO AL MISMO TIEMPO


CON OTROS SEGUIDORES SUYOS = COMUNION

Convivir = comunión. Lo más nuclear de seguir a Cristo es la vida comunitaria. Seguir a


Cristo ES VIVIR CON CRISTO, esto es ya vida comunitaria, Mc 3, 14 " Para que
estuvieran con El".

Comunidad es común unidad de cada uno y de todos con Cristo y en Cristo. Cristo es
bien común de todos y de cada uno. Cristo nunca separa siempre une. El llamado a
seguirle como lo muestra Mt 9,9 es llamado a seguirle a El personalmente, no a los
otros discípulos, pero al responderle entramos a vivir con aquellos que también han sido
llamados y que se convierten en nuestros hermanos. Y así se define que:

VIVIR EN AMISTAD CON CRISTO


ES VIVIR EN AMISTAD CON ELLOS

c) SEGUIRLE ES COMPARTIR SU MISION

MC 3,14 " y los llamó para que estuvieran con el y para enviarlos a predicar".
Compartir con Cristo su vida es compartir su misión, que consiste adelantar aquí y
ahora el modo de vivir propio del Reino de los Cielos, anunciarlo y traerlo. Es decir
PROCLAMAR EL AMOR DE DIOS A LOS HOMBRES.

EL RELIGIOSO EVANGELIZA NO SOLO CON SU HACER,


SINO CON SU SER = CON SER CONSAGRADO

d) SEGUIR A CRISTO ES VIVIR COMO EL = POBRE, VIRGEN Y


OBEDIENTE

Cristo vivió pobre, virgen y obediente, de igual manera debemos de adoptar sus
actitudes interiores. Dejarse invadir por su Espíritu, asimilar su manera de pensar su
escala de valores, identificarse con sus mismos sentimientos.

Cristo es el CONSAGRADO que vive esta consagración:

- En amor total e inmediato, divino y humano al Padre y a los hombres =


VIRGINIDAD, renunciando a toda mediación a todo egoísmo.

- En actitud de total y gozosa docilidad a la voluntad del Padre, manifestada a través de


múltiples mediaciones humanas ( autoridades) = OBEDIENCIA.

- En disponibilidad total de los que se es y de lo que se tiene para los demás =


POBREZA, viviendo decididamente para los otros, dándolo todo y dándose todo sin
reservas para nosotros. Como Cristo se da totalmente a Dios Padre y a los hombres el
religioso igual.

e) SEGUIR A CRISTO ES SER PERPETUO DISCIPULO = DOCILIDAD

Esta es una actitud indispensable y permanente.

Implica: dejarse enseñar y querer aprender.

En la vida religiosa Cristo nos enseña a través de sus mediaciones humanas. Es


necesario sentirnos siempre PERPETUOS DISCIPULOS y reconocer siempre nuestra
necesidad de recibir formación y nunca maestros.

f) SEGUIRLE ES ESTAR DISPUESTOS A TODO POR EL = DISPONIBILIDAD


TOTAL

La mejor definición de FE y AMOR = DISPONIBILIDAD TOTAL.

Esta debe ser un ejercicio constante y permanente, una actitud interior y exterior.
Implica estar dispuestos a perderlo todo por El , " todo lo considero basura con tal de
ganar a Cristo" dirá el apóstol. (Flp 3,8)

g) SEGUIRLE ES FIARSE DE EL SIN OTRA GARANTIA QUE EL MISMO =


FE

Creer en El con FE total Jn 20,29 " dichosos los que no han visto y han creído "; 1Ped
1,8-9 " A quien amáis sin haberle visto; en quien creéis aunque de momento no le veis
". Apoyarse exclusivamente en El , fiarse de él sin posible vacilación. Creer en su amor,
en su poder cuando todo parezca irremediablemente perdido.

LA VIDA RELIGIOSA ES UN ACTO PERMENENTE


DE FE TOTAL EN JESUS
g) SEGUIRLE ES RENUNCIAR A TODA SEGURIDAD FUERA DE EL =
CONFIANZA

Cristo debe ser nuestra suprema y única seguridad. Renunciar a todo lo que nos lleve a
buscar toda seguridad o todo provecho propio, para emplearlo todo en favor de los
demás.

h) SEGUIRLE IMPLICA UNA DECISION PERSONAL QUE COMPROMETE


TODA LA VIDA

La llamada de Dios nos hace responsables nos hace capaces de responder y nos exige
una respuesta. Una respuesta comprometida, que parte de la libertad y del amor.

Respondiendo basados en la FIDELIDAD DE DIOS.

J) SEGUIRLE ES IMITARLE

Configurarnos con Cristo poco a poco, en sus tres dimensiones (VOTOS). Asimilarse a
Él hasta el punto de ser otra humanidad suya.

ES DECIR CRISTIFICARNOS
EL COMPROMISO CRSITIANO, COMUNIDAD DE LA CRUZ

1. El compromiso cristiano

“«Yo soy el pan vivo que ha bajado del Cielo. Si alguno come de este pan vivirá
eternamente; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. El que
come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último
día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida». (...)
Entonces, oyéndole muchos de sus discípulos, dijeron: «Dura es esta enseñanza,
¿quién puede escucharla?» (...) Desde entonces muchos discípulos se echaron
atrás y ya no andaban con él. Entonces Jesús dijo a los doce: «¿También vosotros
queréis marcharos?» Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿a quién iremos? Tú
tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y conocido que Tú eres el
Santo de Dios»” (Juan 6, 51-69)

Es fácil imaginarse la escena. Estas palabras, pronunciadas por Jesús en la sinagoga de


Cafarnaúm después de haber multiplicado los panes y los peces, y las de los discípulos
que le abandonan, y la respuesta de Pedro a la pregunta –clara, nítida– de Jesús,
constituyen un momento intenso, que dejó huella y que ya nunca olvidarían, en la vida
de los apóstoles. Contemplan un Jesús que no busca el triunfo fácil, ni un seguimiento
“folklórico” o sólo emotivo, que le hubiera sido fácil conseguir: bastaban unas
palabritas “políticamente correctas” sobre lo que quería enseñar, pues tenía a la gente
ganada después de haber dado de comer hasta hartarse a más de cinco mil personas con
sólo cinco panes y dos peces3. Habría quedado de maravilla ante el pueblo, habrían
sonado aplausos y gritos de “¡Viva Jesús de Nazaret! ¡Viva el gran profeta!”, y todos se
habrían marchado a casa contentos y con deseos de volver al día siguiente y oírle contar
más cosas.

Pero no, Jesús no actuó así. Sabía bien lo que había provocado. Les anunció con toda su
fuerza (varias veces lo dice) el misterio de la Eucaristía: el pan y el vino convertidos en
su Cuerpo y su Sangre, alimento de vida eterna. El que pueda entender que entienda;
esto es lo que hay. Se forman corrillos de gente, como en el aula o el pasillo después de
una clase exigente o tensa, y se comenta en voz baja. La gente que le escucha
manifiesta, primero con el gesto y después con palabras, su desconcierto: se lamenta, se
escandaliza... Porque las palabras de Jesús son claras, inequívocas: mi carne, mi sangre,
no tendréis vida eterna... Muchos comienzan a marcharse, y desde ese momento dejan
de estar interesados en seguirle.

Ante esta situación cabría esperar una “corrección”, una matización al dirigirse a
continuación a los apóstoles. Pues tampoco. Jesús se encara a los pocos que han
resistido a su lado, a los de su confianza, y no cambia ni una letra: “¿También vosotros
queréis marcharos?”. En la actualidad, desde hace ya unas cuantas décadas, se está
produciendo una situación parecida. Muchas personas que se definían cristianas están
atravesando momentos de crisis. Por diversas circunstancias –fuertes cambios culturales
y sociales, dificultades familiares y conflictos laborales, desconocimiento de la vida y
las enseñanzas de Jesucristo, cada vez encuentran menos atractiva la vida cristiana, y la
han abandonado en la práctica.

Como mucho se consideran “culturalmente” cristianos: aprecian muchos valores del


Evangelio, asisten a algunas ceremonias, y poco más. Cualquier planteamiento serio de
la fe les parece una exageración, incluso fanatismo. Se les podría aplicar aquella queja
que Jesús toma del profeta Isaías: “Este pueblo me honra con sus labios, pero su
corazón está lejos de mí”4.

Aunque esto ya lo había previsto Jesús. Lo explicaba en una ocasión, poniendo un


ejemplo: un sembrador (Dios) que salió a sembrar su semilla (su Palabra) en su campo
(el mundo). Y “parte cayó junto al camino, y vinieron los pájaros y se la comieron”; ese
camino representa a los que están habitualmente con un pie dentro y otro fuera, los poco
comprometidos: duran poco, se marchan pronto. Otra “parte cayó en terreno pedregoso,
donde no había mucha tierra, y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero cuando
salió el sol se agostó, y se secó porque no tenía raíz”; y es que es muy difícil ser fiel a
Dios cuando llegan los problemas si uno no está bien enraizado en Él, y a través de esa
raíz se nutre y crece día a día. “Otra parte cayó entre espinos; crecieron los espinos y la
ahogaron, y no dio fruto”; bastantes han caído en esa red, en esa tela de araña que asedia
continuamente, buscando ocupar todo su espacio y todo su tiempo: dinero, tiendas,
medios tecnológicos, diversiones... Menos mal que “otra parte cayó en tierra buena, y
comenzó a dar fruto”; pero incluso entre los comprometidos hay diferencias: el 30, el 60
y el 100 por uno5.

No obstante, también es cierto que desde hace unos años algo ha cambiado. Parece
haber un buen grupo de jóvenes muy motivados por el ejemplo y las enseñanzas de
algunos santos recientes –especialmente de Juan Pablo II: muchos han nacido después
de 1978 y se consideran la “generación Juan Pablo II”–, ayudados por un sacerdote, una
religiosa, alguna institución, un movimiento, que ven las cosas de otro modo, y quieren
un cristianismo más auténtico: “Esta es la generación de los que buscan al Señor, de los
que buscan el rostro del Dios de Jacob”6. Ellos están invirtiendo la tendencia, aunque la
reacción es todavía pequeña y poco conocida, y hay grandes masas de gente que ni se
plantean el tema. Y también es posible encontrar personas menos jóvenes que, después
de unos años de desorientación, de vagar sin rumbo claro, vuelven a Dios y a la Iglesia,
e incluso publican libros en los que cuentan su recorrido espiritual para que sirva a otros
que se encuentran perdidos como ellos...

“Dura es esta enseñanza”. Tú sabes, Jesús, que esto es lo que leo tantas veces en los
ojos de mis amigos, cuando mi vida contrasta con la suya, y no acaban de entender por
qué soy así… “Dura es esta enseñanza”, me dicen con su mirada cuando les propongo
metas más altas, horizontes nuevos, exigentes… y veo ese miedo, ese rechazo: “Dura es
esta enseñanza”.
“Señor, ¿a quién iremos?”. Jesús, estoy cansada de ver ojos tristes, vacíos, perdidos,
por la calle, por los pasillos de la Facultad… No dejes, Jesús, que se apague en los
jóvenes esa hambre de verdad, esa inquietud, esa rebeldía buena: nos la has puesto tú
en el corazón “ (KAROL).

Entonces, esa crisis espiritual, ¿se puede superar? Claro que sí. ¿Cómo? Hay unas
palabras de la Ley de Moisés repetidas siglos después por Jesús... ¿Te acuerdas?:
“Escucha Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Amarás al Señor tu Dios con
todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Conservarás estas palabras
que te mando hoy en tu corazón, y se las enseñarás a tus hijos, y las dirás sentado en
casa y andando por el camino, al acostarte y al levantarte”7. Hay que creer en Dios de
verdad. No un poco, ni sólo como lo prioritario entre varias cosas igual de importantes.
Dios ha de ser amado con todo nuestro ser, como lo único realmente importante, como
lo que da sentido a todo lo demás: mis ocupaciones, ilusiones, intereses, ambiciones.
Pues, en definitiva, ¿qué soy yo sin Dios, cómo puedo dar un significado pleno y
valioso a mi vida sin colocar en el centro a Aquél que ha querido que yo exista? Amar a
Dios por encima de todas las cosas, y amar a los demás como Él los ama: éste es el
mandamiento esencial, el resumen y el alma de todo lo que hay que hacer, sin lo cual no
se puede llevar a cabo lo demás como es debido8.

Estas palabras pueden sonar un poco a fanatismo: ¿no es demasiado radical, poco
comprensivo con la libertad de cada persona? O también cabe pensar: ¿no es entonces
Dios un inmenso egoísta, que quiere todo y a todos para Él? Quizá, aunque también se
puede comparar a un padre que quiere compartir todo lo suyo con sus hijos, y desea que
sean tan felices como él, pero a la vez les da el dinero necesario para que puedan irse de
casa en cualquier momento si lo desean, y también las llaves de casa para que puedan
volver cuando quieran. Se parece más al padre del hijo pródigo, ¿verdad? ¿Y llamarías
egoísta a un padre así? Claro que no: más bien le estarías muy agradecido. Y, al
descubrir el gran amor de ese Padre, nuestro corazón cambia y grita: Señor, no debo
olvidar nunca que sin Ti no soy nada, y que mi actitud interior ha de ser la de
quien moriría por Vos y procura vivir cada jornada y ocupación como si fuera nuestro
último día en la Tierra9.

Al crearte, Dios ha querido establecer una alianza contigo. La palabra alianza tiene en
nuestros días un sentido principalmente sociopolítico y económico: alianza de
civilizaciones, alianza atlántica, alianza comercial; casi siempre como un pacto o
acuerdo entre varios para defenderse de un enemigo común o para ayudarse a alcanzar
unos objetivos. Pero su sentido originario es sobre todo personal: todavía hoy es el
anillo que se entregan los novios como muestra de su deseo y compromiso de amarse
toda la vida. Es la relación paterna y de amor que Dios estableció con Abraham y
Moisés, y a través de ellos con el pueblo de Israel (Antigua Alianza); y después por
medio de Jesús con cada cristiano en la Iglesia (Nueva Alianza). En las traducciones
antiguas de la Biblia se habla de Antiguo y Nuevo “Testamento”, para indicar que esa
alianza no es sólo un simple acuerdo entre dos iguales, sino un don infinito que se nos
hace, Dios que se entrega a Sí mismo como herencia10. Sea como sea, toda alianza
incluye fidelidad, compromiso, aceptación, amor.

Hay que evitar, por tanto, plantear la relación con Dios como un simple cumplimiento
exterior, algo superficial y poco serio que no compromete demasiado, pues Él no lo
acepta: “¿Qué me importa la multitud de vuestros sacrificios? ¡Estoy harto de
holocaustos de carneros, y de grasa de animales cebados! La sangre de novillos,
corderos y machos cabríos ¡no la quiero! Cuando venís ante Mí, ¿quién pide eso de
vuestras manos para pisar mis atrios? No traigáis más ofrendas vanas. (...) Mi alma
aborrece vuestros novilunios y solemnidades, me resultan una carga, estoy cansado de
soportarlos. Cuando eleváis vuestras manos, me tapo los ojos para no veros. Cuando
multiplicáis vuestras plegarias, no os quiero escuchar: vuestras manos están llenas de
sangre. Lavaos, purificaos, quitad de delante de mis ojos la maldad de vuestras obras,
dejad de hacer el mal, aprended a hacer el bien”11.

Estas palabras suenan todavía más fuertes si tienes en cuenta que en el caso de los
israelitas su relación con Dios se materializaba externamente –así se lo pidió Él mismo–
en el rezo diario de ciertas oraciones transmitidas de padres a hijos, y en la repetición
anual de algunos sacrificios rituales.
Lo que Dios busca es otra cosa, más honda y radical: “Sacrificio y ofrenda no quisiste,
pero me preparaste un cuerpo; los holocaustos y sacrificios por el pecado no te han
agradado. Entonces dije: He aquí que vengo, como está escrito de mí al comienzo del
libro, para hacer, oh Dios, tu voluntad”12. Dios, al hacerse Hombre en Jesús, ha querido
que su relación con nosotros tenga carne y huesos, que sea personal, concreta, práctica,
viva; es decir, materializada en momentos y lugares concretos. Pero no se trata tanto de
dar cosas a Dios (tiempo, dinero, oraciones) como de mantener el corazón abierto,
disponible para lo que Él quiera pedirnos. Y eso sabiendo que Dios no necesita
“nuestras” cosas, pues todo lo que existe procede de Él13: “Nadie dirá que fue útil a la
fuente al beber de ella, o a la luz por ver gracias a ella”14. Sólo desea nuestro amor,
dejándonos libres para dárselo o no. Pero ha de ser un amor sincero, confiado, total, sin
trampa, capaz de sacrificarse por Aquél a quien ama.

Quizá piensas: ¿no valora Dios mucho los detalles pequeños? Sí, tienes razón. El amor
se demuestra a menudo en cosas sencillas. Pero han de ser el resultado de un fuego
interior que les da vida, como los granos que aparecen por el cuerpo cuando tienes
fiebre alta o una reacción alérgica: salen “de dentro”. Con esa actitud vivieron los
buenos cristianos al principio, dispuestos a todo lo que fuera necesario antes que echar
de su vida a Dios o traicionarle: “Muy grande es la fuerza de este amor pues, a pesar de
los desprecios, desea morir y vivir hecho una sola cosa con ellos. (...) Porque puede
darse el caso de uno que ame pero rehúya el peligro; pero ése no es nuestro caso”15.
Aunque no hace falta irse tan lejos en el tiempo.

“Héroes del silencio”

Albania, cuando llegó el comunismo en 1944, tenía unos doscientos sacerdotes. Más de
setenta fueron encarcelados, y diez murieron torturados o a causa de los suplicios.
Monseñor Zef Simoni, consagrado obispo por Juan Pablo II en 1993, uno de los pocos
supervivientes de aquella persecución, contaba en una entrevista: “Me encerraron
durante doce años en el campo de Spac, una prisión que podría compararse al campo
nazi de Mauthausen. Se encontraba cerca de una zona minera, en la que los detenidos
eran obligados a un trabajo incesante y peligroso. De hecho muchos murieron”.

“Los prisioneros eran sometidos a descargas eléctricas, tenían que caminar descalzos
sobre placas metálicas incandescentes”. “Les llenaban la boca de sal o les obligaban a
tragar medicamentos dañinos para el sistema nervioso. Recuerdo que el sacerdote
jesuita Gjon Karma fue enterrado vivo en un ataúd. El franciscano Frano Kiri estuvo
atado a un cadáver durante varios días hasta que comenzaron a salir los líquidos del
cuerpo. Otros fueron ahorcados, decapitados o ahogados en lodazales”. “A don Mark
Gjini, mediante torturas, le exigieron que renegara de Cristo (...) Murió atado de forma
que se asfixiara, y su cuerpo fue echado a los perros; sus restos fueron luego echados al
río”.

“Con la ayuda de Dios, nosotros sólo tratamos de ser fieles a Cristo, a la Iglesia y a
nuestra misión sacerdotal”. El 22 de septiembre de 2005 se encontraba en el Vaticano
en una audiencia general, orgulloso de su fe: “Hoy presentamos al Papa, en el corazón, a
tantos hermanos que fueron masacrados, a tantas religiosas y a tantos laicos que fueron
perseguidos y que no renegaron de la Cruz”16.
En el siglo XX hemos tenido muchos testimonios de gente corriente que ha procurado
poner de verdad a Dios en el centro de su vida, a veces soportando grandes dificultades
o sufrimientos. “Los hombres, a través de los siglos, al encontrarse con Cristo, le han
dirigido – y continúan dirigiéndole hoy– la pregunta fundamental: «¿Quién eres? ¿De
dónde vienes?» (cf. Jn 19, 9). La respuesta a esta pregunta depende sobre todo de la
actitud interior de disponibilidad y apertura del que la plantea. También vosotros, en
esta edad bella y dramática, en la que florece toda vuestra realidad personal –
corporeidad, sensibilidad, voluntad, inteligencia– estáis realizando esta búsqueda
continua, que es a la vez un descubrimiento renovado, y os dais cuenta de que vuestra
respuesta envuelve, en lo positivo y en lo negativo, toda vuestra existencia”17.

Todo esto resulta muy bonito, pero compruebas que muchos no se comportan así. Y
además notas en tu interior que es difícil poner siempre a Dios en la cumbre de tu vida,
y que a veces lo quitas para poner otras cosas que te parecen más importantes. Pero
Jesús ya nos aclaró que “nadie puede servir a dos señores, porque o tendrá aversión a
uno y amor al otro, o prestará su adhesión al primero y menospreciará al segundo”18: si
Dios no es lo primero, acabará siéndolo otra cosa. San Agustín, que tenía una larga
experiencia personal de esa contradicción interior, lo expresa bien: “Dos amores
fundaron dos ciudades: el amor propio hasta el desprecio de Dios, la terrena; el amor a
Dios hasta el desprecio de sí mismo, la celestial”. Ambas ciudades están como
enfrentadas y a la vez superpuestas, de modo que parecen mezclarse19. Hace falta un
esfuerzo diario para permanecer en la ciudad de Dios, fundada en la entrega y el don de
sí, sin abandonarla para irse a la ciudad de los hombres, edificada sobre el orgullo y el
egoísmo. “La luna y el amor, cuando no crecen, disminuyen” (proverbio portugués), y
esto también se cumple con respecto a Dios.
Es verdad que vivimos tiempos de cambio “climático” (cultural), y los fríos vientos
invernales que corren amenazan con agitar el árbol y hacer caer bastantes de sus hojas,
que quizá en su mayoría están ya secas (muertas). Pero esto es un modo de revitalizar el
árbol para una “nueva primavera”. “Si se mira superficialmente a nuestro mundo,
impresionan no pocos hechos negativos que pueden llevar al pesimismo (...) Mas éste es
un sentimiento injustificado (...) Dios está preparando una gran primavera cristiana, de
la que ya se vislumbra su comienzo”20, y cuyos protagonistas serán los jóvenes de hoy,
la próxima generación de cristianos.

Jesús dijo una vez que sólo los limpios (puros) de corazón podrán ver a Dios21. Y la
palabra puro significa “sin mancha”, pero también “sin mezcla”: el oro es puro cuando
no tiene otras cosas, cuando es puramente (solamente) oro; el aire puro es el que está
limpio de la contaminación. “¿Quién podrá subir al monte del Señor? ¿Quién podrá
estar en su lugar santo? El de manos inocentes y de puro corazón”22. Dios sólo acepta
corazones puros, en los que Él no está “mezclado” con otras cosas al mismo nivel23.
Además, así como un alimento contaminado hace enfermar al cuerpo, un cristiano que
no vive decididamente su fe hace daño a los demás, introduce un elemento de
corrupción, algo que distorsiona y estropea el conjunto: “Quien se pone a trabajar con
hilo distinto destruye el tejido entero” (Confucio).

Actualmente palabras como éstas o las antes citadas de Jesús –“el que come mi carne y
bebe mi sangre tiene vida eterna”– apenas tienen sentido en la mente de no pocos
jóvenes. Hay un miedo y un temor: “Es mejor disfrutar de lo conocido que vivir
amargados por lo desconocido”. Jesús habla de la vida eterna, pero ¿realmente existe
o es un cuento que ha ido evolucionando durante los siglos? No podemos ser tan
prácticos y materialistas: si quieres algo, es lógico que te cueste algo. Pero si tienes fe,
esos sacrificios ya no lo son tanto: son entonces un modo de vida lleno de
sentido (KAROL).

Muchas cosas de tu vida adquieren nuevo sentido, color y significado cuando se apoyan
en una fe madura, coherente. “Todos nosotros conocemos ese momento en el que no
basta hablar de Jesús repitiendo lo que otros han dicho, sino que hay que decir lo que
uno piensa; no basta con adoptar una opinión, sino que es preciso dar testimonio,
sentirse comprometido por el testimonio y llegar después hasta las últimas
consecuencias de las exigencias de ese compromiso”24. Es responder de verdad, sin
miedo, a la pregunta decisiva de Jesús a los apóstoles: “y vosotros, ¿quién decís que soy
yo?”25. Pero cuando falta esa capacidad de arriesgar que pide la fe, se va concediendo
cada vez menos tiempo e importancia a Dios y a “sus” asuntos:

Vivimos tiempos crueles, o a mí me lo parecen.


Vivimos esperando otro golpe de suerte.
(...)
sinceramente da lo mismo,
qué importará quién pierde o gana
si nunca nos jugamos nada.26

Sólo una espiritualidad más intensa y unida a la vida diaria, y una visión de las cosas y
situaciones más de acuerdo con la fe que digo tener, asegura la unión con el árbol, la
savia necesaria, la ayuda para superar las dificultades y crecer. Y lo más hermoso es que
esto está al alcance de todos: la madre y el padre de familia que velan por la salud y la
educación de sus hijos; la trabajadora que cumple en su empresa y a la vez se esfuerza
por conseguir mayor justicia social; el científico que trata de descubrir las leyes de la
naturaleza; el panadero, la secretaria, el agricultor, la médico o enfermera, el fontanero,
el profesor universitario, la abogada, el policía, el estudiante o la maestra... De lo
contrario habría una “doble vida”, una esquizofrenia: “la vida de relación con Dios, de
una parte; y de otra, distinta y separada, la vida familiar, profesional y social”. Para un
cristiano sólo hay una única vida, a la vez material y espiritual, “y ésa es la que tiene
que ser –en el alma y en el cuerpo– santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo
encontramos en las cosas más visibles y materiales”27.

Los cristianos de los tres primeros siglos, a pesar de ser perseguidos y tener muy mala
prensa, eran muy exigentes con los que se decidían –ganados por su gran caridad y la
intensa alegría que manifestaban– a ser también discípulos de Jesús. Los adultos debían
pasar un período de conversión, aprendizaje y purificación -metanoia, que significa
“cambiar de mentalidad”, de ideas–: el catecumenado, que duraba a menudo hasta dos o
tres años, con fuertes y largas penitencias si sus pecados habían sido muchos o graves.
Tenían muy claro que “preguntar a un catecúmeno «¿quieres recibir el Bautismo?»,
significa al mismo tiempo preguntarle «¿quieres ser santo?». Significa ponerle en el
camino del Sermón de la Montaña: «Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre
celestial» (Mt 5, 48)”28. Y, a pesar de esa fuerte exigencia, cada día eran más y más los
que querían hacerse cristianos...

No era la suya, por tanto, una religiosidad superficial, un hobby para los fines de
semana o unos días especiales, un “pegote” añadido a su vida diaria pero con escasa
influencia en ella. No era como el papel de un caramelo, como un “envoltorio cristiano”
hecho de costumbres y tradiciones culturales pero sin tocar el nervio de la propia vida,
de sus ocupaciones, ilusiones y anhelos. Sabían que su fe debían interiorizarla, que no
se trataba sólo de portarse bien “por fuera”, sino que era mucho más: que habían de ser
buenos “por dentro”. Era un nuevo nacimiento29, una nueva creación30, un nuevo
modo de ser, de ver y plantear las cosas, de relacionarse con los demás y con el mundo
que les rodeaba, que se iniciaba al ser bautizados…

“Por el bautismo hemos sido renovados, creados otra vez desde el principio. Por lo cual,
Dios habita verdaderamente en nosotros (...). ¿De qué manera? Con su palabra, que es
objeto de nuestra fe; con el llamamiento de sus promesas; con la sabiduría de sus
consejos; con los mandamientos de su doctrina. Él mismo profetiza en nosotros,
abriéndonos la boca para la oración; vive en persona dentro de nosotros y con la gracia
del arrepentimiento nos introduce, a quienes estábamos esclavizados por la muerte, en
un templo incorruptible”31.

En su mente estaba muy claro que bautizarse significaba un nuevo modo de pensar y de
vivir, un compromiso con Dios.
Y, para examinar la sinceridad de ese compromiso, Dios ha puesto a lo largo de la vida
de cada persona momentos de encrucijada, en los que se enfrenta a dilemas que
permiten ver de qué lado está realmente. Pues debe elegir entre aceptar algo costoso que
Dios le pide –un cambio, una renuncia, un sufrimiento– o no aceptarlo; y Jesús aclaró
que “el que no está conmigo está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama”32.
Pero también ha querido dejar algo permanente, que realice de manera ordinaria esa
función purificadora: su Presencia en la Eucaristía. Ésta, además de alimento y fuerza
para el cristiano que peregrina hacia la otra vida, actúa como un “filtro”, como una
“depuradora”, que permite reconocer a los verdaderos cristianos, pues condensa y
resume en sí de algún modo los principales misterios de la fe. Sólo quien cree en esa
Presencia y la pone en lugar privilegiado en su vida puede llamarse verdaderamente
cristiano. Sólo quien tiene esa fe viva ha pasado el filtro, el corte, no se va separando del
cuerpo, no se queda fuera.
Se requiere, por tanto, una tarea constante de purificación interior, de comprobación y
rectificación de nuestras verdaderas intenciones. Muchos habían visto a Jesús hacer
milagros, algunos muy espectaculares: la multiplicación de los panes y los peces, la
resurrección de Lázaro. Pero su actitud no es sincera, su intención no es buena: no
buscan vivir de verdad todo lo que Jesús enseña (sólo lo que les conviene), quieren
aprovecharse de Jesús de modo egoísta, para sus propios intereses. Su relación con Dios
se parece más a un amuleto de buena suerte, o a un “intercambio comercial” –le doy
algo y Él me da a cambio lo que le pido–, que a una alianza de amor. Hace falta buscar
de verdad a Dios y poner nuestra vida en sus manos, sin quedarnos en la superficie:
Dame, hijo mío, hija mía, tu corazón33, nos pide Él.

Se trata de vivir “un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el
futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas”34. Jesús vio a
Mateo y le dijo: Sígueme, que quiere decir: “Imítame”; le dijo: Sígueme, más que con
tus pasos con tu modo de actuar, porque quien permanece en Cristo debe vivir como él
vivió35.

¿Tienes de verdad una firme decisión de vivir tu vida como una alianza de amor con
Dios? ¿Y de quitar todo lo que te lo impida o dificulte, yendo al fondo, a lo más
profundo de ti? Recuerda que no hace falta cortar las ramas del árbol cuando el mismo
árbol está cortado por el tronco o arrancado de cuajo, ni hay que seguir el curso de los
arroyos cuando estás en la fuente donde nacen. Sería un trabajo largo y penoso, y
además poco inteligente, ir cerrando, uno tras otro, cada uno de los pequeños agujeros
de una alcachofa de ducha para evitar que salga el agua, teniendo un poco más abajo
una llave que bastase cerrar para suprimir de un solo golpe toda la salida del agua36. Se
requiere una disponibilidad interior hacia Dios que se mantenga con el paso del tiempo,
una fidelidad capaz de superar las dificultades. Es, en definitiva, centrarse en lo
importante:

Yo... ¿para qué nací? Para salvarme;


que tengo que morir es infalible.
Dejar de ver a Dios, y condenarme,
triste cosa será, pero posible.
¿Posible, y río, duermo y quiero holgarme?
¿Posible, y tengo amor a lo visible?
¿En qué pienso, en qué me ocupo,
en qué me encanto?
Loco debo de ser, pues no soy santo.37

Hay un pequeño juguete, fabricado por algún sabio profesor, que ha provocado más de
una vocación de científico: un disco redondo de papel, pegado sobre cartón o madera,
dividido en siete sectores y en ellos pintados los colores del arco iris. El experimento
consiste en pinchar en el centro del disco un palito y hacer girar el disco a gran
velocidad.

El resultado visual es que ¡el disco se vuelve blanco!, pues el blanco es la suma de los
siete colores del arco iris. Eso ha de ser la vida cristiana, tu vida: una unidad fuerte y
profunda, fruto de la suma de todos tus “colores” (dones, capacidades, dimensiones
vitales), que se logra al hacer girar todo lo que eres y haces cada día alrededor de un
único eje, que ha de ser Jesucristo. Así experimentarás una gran plenitud interior. Así se
reflejará siempre en tu vida el color blanco, que es el color de la santidad, de la plenitud:
el color de Dios.

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